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El Alfa perfecto

Summary:

Hannibal Lecter, es un hombre codiciado y prestigioso. Guapo, rico y carismático son algunas características que lo definen. Todos darían lo que fuera por un poco de su atención.

Entonces, ¿Por qué Will Graham, un alfa, lo ignora?

Desde el primer momento, supo que estaban destinados. Will tiene que ser su pareja.
Aunque él no parezca interesado, Hannibal está decidido a que terminen juntos. Cueste lo que cueste

Chapter Text

Durante siglos, hombres y mujeres poseyeron lo que en la sociedad se conocía como un segundo género: alfa u omega. Sin embargo, con el paso de las generaciones, la población que pertenecía a estas categorías especiales disminuyó, hasta que el mundo quedó dominado por los betas, personas que carecían de esa distinción secundaria.

En la actualidad, menos del veinticinco por ciento de la población mundial posee un segundo género. Por eso, aunque las personas con segundo género eran muy valiosas, los omegas eran especialmente atesorados. Su número era reducido en comparación con los alfas, y por ello son valorados, admirados y, en muchos casos, deseados hasta la obsesión.

No era extraño escuchar que cualquiera daría lo que fuera por tener a un omega a su lado.

Hannibal Lecter nació como un omega de sangre pura. Una bendición genética que para muchos sería un motivo de orgullo y admiración, pero que a él nunca le importó. Por el contrario, para Hannibal su segundo género era solo una característica más entre muchas otras que le definían.

Era un médico brillante, exitoso y apuesto; su estatus, riqueza e intelecto le conferían una presencia imponente sin necesidad de apelar a su condición de omega. No le molestaba serlo, pero tampoco le prestaba mayor atención.

Su segundo género nunca había sido su carta de presentación, y mucho menos algo que necesitara exhibir para atraer miradas.

Para saber más de mí mismo, había leído sobre los omegas. Seres que, según la tradición y la biología, eran bastante inestables hasta que encontraban pareja. Era la presencia del alfa, protector por instinto, la que traía un equilibrio a su naturaleza.

Un omega buscaba instintivamente a un alfa. Del mismo modo, un alfa solo encontraba satisfacción plena cuando podía cuidar y proveer a su omega, como si esa fuera su verdadera razón de ser.

Hannibal Lecter nunca sintió que esa lógica lo definiera. Él estaba por encima de su propia biología; era independiente y estaba orgulloso de ello. No tenía la necesidad de una pareja y mucho menos de un alfa.

Se visualizaba a sí mismo en el futuro tal como estaba ahora: solo, autosuficiente y satisfecho con su propia compañía. Nadie estaba a su altura, y la posibilidad de que alguien lograra comprenderlo por completo (de igual a igual) le parecía una fantasía absurda. Donde otros llorarían ante semejante destino, Hannibal lo asumía con dignidad

Eso, por supuesto, fue hasta que Will Graham entró a trompicones en la oficina de Jack Crawford.

Hannibal había sido invitado a la sede del FBI para realizar una evaluación psicológica a uno de los agentes. Había considerado rechazar la invitación, pero estaba aburrido, y Jack le había hablado de un alfa inestable e impredecible que podía ser un posible reto. Un nuevo juguete que podía romper. Eso bastó para despertar su interés.

Llegó puntual a la oficina de Jack y esperó en silencio la llegada del sujeto en cuestión.

La puerta se abrió de golpe, estrellándose contra la pared. Un hombre, visiblemente irritado, cruzó el umbral sin molestarse en disimular su disgusto. Murmuraba maldiciones entre dientes, ajeno a las miradas que pudiera estar recibiendo.

Apenas dio un paso dentro de la oficina, la vida de Hannibal cambió para siempre

Las pupilas de Hannibal se dilataron. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, tan inesperado como delicioso, y sintió su corazón galopar con una fuerza desconocida en su pecho.

Debajo de la colonia barata para después del afeitado, y del olor a perro, alcanzó a percibir un aroma más profundo y primitivo por parte del hombre. Una esencia terrosa y cálida que recordaba a un bosque húmedo tras la lluvia, a madera de cedro y a hojas secas.

El doctor Lecter, quien podía mantener la calma incluso mientras desmembraba a personas vivas, no entendía lo que acababa de ocurrir. Su pulso, por primera vez en su vida, estaba alterado, y eso le resultaba tan desconcertante como estimulante.

—Doctor Lecter, este es Will Graham. Will, este es el doctor Hannibal Lecter —anunció Jack Crawford.

Will ni siquiera lo miró a los ojos; miró a su barbilla cuando estrecharon las manos en un saludo breve y áspero. Hannibal sintió un cosquilleo placentero recorrer todo su cuerpo cuando toco a Will, y, para su propio desconcierto, tuvo que contenerse para no soltar un gemido.

Will Graham era tosco, rudo, olía a perro y su ropa mal combinada resultaba una ofensa al buen gusto. Tenía todas las características que Hannibal solía detestar en un ser humano.

Y aun así, sin comprender del todo por qué, Hannibal supo que acababa de enamorarse perdidamente de Will Graham a primera vista.

Tal vez existía el destino, una fuerza sobrehumana que había traído a ese alfa desaliñado y con olor a perro a su vida.

Le bastó con ver esos ojos azules para comprender que Will escondía una oscuridad tan vasta como la suya. Una parte de sí mismo que Will negaba con obstinación y que intentaba disimular tras una fachada hostil y retraída.

Después de décadas, Hannibal sintió que al fin estaba frente a alguien que podía ser su igual.

Pero Will no parecía interesado en él.

Inconscientemente, Hannibal comenzó a desprender su olor para seducirlo. Cuando se dio cuenta de lo que hacía, lo intensificó deliberadamente, llenando la habitación con sus feromonas como quien marca territorio.

Jack era un alfa también, pero al estar emparejado y con un vínculo establecido, no podía percibir su olor. Will, en cambio, no tenía ninguna marca. Will debía olerlo. No había forma de que no lo hiciera.

No hubo ningún parpadeo involuntario, ningún gesto de tensión, ningún cambio en su respiración. Nada que indicara que percibía su aroma, ni mucho menos que le afectara o estuviera interesado.

Era extraño. Cualquier criatura que hubiera olido su esencia antes (alfa, beta u omega) había sucumbido a ella, hechizada. Su aroma era adictivo. Lo saboreaban, deseaban y necesitaban.

Will lejos de rendirse a su presencia, lo trataba con una indiferencia casi insultante.

No existía alfa o beta que se le resistiera. Todos caían a sus pies sin remedio, incluso otros omegas se habían atrevido a cortejarlo.

Que grosero.

¿Cómo se atrevía Will a ignorarlo? Hannibal Lecter era un omega entre omegas, un tesoro que cualquiera mataría por poseer, cualquiera daría lo que fuera por recibir una pizca de su atención.

Y allí estaba Will Graham, sin siquiera dignarse a mirarlo. Cuando se molestaba en mirarlo, Hannibal alcanzaba a leer en su expresión una indiferencia glacial, un desdén apenas disimulado. Ni siquiera se tomaba la molestia de ser cortés; respondía con comentarios secos, cargados de un sarcasmo áspero que parecía hecho para enojarlo.

Inaudito...

Eso era todo. Hannibal nunca en su vida había rogado, y no iba a empezar ahora, mucho menos por un alfa que no sabía reconocer la oportunidad única que tenía frente a él.

Cuando terminara el caso, se aseguraría de que Will desapareciera para siempre. Por el momento, bastaría con tratarlo con frialdad; su trato sería únicamente profesional.

Ese plan duró dos minutos.

Sin poder evitarlo , Hannibal ya estaba entretejiendo un escenario completamente distinto. Uno en el que Will acabaría rendido a sus pies. En el que se convertiría en su compañero, su futuro esposo, su alfa. Incluso si Will no estaba de acuerdo

Hannibal Lecter ya había tomado una decisión, Will Graham iba a ser su alfa. Se encargaría de que así fuera.

No tardó en buscar cualquier excusa para provocarlo. Comenzó a analizarlo en voz alta. Will lo miró por primera vez con verdadera intención, sus ojos brillando de rabia

—¿El perfil psicológico de quién estás haciendo? —espetó

Jack intentó calmarlo, pero no funciono. Will salió de la habitación, furioso

Hannibal estaba encantado. Tuvo que contener el impulso primitivo, y deliciosamente tentador, de seguirlo. De empujarlo contra la pared y absorber esa rabia, de envolverlo con su olor y no dejarlo escapar. Pero no. Todavía no. Por ahora, debía ser prudente.

Para mantener a Will cerca, debía justificar su presencia. Así que se volvió hacia Jack, y le dio exactamente lo que quería escuchar: una observación profesional.

Ya lo había intuido al leer el expediente que Jack le había entregado; y al verlo en persona, lo confirmó. Will Graham poseía una empatía tan pura y afinada que parecía casi antinatural. Hannibal se aseguró de que Jack lo supiera.

Era fascinante. Hannibal deseaba saber más sobre Will. No bastaba con observarlo. Quería entender cómo pensaba y cómo funcionaba su mente. Quería descubrirlo todo y luego, hacerse indispensable para él.

—Así que su habilidad única para ponerse en el lugar de otro proviene de su empatía —comentó Jack, con tono reflexivo.

—¿Es por eso que lo quieres en tu equipo? ¿Por qué puede ponerse en el lugar del asesino con tanta facilidad? —pregunto Hannibal

—En parte, si —admitió Jack—. Pero hay algo más. Creemos que el criminal con el que estamos trabajando esta vez es un omega. Will es experto en ese campo; tuvo muchos casos con ellos cuando era policía.

La curiosidad de Hannibal se intensificó y escuchó atentamente como Jack continuaba hablando

— Will tiene otra habilidad igual de importante. Algo que algunos llaman “voz de mando” o “voz de alfa”. ¿Ha oído hablar de eso?

Voz alfa.

Se creía que era un mito. Sin embargo, a lo largo de la historia se habían reportado casos documentados de alfas con una voz cargada de autoridad biológica, que eran capaces de doblegar a un omega con una sola palabra, sin importar su fortaleza o resistencia.

Y Will Graham lo tenía.

Hannibal sintió un cosquilleo en la nuca. Un deseo inquietante lo recorrió de pies a cabeza.

La sola idea de escuchar esa voz dirigida hacia él despertó un deseo inquietante. Quería oír a Will ordenar, quería comprobar si su cuerpo respondería de forma instintiva y sin resistencia

Cada nuevo descubrimiento sobre Will lo fascinaba más que el anterior. Sin duda, Will era el alfa perfecto para él.

—El último caso que oí reportado —dijo Hannibal— fue antes del año 2000.

Fue un caso trágico para las víctimas: un alfa condenado a pena de muerte después de arruinar decenas de vidas de omegas con solo su voz.

—Will es muy diferente —aclaró Jack—. No le gusta tener ese don. A diferencia de lo que cualquier otro alfa podría hacer con un poder así, doblegar a omegas a su voluntad, Will lo considera peligroso. Tiene un respeto profundo por los omegas. Nunca usaría su voz para aprovecharse de nadie.

Era un poder inconmensurable, y Will lo poseía, pero lo reprimía. No por vergüenza, sino por principios.

Eso, sin embargo, no explicaba por qué Will no había sido capaz de oler sus feromonas.

Ni siquiera había mostrado una mínima lucha interna, ningún atisbo de tensión o deseo reprimido. Era como si no lo notara en absoluto. Como si fuera inmune.

¿Estaba entrenado para resistirse? ¿O, peor aún, simplemente no lo deseaba?

Hannibal frunció el ceño, pensativo.

Debía investigar.

Salió de la oficina de Jack y recorrió sin prisa los pasillos de la academia del FBI. No tardó en encontrar a alguien que le indicó dónde Will estaba dando clases.

Hannibal abrió la puerta del salón de clases con cuidado de no hacer ruido, la voz de Will lo envolvió de inmediato. El alfa estaba de pie frente a una proyección de imágenes, explicando un análisis psicológico

Hannibal se acomodó en la última fila, en un lugar desde el cual podía observar sin ser detectado. Sus ojos lo recorrieron, memorizando cada detalle: la forma en que Will se desplazaba por el aula con seguridad; cómo, de vez en cuando, se ajustaba las gafas con un gesto casi distraído; el movimiento de su mandíbula al hablar; sus manos expresivas que se movían por en el aire

El omega sintió un placer silencioso al contemplarlo, un deseo que se alimentaba de cada gesto, cada inflexión de su voz.

Se preguntó cuánto tiempo tomaría convertir a Will en suyo. No importaba si eran semanas, meses o años. Hannibal era un hombre paciente y siempre obtenía lo que quería.

Chapter 2: Cortejo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Por décima vez en menos de cinco minutos, Hannibal pasó una mano por su cabello para asegurarse que estuviera en orden.

Quería verse impecable para Will.

Le había pedido a Jack la dirección del motel donde Will se hospedaba. Usó la excusa de querer hacer las paces con Will, lo cual no era del todo mentira, aunque sus intenciones iban mucho más allá: planeaba presentarse con una ofrenda, el primer paso de un cortejo que había decidido iniciar.

En la antigua sociedad, los cortejos entre un alfa y omega incluían comida: ofrecer dulces, cocinar e invitar a cenar. Eran acciones que simbolizaban la capacidad del alfa para proveer, cuidar y sostener a su pareja.

A Hannibal nunca le interesó seguir estereotipos, así que él sería el responsable de hacer el cortejo. Estaba convencido de que, una vez que Will probara su comida, reconocería en él un potencial de pareja imposible de ignorar.

Cuando la puerta del motel se abrió, Hannibal se encontró con una visión inesperada. Will lo recibió en ropa interior, una camiseta ajustada y unos boxers que dejaban poco a la imaginación.

Durante su encuentro anterior, Hannibal apenas había podido captar su aroma, pero ahora podía percibirlo mejor. Sus fosas nasales se llenaron del olor de Will, crudo, natural y espeso como la humedad de un bosque tras la tormenta. La habitación detrás de Will estaba impregnada de su esencia, sutil pero inconfundible.

Mantuvo la compostura. Su rostro permaneció impasible y su voz educada. Pero internamente, una oleada de calor recorrió su abdomen. Un hilo de humedad descendió de su entrada, respondiendo al olor del alfa.

Era la primera vez que su cuerpo respondía así ante un alfa.

Will, todavía adormilado, ladeó la cabeza con una expresión de confusión. Por un segundo, los ojos de Hannibal recorrieron su cuerpo, como quien degusta una obra de arte. Se detuvo, brevemente, en su entrepierna antes de volver a ver su rostro

—¿Puedo pasar?

Will lo dejó pasar de mala gana.

Para su disgusto, lo primero que hizo fue abrir las ventanas de la habitación, dejando que la brisa matutina se llevará consigo el aroma que, hasta hacía un instante, llenaba el espacio. Fue un desperdicio que el omega lamento en silencio

Hannibal comenzó a sacar de una bolsa los recipientes con el desayuno que había preparado. Por el rabillo del ojo, observó a su amado moverse por la habitación.

Will revolvía su maleta, sacó un pequeño estuche y se tomó un par de pastillas, seguidas por una inyección rápida en el muslo.

Segundos después, el aroma que Will desprendia, simplemente desapareció. Debió haberse inyectado un inhibidor, uno potente

—Mis disculpas —dijo señalando la jeringa con un leve movimiento de cabeza—. ¿Tienes alguna alergia que debí tener en cuenta?

—No —respondió Will, sin molestarse en mirarlo—. Son inhibidores. Reprimen mi olor y mi sentido del olfato.

Eso explicaba muchas cosas: por qué no había podido oler a Will el día anterior y por qué no parecía afectado por sus feromonas. Hannibal sintió el impulso de preguntar por qué quería bloquear sus sentidos de esa forma, pero se contuvo. A cambio, se concentró en lo más relevante.

—Curioso. Los alfas suelen estar muy orgullosos de su olor

Will se encogió de hombros.

—No quiero molestar ni incomodar a algún omega o beta.

—Bastante considerado de tu parte, Will —admitió con genuina sinceridad.

Se sentaron frente a frente en la pequeña mesa. Will probó el primer bocado y su expresión cambió

—Está delicioso. Gracias

Hannibal casi ronroneó de placer. Nunca antes lo había hecho, había algo en la biología de los omegas que permitía ese sonido grave y profundo cuando estaban verdaderamente a gusto, especialmente si se encontraban cerca de su alfa.

Había recibido innumerables halagos por su cocina pero jamás uno que le importara tanto como ese.

Y en ese instante lo supo, con una claridad cortante: la obsesión que sentía por Will era una sombra que se expandía, llenando cada rincón de su palacio mental, creciendo con cada segundo que pasaba a su lado.

Necesitaba tocarlo. Ardía en deseos de sentir sus manos, de olerlo, por recorrer con la yema de los dedos cada detalle de su piel. Quería que Will lo tocara, que lo reconociera, necesitaba al alfa.

Tras una breve conversación trivial, Hannibal decidió llevar la charla hacia un terreno más interesante.

—¿A su pareja no le preocupa que haya aceptado colaborar como agente especial? Puede ser un trabajo peligroso —preguntó Hannibal tan casual como pudo.

Tal vez esa era la razón por la cual Will lo ignoraba: una pareja. Un vínculo ya establecido. Pero no importaba. Si existía alguien en el camino, Hannibal se encargaría de apartarlo

Will levantó una ceja, sin dejar de masticar. Se llevó otro trozo de comida a la boca antes de responder, con un dejo de sorna:

—Valiente de su parte asumir que tengo pareja, doctor Lecter.

—Una suposición inocente —replicó Hannibal, haciendo un gesto leve con la mano, como si descartara la idea—. Es usted un alfa, ¿No es así? Los alfas y omegas son codiciados debido a su escasez. Me imaginé que alguien ya habría robado su corazón

Will soltó una carcajada breve, como si la sola idea de tener pareja le resultara absurda. Hannibal lo observó con atención, fascinado por el sonido de su risa. No pudo evitar sonreír también

—Soy demasiado inestable para tener pareja, doctor Lecter. Creí que lo había descubierto en nuestro primer encuentro —dijo—. Nadie quiere eso en su pareja, en especial no de un alfa que está destinado a proteger y cuidar

—¿Te guías por los estereotipos, Will?

—¿Me veo como alguien que sigue estereotipos?

—No. Pero es parte del instinto para muchos alfas y omegas, aunque algunos están exentos de esas reglas.

Will no respondió de inmediato. Sus ojos se desviaron hacia el plato, pensativo.

—¿Usted tiene pareja, Dr. Lecter?

—No. El camino del amor no ha sido fácil para mí.

Will todavía no era su pareja oficial; decirle que ya lo consideraba suyo solo serviría para asustarlo.

—Creí que los omegas lo tendrían más fácil en ese ámbito.

Las palabras lo tomaron por sorpresa. La mayoría de las personas asumía sin cuestionar que Hannibal era un alfa; algunos, en ocasiones, lo clasificaban como un beta. Aquella observación tan directa lo desconcertó por un instante.

Will notó el ligero cambio en su expresión. La burla en su rostro se desvaneció, sustituida por una incomodidad repentina

—Oh… ¿era un secreto? Lo siento —dijo, visiblemente avergonzado.

—No lo es —respondió Hannibal con calma—. No escondo mi subgénero, pero la mayoría de las personas asume que soy un alfa y no se molestan en preguntar. ¿Cómo supiste que soy un omega?

El alfa se encogió de hombros, picoteando distraídamente la comida con el tenedor.

—Fue solo una sensación. Al verte, pensé que lo eras… y por alguna razón me convencí de ello.

—Tu intuición es buena. No es agradable cuando asumen algo de mí que es incorrecto —respondió Hannibal

Will siguió comiendo pero siguió hablando en voz baja después de un momento

—A veces también me confunden. Asumen que soy un omega, aunque no sé por qué —suspiró Will, cansado

—Las personas se dejan llevar por estereotipos. Pero permíteme decirte que supe que eras un alfa al instante de verte —dijo Hannibal, antes de agregar—: Tenemos bastante en común... aunque, Dios nos libre de ser amigos.

No quería que Will lo viera solo como un amigo. Quería que lo viera como su futuro omega, su compañero, su posesión más preciada.  Quería ser todo para él: amigo, confidente, amante, pareja, esposo... todo.

—No te encuentro tan interesante —replicó Will

—Lo haras

Hannibal siguió disfrutando de la deliciosa compañía de Will, imaginando cómo sería trabajar juntos.

 

 

Después de arrojarle los papeles a la cara a la mujer, Hannibal regresó al tráiler. Se aseguró de que nadie viniera, tomó el teléfono y marcó el teléfono que había memorizado del expediente.

—Lo saben —dijo Hannibal, avisando a Garret Jacob Hobbs sobre que la policía iba a ir a buscarlo y que sabían todo lo que había hecho.

Tenía curiosidad. Quería ver qué ocurriría, cómo reaccionaría Will Graham arrinconado frente a un depredador

Tras un corto viaje, Will y Hannibal llegaron a la casa de los Hobbs y se estacionaron frente a la entrada. Hannibal estaba especialmente complacido, casi expectante, mientras robaba miradas de soslayo hacia Will, que parecía querer decirle algo, hasta que la puerta principal se abrió bruscamente.

Una mujer salió tambaleándose, empujada hacia afuera por un hombre que enseguida cerró la puerta tras de sí. Ambos bajaron de inmediato del coche. Para cuando Will se agacho a ayudarla, la mujer ya estaba muerta.

Tembloroso y nervioso, Will se giró hacia Hannibal y le dio una orden directa:

—Quédate en el auto —dijo antes de entrar a a la casa.

No uso su voz de mando, pero la orden era clara.

Cualquier otro alfa que hubiera intentado ordenarle algo a Hannibal Lecter habría pagado ese atrevimiento con su vida en cuestión de segundos.

Pero Will Graham no era cualquier alfa.

Hannibal tuvo que reconocer que ver a Will tan autoritario le envió un escalofrío de placer por todo el cuerpo. Se preguntó si Will sería un amante autoritario y rudo en la cama. No, Will sería un amante paciente, bondadoso y entregado a asegurar el disfrute de su pareja, pero al mismo tiempo, pero también sabría ser duro cuando la situación lo exigiera. A Hannibal le gusto la idea

Unos segundos después, los disparos rompieron el silencio, seguidos por un grito. Hannibal decidió que era el momento de entrar en la casa. Camino con calma, su mirada se torció con un dejo de disgusto al pasar junto al cadáver abandonado en la entrada.

El interior ofrecía un espectáculo fascinante. Desplomado contra los gabinetes de la cocina, yacía el hombre que debía ser Garret Jacob Hobbs. Muerto. Con varios disparos en el pecho.

Will lo había asesinado y ese simple hecho hizo que algo dentro de él pulsara con deseo.

Lo que realmente capturó la atención de Hannibal fue la escena en el suelo: Will, arrodillado, con las manos temblorosas intentando contener la hemorragia de una joven herida, probablemente la hija de Hobbs. Los ojos de la muchacha, abiertos de par en par y cargados de terror, imploraban ayuda en un silencio desesperado, jadeando en busca de aire.

Hannibal observó la escena, analizando cada detalle antes de actuar.

Sin decir una palabra, sustituyó las manos de Will por las suyas, ejerciendo la presión exacta para detener la hemorragia.

Will estaba temblando, nervioso y vulnerable. Aquella visión lo conmovió y lo fascinó a partes iguales: su alfa, cubierto de sangre, hermoso incluso en la fragilidad. En ese momento, Hannibal descubrió una nueva razón para enamorarse de él.

Imaginó inclinarse hacia él, recorrer con la lengua la mancha de sangre que surcaba su mejilla, saborear el miedo mezclado con la vulnerabilidad. Se contuvo. No era el momento.

—Necesitamos una ambulancia, Will. ¿Puedes llamarla?

Will no reaccionó al principio; sus ojos permanecían clavados en la muchacha, desorbitados, atrapados en el horror.

—¡Will! —llamó de nuevo

El alfa reaccionó y asintió torpemente. Salió de la casa para llamar a los servicios de emergencia, dejando a Hannibal y a la chica solos en la cocina.

Hannibal evaluó a la chica. Su respiración era débil, pero al menos la hemorragia parecía haberse controlado, por ahora. Sin embargo, su atención no estaba completamente en ella.

Su mirada se desvió hacia la puerta por donde Will había salido, al alfa que aún no se daba cuenta de lo que acababa de comenzar.

El alfa acababa de dejar huérfana a esa niña, Hannibal pudo ver en sus ojos la culpa que comenzaba a nacer en su interior.

Will se sentiría responsable de ella. Su empatía desbordada no le permitiría mirar hacia otro lado, no después de lo que acababa de suceder. Will no podía evitar cargar con el peso de lo que le había quitado: un padre. Ahora querría compensarlo, darle algo que pudiera llenar ese vacío.

No. Hannibal no podía permitirlo.

No tenía nada en contra de esa niña. En otras circunstancias, tal vez habría podido usarla y manipularla para que Will la viera como su hija y construyeran juntos una familia ficticia. Habría sido un modo de asegurarse un lugar en la vida del alfa.  Pero no era lo que él quería, ni lo que Will necesitaba.

Hannibal no deseaba una familia hecha de piezas prestadas. Él era un omega fértil y podía darle a Will algo mucho más íntimo.

Si Will iba a tener hijos, serían fruto de su unión: pequeños con la misma sonrisa, los mismos rizos oscuros y los mismos ojos azules que Will.

La idea de Will cuidando de un niño que no fuera suyo, hijo de otro omega, le provocó una ira fría que lo recorrió de arriba a abajo. Esa niña no tenía cabida en su visión del futuro.

Aflojó la presión sobre su cuello. La muchacha lo miró con ojos dilatados por el miedo, jadeando mientras intentaba presionar su herida abierta. Hannibal sujeto sus manos, impidiéndole cualquier intento de salvarse.

Apenas unos segundos fueron suficientes. Su sangre se extendio por el suelo de la cocina hasta que la vida se le escapó por completo.

Cuando Will regresó, Hannibal lo miró cabizbajo, con los ojos cristalizados

—Lo siento —susurró con voz quebrada

Sus ojos permanecieron fijos en el cuerpo inerte de la niña, mientras a lo lejos las sirenas de la ambulancia y las patrullas se acercaban

 

Los cuerpos fueron sacados en bolsas negras. Hannibal fue trasladado a la parte trasera de una ambulancia para asegurarse de que estuviera bien. Habían intentado hacer lo mismo con Will, pero este se negó rotundamente a que lo tocaran.

Se alejó, desapareciendo por unos minutos antes de regresar, acercándose a Hannibal con pasos vacilantes.

—Lo siento —dijo Hannibal, las palabras temblorosas, cuidadosamente ensayadas en su mente antes de pronunciarlas—. Creí detener la hemorragia, pero era demasiado tarde cuando lo hice y…

—No es tu culpa —lo interrumpió Will con voz ronca—. Yo debí disparar a Hobbs antes de que lograra lastimarla

El alfa bajó la cabeza, sus manos temblorosas aferrándose al borde de su camisa como un niño que no sabe dónde apoyarse.

Hannibal notó que sus ojos estaban cristalizados y tenía la nariz roja, como si hubiera estado llorando

Se veía tan apetitoso de ese modo: manchado de sangre que no era suya, quebrado y vulnerable. Hannibal sintió que podía devorarlo entero.

—Debí poder salvarla, soy doctor —susurró Hannibal, con la voz quebrada, como si estuviera al borde del llanto

Will se sentó junto a él, sus movimientos torpes y nerviosos. Se quitó los lentes manchados de sangre. Su cuerpo entero temblaba. Hannibal colocó una mano sobre la suya, intentando calmarlo. Sabía que era atrevido, pero no pudo resistirse. Para su deleite, Will no se apartó de su agarre.

—No pude salvar a nadie —murmuró Will, la voz quebrada

Hannibal lo obligó a girar la cabeza hacia él. Con la manga de su chaqueta, intento limpiar inútilmente la sangre de la cara de WIll

—Acabaste con el ciclo de muerte. Muchas chicas hubieran muerto si Hobbs continuaba vivo.

—Abigail…

—No creo que ella pudiera ser salvada. No conocemos aún todos los detalles, pero por lo que sabemos, existe la posibilidad de que estuviera implicada en los crímenes.

Los ojos de Will se humedecieron.

—¿Crees que merecía morir?

—No. Pero al menos no tendrá que soportar las acusaciones, el abandono, ni la posible cárcel que le esperaba

Will no respondió

—Te llevaré a casa. No estás en condiciones de conducir

El alfa abrió la boca para responder, pero fue interrumpido por un grito

—¡Will!!

La voz de Jack Crawford resonó con fuerza por todo el lugar mientras avanzaba hacia la ambulancia con paso furioso. Hannibal se levantó de inmediato, interponiéndose entre Jack y su alfa

—Jack, este no es un buen momento —dijo Hannibal

—Necesito saber qué pasó. ¡Esto es un desastre!

—Y estoy seguro de que puedes ocuparte de ello. Will no está en condiciones de presentar ningún informe. Lo acompañaré a casa y podrás hablar con él cuando se sienta mejor.

Por un instante, Jack pareció querer discutir. Sus labios se apretaron en una línea y una vena se marcó en su cuello de lo fuerte que apretaba la mandíbula. Era evidente que su instinto de alfa lo empujaba a desafiarlo y a reclamar su autoridad. Pero la mirada fría e inquebrantable de Hannibal lo detuvo. Era una declaración silenciosa de que, en ese terreno, él no cedería.

Jack desvió la vista, frustrado, y terminó por marcharse sin decir más.

Hannibal sonrió. Tomó a Will de la muñeca y lo ayudó a levantarse.

—Vamos, Will

Fue Hannibal quien condujo de regreso. En el camino, se detuvieron en una gasolinera para que Will pudiera limpiarse un poco. El alfa se lavó la sangre seca de su rostro y sus lentes. También se quitó la camisa manchada, quedando en camiseta, y la arrojó hecha un bulto a sus pies en el auto

Cuando llegaron a Wolf Trap, Hannibal habría querido acompañarlo dentro. Pero sabía que Will aún no confiaba lo suficiente en él para invitarlo a su espacio personal.

Murmurando apenas un “gracias”, Will salió del coche y se adentró en su hogar. Hannibal escuchó varios ladridos desde la pequeña casa.

Se preguntó si Will estaría dispuesto a mudarse con él cuando llegara el momento, o tal vez sería Hannibal quien se mudara a Wolf Trap. No quería perros, pero comprendía que para Will eran importantes, una extensión de sí mismo. Por eso, aceptaría vivir con ellos. Debía ganarse su confianza también. Si los perros lo aceptaban, entonces, inevitablemente, Will también lo haría.

Condujo de regreso a su casa, pensando que después devolvería el vehículo. Cuando llegó, notó que Will había olvidado su camisa en el piso del vehículo. La levantó con cuidado, como si sostuviera un objeto sagrado, y la acercó a su rostro para aspirar su aroma

Un gruñido frustrado escapó de su garganta al no percibir la esencia de alfa de Will. Aun así, se conformó con aspirar el sudor de Will, impregnado de miedo y ansiedad. Para Hannibal, ese aroma era un perfume más embriagador que cualquier fragancia

El olor lo llevó de vuelta a la casa de Hobbs: a Will con las manos temblorosas y ensangrentadas, con la mirada perdida tras haber matado por primera vez. Hannibal había previsto muchas posibilidades, pero el resultado había sido aún más hermoso de lo que habría podido anticipar.

La oscuridad de Will se mostraba tímida, apenas asomando entre las grietas de su moralidad y Hannibal deseaba empujarlo cada vez más hacia ese abismo.

El deseo lo golpeó con una fuerza inesperada. No pudo evitar ponerse duro en su ropa interior. Se mordió el interior de la mejilla mientras su lubricante natural comenzaba a salir de su entrada.

Cerró los ojos, hundiendo la nariz contra la tela. Se frotó a través de los pantalones, buscando fricción. Imaginó las manos de Will recorriendo su piel, su voz grave pronunciando su nombre, el peso de su cuerpo oprimiéndolo contra el suelo. La fantasía lo consumió.

Unos pocos movimientos frenéticos bastaron para hacerlo derramarse con violencia, empapando su ropa interior y pantalones en un instante. El exceso de lubricación se mezcló con su semen*, ahora todo estaba húmedo y pegajoso entre sus piernas.

Sintió algo parecido a la vergüenza.

No por el acto en sí, sino porque Will lo había llevado a ese punto sin siquiera proponérselo. Le irritaba reconocer que su cuerpo respondía al alfa de una forma tan inmediata, como nunca antes lo había hecho con nadie. Pero también estaba emocionado por experimentar por primera vez ese tipo de deseo. Era un descubrimiento tan molesto como embriagador. Quería más.

Ese día había sido traumático para Will. Había dejado que una joven, con la que apenas comenzaba a conectar, muriera en sus brazos.

Pero Hannibal ya sabía cómo sanar esa herida.

Cuando finalmente estuvieran juntos, el omega se aseguraría de darle a Will algo que pudiera sanar ese vacío que ahora sentía. Un hijo. Un hijo que traería consigo una nueva esperanza, un hijo que reemplazaría la imagen de la niña que había muerto en el suelo de la cocina.

Notes:

*Los omegas si pueden secretar semen, pero no hay espermatozoides. Aunque técnicamente ya no sea semen se va a llamar así por motivos prácticos

Proximo capitulo: voz de alfa. Actualización todos los sábados

Chapter 3: Voz de alfa

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Después del incidente con Garrett Jacob Hobbs, Jack Crawford asignó a Hannibal Lecter como psiquiatra de Will, lo cual no podía ser más perfecto. De esa manera, Will acudiría a él cuando estuviera en problemas, y poco a poco se formaría entre ellos un vínculo íntimo

Le concedió permiso a Will para volver al campo, y el alfa regresó a su oficina ese mismo día, un poco traumado. Había asistido a una escena del crimen que incluyó cadáveres cubiertos de hongos y a una de las víctimas agarrando a Will. 

Cuando la sesión con Hannibal comenzó, Will era incapaz de permanecer quieto. Caminaba de un extremo al otro de la oficina, como si buscara escapar de sus propios pensamientos

Hannibal lo observaba con una mezcla de interés clínico y ternura. Su caminata no era la de un alfa marcando territorio, sino la de un hombre nervioso, atrapado en propio laberinto mental, demasiado agitado para permanecer en un solo lugar.

Will subió la escalera que llevaba al segundo piso. Paseaba entre los estantes llenos de libros como un animal enjaulado. Hannibal lo siguió con la mirada desde abajo, resistiendo el impulso casi felino de subir tras él y atraparlo con la misma facilidad con la que un gato acorrala a un ave.

—¿Cómo te sientes respecto a la muerte de Hobbs? —preguntó Hannibal

—Supongo que… no lo sé —bufó Will, rascando su nuca

—¿Y la muerte de Abigail?

Un suspiro se escapó de los labios de Will, largo y cansado, como si esa sola pregunta lo derrumbara.

—Sé que no fui yo quien la mató —dijo, dejando que sus dedos recorrieran el lomo de los libros más cercanos—. Pero no puedo dejar de pensar en ella. Si estuviera viva, me habría sentido responsable. Habría querido hacerme cargo.

—¿Como si fueras su tutor? Ella hubiera necesitado una figura paterna

Will asintió en silencio. Hannibal lo observó con atención, como si pudiera leer cada pensamiento que no decía.

—¿Quieres formar una familia, Will?

Will miró a un punto de la habitación, como si esa idea le resultara demasiado lejana para atreverse a imaginarla, y al mismo tiempo, demasiado preciada para rechazarla.

—Creo que sería agradable. Yo sería un buen padre

Hannibal sonrió. Sabía, sin lugar a dudas, que Will sería un padre extraordinario.

—Formar una familia puede implicar dejar una parte de uno mismo en otros. Dime, ¿hay alguien con quien desees estar?

Hannibal lo observó, esperanzado. El alfa cerró los ojos un momento

—Ese es el problema —murmuró—. No soy bueno como pareja. Mis relaciones anteriores terminaron alejándose de mí. Decían que era inestable. 

El doctor maldijo en silencio a cada persona que se había atrevido a rechazar a Will. A quienes lo habían hecho sentir indigno de amor. Lo habían tenido todo en sus manos y lo habían desperdiciado. 

En cierto modo, era bueno que lo hubieran hecho, pensó. Porque ahora Will sería suyo. Pero incluso con ese pensamiento posesivo, no podía perdonar la transgresión de haberlo herido.

—No quiero hablar de eso —murmuró Will, desviando la mirada

—Háblame del caso, entonces. Mencionaste que encontraste el motivo del asesino. 

Will respiró hondo, recuperando algo de compostura.

—Está buscando una conexión. Todas las víctimas son alfas. Creo que nuestro asesino es un omega 

—¿Por qué piensas eso? —preguntó Hannibal, con sincero interés.

—No todos, claro —aclaró Will antes de continuar hablando—, pero hay algunos omegas que pierden la cabeza cuando no tienen un vínculo establecido. Anhelan ser amados, pero no hay nadie que los ame. Y eso los rompe por dentro. Creo que está es una forma de buscar una conexión con un alfa, ya que no pudo establecerla antes.

Con la reducción progresiva de alfas y omegas en la población, muchos omegas llegaban a la adultez sin haber encontrado pareja. Algunos lograban establecerse con betas o incluso con otros omegas, pero había quienes se aferraban obstinadamente a la idea de unirse con un alfa.

En la antigüedad, se creía que existía un componente biológico en los omegas que los empujaba a la locura si no estaban emparejados. Al enlazarse con un alfa, este vínculo les otorgaba cierta estabilidad emocional y fisiológica. Hubo registros de crímenes terribles cometidos por omegas que nunca lograron crear ese enlace, casos que alimentaron mitos y temores durante generaciones.

Pero la evidencia era ambigua. Muchos omegas morían solos en la vejez sin mostrar signos de locura, mientras que otros, incapaces de soportar la soledad, se quebraban de maneras brutales. No había pruebas concluyentes para afirmar que la biología los llevara a perderse a sí mismos. Solo quedaba la certeza de que el deseo de ser amado podía consumirlos hasta destruirlos.

—El tío Jack mencionó que eras bastante talentoso con criminales omega

Will resopló, fastidiado.

—Odio cuando menciona eso —suspiró—. En mis años como policía, estuve involucrado en muchos casos donde había un omega agresivo. Cuando otros querían dispararles para reducirlos, yo podía calmarlos. Hacer que bajaran sus armas.

—¿Usando tu voz de mando? —preguntó Hannibal, con una media sonrisa, dejando entrever cierta fascinación.

Su amado rodó los ojos

—Veo que Jack habla demasiado de mí —gruñó, algo molesto

—Me dijo lo esencial. Al parecer, considera tu voz como algo valioso para su equipo 

—Nunca someti a nadie —se apresuró a aclarar Will—. No los dominaba. Solo intentaba que confiaran en mí. Hablaba con ellos y los calmaba. Usaba la voz de mando solo cuando era necesario. 

—No dije que hicieras algo malo. Pero pareces un poco a la defensiva, queri… Will.

—Jack nunca me ha visto trabajar. Y piensa que ejerzo mi dominio sobre los demás, que los someto. Pero nunca me aprovecharía de nadie.

—Sé que no lo harías, Will.

Will bajó del entrepiso y se detuvo junto a la ventana cerca de las escaleras. Se quedó allí un momento, mirando la calle.

Hannibal se acercó en silencio. Se colocó a su lado y posó una mano sobre su hombro. El hombre se tensó bajo su agarre pero pronto se relajó. Hannibal sonrió apenas, sintiendo con placer cómo su presencia empezaba a ser aceptada

Cuando la sesión terminó y Will recogió su maleta, dispuesto a marcharse, Hannibal se adelantó un paso y lo detuvo

—Ya es muy tarde. Y me parece que no has comido, considerando todo lo que ocurrió hoy. Me gustaría invitarte a cenar a mi casa.

Will se colocó la mochila al hombro. Evitaba su mirada mientras jugaba con los dedos, claramente nervioso

—¿Cenar? —repitió—. No quisiera ser una molestia

—No lo ofrecería de otra forma

Will dudó, frunciendo el ceño.

—¿Es algo normal para usted invitar a sus pacientes a cenar?

—Por supuesto que no —declaró Hannibal con una pequeña sonrisa—. Pero no te veo como un paciente, Will. Te veo como un potencial amigo.

Will sonrió, tímidamente, y aceptó la invitación. Hannibal apenas pudo disimular su emoción. Se limitó a asentir, aunque por dentro, algo en él palpitaba con una expectación casi infantil.

Fueron cada quien en su vehículo, Hannibal tomó la delantera en la carretera, atento al espejo retrovisor por si Will decidía desviarse y escapar. Pero no lo hizo. 

Al llegar, su alfa se detuvo frente a la puerta de la elegante casa. Sus ojos recorrieron la entrada con una mezcla de incomodidad y vacilación, pero entró

Hannibal lo condujo al estudio y le ofreció una copa de vino. Will se sentó, algo rígido. Mientras, Hannibal se dirigió a la cocina 

Ya había comenzado los preparativos de la cena antes de ir a sus consultas, así que montar la comida fue sencillo: magret de pato glaseado con vino tinto, acompañado de puré de colinabo y peras caramelizadas.

Una vez que todo estuvo listo, llevó a Will al comedor y sirvió la cena. La mesa estaba perfectamente puesta con vajilla de porcelana, copas relucientes, velas y un centro de flores frescas. Will seguía visiblemente incómodo. 

—¿Hay algo que te tenga tan nervioso, Will?

El alfa bajó la vista al plato. Movió su tenedor entre los dedos antes de responder.

—No es nada —-dijo, aunque claramente mentia

Hannibal tomó un sorbo de vino, sin apartar la mirada de él.

—¿Estás nervioso por que soy un omega? No debes estar acostumbrado a socializar con uno 

—¿Qué? Claro que no. Doctor Lecter, su subgénero no es relevante para mí.

—Dime, entonces, ¿qué es lo que realmente te preocupa?

Hubo un silencio tenso entre ellos antes de que Will se animara a hablar

—Siento que desentono con este lugar —confesó al fin—. Supongo que usted está acostumbrado a otro tipo de invitados más extravagantes.

Tal vez no había sido la mejor idea llevar a Will a su casa tan pronto. Lo último que deseaba era que el alfa asociará su presencia con incomodidad. Él quería que Will se sintiera valorado y deseado.

—Tonterías, Will —dijo antes de agregar—: Aunque, si lo prefieres, la próxima vez podríamos ir a tu casa. Yo llevaré la cena.

Sabía que estaba siendo atrevido. Era demasiado pronto para insinuar una “próxima vez”. Pero esperó, ansioso, por la respuesta de Will.

—No podría hacer que condujera hasta Wolf Trap y que además prepare la cena, no sería justo.

—No me importaría en absoluto —respondió—. Además, me gustaría conocer a tus perros. Estoy seguro de que escuché varios cuando te llevé a tu casa.

Will bajó la vista de nuevo hacia su plato. No lo rechazó. Y para Hannibal, esa ausencia de negación, fue una victoria silenciosa que supo deliciosa.

Continuaron comiendo en silencio. Cuando la cena terminó, Will se excusó para ir al baño antes de marcharse

En cuanto lo perdió de vista, Hannibal se dirigió al perchero.  Tomó el abrigo de Will y lo olió. Apenas podía distinguir el aroma de alfa, tenue pero inconfundible. Cerró los ojos, inhalando como si en ese gesto pudiera robar algo de su esencia y guardarlo dentro de sí, atesorándolo en lo más profundo de sus pulmones.

Cuando estuvo satisfecho, buscó la llave de la casa de Will en uno de los bolsillos interiores del abrigo. Bañó uno de los lados con tinta y lo presionó sobre una hoja de papel para obtener la silueta exacta de la forma. Luego limpió la llave con un paño, asegurándose de no dejar rastro, y la devolvió al mismo lugar. Ahora tenía la forma de la llave de la casa de Will.

Cuando Will regresó, Hannibal lo ayudó a colocarse el abrigo, y en el proceso, sus manos se demoraron apenas un segundo más de lo necesario sobre sus hombros. Tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no rodearlo con los brazos. 

—Conduce con cuidado

El alfa agradeció la cena y se marchó. Hannibal cerró la puerta y se quedó mirando la oscuridad tras la ventana mucho tiempo después de que el auto desapareciera. 

Esa noche, en la soledad de su cama, su mente regresó a cada instante de la velada. La voz de Will, su timidez, el roce de sus dedos al recibir la copa, su mandíbula al masticar. Repasó cada detalle como un tesoro. 

Cuando su cuerpo ya no soportó más, se dejó llevar por el deseo, susurrando el nombre de Will entre gemidos. Imaginó ser tomado por él, rendido entre los brazos de su alfa. 

El orgasmo lo sacudió con violencia. Pero cuando el eco del placer se extinguió, supo la verdad: no era suficiente. Nunca lo sería.










Hannibal estaba junto a Jack y Will cuando finalmente localizaron al principal sospechoso del caso más reciente: Eldon Stammets. Un empleado de una farmacéutica que, según la investigación, había estado utilizando su acceso a sustancias controladas para drogar y secuestrar a sus víctimas. Hannibal insistió en acompañarlos, con la excusa de querer observar el comportamiento de Will en el campo. La verdad era otra. Quería ver a su alfa en acción.

El rastro los llevó hasta un supermercado donde Eldon trabajaba. Apenas se confirmó que el sospechoso estaba en el edificio, los oficiales se desplegaron para cerrar todas las salidas y evitar cualquier intento de escape.

Tras registrar cada pasillo, descubrieron que el sospechoso se había atrincherado en la bodega del lugar. Estaba dentro con su próxima víctima ya sedada entre los brazos.

Jack, Will y Hannibal fueron hacia esa zona. Policías armados rodearon la entrada de la bodega mientras los tres hombres se acercaban con cautela.

Eldon estaba en el fondo de la habitación, con una pistola en mano. La víctima estaba inconsciente detrás de él en el suelo. El asesino los amenazaba, gritando incoherencias mientras presionaba la pistola contra la cabeza de la mujer

Hannibal aspiró y de inmediato se arrepintió. Apestaba a omega asustado. Los omegas, cuando entraban en estado de pánico extremo, eran capaces de alterar su olor de forma inconsciente. Era un instinto ancestral para advertir del peligro, pedir auxilio, o repeler a quien amenazara su integridad. Aunque muchas veces no funcionaba, seguía siendo un acto automático

Varios policías estaban apostados a los lados, con las armas en alto y el dedo cerca del gatillo. Will también apuntaba. Pero tras observar la escena, bajó su arma y alzó ambas manos.

—Está bien. No vamos a hacerte daño. Solo necesito que bajes el arma —dijo Will 

—Si la bajo, me van a matar. 

—No, eso no va a pasar

Sin apartar la mirada del hombre, Will hizo una señal con la mano. Los agentes dudaron, pero uno a uno, los policías comenzaron a bajar un poco sus armas. No las soltaron del todo, pero dejaron claro que no iban a disparar, a menos que fuera absolutamente necesario.

—Está bien, tranquilo —dijo Will, dando un paso hacia adelante—. ¿Sabes? Sé por qué hiciste todo esto.

—¡Claro que no!

—Sí, lo sé —insistió Will—. Buscabas una conexión con un alfa ¿no es así? Cuando no pudiste encontrarla, empezaste a fabricarla por otros medios, con alfas y con hongos. Ya que ellos no podían conectarse contigo, los unías a través de los hongos  

Todos permanecieron en silencio. El alfa continuó hablando

—Debió ser doloroso estar solo todo este tiempo

Las manos del omega temblaron. Su rostro se contrajo en una mueca desesperada, una mezcla de rabia, impotencia y dolor.

—Lo intenté —confesó, sollozando—. Intenté encontrar pareja, pero… no soy el tipo de omega que nadie quiera. Ningún alfa quiere estar conmigo. No sé qué hice mal.

—Debe haber sido muy duro —murmuró Will—. La soledad puede romper a cualquiera. Pero no tienes que seguir lastimando a otros. Nadie más tiene que seguir sufriendo 

—Lo siento… Tengo que hacerlo. No tengo elección.

—Sí la tienes —insistió Will—. Baja el arma.

El hombre negó con la cabeza, lágrimas resbalando por sus mejillas

—No puedo moverme —susurró, paralizado dentro de su propio terror—. Ayúdame.

Will le dedicó una gentil sonrisa tranquilizadora. Extendió los brazos, invitándolo y alentándolo a ir con él 

Ven, dulce Omega 

Hannibal lo supo apenas lo escuchó hablar. Era la voz alfa de Will, profunda y resonante, una fuerza que entró por sus oídos y se enroscó en su cerebro como una serpiente hipnótica. 

Sintió las piernas flaquear. Fue un efecto extraño y desconocido. Su cuerpo, siempre bajo su control absoluto, lo traicionó. El impulso fue inmediato y visceral: quería correr hacia Will y hundirse en sus brazos

Solo el peso de décadas de represión y disciplina impidieron que se moviera. Pero la necesidad seguía ahí, palpitando bajo su piel

De reojo, Hannibal notó que un par de policías daban un paso al frente, como si respondieran inconscientemente a la invitación de Will, aunque él no los hubiera llamado. Ese era el poder de la voz de alfa.

Hannibal dio dos pasos en dirección del alfa. No fue del todo consciente de haberlo hecho. Solo el estruendo metálico del arma cayendo al suelo lo devolvió al presente.

El sospechoso omega se lanzó hacia Will y se aferró a él con desesperación. Se acurrucó contra su pecho como si ese lugar fuera suyo. 

Hannibal lo oyó ronronear. Un sonido de paz y de entrega absoluta. Como si Will le perteneciera.

El doctor ardió en celos y en rabia. Un fuego cruel le quemaba el pecho. Ese hombre no merecía ni un toque de Will. No merecía ser consolado. Mucho menos abrazarlo de esa manera, como si tuviera algún derecho sobre él. No merecía ser tratado de la manera en que Hannibal había soñado desde el primer día que conoció a Will.

Los policías se apresuraron a ir en ayuda de Will, tratando de sacar al sospechoso de sus brazos, pero el hombre se negaba a soltarlo. Estaba demasiado aferrado, demasiado intoxicado por la voz alfa de Will.

Hannibal apretó los dientes con tanta fuerza que un dolor punzante se extendió por sus sienes.

Lo que ocurrió después fue, para Hannibal, como verlo a través de una ventana empañada. Vio cómo arrestaban al sospechoso y se lo llevaban. Una voz lejana le habló y alguien lo condujo fuera del caos. Sus pies lo llevaron hasta un par de sillas de plástico, junto a una pared del supermercado. Se dejó caer pesadamente sobre una de ellas.

Su cabeza latía como si alguien golpeara desde dentro, un pulso sordo y constante que le recorría las sienes. Su cuerpo entero se sentía entumecido, como si no le perteneciera. La boca le sabía a arena. 

Algo dentro de él, una parte muy oculta y primitiva, quería llorar por esa imagen grabada a fuego en su mente: Will, con otro omega entre los brazos.

Se sentía expuesto y vulnerable. No se sentía como el mismo. Así no era su naturaleza, no era él, y sin embargo estaba atrapado en esa sensación asfixiante que lo recorría por completo. La frustración lo desgarraba: ¿cómo podía librarse de algo tan corrosivo? 

—¿Doctor Lecter, se encuentra bien? —preguntó un policía, acercándose.

No quería que lo vieran así. No podía permitirlo. Gruñó en respuesta, bajo y gutural, y se cubrió el rostro con ambas manos. Como un animal herido que se esconde en la penumbra.

—Yo me encargo —dijo una voz que conocía demasiado bien—. Por favor, retírese.

Will.

Hannibal sintió la presencia de Will frente a él. El alfa se colocó estratégicamente para bloquear la vista de los demás. 

Hannibal quiso sonreírle, demostrarle que estaba bien, pero su cuerpo se negaba a responder

—Estás muy pálido —murmuró Will, agachándose para quedar a su altura—. ¿Estás bien?

El omega bajó las manos, revelando un rostro demacrado, pero sereno en apariencia.

—Estoy bien

No lo estaba. 

No solo estaba afectado por ver a Will con otro omega aferrado a su pecho. Había algo más profundo, más corrosivo. La orden que Will había dado no había sido para él, y sin embargo, su sistema la recibió como si se dirigiera directamente a él. 

Rechazarla había sido una tortura. Su instinto luchaba contra la lógica, y lo castigaba por rechazar a su alfa destinado. Aunque, si la orden hubiera estado dirigida a él, la habría acatado de inmediato al ser una voz de mando.

Estaba atrapado en una contradicción tormentosa.

—Lo siento, fue mi culpa —dijo Will, verdaderamente apenado—. No debí usar la voz, parece que también te afectó 

—No te preocupes, Will. En un momento pasará.

Esperaba que fuera cierto. Pero no lo sabía.

Sospechaba que su malestar no solo provenía de la orden. Lo estaba resintiendo más porque era Will. Porque su cuerpo lo reconocía como su alfa. Resistirse a esa voz, ignorarla aunque no hubiera sido para él, se sentía como un acto de traición.

Will se puso de pie y le ofreció una botella de agua. Hannibal la aceptó con manos temblorosas. Pero apenas el líquido tocó su lengua, sintió que iba a vomitar. Cerró los ojos, respirando hondo.

No debía sentirse así. Él no era un omega que se dejara arrastrar por sus impulsos. Siempre había tenido el control de su cuerpo. 

—Creo… creo que puedo ayudarte —dijo Will de pronto—. Discúlpame

Antes de que pudiera preguntar a qué se refería, Will dio un paso adelante y lo abrazó. Una de sus manos se posó firme y cálida en la nuca del doctor, inclinándolo hacia sí. Al estar sentado, el rostro de Hannibal quedó apoyado contra el abdomen de Will

La acción fue inesperada, atrevida e íntima.

El alivio fue inmediato. Todo su cuerpo, que un momento antes parecía al borde del colapso, se rindió de golpe al contacto. Sus músculos dejaron de temblar y la presión en su pecho se disipó. 

Era una sensación magnífica, como si un río de calor líquido corriera por sus venas. Como hundirse en agua tibia tras una larga batalla. Como respirar por primera vez tras estar demasiado tiempo bajo el agua

Hundió el rostro contra el torso de Will y cerró los ojos, permitiéndose el lujo de entregarse a esa sensación.

Will comenzó a acariciar su espalda. Cada movimiento enviaba pequeñas oleadas de placer que se esparcían por la columna de Hannibal. No de manera sexual, era algo más profundo e íntimo. Hannibal sintió que un ronroneo amenazaba con escapar de su pecho. 

—Todo está bien —susurró Will, con esa voz grave que atravesaba las defensas de Hannibal como una orden y una promesa a la vez—. Todo está bien.

Lágrimas de alivio asomaron a sus ojos, se sentía muy bien ser abrazado por su alfa. Ser sostenido por su alfa le brindó una sensación de tranquilidad que no había experimentado desde que era niño.

Nadie lo había abrazado de esa manera desde Mischa. 

El recuerdo de su hermana, mezclado con el calor del cuerpo de Will, lo desgarró y lo reconstruyó al mismo tiempo. 

Era como volver a ese sendero de nieve, con el frío helándole los huesos, herido y asustado después de haberlo perdido todo. Como si ese niño perdido hubiera encontrado, al fin, el camino de regreso a casa.

—¿Estás mejor? —preguntó Will con suavidad.

Hannibal salió de su trance. 

Una parte de él habría dado cualquier cosa por permanecer en los brazos de su alfa. Pero no podía permitirse ser visto por Will como un omega débil y necesitado. 

Hannibal Lecter no era como los demás omegas, jamás lo había sido. Y, sin embargo, con Will todo era distinto. Solo con él podía ocurrirle algo así, un despojo absoluto de su control.

Se sentía maravillado por lo bien que se había sentido, y al mismo tiempo horrorizado de su propio comportamiento.

Con un esfuerzo deliberado, se apartó. Will lo soltó sin protestar, la pérdida del contacto fue como arrancarle algo vital del pecho. La calidez de Will lo abandonó de inmediato, aunque al menos había recuperado el control sobre su cuerpo. Se aclaró la garganta, recomponiendo su postura con la elegancia que lo caracterizaba.

—Sí, gracias, Will.

El alfa le regaló una sonrisa tierna que derritió a Hannibal por dentro

—¿Quieres que te lleve a tu casa? —ofreció Will.

Hannibal negó con la cabeza

Aunque anhelaba permanecer cerca de su alfa, había en él una parte forjada por los años que se negaba a aceptar ser tratado como alguien que necesitaba ayuda. Él no era frágil y nunca lo sería. 

—No es necesario —dijo con voz cortante, antes de suavizar su tono—. Tengo algo que discutir con Jack. Tú deberías ir a descansar, Will. Debes de estar emocionalmente exhausto.

Will dudó un instante, evaluando si debía insistir, pero finalmente asintió y se retiró. Hannibal, apenas se aseguró de que el alfa no lo miraba, abandonó el lugar con prisa, necesitando escapar de la humillación de haber mostrado tanto de sí.

Esa noche, el Destripador de Chesapeake reclamó tres nuevas vidas: un omega y un alfa. Su muerte fue tan brutal que los dejó irreconocibles.

Notes:

Proximo capítulo: Hannibal tiene un sueño. Y visita en la casa de Will

Chapter 4: Olor enfermizo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Will lo tomó de la cadera, pegando su ingle al trasero de Hannibal. El omega soltó un gemido involuntario al sentir el bulto prominente de Will presionando contra sus glúteos, un sonido que delataba la excitación que intentaba contener.

Antes de darse cuenta, estaba desnudo. Hannibal se descubrió así mismo bajo el cuerpo de Will, expuesto a su mirada hambrienta. Los ojos del alfa lo recorrían con una lujuria descarada, como si quisiera grabar cada centímetro de su piel en la memoria antes de reclamarlo por completo.

—Que buen omega —susurro Will con voz ronca, haciendo que Hannibal gimiera—. Eres perfecto

Sin previo aviso, Will lo penetró de una sola estocada. El cuerpo de Hannibal se arqueó con un gemido desgarrador, su entrada aceptó a Will sin protestar. 

El placer lo golpeó de lleno. Su pene y su agujero trasero expulsaban fluidos sin control. Todo era demasiado húmedo, lleno del lubricante natural de Hannibal

Will no mostró compasión; lo tomó con un ritmo frenético y salvaje, embistiéndolo una y otra vez como un animal. Hannibal lo recibía entre gemidos y gritos ahogados, arañando la espalda de Will con tanta fuerza que sus uñas desgarraron la piel y dejaron rastros de sangre. Entre mordidas desesperadas y gemidos cada vez más rotos, el omega se perdía así mismo

Eso era lo que necesitaba. Su cuerpo se sentía bien y relajado. Nunca había experimentado el deseo visceral de ser penetrado ni reclamado. Y allí estaba, arqueándose contra Will, rogando en silencio que llegara aún más profundo, que lo devorara hasta borrar cualquier límite que pudiera existir entre los dos

 

 

Hannibal despertó con una erección dolorosa, atrapada bajo la tela húmeda de su ropa interior. Su lubricante natural había empapado por completo el pantalón del pijama, dejándolo pegajoso y desagradablemente consciente de la necesidad que lo consumía.

Nunca había tenido un sueño húmedo, mucho menos había fantaseado con ser tomado por alguien. Will Graham era el único que tenía ese efecto en él.

Se despojó de los pantalones y la ropa interior, dejándolos caer al suelo antes de recostarse en la cama. Con la respiración agitada, bajó una mano hacia su trasero, introduciendo un par de dedos en su interior con sorprendente facilidad gracias a los fluidos que lo habían dejado húmedo y resbaladizo. 

Encontró su próstata sin dificultad, y aunque la presión sobre ese punto le arrancó un estremecimiento de placer, la sensación se desvaneció rápidamente, reemplazada por un vacío insoportable. Era como un eco hueco de lo que debería ser, un destello fugaz que lo dejaba más frustrado que saciado.

Sabía bien que muchos omegas recurrían a la autosatisfacción: jugaban consigo mismos, compraban juguetes que imitaban la experiencia de estar con un alfa, o se consolaban con sus propios dedos hasta hallar alivio. Para la mayoría bastaba con eso, al menos por un tiempo.

Pero Hannibal nunca lo había necesitado. Para él, el placer siempre había sido un arma, un medio de control, nunca una debilidad ni una urgencia. Ni siquiera había padecido un celo desde su presentación cuando era niño. Ahora parecía un adolescente en celo

Retiró los dedos de su trasero y fue a bañarse. Tomó una larga ducha, intentando dejar que el agua arrastrara consigo los restos del sueño que lo había atormentado, junto con la evidencia pegajosa de un deseo que no podía satisfacer.

Por la mañana se despertó cansado, pero no permitió que eso afectara su rutina. Se obligó a levantarse y continuar como si nada, aunque el recuerdo persistente del sueño húmedo que había tenido lo acompañó durante todo el día, manteniéndolo en un estado de excitación latente. Se preguntó si la causa de aquel desajuste hormonal se debía a la última cacería, donde devoró a un omega embarazado.

Esa noche, tuvo una cena con Alana. No era que la mujer le interesara; de hecho, no sentía deseo alguno de entablar con ella una amistad. Sin embargo, necesitaba comprender qué pensaba sobre Will. Había notado las conversaciones entre ellos y, aunque resultaban superficiales a simple vista, ambos parecían encontrar atractivo al otro. No podía dejar que una relación comenzará entre ellos dos. 

Se preguntó qué había visto Will en ella. Era una mujer bonita pero Alana era una beta y, por naturaleza, los betas jamás podrían dejar una marca de apareamiento; algo que en cambio sí era posible entre un alfa y un omega, o incluso entre dos alfas o dos omegas. Aunque un alfa o un omega podían marcar a un beta, nunca recibirían una marca a cambio. En su mundo, ese vínculo unilateral resultaba insuficiente para algunos.

La cena transcurrió con tranquilidad. Entre copas de vino y frases educadas, la conversación terminó girando hacia el mismo centro de gravedad que parecía arrastrar todos sus pensamientos: Will. Alana habló de su inestabilidad, de cómo parecía luchar con el peso de los casos

—Tal vez debería intentar ser su amiga, ¿sabes? —comentó Alana con un dejo de preocupación genuina—. Es un hombre solitario. Debe necesitar alguien con quien hablar, alguien que lo escuche.

El peligro de que Alana se acercara demasiado a Will creció. Ocultó esa inseguridad tras un sorbo pausado de vino, dejando que el silencio se alargara apenas un segundo más de lo necesario.

—Puede que eso no sea la mejor opción

Alana frunció el ceño, inclinándose hacia él con curiosidad.

—¿A qué te refieres?

Hannibal desvió la mirada, como si lo que estaba a punto de confesar le resultara incómodo

—Will me ha expresado que se siente incómodo a tu lado. Sabe que mantienes un interés profesional en él… y no desea ser visto como un conejillo de indias.

Las mejillas de Alana se tornaron rojas de vergüenza

—No sabia que era tan notorio

—Will tiene una empatía extraordinaria

La mujer se enfocó en su comida, moviendo las verduras en su plato con el tenedor en un gesto nervioso

—Realmente quiero ayudarlo —murmuró—. Me preocupa.

—Creo que lo mejor es mantener cierta distancia con él. Podrías lastimarlo sin querer, y lo último que necesita ahora es sentirse observado.

Alana asintió con un dejo de desilusión en la mirada

—Tú eres su psiquiatra… —dijo, buscando un hilo de esperanza—. ¿Lo cuidarás en mi lugar? ¿Te asegurarás de que esté bien?

—Lo haré —respondió Hannibal, dejando que una sonrisa serena se dibujara en sus labios, una promesa y sentencia al mismo tiempo.

La cena terminó sin mayores contratiempos. Hannibal la acompañó hasta la puerta y, fiel a sus modales impecables, le ayudó a colocarse el abrigo con un gesto caballeroso. Ella se giró hacia él, acortando la distancia hasta invadir su espacio personal.

—¿Crees que pueda venir a cenar otra vez? —preguntó con una voz sugerente

—Por supuesto —contestó él, manteniendo la cortesía—. Es un gusto tener a mis amistades en la mesa.

El uso deliberado del término amistad pareció desanimar a Alana de inmediato. Sus labios se entreabrieron, pero no añadió nada más. Se despidió en silencio y se marchó

Hannibal cerró la puerta tras ella, satisfecho. Con suerte, eso bastaría para disuadirla de insistir en cualquier otro tipo de relación. Él no tenía el menor interés en Alana; su tiempo y su atención debían estar reservados para Will. No había espacio para distracciones cuando se trataba de alguien que, poco a poco, se había convertido en su verdadera obsesión.

 

 

Después de lo sucedido en el supermercado, Hannibal había procurado esquivar el tema con Will en cada encuentro. El alfa había intentado abordarlo en sus sesiones, pero Hannibal siempre lograba desviar la conversación. La única vez que respondió con franqueza fue cuando Will, con una inesperada dulzura, le preguntó si estaba bien. Ese gesto lo sorprendió: Will, que parecía tan indiferente al resto del mundo, había mostrado una preocupación genuina por él. Y aunque aquella atención le resultó agradable, prefirió mantener el incidente apartado, 

Esa noche, cuando la cita de las 7:30 con Will llegó a su fin, Hannibal le entregó una lonchera preparada. Dentro había una porción de lasaña, pan recién horneado esa misma tarde, un pequeño paquete con galletas para sus perros y una generosa rebanada de pastel de chocolate, horneado especialmente para él.

—Si calientas la comida en el horno o en el microondas, tendrás una cena más que decente

—Gracias… no tenías que molestarte —dijo Will al tomar la lonchera.

Un leve sonrojo tiñó sus mejillas al recibir la comida. Hannibal supo que cancelar dos de sus citas para cocinarle había sido la decisión correcta. Ese rubor valía cada minuto invertido.

Cuando Will se marchó, Hannibal aguardó pacientemente a que subiera a su auto y se perdiera de vista en la carretera. Entonces, se dirigió hacia su próxima víctima.

Se trataba de un omega que llevaba en su lista desde hacía seis meses. Su error fue ser presumido y molesto. Aunque esa ofensa bastaba para sellar su destino, existía otra motivación más íntima: entre menos omegas hubiera en el mundo, menos posibilidades existirían de que Will se cruzara con uno y se enamorara.

Le arrancó el corazón y luego bañó su cuerpo en cera. Lo dejó en una plaza pública, desnudo y de rodillas, con las manos aferradas al hueco abierto en su pecho. Un altar macabro, tan cruel como hermoso.

Al día siguiente, mientras Will investigaba el caso junto al FBI, le preguntó a Hannibal si podía pasar por su casa a alimentar a los perros, ya que su vecino (quien solía encargarse) había tenido una emergencia. Hannibal aceptó de inmediato.

Fue a la casa con salchichas para los perros y en cuanto cruzó el umbral, su cerebro pareció hacer cortocircuito. 

Su corazón comenzó a latir con una fuerza desbocada, y un calor súbito lo atravesó. Sintió su lubricante natural descender entre sus piernas, manchando su ropa interior.

El aroma alfa de Will lo invadió de golpe. Era perfecto, más intenso de lo que jamás había olido desde que lo conoció. Un perfume delicioso e irresistible, que lo obligó a relamerse los labios

Will no debía tomar inhibidores estando en casa, así que su olor estaba en todas partes.

Se permitió saborear el aire saturado de Will, como si bebiera de él. Cada inhalación lo embriagaba, llenándole los pulmones de una esencia que parecía invadir hasta la médula de sus huesos.

Después, comenzó a inspeccionar el hogar de Will, sintiéndose más cerca de él con cada cosa que veía.

Se detuvo frente a la mesa de trabajo, donde descansaba un señuelo de pesca inacabado. Tomó un pedazo de hilo y completó lo que Will había dejado a medias. Se sintió bien al crear algo los dos juntos

Fue a su habitación. Abrió los cajones, deslizando los dedos sobre su ropa, luego se dejó caer en la cama. El olor de su alfa era más concentrado y denso en ese lugar.

Hannibal se retorció contra las sábanas, ahogado por el deseo, y enterró el rostro en la almohada, aspirando con desesperación, dejando que el aroma lo embriagara. Más líquido brotó de su interior

Olía exquisito y perfecto.

Por un instante, la tentación fue insoportable. Quiso masturbarse en esa cama, dejar que la esencia de Will lo envolviera y fingir que era él, su alfa, quien lo tocaba. Pero Will se daría cuenta al percibir el olor del omega. Hannibal no soportaba la idea de que lo percibiera como un pervertido incapaz de contenerse, menos aún frente a los perros

Con un esfuerzo casi doloroso, se incorporó y fue a alimentar a los perros. Después, de mala gana, abandonó la casa de Will, llevando consigo el recuerdo ardiente del aroma de su alfa y el vacío amargo de la contención. 

Al día siguiente, durante su sesión, Will confesó sentirse inestable. Habló de un episodio de sonambulismo que tuvo esa noche. Por un instante, Hannibal estuvo a punto de ofrecerle dormir juntos, bajo la excusa de poder cuidarlo y asegurarse de que no se hiciera daño, pero se contuvo de hacer esa propuesta atrevida.

Asoció el incidente al estrés acumulado por los casos recientes, y Will aceptó esa explicación, un poco nervioso e inseguro

Mientras relataba los detalles del caso más reciente, Hannibal lo observó con detenimiento. Había algo en Will bastante fuera de lugar. No era solo el cansancio reflejado en las ojeras o la rigidez en su postura: había algo que despertaba en Hannibal un mal presentimiento

En un momento de la conversación, Will se levantó y le dio la espalda, se acercó a una estatua de ciervo que decoraba la consulta. Para Hannibal, eso se convirtió en una oportunidad

Se aproximó en silencio y se puso detrás de Will. Lo vio de arriba a abajo antes de inclinarse lo suficiente para captar su fragancia. 

Lo que percibió, sin embargo, no fue lo que esperaba. Un aroma distinto, débil, con un matiz dulzón y enfermizo se filtró en su olfato.

—¿Me acabas de oler? —preguntó Will, extrañado

Hannibal apartó la mirada con un gesto inusualmente tímido, atrapado en el acto.

—Difícil de evitar. Debo recomendarte otra loción para después del afeitado.

Cambió el rumbo de la conversación con naturalidad, aunque por dentro analizaba lo que había percibido.  

Era probable que Will estuviera enfermo. El olor provenía de su cabeza, así que la enfermedad venía de su cerebro. 

Encefalitis. Reconocía ese olor: lo había percibido antes, durante su estancia en la sala de emergencias.

No podía permitir que su alfa muriera 

Una parte de él consideró que, si lograba ayudarlo a identificar su enfermedad a tiempo, Will estaría agradecido y confiaría en él. Pero otra parte, más posesiva y peligrosa, se preguntaba si no sería mejor dejar que la enfermedad avanzara un poco, lo suficiente para obligarlo a depender de sus cuidados.

El riesgo, sin embargo, era demasiado alto. Si la enfermedad progresaba más de lo debido, Will podía quedar dañado de manera irreversible, y eso no era aceptable. El futuro padre de sus hijos no podía ser reducido a un cuerpo roto. Hannibal no estaba dispuesto a sacrificar la perfección que veía en él.

Mientras se debatía internamente sobre cuál sería el momento adecuado para decirle a Will sobre su situación, la sesión llegó a su fin.

Una vez Will se marchó, Hannibal miró su agenda y suspiró. Había estado tan absorto en Will que había olvidado cancelar una cita personal que tenía esa noche: un encuentro con un alfa con quien, en ocasiones, solía acostarse. 

Siempre ocupando el rol dominante, Hannibal había permitido esa relación esporádica más como un experimento que por placer genuino. El hombre estaba convencido de que Hannibal también era un alfa. El doctor solo le había concedido su atención para jugar con él, para comprobar hasta qué punto podía controlarlo.

Se reunieron en un restaurante que pretendía ser elegante, pero cuya decoración y servicio resultaban, a ojos de Hannibal, una ofensa al buen gusto. El hombre, iluso, había querido sorprenderlo, pero lo único que logró fue exponer su mediocridad.

Su pretendiente lucía emocionado por el encuentro, casi radiante de expectativas. Hannibal, sin embargo, no tenía intención de prolongar aquella farsa. Decidió hablar antes de que la velada avanzara más de lo necesario.

—Nuestro acuerdo de tener relaciones sexuales termina aquí —anunció

El hombre quedó perplejo. Permaneció varios minutos en silencio, intentando asimilar lo dicho. Su aroma, una mezcla empalagosa de granada y durazno, comenzó a resultar insoportable a Hannibal, quien anhelaba el aroma de Will.

—Pensé que las cosas estaban funcionando. Después de meses… por fin me diste una oportunidad —dijo el hombre

—Acordamos que podíamos terminar nuestro acuerdo en cualquier momento —respondió Hannibal con calma

—¿Cómo se supone que vuelva a mi vida normal después de haber experimentado tu olor? —dijo desesperado

—No quiero sonar grosero, pero ese no es mi problema.

El hombre abrió la boca para replicar, pero ambos habían estado de acuerdo de terminar la relación sin objeciones en cualquier momento.

—¿Puedo al menos saber la razón de este repentino rechazo?

Hannibal lo miró con una serenidad perturbadora y, sin vacilar, declaró:

—Estoy enamorado.

El hombre suspiró, derrotado

—Entiendo. Es un omega afortunado

—Es un alfa —rectificó Hannibal sin querer—. Y el afortunado soy yo, por tener la dicha de cruzarme en su camino.

Sin añadir nada más, dejó atrás al hombre, decaído y hundido en su tristeza, y salió del restaurante. La noche lo recibió con un aire frío y limpio, como si lavara cualquier rastro de esa cita insípida.

Ya era tarde, casi medianoche, pero Hannibal no podía resistirse. Condujo hasta Wolf Trap, atraído por un impulso que rozaba lo irracional. Desde el coche, observó la casita de Will a la distancia. Las luces seguían encendidas pese a la hora. 

No tardó en acercarse, guiado por la necesidad de verlo. A través de las ventanas, descubrió que Will se había quedado dormido en su escritorio, con una botella de whisky a medio vaciar junto a él. 

Antes de entrar, tomó un inhibidor para asegurarse de no dejar rastro de su olor. Con la llave que había fabricado días atrás, abrió la puerta. Los perros se incorporaron de inmediato, atentos a la intrusión, pero al reconocerlo soltaron un leve gruñido y volvieron a dormir

La habitación estaba impregnada por el fuerte olor a alcohol, denso y penetrante. Will debía haber bebido lo suficiente para caer en un sueño profundo. Aun así, Hannibal se movió con cuidado a su alrededor y lo levantó entre sus brazos. Will permaneció inerte, abandonado a la inconsciencia, mientras era conducido hasta la cama.

Lo acomodó entre las sábanas y lo arropó. Por un largo instante permaneció allí, observando el ascenso y descenso pausado de su pecho

Solo cuando estuvo satisfecho de esa visión, cuando la imagen de Will se grabó en su palacio mental, se retiró. Abandonó la casa tan rápido como había llegado

Notes:

Próximo capítulo: una cena y Will se queda en casa de Hannibal

Chapter 5: Cena

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

La ópera siempre había sido uno de los mayores placeres de Hannibal. Nunca dejaba pasar la oportunidad de asistir. Esa noche, como de costumbre, ocupó su lugar en la sala y permitió que la música lo envolviera, estremeciéndose con cada nota, con cada vibración que parecía atravesar su piel y hundirse en su alma. Cuando la función terminó, se puso de pie para aplaudir con fervor. Sus ojos brillaban, cristalizados por la conmoción que le había provocado la sublime voz desla mujer

Hubiera deseado que Will estuviera a su lado. No solo esa noche, sino todas. Hannibal quería introducirlo en la belleza solemne de la ópera. Sabía que el alfa jamás había asistido a una, y la sola idea de mostrarle ese universo de pasiones y tragedias en escena lo conmovía. 

Últimamente, sin importar dónde se encontrara o qué hiciera, sus pensamientos terminaban inevitablemente desviándose hacia Will.

Después de la función, Hannibal se encontró con uno de sus pacientes: Franklyn, un beta ansioso que se presentó acompañado por un hombre al que presentó como Tobias. Bastó una mirada para que Hannibal comprendiera que Tobias era un alfa. 

El modo en que Tobias lo recorrió con los ojos, de arriba abajo, y la manera en que intentó acercarse le indicaron a Hannibal que Tobias había percibido que era un omega. Sin embargo, Tobias no comentó nada

Había en ese hombre algo inquietantemente familiar, una semejanza oscura con su propia naturaleza. Un eco, una sombra. Parecido, pero nunca igual. Aunque Tobias parecía interesado, Hannibal no sentía el menor interes hacia él. No era Will. Y todo aquello que no era Will se volvía, de inmediato, irrelevante.

Esa misma noche, Hannibal salió de caza. Escogió a un doctor arrogante y prejuicioso, cuya insolencia lo había condenado a ser parte de su mesa. Tomó su corazón y su hígado. 

Esa muerte fue solo el inicio, pues pronto otras dos personas se sumaron a su lista de víctimas. De cada una extrajo algunos órganos que más tarde se transformaron en auténticas delicias culinarias.

Hacía tiempo que no organizaba una cena. En el pasado, solía reunir a ciertos conocidos y ofrecerles un banquete cuidadosamente preparado, sirviendo los restos de sus víctimas. 

Iba a organizar un nuevo banquete. Pero ahora, la cena tenía un propósito distinto. No era para un grupo de invitados ni para lucir su maestría culinaria. Esta vez, cada plato estaba pensado para una sola persona: Will. 

Hannibal deseaba tenerlo como invitado de honor y asegurarse de que todos comprendieran que ese alfa era suyo

Cuando por fin llegó el día, Will se presentó en su casa tras resolver otro caso. Traía consigo una botella de vino, que entregó a Hannibal con un gesto casi tímido, como quien cumple con un ritual de cortesía. Acto seguido, se apresuró a disculparse.

—No puedo quedarme —dijo, con ese tono nervioso que siempre despertaba en Hannibal un deseo de acercarse más a él—. Tengo una cita con el Destripador de Chesapeake.

Una parte de Hannibal disfrutó de la ironía de esas palabras, aunque otra ardía con disgusto ante la negativa de Will. 

Antes de que su amado tuviera la oportunidad de escapar, Hannibal comentó:

—Realmente me gustaría que te quedaras a cenar. Enfocarte demasiado en el trabajo solo logrará agotarte, y mereces una noche libre.

Will bajó la mirada, vacilante.

—No es solo eso… —murmuró, con evidente incomodidad

—Como tu amigo, estoy genuinamente preocupado por ti, Will. Quédate esta noche. Después, podremos hablar en mi estudio, a solas. Quizá pueda ayudarte con un par de ideas sobre el Destripador o sobre cualquier otro caso que te esté consumiendo.

Will desvió la mirada hacia el pasillo, de donde provenían las voces de los invitados

—No estoy bien vestido —murmuró al fin, disgustado.

Hannibal salió de detrás de la barra de la cocina y se acercó

—Lo único que importa es tu presencia, Will, no cómo estás vestido.

—Pero… —intentó replicar Will, inseguro.

Hannibal lo interrumpió, posando una mano firme sobre su hombro

—Te lo pido como tu amigo. Quédate 

La palabra “amigo” pareció golpear a Will con un peso inesperado. Lo miró, sorprendido; sus ojos azules brillaban con un destello ambiguo bajo la luz cálida de la cocina. Bajó la cabeza y dejó escapar un suspiro resignado.

Hannibal sonrió, complacido, y lo guió hasta la mesa. Lo sentó a la derecha de la cabecera, un lugar reservado para la pareja del anfitrión.

Al verlo ocupar ese lugar en la mesa, los invitados intercambiaron miradas en silencio.  Todos comprendieron el mensaje implícito: Will era suyo. Solo Will pareció ajeno a la designación

El alfa, rodeado por tantas miradas y murmullos contenidos, se veía incómodo. Hannibal, sin embargo, no podía evitar sentirse dichoso por su sola presencia

Hannibal se aseguró de pedir discretamente a los invitados que evitaran abrumarlo con preguntas. Podían conversar con él, pero sin presionarlo. Para su alivio, las personas respetaron su petición. Saludaron a Will con amabilidad y lo observaron con curiosidad contenida, pero ninguno intentó forzarlo a entablar una charla.

Will pareció aliviado al notar que nadie intentaba forzarlo a entablar conversación.

Cuando comenzó el festín, muchos invitados felicitaron a Hannibal por la exquisita cena, mientras otros intentaban iniciar conversaciones triviales. Hannibal respondió con la cortesía que se esperaba de él, pero en realidad estaba mucho más entretenido observando a Will.

Se aseguraba constantemente de que se sintiera cómodo, dedicándole más atención a él que a cualquiera de los presentes.

Will, por su parte, permaneció en silencio casi todo el tiempo que no hablaba con Hannibal. Comía despacio, evitando el contacto visual con los demás, y solo murmuraba unas pocas palabras cuando era inevitable. 

En otras ocasiones, Hannibal solía ofrecer bebidas a sus invitados después de la cena, o los conducía a su estudio para conversar sobre algún tema en particular. Pero esa noche despidió a todos apenas terminó el banquete, ansioso por tener a Will para sí mismo. La limpieza quedaría a cargo de los empleados contratados.

Guió a Will hasta su estudio. Le sirvió un trago de whisky, como su amado solicitó, mientras él llenaba su copa con vino tinto.

Will se paseó por la habitación, recorriendo con la mirada los lomos de los libros antes de tomar asiento. Hannibal ocupó el sillón frente a él, tan cerca que sus rodillas llegaron a rozarse 

—Jack quiere que haga una conferencia sobre alfas y omegas asesinos —dijo Will de pronto—. Quiere que hable de quién es más probable que cometa un asesinato.

Hannibal lo observó por encima del borde de su copa

—Eso te molesta 

Will bebió un sorbo de whisky antes de asentir.

—No creo que nuestro segundo género determine si somos o no más propensos a matar.

—Los omegas pueden enloquecer si no están emparejados a una edad avanzada

—Los alfas también pueden sufrir esa condición —replicó Will—. Aunque ellos mueren lentamente. Al final, es el omega quien elige al alfa. El alfa corteja y demuestra su valía. Pero es el omega quien toma la decisión final de aceptarlo.

Hannibal lo miro con interes.

—Si es así, ¿por qué crees que algunos omegas enloquecen?

—Incluso si es su decisión al final, no pueden forzar a un alfa a estar con ellos. Lo mismo ocurre a la inversa. La mordida de apareamiento no tiene efecto a menos que ambos estén de acuerdo.

—Así se evitan los vínculos no deseados. Estar atado a alguien que no quieres debe ser muy inconveniente

Si no existiera ese impedimento, Hannibal habría hundido los dientes en la piel de Will desde el mismo día en que se conocieron, reclamándolo sin dudarlo.

La conversación se prolongó unos minutos más, pero el cansancio pronto comenzó a pesar sobre Will. Sus respuestas se hicieron más breves y su voz arrastrada. Sus párpados temblaban en un esfuerzo inútil por mantenerse abiertos hasta que, finalmente, se cerraron por completo. Su cabeza cayó hacia adelante y su respiración adoptó un ritmo pausado y estable: se había quedado dormido.

El vaso de whisky, aún a medio terminar, estuvo a punto de resbalar de sus manos. Hannibal lo tomó y lo dejó junto al suyo en un lugar seguro antes de acercarse a él.

Con la delicadeza de quien toca algo sagrado, posó una mano sobre la cabeza de Will. El hombre no reaccionó; solo un leve suspiro escapó de sus labios. Hannibal deslizó sus dedos entre sus deliciosos rizos oscuros, disfrutando de la textura suave, rebelde y perfecta. Los acarició con deleite, maravillado por lo íntimo del gesto

Se acomodó de cuclillas frente a él, observando el rostro relajado de su amado. Posó una de sus manos sobre su mejilla sin afeitar, y Will se movió apenas, balbuceando algo incomprensible antes de rendirse otra vez al sueño. Hannibal recorrió la línea de su mandíbula con la yema de los dedos, memorizando cada ángulo y textura.

Sus dedos descendieron hasta los labios entreabiertos, su pulgar encontró calor y humedad en medio de ellos. Lo dejó reposar allí, manchándose con la saliva de Will

Al retirar la mano, llevó su pulgar a su propia boca. Saboreó la saliva de Will y del beso indirecto que acababan de tener

Observó a Will una vez más, prisionero de la fascinación que lo consumía. Era hermoso: la mandíbula marcada, la barba incipiente, la nariz perfectamente definida y sus preciosos labios, que parecían invitar a ser besados.

Un cosquilleo ardió en su interior; su cuerpo reaccionó de inmediato. Su pene se apretó contra la tela de sus pantalones. Sintió también cómo su agujero trasero se contraía con anticipación, recordándole lo difícil que era contenerse en presencia de Will.

Sin poder contenerse, se incorporó y se inclinó hacia él. El aroma de whisky, mezclado con esa esencia inconfundible que pertenecía solo a Will, lo envolvió como un hechizo. Sus labios rozaron los de su amado apenas por un instante, un contacto leve pero suficiente para desatar un escalofrío que lo recorrió de pies a cabeza. Se apartó de golpe, reprimiendo el deseo que lo instaba a reclamarlo por completo.

Pasó media hora antes de que Will despertara de su breve siesta. Se incorporó con torpeza, exaltado y nervioso

Hannibal lo observaba desde su asiento, con un libro abierto en las manos

—Oh, Dios… ¿qué hora es? —murmuró, desorientado—. ¿Me quedé dormido?

—Tranquilízate, Will. Todo está bien.

Hannibal se levantó y lo sostuvo de los brazos, incitándolo a sentarse de nuevo. Will negó con la cabeza 

—Lo siento mucho, no pretendía quedarme dormido. Me iré de inmediato.

—Will, necesito que te calmes —pidió Hannibal—. No me molesta en absoluto que te hayas quedado dormido. Al contrario, me alegra que pudieras descansar un poco.

Will bajó la cabeza, avergonzado, incapaz de sostenerle la mirada.

—Me iré ahora —insistió en un murmullo.

—Siento discrepar, Will. Pero bebiste mucho alcohol en la cena y estás agotado. No puedo permitir que conduzcas en este estado, y menos a medianoche.

—¿Hay un motel cerca de aquí?

Una leve sonrisa curvó los labios de Hannibal.

—En realidad, pensaba en que te quedaras aquí. Tengo una habitación de invitados muy cómoda.

Las mejillas de Will se tiñeron de un rojo evidente. Hannibal no supo si era por la vergüenza o el efecto del alcohol, pero el impulso de inclinarse y morder esa piel sonrojada lo atravesó con fuerza. Se contuvo, limitándose a observarlo con la misma paciencia depredadora de siempre.

—No puedo quedarme aquí. No es correcto

—Insisto, Will. Fui yo quien te animó a quedarte más tiempo, y quien te ofreció alcohol. Debo hacerme cargo de mis acciones.

Resignado y cansado, Will asintió. 

—De acuerdo… llamaré a mi vecino, para ver si puede quedarse con los perros esta noche.

Hannibal sonrió, complacido, y lo dejó a solas mientras iba a preparar la habitación de invitados. 

Una vez allí, marcó con su aroma las sábanas y algunos objetos del cuarto, con la esperanza de que Will lo percibiera. No llevaba consigo sus supresores; si el efecto de las pastillas que Will tomaba con frecuencia desaparecía, quedaría vulnerable, expuesto al olor de Hannibal y, al mismo tiempo, liberaría el suyo propio. La sola idea lo llenaba de expectación.

La decepción fue mayor cuando, al regresar al estudio, encontró a Will tomando un par de píldoras. Sostenía en su otra mano un frasco de inhibidores

Al verse descubierto, Will se encogió de hombros con torpeza, como si quisiera restarle importancia.

—Siempre traigo de emergencia. Lo cual es bueno, no quisiera liberar mi olor en tu casa.

Hannibal contuvo la mueca de disgusto que luchaba por asomarse

—Está bien, Will. No me importaría en absoluto.

Will negó con la cabeza de nuevo, bastante determinado

—No quiero incomodarte.

Hannibal lo observó en silencio, los ojos oscuros brillando a la luz cálida del estudio

—Ahora que estamos en confianza, me gustaría preguntar algo… un poco íntimo.

—¿Qué es?

—La mayoría de alfas y omegas dejan que su aroma fluya libremente. Además, pueden controlarlo a voluntad: liberarlo o retenerlo, aunque, en algunos casos, escapa sin que lo noten —comentó Hannibal, estudiando cada gesto de Will—. ¿Tomas inhibidores porque no puedes controlarlo?

—Puedo controlar mi aroma, pero prefiero evitar cualquier tipo de “fuga”

—¿Por qué? —insistió el omega, inclinando la cabeza, con auténtico interés—. Dijiste que lo ocultas para no molestar, pero estoy seguro de que muchos disfrutarían de tu olor

El alfa se encogió de hombros, desviando la vista hacia un punto cualquiera de la habitación.

—No puedo permitir que algún omega se quede enganchado de mi aroma. No sería justo para ellos —murmuró, con un hilo de voz—. Desde que mi padre supo que era alfa y que tenía voz de mando, me enseñó que debía ser muy cuidadoso con los omegas. Que debía respetarlos, siempre. No sería justo atraerlos con mis feromonas, ni controlarlos con ellas, ni mucho menos hacer que se pierdan en mi aroma.

Aunque esa respuesta era gentil y honorable, complicaba los planes de Hannibal. Estaba convencido de que, si en ese preciso instante entraba en celo, Will saldría corriendo de la casa antes de permitir que algo ocurriera entre ellos.

—¿Le temes a tu habilidad, Will?

—Mi padre le temía —confesó—. Han habido muy pocos casos, en los últimos siglos, de un alfa con voz de mando. Y todos terminaron de la peor manera. Alfas que se aprovecharon de esa capacidad biológica para arrastrar a los omegas al sometimiento. Mi padre temía que yo pudiera ser como ellos. Me enseñó que debía respetar a todos los subgéneros, pero en especial a los omegas.

Era fascinante. Ese hombre al que deseaba con la misma intensidad con la que respiraba, se negaba a sí mismo con una férrea disciplina. 

Un alfa que no se permitía serlo del todo.

Will no luchaba solo con sus instintos oscuros, sino también con su parte alfa que quería un omega a su lado. +

Will se frotó los ojos y soltó un bostezo, demasiado cansado para seguir hablando. Hannibal lo guió a la habitación de invitados. 

Después de desearse una buena noche, Hannibal terminó de organizar los últimos detalles de la casa y se dirigió a su propia habitación.

El sueño lo envolvió con rapidez, pero la paz no duró demasiado. A medianoche, el más leve crujido en el pasillo lo despertó. El oído de Hannibal, siempre alerta, captó de inmediato aquella intrusión en el silencio de la casa. Sin vacilar, tomó el bisturí que guardaba oculto en el cajón de su mesita de noche y se levantó 

Al abrir la puerta de su habitación, distinguió una figura avanzando por el pasillo del segundo piso. Pese a la penumbra, pudo reconocer que era Will. Caminaba en ropa interior, con el cabello revuelto y los ojos cerrados. Estaba sonámbulo

—Will —susurró

Se acercó despacio, extendiendo la mano hasta posar la palma sobre su pecho con suavidad. El contacto bastó para detenerlo. Will permaneció inmóvil, los labios entreabiertos y la respiración tranquila, completamente ajeno a su entorno. Hannibal lo tomó con cuidado del brazo, intentando guiarlo de regreso a la habitación de invitados.

Will se apartó con un movimiento inesperado y, antes de que Hannibal pudiera reaccionar, lo atrapó en un abrazo repentino. Lo apretó contra su cuerpo con fuerza, hundiendo su rostro en el hueco de su cuello.

La piel de Hannibal se erizó, estremecida por el contacto inesperado. El calor de la respiración de Will, húmeda y rítmica contra su piel, lo atravesó con un escalofrío que bordeaba el placer. Cerró los ojos, entregándose por un segundo a aquella sensación prohibida.

 Juraría haber escuchado un gemido, pero no supo discernir si provenía de los labios de Will o de los suyos propios.

Por más que el impulso lo llamara a aferrarse a su amado, sabía que no debía. Will no era consciente de sus actos, y sería una grosería aprovecharse de ello. Conteniéndose con la misma disciplina con la que reprimía sus instintos más oscuros, acarició su espalda y la palmeó con gentileza mientras murmuraba su nombre en un susurro apenas audible.

El abrazo se fue aflojando poco a poco hasta deshacerse. Hannibal lo sostuvo del brazo y lo guió a la habitación de invitados. Lo recostó en la cama y lo cubrió con una sábana ligera. 

Se permitió depositar un beso en la mejilla de Will. Lo observó durante un instante más en la penumbra de la habitación

No había razón alguna para contarle a Will lo ocurrido. Ese momento especial quedaría guardado en lo más profundo de su memoria, como un tesoro furtivo que solo él tendría el privilegio de conservar.

 

Por la mañana, Hannibal estaba en la cocina, preparando el desayuno, cuando supo que su plan había funcionado. Los pasos lentos y vacilantes en las escaleras le confirmaron que Will había despertado y descubierto que algo andaba mal.

Antes de abandonar la habitación de invitados en la noche, Hannibal había tomado los inhibidores de Will. 

Sabía bien cómo funcionaban: AUnque un omega o un alfa podían controlar su aroma a voluntad, el uso de inhibidores lo alteraba todo. La supresión era artificial, y cuando el efecto terminaba, las feromonas salían a la superficie con violencia, sin importar cuánto intentara contenerlas. Era el cuerpo exigiendo liberar aquello que había estado demasiado tiempo reprimido.

Al no encontrar sus inhibidores, Hannibal sabía que el siguiente impulso de Will sería escapar. Pero ya era demasiado tarde.

Apenas salió de la cocina, el fuerte olor de Will lo golpeó con una intensidad brutal y embriagadora. Era más profundo y exquisito que cualquier recuerdo anterior, una marea invisible lo arrastró sin remedio. 

Un gemido se escapó de sus labios sin permiso, grave y ronco, mientras el aroma corría por sus venas como fuego líquido, erizando su piel y enviando espasmos de placer por todo su cuerpo.

Se relamió los labios, saboreando el aire como si pudiera beberlo. 

Ante la presencia de su alfa, su cuerpo respondió y comenzó a secretar lubricante.

Con esfuerzo, Hannibal logró mantenerse sereno. Salió de la cocina y se encontró con Will, que apenas alcanzaba la puerta, desesperado por escapar. El alfa se veía salvaje: sudoroso, con los rizos pegados a la frente, el pecho agitado por su respiración irregular.

Hannibal lo contempló con hambre y fascinación, justo en el instante en que Will alzó la cabeza y olfateó el aire, como un animal que detecta a su presa.

Los ojos de Will estaban dilatados. Hannibal lo vio tragar con fuerza. Era evidente que Will podía olerlo. Aun así, el alfa parecía resistirse al olor de Hannibal. Debía de tener una resistencia natural. Más que sucumbir, estaba preocupado de su propio olor que salía de su cuerpo sin control, bañando toda la casa.

 —Will, ¿qué ocurre? —preguntó Hannibal, modulando la voz con una calma engañosa.

El alfa retrocedió como un animal enjaulado

—Lo siento —balbuceó, desesperado—. Perdí mis inhibidores… necesito irme…

El olor de Will era tan denso que Hannibal sintió un mareo embriagador. Era la primera vez que respondía de aquella manera al aroma de un alfa.

Una oleada de excitación lo recorrió, concentrándose en su vientre, y un nuevo chorro de lubricante empapó su ropa interior.

Quería acercarse a su alfa, pero dudaba de que sus piernas pudieran sostenerlo mucho tiempo

Tal vez Will percibió su precaria situación, porque el color se esfumó de su rostro. Negó con la cabeza, presa de un pánico visceral, y salió corriendo descalzo de la casa.

Hannibal intentó perseguirlo, pero apenas logró dar unos pasos. Sus sentidos estaban nublados por el aroma de Will. La boca se le hizo agua, la necesidad lo atenazaba con una urgencia insoportable.

Cayó pesadamente en la silla más cercana. Con manos temblorosas, se bajó los pantalones y se masturbó, absorbiendo con cada respiración los vestigios del olor de su alfa, gimiendo su nombre hasta correrse con una violencia que lo dejó exhausto.

Se había masturbado más en las últimas semanas desde que conoció a Will que en toda su vida. Aunque era paciente, no podía esperar el momento en que Will lo tomara.

Notes:

Proximo capitulo: Will tiene alucinaciones. Hannibal se enfrenta a Tobias

Chapter 6: Muerte

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—He encontrado el amor

Las palabras tomaron por sorpresa a Bedelia, aunque lo disimuló bastante bien

—¿Quién es la… afortunada que a robado tu corazon?

—Es un hombre. Un alfa. Se llama Will Graham.

Bedelia asintió lentamente, como si tratara de asimilar la revelación. Hannibal percibió cierta dureza en su expresión al escuchar la palabra “alfa”.

Antes de que su relación se cimentara en la amistad y la confianza profesional que compartían ahora, Bedelia había intentado cortejarlo. Siempre había creído que Hannibal era un alfa, y para ella, una unión entre dos personas de su estatus podía otorgar prestigio y consolidar la posición social que ella ambicionaba.

Sin embargo, Hannibal había rechazado su oferta con cortesía, dejando en claro que no deseaba compartir su vida con otro alfa.

—Pensé que no estabas interesado en relacionarte con uno

Hannibal dejó que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios.

—Will me ha hecho experimentar cambios profundos. No me interesa por lo que es, sino porque es él.

Estaba convencido de que, sin importar si Will fuese un omega, un beta o un alfa, inevitablemente habría caído enamorado de él.

—¿Él comparte tus sentimientos? —inquirió Bedelia

—Estoy seguro de que sí. Aunque es posible que todavía no lo sepa.

Bedelia lo miro unos segundos antes de hablar

—Las relaciones románticas nos permiten ver a la otra persona en todo su esplendor… pero también en su vulnerabilidad. Permiten mirar lo que realmente hay debajo de la fachada. ¿Dejarás que ese tal Will te conozca plenamente? ¿Que vea lo que escondes bajo tu máscara?

—Sí —dijo Hannibal, sin titubear.

Un silencio denso se instaló entre ambos antes de que Bedelia insistiera, con un brillo inquisitivo en los ojos.

—¿Y crees que él podrá soportar la verdad?

—Puede que sea difícil al principio. Pero estoy seguro de que podrá manejarlo… y, al final, le gustará.

Se imaginó a Will bañado de la sangre de sus víctimas, cazando junto a él, aceptando por fin su oscuridad. Hannibal contuvo el impulso de relamerse los labios ante tan deliciosa imagen.

 

 

Will no había asistido a su cita en dos ocasiones después de lo sucedido en su casa. Hannibal, en un principio, había decidido darle espacio, confiando en que el alfa volvería a él eventualmente. Pero su paciencia tenía un límite.

Al concluir con sus sesiones de la tarde, condujo directamente a la academia del FBI.

Encontró a Will en una sala de clases, el alfa estaba sentado frente a su escritorio, con la mirada perdida en algún punto indefinido, tan absorto en sus pensamientos que no percibió a dos alumnas que lo observaban desde la entrada. Ellas, entre risitas cómplices, murmuraban lo guapo que era.

Solo cuando vieron a Hannibal acercándose con mirada asesina. Las jóvenes se ruborizaron, bajaron la cabeza y huyeron apresuradamente, avergonzadas por haber sido descubiertas

—Hola, Will —dijo Hannibal al entrar al salón de clases, 

Will alzó la cabeza de golpe, sorprendido. Se levantó de inmediato, con tanta torpeza que estuvo a punto de derribar su laptop del escritorio. Sus ojos se movieron inquietos en todas direcciones, como un animal acorralado que busca una salida invisible.

—Dr. Lecter, ¿qué hace aquí? —preguntó, nervioso.

—Vine a verte. No has asistido a nuestras sesiones y estaba preocupado

Will se ajustó los lentes con torpeza. Hannibal lo observó con detenimiento, siguiendo cada movimiento con interés. 

Su alfa era muy guapo con los lentes puestos. Se imagino como se veria teniendo sexo con los lentes. Will encima de él, con las gafas torcidas en el puente de su nariz, los cristales empañados por su respiración caliente mientras lo reclamaba con desesperación.

Respiro hondo, intentando controlar la erección que amenazaba con aparecer.

—¿Acaso me estás evitando?

Will bajó la mirada hacia el suelo, jugando con sus dedos

—Hiciste muchas cosas por mi y yo… Hice algo bastante grosero en tu casa. Perdí mis inhibidores y bañé tu casa con mi olor. Lo siento

—No hay nada por lo que disculparse.

—No, debí… 

—Will, le estás dando demasiada importancia a algo que yo no —dijo Hannibal con suavidad, pero también con firmeza—. No fue ningún problema. No es necesario convertir un detalle pequeño en una avalancha.

El alfa pareció pensarlo en silencio, debatiéndose consigo mismo, hasta que finalmente alzó la mirada hacia él. Sus ojos se encontraron con los de Hannibal

—¿Realmente no te afectó? —preguntó Will, casi en un susurro esperanzado

—Para nada —respondió con absoluta serenidad—. Espero que sepas que no pienso diferente de ti por ello. Y si te ayuda a retomar nuestras sesiones, podemos olvidar lo que paso 

Pero Hannibal sabía que para él era imposible olvidar. Aquella mañana estaba tatuada en su memoria con fuego. Nunca podría olvidar el aroma de Will ahogándolo, obligándolo a masturbarse hasta que el olor se disipó por completo después de cinco horas.

Will, ajeno al verdadero alcance de lo que había provocado, esbozó una leve sonrisa y asintió con la cabeza. Estuvo de acuerdo en volver a sus sesiones. Por lo menos el “incidente” no le habia arrebatado a su alfa

Pasaron un par de días antes de que un nuevo problema surgiera. Hannibal recibió a Franklyn en su consultorio. El hombre le contó los extraños comentarios que Tobias había hecho recientemente. De manera velada, Tobias había insinuado ser el responsable de un crimen grotesco en el que el cuerpo de la víctima había sido transformado en un violonchelo humano.

Will le había hablado de ese caso en su última sesión, y juntos habían discutido sobre la teatralidad de la escena. Aunque el detalle macabro de la escena resultaba curioso, en realidad no le parecía del todo fascinante, menos aún cuando Tobias había confiado esos detalles a Franklyn con la intención evidente de que llegaran a Hannibal. 

El asesino quería llamar su atención, quizás como un intento torpe de establecer un vínculo con él.

Era una lástima. Hannibal no sentía el más mínimo interés en otro alfa que no fuera Will. Pero la existencia de un asesino tan imprudente y ansioso de notoriedad representaba un riesgo. Tobias era alguien capaz de atraer una atención indeseada hacia él. 

Ya se ocuparía de ese asunto a su debido momento y, cuando lo hiciera, se aseguraría de transformarlo en algo mucho más útil, algo que pudiera degustar.

Esa tarde, Hannibal recibió una llamada de Will. Le explicó que había un animal herido en su territorio, pero era incapaz de encontrarlo y le pidió ayuda a Hannibal

La petición de Will fue casi un regalo. Animado por la oportunidad de pasar tiempo a solas con su amado, Hannibal no dudó. Se dirigió de inmediato a Wolf Trap.

Juntos comenzaron a recorrer el terreno, adentrándose en la espesura del bosque que rodeaba la casa de Will. El aire estaba impregnado del olor a tierra húmeda y hojas secas, aun asi, Hannibal percibió el olor enfermizo que venía de la cabeza de Will. Era más intenso que la última vez que lo había visto. 

—Siento haberte hecho venir aquí —confesó Will en voz baja—. La verdad, pensé que no vendrías. Debes estar ocupado.

—Estoy aquí para ayudarte, Will. Sean horas de oficina o no, mi puerta y mi teléfono siempre estarán disponibles para ti.

Hubo una breve pausa antes de que Will admitiera que primero había llamado a Alana. Hannibal no lo demostró, pero eso lo irritó.

Por fortuna, Alana se había negado a acudir. Eso significaba que su influencia había surtido efecto; había conseguido alejarla poco a poco de él.

Siguieron avanzando por el bosque, atentos a cualquier sonido. El silencio era profundo, interrumpido solo por el crujido de las ramas bajo sus pies. 

En un momento dado, Will aseguró haber escuchado un animal, un gemido ahogado entre los árboles. Se detuvo, agudizando el oído, pero Hannibal no percibió nada más allá del murmullo distante del viento.

—¿Existe alguna posibilidad de que esos sonidos de animales fueran una alucinación? —preguntó Hannibal con calma, temiendo la reacción de Will

—No lo sé —confesó su amado, luciendo perdido y confundido.

—Comentaste que pierdes tiempo sin darte cuenta, sufres de insomnio, dolores de cabeza, y ahora las alucinaciones —enumeró Hannibal —. Todo eso podría indicar una enfermedad neurológica.

—¿Estás diciendo que estoy enloqueciendo?

—No. Sugiero que podría tratarse de algo físico, no psicológico. Meningitis, mielitis… existen varias posibilidades.

—Creo que solo es estrés —replicó Will, apartando la mirada

Hannibal se acercó a su espacio personal hasta quedar prácticamente hombro con hombro. Le gustaba la forma en que el calor de Will irradiaba contra él

—Conozco a un buen neurólogo que podría hacerte un examen.

Will vaciló, inseguro

—No lo sé. Creo que solo necesito descansar

—Piénsalo, Will —insistió Hannibal—. Entre más tiempo pase, peor se puede poner.

Will prometió pensarlo. Hannibal esperaba que no fuera demasiado tarde para cuando Will decidiera ir. Si era necesario, iba a llevarlo cargando él mismo al neurólogo. 

 

 

Hannibal se encontraba en su casa revisando los artículos recientes en Tattle Crimes. Apenas prestaba atención a los textos sensacionalistas de Freddie; únicamente se detenía en aquellos donde hablaba de Will.

La mujer le resultaba insoportable. Pero no podía matarla. Aun no. El único motivo por el que seguía respirando era su extraordinaria habilidad para capturar a Will con su cámara de alta definición. Cada imagen que ella publicaba la guardaba en su tablet, dentro de una carpeta dedicada exclusivamente a su alfa.

Matar a Freddie significaba perder ese suministro de imágenes, algo que no estaba dispuesto a sacrificar.

Hannibal deslizó los dedos por la pantalla. Estaba a punto de masturbarse con la imagen de Will cuando un sonido lo interrumpió: golpes suaves en la puerta trasera de la cocina.

Se abrochó los pantalones y se dirigió hacia allí. Antes incluso de abrir, ya sabía quién lo esperaba. El aroma que se filtraba era inconfundible: resina, madera, y sangre.

Al abrir, encontró a Tobias de pie frente a él. Hannibal permaneció impasible.

—¿Cómo me encontraste? —preguntó sin el menor rastro de sorpresa.

—Franklyn me lo dijo. Te siguió un día y descubrió dónde vivías —respondió Tobias

—Te invitaría a pasar, pero eres una visita inesperada. Es de mala educación irrumpir así.

Tobías se acomodó la corbata de su traje

—Me sentí decepcionado cuando me ignoraste. Esperaba que vinieras a mi tienda de música después del mensaje de Franklyn.

—De hecho, iba a hacerlo. Aunque no sería una visita amistosa —dijo, su plan era visitarlo para matarlo—. ¿Tú mataste al trombista?

Tobías lo miró con esa mezcla de arrogancia y diversión 

—¿Realmente tienes que preguntar?

—No

Tobias siguió hablando. Hannibal le advirtió sobre el FBI, sobre el peligro de llamar la atención. Tobias admitió con una sonrisa despreocupada que no le importaba atraer a la policía. Esa imprudencia irritó a Hannibal hasta el punto de reforzar su decisión de eliminarlo: no podía permitir que la atención se dirigiera al asesino equivocado. 

El hombre había admitido, que en algún momento quiso matar a Hannibal y que solo se detuvo al descubrir quién era en realidad. Esa confesión no le gustó en lo absoluto.

—Podría necesitar un amigo… o un mate —continuó Tobias, con un brillo febril en la mirada—. Alguien que me entienda. Alguien que piense como yo, que vea el mundo como yo lo veo.

“Mate” se refería a un compañero de vida, una pareja. Se les designaba así cuando se establecía una relación y ambas partes marcaban a su pareja para conectar, tanto emocional como físicamente.

Al oir las intenciones que Tobias tenía con él, no pudo evitar que una sonrisa burlona curvara sus labios.

—Ya veo. Yo no quiero ser tu amigo, mucho menos tu mate

En ese instante, el timbre sonó. Hannibal se apartó y fue a abrir, dejando a Tobias en el umbral, quien lo siguió con la mirada.

Al llegar a la entrada principal, se encontró con una sorpresa agradable: Will, entrando a trompicones con la llave que Hannibal le había dado para emergencias. Se deshizo de su chaqueta con un gesto brusco y la lanzó al suelo.

—Creo que estoy enloqueciendo —murmuró el alfa

Ni siquiera había tenido oportunidad de invitarlo antes de que Will cruzara el umbral.

—Pasa, por favor —dijo Hannibal, viendo el desorden que el alfa había hecho en su entrada

Al avanzar por el vestíbulo, Hannibal advirtió una venda mal colocada en la mano de Will, empapada con sangre seca

—¿Qué pasó? —preguntó, agarrando la mano de Will

El alfa bajó la cabeza, avergonzado, incapaz de sostener su mirada.

—Me corté —respondió en voz baja.

—¿Un accidente? —insistió Hannibal.

Su amado frunció el ceño, confundido, como si intentara ensamblar fragmentos de un recuerdo desordenado.

—No lo sé —confesó con un hilo de voz—. Estaba derribando la chimenea, convencido de que había un animal atrapado. No lo encontré. Fui a la cocina por agua y tire algunas cosas… antes de darme cuenta, mi mano sangraba y tenía una herida profunda.

Hannibal lo guió al baño, pasando por la cocina donde vio la puerta trasera cerrada, sin rastro de Tobías

Le quitó la venda mal colocada y sostuvo la palma de Will bajo el chorro de agua fría. La hemorragia parecía haberse detenido; la herida era profunda, pero no lo suficiente como para necesitar puntos. Hannibal limpió el corte, aplicó un apósito y vendó la mano de manera correcta.

Su alfa permanecía en silencio, tenía la mirada perdida

—¿Por qué condujiste más de una hora hasta aquí en ese estado, Will?

Había podido ir a un hospital, llamar a un vecino, buscar ayuda en cualquier otro lugar. Pero en cambio había conducido una hora desde Wolf Trap hasta Baltimore.

Will se llevó la mano sana a la frente, apretando los dientes

—No lo sé… yo… —murmuró, la voz quebrada—. Lo siento.

—No lo estés. Me alegra poder ayudarte. Me alegra que vinieras aquí.

En el fondo sospechaba que, aunque Will aún no lo supiera, algo en su interior lo reconocía como un lugar seguro. Perdido entre alucinaciones, dolor y confusión, debía de haberse sentido aterrado. Y en medio de esa tormenta había buscado a Hannibal, donde sabía que estaría a salvo. 

Ese pensamiento lo hizo sonreír. Su alfa comenzaba a reconocerlo, aunque fuera de manera inconsciente, como un refugio, un punto de estabilidad

Dejó fluir su aroma para atraer a Will, pero el hombre parecía ajeno; incluso en mitad de la crisis seguía tomando los inhibidores.

—Ven, Will. Necesitas comer algo

El alfa estaba pálido y demasiado delgado para el gusto de Hannibal. Necesitaba cuidar mejor a Will. Cuando fuera finalmente suyo, se aseguraría de alimentarlo bien y no dejar que volvieras a trabajar con Jack, quien solo estaba abusando de la bondad de su alfa.

Lo condujo hasta la cocina y calentó una porción de lo que había cenado. Puso agua a hervir para preparar un té, observando de reojo a Will, que seguía sentado con la mirada perdida

—Háblame de lo que pasó —pidió mientras colocaba una taza frente a él

—Fue un accidente, no lo planeé —dijo, mirando la venda en su mano—. Pero deje de escuchar al animal atrapado despues de eso.

—Estabas desorientado y confundido. Necesitabas algo con lo que aferrarte al presente. El dolor físico se convirtió en algo que podría traerte de vuelta. Funcionó, pero te recomendaría no repetirlo.

—Lo sé —suspiró Will, cansado

—Puedes llamarme cuando lo necesites —añadió Hannibal—. Escuchar una voz familiar puede ayudarte

Mientras hablaban, Hannibal desvió la mirada hacia la puerta trasera de la cocina, donde minutos antes había estado Tobias. Una idea comenzó a tomar forma en su mente.

Quería darle algo a Will. No un simple obsequio, sino una prueba. Tobias era un estorbo que debía desaparecer, pero Hannibal veía en él la oportunidad perfecta de darle un desafío a su alfa

Necesitaba saber qué haría Will si se le presentaba la ocasión: si se atrevería a tomar otra vida con sus propias manos, como lo había hecho con Hobbs. Sabía que a Will le gustaría matar de nuevo. 

Se preguntaba si Will sería capaz de cruzar nuevamente esa línea, si la encefalitis le daría el empujón final para abrazar la oscuridad que llevaba dentro. Era un reto peligroso, sí, pero Hannibal confiaba en que su alfa saldría victorioso de esa contienda

Con esa decisión tomada, Hannibal le habló de lo que Franklyn le había confesado sobre Tobias. Will prometió investigarlo.

 

 

Tobias ingresó a su despecho, anunciando que había matado a dos policías.

La sangre de Hannibal se heló al instante.

¿Era posible que uno de ellos hubiera sido Will?

El pensamiento lo atravesó como un cuchillo. Durante un segundo, la imagen de su Will muerto en la tienda de Tobias lo dejó paralizado. Un sudor frío le recorrió la espalda.

Tal vez había subestimado a Tobías. Tal vez Will, debilitado por la enfermedad, no había tenido la fuerza suficiente para enfrentarlo. Vulnerable, desorientado, arrastrado por su propia fragilidad. En ese escenario, Tobias había tenido ventaja.

Había matado a Will.

Había matado a su alfa.

La certeza lo atravesó como un puñal. Hannibal lo había llevado a la muerte con sus propias manos, confiando ciegamente en que saldría victorioso. Nunca contempló la posibilidad de que Will pudiera perder. Y ahora estaba muerto.

Sentía que podía derrumbarse, pero no se permitió caer. No hasta asegurarse de matar al hombre frente a él.

—Podríamos huir los dos. Empezar de nuevo en otro lugar —sugirió Tobias, después de que Franklyn yaciera muerto por la mano de Hannibal.

—No tengo ninguna intención de hacer eso

—Sé que eres un omega. Soy el alfa perfecto para ti. Somos iguales

—No lo eres. Mataste a mi alfa —replicó Hannibal, con un nudo en la garganta—. Y ahora te mataré a ti.

Tobias frunció el ceño, confundido. Dio un paso más, sosteniendo una cuerda de violín en las manos 

—Si no vienes conmigo, tendré que matarte

—Valiente de tu parte asumir que podrás hacerlo 

El enfrentamiento con Tobias fue sangriento. El hombre logró herirlo en la pierna, pero Hannibal fue el vencedor. Le dio un golpe certero en el cuello, dejándolo sin aire y sin control. Con un movimiento final, levantó la pesada estatua de ciervo y aplastó su cabeza 

Apenas recordaba marcar al FBI, murmurando una explicación a medias. Cuando volvió en sí, su oficina estaba invadida por agentes.

Hannibal se dejó caer en su silla, sintiéndose miserable. No solo herido, sino con el peso insoportable de la muerte de Will hundiéndolo. 

Sentía las lágrimas picar en sus ojos; una vez más había perdido a la única persona que le importaba en el mundo. Un gruñido bajo y gutural, se escapó de su garganta, cargado de rabia, impotencia y un dolor tan crudo que apenas lo reconocía como suyo.

Vio a Jack entrar, con el rostro tenso, portando una expresión difícil de descifrar. Y detrás de él… Will.

A salvo. Vivo. Victorioso.

Sus ojos se encontraron. Hannibal pudo respirar de nuevo. El alivio en el rostro de Will reflejaba el suyo propio

Los ojos de Hannibal, cristalizados, no se apartaron de Will. No existía nada más en la sala: ni Jack, ni los agentes, ni las heridas en su cuerpo. Nada de eso importaba. Solo Will.

Notes:

Proximo capitulo: continuación directa de este. Hannibal es cuidado por su alfa

Chapter 7: Protección

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

—Pensé que estabas muerto —murmuró Hannibal, con la voz quebrada por un alivio tan intenso que apenas era capaz de reconocerlo como propio.

Will se acomodó en el borde del escritorio, tomó una gasa limpia del botiquín cercano. La presionó contra la herida en la frente de Hannibal. 

El contacto lo obligó a cerrar los ojos, rindiéndose sin resistencia a las manos de Will. Ese gesto sencillo se convirtió, para él, en un bálsamo inesperado. Disfrutaba del calor de su alfa, de esa cercanía que, hasta hacía un instante, había temido perder para siempre.

—¿Te sientes bien? —preguntó Will, frunciendo el ceño al percibir el calor que emanaba de su piel—. Estás ardiendo.

—Debe de ser una respuesta involuntaria al estrés —replicó Hannibal con un hilo de voz, aunque en el fondo sabía que aquello no era una simple reacción pasajera.

Ese tipo de reacción solía presentarse en alfas y omegas rechazados, o en quienes enfrentaban una pérdida significativa. La psique de Hannibal, había interpretado la posible muerte de Will como una pérdida de pareja, aunque entre ellos aún no existía tal vínculo. Los síntomas eran claros: fiebre, debilidad, mareos, náuseas y un dolor punzante que se extendía por cada músculo de su cuerpo.

Hannibal jamás había experimentado algo semejante. Cuando ocurrió lo de Mischa, todavía no se había presentado como omega; ese trauma había retrasado su proceso natural. Por ello, nunca había sentido en carne propia un estrés tan absoluto

El mundo a su alrededor parecía girar. La sala, abarrotada de agentes federales, lo asfixiaba con su ruido, con su mera presencia. No quería estar en ese estado frente a ellos; lo último que deseaba era mostrarse vulnerable ante ojos ajenos. Y sin embargo, su cuerpo lo traicionaba

Por el rabillo del ojo percibió el movimiento de uno de los paramédicos que se acercaba, con la clara intención de revisarlo otra vez. Antes de que pudiera reaccionar, Will se colocó frente a él, como una barrera, sólida y protectora, que obligó al otro hombre a detenerse.

—¿Todo bien? —preguntó el hombre, intentando pasar.

—No te acerques —gruñó Will, con una ferocidad tan cruda que incluso Hannibal se sobresaltó 

—¿A qué te refieres? ¿El doctor Lecter está bien? —insistió el paramédico, desconcertado.

Will lo estaba protegiendo, apartando a cualquiera que intentara acercarse demasiado. No era un acto racional, sino un instinto que lo empujaba a erigirse como un muro entre Hannibal y el resto del mundo. Igual que hizo en el supermercado.

Hannibal no encontró fuerzas para molestarse por esa intromisión. Al contrario, un calor inesperado lo recorrió, instalándose en su pecho como una sensación casi desconocida. En toda su vida, aparte de Lady Murasaki, nadie había alzado la voz para defenderlo. Se sintió bien tener esa protección por parte de alguien más.

—¡Estoy intentando hacer mi trabajo! ¿Quién te crees que eres? —replicó el paramédico, perdiendo la compostura.

No te acerques —repitió Will, esta vez, usando su voz de alfa

El paramédico (también un alfa, al parecer) se estremeció ante la autoridad natural de Will y retrocedió un paso. La voz de Will tenía un peso tan abrumador que incluso los de su mismo rango se veían sometidos

Esta vez, Hannibal no se vio afectado por la voz de alfa.

—¡Will! ¿Qué crees que haces? —vociferó Jack al llegar hasta ellos

—El doctor Lecter debe de estar muy cansado y afectado por lo ocurrido hoy, así que lo llevaré a su casa a descansar —sentenció Will

Jack pareció dispuesto a discutir, pero se contuvo a último momento. Chasqueó la lengua con fastidio y, tras una pausa, dejó escapar un suspiro cargado de frustración. Su mirada se detuvo en las heridas de Hannibal y comprendió que no tenía sentido forzar la situación.

—Sé que ha sido un día muy duro, doctor. Uno de mis agentes ya tomó su declaración, pero… ¿podría venir mañana al FBI para repetirla?

Hannibal asintió con un leve movimiento de cabeza, demasiado agotado para añadir alguna palabra. Se incorporó despacio y, en cuanto lo hizo, Will estuvo a su lado en un instante. El alfa lo tomó del brazo con discreción. Caminaban tan próximos que nadie podía notar que Will lo mantenía en pie, protegiendo su dignidad frente a todas las miradas curiosas.

Al llegar al coche, Will abrió la puerta y lo ayudó a sentarse. Apenas su cuerpo tocó el asiento, un dolor agudo atravesó el pecho de Hannibal, expandiéndose hacia su abdomen con una intensidad insoportable. Era un dolor extraño, pues Hannibal tenia una alta resistencia al dolor, pero era diferente a cualquier otro que hubiera experimentado.

Apenas tuvo tiempo de soltar un leve jadeo antes de que el agotamiento lo venciera. Su cuerpo cedió, y sus párpados se cerraron, sumiéndose en un sueño involuntario y profundo.












Hannibal despertó después del mejor sueño de su vida. Nunca se había sentido tan cómodo, envuelto en una sensación de calma que hacía años no experimentaba. 

El aroma de Will lo rodeaba, tenue pero inconfundible. Un gemido bajo escapó de su garganta al intentar hundirse más en su olor, abrazando la almohada con fuerza, casi al borde de ronronear.

Pero entonces, una nota discordante interrumpió esa ensoñación. Entre el olor de Will, distinguió el rastro de una colonia barata, áspera y vulgar. Ese olor no pertenecía a su casa. En realidad… ni siquiera sabía dónde estaba.

Abrió los ojos y parpadeó varias veces, todavía aturdido. Su mirada vagó por el entorno hasta identificarlo: estaba en la casa de Will, recostado en su cama, arropado con unas sábanas que no reconocía. La luz grisácea de un atardecer nublado se filtraba por la ventana, bañando la habitación en un resplandor tenue. En la puerta, cuatro perros lo observaban con atención; uno de ellos ladró, rompiendo el silencio.

Toda la habitación estaba impregnada con un aroma a lavanda tan intenso que se preguntó cómo no lo había notado antes. Frunció el ceño, tratando de ordenar sus pensamientos. ¿Qué hacía en la casa de Will? ¿Cómo había llegado allí?

Levantó las sábanas para observar su cuerpo. Un suspiro de decepción escapó de sus labios al comprobar que seguía completamente vestido, salvo por la ausencia del saco.

Unos pasos en el pasillo lo sacaron de sus pensamientos. Instantes después, Will apareció en la entrada, sosteniendo un vaso de agua entre las manos.

—Estás despierto —observó, con una pequeña sonrisa—. Te traje agua.

Hannibal lo observó acercarse, con el vaso extendido hacia él. Se incorporó despacio en la cama, los músculos resentidos aún por el agotamiento, y tomó el vaso. El líquido fresco alivió al instante la sequedad y el ardor de su garganta

—Gracias —dijo con voz baja, antes de dejar que su mirada se deslizara por la habitación—. ¿Qué hago aquí?

Will se encogió de hombros. Se quitó los lentes que llevaba puestos y empezó a girarlos distraídamente entre sus manos

—Te desmayaste en mi auto. Intenté llevarte a tu casa, pero no encontré tus llaves en tu saco. No vi otra solución que traerte aquí para que descansaras. Dormir en el coche no es precisamente cómodo… Siento el atrevimiento

—Te agradezco el gesto

Will debió cargarlo hasta la cama. Lamentaba no haber estado consciente para sentirlo. Se preguntó si no habría resultado demasiado pesado

Hannibal cubrió su nariz, intentando disipar el olor intenso de la lavanda. Will, notando el gesto, se apresuró a abrir la ventana para dejar entrar aire fresco.

—Cambié las sábanas y usé un repelente con olor a lavanda —explicó—, para que mi olor no te molestara

Eso explicaba porque la esencia de Will era muy débil

—Te tomaste muchas molestias al traerme aquí. Gracias, Will.

Hannibal sonrió, complacido por esa inesperada muestra de cuidado. Will parecía nervioso por algo

—Escucha… Lo siento. Yo… sobre lo que pasó en tu oficina, con el paramédico —dijo Will—. No quería comportarme de esa manera. Sé que puedes defenderte por tu cuenta y… la forma en que aparté a todos y simplemente te traje aquí no fue la adecuada. Debí preguntarte primero y…

—Will —lo interrumpió con suavidad—. Está bien. No estoy enojado.

Will asintió, un poco aliviado

—Yo… no tengo mucha comida en casa —continuó con cierta incomodidad—, así que estaba esperando a que despertaras para ir a comprar algo de comer

—No tienes que molestarte. Me siento mejor, así que puedo irme

No quería irse. Quería que Will insistiera en que se quedara, que le dejara claro que lo quería ahí 

—Tú me has ayudado bastante, incluso me dejaste dormir en tu casa. Déjame hacer esto por ti.

El omega aceptó. Will prometió volver pronto, tomó las llaves de su coche antes de desaparecer tras la puerta.

Por primera vez en mucho tiempo, Hannibal se descubrió sin un plan, sin la rígida estructura de una agenda que lo controlara. Esa ausencia de control, lejos de incomodarlo, le resultó extrañamente liberadora.

Se permitió recostarse de nuevo en la cama de Will. Aunque habría preferido las sábanas habituales del alfa, aun así se sentía dichoso de estar en su casa. Ojalá Will estuviera a su lado, compartiendo el mismo lecho.

Se preguntó si eso era lo que experimentaban otros omegas con sus alfas: dormir tranquilos; rodeados por una sensación de seguridad, mientras sus alfas proveían para ellos y se encargaban de todo lo demas

Se dejó arrullar por ese pensamiento y volvió a quedarse dormido. No supo cuánto tiempo transcurrió hasta que un golpeteo insistente en la puerta lo despertó. Parpadeó, perezoso, y se obligó a incorporarse.

Su primer pensamiento fue que Will había regresado y había olvidado la llave

Caminó hasta la ventana, pero no vio el coche de su alfa, ni ningún otro vehículo estacionado. Desde ese ángulo no podía distinguir al visitante. Los golpes se repitieron, esta vez con más urgencia. La puerta no tenía mirilla. No quedó otra opción que abrir.

Fue a la cocina, tomó un cuchillo y lo deslizó dentro de la manga de la camisa. Una vez preparado, abrió la puerta.

Frente a él estaba Alana. Al verlo, parpadeó varias veces, incrédula con la boca entreabierta como un pez fuera del agua.

—¿Hannibal? —masculló desconcertada—. ¿Qué haces aquí? Escuché por Jack lo que pasó… Pensé que estabas en casa, descansando.

—Will y yo estábamos discutiendo lo sucedido hoy —respondió él con calma.

Su aspecto, sin embargo, lo delataba: el cabello despeinado, la ropa arrugada y un tenue rastro del olor de Will impregnado en su piel. Alana lo examinó con una ceja alzada

—No parece una visita social.

Hannibal sostuvo su mirada, impasible.

—¿Hay algún problema con eso?

—Eres el psiquiatra de Will. Hoy fuiste atacado, y ahora te encuentro en su casa, como si fueran demasiado cercanos. ¿Algo está pasando entre ustedes dos?

Antes de que pudiera replicar, el sonido de un motor los interrumpió. El coche de Will apareció a lo lejos, avanzando por el camino de entrada hasta estacionarse frente a la cabaña. Ambos aguardaron en silencio mientras él descendía, con una bolsa de supermercado colgando de un brazo. Sus ojos pasaron de Alana a Hannibal 

—Alana —dijo con cautela—. ¿Qué haces aquí?

Ella alzó el mentón, desafiante

—Me dijeron que tú y Hannibal fueron atacados. Escuché que él estaba en casa descansando, así que vine a ver si estabas bien, si necesitabas hablar.

Will, con el ceño fruncido, no ocultó su molestia.

—Cuando pedí tu ayuda, me la negaste. ¿Por qué ahora estarías interesada en mi bienestar? Dijiste que no querías establecer ningún tipo de relación conmigo.

Hannibal interpretó que todo eso estaba ligado al incidente del supuesto animal herido en el territorio de Will, cuando el alfa le confesó que había llamado primero a Alana y que ella se negó a acudir.

Las mejillas de Alana se encendieron de vergüenza.

—Will, no quería que sonara de esa manera. Yo solo intentaba…

—El Dr. Lecter y yo no somos paciente y doctor —interrumpió Will con tono firme—. Así que no veo por qué no podríamos pasar tiempo juntos fuera del consultorio.

—No es correcto —replicó ella con dureza, cruzándose de brazos.

Will se encogió de hombros

—Eso lo decidiremos él y yo —sentenció—. Si nos disculpas…

—¡Will! —exclamó Alana

El alfa cerró la puerta antes de que Alana pudiera decir algo más. Del otro lado, ambos escucharon los pasos indecisos de la mujer, moviéndose con vacilación, como si dudara entre insistir o marcharse. Finalmente, sus pasos se alejaron. Hannibal dedujo que había dejado su coche cerca del granero, por eso no vio su coche.

—Hannibal —dijo de pronto.

—¿Qué?

—Llámame Hannibal —repitió con serenidad—. A estas alturas, después de todo lo que hemos vivido, me gustaría que me llamaras por mi nombre. Después de todo, como dijiste, no soy tu doctor. Nuestra relación no es profesional

Will sonrió tímidamente

—Sí, creo que eso es lo más razonable… Hannibal.

El omega sonrió de felicidad por dentro al escuchar su nombre en labios de Will

El alfa se dio media vuelta, repentinamente nervioso. Hannibal tragó saliva, consciente de que ese era el momento perfecto para acercarse. Estaban solos, Will lo había defendido, lo había traído a su casa y le había permitido descansar en su cama. Todo eso significaba confianza, y quizás algo más.

Necesitaba aprovechar esa oportunidad para dejar en claro sus intenciones

Caminó hasta él, dispuesto a arriesgarlo todo, a lanzarse y besarlo. Avanzó hacia él con decisión, dispuesto a arriesgarlo todo, a lanzarse y besarlo. No sabía qué haría si su amado lo rechazaba, pero había en él una firme convicción de que Will correspondería.

—Will —susurró, sujetando su hombro

El alfa se giró, quedando frente a frente con Hannibal. Sus miradas se encontraron y por un instante, parecieron transportarse a un espacio donde solo existían ellos dos.

Pero antes de que pudiera hacerlo, Jack, el perro más grande de Will, irrumpió en la escena. Con un salto juguetón, se levantó sobre dos patas y apoyó las delanteras en el pecho de su dueño, ladrando con insistencia.

Will se rió, mirando el reloj en la pared

—Lo siento, chicos. Supongo que tienen hambre. Ya es tarde.

El perro ladró otra vez, moviendo la cola con entusiasmo, arrebatándole sin piedad a Hannibal ese momento precioso que había estado a punto de concretarse.

—Iré a prepararles algo de comer. Tu ropa tiene sangre, ¿quieres ducharte? Puedo prestarte algo mío —ofreció Will

Hannibal asintió. Pronto se encontró bajo el agua caliente del pequeño baño de Will. Usó su champú y su jabón, que olían al alfa.

No pudo evitar excitarse. Imaginaba a Will junto a él, con la piel húmeda, los músculos tensos bajo el agua. Una de sus manos se deslizó hacia su trasero, hundiendo tres dedos dentro de él, mientras la otra acariciaba su miembro con creciente desesperación. El olor de su excitación quedó opacado por la fragancia de Will.

Cuando terminó, se vistió con la ropa que Will le había prestado: un suéter gris y unos pantalones holgados que le quedaba un poco corto. No se molestó en reparar en lo casual de aquellas prendas; lo único que importaba era que olían a su alfa. Cada respiración le daba la ilusión de estar rodeado por los brazos de Will

Al regresar a la sala, encontró la mesa servida. Will había preparado sopa caliente y un par de emparedados. Aunque la comida era sencilla, Hannibal no puso objeción alguna y se sentó a la mesa junto a su amado. Ambos comieron en silencio.

Después de comer, Will cambió los vendajes de Hannibal. Una vez terminó, y a petición del alfa, el omega volvió a recostarse en la cama.

—Es tu cama, debería usar el sillón —murmuró Hannibal

—Yo usaré el sillón —indicó Will, quedándose en el umbral sin entrar de nuevo a la habitación—. Intenta dormir un poco, te sentirás mejor cuando despiertes

Hannibal lo observó alejarse, complacido de tenerlo cerca. Envuelto en el aroma de Will, se quedó dormido. No despertó hasta la mañana siguiente.

Al amanecer, comprendió que no podía seguir abusando de la hospitalidad de Will. A regañadientes, se preparó para marcharse. Will lo llevó en su coche hasta su casa antes de dirigirse al trabajo. El trayecto fue silencioso, pero Hannibal disfrutó de cada segundo, saboreando la compañía de su amado. 

Antes de despedirse, prometió devolverle la ropa que llevaba puesta, aunque en realidad no tenía intención alguna de hacerlo. Esas prendas ahora eran suyas, un fragmento tangible de su alfa que no estaba dispuesto a soltar.

Los días siguientes decidió tomarse un descanso de su trabajo, amparándose en la imagen de un hombre aún en recuperación después del ataque en su oficina, donde dos personas habían muerto. Sus pacientes se mostraron comprensivos. Se permitió una semana para “recuperarse”.

Durante ese tiempo libre, lo dedicó a cazar y cocinar para Will. Cada día preparaba una cena completa con su respectivo postre, y además empacaba un desayuno extra para que Will pudiera guardarlo en el congelador y tener algo listo al día siguiente.

Luego, Hannibal acudía a la academia del FBI para entregarle los contenedores de comida. Will lo recibía con timidez y le devolvía los envases del día anterior.

Con cada visita, Will lucia mas cansado. Aunque estaba menos pálido gracias a que ahora comía con regularidad, sus ojeras se hacían más marcadas, y había momentos en que parecía perder el hilo de la realidad, como si su mente se desconectará. La encefalitis estaba avanzando más.

 —Gracias por la comida —dijo Will, aceptando la comida que Hannibal le ofrecía. Sus dedos rozaron los del omega al tomarla, un contacto breve pero electrizante—. Me gustaría pensar en algo para agradecértelo.

—Tu compañía es más que suficiente

Will soltó una risilla

—Creo que eres la primera persona que dice disfrutar de mi compañía.

—Las personas no suelen tomarse el tiempo de apreciar la belleza oculta a su alrededor

Will, sin saber cómo responder, apartó la vista. Sacó de su mochila un frasco de inhibidores y vertió tres pastillas en la palma de su mano antes de tragarlas en seco. Hannibal lo observó con el ceño fruncido.

La primera vez que lo vio tomar inhibidores, Will ingería solo dos pastillas. En los últimos días, Hannibal había notado el aumento de una pastilla más, y ahora estaba seguro de que lo hacía de forma constante.

—Siento entrometerme, pero he observado que has aumentado tu ingesta de inhibidores

Will se rascó la nuca, incómodo, evitando su mirada.

—Sí… creo que necesito una dosis mayor últimamente.

—La ingesta excesiva de inhibidores fuertes puede provocar repercusiones graves a largo plazo. Recomiendo que no aumentes la dosis.

Ese tipo de inhibidores estaban estrictamente controlados. Existían versiones más suaves que funcionaban con eficacia y mucho menos riesgo. Pero los de Will eran de los más potentes, y el uso prolongado y en dosis elevadas podía acarrear consecuencias: alteraciones en el celo, desajustes en el olor, infertilidad, incluso la pérdida irreversible del sentido del olfato.

Hannibal estaba seguro de que Will conocía esas contraindicaciones. Por eso, mientras lo observaba, se preguntaba qué lo estaba llevando a arriesgarse de esa manera. La idea de que su alfa pudiera quedar infértil o, peor aún, perder el olfato le resultaba insoportable.

Esa noche, canalizó su inquietud en un nuevo homicidio que solo él entendía como una expresión de amor y furia.

Llevó a sus presas hasta el museo, cuerpos aún tibios que transformó en lienzos. Al primero le quebró las costillas y le quitó el corazón, abriendo un hueco en su pecho donde dispuso flores rojas que brotaban como un ramo macabro. Al segundo le colocó entre las manos su propio corazón, orientado hacia el primero, como si en un gesto final de devoción se lo ofreciera. 

Clavó ambos cuerpos en la pared exterior del Museo de Arte de Baltimore, rodeándolos de más flores, como un altar grotesco dedicado a la belleza y a la tragedia.

Cuando terminó, se dirigió a su casa. Después de tomar una ducha relajante, se recostó en su cama y abrazó la ropa que Will le había prestado. Aún conservaba un rastro tenue de su olor, aunque empezaba a desvanecerse. Hannibal hundió el rostro en la tela, aferrándose a ese vestigio como si fuera un amuleto, un eco íntimo de su alfa que lo acompañaba incluso en sueños.

Notes:

Próximo capítulo: Will va al doctor

Chapter 8: Hospital

Notes:

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Chapter Text

Cuando Hannibal vio al hombre con un parecido superficial a Will, no pudo evitar sonreír. Al acercarse, descubrió que se trataba de un beta que intentaba aparentar ser un alfa. El perfume con el que cubría su cuerpo era fuerte y desagradable, un intento fallido de ocultar lo que realmente era.

De cerca, lo único que compartía con Will eran la barba y los rizos desordenados; sin embargo, carecía del encanto de los adorables rizos de Will. Ese hombre era vulgar, de modales toscos y palabras groseras. Su pretensión de superioridad resultaba patética.

Una vez lo mató, Hannibal conservó para sí el hígado y los pulmones, los únicos fragmentos dignos de ser aprovechados. 

El resto del cuerpo lo transformó en un mensaje. 

Lo llevó a una tienda abandonada y lo fijó al suelo con clavos, asegurando su postura con sedal de pesca para que se mantuviera erguido, como un macabro maniquí. 

Su pecho vacío lo llenó de claveles rojos y alrededor del hombre lo decoró con rosas rojas.

Cubrió sus ojos con una venda gruesa y colocó el corazón del hombre en sus manos como si se lo ofreciera a alguien. 

Para Hannibal, aquel montaje representaba un símbolo de lo que anhelaba en verdad: que Will, algún día, le entregara su corazón. No de manera literal, sino simbólica

Ese era el tercer cuerpo que dejaba dispuesto de esa forma, sosteniendo su propio corazón. Un tributo silencioso, una petición disfrazada de arte sangriento, dirigida a un solo destinatario: Will Graham.

 

 

Will, en la oficina de Hannibal, caminaba de un lado a otro, con el ceño fruncido y las manos en los bolsillos. Su mente trabajaba sin descanso, hilando ideas y reconstruyendo escenarios. Hannibal lo observaba en silencio. Le divertía, y fascinaba, verlo de ese modo.

—Hace unos meses, el Destripador insertaba tubos a lo largo del cuerpo de sus víctimas, dejándolas empaladas. Ahora las está disponiendo como si fueran una obra renacentista. O un mensaje para alguien.

Hannibal ladeó ligeramente la cabeza

—Jack dijo que podría tratarse de otro asesino, ¿no es así? ¿Por qué piensas que sigue siendo el Destripador?

—Lo sé —respondió Will con certeza, como si eso fuera lo único que necesitaba para probarlo—. Es su tipo de arte. La forma en que extrae los órganos, cómo los reordena, cómo intenta convertir a sus víctimas en algo más… Esto tiene su firma. Es suyo.

—¿Y cuál crees que es el mensaje? 

Will se encogió de hombros, inseguro. Bajó la mirada hacia la alfombra y empezó a jugar con la punta de su zapato

—Jack se burló cuando lo mencioné.

—Yo no soy Jack. Puedes decirme lo que sea, Will. Nunca me burlaré de ti.

Will respiró hondo, indeciso, antes de hablar.

—Creo que… El Destripador está enamorado. Y estas nuevas disposiciones de cuerpos son un mensaje de amor. 

El cuerpo de Hannibal vibró ante esas palabras. Una corriente de emoción recorrió su pecho, y tuvo que contener el impulso de sonreír. Se relamió los labios con disimulo

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó, procurando que su voz no revelara la excitación que lo recorría.

—Las víctimas estaban sosteniendo su propio corazón, o les faltaba este. Todos rodeados de flores —explicó Will con voz baja, pensativa—. Algunas estaban de pie, otras arrodilladas. En varios casos, el corazón parecía ser ofrecido a otra víctima o al vacío, como si se tratara de una ofrenda. Pienso que representa a la persona de quien el asesino desea recibir amor. O tal vez sea una forma simbólica de mostrarse a sí mismo, ofreciendo su propio amor

—He leído el artículo que publicó Freddy sobre la escena del crimen —añadió Hannibal, como si intentara respaldar la teoría de Will—. Vi las fotografías. Las rosas y los claveles rojos se asocian tradicionalmente con el amor y la pasión 

Will asintió, rascándose la barba mientras desviaba la mirada hacia la ventana cercana. 

—Jack dijo que era absurdo pensar que el Destripador estaba enamorado… Aunque tal vez “enamorado” no sea la palabra correcta. Creo que él piensa que lo está. Lo que siente es más una obsesión que un amor real.

—¿Crees que la persona que ha captado la atención del Destripador comparte sus sentimientos? 

Will suspiró, agotado, y se sentó en el sillón que solía ocupar frente a Hannibal

—No lo sé —confesó, tras una larga pausa—. Siento lastima por esa persona. Imaginar que el Destripador actúe como un omega más en esta sociedad, y que su obsesión se dirija hacia alguien que ignora que tiene a un asesino tan cerca.

Hannibal entrelazó los dedos sobre su regazo, observándolo con atención.

—¿Piensas que el Destripador es un omega?

—Jack y los demás perfiladores creen que es un alfa, por la agresividad de los crímenes 

—Tú no piensas eso

El alfa negó con la cabeza

—El Destripador piensa en sus crímenes como formas de arte, no como simples asesinatos.  Eso no encaja con un alfa agresivo —murmuró Will, su mirada perdida en el vacío—. Cada acto está planeado con precisión, todo tiene un propósito. Él no mata por impulso, es planificado. Busca belleza en lo que otros consideran grotesco.

Hannibal aguardó en silencio, deleitándose con cada palabra, dejando que Will continuara hablando

—Y estos últimos casos me han dejado aún más claro que el Destripador es un omega. Muchos omegas pueden ser violentos; esto se ve con mayor claridad durante el celo —informo Will—. Aunque muchos creen que los alfas son los que presentan un celo más agresivo, en realidad son los omegas. Tienden a morder y a arañar, intentando obtener más de su pareja. Es un tipo de violencia diferente al de los alfas. Pienso que el Destripador no solo es un omega, sino que está intentando atraer la atención de un alfa.

Hannibal cruzó las piernas, mientras WIll se pasaba las manos por su cabello

—¿Has estado con un omega en celo para comprobar que son agresivos? —preguntó Hannibal, molesto ante la idea

Las mejillas de Will se tiñeron de rojo

—N-no… —balbuceó, apartando la mirada—. Pero he leído muchos libros y artículos sobre el tema. Si estoy equivocado, me disculpo.

—Desafortunadamente, no he tenido un celo desde que me presenté como omega. Y no estuve con nadie, así que no puedo confirmarlo por experiencia propia.

Will tragó saliva, incómodo ante la franqueza con la que lo dijo.

—Siento haber sacado el tema

—No te preocupes —indicó, antes de agregar—: Es un interesante punto de vista el que tienes del Destripador

—Tampoco piensas que es un omega, ¿verdad? —replicó Will, intentando retomar la conversación profesional

Hannibal se encogió de hombros, una leve sonrisa curvando sus labios.

—No lo sé con certeza —respondió con tono pensativo—. Pero confío en tu criterio.

El alfa bajó la mirada. El agente especial no notó la mirada hambrienta que Hannibal le dirigía, inconsciente del depredador frente a él. 

Al día siguiente, Will apareció en su oficina de nuevo, luciendo nervioso y perdido.

Le contó que había contaminado una escena del crimen. Después de calmar a su amado y hablar de lo que había pasado, Will decidió ir a ver a un neurólogo.

—Te daré la dirección —murmuró Hannibal, con una leve vacilación en su voz, inseguro de si su compañía sería bien recibida.

Will bajó la mirada, incómodo

—¿Puedes venir conmigo? —preguntó en voz baja—. No soy fan de los hospitales… y si descubren que no hay nada malo, que en realidad soy yo el problema, preferiría tener a alguien conocido cerca.

Hannibal, complacido de que Will confiara en él, aceptó sin dudarlo, encantado por la oportunidad de acompañarlo.

Ese mismo día acudieron juntos al hospital. La resonancia reveló lo que Hannibal ya había sospechado desde hacía tiempo: encefalitis. El área afectada era mucho mayor de lo que había calculado, aunque aún era reversible. Con el tratamiento adecuado, Will podría recuperarse en poco tiempo.

En la oficina del Dr. Sutcliffe, la imagen de su cerebro brillaba en la pantalla. La luz azulada iluminaba el rostro pálido de Will, resaltando las sombras bajo sus ojos. Permanecía inmóvil, con la mirada fija en la imagen de su propio cerebro

—Encefalitis por anticuerpos contra el receptor NMDA —explicó el doctor, señalando el área dañada mientras deslizaba sobre el escritorio los resultados de laboratorio—. Lo detectamos a tiempo, así que iniciaremos el tratamiento de inmediato. Pronto se sentirá mejor.

Will no respondió. Sus ojos seguían fijos en la pantalla

—¿Podría darnos un momento? —pidió Hannibal con cortesía

El doctor asintió y abandonó la oficina. Apenas la puerta se cerró, Will dejó escapar un suspiro tembloroso que se quebró en su garganta, sin apartar la mirada de la pantalla que seguía mostrándole, con fría claridad, la evidencia de lo que ocurría en su cerebro.

—Temí que estuviera perdiendo la cabeza —confesó en voz baja, con una honestidad dolorosa—. Que el problema fuera yo. Que estuviera perdiendo lo poco que me queda de cordura.

Bajó la cabeza, clavando los ojos en el suelo mientras apretaba con fuerza los puños contra sus muslos

Hannibal no dijo nada. Lentamente, extendió la mano y la apoyó sobre el brazo de Will, ejerciendo una leve presión que hablaba más que cualquier palabra: apoyo, presencia, una promesa de que no estaba solo.

Will, sorprendido por la calidez de ese contacto, giró la cabeza hacia él. Sus labios dibujaron una sonrisa frágil, que dejaba entrever tanto gratitud como alivio. Hannibal respondió del mismo modo, sonriendo a su vez

 

 

Will tuvo que comenzar el tratamiento de inmediato. Hannibal se encargó personalmente de que nada faltara: habló con los médicos, revisó el tratamiento y consiguió la mejor habitación del hospital, una suite privada, donde su amado podía descansar sin interrupciones.

—¿Realmente puedo quedarme aquí? —preguntó Will al ver la habitación

—Me conocen en el hospital. Así que se aseguraron de darte una buena habitación, ya que vienes conmigo.

—No tenías que molestarte —murmuró, un poco incómodo

—No es ninguna molestia

El alfa llamó a la academia para explicar su situación y, para su sorpresa, fueron bastante comprensivos. También dejó un mensaje a Jack, informándole que no podría trabajar durante un tiempo

Como debía permanecer internado, Hannibal se ofreció a traerle algunas pertenencias de su casa como ropa y artículos de higiene personal

—Ya hiciste mucho por mí —murmuró Will, con un dejo de vergüenza.

—Insisto, Will

Will se removió cohibido en su lugar, apartando la vista hacia la ventana.

—No es necesario, iré yo por mis cosas… además, tengo que encargarme de los perros. Estaba pensando en llevarlos a una guardería que encontré hace poco.

—Yo puedo cuidarlos —dijo Hannibal, antes siquiera de ser consciente de lo que pronunciaba.

Will dejó escapar una risilla incrédula. Cuando se giró para mirarlo, descubrió que hablaba en serio. Sus cejas se alzaron, sorprendido.

—No, no. No podría pedirte eso

—Creo que estarán mejor cuidados en mi casa que en una guardería

Su amado negó con la cabeza, aún desconcertado.

—No podría pedirte algo así. Es demasiado.

Hannibal alargó la mano y la apoyó sobre su brazo

—Si lo fuera, no lo ofrecería. Permíteme facilitarte un poco la vida, Will.

Aunque renuente, terminó aceptando. Le entregó una lista con las necesidades de los perros. Ellie debía tomar su medicación una vez al día, mezclada con la comida, mientras que Buster solía alterarse con las tormentas y necesitaba compañía para calmarse.

Hannibal fue hasta Wolf Trap. Recogió algunas pertenencias de Will y las guardo en una maleta. Luego, reunió las cosas de los perros: correas, recipientes, bolsas de alimento y juguetes

Una vez listo, cargó todo en su Bentley. Era consciente de que el coche acabaría cubierto de pelos y huellas de patas, pero decidió no pensar en ello; los animales eran parte de Will, y, por lo tanto, también eran suyos.

Al llegar a su casa, instaló a los perros. Les dio comida y agua fresca, dejándolos explorar el nuevo entorno. Observó cómo corrían emocionados de un lado a otro, oliendo cada rincón. Incluso les mostró un área específica del jardín para que pudieran hacer sus necesidades.

Una vez los vio tranquilos, decidió preparar algo sencillo de comer: pasta con verduras, lo suficiente para que Will tuviera una comida ligera. 

Mientras los ingredientes hervían, Hannibal mantenía la vista en los perros, que exploraban la nueva casa. No quería dejarlos solos cuando apenas se estaban adaptando, pero necesitaba ir a ver a su alfa.

Empacó la comida y salió de nuevo. Al llegar al hospital, se dirigió a la habitación donde debía estar Will. Justo antes de entrar, se detuvo. Tras la puerta entreabierta, alcanzó a escuchar la voz de Will conversando con alguien más.

—... ¿Qué te parece ir cuando te recuperes? Es una buena forma de celebrar tu recuperación —dijo una voz femenina

Hannibal la reconoció como la voz de la señorita Katz

—Te dije que no estoy buscando una relación. Así que no quiero ir a ese tipo de bar 

—Vamos, Graham. Sé que has tenido malas experiencias, pero no puedes quedarte solo para siempre.

—Tal vez ese sea mi destino.

Hubo un breve silencio. Hannibal, de pie en el pasillo, se preguntó si era el momento adecuado para entrar, pero quería seguir escuchando.

—¿Sabes? Tú y el Dr. Lecter hacen una bonita pareja.

—¡Beverly! —exclamó Will, alarmado

—Dijiste que no era tu psiquiatra, así que ¿qué tiene de malo? —replicó ella—. Sé que se consideran amigos, pero… Él parece demasiado atento contigo como para ser solo un amigo.

—Él debe tener muchos pretendientes. No debe querer estar con un alfa defectuoso como yo.

Esas palabras le dolieron a Hannibal. Se preguntó cuánto dolor había acumulado Will, qué cicatrices lo habían llevado a pensar de sí mismo con tanta crueldad. 

Para Hannibal, Will no era defectuoso ni extraño; era único. Perfecto en su complejidad, hermoso en su contradicción. Diferente a todos los demás porque estaba destinado a ser el alfa ideal para él, así como Hannibal era diferente, pues era el omega ideal para Will.

—Will, no eres nada de eso. Sé que has tenido malas experiencias, que tus parejas y las personas a tu alrededor te han hecho creer lo contrario… pero no tienes nada de malo. Y estoy segura de que el Dr. Lecter también lo cree. Es muy amable contigo.

—Es un hombre amable con todos.

—Yo no he visto que le lleve el almuerzo a nadie más que a ti, ni que se aparezca puntualmente todos los días para hacerlo.

—Por favor, ¿podemos dejar de hablar de esto? Me duele la cabeza

La mujer intentó continuar con el tema, pero Will se negó a hablar. Hannibal esperó unos segundos más antes de entrar. 

Cuando la puerta se abrió, Beverly levantó la vista, sorprendida. Will lo miró con los ojos muy abiertos, como un ciervo deslumbrado por la luz.

—Que sorpresa encontrarla aquí, señorita Katz —dijo Hannibal

—Lo mismo digo, Dr. Lecter —respondió Beverly, inclinando la cabeza. Su mirada descendió hacia los recipientes de comida que él llevaba en las manos—. Es bastante considerado de su parte traerle comida a Will.

Beverly alzó una ceja, mirando a Will con una expresión que bordeaba la picardía. Él, sin embargo, le devolvió una mirada irritada, rogándole en silencio que no dijera nada más. La mujer soltó una risita contenida y murmuró una excusa antes de marcharse, lanzándole a Will una última mirada cómplice al pasar junto a la puerta.

—Me alegro que la señorita Katz te hiciera compañía mientras no estaba —dijo Hannibal, dejando los recipientes sobre la mesa de la habitación 

—Estaba cerca de aquí cuando le avisé que no podría ir al trabajo, así que pasó a saludar 

—No sabia que eran amigos

Aunque la conversación que había escuchado le indicaba que mantenían una simple amistad, Hannibal necesitaba oírlo de labios de Will. Necesitaba asegurarse de que Beverly Katz no representaba una amenaza

—No sé si lo somos… pero hablamos a veces —confesó en voz baja. Hizo una pausa breve y añadió—: Gracias por traer comida.

Hannibal respondió con una sonrisa. Una vez terminó de acomodar la mesa, ambos se sentaron uno frente al otro. Comenzaron a comer mientras conversaban.

No hablaron de nada en particular. Le contó a Will que los perros ya estaban en su casa, instalados y tranquilos. Will, después de agradecerle nuevamente, comenzó a relatar una historia graciosa sobre Ellie. Además, le contó cómo habían llegado todos los perros a él. 

Hannibal lo escuchó con atención, fascinado. Había algo profundamente hipnótico en ver a Will así: relajado, expresivo y riendo sin contenerse. Cada gesto, cada inflexión de su voz, lo hacía sentirse afortunado de estar presenciando eso..

Hannibal se permitió un pensamiento que rozó lo posesivo: ojalá pudiera mantenerlo siempre así. A salvo. En paz. Sonriendo solo para él.

Al día siguiente, Hannibal se dirigió al hospital por la tarde. No había podido visitar a su amado por la carga de trabajo que lo mantenía ocupado, y ahora que al fin tenía un respiro, se alegraba de disponer tiempo para verlo.

Su entusiasmo se vio frustrado cuando, en recepción, le impidieron el paso.

—Disculpe, el señor Graham pidió que absolutamente nadie pudiera visitarlo —informó la enfermera

—Debe haber un error —murmuró Hannibal—. ¿Cuál es la razón por la que no puedo verlo?

—No creo que deba decirle nada si no es médico del señor Graham —replicó ella

Hannibal, sin perder su serenidad, desplegó sus encantos. No necesitó mucho para que la mujer cediera.

—Debido a su medicación, suspendimos los inhibidores del señor Graham —explicó al fin—. Es bastante cauteloso con su olor y no quiere que nadie se vea afectado por sus feromonas. Por eso solicitó no recibir visitas.

—Él y yo somos amigos cercanos. No habrá inconveniente.

La enfermera, convencida con sorprendente facilidad, accedió y ella misma lo acompañó hasta la habitación de Will. Mientras caminaban por el pasillo, bajó un poco la voz, en un gesto de confidencia.

—Aunque está tomando medicamentos, todavía no muestra mucha mejoría. Se encuentra en un estado algo confuso debido a la fiebre… puede que actúe un poco extraño —advirtió la enfermera antes de abrir la puerta.

Hannibal entró en la habitación con cautela, viendo a su alrededor. Will estaba arrodillado en la cama, de espaldas a él, con los hombros tensos. Hannibal dudó: ¿debía aprovechar que Will no llevaba inhibidores y dejar libre su aroma para atraerlo? La idea lo tentó, pero no tuvo tiempo de decidir.

Will giró la cabeza hacia él. El alfa lo observo con una expresión que Hannibal no logró descifrar. 

—Omega… —susurró el alfa con voz ronca y quebrada

Hannibal no pudo reaccionar antes de que Will se abalanzara sobre él, envolviéndolo en un abrazo inesperado con una fuerza casi desesperada. 

Will, más bajo que él, escondió el rostro en el hueco de su cuello y respiró profundamente como si buscara refugio en su olor. 

La sorpresa dio paso a una satisfacción íntima y peligrosa. Hannibal se encontró complacido y embriagado por el contacto de su alfa.

—Lo siento mucho, Dr. Lecter —se apresuró a decir la enfermera, nerviosa al ver la escena—. El señor Graham debe estar más confundido de lo que pensaba. Llamaré a…

—No te preocupes, está bien. No hay necesidad de alterarse —interrumpió Hannibal con calma. 

Rodeó a Will con los brazos y le acarició la espalda

—Pero…

—¿Ha hecho esto con alguna otra persona? —preguntó Hannibal

La enfermera negó con la cabeza.

—Su médico es un omega, pero no hizo algo parecido.

Hannibal asintió, satisfecho con la respuesta. 

Tras unas palabras tranquilizadoras, logró convencerla de que se retirara. La mujer obedeció con visible incomodidad, cerrando la puerta tras de sí y dejándolos a solas.

Will lo condujo hacia la cama sin decir una palabra. Ambos cayeron sobre ella, el alfa sujetándolo con fuerza, como si temiera que Hannibal pudiera escapar en cualquier momento. Hundió el rostro en el cuello del omega, aspirando su aroma con avidez.

El gesto provocó cosquillas en la piel de Hannibal, pero no se apartó. Al contrario, se permitió disfrutar de esa cercanía tan anhelada.

—Hueles bien —murmuró Will contra su piel.

No sabía si ese comportamiento era resultado del delirio febril de la encefalitis o si era, en realidad, el instinto alfa de Will tomando control. Quería creer que era la segunda opción, porque eso significaba que, en lo más profundo, Will sentía interés por él.

—Will, ¿sabes quién soy? —preguntó con voz baja, temiendo que solo lo buscara por su olor, por la necesidad de un omega cercano, y no por él.

Will asintió, y al hacerlo su barba rozó la piel sensible del cuello de Hannibal, arrancándole un estremecimiento involuntario. Con un descaro imprevisto, Will deslizó la mano por su abdomen, tirando de su camisa hasta desfajarla. Sus dedos, calientes y temblorosos, rozaron la piel del omega.

El doctor inhaló hondo, conteniendo el impulso de inclinarse hacia él y de rendirse a lo que su cuerpo pedía con urgencia. Esa caricia parecía quemarlo y marcarlo al mismo tiempo.

—¿Puedes decir mi nombre? —insistió Hannibal

El alfa tomó un largo suspiro, Hannibal pudo sentir su sonrisa satisfecha contra la piel de su garganta.

—Hannibal —suspiró

Su nombre saliendo de los labios de Will casi lo hizo ronronear, pero se distrajo cuando sintió los dientes de su alfa presionar ligeramente contra su cuello, jugueteando con la piel, probando la tentación de un mordisco. Un escalofrío eléctrico recorrió a Hannibal de pies a cabeza, encendiendo su piel con una mezcla embriagadora de placer y expectativa.

—Puedes morderme, si quieres —susurró Hannibal

Sabía lo que eso significaba: si lo mordía, una marca se formaría, un vínculo incompleto. Pero Hannibal estaba seguro de que Will también le permitiría morderlo a cambio

No era la mejor forma de crear su lazo, pero Hannibal apenas podía pensar con claridad. Con Will restregándose contra él, cada roce intensificaba su excitación; había estado duro desde que el alfa lo arrastró a la cama

El alfa negó con la cabeza

—No. No puedo —murmuró con un temblor en la voz—. Estaría mal.

Incluso confuso, Will seguía luchando consigo mismo, atrapado entre el deseo y el control. 

Will no intentó llegar más lejos. Pareció conformarse con dejar la mano reposando en su abdomen, acariciando apenas con el pulgar, mientras su lengua recorría con lentitud el pulso que latía en el cuello de Hannibal

Hannibal no supo cuánto tiempo pasó así, entre respiraciones compartidas y un deseo contenido que lo mantenía en vilo. Cerró los ojos y se dejó vencer por el sueño en los brazos de su alfa.

Notes:

Próximo capítulo: continuación directa de este