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Summary:

Megumi nunca imaginó que lo más prohibido que guardaba Toji no era un arma, sino una cuenta de videos donde se masturbaba para miles de desconocidos.

Verlo cambió algo en él.

Fantasear con su padre se volvió inevitable...

Hasta que fantasear ya no fue suficiente.

Chapter 1

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

La lluvia golpeaba suavemente contra los ventanales del departamento. Afuera, la ciudad se escondía bajo un cielo plomizo, y adentro, Megumi pasaba distraídamente el dedo sobre la pantalla de su celular, acostado boca abajo en su cama. La camiseta negra se le subía por la espalda cada vez que se movía, dejando al descubierto su piel blanca, tersa, y la curva definida de su cintura.

Había abierto por accidente un hilo de foro, uno de esos espacios anónimos donde la gente compartía historias sexuales sin filtro. No era algo que solía leer. Pero un comentario lo detuvo.

“Años atrás había un tipo buenísimo en OnlyFans, creo que su usuario era ‘FushiguroT87’ o algo así. Videos en solitario. Una bestia. Cuerpo de infarto. Polla enorme. Era como ver a un dios tocarse. Desapareció del mapa.”

El nombre lo dejó helado. Fushiguro. Su propio apellido no era tan común. Y el número 87…

Megumi se incorporó en la cama, el corazón latiéndole un poco más rápido. Abrió el navegador. Tecleó con rapidez. Se sintió estúpido por lo que hacía, pero no pudo evitarlo. El resultado apareció casi de inmediato. Una cuenta antigua, con solo seis videos subidos, todos titulados de forma simple: SoloDuchaMañana de domingoSin camisetaSentado en la camaÚltimo. Subidos hace más de cinco años, cuando Megumi rondaba los catorce años. Un perfil sin comentarios recientes. Abandonado. Pero la miniatura del primer video lo noqueó.

Era él. Su padre, Toji. El hombre que lo crio, con quien creció, con quien compartía su cotidiano.

Pero ahí estaba, en la pantalla, con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, la fina cicatriz de sus labios visible, el torso desnudo bañado en sombras, los músculos duros y realzados por el ángulo bajo de la cámara. Tenía una mano entre las piernas, y la expresión en el rostro era de puro placer.

Megumi tragó saliva. Le temblaban un poco los dedos. Dudó durante unos segundos entre husmear la intimidad de su padre o no, pero la curiosidad pudo más que el sentido común. Subió el volumen un poco. Asegurándose de que la puerta estuviera cerrada, se puso los audífonos. Reprodujo el primer video.

El sonido lo golpeó de inmediato. El leve crujido de la cama. La respiración áspera, lenta, profunda. Y luego, la voz grave de Toji, ronca, baja, apenas un gemido contenido:

—Mmm… joder…

Megumi sintió cómo se le tensaba el cuerpo.

La imagen se aclaró. Toji estaba sentado sobre su cama, las piernas abiertas, completamente desnudo. La cámara enfocaba de frente, desde la altura del pecho hasta las rodillas. Todo era piel, músculo y tensión. El cuerpo de su padre era una obra de arte cruda. Sus hombros eran amplios, marcados, y descendían hacia unos pectorales redondos y macizos, con los pezones ligeramente erectos. Tenía una línea marcada entre los pectorales que caía en un surco profundo hasta el abdomen, donde los músculos se delineaban con fuerza brutal: duros, definidos, con esa mezcla perfecta entre un cuerpo de adulto y un físico de atleta. Sus brazos eran gruesos, venosos, llenos de potencia contenida. El bíceps se tensaba cada vez que se tocaba el pecho o se pasaba la mano por el muslo. Sus manos eran grandes, de nudillos gruesos y dedos largos. El ligero vello corporal, oscuro y masculino, empezaba en la parte baja del abdomen, espesándose hacia el pubis.

Megumi había visto a su padre innumerables veces en diferentes estados de semi-desnudez. Reconocería en cualquier lugar aquel físico impresionante.

Pero fue su polla la que hizo que se quedara sin aliento.

Era tan grande que parecía falsa, pero no lo era. Megumi la había vislumbrado algunas veces bajo el pantalón de Toji o bajo la toalla cuando salía del baño, pero nunca la había visto así, tan desnuda, tan expuesta, tan firme. Estaba completamente erecta, dura, venosa, gruesa desde la base hasta la punta, latente. Los testículos colgaban pesados, sacudiéndose ligeramente con cada movimiento de cadera.

En la pantalla, Toji se masturbaba con lentitud, con experiencia. Se acariciaba sin apuro, recorriendo todo su largo, apretando un poco la base. Soltaba gemidos bajos, guturales. A veces se mordía el labio inferior. A veces se susurraba cosas a sí mismo.

—Te gusta eso… sí… mírate… mírame…

Megumi se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Su propio cuerpo reaccionaba sin que él pudiera controlarlo. Sentía su erección marcarse con fuerza contra la ropa interior, el abdomen contraído, la boca seca. El calor subía por su pecho, por su cuello. Lo invadía una mezcla de vergüenza y lujuria que le erizaba la piel.

En el video, Toji alzó una mano, acariciando uno de sus pezones. Gruñó suave.

—Ahh… mierda, sí…

Luego bajó hacia la entrepierna, apretando los testículos con firmeza, y empezó a masturbarse más rápido con la otra mano, jadeando, con el cuerpo tenso, los muslos endurecidos, las venas marcadas. El abdomen se contraía con cada bombeo, hasta que un rugido grave escapó de su garganta al llegar al orgasmo.

Megumi no se dio cuenta de cuándo empezó a tocarse. Su mano ya estaba entre sus piernas, rozando su propia erección con torpeza, desesperado. No quería hacerlo. O sí. Pero no podía parar.

El video terminó con un plano directo del abdomen de Toji, manchado con su semen espeso, abundante, que brotaba en varios chorros, cayendo sobre los pectorales, deslizándose por el surco entre los abdominales, mojando el vello púbico, pegándose a la base de su polla. La respiración agitada del hombre era lo único que se oía.

Megumi apagó la pantalla de golpe, la cara ardiente, la mano empapada, el corazón latiendo con fuerza. No podía creer lo que acababa de hacer.

Toji.

Su propio padre, joder.

El mismo que lo había criado lo mejor que pudo, tras la muerte de su madre. El mismo que andaba por la casa sin camiseta, saludando a Megumi con aquella voz gruesa cuando se cruzaban en el pasillo. El mismo que dejaba la puerta del baño entreabierta cuando salía con solo una toalla baja en la cadera. El mismo que, actualmente, dormía al otro lado del pasillo.

Pero ahora, Megumi lo deseaba. Lo deseaba con una intensidad sucia, prohibida, inevitable.

Y eso era solo el principio.

 


 

Desde aquella noche, Megumi ya no pudo ver a su padre de la misma forma.

No pasaba un solo día sin que el recuerdo de esos videos regresara a su mente con violencia. Al principio se prometió que solo los vería una vez, solo por curiosidad… pero se mentía a sí mismo. Porque cada noche, cuando la casa se sumía en silencio y la luz tenue de su habitación lo aislaba del resto del mundo, su cuerpo temblaba por verlos otra vez. Solo pensar en ese torso macizo, en la voz grave de Toji, en sus gemidos contenidos, le bastaba para empezar a endurecerse bajo las sábanas.

La obsesión creció como una enfermedad.

Megumi comenzó a fijarse en cosas que antes ignoraba de su padre. En los muslos gruesos de Toji cuando éste usaba shorts. En cómo se marcaban sus pectorales bajo una camiseta gastada. En cómo los bóxers se ajustaban a su prominente entrepierna cuando salía de la ducha con el cabello goteando y la toalla colgando del hombro.

Todo de él lo excitaba.

Todo lo quemaba por dentro.

 


 

Una mañana, Megumi salió de su cuarto para ir a la cocina, con el corazón acelerado por la anticipación. Porque sabía —intuía— que su padre estaría ahí.

Y sí. Ahí estaba. De espaldas, en ropa interior. Unos bóxers negros, ajustados al límite, abrazando sus glúteos firmes, redondos, tensos como si cada músculo se sostuviera por voluntad propia. La espalda ancha, los omóplatos marcados, la cintura estrecha. Las piernas abiertas, sólidas. Los gemelos definidos como piedra bajo la piel tostada. Estaba tomando agua directamente del vaso, con la cabeza echada hacia atrás, los músculos del cuello tensos, los pectorales desnudos apenas visibles cuando giró de perfil.

Megumi se detuvo en seco. Miró a su padre. No pudo evitarlo. Era demasiado. Parecía el fotograma de uno de esos videos, pero sin edición. Sin cortes. Sin filtro.

—Hola, chico. ¿Dormiste bien? —preguntó Toji sin voltear completamente, con la voz ronca del que recién se levanta.

—Sí… —respondió Megumi, con un hilo de voz—. Bien.

—Hay café hecho.

—Gracias…

Toji bebió un último trago, enjuagó rápidamente el vaso y se giró para salir de la cocina. Pasó junto a Megumi, que aguantó la respiración al sentir el calor de su cuerpo tan cerca.

Solo cuando su padre cerró la puerta de su cuarto, Megumi pudo moverse. Se apoyó contra la pared. El pulso le latía en el cuello. Le dolían las ganas. Y le ardía la conciencia.

 


 

Más tarde, esa misma semana, Megumi estaba leyendo en la sala.

O fingía hacerlo.

Tenía el libro abierto sobre las piernas, pero no leía nada. Porque desde la habitación contigua, alcanzaba a oír la voz de Toji. Estaba hablando por teléfono con su amigo Shiu Kong, sin molestarse en bajar el tono.

—Sí… ya sé. Fue una época jodida —decía—. Me quedé sin trabajo, sin ingresos, sin nada. Tenía que buscarme la vida. Por Megumi.

Pausa.

—No, no me arrepiento. Además… me pagaban bien.

Megumi apretó la mandíbula. Sintió un calor recorriéndole la espalda. Sabía de qué hablaba. De los videos. De esa cuenta vieja. Lo confirmaba todo.

—No me da vergüenza. De hecho, nos salvó. Pagué deudas, alimenté a mi hijo. ¿Qué más da si alguien me vio masturbarme?

Silencio.

—Sí, aún hay algunos por ahí. No borré la cuenta. Me da igual.

Megumi se hundió un poco más en el sofá. Sentía las mejillas encendidas. Era como si Toji hablara para que lo oyera. Aunque no fuera así, su cuerpo reaccionaba igual.

Minutos después, su padre salió de su cuarto y fue directo a la cocina. Megumi lo siguió con la mirada. Llevaba una camiseta gris pegada al cuerpo, que le delineaba los pectorales y los brazos. Las piernas seguían desnudas, los bóxers apenas cubriéndolo.

Megumi se levantó con cuidado, dejando el libro. Entró en la cocina con pasos inseguros.

—Papá, ¿puedo preguntarte algo? —dijo en voz baja.

Toji abrió la nevera.

—Claro, chico.

—Lo que dijiste recién… sobre los videos. ¿Fue por dinero?

Toji cerró la puerta. Lo miró de frente, sin rastro de incomodidad. No parecía molesto al descubrir que Megumi había estado atento a su conversación telefónica.

—Sí.

—¿Tenías problemas?

—Muchos. Trabajos mal pagados, deudas, sin ahorros. Tú cursabas la secundaria. Y este cuerpo era lo único que tenía, chico. Así que lo usé. ¿Por qué? ¿Te molesta?

Megumi negó con la cabeza.

—No. Solo… no sabía eso de ti.

Toji bebió agua directamente de la botella. Luego se apoyó en la barra, cruzando los brazos.

—No es algo que uno ponga en su currículum. Pero sí… fue real.

—¿Te gustaba hacerlo?

Hubo una pausa tensa.

Megumi empezaba a sentirse nervioso, estaba claro que no era el tipo de preguntas que un hijo debía de hacerle a su padre. Pero, para su sorpresa, Toji respondió:

—A veces sí. Cuando me sentía bien. O cuando necesitaba desahogarme. Pero otras veces… solo era “trabajo”. Me miraba como otra persona.

Megumi bajó la mirada. Se sintió expuesto.

—Yo… no estoy juzgándote, papá.

—No parece que lo hagas, chico —respondió Toji, con una sonrisa breve—. Al contrario.

Megumi lo miró, sorprendido.

—¿Qué quieres decir?

—Nada. Solo que… no me ofende tu curiosidad.

Y con eso, salió de la cocina.

 


 

Esa noche, Megumi no resistió más.

Estaba en su cama, el cuarto a oscuras. No se molestó en ponerse los auriculares. Bajó el volumen. El video cargó. El cursor parpadeaba sobre la pantalla, pero Megumi ya no prestaba atención al buscador. Lo que veía, lo que tenía delante, ocupaba por completo su mente y sus sentidos.

El video se reproducía en bucle: Toji en el baño (el mismo baño en donde Megumi se había duchado minutos antes), grabándose desde un ángulo ligeramente inclinado, el brazo extendido, la mirada fija en la cámara.

Megumi conocía esa mirada.

Era la misma con la que su padre lo observaba cuando le pasaba el control remoto sin pedirlo, cuando le servía arroz sin que él tuviera que levantarse. Aquella mirada transmitía un afecto silencioso, pero presente.

Pero en ese video… había algo distinto. Dominante. Crudo. Descarado.

Toji estaba desnudo, completamente. De pie frente al espejo, con el torso inclinado apenas hacia adelante, los pectorales marcados y firmes, brillando con una ligera capa de sudor. Su mano envolvía su enorme polla, y la masturbaba con lentitud, gruñendo bajo, con una voz tan grave que parecía salir desde lo más profundo de su pecho.

Megumi apenas podía parpadear. Su respiración era temblorosa. Tenía la camiseta arremangada y el pantalón de dormir abajo de las rodillas. Sus dedos ya estaban mojados. Había comenzado por pura curiosidad, o eso se decía a sí mismo. Pero ahora… ya no podía parar. Tenía una mano envolviendo su propio miembro, duro desde hacía minutos, palpitante, goteando líquido preseminal. La otra bajó más despacio, temblorosa, acariciando su entrada con la yema de los dedos mientras no dejaba de mirar la pantalla. No dejaba de mirar el cuerpo de su padre, grande, robusto, adulto y varonil. El abdomen marcado, esos oblicuos que parecían tallados en piedra, las caderas anchas y esos muslos… tan sólidos, tan varoniles. Y su polla, esa polla gruesa y larga que se deslizaba por su propia mano con movimientos lentos, untada en su propio líquido preseminal, mientras jadeaba.

Megumi gimió bajito. Se mordió el labio. Hundió el primer dedo dentro de sí, sintiendo cómo su cuerpo lo recibía, tenso, caliente, apretado. La vergüenza y la culpa se mezclaban con un deseo sucio que no podía detener. No estaba bien. No debía hacerlo. Pero Dios… lo deseaba tanto. Desde hacía semanas. Desde que descubrió por accidente esa vieja carpeta olvidada en un rincón de internet.

Empujó el dedo más profundo, y luego otro. Su cuerpo se estremeció. El dolor leve al principio se volvió ardor placentero. Toji en el video jadeaba más fuerte, la cámara temblaba con el movimiento de su brazo. Sus testículos se balanceaban con cada sacudida, y su abdomen se contraía con cada gruñido.

Pese al asco que sentía consigo mismo por fantasear con aquello, Megumi cerró los ojos un segundo, dejándose llevar por la imagen mental que ya conocía: él, arrodillado frente a su padre, lamiendo esa polla gruesa, caliente, empapada en presemen. Toji agarrándolo por el cabello y empujando su cabeza contra su pelvis, diciéndole que abra bien la boca. Que lo tome como un buen chico.

Megumi abrió los ojos, más húmedos ahora, con la respiración descontrolada. Empezó a masturbarse más rápido con una mano mientras los dedos de la otra se movían dentro de él, estimulando su próstata. Se arqueó en la cama, gimiendo entre dientes.

—Papi… —susurró, con voz temblorosa, sin siquiera darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.

No había vuelto a llamar a Toji así, desde hace ya varios años.

En aquel entonces, Megumi tan solo era un niño.

Pero ahora, el Megumi de diecinueve años ya no era para nada inocente.

Sin poder evitarlo, fantaseó con la forma en que Toji lo empujaría contra la pared, cómo su voz grave le ordenaría que se quede quieto mientras lo penetra, lento pero firme. Imaginó el peso del cuerpo de Toji encima del suyo, la fuerza de sus brazos envolviéndolo, las embestidas profundas que golpearían su interior. Su padre siendo autoritario, rudo, obsceno, pero sin dejar nunca de acariciarlo. Alternando esa autoridad excitante con la misma ternura sutil con la que le servía café o le cubría con una manta mientras dormía en el sofá.

En su mente, el contraste lo volvía loco.

Estaba tan cerca. Su próstata ardía. Su polla palpitaba en su mano, empapada de presemen.

Toji, en el video, gruñó más fuerte. Su espalda se tensó. Los músculos de sus muslos se endurecieron. Su polla estalló en una corrida abundante que salpicó su torso, su abdomen, su reflejo en el espejo. Chorros gruesos, calientes, lentos, que cayeron por la piel como si no acabaran nunca.

Megumi gimió al ver aquella escena. Se mordió el puño, los dedos aún dentro de él. Se imaginó a Toji corriéndose sobre su cara, cubriéndole la lengua, las mejillas, la punta de la nariz, gruñendo su nombre mientras lo empapaba de semen.

—Quiero probarte… —susurró Megumi, sin aliento, sin dejar de estimular su próstata—. Quiero sentir cómo me llenas.

Los dedos dentro de su cuerpo lo penetraban con desesperación. Megumi se sacudió bajo la ola de un orgasmo tan intenso que le quitó el aire. Su semen brotó espeso sobre su abdomen, su pecho, cayendo por su mano y el costado. Su cuerpo se arqueó, temblando, mientras sus dedos seguían dentro de él, apretándolo, rozando su próstata una última vez antes de que todo su cuerpo colapsara contra las sábanas.

Quedó allí, jadeando, con el corazón latiendo fuera de control y el cuerpo aún estremecido. Sentía su agujero palpitando, húmedo, vacío. Su piel aún ardía por la fantasía. Y su mente no podía dejar de pensar en lo mismo: en lo bien que se sentía imaginarse debajo de su padre. En lo enfermo y delicioso que era pensar en su polla grande llenándolo por completo, su cuerpo enorme cubriéndolo entero. Y en el calor, el sabor y la textura del semen que tanto había deseado, el mismo que había jugado un papel crucial en su concepción.

Y lo peor de todo… era que lo volvería a hacer.

Porque ahora, más que nunca, sabía que ya no había vuelta atrás. Sabía que estaba cruzando una línea. Que algo en él se estaba rompiendo.

Pero no podía detenerse. No mientras Toji siguiera existiendo a unos pasos de su cama. No mientras esos videos siguieran ahí. No mientras cada mirada, cada gesto, cada músculo siguiera clavándosele bajo la piel.

Y aunque no lo supiera aún, el momento del colapso se acercaba.

 


 

Era tarde. Más de la una de la madrugada.

La lluvia había vuelto a caer con fuerza esa noche, y el ruido del agua en los cristales le daba a todo un aire irreal. Megumi estaba tendido boca arriba en su cama, apenas cubierto por la sábana desordenada. No llevaba camiseta. El pantalón de dormir le rozaba apenas las caderas, bajo la cintura. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la lámpara de noche y el brillo azul del celular entre sus manos.

Se había prometido a sí mismo no hacerlo más. Se había repetido cien veces que no volvería a abrir esa página. Que bastaba de obsesionarse, de entregarse a algo que sabía que no podía tener. Pero no podía evitarlo.

Ya no era solo deseo.

Era necesidad.

Y ahí estaba otra vez, a través de la pantalla. Su fantasía más oscura.

Su padre, desnudo frente a la cámara. En uno de sus últimos videos. De pie, con los muslos separados, el torso imponente bañado por la luz cálida de una lámpara cercana. El ángulo bajo hacía que todo en él se viera más grande —si eso era posible—. Más intimidante. Más real. Tenía la polla completamente erecta, dura, gruesa, venosa. La sujetaba con una sola mano y la acariciaba lentamente, con dominio absoluto de su cuerpo. El abdomen subía y bajaba con cada respiración. Los músculos se marcaban bajo la piel sudada, como si todo en él estuviera vivo, latiendo, vibrando con cada roce.

Mírame, bebé —decía Toji en el video, con la voz ronca, casi en un gruñido—. Te imagino mirándome mientras me toco. Sé que te calienta. Sé que lo deseas.

Megumi tenía el corazón desbocado. La otra mano, temblorosa, recorría su propio abdomen, bajando lentamente hacia su erección tensa, húmeda de líquido preseminal. No pensaba. Solo sentía. Quería venirse. Quería hacerlo viéndolo.
Quería a su padre dentro de él.

Fue entonces cuando oyó algo.

Un crujido suave.

Un cambio en la presión del aire.

Una sombra en la puerta.

Alzó la vista, confundido. Y lo vio.

Toji.

Ahí, de pie, en el umbral de su habitación. Su rostro, apenas visible por la luz tenue. El cuerpo grande, bloqueando el paso. Sin hablar. Sin moverse. Observándolo.

Megumi soltó el celular de golpe. La pantalla cayó sobre su pecho. Su otra mano, resbaladiza, bajó instintivamente para cubrirse. El estómago se le contrajo. La sangre se le fue del rostro. Se quedó helado.

Su padre no decía nada. Solo lo miraba. El silencio era insoportable. Megumi sintió que todo su cuerpo ardía. El pecho le subía y bajaba con violencia. No sabía si gritar, si llorar, si pedir perdón. No podía pensar. Solo podía sentir la vergüenza más cruda, más física, más intensa que hubiera sentido en su vida.

Estaba desnudo. Estaba expuesto. Y su padre, él… él lo había visto todo.

—Yo… —balbuceó Megumi, sin poder sostenerle la mirada—. Papá… yo no… no sabía que… llegabas…

Nada. Ni una palabra en respuesta.

Toji dio un paso adentro. Y luego otro. Cruzó la habitación lentamente, con los pies descalzos, el pantalón de buzo bajo, la camiseta adherida al pecho como si viniera del gimnasio. Su cuerpo entero parecía irradiar calor. Autoridad. Deseo contenido.

Aunque aquella última parte debía ser una fantasía más de Megumi.

Probablemente.

Megumi se apretó contra el respaldo de la cama, con la sábana cubriéndole apenas las piernas. Sentía las palmas sudadas. El cuello húmedo. El corazón latiéndole entre las costillas.

—¿Así que eres tú quien los ve? —dijo Toji al fin, en voz baja, grave.

Megumi lo miró, atónito.

—¿Qué…?

—Los videos. Los míos. ¿Los estás viendo?

Megumi cerró los ojos. Quiso desaparecer.

—No fue a propósito —murmuró—. Los encontré por accidente.

—¿Y por accidente te tocaste viéndolos?

Megumi no respondió.

Su padre llegó al borde de la cama. Se inclinó un poco. Su sombra cayó sobre él.

—Dime la verdad, Megumi.

El uso de su nombre lo sacudió por dentro.

—Yo… sí —dijo al fin, con voz quebrada—. Lo hice. Los vi. Te vi.

Toji bajó la mirada hacia su pecho descubierto, donde aún brillaban rastros de sudor fresco. Luego alzó la vista otra vez.

—¿Te caliento tanto?

Megumi apretó los dientes.

—No debería.

—Pero lo hago.

El silencio se volvió espeso.

—Esto está mal —susurró Megumi—. Eres mi padre. No debería sentir esto por ti.

—Pero lo sientes —repitió Toji, acercándose aún más.

Megumi tragó saliva. Bajó la mirada. No podía sostener ese fuego. Ese cuerpo. Esa intensidad.

—No es solo deseo… —reconoció en voz muy baja, sintiendo las palabras escaparse de sus labios temblorosos—. Es peor. Es más profundo.

Toji se detuvo, muy cerca. Lo miró con una expresión que no era burla. Tampoco ira. Era otra cosa. Algo indescifrable.

—¿Sabes qué es lo más jodido de todo esto, chico?

—¿Qué?

—Que yo también te he visto.

Megumi alzó la vista, confundido.

—¿Qué…?

—Sí. Te he visto mirarme. Te he sentido pasar por detrás de mí cuando salgo de la ducha. He notado cómo te tensas cuando me acerco. Hace semanas. Desde que descubriste esos videos.

Megumi sintió un vértigo seco en el pecho.

—¿Y por qué… por qué no dijiste nada?

Toji lo miró fijo.

—Porque quería ver hasta dónde llegarías. Y mírate. Te tocaste frente a mí, tantas veces. Viéndome.

Megumi temblaba.

—No sabía que eras tú —mintió.

—Pero no te detuviste al enterarte.

Y entonces, Toji se sentó en el borde de su cama. Despacio, sin tocarlo. El colchón se hundió bajo su peso, y Megumi sintió que el aire del cuarto cambiaba. Más caliente. Más cargado.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó Toji.

Por reflejo, Megumi negó con la cabeza.

Su cerebro no acababa de descifrar la pregunta de su padre, pero su reacción —totalmente opuesta a la que imaginaba— hizo vibrar el cuerpo de Megumi.

—No.

Toji ladeó la cabeza, observándolo de cerca. Su voz fue un susurro:

—Entonces dime qué quieres que haga.

Megumi tragó saliva. Sentía los ojos húmedos. La piel al rojo vivo. La mente abrumada.

—Quédate —dijo.

Su padre le sonrió. Pero no fue una sonrisa relajada, aquella que siempre le dedicaba. Fue una sonrisa juguetona, sucia, llena de lujuria.

—Sabes que esto no debería pasar, ¿verdad?

—Lo sé.

—Es jodidamente prohibido.

—Sí.

—Y aun así… —Toji deslizó una mano hacia la pierna de Megumi, sin tocarla—. Aquí estamos.

Megumi asintió. No podía hablar. Solo podía mirar ese cuerpo gigantesco junto al suyo, el calor que irradiaba, el deseo que contenía.

Y saber, sin dudas, que lo que venía no se podía detener.

Notes:

Lo admitimos: somos fans de Toji en modo soft/daddy-dom con Megumi (y fans del TojiGumi soft) *suspiro de emoción*.

Porque sí, Megumi no siempre tiene que sufrir. Y Toji no siempre tiene que ser sádico. Creemos fielmente que ambos pueden tener una relación tanto sentimental como carnal, sin que necesariamente se base en lo abusivo o lo tóxico.

No hay muchas historias en español sobre esta pareja, así que nos emociona poder aportar (una vez más) nuestro granito de arena.

El siguiente capítulo será bastante largo… ¡Quedan avisades! ☺

Chapter 2

Notes:

Tal vez nos extendimos un poquito… ☺

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

El colchón seguía hundido bajo el peso de Toji.

Megumi sentía la presión de su cuerpo sin que lo tocara por completo, como si el aire que compartían ya cargara con la gravedad de todo lo que estaba por suceder, inevitable. Seguía desnudo, con las piernas apenas cubiertas por la sábana, la piel ardiendo, la respiración irregular, el cuerpo tenso por la vergüenza y la excitación. Toji lo miraba con intensidad, sin apartar los ojos de su rostro.

—Te ves hermoso así —susurró—. Todo caliente por mí.

Megumi tragó saliva. Quiso responder, pero las palabras no salieron de su boca. El pecho se le alzaba y bajaba como si hubiera corrido kilómetros. El calor entre las piernas era insoportable, sentía su agujero aún tibio tras haberse estirado a sí mismo minutos antes. Tenía la erección firme, brillante por el líquido preseminal que aún manaba de la punta.

Toji estiró la mano. Apoyó los dedos sobre la pierna desnuda de Megumi, justo por encima de la rodilla. La piel de su mano era cálida, grande, segura. El roce lo hizo estremecerse.

—¿Desde cuándo me ves así, chico? —murmuró Toji—. ¿Cuántas veces te tocaste pensando en mí?

Megumi cerró los ojos un momento, avergonzado. Pero ya no había vuelta atrás. Ya habían cruzado demasiadas líneas.

—Muchas, papá —admitió con la voz quebrada—. Demasiadas.

Toji deslizó la mano lentamente hacia abajo. Su palma rozó el muslo en una leve caricia, firme, pero sin apuro. Cuando llegó al borde de la sábana, la sujetó.

—Muéstrame.

Megumi dudó un segundo, sin saber si su padre le estaba tomando el pelo o hablaba en serio… pero luego asintió. No sabía si se trataba de otro de sus sueños más descabellados, pero no pensaba dejar pasar la oportunidad.

Lo había deseado demasiado.

Con las manos temblorosas, retiró la tela, quedando completamente expuesto ante su padre. El abdomen contraído, las piernas abiertas, el sexo duro, tenso, palpitante. Toji lo miró de arriba abajo. Sus ojos se arrastraron por su pecho delgado, por el contorno leve de sus abdominales, por los muslos abiertos, por la erección firme que sobresalía entre ellos. Megumi temblaba bajo su mirada.

—Tan jodidamente bonito… —dijo Toji, en voz baja—. Me vuelves loco.

Megumi sintió un nudo en la garganta. Su padre nunca lo había mirado así, con tanta calma, con tanta certeza. Nunca con tanta hambre, con tanto deseo contenido. Se preguntó durante cuánto tiempo Toji había estado pensando en él de esa manera.

El simple hecho de que su padre lo deseaba también… Megumi sintió un cosquilleo placentero en su bajo vientre.

Toji se inclinó un poco más.

—Hazlo.

—¿Qué?

—Tócate para mí. Quiero verte hacerlo.

Megumi dudó brevemente, avergonzado, pero algo en la voz de Toji lo empujó a obedecer. Llevó la mano a su erección, despacio, cerrando los dedos en torno a su propio calor. Comenzó a masturbarse frente a él, con el rostro enrojecido, la vergüenza y la excitación apretándole el pecho, pero sin detenerse.

—Así —susurró Toji—. Como lo hacías viendo mis videos. Despacio. Sintiéndome.

Megumi jadeó. Cada movimiento le arrancaba un pequeño temblor en la cadera. El glande brillaba de líquido preseminal. Sentía cómo los dedos se deslizaban con facilidad alrededor de su pene, cómo el ritmo lo estremecía desde la base del cuello hasta los pies.

—¿Pensabas en mi cuerpo? —preguntó Toji—. ¿En mi polla?

Megumi asintió, sin dejar de moverse.

—Sí… —gimió—. En tus brazos… tu torso… tu polla… Papá…

Toji soltó un gruñido bajo.

—Mierda… —susurró—. No sabes lo que me provocas, chico.

Toji se sentó más derecho y bajó la mano a su propio pantalón. Se lo quitó en un solo movimiento, sin esfuerzo. Debajo, no llevaba nada. Su erección saltó hacia adelante: gruesa, pesada, completamente dura, tan grande como Megumi la recordaba de los videos. O más.

El corazón se le detuvo.

Tras quitarse igualmente la camiseta, su padre empezó a acariciarse frente a él, completamente desnudo. Con la misma calma con la que lo hacía en pantalla, pero ahora en carne viva, a escasos centímetros. La mano subía y bajaba por toda su longitud, apretando la base, girando la muñeca. El cuerpo entero de Toji vibraba. Los músculos del abdomen se contraían con cada jadeo. Los muslos tensos, los pectorales marcados, las venas subiendo por sus brazos.

Megumi no podía dejar de mirarlo.

—¿Quieres tocarla? —preguntó Toji.

Megumi alzó la mirada hacia los ojos de su padre, de un azul idéntico a los suyos, llenos de deseo, como si el mismo fuego habitara en ambos. Asintió, tembloroso, con el deseo recorriendo su cuerpo entero. Toji le tomó la mano—más pequeña, más frágil—con una firmeza que no dejaba lugar a dudas. La guió hacia su entrepierna, sin apartar los ojos de los suyos, y la colocó justo allí. Sobre su polla.

Megumi la envolvió con torpeza al principio, como si no pudiera creer lo que estaba tocando. Estaba caliente, pesada, tan dura como en aquellos videos. La sentía palpitar, gruesa, inmensa, vibrante bajo sus dedos. Las venas marcadas recorrían el largo del tronco, y el glande, ancho y húmedo, pulsaba con una gota espesa de líquido preseminal que asomaba en la punta.

Megumi la sostuvo con ambas manos. La acarició con devoción, con una mezcla de reverencia y hambre, sintiendo cómo Toji gruñía ante el contacto. El peso de aquella polla en sus manos era tan real, tan rotundo, que le recordó cuán imposible debería de ser toda esta situación. Porque no era solo el tamaño lo que lo abrumaba. Era él. Toji. Su padre. El hombre que lo había criado y protegido durante toda su vida. El que estuvo siempre ahí. El único al que no debería desear así.

Y, sin embargo, allí estaba. Sosteniendo esa polla enorme entre sus dedos temblorosos. Fantaseando con ella desde que la vio por primera vez en los videos. Sintiéndola viva, dura, caliente… suya. Sabía que estaba mal. Que era prohibido, impensable, inaceptable. Pero mientras su padre lo dejara tocarlo, mientras esa polla siguiera latiendo entre sus manos como una promesa… no podía detenerse allí.

—Papá… —susurró—. No puedo creer que sea real.

Toji jadeó.

—Hazlo, Megumi. Tócala como quieras.

Megumi empezó a mover la mano, lento. Sentía la textura de la piel caliente, la dureza interna, el olor denso que lo envolvía. Se inclinó un poco más. Rozó con los dedos los gruesos testículos, la base, la punta húmeda y gruesa.

Toji dejó caer la cabeza hacia atrás.

—Eres perfecto —murmuró su padre—. Tan jodidamente perfecto…

Y luego bajó la mano a la nuca de Megumi, sin forzarlo, solo sintiéndolo, manteniéndolo cerca. Haciéndolo suyo. El silencio del cuarto se llenaba de respiraciones, de piel contra piel, de suspiros entrecortados. Megumi se sentía al borde de algo que no podía controlar.

—No puedo contenerme más, chico —susurró Toji, mirándolo a los ojos—. Esta noche… voy a darte todo lo que estuviste deseando, si lo quieres.

Megumi lo miró con los ojos abiertos, el pecho desnudo agitado, la piel ardiendo.

Ya no había marcha atrás.

No quería detenerse.

No cuando estaba obteniendo lo que más deseaba.

Y su padre lo sabía perfectamente.

—Por favor… —jadeó en respuesta.

La respiración de Toji le quemaba el rostro. Sus ojos estaban encima de él, brillando con deseo y con algo más oscuro. Algo primitivo. Megumi ya no podía pensar. Solo podía sentir. El cuerpo entero le temblaba bajo el peso de ese momento.

Estaba desnudo frente a su padre.

El hombre que lo había criado.

Con el que compartía su vida.

Lazos sanguíneos.

El mismo que, durante semanas, había sido el protagonista silencioso de todas sus fantasías más sucias.

Y ahora estaba ahí. Sentado junto a él, dejándose masturbar lentamente, con la polla completamente dura, observándolo como si fuese suyo.

—Eres tan jodidamente hermoso —susurró Toji—. Todo esto… es tan prohibido, chico.

Megumi cerró los ojos al oírlo decirlo. Porque era cierto. No debían hacer esto. No había excusa. No era moral, ni sano, ni lógico. Eran parientes. Había una diferencia de edad inmensa.

Y sin embargo… nada lo había excitado más en su vida.

—Dios… Papá… —jadeó, apenas con voz—. Esto no debería estar pasando… pero te deseo tanto…

Toji se inclinó sobre él, hasta quedar a pocos centímetros.

—Yo también, Megumi. ¿Sientes lo mucho que papá te desea?

Y lo besó.

Las bocas de ambos se abrieron con hambre, como si el deseo hubiera estado contenido demasiado tiempo. Y Toji lo devoró. Lo tomó con la boca como si lo hubiera estado esperando por años. Megumi gimió apenas al sentirlo. El contacto fue abrasador. Los labios de su padre eran suaves, firmes, cálidos. Se movían con una seguridad que lo desarmaba, con una intensidad que transmitía un intenso e inconfundible deseo.

Megumi se derritió contra su boca al sentir la cicatriz, esa pequeña línea apenas visible sobre el labio inferior, áspera y sensible contra su propia boca, un detalle que siempre lo había obsesionado más de lo que admitía. Sentirla ahora tan de cerca, rozándola con la lengua, era como cruzar una línea invisible. Una línea de la que ya no podría volver. La gruesa lengua de Toji se coló en su boca con autoridad, firme, húmeda, lujuriosa. Tenía un sabor inconfundible: un dejo amargo, masculino, cargado de saliva espesa y aliento entrecortado. Lo lamía con hambre, con dominio, marcándolo desde adentro, como si le perteneciera. Megumi se aferró a sus hombros con fuerza, sintiendo el calor de sus músculos bajo los dedos, duros como piedra.

Su padre le sujetó el rostro con una mano, manteniéndolo en su sitio. El beso se volvió más lento. Más sucio. Chasqueaban, jadeaban, respiraban uno dentro del otro.

Cuando se separaron, ambos estaban agitados.

—Mierda… —susurró Toji—. Nunca pensé que me desearías así.

—Yo… siempre lo hice —admitió Megumi en voz baja—. Solo que… nunca supe hasta qué punto, papá. No hasta que vi…

—Bebé…

Toji lo empujó suavemente contra el colchón, hasta que Megumi quedó tendido boca arriba. Su padre se acomodó entre sus piernas, sin apoyarse por completo, pero lo bastante cerca para que su torso caliente rozara el suyo. Megumi sintió el peso de sus músculos, la textura de su piel. El pecho de Toji estaba duro, amplio, cubriendo su propio torso. El abdomen plano, marcado, se contraía contra su vientre. Y la polla, gruesa y caliente, presionaba contra la suya, palpitando.

Toji se movió un poco, frotando las caderas en un suave vaivén. Ambos gimieron ante el contacto de sus penes rozándose.

—Sientes eso, ¿no? —le dijo Toji al oído—. Me tienes así de duro. Desde que te vi el otro día tocándote por mí, supe que no podía contenerme más.

Megumi lo abrazó, arqueando el cuello, sintiéndose dichoso. Toji lo lamió con lentitud, desde la base hasta la mandíbula. Luego bajó por el cuello, los hombros. Mordió, chupó, marcó su piel blanca.

—Papi… —gimió Megumi, sin pensarlo.

Toji gruñó.

—Repítelo.

—Papi…

—Otra vez.

—Papi… te necesito.

Toji bajó lentamente por su cuerpo, soltando un gruñido satisfactorio. Le besó el pecho, los pezones. Los lamió, los chupó, los mordió apenas hasta hacerlo gemir. Luego bajó más. Besó su abdomen, su ombligo, sus caderas. Megumi jadeaba. Tenía la cabeza echada hacia atrás, los brazos extendidos, las piernas abiertas. Toji estaba lamiendo su piel como si se tratara de su mayor delicia.

Cuando llegó a su entrepierna, se detuvo.

—Bebé… —susurró—. Mierda… estás tan excitado por mí.

Le pasó la lengua por la base del miembro, lenta, húmedamente. Luego subió por el tronco, sin tomarlo del todo, solo recorriéndolo. Megumi se arqueó. Gritó. El contacto fue un latigazo eléctrico.

Toji lo miró desde abajo, sonriendo contra su pene.

—¿Quieres que te la chupe, bebé?

—Sí… por favor…

Toji abrió los labios y le rozó el glande en una lenta caricia. Luego lo lamió de nuevo. Y volvió a subir, provocándolo.

—Quiero que ruegues por ello.

—Papi, por favor… necesito tu boca… necesito sentirte…

—¿Así? —preguntó Toji, pasando la lengua por el glande, suave, provocador—. ¿Aquí?

Megumi gimió. No podía más, estaba al borde. Pero Toji se incorporó. Lo miró desde arriba, con la polla aún dura, brillante de deseo.

—Te ves hermoso así, temblando por mí —dijo—. Me he estado aguantando bebé, no tienes ni idea… pero ya no puedo más.

Y se subió de nuevo sobre él. Le sujetó las muñecas con una mano, por encima de la cabeza. Con la otra, lo acarició entre las piernas, masturbándolo mientras sus cuerpos desnudos se frotaban.

—¿Sabes cuántas veces quise hacer esto? —murmuró Toji contra sus labios, la cicatriz provocándole cosquillas—. Tenerte debajo de mí. Hacerte gemir. Dártelo todo.

—Hazlo… —jadeó Megumi—. Haz lo que quieras conmigo, papá… dámelo todo…

—Eso haré, bebé. Te lo daré todo —dijo, besándole los labios con cariño—. Y cuando entre en ti… no vas a poder pensar en nada más.

Tras otro beso, Toji lo soltó, solo para abrirle las piernas con firmeza antes de acomodarse entre ellas, sujetándolo por los muslos. Megumi gimió de deseo, vulnerable, el cuerpo totalmente rendido, con la respiración al borde del colapso.

Supo que lo que ocurriría después… lo cambiaría para siempre.

A ambos.

A su relación.

Pero ahora mismo no le preocupaban más las consecuencias de sus actos, no cuando su padre lo besó con una intensidad que le robó el aire. Y mucho menos cuando dejó caer el peso de su musculoso cuerpo sobre el suyo, rozando sus erecciones en un delicioso vaivén, como si quisiera estar lo más cerca posible, sin ningún obstáculo.

Megumi se sintió dichoso. Completo. Protegido. Aplastado bajo aquel cuerpo gigantesco que tanto había anhelado. El amor filial que sentía por Toji se había deformado en una mezcla de necesidad y lujuria desde hacía varias semanas, pero no le había mentido antes. Mucho antes de ver los videos, no sabía en qué momento exacto había comenzado a necesitarlo de aquella manera… pero siempre lo había deseado. Siempre había admirado esa fuerza con la que Toji los sacó adelante. A pesar de todos los momentos difíciles que habían pasado juntos cuando Megumi era más joven, siempre se había sentido seguro, protegido por esa figura reconfortante e imponente. Toji siempre había sido el único en su vida, su única familia, su protector. Su persona favorita. Megumi lo amaba, por supuesto que lo amaba. Siempre lo hizo.

No supo exactamente en qué momento aquel amor se volvió tan profundo, pero al ver aquellos videos de su padre masturbándose, al presenciar bajo una nueva luz ese cuerpo que siempre lo había protegido… algo hizo clic en él. Como si aquel cariño que siempre sintió hacia Toji tomara forma por completo. Siempre lo había necesitado, sí. Pero nunca imaginó que esa necesidad crecería tanto, hasta convertirse en lo que era ahora: un hambre absoluta. Un deseo total. Un anhelo de ser devorado por él, por su padre.

Rompiendo el beso, Toji le tomó el rostro con ambas manos, lo miró como si lo quisiera grabar para siempre, y susurró contra sus labios:

—Dame tu cuerpo, bebé.

Megumi asintió, sin voz. Ya no podía fingir orgullo, ni racionalidad. Ya no quedaba nada de la compostura que siempre intentaba mantener. Estaba rendido. Desnudo. Con el cuerpo vibrando por la tensión y el deseo. La piel húmeda de tanto sudor. Las piernas abiertas. El corazón golpeándole el pecho.

Toji se incorporó. Acarició lentamente la parte interna de sus muslos, le besó el abdomen con ternura, y murmuró con la voz ronca:

—Date vuelta para mí.

Megumi obedeció, deseoso. Se giró con lentitud, hasta quedar a cuatro patas sobre el colchón. El rostro apoyado en la almohada, los brazos temblorosos, las caderas elevadas. Sentía el cuerpo arderle desde la nuca hasta los pies. Toji se quedó detrás de él, en silencio. Megumi podía sentir su mirada. Sabía que lo estaba recorriendo por completo: la espalda desnuda, la cintura estrecha, los glúteos tensos y redondos, separados ligeramente por la posición. Sentía el aire cálido del cuarto rozarle la piel húmeda, y el temblor involuntario que subía por sus muslos.

—Estuviste jugando con tu pequeño agujero, ¿verdad? Estás hermoso así —dijo Toji en voz baja—. Tan expuesto… tan mío.

Megumi sintió las manos grandes de su padre apoyarse sobre sus glúteos, abriéndolos con firmeza, separándolos con decisión. Megumi se estremeció al sentir el gesto. Y entonces, sin previo aviso, sintió algo húmedo y caliente contra su entrada. La lengua de Toji. Húmeda. Caliente. Perfecta. Le lamió el agujero con un movimiento largo y firme, de abajo hacia arriba, como si estuviera saboreándolo. Megumi gritó contra la almohada. El placer fue inmediato, visceral, eléctrico.

—Papi… —jadeó, con la voz ahogada—. No puedo creer que esto sea real… Más… por favor…

Toji respondió con un gruñido entre sus glúteos, luego volvió a lamerlo otra vez. Y otra. Cada pasada era más húmeda, más insistente. Lo rodeaba con la punta, lo rozaba apenas, y luego lo acariciaba en círculos lentos, saboreando cada centímetro. Megumi apretó los puños, el cuerpo se le arqueó solo.

—¿Sabes lo delicioso que eres? —susurró Toji contra su entrada—. Podría quedarme aquí toda la noche, comiendo este delicioso agujero… — lo chupó con fuerza.

Megumi se quebró.

—¡Ahh…! Papi… por favor… me estás volviendo loco…

Toji le apretaba y amasaba los glúteos mientras lo lamía. A veces los separaba más, para verlo todo. Otras veces le pasaba la lengua desde el agujero hasta los testículos, y luego bajaba de nuevo. Cada gemido de Megumi era más alto. Cada espasmo más violento. Sentía el calor de la gruesa lengua adentrándose apenas, como si buscara entrar. Sentía su saliva esparcirse, su aliento caliente envolverlo. Todo su cuerpo estaba tenso, húmedo, vulnerable, y al mismo tiempo en éxtasis.

Toji le pasó la lengua una última vez, despacio, y luego se incorporó un poco.

—Te abriste tanto para mí, bebé… —murmuró—. Mírate, estás temblando.

Megumi no podía hablar, solo gemía de gozo contra la almohada.

—Quiero que estés listo para mi polla, bebé. Quiero que cuando entre… no quieras que me detenga nunca.

Sintió un dedo presionando, lento, contra su entrada húmeda. Megumi abrió más las piernas, en señal de invitación. El dedo entró con facilidad, despacio. Toji lo empujó hasta el fondo, girando la muñeca, sintiendo la estrechez.

—Tan ajustado… —jadeó—. Mierda…

Megumi gimió. El cuerpo entero le temblaba. Sentía el dedo du su padre dentro, caliente, grueso, presionando sus paredes internas. Se movía con lentitud, abriéndolo más, acariciándolo por dentro.

—Papi… —gimió—. Se siente tan rico…

—Shhh… relájate. Lo estás haciendo perfecto, mi chico.

Toji sacó el dedo. Luego introdujo dos. Megumi gritó contra la almohada. El estiramiento era más fuerte, más invasivo que con sus proprios dedos.

Pero el placer era inmediato.

Se apretaba contra los dedos instintivamente, buscando más. Toji se inclinó y le besó la espalda baja mientras lo estiraba. Le murmuraba cosas sucias, tiernas, obscenas:

—Así, bebé… déjame abrirte… déjame prepararte para mí…

—Te necesito dentro… —jadeó Megumi, empujando contra él—. Quiero sentirte…

—Aún no, cariño —le susurró Toji—. Quiero que estés listo.

El tercer dedo entró con más dificultad. Megumi lloró de placer. El cuerpo le vibraba. Sentía los dedos de su padre dentro, moviéndose, acariciando su punto sensible, presionando justo donde lo hacía gemir más fuerte. Las caderas le temblaban. La polla le goteaba contra las sábanas.

—Papi… me voy a correr solo con tus dedos…

—Lo sé, bebé… estás tan receptivo… tan entregado…

Toji aceleró un poco el ritmo. Los dedos se movían dentro de él con firmeza, estirando, acariciando, ensanchando su cuerpo ante la promesa de lo que vendría después. Megumi estaba abierto, sudado, gimiendo, suplicando por más.

Y entonces, Toji se detuvo. Sacó sus dedos lentamente. Megumi quedó jadeando, con el agujero húmedo de saliva, dilatado, palpitando por más. Toji se sentó detrás de él, y Megumi sintió su mirada clavada en su culo. Su espalda temblaba. Su respiración era un jadeo. La piel brillaba de sudor.

—Estás tan abierto para mí, bebé… —dijo Toji, con la voz más grave que Megumi le había oído nunca—. Tan listo.

Megumi giró apenas el rostro. Sus ojos brillaban.

—Hazlo, papi…

Megumi apenas podía respirar. Su cuerpo temblaba en la posición en la que Toji lo había dejado: pecho contra el colchón, caderas elevadas, el agujero húmedo y abierto, latiendo por los dedos que hasta hace un instante lo habían estirado con una paciencia feroz. Estaba sudado, goteando, la polla palpitando contra la sábana manchada debajo de él. El aire del cuarto era espeso, caliente, cargado del olor de ambos cuerpos, del jadeo húmedo, de la necesidad.

Y entonces Toji volvió a tomarlo.

Se acomodó detrás de él, sujetó con ambas manos sus glúteos abiertos y empujó su pene, grueso, caliente, enorme, entre ellos. El tronco duro y liso se deslizó entre las nalgas de Megumi, frotándose directo contra su entrada, apretado entre los dos hemisferios suaves. El contacto fue húmedo, crudo, sucio. Ambos jadearon al primer roce.

—Mierda… bebé… —gruñó Toji, con la voz grave—. Tu culo es tan perfecto…

Toji comenzó a moverse. Empujaba su cadera hacia adelante, frotando el largo de su pene entre los glúteos apretados de Megumi, sujetándolos con fuerza para masturbarse con ellos. Cada embestida hacía que su miembro pasara rozando la entrada abierta, húmeda, aún sensible por los dedos y la lengua. Megumi gemía, sintiendo el calor de esa polla gigante rozándolo. Sabía lo que medía. Lo había visto en los videos. Lo había tenido entre sus manos minutos antes. Pero nada se comparaba con sentirla así, caliente y pulsante, frotándose entre sus nalgas. Cada golpe de cadera le sacudía el cuerpo. Cada vez que el grueso glande rozaba su agujero, se le arqueaba la espalda de puro reflejo.

—Papi… —jadeó—. Estás tan duro…

El hombre mayor soltó un gruñido, hundiendo más su pelvis contra él.

—He soñado con esto… —dijo Toji, con los dientes apretados—. Con follarte así… con usar tu culo para tocarme… Has crecido tanto, bebé…

Megumi no podía más. Se llevó una mano a su propia polla, ya goteando, pero Toji se la apartó de inmediato.

—No. Aún no, bebé. Quiero que aguantes por mí —y entonces se detuvo.

Toji retiró su pene de entre sus nalgas, dejando un rastro de líquido preseminal pegajoso sobre el agujero de Megumi. Lo tomó de la cintura con ambas manos, antes de girarlo con fuerza, pero con cuidado, haciéndolo quedar boca arriba. Megumi gimió por el cambio. Ahora estaba tendido, con las piernas abiertas, el cuerpo completamente sudado, el pecho alzado y la cara enrojecida. Su agujero, aún brillante y dilatado, palpitaba entre sus muslos temblorosos.

Toji se sentó sobre la cama, lo tomó por las caderas y lo arrastró hasta sentarlo encima de él. Lo acomodó en su regazo, con las piernas abiertas a ambos lados de sus gruesos muslos, quedando cara a cara, piel contra piel. La polla de Toji se apoyaba justo entre el trasero de Megumi, húmeda, ardiente, demasiado enorme para ser real. El contacto fue brutal. El torso musculoso de Toji se apretó contra su pecho. Sus pectorales eran duros como piedra, grandes, definidos, cubriéndolo casi por completo. Su abdomen, tenso y marcado, se pegaba contra el vientre y la polla Megumi, que podía sentir cada contracción, cada jadeo.

Su padre lo sujetó del rostro y lo besó con hambre. Con cariño, con deseo puro, todo a la vez. Sus lenguas se enredaron de inmediato. El sabor de su boca era tan masculino. Caliente, intoxicante. Megumi gimió contra sus labios, deleitándose nuevamente del sabor de estos. Se agarró a sus hombros, sintiendo cómo le ardían las palmas de lo duro que era ese cuerpo. Y entonces, sin dejar de besarlo, Toji deslizó una mano por su culo, hasta encontrar de nuevo su entrada. Le metió dos dedos de golpe.

Megumi gritó dentro de su boca. La presión fue inmediata, su próstata fue tocada de lleno desde aquel nuevo ángulo.

El placer subió como un chorro de fuego.

—¡Ahh…! —lloriqueó, jadeando entre besos—. ¡Toji… papi… me voy a correr…!

Megumi nunca había llamado a su padre por su nombre, pero se sintió bien. A Toji probablemente también le había gustado, el gemido ronco y la urgencia de su beso eran la prueba de ello.

—No te vengas aún —gruñó Toji contra sus labios—. Quiero que aguantes… quiero que te corras mientras te follo.

Los dedos se movían con fuerza en su interior. Iban y venían, lo estiraban más. Lo abrían. Lo masajeaban. Cada movimiento era un espasmo. Megumi se sentía derretir. No podía pensar. Su cuerpo vibraba entero.

—Estás tan apretado, bebé… —susurró Toji—. Tu agujero está tragando mis dedos… pidiéndome que entre.

Megumi se aferró a él. Le besó la boca, la fina cicatriz, la mejilla. Le lamió la mandíbula. Bajó al cuello, lo besó con desesperación, le mordió la clavícula. Adoró a su padre, como tanto lo había anhelado tras cada vídeo, como lo había hecho en cada una de sus fantasías. Y luego bajó más. Hundió el rostro en sus anchos pectorales y lamió uno de sus pezones duros, oscuros, redondos, y lo chupó. Toji jadeó fuerte, penetrándolo con los dedos con más prisa. Megumi le rodeó el pezón con la lengua, lo succionó, lo mordisqueó. Sus manos bajaron al abdomen de Toji. Acarició cada línea de los músculos marcados. Sentía los surcos de los abdominales tensos, el calor de la piel, el temblor apenas perceptible de su vientre duro cuando jadeaba.

—Papi, eres tan grande… —murmuró Megumi, sin dejar de besarlo—. Tan fuerte… te adoro tanto…

—Y yo a ti, mi chico —respondió Toji entre gruñidos, metiéndole tres dedos otra vez de golpe.

Megumi gritó contra su piel. Se apretó contra él, temblando, gimiendo, suplicando.

—Papi… por favor… necesito sentirte… no puedo más…

Toji lo miró con los ojos encendidos, retirando los dedos de su entrada lentamente, mientras lo observaba con devoción.

Megumi sentía su cabeza hecha un caos. La lujuria y el deseo reprimido estaban escalando entre ambos rápidamente, inevitable. Se sentía libre. Libre de poder amar a Toji como tanto lo había deseado. Libre de dejarse completamente a merced de aquel fuerte hombre, su hombre, su padre. De dejarle hacer lo que quisiera con él.

Megumi había fantaseado con ello demasiadas veces. Toji era todo lo que había imaginado, y mucho más. Era autoritario, dominante. Sin dejar de ser cariñoso y atento. Obsceno, afectuoso, sucio, tierno. Todo a la vez. Todo lo que Megumi había estado anhelando.

Toji lo sostuvo ahora con ambas manos por las caderas, como si su cuerpo entero fuera algo que solo él pudiera cargar. Megumi, aún jadeante por la última oleada de dedos que lo habían estirado desde adentro, seguía sentado a horcajadas sobre ese cuerpo inmenso, con las piernas abiertas, el agujero caliente y húmedo palpitando justo encima de la polla más grande que había visto en su vida (si contaba las del porno). El grueso y húmedo glande rozaba su entrada en una suave caricia, sin presionar. Y solo con eso, Megumi sentía que le ardían las entrañas.

Toji le acarició la cintura con una mano, la espalda baja con la otra. Le besó la clavícula con lentitud, y le murmuró contra la piel:

—¿Estás listo?

Megumi tragó saliva. Le ardían los ojos. El pecho subía y bajaba descontrolado. Lo había anhelado demasiado.

—Sí… —susurró—. Hazlo, papá. Quiero que seas tú. Solo tú.

Toji le tomó el rostro con suavidad. Lo miró directo a los ojos, entendiendo su revelación silenciosa.

—No hay nadie más que pueda hacerlo, bebé —su voz era baja, ronca, con un deje de cariño y posesividad—. Mi polla va a ser la primera que entre en ti. Y quiero que lo recuerdes toda tu vida.

Megumi gimió.

—Lo voy a hacer… siempre. Es tuya… toda mi primera vez es tuya.

Toji depositó varios besos cortos contra sus labios hinchados, húmedos aún por el beso anterior. Cada roce lo hacía temblar, envuelto en una mezcla de ternura y posesión que solo su padre podía combinar con tanta naturalidad. Megumi sintió cómo una de sus manos grandes descendía entre sus cuerpos. La vio moverse con intención, y luego lo sintió: la forma en que Toji sujetaba su propia polla por la base, como si estuviera conteniéndose. Megumi no pudo evitar mirarla nuevamente. Seguía impresionándolo. Era tan gruesa, tan venosa, tan inmensamente dura que parecía esculpida en piedra caliente. El glande brillaba por la humedad que lo cubría, y su tamaño, abrumador, le aceleró el pulso.

Pero lo que su padre hizo después lo desarmó por completo.

Toji rozó con sus dedos la punta de la polla de Megumi, que había estado goteando sin control desde hacía minutos. Megumi jadeó ante el contacto sobre su glande sensible. Lo observó frotar el líquido preseminal que había salido de él mismo y llevarlo a su propio miembro. Toji usaba su deseo como lubricante. Usaba su necesidad, su excitación.

—Papá…

Megumi sintió una oleada de calor en el pecho y en el abdomen, como si algo se derritiera dentro de él.

Toji colocó la punta de su polla justo en su entrada, presionando ligeramente, reclamando su lugar con una calma que lo enloqueció. Megumi sintió ese contacto como un golpe de electricidad: la presión tibia del glande, su peso, el grosor imposible. Sintió el calor. Y la plenitud lo embargó.

Su cuerpo reaccionó de inmediato: los músculos internos se contrajeron por reflejo, el abdomen se le tensó, y soltó un gemido involuntario.

—Ahh… es… es tan grande…

—Lo sé, bebé… —susurró Toji contra sus labios, sin adentrarse aún—. Lo sé. Relájate, papá te cuida. Nunca te lastimaría.

Megumi respiró hondo. Toji le sujetó las caderas, alzándolo levemente. Lo atrajo con suavidad hacia abajo, guiando el movimiento, manteniéndolo sostenido para que no se hundiera de golpe. Y entonces, el glande comenzó a entrar.

Lento.

Caliente.

Grueso.

Megumi abrió la boca, sin poder emitir sonido. Sentía cómo su cuerpo se abría, cómo los bordes de su entrada se estiraban para dejar pasar el glande. Era una presión intensa, cruda, como si todo su centro ardiera en una mezcla de dolor, calor y deseo.

Y, al mismo tiempo, era perfecto, todo lo que había soñado.

—Papi… —jadeó—. Estás… Estás entrando…

—Sí, bebé. Papi te está desvirgando. Eres tan estrecho… tan suave por dentro…

Toji lo miraba con la mandíbula apretada, los mechones de cabello oscuro pegados a la frente, los músculos del cuello marcados, los pectorales subiendo y bajando con cada respiración forzada. Una vena gruesa cruzaba su bíceps derecho, que lo sostenía con fuerza. Otra se le marcaba en el antebrazo, hasta los nudillos. Megumi lo observaba como si estuviera frente a una visión irreal. Ese cuerpo. Esa fuerza. Esa polla imposible entrando en él, lenta, cada centímetro como un abismo de placer que había anhelado conocer.

—Eres tan jodidamente hermoso así… —susurró Toji—. Abriéndote… Abriéndote solo para mí…

Megumi no pudo evitarlo. Se echó hacia adelante, abrazándolo por el cuello. Le besó la cicatriz en la comisura de los labios. Le dio besos pequeños, urgentes, por la mandíbula, por la garganta. Y luego bajó otra vez al pecho. Chupó uno de sus pezones duros. Lo lamió con la lengua temblorosa. Mordió apenas, mientras Toji seguía empujando dentro de él.

—Ahh… Papá… —lloriqueó—. Me encanta… me encanta que seas tú quien lo haga…

Toji gruñó.

—Tu virginidad me pertenece. Lo sabes, ¿verdad?

—Sí… —jadeó—. Soy tuyo… papi, solo tuyo…

La mitad del pene de Toji ya estaba adentro. Megumi lo sentía todo: las venas, el grosor, la dureza. Su agujero estaba completamente abierto. El cuerpo le ardía, pero no quería que se detuviera.

Toji le lamió el cuello, el hombro, la clavícula. Lo devoraba con la boca mientras lo penetraba, como si no pudiera decidirse entre hundirse dentro de su cuerpo o saborearlo entero.

—Eres tan pequeño aquí… —susurró, empujando un poco más—. Tan estrecho… joder…

Megumi apretó las piernas en torno a su cintura, relajando su agujero alrededor de aquella polla invasiva. Sentía cada milímetro rozar sus paredes internas, presionar lugares que no sabía que existían, que nunca había logrado tocar con sus proprios dedos. El calor era insoportable. Y el placer… era abrumador.

—Siento que me llenas entero… —jadeó—. No sé si voy a aguantar…

—Sí podrás, bebé —le respondió Toji—. Te voy a llenar hasta el fondo. Vas a quedarte con mi forma adentro.

Empujó un poco más. Megumi gimió fuerte. El pene de su padre estaba casi entero dentro de él. Su cuerpo vibraba, sintiéndose lleno.

—Te estás acomodando a mí, bebé… —Toji le lamió el oído—. Lo estás haciendo tan bien… Tu primera vez… y dejas que papá la tome…

Megumi ni siquiera lograba imaginar a otra polla estirándolo así. A otro hombre tocándolo ni acariciándolo ni besándolo de aquella manera. Era enfermo, que su corazón y cuerpo hubieran elegido a su propio padre. Pero se sentía correcto. Real. Perfecto. No quería a nadie más. No necesitaba a nadie más.

—Solo tú… —susurró Megumi, llorando de placer—. Solo tú puedes hacerlo…

—Dímelo otra vez.

—Mi primera vez… es tuya. Tuya, papi… Yo… yo soy tuyo.

Toji gruñó como un animal. Empujó hasta el fondo, con un solo movimiento lento, firme, profundo. Megumi gritó. Sintió el golpe en el fondo de su cuerpo. La base de la polla de Toji contra su piel. El peso de los testículos tocando sus glúteos.

Lo tenía todo dentro.

Toji lo abrazó con fuerza. Ambos estaban jadeando. Sudados. Unidos.

Y su padre, con la voz más rota, más sucia, más dulce que Megumi jamás había escuchado, le murmuró al oído:

—Estás lleno de mí, mi chico. Y quiero que lo recuerdes por siempre.

Megumi no podía respirar. Sentado en su regazo, con el torso pegado al de Toji, tenía su pene completamente enterrado dentro de sí. Sentía cada centímetro, desde la base que rozaba sus glúteos hasta la punta que presionaba con intensidad el fondo de su cuerpo. Estaba abierto como nunca antes, completamente lleno, completamente tomado. Su agujero palpitaba alrededor de esa dureza que lo mantenía estirado, caliente, invadido.

Toji no se movía. Lo abrazaba con fuerza por la espalda, con una mano en la nuca y la otra en la cadera, como si sujetarlo así le impidiera desbordarse. Respiraba hondo, jadeaba. Megumi podía sentir sus pulmones expandirse contra su pecho.

—Mierda… bebé… —gruñó Toji con la voz ronca, pegando la frente a la suya—. Estás tan apretado…

Megumi gimió, aferrándose a sus hombros. El cuerpo entero le temblaba. Las piernas le dolían de tanto estar abiertas, pero el placer lo invadía como una ola caliente.

—Papi… —susurró, con la voz cortada—. Se siente… tan grande…

Toji rió entre dientes, sin dejar de jadear.

—Claro que sí… —le susurró al oído—. Esta polla está hecha para abrirte, cariño. Para llenarte. Para enseñarte lo que es ser tomado por un hombre de verdad.

Megumi soltó un sollozo de puro placer. Toji le mordió el cuello, suave, lo lamió, le dejó un beso húmedo en la clavícula. Luego se apoyó mejor contra el respaldo de la cama, manteniéndolo en alto con sus brazos musculosos. Y comenzó a moverse, lento. Retiró su enorme pene apenas unos centímetros. El roce lo arrancó del interior con una fricción caliente, pegajosa, y luego lo volvió a hundir dentro, con un gemido gutural escapándole de los labios.

—Ahh… sí… —gruñó—. Tu culo me está tragando…

Megumi gritó bajito. El placer era intenso, agudo, empapado de fuego.

—Toji… te siento… tan profundo…

—Me encanta que me llames por mi nombre, bebé —le dijo contra el oído—. Me encanta tenerte sentado en mi polla. Para que te folle así…

Megumi gimió más fuerte, y lloró. Un par de lágrimas calientes le bajaron por las mejillas. Nunca había sentido algo así. Nunca había imaginado que estar tan lleno, tan tomado, tan follado por su padre, pudiera sentirse así de bien.

Toji lo besó. Lento. Con lengua. Con hambre. Lo apretó más fuerte contra su torso. La fricción entre sus pechos sudados era embriagante. El roce de las pieles, de los pezones tensos, de las gotas de sudor deslizándose por los músculos de Toji, lo hacía perder el control.

—No pares… —murmuró Megumi, jadeando contra su boca—. No pares nunca…

Toji le sujetó el rostro con una mano y le sostuvo la mirada.

—Voy a follarte como tanto lo querías, mi chico. —dijo contra sus labios. Luego añadió, bajando el tono de voz—: Como si fueras mío. Porque lo eres.

Empujó de nuevo, esta vez más profundo. La base de su polla se pegó con fuerza a su piel. El impacto le arrancó un jadeo fuerte. Megumi arqueó la espalda. Su próstata fue golpeada por completo.

—¡Ahh… Toji…! ¡Me voy a correr…!

Toji le besó el cuello, la mandíbula, los labios.

—No te corras todavía, bebé. Aguanta para papi, sé que puedes.

Y volvió a empujar, empezando un ritmo lento, pesado, deliberado. Cada movimiento era una invasión. Un roce interno que lo hacía gemir con la boca abierta, con los ojos cerrados, con las manos apretadas contra los hombros enormes de Toji. Megumi bajó una mano entre sus cuerpos y acarició el abdomen de su padre. Estaba duro, marcado, caliente. Le temblaban los músculos por el esfuerzo de controlarse. Sentía la piel resbalosa de sudor, el surco del centro, las líneas oblicuas.

—Nunca pensé… que se sentiría así… —jadeó—. Tan… intenso…

Toji sonrió contra su cuello, y le mordió suavemente el lóbulo de la oreja.

—¿Esto? —murmuró—. Estamos empezando, bebé. Aún no te he enseñado cómo se siente de verdad.

Retiró casi toda la longitud. Megumi sintió el vacío inmediato. Y luego volvió a entrar, lentamente, empujando con toda la fuerza de sus caderas. Un gruñido gutural salió del pecho de Toji, simultáneamente al fuerte gemido de Megumi.

—Mierda, Megumi… no puedo creer que esta sea tu primera vez… tan receptivo… tan dulce… Lo guardaste solo para mí…

Megumi le lamió el cuello, la garganta, el pecho. Le besó los pectorales. Le pasó la lengua por uno de los pezones. Adoró cada parte que lograba alcanzar.

Temblaba. Suplicaba. Se aferraba a él como si el mundo fuera a desaparecer.

—Te siento… en cada parte de mí…

—Lo sé, mi chico. Lo sé. Y voy a quedarme dentro… todo lo que quieras.

Toji empezó a mover las caderas de nuevo, más seguidas, más profundas, pero sin acelerar. Solo aumentando el poder. La presión. El calor. Cada embestida le arrancaba a Megumi un gemido distinto. Cada roce era una caricia brutal por dentro. La polla de su padre era demasiado: gruesa, firme, caliente, palpitante. Lo llenaba. Lo marcaba. Lo reclamaba.

—Dímelo otra vez —susurró Toji—. Dime que soy el primero.

—Eres el primero… y el único… —jadeó Megumi—. Tu polla es la única que quiero…

Toji gruñó, sujetándole el rostro, y lo besó profundamente. El cuerpo de Megumi ardía. No quería que se detuviera.

“No quiero que esto acabe. Nunca.”

Toji jadeaba contra su boca. El pecho ancho subía y bajaba con el esfuerzo, con la excitación. Sus músculos brillaban bajo la luz tenue del cuarto, tensos, marcados, cargados de sudor. Megumi no podía apartar los ojos de su cuerpo, tras haber fantaseado tantas veces con él.

Pero entonces, Toji sacó su polla con un movimiento suave. Con ese sonido húmedo y carnoso que hizo a Megumi jadear, dejar caer la cabeza hacia atrás y tensar los muslos, sintiendo el agujero contraerse por la pérdida repentina.

—Mierda… —gruñó Toji, observando su entrada—. Mira cómo te queda, bebé… tan abierto.

Megumi ni siquiera podía contestar. Solo se revolvía sobre él, sintiéndose vulnerable, sensible, ansioso por más. Toji se masturbó una vez más, con movimientos cortos y gruesos, la polla reluciente de saliva y líquido preseminal. Y luego, lo agarró por las caderas, lo levantó un poco y lo recostó de espaldas sobre las sábanas. Se colocó entre sus piernas y se las alzó sin cuidado, apoyándolas sobre sus hombros.

—Así… —dijo, inclinándose sobre él con todo su cuerpo, rozando su rostro con el suyo—. Así vas a sentirme todo.

El glande volvió a presionar contra su entrada, más caliente, más grueso, más urgente que antes. Megumi no respiró. No pensó. Solo relajó nuevamente su agujero, deseando que lo estirara de nuevo, que lo llenara por completo.

Entonces su padre lo penetró de nuevo.

Entero.

En un solo empuje lento pero implacable, hundió toda su longitud en su interior hasta que los testículos golpearon con un chasquido húmedo contra su trasero. Megumi soltó un grito agudo, quebrado por la presión abrumadora que se extendía desde su centro hasta su pecho.

—¡Ahh, Toji…!

—Sí, bebé… —gruñó el hombre mayor sobre él, su voz rasposa, empapada de lujuria—. Te voy a dar lo que tanto querías… que te folle como se debe.

Y empezó a moverse. Lento al principio. Profundo. Cada embestida empujaba todo su grosor hasta lo más hondo, llenándolo, marcándolo. El cuerpo entero de Megumi se arqueaba con cada movimiento. Sentía la carne caliente estirar sus paredes internas, frotar su punto exacto, golpearlo. Y, al final de cada empuje, los testículos de Toji chocaban contra él con un golpe pesado, húmedo, obsceno. Megumi no podía dejar de temblar. Cada vez que Toji lo embestía, era como si lo partiera en dos. La polla era tan gruesa, tan dura, tan real, que su cuerpo no podía ignorarla ni un segundo. La sentía moverse dentro de él, llenarlo con cada centímetro. Lo sentía tan caliente que parecía arder. Y tan profunda, que le empujaba hasta el aliento fuera de los pulmones.

Toji jadeaba cada vez más fuerte. Se inclinaba sobre él, sujetando sus muslos con firmeza, marcándole la piel. Su abdomen, mojado de sudor, se contraía con cada embestida. Sus músculos palpitaban de esfuerzo. Los brazos le temblaban.

—Estás tan apretado… joder… —susurró, mirándolo con los ojos llenos de hambre—. Tu cuerpo fue hecho para tragar mi polla… ¿Lo sientes, bebé?

—¡Sí! —Megumi lloriqueó, con las manos aferradas a las sábanas—. ¡Sí, papi… me llenas tanto…!

Toji sonrió de lado, jadeando.

—¿Te gusta cómo te la meto? ¿Así de profundo? —empujó más fuerte, más seco, haciendo que Megumi gritara y su cuerpo se arqueara por completo.

—¡Me encanta! ¡Me encanta! ¡No pares!

El golpeteo de sus testículos contra su trasero se volvió constante, y el cuarto se llenó del sonido sucio de sus cuerpos chocando: piel contra piel, humedad contra humedad, el roce de la polla entrando una y otra vez en su agujero estirado y sensible.

Y entonces, en medio del placer y la dicha, Megumi lo recordó.

Los videos.

Recordó cómo lo había visto masturbarse tantas veces en la pantalla. Cómo su padre abría las piernas, se agarraba la polla con una mano gruesa, y se corría a chorros, gimiendo tan sucio, tan masculino, con los abdominales y muslos temblando y el cuerpo brillando de sudor. Recordó cómo el semen le salía a borbotones, blanco, espeso, salpicando su torso, su mano, sus muslos, incluso el colchón debajo.

Y ahora Megumi estaba ahí.

Debajo de ese cuerpo, estirado por aquella misma polla, que empezaba a latir y a engrosarse cada vez más en su interior.

“¿Así se va a correr dentro de mí…?”

Un estremecimiento lo recorrió de tan solo imaginarlo.

—Papi… —jadeó, casi sin aliento—. Quiero… ahh… quiero que me llenes…

Toji soltó un gruñido bestial, lleno de deseo puro. Sus embestidas se hicieron más rápidas, más profundas.

—¿Eso quieres, mi chico? ¿Quieres que papi se corra dentro de ti?

—Sí… —Megumi lloró—. Vi cómo te corrías en tus videos… te… ahh… te salía tanto… tanto…

—Y ahora vas a tenerlo tú —gruñó Toji, lamiéndole el cuello con hambre—. Todo. Todo adentro de tu agujerito. Vas a sentir cada chorro… te lo voy a dar todo, bebé.

Megumi gimió tan fuerte que su voz se quebró. Las embestidas de su padre no se detenían. Lo golpeaba tan profundo que sentía la punta presionarle el centro mismo de su placer. Cada vez que entraba, el aire le salía del pecho. Cada vez que los testículos golpeaban contra él, su cuerpo temblaba. El sudor de Toji caía sobre su piel, se mezclaba con el suyo, y lo sentía arder.

Ya no quería nada más.

Ya no importaba nada más.

Solo eso.

Que lo siguiera follando así.

Que lo llenara por dentro, como lo había visto hacerlo tantas veces en pantalla.

Que esa fantasía sucia y prohibida se hiciera real.

Toji apretó los dientes, el rostro contraído de placer, el cuerpo entero brillando de tensión.

—Estás tragando mi polla como si fueras mío, Megumi…

—Lo soy, Toji… —Megumi sollozó—. Siempre fui tuyo…

Y Toji gruñó, tan grave, tan salvaje, que su cuerpo entero pareció vibrar. Estaba cubierto de sudor. Palpitante, duro, vibrante sobre el cuerpo de Megumi, como una masa de músculo y deseo desbordado. Lo penetraba sin tregua, con un ritmo tan fuerte que las embestidas hacían crujir suavemente la cama, y los testículos golpeaban contra el culo de Megumi con un sonido húmedo, sucio, que se repetía una y otra vez entre sus jadeos.

Megumi no podía respirar. El mundo era su cuerpo. Era la polla de su padre. Era el ardor, la presión, el calor denso que lo llenaba hasta el fondo. Era ese olor masculino que lo envolvía, esa espalda tensa que sentía bajo sus manos. Todo era Toji.

Y entonces, sin previo aviso, Toji le bajó las piernas de los hombros. Lo sostuvo con firmeza por las caderas, y con una fuerza abrumadora lo hizo envolver sus muslos alrededor de su cintura.

—Agárrate, bebé —gruñó Toji, con la voz espesa, ronca, jadeante.

Antes de que pudiera decir algo, el peso de su cuerpo cayó por completo sobre él. Su pecho ancho aplastó el torso de Megumi, su vientre firme chocó contra el suyo, y la polla volvió a entrar entera con una embestida brutal, profunda, tan caliente que Megumi gritó.

—¡Toji!

—Shhh… —murmuró Toji, pegando su frente a la suya, rozando su nariz—. Siénteme. Estoy aquí, bebé.

Megumi se abrazó a él. Los brazos por detrás de su cuello, aferrándose a su nuca sudada, a su espalda mojada, marcada por cada fibra que latía de tensión. Luego las piernas apretaron con fuerza su cintura, atrayéndolo más, pidiéndole más.

—Fóllame más fuerte… —susurró con voz temblorosa, el rostro empapado de placer—. Quiero que te corras dentro de mí. Por favor.

La respuesta fue un gruñido grave. Toji hundió el rostro en su cuello y comenzó a embestirlo nuevamente. Fuerte. Rápido. Hondo. Su pelvis se estrellaba contra él una y otra vez, sin freno. Cada estocada sacudía el cuerpo entero de Megumi, hacía vibrar sus muslos, su abdomen, su interior entero. El roce abrasador de esa polla que parecía nunca terminar lo hacía enloquecer, lo abría más, lo dominaba sin piedad.

Megumi solo podía gemir de dicha.

—¡Ahh… Toji! ¡Ahh… más…!

Los besos se hicieron desordenados. Labios con labios, lengua con lengua, saliva caliente corriendo por las comisuras, respiraciones compartidas, gritos ahogados en sus bocas. Megumi lamía la cicatriz de Toji, mordía sus labios, lo besaba con desesperación. Y Toji se lo devoraba. Besaba su cuello, su mandíbula, volvía a su boca, lo lamía como si necesitara probarlo para no explotar. El peso del cuerpo de Toji era abrumador. Su pecho mojado se aplastaba contra él. Sus abdominales, tensos y apretados, masturbaban su polla con cada vaivén. Y sus glúteos, duros, tensos, redondeados, se flexionaban contra las piernas de Megumi con cada embestida.

Y entonces sucedió. La presión exacta. Su padre empujó con fuerza justo contra su próstata. El golpe fue tan directo, tan violento, tan perfecto… que Megumi no tuvo tiempo de prepararse. Su orgasmo estalló violentamente.

—¡T-Toji! ¡Me… me corro…!

Su cuerpo se arqueó con violencia, los ojos cerrados, la espalda curvada hacia atrás. Su pene —olvidado entre ambos— palpitó sin aviso y comenzó a eyacular con fuerza, atrapado entre su vientre y el de Toji. Cada chorro caliente se derramó entre sus cuerpos, humedeciendo sus torsos, pegando sus pieles con una mezcla de semen, sudor y saliva. Megumi lloró de placer. Una lágrima le resbaló por la sien mientras el orgasmo lo sacudía entero, mientras su agujero seguía siendo follado sin piedad, más y más.

—Joder… —gruñó Toji con un tono primitivo, sintiendo cómo lo apretaba—. Te estás corriendo para mí… así de fácil… tan lindo, mi chico… aguantaste bien para papi…

Megumi no pudo responder. Solo jadeó. Tembló. Se aferró más fuerte con las piernas, como si su cuerpo buscara exprimir cada embestida contra su próstata. Y entonces sintió el cambio. Su padre gruñía más fuerte. Sus estocadas perdían ritmo, pero ganaban profundidad. Su pecho ardía contra el suyo. Su respiración se volvía errática, sus caderas temblaban. Y su pene palpitaba con fuerza dentro de él.

Megumi lo supo. Toji estaba a punto de correrse.

—Dámelo… —susurró, entre gemidos—. Lléname… papi… quiero sentirlo…

Toji lo miró, su rostro contorsionado de placer. Se enterró un par de veces más, hasta que explotó.

—¡Mierda, Megumi…!

La embestida final fue brutal. Megumi sintió la polla hincharse aún más dentro de él. Y luego, el primer chorro. Caliente. Pesado. Espeso. El semen de Toji lo inundó por completo. Megumi jadeó con fuerza al sentir cómo lo llenaba. Cómo su agujero, ya dilatado, era forzado a tragarse cada pulso, cada descarga caliente. Cómo el líquido se acumulaba dentro de él, lo empapaba, lo hacía vibrar. Cómo su padre gemía sobre él con un gruñido quebrado, con la cara apretada contra su cuello, mientras sus glúteos se flexionaban con fuerza contra sus piernas envueltas.

—¡Más…! —gimió Megumi—. ¡Papá…lléname más…!

Y Toji lo hizo. Eyaculó tanto que parecía no terminar, tanto como Megumi sabía que podía hacerlo. Su pene seguía palpitando dentro, disparando más y más. Megumi sentía cómo el semen se derramaba por dentro, cómo se desbordaba entre la unión de sus cuerpos al no caber más.

Y lo amó. Lo amó todo.

Amó la forma en que Toji se corría dentro de él.

Amó cómo lo envolvía, cómo lo cubría, cómo lo follaba.

Amó sentir esa semilla caliente y espesa llenarlo hasta el fondo, como tanto lo había deseado.

Y cuando todo terminó, cuando Toji se estremeció por última vez, agotado, jadeando, goteando sudor sobre él… Megumi lo abrazó más fuerte, sus extremidades aferrándose a aquel enorme cuerpo.

Lo sostuvo ahí, sobre él, dentro de él.

Donde sabía que pertenecía.

El peso del cuerpo de su padre lo aplastaba contra el colchón, su pecho firme empapado de sudor y semen presionando su torso, y esa polla —gruesa, caliente, poderosa— seguía enterrada hasta el fondo, palpitando con fuerza dentro de su agujero saturado.

Megumi jadeaba con los ojos cerrados. No podía moverse. No quería. El calor era abrumador. Lo sentía en la garganta, en las piernas, en el vientre donde su propia corrida aún se pegaba con el abdomen sudado de Toji. Y, sobre todo, lo sentía ahí dentro: una presión espesa, caliente, líquida, que lo mantenía abierto, hinchado, lleno. Toji respiraba roncamente sobre su cuello, con los labios abiertos, lamiendo su piel salada, como si aún necesitara fundirse un poco más con él. Megumi acarició su espalda con una mano temblorosa. La piel resbalaba bajo sus dedos, dura y viva. Las líneas musculares se marcaban en cada curva de los hombros, los omóplatos aún tensos, como si la energía de todo lo que habían hecho no terminara de desaparecer.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de su padre. Y entonces, lentamente, comenzó a salir de su interior. Megumi contuvo el aliento. El grosor de esa polla al deslizarse fuera lo hizo gemir bajito. Sintió cada milímetro abrirle otra vez las paredes, tirar suave de la entrada húmeda y sensible, hasta que, con un leve chasquido sucio, salió por completo.

Megumi tembló. Y apenas un segundo después, sintió el derrame en su agujero.

—Ahh… —gimió, bajando la mirada a su propio cuerpo—. Papá…

El semen de Toji empezó a fluir desde su interior, espeso, lento, caliente. Lo sentía resbalar por su agujero dilatado, humedecer la parte interna de sus nalgas, manchar las sábanas. Estaba tan abierto que el líquido no encontraba resistencia: lo empapaba por dentro y por fuera, saliendo en chorros gruesos que bajaban entre sus muslos.

Toji se irguió un poco, con los ojos clavados en su entrada. Aún jadeaba, pero su expresión había cambiado. Tenía los ojos entrecerrados, cargados de deseo y adoración. Una de sus manos se deslizó hasta el agujero de Megumi y lo abrió con los dedos, exponiéndolo, haciendo que el semen se deslizara aún más.

—Mírate… Lleno de mí, como lo deseabas —murmuró con voz grave—. Te ves tan jodidamente hermoso así…

Megumi desvió la mirada, sintiendo sus mejillas arder. Pero no se apartó. Le gustaba. Le encantaba. El calor que le subió al rostro no era de vergüenza. Era de morbo. Toji bajó más la mirada, acariciando con la yema de los dedos el borde de su entrada, por donde el semen seguía fluyendo.

—No sabes lo rico que fue correrse dentro de ti, bebé… —susurró—. Sentir cómo me ordeñabas mientras te llenaba… nunca había acabado así.

Megumi gimió apenas, abriendo más las piernas sin pensarlo. Se sentía sucio. Se sentía deseado. Toji se inclinó y le dio un beso lento, húmedo. Luego bajó, besándole el cuello, la clavícula, el pecho, los pezones, mientras sus dedos aún jugaban con su agujero abierto.

—Estás todo goteando… —dijo contra su piel—. Me llenaste la polla de leche, bebé. Y ahora todo está saliendo de ti.

Un temblor involuntario lo recorrió. Megumi cerró los ojos. El calor de la semilla en su piel… la humedad… el cuerpo de Toji tan cerca aún…

No quería que terminara.

No quería despertarse de aquel increíble sueño.

Entonces, de pronto, Toji llevó una mano entre sus nalgas, recogió con dos dedos parte del semen que aún fluía, y subió lentamente su mano al rostro de Megumi. Abrió los ojos justo cuando Toji le rozó los labios con los dedos manchados.

—¿Quieres probar a papi? —preguntó, con una sonrisa torcida, la cicatriz brillando en la comisura de sus labios.

Megumi se quedó sin aire.

¿Estaba hablando en serio?

Había fantaseado innumerables veces con saborear el semen de su padre… con el sabor, con el calor, con la forma en que él gruñía al correrse. Pero esto… esto era diferente. Esa misma semilla, espesa y ardiente, acababa de llenarlo por dentro. Acababa de salir de él, en oleadas intensas, calientes, profundas. Lo sentía aún dentro, tibia, viva, como si el cuerpo de Toji hubiera marcado el suyo desde las entrañas. Como si algo suyo le perteneciera ahora de forma definitiva.

Megumi parpadeó, temblando.

No era como sus fantasías. Era más. Era real. Y esa realidad lo superaba: el peso de Toji aún sobre él, el pecho firme rozando el suyo, el aliento caliente en su cuello… y el semen húmedo, denso, derramándose lentamente desde su interior. Su cuerpo lo sentía todo. Estaba abierto, estirado, lleno. Su corazón también.

Los gruesos dedos le rozaban la boca con lentitud. El olor lo embriagó. Espeso, masculino, denso. Y sin pensarlo más, abrió los labios. Lentamente, sacó la lengua y lamió. El sabor salado y caliente se mezcló con su saliva. Megumi gimió bajito, sintiendo su cuerpo reaccionar al instante. Le tomó los dedos a Toji con ambas manos y los lamió por completo, limpiándolos con la boca, atrapándolos entre los labios, succionando como si fueran su polla.

Toji gruñó con fuerza.

—Mierda, bebé… —sus ojos se oscurecieron, y su respiración se volvió irregular—. Vas a matarme…

Su polla, aún húmeda, empezó a endurecerse otra vez. Megumi lo vio. Y se estremeció.

Recordó los videos. Todos aquellos clips donde su padre se masturbaba frente a cámara, sin detenerse, corriéndose una y otra vez, como si nunca se agotara. Recordó cómo jadeaba, cómo se le marcaban las venas en el abdomen mientras eyaculaba por segunda, tercera, cuarta vez, todo en un mismo video.

Lo sabía.

Sabía que Toji podía volver a hacerlo.

Y lo deseaba. Lo necesitaba, sin importar las protestas de su cuerpo agotado.

—Papi… —murmuró, con voz suave, besando los dedos aún húmedos de semen y saliva—. ¿Aún tienes más para mí?

Toji gruñó nuevamente. Se inclinó sobre él con una mirada feroz, le sujetó las muñecas contra el colchón y lo besó con hambre. Un beso salvaje, húmedo, con lengua y dientes y deseo puro. Su pene ya estaba completamente erecto entre sus cuerpos, presionando su abdomen. Megumi abrió más las piernas para hacerle espacio nuevamente.

Su corazón y su cuerpo pedían más. Mucho más. Un hambre voraz, desatada, le recorría cada fibra como fuego bajo la piel. Era un deseo que lo quemaba desde adentro, que lo consumía sin tregua, que no entendía de límites ni de razón.

No importaba lo prohibido.

No importaba lo incorrecto.

No cuando se sentía así de bien.

No cuando Toji lo sujetaba con fuerza contra el colchón, hundiendo las manos en su piel, apretándolo como si no quisiera soltarlo nunca. No cuando su boca era tomada con besos intensos, húmedos, desesperados. No cuando su cuerpo entero respondía al de él como si hubiera sido hecho para pertenecerle.

Megumi ya no sabía dónde terminaba su deseo y empezaba su necesidad. Estaba atrapado en esa contradicción perfecta: lo amaba demasiado para querer alejarse, lo deseaba demasiado como para arrepentirse.

Y su padre… su padre lo poseía como nadie más podría. Como si fuera suyo desde siempre.

Notes:

¡Esperamos que este capítulo les haya gustado! Nos tomó bastante tiempo escribirlo completo, aunque daddydreams es la culpable de que haya quedado tan extenso (fullshiguro lo jura ☺).

En general, nos gusta escribir escenas smut muy largas y detalladas. Aunque nunca antes habíamos escrito una escena tan extensa como esta, ya sea juntos o por separado. El TojiGumi nos da demasiada inspiración… aunque esperamos que la lectura no se haya hecho demasiado pesada.

Todavía falta un último capítulo. Ya saben que Toji tiene mucho aguante, y que Megumi es muy receptivo… así que pueden apostar a que habrá más "porn with feelings" por venir ☺