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Monsters on Earth

Summary:

La Enciclopedia de las Chicas Monstruo es un libro que describe a chicas monstruo obsesionadas con encontrar marido. En su mundo, están a punto de vencer a sus antiguos enemigos, la Orden de la Diosa Principal. Sin embargo, cuando abren un portal a un nuevo mundo, el nuestro, ¿qué pasará con el suyo? ¿Qué pasará con el nuestro?

Notes:

esto es una traducción todo los créditos de la historia son para MojaveMarshal

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Capítulo 1: Una larga noche

San Francisco, California, Estados Unidos

La patrulla avanzaba despacio por una de las zonas más seguras de San Francisco. La noche estaba tranquila, apenas rota por el murmullo lejano del tráfico y el reflejo intermitente de los semáforos sobre el asfalto húmedo.
Dentro de la patrulla. El agente Mack, con ocho años de experiencia, hablaba con la seguridad de quien ya se sabía de memoria cada código. A su lado estaba Trevor, el novato, que escuchaba con atención.

—… Y ese es el código para un robo a mano armada —terminó Mack, sin apartar la vista de la carretera.

Trevor tragó saliva antes de preguntar, algo nervioso:
—¿eso pasa a menudo aquí?

Mack dejó escapar una risa breve, casi como si la pregunta le pareciera ingenua.
—No, relájate. Este barrio es tranquilo. Créeme, la comisaría nunca mandaría a un novato a los barrios bajos en su primer día.

—Ah, vale… —respondió Trevor con una sonrisa débil, girando la cabeza hacia la ventana. Afuera, las luces de la ciudad pasaban como destellos fugaces
Mack y Trevor iban conversando sobre el partido de los 49ers de esa semana cuando la radio de la patrulla crepitó con una voz firme desde la central
—Posible 261A cerca de la calle Greensboro, cualquier coche disponible, avisen.

Mack no dudó un segundo. Descolgó el auricular y respondió con tono decidido:
—Aquí unidad 12, estamos cerca. Vamos para allá.

Trevor lo miró inquieto mientras las sirenas iluminaban la calle.
—¿Qué es un 261A? —preguntó, intentando sonar tranquilo.

—Intento de violación —contestó Mack con frialdad, como si la palabra ya no le pesara.
El coche giró bruscamente y entró en Greensboro. Mack lo detuvo de golpe junto a la acera y ambos salieron. Con un gesto rápido, señaló el arma de Trevor.
—Sácala.

El novato obedeció, aunque sus manos temblaban.
Entonces lo oyeron.
—¡AYUDA! —un grito desgarrador rompió la calma de la noche.

Los agentes corrieron hacia un callejón cercano. Las sombras parecían cerrarse a su alrededor. Al doblar la esquina, Mack levantó su arma y rugió con voz autoritaria:
—¡QUIETO, CABRÓN! ¡Manos arriba, donde pueda verlas!

Lo que Mack y Trevor vieron al doblar la esquina no era completamente humano. A primera vista, parecía una joven de cuerpo menudo, pero su aspecto era perturbador: llevaba varios cinturones cruzados a modo de top y trapos morados que apenas le cubrían la cintura. Lo realmente aterrador eran sus deformidades: en lugar de brazos tenía alas membranosas, sus piernas estaban cubiertas de un pelaje oscuro que terminaba en garras, y de su cabeza sobresalían un par de orejas enormes, como las de un murciélago.

En el suelo, justo frente a ella, yacía un hombre casi desnudo, temblando de miedo: la aparente víctima. La criatura se giró hacia los policías y chilló con un alarido que heló la sangre, antes de desplegar sus alas y lanzarse al cielo nocturno en un vuelo violento y antinatural.

Mack se quedó boquiabierto, apuntando al aire vacío, mientras Trevor palidecía como un fantasma.
—¡¿QUÉ DEMONIOS FUE ESO?! —gritó Trevor, con la voz quebrada.

Mack no respondió. Nunca había visto algo así en sus ocho años de servicio. Finalmente, respiró hondo y habló con tono urgente:
—Trevor, vamos al coche. Yo llamaré a la comisaría. Tú trae la manta de emergencia para este tipo… ¡Rápido!
Trevor tragó saliva, todavía en shock, y siguió a Mack. Algo dentro de él sabía que aquella iba a ser una noche muy, muy larga.

Mientras tanto, la mujer murciélago se alejaba a zarpazos del viento, furiosa. ¡Esos humanos le habían arruinado la comida! Su chillido de rabia todavía resonaba en los tejados, perdiéndose en la negrura de la ciudad. Lo peor era que ni siquiera tenía claro dónde estaba; aquellas calles eran un laberinto extraño para ella, un territorio desconocido.Pero eso era un problema para después. Ahora, lo único que sentía era el ardor del hambre apretándole las entrañas. Tenía que alimentarse pronto. Tal vez, con un poco de suerte, encontraría a otro hombre despistado en la oscuridad
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Werebat
Hombres bestia con rasgos de murciélago que viven en cuevas y otros lugares oscuros. Se cuelgan boca abajo del techo, en lugares con poca visibilidad, y esperan pacientemente a los viajeros. Cuando una de ellas ve a un hombre que le atrae, un hombre murciélago emerge de la oscuridad, lo derriba y lo monta por la fuerza. Sádico por naturaleza, un hombre murciélago responderá a la resistencia o las súplicas, intensificando la violencia de la violación, mientras sonríe con lascivia y malicia.

Chapter 2: Capítulo 2: Cosas más extrañas

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Acres Green, Colorado, Estados Unidos

Cuatro chicos pedaleaban por el bosque cercano: Michael, Tommy, John y Franklin. Solían atravesar esos senderos para matar el tiempo, jugar y, sobre todo, evitar la escuela y las tareas.
—¡Ojalá pudiéramos encontrar algo por aquí! —se quejó Michael, mientras la bicicleta saltaba sobre las raíces del camino.

—¿Sí, como qué? ¿Pie Grande? ¿Extraterrestres? —replicó Franklin con una media sonrisa—. La probabilidad de que encontremos algo interesante por aquí es inferior al uno por ciento.

—Sí, Franklin, bueno, no tienes que ser un imbécil, ¿vale? Solo decía que sería genial si pudiéramos… —resopló Michael.

—¡Mala palabra! —gritó Tommy de inmediato, con la seriedad del más pequeño del grupo. Con apenas doce años, era el más protegido por sus padres, siempre ajeno a las cosas que los demás ya conocían.

De pronto, John, que iba adelante, clavó los frenos de golpe. Los demás tuvieron que frenar con un chirrido metálico para no chocar contra él.

—¡Oye, John! ¿Cuál es la gran idea? —bufó Michael, molesto.

Pero las palabras se le congelaron en la garganta cuando vio lo mismo que John. Frente a ellos, en medio del claro, había algo… que no debería estar allí.
Un bicornio avanzaba tambaleante por aquel bosque extraño y desconocido. Su imponente cuerpo equino, de pelaje negro como la noche, sostenía un torso de mujer de piel clara y un pecho generoso apenas cubierto por una sencilla prenda. El hambre lo había consumido durante más de una semana, y la debilidad comenzaba a nublarle los sentidos.

Entonces lo percibió: Energía Espiritual… masculina.

Sus fosas nasales se abrieron con un relincho bajo, y sin pensarlo más galopó hacia la fuente. Los árboles se apartaron y, en un claro, apareció la visión: cuatro adolescentes humanos montados en extrañas carretas de dos ruedas. No todos servirían; algunos eran demasiado jóvenes para ofrecerle la vitalidad que necesitaba. Sin embargo, el que iba justo detrás del líder parecía lo bastante maduro para convertirse en un manjar.

El bicornio se relamió los labios, una chispa de deseo brillando en sus ojos fatigados.

Los cuatro chicos se quedaron petrificados al ver a la imponente figura salir del bosque. Un centauro de pelaje negro, sexy y de mirada salvaje, los observaba en silencio. Michael fue el primero en reaccionar; sus ojos brillaban con una mezcla de asombro y triunfo.

—¡Ja! ¡Te lo dije, Franklin! —exclamó, casi saltando de emoción—. ¡Tú dijiste que nunca encontraríamos nada aquí! ¡Y mira… un centauro! ¡Un centauro de verdad!

Pero Franklin no lo escuchaba. Tenía el rostro desencajado, la mirada fija en la criatura. Había algo en su expresión, en esa forma en que lo miraba, que lo llenaba de un miedo inexplicable.

—Michael… —murmuró con la voz quebrada.

Antes de poder detenerlo, Michael soltó la bicicleta y corrió hacia el centauro con el celular en la mano.

—¡Me voy a hacer una selfie con él! —gritó entusiasmado.

—¡Michael, espera! —chilló Franklin, extendiendo la mano hacia su amigo. Pero ya era demasiado tarde.

La bicornio observaba al grupo de chicos mientras discutían, sin comprender del todo su extraño comportamiento. Entonces, uno de ellos gritó con entusiasmo.

No tenía idea de qué significaba aquella palabra, pero lo que realmente la desconcertó fue que ninguno de los humanos mostraba miedo. ¿Por qué no huían? ¿Acaso no entendían lo que era?

El pensamiento se desvaneció cuando un destello le llamó la atención. Bajó la mirada y vio que el chico se acercaba, sosteniendo en sus manos un artefacto desconocido que brillaba con una luz artificial, como si se tratara de magia.

Un gruñido escapó de su garganta. Antes de que pudiera reaccionar, lo tomó con brusquedad por la pechera de la camisa y lo alzó en el aire como si no pesara nada. Michael estaba a punto de alcanzar la fama con esa foto, pero justo cuando iba a compartirla, sintió un tirón en la camisa.

Lo levantaron por encima de la cabeza del poderoso Centauro, quien, con una fuerza descomunal, comenzó a bajarle los pantalones y la ropa interior. A pesar de sus solo 16 años, Michael sabía exactamente lo que estaba pasando; había visto Pornhub varias veces y no tenía dudas sobre las intenciones del Centauro.

John, quien tenía 15 años, también entendió la situación al ver la expresión de terror en el rostro de Michael. Sabía que su amigo no deseaba aquello. Tenían que actuar rápido para detener al Centauro. "¡Vamos, chicos, tenemos que detener al Centauro!", gritó John. Tommy y Franklin, sin dudarlo, se bajaron de sus Bicis y corrieron hacia el Centauro, comenzando a atacarlo con furia. Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano; el Centauro apenas sentía los golpes y estaba demasiado distraída como para preocuparse.

Michael, mientras tanto, observaba impotente cómo el Centauro le bajaba completamente los pantalones, exponiendo su intimidad. En un último intento desesperado, Michael se inclinó hacia adelante y golpeó al Centauro en el ojo con toda la fuerza que pudo reunir.

La bicornio estaba a punto de darse un festín cuando, de repente, ¡el maldito humano le dio un puñetazo directo en el ojo!

—¡AY! —chilló de dolor, cubriéndose el rostro mientras soltaba a su presa sin querer.

El chico cayó al suelo y de inmediato uno de los demás gritó:

—¡CORRAN!

La criatura levantó la vista justo a tiempo para ver a los cuatro montando sus extrañas carretas de dos ruedas y alejándose a toda prisa. Resopló como un caballo furioso, la espuma escapando de sus fauces, y salió disparada detrás de ellos, con los cascos retumbando contra el suelo.

Los chicos pedaleaban desesperados de regreso hacia Acres Greens, pero el galope que resonaba detrás de ellos les erizaba la piel. Franklin se atrevió a mirar hacia atrás y se quedó helado: la criatura los alcanzaba con rapidez, y en sus ojos brillaba un hambre salvaje.

—¡PEDALEEN MÁS RÁPIDO, QUE NOS VA A COMER! —gritó con voz quebrada por el pánico.

El grupo atravesó a toda velocidad los últimos árboles y alcanzó el sendero principal, donde un sonido metálico, largo y profundo, rompió la tensión: una bocina.

—¡Un tren! —exclamó John—. ¡Vamos, está justo adelante!

El rugido de las ruedas sobre los rieles les devolvió la esperanza. Aun así, Michael, jadeando pero con una chispa de osadía, sacó el teléfono de su bolsillo, lo apuntó hacia atrás y comenzó a grabar. La pantalla temblaba con cada movimiento, pero en ella se veía claramente a la monstruosa figura negra del centauro abalanzándose sobre ellos con la furia de una bestia desatada.

La bicornio estaba a punto de alcanzar a los humanos cuando, de pronto, distinguió algo extraño: un par de barras de madera bajaban lentamente a ambos lados del sendero, protegiendo unas líneas de metal que se extendían hasta perderse de vista. Los chicos cruzaron justo a tiempo, pedaleando como si la vida les fuera en ello.

La criatura apretó los dientes y se preparó para embestir las barreras y seguir a su presa cuando, de repente, un coloso metálico rugió ante sus ojos. El estruendo del tren al pasar fue tan ensordecedor que la bicornio se quedó petrificada, incapaz de dar un paso más. El viento caliente y el temblor del suelo la obligaron a retroceder, con el corazón desbocado.

Cuando el monstruo de hierro desapareció en el horizonte, sus presas ya no estaban. La frustración la consumió, pero entendió que esa cacería había terminado. Resopló con rabia y se internó de nuevo en el bosque. Por ahora, se conformaría con fruta… aunque nada podía saciar el vacío que le dejaban los humanos.
Unas horas más tarde, en la habitación de Michael, los chicos estaban reunidos alrededor del ordenador. Michael, aún eufórico, subía la foto y el vídeo de su encuentro con el centauro.

—¡Listo! —exclamó con una sonrisa de oreja a oreja—. ¡Vamos a ser famosos!

La pantalla refrescó y, casi de inmediato, apareció un comentario. Michael lo abrió ansioso, pero lo que leyó le borró la sonrisa.

"¿No te das cuenta de que esto es totalmente falso? Meh, ni me impresiona. Tipos como tú, que publican tonterías así, no son más que retrasados mentales y gilipollas. Hazme un favor y deja de ser el cáncer que plaga YouTube, gracias."

El autor del comentario figuraba únicamente como Invitado. Michael frunció el ceño, chasqueando la lengua.

—Dios mío… qué imbécil —murmuró con rabia contenida.

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Bicornio

Una variante del unicornio que tiene un atractivo pelaje negro y dos cuernos.

Cuando un unicornio tiene relaciones sexuales con una mujer no virgen, o su esposo tiene relaciones sexuales con otra, el hombre porta el maná de esa mujer, por lo que ella se impregna con el maná de la otra mujer junto con la esencia de su esposo al verterlo en ella. Debido a esto, el maná mamono del unicornio, que se había mantenido puro, se mezcla con el maná de otra mujer y se corrompe, transformándose en el maná mamono de un bicornio, y entonces el unicornio termina transformándose en un "bicornio".

Chapter 3: Capítulo 3: La vida en la granja

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Labanon, Misuri, Estados Unidos

Marc Lawson estaba sentado en la cocina de su granja, viendo las noticias de la mañana mientras preparaba el desayuno. Era pleno invierno, y la tierra dormía bajo una fina capa de escarcha, así que no tenía demasiado trabajo que atender. Podía, por una vez, darse el lujo de desayunar con calma.

A sus 27 años, Marc era un hombre corpulento, de tez curtida por el sol y una melena pelirroja que caía en ondas rebeldes sobre su frente. Desde que su abuelo falleció cuatro años atrás, él se había hecho cargo de la granja familiar, entregándose por completo a mantener en pie aquel legado. Disfrutaba del trabajo duro y de la satisfacción que dejaba una jornada bien hecha, aunque en momentos como ese agradecía los pequeños descansos que el invierno le permitía.

Mientras daba la vuelta a unas tortitas en la sartén, la voz del presentador de noticias llenaba el ambiente, hablando de sucesos locales y advertencias meteorológicas. Marc apenas prestaba atención, más pendiente del olor dulce que comenzaba a llenar la cocina.

“El Departamento de Justicia publicó hoy las estadísticas mensuales de delincuencia, y en general la mayoría de los delitos muestran una tendencia a la baja en todo el país. Sin embargo, hay dos excepciones preocupantes: los delitos relacionados con el abuso de opioides y, de manera más desconcertante, los casos de desaparición.

En las últimas dos semanas, las desapariciones han aumentado de forma drástica en varios estados, un repunte tan inusual que el FBI ha iniciado una investigación formal. La única conexión entre las víctimas, hasta ahora, es su perfil: todos son hombres jóvenes, de entre 16 y 30 años. Más allá de eso, no se han encontrado rastros ni patrones claros. Aun así, el Buró asegura estar trabajando activamente para identificar la causa y detener lo que ya muchos consideran una anomalía nacional.”

El presentador hizo una breve pausa, ajustando las hojas frente a él antes de pasar a otro tema, con un cambio repentino de tono:

“En otras noticias, un grupo de adolescentes de Colorado ha publicado un video que está causando sensación en internet. Les tendremos más detalles a las nueve.”

Los anuncios empezaron a sonar en la televisión justo cuando Marc tomó el control remoto y apagó la pantalla. El silencio llenó la cocina, roto solo por el chisporroteo de la sartén aún caliente. Terminó de desayunar en pocos minutos; era hora de ponerse a trabajar.

Ese día no había mucho que hacer en la granja: solo alimentar a los animales y echar un vistazo al estado del suelo. Decidió empezar por lo más pesado. Mejor quitarse lo difícil de encima cuanto antes.

Las gallinas serían las primeras. Con ellas no había complicaciones. Se calzó las botas de trabajo y abrió la puerta principal. El aire fresco de diciembre lo envolvió de golpe, como un balde de agua helada que lo obligó a inspirar hondo. Soltó un suspiro y caminó hacia el cobertizo donde guardaba las provisiones.

Adentro, el olor a polvo y madera impregnaba el lugar. Herramientas apiladas en un rincón, sacos de pienso arrimados a la pared y, en la estantería superior, la caja grande que siempre le incomodaba mover. Marc rebuscó entre todo hasta dar con el cubo de pienso. Lo cargó en un brazo y salió rumbo al gallinero.

El chirrido de la puerta metálica rompió la calma cuando la abrió. Decenas de ojos redondos y brillantes lo miraron desde la penumbra del interior. Las gallinas cacarearon con impaciencia, como si ya supieran que había llegado la hora de comer.

La docena de gallinas, junto con ocho gallos, se apiñaron en el gallinero apenas lo vieron entrar.

—¡Muy bien, chicos, a desayunar! —anunció Marc, volcando un generoso puñado de grano en el suelo.

Las aves corrieron tras él, picoteando y cacareando con entusiasmo.

Marc volvió al cobertizo, dispuesto a encargarse de la siguiente tarea: las vacas. Sacarlas del granero para pastar era siempre un reto; a diferencia de las gallinas, ellas detestaban el frío. A menudo le tocaba empujarlas a fuerza bruta o atraerlas con un cubo de heno fresco.

Sin embargo, al acercarse al granero, algo lo hizo detenerse en seco. La puerta estaba entreabierta. No mucho, apenas lo suficiente para que cualquiera lo pasara por alto. Pero Marc estaba seguro de haberla cerrado la noche anterior.

Un nudo de desconfianza le apretó el estómago. No había viento suficiente para abrirla, y ningún animal del campo podía mover ese cerrojo. Algo, o alguien, había estado allí.

Con pasos contenidos, dio media vuelta y regresó al cobertizo. Sus ojos se alzaron hacia la estantería superior, donde descansaba la caja de madera que casi nunca tocaba. La bajó con cuidado, levantó la tapa y reveló el arma que había sido de su abuelo: una escopeta de dos cañones, aún reluciente bajo el polvo.

Marc tomó algunos cartuchos del cajón metálico que la acompañaba, los deslizó dentro de la recámara y cerró el arma con un chasquido seco que resonó demasiado fuerte en el silencio matinal.

El aire frío de diciembre parecía ahora más pesado, cargado de algo distinto al invierno.

Marc se acercó lentamente a la puerta del granero, la escopeta firmemente apoyada en su hombro. Con un movimiento cauteloso se asomó, los ojos recorriendo cada rincón oscuro.

—¡¿Quién hay?! —gritó con voz firme, aunque sentía un nudo en la garganta.

Un estruendo metálico respondió. Un cubo cayó y rodó hasta golpear la pared del fondo. Marc avanzó a toda prisa y dobló la esquina… solo para detenerse en seco.

Lo que vio lo dejó sin aire.

Sentada en el taburete de ordeño había una mujer joven, de rostro delicado y sorprendentemente hermoso, pero su apariencia era cualquier cosa menos normal. Su cabello, blanco con manchas negras, caía en ondas hasta sus hombros, y de entre él asomaban dos pequeños cuernos curvos. Bajo ellos, unas orejas largas y caídas, como las de una vaca, temblaban con nerviosismo.

No era solo eso. La parte inferior de su cuerpo estaba cubierta de un pelaje moteado, igual que su cabello. Tenía caderas anchas, un rastro de maternidad en su silueta, y una cola bovina que no dejaba de agitarse de un lado a otro. Donde deberían estar sus pies, había pezuñas relucientes.

Marc tragó saliva. Y entonces, lo notó: su blusa abierta dejaba expuestos unos senos descomunales, rebosantes, con gruesos pezones de los que goteaba leche fresca. Un charco blanco se extendía bajo el cubo volcado a sus pies, testimonio del desbordamiento.

—¿Qué… qué eres? —murmuró Marc, temblando, el arma aún firme aunque sus manos sudaban.

La joven alzó la mirada hacia él, los ojos humedecidos por el dolor y la súplica.
—Por favor… —gimió con voz rota, casi un susurro—. Por favor, ayúdame, humano… duele tanto…

Marc entendió de inmediato lo que estaba sucediendo. El miedo aún le erizaba la piel, pero algo en los ojos de aquella criatura le despertó lástima. Inspiró hondo, bajó lentamente la escopeta y dejó escapar un suspiro resignado. Con cautela, recogió el cubo y lo colocó otra vez bajo el taburete.

La cowgirl lo observó con esperanza. Se deslizó hasta ponerse a cuatro patas, y sus pechos pesados se balancearon al hundirse contra el suelo. Marc tragó saliva con nerviosismo; nunca en su vida había visto algo semejante.

Con un movimiento torpe, extendió la mano hacia el pecho más cercano, tibio y palpitante al contacto. Cerró los dedos con cuidado, apretando y tirando con suavidad. La criatura soltó un jadeo, que se transformó en un mugido entrecortado, mientras un chorro blanco golpeaba con fuerza el fondo del cubo.

Marc intentó concentrarse en la tarea, aunque sus mejillas ardían. El sonido del líquido llenando el recipiente se mezclaba con los gemidos y mugidos cada vez más intensos de la joven, cuyo rostro se sonrojaba con cada descarga. Sus orejas colgantes temblaban, y su cola se agitaba sin control, golpeando el aire con un ritmo frenético.

Marc terminó rápidamente, con los pechos ordeñados y el cubo casi lleno. "Listo," susurró, recostándose mientras la chica se arrodillaba frente a él, su respiración profunda haciendo que sus enormes pechos se movieran de manera tentadora. En su rostro, una expresión lasciva y una mirada salvaje en sus ojos, prometiendo placeres inigualables.

"Uhh," comenzó Marc, nervioso. "¿Estás bien?". Antes de que pudiera decir nada más, la chica lo agarró, tirándolo de espaldas con ella encima. Comenzó a besarlo profundamente y apasionadamente, su lengua explorando cada rincón de su boca. Él luchó por quitársela de encima, pero su resistencia se desvanecía con cada segundo que pasaba.

"¡No quiero esto!", intentó gritar, pero sus palabras se perdieron en el beso. Con cada segundo que pasaba, se sentía más atraído por ella, hasta que finalmente se entregó por completo, rendido a sus deseos más primarios.

Decidió darle la vuelta, colocándose encima de ella. Le devolvió el beso con fervor, explorando su boca con su lengua, saboreando cada rincón. Ella lo recibió con excitación, arqueando su cuerpo contra el suyo. Le quitó la camisa, exponiendo su piel caliente y sensible, sus pezones erectos y sus enormes pechos presionaban contra su pecho mientras la abrazaba. Se liberó de sus labios, provocándole un gemido de tristeza, mientras comenzaba a quitarse los vaqueros. La chica, excitada, se quitó rápidamente los pantalones cortos cargo y se abrió de piernas, revelando su coño húmedo y listo para él.

Marc miró su coño con asombro, viendo cómo latía y parecía hambriento. Esto lo excitó aún más, y notó cómo su pene crecía hasta alcanzar 20 centímetros, duro y palpitante. "¡Por favor, humana, métete en mí, te haré sentir de maravilla!". En ese momento, la lógica abandonó por completo la mente de Marc. La embistió con la fuerza de un toro salvaje, y ella gritó de éxtasis con cada golpe. Sus enormes pechos rebotaban con cada movimiento, y sus ojos comenzaron a girar hacia atrás mientras mugía de placer. Su gemido fue tan fuerte que asustó a todas las vacas, haciendo que salieran corriendo. Marc sonrió, pensando que al menos eso había sido resuelto, mientras se agachaba y comenzaba a chupar los pezones de la vaquera. Sorprendentemente, aún le quedaba leche, y su boca se llenó de deliciosa crema. Pronto, su pene comenzó a contraerse, y Marc estaba a punto de retirarse cuando la Cowgirl le rodeó la cintura con las piernas.

"¡Oye, ¿qué haces?! ¡Suéltame!", exclamó, pero ya era demasiado tarde. Un torrente de semen brotó de su pene, fluyendo hacia el coño hambriento de la chica. Ambos gritaron cuando finalmente ella lo soltó, y él salió, con la polla cubierta de semen femenino, sintiendo una satisfacción profunda y primal.

Después de que todo terminó y la calma regresó al granero, Marc se incorporó, se ajustó los pantalones y recogió sus cosas. Al girarse, vio a la chica apoyada contra la pared, con el pecho agitado y una sonrisa cansada en los labios.

—Gracias, humano… —dijo con voz suave— estaba delicioso.

Marc arqueó una ceja, todavía intentando procesar la situación.

—¿Cómo te llamas? —preguntó ella, cubriéndose torpemente con la blusa.

—Marc. ¿Y tú? ¿Qué eres exactamente?

—Molly —respondió—. Soy una Holstaur.

El nombre no le decía nada a Marc. “Debe ser algún tipo de… Cowgirl mítica”, pensó.

—¿Y qué haces aquí, Molly? —preguntó con cautela.

Ella bajó la mirada, como avergonzada.

—Me perdí. Me desperté en un campo cercano y llevaba más de una semana sin ser ordeñada. Era insoportable… así que busqué ayuda. Al final, encontré tu
granero y… bueno, aquí estamos. Pero dime, ¿dónde es ‘aquí’?

—Labanon, Missouri —contestó Marc.

Molly frunció el ceño con desconcierto.

—¿Misuri? ¿Eso es… algún tipo de reino?

Marc negó con la cabeza y soltó un suspiro.

—No, es un estado de Estados Unidos.

—¿Estados… qué? —repitió Molly, ladeando las orejas en confusión.

Marc se pasó una mano por el rostro. Había mucho que explicar. Pero, al verla, supo que ella también tenía historias que contarle.

 

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Holstaur

Una Holstaur suele apretar sus enormes pechos contra su marido como muestra de afecto. Si él responde frotándoselos, se considerará una muestra de afecto y ella estará sumamente complacida. Si presiona sus pechos contra él con más fuerza de lo normal, es señal de que está interesada en aparearse.

Chapter 4: Pesadilla submarina

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Long Island Sound, Nueva York, Estados Unidos

Bob Richards, de 19 años, estaba viviendo uno de los mejores fines de semana de su vida. Él y sus amigos aún disfrutaban de las vacaciones de Navidad de la universidad, cortesía de su padre, quien casualmente era gobernador de Nueva York. Para celebrarlo, habían viajado hasta Long Island y se habían instalado en una lujosa cabaña que el padre de Bob les había prestado.

Las tardes las pasaban haciendo barbacoas en la playa y, a pesar del frío mordaz, a veces se lanzaban al agua helada solo por diversión. Bastaba con volver a la cabaña, encender la chimenea y beber chocolate caliente para sentirse vivos otra vez.
Pero Bob era distinto. Madrugador por naturaleza, era el único que tenía la costumbre de ir a nadar al amanecer, cuando la bruma aún cubría el mar como un velo.

—Vamos, Bob, son las seis de la mañana… ¿de verdad no puedes esperar un poco? —murmuró uno de sus amigos desde la puerta, con los ojos medio cerrados.

Bob se limitó a sonreír, negar con la cabeza y salir corriendo hacia la playa, sintiendo la adrenalina recorrerle el cuerpo. Le gustaba pensar que el frío lo volvía más fuerte. Después de todo, era el campeón regional de natación del verano pasado. Nada lo asustaba en el agua.

O al menos, eso creía.

El aire helado le cortaba la piel mientras corría descalzo sobre la arena húmeda. Una ola se quebró frente a él y la espuma le rozó los tobillos como una advertencia. Bob inhaló profundamente, se lanzó al mar y comenzó a nadar mar adentro, más y más lejos, en busca de ese reto que lo hacía sentir vivo.

Sin embargo, aquel amanecer no sería como los demás.

En las profundidades del océano, últimamente había más movimiento de lo habitual. Criaturas que nunca se habían visto juntas ahora compartían el mismo territorio, como si alguien las hubiera arrancado de su mundo y lanzado al azar en esas aguas.

Entre ellas estaba una Scylla: de cintura para arriba, la figura de una joven hermosa, piel suave, cabello castaño flotando como algas en el agua, pechos firmes de copa generosa; de cintura para abajo, una maraña de tentáculos que se retorcían con fuerza inquietante. Llevaba días nadando sin rumbo, buscando algo que pudiera guiarla.

—Estaba descansando cerca de un Charabis —se murmuraba a sí misma— y, de pronto, cuando desperté… ya nada estaba donde debía.

En ese tiempo había cruzado con Mershark errantes y hasta con un Kraken confuso, pero ninguno tenía respuestas.

Al doblar un afloramiento rocoso, vio a otra figura: una Obispo Marino. De cintura para arriba, una sacerdotisa de serena belleza, con cabello plateado que brillaba en la penumbra azul; de cintura para abajo, una cola de pez azul intenso. Sus ojos transmitían calma, aunque en ellos también habitaba la confusión.

—¿Qué tal? —preguntó la Obispo Marino con voz serena—. ¿Has visto algún asentamiento marino cerca? Estoy perdida.

—No —respondió la Escila con sinceridad, agitando sus tentáculos—. Estoy tan perdida como tú. Me desperté en un rincón del océano hace unos días… Parece que nadie sabe dónde estamos.

La Obispo Marino suspiró y miró a su alrededor. La oscuridad marina no ofrecía ninguna pista. Pero entonces se detuvo: a lo lejos, vio una figura humana nadando, alejándose de la playa cercana.

—Si no encontramos un asentamiento aquí abajo, quizás deberíamos fundar uno nuevo en esta costa… —comentó con un tono juguetón—. Seguro que hay muchos hombres atractivos nadando por aquí. Como ese, por ejemplo.

Señaló con una sonrisa al joven que avanzaba con brazadas firmes, ajeno a los ojos que lo observaban desde las profundidades.

—No soy de las que buscan marido… pero tú pareces estar necesitada de compañía —añadió, casi en broma.

La Scylla mostró una sonrisa amplia, demasiado amplia, revelando colmillos que contrastaban con su rostro angelical. La caza despertaba en ella un hambre
olvidada.

Con un chasquido húmedo de tentáculos, se lanzó hacia el hombre a la velocidad del rayo, y la Obispo Marino, divertida y curiosa, la siguió de cerca.

Bob sentía la corriente gélida rozar su piel mientras nadaba cada vez más lejos de la orilla. El mar azul parecía no tener fin, y su respiración empezaba a hacerse más pesada. Decidió detenerse, mantenerse a flote con brazadas pausadas, y dejar que las olas lo balancearan.

Fue entonces cuando algo viscoso se deslizó por su pierna. “Algas”, pensó, intentando apartarlas con un manotazo. Pero aquello no cedió. Al contrario, el agarre se cerró con fuerza, tan firme como una soga.

Antes de que pudiera reaccionar, una sacudida brutal lo arrastró bajo la superficie. El agua helada le golpeó el rostro, se le metió en la nariz y la garganta, robándole el aire. Intentó gritar, pero solo salieron burbujas. La presión lo envolvía, aplastándole los pulmones mientras descendía en espiral hacia la oscuridad.
En medio de su desesperación, algo imposible sucedió: escuchó una voz. Clara, femenina, como si el océano mismo hablara en su cabeza.

—¡Rápido, comienza el ritual! —ordenó con firmeza.

De inmediato, otra voz respondió. Era dulce, melódica, pero hablaba en un idioma que Bob no comprendía. Cada sílaba vibraba en sus huesos, como un canto antiguo que lo mantenía suspendido entre el miedo y una extraña fascinación.

Bob abrió los ojos, y el corazón se le detuvo en el pecho.

Frente a él flotaban dos figuras imposibles. A primera vista parecían mujeres jóvenes, bellas hasta lo irreal: piel tersa, cabellos flotando en el agua como coronas vivientes, rostros de un atractivo sobrenatural. Pero abajo, la ilusión se quebraba. Una de ellas no tenía piernas, sino una maraña de tentáculos que se retorcían y palpaban con hambre. La otra mostraba una cola de pez azul brillante, escamas que reflejaban destellos plateados bajo el tenue sol que se filtraba desde la superficie.

Bob no sabía si estaba soñando… o si había sido arrastrado a una pesadilla que el océano había guardado para él.
La mujer con cola de pez sostenía una placa de piedra que brillaba con una luz misteriosa, mientras que la otra rodeaba a Bob con sus tentáculos, quitándole el bañador con movimientos precisos y sensuales.

— ¡Qué haces! ¡BASTA! —pensó Bob mientras intentaba apartar al monstruo de encima, pero fue en vano. Rápidamente, ella envolvió sus tentáculos alrededor de sus brazos y piernas, inmovilizándolo por completo.

Para entonces, ya había expuesto su pene, que comenzó a endurecerse a pesar de su miedo. La criatura acercó su boca y lentamente comenzó a succionarlo con fuerza, su lengua explorando cada rincón sensible.

— ¡Para, por favor, para! ¡No quiero esto! —pensó mientras perdía el conocimiento lentamente por la falta de oxígeno. Mientras tanto, la otra había terminado su canto y una luz brillante envolvió a Bob. ¡De repente, pudo respirar de nuevo! Seguía gritando, pero esta vez los monstruos lo oyeron.

— ¡No te preocupes, mi dulce esposo! ¡Pronto el ritual estará completo y seremos felices juntos para siempre! —dijo alegremente el monstruo de tentáculos mientras seguía chupándolo con una habilidad que lo dejó sin aliento. Bob sintió que estaba a punto de estallar, pero quería que parara.

— ¡Para, por favor, suéltame! —gritó, pero ya era demasiado tarde. Roció su semen en la boca del monstruo y ella se lo tragó todo, terminando con una sonrisa de satisfacción.

— ¡Tienes un semen delicioso, esposo! ¡Pero ahora es el momento del evento principal! — susurró la criatura, sus ojos brillando con una lujuria insaciable.

Bob lloraba, gritaba y se retorcía como un loco, su desesperación era palpable. la Obispo Marino los miraba con preocupación. Había oficiado muchas uniones entre monstruos y humanos, pero nunca había visto a un hombre tan desesperado por escapar. Nunca había visto a un hombre romper a llorar y rogarle al Mamono que lo acompañaba que lo liberara.

— Oye, quizá deberíamos ir con calma —sugirió la Obispo Marino mientras la Scylla comenzaba a montar a su marido. Pero la Escila no escuchó, aunque Bob sí lo hizo.

— ¡Señora, por favor! ¡Sálvame, por favor! ¡Quiero ir a casa! ¡Quiero a mi mamá y a mi papá! ¡SÁLVAME, POR FAVOR! —gritó con todas sus fuerzas.

— ¡Oh, cállate, marido! ¡Te encantará, confía en mí! —respondió la Scylla con una sonrisa maliciosa. Se bajó la blusa, dejando al descubierto sus pechos grandes y firmes. Empezó a frotarle los pechos por toda la cara, disfrutando de su propio placer. Bob, a pesar de su resistencia, sentía cómo su cuerpo respondía a las caricias. Pero entonces, en un arrebato de desesperación, le mordió un pecho.

— ¡Ay! ¡Bastardo! —exclamó la Scylla, sus ojos brillando de ira. Lo rodeó con sus tentáculos y comenzó a montarlo salvajemente, sus movimientos eran rápidos y brutales. Bob gritaba de dolor, tanto por los tentáculos que lo sujetaban como por la extrema estrechez de su coño, que le estaba aplastando la polla. No pudo contenerse más y derramó su semen en su vagina, un gemido de agonía escapando de sus labios.

Bob había dejado de llorar y sacudía la cabeza, gimiendo de dolor y desesperación. El monstruo suspiró y le susurró al oído: — No te preocupes, esposo mío, el ritual ha terminado. Busquemos un lugar privado y continuemos allí. Aún no te acostumbras, pero con el tiempo me llamarás tu esposa. ¡Busquemos un lugar tranquilo y déjame embarazada, ¿de acuerdo? —

La Scylla arrastró a Bob Richards hacia las profundidades del océano oscuro, dejando atrás a la Obispa Marina. Ella permaneció inmóvil durante unos instantes, con el corazón encogido. Lo que acababa de presenciar la había enfermado de vergüenza.
El Señor Demonio nunca había dicho que los Mamono debían quebrantar a los hombres para doblegarlos. No, su palabra era clara: debían apreciarlos, amarlos… y a cambio, ellos las amarían. Pero aquel joven solo lloró, solo gritó, implorando a la Escila que lo dejara marchar. ¡Quería huir, quería volver a su hogar, quería a sus padres!

La Obispa cerró los ojos con un nudo en el alma. Ese no era un vínculo, era una condena. Y en su pecho, por primera vez en siglos, germinó la duda. Con un lento movimiento de sus aletas, comenzó a nadar hacia la oscuridad, lejos del ritual, con la vergüenza y el peso de una verdad que no podía ignorar.
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Scylla

A pesar de su carácter audaz, son inseguras y ansiosas de afecto. Aman tanto a los hombres que se sienten incómodas a menos que estén aferradas a uno. Su corazón está tranquilo y se sienten más felices cuando están estrechamente unidas a un hombre, por lo que siempre tienen sus tentáculos húmedos recorriendo su cuerpo como si imploraran afecto. Después de sentir placer por todo su cuerpo, el hombre recupera su vitalidad, y entonces la escila reanuda el sexo para unir su cuerpo más profundamente al del hombre.

Chapter 5: Nuevas zonas de alimentación

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Contrario al mensaje de paz y amor que Royal Makai solía representar, la realidad mostraba un reino sombrío y decadente. Cuando la mayoría de los hombres del mundo pensaban en Royal Makai, no imaginaban los cielos teñidos de rojo ni los valles perpetuamente envueltos en bruma. En sus mentes aparecía un paraíso de placer, un país de belleza, lujuria y libertad sin límites.

La verdad era otra. Las calles de las ciudades estaban vacías, los edificios corroídos por la humedad y el tiempo, desmoronándose tras años de abandono. No había tiendas que ofrecieran los codiciados pasteles de Prisoner Fruit, ni cafés atendidos por jóvenes sirvientas. En su lugar, solo reinaba el silencio. La gente rara vez salía de sus casas, ocupada en un ciclo interminable de deseo y unión carnal. El reino se había convertido en un escenario de ciudades fantasma donde la vida cotidiana había muerto, reemplazada por una obsesión perpetua.

Más allá de esos poblados silenciosos, tras colinas y bosques espesos, se erguía un castillo inmenso. De más de veinticinco pisos de altura, construido con bloques de piedra púrpura que parecían absorber la luz, la fortaleza dominaba el horizonte como un recordatorio de quién gobernaba allí. Los estandartes del Señor Demonio ondeaban en cada almena, negros y rojos, con un aire opresivo que recordaba a los símbolos de los regímenes más oscuros de la historia humana.

Ese era el corazón de Royal Makai: el trono del actual Señor Demonio, el enemigo implacable de la Orden y la deidad viviente de los Mamono. Desde allí se extendía la sombra de su voluntad, envolviendo al mundo en un destino del que ya no parecía haber retorno.

Pero el Señor Demonio no era el foco aquí. Mientras ella continuaba con la procreación junto a su esposo en un vano intento por obtener más poder mágico, en otra parte del castillo otra historia se gestaba.

En una cámara apartada, una joven Mamono estaba sentada tras un enorme escritorio de caoba, absorta en un libro de aspecto antiguo. Su habitación era elegante, aunque inusualmente sobria para los estándares de Royal Makai. Cortinas de seda aguamarina cubrían la amplia ventana, bloqueando la vista del cielo carmesí que reinaba afuera. En una esquina, una gran estantería se alzaba llena de volúmenes extraños: no eran cuentos ni tratados comunes, sino grimorios de magia prohibida, con cubiertas que parecían palpitar bajo la luz.

Cerca del muro opuesto descansaba una cama majestuosa, con figuras femeninas talladas en sus postes. Pero a diferencia de la mayoría de los lechos del castillo —y en realidad de todo Royal Makai— esa cama jamás había sido mancillada por la lujuria. Estaba intacta, esperando, como si el tiempo se hubiera detenido alrededor de ella.

Finalmente, frente a la joven ardía una gran chimenea. Sin embargo, no era una llama roja la que iluminaba la estancia, sino un fuego violeta, espectral y silencioso, que proyectaba sombras imposibles en las paredes.

En cuanto a la mujer misma, su apariencia era particular y magnética. Su cabello, blanco hueso, caía como un río brillante hasta sus caderas bien formadas. Sus ojos, de un morado profundo con iris encendidos en rojo, parecían contener secretos insondables. De su cabeza emergía un par de cuernos curvados, semejantes a los de un borrego cimarrón, dándole una presencia tan regia como inquietante.

Su cuerpo era el arquetipo mismo del Mamono: voluptuoso, irresistible. Un busto firme de copa D, caderas anchas y un trasero generoso que hablaba tanto de sensualidad como de poder. En su espalda se desplegaban un par de alas oscuras, membranosas, de murciélago; y en su cadera danzaba una cola delgada y demoníaca que parecía moverse al compás de su respiración.

Pero ella no era humana, ni una simple súbdita del Señor Demonio. Era una Lilim, la duodécima hija nacida del linaje gobernante. Su nombre: Luxure. Y a diferencia de sus hermanas, no buscaba conquistar, no ansiaba levantar un reino sobre ruinas, ni librar guerras contra la Orden. Su meta era otra, casi impensable para su estirpe: evitar que los Mamono se consumieran en su propia voracidad, salvarlos de la autodestrucción.

El poder de Luxure era inmenso, incluso para los estándares de su sangre. Como cualquier Mamono, podía percibir la Energía Espiritual a su alrededor; pero ella había nacido con un don singular y cruel: podía percibir todas las concentraciones de energía espiritual del mundo. Cada hombre, cada niño, cada ser portador de esa chispa podía ser olfateado y sentido por ella sin barreras ni límites.

De joven, ese poder fue una condena. Su cuerpo colapsaba bajo la sobrecarga, presa de orgasmos incontrolables que podían prolongarse por horas. Mientras sus hermanas la llamaban “afortunada”, Luxure no tardó en detestar aquello que para ellas era motivo de envidia. Porque su don, lejos de ser un regalo, era una cadena.

Sin embargo, aquel don que tanto la había atormentado tenía su utilidad, especialmente en la empresa que ahora ocupaba todo su ser. Con los años, al aprender a controlar su sensibilidad, comenzó a notar un cambio inquietante. La Energía Espiritual en el mundo disminuía. Año tras año, lo percibía con mayor claridad: lo que en su juventud era un río inagotable, se había reducido a un arroyo cada vez más débil.

Al principio pensó que era un fenómeno pasajero. Se convenció de que la población masculina humana volvería a crecer, de que su percepción estaba nublada. Pero eso fue hace ya cien años. Y hoy, la realidad era innegable: la cantidad de Energía Espiritual en el mundo se había reducido a la mitad de lo que alguna vez fue.

Luxure conocía la causa. No era obra de la Orden, ni del Dios al que servían, sino de los propios Mamono. De su voracidad, de su egoísmo, de su incapacidad para detener el ciclo que consumía a los hombres más rápido de lo que podían nacer. Era una tragedia silenciosa, invisible para todos salvo para ella.

Su madre, el Señor Demonio, también lo sabía. Y en respuesta había comenzado a reunir energía mágica con el fin de lanzar un hechizo imposible: alterar las leyes de la creación para que los Mamono pudieran dar a luz no solo a hijas, sino también a hijos. Humanos o Mamono, daba igual; lo importante era restaurar el equilibrio.

Pero Luxure comprendía que aquello era un sueño demasiado lento. Para cuando su madre reuniera la energía suficiente, ya sería demasiado tarde. Cada día contaba, y cada día el mundo perdía más hombres.

Lo peor de todo era que sus hermanas no ayudaban en absoluto. De hecho, muchas aceleraban la ruina, cegadas por la promesa de reinos propios y ejércitos de amantes esclavizados. Y ninguna era tan peligrosa como Druella, cuyo frenesí expansionista no hacía más que multiplicar la tragedia.

Luxure, sola entre todas las hijas del Señor Demonio, veía lo inevitable. Y estaba dispuesta a cargar con el peso de salvar tanto a Mamono como a los hombres, incluso si eso significaba enfrentarse a su propia sangre.

Sin embargo, un día, mientras buscaba una solución a aquel dilema que la consumía, llegó a sus oídos un rumor extraño: una colonia de Hormigas Gigantes había hallado algo enterrado en lo más profundo de la tierra. Intrigada, Luxure partió de inmediato. Para cuando llegó, las criaturas ya habían desenterrado por completo el objeto: una nave metálica de aspecto imposible, con palabras extrañas grabadas en uno de sus costados.

“Little Red Bus”, decía la inscripción, incomprensible para cualquiera de los presentes. Luxure nunca había visto nada igual; ni siquiera su madre, cuando la nave fue trasladada al castillo, pudo reconocerla. Lo que sí estaba claro era que no era obra de Mamono, ni tampoco de la Orden.

En el interior se hallaban los restos de dos “pilotos”, como los llamaba un libro encontrado entre los escombros. Aquella reliquia fue enviada a la biblioteca del castillo, y desde entonces se había convertido en la obsesión de Luxure. El supuesto diario pertenecía a una mujer humana llamada Amelia Earhart.

Al principio, Luxure pensó que se trataba de fantasías, pero cuanto más leía, más comprendía que hablaba de otro mundo. Un mundo sin Mamono. Un mundo que, sin embargo, parecía rebosar de conflictos y maravillas propios: mencionaba algo llamado Juegos Olímpicos, hablaba de guerras, elecciones presidenciales y nombres de líderes extraños: Franklin Roosevelt, Adolf Hitler, Joseph Stalin. Palabras y figuras sin valor para el Señor Demonio, inútiles a ojos de sus hermanas… pero para Luxure eran la prueba viviente de que existía una realidad paralela.

Cuando presentó sus hallazgos, su madre apenas mostró interés, y sus hermanas se rieron de ella. “Perder el tiempo con cadáveres y papeles polvorientos” la llamaron. “Deberías estar buscando marido, no encerrada entre libros como una vieja bruja.”

Pero Luxure sabía que aquello no era un simple capricho. Ese descubrimiento podía ser la clave. Amelia Earhart había cruzado mundos. Y si una humana podía hacerlo, entonces quizás existía un camino para salvar al suyo.

Luxure cerró el diario con un suspiro contenido. Hoy no sería un día más de estudio; había pasado tres meses enteros sumergida en esas páginas, descifrando símbolos y teorías. Hoy, por fin, sería un día de resultados.

Si aquella nave pudo atravesar los cielos y llegar a su mundo, entonces ella también podría viajar al suyo. Y si lo lograba, no solo abriría nuevas tierras de alimentación para los Mamono, sino que también ganaría un tiempo precioso para que su madre culminara el hechizo.

La última anotación en el diario hablaba de una tormenta eléctrica: la clave, el portal, el pase hacia ese nuevo mundo. Y el destino parecía estar de su lado, porque esa misma noche, una gran tormenta se alzaría sobre el castillo.

Luxure apretó los puños, decidida.
—Hoy es el día… mi oportunidad.

Una hora después, la tormenta había estallado con furia. La lluvia caía a cántaros, tamborileando sobre las almenas del castillo, mientras Luxure ascendía a la torre más alta. Desde allí, el valle se extendía como un mar oscuro y brumoso, pero la vista ya no le importaba.

El día anterior había preparado todo: una varilla de acero en lo alto para atraer la descarga, y en su memoria los complicados encantamientos de teletransportación y desplazamiento temporal. Sabía que el portal solo duraría un instante fugaz, menos que un parpadeo, y debía sostenerlo lo suficiente para enviar a los Mamono a explorar aquel nuevo mundo.

El trueno rugió como un aviso, y entonces el rayo cayó con violencia sobre la varilla. La torre entera vibró. Luxure no perdió ni un segundo: entonó el hechizo temporal, congelando el instante justo en que la energía se derramaba. Ante ella, el aire se desgarró, y un resplandor se abrió como una herida luminosa en la realidad.

¡El portal! ¡Había funcionado!

Pero en cuanto se materializó, una oleada descomunal de Energía Espiritual brotó del otro lado y la golpeó de lleno. La intensidad fue tan brutal que la lanzó al suelo, jadeante, temblando en un trance de placer descontrolado. Su cuerpo, incapaz de contenerlo, se retorció bajo aquella avalancha de poder.

Solo una hora después, agotada pero con los ojos encendidos de euforia, logró incorporarse. Lo había sentido con claridad: al otro lado había miles de millones de hombres. Un océano inagotable de energía vital, suficiente para que las Mamono prosperaran durante milenios.

Con renovada determinación, inició la siguiente etapa. Uno tras otro, los círculos de invocación se encendieron a su alrededor, y en cuestión de una hora el mundo humano comenzaba a recibir a sus primeras visitantes: desde sinuosas Flow Kelps hasta colosales Gusanos de Arena. El plan había comenzado.

Sin embargo, Luxure pronto empezó a cansarse, invocando cientos de criaturas mientras mantenía una burbuja de tiempo que drenaba a una persona. ¡Pero esto demostró que su teoría era un éxito! Nadie la había creído, excepto su madre, pero este sería su reino y sus hermanas se lo perderían. Solo necesitaba una forma más eficiente de traer monstruos a este nuevo mundo. Una vez que Luxure lo descubriera, este nuevo mundo sería suyo. Quizás finalmente conseguiría un esposo, o seis.

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Lilim

Poseen el mayor poder de todas las súcubos, pero incluso si no usan su poder para hechizos de encanto, casi todos los hombres se convertirían en sus prisioneros con solo vislumbrar su rostro. Incluso sin usar palabras de tentación, los hombres se excitan al verlas y se consumen en una lujuria total. Si tientan a un hombre, incluso sin magia, no es necesario usar fuerza alguna. Los hombres mismos darán un paso al frente y ofrecerán sus cuerpos, deseando ser arrebatados por ellas. Se dice que incluso si un hombre hechizado por ellas hubiera sido un devoto seguidor del Dios Supremo que odiaba a los monstruos solo momentos antes, a partir de entonces ansiaría el placer diabólico que pueden ofrecer.

Chapter 6: Un descubrimiento inesperado

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Washington D. C., Estados Unidos.

El número 935 de la Avenida Pensilvania no llamaba la atención a primera vista. Solo otro edificio bajo, oculto entre las tantas estructuras impersonales que conformaban el Distrito de Columbia. Sin embargo, este lugar albergaba a una de las instituciones más temidas y respetadas del país: la sede del Buró Federal de Investigaciones.

El FBI había resuelto casos imposibles, rastreado criminales que parecían fantasmas y desenredado conspiraciones que desafiaban toda lógica. Pero el misterio que acababa de llegar a sus puertas no se parecía a nada de lo registrado en sus archivos.

En una oficina particular, un hombre reposaba detrás de un amplio escritorio de madera oscura. La luz del atardecer bañaba la estancia, tiñendo de tonos ámbar las paredes grises y austeras. Frente a la ventana se erguía una pared de vidrio que dejaba entrever el ajetreo de otras oficinas, un recordatorio constante de que incluso en la calma de un despacho, la maquinaria del FBI nunca se detenía.

Retratos enmarcados colgaban en silencio, entre ellos uno de J. Edgar Hoover, cuya mirada severa parecía vigilar todavía desde el pasado.

El hombre en la oficina rondaba los treinta y cinco años. Su cabello castaño claro, perfectamente peinado, contrastaba con el traje negro y la corbata azul que vestía. De pie frente a un proyector, observaba desfilar una serie de imágenes en la pantalla: rostros de hombres jóvenes, todos desaparecidos en el último mes.

Él, junto a un grupo reducido de agentes, había sido asignado para investigar lo que ya se conocía dentro del FBI como la gran desaparición. Cientos de hombres extraviados en cuestión de semanas, sin testigos confiables, sin huellas dactilares, sin sospechosos. Nada. Solo un mar de víctimas y una declaración en San Francisco de un hombre que afirmaba haber sido atacado por una “mujer murciélago”.

La situación se volvió más grave la semana anterior, cuando Michael Richards, hijo del gobernador de Nueva York, desapareció durante un campamento en Long Island. La presión política crecía con cada hora que pasaba sin respuestas.

Mientras revisaba las imágenes, una voz surgió del pequeño comunicador sobre su escritorio:

—Entonces, Miller, ¿qué opinas de esto?

El agente apretó los puños y replicó con frustración:

—¡Que todavía no sabemos nada! ¡Eso es lo que sé! —su voz resonó por el poli comunicador—. ¡Sin pistas, sin motivo! ¡Casi mil víctimas y seguimos en la oscuridad!

Hubo un silencio breve, hasta que otra voz intervino con cautela:

—Bueno, señor… no quisiera interrumpir su discurso, pero acaba de surgir algo. La Institución Correccional Kirkland, en Carolina del Sur, ha solicitado que
enviemos a alguien. Han desaparecido más de una docena de reclusos.

Los ojos de Miller brillaron de inmediato. Antes de unirse al FBI, había trabajado como policía en Carolina del Sur y había contribuido personalmente a encerrar a varios de esos criminales en Kirkland.

—Voy a investigarlo —dijo con decisión—. Tengo viejos conocidos en la institución.

Tras un breve intercambio de asentimientos en la línea, la comunicación se cortó. Miller se levantó, tomó su abrigo y se dirigió hacia la salida.

No lo sabía aún, pero aquel viaje no solo pondría a prueba todo lo que creía comprender del mundo… sino que también marcaría el inicio de un conflicto que podría cambiar el destino de Estados Unidos, y del planeta entero.

Un día después, Miller esperaba en el puesto de control de la Institución Correccional Kirkland. Detuvo su coche frente al guardia, mostró su placa y recibió una breve señal de aprobación. El portón se abrió lentamente con un chirrido metálico, y el agente condujo hasta el aparcamiento.

Justo en ese momento, un hombre corpulento salía del edificio principal, flanqueado por dos guardias. Llevaba gafas oscuras, la cabeza rapada con una calva bien marcada y una dona en la mano.

—¡Miller! ¡Qué tal, viejo amigo! —gritó con una sonrisa que no alcanzaba a ocultar la tensión en su rostro.

Miller bajó del coche, con una expresión entre cansancio y desconfianza.
—Estoy bien, Fergus. Vine porque mencionaste la desaparición de tus “invitados”.

La sonrisa de Fergus se desvaneció de inmediato. Le tomó del brazo con fuerza y lo arrastró hacia el interior de la prisión. Mientras avanzaban por el pasillo, su tono se volvió grave.

—Empezó hace una semana. Un recluso desapareció de su celda. Al principio pensamos en una fuga, pero los presos juraron haber escuchado algo arrastrándose por las rejillas de ventilación. Los de enfrente dicen que vieron… un bicho gigante dentro de la celda.

El eco de sus pasos resonaba en el pasillo mientras Fergus continuaba:
—Desde entonces, cada noche perdemos a uno, a veces dos. Doblamos la guardia nocturna, pero nada cambió. Y hace dos días… —tragó saliva— uno de mis hombres desapareció. Fue entonces cuando pedimos ayuda.

Miller lo escuchaba en silencio, apretando la mandíbula. Primero “mujer murciélago”, ahora “bichos gigantes”. ¿Qué sigue… chicas tiburones?, pensó con sarcasmo.

—¿Y las grabaciones? —preguntó al llegar a la oficina.

Fergus golpeó el escritorio con frustración al dejarse caer en su silla.
—¡Lo intentamos! Cámaras en cada pasillo, cada celda vigilada… pero no vemos nada. Sea lo que sea, no se mueve como debería. Esquiva los pasillos. Tal vez use los respiraderos, como dicen los reclusos.

Miller se cruzó de brazos, estudiando los informes apilados en la mesa.
—Quizá debería patrullar esta noche. Veré lo que tus hombres no han podido.

Fergus se encogió de hombros, derrotado.
—Adelante. Solo te diré esto: necesitarás más que suerte.

Miller no lo sabía aún, pero aquella noche no se toparía con la suerte… sino con algo mucho peor.

Al otro lado de la prisión, el conserje descendía trabajosamente las escaleras que llevaban al sótano. Refunfuñaba en voz baja: desde que comenzaron las desapariciones, los reclusos estaban consumiendo artículos de aseo a un ritmo absurdo, como si el miedo les hiciera gastar compulsivamente todo lo que tenían a mano. Hoy, para su desgracia, se había agotado hasta el papel higiénico del armario del segundo piso, obligándolo a bajar a la parte más oscura y olvidada del complejo.

Odiaba el sótano. Siempre lo había hecho. Era frío, húmedo, con un hedor a moho que se pegaba en la ropa. Y, en las últimas semanas, los rumores de ruidos extraños lo volvían aún más inquietante.

Llegó frente a las puertas dobles de metal y, tras un resoplido, las empujó. El chirrido oxidado retumbó por todo el pasillo. Encendió las luces fluorescentes con un clic nervioso.

La sangre se le heló.

Las paredes no estaban vacías. Estaban cubiertas de seres imposibles: criaturas a medio camino entre una cucaracha y una mujer. Sus cuerpos femeninos, desnudos y voluptuosos, estaban fusionados con extremidades quitinosas, alas brillantes como obsidianas y antenas que se agitaban al compás de su respiración.

Los rincones estaban abarrotados de ellas, moviéndose, gimiendo. Entre sus piernas, prisioneros eran montados como muñecos de carne, sus gritos ahogados por jadeos lascivos. La pestilencia del sudor, el sexo y el insecto llenaba el aire.

Cuando las luces se encendieron por completo, todas las criaturas detuvieron su festín. Cientos de cabezas se giraron al unísono para mirar al conserje. Algunas se torcieron de forma antinatural, girando el cuello hasta ciento ochenta grados, como muñecas rotas.

Y entonces sonrieron. Sonrisas abiertas, húmedas, rebosantes de lujuria antinatural.

El conserje nunca alcanzó a gritar. Una docena de cuerpos lo sepultó de inmediato, desgarrando su ropa mientras lo arrastraban al rincón más profundo del sótano.

Los Insectos Diabólicos notaron entonces la puerta abierta de par en par. Un olor penetrante, intenso, invadió sus antenas: cientos de hombres al otro lado. Antes, solo las más agudas podían detectar rastros de energía espiritual tras las gruesas paredes de la prisión. Pero ahora, con las puertas abiertas, el aroma era tan denso que las enloqueció.

La multitud rugió en un coro de chillidos guturales y lascivos. Una tras otra, las criaturas comenzaron a abandonar el sótano, como una ola oscura y palpitante que se derramaba por los pasillos.

Cada insecto femenino avanzaba con pasos inquietantes, sus cuerpos desnudos balanceándose con lujuria, las alas vibrando con ansiedad. Sus ojos brillaban con hambre, no de carne, sino de semilla.

Un frenesí reproductivo estaba a punto de comenzar. Los reclusos, los guardias, incluso cualquiera en las inmediaciones de Kirkland… todos se convertirían en presas para la prole de estas criaturas. Y nada en el complejo carcelario estaba preparado para contener lo que estaba a punto de desatarse.

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Devil Bug

Aunque son lo suficientemente inteligentes como para usar el lenguaje, son casi completamente irracionales, y su comportamiento está dirigido por instintos como el hambre y la lujuria. Lo único que les preocupa es comer o tener relaciones sexuales con un hombre humano. Pueden percibir el olor y la esencia de los hombres humanos , y su cuerpo siempre arde con el deseo de aparearse. Se arrastran con entusiasmo buscando hombres humanos.

En cuanto ven a un hombre, sus ojos se fijan solo en él. Su cuerpo, enrojecido, estará más que listo, así que se lanzarán rápidamente hacia un hombre, lo atacarán e intentarán copular con él lo antes posible.

Chapter 7: Confinamiento

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Rob Mackerel estaba sentado en su celda de la Institución Correccional Kirkland, con la mirada fija en el pasillo desierto. Era un hombre delgado, de cabello rubio claro y un rostro pálido enmarcado por una perilla descuidada. Como todos los demás reclusos, vivía con miedo: miedo a que el monstruo que acechaba la prisión lo atrapara en cualquier momento.

Durante la última semana, aquella cosa había sembrado el terror, llevándose presos y guardias por igual. Nadie sabía con certeza qué hacía con ellos, aunque lo más lógico era pensar que los devoraba. El alcaide había reforzado la seguridad, pero de poco parecía servir.

Rob trataba de distraerse esperando al conserje, que había prometido traer más papel higiénico. Ya debería haber regresado. Fue entonces cuando escuchó un ruido extraño: un estruendo rítmico, como una estampida lejana. Los demás presos también lo percibieron; pronto, decenas de cabezas se asomaron entre los barrotes.

El sonido creció hasta convertirse en un rugido ensordecedor. Y entonces ocurrió: una horda descomunal de criaturas, semejantes a cucarachas gigantes, irrumpió en el pasillo. Los prisioneros estallaron en gritos de pánico justo cuando los guardias acudieron corriendo a investigar. Apenas tuvieron tiempo de alzar sus armas antes de ser engullidos por la ola de insectos, que los sepultó en cuestión de segundos.

Rob se pegó a la pared del fondo de su celda mientras media docena de insectos se colaban por los barrotes. Fue entonces cuando Rob notó que no eran exactamente cucarachas: aunque tenían brazos, piernas y alas de cucaracha, tenían torso y cabeza de mujer. Las partes humanas de la criatura eran bastante hermosas, con una figura bastante voluptuosa, además. Rob casi olvidó que no eran humanas cuando la criatura cargó contra él. No pudo gritar antes de ser enterrado por los monstruos. Pero no fue devorado; pudo ver a las criaturas arrancándole la ropa hasta dejarlo completamente desnudo. Una de las criaturas se subió a su entrepierna y le mostró su vagina humana. Era prácticamente una cascada de jugos femeninos; fuera lo que fuera esta criatura, estaba extremadamente feliz de ver su pene, que para entonces ya estaba completamente erecto. Golpeó su vagina contra su miembro y comenzó a cabalgarlo salvajemente, con solo lujuria en su rostro. La siguiente se arrastró hasta su cara y le mostró su impresionante trasero. Sus nalgas se posaron sobre su rostro mientras la criatura comenzaba a menearse. Las dos siguientes agarraron un brazo y le pusieron las manos encima de sus grandes y esponjosos pechos. Las dos últimas miraban ansiosas, esperando su turno.

Rob oía los gemidos de docenas de hombres, probablemente sufriendo la misma suerte que él. Mientras todo esto ocurría, notó que las criaturas hablaban. Todas decían lo mismo: "Marido, marido, marido". La que montaba su polla estaba a punto de hacerlo correrse, así que obedeció, descargando una descarga masiva de semen en su coño húmedo. La criatura gritó de alegría al retirarse rápidamente de su pene endurecido. Entonces, la que estaba en su cara se levantó y prácticamente se abalanzó sobre su entrepierna, hundiendo de nuevo su polla en su coño. La que estaba a su derecha, a quien había estado manoseando, se subió a su cara y comenzó a menearse. Finalmente, una de las que se habían visto obligadas a sentarse la reemplazó, forzando su mano a tocar su pecho. Este ciclo continuó por un tiempo y al principio Rob se resistió, pero después del quinto cambio se había adaptado para el largo plazo, con la esperanza de que nada lo separara de sus esposas.

Mientras tanto, en la oficina del alcaide, Miller y Fergus observaban la pesadilla desplegarse en las pantallas: el Bloque de Celdas C era un caos. Fergus pulsó el intercomunicador con mano temblorosa y ordenó, la voz desgarrada por la urgencia:
—¡Cierren el Bloque de Celdas C! ¡REPITO, CIERREN EL BLOQUE DE CELDAS C!

Miller se puso en pie de un salto y extrajo su M9.
—¡A la armería, ahora! —exigió a Fergus, que a su vez lo arrastró por el pasillo hacia la sala de armas mientras la alarma empezaba a aullar por todo el complejo.

Dentro había cajas de munición apiladas, equipo anti-disturbios, varios M16 alineados sobre un estante, pistolas de distintos calibres y un par de escopetas. Sin perder tiempo, los guardias asestaron cargadores y se repartieron el material: algunos tomaron rifles, otros equipamiento protector. Fergus se hizo con una SPAS-12 semiautomática; Miller, fiel a su costumbre, mantuvo su M9 y cargó varios cargadores de repuesto.

Fuera, el pasillo que daba al Bloque C era ya una barrera de fuego y ruido; de no haber reforzado el acceso, las criaturas se habrían esparcido por todo el complejo en minutos. Fergus, Miller y una docena de guardias—armados y tensos—corrieron hacia la puerta principal del bloque.

Fergus miró a sus hombres, la máscara de mando tensando sus rasgos.
—Las cámaras muestran actividad por todo el corredor. Quitamos la traba. ¡Y estén preparados para cualquier cosa! —ordenó, mientras empujaban la puerta y la noche dentro del bloque les devolvía un frío olor a pánico y algo más indescriptible.

Los radios crepitaban, las linternas barrían sombras que ya no parecían del todo naturales. Cada paso los acercaba a lo desconocido.

Más allá de la puerta, los Devil Bug que aún no habían encontrado marido se agolpaban con desesperación. Podían oler a los hombres al otro lado, y ese aroma los enloquecía de placer. Los más jóvenes reían y chillaban de emoción, presas de un frenesí instintivo.

Entonces, la gigantesca puerta chirrió y se abrió apenas una rendija. Enseguida, los insectos del suelo se arrastraron por la estrecha abertura, ansiosos por lanzarse sobre su presa.

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

El estampido retumbó como truenos. Los primeros Insectos que cruzaron cayeron despedazados. La puerta cedió un poco más y la horda se abalanzó… solo para encontrarse con un diluvio de fuego.

No eran varitas mágicas, pero parecían hechizos: los hombres del otro lado empuñaban esos extraños tubos de hierro que lanzaban rayos ensordecedores y mortales. Con cada estallido, un Insecto caía desgarrado. La masacre fue brutal. Algunos lograron trepar sobre los cuerpos y abalanzarse sobre los guardias, pero apenas alcanzaban a rozarlos cuando eran abatidos por otro rugido de esas “varitas de trueno”.

El pasillo se llenó de un hedor espeso a sangre y quitina chamuscada. Finalmente, los más astutos de los Insectos comprendieron el peligro y retrocedieron hacia la oscuridad del Bloque, dejando tras de sí un campo de cadáveres retorcidos.

Los guardias bajaron sus armas, jadeando. El eco de los disparos aún vibraba en sus oídos. Al inspeccionar los cuerpos, se quedaron petrificados: no eran simples monstruos. Eran mujeres… o al menos, lo parecían en parte. Sus torsos humanos, desnudos y hermosos, contrastaban con las extremidades negras y quitinosas de cucaracha.

Miller, con el ceño fruncido y el arma aún lista, rompió el silencio:
—Bien. ¿Todos listos?

Los guardias, tensos, asintieron.

—Entonces vamos.

Con paso firme y las linternas encendidas, cruzaron el umbral hacia el Bloque de Celdas C, donde la oscuridad parecía aguardarlos con hambre.

Al cruzar el umbral del Bloque de Celdas C, Miller y los demás se encontraron con un espectáculo grotesco. Los gritos de terror habían sido reemplazados por gemidos intensos y sofocados, un coro de placer enfermizo que retumbaba entre los barrotes.

Los guardias y prisioneros estaban siendo dominados, montados como bestias de cría por las criaturas restantes. Sus cuerpos se retorcían entre chillidos y arrullos, incapaces de resistirse. La visión era tan lasciva como monstruosa.

—¡Dios santo…! —murmuró Miller con el estómago revuelto.

Fergus apretó los dientes y rugió:
—¡Quitenles esas cosas de encima! ¡Mátalas a todas!

Los fusiles tronaron de nuevo, y los Insectos Diabólicos empezaron a caer bajo la lluvia de disparos. Pero algo ocurrió que nadie esperaba.

—¡NO! —gritó uno de los guardias sometidos, justo cuando la criatura sobre él fue acribillada.

El hombre se levantó de golpe, completamente desnudo, su piel cubierta de fluidos viscosos. Sus ojos estaban inyectados en sangre, su expresión era de furia animal.

—¡No toquen a mis esposas! —vociferó, y se abalanzó contra uno de sus compañeros.

El choque fue brutal: lo derribó de un placaje y lo golpeó con una fuerza descomunal, cada puñetazo acompañado de un alarido enloquecido. La sangre salpicó en el suelo mientras los demás miraban horrorizados.

El guardia atacado trató de zafarse, pero la locura del otro era incontenible. Miller no dudó: levantó su M9 y disparó una sola vez. La bala atravesó la cabeza del enloquecido, que cayó inerte con una sonrisa torcida aún pegada al rostro.

—¡Santo cielo…! —susurró uno de los hombres, paralizado por lo que acababa de ver.

Miller respiró hondo y gritó:
—¡Nadie mata a otro guardia si no es necesario! ¡Capturen a los que estén infectados, vivos si pueden!

La orden resonó y, poco a poco, la disciplina se impuso sobre el caos. Ataron a los guardias que se resistían, expulsaron a tiros a las últimas criaturas del bloque y comenzaron a recuperar el control.

Finalmente, bajaron al sótano, donde los chillidos de las últimas Insectos Diabólicas aún resonaban. La batalla fue breve, sangrienta, y terminó con la ejecución sistemática de cada monstruo.

Cuando todo terminó, los pasillos olían a pólvora, sangre y semen. Los prisioneros miraban con resentimiento desde sus celdas, mientras el conserje, temblando, balbuceaba incoherencias.

El Bloque C había sido recuperado… pero la prisión nunca volvería a ser la misma.

Miller y Fergus se encontraban en la oficina del alcaide. Fergus, con el rostro aún sudoroso por la batalla, tenía el teléfono en la mano, haciendo llamadas frenéticas al FBI y a las autoridades estatales.

Mientras tanto, en los pasillos de la prisión, la situación era un caos psicológico. Los prisioneros gritaban, lloraban, suplicaban… algunos incluso golpeaban las rejas pidiendo ser ejecutados. Decían que no querían vivir separados de sus “esposas”, las criaturas que momentos antes habían intentado devorarlos con lujuria inhumana. No cabía duda: aquellas cosas no solo habían poseído sus cuerpos, sino también sus mentes.

—Están influenciados —explicó Miller con seriedad mientras hablaba con sus superiores—. Sea lo que sea que les hicieron, esas criaturas alteraron su voluntad.
El informe fue recibido con silencio en la otra línea, hasta que una voz ordenó:
—Los cuerpos serán enviados a una instalación militar cercana. Quiero un equipo de análisis en menos de doce horas. En cuanto a los hombres afectados… serán trasladados a un hospital psiquiátrico para su evaluación. No quiero riesgos.

Miller colgó y suspiró, justo cuando Fergus le ofrecía una cerveza fría de su mininevera.
—¡Vaya día de locos, amigo! —rió Fergus con un tono nervioso, intentando aliviar la tensión.

Miller aceptó la lata, la abrió y dio un largo trago. Desde la ventana de la oficina pudo ver el patio, iluminado tenuemente por los focos de seguridad. El suelo estaba lleno de cuerpos cubiertos con lonas blancas, extendiéndose como un cementerio improvisado. La visión lo sacudió.

—¿Qué demonios son esas cosas? —pensó en voz baja, apretando la cerveza entre sus manos.

En ese instante, su teléfono vibró en el bolsillo. Sacó el móvil y vio el nombre de uno de sus superiores. Contestó.
—¿Hola?

La voz al otro lado sonaba tensa, casi gritando:
—¡Agente Miller! Encienda la televisión. ¡Ahora mismo!

Miller frunció el ceño, desconcertado.
—¿De qué está hablando?

—¡No pregunte, hágalo! —replicó la voz con urgencia.

Sin pensarlo más, Miller cruzó la oficina y encendió el televisor que colgaba en la pared. Cambió al canal de noticias y, de inmediato, el logo de ÚLTIMA HORA apareció parpadeando en la esquina de la pantalla. El presentador hablaba con voz acelerada, la tensión palpable en cada palabra.

Miller y Fergus se miraron. Algo estaba ocurriendo… y no parecía limitarse a Kirkland.

El gobernador de Oregón declaró el estado de emergencia y ordenó la movilización de la Guardia Nacional tras los reportes de un ataque en la ciudad de Medford por parte de una “fuerza desconocida”.

La Casa Blanca confirmó que el presidente ha sido informado y actualmente se encuentra en el Pentágono reunido con sus principales asesores militares para evaluar la situación.

 

Se insta a la población a mantenerse atenta a los comunicados oficiales mientras se recopila más información sobre la naturaleza de la amenaza.

Chapter 8: La Horda

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Al otro lado del plano dimensional, en las profundidades del castillo del Señor Demonio, se hallaba Lilim Luxure. Durante las últimas semanas, su ambicioso plan para salvar a la raza Mamono de su propia extinción avanzaba con paso firme.

En un principio, había planeado esperar una tormenta eléctrica para invocar el portal hacia un nuevo mundo. Sin embargo, la espera resultó insoportable. Impaciente, ideó una solución alternativa: conjurar ella misma una tormenta mediante un poderoso hechizo de relámpago. El único inconveniente era el precio. Los tres hechizos necesarios consumirían su energía vital a gran velocidad, limitando el número de Mamono que podía enviar por cada apertura del portal.

Aun así, su determinación no flaqueó. Pronto, algunos de los Mamono más disciplinados descubrieron su plan y se ofrecieron a colaborar. Luxure aceptó, encargándoles que enviaran informes detallados de aquel nuevo mundo una vez se estableciera el contacto.

Fue gracias a un Lich leal que la Lilim conoció el nombre del destino: Tierra. El mismo Lich informó sobre curiosas “magias” humanas: carruajes que se movían sin caballos, luces que iluminaban pueblos enteros sin hechizo alguno y cajas que mostraban personas en su interior, como atrapadas en un espejo encantado. Más aún, los humanos de ese mundo jamás habían visto un monstruo real. En sus libros antiguos existían criaturas similares a los Mamono, pero descritas en sus formas originales, de antes de que la Señora Demonio las transformara con su magia hace siglos.

Con cada informe, Luxure empezó a concebir un nuevo propósito. Si lograba conquistar esa Tierra y moldearla, podría convertirla en un nuevo Reino Demoníaco, un refugio para su especie. Y para ello, enviaría primero a los Mamono más feroces, aquellos nacidos para la guerra.

Ascendió entonces los escalones de la Torre del Rayo, el corazón de su poder. En la cima, desató tres conjuros prohibidos: el Hechizo de Rayo, el Hechizo del Tiempo y el Hechizo de Invocación. Un relámpago cegador brotó de su mano, impactando la vara encantada que coronaba la torre. El aire se desgarró, y el portal hacia la Tierra se abrió con un rugido atronador.

Con el tiempo detenido a su alrededor, Luxure comenzó la invocación. Minotauros, Amazonas, Salamandras, Hombres Lagarto, Ushi-Onis y Mantícoras emergieron en oleadas, todos guerreros escogidos. Los envió a un punto cercano a una pequeña ciudad mencionada en los informes del Lich. Allí formarían su base de avanzada, preparándose para la invasión total.

Cuando el último de ellos cruzó el portal, Luxure cayó de rodillas, exhausta. Su cuerpo temblaba, drenado de poder, pero en su rostro permanecía una sonrisa satisfecha.

Si todo salía según lo planeado, la Tierra pronto sería suya. Y la raza Mamono… por fin estaría a salvo.

Tiffina gimió al despertar. Algo no encajaba. La noche anterior se había recostado contra un gran árbol para dormir, pero ahora yacía sobre un campo abierto, en medio de un pequeño valle.

 

«No descansé aquí anoche», pensó, incorporándose de golpe. Se revisó rápidamente: «Cuernos, cola, hacha… todo en su sitio».

Tiffina era una Minotauro imponente: dos metros y medio de altura, cuernos enormes, patas de vaca, una cola larga y un físico tan musculoso que haría ruborizar a un gladiador. Con un gruñido se puso de pie, empuñando su hacha de batalla plateada, forjada en el Reino Demoníaco.

Miró a su alrededor. Decenas de Mamono despertaban también entre la hierba. Un Hombre Lagarto aquí, una Amazona allá… todos lucían tan confundidos como ella.

—¡¿Dónde estamos?! —rugió una Ushi-Oni, golpeando el suelo con furia.

El grito pareció sacudir al resto. Miles de Mamono habían despertado ya, pero nadie tenía respuesta. Entonces, una luz púrpura se encendió sobre el grupo, suspendida en el aire como una chispa viva.

De la luz emergió un Lich. Su piel era tan pálida como el hueso, sus ojos brillaban con un resplandor violeta, y su cuerpo flotaba envuelto en una capa púrpura. Solo su cabello, de un intenso tono violeta oscuro, la distinguía de los demás de su especie.

—¡Escuchen todos! —proclamó, y su voz resonó como un eco mágico que se extendió por el valle—. ¡Fuisteis traídos a este mundo con un propósito sagrado: convertirlo en un Reino Demoníaco para la duodécima hija del Señor Demonio… la gran Lilim Luxure!

Un murmullo recorrió la multitud. El nombre de un Lilim bastaba para imponer respeto absoluto. Tiffina apretó los puños, conteniendo el impulso de preguntar demasiado. La palabra de un Lilim no se cuestionaba.

Sin embargo, una voz infantil rompió el silencio:

—¿E-Espera… ¿dijiste que aquí hay muchos hombres? —preguntó una joven Mantícora, no mayor de catorce años, con las alas aún plegadas.

El Lich giró hacia ella y esbozó una sonrisa casi divertida.

—Oh, querida… —respondió con tono meloso—. No son solo “muchos”. Son miles de millones.

El silencio que siguió fue absoluto. Y luego, poco a poco, las sonrisas comenzaron a extenderse entre las Mamono.

 

En cuanto el Lich mencionó "miles de millones" de hombres, la multitud se volvió loca. Muchos vitoreaban y gritaban, algunos bailaban y otros estaban tan emocionados que se corrieron en el acto. Tiffina estaba encantada; normalmente, cuando atacaba a un hombre y lo usaba como bomba de semen, le rompía la pelvis sin querer o se le escapaba al dormirse. ¡Pero ahora, con tantos hombres, no tendría que estar cazando a diario! ¡Tiffina pensó que con tantos hombres podría tener una docena de maridos para ella sola!

 

"¡CÁLMATE!", gritó el Lich con una voz que resonó por todo el valle. "¡Todos, nuestra misión es simple: debemos conquistar una pequeña ciudad al oeste! ¡Crearemos un pequeño reino demoníaco y lo defenderemos hasta que Luxure llegue con un ejército de verdad! ¡Les diré que los humanos de este mundo poseen una magia bastante extraña, además de que no hay monstruos nativos de este mundo! Puede que al principio se sorprendan al vernos, pero cuando conquistemos la ciudad, sabrán del amor y la alegría que les traemos!"

 

Los monstruos vitorearon mientras el Lich los guiaba. Fue una larga caminata fuera del valle; al salir, pasaron por un gran letrero que decía "¡Gracias por visitar Prescott Park!". Finalmente, llegaron a un camino ancho, pavimentado con un material extraño que nadie, excepto el Lich, había visto antes. Mientras marchaban, pensaron en todos los momentos divertidos que pasarían con sus nuevos esposos, imaginando las noches llenas de placer y lujuria.

 

Finalmente, llegaron a una pequeña colina con un letrero en la cima. El letrero decía "¡Bienvenidos a Medford!". Más allá, los monstruos divisaron el pueblo, sus ojos brillando con anticipación y deseo. La perspectiva de conquistar la ciudad y someter a sus habitantes llenaba sus mentes con imágenes eróticas y promesas de satisfacción carnal.

 

La ciudad de Medford, con sus más de doscientos mil habitantes, despertaba a otro lunes cualquiera en el corazón de Oregón. Los padres dejaban a sus hijos en la escuela, los autos llenaban las avenidas, y el aroma del café recién hecho se escapaba de los Starbucks en cada esquina. Nadie imaginaba que, más allá de las colinas cubiertas de niebla, un ejército aguardaba en silencio. En pocas horas, aquella rutina matinal se rompería para siempre. La historia de la humanidad estaba a punto de cambiar.

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Lich

Poderosas hechiceras humanas que se transformaron en no-muertas . También hay quienes eligieron convertirse en liches por voluntad propia en busca de la vida eterna y el conocimiento ilimitado. Poseen una magia mucho mayor que la que tenían mientras estaban entre los vivos. Son aterradoras no-muertas de alto rango que pueden usar libremente varios hechizos como la " nigromancia ", que reanima los cadáveres en sirvientes no-muertos, y la " eromancia ", que manipula la lujuria y aumenta el placer. La mayoría de ellas tienen una fuerte fijación y sed por el conocimiento de la hechicería y el placer del sexo, al que despertaron después de convertirse en monstruos. Incluso en la muerte, continúan con sus lascivas investigaciones y experimentos mágicos para dominar la hechicería y alcanzar las profundidades del placer.

Chapter 9: La batalla

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Cuando la horda de monstruos alcanzó las afueras de Medford, el Lich que los lideraba se detuvo frente a todos. Su voz resonó como un eco sepulcral en la fría mañana.

— Para tomar por sorpresa a los humanos, los enviaré en grupos a distintos puntos de la ciudad. Una vez asegurado el control, estableceremos patrullas de vigilancia y fortificaremos el perímetro… después de que todos hayan comido lo suficiente, por supuesto —.
Las criaturas rugieron y aplaudieron con entusiasmo mientras el Lich alzaba su báculo. Un resplandor púrpura los envolvió y, uno por uno, comenzaron a desvanecerse entre destellos de energía arcana.

Bobby Sikes estaba sentado en su aula de la preparatoria de Medford. Era un lunes como cualquier otro, el profesor explicaba sin entusiasmo mientras algunos estudiantes cabeceaban. Entonces, un destello cegador iluminó el pasillo.
Un segundo después, el edificio se llenó de gritos. La puerta del aula fue arrancada de sus bisagras y algo entró derribándola con estruendo.

Lo que cruzó el umbral parecía sacado de un sueño… o de una pesadilla. Era una mujer, aunque apenas podía llamársela humana: medía más de dos metros, su cuerpo musculoso y voluptuoso apenas cubierto por hojas. Un ala solitaria emergía de su espalda, y un cuerno se curvaba sobre su sien. En una mano sostenía una espada ancha que parecía demasiado pesada para cualquier mortal.

La criatura recorrió la clase con una sonrisa lasciva, se lamió los labios y preguntó con voz profunda y melódica:
— ¿Y ahora… quién quiere ser mi marido? —.

Richard Sampson trabajaba en la caja de su supermercado local. Sus ojos estaban vidriosos por el cansancio del turno nocturno, y apenas podía mantenerse despierto mientras contaba los últimos billetes antes de fichar la salida.

Entonces, un destello cegador iluminó la entrada automática. Por un instante creyó que se trataba de un cortocircuito… hasta que las puertas estallaron y una multitud de criaturas irrumpió en el local.

Los clientes comenzaron a gritar y a correr en todas direcciones. Las cosas que entraron parecían híbridos imposibles: mujeres con patas y cuernos de vaca, otras con alas traslúcidas y colas de insecto, una que blandía una espada más grande que ella misma. Richard vio cómo esa última atravesaba a un hombre frente a la estantería de cereales. El sonido del metal hundiéndose en la carne lo hizo estremecer, pero lo que vino después lo dejó paralizado: el hombre no gritó de dolor, sino de placer, antes de caer al suelo mientras las criaturas se abalanzaban sobre él, arrancándole la ropa entre jadeos y risas.

Richard retrocedió torpemente, tropezando con una caja de detergente. Cuando su espalda chocó contra algo blando y cálido, se giró de golpe… y se encontró frente a una mujer serpiente. Su cuerpo estaba cubierto de escamas verde oscuro que relucían bajo las luces del techo; en lugar de manos, tenía garras curvas y afiladas. Sin embargo, lo que más lo desconcertó fueron sus pechos generosos que se movían con cada respiración.

La criatura lo miró con ojos dorados y una sonrisa cargada de deseo. Su lengua bífida se asomó entre los labios mientras exhalaba un suspiro ronco.
—¡Hombre! —gimió con un tono entre hambre y placer, acercándose lentamente a él.

Thomas Mack estaba sentado en su sillón viendo tranquilamente el PGA Tour. Después de dejar a sus hijos en la escuela, lo único que quería era una mañana de descanso, café caliente en mano y el sonido relajante de los comentaristas deportivos.

Eso duró hasta que algo derribó la puerta principal de su casa con un estruendo. Thomas giró la cabeza, sobresaltado. En el umbral apareció lo que parecía una adolescente disfrazada de lagarto: piel verdosa en los brazos, una cola que se agitaba con nerviosismo, cabello rubio oscuro y unos ojos verdes tan brillantes que parecían emitir luz propia. En su mano derecha sostenía una espada corta que reflejaba el sol que entraba por la ventana.

—¡Humano! —gritó con voz juvenil y firme—. ¡Te reto a una pelea! ¡Si gano, serás mi esposo! ¡Si ganas… seguirás siendo mi esposo!

Thomas parpadeó, incrédulo. Sonaba como una broma de internet, pero la espada tenía filo real. Se levantó del sillón de un salto, mirando hacia la escalera. Si lograba subir, podría llegar a su caja fuerte y conseguir su pistola.

Pero la chica interpretó su movimiento como una provocación.
—¡Por el Señor Demonio! —rugió mientras cargaba hacia él.

Thomas se movió por puro instinto. Cuando la espada bajó, esquivó hacia un lado, le agarró la muñeca y, usando el impulso de la atacante, la lanzó por encima de su hombro. La adolescente aterrizó con un golpe seco en el suelo de madera, soltando un jadeo ahogado.

—¡¿Cómo…?! —balbuceó, con los ojos muy abiertos.

Thomas ya estaba subiendo las escaleras de dos en dos.
—¡Soy una foca! —gritó por encima del hombro, sin tener idea de por qué había dicho eso, solo que necesitaba tiempo.

Llegó a su habitación, abrió la caja fuerte y sacó su Five-seveN. La cargó justo cuando la chica irrumpía en la puerta, tambaleante pero aún decidida.

—¡Ara ara! ¡Ahora no hay escapatoria! —exclamó con una sonrisa entre inocente y peligrosa, levantando su espada.

Thomas apretó los dientes, apuntó y disparó. El estruendo llenó la habitación.

El alcalde West observaba la carnicería en la calle desde su despacho en el ayuntamiento. ¡Monstruosas chicas locas atacaban, y en muchos casos violaban, a los ciudadanos! La policía intentaba tomar el control, pero eran superadas en número y fuerza, a pesar de que estas criaturas parecían no saber lo que era un arma. Cargaban imprudentemente contra la policía solo para ser acribilladas a balazos y desplomarse muertas sobre el hormigón. Incluso con su inteligencia aparentemente limitada, estaban abrumando a la policía.

—¡Caramba! —, murmuró el alcalde West para sí mismo mientras llamaba al gobernador. Por suerte, el gobernador contestó.

— No me digas, West, que ya lo sé. He declarado el estado de emergencia, ¡dos divisiones de la Guardia Nacional y una de la Infantería de Marina están en camino! ¡Ponte a salvo inmediatamente! —. Antes de que el alcalde pudiera decir nada, las puertas de su despacho se abrieron de golpe.

Una mujer casi desnuda, de piel gris y cabello morado, entró flotando. Su cuerpo estaba cubierto por una tela transparente que apenas ocultaba sus curvas voluptuosas. Apuntó a West con un bastón, levitándolo en el aire.

— Hola — dijo en voz baja, su voz resonando con un tono seductor. —¿Te gustaría ser mi sujeto de prueba?—

El Pentágono, Washington D.C.

—¡Qué demonios está pasando! —bramó el presidente de los Estados Unidos.
Había sido convocado de urgencia al Pentágono tras recibir una alerta de ataque en Medford, Oregón.

—Señor, será mejor que lo vea usted mismo —dijo uno de los generales mientras uno de los monitores que cubrían las paredes de la sala de guerra cambiaba de imagen. En la pantalla apareció la transmisión de un dron sobrevolando la ciudad.

El presidente se quedó atónito: cientos de criaturas humanoides recorrían las calles atacando a los habitantes. El caos era absoluto.

—¿Qué estamos haciendo para controlar la situación? —preguntó, conteniendo la ira.

—El gobernador ha movilizado dos divisiones de la Guardia Nacional y ha solicitado apoyo de una división de marines, señor.

—Concédanselo —ordenó el presidente con firmeza—. Quiero actualizaciones constantes, minuto a minuto.

El general asintió. A su lado, el director del FBI tomó la palabra:

—Señor, creemos que estas criaturas están relacionadas con las recientes desapariciones en todo el país. Uno de nuestros agentes acaba de enviar un informe desde una prisión en Carolina del Sur... habla de una supuesta infección causada por “mujeres cucaracha”.

El presidente negó con la cabeza, incrédulo.

—Manténganme informado sobre esa investigación. Necesitamos saber exactamente a qué nos enfrentamos.

Guardó silencio un instante, observando las imágenes del dron, y murmuró con gravedad:

—Y que Dios nos ampare.

Medford, Oregón

El capitán Mattis, de la Infantería de Marina, viajaba en un Humvee al frente del convoy conjunto de la Guardia Nacional y los Marines rumbo a Medford. Había combatido terroristas, rebeldes y milicianos en medio mundo, pero nunca imaginó enfrentarse a algo así: un ejército de mujeres que no eran del todo humanas.

Cuando llegaron a las afueras de la ciudad, el panorama era dantesco. El aire se llenaba con una mezcla imposible de gritos de dolor y gemidos de placer, mientras el coronel Thompson coordinaba la operación desde su vehículo de mando. El plan era simple, al menos sobre el papel: tres grupos avanzarían desde distintos flancos, eliminando cualquier amenaza y recuperando posiciones clave. La unidad de Mattis debía asegurar el ayuntamiento y localizar al alcalde de Medford.

Por la urgencia del despliegue, el equipo apenas había podido equiparse. Contaban solo con un par de Humvees armados con ametralladoras Browning M2 y un camión de transporte. Mattis llevaba consigo su pistola M9 y un fusil M4A4, ambos cargados, ambos insuficientes para lo desconocido que les esperaba.

Mientras avanzaban por las calles devastadas, avistaban criaturas errantes. Algunas cargaban directamente contra el convoy, sin miedo ni estrategia, y eran abatidas en cuestión de segundos. En cada intersección, los hombres se detenían para limpiar edificios y asegurar rutas. Algunos estaban llenos de civiles aterrados; otros, vacíos y en silencio sepulcral. Pero, de vez en cuando, encontraban dentro a uno de esos seres.

A veces, al regresar, eran recibidos por personas llorando de alivio. Otras, por civiles que los atacaban entre sollozos, gritando que habían matado a su “esposa” o a su “madre”. Era una locura. Y aun así, pese a los retrasos, el convoy seguía avanzando, metro a metro, hacia el corazón del infierno.

Tiffina atacó la casa con la violencia propia de una criatura que no conocía límites. El hombre intentó mantenerla a raya con un cuchillo, la voz temblándole mientras protegía a su hijo con el cuerpo.

 

—¡Por favor, aléjate! —suplicó—.

La Minotauro resopló, divertida por la debilidad del hombre. Con un gesto brusco le arrebató el cuchillo y, sin miramientos, destrozó la hoja contra el suelo.

 

—Tonto futuro esposo, no puedes mantenerme alejada —gruñó—. Vamos, dame otra hija.

Le sujetó por el cuello y se disponía a seguir cuando un puñado de pequeños puños le golpeó la pierna.

 

—¡Deja a mi papá en paz! —gritó el niño, clavándose como pudo entre ellos.

Tiffina lo apartó con la misma indiferencia con la que había arrancado el cuchillo, pero el niño no cedió. Tras un tercer empujón, la furia de la criatura estalló: le dio un empujón brutal que lanzó al chico contra la pared. El crujido del impacto resonó en la habitación. Sangre brotó en la frente del joven.

Los ojos de Tiffina se abrieron al instante; la visión de la sangre la golpeó con la fuerza de una orden ancestral. Acababa de cruzar una línea inviolable: en el código impuesto por el Señor Demonio, un Mamono no debía asesinar a un humano. Ese acto no solo la convertía en hereje ante su pueblo, sino que podía costarle la vida.

—¡No, no, no! —gimieron el hombre y la propia Tiffina, presa del pánico.

Soltó al hombre y trató de retroceder, pero el ruido de botas en el pasillo la paralizó. La puerta se abrió de golpe: soldados armados entraron con movimientos tensos y decididos, apuntando con sus armas. Tiffina alzó las manos, suplicante.

—¡No me entreguen! —gritó, la voz quebrada.

Los soldados, atónitos por el ser que tenían delante, tardaron un segundo en reaccionar. Uno de ellos habló con voz firme pero contenida:

—Vengan conmigo. Cualquier movimiento hostil será respondido con fuego. ¿Entendido?

Ella asintió con la fiereza de quien no confía en nadie. Mientras la conducían fuera, escuchó la orden:

—¡Rápido! ¡Una camilla, ahora!

A través de la puerta, Tiffina vio por primera vez la maquinaria de la campaña humana: vehículos blindados, hombres con equipo y extraños aparatos metálicos que vibraban y emitían sonidos. La escena la dejó atónita; el mundo que conocía se veía de otra manera bajo esas luces y metales. La acomodaron en un transporte improvisado, con soldados a cada lado que no apartaban la vista de ella. Al mirar a su alrededor, notó a varias personas pegadas a la pared del fondo, alejadas por prudencia.

—Si intenta algo, le volaremos la cabeza —susurró uno de los guardias a su compañero, con una mezcla de miedo y hostilidad.

Tiffina tragó saliva. La decisión que había tomado para sobrevivir la asaltó como un frío punzante: quizá había sido un error. Mientras el vehículo arrancaba, sintió por primera vez la culpa y el arrepentimiento filtrarse entre la rabia y la confusión.

Mattis observó a la extraña criatura mientras el sargento la subía al camión de transporte junto con un hombre y un niño en una camilla, ordenándole que diera la vuelta. Era muy hermosa, y no pudo evitar preguntarse por qué alguien tan guapa haría cosas tan terribles. Sus curvas voluptuosas y su piel suave contrastaban con la brutalidad de sus acciones, haciendo que su mente se llenara de preguntas y deseos prohibidos. Después de que el camión partiera, el convoy continuó su camino. De vez en cuando, un pequeño grupo de monstruos emboscaba a la columna, solo para ser acribillados a tiros.

Una criatura disparó una espina de su cola, alcanzando a un soldado. Afortunadamente, su armadura de kevlar impidió que le perforara la piel. Al acercarse al ayuntamiento, notaron una gran cantidad de monstruos rodeando el edificio como una guarnición.

—¡Hombres, hombres, ahí delante!—, gritó uno de ellos y cargó contra ellos.

—¡HOSTILES, ABRA FUEGO!—, gritó Mattis, apuntando con su rifle de asalto a la horda y disparando una ráfaga. Las criaturas gritaron de dolor al caer al suelo. Uno lanzó un cuchillo y golpeó a un soldado en el brazo, pero este no sangró ni gritó de dolor; en cambio, gimió y se desplomó en el suelo, sus ojos llenos de lujuria mientras miraba a las criaturas que se acercaban.

—¡Dame tu pene, humano!—, gritó otro, cortándolo con un hacha de guerra. Aunque las criaturas eran bastante intimidantes, fueron derrotadas rápidamente. Mattis no pudo evitar sentir una mezcla de excitación y miedo mientras observaba la batalla. La visión de los cuerpos desnudos y voluptuosos de las criaturas, combinada con la adrenalina de la lucha, lo dejó con una sensación de deseo y peligro que lo mantuvo al borde de su asiento.

Arriba, en la oficina del alcalde, la Lich observaba la batalla. Aunque no lo parecía, estaba cada vez más preocupada. ¡El ejército de su amo estaba siendo masacrado por los humanos! Y, según informes de otros grupos de monstruos, otros grupos de humanos los estaban repeliendo con su magia avanzada. Notó que los estallidos desde abajo habían cesado. Miró por la ventana y vio a todos los monstruos aniquilados. Vio soldados entrando corriendo al edificio y oyó muchos estallidos desde abajo. Supuso que estaban matando a sus aliados. Se giró hacia su sujeto de pruebas/esposo, que flotaba en el aire. Le rozó la mejilla con su mano fría y muerta, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo. Justo cuando estaba a punto de susurrarle algo, la puerta se abrió de golpe.

Se giró hacia los soldados y los apuntó con su bastón. — Dejadnos a mí y a mi sujeto de pruebas en paz, o os arrepentiréis —, dijo con una voz que resonaba con poder y amenaza. El soldado que encabezaba la orden respondió con una sonrisa burlona:

— Eso no va a pasar, cariño. Te sugiero que dejes eso y nos entregues al alcalde —. La Lich retrocedió hasta la ventana, con el alcalde en un brazo y el bastón en el otro. Decidió lanzar un hechizo de teletransportación para poder escapar, ¡comenzó a agitar su bastón justo cuando algo rompió la ventana y la agarró por detrás!

Mattis agarró por la cintura a la mujer de piel gris que flotaba tras destrozar la ventana. Después de que alguien la viera desde el suelo durante la pelea, su oficial al mando ordenó capturarla viva. Cuando los soldados irrumpieron en el edificio, él y algunos otros usaron ganchos de agarre para escalarlo. Una vez en posición, esperaron la palabra clave: "cariño". Ahora sujetaba a la mujer por detrás; por suerte, ella había soltado el bastón. La alcaldesa cayó al suelo mientras el Lich forcejeaba por liberarse. A diferencia de la mayoría de los monstruos, los Liches eran físicamente más débiles que un humano.

— ¡Exijo que me sueltes ahora, humano! —, a lo que el humano que la sujetaba rió entre dientes.

— ¿O qué? ¿Vas a agitar tu bastón y gritar '¡Hocus pocus alakazam!'? Ahora, ¿qué tal si te calmas? —, dijo Mattis, su voz llena de confianza y deseo.

Para entonces, los otros soldados también la habían agarrado y le habían puesto esposas metálicas en las manos. Mientras la llevaban afuera, contempló los cadáveres de sus camaradas caídos. Pronto fue arrojada a uno de los carruajes mágicos del humano. A medida que el vehículo se alejaba del ayuntamiento, el Lich se preocupó cada vez más por su futuro incierto, aunque no lo demostraba. La sensación de las manos de Mattis sobre su cuerpo y la cercanía de los soldados la llenaron de una mezcla de miedo y excitación, haciendo que su mente se llenara de pensamientos prohibidos.

Una hora después

Las operaciones de limpieza seguían en marcha. Más camiones militares, ambulancias y unidades de bomberos llegaban a Medford, apagando incendios, atendiendo a los heridos y asegurando las calles. Los equipos de rescate trabajaban sin descanso, mientras los soldados revisaban edificio por edificio en busca de sobrevivientes o enemigos ocultos.

Los prisioneros capturados eran escoltados hacia los vehículos blindados, vigilados por escuadrones armados. Su transporte no sería sencillo: la base militar más cercana con capacidad para albergarlos e interrogarlos se encontraba al otro lado del estado. Controlarlos había resultado una tarea difícil; muchos de ellos no comprendían órdenes, y otros simplemente se negaban a cooperar.

Las únicas que mostraban cierta docilidad eran dos: la mujer de piel gris, flotante y de mirada vacía, y la gigantesca criatura con cuernos que habían recogido antes, apodada por los soldados como “la mujer vaca”. Ambas permanecían bajo fuerte vigilancia en el perímetro del convoy.

El alcalde West, visiblemente agotado pero agradecido, estrechó la mano del capitán Mattis y de los oficiales al mando. — Han salvado esta ciudad —, dijo con voz temblorosa. Luego, dirigiéndose a todos los presentes, añadió:— ¡Esto es lo menos que puedo hacer por ustedes! —

Poco después, improvisó un almuerzo en el salón principal del ayuntamiento, invitando a los miembros de la Guardia Nacional y la Infantería de Marina a descansar, aunque fuera por un momento, antes de la inevitable segunda fase: averiguar de dónde demonios habían venido aquellas cosas.

El Pentágono, Washington D.C.

En Washington D. C., la crisis no dejaba de escalar mientras los medios volcaban al instante imágenes y vídeos del ataque en Medford. En la sala de guerra, los monitores replicaban las noticias: reportajes en directo, testimonios espantados y secuencias grabadas por drones y teléfonos que ya circulaban por toda la red.

El presidente observaba las pantallas con el ceño fruncido, rodeado por sus principales asesores militares y civiles. La sensación de urgencia llenaba la sala; cada minuto traía nuevos fragmentos de caos.

—Tendremos que convocar de inmediato una reunión de emergencia en la ONU —dijo el presidente en voz baja, apenas controlando la tensión—. El mundo debe saber a qué nos enfrentamos y coordinar una respuesta conjunta.

Sus asesores asintieron, tomando notas, pero el presidente no se conformó con la vía diplomática.

—Antes de eso —añadió—, quiero respuestas claras aquí: ¿qué atacó Medford y de dónde vino? Necesito toda la inteligencia disponible en tiempo real.

Los oficiales se pusieron a trabajar de inmediato: análisis de señales, rastreo de transmisiones, y coordinación con el FBI y las fuerzas desplegadas. En la sala, la gravedad del momento se leía en cada rostro: no era solo una emergencia local, sino una incógnita global que exigía respuestas urgentes.

Chapter 10: Vivir con un horror

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Bob estaba acurrucado en un rincón de la cueva marina en posición fetal. Había pasado aproximadamente una semana desde que fue atacado, violado y secuestrado por la chica pulpo, a quien Bob aprendió a llamar Sally. Ella lo mantenía encerrado en la cueva, pero no era necesariamente cruel con él. Lo alimentaba, pero eso a menudo le costaba una violación. Aunque ella afirmaba estar "protegiendo y amando a su esposo", Bob sabía que no era más que una psicópata. No parecía preocuparle que él hubiera intentado escapar varias veces gracias a su nueva habilidad para respirar bajo el agua, ni que si lo atrapaban, probablemente la matarían. Más bien, parecía preocupada de que aún no se hubiera doblegado a su voluntad; sin duda le tenía miedo, pero Bob era duro. ¡Preferiría ser violado un millón de veces más antes que doblegarse a la voluntad de ese bicho raro!

Sin embargo, una pregunta atormentaba a Bob, y así fue como ella llegó a ser. ¿Quizás es algún tipo de experimento del gobierno que se escapó?, razonó Bob. Y una locura, además, pues no dejaba de mencionar a algún tipo de Señor Demonio. Quizás adora a Satanás. La idea de que Sally pudiera ser parte de algún experimento oscuro y perverso solo aumentaba su miedo y su determinación para escapar.

Al otro lado de la cueva, la Escila, Sally, intentaba averiguar por qué su esposo era inmune a su Energía Demoníaca. Su madre le había enseñado desde pequeña que los hombres humanos se someten a la voluntad de un monstruo y se convierten en sus esposos tras ser expuestos a una gran dosis de Energía Demoníaca, generalmente mediante el coito. Sin embargo, cuando ella lo intentaba, solía terminar en lágrimas para ambos. Él tenía las piernas cubiertas de moretones por sus tentáculos y ella, llena de mordiscos. Él también le lanzaba insultos y objetos. Ella no sabía qué hacer salvo esperar la ayuda de otro Obispo del Mar.

Sally se acercaba a Bob con una mezcla de deseo y frustración. Sus tentáculos se movían con una gracia hipnótica, y sus ojos brillaban con una lujuria insaciable.

—¿Por qué no puedes simplemente amarme? —, susurró, su voz resonando en la cueva. Bob la miró con odio, su cuerpo tenso y listo para cualquier ataque.

—Nunca te amaré, monstruo —, escupió, su voz llena de desprecio. Sally se acercó más, sus tentáculos rozando su piel, haciendo que se estremeciera de repulsión.

—Tal vez necesitas más tiempo —, dijo, su voz llena de esperanza y desesperación. —O tal vez necesitas más de mí —, añadió, sus ojos brillando con una promesa oscura.

Chapter 11: Perdido en el bosque

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Montañas Rocosas, Estados Unidos.

Robby y su esposa, Samantha, habían decidido pasar el fin de semana de excursión. Adoraban perderse entre los senderos de las Montañas Rocosas: el aire fresco, los bosques interminables y el sonido constante del agua corriendo les daban una paz que rara vez encontraban en su vida cotidiana, dominada por la tecnología. Era justo lo que necesitaban, aunque las recientes noticias sobre las misteriosas “Monster Girls” que aparecían por todo el país no dejaban de rondarles la cabeza.

Al pasar junto a una cascada, un sonido rompió la calma.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —gritó Robby, mirando hacia el charco que se formaba al pie del salto de agua.

—¿Qué ocurre, Robby? —preguntó Samantha, deteniéndose y girándose hacia él.

—Creí oír… llantos —respondió, frunciendo el ceño.

Miraron alrededor. No había nadie, solo el reflejo de la cascada danzando sobre las rocas húmedas. Pero entonces, Robby notó algo: una figura pequeña, acurrucada junto al agua. A primera vista parecía una tortuga enorme… hasta que la vio moverse.

No era una tortuga.

Era una niña.

Tenía un gran caparazón en la espalda, brazos cubiertos de escamas y una túnica verde y roja que apenas la protegía del frío. Lloraba con fuerza, sin percatarse de su presencia. Robby sintió un nudo en el estómago, una mezcla de miedo y compasión.

—¡Oye! —gritó—. ¿Estás bien?

La niña soltó un jadeo y, asustada, se metió de golpe en su caparazón.

Robby y Samantha se miraron, indecisos, antes de acercarse con cautela al charco.

—¡Por favor, vete! —se oyó una vocecita apagada desde el interior del caparazón.

—Tranquila, no queremos hacerte daño —dijo Samantha con suavidad—. Solo queremos hablar contigo, ¿sí?

Pasaron varios minutos de silencio. Finalmente, el caparazón se movió, y la pequeña asomó la cabeza. Tenía unos cinco años, el cabello corto y verde, y unos ojos del mismo tono que su caparazón. Un extraño sombrero de fieltro cubría parte de su cabeza. Aun así, su mirada seguía llena de temor.

—Eh… ¿cómo te llamas? ¿Y qué eres exactamente? —preguntó Robby con voz amable.

—Me llamo Tammy —dijo entre sollozos—. Soy una Umi Osho. Ya sabes… una Mamono.
La pareja se miró, confundida.

—Lo siento, nunca hemos oído hablar de eso —respondió Samantha—. Tal vez si encontramos a tus padres podamos ayudarte. ¿Estás sola aquí?
Tammy bajó la mirada, abrazando su caparazón con los brazos. La cascada rugía detrás de ellos, llenando el silencio con un murmullo inquietante.

Al mencionar a sus padres, Tammy rompió a llorar otra vez.

—¡Mmm… mi mamá y mi papá se han ido! —sollozaba entre jadeos, las lágrimas corriendo por sus mejillas verdes mientras la pareja intentaba consolarla.

—Tranquila, tranquila, cariño —susurró Samantha, arrodillándose a su lado—. ¿Puedes contarnos qué pasó?

Tammy respiró con dificultad, intentando calmarse.

—Papá siempre decía que mamá estaba enferma —murmuró—. Por eso no podía jugar con ella casi nunca. Un día, mamá ya no estaba en casa y papá lloraba…
dijo que se había ido a un lugar mejor. Luego, otro día, papá me dijo que saldría un rato. Pero… —su voz se quebró—. ¡No regresó!

El silencio cayó como una losa. Robby y Samantha la abrazaron con fuerza, sintiendo cómo su pequeño cuerpo temblaba en sus brazos.

—Ojalá volviera a tener una mamá y un papá… —susurró Tammy entre sollozos.

Ambos se miraron, sin necesidad de decir nada. En sus ojos se reflejaba la misma idea: llevaban años queriendo un hijo, pero la burocracia, las dudas y la inmadurez de Samantha habían convertido la adopción en un proceso interminable. Quizás… ¿era esto una señal?

—Oye, Tammy —dijo Samantha con voz suave—. ¿Quieres venir a casa con nosotros? Aquí hace mucho frío por las noches, podrías enfermarte o lastimarte.
La pequeña levantó la vista, los ojos brillando como dos esmeraldas húmedas.

—¿Quieren ser mis padres? —preguntó con un hilo de voz.
Robby y Samantha se quedaron sin habla.

—Nosotros… no dijimos… —intentó aclarar Robby, pero no pudo terminar.

—¡POR FAVOR, POR FAVOR, POR FAVOR! —gritó Tammy de alegría—. ¡Quiero tener mamá y papá otra vez! ¡No quiero estar sola nunca más!
La pareja se miró una vez más. No había marcha atrás. Robby asintió lentamente, y Samantha sonrió con ternura.

—Está bien, Tammy. Vendrás con nosotros.

Cuando llegaron al coche, la niña se detuvo frente al vehículo, observándolo con curiosidad.

—¿Qué es esto? —preguntó, inclinando la cabeza.

Robby sonrió.

—Se llama coche. Nos ayuda a movernos rápido, a ir de un lugar a otro sin cansarnos.

Tammy lo observó unos segundos, aún confundida, pero terminó asintiendo. Como no tenían una silla infantil, Samantha la sentó en su regazo en el asiento trasero, asegurándose de rodearla con los brazos.

Mientras Robby arrancaba el motor, el rugido del coche hizo que Tammy se encogiera, aunque pronto se relajó al sentir el calor de Samantha.
La carretera se abrió frente a ellos, y la cascada quedó atrás, envuelta en la niebla.

Robby miró a su esposa por el espejo retrovisor.

—¿Cómo vamos a explicarle esto a la CPS? —susurró.
Samantha suspiró.

—No lo sé… Pero no pienso dejarla sola.

Y mientras el auto se alejaba hacia la civilización, la verdad sobre los Mamono comenzaba a extenderse por el mundo.

————

Umi Osho

Un monstruo con un gran caparazón de tortuga en el lomo que habita los mares de Zipangu . De personalidad mansa y tímida, no solo no ataca a los humanos, sino que se dice que a veces se sorprenden tanto al encontrarse con uno que se esconden en sus caparazones, negándose a salir.

Al igual que los " Obispos del Mar ", son sacerdotisas que sirven al dios del mar y pueden realizar rituales para rehacer los cuerpos de los humanos que se unen a los monstruos marinos, permitiéndoles vivir en el mar. Gracias a esta habilidad y a su naturaleza honesta y sencilla, son muy queridas por los monstruos marinos.

Chapter 12: Interrogatorios

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Base de la Guardia Nacional de Oregón.

—¿Tienes idea de qué demonios son estas cosas? —preguntó el general Michael Pierce, con la voz grave y cansada, mientras observaba desde detrás de un muro de cristal blindado.

A su lado, la doctora Zoey Sampson, bióloga del departamento de investigación genética, tomaba notas en silencio. Al otro lado del vidrio, en la sala iluminada con un frío resplandor blanco, estaba sentada una de sus nuevas “invitadas”. Los guardias la llamaban la minotaura.

Parecía aterrada. Sus enormes manos temblaban sobre las rodillas, y cada cierto tiempo lanzaba una mirada hacia las cámaras en las esquinas, como si temiera que en cualquier momento alguien la atacara. El contraste entre su tamaño imponente y la vulnerabilidad de su postura hacía que la escena resultara casi inquietante.

“Bueno”, dijo Zoey mientras tomaba notas en su tableta. “Parece una mezcla entre humana y toro. En realidad, la mayoría de las criaturas que capturamos son así. Excepto la que se hace llamar ‘Lich’... esa está muerta. No tiene pulso. Es como un zombi, pero sin la carne podrida ni el apetito por la gente.”

—¿Qué? ¿Quieres decir que realmente estamos tratando con muertos vivientes? —exclamó Pierce, sorprendido, mientras avanzaban desde la sala de observación hacia la puerta de la celda del minotauro.

Tiffina se sentaba, inquieta, en una silla ridículamente pequeña. Sabía que estaba en serios problemas… y en peligro real. Solo había querido conseguir un par de maridos, ¡y ahora podría enfrentarse a la ejecución! Sus pensamientos se desviaron hacia el chico al que había herido. No era su intención. Rezó, con
desesperación, a cualquier dios que aún se apiadara de las Mamono, para que él sobreviviera.

De pronto, la puerta se abrió de golpe, haciéndola sobresaltarse. Dos humanos entraron en la habitación: uno vestía algo parecido a un uniforme, y el otro, una bata blanca que rozaba el suelo. Al ver al hombre uniformado, Tiffina se lamió los labios de manera casi instintiva. Ambos se sentaron frente a ella, y fue el del uniforme quien rompió el silencio.

«Ante todo, soy el general Michael Pierce, del ejército de los Estados Unidos. Y ella es Zoey Sampson, bióloga», comenzó el hombre con voz firme.

Pero antes de que pudiera continuar, Tiffina lo interrumpió con desesperación:

—¡Por favor, dígame que el niño está bien! ¡No quise hacerle daño, lo siento mucho!

Pierce, que al principio frunció el ceño por la interrupción, respondió con tono más sereno:

—El niño estará bien. Tuvo suerte… solo sufrió una conmoción cerebral leve. Si hubiera sido algo peor, créeme, no estaríamos teniendo esta conversación.

Tiffina exhaló el aire que contenía, aliviada. No tenía idea de qué era una “conmoción cerebral”, pero se sintió agradecida de que el chico hubiera sobrevivido.

Pierce retomó la palabra:

—Tenemos varias preguntas para ti. Si cooperas, cualquier castigo que se te imponga podría reducirse. ¿Entiendes?
Tiffina asintió en silencio, y el general continuó:

—Bien. Empecemos con lo básico. Necesito tu nombre… y que me expliques qué eres.

—Me llamo Tiffina —respondió con sinceridad—. Soy una Minotauro Mamono… una Chica Monstruo.

Los dos humanos se miraron, visiblemente confundidos. Finalmente, Pierce volvió a dirigirle la palabra:

—¿Y qué es exactamente un “Mamono”?

Tiffina sonreía con orgullo mientras explicaba a sus parientes cómo el Señor Demonio los había bendecido con nuevos cuerpos, diseñados para complacer a los hombres humanos y traer paz a su mundo. Luego, habló de la Orden y su misión de evitar que los Mamono, como ellos los llaman, "causaran la extinción de la Humanidad". Esto se debe a que los Mamono no pueden procrear con humanos. Sin embargo, Tiffina aseguró que esto no debería ser motivo de preocupación. Los hombres humanos deberían centrarse en encontrar esposas Monstruo, mientras que las mujeres humanas deberían buscar a los Mamono para convertirse en más Mamono. De esta manera, todos podrían disfrutar plenamente de sus relaciones con sus maridos, novios o amantes.

Cuando Tiffina finalmente terminó de hablar, Pierce parecía enfermo y Zoey estaba visiblemente avergonzada. Se miraron entre sí y luego volvieron a mirar a Tiffina, quien parecía emocionada por su propia historia.

—Bueno —comenzó Pierce—, ¡eso ha sido una de las cosas más raras que he oído! No sé si estoy delirando o soñando. Se levantó junto con Zoey y comenzó a salir de la habitación.

—¡Esperen! —les gritó Tiffina justo cuando estaban a punto de salir de la habitación. La pareja se volvió hacia ella. "Tengo un poco de hambre, ¿puedo tomar un poco de semen?" preguntó Tiffina con inocencia.

Los ojos de la pareja se abrieron como platos y rápidamente cerraron la puerta tras ellos, dejando a Tiffina dentro de la habitación. "¡Oigan! ¿Qué dije?", les gritó.

Mientras se dirigían por el pasillo hacia la siguiente celda —la del Lich—, ambos reflexionaban sobre lo que la Minotauro había revelado: la Orden, el Señor Demonio, las Mamono...

Pero cuanto más analizaban sus palabras, más evidente se volvía que solo obtenían preguntas, no respuestas.

Ojalá ese “Lich” pudiera dárselas.

Porque, aunque aún no lo sabían, las cosas estaban a punto de empeorar.
__________

Minotauro

Un monstruo tipo hombre bestia con características de buey. Son guerreros monstruosos con una fuerza impresionante y pueden blandir armas enormes sin esfuerzo. Su temperamento es extremadamente rudo, y como no piensan mucho y sus acciones se guían por las emociones, son monstruos extremadamente peligrosos.

Son extremadamente feroces, y cuando ven a un hombre humano que les gusta, prácticamente se lanzan a atacarlo de inmediato para forzar el sexo. Como tienen una resistencia inagotable, disfrutan mucho violando hombres unilateralmente, y les gusta el sexo duro. Una vez que atrapan a un hombre, este se ve obligado a seguirle la corriente hasta que se agota y se desmaya.

Chapter 13: Crisis de Mamono

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Nueva York, edificio de la ONU

Más al norte, la nieve caía sobre la Gran Manzana mientras la ONU se reunía de emergencia para debatir una crisis convocada por el presidente de los Estados Unidos. El ataque de unas misteriosas criaturas femeninas en Medford, Oregón, había sido noticia en todo el mundo. Y lo peor: informes de seres similares comenzaban a multiplicarse en todos los continentes. Desde Brasil hasta Nepal, se registraban avistamientos —y ataques— cada vez más frecuentes.

En la Amazonia brasileña, un destacamento militar fue enviado a un pequeño pueblo agrícola tras perderse todo contacto con sus habitantes. Al llegar, los soldados encontraron el lugar en ruinas: casas destrozadas, muros ennegrecidos, marcas de garras y rastros de sangre... muy poca, para la magnitud de la destrucción.

Solo hallaron un superviviente: un cazador militar asignado la semana anterior para ayudar al pueblo con los jaguares que estaban matando su ganado. El hombre, visiblemente alterado, relató lo sucedido.

Dijo que regresaba de rastrear a los felinos cuando encontró la aldea arrasada. No había cadáveres, ni gritos, ni movimiento alguno… salvo una figura. En medio de la carretera principal, una mujer se mantenía de pie, inmóvil. Pero al mirarla bien, comprendió que no era humana.

Medía más de dos metros. Tenía una sola ala, una cola y un cuerno que le cubría el ojo derecho. Su cuerpo, fuerte y definido como el de una luchadora profesional, solo estaba cubierto por un tosco sujetador y unas bragas de piel animal. En la espalda cargaba una enorme espada.

Lo que más lo aterrorizó no fue su aspecto, sino su mirada: lo observaba como si fuera una presa, carne fresca. La criatura comenzó a avanzar hacia él, desenvainando la espada. El cazador, recuperando el sentido, se quitó el FAL del hombro y disparó un tiro de advertencia.

El estampido resonó en la selva. La mujer dio un salto, sobresaltada, y por un instante casi dejó caer el arma.

—Afastem-se e ponham as mãos no ar! Senhor, atiro! —(¡Retroceda y levante las manos! ¡O disparo!)— gritó el cazador, apuntando con su arma temblorosa.

Ante su advertencia, la mujer giró sobre sus talones y echó a correr selva adentro. Lo que más lo impresionó fue su velocidad: corría tan rápido que hacía que Usain Bolt pareciera llevar muletas, aseguraría después. Al principio nadie le creyó, pero tras los incidentes de Medford y los informes de criaturas similares, su historia ya no parecía tan absurda.

Semanas después, llegó otro informe, esta vez desde Siria. Un destacamento de fuerzas progubernamentales había sido atacado, no por rebeldes ni por ISIS, sino
por algo completamente distinto. Según los sobrevivientes, enormes gusanos surgieron del suelo con violencia, engullendo hombres enteros antes de volver a hundirse bajo la tierra. Todo ocurrió tan rápido que las tropas ni siquiera tuvieron tiempo de reaccionar.

Sin embargo, con uno de los gusanos tuvieron suerte. Lograron abatirlo tras un intenso intercambio de fuego. Pero lo que descubrieron al examinar el cuerpo los dejó helados.

Al abrir su enorme boca, algo comenzó a asomar: un cuerpo de tono rosado, de rasgos femeninos, voluptuoso, casi humano. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que no era una mujer separada del gusano… sino parte de él. Aquella figura estaba fusionada con la criatura, como si fuera su propio corazón hecho carne.

Días después, llegó otro informe, esta vez desde Nepal.

Un monje budista relató que descendía desde su templo, en lo alto del Himalaya, hacia una aldea cercana para conseguir provisiones cuando una tormenta de
nieve lo sorprendió. Fue tan repentina y feroz que perdió el camino. Entre los vendavales y la neblina helada, estuvo a punto de caer por un acantilado cuando alguien lo sujetó del hombro.

Al girarse, se encontró cara a cara con lo que, al principio, creyó una mujer. Pero su piel tenía un tono azul pálido, y su cabello, blanco como la nieve. Solo vestía un kimono azul, delgado e imposible para los -20 °C del entorno.

Ella lo observaba con una expresión extraña: una sonrisa que mezclaba locura y ternura a partes iguales.

Aterrorizado, el monje retrocedió… y resbaló. Mientras caía montaña abajo —unos noventa metros según su testimonio—, juró haberla oído gritar su nombre.

Contra toda probabilidad, sobrevivió a la caída y fue rescatado más tarde por aldeanos locales.

Aunque muchas de estas historias ya circulaban antes del incidente de Medford, fue solo después de aquel ataque que empezaron a tomarse en serio. Ahora, con
la ONU reunida de emergencia para debatir el asunto, el mundo comprendía que la situación era realmente grave.

En el centro del recinto, el presidente de los Estados Unidos subió al podio principal. La conversación en la cámara se detuvo de inmediato; el silencio era casi absoluto.

Había sido informado con antelación sobre lo que eran las llamadas “Mamono”… y lo que deseaban. La información le había resultado inquietante, incluso perturbadora, y sabía que divulgarla en una transmisión en directo —potencialmente vista por millones, incluidos niños— sería arriesgado. Pero no tenía elección.
Era una cuestión de seguridad nacional… y mundial.

Diplomáticos, periodistas y espectadores de todo el planeta contuvieron el aliento mientras el presidente se ajustaba el micrófono y comenzaba a hablar.
—A mis compatriotas estadounidenses… y a todos los seres humanos del mundo.

Hoy me dirijo a ustedes para hablar del reciente ataque ocurrido en Medford, Oregón.

Nadie perdió la vida en el incidente; sin embargo, está claro que esa no era la intención de los atacantes —o Mamono, como se hacen llamar. Todo indica que su propósito era capturar, violar y esclavizar a la población.

Según los análisis preliminares de nuestros biólogos, estas criaturas son una amalgama de características humanas femeninas y rasgos animales. Y aunque hemos logrado capturar a lo que parece ser su líder, su origen exacto sigue siendo un misterio.

Pero tengan la seguridad de algo: cuando descubramos de dónde vienen y por qué están aquí, los Estados Unidos trabajarán junto a la OTAN y las Naciones Unidas para detener esta amenaza.

Gracias.

El presidente abandonó el podio entre un murmullo generalizado. Apenas había salido del escenario cuando una marea de periodistas se abalanzó sobre él, lanzando preguntas a gritos:

—¿Hay más Mamono ahí fuera?

—¿Qué planea hacer el gobierno con la criatura capturada?

—¿Están entre nosotros?

El presidente no respondió. Se limitó a avanzar escoltado por el Servicio Secreto, con el rostro serio. Porque, en el fondo, ya conocía las respuestas.
Durante las últimas horas, se habían recibido reportes de avistamientos por todo el país. Uno de los más recientes provenía de la oficina de Servicios de Protección Infantil: una pareja había intentado adoptar a una niña con un caparazón de tortuga en la espalda.

Y en cuanto a las Mamono que ya estaban bajo custodia, el presidente tenía programada una reunión con su gabinete y un grupo de expertos. Pronto, tendrían que decidir qué hacer con ellas.

Pero al salir del edificio, el presidente sintió un mal presentimiento. Era una sensación vaga, pero profunda… una presión en el pecho, como si algo invisible
estuviera a punto de desatarse.

Sus sospechas se confirmaron apenas unos minutos después, mientras caminaba hacia su limusina. Su teléfono vibró en el bolsillo interior del saco. En la pantalla aparecía el nombre de uno de sus generales: el encargado de rastrear y neutralizar a cualquier Mamono detectada.

Contestó de inmediato y se llevó el aparato al oído.

—Habla el presidente.

La respuesta llegó cargada de tensión y ruido de fondo.

—¡Señor, tenemos otra brecha!

__________

Amazona

Todas son criadas para ser guerreras desde la infancia. Poseen excelentes habilidades físicas y son expertas en las artes de la guerra. Dado que su sociedad está compuesta principalmente por mujeres, su visión de los roles de género es opuesta a la de los humanos, por lo que las mujeres toman las armas y luchan como guerreras, mientras que los hombres son considerados frágiles y responsables del cuidado de la casa y los niños pequeños. Su deber también es curar a las mujeres que regresan exhaustas de la caza o la batalla, teniendo relaciones sexuales con ellas y proporcionándoles esencia. Periódicamente realizan "cacerías de hombres" en las que atacan asentamientos humanos y capturan a los hombres que les atraen, llevándolos de vuelta a la aldea como esposos. Una amazona que consigue un hombre de esta manera se considera una "adulta" independientemente de su edad y es tratada como una guerrera de pleno derecho.

Chapter 14: Los refugiados

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En un claro del bosque, bajo un cielo de tonos imposibles, se alzaba una gran ciudad. No en la Tierra, sino en otro mundo.

Alesia, la Titania, estaba ayudando a una familia enana a empacar sus pertenencias. En realidad, ayudaba a todos los que podía dentro del santuario. Siempre lo hacía.

Aquel refugio lo había fundado ella misma, poco después de huir de los Reinos de las Hadas.

Hubo un tiempo en que la vida allí era maravillosa: el aire vibraba con música, risas y magia pura.

Hasta que llegaron los secuaces del Señor Demonio.

La propaganda de los Mamono afirmaba que las Titanias se habían sometido voluntariamente, y que todas las hadas habían acogido con alegría sus nuevas “bendiciones”. Y, en parte, era cierto. Las demás Titanias sí se rindieron, entregándose de buen grado a aquel poder corruptor. Luego, deseosas de “compartir su
felicidad”, decidieron imponer el mismo destino a todas las hadas, quisieran o no.

Leyes nuevas surgieron por todo el reino, decretando que toda hada debía transformarse en súcubo. Quienes se resistieron fueron perseguidas. Las antiguas libertades, los juegos, las danzas y las travesuras que habían definido su cultura, fueron prohibidos en nombre del “amor y la familia”.

Incluso se volvió ilegal divertirse si no implicaba sexo.

Los Reinos de las Hadas se hundían en un orden forzado, ahogado por sonrisas vacías y cuerpos rediseñados por la lujuria.
Todos… excepto el de Alesia.

Cuando invitaron a Alesia a reunirse con los embajadores de los Señores Demonio, junto con el resto de las Titanias, ella se negó. Temía que todo fuese una trampa para someter a las Hadas… y sus temores se confirmaron.

Las demás Titanias regresaron a sus tronos alabando al Señor Demonio, con miradas extrañamente desvergonzadas y sonrisas que no parecían propias. Poco después, comenzaron a aprobar leyes en todos los reinos, excepto en el suyo. Desde su palacio, Alesia observó con horror cómo el mundo de las Hadas se transformaba en una parodia de sí mismo: el cielo adquirió un tono púrpura grisáceo, casi venenoso; bosques de tentáculos se alzaron sobre la tierra, asfixiando a la flora nativa; y hombres humanos, elfos y enanos fueron arrastrados allí, esclavizados como simples objetos de placer. Todo aquello revolvía el estómago de Alesia.

Peor aún —o más insoportable— fueron los insistentes intentos de las otras Titanias por convertirla en una súcubo. La invitaban una y otra vez a sus reinos, con dulces palabras y promesas de “unidad”, pero Alesia no se dejaba engañar. Sabía que solo era cuestión de tiempo antes de que intentaran forzarla. Muchos de sus súbditos ya habían caído bajo la corrupción, y su capital terminó convirtiéndose en el último refugio de Hadas puras. Solo las Flores de Hadas —las creadoras originales de toda su raza— permanecían aún intactas.

La gota que colmó el vaso llegó cuando las demás Titanias decretaron la destrucción de TODAS las Flores de Hadas, incluida la de Alesia. Al parecer, deseaban erradicar por completo la antigua magia y reemplazarla con algo mucho más… carnal. Querían que las Hadas nacieran únicamente de úteros.

Alesia sabía que, si permanecía allí esperando, los demás reinos acabarían por atacarla sin contemplaciones. No podía permitir que su gente muriera bajo el estandarte de un amor corrompido. Así que reunió a los que quedaban y anunció su decisión: abandonarían para siempre el Reino de las Hadas. Esperaba que apenas unos pocos la siguieran… pero, para su sorpresa, la mayoría accedió sin dudar.

Con la determinación de una reina que ya no podía mirar atrás, Alesia concentró su poder y abrió un portal hacia el mundo humano. Llevó consigo todas las Flores de Hadas que ella y sus súbditos pudieron cargar, y juntos cruzaron el umbral, dejando atrás la tierra que una vez fue su hogar.

En el nuevo mundo, comenzó la construcción del santuario. Los primeros días fueron duros: el terreno era extraño, el aire pesado, y la magia del lugar se sentía débil. Pero poco a poco, la esperanza volvió a florecer. Los rumores sobre aquel refugio se extendieron, y pronto llegaron enanos y elfos que habían escapado de sus aldeas tras la conquista de los Mamono. También se unieron humanos que rechazaban tanto a los monstruos como a la Orden, deseosos de empezar de nuevo.

Costó tiempo, lágrimas y sacrificios, pero el santuario terminó por convertirse en una comunidad viva y próspera. Un último rincón de pureza en un mundo que se desmoronaba.

Pero ahora todo eso había cambiado.

Alesia mantenía una alianza de conveniencia con la Orden. Después de todo, ambos compartían un mismo propósito: liberar sus tierras del yugo de los Mamono. La Orden había desplegado exploradores para vigilar los movimientos del enemigo, y uno de ellos trajo noticias alarmantes: una horda de monstruos se dirigía directamente hacia el santuario.

Según los informes, Druella —una de las secuaces favoritas del Señor Demonio— había recibido la misión de liderar el ataque. Sin embargo, decidió delegarla en una de sus aliadas más devotas: Sasha Fullmoon, antigua heroína de la Orden, ahora sacerdotisa del Dios Caído… y violadora de niños. Si los rumores sobre lo que les hizo a sus propios huérfanos durante la caída de Lescatie eran ciertos, entonces el santuario estaba condenado.

Alesia comprendió que no tenían esperanza de resistir. Su santuario, por próspero que fuera, no podía igualar el poder de los Mamono, y mucho menos de una exheroína bendecida por el Dios Caído. Así que, una vez más, tomó la decisión más dolorosa: huir. Sabía que, si querían sobrevivir, tendría que usar toda su magia para teletransportar a los residentes, tal como lo hizo cuando abandonó los Reinos de las Hadas.

Los habitantes, por su parte, habían vivido durante años con ese temor silencioso. En el fondo, todos sabían que, tarde o temprano, los Mamono los encontrarían. Ya no existía un lugar verdaderamente seguro.

La Orden se tambaleaba al borde del colapso tras la caída de Lescatie, Zipangu y el continente de la Niebla, que hacía tiempo habían mostrado su verdadera naturaleza. Los Reinos de las Hadas se habían perdido por completo, y tanto los elfos como los enanos estaban al borde de la extinción.
Pero Alesia les había devuelto algo que creían perdido: esperanza.

Por eso, cuando les pidió que empacaran sus pertenencias, nadie protestó. Ahora todos estaban reunidos en el centro del asentamiento, aguardando con expectación a que su líder les revelara el plan de escape.

Alesia salió de su hogar con el bastón en mano y una expresión serena, aunque sus ojos delataban el peso de la responsabilidad. Frente a la multitud —elfos, enanos, humanos y hadas por igual—, respiró hondo y comenzó a hablar. Explicó su plan de abrir un portal y teletransportarlos a un nuevo lugar donde pudieran reconstruir sus vidas… un sitio donde, con suerte, el Mamono nunca los encontraría.

Los no hadas se mostraban escépticos, pero la determinación en la voz de Alesia les infundía valor. Estaban dispuestos a confiar en ella, a hacer cualquier cosa con tal de escapar del horror que se cernía sobre ellos.

Así que, sin más demora, Alesia alzó su bastón y empezó el ritual.

Con la mirada fija en el horizonte, extendió una mano y comenzó a canalizar su energía. La magia llenó el aire, vibrando como una corriente eléctrica invisible. Buscaba un punto débil en el velo entre los mundos, una grieta lo bastante grande como para permitir el paso de cientos de almas. Y entonces… lo sintió.

Una corriente mágica colosal fluía bajo la superficie del espacio, resonando con la misma frecuencia que su hechizo. Era como si otra fuerza —en algún lugar distante— también estuviera tratando de cruzar los límites entre realidades. Decidida a aprovecharla, Alesia concentró toda su energía y la vinculó con esa corriente.

El suelo tembló.

Un estallido de luz atravesó la plaza, y un portal se abrió ante todos. Al otro lado se extendía un vasto campo verde salpicado de árboles, con un pequeño lago que reflejaba la luz del sol. Más allá, se alzaban estructuras metálicas colosales, desconocidas y fascinantes.

Alesia las observó con asombro. Jamás había visto algo semejante.

También vio muchas figuras humanas al otro lado del portal.

Una buena señal, pensó. Quizá este nuevo mundo aún pudiera ofrecerles una oportunidad.

Se giró hacia la multitud y levantó la voz:

—¡Síganme!

Sin vacilar, Alesia cruzó el portal, seguida por su pueblo en una fila ordenada. Uno a uno, los elfos, enanos, humanos y hadas desaparecieron en la luz resplandeciente, dejando atrás el santuario que había sido su hogar.

Todos cruzaron con la misma esperanza: que el otro lado les diera un nuevo comienzo.

Pero ninguno de ellos sabía lo que estaban a punto de provocar.

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Titania

Las reinas de las hadas que gobiernan los reinos de las hadas . A diferencia de las hadas comunes, sus cuerpos son aproximadamente del mismo tamaño que los humanos. Su belleza es impresionante y lucen alas de un brillo precioso en la espalda. Tienen una personalidad amable y llena de bondad, y además de proteger y guiar a las hadas, también juegan con ellas; así que son como hermanas mayores de las hadas infantiles.

Sus cuerpos están compuestos principalmente de energía mágica, e incluso entre las hadas, poseen un poder mágico excepcionalmente alto. Al rezar, pueden curar las heridas de todas las hadas y protegerlas de todo tipo de peligro con sus hechizos de protección. Si alguien ataca a las hadas, pueden apaciguar la malicia y la animosidad usando magia. Tras ser apaciguadas, sin darse cuenta, los asaltantes se encuentran jugando con las hadas. Originalmente no eran monstruos , pero los individuos que se han transformado en súcubos debido a la influencia del maná mamono son tratados como monstruos.

Chapter 15: Sasha Fullmoon

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Sasha Fullmoon inspeccionaba los restos silenciosos del santuario que una vez perteneció a Alesia la Titania.

No había pasado tanto tiempo desde su conversión a los caminos del Mamono. En el proceso, había abrazado la fe del Dios Caído, se había convertido en una de
las muchas reinas del nuevo monarca de Lescatie, el Rey Elt, y se había ganado el favor de Druella, una de las hijas del mismísimo Señor Demonio. Por eso estaba
allí: Druella había recibido la orden de atacar aquel lugar, pero le cedió la tarea a Sasha. Y Sasha, ansiosa por demostrar su valía, aceptó sin dudar.

Ahora, caminaba entre las ruinas, intentando descifrar cómo la Titania había logrado desaparecer con todos los habitantes. Había enviado a sus hombres lobo y
arpías a rastrear cada rincón de los bosques cercanos, pero regresaron con las manos vacías.

La noticia la llenó de frustración y desconcierto. Frustración, por perder la oportunidad de “convertir” a nuevos humanos, especialmente a los niños. Desconcierto, porque podía sentir que una magia poderosa había sido invocada en la plaza central. Una magia que solo una Lilim o una Titania anciana podría manejar. Pero Alesia no era ninguna de las dos; apenas una Titania menor, regente de un pequeño dominio antes de la caída.

Algo no cuadraba.

Finalmente, Sasha dio la orden de retirada. Sus fuerzas —lobas, arpías, amazonas y elfos oscuros— obedecieron con visibles muestras de disgusto. No había botín,
ni esclavos, ni prisioneros que convertir. Solo un vacío inquietante.

Aun así, Sasha sonrió con su característica expresión retorcida.

—Al menos tendré algo interesante que contarle a Druella —murmuró, mientras su sombra se desvanecía bajo el crepúsculo púrpura.

Chapter 16: La criada

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Vancouver, Canadá.

Samuel salió de su oficina y se adentró en la noche fresca y lluviosa. La primavera había llegado al hemisferio norte, trayendo consigo un aire húmedo y persistente.

Su apartamento no quedaba lejos, así que decidió caminar. Eran casi las diez de la noche; las calles estaban tranquilas, bañadas por el reflejo anaranjado de las
farolas sobre el asfalto mojado. No esperaba encontrarse con nadie.

Por eso se detuvo al ver, junto a la entrada de un callejón, lo que parecía una criada francesa.

La figura estaba allí, inmóvil, su uniforme brillando de forma extraña bajo la lluvia, como si estuviera hecho de gelatina translúcida. Samuel frunció el ceño. No lograba distinguir su rostro. Era raro ver a alguien así a esas horas, más aún en medio de la calle.

Cuando pasó junto a ella, la mujer le habló con un tono suave, casi musical:

—¡Hola!

Samuel, sin detenerse, le devolvió un saludo rápido y siguió caminando. No notó cómo la figura se llevó una mano al pecho, sonriente, ni cómo comenzó a seguirlo a distancia.

Cinco minutos después, Samuel cerró la puerta de su apartamento. Solo pensaba en una ducha caliente y una cerveza fría. No notó el pequeño charco morado que se deslizaba por debajo de la puerta, extendiéndose lentamente sobre el suelo del pasillo.

Ya en el baño, el vapor empañaba el espejo cuando escuchó algo. Un ruido sordo, metálico, procedente del otro lado de la puerta.
Juraría que cerré con llave..., pensó.

Apagó el grifo, se secó con rapidez y se puso el pijama —sí, los adultos también usan pijamas— antes de abrir la puerta.
Lo que vio en la cocina le arrancó un grito de puro asombro

Al mirar por el pasillo, Samuel vio algo —una especie de masa morada— cocinando en la estufa. Tenía forma de mujer, aunque Samuel no conocía a ninguna mujer que pareciera hecha de mermelada de uva y careciera de piernas visibles.

Entonces reparó en su atuendo: un traje de sirvienta francesa. De repente, lo entendió todo. ¡Era la dama del callejón!

La mujer se giró para mirarlo, dejando a Samuel aún más pasmado. Al igual que el resto de su “piel”, su rostro era de un tono violeta brillante, pero lo que
realmente lo desarmó fueron sus ojos: dorados, resplandecientes, y con una profundidad tan vasta que parecían haber visto pasar milenios.

Ella le dedicó una sonrisa radiante.

—¡Ah, amo! Ya terminaste de limpiarte. ¡La cena está casi lista! —canturreó alegremente mientras volvía a su tarea, tarareando una melodía desconocida.

Samuel, aún perplejo, logró balbucear:

—¿Quién eres? ¡Te reconocí del callejón! ¿Qué haces aquí? ¿Y cómo entraste?

La mujer no respondió de inmediato. Apagó la estufa, sirvió el contenido de la sartén en un plato y, con una gracia gelatinosa, se volvió hacia él.

—Ante todo, soy Mindy, tu sirvienta Shoggoth. ¡Estoy aquí para servirte, tonto! —dijo con entusiasmo—. En cuanto a cómo entré… bueno, simplemente me
deslicé por debajo de la puerta. ¡No fue tan difícil! Ahora siéntate, tu cena está lista.

Le colocó frente a él un plato humeante de carne con brócoli. El aroma era irresistible. Samuel no era precisamente un chef —su especialidad eran los macarrones
con queso—, pero aquello olía a restaurante de lujo.

¿Podía esa cosa gelatinosa, esa “señora Shoggoth”, cocinar tan bien? Su estómago rugió en respuesta.
Aun así, no pudo evitar seguir preguntando:

—¿Por qué soy tu amo? ¿Por qué me elegiste a mí entre todos? ¿Y si no quiero que seas mi sirvienta?

Mindy ladeó la cabeza, con una sonrisa tan dulce como inquietante.

—Oh, amo… El mayor deseo de un Shoggoth es cuidar y servir. Cuando respondiste a mi saludo en aquella ciudad extraña, supe que eras mío.

Luego bajó la voz, acercándose con una sonrisa traviesa.

—¿Y por qué no querrías que una Shoggoth fuerte, inteligente, talentosa y, sobre todo, sexy, te cuide?

Ella agitó sus grandes pechos y sacudió sus voluptuosas caderas, que Samuel juraría que se volvían más grandes y anchas a cada segundo. Luego, comenzó a deslizarse hacia él con una gracia felina, y al estar cerca, agarró sus manos y lo llevó hacia la mesa, donde lo sentó frente a una deliciosa comida.

"¡Ahora come!", le ordenó con una voz suave y seductora mientras él miraba la comida. Samuel se humedeció los labios inconscientemente antes de intentar coger un tenedor, pero no lo encontró, lo que despertó su curiosidad. De repente, Mindy extendió la mano y Samuel observó con asombro cómo su dedo índice se transformaba en un tenedor. Con un chasquido húmedo, se lo quitó de la mano y se lo ofreció, acercándose aún más a él.

Estaba un poco nervioso, pero la tentación era irresistible. Aceptó el tenedor y lo bajó lentamente, pinchando un jugoso cubo de carne y llevándoselo a la boca. Le dio un mordisco y apartó el tenedor, arrastrándolo con los dientes.

Ante esto, oyó a Mindy emitir un suave gemido que resonó en sus oídos. Esto lo sorprendió, pero no pudo evitar sentirse excitado. Siguió comiendo, y cada vez que se metía el tenedor en la boca, Mindy gemía un poco más fuerte, susurrándole al oído "más" o "¡más fuerte!" con una voz cargada de deseo.

Finalmente, terminó de comer y le ofreció el tenedor a Mindy, quien lo tomó con un suspiro de decepción. Después, ella lavó los platos mientras Samuel empezaba a pensar en los problemas a largo plazo de tenerla cerca. Claro que era un placer tenerla cerca, pero no podía pagarle. ¿Acaso eso no es esclavitud?, pensó nervioso. ¡Y además es como un maldito extraterrestre o un monstruo! ¿Cómo se lo explico a mis amigos y, sobre todo, a mi familia?

Antes de que Samuel pudiera procesar mejor sus pensamientos, Mindy terminó su tarea y se acercó a él, dedicándole una sonrisa lujuriosa. "Amo, es hora de que descanse un poco. Lo necesitará para mañana", susurró con voz seductora.

Samuel tragó saliva con nerviosismo, pero se dirigió al baño a lavarse. Oyó ruidos provenientes de su habitación, pero supuso que era Mindy. Terminó y entró en su habitación, donde se encontró con una imagen muy extraña.

Su colchón, almohadas y mantas estaban tirados a un lado de la habitación. En su lugar estaba Mindy, que se había transformado en un colchón. Parecía que su cuerpo estaba unido al colchón, pero a diferencia de su forma anterior, tenía piernas completas. "¡Vamos, amo! ¡Los haré sentir cómodos!", dijo con una voz invitadora.

Antes de que pudiera decir nada, cuatro brazos enormes salieron disparados de la cama y lo agarraron por los brazos y las piernas. Samuel gritó de sorpresa al ser arrastrado hacia la cama. Al aterrizar, su cuerpo se hundió en la suave superficie y Mindy emitió un fuerte gemido de placer. Luego, se deslizó sobre él, presionando sus enormes pechos contra su pecho y lo besó profundamente.

Michael no sabía qué hacer ni decir. Por un lado, quería escapar, echarla de casa y seguir con su vida. Pero su cuerpo ahora tenía el control y deseaba a Mindy. Ella pareció notarlo también, esbozando una gran sonrisa y comenzando a apretar su entrepierna contra la suya.

"¡Siento que el amo está creciendo muchísimo! ¡Debo estar haciendo un gran trabajo! Pero ahora creo que merezco mi recompensa. ¡Trabajé duro para preparar esa comida y ahora tendré la mía!", gritó de alegría mientras dos tentáculos le salían de la espalda y alcanzaban su pijama.

Samuel tragó saliva con anticipación y nerviosismo, y ella se los quitó fácilmente. Su pene se liberó y quedó inmediatamente envuelto en el cuerpo de Mindy. Ella gritó de alegría y comenzó a bombear su cuerpo, poseyéndolo con una intensidad que nunca había experimentado. Samuel gritó de lujuria al sentirla palpitar, apretar y jalar como ninguna otra chica humana podría.

Finalmente, sintió que su pene estaba a punto de reventar y se lo hizo saber. Pero Mindy no se retiró ni se detuvo. Simplemente se inclinó y le susurró: "¡Lléname, semental! ¡Lo quiero todo!". En ese momento, la presa se rompió y Samuel gimió con fuerza al ver cómo su semen se precipitaba hacia adelante.

Pero su erección no desapareció; de hecho, sintió que se endurecía aún más al ver su semen flotar en el cuerpo de Mindy y evaporarse lentamente. Mindy también lo sintió y lo vio, y le sonrió.

"Esto es solo el comienzo", le susurró. "¡Vamos a pasar toda la noche!"

Sin embargo, se incorporó, se separó de su pene y se puso a gatas. Apuntó su enorme trasero, que parecía crecer aún más, hacia Samuel y meneó las caderas. "¡Vamos, amo! ¡Córtame esa verga gorda! ¡La necesito! ¡LA NECESITO!", suplicó con voz jadeante.

Samuel parpadeó antes de arrodillarse lentamente y apuntar su vara de titanio hacia ella. Entonces la embistió con fuerza, su pene encontrando el lugar donde estaría su ano. Mindy gritó su nombre antes de contraatacar, tratando desesperadamente de meterlo dentro de ella lo más profundamente posible.

Esto continuó durante varios minutos, Mindy gritando, Samuel golpeando su trasero, ambos en profundo éxtasis sexual.

"¡Los vecinos y el casero me van a dar una paliza a estas alturas!", pensó Samuel mientras volvía a penetrar a Mindy. Si iba a quedarse en su piso para siempre, ¡tenía que aprender a ser más silenciosa!

Finalmente, Samuel alcanzó el clímax de nuevo, descargándose otra carga enorme en Mindy. Una vez más, notó que Mindy parecía haber absorbido su semen y que su pene seguía duro como una piedra. Procedió a preguntarle qué pasaba.

Mindy rio entre dientes. "Mi cuerpo reduce el tiempo refractario del hombre humano a solo unos segundos. En cuanto a lo que le pasa a tu semen, me alimento de una parte. Me mantiene con energía. ¡Pero el resto lo guardo para algo especial!"

—¿Ah, sí? ¿Qué es eso? —preguntó Samuel.

"¡Oh, nada especial! ¡Solo que si seguimos así tendrás una segunda criada en unos meses!", gritó Mindy mientras metía su enorme trasero en la entrepierna de Samuel.

Samuel se despertó al día siguiente exhausto. ¡Habían estado trabajando hasta las 3 de la mañana! Llamó rápidamente a su jefe para decirle que no se sentía bien y que se quedaría en casa unos días.

Salió de su habitación y entró en la cocina. Miró a su hermosa doncella Shoggoth, que estaba preparando el desayuno con una sonrisa de satisfacción. Samuel estaba decepcionado porque sus curvas habían desaparecido. La noche anterior, Mindy le había explicado que cuanto más excitada está, más gruesa se pone.

"¡Pues vamos a ponerla cachonda!", pensó Samuel mientras se acercaba sigilosamente a Mindy y le agarraba las tetas, haciéndola arrullar de alegría. Cuando comenzó a besarla y su pecho empezó a hincharse muy lentamente, Samuel se agradeció a sí mismo por no rechazar esta bendición.

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Shoggoth

Tienen personalidades sumisas y tranquilas, y no atacan a los humanos . Incluso hoy en día, se dice que, en busca de un nuevo amo, se presentarán ante hombres que les gusten o ante cualquiera que desee emplearlos y servirles con devoción.

Pueden crear cualquier tipo de órgano transformando las células de su cuerpo. También pueden preparar las herramientas necesarias con su propio cuerpo, por lo que su propio cuerpo es más que suficiente para satisfacer todas las necesidades de su amo. Priorizan la comodidad vital de sus amos por encima de todo, y su discreta forma de servir los convierte en sirvientes ideales. Incluso desprenden una atmósfera de pureza, algo poco común en los monstruos.

Chapter 17: Vida en la granja 2

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Su novia, Molly la Holstaur, no estaba allí. Vivía con él desde hacía un mes en la vieja granja que había heredado de su abuelo, y en ese tiempo su presencia se había vuelto tan habitual que despertar sin verla le resultaba extraño.

Marc solía llamarla su novia, aunque ella prefería presentarse como su esposa. Y, en cierto modo, lo era. Marc soñaba con casarse oficialmente con ella, pero temía que el gobierno se la llevara si intentaban hacerlo por los medios tradicionales.

Aun así, su vida juntos era tranquila. Se enseñaban mutuamente: él le mostraba cómo funcionaba la tecnología moderna, y ella le hablaba sobre su mundo y sus costumbres. Gracias a eso, Molly se desenvolvía cada vez mejor entre humanos, y Marc no tenía duda de que a esa hora estaría preparando el desayuno.

Bajó las escaleras de la casa de campo, y el aroma a mantequilla y masa recién hecha le confirmó su suposición. Entró en la cocina y la encontró frente a la estufa, moviendo con esmero una sartén. Vestía únicamente delantal y una sonrisa que iluminaba la habitación.

El trasero bombeado y la parte trasera de su coño quedaron expuestos a la vista de todos, junto con sus piernas y pezuñas desnudas y cubiertas de pelo.

Marc se le acercó sigilosamente y le agarró los pechos hinchados. Ella jadeó de sorpresa y excitación. Marc notó que necesitaba que la ordeñaran; sentía la leche chapoteando en sus copas F.

"Oye, cariño, esos panqueques huelen delicioso", dijo Marc mientras la besaba.

"Gracias, cariño. Me has enseñado mucho desde que llegué aquí hace un mes. ¡Te amo!", respondió Molly mientras acariciaba sus pechos con cariño.

"Mmm, creo que alguien necesita que le ordeñen", susurró Marc, agarrando un puñado de teta con una mano y empezando a quitarse el delantal con la otra.

Molly se desnudó enseguida. La pareja se emborrachó mientras se besaban y se besuqueaban hasta el sofá. Durante todo el camino, Molly le quitó la ropa a Marc mientras él le apretaba y masajeaba los pechos, haciendo que la leche le saliera a chorros de sus grandes pezones y cayera al suelo de madera.

La pareja cayó en el sofá mientras Marc comenzaba a sacar su polla congestionada y a beber su leche directamente del grifo.

Marc había notado que algo extraño le pasaba a su pene durante los últimos meses que había estado bebiendo su leche. Antes de conocer a Molly, medía unos veinte centímetros. Ahora medía treinta centímetros y era cinco centímetros más grueso. No se opuso, por supuesto, simplemente le pareció extraño.

Rápidamente, metió su tronco en el coño de Molly, probablemente por milésima vez. Para entonces, su coño se había moldeado a la perfección para encajar en su pene.

Molly gritó de placer mientras la leche salía a borbotones de sus melones. ¡Mugió de éxtasis al correrse!

"¡Ay, Marc! ¡Estás muy grande desde que te conocí!", gritó Molly mientras él la embestía.

"¡Todo gracias a ti y a tu divina leche!", gritó Marc al correrse dentro de ella.

Un galón de esperma inundó el útero de Molly cuando ella volvió a correrse.

Siguieron haciéndolo durante horas, amándose y haciendo el amor. Para cuando terminaron, era mediodía.

Pero Marc sabía que no se detendrían por hoy. El apetito sexual de Molly era incontenible, así que sabía que lo harían de nuevo más tarde.

No es que a Marc le importara, en lo más mínimo.

Chapter 18: ¿A quién no le gustan los abrazos?

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Liverpool, Inglaterra

Roger estaba teniendo uno de esos días extraños que parecen sacados de una pesadilla… o de un mal chiste.

Había salido en su barco pesquero con la intención de atrapar algo para cumplir con las cuotas del día, pero no esperaba volver corriendo a casa con una chaqueta tan abultada que parecía el mismísimo Jorobado de Notre Dame.

Cuando por fin cerró la puerta con llave y suspiró de alivio, la chaqueta... habló.

—¡Por fin! ¡No entiendo por qué tenías que taparnos así! —se quejó una voz femenina.

—¡Sí! ¡Eso no estuvo nada bien! —añadió otra.

Roger parpadeó. Luego intentó desesperadamente arrancarse del cuerpo las algas húmedas que colgaban de su espalda y sus brazos.

Las voces protestaron. Las algas se apretaron aún más.

—¡Vamos! ¡Quítense de encima, por favor! —gruñó Roger—. ¿Hay alguna forma de que se bajen?

Ambas voces hicieron un “hmm” pensativo y respondieron al unísono:

—¡No! A menos que nos mojes.

Roger palideció.

—¿Mojarlas… cómo?

—¡No tanto! —rió una de las voces—. ¡Con agua! ¡O, bueno, un chapuzón en el mar tampoco estaría mal!

Suspirando resignado, subió las escaleras y abrió el grifo de la bañera. En cuanto el agua caliente llenó la tina, se metió dentro, esperando que eso resolviera el problema.

El resultado fue inmediato: las algas se soltaron con un suave desliz, y de pronto dos figuras femeninas emergieron del agua.

Dos mujeres verdes y esbeltas flotaban frente a él. Sus cuerpos estaban cubiertos de algas, incluso les habían reemplazado el pelo. Eran muy hermosas y sensuales, con muslos firmes, caderas anchas y pechos y traseros grandes. Ambas se parecían mucho; la única diferencia que Roger pudo encontrar fue que una era de un verde esmeralda y la otra, de un verde mar.

Entonces, la de la izquierda habló: "¡Ay, nuestro esposo es tan guapo! ¡Me alegra que nos haya rescatado! Es como un caballero de brillante armadura, salvando a dos princesas hermosas y sexys. ¡Ay, solo quiero que me acunes en tus brazos! ¡Esposo, quiero un abrazo ahora!"

Ella se acercó para abrazarlo con fuerza, envolviéndolo con sus brazos, piernas y algas. Luego, comenzó a besarlo apasionadamente, ¡para su sorpresa!

Mientras tanto, la otra chica también empezó a gatear hacia él. "Oh, querido esposo, sé que debes estar confundido, pero no te preocupes, te cuidaremos. Todos los Flow Kelps y la mayoría de los Mamono se esfuerzan por cuidar y amar a sus esposos. Solo pedimos cariño a cambio, especialmente para Hannah y para mí."

Ella también se abrazó a Roger y envolvió su cuerpo alrededor de él, comenzando a luchar con Hannah por tener acceso a los labios de Roger.

Hannah empezó a quejarse del otro Flow Kelp. "¡Sheri, espera tu turno! ¡Todavía no he terminado de darle abrazos y besos a nuestro esposo!"

Sheri gruñó antes de envolver a Roger con sus brazos y comenzó a acurrucarse con él.

Roger tuvo que admitir que era agradable. No había conocido mucho afecto en su vida, así que ahora, de repente, ser bombardeado con él era muy agradable.

Sí, podría acostumbrarse a esto.

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Flow Kelp

Monstruos de tipo planta con hojas similares a algas marinas que les crecen por todo el cuerpo. Emiten un aura oscura y sombría y tienen un carácter tranquilo, tal como cabría esperar de su apariencia. Suelen permanecer fijos en el fondo del océano mientras agitan las algas marinas. A veces, se mueven y flotan en el océano a la deriva por las corrientes oceánicas. A menudo se les puede ver arrastrados a la playa tras ser arrastrados por las olas o ser arrastrados a la superficie tras quedar atrapados en las redes de los pescadores.

Chapter 19: Refugiados y prisioneros

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Estuvo en todas las noticias.

Desde CNN hasta FOX, todos los medios reportaban lo que, en un principio, parecía ser otra horda de Mamonos apareciendo en Central Park, Nueva York.

Durante horas reinó la tensión, mientras las autoridades desplegaban a la policía y a la Guardia Nacional para contener la supuesta amenaza.

Sin embargo, con el paso del tiempo quedó claro que no se trataba de Mamonos. La mayoría de los recién llegados eran humanos… o casi.

Su líder, una mujer no humana que se identificó como Alesia la Titania, se presentó ante los agentes del gobierno y explicó que no pretendían causar daño alguno; en realidad, estaban huyendo de las hordas mamono que devastaban su mundo.

Pese a sus palabras, el escepticismo fue inmediato. El presidente firmó una orden ejecutiva de emergencia para reubicar a los recién llegados —denominados oficialmente refugiados interdimensionales— en zonas seguras de Pensilvania. Allí permanecerían bajo vigilancia y cuarentena temporal, mientras se comprobaba que ninguno fuera un mamono encubierto ni portara enfermedades desconocidas.

Aunque al principio muchos se mostraron reacios a obedecer las órdenes de las autoridades, Alesia logró calmarlos. Había decidido confiar en estos “estadounidenses”, al menos por el momento.

En los días siguientes, la noticia sacudió al mundo entero. Gobiernos, científicos y medios internacionales mostraron un enorme interés por estas nuevas razas — elfos, enanos y hadas — cuya existencia confirmaba, sin lugar a dudas, que no estaban solos en el universo… o en los mundos más allá del suyo.

Los periodistas exigían entrevistas, los académicos pedían acceso y los curiosos clamaban por verlos. No obstante, el gobierno de los Estados Unidos anunció que, por el momento, los refugiados permanecerían en cuarentena.

Semanas más tarde, tras ser declarados libres de toda enfermedad contagiosa y vacunados conforme a los estándares modernos, se permitió a los refugiados iniciar su proceso de integración.

El desconcierto inicial dio paso a la esperanza. Muchos de ellos —acostumbrados a la guerra y la persecución— se mostraron entusiasmados por las oportunidades que ofrecía este nuevo mundo… un mundo que, para ellos, parecía casi mágico.

Pero al otro lado del país, en Oregón, existía una prisión muy diferente. No albergaba criminales comunes, sino seres que el mundo apenas empezaba a comprender.

Entre ellos se encontraba Martha, la Lich.

Como las demás prisioneras, llevaba más de dos semanas encerrada en aquel edificio frío y extraño. Y, al igual que ellas, estaba muriéndose de hambre… no de comida, sino de algo mucho más profundo: sexo, afecto y amor.

Cada pocas horas, los guardias pasaban por el pasillo para dejarles bandejas con comida. No la que ellas deseaban, por supuesto. Desde sus celdas, las criaturas observaban con ojos hambrientos, golpeaban los cristales reforzados, arañaban el hormigón, gritaban súplicas desesperadas.

Querían sentir. Querían tocar. Querían poseer.

Anhelaban a esos hombres con un deseo que quemaba incluso en la muerte.

Pero las malditas paredes —benditas para los humanos— se negaban a ceder.

Una amazona, sin embargo, tuvo suerte. Logró convencer a un nuevo guardia, más inexperto, para que abriera la puerta y le diera el almuerzo directamente, en lugar de usarlo la ranura. La amazona, con su encanto y astucia, logró manipular al guardia para que se acercara lo suficiente. Para cuando el otro guardia, más experimentado, logró separarla, la amazona ya había causado estragos. Tenía la pelvis rota en varios puntos y sufría una hemorragia interna, pero su determinación y fuerza eran impresionantes.

En otro incidente, una Mantícora logró disparar con precisión una de sus púas venenosas a través de la ranura de la puerta. La púa impactó directamente en el abdomen de otro guardia, quien rápidamente comenzó a esparcir semen por todas partes de manera incontrolable. El veneno de la Mantícora tenía un efecto inmediato y potente, dejando al guardia en un estado de excitación extrema y descontrolada. Ni que decir tiene que los Mamono, al percibir el olor y la situación, se volvieron locos. Intentaron desesperadamente escapar para alcanzar su golosina favorita, pero todos fracasaron en su intento. Incluso los Ushi Onis, conocidos por su fuerza y ferocidad, casi lograron su objetivo, pero fueron contenidos justo a tiempo.

Sin embargo, a Martha aquello le importaba poco.

Un día, mientras se recostaba contra la pared húmeda de su celda, escuchó a los guardias conversar al otro lado del pasillo. Decían que el guardia que había sido atacado no mostraba intención alguna de regresar al Amazonas, a diferencia de la mayoría de las víctimas de Medford. Por alguna razón, él —y unos pocos más— no estaban siendo afectados por la Energía Demoníaca. Aquello la dejó perpleja y preocupada. No podía comprender cómo alguien podía resistirse a ese poder.
Pero ese día, su mente estaba ocupada en otra cosa.

Por “buen comportamiento”, los guardias le habían entregado un aparato llamado televisor. Era la única reclusa que, según ellos, se comportaba de manera “normal”. Tras recibir unas breves instrucciones, Martha pasó varios minutos cambiando de canal, observando con curiosidad las imágenes en movimiento.

Se detuvo al ver un logotipo: CNN.

En la pantalla hablaban de fenómenos extraños alrededor del mundo. Al parecer, otras criaturas de su mundo también habían aparecido en este lugar, aunque en regiones distantes, al otro lado de esta “América”. No eran Mamono, y sin embargo… algo en esa noticia encendió su interés.

Si más seres habían logrado cruzar, significaba que aún había una conexión entre mundos.

Y si esa conexión existía, podría encontrar el camino de regreso a Luxure.

Tenía que escapar. Y pronto.

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Manticora

Una bestia híbrida con cuerpo de bestia, alas de murciélago y una cola con un bulto espinoso de carne en la punta. Son muy inteligentes, con una disposición astuta y cruel. Sádicos e infinitamente lujuriosos, disfrutan violando agresivamente a los humanos y exprimiendo su esencia. Debido a su crueldad, no desmienten deliberadamente las historias falsas que se cuentan en algunos estados antimonstruos sobre "monstruos que se alimentan de carne humana", y actúan como si realmente devoraran humanos. Muchos disfrutan de la mirada de un hombre aterrorizado y de cómo cambia su reacción después, cuando se siente abrumado por el placer.

Chapter 20: El discurso Parte 1

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Alesia se lo estaba pasando bastante bien explorando la historia y costumbres de este nuevo mundo en el que ahora vivía.

Desde que fue puesta en cuarentena tres días atrás, la Titania había sido sometida a exámenes médicos, entrevistas con medios de comunicación y seminarios organizados por el gobierno estadounidense. Todo eso la agotaba, pero también la tranquilizaba: si estas personas hubieran simpatizado con los Mamono, ya los habrían entregado hace tiempo.

Lo que realmente la inquietaba —a ella y al resto de su pueblo— era la confirmación de que los Mamono ya estaban aquí. Por fortuna, los humanos de este mundo conocían la amenaza. Los informes hablaban de un ataque reciente a un pequeño pueblo al otro lado del continente, y Alesia entendía perfectamente el odio que despertaban ahora esas criaturas.

Alesia, sin embargo, no compartía la crueldad del Real Makai ni sus métodos. Detestaba la forma en que su antiguo reino buscaba imponer un mundo unificado bajo el yugo del Señor Demonio: atacar aldeas, forzar a inocentes a convertirse en íncubos o monstruos, esclavizar a hombres para usarlos como objetos sexuales… todo aquello la horrorizaba.

Y sin embargo, en el fondo, comprendía la intención original: difundir una paz eterna, una felicidad universal. El problema era que lo intentaban por el camino más cruel y distorsionado posible. Muchos Mamono, sobre todo los más violentos y fanáticos, veían a los hombres humanos como simples bestias de cría, y a las mujeres, como inútiles si no se convertían en monstruos.

Alesia creía que aún había esperanza para ellos. Si se les daba tiempo, si se les enseñaba a ver con otros ojos, podrían comprender que su visión del mundo estaba corrompida. No eran malvados por naturaleza, sino moldeados por las enseñanzas retorcidas de sus madres demoníacas y de los líderes del Makai.

Cuando el gobierno estadounidense le ofreció a Alesia pronunciar un discurso sobre los Mamono en un lugar llamado “edificio de la ONU”, aceptó con cierta cautela. Aunque confiaba en los humanos de este nuevo mundo más que en los de su antiguo hogar, aún prefería ser precavida. Solicitó garantías de seguridad contra posibles ataques Mamono, y el gobierno accedió sin dudarlo. Le explicaron que aquel discurso sería transmitido al mundo entero. ¡Al mundo entero! La idea la emocionó. Era su oportunidad de hablar por los suyos y, quizá, enmendar errores pasados.

Durante la semana siguiente, Alesia trabajó incansablemente en su discurso. Puso en palabras su historia, sus ideales y lo que deseaba que la humanidad comprendiera sobre los Mamono. Le llevó noches de desvelo y decenas de borradores, pero al final, logró lo que consideró una representación sincera de su verdad.

Ahora viajaba hacia la sede de la ONU en lo que los humanos llamaban “limusina”. Un carruaje alargado que no necesitaba caballos. Le costó doblar las alas para entrar, pero lo consiguió.

El trayecto fue una experiencia mágica. A través de la ventanilla observaba Nueva York, con sus torres de cristal, luces infinitas y un aire de esperanza constante. Era un mundo tan diferente… casi utópico, comparado con los barrios bajos de las ciudades de la Orden o las oscuras calles de la Realeza Makai.

Finalmente, el vehículo se detuvo frente al majestuoso edificio de la ONU. El chófer abrió la puerta y Alesia descendió, deslumbrada por la estructura que se alzaba ante ella como un templo moderno. Apenas puso un pie en la acera, una multitud de periodistas se abalanzó con cámaras y micrófonos en alto, bombardeándola con preguntas. Su equipo de seguridad la rodeó al instante, empujando a los reporteros mientras ella intentaba, con una sonrisa amable, responder al menos a uno.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó Alesia con genuina curiosidad—. Solo intentaba responderles.
Al principio, el personal de seguridad guardó silencio. Luego, uno de ellos respondió con tono firme pero educado:

—Primera regla de la política terrestre, señora: si puede, no responda a sus preguntas.
Alesia frunció el ceño, sin entender del todo, pero decidió no insistir. Continuó caminando en silencio por los amplios pasillos del edificio, donde el eco de sus pasos se mezclaba con el murmullo distante de cientos de personas trabajando.

Finalmente, llegaron a una habitación espaciosa y sobria. Había varias sillas alineadas, un extraño objeto llamado “dispensador de agua” y otros muebles distribuidos al azar.

—Esta es una sala de ensayo —explicó uno de los guardias—. Tiene quince minutos para prepararse. Luego saldrá por aquella puerta —señaló al otro extremo—. ¿Entendido?

Alesia asintió y los guardias se retiraron, cerrando la puerta tras ellos.

Sacó el pergamino —o lo que los humanos llamaban “papel”— y comenzó a repasar su discurso. Revisó cada palabra, asegurándose de que no hubiera errores, aunque su mente no dejaba de divagar. El corazón le latía con fuerza. Antes había dado discursos en pequeñas aldeas, en plazas improvisadas o en templos de madera… pero esta vez su público era el mundo entero.

Justo cuando comenzaba a temblar de nervios, la puerta se abrió y un hombre de traje azul oscuro asomó la cabeza.

—Es hora —dijo con una sonrisa tranquila—. ¿Lista para hacer historia?

Alesia tragó saliva, respiró hondo y asintió.

El hombre la condujo por un pasillo que desembocaba en un escenario colosal. Las luces la cegaron por un instante. Frente a ella, una multitud de diplomáticos y representantes de todo el planeta observaba expectante.

Alesia subió al podio de mármol negro. El murmullo del público se desvaneció.

El mundo contenía el aliento.

Estaba a punto de hacer historia.

Alesia respiró hondo. Las luces del auditorio la cegaban un poco, y por un instante sintió el peso del mundo sobre sus hombros. Luego habló, con una voz suave pero firme, amplificada por los micrófonos.

“Gente del planeta Tierra… Soy Alesia. Como pueden ver, no soy humana. Sé que esto puede resultar extraño, incluso inquietante para algunos. Pero les aseguro algo desde lo más profundo de mi corazón: mi pueblo y yo hemos llegado a su mundo en paz.”

Hizo una pausa, dejando que sus palabras flotaran en el aire.

“Soy lo que en mi lengua se conoce como una Titania… una Reina Hada. Provengo de un reino que alguna vez estuvo lleno de luz, donde las hadas danzaban libres bajo el sol y el canto de los ríos. Vivíamos en armonía… al menos, la mayor parte del tiempo.”

Su voz se volvió más grave.

“Pero todo cambió cuando los ejércitos del Real Makai invadieron nuestros reinos. Corrompieron nuestras tierras, tomaron nuestros hogares y distorsionaron nuestras formas de vida. Algunos de esos cambios trajeron comprensión entre especies… pero la mayoría trajo dolor, pérdida y desesperanza.”

Alesia hizo otra pausa. Recordó las advertencias de los asesores humanos sobre lo que debía o no debía decir. Decidió respetarlas, pero sin traicionar la verdad.

“El Real Makai es uno de los dos grandes poderes que dominan mi mundo. El otro es la Orden de Illias. Entre ambos llevan siglos en guerra. El Real Makai busca unir el mundo bajo su dominio… y lo hace a través de sus guerreras, los Mamono.”

La sala se sumió en un silencio expectante.

“Quizá los nombres les resulten familiares —Minotauros, Hombres Lobo, Súcubos—. En su mundo, son leyendas. En el mío, son reales… y hoy son algo más. Seres femeninos, mitad humanos, transformados por el poder del último Señor Demonio. Ya no matan a los humanos; los desean, los poseen, los dominan.”
Su mirada recorrió el salón.

Yo he visto ese mundo caer ante sus manos. Y he visto a muchos de los míos perder su voluntad, su identidad y su libertad. Por eso estoy aquí. No busco venganza. Busco comprensión. Busco advertirles. Busco esperanza.

Gracias a sus nuevas apariencias y habilidades, los Mamono se han convertido en una fuerza aparentemente imparable. Sin embargo, no todos son iguales.
Muchos de ellos son amables, respetuosos y pacíficos. No son los que arrasan aldeas, destruyen familias o esclavizan humanos por placer. Los que hacen eso… son los que ahora se encuentran contenidos en el estado que ustedes llaman Oregón.

Aun así, no se les puede culpar por completo. La mayoría son víctimas de la propaganda del Real Makai, de su adoctrinamiento y del peso de un sistema que les enseñó que el amor es posesión y que la libertad ajena es un obstáculo.

Alesia hizo una última pausa. Sabía que lo que diría a continuación podría traerle problemas.

“Creo firmemente,” continuó, “que si los gobiernos de la Tierra dedican tiempo y esfuerzo a rehabilitar a estos Mamono, así como a rastrear a los que han aparecido en distintas partes del mundo, podremos forjar una nueva relación entre nuestras especies.

Sin la influencia del Real Makai, estos Mamono pueden aprender nuevas formas de pensar, nuevas formas de vivir. Pueden liberarse de las cadenas del Señor Demonio y convertirse en miembros dignos de esta sociedad.

Sé que esto puede parecer ingenuo. Después de todo, su primer contacto con ellos fue violento… y causado por ellos. Pero les pido que, al menos, intenten. No por ellos. Por ustedes mismos. Porque lo que define a una civilización no es su fuerza, sino su capacidad de ofrecer segundas oportunidades.”

Alesia sonrió con calma, bajando lentamente sus alas.

“En cuanto a mí y a mi gente,” concluyó, “solo deseamos convertirnos en ciudadanos de esta nueva nación y de este nuevo mundo. Estoy dispuesta a trabajar junto a todos ustedes para cerrar la brecha entre nuestros reinos. Espero sinceramente que consideren mis palabras… Gracias.”

Un silencio pesado cubrió el recinto antes de que se escucharan los primeros aplausos. No fue una ovación, sino un gesto cortés, diplomático. Alesia abandonó el podio con la cabeza en alto, aunque por dentro temblaba.

Entre la multitud, su mirada se cruzó con la del presidente de los Estados Unidos. Su expresión era ambigua: mezcla de irritación, sorpresa y… ¿orgullo?

Los guardias se acercaron rápidamente y la escoltaron fuera del auditorio, mientras decenas de periodistas gritaban preguntas en distintos idiomas.

Mientras tanto, dentro del edificio de la ONU, los diplomáticos comenzaron sus propias discusiones privadas. A diferencia del público, ellos habían recibido informes completos sobre lo que realmente eran los Mamono.

“(나는 이 창조물을 신뢰하지 않는다. 그들은 너무 위험하다.) No confío en estas criaturas. Mantenerlas aquí es un riesgo,” gruñó el diplomático norcoreano.

“(나는, 우리 그들에게 기회를 주어야 한다고 생각한다.) No lo sé,” respondió su homólogo surcoreano. “Al menos deberíamos darles una oportunidad.”

Conversaciones como esa se repitieron en cientos de idiomas y miles de lugares: desde los pasillos de Washington hasta los cafés de París, desde los rascacielos de Tokio hasta los callejones de Addis Abeba.

El discurso de Alesia no cambió el mundo… no todavía.

Pero encendió una chispa.

Y el tema de los Mamono —su amenaza, su misterio, su humanidad— se convirtió en la conversación más importante del planeta.

Chapter 21: El discurso Parte 2

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El Presidente se mostró a la vez impresionado y molesto.

No esperaba que Alesia marcara la agenda pública. Por un lado, estaba orgulloso de ella: era una política nata. Pero, por el otro, sus comentarios acababan de condicionar la forma en que el mundo interpretaría los próximos pasos de Estados Unidos frente al problema de los Mamono.

Se lo hizo saber mientras compartían la limusina de regreso al JFK.

Al principio, Alesia se mostró sorprendida y avergonzada. Se disculpó y dijo que se retractaría. Pero el Presidente la frenó: no era tan grave —le dijo— y, de todos modos, ya era tarde. Todo el mundo había escuchado sus declaraciones; ocurriera lo que ocurriera, no podía retirarlas.

Por suerte, su incomodidad no duró. Estaba a punto de vivir su primer viaje en avión… y nada menos que a bordo del Air Force One.

Durante el breve vuelo a Washington D. C., Alesia no apartó la mirada de la ventanilla, fascinada como una niña. Su entusiasmo arrancó discretas carcajadas a la tripulación.

«¿Me pregunto si así es como se sienten las valquirias y los ángeles al volar?», pensó Alesia. Podía volar como una Titania, sí, pero sus alas no estaban hechas para servir como único medio de transporte. Estaba emocionada; sin embargo, lo que más la impresionó no fue el vuelo, sino la comida.

Alesia se maravilló de lo bien que comía incluso el hombre común en la Tierra. Durante el trayecto a Washington le sirvieron lo que, al principio, creyó un manjar: una especie de pastel llamado “pizza”… ¡solo para enterarse de que no era más que comida de plebeyos!

Sus comentarios, sin embargo, inquietaron a quienes viajaban con ella —entre ellos el Presidente—. Sabían que el mundo de los Mamono estaba tecnológicamente atrasado, pero verla sorprenderse por las cosas más elementales les hacía temer por el futuro de las relaciones entre ambos mundos.

Una cosa a la vez, se dijo el Presidente. Primero había que reunir al gabinete para decidir cómo enfrentar aquel asunto.

Miró a Alesia, que seguía observando por la ventanilla el acercamiento a Washington. Sonrió al verla así, y sintió el corazón acelerarse un poco. Tuvo que admitirlo: Alesia tenía una personalidad encantadora… y era muy hermosa. Pero el sentimiento le hizo ruborizarse; le dio la impresión de estar traicionando a su difunta esposa.

Dejó de darle vueltas al asunto; la nación era lo primero. Más aún en un momento tan crucial.

Alesia bajó del avión junto al Presidente. Una vez más, los esperaba un enjambre de periodistas tratando de interceptarlos con preguntas. Por fortuna, los agentes los abrieron paso antes de que pudieran iniciar el bombardeo. La escoltaron hasta otra limusina y partieron de inmediato.

—Buenas tardes, señora Alesia. Bienvenida a la Casa Blanca —le dijo un joven de esmoquin al cruzar el umbral de la residencia presidencial.

Alesia quedó impresionada por la mansión, aunque pronto notó que no era ni de lejos tan majestuosa como algunos de los palacios de su propio país.

Bueno —pensó—, el líder estadounidense es bastante humilde comparado con los gobernantes que he conocido.

Siguió al Presidente y a parte de su equipo por los pasillos en dirección al ala oeste, donde —según le explicaron— se reunirían con su “gabinete”, un término elegante para designar a sus principales asesores. Pero antes de entrar a la sala de reuniones, el Presidente la detuvo.

—Quiero que sepas que eres una de las pocas extranjeras que participará en la formulación de políticas de esta nación. Es un honor —le dijo el Presidente.
Alesia se animó al oírlo.

—¡Le prometo, buen Presidente, que no le decepcionaré! — Él sonrió, y ambos entraron juntos a la sala. Frente a ellos había una mesa larga ocupada por varias personas a quienes el Presidente ya le había presentado y explicado sus funciones en el gobierno.

—Hola a todos. Soy Alesia, la líder de los refugiados que llegaron a Nueva York. — La mayoría del gabinete respondió con saludos antes de que las grandes puertas dobles se cerraran a sus espaldas. Entonces el ambiente cambió; el Presidente tomó asiento en el centro de uno de los lados de la mesa y Alesia fue invitada a sentarse frente a él.

—Bien —dijo el Presidente—, vamos al grano. Supongo que todos escucharon el discurso de Alesia en la reunión de emergencia de la ONU.
Alesia alcanzó a oír algunos “sí” murmurados. El Presidente prosiguió:

—Perfecto. Lo primero es establecer un plan para, al menos, documentar a todos los Mamono dentro de nuestras fronteras. Secretario Nielson, ¿qué ha preparado?

El secretario Nielsen, un hombre rubio de mediana edad en traje gris oscuro, se volvió hacia el Presidente y dijo:

—Bueno, señor Presidente, esto es lo mejor que hemos podido elaborar. — Le entregó un expediente.

—Debido a las declaraciones de la señorita Alesia en la ONU hemos tenido que modificar nuestro plan anterior. Ahora proponemos cooperar con el ICE en un operativo para localizar y contener a cualquier Mamono que encontremos. No obstante, no pensamos limitarnos a la coerción: ofreceremos incentivos para lograr su cooperación. Si se niegan o si son sorprendidos atacando a nuestros agentes o a civiles, no tendremos otra opción que someterlos. Solo recurriremos a la fuerza letal si es estrictamente necesario; al fin y al cabo, esto es un fenómeno totalmente nuevo para nosotros.

El Presidente asintió con lentitud y preguntó:

—Bien, Nielsen, ¿qué clase de incentivos propones? —

—Por el momento —respondió el secretario—, lo básico: comida, agua, atención médica y un alojamiento digno. Pero, visto el calado de la cuestión, supongo que querrá ofrecer algo más.

El Presidente guardó silencio un instante. Luego murmuró, casi para sí, algo que el grupo apenas alcanzó a oír:

—Ciudadanía.—

Todo el salón estalló en protestas; los gritos resonaron por la Casa Blanca. Varios miembros del gabinete se alzaron, discutiendo airadamente entre sí y dirigiendo reproches al Presidente. Los únicos en permanecer en silencio fueron el propio Presidente y Alesia. Ella, por su parte, estaba atónita: apenas unas horas antes había pedido al mundo que aceptara a esas criaturas lo mejor posible. ¿Y ahora el líder de la nación más poderosa estaba dispuesto a otorgarles la ciudadanía? ¿A permitirles vivir en paz dentro de sus fronteras?

El ruido creció hasta que el Presidente, perdiendo la paciencia, gritó:

—¡BASTA! —

El silencio volvió a la sala como una ola. Los presentes regresaron a sus asientos lentamente; entonces el Presidente retomó la palabra con voz firme:

—Quiero concederles la ciudadanía. Quiero que se integren a nuestra sociedad; quiero demostrar que los trataremos con respeto. Pero no será sin un proceso de investigación. —

Se volvió hacia Alesia.

—Alesia —preguntó—, dijiste que algunos Mamono son hostiles y violentos, como los que atacaron Medford. ¿Es así?

Alesia asintió, todavía conmovida. El Presidente dirigió entonces su mirada al gabinete:

—Propongo una batería de pruebas diseñada para determinar si un Mamono representa una amenaza para la sociedad. Para quienes no las superen, implementaremos programas de rehabilitación e integración: enseñarles a convivir y prosperar en una sociedad humana, y ofrecerles educación básica y guía para su adaptación.—

Al terminar, la sala quedó en silencio. Pero enseguida varios secretarios levantaron la mano para pedir la palabra. El Presidente señaló al secretario de Hacienda.

—Señor, ¿cómo propone que financiemos esta iniciativa?—

—Tendríamos que conseguir la aprobación del Congreso —respondió—, pero creo que un aumento del 5 % en los impuestos aplicados a los ciudadanos mamono, al menos durante los primeros cuatro años de ciudadanía, podría ser suficiente. Si aun así no alcanza, tendremos que recortar algunos gastos.

El secretario del Tesoro pareció conforme con esa respuesta. El Presidente entonces dio la palabra al director del Departamento de Justicia, John Seasons.

—Bien, todo esto está muy bien —dijo Seasons—, pero ¿qué hacemos con quienes se nieguen a someterse al proceso de reforma? ¿Y con quienes quieran seguir igual?—

—La respuesta es sencilla —replicó—: si se niegan a adaptarse, deberán permanecer recluidos hasta que lo hagan —

El Presidente notó cómo el rostro de Alesia se ensombrecía al oír esas palabras. Sintió un pequeño dolor en el pecho, pero no dijo nada.

Se formularon y respondieron algunas preguntas más, y después de aproximadamente una hora, la mayoría parecía satisfecha. Pero el presidente le planteó sus propias preguntas al director del Departamento de Salud y Servicios Humanos. —Solo quedan tres preguntas: ¿Cómo los mantenemos alimentados con "energía espiritual" sin que ataquen a la gente y tengan que seguir leyes como la del consentimiento y la edad de consentimiento? ¿Tenemos alguna solución para el problema de que Mamono no pueda reproducir machos? ¿Y sabemos por qué algunas de las personas atacadas por Mamono se comportan de forma trastornada?—

Ante esto, el Secretario del DHHS sonrió con confianza. — Por suerte, señor, ya hemos encontrado soluciones para al menos los dos primeros problemas. En primer lugar, ya tenemos bancos de esperma en todo el país, ¿por qué no dejar que busquen su alimento allí como si fuera un supermercado?—

Ella respiró profundamente antes de continuar.

En cuanto a la segunda pregunta, que es mucho más difícil de responder y es solo teórica, escúchenme. Tras realizar pruebas en los cadáveres de los Mamono de Medford, nos hemos dado cuenta de que sus órganos reproductivos, por alguna razón, no pueden aceptar el cromosoma Y. Pero quizás tengamos una solución, ¡gracias a CRISPR! Actualmente estamos en la fase de pruebas de esta versión, pero dentro de unos años, cuando los Mamono se hayan integrado, podremos modificar los futuros embriones de Mamono para que acepten ambos cromosomas. ¡Y así salvaremos nuestra raza y la suya!

Luego adoptó un tono algo más solemne antes de continuar.

—Sabemos por qué algunas personas se ven afectadas —dijo— y, aunque podemos tratarlas hasta cierto punto, no tenemos cura definitiva. Según Alesia, los Mamono emiten una energía que llamamos energía demoníaca. Podría considerarse una forma de radiación, no letal en sí misma, pero sí capaz de provocar reacciones en determinadas personas. Al parecer, la susceptibilidad está relacionada con el grupo sanguíneo: la mayoría de los afectados son tipo O, mientras que los tipos A, B y AB apenas muestran síntomas. Los que sí resultan afectados sufren episodios de abstinencia intensos que, por ahora, no logramos erradicar.
El rostro del Presidente se endureció.

—Al menos tenemos soluciones parciales para varios de estos problemas —dijo—. El siguiente paso es lograr que republicanos y demócratas en el Congreso nos respalden. Creo que los demócratas aceptarán si redactamos un proyecto de ley, pero ¿qué haremos con la oposición?

El principal asesor del Presidente habló a continuación:

—Señor, tras los sucesos de Medford dudo que muchos estén dispuestos a sumarse, pero con la presión adecuada algunos cederán. No debería ser imposible: obtuvimos una victoria holgada en las elecciones intermedias y probablemente solo necesitemos una docena de votos conservadores para aprobar algo así.
Además, si conseguimos suficiente apoyo público, su campaña de reelección arrancaría con fuerza —añadió—, sobre todo cuando esos Mamono se conviertan, en el futuro, en votantes.

El Presidente sonrió con ironía ante aquellas últimas palabras. Por supuesto que la reelección entra en juego, pensó. Pero qué puedo decir… probablemente tenga razón.

Media hora después la reunión llegó a su fin. El gabinete se dispersó para comenzar a redactar un proyecto de ley y buscar un congresista dispuesto a presentarlo ante el Congreso.

El Presidente, sin embargo, ya no estaba en el edificio. Se encontraba en el restaurante Lafayette junto a Alesia, mostrándole uno de los lugares más distinguidos de Washington D. C. Los demás comensales quedaron boquiabiertos al ver no solo al Presidente y al Servicio Secreto… sino también a la Titania Alesia, claramente sobrenatural entre trajes y vajilla de cristal.

Chapter 22: Establecimiento de leyes y opiniones

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Finales de junio de 2018

Habían pasado unos meses desde la reunión del gabinete del Presidente y de Alesia, la Titania, en la Casa Blanca. El objetivo de aquella reunión fue discutir cómo podrían coexistir humanos y Mamono. Desde entonces, muchas cosas han cambiado.

El Congreso aprobó a mediados de mayo la Ley de Ciudadanía e Integración Mamono sin mayores obstáculos. Esta ley fue diseñada para integrar a los nuevos vecinos no humanos en la sociedad moderna y, al mismo tiempo, adaptar la sociedad humana para recibirlos al menos a un nivel básico. Se establecerían lineamientos para definir dónde obtener su “alimento”, cómo educarlos, cómo emplearlos e incluso cómo reestructurar edificios para acomodar a una población no humana.

La ley otorgaba además al ICE la autoridad de localizar y detener a cualquier Mamono encontrado para evitar incidentes, y trasladarlos a instalaciones especiales donde se familiarizarían con el funcionamiento de esta nueva sociedad. Canadá, Gran Bretaña, Francia, Japón y varios países escandinavos aprobaron leyes similares.

Para obtener el apoyo del público hacia este nuevo programa, el gobierno ofreció pequeñas recompensas económicas a quienes informaran la ubicación de un Mamono. La estrategia resultó eficaz, logrando rescatar a muchos de ellos de la clandestinidad.

Para sorpresa de muchos, un gran número de estas criaturas —bellas y exóticas— ya tenían esposos, novios o amantes humanos. Aún más asombroso fue descubrir cuántos de esos Mamono emparejados se entregaron voluntariamente. Un ejemplo fue el de un granjero de Missouri que se presentó en el Centro de Integración Mamono de Jefferson City acompañado de su "esposa" Holstaur.

Otros casos incluyeron a una pareja en Colorado que llevó consigo a una joven Umi-Osho con la intención de adoptarla. Finalmente se les permitió conservar su custodia, y la pequeña pudo ser inscrita en un jardín infantil común, acorde a su corta edad.

Sin embargo, no todo avanzaba con la facilidad que se esperaba. No era posible arrancar plantas Mamono sin dañarlas y, aun cuando sobrevivían, se negaban a obedecer órdenes humanas. En la mayoría de los casos, debían ser extraídas por la fuerza, lo que a menudo resultaba en su muerte. El gobierno, por su parte, emitió advertencias en zonas rurales y boscosas instando a extremar precauciones ante la presencia de plantas Mamono u otros Mamono potencialmente peligrosos.

Otros problemas surgieron con los Mamono que se organizaban en grupos. Los Mamono Abeja y Hormiga eran especialmente peligrosos para grandes conjuntos de personas, y cuando se descubrían sus guaridas o colmenas, a menudo debían ser desalojadas por la fuerza. En países como Rusia y Brasil —con vastas extensiones de tierra sin explotar y sin habitar— era necesario extremar precauciones frente a tribus de orcos, goblins, elfos oscuros o amazonas. Incluso circulaban rumores de que un grupo de elfos oscuros había convertido un gulag abandonado en su nuevo hogar.

Los océanos del mundo también se volvieron considerablemente más peligrosos, al igual que las zonas cubiertas por plantas Mamono. La mayoría de los Mamono acuáticos se rehusaban a cooperar con los humanos y, de hecho, mostraban una agresividad muy superior a la registrada en su mundo de origen. Los científicos lo atribuían al incremento de la población humana y a la contaminación marina. Para asegurar la seguridad del transporte marítimo internacional, muchas naciones comenzaron a considerar a estos Mamono como piratas y autorizaron disparar a matar ante cualquier amenaza.

Por último, surgieron dilemas morales y éticos. Los Mamono no muertos enfrentaban un rechazo social mucho mayor que el resto, pues mantener relaciones con ellos se interpretaba como necrofilia. Las Loli Mamono, por su apariencia infantil, eran objeto de escrutinio legal, y cualquier relación íntima con ellas era estrictamente ilegal. Aunque se impulsaba la inclusión de los Mamono dentro del marco de la Ley de Derechos Civiles de 1964, una vez obtuvieran ciudadanía, tanto los no muertos como las Loli Mamono permanecían en una ambigua zona gris.

Otra cuestión moral eran las dos religiones que acompañaban al Mamono y cómo podrían interactuar con el mundo humano. La Fe del Dios Caído, aunque extraña y radicalmente distinta a cualquier credo conocido, seguía estando dentro de los límites legales: tenía una base doctrinal sólida y, técnicamente, no infringía ninguna ley vigente.

El Sabbath, en cambio, fue considerado abiertamente ilegal en casi todo el mundo. Un político británico llegó a describirlo como “pedofilia con envoltorio ritual”. Muchos países terminaron prohibiéndolo por completo. Sin embargo, en Estados Unidos esto chocaba de frente con la Primera Enmienda y la libertad religiosa. Por ahora, ninguna de las dos religiones gozaba de práctica pública visible —sus fieles estaban o bien en centros de integración o bien dispersos—, pero era evidente que en el futuro esto detonaría un intenso debate.

Ahora bien, ¿qué opinan los humanos de los Mamono? Empecemos por los jóvenes.

La mayoría de los hombres jóvenes consideran a los Mamono como un “regalo de Dios”. Una encuesta de Gallup estimó que su aprobación supera con creces el 70 %. Las mujeres jóvenes, en cambio, muestran mucha más cautela: apenas un 24 % expresó aprobación. Los grupos feministas, paradójicamente, observan al Mamono con una suerte de reverencia mística: las ven como una forma superior de mujer. Y tras saberse que era posible convertir a humanos en Mamono, no faltaron feministas que intentaron activamente contactarlas para transformarse.

La mayoría de los grupos religiosos en Estados Unidos despreciaban a los Mamono. A sus ojos, todas estas criaturas habían sido creadas por un súcubo, sin mencionar la existencia de los verdaderos Demon Mamono. No era sorpresa que muchos políticos del “cinturón bíblico” se alinearan con los movimientos anti-Mamono.

En cambio, en gran parte del mundo la percepción era distinta. Las naciones con tasas de natalidad negativas veían en los Mamono una posible solución demográfica y estaban, en general, mucho más dispuestas a integrarlos en la sociedad que otros países.

Mientras tanto, la OTAN permanecía inquieta respecto al Real Makai y sus intenciones hacia la Tierra. Se discutió la posibilidad de enviar exploradores al mundo Mamono; pero sin una fuente mágica tan poderosa como la que Alesia utilizó para cruzar, solo quedaba observar y prepararse.

Lo que nadie sabía era lo que se estaba gestando más allá de la barrera dimensional.

Chapter 23: El cielo arriba

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Noreste de Francia, 1918

Las balas silbaban peligrosamente cerca de su cabeza.

Friedrich, un soldado de 19 años del Ejército Imperial Alemán, corría por la trinchera intentando no morir en el intento. Los británicos habían lanzado un asalto y ya habían irrumpido en la línea alemana. Sobre ellos, bombas y lluvia caían sin piedad; el estruendo del trueno se mezclaba con el de la artillería mientras los alemanes retrocedían.

Con manos temblorosas, Friedrich desenfundó su Mauser C96.

Al girar una esquina de la trinchera, un bote cayó al suelo frente a él.

Gas.

Se lanzó a buscar su máscara, colgando de su cinturón. Apenas logró colocársela cuando el bote empezó a expulsar un espeso gas amarillo. No tuvo tiempo de respirar aliviado: algo lo golpeó por la espalda y cayó de bruces en el barro.

Un soldado británico —también con máscara— se abalanzó sobre él. Antes de que Friedrich pudiera defenderse, sintió el metal frío atravesarle el pecho. La espada británica había perforado su corazón.

Friedrich jadeó dentro de la máscara, intentando inútilmente aspirar aire. La vida se le escapaba. Cuando sus párpados ya caían, una luz blanca inundó su visión. Dentro de ella, una mano se extendió hacia él.

La tomó.

Friedrich despertó sobresaltado, incorporándose de golpe. Estaba sentado en una cama excesivamente cómoda. Miró alrededor sin comprender: se hallaba en una habitación luminosa hecha de mármol. Parecía un dormitorio; a su izquierda, grandes ventanas con marcos dorados y vidrios tintados. Las sábanas y alfombras eran de un profundo azul marino, y hasta la puerta estaba rematada en oro.

¿Dónde demonios estaba? ¿Y por qué seguía vivo?

En ese momento la puerta se abrió. Entró una mujer de belleza deslumbrante. Llevaba una túnica azul marino con detalles dorados que realzaba su figura; su piel era perfecta y su larga cabellera rubia brillaba bajo la luz. Sus ojos azul cielo eran hipnóticos. Y entonces Friedrich lo notó: en su espalda se desplegaban un par de alas.

Al verlo despierto, la mujer sonrió con ternura.

—Gracias a Dios que abriste los ojos, esposo. Llegué a tiempo… si no, no quiero imaginar qué te habría sucedido.
Friedrich, aún aturdido, se incorporó de golpe. ¿Esposo? Él había muerto… ¿no?

—Disculpe, señorita… ¿quién es usted?

La mujer avanzó hasta el borde de la cama y respondió con serenidad:

—Soy Victoria, tu ángel de la guarda… o valquiria, si prefieres ese nombre. Y, si tú lo deseas, me encantaría ser también tu esposa.
Friedrich frunció el ceño.

—¿Cómo sabes quién soy? ¿Por qué dices que eres mi ángel de la guarda?

Victoria subió a la cama sin dudarlo y se acercó tanto que él podía sentir su respiración. Luego lo envolvió en un abrazo fuerte y cálido.

—Sé todo sobre ti porque fui asignada como tu protectora —dijo con voz emocionada—. Te cuidé por tu bondad… y terminé enamorándome. Cuando moriste, no
soporté la idea de perderte. Así que te traje aquí, al cielo, para que seas mío. Te amo. Y no permitiré que nada vuelva a dañarte.

Friedrich intentó zafarse del abrazo, pero la fuerza de Victoria era inconmensurable. Cuanto más forcejeaba, más fuerte lo apretaba ella, llorando contra su hombro. Él, al sentir su angustia, se ablandó y terminó devolviéndole el abrazo. Ante eso, Victoria dio un pequeño grito ahogado de alegría y comenzó a besarlo con devoción. Algo dentro de Friedrich cedió; terminó correspondiéndole, hasta que él mismo la recostó sobre la cama y volvió a besarla.

Cinco años después

—¡Papá, papá! —gritaron tres niñas al irrumpir en la casa de mármol y oro.

Friedrich alzó la vista de su libro justo a tiempo para recibir el impacto de tres angelitas que se le lanzaron encima. Eran casi idénticas, salvo por leves variaciones en el rubio de su cabello y el azul verdoso de sus ojos.

—Hola, pequeñas —dijo sonriendo mientras las abrazaba—. ¿Qué tal en la escuela?

Mientras las niñas seguían con su bullicio, Victoria entró en la sala con una sonrisa tranquila… y con el vientre pronunciado: esperaba trillizos. Se quedó detrás de su esposo, contemplando en silencio la familia que habían formado.

Esa misma noche, cuando la casa dormía, Friedrich se levantó sin hacer ruido y salió a caminar por las calles de mármol. Otras valquirias y ángeles iban y venían ocupados en sus asuntos, pero él pasó de largo. Entró finalmente en un edificio amplio, ocupado por hombres que, como él, vestían todavía sus viejos uniformes.

Los soldados conversaban entre sí: recordaban cómo habían muerto, de qué bando provenían, qué hacían ahora en el Cielo, qué habían sido antes de la guerra.
Aquellos días de conmemoración se repetían cada año desde hacía seis que él llevaba allí, y le habían ayudado a curar poco a poco el trauma del conflicto.
Incluso había hecho amistad con soldados de la Entente; todos se brindaban apoyo mutuo.

Friedrich sentía que era su deber estar ahí. Incluso planeaba contarles algún día a sus hijos todo lo ocurrido: tendrían que saberlo, porque cuando llegase su momento de convertirse en valquirias o guardianes, deberían esforzarse por algo más grande: ayudar a su mundo a alcanzar la paz. La misma paz que él, al fin, había encontrado en el Cielo.

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Valquiria

Guerreros del cielo que sirven a los dioses y ángeles de rango medio, valientes y nobles de espíritu. Juran lealtad a los dioses, sus amos, y obedeciendo la voz de los dioses que resuena directamente en su mente, acompañan a los humanos destinados a convertirse en héroes y campeones. Es su deber instar a estos individuos a despertar como héroes y a fortalecer su poder. Quienes se encuentran con ellos se convierten en grandes héroes ampliamente conocidos en todo el mundo, y se dice que, tras la muerte, sus almas son conducidas ante los dioses.

Chapter 24: La intervención de Druella

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El antiguo Reino de Lescatie —ahora convertido en el Reino Demonio de Lescatie— era la sede actual de la Lilim conocida como Druella.

Como la mayoría de las Lilim, compartía rasgos de belleza y poder casi divinos, pero la distinguía un hecho: lideraba a un grupo de mamono radicales que deseaban convertir a la humanidad por la fuerza. En vez de esperar a que los humanos contraatacaran, sus tropas los enfrentaban de frente: invadían asentamientos, saqueaban, sometían y corrompían a voluntad.

Lescatie había sido una de esas conquistas. Una de las más importantes. Sin Lescatie, la Orden del Dios Supremo había quedado a la defensiva; solo era cuestión de tiempo antes de que el resto de la humanidad cayera.

Druella, sentada en el trono del antiguo castillo real, escuchaba el informe de Sasha Fullmoon. Según la súcubo espía, la Titania Alesia había desaparecido junto con todos sus refugiados. Sasha también aseguraba haber sentido la estela de un hechizo de teletransportación de potencia extraordinaria.

Druella soltó un suspiro exasperado.

¿Por qué ni humanos, ni elfos, ni enanos podían simplemente someterse?

Finalmente, miró a Sasha con frialdad:

—Has hecho bien en informarme. Consultaré con mi madre qué haremos a continuación. Puedes regresar a Elt.

Sasha sonrió al pensar en volver con su esposo, el llamado “rey” de Lescatie. Un títere, nada más, pero útil para la apariencia de orden bajo control demonio. Sin embargo, tenía su utilidad.

Cuando Sasha se fue, Druella se dirigió a sus aposentos privados, escoltada por dos Dullahan.

Aquellas cámaras alguna vez pertenecieron al rey humano, pero ahora lucían los colores y símbolos del Makai Real.

Druella se detuvo frente a un espejo de cuerpo entero y comenzó a recitar un conjuro. La superficie del cristal se onduló, y del otro lado apareció el rostro de su madre: Lilith, la actual Señor Demonio.

Parecía casi idéntica a sus hijas, solo que de aspecto más maduro. Su poder, sin embargo, rivalizaba con el de la propia Diosa Principal: cualquier humano que la mirara quedaría transformado de inmediato en monstruo o íncubo.

Druella inclinó la cabeza.

—Madre, tengo un informe importante.

Lilith asintió para que continuara. Druella repitió las palabras de Sasha. Cuando terminó, lo que la desconcertó fue la expresión de su madre: una sonrisa lenta,satisfecha, casi cómplice.

—Así que has dado con otro usuario de la magia de Luxure —dijo Lilith—. Tu hermana ha estado experimentando con portales. Gracias a ello hemos descubierto un nuevo reino… uno con miles de millones de humanos. Y ya veo que nuestros enemigos también han puesto sus manos allí.

Druella se quedó muda.

¿Otro reino? ¿Lleno de humanos?

¿Y nadie se lo había dicho?

Una sola certeza le recorrió la mente:

tenía que ver con sus propios ojos lo que su hermana estaba tramando.

Chapter 25: Hacer planes

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Mientras Druella y sus secuaces planeaban invadir la Tierra, en el hogar de la humanidad ocurría algo similar: el Consejo de Seguridad de la ONU también planeaba una incursión.

Habían pasado seis meses desde la llegada de Alesia a la Tierra, y tres desde la aprobación de la Ley de Ciudadanía e Integración Mamono. Tras revelar información sobre la Orden del Dios Supremo y los viajes dimensionales, las principales fuerzas militares del mundo concluyeron que debían establecer contacto con ese bando.

Cada nación, por supuesto, tenía sus propios intereses.

El primer obstáculo: cómo llegar.

Alesia podía, en teoría, volver a lanzar el hechizo de transporte. Pero requería una cantidad gigantesca de maná y debía recuperarse antes. Mientras tanto, se elaboraban estrategias. Alesia proporcionó mapas de su mundo al Consejo de Seguridad y respondió a todas las preguntas posibles… pero todavía no sabía dónde aterrizaría exactamente cualquier equipo expedicionario ni cómo se comunicarían una vez al otro lado.

El capitán Henry Smith, del Servicio Aéreo Especial británico, y el comandante Marcus Handson, de los Navy SEAL, se ofrecieron voluntariamente para liderar la fuerza de tarea de la OTAN hacia el mundo Mamono.

Henry, de 31 años, pelirrojo y con barba tupida, había servido en Mali, Afganistán y otros rincones turbulentos del mundo.
Marcus, de 28 años, prefería la cabeza rapada; su historial de servicio era igual de extenso.

Ahora ambos, junto con el resto del equipo, escuchaban a sus superiores y a la propia Titania repasar los planes de la misión prevista para la semana siguiente.

—Así que, una vez que entren en mi mundo —explicó Alesia—, su prioridad será contactar a la Orden. Si pueden, intenten llegar a su sede en Senshire. Solo ellos están en condiciones de devolverlos a la Tierra… bueno, técnicamente el Real Makai también podría, pero antes los reclamarían como esposos. Cuando entreguen el archivo, ya está preparado de modo que lo entiendan.

Cuando Alesia terminó, intervino el general Michael Pierce:

—Recuerden esto: los Mamono tienen muchas maneras de apoderarse de ustedes. Estén siempre alerta. Si pueden resolver un conflicto de forma pacífica sin que los capturen, háganlo. No queremos que una horda de Mamono los persiga porque mataron a una solo por reflejo. Pero si no tienen otra opción… entonces hagan lo que deban.

Y otra cosa: la Orden es un grupo religioso fundamentalista. En cuanto a religión… mantengan la boca cerrada. Regresen mañana a las 06:00 y despidan a sus familias; estarán fuera por un tiempo. Eso es todo.

Los catorce soldados se pusieron de pie, saludaron y abandonaron la sala.

Marcus y Henry intercambiaron una mirada.

—Ojalá volvamos a tiempo —murmuró Henry—. Quería ver a mi bebé antes de que naciera.

—Si somos rápidos y cuidadosos, podrás —respondió Marcus—. Pero oye… también tengo curiosidad. ¡Seremos los primeros viajeros transdimensionales estadounidenses y británicos! Es histórico.

Ninguno de los dos lo decía en voz alta, pero ambos lo sabían:

estaban a punto de entrar en un mundo hostil… y peligrosamente seductor.

Chapter 26: Lamia está en la playa

Chapter Text

Tuck, de 18 años, estaba emocionado: el curso escolar había acabado y, por fin, era hora de divertirse.

El surfista de cabello oscuro sentía que la playa del sur de Florida lo llamaba, y planeaba responder. Llamó a sus amigos surfistas y organizaron una salida para el
siguiente día libre: fiesta en la playa y surf.

Unos días después, la costa estaba abarrotada. Música sonando, gente surfeando, bronceándose o jugando deportes. Tuck se lo estaba pasando bomba.
Al caer el sol, la playa se fue vaciando. Tuck y sus amigos terminaron reunidos alrededor de una fogata, contando historias y asando malvaviscos. El verano por

fin había llegado… pero, al mismo tiempo, algo en Tuck estaba triste.

La mayoría de sus amigos tenía pareja. Él no. Simplemente no encontraba a ninguna chica con la que conectara.

Tras observar a su grupo por unos minutos, se levantó y dijo que necesitaba hacer una llamada. Se alejó hacia los baños, sin notar que alguien lo observaba desde lejos.

Él es mi alma gemela. Mi amor. Mi todo. Necesito tenerlo.

Su corazón está triste, vacío. Yo lo sanaré… lo llenaré.

Seré su esposa, tendré sus hijos. ¡Lo necesito!

Y aquella figura empezó a arrastrarse.

Tuck se escondió detrás de los baños, fuera de la vista de sus amigos, y suspiró.

¿Por qué no podía encontrar a su amor verdadero?

Entonces levantó la mirada y vio a alguien aproximarse. La oscuridad no permitía distinguir bien su rostro, pero había algo en la manera de moverse que lo inquietó.

El cuerpo de esa persona se deslizaba como si no caminara, sino serpentease.

Su cadera oscilaba en un ritmo hipnótico, avanzando sobre la arena.

Tuck abrió la boca para preguntar quién era, pero no llegó a hablar. La figura se detuvo… y, de pronto, sus piernas parecieron plegarse sobre sí mismas antes de impulsarse hacia él en un salto.

No pudo reaccionar. Una figura femenina lo derribó. Mitad mujer, mitad serpiente.

Había visto reportajes sobre Mamono en televisión, pero jamás había visto uno en persona. Y mucho menos así de cerca. Antes de que pudiera moverse, su fuerte cola cobriza ya se había enrollado firmemente alrededor de su cintura, atrapándolo.

Sintió las manos de la criatura rodearle la cabeza y, sin aviso, lo besó con violencia. Sus ojos ámbar lo miraron fijamente: en ellos ardía una mezcla de lujuria y desesperación. Su piel oscura era perfecta, su largo cabello negro reflejaba la luz de la luna, su rostro en forma de corazón era hermoso de una manera casi irreal.

La belleza de aquella lamia eclipsaba a cualquier modelo humana.

 

Ella lo atrajo hacia sí, sus grandes copas E presionando sus pectorales. Le agarró las manos y las obligó a colocarse sobre su enorme trasero mientras seguía besándolo apasionadamente. Él empezaba a ponerse morado cuando ella finalmente interrumpió el beso. Mientras él jadeaba, ella comenzó a hablar.

"Mi amor, mi amor solitario. Lamento mucho que hayas tenido que sufrir así. Pero te prometo que te lo compensaré. ¡Seré tu amada esposa ahora y para siempre! ¡Solo pido tu amor y que me dejes tener hijos contigo!"

Los ojos de Tuck se abrieron ante esto, pero antes de que pudiera objetar, ella comenzó a besarlo nuevamente mientras usaba su cola para quitarle el traje de baño. Pronto sintió su erección rozando la entrada de la Mamono mientras ella lo soltaba del beso. "¡Madre mía! ¡Mi marido tiene un pene tan grande!", exclamó con admiración.

Estaba a punto de empujarlo dentro de su coño húmedo y hambriento, pero antes de que pudiera hacerlo, Tuck finalmente habló.

"¡Espera! ¡Solo espera! ¡¿Quién demonios eres tú?!"

Se detuvo solo un instante. "¡Mi querido esposo, me llamo Mira! ¡Tu hermosa esposa Lamia!", respondió con una sonrisa seductora.

Entonces, se metió la polla dentro de sí misma, gritando de alegría y placer. Tuck la siguió rápidamente mientras ella comenzaba a moverlo dentro y fuera de ella usando su cola. Mira agarró su cabeza y la metió en su enorme pecho, gimiendo una vez más.

Tuck, al principio reticente, ahora ayudaba a Mira, empujándose cada vez más fuerte en su coño. ¡Nunca había sentido algo tan placentero en su vida! Rápidamente se enamoró de su nueva esposa mientras seguían haciendo el amor.

Después de un rato, Tuck sintió que estaba a punto de eyacular y se lo hizo saber a Mira. Pero ella no se detuvo, siguió bombeándolo dentro y fuera de ella. ¡Cada vez más rápido, hasta que eyaculó!

Una gran cantidad de semen inundó su coño. Mira arrulló de placer justo antes de morder a Tuck en el cuello. Tuck gritó de dolor al hacerlo, pero sin que él lo supiera, Mira le inyectaba su veneno afrodisíaco en el torrente sanguíneo. Este se extendió rápidamente a sus partes bajas, manteniendo su erección y obligando a sus testículos a acelerar la producción de esperma.

Tuck se sintió revitalizado tras la mordida de Mira, y ella misma parecía bastante complacida, pues había comenzado a embestirlo de nuevo contra su coño. Estuvieron así toda la noche hasta que Tuck se dio cuenta de cuánto tiempo había estado ausente. Finalmente, convenció a Mira de que lo dejara ir un rato para llamar a sus amigos y decirles que estaba bien. Poco después, convenció a Mira de que lo dejara llevarla de vuelta a su apartamento, donde podrían "continuar". Esto complació enormemente a la Lamia cobriza.

Se aparearon durante días y días, y después de tres días, su coño estaba tan lleno que parecía preñada. Pero Mira sabía que aún no sería suficiente. Embarazar a una Mamono era un esfuerzo monumental. Como su útero servía tanto de estómago como de cámara para el bebé, una Mamono tenía que estar completamente llena para quedar embarazada.

Y así continuaron, y continuarían hasta que Mira supiera que estaba embarazada de los hijos de su hombre.

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Lamia

Monstruos que tienen la mitad superior de una hermosa mujer humana y la mitad inferior de una larga serpiente. Las lamias pueden vivir en aldeas donde se reúnen los de su especie o infiltrarse en aldeas humanas, pero en general la mayoría actúan de forma independiente. Son muy inteligentes, con una astucia y persistencia similares a las de las serpientes, y se dice que siempre conquistan a cualquier hombre humano que les interese.

Chapter 27: SCP 6969

Summary:

¡Esta historia no es canónica!

Chapter Text

El doctor Miller entró en la cámara acompañado de un guardia armado que cargaba una silla plegable. Las paredes de titanio de la sala reflejaron un destello cuando el guardia colocó la silla en el centro y abandonó la cámara de inmediato. Miller se sentó, acomodó el portapapeles sobre su regazo, unció el bolígrafo y dirigió la mirada hacia el fondo de la habitación.

Frente a él, forcejeando contra las cadenas que la aseguraban a la pared, se encontraba SCP-6969.

Tenía apariencia parcialmente humana: piel gris oscura, patas digitígradas en lugar de pies, manos metamorfoseadas en garras, una larga cola negra y tupida, orejas caninas en lo alto del cráneo y ojos de iris rojo intenso con escleróticas negras.

—Hola de nuevo, SCP-6969 —dijo el doctor con voz controlada—. Soy el doctor Miller. Estoy aquí para hacerte algunas preguntas, si te parece bien.

Pero la entidad no reaccionó al protocolo ni al tono clínico del doctor. En lugar de ello, lo miró con una mezcla de desesperación, hambre y devoción.

—¡Por fin! ¡Esposo Miller, por fin has regresado! —dijo con una voz llena de júbilo frenético—. ¿Y por qué insistes en llamarme SCP-6969? ¡Me llamo Helena!
Ahora déjame salir de aquí para que puedas tener a tus bebés. Luego podremos regresar al Infierno… regresar a casa. ¡A mi madre le encantará conocer a la pareja que he reclamado!

Miller no mostró reacción inmediata. Ya se había encontrado con SCP-6969 —o “Helena”— con anterioridad. Fue su primer contacto con una anomalía de origen demoníaco que no adoptaba forma animal. La entidad le había tomado un apego obsesivo desde el primer día.

Con frecuencia lo llamaba “compañero” o “esposo”, e intentaba escapar cada vez que él entraba a la cámara con la clara intención de alcanzarlo. Él había solicitado ser reemplazado por otro investigador, pero el intento fracasó: SCP-6969 amenazó con atacar cuando un segundo médico intentó interactuar con ella. En otra ocasión, arrancó la columna vertebral a un miembro del personal Clase-D asignado a su alimentación. Tras el incidente, fue reasignada a Miller cuando quedó registrado en audio el siguiente fragmento:

“¡El único hombre que puede alimentarme es el compañero Miller!”

A menudo se ve a SCP-6969 frotándose el coño y toqueteándose los pechos copa D. Durante estos momentos, se la puede grabar gimiendo el nombre del doctor Miller, lo que sugiere una obsesión o fijación particular hacia él. Sus acciones son intensas y apasionadas, reflejando un deseo profundo y constante que no puede ser ignorado

Así que Miller estaba allí de nuevo, y Helena sabía que esta vez no la abandonaría. Contaba con ello.
Él comenzó con la misma serie de preguntas de siempre, aquellas que ella había escuchado incontables veces, cuando —justo a tiempo— ¡se fue la luz! Las alarmas empezaron a sonar y Miller dio un salto. Se levantó de golpe cuando Helena comenzó a tirar con fuerza de sus cadenas. Corrió hacia la puerta y empezó a golpearla.

—¡Oye! ¿Qué pasa? ¡Déjame salir!

Pero al otro lado sólo se oían gritos, disparos y rugidos. Antes de que Miller pudiera hacer algo más, la luz de emergencia se encendió… y entonces un par de chasquidos metálicos resonaron en la cámara.

Él se giró rápidamente… ¡pero SCP-6969 lo lanzó al suelo! Bajo la luz roja, su apariencia resultaba todavía más aterradora: dientes afilados como cuchillas, pupilas negras, garras enormes. Salivaba por él, en todos los sentidos. Su respiración agitada cesó un instante cuando habló:

—Por fin, compañero mío… estamos juntos. No tienes idea de los días y noches en que te deseé. No sabes cuánto imaginé tu semilla llenando mi vientre. Eso ya no será fantasía. Ahora será real.

Antes de que pudiera continuar, se escucharon pasos al otro lado de la cámara. Pocos segundos después, la puerta empezó a corroerse a gran velocidad hasta derrumbarse por completo, revelando la entrada de dos SCP sumamente peligrosos: SCP-106 y SCP-682.

Miller gimió aterrado mientras Helena gruñía:

—Anciano… y lagarto. ¿Qué quieren?

106 soltó una risa podrida mientras sonreía a la pareja, y 682 buscaba ya a quién matar.

—También queríamos que nos ayudaran a salir de aquí —dijo 106—. Disfruten lo que les queda. Quizás nos veamos después.

Los dos se marcharon, 682 arrancándole la cabeza a un Clase-D y 106 deshaciendo a otro con sus manos corrosivas.

Helena resopló y volvió su mirada hacia Miller.

—No sabes lo que me costó convencer a esos dos de que me ayudaran a conseguirte. Pero no te preocupes… siéntate y relájate.

Ella procedió a arrancarle la ropa al hombre, exponiéndolo rápidamente y su miembro, que ahora se estaba endureciendo rápidamente. Miller apenas pudo jadear cuando Helena se empaló en su erección. Su coño estaba ardiente y extremadamente húmedo. Empezó a cabalgarlo salvajemente, sus pechos rebotando con cada movimiento mientras jadeaba de placer. Su gran lengua marrón se movía sensualmente mientras Miller sentía que su clímax se acercaba inexorablemente.

Helena gritó de éxtasis cuando su semen inundó su coño, pero no se detuvo. No se detendría. Por fin tenía a su compañero y no lo abandonaría.

Después de un par de horas, Helena finalmente empezó a cansarse. Miller llevaba un rato inconsciente. Se separó lentamente de su pene, mientras su semen fluía a raudales de su vagina. Se puso la mano sobre la hendidura para retenerlo y se acercó a la pared. Comenzó a tallar un pentagrama con sus garras, con movimientos precisos y decididos. Al terminar, murmuró un conjuro en un lenguaje antiguo y oscuro.

Un portal se abrió para revelar el mismísimo infierno. Helena sonrió ferozmente mientras arrastraba a Miller por él. Una vez que se cerró tras ellos, bajó la vista hacia su cuerpo inconsciente. ¡Estaba deseando mostrárselo a su madre!

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Hellhound

Un monstruo sabueso de piel y pelaje oscuros, con ojos rojos y ardientes. Son sabuesos feroces con un cuerpo robusto y poderoso que siempre arde incontrolablemente con un deseo hirviente, y tienen un temperamento feroz como el fuego del infierno. Con su excelente olfato, perciben con agudeza el olor de los hombres humanos que terminarán siendo sus presas, y los atacan y violan en cuanto los encuentran sin importar su consentimiento.

Chapter 28: Amenaza mecánica

Chapter Text

Henry y Johnson aterrizaron con un par de golpes sordos.

Los dos grupos acababan de cruzar el portal. A último minuto, Estados Unidos había decidido reemplazar a los SEAL por una unidad con más experiencia en explotación agrícola y negociación: los Boinas Verdes.

Los SEAL estaban furiosos, sí, pero entendieron el razonamiento. Así que la misión quedó a cargo de un grupo del SAS liderado por Henry Smith y un grupo de Boinas Verdes encabezado por Avery Johnson. Alesia había logrado transportar a los soldados a su mundo. Ahora estaban solos.

Habían aparecido en un bosque ralo, rodeado de árboles bajos y con un cielo despejado encima. Todos iban equipados con equipo forestal. Lo más llamativo eran las máscaras de gas: según Alesia, muchos Mamono liberaban feromonas y compuestos capaces de alterar la mente. Y aunque todos los soldados eran de tipo A, B o AB —teóricamente inmunes— más valía prevenir que lamentar.

—¡Muy bien, hombres! Establezcan perímetro y determinen dirección de avance. ¡Vamos, vamos, vamos! —ordenó Johnson, levantando su M4 y rastreando el entorno.

—¡Señores! —gritó uno de los SAS—. ¡Hay un camino por aquí!

En efecto, ante ellos había un sendero de tierra que atravesaba el bosque. A lo lejos, un cartel señalaba un poblado. En dirección contraria, solo carretera vacía.

Henry y Johnson deliberaron un instante.

—¡Bien, muchachos! Vamos hacia el letrero. ¡Muévanse! —ordenó Henry.

Avanzaron por el camino, atentos a no encontrarse con Mamono ni nativos. Llegaron al poste: «Femme Folle — 1 milla».

—Nombre raro —murmuró Johnson, mientras seguían el trayecto sin imaginar lo que les esperaba.

Apenas pisaron el pueblo, supieron que algo no estaba bien.

No había humanos, ni elfos, ni enanos. Solo mujeres mecánicas de tamaño humano esparcidas por toda la aldea. Era evidente que no eran orgánicas: piel pálida, ojos violetas, líneas negras recorriendo sus cuerpos. Todas idénticas en estatura —1,78 metros— y con el mismo busto. Solo variaba el cabello.

Parecían desactivadas, pero la tensión no disminuyó. Avanzaron con cautela, rezando para que no se levantaran.

—No me gusta esto. ¡Todos con las máscaras puestas! ¡Vamos! —ordenó Johnson.

Nadie notó que los Autómatas comenzaban a reaccionar al sonido de sus voces. Voces masculinas: “fuente de energía”.

El soldado Jenkins se acomodaba la máscara cuando sintió una mano fría agarrarle la pierna. Gritó al caer. A su alrededor, las Autómatas se incorporaban, avanzando hacia el grupo mientras exhalaban un gemido mecánico:

—Maaaestros…

—¡Hostiles! ¡Abran fuego! —gritó Henry mientras una Autómata lo arrastraba. Logró detenerla con un disparo a la cara; no cayó, pero sí lo soltó.

Las máquinas abrieron fuego. Sus brazos se dividieron revelando armas integradas. Las descargas no mataban: solo incapacitaban.

Pero las Autómatas no se detenían. Podían recibir docenas de balas y aún seguir avanzando, repitiendo entre chirridos: “Amo… amo…”.

Un soldado lanzó una granada. Varias quedaron destrozadas… pero seguían arrastrándose.

—¡Dispara, Jenkins! —bramó Johnson mientras vaciaba otro cargador en un torso metálico. La Autómata sonrió sin emoción y siguió intentando sujetarlo.

Johnson no notó a la máquina detrás de él. El disparo lo alcanzó por la espalda. Cayó. Negro.

Henry comprendió al instante que no tenían opción. Habían perdido a casi la mitad, incluyendo a Johnson. Solo quedaba retirarse.

—¡Retirada! ¡Retirada! ¡Tucker, Simmons, Lasky: fuego de cobertura! ¡Muévanse!

El SAS y los Boinas Verdes retrocedieron bajo fuego, conteniendo como podían a las Autómatas. Finalmente abandonaron el pueblo. Curiosamente, los Mamono no los siguieron: se replegaron hacia un gran edificio con los prisioneros.

Mientras tanto, Jenkins ya no escuchaba a Henry. Era arrastrado hacia una ruina enorme. La mayoría de sus camaradas, aturdidos, también eran llevados al interior.

Levantó la mirada hacia su captora: a aquella Autómata a la que la granada le había volado media cara. El metal expuesto, mezclado con piel colgante, le recordó a un Terminator, salvo porque su ojo vibraba en un violeta intenso.

—No se preocupe, joven amo —dijo la máquina con voz plana—. Muy pronto conocerá placeres inimaginables… y me amará por toda la eternidad.

Jenkins siguió resistiéndose. Como suele ocurrir, en vano.

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Autómata

Un tipo de gólem animado mediante magia extremadamente sofisticada y mecanismos precisos. Se crean a partir de materiales desconocidos, y la esencia residual que queda en sus unidades de energía también indica que no fueron creados ni por humanos ni por monstruos . Sería extremadamente difícil crearlos con la tecnología actual, y los individuos que existen actualmente fueron excavados en ruinas antiguas y animados mediante maná mamono .

Son inexpresivos y poco capaces de expresar emociones, pero tomarán la iniciativa para ayudar a alguien en peligro, ya sea humano o monstruo, e incluso parecen mostrar afecto hacia objetivos débiles como niños y animales pequeños. Están equipados internamente con un dispositivo de curación y armas, pero parece que incluso antes de su alteración por el maná mamono, las armas fueron creadas únicamente para incapacitar a los enemigos sin matarlos.

Chapter 29: De pistola y espada

Chapter Text

Templario Sansón era un veterano de la Guerra entre Humanos y Monstruos. Había luchado en numerosas campañas en distintos frentes, aunque en los últimos años la mayoría habían terminado en fracaso.

Cada día la humanidad parecía un paso más cerca del abismo. Con la caída de Lescatie, la extinción humana ya no sonaba como una advertencia remota sino como un destino inevitable. Apenas unos días antes se habían avistado exploradores Mamono a pocos kilómetros de Senshire, la capital de la Orden.

Sansón sabía que el tiempo se agotaba, pero se negaba a perder la esperanza. La Diosa Suprema no otorgaba el rango de héroe a alguien carente de voluntad ni concedía una valquiria a un cobarde. Miró a Alice —alta, rubia, envuelta en armadura azul y dorada— y sintió orgullo de combatir a su lado.

Fue entonces cuando un soldado irrumpió en la tienda, jadeando:

—¡Intrusos!

“¡Mamono!”, pensó Sansón mientras desenvainaba su espada. Antes de salir, ordenó a Alice permanecer dentro. Si los Mamono lograban corromperla, el campamento entero estaría perdido.

Se lanzó hacia la entrada y al llegar se detuvo: quienes habían cruzado la defensa no eran Mamono.

Una docena de hombres habían entrado en formación cerrada. Vestían ropas extrañas, nada parecido a una armadura tradicional, y portaban herramientas metálicas de diseño desconocido que apuntaban como armas. Los hombres de Sansón ya tenían las espadas listas o un hechizo en la mano.

Sansón levantó la voz antes de que corriera sangre.

—¡Por la Diosa Mayor, todos cálmense! —bramó—. ¡Son humanos!

Las espadas bajaron lentamente. Los desconocidos hicieron lo mismo con sus armas metálicas. El que parecía ser su líder dio un paso al frente.

—¿Eres de la Orden? —preguntó.

Sansón asintió. El hombre colgó su arma al hombro y se presentó.

—Capitán Henry Smith, SAS. Hemos venido a ayudar a la Orden… pero primero necesitamos ayuda nosotros.

Henry y Sansón caminaron hacia el interior del campamento. Visto desde arriba, el asentamiento tenía forma oval y estaba rodeado por una empalizada de madera. Las tiendas individuales se distribuían ordenadas, con una carpa grande para el herrero del grupo y otra aún mayor, elevada, destinada al comandante.

Los hombres de Henry se quedaron escoltados junto con el resto de las tropas de Sansón, aguardando nuevas órdenes.

Enrique empujó la puerta y entró a la tienda. Sansón estaba sentado detrás de un escritorio de madera. A su derecha había una cama; al otro lado, una armadura completa y una figura que casi lo hace desenfundar por puro reflejo.

Junto a Sansón había una mujer alta, de cabello rubio, con un par de alas plegadas a la espalda.

Enrique no dudó: su mano voló hacia la empuñadura. Pero antes de que pudiera siquiera tocarla, la mujer desenvainó y apoyó el filo de su espada en su cuello con una rapidez imposible de seguir a simple vista.

—¡Eh, eh, eh! ¡Tranquilos los dos! —saltó Sansón, levantándose.

Enrique apartó despacio la mano de la funda, mientras la mujer retiraba la espada sin dejar de mirarlo como si fuera una bestia lista para atacar. Él se volvió hacia Sansón, indignado.

—¡¿Qué demonios haces trayendo un Mamono aquí?!

—¿Qué? ¡Por los cielos, no! —respondió Sansón, alzando las manos—. Alice me la envió la Gran Diosa. Es mi… digamos, “sirvienta guerrera”.

Enrique frunció los ojos con evidente sospecha, pero decidió no discutir justo en ese momento. Tomó asiento frente al escritorio.

—Señor Smith —empezó, con la voz aún cargada de tensión—. Sé que está bajo presión por el ataque. Pero usted me dijo que necesitaba mi ayuda… y que yo iba a necesitar la suya. ¿Puede explicarme qué quiso decir?

Sansón asintió. Y Enrique empezó a hablar. Contó todo: su origen en otro reino, el ataque, la misión, y los documentos que debía entregar al Cuartel General de la Orden.

Al principio, ni Sansón ni Alice creyeron una sola palabra. ¿Otro mundo? Sonaba a locura. Pero cuando Enrique mencionó Alesia y mostró los papeles oficiales, la historia dejó de parecer un cuento de borracho.

Fue Alice quien habló primero.

—Entonces quieres que ayudemos a tus camaradas capturados por los Autómatas. Dices que son inmunes a la energía demoníaca, bien… pero, ¿cómo sabes que no caerán ante algo mucho más simple? —sonrió con ironía—. Los viejos encantos femeninos.

—Estarán bien. Solo hay que llegar a ellos. La verdadera pregunta es: ¿cómo los matamos? Les descargamos cientos de balas y apenas los detuvimos.
Sansón apoyó los codos sobre la mesa.

—Hasta donde yo sé —explicó—, la única manera es separarlos pieza por pieza: brazos, piernas, cabeza. Si no, seguirán avanzando.

Los tres empezaron entonces a trazar un plan: rescatar a los camaradas de Enrique y, de paso, frenar a las Mamono que los retenían.

Mientras tanto, en el pueblo, los Autómatas se divertían con los hombres capturados… pero tenían un problema. Los prisioneros no se sometían. La energía demoníaca parecía no surtir efecto alguno; aun así, muchos terminaban cayendo, no por magia, sino por el mismo hechizo antiguo de siempre: el encanto femenino.

Y, para empeorar la escena, un grupo de Elfos Oscuros había llegado para arruinar la fiesta.

Los elfos no se molestaron en tocar la puerta: irrumpieron en la casa y exigieron “compartir” a los hombres retenidos. Era inevitable —bastó un segundo para que se desatara una pelea de gatas entre Autómatas y Elfos Oscuros. Y, por supuesto, el placer murió en el acto.

Malditos elfos.

Mientras tanto, los hombres quedaban momentáneamente desatendidos y buscaban formas de escapar. Johnson era quien lideraba al grupo. Sabían que cualquier intento sería suicida: que las Mamono estuvieran peleando no significaba que no recuperarían a sus “maridos” apenas notaran la fuga. Y respecto al escuadrón que sí había logrado escapar, Johnson solo podía rezar para que estuvieran llegando con refuerzos.

En el campamento de la Orden, Henry, Samson y Alice afinaban la estrategia del contraataque.

Los hombres de Henry ya sabían a qué apuntar: las articulaciones del Autómata.

Los soldados de la Orden también tenían su instrucción clara: evitar a toda costa sus cañones aturdidores.

No tomó demasiado tiempo. El plan quedó listo.

Horas después, Henry y un escuadrón avanzaban en silencio entre ruinas y muros viejos rumbo al edificio abandonado, esquivando patrullas mecánicas. A la vez, más atrás, Samson, Alice y los guerreros de apoyo se preparaban para ser la distracción necesaria.

—Reza para que esto funcione —murmuró Henry mientras sacaba una pistola de bengalas y apuntaba al cielo.

En la casa ocupada por los Autómatas, la guerra ya había estallado entre ellas y el clan de Elfos Oscuros.

Estaban demasiado concentradas arrancándose la vida como para notar que sus “maridos” habían empezado a huir.

Y tampoco vieron a los soldados de la Orden —ni a los de la Tierra— descender por la colina rumbo al pueblo.

Los centinelas en los límites del pueblo fueron los primeros en percibir el peligro y alertaron a los demás Mamono. Al instante, Autómatas y Elfos Oscuros abandonaron sus peleas y quienes estaban dispersos salieron corriendo para capturar otro hombre. Fue el momento que Henry y su grupo esperaban:irrumpieron por la puerta trasera.

La docena de Autómatas se giró y desenfundó armas integradas. No contaban, sin embargo, con que sus propios “maridos” ya se estaban levantando y preparaban una emboscada desde dentro.

Afuer a, la batalla se equilibró. Los soldados de la Tierra, ahora instruidos, atacaban las articulaciones mecánicas con puntería fría; los Elfos Oscuros, criaturas de carne y hueso, resultaron vulnerables ante el acero humano y cayeron con rapidez. Los Autómatas seguían siendo peligrosos, pero las espadas benditas de Sansón y Alice los despedazaban con eficiencia.

En el interior del edificio, para horror de las máquinas, los prisioneros se habían vuelto contra sus captores y se unieron al contraataque. Los hombres de Henry disparaban a las juntas; los Autómatas se desplomaban. Algunos se arrastraban, tratando de seguir, pero ya no eran la amenaza imparable de antes. Pronto, todos los terrícolas emergieron del edificio y se sumaron a la refriega.

Sansón decapitó a otro Autómata y, al ver al grupo de Henry salir indemne, giró hacia Alice y le hizo la señal convenida. Ella asintió y surcó el campo de batalla como un rayo dorado.

—¡Hombres de la Orden, retirad! —vociferó Sansón—. ¡Que la Diosa haga pedazos a quienes queden!

Los soldados se replegaron en orden, cubiertos por la furia de la valquiria que cruzaba el cielo, mientras los Mamono —convencidos de que aún conservaban la ventaja— se vieron sorprendidos por la explosiva contraofensiva humana.

Los soldados de la Orden y los de la Tierra comenzaron a retirarse mientras los Mamono vitoreaban, convencidos de que la victoria era suya. Lo que no sabían era que los hombres de Henry habían guardado lo mejor para el final: todas las granadas que les quedaban.

—¡Vamos, chicas! ¡Conseguiremos a uno! —exclamó la líder de los Elfos Oscuros justo antes de que una docena de pequeñas rocas verde oscuro cayeran en medio de su grupo.

En un latido, el campo entero estalló en una lluvia de fuego y metralla.

Cuando el humo y el polvo se disiparon no quedó prácticamente nada: las entrañas y la sangre de los Elfos Oscuros teñían las ruinas, y trozos de maquinaria y piezas de autómata yacían esparcidos por las calles. Los Mamono habían quedado aniquilados.

Los humanos en la cima de la colina estallaron en vítores. No habían sufrido pérdidas (al menos apenas) y habían aniquilado a sus atacantes: una victoria que, aunque pequeña, contaba. Sansón, Alice y Henry sonrieron con cansancio; la necesitaban más que nadie. Sansón miró a Henry:

—Gracias por esto. Mis hombres lo necesitaban. ¡Esos explosivos nos salvaron! ¿Me enseñas a fabricarlos?

—Y gracias a ti, Sansón —respondió Henry—, por ayudarme a salvar a los míos. Creo que esto es el comienzo de una buena alianza.

Ambos rieron con la gravedad de quienes han visto demasiado, dieron las órdenes de retirada y pusieron en marcha a sus tropas. Todo parecía ir bien; pronto llegarían a la capital y, con suerte, podrían frenar a los Mamono antes de que hicieran más daño.

Ninguno reparó en la figura que los observaba desde lo alto de los árboles. Primera Concerto —una de las esposas del rey Elt, cazadora experta y arquera temible — había presenciado los hechos. La sangre, las ovaciones humanas y la aparente “victoria” la llenaron de repugnancia. Debía informar a Druella y a Elt de inmediato. Durella no se encontraba en Lescatie, así que solo le quedaba advertir a su marido y a las demás esposas; quizá, juntas, podrían detener a esos hombres.

Primera Concerto sonrió con malicia mientras los observaba marcharse. Pensó en castigo: un par de Mantícoras sueltas, quizá, serían una lección apropiada.

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Elfo Oscuro

No detestan a los humanos como otros elfos, pero les encanta someter a los hombres humanos que les atraen mediante el placer. Los hombres que capturan reciben mucho amor, ya sea como "esclavos sexuales" o "mascotas". Además de obligar a los hombres humanos esclavizados a preparar sus comidas, etc., también se reproducen utilizando a estos esclavos. Como se puede deducir de esto, sus esclavos son esencialmente lo mismo que otros monstruos llaman sus maridos. Solo que su forma de demostrar amor a sus hombres es diferente a la de otros monstruos.

Chapter 30: Druella y Luxure

Chapter Text

Druella contemplaba el Real Makai con desprecio contenido.

Aquella era la tierra que su madre había erigido siglos atrás. El fruto de un esfuerzo incansable por quebrar, capa a capa, el dominio de Illias sobre el mundo. Y ahora, cada día que pasaba, el desenlace de aquella empresa se acercaba. Y lo mejor de todo: sabía que más allá existían otros mundos —mundos enteros repletos de humanos— esperando ser tomados.

En su mente, la visión era perfecta: incontables realidades paralelas, cada una doblándose a su voluntad. Un ciclo interminable de conquista. Cuando un mundo agotara a sus hombres, cuando no quedara nada que corromper ni reclamar… simplemente migrarían al siguiente. El suministro sería infinito.

Claro que ni su madre ni Luxure aceptarían semejante plan. Luxure se preocupaba demasiado por el ahora y el placer inmediato como para comprender la escala del proyecto. Y su madre… su madre jamás aprobaría la conquista total como método. Druella la amaba —de verdad la amaba— a ella y a su hermana. Pero eso no significaba que tuviera intención de seguir sus pasos.

Era, de hecho, la primera vez que veía a su madre desde la caída de Lescatie. No sabía cómo reaccionaría. Hasta entonces sus ataques habían sido dirigidos a aldeas aisladas y a ciudades medianas, nunca a un símbolo tan grande del poder humano. Pero todo tiene una primera vez.

Aterrizó frente a la puerta principal del castillo materno. Los guardias —con esa mezcla de armadura ritual y atavíos indecorosos tan propios del Makai— la saludaron, abriendo paso. Druella cruzó el jardín; las plantas carnívoras y sensoriales se inclinaron ante ella, algunas literalmente. Al abrirse las puertas mayores, la sala del trono se desplegó ante sus ojos.

A la derecha, sentado en su trono, estaba su padre: alto, envuelto en armadura púrpura oscura, rasgos perfectos en un rostro de hombre forjado para inspirar deseo y obediencia. El padre de todas las Lilim; uno de los pocos hombres cuya existencia alteraba por sí sola el equilibrio del mundo.

A la izquierda, su madre: Lilith, el Señor Demonio. Incluso tras milenios reinando, su belleza era de una crueldad indecente. El ser súcubo no desgasta: pule.

— Ah, mi hermosa hija, por fin has regresado —, susurró Lilith. Sus altas alas blancas colgaban majestuosamente tras ella.

Druella se inclinó ante ella. — Sí, he regresado. La información que me diste sobre los experimentos de Luxure despertó mi interés —.

Lilith sonrió con complicidad. — Sabía que así sería. Verás, me alegra volver a verte, ¡pero estoy bastante decepcionada! —

Rápido como un rayo, Lilith levantó la mano, que brillaba con un resplandor púrpura. Druella jadeó al verse obligada a adoptar una postura lasciva, como si manos invisibles tocaran sus partes más sensibles. Su padre parecía algo nervioso, pero no dijo nada; solo observaba cómo su esposa usaba su magia con su hija. Druella empezó a gemir cada vez más fuerte hasta que Lilith se detuvo de repente. Mantuvo a su hija en esa posición usando su magia, pero no continuó tocándola.

— ¡Por favor, por favor! ¡No me dejes colgada! —, suplicó Druella, intentando alcanzar sus labios inferiores y sus pechos, pero sin conseguirlo.

— ¿Y por qué debería? ¡Tus acciones ponen en riesgo tanto a la especie humana como a la de Mamono! Sí, debemos romper el control de Illias, pero atacar a los humanos no ayuda. ¡Tus ataques solo los dividen a ellos y a nosotros aún más! ¡Los radicalizas y los presionas para que busquen soluciones cada vez más horribles! ¿Cuánto tiempo pasará hasta que empiecen a enviar gente dispuesta a hacer lo que sea para deshacerse de nosotros? Así que, hasta que aprendas la lección, te quedarás aquí en el Real Makai hasta que yo lo diga. El rey Elt puede encargarse de las cosas en Lescatie hasta entonces. ¿Entiendes? —, gritó Lilith a Druella.

Finalmente, Lilith la soltó y volvió a sentarse en su trono morado oscuro. Druella, liberada de la magia, finalmente comenzó a complacerse de nuevo. Gritó de placer y se corrió sobre su mano. Miró a su madre con el ceño fruncido. Lilith estaba arruinando sus planes de dominación. Pero sabía que no podía desafiar a su madre, al menos no todavía. Frunció el ceño, le hizo una reverencia y se dio la vuelta, dirigiéndose a las habitaciones del piso de arriba. Una criada kikimora le hizo una reverencia y la condujo a su antigua habitación.

La sirvienta abrió la puerta, se inclinó con la formalidad habitual y desapareció en silencio. El interior de la habitación estaba exactamente como Druella lo recordaba. La cama, tapizada en un rosa estridente, se le presentó como un fantasma de su niñez. Frunció el ceño. Hubo un tiempo en que ese color era su mundo: paredes rosas, muñecas rosas, cortinas rosas. Ahora prefería el negro profundo. Su madre había llamado a eso una “fase”. Druella sabía que no lo era. Se dejó caer de espaldas sobre el colchón con un suspiro, hundiéndose en él.

¿Por qué su madre debía complicarlo todo? Sí, tenía las mejores intenciones —creía trabajar por el bien de todos los Mamono— pero insistía en ver el mundo a través de sus propios siglos de complacencia. Druella había visto lo que su madre no: la humanidad nunca se entregaría dócilmente. No eran ganado dispuesto a ser acariciado hasta rendirse. Había que doblegarlos, marcarlos, demostrarles a quién pertenecían.

Un golpe suave interrumpió sus pensamientos. La puerta se abrió y, sin pedir permiso, Luxure entró flotando casi con ligereza. Como todas las Lilim, era de una belleza intolerable; pero había diferencias claras entre ambas. Druella era más alta, sus alas eran más claras, su pecho más lleno, y en sus ojos habitaba un rojo chillón e inflexible. Luxure, en cambio, portaba en su rostro ese brillo despreocupado de quien sólo piensa en placer y presente.

Druella sonrió, apenas ladeando la boca.—Hola, Luxure. ¿Cómo te trata la vida en el castillo? —

Luxure se encogió de hombros y se sentó junto a su hermana mayor. — Supongo que ha estado bien. Al menos mamá no me castiga por placer —.

Druella frunció el ceño y, juguetonamente, empujó a su hermana sobre la cama. Se giró sobre Luxure y sonrió. —Bueno, el castigo de mamá me emocionó. Sigo emocionada, y como no tenemos un hombre con nosotras, supongo que tendrás que conformarte.—

Luxure se inclinó para besarla y Druella le correspondió. Sus lenguas se entrelazaron, gimiendo y maullando en la boca de la otra. Luxure extendió la mano y agarró la enorme teta de Druella, apretándola con fuerza. Druella se arqueó hacia atrás, gimiendo en el aire.

Druella, aún arqueada, se agachó para tocar la tanga de Luxure y clavó los dedos en sus divinas partes íntimas. Luxure gritó de intenso placer, retorciéndose sobre Druella.

— Creo que tenemos que llevar esto a otro nivel —, gimió Druella mientras abría y buscaba en su mesita de noche. Por desgracia, lo único que encontró fueron consoladores de 20 cm y pinzas para pezones de tamaño mediano. Seguro que serían del tamaño perfecto para la Mamono de 13 años. Pero una vez que Druella experimentó el rompe-perras de 38 cm de su padre (todas las Lilim podían practicar con él antes de encontrar marido), ya no había vuelta atrás. Y las pinzas para pezones eran demasiado pequeñas para sus pezones, ahora más grandes, en sus enormes tetas.

— Supongo que esto servirá en caso de apuro —, suspiró Druella mientras sacaba un consolador doble rosa intenso. Lo alineó con sus coños y ambas lo penetraron al mismo tiempo.

Ambas gritaron de alegría al sentir la herramienta penetrándolas. Empezaron a moverse sin control, en puro éxtasis. Durante varias horas, ambas tuvieron orgasmos múltiples. Finalmente, después de un tiempo, comenzaron a cansarse.

Druella jadeaba mientras se acostaba junto a su hermana. Lentamente giró la cabeza hacia Luxure y habló.

— Ahora tener sexo lésbico con mi hermana es agradable, pero eso no es lo que busco. Quiero ver tu nuevo trabajo —.

Luxure suspiró y se incorporó en la cama. — Sé que no puedo detenerte. ¡Pero no permitiré que interfieras en mi trabajo! Este proyecto es para salvarnos en caso de que las acciones de gente como tú provoquen la extinción de la humanidad en nuestro mundo. ¿Entiendes? —

Druella puso los ojos en blanco, pero asintió. Así que ambas Lilim se incorporaron y se vistieron. Mientras Druella seguía a su hermana a su laboratorio personal, su mente comenzó a hacer planes. Planes con respecto a su madre y su hermana.