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Ecos de Fuego y Marfil

Chapter 11

Summary:

Ulvher POV.

Chapter Text


Mi mirada estaba absorta en el crepitar de la madera, consumiéndose lentamente en la chimenea. Llevaba rato apoyado con el antebrazo en uno de sus quicios, y el calor me estaba abrasando el rostro. Pero mi mente llevaba rato divagando en otro lugar. Sin embargo, no perdía detalle de la conversación que se estaba dando en mi misma estancia. 

Lucien, con su porte descuidado, trató de suavizar una mirada astuta mientras hablaba con mi hermano. Llevaban tiempo sin verse y habían pasado las últimas dos horas poniéndose al día.  

Mi hermano lo escuchaba como si cada palabra fuera de enorme importancia y yo, aunque siempre lo tuve en alta estima, tenía poco que contar.

"Calanmai no es una fiesta de campesinos, ni un simple festival de cambio de estación", dijo Lucien, con un tono ligero.  "Es… cómo decirlo… el corazón de esta Corte latiendo a cielo abierto. Hogueras que iluminan los bosques, vino que corre como ríos, faes que bailan hasta el amanecer. Y, por supuesto, la magia que se renueva esa noche… salvaje, indómita.", concluyó con un gesto teatral. 

Se detuvo para beber un sorbo, como si quisiera saborear nuestra expectación.

"Dicen", añadió con una sonrisa torcida, "que los mismos campos despiertan al amanecer, como si hubiesen bebido junto a nosotros."

Mi hermano asintió complacido y entre abrió los labios para decir algo.  Yo, en cambio, no me pude resistir:

"¿Y tú? "dije, interrumpiendo, sorprendiéndome incluso de mi propia voz. "¿A cuántos festivales... has asistido?"

 

Lucien ladeó la cabeza hacia mí.

"¿Quieres preguntarme cuánto tiempo llevo en la Corte Primavera?

El resplandor del fuego se reflejó sus ojos verdes. Yo no respondí. Y él se demoró en contestarme unos largos segundos, lo suficiente para incomodarme.

 

"El tiempo suficiente para olvidar a ratos, gracias al caldero, de donde vengo", respondió al fin, con un dejo de nostalgia en la voz que pronto ocultó bajo una sonrisa. "Y el tiempo suficiente para entender que Prythian es muy grande para quedarse eternamente en la Corte Otoño...", apuntó, restándole seriedad a su respuesta.

Yo callé, y Lucien pareció leerme los pensamientos. Así que alzó su copa hacia mí. 

 

"Vamos, Ulvher, cambia esa cara", bromeó, inclinándose un poco. "Con ese ceño fruncido cualquiera pensaría que vas camino de un entierro, no de la fiesta más desbordante de toda Prythian."

 

Mi hermano rió entre dientes. Yo, enrojeciendo un poco, desvié la mirada de nuevo hacia el fuego.

"No todos vivimos las fiestas de la misma manera", murmuré.

Lucien soltó una carcajada franca.

"Eso es porque todavía no has estado en Calanmai. Créeme, cuando llegue la noche, tus dudas se quemarán junto a las hogueras."

 

Hubo un silencio breve después de sus palabras, pero no tardaron en retomar la conversación por donde la habían dejado. Yo me quedé un rato más donde me encontraba, sintienod el peso de la expectación y de lo que aún desconocía. 


 

Aquella noche me fue imposible conciliar el sueño de inmediato. Las palabras de Lucien seguían resonando en mi mente, mezcladas con el calor del vino. Cuando al fin mis párpados cedieron, me vi arrastrado a un sueño extraño, tan vívido que parecía más una memoria robada que una fantasía.

Una dama apareció en la penumbra, caminando entre hojas secas. Sus cabellos eran largos, blancos como la escarcha iluminada por la luna. Su rostro era claro, etéreo, con ojos tan fríos y a la vez tan profundos que me atravesaban. Sonreía, y el simple gesto me estremeció. No sabía quién era, pero un susurro interior me decía que debía reconocerla.

Quizás, pensé, incluso dentro del sueño, era ella, mi prometida desconocida, tal vez llegada de la Corte de Hielo, donde la eternidad se congela en palacios de cristal. Me tendió una mano. Cuando estuve a punto de rozarla, el suelo se quebró bajo nosotros y el sueño se hizo pedazos.

Desperté con un sobresalto. El techo blanco y las cortinas ligeras de la casa de invitados de la Corte Primavera se alzaban sobre mí. El rumor lejano de una fuente entraba por la ventana abierta.

Me incorporé lentamente, frotándome el rostro. El aroma de flores llegaba desde los jardines, demasiado dulce para mi estado de ánimo. Me vestí despacio, ajustando mi casaca, y cuando me disponía a salir hacia el comedor, escuché voces más adelante, apagadas pero tensas.

Me quedé quieto a la sombra del pasillo, sin atreverme a interrumpir. 

"Ella… " decía Lucien en voz baja.  "Algún día vendrá."

Mi hermano respondió, más áspero:

"Amarantha no se queda quieta. Los espías lo confirman: está moviendo sus fichas, tejiendo su red. Nadie quiere creerlo todavía, pero cuando se en la Corte Otoño...  será demasiado tarde."

Un silencio cargado siguió a aquellas palabras. El nombre, aunque apenas susurrado, me dejó helado. “Amarantha”. Lo había oído antes. Me decidí a no avanzar ni a interrumpir la conversación que parecía estar siendo de carácter privado. Así que regresé a mi habitación fingiendo no haber escuchado nada. 

 


Y la noche de Calanmai llegó. 

Desde muy temprano, los fae se habían reunido en los prados y en ellos asomaban mesas interminables cargadas de manjares; Frutas maduras, pan recién horneado, carne asada con hierbas frescas... 

Las jarras de vino corrían de mano en vano, y no faltaban las risas y las canciones. 

Habíamos visto algunas poblaciones decorar sus calles y las puertas de sus casas con motivo de esta celebración. Y hoy, era la noche, la gran noche. La noche del Gran Rito. 

A ratos la música no era más que un laúd solitario, pero había picos en los que se reunían tambores y flautas. 

Muchos fae bailaban descalzos sobre la hierba húmeda. Otros, lo hacían alrededor de hogueras que se elevaban hasta el cielo. 

Yo observaba todo con una mezcla de asombro y desconcierto. Claro que había oído hablar de Calanmai, y de cómo el Alto Lord de la Corte Primavera entrelazaba con una hembra su cuerpo para renovar la tierra. Toda esa energía, junto con la danza, el frenesí... 

Tenía que admitir que ver Calanmai con mis propios ojos cambiaba mucho la percepción de lo que había oído. Me serví un poco de vino en una copa tallada y no bebí más que un sorbo. Dejé que el calor me relajara, y sonreír sin querer al ver cómo incluso los más graves se dejaban arrastrar, riendo, girando, olvidando por un instante todas esas amenazas de las que nadie era ajeno. Algunas como la que yo mismo había escuchado esa misma mañana. 

A medida que la fiesta iba in crescendo, decidí retirarme poco a poco del gentío. Me moví a un lado, dejando atrás los círculos de danza y tomé la decisión de apoyarme en un árbol robusto. 

Desde ahí tenía total visión de la hoguera principal, la más alta de todas. Sus chispas parecían alcanzar el firmamento. 

El recuerdo de mi sueño volvió a mí: aquella dama de cabellos blancos como la nieve. Sin pensarlo, mi mano fue a juguetear con el broche que colgaba de mi pecho. 

Fue entonces cuando la vi.

Entre la multitud, danzando al compás de la música, una figura llamó mi atención. Su cabello era largo, tan claro que bajo el fuego parecía desprender su propia luz. Acababa de tropezar y caer sobre la hierba, pero sonreía. Llevaba un vestido largo, con rosas dispuestas a lo largo de su cola.   

Se movía con gracia, ligera como una brisa. Sus labios rojos, el brillo de sus ojos, la forma en la que caminaba... ¿hacia mí? ¿Caminaba hacia mí?