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El corazón de un rey y el alma de un mago

Summary:

La primera vez que Alsan vio un dragón, fue el día en que conoció a alguien que cambiaría su vida para siempre, pero eso él aún no lo sabía.
La segunda vez que Alsan vio un dragón, se le reveló una verdad que cambiaría su vida para siempre, una de la que no podría escapar ni aunque quisiera.
La tercera vez que Alsan vio un dragón, su mundo se venía abajo, su corazón estaba hecho pedazos y supo que su vida jamás volvería a ser la misma.

Chapter 1: Dragón (Parte 1)

Chapter Text

La primera vez que Alsan vio un dragón, fue también el día en que conoció a quién le cambiaría la vida, pero eso no podía saberlo aún.

Despertó siendo agitado violentamente, y lo que vio al abrir los ojos fue la cara de su hermano pequeño, a centímetros de la suya, con los ojos iluminados y una sonrisa de oreja a oreja.

-¡Alsan! ¡Alsan! ¡Despierta!

-Amrin…- dijo, aún deshaciéndose del sueño- Por los Seis, ¿qué pasa?

-¡Alsan!- volvió a gritar el niño de ocho años, demasiado cerca de su oído para su gusto - ¡Un dragón! ¡Han visto un dragón, y está al lado del castillo! ¡Tienes que verlo!

“¿Un dragón?” fue lo primero que pensó, realmente extrañado. Vanis era una de las poblaciones humanas más al norte de Idhún, estaban demasiado próximos al Anillo de Hielo como para que un dragón, una criatura del desierto, se sintiera cómoda allí. Por otro lado, Amrin no parecía estar de acuerdo con ese razonamiento, y no había dejado de tirar de él desde que se había despertado.

-Venga, levántate, ¡tenemos que verlo!-seguía insistiendo.

-Está bien, está bien- se rindió al fin, en aras de recuperar un poco de paz, silencio y espacio personal. - Deja que me vista e iremos a ver el dragón, ¿vale?

Amrin dejó de gritar al fin, y asintió efusivamente con la cabeza, conforme.

-Pero no tardes- advirtió, y salió finalmente de la habitación.

Alsan no lo hizo. Escuchando como su hermano daba saltitos de impaciencia tras la puerta, logró vestirse en menos de cinco minutos y salió de allí sintiéndose por fin él mismo. Madrugar no solía suponerle ningún problema, pero despertar como lo había hecho esa mañana no era algo que quisiera repetir, honestamente. Sin esperar un segundo más, Amrin le cogió de la mano nada más poner un pie fuera de su cuarto y tiró de él por todo el pasillo. Alsan, bastante más alto que su hermano pequeño, le siguió el ritmo con facilidad, lo que le dio tiempo para pensar. El entusiasmo de Amrin era contagioso, pero seguía siendo escéptico respecto al dragón. Quizás alguno de los hijos del servicio le hubiera gastado una broma. Ver un dragón fuera de Awinor, ya no digamos tan al norte como estaban ellos, era extremadamente raro, casi imposible.

Todos sus pensamientos se callaron cuando salió al balcón al que le había arrastrado su hermano.

Se encontraba en la fachada del castillo que, en lugar de dar a las calles de la capital, daba al campo que había tras la ciudad. Y sobre una de las colinas se divisaba el dragón.

La bestia sólo podía ser descrita como magnífica y poderosa, y su cuerpo estaba cubierto por escamas de un blanco nacarado, que se tornaban del plateado más brillante en las zonas en las que la luz del amanecer se reflejaba. Sus ojos, por otro lado, eran de un rojo tan puro que parecían manchas de sangre sobre el mármol, y su mirada se dirigía directamente hacia el castillo. Alsan, congelado en el sitio de la sorpresa, sintió que le miraba a él en concreto, que esos ojos hurgaban en los más hondo de sí mismo, desenterrado verdades que ni él conocía aún. Por supuesto, aquello era imposible. Alsan era demasiado pequeño e insignificante en comparación con el dragón como para que este se fijará en él.

Sin previo aviso, la criatura extendió sus alas, robando el aliento de todos los que le observaban. Si su tamaño ya era digno de asombro, con las alas extendidas parecía colosal, el dueño del cielo. Con un par de poderosos aleteos se encontraba ya en el aire, pero no fue muy lejos. El río Raisar pasaba cerca de la ciudad, y el dragón aterrizó en uno de sus meandros para beber agua. En su asombro, Alsan sólo atinó a pensar que debía de tener sed si venía desde Awinor. Y, cuando sació su sed, el dragón blanco alzó el vuelo de nuevo y se alejó hasta desaparecer, en dirección al reino de Raheld, como si simplemente hubiera estado de paso. Sin embargo, Alsan sentía aún el quemazón de el fuego tras esa mirada, como si sus ojos siguieran fijos en él y sólo en él.

-¿Lo ha visto?- exclamó Amrin entonces, sacándolo del embrujo- ¡Ha sido increíble! Lo más increíble que me ha pasado en la vida, ¿a que si Alsan?

Él sólo pudo asentir y murmurar un “Si”, sin apartar aún la mirada del punto en el cielo en el que la silueta del dragón había dejado de verse.

-Ha debido de comerse TODOS los peces del río, porque su boca era enorme. ¿Lo has visto? Su boca era así de grande- continuó su hermano, y Alsan tuvo que girarse al fin, para verle con los brazos abiertos todo lo que podía- ¿Y viste sus dientes? Eran más afilados que una espada, estoy seguro. ¿Qué crees que hacía aquí, Alsan? ¿Crees que nos ha visto o estábamos demasiado lejos? ¿A dónde crees que irá ahora?

Alsan, abrumado por tantas preguntas -que en realidad eran las mismas que tenía él- respiró aliviado cuando por la puerta entró Ephrais. El hombre, alto y desgarbado, era el encargado de despertarlos cada mañana, y asegurarse de que llegaran puntuales a todas sus clases y obligaciones cada día. Y parecía al borde de un ataque al corazón.

-¡Príncipes!-exclamó al verlos al fin, el alivio patente en sus facciones.- Me asustasteis al no veros en vuestras camas.

-Pero es que había un dragón, estaba allí mismo- interrumpió Amrin, contento de tener alguien nuevo a quien hablarle de lo que acababa de ver- Era un dragón blanco, como…¡como el de Sondak! Ya sabes, aquel yan que montaba un dragón y volaba por todo Idhún… Fue en la Cuarta Era, ¿no?

-Quizás debería pedirle a su tutor repasar al personaje histórico de Sondak en su clase de esta mañana- propuso Ephrais, aliviado de encontrar una manera de cortar a Amrin- Pero primero debéis ir a vuestras habitaciones a arreglaros como los Seis mandan.

Amrin accedió, más que conforme de poder dedicar sus clases a hablar de dragones, y se dirigieron de nuevo hacia el interior.

-Príncipe Alsan, ¿venís?- llamó el hombre.

El niño dirigió una última mirada a la colina en la que el dragón se había posado, aún procesando lo que acababa de pasar, y asintió, siguiéndoles hacia dentro del castillo. Durante el camino a las dependencias donde dormían los príncipes, Amrin siguió parloteando, y Ephrais respondía educadamente a todo lo que decía y a todas sus preguntas, pero con una sonrisa en el rostro. A Alsan siempre le había gustado cómo los trataba a ambos con cariño, casi como un segundo padre, o un abuelo quizás, dado su cabello canoso. Acostumbrado a que lo trataran con reverencia, y aunque el criado nunca abandonara las formalidades con ellos, siempre les había tratado como niños y no como príncipes.

-Es que no es justo que tenga que ser un humano- estaba diciendo Amrin cuando llegaron a la puerta de su habitación- Si fuera un yan, estoy seguro de que habría visto ya miles de dragones.

-Seguro que sí- confirmó Ephrais, solemnemente.- Ahora será mejor que vaya a lavarse; si un dragón vuelve por aquí seguro que querrá que lo vea limpio y arreglado, ¿no es cierto?

Amrin ahogó una exclamación, como si eso no se le hubiera ocurrido, y corrió a su habitación prometiendo a voz en grito que se bañaría en ese mismo instante. Alsan y Ephrais se quedaron fuera, quietos unos segundos, cuando el silencio se instaló en el pasillo. El mayor sonrió de lado.

-Es todo un torbellino, vuestro hermano.

Alsa sonrió inevitablemente, pero miró con cariño la puerta por la que Amrin acababa de desaparecer.

-Si, si que lo es- dijo simplemente.

-Bueno, y ahora le llevaré a su habitación -avisó el hombre mayor- Imagino que vos tampoco habréis tenido tiempo de asearos, con todo el revuelo. He de reconocer que ver a un dragón en el reino lo merece, no había visto que uno se aventurarse tan al norte en toda mi vida.

Eso solo hizo que Alsan volviera a preguntarse el por qué del paso de la criatura. Si solo quería beber del río, no se hubiera parado en la colina, a observar hacia el castillo casi como si estuviera buscando algo… o a alguien. Aquel sentimiento de que el dragón lo escrutaba con la mirada seguía fresco en su memoria, y la falta de respuestas solo hacía que deseara removerse, inquieto. Ephrais, notando su silencio, le ayudó a su manera:

-Ha sido una manera extraña para todos, estoy seguro de que si llegáis unos minutos tarde a su clase de hoy no pasará nada. Al fin y al cabo, han sido muchas emociones y el segundo sol casi ni ha salido aún…

Alsan se lo agradeció, y aunque le gustaría poner en orden sus dudas y pensamientos sabía que eso solía pasar con el tiempo, no por que le diera más y más vueltas en su cabeza, así que negó.

-No te preocupes Ephrais, pero gracias. Estaré listo a la hora.

No le gustaba llegar tarde.

Se lavó y se vistió, a conciencia esta vez pues no tenía a un niño de ocho años metiéndole prisa, y se encontró de nuevo con su hermano y Ephrais para el desayuno. Tres empanadillas de ave (típicas de Vanissar y su comida favorita) más tarde, estaba listo para empezar oficialmente el día.

Su mañana consistió en clases de Historia de Idhún, Geografía de todo el planeta (ese día concretamente se centraron en Celestia, que a opinión de Alsan lo único interesante que tenía era que colindaba con los Picos de Fuego) e introducción a la política. Alsan escuchó todo con atención, sabiendo que si tendría que ser rey algún día, era importante saber las costumbre de cada reino de Nandelt para comportarse educadamente cuando los visitara, pero lo cierto es que en aquel momento le parecían datos de todo menos interesantes. Cuando por fin su tutor le permitió irse, diciendo que por ese día era suficiente, Ephrais le esperaba ya en la puerta, con una sonrisa en el rostro.

-Sus padres y hermano le esperan ya para la comida- anunció, mientras le dirigía hacia el comedor- El príncipe Amrin insistió en que viniera a buscarle porque no quería que, en sus palabras, “hicieras trampa y fueras primero a las cocinas a ver qué había de postre antes que él”

Alsan río por lo bajo. Desde siempre, el postre había sido algo sagrado para ambos, y en algún momento habían acordado que todos los días deberían ver que habían preparado los cocineros a la vez, incluso si era el cumpleaños de alguno de los dos. Hacía algunos meses, Alsan y Amrin habían discutido y, como venganza, Alsan había decidido hacer creer a su hermano que se había colado en las cocinas para ver que habían preparado bizcocho de naranja ese día. Por supuesto, era mentira; Alsan jamás rompería el pacto que tenía, ni con Amrin ni con nadie, porque no era un traicionero, y las cocinera había servido arándanos con leche dulce, pero Amrin había estado tan enfadado durante el primer y segundo plato que de vez en cuando aun lo mencionaba. Alsan supuso que aún no había recuperado su confianza del todo.

Cuando llegó, su padre le recibió revolviéndole el pelo, y cuando ocupó su sitio habitual al lado de su madre le golpeó un agradable olor a flores. La mesa era larga y estaba ocupada por nobles y consejeros. Todos comían juntos en el gran salón, pero lo cierto es que nunca se hablaba de cosas políticas o de la dirección del reino, y era uno de los momentos más relajados de los días de tanto los príncipes como los reyes.

-¿Has estado en el invernadero?- inquirió Alsan, con una sonrisa. Le encantaba cuando su madre olía a tierra mojada y flores recién plantadas.

Gainil, reina de Vanissar, asintió, y sonrió a su familia.

-Así es. He hablado con uno de los consejeros de palacio, y tengo buenas noticias: Puede que para finales de este mes podamos tener flores lelebin en el invernadero. Un feérico, experto en plantas, dijo que el lugar es apto para que puedan crecer, ya que deja entrar la luz de las lunas por la noche.

-Vuestra madre y las flores- negó con la cabeza el rey Brun, bromeando mientras la miraba con cariño.

-Bueno, arquitectos celestes ayudaron a reconstruir este castillo, ¿no?- replicó, fingiendo seriedad pero con un brillo divertido en la mirada- Es justo que nosotros le demos un poco de la vida que ellos tanto adoran en vez de dejar que el palacio sea simplemente de piedra inerte.

-Como siempre, tienes razón- se rindió Brun, alzando las manos.- ¿Y qué hay de vosotros?- dijo, dirigiéndose a sus hijos- ¿Cómo os ha ido el día? Amrin, mastica antes de tragarte la comida, un día te vas a atragantar.

Amrin, por supuesto, no le hizo caso, ansioso por hablar.

-¡Un dragón!- soltó- ¡Hemos visto un dragón esta mañana, aquí mismo, en Vanis!

-Me preguntaba cuando lo mencionaría- susurró Alsan por lo bajo, mientras su hermano menor describía con pelos y señales “el suceso más maravilloso de toda su vida” -... Y luego he conseguido convencer a mi tutor de que me hablara de los dragones en mi clase de historia- terminó- Bueno, y sobre Awinor en la de geografía y le pregunté sobre qué idioma hablan los dragones en clase de Literatura…

- Vi a su tutor salir de su clase cuando venía para acá y parecía que la cabeza estaba a punto de estallarle- interrumpió Alsan-. Seguro que cierto niño pequeño que no puede parar de hablar de dragones tuvo algo que ver, ¿no, Amrin?

-Oye, no te burles. No es mi culpa que tus clases hayan sido más aburridas que las mías.

En eso Alsan tuvo que darle la razón. La imagen del dragón tampoco había abandonado su cabeza en toda la mañana, en ninguna de las clases, sin importar que fuera más o menos aburrida, pero no había permitido que eso le distrajera porque se esperaba de él que prestara atención. Se preguntó si quizás lo que hacía su hermano, preguntar y hablar de lo que le inquietaba o le gustaba, no era una mejor táctica para aprender a ser un buen rey. Sin embargo, no dijo nada, y solo escuchó a su hermano hablar, aportando algún detalle de vez en cuando.

Fueron interrumpidos, hacia el final de la comida, por el correo. El mozo dejó las cartas en una esquina de la mesa, cerca de su padre. Comenzaron a leerlas tranquilamente, pues la mayoría se trataban de noticias triviales sobre la corte, preparativos de alguna festividad en la ciudad o cuestiones de administración.

-Esta viene de Shia, de la familia real- se sorprendió entonces Brun.

Alsan y Amrin se echaron hacia delante, interesados. Ninguno había estado en el reino vecino, y Alsan solo conocía a los reyes y a Alae, su princesa, de cuando vinieron a celebrar el nacimiento de Amrin. Los hermanos miraron atentamente las expresiones de su padre mientras leía la carta.

-¿Qué pasa?- inquirió Alsan cuando el rey levantó la mirada del papel y sonrió.

-Alben y Kaera han tenido un bebe, una niña. Nos invitan a celebrar su nacimiento, junto con el resto de monarcas de Nandelt y la asamblea de Nanetten, la noche del novilunio, en apenas unas semanas.

Gainil sonrió, extasiada por la noticia, y Amrin se quejó de que ninguno de los príncipes de otros reinos tenía su edad y estaría muy solo en la celebración. Alsan recordó a Alae, una muchacha que debía de tener diez años como él, y se preguntó fugazmente si habría cambiado mucho, pero tampoco le dio demasiada importancia a la noticia.

Tras la comida, la parte favorita del día de Alsan como príncipe heredero de un reino empezaba. Por la tarde, pasaba las horas en la sala de entrenamiento del castillo, un espacio enorme cubierto de esteras, dianas y zonas acondicionadas para cualquier tipo de luchas y cualquier tipo de armas. Su sueño había sido desde siempre entrar en Nurgon, la escuela de caballería más prestigiosa de Nandelt y de toda la historia de Idhún, y las armas había formado parte de su día a día desde que tenía memoria, pero solo desde que había cumplido los diez años le habían permitido recibir clases de lucha y defensa personal, así como del manejo de armas, por lo que tenía mucho que aprender. Además, por si eso fuera poco, tras el entrenamiento solía salir con sus padres y hermano a montar a caballo, otra actividad que debería dominar a la perfección si quería acceder a Nurgon.

Iba de camino al gimnasio, emocionado por lo que le enseñarían ese día, cuando le vio.

Caminando de frente a él venía un muchacho, de su edad o quizás algo menos, calculó Alsan, pero mucho más pequeño y delgado. Su piel era morena, como de alguien que ha vivido en un lugar soleado la mayor parte de su vida, y estaba cubierta de pecas. Su pelo, oscuro como sus ojos, le llegaba por el cuello y sus mechones iban en todas direcciones, sin domar. Sin embargo, lo que más le sorprendió a Alsan de aquel chico fue que no le conocía. El castillo de Vanissar era bastante grande, pero Alsan llevaba viviendo allí toda la vida y reconocía, aunque fuera de vista, a cada cocinero, mayordomo, noble, caballero e incluso mozo de cuadra. Y eso incluía a sus hijos y parejas, que muchas veces vivían en el castillo también. Pero aquel muchacho no le sonaba de nada.

Se detuvo en mitad del pasillo, observándole sin ningún disimulo con el ceño fruncido, y el chico, claramente incómodo, se paró también. “Bien” se dijo Alsan. Debería estar incómodo. Al fin y al cabo ese castillo era medio suyo, y él era un extraño que no debería estar allí.

-Shail, ¿qué haces?- se escuchó entonces una voz- Te dije que no te distrajeras y fueras directamente al estudio.

El dueño de la voz apareció entonces, andando a grandes zancadas. Se trataba de Aradel, el mago de la corte. Sin siquiera mirar a Alsan o dirigirle una palabra, empujó suavemente al chico (Shail, aparentemente) para llevarlo consigo y dirigirse hacia las escaleras que subían a una de las torres. Pero, por si Alsan no se sentía ya lo suficientemente insultado por toda la situación, antes de desaparecer por la esquina el chico tuvo audacia de sacarle la lengua. A él, príncipe de Vanissar, le acababan de sacar la lengua, y no cualquiera, sino un presunto aprendiz de mago de pacotilla.

Con el ceño aún más fruncido si cabe, reanudó su camino. Un millón de preguntas se amontonaban en su mente. ¿Cómo era que no se había enterado de la llegada de un nuevo hechicero al palacio? Era la típica noticia de la que todo el mundo estaría hablando, y que escucharía susurrar a las damas del servicio mientras servían el desayuno. Y además, ¿no se suponía que los magos se formaban en torres de hechicería, bien lejos de allí? ¿No sería peligroso tener un mago inexperto deambulando por el castillo? No te puedes fiar de ellos, al fin y al cabo, se dijo. Ya le preguntaría a su padre al respecto, sin duda él sabía de qué iba todo aquello.

-Vaya, principito, con esa mirada podría asesinar a alguien en menos que canta un yuku- dijo una voz, al llegar a su destino.

Su entrenador personal, Garrick, un semibarbaro corpulento, le miraba desde la pared en la que estaba apoyado, cruzado de brazos. Alsan trató de olvidarse del asunto, y cambiar su mirada por una que mostrara lo ansioso que estaba por aprender. Garrik siempre lo elogiaba por la manera en que sus ojos se fijaban en todo, absorbiendo cada detalle. Sin embargo, su maestro era un hueso duro de roer y no se convenció tan fácilmente.

-Da cinco vueltas a la sala para despejarte, alteza, y entonces empezaremos a entrenar.

Alsan bufó, impaciente, pero no se quejó, sabiendo bien que la próxima vez le mandaría dar quince vueltas, y que esto no era más que un aviso de nunca entrar despistado en aquella estancia.

Cuando terminó, comenzaron con el calentamiento: lucha cuerpo a cuerpo. Básicamente, Garrik saltaría sobre él de mil maneras diferentes, que Alsan debería prever y evitar. “Práctica la técnica primero” decía, cada vez que el joven caía al suelo y se quedaba sin aliento. “Ya tendrás tiempo de darme una paliza cuando crezcas y ganes músculos, principito. De momento, céntrate en ser rápido y ágil. Es lo que menos se esperaran de alguien aún pequeño, y sin embargo es lo que más fácil resulta para ti ahora” Alsan creía que el mestizo debía redefinir su concepto de fácil, pues en la última hora no había hecho más que sudar, había aprendido una docena de movimientos nuevos y solo le dejaba unos segundos para memorizarlos y realizarlos a la perfección, o si no acabaría en el suelo de nuevo. Así una y otra vez hasta que fuera capaz de esquivar todos los golpes de Garrick, y alcanzarle con sus puños (que no le hacían el menor daño) suficientes veces como para que se diera por satisfecho.

Luego, se movieron a la parte del gimnasio con las armas. Siempre comenzaban con la técnica de espada, movimientos y fintas básicas que Alsan sabía ya de memoria. Pero hasta que no fuera capaz de realizarlo con los ojos cerrados, no sería suficiente. En Nurgon solo entraban los mejores, al fin y al cabo, se repetía, mientras encadenaba cada movimiento con el siguiente. Y cuando Garrick al fin asentía, le recompensaba enseñándole a manejar un arma nueva. Ese día en concreto, le tendió un arco, y estuvieron al menos media hora más no sólo poniendo a prueba su puntería, si no también la coordinación de su respiración y sus movimientos. Acabó completamente agotado, pero se despidió de su entrenador con una genuina sonrisa en el rostro, como siempre.

Salió de allí cruzando las caballerizas, para acabar en el patio que habían acondicionado para montar con los caballos. Preparó el suyo, un corcel de tono azulado con manchas grises por todo el cuerpo, justo a tiempo para ver como llegaba Amrin junto con su instructora de hípica.

-¿Listo para un paseo más? -preguntó a su hermano pequeño, y él asintió con entusiasmo.

Alsan se subió a su montura justo a la vez que sus padres llegaban al patio, y ambos les saludaron con la mano. Como siempre, se adentraron un poco en el bosque que rodeaba el castillo por su parte trasera, para volver a tiempo de ver el primer atardecer y luego ir directamente a cenar. Alsan agradecía que sus padres llevaran bastante tiempo sin ausentarse de palacio, porque la paz que le daba ese paseo era algo que disfrutaba todas las veces por igual.

Ese día, Amrin y su madre se habían adelantado. Gainil le enseñaba a hacer cabriolas con su caballo y Amrin estaba encantado, cansado de que todo lo que le enseñaran en sus clases de hípica fuera a dirigir su corcel por una línea recta sin distraerse con nada. Alsan y su padre iban detrás, en un silencio apacible. Le sorprendió que el rey lo rompiera, pues solían cabalgar en silencio.

-¿Qué opinas tú de todo el asunto del dragón?- dijo, casual, sin apartar la mirada de su hijo y su esposa.- No has hablado mucho del tema, pero ha debido de ser todo un acontecimiento- siguió su padre.

-Si, bueno- habló, encogiéndose de hombros, sin saber muy bien qué decir- Ha sido sin duda algo digno de admirar. Jamás pensé que fuera posible ver uno tan al norte de Idhún.

Brun lo miró entonces, inquisitivo.

-Sabes, de pequeño admirabas a los dragones. Hablabas de ellos tanto o más que Amrin ahora.

-¿En serio?- preguntó, sorprendido. Siempre le habían gustado los dragones, y venerarlos era algo muy común en Nandelt, pero no sabía que la cosa había llegado tan lejos. Amrin sin duda hablaba mucho de ellos.

Brun asintió solemne.

-Sin embargo, según te has hecho mayor, ya no hablas tanto de ellos. Te has centrado mucho en tus obligaciones.- Se detuvo un momento, como pensando qué decir ahora.- No te imaginas lo orgullosos que estamos de ti, Alsan, independientemente de lo bueno que eres en todas tus clases y lo atento que te muestras (aunque esos también nos enorgullece, todos los tutores hablan bien de ti). Lo que quiero decir, es que ser príncipe heredero no quiere decir que tengas que dejar de lado lo que te gusta, ¿vale? Y siempre puedes hablar con nosotros cuando algo te da vueltas en la cabeza.

Alsan asintió, pensativo.

-A veces me gustaría ser como Amrin- confesó entonces.- No tiene miedo a preguntar nada, a equivocarse, a aprender a base de errores… y siempre dice lo que siente- terminó en un susurro.

-Si, se lo que es eso- tranquilizó su padre- Me temo que en eso has salido a mi. Tendemos a guardar nuestros sentimientos y los dioses nos libren de hacer algo mal, incluso aunque sea la primera vez, ¿cierto?

Alsan sonrió. Su padre lo había expresado perfectamente.

-Me gustaría parecerme a mamá.

-Pero, ¿qué dices? ¡Si sois clavados!- dijo Brun, y Alsan le miró, con la boca abierta- ¡Que sí!- rió su padre- Mira, tenéis los ojos iguales, y el pelo se os riza en la nuca de la misma manera. Y fruncis el ceño igual cuando os concentrais, estáis adorables…

-¡Oye!- protestó el príncipe, queriendo recuperar algo de su dignidad. Él era de todo menos adorable.

Su padre simplemente se rió a carcajadas.

-Y no solo físicamente- continuó, sin rendirse.- Ambos os preocupáis por absolutamente todo el mundo, sois terriblemente abnegados y perfeccionistas. Os gusta que todo esté perfecto. Oh, y protegéis a quienes os importa con uñas y dientes, a veces dais miedo y todo. ¿Recuerdas cuando aquel perro robó el juguete favorito de Amrin cuando tenía tres años? Te enfrentaste a él con tu espada de madera como si fuera un barjab de las nieves, y no te rendiste hasta que lo soltó. Fue como si hubiera viajado en el tiempo y hubiera visto a tu madre de joven. Nunca os dais por vencidos, ninguno de los dos.

Alsan se quedó pensando. Era mucho que asimilar. Siempre había pensado que él se parecía a su padre, y Amrin a su madre. Resultaba, en cambio, que era una mezcla de ambos. Se sintió un poco estúpido cuando llegó a esa conclusión, ya que parecía bastante obvia. Quizás la moraleja era que no debía intentar parecerse tanto al rey, ni anhelar ser como la reina, sino intentar ser él mismo. Amrin, con ocho años, sin duda parecía haber aprendido eso mucho antes que él, ya que la manera en la que intentaba ponerse de pie sobre el lomo de su caballo torpemente no podía haberla sacado de ninguno de sus padres. Cuando se cayó al suelo, como era previsible, su padre negó con la cabeza y rió por lo bajo.

-Papá- dijo de pronto, recordando algo- ¿Sabías que el mago de la corte tiene un aprendiz?

Su padre pareció sorprenderse por la pregunta, pero se encogió de hombros.

-Si, la Torre de Kazlunn solicitó que se le asignara a Aradel como instructor personal. No se exactamente porqué, pero los asuntos de magos siempre son raros y retorcidos, así que no me molesté en indagar demasiado. Al fin y al cabo, no es más que un niño.

Alsan iba a protestar, pues a él el niño le daba mala espina (no tenía nada que ver con el incidente de la lengua, eso que quedara claro), pero en ese momento Gainil les llamó, diciendo que se les haría tarde si seguían cabalgando así de lentos. Brun espoleó su caballo y gritó:

-¡El último en llegar al castillo pierde!- y sin previo aviso, los adelantó a todos.

Con una carcajada, Alsan le siguió. Se puso al lado de Amrin.

-Vamos, no querrás que nos ganen, ¿no?- provocó. Y Amrin no quería.

Al final, fue Brun quien llegó el último. Las damas obligaron a los cuatro a lavarse y quitarse el polvo del camino antes de la cena, pero en la mesa ninguno de los tres se privó de recordarle su derrota al monarca al menos una vez.

Tras la cena, los miembros de la familia real se despidieron y se retiraron a sus habitaciones. Los reyes tenían aún papeleo que hacer y no podrían acostar personalmente a los niños, pero ambos hermanos estaban felices de tener algo de independencia por una noche. Alsan se puso su ropa de dormir diligentemente, y para cuando las lunas brillaban en el cielo ya estaba metido en su cama y la chimenea apagada.

Aunque a Alsan le gustara considerarse maduro y responsable para su edad, moldeado por los valores de sus padres y su corte, no dejaba de tener diez años, y su mente comenzó a vagar cuando al fin estuvo solo y a oscuras. Decidió apartar al muchacho pecoso de su mente y esperar hasta el día siguiente, cuando pudiera enterarse debidamente acerca de su aparición. El asunto del dragón, sin embargo, era algo que no podía preguntarle a nadie, pues nadie sabía por qué ellos hacían lo que hacían. La mirada del dragón blanco, aparentemente fija en él volvió a mostrarse en la mente de Alsan con una claridad absoluta. Su padre le había instado a que hablara sobre lo que le rondaba por la cabeza, pero por alguna razón simplemente no quería. Como si el momento que había compartido con el dragón fuera… personal. Algo entre ellos dos. Cuanto más lo pensaba, más claro tenía que la bestia le había mirado. No era propenso a las fantasías, ni a sobreestimar sus capacidades, por lo que creerse tan importante como para que un dragón se cruzará medio Idhún solo para verle era impropio de él. Sin embargo, una parte de él se había aferrado a ese cosquilleo, ese presentimiento, y no lo dejaba marchar.

Mientras el sueño venía a por él, intentó buscar explicaciones más racionales, aunque se encontró a sí mismo pensando en cosas igualmente descabelladas, como que quizás el dragón andaba cazando sheks. Las serpientes aladas llevaban fuera de su mundo más de mil años, pero nunca se sabe, ¿no? Si se escondieron en Nanhai, lo más probable es que tardaran un tiempo en darse cuenta.

Finalmente, Alsan se sumió en un sueño repleto de escamas, alas membranosas, colmillos y chillidos penetrantes cargando contra garras, fuego y rugidos poderosos en un mundo muerto y en ruinas. Hacía mucho que Alsan no tenía pesadillas, pero aquella sería una que lo acompañaría gran parte de su vida.

Chapter 2: Un mago sin magia

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Shail detestaba ese lugar con todas sus fuerzas.

Había llegado a Vanis el día anterior, pero ya podría hacer una lista de todo lo que no le gustaba de ese sitio. Para empezar, era un lugar frío, demasiado cerca de Nanhai para su gusto. ¿Qué clase de pirado construiría la capital de un reino prácticamente a los pies de un sitio que se llamaba “Anillo de Hielo”? ¿Acaso el nombre no era pista suficiente como para saber que se congelarían de frío allí? Además, hasta el momento todo el mundo le había parecido demasiado estirado y repelente, y para colmo no había podido dormir bien porque la cama de la habitación que le habían dado era demasiado grande y mullida. Estaba convencido de que el colchón intentaba comérselo. ¿Es que esos nobles no se perdían entre tantas sábanas?

Dioses, cuánto odiaba este sitio.

Cuando la luz del primer amanecer comenzó a entrar por su ventana y quedó claro que no iba a volver a dormirse, decidió levantarse. Se vistió y aseo él solo, pues lo cierto era que le tenía pavor a que una doncella volviera a enjabonarle agresivamente como el día anterior, como si acabaran de sacarle de la basura misma, y estuvo listo para salir de su habitación al poco rato.

Era temprano aún, y aunque el castillo bullía de vida, eran principalmente los sirvientes quienes recorrían los pasillos de arriba a abajo, preparando el castillo para las actividades y deberes de los nobles y la familia real. Shail rodó los ojos mientras salía de su habitación. ¿Para qué tener un castillo tan grande si vas a necesitar que otros lo limpien para ti y hagan  todas tus tareas? A decir verdad, no tenía ni idea de si en Kazlunn las cosas funcionaban así también o no, porque apenas había pasado allí unos días antes de que le enviaran a ese maldito castillo a aprender con el mago de su corte, pero sin duda le parecía ridículo. Shail reprimió entonces un escalofrío al pensar en quién sería su maestro. El mago no le gustaba especialmente, y creía que él tampoco le caía bien al semifeérico. Miró los soles por la ventana y decidió, con alivio, que aún debía de quedarle al menos una hora hasta que tuviera que volver a enfrentarse a él.

A modo de aviso, su estómago gruñó en ese preciso momento, pidiéndole que usara esa hora para comer algo. Shail obedeció. No tenía especiales ganas de comer, pero no dejaba de ser un niño de diez años y estaba entrando en esa edad en la que se tiene hambre a todas horas. Trató de no pensar demasiado en Arsha y Gaben, famosos en su familia por engullir absolutamente todo lo que les pusieran en el plato. El alma se le cayó a los pies al recordar que probablemente no volvería a verlos en mucho tiempo. Pensar en sus hermanos solo lo haría todo más difícil, así que trató de apartar todo pensamiento sobre ellos, pero era tan difícil… Sacudió la cabeza. Tenía que ser fuerte. No podía volver con ellos ahora, y no tenía sentido lamentarse por ello.

Vagando por los pasillos, se dio cuenta de que no estaba muy seguro de si debería ir a buscar algo para desayunar al mismo salón donde había cenado el día anterior, porque quizás en aquel lugar eran tan pijos como para tener una habitación para cada comida del día, así que probó con una apuesta segura: las cocinas. Allí, una amable cocinera le aclaró que todas las comidas se servían en el gran comedor, y le explicó con pelos y señales cómo llegar a él mientras destripaba sin inmutarse un pescado, provocando que al niño le entraran arcadas. Le dio las gracias a duras penas, se hizo con un bollo y una fruta y salió de allí casi corriendo.

Caminaba distraídamente por los pasillos, en dirección a sus clases, con la fruta aún en la mano, mordisqueada, cuando se cruzó con el niño. Aunque, más bien, el niño se estampó contra Shail, porque venía corriendo tan rápido, sin mirar por donde iba y con los rizos castaños de su cabeza saltando con cada paso que daba, que no le dio tiempo a frenar antes de chocarse.

-Ey, cuidado- pudo decir Shail, sujetando al niño, de unos siete u ocho, para que no se cayera de culo- ¿Estas bien?

El chiquillo se recompuso sorprendentemente rápido y miró a Shail con unos ojos enormes, fijamente, como si fuera el primer ser humano que veía jamás.

-¿Quién eres?- pregunto, de verdad confundido- No te conozco.

-Me llamo Shail -dijo, extrañado. Y el castaño debía estarlo también, porque dijo:

-No conozco a ningún Shail, y conozco a todos los niños de este castillo porque son los únicos que están dispuestos a inventar juegos divertidos conmigo. Los adultos son bastante aburridos, ¿sabes?, y mi hermano suele estar muy ocupado aprendiendo o entrenándose, que parece ser su nueva cosa favorita en el mundo entero. Bueno, mi madre no es aburrida, porque a ella le gustan las plantas y las plantas son muy chulas, pero también suele estar ocupada.- frunció el ceño, como si se hubiera olvidado a dónde quería ir con su discurso, y terminó diciendo: -Entonces, ¿quién eres? ¿Qué haces en mi castillo?

Shail pensó que era muy pretencioso por su parte que lo llamara “su” castillo, pero no dijo nada porque el niño le había gustado. Una sonrisa ya tironeaba de sus labios, y no pudo evitar que la imagen de sus hermanos menores, la de Kero concretamente, se colara en su mente.

-Vine aquí ayer- explicó- Soy el aprendiz de Aradel.

Los ojos del niño se abrieron aún más y Shail reprimió una mueca. No tendría que haber dicho eso, se dijo. El aluvión de preguntas vendría en tres, dos…

-¡El mago de la corte! ¿Eres su aprendiz? ¿Por qué estás con él? Espera, ¿eres tú también un mago? ¿O eres un familiar suyo? ¿No deben los aprendices de magos ir a una de las Torres? Esto no es una Torre hasta donde yo sé, así que a lo mejor te has perdido un poco, pero no pasa nada. ¿Y sabes hacer magia? ¿Puedes enseñarme algún hechizo? ¿Hacer magia? Por favor, por favor, por favor…

Miró a Shail con unos ojos de cachorro que, muy a su pesar, le derritieron el corazón. El chaval sin duda sabía jugar bien sus cartas.

-Esto… No puedo, lo tengo prohibido- mintió- Solo puedo hacer hechizos con mi maestro, lo siento.

La decepción en los ojos del más joven fue genuina, y Shail sintió algo de pena.

-Oye, ¿cuál es tu nombre?- preguntó, para distraerle, y porque de pronto recordó los modales que le había enseñado su madre.

El niño fue a abrir la boca para contestar, cuando alguien habló por encima de él.

-¡Príncipe Amrin!- exclamó la voz, aliviada.

Y el niño se giró. Shail casi abrió la boca de par en par de la sorpresa. ¿Príncipe?

El dueño de la voz era un hombre alto y canoso con pintas de llevar buscando a Amrin demasiado tiempo para su gusto, pero con una resignación pintada en la cara que indicaba que eso era su pan de cada día.

-No le encontraba por ningún lado. Va a acabar por llegar tarde al desayuno y, por ende, a sus clases. Me da la sensación de que hoy vuestro tutor no será tan permisivo con los retrasos como lo fue ayer.

Mientras Amrin intentaba excusarse y explicar que solo estaba hablando con Shail, el apelado tuvo de pronto una ocurrencia. Miró más detenidamente al pequeño, el color de su pelo, sus ojos ligeramente rasgados en los bordes, sus facciones… y no le cupo ninguna duda de que Amrin era hermano del chico con el que se había cruzado la tarde anterior. Se parecían demasiado como para no serlo. Y Shail no sabía mucho de la monarquía, pero sí sabía que los reyes de Vanissar tenían dos hijos… y que el día anterior le había sacado la lengua al mismísimo príncipe Alsan.

Reprimió una risa nerviosa e incrédula. ¿Era eso motivo suficiente para que le cortaran la cabeza, o le expulsaran para siempre de todo Nandelt? Esperaba que no. Trató de calmarse diciendose que ese tal Alsan le había mirado muy mal. Si había un juicio contra él, pensaba defenderse.

-¿Shail?- escuchó de pronto. Era Amrin quien le sacaba de sus pensamientos, y volvía a mirarle con esos ojos que parecían no parpadear jamás.

-Sí, ¿qué? Perdona, estaba distraído…

-Decía que tengo que irme a desayunar para no llegar tarde a mis clases, pero te volveré a ver, ¿no?

-Si, si, claro. Me quedaré aquí bastante tiempo- contestó, tratando de que la amargura de esa realidad no se colara entre sus palabras. 

“Aunque si me condenan a muerte o me exilian, me iré muy pronto” pensó después, recordando la ira del rostro del príncipe cuando se había burlado de él. El día anterior le había parecido gracioso, pero ahora… bueno, seguía siendo gracioso, pero quizás un poco menos.

Amrin sonrió ampliamente.

-Me alegro. Me has caído bien.

Y con eso, se fue, siguiendo al hombre y dando pequeños saltos mientras caminaba. Shail sonrió a su pesar cuando le perdió de vista. Al menos uno de los príncipes era amable y educado. Sin embargo, la paz no duró demasiado.

-Oh, Shail, qué casualidad. Justo me dirigía a mi estudio -Shail reprimió una mueca al ver a Aradel, su maestro, aparecer justo en ese momento en el pasillo - Acompáñame y empezaremos las lecciones. Es una suerte haberte encontrado, podremos empezar antes.

-Si, una suerte- murmuró Shail mientras le seguía, viendo que no tenía escapatoria. 

-Estaba pensando,- siguió hablando el semifeérico, sin prestar atención a su huraño aprendiz - en empezar con una pequeña lección de la historia de la Orden Mágica para centrarnos, y después de eso comenzar con tus lecciones de idhunáico arcano. Vas un poco atrasado en ese aspecto.

Shail quiso argumentar que, viniendo de un pueblo de pescadores y comerciantes, hablar el dialecto arcano nunca había sido su mayor prioridad, pero decidió mantener la boca cerrada porque al menos de momento su maestro no le obligaría a practicar magia, solo a escucharle hablar sobre historia y otras cosas que no le interesaban especialmente.

En el estudio del mago, Shail se sentó en una mesa que le había preparado el mago, quien le puso delante tres volúmenes tan gordos que, apilados uno sobre el otro, no le dejaban ver nada más allá.

-Abre el primero de ellos por el primer epígrafe, página 27, por favor. 

Shail obedeció y sin perder más tiempo, el hechicero comenzó. Shail, por supuesto, prestó atención aproximadamente los primeros dos minutos antes de que su mente comenzara a vagar. Nunca le había disgustado la historia, pero, ¿de que le servía a él saber datos y fechas sobre la Orden Mágica si había quedado claro que nunca entraría en ella? 

Recordó cómo le habían examinado cuando había llegado allí, como le habían observado hasta hacerle querer desaparecer. Cómo habían debatido entre ellos, porque todos los que tenían sangre de hada podían ver la luz de unicornio que le había tocado en él… y sin embargo Shail era incapaz de invocar ni el mínimo atisbo de magia. Lo había intentado, de verdad que lo había hecho, y sin embargo había sido incapaz. Generalmente, la magia está ligada al lenguaje, y él no conocía ningún hechizo aún, pero todos los magos eran capaces de sentir el flujo de su don en su interior y ser al menos capaces de desprender cierto calor por sus manos, un atisbo de magia curativa. Y Shail sentía esa magia… pero no era capaz de mostrarla, de dejarla salir. Y para colmo, en lugar de devolverle a Puerto Esmeralda cuando había fracasado, sólo le habían enviado a aquel maldito castillo, a Vanis. A estudiar con un mago especializado en objetos raros… y casos perdidos también, por lo visto. 

-Y tras la construcción de la última de las tres torres… Shail, Shail, ¿estas escuchando, chico?- dijo justo en ese momento Aradel, chasqueando los dedos, y Shail salió de su ensoñación 

-Esto… si, si, escuchaba.

Rezó por qué su maestro no hiciera la legendaria y temida pregunta de “¿Y entonces qué estaba diciendo?”, pero él solo negó con la cabeza.

-Yo diría que ya basta de historia.- concedió- Practicaremos tu arcaico, para que puedas ser al fin capaz de realizar algún hechizo. ¿Leíste lo que te dije sobre la gramática?

El niño asintió. Era cierto. Se había aburrido tanto en aquel lugar la tarde anterior que hasta leer sobre el idhunáico arcaico era más entretenido que no hacer nada.

-Perfecto, pues quiero una redacción de más de cien palabras para mañana en la que uses las terminaciones arcanas que has aprendido. ¿Viste que el idioma no se diferencia en tanto a nuestra versión? Las raíces son comunes en su mayoría, el lenguaje sólo ha evolucionado.

Shail asintió de nuevo, ocultando una mueca ante la tarea que acababan de asignarle. Incluso los magos tenían deberes, por lo visto

-Perfecto- continuó él- Lo cierto es que la escritura del arcano no te será útil hasta dentro de mucho, cuando aprendas a realizar hechizos sobre objetos sobre los que tengas que dibujar los caracteres, o para protecciones mucho más efectivas, pero nunca viene bien practicar. Ahora, sin embargo, nos ocuparemos de tu pronunciación.- Abrió un libro y tras ojearlo, se lo tendió a Shail- Lee esos hechizos. Se enfocan en la invocación del agua, que es de lo más simple que puede hacer un mago. Además, si se descontrola, será bastante inocuo. Aunque, por lo que me dijeron los magos de Kazlunn, no creo que haya ningún problema.

El niño abrió la boca para defenderse, pero lo cierto es que Aredel tenía razón, por lo que la cerró de nuevo. Ya había quedado más que claro que, por mucho que Shail conociera cien hechizos, ninguno funcionaría. Así que Shail comenzó a pronunciar, palabra tras palabra, poniendo todo su empeño en cada una de las sílabas… sin que nada ocurriera, por supuesto.

-Pon más cuidado en las vocales- decía Aredel de vez en cuando.

Y Shail lo hacía.

-Trata de evitar tu acento nanettense- aportaba si no, porque por lo visto criticar era su actividad favorita.

Pero Shail lo intentaba, a pesar de que no tenía ni idea de cuál era su supuesto acento.

Continuaron así por lo que a Shail le pareció una eternidad, y cuando comenzó a sentirse tan humillado que creía que se pondría a llorar en cualquier momento, Aredel le detuvo.

-Ya basta- dijo.-Seguiremos intentándolo, aunque parece que se te dan bien los idiomas. De momento descansa, nos veremos aquí después de la comida. 

Shail asintió, compungido a pesar de su casi cumplido, y Aredel le miró como si tratará de armar un rompecabezas. No había dejado de sentirse inútil ni un solo día desde que aquel unicornio le había tocado, y esa sesión no había hecho más que agravar ese sentimiento. Sacudió la cabeza, tratando de deshacerse de esa sensación que parecía perseguirle, y bajó las escaleras de la torre, dirigiéndose al gran comedor en el que se servía la comida

En aquel castillo, Shail no había encontrado una sala más grande que esa. Por lo visto, toda persona importante del castillo comía allí, incluida, por supuesto, la familia real. No es que Shail se hubiera fijado demasiado en ellos el día anterior, concentrado como estaba en pedir que la tierra se lo tragara, pero ahora que el príncipe menor le conocía, y recordando que Alsan bien podía pedir que le encerraran en una mazmorra, la idea de dirigirse allí no le hacía especial ilusión. Decidió que esperaría a que la mayoría de la gente terminara de comer, y luego iría corriendo a pillar lo que fuera que hubieran dejado en las fuentes y bandejas, antes de regresar a sus clases.

Para hacer tiempo, giró en redondo y volvió a su habitación. Una vez allí, se permitió observar todos los lujos con detalle, y decidió que en Vanissar eran demasiado pijos. Su habitación en casa había sido la mitad de grande, y tenía que compartirla con Kero, que se las apañaba para ocupar tres cuartos del espacio él solo.

Suspiró, abatido. Parecía que su decisión de no pensar en su familia le iba a resultar imposible de cumplir, visto que todo allí le recordaba de una manera u otra a alguno de sus hermanos. Cerró los puños, decidido a no llorar, pero lo cierto es que solo llevaba dos días fuera de Kazlunn y unas semanas fuera de casa, y todo le recordaba a su familia y al fracaso que suponía para ellos, pues no era más que un mago sin magia. Intentaba ser fuerte, pero era difícil.

Observó el escritorio, donde un papel en blanco seguía esperando desde la noche anterior. Había querido escribirles, pensando que así se sentiría un poco mejor, pero solo se había dado cuenta de que no podía decirles donde estaba. Solo los decepcionaría. Había partido hacia Kazlunn, dejándolos a todos atrás, y no había permanecido en esa torre ni tres días.  

Sin embargo, la perspectiva de una respuesta, de leer la pulcra letra de su madre o de Inko, quienes siempre se encargaban del correo, oler el mar en el papel de la carta, leer sobre cómo les iba en Puerto Esmeralda, era muy tentador. Así que, sin permitirse pensar demasiado en ello, escribió rápidamente un mensaje poco profundo en el que hablaba de su maestro, un hombre extraño que no terminaba de caerle bien (lo que era cierto), de cómo tenía que leer muchos libros y hacer deberes (lo que también era cierto) y de cómo no echaba tanto de menos Nanetten porque Kazlunn se hallaba también cerca del mar (que era mentira). Se sentía mal por añadir ese detalle, ese trozo de una vida inventada, pero no quería que sus padres se preocuparan demasiado por él así que supuso que hacerles ver que se encontraba a gusto en la Torre surtirá efecto.

Guardó la carta para llevársela a un mensajero en cuanto pudiera y bajó al fin hasta el piso más bajo, al comedor. Tal y como había calculado, ya estaba casi vacío, por lo que se limitó a comer él solo. Si era completamente sincero, echaba de menos el bullicio en la mesa, y el silencio que reinaba en la sala era un poco deprimente. Puede que se sintiera incómodo rodeado de nobles y cortesanos, pero al fin y al cabo estaba acostumbrado a las comidas multitudinarias, dado que en su casa habían sido diez en la mesa.

Cuando terminó se limitó a dirigirse de nuevo al estudio de Aredel. Cuando llegó, encontró a su maestro leyendo un grueso tomo, y daba la sensación de no haberse movido de allí desde que Shail se había marchado. Durante un segundo, pareció sorprendido de verle, como si hubiera perdido la noción del tiempo. El joven nanettense cada vez estaba más convencido de que el semifeerico estaba loco, y eso solo se añadía a la lista de cosas que odiaba de aquel lugar.

Aredel simplemente cerró el libro de un golpe brusco, y lo miró fijamente.

-Ahora que hemos visto que la pronunciación no es un problema, - declaró- hora de comenzar a hacer hechizos de verdad, jovencito.

Y eso a Shail le sonó demasiado parecido a una amenaza. 

Durante la siguiente hora, se limitaron a probar hechizo tras hechizo, palabra tras palabra, sin resultado. Aredel no hacía más que mirar todos los libros que tenía sobre la mesa, pasando páginas frenéticamente, buscando cualquier conjuro que Shail fuera capaz de realizar. Probaron con infinitos hechizos de magia de agua, de nuevo algo sencillo para cualquier aprendiz de mago… sin resultado. El niño los repetía todos y cada uno de ellos, igual que aquella mañana. Pero, como ya había comprobado hacía días en Kazlunn, era incapaz de conjurar ni el más mínimo atisbo de magia. Shail se concentraba, extendía unos dedos imaginarios hacia ese don que sentía, que sabía que tenía, pero es como si este se apartará y se escondieron. Como si tuviera miedo de Shail, o Shail tuviera miedo de él.

-Cierra los ojos- proponía Aredel, mirando libro tras libro, cómo buscando una respuesta.

-Trata de sentir tu poder y tirar de él.- aconsejaba luego. Pero nada.

Y no era que Shail no pudiera acceder a su poder, como su maestro y muchos magos de Kazlunn habían insinuado. No tenía ningún problema para sentirlo, para notar esa calidez en su interior que le había otorgado el unicornio. El problema era que si quería sacarlo para realizar cualquier hechizo, una especie de barrera se interponía en su camino. Intentaba con todas sus fuerzas hacer magia, sacar hasta el menor hilillo de ella a través de esa muralla que se negaba a darle acceso a su poder, y sin embargo sólo podía pensar en que, si no hubiera visto al unicornio, seguiría en casa con sus padres y sus hermanos, en Puerto Esmeralda en lugar de en aquel maldito lugar, y solo podía escuchar el llanto de Fada cuando se había ido…

-Ya basta- dijo entonces Aredel, interrumpiendo sus pensamientos.

Shail abrió los ojos de golpe, volviendo a la realidad. Los recuerdos de su hogar solo se hicieron más amargos cuando vio que ni una gota de agua mojaba sus manos o la mesa, y se dio cuenta con horror de que tenía los ojos húmedos. 

-Pensé que la Archimaga de Kazlunn exagerada cuando me habló de ti- dijo su maestro, pensativo- Realmente es un caso interesante…

Shail detestó como habló, como si él ni siquiera estuviera allí, cómo si no fuera más que un espécimen curioso que investigar.

-Dime, ¿lo estás intentando de verdad?- Le preguntó, completamente en serio.

-Sí- contestó Shail, de malas maneras, comenzando a enfadarse. Llevaba lo que parecían horas allí, pues claro que lo estaba intentando.

-Veamos, prueba con esto- dijo, poniéndole un nuevo libro delante, señalando las palabras para un hechizo de curación- Incluso un semimago sería capaz de hacerlo.

Shail lo intentó. Y, una vez más, la magia pareció rehuirle y sus manos ni siquiera se calentaron ni brillaron como las de todos los mags que él había visto.

-Es curioso. Pronuncias las palabras a la perfección, pero tu magia no sale.

Shail intentó no sonrojarse de vergüenza. Aredel parecía estar empeñado en humillarlo, y, honestamente, él no estaba de humor.

-¿Sientes tu magia?- le preguntó, con curiosidad en sus ojos oscuros.

-Sí- dijo él, encogiéndose de hombros y sin mirarle.

-¿Y por qué no eres capaz?- preguntó Aredel, a nadie en particular.

Shail sintió que el rojo le subía a la cara sin que pudiera hacer nada por impedirlo. Él se preguntaba lo mismo, ¿es que Aredel no se daba cuenta? Shail estaba diez veces más frustrado que el mago, y encima este le miraba así, examinándolo, como si mirándole fijamente fuera a desentrañar el problema…

-Y si soy tan mal mago, ¿por qué no puedo irme de aquí y ya?- estalló Shail ante el escrutinio.

Ante esa pregunta, el mago simplemente pareció perder el interés, y su vista se perdió en la lejanía. Comenzó a murmurar, como hablando consigo mismo, y se giró para seguir consultando libros, abriendo varios a la vez y dejando sus ojos volar de uno a otro.

Enfadado, Shail supuso que eso quería decir que podía irse ya de aquel interrogatorio, y salió de allí, dando grandes zancadas.

¿Quién se creía ese mago para tratarle como si fuera una nueva especie por completo, para mirarle como si solo quisiera respuestas, y luego deshacerse de él? ¿Cómo podía tenerle horas recitando hechizos que sabía que no podía llevar a cabo, como esperando un milagro? Maldito mago insensible… 

Enfadado, frustrado y sintiéndose inútil, Shail se encontró vagando por el castillo, sin rumbo fijo, solo soltando humo por las orejas y profiriendo las peores palabrotas que un niño de diez años era capaz de pensar. 

Sin darse cuenta, llegó a un pabellón que no había visto nunca antes. Shail se paró en seco, observando con la boca abierta. Parecía incluso más grande que el comedor principal, y era una sala de entrenamiento gigantesca. Todo estaba cubierto de esteras, y la gente entrenaba de mil maneras diferentes. Pelea cuerpo a cuerpo, con palos de madera, y con más armas de las que Shail había visto en su vida. Espadas, hachas, dagas, arco y flechas, mazas… 

De golpe, se sintió muy fuera de lugar. Todos allí parecían saber lo que estaban haciendo y por qué exactamente habían ido allí. Todos parecían tan decididos… mientras que Shail solo quería hacerse pequeño. Solo quería irse de allí y no volver a su pretencioso maestro nunca más…

-¿Qué haces tú aquí?- dijo entonces una voz, interrumpiendo sus lúgubres pensamientos.

Shail se giró de golpe, sobresaltado ante la repentina interrupción… para encontrarse al mismísimo príncipe Alsan allí, de pie frente a él y con un aire de superioridad bastante molesto.

Hablando de pretenciosos. Shail se giró para mirarle, satisfecho de tener hacia donde dirigir su frustración y vergüenza.

-No es asunto tuyo- le respondió, fulminandole con la mirada.

Sin embargo, lejos de disuadirle de seguir preguntando, el ceño del otro niño solo se frunció más y pareció plantar los pies con más firmeza en el suelo.

-Claro que es asunto mío- dijo con una soberbia que le hacía rechinar los dientes a Shail- Este es mi castillo, y tengo derecho a preguntarte. Y tú me contestarás, porque no eres más que un extraño en mi casa.

-Ese castillo no es tuyo- contestó Shail con desdén, deseando que sus palabras molestaran aunque sea lo más mínimo a ese príncipe pedante.- Que yo sepa, es de los reyes, y tu de momento no eres más que un crío.

Alsan le miró como si quisiera asesinarlo, pero a él ya le traía sin cuidado.

-No te metas donde no te llaman- concluyó, pero el príncipe no había acabado.

-Yo que tu tendría cuidado- dijo, ufano- Ni siquiera eres de aquí, ¿no? No tienes acento de Vanissar. 

-Soy de Nanetten- admitió a regañadientes.

-¿Y qué haces aquí, entonces? ¿Eres un mago?- preguntó Alsan, pronunciando la última palabra como si fuera poco más que un insulto.-Porque si lo eres, eres un peligro para todos.

-¿Un peligro?- dijo Shail, sorprendido y ofendido a partes iguales-¿Peligro para quien, si puede saberse? Seguramente tú seas más peligroso que yo- dijo entonces, a modo de acusación y a la defensiva, y Alsan se sorprendió- Debes tener la misma edad que yo y ya te estás entrenando para ser una máquina de matar. O si no, ¿qué haces aquí?

Shail hizo un gesto vago, señalando a su alrededor, a las paredes cubiertas de soportes para armas con filos y pinchos. Alsan solo se irguió.

-¡Me entreno para ser caballero de Nurgon!- dijo, con orgullo- Una Orden honorable y noble, para proteger a la gente, no para ser un peligro. No como tú, que solo te enseñan a ser un rastrero, como todos los demás magos.

-Eso no es…- comenzó Shail, dando un paso hacía él, furioso, cuando una enorme mano se posó en su hombro y por poco dio un saltó del susto.

-¿Qué pasa aquí?- dijo un vozarrón, y Alsan se cuadró inmediatamente. Shail hubiera sonreído con suficiencia ante su cambio de actitud con la aparición del hombre si no hubiera sido porque dicho hombre era un semibarbaro que daba miedo y que le sujetaba con firmeza.

-Nada- replicó Alsan, mirando a Shail- Él ya se iba, ¿verdad? Solo se ha perdido.

Shail odió cómo pronunció la palabra “perdido” Casi como si él ya supiera que el propio Shail se sentía fuera de lugar allí. Y no solo en aquella sala, sino en Vanis en general.

El semibarbaro solo negó con la cabeza y dijo:

-Diez vueltas al patio, principito.

Alsan apretó los dientes, pero asintió. No miró a Shail cuando se fue de allí. La mano de su hombro desapareció, y el niño salió de allí con rapidez, aprovechando su libertad pero fulminando la espalda de Alsan con la mirada.

Sin embargo, su ira se fue apagando poco a poco según se acercaba a su habitación, sobre todo porque se sentía bastante patético en aquel enorme castillo lleno de nobles desconocidos, y porque en el fondo estaba avergonzado de haber perdido los papeles ante Alsan. 

El deseo de irse de allí, sin embargo, permaneció. Se abría paso a través de cualquier intento de bloquearlo, y Shail simplemente se cansó de hacerlo. Había sido un día demasiado largo. Las lágrimas rodaron por sus mejillas al fin, y comenzó a ver borroso.  Cuando llegó a su cuarto, vio la carta sobre la mesa y el pecho le dolió aún más de nostalgia. La cogió entre sus manos y la releyó, derrotado, cuando una idea floreció en su mente.

Frunció el ceño, siguiendo el hilo de sus pensamientos, y su imaginación voló. La idea comenzó a tomar forma y Shail sorbió por la nariz, concentrado. Y entonces se secó las lágrimas con la manga de su camisa, porque estaba decidido: se escaparía de allí. Sólo tendría que elaborar un plan lo bastante bueno, quizás algún carro que comerciar con Nanetten en el que colarse a escondidas, pero lo que tenía claro era que tenía que volver a casa e iba a hacerlo. Estaba harto de príncipes engreídos y maestros maleducados que solo le humillaban.

Decidido, guardó la carta en un cajón del escritorio. No tenía sentido enviarla si dentro de poco volvería a estar con sus padres y hermanos, pensó. Todo lo que había escrito bien podía decírselo en persona cuando llevara a cabo su idea.

Sintiéndose un poco mejor ahora que tenía un plan de acción, se fue a la cama. La perspectiva de volver a aguantar más días como ese ya no parecía tan horrible. Volvería a ver a su familia, y no se permitió dudar de ello ni por un segundo. Regresaría a su lado

Notes:

A Shail aun le queda mucho desarrollo, pero sin duda ser un testarudo que no respeta la monarquía es algo que viene en el pack inicial.
Y btw, el orden de edad de los hermanos de Shail es, de mayor a menor, el siguiente: Inko, Inisha, Arsha, Gaben, Shail, Fada, Kero y Sulia. Hasta donde yo se, el canon da pocos detalles sobre sus edades, asi que me lo he inventado por puras vibes. Iré hablando de ellos poco a poco, pero creo que dejar claro el orden de los hermanos desde el principio facilita las cosas :))

Chapter 3: El nacimiento de una princesa

Notes:

Alsan y su familia viajan a Shia por el nacimiento de la princesa Reesa y la cosa se va de madre. Como no.
Featuring Alae siendo iconica and being the girl friend que todo buen chaotic gay (Alsan) necesita.

Chapter Text

Mirando por la pequeña ventana del carruaje, Alsan veía como el castillo de Vanis se hacía más y más pequeño a medida que se alejaban. Le hubiera gustado seguir observándolo hasta que desapareciera definitivamente en el horizonte, pero el traqueteo de las ruedas sobre los adoquines del camino que salía de la ciudad hacían que se mareara. Se sentó bien y miró hacia el suelo, tratando de que su cabeza dejara de rebotar sobre sus hombros.

Cuando por fin la carretera se transformó en un camino de tierra, Alsan suspiró aliviado.

-¿Cuánto queda?- preguntó entonces Amrin, y Alsan reprimió un quejido.

-Acabamos de salir- protestó, pero su hermano no atendía a razones.

-Llegaremos al anochecer del tercer día de viaje, probablemente- respondió Gainil, antes de que Amrin pudiera contestar a su hermano de malas maneras, a juzgar por la cara que había puesto.

-¿¡Tres días!?- se escandalizó el niño, girándose hacia su madre de golpe.

Definitivamente iba a ser un viaje entretenido, se dijo Alsan.

-Rud está al sur de Shia, Amrin, y nosotros vivimos al norte de nuestro reino- aleccionó Brun, y Amrin resopló, disgustado con que la conversación se hubiera transformado en una lección de geografía.-¿Cuándo creías que se tardaría?

- No sé- refunfuñó el niño.- Pero no tres días, desde luego. Me voy a aburrir mucho.

-Podemos contar historias- probó su madre- ¿Os he hablado de cómo conocí a vuestro padre?

-Gainil…- empezó el rey, mortificado.

-¡No, nunca!- exclamó Amrin, cortando a su padre, con una enorme sonrisa en el rostro.

Era mentira, por supuesto. Tanto él como Alsan habían escuchado esa historia miles de veces, contada junto al fuego o en la habitación de alguno de los dos hermanos, pero ninguno parecía cansarse de escucharla nunca. De hecho, su padre era el único que ponía pegas, los demás estaban más que encantados de volver a escucharla… o de volver a contarla, en el caso de su mujer.

-Genial, pues ya que no la habéis escuchado nunca, la contaré con todo lujo de detalle- respondió Gainil solemnemente, para el deleite de sus hijos.

-No te inventes nada esta vez- se quejó Brun entre dientes, pero mirando divertido a la reina.

-Por supuesto que no- dijo ella, digna.- Veréis,- comenzó- vuestro padre y yo nos vimos por primera vez cuando ambos teníamos doce años, en nuestro primer día de adiestramiento en la academia de Nurgon. Lo cierto es que yo me acordaba de él, de la jornada de admisión que se había llevado a cabo hacía unos meses, en la que todos nos sometíamos a unas duras pruebas para ganarnos una plaza en la academia. Pero él, concentrado como estaba en pavonearse frente a sus amigos, no se había fijado en mí. Sin embargo, ese primer día, ambos coincidimos en las caballerizas, donde todos los nuevos alumnos y nuestros padres dejábamos nuestras monturas para pasar la noche celebrando el comienzo de un nuevo año.

Alsan estaba ya completamente perdido en la narración. Adoraba como contaba su madre las historias y cuentos, gesticulando para acompañar sus palabras, y bajando o subiendo la voz para crear una atmósfera de la que nadie podía escapar. Todos la miraban fijamente, atentos a lo que decía.

-Yo dejaba mi yegua cuando entró él, montado en un corcel oscuro. Cuando me vio, sus ojos se abrieron tanto que parecía un ave nocturna- Gainil abrió ella también los suyos, a modo de demostración- Se quedó allí, todo parado, y yo solo pude alzar una ceja, porque sin duda ese niño de pelo moreno estaba siendo muy maleducado.

-Que maleducado, papá- corroboró Amrin, sonriendo porque ya sabía lo que venía ahora.

-Entonces, su caballo, que estaba ya cansado de que su jinete no se moviera y no hiciera más que mirar embobado a una humana, quiso llamarle la atención para que recobrara la compostura y un poco de su dignidad. Dio un leve respingo y se puso de manos… con tan mala suerte que vuestro padre estaba tan distraído que no se agarró bien a los estribos y…

-¡Perdió el equilibrio y se cayó de culo!- interrumpió Amrin, riendo a carcajadas.

Brun negaba con la cabeza, fingiendo decepción ante el poco respeto que su hijo parecía tenerle, pero su esposa aún no había acabado.

-Exacto- concedió a su hijo, complacida.- Pero eso no fue todo, ¿a que no, Alsan?

Divertido, Alsan completó la historia intentando aguantarse la risa.

-Se cayó dentro del bebedero de los caballos.

-¡Y luego uno de ellos comenzó a darle lametones en la cara!- aportó Amrin, casi doblado sobre sí mismo de la risa. 

Gainil y Alsan se le unieron, incapaces de no hacerlo ante la imagen mental de Brun hundido en el agua sucia de los caballos, calado hasta los huesos y con el culo encajado en el abrevadero. 

-En mi defensa,- trató de hablar el apelado entre sus risas- logré saludarla, y no debió de parecer tan ridículo si al final terminó casándose conmigo.

-Oh, si que fue ridículo- dijo Gainil, secándose una lágrimas- Pero me enamoré de ti por ser un poco alocado, así que no me importó. 

Brun la sonrió y le dio una toba cariñosa en la nariz. Alsan los miró, sintiéndose agradecido por tener unos padres tan increíbles, y fue esa toda la distracción que su padre necesitó. Sin previo aviso, se giró hacia él y comenzó a hacerle cosquillas sin piedad.

-Ven aquí, granujilla. A ver si esto te enseña a no reírte de tu pobre padre- dijo mientras su hijo se retorcía entre carcajadas.

-¡Justicia!- gritó Amrin, y se lanzó sobre Brun para liberar a su hermano.

Alsan solo rió con más ganas.

 


 

Al final, el viaje no se les hizo tan largo. El primer día pasaron la noche en Les, en la frontera entre Vanissar y Shia, y los representantes de los gobernadores de la ciudad se unieron a su comitiva para asistir a la celebración por el nacimiento de Reesa. Llegaron ya entrada la noche, y Alsan y Amrin apenas tuvieron fuerzas para cenar antes de dejarse caer muy poco decorosamente en sus camas y dormirse al instante. Al día siguiente continuaron hacia el sur, recorriendo los campos de cultivo y praderas con ganado del reino shiano, descansando en Tark, al otro lado de la frontera con Dingra, cuando las lunas ya brillaban en el cielo. El objetivo era que su tercera y última jornada de viaje fuera más corta, y llegaran a su destino antes del anochecer. Así, cuando llegaron finalmente a Rud, la capital del reino shiano, ambos hermanos estaban más que despiertos. Se pegaron con entusiasmo a la ventana del carruaje, observando las multitudes que daban la bienvenida, y los estandartes y banderas coloridas que se desplegaban por todas partes. Amrin saludaba a las gentes con efusividad, y Alsan algo más moderadamente, abrumado por la enorme cantidad de personas allí reunidas, todos celebrando el nacimiento de su nueva princesa.

Llegaron al castillo, y los carruajes se dirigieron a un descampado donde se quedarían estacionados todos los carromatos, y los mozos se llevaron a los caballos para que descansaran tras el largo viaje. La familia real de Vanissar se apeó del suyo, para encontrar a una mujer shiana esperándoles para guiarlos hacia el salón principal, donde los reyes Alben y Kaera iban a dar la bienvenida a todos. Junto con ellos, los demás nobles y acompañantes que habían venido en representación de Vanissar se bajaron también, contentos de haber llegado al fin a su destino.

Y fue entonces cuando Alsan lo vio.

Primero, se fijó en el mago de su corte, Aredel, muy digno con su túnica blanca y azul de la Orden Mágica. Y detrás de él iba su aprendiz. El príncipe se dijo que debía de haber estado realmente cansado las dos noches anteriores como para no haberse dado cuenta de su presencia hasta ese momento, pero frunció el ceño igualmente. Aquel niño parecía seguirle a todas partes, ni siquiera fuera del castillo se libraba de su presencia, y estaba claro que tramaba algo malo ya que no dejaba de mirar a su alrededor, a los carruajes, maquinando. Iba a hacer algún comentario sobre ello, cuando su hermano se le adelantó.

-Eh, mira, es Shail. ¡Hola Shail!- exclamó, agitando la mano en el aire para llamar su atención.

-¿Le conoces?- se escandalizó Alsan.

El mago, al escuchar su nombre, se giró, y al ver a Amrin sonrió y saludó de vuelta, aparentemente contento de verle. Luego, su mirada se posó en Alsan, y su expresión cambió a una ligeramente molesta. Se apresuró a darse la vuelta de nuevo e irse en pos de su maestro.

-Le conocí hace unas semanas- contestó su hermano pequeño- Es muy majo.

-No es “majo”- se empeñó Alsan- Es un mago.

Amrin no tuvo tiempo de contestarle, pues los caballos que pasaban a su lado llamaron su atención, distrayéndolo por completo de la conversación, pero de todos modos debían dirigirse ya a ser recibidos por los reyes de Shia, por lo que Alsan sacudió la cabeza y se obligó a olvidarse del asunto. Ese mago de pacotilla no merecía que perdiera su tiempo pensando en él.

Entraron en el castillo y siguieron a la mujer. Cuando llegaron, ya había mucha gente allí, así que se limitaron a esperar a que los monarcas tuvieran un momento para saludarles. Alsan miró a su alrededor, tratando de identificar a al menos algunos de los presentes. Para empezar, hablando con los reyes de Shia en esos momentos se encontraban los que suponía que eran los miembros de la asamblea de Nanetten al completo, dado que reconocía a algunos de ellos de cuando nació Amrin. Miro a su alrededor, y vio en una esquina, y hablando con otros nobles, a las reinas de Raheld, Erive e Igara, acompañadas de su único hijo, Raskin. Era bastante mayor que él, y si Alsan no recordaba mal, debía graduarse en Nurgon el año siguiente. También se hallaba en la estancia el rey Kevanion de Dingra, junto con un séquito de caballeros de Nurgon, incluido el Gran Maestre de la Orden, Covan de Les. Alsan entendió entonces el comentario que su hermano menor había hecho cuando recibieron la invitación, cuando había dicho que ninguna familia real o noble tenía niños de su edad. Probablemente estuvieran bastante solos en su estancia allí. Sin embargo, aún quedaba conocer a Alae, y pareció que lo harían muy pronto cuando la cámara de nobles de Nanetten se retiró y Kaera le hizo un gesto amistoso a sus padres para que se acercaran.

Los reyes tenían un aspecto regio en sus tronos, poderoso incluso, pero sonreían a sus padres. Las presentaciones formales nunca habían entusiasmado a Alsan, pero hizo la inclinación pertinente ante los monarcas cuando se dijo su nombre. Afortunadamente, los adultos se pusieron a hablar entre ellos rápidamente, ignorando a los niños. Alae y Alsan quedaron entonces frente a frente, y se miraron sin decir nada. Fue finalmente ella quien rompió el silencio.

-¿Es de verdad?

Señalaba una espada ceremonial que colgaba del cinto del príncipe vanissardo, hecha a medida para él, para hacer juego con el lujoso traje que le habían confeccionado para la ocasión.

-No- respondió él, encogiéndose de hombros.

-Pero, ¿sabes manejar una de verdad?- insistió Alae.

-Claro que sí- dijo Alsan, orgulloso- Quiero entrar en Nurgon, y ya he empezado a entrenar para ello.

La princesa, sin embargo, no pareció para nada impresionada.

-Yo también ingresaré en la Orden- afirmó- y cuando esté allí voy a darte una paliza en nuestro primer combate.

-Ya veremos- desafió Alsan, pero ya con una sonrisa en el rostro. Le caía bien Alae.

-Yo soy Amrin- interrumpió entonces su hermano, cansado de que nadie la incluyera en sus conversaciones.

-Hola Amrin- saludó ella, afable.-Me gusta tu capa.

-A que sí- respondió el menor, dando una vuelta sobre sí mismo para lucir mejor la prenda- Yo quería una espada como la de Alsan, pero todas eran demasiado grandes y arrastraban por el suelo, así que me dieron esto en cambio.

-Bueno, si me preguntas a mi, - le dijo Alae a Amrin, como si fuera un secreto pero lo suficientemente alto como para que Alsan la oyera- la capa te sienta mucho mejor de lo que le sienta la espada a tu hermano.

Amrin rió, y asintió, conforme con el cumplido.

-¿Podemos ver a tu hermanita?- preguntó, mirando a todas partes, buscándola.

-Aún no- contestó Alae- Ya está acostada, duerme un montón. Pero mañana todos podréis verla en la fiesta que se hará en su honor.

-Ah- respondió Amrin- Bueno, de todos modos es un bebe. No creo que sea tan interesante.

-¡Amrin!- le regañó Alsan.

-Tiene razón- se encogió de hombros Alae.- Pero crecerá, no te preocupes Amrin, y quizás podrías ser su amigo- propuso.

-Si, claro que sí- asintió- Todos los príncipes son mayores que yo, y a Reesa le pasara lo mismo, así que yo seré su amigo, y jugaré con ella para que no se aburra mortalmente, como yo.

-Eso es muy noble por tu parte- elogió Alae con una sonrisa, y Amrin se hinchó de orgullo- De momento, sin embargo, Alsan y yo jugaremos contigo.

Alsan no creyó que la princesa shiana supiera qué concepto de “jugar” tenía su hermano, y lo cansado que podía llegar a ser, pero Alae se estaba portando muy bien con Amrin y parecía ser bastante madura, así que no quería quedar como un maleducado delante de ella.

-Claro- respondió, y Amrin hizo un gesto de victoria.

Los adultos terminaron de hablar, y se apartaron para dejar que más gente se acercara a hablar con los reyes. Al poco, se sirvió una cena rápida e informal en la que cada uno podía comer cuanto quisiera e irse directamente a las habitaciones después. Alsan y Amrin, aún agotados por los días en los caminos que llevaban a sus espaldas, picaron algo y al poco ya estaban roncando.

A la mañana siguiente, para matar el tiempo antes de la fiesta, estaba programada una visita por el castillo y a los terrenos de su alrededor para todos los invitados. Un miembro de la escuela de Rud, una profesora de Arquitectura idhunita, fue guiándoles por el recinto, acompañando las vistas con pequeñas explicaciones históricas. Amrin iba al lado de su hermano, arrastrando los pies.

-Yo pensaba que podríamos explorar el castillo por nuestra cuenta- murmuró, decepcionado.

Alsan estaba de acuerdo. Si hubiera sido por él, hubiera preferido ver la armería, el patio donde se entrenaba la lucha a caballo y el enorme gimnasio que había oído que tenían en Rud, pero la visita se centró principalmente en los grandes salones con ventanales lujosos y puertas con marcos de oro y en los jardines. Cómo no podía hacerle nada, se limitó a mirar a su alrededor, algo aburrido. Pensó que quizás Raskin, el príncipe de Raheld, siendo ya casi un caballero de Nurgon honorario, también hubiera preferido ver otras zonas antes que dar un paseo por los jardines, pero le encontró más que conforme, comentando con sus madres acerca de esta o aquella flor. Al parecer, sabía bastante acerca de botánica, por lo que Alsan pudo escuchar de su conversación cuando pasaron cerca de él. No era una afición que él hubiera considerado usual en un caballero de Nurgon, pero al fin y al cabo sabía de buena tinta que su madre era de las mejores guerreras de su generación y aun así también amaba las plantas. Quizás no todos los caballeros de Nurgon tendrían que ser como los pintaban, duros, aguerridos e incluso insensibles. Pensó, con el ceño fruncido, qué clase de caballero quería ser él. No era una pregunta que pudiera responder aún de todos modos, se dijo, mientras apartaba la mirada de la familia real de Raheld y se acercaba más a la suya propia. Vio como sus padres se daban la mano y sonrió, mucho más tranquilo con esa cotidianidad.

Cuando regresaron al interior, les recibió una comida ligera, lo suficiente para quitarles el hambre pero no como para llenarles el estómago. Al fin y al cabo, la fiesta era esa misma tarde y les esperaba un enorme banquete. El resto de la tarde fue también poco interesante. Se dedicaron a asearse a conciencia y vestirse con las ropas que habían traído desde Vanissar. A Alsan incluso trataron de peinarle un extraño flequillo hacia el lado, pero se empeñó en desordenárselo y echarse el pelo para delante, tapándole la frente, como lo llevaba siempre, y la doncella se rindió.

Cuando por fin llegó la hora de la cena, los nobles esperaron en fila a la puertas del gran comedor para que les guiaran a los asientos asignados en la mesa. Desde la fila, con Amrin al lado dando saltitos de impaciencia, Alsan pudo ver a Alae. Llevaba un vestido blanco precioso, sujeto a su cintura por una tela que casi parecía de oro, a juego con las cuentas doradas que adornaban sus trenzas. El príncipe había recibido muchas clases de etiqueta en la corte, y sabía que era de buena educación hacerle cumplidos a una dama sobre su ropa. Sin embargo, le daba la sensación de que si le decía a Alae que estaba muy guapa con ese vestido, recibiría una patada en la espinilla como respuesta, así que se limitó a sonreír cuando ella le miró, y a saludar con la mano al igual que su hermano.

Llegaron a su altura en pocos minutos, donde Alben y Kera en persona iban recibiendo a los invitados. Y allí, entre sus padres y al lado de su hermana, dándoles la bienvenida a todos, estaba Reesa. Todos se asomaban a la cuna que la contenía, sonrientes, saludando al bebe con respeto pero con cariño, y cuando se acercaron Amrin se puso de puntillas para alcanzar a verla, y Alsan se colocó a su lado, observando también a la nueva princesa de Shia. No sonreía, y miraba todo con atención con unos ojos oscuros escrutadores, casi escéptica y aburrida con todo lo que estaba pasando a su alrededor. Ambos hermanos sonrieron, y Alsan no dudó que de mayor Reesa pisaría fuerte por Idhún. No esperaba menos de la hermana de Alae, la verdad.

-Se parece a ti- aportó Amrin, mientras Brun y Gainil hablaban con los padres de Alae- Tenéis los mismos ojos.

-Todos dicen que se parece a mi madre, pero yo creo que ha salido a mi padre- contestó Alae, y bajó la voz para añadir:- Es muy cabezona, justo como él.

Alsan trató de ocultar su sonrisa, y Amrin se tapó la boca mientras reía, mirando de reojo al rey de Shia. Tuvieron que apartarse entonces, guiados por un hombre que les llevó hasta sus sitios.

-Ahora nos vemos- se despidió Alae, con una sonrisa aun en el rostro.- Me aseguré de que nos sentáramos cerca.

Poco a poco, todos los nobles y monarcas fueron tomando asiento, y Alsan analizó la disposición de la sala. Al parecer, habían considerado necesario poner a la mayoría de adultos a un lado de la mesa, cerca de la cabecera donde se colocarían Alben y Kaera, y en el extremo contrario a la mayoría de niños. Entendía que, si se hablaba de cosas importantes, los dirigentes de los diferentes reinos no querrían tener cerca a niños chillando y armando jaleo, pero de todos modos le pareció injusto. Si iba a ser rey algún día, él también quería enterarse de lo que se hablaba, y del tipo de dinámicas que se daban en eventos como aquel. Una cosa era darlo en clase, y otra muy diferente (y mucho más emocionante), presenciarlo. La decepción caló en él, pero se dijo que podía preguntarle a sus padres si había ocurrido algo digno de mención en la cena en el camino de vuelta a Vanis. De todos modos, Brun y Gainil no se sentaban muy lejos de sus hijos, y a su otro lado aún quedaban algunos sitios libres. Uno de ellos fue ocupado al poco por Alae, lo que le hizo sentir algo mejor. La princesa resopló muy poco decorosamente al sentarse.

-Dioses, no sabéis lo agotador que es sonreír a todo el mundo durante más de una hora. No se lo recomendaría ni a mi peor enemigo.

Alsan iba a contestar, con una sonrisa burlona de lado, pero como si Alae lo hubiera invocado, a la mención de la palabra “enemigo” apareció él. Shail. 

Su sonrisa desapareció de un plumazo.

Observó como Aradel y él avanzaban entre la gente, hasta llegar a su altura. El mayor fue a sentarse con algunos nobles que Alsan no reconocía, y el niño fue guiado por una doncella… hasta ellos.

Shail parecía no saber dónde meterse mientras se sentaba junto a Alae y frente a Amrin, quien ya comenzaba a saludarle, emocionado, y a hablarle de los caballos que había visto el día anterior cuando habían llegado, algunos de los más bonitos que había visto nunca, mientras el aprendiz de mago evitaba deliberadamente mirar a Alsan.

-¿Qué hace aquí?- le susurró enfadado a la princesa, inclinándose un poco sobre la mesa para acercarse a ella.

-¿Por qué lo dices? ¿Quién es?- susurró ella de vuelta, curiosa ante el cambio tan brusco de expresión en Alsan.

-Es un mago- Alsan murmuró esa palabra como si fuera algo terrible y prohibido, y Alae abrió mucho los ojos en respuesta.

-¿Cómo le conoces?- inquirió, acercándose ella también.

-Llegó a Vanis hará cosa de un mes. Hasta donde sé, es el aprendiz del mago de mi corte, por que él mismo lo solicitó, pero a saber si esa es toda la verdad.

-Deberíamos averiguarlo, ¿no crees?. dijo ella, cómplice.

-Ya lo he intentado, pero ignoraba todas mis preguntas, y después de los primeros días apenas he vuelto a verle.

-Oh, pero eso es porque tú eres un bruto…

-¡Eh!

-...Tenemos que preguntarle más discretamente, sin que parezca una amenaza- siguió ella, ignorando su protesta- Hay que empezar con preguntas sencillas y educadas, observa.

Y, con una sonrisa radiante en el rostro, se giró hacia el mago, que aún hablaba con Amrin.

-Shail, dime, ¿de donde eres? Yo soy Alae, por cierto. Bienvenido a Shia.

El moreno le dedicó una sonrisa de lado, y pareció relajarse un tanto ante la amabilidad de la chica.

-Soy de Nanetten. Y encantado, Alae, me alegra mucho haber tenido la oportunidad de viajar a Shia. El castillo es precioso.

Su sonrisa seguía siendo tentativa, pero las palabras sonaron sinceras. Alsan tuvo que reprimir el impulso de exigirle que dejara de fingir y les dijera cuál era el verdadero motivo de que él y su maestro hubieran ido con ellos hasta Shia.

Alae, sin embargo, no vaciló y continuó sonriendo.

-Si que lo es, la verdad. ¿Vienes con la asamblea de nobles de Nanetten?

Alsan casi abrió la boca de sorpresa. ¿Cómo podía hacerse la inocente con tanta facilidad?

-No, vengo desde Vanis.- murmuró Shail.

-Oh, ¿y qué haces allí?- preguntó, fingiendo sorpresa.

-Esto… Estudio con mi maestro.

Alsa no tenía claro si Shail era consciente de que Alae sabía que su maestro era el mago de su corte, y que lo que estudiaba era magia, pero aun así Shail no dio más detalles. Alsan frunció el ceño de nuevo, al ver como solo contestaba con evasivas. A ese ritmo, no iban a conseguir nada. Alae notó como se tensaba y le lanzó una mirada de advertencia de soslayo.

-¿Y que te trae tan lejos de Nanetten, por cierto?- dijo entonces.

Ante esto, Shail pareció vacilar, y Alsan tuvo que admirar la manera en que su amiga hacía preguntas afiladas de una manera tan amable.

-Bueno, lo mismo que a todos, ¿no? Vinimos desde Vanis para ver a tu hermana. Es adorable. ¿Cuántos meses tiene?

-¿Por qué quieres saberlo?- le increpó Alsan entonces, sin poder contenerse. Alae le fulminó con la mirada, pero nada en comparación a la mirada asesina de Shail. Al parecer, dejaba de ser un muchacho cohibido y educado cuando le hablaban de malos modos. Interesante.

-Resulta- comenzó Shail, enfadado- que no soy una persona horrible, como estás empeñado en creer, y que no todo lo que digo es inmediatamente una amenaza. Tengo hermanos pequeños, ¿sabes? Me ha recordado a ellos, solo quería saber la edad de la princesa, no se que tiene eso nada malo.

Terminó la frase mirando a su regazo, a sus puños apretados. Un tema sensible, al parecer, y aunque Alsan seguía empeñado en sacarle la verdad, se sintió un poco mal.

-Tiene seis meses- medió Alae, dándole una patada a Alsan por debajo de la mesa a modo de aviso.- Debes echarlos de menos. A tu familia.

Shail asintió, aun sin mirarla.

-Vanis está muy lejos- continuó ella, esperando que Shail diera alguna explicación, cosa que no hizo.-¿Con quién has venido hasta aquí?- siguió intentando ella.

-Con mi maestro- contestó, señalando hacia donde estaba sentado.- Dijo que no hacía falta que viniera, pero que un poco de aire no me vendría mal. El viaje no fue muy agradable.

-Parece bastante aburrido- concedió Alae.

-Oh, si. Está amargado.

Amrin rió entonces.

-Siempre me dio mala espina- aportó, y Shail se rió con él.

-Tendríais que verle cuando habla. Es como si su boca fuera una sonrisa invertida. No pensaba que fuera posible bajar tanto las comisuras, pero él lo consigue.

Sin poder evitarlo, todos miraron hacía donde se sentaba, y efectivamente su cara era tal y como la había descrito Shail.

-Parece la boca de un pez- susurró Alae.

Amrin se partió de risa, y Shail sonrió. Alsan se sintió algo traicionado. El interrogatorio se había vuelto de pronto un intento de alegrar a Shail, y parecía que este acabaría por caerle bien a la princesa también. Sin embargo, viendo cómo todos estaban tan animados ahora y como su hermano gesticulaba emocionaba mientras hablaba con el mago, decidió dejarlo estar. La noche acababa de empezar, y Amrin parecía empeñado en no dejar de hablar de caballos, así que no quería ser él quien volviera a crispar el ambiente. Además, si se llevaba tan mal con su maestro como decía, quizás no supiera los verdaderos motivos que sin duda este tenía para viajar hasta allí.

Terminó su comida en silencio, y cuando el resto de invitados hubo también terminado, se comenzaron a retirar las mesas para el baile y la fiesta posterior. Alsan y Amrin fueron con sus padres mientras todos tomaban un respiro en las terrazas del comedor, elevado en una segunda planta y con vistas a los jardines, y mientras otros se excusaban a los servicios, o iban a sus habitaciones a abrigarse algo más, ahora que la brisa nocturna entraba a través de las puertas abiertas de los balcones.

-¿Todo bien?- preguntó su padre, revolviendo ligeramente su cabello, cuando llegó hasta donde se encontraba.

Alsan se limitó a asentir, escaneando la habitación con la mirada, en busca de algo sospechoso.

-Tu hermano y tú podéis quedaros en la fiesta- dijo Gainil. - Y cuando os canséis, iros a acostar. Recordáis dónde estaban vuestras habitaciones, ¿cierto?

Alsan asintió de nuevo. Esperaba que Amrin no se cansara muy pronto, porque acompañarle hasta su cuarto supondría perder unos minutos valiosos de vigilar a esos magos. De todos modos, por el momento Amrin había desaparecido, probablemente para hacer una trastada de las suyas, así que quizás no le entrara el sueño hasta dentro de mucho. 

En cuanto Alae volvió a su lado y la mayoría de gente volvió a congregarse en el centro de la sala, preparados para escuchar música, celebrar y hablar entre ellos, Alsan volvió a buscar a Shail con la mirada.

-Quizás Shail no sepa nada- advirtió Alae, viendo que seguía buscándole- Eso sí su maestro tiene algún plan malvado siquiera.

-¿Por qué si no habría venido hasta Shia?

-Eso es cierto. Pero no parece que se lleve especialmente bien con Shail, así que seguramente no le haya dicho el porqué.

-Tal vez- admitió.- Aún así, puede que nos lleve hasta él sin querer. 

-Quizás.

Alae no parecía muy convencida, pero Alsan sentía que algo iba a pasar, y decidió escuchar esa corazonada. Se quedaron en silencio, pero ni el chico ni su maestro aparecieron por ningún lado. Todo lo que veía eran reyes y nobles yendo de aquí para allá, hablando y riendo unos con otros, como si no tuvieran una preocupación en el mundo. Recordó entonces como Shail había mirado hacia todas martes la tarde anterior, cuando habían llegado al castillo de Rud, como si tramara algún plan, y su determinación de descubrir que se proponía aumento. Justo cuando Alsan iba a preguntar a Alae si ella los veía, impaciente, su amiga habló.

-Oye, ¿dónde está Amrin?

-Haciendo de las suyas, seguramente- contestó, sorprendido (y algo molesto) por el cambio de tema.

-No le he visto desde que terminó la cena.

Y Alsan se dio cuenta en ese momento de que era cierto. Llevaba un buen rato sin estar a su lado, y aún más desde que le había visto u oído por última vez. Comenzó a preocuparse. 

-Quizás ha ido al baño. 

Pero sonó más como una pregunta. No tener cerca a Amrin nunca era una buena señal.

-Vayamos a buscarle- decidió Alae, también algo preocupada, y Alsan estuvo de acuerdo.

Recorrieron todo el comedor de punta a punta, sin éxito. Fueron a los baños, a las salas adyacentes, e incluso a sus habitaciones, en caso de que hubiera vuelto sin avisar a nadie. Pero nada. Ni rastro de su cabecita con rizos asomando por una esquina y sonriendo traviesamente, como Alsan le había visto miles de veces en su castillo, en Vanis

-¿Dónde narices puede estar?- exclamó Alae, desesperada, mientras él daba vueltas por la habitación, incapaz de estarse quieto de lo angustiado que estaba.

-Siempre se le ha dado demasiado bien esconderse- murmuró en respuesta.

Trató de pensar en más sitios donde pudiera haberse metido, intentando pensar como él. ¿Dónde se hubiera escondido él si fuera Amrin? Y entonces se acordó.

-Los caballos- dijo.- Estuvo toda la cena hablando de caballos. Quizás haya ido a verlos.

Se miraron, y se entendieron sin necesidad de palabras. Acercarse a los corceles, que debían de estar ya durmiendo, cuando además todo estaba oscuro, no era la idea más brillante que había tenido su hermano menor. Salieron corriendo hacia allí.

Y sin embargo, cuando llegaron casi sin aliento, no fue a Amrin a quien encontraron. Porque allí, de pie y con expresión entre asustada y culpable, estaba Shail.

Las alarmas de Alsan, las que llevaban lanzándole avisos toda la noche, saltaron por fin.

-¿Qué has hecho con mi hermano?- increpó.