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Hey —Mario tomó asiento en la barra de aquel bar, lejano a la faramalla en el lanzamiento de la nueva colección de Ecomoda— bourbon por favor —ordenó al bartender y volteó con una sonrisa juguetona hacia el hombre a su lado perdido en su trago— y me lo dejaron solito abogado, ¿en qué tanto estamos pensando?.
Esteban levantó la mirada con pesar para encontrarse con esa sonrisa que desde su perspectiva no era más que una burla codificada, la conocía de hace poco y no le había bastado más para causarle un sentimiento de incomodidad internamente, pues a pesar de nunca haber sido un hombre al que podrían irritar con facilidad, el ejecutivo a su lado era probablemente la mayor excepción a la regla, toda su altaneria y su soberbia maquillada con el carisma que emanaba naturalmente, cual animal que se camufla para atraer a su presa, había carcomido su tolerancia una y otra vez.
—¿Le comieron la lengua los ratones o tan mal le caigo?.
Esteban hizo el mayor de sus esfuerzos por no rodar los ojos en ese momento, en cambio dió un sorbo considerablemente largo a su trago y solo entonces lo miró.
—¿Qué tal? —le regaló lo que apenas podría considerarse una sonrisa con los labios apretados y volvió a mirar al frente.
“Aquí tiene, don Mario” vió al bartender entregarle su vaso y enseguida pidió uno más para sí mismo.
—Disculpe el atrevimiento, abogado, ¿pero será que el reciente viaje de nuestra presidenta es lo que lo tiene así?.
Esteban rió por lo bajo, y se recargó en su mano para dirigir nuevamente su atención a Mario.
—No quiero ser grosero, ¿pero realmente le importa o solo busca regocijarse en el pesar ajeno y fuí yo el desgraciado más cercano?.
Mario alzó ambas cejas sorprendido, sin embargo su sonrisa ladina, llena de veneno, no desapareció.
—Me parece que me tiene en un concepto bastante errado, Esteban, me imagino, si su única referencia de mi es Beatriz.
—¿Y entonces a quién le pido referencia?, ¿a Marcela?, o claro, a su amigo Armando, que para ser sinceros con esa reputación que tiene, no sé si le convenga que sea su único aliado —Esteban recibió finalmente su whisky y dió un sorbo más corto.
—¿Sabe, abogado? —Mario dió un sorbo también viéndole a los ojos— a pesar del claro esfuerzo que está haciendo por ser hiriente específicamente conmigo, me gusta, por fin muestra más allá de su cara de profesional bonito que aparenta.
Esteban bajó su vaso a la barra con brusquedad y se acercó a Mario, desencajado estuvo a punto de responder, tal vez escupiría una verdad brutal más, no obstante se vió interrumpido antes de.
—Permítame, sé que muere por insultarme, pero no he terminado. Sobre lo que hablabamos, tal vez le resultaría más enriquecedor conocerme de primera mano que pedir la opinión de otros, que tiene razón, no son las mejores, y que para que conste, contrario a lo que pudiera pensar, de esos tres: Armando es probablemente el que daría la peor referencia.
Terminó de decir y como quien no teme a nada, con total condescendencia palmeó su mejilla, un acto más retador que nada, una muestra más de lo poco que le importaba todo a Mario Calderón. Esteban volvió a reír, esta vez con amargura.
—¿Sabe qué es lo que pasa? que no veo porque me interesaría conocerlo, Mario, ya sé lo necesario.
—¿Ah sí?, ¿y eso sería...? —el mayor bebió sin dejar de prestar toda su intención al contrario.
—No soportaría escuchar la verdad —fue su turno de sonreír con malicia.
Mario bajó su vaso y rió bajo.
—Por favor, soy todo oídos.
Esteban no era así naturalmente, era claro que los tragos lo habían ayudado a envalentonarse pero tampoco es que estuviera borracho, su comportamiento había sido principalmente provocado por el mismo Mario y su infalible técnica de presionar los botones exactos para sacar a cualquiera de sus casillas.
—¿De verdad se cree un enigma, eh?, no es más que un hombre inseguro más, que se tiñe las canas, como si borrar los rastros del tiempo lo hiciera menos patético. Se esconde detrás de una fachada de descaro y falsa confianza, y se vende como mujeriego como si eso fuera un mérito, pero lo único constante en su vida es su desesperada necesidad de validación, por parte de todo aquel a quien se acerca, aunque principalmente de Armando, porque vive dependiendo de él y de ese carisma prestado como un farsante vive de su última mentira, repitiendo las mismas historias esperando causar el mismo efecto cada vez. Mario, no hay misterio alguno en alguien que se teme a sí mismo.
Calderón asintió lentamente a cada afirmación con una pequeña mueca en los labios, solo con intención de reafirmarle que había sido escuchado. Luego un silencio se cernió sobre ellos, Esteban inspeccionó cada gesto del contrario buscando una respuesta de su parte, que se molestara, que respondiera, lo que sea que aligerara el ambiente, pues tal vez (probablemente) se había pasado, y algo que el alcohol no haría sería apagar la - injusta - culpabilidad que sentía.
—...¿Y?, ¿no dirá na-
—Tiene razón —Mario pidió otro trago y tan pronto lo recibió lo alzó acercándolo al moreno— felicidades, abogado, parece que ahora además puede ser analista.
Esteban frunce el ceño ante su sorpresiva respuesta y sin saber que decir alza (solo un poco) su vaso hacia Mario antes de beber.
—El tinte es rubio medio chocolate por si le interesa.
No se había ni inmutado, sus crudas palabras parecían no haberle hecho siquiera un rasguño, y en medio de la afonía que volvió a invadirlos se preguntaba si aquella reacción era genuina o un truco más de Mario Calderón para no permitirse verse y que lo vean, su lado vulnerable.
—Mario, parece que sabe perfectamente porque estoy aquí, ¿qué hay de usted?.
—Pensé que ya lo habría descifrado... ya que se le da muy bien eso —Mario nota su confusión y prosigue— nos trajo aquí la misma razón, abogado. Despecho.
Y por primera vez en la noche, el castaño denotó un pequeño quiebre en su máscara de altanería.
—Aunque si le soy sincero, le llevo ya 20 años de ventaja entonces no estamos del todo en las mismas condiciones, yo lo veía venir, usted no sé...
Contra todo pronóstico, una vez más en la noche el asesor volvía a sorprenderlo, en esta ocasión dejándolo con la boca media abierta, sin saber qué decir porque un enamoramiento de su parte por Beatriz, jamás estuvo en su bingo de predicciones. Y él se da cuenta perfectamente porque vuelve a sonreír de esa manera que lo está volviendo loco poco a poco.
—Gay, también le faltó en su análisis detallado, Ruiz. Beatriz no tolera ni verme, parezco masoquista pero no lo soy tanto, hombre.
—...¿Está enamorado de Armando?.
Eso hacía mucho más sentido, de hecho, todo el sentido del mundo, y explicaba aún más.
Mario sólo alzó ambas cejas pícaro en respuesta.
—Entonces sí fue tras ella, ¿cierto?.
—Mire que aparte del despecho, usted y yo compartimos lo del masoquismo, ¿no? —Mario rió bajó cuando se encontró la cara de ofendido de Esteban— sabe que sí, no pueden vivir sin el otro, y es algo con lo que nos va a tocar vivir, mientras más rápido lo entienda: más fácil será.
El moreno talló su cara —no tengo necesidad de estar pasando por todo esto, jamás me había pasado... yo no- siempre había sido muy profesional, ahora temo que esto me pueda volver loco.
Luego de dejar salir un largo suspiro, siente la mano del mayor contra su hombro, y al levantar la mirada se encuentra con ojos llenos de pura comprensión, actos que de manera simultanea parecían mero confort bien intencionado, y que lo hacen por un instante cuestionar todos los prejuicios y opiniones sin fundamentos que tiene sobre el hombre a su lado.
—¿Cómo lo conoció usted?.
—Fuimos al mismo colegio, prácticamente lo conozco de toda la vida.
—¿Y él sabe...?
Se encogió de hombros.
—Nunca se lo he dicho, pero hay cosas con las que apuesto él también ha aprendido a vivir —se recargó en su mano para mirarlo mejor.
Esteban asiente escuchándolo atento y voltea su cuerpo sobre el banco de aquella barra, quedando finalmente ahora sí frente a él, correspondiendo a lo profunda e íntima que se había tornado la conversación.
—Sabe Mario, ahora entiendo porque se acercó... lo que no entiendo es porque se abrió así, que me contara eso.
—Es abogado de ecomoda, y ya que es mi lugar de trabajo prácticamente soy su cliente, me debe secreto profesional —dijo jugando— ...en realidad, sé que jamás lo diría.
—¿Cómo está tan seguro de eso?.
—Porque no es un idiota, es una buena persona —se puso de pie y buscó algo en su saco— por cierto, por eso mismo sé que estará bien, solo no deje que nadie lo cegue. Vale más de lo que ella le puede ofrecer, mucho más que ser tan solo su segunda opción.
Dejó un billete para el mesero antes de despedirse del mismo y caminó a la salida.
Mario raramente estaba seguro de nada, muchas veces fingía estarlo, pero nunca había estado tan seguro de algo como lo estuvo de lo que le dijo al hombre antes de partir, lo conocía hace poco pero confiaba en su bondad, confiaba en él. Tampoco le había dado motivos para no hacerlo, que lo odiara o que no confiara de vuelta no significaba más que estaba haciendo lo correcto.
—Mario, espere.
Estando por subir a su auto lo escucha llamarle, da media vuelta y ahí lo encuentra viéndole paciente desde las escaleras, entonces arquea una ceja esperando que continúe.
—¿Podría acercarme a mi departamento?.
Se acercó a él, lo suficiente para privarle al valet de su conversación, y para hacerlo respirar su embriagante perfume a él. El jurídico olía a madera, combinado con un leve deje al alcohol que le había visto tomar, tal vez ese era el motivo de su inesperada petición.
—Estoy bien —aclara como si pudiera leer su mente, aunque después de la conversación que tuvieron dentro, comienza a creer que de hecho: lo hace—, solo me comerá la conciencia si manejo después de dos tragos… o tres, o cuatro.
Mario ríe un poco y con su cabeza señala el carro.
—Adelante.
Esteban agradece con una sonrisa, por primera vez en la noche: con una genuina, no se estaba esforzando en hacerlo, o le había dado algo simplemente parecido a una sonrisa, no, le había sonreído mostrando sus dientes, enfatizando sus mejillas coloradas tal vez por el frío. Y Mario quisiera pero no lo deja pasar, guarda por accidente esa imagen en su memoria o al menos lo que sintió en su pecho al verla.
—Bien, ¿a dónde lo llevo, Ruiz?.
Pregunta una vez que ambos están dentro del carro, y justo después de prender la calefacción.
—Por Carrera 12G, en el Altavista.
Mario asiente y procura concentrarse en el camino, de fondo los acompaña la radio, aligerando el ambiente, que para ser justos, estaba bastante tranquilo, Esteban miraba por la ventana.
Y lo mira de reojo a él una que otra vez, esperando que no se de cuenta, pues solo le falta un pequeño empujón y entonces… un semáforo rojo.
—Es una buena área, ¿no?, creo que le queda cerca prácticamente todo, me gusta el pa-
—Mario —lo interrumpió— ¿y usted?
Mario arqueó una ceja confundido —no, lamentablemente para usted yo no le quedo cerca —dijo bromeando y sonrió de lado al ver al contrario negando divertido por unos segundos, antes de volver a su semblante serio.
—No… dijo que valgo más de lo que ella me puede ofrecer, ¿pero qué hay de usted?, dijo que todavía estaba en la misma condición que yo, ¿acaso usted no vale más que esperar años a que ese tipo se de cuenta?.
Le cuestionó, dejándolo sin palabras, haciéndolo apretar el volante bajo sus dedos y arrancar al primer vistazo de verde en el semáforo.
—Nunca he esperado que se de cuenta de nada, no lo hice hace 20 años, menos ahora, que ya no siento lo mismo por él.
—No niega creer que no lo vale.
—Porque lo hago.
—¿Pero cuál es la diferencia?, entre usted y yo, ¿qué es lo que lo hace menos merecedor de algo mejor?.
—Que usted es bueno, abogado, y yo, creo que estoy pagando cada una de mis canalladas.
—Por dios, todos nos equivocamos, ni el bueno es tan bueno, ni el malo tan malo.
—No cuenta si lo peor que ha hecho es romper la sana distancia entre usted y su cliente, no es ni siquiera un delito.
La pequeña grieta de vulnerabilidad que se había formado antes en la máscara del mayor desapareció de repente con aquel comentario irreverente, Esteban lo notó, y volvió a mirar por la ventana decepcionado. Mario lo miró de reojo, y tragó saliva, su reacción no debería preocuparle de la manera en la que lo hacía, pero ahí estaba ese sentimiento incómodo alojado en sus entrañas.
—...Me equivoqué más de lo que debería estar permitido —le confesó finalmente con una voz casi rota, suave, llamando nuevamente la atención total del abogado— nunca me disculpé con ninguna persona a la que herí, más que con él, y porque lo extrañaba, no porque de verdad me arrepintiera. Todavía no lo hago. La diferencia entre usted y yo, Esteban, es que yo no soy un buen hombre, y por más que trate eso no va a cambiar.
Soltó la presión que tenía sobre el volante y se estacionó cuando llegó frente al edificio de la dirección proporcionada.
—No sé que es lo que haya hecho, puedo hacer conjeturas por lo poco que sé, pero no creo que en todos estos años no lo haya “pagado” ya, entiendo su punto, pero no está siendo justo con usted, no como lo es conmigo.
Mario lo miró, en silencio.
—¿Por qué no le importó todo lo que le dije en el bar? —Esteban preguntó mirándole a los ojos.
Al menos logró hacerlo reír un poco ante su pregunta—me importa, ¿a qué se refiere?.
—Pensé que reaccionaría de otra forma.
Mario sonrió, esta vez más relajado —nunca he sido de peleas si es a lo que se refiere, no respondí al hombre que más rompió mi corazón y un poco mi nariz, ¿por qué empezaría con usted?, ¿por decirme la verdad?.
Esteban negó lentamente —usted y yo sabemos que esa no es la verdad, y yo de hecho lamento mucho haber dicho todo eso, Mario.
Con el ceño fruncido pero sin saber que decir Mario agachó la mirada.
—Tenía razón, me ví cegado por lo que ella piensa de usted, cuando a mí no me corresponde juzgar su pasado si lo conocí siendo una persona totalmente diferente, una persona tratando de mejorar, que a pesar de todo, estoy seguro que lo ha hecho.
Mario ríe bajo tallando su cara y niega un poco.
—¿Qué?, ¿demasiado cursi? —ríe bajo Esteban, aún mirándole atento.
—Solo pienso en lo irónico que es esto, ¿sabe?, mi yo de hace 20 años se habría acercado a usted hoy solo para atormentarlo o para ligarselo, tal vez para ambas, pero nada más.
Esteban alzó ambas cejas sorprendido y miró a otro lado con una pequeña sonrisa, divertido —sí, yo pensaba que se había acercado a lo mismo antes, a atormentarme, no a… bueno, no se me había cruzado por la cabeza, y mire dónde estamos ahora.
Rieron juntos sin querer, ambos tenían razón, si a alguno le hubieran dicho que terminarían la noche a lado del otro en el mismo carro habrían reído ante lo ridículo que sonaba. Pero ahí estaban, entre risas que se fueron difuminando y ojos que nuevamente encontraron los otros. Mario apretó los labios antes de relamerlos y con ello soltar un pequeño suspiro.
—En realidad sus palabras fueron acertadas, abogado, le agradezco mucho, de verdad.
Le sonrió, y Esteban no estaba listo para lo que aquello le hizo sentir, porque a diferencia del malestar que le había generado esta en el bar, esa misma sonrisa tan genuina ahora no lo hizo más que sentir una ráfaga de emociones que ocasionó cosquillas en su estómago, y con ello, que algo gentil se hospedara en su pecho.
—N-no es nada —dijo tropezando con su propia lengua, y respiró hondo— usted también me ayudó mucho antes. Le confieso, Mario, que no me come tanto la cabeza que estén juntos, no como el haberla besado y después verme enredado en todo ese triángulo amoroso. No es lo que soy.
—¿Cómo?, ¿entonces no está enamorado de ella?.
—Es una gran mujer, pero solo fue un beso, no debimos dejarnos llevar, es mi cliente.
—¿Eso es lo único que lo detiene de enamorarse?... Esteban, sí es profesional pero sobretodo humano, hombre, no se torture por eso —le dió una pequeña palmada en la pierna, como a quien conoce de toda la vida y en cuanto se da cuenta retira la mano apenado.
Para Esteban no pasa desapercibido, sin embargo no le molesta, y eso debió preocuparle tanto como la sonrisa, pero lo deja pasar.
—No es eso, no… yo sé que puedo aunque no sea del todo profesional, pero no lo estoy.
Mario se encoge en hombros —bueno, entonces tal vez no es la indicada y ya, me alegro.
—¿Se alegra? —cuestiona con una media sonrisa, divertida. Sabe que no se refiere a eso (probablemente), pero suena gracioso, y le alegra por fin después de caer en tantas de sus ironías y bromas, poder ser él quien lo moleste.
—Yo- —Mario traga saliva y ríe bajo— ah, tarde o temprano me tocaría caer, ¿no?.
El abogado ríe encogiéndose en hombros de la misma manera que él lo hizo antes y por segunda vez esa noche ríen en unísono, mirándose.
—Me alegro porque entonces significa que no le afectará si ellos vuelven y… me alegra que vaya a poder ser feliz.
—Gracias —el abogado sonríe apretando sus labios, algo desencajado por el rumbo de la conversación, pero genuinamente agradecido— usted merece lo mismo, Mario.
Este le responde tan solo con una pequeña sonrisa, con algo de melancolía esta vez, y Esteban no aguanta más, termina por ceder al pensamiento que se ha intentado colar en su cabeza cada que se encuentra admirando al otro, baja tan solo un poco su mirada, lo suficiente para observar a detalle sus labios, por mucho más de lo que cree normal - si es que hay manera de considerarse normal - .
Y en contra de todos sus súplicas silenciosas, para Mario no pasa desapercibido, sin embargo no lo dice (porque se convence que puede simplemente estar volviéndose loco), entonces no se da cuenta, tampoco de que lo contempla de la misma manera.
—...Debería irme —un golpe de razón llega a él y mientras rompe el momento, desabrocha su cinturón de seguridad— ya lo molesté demasiado, y es tarde.
Mario respira profundo saliendo del trance de repente y ve su celular, tenía razón, era tarde ya, y seguro la tensión que sintió fue efecto de su cansancio.
—No me había dado cuenta de la hora, eh —se fuerza a reír un poco y rasca su nuca— , no fue ninguna molestia, de hecho fue una noche interesante. Pero sí, será mejor que vaya a descansar, abogado.
—Sí, muchas gracias por traerme, Mario.
Dice velozmente y baja del auto sin darle oportunidad al otro de siquiera despedirse. Mario mira al frente por unos segundos, con algo de decepción en él, Esteban ve al frente de él también, mira su edificio por unos segundos antes de dar un paso al frente.
Y Mario está a punto de voltear a cerciorarse que el otro haya entrado, cuando la puerta del copiloto vuelve a abrirse y Esteban se agacha un poco para hablarle desde afuera.
—Mario —dijo nervioso, apenas sin titubear. El mayor confundido arruga las cejas levemente.
—¿Qué pasa?, ¿se olvidó de a-
—¿No le gustaría subir?... podríamos tomar algo si gusta o —se encoge en hombros, Esteban no sabe de dónde sale su valor pues está seguro que él alcohol que bebió para ese momento ya lo consumió su sistema, no puede excusarse más en ello, y aún así, hace la propuesta— podría solo quedarse, ya es tarde.
Y esta propuesta hace lo impensable en un hombre como Mario Calderón: lo deja sin palabras, al menos un par de minutos, mismos en donde Esteban comienza a arrepentirse debido al pánico que le ocasiona la incertidumbre.
—No tiene qué si no quiere… yo-
—No —lo interrumpe Mario rápidamente— está bien, ¿dónde dejo el auto? .
El alma de Esteban vuelve a su cuerpo y siente que vuelve a respirar —puede dejarle las llaves al portero, él lo lleva al garage.
Mario baja del carro, y Esteban camina adentro finalmente, dejan en orden todo con el portero, y enseguida suben al ascensor, uno al lado del otro en un silencio sepulcral. Mario lo mira de reojo pues está un poco más atrás que él, recargado en la barra pegada a la pared. Esteban ve la puerta frente a él, desesperado por verla abrirse, porque el ascensor se detenga. No podía ser más obvia la tensión en el ambiente, tensión que en otras circunstancias podría cortarse con un cuchillo, pero que en esta en particular parecía podría cortarlos a ambos al mínimo movimiento en falso.
Es hasta que la puerta se abre que Esteban vuelve a tomar la delantera en camino a la puerta de su departamento, siempre cuidando no dejar atrás al mayor. Una vez frente al número que conocía como a la palma de su mano, inhaló ampliamente al meter su llave y girar.
La puerta se abrió, y luego de prender la luz, se hizo a un lado para verle.
—Adelante.
Mario le sonrió antes de entrar al departamento con la cabeza en alto, inspeccionando el lugar en silencio con las manos detrás de su espalda, esperando por Esteban, que tan pronto cierra la puerta y deja sus llaves en el perchero, se para a su lado, esta vez él es quien está levemente detrás de el otro, su hombro está frente a él, apenas puede divisar su perfil pensante.
—Es un lugar bonito, Ruiz. Tiene un gusto maravilloso.
Voltea a mirarlo, quedando apenas a un paso del otro. Mario es - muy levemente - más bajo que él, sin embargo le impone más de lo que debería, al menos ahora.
Porque claro, ahora mismo todo es diferente, antes, en una circunstancia así, teniendo de frente a Mario Calderón, lo habría evitado o habría pasado de largo, dependiendo de su nivel de tolerancia en el día, y con suerte saldría ileso, sin ella, se iría por lo menos con un pequeño comentario juguetón de su parte, un comentario perspicaz, lleno de algo que se quedaría en el por lo que restara del día, y dejaría estragos en su noche, que su mente usaría para solo entonces regalarle múltiples respuestas astutas que podrían haber sido útiles.
Pero ahora, ahora no podía dejar de verle, no quería, no tenía contemplado evitarlo o huir, a pesar de saber qué de ello tampoco saldría ileso.
—Gracias —dice con una voz más baja, más íntima de lo que esperaba.
Mario entonces mete las manos dentro de los bolsos de su pantalón, un acto que lo hace levantar apenas un poco su saco, Esteban sigue cada uno de sus movimientos con detalle, hasta como relame sus labios y los aprieta suavemente como esperando.
—Entonces…
Y ahí esta, lo que termina por romperlo, lo que lo vuelve loco de remate, ojos amables, cejas arqueadas y una sonrisa ladina que les acompaña, acentuando esos hoyuelos en sus mejillas que se asoman como retándolo, como siempre lo han hecho.
Esteban toma el que promete ser el último jalón de valor de la noche, da un paso más terminando de una vez por todas la distancia entre ambos y posa una mano sobre su cuello. Mario entrecierra los ojos ante el movimiento, y saca sus manos instintivamente cuando lo acerca hacía él y termina por unir sus labios en un beso.
Hay un micro periodo de tiempo en donde Mario puede verlo, con los ojos cerrados, no con fuerza como si después fuera a arrepentirse, simplemente cerrados, disfrutando, y entonces lo imita con total libertad, sus manos buscan su cintura, y sus labios bailan correspondiendo el sentimiento de necesidad y anhelo.
La mano de Esteban que se encontraba en su hombro sube lentamente hasta el cabello del castaño y se posa ahí profundizando un poco más.
Mario se mueve sin dejar de besarlo, lo guía con cuidado hasta topar contra la pared, Esteban prácticamente les da vuelta, dejando a Mario contra ella.
—Mentí —murmura el moreno contra sus labios.
El contrario se separa un poco, confundido, y mentiría si dijera que no sintió un leve deje de vergüenza llegar a sus mejillas, y que su mente no había pensado ya en la peor de las situaciones, como que besarlo fuera una retorcida trampa del abogado, pero no le preocupaba mucho, pensaba más en que si sus penitencias fueran así más seguido, las aceptaría entonces con todo el gusto del mundo.
—Me gusta el tinte —sonríe juguetón.
Mario echa la cabeza hacía atrás incrédulo y suelta un suspiro de alivio.
—Es un imbécil.
—Aprendí del mejor.
Ambos sonríen divertidos y Mario rueda los ojos antes de rodear su cuello con sus brazos y volver a besarlo.
Esteban baja las manos a su cintura ahora y soba su espalda mientras lo acerca más, no se siente como un intercambio divertido, porque no lo es, se trata más de una lucha de generosidad por el otro, y eso lo disfruta como nunca.
Es para cuando sus lenguas se unen en una danza intensa, que Mario baja sus manos de manera aventurera a las solapas del traje del contrario, y con muy poca seguridad y esperando lo mejor, juega con ellas hasta que siente a Esteban dejárselo quitar. Enseguida la corbata está fuera igual de rápido, los primeros botones de su camisa son desabrochados, y con un solo movimiento es Mario quien ahora lo acorrala y se aleja de sus labios bajando los besos hasta su cuello.
Deposita cada uno de manera tortuosa, como si estuviera trazando un mapa con ellos, pero Esteban no sabe si como alguien que busca algo o que desea conocer cada uno de los rincones. Es su turno de echar su cabeza atrás, solo que con un fin distinto, busca darle espacio al contrario, busca dejarlo ser en su piel. Un suspiro - el alma de uno - sale con un sonido que no es común de sí, un jadeo y sus ojos cerrados encontrando su placer a través de la oscuridad.
—Usted está loco —susurra contra su oído— pensando que le pegaría en el bar… ¿a esa cara bonita, Ruiz?, solo quiero verla cada día de mi vida de ahora en adelante.
Esteban abre los ojos lentamente, con miedo, no por las palabras recién pronunciadas, si no por su propia reacción a estas, ese gemido entrecortado que dejó salir al término de, cuando simultáneamente sintió la rodilla de Mario rozar su entrepierna.
—No pensé decirlo nunca en voz alta pero me gusta escucharlo quejarse.
Pronuncia con él tono arrogante que ya conoce a la perfección, y presiona un poco más la rodilla contra él. Esteban no sabe de dónde sujetarse para no perder la compostura, una de sus manos se aferra bien a la espalda del mayor, la otra busca desesperada sostenerse de la pared.
—A pesar de eso, necesito que use sus palabras para lo siguiente, ¿le parece? —Mario baja aventurero su mano hasta la hebilla del cinturón del jurídico y lo quita lento, para Esteban es casi una eternidad, y entonces cruzan miradas, fijas en los ojos del otro, buscando un permiso— no iré más allá si no quiere.
Su respiración agitada producto de la excitación no resuelta apenas lo dejan pronunciar sin titubear, Esteban trata de concentrarse y apenas audible sale de sus labios como una confesión robada —quiero.
—¿Perdón, abogado?, no lo escuché bien —juguetea Mario.
Y si pudiera, si tan solo le fuese posible, y no se viera tan afectado por los movimientos tan precisos que realiza en su contra, ya lo habría matado, porque jugar con él en una situación así no era más que un martirio puro - y duro - .
—Que sí quiero —exclama en alto, lo menos desesperado que puede— de verdad lo quiero, Mario.
Mario le sonríe disfrutando su victoria, y le da un pico para sellarla, mientras desabrocha su pantalón con agilidad y baja, con sus rodillas siendo amortiguadas nada más que por el saco que antes le quitó. Esteban lo mira expectante y traga saliva cuando siente las manos ajenas bajando sus pantalón de vestir hasta sus pantorrillas.
Y sin perder más tiempo Mario traza un camino sobre su bóxer tanteando con la yema de sus dedos contra su miembro semi erecto hasta el resorte de su bóxer. Toma aire con dificultad y cierra los ojos.
Las manos del contrario entonces dejan de jugar con él, se deslizan hacia atrás hasta su espalda baja y se posan territoriales sobre su cadera, con ellas lo acerca hacía él, con una fuerza que está seguro dejará marca. Su cara queda prácticamente frente a su bóxer, y aún así su urgencia es ignorada, en cambio sus labios se posan sobre el interior de sus muslos que la tela no cubre, deposita besos húmedos, que no hacen más que tentarlo hasta el final, y despiertan sus más salvajes instintos.
Su mano baja hasta la nuca del contrario y con suavidad lo toma del cabello, Mario como si de una señal se tratara, baja finalmente sus boxers hasta donde ya se encuentra su pantalón, y su miembro bota como liberado de aquella presión.
Mario se espabila a sí mismo antes de quedar encantado como un bobo ante la imagen frente a él, y ni así logra controlar su saliva que se produce como si recién hubiese visto el mejor de los dulces. Antes de cualquier otra cosa alza su mirada y ahí se encuentra la segunda mejor vista, Esteban de mejillas sonrojadas, con ojos cerrados y cabello despeinado chocando contra la pared respira pesado, y aprieta su agarre del cabello solo un poco más.
—Por favor- —murmura ronco.
—Míreme.
Cumple aquella orden tan rápido que ni siquiera se lo cuestiona, no lo piensa, agacha su cabeza solo un poco y como si de una rutina interminable se tratara vuelven a mirarse a los ojos.
Mario entonces lo toma en sus manos y las desliza lentamente a lo largo de su miembro, una y otra vez, arriba y abajo, ayudándose del líquido pre-seminal que ya energía del moreno. Esteban amenazó por un segundo con cerrar las piernas ante el estremecimiento que golpea su espina dorsal al momento que su cálida y húmeda lengua choca contra su piel, pero Mario es más rápido y con una de sus manos detiene con firmeza uno de sus muslos, mientras que su lengua envuelve su longitud y su boca la aloja ahuecando sus mejillas.
Esteban aprieta más fuerte su agarre, esta vez empujando para acercarlo un poco más, Mario lo toma tanto como puede, y lo saca hasta que lo siente tocar la úvula de su garganta, pero no se detiene, pocos segundos después vuelve a meterlo a su boca, relame y succiona, porque se da cuenta, puede que sí sea el mejor de los dulces.
El abogado lo ve, agitado, no ha habido momento (por decisión propia) que haya quitado sus ojos de encima, exceptuando cuando el placer ha sido más de lo que puede soportar y lo obliga a cerrar los ojos entre jadeos y gimoteos. Cómo cuando el contrario de pronto lo saca de su boca, y sin dejar de masturbarlo, baja su lengua a sus testículos.
—Oh —le arranca un suspiro ante la nueva sensación.
Mario sonríe y se encuentra con sus ojos —¿quién diría que solo así disfrutaría compartir tiempo conmigo, abogado?.
Cuestiona con un tono engreído que solo logra torturarlo un poco más, lo hace sentir nada más que como un vil necesitado, y su pene palpita ante ese pensamiento. Porque Mario tal vez tenía razón cuando dijo que si algo compartían era el masoquismo, y no podía pensar en nada más adecuado con el objetivo de hacerse daño, que estar en bandeja de plata ante ese hombre.
—¿Quién diría que solo así lo mantendría callado, Mario? —responde perspicaz cuando logra recomponerse.
Mario ríe bajo y arquea una ceja como quien tiene un plan bajo su manga, porque claro que le gusta la respuesta, pero sabe también que es lo que Esteban está buscando.
—Se equivoca, Ruiz, usted a mí no me ha callado. En cambio yo ha usted…
Acelera el movimiento de su mano, y su lengua sube esta vez desde la base hasta la punta, en dónde presta especial atención, haciendo círculos con su lengua, y recolectando con ella el líquido que ha estado funcionado como lubricante natural. Y Esteban no se pierde detalle, sus piernas tiemblan ante cada pequeña acción del castaño - rubio medio chocolate - , ríe bajo entre gemidos cuando se da cuenta, otra vez estaba presionando sus botones.
—Como le gusta jugar, Calderón.
Lo toma del cabello una vez más, esta de manera firme, fuerte, y rozando lo peligroso, luego, con otra mano toma su propio miembro y se palmea contra sus mejillas antes de rozarlo contra sus labios.
Mario lo disfruta, lo sabe cuando lo ve impaciente y se pone a su total disposición, entonces no se preocupa en ser más cuidadoso; no cuando lo vuelve a meter por completo a su boca, y mucho menos cuando prácticamente penetra y embiste de manera descuidada su cavidad para su mero placer.
Y es recibido con gusto, y es consentido de la misma manera, Mario lame lo que puede, llega un punto que podría jurar simplemente estar babeando y succionando de manera casi automática. Esteban gime encantado, se arquea levemente y trata de mantener sus piernas lo más firmes que su cabeza le permite en esas condiciones.
Finalmente está por llegar el momento, Mario se da cuenta cuando los ojos de Esteban se echan para atrás y la poca cordura que todavía queda en él buscan que su cuerpo se aleje, porque sí algo ha quedado claro esa noche es que el hombre más que nada, es justo, y es complaciente. Pero Mario quiere devolverle el favor, quiere ser esa persona para él, por lo que coloca sus manos en sus muslos buscando estabilidad y es él quien ahora marca un ritmo constante metiendo y sacándole de su boca, arrancándole gruñidos y jadeos que culminan en un “Mario ah-” gemido alto y claro, una mano que lo empuja aún más para que reciba todo el líquido blanquecino que brota de sí en pequeñas contracciones pero largas tandas, y además de piernas que de no ser por sus manos en ellas, podrían doblarse con facilidad.
Esteban tuvo un orgasmo como nunca antes, incluso cree haber visto una que otra estrella y probablemente alguna galaxia entre lo borrosa que se volvió su visión en el punto más alto de su éxtasis cuando aprieta sus ojos y por un instante se olvida de todo, por un instante solo se trata de ellos dos, luego respira hondo al salir del trance - y de su boca - y poco a poco deja ir la presión en sus ojos, sus manos caen lentamente desde la cabeza de Mario hasta sus hombros.
Oh, Mario. Una vez fuera de su trance, ese momento que tiene para recomponerse no es solo cuando el aire vuelve a correr y sus pulmones se llenan, pero también cuando su mente pierde la neblina, y la razón regresa a él obligándolo abrir los ojos de pronto.
—Mario, dios mío, lo lamento, yo- ¿está bien? —lo mira, apenado e interponiendo velocidad que orden, sube su ropa para disponerse a ayudar a Mario a ponerse de pie.
Mario que había estado cómodamente reposando sobre su abdomen cuando el hombre se recomponía, rió bajo y acepto sus manos para levantarse.
—De maravilla —sonríe limpiando las comisuras de sus labios, Esteban apuesta que más como un recordatorio que como algo natural, pero sea como sea, el gesto es suficiente para enrojecer toda su cara.
—No sé en qué estaba pensando… no- yo quería quitarme, pero usted-, perdóneme.
El contrario ríe divertido y lo atrae hacía él desde el cuello para callarlo con un beso.
—No hay de qué disculparse si lo disfrutó —susurra contra sus labios, los muerde superficialmente— dígame, ¿lo hizo?.
Esteban solo asiente, embobado por lo terriblemente indecente que se siente el subtexto de ese beso, probándose a sí mismo a través de una lengua ajena. Era no solo indecente pero inmoral por lo poco que se arrepentía y lo mucho que seguía disfrutándolo. Y eso le recuerda.
Sus manos se buscan camino ahora en la cintura de Mario y respira hondo.
—¿Y usted?, ¿puedo hacer algo para que lo disfrute también?.
Mario se separa de sus labios y une sus frentes nada más.
—Sorpréndame.
Esteban se separa de él y toma su mano —sígame entonces
El mayor lo sigue sin protestar luego de agacharse por el saco que le arrebató y dejarlo en el perchero, mientras camina a dónde lo guían.
Entran a una habitación bastante sobria, pero no fría, a pesar de la poca decoración se nota personal, por lo que supone se trata de la habitación del propio Ruiz.
—Le digo sorpréndame y me trae a su cuarto así como así, abogado… —dice mientras se sienta en la cama, lo suficientemente serio para dejar al otro sin palabras unos segundos mientras trata de descifrarlo— qué atrevido.
Hace obvia la broma mientras quita sus propios zapatos y lo jala hacía él de la mano que todavía no ha soltado.
—Sus bromas harán que tarde o temprano me dé algo, doctor —se busca un espacio entre las piernas sentadas de Mario y se recarga en ellas para poder agacharse y darle un beso corto.
—Pensé que ya de por sí lo angustiaban —sonríe contra sus labios— pero bien, por hoy puedo dejarlas. Solo por hoy.
Esteban entrecierra los ojos poco convencida y saca sus zapatos —no lo sé… hoy no ha cumplido mucho su palabra, ¿por qué le creería?.
—¿Qué?, ¿yo?, ¿cuándo? —cuestiona extrañado.
—En el bar.
—No lo creo, de verdad es chocolate —bromea y ambos ríen, Esteban le pega suavemente en el brazo, poco a poco se va haciendo más para atrás.
—No, eso le creo… pero dijo que su yo de hace 20 años me habría intentado ligar, usted no.
—Ahh —Mario ríe y toma su cara por sus dos mejillas— yo no dije que yo de ahora no lo haría… no era mi intención de la noche es verdad, pero habría sido un idiota si dejaba pasar la oportunidad, señor “subamos a tomar algo”.
Esteban ríe y termina prácticamente sobre él, dejando su peso en sus brazos que lo detienen a cada lado de su cabeza.
—¿Por qué me hubiera ligado?, ¿cómo?.
—¿Cómo que por qué?, se lo dije… su cara es… —Mario besa su barbilla y sonríe divertido ante las cosquillas que ocasiona su barba— es muy guapo Esteban, y muy inteligente, y creo que eso es de manera simplificada el porqué me gusta desde que lo conozco.
—¿Habla en serio?, ¿ya le gustaba? —interrumpe sus besos para mirarlo de frente.
—Claro que sí, ¿por qué si no lo molestaría tanto?.
Esteban arruga un poco las cejas atónito ante su respuesta —...lo odio, debió decirme en lugar de sacarme de quicio.
—¿Y dónde está lo divertido de eso? —mueve su cabeza arrogante— pero bueno, la otra pregunta: para ligarlo habría sido yo quien invitara ese trago, no usted.
Le guiña un ojo, y una vez más el hombre lo tiene suspirando. Porque el encanto más grande de Mario Calderón además de todo lo obvio, eran sus palabras, en eso nadie le ganaba, y él parecía saberlo a cada instante.
—También me gusta.
Deja salir la confesión como si nada.
—¿Cómo? —niega mucho— está bien si no lo siente, no es-
—Hablo en serio. Ha pasado tanto tiempo rondando mi cabeza desde que lo conozco, y ahora hace sentido, sí me volvía loco, pero no de la manera en que pensaba.
Mario ríe y vuelve a besarlo, esta vez un beso largo y dulce, en dónde sus labios se acarician y se funden como si fueran uno mismo.
Esteban entonces baja una de sus manos, muy lentamente, y la sube desde su abdomen hasta su cuello, dónde deshace el nudo de su corbata y la echa a otro lado.
Se separan del beso solo al sentir la necesidad de oxígeno y Esteban aprovecha para quitar su propia camisa que ya solo lleva por encima.
Mario sonríe viéndole atento e insolentemente pasa la mano por todo su pecho.
—Oh, esto sí es una sorpresa.
Esteban ríe y niega quitando sus manos de él —no cante victoria, usted todavía está muy vestido, ¿o no le parece?.
—Pues lo arreglamos.
Mario se quita el saco como puede, y Esteban desabrocha uno a uno los botones de su camisa para ayudarle, echa todo a un lado y se acerca a su cuello a besarlo.
A su vez usa una de sus manos para bajarla hasta su cadera, Esteban está estratégicamente colocado entre sus piernas, con una a cada lado, y se aprovecha de ellos, busca el contacto de ambos a través de sus prendas inferiores, y cuando Mario lo siente rozar su entrepierna, de nuevo comenzando a despertar, causa algo en la suya propia, y sin poder evitarlo un gemido ahogado sale de él.
Esteban sonríe triunfal al escucharlo, y como es un buen hombre, sobre todo, baja su mano hasta el pantalón del otro, para desabrocharlo y meter su mano, ahuecando sobre su boxer, sintiendo su calor y su dureza.
Mario se toma con fuerza de su espalda, y podría asegurar que olvidó cómo respirar, cuando la mano de Esteban se escabulle ahora dentro del boxer y lo sostiene con firmeza antes de bajarlo y subirlo despacio, muy despacio.
Trata de respirar hondo, de verdad lo intenta, y lo logra, pero decepcionado cuando la ausencia de su mano es evidente.
—¿Qué pasa?, ¿le comieron la lengua los ratones o tan mal le caigo? —pregunta burlonamente y se quita de encima— deme un segundo.
—Lo odio - de verdad es más maquiavélico que yo —respira agitado y talla su cara.
—No sea desesperado —busca algo en su cajón y vuelve con un pequeño bote de lubricante— le aseguro que lo vale.
—Ujum, ya veo —Mario lo toma— ¿y qué piensa hacer con esto, ah?.
—Solo lo que usted quiera, pero después de como lo sentí… tengo un buen presentimiento.
Esteban aprovecha para despojarlos a ambos de sus pantalones y Mario se deleita con la vista.
—¿Qué? —Esteban se da cuenta, le arrebata el botecito y vuelve a encontrar lugar entre sus piernas.
—Nada, que me gusta mucho verlo así.
Le planta un beso corto al escucharlo y acaricia su cabello.
—Haré que le guste más.
Se mueve ágilmente para quitar ambos bóxers, y echa un poco del lubricante en su palma para frotarlo en su mano hasta calentarlo un poco. Y ya listo, con una lo envolvió y con la otra bajó un poco más, hasta llegar a su trasero.
Mario traga saliva al sentirlo, su piel se eriza, y asiente silenciosamente cuándo Esteban lo mira con una lasciva propuesta reflejada en su cara.
No es nuevo en ello, obviamente, pero el panorama completo, sí, y eso lo pone algo tenso, lo único que lo calma - así sea mínimamente - es que en verdad confía en el otro. Entonces cuando comienza a frotar el líquido de manera superficial, antes de lentamente presionar de manera intrusiva, se mantiene calmado, respira hondo y solo deja salir un jadeo cuando a la vez siente el bombeo de su pene.
La combinación del placer que siente al ser aliviado, y la extraña mezcla de desesperación y rendimiento por la amenaza constante de sus dedos por adentrarse, lo vuelven loco, y lo obligan a apretar las sábanas debajo de él en su mano, y rasguñar la espalda desnuda de su dulce abogado.
Con la boca en forma de “o” y una larga exhalación se esconde contra su pecho cuando siente uno de sus dedos finalmente entrar. Esteban respeta aquello y toma su tiempo quieto, hasta que lo siente relajarse y se mueve lento, dibujando círculos con dificultad, Mario eleva un poco su cadera para facilitar el acceso, y con la otra mano Esteban aprovecha para colocar una almohada para mayor comodidad de ambos.
—Gracias —le dice entre suspiros y cierra los ojos con fuerza cuando en respuesta Esteban introduce un dedo más.
—No es nada —sonríe y los saca de repente, para echar un poco más de lubricante en sus dedos.
—Es vil —se queja desesperado, y no aparta su mirada aunque el otro lo esté prácticamente retando con una sonrisa maliciosa.
Finalmente cumple su amenaza y vuelve a meter ambos de una embestida, y esta vez no espera para comenzar un mete-saca lento y profundo. Y con su otra mano se masturba frente a él.
—Agh.
Mario se deshace en gemidos al ser estimulado visual y kinestésicamente, y niega con su cabeza para detener la introducción de sus dígitos.
—Dígame.
Esteban lo mira como quien no sabe perfectamente que es lo que necesita, completamente desentendido, espera sin dejar de tocarse que el mayor que apenas ha podido mantenerse cuerdo, diga textualmente lo que desea escuchar.
—Lo necesito —se fuerza a sí mismo a rendirse cuando la necesidad que siente por la presión de los dedos contra su entrada lo obligan a rogar— a usted.
Solo entonces Esteban se acerca más, y acomoda en alto las piernas del contrario alrededor de su cintura. Luego, cuando Mario al fin se siente aliviado, vuelven los juegos.
Se maldice a sí mismo cuando se da cuenta: se estaba cobrando cada una de las suyas. Siente su miembro adolorido, y su necesidad de más carcomiendo sus instintos, no hizo falta más que el rozamiento de su longitud apenas por fuera, para llevarlo al borde de las lágrimas.
—Por favor, abogado… —una pequeña pausa y la búsqueda de sentirlo más con movimientos de su cadera— Esteban, por favor.
Termina derrotado, y no le importa, ya no le importa si quedó como el hombre más desesperado del mundo, ya nada importa, más que la fuerte presión que siente cuando Esteban introduce apenas la punta en él, y luego la fría sensación del lubricante luchando con el calor del lento empuje.
Ahora sí se aferra con fuerza a su espalda, sus uñas le ayudan y su boca no puede mantenerse callada. No promete hacerlo pronto.
Esteban aprovecha el tiempo en donde lo deja acostumbrarse, y besa cada rincón de su cara como a manera de consuelo, a manera de disculpa, porque así es él.
Mario sube su mano a su nuca y lo atrae a sus labios, lo besa desesperado, al contrario de él, a manera de agradecimiento.
—Estoy listo —susurra contra sus labios.
Esteban muerde los suyos suavemente, y asiente colocando una de sus manos firme para mantener arriba su muslo y comenzar a moverse lentamente.
—Mhm —Mario aprieta más la sabana, y gime plácidamente.
Las embestidas comienzan lentas, pero profundas, sus cuerpos chocan y Esteban no deja de besar todo su pecho, sus hombros, recorre cada uno de sus rincones como si sus besos se trataran de marcas que señalan una pertenencia que en su interior en esta ocasión en particular le saben injustas, por lo que se aleja antes que quede una pista de él en su piel y se dice a sí mismo que tal vez será otro día.
De cualquier forma lo disfruta, disfruta sentir como el interior de Mario lo recibe como si lo hubiera esperando por mucho tiempo, y como lo envuelve con una pequeña presión que lo hace todo mejor. Disfruta cada sonido que sale de su boca y el mismo que hacen sus cuerpos al colisionar.
Mario rasguña su espalda, y jala las sábanas buscando presionarlas aún más, y gime alto y ronco por más.
¿Y quién es Esteban para no complacerlo?, acelera sus embestidas y alza un poco más sus piernas para adentrarse en el mejor, Mario se retuerce al sentir el primer golpe en su próstata.
Las embestidas son constantes por minutos que Mario siente afortunadamente como una eternidad, sus ojos se ponen en blanco al sentir la longitud del contrario haciendo de él lo que quiere, llevándolo a lugares impensables por momentos tan mágicos que haría lo que sea por detener el mundo y quedarse allí.
Es claro que Esteban no busca darle tregua, incluso, entiende como un movimiento “extremo” más para ganar esa guerra cuando su mano se posa sobre su pene y después de sobar la punta con su pulgar, esparce con gusto su líquido pre-seminal para facilitar el bombeo al ritmo de las mismas penetraciones.
—N-no voy a- dios —gime con fuerza y entierra sus uñas en él cuando una embestida lo interrumpe.
—Qué blasfemo, doctor —sonríe divertido y acelera solo un poco más el movimiento de su mano— ¿qué necesita?.
Mario lo fulmina con la mirada y trata con toda su voluntad de concentrarse —no- no voy a aguantar mucho así… yo-
—Está bien, solo disfrute, Mario —besa sus labios cariñosamente como si eso fuese a amortiguar cada resplandor de pasión que lo ciega con cada embestida.
Pero decide hacerle caso, solo lo disfruta, relaja las manos que enterraba en su espalda, y en cambio, la acaricia toda, porque cuando lo recuerde - sabe que lo hará - quiere hacerlo bien, sin olvidar ni un detalle, ni el olor de su cuello, ni un rasgo de su espalda, o cómo se sienten sus labios.
Esteban se esconde en su cuello, termina de acomodarse completamente pecho contra pecho, su mano no deja de moverse entre el pequeño espacio que queda en ellos, y la otra está estratégicamente colocada entre su muslo y su cadera - Mario apuesta que es solo una forma de tocar más discretamente su trasero.
Y junto a la posición, el ritmo y la manera también cambia, no deja de tocarlo, ni de golpear su próstata, simplemente se siente más pasional que intenso, más cercano, un vaivén lento, profundo y anhelante, que lo eleva al punto máximo de necesidad y agradecimiento, de placer. Con un ronco gemido llamándole por su nombre, manchando la mano que ha trabajado por ello, e inevitablemente el abdomen de ambos.
Mario trata de calmarse, está en ese punto, pero no ha terminado, no hasta que se siente realmente en el cielo, cuando Esteban termina dentro de él, y siente su semen caliente llenándolo - por segunda vez en la noche - .
Juntos reposan un rato, Esteban se recuesta delicadamente sobre él en la misma posición en la que terminó, con su nariz chocando contra el cuello de Mario, haciéndolo más consciente de todo por el contacto de su barba a su piel. Siente igualmente el calor en el ambiente producido por la fricción que tuvieron sus cuerpos, y sobre cualquier otra cosa, es totalmente consciente de los latidos del corazón de quién reposa sobre él, y eso lo hace sentir (curiosamente) pleno.
—¿En qué tanto estamos pensando?.
Pregunta Esteban con una voz suave, cansada. Sacándolo de sus pensamientos de la misma manera que lo hizo él cuando se acercó en el bar.
—En esto… —lo toma de la barbilla con cuidado y lo besa lentamente.
Esteban le corresponde de la misma tierna manera, y puede sentir como esboza una pequeña sonrisa en medio de. Es hasta que se separan unos centímetros que lo confirma, y le sonríe de vuelta.
—Supongo que ahora sí es tarde —bromea Mario y pasa la mano por su cabello gentilmente.
—Sí… —Esteban se separa delicadamente— deje me encargo de cubrir nuestras huellas y podemos dormir, ¿le parece?.
Mario ríe y niega, divertido —eso es lo más jurídico que ha dicho hoy, y me sorprende lo mal que suena.
Esteban sonríe con diversión y luego de colocarse el bóxer e ir a su baño vuelve con dos pequeñas toallas para el cuerpo, una de ellas húmeda, la otra seca, y una caja de pañuelos.
—A mí me sorprende que no es lo peor que he hecho como jurista hoy —limpia su abdomen tomándose su tiempo, y sigue limpiando su cuerpo con la delicadeza necesaria.
—¿Ah, no?.
Le responde arqueando una ceja de forma irónica, mientras termina de secar lo que ya limpió.
—Me metí con el que es prácticamente mi cliente. ¿No le parece lo suficientemente poco profesional de mi parte?.
Dice jugando y besa su muslo luego de terminar de limpiarle.
Mario suelta una carcajada y talla su cara “es abogado de ecomoda, y ya que es mi lugar de trabajo prácticamente soy su cliente”.
—Sí, yo creo que no es tan malo, ¿sabe?.
—¿No?, ¿por qué? —Esteban vuelve a su baño, para seguir la misma rutina de limpieza en él, y luego vuelve.
—Pues dicen que lo más importante es la satisfacción del cliente.
Esteban acomoda la cama, extendiendo algunas cobijas y se detiene para escucharlo.
—Ajá.
—Y ya que yo soy el cliente le confirmo que de hecho me dejó muy satisfecho.
Termina con una sonrisa, la misma que metió a Esteban en problemas para empezar, y entonces no hace más que reír, porque tiene razón, porque nada importa tanto ya, más que ambos estén felices. Mario toma su mano cuando lo encuentra cerca después de apagar la lámpara y lo jala para recostarlo a su lado.
—Ya descanse, por favor.
Se acurruca en su hombro y Esteban lo envuelve en su brazo casi por instinto.
—Bien… solo acomodaba la cama.
—La cama está perfecta, lo que pasa es que tiene muchísima energía.
—O a usted le falta.
Mario finge ofenderse poniendo la mano en su pecho —auch, ¿así es como descubre que se metió con un viejo?.
Esteban ríe bajo y niega dejando un pequeño beso en su cabeza —no dije eso.
—Mmm, ¿entonces te gustan tus clientes o es algo por los mayores de cabello tintado, ah? —lo molesta jugando, mientras cierra los ojos.
El contrario se carcajea y cubre su cara —los cansones, al parecer.
Ambos ríen y por unos se quedan callados, disfrutando del silencio, tratando de dormir.
—...No quisiera hablar de él ahora mismo, ¿pero sabe que Armando me preguntó algo parecido?.
—¿Si le gustan mayores?.
Esteban niega riendo bajo y suspira —no, si salía a cenar con todos mis clientes.
—Ah, el día que lo vió en el restaurante con -
Mario se detiene antes de siquiera nombrarla, no se sentía bien, no en esa situación.
—Sí, el día que me pegó.
El mayor siente pasar todas las emociones realmente rápido en su cara antes de fruncir el ceño y abrir los ojos.
—¿Entonces él fue el que le pegó?.
—Oh, pensé que el chisme habría corrido.
Mario niega, y con su mano traza la búsqueda de su mejilla bajo la oscuridad —creo que se le olvidó un pequeño detalle, que horror, pero ahora entiendo lo de la terapia.
—Así es —Esteban lo ayuda a llevar su mano a su objetivo y la acaricia mientras el otro acaricia su mejilla.
—Bueno… me alegra que esté bien, sé lo pesada que tiene la mano, pero mire el lado positivo, ya compartimos algo más.
—Un ataque de Armando Mendoza, somos casi almas gemelas.
—Ajá —ríe bajo— y además, sobre la pregunta, ya puede decir que no es así, yo no fuí invitado a cenar y aún así terminé aquí.
Sonríe orgulloso, y Esteban que no puede verlo solo lo sabe, por lo que sonríe un poco de la misma forma, hasta que reflexiona bien sobre eso.
—Pero…
—Mmm, déjeme dormir —Mario vuelve a cerrar los ojos— yo no soy como usted que se ve lindo de cualquier forma.
—Perdón, perdón —dice genuinamente apenado entre risas— solo una cosita más y lo dejo descansar. Lo prometo.
—Bien, escupa.
—¿Qué pasa si sí quiero invitarlo a cenar?, algún día, pronto.
Esteban lo busca entre el silencio que emerge y la oscuridad que los vela, pero es imposible y los nervios comienzan a crecer en su estómago mientras más tiempo se aloja la incertidumbre.
—...Estaré encantado de cenar contigo, Esteban.
Sus nervios se transforman en mariposas y agradece que el otro no pueda verle porque su cara nunca había tenido una sonrisa tan grande.
—Bien. Descansa, Mario.
Dice finalmente y cierra los ojos, ignorando por completo que el contrario se encuentra exactamente en el mismo estado. Con una sonrisa en la cara, como quien ha escuchado lo mejor que le dirán en la vida, y ojos que vuelve a cerrar, esta vez sí para dormir, en sus brazos.
CandyBee29 Fri 18 Jul 2025 06:56AM UTC
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