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Mi Alfa perdido

Summary:

Los hermanos solo habían ido a investigar a un lugar, pero sin querer se había revelador un secreto a los humanos que los acompañan.

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Chapter Text

La misión había sido un caos. Explosiones, mutantes, humo tóxico… y Donnie había quedado atrapado en una celda sellada con gas de supresores vencidos. Leo lo sacó con urgencia, pero algo andaba mal. Donnie apenas podía caminar, su respiración era errática y un aroma dulce, casi floral, comenzaba a llenar el aire. No uno común… uno biológico, fuerte, instintivo.

Casey lo sintió primero.

No lo reconoció como lo que era. Solo supo que, de repente, necesitaba acercarse a Donnie. Protegerlo. Su cuerpo reaccionó por sí solo, su lado Alfa despertando con violencia inesperada.

—¿Qué… qué es eso? —Murmuró April, cubriéndose la nariz, con el ceño fruncido—. ¿Eso viene de Donnie?

Raph gruñó. Literalmente. Se puso frente a Donnie de inmediato, el cuerpo tenso, protegiéndolo por reflejo.

—No lo miren. No lo huelan. Ya es bastante con que esto haya pasado frente a ustedes.

—¿Esto? —Repitió Casey, alarmado— ¿Qué es esto, exactamente?

Fue entonces cuando Leo habló. Su voz era grave, controlada, como si cada palabra pesara una tonelada.

—Donnie… es un Omega.

Silencio.

El tipo de silencio que deja estática en los oídos. April abrió la boca, pero no salió sonido alguno. Casey… simplemente se quedó congelado.

—¿Ustedes tienen segundo género? —Preguntó ella al fin, con voz baja.

—No somos humanos, pero tenemos muchas cosas en común con ustedes —Dijo Mikey, más serio de lo usual— Algunas cosas… las mantenemos en secreto para protegernos.

Donnie se removió débilmente, murmurando entre sueños. Su cuerpo temblaba, su olor aumentaba, y Casey sintió que todo dentro de él gritaba para que se acercara.

Pero no lo hizo.

—¿Desde cuándo? —Preguntó Casey, su voz quebrada— ¿Desde cuándo sabes que…?

—Desde hace unos meses —Interrumpió Leo— Y si vas a tratarlo diferente por eso, será mejor que lo digas ahora.

Casey negó con la cabeza. Dio un paso atrás, como si temiera sus propios impulsos. Se sentía mal. Por no saber. Por haberlo tocado tantas veces sin tener idea. Por cómo lo había visto como un compañero más, sin notar que Donnie tenía que ocultar algo tan personal y biológico para que todos lo trataran como un igual.

—No voy a tratarlo diferente —Dijo al fin— Pero ahora lo entiendo… entiendo por qué a veces no quería que me acercara tanto. Por qué se ponía tan tenso con los Alfas en el metro. Entiendo todo.

Y ahí, mientras las alarmas aún sonaban a lo lejos, Casey miró al Omega frente a él… y no vio debilidad. Vio fuerza. Vio lo mucho que Donnie había aguantado para no ser visto como “menos”.

Y por primera vez, se prometió a sí mismo que iba a aprender a controlar sus instintos, no por obligación… sino porque Donnie merecía ser visto como Donatello, no como “el Omega del grupo”.

---

La guarida estaba en silencio. Solo se oía el goteo constante de una cañería lejana y la respiración agitada de Donnie, recostado sobre unas mantas improvisadas.

Su aroma aún impregnaba el ambiente, cálido y dulce como un susurro de primavera, pero ahora tenía un filo afilado de vulnerabilidad. No estaba en pleno celo… pero su cuerpo había reaccionado al gas vencido como si estuviera cerca.

Raph no se movía de su lado. Sentado a la cabeza del nido, sus ojos eran pura alerta. Cada vez que Casey se acercaba un poco más, él gruñía bajo.

—No es personal, Jones —Dijo al fin— Pero estás goteando feromonas Alfa como si fueras un lobo en una jaula rota.

—¡No quiero hacerle daño! —Protestó Casey, dando un paso atrás.

—No se trata de querer —Gruñó Leo, cruzado de brazos cerca de la puerta— Se trata de lo que podrías hacer si te dejas llevar.

Mikey apareció con un termo y una manta limpia. Había dejado su actitud despreocupada en alguna parte del túnel.

—¿Y si en vez de pelearse, se enfocan en Donnie? Está temblando.

Casey tragó saliva. El cuerpo de Donnie, delgado y poderoso, se curvaba sobre sí mismo como un animal asustado. Su caparazón temblaba levemente. Su piel estaba húmeda, no de sudor, sino del esfuerzo de reprimir su instinto Omega sin los supresores.

April se sentó a un lado, con las manos abiertas, sin tocarlo.

—Donnie… ya pasó. Estás a salvo, ¿Sí?

Los ojos de Donnie se abrieron lentamente, desenfocados, pero alertas. Y cuando vio a todos a su alrededor —su manada, su familia, y a los humanos— su expresión se contrajo.

—Lo saben, ¿Verdad?

Nadie contestó.

Hasta que Mikey, siempre el primero en abrazar sin juicio, asintió.

—Sí. Pero nada cambia, D. Sigues siendo el más brillante de todos. Y aún no entiendo el 60% de tus frases, así que estás bien.

Donnie intentó sonreír, pero sus ojos se humedecieron.

—No quería que se enteraran así…

—¿Preferías que se enteraran por un enemigo? —Dijo Raph con suavidad, tocándole la frente— Mira, Don… eres nuestro. Hermano, genio, Omega o lo que quieras. Pero si alguien se acerca con intenciones… equivocadas, no va a salir caminando.

Casey tragó saliva con fuerza.

—Nunca haría algo así —Dijo, con voz tensa— Jamás lo miraría como si fuera un trofeo. No es sólo un Omega. Es Donnie. Creo que en vez de agobiarlo tanto deberíamos dejarlo descansar.

Leo lo miró con frialdad. Pero no dijo nada más.

Donnie cerró los ojos. No porque estuviera débil. Sino porque, por primera vez, sentía que no tenía que estar alerta. Su familia lo rodeaba. Y aunque los celos se olían entre ellos como una tormenta latente… también lo hacía el cariño.

Y Casey… Casey se quedó cerca. Lo suficientemente lejos para no activar alarmas, pero cerca para que, si Donnie lo necesitaba… supiera que él iba a estar ahí.

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La guarida estaba tranquila. Leo por fin había cedido y dejó que April se quedara a cuidar a Donnie. Raph y Mikey estaban cerca, pero no encima, aunque cada cinco minutos uno de ellos asomaba la cabeza solo para asegurarse de que el Omega seguía respirando.

Donnie, envuelto en una manta suave, murmuraba cosas con April. Sus ojos estaban más claros, el aroma menos denso, y por fin podía sostener una conversación sin temblar.

Pero Casey… Casey estaba tenso. No hablaba. Apenas se movía. Caminaba como si su propio cuerpo le pesara.

Y eso, a Donnie, le hacía doler el pecho.

—April… ¿Puedes dejarnos un momento?

Ella lo miró, luego a Casey, luego a las sombras donde se escondían sus hermanos.

—Cinco minutos —Dijo, saliendo con una advertencia no verbal clavada en los ojos de los tres Alfas mutantes que intentaban espiar sin parecer obvios.

Donnie miró a Casey, que se mantenía junto a una pared, con las manos en los bolsillos, la mandíbula apretada.

—¿Por qué estás tan… incómodo?

—Porque siento que puedo lastimarte con solo respirar cerca.

Donnie soltó una risa baja, un poco amarga.

—No eres peligroso, Casey. No para mí. Ven. Siéntate aquí.

Dudó, pero lo hizo. Se sentó a su lado, torpe. No lo miraba directamente.

Donnie, sin pensarlo mucho, alzó la manta y la colocó sobre los hombros de Casey, compartiendo el espacio entre ambos.

Y entonces, pasó.

El aire se volvió cálido. Las feromonas de Casey envolvieron a Donnie con una suavidad nueva. No agresivas. No dominantes. Solo… cálidas. Protectoras. Estables. El cuerpo de Donnie se relajó de inmediato. Como si la tensión, el dolor, todo lo que había acumulado por días, se derritiera.

Sus ojos se entrecerraron. Inhaló profundo. Dejó que su cabeza cayera sobre el hombro de Casey con una confianza que lo sorprendió incluso a él mismo.

Y desde la puerta…

—¿Qué carajo es ese olor? —Murmuró Raph con voz baja, pero cargada.

Leo tensó los hombros, sus ojos se estrecharon como cuchillas.

—¡Mikey! Ve por otra manta. Ahora.

En menos de un minuto, los tres hermanos estaban sobre ellos, intentando disimular lo obvio mientras empapaban el aire con sus propias feromonas. Raph se agachó junto al nido y le pasó otra manta limpia a Donnie. Mikey fingía ordenar almohadas y Leo simplemente se sentó demasiado cerca, sin decir nada.

—Ustedes son tan... obvios —Murmuró Donnie, sin moverse de Casey.

—Él huele a ti —Gruñó Leo.

—Y eso es un problema porque… ¿Quieren que huela a ustedes también? —Donnie arqueó una ceja, burlón.

Raph gruñó. Mikey fingió ofenderse. Leo frunció el ceño. Casey tragó saliva, incómodo pero orgulloso de no haber salido corriendo.

Donnie, por primera vez en días, se sintió bien. Cómodo. Quiso reír. Tal vez no estaba listo para una pareja aún, pero… lo que había sentido en ese momento lo dejó pensando.

---

Días después, Donnie ya estaba mejor. Su cuerpo se había estabilizado y, aunque no llevaba feromonas Alfa encima, se mantenía firme con su propio aroma neutralizado por los parches. No quería problemas. No más reacciones innecesarias.

Estaban en misión. Una vieja fábrica. Ruido, sombras, movimientos extraños.

Entonces, apareció él. Un mutante desconocido. Grande. Humanoide. Con garras que parecían diseñadas para escarbar concreto.

Y ojos clavados en Donnie.

—Vaya… lo sabía. Ese olor. No eres como los demás… eres uno de los dulces.

Donnie se tenso, pero no se movió de su lugar.

Casey se puso al frente de inmediato.

Leo dio un paso firme, interponiéndose con katana en mano.

Pero fue Raph quien se lanzó primero.

—No lo mires. No lo huelas. No lo nombres.

El mutante sonrió. No le importaban las armas. Sus ojos solo veían a Donnie.

—¿Sabes cuántos Alfas matarían por un Omega mutante como tú?

Y entonces, el mundo explotó.

Leo embistió con rabia silenciosa.

Raph rugía mientras golpeaba sin piedad.

Mikey, más rápido de lo normal, se coló por detrás y le quebró una de las garras al enemigo.

Casey, temblando, se colocó frente a Donnie mientras este trataba de mantener la compostura.

Pero no podía.

El olor del mutante lo había hecho reaccionar. Y sus hermanos lo sabían. La manada entera lo sabía.

Eran cuatro contra uno.

Y nadie —nadie— iba a tocar a su Omega.

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El silencio que siguió al enfrentamiento fue más ruidoso que los golpes, las espadas y los gruñidos juntos.

Donnie no se movió del sitio. Aunque el enemigo había sido reducido, aunque todos lo rodeaban asegurándose de que estaba bien… él seguía inmóvil.

No por miedo.

Sino por frustración.

¿Por qué? ¿Por qué no reaccioné como debía?

Él era un guerrero. Había entrenado desde siempre. Su mente era afilada, sus movimientos certeros, su tecnología letal. No era débil. No era… vulnerable.

Y sin embargo, cuando ese mutante habló… cuando lo olfateó…

Su cuerpo titubeó.

—¿Estás bien? —La voz grave de Leo llegó suave, sin presionar.

Donnie no respondió de inmediato. Solo miraba el suelo. Había algo quebrándose por dentro y no sabía cómo verbalizarlo.

Cuando Leo se acercó, Donnie no lo miró. Ni siquiera lo oyó moverse. Solo sintió el calor que le cubrió el hombro cuando su hermano mayor se inclinó, acercándose lentamente hasta que su rostro quedó justo donde sus feromonas latían más fuertes: su cuello, sus glándulas.

No fue un gesto romántico. Fue instintivo. Protector. De manada.

Leo aspiró con suavidad, sin tocarlo, solo asegurándose de que su olor no hubiera cambiado de forma peligrosa.

Y Donnie cerró los ojos. No por gusto. Por pena.

—Me detuve —Susurró.

—Lo vi —Respondió Leo, directo pero sin juicio.

—No debería haberlo hecho. Yo también soy un guerrero.

—Y también eres un Omega —Leo apoyó la frente contra su hombro, una muestra de confianza que reservaba solo para momentos reales— No estás débil. Solo estás... vulnerable. Y eso no te hace menos fuerte, Don.

Donnie apretó los puños.

—¿Y si se acerca mi celo? ¿Y si por eso no reaccioné? ¿Qué pasa si en medio de una batalla... me desarmo?

Leo no respondió de inmediato. Solo lo sostuvo un poco más fuerte, su cuerpo Alfa cubriendo el suyo como una cúpula.

—Si tu celo está cerca, nos adaptamos. Si no puedes luchar, peleamos por ti. Como tú lo harías por nosotros si las posiciones fueran distintas.

—No quiero que me sobreprotejan.

—No lo haremos. Pero tampoco vamos a fingir que no sentimos cuando te estás apagando desde adentro. No vamos a ignorar tu aroma cuando duele, cuando te tiembla la voz. Eres nuestro hermano, Don. Omega o no, siempre vamos a estar con vos. En cada paso.

Donnie tragó saliva. Estaba acostumbrado a ser el cerebro, el escudo digital, el que planeaba, creaba y solucionaba. Pero no a sentir que necesitaba protección. No así. No tan... primitivo. Tan visceral.

—¿Y si me derrumbo?

—Entonces te levantamos.

Donnie no respondió. No podía. Pero el leve temblor de su cuerpo, el modo en que permitió que Leo lo abrazara más fuerte, sin huir, sin protestar… decía más que cualquier palabra.

Porque, en ese momento, sabía que el celo podía acercarse.

Y que no estaba solo.

---

El laboratorio de Donnie estaba sumido en un caos controlado. Entre parches hormonales, cápsulas de supresores, mantas revueltas y el eco de su respiración entrecortada, el Omega se sentía atrapado. No por las paredes… sino por su propio cuerpo.

Nada lo calmaba. Nada bastaba.

Hasta que la puerta se abrió y, como si su aroma supiera antes que su vista, Casey entró.

Donnie lo miró desde el borde de la cama, con los ojos cansados, y Casey frunció el ceño.

—¿Quieres que me vaya?

—No… —Respondió Donnie, suave, casi un susurro. Se sentía raro diciendo eso, vulnerable. Expuesto.

Casey se acercó, lentamente, sin presionar. Se detuvo cerca de la cama, con las manos abiertas, como si temiera asustarlo.

—Vi que los parches no ayudan. —Su voz era baja, áspera. Dudaba en hablar— Dime si es una locura, pero… he leído sobre marcas de olor. No son como una marca real. No son permanentes. Solo... ayudan a estabilizar al Omega si tiene buena conexión con el Alfa.

Donnie parpadeó. Casey, el humano terco y a veces ridículo, hablaba con una seriedad que jamás le había visto. Se tomó un momento… y asintió.

—¿Quieres hacerlo? —Preguntó Casey, más en serio que nunca.

—Sí.

—¿Seguro?

Donnie respiró hondo. El aroma de Casey ya lo rodeaba. Calmante. Cálido.

—Sí, estoy seguro.

—Una vez más, Don. ¿Estás completamente seguro?

El Omega asintió con más fuerza.

—Hazlo.

Casey se inclinó con sumo cuidado, colocando una rodilla en la cama mientras sus brazos se apoyaban a ambos lados de Donnie, sin tocarlo aún. Donnie, recostado, temblaba, pero no de miedo… sino de alivio.

Por fin.

—Voy a acercarme —Advirtió Casey, sus ojos clavados en los de él. Y fue en ese momento que Donnie lo notó: los ojos del humano se habían oscurecido, rojizos, como si algo instintivo, más animal que racional, se hubiera activado.

Cuando Casey bajó lentamente el rostro y su aliento tibio rozó su cuello, Donnie exhaló un suspiro tembloroso. Sentía el calor, la expectativa, la tensión.

Y entonces, lo sintió.

La lengua de Casey sobre su glándula.

Fue suave. Precisa. No lo mordió, no lo marcó, solo deslizó su lengua con el propósito de dejar su olor. Pero aún así, Donnie jadeó. Sus dedos se aferraron a la manta, sus piernas temblaron.

Y Casey soltó un gemido ronco al oírlo.

—Lo estás haciendo bien… —Susurró Donnie, entre suspiros.

Casey repitió el gesto, una vez más, solo un roce más prolongado. Pero esta vez, sus colmillos rozaron por accidente la piel del Omega. Y ese simple toque bastó para hacer que Donnie soltara un sonido bajo, quebrado, mezcla de necesidad y alivio.

Y fue entonces…

Que la puerta se abrió.

—¡Don, venimos a—

Leonardo se detuvo en seco. Raph lo siguió, con la ceja arqueada. Mikey dio un paso dentro y… congelación.

El aire se volvió denso.

Casey aún estaba sobre Donnie, su lengua apenas retirada del cuello, los ojos brillando, y el Omega debajo suyo, jadeando, envuelto en su olor y con la piel aún erizada por el contacto.

Mala. Escena.

Muy.

Mala.

Escena.

El silencio duró apenas tres segundos… hasta que Raphael crujió los nudillos.

—¿¡Qué carajo estás haciendo sobre nuestro hermano!? —Rugió, su voz más grave que nunca.

Casey se incorporó de golpe, las manos alzadas en señal de paz.

—¡No es lo que parece!

Leonardo lo fulminó con la mirada.

—¿Entonces qué es, Casey? ¿UNA SESIÓN DE TERAPIA CON LA LENGUA!?

Donnie se cubrió el rostro con ambas manos, deseando que el suelo se lo tragara. Literalmente.

Mikey se acercó, olfateando el aire.

—Huele a... marcado leve. ¿Casey? ¡¿Lo marcaste?!

—¡Solo con olor! ¡Nada más! ¡Lo ayudé a calmarse, lo juro!

Pero los tres Alfas ya estaban tensos, sus feromonas golpeando el ambiente como una tormenta inminente.

Casey tragó saliva. Muy fuerte. Porque, aunque no se arrepentía… sí sabía que estaba a segundos de morir.

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Las armas se alzaron al unísono. Leonardo había desenvainado sus katanas sin dudar. Raphael cargaba sus sais como si no le importara romper un humano en dos. Incluso Mikey, normalmente el más relajado, sostenía sus nunchakus con los nudillos blancos de la presión.

Casey retrocedió un paso, alzando ambas manos con la palma abierta, voz temblorosa pero firme.

—¡Ey, ey! ¡No hice nada malo! ¡Él me lo pidió!

—¡Claro! ¿Y también te pidió que lo dejaras jadeando debajo tuyo? —Bramó Raph, dando un paso más— ¡Te voy a destripar, Jones!

—¡Fue solo una marca de olor, para calmarlo! ¡Ni siquiera lo toqué como tal!

—Te vi con la boca en su cuello —Gruñó Leo con tono helado, amenazante— Eso es tocarlo.

Donnie, que seguía medio enterrado entre las mantas, con la cara aún sonrojada, se puso de pie con torpeza.

—¡Basta! ¡Déjenlo! ¡Yo le dije que podía hacerlo!

Pero sus palabras se perdieron entre el retumbar de pasos cuando sus hermanos se acercaron aún más, rodeando a Casey.

Entonces Donnie, sin pensar, estiró el brazo y tiró del hombro de Casey para apartarlo de su camino.

Y ahí fue cuando lo sintió.

El músculo firme bajo la chaqueta. El bulto del bíceps. La calidez del Alfa humano.

Su mano se quedó ahí unos segundos de más, y sin quererlo, su boca dijo lo que pensaba:

—…¿Estuviste haciendo ejercicio?

El silencio fue brutal.

Casey giró el rostro hacia él, ojos abiertos como platos, el caos aún detrás, pero su atención solo en el Omega.

—¿Qué?

Donnie parpadeó, visiblemente confundido por su propia pregunta.

—N-no es que… —Bajó la mirada, completamente sonrojado— Solo… te sientes más firme que antes.

Raph parpadeó.

Mikey dejó caer los nunchakus con un "¿Eh?"

Leo se quedó congelado con las katanas aún en alto.

—¿Don? —Musitó Leo, sin entender.

—¿Realmente es momento para eso? —Gimió Casey, todavía rodeado, pero más confundido que asustado ahora.

Donnie tragó saliva y se hizo a un lado, cruzándose de brazos con dignidad fingida.

—Solo lo dije porque es cierto. Ustedes tres podrían dejar de actuar como si él me hubiera atacado.

—¡Te estaba lamiendo el cuello! —Soltó Mikey, aún perplejo— ¿Cómo esperabas que reaccionáramos?

—¡Se lo pedí! ¡Yo estaba... vulnerable! Y él fue gentil. Y no se rió. Ni se asqueó. Y me ayudó. ¿Qué parte de eso les molesta más?

Leo bajó las katanas lentamente, sin quitarle la vista a Casey. Su voz fue grave, seria.

—Nos molesta que no nos dijeras lo mal que estabas. Que buscaras a alguien más antes que a nosotros.

Donnie frunció el ceño, dolido.

—¿Y qué? ¿Iban a encerrarme? ¿Hacer una montaña de mantas sobre mí y derramar sus feromonas hasta que me ahogara? Ya lo intentaron.

Raphael desvió la mirada, y Mikey hizo una mueca de culpa.

—No es lo mismo —Susurró Leo.

—No, no lo es —Respondió Donnie, con voz firme— Porque Casey me preguntó tres veces. Me escuchó. Y no me trató como algo roto.

La tensión bajó lentamente, como el vapor tras una pelea. Casey seguía petrificado, aunque ahora con un brillo en los ojos.

Donnie soltó un suspiro, y sin mirar a sus hermanos, volvió a tomar el brazo del humano.

—Ahora, si me disculpan… quiero descansar. Y Casey va a quedarse un rato más. Solo si quiere, claro.

Casey tragó saliva y asintió rápidamente.

—Sí. Claro. Lo que necesites, Don.

Donnie esbozó una sonrisita apenas visible.

—Y después me cuentas tu rutina de entrenamiento…

Los tres hermanos cruzaron miradas entre ellos. Estaban rabiando por dentro, pero sabían que forzar más las cosas podría hacer que su Omega se alejara.

Leonardo fue el primero en hablar.

—Estaremos en la sala, Donnie. Si ese Alfa humano hace algo más que... marcar con olor, nos vas a avisar.

—Sí, Leo.

—Y si te hace llorar, lo hacemos picadillo —Gruñó Raph.

—No pienso llorar —Respondió Donnie con orgullo.

Mikey suspiró resignado.

—Bien. Pero si se quedan dormidos juntos, quiero foto. Por… ciencia.

Donnie cerró la puerta tras ellos y se apoyó contra esta, exhalando profundamente.

—Bueno… eso fue terrible.

Casey lo miró, aún nervioso.

—¿Terrible por mi culpa?

—No. Terrible porque ahora van a espiarnos todo el tiempo —Hizo una pausa, luego añadió con voz más suave— Gracias por quedarte.

—Siempre.

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Casey observo por un momento al Omega.

—¿Quieres que… siga? —Preguntó Casey, su voz más grave, temblando apenas mientras sus ojos oscuros recorrían el rostro del Omega.

Donnie, recostado en la cama rodeado de mantas, lo observó en silencio unos segundos. Su respiración era tranquila, pero sus mejillas seguían cálidas, y su pequeña cola, sin poder evitarlo, se agitaba suavemente contra las sábanas. Casey tragó saliva. Era… demasiado adorable.

El Omega asintió con un pequeño gesto de cabeza.

—Sí… me calma.

No hizo falta más.

El Alfa se inclinó con reverencia, colocando nuevamente sus manos a los costados del cuerpo de Donnie, como si temiera tocarlo. Su lengua volvió a recorrer la curva del cuello donde ya había dejado la marca, rozando con suavidad las glándulas y provocando ese mismo suspiro agudo que se le había quedado grabado antes. Un sonido entre quejido y placer que lo hacía querer repetirlo una y otra vez.

Pero entonces ocurrió.

El movimiento suave de la cola de Donnie lo distrajo. Casey, sin pensar demasiado, llevó una mano hacia ella, curioso y encantado. Quería acariciarla, jugar un poco, ver si la ternura que sentía al verla moverse era real.

Lo que no esperaba fue la sacudida que recorrió el cuerpo del Omega apenas sus dedos tocaron la base de la cola.

—Ah…! —Donnie se arqueó instintivamente, sus feromonas estallaron como si se hubieran liberado de golpe, dulces, densas, adictivas.

Y Casey, torpe pero encantado, quiso repetirlo.

—Lo siento, no sabía que… —Susurró, pero no detuvo sus caricias— Es que te ves tan suave aquí…

Su mano bajó un poco más, sin pensar en nada más que en el calor y el sonido que provocaba, y cuando se dio cuenta, sus dedos estaban justo ahí, tocando una zona que ni siquiera él sabía que podía ser tan sensible. Uno de sus dedos se metió en dónde no debía.

El sonido que salió de Donnie fue algo glorioso, algo que se grabó en la mente del Alfa como su sonido favorito.

Y fue justo entonces.

—¡DONATELLO! —Se oyó desde la puerta.

¡BANG!

La puerta se abrió de golpe, y los tres hermanos, de nuevo, los encontraron.

Leo con sus espadas al instante, Mikey con cara de trauma, Raph directamente sin decir nada… solo avanzando.

—¡¿Casey? ¿Tus manos dónde están?! —Rugió Raphael, cruzando la habitación en tres pasos gigantes.

Casey solo pudo congelarse.

—¡No es lo que parece! Bueno… sí es lo que parece, pero no iba a pasar a más! ¡Se lo juro!

Donnie, completamente rojo, cubriéndose la cara con una almohada.

—¡¿Podrían dejar de irrumpir así?! ¡Alguien toque la maldita puerta alguna vez!

Leo estaba blanco.

—¿Le metiste los dedos…?

—¡¡NOOOOO!! ¡Fue sin querer! —Gritó Casey, con los brazos arriba como si la rendición pudiera salvarlo.

—¡¿SIN QUERER?! —Chilló Mikey— ¡¿CÓMO SE METE UNO EN ESA ZONA POR ACCIDENTE?!

—¡Yo solo quería tocar su colita!

—¡Eso no mejora la situación! —Gritó Raph.

Donnie se sentó bruscamente, ojos brillantes, voz más firme.

—¡Alto! ¡Yo le dejé! ¡Me ayudó! ¡Estoy más tranquilo, más estable… gracias a él!

Sus hermanos lo miraron sin saber cómo responder.

—No soy un niño. No soy frágil. Y si necesito que alguien me toque o me calme, y ese alguien es Casey, lo decidiré yo. No ustedes. Yo.

Leo guardó sus espadas con gesto lento, pero su mirada a Casey fue asesina.

—Un paso más en falso… y te corto los brazos.

—Me lo imaginaba —Susurró Casey, con voz tensa.

Mikey lo miró con un gesto de asombro.

—¿Por qué estás tan tranquilo?

—Porque… valió la pena —Miró a Donnie con una sonrisita torcida— Tiene los mejores sonidos del mundo. Y no me arrepiento.

Donnie gruñó.

—¡Cállate, tonto!

Pero su cola volvió a moverse rápidamente.

Y todos lo notaron.

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Apenas Donnie intentó recuperar el control de la situación, fue demasiado tarde.

Leo ya había mirado a Raph, y ese cruce de miradas bastó.

—¡Eh, no! ¡No, no, no! —Casey intentó retroceder, pero no tuvo tiempo.

Raph lo agarró por el cuello de la chaqueta con una fuerza que no dejaba lugar a protestas y lo arrastró sin miramientos hacia el pasillo, alejándolo de Donnie.

—¡Raph! ¡No es necesario—! —Protestó Donnie, aún con las mejillas encendidas, pero Leo le puso una mano en el hombro.

—Él va a estar bien. Es tú seguridad la que nos importa.

Casey forcejeó un poco, no porque creyera que podía ganar, sino porque necesitaba al menos hacer el intento de no parecer un idiota.

—¡No lo lastimé! ¡Él me dijo que sí! ¡Me dio permiso! ¡Lo juro!

Raph lo empujó contra la pared con un golpe seco, no violento, pero sí lleno de advertencia. Su rostro, grave.

—¿Y te pareció bien? ¿Meterle mano a un Omega en celo en medio de una casa llena de sus hermanos Alfas?

Casey tragó saliva.

—¡No estaba en celo! ¡Sólo…! Solo estaba tenso, y yo… quise ayudar.

—¿Ayudar con los dedos dentro de su…? —Murmuró Mikey desde atrás, tapándose la cara.

Leo apareció junto a ellos, más calmado, pero igual de firme.

—No se trata sólo de si dijo que sí. Se trata de si realmente entendiste lo que implicaba ese "sí".

Casey bajó la mirada.

—Yo… le pregunté. Tres veces. Y él acepto.

Raph resopló, frustrado.

—¿Sabés lo vulnerable que está un Omega cuando se siente así? ¿Sabés la presión química que tiene encima? ¿Las emociones, las reacciones que ni siquiera puede controlar?

—¡Por eso fue suave! ¡Fui cuidadoso!

—Pero lo tocaste en zonas que ni tu sabías que podían hacerle estallar en feromonas —Intervino Leo— Eso no es consentimiento informado, Casey. No si no sabés lo que estás provocando. Y mucho menos si él tampoco lo sabía.

Casey se quedó callado. No porque no tuviera nada que decir, sino porque por primera vez, entendía.

—…No quise aprovecharme.

Raph lo miró serio.

—No te estamos diciendo que lo hiciste. Pero queremos que entiendas la diferencia entre querer a alguien… y respetar lo que significa su cuerpo, su biología, su momento.

—Donnie es fuerte, pero no es invencible —Añadió Leo— Y nosotros tres estamos aquí para asegurarnos de que no tenga que enfrentar cosas solo. Ni siquiera si vienen de alguien en quien confía.

Hubo un silencio.

Casey bajó la cabeza, tocándose el puño con nerviosismo.

—Voy a aprender. No quiero herirlo… no quiero que piense que lo toqué por instinto nada más. Yo… yo lo quiero. Y no quiero hacerle daño.

Raph gruñó por lo bajo, pero le soltó la chaqueta.

—Entonces empieza por darle el espacio y el respeto que merece.

Leo asintió.

—Y si va a ser tu Omega algún día… más te vale que primero seas su mejor amigo. Su refugio. Su calma.

Casey asintió. Esta vez, más serio que nunca.

—Lo prometo.

 

---

Casey apenas logró dar con Donnie al día siguiente. No lo había visto salir del cuarto en horas, y ni siquiera April se animaba a entrar sin anunciarse.

Respiró hondo antes de golpear suavemente la puerta.

—¿Donnie?

No hubo respuesta. Casey apretó los labios, inseguro.

—Sé que probablemente no quieras verme… pero necesito disculparme. Lo de ayer, fue demasiado. Me dejé llevar y—

La puerta se abrió de golpe.

Donatello estaba ahí. Con la cara sonrojada, los ojos brillantes, y esa expresión seria pero suave que usaba cuando se sentía confundido.

—¿Por qué te estás disculpando?

Casey parpadeó.

—¿Eh? ¿Cómo que por qué? Toqué… de más tu cuerpo. Y por eso tus hermanos casi me matan.

Donnie ladeó la cabeza, mirándolo como si no comprendiera el drama.

—Te dije que sí.

—¡Sí, pero… no sabías lo que podía pasar! Yo tampoco. Fue imprudente. Me dejé llevar y pensé en lo bien que te sentías, lo que decías, y no pensé en lo demás. En vos.

El Omega lo observó en silencio un segundo más.

—Yo me sentí bien. No entiendo por qué te disculpás si fue mutuo y me gustó. Si algo me molestara, lo habría dicho, Casey.

Y sin previo aviso, lo tomó de la mano.

—Ven.

—¿A dónde—?

—A mi nido.

Casey se congeló.

El cuarto estaba más cálido que antes. Aromas suaves y envolventes salían del interior. Al fondo, una zona cubierta de mantas, telas sueltas, almohadas y objetos personales que Donnie había reunido como si estuviera organizando un refugio de paz. Había piezas de tecnología que le gustaban, una camiseta vieja de Casey que claramente había robado, y hasta un pequeño peluche viejo.

—¿Estás seguro? —Preguntó Casey con la voz ronca— Tu nido es… eso es sagrado para un Omega, ¿No?

Donnie solo asintió, con los ojos fijos en él.

—Lo es. Y quiero que estés adentro. No me importa si eres algo imprudente. Yo te elegí.

Casey tragó saliva. No se movía.

Donnie lo miró una vez más, esta vez con una intensidad suave pero firme.

—¿Vas a entrar o no?

Fue todo lo que necesitó. El Alfa se dejó arrastrar, gateando tras Donnie hacia el centro del nido. Una vez dentro, los aromas de Donnie lo envolvieron por completo. No quedaban rastros de sus hermanos. Solo estaban él, el Omega, y esa sensación de que ese lugar era ahora un mundo entero creado para dos.

Casey no dijo nada más. No podía. Solo miró a Donnie mientras este se recostaba contra su pecho y exhalaba profundamente, en paz.

Y por primera vez en mucho tiempo, Casey se sintió digno de estar ahí.

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Donnie se sentía tan seguro, tan protegido entre los brazos del Alfa, que no lo pensó dos veces antes de impulsarse hacia él y robarle un beso. Fue breve al principio, pero cargado de intención. Casey se quedó inmóvil, sorprendido por la iniciativa, sus manos levantadas en el aire sin saber dónde colocarse, hasta que sus instintos tomaron el control.

Sus dedos se deslizaron hacia la base de la cola de Donnie, acariciándola con suavidad, guiados por el mismo deseo que le aceleraba el corazón. Sintió cómo el Omega se estremecía bajo su toque. Instintivamente, sus manos volvieron a ese lugar sensible y oculto, justo debajo de la cola, donde sus dedos habían entrado una vez de manera inesperada.

—¿Puedo? —Murmuró Casey contra los labios de Donnie— ¿Puedo volver a tocarte ahí?

Donnie respiró hondo, su rostro ardiendo. Miró hacia la entrada del cuarto. Sus hermanos, por fin, dormían. El nido estaba tibio, perfumado, seguro. No habría interrupciones esta vez.

—Sí —Respondió con voz baja, algo temblorosa pero segura— Solo sigue tus instintos... hazme sentir bien.

Las manos de Casey temblaron un poco, no de miedo, sino de la emoción contenida. Comenzó a acariciarlo con más confianza, siempre atento a cada reacción. Sin embargo, no dejaba de preguntar.

—¿Está bien si te beso aquí?

—¿Puedo empujar un poco más mis dedos?

—¿Te molesta si te sostengo así?

—¿Quieres que entre más?

—¿Debo parar?

A Donnie le parecía un poco molesto escucharlo tanto —sobre todo en un momento tan íntimo—npero al mismo tiempo cada una de esas preguntas le arrancaba un suspiro de alivio. Casey lo cuidaba. Estaba pendiente de él, de cada gesto, de cada respiración.

Así que finalmente, sin esconder una sonrisa nerviosa y agradecida, el Omega colocó su mano sobre el pecho del Alfa, justo sobre su corazón acelerado.

—Tienes mi consentimiento, Casey. Todo tú... me haces sentir seguro.

Y con esas palabras, la atmósfera cambió por completo. Ya no había miedo, ni vergüenza. Solo un Alfa entregado a su Omega… y un Omega que por fin se sentía deseado por completo.

Los ojos de Casey brillaban de un rojo intenso, una mezcla de deseo, cuidado y algo que Donnie no supo identificar del todo... ¿posesividad, tal vez? Le gustaba verlos así. Le parecía fascinante cómo los Alfas podían cambiar de expresión tan rápido con solo una emoción fuerte. Y en ese momento, Casey parecía absolutamente rendido a él.

Donnie temblaba bajo su cuerpo, envuelto por sus brazos, por su aroma, por cada beso que Casey dejaba en su rostro, en su cuello, en sus hombros. Cada movimiento del Alfa provocaba un nuevo sonido desde el fondo de su pecho, uno que ni él mismo sabía que podía hacer.

—¿Estás bien? —Susurraba Casey entre cada respiración agitada— ¿Demasiado? ¿Quieres que pare?

Donnie solo podía negar con la cabeza, los ojos entrecerrados y los labios temblando. Y aún así, con todo ese cariño cubriéndolo, con todo ese calor rodeándolo, la duda le volvió a surgir desde lo más profundo de su corazón.

—¿Estás seguro...? —Murmuró con voz suave y quebrada— ¿De querer estar con un Omega como yo?

El cuerpo de Casey se detuvo un instante. Lo miró con los ojos rojos todavía brillando, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. Su respiración era pesada, agitada, pero sus palabras salieron claras, firmes.

—No vuelvas a preguntar algo así —Dijo en un tono bajo, casi ronco— Si no quisiera estar contigo, no estaría… contigo, así.

La frase era directa, algo brusca incluso, pero sincera. Donnie se quedó en silencio, procesando la respuesta mientras el Alfa volvía a moverse, con más cuidado esta vez, como si quisiera que cada gesto fuera una reafirmación de su deseo por él.

Los sonidos que salían del Omega eran dulces, vulnerables, y también peligrosamente adorables para un Alfa que luchaba por contenerse. Casey tenía que callarlo con besos, aunque fueran torpes o ansiosos, porque si sus hermanos despertaban y los encontraban así, no había fuerza humana que lo salvara de sus espadas, bastones o puños.

Pero no quería irse. No quería separarse de Donnie. Ni ahora, ni después.

Y Donnie... Donnie tampoco quería que se fuera.

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El nido improvisado estaba en silencio, bañado por la luz tenue del amanecer que se colaba por una rendija de la ventana. El aroma dulce y denso de Donnie ya no flotaba con la misma intensidad en el aire, disipándose lentamente después de tantas emociones compartidas. Ahora, lo que quedaba era un calor suave, acogedor… y un aroma mezclado, uno nuevo, que hablaba de unión, de cuidado y de confianza.

Ambos cuerpos estaban cubiertos por las mantas gruesas, entrelazados de manera casi natural. Donnie tenía la cabeza apoyada en el pecho de Casey, escuchando los latidos tranquilos del Alfa, y una de sus manos descansaba sobre el abdomen del humano, como si lo reclamara incluso dormido.

La ropa de Casey, arrugada y mal doblada, estaba tirada sobre el mueble más cercano. Una bota colgaba apenas del borde. Todo en esa habitación hablaba de un momento vivido con intensidad, pero también de ternura.

Casey fue el primero en abrir los ojos, sintiendo el peso cálido de Donnie aún dormido sobre él. No quiso moverse. No quería romper esa paz.

Pasó sus dedos por la espalda del Omega con cuidado, sin llegar a tocar su cola esta vez, solo acariciando su caparazón con los nudillos, como quien memoriza un tesoro. El Alfa no podía creer lo que había pasado… pero tampoco lo cambiaría por nada. Jamás.

Donnie se removió ligeramente, murmurando algo incomprensible. Sus párpados temblaron antes de abrirse lentamente.

—¿Qué hora es...? —Susurró con voz rasposa.

—Temprano aún —Respondió Casey con una sonrisa adormilada— No tienes que moverte… estoy bien así.

Donnie alzó la mirada hacia él, sus mejillas aún ligeramente sonrojadas. No dijo nada por un momento, solo se acomodó un poco más cerca, envolviéndose en su calor.

Pero entonces, el sonido de pasos acercándose por el pasillo los hizo congelarse.

Donnie lo sintió antes que Casey. El ritmo de los pasos, el peso... Raphael.

Y por la forma en que se detenía frente a la puerta, era evidente que su hermano había olido algo. Tal vez no el aroma fuerte de la noche anterior, pero sí lo suficiente para saber que Casey seguía allí… en su nido.

Donnie se tensó ligeramente, y Casey le tomó la mano por instinto, entrelazando sus dedos.

—¿Quieres que me esconda? —Susurró con una mueca divertida.

—No —Murmuró Donnie, mirándolo de reojo— No quiero que parezca que me avergüenzo de ti…

—¿Lo haces?

—No. Solo... tengo miedo de lo que dirán.

Los pasos se alejaron de nuevo, para su suerte.

—Entonces no digas nada —Susurró Casey, bajando el rostro hasta su frente— Solo quédate aquí conmigo. Al menos un rato más.

Y así, entre feromonas débiles, calor compartido y miedo contenido, ambos volvieron a cerrar los ojos. Porque a pesar de todo, en ese rincón secreto del nido, todo se sentía bien.

Donnie suspiró, aún recostado sobre el pecho de Casey, pero sin dejar de observar de reojo hacia la puerta.

—Deberías vestirte —Murmuró, con voz suave, aunque un poco resignada— A menos que quieras tener más problemas de los que ya tienes con mis hermanos…

Casey gruñó en voz baja, sin moverse.

—¿Y si me quedo así? A lo mejor entienden el mensaje… —Bromeó.

Donnie levantó la cabeza y lo miró con una ceja arqueada.

—El mensaje que recibirán será: “hay que golpear al humano con fuerza”.

—Tú y tus hermanos tienen una manera muy violenta de mostrar afecto —Rió Casey mientras se sentaba lentamente, cubriéndose con las mantas por un segundo antes de estirarse hacia el mueble.

Se levantó con cuidado, sintiendo aún el peso agradable del cuerpo de Donnie en su piel. El Omega se acomodó de lado, mirando cómo el Alfa comenzaba a vestirse, con lentitud y los ojos algo hinchados de sueño.

—¿Tú estás bien? —Preguntó Casey mientras se abrochaba la camisa a la mitad— ¿No te duele nada?

—Estoy bien —Respondió Donnie, su voz más baja, más introspectiva.

—¿Seguro? —Insistió Casey, acercándose a darle un beso rápido en la frente— Puedo prepararte algo… o traer agua, no sé, lo que necesites.

Donnie soltó una risa breve, pero genuina.

—Relájate, Alfa. No soy de cristal.

Casey se quedó en silencio por un segundo, observándolo.

—Es solo que… tú vales mucho, ¿Sabes? Y no me importa si tienes caparazón, si eres un mutante o si a tus hermanos les caigo mal. Me gustas tú. Todo tú.

Donnie desvió la mirada, claramente tocado por las palabras.

—No digas cosas como esa tan temprano… —Murmuró— Podrías hacerme querer arrastrarte de nuevo a mi nido.

Casey sonrió de oreja a oreja, pero justo en ese instante, se escuchó una voz grave desde el pasillo:

—¡Donnie! ¿Ya estás despierto? —Era Leonardo.

Los dos se congelaron.

—Maldita sea —Susurró Casey mientras se apresuraba a ponerse las botas al revés.

Donnie se tapó con las mantas, fingiendo dormir.

—Entra si quieres morir —Gritó con voz adormilada, pero clara.

Del otro lado de la puerta, hubo silencio.

—...ok, volveré más tarde —Dijo Leo, evidentemente incómodo, y sus pasos se alejaron rápidamente.

Casey soltó una carcajada muda y se dejó caer sentado al borde de la cama, su chaqueta en las manos.

—¿Siempre son así?

—Tú no tienes idea —Dijo Donnie, acercándose para abrazarlo por detrás— Pero si quieres seguir aquí… tendrás que acostumbrarte.

Casey giró un poco la cabeza y lo miró.

—Entonces, me quedo. Aunque probablemente me golpeen más veces que las que me digas que me quieres.

—Mmm… eso es muy probable —Rió Donnie, antes de darle otro beso fugaz en el cuello.

El día apenas comenzaba, pero entre el nido, advertencias fraternales y besos robados, algo era seguro: Casey estaba dispuesto a quedarse, sin importar lo difícil que fuera el camino.

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Casey apenas había logrado ponerse la primera bota cuando la puerta se abrió de golpe. Ni un toque, ni una advertencia. Raph cruzó el umbral con el ceño fruncido, los ojos inyectados en rojo y los colmillos apretados como si se contuviera de lanzarse directo al cuello del Alfa.

El aroma lo había dicho todo. No necesitaba ver más para saber qué había ocurrido durante la noche.

Casey se quedó quieto, en medio del cuarto, con la bota aún mal abrochada y las manos suspendidas como si se rindiera antes de comenzar.

—Raph… —Musitó, intentando sonar calmado, casi como si pudiese explicarlo, aunque sabía que no había palabras que pudieran hacer justicia al momento.

Pero Raph no le habló a él.

Caminó con paso firme hasta la cama, su energía vibrando con cada paso, y se inclinó hacia Donnie, que seguía medio cubierto por las mantas, sus ojos apenas abiertos, aún adormilados.

Raph no dijo nada. Solo extendió su mano grande, cálida, y la colocó con suavidad en el rostro de su hermano.

—¿Estás bien, Donnie? —Preguntó al fin, con la voz grave y baja, cargada de emoción contenida.

Donnie tardó un segundo en reaccionar, pero luego cerró los ojos y enterró su rostro en la mano de Raph, frotándose contra ella como un gato cansado. A Raph se le aflojaron un poco los hombros. Sus colmillos aún estaban tensos, pero su hermano no lo estaba rechazando. Al contrario.

—Estoy bien… —Susurró Donnie.

Raph asintió, tragando saliva con dificultad. Le dolía en el alma aceptar lo que había pasado, pero más le dolería ver a su hermano sufrir por culpa de alguien. Y al menos ahora, Donnie no parecía estar sufriendo.

El Alfa giró su cabeza lentamente hacia Casey, que seguía de pie, sin atreverse a moverse demasiado.

—No te voy a matar por lo que pasó aquí… —Dijo Raph con tono seco— Pero si vuelves a tocarlo sin que él te lo pida, te juro que nadie va a encontrar tu cuerpo.

Casey asintió, sin intentar justificarse.

—Lo sé… y está bien. Haré todo lo que sea necesario para demostrar que no quiero dañarlo.

Raph se quedó observándolo un largo rato, sus ojos rojos brillando como brasas, hasta que finalmente se apartó un poco del Omega, dejando su mano sobre la cabeza de Donnie como si fuera un escudo silencioso.

—Por ahora… quédate. Pero si escucho que lo haces llorar nada va a poder salvarte.

Casey soltó una risa nerviosa, más por tensión que por diversión.

—Tomado en cuenta… señor.

Donnie se encogió un poco en su cama, escondiendo una sonrisa apenas visible mientras volvía a rodearse con las mantas.

Raph se dio media vuelta sin decir nada más, y antes de salir, se detuvo un segundo en la puerta.

—Y consigue ropa nueva, humano. No quiero ver tus pantalones tirados otra vez en el mueble del cuarto de mi hermano.

Cerró la puerta detrás de él, esta vez sin golpearla.

Casey se dejó caer sentado, exhalando como si hubiese sobrevivido a una explosión.

—Eso fue… ¿Lo más cerca a una bendición posible? —Preguntó, girándose hacia Donnie.

—Con Raph, sí—Donnie estiró un brazo desde las mantas y lo jaló de nuevo a la cama— Ahora duerme. Hoy ya tuviste demasiada suerte para estar aún entero.

Casey se dejó caer con gusto, está vez vestido aunque solo sea con sus pantalones, riéndose por lo bajo mientras se acomodaba a su lado, envolviendo al Omega con el brazo y sintiendo el aroma ya más calmado de su cuerpo.

—Voy a necesitar más suerte si Leo aparece otra vez… —Susurró, cerrando los ojos.

—Entonces más te vale no roncar —Replicó Donnie.

Ambos rieron en voz baja, y la habitación volvió a llenarse de esa quietud suave y tibia que solo tienen los amaneceres compartidos en confianza.

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La habitación se había calmado, el sol ya estaba colándose entre las rendijas del escondite y Donnie se había vuelto a enroscar contra Casey, su respiración tranquila, su cuerpo relajado. Casey lo observaba con una sonrisa suave, acariciándole el costado con la yema de los dedos, como si aún no creyera del todo que le habían permitido quedarse.

Donnie murmuraba cosas entre sueños y Casey bajaba para besarle la frente, la mejilla, la línea del cuello marcada aún por su olor.

—No puedo creer que me dejaras tocarte así —Susurró, y Donnie, aunque medio dormido, soltó una pequeña risa nasal.

—Y yo no puedo creer que aún no te hayan partido la cara…

Casey sonrió más, deslizando su nariz por el cuello del Omega. Iba a decir algo más, cuando de repente escucharon el leve rechinar de la puerta.

Ambos se quedaron quietos.

Y ahí estaba.

Leonardo.

Erguido, serio, la mirada helada como una tormenta silenciosa. No hizo falta que dijera nada. Sus ojos recorrieron la habitación: el desorden, las botas de Casey a medio poner, la ropa tirada con descuido sobre el mueble, el aroma espeso y evidente que aún flotaba en el aire.

Sus ojos se clavaron en los de Casey. Inamovibles.

—…Oh no —Susurró Casey.

Leo entrecerró los ojos.

—¿Tienen idea de lo obvio que es todo esto?

Donnie se enderezó un poco, la manta resbalando por su torso. El Omega no intentó mentir. Solo lo miró con cierta culpa y miedo.

Leo soltó un suspiro largo y hondo, como si estuviera contando hasta diez en su cabeza para no gritar.

—¿Raph ya te dejó vivir? —Le preguntó a Casey sin apartar la mirada.

—…Por poco margen, sí.

—Entonces supongo que me toca a mí ahora decidir si vuelves a salir por esa puerta caminando o arrastrándote.

—¡Leo! —Donnie alzó un poco más la voz, firme, y se sentó con el cuerpo parcialmente cubierto— No fue solo él. Fui yo también. No quiero que lo sigan viendo como si fuera el único que tomó una decisión.

Leo bajó la mirada hacia su hermano, y en sus ojos brilló algo más allá de la frustración. Era miedo. Miedo por él.

—No me importa a quién le pertenecen las decisiones. Me importa que estés bien. Que no te usen. Que no te hieran —Su voz se volvió más baja— Que no te dejen después.

Donnie bajó los ojos, pero Casey fue quien habló ahora, sin perderle la mirada al líder.

—No voy a dejarlo, Leo. No fue algo casual. No fue un impulso y no pienso huir ahora que lo tengo.

Leo lo observó en silencio, escaneándolo como un depredador que medía si su presa decía la verdad.

—Más te vale. Porque si lo haces… no importa si estás en el otro lado del mundo, te voy a encontrar.

—Lo sé —Dijo Casey sin quejarse, aceptando cada palabra como si fuera un juramento.

Leo miró una vez más a Donnie, su expresión suavizándose apenas, y entonces caminó hacia él. Tal como lo había hecho Raph, extendió la mano y tocó su cabeza con cariño, bajando la voz.

—Cuando quieras hablar… o si necesitas algo… sabes que estoy aquí, ¿sí?

Donnie asintió, respirando hondo al sentir ese contacto tan familiar.

Leo se giró hacia la puerta.

—Cinco minutos más. Después quiero verlos a los dos vestidos, desayunando… y comportándose.

—Gracias por no matarme —Murmuró Casey.

—No me agradezcas todavía —Replicó Leo antes de cerrar la puerta con calma.

El silencio volvió.

—¿Tus hermanos… siempre dan tanto miedo? —Preguntó Casey, hundiéndose en la manta.

Donnie soltó una carcajada corta.

—Tú tuviste suerte. Esa fue su versión tranquila.

Casey se quedó quieto un segundo.

—Quiero mucho a tu familia… pero de verdad me estoy replanteando tener hijos.

Donnie rió más fuerte, tirando de él para acurrucarse de nuevo.

—Idiota. Vístete ya antes de que vuelva y te vea aún medio desnudo.

—Sí, señor —Respondió Casey, dejándose besar una vez más antes de comenzar a buscar el resto de su ropa.

Chapter 11: 11

Notes:

Bueno...espero que la hayan pasado bien leyendo, porque ahora es cuando le doy sentido al nombre de la historia.

Disfruten mucho este capítulo ♥️

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Una vez Casey terminó de ponerse las botas y recogió su chaqueta del suelo, Donnie se aseguró de arreglar un poco el nido improvisado, ocultando cualquier evidencia demasiado obvia del caos nocturno. Aun así, el aroma del Alfa seguía pegado a su piel como una segunda capa, reconfortante, pero también delatador.

—¿Listo? —Preguntó Donnie, dándole una última mirada al Alfa que parecía más nervioso que antes de entrar a su cuarto.

—No sé si listo… pero si me muero, quiero que me entierren contigo —Bromeó Casey, aunque su sonrisa temblaba un poco.

Donnie lo empujó suavemente con el hombro, y salieron al pasillo. El ambiente en el escondite era más tranquilo ahora, el aroma del desayuno empezaba a colarse desde la cocina.

Al llegar, encontraron a Mikey preparando algo en la estufa, tarareando alegremente como si no supiera nada… aunque su mirada rápida a Casey y la sonrisa pícara que le dirigió lo delataron.

Raph estaba sentado con los brazos cruzados, observando con atención y un trozo de pan a medio comer. Leo, como siempre, era imposible de leer mientras servía café.

—Buenos días —Saludó Donnie, con una voz lo suficientemente normal como para que pareciera que todo estaba bien. Casey solo levantó una mano a modo de saludo, evitando miradas directas.

Mikey fue el primero en romper el hielo.

—¡Buen día, parejita! —Canturreó sin voltear, pero claramente ya los había olido desde lejos— ¿Durmieron bien? ¿O… no durmieron?

Donnie gimió bajo y se sentó en la mesa tapándose el rostro. Casey solo levantó una mano en modo saludo, sin saber si reír o correr.

—Mikey.

—¿Qué? Estoy siendo amable —Dijo con una risa traviesa mientras dejaba los platos en la mesa.

Raph estaba sentado al fondo, masticando lentamente, con una ceja arqueada y mirada fija en Casey. No dijo nada… pero su silencio hablaba demasiado.

Leo llegó unos segundos después con su taza de café. Se detuvo justo en la entrada al ver a Casey junto a Donnie, se frotó la frente y luego se sentó y con voz serena, pero no sin una advertencia oculta hablo:

—Siéntense. Coman. Hoy será un día largo.

Raph gruñó por lo bajo, sin dejar de observar a Casey.

Mikey se acercó con un plato de hotcakes.

—Aquí tienes, Don. Triple porción. Necesitas energía después de… ya sabes. Todo eso.

—¡Mikey! —Donnie gruñó, con el rostro completamente rojo.

—¿Qué? ¿Estoy mintiendo? Además, se nota —Miró a Casey de reojo— Literalmente lo marcas hasta el alma, bro.

—¡No fue para tanto…! —Dijo Casey, aunque todos sabían que sí lo había sido.

—Más te vale que le sigas respondiendo como hasta ahora—Gruño Raph.

Leo simplemente sorbía su café con un suspiro largo y cansado.

Donnie comía en silencio, pero aunque le costaba mirarlos a los ojos, no dejaba de sonreír bajito. Por primera vez en mucho tiempo se sentía completamente cómodo con su piel, su olor, y el Alfa que tenía a su lado.

Estaba marcado. Y lo sabía.

Y no le molestaba en lo absoluto.

El Alfa humano tomó asiento junto a Donnie, manteniendo una postura respetuosa, casi rígida, como si sentarse en esa mesa fuera el examen final de su vida. Donnie, en cambio, parecía mucho más relajado ahora que sabía que, al menos por esa mañana, su familia no lo iba a separar del Alfa que había elegido.

Mientras comían en silencio, Casey notó cómo Donnie deslizaba su pie bajo la mesa para rozar el suyo. Era un gesto pequeño, pero cálido, como si le recordara que todo estaba bien. Que había valido la pena.

Y aunque la tensión aún se podía cortar con un cuchillo, Casey supo que estaba empezando a ser aceptado. O al menos, tolerado.

Para él, eso ya era suficiente.

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Han pasado dos largos años. El tiempo se ha deslizado entre las tortugas, cada una con sus propias batallas y desafíos. La vida, aunque sigue su curso, nunca fue igual desde la desaparición de Casey. El equipo sigue unido, pero algo falta. Y es un vacío que no solo sienten, sino que también, sin saberlo, cada uno de ellos lo lleva consigo. Especialmente Donnie.

En ese tiempo, el Omega se ha fortalecido. Su intelecto sigue intacto, pero una sombra permanece sobre él. Los recuerdos de Casey, de cómo se fue sin previo aviso, se han grabado a fuego en su mente. No hay día en que no lo haya extrañado, en que no haya sentido el dolor de su ausencia.

Ahora, mientras las tortugas y April están en una misión fuera de la ciudad, algo sale mal. Un plan cuidadosamente planeado se desvanece en caos cuando un grupo de enemigos aparece de la nada, con la intención de acabar con ellos. Donnie se encuentra atrapado, rodeado, sin ninguna salida clara. Los golpes se sienten más fuertes, y su mente comienza a nublarse. Todo parece un sueño, un mal sueño.

Entonces, una figura aparece de entre las sombras. Un golpe, un crujido, y uno de los enemigos vuela por los aires. Donnie, atónito, alza la vista para ver a su salvador.

Es él. Casey. Lo reconocería fácilmente.

Pero no es el mismo Casey.

El cambio es inmediato y evidente. Sus cicatrices son las primeras en llamar la atención. En su cuello, una larga cortada cicatrizada que va hasta su clavícula. En sus brazos, marcas de batallas pasadas. Unas en su pecho, que no pueden disimularse. Y aunque su rostro sigue siendo familiar, el aire alrededor de él es diferente. Sus ojos, ahora más rojos que antes, brillan con un resplandor que denota poder, y sus colmillos son más prominentes, como si los años lo hubieran moldeado en algo más. Algo más Alfa.

Donnie, aún confundido, se esfuerza por ponerse de pie, con una mezcla de preocupación y resentimiento ardiendo en su pecho. Los otros enemigos huyen, no pueden competir con la fuerza de Casey. Los golpes rápidos y certeros del Alfa dejan claro que este regreso no es solo físico, sino también mental. Casey ha cambiado, ha evolucionado. Ya no es ese chico escuálido que se fue, ahora se ha convertido en el Alfa que siempre fue, pero que nadie esperaba ver de esta forma.

—Casey...— Donnie apenas puede pronunciar su nombre, la emoción y el dolor entremezclados.

Sus ojos se encuentran, y algo en el aire entre ellos se tensa. La sensación es inconfundible, el peso de los dos años de separación, el dolor de la ausencia, y la esperanza rota.

—Lo siento, Donnie. No podía regresar sin haber terminado lo que empecé. No podía volver sin... ser alguien que pudiera protegerte— La voz de Casey es grave, profunda, casi rasposa.

Donnie nota cómo su aroma ha cambiado también, ahora más intenso, olía a otros Omegas. Algo que no puede evitar sentir.

Donnie frunce el ceño, sin poder evitarlo.

—Hueles a otros Omegas...

Casey se tensa por un momento, pero no se aparta.

—Tuve que hacer cualquier cosa para sobrevivir, Donnie. Estuve... fuera, lejos de ti, de todos ustedes. Fueron dos años sin saber si volvería, y durante todo ese tiempo solo pensaba en ti. Lo juro.

Donnie da un paso atrás, su mirada se desvía. Algo en él arde, una chispa de celos, un dolor antiguo que nunca se había ido. No sabe si quiere acercarse a él o golpearlo. ¿Por qué ahora, después de todo lo que pasó?

—Estuve... solo— Susurra Donnie, su voz quebrándose por el dolor— Y ahora, después de dos años sin noticias, el Alfa que comenzaba a amar vuelve y... ¿Y huele a otros Omegas?

Casey no responde de inmediato. Se acerca lentamente, sin querer forzar nada, pero sus ojos no dejan de observar a Donnie.

—No lo entendí en ese momento, pero lo que más quería era regresar a ti. Cada día que pasaba, solo pensaba en cómo volver a estar contigo.

Las palabras no son suficientes para calmar la tormenta dentro de Donnie, pero algo en la sinceridad de Casey lo hace titubear. No sabe si debe confiar, si debe dejar que la esperanza lo lleve otra vez. Siente el peso de los dos años de distancia, la incomodidad de los aromas mezclados, pero también la necesidad de estar cerca de él, de sentir esa conexión que una vez compartieron.

—¿Cómo... cómo voy a creer en ti ahora?— Donnie pregunta en voz baja, como si las palabras dolieran más que el golpe de un enemigo.

Casey no retrocede. En su lugar, se agacha hasta quedar al nivel de Donnie, sus ojos reflejando todo el dolor que ha pasado.

—Solo... déjame demostrarte que todo lo que hice fue para regresar a tu lado. No quería que te doliera, no quería que sufrieras. Lo siento mucho, Donnie.

Por primera vez en mucho tiempo, Donnie siente un atisbo de esperanza, aunque no completamente convencido. El aroma de Casey, aunque marcado por otros, sigue siendo familiar. Y a pesar de todo el dolor, no puede evitar sentir que parte de él sigue perteneciendo a ese Alfa que una vez fue suyo. Pero todavía hay algo en él que no puede soltar: la sensación de abandono, el miedo de que la historia se repita.

—Te… te extrañé— Susurra Donnie, más para sí mismo que para Casey.

En ese momento, cuando las palabras se pierden en el aire, Casey se acerca, con una mano temblorosa, casi con miedo de que Donnie lo rechace. Pero el Omega no retrocede. Aunque su corazón late con fuerza, sus ojos se cierran por un instante, dejándose envolver por la cercanía. Hay demasiadas cosas no dichas, demasiados años perdidos, pero por un momento, Donnie decide dejarse llevar por el deseo de sentir la calidez de Casey cerca de él.

—Solo... no te vayas otra vez— Murmura Donnie, mientras los dos se quedan en silencio, observándose el uno al otro, sabiendo que el camino por recorrer no será fácil, pero con la esperanza de que puedan reconstruir lo que una vez fue suyo.

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Mientras Casey y Donnie compartían ese momento íntimo, algo delicado, casi sagrado entre ellos, un susurro de sentimientos callados que emergían después de años de ausencia, no estaban tan solos como creían.

Desde unos metros más atrás, en la entrada a la vieja fábrica donde había ocurrido el enfrentamiento, Leo, Raph, Mikey y April los observaban en silencio. Nadie decía nada. Todos estaban entre incómodos, impactados… y algo fascinados.

Casey se veía irreconocible. Era más alto que antes, más fuerte, su presencia mucho más dominante. Sus hombros anchos, la forma en que se movía, incluso su manera de mirar a Donnie: todo en él gritaba Alfa maduro y peligroso. Mikey tragó saliva y murmuró casi sin querer:

—¿Ese es Casey?... ¿Nuestro Casey?

—Ya no es un enclenque —bromeó April con una sonrisa nerviosa, observando los músculos marcados que apenas el traje podía disimular— Ahora sí parece un Alfa de verdad… y uno de los buenos.

—Es más alto que yo… —gruñó Raph, entre celoso y desconcertado.

Leo, en cambio, no decía nada. Sus ojos estaban fijos en la interacción. Aunque sabía que era un momento privado, no podía evitar analizar cada movimiento, cada mirada. No solo por la seguridad de Donnie, sino porque algo en el ambiente había cambiado… algo que no le gustaba del todo.

En medio del reencuentro, Casey, con su frente apoyada suavemente en la de Donnie, sintió un estremecimiento recorrerle la espalda como una descarga eléctrica. Era tenue, pero inconfundible: el aroma de Donnie lo envolvió por un instante, y fue como si su cuerpo respondiera por instinto.

Sus colmillos picaron. Su piel se tensó. Su corazón dio un salto inesperado.

Donnie… olía a otros Alfas.

No a Leo. No a Raph. No a Mikey. Ni siquiera a April.

Otros.

La ráfaga de celos fue inmediata. Breve, pero intensa. Sus manos temblaron un poco mientras las tenía cerca del Omega. Su respiración se volvió más pesada. Quiso no notarlo. Quiso que fuera una ilusión. Pero el Alfa que llevaba dentro no se equivocaba.

Donnie alzó la mirada, notando ese cambio sutil en la expresión de Casey. Una sombra cruzó sus ojos.

—¿Qué pasa? —preguntó en voz baja.

Casey ladeó apenas el rostro. No quería decirlo. No en voz alta. No ahora.

Pero Donnie lo entendió.

—No preguntes —dijo simplemente, bajando la mirada— No digas nada… por favor.

El silencio se hizo espeso por unos segundos.

Casey asintió con lentitud, sin dejar de mirarlo. Su orgullo quería gritar, reclamar, exigir saber quién lo había tocado. Pero su corazón… solo quería que Donnie estuviera bien. Que aún lo aceptara. Que aún lo sintiera suyo.

Y sin decir palabra, se limitó a apoyar suavemente su frente en la de Donnie de nuevo, cerrando los ojos para respirarlo mejor… para intentar reconocerlo en medio de esos aromas desconocidos.

Desde la distancia, Mikey se volteó hacia los demás y susurró:

—Creo que esto se va a poner intenso.

—Muy intenso —agregó Raph, entrecerrando los ojos.

April cruzó los brazos, murmurando para sí:

—Esto apenas comienza.

Un rato después.

—¡Técnicamente no es su culpa! —soltó Mikey apenas se sentaron todos en el rincón más tranquilo del refugio, alrededor de una mesa vieja y desordenada con cajas de suministros.

El silencio que había rodeado a Donnie y Casey se rompió de golpe. Todos se giraron a ver al más joven de los hermanos, quien hablaba mientras intentaba abrir una caja de cereales con una tijera oxidada.

—¿De qué hablas? —preguntó Leo, frunciendo el ceño con su tono serio de siempre.

Mikey levantó las manos en señal de defensa.

—¡Del tema del olor! ¡El de los Alfas! Casey no debería enojarse con Donnie, ¡el pobre tuvo que pasar sus celos sin nadie cerca! —dijo con voz clara, sin notar la tensión en el ambiente— Ya saben cómo funciona eso… sin un Alfa, un Omega puede ponerse muy mal. Algunos hasta…

—…hasta mueren del dolor —completó April en voz baja, mirando de reojo a Donnie, que bajó la vista con incomodidad.

Raph dejó escapar un suspiro y se cruzó de brazos. Leo solo apretó la mandíbula. Mikey, dándose cuenta un poco tarde de que quizás habló de más, agregó con una risita nerviosa:

—O sea… yo solo decía lo obvio… no lo hice con mala intención.

Casey no decía nada.

Tenía los ojos clavados en la mesa. Su mandíbula estaba tensa, sus colmillos presionaban ligeramente sus labios, y sus dedos se apretaban entre sí con fuerza bajo la mesa. Su respiración era pareja… demasiado pareja. Como si estuviera luchando por mantener la calma.

Porque sí, Mikey tenía razón.

No tenía derecho a reclamarle nada a Donnie.

Había desaparecido. No por elección, pero lo hizo. No estuvo allí cuando Donnie más lo necesitaba. No fue él quien calmó sus celos. Y por otro lado, él también había pasado noches acompañado… a veces por necesidad, a veces por tristeza, por la soledad.

Pero ahora que estaba allí, que volvía a sentirlo, su Alfa interior no aceptaba ninguna justificación.

“Alguien más lo tocó.”

“Alguien más lo hizo gemir.”

“Su aroma se mezcló con otros.”

El gruñido bajo que escapó de su garganta fue más fuerte de lo que planeó. Todos en la mesa lo escucharon. Incluso Donnie, que levantó los ojos de golpe, atrapando la mirada intensa y dolida de Casey.

—Casey… —murmuró, pero el Alfa negó con la cabeza.

—Lo sé —respondió en voz baja— Sé que no fue tu culpa. Sé que no debería… sentir esto.

Leo lo observaba con atención. Estaba a punto de intervenir, pero Raph se le adelantó:

—Si te sirve de algo, nosotros también nos ofrecimos a ayudarlo con nuestras feromonas al menos. Pero Donnie no quiso que ninguno de nosotros lo ayudara —dijo en tono neutral, mirando a su hermano menor con una mezcla de respeto y tristeza.

Donnie se encogió de hombros.

—No podía… no era lo mismo.

Casey tragó saliva. Su pecho dolía de solo imaginarlo. Quería conocer a esos Alfas. No para discutir, no para pelear. Solo quería verlos a los ojos. Que supieran que Donnie ya no los necesitaba. Que él había vuelto. Que su Omega era suyo, aunque tuvieran que empezar desde cero.

Y aunque no tenía el derecho, aunque no debía exigirle nada a Donnie… su instinto lo empujaba a una sola necesidad:

Marcar su territorio.

Notes:

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Gracias por leer, si les esta gustando la historia, son libres de votar y comentar si gustan.

Me gustaría saber que les parece.

Hasta pronto 🤍