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Summary:

La noche en Godric's Hollow lo cambió todo.
Harry creció creyéndose solo, sin saber que alguien siempre estuvo ahí, observando cada paso, protegiéndolo desde las sombras.
Un espíritu atrapado entre la vida y la muerte, cargando con secretos, culpas y un amor que nunca se atrevió a vivir.
Ahora que Hogwarts abre sus puertas, la historia que comenzó once años atrás está a punto de reescribirse... y nada volverá a ser igual.

Chapter 1: Prólogo

Chapter Text

— ¿Lo viste? —preguntó Sirius, atragantándose con una risa mientras señalaba hacia el otro extremo del Gran Comedor.

James, de doce años, alzó la vista. Estaba por burlarse también, por seguir el juego como siempre... pero se detuvo.

Severus Snape sonreía.

No era una gran sonrisa, ni un gesto amplio. Era esa curvatura mínima en sus labios cuando Lily le hablaba con entusiasmo sobre su clase de Encantamientos. La luz del mediodía entraba por las ventanas y caía justo sobre ellos dos, dándoles un aire casi irreal.

Y ahí, en ese momento efímero, James sintió un tirón en el pecho. Uno cálido. Uno maldito.

— Maldición —susurró para sí, bajando la mirada hacia su plato—. Me gusta Snivellus.

El mundo no lo escuchó. Solo él. Y eso bastaba.

Desde entonces, nunca dejó de mirar. Aunque se burlara, aunque Sirius hablara pestes, aunque los demás digan a diestra y siniestra que todos los de Slytherin eran unos puristas de sangre y futuros mortifagos. James fingía, reía... pero en secreto desviaba maldiciones, intervenía para evitar que las bromas se volvieran peligrosas, despertaba a Sirius antes de que cruzara la línea.

Y entonces llegó ese día.

La Casa de los Gritos.

James llegó como Prongs, desbocado, jadeante, con el corazón en la garganta. Al ver el cuerpo de Severus en el suelo, tan inmóvil, pensó que se moría. Literalmente.

El lobo se acercaba, los ojos amarillos fijos en la presa.

Prongs rugió. Se lanzó con fuerza contra su amigo transformado, lo golpeó, lo tumbó con pezuñas y cornadas, y cuando logró dejarlo inconsciente, corrió a Severus.

"Es muy ligero," pensó mientras lo cargaba sobre su lomo, huyendo hacia los túneles.

"Quince años. Debería pesar más."

Más tarde, con Severus despierto, la conversación fue un desastre. Severus le gritó, le llamó idiota, le exigió explicaciones. James solo suplicó: que no delatara a Remus. No por él, por el lobo.

— Convéncelo. A Black. Que me deje en paz.

James aceptó. Lo hizo. Y cumplió.

Los siguientes meses, siguieron distantes. Fríos en público. Pero James... James escondía vitaminas en la comida del Slytherin desde su lugar en la mesa, con ayuda de los elfos. Modificaba las rutas de los merodeadores para que evitaran encontrarse con él. Soñaba, a veces, con tocar su rostro.

Sin embargo, todo se intensificó en sexto curso.

Cada vez que alguien intentaba meterse con Severus —algún Gryffindor, o incluso algún idiota de otras casas—, James aparecía. Intervenía, detenía. No podía soportar ver a Severus siendo humillado o herido.

Los roces entre ellos se volvieron más frecuentes. Las discusiones subidas de tono. Las miradas... más largas de lo debido.
Había una tensión extraña, peligrosa, casi eléctrica cada vez que estaban en la misma sala.

Hasta que ocurrió aquella vez en la enfermería.

Severus había tenido que acudir a Madame Pomfrey por una poción alterada. Algún estúpido de Gryffindor había manipulado su frasco en la sala de pociones por puro odio infantil.
Ya era tarde cuando James, después de asegurarse de que no quedaba nadie más allí, apareció en la enfermería.

Al principio, no dijo nada. Solo lo miró.

Severus, un poco mareado por la poción, también lo observó en silencio.
Y entonces, James se acercó lentamente.
Alzó la mano.
Rozó su mejilla con una caricia tan suave que hizo estremecer al Slytherin.

Severus cerró los ojos un instante, dejándose llevar por aquel contacto que jamás había esperado recibir de Potter.

Los dos sabían que estaban a un suspiro de cruzar una línea peligrosa.

Los rostros se acercaron, los labios casi rozándose, cuando unas voces de alumnos en el pasillo rompieron el hechizo.

James dio un paso atrás abrupto, la confusión y el miedo asomando a su rostro. Se marchó enseguida, dejándolo solo, con el corazón golpeando en su pecho, y una sensación amarga imposible de nombrar.

Después de eso, todo se tensó aún más.

Hasta que, a finales de ese mismo año, todo se rompió.

Severus pronunció aquella maldita palabra. "Sangre sucia", dirigida a Lily durante una discusión.
La noticia se esparció rápido. Y cuando James se cruzó a solas con él en los pasillos días después, estallaron.

En medio de aquella fuerte discusión en el pasillo, cuando las palabras subieron de tono y la rabia los cegaba, James —aún atrapado en su arrebato, en su visión segada sobre los Slytherin, en su orgullo de Gryffindor— lanzó aquellas palabras crueles. Duras. Innecesarias.

Palabras que fueron como cuchillas.

Y en ese instante, por un segundo, Severus pareció querer decir algo. Lo vio. Vio cómo los labios de Snape se entreabrieron, como si intentara explicarse, como si hubiera algo más detrás de todo lo sucedido.

Pero James, enceguecido, no le dejó el espacio.

Y cuando la última de sus palabras hirientes resonó en el pasillo vacío, Severus se quedó en completo silencio.
No respondió.
No contraatacó.
Solo lo miró.

Pero en su rostro se reflejaba el dolor.
Un dolor puro, desgarrado.

Finalmente, con la voz baja, quebrada, le dijo simplemente:

— Bien... cree lo que quieras.

Y se dio la vuelta.
Se marchó, dejándolo solo.

James se quedó allí, con el eco de sus propias palabras martillándole los oídos.

Y en el mismo instante en que los pasos de Severus se desvanecían en el corredor, supo que había cometido un error.

Pero también entendió que, tal vez, ya era demasiado tarde para pedir perdón.

Tiempo después, James se casó con Lily. Porque todos lo decían.
Porque era lo correcto.
Porque Severus... Severus se había vuelto mortífago.

Así que eligió olvidar.
Y eligió amar.

Y amar a Lily no fue difícil.
Lily era increíble.
Era fuego.
Era valiente.
Era su esposa.

Y luego, Harry.

Una copia exacta de él... con los ojos de Lily.

Y aun así, en las noches más silenciosas, James se preguntaba:

"¿Y si Severus hubiera sido quien llevara a mi hijo en el vientre?"

"¿Cómo habría sido tener una familia con él?"

"¿A quién se parecería Harry?"

Pensamientos que desechaba tan rápido como venían. Eran una vergüenza. Una traición. Un imposible. Lo convertían en un imbécil.

Pero Lily sabía.

Siempre supo.

Antes de que pudiera decirle a James que debían hablar, que sería mejor separarse en buenos términos... la puerta se rompió.

Y llegó Voldemort.

El hechizo fue rápido, desconocido. James ni siquiera tuvo tiempo de gritar.

Y entonces, su cuerpo desapareció.

Chapter 2: ¿Fantasma?

Chapter Text

No sentía su cuerpo.

Al bajar la mirada, lo veía... pero se transparentaba.

Solo recordaba ver entrar a Voldemort, que este le lanzara un hechizo y, después... vacío.

Voldemort...

— Lily —susurró.

Corrió a través de los escombros de la sala, si es que podía llamarse correr. Más bien era como si flotara.

Una vez en lo que quedaba de la habitación de Harry, sintió como su interior se destruía.

Lily yacía en el suelo, su cabellera roja esparcida como un charco de sangre. Su rostro había perdido todo color, y una de sus manos parecía extenderse hacia la cuna de su bebé.

Harry lloraba. Estaba rojo, con una cicatriz en forma de rayo que le cruzaba la frente y la ceja.

Sabía que eso debía dolerle.

Intentó cargar a su hijo, pero su cuerpo fantasmal lo atravesaba. Sintió una impotencia tan feroz que le habría hecho gritar si tuviera garganta.

No había podido protegerlos. Ni a Lily. Ni a Harry.

¿Era un fantasma?

¿Un alma en pena?

No importaba. Solo quería calmar el llanto de su bebé, aunque fuera por un segundo. Pero le era imposible.

Sintió unas enormes ganas de llorar, pero las lágrimas no salían. Era obvio: no tenía cuerpo.

Unos pasos apresurados llamaron su atención.

Al girar, vio a Severus entrar en la habitación. Tenía heridas en el rostro y sangre en la túnica.

— ¿Qué te pasó? —preguntó James, sabiendo que no lo escucharía.

Lo vio correr hacia Lily. Se arrodilló junto a su cuerpo y la abrazó, llorando con una desesperación que le desgarró el alma.

— Se suponía que debía protegerte —dijo Snape entre lágrimas—. Eras mi única familia y no cumplí mi promesa. Lo siento... tanto.

"¿Promesa?"

James estaba confundido.

"¿No se suponía que su amistad había terminado hacía años?"

Severus murmuraba cosas inentendibles mientras se aferraba al cuerpo de Lily, y la escena le partía el corazón.

Hasta que un nuevo llanto interrumpió el silencio. Harry.

Severus levantó el rostro y miró hacia la cuna.

James se tensó. No sabía qué haría. Después de todo, ese bebé era hijo también del chico que más lo humilló en todo Hogwarts. De él.

Y aunque había intentado evitar que otros lo lastimaran, nunca fue suficiente.

¿Qué clase de idiota hiere a la persona que ama, solo por prejuicios estúpidos?
Oh, claro. Él. James Potter.

— Maldición —se reprochó en voz baja—. Soy un gran idiota.

Severus se separó lentamente de Lily y se acercó a la cuna. Observó al bebé.

— Eres idéntico al tonto de tu padre.

Harry dejó de llorar brevemente, fijando los ojos verdes en Severus.

Snape lo cargó con cuidado, sacó una poción de su túnica y la aplicó sobre la herida del niño. El sangrado cesó.

— ¿Mucho mejor? —dijo en voz suave—. Sí... ella me habló mucho de ti.

James se quedó helado.

"¿Lily aún hablaba con Severus?"

"¿Le habló sobre su hijo?"

Sintió su corazón inexistente acelerarse cuando Harry estiró los bracitos hacia el rostro del Slytherin.

— Te pareces al baboso de tu padre —repitió Severus con ternura, tomando su manita—, pero tienes los ojos de tu bella madre.

James estiró su mano inconsciente hacia Severus, pero solo la atravesó.

Volvió a sentir que quería llorar.

— Lo siento —murmuró Snape, aún sujetando a Harry—. No puedo quedarme.

Besó su frente con dulzura.

— Diablos, hueles delicioso —añadió, besando las mejillas regordetas del niño, que comenzó a reír—. Amo cómo huelen los bebés.

James sintió que, de haber tenido cuerpo, habría sufrido un infarto ahí mismo. La escena era... hermosa.

— Ojalá tuviera una cámara —susurró para sí mismo.

Entonces, unos pasos se oyeron.

Hagrid apareció, cubierto de barro, sudor y con el casco de la motocicleta de Sirius en la mano.

— ¿Snape?

Severus suspiró. Peinó un mechón del cabello rebelde de Harry y caminó hacia el gigante, entregándole al bebé.

— Tú no me viste, ¿sí?

Hagrid asintió. Sabía bien cuál era la posición del Slytherin.

Snape salió por la puerta como si nunca hubiera estado ahí.

James no se movió.

Aún podía sentir su aroma, tenue pero inconfundible. A poción recién hervida, a tinta, a melancolía.

Quería seguirlo. Decirle algo. Todo, quizás. Pero no podía.

No porque no lo deseara, sino porque ya era tarde.

Fue entonces que volvió a mirar a Hagrid. El gigante permanecía inmóvil junto al cuerpo de Lily, murmurando palabras que James no alcanzaba a oír. Tenía los ojos húmedos.

Pero lo que realmente llamó la atención de James fue el casco.

El casco de Sirius.

Una alarma se encendió en su pecho espectral.

— Espera... —murmuró James, flotando más cerca.

Hagrid sostenía el casco como si fuera un objeto sagrado. Lo observaba con la misma reverencia que a Lily.

James frunció el ceño. Sirius jamás dejaba que nadie, ni siquiera él, tocara su motocicleta. A duras penas lo dejaba mirar el casco, y más de una vez había escondido las llaves solo para molestarle.

Si Sirius le había entregado el casco a Hagrid... o peor, si no se lo había entregado, entonces algo andaba muy mal.

— No, no, no... —susurró James, empezando a desesperarse—. ¿Qué pasó contigo, Padfoot?

Hagrid volvió a colocarse el casco, murmuró unas palabras de despedida a Lily y el bebé, ya más tranquilo, se abrazó al pecho del gigante como si entendiera que el calor de esos brazos era seguro.

James se sintió desgarrado. Quería ser él quien lo llevara. Quien le cantara. Quien lo calmara.

Pero no tenía brazos. Ni voz. Ni vida.

Solo era lo que quedaba.

Hagrid se marchó de la casa, y James le siguió. Fue entonces que la vio: la motocicleta. Estaba estacionada justo frente a lo que quedaba del jardín. Aunque manchada de hollín, seguía imponente.

James sintió que su alma palpitaba.

— Sirius...

No podía estar muerto. No podía.

Hagrid montó la moto con el niño en brazos. La encendió con dificultad, haciendo rugir el motor como si fuera un dragón herido. Y entonces despegó hacia el cielo.

James, impulsado por la desesperación, corrió tras ellos... y fue cuando lo descubrió: podía elevarse. No como un vuelo real, sino más bien como un deslizamiento flotante, como si el aire lo reconociera como parte de él.

No lo pensó dos veces.

El viento helado atravesaba todo a su alrededor, pero él no sentía frío. Solo un eco dentro del pecho que le decía que debía seguir.

El trayecto fue largo. Las nubes cubrían parte de la luna, y la ciudad que alguna vez conoció dormía abajo, ajena a todo.

James no apartaba la vista del bebé.

"Mi hijo..."

Tras varios minutos, Hagrid comenzó a descender.

James frenó en seco al ver el destino: un vecindario muggle. Casas alineadas como soldados, farolas parpadeantes, gatos dormidos sobre buzones.

¿Qué hacían ahí?

Hagrid aterrizó suavemente la motocicleta en medio de la calle. James descendió también, y fue entonces que los vio:

Dumbledore y McGonagall estaban de pie junto a una de las casas.

James flotó más cerca, confundido.

— ¿Qué está pasando...?

McGonagall tenía el rostro serio, los labios apretados. Dumbledore parecía más viejo que nunca, como si una sola noche hubiera sido suficiente para añadirle años.

James se detuvo sobre la cerca del jardín.

La casa era pequeña. Normal. Demasiado normal.

"Número 4, Privet Drive."

Chapter 3: Los Dursley

Chapter Text

— Lily, odio a tu hermana.

A lo largo de los últimos cinco años, James había desarrollado una nueva habilidad:

Mover objetos.

Y le resultaba muy útil, especialmente con la maldita familia Dursley.

Durante esos años, la hermana de Lily, Petunia, y su esposo, Vernon, habían tratado a Harry como si fuera una desgracia. Ni siquiera lo llamaban por su nombre. Solo "niño".

Al principio, James pensó que todo se limitaría a desprecios e insultos. Pero cuando Harry tenía tres años, Petunia decidió cortarle el cabello "porque se veía desordenado y sucio". Lo hizo con tijeras viejas, a tirones, como quien podaba un arbusto que le molesta.

Y entonces, Harry estornudó.
Un brillo tenue le recorrió la cabeza... y el cabello volvió a crecer, exactamente como estaba antes.

Magia.

Desde ese día, el infierno fue aún peor.

Lo mandaron a dormir en un almacén oscuro debajo de las escaleras. Y los insultos ya no eran lo único que lo hacía llorar. También estaban los golpes.

Y eso sí, James no lo toleraría.

Una vez, Dudley tiró su plato de comida y culpó a Harry. Vernon, ya frustrado por los brotes de magia del niño, se levantó sin pensarlo y abofeteó a Harry con tanta fuerza que lo tumbó de la silla.

La ira se apoderó del cuerpo fantasmal de James. Un frasco explotó en la cocina, haciendo que Petunia soltara un grito y se cortara con un cuchillo.

Fue entonces que James lo comprendió: si concentraba su voluntad, podía controlar los objetos. Quizás incluso, con tiempo, tocar personas.

Desde ese momento, cada vez que un Dursley quería hacerle daño a su hijo, James se interponía.

La familia empezó a notar cosas.
Puertas que se cerraban solas, platos que estallaban, luces que parpadeaban, espejos que se agrietaban. Al principio, pensaron que era Harry.

Pero los incidentes seguían ocurriendo incluso cuando el niño no estaba presente: en el supermercado, en el parque, en el coche.

Petunia comenzó a murmurar que era el espíritu de Lily, vengándose por lo que hacían con su hijo. Vernon se burló... hasta que resbaló tres veces en la misma semana en lugares distintos y acabó con una pierna rota.

Desde entonces, el acoso disminuyó.

No desapareció por completo, pero dejaron de golpearlo. Y eso era algo.

A James le tomó casi tres años lograrlo. Tres años de impotencia, de frustración, de mirar a su hijo trabajando como sirviente, con ropas que le colgaban como sacos. Tenía seis años y lavaba platos, ropa, limpiaba suelos, todo sin protestar. Nunca se quejaba. Nunca hablaba.

Y esa día, como cada año, James sintió unas inmensas ganas de llorar.

Era el cumpleaños de Harry.

— Hoy cumples siete años, mi Harry —susurró James, flotando cerca de la mesa donde su hijo comía.

Arroz. Solo arroz. Frío y sin sal.

Los Dursley, como cada año, se iban a quien sabe dónde y dejaban solo al niño.

— Estoy seguro de que, si todo hubiera sido distinto, ya habríamos ido a ese acuario mágico que se suponía abriría unos meses después de... bueno, del incidente —añadió con una sonrisa triste.

Se sentó en silencio, observándolo comer.

Harry lavó su plato con cuidado, lo secó y lo dejó en su sitio antes de bajarse de la silla. Caminó hacia el patio, descalzo, y se sentó en el césped.

James lo siguió, se sentó junto a él. Harry miraba las flores que Petunia tanto cuidaba, sin tocarlas.

— ¿Sabes? —dijo James, con la voz temblando—. En unos años irás a Hogwarts. Yo pasé los mejores años de mi vida en ese lugar. Ahí conocí a tu mamá. Era la mujer más asombrosa de todas.

Harry acariciaba los pétalos con la yema de los dedos, sin romper nada.

— Y también... conocí a una persona muy especial para mí —añadió James—. Pero fui un cobarde. Nunca me acerqué como debía. Solo me gané su desprecio.

Miró al cielo.

— Me pregunto si alguna vez tuve realmente el valor Gryffindor que todos decían. Si lo hubiera tenido... tal vez, hoy todo sería distinto.

Volvió a mirar a su hijo.

— Quizás él te habría tenido. Hubiera sido gracioso verlo malhumorado con los malestares del embarazo —rió suavemente—. Seguro me habría culpado por cada síntoma. Pero, de algo estoy seguro... tú tendrías la infancia que mereces.

Se recostó sobre el césped junto a Harry, observando cómo este intentaba atrapar una mariposa.

James escuchó su respiración. Su risa bajita. Sus pequeños murmullos.

Harry hablaba poco. Muy poco.
James sabía que podía hablar: en las noches murmuraba cosas en sueños, pesadillas en su mayoría. Gritaba... al principio. Pero después de que Vernon lo golpeara por eso, dejó de hacerlo.

Su silencio se volvió una armadura.

James lo entendía.
Y juró que jamás dejaría de protegerlo.

Una noche, Vernon lo golpeó por despertarse llorando. Al día siguiente, la alfombra de la escalera "se deslizó" justo cuando subía. Vernon cayó y se rompió un brazo.

Lástima que no fue la columna.
Pero fue suficiente.

Desde entonces, James no había vuelto a ver a su hijo recibir un golpe.

Y aun así... eso no era suficiente.

Porque lo que James deseaba con todo su ser era una sola cosa:

Abrazarlo.

Solo eso.

(...)

James estaba furioso.

Después de mucho tiempo —demasiado—, Harry por fin había reunido el valor suficiente para hacer una pregunta que llevaba años guardándose.

"¿Quiénes fueron mis padres?"

Y esa maldita mujer, esa serpiente disfrazada de ama de casa —Petunia—, junto a su troglodita de esposo, le había respondido lo peor que un niño podía escuchar:

— Tus padres eran unos delincuentes. Murieron por andar en cosas raras... drogas, creo. Y si no nos haces caso, terminarás igual. Muerto. Tu cuerpo podrido flotando en alguna alcantarilla como ellos.

James no sabía qué le rompía más: que su hijo, su bebé, hubiese recibido esa mentira como si fuera verdad... o que no hubiera tenido fuerzas para protestar.

Desde ese día, Harry nunca volvió a preguntar. Ni por ellos. Ni por su pasado. Nada.

James, que llevaba años conteniéndose, estalló.

Fue casi accidental. Solo pensó que quería que desaparecieran... y, de pronto, los Dursley despertaron encerrados en el sótano, con la puerta atrancada y sin poder encender las luces.

Lo que no fue tan accidental fue lo que vino después.

Ratas.
Rasguños.
Susurros que no salían de ninguna boca.

James se permitió un poco de dramatismo. Al fin y al cabo, si iban a actuar como monstruos, bien podían saber lo que era tener miedo de uno.

Por suerte, esa noche Harry estaba tan agotado de limpiar, cocinar y lavar que no escuchó los gritos de sus tíos desde el sótano. Y para mejorar aún más la situación, Dudley se había quedado a dormir en casa de un amigo.

Perfecto.

La pareja pasó la noche acurrucada en un rincón del sótano, temblando por el frío, las alucinaciones y los sonidos que les susurraban "maltratadores de niños" desde las paredes.

James no sintió remordimiento alguno.

A la mañana siguiente, Harry despertó temprano, como siempre.
Al pasar cerca del sótano, escuchó sollozos.
Abrió la puerta... y frunció el ceño al ver a sus tíos, pálidos, despeinados, con las ojeras de quienes no habían dormido ni un segundo.

— ¿Están... bien? —preguntó el niño, más por educación que por preocupación.

Petunia no respondió. Solo se levantó y caminó tambaleante hasta su habitación. Vernon la siguió arrastrando los pies.

No dijeron ni una palabra.

Durante todo ese día, no salieron.
Ni gritaron.
Ni miraron a Harry.

James flotó junto a su hijo mientras este preparaba su desayuno —té y pan seco— y sintió algo parecido a paz. No porque fuera suficiente, sino porque al menos por un día, Harry no sería humillado.

Y así pasaron los años.

Años de vigilias nocturnas.
De susurros sin respuesta.
De palabras no dichas y heridas mal curadas.

Hasta que, por fin...

Llegó el día que James más había esperado.

El onceavo cumpleaños de Harry.

Chapter 4: Callejón Diagon

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— ¡La carta! —exclamó James, flotando con los ojos brillantes al ver a la lechuza descender.

Por primera vez en años, sentía algo parecido a alegría genuina. Harry estaba por recibir su carta de Hogwarts. Por fin.

Pero esa emoción se desvaneció en segundos.

Vernon Dursley salió de la cocina como un rinoceronte desbocado, arrebató la carta del pico del ave antes de que Harry pudiera tocarla... y la rompió en mil pedazos.

— ¡NO! —gritó James, aunque sabía nadie lo oyó—. ¡Era para él!

Pero Vernon ya la había echado al fuego.

Y esa no fue la única.

Al día siguiente, otra lechuza. Otra carta. Otro grito. Otro fuego.

Una, dos, tres, cuatro... veinte cartas llegaron en los días siguientes, y todas terminaron igual: destruidas, escondidas, enterradas.

James lo intentó, de verdad que intentó atrapar una de las cartas. Pero su poder como espíritu aún no era lo suficientemente fuerte. Podía mover cosas, causar sustos, pero aún no lograba sujetar objetos del todo.

— ¡Que inútil soy! —se reprochó James, viendo cómo la carta número veintidós era aplastada con una pala por Petunia en medio del jardín que tanto adoraba.
James, rabioso, hizo que una maceta se cayera y casi le rozara el pie. Ella chilló como un murciélago.

Harry, por su parte, comenzaba a sospechar.

Veía las cartas con su nombre. Sabía que algo se le estaba ocultando. Lo intentó todo: preguntar, rogar, incluso asomarse por las ventanas, pero sus tíos eran más rápidos.

Y entonces... el caos.

El cielo se llenó de lechuzas. Cientos.

Las cartas comenzaron a llover por la chimenea, por debajo de las puertas, por las ventanas. Algunas incluso salían del horno.

James rió con satisfacción al ver la desesperación de Vernon, tropezando por el suelo, arrastrándose entre las hojas para destruirlas todas. Petunia chillaba, empujando a Harry, y Dudley lloraba por la carta que le había caído en la cara.

James disfrutó cada segundo.

Pero entonces, como un cubo de agua fría, ocurrió lo inesperado.

Se mudaron.

— ¡¿Qué?! —exclamó James, mientras observaba cómo Vernon lanzaba maletas en el coche, arrastrando a toda la familia—. ¡No! ¡Harry tiene que recibir esa carta!

Y así, el coche partió. Atravesaron la ciudad. Las afueras. Luego un camino de tierra. Un barco. Una tormenta.

James no sabía qué era peor: la locura de Vernon o la idea de que la carta no llegara a su hijo.

La familia Dursley terminó en un faro destartalado en medio del mar, con lluvia, viento y frío. Vernon cerró las puertas con clavos, bloqueó la chimenea y se sentó con una escopeta vieja junto a la única vela encendida.

Harry, por su parte, durmió sobre una alfombra raída en el suelo.

James se acercó y lo cubrió con una manta que había flotado misteriosamente hasta caerle encima. No podía tocarla del todo, pero podía empujarla, suavemente, lo suficiente como para proteger a su hijo del viento helado.

Y entonces...

Lo sintió.

Un temblor en el aire. Como si la magia reconociera a un viejo amigo.

Pasos.
Fuertes.
Firmes.
Pesados.

La madera del faro crujió. Vernon se despertó de golpe. Petunia palideció. Dudley se escondió detrás de un saco.

James flotó hacia la puerta, emocionado.

— No puede ser...

BOOM.

Un golpe. Otro. Hasta que, con una explosión de astillas, la puerta se abrió.

Un gigante de casi tres metros, cubierto con un abrigo de piel de topo y barba desordenada, entró como un vendaval.

— ¡Feliz cumpleaños, Harry!

James soltó una carcajada entre sollozos.

— ¡Hagrid!

El guardián de las llaves de Hogwarts había llegado. Como siempre. Como debía ser.

Harry, aún medio dormido, lo miraba con ojos enormes. Dudley se encogía. Vernon apretaba la escopeta. Petunia murmuraba una oración.

— Traigo un pastel —dijo Hagrid, sonriendo mientras sacaba una caja de su abrigo—. Está un poco aplastado, pero es de chocolate.

Harry lo miró sin saber si debía tocarlo.

James observaba todo con su corazón inexistente latiéndole como hacía años no lo hacía.

Su hijo tenía un pastel.
Por primera vez.
Un regalo.
Una sonrisa.

La vela encendida titiló. Harry sopló.

Y por un instante...
James juró que pudo sentir el calor.

(...)

Después de una larga discusión con los Dursley —quienes se aferraban con uñas y dientes a la absurda idea de ocultar el pasado de Harry—, Hagrid finalmente logró llevárselo de esa casa.

No sin antes, claro, dejar a Dudley con unos detallitos extras en su anatomía, cortesía de una cola y nariz de cerdo, por ser un niño maleducado, avaricioso y particularmente insoportable.

James estaba feliz.

Ver a su hijo caminar junto al gigante, con los ojos muy abiertos y llenos de asombro, lo hacía sentir que —al fin— algo en su historia comenzaba a repararse.

Y entonces... el Callejón Diagon.

— ¿Entonces soy un mago? —preguntó Harry, con la mirada siguiendo a los brujos que pasaban volando sus bolsas, los gatos que maullaban desde vitrinas, y los calderos que humeaban en los escaparates.

— Sí —respondió Hagrid, con una sonrisa cálida—. Al igual que tus padres. Esos dos fueron personas muy valientes, y tú seguro serás igual que ellos.

James observó cómo los ojos de Harry brillaban levemente al escuchar la palabra "padres".
Era una chispa pequeña, pero real. Como un botón de recuerdo floreciendo por primera vez.

Hagrid hacía la mayor parte del habla, claro. Harry aún era muy reservado, pero lo escuchaba con una atención inquebrantable mientras el gigante le explicaba sobre Hogwarts, las casas, el Ministerio, los duendes de Gringotts y, en voz baja, los "asuntos oscuros que ya no deben repetirse".

Después de la visita a Gringotts, la alegría de James se esfumó.

Por lo que había dicho Hagrid, al parecer los Dursley habían estado recibiendo dinero cada mes para los gastos de Harry, una suma demasiado generosa dada la fortuna que los Potter habían dejado.

Y aun así... su hijo había crecido vestido con harapos, comiendo sobras —si es que comía— y con cuadernos escolares atados con cinta adhesiva.

James sintió que si aún tuviera cuerpo, habría hecho estallar toda la bóveda familiar.

Vernon y Petunia Dursley ocupaban ahora el segundo lugar en su lista negra. Voldemort seguía primero, por supuesto, pero apenas por una nariz.

Volvió a calmarse al ver a su hijo emocionado con las compras escolares: un caldero, pergaminos, plumas, frascos de pociones... Todo era nuevo. Todo era suyo.

Incluso hablaba un poco más con Hagrid. Lo que era muchísimo para Harry.

Y entonces llegaron a Madam Malkin, Túnicas para todas las ocasiones.

El lugar estaba abarrotado de niños y padres haciendo compras de última hora. La espera fue larga. James, flotando cerca del techo, pasó el tiempo viendo cómo Hagrid intentaba no derribar estantes con cada movimiento.

Cuando por fin fue el turno de Harry, se subió a un pequeño taburete frente a un espejo de cuerpo entero, mientras una bruja bajita le ajustaba la túnica. Y entonces, otro niño se subió al taburete junto a él.

Un niño de rostro afilado, piel pálida, y cabello tan rubio que parecía plateado bajo la luz encantada de la tienda.

Ojos grises. Penetrantes.

Fijos en Harry con una expresión indescifrable, entre curiosidad y una sutil arrogancia que no parecía malintencionada, sino aprendida.

Harry, sorprendido, no podía dejar de observarlo. Era la primera vez que veía a alguien así, nunca había visto ese color de cabello. Además, se movía con elegancia, como si le hubieran enseñado a caminar en línea recta desde que aprendió a gatear.

— ¿Cómo te llamas? —preguntó el niño, con una voz firme pero serena.

Harry parpadeó.

— ¿Yo?

El otro puso los ojos en blanco con teatralidad contenida.

— Sí, tú. Me has estado mirando desde que me paré aquí.

El rostro de Harry se encendió.

— Lo siento... soy Harry.

— Un gusto —dijo el otro, estirando la mano con naturalidad—. Soy Draco Malfoy.

Harry dudó, pero estrechó su mano con suavidad.

James, que había estado observando la escena flotando cerca del techo, casi se desmaya.

— ¿Malfoy? —repitió en voz baja, bajando en picado para examinar al niño—. No parece tan arrogante como el Lucius de mis recuerdos...

Mientras les medían las túnicas, los niños conversaban. Bueno, Draco hablaba. Harry asentía, sonreía de vez en cuando y le respondía con monosílabos que no sonaban incómodos, sino atentos.

— Dicen que este año habrá muchos hijos de muggles —comentó Draco, como quien menciona que habrá más gatos en el vecindario.

James se tensó. Su cuerpo fantasmal vibró ligeramente.

Harry también frunció el ceño. Según lo que Hagrid le había explicado, su madre era hija de muggles. Por lo que eso le convertía en un mestizo.

— ¿Eso sería un problema? —preguntó, a la defensiva.

Draco lo miró con calma y luego se encogió de hombros.

— No. Mamá dice que tienen una perspectiva interesante. A veces vale la pena escucharles.
Mi prima es mestiza, su papá es muggle. Y mi padrino también. Así que me molesta cuando hablan mal de ellos.

Tanto James como Harry se quedaron en silencio, sorprendidos por la respuesta.

Draco siguió hablando sobre su prima, que solía visitar el mundo muggle y le enseñaba canciones en cassettes, monedas raras y algo llamado televisión.

James flotaba en estado de shock.

— No es como ese arrogante de Malfoy —murmuró, confundido.

Y Harry... Harry lo miraba con una mezcla de curiosidad, asombro y algo más. Un cosquilleo en el estómago que no entendía.

— ¿El tipo grande que viene contigo es tu guardaespaldas? —preguntó Draco, señalando a Hagrid, que intentaba no derribar una pila de sombreros.

Harry abrió la boca, pero no supo qué decir.

— Es enorme. Seguro puede espantar a cualquiera. Voy a decirle a papá que me contrate uno —añadió Draco, con una media sonrisa.

Hagrid se sonrojó hasta las orejas.
Harry no sabía si reír, o explicarle que el "guardaespaldas" era el encargado de Hogwarts.

Cuando por fin las túnicas estuvieron listas, los niños volvieron a estrecharse la mano.

— Espero verte en Hogwarts —dijo Draco, sonriendo con sinceridad—. Eres muy interesante.

Harry asintió, sin saber muy bien qué decir.

— Dijo que eres interesante —comentó Hagrid mientras salían de la tienda—. Pero casi no hablaste en toda la hora.

Harry se rió bajito y asintió.

— Es muy hablador. Me agrada.

James lo miró, en silencio.

Harry se giró, buscando con la mirada hacia dónde se había ido Draco.

Y James sintió algo.
Una corriente fría, punzante. No mágica. Emocional.

Observó los ojos de su hijo. Esos ojos verde esmeralda como los de Lily... en ese momento, no tenían nada de ella.
Tenían todo de él.

Era lo mismo, la forma exacta en que él miraba a Severus cuando eran unos niños. Y gran parte de cuando fueron adolescentes.

Y lo supo.
Lo supo al instante.

— No... —susurró James, paralizado—. No, no, no...

Se cubrió el rostro con las manos.

— Por Merlín... Lily, dime que nuestro hijo no tuvo un flechazo por un Malfoy. Por favor.

James sintió que si tuviera cuerpo...
volvería a morirse.

Chapter 5: Caldero Chorreante

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Durante todo el resto del recorrido, James se mantuvo flotando detrás de Hagrid y Harry, con la cabeza gacha.

¿Su hijo... flechado por un Malfoy?

Eso no podía ser posible.
Debía haber visto mal. Seguro fue solo un malentendido.
Una coincidencia. Una mirada malinterpretada.

— Maldición —susurró.

No había visto mal.

Conocía demasiado bien ese tipo de mirada.

La reconocía como se reconoce una cicatriz en el propio pecho. Era su mirada, la misma con la que había visto a Severus desde aquel primer día en el expreso a Hogwarts.

Él, más que nadie, lo sabía.

Y ahora su hijo, su pequeño Harry, parecía haber heredado su gusto por los Slytherins.

No solo eso. También parecía tener cierta afinidad por personalidades arrogantes, frías... con una lengua filosa y los hombros erguidos como si el mundo les debiera algo.

James se frotó la cara fantasmal con las manos.

— Hijo mío tenías que ser... —se lamentó, mientras lo observaba emocionarse cuando Hagrid apareció con una lechuza, diciéndole que es un regalo.

James sintió su inexistente corazón estrujarse al ver la felicidad en el rostro de su hijo. Era el primer obsequio de cumpleaños que recibía en todo ese tiempo.

Las ganas de llorar volvieron a hacerse presente en su fantasmal cuerpo.

Al final del día, con todas las compras completas y un espíritu frustrado flotando detrás de ellos, Hagrid y Harry regresaron a Privet Drive.

— ¿Volveré con ellos? —preguntó Harry, con voz baja, desanimada.

James sintió que algo se le retorcía por dentro.

Pero Hagrid negó enseguida.

— Solo hemos venido a recoger algunas cosas tuyas —explicó con firmeza—. Hasta que empiecen las clases, te quedarás en el Caldero Chorreante. Tuve que rogarle a Dumbledore para que lo aprobara, pero aceptó.

Harry alzó la vista, curioso.

— ¿Dumbledore?

— Sí —respondió el gigante—. El director de Hogwarts. Uno de los mejores magos del mundo.

La puerta de la casa se abrió con un gesto casual de la varita de Hagrid. Afortunadamente, no había nadie en casa. Harry suspiró aliviado.

James no lo dijo en voz alta, pero también lo agradeció.

Entonces Harry caminó directo hacia la bodega bajo las escaleras.

Hagrid frunció el ceño.

— ¿Esa es tu habitación?

Harry asintió con naturalidad, como si no fuera algo indignante.

Abrió la puerta y entró al reducido espacio. El interior era oscuro, sin ventanas. Había una vieja colcha doblada sobre una caja de cartón, un par de juguetes rotos y una lámpara que parpadeaba.

James lo observaba desde el umbral con el alma rota.

Esa era la infancia de su hijo.

Harry comenzó a guardar su ropa en la mochila que Hagrid le había comprado hacía unas horas. No tenía mucho que empacar.

Desde la puerta, Hagrid se quedó en silencio, observando. No podía entrar sin peligro de derrumbar la casa entera, pero aún así... el nudo en su estómago lo dejó sin palabras.

En el mundo mágico se creía que "el niño que vivió" llevaba una vida feliz, en una casa cómoda, protegido por una familia amorosa.

Qué gran mentira se habían tragado todos.

James flotó más cerca, viendo cómo Harry metía en la mochila tres camisetas, dos pantalones y un libro roído de matemáticas. Sobraba espacio. Mucho.

— Mi bebé... —susurró James, con voz temblorosa, y alzó la mano para acariciar su mejilla. Pero, como siempre, lo atravesó.
Nada.

Y cada vez que pasaba, la impotencia se le hundía más hondo en el pecho. Se odiaba por esa noche, por haber dejado su varita sobre la mesa en lugar de tenerla a la mano.
Quizá si la hubiera tenido...
Quizá habría luchado.
Quizá hubiera salido malherido, pero estaría junto a él.

O al menos, eso quería creer.

Después de unos minutos, Harry salió de la casa y se paró frente a Hagrid. Su mochila colgaba floja de su hombro.

— Ya tengo todo.

El gigante la miró. Estaba tan vacía que parecía más liviana que una pluma.

Soltó un suspiro pesado, asintiendo.

— Muy bien. Vamos. Todavía queda un mes antes de que empiecen las clases. Te enseñaré algunas cosas del mundo mágico para que no llegues tan perdido.

Harry asintió, con una chispa de emoción que ya no parecía prestada, sino suya. Genuina.

James se quedó unos segundos más parado frente a la puerta del armario bajo las escaleras.

Luego se giró, flotando tras ellos.

Después de tantos años, su hijo tenía algo parecido a un hermoso día de cumpleaños.

(...)

Los días pasaron. Y con ellos, las semanas.

Harry no salía mucho del Caldero Chorreante.
No porque no quisiera, sino porque estaba procesando.

Todo había comenzado con una charla casual, mientras Hagrid le explicaba cómo funcionaban las cosas en el mundo mágico: los trasladores, las escobas voladoras, el Ministerio de Magia...

Pero en un descuido, se le escapó algo.

La guerra mágica.

Harry se quedó callado por unos segundos, y luego preguntó, casi con timidez:

— ¿Qué guerra?

Y después:

— ¿Por qué la gente me llama "el niño que vivió"?

Y entonces Hagrid le contó. Todo.

Quiénes habían sido sus padres, cómo habían muerto, y cómo un mago oscuro llamado Voldemort —el más temido de todos— los había asesinado y había intentado matarlo a él, cuando era apenas un bebé.

Pero no pudo.

La maldición más poderosa que existe, la Maldición Asesina, falló por primera y única vez... y desde entonces, Voldemort desapareció.

— Eres famoso, Harry —había dicho Hagrid con voz grave—. En nuestro mundo, eres el niño que vivió.

Para Harry, esa conversación lo cambió todo.

Por primera vez en su vida, entendió por qué era diferente. Por qué nadie quería hablarle de sus padres. Por qué, ese día de comprar los útiles escolares, algunos lo miraban con lástima, otros con respeto, y otros con recelo.

Y también entendió algo aún más importante:

Sus padres no eran delincuentes.
No murieron por "accidentes".
Eran valientes.
Y lo habían amado.

Solo ese pensamiento le bastaba para sentirse... más liviano. Más real.

(...)

James estaba eufórico.

Por fin, su hijo sabía la verdad.

Sabía quiénes eran.
Sabía que fue deseado, amado, protegido hasta el último segundo.

Y aunque James no podía gritarlo, no podía abrazarlo, su forma espectral vibraba con orgullo.

— Bien, Hagrid... bien hecho —murmuró desde el rincón del techo.

Claro que, bueno... uno de sus padres no estaba "muerto muerto", exactamente.
Él seguía por ahí.
O algo así.

James aún no sabía si era un fantasma, un alma en pena o algo distinto. No encajaba del todo con los espectros de Hogwarts: esos podían hablar con cualquiera, ser vistos, escuchados... algunos incluso enseñaban Historia de la Magia.

¿Entonces... qué era él?

(...)

En esas semanas, por suerte, James se sintió tranquilo por primera vez desde aquella noche. Hagrid pasaba casi todo el día con Harry, llevándolo de tienda en tienda, enseñándole modales mágicos, nombres de criaturas, dulces, tradiciones, y de paso contándole todo lo que le venía a la cabeza.

Así que James aprovechó su libertad.

Se fue a la gran biblioteca del centro mágico, un edificio antiguo que olía a pergamino, incienso, y magia vieja.

Buscó. Durante horas. Días. Semanas.

Y descubrió algo curioso: había más novelas muggles sobre fantasmas enamorados que libros serios sobre espectros reales.

Claro, leyó un par.
Y sí, no estaban tan mal. Le gustó mucho la historia de "El Fantasma de la Ópera."

Nadie lo miraba raro. Al fin y al cabo, en el mundo mágico, un libro flotando solo no era lo más extraño del día.

Y entonces, en el último día que podía estar ahí antes de que Harry partiera a Hogwarts, lo encontró.

Un tomo polvoriento, encuadernado en piel envejecida, con letras que se reorganizaban solas cada vez que pasaba página. Título: "Almas Ligadas: entre la Muerte y la Carne."

James hojeó rápidamente.
Fantasmas. Espíritus vengativos. Apariciones mágicas... y entonces: un capítulo extraño.

No hablaba de fantasmas nacidos de la muerte.
Hablaba de hechizos antiguos capaces de separar cuerpo y alma sin matar del todo. De encerrar a una conciencia en un estado intermedio.

No se nombraba el hechizo, pero la descripción...
Encajaba. Demasiado bien.

Y entonces, la revelación:

"Si el hechizo se realizó con una varita específica, solo con ella podrá revertirse."

James se congeló.

Sus esperanzas, por un instante, se inflaron.
Podía volver.
No estaba muerto.

Pero al seguir leyendo, la emoción se le fue escurriendo entre los dedos.
Ningún caso registrado de éxito.
Demasiados intentos fallidos.
Y siempre, la condición: "se necesita la varita original del conjurador."

La de Voldemort.

James cerró el libro.

Los siguientes capítulos eran sobre íncubos, y honestamente... no estaba de humor.

— Una pérdida de tiempo —murmuró resignado, flotando hacia la salida.

Pero aún así... había ganado algo.

Una certeza.

No estaba muerto.
Y eso... ya era más de lo que creía tener.

Chapter 6: Andén 9 ¾

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Por fin era el día.

Harry caminaba ansioso junto a Hagrid, quien le explicaba que debía cruzar el andén 9 ¾ para llegar al Expreso de Hogwarts.

Por desgracia, el gigante no podía acompañarlo más allá. Como cuidador de las llaves y terrenos de Hogwarts, tenía que llegar antes que los alumnos.

— Buena suerte, Harry —dijo Hagrid, dándole una palmada tan fuerte en la espalda que lo hizo tambalearse—. Nos veremos allá.

Se marchó.

Harry respiró hondo y empujó el carrito con su baúl y jaula. La lechuza —Hedwig— lo observaba desde su jaula con expresión serena.

A su lado, James flotaba en el aire, invisible para todos menos para su propia conciencia, aunque eso no lo detenía.

— Vamos, Harry... tú puedes, solo mira al frente... no corras... ¡no tropieces con el carrito, por amor a Merlín!

James se detuvo al llegar al andén, confundido al ver que su hijo pasaba de largo y no veía el portal.

— Oh... cierto.

Entonces, un alboroto detrás de él llamó su atención. Al girar, sonrió ampliamente.

— Molly Weasley —susurró James con nostalgia.

Haciendo uso de su habilidad mejorada, lanzó una pequeña piedra al hombro de su hijo. Harry se giró, confundido, justo cuando una familia de pelirrojos pasaba apurada.

— ¡Vamos niños! ¡Llegarán tarde! —gritó una mujer con voz fuerte pero cálida, apurando a su numerosa prole.

Harry los miró intrigado. No solo por los baúles y mascotas que llevaban, sino porque la ropa que usaban era tan rara como fascinante.

— Disculpe —dijo con cortesía, acercándose a la mujer—. ¿Sabe cómo puedo llegar al andén 9 ¾?

Ella lo miró y sonrió con dulzura.

— Claro, cariño. Justo vamos allá.

Le tomó suavemente la mano y lo guió hacia un costado, mientras los hijos mayores corrían hacia el muro y lo atravesaban entre risas.

— Siempre compiten esos dos —dijo uno de los hermanos más pequeños, girándose hacia Harry con una sonrisa amigable—. Soy Ron Weasley, un gusto.

— Harry Potter —respondió, estrechando su mano.

Ron se quedó boquiabierto.

— ¿Eres ese Harry Potter?

Antes de poder responder, la señora los empujó suavemente hacia el muro.

Con un poco de miedo, Harry se lanzó... y al abrir los ojos, el mundo cambió.

El bullicio del andén 9¾ lo envolvió como un abrazo invisible.

Vapores saliendo del tren, gatos sobre maletas, búhos chillando, niños riendo, padres dando últimos consejos.

Y James... sonriendo como nunca.

— Bienvenido al lugar donde perteneces, mi Harry —dijo con ternura.

James lo observaba con una mezcla de nostalgia y alegría. En ese mismo andén había conocido a sus tres mejores amigos, a su pelirroja favorita —madre de su hijo— y también... a su primer amor.

Pero junto con los recuerdos buenos, también vinieron los que prefería no volver a ver.

(...)

Después de confirmar que sí, era ese Harry Potter, y que no tenía una cicatriz pintada con tinta, Ron y él subieron al tren, emocionados, nerviosos y hablando de todo lo que esperaban vivir ese año.

Conversaban animadamente sobre escobas, casas, clases, y en ese momento, apareció la señora del carrito de dulces.

Ron revisó sus bolsillos y bajó la mirada.

Harry, sin dudar, compró dulces para ambos.

Y entonces, una cabellera rubia apareció en su campo de visión.

— ¿Draco? —preguntó, girándose.

Draco levantó la vista, sorprendido.

— ¡Harry!

Dejó sus dulces con sus acompañantes y se acercó a él con una sonrisa.

Mientras la bruja envolvía sus compras, Draco y Harry comenzaron a hablar con soltura, poniéndose al día sobre lo que habían hecho esas últimas semanas. Harry hablaba más que antes, animado.

Desde el vagón, Ron asomó la cabeza, frunciendo el ceño.

— ¿Harry? ¿Qué haces hablando con Malfoy?

Harry lo miró, confundido por el tono. No sonaba amistoso.

Draco también lo notó, y con un elegante giro de ojos respondió:

— Como siempre, un Weasley sin modales. ¿No te han enseñado a no interrumpir conversaciones ajenas?

Harry se giró hacia Draco con otra ceja levantada.

— ¿Ustedes no se llevan bien?

James, que flotaba cerca del compartimiento del equipaje, también observaba con interés.

— Esto parece tornarse interesante —murmuró con media sonrisa.

Ron y Draco se miraban como si ya se hubieran peleado diez veces en otra vida.

— No me gusta juntarme con puristas de sangre —espetó Ron.

— Purista tu pecoso trasero —respondió Draco, sin perder la compostura.

Ron enrojeció tanto que hasta sus pecas parecían más oscuras.

Pero antes de que dijera algo más, la señora del carrito le entregó la bolsa de dulces a Harry, dándole sin saberlo la pausa perfecta.

Ron se marchó refunfuñando, cerrando el compartimiento con más fuerza de la necesaria.

Draco suspiró, se pasó una mano por el cabello y sonrió.

— Nos vemos después, Harry.

Y se alejó, seguido por sus acompañantes, Crabbe y Goyle, que parecían más tensos que de costumbre.

Harry se quedó en silencio, mirando el pasillo vacío.

James, flotando en lo alto, soltó un suspiro cargado.

— Y yo que quería ver a Malfoy pelear con el niño Weasley... hubiera sido espectacular.

Pero la sonrisa se le congeló en el rostro al ver cómo Harry miraba a Draco.

No era solo admiración.
Era... esa mirada.

— Diablos —murmuró James—. ¿Por qué se parece tanto a mí?

Era exactamente la misma forma en que él miraba a Severus cuando eran niños.
Esa mezcla de curiosidad, admiración y algo más que no se sabía nombrar.

Tenía sus mismos gustos.
Su mismo corazón testarudo.
La misma maldita debilidad por los Slytherins.

— Lily, si puedes oírme... —susurró James, tapándose la cara con las manos—, haz algo. Haz lo que sea. Que no se enamore del Malfoy. Por favor. Cualquiera, menos de él.

Y ahí estaba, el gran James Potter, el espectro orgulloso...
viendo a su hijo repetir su historia.

(...)

James pasó todas esas horas flotando en silencio, observando el paisaje que se deslizaba más allá del vidrio empañado del compartimento.

Harry y Ron se habían quedado profundamente dormidos, agotados tras devorar medio carrito de dulces mágicos. Sus cabezas reposaban desordenadamente, uno contra el vidrio, el otro contra el respaldo.

Aprovechó esos breves momentos de paz para sentarse —o al menos simular que lo hacía— y pensar.

Iba a volver a Hogwarts.

No como alumno.
No como ese niño que rompía las reglas solo por diversión.
Sino como un espectro con cuentas pendientes.

¿Los fantasmas del castillo podrían verle? ¿Escucharle?

¿Y él...?

— Severus... —susurró con nostalgia, apoyando su frente contra el cristal invisible. Las montañas se desdibujaban al compás del tren.

Recordaba perfectamente cuando Remus le comentó, años atrás, que Snape se había convertido en el profesor más joven en enseñar en Hogwarts. Una hazaña digna de admiración, aunque James fingiera que no le importaba.

¿Seguiría enseñando?

¿Habrá cambiado su mirada?

¿Continuará siendo igual de arisco, igual de orgulloso... igual de fascinante?

O tal vez...

— ¿Podré volver a ver esa cara tan bonita tuya? —murmuró, sonriendo con tristeza.

Era ridículo.

En todos esos años, nunca dejó de pensar en él. Por más que quisiera enterrarlo, olvidar, avanzar... el recuerdo siempre volvía.
Y más ahora, cuando lo había visto —vivo, presente, real— cargando a su hijo con tanta ternura aquel día.

La imagen no se iba.
Estaba tatuada en su alma.

Ver a Severus sostener a Harry entre sus brazos aquella noche trágica, susurrándole con ternura que todo estaría bien.

Y esos besos...
Esos besos que Snape depositó en la mejilla del niño, tan suaves, tan sinceros, como si le estuviera entregando un pedazo de su corazón sin que nadie más lo notara.

James se pasó una mano invisible por el rostro.

— Lily... —dijo con pesadez—. ¿Tú crees que yo pueda...?

No terminó la frase.

No se atrevía.

Sentía que al pensarlo, ya estaba traicionando la memoria de su esposa. Esa mujer que lo amó, que creyó en él cuando ni él mismo lo hacía.
Y eso... eso le carcomía la conciencia.

Lo convertía en una basura.

Pero en el fondo de su corazón, sabía que Lily lo habría entendido. Después del enojo inicial —por obvias razones—, probablemente le habría apoyado. La conocía demasiado bien. Tenía un carácter fuerte, pero también un corazón inmenso.

Ojalá le hubiera dicho la verdad cuando aún estaban en Hogwarts.

Quizá, en lugar de burlarse, Lily lo habría regañado, lo habría insultado por enamorarse del mismo chico al que solía molestar. Pero después... después lo habría ayudado, como siempre lo hacía.

A regañadientes, claro.
Con mil advertencias y cejas arqueadas.
Pero al final, lo habría apoyado.

— No tengo nada del valor Gryffindor del que tanto presumía —se reprochó, sin fuerzas.

Sus pensamientos se rompieron cuando notó que Harry se encogía ligeramente, preso del frío.

Con un esfuerzo de concentración, James movió una manta y la colocó con cuidado sobre el cuerpo de su hijo, usando aquella habilidad que tanto le había costado desarrollar en su forma espectral.

— No quiero que te enfermes antes del primer día de clases —dijo, más para sí que para él—. Debes causar una buena impresión. Ya te veré entrar por esas puertas como un verdadero Potter.

Se quedó ahí, viéndolos dormir.

Su hijo, por fin rumbo a su destino.
Él, atrapado entre la nostalgia y el deseo imposible.

Pero por primera vez en mucho tiempo, tenía una esperanza:
volver a verlo. A Severus.

Y quizás, solo quizás,
redimirse.

Chapter 7: Hogwarts

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Una niña de cabello alborotado despertó a Harry y Ron, preguntándoles si no habían visto un sapo llamado Trevor, que era de un chico —Neville, según dijo— y que se le había perdido.
Los chicos, aún con los ojos entrecerrados por el sueño, negaron con la cabeza.

— Deberían ponerse ya el uniforme —añadió ella con voz firme—, estamos por llegar.

Cerró la puerta del compartimento sin esperar respuesta. Harry y Ron intercambiaron una mirada somnolienta antes de comenzar a vestirse. James, como siempre, permanecía cerca, vigilante. Aunque no podía intervenir directamente, por respeto decidió flotar fuera del compartimento para darles algo de privacidad mientras se cambiaban.

Una vez listos, los chicos se unieron al resto de los estudiantes que comenzaban a bajar del tren. El aire nocturno de Hogsmeade les golpeó el rostro con su frescura. Los de primero charlaban nerviosos, mientras que los mayores parecían ya acostumbrados a la rutina. James flotaba junto a ellos, sonriendo con cierta nostalgia.

Escuchar las voces, los pasos, el crujir de las ruedas de los baúles en el andén... todo le recordaba su primer año.

Y entonces, entre la multitud, una voz retumbó por encima del bullicio:

— ¡Primeros de Hogwarts! ¡Por aquí, síganme!

Era Hagrid. James sonrió de inmediato al ver al semigigante agitar su linterna con entusiasmo.
Harry, al reconocerlo, le sonrió ampliamente. Hagrid, sin decir palabra, le guiñó un ojo con complicidad antes de darse la vuelta para seguir guiando al grupo por el sendero.

Mientras los niños formaban fila para descender la colina hasta el lago, James notó cómo Harry se detuvo unos segundos. Delante de él, entre risas y empujones, estaba Draco Malfoy. El rubio giró casualmente, como si hubiera presentido su mirada, una sonrisa leve pero genuina curvó sus labios. Harry sonrió también, algo tímido.

Draco le hizo un gesto con la cabeza antes de marcharse con sus acompañantes.

— ¿De dónde conoces a Malfoy? —preguntó Ron al instante, con tono desconfiado.

— Lo conocí en la tienda de túnicas hace unas semanas —respondió Harry con naturalidad.

James, flotando justo detrás de ellos, soltó un largo suspiro resignado al ver la sonrisa ilusionada de su hijo por aquella breve atención.

— Se parece tanto a mí... alegrándose por pequeñas señales de afecto de una serpiente orgullosa —dijo para sí mismo, negando con la cabeza y sonriendo con melancolía.

Ron frunció el ceño, claramente a punto de decir algo más, pero fue interrumpido por una voz aguda:

— ¡Vamos! ¡Nos toca a los cuatro subirnos en este bote!

Era la misma niña del tren.

Sin más opción, Harry, Ron, Hermione y Neville —quien venía jadeando tras haber recuperado por fin a Trevor—, subieron juntos a un bote. James, por su parte, flotaba al lado, sin querer perderse un segundo.

Los botes comenzaron a moverse, deslizándose suavemente sobre el lago negro, reflejando las estrellas del cielo y las luces del castillo que se alzaba a lo lejos como un sueño imposible.

— Soy Hermione Granger —dijo la niña con voz firme y orgullosa—. ¿Y ustedes?

— Neville Longbottom —dijo el chico que había llegado al último, mientras jugueteaba nervioso con su túnica.

— Ron Weasley —respondió el pelirrojo.

— Harry Potter —dijo el otro, provocando que tanto Hermione como Neville lo miraran con asombro.

— ¿Eres ese Harry Potter? —susurró Neville, con los ojos como platos.

Harry asintió incómodo, sin saber qué decir.

— ¡Wow! —Hermione parecía a punto de explotar de curiosidad, pero por alguna razón, se contuvo.

James sonreía desde su posición, orgulloso y aliviado de que su hijo no vaya a estar solo.

— ¿A qué casa les gustaría ir? —preguntó Ron, intentando romper la tensión que se creó por unos segundos.

— Me da igual en qué casa quede —comentó Hermione, mientras se acomodaba el cabello—. Aunque, claro, Ravenclaw sería apropiada. Pero estaré contenta mientras pueda aprender todo lo que ofrece Hogwarts.

— Yo... yo solo espero no quedar fuera —murmuró Neville, temblando ligeramente—. ¿Y si el Sombrero dice que no pertenezco a ninguna casa? ¿Y si me mandan de vuelta a la mía?

— Eso no pasará —dijo Hermione con firmeza—. Todos tenemos un lugar aquí.

Ron se encogió de hombros.

— Yo quiero Gryffindor, como toda mi familia. Todos han sido leones. Mi padre, mis hermanos, todos. Mi madre dice que sería un escándalo si uno de nosotros termina en Slytherin.

— Mis padres también fueron de Gryffindor —dijo Harry en voz baja—. Así que supongo que yo también estaré ahí.

James, que flotaba junto al bote como si navegara con ellos, sonrió ampliamente al escuchar esas palabras.

— Buen chico —susurró con orgullo—. Pero si no eres león, no importa. Donde sea que vayas, serás grande, Harry.

El castillo se acercaba más y más, reflejándose en el agua con un brillo dorado. Los botes surcaban silenciosos el lago como si flotaran entre las estrellas.

Harry miró el cielo, hacia las torres iluminadas y las ventanas cálidas de su nuevo hogar.

(...)

El trayecto al castillo fue agotador.

Harry, cuya condición física no era la mejor debido a años de desnutrición y maltrato, cortesía de los Dursley, sentía que en cualquier momento sus pulmones colapsarían. El esfuerzo por subir la empinada colina hacia el castillo le dejaba las piernas temblando.

Por suerte, James, que en esas semanas había perfeccionado poco a poco sus habilidades fantasmales, logró generar pequeñas corrientes de aire que impulsaban sutilmente a su hijo hacia adelante. No era magia poderosa, pero sí suficiente para hacerle el camino un poco más fácil.
Se sintió orgulloso al ver a su pequeño avanzar con mayor soltura, caminando junto a sus nuevos amigos, sonriendo de vez en cuando a los comentarios de Ron o a las observaciones de Hermione. Había una chispa en sus ojos que James no había visto en años.

Cuando por fin llegaron, Hagrid levantó el enorme puño y golpeó con firmeza la gran puerta de roble. El eco retumbó en el vestíbulo hasta que, segundos después, una figura recta y severa abrió la puerta.

— Es un gusto ver a los de nuevo ingreso —dijo la mujer con voz clara y precisa—. Soy la profesora McGonagall. Por favor, síganme.

Los alumnos se despidieron de Hagrid, que les dedicó una sonrisa enorme y una voz ronca deseándoles buena suerte. Harry le devolvió la sonrisa y, al ver que el gigante le guiñaba un ojo, no pudo evitar reírse en voz baja. James notó el gesto y su corazón fantasmal dio un vuelco.

Una vez dentro del castillo, McGonagall los condujo por pasillos de piedra iluminados por antorchas flotantes. Finalmente, se detuvieron en un amplio vestíbulo adornado con armaduras brillantes y retratos que murmuraban entre sí.

Allí, la profesora se giró hacia ellos con aire solemne y comenzó a hablarles sobre las casas de Hogwarts: Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Explicó que serían clasificados por el Sombrero Seleccionador, un artefacto mágico muy antiguo, y que su casa sería como una familia durante los años escolares. Su tono era firme, pero justo, y la mayoría de los alumnos la escuchaban con respeto e incluso con admiración.

Al terminar, McGonagall les pidió que esperaran un momento y se marchó por otra puerta.

El ambiente se volvió más tenso en su ausencia. Algunos alumnos cuchicheaban nerviosos, otros simplemente miraban alrededor, absortos por la magnitud del castillo. Fue entonces cuando varios fantasmas atravesaron la pared en una conversación animada, flotando como si no notaran a los niños.

La mayoría de los hijos de muggles se sobresaltaron. Era comprensible; en su mundo los fantasmas eran materia de películas o leyendas, no compañeros de colegio que saludaban educadamente y se quejaban del banquete como si fueran parte del personal docente.

Harry, sin embargo, no se asustó. No del todo.
Desde que puso un pie en los terrenos de Hogwarts, había comenzado a sentir una extraña sensación recorrer su espalda. Un cosquilleo, como una energía que reconocía y a la vez no comprendía.
Ese mismo escalofrío lo había sentido años atrás, cuando era más pequeño. Una brisa cálida que le rodeaba en momentos de miedo o dolor. Pero ahora, esa brisa era más fuerte, más presente. Especialmente cuando, durante la caminata cuesta arriba, casi tropieza por el cansancio... y de repente el aire le sostuvo.

No era casualidad.

Sabía que algo lo protegía. Que alguien estaba con él.

Mientras tanto, James flotaba unos pasos detrás, observando a los demás fantasmas cruzar con naturalidad, ignorándolo por completo.
Se sintió frustrado.
Aquellos eran fantasmas verdaderos: visibles, audibles, incluso palpables. Él no. Nadie parecía notarlo. Tenía la esperanza de que Hogwarts, con su poderosa magia antigua, rompiera ese velo que lo separaba del mundo de los vivos, pero no fue así.

James bajó la mirada, decepcionado. Aún así, se mantuvo cerca de Harry, sin dejar de mirarlo ni un segundo.

Después de unos minutos, la profesora McGonagall regresó y los llamó con voz firme. Los corazones de muchos comenzaron a latir más rápido.

— Es hora —anunció, mientras se giraba y abría las grandes puertas que conducían al Gran Comedor.

Las luces de cientos de velas flotantes iluminaron la sala, y los estudiantes contuvieron la respiración ante el espectáculo. Cuatro largas mesas llenas de alumnos mayores los observaban con curiosidad. Al fondo, sobre una tarima, estaba la mesa de los profesores, y al centro... un viejo sombrero puntiagudo colocado sobre un taburete de madera.

James sonrió al ver todo igual que en su juventud.
Harry tragó saliva y avanzó.
Así, el destino comenzó a trazar su camino.

Chapter 8: Sombrero Seleccionador

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James sintió que si tuviera corazón, este ya habría explotado en su pecho.

Ahí estaba. Sentado en la mesa de profesores, con sus túnicas perfectamente ordenadas, el cabello negro cayendo como una cortina de tinta y el ceño permanentemente fruncido, estaba su Slytherin.
Severus Snape.

Pálido, como siempre. Con esa mirada afilada que parecía diseccionar todo con un juicio severo.

— Merlín... —susurró James, embobado—. Júzgame a mí, por favor...

Ya no tenía ese rostro juvenil que tanto conocía. Ahora era un adulto en toda regla.
Uno con autoridad. Uno que, probablemente, tenía una vida ordenada... y tal vez, alguien a su lado.

James frunció el ceño y cruzó los brazos flotando sobre los alumnos de primer año.

"¿Estará casado?"

La sola idea le revolvía el alma, aunque no estaba seguro si los fantasmas siquiera podían tener eso.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la voz profunda y amable del director Dumbledore, que se puso de pie con los brazos abiertos.

— ¡Bienvenidos, bienvenidos todos! —exclamó con entusiasmo—. ¡Damos inicio a un nuevo año en Hogwarts!

Y tras unas breves palabras sobre la ceremonia, el Sombrero Seleccionador se aclaró la garganta —o algo parecido— y comenzó a cantar una melodía antigua que hablaba de las cuatro casas, sus valores y diferencias.

Después, uno a uno, los estudiantes fueron llamados al frente.

Cada casa celebraba con aplausos y vítores cuando uno de los suyos era designado.
Harry se sentó un poco más recto cuando escuchó el nombre de Draco Malfoy ser llamado.

Draco se acercó con seguridad, aunque al pasar junto a Harry le dedicó una rápida mirada que lo dejó inquieto. El sombrero apenas rozó su cabeza antes de gritar:

— ¡SLYTHERIN!

La mesa de las serpientes estalló en vítores, y Draco se acomodó entre ellos como si siempre hubiera estado ahí.

Después de algunos alumnos más, llegó el momento que todos esperaban.

— ¡Harry Potter! —anunció Dumbledore, sonriendo con esa chispa traviesa en los ojos.

El Gran Comedor se quedó en completo silencio.

Todos los ojos se clavaron en él. Algunos con curiosidad, otros con recelo.
Algunos estudiantes susurraban su nombre con asombro, otros fruncían el ceño, ya juzgándolo.
Incluso los profesores, incluido Severus Snape, lo observaban con atención.
Harry tragó saliva y caminó hacia el taburete, sintiendo el peso de cada paso.

James volaba justo por encima, orgulloso pero nervioso.

Harry se sentó.

— Hola —susurró tímidamente al Sombrero.

— ¡Mmm! —respondió este al ser colocado sobre su cabeza—. Interesante. Muy interesante...

Harry se tensó. El sombrero hablaba dentro de su mente.

— Tienes valor, sí, mucho... y un corazón noble. Un fuerte deseo de demostrarte a ti mismo, ¡sí! Un Gryffindor de los pies a la cabeza... pero...

El sombrero pareció detenerse.

— También veo astucia... una mente hambrienta de conocimiento... y una ambición profunda, incluso si aún no la reconoces.

Harry se removió incómodo.

— ¿Eso es malo?

— No, no... nada malo, muchacho. Pero eso me hace dudar... Podrías ser grande en Slytherin... realmente grande. ¡Tienes potencial!

En ese momento, el sombrero habló más fuerte, para que todos lo escucharan:

— ¡Difícil, muy difícil! Este chico tiene madera para más de una casa...

El murmullo colectivo creció. Algunos alumnos se miraron entre sí, asombrados. ¿Dos casas?

— ¡Baje la voz! —susurró Harry en su mente, apenado.

— Oh, disculpa —respondió el Sombrero, bajando el tono—. En fin... Podrías ser Slytherin, sin duda. Aunque... esa conexión con Gryffindor es fuerte. Muy fuerte.

Harry no sabía qué hacer. No le desagradaba la idea de Slytherin, después de todo, Draco estaba allí.
Y por alguna razón... cuando pensaba en Draco, su corazón latía más rápido.
De reojo lo buscó... y ahí estaba.
Draco Malfoy, observándolo con atención desde la mesa verde y plata.

Eso solo le puso más nervioso.

Pero entonces pensó en Ron, Hermione, Neville... en Hagrid, en sus padres.

En Gryffindor.

La casa de sus padres.

Apretó los ojos, y en voz baja, casi como un rezo, dijo:

— Gryffindor... por favor.

El Sombrero guardó silencio unos segundos. Y entonces, gritó con voz potente:

— ¡GRYFFINDOR!

El comedor estalló en aplausos, y la mesa de los leones recibió a Harry con emoción.

James dejó escapar un suspiro largo de alivio.

No era que le importara realmente la casa —aceptaría a Harry en cualquier sitio—, pero si su hijo caía en Slytherin... bien sabía lo que pasaría.
Buscaría a toda costa estar con el niño Malfoy. Lo sabía porque él habría hecho lo mismo con Severus.
De hecho, lo hizo.
Lo persiguió, lo molestó, todo por llamar su atención, aunque fuera para que lo insultara o lanzara un hechizo.

— Mi niño tenía que ser... —murmuró James, viéndolo caminar feliz a su mesa, mientras los demás lo palmoteaban y le ofrecían dulces.

James sonrió.

Porque Harry estaba feliz.

(...)

Después de la cena, y de que cada prefecto acompañara a los alumnos de primer año por los pasillos correspondientes, James no podía dejar de observar con asombro cada rincón.

Todo seguía exactamente igual.

Los cuadros seguían murmurando entre sí, las armaduras tintineaban con el más mínimo movimiento, y las escaleras seguían haciendo de las suyas, cambiando de dirección justo cuando uno las necesitaba.

— Nada ha cambiado... —susurró, flotando por los pasillos como si fuera un estudiante más.

Pero fue al llegar a la sala común de Gryffindor cuando sintió una punzada en el pecho. La sala lo envolvió con su calidez de siempre: sillones mullidos, alfombras rojas, la chimenea crepitando. Todo estaba ahí, tal como lo recordaba.

Se deslizó más cerca, mirando cada rincón. Ahí, junto a la ventana, era donde Remus solía leer; allá, Sirius haciendo bromas o armando travesuras; y él mismo, recostado con las piernas en alto, discutiendo jugadas de Quidditch con Peter, quien era indiferente a ese tema pero aun así le apoyaba.

Se quedó en silencio.

— Merlín, cómo los extraño...

— Muy bien —la voz del prefecto de Gryffindor, un pelirrojo claramente Weasley, sacó a James de sus recuerdos—. Ya sus cosas están en sus respectivas habitaciones compartidas. Acérquense y vean con quién les tocó y el número de su cuarto.

Los niños de primero se agolparon alrededor de una lista colgada en la pared. Se oían exclamaciones de alivio y alegría.

Harry sonrió cuando vio que compartiría habitación con Ron y Neville, y también conoció a los otros dos nombres de su lista: Seamus Finnigan y Dean Thomas. Todos parecían amigables.

— ¡Vamos! —dijo Ron con entusiasmo.

Los cinco chicos subieron corriendo las escaleras hacia la torre de dormitorios.

James flotó detrás con cuidado, sintiendo que algo lo apretaba por dentro.

Cuando entraron al dormitorio, el aire pareció volverse más denso para él. El corazón que ya no tenía, dio un vuelco.

Las paredes... el techo inclinado... el enorme ventanal...

Todo seguía igual.

— No puede ser... —susurró.

Avanzó lentamente. Cada rincón le era familiar. Incluso el leve crujido de la madera en la tercera baldosa a la izquierda. La cama cerca de la ventana... era la suya. Lo supo al instante. Lo sintió.

Harry miró la cama con curiosidad, tocando el dosel rojo con los dedos, como si sintiera algo especial en ella.

— Esta es mi habitación... —murmuró James con incredulidad—. ¡Esa es mi cama!

Flotó hasta la cama y pasó la mano por el aire encima del colchón, como si aún pudiera sentir las sábanas de su adolescencia. El mismo ángulo desde el que tantas veces miró el cielo nocturno... o desde donde planeó bromas con Sirius.

Y justo ahí, su hijo.

En la misma cama.

— ¿Destino? ¿Magia? ¿Coincidencia? —James sonrió, sintiendo que algo en su interior se acomodaba, como una pieza que volvía a su lugar.

Aunque... esperaba que al menos hubieran cambiado los colchones. Ya habían pasado muchos años y, siendo sinceros, sabía por experiencia que más de un estudiante no usaba la cama sólo para dormir.

— Sí... yo tampoco fui ningún santo en mis años de adolescente... —admitió para sí mismo, con una risita—. Aunque lo mío era por despecho...

Suspiró y se sentó en el aire, cruzando los brazos mientras veía a Harry reír con los otros.

— Severus... ¿cuántas veces soñé con que te sentaras a mi lado, aquí, aunque fuera solo por una noche?

Pero ahora, no era él el que ocupaba ese lugar. Era Harry. Y su historia apenas comenzaba.

Y James pensaba estar allí, aunque fuera en silencio, para verla desarrollarse.

Bueno, no tan en silencio, tenía pensando intervenir cuando fuera necesario.

Chapter 9: Clase de Pociones

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Las clases de la mañana habían transcurrido muy bien para Harry.

James no podía estar más feliz.
Verlo reír, responder preguntas y caminar entre otros niños como si siempre hubiera pertenecido allí, le hacía sentir un orgullo que no creía que pudiera experimentar otra vez.

Desde lo alto de uno de los candelabros del corredor, James lo seguía flotando mientras Harry y sus amigos hablaban animadamente sobre su próxima clase.

— Dicen que el profesor Snape es muy estricto —comentó Ron—. No tolera que se cometan errores, ni siquiera con los alumnos de primer año.

— Yo escuché de unos mayores —añadió Neville, un poco pálido—, que es aterrador cuando te mira fijamente mientras preparas una poción. Dicen que puedes sentir cómo te observa el alma... y te juzga.

— Y que favorece descaradamente a los de Slytherin —dijo Hermione, indignada—. Eso es injusto.

James soltó una carcajada.

— Ese es mi Severus —murmuró con una sonrisa torcida—. Siempre fue dramático hasta para respirar. Mi adorable Slytherin cascarrabias.

Mientras tanto, Harry permanecía en silencio.
No porque no quisiera hablar, sino porque esa sensación seguía ahí.

Una presencia cálida, cercana... familiar.

En ese instante se intensificó. Como si alguien se apoyara en su espalda para impulsarlo hacia adelante.
Y justo hace solo unos momentos, juraría que escuchó una risa. Una que le pareció reconfortante, pero extrañamente antigua. Como un recuerdo que no terminaba de encajar.

— Harry —la voz firme de Hermione lo hizo volver en sí—. Ya llegamos. ¿Dónde quieres sentarte?

Habían llegado temprano, gracias a que Hermione los apuró, insistiendo en que "los mejores asientos garantizan mejores notas."

Harry escogió una mesa al centro del aula. Se sentó junto a Ron, mientras en la mesa delante de ellos se sentaron Hermione y Neville, el cual, parecía a punto de desmayarse.
Las bancas eran para dos personas, lo que hacía la clase más ordenada y, en teoría, más eficiente.

Poco a poco, el aula se llenó. Gryffindor y Slytherin compartían la clase, lo que generaba una tensión casi visible.

Y justo cuando Harry suspiraba por el ambiente denso, una cabellera platina entró en su campo de visión.

— Draco —susurró sin pensar.

El rubio volteó de inmediato, y al verlo sonrió con suavidad.
Le saludó con un pequeño gesto de mano, sin quitarle los ojos de encima.

Harry sintió una cosquilla en el pecho. Se inclinó un poco para acercarse, pero no alcanzó a decir nada.
Un alumno entró corriendo, gritando que el profesor Snape venía en camino.

Todos se tensaron y corrieron a sentarse.

Draco volvió a su sitio, su rostro ahora tan serio como el de cualquier adulto en una reunión oficial.

Harry lo imitó al instante.
James, desde una de las vigas del techo, observaba toda la escena.

— Nunca pensé que los niños se tomaran tan en serio esta clase —murmuró divertido. Pero su sonrisa se desvaneció apenas lo vio.

Severus Snape.

Con su túnica negra ondeando como si caminara con el viento a favor, su cabello más largo que antes, y sus ojos, esos mismos ojos, escudriñando la sala con una mezcla de juicio y desgano.

James sintió una punzada en lo que alguna vez fue su pecho.

— Merlín... —susurró, embelesado—. Es aún más hermoso de lo que recordaba.

Carraspeó aunque no tenía garganta.

— No he averiguado si tiene pareja —frunció el ceño con aire celoso—. ¿Habrá alguien que le abrace al final del día? Porque si es así, ese alguien está respirando por tiempo limitado.

Aunque, bueno, sabía que no tenía el derecho de pensar eso.

Snape se detuvo frente al aula.

— Bien. Como algunos ya sabrán —empezó con voz profunda—, soy el profesor de Pociones, Severus Snape.

Un murmullo de asentimiento recorrió el salón.
Snape explicó brevemente la importancia de su clase, las normas básicas y la forma en que serían evaluados.

Después vinieron las preguntas.

Eran básicas. Fáciles.
Pero para sorpresa de muchos, sólo dos alumnos respondían: Draco y Hermione.

Ambos alzaban la mano con rapidez, lanzándose miradas intensas cada vez que uno acertaba.

James sonrió ante la escena.

— Qué duelistas —se dijo—. Pero Severus, tú también estás disfrutando esto, ¿verdad?

Snape, en efecto, esbozó apenas una sombra de sonrisa cuando Hermione corrigió con delicadeza una palabra que Draco había pronunciado mal.
James la captó al instante. Y se sintió tranquilo al ver eso.

Hasta que Severus habló.

— Potter.

El ambiente se congeló. Harry sintió que todos los ojos caían sobre él.

Snape caminó lentamente por el pasillo central y se detuvo frente a su mesa.

— El famoso Harry Potter —dijo sin emoción aparente—. Dime, ¿qué produce la lavanda cuando se prepara en una infusión?

Harry tragó saliva.
Miró al profesor, luego a sus amigos.
Recordó la conversación con Hagrid sobre pociones relajantes.

— Eh... ¿un aroma calmante y que es de ayuda para conciliar el sueño?

Snape no dijo nada durante dos segundos eternos. Luego asintió.

— Correcto. Buen comienzo, señor Potter.

Un suspiro colectivo llenó el aula.
Harry parpadeó, sin saber si sentirse aliviado... o confundido.

James por su parte, casi se desmayó del alivio.

— ¡Gracias, Merlín! ¡Gracias, Severus! —exclamó sin contenerse—. Aunque esa mirada tuya casi me mata de un susto de nuevo. Casi.

Harry, por su parte, se quedó con la impresión de que... eso había sido demasiado fácil.

Demasiado.

Y por alguna razón, aunque el profesor no volvió a hablarle el resto de la clase, su mirada no se apartó de él por mucho tiempo.

(...)

Apenas terminó la clase de Pociones, los alumnos comenzaron a salir en grupos, despidiéndose con educación del profesor.
Severus, como de costumbre, respondió con un simple asentimiento de cabeza, manteniéndose tras su escritorio mientras revisaba los pergaminos con las anotaciones que les había pedido en clase.

Algunos textos eran impecables.
Buen trazo, orden y comprensión básica de los ingredientes. Asignó puntos extra a quienes se tomaron la molestia de escribir legiblemente.
Pero en cambio... otros eran un completo desastre.

Frunció el ceño al ver uno en particular.

— ¿Esto es caligrafía o una amenaza en lengua troll? —murmuró mientras entrecerraba los ojos—. Longbottom. Por supuesto.

Otro pergamino.
— ¿"Ojo morado" en lugar de "ajo machacado"? —soltó un suspiro cansado—. Weasley...

Y pensar que apenas era el primer día de clases.

Dejó a un lado el último pergamino y se frotó el puente de la nariz, intentando contener la migraña que ya sentía formarse.
Hasta que, de pronto, percibió una presencia frente a él.

Al alzar la vista, se encontró con una figura menuda.

Cabello rebelde, completamente desordenado.

Un destello fugaz.

Ese gesto. Esa postura ligeramente desafiante, casi arrogante...
Durante un segundo, su corazón dio un vuelco.

James Potter.

Por un instante, lo vio allí de pie.
No como padre de ese niño, ni como la sombra de su pasado.
Sino como el joven de sonrisa atrevida, ese que, aun en medio de su arrogancia, siempre lo miraba.

Porque James Potter lo había mirado.
No como el resto. No con burla o desprecio.
Sino... como si en verdad le importara.
Severus no era idiota. Siempre supo que esa atención era diferente, incluso si la disfrazaba de rivalidad.

Y por más que lo odiaba, por más que se repitiera que lo detestaba,
había algo reconfortante en sentirse visto por alguien que no fuera Lily.
Algo que, en secreto, muy en el fondo, le había gustado.

Le miraba con una intensidad distinta. Constante. Persistente.
Y aunque al principio le incomodaba, con el tiempo... empezó a buscar esa mirada.
A esperarla.

Fue entonces cuando, sin decirle a nadie —ni siquiera a Lily—, comenzó a asistir a los partidos de Quidditch.
Iba por acompañar a su mejor amiga, se decía. Pero en realidad...
era para ver al arrogante de Potter volar.

Y fingía, claro que fingía, que no le importaba el partido. Que estaba ahí por compromiso.
Pero nunca dejaba de seguir los movimientos del número 7.
De ese idiota que se lucía demasiado, que hacía acrobacias innecesarias...
y que, aún desde las alturas, le buscaba con la mirada.
Y a veces... lo encontraba.
Y Severus fingía no notar ese contacto visual. Pero lo hacía. Siempre lo hacía.

Había algo adictivo en esa conexión silenciosa.
Algo que odiaba.
Algo que anhelaba.

Pero ese pensamiento —ese resquicio de una adolescencia que prefería olvidar—
se desintegró al instante en que sus ojos se fijaron en los del niño.

Verde esmeralda.

Tan brillantes, tan vivos, tan intensamente iguales a los de Lily Evans.

Y entonces, Severus sintió un nudo en la garganta.
Una punzada de culpa.

¿Cómo se atrevía a recordar de esa manera al esposo de su difunta mejor amiga?
El cual también falleció.

Eso era imperdonable.

Su expresión se endureció al instante, ocultando el desorden emocional que acababa de experimentar.
Enderezó la espalda, y respiró profundo.

— ¿Sí, señor Potter?

Harry frunció el ceño con la misma intensidad que Lily solía usar cuando algo no le cuadraba.

— ¿Por qué su pregunta fue tan fácil?

James, que flotaba a pocos metros del aula, se llevó ambas manos al cabello como si pudiera arrancarse los nervios.

— ¡Harry, no! —exclamó—. ¡Nunca provoques a una serpiente! ¡Y menos a mi serpiente!

Severus no respondió de inmediato.
Sus ojos se quedaron fijos en el rostro del niño.

Algo no encajaba del todo.

Había cambiado mucho desde la última vez que lo vio. Diez años atrás, no era más que un bebé: pequeño, sonrosado, con esas mejillas redondas que cualquiera querría pellizcar.

Regordetas...

Ahora, sin embargo, el niño frente a él era otra cosa.

Sí, seguía siendo la viva imagen de su padre, al menos en lo superficial—ese cabello indomable, esa expresión alerta—pero había detalles que desentonaban con la imagen de un niño bien cuidado.

Su complexión era demasiado delgada para su edad.
Los brazos huesudos.
La ropa, claramente holgada, como si no fuera suya o se la hubieran dado tres tallas más grande.
Y los ojos... esos ojos verde esmeralda que tanto conocía, no brillaban con la vitalidad que deberían. Había en ellos una sombra, un agotamiento que ningún niño debería cargar.

Snape frunció el ceño.

Conocía esas señales. Las había visto en muchos rostros antes.
Incluso en el espejo, durante los años más duros de su infancia.

Desnutrición.
Privación.
Descuidos que los adultos no deberían permitir.

Su expresión se volvió más seria.

— Joven Potter —dijo finalmente—. Responderé su pregunta... cuando usted responda una mía.

Harry se irguió, sin saber si eso era bueno o malo.
Aun así, asintió con rapidez.

— Pero —añadió Snape con tono firme— no será ahora. Tengo una reunión con el resto del profesorado.

Con un movimiento de varita, los pergaminos sobre su escritorio se apilaron, ordenándose solos antes de guardarse dentro de un cajón encantado.

Antes de que Harry pudiera añadir algo, Severus ya había salido por la puerta, su túnica ondeando como una sombra tras él.

La sala quedó en silencio.

Bueno... casi en silencio.

James descendió lentamente del techo y miró a su hijo con mezcla de orgullo y terror.

— ¿Por qué le hablaste? —preguntó al aire, sin esperar respuesta—. ¡¿Y por qué justo eso le preguntaste?!

Harry frunció el ceño mientras recogía sus cosas.
Aún no sabía por qué lo había hecho.
Solo... lo necesitaba. Como si algo dentro de él supiera que debía hablar con ese hombre.

James, por su parte, flotó en dirección opuesta a la puerta por donde había salido Severus.
Quería seguirlo, hablarle, gritarle, abrazarlo, aunque no pudiera tocarlo. Pero sabía que eso era inútil.

Miró al techo, como si ahí pudiera encontrar la respuesta a lo que aún no entendía.

— Lily... —susurró—. Por favor, cuida a nuestro hijo. Y... a él también.

Porque si algo estaba claro para James Potter, era que este año...
Nada sería sencillo.

Chapter 10: ¿Quién eres?

Chapter Text

James había acertado.

Apenas era la primera semana, y su hijo, Harry, ya había sido seleccionado como buscador del equipo de Quidditch de Gryffindor.

La posición más difícil. La más exigente. La que requería más precisión, reflejos y coraje.

Y todo porque un mocoso de Slytherin decidió lanzar al aire un objeto del nervioso de Longbottom.
Y su hijo, al parecer el nuevo defensor del pueblo, no lo pensó dos veces antes de subirse a la escoba y salir disparado tras él.
Como si tuviera experiencia.
Como si hubiera nacido para eso.

— Potter tenía que ser —murmuró Severus mientras caminaba junto a Minerva por uno de los pasillos de piedra del castillo.

La profesora McGonagall soltó una suave risa, sin molestarse por el comentario.

— Juegan en posiciones distintas, Severus. James era cazador. Harry es buscador.

— Pero igual de propensos a atraer miradas. Siempre tienen que destacar —replicó él, rodando los ojos con elegancia irritada.

Desde lo alto de un arco, James flotaba como una sombra invisible, sin perderse ni una sola palabra. Su sonrisa creció, divertida.

— No lo niego, mi Verus —dijo en voz baja, teatral—, pero al menos admite que tenías debilidad por verme cuando atrapaba la quaffle. No podías evitarlo.

Por suerte, Harry estaba en la biblioteca con sus amigos, lo que le dio a James unos minutos libres para vagar entre los pasillos de su antiguo hogar. Ver a Severus caminando por ahí, tan natural como respirar, le traía una oleada de recuerdos. Y emociones.

— ¿Lograste averiguar lo que te pedí? —preguntó Snape de pronto, mirando a Minerva con seriedad.

McGonagall suspiró con un dejo de frustración.

— Lo intenté. Pero no hay registros visibles sobre su crianza o vivienda. Nada después de la caída de Voldemort. Como si hubieran escondido su rastro.

— Eso significa que alguien no quiere que sepamos por lo que ese niño pasó —concluyó Severus en voz baja, con un destello de preocupación mal disimulada.

¿Información?

James frunció el ceño.

¿De quién hablaban?

¿Harry?

¿O algún mortífago aún oculto?

Cuando la conversación se desvió hacia otra dirección y ambos profesores doblaron la esquina, James pensó en seguirles, pero algo en él se lo impidió.

Harry. Tenía que volver con él.

Cuando regresó a la biblioteca, su hijo estaba inclinado sobre un pergamino, escribiendo con la pluma torpemente mientras murmuraba cosas sobre la tarea de Astronomía. Sus amigos se habían marchado por un rato a buscar bocadillos, dejándolo solo.

James, como siempre, lo observaba desde arriba, como un ángel invisible.

Pero sus pensamientos no dejaban de girar en torno a aquella conversación. ¿Por qué Severus buscaba información? ¿Y por qué parecía molesto al no encontrarla?

— Ojalá pudiera seguirles —susurró James, más para sí que para otro.

— Hazlo —respondió Harry, sin pensar.

El silencio se hizo absoluto.

James sintió que si tuviera pulmones, se le habrían vaciado por completo.

Harry dejó de escribir. La pluma resbaló de sus dedos.

Con el ceño fruncido, el niño miró hacia la ventana desde donde vino la voz. Y luego buscó por todo el lugar con los ojos.

No había nadie.

— ¿Hola? —preguntó en voz baja.

James no respondió. Se había quedado completamente inmóvil.

Su hijo... le había escuchado.

No fue una ilusión. Ni un eco.

Le había escuchado.

Y lo más impresionante de todo... le respondió.

Harry entrecerró los ojos, confundido.

— ¿Algún fantasma intentando hacerme una broma?

Se encogió de hombros, se agachó y retomó la pluma. Volvió a concentrarse en su tarea.

Pero James no se movió. Ni sonrió.

Estaba en shock. Su mente dando vueltas con mil pensamientos.

¿Qué significaba eso?

¿Se estaba debilitando la barrera que lo separaba del mundo real?

¿O era simplemente Harry... que siempre había sido un poco más especial de lo que todos creían?

Fuera lo que fuera... algo estaba cambiando.

Y James lo sentía en lo más profundo de su alma espectral.

(...)

— ¿Por qué saludas a Malfoy?

Harry levantó la vista. Un grupo de chicos de Gryffindor le observaba desde el otro lado de la sala común, algunos con los brazos cruzados, otros con el ceño fruncido.

— ¿Tiene algo de malo que le salude?

— Claro que sí —respondió uno de los chicos con tono indignado—. Es un Slytherin.

— Y no cualquier Slytherin —añadió una chica de segundo año—. Es un Malfoy. Toda su familia ha estado metida con los mortífagos.

Más estudiantes comenzaron a acercarse, como si se tratara de un espectáculo. Murmullos, susurros y miradas inquisitivas rodeaban a Harry. A su alrededor, la atmósfera se volvía tensa, como si una sola palabra pudiera encender una pelea.

— ¿De verdad eres amigo de una serpiente? —preguntó otro, con voz cargada de prejuicio.

— Y más de él... ¿no sabes todo lo que su padre ha hecho?

James, que observaba desde una viga del techo, fruncía el ceño. Sus ojos recorrían cada rostro inquisidor con una mezcla de fastidio y protección paternal.

— ¿Y a ellos qué les importa con quién se lleva mi hijo? —gruñó en voz baja.

Harry, rodeado, respiró hondo. Miró a todos con una calma forzada.

— Me agrada, es todo —dijo con firmeza, mientras comenzaba a recoger sus libros y pergaminos.

Uno de los chicos intentó bloquearle el paso. Otro lo imitó. El murmullo se volvió más fuerte, casi como una amenaza latente.

James, cansado del acoso, levantó una mano y agitó un dedo. Una corriente de aire súbita se coló en la sala común, haciendo volar papeles, despeinar a varios y desequilibrar a los más cercanos, que cayeron al suelo con un quejido. A modo de distracción adicional, los ventanales se abrieron de golpe, dejando entrar una ráfaga más fría.

— Ups —dijo James, fingiendo inocencia con una sonrisa ladina.

Harry aprovechó el alboroto y salió con paso firme, subiendo las escaleras hacia su habitación. Pero justo antes de entrar, se detuvo. Sus ojos se posaron en uno de los ventanales, aún oscilando tras la ráfaga.

Él sabía que no había viento ese día.

Y podía jurar que, solo por un instante, vio una sombra moviéndose con la luz, como si algo —o alguien— se hubiera desvanecido entre las cortinas.

Suspiró y entró.

Tal vez se estaba volviendo loco.

O tal vez era todo el estrés acumulado: el cambio de vida, los murmullos constantes, el peso del nombre "el niño que vivió" colgado como una etiqueta imposible de arrancar.

— Harry.

La voz de Ron lo sacó de sus pensamientos. Estaba sentado en la cama de al lado, sonriendo con entusiasmo.

— Se acerca Halloween —dijo—. Mis hermanos me contaron que suelen hacer una fiesta de disfraces. Los de tercer año a veces organizan concursos.

— ¿En serio? —preguntó Harry, dejando sus cosas sobre el escritorio.

— Sí. ¿De qué te vas a disfrazar?

Harry se sentó sobre su cama, con la vista puesta en el cielo oscuro más allá del vidrio. Se encogió de hombros.

— No lo sé... ya veré.

Ron lo miró con atención. Harry tenía esa expresión ausente otra vez, como si estuviera en otra parte.

— Bueno... —dijo al fin Ron, levantándose—. Iré a buscar más bocadillos.

Cuando se quedó solo —o casi— Harry lo sintió otra vez.

Esa presencia.

No era amenaza.

No era miedo.

Era algo cálido. Familiar. Como si alguien estuviera vigilándolo. Cuidándolo.

Y cada día lo sentía más fuerte.

Se llevó una mano al pecho, intentando entenderlo.

— ¿Quién eres...? —susurró, sin esperar respuesta.

Pero en algún lugar del techo, entre las sombras, un alma atrapada sonrió.

Chapter 11: Troll de Montaña

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— ¡¿Por qué dijiste eso en presencia de los alumnos?!

Snape estaba que echaba humo. Su voz retumbó por el pasillo.

Quirrell retrocedió un paso, sudando, balbuceando.

— E-es que... entré en pánico apenas vi al troll —intentó excusarse con su típico tartamudeo.

Snape apretó la mandíbula, su ceño más fruncido que nunca. Chasqueó la lengua con desprecio antes de girarse bruscamente y alejarse del pasillo, su túnica ondeando tras él.

"Patético", pensó.

No sólo había fallado en contener la situación, sino que estaba convencido de que ese troll no había entrado por accidente. Alguien lo había traído como distracción.

Y esa noche, de todas las posibles, la del aniversario de la muerte de los Potter.

Snape frunció el ceño. Ese pensamiento le resultaba incómodo, demasiado personal. Pero no era momento para eso.

— Maldito Quirrell —susurró entre dientes, apretando el puño. Se encaminó al tercer piso. Debía asegurarse de que la Piedra Filosofal estuviera a salvo.

(⋅⋅⋅)

— Hermione no está —dijo Ron, deteniéndose en seco.

— ¿Cómo que no está? —preguntó Harry, alarmado.

— Fue al baño hace rato, a arreglar su disfraz, no la he visto desde entonces.

El estómago de Harry dio un vuelco. Un troll de las montañas andaba suelto, y Hermione... estaba sola.

James, que flotaba cerca, también lo sintió. Su cuerpo fantasmal se tensó por completo.

— No puede ser —murmuró Harry, echando a correr en dirección al ala de los baños.

— ¡Harry, no! ¡Quédate quieto de una vez! —gritó James, siguiéndolo desesperado—. ¡Por Merlín, niño, vas a matarme de un infarto fantasmagórico!

Pero sus palabras, como siempre, se perdían en el aire.

Cuando llegaron, Hermione justo salía de uno de los cubículos.

— ¿Qué hacen aquí? —preguntó confundida al verlos agitados.

— Un... troll —dijo Ron, intentando recuperar el aliento—. Está... aquí.

Los tres se quedaron paralizados cuando escucharon un gruñido grave y una peste horrible se apoderó del lugar.

— Qué asco, Hermione. Deberías comer más fibra —bromeó Ron tapándose la nariz.

— ¡No fui yo, tonto! —le respondió, dándole un empujón.

— No fue ella, Ron —dijo Harry con los ojos clavados en la puerta.

Y entonces lo vieron. Un enorme troll de montaña cruzó la entrada, torpe pero peligrosamente fuerte, arrastrando un mazo de madera de tamaño descomunal.

Hermione chilló. Ron palideció.

James sintió que su alma se le helaba de puro terror.

Pensando rápido, agitó los brazos, canalizando toda la concentración posible. Una oleada mágica salió disparada de sus dedos, haciendo que los lavamanos estallaran en chorros de agua fría que cegaron al troll momentáneamente.

— ¡Corran! —gritó Harry, ayudando a Hermione a escapar.

Pero no fue suficiente. El troll arremetió con su mazo, haciendo que el suelo temblara y separara a Harry de los demás.

— ¡Harry! —gritó James, volando a su lado.

El niño esquivó el golpe por centímetros. El monstruo alzó de nuevo su arma, y cuando apuntaba directamente hacia Hermione, Harry se interpuso sin pensar, blandiendo lo primero que encontró: un tubo roto de agua.

James hizo levitar varios objetos, lanzándolos con furia hacia la criatura, distrayéndola.

— ¡Ron! —gritó Harry—. ¡Ahora!

Ron, temblando, apuntó su varita como pudo.

— ¡W-Wingardium Leviosa!

El mazo del troll flotó torpemente en el aire antes de caer sobre su propia cabeza.

Con un crujido estremecedor, el troll cayó al suelo, inconsciente.

Los tres se quedaron jadeando, abrazándose en shock absoluto.

James cerró los ojos. Nunca había estado tan cerca de sentir que su hijo podía morir. De haber tenido cuerpo, sus rodillas habrían cedido.

Pero la paz duró poco. Primero apareció el profesor Quirrell, titubeante y balbuceando algo sobre haber oído ruidos.

Y después llegaron Snape y McGonagall.

Los ojos de Minerva se abrieron como platos al ver el desastre.

— ¡¿Qué significa esto?! —exclamó.

Hermione, con voz temblorosa, dio un paso al frente.

— Es culpa mía —dijo con firmeza—. Yo fui al baño sin avisar, ellos vinieron a buscarme.

— ¡Y acabaron luchando contra un troll! —replicó Minerva, boquiabierta—. ¡Esto es completamente inaceptable!

Se giró hacia Harry y Ron, ya con la mano alzada para restarles puntos.

Pero Snape la detuvo, con una calma fría que sorprendió a todos.

— Profesora —dijo Severus con voz controlada—, si bien estoy de acuerdo en que infringieron reglas, también debemos tener en cuenta que estos niños acaban de enfrentarse a un troll adulto y han sobrevivido... incluso lo han noqueado. El estado del baño es un daño colateral.

Minerva frunció el ceño, sorprendida.

— ¿Sugiere que no les reste tantos puntos?

— Lo sugiero, sí.

Hubo un silencio espeso.

James, desde lo alto, lo observó todo con asombro.

— Vaya... Severus Snape siendo justo con Gryffindors. ¿Quién lo diría?

Severus dio un paso al frente y la luz de las antorchas iluminó algo inusual.

Harry y James lo notaron: cojeaba. Y en su túnica negra había una mancha oscura que goteaba lentamente.

¿Sangre?

Harry frunció el ceño.

Snape lo miró un segundo más, luego se giró y se marchó, su túnica ondeando, arrastrando esa incómoda verdad consigo.

James, en lo alto, sintió el estómago retorcerse.

— ¿Estás herido, Sev? —susurró, con genuina preocupación.

Y por primera vez, su hijo parecía compartir ese mismo pensamiento.

Porque aunque aún no lo sabía, desde ese momento, Harry empezaría a observar a Snape con otra mirada.

Ya que, hasta ahora, el profesor había sido... ¿bueno?

Y eso solo lo confundía más.

(...)

Una vez James se aseguró de que su hijo estuviera dormido en su cama, salió de la habitación flotando en silencio.

Se deslizó por los pasillos de Hogwarts, que a esas horas estaban desiertos, envueltos en un silencio antiguo que conocía bien. Ya había salido infinidad de veces de noche cuando era alumno; pero ahora, recorrer los mismos corredores desde su forma espectral era... extraño.

Nostálgico.
Y al mismo tiempo, profundamente doloroso.

Podía ver los cuadros dormidos, los fantasmas habituales cruzando lentamente las paredes, el leve crujir de la piedra envejecida... pero no podía sentir el frío de los suelos, ni el peso de sus pasos, ni el aire en su piel.
Y no podía tocar nada.

Esta noche no deambulaba sin rumbo.
Buscaba a alguien.
Alguien que sabía no iría a la enfermería a que trataran su herida.

Revisó cada rincón del castillo, agradecido con su capacidad de atravesar muros y escaleras, lo que le ahorraba horas de búsqueda.

Hasta que, finalmente, en la torre de Astronomía, lo encontró.

Severus.

Estaba sentado en uno de los bancos de piedra, frente al enorme ventanal. Junto a él, varios frascos de pociones parcialmente vacíos reposaban sobre el alféizar. Su pierna herida, ahora expuesta, mostraba una profunda cicatriz aún enrojecida, pero claramente cicatrizando gracias al ungüento aplicado.

James suspiró aliviado.
No era una herida grave.

Se acercó flotando, girando lentamente a su alrededor.
Contempló cada rasgo de aquel rostro.

La mandíbula ligeramente apretada por el dolor.
La respiración pausada.
Los leves quejidos que se escapaban en cada exhalación.

Esos ojos negros, profundos, tan intensos como siempre.
Esos mismos ojos que en su juventud lo habían juzgado.
Que sabía, en cierto momento, también lo miraron diferente, sin odio.
Pero que, durante mucho tiempo, él había querido que solo se posaran sobre él.
Solo sobre él.

Pero nunca tuvo el coraje de decirle nada.
Siempre fue un cobarde.
Un Gryffindor cobarde, incapaz de enfrentar su propio deseo.

Y acabó casándose con Lily, la mejor amiga de la persona a la que amó primero. Tuvieron un hijo. Formaron un hogar.
Y aún así, una parte de su alma nunca dejó de desear lo que nunca se atrevió a buscar.

Eso lo convertía en basura.
En una mierda de persona, bueno, espíritu.

Y ahora era tarde.
Demasiado tarde.

No estaba vivo.
Era un espectro. Un alma suspendida entre mundos.

James se "sentó" flotando frente a él, apoyado en la ventana.

— Soy un maldito idiota —susurró en un murmullo cargado de amargura.

Un silencio denso se apoderó del lugar.

Hasta que una voz respondió, rompiendo el aire como un rayo seco.

— Sí. Lo eres.

James se tensó de inmediato.
Y Severus también.

El maestro de pociones alzó la mirada hacia la dirección de la voz, su rostro palideciendo aún más.

Sus ojos recorrieron el vacío frente a él, y luego, como si un velo invisible comenzara a levantarse, sus pupilas se abrieron con incredulidad.

— ¿Potter...? —pronunció apenas en un susurro rasgado.

Chapter 12: Eres un imbécil, Potter

Chapter Text

La tensión en la torre de Astronomía crecía con cada segundo que pasaba.

Severus seguía mirando fijamente en dirección a la ventana, donde la figura semi-transparente de James Potter comenzaba a definirse lentamente ante sus ojos. El resplandor pálido de la luna hacía que el contorno del fantasma parpadeara como un reflejo inestable.

James, por su parte, parecía a punto de entrar en pánico.

¿Severus lo estaba viendo?

¿Lo estaba escuchando?

¿Cómo era siquiera posible?

— ¿Eres... de verdad tú? —murmuró Snape, apenas audible.

James tragó saliva —aunque realmente no podía— y asintió con una sonrisa nerviosa.

— Hola, Severus.

El silencio volvió a apoderarse del aire. Solo el viento nocturno susurraba al rozar las almenas, agitando el cabello negro de Severus, quien parecía debatirse entre la incredulidad y el colapso.

Finalmente, Severus carraspeó, recuperando esa compostura controlada que tan bien sabía fingir. Sus ojos, siempre tan oscuros, ahora lo escudriñaban con una mezcla de desconcierto, reproche y algo más profundo.

— ¿Qué demonios te pasó? —preguntó finalmente.

James suspiró.

— Pues... ni yo lo sé exactamente —admitió, rascándose la nuca como solía hacerlo de adolescente—. Voldemort me lanzó un hechizo extraño. Nunca llegué a morir del todo... pero tampoco estoy vivo.

Otra pausa incómoda se alargó entre los dos. Años de historia mal resuelta colgaban en el aire. La última vez que se habían visto, hacía más de una década, no habían terminado precisamente en buenos términos.

Ahora, encontrarse así... era simplemente surrealista.

— ¿Fuiste tú quien ha estado protegiendo al pequeño Potter todo este tiempo? —preguntó Severus de repente, con los ojos entrecerrados.

James se tensó, pero asintió.

— ¿Lo sabías? —preguntó a su vez.

— Sabía que había algo extraño con ese niño —respondió Severus con tono seco—. Cada vez que parecía que algo iba a golpearlo o alguien intentaba molestarlo, surgía una ráfaga de viento, o algún objeto se movía "accidentalmente" para evitarlo. Al principio creí que algún fantasma de Hogwarts se había encariñado con él. Pero, al parecer... era su propio padre. Tiene sentido.

James se acercó flotando un poco más, y Severus, por instinto, se tensó ante su cercanía.

— Te ves... mayor —comentó James con media sonrisa, intentando aligerar el ambiente.

Snape frunció el ceño.

— Y tú sigues pareciendo un idiota inmaduro.

James soltó una risa suave.

— Bueno... en defensa propia: técnicamente sigo teniendo veintiún años, ¿no?

Severus le observó en silencio unos segundos más.

Ese rostro juvenil... tan familiar.
El cabello desordenado como siempre.
Esa maldita sonrisa arrogante, cargada de una confianza irritante.
La piel bronceada, como si hubiera pasado el verano entero volando en escoba bajo el sol.

Era, exactamente, el James Potter de sus recuerdos. Como si los años no hubieran pasado.

— Eres un imbécil, Potter.

James parpadeó.

— ¿Y ahora qué hice?

Severus lo fulminó con la mirada.

— Lo que pasó en sexto año, luego te casaste con mi mejor amiga. Tuviste un hijo. La perdiste. Y ahora... aquí estás. Flotando. Entre la vida y la muerte. ¿Por qué demonios no serías un idiota?

El pecho incorpóreo de James se contrajo ante la amargura en la voz de Severus.

— Yo... —comenzó a decir, pero Snape alzó la mano para detenerlo.

— No digas nada —le interrumpió, rodando los ojos—. No puedo tomarte en serio mientras estás flotando ahí y puedo ver las estrellas a través de tu maldita cara.

James soltó una carcajada nerviosa, mientras la tensión entre ambos comenzaba, por primera vez en muchos años, a tomar otro matiz. Uno extraño, casi... incómodamente familiar.

(...)

Se quedaron en silencio durante un largo rato.

James seguía observando a Severus, mientras este evitaba mirarlo.

Se sentía extraño, casi irreal, tener frente a sí a una persona por la que había llorado, y que, técnicamente seguía vivo. Casi.

La pierna herida de Severus ya estaba curada, pero permanecía inmóvil, como si cualquier movimiento pudiera romper ese frágil hilo de compostura que aún lo mantenía entero.

En el fondo, Severus no quería hablar.
No después de lo que ocurrió en su penúltimo año.
No después de lo que siguió en su último año.
No después de que el Gryffindor hubiera sido, durante mucho tiempo, la raíz de tantas de sus amarguras.

Solo recordar esos días le revolvía el estómago. La humillación. Las miradas. Los prejuicios.

— Maldito Potter —susurró, más para sí mismo que para el espectro.

James flotó hacia él, acercándose suavemente hasta casi rozar su rostro.

El movimiento súbito hizo que Severus se sobresaltara, retrocediendo ligeramente en el banco.

— ¿Por qué me maldices? —preguntó James en voz baja, casi con ternura—. Si ahora mismo, no he hecho nada... todavía.

Aunque sabía que no podía tocarlo, levantó la mano hacia su mejilla. La atravesó, pero el gesto quedó ahí suspendido, casi dolorosamente simbólico.

— Odio esto... —susurró, bajando la vista a su mano medio transparente—. No poder tocarte. No poder sentirte.

Fijó nuevamente su mirada en él.

— ¿Aún no soportas que se te acerquen?

— No me molesta que se me acerquen —respondió Severus, frunciendo el ceño—. Me molesta que siempre seas tú.

James, sin apartarse, sonrió con una mezcla de tristeza y atrevimiento.

Se acercó un poco más. Sus rostros a pocos centímetros.
Y por un segundo, juró que, de tener su cuerpo, ya lo habría besado.

— A pesar de lo frío que aparentas ser... para mí, sigues siendo igual de cálido —murmuró.

No pudo evitar notar el leve rubor que subía por las mejillas del Slytherin.

Severus frunció el ceño aún más, molesto consigo mismo por reaccionar así.

— Eres un completo idiota —le reprochó con fastidio. Al ver la sonrisita de Potter queriendo escapar de sus labios, Severus bufó y se levantó, dispuesto a marcharse antes de perder aún más el control.

Pero cuando dio un paso, la voz de James lo detuvo.

— No le digas a Harry.

Severus se giró, observándolo.

— ¿Por qué no debería?

James apretó los labios, bajando la mirada un instante. Su mano tembló en el aire, incapaz de apretar un puño real.

— Porque no quiero que me vea así... —susurró al fin—. Porque si llega a saberlo, si me ve, va a buscarme... va a intentar hablarme... Y yo... —su voz se quebró apenas— yo no podré abrazarlo. No podré tocarlo. No podré consolarlo. No sabré si será posible que interactuemos como lo estamos haciendo ahora.

Alzó la mirada hacia Severus, con el dolor escrito en sus ojos transparentes.

— Y eso... eso lo rompería a él. Y me rompería a mí también.

Severus se quedó en silencio unos segundos.
El nudo en su garganta lo sorprendió.
Nunca imaginó que Potter pudiese... ser alguien tan paternal.

Al final, asintió despacio.

— No diré nada —dijo con voz controlada—. Pero si él sospecha y llega a preguntarme, no voy a mentirle.

James lo miró, con una mezcla de gratitud y resignación.

— Eso está bien —aceptó, esbozando una pequeña sonrisa triste—. Si es él quien lo descubre... entonces será diferente.

Severus, incómodo, se giró finalmente hacia la salida de la torre. Antes de marcharse del todo, murmuró, casi en un suspiro:

— Eres un idiota, Potter... pero un idiota un poco menos despreciable de lo que recordaba.

James soltó una pequeña carcajada cuando vio cómo Severus desaparecía por el pasillo.

Chapter 13: Celos

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Las clases del viernes se habían cancelado por lo ocurrido la noche anterior con el troll de la montaña.

Durante el desayuno, el Gran Comedor era un hervidero de cuchicheos. Las conversaciones en voz baja eran lo único que se oía por todas las mesas.

— ¿Sabías que Potter venció al troll?
— Lo derribaron entre él y el niño Weasley.
— ¡Y la niña Granger también estaba allí!

Era el rumor más repetido por todo Hogwarts, de boca en boca, aumentando con cada versión. Como siempre ocurre en el castillo, el drama se alimentaba solo.

Harry, en su mesa, no lograba disfrutar de su desayuno. Las miradas que recibía le incomodaban profundamente. Cada movimiento que hacía parecía seguido por decenas de ojos atentos, como si estuvieran estudiando cada gesto suyo.

James observaba todo desde las alturas del Gran Comedor, flotando por encima de las mesas.

Y sí... anoche mismo lo había confirmado otra vez: nadie podía verle.
Durante las patrullas nocturnas, había pasado junto a varios profesores que cruzaban los pasillos tras el incidente, y ninguno notó su presencia.

Tampoco los estudiantes esa mañana, cuando flotó temprano en la sala común de Gryffindor.

Eso lo desconcertaba.
¿Por qué entonces Severus había logrado verle la noche anterior?
Habían hablado... un poco. Bueno, discutido.
Pero ahora, parecía que Snape ya no podía verlo de nuevo.
O... tal vez sí podía, pero simplemente quería ignorarlo.
Y, francamente, James no lo culparía si ese fuera el caso. Después de cómo terminaron la última vez que se hablaron siendo estudiantes, le daba hasta vergüenza.

James suspiró, haciendo un pequeño movimiento de su dedo, provocando una leve ráfaga de viento que evitó que un pedazo de pan, lanzado por un Slytherin de último año, aterrizara en la túnica de Harry.

— Idiota —refunfuñó James, flotando en círculos sobre su hijo.

Por suerte, Harry y sus amigos decidieron pasar el resto del día en la sala común. Parecía que el enfrentamiento con el troll había sellado definitivamente su amistad.

Y James, aprovechando que los chicos se dedicaban a hacer los deberes pendientes, decidió salir a recorrer los pasillos.

Flotaba sin rumbo, observando el ambiente habitual de Hogwarts en los días tranquilos. Algunos alumnos charlaban en los patios, otros estudiaban bajo el sol, y los de séptimo año parecían a punto de perder la cabeza preparando sus TIMOS.

James sonrió con cierta nostalgia.

— Gracias a Merlín que tuve a Remus ayudándome a estudiar, si no, yo mismo habría colapsado —susurró mientras flotaba cerca del campo de Quidditch.

Sus pensamientos viajaron inevitablemente hacia sus amigos.
Remus.
Sirius.
Peter.

— ¿Qué será de ellos? —murmuró, sintiendo un vacío en el pecho espectral.

Mientras se perdía en su melancolía y los pasillos, algo captó su atención.

A lo lejos, cerca del aula de Pociones, divisó a Severus conversando con alguien.
James frunció el ceño al reconocer de quién se trataba.

— ¿Qué demonios hace ese... ese tartamudo con Severus? —murmuró, acercándose sigilosamente para escuchar.

Ahí estaba Quirrell, sudando como siempre, sujetando un frasco entre sus manos temblorosas.

— S-se te c-cayó esto —tartamudeó mientras entregaba el frasco de raíces a Severus.

Snape arqueó apenas una ceja, como quien observa un insecto curioso.

— Ah... sí —respondió secamente, tomando el frasco.

Apenas los dedos de Severus rozaron los de Quirrell, el pobre profesor de Defensa se sonrojó violentamente, murmuró algo inaudible, y salió prácticamente huyendo, tropezándose con su túnica mientras desaparecía torpemente por el corredor.

James, que había visto toda la escena desde arriba, estaba hirviendo.

— ¡Pero míralo! —exclamó indignado—. Tartamudea todavía más cuando le habla, se pone rojo como un tomate, se tropieza, le devuelve el frasquito como si estuviera devolviendo un anillo de compromiso... ¡Son síntomas! ¡Clarísimos síntomas! ¡Yo conozco esa maldita conducta, yo la inventé frente a ti, Severus!

Estaba desesperado, refunfuñando y despeinándose el cabello —o lo que quedaba de su peinado fantasmal.

Mientras tanto, Severus soltó un profundo suspiro de fastidio.
No tanto por Quirrell —a quien francamente ignoraba—, sino por los gritos constantes de James Potter resonando en su oído.

Sí. Aunque no podía verlo ahora, podía escucharle claramente.

Desde la mañana lo había notado.
Podía oír cómo James lo llamaba, lo perseguía y lanzaba esos comentarios absurdos mientras flotaba invisible por el castillo.

No entendía por qué.
Algo debió alterar el hechizo la noche anterior, dándole esa breve ventana de visibilidad. Ahora, en cambio, parecía el único ser vivo que podía escucharlo.

Y para colmo, Potter no paraba de quejarse.

Severus volvió a suspirar mientras seguía su camino, escuchando al idiota celoso gritarle desde el aire:

— ¡Míralo bien, Severus! ¡Ese baboso seguro quiere invitarte a tomar el té después de clases! ¡Seguro planea un picnic de runas defensivas contigo, maldita sea!

Snape cerró los ojos unos segundos, conteniendo las ganas de gritarle:
— ¡Por Salazar, cállate ya de una vez, Potter!

Pero en vez de hacerlo, solo siguió caminando, ocultando una mínima sonrisa en la comisura de los labios.

Porque aunque le resultara agotador, había algo... absurdamente familiar en escuchar otra vez a James hacer el tonto a su alrededor.

(...)

Sí.
En este momento se arrepentía amargamente de haber pensado, aunque fuera por un instante, que tener a James Potter siguiéndole como cuando eran estudiantes podría ser algo... nostálgico.

Llevaba horas soportando el parloteo constante del fantasma detrás de él.

Cada vez que un profesor o profesora se le acercaba, Potter comenzaba a murmurar con ese tono tan suyo:
"Seguro viene a buscar otra excusa para verte. ¡Te miró los labios, Severus! Te los miró, lo vi perfectamente."

Estaba empezando a perder la paciencia.

No recordaba que Potter pudiera llegar a ser tan exasperante.
Tan... insistente.

Después de una larga reunión con Minerva, Severus se dirigió por fin a su oficina, con la esperanza de encontrar algo de silencio mientras corregía los trabajos de los alumnos de primero.

Obviamente, el irritante fantasma celoso no pensaba concederle esa paz.
Aún le escuchaba, susurrando justo detrás de su oreja etérea:
"Te juro, Severus, que si tuviera cuerpo, ya habría empujado a media sala de profesores escaleras abajo por atreverse a respirarte cerca."

Severus solo soltó un largo suspiro mientras sacaba los pergaminos del cajón y comenzaba la tediosa tarea de corrección.

— Como siempre... Granger y Malfoy sobresalientes —murmuró para sí, mientras evaluaba las pulcras redacciones.

Debía admitir, que la pequeña Granger tenía un talento natural, y Malfoy mostraba disciplina, seguramente por influencia de su madre más que de Lucius. Y suya también.

La mayoría de los trabajos reflejaban una comprensión básica pero aceptable de los principios fundamentales de las pociones.

— Longbottom y Weasley... —susurró, masajeándose el puente de la nariz—. Un milagro que no hayan hecho explotar el aula aún. Al menos su caligrafía es un poco más descifrable esta vez.

Y así, tras varios pergaminos más, llegó al que esperaba sin querer admitirlo:
Harry Potter.

Sus ojos recorrieron cuidadosamente cada línea del texto.
No era la letra más ordenada, pero al menos superaba con creces el caos que llamaban caligrafía los otros dos Gryffindor.

Mientras calificaba el trabajo, un susurro conocido rompió su concentración:

— Sobresaliente —la voz de James vibró en el aire junto a él—. Que inteligente es mi muchacho.

Había orgullo.
Había ternura.
Había algo tan genuino en aquel tono que hizo que, sin desearlo, el corazón de Severus diera un vuelco.

A pesar de todo, Severus lo sabía:
James Potter había sido un completo idiota durante los primeros años de Hogwarts.
Arrogante. Burlón. Provocador.

Pero luego... luego habían empezado los roces, las miradas furtivas en los pasillos, los pequeños gestos, las ocasiones en las que parecía que algo estaba por cambiar entre ellos.

Hasta que lo arruinaron.
Hasta que las palabras hirientes de ambos —las que se dijeron, y las que jamás se atrevieron a pronunciar— los separaron para siempre.

Y sin embargo...
No podía negar que, de algún modo, James Potter habría sido un buen padre.

El mero hecho de todo lo que estaba haciendo ahora, incluso desde su estado fantasmal, protegiendo obsesivamente a Harry, era prueba de ello.

Severus bajó la vista de nuevo al pergamino de Harry.

Ese niño.

Aún no sabía del todo lo que había vivido. No conocía los detalles completos, pero las señales estaban ahí, claras:
Demasiado delgado, demasiado callado, demasiado contenido para su edad.
El rastro de años de negligencia flotaba en su forma de moverse, de hablar, de mirar.
Y eso...
Eso era algo que Severus jamás toleraría.

Anotó mentalmente que vigilaría y trataría muy de cerca al pequeño Potter.
No por el apellido.
No por la historia que lo rodeaba.

Por el niño que había delante.
Y porque, muy en el fondo, no iba a permitir que otro niño creciera con las heridas invisibles que él mismo arrastraba.

Notes:

Bueno gente, solo tengo hasta este capítulo escrito jsjsj ahora tocará esperar a que me llegue la inspiración para hacer los demás.

Byyyeee.

Chapter 14: Sospechas

Chapter Text

Hoy era el gran día: la primera práctica oficial de Quidditch de Harry.

Se suponía que sería el último primer día de noviembre, pero por los estragos que causó el troll de montaña las prácticas se suspendieron un par de días.

Mientras Oliver Wood le explicaba emocionado las reglas básicas, las jugadas, y le mostraba cada una de las pelotas, James flotaba alrededor del campo con una sonrisa casi boba en el rostro.

Ver al equipo calentar, bromear y volar por el aire le traía recuerdos intensos.
Después de todo, él había sido capitán de ese mismo equipo, años atrás, y habían ganado muchas veces.

Los gritos, las risas, el crujir de las escobas en el aire, todo era pura nostalgia.

Flotaba despacio por el cielo gris, dejándose llevar por la brisa otoñal.

Sabía que, por ahora, debía mantenerse al margen.
No podía intervenir en el entrenamiento, aunque más de una vez le picaba el instinto cuando veía a algunos jugadores hacer maniobras torpes demasiado cerca de su hijo.

"Si uno de esos imbéciles lo tira de la escoba... bueno... un 'accidente' podría pasar", pensó divertido.
Pero se contuvo.

Harry necesitaba aprender, fortalecerse, y vivir su experiencia.

(...)

Cuando finalmente la práctica terminó, Harry recogió su equipo y comenzó a caminar de vuelta al castillo. Pero entonces, se detuvo.

No muy lejos, en el límite del campo, vio al profesor Snape hablando con Hagrid.

No parecían estar conversando de forma relajada.
El gesto de Snape era severo —aún más de lo habitual—, y Hagrid, con su enorme tamaño, bajaba ligeramente la cabeza mientras se rascaba la nuca nervioso.

"¿Está regañando a Hagrid?" pensó Harry, frunciendo el ceño.

James, que venía flotando detrás, también los observó, ladeando la cabeza.

Esta vez no era un asunto de celos.
Esta vez algo no le cuadraba.

La tensión en el ambiente entre esos dos era evidente.

Ambos —padre e hijo, aunque no lo supieran— reaccionaron de la misma forma: se escondieron rápidamente tras uno de los muros de piedra del jardín.

Desde ahí espiaron la conversación, aunque no alcanzaban a oír nada.
Poco después, Hagrid se marchó cabizbajo en dirección a su cabaña.

Cuando Snape giró ligeramente su cabeza hacia donde estaban, tanto Harry como James contuvieron la respiración.

Por suerte, tras unos segundos de duda, el profesor de Pociones también se retiró, desapareciendo por el pasillo lateral.

Harry se quedó unos momentos observando el sitio donde antes habían estado.

¿Por qué parecía tan serio Snape?

¿Tendrá que ver con la herida que tenía aquella noche del troll?

Un pensamiento aún más inquietante cruzó por su mente:

"¿Fue él quien dejó entrar al troll?"

Solo de pensarlo, se le revolvía el estómago.
Le costaba creerlo.
Después de todo, Snape se había comportado... extraño con él.
No era exactamente amable, pero tampoco cruel como decían los rumores.
Le hacía preguntas fáciles en clase, le daba puntos —a veces por cosas insignificantes—, y en ciertos momentos parecía vigilarle con demasiada atención, en especial a la hora de la comida.

Había algo más.

Harry suspiró, ajustó su mochila al hombro y se dirigió hacia su dormitorio.
Dentro de poco sería la hora de cenar.

James le siguió, flotando justo a su lado, inmerso también en sus propios pensamientos.

Él, como su hijo, también comenzaba a sospechar.

El comportamiento de Severus los últimos días no le cuadraba.

Sí, podía entender un posible cariño hacia Harry por ser el hijo de Lily.
Pero... no era solo eso.

Había algo distinto en su mirada cuando observaba al niño.
Una mezcla de severidad, protección... y algo más difícil de definir.

"Severus..."

"¿Qué es lo que ocultas?"

Lo único que tenía claro, es que debía averiguarlo.

Ser un espíritu invisible tenía muchas limitaciones, pero también ventajas.
Y espiar sin ser visto, era una de ellas.

Lo que ninguno de los dos —padre e hijo— sabía aún, era que, sin proponérselo, ambos acababan de iniciar una misma misión secreta:
vigilar al profesor Snape.

(...)

Le seguían por cada rincón del castillo. Con ayuda de Hermione y Ron, quienes, al ver a su amigo tan concentrado en las acciones de dicho profesor, y después de que le interrogaran a fondo, entendieron sus sospechas y decidieron ayudarle.

Neville estaba al tanto de lo que harían esos tres, pero decidió no unirse a su espionaje, ya que aún tenía miedo de su profesor, a pesar de que este no mostrara hostilidad hacia él, era más porque su presencia era atemorizante para el nervioso estudiante.

James también seguía de cerca a Severus, en especial cuando su hijo estaba en clases. Eso le daba cierta tranquilidad: mientras Harry aprendía, él podía "patrullar" los pasillos tras su profesor favorito sin sentirse culpable por no estar vigilando al niño. Aunque, si era sincero, eso también se había vuelto una excusa bastante conveniente para tener a Severus cerca.

Durante los días que siguieron al incidente del troll, tanto padre como hijo estuvieron tan concentrados en sus propios asuntos que no se percataron de la fecha que se avecinaba.

El primer partido de Quidditch del año escolar.

Es decir, el primer partido oficial de Harry.

El pequeño Gryffindor había estado tan ocupado entrenando, buscando información sobre esa tal piedra filosofal que mencionó Hagrid, husmeando tras los pasos de Snape, y tratando de entender la extraña sensación de que alguien parecía seguirlo a todas partes, que se le había olvidado por completo el calendario del equipo.

De no ser por Oliver Wood y la profesora McGonagall, que le sacaron casi a rastras del comedor para alistarse, probablemente se habría quedado en la biblioteca o espiando algún pasadizo secreto.

Apenas era noviembre... y ya se sentía agotado.

— ¿Nervioso? —preguntó Ron mientras caminaban juntos hacia los vestidores.

— Un poco —admitió Harry con sinceridad—. Siento mucha presión.

Ron asintió, comprensivo. Sabía mejor que nadie todo lo que Harry llevaba cargando sobre sus hombros, y le palmeó la espalda con una sonrisa de apoyo.

Mientras tanto, James volaba en círculos por el campo, observando cómo los alumnos comenzaban a llenar las gradas. El bullicio, las apuestas, los colores de las bufandas, las carcajadas... todo le traía recuerdos nítidos de su propia época.

Había sido capitán. Había llevado a Gryffindor a incontables victorias. Y, como ritual secreto, cada vez que ganaban, buscaba entre el público esa cabellera negra y esos ojos oscuros que fingían no estar mirándole. Severus siempre disimulaba, pero James lo sabía. Lo sentía. Sabía muy que él también notaba sus miradas.

Y cada vez que volaba alto con la Snitch en la mano, soñaba con acercarse flotando, frenar frente a él, besarle y decirle: "gané esto por ti."

Pero nunca lo hizo.

Y se odiaba por eso.

Por ser un cobarde. Por haber dejado que los prejuicios hacia los Slytherin opacaran sus verdaderos sentimientos. Por no haber tenido el valor de romper las reglas que él tanto disfrutaba saltarse... excepto esa.

Un fuerte estruendo de gritos y aplausos lo sacó de sus pensamientos. Al mirar hacia el campo, vio cómo los equipos ingresaban.

Y ahí estaba él.

Harry.

El más pequeño de todos. Con su túnica carmesí, sosteniendo su Nimbus 2000 con una mezcla de nerviosismo y emoción.

James sintió una oleada de orgullo... y de pánico.

Era su hijo. Su bebé. Y estaba a punto de volar en medio de un montón de adolescentes con escobas veloces, pelotas que golpeaban con violencia, y una Snitch imposible de atrapar.

— Con razón no dejan que los padres vengan a ver los partidos —dijo James, flotando con ansiedad sobre las gradas—. Lily... por favor, protégelo. Que no salga herido. Que gane o pierda, me da igual. Solo... que esté bien.

Y mientras los jugadores tomaban posición y Madam Hooch se preparaba para dar el silbatazo, James cerró los ojos un instante, como si al hacerlo pudiera enviarle fuerzas, coraje... y alas.

Chapter 15: Primer Partido

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El partido se había convertido en una montaña rusa de emociones para James.

Ver a Harry —su bebé— volando en esa escoba a gran velocidad mientras intentaba atrapar la Snitch, a la vez que esquivaba a los miembros del equipo contrario, solo hacía que quisiera intervenir, atraparla él mismo y dársela a su hijo para que este no sufriera daño alguno.

Pero no podía hacerlo. Debía dejar que Harry experimentara todo eso, que viviera su niñez y guardara en su corazón un buen recuerdo de su primer partido, como él una vez lo hizo.

Aun así, no dejaba de flotar cerca del campo, alerta a cualquier movimiento sospechoso, preparado para desviar un Bludger si era necesario.

Observaba cada voltereta y movimiento de su hijo, atento a cualquier inconveniente que pudiera suceder.

Sin embargo, su mirada se desvió un instante hacia la tarima de los profesores. Allí, junto a McGonagall, estaba su serpiente, con ese rostro serio e indiferente que lo había caracterizado desde que tenía memoria. A James le daban ganas de acercarse, aunque solo fuera un momento. Tal vez susurrarle algo sarcástico al oído. Tal vez... solo estar cerca.

Pero no tuvo tiempo de moverse.

Los gritos del público lo sacaron de su ensoñación.

Volvió su vista al cielo y lo que vio lo dejó helado: la escoba de Harry parecía estar perdiendo el control, moviéndose de forma errática por el cielo hasta que desapareció entre las nubes, justo cuando perseguía la Snitch.

El pánico fue inmediato.

Estaba a punto de elevarse tras él cuando escuchó la voz de una niña:
— Creo que es Snape —susurró Hermione, sentada junto a Ron.

James giró bruscamente, siguiendo la dirección de sus ojos.
Y ahí estaba Severus, susurrando con la varita en la mano, escondida bajo la túnica.

— No... no puede ser —susurró James, sin atreverse a creer lo que veía.

Cuando ya se disponía a acercarse al Slytherin, vio a la niña Granger lanzar un hechizo, provocando que la túnica de Snape se incendiara.

Severus se levantó sobresaltado, dejó de hablar y trató de apagar el fuego.
McGonagall, alarmada, le ayudó.

James ni siquiera tuvo tiempo de procesar lo ocurrido. Se lanzó hacia el cielo, buscando a su hijo.

Fueron segundos intensos. Finalmente, lo encontró por sobre las nubes, tambaleante en su escoba, el rostro pálido y al parecer a punto de perder la conciencia por la falta de oxígeno.

Se acercó con desesperación y empezó a ventilar un poco de aire con su magia para ayudarlo.

— Vamos, mi bebé... respira —susurró desesperado, mientras movía el aire suavemente hacia el rostro pálido del niño.

Después de unos instantes, cuando Harry volvió en sí, James suspiró aliviado al ver cómo sacudía la cabeza intentando enfocarse de nuevo.

Se hizo a un lado cuando el pequeño dio la vuelta con su escoba y descendió a toda velocidad, de regreso al partido.

Y justo cuando volvió al campo, aún en busca de la Snitch, todos comenzaron a notar cómo Harry hacía muecas y parecía querer vomitar. La expresión colectiva de asco se transformó rápidamente en gritos de asombro: Harry escupió la Snitch dorada.

Había atrapado la Snitch... ¡con la boca!

El partido terminó. Gryffindor ganó.

Los aplausos y vítores estallaron en todo el campo.

James sonrió orgulloso, su pecho espectral hinchado de emoción.

Todos celebraban el triunfo... excepto Slytherin. Bueno, casi todos, había un niño de ojos plateados que, desde las gradas, gritaba entusiasmado felicitando a Harry por haber ganado de una manera tan única.

— ¡Lo hiciste genial, Potter! —gritó Draco Malfoy desde las gradas de Slytherin, ignorando por completo las miradas de desaprobación de su Casa.

Y aunque los otros Slytherin no compartían la emoción de su compañero, no podían decirle nada. Después de todo, nadie iba en contra de un Malfoy.

Harry se sonrojó hasta las orejas.

James, aún flotando en el aire, soltó una suave carcajada.

Ahora creía, o mejor dicho, estaba seguro de que en unos años Harry sería capaz de hacer lo que él no pudo en su juventud: besar a su Slytherin favorito después de un partido.

— Eres mucho más valiente que tu padre —dijo con orgullo, viendo a Harry celebrar con sus compañeros de equipo, sin quitarle los ojos de encima al niño Malfoy que se alejaba junto a los de su casa.

Pero mientras su hijo celebraba, James volvió la vista hacia donde estaban los profesores... y allí estaba Severus, conversando con Minerva.

Una espina se le clavó en el pecho al recordar lo que acababa de ver minutos antes.

¿Snape intentando dañar a su hijo?

No podía creerlo.
No después de cómo se había comportado con Harry desde el inicio del curso. Era imposible.

Se negaba rotundamente a pensarlo.

Sin embargo, debía asegurarse. Después de todo, era la seguridad de su hijo la que estaba en juego

Y como buen padre —aunque fuera uno sin cuerpo— haría lo necesario para averiguarlo.

(...)

Vigilar a Severus sí que era agotador.

Tanto Harry como sus amigos habían decidido seguir al profesor de Pociones por cada rincón del castillo. Y, sinceramente, era extenuante.
Snape iba de un lado a otro, siempre con paso rápido y expresión impasible, como si jamás se permitiera un momento de descanso. En especial cuando surgía alguna pelea entre Gryffindor y Slytherin. Era como si pudiera presentarse en la escena incluso antes de que estallara el conflicto.

Y aunque era cierto que favorecía sutilmente a Slytherin —al no restarles tantos puntos como a los leones—, igual los castigaba con dureza. A veces, más incluso que a los Gryffindor, solo que sin tanto espectáculo.
Los alumnos protestaban, alegando que los otros habían comenzado, pero ninguno se atrevía a discutir con su temido jefe de casa.

James, desde su posición flotante, no podía evitar divertirse.

Observar a Severus frunciendo el ceño, agotado por los constantes conflictos entre leones y serpientes, tenía su encanto. Más aún cuando lo veía discutir con McGonagall, exigiéndole que controlara a sus imprudentes cachorros. Minerva, claro, no se quedaba callada, y ambos terminaban en pequeñas batallas verbales hasta que algún otro jefe de casa, como Flitwick, intervenía con voz calmada para sugerir simplemente más vigilancia.

Pese a esas discusiones, James podía ver lo evidente: entre Minerva y Severus había un vínculo especial. Algo parecido a lo que se ve entre una madre exigente y un hijo testarudo.

Lo supo con certeza el día que, mientras lo "vigilaba", vio cómo Minerva se ofrecía a ayudarle a clasificar ingredientes de pociones después de clases.
James los siguió a la oficina del Slytherin, planeando burlarse internamente de su lado más hogareño... pero lo que escuchó fue otra cosa.

La conversación comenzó con comentarios sobre las calificaciones.
Ambos coincidían en que Harry tenía potencial, pero ese "gen Potter" de meterse en problemas hasta por respirar lo alejaba de su verdadero rendimiento.
James sonrió con ternura y resignación.
Sí, ese era su niño.

Pero entonces, Minerva se quedó en silencio.

Observó a Severus con ojos cansados y llenos de algo que James reconoció enseguida: culpa.
Se disculpó. Le dijo, con voz queda, que debió haber hecho más cuando él era alumno.
Que debió haber castigado como correspondía a quienes se burlaban y se reían de él, que debió haber frenado esas "bromas" antes de que dejaran cicatrices.

James tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta.

No había excusa. Él también había sido parte de esas heridas. Y ver a Minerva —esa mujer tan fuerte y recta— admitir que falló, le revolvía el alma.

Quiso intervenir, decir que él también lo sentía. Que habría dado lo que fuera por retroceder en el tiempo y cambiar cada palabra dicha, cada hechizo lanzado por diversión, cada risa cruel.
Pero solo pudo mirar en silencio.

Severus, por su parte, suspiró. No hubo reproches. Solo un asentimiento suave y una frase que caló hondo:

— No podemos cambiar el pasado... pero podemos asegurarnos de que ningún alumno tenga que pasar por lo mismo.

Minerva le puso una mano en el hombro, con un cariño casi maternal. Él no se apartó.
Y así, volvieron a clasificar ingredientes, como si todo lo dicho flotara suavemente en el aire, aceptado pero no olvidado.

James, por su parte, no pudo moverse de ahí por varios minutos.
Sentía el peso de los años, de los errores, de la culpa.
Si Voldemort le hubiera lanzado un hechizo que le hiciera retroceder en el tiempo... habría cambiado todo. Absolutamente todo.

Pero no fue así.
Y ahora, desde la muerte, solo le quedaba unas cosas claras:
Enmendar el daño que causó.
Proteger a su hijo.
Y quizá, con suerte... algún día, ganarse el perdón de su serpiente.

Chapter 16: ¿Te hace reír?

Chapter Text

Harry, Hermione y Ron estaban cada vez más obsesionados con descubrir qué custodiaba aquel enorme perro de tres cabezas que vieron por accidente hace ya varios días atrás.

También querían saber si realmente fue el profesor Snape quien había alterado la escoba de Harry durante su primer partido de Quidditch.

Hermione y Ron estaban convencidos de que sí. En especial después de unir algunas pistas: la herida en la pierna del profesor esa noche, su extraño comportamiento durante el partido, y su tendencia habitual a proteger solo a los Slytherin. Estaban seguros de que todo eso estaba conectado con el perro gigante y aquello que custodiaba.

Pero Harry... tenía dudas.

Durante todo ese tiempo, Snape no había hecho nada directamente en su contra. Al contrario: en clase de Pociones, aunque era severo, había sido justo, y a veces incluso parecía ayudarle de forma disimulada. Incluso solía evitar que alguien alterara su poción.

Además, había notado algo peculiar: siempre que era hora de comer, podía sentir los ojos del profesor sobre él. Era como si estuviera vigilando que se alimentara bien, y cada vez que Harry se terminaba el plato, Snape parecía relajarse ligeramente.

Lo que más le sorprendía, sin embargo, era su propia salud.

Desde hacía semanas, su cuerpo tenía más energía, ya no se cansaba tan rápido, y lo más evidente: la ropa ya no le colgaba como antes. Había subido de peso, su rostro no se veía tan delgado, y su piel tenía un color más sano.

Y no era normal.

Por mucho que comiera, no era lógico que en poco más de un mes hubiera mejorado tanto. Eso lo dejó pensativo.

Un día, cuando acompañó a Ron a la enfermería —porque un hechizo le había explotado en la cara durante clase—, aprovechó para hacer una pregunta casual a la enfermera:

— ¿Hay pociones que ayuden a... subir de peso? —preguntó sin mirarla directamente.

La enfermera lo miró con amabilidad.

— Claro que sí. Hay pociones para todo: mejorar la absorción de nutrientes, tratar anemia, desnutrición, fortalecer huesos, incluso para ganar masa muscular. Pero no son inmediatas. Requieren constancia, dependiendo de la salud de cada persona, tal vez un mes como mínimo para comenzar a notar los cambios —explicó mientras revisaba las vendas de Ron.

Harry no era idiota. Y esa respuesta solo confirmó su sospecha.

Quizá... alguien estaba ayudándolo en secreto.

Y si alguien se tomaba la molestia de crear y darle pociones ocultas en su comida todos los días para mejorar su salud... ¿realmente era posible que esa misma persona quisiera hacerle daño?

No. Snape no había sido quien intentó matarlo.

Lo sentía en su instinto, aunque no pudiera probarlo.

Y ahora, más que nunca, Harry estaba decidido a averiguar la verdad... costara lo que costara.

(...)

James pensaba lo mismo que Harry.

Ya que, a diferencia de su hijo, él sí podía ir a espiar al Slytherin en cualquier momento, por lo que notó como solía pedirle a los duendes que colocaran esas pociones en los alimentos de Harry.

El fantasmagórico corazón de James se llenaba de alegría cada que veía a Severus concentrado creando pociones para su hijo, asegurándose de que fueran adecuadas para su cuerpo y que no afecten su salud.

Por eso, James estaba seguro de que no fue Severus quien manipuló la escoba de Harry, debía haber una buena explicación.

Sabía que su hijo y sus amigos estaban buscando pistas sobre quién era Nicolás Flamel, y también trataban de descubrir qué era lo que custodiaba Fluffy, el enorme perro de tres cabezas. Y James, por supuesto, no se quedaría atrás.

Aprovechando que ya era de noche, se escabulló nuevamente por el castillo. Voló entre las armaduras, cruzó pasillos desiertos y atravesó paredes en busca de cualquier indicio que le ayudara a atar cabos sobre el incidente de la escoba y sobre esa dichosa piedra filosofal.

Porque sí... James ya sabía qué era lo que estaba custodiado tras la trampilla. Logró atravesar la primera habitación cuando los profesores dormían, y Fluffy no reaccionó a su presencia etérea. Desde allí había observado todo: los hechizos protectores, las trampas, los enigmas... y finalmente, la Piedra.

Lástima que no tenía manera de decírselo a Harry. Lo había intentado con pistas, luces, reflejos, incluso soplando páginas de libros o empujando objetos. Pero su niño no le prestaba mucha atención a esas señales.

— Eso también lo heredó de mí —murmuró, resignado—. Despistado hasta con lo más obvio.

Mientras flotaba por los pasillos hacia las mazmorras, suspiró pesadamente.

— Siendo un espíritu debería ser más fácil —gruñó, al pasar frente a una de las escaleras ocultas—. Y aún así no encuentro nada fuera de lugar... aparte de esos alumnos casi a punto de tener sexo.

Una risa involuntaria escapó de sus labios al recordar la escena de hacía unos días, cuando se topó con dos estudiantes de último año prácticamente devorándose a besos. Las manos iban por todos lados hasta que, como enviada del mismo cielo, la profesora McGonagall apareció, los separó con un grito escandalizado y les puso una semana entera de detención.

— ¿Acaso no saben de los pasillos secretos que hay aquí? —rió James, sacudiendo la cabeza con diversión mientras daba la vuelta por uno de esos escondites ocultos.

Él, por supuesto, sí que los conocía. Sirius se los había enseñado cuando tenían quince años y ya comenzaba esa etapa de "curiosear" el cuerpo ajeno.

Fue en uno de esos pasadizos donde su mejor amigo le confesó, entre risas nerviosas, que ya había tenido su primer encuentro con una chica de Ravenclaw.

— Padfoot, siempre queriendo adelantarse a los demás —una sonrisa nostálgica apareció en su rostro.

Él tampoco se había quedado atrás, claro, tuvo uno que otro encuentro furtivo en sus años de estudiante... y sin embargo, ninguno lo dejó satisfecho. Había algo que siempre le faltaba. Algo —o alguien— que ocupaba su mente en secreto desde muy joven.

Y ese alguien era Severus Snape.

Desde que tuvo su primer sueño húmedo, Severus había sido el protagonista. Su voz, sus ojos oscuros, la manera en que fruncía el ceño cuando se concentraba, el leve sonrojo que se formaba en sus mejillas al acertar en la elaboración de una poción... todo eso le  atormentaba y fascinaba.

Hubo una vez —una sola— en la que estuvieron cerca. Muy cerca. Un encuentro en un salón vacío, pero eso fue antes de que Severus dijera esas palabras a Lily. Antes de que James, cegado por sus prejuicios y miedo, lo destrozara con sus propias palabras.

Suspiró con amargura al recordar todo eso.

— De verdad merezco su desprecio —susurró al detenerse en medio del pasillo hacia las mazmorras.

Dio media vuelta para regresar a la habitación de su hijo, pero unos pasos rápidos detrás de él llamaron su atención.

Se giró al instante, flotando con sigilo hacia el origen del sonido, y sus ojos se abrieron de golpe al ver la escena frente a él.

Severus estaba demasiado cerca de Quirrell.
Demasiado...

El profesor de Defensa tartamudeaba algo, con las manos temblorosas, mientras Severus parecía hablarle en voz baja, con el rostro más serio que de costumbre. Estaban tan próximos que sus túnicas casi se rozaban.

La cercanía, la intimidad de la escena, hizo que una chispa de rabia explotara dentro del pecho incorpóreo de James.

— ¡¿Pero qué...?!

Sin darse cuenta, su magia emocional se desbordó. Un hechizo se lanzó desde su aura sin necesidad de varita, empujando violentamente al profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, quien perdió el equilibrio y cayó de espaldas con un chillido ridículo.

Severus ni siquiera se inmutó.
Solo suspiró con fastidio y miró al otro maestro en el suelo como si fuese una cucaracha molesta.

— De verdad... eres peor que un gusano moribundo —murmuró con asco, antes de darse media vuelta y desaparecer por un pasillo, dejando a Quirrell solo, pálido y temblando mientras una corriente helada le recorría la espalda.

El hombre se levantó lo más rápido que pudo, balbuceando incoherencias, y huyó en dirección contraria, tropezando torpemente con la túnica.

James, por supuesto, fue tras su serpiente.

Lo encontró en el aula de Pociones, ya sentado frente a su escritorio, terminando de corregir los pergaminos de sus estudiantes con el ceño fruncido.

— ¿Eres pareja de ese tartamudo?

James se posicionó justo frente a él, flotando con los brazos cruzados y el ceño fruncido, observando cada gesto con atención.

Severus no reaccionó.
Ni levantó la mirada.

— ¡Vamos, Sev! Hay muchos candidatos mejores... ¿Por qué Quirrell? ¡Ni siquiera puede sostener una conversación sin escupirse a sí mismo! ¡Hasta parece que se orinará encima con solo mirarle a los ojos!

El otro seguía corrigiendo, imperturbable.

James comenzó a dar vueltas por el aula como una nube cargada de tormenta, hablando cada vez más rápido, cada vez más desesperado. Sin darse cuenta que poco a poco su cuerpo fantasmal se hacía visible.

— Sé que no tengo derecho. ¡Lo sé! No soy nadie para opinar con quién sales, ni qué haces, ni si decides estar con un completo incompetente. ¡Pero...! ¡Pero no puedo quedarme callado cuando te veo tan cerca de inútil!

Su voz se quebró.
— No después de todo lo que siento por ti.

Se detuvo, flotando frente a él, a unos centímetros de su rostro.
— ¿De verdad... te gusta él?

Severus no respondió.

— ¿Te hace reír? ¿Te habla con cariño? ¿Te ve con esa intensidad que siempre quise que vieras en mis ojos y en nadie más?

Silencio.

— ¿Te besa como tú mereces?

Nada.

— ¿Lo miras... como alguna vez me miraste a mí, pensando que no lo notaba?

Y fue esa última pregunta la que hizo que Severus apretara la pluma y levantara finalmente la mirada.
Oscura, tensa, emocional.

— ¿Y tú, James? —dijo en voz baja, casi sin aliento, sin ira, pero con una carga emocional devastadora—. ¿Alguna vez te animaste a hacer algo cuando te miraba frente a los demás?

James abrió la boca, sorprendido de que pueda escucharle y verle, pero no logró pronunciar palabra alguna.

— ¿Alguna vez te importó? —continuó Severus con voz fría, herida, dura—. Porque si lo hiciste... lo disimulaste muy bien entre risas, hechizos, burlas y también... el ignorar mis palabras aquel día.

La pluma entre sus dedos tembló un segundo antes de seguir escribiendo.

— No te preocupes, Potter —dijo con la misma distancia que antes, pero con el corazón palpitándole en el pecho—. No hay ningún "Quirrell" en mi vida.

Pausa.

— Así como tampoco hubo algo contigo.

Chapter 17: Reservado

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Severus continuaba calificando los trabajos de sus estudiantes.
Su pluma se movía con precisión, pero James sabía bien lo que ese movimiento ocultaba.
Lo había aprendido a leer demasiado tarde.

Desde su lugar flotante, James observaba cada gesto del Slytherin, sin atreverse a pronunciar palabra al principio.

Había demasiados años de dolor acumulado entre ellos. Demasiada tensión no resuelta. Demasiadas heridas abiertas por su culpa.

Veía cómo la pluma temblaba ligeramente en la mano de Severus. Cómo su mandíbula se apretaba con fuerza.
Su cuerpo entero estaba rígido, a punto de quebrarse, pero no lo haría. Porque Snape nunca se rompía frente a nadie.

Y James deseaba tanto poder abrazarlo...
Sostener su rostro, acariciar su espalda, decirle que lamentaba absolutamente todo.
Pero no tenía derecho.

Porque él seguía siendo ese joven inmaduro que, aunque pasaron los años, nunca terminó de crecer.
Había pasado una década centrado solo en proteger a Harry, en observar desde las sombras, sin convivir con nadie, sin vivir realmente.
Sin madurar.
Y lo sabía. Seguía siendo ese mismo adolescente torpe que hablaba sin pensar, que hería sin darse cuenta.
Mientras que Severus... Severus ya era un hombre. Uno que aprendió a controlar sus emociones, a callar cuando algo dolía, a sobrevivir en silencio.

Y aún así...

James se armó del valor que alguna vez lo caracterizó como león.
El mismo que usó para desafiar a mortífagos, para proteger a su familia, para ser un buen padre.

Se arrodilló junto al escritorio de Severus.
En completo silencio. Con humildad. Con dolor. Con el alma expuesta.

Sabía que Severus podía verlo.
No entendía cómo, pero lo sabía.
Tal vez, como aquella vez en la torre, comenzaba a sospechar que las emociones fuertes lo volvían tangible.
Tal vez era la fuerza de su arrepentimiento.
O tal vez simplemente, Severus ya no quería seguir fingiendo que no lo oía.

— Lo siento —susurró James, con la voz quebrada—. Por todo.

Severus detuvo su pluma.
No dijo nada.
Pero tampoco lo ignoró.

James bajó la mirada al suelo.
— No solo por lo que dije hoy... sino por todos esos años. Por cada palabra cruel. Por cada risa a tu costa. Por cada maldito momento en que no fui lo que debí haber sido para ti.

El silencio dolía.
Más que cualquier grito.

— Te herí. Te empujé lejos. Y fui un cobarde cuando más necesitabas que alguien se quedara.

Severus no lo miraba.
Pero sus manos ya no se movían.
La tinta se secaba sobre el último pergamino.

— No espero que me perdones —continuó James—. Solo... necesitaba decirlo. No sé si esta será la última vez que puedes verme... pero al menos quiero que lo último que recuerdes de mí sea esto.

Hubo un largo, larguísimo silencio.

Y entonces, Severus levantó la mirada.
No era el profesor de rostro imperturbable.
Era un hombre cansado, confundido, lleno de heridas y de recuerdos que dolían más que cualquier cicatriz.

— Lloré por ti, Potter —dijo con voz baja pero firme—. Por ti... y por ella. Durante noches. Años.

James sintió su garganta cerrarse.

— Y ahora resulta que no estabas muerto del todo.

— Severus...

— Y lo peor —interrumpió con un suspiro amargo—, es que una parte de mí sigue sintiendo algo por ese idiota inmaduro que arruinó todo lo que podría haber sido entre nosotros.

Sus ojos oscuros se posaron sobre los de James.
— Pero las heridas no sanan solo porque uno se arrodille y diga "lo siento".

James bajó la mirada, con el pecho roto.

— No lo hago por redimirme, Severus. Lo hago porque lo siento. Y porque te quiero. Aún.

El silencio volvió, cargado de emociones invisibles.

— No sé si puedo perdonarte, James —murmuró Snape, finalmente—. Pero... sé que lo estás intentando.

La pluma cayó sobre la mesa.
Severus desvió la mirada, como si eso le diera algo de control sobre lo que pasaba en su interior.

James no se levantó.
Se quedó allí, a su lado, sintiendo que tal vez, después de tanto, había dado el primer paso.
Pequeño. Doloroso. Honesto.

Y en algún rincón de su corazón, Severus también lo sabía.

(...)

Los días siguientes fueron agitados para Harry y sus amigos. Al acercarse las vacaciones de Navidad, los profesores parecían haberse puesto de acuerdo para inundarlos con deberes, lecciones y lecturas interminables.

Harry y Ron tenían suerte de que Hermione fuera tan insistente con los deberes; los sentaba apenas el profesor daba las instrucciones. Gracias a eso, solían terminar rápido y así podían continuar con sus investigaciones sobre Fluffy, Nicolás Flamel... y sobre Snape.

Bueno, no todos terminaban, esos siendo Ron y Hermione, ya que Ron se distraía con cualquier cosa —una mosca, una mancha en la mesa, su propio reflejo— y Hermione terminaba enojándose, gruñendo mientras le ayudaba a hacer todo. Harry, por su parte, aprovechaba esos momentos para seguir con su propia investigación: entender al profesor Snape.

Ya había confirmado por su cuenta que el profesor era quien había estado agregando pociones en su comida. Solo alguien con la precisión de un maestro en Pociones podía haber creado tónicos tan suaves, sin sabor ni rastro. Y no era coincidencia que cada vez que terminaba su plato, sentía una mirada fija sobre él, y al alzar la vista, siempre se encontraba con los ojos oscuros de Severus Snape.

Lo que Harry quería saber, lo que realmente deseaba con todo su corazón, era entender esa sensación intensa de que podía confiar en él.

¿Por qué tenía la certeza de que Snape no había alterado su escoba?
¿Por qué se negaba a creer que fuera capaz de hacerle daño?
¿Por qué había estado herido la noche del ataque del troll?
¿Por qué lo observaba siempre con esa mezcla de preocupación y... algo más que no lograba identificar?

— Esto es agotador —suspiró mientras se dejaba caer en uno de los anchos ventanales del castillo, que daba al patio nevado.

No tenía muchas opciones para investigar. Hagrid estaba fuera por órdenes de Dumbledore, la profesora McGonagall se limitaba a decirle que no era su deber hablar sobre el pasado de Snape, y los demás estudiantes solo repetían lo que ya había escuchado mil veces: que Snape era malvado, que estuvo cerca de los Mortífagos, que odiaba a los Gryffindor... y que lo odiaba a él.

Pero Harry no lo sentía así.

— ¿Por qué es tan reservado?

— ¿Quién es reservado, joven Potter?

Harry se sobresaltó al escuchar la voz, girándose bruscamente.

— ¡Profesor Snape!

Se levantó de inmediato y se acomodó torpemente la túnica.
— Buenas tardes —dijo, intentando sonar educado.

Snape lo observó detenidamente, sus ojos fijos en su rostro con esa expresión indescifrable que tanto desconcertaba a Harry.

— ¿Por qué parece tan agotado?

— Estaba haciendo la tarea de Encantamientos —respondió con sinceridad—. Terminé hace unos minutos y salí a caminar... para despejarme un poco.

El profesor asintió despacio, cruzando los brazos sobre su pecho.

— ¿Irá a casa en Navidad?

La pregunta lo tomó desprevenido. El cuerpo de Harry se tensó visiblemente, y Snape lo notó al instante.

— No —dijo Harry en voz baja, bajando la mirada—. Me quedaré en Hogwarts.

Snape inclinó levemente la cabeza, como si algo en su interior se confirmara.

— ¿Y usted? ¿Se irá por las fiestas? —preguntó Harry, intentando sonar casual.

Una risa seca escapó de los labios del maestro.

— Un profesor rara vez tiene vacaciones, Potter. Mucho menos en Navidad, cuando hay pocos alumnos y alguien debe vigilar que no hagan estallar el castillo.

Harry soltó una leve risita.

— Debe ser agotador ser maestro...

Para su sorpresa, el cuerpo de Snape pareció relajarse ligeramente al escuchar su risa.

— Agotador, sí —admitió, bajando la vista un segundo—. Pero vale la pena... en ciertos casos.

Harry lo miró con curiosidad, una pequeña sonrisa aún en el rostro. Hubo un breve silencio entre ambos, uno extraño, pero no incómodo.

Justo cuando Snape estaba por girarse para irse, se detuvo.

— Potter... tenga cuidado —dijo con tono más serio—. Por más que todo el mundo diga lo contrario, Hogwarts no es tan seguro como parece.

El niño asintió, sorprendido por la advertencia.

— Y recuerde que aún me debe una pregunta —añadió Snape sin volverse.

Harry parpadeó, reaccionando tarde, pero rápido alzó la voz:

— ¡Usted me debe una respuesta! —le recordó, recordando la primera clase de Pociones.

Snape se detuvo por un segundo, su perfil a contraluz en el pasillo.

— Touche —susurró apenas audible, antes de perderse entre las sombras.

Harry se quedó mirando el pasillo por donde se fue, el corazón latiéndole con fuerza, lleno de preguntas que no sabía si algún día tendrían respuesta... pero sintiendo, con más fuerza que nunca, que debía encontrarlas.

Chapter 18: ¿Tú piensas?

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James se había tomado su papel de redención muy en serio.

Aprovechando que, al parecer, Severus ya podía verle y escucharle nuevamente, había decidido intentar ganarse su perdón... o, al menos, lograr que tolerara su presencia.

Durante las últimas semanas, hizo todo lo posible por facilitarle la vida a Severus. Si había una fuerte ráfaga de viento, la desviaba enseguida. Si un caldero estaba a punto de explotar en clase, contenía la mezcla antes de que causara daños. Nadie notaba nada, claro, excepto su Slytherin. Y aunque Severus nunca decía nada al respecto, James podía sentirlo: lo sabía.

Aun así, no dejaba de lado su prioridad. Harry.

Lo seguía como siempre, asegurándose de que no se metiera en problemas. Por suerte, al acercarse la Navidad, su hijo parecía más centrado en terminar la enorme cantidad de deberes que en buscar respuestas. Aunque James sabía muy bien que Harry seguía intentando entender a Severus... cómo no saberlo, si siempre lo seguía, siempre estaba ahí. Él había estado presente cuando esos dos conversaron.

Todo sería más fácil si simplemente hablaran con franqueza. Pero había algo que se lo impedía a Severus. Algo —o alguien— que parecía mantenerlo en constante alerta. James sospechaba que era otra persona... alguien que lo vigilaba de cerca.

— ¿Será algún mortífago? —murmuró mientras flotaba sin rumbo por los pasillos del colegio.

Estaba aburrido. Harry seguía encerrado haciendo la tarea de Pociones con sus amigos, así que, después de mucho tiempo, James tenía un momento para sí mismo. Y era extraño. Se había acostumbrado tanto a estar pendiente de su hijo —siguiendo cada paso suyo desde los días con los Dursley— que ya no sabía bien qué hacer cuando estaba solo. Excepto pensar.

Pensar en Lily. En Severus.

Hablarle a Lily se había convertido en una costumbre. Sabía que nunca obtendría una respuesta... pero le aliviaba. A veces, cuando le pedía ayuda, el viento se movía levemente. Le gustaba pensar que era ella intentando responderle. Tal vez solo era su imaginación... o tal vez no.

Y luego estaba Severus, quien había ocupado su mente tanto como ella en los últimos años. Se había imaginado su reencuentro mil veces. En todos los escenarios, el final era el mismo: Severus lo rechazaba con furia, escupiéndole todas las palabras que James sentía que merecía. La realidad, por desgracia, no fue tan distinta.

— Una bofetada suya habría dolido menos que su indiferencia... —suspiró, al llegar al patio cubierto por la nieve.

Era invierno en Hogwarts, y la mayoría de los alumnos evitaban salir al frío para no enfermarse antes de las vacaciones.

James aprovechó el silencio para flotar hasta aquel árbol. Ese donde, años atrás, casi ocurre una broma que logró contener a tiempo.

— Levicorpus... —susurró.

Una bola de nieve se alzó en el aire y cayó con fuerza sobre el suelo helado. Ese hechizo... aún recordaba cómo lo habían descubierto en uno de los cuadernos de Snape. De su propia creación, nada menos.

Tuvo suerte de detener a Sirius antes de que la broma se llevara a cabo en su totalidad, pero eso no evitó que, tiempo después, su amigo hiciera otra broma peor.

— La Casa de los Gritos... —murmuró, bajando la vista hacia la nieve inmaculada. Los recueros invadiendo su mente como ráfagas de viento.

La noche que Peter llegó corriendo, pálido, avisándole lo que Sirius había hecho.

La prisa con la que se transformó en Prongs, su desesperación mientras galopaba por el bosque, la angustia al escuchar los gritos desde el interior de esa casa maldita. La pelea que tuvo con Moony al evitar que este lastimara a Severus. La rabia al encontrar a Sirius relajado en su habitación, riéndose como si no hubiera estado a punto de cometer un crimen. Pelearon. Se golpearon. James no se contuvo. Su mejor amigo no entendía el desastre que habría provocado si él no hubiera llegado a tiempo.

Y luego... Severus.

Tan delgado que lo sorprendió al cargarlo. Tan frágil que dolía.

James lo recordaba perfectamente. La furia de Snape al despertar, sus gritos llenos de recor. La humillación de tener que aceptar su "ayuda".

— No quise que se sintiera así... —susurró, más para sí mismo que para el viento.

Días después de aquel incidente, James comenzó a colocar pociones en la comida de Severus. Pociones para ganar peso. No le había gustado sentir su cuerpo tan ligero aquella noche.

No lo hizo por culpa. Lo hizo porque le dolía saber que nunca le había cuidado. Porque tal vez, si alguien lo hubiera hecho desde el principio, todo habría sido diferente.

— ¿Qué haces, Potter?

James levantó la vista y sonrió al ver a Severus caminar hacia él.

— Pensando —contestó con naturalidad.

— ¿Tú piensas?

James negó con una pequeña risa.

— Creo que no. Si lo hiciera... todo sería distinto, ¿no crees?

Severus asintió apenas, recargando el cuerpo contra el tronco del árbol, con los brazos cruzados sobre el pecho.

— No te rendirás tan fácil en ganarte mi perdón, ¿verdad?

James lo observó con atención. Notó cómo su mandíbula se tensaba tras soltar la pregunta, como si haberse atrevido a decirlo abriera una puerta que quería mantener cerrada.

— No —respondió con firmeza—. Me faltará vida y muerte para compensarte por todo el daño que te causé. Pero aunque no logre que me perdones por completo... seguiré aquí. A tu lado. Sin importar nada.

Sus ojos se encontraron. No había vacilación en la voz de James, ni duda alguna en su mirada.

Y eso, justamente, era lo que más temía Severus.

Aun así, arriesgándose a perderlo, murmuró con voz seca:

— ¿Aun si él vuelve?

James apretó los puños. Sabía a quién se refería. Pero no apartó la mirada, y tras un leve respiro, tomó su decisión.

— Aunque él volviera desde el mismo infierno... no me separaría de tu lado. Aparte de Harry, tú eres mi mundo. Los dos son lo más importante en mi corazón. Daría incluso mi vida espectral por protegerlos. Yo... te seguiría a donde tú decidas ir, con tal de que estés a salvo.

Severus jamás lo admitiría en voz alta, pero sintió cómo su pecho cosquilleaba con cada palabra. Una parte de él quería cerrar los ojos y dejarse llevar por esa calidez... pero la otra, la herida aún abierta, se imponía.

— Creo que esas palabras llegan más de una década tarde —soltó con una sonrisa amarga.

James asintió con tristeza.

— Lo sé. Fui un idiota. Inmaduro. Y probablemente lo sigo siendo... Pero ya no soy un cobarde. No volveré a dejar ir a quien amo solo por prejuicios o por miedo a sentir algo real —y sonrió, con esa sonrisa tan suya, la que solía aparecer en medio de los partidos y dejaba corazones alborotados—. No te librarás de mí tan fácil, Severus. Y creo que mi hijo opina lo mismo.

Severus soltó una pequeña risa, y un leve rubor se asomó en sus mejillas. Trató de ignorarlo, pero James lo notó... como siempre lo notaba todo en él.

— Sí... noté cómo el mini Potter me sigue a todas partes. Cree que no lo veo —dijo con sarcasmo, pero había ternura oculta en sus palabras—. En eso se parece mucho a su padre.

— Es un Potter —dijo James, inflando el pecho de orgullo—. Tenemos un talento innato para espiar a quienes nos llaman la atención.

— Eso es ilegal.

— Pero muy útil. Así descubrí tus comidas favoritas, las flores que más te gustan, qué pociones prefieres hacer... y también los pequeños gestos que sueles hacer cuando nadie te observa.

Severus lo miró con una ceja alzada.

— ¿Gestos?

James asintió con suavidad, acortando la distancia entre ellos sin que el otro lo notara del todo.

— Como frunces el ceño cuando estás estresado, el brillo en tus ojos al recolectar plantas, la forma en que apenas sonríes cuando una poción te sale perfecta —su voz se volvió más suave, más íntima—. Y el sonrojo que te salía en las mejillas cuando me mirabas en los partidos de Quidditch.

— No sé de qué hablas —replicó Severus, desviando la mirada con torpeza.

— Tú mismo lo dijiste, aquella vez. Que sí me veías. Como yo a ti. Y me arrepiento de no haber hecho más en esos días... sobre todo en sexto —James bajó la voz aún más, quedando a solo centímetros de su rostro—. El día de nuestra pelea... y la tarde días atrás, en el aula vacía.

El rubor en el rostro de Severus se intensificó, aunque intentó disimularlo.

— Te habría lanzado un Cruciatus si te atrevías —murmuró con la voz tensa.

— Lo dudo —susurró James con una sonrisa—. Estaba aún más cerca de lo que estoy ahora. Y aun así... tú...

— ¡Profesor Snape!

La voz de una alumna los sacó de aquella burbuja invisible.

Severus recuperó su postura al instante, su rostro volvió a esa máscara de frialdad. James solo se echó hacia atrás con una sonrisa divertida, sabiendo que nadie podía verlo.

— Sigues siendo un idiota, Potter —masculló Severus, sin mirarlo.

— Lo soy. Pero aun así te gusto, ¿verdad?

Severus no respondió. Solo se giró con elegancia y caminó hacia la estudiante que lo llamaba. James lo siguió con la mirada, sintiendo que su corazón espectral daba volteretas como si aún latiera.

— Merlín... —susurró cuando Severus desapareció de su vista—. ¿Cómo pude...? Oh, Lily... ¿por qué siempre nos interrumpe alguien justo cuando por fin parece que algo va bien?

Chapter 19: Hacer las cosas bien

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Vacaciones de Navidad.
La mayoría de los estudiantes se habían marchado ya del castillo. Incluso Hermione, aunque le había costado mucho tomar la decisión de irse, acabó cediendo ante la insistencia de sus padres. Eso sí, no sin antes dejarle a Ron y a Harry una "pequeña" tarea para las fiestas: continuar con la investigación sobre Nicolás Flamel, esta vez indagando en la sección prohibida de la biblioteca.

— Como si eso fuera tan fácil —murmuró Ron al salir del Gran Comedor, mientras se rascaba la cabeza—. ¡Necesitamos un plan!

Después de la cena, Ron dijo que iría un momento al baño antes de volver a la sala común, así que Harry decidió adelantarse. Caminaba lentamente por los pasillos iluminados solo por las antorchas, con la mente llena de preguntas. Estaba tan absorto en sus pensamientos, que casi no notó las voces que se aproximaban.

Se detuvo en seco.

Dos figuras emergían del pasillo que conectaba con la torre de Astronomía. Harry, por instinto, se ocultó tras una de las armaduras. Solo necesitó un segundo para reconocer a quienes hablaban: la profesora McGonagall y el profesor Snape.

— A pesar de que parece alguien distraído —comentaba McGonagall, en un tono sorprendentemente cálido—, pone mucho empeño en aprender. No se rinde con facilidad, y eso me agrada.

— Lo distraído lo heredó de Potter —replicó Snape sin dudar—. Él se perdía en sus pensamientos si un lápiz rodaba en el suelo.

Minerva soltó una risa ligera, casi nostálgica.

— En eso tienes razón.

Snape guardó silencio por un momento, y entonces su voz cambió. No fue evidente, pero Harry pudo notarlo. Bajó un poco el tono, como si dijera algo que no quería admitir.

— Pero... heredó la inteligencia de Lily. Además de sus ojos. Que agradezca no haber heredado la brillantez académica de James.

McGonagall esbozó una sonrisa que Harry apenas alcanzó a ver desde su escondite. Los dos profesores siguieron conversando mientras se alejaban por el pasillo hasta desaparecer tras una columna.

Harry no se movió de su escondite hasta que estuvo completamente seguro de que se habían ido.

Sus pensamientos eran un torbellino.

¿Snape conocía a sus padres? ¿Tan bien como para bromear sobre ellos de esa forma...? ¿Para hablar de su madre con tanta ternura? Había algo en su voz al mencionar a Lily que lo descolocó. No sonaba como burla, ni como crítica. Era... algo diferente. Casi como si la hubiera querido.

Harry se dejó caer sobre el borde de la armadura, sin hacer ruido. Sintió su pecho apretado y una idea se instaló en su mente como una semilla: tal vez por eso sentía que podía confiar en Snape.

Pensó en todo lo que había pasado los últimos meses. En las veces que lo sintió observándolo en el Gran Comedor. En las miradas que lanzaba cuando Harry casi se metía en líos. En las veces que las pociones en su comida cambiaban ligeramente de sabor o lo hacían dormir mejor. En cómo lo cuidaba en clases, a su manera, haciéndole preguntas fáciles para evitar que fallara frente a todos. En cómo esa materia que todos odiaban... a él le parecía la más fascinante.

Todo empezaba a tener sentido.

Snape había conocido a sus padres. Y no solo eso. Tal vez... en el fondo, los había querido. Tal vez, incluso, a él también lo quería un poco.

Harry tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta.

— Tal vez... —murmuró en voz baja— por eso no puedo dejar de pensar que puedo confiar en él, aunque todos digan que no debo.

(...)

Los días siguientes fueron agotadores para los dos mini Gryffindors. Pensaban en miles de planes para poder entrar en la zona prohibida de la biblioteca, pero todos eran descartados al instante al recordar a cierto cuidador malhumorado y a su gata endemoniada, que maullaba como si estuviera poseída cada vez que veía a alguien fuera del toque de queda.

— A este paso tendremos la edad del director cuando logremos entrar a ese lugar —suspiró Ron, dejándose caer sobre su cama con dramatismo.

— Dudo que siquiera entremos ahí a esa edad —contestó Harry, dejándose caer también.

Era Nochebuena, y los estudiantes que habían decidido quedarse en el castillo debían asistir a la cena especial organizada por el director.

— ¿Te parece si usamos esos abrigos que nos mandó Hermione? —propuso Ron, con algo de desgano.

Harry asintió.
La niña de cabello alborotado les había enviado un par de regalos por correo, cortesía suya y de sus padres, quienes estaban más que felices de saber que su hija tenía amigos que la comprendían y compartían su pasión por el estudio (aunque no del todo).

Mientras esperaban a que anocheciera para dirigirse al Gran Comedor, James, que había estado vagando por la sala común, aprovechó que su hijo se encontraba ocupado en la habitación con Ron para desaparecer atravesando la pared como el espectro que era.
Tenía un objetivo claro: visitar a su serpiente favorita.

Desde aquella charla en el patio, cuando por fin logró confirmar que Severus aún sentía algo por él, no habían logrado volver a coincidir. Y había razones válidas para ello:
Harry andaba tan metido en su investigación que James lo seguía a todos lados como sombra protectora, asegurándose de que no se metiera en problemas.
Por su parte, Severus parecía estar ahogado entre trabajos por calificar, reuniones con otros docentes y la planeación de la dichosa cena navideña. Y además, James sabía muy bien que Severus estaba haciendo todo lo posible para evitar encontrárselo.

Lo confirmó hace dos días, cuando mientras acompañaba a Harry, logró divisar a Severus al otro extremo del pasillo. Apenas lo notó, Snape dio media vuelta con su capa ondeando detrás de él y desapareció sin siquiera darle la oportunidad de saludarle.

Y sí, le dolió.

Sabía perfectamente por qué lo evitaba: Severus odiaba mostrarse emocionalmente vulnerable ante cualquier ser vivo... excepto Lily, quien ya no estaba para calmarle ni aconsejarle.

Así que James, tan terco y encantadoramente necio como siempre, hizo lo que mejor sabía hacer: acosar a Severus con cariño hasta que este ceda o explote.

Tuvo suerte de encontrarlo apenas salió de la torre Gryffindor. Lo malo: estaba acompañado de otros profesores. Parecían estar coordinando los detalles finales de la cena navideña, y aunque a James eso le importaba un comino, lo que sí le molestó fue ver a Quirrell acercándose demasiado a Severus, casi con la intención de llamar su atención.

Snape, por supuesto, lo ignoraba como si fuera agua mala.

Pero James no pudo evitar sentirse incómodo.
Así que, aprovechando que era un fantasma con ciertos trucos, agitó el aire con un hechizo discreto y provocó una pequeña ráfaga de viento que hizo tropezar a Quirrell hacia atrás, cayendo de forma poco elegante sobre el suelo pulido.

Los demás docentes corrieron a ayudarlo, excepto Severus, quien simplemente soltó un suspiro de exasperación y miró directamente hacia donde había venido la ráfaga.
Y allí estaba James Potter, flotando entre columnas, sonriéndole como si no hubiera hecho absolutamente nada malo.

Severus cerró los ojos un segundo. Sabía que Potter no se rendiría fácil.

Inventando una excusa rápida, se despidió de sus compañeros y se encaminó con paso largo hacia su despacho.

— ¿Por qué cada vez que te encuentro ese tartamudo está respirándote en la nuca? —preguntó James, apareciendo flotando a su lado como si nada, ignorando olímpicamente la molestia del otro.

Snape no respondió. Caminaba como si llevara una tonelada de frustración encima, y la verdad, simplemente no tenía energía para lidiar con un James efervescente.

Ya en su despacho, se dejó caer en su silla con un suspiro y comenzó a revisar un gran montón de pergaminos. Le daba prioridad a los de séptimo año, como siempre. Mientras tanto, James revoloteaba por el lugar, inspeccionando cada rincón con el descaro de quien cree que tiene permiso.

— ¿Crees que ese tipo guste de ti? —insistió James, dando vueltas sobre sí mismo en el aire—. No lo dudaría. Si tiene buen gusto, lo estaría.

Snape soltó un bufido, pero no dijo nada.
James, por supuesto, lo tomó como un "no lo niego".

El despacho olía a pergamino viejo, tinta, y algo a lo que James no se acostumbraba: pociones tranquilizantes. Severus las tenía preparadas en una bandeja, como si esperara necesitarlas pronto.

James dejó de flotar unos segundos y se quedó mirándolo en silencio.

Aún no lo decía, pero lo pensaba a diario:
No solo lo seguía para molestarlo. Lo seguía porque extrañaba tenerlo cerca. Porque lo amaba. Porque ahora deseaba hacer las cosas bien.

Y estaba decidido a lograrlo.

Chapter 20: Si tan solo yo…

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— Pensé que sería más sombrío... quizás con telarañas y un esqueleto colgando en la puerta.

— Tu cuerpo desapareció esa noche, así que el esqueleto quedó pendiente en mi lista de deseos.

James sonrió al escuchar por fin la voz de Severus.

— Eso sonó un poco sucio de tu parte —comentó, acercándose con paso relajado y simulando sentarse sobre el escritorio—. ¿Querías mi cuerpo?

— Sí —respondió Severus sin levantar la vista de los pergaminos—. Para diseccionarlo y comprobar que tu cerebro era solo adorno.

James soltó una carcajada, aunque esta fue apagándose poco a poco hasta desaparecer del todo.
El silencio se adueñó del despacho.
Solo se oía el rasgar de la pluma sobre el pergamino y la respiración tranquila del maestro de pociones.

— ¿Sabes? —dijo Potter, ahora con voz más suave—. Hay algo que me ronda en la cabeza desde hace mucho tiempo...

Severus hizo un leve gesto con la cabeza, permitiéndole continuar.

—Esa noche, hace diez años... —comenzó James, notando cómo el cuerpo de Severus se tensaba levemente— tú dijiste que Lily te hablaba de Harry. Pero... ¿no se supone que ustedes habían dejado de ser amigos después de que le dijiste... esas palabras?

Snape se detuvo. Soltó la pluma y dejó los papeles a un lado.
James lo observaba fijo, expectante, como si la respuesta pudiera cambiar algo que había estado sin resolver desde su muerte.

El suspiro que soltó Severus fue largo y cansado.

— En realidad, nunca nos peleamos.

James parpadeó, confundido.

— ¿Qué?

— Lo que escuchaste —repitió Severus, retomando la pluma—. Nunca nos distanciamos.

Continuó calificando como si nada, como si no acabara de lanzar una bomba espectral sobre la conciencia de James Potter.

— Pero... —James se alzó del escritorio y se colocó junto a él— desde ese día ustedes dejaron de hablarse. Nunca más los vi juntos. Se ignoraban por completo.

— Eso se llama actuación, Potter. Es un arte muy útil.

— Pero ella nunca dio señales de que aún te hablara...

— Todos guardamos secretos.

James lo miró en silencio, digiriendo todo. Su siguiente pregunta salió casi en un susurro.

— ¿Conociste a Harry... antes de esa noche?

Snape detuvo su pluma una vez más y, esta vez, lo miró directamente.

— Sí —respondió con calma—. Ella me lo presentó. Solíamos pasar tiempo juntos. También me enviaba fotos de todo lo que hacía el pequeño Potter: su primer dibujo, la primera vez que gateó, incluso su primer intento de volar una escoba de juguete.

James sintió cómo su pecho se apretaba.

— ¿Por qué nunca me lo dijo?

Severus bajó la mirada, resignado.

— ¿De verdad crees que te lo habría contado, después de cómo me trataste todo ese tiempo?

— ¿Y por qué no me lo dijiste tú? —insistió James, dando un paso más cerca.

Severus lo observó con dureza, frunciendo el ceño.

— ¿Por qué no te lo dije?

James asintió, serio.

Snape se puso de pie y lo enfrentó, con la misma intensidad que había tenido cuando eran adolescentes.

— Si mi memoria no me falla —dijo con voz firme—, intenté decírtelo. Pero tú, en uno de tus tantos arrebatos adolescentes, cegado por tus prejuicios y esa necesidad constante de humillarme, me mandaste al diablo en medio del pasillo. Y no contentos con eso, terminamos gritándonos como salvajes.

El silencio volvió, denso, cargado de todo lo que no se dijo a tiempo.

James bajó la mirada, sin una respuesta.

— Siempre lo lamentaré —rompió el silencio James, con la mirada fija en el suelo—. Y durante toda la eternidad te pediré perdón por eso. Si tan solo... si solo me hubiera quedado callado y te hubiera escuchado, todo sería tan diferente.

Levantó la vista. Severus estaba recargado en la pared, detrás del escritorio.

— Pero no lo hiciste —respondió Snape, con la voz más cansada que molesta—. Y aquí estamos.

James esbozó una sonrisa torcida.

— Quizás yo no estaría "muerto".

— O sí.

— Quizás... hubiéramos estado juntos.

— O no.

James fue acercándose poco a poco.

— Quizás me habría arrodillado ante ti para pedirte perdón por todo.

— Eso sí habría pasado.

James rió, asintiendo con suavidad.

— Quizás nos habríamos casado.

— ¿Contigo? No, gracias.

James posó una mano en la mejilla de Severus y, para su sorpresa, logró tocarlo. El estremecimiento que sintió fue inmediato, pero decidió concentrarse en el contacto. Severus también lo notó. Se quedó quieto, con los ojos entrecerrados por la sorpresa.

— Quizás Harry habría sido hecho en la luna de miel —susurró James con una sonrisa juguetona.

Severus alzó una ceja.

— ¿Yo, embarazado? No, gracias. Ya tengo mal carácter como para aguantar un mini tú en mi vientre. Sería un martirio.

James rio, acariciando su mejilla con más ternura.

— Te habrías visto hermoso.

— Te habría maldecido desde el primer día.

— Y lo habría valido por completo.

Severus sintió su rostro calentarse cuando James le sujetó suavemente del mentón, obligándolo a mirarlo a los ojos.

— Te apuesto que Harry tendría muchos hermanos.

— ¿Y quién asegura eso? —murmuró, desviando la mirada, avergonzado por la intensidad de esos ojos que le miraban con devoción.

— Yo lo aseguro. No te habría dejado tranquilo. Siempre estuviste en mis fantasías, y habría querido cumplir cada una de ellas.

Severus murmuró algo ininteligible, pero el fuerte rubor en su rostro hablaba por sí solo.

— Todo sería tan distinto... si tan solo yo...

James se quedó en silencio. Un nudo se le formó en la garganta, algo irónico para alguien que ya no tenía cuerpo.

— No se puede cambiar el pasado —dijo Severus, mirándolo con seriedad—. Pero sí podemos aprender de él, para no repetir los mismos errores.

Lentamente, levantó su mano y la posó sobre la de James que aún descansaba en su mejilla.

— No quiero que vuelvas a llorar por mí... ni por nadie —susurró James.

Su voz tenía una tristeza palpable. Acariciaba con dulzura, pero parecía estar listo para desaparecer en ese instante de su vista si es que se lo pedía.

Se quedaron en silencio unos segundos, conectados solo por el tacto de sus manos y la intensidad de sus miradas.

— Yo no —dijo Severus de pronto, en voz baja—. Yo no quiero que vuelvas a irte.

James parpadeó.

— ¿No?

Snape negó.

— Tu presencia ya es costumbre... Y si vuelves a irte, ten por seguro que no te lo perdonaré jamás.

James lo miró con una mezcla de asombro y esperanza.

— ¿Quieres que me quede a tu lado?

— Sí —afirmó Severus, sin rodeos—. Pero si vuelves a fallarme... no sé qué haría.

— No lo haré. Nunca —prometió James sin dudar.

Se inclinó con delicadeza y, con gesto tímido, depositó un beso en la mejilla de Severus. Comprobó que el contacto aún era real.

— Te lo prometo —susurró—. Nunca volveré a hacer nada que pueda herirte.

Colocó su otra mano en la mejilla opuesta, levantando el rostro de Severus para mirarlo mejor. Sus ojos se encontraron y, por un instante, James tuvo un déjà vu de su sexto año: el mismo rubor, el mismo brillo nervioso... pero ahora, sin máscaras.

Sonrió.

Acercó su rostro con lentitud, y ya estando a centímetros, esperó. Solo cuando Severus asintió, levemente, James se atrevió a cerrar los ojos y unir sus labios en un beso largamente esperado.

Fue un beso cálido, tierno, extraño para un fantasma... pero lleno de sentimientos contenidos durante demasiados años.

Chapter 21: Regalos de Navidad

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El beso iba subiendo de intensidad.

La mano de James abandonó la mejilla de Severus y descendió lentamente hasta su cintura.

Lo sujetó con suavidad, acercándolo más a él.

Severus rodeó con sus brazos los hombros de James, estrechándolo también contra su cuerpo.

El beso se volvía cada vez más desesperado.

Años de contención, de palabras no dichas y sentimientos reprimidos, hacían que mantener la calma fuera imposible.
Especialmente para James, quien había fantaseado con ese momento desde su adolescencia: besar a Severus, tocar su cuerpo, acariciarlo de todas las formas posibles... hacerle sentir tanto que se olvidara del mundo, del deber, de todo.

Quería tocarlo con desesperación.
Pero aún no podía.
Y no porque no quisiera.
Sino porque escuchó pasos afuera del despacho.

Ambos se separaron apenas unos centímetros justo cuando alguien llamó a la puerta con suavidad.

— Profesor Snape, es hora de la cena.

James sonrió al ver el rostro completamente sonrojado de Severus, quien evitó a toda costa mirarle a los ojos.

— Sí —respondió Severus, intentando sonar serio—. En un momento voy.

Desde el otro lado se escuchó un leve murmullo de afirmación, seguido de pasos alejándose.

Mientras Severus intentaba recomponerse y alisar su túnica, James lo observaba divertido.

— Nunca pensé que te vería así en persona.

— ¿En persona?

— Sí, siempre era en mis fantasías. Pero ahora que está pasando de verdad, me tiene loco. No tienes idea de cuánto he esperado por poder besarte.

Severus carraspeó, intentando ocultar el nuevo rubor que le subía por el cuello.

— Eres un tonto.

James sonrió con esa expresión que tanto lo caracterizaba.

— Lo soy, pero para tu desgracia, seré tu tonto hasta que deje de existir.

Severus lo miró con el ceño fruncido.

— No digas eso.

James levantó las manos, divertido.

— Era broma, tranquilo. No pienso irme a ningún lado.

Severus asintió, ya con su rostro, cabello y vestimenta nuevamente arreglados.
Entonces recordó algo, y volvió a mirar a James, quien aún no había apartado los ojos de él.

— James.

— ¿Sí, Severus? —preguntó, embobado.

— ¿Qué hiciste para poder tocarme?

James frunció el ceño, confundido.

— La verdad, no lo sé. Pero empiezo a creer que tiene que ver con mis emociones.

— ¿Emociones?

James asintió con firmeza.

— Lo he estado pensando, desde que lograste verme en la torre de Astronomía... La primera vez que logré mover algo en este estado fue cuando Vernon, el esposo de la hermana de Lily, golpeó a Harry. Sentí tanta rabia que hice explotar un vaso sin varita. Desde entonces, poco a poco, he podido mover objetos o incluso hacer magia. Siempre cuando... siento algo muy fuerte.

Severus abrió los ojos, escandalizado. Luego su rostro se ensombreció con una clara molestia.

— ¿Golpearon a Harry?

James asintió, sintiendo la amargura subirle por la garganta con solo recordarlo.

— ¿Lo mandaron con Petunia? —volvió a preguntar Severus, con el tono de quien ya conocía la respuesta.

— Sí... ¿la conoces?

Severus puso los ojos en blanco, como si fuera obvio.

— Crecí con Lily. Claro que conozco a la idiota de su hermana. Desde que no recibió su carta de Hogwarts comenzó a despreciar todo lo relacionado con la magia. A Lily. A mí. Nos odiaba.

Se quedó en silencio. Su expresión cambió, como si de pronto todo estuviera encajando en su mente.

James lo observó, confundido.

— ¿Pasa algo?

Severus levantó la vista, con los ojos encendidos.

— Sí. Me voy a pelear con Albus apenas termine la cena.

— ¿Qué?

(...)

Para su desgracia (¿o suerte?), Albus no se encontraba en el castillo. Al parecer había tenido que salir por una emergencia.

La cena ya había terminado y todos se habían retirado a descansar.

Harry, agotado por todo lo que había descubierto sobre Snape, se quedó dormido apenas su cabeza tocó la almohada.
Ron también cayó rendido, aunque eso no era ninguna novedad: siempre estaba cansado.

James, por su parte, había decidido no deambular esa noche.
Tampoco seguir a Severus.
Él también había tenido un sube y baja emocional intenso, pero gracias a Merlín —o quizás a Lily, aún no lo tenía claro—, había logrado un enorme avance con su Slytherin.

Pero nada era oficial aún.
Y eso... le molestaba.

Quería pedirle a Severus que fuera su pareja.
Pero en su estado, eso era raro. ¿Salir con un fantasma?
Era demasiado extraño.

Aunque en el fondo estaba seguro de que eso no le importaría a Severus...
A él sí.

Él quería tener citas.
Caminar tomados de la mano.
Besarse en cualquier rincón.
Tocarlo, acariciarlo... cuando supiera que era el momento.

Y lo más importante: que todos vieran que Severus ya estaba con alguien.

Estar con alguien...

— No le pregunté —susurró mientras miraba a su hijo dormir profundamente—. No sé si ya ha estado con alguien.

Por más que le doliera la idea, no tenía derecho alguno a quejarse.
Y siendo sincero... tampoco le sorprendería.

Severus era atractivo, muy inteligente, y con una fuerza que cualquiera admiraría.
Tenía demasiadas cualidades como para no haber llamado la atención de alguien más.
De muchos, probablemente.

Lo único que James esperaba era que no hubiera sido alguien que él conociera.

Suspiró pesadamente mientras se acercaba a la ventana y observaba el cielo estrellado.

La noche era hermosa.
Casi tan hermosa como la idea de volver a tocarle sin magia, sin límites.
Solo con sus manos... y su corazón.

— Ojalá —dijo en voz baja, apenas un suspiro—. Ojalá logre volver a tener mi cuerpo.

(...)

La mañana de Navidad había llegado, y con ella, el grito emocionado de Ron llamando a Harry desde la sala común.

Bajó medio dormido, pero se despertó del todo al ver la cantidad de regalos acumulados bajo el árbol. Entre ellos, uno en particular le llamó la atención.

Su corazón se aceleró al leer la nota que lo acompañaba: la capa que había recibido había pertenecido a su padre.

No perdió el tiempo y se la colocó, sorprendiéndose de lo ligera y suave que era. Ron, con los ojos brillando de envidia (de la buena), le dijo con entusiasmo:
— ¡Es una capa de invisibilidad, Harry! ¡Una verdadera capa de invisibilidad!

En un rincón de la sala común, James los observaba con una sonrisa nostálgica. Reconoció de inmediato su vieja capa.

— Vaya, todavía está entera —susurró con nostalgia.

Se emocionó al ver que ahora estaba en manos de su hijo. Tantos recuerdos con esa capa... Escaparse de clases, colarse en la cocina, gastar bromas, y sí, también espiar a Severus. De eso no se sentía tan orgulloso... pero gracias a eso sabía reconocer todas las mañas del Slytherin: desde su ceño fruncido hasta su mirada mortal previa a mandar a alguien directo al infierno sin boleto de regreso.

En eso, un sonido de sorpresa lo sacó de sus recuerdos.

Harry había encontrado otro paquete con su nombre.

Al abrirlo, sacó un par de guantes de cuero oscuros, elegantes y visiblemente costosos. Los sostuvo con cuidado, como si fueran demasiado importantes como para tocarlos sin permiso.

Ron se acercó para examinarlos mejor.

— Son de cuero de dragón —dijo, asombrado—. Estos valen una fortuna.

Harry asintió distraídamente, sin poder apartar la vista de las iniciales "H.P." bordadas delicadamente en el interior.

Sintió el corazón encogérsele un poco al notar ese detalle tan personal. No era un regalo cualquiera.

— Mira —señaló Ron, apuntando la caja—. Hay una nota.

Harry la tomó con manos un poco temblorosas. Al leerla, el calor subió a su rostro como una llamarada.

"No me malinterpretes.
No es un regalo.
Consideralo... una inversión para ver si eres tan buen buscador como dicen.
Feliz Navidad, Potter.
— D.M."

Antes de que Ron pudiera acercarse para leerla también, Harry dobló la nota y la guardó rápidamente en su bolsillo.

— ¿Qué decía? ¿Sabes quién te lo mandó? —preguntó Ron con curiosidad.

— Anónimo —respondió Harry, evitando su mirada.

Ron entrecerró los ojos, analizando la situación como si fuera un misterio de los que leía en sus cómics.

— Ajá... si tú lo dices.

Después de eso, los dos se pasaron la mañana probando la capa, correteando invisibles por los pasillos y disfrutando de la tranquilidad del castillo en vacaciones.

James, flotando sobre el sofá más cercano, se cruzó de brazos con un largo suspiro. Había leído la nota de Draco sin dificultad alguna.

— Lily —murmuró hacia el cielo—, esto ya se está poniendo serio.
Primer año... y ya parece que su destino está marcado. Con un Malfoy. Definitivamente es mi karma.

Chapter 22: Reflejo

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

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Los regalos que Harry había recibido le encantaron; estaba feliz, ya que eran los primeros que recibía desde que tenía memoria. De Navidad, claro está.

Pero aún sentía una espina clavada en el pecho: el profesor Snape no le había dado ni una flor. No esperaba grandes cosas, ni una caja costosa, pero con un simple "Feliz Navidad" hubiera sido suficiente para hacerlo feliz hasta año nuevo.

Durante todo el día no había visto rastro de su maestro, y eso comenzó a preocuparle. Sabía que era un adulto ocupado y que no se interesaba mucho por los demás, pero... esperaba ser una pequeña excepción, al menos por hoy.

Intentando olvidarse de eso, se colocó la capa de invisibilidad y se dispuso a ir directo a la Sección Prohibida de la biblioteca. El toque de queda ya había pasado, lo que le daba la oportunidad de deambular sin muchos problemas.

A pesar de que nadie podía verlo, aún así debía ser sigiloso.

Después de casi una hora buscando algún libro sobre Nicolás Flamel, su búsqueda se vio interrumpida por Filch y su gata demoníaca.
Tuvo que tomar un desvío para evitarla, y al hacerlo, fue testigo de algo que le dejó atónito:

Snape amenazaba a Quirrell contra una pared. Parecía algo serio.
Harry casi fue descubierto al soltar un suspiro de asombro, pero por suerte logró hacerse a un lado antes de que su profesor de Pociones lo viera.

Pero hubo algo que se le quedó grabado en la mente: lo que Snape le dijo a Quirrell con un tono cargado de frustración:

— Define bien tus lealtades.

No alcanzó a oír más, pues el celador llegó para avisarles que un alumno había sido visto deambulando por los pasillos y que se había metido en la Sección Prohibida.

Cuando los profesores se marcharon en dirección contraria, Harry aprovechó para entrar por una puerta que nunca antes había notado.
El lugar era nuevo para él.

Se quitó la capa y caminó lentamente, curioso, hasta que un enorme espejo llamó su atención.

Se acercó con cautela.

La inscripción grabada en la parte superior le pareció extraña, ilegible.
Pero al fijarse en su reflejo... se quedó sin aliento.

No entendía lo que veía.

Parecía ser él, de bebé, y Snape lo sostenía entre sus brazos con una expresión que jamás le había visto.
No era odio, ni desprecio, ni lástima.

Era algo mucho más profundo.
Algo que, sin saber cómo, explicaba por qué nunca había logrado temerle del todo.

Parecía estar susurrándole palabras para calmar su llanto, y Harry notó que la cicatriz en su frente estaba fresca. Lo comprendió al instante: era la noche en que su vida había cambiado para siempre.

Pero de repente, la imagen se desvaneció, como si nunca hubiese estado allí.

En su lugar, apareció una nueva imagen.

Una que le heló la sangre y le llenó los ojos de lágrimas.

Sus padres estaban ahí. Sonriéndole.

Miró a su alrededor, buscando señales de alguna broma, pero al ver que no había nadie, volvió la mirada al espejo.
Ellos seguían allí.

— ¿Mamá? —susurró, viendo a la mujer pelirroja reflejada en el cristal.

Ella asintió, con una sonrisa llena de ternura.

Luego su vista se dirigió al hombre de cabello alborotado y mirada juguetona.

— ¿Papá?

También asintió, sonriendo con los ojos brillando de emoción.

Harry estiró su mano para tocarlos, pero solo rozó el cristal frío. Sin embargo, en el reflejo, su madre posó una mano sobre su hombro, como queriendo consolarlo.
Y por un instante... Harry sintió el calor de ese contacto.

Alzó la vista. Su mamá aún lo miraba, y le devolvió la sonrisa.

Pero entonces, ella giró su rostro hacia su padre.
James la miró, luego miró a Harry, asintió con una suave sonrisa... y se desvaneció.

Harry se sobresaltó, sin entender qué acababa de ocurrir, pero al volver a mirar a su madre, ella le guiñó un ojo, serena.

Confundido, emocionado, sintiendo un torbellino dentro de sí, Harry susurró una despedida y dejó el salón.

De regreso al dormitorio, se quitó la capa de invisibilidad y sacudió a Ron con entusiasmo.

— ¡Tienes que venir! ¡Tienes que ver esto!

Ron, medio dormido, lo siguió refunfuñando hasta el salón donde estaba el espejo.
Pero grande fue su sorpresa cuando, al mirar, Ron vio algo completamente distinto.

— ¿Tus padres? —preguntó Harry.

— ¿Eh? ¡No! ¡Estoy sosteniendo la Copa de la Casa y soy el mejor prefecto del colegio! —dijo Ron, embobado.

Harry frunció el ceño.
No entendía nada.

— ¿Qué es este espejo?

(...)

James, quien había presenciado todo, se quedó sin palabras.

Lily y él habían aparecido reflejados en ese espejo... o al menos eso fue lo que entendió por las palabras de Harry.
Y su niño no mentiría, no con esa expresión de anhelo y con las lágrimas a punto de brotarle.

James estaba convencido de que su hijo realmente los había visto.

Cuando Harry se marchó a buscar a Ron, James se acercó con curiosidad al espejo, aunque sabía que no lograría reflejarse: después de todo, no tenía cuerpo.

Pero grande fue su sorpresa cuando sí logró verse en él.

Y no solo eso.

También estaba Severus a su lado... y Harry en medio de ambos.

— ¿Qué es esto...?

Parecían felices.
Tan felices como él jamás se había permitido imaginar.

¿Acaso ese espejo muestra lo que más deseas?

No estaba completamente seguro, pero lo presentía con fuerza.

Más tarde, después de que Harry y Ron se fueran a dormir —uno embargado por la felicidad, el otro confundido y medio dormido—, James simuló sentarse al borde de la cama de su hijo.
Lo observó con ternura, en silencio.

La imagen que había visto en el espejo lo había tocado profundamente.

Sí... eso era lo que más deseaba. Lo que llevaba soñando desde hacía años.
Y verlo tan cerca, aunque fuera solo un reflejo, solo hizo que la culpa le pesara aún más por todas las decisiones que tomó en vida.

Estiró la mano y, al notar que sí podía, acarició con suavidad la mejilla de su hijo.

— Todo sería tan diferente, mi pequeño —susurró.

Luego suspiró, alejándose de la cama para ir a sentarse donde siempre lo hacía: en el marco de la ventana, mirando el cielo estrellado.

Sin darse cuenta...
Unos ojos esmeralda lo observaban.
Desde la penumbra de la cama, con asombro... y con una chispa de ilusión en la mirada.

(...)

— ¡De verdad te lo digo! Vi eso en ese espejo —exclamó James, con una mezcla de emoción y confusión.

Le contaba a Severus lo que había pasado la noche anterior, o al menos una versión editada de los hechos.

— ¿Estuviste de nuevo deambulando por el castillo? —preguntó Severus sin levantar la vista, mientras clasificaba ingredientes frescos sobre su mesa de trabajo.

James se quedó en silencio unos segundos, luego asintió lentamente.

No podía decirle que descubrió el espejo junto a Harry, mucho menos que el niño había infringido el toque de queda.

Severus lo observó fijamente, deteniendo su tarea.

— ¿Seguro?

James volvió a asentir, con una sonrisa forzada.

— ¿El mini Potter no estuvo contigo, por ejemplo, cerca de la sección prohibida de la biblioteca?

El fantasma se tensó, evitando mirarle a los ojos.

Severus suspiró, como si ya conociera la respuesta.

— Lo supuse. Esa sensación de ser observado aunque no haya nadie más ahí... Ya la había sentido antes.

— ¿Sentirse observado? —repitió James, con tono inocente.

— Sí —respondió Severus, con el ceño fruncido—. No sé cómo lo hizo, pero tenía que ser Potter.

James sonrió nervioso, pero se acercó a Severus y, con gesto suave, le apartó un mechón de cabello detrás de la oreja.

Snape se sobresaltó y lo miró, sorprendido.

— ¿Aún puedes...?

— Desde esa noche —asintió James, sonriendo como un niño—. Todavía puedo tocar cosas... y personas. Me encanta.

— Genial —ironizó Severus, rodando los ojos.

Giró hacia el caldero que había estado hirviendo a fuego lento durante un buen rato. Revolvió el líquido con cuidado y, al sacar un poco con una cuchara de madera, lo olió con atención. Luego suspiró, aliviado.

— ¿Qué es eso? —preguntó James, acercándose curioso.

— Digamos que... —Severus apagó el fuego con un leve movimiento de varita y dejó reposar la poción—. Es una preparación para alguien que parece tener pesadillas.

James ladeó la cabeza, observándolo con ternura.

— ¿Alguien en específico?

Severus no respondió, pero el leve rubor en sus mejillas lo delató. James sonrió, entendiendo para quién era.

— A veces olvidas que, aunque esté muerto, aún soy bastante perspicaz.

— Y a veces olvidas que, aunque estés muerto, sigues siendo un fastidio —replicó Severus, pero sin verdadero veneno.

James rio, todo pareció tan natural como si aún estuviera vivo.

Notes:

Si, adapte un poco el cómo funciona el espejo para beneficio de la trama jaja

Chapter 23: Regalo Atrasado

Chapter Text

Harry había estado pensativo desde que estuvo frente a aquel espejo la noche anterior.
Tres cosas daban vueltas en su cabeza sin descanso: la primera imagen que había visto reflejada, luego el momento en que su padre desapareció del segundo reflejo... y, por último, la sensación de que el fantasma de su papá había estado allí, acariciándole la mejilla, levantándose de su cama para sentarse en el alféizar de la ventana.

Pero lo que más se le había quedado grabado fue lo que escuchó decir:
"Todo sería tan diferente..."

No podía haber sido una alucinación; había oído esa voz con claridad, y lo curioso era que él ni siquiera sabía cómo sonaba la voz de su padre, así que no podía habérsela inventado.
Quería creer que era él. Se veía muy joven, así que supuso que tendría la misma apariencia que el día en que murió... como los fantasmas que habitaban en Hogwarts.

Entonces, ¿por qué lo había visto justo ahora?
¿Estaba su padre con él desde siempre?
¿Era esa la presencia que había sentido tantas veces?
Si era así, muchas cosas encajaban... incluso por qué su imagen se había desvanecido del espejo y su madre le había guiñado un ojo justo después.

Su papá había estado a su lado todo ese tiempo.

Harry observaba el crepitar de la leña en la chimenea, y, como ella, sentía que algo cálido se encendía en su interior. Sonrió. No había estado tan solo como creía.

— Joven Potter.

Reconoció la voz de inmediato y se levantó de golpe, poniéndose recto.

— Buenas tardes, profesor Snape. Feliz Navidad.

— Sí —respondió Severus, evaluando al niño frente a él y notando que parecía más animado de lo habitual—. Cuando termine de almorzar, vaya a mi despacho.

Apenas se dio la vuelta, escuchó pasos apresurados acercándose. Al bajar la mirada, encontró al niño caminando junto a él.

— Ya comí, así que puedo ir ahora.

Severus asintió, aunque dejó escapar un suspiro cansado.
Ese niño parecía tener la misma intensidad que su padre.

Al menos tenía la suerte de que James, en ese momento, estuviera demasiado ocupado probando hasta qué punto podía tocar objetos del castillo, y no le rondara.
Para él, era mejor lidiar con un Potter a la vez.

Caminaron en silencio. Solo se escuchaban sus pasos y sus respiraciones. Snape redujo el ritmo, consciente de que Harry, con sus piernas cortas, debía esforzarse para seguirle.
Aun así, no resultaba incómodo; de hecho, había cierta calma. Tal vez por instinto —o por anhelo— Harry se acercó un poco más a su profesor.

Severus lo notó, pero no dijo nada. Intuyó que el niño buscaba, aunque fuera por unos minutos, sentirse seguro.

Tras varios minutos, llegaron al despacho del maestro de Pociones.

Harry nunca había estado allí y se sorprendió. Esperaba algo de acuerdo a los rumores que había escuchado: sombrío, con frascos turbios y criaturas muertas flotando en líquidos extraños. Pero lo que vio fue distinto: todo estaba perfectamente ordenado, los libros clasificados alfabéticamente, frascos alineados según su uso, el lugar limpio y... cálido. Algo insólito para estar en las mazmorras.

— Tenga.

La voz de su maestro lo sacó de sus pensamientos. Severus sostenía un frasco con líquido celeste.

— ¿Qué es eso? —preguntó Harry, curioso.

— Algo que le ayudará a dormir mejor.

Harry lo miró sorprendido.

— ¿Cómo sabe...?

— ¿Que tiene pesadillas? —Severus se sentó, aún con el frasco en la mano—. A veces llega tarde a clase, está a la defensiva durante las primeras horas del día y, lo más evidente, esas ojeras que ningún niño debería tener.

Harry sintió sus mejillas arder, avergonzado. No pensó que alguien se diera cuenta.

— Yo...

— Tómela. La adapté para ti. Me tomó tiempo conseguir todos los ingredientes, así que espero que no la desperdicie.

Harry asintió y la tomó con cuidado.

— Gracias —susurró.

— Cuando se termine, venga por más.

Harry levantó la vista, tímido.

— ¿Usted la hizo para mí? ¿Especialmente para mí?

Severus arqueó una ceja ante la timidez del niño.

— Sí. Me llevó más días de lo que esperaba.

Los ojos de Harry se abrieron con sorpresa.

— Entonces... ¿esto cuenta como un regalo de Navidad atrasado?

Al ver el brillo en sus ojos, Severus sintió un ligero nudo en el pecho. Por un segundo, Harry le recordó a un pequeño cervatillo con enormes ojos verdes.

— Supongo que sí —dijo al fin—. Un regalo atrasado de Navidad, pequeño Potter.

Harry sonrió, sintiendo calor en las mejillas y en el corazón. Tal vez para otros sería un gesto simple, pero para él, que aún trataba de entender lo que había visto en el espejo la noche anterior, recibir algo pensado únicamente para él era... indescriptible.

— Muchas gracias —dijo con emoción genuina—. Estaré siempre agradecido.

— Si quiere agradecerme —replicó Snape mientras sacaba unos pergaminos para corregir—, asegúrase de comer bien y de no meterse en problemas.

Harry asintió.

— ¡No me meteré en muchos problemas!

— No, dije en ning... —intentó corregirle, pero el niño se adelantó.

— ¡No en muchos, entendido!

Antes de que pudiera decir algo más, Harry se despidió y salió, dejando a Snape solo en el despacho. El profesor soltó un largo suspiro.

— Tenía que ser hijo de James Potter...

(...)

Los días pasaron y, para ciertos magos, algunas cosas habían cambiado.

Harry, aunque ya no había logrado volver a ver el fantasma de su padre, aún podía sentirlo. Lo notaba en las corrientes de aire que desviaban cualquier objeto lanzado por estudiantes jugando, evitando que le golpeara; en la cobija que aparecía cubriéndole cuando se quedaba dormido en la sala común; y, sobre todo, en la calidez que lo envolvía cada noche al irse a dormir, como si unas manos invisibles acariciaran su cabello con ternura.

Aunque se entristecía por no poder verlo, lo que más le había decepcionado era no poder regresar al espejo de Oesed. Dumbledore le había aconsejado que no volviera a buscarlo y, además, lo había trasladado a otro lugar del castillo.

A pesar de ello, Harry se sentía mucho mejor en cuanto a su salud. Las pesadillas habían desaparecido desde que tomaba la poción que Snape le había dado, lo que le permitía despertar de mejor humor cada mañana.

— Aquí está —la voz de Hermione lo sacó de sus pensamientos—. Nicolás Flamel.

Entre los tres lograron descubrir quién era, así como el misterio de la piedra filosofal y su función.

Ahora solo les quedaba una pregunta: ¿por qué aquella piedra tan valiosa estaba en Hogwarts?
Y en especial para Harry: ¿qué tenía que ver Snape con esa dichosa piedra?

Y había alguien a quien podían recurrir para obtener respuestas.
Ese alguien era Hagrid.

Chapter 24: Bosque Prohibido

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Las cosas no salieron como Harry y sus amigos habían planeado.

Aunque, para suerte de Potter, al menos logró que sus amigos entendieran que Snape no quería robar la piedra... sino protegerla.
Sintió una pequeña oleada de orgullo: no se había equivocado al confiar en su profesor.

Además, estaba todavía emocionado por haber visto un bebé dragón por primera vez en su vida.

— Oigan —la voz grave de Hagrid interrumpió la charla—. Creo que hay alguien afuera.

Los tres se giraron hacia la ventana. Harry frunció el ceño al ver una cabellera rubia desaparecer de golpe.

— Malfoy —murmuró.

(...)

— Duchess, quédate quieta —susurró Draco, intentando acomodar entre sus brazos a una gata que casi le doblaba el tamaño.

Había salido de las mazmorras junto a otros Slytherin para buscar a la mascota de Pansy: Duchess, una imponente Maine Coon gris plateada que, según su dueña, "merecía más respeto que algunos estudiantes".
Draco no entendía cómo una criatura tan grande podía haberse escabullido sin que nadie la viera... pero cuando Pansy le exigió ayuda, no tuvo otra opción que obedecer.

Siguió el sonido de un maullido hasta las cercanías de la cabaña de Hagrid. Allí, entre arbustos, la encontró: sentada con la cola esponjosa enrollada a las patas, como si el mundo entero estuviera a su disposición.

Al atraparla, la curiosidad le ganó. Se acercó a la ventana para echar un vistazo... y lo que vio le hizo fruncir el ceño: Potter y sus inseparables compañeros.
Se agachó de inmediato para no ser descubierto, sujetando a Duchess contra el pecho.

— Vamos, gatita, que no quiero meterme en líos... —susurró.

No dio ni tres pasos cuando chocó contra algo sólido.
O más bien... alguien.

— Draco —la voz baja y gélida de Snape lo hizo alzar la vista lentamente.

Tragó saliva al encontrarse con la expresión severa de su jefe de casa, quien con un leve gesto le indicó que se apartara de la ventana. Draco obedeció, pero al hacerlo se dio cuenta de que Snape no estaba solo: la profesora McGonagall le acompañaba, con el ceño fruncido.

— Joven Malfoy —dijo Minerva, mirándolo de arriba abajo.

— Profesora McGonagall... —respondió en un hilo de voz, intentando esconderse detrás de la voluminosa gata.

La puerta de la cabaña se abrió y Draco vio cómo Snape decía algo a Hagrid. El semigigante suspiró y se hizo a un lado, revelando a tres rostros muy conocidos.

— Potter, Weasley y Granger —habló Minerva con tono cortante—. ¿No creen que es muy tarde para andar de paseo?

Los tres asintieron con expresiones culpables. Bajaron de la cabaña y se alinearon junto a Draco.
Ron le lanzó una mirada asesina al rubio.

— Qué chismoso eres.

Draco arqueó una ceja.
— Yo no hice nada, Weasley.

— No te creo. Los Slytherin siempre buscan sacar provecho.

Antes de que la discusión creciera, Snape se colocó frente a ellos. Los cuatro contuvieron el aliento.

— Bien, Draco —dijo con frialdad—. ¿Podrías explicarnos qué haces fuera de tu dormitorio?

Draco tragó saliva de nuevo.
— Pansy perdió a Duchess. Salí a buscarla... escuché maullidos y la encontré aquí, no me di cuenta de que estaba tan cerca de la cabaña de Hagrid.

Alzó a la gata para demostrarlo, aunque sus brazos temblaban por el peso. Snape reprimió una sonrisa.

— Entiendo —respondió, y se giró hacia los otros tres—. Ahora ustedes, explíquenle a su jefa de casa qué hacen aquí.

Mientras Minerva cruzaba los brazos y empezaba el interrogatorio, Draco se acomodó a un lado, acariciando a Duchess. La gata, indiferente, observaba todo como si fuera la verdadera autoridad del lugar.

Tras largas explicaciones —en su mayoría inventadas—, la sentencia fue clara: los cuatro recibirían castigo por romper el toque de queda.

Draco protestó, alegando que solo ayudaba a una amiga, pero una sola mirada de Snape bastó para que se callara y asintiera en silencio.

(...)

Acompañar a Hagrid al Bosque Prohibido formaba parte del castigo, pero a Harry le revoloteaba el estómago por algo más.
No era por la historia que les contó el semigigante sobre un unicornio muerto ni por la idea de encontrar rastros de sangre.

No... no tenía que ver con eso.

Lo que lo ponía nervioso era que Hagrid había decidido que él y Draco patrullarían juntos por una zona, mientras Hermione, Ron y el propio Hagrid irían por otra.

A pesar de los nervios, la conversación fluía... o, mejor dicho, Draco hablaba sin parar, quejándose de que aquello parecía trabajo de esclavos.

— ¿Acaso tienes miedo? —preguntó Harry con una sonrisa contenida.

— ¿Yo, miedo? —replicó Draco con desdén—. Para nada. Simplemente no soy fan de caminar por un bosque lleno de criaturas que podrían devorarte mientras pestañeas.

Un crujido fuerte sonó detrás de ellos. Draco dio un respingo y se pegó a Harry.

— ¿Escuchaste eso?

Harry asintió, tomando la linterna. Avanzaron juntos con Fang, que ahora gruñía bajo.

— Para que sepas, no estoy asustado... —añadió Draco, con tono orgulloso—. Solo me aseguro de que tú no te asustes.

Harry apartó la vista para que no se le notara la sonrisa.

Entonces, Fang se detuvo y gruñó hacia un árbol caído. Allí, bañado por la luz de la linterna, yacía el cuerpo sin vida de un unicornio. Su piel plateada parecía brillar bajo la sombra de las ramas rotas.

Fue entonces cuando Harry lo sintió: una presencia, oscura y fría, acechando cerca del cadáver. Al mismo tiempo, su cicatriz comenzó a arderle con fuerza. Se llevó la mano a la frente, soltando un quejido.

Draco abrió los ojos de par en par.
— ¡Vámonos! —dijo, tirando de Harry, pero este parecía clavado al suelo.

Al ver que esa figura se acercaba, Draco retrocedió... y luego salió corriendo.

Harry se quedó mirando cómo la sombra se deslizaba hacia él. Finalmente, sus piernas reaccionaron, pero un tropiezo con unas raíces lo lanzó al suelo. Miró hacia arriba, con el corazón golpeando contra el pecho, y vio una figura encapuchada estirando una mano hacia él.

Un relincho cortó la escena. Un centauro emergió de entre los árboles, galopando hacia ellos. La presencia huyó de inmediato.

Harry se levantó tambaleante.

— Harry Potter, debes irte de aquí —dijo el centauro al acercarse—. El bosque no es seguro, mucho menos para ti.

— Pero... ¿qué era eso? —preguntó el niño, todavía agitado.

— Una criatura monstruosa —respondió el centauro—. Matar a un unicornio es el peor de los crímenes, y beber su sangre mantiene con vida a quien está al borde de la muerte... a un precio terrible.

Harry lo escuchó, horrorizado.

— ¿Quién querría hacer algo así?

— ¿No hay alguien que se te venga a la mente?

La respuesta lo golpeó como un cubo de agua helada. Todo tenía sentido: las protecciones a la piedra, el dolor en su cicatriz... y esa figura, que ahora creía reconocer como Voldemort.

— ¡Harry!

Hermione llegó corriendo junto a Ron y Draco, seguidos por Hagrid. Harry se dio cuenta de que, seguramente, el rubio había ido a buscarlos; no podía explicar de otra manera que lo encontraran tan rápido.

Hagrid intercambió unas palabras con el centauro, como si se conocieran de antes, y después emprendieron el regreso al castillo.

— ¿Fuiste por ayuda o solo te los encontraste de casualidad? —preguntó Harry con un toque burlón.

— Te fui a buscar refuerzos —replicó Draco, ofendido—. Estabas paralizado y no pensaba cargarte.

Harry asintió, intentando disimular que le divertía su actitud. Había algo en Draco... siempre tenía algo que decir, y le gustaba escucharlo.

Pero, mientras volvían, otra pregunta le rondaba la mente:

¿Dónde estaba el fantasma de su padre? Siempre aparecía para ayudarlo cuando estaba en peligro, entonces... ¿por qué no esta vez?
¿Se habría equivocado y lo que vio aquella noche en el espejo no fue real?

No. Él sabía que lo fue.
Entonces... ¿dónde estaba James ahora?

Notes:

Me encanta la idea de que en la relación de estos dos es Draco el que habla hasta por los codos y Harry solo asiente y escucha atento todo lo que dice el rubio jajsjs

Y también, no les mentiré, si hubiera sido yo Draco si veía una criatura encapuchada bebiendo sangre, pero primero me haría pis del miedo, si, soy cobarde y a mucha honra

Chapter 25: Mi Pasado

Chapter Text

— ¿Ya conocías al niño Malfoy? —preguntó James, observando a Severus, que miraba el cielo nocturno desde la ventana de la torre de Astronomía.

— Sí. ¿Por qué?

— Bueno... —el fantasma se acercó flotando al maestro de pociones—. Lo llamaste dos veces por su nombre hace unos momentos. A nadie más llamas por su nombre de pila, excepto McGonagall... y a mí, pero solo cuando estás enojado.

Severus sonrió con un deje irónico.
— Soy su padrino.

James parpadeó sorprendido y "se sentó" a su lado.
— ¿Padrino? ¿Eres tan cercano al intenso de Lucius Malfoy como para serlo?

— Lucius es bueno —contestó Severus con calma—. Como casi todos en Slytherin, nació con su destino marcado. Desde pequeño le enseñaron quién debía ser... y aun así, para algunos de nosotros, ha sido un salvador en más de una ocasión.

James lo miró con interés, invitándolo a continuar.

— Como sabes, soy mestizo. Mi madre era sangre pura, pero fue desheredada por fugarse con mi padre, que es muggle. Al principio todo fue perfecto... pero después... —Severus suspiró, bajando la mirada—. Él no reaccionó bien cuando se enteró de que ella era bruja. Y mucho menos cuando yo tuve mi primer brote de magia.

— ¿Los maltrató? —preguntó James, con una sombra de preocupación.

Severus negó lentamente.
— No, nunca nos puso una mano encima. Era un buen padre... pero se distanció. Creció sumergido en su religión, en valores conservadores. Para los muggles, la magia es algo satánico. Y ni hablar del hecho de que un hombre pueda embarazarse: en ese mundo, las relaciones entre personas del mismo género se ven como una abominación.

— ¿Supo que eras fértil?

— Mamá tuvo que decírselo. En su familia había varios casos, y era probable que yo también lo fuera. Eso fue otro golpe a todo lo que él creía. Su confianza se quebró. Pasó mucho tiempo distante, sin ser cruel, pero... ya no era tan cariñoso ni pasaba tanto en casa. Hasta que...

Severus inhaló profundo, como si las palabras pesaran.
— Hasta que llegó él.

James frunció el ceño.
— ¿Quién?

— El primo de mi padre. Por cuestiones de trabajo, se mudó a nuestra casa. Al principio todo bien; se llevaban de maravilla. Hasta que papá tuvo que viajar por meses. Fue entonces cuando, en su ausencia, tuve un brote de magia accidental... y su primo lo vio. Ahí comenzó el infierno.

James le tomó la mano al notar cómo se tensaba.

— Era mucho más fanático religioso que papá, con esas ideas de que la palabra del "hombre de la casa" era ley. Primero me golpeó a mí, luego a mamá cuando intentó defenderme. Ella no tenía varita —sus padres se la habían quitado al saber que salía con un muggle—, así que no podía protegernos. Nos insultaba, nos llamaba monstruos, y amenazaba con quemarnos vivos como en la Inquisición si le decíamos algo a papá.

— ¿Y tu padre nunca se enteró? —la voz de James era apenas un susurro.

Severus negó otra vez.
— Él pasaba mucho tiempo fuera, pero siempre volvía con regalos, intentando ser el de antes. Se disculpaba por haberse distanciado, decía que quería recuperar el tiempo perdido... y lo intentaba. Desde entonces dejó de viajar.

Su voz se volvió más grave.
— Hasta que un día, descubrió moretones en los brazos de mamá. Se alteró, y cuando ella intentó restarle importancia, dijo que entonces revisaría si yo tenía heridas. Fue ahí cuando mamá rompió a llorar y le contó todo: los golpes, los insultos, las amenazas. Papá enloqueció.

— ¿Qué hizo? —James estaba totalmente atrapado en el relato.

— Fue directo a la habitación de su primo. Hubo gritos, golpes, cosas rompiéndose... Le gritó que, si no lo metía en la cárcel, lo mataría él mismo. El tipo intentó escapar, pero antes fue a la cocina, tomó un cuchillo y le dijo a mi padre que la magia siempre trae desgracias, que mamá y yo arderíamos en el infierno. Papá se enfureció aún más y siguió golpeándolo... hasta que su primo le apuñaló la pierna.

James apretó la mandíbula.

— Aun así, mi padre no se detuvo hasta que llegó la policía. Lo arrestaron gracias a toda la evidencia, pero papá quedó malherido. Desde entonces tuvo que usar bastón... la pierna le dolía cada vez que permanecía de pie mucho tiempo.

Severus guardó silencio un momento, como si dudara en seguir. James no dijo nada, simplemente permaneció ahí, dándole espacio.

— Durante los siguientes años todo volvió a ser como antes, bueno, poco a poco. Papá debía ir a terapia para lo de su pierna, mamá le ayudaba y todo parecía ir bien.

Severus sonrió con nostalgia.

— Papá solía bromear diciendo que quizás con nuestra magia podríamos hacer una enorme casa de galletas como la del cuento de Hamsel y Grettel. O que ya no haría falta llamar a algún plomero o algo cuando la tubería se dañe. Todo, todo iba tan bien.

— Pero... —dijo James, sabiendo que aún faltaba la parte más dura.

— La felicidad dura muy poco —la voz de Severus se quebró apenas, aunque enseguida se recompuso—. Durante las vacaciones, justo antes de comenzar quinto año... ellos fallecieron.

James lo miró en silencio, dándole espacio.

— Me negué a unirme a los mortífagos. Creían que podían convencerme con amenazas, pero no entendían que yo no cambiaría de bando. Entonces decidieron... presionarme —Severus apretó los puños, como si quisiera contener el temblor—. Esa noche yo no estaba. La familia de Lily me había invitado a cenar... y ellos quemaron nuestra casa. No sabían —o no les importó— que mi padre aún tenía la pierna herida. No pudo ayudar a mamá a salir a tiempo...

James sintió un nudo en su garganta fantasmal.
— Severus...

— Cuando llegué... —Severus cerró los ojos, como si aún pudiera verlo—, la casa ya estaba envuelta en llamas. Intenté entrar, pero los bomberos y los vecinos me detuvieron. Y aun así —tragó con dificultad—, no sé si... hubiera podido hacer algo.

El silencio que siguió fue pesado, roto solo por el lejano silbido del viento nocturno.

James habló con suavidad:
— No puedo... ni imaginarlo.

Severus desvió la mirada hacia la ventana, su expresión endurecida.
— Desde mi primer año en Hogwarts, Lucius siempre fue muy amable conmigo. Al parecer, su familia tenía cierta cercanía con la de mi madre. Por eso quería conocer al hijo de la heredera exiliada —soltó una pequeña risa, sin alegría—. Pero, con el tiempo, se encariñó de verdad conmigo. Incluso llegó a conocer a mis padres.

Hizo una breve pausa antes de continuar:
— Después de que ellos murieron, él me acogió. Narcissa también fue muy buena conmigo. En ese tiempo yo... bajé mucho de peso. Ellos se preocuparon, pero la verdad es que no tenía apetito ni para un vaso de agua.

James asintió, y en ese instante comprendió por qué, años atrás, cuando lo cargó en su espalda siendo Prongs después de aquella "broma", le pareció demasiado ligero para un chico de quince años.

— Ellos se encargaron de todo —continuó Severus—: los arreglos funerarios, la reconstrucción de la casa... la dejaron como si nada hubiera pasado. Pagaron mis estudios, todos mis gastos. Yo... siempre les estaré agradecido por todo lo que hicieron, a pesar de que no tenían ninguna obligación.

James lo observó en silencio, con un respeto que antes no había sentido tan hondo. Ese relato le había mostrado un Severus que muy pocos conocían, y que él jamás se habría imaginado: alguien que había perdido demasiado pronto, que había aprendido a endurecerse para sobrevivir... y que, aun así, había conservado la capacidad de agradecer.

Sin pensarlo, se inclinó un poco hacia él.
— Lamento que hayas tenido que pasar por todo eso... y mucho más —dijo con una sinceridad que incluso le sorprendió—. No sé si pueda cambiar el pasado, pero sí sé que no voy a dejar que vuelvas a cargar con todo solo.

Severus lo miró de reojo, como si quisiera responder con una burla, pero las palabras no llegaron. Solo asintió, muy levemente, antes de volver a mirar por la ventana.

James sonrió para sí. No necesitaba más. Ese pequeño gesto le bastaba para saber que, a partir de esa noche, el vínculo que tenían se había vuelto más fuerte.

Chapter 26: Cuéntamelo Todo

Chapter Text

— Creo que es Snape quien intenta conseguir esa piedra para Voldemort, para que recupere su fuerza.

Harry frunció el ceño ante lo que dijo Ron.
— Hagrid nos dijo que él es uno de los que se encarga de protegerla —replicó con un deje de molestia.

— Sí, pero recuerda que no podemos descartar nada —intervino Hermione—. Si Voldemort consigue esa piedra, tu vida es la que estará en peligro.

Harry apretó los labios y asintió, a regañadientes.

— Pero mientras esté Dumbledore en el colegio, estás a salvo —añadió Hermione—. Después de todo, es el mago a quien más teme Voldemort.

Ron asintió, convencido.
— Es cierto. Mientras esté aquí, no tenemos nada de qué preocuparnos... solo debemos estar atentos a los movimientos de Snape.

Harry rodó los ojos y frunció el ceño.
— No es Snape, estoy seguro —susurró.

— ¿Y por qué crees eso? —preguntó Ron, extrañado.

— Solo lo sé —respondió, incorporándose en el sillón de la sala común—. Siento que él no quiere hacerme daño.

Hermione y Ron intercambiaron una mirada; sabían que su amigo podía ser muy terco y que no cambiaría de opinión fácilmente. Con un suspiro resignado, le dijeron que mejor se fueran a dormir, que ya era tarde.

(...)

— Me descuido un segundo... y casi matan a mi bebé.

James daba vueltas por la habitación de Harry, nervioso e inquieto por lo que había escuchado desde la sala común. Los niños ya dormían profundamente, pero su mente estaba lejos de encontrar descanso.

Voldemort había vuelto.
Bueno... más o menos.

— Severus... él... —murmuró, deteniéndose junto a la ventana.

Quiso ir hasta la habitación del Slytherin para preguntarle directamente, pero sabía que a esas horas probablemente ya estaría descansando.

Se "sentó" de nuevo en el filo de la ventana, observando el cielo estrellado, y sintió una punzada en el pecho.
— Lily, por favor... —susurró, casi una súplica—. Que no le haga nada a nuestro pequeño... al menos no hasta que yo pueda encontrar la forma de protegerlo.

Se quedó así, perdido en sus pensamientos y sin darse cuenta de que, desde la cama, unos ojos esmeralda lo observaban en silencio. Esta vez, no solo lo veía: también lo había escuchado. Y eso hizo que Harry se sintiera más feliz que en cualquier otra noche desde que había llegado a Hogwarts.

(...)

— Ya estamos en época de exámenes, Potter. No tengo tiempo para tu drama.

James iba flotando detrás de Severus, quien avanzaba a paso rápido por el pasillo, el ceño fruncido y una carpeta en la mano. Tenía prisa: la reunión de profesores por el inicio de los exámenes estaba a punto de empezar.

— Solo quiero que me respondas una pregunta. Solo una —insistió James—. Y te prometo que no te molestaré en toda la semana.

Severus se detuvo en seco y se giró con gesto impaciente.
— Bien. Habla rápido.

James se acercó, su tono ahora más serio.
— ¿Voldemort quiere la piedra filosofal?

Los ojos de Severus se abrieron apenas un instante antes de recuperar su expresión imperturbable.
— No sé de qué hablas.

Dio media vuelta y reanudó el paso, pero James volvió a seguirlo.

— Sí que lo sabes. Harry lo vio anoche.

Severus se detuvo otra vez, esta vez con rigidez.
— ¿Qué dijiste?

— Lo que escuchaste —replicó James, flotando frente a él—. Según Harry, mientras cumplía su castigo se encontró a alguien bebiendo sangre de unicornio.

El rostro de Severus se endureció, y por un momento pareció medir cada palabra que estaba a punto de decir.
— No te separes de tu hijo. Vigílalo. Yo me encargaré del resto.

Antes de que pudiera marcharse, James le sujetó por los hombros.
— Dime qué está pasando. Sabes que si se trata de Harry, no voy a descansar hasta saberlo todo.

Severus lo sostuvo la mirada. En los ojos de James había más que preocupación: había una súplica genuina. Finalmente, Severus suspiró.
— Está bien. Búscame en mi despacho después de las clases.

Se zafó del agarre del fantasma y se alejó, su capa ondeando tras él hasta desaparecer al girar la esquina.

James quedó en medio del pasillo, observando el lugar donde lo había visto por última vez.
— Ojalá no sea tan grave... —murmuró antes de girar en dirección contraria, rumbo a donde estaba Harry.

(...)

— El primer examen no estuvo nada mal —dijo Hermione, satisfecha, mientras guardaba sus pergaminos.

— A mí se me exprimió el cerebro —se quejó Ron, dejándose caer contra el respaldo de la silla—. Para el de mañana, préstame el tuyo, Mione.

Hermione soltó una pequeña risa.
— Te ayudaré a estudiar para los demás, pero mi cerebro no te lo presto.

Mientras ellos bromeaban, Harry apenas participaba. Su mente seguía dando vueltas a lo ocurrido la noche anterior.

Estaba convencido de que Snape no era quien quería la piedra, y mucho menos que quisiera hacerle daño. Eso lo tenía más que claro. Pero entonces... ¿quién era el infiltrado en Hogwarts?

Debía ser alguien con libertad para moverse por el castillo sin levantar sospechas. ¿Un prefecto? ¿O un profesor?
Se inclinaba más por lo segundo.

— Vamos, Harry, es hora de almorzar —lo sacó de sus pensamientos la voz de Ron.

Harry asintió, siguiendo a sus amigos por el pasillo. Y, como en las últimas horas, notó la inconfundible presencia del fantasma de su padre a pocos pasos. Desde la noche anterior, podía sentirlo con más nitidez... incluso escucharlo en ciertos momentos. Y, para su sorpresa, los comentarios que hacía le parecían graciosos.

— ¿En qué tanto piensas, Harry? —preguntó Hermione cuando ya estaban sentados en la mesa de Gryffindor en el Gran Comedor.

— Nada importante —sonrió él—. Solo que esta semana va a ser agotadora.

— Ni que lo digas —intervino Ron, sirviéndose comida—. Lo que más me preocupa es Pociones. Dicen que el profesor Snape te da el nombre de una poción para que la hagas y se planta junto a ti todo el tiempo, mirándote con esos ojos fríos, juzgando cada uno de tus movimientos.

Hermione rodó los ojos.
— Y debe hacerlo. No sería justo que solo vigilara a los de su casa. Así todos sabemos en qué nos equivocamos.

— Pues yo no quiero que me observe —refunfuñó Ron—. Ya tengo suficiente con sus clases normales.

— Está bien que lo haga, Ron —opinó Harry, bebiendo un sorbo de su jugo—. Las pociones son delicadas, un error puede ser fatal. Por eso Snape está siempre atento, para asegurarse de que todos las preparamos bien.

— Exacto —asintió Hermione con una sonrisita de triunfo—. Aprende, Ronald. Un profesor estricto lo es por algo, no solo porque te odia.

— Odia a los de Gryffindor —susurró Ron.

— Odia a los que molestan en clase —corrigió Hermione—. Y eso me parece bien. No dejan que uno se concentre.

El resto del almuerzo transcurrió entre un pequeño debate sobre si Snape los detestaba o simplemente era estricto por seguridad. Ron se mantenía firme en lo primero; Harry y Hermione defendían lo segundo.

Mientras tanto, James los observaba desde un rincón, sonriendo ante el intercambio. Le alegraba ver a su hijo tan animado, defendiendo a Severus sin dudarlo... y que, en el fondo, ese aprecio era recíproco.

Aunque, por mucho que disfrutara de esa escena, no podía dejar de pensar en lo que Severus le había prometido contar más tarde. La espera lo ponía ansioso, y la paciencia nunca había sido su fuerte.

Odiaba esperar.

(...)

— Bien, Severus —habló James, flotando sobre el escritorio de Snape, con esa impaciencia que le quemaba por dentro—. Cuéntame todo lo que te has guardado sobre nuestro querido señor Oscuro.

Silencio.

James suspiró, dejándose caer hacia atrás en el aire mientras flotaba por el despacho. Solo quedaba esperar unos minutos más a que apareciera el dueño del lugar.
La espera le estaba matando, en sentido figurado, claro está.

Llevaba todo el día imaginando las posibles respuestas de Severus... aunque, entre ellas, se le coló una pregunta personal que no tenía nada que ver.

— ¿Y si aprovecho para preguntarle si ha tenido pareja? —murmuró para sí.

— Eso no sería de tu incumbencia —la voz seca de Severus le hizo sobresaltarse.

James giró de inmediato, con una sonrisa nerviosa.
— Llegaste.

El Slytherin asintió, acomodándose en su silla con esa calma irritante que siempre le sacaba de quicio.

James flotó hasta posarse —bueno, flotar sobre— el escritorio, inclinándose hacia él.

— Bien, ¿qué quieres saber? —preguntó Severus, cruzando los brazos.

— Todo. Empecemos por lo principal: ¿eres mortífago?

Severus no respondió al instante. Su silencio fue tan denso que James sintió que le faltaba el aire... hasta que finalmente asintió.

— Soy un doble espía —añadió enseguida—. Dumbledore me lo pidió en sexto año.

— ¿Dumbledore? —frunció el ceño James—. Eras un niño... ¿por qué te pediría algo así?

— Porque necesitaba un infiltrado, y quién mejor que alguien que ya no tenía nada que perder.

El aire entre ellos se volvió más frío. James lo miraba como si intentara descifrarlo por completo, pero Severus siguió hablando.

— Como sabes, esa noche Voldemort desapareció cuando les atacó. Los mortífagos se ocultaron, pero ninguno creyó que hubiera muerto del todo. No sé cómo lo logró, pero parece que consiguió... materializarse. O quizá compartir el cuerpo de alguien.

— ¿Compartirlo?

— No creo que tenga fuerza para poseerlo por completo —explicó Snape—, pero sí para sobrevivir así. Y creo que ya sé quién podría ser.

James se inclinó hacia adelante.
— ¿Quién?

— No estoy del todo seguro, pero creo que es Quirrell.

— ¿El tartamudo? —James alzó las cejas.

— Desde que empezó el curso actúa más extraño de lo habitual. Nervioso, evasivo... y demasiado interesado en zonas del castillo que solo unos pocos tenemos permiso para visitar.

— Así que por eso siempre te tensas cuando ese tipo está cerca... y te pones más Slytherin de lo normal —comentó James con media sonrisa.

— ¿Más Slytherin? —repitió Severus, arqueando una ceja.

— Sí, ya sabes... más arisco, receloso, frío. Esa mirada que podría congelar un lago. Me tratabas así en nuestros primeros años.

— Y lo merecías —respondió sin inmutarse.

— Lo sé —James sonrió ladeado, acercándose un poco más—. Pero todavía me queda una pregunta.

— Adelante.

— Estoy seguro de la respuesta, pero... en todos estos años, ¿has tenido pareja?

Severus le sostuvo la mirada sin pestañear. James no la apartó, aunque sintió que el estómago se le encogía.

Tras unos segundos, Snape suspiró.
— Sí. Salí con alguien.

James sintió como si le hubieran lanzado un cubo de agua helada con hielo extra.
— ¿T-tuviste pareja?

— Se podría decir que sí.

— ¿P-puedo saber quién fue? —preguntó, traicionándose con el tartamudeo.

Severus sonrió, esa media sonrisa suya que siempre escondía más de lo que mostraba.
— ¿Qué recibo yo a cambio si te lo digo?

Chapter 27: Me vuelves loco

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— Y bien —dijo Severus, dejando que una pequeña sonrisa burlona asomara en sus labios—. ¿Qué obtengo si te revelo con quién salí?

James se detuvo en seco. Le alegraba ver esa sonrisa, pero no le gustaba el motivo detrás.

— Haré lo que quieras por una semana.

— ¿Todo lo que quiera? —arqueó una ceja el Slytherin—. ¿Incluyendo dejar de percibirme por todo el castillo?

— No. Pídeme lo que quieras... menos que deje de verte o estar a tu lado. Para eso, mejor mátame.

— Ya estás muerto.

— No por completo.

Severus lo miró con calma, percibiendo la ansiedad en el Gryffindor por escuchar el nombre.

— No se me ocurre nada que puedas darme para que lo diga.

— ¿Y si hago que me lo digas?

— ¿Cómo podrías hacerlo?

James acortó la distancia, alzando una mano hasta posarla en la mejilla del otro.

— Tengo mis métodos.

El corazón de Severus dio un vuelco cuando los dedos de James descendieron con lentitud hasta su mentón, obligándole a levantarlo un poco.

— Es un ganar-ganar —susurró el fantasma.

Se inclinó lo justo para que sus narices se rozaran. Al ver cómo Severus cerraba los ojos, sonrió y unió sus labios a los de él.

El beso comenzó suave, exploratorio... pero pronto ganó intensidad. James mordió su labio inferior, robando un jadeo, y aprovechó para deslizar la lengua dentro. Sus bocas se encontraron con hambre y juego.

Severus, sin pensar, enredó una mano en el cabello desordenado de James y con la otra se aferró del hombro, buscando anclarse. James agradeció poder materializarse por completo, ceñiéndolo por la cintura hasta obligarlo a levantarse de la silla y pegarlo más a su cuerpo.

Se separaban apenas para que uno pueda tomar aire, y en esos breves respiros, James se deleitaba viendo el rubor que teñía el rostro del Slytherin.
Le fascinaba ser él quien lo provocaba.

Con una mano recorrió su espalda baja y con la otra le quitó la capa, dejándola caer al suelo sin cuidado. Luego lo tomó por los muslos, alzándolo. Severus se aferró a sus hombros y cruzó las piernas en su cintura, sorprendido por la facilidad con la que James lo sostenía.

Caminó unos pasos hasta dejarlo sentado sobre el escritorio, sin dejar de acariciar sus piernas por encima de la tela.

— Me estoy volviendo loco —murmuró contra sus labios—. Me vuelves loco.

Severus sonrió antes de volver a besarlo con urgencia, sus dedos largos y finos enredándose de nuevo en aquella melena rebelde.

— Y yo quiero que me vuelvas loco —susurró, mirándolo con un deseo sin disfraz.

James sintió cómo un fuego voraz comenzaba a arder dentro de él ante las palabras de su Slytherin. Sin pensarlo, volvió a besarle con desesperación, sus labios reclamando los de Severus como si temiera que se desvanecieran. Sus manos bajaron por la espalda del contrario hasta juguetear con sus muslos, apretando y acariciando, hasta posarse en su trasero, masajeándolo con un hambre que no intentó disimular.

Cada presión arrancaba de Severus un gemido que se filtraba entre sus bocas, vibrando en el propio pecho de James. Sonrió para sí al sentir cómo el otro le atraía más, frotando sus cuerpos y haciendo que sus erecciones se rozaran a través de la tela.

Se separó apenas lo suficiente para mirarle a los ojos. Ambos respiraban agitados, sabiendo que era imposible detenerse en ese momento; no había vuelta atrás. Un leve asentimiento de Severus fue todo lo que James necesitó para llevarlo hasta el final.

Con manos ansiosas, empezó a desabotonar la camisa del Slytherin y la dejó caer por algún rincón del despacho. Sus labios viajaron por la línea de su mandíbula, bajando lentamente hasta atrapar un pezón entre sus dientes, lamiendo y mordisqueando sin pudor. La respuesta de Severus —un jadeo ahogado y dedos aferrándose a sus hombros— le encendió aún más.

Mientras su boca seguía jugando con el pecho ajeno, su mano libre bajó hasta el pantalón, deshaciendo el cinturón y el botón con rapidez. Lo levantó un instante, el suficiente para quitarle por completo pantalón y bóxer, revelando cada centímetro de su piel.

James se apartó un momento, lo justo para contemplarle con una devoción que dolía.
— Eres tan hermoso... y tan malditamente sexy —susurró con voz ronca.

Severus esbozó una sonrisa ladeada.
— No es justo que solo yo esté así.

Le jaló hacia sí y comenzó a desvestirle, besándole sin tregua. Se sorprendió al notar que podía quitarle la ropa sin dificultad, incluso siendo James medio fantasma; suponía que en momentos como ese, la magia encontraba la manera. Su mano bajó, encontrándose con la erección dura bajo la tela, arrancándole un gruñido a James.

— Alguien está emocionado —dijo Severus con una chispa burlona, frotándole con deliberada lentitud.

— Como te dije hace un momento... —la voz de James se entrecortó por el placer— me vuelves loco.

Al quedar el torso de James al descubierto, Severus no pudo evitar admirarle. Sabía que debía tener buen físico tras años de Quidditch, pero verlo así, tan cerca, hacía que el calor subiera a sus mejillas.

— ¿Qué estás pensando? —preguntó James con un tono bajo y posesivo—. Concéntrate en mí.

— Estoy pensando en ti —susurró Severus antes de besarle otra vez—... y en cómo será tenerte dentro de mi.

El Gryffindor devoró sus labios, una de sus manos acariciando y masturbando a Severus mientras la otra descendía para prepararle. Se detuvo apenas un segundo, sorprendido por lo húmeda que ya estaba su entrada, como si su cuerpo le estuviera pidiendo a gritos que no se detuviera.

James amaba esa mezcla: la respiración entrecortada de Severus contra su boca, los espasmos involuntarios de placer y la manera en que, incluso mientras se entregaba, seguía tocándole con desesperación, como si quisiera grabar cada sensación en su piel.

Momentos intensos de preparación hicieron que Severus soltara un jadeo, y que sus manos, inquietas, lograran liberar por completo el miembro de James de su pantalón y bóxer. Sus dedos comenzaron a juguetear con la punta, provocando que el Gryffindor se estremeciera y su respiración se volviera más irregular. Intentaba concentrarse en la tarea de prepararle, pero el toque de Severus le estaba volviendo loco.

— Si sigues así —murmuró con la voz grave y entrecortada—... no tendré compasión.

Severus sonrió, inclinándose para volver a besarle.
— ¿Cuándo pedí que la tuvieras? —susurró, rozando sus labios contra su oído—. Ya... mételo de una vez.

James apartó los dedos de su entrada, sujetó firmemente sus piernas para abrirlas y posicionarse mejor.
— He soñado tanto con esto...

— Yo también —respondió Severus, guiando el miembro erecto de James hasta su entrada ya dilatada y húmeda, rozando la punta con deliberada lentitud.

Un gruñido grave escapó de la garganta de James.
— Eres más descarado de lo que aparentas.

— Contigo... siento que puedo serlo —admitió Severus, con un rubor que se extendía por sus mejillas.

James no soportó más. Sujetó sus muslos y lo alzó ligeramente de la cintura, instintivamente sintiendo los brazos de Severus aferrarse a sus hombros. Guiado por el deseo, se abrió paso en una única estocada, hundiéndose por completo en su interior.

La calidez y la estrechez lo hicieron gemir contra su cuello.
— Amo tu interior... —susurró, repartiendo besos suaves por el rostro de Snape mientras le daba tiempo a adaptarse—. Amo todo de ti.

— ¿Me amas? —preguntó Severus, con un hilo de voz.

— Con todo mi ser. Te amo —respondió sin dudar, sonriendo al sentir cómo el interior de Severus se contraía ante sus palabras.

Poco a poco empezó a moverse, cada embestida más firme que la anterior. Los jadeos y gemidos se mezclaban con el sonido de piel contra piel, llenando el despacho de un ambiente cargado de deseo.

— ¡J-James...!

Potter no necesitó escuchar más; sabía que estaba al límite, igual que él. Sujetó sus caderas con fuerza, levantándole un poco para aumentar la profundidad y la velocidad, hasta que sintió cómo Severus se tensaba, clavando más los dedos en su espalda.

Sus miradas se encontraron, y un segundo después sus labios se unieron en un beso desesperado. Entre ese beso, un gemido y un gruñido se ahogaron cuando ambos alcanzaron el clímax al mismo tiempo: Severus entre ellos, James en su interior.

El Gryffindor lo sostuvo contra su cuerpo cuando sintió que su agarre se debilitaba por el cansancio. Se dejó caer en la silla con Severus en su regazo, aún unidos, acariciando su espalda con suavidad y apartando mechones húmedos de su rostro.

— No mentí... —murmuró James, dejando un beso en su frente—. No he dejado de amarte en todo este tiempo... y nunca dejaré de hacerlo.

Sintió cómo el cuerpo de Severus se tensaba. Pensó que era por la confesión, pero al ver sus ojos, entendió que había algo más.

— ¿Aun cuando te diga con quién estuve antes de ti? —susurró Severus, con cierta duda en la voz—. ¿Aún seguirás amándome?

James se tensó. Lo había olvidado por completo. Podía decir que ya no le importaba, pero el rostro serio y preocupado de su serpiente le hizo tragar saliva.

Asintió lentamente.
— No me importa con quién estuviste. Solo me importa que ahora estás conmigo... que eres mío, así como yo soy tuyo.

Severus lo abrazó por el torso, respiró hondo y, con el corazón acelerado, lo dijo:
— Yo... tuve algo con Tom Riddle.

Chapter 28: Vulnerable

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

James parpadeó, incrédulo, como si las palabras no hubiesen tenido sentido al salir de los labios de Severus.
— ¿Q-Qué dijiste? —su voz salió grave, quebrada por una tensión súbita.

Severus sostuvo su mirada, sin retroceder.
— Tuve algo con Riddle.

El ceño de James se frunció de inmediato; sus manos, que seguían firmes en la cintura del otro, se crisparon como garras. Por un instante, todo su rostro gritó que estaba a punto de explotar. El aire alrededor parecía cargado, como antes de una tormenta. Pero al ver los ojos oscuros de Severus —culpables, vacilantes, casi suplicando que no lo destruyera con su reacción—, algo en él se quebró de otra manera. Supo que Snape había debido arrastrar esa confesión desde lo más hondo, y que detrás de ella había una historia que aún no conocía.

James respiró hondo, forzando su mandíbula a relajarse. Las palabras que le quemaban la lengua se quedaron atrapadas en su garganta.

Sin soltarlo, lo cargó en brazos y lo llevó al dormitorio privado del jefe de Slytherin. Con un gesto pequeño gesto activó el baño termal; un chorro de vapor caliente se alzó en el aire, espesando la atmósfera hasta volverla íntima, casi sofocante.

James entró primero en el agua y atrajo a Severus entre sus piernas, con la espalda apoyada en su pecho. El calor los envolvió, pero no tanto como la tensión que seguía latiendo entre ambos.
— Bien... —susurró James, acariciándole los brazos bajo la superficie—. Cuéntamelo todo.

Severus recargó la cabeza en su hombro, los párpados apretados como si le pesara hasta mirar.
— No es fácil —dijo con voz áspera—. Pero supongo que mereces saberlo.

El agua burbujeaba suavemente, llenando los silencios.
— Cuando terminé Hogwarts, creía que ya no me quedaba nada. Mis padres habían muerto de forma espantosa, mi amistad con Lily se volvió un secreto cada vez más frágil y, mientras tú me ignorabas, los demás Gryffindors se encargaban de recordarme lo poco que valía. No quería volver a esa casa vacía, ni seguir dependiendo de Lucius quien ya tenía muchos problemas. Así que... me dejé arrastrar. Me volví un doble espía.

James lo apretó un poco más contra su pecho, mudo, con los nudillos tensos.

— Riddle me encontró vulnerable. Sabía exactamente qué decir. Me repetía que yo era especial, que mi talento valía más que todo lo que había perdido. Y yo... me dejé fascinar —Severus tragó saliva, con la voz rota—. No fuimos pareja, no lo malinterpretes. Pero... lo complací. Hubo momentos en que me convencí de que, si lo mantenía cerca, tendría un lugar en este mundo.

James cerró los ojos, luchando contra la rabia que le subía como fuego en la garganta.

Severus siguió, bajando aún más la voz:
— Puse condiciones cuando acepté su marca. Una de ellas fue que jamás tocara a Lily. Él accedió... y yo me aferré a eso, porque ella y yo todavía éramos amigos. Nunca me perdonó del todo aquella palabra, pero siguió confiando en mí. Nos veíamos en secreto. Eso ya te lo había contado.

Severus respiró hondo, como si se hundiera un poco más en el agua.
— Por eso, cuando escuché la profecía, y comprendí que Riddle planeaba matar a su hijo... me enfrenté a él. Le dije que estaba cruzando una línea que no toleraría. Me reí en su cara cuando habló de destino y poder. Le llamé cobarde. Y esa vez no me arrodillé. Me di la vuelta y me fui.

Los brazos de James temblaron, conteniéndolo.

— Esa misma noche, lo hizo —la voz de Severus se quebró y sus ojos brillaron húmedos—. Me enteré por otro mortífago, uno que aún no sabía que yo había decidido apartarme. Corrí, James. Corrí como nunca en mi vida. Pero él también lo sabía... y me envió a los suyos para detenerme.

Se mordió los labios hasta hacerse daño.
— Peleé. Vencí. Estaba herido, exhausto, pero seguí. Y cuando por fin llegué... —se cubrió el rostro con las manos, sofocado—, ya era demasiado tarde. La casa estaba en ruinas. Lily muerta. Harry llorando. Y tú...

El silencio cayó pesado, tan denso como el vapor.

James lo abrazó con una fuerza desesperada, pegando la frente a su cuello. Con manos temblorosas apartó las de Severus de su rostro, obligándolo a mirarlo.

Poco a poco, levantó el rostro y lo obligó a mirarlo. La expresión de James había cambiado: ya no había ira, ni reproche, ni nada. Solo ternura. Se inclinó despacio, sin apartar los ojos de él, y depositó un beso suave en su frente, un gesto cargado de más protección que mil palabras.

Severus pestañeó, sorprendido, y casi se tensó por reflejo. Pero el calor de aquel contacto le arrancó un nudo de la garganta. No era compasión lo que veía en los ojos de James, sino algo más profundo, algo que no había sentido en demasiado tiempo: comprensión.

— Nunca más vas a cargar solo con todo esto, ¿me oyes? —murmuró James, con la voz baja y firme, como un juramento.

Severus tragó saliva, los labios entreabiertos, incapaz de responder. El peso de años de culpa lo mantenía atado, pero la calidez de esos brazos le recordaba que tal vez aún quedaba algo que podía ser suyo.

James acarició su rostro con el dorso de los dedos, deteniéndose en la curva de la mandíbula, y sonrió apenas, rota y tierna a la vez.
— Te amo, Sev —lo dijo sin vacilar, con una intensidad que quemaba.

Severus cerró los ojos un instante. La frase le atravesó como un hechizo antiguo, imposible de rechazar. Cuando los abrió, lo miró con esa mezcla de incredulidad y vulnerabilidad que tan pocas veces dejaba ver. Sus labios temblaron al articular apenas audible:
— Yo... también.

James lo abrazó de nuevo, fuerte, como si al hacerlo borrara cada sombra del pasado. Entre el vapor y el calor del agua, Severus se dejó llevar, apoyando la cabeza en su pecho.

(...)

— ¿Qué bebes? —preguntó James desde la cama del Slytherin, incorporándose un poco mientras lo veía con curiosidad sostener una poción.

— Un anticonceptivo —respondió Severus con sequedad, bebiendo el contenido de un trago—. Eres un fantasma con cualidades demasiado extrañas... quién sabe y seas capaz de embarazarme. No pienso arriesgarme.

James arqueó una ceja y sonrió, palpando el lado vacío de la cama.

— No creo que pueda embarazarte aunque lo intente —dijo con un deje de pesadez—. Y créeme, lo deseo, y realmente quiero... pero no sería justo.

Severus dejó el frasco en la mesita y se giró hacia él, ya con el pijama puesto.
— La verdad es que no lo sería. Además, no quiero hijos.

Los ojos de James se abrieron de par en par, ofendidos.

— ¿Cómo que no? ¿Y si yo hubiera sido valiente y te hubiera pedido salir en el colegio? ¿Y si nos casábamos, tampoco hubieras querido?

Severus se acostó en su lado de la cama con calma, soportando la mirada de cachorro dolido de Potter.

— Si hubiera sido así... quizás sí. Tal vez hubiéramos tenido hijos. Pero ahora no.

James lo miró un momento en silencio antes de sonreír y abrazarlo con determinación.
— Con eso me basta.

Severus rodó los ojos.
— ¿En serio te quedarás aquí? —preguntó con fastidio, aunque no se apartó.

El Gryffindor asintió sin dudar.
— No sé si esto de poder tocar las cosas por completo sea solo por hoy, así que no voy a desperdiciarlo. Quiero dormir abrazado a ti.

Severus soltó un suspiro cansado, consciente de que no había manera de hacer que James cambiara de idea. Invasor testarudo... cual cucaracha.

— Buenas noches —murmuró resignado.

James se acomodó, rodeándolo por los hombros con un brazo fuerte. Severus, contra toda lógica, terminó acurrucándose contra su pecho, y esa rendición le arrancó una sonrisa amplia.

 

— Descansa, mi Verus —susurró James, y el apodo se deslizó en el aire como una caricia.

Severus cerró los ojos, intentando no darle importancia... pero sintió un nudo extraño en la garganta.

James, hundiendo el rostro en su cabello, dejó escapar un pensamiento en voz baja, casi como un juramento:
— No volveré a dejar que te sientas vulnerable. Te lo prometo...

Y aunque Severus no respondió, su respiración temblorosa y el leve apretón de sus dedos en la camisa de James bastaron para que él supiera que esas palabras habían llegado a donde debían.

Notes:

Gente, la verdad el capítulo no me convence del todo jaja ando muy bloqueada con esta historia, pero sentía que si no lo publicaba hoy se quedaría esta cap en mis borradores un buen tiempo.

En otros temas, si bien ando bloqueada con este fanfic, en cambio ya ando escribiendo otros dos en borradores JAJSJS uno es Jeverus (obvio, Severitus lover) y el otro Snirius. Y como toda historia mía, tiene mpreg jajs

Quizás esas historias vean la luz muy pronto, o no, quién sabe si me animo jaja Byeee.

Chapter 29: Piedra Filosofal

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

— Debemos averiguar con quién habló Hagrid. Esa persona ya sabe cómo evadir a Fluffy.

— Es Snape.

Harry frunció el ceño y miró a Ron.
— No es él.

Ron abrió la boca para protestar, pero una voz fría le cortó.

— ¿Qué hacen aquí?

Los tres se tensaron al instante.

— Profesor Snape —saludó Harry, serio.

Hermione y Ron inclinaron apenas la cabeza en señal de saludo.

— Tres pequeños leones deberían estar en el patio revolcándose en el césped, no aquí, cuchicheando en un pasillo —les dijo el profesor, con su típica expresión de severidad.

— Nosotros... —intentó Hermione, nerviosa— solo estábamos...

— Cualquiera que los viera —la interrumpió Snape, con la mirada afilada— pensaría que están tramando algo. Tengan más cuidado.

Lanzó una última mirada a Harry, cargada de algo que el niño no supo descifrar, y se marchó con un movimiento de túnica.

Los tres amigos se miraron, tensos.

— En todo caso —dijo Hermione, todavía con el corazón acelerado—, ¿qué debemos hacer?

Harry observó el pasillo por donde se había desvanecido Snape. Sentía su pulso retumbarle en las sienes. Había llegado el momento de demostrarles a sus amigos que él tenía razón.

Volvió la vista a Hermione y, con tono firme, murmuró:
— Iremos al tercer piso. Esta noche.

(...)

— Asustaste a los niños —se burló James, flotando junto a Severus y riendo de la escena recién presenciada.

— Si andan metiendo sus narices donde no los llaman, deben aprender que las paredes tienen oídos. Son imprudentes —respondió Snape sin detener el paso. Lo miró de reojo, con un deje de reproche—. Sobre todo tu hijo.

— Un digno Potter, ¿no? —replicó James con una sonrisa socarrona.

Snape puso los ojos en blanco y aceleró hacia su despacho.
— Te dije que vigilaras a tu niño. ¿Por qué me sigues a mí?

— Sí lo vigilo, solo que me estoy tomando un descanso —respondió James, apoyándose invisible contra la puerta del despacho—. ¿O acaso no puedo pasar tiempo con mi amorcito?

— No seas asqueroso —gruñó Severus con una mueca de asco, abriendo la puerta y entrando.

James le siguió sin despegar la sonrisa.

— Estuve vigilando al tartamudo —comentó, "sentándose" en el escritorio—. No ha hecho nada sospechoso... salvo murmurar cosas. Cosas que no entiendo.

Severus alzó una ceja.
— ¿Murmura estando solo?

James asintió.
— Sí. Como si discutiera con alguien invisible. Es raro, incluso para él.

El Slytherin permaneció unos segundos en silencio antes de encogerse de hombros y ponerse a revisar pergaminos.
— Como te dije, vigila a tu copia.

— Lo haré. Pero... ahora también necesito un poco de ti.

Snape levantó la mirada, confundido. Abrió los ojos sorprendido al sentir de pronto los labios de James sobre los suyos. Correspondió sin pensarlo, estremeciéndose cuando una mano firme se posó en su nuca.

El beso fue breve, pero suficiente para dejarlo con las mejillas encendidas.

— Eres un fantasma depravado —dijo Severus, intentando recuperar la compostura.

— Solo contigo soy así —respondió James, relamiéndose el labio con una sonrisa victoriosa.

Antes de que Severus pudiera replicar, el Gryffindor ya se había desvanecido flotando por la puerta, dejándole solo, sonrojado y con el corazón latiendo más rápido de lo que quería admitir.

(...)

El castillo dormía. Solo el crujido de alguna madera vieja o el ulular de las lechuzas rompían el silencio. Harry, Ron y Hermione se deslizaban bajo la capa de invisibilidad, los tres pegados para no ser descubiertos.

Harry sentía el corazón a punto de escaparse de su pecho, pero no era solo por el miedo a Filch: en el fondo, estaba decidido a demostrar que Snape no era el enemigo.

James flotaba tras ellos, invisible a sus ojos, pero no menos atento. Cada paso de su hijo lo hacía contener el aliento. "Otra travesura... pero esta vez no puedo reírme como cuando tenía su edad", pensó con una mezcla de orgullo y terror.

Al llegar al pasillo prohibido, Hermione susurró nerviosa:
— ¿Y si nos descubre alguien?

Ron, con la varita en mano, respondió en voz baja:
— Ya estamos aquí. No pienso volver si ya nos estamos arriesgando mucho.

Harry no dijo nada. Su mirada estaba fija en la puerta al final del pasillo.

Cuando levantaron la capa, James casi gruñó al ver lo vulnerables que estaban, pero no se apartó. Se adelantó un poco, flotando sobre ellos como una sombra protectora.

La puerta crujió con fuerza cuando Harry tiró de ella. Un aliento caliente y húmedo escapó de la oscuridad.

— Adelante —susurró Harry, intentando sonar valiente.

Los tres se asomaron y vieron, a duras penas, las tres enormes cabezas de Fluffy. El perro guardián dormía, gracias a un arpa que alguien había dejado cerca, la cual tocaba música por sí sola.

Hermione tragó saliva.
— Debe ser la música... alguien estuvo aquí antes que nosotros.

James se tensó. Eso confirmaba los peores temores de Severus.

Los tres niños lograron mover la pata del perro y abrir la trampilla que este custodiaba. Se asomaron, dudando, hasta que Hermione se dio cuenta de que la melodía se había detenido. Un segundo después, el aliento caliente del perro de tres cabezas los golpeó de lleno.

El pánico se apoderó de ellos. Por suerte, James, con un gesto casi instintivo, provocó una ráfaga de viento que los empujó dentro de la trampilla justo antes de que la bestia pudiera alcanzarlos.

El alivio duró poco.

— ¡Es la maldita planta del Lazo del Diablo! —gritó Hermione, forcejeando entre las lianas que se cerraban como serpientes.

Harry y Ron se agitaron aún más, enredándose peor.

— ¡Relájense! —chilló Hermione— ¡Si se mueven, los apretará más fuerte hasta matarlos!

— ¡¿Matarnos?! —replicó Ron, con la cara roja de pánico.

Hermione puso los ojos en blanco y se dejó caer, relajando su cuerpo hasta que la planta la soltó por completo.

James dio un paso adelante, extendiendo la mano hacia Harry, pero se contuvo. "Vamos, hijo, escucha a tu amiga..."

Harry, tragando saliva, la imitó. Poco a poco, las lianas cedieron hasta dejarlo caer al lado de Hermione. Ron, en cambio, seguía pataleando, por lo que la chica tuvo que lanzar un hechizo rápido para liberarlo.

Exhaustos, pero aún juntos, avanzaron a la siguiente sala... con James siguiéndolos de cerca, la sombra invisible de un padre ansioso.

Enfrentaron las llaves voladoras —Harry, esquivando las demás hasta atrapar la correcta con la escoba—, y luego el ajedrez viviente. El sacrificio de Ron hizo que el corazón de James se encogiera, aunque alcanzó a frenar su caída con una ráfaga invisible para evitar que se golpeara la cabeza. Hermione se quedó a cuidarlo, deseando suerte a Harry.

El niño avanzó solo, con James flotando detrás. El dolor en su cicatriz volvió de repente, como un latido oscuro que lo hacía tropezar.

Y entonces lo vio.

— El tartamudo... —murmuró James, helado al ver la figura frente al espejo.

— ¿Usted? —Harry exclamó, sorprendido—. ¡Entonces no era Snape!

Quirrell frunció el ceño.
— ¿Snape? Si... tiene toda la apariencia de alguien sospechoso, lo admito. Pero qué horror que no te la creyeras tú.

— ¿Entonces... ni siquiera tartamudea? —preguntó Harry, atónito.

El hombre bufó, rodando los ojos.
— Una fachada, nada más.

Harry dio un paso al frente, la furia brillando en sus ojos.
— Eso significa que en el partido de Quidditch... ¡fue usted quien intentó matarme!

Quirrell sonrió con crueldad.
— Ni me lo recuerdes. Estuve tan cerca... si no fuera por ese idiota de Snape y su contrahechizo. No sé qué tiene contigo, Potter, pero me ha arruinado todos los intentos. Desde Halloween hasta hoy, siempre aparecía para cubrirte. Un auténtico fastidio.

James, a un lado, sintió cómo la rabia le ardía en el pecho. "Sev... si estuviste cuidando de él todo este tiempo."

— Desconfió de mí desde aquella noche del troll. No me dejaba solo —Quirrell sonrió de lado—. Aunque, la verdad, nunca estoy solo.

Harry sintió cómo la cicatriz le ardía, un dolor punzante acompañado de un fuerte mareo.

— Este espejo me muestra lo que más deseo —continuó el profesor, acariciando la superficie del objeto—. Me veo con la piedra filosofal... pero ¿cómo puedo obtenerla?

— Usa al niño —una voz áspera y helada retumbó en la sala.

Harry y James miraron alrededor, aterrados.

— ¡Acércate, Potter! —ordenó Quirrell.

Con pasos inseguros, Harry se acercó al espejo. Lo que vio lo dejó helado.

— ¿Qué ves? —exigió Quirrell.

Harry tragó saliva, evitando su mirada.
— Me veo... ganando la copa de las casas —mintió.

— ¡Miente! —la voz áspera volvió a rugir—. ¡Déjame hablar con él!

Harry retrocedió un poco. Sintió algo en el bolsillo de su pantalón y, con sorpresa, descubrió la piedra, brillante y pesada, justo como en su reflejo.

Al alzar la vista, el horror lo golpeó.

— Hola, Harry Potter.

— Voldemort... —susurraron Harry y James al unísono.

La nuca de Quirrell se deformó, revelando el rostro espectral y deforme del Señor Tenebroso.

Voldemort habló con veneno, ofreciéndole todo lo que un niño roto desearía: poder, protección... incluso devolverle a sus padres.

Harry sintió su corazón detenerse.
— Mis padres... —murmuró, acariciando la piedra con dedos temblorosos.

— ¡No, Harry! —gritó James, desesperado—. ¡No le creas! ¡Es un monstruo!

El niño se estremeció. Sus ojos buscaron algo... y en el reflejo del espejo creyó distinguir una silueta familiar, flotando junto a él. El corazón le golpeó el pecho.

Volvió a mirar a Voldemort con los ojos brillantes de rabia.
— ¡Vete al infierno!

Intentó escapar, pero Quirrell se abalanzó sobre él. Ambos rodaron por las escaleras. Harry forcejeaba mientras unas manos frías y huesudas se cerraban en torno a su cuello.

— ¡No! —James lanzó una ráfaga de viento, logrando separarlos un instante.

Harry, jadeante, alzó la mano y al rozar el brazo desnudo del profesor, este comenzó a humear, soltando un alarido desgarrador. Harry, sorprendido, repitió el gesto en el rostro: la piel de Quirrell se deshizo, convirtiéndose en polvo entre gritos de agonía.

El silencio fue brutal.

Harry, temblando, se inclinó a recoger la piedra... cuando un chillido agudo le heló la sangre. Una masa de humo negro emergió de los restos de Quirrell y se abalanzó sobre él, atravesando su cuerpo como una daga de hielo antes de escapar de la sala.

Harry se tambaleó, mareado. Estaba a punto de desplomarse cuando unos brazos lo sujetaron con ternura, recostándolo en el suelo con cuidado.

— Mi bebé... —susurró una voz que le llenó de calor—. Tranquilo, todo estará bien.

Harry abrió los ojos apenas un instante. Reconoció aquel rostro joven, desordenado y sonriente.
El mismo de las fotos en la vitrina de Quidditch.
El mismo del espejo.
El mismo que lo había acompañado en las noches silenciosas.

— Papá... —susurró, antes de perder la conciencia.

(...)

La enfermería estaba iluminada por la luz suave del mediodía, que se colaba en haces dorados por las altas ventanas.

Harry permanecía recostado, cubierto con sábanas limpias, escuchando con atención cada palabra de Dumbledore. El director le hablaba sobre la destrucción de la piedra filosofal, sobre la decisión de Nicolás Flamel y también sobre la posibilidad de que Voldemort, de algún modo, volviera.

— ¿Sabes por qué ocurrió eso cuando tocaste a Quirrell? —preguntó Albus, mirándolo con esa mezcla de gravedad y ternura.

Harry negó con la cabeza.

— Fue gracias a tu madre —respondió Dumbledore, con voz suave—. Ella se sacrificó por ti. Y ese tipo de acto deja una marca imborrable.

Por instinto, Harry se llevó la mano a la cicatriz de su frente.

Dumbledore soltó una pequeña risa y negó con un gesto.
— No, no de ese tipo de marca. Esa la conocemos todos. Pero lo que ella dejó en ti es algo más profundo, que vive en tu esencia.

El niño ladeó la cabeza, curioso.
— ¿Qué es?

El anciano sonrió, sus ojos azules brillando como siempre.
— Amor, Harry. Amor del más puro.

Se inclinó para acomodarle un mechón de cabello rebelde y, tras un guiño cómplice, se levantó. Antes de irse, no pudo resistirse a un dulce de los que le habían regalado al niño... solo para hacer una mueca al descubrir que tenía sabor a cera de oído.

Cuando la puerta se cerró y Harry quedó de nuevo en silencio, suspiró hondo.

Giró la cabeza hacia la ventana. El sol iluminaba las sábanas y el aire olía a pociones y hierbas curativas. Todo lo vivido parecía un sueño demasiado intenso para asimilarlo.

Se sentía aliviado:
aliviado de haber tenido razón sobre Snape, aliviado de haber enfrentado a Quirrell y sobrevivido... pero sobre todo, había una verdad que ahora ya no podía negar.

Su padre estaba con él.

No era imaginación. No era un deseo nacido del espejo.
Lo había escuchado, lo había visto... lo había sentido cuando lo sostuvo en sus brazos en el momento más oscuro.

El corazón le dio un vuelco, y una sonrisa tímida se formó en sus labios.

Y justo como Quirrel había dicho: nunca estuvo solo.
Y ahora lo sabía con certeza.
Nunca lo estaría.

(...)

— Deberías estar con tu criatura en este momento —dijo Severus mientras acomodaba unas raíces en el escaparate del aula.

— Dumbledore está con él —contestó James, flotando hasta ponerse a su lado—. Le debe estar contando lo mismo que tú ya me explicaste.

Severus asintió en silencio.

— Tenías razón —continuó James—. Sobre el falso tartamudo... sobre Voldemort.

Snape soltó un suspiro cargado de cansancio.
— Siempre la tengo.

Potter sonrió divertido.
— Sí, y me queda de lección hacerte caso apenas me des una orden.

El Slytherin rodó los ojos y siguió con su tarea, pero el brillo en su mirada no pasó desapercibido.

En ese instante, la puerta del aula se abrió de golpe. Ambos giraron al mismo tiempo.

— Profesor Snape —saludó Harry, sonriente.

— Pequeño Potter.

El niño rió bajo, aunque su atención se desvió hacia un punto vacío junto a Snape.

— ¿Necesitas algo? —preguntó el profesor, terminando de guardar las raíces antes de acercarse a él.

Harry asintió con firmeza.
— Quería decirle que nunca dudé de usted.

Snape arqueó una ceja.
— ¿Disculpe?

— Sabía que nunca quiso hacerme daño —explicó el niño, con sinceridad desarmante—. Aún no sé qué relación tenía con mis padres... pero estoy seguro de que es bueno.

Severus abrió la boca, dispuesto a responder, pero se quedó helado al sentir los brazos de Harry rodeándole la cintura en un fuerte abrazo.

Potter mayor sintió un vuelco en el pecho al ver a su hijo abrazando así, con tanta confianza al maestro más temido de Hogwarts.

— Usted... —murmuró nervioso el niño, con la cara enterrada en la túnica—. ¿También puede verlo?

La pregunta cayó como un rayo. Tanto James como Severus se quedaron paralizados.

— ¿Qué? —atinó a decir Snape, desconcertado.

Harry alzó la cara, con los cachetes rojos y esa mirada de cervatillo que tanto recordaba a Lily.
— ¡Nada! —soltó con una sonrisa nerviosa—. ¡Lo veo en el Gran Comedor!

Antes de que Snape pudiera reaccionar, Harry se soltó y salió corriendo del aula.

El silencio quedó flotando unos segundos.

— ¿Acaso él...? —comenzó James, con la voz apenas audible.

Severus, aún con el rubor asomando en las mejillas, se recompuso.
— Al parecer... tu hijo es más asombroso de lo que pensaba.

James lo miró boquiabierto, con el corazón fantasma desbocado.

— Prepárate, Potter —añadió Severus, volviendo a su tono serio mientras recogía sus cosas—. Quizás pronto puedas volver a ser tú. O al menos... interactuar con Harry.

Dicho eso, se encaminó hacia la salida.

James tardó apenas un segundo en reaccionar antes de salir disparado tras él.
— ¡Le dijiste Harry!

Severus resopló, visiblemente fastidiado.
— ¿De todo lo que dije, solo eso te llamó la atención?

James rió a carcajadas, incapaz de ocultar la emoción.
— ¡No! Sé lo que implica lo demás... pero que le llamaras por su nombre significa que ya se ganó tu corazón.

El ceño fruncido y el silencio de Snape solo hicieron sonreír más al Gryffindor.

— ¡No lo negaste! —gritó, eufórico.

Y así, el camino de Severus hacia el Gran Comedor fue, como de costumbre, ruidoso... gracias a la inquebrantable compañía de James-Fantasma-Potter.

(...)

— ¿Estás seguro de eso, Severus?

El director clavó sus ojos azules en el maestro de Pociones, que permanecía inmóvil, firme, sin bajar la mirada.

— Sí. Conozco muy bien a Petunia, y estoy más que seguro de que no trata a Harry como merece.

— Sabes que las protecciones de sangre son complejas... —respondió Albus, con voz grave.

— Y sabe que existen hechizos para trasladarlas sin problema alguno. En especial si los hace usted.

— Es por la sangre de Lily —dijo suavemente el director.

Severus se tensó al oír aquel nombre. La sola mención de su amiga le desgarraba por dentro, pero no apartó la mirada.

— No soy de su sangre —admitió, con voz ronca—, pero Lily y yo fuimos como hermanos. Usted lo sabe mejor que nadie. Y aunque tenga que enfrentarme al mismísimo Ministerio, no permitiré que ese niño vuelva a una casa donde ha sido maltratado.

Albus lo observó en silencio por unos segundos, y al final soltó un largo suspiro, asintiendo despacio.

— Eres necio, Severus —dijo, aunque en su tono había algo parecido a ternura—. Está bien. Yo me encargaré del Ministerio y de que las protecciones se trasladen.

Un alivio que no quiso mostrar recorrió el pecho de Snape.

— Pero... —continuó Dumbledore, alzando un dedo—, Harry deberá pasar al menos una semana en esa casa. Es necesario para que las runas de sangre se activen y podamos transferirlas sin riesgo.

Severus apretó los puños, tragando la frustración, pero terminó asintiendo.

— Está bien. Pero iré yo mismo a recogerlo. —sus ojos brillaron con una chispa oscura—. Petunia se alegrará de verme.

Albus dejó escapar una risa leve, como si no pudiera evitarlo.
— Se infartará.

Severus ocultó una sonrisa fugaz bajo su expresión adusta.
— Lo sé. Después de todo, soy una de sus personas favoritas.

(...)

— Muchas gracias, Hagrid.

Harry se aferró al semigigante en un abrazo fuerte.

Como regalo de despedida, el cuidador del bosque le había entregado un álbum de fotos de sus padres. Había pasado semanas contactando a un viejo amigo de James que conservaba aquellas imágenes guardadas como tesoros. Ahora, por primera vez en su vida, Harry podía ver a sus padres sonriendo desde el papel.

— Y recuerda —dijo Hagrid, con una sonrisa entre orgullosa y traviesa—, si tu primo vuelve a fastidiarte, solo dile que le saldrán unas orejotas que combinen con esa cola de cerdo que tuvo la última vez.

Harry rió de buena gana y asintió.

Tras despedirse, subió al tren y fue directo hacia sus amigos. El ambiente estaba cargado de emociones extrañas: alegría por volver a casa, pero también una punzada de nostalgia por dejar Hogwarts atrás.

— No sé por qué —dijo Harry finalmente, apoyando la frente contra la ventana y mirando cómo el paisaje pasaba veloz—, pero siento que estas vacaciones traerán cosas buenas.

Ron y Hermione lo miraron de reojo, sin comprender del todo sus palabras, pero sonriendo con complicidad.

Mientras tanto, en algún rincón invisible del vagón, James los observaba en silencio, con el corazón fantasma lleno de orgullo y cariño.

Notes:

¡Así finaliza la primera parte de este fanfic!
No puedo creer que me tomara casi un mes escribir este capítulo jaja perdón por eso. Pero bue, espero poder tener pronto el siguiente.
¡Nos leemos pronto! 💕
Espero jajsjs

Chapter 30: Semana de Vacaciones

Chapter Text

— ¿En serio te harás cargo del niño Potter? —Lucius lo miraba fijo mientras removía su taza de té en el salón de Malfoy Manor.

— Sí.

Lucius frunció el ceño.
— Es hijo de Potter.

— Lo es.

— De James Potter —remarcó, con tono venenoso.

— ¿De quién más sería? ¿Moody?

Lucius entrecerró los ojos.
— Del que te rompió el corazón en sexto año. Y gracias a eso... —se interrumpió, bajando la voz— pasaron cosas que ninguno de los dos solemos nombrar.

Severus suspiró con pesadez.
— Si yo conseguí olvidar, tú también puedes.

— Yo no olvido, Severus —Lucius apoyó la taza y lo miró más serio—. No olvido cómo estabas aquel día, destrozado, sin querer salir de tu habitación. Narcissa y yo tuvimos que ir a Hogwarts por petición de Regulus, fuimos quienes te abrazamos hasta que dejaste de llorar por ese tipejo de cuarta.

El Slytherin bajó la vista, apretando los labios. No se enorgullecía de aquel recuerdo.

— Es pasado, Lucius. El niño no tiene la culpa.

Lucius asintió despacio, aunque su expresión seguía siendo agria.
— Lo sé... pero es una copia de ese hombre. Y lo peor es que, por lo que parece —suspiró, masajeándose la sien—, mi hijo ya le ha tomado cariño.

Una sonrisa ladeada se asomó en los labios de Severus.
— ¿Se volverá tradición, entonces? ¿Las serpientes fijándose en leones miopes con cabello indomable?

Lucius lo fulminó con la mirada, aunque no pudo evitar que la comisura de su boca temblara.

— Solo digo —insistió Severus— que Harry no ha tenido la vida dorada que todos imaginamos.

Lucius arqueó una ceja.
— ¿Cómo no? Es el Niño-Que-Vivió. ¿No debería estar en una mansión, mimado como príncipe?

— Eso creía yo —contestó Severus con frialdad—. Pero lo vi con mis propios ojos: demasiado pequeño para su edad, flaco, con la mirada apagada... siempre a la defensiva. Tú y yo sabemos qué significa eso.

Lucius lo estudió en silencio, antes de murmurar:
— Así estabas tú, antes de que tu padre se diera cuenta.

Severus asintió con un dejo de nostalgia.
— Al menos él lo descubrió a tiempo. Aunque el tiempo no estuvo de nuestro lado después de eso.

Por un instante, el rubio se suavizó y le tomó la mano con firmeza.
— Tus padres estarían orgullosos de ti.

Severus frunció el ceño, apartando la mano.
— ¿Desde cuándo te pones sentimental? Das escalofríos.

Lucius rió.
— Desde que tengo un hijo que rompe en llanto si lo miro demasiado severo. Y no me habla hasta que le pida perdón.

Severus rodó los ojos.
— Lo dramático, sin duda, es herencia Malfoy.

— Ni como negar que es mío —replicó Lucius con orgullo.

(...)

— Sé muy bien que no puedes usar magia fuera de ese condenado colegio, así que no intentes pasarte de listo.

El tío Vernon lo fulminaba con la mirada. Harry apenas había puesto un pie en la casa y ya llovían los reproches.

— Agradece que Dudley decidió darte una de sus habitaciones —añadió Petunia con voz agria—. Anda, mueve tus cosas del armario a ese cuarto.

Harry asintió en silencio. No iba a estropear su buen humor.

Porque, aunque no lo veía, podía sentirlo: la presencia de su padre.

Lo comprobó en el tren, cuando tropezó al bajar. Un grito lo alertó y, justo en ese instante, una corriente de aire lo sostuvo antes de caer.

Y Harry ya sospechaba que no era el único que lo sabía.

Una tarde, caminando por las mazmorras observando de casualidad y con cierta distancia a cierto profesor, lo vio. Snape parecía discutir con alguien invisible. En ese entonces creyó que deliraba, pero después de la noche de la piedra filosofal, cuando escuchó con claridad esa voz que tanto anhelaba, comprendió la verdad:
El fantasma con el que Snape hablaba no era otro que su padre.
James Potter.

Ese último día de clases, antes de entrar al aula de Pociones, Harry lo escuchó.
La voz de su papá.
Hablaba de manera animada con su profesor, y eso le confirmó lo que ya sospechaba: podía confiar plenamente en Snape.
Y eso lo alegraba más de lo que jamás habría imaginado.

— ¡Termina rápido de pasar tus cosas para que hagas la cena! —gruñó la voz de su tío desde el pasillo.

Harry suspiró.
Por suerte, tenía pocas pertenencias; cambiarse de habitación fue sencillo.

— Al menos ahora tengo una cama —murmuró, colocando el álbum de fotos que Hagrid le había regalado sobre ella.

Acomodó la jaula de Hedwig sobre su nuevo escritorio y bajó las escaleras apurado. No quería provocar el mal humor de sus tíos.

Desde cierta distancia, flotando cerca del techo, James lo observaba.
Temía hablar. No porque no quisiera, sino porque un nudo se le formaba en la garganta cada vez que intentaba hacerlo.

— ¿Ese colegio está lleno de raritos como él? —preguntó Dudley con su habitual tono burlón.

Petunia, sentada en el sillón junto a su esposo, asintió con desdén.
— Fenómenos —dijo con asco—. Me da escalofríos de solo recordar a los amigos de... mi hermana.

James apretó los puños.
Detestaba el tono con el que esa mujer pronunciaba el nombre de Lily.
Harry, que escuchaba desde la cocina, también se tensó.

— Pero había alguien en particular —continuó Petunia, con la voz repentinamente fría—. Lo detesto.

Dudley levantó la mirada, curioso.
— ¿Por qué?

— Porque... porque sí —su rostro se puso rojo, y el niño prefirió no insistir.

Harry se quedó pensando.
¿Quién sería esa persona que su tía odiaba tanto, incluso más que a su madre?
La curiosidad se le quedó en el pecho como una punzada.

Mientras tanto, James esbozó una sonrisa nostálgica.
Sabía perfectamente de quién hablaba.

— Mi Verus —susurró con cariño.

De inmediato, Harry levantó la vista hacia el techo.
James se tensó, observando cómo su hijo miraba los rincones de la habitación, buscándolo.
Cuando notó su expresión decepcionada al no verlo, suspiró.

Puede escucharme, pensó James, sintiendo su corazón fantasmal latir con fuerza.

Mientras cortaba las verduras para el estofado, Harry no dejaba de pensar en esa voz.
La de su padre.
No podía verlo todavía, pero escucharlo ya era suficiente.
Un paso enorme.
Uno que lo hacía sentir, realmente acompañado.

(...)

— Lleva días encerrada en su jaula. Deje que salga a estirar las alas unos minutos —suplicó Harry a su tío, que leía el periódico sin levantar la vista.

— No.

— Pero está inquieta —volvió a intentarlo—. Si la deja salir solo un momento, se calmará.

— Si sigues insistiendo, te encerraré otra vez en la bodega con tu rata con plumas —gruñó Vernon, con desprecio.

Harry apretó los puños, conteniendo las ganas de responder. Subió las escaleras en silencio y se encerró en su habitación.

Hedwig se removía inquieta en su jaula, donde el candado brillaba bajo la luz del atardecer.

— Lo siento —susurró el niño, acercándose con culpa—. Sé que estás fastidiada, pero si insisto más podrían lastimarte.

La lechuza se agitó por última vez antes de quedarse quieta, mirando hacia la ventana cerrada.

Harry suspiró y se dejó caer sobre la cama.
Llevaba solo una semana en casa de sus tíos, pero le parecía una eternidad.

Por suerte, a veces podía escuchar la voz de su padre.
Murmullos, bromas, frases sueltas que le arrancaban una sonrisa en medio del silencio de Privet Drive.

— ¿Qué estarán haciendo los demás? —preguntó en voz baja, mirando por la ventana.

Desde que empezaron las vacaciones no había recibido ni una carta, ni una señal de sus amigos.

James lo observaba desde arriba, flotando cerca del techo.
Verlo sacar libros y anotaciones de las clases que tomó en Hogwarts, tan concentrado mientras leía le provocaba ternura.

— Definitivamente, de Lily —murmuró con una sonrisa.

Él nunca había repasado nada en vacaciones; Lily, en cambio, podía pasar horas estudiando encantamientos nuevos con Severus en la biblioteca.
Recordar eso le trajo una punzada de nostalgia.
No había amado a Lily de esa manera, pero sí como a una amiga, y verla reflejada en Harry le dolía y le reconfortaba al mismo tiempo.
Esos ojos verdes eran un recordatorio constante de todo lo perdido... y también de todo lo que aún podía proteger.

Un sonido, el gruñido suave del estómago de Harry, lo sacó de sus pensamientos.

El niño suspiró.
— Tengo hambre... —murmuró, mirando hacia la ventana.

Ya era de noche.
James sabía que la hora de la cena siempre era difícil; los Dursley solo le daban de comer si estaban de buen humor.
En el almuerzo ni siquiera le habían permitido sentarse a la mesa.

Por eso, cada tanto, James usaba su magia espectral para mover discretamente un pedazo de pan o una fruta hasta la habitación de su hijo.
No era mucho, pero al menos le servía para que no pasara el día con el estómago vacío.

— ¡Niño! ¡Ven a preparar la comida de una vez! —gritó Vernon desde la sala.

Harry se levantó enseguida y bajó las escaleras.

— Merlín... —suspiró James, siguiéndolo.

La escena era la de siempre: los Dursley viendo televisión mientras Harry preparaba la cena en silencio.

James odiaba esa rutina.
Y tal vez por eso, cuando la rabia le hervía por dentro, dejaba que su magia hiciera pequeñas travesuras.

Agitó un dedo, y el televisor se apagó y encendió varias veces seguidas.

— ¿Qué demonios pasa con esto? —refunfuñó Vernon, levantándose para revisar el aparato.

De pronto, la alfombra bajo los pies de Vernon se movió, haciendo que cayera de bruces contra el suelo.

— ¡Vernon! —gritó Petunia, levantándose de inmediato junto con Dudley.
Pero apenas se acercaron, la alfombra volvió a moverse, y ambos terminaron cayendo encima del hombre.

Desde la cocina, Harry los observaba intentando levantarse una y otra vez solo para volver a caer.
Era imposible no encontrarlo divertido, pero tuvo que contener la risa: si lo escuchaban, seguramente lo castigarían.

Entonces, un suave golpeteo resonó en la puerta principal.

Vernon, todavía rojo de la rabia, logró ponerse en pie.
— ¿Quién demonios viene a estas horas a una casa decente? —gruñó, sacudiéndose el pantalón.

Petunia se apresuró a alisar su vestido antes de acercarse a la entrada.
Pero cuando abrió la puerta, su expresión cambió al instante: el color se le fue del rostro.

— Severus —susurró, como si hubiera visto un fantasma.

— Hola, Tuni —saludó Snape con una sonrisa descarada y una calma casi burlona.

James, flotando cerca del techo, lo miró sorprendido. La emoción le recorrió el cuerpo fantasmal... pero también la duda: ¿qué hacía Severus allí?

— ¿Quién es? —preguntó Vernon, acercándose a su esposa, que seguía paralizada en el umbral.

Severus lo miró de arriba abajo con gesto evaluador.
— ¿Vernon Dursley? —dijo con voz fría.

El hombre asintió, desconfiado.
— ¿Y usted es...?

— Severus Snape —respondió Petunia antes de que él pudiera hacerlo, recomponiéndose—. ¿Qué diablos haces aquí?

Severus la observó con una sonrisa ladeada.
— ¿Cuál crees tú que es la razón por la que estoy aquí?

Ella se tensó de inmediato.
— No está. Salió a comprar —improvisó, sin mucha convicción.

Snape arqueó una ceja.
— ¿Por qué mandarías a un niño a comprar a estas horas de la noche?

— Eso no es de su incumbencia —intervino Vernon, dándole un paso adelante con su voz cargada de irritación—. Le agradeceríamos que se marchara.

— No —replicó Severus con calma, cruzando los brazos—. Vengo a llevarme a Harry.

Y, sin más preámbulos, entró en la casa, ignorando las protestas histéricas que estallaron detrás de él.

— ¡No eres bienvenido aquí, Severus! —gritó Petunia, acelerando el paso hacia la entrada.

Harry levantó la vista y vio a su profesor asomarse en la sala, la figura alta recortada en el marco de la puerta.

— ¿Profesor Snape? —murmuró, confuso.

— ¿Qué haces ahí? —preguntó Severus, acercándose con pasos medidos hasta situarse junto al niño.

Frunció el ceño al ver una sartén con aceite hirviendo sobre la hornilla; con un movimiento seco de la varita el fuego se extinguió y la tapa cubrió la olla.

— Ya no vivirás aquí —dijo Severus justo cuando Vernon y Petunia entraban en la cocina.

— ¿Quién es él, mamá? —preguntó Dudley, pegándose a la falda de su madre.

— Él es...
— Soy el nuevo tutor de tu primo. —Severus interrumpió a Petunia con la misma frase fría y precisa con la que solía cortar una clase.

Todos los presentes, incluido James que flotaba por el techo, se quedaron en silencio. Harry se quedó inmóvil un segundo, incrédulo.
— ¿Qué? —balbuceó.

Severus le miró con toda la calma del mundo y asintió.
— Lo que has oído. Ve a por tus cosas; nos vamos en unos minutos.

Harry miró a todos los adultos en el lugar y, sin pensarlo más, subió corriendo al segundo piso; James lo siguió, para ayudarle a guardar sus cosas: sabía que podía dejar a Severus a solas con los Dursley.

— ¡Enciérrate en la habitación! —ordenó Vernon a Dudley—. Ahora mismo.

El niño obedeció, corriendo y cerrando la puerta tras de sí con el mismo miedo que siempre usaba cuando a su alrededor volvían a colmarse las tensiones.

Quedados a solas, Vernon se plantó frente a Severus con paso firme y cara enrojecida.
— ¿Con qué derecho vienes a meterte en nuestra casa y llevártelo?

Severus le miró con desdén helado.
— Porque se me antojó venir.

La ira de Vernon subió otro grado; Petunia, temblorosa, intentó poner orden con la voz quebrada.
— Severus... ¿qué quieres?

— Llevarme a Harry de aquí.

— P-pero el anciano dijo... —titubeó Petunia, aferrándose a la única excusa que le parecía sólida.

— Dumbledore ya ordenó que el niño no vivirá más con ustedes —zanjó Severus, sin suavidad.

— ¿Por qué? —exigió Petunia, incapaz de disimular el pánico.

Severus alzó una ceja, observándola con esa mirada que hacía a cualquiera retroceder.
— ¿En serio preguntas, Tuni?

El apodo la tensó de inmediato; la sangre se le subió al rostro.
— No me llames así.

Severus sonrió sin gracia.
— Antes te encantaba. ¿No recuerdas? Solíamos divertirnos con Lily, te gustaba peinarnos y jugar en el parque... hasta que llegaron las cartas.

Petunia apretó el puño; la rabia y la humillación formaban un nudo en su garganta.

— Cállate.

— Te volviste una perra con nosotros porque a ti no te llegó una carta —continuó Severus, sin apartar la mirada—. Ni Lily ni yo tuvimos la culpa. Y a pesar de tu pésimo trato, aún así ella te amaba. Tú lo sabes: si a ustedes les hubiera pasado algo, ella se hubiera hecho cargo de tu mocoso con todo el amor posible. No como lo haces tú con su hijo.

Cada palabra de Severus cortaba; Petunia se sintió pequeña y humillada; Vernon, por su parte, palideció bajo la furia contenida.

— La magia es... —quiso replicar Petunia, pero Severus la cortó con una sonrisa cruel.

— ¿Pecado? —replicó él, frío—. Tuni, si hubieras tenido magia no pensarías así. Y ten en cuenta: aunque no la tengas tú, es posible que tus nietos la hereden. Te sugiero que vayas quitando ese desprecio de tu cabeza... y de la de tu hijo.

Vernon abrió la boca para objetar, pero Severus alzó la mano para acallarlo. Sacó unos papeles de su túnica y los dejó sobre la mesa con un ligero golpe.
— Casi lo olvido.

Vernon palideció al ver los papeles. Petunia se llevó las manos a la boca; la tensión en la sala era tan densa que podía palparse.

— ¿Robarle a ese mocoso? —gruñó Vernon, intentando recuperar la compostura.

— Les ha estado llegando la pensión destinada para los gastos del niño —explicó Severus con voz helada—. Desde que lo vi en Hogwarts, supuse que algo andaba mal. He revisado extractos, facturas y recibos. Nada de ese dinero se destinó a Harry. Hay pruebas de cómo ustedes han gastado ese dinero en sus lujos y caprichos. Si no quieren que esto termine en un juicio, sugiero que empiecen a devolver cada centavo que le han arrebatado desde que llegó.

El silencio que siguió fue absoluto. El orgullo de Vernon, su ira y su tono amenazador se estrellaron contra la fría evidencia. Petunia tembló.

El sonido de unos pasos apresurados resonó por las escaleras.

Harry apareció con la mochila al hombro y la jaula de Hedwig colgando a un costado, mientras su pesado baúl descendía lentamente por los escalones, flotando gracias a un hechizo.

Severus suspiró al reconocer la obra de cierto fantasma entrometido.

— ¡Ya tengo todo! —exclamó el niño, deteniéndose frente a su profesor.

Snape asintió, le sujetó suavemente los hombros y, tras dedicarle una última mirada gélida a los Dursley, llevó una mano al relicario que colgaba de su cuello.
En menos de un segundo, ambos desaparecieron del lugar.

Harry se tambaleó al llegar, apoyándose en la pared más cercana mientras intentaba recuperar el equilibrio.

— Tranquilo —dijo Severus, agachándose frente a él y extendiéndole un pequeño frasco—. Bebe esto. Sirve para calmar el mareo la primera vez que uno es transportado por magia.

El niño obedeció. A los pocos segundos, el malestar desapareció.

— ¿Dónde estamos? —preguntó, mirando a su alrededor.

Severus se irguió, agitó su varita y las luces se encendieron, revelando un amplio vestíbulo de paredes oscuras, relucientes y perfectamente ordenadas.

— En mi casa —respondió con naturalidad.

Harry abrió los ojos de par en par.
— ¿¡Es una mansión!?

Severus se encogió de hombros.
— Puede decirse que sí.

James, que estaba inclinando la jaula de Hedwig para ayudarla a recuperarse del viaje, también se quedó mirando con asombro el lugar.

— Pero... —dijo Harry con cierta timidez—, en el colegio dicen que usted es hijo de un muggle. ¿Sus padres eran ricos?

James abrió los ojos y se llevó una mano al rostro.
"¡Por Merlín, Harry, no tientes siempre tu suerte!", pensó, desesperado.

Severus, sin embargo, solo lo observó con calma.
— Mis padres no eran ricos —respondió—, pero mis abuelos maternos sí. Al ser su único nieto y familiar, heredé todo cuando fallecieron.

Harry asintió, satisfecho con la respuesta. Su curiosidad era insaciable, pero un rugido de su estómago rompió el silencio.
El niño se sonrojó al instante.

— ¿No has cenado? —preguntó Severus, sabiendo la respuesta.

Harry negó con la cabeza, mirando al suelo.

— Sígueme —dijo el profesor, girándose—. Te mostraré tu habitación. Luego prepararé la cena.

Harry apresuró el paso para seguirlo, maravillado por cada rincón del lugar. Al subir las escaleras, se fijó en los cuadros antiguos, los candelabros encantados y la calidez inesperada del ambiente.

— Pensé que su casa sería sombría y tétrica —murmuró sin pensar.

Snape se detuvo en seco, haciendo que Harry chocara contra su espalda.

— No me gusta el desorden ni las cosas sucias —dijo con tono neutro—. Lo tétrico no es tan de mi gusto.

Harry bajó la cabeza, con las mejillas rojas.
— Lo siento —murmuró.

Para su sorpresa, Severus le revolvió el cabello con suavidad.
— Tu habitación —dijo, girando el picaporte.

La puerta se abrió, revelando una habitación amplia, con una gran cama, escritorio, alfombra y un balcón que daba al jardín.

Harry corrió dentro, con una sonrisa iluminándole el rostro.
— ¡Es más grande que el patio de mi tía!

Severus lo observó desde la entrada, con una expresión que mezclaba orgullo y ternura.

James apareció a su lado, cargando la jaula de Hedwing, mirando todo con ojos brillantes.
— ¿De verdad es para él? —preguntó en voz baja.

— Lo es. Yo mismo mandé a preparar todo lo que ves aquí —respondió Severus sin apartar la mirada del niño, y con un leve movimiento de su varita, rompió el candado de la jaula, liberando a la lechuza.

James sonrió, dejando la jaula en el suelo, y sin pensarlo, tomó la mano del otro.
— Gracias —susurró—. Por sacarlo de ese lugar... y darle una nueva vida.

Severus apretó su mano con suavidad.
— Mientras esté a mi cuidado —dijo, viendo cómo Harry se asomaba por el balcón, riendo mientras Hedwig volaba en círculos entusiasmada—, no le faltará nada. De eso puedes estar seguro tú... y Lily.

Chapter 31: De Compras

Chapter Text

— ¿Viviré con usted hasta que acaben las vacaciones? —preguntó Harry mientras comía el desayuno que Severus había preparado.

Ya había amanecido. La noche anterior el niño había estado tan emocionado y sorprendido por todo que, apenas cenó, se quedó dormido.
Snape tuvo que organizar sus pocas pertenencias en el armario y las estanterías; le tomó poco tiempo, aunque le fastidió comprobar lo escaso que era lo que el pequeño poseía.

— Sí —contestó Severus, dando un sorbo a su taza de té.

— ¿Pero solo por estas vacaciones? —insistió Harry, ahora algo más inquieto—. ¿Tendré que volver con mis tíos después?

El maestro dejó la taza sobre la mesa y negó con la cabeza.

— Te quedarás por tiempo indefinido.

Los ojos de Harry se iluminaron con una mezcla de esperanza y emoción contenida.
— ¿Hasta que me gradúe?

Severus arqueó una ceja.
— ¿Quieres quedarte tantos años bajo mi cuidado?

Harry asintió sin dudar.
— Usted me agrada. Mucho. Y... siento que puedo confiar más en usted que en cualquier otro adulto.

Un nudo se formó en el pecho de Severus, aunque disimuló el gesto tomando otro sorbo de té. Harry siguió comiendo, tranquilo, como si no acabara de dejarlo sin palabras.

— Digno hijo de Potter por hacerme blando —murmuró Snape con ironía.

Harry levantó la mirada.
— ¿Conoció a mi papá?

Severus desvió la vista hacia la ventana. En el marco, sentado con aire satisfecho, estaba James, observándolos con una sonrisa.

— Por desgracia —respondió Severus.

Harry frunció el ceño, confundido.
— ¿No le agradaba?

El hombre se encogió de hombros.
— Es una larga historia.

— En ese caso... ¿conoció a mi mamá?

Severus lo miró y, tras un leve suspiro, asintió.
— Sí. La conocí.

— ¿Es por eso que la tía Petunia lo conoce?

Otro asentimiento.
— Tu madre y yo fuimos amigos desde que éramos niños.

— ¿Eran muy cercanos?

— Mucho —respondió Severus, con un deje de nostalgia en la voz.

Harry se quedó pensativo unos segundos. Recordó la imagen en el espejo aquella noche, la de aquel hombre que lo miraba con tanto cariño.

— ¿Usted... me conoció cuando era bebé?

El silencio se hizo más denso. Severus lo observó unos segundos y, finalmente, asintió.
— Sí. Te conocí cuando no eras más que un mocoso que babeaba todo lo que tenía a su alcance.

Harry sonrió con una mezcla de timidez y emoción. Sus ojos brillaban, igual que los de Lily cuando conseguía una respuesta que anhelaba.

— Termina de desayunar, Potter —ordenó Snape, levantándose—. En unos minutos saldremos.

El pequeño, confundido pero obediente, asintió y siguió comiendo.

Severus caminó hacia la cocina, donde ya lo esperaba una figura flotando con expresión divertida.

— Harry te quiere —dijo James con voz baja.

Snape arqueó una ceja.
— ¿Qué?

— Lo que escuchaste —replicó el fantasma, acercándose hasta quedar frente a él—. Conozco a mi hijo. Dudo que haya fuerza mágica capaz de alejarlo de ti... al menos hasta que se gradúe. O hasta que tú lo eches.

Severus bufó, cansado.
— Genial. Me acabo de ganar a los Potter de por vida.

James rió, extendiendo una mano que se posó, etérea, sobre su mejilla.
— Nunca podré pagarte que tengas a Harry bajo tu cuidado.

— Tienes muchas cosas que compensarme —respondió Severus con una sonrisa apenas perceptible, al igual que un ligero rubor en sus mejillas.

James sonrió con calidez y le besó la mejilla.
— Tendré que buscarte en mis próximas vidas para pagarte todo lo de esta.

— ¿Estar contigo en más vidas? —replicó Snape, con una chispa de picardía—. Al menos espero que en una de ellas sí tengas cuerpo físico.

James soltó una carcajada suave antes de acercarse para darle un beso, ligero y sincero.
— Te lo prometo —susurró—. Y me encargaré de que estemos juntos desde mucho antes.

— ¡Ya terminé! —exclamó Harry entrando a la cocina con el plato vacío.
Dejó el plato en el lavadero y se giró hacia su profesor.

— Ve a lavarte los dientes y colócate un abrigo. Afuera hace frío.

Harry dudó un instante, mirando el plato y luego al hombre.
Severus entendió de inmediato esa mirada y se acercó, apoyando una mano sobre su cabeza con un gesto inusualmente suave.

— Haz lo que te dije —replicó con voz firme pero serena—. Yo me encargo de esto.

Antes de que Harry protestara, le dio un leve empujón en la espalda.
— Apúrate, o me voy sin ti.

El niño salió corriendo escaleras arriba, dejando tras de sí una pequeña risa.

James, que flotaba en el marco de la puerta, sonrió divertido.
— ¿A dónde van?

— A comprar —respondió Severus mientras enjuagaba el plato.

— ¿Qué cosas?

Antes de que pudiera responder, se escucharon pasos apresurados bajando por las escaleras.

— ¡Ya estoy listo! —anunció Harry desde la puerta de la cocina.

Severus lo miró de arriba abajo y frunció el ceño: el suéter le quedaba enorme y el tejido estaba visiblemente gastado. No serviría para protegerlo del frío.

Guiando al niño hasta la estancia, Harry preguntó confundido:
— ¿No usaremos la chimenea?

Snape negó con un leve movimiento de cabeza.
— Eso ensucia la ropa. Usaremos un transportador.

Harry frunció el ceño, recordando el mareo de la noche anterior.
James apenas pudo contener una risa al ver la coincidencia de expresión entre padre e hijo.

Entonces Severus se agachó, quedando a la altura de Harry, y con un gesto rápido le envolvió una bufanda alrededor del cuello.
— Hace frío. Lo que llevas no te abrigará lo suficiente.

El gesto tomó por sorpresa a Harry, que sintió una calidez desconocida subirle al pecho.
— Gracias —susurró, acariciando con los dedos la bufanda.

Severus asintió con un leve gruñido y se incorporó.
— Prepárate.

Colocó una mano firme en su hombro y, en un parpadeo, ambos desaparecieron.

Aparecieron en un callejón estrecho y silencioso. Harry perdió el equilibrio, aferrándose a la túnica del profesor.

— Bébelo —dijo Snape, ofreciéndole un frasco pequeño.

El niño lo bebió, y el mareo desapareció enseguida.
— ¿Mejor? —preguntó Snape.

Harry asintió, mirando a su alrededor.
— ¿Dónde estamos?

— En un callejón —respondió el hombre, con calma—. No quería llamar la atención apareciendo en medio de la calle.

— ¿Vamos al Callejón Diagon?

Severus negó.
— Cerca. Esto es Horizont Alley. Aquí hay tiendas con ropa y objetos más variados.

Harry miró los alrededores, maravillado.
Había tiendas de todos los tamaños, escaparates llenos de colores y prendas que solo había visto en las películas que su tía solía ver.
También cafeterías con decoraciones florales, lámparas flotantes y vitrinas que brillaban con encantamientos de bienvenida.

— Entremos.

La voz de su profesor lo sacó de su asombro. Lo siguió al interior de una de las tiendas.

— ¡Bienvenidos! —saludó una señora mayor, acercándose con una sonrisa amable—. ¿En qué puedo ayudarles?

Severus colocó una mano en la espalda de Harry, guiándolo un paso al frente.
— Ropa para él.

Harry parpadeó, sorprendido.

— ¡Muy bien! —exclamó la mujer, entusiasmada—. ¿De qué tipo le gustaría que fuera?

— ¡Algo simple! —respondió rápido el niño.

Ambos adultos lo miraron al mismo tiempo.

— ¿Simple? —repitió la vendedora, confundida.

Harry asintió con timidez.
— Como lo que tengo puesto.

La mujer bajó la mirada hacia su ropa y arqueó una ceja.
Después, dirigió una mirada de preocupación a Severus, quien soltó un suspiro y se acercó a ella.

— Ropa discreta, pero cómoda —dijo con voz firme—. Que le permita moverse y jugar sin restricciones.

La mujer asintió y se marchó enseguida hacia la trastienda para buscar lo que necesitaban.

Harry, al verla desaparecer, levantó la vista hacia su profesor.
— No me tomó las tallas.

— La ropa se ajusta mágicamente a tu complexión —explicó Snape.

El niño asintió, mirando con curiosidad las perchas y estantes repletos de túnicas, suéteres y botas.
Severus, notando su duda, añadió:
— Hasta que traigan las prendas, puedes mirar lo que hay por aquí.

Harry dudó unos segundos, bajando la mirada.
— Prefiero quedarme quieto... —susurró—. Me da miedo romper algo.

Severus arqueó una ceja.
— No romperás nada. Estaré observando —dijo con calma—. Ve, si algo te gusta, dímelo.

El niño asintió con cierta inseguridad y comenzó a caminar lentamente, cuidando de no rozar nada.

Severus lo observó en silencio, con los brazos cruzados, y un gesto de frustración comenzó a formarse en su rostro.
Era imposible no notar la rigidez con la que el pequeño se movía, como si un simple error pudiera costarle caro.
Recordó el modo en que se sintió confundido sobre sí debía lavar su plato, el cuidado excesivo con el que arregló su cama esta mañana al levantarse.

Todo en él gritaba que lo habían hecho vivir con miedo.

Severus apretó la mandíbula.
No debía ser así.
Lily jamás lo habría permitido.

Y él tampoco lo permitiría.

Mientras el niño, sin saberlo, tocaba con delicadeza la manga de una túnica color esmeralda, Severus tomó una decisión firme.
Mientras Harry Potter estuviera bajo su techo, no volvería a sentir que debía pedir permiso para existir.

— ¡Aquí está la ropa!

La voz de la vendedora resonó en el local, y con un leve movimiento de su varita hizo levitar un montón de pantalones, camisetas, abrigos y túnicas.

— Son de tonos neutros, tal como pidió —anunció con orgullo.

Severus arqueó una ceja, examinando las prendas. A su lado, Harry observaba con curiosidad.

— Ve a probártelas —indicó Snape con tono firme, pero no severo.

Harry dudó un instante, pero asintió y tomó un conjunto antes de entrar al vestidor.

Apenas desapareció tras la cortina, Severus se acercó a la vendedora.
— Tráigame también un par de túnicas, tanto elegantes como casuales. Y —su mirada se desvió hacia un perchero en el que colgaba una túnica esmeralda que Harry había estado observando durante un buen rato— esa de ahí. En talla infantil, pero ajustable.

La mujer asintió con entusiasmo y se apresuró a cumplir su pedido.

Snape cruzó los brazos, observando cómo la túnica desaparecía del escaparate. Sabía —o más bien presentía— que esa prenda no era para Harry. Recordó el regalo de Navidad que Draco había enviado al niño —Narcissa le comentó sobre eso— y sospechó que su alumno quería devolverle el gesto.
Conociendo los gustos de su ahijado, estaba seguro de que la túnica le gustaría.

— Tiene buen gusto —murmuró con una leve sonrisa apenas perceptible.

— ¿Me queda bien? —la voz de Harry lo sacó de sus pensamientos.

Severus se giró y lo vio salir del vestidor con la ropa puesta. Se acercó y, sin decir palabra, le acomodó el cuello de la camiseta.

— Te ves bien —dijo finalmente.

Harry bajó la mirada, sonrojado, y volvió al vestidor para probarse las demás prendas.

Pasaron varios minutos entre cambios de ropa y comentarios breves. Snape opinaba con monosílabos, pero sus ojos atentos delataban la aprobación que no expresaba en voz alta. Finalmente, tras descartar algunos conjuntos, pagó todo.
Y, por supuesto, ocultó entre las compras algunos artículos extra que el niño aún no sabía que había elegido para él.

— Sígueme —ordenó cuando salieron del local.

Harry caminó a su lado, todavía impresionado.
— ¿Y las bolsas?

— La tienda las envía directamente a casa —explicó Snape con tranquilidad—. No tiene sentido cargar bultos por la calle.

El resto del día lo pasaron yendo de tienda en tienda.
Severus compraba cosas para el niño, quien al principio se mostró reacio a aceptar tanto, pero terminó cediendo cuando su profesor le explicó que todo era necesario para su comodidad.

No solo adquirió ropa: también decoración para su habitación, zapatos, artículos de aseo personal y algunos objetos que habían llamado la atención de Harry —aunque este negara que los quería.

— Vamos a comer algo. Hemos caminado demasiado y debes estar cansado.

Harry asintió, siguiéndolo hasta una pequeña cafetería de la zona.
Ambos tomaron asiento junto a la ventana, ojeando el menú por unos minutos hasta que la mesera se acercó.

— Para mí, una tarta de ruibarbo y un té negro —pidió Severus.

La mujer asintió, anotando con rapidez, antes de mirar a Harry.

— Yo solo quiero un chocolate caliente —murmuró el niño, cerrando el menú.

Severus alzó una ceja y suspiró.
— También tráigale una porción de tarta de melaza.

La mesera sonrió y se marchó.

Harry bajó la mirada.
— Ya ha gastado mucho en mí hoy. Solo quiero el chocolate.

— Niño —dijo Severus con voz firme, pero no dura—, esto es lo mínimo que deberías tener.
Esas personas vivieron a costa de ti todos estos años. Es momento de que seas un poco más egoísta y pidas lo que realmente deseas.

Harry se removió en su asiento, incómodo.
— ¿Por qué hace todo esto? —preguntó en voz baja.

Severus lo miró durante unos segundos antes de suspirar y dirigir la vista hacia la ventana.
— Tu madre fue mi mejor amiga —dijo al fin—. Me protegió y me apoyó cuando más lo necesitaba. Todo este tiempo creí que vivías bien, que estabas siendo tratado como merecías. Pero cuando supe la verdad, no pude quedarme de brazos cruzados.
Detesto no haber averiguado antes dónde estabas... Le prometí a Lily que te mantendría a salvo, y haberte descuidado tanto tiempo es algo que no me perdonaré.

Harry lo escuchaba con atención, apretando los puños sobre su suéter. Era la primera vez que un adulto le pedía disculpas por la vida que había llevado, por algo que él había creído que era normal.

— Yo... —intentó hablar, pero su voz se quebró.

Severus negó suavemente.
— Solo asegúrate de vivir como un niño. Si quieres un dulce o cualquier cosa, pídelo. No necesitas permiso para merecer algo bueno.

Justo entonces, sus pedidos llegaron flotando a la mesa.
Harry probó un pedazo de la tarta y sus ojos se iluminaron.

— Está deliciosa —dijo con timidez.

Severus solo asintió, dando un sorbo a su té.

— Pero... —la voz de Harry volvió a sonar—, ¿cómo sabía que esta tarta es mi favorita?

El profesor lo miró unos segundos antes de encogerse de hombros.
— La comías a diario en el Gran Comedor.

Harry lo observó sorprendido.
— ¿Me vigilaba?

Severus arqueó una ceja.
— Alguien debía asegurarse de que no te metieras en problemas.

El niño rio suavemente, volviendo a comer.

— Además —añadió Severus, casi en un susurro—, también era la favorita de tu padre.

Harry levantó la cabeza enseguida, con un brillo emocionado en sus ojos.
— ¿En serio?

— Si hubiera sido por él —respondió Severus, ocultando una ligera sonrisa—, habría comido esa tarta a cada hora.

— ¿Qué más le gustaba a mi papá?

Snape observó su taza de té antes de responder.
— El Quidditch —dijo—. Adoraba ese estúpido juego. Era un escandaloso, siempre llamando la atención a donde fuera. Detestaba el hígado; ni entre tres conseguían que lo comiera. Pero lo que más amaba era el puré de papas: una vez comió solo eso durante tres días, hasta que McGonagall lo obligó a variar la dieta.

Harry lo escuchaba con una sonrisa suave, sintiendo una calidez en el pecho.
Por fin tenía a alguien que le contaba sobre sus padres sin mentiras ni desprecio.

— Aunque tengas los hermosos ojos de Lily —continuó Severus, alzando una mano para revolverle el cabello—, heredaste la melena desastrosa de James. Nunca perdonaré esta desgracia.

Harry rió con ganas.
— ¿Papá tenía el cabello como yo?

— Cuando lo conocí tenía tu edad, y sí —contestó Snape con resignación—. Su cabello ya era un caos. Y con los años, empeoró; parecía que había peleado con un dragón y perdido.

Harry rio más fuerte, y Severus, aunque no lo mostró, sintió algo cálido expandirse en su pecho.

(...)

Mientras Harry guardaba con entusiasmo su nueva ropa en el armario, Severus se encontraba en la oficina de la casa, revisando algunos documentos.

— Le compraste muchas cosas a Harry —comentó James, apareciendo a su lado.

— Es lo mínimo que podía hacer por él.

James se cruzó de brazos, observando con ternura cómo Severus hojeaba unos libros sin levantar la vista.

— Me sorprendió ver que no nos acompañaras —murmuró Snape, pasando una página.

James sonrió.
— Creí que era un momento para ustedes dos. Y por lo que vi cuando regresaron, no me equivoqué.

Severus alzó una ceja, mirándolo de reojo.
— ¿Y qué fue exactamente lo que viste?

Potter se inclinó un poco, quedando a la altura del rostro de Severus.
— Harry llegó pegado a tu lado —dijo con una sonrisa suave—. Tenía un brillo en los ojos que no veía desde que recibió su carta de Hogwarts. Sujetaba tu túnica como si temiera que te desvanecieras —se quedó callado unos segundos, mirándole fijamente—. Y lo mejor de todo: le llamaste por su nombre.

— ¿Lo hice? —preguntó Severus, genuinamente sorprendido.

James asintió.
— Cuando le dijiste que ordenara su ropa. No te imaginas la sonrisa que puso.

Snape quiso replicar, pero el beso que James le dio en ese instante lo dejó con el ceño fruncido.

— Gracias —murmuró Potter.

Otro beso.
— Por...

Y otro.
— Querernos —finalizó James, acariciándole la mejilla antes de besarlo una vez más.

Severus, pese al sonrojo, le correspondió con calma, tomando la mano libre del otro.
Al separarse, lo miró con fingida severidad.

— Eres un idiota.

— El idiota que estará contigo por toda la eternidad —replicó James con una sonrisa traviesa.

— No me amenaces —bufó Snape.

James soltó una carcajada y comenzó a darle besos cortos por todo el rostro.

— Resultaste demasiado empalagoso —gruñó Severus, intentando ocultar el rubor que le subía por las mejillas.

— Solo contigo, guapo —respondió James, guiñándole un ojo antes de volver a besarlo.

Chapter 32: Cartas

Chapter Text

— Tus cartas.

Severus le entregó un manojo de sobres a Harry, quien lo miró confundido.

— ¿Cartas?

— De tus amigos. Le pedí ayuda al elfo de un conocido para interceptarlas en casa de tus tíos. Solo han pasado dos semanas desde que empezaron las vacaciones y ya te han escrito bastante.

Harry asintió, observando las cartas sobre su escritorio, casi sin creerlo.

— Léelas y luego escríbeles diciendo que ya no vives con los Dursley —dijo Severus—. Pero no pongas la dirección de este lugar.

Harry ladeó la cabeza.
— ¿Por qué?

— Es peligroso. Ya sabes quién sigue ahí fuera... y algunos de sus seguidores también. No podemos arriesgarnos a que descubran tu ubicación.

El niño asintió, un poco cabizbajo.

Severus suspiró ante su reacción.
— He colocado un encantamiento en tu lechuza —explicó, mientras Hedwig se posaba con elegancia sobre su hombro—. Detectará y recogerá cualquier carta dirigida a ti. Primero pasará por el aviario de Hogwarts, y después ella la traerá hasta aquí. También lleva un hechizo de desorientación: si alguien intenta seguirla, perderá el rastro en cuestión de segundos.

Harry abrió los ojos, impresionado.
— ¿Hizo todo eso en la semana que llevamos aquí?

Severus asintió con simpleza.
— Ahora encárgate de responder a tus amigos.

Harry sonrió un poco y se sentó, mientras Snape salía de la habitación.

(...)

Ya en el pasillo, James flotaba a su lado.
— ¿El elfo es de los Malfoy?

Severus asintió.

— ¿Por qué te ayudó? Que yo sepa, Malfoy me detesta.

— Te odia —replicó Severus con calma—. Pero a mí no.

James bufó.
— ¿Entonces también odia a Harry?

— Lo tolera. En especial porque su hijo se lleva bien con el tuyo.

James suspiró con dramatismo.
— Ese es mi karma.

Snape sonrió apenas.
— Al parecer es herencia Potter el fijarse en serpientes.

James rió bajito y, juguetón, le tomó la mano.
— ¿Qué puedo decir? Nos encantan los Slytherin orgullosos que podrían humillarnos en cualquier momento.

— Eso sonó muy masoquista de tu parte.

— Ya sabes que me he dejado humillar bastante por ti —contestó James con una sonrisa descarada—. Así que no miento.

Severus puso los ojos en blanco mientras entraba a su laboratorio.

— ¿Qué harás ahora? —preguntó James, asomándose sobre su hombro cuando Snape empezó a ordenar frascos.

— Pociones curativas. Este año habrá un nuevo profesor de Defensa, y prefiero estar preparado por si tu criatura vuelve a meterse en problemas.

— ¿Ya piensas en el nuevo curso? —bromeó James—. Pareces más su padre que su profesor.

Severus alzó una ceja.
— Es deber de un profesor velar por sus alumnos.

— No, lo haces porque lo quieres.

— Lo quiero tanto como a mis plantas.

James soltó una carcajada, acercándose a besarle la mejilla.
— Me encanta cómo lo niegas aunque sea verdad.

Severus le pellizcó la nariz, provocando un quejido.
— En momentos así, me alegra ser el único capaz de tocarte.

— A mí no —rezongó James, frotándose la nariz.

— Si sigues fastidiando, te irá peor.

— Está bien, está bien —dijo Potter levantando las manos con una sonrisa coqueta—. Pero no puedo evitarlo: me encantas.

Severus frunció el ceño y le lanzó una planta. James soltó una carcajada mientras atravesaba la pared riendo, dejando atrás a un Snape con las orejas rojas.

— No lo soporto —murmuró Severus, aunque el fuerte palpitar de su pecho lo delataba.

(...)

— Terminé —murmuró Harry con una sonrisa satisfecha al ver sus cartas listas para enviar.

Había leído cada una con cuidado. Todos sus amigos se mostraban preocupados por no haber sabido nada de él desde que iniciaron las vacaciones.

Ron incluso escribió que, si no sabía que estaba bien dentro de unas semanas, encontraría la forma de ir a buscarlo, aunque su madre lo castigara de por vida.

Hermione, por su parte, también mostraba preocupación... aunque no perdió la oportunidad de insistirle en que repasara los apuntes del curso anterior.

Neville le contaba que sus amigos también estaban inquietos, pero aprovechaba para hablarle de una nueva planta que había comprado en una feria. Según él, cuando se asustaba, soltaba esporas con un olor terrible.

Y la última carta —solo una— tenía una caligrafía elegante. Venía de Draco.
Como siempre, hablaba de lo que había hecho las últimas dos semanas, mencionando además que su padrino le había comentado a su padre que Harry ya no vivía con los Dursley. Terminaba deseándole buenas vacaciones y diciendo que, si su padrino lo permitía, le gustaría visitarlo.

Harry enarcó una ceja.
— ¿Padrino?

Los recuerdos comenzaron a fluir: Draco, aquel día en la tienda de túnicas, mencionando que su padrino era mestizo... y la cercanía que tenía con Snape en Hogwarts.

— No puede ser... —murmuró con los ojos abiertos de par en par.

Se levantó de golpe, con la carta aún en la mano, y salió corriendo por el pasillo hasta llegar a la planta baja, deteniéndose justo frente al laboratorio.

— ¡Profesor Snape! —llamó entre jadeos.

Severus alzó una ceja.
— ¿Sucedió algo, Potter?

Harry frunció el ceño al escuchar el "Potter", pero lo dejó pasar.

— ¿Usted conoce a Draco Malfoy?

Snape ladeó la cabeza, algo confundido.
— Sí. Es mi alumno. Y tu compañero de clase.

— Me refiero... en lo personal.

Severus lo observó unos segundos antes de asentir.
— Es hijo de un viejo amigo.

— ¿Y usted es su padrino?

Snape suspiró y asintió.
— Lo soy. ¿Por qué la pregunta?

Harry le mostró la carta.
— Draco me escribió. Dijo que escuchó una conversación entre su padre y su padrino sobre que yo ya no vivía con mis tíos.

Severus rodó los ojos, cansado.
— Ese niño siempre escuchando lo que no debe.

Harry se acercó más, con expresión ilusionada.
— ¿Puedo verlo?

Snape alzó una ceja, enfrentándose a esos intensos ojos verdes de cervatillo.
Las gafas, las mejillas redondeadas por las buenas comidas de la semana... ese brillo inocente.
Merlín, ese niño iba a matarlo de ternura.

— Por favor —insistió Harry—. Prometo portarme bien, no hacer preguntas raras hasta que empiecen las clases y no meterme en problemas.

Severus lo miró en silencio unos segundos antes de suspirar y asentir.
— Está bien.

El grito de alegría del niño casi le hace arrepentirse.

— Pero ellos vendrán. En cuanto le escriba a su padre para coordinar la visita, te avisaré.

Harry asintió con entusiasmo y, sin pensarlo, lo abrazó.
Severus se quedó quieto, paralizado, y antes de reaccionar, el niño ya había salido corriendo de vuelta a su habitación.

James apareció entonces, sonriendo desde la puerta.
— ¿Aún no te acostumbras a sus abrazos?

— ¿También tú escuchas conversaciones ajenas? —replicó Severus sin mirarlo.

— No tengo muchas distracciones en mi condición —respondió James con tono divertido—. Si escucho pasos corriendo hacia ti, obviamente quiero saber qué pasa.

Snape negó, pero no pudo ocultar una leve sonrisa.

— ¿Estás consciente de que este encuentro solo hará que los sentimientos de Harry crezcan por mi ahijado? —preguntó Severus sin apartar la vista de sus pociones.

— ¿Y si es al contrario? —replicó James, flotando cerca con una sonrisa.

Severus le lanzó una mirada cortante.
— Ni se te ocurra interferir.

James alzó las manos.
— Tranquilo, solo decía que quizás se dé cuenta de que lo que siente es amistad y no algo romántico.

— Como tú, que confundiste tus sentimientos por mí con aberración hacia mi casa y, cuando comprendiste lo que realmente sentías, preferiste ocultarlo.

James se tensó. El silencio que siguió fue denso.

Severus suspiró y movió la mano con desdén.
— Olvídalo.

Volvió a centrarse en los ingredientes de la mesa, pero se sobresaltó al sentir unos brazos rodearle la cintura y una cabeza apoyarse en su hombro.

— Siempre lo lamentaré —murmuró James—. Si Harry es feliz con el hijo de Malfoy, está bien. No soy nadie para oponerme a eso. Solo... me da envidia.

Severus arqueó una ceja.
— ¿Envidia de tu hijo?

James asintió con una risa triste.
— Es más valiente que yo. No le importan los prejuicios ni el qué dirán. Si yo hubiera tenido un poco de esa valentía, todo habría sido distinto.

— Sabes que Harry es así por todo lo que ha vivido —respondió Severus con calma.

— Lo sé —susurró James—. Mi pequeño...

Severus se giró sin apartarse del abrazo y lo estrechó también.
— Ser fantasma te ha vuelto más sensible —bromeó suavemente.

James rió bajo.
— Ya no tengo razón para ocultarte mis sentimientos.

Lo abrazó con más fuerza, hundiendo el rostro en su cuello.
— Ojalá todo fuera diferente —susurró el Gryffindor.

— No creo que hubiera cambiado tanto —dijo Severus, provocando que James se irguiera para mirarlo con curiosidad.

— ¿Por qué lo dices?

Snape suspiró y se sentó en su silla, mientras James se acomodaba en la mesa frente a él.
— Si hubiéramos estado juntos desde el colegio, esa profecía probablemente habría caído sobre nosotros de todas formas.

James frunció el ceño.
— Pero quizás Harry habría nacido antes.

Severus negó.
— Me conozco. Lo habría tenido a la misma edad que ustedes.

— Quizás... —intentó replicar James.

— No —interrumpió Severus con voz baja—. Lo pensé muchas veces, y el resultado habría sido casi igual... salvo por el hecho de que Harry jamás habría terminado con Petunia.

James lo miró en silencio.
— ¿Entonces quién lo habría cuidado?

— Como Black, su padrino, no estaría, lo más probable es que hubiera sido Lily... o Lucius.

James frunció el ceño con desconfianza.
— ¿Malfoy?

— No tengas prejuicios —lo reprendió Severus con serenidad—. Lucius no es un purista; solo está atrapado por las influencias de su padre. Si dependiera de él, habría hecho hasta lo imposible para quedarse con la custodia de Harry y evitar que fuera a un orfanato.

James lo observó unos segundos, antes de tomarle las manos y acariciarlas.
— Al menos, en ese escenario, Harry habría tenido una infancia feliz.

Severus asintió, y durante un momento ambos guardaron silencio.
El burbujeo del caldero y el suave batir del viento en la ventana eran los únicos sonidos en la habitación.

— ¿Estuviste imaginando cómo habría sido si nos hubiéramos casado? —preguntó James de pronto, con una sonrisa traviesa.

Severus puso los ojos en blanco, intentando soltarse del agarre de Potter, pero este lo atrajo hacia él hasta hacerlo sentarse en sus piernas.
— Contigo no se puede tener una conversación seria.

James soltó una risa alegre y besó su mejilla.
— Es que me alegra saber que también imaginaste cómo habría sido todo si yo hubiera sido más valiente.

— Qué bueno que yo no di a luz a Harry —murmuró Severus con sequedad.

James abrió los ojos, indignado.
— ¿Qué?

— Solo piénsalo —replicó Snape, con tono imperturbable—. Los dos somos altos y de complexión grande. Ese niño me habría partido en dos.

James lo miró un instante antes de estallar en carcajadas.
— Pero te habrías visto precioso con el vientre abultado.

Severus le lanzó una mirada de asco.
— No digas estupideces.

James siguió riendo, abrazándolo aún más fuerte.

(...)

— Vendrán el próximo viernes.

Harry dejó de comer y miró a Severus.

— ¿Qué?

— Draco y su padre. Esta semana no pueden venir, ya que irán al mundo muggle a visitar a la tía materna de Draco.

Harry asintió, bajando la mirada hacia su cena.

— ¿Pasa algo? —preguntó Severus, algo preocupado al ver esa reacción.

— No, solo que... —habló en voz baja—. ¿De qué podría hablar con Draco?

Severus reprimió una risa, observando cómo el niño parecía debatirse mentalmente entre posibles temas de conversación.

— Draco ama las pociones —dijo finalmente—. También le gustan las criaturas mágicas pequeñas. Cultiva sus propias plantas, en especial los lirios del valle; son sus flores favoritas.

Harry lo escuchaba con atención.

— Y, sobre todo —continuó Severus—, le gusta hablar.

Harry lo miró unos segundos, y luego soltó una pequeña risa.

— Eso sí lo noté.

Severus enarcó una ceja.

— ¿En serio?

Harry asintió.

— Ese día que nos castigaron y fuimos al Bosque Prohibido con Hagrid, me tocó ir con Draco. Y sí, hablaba mucho —un pequeño rubor se asomó en sus mejillas—. Pero fue agradable.

Severus lo observó con detenimiento y asintió, ocultando una sonrisa tras una taza de té.

— Con que lo escuches, él te adorará.

Harry asintió.

— Ahora sigue comiendo. Se te va a enfriar.

El niño obedeció, comiendo despacio.
Por fin se había acostumbrado a comer sin prisas, sin la guardia alta, como solía hacerlo antes, por si le ordenaban hacer algo.

Pasaron varios minutos. Una vez que terminaron de comer y lavar los platos, Harry se quedó de pie tras Severus, como si quisiera decir algo.

— ¿Hay algo de lo que quieras hablar? —preguntó Snape al girarse.

Harry asintió con algo de nerviosismo.

— Me preguntaba si... ¿podría enseñarme un poco más sobre sus clases?

Severus alzó una ceja.

— ¿Mis clases?

— Sí —afirmó Harry—. Aún me cuesta aprender para qué sirve cada poción y sus ingredientes —bajó un poco la voz—. Con todo lo que pasó antes de que acabaran las clases, me distraje bastante y no recuerdo mucho.

Snape lo miró fijamente, evaluando sus palabras.
Era cierto que Harry no era especialmente brillante en Pociones, pero tenía potencial.
Había notado que, cuando se le explicaba con detalle y paciencia, podía memorizar los ingredientes y preparar la poción correctamente.

Además, tenía razón: las últimas semanas de clase —por no decir desde el inicio— estuvieron marcadas por conflictos, en gran parte gracias al engendro de Quirrell.

— Está bien —dijo Severus finalmente, notando cómo la expresión de Harry se relajaba—. Mañana, después del desayuno, empezaremos con tus tutorías.

— ¡Gracias! —exclamó Harry con entusiasmo.

— Y también —añadió Snape—, te daré una clase básica sobre Defensa. Dudo que ese inútil de Quirrell les haya enseñado algo útil.

Los ojos de Harry brillaron al oír eso.

— ¿También sabe sobre esa materia?

Severus asintió.

— Lo suficiente como para enseñarte algunas cosas. Ahora ve a lavarte los dientes y a dormir. Ya es tarde.

— Buenas noches —dijo Harry antes de subir las escaleras.

Severus lo observó desaparecer por el pasillo, y entonces escuchó una voz familiar a su lado.

— Tú eras el mejor en esa clase —dijo James.

— Lo sé.

— Desde primero.

— Me gusta ser el mejor.

— Y a mí me gusta que lo seas.

Severus rodó los ojos cuando James le tomó la mano.

— ¿Vamos a dormir? —preguntó el fantasma, mirándolo.

Severus asintió.

— Aún no puedo creer que me dejes dormir contigo —comentó James con una sonrisa mientras caminaban hacia la habitación.

— Tú ni siquiera duermes —replicó Severus.

— Cierro los ojos y me quedo quieto —respondió James—. Eso cuenta como dormir.

Severus bufó.

Una vez en la habitación, después de lavarse los dientes y ponerse el pijama, se acostó en la cama.
James se tumbó a su lado, quedándose en silencio unos minutos mientras lo observaba. Al notar su mirada insistente, Severus suspiró y lo miró de reojo.

— ¿Tú también quieres decirme algo?

Potter asintió despacio.

— Hace unas horas mencionaste que Sirius tampoco estaría en esos escenarios que te imaginaste.

Severus asintió.
— Sí, ¿por?

James apretó las sábanas entre sus dedos.

— ¿Sabes qué pasó con él?

Snape permaneció callado. Lo observó un instante: James parecía... triste. Dolido por no saber nada de su viejo amigo.

— Quise preguntártelo antes —continuó James, al ver que Severus no respondía—, pero sé muy bien que lo odias, y supuse que no me dirías nada relacionado con él. Por eso, cuando lo mencionaste hace poco, pensé que era el momento de preguntar.

Severus lo miró unos segundos más y, tras una pausa prolongada, asintió.

— Sé dónde está Black.

Los ojos de James se iluminaron al instante.

— ¿En serio? —preguntó con emoción—. ¿Y sabes cómo están los demás?

— Solo sé de Black y de Lupin —respondió Snape con serenidad—. De Pettigrew no hay noticia alguna desde hace años.

James se tensó.

— ¿Años?

— Desde ese día.

Potter apretó aún más las sábanas. Severus notó el gesto y, casi sin pensarlo, tomó su mano.

— No pienses lo peor —dijo con voz suave, algo poco habitual en él.

— No lo pienso —murmuró James, bajando la mirada—. Peter no sería capaz de traicionarnos. Él no...

Pasaron unos segundos antes de que James apretara la mano de Severus en respuesta.

— ¿Podrías contarme de Sirius y Remus?

Snape asintió.

— Lupin trabaja dando clases en una escuela al otro lado del país. Tiene suerte: en esa zona la luna llena no tiene tanta fuerza como en otros lugares.

James sonrió con un dejo de culpa.

— Aún lo recuerdas...

— ¿Recordar que casi soy devorado por un licántropo enloquecido por la luna llena gracias a tu amiguito Black? —Severus puso los ojos en blanco—. Créeme, es difícil olvidar algo así.

— Lo siento...

Snape alzó una mano y la posó suavemente en la mejilla del fantasma.

— Pero llegaste a tiempo —continuó Severus—. Me salvaste.

— Debí impedir que Sirius hiciera eso —susurró James.

— Lo sé. Pero al menos tengo un buen recuerdo de aquella noche: un enorme ciervo enfrentándose con fiereza a un licántropo, y yo trepando a su lomo para huir. Fue espectacular... claro, si dejamos de lado que casi me convierto en la cena del hombre lobo.

James soltó una risa sincera.

— Me enfrentaría a cientos de licántropos por ti.

— Lo sé. Esa noche lo demostraste.

James se acercó y le dio un beso en la frente, para luego rozar sus labios con un beso suave mientras lo rodeaba por la cintura.

— ¿Y Sirius?

Severus bufó y puso los ojos en blanco.

— No menciones a Black cuando me estás besando.

James sonrió, divertido.
— Perdón.

Se acomodó en la cama, atrayendo a Severus para que se recostara sobre su pecho.
Durante varios minutos guardaron silencio. Las luces estaban apagadas, y James jugaba distraídamente con el cabello oscuro del otro.

Un suspiro escapó de los labios de Severus, llamando su atención.

— ¿No puedes dormir? —preguntó el Gryffindor.

Severus no respondió de inmediato. Sujetó el borde de la pijama de James y, al cabo de unos segundos, habló en voz baja:

— Black está en Azkaban.

James se incorporó de golpe, mirando fijamente a Severus.

— ¿Qué dijiste?

— Está en Azkaban —repitió Severus, sentándose también.

— ¡¿Por qué?!

— Todos creen que los traicionó —respondió con seriedad—. Por lo que supe, gritaba cosas sin sentido cuando lo atraparon. Además, su ropa estaba cubierta de sangre.

James sentía que la respiración le faltaba, lo cual no tenía sentido, dado su estado fantasmal.

— Gritaba a todo el mundo que fue Pettigrew quien los traicionó... y que pensaba matarlo con sus propias manos.

El Gryffindor lo miró con ojos llenos de incredulidad. Severus le tomó la mano con firmeza, intentando que su presencia lo calmara.

— ¿Sirius en Azkaban? ¿Peter...? —murmuró James, más para sí mismo que para el otro.

Snape asintió con lentitud.

— No estuve en el juicio de Black... tenia otros asuntos —admitió en voz baja—. Pero se le condenó a cadena perpetua por la supuesta muerte de Pettigrew, ya que no hubo rastro de él. También lo culparon por la muerte de doce muggles.

James cerró los ojos. Se sentía mareado.

— Debo... —se levantó de golpe, la mirada clavada en Severus—. Debo ir a verle.

— ¿A Azkaban?

— Ahí está Sirius. Debo ir.

Severus también se puso de pie y lo sujetó de la mano.

— No.

James frunció el ceño.

— ¿No?

— Piénsalo por un segundo —dijo Severus, serio—. Aunque vayas... puede que no te vea. No sabemos si los dementores pueden percibir tu presencia.

— No podrán...

— ¿Y si sí? —le interrumpió Severus, alzando apenas la voz—. ¿Quieres desaparecer de verdad esta vez? ¿Dejar a Harry solo? —su tono bajó—. ¿Dejarme... otra vez?

James se congeló ante esas palabras.

— Yo... no...

El silencio lo envolvió por unos segundos. Miró el rostro de Severus, y la preocupación que vio en sus ojos le encogió el alma. Apretó suavemente la mano que sostenía.

— Lo siento —murmuró mientras se recostaba de nuevo—. Creo que... aún soy un idiota impulsivo.

Severus se acostó junto a él.

— Lo eres. Pero por favor... si vuelves a tener uno de esos impulsos, piensa en Harry. Y en mí. ¿Está bien?

James lo rodeó con los brazos y lo atrajo hacia sí.

— No me iré a ningún lado. Donde sea que ustedes estén... yo estaré.