Chapter 1: Lejos del ruido
Chapter Text
El cielo nocturno se extendía sobre la colina, salpicado de estrellas que parecían ignorar el bullicio de la celebración dentro de la taberna. Desde la distancia, se escuchaban risas apagadas, copas brindando, voces que intercambiaban anécdotas del pasado… y algún que otro grito de Hawk pidiendo más pastel.
Pero fuera de ese ambiente cálido y lleno de vida, dos siluetas estaban de pie en silencio, apoyadas contra la cerca de madera que delimitaba la parte trasera del local.
Uno de ellos era un hombre de tez musculosa, bajo de estatura —no más de metro cincuenta y dos—, con el cabello rubio dorado alborotado, del que sobresalían dos mechones rebeldes como antenas. Su piel era pálida, y sus ojos —aunque ahora parecían perdidos en el horizonte— tenían un brillo verde esmeralda que, cuando se clavaban en alguien, podían transmitir calidez… o destrucción.
Era Meliodas , el antiguo líder de los Diez Mandamientos, el Capitán de los Siete Pecados Capitales… y el hijo mayor del Rey Demonio.
A unos pasos de él, en la misma postura aparentemente relajada, se encontró un joven de características sorprendentemente similares. De altura idéntica, complexión fuerte y casi la misma cantidad de músculo, pero con la piel un poco más bronceada. Su cabello era negro azabache , peinado con firmeza hacia un lado, aunque unos mechones caían rebeldes sobre su frente. Sus ojos, de un verde más opaco y frío , parecían observar a Meliodas sin mirarlo directamente.
Ese era Zeldris , su hermano menor. El antiguo representante del Rey Demonio. El príncipe que cargaba el peso de un trono destruido.
Ambos habían peleado juntos contra su padre hacía exactamente un año. Juntos lo habían destruido. Y, sin embargo, a pesar de la victoria, había una sombra que nunca se despegaba del todo: la figura del Rey Demonio seguía pesando en sus recuerdos. No con dolor, no con cariño.
Con odio. Puro y frío.
Y quizás, por eso mismo, ninguno de los dos deseaba estar en esa fiesta .
No importaba cuántos cánticos se entonaran o cuántos brindis celebraran la caída del tirano. El silencio que compartían ahora era más auténtico que cualquier palabra dicha adentro.
Zeldris soltó un suspiro casi imperceptible. Meliodas no se inmutó. Ninguno habló durante largos minutos.
El silencio entre ellos no era incómodo.
Era viejo.
Era familiar.
Chapter 2: Las preguntas que nunca se hicieron
Summary:
En un momento de silencio en el que Zeldris le pregunta (con resentimiento y dolor) a Meliodas, ¿porque traicionó al Clan Demonio?...
Y más preguntas que se quedaron sin respuestas hace más de 3.000 años que ahora deben ser respondidas.
Notes:
Espero les guste este segundo capítulo de "Conflicto entre hermanos"
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
El viento nocturno era suave, apenas suficiente para mover las hojas de los árboles cercanos. Zeldris cerró los ojos un segundo. Escuchaba aún, a lo lejos, los ecos de la celebración dentro de la taberna. Voces conocidas, risas… la vida que continuaba.
Una vida en la que él aún no terminaba de encontrar su lugar.
Abrió los ojos y miró a su hermano mayor de reojo. Ese maldito rostro sereno. Esa expresión de calma constante que no cambiaba ni siquiera después de todo lo que había sucedido.
Zeldris sentía el resentimiento arder en su pecho como brasas sin apagar. Lo había contenido durante demasiado tiempo, por respeto, por agotamiento… por no saber cómo decirlo. Pero ahí estaba. La pregunta, la espina, la herida sin cerrar.
—Dime algo, Meliodas —murmuró, con la voz tensa, como si cada palabra saliera empujada por años de contención.
Meliodas no respondió. Seguía mirando al cielo con los brazos cruzados, los ojos esmeralda opacados por una tristeza lejana.
Zeldris frunció el ceño.
—¿Por qué? —insistió, esta vez con más fuerza—. ¿Por qué traicionaste al Clan Demonio?
Silencio.
—¿Por qué luchaste contra nosotros… contra mí?
Las palabras empezaban a salir como cuchillas.
—¿Por qué te pusiste del lado de los humanos, de los dioses, de… ellos?
Ni una sola reacción de Meliodas. Su postura no cambió. No lo miraba.
Zeldris apretó los dientes, dolido, enojado.
—¿Alguna vez te arrepentiste? —preguntó, con la voz más baja, más rota—. ¿Te arrepentís de haber traicionado al clan?
Y entonces, lo que más le dolía, lo que no quería preguntar pero no pudo contener:
—¿Te arrepentís… de haberte enamorado de Elizabeth?
Las palabras flotaron entre ellos como humo espeso. No eran simples reproches. Eran heridas abiertas que nunca terminaron de cerrar.
Meliodas no se movió. No dijo nada.
Y eso fue lo que más dolió.
Zeldris bajó la mirada, esperando al menos una reacción. Un algo. Pero el silencio se alargaba. Cada segundo pesaba como plomo.
Hasta que Meliodas, sin girarse, respiró hondo.
Pero no fue para responder.
Fue para preparar algo que aún no llegaba.
Notes:
Dentro de dos días es el cumpleaños de mi hermana menor, pero no se preocupen los capítulos estarán completamente listos, mis queridos lectores.
Chapter 3: Oídos que sangran con dolor
Summary:
Ahora, ¿que pasa en la taberna?
Notes:
Como lo entregué un poco tarde este capítulo, publicaré otro capítulo dentro de unas horas como disculpa.
Espero que les guste también este capítulo.
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Dentro de la taberna, la celebración comenzaba a apagarse.
No por el cansancio.
No por el paso de las horas.
Sino por las palabras que llegaban desde el exterior.
Frases cargadas de veneno, resentimiento… y dolor.
Primero fue un leve murmullo, luego un silencio incómodo, y finalmente una atención contenida en cada rincón del lugar.
Zeldris no alzaba la voz. No necesitaba hacerlo. Cada palabra suya era como un eco que se abría paso entre las maderas de la taberna y perforaba la atmósfera.
—¿Por qué traicionaste al Clan Demonio?
El aire parecía desaparecer por un segundo.
Diane parpadeó, sorprendida. Su gran corazón siempre había sentido compasión por Meliodas, pero nunca había pensado demasiado en lo que él había abandonado para estar con ellos.
—“Traicionó a… su propio pueblo…” —pensó, tragando saliva.
—“A su raza. A todo lo que fue.”
Ban entrecerró los ojos y apretó la mandíbula. El pecado de la avaricia lo sabía mejor que nadie: cuando alguien lo arriesga todo por amor, hay un precio.
Pero incluso él no había considerado que Meliodas había traicionado su existencia entera.
—“¿Cómo vive alguien sabiendo eso todos los días?” —pensó.
Merlin, por una vez, no tenía un comentario sarcástico. Su expresión se tornó neutra, analítica, pero había un ligero endurecimiento en su mirada.
—“No fue solo un cambio de bando. Fue una autonegación absoluta.”
—“Eligió cortarse a sí mismo de raíz.”
King se mordió el labio. Miró a Diane, luego al suelo.
—“¿Y nosotros…? ¿Qué le dimos a cambio de eso?” —le pesó esa idea como plomo.
—¿Por qué luchaste contra nosotros… contra mí?
Gelda, que se había acercado a una ventana con la esperanza de encontrar algo de aire, cerró los ojos al oír esa segunda pregunta. Su corazón dio un vuelco.
Ella sabía lo que significaba pelear contra los tuyos.
Contra tu sangre.
Contra tu único hermano.
—“Zeldris aún no ha perdonado… y no lo culpo.” —admitió en silencio.
Elizabeth levantó la cabeza. El gesto de su rostro cambió, como si un recuerdo lejano la hubiera alcanzado sin aviso.
Una batalla. Una mirada de odio. El instante en que Zeldris y Meliodas chocaron con intención de matarse.
—“¿Cómo se sigue viviendo después de alzar tu espada contra la única familia que te queda?” —pensó, con dolor.
Ban, esta vez, no pudo contener el puño cerrado. El anillo de su dedo rechinó al apretarse contra su piel.
—“Contra su hermano. Su hermano, maldita sea…”
—“Nosotros fuimos testigos, y no hicimos nada.”
—¿Por qué te pusiste del lado de los humanos, de los dioses, de… ellos?
Las palabras se sintieron como escupidas, y todos los que estaban adentro las sintieron clavarse como lanzas en el pecho.
Hawk, normalmente ruidoso, estaba absolutamente mudo. Su hocico temblaba levemente, no de miedo, sino de incomodidad.
Elizabeth, por su parte, se tensó.
No por vergüenza.
Sino porque sabía lo que implicaba esa frase. "De su lado". Como si Meliodas hubiera traicionado su especie para estar con ella.
—“¿Sigue doliéndole…?” —pensó con una punzada en el corazón.
Pero también recordó la primera guerra santa, las matanzas, los bandos. Lo mucho que costó que Meliodas fuera aceptado en Stigma.
—“Y aún así… él eligió el lado que lo rechazaba.” —reflexionó, con pesar.
Elaine bajó la mirada, en silencio, no conocía mucho a Meliodas pero entendía lo que pasaría con alguien cuando se quedaba completamente solo.
—¿Te arrepentís de haber traicionado al clan?
Una pregunta directa. Fría.
Y sin respuesta.
King sintió un vacío en el estómago. Por un instante se imaginó a sí mismo en esa posición: traicionar a las hadas, a Helbram, a su linaje, por otro mundo.
¿Lo soportaría?
—“¿Cómo vive Meliodas sin hundirse todos los días en esa culpa…?”
Ban frunció el ceño.
—“¿Se arrepiente? No parece…”
—“Pero… si... sí se arrepiente y nunca lo dijo…”
Esa duda le dolía. Porque significaba que tal vez, toda esa sonrisa fácil que Meliodas usaba… Era un disfraz para ocultar el remordimiento.
Y entonces…
—¿Te arrepentís… de haberte enamorado de Elizabeth?
Todos en la taberna se quedaron absolutamente congelados.
El silencio no fue sólo incómodo. Fue doloroso.
Elizabeth se paralizó. Sus ojos, antes suaves, se agrandaron. El aire parecía detenerse alrededor suyo.
Esa pregunta.
La única que le importaba.
—“¿Se arrepiente de haberme amado…?” —pensó. Su corazón comenzó a latir con fuerza, no por la respuesta, sino por el miedo de que Meliodas tardará demasiado en darla.
Ban se volteó lentamente hacia ella.
Elaine la miró de inmediato, preocupada.
Hawk bajó la cabeza, sabiendo que no debía hacer ningún comentario.
Merlin, por primera vez en años, se mordió el labio.
—“Incluso esa pregunta… Meliodas nunca la respondería con mentiras.”
—“Y si hay una mínima duda en su voz, Elizabeth se va a romper.”
Todos los presentes sintieron lo mismo:
Miedo.
No a lo que Zeldris estaba diciendo…
Sino a lo que Meliodas podía llegar a contestar.
Y entonces, el silencio se volvió espeso, eterno.
Todos, absolutamente todos, esperaban la respuesta que todavía no llegaba.
Chapter 4: La grieta invisible
Summary:
La pregunta de Meliodas... ¿Es importante?
Notes:
Como dije, entregue este capítulo porque no entregue el otro a tiempo.
Espero les guste lectores.
Chapter Text
La noche seguía tranquila.
Las luces de la taberna quedaban a sus espaldas, pero su cálido resplandor no alcanzaba a tocar el lugar donde se encontraban los dos hermanos.
Meliodas y Zeldris permanecían de pie, separados por apenas dos metros. Pero esa corta distancia parecía un abismo. Ninguno se atrevía a moverse.
Las preguntas de Zeldris aún flotaban en el aire.
“¿Por qué traicionaste al Clan Demonio?”
“¿Por qué luchaste contra nosotros… contra mí?”
“¿Por qué te pusiste del lado de los humanos…?”
“¿Te arrepentís de haber traicionado al clan?”
“¿Te arrepentís de haberte enamorado de Elizabeth?”
Silencio.
El tipo de silencio que se siente en los huesos, que te hace cuestionar si el tiempo sigue avanzando.
Zeldris estaba tenso, el ceño fruncido, los puños cerrados con fuerza a ambos costados. Esperaba respuestas, aunque no estaba seguro de querer escucharlas.
El resentimiento lo quemaba… pero también algo más profundo: una herida no cerrada.
Meliodas, por su parte, no se movía.
No lo miraba.
No hacía ni el menor gesto de qué respondería.
Solo observaba el cielo nocturno. Como si las estrellas tuvieran algo que decir que él aún no comprendía.
Entonces, sin girar el rostro, sin cambiar la postura…
Su voz finalmente se hizo presente. Lenta. Afable. Sin defensa.
— ¿Realmente me admirabas hace 3.000 años, Zeldris?
Zeldris parpadeó, descolocado.
No era la respuesta que esperaba. Ni siquiera una evasiva. Era otra pregunta. Una completamente inesperada.
—¿Qué…?
Meliodas no lo miró.
Zeldris frunció el ceño, desconcertado. Algo en su interior —quizá el niño que alguna vez fue— se agitó. Porque esa pregunta no estaba hecha con sarcasmo ni desafío. Era sincera. Casi frágil.
—Por qué… ¿estás preguntando eso? —su tono bajó, dudoso.
—Eso ¿qué importa ahora?
Meliodas no respondió. Solo esperaba.
Y entonces, sin poder evitarlo, Zeldris recordó .
Recordó lo que Meliodas fue para él.
El modelo perfecto de lo que un demonio debía ser.
Fuerte.
Frío.
Implacable.
Despiadado.
Meliodas no necesitaba gritar para que los demás temblarán. Su simple presencia bastaba. Era la cúspide de su raza, la encarnación de todo lo que el Clan Demonio veneraba: poder sin piedad. Voluntariamente sin emociones. Liderazgo absoluto.
Zeldris lo admiraba.
Lo idolatraba.
Era el hermano al que quería parecerse, el guerrero que aspiraba a superar algún día.
Y ahora…
Ahora ese mismo hermano que no lo miraba a los ojos, pero que si mirará bien notaría que dudaban, con una voz cargada de humanidad, con un pasado lleno de decisiones que, para Zeldris, eran imperdonables.
Tenía un punto para decirlo.
Estuvo a punto de admitir:
"Sí, te admiraba. Más de lo que jamás dije".
Estuvo a punto de soltarlo, porque era la verdad . Él había admirado a Meliodas. Desde muy pequeño. Como guerrero. Como hermano. Como símbolo.
Pero la voz no salió.
Se le atoró en la garganta.
El peso de lo que había dicho antes, de lo que le había reclamado… no se lo permitió.
Y en ese instante, por primera vez en años, Zeldris dudó de sí mismo.
Chapter 5: ¿Realmente me admirabas?
Summary:
Las reacciones de los demás a esta pregunta.
Notes:
Les doy el capitulo antes por si las dudas, aunque podrían considerarlo un regalo de mi parte.
Espero que les guste también este capítulo.
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La taberna estaba en silencio absoluto. No una quietud cómoda ni pacífica, sino una calma densa, cargada de tensión y expectación. Las llamas en la chimenea crepitaban suavemente, arrojando sombras que bailaban en las paredes, como espectros mudos.
Nadie se atrevía a romper ese silencio.
Habían escuchado la pregunta. Esa pregunta inesperada que Meliodas lanzó sin miramientos:
—¿Realmente me admirabas hace 3.000 años, Zeldris?—
Un murmullo invisible parecía recorrer el aire. Nadie sabía qué pensar. Nadie comprendía la intención oculta tras esas palabras.
Ban apretó el puño que sostenía el vaso. Su mirada se clavó en el fuego, pero sus pensamientos se agitaban como llamas descontroladas.
¿Por qué esta pregunta ahora? ¿Qué significa para Meliodas?
No podía leerlo. No podía entender si era un intento de buscar consuelo, una necesidad de validación, o un golpe silencioso hacia su hermano.
Elaine tragó saliva. Su corazón palpitaba acelerado. Miró a Ban, buscó en sus ojos alguna señal, pero solo encontró tanta incertidumbre como la que sentía ella. Nadie podía saber qué estaba ocurriendo en la mente de Meliodas.
King, sentado junto a Diane, ladeó la cabeza, frunciendo el ceño. Se volvió hacia ella y susurró:
—¿Tú crees que Meliodas quiere que Zeldris le confirme algo?
¿O será que está intentando recordar algo que perdió hace mucho tiempo? —
Diane simplemente negó con la cabeza, incapaz de hallar palabras.
Merlin se reclinó un poco, los dedos entrelazados frente a su boca en gesto pensativo. Su rostro mostraba un raro atisbo de vulnerabilidad. Sabía que había mucho más detrás de esa pregunta. Pero tampoco podía adivinar con exactitud qué buscaba Meliodas.
Elizabeth permanecía rígida, casi como si hubiera quedado petrificada. Intentaba descifrar el significado profundo detrás de esa frase. Sin embargo, ni siquiera ella, que compartía un vínculo tan fuerte con Meliodas, podía leer entre líneas.
¿Es una pregunta de amor? ¿De dolor? ¿O un grito desesperado por una respuesta que solo Zeldris podría darle?
Su corazón se oprimió, temerosa de lo que estaba por venir.
Gelda, junto a la ventana, apretó el borde de su vestido con fuerza. Sabía que cada palabra dicha afuera era importante, y que cualquier respuesta podría abrir una herida profunda. Pero sentía la impotencia de no poder ayudar.
Hawk, usualmente parlanchín y animado, estaba completamente callado. Sus pequeños ojos redondos reflejaban la misma preocupación que sentían los demás.
Todos escuchaban. Todos aguardaban.
Nadie sabía exactamente por qué Meliodas había hecho esa pregunta. No tenían la menor idea si era un llamado de auxilio, una súplica, o simplemente la expresión de un recuerdo latente. Tampoco podían adivinar qué significaba para él, ni qué esperaba obtener de Zeldris.
Lo único que tenían claro era una verdad inmutable:
Lo que viniera después sería importante.
Y estaban preparados, aunque asustados, para escucharlo.
El silencio se hizo aún más pesado.
Un suspiro profundo parecía querer romper la quietud, pero nadie lo exhaló.
Solo esperaron.
Chapter 6: Sombras de admiración
Summary:
El silencio de la noche se rompe con una pregunta inesperada de Meliodas.
Zeldris responde con la sinceridad que nunca se atrevió a mostrar, pero una sola frase de su hermano mayor basta para desarmarlo por completo.
Entre la admiración y el miedo, los lazos de sangre se revelan más complejos de lo que cualquiera hubiera querido admitir.
Notes:
Aquí está el capítulo correspondiente al día de publicación, espero les guste a todos.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
El silencio que envolvía la fría noche afuera de la taberna era casi palpable, como si el tiempo mismo se hubiese detenido. La tenue luz de la luna y las estrellas bañaban a los dos hermanos demonios en un halo pálido, acentuando las sombras bajo sus ojos y la tensión que parecía clavarse en el aire entre ellos.
Zeldris apretaba los puños a los lados, sus uñas dejando marcas leves en la piel. Su mirada fija, penetrante, se clavaba en Meliodas con una mezcla de resentimiento, dolor y una confusión que no sabía cómo expresar con palabras. Sin embargo, algo profundo le decía que esta pregunta de su hermano mayor no era algo para contestar a la ligera.
“¿Realmente me admirabas hace 3.000 años, Zeldris?”
El eco de aquella pregunta aún resonaba en la mente de Zeldris. Había esperado respuestas, explicaciones, quizá reproches, pero no eso.
Por un instante, sus pensamientos se enredaron.
¿Admiración? ¿De verdad?
Su pecho se apretó con una mezcla de orgullo y vulnerabilidad que no solía permitir. Siempre había visto a Meliodas como la encarnación de la fuerza absoluta: despiadado, implacable, frío. Era la cúspide de su raza, la perfección misma del poder demoníaco. Meliodas representaba todo lo que Zeldris aspiraba a ser y, en secreto, alguien a quien siempre había reverenciado, aunque nunca hubiera tenido el valor de admitirlo.
Y ahora, frente a él, escuchaba esa pregunta como un puñal atravesándole la armadura que durante siglos había construido.
Por fin, su voz salió, baja, controlada, pero cargada de verdad y una honestidad que no pudo ocultar: —Sí… te admiraba. Por tu fuerza, por lo despiadado que eras, por cómo no mostrabas sentimientos, por ser la cúspide de nuestra raza... Por todo lo que representabas para los demonios… y para mí, alguien que quería llegar a ser como tú.
Mientras hablaba, su pecho se expandía y contraía con dificultad, como si con cada palabra liberara un peso que había llevado durante siglos. Miró a Meliodas, esperando ver alguna reacción, alguna señal de aceptación o rechazo.
Pero Meliodas, todavía sin voltear a mirarlo, simplemente exhaló con suavidad, su voz un susurro lento y cargado de una calma que parecía desarmar cualquier resistencia:
—Pero me tenías miedo.
Aquellas palabras resonaron como un trueno en el silencio de la noche.
Zeldris quedó paralizado, como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante. Su respiración se entrecortó y sus ojos se abrieron un poco más, incapaz de encontrar una respuesta inmediata. Sabía que era verdad. No había forma de negarlo. La admiración siempre había estado mezclada con ese temor sordo, esa distancia implacable que Meliodas mantenía a su alrededor.
Un silencio pesado, casi tangible, se instaló entre los dos hermanos.
Zeldris bajó la mirada, sintiendo el peso de la verdad en su pecho, una mezcla amarga de nostalgia y dolor que no podía ignorar.
Meliodas, sin siquiera mirarlo a los ojos, dejó que la noche absorbiera sus palabras, mientras su mirada se perdía en el horizonte oscuro.
Notes:
Dentro de poco será mi cumpleaños, vere cuantos capítulos les daré para celebrar :3
Chapter 7: El peso de una confesión
Summary:
Una confesión sincera de Zeldris parece tender un puente entre hermanos.
Pero basta una sola frase de Meliodas para romper el silencio y exponer una verdad que nadie esperaba escuchar.
Entre la admiración y el miedo, la herida de los demonios se revela ante todos los presentes.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Desde dentro de la taberna, Elizabeth, Hawk, Elaine, Gelda y los demás pecados (menos Escanor, que ya no estaba) todavía permanecían en silencio, atentos a la conversación que llegaba desde afuera. La atmósfera se cargó de tensión cuando Zeldris habló con sinceridad, dejando caer una confesión inesperada:
—Sí… te admiraba. Por tu fuerza, por lo despiadado que eras, por cómo no mostrabas sentimientos, por ser la cúspide de nuestra raza... Por todo lo que representabas para los demonios… y para mí, alguien que quería llegar a ser como tú.
Las palabras calaron hondo.
Elizabeth sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Por primera vez, vio a Zeldris más allá del frío guerrero implacable; escuchaba a un hermano que, a pesar de todo, había tenido admiración genuina hacia Meliodas. Eso le dio una nueva perspectiva, pero también la dejó llena de preguntas que aún no podía responder.
Hawk bajó la mirada, sorprendido. La idea de que Zeldris, alguien tan severo y fuerte, hubiera admirado a Meliodas en ese nivel, les mostró una faceta desconocida de su relación.
Ban frunció el ceño, sintiendo que la revelación agregaba una capa más de complejidad a la historia de los hermanos. Recordaba bien la fuerza y el carácter de Meliodas, pero nunca se había detenido a pensar en cómo esa fuerza podía inspirar ya la vez intimidar.
King se cruzó de brazos, procesando la confesión con mezcla de respeto y tristeza. Admirar a alguien tan distante y despiadado implicaba una soledad interior difícil de entender.
Merlín observaba en silencio, evaluando cada palabra, consciente de que aquella admisión traía consigo una carga mucho mayor, invisible para la mayoría.
De pronto, la voz de Meliodas rompió el momento, lenta y suave, pero con una dureza inesperada:
—Pero me tenías miedo.
El impacto fue inmediato y casi físico.
Elizabeth sintió que el aire se le cortaba, sus ojos se abrieron con sorpresa y preocupación. Esa simple frase transformaba todo lo que acababan de escuchar. No solo había admiración, sino un miedo profundo, silencioso, que nadie había esperado.
Hawk dio un pequeño paso atrás, como si le hubieran golpeado el pecho con un puño invisible. La idea de que su hermano, su amigo, fuera temido por quien más lo admiraba, resultaba desgarradora.
Ban presionó los puños, su rostro endureciendose. Entendía que ese miedo rompía la posibilidad de verdadera confianza y conexión entre ellos.
Elaine, aunque conocía poco a Meliodas, percibió la gravedad del momento. No hacía falta conocer todos los detalles para sentir la tristeza que se deslizaban en esas palabras.
Gelda cerró los ojos, como si quisiera retener las lágrimas, sintiendo el peso de ese miedo no solo en Zeldris, sino en toda la historia que compartían.
La frase de Meliodas había desnudo una herida que todos intuían pero nadie se atrevía a nombrar. La revelación silenciosa de que el vínculo entre los hermanos estaba marcada por algo mucho más oscuro que la admiración: la distancia y el temor.
El grupo dentro de la taberna, pese a la calidez de las luces y el ruido de fondo, sintió que la noche se hacía más fría y pesada.
Nadie podía prever lo que esa conversación todavía guardaba, pero todos compendian que lo que estaba a punto de salir les cambiaría para siempre la forma en que veían a Meliodas, a Zeldris, ya la familia que ambos habían tenido.
Notes:
Un regalo de mi parte, espero les guste.
Chapter 8: Lo que siempre supimos
Summary:
Una verdad innegable cae sobre Zeldris como un juicio silencioso: todos temieron a Meliodas. Incluso él. En la calma de la noche, el miedo disfrazado de admiración se revela por fin, dejando un peso imposible de ignorar entre los dos hermanos.
Notes:
Mañana es mi cumpleaños, les traere unos 3 capítulos como regalo, espero les guste a todos :3.
Chapter Text
El silencio cayó como una losa de piedra.
Zeldris no respondió. No podía.
Y no porque no tuviera palabras, sino porque no existían palabras que pudieran negar lo que su hermano acababa de decir.
Meliodas no lo miraba. Su voz no tenía emoción. No había rastro de enojo, tristeza ni resentimiento. Solo una calma neutra… esa clase de vacío que nacía de aceptar una verdad hace tanto tiempo que ya había dejado de doler.
—Todos me tenían miedo —repitió, como quien describe la forma del cielo o el paso de las estaciones.
Un susurro sin peso, pero que aplastó a Zeldris por dentro.
Y entonces vinieron los recuerdos, uno tras otro, sin permiso:
Una vez, un demonio de rango medio cometió el error de cruzar una mirada con Meliodas después de una batalla. Se puso tan pálido que tropezó con su propia lanza y huyó sin despedirse.
Cuando niños, Zeldris se escondía detrás de su padre cuando Meliodas regresaba cubierto de sangre, los ojos vacíos, los pasos silenciosos. No era admiración. Era terror.
Incluso sus generales más leales... hablaban de él con voz baja, como si mencionar su nombre en vano atrajera la muerte.
Zeldris apretó los puños.
Y entendió.
Porque él también lo había sentido. Ese respeto... no era puro. Era miedo disfrazado. Era esa presión en el pecho, esa duda interna, esa certeza de que si algún día Meliodas se volvía contra ellos, nada ni nadie podría detenerlo.
Meliodas permanecía quieto.
—Nunca lo dije en voz alta —susurró.
Zeldris lo miró de reojo, sin atreverse a hablar. Su hermano seguía con la vista clavada en el horizonte, en algo que nadie más podía ver.
—Por supuesto que lo notaba —continuó Meliodas, sin que su voz se elevara un ápice—. El temblor en las voces. La forma en que me evitaban después de una batalla. El horror en sus ojos cuando regresaba con las manos manchadas.
Una pausa.
El viento sopló suavemente entre ellos, frío, cruel.
—No tenía emociones en ese entonces. Ni razones para cambiarlo. Solo seguía adelante… Porque eso esperaban de mí.
Zeldris tragó saliva con dificultad. Algo dentro de él se retorció.
—Y cuando por fin quise hacer algo distinto… ya era tarde —murmuró Meliodas, casi para sí mismo—. Me temían. Me evitaban. No me querían cerca. Así que… dejé de pensarlo.
Y entonces, por primera vez, se giró para mirar a Zeldris. Sus ojos no tenían ira, ni juicio. Solo esa melancolía que se gana después de haber aceptado que ya no hay vuelta atrás.
—Nunca le dije esto a nadie —susurró, con una franqueza tan brutal que caló hasta los huesos—. Ni siquiera a ti.
Zeldris lo miró… y no pudo hablar.
Porque por primera vez estaba escuchando la verdad desde el corazón de su hermano mayor. No el soldado. No el príncipe. No el líder.
Solo Meliodas, solo ese chico que había cargado con un papel que todos admiraban… y todos temían.
Zeldris sintió un nudo en la garganta. El mismo que uno siente cuando descubre que nunca conoció realmente a alguien que creyó entender.
No podía responder.
Porque cualquier palabra... sería insuficiente ante una verdad tan vieja, tan dolorosa, y tan devastadoramente humana.
Chapter 9: El peso del miedo compartido
Summary:
La voz de Meliodas rompe la noche con una confesión que nunca había dicho en voz alta: todos lo temían, incluso aquellos que lo seguían.
Dentro de la taberna, Elizabeth, Ban, King, Merlin, Hawk, Elaine y Gelda escuchan en silencio cómo Meliodas desnuda verdades que duelen más que cualquier herida de batalla.
Notes:
Primer capítulo en mi cumpleaños.
Después vendrán los demás.
Chapter Text
El silencio en la taberna se volvió asfixiante.
Dentro de la taberna, el ambiente festivo había quedado reducido a un silencio tenso. Las risas y brindis de hace unos minutos parecían un recuerdo lejano. Cada persona estaba pendiente, conteniendo el aliento ante lo que acababan de escuchar salir de los labios de Meliodas.
Las palabras de Meliodas aún colgaban en el aire, como brasas que nadie se atrevía a tocar.
—...Todos me tenían miedo.
El eco parecía rebotar en las paredes de madera, infiltrándose en cada rincón, en cada respiración contenida.
Elizabeth fue la primera en reaccionar, aunque sin hablar. Sus manos temblaban levemente sobre la mesa, y sus ojos se llenaron de lágrimas silenciosas. No eran lágrimas de sorpresa —porque en el fondo ya lo sabía— sino de dolor. Dolor porque Meliodas, el hombre que amaba, había cargado con esa soledad sin decir nada durante siglos.
Quiso extender la mano y tocar la suya, pero se contuvo: él no los miraba, y sentía que romper ese momento sería como quebrar un vidrio frágil.
Elizabeth llevó una mano a su pecho con fuerza, como si quisiera calmar el repentino vacío que le abrió su confesión. Sentía un nudo subiéndole por la garganta, los ojos ardiendo con lágrimas que se negaba a dejar caer todavía. Escuchar que su amado había cargado con ese miedo constante durante siglos —sin decírselo a nadie, ni siquiera a Zeldris— le desgarraba el alma. No podía evitar imaginarlo caminando entre demonios, obedecido pero jamás querido, visto como un monstruo, nunca como un hombre.
Ban tragó saliva, el nudo en su garganta era insoportable.
Siempre había visto a Meliodas como su mejor amigo casi como su hermano, como alguien a quien seguir sin dudar. Pero al recordar los primeros días, cuando lo conoció, no pudo evitar reconocerlo: sí, también le había temido aunque sea un poco.
El Ban impulsivo, el que siempre tenía un comentario sarcástico, no apareció. En su lugar, un Ban callado, con los puños cerrados sobre la mesa, odiándose por no haber visto lo profundo de ese aislamiento antes.
Ban apretó los puños contra la mesa, los nudillos tensos y blancos. No era fácil conmover al zorro pecador, pero la crudeza de esas palabras lo había golpeado de lleno. Miró hacia el suelo, furioso, no contra Meliodas, sino contra el mundo que lo había reducido a eso: un arma.
—Malditos bastardos… —susurró entre dientes, con rabia impotente.
King bajó la mirada hacia sus manos, apretando fuerte la tela de su ropa. La imagen de aquel Meliodas invencible, capaz de sonreír aun en medio del desastre, se mezclaba con la verdad que acababa de escuchar.
El hada recordó la primera vez que lo enfrentó, cómo lo había visto como una amenaza, y ahora sentía vergüenza.
Su pecho dolía, un peso enorme que lo hacía preguntarse cómo había podido ser tan ciego.
Diane, con los ojos humedecidos, llevó ambas manos a su regazo. Se encogió sobre sí misma, como si la revelación la aplastara. Ella siempre había pensado que Meliodas, con su sonrisa traviesa y sus comentarios, era alguien que no se dejaba afectar… y ahora entendía lo contrario: que esa sonrisa era un muro.
—Capitán… —susurró con voz rota, sin poder decir más.
Merlin, con su habitual calma, no habló. Sus ojos brillaron apenas un instante, como si un destello de culpabilidad atravesara la máscara fría de la hechicera. Ella, más que nadie, había reconocido el miedo que Meliodas generaba, y lo había usado como un hecho útil, práctico.
Pero en ese momento, la frialdad no servía de nada. Lo miró de reojo, y por primera vez en siglos, no pensó en él como un comandante o un experimento, sino como un hombre que había sufrido en silencio.
Pero sus ojos brillaban con un destello extraño, mezcla de respeto y de un dolor que raras veces dejaba mostrar. Entendía mejor que nadie lo que significaba ser usada como herramienta.
—Nunca lo dijo en voz alta… —repitió para sí, como si masticara la magnitud de esa revelación.
Hawk, que nunca había tenido problemas en hablar de más, esta vez solo se encogió en su sitio. Su hocico temblaba, y los ojitos pequeños parecían húmedos.
—Capitán... —susurró, pero su voz se apagó enseguida. No sabía qué más decir.
Elaine, sentada al lado de Ban, buscó su mano y la apretó suavemente. Ella también sentía esa mezcla amarga: conocía a Meliodas por las historias, por las leyendas, por Ban y siempre había tenido un tinte de temor hacia él.
Ahora entendía cuánto le había dolido cargar con esa imagen.
Gelda cerró los ojos un instante con fuerza, como si esas palabras resonaran en su propia piel. Ella también había sido tratada como un monstruo por lo que era, y entendía el dolor del rechazo, pero jamás en la magnitud que describía Meliodas. Sus labios temblaron, y con voz apenas audible dijo:
—Qué soledad más cruel…
Su corazón se estrujó: ambos hermanos habían crecido rodeados de miedo, pero Meliodas lo había cargado solo durante siglos.
El ambiente era insoportable. Nadie sabía cómo romperlo.
Meliodas, en cambio, se mantenía con la mirada perdida en el horizonte. Su voz no tenía resentimiento, ni rabia, ni dolor. Solo una calma que dolía más que cualquier grito.
—Nunca quise que me vieran así… pero al final, supongo que lo acepté.
El silencio volvió. Cada uno, con su propio peso en el pecho, entendía que esas palabras no se podían contradecir.
El aire dentro de la taberna se volvió sofocante, cada palabra de Meliodas calando como cuchillas:
—Por supuesto que lo notaba. El temblor en las voces. La forma en que me evitaban después de una batalla. El horror en sus ojos cuando regresaba con las manos manchadas. No tenía emociones en ese entonces. Ni razones para cambiarlo. Solo seguía adelante… porque eso esperaban de mí.
Y cuando por fin quise hacer algo distinto… ya era tarde. Me temían. Me evitaban. No me querían cerca. Así que… dejé de pensarlo.
Un sollozo escapó de Elizabeth al escucharlo decir eso con una serenidad que le resultaba insoportable. No había gritos, ni rabia, ni lágrimas en su voz, y eso lo hacía aún peor. Era la confesión de alguien que había aceptado una herida tan profunda que ya no sangraba, pero tampoco sanaba.
Meliodas bajó apenas la mirada, susurrando al final:
—Nunca le dije esto a nadie. Ni siquiera a ti.
Elizabeth ya no pudo contenerse. Dos lágrimas resbalaron por sus mejillas, cayendo sobre sus manos entrelazadas. Cerró los ojos con fuerza, repitiendo en su mente que estaba allí ahora, que él no estaba solo, que ella lo amaba más allá de todo.
El grupo entero estaba en silencio. Un silencio pesado, que no era de incomodidad, sino de respeto y dolor compartido. Nadie se atrevió a romperlo.
Porque todos entendían que esas palabras eran la verdad más desnuda de Meliodas.
Y todos sentían el peso insoportable de haberlo escuchado.
Elizabeth, incapaz de contenerse más, dejó que una lágrima rodara por su mejilla.
Ban bajó la cabeza.
King sintió un vacío aplastante.
Merlin apretó los labios.
Hawk gimió bajito.
Elaine sostuvo fuerte a Ban.
Gelda miró hacia Zeldris, sabiendo que en ese momento solo él podía responderle, porque solo él entendía lo que Meliodas había vivido en carne propia.
La confesión había caído como un rayo.
Y el eco del miedo, ese que todos alguna vez habían sentido, ahora los unía en un silencio compartido.