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La elegida de nadie

Summary:

Hinata debe fingir ser una heredera. Sasuke, su silencioso guardián. Lo que comienza como una misión en cubierta se complica cuando la atracción entre ambos crece...justo en el corazón de un clan que no perdona a los intrusos. —SasuHina—sin masacre Uchiha.

—No me gusta que nuestra mejor oportunidad dependa de cuánto tiempo él quiera pasar a solas contigo —dijo Sasuke, con voz baja y cortante.
Y aunque no levantó la voz, Hinata sintió cómo algo se rompía entre ellos.

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Chapter 1: Un lugar lejos del sol

Chapter Text

Y la sombra del día

Abrazará el mundo en gris

Y el sol se ocultará por tí.


Hinata Hyuga nunca había estado tan lejos de su hogar.

Les había llevado más de una semana viajar por los límites del continente, más allá del País del Rayo, hasta adentrarse finalmente en tierra de nadie, en lo que se sentía como el fin del mundo. El camino había sido largo, y aunque su cuerpo estaba entrenado para resistir, el papel que debía interpretar no dejaba de oprimirle el pecho.

La niebla no permitía ver más allá de unos pocos metros, como si Tsukigiri se negara a mostrarse por completo. La aldea parecía existir al margen de los mapas y de la realidad. Se encontraba rodeada de un extenso y espeso bosque de pinos, cubierta por una niebla tan densa que parecía casi anti-natural.

De pronto se detuvieron frente a unas enormes puertas de madera, tan altas que Hinata no podía ver la cima desde la pequeña ventana de su carruaje. Desde fuera se oyó una voz grave y autoritaria:

—¡Preséntense! Nadie entra en Tsukigiri sin ser anunciado.

Hinata se tensó visiblemente y sostuvo la respiración un instante, como si temiera que hasta eso pudiera delatarla. Sasuke, sentado frente a ella, apenas la miró antes de abrir la puerta y bajar. De inmediato se acercaron dos guardias ataviados en sencillas ropas negras, armados con arcos a sus espaldas. Los protectores de sus frentes los identificaban como ninjas, pero en lugar del símbolo de una aldea ninja, estos tenían grabado una luna menguante atravesada por la silueta de un cuervo: El símbolo del clan Karasuma.

—Somos invitados —dijo Sasuke con voz tranquila, mientras extendía un pergamino sellado a uno de los guardia tomó el documento sin disimular su desconfianza. Tras leerlo, lo observó durante unos segundos que se hicieron eternos, y luego desvió la mirada hacia el carruaje.

—Asumo que la invitada es ella —dijo entonces, fijándose en Hinata.

—Shirane Mei-sama, heredera de la familia Shirane de Kasumigahara, del País de la Hierba —respondió Sasuke con un asentimiento seco—. Mi nombre es Arata Shin, su escolta.

El guardia se acercó a la ventanilla del carruaje. Sus ojos oscuros estudiaron a Hinata por un momento antes de recorrer lentamente el interior.
A Hinata el corazón le latía con tanta fuerza que temió que él pudiera escucharlo.

El hombre la observó una vez más antes de alejarse. Su compañero, que acababa de revisar al conductor, se le unió en ese momento.

—Todo parece estar en orden —le informó al otro.

El guardia asintió, se guardó el pergamino con la invitación y miró hacia las puertas, haciendo una señal con la mano. Luego se volvió hacia Sasuke.

—Bienvenidos a Tsukigiri. Esperamos que disfruten del festival —dijo, aunque nada en su tono ni en su mirada inspiraba hospitalidad.

Tras esas palabras, ambos guardias se esfumaron con un puff y las enormes puertas comenzaron a abrirse lentamente ante ellos con un estruendoso chirrido.

Sasuke volvió a subir al compartimento, y el carruaje retomó su suave traqueteo mientras la aldea los engullía. Solo entonces Hinata se atrevió a soltar un suspiro que no sabía que había estado conteniendo, y parte de la tensión en su cuerpo se deshizo. Se quedaron en silencio por un momento, ensimismados, aún procesando sus primeras impresiones de la aldea.

—¿Qué opinas?—preguntó Hinata finalmente, en voz baja, como si temiera que los guardias todavía estuvieran vigilando de cerca.

Sasuke parecía meditativo mientras miraba por la ventanilla. Su ceño se frunció.

—Muros altos, vigilancia constante…—, respondió en el mismo tono, desviando la mirada hacia ella.

Hinata respondió con un asentimiento lento y expresión grave, segura de que ambos estaban pensando lo mismo:

Llegado el momento, no sería fácil escapar de allí.

Ninguno dijo nada más.

El carruaje siguió avanzando por calles empedradas, flanqueadas por antiguas construcciones de madera oscura, con tejados que parecían inclinarse hacia ellos, como si la propia aldea los observara. Tsukigiri no era una aldea pobre, pero tampoco ostentaba su riqueza. No era tan colorida como Konoha ni parecía la mitad de hospitalaria. Por la forma en la que los aldeanos que paseaban por las calles giraban sus cabezas para mirarlos con curiosidad, era evidente que no estaban acostumbrados a las visitas. La aldea acogía turistas solo 2 veces al año, en los festivales del Sol Silente y, como era el caso ahora, el festival de la Luna Cortada, fiestas exclusivas de la localidad.

A medida que se acercaban más al centro, las construcciones fueron haciéndose más numerosas, hasta ser un conglomerado de edificios bajos y muy juntos y las calles más cerradas pero también más bulliciosas. En todas las esquinas había gente trabajando en las preparaciones para el festival, colgando faroles de papel con forma de luna, levantando puestos de madera, y adornando los portales con plumas negras atadas con cintas carmesí. Las voces se mezclaban con la música lejana. El aire olía a tierra húmeda, madera quemada y sake, un aroma que a Hinata se le hacía más funerario que festivo.

El carruaje se detuvo frente a una posada de tres pisos, sobria pero elegante, apartada del bullicio del centro, aunque claramente dentro de los límites de la zona noble. A diferencia de las casas más viejas que se habían encontrado por el camino, esta tenía una apariencia más moderna y refinada: madera oscura bien tratada, un jardín interior visible desde la entrada y faroles de papel con el emblema del clan Karasuma colgando en cada esquina.

Cumpliendo su papel de escolta servicial, Sasuke fue el primero en bajar y le tendió una mano para ayudarla. Hinata sentía la oscura mirada del Uchiha observando atentamente sus movimientos, como si esperase ver alguna grieta en su fachada. Hinata dudó brevemente antes de tomar su mano.

Sasuke frunció el ceño casi imperceptiblemente ante el contacto.

—Contrólate —la reprendió en voz baja, con irritación apenas contenida—. Estás temblando.

—Es el frío —mintió ella, bajando la vista.

La verdad era que Hinata no era precisamente pragmática. Nunca había sido buena mintiendo, lo que en el mundo ninja era un defecto que podía costarte la vida, o peor, hacerte fallar una misión. Aunque había mejorado con los años, y cumplido con éxito alguna que otra misión de infiltración, a veces no podía evitar sentirse como un libro abierto. Pero Sasuke estaba en lo cierto: tenía que controlarse.

Descendió del carruaje con cuidado, tratando de no perder el precario equilibrio que le permitían sus sandalias, con una mano apoyada en la de su compañero y la otra recogiéndose el vaporoso Kimono.

Antes de que Sasuke pudiera decir algo más, la puerta del recibidor se deslizó silenciosamente y un joven salió a recibirlos. No debía ser mucho mayor que ellos. Vestía un kimono negro sin adornos, perfectamente planchado, y su cabello castaño estaba recogido en un moño impecable, tan pulcro que parecía tallado en madera de pino como el resto del lugar. Su rostro, de rasgos afeminados, era limpio, sereno y casi inexpresivo, pero sus movimientos delataban una educación rígida y estricta.

—Shirane Mei-sama, Arata-san —saludó con una reverencia medida—. En nombre del clan Karasuma, les damos la bienvenida a Tsukigiri. Mi nombre es Kaoru, estaré a cargo de servirles durante su estadía.

Sasuke y Hinata también lo saludaron con una reverencia.

—Sus habitaciones están listas —continuó el sirviente—. Encontrarán allí el itinerario del festival, así como el reglamento de comportamiento esperado dentro de los límites de la aldea y de la residencia.

Kaoru los guió entonces a través del jardín y hacia el interior de la residencia. En la recepción los esperaba un guardia que los estudió de forma calculada nada más entrar. Tras revisar a Sasuke, lo hizo despojarse de todas las armas que llevaba. Por suerte, habían tenido la sensatez de deshacerse de todas sus armas, incluida la preciada katana de Sasuke, antes de que llegasen a la aldea, así que el hombre sólo le pudo confiscar un par de kunais.

El edificio era más grande de lo que a Hinata le había parecido desde afuera. La madera crujía suavemente bajo sus pasos mientras atravesaban pasillos estrechos, decorados con biombos de paisajes nocturnos y motivos de aves. El ambiente estaba perfumado con incienso de lavanda y algo amaderado, y aunque la iluminación pretendía evocar calidez, Hinata seguía sintiendo frío.

Pronto llegaron a unas puertas corredizas al fondo del segundo piso, donde Kaoru se detuvo.

—Este será su alojamiento durante el festival. Si necesitan algo, pueden usar la campana junto a la entrada. Yo u otro sirviente acudiremos de inmediato. —les informó, abriendo las puertas.

Los aposentos que les habían asignado constaban de una estancia amplia, con una mesita baja con servicio de té ya dispuesto, una salita de estar con sofás de terciopelo y tres puertas que Hinata solo podía suponer que correspondían al cuarto de baño y habitaciones. Pero lo que le llamó la atención fueron los dos pergaminos que se encontraban sobre la mesa, atados con una cinta negra.

—Esperamos que su estadía en Tsukigiri sea placentera— dijo Kaoru, con un tono de voz que sonaba algo mecánico y ensayado.

Hinata notó que, a pesar de la rigidez de su rostro, los ojos de Kaoru poseían un brillo astuto, y la observaban con especial atención. Casi sentía que el joven podía ver a través de su mentira. No parecía sospechoso, pero sí atento. Demasiado atento.

Hinata le sonrió e hizo una elegante reverencia.

—Se lo agradecemos, Kaoru-san.

Kaoru dio un asentimiento, la observó por unos instantes más y, tras corresponder a su reverencia con una incluso más calculada, los dejó solos.

Para entonces, Sasuke ya había dejado de prestarle atención al sirviente y estaba terminando de inspeccionar el lugar. Hinata cerró la puerta principal y al girarse lo vio salir por una de las puertas del fondo.

Sus ojos se encontraron con los de ella por un segundo, pero fue suficiente para que Hinata reconociera en su mirada el mismo gesto que llevaba días viéndole: una mezcla de vigilancia y advertencia muda, permanente. Sasuke no confiaba en nadie y eso, por extraño que pareciera, le reconfortaba.

Hinata también hizo su parte de exploración del lugar. La suya era la habitación principal: Consistía en un futón amplio y pulcro, cubierto por sábanas blancas y una colcha de lino finamente bordada. Un escritorio bajo de madera oscura, con papel de arroz, pinceles y tinta disponible, y adornado además con un racimo de unas flores rojas que Hinata no había visto jamás. También un sencillo espejo de cuerpo completo en una de las esquinas. A la izquierda se encontraba su baño privado, y a la derecha un par de puertas deslizantes que daban al jardín interior del edificio.

Hinata lo contempló por unos segundos, aspirando el aire frío y bebiendo de la encantadora vista. El jardín era lo más bonito que había visto desde que había llegado a Tsukigiri. Era un jardín tradicional y bien cuidado, con puentes sobre estanques de peces koi que nadaban apaciblemente cerca de la superficie. Casi le recordaban a los jardines del compuesto Hyuga, pensó con una sonrisa melancólica, mientras su mirada se paseaba por los árboles de Sakura, sin florecer.

Fue entonces cuando vislumbró, con una ola helada recorriendo el cuerpo, un solitario cuervo en una de las ramas. Se veía fuera de lugar, una mancha negra en el colorido paisaje del jardín. Hinata lo miró fijamente y tuvo la desagradable sensación de que el cuervo también la miraba a ella. Sin apartar la vista, como si temiera que el animal la atacase por la espalda, se alejó de la baranda y se adentró de nuevo en la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Aunque se lo preguntasen, no podría explicar por qué la vista del cuervo le había generado tal reacción.

—Es evidente que les gusta mantener el control—murmuró Sasuke cuando se volvió a encontrar con él en el pequeño salón. En ese momento terminaba de leer uno de los pergaminos y se lo extendió con expresión de gravedad.

Hinata lo tomó y se sintió palidecer a medida que sus ojos se deslizaban con rapidez por el pergamino.

Reglamento de Conducta para los Invitados de la Residencia Karasuma

1. Toque de queda a las 23:00 horas. A partir de esta hora, todos los residentes deberán permanecer en sus habitaciones. Solo podrán salir después de esa hora los invitados que cuenten con autorización de un miembro del clan Karasuma.

2. Está terminantemente prohibido el uso ofensivo de Chakra dentro de los límites de la aldea. Cualquier alteración abrupta detectada en el flujo de energía será reportada y considerada motivo de expulsión inmediata.

3. Toda correspondencia enviada o recibida será revisada. Esto incluye mensajes escritos, sellos de invocación y cualquier forma de comunicación remota.

Hinata terminó de leer con un suspiro tembloroso y un leve estremecimiento. No porque las normas fueran particularmente violentas, sino porque estaban diseñadas con precisión para controlar y vigilar, y ni siquiera intentaban disimular este hecho.

No sabría decir cuál de las reglas le inquietó más. Cada una representaba una inesperada complicación de la misión.

La regla número dos parecía escrita para evitar cualquier uso indebido del chakra. Pero, si se leía con atención —o con desconfianza—, lo que dejaba claro era que solo los shinobi al servicio del clan Karasuma tenían derecho a utilizarlo.

Por otro lado, el toque de queda les impediría moverse libremente durante la noche, momento idóneo para espiar o irrumpir secretamente en lugares donde por norma no deberían estar. Lugares en los que, casualmente, Sasuke y Hinata habían planeado colarse.

Lo único bueno de todo aquello —y eso ya era decir mucho— era que la regla tres no les afectaba en lo más mínimo.

—E-es… problemático—dijo finalmente, aún sosteniendo el pergamino con dedos temblorosos.

—Es más que problemático. Esto complica las cosas en todos los sentidos.

—¿Crees que detectarán el Byakugan?

Sasuke la observó en silencio por un momento. Como era usual, nada en su mirada delataba su mundo interior. Luego bajó la vista, cruzó los brazos y habló en voz baja, casi como si pensara en voz alta.

—No lo sé. No sabemos qué es lo que usan para detectar los flujos de chakra. En cualquier caso, tendremos que prescindir de él.

Hinata apretó los labios, conteniendo su frustración. El Byakugan siempre había sido su carta más confiable, su mejor herramienta, una con la que siempre había contado para misiones de infiltración o búsqueda. Si no podía usarlo libremente sin exponerse, estarían adentrándose prácticamente a ciegas en territorio enemigo.

Sasuke pareció pensar lo mismo, porque entonces agregó:

—Nos quedaremos con lo que viste antes de llegar aquí.

Ella asintió lentamente, mordiéndose el labio con expresión ausente.

—Por ahora, repasemos el plan— sugirió Sasuke en voz más baja, sentándose a la mesa de madera oscura. Hinata se sentó frente a él. Con un par de rápidos sellos de sus manos, una cantidad de chakra tan minúscula que era indetectable, Sasuke hizo aparecer en la mesa un pergamino con un mapa muy rudimentario de la aldea y algunas anotaciones.

Era el pergamino que les había entregado Kakashi-sama al asignarles la misión, y que habían repasado exhaustivamente varias veces durante el largo viaje a la aldea. Contenía toda la información conocida sobre Tsukigiri y el clan Karasuma que, viéndolo ahora, no era suficiente. Algunos datos, como el nivel de vigilancia y el uso de armas, eran erróneos. Ahora se daban cuenta de que no podían confiar por completo en la información que tenían.

—Nuestro objetivo sigue siendo el mismo— Comenzó Sasuke, mirándola por encima de la mesa. —Recuperar el Kunai maldito de Madara Uchiha. Aún no estamos seguros de lo que el clan Karasuma planea hacer con él, mi apuesta es que sólo lo conservan como un artículo de colección.

Hinata había escuchado la historia tantas veces que ya no sabía distinguir cuáles partes eran ciertas y cuáles no.

El Kunai Maldito no era una simple reliquia de guerra, sino un objeto casi mítico atribuido al mismísimo Madara Uchiha. Se decía que había sido forjado con chakra corrompido durante la Primera Gran Guerra Ninja, y que quienes lo empuñaban por mucho tiempo comenzaban a perder el juicio. A lo largo de la historia se lo había relacionado con asesinatos inexplicables, traiciones e incluso desapariciones. Konoha lo había dado por perdido décadas atrás, pero una pista reciente lo había ubicado Tsukigiri, después de que el Clan Karasuma se hiciera con él en una subasta ilegal.

Nadie sabía a ciencia cierta si el Kunai poseía realmente los poderes que se le atribuían, pero Konoha lo consideraba propiedad histórica, así que recuperarlo no era solo una cuestión simbólica: era un asunto político. Un objeto invaluable vinculado al legado de Madara Uchiha no podía estar en manos de un clan menor como los Karasuma, y mucho menos escondido en una aldea olvidada por los dioses, perdida en el fin del mundo.

También desconocían cómo lucía realmente el Kunai, pues solo contaban con diversas descripciones de cuentos y leyendas. Sin embargo todas coincidían en lo mismo: un Kunai con la hoja ennegrecida, como si estuviera hecho de cenizas, pero cuyo filo se mantenía aún como el mismo día en que se forjó.

Así que ahí estaba Hinata, en un lugar donde no llegaba el sol, buscando un objeto que bien podría no ser lo que creían.

Y todo por haberle pedido a Kakashi-sama que la enviara lo más lejos posible.

—Debe estar en la residencia principal, o al menos en algún lugar simbólico dentro de Tsukigiri—continuó Sasuke, sin levantar la voz—. Lo único de lo que podemos estar seguros es de que no estará poco vigilado. El clan controla todo con vigilancia extrema y reglas diseñadas para atrapar a cualquiera que intente infiltrarse. Estoy seguro de que el nivel de sus ninja no debe ser muy alto, pero son alrededor de un centenar, así que debemos evitar cualquier enfrentamiento.

En pocas palabras, si los descubrían, no habría segundas oportunidades. El clan Karasuma probablemente los interrogaría… y luego los haría desaparecer.

Sasuke sostuvo su mirada antes de agregar, con voz baja pero firme:

—No hay margen para errores, Hyuga. Nuestra misión comienza aquí.

Chapter 2: El silencio entre nosotros

Notes:

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Chapter Text

Llego a ti en son de amistad

y contengo el aliento ante la nieve.

¿Qué piensas mientras miro en tu interior?


Konoha. 2 días antes del comienzo de la misión.

La voz de Sasuke la alcanzó antes que la puerta.

Hinata se detuvo en seco, con la mano alzada a medio camino de tocar. Le pareció haber escuchado su nombre, aunque no podía estar del todo segura. El pasillo estaba en silencio, a excepción de las voces que se filtraban, amortiguadas, desde la oficina de Kakashi.

Retrocedió dos pasos, vacilante. Tal vez debería volver más tarde. Kakashi la había citado, sí… pero ella había llegado muy pronto, y no quería interrumpir. Tampoco pretendía escuchar a hurtadillas.

Ella solo estaba… ahí.

—Maldición, Kakashi—continuó Sasuke, su voz de un tono bajo y cortante—. No te estoy cuestionando. Solo digo que sería más eficiente con otra compañera.

Hinata se tensó de manera instintiva, tenía la sensación de que estaba a punto de escuchar algo que no debería oír, algo que no le iba a gustar.

—Eso suena bastante a que me estás cuestionando—respondió Kakashi con su ligereza habitual, ese tono que hacía creer que no te tomaba en serio... aunque en realidad sí—. ¿Puedo saber por qué?

—Simplemente no es la persona adecuada.

El corazón de Hinata se saltó un latido, y sintió una punzada aguda en el pecho. Tal vez no estaban hablando de ella. Tal vez…

—Hinata es una kunoichi muy capaz—continuó Kakashi—. No la habría elegido si no fuera así. Misiones completadas con éxito, especialización en rastreo, habilidad para mantener el perfil bajo—

—Nunca he dicho que no lo sea—lo interrumpió Sasuke con sequedad.

Hubo un momento de silencio. Imaginó a Kakashi contemplando a Sasuke con su único ojo visible, tratando escuchar lo que su ex-alumno no estaba diciendo.

—Me temo que no te estoy siguiendo, Sasuke—hubo otra pausa breve, antes de que Kakashi soltase un suspiro para agregar:—¿Tienes idea de lo difícil que es preparar una operación como esta?.. Interceptar la invitación, crear identificaciones falsas, establecer una coartada creíble… No puedo echarlo todo para atrás sin una razón de peso.

De nuevo, silencio. Largo. Solo llenado por el sonido de la silla de Kakashi, tal vez al cambiar de posición.

Hinata contuvo el aliento.

—Ella es demasiado…blanda.

Fue como recibir un golpe seco en el pecho.

Blanda…

No era la primera vez que usaban esa palabra para referirse a ella. "Blanda", "débil", "demasiado sensible"...eran palabras contra las que había luchado toda su vida. Pero escucharlas nunca dejaba de doler. Porque parecía que, sin importar cuánto se esforzara, sin importar que ahora era una jonin, nunca podía escapar de ellas.

Pero escucharlo de él, dolía de una forma distinta.

No era un maestro evaluándola.

No era un superior anotando cifras de rendimiento en un papel.

Era Sasuke. Un compañero. Un colega al que respetaba, de esa forma distante e impersonal en que uno respeta a alguien que, objetivamente, es mejor en su trabajo de lo que una podría soñar con ser algún día.

La voz de Kakashi se oyó de nuevo, más baja, aunque cargada con ese matiz tranquilo que no admitía réplica.

—Eso suena más a un juicio sin fundamento que a una razón de peso —dijo con seriedad—. ¿Seguro que no hay otra razón?

No hubo respuesta inmediata. Solo un silencio más largo, denso.

Kakashi suspiró.

—Sasuke… si lo que me estás diciendo es que tu problema es personal… entonces no es ella quien está en el equipo equivocado.

Hubo otra pausa más breve. Sasuke volvió a murmurar algo, pero el corazón de Hinata estaba golpeando muy fuerte en su pecho, llenando sus venas de algo amargo en lugar de sangre. No logró entenderlo—y tampoco quiso hacerlo. Ya no importaba.

—Ah, Hinata. Ya puedes entrar—llamó Kakashi de pronto, con una naturalidad que casi parecía cómplice, como si apenas se hubiera dado cuenta de que estaba allí.

Se irguió por la sorpresa.

Tardó un par de segundos en recomponerse. Se tragó el nudo que tenía en la garganta y abrió la puerta, encontrándose con la espalda de Sasuke: rígida, fría y lejana.

Y ese silencio que, sin saberlo aún, sería lo más que escucharía de él durante los próximos días.


Cuando terminaron de repasar los últimos puntos de la misión ya eran pasadas las diez de la noche. Sin ningún otro plan que trazar ni estrategias que ajustar, la conversación se estancó, y el silencio se instaló entre ellos como una pesada losa. Como el toque de queda comenzaría en menos de una hora, decidieron irse a acostar. Sasuke fue el primero en desaparecer tras una puerta corrediza, diciendo por lo bajo algo que Hinata suponía era una despedida.

Soltó un suspiro y dio un último sorbo a su té, acostumbrada ya a la actitud distante de Sasuke. Qué largos se le habían hecho los días de viaje hacia Tsukigiri, llenos de momentos incómodos y horas de silencio. En momentos como ese, extrañaba con locura los días de misión con el equipo ocho, con Kiba hablando hasta por los codos cada que podía, con Shiba aportando datos inesperadamente útiles entre silencios, y con ella encontrando su lugar entre ambos. Añoraba esa camaradería y compañerismo.

Su compañero actual no parecía interesado en hablar de nada que no estuviera estrictamente relacionado con la misión. Hinata lo notó con una desagradable punzada en el pecho, amarga y silenciosa. Desde el principio había sabido que Sasuke no la quería en esa misión, él mismo le había pedido a Kakashi-sama un cambio de compañera. Pero ella había albergado la esperanza —ingenua, tal vez—de que después de ocho días trabajando juntos, solo con la compañía del otro, las cosas cambiarían.

Estaba claro que para él no había cambiado nada. Y Hinata no podía entender el origen de su frialdad. Sasuke y ella nunca habían sido cercanos, eso era obvio, a pesar de que ambos, involuntariamente, siempre parecían orbitar alrededor del otro: graduándose el mismo año de la academia, haciendo las mismas pruebas para ascender de rango, convirtiéndose en Jonins al mismo tiempo, y compartiendo el mismo círculo de amigos. Era como si sus caminos estuvieran destinados a avanzar en paralelo sin cruzarse del todo, solo rozándose, con algunas interacciones esporádicas.

Hasta ahora.

A simple vista tenían tantas cosas en común… Siempre habían tenido un trato meramente cordial con el otro. Hinata estaba convencida de que, si él le daba una oportunidad, incluso podrían ser amigos. Pero la forma distante en la que Sasuke se comportaba últimamente denotaba una resistencia que ella no sabía si atribuir al simple desdén, o a algo más complicado.

O puede que simplemente no le caes bien.

Tal vez no quería tener nada que ver con alguien tan blanda como ella.

El pensamiento le dolió más de lo que estaba dispuesta a admitir.

Dejó su taza vacía con un golpecito seco en la mesa y se puso de pie. Se aseguró de cerrar bien las ventanas, y luego se fue a su habitación. En el cuarto contiguo no se escuchaba ni un susurro a través de las delgadas paredes. Sasuke ya debía estar durmiendo, o meditando, o simplemente ignorando al mundo, como tanto le gustaba hacer.

Ella apagó las luces, y en la oscuridad, acostada bajo las sábanas de su futón, se quedó dormida preguntándose qué había hecho mal para merecer esa indiferencia.


El siguiente día comenzó con una luz fría colándose por la celosía del balcón. Hinata había dormido poco y mal. Más de una vez se había despertado por sueños y pesadillas inconexas que terminaban siempre igual: con ella, arruinando su cubierta. Como si no fuera suficiente cargar con ese temor durante todo el día.

Se sentó con lentitud, dejando que el aire fresco de la mañana le despejara la mente, y durante unos segundos se quedó allí, escuchando. Había un amortiguado bullicio general en todo el edificio, proveniente del sonido de pasos de sirvientes que iban y venían, y voces de otros huéspedes que salían de sus habitaciones conversando alegremente.

Cuando salió de su habitación media hora después, Sasuke ya se encontraba sentado en la mesa baja, con el desayuno dispuesto frente a él, aún sin tocar. Tenía un pergamino desplegado —el itinerario del festival, imaginó Hinata— y lo leía en silencio. Apenas levantó la mirada cuando ella se sentó al otro lado de la mesa.

—Buenos días —saludó ella con voz tranquila, aunque baja.

Sasuke alzó la vista. Sus ojos se posaron en el rostro de Hinata por un instante fugaz, como evaluándola. Su expresión era la de siempre: impenetrable.

—Pareces cansada —dijo finalmente, con su tono habitual. Dejó el pergamino a un lado y tomó los palillos con calma.

—N-no dormí bien —admitió ella, bajando la mirada.

No era extraño que Sasuke lo notara, nada se escapaba a los ojos de su compañero, que no necesitaba un Byakugan para ver a través de las personas, mucho menos para ver a través de ella.

—Hn.

Esa era la respuesta favorita de Sasuke. Lo que probablemente quería decir en este caso "Debiste asegurarte de dormir mejor, Hyuga, tu falta de sueño podría afectar la misión". Por supuesto. Todo lo que le importaba era la misión.

Durante los próximos minutos solo se escuchó el leve tintineo de los platos y el sonido de los palillos mientras comían, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos.

Hinata le robaba fugaces miradas a Sasuke de vez en cuando, preguntándose en qué estaría pensando.

¿En qué pensaba alguien como él?

¿Estaría repasando, otra vez, los puntos de la misión? ¿Estaría nervioso? Ella lo estaba. Mucho más de lo que le gustaría admitir. A veces deseaba poder hablarlo con alguien.

¿O estaría recordando algo… o a alguien? ¿Sasuke siquiera había extrañado a alguien alguna vez?

Sabía que era muy cercano a su hermano, y se rumoreaba que había una chica que—

—Hyuga.

Hinata se sobresaltó, derramando un poco de té sobre la mesa.

Sasuke, que ya había terminado de desayunar, la miraba con el ceño fruncido.

—L-lo siento—se disculpó ella, colocando una servilleta sobre el té derramado. Sentía las mejillas arder, como si todo el calor del té se hubiera volcado en su cara.

Los ojos de Sasuke se demoraron en su rostro un instante más y luego soltó un suspiro como si esperase reunir así toda su paciencia.

—Necesito que te concentres—dijo al fin, con esa voz suya que sonaba más a orden que a petición.

Hinata asintió, tragando con esfuerzo la mezcla de nervios y vergüenza que la embargaba.

Dios, ¿qué estaba mal con ella? Tenía que estar pensando en la misión, no en los misterios de la mente de Sasuke, mucho menos en los rumores de su vida amorosa.

—Lo siento—se disculpó una vez más, dejando los palillos a un lado y dando por terminado su desayuno. —¿Q-qué decías?

Sasuke le sostuvo la mirada un momento más, asegurándose de que esta vez tenía su atención.

—Saldremos a recorrer la aldea. Somos turistas, así que es lo más natural. Quiero que observes todo con atención. Técnicamente no estaremos haciendo nada ilegal, pero no podemos bajar la guardia.

—De acuerdo—respondió Hinata, tratando de que su voz sonara firme y segura.

Sasuke asintió ligeramente y se puso de pie. Hinata lo imitó.

—El festival atraerá a muchos visitantes, eso puede ser una ventaja… o un problema. —Sus ojos se clavaron en los de ella, intensos—. No pierdas de vista a nadie que parezca fuera de lugar.

—No lo haré.— Hinata asintió de nuevo, con mayor convicción esta vez.

La mezcla de nervios y ansiedad comenzaba a mezclarse con ese familiar y agudo sentido de vigilancia que solo una misión podía despertar. Puede que el desayuno haya ayudado en algo… Sea lo que sea, se sentía lista.

Bueno, más lista de lo que realmente estaba, se dio cuenta con una mirada hacia su kimono.

Le faltaba el obi.

—U-un momento—dijo, y se apresuró a encerrarse en su habitación.

Había una razón por la que las kunoichi rara vez usaban obi. Eran problemáticos, incómodos, y poco prácticos, puesto que se requería de tiempo y, en el caso de Hinata, un par de manos extra para poder ponerlos en su lugar, dos cosas con las que no siempre podías contar en una misión. Dos cosas con las que Hinata no contaba en ese momento. Todas las veces que había tenido que usar kimono, solía tener a alguien que la ayudara con el obi. No supo cuántos minutos pasó frente al espejo tratando de colocarse esa prenda infernal, pero pronto escuchó unos toques en la puerta.

—Hyuga, ¿Qué te está tomando tanto tiempo?—dijo Sasuke a través de la celosía. Ella percibía su irritación, y casi podía verlo frunciendo el ceño.

Hinata soltó un suspiro de frustración y se dio por vencida. Necesitaba esas manos extra.

Sintiendo que no había más remedio, abrió la puerta corrediza casi con timidez y se encontró cara a cara con Sasuke y su ceño fruncido. Él la miró de arriba a abajo, buscando qué era lo que estaba mal con ella.

Hinata levantó el obi con ambas manos.

—¿Puedes... ayudarme con esto?

Hubo un silencio que se sintió más largo de lo que realmente era.

—¿No puedes hacerlo tú?

Hinata bajó la mirada, apretando los labios.

Dioses… ella sí que le caía mal. Cualquiera pensaría que estaba pidiéndole un favor imposible, como si ayudarla a atarse el obi fuera una ofensa personal.

Tal vez lo era. Tal vez, para Uchiha Sasuke, el contacto humano era una molestia más que una cortesía o una necesidad.

—Lo intenté —respondió ella en voz baja—. Pero no me queda bien si lo hago sola.

El silencio se alargó tanto que pensó que él la ignoraría. Pero entonces Sasuke tomó la prenda con cuidado y, tras un fugaz momento de vacilación, comenzó a envolverla con él.

Mientras lo ajustaba detrás de su espalda, sus manos rozaron la tela del kimono y un leve escalofrío inesperado la recorrió. Se mantuvo quieta, tratando de mirar a cualquier lugar excepto a él. El piso de madera, la ventana , sus propios pies.

Nunca antes un hombre la había ayudado a vestirse.

—Listo—dijo Sasuke en voz baja, dando un paso atrás.

Hinata asintió, aún con el corazón latiendo rápido.

—Gracias—respondió ella en el mismo tono, luego se alejó rápidamente para verse en el espejo de cuerpo completo.

Había elegido un kimono color lavanda pálido. El tejido era liso pero de buena calidad, con bordados discretos de flores de glicinia cerca del dobladillo y en las mangas. El obi gris con detalles plateados agregaba un toque de sobriedad: un diseño delicado y elegante, perfecto para una joven "turista" de buena cuna.

Tomó del escritorio un pequeño estuche negro y lo abrió con cuidado. Dentro se encontraba un par de lentes de contacto especialmente diseñados: al colocarlos, el inconfundible tono perla de sus ojos se volvía gris, anodino. Uno color de ojos común que no llamaba la atención.

Satisfecha con el resultado, tras mirarse al espejo por última vez, volvió a reunirse con Sasuke en el salón.

Él la miró de arriba abajo, como si evaluara cada detalle. Su rostro estaba igual de sereno e imperturbable que siempre, pero cuando sus ojos se encontraron con los de ella su ceño se frunció de forma casi imperceptible.

¿Estaba mal? ¿Se había equivocado en la elección del color, o con algo más?

—Recuérdame lo que viste con tu Byakugan antes de entrar en la aldea—dijo él con voz firme, metiéndose las manos en los bolsillos—. Ya que no puedes volver a usarlo, no podemos darnos el lujo de pasar por alto el más mínimo detalle.

Hinata asintió, y sin perder más tiempo comenzó a hablar.

Durante el camino a Tsukigiri, poco antes de llegar, había usado su Byakugan para ver más allá de los enormes muros y sondear el terreno. Ninguno se esperaba lo que encontró: al menos cuatro edificios dentro de la aldea contenían redes de chakra dentro de sus muros que le impidieron a Hinata mirar en su interior.

Uno de ellos, el más grande, se encontraba en la parte norte de la aldea. Otro, parecía una especie de templo en una pequeña montaña al oeste. Los otros dos, más pequeños se encontraban cerca del centro.

—Esos son los puntos que tendremos que investigar primero—dijo Sasuke, sin titubeos. —Imagino que uno de esos es el compuesto principal del clan. Si el otro es realmente un templo, no nos hará daño echar un vistazo. Ya veremos sobre los otros dos.

Como no había ninguna novedad y ya todo estaba hablado, decidieron salir de una vez por todas. Se dirigieron entonces hacia la puerta de sus aposentos. Nada más abrirla, ambos se sobresaltaron en diferentes medidas al encontrarse con el rostro limpio y sereno de Kaoru-san, el sirviente, que por un fugaz instante expresó la misma sorpresa que el de ellos.

¿Los había estado escuchando o solo era coincidencia que se detuviera en su puerta justo cuando iban a salir?

Hinata sintió que su alma abandonaba su cuerpo.

Kaoru parpadeó y luego hizo una reverencia.

—Buenos días, Mei-sama, Arata-san— su voz era suave pero firme y, al igual que la noche anterior, Hinata no pudo evitar pensar que sonaba ensayada. Y probablemente lo era. —Les traigo una invitación del clan Karasuma para la fiesta de bienvenida esta noche.

Hinata recuperó un poco el aliento, mientras Sasuke seguía mirando con estudiada atención a Kaoru-san.

Kaoru extendió un pequeño pergamino lacrado, que Sasuke tomó con cautela.

—Será un evento privado, exclusivo para los invitados especiales —añadió con una leve sonrisa que no alcanzó sus ojos—. Confío en que ambos asistirán.

Hinata tardó un par de segundos más en salir de su estupor.

—Gracias, Kaoru-san. Allí estaremos—respondió finalmente con una sonrisa suave y una leve inclinación de cabeza.

Kaoru correspondió con una robótica reverencia de su propio repertorio y ambos lo observaron alejarse por el pasillo. Solo cuando se perdió de vista al doblar a la esquina, Sasuke y Hinata intercambiaron una mirada, pero ninguno se atrevió a decir nada de momento. Cerraron la puerta en silencio y emprendieron su camino.


—E-ese chico… me pone de los nervios—confesó Hinata cinco minutos después, cuando ya se habían alejado varios metros de la posada y de la atenta mirada de Kaoru.

Sasuke respondió con uno de sus monosílabos, y Hinata supo que opinaba igual.

—¿Crees… que nos escuchó?

Él suspiró, se guardó la invitación lacrada en el bolsillo y fijó la mirada al frente, meditando la respuesta.

—Si fue así, pronto lo sabremos.

Hinata prefería no tener que saberlo nunca, por el bien de la misión… y de sus cuellos. La sola posibilidad de que Kaoru hubiera escuchado algo incriminatorio siguió rondándole la cabeza todo el camino hacia el mercado.

A medida que se acercaban a las calles principales, los puestos de venta se volvían más numerosos y el bullicio de la aldea, más denso. Para cuando llegaron a la calle principal de Tsukigiri, estaba tan abarrotada que no podían caminar libremente más de medio metro sin chocar con alguien.

Sasuke caminaba muy cerca detrás de Hinata, pero aun así ella seguía volviendo la cabeza cada minuto para asegurarse de que seguía allí. Sentía la imperiosa necesidad de tomarle la mano, como solía hacer con Hanabi en las ferias de Konoha para evitar que la multitud las separara, pero dudaba que a Sasuke le hiciera gracia ese gesto. Probablemente se detendría en seco para mirarla con un ceja alzada, como si ella le estuviera proponiendo adoptar un gato juntos.

Justo cuando estaba a punto de mirar por encima del hombro por enésima vez, sintió la voz de Sasuke, baja y áspera, rozarle el oído.

—¿Estás tratando de romperte el cuello?

A Hinata la recorrió un leve estremecimiento, pero no respondió. Solo apretó los labios y mantuvo la vista al frente. No volvió a mirar hacia atrás.

A su alrededor, el mercado de Tsukigiri era un laberinto de puestos improvisados hechos de madera y telas apolilladas. A donde quiera que mirasen había un enjambre de voces, aromas y supersticiones descabelladas. Decenas de vendedores ambulantes se les acercaban para intentar venderles todo tipo de cosas extrañas: patas de cuervo disecadas para atraer mala suerte (Hinata no entendía por qué alguien querría tal cosa); amuletos hechos con dientes de rata, estuches con uñas humanas cuidadosamente almacenadas, cintas negras para atar la lengua a los mentirosos.

Había, además, cientos de personas de diferentes culturas, con ropas extrañas y variopintas, que hablaban diversos idiomas o tenían raros acentos que no había escuchado nunca.

Habían recorrido la mitad del mercado cuando Hinata se detuvo frente a un puesto donde colgaban algunas figuras talladas en hueso. Tras estudiarlas un poco más, se dio cuenta de que representaban mujeres con vientres exageradamente abultados. Otras tenían los ojos tallados en la nuca. Mientras alzaba una para examinarla mejor, una voz suave y extrañamente melódica se alzó junto a ella.

—Interesante elección—dijo un hombre, tenía un curioso acento apenas perceptible—. Esa figura representa a la Madre de los Cuerpos. Aquí se le reza para atraer descendencia… o para evitarla.

Hinata alzó la mirada, sorprendida. El hombre era alto, de pómulos pronunciados y de tez aceitunada. Usaba una capa bordada con extraños símbolos desconocidos para ella. Su rostro era común, fácil de olvidar. El hombre le sonreía con calma, pero esa sonrisa no le llegaba a los ojos, que eran de un impactante color ámbar.

—El templo que le rinde culto está sellado desde hace un par de años—,añadió con tono afable—. Se dice que los que intentan entrar sin permiso desaparecen, como si la Madre protegiera sus secretos con sombras antiguas.

—¿El templo?—preguntó Hinata, genuinamente interesada.

—Está por el camino este, al final del mercado. Si quieres, puedo acompañarte a verlo desde fuera.

En ese momento, Sasuke regresó del puesto de atrás, donde se había detenido a examinar una colección de kunais y cuchillos artesanales. Se acercó en silencio, pero su mirada era afilada y amenazadora mientras estudiaba al extraño. El hombre la percibió de inmediato y entrecerró los ojos, aún sonriendo.

—Veo que no vienes sola —comentó con un dejo de humor—. Menos mal. Es fácil perderse en lugares así si uno no tiene buena compañía.

—Vamos —dijo Sasuke, ignorándolo mientras tomaba el brazo de Hinata con un agarre delicado pero firme.

—Que tengan buen día —se despidió el hombre, aún sonriendo mientras los veía alejarse.

—Te dejo sola un minuto… —dijo Sasuke, cuando ya estaban lo suficientemente alejados.

—Solo estaba siendo amable…no tenías que ser tan grosero.

—No me gustan los tipos que sonríen demasiado.

Hinata soltó un suspiro, poco sorprendida por esa información, pero no dijo nada. Aún así, no pudo evitar mirar hacia atrás una vez más. El hombre ya no estaba.

Después de ese incidente, Sasuke no volvió a despegarse de ella.

A medida que se acercaban al templo, los puestos con figuras de la Madre de los Cuerpos se fueron haciendo cada vez más abundantes. Parecía que habían entrado a una sección del mercado dedicada exclusivamente al embarazo.

Hinata comenzaba a darse cuenta de que los habitantes de Tsukigiri estaban obsesionados con la fecundidad y las tasas de natalidad. Tal vez tenía sentido, dado que era una aldea cerrada y no muy grande, pero sus métodos y supersticiones rozaban lo perturbador.

Verla a ella y a Sasuke juntos llevó a los vendedores a asumir que eran pareja, para absoluto desmayo de Hinata. Ahora, más que antes, se les acercaban con frascos de pociones para la fertilidad, amuletos para garantizar la concepción y libros con posiciones sexuales probadas para aumentar las probabilidades de embarazo.

No supo en qué momento comenzó a caminar tan rápido, pero pronto se dio cuenta de que, así, los vendedores ni siquiera tenían tiempo de terminar las frases. Su pequeño recorrido había pasado de ser interesante y curioso a convertirse en una vergonzosa pesadilla agobiante. Ya ni siquiera se molestaba en preocuparse de que Sasuke estuviera detrás de ella. Solo quería salir de allí cuanto antes.

Comenzaba a ver el final del mercado cuando uno de los vendedores se interpuso en su camino de forma que ella no pudo esquivar, obligándola a detenerse en seco. En la mano sostenía un frasco con unas píldoras de color azul.

—Son para durar más, señor —dijo con una sonrisa socarrona, ofreciéndoselas a Sasuke—. Perfectas para… prolongar la diversión en la cama.

Eso era más de lo que Hinata podía soportar.

—Gracias —respondió con voz más firme de la que esperaba, frunciendo delicadamente el ceño—, pero él no las necesita.

Sasuke emitió una tos baja muy impropia de él, al mismo tiempo que ella lo tomaba de la mano sin pensárselo dos veces, y lo arrastró prácticamente hasta más allá del último puestito. Solo cuando llegó a un camino menos transitado, se atrevió a detenerse debajo de un árbol para recuperar el aliento.

Entonces se dio cuenta de que aún sostenía la mano de Sasuke y la soltó con rapidez.

Sus ojos se encontraron con los de él, que parecían contener una inusual chispa de… ¿diversión contenida?

Hinata, que aún seguía roja, sintió la necesidad de decir algo.

—Esa gente está loca.

Sasuke no la miraba, pero esbozó una sonrisa ladeada apenas visible, de esas que rara vez dejaba ver.

—Sí…loca—dijo con voz baja, más para sí qué otra cosa.

Hinata lo miró con curiosidad, y bebió de esa sonrisa como quien descubre un oasis en un camino árido. Así que, defender su virilidad era lo que hacía falta para hacer sonreír a Sasuke Uchiha. No pensaba que ese fuera el comienzo de una bonita amistad, ni mucho menos… pero tal vez, solo tal vez, había logrado agrietar un poco su hielo. Hinata se atrevió a sentir una llamita de esperanza.

Sasuke debió percatarse de ello, porque su expresión se endureció de nuevo.

—Vamos—dijo entonces, señalando el camino que se abría a su derecha—El templo está por allá.

La llamita de esperanza se extinguió al instante.


Caminaron en silencio durante algunos minutos, dejando atrás la algarabía del mercado, que ahora era reemplazada por los sonidos de la naturaleza a su alrededor. El sendero se estrechaba conforme ascendían por la ladera, flanqueado por árboles altísimos que parecían antiguos, cuyas ramas se inclinaban sobre ellos como si susurraran secretos.

Tuvieron que parar un par de veces para que Hinata pudiera componerse las sandalias que, definitivamente, no estaban hechas para senderismo, y ya comenzaban a lastimarle los pies.

Para alivio suyo, no pasó mucho tiempo más hasta que el templo se dejó ver entre los árboles y la niebla.

El templo de Tsukigiri era una vieja fortaleza de madera maciza oscurecida por el tiempo y la humedad. Estaba cerrado por gruesos portones asegurados con cadenas oxidadas, que crujían ligeramente con la brisa. Afuera, un cartel de madera colgaba torcido y con las letras casi desdibujadas, aunque aún podían distinguirse las palabras:

Prohibido el paso. Lugar sellado por decreto del Clan Karasuma. No romper el silencio de los muertos.

Hinata sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Todo aquello se le hacía inquietante. El aire allí parecía más frío y la niebla más densa, como si el propio templo la exhalara. Además, y se daba cuenta ahora, estaba rodeado de cuervos que descansaban en los árboles y en los aleros del tejado como vigías silenciosos, acatando la advertencia del cartel.

Sasuke se adelantó unos pasos, su mirada evaluando las cadenas.

Caminaron alrededor del templo, en busca de cualquier cosa que estuviera fuera de lugar. Las puertas principales parecían no haber sido abiertas en mucho tiempo, pero ni Sasuke ni ella se creían que nadie entrase allí. Les llevó varios minutos darse cuenta de que había una pequeña trampilla en la parte trasera, que a diferencia de la puerta principal, mostraba señales claras de haber sido usada recientemente.

—¿Crees que el Kunai pueda estar aquí dentro? —preguntó Hinata con voz muy baja, echando una mirada cautelosa a un cuervo cercano, como si temiera que el animal pudiera entenderla.

—No sería mi primera opción —respondió Sasuke, sin apartar la vista de la trampilla—. Pero no podemos descartarlo.

En ese momento, varios cuervos alzaron el vuelo con un batir de alas brusco, rompiendo el silencio con un graznido áspero. Hinata se sobresaltó, su ceño levemente fruncido. Había algo en ese lugar que no le gustaba. Nada.

—Entrar ahora sería una estupidez —murmuró Sasuke—. Tendremos que venir de noche.

Ella asintió, conteniendo un escalofrío al imaginar ese templo envuelto en la decir nada más, emprendieron el camino de regreso.


Cuando estuvieron de nuevo en el centro de Tsukigiri, ya era la hora de la comida. Hinata no quería revivir la traumática experiencia del mercado, y Sasuke no veía la necesidad de volver a pasar por allí, así que caminaron por calles adyacentes, menos concurridas, buscando un lugar tranquilo donde comer. Parecía que casi toda la gente que había en el mercado tuvo la misma idea que ellos, porque les llevó un rato encontrar un local apropiado.

Se trataba de una casa de té con farolillos en la entrada y cortinas de lino en las ventanas, por las que se escapaba un aroma a caldo recién hecho. A Hinata le gustó el aspecto cálido y acogedor que ofrecía a primera vista.

Entraron sin decir mucho, agradeciendo el silencio. Ella se quitó las sandalias en la entrada y las dejó junto a las de Sasuke. Una mujer mayor, con el cabello cano recogido en un moño bajo y un rostro amable, los condujo a una mesa baja al fondo del local, en una esquina semioculta por una celosía de madera. Mientras Sasuke recorría el lugar con la mirada, alerta como siempre, Hinata le agradeció a la mujer con una inclinación de cabeza y una pequeña sonrisa.

Se acomodaron sobre los cojines, uno frente al otro, y Hinata soltó un suspiro de puro placer al poder sentarse por fin. Por primera vez en toda la mañana, sentía que podía relajarse al menos un poco.

Era un lugar bastante privado. Se preguntó si la señora también habría asumido que ella y Sasuke eran pareja, y por eso les ofreció la mesa más apartada. La idea le provocó un leve sonrojo, que intentó disimular bajando la mirada.

Cuando volvió a alzar la vista, se encontró con los ojos de su compañero fijos en ella. Una parte de ella quiso preguntarle qué veía, pero entonces Sasuke desvió la mirada y, sin decir nada, sacó de su bolsillo el pergamino que Kaoru les había entregado esa mañana: La invitación a la fiesta de bienvenida del clan Karasuma.

Sasuke lo desenrolló en silencio, sus ojos recorriendo cada línea con atención. Hinata lo observó, expectante, consciente de la forma en que él fruncía ceño apenas, como si estuviera leyendo entre líneas más que las palabras mismas.

—No esperaba que nos invitaran tan pronto—murmuró al fin, sin apartar la vista del pergamino—. Y en su residencia principal... qué considerados.

Terminó de leer y se lo pasó a Hinata, que lo tomó con cuidado. La caligrafía era impecable y ceremoniosa.

—"A la honorable señorita Shirane Mei" —leyó en voz baja—, "en calidad de invitada especial, con autorización para asistir con un acompañante de confianza."

Levantó la mirada hacia Sasuke, con un dejo de inquietud.

—Estás incluido. Pero... no te mencionan.

—No esperaba que lo hicieran —replicó él, sin inmutarse—. La servidumbre sólo asiste como escolta.

Hinata volvió la mirada al pergamino. Una de las cosas más difíciles de mantener en su fachada era, quizás, la relación que debía fingir tener con Sasuke. Para el resto de Tsukigiri, él era su guardián, su escolta, alguien que estaba a su servicio, subordinado a ella. Pero en la realidad, las cosas no eran tan simples. Sasuke era quien tomaba la mayoría de las decisiones importantes, quien analizaba cada situación con una precisión fría y calculadora, y quien mantenía deliberadamente una barrera entre ellos— no por protocolo ni etiqueta, sino porque así era él.

De vez en cuando, Hinata se permitía acariciar la idea de que esa barrera comenzaba a resquebrajarse aunque sea un poco. A veces Sasuke mostraba un resquicio de lo que podría ser si él no se empeñara en mantenerla a un brazo de distancia. Pero en el fondo sabía que lo mejor era no hacerse ilusiones.

Apartando esos pensamientos de su mente, volvió a concentrarse en el pergamino.

Finalizando formalmente la invitación, se encontraba el sello imponente del clan Karasuma, estampado en tinta negra: la famosa luna menguante con silueta de cuervo. La firma debajo era elegante y clara: Karasuma Reiji.

—Karasuma Reiji—repitió el nombre en voz baja, como saboreándolo.

Era el líder del clan Karasuma. Hinata lo recordaba del documento informativo de la misión:

Civil30 años de edadLíder del clan y máxima autoridad de Tsukigiri, y un espacio vacío donde debía estar su foto. Un nombre sin rostro. Podían habérselo cruzado en el mercado esa misma mañana y ellos no tendrían la mínima sospecha. Mentiría si dijera que no estaba al menos un poco preocupada por meterse en la boca del lobo sin antes ver la cara del lobo.

Y sin embargo, Karasuma Reiji estaba marcado como persona de interés y alta prioridad en los documentos de la misión. Si alguien sabía dónde estaba el Kunai, era él.

Hinata recorrió con la mirada el nombre, como si pudiera sacarle algo más solo con observarlo.

—¿Qué más sabemos de él?

Sasuke tardó un momento en responder.

—Que le gusta rodearse de cosas valiosas. Poder, dinero, reliquias… y mujeres, si le parecen lo bastante interesantes—. Hizo una pausa breve—. Y que no suele aceptar un no por respuesta.

—Parece... encantador —dijo, sin ironía, pero con un dejo de inquietud que Sasuke no pasó por alto.

Él la miró apenas un segundo, suficiente para notar el matiz. Luego enrolló el pergamino con movimientos medidos y se lo volvió a guardar en el bolsillo.

—Son buenas noticias—dijo, en el mismo tono preciso que usaba siempre que hablaban de la misión—. Tenemos vía libre para entrar en el lugar que más nos interesa.

Hinata le devolvió la mirada, alzando sus delicadas cejas

—No te imaginaba como alguien optimista.

Él ladeó la cabeza apenas, con un destello en sus ojos que ella no supo leer del todo.

—Y yo no te tomaba por alguien que espera lo peor.

—Supongo que hoy…ambos hemos descubierto algo nuevo del otro. —se atrevió a decir ella con timidez, bajando de nuevo la mirada.

—Hn. Eso no nos servirá para completar esta misión.

Lo dijo con el tono de una puerta cerrándose. El silencio se instaló entre ellos mientras les servían la comida, no un silencio hostil, sino firme, como una línea recta que no debía cruzarse. Hinata desvió la mirada, conteniendo el fantasma de una sonrisa triste.

Dejaría esa puerta cerrada. Por ahora.

Cuando terminaron de comer, salieron sin demoras. A pesar de que estaban en plena tarde, el sol apenas lograba colarse entre las nubes grises y la niebla. Todavía faltaban algunas horas para el anochecer, así que aprovecharon para recorrer con discreción los dos edificios restantes que Hinata había detectado con su Byakugan, para desgracia de sus pies adoloridos.

No encontraron nada concluyente, uno era un edificio gubernamental, donde no se percibió mucho movimiento —perfecto para alguien que busca morir de aburrimiento con procesos burocráticos, no un Kunai legendario—. Hinata pensó que, en una aldea pequeña e independiente como Tsukigiri, donde gobernaba un único clan, no habría mucho que hacer.

El otro era una pequeña y triste biblioteca en mal estado, casi abandonada en una esquina de la aldea. Lo suficientemente lúgubre para espantar hasta a los fantasmas.

Ambos coincidieron en que era muy poco probable que el Kunai estuviera allí. La prioridad seguía siendo el templo, y muy por encima de este, el centro de poder: el compuesto del clan Karasuma.

El sol comenzaba a hundirse cuando llegaron a la posada. Hinata se quitó las sandalias y las dejó junto a la puerta, aliviada de poder descansar de ellas un poco.

Con la etapa de reconocimiento terminada, ya no quedaba tiempo para teorías ni hipótesis.

Era momento de prepararse para la fiesta.

Notes:

nota 07/06/25: Espero que estén disfrutando de Tsukigiri tanto como a mí me está gustando escribir sobre ella. Al principio quería un escenario un poco sombrío y misterioso para los primeros capítulos. No sé si he logrado el efecto deseado, pero bueno, esta historia no va de eso y tampoco va a transcurrir por completo en Tsukigiri.

Sin embargo, este es solo el primer día y todavía no termina.

Muchas gracias a los que dejaron kudos, suscriptions, y a los lectores silenciosos también.

¡Besos!

Próximo capítulo: En la boca del cuervo.

Chapter 3: En la boca del cuervo

Chapter Text

Él es una paradoja

Estoy teniendo visiones, ¿soy mala?

¿O loca? ¿O sabia?


Konoha, varias semanas antes de la misión.

Yugen era un rincón discreto en una zona tranquila cerca del centro de Konoha.

Toda la decoración eran lámparas de papel, luces que colgaban del techo como luciérnagas inmóviles, y un aroma persistente a té de jazmín y sopa miso recién servida. Para Hinata, era uno de los pocos lugares donde encontraba un respiro entre misiones y rutinas. Allí compartía quejas, chistes y secretos con las pocas amigas que el tiempo no le había arrebatado.

Amigas que esperaba conservar por el resto de su vida, pensó con una sonrisa suave, mientras le daba un sorbo a su sake.

Ino, que hoy llegaba tarde, hizo su entrada con la energía de un sello explosivo.

—¿Ya oyeron la última? —soltó, mientras dejaba caer su bolso sobre el asiento acolchado—. Parece que pronto sonarán campanas de boda en el clan Uchiha.

—¿Qué? —Sakura arqueó una ceja—No me digas que Itachi decidió sentar cabeza.

—No, no —Ino alzó un dedo dramáticamente, y añadió, tras una pausa teatral:— Sasuke.

—¿Sasuke? —repitió Tenten, ya riéndose—Eso suena tan probable como que Sai abra un club de comedia.

Hinata bajó la vista a su copa, aunque seguía escuchando con atención.

—No es tan improbable si lo piensan bien—continuó Ino, disfrutando cada palabra del jugoso chismorreo—. ¿Recuerdan cuando hablamos de que últimamente se lo ve mucho con esa tal Kazumi, la prima de Shisui? Y todo el mundo sabe que los Uchiha solo se casan entre ellos. Tienen un club cerrado con membresía de por vida.

—¿Kazumi? —preguntó Sakura, ladeando la cabeza—. ¿La de los torneos de arquería? Pensé que solo le interesaban los ciervos y la poesía trágica.

—Perfecta para Sasuke —comentó Tenten, sirviendo más sake en su copita de cerámica—. Muda, distante y buena puntería. El sueño de todo Uchiha.

—¿Quién te ha dicho todo esto? —preguntó Sakura, cruzándose de brazos y mirando a su amiga con los ojos entrecerrados.

—Mi tía, que tiene una tienda cerca del distrito Uchiha—respondió Ino con total seguridad, como si esa fuera una fuente confiable—. Jura que los vio juntos entrando al dojo el sábado por la mañana. Y otra vez el martes. Y otra vez hoy.

—Ajá —dijo Sakura, arqueando una ceja—. Como cuando tu tía dijo que Kakashi tenía un hijo secreto.

—¡Eso fue una vez! Y era una teoría interesante.

—Era un niño con máscara que se perdió en el mercado, Cerda.

—Bueno, perdón por intentar darle emoción a nuestras vidas—respondió Ino, encogiéndose de hombros con dignidad falsa.

—Creo que yo sabría muy bien si mi ex-compañero de equipo va a casarse.

Hinata bebió un trago de su copa. Amaba a sus amigas, aunque a veces prefería no participar en sus juegos. Pero esta vez sintió que debía defender al objeto del chisme.

—Tal vez están entrenando —sugirió Hinata en voz baja—. Yo también entreno mucho con Kiba, y no me gustaría que la gente asumiera... cosas.

Porque sí lo hacían a veces. Y no era agradable.

—Claro —rió Tenten—. Entrenando cómo pronunciar "acepto" sin parecer emocionado.

Todas se rieron. Incluso Hinata sonrió, aunque con cierta distracción. Se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y dijo:

—Si es cierto, me alegro por él.

—¿En serio? —preguntó Ino, mirándola con curiosidad.

Hinata asintió con una sonrisa serena.

—Supongo que... algunas cosas son inevitables.

Como que ciertas personas no estaban destinadas a mirarte dos veces. Como que el chico que te gustó por años termine siendo el novio de una de tus mejores amigas.

Hubo un breve silencio, mientras las demás reflexionaban sobre esas palabras.

Luego Sakura alzó su copa, cambiando de tema con una sonrisa traviesa.

—Bueno, a la salud de las bodas improbables, los rumores innecesarios y las misiones aburridas que nos esperan mañana.

—Y que el sake no se acabe —añadió Tenten.

Las copas tintinearon. Afuera, las linternas rojas del Yūgen temblaban con el viento.


Hinata nunca había sido de las que tardaba demasiado en vestirse. Siendo ninja, la moda no era algo que solía preocuparla más de lo necesario. Usualmente le daba más importancia a lo cómodo y práctico, y por último a lo bonito, y con eso se daba por satisfecha. Pero esa noche, frente a su reducido repertorio de kimonos, sus principios estaban siendo puestos a prueba.

Antes de llegar a Tsukigiri, ella y Sasuke se habían detenido en una pequeña aldea a un día de camino, para comprar la ropa que usarían Shirane Mei y Arata Shin. Allí también alquilarían después el carruaje que los llevaría a su destino. Era un pueblito pequeño olvidado entre arrozales y montañas, que solo contaba con una tiendita de ropa, con modelos limitados, sobre todo para la honorable hija de un señor feudal.

Si bien ese plan había ofrecido ciertas ventajas logísticas —como no atravesar medio continente cargando una maleta de ropa, por ejemplo—, también había traído sus propias complicaciones: no había tantas opciones, y tardó un rato largo en elegir los más adecuados y luego rezar porque hubieran de su talla.

Sasuke no había sido de mucha ayuda, tampoco. Había alzado una ceja al ver los kimonos y, tras un breve silencio, simplemente señaló uno y dijo:

—Ese.

Hinata no supo si lo había dicho porque realmente le gustase o porque quería terminar con el asunto de una vez.

Así que ahora, mientras se hacía de noche, se encontraba por primera vez en mucho tiempo dudando frente al armario. Mirándolo bien, el kimono que había elegido Sasuke era el que más le gustaba, aunque ella en un principio hubiera dudado de su honestidad al elegirlo. Era de un sobrio color negro con bordados rojos, un forro interior de color perla grisáceo, casi blanco, mientras que el obi era de un rojo apagado, con detalles plateados a los que la luz les arrancaba una sutil sombra de destello, como el brillo de la luna detrás de las nubes.

Era un kimono muy bonito, sencillo y elegante; No el que la "hija de un señor feudal" usaría para exhibirse, sino el que vestiría alguien que sabe su valor y no necesita demostrarlo, una prenda que decía más por lo que callaba.

Como Sasuke.

Hinata sacó el kimono de la percha para examinarlo mejor. Había algo remotamente familiar en él, aunque no lograba poner el dedo sobre qué era. Sin embargo, no tenía tiempo para seguir con contemplaciones.

Se vistió sin mayor demora, y ya con el kimono puesto se entretuvo unos pocos minutos más con su cabello, optando por un recogido semi-despeinado con algunos mechones sueltos que enmarcaban su cara. Para terminar, un poco de labial muy suave para darle color a su rostro.

Ya solo faltaba una cosa…

Con un suspiro leve, salió de su habitación y se encontró con Sasuke, que seguramente llevaba listo más de una hora y la esperaba, paciente. Estaba sentado en el sofá, con un brazo apoyado en el respaldo y la cabeza ligeramente echada hacia atrás, como si estuviera descansando. Tenía los ojos cerrados, pero los abrió al percibir su presencia, con la misma calma de un rey aburrido en su trono, y la miró.

Hinata, que sostenía el Obi en su mano, lo levantó un poco.

—¿Podrías..?

La mirada de él bajó al cinturón y luego regresó a su rostro, sin decir nada, como si evaluara algo.

—Ven aquí—ordenó finalmente con una voz baja y tranquila, incorporándose en el sofá sin levantarse del todo.

Ella se acercó, obediente, contenta de no tener que pedírselo dos veces. Él tomó el obi de sus manos con cuidado, asegurándose de que sus dedos no rozaran con los de ella. Comenzó a enrollar el obi en su cintura con movimientos medidos pero seguros. Mientras sentía los dedos firmes y precisos de él ajustando la tela, Hinata tuvo la descabellada impresión de que sus manos se demoraban un segundo más de lo necesario en su cintura.

Se preguntó seriamente si estaría volviéndose loca, o solo era casualidad. ¿Estaba imaginándose cosas?

—Listo —dijo él con voz baja, mirando su obra.

—Gracias…

Su voz sonó extraña. No se atrevía a mirarlo, aún sentado frente a ella en el sofá. En cambio, se fue de nuevo a su habitación.

Sintiéndose ligeramente sonrojada y desconcertada, pero decidida a no darle más vueltas por el momento, se miró en el espejo. Y vio ahora con mayor claridad lo que antes se le había escapado. El kimono negro, el fondo blanquecino, el obi rojo…

Se vio a sí misma, con los colores del clan Uchiha.

Fue como entender un chiste dos días después de escucharlo.

Los Uchiha y su manía de llevar siempre su emblema y colores a todas partes.

Muy a su pesar, esbozó una pequeña sonrisa, para ella misma. Allí estaba el gran Uchiha Sasuke, tan pragmático y distante, y sin embargo capaz de encontrar un poco de su hogar en los detalles más simples. Le pareció entrañable, y sintió que ella, también, llevaba consigo un recuerdo de Konoha. Aunque fuera en los colores de un clan que no era el suyo.

Claro, aún existía la posibilidad de que solo fueran impresiones suyas. Con Sasuke nunca estaba del todo segura. Pero no le importaba.

Cuando salió de nuevo al saloncito tenía el valor restaurado, como si pudiera patearle el trasero a Karasuma Reiji, quien quiera que fuese.

Sasuke ya no estaba en el sofá. Ahora la esperaba junto a la puerta principal, apoyado contra la pared, con los brazos cruzados sobre el pecho y un tobillo descansando sobre el otro pie.

Hinata se fijó por primera vez en que él también se había vestido para la ocasión. Llevaba unos pantalones negros de corte recto que se ajustaban en todos los lugares adecuados, acompañados de un haori oscuro, que caía con elegancia sobre sus hombros y resaltaban su figura atlética. Era una combinación sencilla, que no buscaba elogios. Nada en él era decorativo, y aun así… se veía bien.

Demasiado bien.

No era un pensamiento que tuviera a menudo. Sabía que Sasuke era atractivo —era un hecho tan evidente como que el cielo era azul y el fuego quemaba—. Pero en ese momento lo vio de una manera distinta.

Era casi injusto que alguien fuera así de guapo.

Su mirada oscura recorrió a Hinata de pies a cabeza con deliberada lentitud, y cuando sus ojos se encontraron, ella percibió en ellos algo que no pudo descifrar del todo, y la firme línea de su mandíbula se tensó de forma casi imperceptible.

—Estás lista—señaló finalmente, con voz tranquila, casi sin emoción. Una simple observación.

Hinata asintió, bajando la mirada, temerosa de que él leyera sus pensamientos.

—Entonces, vamos —, dijo, incorporándose de la pared.

Cuando salieron al exterior, ya había oscurecido, y todo estaba bañado por la luz suave de los faroles de papel que colgaban de los tejados, oscilando suavemente con la brisa fresca de la noche. Por la calle transitaban con frecuencia personas en dirección al centro, seguramente para disfrutar del festival. Hinata y Sasuke eran los únicos que iban en dirección contraria, hacia el norte de la aldea.

Si algo estaba claro, era que sus anfitriones no parecían darle verdadera importancia al evento. Para los aldeanos, el festival significaba una semana de comercio abierto, una gran cantidad de turistas a los que podían venderles sus productos, sus comidas, o servicios, una oportunidad que solo se repetía un par de veces al año. El festival era para la gente de la aldea. Para el clan Karasuma, era solo una fachada, una excusa para crear contactos y fortalecer lazos con otras familias influyentes. O al menos eso era lo que Hinata suponía.

No dijeron nada en el camino. Se sentía más nerviosa con cada paso que la acercaba al complejo del clan. Hasta el momento todo había salido de acuerdo al plan, pero eso solo había sido la parte fácil. La verdadera infiltración comenzaría en el instante en el que pusiera un pie en la casa del enemigo. Entonces ya no bastaría con tener buenos modales y hacer reverencias a sirvientes atentos, sino que tendría que dejar de ser Hyuga Hinata y convertirse de verdad en Shirane Mei.

Shirane Mei, que no era una kunoichi.

Si algo salía mal, no podría defenderse, a menos que quisiera arruinar su fachada.

Sasuke caminaba a su lado a un ritmo constante. Hinata miró su perfil y la asaltó la necesidad de que él le dijera algo, cualquier cosa, que la contagiase de ese temple con el que él enfrentaba al mundo, como si nada pudiera perturbarlo.

Pero Sasuke no se inmutó, completamente ajeno a su llamado.

Al final de la calle aparecieron unas puertas de madera maciza, una versión más pequeña que las de la aldea, pero igual de imponentes, con el emblema del clan Karasuma, negro y gris, estampado en el centro.

Entonces Sasuke se detuvo. Hinata frenó también, con una mirada rápida a su alrededor, sin saber si algo iba mal.

Él no la miró de inmediato, mantuvo la vista al frente como si evaluara algo invisible más allá de la puerta. Luego ladeó la cabeza y la miró con esos ojos oscuros que parecían medirla en silencio.

—Recuerda—dijo en voz baja, solo para que Hinata pudiera escucharlo—tú observa. Si algo no te gusta, mírame… Lo sabré.

A Hinata el corazón le dio un pequeño vuelco. No por nerviosismo esta vez, sino porque Sasuke acababa de darle justo lo que ella necesitaba.

Sintiendo una inesperada oleada de afecto hacia él, asintió sin decir nada, y continuaron.

Una de las puertas estaba abierta, y era guardada por un hombre uniformado. Les pidió la invitación y Sasuke se adelantó para entregársela. El guardia observó a Hinata brevemente antes de buscar su nombre en lo que, ella supuso, era la lista de invitados. Tras encontrarlo, se hizo a un lado para dejarlos pasar, dándoles la bienvenida.

—Gracias—respondió Hinata, con un asentimiento cortés.

Avanzaron por un camino empedrado rodeado por impecables áreas verdes y árboles, y flanqueado por una hilera de faroles esféricos que imitaban lunas. Todo estaba perfectamente cuidado.

A varios metros se encontraron con el complejo.

El compuesto del Clan Karasuma era casi exactamente igual a como Hinata lo había visualizado: una estructura de tres pisos que combinaba la piedra con la madera, lo viejo con lo moderno, como si buscaran conservar una dignidad ancestral sin renunciar al lujo de la modernidad. O al menos, eso era lo que podía deducir con la fachada. Desde allí era difícil saber qué tan grande era el lugar.

En la entrada los esperaba un sirviente que les dio la bienvenida con una sonrisa formal antes de guiarlos hacia el interior de la casa.

Los condujeron por un amplio corredor iluminado por faroles altos de papel blanco y cálido. Desde el fondo les llegaba el sonido de la música y el ruido de muchas voces conversando.

Entonces llegaron a la sala principal, que se abría ante ellos como un abanico dorado, con techos altos y columnas de madera oscura pulida. Las paredes estaban decoradas con paneles pintados a mano, exhibiendo patrones elegantes. Nada más entrar, a Hinata la asaltó un popurrí de aromas, entre los que predominaba el de perfumes caros, tabaco y licor.

Había varias mesas dispuestas de forma irregular alrededor de la sala. El sirviente los condujo hasta una libre, al fondo del todo, dispuesta con diversos aperitivos.

En la mesa de al lado, tres ancianas discutían con fervor si la edición especial del kuroyami del año pasado había sido mejor que la de este, mientras una de ellas intentaba rellenar su copa con una botella de un líquido ambarino sin dejar de hablar.

Hinata reprimió una sonrisa mientras se sentaba.

Junto a ella, Sasuke se sentó también, con la espalda recta. Observaba a los presentes con atención.

—¿S-sabes qué es el kuroyami?—le preguntó ella, inclinándose un poco para hacerse escuchar por encima de la música.

—No tengo la menor idea—respondió él, encogiéndose ligeramente de hombros.

En ese momento se acercó una sirviente a ofrecerles bebidas, Hinata le agradeció y la muchacha dejó una botella de sake en la mesa, junto con pequeñas copas de cerámica tradicionales, antes de alejarse otra vez.

—Será mejor que no bebamos—advirtió Sasuke, con lo que ella estuvo de acuerdo.

Por su parte, las señoras de la mesa contigua apuraron sus bebidas, antes de levantarse, y se perdieron entre la multitud. De hecho, ya no quedaba mucha gente sentada.

Ella y Sasuke decidieron levantarse también, para hacer una ronda de reconocimiento del lugar y mezclarse un poco.

Hinata observaba todo mientras caminaba entre la gente, los sonidos de la fiesta volviéndose un zumbido constante en sus oídos. La luz dorada de las lámparas y los colores vibrantes de los kimonos parecían sacados de una pintura antigua en la que ella era solo una cara más, un rostro sin nombre. Las risas y el tintineo de las copas creaban un ambiente extraño, acogedor y electrizante a la vez, como si toda esa energía acumulada fuera capaz de embriagarla.

—Me imaginaba esta fiesta menos…animada—confesó ella, esquivando a un sirviente que llevaba una bandeja con botellas y copas.

A su alrededor todo el mundo charlaba animadamente y reía con ganas, otros incluso bailaban al ritmo de la música.

—Demasiado alboroto para una bienvenida—dijo Sasuke con un tono bajo y seco, caminando tan cerca de ella que sus brazos por poco se rozaban.

Hinata lo miró de reojo, con una media sonrisa.

—Supongo… que algunos clanes sí saben divertirse.

—La diversión tiene otras formas en mi clan. Más… selectas—respondió él, en el mismo tono calmo, aunque ambiguo, de antes.

Hinata se mordió el labio. Dudó, atrapada entre tomarlo como una provocación o como una broma privada cuyo sentido se le escapaba. Ambas opciones le parecieron igual de improbables. Al final, decidió no engancharse.

—Ajá…selectas.

Sasuke pareció dar por cerrado el tema. También él eligió dejarlo pasar.

—No he visto a Karasuma —comentó, tras una breve pausa, sin mirarla. Se habían detenido junto a una de las altas columnas de madera.

—Podría ser cualquiera de estas personas —respondió ella en voz baja, sin girar la cabeza.

—No. Lo sabríamos —concluyó él, con seguridad.

Aunque no conocían a nadie, eso no impidió que algunos intentaran entablar conversación. Dos hombres bien vestidos comentaron sobre lo inusual del clima esa semana; una anciana elegantísima se acercó para decirle a Hinata que se veía muy guapa y que le encantaba su kimono, luego un comerciante de telas les habló entusiasmado de su nueva colección de otoño.

Para entonces ya llevaban casi dos horas en la fiesta y Karasuma Reiji no había hecho acto de presencia. No se querían arriesgar a escabullirse por la casa sin tener identificado y localizado a su persona de interés, así que no tenían mucho que hacer más que seguir fingiendo que estaban disfrutando de la fiesta, algo en lo que Sasuke no era precisamente bueno.

Si bien habían acordado no beber, Hinata no pudo evitarlo. La mayoría de las personas que se acercaban a hablarles terminaba ofreciéndole alcohol, y como al parecer estaba muy mal visto rechazar una copa, tuvo que aceptarlas a regañadientes. Al principio solo fingía que bebía, pero en algún punto se hacía evidente que su bebida seguía intacta y ella no tenía otro remedio que tomar aunque sea un sorbo.

Varios insistieron en que Sasuke también bebiera, pero como él era "solo su escolta", Hinata pudo excusarlo alegando que lo necesitaba sobrio.

Lo cual no era del todo mentira.

Cuando volvieron a quedarse solos, Hinata notó que Sasuke la observaba.

—Veo que ya has entrado en personaje —comentó él, con su tono habitual, difícil de leer.

—Y tú… ya no pareces tan incómodo conmigo.

Lo dijo sin pensarlo demasiado, y enseguida se dio cuenta. Tal vez era efecto del alcohol. No estaba ebria, pero sí lo suficiente como para que la voz prudente en su cabeza sonara un poco más baja. No se sentía desinhibida, solo… menos vigilante de sí misma.

Sasuke la miró un momento en silencio, luego bajó la vista a la copa en su mano. Con un gesto breve, se la quitó sin decir nada y la dejó en la bandeja de un sirviente que pasaba.

—No necesitas eso —dijo simplemente.

Hinata bajó la mirada, sin saber si le hablaba del alcohol o de otra cosa. Iba a decir algo, pero en ese instante tres siluetas se acercaron a ellos.

Eran las tres señoras que antes habían visto discutir sobre el kuroyami en la mesa de al lado.

—¡Pero qué pareja tan atractiva!—dijo una de ellas, golpeando con su abanico a una de sus amigas.

Hinata sonrió e inclinó la cabeza ligeramente.

—Oh, no. Arata-san solo me acompaña esta noche. No somos una pareja—dijo con tono amable.

Una de las ancianas, la más ruidosa y risueña de las tres, se giró entonces hacia Sasuke y lo miró de pies a cabeza con descaro.

—Qué desperdicio. Tengo un par de nietas en edad de casarse…—comentó, colocándole una mano en el hombro y batiendo sus negras pestañas—Y usted tiene unos hombros que harían llorar de alegría a mi difunto esposo. ¿Qué dices, jovencito?

La señora dejó su mano en el hombro de Sasuke y lo miró con picardía. Sus amigas emitieron una risita tonta.

Sasuke apenas arqueó una ceja. Pero antes de que pudiera responder, Hinata lo hizo por él:

—Arata-san ya está comprometido.

Las ancianas rieron con malicia entre dientes, e intercambiaron una mirada cómplice antes de alejarse sin apuro, perdiéndose entre la multitud.

—¿Estoy comprometido ahora? —preguntó él, sin mirarla.

Hinata bajó la vista un momento.

—Fue… lo primero que se me ocurrió.

—Hm.

—Aunque…—comenzó a decir, pero se cortó a mitad de la frase. Esa vocecita interior, la que pertenecía a Hinata, volvió a emerger alzando una señal de alerta amarilla. De todas formas, ¿no era verdad que lo estaba? O lo estaría pronto, si los rumores que circulaban por Konoha eran ciertos. Una parte de ella, pequeña pero obstinada, deseaba que no lo fueran. No sabría decir por qué.

—¿Qué? —preguntó Sasuke, girándose hacia ella con lentitud. Se cruzó de brazos y la miró fijamente. Había algo contenido en su voz, algo que solo Hinata —después de ocho días a su lado— pudo detectar como irritación. O quizás… incomodidad.

La música parecía haberse apagado. Todo se sentía suspendido.

—No importa —dijo Hinata, con más serenidad de la que esperaba tener. Y se giró, alejándose con pasos tranquilos, antes de que él pudiera decir algo más.

Pero entonces, se escuchó una copa romperse en algún punto de la sala. Hinata giró instintivamente la cabeza y, en el movimiento, tropezó contra la espalda de alguien.

—¡Ah! L-lo siento… —dijo, dando un paso atrás.

El hombre se volvió hacia ella.

Era alto, de complexión delgada pero firme, con el cabello negro como tinta y unos ojos grises, metálicos, que la miraron con un filo tan preciso como una hoja afilada. Llevaba un haori oscuro con motivos que recordaban a plumas de cuervo, sobre ropas tradicionales en distintos tonos de gris.

Y aunque no sabía su nombre, Hinata supo al instante que él era Reiji.

Lo supo por la forma en que la observaba —con una mezcla de cálculo y curiosidad—, por la seguridad sin arrogancia de su postura, por el aura de control absoluto que parecía envolverlo, como si el salón entero estuviera sutilmente inclinado hacia él.

Sasuke había dicho que lo sabrían, y tenía razón.

El grupo de personas que lo acompañaba también se giró, curiosos por lo que había captado la atención de su interlocutor.

El hombre sonreía de manera tranquila, casi divertida.

—Vaya. Y yo que creí que esta noche ya no podía mejorar—dijo con voz suave, pero segura—. ¿Suele usted abordar así a los hombres, Mei-san?

Hinata parpadeó.

¿Cómo sabe…?

Una ola fría le recorrió la espalda. De repente se sintió como un cervatillo en la mira de un cazador.

El hombre inclinó la cabeza apenas, parecía divertido por la reacción de Hinata, y tenía un brillo astuto en los ojos.

—¿Sorprendida? —inclinó apenas la cabeza, divertido—. Sería una falta de cortesía no saber quién es cada uno de mis invitados. Incluso aquellos que nunca había tenido el placer de ver en persona.

Él sonrió con calma. Los invitados que los rodeaban la estaban mirando, sonriendo como si fueran partícipes de una broma que a ella no le habían contado. Alguien rió a la distancia, y el olor a sake se mezclaba con el del incienso que se imaginaba ardiendo lentamente en algún lugar de la sala.

—Karasuma Reiji. —Se inclinó con elegancia, como si la escena le perteneciera—. Es un placer, Mei-san.

Hinata se obligó a no dar un paso atrás. Su pulso aún martillaba en los oídos.

Dioses…

Habían estado buscando a Reiji desde que llegaron y ahora lo tenía frente a ella. Tuvo que contenerse de buscar a Sasuke con la mirada, pero estaba segura de que él tampoco lo había visto venir. ¿En qué momento bajaron la guardia?

—El placer es mío, Karasuma-sama. —respondió, haciendo una reverencia profunda y controlada.

—Por favor, llámame Reiji. Me gustaría saber cómo suena en tu voz—dijo él con una sonrisa que no alcanzaba a ser del todo amable, inclinándose de manera sutil hacia adelante. Sonaba peligrosamente como una orden más que una petición.

Hinata le sostuvo la mirada el tiempo justo para no parecer intimidada, aunque por dentro su pulso se había acelerado.

Su mente trabajaba a toda velocidad tratando de descifrar el subtexto y las implicaciones de esta conversación. ¿Qué quería decir Reiji con que los conocía? ¿Estaba su fachada arruinada? ¿O solo estaba frente a un hombre en extremo meticuloso y controlador, capaz de memorizar los nombres y los rostros de todos sus invitados, incluso los que venían de tierras lejanas? ¿Hasta qué punto los había investigado?

Estaban caminando sobre hielo delgado.

Hinata sonrió de forma amable.

—Reiji-san, entonces—corrigió con cortesía, su voz sonó más firme ahora que había pasado el impacto inicial.

El líder del clan Karasuma entrecerró los ojos, como si en verdad estuviera evaluando cómo sonaba su nombre en los labios de Hinata.

—Mucho mejor—dijo al fin en una voz baja y aterciopelada, aparentemente complacido. Entonces desvió la mirada hacia Sasuke, que en ese momento se acercaba a ellos. Sus ojos adquirieron un brillo filoso al medir al Uchiha, y su sonrisa se hizo más amplia antes de añadir:—Y tú debes ser el guardián silencioso.

—Arata Shin—se presentó, con un asentimiento de cabeza.

—Claro. Ya me han hablado de tí.

Sasuke no respondió a eso, solo se colocó junto a ella, quizás un poco más cerca de lo estrictamente necesario. Hinata podía sentir el calor emanando de él. El movimiento no pasó desapercibido para Reiji, que simplemente pasó la mirada entre uno y otro con una suspicacia apenas disimulada.

—Espero que estén disfrutando de la fiesta—cuestionó, levantando las cejas, y haciendo un gesto con la mano para señalar la estancia. Cerca de ellos, un grupo de músicos afinaba sus instrumentos. Los invitados más próximos trataban de escuchar la conversación, mientras que el resto seguía en lo suyo, charlando, ajenos al tumulto interno de Hinata.

Ella forzó una sonrisa diplomática, una habilidad que ya había pulido en su propia casa.

—La estoy disfrutando mucho. Todo está muy bien… cuidado. La hospitalidad ha sido excepcional.

—Me alegra que lo diga—repuso Reiji con una leve inclinación. Parecía genuinamente complacido por las palabras de Hinata—. Aunque me pregunto si ya ha tenido tiempo de recorrer la aldea. Tsukigiri no es muy conocida fuera de estas tierras, pero tiene lo suyo. ¿Qué le ha parecido hasta ahora?

Hinata asintió, complacida ella misma porque el hombre le hiciera una pregunta que podía responder con algo parecido a la sinceridad.

—Es…peculiar—respondió, escogiendo sus palabras con cautela—. La he encontrado interesante y llena de detalles. Hay una belleza…discreta en sus misterios, como si todo aquí se construyera con un propósito más grande del que se muestra.

¿Se habría pasado de sincera? Bajó la mirada con modestia, como si hubiera dicho algo atrevido.

El pequeño coro de personas que los rodeaban asintieron y murmuraron su aprobación.

Reiji, por su parte, parecía más interesado que antes. Sus ojos grises se encendieron y la miraron con renovada atención.

—Una observación muy…aguda. No todos los visitantes perciben eso. Tsukigiri tiene muchas capas, algunas no son evidentes a simple vista.

—Me gusta observar.

—Ah, entonces está usted en el lugar adecuado. Aquí hay mucho que ver… si se sabe dónde mirar.

Sasuke, que había estado observando con interés el intercambio, hizo un movimiento leve, algo que pareció un cambio de postura, Hinata no estaba segura.

Lo que era seguro es que Reiji sí lo notó, y no lo dejó pasar.

—¿Y tú, Arata-san? ¿También encuentras belleza en los detalles ocultos?—Preguntó, sin dejar de mirar a Hinata.

Ella, en cambio, miró a Sasuke, sonriendo con naturalidad, esforzándose por no mostrar ningún signo de debilidad bajo aquella presión.

—Depende del detalle… y de lo que esté intentando esconder—respondió él, con calma.

En ese momento la música volvió a sonar, se escucharon vítores de celebración y la fiesta pareció ponerse en marcha otra vez.

Sin prestar atención, Reiji soltó una risa breve y elegante, deslizando el peso de un pie al otro. Parecía tremendamente divertido por algo que solo él entendía.

—Qúe afilado. Me gusta eso en un hombre de armas—dijo, asintiendo, como si de verdad le gustase. Entonces volvió a fijar su atención en Hinata—. Me temo que debo seguir saludando a mis invitados, y disculparme con ellos por haberlos hecho esperar tanto. Pero lamentaría mucho no poder seguir disfrutando de su encantadora presencia, Mei-san. ¿Le gustaría acompañarme?

Hinata fingió su mejor sonrisa de complacencia y se metió un mechón de cabello detrás de la oreja.

—Sería un honor, Reiji-san.

Reiji cerró la distancia entre ellos con la calma de alguien que sabe que tiene el control, y se colocó a su lado con movimientos ágiles y elegantes.

Sasuke tuvo que retroceder un paso para hacerle espacio.

—Oh, no. Créame, el honor es mío—replicó, al tiempo que le ofrecía su brazo a Hinata con una naturalidad tan medida que parecía haberlo ensayado—. Nada complace más a un hombre que caminar al lado de la dama más hermosa de la sala—miró fugazmente a Sasuke por encima de su hombro—. Espero que no le cause ningún inconveniente, Arata-san. Sería una pena tener que incomodarlo.

Había menos de un puñado de personas en el mundo que habían logrado ganarse el desagrado de Hinata de forma gratuita e instantánea. Ahora mismo, Karasuma Reiji acababa de ingresar a esa lista. Sus palabras cargadas de veneno, sus obvios intentos por provocar a Sasuke por alguna razón, y esa sonrisa prepotente mientras lo miraba por encima del hombro, como si pensara que era superior a él, bastaron para detonar su instinto de rechazo.

—Arata-san tiene una paciencia admirable—intervino ella, con una sonrisa amable y forzando su voz más dulce y risueña, antes de que Sasuke pudiera responder—Estoy segura de que no se dejaría afectar por algo tan pequeño.

Reiji la miró de reojo, divertido por la intervención.

—Todos contentos entonces—, dijo con naturalidad, como si todo fuera un simple juego.

Y sin esperar más, comenzó a caminar con ella del brazo, como dos amantes. Hinata sintió el calor de su brazo a través del kimono, y algo en la forma en la que él marcaba el paso le dio a entender que aquello apenas comenzaba.

En todas las veces que se visualizó conociendo a Karasuma Reiji, jamás se imaginó que terminaría siendo expuesta por él como una pieza de colección frente a una sala llena de personas.

Reiji caminaba entre los invitados con ella del brazo, como si presumiera de una joya recién adquirida. No dudaba en presentarla a todos con quien hablaba, ni en incluirla en las conversaciones, preguntando por su opinión o sus percepciones sobre temas tan triviales como la decoración de la fiesta, o tan calculados como las reformas comerciales de las villas vecinas.

Hinata descubrió que Reiji saludaba a todos con distintos grados de la misma calculada cortesía con que lo había hecho con Sasuke y con ella. Si algo la consolaba, era pensar que lo que en un principio había parecido una insinuación o una amenaza velada por parte del líder del clan, podía no ser más que parte de su desagradable personalidad.

Aunque con nadie mostraba la misma antipatía que con Sasuke, a quien no desaprovechó la oportunidad de menospreciar.

Sasuke los seguía a corta distancia como el subordinado atento que se suponía que era. Solo en dos ocasiones Hinata se atrevió a intercambiar una mirada con él, asegurándose de que Reiji no la veía mientras lo hacía. Temía que el hombre pudiera ver más allá de esas miradas, que pudiera interceptar el mensaje que compartían.

Y en ambas ocasiones se había encontrado a Sasuke observándolos con esa calma gélida que los demás confundían con indiferencia, pero que ella, ya acostumbrada a su imperceptible lenguaje corporal, había aprendido a leer. Notaba la leve tensión en sus hombros y en su mandíbula, la ira bullendo detrás de sus ojos, y estaba segura de que Reiji también podía verlo.

En algún punto de la velada, tras comentar con preocupación que Hinata debía estar cansada, Reiji la invitó a sentarse con él. El gesto fue tan educado que casi parecía un favor.

Los tres se detuvieron junto a una mesa vacía. Claramente, esta invitación no incluía a Sasuke, así que Reiji trató de disuadirlo para que los dejara solos. A su manera.

—No sé cómo lo haces, Arata-san—dijo, posando los ojos en Sasuke con una chispa de burla disfrazada de cortesía—. Debe de ser agotador tener que seguir a Mei-san a todas partes.

Hinata se esforzó por no parecer preocupada al ver que la atención del líder volvía a centrarse en su compañero.

Contuvo un suspiro cansado. Si alguien se sentía agotada allí, era ella.

Sasuke no se inmutó.

—No me resulta agotador cumplir con mi deber.

Reiji alzó las cejas, como si la respuesta lo hubiera sorprendido gratamente.

—Eso es muy noble. Aunque… debo admitir que me preocupan las implicaciones de tu deber.

—¿Y qué implicaciones serían esas? —respondió Sasuke, con voz firme pero mesurada, sin perder la compostura.

Sus ojos se clavaron en Reiji con una quietud peligrosa. Un leve tic se formó en su mandíbula cuando apretó los dientes con disimulo, mientras cambiaba ligeramente el peso de un pie al otro, como si se preparara para una pelea que no podía permitirse iniciar.

—Me temo que no sé a lo que se refiere, Reiji-san—intervino ella con rapidez, su sonrisa flaqueando en sus labios mientras cuestionaba a Reiji con la mirada.

Reiji siguió observando a Sasuke, las manos en los bolsillos, disfrutando demasiado aquella batalla psicológica.

—Me refiero a que su guardián parece creer que usted necesita vigilancia constante. Me preocupa que eso insinúe que su seguridad podría estar en peligro bajo este mismo techo —sus ojos brillaron con una chispa—. O peor aún… que me esté acusando de tener intenciones inapropiadas con mi invitada.

—No estoy insinuando nada, solo observo—respondió Sasuke con calma, sin perder la firmeza en la mirada.

Hinata volvió a reforzar su sonrisa, aunque su corazón golpeaba con fuerza. Desvió brevemente la mirada hacia una pareja que pasaba bailando cerca, buscando un ancla.

—Estoy segura de que Reiji-san solo desea mostrarse hospitalario—dijo con tono sereno, atreviéndose a entrelazar su brazo con el de Reiji, intentando calmarlo o, quizá, distraerlo—. Pero como es natural, Arata-san se preocupa. Forma parte de su carácter. Es… atento.

—Qué afortunada es usted—comentó Reiji con una sonrisa afilada—de tener un guardián tan…dedicado.

—Muy afortunada—repitió ella.

Al intercambiar una mirada con Sasuke, volvió a sentir esa inesperada ola de afecto hacia él, y supo con tranquila certeza que eso era lo único verdadero que había dicho en toda la noche.

Y entonces lo comprendió.

Ese era el momento, esa era su oportunidad de liberar a Sasuke. Solo así podría ir en busca del Kunai.

Esperaba que él lo entendiera.

Añadió, en un todo más ligero:

—Afortunada y, tal vez, desconsiderada. No había pensado en que Arata-san también necesita descansar.

Reiji entrecerró los ojos, interesado.

—Arata-san, ¿por qué no toma algo de aire fresco? Le aseguro que estaré muy bien acompañada.

Ella lo miró con intención.

Sasuke no se movió. Su mirada se mantuvo fija en la de Hinata por un segundo tenso. Luego bajó lentamente a donde su brazo seguía entrelazado con el del hombre a su lado. Parecía librar ahora una batalla completamente diferente consigo mismo.

Entonces asintió con lentitud. Volvió a alzar los ojos hacia Reiji, lanzándole una mirada difícil de descifrar.

—Como desee.

Y se retiró en silencio.

Chapter 4: La presa y el coleccionista

Chapter Text

Es pensar en ti lo que me asusta un poco,

pero me deja sin aliento…

olvido lo que iba a decir.


Cuando Sasuke se perdió de vista, el silencio que quedó entre Hinata y Reiji no fue incómodo, sino… diferente. Fue un silencio que pareció haber sido puesto allí deliberadamente. No había tensión, pero tampoco alivio. Era una pausa medida, como si el aire se hubiera vuelto más denso.

Reiji giró levemente el rostro hacia Hinata, aún con su brazo entrelazado al de ella, y sonrió. No fue la sonrisa afilada o encantadora que había usado con sus invitados, ni la sonrisa cargada de sarcasmo con la que miraba a Sasuke. Sino una sonrisa que no le había visto mostrar a nadie esa noche. Más suave. Más personal.

Hinata parpadeó, sorprendida por lo repentino del gesto. No sabía qué significaba exactamente, pero sabía que no debía subestimarlo. Sintió una punzada en el pecho, un instinto que la alertaba del peligro.

De repente deseó que Sasuke regresara. No quería estar sola con este hombre.

Reiji se zafó de su brazo con una elegancia que hacía parecer el acto como un mero accidente del protocolo, y con una reverencia discreta la invitó a sentarse sobre una silla junto a la mesa. Hinata, aunque aún un poco rígida, obedeció.

Él tomó asiento frente a ella con la misma gracia de alguien que se desliza dentro de su papel favorito, como si cada gesto suyo estuviera diseñado para ser observado.

Casi al mismo tiempo, un grupo de sirvientes, como sombras entrenadas, apareció en silencio, y comenzaron a disponer bebidas y bandejas de aperitivos en la mesa. Aperitivos de colores vivos, de apariencia delicada, que emitían deliciosos aromas. Hinata miró una por una todas las variantes, agradecida por tener otra cosa que mirar que no fueran los ojos plomizos de Reiji.

La música en la sala se había vuelto lenta, casi melancólica. La multitud se había reducido: algunas parejas bailaban con un suave vaivén, otras permanecían sentadas, conversando en susurros. Había cierta languidez en la atmósfera, la euforia festiva se había extinguido y ahora reinaba una calma elegante, casi onírica.

—¿Y bien?—preguntó Reiji, su voz baja y perfectamente modulada—¿Cómo se siente al ser el centro de tanta devoción?

Hinata alzó la mirada con cautela, y ladeó la cabeza apenas un poco, midiendo las intenciones detrás de esas palabras.

—Me halaga la lealtad—contestó con honestidad—. Pero también me preocupa. No todos ven con buenos ojos a una mujer que necesita ser cuidada constantemente.

Con un codo sobre la mesa, Reiji apoyó el mentón sobre una de sus manos. La miraba como un coleccionista examinando una pieza rara. Hinata sintió que la estaba desarmando con la mirada, pero con una cortesía tan pulida que habría sido descortés protestar.

—¿Y usted necesita ser cuidada constantemente?—preguntó, entrecerrando los ojos como si no quisiera perderse ninguna reacción.

—No—respondió ella, dejando que una mínima sonrisa se asomara en la comisura de sus labios—. Pero es útil que algunos lo crean.

—Astuta—murmuró él, como si acabara de descubrir una veta inesperada en una pieza de jade—. Me gusta eso.

Hinata recibió el cumplido con serenidad, más que nada porque no creía que fuera buena idea seguir alentando sus elogios.

Reiji tomó un trago, sin dejar de contemplarla por encima de su copa. Parecía un hombre tratando de descifrar un enigma. Saboreó su bebida y volvió a dejar la copa sobre la mesa.

—¿Qué clase de mujer es usted, exactamente?—inquirió entonces.

Ella parpadeó despacio, sin bajar la mirada, sabiendo que cada muestra de incomodidad no pasaría desapercibida. Así que respondió despacio y respondió con voz firme.

—Creo que eso depende de quién me mire.

La respuesta lo hizo sonreír, pero no respondió de inmediato. La observó durante un momento más largo de lo apropiado, los ojos brillantes, escrutadores, como si buscara encontrar algo oculto en su expresión. Hinata trató de mantenerse serena, de no dejarse intimidar por esa mirada. Sentía que él podía leer en lo más profundo de su alma, que estaba viendo a Hyuga Hinata, no a Shirane Mei. Sentía el pulso acelerado.

—A veces—dijo al fin—, lo más interesante de una persona no está en lo que muestra…sino en lo que oculta. ¿No cree?

Ella asintió de forma medida, apenas perceptible.

—Supongo que eso aplica también a usted, Reiji-san.

—¿A mí?

—No es común encontrar a un hombre de su edad con tanto poder…y tanto misterio. ¿Cuál es su secreto?

Él soltó una pequeña risa, casi sin sonido, y por primera vez bajó la mirada, no como señal de debilidad o sumisión. Parecía que la pregunta genuinamente lo había tomado por sorpresa. Jugó por unos instantes con el borde de su copa, como si estuviera convocando una respuesta.

El gesto lo hizo parecer más…humano. Lo que, en alguien como él, era quizás el gesto más alarmante de todos.

—Digamos que me gusta coleccionar cosas—respondió, finalmente—. Cosas raras, cosas con historia, cosas…valiosas.

—¿Como arte antiguo? ¿sellos, tal vez?

—Sellos, manuscritos, armas olvidadas… —enumeró, con aire distraído—. Algunos lo llaman obsesión. Yo lo llamo legado.

Hinata escuchaba con atención, sintiendo que había una clave en sus palabras, o varias, y que se estaba acercando a algo importante. Lo tenía al alcance de sus dedos.

—Pocas personas comprenden—continuó él—, lo que es vivir rodeado de objetos con pasado. Son testigos silenciosos. A veces más leales que las personas.

—¿Colecciona entonces por deseo… o por control?

Él se tomó su tiempo para responder, como si estuviera catando un vino exclusivo.

—Una pieza valiosa no lo es solo por su precio, sino por lo que representa. Su origen, lo que ha sobrevivido, a quién perteneció. Cada objeto cuenta una historia. Y tenerlo…es, en cierto modo, poseer esa historia también.

Hizo una breve pausa, luego añadió con voz más grave:

—El poder no es solo fuerza y riqueza, Mei-san. El verdadero poder es la capacidad de preservar. De tomar lo que el mundo desecha, olvida o teme, y convertirlo en algo tuyo, irrecuperable para los demás. Así funciona la historia, ¿no le parece? Los vencedores escriben los libros, pero los coleccionistas deciden qué queda y qué se pierde.

Él la estaba mirando con una intensidad diferente, y esta vez fue Hinata la que no desvió la mirada.

—Por eso—dijo él, con una sonrisa lenta, como si estuviera desvelando una pieza de él a cuenta gotas—, cuando algo realmente valioso aparece frente a mí…no suelo dejarlo ir.

Hinata sintió un leve escalofrío recorrerle la espalda, aunque su expresión seguía impasible. Sabía que ya no hablaba de objetos.

—Debe ser una colección impresionante, entonces.

—Lo es —admitió, complacido—. Pero no todo está a la vista. Algunas piezas son… privadas. Solo las comparto con quien realmente sabe apreciar su valor.

—Quizá algún día tenga la suerte de verlas—dijo Hinata con voz tranquila, tratando de no revelar demasiado, aunque su curiosidad era genuina.

—Quizá —repitió Reiji, con una sonrisa lenta, como si la palabra fuera una promesa velada—. Cuando confíe en que sabrá mirarlas como se debe.

Un pequeño silencio se instaló entre ellos, uno denso, como el que queda después de una tormenta. Hinata trató de no lucir decepcionada, aunque comenzaba a estarlo. Esa respuesta parecía evocar un futuro más lejano del que ella se podía permitir.

Quizá algo de eso se escapó entre su fachada, porque él agregó, con voz de confidencia:

—Aunque… podría hacer una excepción—su voz descendió un poco, como si esa excepción incluyera más de lo que decía en voz alta—. Mostrarle algunas piezas. Las adecuadas. Las que dicen más de mí que mil palabras.

Hinata bajó la mirada a un punto de la mesa. Había algo implícito en esa invitación, algo más íntimo que un simple o paseo entre reliquias olvidadas. Pero esto era lo que ella había buscado, nadie dijo que vendría sin cierto riesgo.

—Eso… sería un honor para mí—respondió, asintiendo apenas.

Reiji la contempló en silencio, volviendo a jugar con el borde de su copa.

—Cuidado, Mei-san —murmuró—. Algunas puertas, una vez abiertas, no se cierran con facilidad.

El tono era suave, pero en sus ojos brillaba algo más peligroso, algo que la hizo contener un estremecimiento. No una amenaza, sino la promesa de algo más oscuro, más exigente. De algo que no era para cualquiera.

—Pero me intriga ver cómo reaccionaría usted… ante ciertas piezas.

Reiji la observó un segundo más, midiendo algo invisible entre ambos, luego se inclinó ligeramente hacia adelante.

—Hoy por la mañana—dijo en voz baja, una confidencia compartida bajo la luz dorada de las lámparas—le llegará una invitación. Formal, por supuesto. Ya sabe cómo son estas cosas…—una pequeña curva de sonrisa le quitó la solemnidad a la frase—. Pero no deje que la rigidez del protocolo le robe la curiosidad. Algunas puertas no se anuncian dos veces.

Hinata asintió con un breve movimiento de cabeza, y expresión diplomática. Tenía la sensación de que estaba sellando un trato con condiciones difusas, como si Reiji no solo estuviera haciendo una invitación, sino estableciendo una deuda. Tuvo miedo de ese juego peligroso que estaba jugando sin conocer las reglas, pero sintió que no tenía otra opción.

—Agradezco la consideración—dijo, midiendo cada una de sus palabras—. Haré lo posible por estar a la altura.

La sonrisa de él se amplió un poco mientras la miraba, una mirada que Hinata no supo interpretar.

De repente hubo un murmullo a sus espaldas que rompió visiblemente la atmósfera.

Un sirviente se acercó entonces a ellos, a Reiji, para ser específicos. Se inclinó hasta su oído para susurrarle algo. Reiji no respondió enseguida. Su mandíbula se tensó de forma casi imperceptible y su mirada se transformó, como si se hubiera puesto una máscara. O se la hubiera quitado, según como se mire.

—¿Estás seguro?—preguntó en voz muy baja, sin apartar la vista del mantel.

El sirviente se enderezó y dio un asentimiento leve, pero definitivo.

Reiji cerró los ojos por un momento, su fastidio era silencioso, elegante. Como quien sopesaba si el deber debía imponerse al placer. Finalmente, asintió una vez y le hizo un gesto breve al sirviente para despedirlo. El hombre se retiró con la misma discreción con la que había llegado.

Reiji suspiró.

—Lamentablemente—dijo, su sonrisa reconstruyéndose como una perfecta pieza de porcelana—, hay cosas que no pueden posponerse, por muy agradable que sea la compañía.

Debían ser al menos las dos de la mañana. ¿Qué podía ser tan urgente para requerir su presencia a esa hora? De repente la invadió una ola de miedo visceral. Sasuke seguía en algún lugar de esa casa, buscando el Kunai. ¿Lo habían descubierto de alguna forma?

Se irguió en su asiento con elegancia, reprimiendo el miedo y sin dejar que su expresión la delatara.

—No se preocupe. Entiendo que el deber no siempre avisa.

—Eso es precisamente lo que lo hace tan molesto—murmuró él, ya de pie, ajustándose el haori en un gesto que parecía prático y a la vez simbólico—. Pero me consuela pensar que no será nuestro último encuentro.

Hinata se incorporó también, con la elegancia de una dama de su categoría, o de la categoría de Shirane Mei, claro.

—Eso depende de usted—respondió, con una voz afilada que no parecía suya. Pero necesitaba esto, necesitaba una confirmación, que él mordiese el anzuelo. Una trampa cuidadosamente envuelta en seda.

El corazón le latía aceleradamente por el atrevimiento.

Reiji la miró con una mezcla de diversión y cálculo. Luego, sin apurarse, se inclinó en una reverencia impecable.

—Hasta pronto, Mei-san.

Y se alejó con paso firme, sin mirar atrás.

Hinata se quedó de pie por unos instantes más, mirando en la dirección por la que se había alejado Reiji. Había quedado en el aire el aroma del perfume que él usaba. Tenía la sensación de que, de alguna forma, había sido medida, sopesada… y marcada

Su instinto, que rara vez le hablaba con tanta claridad, le susurró que, sea lo que sea que Reiji tenía planeado para su próximo encuentro, no debía bajar la guardia.

Volvió a mirar la sala. Quedaban pocos invitados: un par de mujeres charlaban junto a la fuente de sake, un anciano dormitaba apoyado en su bastón, y dos músicos conversaban mientras guardaban sus instrumentos y recogían sus pertenencias. La sala parecía más grande y vacía, con vasos, copas y bandejas abandonadas en las mesas. Todo lo demás eran restos del esplendor que se deshacía.

Con disimulo, Hinata se deslizó hasta la salida. No tomó el camino por el que había entrado, sino el que se encontraba en dirección contraria. No sabía cómo, pero tenía que encontrar a Sasuke. Con la fiesta terminada, no había justificación para que ellos permanecieran allí.

El complejo era enorme, los pasillos parecían multiplicarse, laberínticos y algunos casi idénticos, todos con puertas cerradas que ella no se atrevía a abrir, y otras entreabiertas por las que se divisaban sombras oscuras indescifrables, o habitaciones vacías. Por un momento pensó en detenerse. Salir fuera. Quizá Sasuke la estaría esperando allí. Si alguien la encontraba podría decir que se perdió buscando el baño. Era creíble, porque efectivamente estaba perdida.

Entonces lo sintió. Un cambio en el aire. Un sonido de pasos acercándose.

Alguien se acercaba desde el pasillo contiguo.

Hinata entró en pánico. Que tuviera una excusa no significaba que quisiera que alguien la encontrara. Buscó en el pasillo dónde esconderse, pero no había cortinas ni columnas que la ampararan.

Contuvo el aliento.

Y en ese instante, algo se abrió detrás de ella. Una mano le cubrió la boca, y un brazo la atrajo hacia un pasadizo aún más estrecho que antes no estaba allí, oscuro como el interior de una grieta en la roca. El suelo crujió ligeramente bajo sus pies mientras era tragada por la sombra.

Cuando iba a comenzar a luchar, llegó la voz que detuvo su pulso, rozándole el oído.

—Soy yo.

Sasuke.

Hinata exhaló apenas, aliviada, y asintió en silencio. Él bajó la mano con lentitud, como si aún estuviera midiendo su reacción. El espacio era tan angosto que podía sentir su respiración contra su mejilla. La oscuridad los envolvía por completo, salvo por una pequeña línea de luz que se colaba por la pared por la que habían entrado.

—¿Qué haces aquí?—susurró él, su voz baja pero demandante.

—La fiesta terminó—respondió ella, con el corazón aún acelerado—. Reiji se fue. Lo llamó un sirviente. Parecía molesto. P-pensé que…podía tener que ver contigo.

Sasuke no respondió de inmediato, aunque su silencio era una respuesta en sí misma.

—¿Dónde está ahora?—preguntó por fin.

—No lo sé. Dijo que no podía posponerlo. Se fue sin dar más detalles.

Otra pausa. Hinata sentía que su espalda rozaba la pared, y la cercanía de Sasuke era difícil de ignorar. El silencio entre ellos no era incómodo, pero se sentía cargado. Habría deseado poder verle la cara.

—¿Estás bien?—inquirió él entonces, con una seriedad inesperada.

—Sí—contestó Hinata, más rápido de lo que pretendía—. Solo…tenía que asegurarme de que tú también lo estuvieras.

Sasuke asintió apenas, y ella sintió el leve roce de su mentón contra su sien. No era un gesto intencional, pero lo sintió igual. Cerró los ojos, conteniéndose de recostarse contra él, de repente invadida por el alivio de que él estuviera allí a salvo. Y de ella estar a salvo, precisamente con él.

—¿Y tú?— preguntó entonces—. ¿Encontraste algo?

—Nada útil. Por ahora—había un leve matiz de frustración en su voz—. Pero este no es el momento.

Hinata asintió, aunque él no pudiera verla bien en la penumbra. La cercanía seguía siendo irreal e inesperada, el pasillo era tan angosto que sus respiraciones se mezclaban, leves, acompasadas.

—Tenemos que salir de aquí—dijo él, pero no se movió.

Hinata sintió que algo en su interior se tensaba. No sabía bien por qué. Quizá porque era la primera vez que Sasuke no la alejaba, aunque fuera porque el espacio no se lo permitía del todo. No había lugar para su frialdad, ni para las murallas que siempre ponía entre ellos. Solo oscuridad, y la certeza de que estaban bien. Juntos.

Inhaló, sin pensar. Y el olor la envolvió: una mezcla tenue entre sándalo, tela limpia, y algo indefinido, algo que no debería estar notando, pero que olía a Sasuke. A aire nocturno, a distancia, a algo inesperadamente familiar.

—Sí—exhaló en un murmullo, y ante esto, lo sintió tensarse contra ella.

Entonces, en un impulso que fue casi accidental como irracional, su mano rozó la de él.

Sasuke se movió de inmediato, no de forma brusca, sino con una decisión tajante, como si ese gesto minúsculo e inocente hubiera roto algo más que la distancia física.

—Vamos—dijo con dificultad, y se separó de ella todo lo que podía para dar un paso adelante en la oscuridad. Sin mirar atrás, comenzó a avanzar.

Hinata lo siguió, aún sintiendo el calor de su proximidad.

No salieron por donde habían entrado. Siguieron por ese pasillo angosto, dando varios giros. El pasillo parecia recorrer gran parte de la casa, y tenía varias salidas. Hinata comprendió que era un pasadizo de servicio, esas estructuras ocultas en las casas antiguas para que los sirvientes llegaran a distintas partes de la casa sin tener que desplazarse por pasillos principales.

El aire frío de la noche le acarició la cara cuando Sasuke abrió una puerta que daba a un jardín lateral.

Después del calor denso del pasillo, la brisa nocturna le pareció extrañamente purificadora. Parpadeó, sus ojos acostumbrándose a la nueva penumbra. No había faroles en esa parte del jardín, solo la luz pálida de la luna filtrándose entre las ramas altas de los ciruelos ornamentales. Todo era quietud y sombra.

Sasuke cerró la puerta tras ellos con cuidado, asegurándose de no hacer ruido. Por un momento se quedó quieto.

Hinata hizo lo mismo.

Intentaron escuchar algo entre el silencio, pero solo alcanzaron a oír el suave silbido del viento, y voces muy lejanas, casi imperceptibles.

—Por aquí—murmuró Sasuke, y caminó por un sendero que apenas se distinguía bajo sus pies.

Hinata lo siguió sin preguntar. Se le habían soltado algunos mechones que le acariciaban la cara al mecerse con la brisa, y sentía aún un leve temblor, como una sombra de inquietud que no terminaba de comprender.

Volvieron a salir por el jardín principal, donde un par de invitados caminaban hacia la salida de los terrenos del clan. Sasuke y Hinata se unieron a ellos sin decir nada. Cuando traspasaron las puertas, ella se permitió relajarse.

Caminaron en silencio por calles desoladas. La aldea había caído en un letargo suave. El eco de sus pasos era lo único que rompía la quietud.

Hinata mantenía la vista al frente, pero era consciente de Sasuke a lu lado. Caminaba a un ritmo constante, y aunque su rostro no mostraba nada, ella sabía que estaba procesando cada detalle de lo que había pasado esa noche. Igual que ella.

Ya en frío, con la cabeza más clara, se sorprendió al rememorar ese instante confuso en el pasillo, y no pudo evitar preguntarse qué significaba realmente.

—Gracias—dijo Hinata, de pronto.

Sasuke la miró de reojo.

—¿Por qué?

—Por estar ahí—contestó ella, sin girarse—. Cuando…cuando pensé que alguien se acercaba. Me sentí…aliviada, cuando escuché tu voz.

Sasuke no respondió enseguida, pero Hinata percibió un cambio en el silencio, como si él hubiera escuchado exactamente lo que ella quería decir.

—Hm.

Fue todo lo que dijo. Y fue suficiente.

Llegaron a la posada sin cruzarse con nadie. Las linternas de papel aún emitían un brillo cálido y débil, y el viento mecía suavemente las campanas, arrancándoles un tintineo leve.

Sasuke se detuvo a pocos metros de la entrada, en los límites del solar, donde la posada y el edificio contiguo formaban un callejón que llegaba hasta la calle de atrás.

Hinata se detuvo también y lo cuestionó con la mirada.

Sasuke miró al cielo por un breve momento, como si estuviera calculando algo.

—Vayamos al templo.

Hinata parpadeó.

—¿Qué?

—Tenemos permiso para estar afuera después del toque de queda. Es nuestra oportunidad para investigar.

—¿Ahora?—preguntó Hinata en voz baja, sorprendida.

Sasuke asintió con un gesto distraído, sin mirarla. Su rostro se había vuelto hacia el callejón, donde no llegaba la luz y las sombras se volvían espesas.

—De acuerdo—murmuró Hinata.

Pero Sasuke seguía plantado en el mismo lugar, mirando fijamente en la misma dirección. Hinata también dirigió la vista hacia donde él miraba, curiosa por lo que había llamado la atención de su compañero, pero no logró distinguir nada.

—¿Sasuke-san...?—comenzó, pero un crujido casi imperceptible, como una ramita quebrándose bajo un pie, la hizo callar.

Entonces se escucharon pasos apresurados alejándose entre la oscuridad.

Sasuke echó a correr a toda prisa, las sombras engulléndolo enseguida. Hinata lo siguió sin dudar, aunque todavía no comprendía del todo lo que estaba ocurriendo.

Al otro lado del callejón se vislumbraba la otra calle, iluminada por la luz amarilla de los faroles. Ya casi llegaban al final cuando Sasuke se detuvo abruptamente, y Hinata vio, horrorizada, que había atrapado a alguien.

Apenas alcanzó a contener un jadeo cuando Sasuke sujetó al desconocido contra el muro de piedra. La velocidad con la que se movió, la firmeza y precisión de su agarre: todo era violencia contenida. El extraño forcejeaba, pero Hinata supo que no tenía ninguna oportunidad.

—¡Arata-san, por favor!—balbuceó el sujeto, la voz temblorosa por el miedo, una voz que a Hinata se le hizo familiar.

El corazón le dio un vuelco, y una ola fría le recorrió la espalda. Se dio cuenta entonces de que conocían al hombre. Reconoció sus rasgos afeminados. Su rostro limpio y sereno ahora estaba crispado por el temor.

Era Kaoru, el sirviente.

Sasuke lo reconoció también, y lo miraba fijo, como si pudiera leer debajo de su piel. Apretó más fuerte. Kaoru emitió un quejido ronco, entre la sorpresa y el dolor.

—¿Espiarnos forma parte de tus servicios, o eso lo haces por cuenta propia?—preguntó Sasuke, con una voz tan baja y letal que pareció cortar el aire.

—¡No! ¡No estaba espiando! Estaba allí antes de que llegaran. Solo salí a fumar, ¡Lo juro!

—¿Y te quedaste a escuchar toda la conversación por…cortesía?—inquirió Sasuke, con una lentitud que helaba.

Kaoru abrió la boca, pero no encontró palabras.

Hinata miró a ambos lados del callejón, y a la calle que se asomaba a apenas unos metros, temerosa de que alguien más pudiera estar escuchando, pero estaban solos.

Su propio miedo comenzó a atenazarle las costillas, como si el obi se le apretara solo. Miedo, no solo por Kaoru, sino por lo que implicaba.

Esto era malo.

—Sa…Arata-san-

—Da igual. Ya nos ha escuchado—la interrumpió Sasuke sin apartar la vista de Kaoru. Su voz era controlada, afilada como una hoja.

Había una rigidez en él que Hinata conocía bien. Era la misma que precedía a decisiones tajantes.

Kaoru seguía atrapado bajo la presión del brazo de Sasuke, sudando frío, los ojos muy abiertos, buscando desesperadamente una salida que no encontraba. Entonces la miró.

Hinata sintió su cuerpo tensarse.

—Mei-sama, por favor…—suplicó, su voz quebrándose mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—No…no le diré a nadie, lo juro.

A Hinata se le rompió algo dentro. No solo por la súplica, sino porque Kaoru, tal vez sin saberlo, acababa de delatarse.

—Hyuga.

La fría voz de Sasuke pareció sacarla de un trance. Había algo diferente en ella: algo definitivo. El hecho de que usara su nombre real sonó como una sentencia.

—Regresa a la posada.

Ella lo miró, con un sobresalto contenido.

—Sasuke-san…—empezó, en voz baja, casi una súplica también.

—Ahora—repitió él, con los dientes apretados. Su atención seguía fija en Kaoru, que ahora temblaba contra el muro como si su cuerpo no le respondiera.

—Por favor…—dijo otra vez Kaoru, en un hilo de voz—Por favor… Mei-sama.

Pero Hinata ya se estaba girando. Se obligó a caminar paso a paso, alejándose de ellos. No se permitió mirar atrás.

El viento sopló con más fuerza entre las casas. El tintineo de las campanillas volvió a sonar.

No escuchó nada más.


Sasuke se estaba tardando.

Hinata no sabría decir cuánto tiempo pasó mientras caminaba de un lado a otro en el pequeño salón. Hubo momentos en los que el cansancio la vencía, y se dejaba caer junto a la mesa baja. Intentó tomar algo de té, solo por tener algo que hacer para calmar los nervios, pero se le hizo amargo.

En algún momento, las lágrimas le salieron sin permiso. No sabía si lloraba por Kaoru, o por lo que podía llegar a pasar. Pero recordaba con un nudo en el pecho la forma en la que Kaoru la miró. Esa súplica muda. Era cierto que esa misma mañana había expresado que el sirviente la ponía de los nervios, pero él solo estaba haciendo su trabajo.

Era solo un civil, un hombre común que, como ocurría en casi todas las tragedias, se había encontrado en el lugar equivocado, en el momento equivocado, con las personas equivocadas. Y aunque la breve conversación entre Sasuke y ella no había revelado gran cosa —excepto, claro, el nombre de Sasuke y el hecho de que iban a investigar algo— no podían darse el lujo de dejar cabos sueltos, ni arriesgarse a sembrar la más mínima sospecha.

Aún así, dolía.

Comenzaba a despuntar el alba cuando Hinata se planteó salir a buscar a Sasuke. Pero entonces escuchó el suave sonido de la puerta corrediza, y cuando se volvió, Sasuke estaba allí, oscuro y silencioso como la muerte misma.

El corazón se le aceleró, no sabía si por la ansiedad o por algo más.

Sasuke cruzó el umbral sin levantar la vista. Tenía la ropa desordenada, el cabello un poco más desaliñado, y el semblante pálido. Cerró la puerta tras de sí con la misma suavidad con la que la había abierto.

—¿Estás bien?—preguntó ella, su voz ronca por el silencio, por no haber podido respirar del todo.

Sasuke levantó los ojos hacia ella. Oscuros. No había rabia en ellos, ni tensión. Solo la opacidad de alguien que ha hecho lo necesario.

—Sí.

Pero no se movió. Se quedó junto a la puerta, la espalda recta, las manos a los costados, como si aún no hubiera terminado su misión. Hinata sintió el impulso de acercarse, pero algo en su expresión la detuvo.

—¿F-fue…rápido?—se atrevió a preguntar, como si eso pudiera suponer alguna diferencia.

Sasuke no respondió enseguida. Miraba algún punto impreciso, más allá de la mesa de té.

—Sí.

Hinata bajó la vista, el pecho apretado.

—Era… un civil…—susurró. Era más un pensamiento en voz alta que una acusación.

Matar a un enemigo era parte del trabajo. Matar a un criminal a veces podía considerarse justo. Pero matar a un inocente era lo que se sentía como un crimen en sí.

—Lo sé—dijo él. No levantó la voz. Ni siquiera se disculpó. Solo lo reconoció.

Cuando alzó la mirada, sus ojos se encontraron con los de ella.

—Sabes que no podíamos dejarlo ir.

No fue una defensa. Fue un hecho, duro como una piedra.

Hinata no respondió. Volvió el rostro, conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir de nuevo. No quería que Sasuke la viera llorar. No quería que la viera ser…blanda. No cuando él había tenido que hacer el trabajo sucio.

—Ve a descansar, Hyuga.

No lo dijo con dureza, pero su voz sonó como un golpe seco, como una barrera que volvía a alzarse.

Hinata asintió apenas, sin atreverse a mirarlo. Temía girar la cabeza y encontrarse un muro muy real entre ellos. Así que se volvió sin ruido y caminó hacia su habitación, sintiendo la garganta cerrada y la espalda tensa, como si el dolor fuera algo que también debía ocultar.

Cerró la puerta tras de sí.

Deshizo el lazo del obi y lo dejó caer con descuido en el suelo. Estaba tan agotada, mental y físicamente, que no se molestó en quitarse el kimono. Se dejó caer en el futón como si el simple hecho de estar de pie requiriera más fuerza de la que le quedaba.

Quería dormirse de una vez, para no pensar. Pero su mente regresaba a ese callejón, al silencio denso, a la forma en que Sasuke no pardadeaba.

Sasuke…

Que había hecho lo que debía hacerse. Y, sin embargo, su rostro —cuando entró, pálido y silencioso, con la sombra de la noche aún adherida a la piel— la había dejado con el corazón encogido.

Sintió deseos de estar cerca de él. De sentarse a su lado y no decir nada. Tal vez solo eso.

Pero no lo hizo.

Se quedó donde estaba, inmóvil, sintiendo el peso de esa distancia.

Ve a descansar, Hyuga. Le había dicho, como si no fueran ella y él, sino dos armas en una misión.

Y mientras el mundo despertaba más allá de esos muros, ella cerró los ojos con fuerza. No para dormir, sino para olvidar lo que no podía cambiar.

Chapter 5: Pero ojalá lo hiciera

Notes:

Sentí que no había suficiente Sasuke en el capítulo anterior, así que toca doble actualización. 🖤

Muchas gracias a todos los que dejan kudos y comentarios. Son enormemente apreciados 🖤

Chapter Text

Konoha. Varias semanas antes de la misión

El humo del asador flotaba perezosamente en el aire nocturno, y el sonido chispeante de las brasas acompañaba las risas de las cuatro kunoichis sentadas alrededor de una mesa baja en la discreta terraza de Yugen, el restaurante donde se reunían todos los jueves a charlar.

Ino estiró las piernas bajo la mesa y dejó caer la cabeza hacia atrás con un suspiro exagerado.

—¿Por qué siempre que salimos acabo descubriendo músculos que no sabía que tenía?—gimió.

—Porque finges no entrenar y luego te esfuerzas por impresionar—respondió Sakura, dándole un empujón suave con el codo.

—¡Mentira! Yo soy una flor de loto eficiente.

—Una flor con agujetas—añadió Tenten.

Hinata soltó una risita breve, acurrucada entre cojines.

Ya todas estaban a reventar. Se habían terminado de poner al día con los chismes de esa semana y bromeado extensamente sobre todos y cada uno de ellos. Ahora se encontraban en ese punto en el que, con el estómago lleno por la comida y adolorido por tanto reír, pasaban a temas más serios.

Sakura bebió un largo trago y se quedó mirando un punto de la mesa, más pensativa.

—Hoy tuve que tratar a una kunoichi que no hablaba desde que volvió de una misión. Ni una palabra.

Las demás se quedaron en silencio por un momento, sobrecogidas por esa información.

—Y no tenía ni una herida—añadió Sakura, dejando el vaso en la mesa—Estaba entera por fuera. Por dentro…no tanto.

—Qué horror—murmuró Ino, bajando la vista.

—A veces creo que deberíamos recibir entrenamiento psicológico junto con el ninjutsu—continuó Sakura, acomodándose el cabello con un suspiro—. Porque nadie te prepara para misiones que se salen mucho del manual.

—¿Cómo cuáles?—preguntó Hinata, ahora intrigada.

—Como tener que infiltrarse en una fiesta noble fingiendo ser la amante de un traficante de sedas—respondió Ino con total naturalidad, tomando un sorbo de sake.

—¿Eso fue una misión?—Hinata abrió los ojos, asombrada.

En momentos como ese sentía que había tenido mucha suerte con respecto a las misiones que le habían asignado. No es que no hubiera vivido situaciones traumáticas, pero nunca se había visto en una que la dejara con tanto daño psicológico como para luego no poder pronunciar palabra por meses, o ninguna en la que hubiera tenido que…acostarse con criminales. La sola idea casi la hacía ruborizarse de la vergüenza.

—¡Y todo un éxito!—añadió orgullosamente Ino con una sonrisa felina—Porque, amigas mías, esto no lo enseñan en la academia, pero cualquier misión puede convertirse en una de seducción si el objetivo cree que tiene el control—hizo una breve pausa, y luego agregó, encogiéndose de hombros:—O si le gusta tu escote.

El comentario provocó otro breve silencio. Sakura entrecerró los ojos con un gesto de advertencia divertida.

—Eso suena como algo que deberíamos enmarcar… o destruir.

—O ambas—dijo Tenten, a media carcajada.

Hinata frunció el ceño suavemente, sopesando las palabras de Ino.

—¿Y si sí tiene el control?

Ino apuró lo que quedaba en su vaso y lo dejó en la mesa con un clac.

—Entonces ya no es una misión, es un problema—dijo. Su mirada se endureció por un instante.

Nadie respondió enseguida. El viento hizo mover las campanillas, que resonaron con un suave tintineo. El carbón del asador, ahora gris y apagado, emitió unos chisporroteos agonizantes.

Ino volvió a llenar su vaso, mientras que Sakura alzaba el suyo con actitud solemne.

—Brindemos por no tener nunca ese tipo de problemas.

—¡Salud!—repitieron todas al unísono.

Y aunque Hinata rió con ellas, hubo algo en el tono de Ino que se le quedó atrapado, como brasas que se niegan a apagarse del todo.


Hinata despertó con la pesada sensación de no haber dormido nada. El reloj sobre el escritorio marcaba las 10:37. Tres horas. Tal vez cuatro, como mucho. Le tomó un momento darse cuenta de que no estaba despertando en su cama, en la seguridad de su casa, tras haber pasado una divertida velada con sus amigas, sino en una aldea desconocida, a un mundo de distancia.

Los eventos del día anterior la asaltaron en un aluvión de imágenes reproduciéndose vertiginosamente en su cabeza.

Una sensación amarga se instaló en su pecho, pero no se distrajo dándole demasiadas vueltas, solo decidió prepararse para iniciar el día. Tenían cosas que hacer.

Asuntos pendientes que discutir.

Consecuencias que enfrentar.

Después de asearse con cuidado y vestirse con un sencillo yukata de un azul muy pálido, vaciló un instante antes de abandonar su habitación. La idea de ver a Sasuke le provocaba una mezcla de nervios y ansiedad que no esperaba sentir.

Sasuke… a quien sentía conocer menos de lo que ella deseaba, pero más de lo que a él le gustaría admitir.

Hinata apostaría toda la fortuna de su padre a que él ya se encontraba sentado en la mesa, esperando. Lo que no sabía —y nada podía prepararla para ello—, era qué versión de él se encontraría esa mañana. ¿Sería el hombre frío y distante que evitaba mirarla a los ojos? ¿o acaso aquella faceta más…cálida, oculta tras una máscara de indiferencia, que ella había llegado a intuir en momentos robados?

El corazón le latía con fuerza mientras abría la puerta y cruzaba el umbral.

Allí estaba él.

Sentado junto a la mesa baja, inclinado sobre el pergamino de la misión. Una taza de café —no té— en las manos.

Había una tensión persistente en su postura. Tenía el cabello húmedo y vestía aún con la parte superior del yukata ligeramente abierta. Sus ojos parecían más hundidos, como si las sombras de la noche no hubieran abandonado del todo su rostro.

—Buenos días—saludó Hinata con voz suave, esforzándose por mantener la compostura.

Sasuke levantó la mirada lentamente. No hubo un "buenos días" de vuelta, solo un asentimiento casi imperceptible antes volver a centrarse en el pergamino que tenía en frente.

Hombre frío y distante que evita mirarme a los ojos, notó Hinata mientras tomaba su lugar en el lado opuesto de la mesa. Decepcionada, aunque no sorprendida.

Se sirvió su desayuno sin ganas, muy consciente de sí misma. El silencio entre ambos se sentía demasiado denso para esa hora de la mañana.

Comenzó a comer muy despacio, sin apetito.

Sasuke, mientras tanto, bebía a sorbos su café, la vista fija en el pergamino. No parecía estar leyendo realmente, sus ojos se deslizaban sobre el papel, pero su ceño fruncido delataba que su mente estaba en otra parte. De vez en cuando, giraba la taza entre los dedos. El movimiento era pausado, casi metódico, como si el simple gesto lo ayudara a contener algo.

Hinata se preguntó si estaría pensando en el Kunai. En la ejecución de Kaoru. ¿En qué?

—¿Dormiste algo?—se atrevió a preguntar finalmente, sin mirarlo.

Sasuke no respondió de inmediato. Bebió otro sorbo y dejó la taza con suavidad sobre la mesa.

—Lo suficiente—dijo al fin, sin alzar la vista.

Fue una respuesta seca, pero no cargada de hostilidad, sino del peso de una noche larga y horas de vigilia más largas aún. Hinata miró la leve sombra bajo sus ojos, la taza de café ya vacía, y supo que "suficiente" probablemente significaba nada. Había anotaciones nuevas en el pergamino, marcas que no estaban allí el día anterior.

Por supuesto, pensó mientras pinchaba un trozo de fruta con los palillos.

Sasuke era un estratega. Un shinobi que permanecía con la cabeza fría aún en los peores momentos. Seguro que se había quedado despierto pensando en las implicaciones del asesinato de Kaoru, evaluando riesgos, posibles represalias, rutas de escape.

Y sobre todo, trazando planes para recuperar el Kunai, porque esa era la misión. Esa era la prioridad

Sasuke no se preocuparía por un gesto fugaz con su compañera de misión en un pasillo polvoriento de la residencia Karasuma.

Y aún así…

Hinata se odiaba un poco por seguir pensando en ello.

El momento había sido breve, ambiguo. Pero persistente. Como el perfume de un incienso encendido por accidente: tenue, inexplicable, imposible de ignorar.

Hinata parpadeó, regresó a su plato y obligó a su mente a concentrarse. No ahora, se dijo. No eso.

Alzó la mirada por inercia… y se encontró con los ojos de Sasuke.

Sus ojos oscuros no mostraban dureza, pero tampoco suavidad, solo concentración, como si intentara leer algo en ella.

—Tenemos que hablar—dijo él, al fin.

Hinata dejó los palillos en la mesa, abandonando su intento de desayunar. Y asintió.

—De acuerdo—respondió con calma, aunque por un momento se le había acelerado el pulso.

Sasuke no desvió la mirada.

—¿Qué pasó cuando te quedaste a solas con Karasuma?

Hinata tragó con suavidad.

—Solo hablamos. —dijo primero. Y luego, con el cuidado con el que se desarma una trampa, le relató la conversación: las preguntas de Reiji, sus comentarios ambiguos, sus sonrisas, el tono confidencial con el que le había hablado sobre su pasión por las reliquias, sobre lo que significaban para él… y su invitación final.

No omitió nada importante, o al menos eso quería creer.

—¿Así que es un coleccionista?—dijo Sasuke, cuando ella terminó.

Hinata asintió, y tomó un sorbo de té. Tenía la boca seca de tanto hablar.

Sasuke parecía pensativo, su mirada ligeramente caída, fija en el borde del pergamino abierto.

—Lo que quiere decir que él tiene el Kunai. Ya no hay dudas sobre eso.

—Yo también lo creo—murmuró ella, agradecida de que estuvieran de acuerdo en algo.

Sasuke asintió con lentitud, como si estudiara su próximo movimiento en un tablero de shogi que solo él podía ver con claridad.

—El templo está descartado, de todas formas. Solo está lleno de basura religiosa.

Hinata parpadeó, sorprendida.

—¿Cu-cuándo..?

No terminó la pregunta. No hacía falta. Sasuke sabía lo que quería decir.

—Anoche. Después de que regresaras aquí.

Después de matar al sirviente.

Al pensamiento lo acompañó una punzada, aunque pudo disimular bien. Había imaginado que Sasuke se había demorado porque necesitaba ocultar el cadáver en algún rincón oscuro de la aldea, un lugar donde no fuera descubierto fácilmente. Jamás se le habría ocurrido que además le hubiera dado tiempo de infiltrarse en el templo.

Más eficiente de lo que pensaba, admitió en silencio.

—Debemos concentrar nuestros esfuerzos en la Residencia Karasuma—continuó él—, y encontrar el Kunai antes de que la desaparición del sirviente altere a todos. Un incidente así puede convertirse en un escándalo en una aldea como esta.

Directo. Preciso. Como una flecha que da al blanco sin temblar en el arco, sin agitarse en el aire.

Hinata asintió, intentando seguir su ejemplo, mantener el asunto como algo impersonal.

—¿Pudiste ver algo anoche, durante la fiesta?

Sasuke asintió apenas.

—Pude revisar la planta baja y parte del primer piso. Con dificultad. Había muchas habitaciones, decoraciones lujosas…algunos objetos valiosos colgados, o expuestos en vitrinas, pero nada fuera de lo común. Nada que pareciera realmente importante.

Mientras hablaba, Sasuke acariciaba el pergamino lentamente con una mano, alisando una esquina con el pulgar, como si necesitara algo que hacer con los dedos. No la miraba.

Hinata volvió a beber de su té con parsimonia, observando el movimiento de los dedos de él sobre el pergamino.

—Un objeto como el Kunai de Madara no se deja a la vista—continuó él, con la mirada fija en el pergamino, como si estuviera haciendo anotaciones con la mente—. Debe tener un sitio especial. Uno con el que no te tropiezas por accidente.

—¿Y pudiste acercarte a algún sitio así?

—No.

Ambos se quedaron en un silencio contemplativo por varios segundos.

—Anoche fue más fácil moverme por el alboroto de la fiesta. Muchos estaban ebrios. La seguridad bajó la guardia en algunos sectores. No creo que vuelva a ser igual.

—Olvidas que Reiji se ofreció a mostrarme su colección.

Hinata dijo la frase mientras se inclinaba para servirse un poco más de té, con el movimiento medido de quien busca parecer casual.

Sasuke la miró entonces. No con reproche, pero había algo nuevo en su mirada: una intensidad feroz, contenida.

—No lo olvido.

Su tono no varió, pero la forma en que apretó la mandíbula bastó para delatarlo. Hinata se enderezó despacio, depositando la taza sobre la mesa con un cuidado innecesario.

Él volvió a desviar la mirada hacia el pergamino, como si se concentrara con fuerza en una anotación que no requería realmente ser leída.

—No me gusta que nuestra mejor oportunidad dependa de cuánto tiempo él quiera pasar a solas contigo.

La frase cayó como un peso muerto entre ambos, sin necesidad de levantar la voz. Hinata lo miró con leve sorpresa, y se irguió ligeramente.

No sabía si debía sentirse herida o confundida. Había algo extraño en esa frase, en el modo en el que él la había dicho. Algo que parecía fuera de lugar.

No era una objeción táctica.

No era una crítica a su desempeño como kunoichi.

No era racional.

—Puedo manejarlo—respondió, más rápido de lo que hubiera querido.

Sasuke volvió a alzar la vista. No con dureza, pero sí con un brillo frío en la mirada.

—No dudo que puedas—hubo una breve pausa—. Pero esto no es una misión de seducción.

Hinata cruzó las manos sobre su regazo para contener la creciente tensión en sus hombros.

—¿Y si ahora lo es?—preguntó ella con suavidad, sin ironía, sin provocación—. Si le gusté… si está interesado…eso nos da acceso. Una ventaja.

—No me parece una ventaja tan confiable. Prefiero no depender de algo tan…volátil.

Ella lo miró largo rato, en silencio. Como si intentara descifrar algún lenguaje oculto, esa lengua que él hablaba con gestos, no con palabras.

—No te entiendo, Sasuke-san. Pensé que harías lo que fuera necesario por conseguir el Kunai.

—Lo haría—replicó él, con una calma medida—Pero no te ofrecería como carnada.

Sasuke hizo una pausa. Luego añadió, sin mirarla:

—Y no pensé que tú estuvieras dispuesta a... usar ese tipo de recurso.

Hinata se irguió, como si algo en esa frase la hubiera pinchado por dentro.

—¿Qué tipo de recurso?

Él no respondió de inmediato. Había vuelto a coger la taza. Su dedo la giraba, con ese gesto mecánico y casi frío.

—El que no depende de tus habilidades como ninja.

Hinata lo miró largo rato. Luego bajó la vista, sin tragar saliva siquiera, frunciendo el entrecejo como quien recibe una mala noticia.

—Entiendo —dijo al fin, muy quedo, con esa sensación amarga que deja una verdad mal dicha.

No agregó nada más, pero lo pensó: no, no lo entendía del todo. ¿Qué esperaba él que hiciera, entonces? ¿Retroceder ahora? ¿Dejar pasar la única ventaja real que tenían?

Se sintió juzgada y dolida. Como si su decisión, su capacidad de actuar, su ética, hubieran quedado en entredicho.

Reclinó apenas los hombros hacia atrás, con esa compostura que usaba cuando no se le permitía sentir nada. Se obligó a no mirar su reflejo en la taza. A no preguntar más.

Hubo un momento de silencio, como si ninguno supiera cómo continuar. O como si los dos supieran exactamente a dónde llevaría seguir hablándolo.

—Es evidente que le gustas —añadió Sasuke, al fin, sin rodeos—. Por eso te ofreció mostrártela. No lo haría con cualquiera.

Hinata alzó la vista y le sostuvo la mirada. Le costó más de lo que habría querido.

—Lo sé—dijo. Y lo dijo con toda la neutralidad que pudo reunir, aunque por dentro le ardiera el rostro. Este no era el momento para ruborizarse y parecer débil.

Sasuke no respondió de inmediato. Un leve tic en su mandíbula lo delató por un instante. En algún punto, la taza había dejado de girar en su mano. Ahora la sostenía con fuerza, como si le costara no romperla entre los dedos.

—De acuerdo.—dijo finalmente. Había una ira gélida en sus ojos—. Entonces asegúrate de volver con algo útil. Que algo de todo esto lo valga.

Hinata parpadeó, y algo en su interior pareció desinflarse. No era una órden, ni siquiera una crítica abierta… pero dolía como si lo fuera.

Y él ni siquiera la miraba.

No respondió, se limitó a bajar la vista hacia sus manos, que se encontraban apretadas en puños sobre su regazo.

Como si ella hubiera buscado llamar la atención de Reiji en primer lugar.

Como si su cercanía con el enemigo, por necesaria que fuera, la manchara de algo sucio.

Como si, en el fondo, Sasuke creyera que ella estaba dispuesta a jugar ese juego con demasiada facilidad…

Como si se estuviera vendiendo por una oportunidad de robar el Kunai.

Le ardieron las mejillas, más de vergüenza que de rabia. De orgullo herido.

Y aún así, lo que más dolía era no entenderlo. Por más que lo intentara, no lograba descifrar qué quería Sasuke de ella.

Ni como aliada, ni como mujer.

Apretó aún más los puños, hasta que las uñas le dolieron contra la piel.

Un par de golpes suaves sonaron en la puerta.

Hinata se sobresaltó, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Instintivamente, buscó a Sasuke con la mirada, como si en su rostro pudiera encontrar una respuesta, una advertencia, algo. ¿Venían a preguntar por Kaoru?

Él no dijo nada. Hizo un rápido sello y el pergamino de la misión desapareció en una pequeña nube de humo, sin dejar rastro.

Sasuke se puso de pie con calma. Su compostura era perfecta, la de alguien que ni siquiera contemplaba la posibilidad del peligro. Aunque Hinata se dio cuenta de que la tensión que desde el principio percibió en él aún persistía cuando se acercó a la puerta.

La abrió con suavidad y frente a él apareció una joven menuda y rubia, mucho más joven de lo que había sido Kaoru, pero usaba la misma ropa sobria y ese aspecto rígido y cuidado. Sostenía con ambas manos un objeto inesperado: una caja.

—Ha llegado un paquete de parte de Karasuma Reiji-sama—dijo, con una voz aguda y modulada.

Sasuke tomó la caja. La chica se lo quedó mirando con un suave rubor en las mejillas, pero él no respondió más que con un gesto medido, casi frío, y cerró la puerta sin una palabra más.

Una vez estuvieron solos, el aire pareció espesarse, aunque Hinata había creído hasta hacía un minuto que eso no era posible. Sasuke giró hacia ella y sostuvo la caja por un instante que pareció alargarse demasiado. La observó con una expresión ilegible, pero un leve y brevísimo temblor en la comisura de su boca traicionaba su irritación.

—Supongo que esto es para tí—dijo entonces, mientras caminaba hacia ella, con un tono que no era del todo sarcástico pero tampoco neutro. Miraba la caja como si no pudiera decidir si entregarla o tirarla por la ventana.

Hinata, que ya estaba de pie, dio un rodeo a la mesa y la tomó. Se esforzó por mantener una expresión serena y neutral, aunque por dentro era un revoltijo de nervios y ansiedad. Era una caja rígida y negra, de lujo, con elegantes patrones plateados grabados en los bordes, y estaba atada con una cinta gris.

La sostuvo con ambas manos, sin decir nada. Era el tipo de caja que contenía artículos caros. Se dejó caer lentamente junto a la mesa baja, colocando la caja frente a ella con delicadeza.

Sasuke permaneció de pie a su lado, a un paso, con los brazos cruzados y la mirada fija en el paquete. Había una tensión apenas contenida en su postura, una rigidez que no podía ocultar.

Con cuidado, Hinata deshizo el lazo. Vaciló antes de levantar la tapa, como si temiera que el contenido fuera venenoso. Y en parte, así era: dentro, descansaba un pergamino de papel lacrado con el sello del clan Karasuma, sobre un paquete envuelto en papel de seda.

Hinata cogió el pergamino y lo desplegó. Se trataba de la invitación que Reiji le había prometido. Era similar a la de la fiesta, con caracteres elegantes y precisos, y trazos certeros y oscuros. Una invitación formal para una cena esa misma noche. Para su sorpresa, iba dirigida también a Sasuke. Hinata leyó y releyó el destinatario, frunciendo el ceño, consciente de que él también lo estaba leyendo desde su posición.

A la honorable Shirane Mei, y a su acompañante Arata Shin, cuya presencia se espera aporte cierto aire de sofisticación.

Había un matiz burlón oculto entre la tinta y las florituras. Un toque personal de Reiji, se dio cuenta.

Bajó lentamente el pergamino y lo dejó sobre la mesa, sin mirarlo más. No dijo nada. No era necesario. El silencio que siguió después fue espeso, casi pegajoso. Sasuke seguía de pie a su lado, inmóvil, con los brazos cruzados.

Hinata no necesitó mirarlo para saber que estaba furioso. Casi podía sentir su rabia emanando lentamente de él como volutas negras.

Con dedos más temblorosos de lo que habría querido admitir, retiró el papel y descubrió una prenda de tela oscura cuidadosamente doblada. Con el corazón latiendo en sus oídos, deslizó la prenda fuera de la caja.

Un kimono.

Era de un tono profundo, entre el azul tinta y el negro, con reflejos que, al capturar la luz, parecían plumas negras, como el ala de un cuervo. La parte inferior estaba adornada con ramas de ciruelo en un bordado plateado discreto, apenas perceptible.

Doblado con igual esmero en el fondo de la caja se encontraba el obi, de un plateado claro, casi blanco, con un acabado perlado que brillaba discretamente con el movimiento.

Era precioso, sin duda. Demasiado.

—¿Pretende vestirte él mismo también?—dijo Sasuke, con una voz baja y afilada, mientras Hinata se limitaba a acariciar la tela con la yema de los dedos, sintiendo su suavidad.

Era un regalo que no podía rechazar. Sería muy descortés no usarlo, sería negarse directamente a los avances de Reiji. En circunstancias normales podría decir que no. Pero esas no eran circunstancias normales. Si no usaba el kimono, lo ofendería. Si lo ofendía, perderían su favor, y si perdían su favor no volvería a invitarlos, no tendrían excusa para volverse a acercar siquiera a la residencia Karasuma.

No podrían acercarse al Kunai de Madara.

Reiji no sabía esto último, por supuesto, pero eso no cambiaba nada.

Sus dedos temblaron contra la fina tela.

Era una trampa con envoltorio caro.

—Es parte del juego—murmuró ella, al fin, sin alzar la vista—. Lo sabes.

—Sí. Lo sé—respondió Sasuke, con frialdad. Aunque algo en su tono sugería que saberlo no lo hacía menos tolerable.

Ella respiró hondo, deseando poder decir algo que aliviara esa distancia entre ellos, que parecía volverse mayor mientras más tiempo pasaban allí. Pero ninguna palabra le parecía adecuada.

Ningún pensamiento se sentía lo bastante puro para atravesar ese muro invisible entre los dos.

Soltó un suspiro de resignación y devolvió el kimono a la caja. Se puso de pie en silencio y la tomó con ambas manos, sintiéndola más pesada que antes.

—Estaré en mi habitación, si me necesitas—dijo entonces, con la vista baja. Y sin mirarlo, caminó hasta la puerta.

Él no se movió, no hizo ningún ademán de detenerla para intentar arreglar las cosas, pero Hinata sintió el peso de su mirada en la espalda mientras se alejaba de él.

No era como si Sasuke alguna vez pudiera necesitarla, pensó con amargura mientras cerraba la puerta.

Pero ojalá lo hiciera.

El resto de la mañana pasó sin tener en cuenta los sentimientos de Hinata.

Sin nada más que hacer hasta la noche, se tumbó en su futón con la esperanza de encontrar refugio en el sueño, pero éste también la eludía, como si su propio cuerpo se negara a ofrecerle descanso. No paraba de darle vueltas a las palabras de Sasuke, que aún sentía como una estaca retorciéndose lentamente en su pecho.

Ella había creído que estaba jugando bien sus cartas. Había sentido orgullo, incluso, al ver lo bien que interpretaba su papel, la forma en la que había manejado la situación con Reiji, como una kunoichi de su categoría. Les había conseguido una ventaja. Objetivamente, eso estaba más que bien. ¿Por qué sentía entonces que había fallado? ¿Por qué él parecía empeñado en desaprobarlo?

Recordó con nitidez lo que había dicho antes, "No voy a ofrecerte como carnada". ¿Acaso no era esa una forma de preocuparse por ella? ¿O solo estaba tratando de protegerla porque la consideraba blanda e incapaz de aprovecharse con éxito de cualquier interés que Reiji sintiera por ella? ¿Por qué sentía que lo había decepcionado?

No sabía qué le dolía más: si la posibilidad de haber perdido su respeto, o la sospecha de que nunca lo había tenido.

Y si se preocupaba por ella… ¿por qué no lo decía? ¿Por qué parecía doler más que si no lo hiciera en absoluto?

Tal vez lo más cruel era eso: que no sabía si protegerla era una forma de verla o de apartarla.

Se obligó a cerrar los ojos. A aferrarse al silencio. No era el momento para sentir.

Pero no podía dejar de hacerlo.


El cielo comenzaba a oscurecerse cuando Hinata se levantó. La tenue luz que se filtraba por la ventana teñía la habitación de un naranja pálido, como si el día se desangrara lentamente hacia la noche.

No había descansado en realidad, pero su cuerpo ya no le permitía seguir inmóvil. Lo sentía adolorido, como si la tristeza la hubiera secado hasta dejarla acartonada y rígida.

El kimono aguardaba sobre la caja, tal y como lo había dejado, ajeno e inocente a lo que había desatado con su llegada.

Después de asearse, con la esperanza de que el agua le infundiera algo de vitalidad, comenzó a vestirse con movimientos lentos, casi ceremoniales. La tela era más suave de lo que pensó en un principio, y se deslizaba sobre su piel con una facilidad inquietante, casi sensual. El obi plateado brillaba tenuemente bajo la lámpara de papel, como escarcha a punto de derretirse.

Mientras ajustaba con esmero los pliegues frente al espejo, evitó mirarse directamente a los ojos. No quería preguntarse a quién se estaba preparando para agradar. A Reiji, por necesidad… o a Sasuke, por necedad. Aunque sabía que él odiaría verla con esa ropa.

Se recogió el cabello con una peineta, algo modesto, nada ostentoso. Si tenía que agradar a Reiji, lo haría en la medida necesaria para que él le permitiera obtener lo que ella quería. Y nada más.

Soltando un suspiro, cogió el obi y salió de su habitación, no sin antes repetirse que era una kunoichi. Esa era una misión. Eso debía bastar.

Como era costumbre, Sasuke ya estaba en el recibidor, apoyado en la pared, con los brazos cruzados.

Llevaba un haori oscuro sobre su yukata formal, el cabello igual de rebelde que siempre, y los ojos clavados en algún punto del suelo de madera. Alzó la mirada en el momento en que ella entró al salón.

Sus ojos comenzaron a repasarla con lentitud, como evaluando cada detalle. Ya no estaba tan visiblemente enojado como antes. Estas horas pasadas parecían haberle servido para serenarse. O tal vez construirse una coraza más gruesa, si es que eso era remotamente posible.

Hinata se acercó a él con el obi en mano. No dijo nada y tampoco hizo falta. Sasuke descruzó los brazos con un suspiro apenas audible y se enderezó, sin mirarla directamente.

Ella alzó el obi entre las manos, como quien presenta una ofrenda indeseada. Sasuke lo aceptó con resignación.

Se dio la vuelta y se quedó de pie, erguida y en silencio, esperando. Sintió como Sasuke se acercaba más a ella, con la misma cautela con la que uno se acerca a una herida abierta, y comenzó a trabajar en el obi en silencio, como siempre hacía. Sus manos eran seguras, acostumbradas ya a esa rutina casi íntima que compartían desde que llegaron a Tsukigiri.

Los dedos de Sasuke se movían con eficiencia, pero con más fuerza de la necesaria. Con rapidez, también, como si quisiera terminar con el asunto cuanto antes.

Terminó de asegurar el obi con un tirón, y antes de que Hinata se diera cuenta de que había terminado, había vuelto a su lugar inicial con brazos cruzados junto a la puerta

—Gracias—dijo en voz baja, antes de girarse de nuevo en su dirección, lista para salir.

Sasuke la repasó lentamente con la mirada una vez más desde su posición.

—Karasuma estará encantado—dijo, con voz baja y tensa, desviando la vista.

Hinata sintió un nudo en la garganta, pero se obligó a tragarlo. No era momento para ser débil.

Tal vez Sasuke no sabía cómo tratarla sin herirla.

Tal vez ni siquiera se daba cuenta de que lo estaba haciendo.

Pero si no iba a permitirle entenderlo —si prefería castigarla con distancia antes que mostrar cualquier debilidad—, entonces ella también aprendería a construir sus propias murallas.

Aunque le doliera. Aunque no quisiera.

—Eso espero—respondió con la voz tan firme como pudo.

Él se tensó de manera casi imperceptible como única respuesta.

Y con eso, se marcharon.

Chapter 6: Parece una oferta difícil de rechazar

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Puedo verte mirándome

Como si él solo fuera tu reemplazo

Como si llenarías tus nudillos de sangre por mí


La sala de banquetes la deslumbró desde el primer momento. Con techos altos y columnas de un color oscuro y profundo que recordaba a la tinta, iluminada con faroles suspendidos que flotaban como luciérnagas atrapadas en ámbar. Las paredes, decoradas con paneles de papel pintado con las oscuras siluetas de los árboles, daban la impresión de que la sala estaba rodeada por un extenso bosque nocturno.

Los sirvientes vestían de forma impecable, moviéndose por el salón con pasos precisos y sigilosos, como si hubieran sido entrenados para no perturbar el aire solemne que reinaba en la estancia.

Hinata y Sasuke fueron guiados por uno de ellos a sus respectivos asientos: el de Hinata, a la derecha de la gran silla que presidía la mesa; el de Sasuke, justo a la derecha de ella.

Ella miró su silla como si esperase que cobrara vida y la mordiera. Sasuke no parecía ni impresionado ni afectado por sus lugares designados, pero no se sentó hasta que Hinata lo hizo. El hecho de que Reiji le asignara ese lugar a ella —la supuesta hija de un señor feudal al otro lado del mundo, una extraña a la que había conocido la noche anterior— no era casualidad.

Era un gesto deliberado. Uno que desafiaba el protocolo y hablaba más de deseo o estrategia que de cortesía.

Era una declaración pública de interés.

Lo cual era bueno, por supuesto.

Reiji fue el último en unirse a la mesa. Su andar era tranquilo y preciso, como el de un hombre que siempre llegaba cuando debía, ni antes ni después. Vestía un haori gris perla, con un diseño que evocaba, de forma apenas perceptible, el mismo motivo que adornaba el obi del kimono de Hinata. Ella apretó los labios con disimulo, resistiendo el impulso de bajar la mirada para comprobarlo.

Reiji tomó su lugar en la cabecera de la mesa sin apuro y, aun de pie, recorrió la mesa lentamente con la mirada altiva. Luego, sonrió.

—Buenas noches—dijo con voz suave, modulada, mientras aceptaba sin mirar la copa que un sirviente le ofrecía—. Qué grato es ver que todos han llegado puntualmente.

Elevó la copa con una elegancia natural.

—Esta cena—comenzó, mirando a los asistentes que ocupaban ambos lados de la larga mesa—, es para dar la bienvenida formal a nuestros invitados, pero también para honrar lo que representa su presencia entre nosotros: el fortalecimiento de vínculos antiguos y la posibilidad de forjar nuevos caminos… más provechosos.

Hubo algunos murmullos de aprobación, acompañados del sonido indefinido de más de una docena de manos cogiendo sus copas y alzándolas en un brindis. Hinata reconoció a varios de los invitados de la noche anterior, aunque ninguno cuyo nombre pudiera recordar.

Tuvo la delicadeza de mojar sus labios en la bebida, a diferencia de Sasuke, que alzó su copa pero no bebió como todos los demás.

En ese momento, varios sirvientes comenzaron a disponer de bandejas de comida en la mesa.

Reiji tomó asiento con la elegancia y seguridad de quien ha ocupado ese lugar incontables veces. Probó su sake con lentitud, y al dejar la copa, la miró de reojo con una chispa casi imperceptible en los ojos, como si ya estuviera saboreando algo más que la bebida.

—Mei-san—dijo, su voz adquiriendo un tono ligeramente más íntimo, aunque sin perder la cortesía—, es difícil no empezar por lo evidente. Está… radiante esta noche.

Hinata le dirigió una sonrisa leve, ensayada: La sonrisa serena, diplomática y elegante de Shirane Mei.

—Le agradezco sus palabras, Reiji-san. El kimono es exquisito.

—Me alegra que lo piense. Era importante para mí que se sintiera cómoda… y que los demás pudieran verla como yo la veo.

—Espero no decepcionar.

—Lo dudo mucho —murmuró él, bajando la mirada hacia su copa como si ya hubiera obtenido una respuesta.

Los ojos de Reiji se deslizaron con lentitud hacia Sasuke, como si hubiera estado esperando el momento justo para reparar en su presencia.

—¿No lo cree así, Arata-san?—dijo, con una amabilidad teñida de algo más oscuro—. Mei-san parece más una obra de arte que una simple invitada.

Sasuke sostuvo la copa en el aire, sin prisa. No evitó la mirada de Reiji, pero tampoco la buscó.

A Hinata, el corazón comenzó a latirle de prisa incluso antes de que su compañero abriera la boca. Sabía que cualquier respuesta, incluso la más cortés, podía ser un campo minado.

—De hecho, lo es—dijo con calma, casi arrastrando las palabras—. Aunque el color no le favorece del todo—, añadió, tras una breve pausa, con una ironía suave pero afilada—. El mérito es completamente tuyo, Karasuma-san.

Un silencio elegante, cortés, se instaló entre los tres. Hinata se obligó a respirar con suavidad, acariciando el borde de la copa con sus labios. No creía que hubieran más de un puñado de personas a las que Sasuke se dirigiera con honoríficos. Aunque era evidente que esta vez no lo usaba por respeto.

La sonrisa de Reiji no decayó, pero sus ojos brillaron con algo más frío.

—Lo admirable, Arata-san, es su ojo tan minucioso —dijo con voz serena—. La mayoría no nota esos detalles… a menos que estén muy atentos a quien tienen cerca.

Hinata estiró la mano hacia los palillos centrales con delicadeza. Se sirvió un poco de salmón ahumado con movimientos medidos, casi ceremoniales, en un intento de conservar la apariencia de serenidad.

En la fiesta anterior había sentido que su papel de mediadora había resultado útil, incluso necesario. Pero ahora, parece que había dejado de ser puente entre dos hombres para convertirse, súbitamente, en el terreno de disputa.

En la sala reinaba el sonido de conversaciones diversas, y el tintineo de copas y cubiertos. Todos estaban involucrados en sus propias conversaciones, aunque de vez en cuando lanzaban miradas de curiosidad en su dirección. Habría sido lindo poder cambiarse de asiento.

Sasuke, por su parte, pinchó un trozo de verdura al vapor, casi con desgano.

—No hace falta mirar demasiado cuando algo destaca tanto—replicó con calma, sin ironía aparente—. Incluso los ojos menos entrenados lo notarían.

Reiji ladeó apenas la cabeza, observándolo con renovado interés. Sus ojos plomizos, escrutadores, se deslizaron hacia Hinata y luego hacia su compañero. De repente pareció verdaderamente entretenido por alguna ocurrencia, o epifanía.

Se inclinó apenas hacia adelante, con esa sonrisa suya que nunca era del todo franca, como si estuviera a punto de compartir una confidencia, pero solo miraba a Sasuke.

—Debe ser curioso para usted, Arata-san…—dijo en voz baja, modulada, como si el comentario no estuviera hecho para ser escuchado más allá de ellos tres—…tener que proteger algo tan delicado sin poder decidir si lo hace por deber o por deseo.

Hinata sintió que el bocado de salmón se detenía a centímetros de su boca. No alzó la vista, pero la tensión que se había instalado en ese lado de la mesa era casi palpable.

Sasuke no respondió de inmediato, solo giró levemente el rostro hacia Reiji, despacio, como quien reconoce un golpe pero decide no esquivarlo.

—A veces —dijo por fin, con una calma tensa, casi letal—, proteger y desear no son cosas tan distintas.

Reiji sonrió, satisfecho.

—Qué alivio. Por un momento pensé que sería un juego aburrido.

Hinata dejó los palillos con suavidad sobre el borde del plato mientras se preguntaba, no sin cierta inquietud, qué impulsaba a Sasuke a responder con esa soltura poco habitual en él. Alzó su copa y tomó un sorbo con gesto medido, consciente de que era su momento de intervenir.

—Debo admitir —dijo, en voz baja pero clara— que resulta tranquilizador estar rodeada de hombres con tan buen ojo para reconocer lo valioso… incluso si discrepan sobre los colores.

Luego giró el rostro hacia Reiji con la serenidad que Shirane Mei habría cultivado durante años, y le regaló una pequeña sonrisa.

—Y hablando de miradas expertas, Reiji-san… He oído que la colección de pinturas antiguas de su familia es casi tan célebre como su hospitalidad. ¿Sería muy osado de mi parte pedirle ver alguna después de la cena?

A su lado, notó cómo Sasuke volvió a tomar su copa y bebió por primera vez en toda la velada.

Reiji entrelazó los dedos sobre la mesa, su mirada fija en Hinata con una mezcla de calma y determinación.

—Mei-san—comenzó, con esa voz suave que parecía acariciar cada palabra—, sería un honor mostrarle parte de ese legado…pero solo después de que disfrutemos juntos de la atracción principal de esta noche.

Su sonrisa se amplió, y sus ojos brillaron con una promesa tácita.

—Confío en que no ha olvidado nuestra cita.

Hinata sintió un leve cosquilleo en el estómago al escucharlo. No eran solo nervios o ansiedad, sino la incomodidad de saberse escuchada por Sasuke. Tener esa conversación con Reiji a solas, corresponder discretamente su coqueteo, era una cosa; tener a Sasuke al lado mientras lo hacía… era otra muy diferente. Como actuar bajo reflectores.

No me gusta que nuestra mejor oportunidad dependa de cuánto tiempo él quiera pasar a solas contigo.

Sintió una punzada ante el recuerdo de esas palabras.

Se obligó a mostrar una sonrisa de complacencia.

—Por supuesto que no, Reiji-san. Espero con interés ese momento.

Ante su respuesta, Reiji asintió, complacido. Su sonrisa se volvió sarcástica mientras su atención regresaba entonces a Sasuke, que se había dedicado a comer en silencio.

—Espero que no le moleste, Arata-san, que después de la cena me robe a Mei-san un rato. Tenemos asuntos… privados que discutir.

Sasuke alzó la vista con desgana, como si acabaran de despertarlo de una siesta. Le sostuvo la mirada con una calma estudiada, desprovista de emoción, pero con un filo sutil debajo de la apatía.

—Mientras la devuelvas en una sola pieza, no tengo problema —respondió con voz neutra, como si hablara del clima. Volvió la vista a su plato, sin dignarse agregar nada más.

Pero Hinata lo conocía. Y justo por eso, aquella frase —tan simple, tan cuidadosamente vacía— la inquietó más que cualquier amenaza abierta.

Sostuvo su sonrisa con el mismo cuidado con el que uno camina sobre hielo fino. Sabía que fingía. Pero eso no lo hacía menos peligroso.

Y en el fondo, lo que más le pesaba no era tener que moverse con cautela entre dos hombres. Era saber que, pasara lo que pasara, siempre sería ella quien caminara descalza entre el filo de dos cuchillas.

La cena continuó entre brindis, risas medidas y palabras vacías. Por momentos, Reiji la dejaba en paz para conversar también con las personas junto a él, del lado izquierdo de la mesa. Solo entonces Hinata podía retraerse un poco, serenarse y prepararse mentalmente. Cada segundo pesaba con la certeza de lo que venía después.

Y llegó más rápido de lo que hubiera querido.

La cena terminó con otro brindis y vino caro. Todos los invitados se quedaron en la sala del banquete, conversando en pequeños grupos mientras los sirvientes recogían los restos de la cena.

Hinata se puso de pie cuando Reiji lo hizo, imitando su gesto con la elegancia que había cultivado en su papel. Sabía que todas las miradas estaban sobre ellos, pero solo una le importaba. Antes de girarse por completo, buscó a Sasuke entre los rostros dispersos.

Él la observaba apoyado en una columna, copa en mano, pero ya no bebía. Sus ojos la encontraron por un instante, oscuros e insondables. No hubo un solo gesto de su parte, pero Hinata sintió que algo se le apretaba en el pecho.

Entonces Reiji le ofreció el brazo y ella lo tomó con la elegante serenidad propia de Shirane Mei, sabiendo que esos ojos aún estaban fijos en ella, acompañándola hasta el momento en que dejó la sala.


Reiji la condujo por los mismos pasillos laberínticos en los que ella se había perdido la noche anterior. Creyó reconocer, aunque no estaba segura, el mismo punto en el que Sasuke la había sacado del pasillo.

Se obligó a mantener ese pensamiento alejado mientras su acompañante actual la conducía a otra ala del complejo, hasta llegar a un pasillo amplio, silencioso, con paredes de madera pulida y biombos lacados, hasta que finalmente se detuvieron frente a una puerta.

Lo que aguardaba dentro era una pequeña galería privada, iluminada con faroles suaves, que proyectaban sombras cálidas sobre vitrinas bajas y estantes cuidadosamente organizados. Fue como entrar a una tienda de antigüedades.

—Bienvenida a la colección menor del clan Karasuma—dijo Reiji, soltando su brazo con suavidad mientras avanzaba unos pasos—. Artefactos de viajes, herencias personales, piezas intercambiadas con otros clanes…No es mi colección más personal, pero tiene su encanto.

Hinata recorrió la sala con los ojos, registrándolo todo. Había abanicos antiguos, jarrones con inscripciones o valiosas joyas incrustadas, cajas decoradas, un par de espadas ceremoniales. Todo muy valioso, pero nada que se pareciera remotamente a un kunai maldito.

Se esforzó por no decepcionarse tan pronto.

Reiji, por su parte, se tomó la libertad de observarla en silencio.

—Supongo que esperaba algo más espectacular—comentó él, como si pudiera leerle el pensamiento.

—No necesariamente —respondió ella con cortesía, sin mirarlo—. La espectacularidad a veces es un recurso vulgar.

Él sonrió, casi como si le hubiera tendido una trampa y ella la hubiera esquivado con elegancia.

Hinata no sabría decir cuánto tiempo estuvieron deambulando por la galería. Reiji contándole historias sobre algunas de las reliquias y ella escuchando atentamente, haciendo las preguntas adecuadas en los momentos oportunos.

Era una formalidad, por supuesto. Después de un rato fue evidente para ella que el Kunai realmente no estaba allí.

Ahora estaba oficialmente decepcionada. Toda esa anticipación, sus ansias, sus nervios, su discusión con Sasuke… solo para terminar en una colección menor.

Tal vez, si presionaba un poco más…

Reiji todavía no había intentado nada. Se mantuvo fiel a su carácter en todo momento, y no parecía tener intención de materializar las promesas veladas que habían flotado entre sus palabras al invitarla allí.

Hinata casi se atrevió a sentirse aliviada… pero todavía no tenía acceso al Kunai. Y mientras no lo tuviera, debía conservar su papel, sostener el interés de Reiji, empujar con elegancia la tensión sin dejar que se deshiciera.

Se detuvo frente a una estatua de marfil ennegrecido, no mucho más alta que ella. Habían recorrido casi toda la galería.
—La disposición me resulta interesante —dijo, como si ofreciera una conclusión medida del lugar—. Parece más una vitrina de historias que una demostración de poder.

—Eso es exactamente lo que es—respondió él con aprobación, colocándose detrás de ella, ligeramente a su derecha, con una cercanía calculada—. Esta colección es para impresionar con la narrativa, no con la rareza. Las piezas más…contundentes requieren otro tipo de intimidad. Otro tipo de visitante.

Era difícil saber quién estaba lanzando un anzuelo a quién.

A Hinata el corazón le latía a toda prisa, por los nervios, por la indeseada cercanía de él. Había cierta intimidad, cierta sensualidad implícita en la forma en la que se había aproximado a ella. Nunca había tenido que coquetear abiertamente con ninguna persona, nunca había tenido que insinuársele a nadie. Esperaba estar haciéndolo bien.

Alzó ligeramente la mirada hacia él, mirándolo de soslayo por encima de su hombro, y Reiji le sonrió con esa mezcla peligrosa de sinceridad y provocación.

—¿Y a qué tipo pertenezco yo?—se atrevió a preguntar, con un tono aterciopelado y desafiante.

Reiji inclinó la cabeza, como si evaluara la pregunta y sopesara con cuidado la respuesta. Dio un paso más, acortando aún más la distancia entre ellos. Su voz descendió a un susurro, áspera y cálida, sus labios rozándole el lóbulo de la oreja.

—Al que me gustaría mostrarle lo que no le enseño a nadie—murmuró—. Mañana, si acepta mi invitación, podré abrirle las puertas de mi colección privada. No hay muchos objetos ahí…pero los pocos que hay están malditamente vivos.

Hinata sintió un estremecimiento recorrerle la columna. No por la cercanía, ni por el calor de su aliento rozando su cuello —aunque tampoco era inmune a eso—, sino porque supo, con absoluta certeza, que el kunai tenía que estar allí. Reiji no lo había dicho, claro, pero la forma en la que habló de esa segunda colección le hacía estar segura de ello.

El único problema era el precio que tal vez tendría que pagar para llegar a él.

—Parece una oferta difícil de rechazar—respondió ella, manteniendo el tono neutral, su voz suave y elegante. Pero bajó un poco la mirada, sus largas pestañas acariciando sus mejillas como abanicos que guardaban promesas. Una chispa de coquetería sutil, algo que le había visto hacer a Ino muchas veces.

Reiji no se apartó. Al contrario, su mano se alzó, rozandole el brazo por encima de la fina tela del kimono, y luego ascendiendo hasta acariciar su cuello, como si estuviera apartando un mechón invisible. Sus dedos se detuvieron justo debajo de su oreja, con una pausa demasiado prolongada para ser inocente. Luego, sin romper el silencio, sus labios se inclinaron hasta alcanzar la base de su cuello, donde la piel era más blanda, más sensible, más expuesta. Se sintió más íntimo que si la hubiera besado en la boca.

—Debo confesar—susurró contra su piel—, que hay algo en usted, Mei-san, que me está volviendo adicto.

Hinata no se movió, no se tensó, solo tragó saliva y lo dejó hacer, dividida entre la aceptación y la necesidad de mantener la distancia emocional. Intentó no pensar demasiado en ello. Era solo una misión. Solo una misión.

Entonces la puerta se abrió.

Un sirviente apareció en el umbral. Pareció percatarse de que había interrumpido algo. Desvió la mirada hacia un lado, no sin antes ojear a Hinata con intención.

—Discúlpeme Reiji-sama. Sé que no es el momento, pero…ha llegado un mensaje de las puertas principales. Creemos que podría interesarle.

Reiji no se apartó del todo. Soltó un suspiro breve, como si el resto del mundo le resultara un estorbo.

—¿No puede esperar?

—...Le conviene saberlo cuanto antes, señor.

Reiji apretó la mandíbula. Luego se incorporó con la misma elegancia de siempre.

—Mañana, entonces—murmuró, dirigiéndole a Hinata una mirada donde el hambre seguía latiendo con fuerza, un deseo pospuesto—. Lo mejor se sirve al final.

Y con una última sonrisa, le ofreció el brazo para salir, un gesto que parecía prometer que la espera valdría la pena.


La despedida con Reiji fue breve, pero la promesa de mañana aún seguía vigente, ardiendo en el horizonte como una bola de cañón a punto de destruirla. Hinata casi podía sentir sus besos y sus caricias aún en la piel, como algo pegajoso que no te puedes quitar de encima.

Sasuke la había recibido con una mirada de cuidadoso escrutinio, como si estuviera buscando alguna mancha, alguna señal que pudiera indicar que no estaba en una sola pieza como había insinuado su advertencia a Reiji. Si encontró algo, no dijo nada. Hinata no esperaba que lo hiciera, no hasta estar lejos de oídos curiosos.

Agradeció el silencio en el camino de regreso, aprovechando el tiempo para recomponerse. Tenía el cuerpo tenso, no por miedo, sino por los nervios, por sensaciones que aún no lograba clasificar del todo. Se obligó a respirar hondo, a calmar el latido acelerado que no era del todo suyo.

Lo mejor se sirve al final.

Era obvio que el día siguiente Reiji intentaría más que solo besarle el cuello. Y Hinata no estaba segura de qué hacer al respecto. La situación le era extraña, ajena, como si lo estuviera viendo todo a través de otros ojos.

¿Qué pasaría si él intentaba algo antes de siquiera mostrarle el kunai?

¿Y si no era así, si primero le enseñaba la colección… y luego esperaba algo a cambio?

¿Cómo podría negarse sin traicionar el papel que había interpretado con tanto cuidado?

Sasuke se lo había dicho con claridad desde el principio: Reiji no aceptaba un no por respuesta.

¿Y si intentaba forzarla?

No era Hinata Hyūga en esa misión. No tenía el respaldo de su clan, ni su nombre, ni su rango. Era Shirane Mei. Una señorita delicada. Frágil. Desprotegida.

¿Y cómo iba Shirane Mei a defenderse de un hombre como Reiji… sin que todo se viniera abajo?

Había esperado encontrar el kunai ese mismo día, con un poco de suerte, y así, conociendo su ubicación exacta dentro del complejo, idear un plan para robarlo y otro para una retirada pacífica y discreta.

En un mundo perfecto, así habrían resultado las cosas.

Claramente, el mundo era todo menos perfecto.

Si hubiera sido un poco más como sus amigas, quizá ella tendría la experiencia para dominar a Reiji, como Ino con aquel traficante de sedas, y no se sentiría tan fuera de lugar. Si hubiera sido la mitad de aventurera que sus amigas, esto no se habría convertido en un problema.

Pero ella era Hinata.

Y Hinata había pasado más de la mitad de su vida amando a un chico que ni siquiera la miraba. Y cuando creció y maduró lo suficiente para aceptar que tal vez debía intentarlo con otras personas, había fallado estrepitosamente.

Cuando quiso saber de qué iba el gran asunto que otras chicas parecían disfrutar con tanta facilidad, su propio cuerpo se cerró ante esa posibilidad. Había besado a un par de chicos, les había permitido tocarla un poco, pero se había rendido ante la ausencia de chispa, de cualquier conexión real. Solo un vacío, una barrera invisible entre su cuerpo y el de ellos.

Había llegado a la conclusión de que quizás ese tipo de intimidad no era para ella. Que su cuerpo simplemente no funcionaba de esa forma. ¿Podía entonces, llegados a ese punto, usarlo como una mera herramienta para asegurar el éxito de la misión?

¿No era eso lo que cualquier kunoichi decente haría?

Para cuando llegaron a la posada, Hinata se había serenado un poco en el exterior. Su interior, en cambio, seguía siendo un revoltijo de dudas y ansiedad.

Al cerrar la puerta tras ellos, el silencio que habían cargado durante todo el camino pareció espesarse. Se quitó las sandalias y las dejó junto a la puerta, bajo la atenta mirada de Sasuke. Sabía que él quería respuestas, pero ella no tenía idea de por dónde comenzar.

Sin decir nada, caminó hasta el sofá y se dejó caer con cuidado, dándose cuenta al mismo tiempo de lo cansada que se sentía. Se frotó las manos, más para darse tiempo que por el frío de la habitación.

Sasuke no se movió al principio. Permaneció junto a la puerta, observándola con el ceño levemente fruncido, como había hecho en la sala de banquetes al regresar ella de su cita con Reiji. Como si evaluara si algo en ella había cambiado.

Finalmente, se acercó y se quedó de pie frente a ella.

—¿Te hizo algo?—preguntó, sin rodeos.

Hinata alzó la cabeza para mirarlo, sorprendida por lo directo de la pregunta…y por la tensión contenida que latía bajo su voz. Sus miradas se encontraron, y en la de él no había frialdad, sino una inquietud enmascarada tras su control habitual. Un destello de algo más profundo. Algo que no decía. ¿Estaba preocupado por la fachada? ¿Por el Kunai?

—No exactamente—respondió ella con suavidad—. Nada que no pueda manejar.

Sasuke no respondió de inmediato. Continuó de pie, con los brazos cruzados, mirándola con la misma expresión, quizás en busca de alguna grieta que delatara que ella, de hecho, no podía manejarlo.

Finalmente, bajó los brazos con un suspiro imperceptible.

—Lo importante es que sigas intacta—murmuró. Su voz había perdido filo, pero no intensidad.

Hubo un breve silencio antes de que preguntara:

—¿Qué hay del Kunai?

Hinata no respondió enseguida.

Intacta.

La palabra se le quedó dando vueltas, imposible de clasificar. Aparentemente fría, pero con un eco extraño; como si por un instante, él hubiera dicho más de lo que pretendía. Aunque tal vez solo era eso, una evaluación clínica y fría.

Hinata desvió la mirada, tomando un leve respiro antes de responder.

—No estaba allí—dijo. Luego vaciló. Porque sabía lo que vendría a continuación, lo había visto, varias horas antes. Su voz se volvió más cauta—Pero… Reiji tiene una segunda colección, más… privada, que quiere mostrarme mañana.

El ceño de Sasuke se profundizó mientras ella le contaba lo que habían hablado en la galería, y sobre su certeza de que está vez sí encontraría el kunai. Tuvo mucho cuidado en omitir detalles innecesarios.

—Es decir, que quiere estar a solas contigo otra vez—sentenció él,

Hinata levantó la vista, justo a tiempo para encontrarse con la intensidad de sus ojos. Por un segundo, quiso huir de esa presión, pero en lugar de eso asintió, con un suspiro contenido.

—Sí.

—Y vas a aceptar su invitación —su tono era plano, aunque sus ojos no lo eran.

—Ya la acepté —dijo ella—, y apreciaría que dejes de mirarme así.

—¿Así cómo?

—Como si tuviera elección. Como si yo quisiera estar a solas con él.

Se hizo un breve silencio.

—Esta mañana…me miraste igual. Como si pensaras… que no tengo dignidad. Como si no me cuesta nada.

Sus mejillas ardían. Pero ya no podía seguir guardándose eso.

Sasuke la miró en completo silencio, sin prisa. Luego se giró hacia el sillón frente a ella y se sentó. Apoyó los codos sobre las rodillas, juntó las manos frente a su rostro, como si quisiera contener algo más que palabras. Sus ojos permanecieron fijos en ella, afilados, ardiendo en una tensión que no lograba disipar.

—No te juzgo, Hyūga —dijo finalmente, con voz baja y peligrosa—. No es que piense que no tienes dignidad. Eso sería un error.

Hizo una pausa, apretando ligeramente las manos.

—Solo estoy pensando en una forma… satisfactoria de terminar con esto. Una que incluya cortarle el cuello a Karasuma.

Hinata parpadeó. No porque la idea de que Sasuke matara a alguien la sorprendiera —eran shinobi, era parte de su trabajo—, sino por la forma en que lo dijo. Su voz tenía una cadencia oscura, peligrosa, envuelta en una suavidad letal que le provocó un escalofrío... y algo más. Una vibración en lo más profundo, como si aquellas palabras tocaran una cuerda que no sabía que tenía. Una parte de ella —minúscula, temeraria, enterrada bajo años de autocontrol— se sintió atraída por la idea de que él pudiera perder el control…solo por ella.

Dioses…Debía estar perdiendo la cabeza.

—E-eso no será necesario—dijo finalmente, desviando la mirada y soltando un suspiro tembloroso.

Reiji no parecía ser un monstruo, en realidad, ni estaba haciendo nada ilegal. Solo estaba tratando de seducir a una mujer que le gustaba. No era más que un tipo rico y poderoso en una tierra lejana… que, casualmente, poseía algo que a ellos les habían ordenado recuperar.

No había ninguna razón para matarlo.

—Entonces tendrás que noquearlo—dijo Sasuke después de un momento—. Dejarlo inconsciente el tiempo suficiente para robar el Kunai.

Hinata asintió, procesando la orden. Reiji era un civil, y ella una kunoichi entrenada. Era sencillo. Eso sí podía hacerlo.

Pero entonces él añadió, como si no fuera gran cosa:

—O matarlo tú misma, si lo prefieres.

—¿Eso sería…parte del plan?

Él se encogió apenas de hombros, sin perder esa calma letal que siempre parecía llevar en la sangre.

—No. Pero nadie te culparía si perdiera el equilibrio y cayera sobre un kunai ajeno.

Hinata lo miró largo rato, y luego entrecerró los ojos.

—Sasuke-san, ¿Estás bromeando?

Sasuke la miró sin pestañear.

—¿Parezco alguien que bromea?

Ella bajó la mirada, pero sus labios se curvaron apenas, como si no pudiera evitarlo. Y mientras lo hacía, un leve rubor se extendió por sus mejillas, traicionero. Sintió el peso de la mirada de él, como si también lo hubiera notado pero no dijo nada.

Se sintió liviana, como si la tensión en su cuerpo hubiera encontrado una rendija por la que escaparse.

—Creo que a veces lo haces...

Sasuke la observó en silencio, y algo en su rostro pareció suavizarse, como si ese diminuto gesto —el amago de sonrisa, el rubor— hubiera aflojado una fibra tensa en su pecho.

Entonces se incorporó, abandonando su posición de codos sobre las rodillas, y se enderezó con una calma medida, como si en ese instante su voluntad se afianzara del todo.

—Entonces no tenemos que esperar más —dijo—. En cuanto tengas el Kunai, salimos.

—Sí.

Sus miradas se cruzaron en un instante de silencio, como si hubieran sellado un acuerdo. Por primera vez desde que comenzasen ese viaje juntos, Hinata percibió algo parecido a la complicidad entre ellos, como si se encontrasen en la misma página, siguiendo un camino juntos. Ya ni siquiera le importaba lo que Sasuke hubiera dicho esa mañana, ahora entendía que él no la había juzgado, solo estaba preocupado…a su manera.

Pero justo cuando parecía que el plan estaba claro, Sasuke volvió a hablar:

—¿Y qué pasa si el Kunai no está allí?

La pregunta la golpeó más fuerte de lo que esperaba. Porque si el Kunai no estaba allí…todo el plan sería inútil. No habría motivo para noquear a Reiji, ni justificación para traicionar su confianza de forma abierta.

Y él seguiría esperando algo de ella.

Esperando que ella cumpliera con la expectativa silenciosa que había dejado crecer con cada mirada, con cada insinuación.

Pero Hinata lo había sentido. Lo había intuido. No podía asegurárselo a Sasuke de la forma en la que a él le gustaría. No tenía pruebas, ni sellos, ni documentos clasificados.

Solo una corazonada. Una certeza sin lógica.

—Está allí —dijo, como si al afirmarlo lo convirtiera en verdad.

—Lo crees. No lo sabes.

—No, no lo sé —admitió, bajando un poco la mirada—. Pero esta vez… esta vez lo siento diferente. Como si todo estuviera llevándonos a ese lugar.

Sasuke no dijo nada. La observó con la misma atención implacable de siempre. Hinata se preparó para un juicio silencioso. Una corrección. Una duda.

Pero entonces, algo en sus hombros pareció aflojarse. No era aprobación, ni siquiera alivio. Como si él hubiera decidido confiar en su instinto.

Como si confiara en ella.

Notes:

30/06/25: Escribir esta historia se siente un poco como cuando escribí mi tesis de grado: ya tengo escrita la mitad, pero a medida que avanzo siento una necesidad casi obsesiva de volver atrás, cambiar diálogos, repensar escenas, cambiarlo todo. Y tengo que recordarme que esto es fanfiction, que lo escribo por diversión y que está bien si no es perfecto. Así que... ¿Qué diablos? aquí seguimos.

Con este capítulo, oficialmente entramos en la segunda mitad del arco de Tsukigiri. Se acerca el final de esta etapa, y aunque a veces dudo de cómo va quedando, me emociona lo que viene. Gracias por seguir leyendo 💜

Chapter 7: Karasuma no escatima en gustos

Chapter Text

Cuando todo el plan estuvo finalmente discutido y las asperezas de la mañana parecían, sino resueltas, al menos suavizadas, Hinata se despidió con un suave buenas noches y se retiró a su habitación. La puerta corrediza se cerró tras ella, dejando a Sasuke solo, sentado junto a la mesa baja, inclinado sobre el pergamino de la misión. La luz tenue de la lámpara dibujaba sombras sobre su rostro concentrado mientras hacía anotaciones en el papel.

Hinata se dejó caer en el futón con un suspiro cansado. En pocas misiones había exigido tan poco a su cuerpo, y sin embargo, el agotamiento que sentía era más profundo que cualquier dolor muscular. La tensión constante de mantener la espalda recta cada vez que dejaba la aparente intimidad de la posada, el esfuerzo de actuar como una mujer que no era, de hablar con voz ajena, de mirar con ojos que buscaban seducir…Todo eso iba dejando marcas invisibles en su cuerpo, como si cada gesto fingido le pesara en los huesos.

Y luego estaba Sasuke.

Su compañero de misión. Su guardaespaldas. Su sombra. La presencia que, sin proponérselo, volvía todo aún más difícil. No era solo su silencio, o la forma en la que evitaba mirarla a veces, mientras que otras la observaba con tanta atención que le encogía el pecho. Era una paradoja. Un muro y un imán.

Hinata no sabía qué hacer con él, ni de dónde había salido esta…¿Fascinación? ¿Curiosidad?

Bueno, sabía lo que quería hacer con él, lo que no sabía era cómo lidiar con el hecho de no poder hacerlo.

Quería conocerlo más.

Poder hablar con él libremente, sin máscaras.

Escuchar lo que pensaba.

Tocarlo.

Solo eso. Tocar algo que parecía al alcance de su mano, pero tan lejano como otra vida.

Con ese pensamiento que revoloteaba como un eco molesto, cerró los ojos e intentó dejar que el sueño la arrastrara, pero no fue así. El futón le resultaba demasiado duro, las sábanas demasiado suaves, el silencio de la posada un zumbido constante. Se dio vuelta para un lado, se dio vuelta para el otro, dio vueltas por un rato, y un poco más, y finalmente decidió que no podía hacerlo. Con un suspiro resignado, se levantó y salió al salón, a por un vaso de agua.

La luz de la luna se colaba de manera oblicua por la ventana, por la que entraba una brisa fresca, casi purificadora, que hacía ondear delicadamente las cortinas.

Estaba sirviéndose un vaso de agua de la mesa baja, cuando escuchó un suave deslizar. Giró apenas la cabeza, lo justo para ver cómo se abría la puerta corrediza del baño, por la que salió Sasuke. Con el torso desnudo, una toalla atada a la cadera y el cabello aún goteando. Tenía la mano levantada, secándose el cuello con una toalla más pequeña.

Él también la vio un segundo más tarde, y se detuvo en seco. Todo pasó en menos de diez segundos, pero fue suficiente para que el corazón de Hinata se disparara como un sello explosivo.

—Perdón—dijo ella en un susurro, bajando la mirada de inmediato.

Dejó el vaso sobre la mesa, sin tocar, y se fue a su habitación con pasos rápidos, sintiendo cómo el calor se extendía desde el pecho hasta sus orejas.

—No es nada—alcanzó a decir Sasuke a su espalda, con la voz más grave de lo habitual, quizá por el vapor del baño, o sabrían los dioses por qué.

Pero Hinata ya estaba cerrando la puerta tras ella, con la respiración entrecortada y las manos temblorosas.

Se sentó en el futón y apoyó la frente sobre sus rodillas, tratando de convencerse de que no había visto el brillo en los ojos de Sasuke, ni la leve curvatura en la comisura de su boca.

.

.

El amanecer había llegado con nubes tiñendo de gris oscuro el cielo, ya de por sí plomizo, de Tsukigiri. Por la ventana de la sala entraba tan poca luz natural que Hinata y Sasuke habían tenido que dejar la lámpara encendida mientras desayunaban, ambos sumidos en un silencio contemplativo.

Hinata masticaba con lentitud, obligándose a tragar pese al nudo persistente en su estómago, consciente de que iba a necesitar cada gota de energía ese día. La noche le había dejado poco descanso, y su cuerpo se lo hacía notar con cada punzada en su cuello y detrás de los ojos.

Había algo en ella que no encontraba reposo. Tal vez era la cercanía del Kunai Maldito. Tal vez era la mirada con la que Reiji la había despedido la noche anterior, una mezcla de deseo, inteligencia y amenaza. O tal vez era otra cosa.

Alzó fugazmente la vista, solo un segundo, antes de volver a concentrarse en su plato.

Sasuke comía en frente de ella, serio y concentrado, como si estuviera masticando pensamientos en lugar de arroz. Ninguno había mencionado nada de la noche anterior, pero la imagen de él, de pie en medio de la penumbra, con el cabello goteando y los ojos fijos en los suyos, se colaba esporádica e inesperadamente entre sus pensamientos, hasta que ella la empujaba de vuelta al lugar del que había salido.

Era la tercera vez que lo hacía esa mañana cuando el sonido seco de los palillos apoyándose sobre el borde del plato la sacó de su ensimismamiento.

—Saldré a revisar el perímetro—anunció Sasuke, sin mirarla—. Quiero asegurarme de que tengamos una salida limpia cuando llegue el momento.

Hinata parpadeó, abandonando sus propios palillos. No había un "nosotros" en ese plan.

—¿Y yo?

—Sería más fácil pasar desapercibido si voy solo.

—Ah…entiendo.

Él se reclinó ligeramente hacia atrás, apoyándose en las manos.

—Dejaré un par de armas listas en la zona de escape—añadió con calma.

Hinata asintió. Seguía con la vista perdida en un punto de la mesa, cansada y saturada de sus propios pensamientos

—Estás distraída —dijo entonces Sasuke, sin juicio, como quien señala el clima.

Ella se irguió, con las manos en el regazo, tratando de parecer más despierta.

—¿Lo estoy?

Claramente, Sasuke no iba a seguirle el juego. Desvió la mirada hacia la ventana, como si no hubiera nada más que decir, pero su voz la alcanzó tras una pausa.

—¿Algo que no te convenza?

—¿Del plan?

—De lo que sea.

Tardó un momento en responder. No era que no la convenciera alguna parte del plan. Simplemente sentía que habían muchas variantes que podían salir mal. Pero esas preocupaciones tenían más que ver con ella que con otra cosa, y no pensaba que valiera la pena decir algo al respecto.

—No. Estoy bien. Todo está claro.

Sasuke la observó como si la respuesta no le bastara y quisiera encontrar en su rostro algo más concreto.

Pero en ese momento tocaron la puerta.

Hinata se tensó, como cada vez que alguien llamaba. Como si el clan Karasuma se molestaría en tocar si descubriera que eran impostores.

Sasuke se puso de pie con la parsimonia de siempre, y con la misma calma abrió la puerta. Era la chica del día anterior, la sirvienta que había llevado la caja con el kimono.

Fue como revivir la misma escena.

La chica volvía a sostener una caja idéntica. Sus mejillas se encendieron nada más ver a Sasuke.

—Ha llegado un paquete de parte de Karasuma Reiji-sama—anunció, tendiéndole la caja.

Él asintió una vez y tomó la caja. La sirvienta se retiró con paso rápido por el pasillo, aún colorada y con la cabeza gacha.

Hinata lo observó todo con apenas una pequeña sonrisa contenida, muy a su pesar. No podía culpar a la sirvienta. Ciertamente, Sasuke era demasiado…fácil para el ojo femenino.

—Tienes una admiradora—comentó, sin proponérselo realmente.

Él caminó de vuelta al centro de la habitación y dejó la caja sobre la mesa baja. Algo en su mandíbula se había tensado, como si la sola presencia del objeto le hubiera arruinado la mañana.

—¿Qué?—preguntó, al notar que Hinata seguía observándolo con una media sonrisa.

—Nada.

Ella negó con la cabeza. Había asuntos más urgentes en los que enfocarse. Su sonrisa se fue borrando de su rostro de manera gradual mientras miraba el paquete. La última vez que recibió un obsequio de Reiji la experiencia había sido desagradable. No esperaba menos esta vez.

Se enderezó en su asiento y arrimó la caja hacia sí, irguiéndose como si se estuviera preparando para correr si era necesario.

Ella desató el lazo y retiró la tapa bajo la atenta mirada de Sasuke, que se había quedado de pie del otro lado de la mesa con brazos cruzados y la expresión endurecida. Observaba todo por encima de la nariz, como si el objeto en cuestión le desagradase por defecto.

Sobre una cama de papel de seda reposaba un pergamino enrollado y lacrado, tal y como había encontrado la invitación el día anterior. Sin mayor ceremonia, pero con un ligero temblor en los dedos, Hinata rompió el sello y desenrrolló el papel.

No llevaba el sello del clan Karasuma, solo la caligrafía pulcra y estilizada de Reiji.

La primera pieza fue un obsequio de cortesía.

Esta segunda es una sugerencia.

El rojo suele sentar mejor cuando se lo lleva con intención.

Te veré a las 7.

R.

Hinata terminó de leer y bajó el pergamino sin expresión, con las palabras aún resonándole en la piel. No era una invitación formal, parecía más la carta de un amante, o un pretendiente. Una insinuación. O peor aún, una promesa.

Se lo tendió a Sasuke sin mirarlo.

Mientras él leía, Hinata se concentró en retirar el papel de seda con movimientos suaves y meticulosos, dejando a la vista una prenda de un rojo tan profundo que parecía recién teñida con sangre.

Antes de sacarlo de la caja, se puso de pie, como si su cuerpo ya no pudiera estarse quieto o necesitara espacio para respirar. Entonces tomó la prenda por los hombros y la alzó con cuidado, dejándola desplegarse en el aire hasta casi rozar el suelo.

Era otro kimono. Uno muy diferente al anterior.

Los bordes estaban decorados con encajes negros. A lo largo del dobladillo y las mangas, bordados oscuros se enroscaban como hiedra venenosa. La línea del escote descendía más de lo que la decencia permitiría en un contexto formal, y una abertura lateral, delicadamente disimulada entre los pliegues, subía quizá un poco demasiado alto por la pierna como para no parecer deliberada.

Hinata lo sostuvo un segundo más, como sopesando el mensaje oculto entre los pliegues de seda. No necesitaba volver a mirar la nota para entender la intención a la que Reiji hacía referencia.

El corazón le latía con fuerza en el pecho y una sensación desagradable se había extendido por sus extremidades. Solo con mirar el kimono sentía algo parecido a la humillación. De alguna manera, no se esperaba esto. Tenía la impresión de que Reiji había abandonado toda pretensión, toda reverencia o respeto que antes le mostraba, decidiendo vestirla como una cortesana de lujo. Sus dedos volvieron a temblar sobre la tela, pero esta vez por la indignación contenida. Frunció el ceño mientras mantenía la vista fija en la ofensiva prenda, como si esperara prenderle fuego solo con la mirada.

Entonces un par de manos aparecieron en su campo de visión, interponiéndose entre ella y la tela. Hinata se sobresaltó por la sorpresa y cuando alzó la vista se encontró con Sasuke, que se había acercado y ahora le quitaba el kimono de las manos, sin tocarla.

Estaba tan cerca que su brazo y el de él casi se rozaban.

Ella lo miró a la cara mientras él lo examinaba de cerca, sintiendo la tela con los dedos. La estiró un par de veces y frunció el ceño.

—Te será difícil moverte con esto si algo sale mal—dijo finalmente, con la voz más áspera de lo habitual.

Ella lo miró con sorpresa, como si él hubiera dicho algo fuera de lugar. La verdad era que ni siquiera había pensado en eso. Pero ahora que lo mencionaba, se dio cuenta de que tenía razón. A diferencia del kimono anterior, cuya tela era suave y casi viscosa, esta era más gruesa, sin elasticidad y notoriamente restrictiva.

Sasuke contempló el kimono por un segundo más, y entonces se lo devolvió con un movimiento medido.

—Buscaré algo más adecuado para tí. Para que puedas cambiarte después.

Hinata recibió el kimono con cuidado, aún procesando todo lo que él acababa de prever sin necesidad de que ella dijera una sola palabra. Levantó la mirada hacia él de nuevo, entre curiosa y conmovida.

—¿Cómo puedes pensar en todo..?

Sasuke apenas ladeó la cabeza.

—Es mi trabajo —respondió, con voz baja. Luego, con un tono más firme—: El tuyo es asegurarte de que Karasuma no te toque un pelo.

Hinata arqueó una ceja, divertida por lo inesperado de la orden. Sasuke parecía estar pasando por alto un detalle crucial.

—Y conseguir el Kunai—respondió con voz suave, segura, casi con un destello de desafío.

Ante esto, él volvió su atención a ella, con una mezcla de aprobación y advertencia. Ahora que ninguno se enfocaba en el kimono, que en algún momento ella había dejado caer sobre la mesa, se dio cuenta de lo cerca que estaban. Frente a frente, sus pies casi se tocaban.

—Preferiblemente—murmuró él.

A ella le pareció que la forma en que lo dijo transformó la palabra en algo más que una simple preferencia. Sonó casi íntima, cargada de implicaciones.

Pero tenían que ser ideas suyas ¿verdad?

Pasar tanto tiempo cerca de él la estaba haciendo tener percepciones erróneas, leer entrelíneas donde solo había espacios en blanco.

Trató de contener el delicado rubor que comenzaba a florecer en sus mejillas, pero pronto las sintió irremediablemente tibias. Entonces notó la mirada de Sasuke recorrerle el rostro con detenimiento. Casi parecía que esos ojos bajaban con lentitud…

Ella contuvo el aliento.

Entonces tocaron la puerta por segunda vez esa mañana. Ambos se tensaron, cada uno a su manera. El momento se rompió sin remedio, destrozado por una serie de golpes secos, que de alguna manera sonaban firmes y demandantes, como si no admitieran demora.

Sasuke intercambió una última mirada con ella antes de girarse y caminar hacia la entrada. Cuando abrió la puerta, se encontró con dos guardias ataviados con el uniforme negro del clan Karasuma. Llevaban el emblema del clan grabado en los protectores de la frente, y ambos se mantenían rectos y firmes como estatuas.

—Buenos días—dijo uno de ellos, clavando los ojos en Hinata—, Shirane-sama.

Ella se recompuso en un instante, alzando el mentón con naturalidad y juntando ambas manos delante del abdomen, como una dama bien educada.

—Buenos días—respondió con voz templada.

Los guardias no esperaron que los invitaran a pasar, entraron como si el espacio ya les perteneciera. Uno de ellos se mantuvo cerca de Hinata, con una mano en el cinturón, como en posición de alerta, y con la mirada aguda recorriendo cada rincón del salón. El otro se dirigió directamente al interior del apartamento. Lo escucharon revisar sin ceremonia alguna cada posible escondite posible: armarios, biombos, el balcón de la habitación de Hinata…

Ella se contuvo de intercambiar una mirada discreta con Sasuke, que ahora estaba de pie a su lado. Notó por el rabillo del ojo la rigidez imperceptible de su postura, en sus hombros, y la tensión en las líneas de su rostro.

—Disculpen la interrupción—dijo el guardia frente a ella con una cortesía fingida, casi burlona, apenas una sombra de formalidad en su tono—. Estamos haciendo una revisión del edificio. Uno de los sirvientes ha desaparecido. Su nombre es Kaoru.

Hinata mantuvo la expresión tranquila, pero por dentro, un frío le recorrió la columna vertebral.

—Lamento mucho oír eso—dijo, con la voz justa, con la compasión medida que se esperaría de su papel—. Pero me temo que no lo hemos visto. Al menos no recientemente.

—¿Está segura, Shirane-sama?—preguntó el guardia, dando un paso más cerca de ella. No había amenaza implícita en su tono, pero sus ojos eran inquisitivos y la tensión en su cuerpo denotaba lo poco que confiaba en las palabras de Hinata.

—Segura.

A su lado, Sasuke se mantenía en aparente calma. Silencioso y fiel como una sombra, como el guardián que era. Observaba al segundo guardia moverse por el apartamento. No podía hacer nada para detenerlo, aunque sus ojos se movían con precisión calculada, registrando cada detalle, cada gesto.

El primer guardia se volvió ligeramente hacia su compañero, que acababa de salir del cuarto de baño con el ceño fruncido.

—Nada—le informó con sequedad.

El que estaba frente a Hinata asintió, visiblemente insatisfecho con la conclusión de su revisión.

—Si se enteran de cualquier información relevante, le agradecemos comunicarse de inmediato.

—Por supuesto.

Ambos hombres hicieron una última revisión visual de la sala, casi sincronizados. Luego se encaminaron a la puerta. Uno de ellos salió sin mirar atrás.

—Shirane-sama. Arata-san—se despidió el portavoz, con una leve inclinación de cabeza.

Y sin más, desaparecieron por el pasillo.

Apenas se cerró la puerta, Hinata pareció desinflarse, soltando el aire que no sabía que había estado conteniendo.

—¿Crees que sospechan?—preguntó en voz baja, plantada en el mismo sitio y sin atreverse aún a mirar a Sasuke.

Él no respondió de inmediato. Se acercó a la ventana, que daba al jardín, y apartó un poco la cortina para echar un vistazo rápido. Luego regresó al centro de la habitación.

—Están buscando desesperadamente una pista—dijo al fin, en el mismo tono que ella—. No saben aún a quién culpar.

Pero eso podría cambiar en cualquier momento.

Hinata tragó saliva, obligándose a mantener la compostura.

Sasuke pareció saber hacia dónde se dirigían sus pensamientos, porque entonces añadió:

—No encontrarán nada que los lleve hacia nosotros—hizo una breve pausa—. Y si lo hacen, no estaremos aquí para entonces.

Lo dijo con tal certeza, con esa seguridad que parecía blindada contra el error, que Hinata no tuvo otra opción que creerle. Sintió cómo la tensión comenzaba a deshacerse en sus hombros, en la base de su nuca, como si su cuerpo respondiera a las palabras de él más que a su propia voluntad.

Mientras Sasuke se acercaba a la mesa baja para servirse un vaso de agua, ella no pudo evitar preguntarse —por puro morbo, por una curiosidad absurda—dónde habría ocultado el cuerpo de Kaoru. ¿Cómo se las arregló para hacerlo sin dejar rastro, sin que nadie lo viera?

¿Era una persona terrible si lo admiraba por eso?

No por el asunto de Kaoru, claro. Sino por todo lo demás.

Por la calma. Por la precisión. Por ese tipo de atención minuciosa que no parecía sentimental, pero que en el caso de Sasuke, significaba cuidado. Había algo extrañamente reconfortante en saber que tenía a su lado a alguien tan…competente. Que pensaba en la elasticidad de su ropa. En si podría correr. En mantenerla viva.

Este era el mismo hombre que la había llamado blanda. El mismo que no la quería en esa misión.

Se preguntó, con una mezcla de temor y esperanza, si habría logrado hacerlo cambiar de opinión. Si ahora la veía un poco más como ella lo veía a él: alguien en quien se podía confiar incluso en lo peor.

Alguien a quien uno seguiría a todas partes.

Lo observó mientras bebía en silencio, y fue entonces cuando le llegó otra vez, esa ola de afecto que ya se le estaba haciendo costumbre. Arrolladora. Imprudente. Dolorosamente dulce.

Sasuke dejó el vaso sobre la mesa con un leve chasquido de cristal.

—Será mejor que me vaya—dijo, sin mirarla al principio.

Hinata parpadeó, como si sus pensamientos se disiparan de golpe. Asintió y caminó hasta su lugar de siempre junto a la mesa, en parte porque llevaba varios minutos plantada en el mismo sitio desde el que habló con los guardias, y en parte porque no sabía qué más hacer.

—Cuídate—dijo en voz baja por puro impulso, sin pensarlo. No era una orden, ni una formalidad. Era algo más honesto.

Él la miró entonces, por encima del hombro, con esa expresión impenetrable que ella no podía leer del todo.

—Hm.

Fue su respuesta.

Y se fue.

.

.

Las siguientes horas transcurrieron con una lentitud agonizante.

Hinata no tenía nada que hacer salvo esperar.

Esperar a Sasuke. Esperar que llegara la hora para comenzar a vestirse. Esperar su cita con Reiji. Esperar que todo saliera acorde al plan.

La tarde transcurrió entre tomar té, pensar un poco, obligarse a comer, y luego pensar un poco más. Estaba tan saturada de sus propios pensamientos que, por hacer algo, comenzó a organizar el desastre que habían dejado los guardias tras su inspección.

Volvió a hacer su cama, organizó la ropa dentro de su armario con el esmero de alguien que no pensaba marcharse pronto, y movió los muebles hasta dejarlos perfectamente colocados en su lugar original. Después de un rato, todo el apartamento volvía a estar como si no hubieran movido ni un cojín.

Todo el apartamento, excepto la habitación de Sasuke.

No sabe cuánto tiempo estuvo de pie frente a su puerta, vacilando. Sentía que estaba por traspasar un límite invisible, como si entrar a ese espacio significara invadir un territorio al que no tenía derecho.

Pero la curiosidad fue más fuerte.

Empujó la puerta con cuidado y entró.

La habitación estaba desordenada, al igual que había estado el resto del apartamento: el equipaje de Sasuke estaba revuelto, las cosas dispersas de manera descuidada. No era su equipaje realmente, por supuesto. Nada en ese lugar le pertenecía de verdad, salvo por una cosa: el aroma

Un rastro tenue, casi imperceptible, flotaba en el aire. Pero era inconfundible. Era él.

No se atrevió a tocar nada. Simplemente se quedó quieta por un minuto, como si así pudiera absorber la sensación de estar más cerca de él. Tendría que hacer una revisión mental sobre por qué estaba haciendo este tipo de cosas. Por qué su aroma la calmaba y aceleraba al mismo tiempo el latir de su corazón.

Pero ahora no era el momento.

Suspiró al salir de la habitación y cerró la puerta con la misma delicadeza con la que había entrado. Como si no quisiera perturbar el aire que él había dejado atrás.

La luz del día ya se filtraba en tonos más cálidos por la ventana, y supo que era hora.

Hora de vestirse.

Comenzó a cambiarse sin prisa, como si con movimientos lentos pudiera diluir la inevitabilidad del momento. Como si demorarse fuera una forma de resistirse. Pero incluso la resistencia tenía un límite.

El kimono le quedó más ajustado de lo que esperaba. Al ceñírselo con cuidado frente al espejo, notó cómo la tela se pegaba a su cuerpo con una precisión casi insultante, delineando sus curvas, marcando su cintura, adhiriéndose a su silueta como si hubiese sido diseñado no para vestirla, sino para exponerla. Cada movimiento hacía que la abertura lateral insinuara la piel de su muslo.

No dejaba mucho de su figura a la imaginación.

Estaba tan concentrada mirándose en el espejo, que no lo sintió llegar. Solo cuando levantó la vista, lo vio en el reflejo.

Sasuke estaba de pie en el umbral de su habitación, observándola en completo silencio.

Hinata dio un leve respingo y se giró sobre sus pies para encararlo, con las mejillas enrojecidas.

—Sasuke-san—dijo, en un intento de sonar tranquila—. No te oí entrar.

Sasuke tardó un par de segundos en hablar, como si algo dentro de él aún estuviera decidiendo si hacerlo.

—Karasuma no escatima en gustos—murmuró al fin, con una ceja apenas levantada.

El tono era neutro, casi aburrido, pero Hinata sintió que algo en su pecho se encendía. ¿Era eso una crítica al kimono, a Reiji…o una forma elaborada de decir que le quedaba bien?

Se tomó un brazo con el otro, sintiéndose demasiado expuesta bajo el escrutinio.

—Tenías razón. Es…demasiado incómodo.

Sasuke la estudió un instante más. Luego caminó hacia ella sin apuro, pero con la misma determinación con que encaraba todo lo importante.

Ella se removió un poco sobre sus pies, mordiéndose el labio. No había esperado que él se moviera. Menos aún que acortara la distancia entre ellos con esa calma peligrosa, como si nada en el mundo pudiera detenerlo.

—No tendrás que usarlo por mucho tiempo—declaró Sasuke, deteniéndose a un paso de ella. Su voz era baja, sin filo, pero cargada de una tensión distinta—Ya todo está listo.

Hinata tragó saliva, alterada aún por la inesperada cercanía.

—Solo falta una cosa—respondió. Caminó con más prisa de la que pretendía hasta el escritorio, y sacó de la caja el obi. Era de un rojo más oscuro que el del kimono. Intenso. Profundo. Lo sostuvo con ambas manos y se lo ofreció a Sasuke.

—¿Podrías…ayudarme con esto?

Sasuke no respondió de inmediato. Sus ojos bajaron al obi entre las manos de Hinata, y luego a su cintura, donde esa tela tendría que ajustarse, como si estuviera calculando no solo la distancia física, sino lo que ese gesto implicaba.

Soltó un suspiro apenas perceptible.

—Claro—dijo al fin, con voz baja.

Tomó el obi con cuidado, como si incluso ese simple gesto requiriera concentración.

Ella se dio la vuelta, con movimientos suaves, y apartó el cabello hacia un lado, escuchando el murmullo de la tela mientras él se colocaba detrás. El lazo se fue formando con firmeza, apretando el kimono aún más contra su cuerpo. Él no dijo nada, pero estaba lo suficientemente cerca como para que ella sintiera su respiración en la nuca. Un leve estremecimiento le recorrió el cuerpo.

Sasuke, por su parte —y esta vez sí fue evidente— tardó un segundo más de lo necesario en terminar. Sus manos se quedaron inmóviles sobre el nudo. Luego, lo soltó como si se tratara de un arma peligrosa y dio un paso hacia atrás.

Hinata lo miró por encima de su hombro. Sus ojos no estaban en ella, sino en el piso. Entonces, sin previo aviso, soltó un leve suspiro, apenas un exhalar breve.

—Es hora de irnos—dijo, sin mirarla, al mismo tiempo que se giraba y salía de la habitación.

Hinata se quedó quieta, con la respiración acelerada y los sentidos afilados por un roce que no se produjo. Apretó los labios y se miró por última vez en el espejo. Sus mejillas seguían rojas, y había un brillo extraño en sus propios ojos, un destello de algo que todavía no se atrevía a nombrar.

Como siempre, no era el momento.

.

.

Dejaron sus aposentos sin mucha ceremonia, aunque Hinata no pudo evitar detenerse un segundo antes de salir por la puerta. Al mirar por última vez la pequeña sala, una oleada inesperada de nostalgia le recorrió el pecho. No porque fuera a extrañar el lugar, desde luego. No habían pasado allí más de tres días, pero con todo lo sucedido, parecía como si hubieran pasado semanas.

Se sentía extrañamente distante de la versión de sí misma que había llegado a ese apartamento. Más ingenua. Más temerosa. Como si en ese corto lapso, hubiera cruzado un umbral invisible del que ya no podía volver.

Y ahora, lo único que quedaba, era caminar hacia adelante.

Afuera, el aire estaba cargado con la promesa de lluvia. El cielo oscuro parecía pesar sobre ellos, y el olor a humedad era denso.

Cuando las puertas de entrada al complejo se hicieron visibles, Sasuke se detuvo, girándose para encararla. Hinata hizo lo mismo.

—¿Cuánto crees que te tomará?—preguntó, con el ceño apenas fruncido, como si calculara el tiempo y los riesgos al mismo instante.

—Un par de horas. Como mucho—respondió ella, intentando sonar segura aunque una parte de su mente temía que fuera demasiado optimista.

Sasuke asintió con gravedad.

—Estaré esperándote al final de esta misma calle —dijo con voz firme, sin dejar lugar a dudas—. Si no has salido en dos horas, asumiré que algo salió mal.

Hinata sostuvo su mirada, sintiendo un inesperado peso en el pecho, más fuerte que el miedo: una mezcla de confianza y desafío.

—Saldré. —Su voz sonó más firme de lo que se sentía por dentro, como si al decirlo pudiera convencerse a sí misma.

Sasuke permaneció inmóvil un instante más, como evaluando la verdad detrás de sus palabras. Finalmente, con la calma implacable que siempre parecía medirlo todo, respondió:

—Te tomaré la palabra.

Y con eso, retomaron el camino.

Al llegar a las puertas, dos guardias controlaban el acceso. Ambos hombres los estudiaron uno a uno; sus miradas escrutadoras se detuvieron más tiempo en Sasuke, antes de volver a posarse en Hinata. Ella los saludó con una leve inclinación de cabeza y ellos la dejaron pasar sin decir una palabra.

Mientras se adentraba en el complejo Karasuma, lanzó una mirada hacia atrás, como si necesitara esa última imagen de Sasuke para armarse de valor. Él la observaba alejarse, inmóvil y serio, como un guardián silencioso.

La próxima vez que se vieran, ella tendría el Kunai en sus manos y ambos serían libres para escapar.

Con ese pensamiento anclado en el pecho, Hinata avanzó entre las sombras del complejo, decidida a cumplir su misión.

Chapter 8: Una mujer que no teme al filo

Chapter Text

Un sirviente la condujo por los laberínticos pasillos de la residencia, adentrándose cada vez más, subiendo un piso, luego otro. A donde fuera que la estaban llevando, se encontraba al otro extremo del complejo, en la parte más alejada de la entrada principal. En el camino se cruzaron con varias personas —guardias, sirvientes, tal vez otros miembros del clan—. Algunos la saludaron con una leve inclinación de la cabeza; otros, ni siquiera se dignaron a mirarla.

Finalmente, llegaron a la zona norte del complejo Karasuma. Más sobria. Más antigua. Más lujosa. Aquella parte del edificio se sentía como una residencia privada más que una sede de gobierno. Los suelos brillaban como espejos y el aire olía a madera de pino y té.

El sirviente se detuvo frente a una puerta de madera oscura, pulida con esmero, que se encontraba entre abierta.

—Karasuma-sama la espera—anunció, haciendo una reverencia impecable.

Hinata asintió, respiró hondo…y atravesó el umbral.

Se encontró en lo que parecía ser una sala de té, sobria y silenciosa, con paneles de madera oscura. Una lámpara colgante proyectaba una luz cálida y dorada sobre el suelo pulido. Al fondo, de espaldas a la entrada, estaba Reiji, de pie frente a una ventana cerrada. Su figura recortada contra la noche parecía tallada con precisión.

—Mei-san—dijo sin volverse—. Justo a tiempo.

Hinata se acercó con pasos lentos pero firmes, sintiendo cada sonido amplificado por la calma del lugar. Se detuvo a pocos pasos de él.

Se dio cuenta que Reiji miraba hacia un hermoso jardín interior, iluminado tenuemente por la luz de los faroles. Llovía a cántaros. Las gotas de lluvia alteraban la superficie de un pequeño estanque en el centro del jardín.

Reiji finalmente se giró, con una sonrisa tranquila dibujada en los labios.

—Gracias por venir. Es una suerte que haya llegado antes que la lluvia.

Hinata juntó las manos frente a su abdomen, una postura digna y elegante. Inclinó la cabeza, en un gesto de cortesía.

—Gracias por recibirme.

Él reparó entonces en su apariencia. La recorrió con la mirada en silencio, sin apuro, como quien aprecia una obra valiosa cuyo significado se revela lentamente.

Hinata se sintió desnuda, muy consciente de sí misma. Tuvo que reprimir el impulso de cruzarse de brazos para, de alguna forma, crear una barrera entre ambos.

—Ese kimono… —comenzó a decir él con una sonrisa apenas ladeada—. Realza todo lo que debe realzar y oculta justo lo suficiente.

Sus ojos se demoraron con deliberación en la curva de su cintura, antes de alzar la vista otra vez hacia los suyos.

—Diría que fue elegido con… admirable precisión.

Hinata le sostuvo la mirada, serena.

—Tiene usted buen ojo para los detalles.

Reiji entrecerró los ojos, divertido, como si saboreara la respuesta.

—No es un talento, Mei-san. Es una inclinación natural.

Dio unos pasos fluidos hacia la mesa, y extendió un brazo con cortesía calculada.

—Por favor, tome asiento.

Tiró suavemente de la silla más próxima y la arrimó para ella, sin quitarle los ojos de encima.

Hinata lo hizo con calma, como si el peso del gesto dijera más que las palabras.

Reiji se sentó frente a ella con tranquilidad y, sin romper el contacto visual, tomó una botella de porcelana negra de una bandeja cercana.

—Hoy no serviremos té. Algo un poco más fuerte y cálido me pareció más apropiado para la ocasión, con este clima—comentó, mientras vertía con cuidado el líquido claro en dos copas bajas de cerámica.

Hinata observó el movimiento de sus manos, lento, controlado. Luego miró brevemente a su alrededor: La lluvia caía con más fuerza en el jardín, y el aroma suave del sake comenzaba a impregnar la estancia. La luz tenue, dorada y envolvente, creaba un ambiente íntimo.

Contrastaba por completo con su estado interior.

Cada vez que creía anticipar los movimientos de Reiji, él se las arreglaba para desestabilizarla. Debería haberlo sabido: no irían directo a la galería. Reiji no hacía nada sin envolverlo primero en un ritual.

—¿Le molesta?—preguntó él alzando apenas una ceja, ofreciéndole la copa con una mano elegante.

—En absoluto—respondió ella, aceptándola sin romper la compostura.

Reiji tomó la suya y la sostuvo un momento.

—Por las buenas decisiones. Las difíciles también.

Hinata rozó su copa con la de él.

—Y por las placenteras—dijo con tono suave, casi insinuante.

Los labios de Reiji se curvaron en una sonrisa lenta, satisfecha. Hubo un destello en sus ojos, como si acabara de confirmar algo que ya sospechaba. Bebió sin apuro, luego apoyó la copa en la mesa con un gesto medido.

—Dígame, Mei-san…¿cómo está Arata-san?—su voz era casual, casi perezosa, pero en su mirada brillaba algo más filoso, algo que cortó el aire entre ambos.

Hinata mantuvo la compostura, aunque sintió una corriente fría recorrerle la espalda.

—No imagino lo difícil que debió de ser para él dejarla venir sola.

Ella sostuvo su copa con ambas manos sobre la mesa, sin beber aún. Sabía que la pregunta no era tan casual como su tono. Midió su respuesta.

—Arata-san está bien. Se toma su papel en serio. Se preocupa…lo justo, pero entiende que no siempre puede seguirme a todas partes.

Hubo un silencio breve. Luego, Reiji rió muy bajo, tremendamente divertido.

—Es usted muy astuta para ciertas cosas, Mei-san…pero notablemente ingenua para otras.

Se inclinó un poco hacia adelante, la sonrisa aún curvándose apenas en la comisura de sus labios.

—Aunque… esa combinación tiene su encanto.

Hizo girar su copa con elegancia, como si su atención estuviera puesta en el líquido y no en ella.

—El problema con los guardianes—prosiguió, casi en tono de confidencia—es que a veces protegen con demasiado fervor…y se olvidan de guardar distancia.

Levantó la mirada, con esa chispa entre divertida y letal que le era tan propia.

—Pero no estamos aquí para hablar de la devoción de Arata-san, ¿verdad?

Hinata se mantuvo serena y llevó la copa a los labios, apenas rozándolos con el líquido sin llegar a beber. Dejó que el sabor se insinuara en su lengua mientras sus pensamientos se agitaban.

¿Acaso Reiji estaba sugiriendo que Sasuke... sentía algo por ella?

La idea le pareció absurda al principio, tanto que quiso desecharla de inmediato. Sasuke era reservado. Estricto. Protector con sus compañeros —eso era todo. Nada más.

Y sin embargo...

Había algo en su pecho que no se disolvía del todo. Como si las palabras de Reiji hubieran encajado, aunque fuera por un segundo, en un rincón que ella no quería mirar demasiado de cerca.

No.

No debía dejarse afectar.

Mucho menos hablar de Sasuke con ese hombre.

—No—respondió con suavidad—. Claro que no.

No bajó la mirada. Si él quería incomodarla, o desestabilizarla, tendría que esforzarse más.

Reiji ladeó la cabeza, como si evaluara el temple con el que ella recibía sus insinuaciones. Hizo una leve pausa, en la que bebió un trago de sake, luego dejó la copa en la mesa con un leve clac.

—Me alegra que haya venido esta noche, Mei-san. No todos estarían de ánimo para una conversación así, considerando las circunstancias.

Ella parpadeó, más alerta ahora.

—¿A qué se refiere?

Reiji suspiró y bajó levemente la cabeza, como quien se ve obligado a mencionar algo desagradable.

—Me imagino que ya se habrá enterado… sobre el sirviente desaparecido.

Hinata inclinó apenas la cabeza, interpretando su papel. Aunque por dentro, su pulso se aceleró notablemente.

—Sí, es una pena. No lo conocí bien, pero parecía buena persona.

—Lo era—asintió él, con una tristeza que parecía teatral—Diligente, silencioso…y muy leal—sus ojos se posaron en los de Hinata por un instante más del necesario—. Desapareció sin dejar rastro. Algo inaudito en esta aldea.

Ella no respondió de inmediato, más por prudencia que por inseguridad.

—Espero que lo encuentren pronto—dijo al fin, con tono neutro—. Aunque estoy segura de que usted ya ha tomado cartas en el asunto.

—Por supuesto—respondió él, con un dejo de gravedad que pareció más genuino que cualquier otro gesto—. Este lugar no tolera desorden.

Volvió a reclinarse hacia atrás con calma, sin dejar de observarla.

—Aunque su presencia aquí esta noche… me hace sentir un hombre afortunado, a pesar de todo.

Reiji tomó de nuevo su copa, aunque esta vez no bebió. Solo la sostuvo entre los dedos, con una lentitud medida, como si cada movimiento formara parte de un juego más grande. Sus ojos parecían estar…contemplándola. Contemplándola de verdad.

Hinata reprimió el impulso de removerse en su asiento. Era difícil tratar de adivinar qué diría Reiji ahora.

—Hay algo que admiro de usted, Mei-san—dijo al fin, con voz baja y envolvente—. Esa compostura inquebrantable. Esa manera suya de no retroceder ni un paso, incluso cuando sabe que puede estar rodeada de cuchillas.

Ella no respondió, solo le sostuvo la mirada, dejándolo hablar.

—Una mujer que no teme al filo—continuó—, suele ser, también, una mujer que sabe cómo manejarlo.

Bebió un sorbo, pausado.

—Y sin embargo…—añadió con una sonrisa que no le llegaba a los ojos—hay algo en usted que no evita el peligro. Lo invita. Lo tienta.

—Espero que no me considere una provocación, Reiji-san—respondió ella, sus labios curvándose en una sonrisa suave, por primera vez desde que llegó.

Reiji rió despacio.

—Sería una lástima si no lo fuera.

Se inclinó levemente hacia ella.

—Quizá por eso Arata-san la mira como lo hace. Porque sabe que usted es ese tipo de peligro que uno…no quiere evitar.

Hinata ladeó un poco la cabeza.

—No me considero peligrosa.

Reiji la miró como si acabara de decir algo deliciosamente inocente.

—Ah, pero ese es el tipo más peligroso. El que no sabe que lo es… o finge no saberlo.

Se levantó con elegancia y estiró una mano hacia ella, en una invitación sutil pero cargada de intención.

—Acompáñeme, Mei-san. Prometo que lo que viene…vale cada segundo.

Hinata le sonrió con timidez y tomó su mano con delicadeza, secretamente complacida por terminar la conversación y pasar a asuntos que de verdad le interesaban. Ya había perdido suficiente tiempo, y sería peligroso hacer esperar a Sasuke.

Podía tener ideas equivocadas.

Salieron de la sala de té. Reiji la guió por pasillos con paso tranquilo, sin soltar su mano hasta detenerse frente a un par de puertas de madera tallada con motivos antiguos. La miró brevemente mientras la abría y le cedió el paso.

Hinata apenas cruzó el umbral, supo dónde estaba.

El aire estaba impregnado de ese perfume especiado que siempre parecía adherido a él. Desde la entrada pudo distinguir la habitación, donde podía ver la esquina de una cama amplia perfectamente tendida, apenas iluminada por una lámpara sobre una mesa de noche.

Eran los aposentos de Reiji.

Su pecho se agitó. El momento que tanto había temido y anticipado había llegado por fin.

Pero Reiji no la dejó estar allí por mucho tiempo.

—Por aquí—dijo con una ligera sonrisa, señalando un pasillo a la izquierda.

La condujo hacia una galería adyacente, oculta tras una segunda puerta corrediza. Al abrirla, Hinata sintió un cambio sutil en el aire, como si hubieran entrado a una especie de santuario.

La sala era más pequeña que la galería que había visto antes, pero a diferencia de aquella, que le había parecido una tienda de antigüedades, esta era más como un pequeño museo, con cada reliquia expuesta de una forma más cuidada, casi reverencial. Los objetos de esta galería también eran diferentes, a simple vista se veían más antiguos, más valiosos. Pero lo que destacaba de ellos era…difícil de explicar. Había algo en ellos, algo vibrante. Algo que cargaba el ambiente con una energía extraña.

Y entonces recordó lo que Reiji había dicho.

No hay muchos objetos ahí…pero los pocos que hay están malditamente vivos.

Solo entonces entendió a lo que se refería. Y tenía razón.

Intercambió una mirada con él, que la había estado observando con atención y estudiaba muy de cerca su reacción. Él le dirigió una ligera sonrisa, como si supiera exactamente lo que ella estaba pensando. Pero no dijo nada.

Reiji comenzó a guiarla despacio entre los objetos, hablándole con suavidad, como si compartiera secretos al oído.

—Cada una de estas piezas guarda una historia. A veces violenta. A veces…íntima. Algunas están ligadas a la sangre. Otras al deseo. Todas, sin excepción, han sobrevivido al olvido.

Caminaron entre vitrinas con máscaras antiguas, un panel de vidrio que contenía un abanico ceremonial con inscripciones en un idioma desconocido. Una caja lacrada cerrada con candado. Una pequeña estatua de obsidiana con un rostro desfigurado. Reiji le contó la historia de cada uno de ellos.

Se detuvo ante una urna negra con incrustaciones doradas.

—Esta perteneció a un general que juró nunca rendirse. Lo enterraron en ella. La desenterraron cien años después. Y aún contenía cenizas calientes.

Hinata observó la urna con atención, con genuina fascinación. Se sabía bajo la atenta mirada de Reiji, que la contemplaba como si no quisiera perderse ni un detalle de sus gestos. Ella levantó la vista hacia él y le sonrió.

Continuaron el recorrido, aún cogidos de la mano. Su voz era baja y envolvente.

—Y esta daga… fue usada por una amante para apuñalar a su amado justo después de prometerle lealtad—Reiji la miró de soslayo, su sonrisa ampliándose un poco, como si encontrara la historia entretenida—. Un acto de traición tan perfecto que los historiadores aún debaten si fue amor… o arte.

Hinata escuchaba en silencio. Cada palabra parecía calar en su piel.

Entonces, llegaron al final de la sala.

Frente a ellos, sobre una plataforma negra, dentro de una vitrina sin inscripciones, descansaba un kunai.

Hinata no tuvo que preguntar. Su corazón dio un vuelco. Lo supo al instante.

Era ese.

No una leyenda. Un kunai real. Tangible. Al alcance de sus dedos.

Reiji se detuvo frente a él, como si estuviera saludando a un viejo amigo.

—Y aquí está, mi pieza favorita. Única. Peligrosa. Irresistible…—se acercó un poco más a la vitrina, como si quisiera descubrir algún nuevo detalle que no hubiera notado antes—Lo llaman el Kunai Maldito de Madara Uchiha…aunque el nombre no le hace justicia.

Hinata apartó la mirada del kunai para posarla en él, intrigada.

—¿Qué quiere decir?

Él no la miró. Seguía observando el arma con una devoción inquietante.

—Algunos objetos no están hechos para descansar en una vitrina, Mei-san—hizo una pausa breve, como si saboreara cada palabra—. No son reliquias. Son pruebas. Esperan… a quien esté hecho para usarlos.

Su voz descendió un tono, más grave, casi íntimo.

—Este kunai, en las manos correctas, no solo hiere. Responde.

Finalmente volvió el rostro hacia ella.

—Uno de mis hombres perdió la mano al intentar empuñarlo.

Se irguió con calma, como si nada en su frase fuera inusual.

—Pero yo creo… que todavía está esperando a alguien.

Hinata se acercó a la vitrina, observando el kunai como si con la mirada pudiera sacarlo de allí.

El mango negro era surcado por vetas rojas que parecían resplandecer bajo la suave iluminación de la estancia. La hoja era tal cual la describían las leyendas: ennegrecida, como si estuviera hecha de cenizas, pero cuyo filo se mantenía aún como el mismo día en que se forjó.

Algo en él le provocaba una punzada en el pecho. Como si llamara. Como si reconociera. Se inclinó ligeramente, inconsciente del leve estremecimiento en su respiración.

Fue entonces cuando lo sintió.
La mirada.

Se irguió con lentitud, y al volverse, lo encontró observándola.

Reiji no decía nada. Sonreía, apenas. Hinata no supo interpretar esa sonrisa, esa mirada. Sus ojos brillaban, oscuros y agudos, como si el arma no fuera lo único maldito en esa habitación.

—Casi siento envidia por el Kunai—murmuró, dando un paso hacia ella con lentitud—. Ser observado así… con tanta atención.

Hinata sostuvo su mirada, pero no respondió. Su pecho aún subía y bajaba con algo más que la respiración.

Reiji se detuvo frente a ella, lo suficientemente cerca para que el calor de su cuerpo se hiciera notar. Le alzó el rostro con una sola mano, los dedos apenas tocando su barbilla.

—No sé qué me intriga más… si lo que mira con tanto deseo, o quién lo está mirando así.

Y la besó.

No fue una caricia. Fue una declaración: lenta, intensa, marcada por la misma elegancia con la que él lo hacía todo…y el mismo veneno.

Hinata se tensó, sorprendida por la intensidad del beso, y por el deseo de apartarlo. Pero se contuvo, y le correspondió, vacilante al principio, luego con un poco más de fingido entusiasmo.

Cuando Reiji se apartó, lo hizo apenas unos centímetros, manteniendo sus manos en la cintura de Hinata. Su aliento todavía rozaba el de ella.

—Deberíamos salir de esta sala —murmuró, su voz ronca—. Algunas piezas… son demasiado peligrosas para tocarlas sin cuidado.

Hinata asintió, y se dejó guiar fuera de la galería, hacia la habitación principal. El aroma de su perfume se hizo más denso al cruzar el umbral.

Reiji cerró la puerta con un clic apenas audible. La lluvia golpeaba los ventanales, amortiguada por las gruesas paredes.

La habitación parecía apartada del resto del mundo. Ella se mantuvo en el centro, de espaldas a la cama. Su cuerpo zumbaba con expectación. No iba a atacarlo de una vez. Debía esperar el momento adecuado.

—Curioso lo que hace el silencio…—comentó Reiji, acercándose despacio—. Algunos se sienten incómodos. Otros… excitados.

Ella no respondió. Su cuerpo seguía tenso, aunque su respiración era más rápida de lo que pretendía mostrar. Reiji se detuvo cerca de ella, tan cerca que su aliento le rozaba la mejilla.

—Sabe… —murmuró junto a su oído— Hay algo hipnótico en verla dudar. Como si en usted convivieran dos naturalezas que no terminan de decidir cuál toma el control.

Hinata alzó la mirada para observarlo.

—Y usted parece disfrutar con ello.

Reiji sonrió con una calma peligrosa, casi seductora. Volvió a deslizar sus manos en su cintura, atrayéndola más hacia sí. Luego se inclinó para acariciar su cuello con la nariz. Su voz era baja y pausada.

—¿Quién no disfrutaría ver algo tan perfectamente dividido… tratando de sostenerse entero?

Entonces se irguió y se alejó lo suficiente para mirarla a los ojos.

—Esa lucha…es lo que la hace fascinante.

Se apartó un paso, como si quisiera darle un poco de espacio, solo para prolongar la tensión. Hinata reprimió un ligero temblor.

—Pero no se preocupe—añadió mientras caminaba hacia su escritorio, dándole la espalda—. No pretendo tomar nada de usted que no quiera darme, Mei-san. Solo…entregarle algo.

Posó la mano sobre una pequeña caja lacada en negro.

Y Hinata vio ahí su oportunidad.

Su intención era clara: solo bastaría un golpe certero en ese punto de la nuca que, sabía ella, lo dejaría inconsciente.

Fue visto y no visto.

Hinata se impulsó hacia adelante en un parpadeó y su mano encontró la nuca de Reiji, pero entonces, desapareció en un estallido de humo.

Era un clon. 

¿Qué..?

Ella exhaló un suspiro de sorpresa, sin comprender del todo lo que estaba ocurriendo. Retrocedió instintivamente, comenzando a girar sobre su eje.

Demasiado tarde.

Sintió el calor de un cuerpo tras ella, un par de manos cerrándose con firmeza sobre sus muñecas, y de un momento a otro, se encontró paralizada a la fuerza por él.

—Ah…Mei-san—susurró la voz junto a su oído, cálida, burlona—. Justo cuando comenzábamos a divertirnos.

Hinata forcejeó para soltarse, pero él la tenía bien cogida, y la giró suavemente para enfrentarla. Sus ojos quedaron peligrosamente cerca.

—Tiene buen instinto—admitió, con una media sonrisa torcida—. Pero no todos los secretos se revelan por la fuerza.

Ella lo miró, tensa, respirando agitada.

Dioses. En la información que Konoha les proporcionó, Reiji era un civil. Nunca consideraron que podría no serlo. Su control de chakra debía ser bueno, ya que nunca lo notaron, ni siquiera estando cerca de él.

Sin embargo. Había otra cosa que la inquietaba.

—¿Desde cuándo lo sabe?—preguntó, su voz baja y contenida.

Reiji ladeó apenas la cabeza, como si se tomara un momento para disfrutar la pregunta.

—Digamos que el azar…a veces tiene un sentido del humor exquisito.

Y sin más, la soltó, apartándose de ella con calma. Como si ella no supusiera ninguna amenaza para él. Hinata notó, sin embargo, que no la subestimaba del todo. Se había alejado un par de metros y mantenía una postura alerta, como si estuviera listo para el combate.

Ella hizo lo mismo. Reiji siguió hablando.

—Anoche, uno de nuestros socios más influyentes llegó desde el país de la cascada. Un hombre discreto, meticuloso… y muy bien acompañado.

Hizo una pausa breve, lo justo para mantener la tensión entre ambos. Hinata escuchaba con atención y evaluaba sus opciones. El plan seguía siendo el mismo: tendría que noquearlo. La única diferencia es que iba a ser un poco más difícil de lo que imaginaba.

—Imagínese mi sorpresa—continuó Reiji—cuando mis hombres me informaron que la mujer a su lado no era otra que la honorable Shirane Mei.

Él sonrió,

—El mundo es más pequeño de lo que nos gustaría admitir, ¿no le parece?

Dio un par de pasos, cerrando de nuevo la distancia entre ellos, como si la conversación requiriera cercanía. Hinata retrocedió, hasta que su espalda baja chocó contra el escritorio.

—He tenido el gusto de conocer a la verdadera Shirane Mei—se detuvo frente a ella, como si saboreara cada palabra—Y debo decir que no es ni la mitad de hermosa… ni la mitad de interesante que usted.

La sonrisa que siguió fue leve, casi imperceptible, pero cargada de intención.

—Por eso decidí no decir nada—añadió, como si compartiese una travesura privada—. Me dije: ¿Por qué interrumpir algo tan…deliciosamente entretenido?

Se acercó aún más, sin invadirla del todo, pero dejando que su presencia la envolviera.

—Y además, quería ver hasta dónde llegaría. Hasta dónde usted llegaría—su mirada descendió con una lentitud deliberada hasta su escote, luego regresó a sus ojos—. Es una lástima… que haya decidido detenerse antes de la mejor parte.

Hinata se sintió asqueada, pero sostuvo su mirada sin parpadear, como si quisiera grabar cada matiz de su expresión. Sus labios se abrieron como si quisiera decir algo, pero no lo hizo. En cambio, deslizó sutilmente el peso de una de sus piernas a la otra. Solo lo justo.

—Tiene razón—respondió con una voz suave, casi arrepentida, como si todavía tuviera que interpretar un papel—, me detuve demasiado pronto.

Y fue entonces cuando se movió.

Con un giro preciso de cadera, llevó el brazo hacia su cuello con la intención de bloquearle la tráquea desde un ángulo lateral. El escritorio se tambaleó con el movimiento brusco y algo de cristal se rompió.

Pero no tocó más que aire.

Reiji dio un salto y retrocedió con la misma rapidez con la que ella se movió, retomando su distancia, con las piernas ligeramente separadas en posición de combate.

—Muy bien —dijo Reiji. Su voz sonaba ahora menos aterciopelada, menos seductora… pero igual de divertida—. Shinobi. Ahora ya no tengo la menor duda.

Ninguno se movió. Permanecieron en posición, midiendo al otro con la mirada.

Hinata evaluaba sus opciones. Usar el Jūken significaba revelar su verdadera identidad, delatarse como kunoichi de Konoha, si Reiji llegaba a reconocer el Byakugan y el estilo de los Hyūga. Pero tal vez ya era demasiado tarde para reservas.

Frente a ella, él la observaba con una expresión difícil de leer: una mezcla de fascinación genuina… y una certeza peligrosa, como si finalmente confirmara una teoría largamente sostenida.

—¿De qué aldea? —preguntó sin alzar la voz—. No me diga que Konoha… sería casi demasiado obvio.

Hinata no respondió. Permaneció firme, agitada tras el intento fallido y el impacto inicial. Frunció el ceño. ¿Lo decía porque lo sabía… o solo estaba tanteando?

La respuesta no tardó en llegar.

Reiji ladeó apenas la cabeza, como si la estuviera examinando con una lupa invisible.

—O quizá no… Hay algo en su postura, en la forma en que calcula. ¿Sunagakure, tal vez? ¿O una renegada del País del Té?

Sonrió, pero no como alguien que bromea. Sonrió como quien disfruta de un juego que ya sabe ganado.

—No importa. Tarde o temprano lo sabré.

Él dio un paso al frente, lento, sin levantar ninguna defensa. Desafiante.

Hinata retrocedió de manera instintiva. Sus ojos miraron rápidamente alrededor, buscando una salida. Un reloj sobre la mesa de noche captó su atención. En ese preciso instante, sus dos horas habían pasado. Sasuke ya debía saber que el plan había fallado.

Sasuke…

Si Reiji sabía que ella era una impostora, eso quería decir que Sasuke también estaba en peligro. La idea la asustó, y un sentido de urgencia se apoderó de ella. Ya no había más tiempo para juegos, ni para máscaras.

Ya no valía la pena seguir fingiendo. No había disfraz que conservar. El manto de cortesía se desvaneció, y lo único que quedó fue la determinación tallada en sus huesos.

Activó el Byakugan.

Las venas se marcaron a ambos lados de sus ojos.

Reiji se detuvo en seco, más alerta esta vez.

—Ah…—exhaló, como si todo de pronto encajara en su cabeza—. Konoha, entonces.

Su sonrisa se hizo más amplia.

—Una Hyuga, ¿verdad? Qué interesante.

Hinata se lanzó antes de que pudiera decir algo más.

Giró sobre sí misma, el chakra fluyendo hasta la punta de sus dedos. El primer golpe fue un intento de cerrar uno de sus puntos de chakra en el torso. Reiji lo esquivó por poco, e intentó propinarle a su vez un golpe a Hinata, pero ella lo esquivó con facilidad. Una de sus manos logró dar en el blanco, en el brazo con el que él intentó golpearla.

Reiji emitió un siseo y retrocedió todo lo que pudo, aunque pronto se quedó sin espacio cuando sus talones chocaron con la mesa de noche.

La habitación no les dejaba mucho espacio para el combate. Pero eso era algo que Hinata podía usar a su favor.

—¡Jūken! —murmuró él, con la respiración rápida, su tono una mezcla de respeto y excitación peligrosa—. Qué maravilla ver este estilo tan de cerca.

Hinata se lanzó de nuevo, acorralándolo. Reiji giró sobre su eje y la esquivó con elegancia, moviéndose hacia la izquierda, pero sin la facilidad de antes.

—Y pensar que todo esto comenzó con un kimono…—se burló, apenas recuperando el aliento—. Dígame, ¿qué planeaban realmente?

Hinata no contestó. No porque no quisiera. Sino porque ya no hablaba.

Ahora solo atacaba.

El kimono ajustado le impedía un poco moverse como ella acostumbraba. Cada movimiento tenía que ser calculado, y ejecutado con cierta limitación. Pero ella era una Jonin, adaptarse era su instinto.

Sus manos eran ráfagas de chakra puro, trazando líneas en el aire con una precisión letal. La habitación se llenó del sonido seco de golpes que apenas fallaban, del roce del kimono al girar, de objetos que se rompían.

Reiji retrocedía. Ya no sonreía. Esquivaba por instinto más que por estrategia, su respiración agitada por seguirle el ritmo. Atinó un par de golpes él mismo, que hicieron que Hinata siseara de dolor, pero eso no la detuvo. Continuó lanzando golpes a Reiji con precisión milimétrica.

Un golpe lo alcanzó en el antebrazo derecho.

Otro más bajo cerró un punto de chakra a la altura de su cadera.

Reiji retrocedió tambaleando. Trastabilló. El equilibrio comenzaba a fallarle. Su mirada, por primera vez, ya no era confiada ni altiva, sino que mostraba algo parecido al desconcierto.

—Eso sí fue un error—gruñó, llevándose una mano a la comisura de la boca, donde una fina línea de sangre descendía por su mentón.

Hinata no se detuvo.

El siguiente movimiento lo tomó por sorpresa. Bajó el cuerpo, giró, y con una palmada lateral le cerró el punto en el hombro izquierdo. Reiji se arqueó de dolor. Su brazo cayó, inútil, colgando a su lado.

—Podrías haber sido muchas cosas… —murmuró, con la voz raspada, fría—. Qué desperdicio.

Ella lo ignoró.

El golpe final fue un clásico de los Hyūga. Una palma abierta al centro del pecho, chakra pulsando en un latido feroz. El cuerpo de Reiji se sacudió como una marioneta cortada y cayó, primero de rodillas… luego de lado.

No se movió más.

Hinata permaneció en posición de combate, con la respiración acelerada y los ojos aún clavados en el cuerpo inerte de Reiji. Solo cuando estuvo segura de que no iba a levantarse, relajó la postura. Intentó mirar más allá de las paredes, localizar presencias cercanas, pero las redes de chakra no se lo permitieron.

Desactivó el Byakugan, respiró hondo y echó a correr hacia la galería.

Se desplazó con agilidad entre vitrinas y reliquias hasta detenerse frente a la que más le interesaba. El Kunai reposaba con cuidado sobre una base de terciopelo negro dentro de una caja de cristal, como si estuviera esperando ser rescatado. Se necesitaba una llave para sacarlo, pero no había tiempo para eso.

Hinata rompió el cristal con un solo golpe seco. Siseó de dolor: algunas esquirlas se le incrustaron en la mano y la sangre comenzó a brotar, oscura y persistente. Lo ignoró. Acercó la mano buena para tomar el kunai… pero se detuvo a escasos centímetros. Vaciló. El aire alrededor del arma parecía vibrar. ¿Y si perdía la mano también, como el hombre que Reiji mencionó?

No podía arriesgarse.

Cogió uno de los cristales caídos y lo usó para cortar un trozo de su propio kimono. Sus dedos temblaban, y la sangre de su mano herida se confundía con el rojo profundo de la tela. No podía demorarse más.

Envolvió el kunai con la tela y lo extrajo de la vitrina. Se sentía extraño incluso cubierto: denso, caliente. Fue un acierto no tocarlo directamente.

Con rapidez y cuidado, salió de la galería. Se detuvo un instante frente a la habitación de Reiji. Aún seguía allí.

Hinata avanzó, evaluando lo que vendría ahora.

Abrió la puerta con cautela, apenas lo suficiente para asomarse al pasillo. Estaba desierto. Tal vez Reiji la había subestimado más de lo que imaginaba.

Tal vez no le había contado a nadie sobre su mentira.

Tal vez Sasuke seguía esperándola en el punto de encuentro.

Tal vez aún podían hacer una escapada más o menos discreta.

Por favor, que así sea. Por favor, que así sea…

Pero si había algún dios escuchándola en ese momento, debió decidir burlarse de ella, porque lo siguiente que escuchó le heló la sangre.

Unas campanas comenzaron a sonar, muy cerca de allí.

Cortas. Agudas. Claras.

Campanas de alerta.

Notes:

Si llegaron hasta aquí, gracias por acompañarme en este primer capítulo introductorio. Me encantaría saber qué les pareció <3

Desde hace tiempo me apetecía una historia con estos dos juntos en una misión, aunque escribir a Sasuke siempre es un reto para mí. En esta historia Hinata y Sasuke tienen 20 y 21 años respectivamente. La masacre Uchiha no ocurrió. Y Kakashi es el Hokage actual.

Sasuke probablemente ya está cuestionando todas las decisiones que lo llevaron a este punto.

Hinata solo quería unas vacaciones tranquilas lejos de Konoha (spoiler: no va a tenerlas)

Este también está en fanfiction.net.

Próximo capítulo: El silencio entre nosotros.