Chapter 1: De como comenzó el viaje de una chica
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¡Maldición!...¡Maldición!¡Maldición!¡Maldito sea el Padre y el Guerrero!¡Malditos sean los siete malditos dioses de la maldita estrella de siete puntas! - sollozó encolerizada la muchacha. Lágrimas de rabia y de dolor se deslizaban por su rostro. Apenas ayer se había enterado de la muerte del príncipe Daemon en aquel miserable pueblucho entre las montañas.
El príncipe pícaro había tenido razón. Ocultar un dragón entre las despobladas elevaciones y cumbres de las Tierras del Valle no era una tarea muy complicada. El hecho de haber encontrado una caverna capaz de contener el tamaño de su dragón también ayudaba. Su apariencia común y poco llamativa que le permitía pasar fácilmente por una viajera cuando se mezclaba con la población local y desaparecer antes de que hicieran preguntas importantes como: ¿Qué hacía viajando una mujer sola? Una vez más agradeció haber nacido con el pelo negro y los ojos marrones en vez de los hermosos rasgos valyrios que su madre esperaba. Con todo esto y su piel cetrina nadie pensaría que por sus venas corría la Sangre del Dragón.
Durante la Cosecha de Semillas se le había permitido participar, aunque la mayoría no creía realmente que un dragón se doblegaría bajo su yugo. Fue el príncipe Jacaerys el que clamó que la Sangre del Dragón podía correr tan fuerte por sus venas como por las de cualquiera y fue el mismo príncipe el primero en sonreírle orgulloso cuando ella logró alzar vuelo con el Ladrón de Ovejas.
Pero prefería no pensar en eso y empañar uno de sus mejores recuerdos con el dolor de la pérdida del bienamado heredero. Era la pérdida de otro príncipe, tan admirado como vilipendiado, lo que la traía aquí.
Apenas se enteró del feroz combate y legendaria batalla contra Aemond el Matasangre decidió volver al Ojo de los Dioses. Atravesó en plena noche la Bahía de los Cangrejos y utilizó el camuflaje natural de su dragón para esconderlo entre los arbustos y matorrales que abundan tanto en las Tierras de los Ríos. Podrían llamar feo a el Ladrón de Ovejas pero que no se diga que el color barro no lo ayudaba a esconderse bien.
Ahora, preguntará dónde preguntará a los aldeanos de la rivera del lago, la respuesta era la misma. Tanto Aemond como Vaghar se habían hundido en lo profundo de las aguas, Caraxes había logrado llegar a la orilla para luego fallecer. Pero del cuerpo del rey consorte no se sabía nada.
Tuvo que contenerse para no ponerse a berrear como una niña. Conocía al príncipe Daemon hacía menos de un año pero le había hecho falta toda una vida. Cuando logró domar a su bestia la mayoría lució sorprendidos. El príncipe Daemon le envió una mirada diferente. Como si viera algo que los demás no. Ella había tratado de mantenerse alejada de él. No importa cuánto soñará con el encuentro, era mejor dejar los sueños en paz para que no se rompan. Poco sabía ella que los hombres como Daemon Targaryen no era de los hombres que se limitarían a ignorar y olvidar ¿Y eso hacía donde los llevó?
El rey consorte la llevó junto a él a Poza de la Doncella. Le enseñó a vestirse, a sentarse y a cepillarse el pelo como una dama. Le regaló un espejo de plata y un peine fino. Ortiga lo estudiaba recelosamente. Siempre era sospechoso cuando un hombre trataba así a una mujer joven. Pero eso no lo detuvo. Daemon le habló de sus hijos, los que tuvo con la reina, los que tuvo con su segunda esposa e incluso de los que no llevaban su sangre. Le habló de sus hijas, de la calmada Rhaena y la feroz Baela que tanto se parecía a él. Y la miro con ojos que se lamentaban de muchas cosas y le dijo:
Cuando ganemos esta guerra tu también llevarás mi apellido.
No se dijo nada más. Ortiga sabía que él sabía y se aferró desesperadamente a él. Cada mañana y cada tarde Daemon la llevaba a volar en sus dragones y le enseñaba todo lo que sabía sobre ellos. Le hablaba sobre la vieja Valyria, sobre los Señores del Dragón, sobre los Targaryen y sus tradiciones. Ella lo escuchó con ojos soñadores. Con un miedo inextinguible a que se esfumará la ilusión.
Más pronto que tarde llegaron las letras que marcaban la terminación de todos los deseos que Ortiga había albergado en lo profundo de su corazón, aquellos que escondía para que no los conociera nadie. Vio como la carta le robaba la felicidad del rostro al príncipe Canalla y dudosa preguntó que decía la nota:"palabras de una reina, obra de una puta". Los pecados de Daemon llamaban a su puerta. Venían a cobrar el precio de sus errores que eran demasiados.
He confiado en la persona equivocada y esta se ha dado vuelta para traicionarme. Perdóname niña pero se acabó el juego. - los latidos de Ortiga se detuvieron por una respiración - Mañana temprano partirás. Busca refugio entre las montañas del Valle de Arryn. Yo me enfrentaré a mi sobrino solo. Si sobrevivo iré por ti. Reconocerías a Caraxes en cualquier lugar. Si no lo hago... pues ya he vivido suficiente. Al menos eliminaré la mayor amenaza para los míos. Y también pagará por la vida de Luke - su voz pareció quebrarse al final.
No diga eso. - respondió veloz - Podemos derrotarlo juntos. La experiencia que me falta la compensará el tamaño de mi dragón y...
¡Niña! - interrumpió - Vaghar es la reina de las bestias. La montura de la mismísima reina Visenya. Una muerte segura para la mayoría. Ya he perdido demasiados hijos en esta guerra - alzó su rostro afligido para besar su frente -, no perderé a otro, no importa cuán recién la halla conocido.
Ortiga lloró, rogó, amenazó, pero el hombre al que nunca pudo llamar padre no cedió. Temprano en la mañana la ayudó a ensillar su dragón y la despidió. El grito del Anfíptero Sangriento cuando ella ascendió a los cielos con el Ladrón de Ovejas con el rostro nublado por el llanto fue tan fuerte que hizo añicos todas las ventanas del castillo y pareció rebanar algo dentro de su pecho. Ambos sabían que esto era una despedida.
Lo había conocido por menos de seis lunas y ya lo había perdido para siempre y por alguna razón el hecho de que no hubiera un cuerpo para despedir lw quemaba el alma. Todos los Targaryen desde la Maldición habían ardido en puras siguiendo las costumbres Valyrias, encendidas por los mismos dragones.
Somos la sangre del dragón - dijo él -, tiene sentido que ellos nos den nuestro último adiós.
Ortiga se había prometido que le daría un funeral digno. Tal vez no tenía el derecho de ser llamada su hija pero sería su bestia quien convirtiera sus restos en cenizas. Ahora, ese deseo parecía cada vez más difícil de cumplir. No importa cuánto recorriera las orillas del Ojo de los Dioses o cuanto preguntará a los lugareños. El cadáver del príncipe Canalla no aparecía.
Tal vez sea mejor así - susurró la voz en su cabeza -, mejor recordarlo como era en vida. Un guerrero hábil y atrevido, apuesto aún a sus 50 años, de pelo plateado y ojos violetas. Un hombre que la miraba con suavidad y orgullo. Mejor así que encontrar un cuerpo hinchado y comido por gusanos.
Pero ella no podía rendirse todavía. Una parte de ella se aferraba a la esperanza cada ve más insignificante de que estuviera vivo. ¿Qué le quedaban sino sueños? El deseo de pertenecer era algo con lo que había crecido. Estúpido y tonto para una niña de las calles. Su propia madre la odiaba. No tenía los cabellos plateados con los que tal vez le hubiera podido reclamar algo a su padre ni tenía la belleza Valyria para ser vendida a un burdel. Una niña fea y hambrienta, que soñaba con historias de princesas montando dragones de la otra supuesta mitad de su familia, mientras moría de inanición en una pequeña choza junto a su abuela. Había visto volar los dragones desde lejos. Los había admirado. Había soñado en cruzar el cielo montada en uno a la vez que juraba que no sería como su madre. Ladrona sí, porque el hambre te empuja a hacer cosas horribles, pero nunca puta, jamás puta.
Los sueños tontos de los niños mueren, pero estos se aferraron a ella tanto como ella se aferró a sobrevivir. Cuando estalló la guerra y la Reina Negra llamó a las Semillas sus sueños despertaron con un rugido atronador. Era su oportunidad, el cielo estaba a su alcance. Y cuando se acercó a el Ladrón de Ovejas lo sintió. Una llamada en sus venas. Estaba destinado a ser su montura. Feo como ella, desconfiado y receloso como ella. Tuvo que mostrarle que no le haría daño, por estúpido que parezca, que podía confiar en ella en vez de acercarse a él con miedo o exigir obediencia. Supo el instante preciso en el que se forjó el vínculo. No fue solo montarlo y que obedeciera, lo sintió en su alma. El fuego, el hambre, la incertidumbre ante su situación, la alegría de extender las alas y surcar el aire. Y entonces un príncipe Targaryen puso sus ojos en ella. Cuando en otra ocasión habría pasado desapercibida. Un rostro común entre personas comunes. Montar un dragón cambiaba la perspectiva.
Cuando estuvieron a solas él la miro a los ojos y la llamó hija. Le prometió que tendría su nombre y le comenzó a enseñar todo lo que él creía que debía saber. Ortiga abrazó la idea con todas sus fuerzas. Pensó que veces los sueños sí se hacen realidad. Luego, de un plumazo y una carta, se empezó a resquebrajar el sueño.
Miró hacia el maldito lago en el que diez veces más maldito Aemond le había destrozado el futuro de una familia. Y vio allí, entre las aguas revueltas, la Isla de Rostros. Todos sabían de ella, embrujada o sagrada, era menos evitarla. Y también podía ser la última opción de Ortiga de encontrar a su padre.
El vuelo de su dragón cerró rápidamente la distancia. El viento estaba quieto y al posarse en tierra todo estaba en silencio. Respiró profundamente antes de avanzar cautelosamente. Aquí existía la orden de hombres que realizó un pacto con los Niños, o eso decía la leyenda. Pero solo veía árboles a su alrededor. Blancos, de hojas rojas y rostro perturbador tallado en ellos. Juró ver un destello de algo verde que avanzaba en la distancia.
¡Espera! - gritó y comenzó a correr antes de que desapareciera.
Ramas y arbustos parecieron interponerse en su camino. Cuando llegó al lugar solo encontró las raíces retorcidas de un gigantesco arciano. Comenzó a rodear lo solo para detenerse. Justo frente a ella estaba un montón de tierra apilada de la que sobresalía levemente un listón de tela roja. La locura la consumió. Se lanzó al suelo y comenzó a escarbar con sus manos desnudas. Piedras y raíces lendesgarraron los dedos. Nada la detuvo. Necesitaba ver si estaba ahí.
No supo cuánto tiempo escarbó infructuosamente la tierra, lo suficiente para estar dentro de un hoyo con solo un trapo desgarrado y húmedo y su propia sangre mezclada entre la tierra y las raíces.
¡Dejame regresar! - gritó al vacío - ¡Déjame volver a antes de que las cosas no tuvieran solución!
Volver antes, antes de que los tíos asesinaran a sus sobrinos, antes de la guerra y el fuego y de que danzaran los dragones.
Déjame salvarlo - murmuró ya sin fuerzas solo para de pronto sentirse observada. Ante ella el rostro del arciano se encontraba llorando, lágrimas rojas caían por su corteza y Ortiga se llenó de aprehensión. ¿Qué estaba haciendo acá? El aire se sintió pesado. La sensación de ser vigilada aumentó y el sentido de que se enfrentaba a algo diferente, algo viejo.
Tengo que salir de aquí - masculló. ¿Pero dónde? Luego recordó, su padre tenía más hijos. Una hija legítima se hallaba sola en Rocadragon. Había escuchado que las cosas no iban bien en Desembarco para la reina Rhaenyra. Puede ser que Baela no le creyera, quien querría a una huérfana marrón y bastarda de hermana. Pero su dragon haría la diferencia. Y tal vez, solo tal vez, pudiera proteger la débil conexión que le quedaba con su padre.
Cuando se encaminó a el Ladrón de Ovejas se dio cuenta de algo extraño. Ni un solo ruido interrumpía la Isla de Rostros. Nada, ni el graznido de los conocidos cuervos que poblaban la Isla. Se quedó quieta en espera de un peligro o depredador. Nada, luego un trino de su dragón y comenzó a caminar hacia él. El sonido de la lluvia sobre el agua comenzó tan pronto como alcanzó su montura. Un vistazo a la noche estrellada la hizo fruncir el ceño. Ni una nube. Solo pudo sacudir extrañada la cabeza.
Tomando la dirección hacia el este, el Ladrón de Ovejas pareció entender que regresaban al hogar y apresuró el vuelo. La luna llena iluminaba los campos lo que le facilitaba la visión. En otra ocasión dudaría en cruzar la bahía del Aguas Negras en plena oscuridad pero el inusitado fulgor le dio confianza. Fue un grave error.
La tormenta salió de la nada. Rayos y truenos convirtieron un vuelo tranquilo en una cacofonía de luz y color.
Esto no puede ser normal - pensó -, en un momento no hay nada y luego una tormenta de mil demonios.
Los vientos arremetían con fuerza. La lluvia la empapaba. Pero su principal preocupación eran los relámpagos y encontrar la condenada isla entre tanta oscuridad. De pronto lo vio, o no. Entre los destellos que rompían las olas se apreciaba una negra quietud. Solo podía ser tierra. El Ladrón de Ovejas no necesitaba indicaciones. Ya fuera el instinto de supervivencia o el conocimiento de la seguridad que ofrecían las cavernas de Rocadragon, su dragón descendió hasta posarse en una caverna. La Isla alojada en pleno Gaznate se sentía como seguridad y vivir aquí a lo largo de un siglo le reforzó esto en la mente de su bestia, razonó Ortiga. Empapada y con frío decidió despojarse de la ropa húmeda y acurrucarse contra el calor de su montura. No era lo más aconsejable pero no tenía ni las fuerzas ni las ganas para descender al castillo. Mañana lo haría, después de todo, un par de horas no harían ninguna diferencia.
Chapter 2: Un príncipe solitario
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La subida de Monte Dragón era empinada. Pero él tenía que hacer esto y tenía que hacerlo solo. Todos lo consideraban lo suficiente mayor para casarse, excepto tal vez su madre. Aunque su negativa estuviera más bien relacionada con su elección de novia. A Maegor tampoco le gustaba mucho la idea de casarse con una Hightower. Sabía que eran unos pomposos adoradores de la Fé con ínfulas de superioridad. Eso lo sabía todo el mundo, no se lo tenía que decir su madre. Aunque esta última también los llamó trepadores sociales, escaladores oportunistas y muchas otras cosas. Mamá estaba realmente enojada con la boda.
Ella hubiera preferido una Baratheon, aunque Orys y su hijo al parecer no daban niñas. Una Velaryon como la novia de Aenys también servía pero su padre no quería ofrecer el matrimonio de sus dos hijos a la misma Casa. La opción ideal era la nena de su hermano. Maegor pateó una roca. Su madre se lo dijo. La primera elección para el matrimonio de un Targaryen siempre sería su hermana. Y si como él, no tenían, se recurría a una prima, una tía o una sobrina. La princesa Rhaena y él unirían los dos linajes del Conquistador, nacidos de cada una de sus esposas. Pero Alyssa se había negado, lloriqueando según su mamá. Y Aenys había seguido a su esposa. Luego el Septon Supremo habló en contra de su unión y ofreció a su sobrina y antes de que cambiará la luna Maegor estaba comprometido.
Pateó otra roca en el camino. No entendía la negativa de su hermano a comprometerlo con su sobrina. Ella y él eran dignos el uno del otro, la sangre de la Vieja Valyria. Ella podría ser reina y el su consorte, como dijo su madre. ¿Estaban preocupados de que Maegor quisiera casarse pronto con la niña? Él no lo haría. No quería estar casado todavía. Además de que él sabía esperar. Paciencia y disciplina eran las dos normas fundamentales que le inculcó su madre, nada por debajo de eso sería aceptable. Lo cierto es que Maegor pensó que si se casaba con Rhaena, estaría más cerca de Aenys. Tal vez él lo llevaría a pasear en Azogue. Lo había visto cuando volvía a Desembarco del Rey haciendo piruetas en el cielo, antes de que Maegor regresará a Rocadragon. A él le gustaría volar con su medio hermano. Lucía divertido. Pero no podía pedírselo. Rogar estaba por debajo de un hijo del Conquistador como le recordaba su madre. Suspiro profundamente mientras seguía subiendo. Aenys parecía disfrutar con su dragón. No era lo mismo con Vaghar. Las pocas veces que había montado en ella su madre había guiado sus vuelos para que fueran rápidos y eficientes y nada más. Y también estaba Balerion, el Terror Negro, el dragón más grande, impresionante e imponente de todos, se habría conformado con volar en él. Jamás la había montado. Su padre estaba muy ocupado y tenía cosas más importantes que hacer que llevarlo a un paseo. Se preguntó si su padre habría llevado a Aenys en sus lomos.
De seguro. - se le escaparon las palabras. Aenys era el heredero y se mantenía de forma constante al lado del rey.
Pensar en el Terror Negro lo llevó de vuelta a su misión. Él era fuerte y no le molestaba la carga en su morral. Aún así, el peso era un recordatorio presente de su fracaso. Recordó que una vez había preguntado porque su hermano tenía un dragón y él no. No sabía cómo, pero su padre se había enterado y le había mandado un huevo con su madre. Al menos gracias a eso sabía, que aunque no lo visitaba mucho, su padre si estaba al tanto de él.
La perfecta combinación de tu padre y mía para tu cría, príncipe. - había dicho su madre con una suavidad rara en ella. Maegor había abrazado el huevo, lo cargó consigo, se aseguró de que siempre ardiera el carbón de su nido y todavía no tenía un dragón. Así que se había propuesto devolver el huevo a donde pertenecía.
Acercándose a una gruta Maegor se preparó para dejar el huevo cerca de una zona caliente. Y era casi un hombre y se casaría pronto. El huevo era piedra y no eclosionaría. Lo mejor era dejar atrás los sueños infantiles. Pero dejar el huevo, su huevo, como correspondía en las frías bóvedas de Rocadragon no le gustaba. Su madre lo llamaría tonto si supiera lo que estaba haciendo. No le importaba. Él se había aferrado al huevo por años, tenía derecho a decidir que hacer con él. Aunque lo haría callado. Muy callado.
Doblando un recodo de la gruta lo sorprendió la vista de una espalda desnuda. La espalda bronceada de una chica con muy poca ropa. Estaba de espaldas a él y por un instante pensó que era una criada buscando su favor. Su madre le advirtió de esto. Cuando creciera las mujeres buscarían dormir con él a cambio de oro y regalos. O peor, podrían tener un niño bastardo suyo. Esto no era aceptable. De las pocas veces que habló con su padre este le advirtió contra los bastardos.
No son malvados - le dijo -, no somos ándalos para creer en esas estupideces. Pero hay magia en nuestra sangre y es mejor no dejarla correr libre.
Le pareció algo muy lógico. Lo que no era lógico era que una criada estuviera casi desnuda acá arriba. Ninguna sabía que iba a subir la montaña. Los campesinos también preferían mantenerse alejados de las guaridas de las bestias, no vaya a ser que fueran devorados. Solo quedaba una respuesta: era una ladrona de huevos.
¡Qué crees que estás haciendo! - rugió enojado. La muchacha brinco en su lugar para enfrentarlo. Por un momento pareció tensa. Luego le echó una mirada y se relajó. Más bien pareció sonreírle.
Bueno, hola niño bonito. Que susto me has dado. - recitó alegre mientras sostenía el pecho alrededor de su corazón de forma burlona. Esto encendió la furia de Maegor y decidió tomar su espada para enseñarle una lección, solo para notar horrorizado que su cinturón estaba vacío. Recordó que había pulido a Hermana Oscura antes de salir y cuando agarró el huevo la dejó en su habitación. Se encogió por dentro con una mueca. Si la reina Visenya se enteraba de esto el castigo sería brutal.
¡Oye precioso!¿Estas bien? Pusiste una cara graciosa. - Maegor la miró insultado - No me mires así. Fuiste tú el que me asustó a mí. ¿Qué haces por acá?¿Eres una semilla?¿Estas buscando un dragón?
Maegor se quedó boquiabierto. ¿Semilla?¿Se refería a los bastardos con sangre de dragón?¿Acaso era tonta? Todos los dragones vivos tenían un jinete, vincularse con uno era imposible.
No soy un bastardo - replicó.
¿Un Velaryon? No me suena tu cara y eso que tienes una bastante bonita. Si te hubiera visto antes de seguro me acordaría de ti. - respondió ella mientras comenzaba a estirarse sin pudor alguno. Maegor sintió que el calor le subía al rostro e intentó desviar la vista.
¡Vístete!¿Es que acaso no conoces la decencia? - solo llevaba un paño envuelto alrededor de sus pechos y unas calzas negras con un cinturón enorme, casi una faja, por lo que los ojos de Maegor se seguían desviando hacia su escote, su barriga expuesta y sus tobillos. Inaceptable. Maegor se enojó con él mismo.
Ya, ya, entendí. Listo. Estoy cubierta. - se había echado encima una capa de terciopelo marrón que lucía demasiado cara para una plebeya - Si vienes a buscar al Fantasma Gris no creo que esté por acá.
¿Fantasma Gris?¿Hablaba de un dragón? Debió notar la duda en su rostro porque de inmediato palideció - No buscarás al Caníbal ¿Verdad? ¡¿Estas loco?!
No - la chica obviamente tenía problemas. Tal vez su familia la abandonó en este lugar para que sucumbiera. La gente pobre no podía hacerse cargo de familiares enfermos y muchas veces los abandonaban. Tal vez pensaron que ser comida por un dragón sería menos doloroso que morir lentamente de hambre si la dejaban sola. Seguía siendo cruel - ¿Tú familia te abandonó acá?
¿Qué?¡No! Solo me estaba guarneciendo en este lugar luego de la tormenta de anoche. - dijo mientras señalaba las otras prendas de ropa que colgaban todavía húmedas de algunas piedras en la cueva. Se quedó extrañado. Anoche los cielos se mantuvieron limpios y cuando él subió la pendiente no había rastro de lluvia.
Un movimiento cerca de su indumentaria captó su atención. Una pared de barro seco pareció moverse, solo para notar que esta era solamente parte del ala extendida de un dragón desconocido. La bestia se desenroscó presentándose ante él, impactando lo con su tamaño. Superaba en enormidad a Vaghar y lucía muy diferente a los dragones que conocía. En vez de la corona de cuernos que presentaban tanto Balerion, Vaghar e incluso Azogue, este animal tenía un aspecto más bien espinoso, lleno de púas que parecían descender por su cuello en vez de las elegantes crestas de otros dragones. Como si su aspecto extraño no lo hiciera destacar y lo marcará como separado del resto de los dragones Targaryen, su amplia envergadura lo señalaba como un dragón adulto desconocido. No sabía de dónde había salido aunque era obvio que no pertenecía a Rocadragon, no existía registro de otro animal además de los que ya eran montados por su familia. El dragón lo miró desinteresadamente y los latidos del corazón de Maegor se aceleraron. Esta era su oportunidad de convertirse en jinete.
Rȳbās - lanzó con voz firme. El dragón concentró sus ojos dorados en él, siendo el foco de toda su atención - Dohaerās
Por un instante, el mundo pareció detenerse. Luego la bestia enloqueció. Rugidos atronadores salieron de su garganta. Sacudió la cabeza en todas direcciones mientras exhalaba volutas de humo y fuego. Los gritos de la muchacha se escuchaban pero no podía distinguir lo que decían. El dragón se sacudió una última vez antes de parecer recuperar el control de su cuerpo. Luego lució sumamente agresivo contra él. Comenzó a abrir sus fauces encendidas y Maegor supo que el final estaba cerca. No le dio tiempo de sentir miedo cuando un empujón lo envió al suelo.
¡No!¡Daor!¡No!¡Kelis! - la voz de la chica extraña trató de sonar firme y calmado, aunque todavía se escuchaba cargada de ansiedad. - ¡Lykirī! Lykirī mi amor.
No supo cómo reaccionar. Se quedó paralizado unos instantes, aunque no sabría decir si fueron largos o cortos. Cuando se atrevió a alzar el rostro, sin levantarse del suelo, observó como un sinuoso cuello serpentina cruzaba por encima de él. Lanzó un vistazo hacia atrás para encontrar a la niña abrazando el costado de la cabeza de la fiera y besando la mientras el bicho emitía los gemidos más lastimeros que podía lanzar un animal de su potencia. Un temblor incontrolable se apoderó de su cuerpo y unas cuantas respiraciones profundas no sirvieron para nada.
¡¿Que demonios crees que hacías maldito bastardo?! - regañó la mujer. La bestia ya controlada retrocedió permitiendo que ella lo ayudará a levantarse del piso. Solo estaba impresionado, se dijo a sí mismo, un príncipe Targaryen no siente miedo. Los temblores seguían sin desaparecer - ¿Me estás escuchando condenado mocoso?
Ignoró el insulto para concentrarse en detalles más importantes. El dragón había escuchado a la niña. Fijándose en él notó la silla de montar sobre sus lomos. Luego volvió la vista hacia la mujer que tenía cerca. El inmenso cinturón que llevaba estaba lleno de enganches que debían servir de sujeciones para las cadenas de la montura de la bestia.
Eres la jinete - afirmó.
-¿Ahora lo notas?¿No se te ocurrió que el dragón estaba muy calmado con gente dentro de su cueva?
No lo pensé - sintió que su rostro se calentaba y el tic en su labio se desató.
-Por supuesto que no lo pensaste. ¿Cómo se te ocurre intentar domar a un dragón vinculado?
No sabía que estaba vinculado - respondió.
¿Cómo no lo vas a saber?¡Todos en la maldita Rocadragon saben que lo domé! - Maegor permaneció callado con la esperanza de que ella revelará más información. Dudaba mucho que nadie en el castillo supiera siquiera que ella existía. Su madre controlaba férreamente la información en la Isla, pero la historia de una nueva Señora del Dragón a lomos de una bestia desconocida sería irrefrenable. - ¿De dónde carajos te sacaron los Velaryon que no sabes nada?
-No soy un Velaryon.
Tienes rasgos Valyrios pero no eres una semilla ni un Velaryon. ¿Entonces quién mierda eres? - dejó la respuesta en el aire para ver si la niña llegaba a la única conclusión posible. Ella siguió mirándolo con una ceja interrogante.
-Targaryen.
La carcajada más que enfurecerlo lo desconcertó. ¿Qué resultaba tan divertido?
Secándose las lágrimas de la risa ella replicó - Todos los Targaryen que conozco tienen dragón.
A él le parecía imposible que ella conociera a muchos Targaryen porque de seguro ninguno la conocía a ella.
Espera... ¿Eres un Verde? - replicó alarmada. El desconcierto se debió mostrar en sus ojos y enseguida continuó su diatriba - No, no. Los mestizos de Hightower también todos tienen dragones. - ¿Mestizos de Hightower?¿Acaso hablaba de los hijos que tendría con Ceryse? - Déjame pasar lista. Aegon con Fuegosolar, Haelena con Fuegoensueño, Aemond con Vaghar, - esto último le quitó el aliento - Daeron con Tessarion, Jaehaera y Jaehaerys - se le salió una mueca - con Shrykos y Morghul. No, el único Targaryen de los verdes sin dragón es Maelor y es demasiado joven para que seas tú.
El mundo de Maegor giraba a su alrededor. Ella acababa de nombrar a un grupo de Targaryen y dragones desconocidos, y para aumentar su confusión, parecían ser sus hijos - ¿Porque los llamas los Verdes?
Esto tenía cada vez menos sentido. ¿Como es que sus hijos se estaban peleando por el trono?¿Que pasó con Aenys y sus hijos? Si los Verdes eran sus hijos con su novia Hightower, como es posible que tuviera un hijo con otra mujer. ¿Una bastarda?¿Porque una bastarda tendría más derecho al trono que los hijos de Ceryse? La ultima pregunta se le escapó en voz alta como solía pasar de vez en cuando. Su madre lo reprendió por esto. Un príncipe no debía desperdiciar palabras y menos aún dejar escapar ideas al azar. - ¿Bastarda? Que llamen bastardos a los hijos de la reina es suficiente insultó para que también llamen así a la hija del rey Viserys. ¿Y quién demonios es Ceryse?
Así que los niños no eran los suyos. Le surgió otra duda - ¿Por qué llaman los Verdes bastardos a los hijos de la Reina?
Ella actuó como si fuera una pregunta un tanto complicada - Los hijos de la reina Rhaenyra Targaryen con Ser Laenor Velaryon no heredaron rasgos Valyrios. Eran muchachos fuertes y apuestos, pero son fornidos, de pelo negro y ojos marrones. Aunque eso no importa, la Casa Velaryon los reconoce como sus nietos. Aunque algunos Verdes insinúan que son bastardos de la Espada Juramentada de la reina, Harwin Strong. Pero es mentira, todos los huevos colocados en la cuna de todos los niños eclosionaron. Eso significa que la sangre del dragón corre fuerte por sus venas ¿verdad?
Maegor solo pudo asentir, que niños con rasgos no Valyrios lograrán lo que él no podía y siendo bebés le resquemaba un poco - ¿Y tú de quien eres?
Pareció incomoda - Soy una bastarda, no importa de quien sea.
-¡¿Le dieron un dragón a una bastarda?!
No me lo dieron, el Ladrón de Ovejas era un dragón salvaje y yo lo dome - ante la duda en su faz continuó -. La reina Rhaenyra llamó a las Semillas del Dragón a luchar por su bando. A los que lograrán montar a un dragón y lucharán par ella les entregaría títulos y tierras. Yo personalmente me conformaría con el dragón aunque si ella quiere ofrecer más... - suspiró profundamente - Lo cierto es que la Reina se decepcionó conmigo de seguro.
¿Por qué estaría decepcionada contigo? Espera, ¿tu bestia se llama el Ladrón de Ovejas o es su título? - hace años que no hablaba tanto pero necesitaba saber más. Ya fuera que la muchacha estuviera loca o no, tenía un dragón y uno del que no había registros. Él sabía todo sobre dragones, era su obsesión. Y su mundo de fantasía parecía complejo y coherente.
Bueno, no creo que mi dragón tenga nombre. Todos en el pueblo simplemente lo llamamos así porque ya sabes, roba ovejas - dudo por un momento antes de continuar -. Y la razón por la que estaba decepcionada de mi es sencilla. Mira me.
Le echó un buen vistazo. Piel morena, cabello negro rebelde y unos limpios ojos marrones. Ni demasiado alta ni demasiado baja aunque si algo delgada y una prominente cicatriz que de un lado a otro de la nariz. Además de una pronunciación un tanto chistosa no había nada en ella que destacará, exceptuando su dragón claro esta.
- No veo a que te refieres.
Ella dudó - La reina le ofreció a las Semillas títulos y tierras. Aunque quizás esperaba que si hubieran mujeres tuvieran bonitos rasgos Valyrios para, ya sabes, ofrecerlas en matrimonio a sus señores. - frunció el ceño - Lo que me parece estúpido. Si tengo que luchar tu guerra como lo haría un hombre entonces premiame igual que a ellos. La idea de que me vendan a un lord gordo y mimado que me trate como menos por no ser bonita o ser bastarda, mientras él anda engendrando bastardos por ahí, no me motivará a pelear por ti. Aunque bueno, ya llegaremos ahí cuando acabe la guerra.
Siempre puedes hacer que tu dragón se coma a tu lord gordo - pesé a decirlo bastante en serio, ella pareció encantada con la idea.
- Tú si que eres inteligente, niño bonito.
No me llames así - le incomodaba un poco.
Bueno, ya se alzó el sol. Es hora de bajar al castillo. Deseame suerte. La reina Rhaenyra me acusó de traición y de brujería y esta pidiendo mi cabeza - él la miró asombrado -. No me mires así, no hice nada de eso. Para empezar me acusaron de brujería porque al parecer, no luzco como si tuviera algo de sangre Targaryen, por lo que tuve que usar magia para domar a mi dragón, - se burló - si fuera bruja nunca habría tenido que robar para vivir.
Las Semillas no tienen porque lucir como Valyrios puros - respondió él - y más si tienen una padre con sangre diferente - mencionó pensando que tal vez sus hijos con Ceryse no tuvieran del todo Targaryen.
Ella asintió - La reina también me acusó de seducir con brujería a su tío-marido o como quiera que lo llamen ustedes. Para empezar, ni siquiera tocaría al príncipe Daemon. Él era todo lo que podía esperar de él y más. Podría haber cometido crímenes horribles a los ojos de muchos, pero era noble, leal y dispuesto a hacer cualquier cosa que fuera necesaria por las personas que llamaba suya - terminó con ojos tristes - cuanto me habría encantado quedarme a su lado.
Lo amabas - concluyó él. Ella asintió y se frotó el pecho.
Lo amaba pero no así, nunca así - termino ella como si alguien le hubiera robado la energía del cuerpo -. No era mi amante, nunca podríamos tener esa relación.
Era tu padre - pareció sorprendida ante su afirmación. No parecía molestarle la endogamia de los Targaryen y había una sola cosa tabú dentro de esta. La respuesta era lógica.
Bueno, dejemos de desperdiciar tiempo. Bajaré a la guarnición del castillo y le presentaré mi lealtad a lady Baela, la legítima hija del príncipe Daemon. Tal vez ella convenza a su madrastra de que yo de su lado hago más bien que mal. ¿Quieres que te lleve?
¿Tú padre esta casado con la Reina Rhaenyra? - aunque la idea de bajar en dragón le atraía, sabía que se armaría un escándalo. Él necesitaba hacer tiempo. Puede que no fuera tan inteligente como la chica afirmaba pero entendía que tenía entre sus manos una carta de triunfo que era mejor guardar para ser usada en su mejor momento. La persona que sabría explotar todo su potencial no era otra que su madre.
Sí, además era su tío ya que era hermano del rey Viserys. Y los padres de ambos eran los hermanos esposos Alyssa y Baelon, que a su vez eran hijos del Viejo rey Jaehaerys y la Bondadosa reina Alysanne, que eran hijos del rey Aenys y nietos de Aegon el Conquistador - pareció orgullosa del conocimiento -, puedo ser analfabeta pero también se cosas - pronunció mientras sonreía.
En todo lo que él puso pensar es que al final, la esposa de su hermano le puso a una de sus hijas un nombre no tan valyrio pero que venía de ella. Su madre tenía razón, Alyssa Velaryon parecía tener pensamientos muy altos sobre ella misma.
- ¿Y que pasó con tu padre?
- Realmente no prestas atención a nada, murió luchando contra Aemond el Matasangre en una épica batalla de dragones sobre el Ojo de los Dioses. Me gustaría incinerar su cuerpo según la tradición pero no aparece por ningún lado.
La pelea entre dos dragones le dio la idea.
¿No crees que luego de un combate tan brutal entre dragones la gente no se asustaría si te vieran llegar volando al castillo?¿Y más si saben que estás enemistada con la reina? - ella asintió renuentemente.
No sería mejor si yo bajará y hablará con alguien realmente importante para que venga a verte y verifique tus intenciones - ella pareció dudar -. Si te preocupa una trampa, te recuerdo que tienes un dragón. Podrías tanto enfrentarnos como escapar en caso de traición - explicó y ella asintió.
Maegor no esperó, se lanzó a la carrera. No sabía como pero estaba seguro que esto sería la clave para muchas cosas buenas para el futuro. Finalmente, las cosas empezaban a cambiar y él esperaba que fueran para mejor.
Chapter 3: Cuando el pasado y el futuro chocan
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Bajar por el costado de Montedragon era más fácil que subir. Aún así era mejor ser precavido con el descenso no fuera a ser que cayeras por un borde o provocarás un desprendimiento de rocas. Con todo esto, Maegor no pudo desacelerar su paso. Alguien menos fuerte tendría ya falta de aire pero su cuerpo robusto y saludable tomó el esfuerzo como si hubiera nacido para ello. Cuando alcanzó la muralla externa de la fortaleza sentía en su rostro una sonrisa de oreja a oreja. Tal vez por eso los guardias que custodiaban las puertas de hierro parecieran tan sorprendidos, y asustados. A Maegor no le importó. Él sólo acababa de encontrar a una nueva jinete de dragón. Llegando a sus habitaciones para recoger a Hermana Oscura, porque si su madre se enteraba de que fue desarmado a su aventura habrían consecuencias en las que mejor no quería pensar, se dio cuenta del peso en su espalda. Como mismo había olvidado su espada en sus aposentos al salir, se había olvidado del huevo en su morral al regresar. Solo se encogió de hombros y guardó el huevo en un cofre. Había cosas mucho más importantes de las que preocuparse y hacer y pensando en ellas se encaminó al estudio de su madre.
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Unos fuertes pasos que se acercaban rompieron la conocidos rompieron la concentración de Visenya en su problema. El proyecto de las Murallas de Desembarco del Rey se había atrasado una vez más y ella no permitiría que el imbécil de Ormund Strong la hiciera cargar con la culpa de todo. Habían trabajado bien hasta hace poco pero hacía más de un año que el maldito vejestorio parecía tener un problema con ella. Sí, tuvieron roces al principio, cuando pasaba cuando la mayoría de los hombres se daban cuenta de que ella era imposible de doblegar. No tenía la habilidad de su hermana ni el deseo de besar pequeñas heridas y egos lastimados. No estaba en su carácter. Lo que sí estaba era la capacidad para demostrar que o la aceptaban como era o ella personalmente los partiría por la mitad. El Strong pareció ser de los primeros, habían trabajado notablemente bien los primeros años, pero últimamente daba la impresión de haberse aliado con el Gran Maestre Gawen para hacer su vida miserable. O intentarlo. Suponía que olvidaron de lo que estaba hecha ella.
Las pisadas bastantes conocidas para Visenya, se detuvieron frente a su puerta y se escuchó un golpe firme en espera de que se le permitiera el ingreso.
-Pasa
Maegor entró y cerró la puerta tras él. Visenya entrecerró los ojos. Otros tal vez no pudieran ver a través de él pero ella notaba una especie de nerviosismo bastante impropio de su hijo - ¿Qué ocurre?
Madre, ¿confía usted en mí? - Visenya se petrificó ante la pregunta. Esto no era normal en su hijo - Necesito que me crea. Que no importa lo que diga o lo raro que suene, me dejé terminar.
Solo pudo asentir.
Hoy subí a Montedragon y encontré algo. - así que allí estaba. Ella se había preguntado porque su niño no estaba en el entrenamiento siendo una de las pocas cosas que realmente disfrutaba. - Entré a una cueva y había una chica casi desnuda - ¿una chica desnuda? Con su boda tan cerca a Visenya le preocupaba que su hijo no estuviera listo para la atención femenina pero lucía emocionado por ello - y la chica era una Señora del Dragón y su dragón era mayor a Vaghar y hablaba de personas que no han nacido pero que nacerán y...
Visenya sentía un dolor de cabeza comenzar le. Sabía que su hijo estaba algo decepcionado con su novia. Su hermano tenía una esposa de rasgos Valyrios como se esperaba del heredero de Aegon y ella le había contado su idea de desposar lo con su sobrina, la princesa Rhaena. Una novia digna de la sangre del dragón. Un novio digno. Su sangre hubiera mezclado los dos linajes de Aegon el Conquistador, los dos reclamos al trono. Y su esposo pareció considerar apropiada esta idea hasta que apareció Alyssa con sus sensibilidades. Que su pobre niña era todavía demasiado pequeña y frágil para comprometerse. Que crecería para ser tan delicada como ella. Que Maegor era demasiado serio, demasiado estricto, demasiado inflexible, severo, riguroso y cualquier cosa que se le ocurrió. Ninguna de ellas mala a los ojos de Visenya. Pero como Alyssa se negaba Aenys intercedió por ella y Visenya sabía que a su hijo mayor Aegon no le negaría nada. Para empeorar la situación el maldito baboso del Septón Supremo se enteró, ella todavía trataba de averiguar quién le filtró dicha información, y se opuso al enlace sugerido por ella ofreciendo como opción a su sobrina diez años mayor que Maegor. Visenya no pudo evitar burlarse de su propia ingenuidad al momento. Creía que su esposo lo consideraría solo por cortesía para luego rechazarlo. No había peor novia en Poniente para su hijo. Ni una sola gota de sangre Valyria corría por sus venas. Pesé a pertenecer a una Casa importante, no era la hija de una de las Grandes Casas. Los Hightower eran firmes partidarios de la Fé que se oponían encubiertamente, y en ocasiones no tan encubiertamente, a sus tradiciones. La chica ya pasaba de los veinte años. Su dote no incluía tierras ni propiedades, solo moneda. Hasta una Tyrell habría sido mejor para su hijo en este punto. No eran ni habían sido reyes, ni su sangre tan antigua, pero ahora gobernaban sobre un territorio importante y no dudarían en doblegarse a los intereses de la Casa que los puso en el poder.
Todas las razones por las que Visenya pensaba que la chica Hightower era mala idea, le parecían a Aegon ventajas para un buen partido. La chica traía oro suficiente para que fuera bastante útil para el desarrollo de los intereses de la Corona. De una Casa antigua ampliamente relacionada con la Fé para ayudar a limar asperezas con esta. La novia era una muchacha alta y bien desarrollada para Maegor, que contando con solo trece años ya perfilaba a ser más grande que su padre. El hecho de que la novia fuera mucho mayor en edad que su hijo no disuadió a Aegon.
Habría que acelerar la boda, no fuera a ser que el tiempo de fertilidad de la novia se pasará. Que su hijo fuera demasiado joven fue olvidado en favor de que su tamaño era casi el de un hombre totalmente crecido. Ella no era de las mujeres que se dejan llevar por sentimentalismos, no obstante sentía que le estaba fallando de alguna manera a Maegor. Pesé a que no se portará como un niño, su hijo seguía siendo uno. Entonces su esposo le recordó el que era su credo personal: Hazlo por la familia. La novia no era la ideal, no obstante fortalecía la posición de los Targaryen en el continente. Un príncipe no se puede guiar por sus sentimientos.
Aenys, por diversas y viejas razones, había necesitado fortalecer su linaje así que un enlace con una Velaryon era lo ideal. Una niña no solo con el linaje correcto sino educada en las costumbres y tradiciones que se esperaban de ella. Le correspondía a Maegor establecer alianzas en Poniente. Visenya había cedido y su hijo había lucido como si aceptara mansamente la palabra de su padre. Ahora, hablando de chicas Targaryen con poca ropa y su propio dragón para montar se daba cuenta cuanto rechazaba su descendiente la idea de una esposa ándala y seguidora de la Fé. Exhaló profundamente. Maegor no era un pequeño para caer en ensoñaciones. E incluso cuando lo fue, ella se aseguró de que entendiera que un príncipe Targaryen se debía a la acción y no podía perderse en un mundo de fantasía.
-Maegor, se que te desagrada la idea de casarte con Ceryse, pero no te puedes inventar una Targaryen...
No es un invento, - interrumpió presuroso. Ella le envió una mirada amonestadora. Él sabía que no debía interrumpir a las personas mientras hablaban. Pareció captar la reprimenda pero no se detuvo - y no es una Targaryen. Es una chica bastarda, maleducada, sin un solo rasgo valyrio y su dragón luce un tanto feo, no tan elegante como los nuestros. - algo muy específico para decir. Si su hijo se inventará una novia esperaba que la imaginara un poco más perfecta. - Incluso intenté vincularme a él.
Maegor se puso pálido y tembló - El dragón puso sus ojos en mí como si estuviera sintiendo algo. Se quedó todo quieto y luego estalló como si estuviera enloqueciendo. No tienes idea de cuánto me asuste mamá. Si la chica no lo hubiera logrado calmar, la bestia de seguro habría acabado conmigo.
Un fuerte escalofrío recorrió a Visenya de arriba a abajo. Su hijo parecía describir brevemente la reacción que debería tener un dragón si alguien intentará dominarlo mientras ya tuviera un vínculo activo. Aunque el conocimiento de cómo reaccionaba una fiera en ese caso lo pudo sacar de uno de los libros de su colección personal, de esos que mantenía ocultos hasta del maestre, habían otros elementos que ponían los sentidos de Visenya en alerta. Primero, su joven príncipe hacía años que no la llamaba mamá. Un resultado de su correcta educación aunque de alguna forma ella aún añoraba la palabra. La otra y todavía más significativo era que admitió tener miedo. Su niño, incluso de pequeño, se negaba de forma obstinada a admitir cualquier temor. Así que algo realmente considerable estaba sucediendo, aunque dudaba que realmente existiera una jinete de dragón bastarda con una inmensa montura en su Isla. Sin olvidar que venía "del futuro", se recordó con un bufido a sí misma.
¿Y cómo se llama esta niña? - preguntó buscando más información. Maegor se encogió completamente antes de admitir:
- Se me olvidó preguntarle.
Visenya solamente alzó una ceja - Pero se que su padre es un príncipe Targaryen, que era hijo de dos hermanos esposos, que eran a su vez hijos de dos hermanos esposos hijos de Aenys. Y que la hija de Aenys se llamaba Alysanne. - pareció recordar al final. Vaya, si esto era una mentira era cada vez más compleja y elaborada. Aunque la idea de que Alyssa le pusiera su nombre a un niña Targaryen no le extrañaría. Esto encajaría perfectamente con lo que creía de ella - Le dije que buscaría a alguien influyente del castillo para hablar con ella, antes de que descendiera aquí con su bestia. - se alarmó de inmediato. Creyera o no en ello, el pensamiento de un dragón desconocido volando sobre su fortaleza activaba señales de peligro en su cerebro. Que la muchacha viniera del futuro estaba por verse. Que una familia de Señores del Dragón permaneciera oculta era inverosímil pero más probable. De todas formas había que investigar.
- Bien, vayamos a donde está la muchacha.
Maegor pareció iluminarse. - También deberíamos llevarle comida madre, y ropa seca y mantas por si decides mantenerla lejos del castillo por un tiempo. - Su hijo tenía una actitud emocionada y se comportaba de una forma risueña e infantil que nunca antes había visto. Así es como debería comportarse un niño feliz, pensó. Quizás no debió ser tan severa con él desde tan pequeño. Aunque ella había visto cómo la permisividad de Aegon volvía a Aenys un niño demasiado suave, y ella francamente, no sabía ser madre.
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Ortiga se preguntó cuánto más se demoraría el rapaz. Quizo palmearse su propia cara cuando se dio cuenta de que no le había preguntado su nombre. O nada para el caso. A duras penas sabía que era un Targaryen. Lo cierto era que ella tenía la mala costumbre de comenzar a hablar y no detenerse. Jamás. Incluso era capaz de hablar sola por horas. Ahora se preguntaba si lo mejor no sería bajar volando hacia la ciudadela de Rocadragon y acabar con la incertidumbre. Se regañó a si misma. Paciencia. Era extraño cuanto te cambiaba la vida un dragón. En un día normal sabes que cualquier viaje, tomando por ejemplo el cruzar la bahía, será tardado sin contar los imprevistos. Que un barco vaya a realizar el viaje, que estén dispuestos a llevarte, que haga un tiempo favorable. Tienes un dragón y entonces quieres que las cosas se hagan como digas y cuando digas. Y no era cuestión solo de nobleza y poder, porque sí, si tienes un lagarto volador gigante escupe fuegos tienes poder. Creía que era una dualidad de comportamiento que compartía con su bestia. Sentía su hambre, sentía su furia, sentía su dolor. Al mismo tiempo su dragón sentía lo que ella. Era una especie de alimentación o intercambio de un lado al otro. Incluso juraría que veía cosas más lejos que antes. ¿Era posible que su vínculo le mejorará la vista? Apenas sabía sobre dragones lo que su padre le estaba enseñando. Él también le intentó enseñar cosas de la nobleza. Así que absorbía información como una esponja más creía que quizás se le escaparán algunas cosas. Demasiado por aprender en muy poco tiempo. La furia por la pérdida de su padre resonó dentro de ella de nuevo.
Donde estará el maldito niño, tengo hambre - pensó Ortiga, y se preguntó si su impaciencia y molestia por el hambre vendría de ella o de su dragón. Ella no era ajena a la mordedura de dolor por la falta de alimentos, sin embargo, desde que se volvió jinete le habían asegurado comidas constantes y tal vez se había adaptado demasiado rápido y demasiado buena esto. Lo cierto es que pocas sensaciones eran tan maravillosas como levantarse y tener un desayuno a mano.
Volvió a pensar en el muchachito. Negó ser de los Verdes y le creía. Si no sabía de la guerra era porque el pobre estaba tocado de la cabeza. Una familia pobre lo más probable era que lo abandonarán a su suerte, aunque ella no sabía como reaccionaban los nobles en estos casos. Tal vez era demasiado hermoso para deshacerse de él, pensó, tal vez una noble mimada se casaría con él por su apariencia ignorando sus problemas. A cambio también pertenecería a una familia de ilustre apellido. Cambio de idea, de seguro lo casarían con una familia de comerciantes muy ricos pero todavía plebeyos y ambos lados ganarían en la situación. La hija del comerciante sería feliz con un marido algo despistado y era bastante fácil de ver de todos modos. Cabello dorado plateado perfectamente recortado. Unos profundos ojos violetas rodeados de pestañas tan gruesas y tupidas que resultaba injusto que estuvieran en un rostro masculino. Una nariz recta y firme y unos labios un tanto llenos pero que encajaban a la perfección en su semblante. Se salvaba de lucir femenino solo por su mandíbula cuadrada y complexión ancha. Lo único malo en su cara era la expresión de amargado. El ceño fruncido parecía un rasgo permanente. Una lástima. Estaba segura que si lo aplicaba un poco le lloverían las mujeres. Aunque el muchacho debía ser bastante joven ya que no le vio ni la sombra de una barba.
El sonido de unos pasos interrumpió sus pensamientos seguido de un fuerte olor a menta que invadió la cueva. Doblando por el recodo del camino apareció de nuevo el chico cargado de cosas que parecían telas, mantas y una canasta de comida.
¡Alimento! Alabado seas, me moría de hambre. - dijo mientras metía las manos en la canasta y sacaba un pan y luego un pastel de limón - Hijo de perra, estos son mis favoritos. Podría besarte por esto - murmuró entre mordidas.
¿Comes siempre de la mano de extraños sin asegurarte antes de que no esté envenenada la comida? - una voz ronca, suave y a la vez cautivadora se escuchó. Al alzar la vista se encontró con una mujer alta que no podía tener más de cuarenta y tantos años, pero no podía estar segura, porque la sangre Targaryen afectaba a las personas para que lucieran de alguna forma diferentes, como si no fueran de esta mundo. Y esta era una Targaryen de sangre pura mirarás por donde mirarás. Un aire de superioridad. Ojos del color de las amatistas más caras adornaban una cara tan severa como sensual y ni un solo mechón de sus cabellos dorados plateados escapaban del intrincado peinado lleno de anillos que llevaba. Un cuerpo bien formado. Esta mujer con quince años menos debió ser gloriosa.
Tragó toda la comida que tenía en la boca antes de hablar. Ven, no había olvidado del todo los modales que su padre intentó enseñarle - Disculpe, ¿es usted la madre del muchacho? - la mujer lució contrariada. Buenos modales, intentó recordarse - Buenas, gracias por la comida. ¿Trae de casualidad un cordero entero por ahí? Mi bestia tiene hambre aunque podemos esperar a cuando bajemos al castillo.
Ante su mención el Ladrón de Ovejas se estiró en su rincón y eso atrajo la atención de la mujer. Sus cejas se alzaron casi hasta su cabello pero su rostro se mantuvo imperturbable - Así que este es tu animal. Es... impresionante - su tono de voz cambió a algo oscuro, casi como si estuviera saboreando algo. Y comenzó a a observarlo detenidamente como si estuviera viendo a una presa en vez de a la cúspide de lo que debería ser un depredador.
A ver señora - la mujer pareció insultada por un parpadeo pero se recuperó de forma instantánea. Fue bastante común para Ortigas. Incluso con un dragón a cuesta los nobles estaban, la mayoría de las veces, demasiado llenos de sí mismos y muchas veces sentían que una bastarda sobrepasaba sus límites cuando se dirigía de forma directa a ellos. En su defensa, la mujer se portó de forma tranquila luego de que se insultara por cualquier cosa que dijera Ortiga, fuera lo que fuera - ¿Cómo es posible que ni usted ni su hijo conozcan al Ladrón de Ovejas? Vive en Rocadragon desde que el Viejo rey era joven.
- Digamos que no vivo en la Isla de forma permanente y acabo de llegar de... Essos
-¿Es por eso que ustedes dos hablan tan raro? Sin ofender, hablan bastante fluido la lengua común pero hay algo ahí que no ubico del todo.
Mmmm - fue su contestación mientras seguía observando fijamente a su dragón desde una distancia razonable - Mi hijo me cuenta que deseas jurar lealtad a la dama que está en Rocadragon pesé a que la Reina Negra - pronunció lentamente las palabras - te acusó de seducir a su esposo. ¿Por qué?
Me acusó de traición y brujería con la que supuestamente encante a su esposo y a mi dragón, - aclaró - bajo la idea de que claramente no luzco como si tuviera la sangre del dragón. Para empezar, si fuera bruja no sería ladrona ves. - explicó señalando la cicatriz horizontal en su nariz, pero tanto Visenya como Maegor no entendieron la conexión - Ella no me creerá pero lady Baela sí, - dijo con falsa confianza, ahora no podía dudar - el príncipe Daemon me dijo que su hija era de mente aguda e intrépida como él. La hija que más se le parecía. Puede que sea una bastarda y que nadie lo espere de mí, pero se que se debe proteger a la familia.
La señora lució muy complacida. Mientras tanto el chico terminó de descargar todas las cosas que traía sobre una piedra. Unas cuantas mantas, un par de camisas, jubones, calzas, unas botas. ¿Acaso pensaban que se iba a quedar acá? Ortiga iba a burlarse de esto hasta que la vio, atada a la cadera izquierda del chico estaba Hermana Oscura.
¡¿Qué demonios haces con la espada de mi padre?! - el mozalbete se mostró desconcertado - ¿De dónde mierda la sacaste? - se abalanzó sobre él y lo sacudió - ¡Habla, maldito hijo de... - la sensación punzante en su espalda sólo podía ser la punta de una espada, demasiado gruesa para ser una daga, amenazando con perforar su carne. Lanzó sus ojos hacia atrás, sin moverse de su posición, y allí estaba ella. La dama Targaryen impasible sosteniendo tranquila un arma contra sus lomos.
Cuidado mi señora, no vaya a ser que se corte - susurró con su voz suave pero todavía con un filo de amenaza.
Oh mi dulce niña, - murmuró seductoramente en su oído - puede que la que se corte seas tú. Ahora, calma a tu bestia antes de que nos cocine todos con sus llamas. - solo entonces se fijó en su muy estresado animal. Si ella no se encontrará entre los dos Targaryen estaba segura de que el Ladrón de Ovejas habría convertido esta zona en su asador personal.
Respiraciones profundas y calmar tus pensamientos, era el consejo que le dio su padre, respiraciones profundas y calmar tus pensamientos.
Lykirī, Lykirī mi amor - su inmenso y cauto dragón ya no estaba tan alterado pero aún así lucía ansioso, o eso sentía a través de su vínculo.
- Ahora que ya estás calmada, permíteme presentarme. Yo soy la reina Visenya Targaryen, hermana esposa de Aegon el Dragón y madre de Maegor.
No pudo detener la carcajada - Sí como no. Entonces yo soy Orys Baratheon -continuó burlándose - y tú eres Maegor el Cruel ¿No?¿Qué harás ahora?¿Matar a uno de tus sobrinos o a una de tus esposas?
El chico palideció. La mujer dio muestras de haber sido desestabilizada. ¿Realmente se creían que eras esas personas? Dijeron que vinieron de Essos ¿No sería ella la hija loca del rey Jaehaerys que se fue a Lys?¿La hija que se fue a Lys era la loca o era otra la que tenía problemas? Demasiados hijos tuvieron los reyes y aunque le gustaron los cuentos de dragones, como la mayoría de sus hijas no tenían bestias no les prestó tanta atención a sus historias. - A ver, entiendo porque alguien querría ser Visenya Targaryen, la reina guerrera patea culos. Aunque se cuenten rumores oscuros sobre ella no se puede negar lo que hizo. Sin Visenya no habría Trono de Hierro.¿Pero quien demonios querría ser el maldito Maegor Targaryen? Su nombre es sinónimo de brutalidad.
La mujer pareció recuperarse mientras el jovencito lucía devastado - ¿Qué pasó?¿Cómo llegó Maegor a ser conocido como el Cruel? - la agarró de sus hombros y la sacudió - ¡Habla!
A ver señora, - la mujer estaba claramente loca. ¿Cómo no iba a conocer los cuentos de uno de los hombres más infames de la dinastía? - yo no sé nada de la historia que está escrita así que solo puedo hablar de lo que todo el pueblo llano sabe. - un asentimiento - Luego de que el rey Aenys muriera... mmmm, no, la historia empieza antes. El rey Maegor, en ese entonces príncipe - una exclamación abandonó la boca del chico, como no soltó palabra Ortiga continuó - rechazó a su esposa Hightower por estéril y se casó en una boda Valyria con una muchacha hija del Lord de Harrenhal.
- ¿Lord Qoherys?
Ese nombre no lo reconozco pero no estoy segura. - se aclaró la garganta - El rey Aenys lo desterró por bigamia. Entonces, el rey Aenys decidió casar a sus hijos mayores, la princesa Rhaena y a su heredero, Aegon el Incoronado, Príncipe de Rocadragon - esa última frase pareció sacudir al muchacho de su estupor.
-¡Rocadragon no es de Aenys para entregarla!
-¡Calla Maegor! Deja que termine la historia.
La mujer y el chico parecían continuar en la creencia de ser Visenya y Maegor - entonces la Fé se rebeló contra los Targaryen por lo que ellos llamaron abominación incestuosa.
Malditos religiosos entrometidos - ella se detuvo -, continúa chica.
Aenys tuvo que escapar con su familia a Rocadragon, donde falleció poco después. Algunos incluso dicen que Visenya lo envenenó. Bueno, la reina Visenya trae a Maegor del exilio y lo corona rey por encima de los hijos de Aenys. Y así comienza su reinado del terror. No, no, no, - se detuvo - primero fue el Juicio de los Siete, donde sólo Maegor sale vivo, pero cae inconsciente por una luna. Entonces de Pentos llega su tercera esposa, la bruja y se dice que lo despertó con magia negra. Y entonces si comenzó el reinado del terror. Maegor empezó a quemar a la Fé Militante, a los Señores que apoyaban a la Fé, e incluso a los campesinos hasta que llenó el Trono de Hierro con miles de sus cráneos. Mató a sus dos sobrinos mayores. Mató a cuatro de sus seis esposas.
¡¿Seis esposas?!¿Todas a la vez? - el muchacho parecía cada vez más inquieto.
Mmmm, déjame recordar, - Ortiga se concentró - creo que no. No estoy segura en que orden pero a la primera esposa la mandó a matar por ofender lo, creo. La segunda esposa dio a luz antes de tiempo a un niño deformado con rasgos de dragón, así que la acusaron de acostarse con otros hombres para dar a luz a un heredero. Así que la asesinaron junto con toda su familia. Entonces Maegor se casa con las tres Novias Negras, que eran mujeres que ya habían dado a luz niños sanos y llamadas así porque Maegor había matado recientemente a sus maridos y las obligó a casarse con él las tres a la vez, incluyendo a Rhaena. Creo que dos de ellas tienen más bebés con rasgos draconianos monstruosos y alguna de ellas muere. Maegor acusa a su tercera esposa de envenenar a los bebés y ella lo admite. Entonces Maegor le arranca el corazón con sus propias manos. Finalmente todos se rebelan contra Maegor, incluso Jaehaerys el Conciliador, y Maegor aparece muerto en el Trono de Hierro. Y esa es la historia resumida.
Mentira.¡Lo que dices es estúpido y es mentira! - la cara del muchacho se puso roja para luego decir con desesperación - Tiene que ser mentira. Es estúpido. Estúpido.
Claro que fue estúpido. Hubiera podido gobernar si hubiera sabido cuando detenerse. El prínci... - inspiró lentamente - mi padre - si estos locos decían ser Maegor y Visenya ella podía admitir en voz alta, al menos acá, ser hija de Daemon - dice dice que el miedo es algo muy útil para gobernar. Pero no puedes basarte solo en él. Tienes que ganarte la lealtad de a gente, su confianza. Que te tengan un sano respeto y temor pero que también estén de tu lado. - recordó sus palabras orgullosas - A la vez que fue una pendejada lo que hizo con las mujeres. Para empezar, si una mujer suya da a luz a un hijo con rasgos de dragón ¿cómo va a creer que es de otro hombre? - el mocoso la miró en shock - ¿No son los Targaryen los que se la pasan diciendo que son "La Sangre del Dragón"? - él solo pudo admitirlo renuentemente con un gesto - ¿Entonces porque el escándalo cuando nacen niños con rasgos de dragón? Lady Laena Velaryon tuvo uno así, y también la reina Rhaenyra, ambos con mi padre, y también tuvieron varios hijos legítimos y sanos. Pero parece que al cabrón le gustaba tratar mal a sus esposas. Al final sobrevivieron solo dos y solo porque el imbécil se murió primero.
Ja - el muchacho parecía a punto de derrumbarse bajo su propio peso - ¿alguna otra monstruosidad cometida?
Se puso a pensar - Violar mujeres plebeyas, - extendió un dedo - corta la cabeza de varios grandes maestres, - extendió otro - matar gatos y monturas incluyendo al dragón de su hermano. - extendió un tercer dedo - Estoy segura de que hay más cosas, dame tiempo y las recordaré.
El chico permaneció encorvado sobre sí mismo, negando con la cabeza y con sus manos cubriendo sus orejas como tratando de no escuchar nada más. Su madre, que se había mantenido en silencio hasta el momento, emergió de nuevo.
-¿ Qué tan segura estás de que esto pasará?
-¿Pasará? Señora ¿no me entiende? Esto ya pasó. Despierten de su mundo de ensueño.
-Esto no es el delirio de un loco y soy Su Gracia para usted. Sigo siendo la reina Visenya Targaryen.
Como diga, señora - enunció Ortiga lentamente, como si pensará que discutir fuera una pérdida de su tiempo.
Parece que dudas de mi palabra. Déjame presentarte pruebas indiscutibles. Māzīs - ante su orden, y usando de entrada la apertura de la caverna con vista al mar que su propio dragón había usado, entró la bestia que había ocupado muchos de los pensamientos de Ortigas en los últimos tiempos. Escamas de color bronce con reflejos azules y verdosos e inteligentes ojos de color verde brillante se presentaban ante ella, lo cual era imposible. Su propio dragón se removió nervioso pero sin atacar.
Esto no puede estar pasando, - sintió su propia voz criar como una rana - Vaghar esta muerta - y aún así aquí estaba. Se fijó mejor en ella.
Es demasiado pequeña. Vaghar es más colosal. - recordaba haberla visto de pequeña sobrevolando la isla, deseando desesperadamente ser su jinete. Si Vaghar fuera suya nadie la trataría como basura, pensó una vez. Una sensación de frialdad la recorrió y el temblor de sus miembros no pudo ser contenido - Tú eres Visenya Targaryen. Y él es Maegor el Cruel.
¡No soy Maegor el Cruel! - gritó enojado e intentó acercarse a ella. El aullido de terror que salió de su boca sonó inhumano. Ellos también debieron creerlo porque retrocedieron.
¡Calma! - medio la feroz dama, que ahora suponía que era la feroz reina.
¡No me diga que me calme!¡Ese es el puto Maegor el Cruel! Que se la tiene jurada contra la Fé, las mujeres y los Targaryen y yo soy casi dos de tres. Tenía que salir de aquí y tenía que ser ahora. Robó un vistazo de ambos. La mujer mantenía la guardia en alto pero no el maldito chiquillo. Considerando que tenía que pasar por ellos para llegar a su dragón se decidió por el truco más antiguo con la presa más fácil.
Creo que me voy a desmayar - anunció.
Mientras se desmadejaba lentamente en el suelo se aseguró de agarrar lo que pudiera de la arena, cenizas y pequeñas piedreciatas del suelo con un manotazo disimulado. Como sospechó, fue el varón el que cayó en la trampa. Cuando escuchó su acercamiento no dudó en lanzar lo que tenía en la mano a donde pensaba que era la altura de sus ojos y una mirada demostró que no falló. Uso toda la fuerza que tenía para teclear sus piernas y derribar lo. La gente se confiaba con ella por su esbeltez sin entender el impulso que daba la desesperación por sobrevivir. Con el camino parcialmente despejado se lanzó a toda carrera hasta sentir un resonante choque contra la parte posterior de su cráneo. Uno de sus últimos pensamientos fue para el envolvente olor a menta que había. Esta vez, la oscuridad se la tragó de verdad.
Chapter 4: El primer hilo en el tejido de un plan
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Los suaves y un tanto lejanos ruidos que había llegado a asociar con su dragón fueron lo primero que escuchó Ortiga cuando recobró la conciencia. Casi abre los ojos, hasta que recordó lo que había pasado y decidió mantenerlos cerrados y evaluar su situación. Descansaba sobre una manta aunque podía sentir la roca bajo ella. Acostumbrada a la incomodidad como estaba no la molestó. Gracias a los dioses (no a los Siete porque ya había decidido que si antes no los seguía, ahora menos. Mmmm, tendría que aprender algo sobre los viejos dioses... tal vez) se sentía como si siguiera en la misma gigantesca caverna. No la habían movido de lugar. Aunque el hecho de escuchar a su dragón debió de haber sido pista suficiente. Luego, una vez más, el fuerte olor a menta la invadió.
Iba a esperar un rato más para ver cómo reaccionabas. Más sin embargo he decidido no desperdiciar mi tiempo - la voz suave y metódica no podía ser otra que la de la reina Visenya, la maldita reina Visenya, eso todavía la impactada -. Abre los ojos de una vez antes de que regrese mi príncipe, debemos hablar de tu futuro y sus posibles consecuencias.
El tono no sonaba del todo peligroso, aunque la amenaza estaba ahí. Ortiga no pudo evitar abrir los párpados asustada. Sobre ella se encontraba la reina guerrera, y si antes creía que era hermosa, ahora la veía como peligrosa y letal. Como ver a un tiburón come hombres en alta mar. Enfrentarse a él en su territorio era la muerte pero no se podía negar la gracia de su forma y sus movimientos. Viendo el fulgor de sus ojos violetas se dio cuenta de su error. Comparar a un escualo con esta mujer era tonto. El animalito era solo una inocente criatura en busca de su cena. La reina era una persona que dejaría un rastro de fuego y destrucción que ningún pez, por aterrador que fuera, podría igualar jamás.
¿Consecuencias? - preguntó renuente.
Sí, consecuencias. - afirmó la reina mientras cabeceaba - ¿O creías que una nueva jinete de dragón pasaría desapercibida en los reinos del Ocaso?
- Francamente, tenía la esperanza de que esto fuera una horrible, horrible pesadilla de la que simplemente me despertaría.
- Y ahora que sabes que no lo es ¿Cuál es tu plan?
¿Regresar de alguna forma? - dudosa, se arriesgó - sabe usted acaso, alguna manera de volver al futuro? - había quienes rumoreaban que la reina Visenya era una bruja, que practicaba artes oscuras y magia de sangre, así que si alguien debía saber algo probablemente fuera ella.
La dama Valyria negó con la cabeza - Hasta el momento en que aparecistes, jamás escuché un atisbo de mención de ir hacia atrás y hacia delante con el paso de los años. ¿Y por qué desperdiciar la oportunidad cuando los dioses han dejado caer en mi regazo una herramienta tan útil? - el último comentario dejó a Ortiga llena de pánico. No como el miedo ciego que sintió en primer lugar cuando se dio cuenta de quienes eran los personajes que la rodeaban. Esta vez, decidió ser inteligente antes que precipitarse, si había que escapar hacerlo de manera más efectiva. El Valle seguía donde mismo, al fin y al cabo.
Sabes, lo veo en tus ojos, la misma mirada de susto cuando derribaste a mi hijo. Impresionante, por cierto. - Mencionó con voz divertida - Pero escapar no es una idea muy brillante en estos momentos.
Ortiga no pudo evitar fruncir el ceño.
Piénsalo, mi pequeña ladronzuela. Mi príncipe me ha contado todo lo que le contaste a él. Sobre la gran cantidad de dragones que tenían aquellos a los que llamas "los Verdes". ¿Es correcto asumir que el bando contrario posee un número semejante o superior? - un asentimiento fue su respuesta - Así que las personas de Poniente pueden estar, por así decirlo, más acostumbradas a ver dragones sobrevolando sus cielos y es probable que los vean con respeto y admiración, - solo pudo volver a asentir - puedes decirme cuánto tiempo ha pasado desde la Conquista. - pesé a sonar interrogante esto parecía más como una lección a punto de ser impartida.
Más de un siglo, mi reina. - una vida de estar debajo de las botas de los demás le enseñó a Ortiga a mantener la deferencia. Se estremeció al recordar cómo se atrevió a dirigirse a dicha señora y todavía se olvidaba de ello durante su conversación. A su defensa, por lo general las personas como ella no le dirigían a conversaciones tan largas y los dos príncipes que lo hicieron, no buscaban más que confianza y en ningún momento le echaron a la cara su diferencia de estatus. Eso fue en aquel entonces y con dos personas a las que nunca en su vida volvería a ver. Lo cual era un recordatorio de que aunque tuviera un dragón era mejor mantener la humildad. Pronto chocaría con gente que no solo se verían a su mismos por encima de ella, sino que algunos serían verdaderas leyendas.
Así que ha pasado suficiente tiempo. - la reina parecía dirigirse hacia sí misma aunque atrajo a Ortiga de vuelta a la discusión -Dime querida ¿Qué crees que piensan los habitantes de Poniente de los dragones en estos momentos? - ella iba a responder que debían sentir lo mismo, respecto y admiración, luego lo pensó mejores. La Conquista era reciente y anterior a eso el continente no se había enfrentado a los dragones. La mayoría de los reinos habían caído bajo su fuego. Así que tenía un montón de gente quemada y varios reyes que habían perdido sus coronas. Reyes y príncipes degradados a nobles de Grandes Casas, pensó con una mueca, pero degradados igual.
Ah, veo que no careces de astucia, cada vez mejor. - Visenya lució satisfecha.
Para la mayoría de las personas de este continente - comenzó su monólogo - los Targaryen y nuestros dragones somos poco más que extranjeros montados sobre monstruos. De costumbres aborrecibles que quemamos sus tierras y nos hicimos con el poder la fuerza. Eso es en gran medida cierto. - admitió - Por ahora, es el miedo lo que los mantiene a raya. Pero eventualmente lo superarán o probarán sus límites contra alguien que parezca más débil, como hicieron con el hijo de mi esposo ¿no? - como la mujer se las arreglaba para lucir sensual al levantar una ceja interrogante era un misterio para Ortiga - Por lo que cualquier movimiento que hagas no pasará desapercibido. Si decides escapar debes recordar que no es fácil ocultar del todo a un dragón, querida, y más cuando son considerados una rareza en el cielo para la gente común. Los rumores corren y las palabras se comparten. Sí no estas con los Targaryen, cualquiera del pueblo llano que halla perdido a alguien por nuestras llamas te consideraría un blanco más fácil para sus resentimientos. Y no les importará si eres culpable o no. Representas lo mismo que un Targaryen pero sin todo su poder. Sí, tienes un dragón, pero no tienes a personas que te protejan cuando no estés pegada a dicho dragón. Supongo que no deseas vivir en la naturaleza sin interactuar jamás con otro humano y tener acceso a los productos más básicos como pan, cerveza o ropa ¿verdad?
Ortiga solo pudo negar. Vivir como salvaje solo empeoraba con el paso de los días y eso que solo lo había probado a medias y por un breve tiempo. Quizás lo resolviera, solo que sería miserable todo el rato.
También están los nobles, - recalcó Visenya - habría quienes no les importaría tener tanto tu cabeza como la de tu dragón. Habría quienes venderían tu localización a otros por monedas. Y habría quienes les interesaría formar alianzas contigo para enfrentarse a los Targaryen. - se detuvo - No cometas el error de pensar que puedes desafiarnos y sobrevivir.
Ni se me ocurriría - respondió sin analizar sus palabras. Y sin necesitarlo tampoco. ¿Enfrentarse a Aegon el Conquistador y a su hermana-esposa Visenya Targaryen? ¿A Maegor el Cruel, incluso antes de ser Maegor el Cruel? Podría ser inculta y analfabeta pero no suicida. Se lo dejó en claro a la reina.
Bien, - aceptó su respuesta - porque incluso con la remota posibilidad de que pudieras vencernos. ¿Cuánto tiempo crees que te mantendrían con vida?Algunos querían usarte para mantener o incrementar su poder, mientras que la mayoría consideraría que dejarte respirar es una amenaza a sus intereses. Intereses.- Ortiga no lo dudaba. Si algo conocía bien era el lado oscuro de la codicia humana.
Siempre puedo huir a Essos - a cada instante que pasaba la idea le sonaba mejor.
La reina sonrió con frialdad, como si fuera la respuesta que estuviera esperando.
Essos sería la solución perfecta para aquellos que no tienen nada que los ate a esta tierra. Un continente nuevo, con muchas ciudades, culturas y rarezas por descubrir. Tierras lejanas y prácticamente desconocidas por explorar, si no te importa adaptarte a nuevos entornos y costumbres. - ella podría hacer eso, pensó. Alejarse de los conflictos a cambio de una vida de vagabundeo y aventura. Ese pensamiento se volvió cada parpadeo más tentador - Eso por supuesto, para las personas que no saben mucho del pasado y no entienden lo peligroso que puede ser tener un dragón en aquellas tierras.
¿Por qué tener un dragón sería peligroso? - no pudo evitar preguntar dudosa y horrorizada.
Visenya la miró para luego ampliar lentamente su sonrisa. Más que tranquilizador, se sintió como si una fiera le enseñará los dientes.
Déjame darte un breve resumen de nuestra historia. ¿No te has preguntado porque los Targaryen somos los únicos Señores Dragón que quedan? - la pregunta la descolocó.
- Daenys la Soñadora predijo la destrucción de Valyria y por eso los Targaryen escaparon de la Maldición ¿no?
En parte sí, Daenys soñó con el cataclismo. Así que doce años antes de la Maldición, su padre Aenar el Exiliado, vendió todas sus propiedades en Valyria y partió a Rocadragon con todas sus mujeres, hijos, familiares, dragones y esclavos. Pero ese no es el punto. - Visenya se detuvo y la miró fijamente a los ojos - ¿No te extraña que en un imperio con cientos de dragones, repartidos en amplios territorios, todas las bestias perecieran en el desastre?
Eso... - dudó - eso no tiene sentido.
No tiene sentido porque no es correcto. Fueron varios los Señores del Dragón los que sobrevivieron al desastre junto a sus monturas. - Ortiga sentía que esto terminaría con un final que no le gustaría - Los cronistas afirman que tanto ellos como sus dragones perecieron asesinados en la agitación política subsiguiente. Aquellos que temían a su poder se deshicieron de ellos. La mayoría de las veces con artificios, engaños y bebidas ponzoñosas. ¿Qué se puede esperar de un continente donde no se cree en las leyes sagradas de la hospitalidad?¿Donde ser envenenador es un oficio respetado?¿Donde la hechicería no es algo extraño, sino que es conocida y poco repudiada? - Aunque Visenya no tenía grandes problemas con esto no estaría mal usar algunos miedos contra la muchacha. - Una tierra llena de magia, quimeras y bestias aterradoras y ciudades malditas donde no brilla el sol ni nacen niños.
Ortiga apretó los dientes. Entendía que la mujer intentaba asustar la, lo que no quitaba que tuviera razón.
- Eso por supuesto, si también ignoramos a Volantis.
- ¿Volantis?
Volantis. - concedió Visenya - La más antigua de las Ciudades Libres y la primera colonia del Feudo Franco. Se consideran a si mismos los legítimos herederos del imperio y tras su Muralla Negra viven los descendientes de la Antigua Sangre. Los nobles que pueden rastrear su linaje hasta los Señores Dragón de Valyria. Hijos de las más ilustres de las cuarenta familias nobles que lideraban la mayor civilización que el mundo haya conocido. ¿Sabías que los Targaryen estábamos bastante debajo en esa cadena? - Ortiga solo pudo negar con la cabeza. Si una familia con varios dragones era poco poderosa ¿Qué tanto poder tenían las familias de la cima? - Cuando nuestra familia abandonó el Feudo, se nos tachó de cobardes y fuimos la burla de la nobleza. Concluido el Siglo de Sangre, los cien años de caos posteriores a la caída de Valyria, la aristocracia volentina se considera de mayor alcurnia y abolengo que nosotros. Para la mayoría de ellos es casi una ofensa que conservaramos nuestros dragones mientras ellos perdieron los suyos. - Visenya le lanzó una mirada profunda - Incluso una vez requirieron la ayuda de Aegon e insinuaron que deberíamos compartir con ellos nuestros huevos de dragón, los que les correspondían para reclamar "nuestros ancestrales señoríos". - un bufido salió de su boca - Como si les fuéramos a confiar nuestra mayor arma. Lo cierto es que no han podido hacer nada contra nuestro linaje por miedo a la retribución. Si dañas a un Targaryen habrá otro para vengar su sangre, especialmente si es un intento de robar nuestras monturas. Aunque puede que ni siquiera sea posible que puedan controlar a un dragón de otra línea de sangre. No les importará. Mientras tanto, un jinete solitario...
Ortiga no perdió la implicación. Ella sería vista solo como una presa fácil para cualquiera que pensará que al deshacerse de ella le daría la oportunidad de montar al Ladrón de Ovejas. Y si los Targaryen eran vilipendiados como inferiores ¿qué pensarían de una jinete mestiza y bastarda sin rasgos Valyrios?
¿Entonces qué quieres que haga? - no pudo sacar el tono de enojo de su voz como tampoco pudo negar que fuera muy probable que la reina tuviera razón - No se me pasó que me llamaste herramienta así que quieres usarme para algo. ¿Cómo?¿Qué garantizará que no sufra yo una de las cosas que mencionaste en tus manos? Las herramientas pierden su utilidad o se rompen y luego se desechan. Es más que probable que usted me haría algo peor.
- Chica lista. Un día me harás sentir muy orgullosa. Aunque no debes preocuparte. Una jinete de dragón es demasiado valiosa para ser desechada.
Al grano, mi reina - no pudo evitar sentir un poco de rencor ante su situación.
No aprecio el tono - con el regaño, Ortiga se sintió castigada. Una no llegaba a su edad sin saber que hablarle así es a la nobleza podría atraer como mínimo un castigo bastante horrible para una chica común. Tenía un dragón pero seguía recordando quien era antes. Tenía que mejorar en el control de sus emociones - ¿Supongo que tu vínculo con tu dragón es reciente?
- Depende de que consideras reciente, no llevó más de medio año con él.
Mmmm, implicaremos que tu comportamiento se debe a la brevedad de tu lado a cualquiera que pregunte. - ¿quién iba a preguntar? - Pero volviendo al grano como me pediste, quiero que te unas a nuestro bando.
Ortiga quedó amedentrada - ¿Unirme a usted y a Maegor en la búsqueda del trono?
La mirada que le envió podría arrancarle la carne de los huesos - A pesar de que el futuro que nos cuentas es estremecedor. Me niego a aceptar que el anhelo de poder, ya sea el mío o el de mi hijo, nos llevará a arrasar a la mayor parte de nuestra familia. No cuando todo lo que hacemos es por ellos.
En su defensa, creo que comenzaron bien. La Fé Militante amenazaba con destruir todo lo que conquistaron así que ustedes se dedicaron a asolarlos. Y a todos los que se les unieron o de los que sospechaban que los apoyaban. Cargarse e la Fé estuvo bien, debían ser eliminados. Solo que no supieron cuando detenerse con los demás. Cuando castigas y castigas, hagan lo que hagan, eventualmente se revelarán. Si de todas formas van a recibir golpes, mejor hacerlo por algo que si hicieron. O eso dice mi padre. - Visenya meditó esto - Ya sabes, tenderles la mano. Convertir enemigos en amigos, o aliados para el caso. Yo no confiaría del todo en ellos. El problema fue que empezaron a brutalizar a cualquiera que vieran como un peligro para su derecho al trono. Que no es que no entienda de lejos, muy muy de lejos, el atractivo del poder. Lo que no lo veo como un incentivo tan grande como para torturar y matar a los míos por la silla más incómoda jamás creada.
Eso le valió una carcajada de la reina. Bueno, al menos no carecía de sentido del humor.
Recuperándose de su comentario, la reina continuó - La cuestión permanece en pie. ¿Unirás tus esfuerzos a los Targaryen o no?
Bueno, eso no es tan complicado. - argumentó Ortiga - Si es algo de jinetes de dragón contra el mundo la elección no es difícil. - tratando de lucir más útil para la reina concluyó - No temo luchar con mi dragón y mi bautizo de fuego fue en la Batalla del Gaznate contra la flota de las Tres Hermanas, si te sirve de algo. No es mucha experiencia en combate pero es mejor que nada.
Visenya aprobó esto. Su primer combate en dragón también había sido contra una flota de barcos. Luego esclareció - No es mi pretensión que te nos unas como jinete de dragón, deseo incluirte como una Targaryen.
¿Me van a legitimar? - preguntó Ortiga. Presentía que eso sería medio complicado. Ante la negativa de la reina prosiguió - ¿Entonces qué? ¿Una ceremonia? No tengo problemas con jurar lealtad.
La reina Visenya desestimó esto - Prefiero el camino más antiguo y menos dificultoso. Matrimonio.
¿Cuál es la maldita obsesión de las reinas Targaryen conmigo y con las bodas? - sus palabras salieron disparadas, para que luego su cerebro la alertará rápidamente de un problema de mayor relevancia - ¿Con quién?
Lo que solo pudo describirse como una mueca de alegría se extendió por el rostro cincelado de la reina - Con mi hijo, por supuesto.
La virulenta maldición que salió de sus labios en cualquier otra mujer noble hubiera provocado como mínimo un sonrojo. La guerrera ante ella se limitó a alzar una ceja poco impresionada.
- ¿Está loca? Señora, estoy tratando de sobrevivir. No me amenace con su hijo.
- No fue una amenaza, querida.
¿Cómo que no? Acaso se le olvidó que terminó con cuatro esposas muertas de seis y solo porque no le dio tiempo de acabar con las otras dos. - recalcó Ortiga - El continente extranjero lleno de personas que potencialmente buscan mi muerte empieza a soñar más seguro a cada instante. Espera. ¿Qué Maegor no se casaba bastante joven con su esposa Hightower?
- El compromiso de Maegor se planeó para consumarse seis lunas después de su décimo tercer día del nombre y ocurrirá en pocos días.
Ves, - celebró Ortiga - ya esta prometido. Es muy pronto para buscar problemas con los Hightower y la Fé buscando romper el compromiso a pocos días de la boda. Un momento. Me estás diciendo que ese cabrón tiene solo trece años. ¿Cuánto va a medir cuando termine de crecer? - horrorizada era poco para describir como se sentía. El engendro del demonio un día se convertiría en un demonio completamente crecido y ella no quería estar ahí para verlo, considerando que en la actualidad debía medir un dedo o dos menos que ella.
Nunca dije nada de detener la boda o romper el compromiso con los Hightower. - ante su mirada interrogante se limitó a responder - Si Aegon pensó que un Targaryen podía tener dos esposas no veo porque lo mismo no aplicaría para mi príncipe.
- Los Hightower no lo aceptarán.
Los Hightower y la Fé aceptarán lo que mi esposo exija o arderán bajo nuestro estandarte. - aunque el concepto de acabar con esa familia antes de que se convirtieran en un peligro sonaba atrayendo, su maldita conciencia no le permitió seguir con este juicio. Para comenzar, si Antigua caía bajo el fuego Targaryen, miles de vidas inocentes perecerían durante el conflicto. Para concluir, estos Hightower no eran responsables de nada relacionado con los otros Hightower, aparte de ser sus antepasados. Hora de cambiar el plan de asalto.
- Señora, mireme ¿le parezco a usted la novia de un príncipe Targaryen?
No pudo evitar la sonrisa que se posó en sus labios cuando la reina se detuvo antes su razonamiento. Cuando se detuvo a inspeccionar la a profundidad sabía claramente lo que iba a ver. Cabello negro, rebelde y erizado. Una piel morena y cetrina, víctima de una vida de no esconderse del sol y una pésima alimentación que solo empezó a mejorar en los últimos tiempos. Ojos marrones de lo más comunes. Una amplia cicatriz horizontal que le cruzaba la nariz de un lado a otro, clara señal que la marcaba como dragona. Dientes delanteros con sus esquinas del centro fracturadas por un puñetazo que le propinaron en la infancia, lo que les daba un aspecto de mal colocados. Pensándolo bien, oculto su sonrisa. Todos siempre alababan lo sana y blanca que era su dentadura. Estatura no muy alta pero tampoco precisamente baja, un poco por encima de la media. Un peso que se negaba a subir comiera lo que comiera. Si observaba mejor vería cayos en sus palmas y cicatrices en sus manos. - Ves, no luzco para nada como debería lucir una princesa. - terminando de pronunciar sus palabras se escuchó el retumbante sonido que producía su dragón. Visenya desvió su vista hacia la cabeza de la bestia que se había asomado buscándola. Sin quitar los ojos del animal sentenció:
- Tu dragón es todo lo que necesitas para ser considerada una princesa Targaryen. Los rasgos Valyrios son bellos, sí, pero los buscamos no por su aspecto físico atractivo, sino porque son indicativos necesarios que marcan la pureza de su sangre, cosa que buscamos mantener. El hecho de la existencia de tu vínculo con tu montura es una prueba de linaje superior a meramente tener un par de ojos púrpuras.
- Soy bastarda.
- Hija de un Targaryen, que viene de una estirpe fuerte, y sin nadie que conozca a ninguno de tus padres, no se puede asegurar tu legitimidad ni tu ilegitimidad.
- Soy plebeya, poco educada y analfabeta. A duras penas se contar y sumar.
- Mitad plebeya, que una vez más, nadie puede probar. Y de tu educación me encargaré yo.
A Ortiga se le acababan las escusas, lo que parecía divertir enormemente a la reina.
- Vamos, deben haber otras opciones para el matrimonio entonces, además de su hijo.
El rostro de la reina se tornó pétreo - Existen solo tres hombres Targaryen sobre esta tierra. Uno está a punto de casarse mientras los otros dos ya están casados. Unirte a alguien a inicios de un matrimonio te permitirá establecer las bases sobre las que se desarrollará tu relación. También será más inmensamente fácil que inmiscuirse en un matrimonio ya establecido. Aenys es feliz con su novia, la cual lo tienen envuelto en sus delicados deditos. Si se le ordena casarse obedecerá, pero no esperes que te defienda o haga nada por ti o por los hijos que tendrás contra esa familia política suya. - ignoró totalmente que también eran su familia en parte - Los Velaryon están muy satisfechos con su posición como familia emparentada con el próximo rey como para dejarte existir en paz siendo tú y tú descendencia un obstáculo para su poder. Con respecto a mi esposo Aegon - la mirada que le envió le dejó en claro que elegir una muerte rápida sería mejor opción - aún llora la perdida de mi amada hermana y teniendo una sucesión asegurada, estará menos interesado en una nueva mujer y menos aún en sus niños, si logras sacar alguno de él. - el último comentario fue dicho de manera bastante despectiva.
Queda Maegor, - ante su evidente pánico no se detuvo - que para empezar te preferirá a ti sobre su novia ándala a la que aún no conoce. Como ya mencioné, tiene trece años por lo que aún se puede moldear y corregir los defectos en su comportamiento. Cosa de la que me encargaré personalmente
- Te das cuenta de que el Maegor que sembró caos y destrucción en mis historias fue criado por ti ¿verdad?
En lugar de enfadarse lució pensativa, antes de darle la razón - Tienes un punto válido. Tal vez te usé como palanca para conseguir que Aegon se involucré por una vez en su crianza. Mi príncipe lo idolatra y seguirá sus enseñanzas al pie de la letra.
Quería usarla de palanca contra Aegon. El Maldito. Conquistador. Ja. Estaba muerta. Mejor saltaba por un precipicio y se ahorraba la mierda que se le venía encima. Deteniéndose en lo que dijo: ¿Aegon no estaba involucrado en la educación de su hijo? Extraño abandonar al hijo de repuesto de esa forma, nada garantizaba que el primogénito viviera siempre para heredar las cosas. Eso también podría explicar como un rey tan efectivo en su gobierno tuvo un hijo que no sabía nada de diplomacia. Aunque seguía sin explicar como Aenys era un completo inútil con respecto a la política y la guerra. Volviendo a Maegor y a su formación, esto le brindó una idea a Ortiga. Ella ya era una adulta de dieciséis años y el príncipe futuro rey cruel todavía era un niño. Ella podía influir en su instrucción y tal vez corregirlo antes de que cometiera sus peores crímenes. Puede que incluso se ganará un poco de su respeto, y aún si se volvía un monstruo despiadado y sanguinario, le ahorrará un poco de su brutalidad. Si las cosas se ponían feas siempre podía escapar. No era una cobarde pero este era el condenado Maegor, que un día montaría al Terror Negro y ella no tenía la habilidad de Daemon para enfrentarse a una criatura así. No ahora al menos. No obstante, si se quedaba un tiempo, incluso si el niño se convertía en el Cruel, podría reunir suficientes recursos e información para fugarse a un lugar seguro. Se comenzaba a formar un plan.
Luces como si comenzarás a aceptar tu fortuna - las palabras de la soberana la sacaron de sus cavilaciones.
Solo pudo encogerse de hombros - Soy una rata callejera, o te adaptas o no sobrevives.
Debo suponer que basaste tu vida en ese ideal hasta ahora. Sin embargo, eso se detiene. A partir de tu boda serás reconocida como una princesa Targaryen, y no hablarás mal de ti ni denigrarás tu estirpe. - Ortiga no estaba segura de lo que decía la reina. A pesar de que seguía llamándola princesa, juraría que las damas que se casaban en la realeza (excepto las reinas), preservaban su nombre y el título con el que nacieron. Considerando que Ortiga carecía de título y de nombre, e incluso de apellido porque con sus rasgos nadie creería que ella era una bastarda Targaryen, estaba jodida. Y hablando de joder.
¿Qué pasa con los niños? - cuestionó.
¿Los niños? - la pregunta de la reina sonó dubitativa por única vez, de lo que se recuperó bastante rápido - No creo que necesite aclararte cómo se producen los herederos.
Señora, yo le iba a preguntar cuál era el plan para tener hijos. Ya sabes, si la Hightower es infértil como en la historia. Esta es mi idea: en vez de que se casé con cuanta mujer crea que le dará hijos, se busca una amante y la deja embarazada. Si tiene un niño sano los casamos y decimos que se casaron antes y que el niño es legítimo. Yo me ofrezco como testigo. - dijo con toda sinceridad.
Visenya no pudo evitar burlarse del plan - Tenía planeado controlar a Ceryse. Buscar que no bebiera ningún abortivo ya sea con intención o a propósito, pues tal vez ella o alguien de su séquito mantuvieran la intención de que su sangre no se ligara con la nuestra, llena de perversiones endogámicas. - en un movimiento juvenil que no esperaba de ella, Visenya entorno los ojos - Lo que no imaginaba fuera que te descartaras a ti misma de toda la búsqueda de descendencia.
- ¿Por qué carajos querría yo meterme en ese problema?
¿Sí sabes que la mayoría de los matrimonios se concertan con el objetivo de tener hijos? - Visenya se mantuvo divertida con el debate, cosa que Ortiga agradeció.
Los matrimonios se forjan buscando muchas cosas, no solo herederos. Nosotros en el pueblo llano...
Ya no hay nosotros y pueblo llano, - Visenya corrigió - eres de la nobleza y de tu boca no saldrá lo contrario.
El pueblo llano se casa en ocasiones por amor, pero también para unir familias y recursos, conseguir mano de obra y mayor seguridad monetaria. No creo que la nobleza sea distinta. - ante la aprobación de la reina continuó - Los matrimonios nobles se usan para hacer pactos, conseguir dotes, establecer alianzas. Lo mismo pero con más plata. - si la reina Targaryen decía que ella era demasiado valiosa entonces era hora de empezar a explotarlo. Este mundo consumía a los débiles y los que se dejaban aplastar, Ortiga se aseguraría de no volver a caer en esa categoría - Yo ofrezco una alianza, un dragón y lealtad. No me pueden pedir un hijo. Primero, no me acuesto con niños. Segundo, no soy material de madre. Y tercero, si soy tan útil ¿Cómo me vas a arriesgar a que muera teniendo niños - dragón? ¿Y si luego su hijo me mata por no darle niños sanos? ¿Eh?
La dama mayor suspiró profundamente - Tu historia me preocupa de múltiples formas en ese sentido, pequeña ladrona. Por un lado me dices que mi hijo declaró a su esposa Ceryse es estéril. A cualquier otra esposa la habrían podido dejar de lado pero los Hightower no lo permitirían y cuentan con el apoyo de la Fé. Sospecho que eso fue lo que motivó a mi hijo a tomar una segunda esposa. Contigo me aseguraré de que esos patanes religiosos sienten el precedente del matrimonio múltiple legal en los Targaryen dentro de la Fé de los Siete. Luego, cuentas que durante el tiempo que estuvo exiliado tampoco tuvo hijos. Pero tampoco sabes si conoció a la esposa que reconocían como bruja al inicio de dicho exilio o al final. Solo sabes que tres de sus esposas quedaron embarazadas y dieron a luz a niños prematuros con partes de dragón ¿correcto? - asintió - Así que la bruja no salió embarazada y fue acusada de envenenar a dichos niños. Mientras tanto, Rhaena que tenía sangre de dragón no quedó embarazada, - un cabeceó negativo - ella evitó probablemente el embarazo. Nada que el té de luna no resolviera. La chica de sangre de dragón que pudo haber dado un resultado diferente. Tengo una teoría diferente al envenenamiento o maldición de los bebés. Sospecho que hice a un hijo de sangre demasiado fuerte.
- Entonces ¿es cierto que hiciste a Maegor con magia oscura?
La bofetada que le dio en la parte posterior de la cabeza fue más inesperada que dolorosa. Se tocó el área solo para sentir un pequeño bulto, era el posible resultado del golpe que la dejó inconsciente. Mientras tanto, la ojeada que le lanzó la reina prometía retribución por cualquier otro comentario como ese - No puedo negar que uno de los factores que influye en mi deseo de casarte con mi hijo es que espero ligar tu linaje al mío. La hija de Alyssa es de sangre fuerte, lo suficiente atractiva para que yo pidiera su mano para Maegor, pero me lo negaron. Ahora tomaré tu línea y la uniré a la mía. Pero una buena reina no se niega a las negociaciones ni a brindarles favores a sus aliados, así que estoy dispuesta a ofrecerte un trato.
Palabras mágicas que obtuvieron toda la atención de Ortiga, luego de que esta se distrajera al ponerse a apreciar el lento acercamiento de su dragón, cansado de esperar por ella.
Es obvio que temes a mi hijo. - la sub estimación del siglo - Yo me aseguraré de que no te ponga un dedo encima si va en contra de tu voluntad, incluyendo el lecho matrimonial. Pero exijo lealtad absoluta. A partir de tu boda no solo serás una esposa, serás considerada familia. Lucharás para y por Maegor. Sin trampas. Sin engaños. Sin favorecer a alguien más por encima de él o hacerlo de menos. - cosa extraña de decir - Valorabas el lazo que compartías con la hija de tu padre solo por lealtad al vínculo familiar y eso es algo que admiro. Así que esta es mi promesa: Acepta mis condiciones y juraré ante los dioses por mi vida, que no solo te trataré como una hija sino que te consideraré como una.
Bueno ¡maldición! Tenemos un trato - le apretó la mano mientras la cabeza de su dragón la empujaba en dirección a Visenya, acercando la - Por cierto, el truco ese que usaste para llamar a tu dragón te lo estoy robando.
Chapter 5: Algunas charlas y discusiones
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Maegor las encontró charlando tranquilamente. Su madre tenía una postura sosegada que no era común en ella. Ambas inspeccionaban de cerca al Ladrón de Ovejas. Fue este quien las alertó de que estaba presente con un gruñido bajo en su dirección. Arrastró tras de sí su morral lleno y las dos ovejas que su madre sugirió que buscará.
Vio la tensión en los hombros de la muchacha apenas puso sus ojos en él, para que luego soltará un suspiro y tratará de serenarse. Tratará era la palabra clave. ¿De verdad lucía tan aterrador para ella? Sabía que la gente de Rocadragon lo respetaba, ahora empezaba a pensar que puede que fuera más terror abyecto lo que sintieran. Hasta esa misma mañana nunca le preocupo lo que pensarán de él los súbditos de sus padres. Sabía que en la corte lo llamaban el Príncipe de Rocadragon y se había extendido a la plebe. Eso lo enorgullecía: el heredero de su hogar ancestral. Ahora no estaba seguro de nada. Que le temieran estaba bien, pero no le gustaba la idea de ser la criatura oscura, el horror, de los cuentos de miedo. Y tampoco sabía si heredaría el Señorío de la isla. No sabía que creer. Todo el camino de ida y de regreso intentó mantener su mente despejada. Aún así, le pesaba. Él no quería ser el monstruo, el Matasangre.
No importa lo que diga el mundo de que nuestros dragones son bestias aterradoras sedientas de sangre. Un dragón no mata sin razón. - le había dicho su madre en ese tono con el que parecía compartir su sabiduría - Quemamos a nuestros enemigos, no a nuestros aliados y nunca a nuestra familia, nuestra propia sangre.
Un Targaryen no debe pelear contra un Targaryen - su madre había explicado. Era su deber como segundo hijo proteger a la familia. Aenys era el primogénito, el heredero. Destinado a gobernar. Mientras que Maegor estaba destinado a destruir a aquellos que se opusieran a su gobierno, los enemigos de la dinastía. ¿Cómo había pasado de ser el guardián al destructor? ¿A ser la amenaza? Quería creer que lo que la chica contaba era mentira. Quería creerlo con todas sus fuerzas. Y aún así no podía negar lo que vio. Ese nivel de pánico ciego, te terror primigenio dirigido a él. Eso no se podía fingir. Lo peor era que sus historias eran un breve resumen. ¿Cómo serían los cuentos verdaderos? ¿Los que probablemente venían con detalles escalofriantes y macabros? Maegor no quería ser así. ¡No quería! ¡No quería!
Se suponía que un día se convertiría en un gran caballero, el mejor. No se esperaba menos del hijo de Aegon el Conquistador. Su madre lo había criado para ser el mejor guerrero que pudiera ser. El entrenamiento más riguroso y exhaustivo. El maestro de armas más letal que pudo encontrar. Se miró sus manos, manos de hombre. Siempre había estado orgulloso de su cuerpo. Más grande y más fuerte de lo que debería ser alguien de su edad. Capaz de enfrentarse a hombres adultos y vencer los. Este año, en un torneo, había participado en una batalla cuerpo a cuerpo. Derribó a caballeros curtidos y reconocidos. Su padre no lo había elogiado por ello. Quizás, pensó, tal vez no siguió las normas de caballería que su padre admiraba para este tipo de enfrentamiento, su madre no las tenía en alta estima. Tal vez había cometido varios errores como para ser celebrado. Un tropiezo aquí, quedó expuesto en un movimiento por allá. En este momento, más bien lo consumía una duda. ¿Acaso su padre sabía que había algo malo dentro de él? ¿Por eso lo mantenía apartado de su lado y del de Aenys?
Hubo una vez que Maegor soñó con ser rey. Para demostrarle a su padre que era mejor que su hermano. Aenys, las pocas veces que lo vio, trataba de ser amistoso y amable con él. Pero ese era Aenys con todo el mundo. Por ello era amado tanto por los nobles como por los criados. Mientras tanto, Maegor había pensado que él era demasiado suave. ¿Qué pasa si su padre sabía que Aenys era el rey correcto? ¿Qué gobernaría bien de no ser porque Maegor pondría a la Fé en su contra? Él lo sentía. En verdad, en verdad, no tenía nada en contra de su hermano. Su madre se lo había enseñado bien: Todo lo que hacíamos, debíamos hacerlo por la familia. Él no quería dañar a Aenys, ni siquiera cuando soñó con ser rey. Solo quería probar que era digno. Y al parecer en el futuro, cuando lo hizo, se convirtió no en el líder que había sido su padre sino en un rey de pesadilla.
Trataba de no pensar en eso. Trataba de sacarse esas cosas de la cabeza. Pero le seguían dando vueltas y solo quería gritar. Se lo impedía un constante recordatorio con la voz de su madre - Un príncipe mantiene siempre la compostura. Por ello se limitó a apretar los dientes dentro de su boca y saludar con una inclinación reverente tanto a su progenitora como que la nueva jinete.
Intentó atar las sogas de las ovejas a una piedra que sobresalía y quedó bastante descontento con el nudo que hizo. Que importa, pensó, el dragón las asaría tan pronto como se lo permitieran.
Justo como imaginó, la vista de los corderos atrajo la atención del depredador. Se alejo a una distancia prudente de los carneros solo para que el dragón no hiciera ningún movimiento sobre ellos. La bestia se veía muy centrada en su cena y aún así no se movió.
Dracarys - intentó para convencerlo de acabar con sus presas. El Ladrón de Ovejas solo enfocó su atención en él y resopló. Las personas inferiores que pensaban que sus monturas eran animales sin raciocinio eran tan estúpidas como el dragón pensaba que él era. No podía asegurarlo todavía, aunque empezaba a sentir que le desagradaba a la feroz criatura.
Maegor, - lo llamó Visenya - el dragón no obedecerá ninguno de tus comandos, ni siquiera para comer. - intentó defenderse explicando que solo quería convencerlo de que se comiera a sus refrigerios - No importará Maegor. Su jinete no confía del todo en nosotros por lo que su dragón no confía en nosotros, esa es la naturaleza del vínculo. - y para reforzar lo, convocó a su dragón sin decir palabra. Maegor pudo apreciar como Vaghar se acercaba lentamente, sin prestar atención alguna a los ovinos. El otro dragón siseó ante su acercamiento, aunque ese fue toda la magnitud de su respuesta - Cuando nuestra pequeña ladrona quedó inconsciente no fuimos pasto de las llamas solo porque ella lo había calmado momentos antes. Y lo más importante, cuando cayó, ella quería escapar de nosotros, no destruirnos. De haber tenido la más mínima intensión agresiva habríamos sido calcinados. Ten en cuenta esto la próxima vez que interactúes con su bestia.
Esto puso la mente de Maegor en perspectiva. Este no era uno de los dragones Targaryen ue conocía, no importa que descendiera de ellos en un par de generaciones. No podía actuar bajo la presunción de que lo reconocía e incluso bajo esa consideración era mejor actuar siempre de forma prudente y a una distancia respetable. La chica sólo lo miró de forma acusadora.
¿Qué pasa? - exigió.
La chica sacó de entre su ropa un puñal oculto y degolló a ambos animalitos con una facilidad pasmosa antes de decir - Ibas a hacer que quemará a las ovejas vivas para comerselas.
- Sí, así lo hacen en la naturaleza cuando cazan.
- Con nosotros presentes no tiene que ser así. Como mínimo podemos ahorrarle el sufrimiento a los animales que tienen que morir para servir de alimento. Podemos ser fríos al respecto pero no crueles.
La referencia lo enfureció. Iba a decirle que los Targaryen no tenían que limitarse por tales creencias morales cuando vio a us madre asentir. ¿Lo que dijo la chica era correcto? Viendo el charco de sangre extenderse a su alrededor pensó que hubiera sido más pulcro y eficiente usar su método. Su furia terminó disminuyendo aunque aún estaba enfadado.
Pues no sabía que tenías un cuchillo y no iba a usar mi espada. - su argumento sonó débil y como algo que solo podía salir de un niño enfurruñado. Patético, pensó. Un príncipe siempre debe mantener la dignidad, se reprendió a sí mismo.
Si esperaba una contestación de la chica iba a ser decepcionado pues fue la voz de su madre la que habló - Maegor, - su nombre fue articulado de forma tal que se sentía como un regaño estuviese a punto de ser impartido - hoy has cometido dos veces el mismo error. Por tu propia admisión has consentido que te has saltado una de las reglas más básicas que debe seguir cualquier guerrero. - sintió que iba a enrojecer de vergüenza, demasiado impropio de un príncipe, así que para evitarlo alzó su labio en lo que todos pensaban que era una mueca - ¿Puedes decirme cuál fue?
No sé - intentó sonar firme.
Has bajado la guardia en dos ocasiones diferentes y con la misma persona. - no pudo evitar ponerse rígido - Ignoraste que nuestra pequeña pilla acá, por poco amenazante que parezca, podría llevar un arma oculta. Y anteriormente, cuando nuestra pilluela fingió desmayarse caíste directamente en su trampa sin asegurarte de no quedar vulnerable.
Bueno, si le estás dando lecciones déjame compartir un poco de sabiduría callejera. - Maegor la miró, impresionado de que su madre aceptará su intromisión en su discurso - Si alguien finge un desmayo, intentará no sufrir aunque no quiera, darse golpes fuertes en la cabeza o en el cuerpo, se deslizan suavemente al suelo para que bajes la guardia y ¡PUM!...
Dracarys - la orden de su madre resaltó el sentido de lo que la muchacha decía mientras llamas bronceadas envolvían a los dos carneros. Una guardia baja significaba una debilidad a punto de ser explotada. Mientras el calor del fuego los bañaba, Vaghar se apropió de una sola oveja y la arrastró para devorar la a su zona correspondiente e la cueva. El Ladrón de Ovejas le dedicó un gruñido bajo pero no hizo movimientos hasta que la chica le destinó un gesto y se abalanzó sobre su comida. Entonces la muchacha continuó su explicación.
- Cuando alguien es herido o cae inconsciente de verdad, no tiene una caída suave como la mía, sino que cae como piedra. Un momento están de pie y el otro en el suelo. Tenlo presente para diferenciar una persona que no está lúcida de otra que solo finge.
Visenya se mostró positiva ante este comentario así que él lo guardó en su mente. Si era útil para enfrentarse a enemigos, conocimientos son conocimientos. Este día había adquirido grandes descubrimientos y conocimientos y dudaba que alguna vez olvidará lo que aprendió en la jornada.
Por cierto, pequeña ladrona, - la voz de su madre tomó un cariz jovial - no se me ha escapado que tras tantas palabras e intercambios, aún no conocemos tu nombre.
Ortiga - la respuesta fue rápida.
¿Qué clase de nombre es Ortiga? - no pudo evitar burlarse.
¿Qué clase de nombre es Maegor? ¡Apuesto a que viene de maegi! - a la reina Visenya se le acusaba de practicar magia de sangre, así que el nombre tenía sentido.
La incipiente discusión fue cortada de raíz por un fuerte revés que Visenya les propinó a ambos en la parte posterior de la cabeza. Ortiga solo se sacudió, pensando que estos bofetones se estaban haciendo costumbre mientras Maegor se hallaba debidamente escarmentado.
Maegor viene de Maegon, Señor de Rocadragon y gran erudito. La mayor parte de los libros de medicina que están en el castillo, quitando los traídos por Aenar antes de la Maldición, provienen de su colección personal. - ¿así que la reina guerrera admiraba al lord estudioso? Pensó Ortiga mientras Visenya le lanzaba una reprimenda. Después se centró en Maegor - Te he enseñado mejor que para burlarse del nombre de nuestros invitados. Es cierto que Ortiga no es un nombre valyrio y es algo que tendremos y es algo que tendremos que corregir. Al igual que tendremos que renombrar a su bestia. Me niego que Ladrón de Ovejas sea más que un título para las bestias consideradas el orgullo de la Casa Targaryen.
Oiga Señora, - una mirada bastó para regular - Su Gracia. ¿Cómo que me va a cambiar de nombre? ¿Y si me confundo después?
- Es algo que tendré que analizar a profundidad. Pero es momento de marcharme. Inventaré algunas escusas para la ausencia de Maegor, no quiero que se hagan suposiciones innecesarias. Y pondré en marcha algunos proyectos necesarios para el logro de nuestros objetivos.
¡Espere! ¿Y el niño? - ¿Cuando hablaba de un niño se referia a él? Maegor se ofendió. Como podía pensar que él era un niño, estaba a punto de casarse y todos admitían que lucía casi como un adulto - No me va a dejar a solas con él ¿verdad?
Su madre tranquilamente admitió - Le dije a mi hijo que se preparará para pasar la noche junto a ti. Siendo esencialmente nuestro huésped secreto no podemos brindarte la hospitalidad del castillo. Lo que no significa que no te brindaremos todas las comodidades posibles. - la diversión apareció en su tono - No te preocupes, mi príncipe será un excelente guardián y sabrá tratar a una jinete de dragón acorde a su posición. Yace tranquila a su lado. - esto último pareció espantar la aún más.
Maegor se sentía separado de la discusión. Como silencio faltará una parte que no le permitía entender bien que debatían entre las dos.
También espero que mantengas entre nosotros lo que discutimos. He criado a mi príncipe para que sea el mejor combatiente que pueda ser pero no debo seguir siendo ignorante a sus defectos. Pensé que por su posición nunca necesitaría pulir otras cualidades. Hoy comprendo que la ausencia de dichas aptitudes puede ser más perjudicial que beneficioso. Maegor carece de muchas habilidades cortesanas, entre ellas la habilidad de fingir descaradamente y mentir. - Maegor se sentía completamente rígido con sus palabras. Que su madre admitiera que cojeaba en habilidades necesarias era algo que no le gustaba para nada - Es menester a nuestros intereses que él quede en la oscuridad sobre este tema. - la chica se quedó completamente boquiabierta mientras su madre se enfocó en él - Escucha mis palabras, hijo mío. He fallado en muchas ocasiones en proteger tus necesidades. - Maegor quiso negar esto con vehemencia. Si alguien había luchado a su favor no podía ser otra que su madre - Ahora te pido que confíes. Allanaré el camino para evitar el oscuro futuro que nos fue revelado. Pase lo que pasé, tú prosperarás, me encargaré de ello. ¿Confías en tu madre?
Solo pudo cabecear hacia arriba y abajo. Su madre era su única constante en su vida. Por mucho que le doliera, su padre no era más que un extraño y aunque intentará ignorarlo, en ocasiones sentía que ni siquiera le importaba. Aenys solo había charlado con él un par de veces. Sin su progenitora, estaba completamente solo.
Visenya aceptó su asentimiento mientras la muchacha (Ortiga, se llama Ortiga, se repitió) permaneció en silencio mudo. Su madre acabó dirigiéndose hasta donde descansaba Vaghar en el otro lado de la cueva, completamente tranquila y Maegor la siguió. Ellos no eran de despedida efusivas y no verse durante toda la noche, el tiempo más probable de separación, no justificó el comportamiento de su matrona. Ella tomó su rostro entre sus manos y besó su frente - Escucha bien, mi príncipe. No quiero discusión. A partir de este momento tratarás a la muchacha no como una dama sino como si fuera toda una princesa Targaryen.
Él convino - Es una Señora del Dragón verdadera, no importa que haya nacido bastarda.
- No. Nada de bastarda. Aunque a nosotros no nos importe, es una mancha tan grande para la gente de este continente que es mejor no poner ese peso sobre sus hombros.
- ¿Cómo Orys?
Como Orys. - ser bastardo era un estigma tal, que en vez de presumir ante todos que tenía en las venas sangre de dragón, era mejor negarlo, ocultarlo. Como si fuera un motivo de vergüenza - Considerala de nuestro lado.
¿Cómo uno de mis acompañantes? - todos niños de Casa Menores, pues las Grandes Casas preferían enviar a sus hijos con Aenys. No eran realmente sus amigos. Eso lo aprendió pronto. Si podían conseguir una mejor posición se irían bastante rápido. Tampoco es que fuera tan divertido estar a su lado, tuvo que admitir. Con todo lo que sabía, se tuvo que preguntar: ¿Sus compañeros notaban algo malo en él?
No. Es nuestra. Compartimos objetivos en común por lo que ella promete fidelidad. Aún así Maegor, debes recordar. La lealtad es difícil de conseguir y fácil de destrozar. Debes aprender a cultivar la con ella, forzarla no servirá de nada. La aplastaría en vez de ganarla de forma completa para nosotros.
- No se preocupe madre, entendí.
Eres mi razón de ser Maegor. No sabes de lo que sería capaz por ti. - con estas crípticas palabras Visenya lo abandonó. Vaghar lanzó un trino de emoción mientras subía a su silla. Desesperezandose lentamente, la dragona estiró la totalidad de su envergadura y se sacudió. Reflejos verdes y azules brillaron por todo su cuerpo antes de que saltará por la entrada de la caverna. En lugar de girar inmediatamente hacia el castillo, siguiendo el borde de la isla, dirigió su bronceada masa en un vuelo hacia el mar abierto.
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Con el azul infinito extendiéndose ante ella Visenya se relajó. Solamente cuando volaba sola, por encima del mundo, podía aflojar sus extremidades. Su cuerpo siempre se mantenía alerta, buscando el peligro a la vuelta de la esquina. No importa que en ocasiones fuera útil, a su edad el precio que le pasaba a su cuerpo era demasiado alto. El dolor en su cuello y hombros era permanente. Ella por lo general lo achacaba a la flecha que la hirió en los Campos de Fuego, mejor decir que una vieja herida la molestaba que a decir que su mente siempre estaba tensión. La tomarían por una mujer demasiado excitable y se había esforzado demasiado en su vida para ser reducida por esto, en ella no se toleraría la más pequeña debilidad. Al final, nada de esto importaba. Lo cierto era que ya no podía descansar de noche. Su cabeza se negaba a apagarse buscando enemigos en cada sombra. Como último recurso recurrió a las hierbas para dormir. Lo que en esencia la dejaba vulnerable. Lo que la hacía preocuparse. Por lo que su cerebro entraba en un círculo vicioso de falta de sueño y angustia por el estado desvalido que adquiría como resultado de los remedios para dormir. Acá, sobre las nubes, ningún enemigo la alcanzaría jamás.
No diría que lo disfrutaba. El placer de volar había sido extirpado de ella hace mucho tiempo. Pero le quitaba la opresión en su pecho y le daba más libertad para pensar. Ya había esbozado el plan a seguir. Eran los pequeños detalles los que había que pulir. Como explicar a la nueva jinete. Como presionar para que se aceptará el matrimonio doble. Como usar a la niña para lograr concesiones a la vez que convencía a Aegon que su utilidad era mayor que su amenaza.
Aegon... No pudo evitar contorsionar su cara en una mueca de desagrado. Tenía la persistente creencia de que estaba más involucrado de lo que nadie imaginaría en la usurpación de los derechos de su hijo. Apretó los bordes de la montura. Un gruñido alterado surgió de Vaghar, su dragona sentía su conflicto interno. No pudo detenerse incluso con esto. Ella había luchado por su familia, sangrando por ella. Su orgullo había sido pisoteado una y otra vez en el nombre Targaryen. Si lo que pensaba era cierto, entonces sería la traición definitiva. No quería saber como reaccionaría si lo que sospechaba era verdad.
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Esto es una mierda, pensó Ortiga. Una cosa era planear una alianza matrimonial falsa con Maegor y otra era pasar tiempo con él. A solas. Sin que su maldita madre le advirtiera que no podía hacerle daño.
Respiró hondo. No pienses en el problema, piensa en la solución. Bueno, veamos. Hasta que se hizo rey no hizo nada realmente horrible. A menos que cuentes lo del gato. Y la historia del caballo que mató a cuchilladas para luego rajarle la cara al mozo de cuadra que intentó detenerlo. Lo que la dejó pensando ¿Cómo se mata a un caballo con una pequeña cuchilla? Los caballos son animales grandes con estructuras robustas. Para matarlos se necesitaría un esfuerzo considerable y una cantidad de heridas significativas. Más esfuerzo si el corcel se resistía y era obvio que se iba a resistir. Además ¿Por qué carajas nadie intervendría? Cualquier sirviente que se precie sabría que lo más inteligente para hacer cerca de un noble enojado era alejarse en dirección contraria. No meterse en una situación que podría contarle bastante caro. Y los malditos Targaryen destacaban, no podían ser confundidos con otra cosa que realeza.
Mmmm ¿lady Ortiga? - la voz a su lado casi le provoca un ataque al pecho. Mirarlo empeoró todo. Una sonrisa antinatural adornaba su boca y tuvo que contenerse para no gritar ¡Misericordia! Trató de calmarse y sonreír antes se responder.
Sí, ¿que deseas? - no le importaba que fuera un príncipe, si le pedía algo raro le iba a clavar su navaja en una pierna. Lo suficiente malo para que la dejara en paz y alejado de cualquier punto importante para evitar cualquier daño que provocara que sus papis, los Conquistadores, la persiguiera en venganza.
¿Podríamos prepararnos para el anochecer? Me gustaría encender el fuego y disponer los alimentos, si le place, - ¿Eh? Ah, la reina le había dicho que la tratará como una semejante. ¿De verdad iba a hacerlo? Echándole una ojeada más crítica, el príncipe parecía más incómodo que ella por la situación en la que ambos se encontraban - antes de que nos atrape el anochecer.
¿Cómo va a anochecer si aún es temprano? - dijo Ortiga antes de mirar por la apertura por donde Vaghar había emprendido el vuelo. El orbe rojo ya se encontraba descendiendo en el horizonte - ¡Carajo! ¡Hijo de tu madre! ¿Cuánto tiempo estuve fuera? - eso explicaba porque tenía tanta hambre, aunque la verdad era que siempre tenía hambre. Eh, al menos recordó no maldecir a su madre en su cara.
Se encontró... desmayada unas cuantas horas. - posterior a esto intentó aclarar - Mi madre intentó no hacerle demasiado daño cuanto te abalanzaste sobre mí - cierto, solo porque era "demasiado útil".
No, concéntrate, haz amigos no enemigos - Lamento haberte empujado, solo trataba de, como decirlo, salir entera (y viva) de la situación.
Hiciste lo correcto, - admitió - cuando te enfrentas a un enemigo desconocido cuyas fuerzas te superan es mejor alejarse para poder pensar un correcto plan de acción. Incuso lograste derribarme, estoy impresionado. - su cara de aprobación era ligeramente mejor a su perpetuo ceño fruncido y en definitiva, superior a la sonrisa macabra que tenía momentos atrás. Estando en mejor posición era hora de empezar a aplicar el plan para hacerse su amiga/ganarse su confianza para si se volvía loco no la matará y/o torturará. Así que mientras él preparaba la hoguera y se ponía a asar algo, mmmm pollo asado, intentó iniciar una conversación.
Nada. No le venía a la mente nada. ¿Cómo comienza uno una discusión amistosa con un posible genocida? Hasta aquí llegaron sus legendarias habilidades de conversación. El silencio se extendió, solo interrumpido por el carroñero festín que su dragón se daba a su espalda.
Realmente disfruta de las ovejas esa bestia tuya, mi lady. - fue el comentario de dicho príncipe, quien la atrajo hacia un tema bastante atractivo para ella.
Ella asintió emocionada - Sí, todos saben que se dedica a asaltar las manadas de corderos desde Marcaderiva hasta las Tierras de la Tormenta. No le interesan mucho las reses o los caballos, no digo que no se los coma, - se le escapó una carcajada - pero prefiere a los carneros y muy de vez en cuando se zampa al perro ovejero lo suficientemente tonto para interponerse en su camino. - otra pequeña risa, aquí un tema de sus favoritos, ella podía hablar sin detenerse de los dragones y más cuando se trataba del suyo, su máximo orgullo - No suele atacar a las personas mientras se mantengan lejos de él y es por eso que los pastores le dan un amplio espacio. Pero si lo provocan pueden ser bastante malhumorado. ¿Sabes que durante la cosecha de Semillas fue el dragón que más muertes provocó?
¿Cómo llegaste a domarlo? - el príncipe escuchaba atentamente todo lo que decía.
Sus mejillas se enrojecieron un poco. Le habían repetido en varias ocasiones que así no era como alguien se vinculaba a un dragón. Pues que se fueran al diablo. Lo que valía era que el vínculo estuviera ahí - Le comencé a traer una oveja día tras día. Cada vez confiaba un poco más en mí y me dejaba acercarme un tilín más. Hasta que un día él fue quien se acercó primero. Me dejó tocarlo. Cuando puse mi mano en su cabeza sentí la conexión. Era mío y también yo era suya. - la euforia del recuerdo la recorrió - Bah, que importa los que dicen que engañe al dragón para montarlo. Al final me eligió a mí.
- ¿Engañarlo?
Sí. Todos iban y se enfrentaban a los dragones y les daban órdenes a ver si obedecían. La mayoría terminaron quemados o muertos. Yo sabía que el Ladrón de Ovejas siempre fue un dragón salvaje. Así que de seguro jamás había obedecido órdenes y viendo que mató más personas que los tres dragones del castillo juntos, decidí que mejor se adaptará a mi poco o poco en vez de ir de frente y convertirme en bastarda asada. Quitando al príncipe Jacaerys la mayoría lo interpretó como hacer trampa.
Lo que solo podría describirse como una sonrisita maliciosa salió de sus labios - Eso es tonto. - dijo - No hay algo como hacer trampa a la hora de domar a un dragón. O te escoge o no. Solo estaban envidiosos de que fuisteis más astutas que ellos.
Príncipe cruel o no, sintió que se le hinchaba el pecho.
- ¿Quiénes son los tres dragones del castillo, mi señora?
Oh, son Bruma, Vermithor y Ala de Plata, todos fueron montados con anterioridad. Bruma era el orgullo de Ser Laenor Velaryon, volaba constantemente con el sobre Marcaderiva cuando era niña. Es un dragón adulto de color gris plateado. Probablemente el más pequeño de los dragones sin jinetes. Imagino que solo competiría en dimensiones con Fantasma Gris, que era uno de los dragones salvajes. Aunque nunca los vi juntos. El Fantasma Gris también era gris solo que del color de la niebla matutina, solo que con un aspecto más delicado, si se le puede llamar delicado a un dragón - él cabeceó entendiendo perfectamente - Era bastante tímido y demasiado escurridizo para estar cerca de otros dragones, por lo que es difícil compararlo. Solo pude observarlo una o dos veces a lo largo de mi vida pescando en la bahía. Y luego están Vermithor y Ala de Plata, nacidos en la cuna del Viejo rey Jaehaerys y la Bondadosa reina Alysanne. Mi dragón se encuentra en tamaño entre ellos dos, siendo Vermithor la Furia Bronce, el dragón más grande de la guerra después de Vaghar. De Ala de Plata podemos decir que es bastante dócil y amigable con extraños mientras que Vermithor no tanto, pero esos dos son bastante unidos, siempren llamándose y arrullándose. Por supuesto, ninguno se compara en ferocidad con el Caníbal, el dragón salvaje más grande, más viejo y probablemente el más peligroso de todos. Se sabe que devoraba dragones jóvenes y sus huevos y que su guarida estaba llena de huesos de aspirantes a jinetes de dragón. - sus manos hacían aspavientos para darle más dramatismo a lo que contaba - Incluso un hombre llamado Denys Argenta, que decía ser hijo de un bastardo del rey Maegor, intentó domar al Ladrón de Ovejas y...
- ¿Hijo de un bastardo mío? Eso no tiene sentido. Si estuviera tan desesperado por un hijo y tuviera un bastardo siendo rey ¿porqué no limitarme a reconocerlo?
Pues que se yo, habrá nacido de una sirvienta que lo ocultó - lo que no tendría sentido, el rey la hubiera cubierto de regalos - o sería hijo de otro hombre con rasgos Valyrios, pero eso fue lo que dijo. - el colmo de la vida de Ortiga, ella no podía decir que era hija de Daemon por como se veía y era más probable que creyeran que Denys era hijo de un hombre conocido por no tener hijos que que ella había nacido de la semilla del Príncipe Pícaro, el Señor del Lecho de Pulgas. Así era la vida ¿Qué se le iba a hacer? - Volviendo a la historia, el Ladrón de Ovejas le arrancó un brazo a Denys y cuando sus hijos intentaron rescatarlo vino el Caníbal, espantó a mi dragón y se los comió a cada uno de ellos. Nadie se atrevió a intentar montarlo después de eso. Es considerado el dragón más letal y agresivo de todos los que hay. Incluso hay personas que cuentan que vivía en Rocadragon antes de la llegada de los Targaryen, aunque eso lo dudó. Vaghar era mayor que él y - su rostro se contrajo con un rictus de dolor - Estoy hablando demasiado ¿verdad? - y pensar que estaba preocupada por no tener temas de conversación - Desde siempre he estado media obsesionada con los dragones y cuando comienzo a hablar de ellos es como si no pudiera detenerme
No me importa, - aclaró Maegor - me encantan los dragones. Un príncipe debe aplicarse en sus estudios y me gusta mucho estudiar sobre dragones. Sabías que cuando Aenar vino de Valyria trajo cinco dragones con él pero únicamente Balerion, que era una cría prosperó. - ella negó, bastante ilusionada con cuentos de dragones que no conocía - En las décadas siguientes la mayoría falleció y aunque el nacimiento de Meraxes a principios del siglo fue bastante celebrado, pasaron casi cincuenta años para que naciera Vaghar. Esta no se vínculo a ningún jinete hasta mi madre que la montó con apenas nueve años, la jinete más joven de la historia Targaryen y con un dragón salvaje. - mencionó lleno de orgullo, era hijo de un linaje augusto con ambos padres representando el ideal del mismo - Es por ello que la idea de un mundo lleno de dragones es tan extraña. ¿Sabes cuántos dragones hay en tu época?
Ella trató de contarlos - Veamos, los Verdes tenían seis, salvajes quedaban dos, los Negros en total tienen... - empezó a sumar y a restar con la mano.
- ¿Qué haces? ¿Por qué escondes dedos?
- Es una guerra, estoy descontando los que se han muerto.
¿Se han muerto muchos? - sonó medio horrorizado.
No pudo contener un gesto de dolor - Pues como cinco. Primero cayó Arrax con el príncipe Lucerys, el segundo hijo de la reina. Como era muy joven lo enviaron de mensajero a Bastión de Tormentas, que quedaba cerca y allá fue atacado por Aemond el Tuerto y Vaghar. La dragona viva más grande de Poniente contra un dragón considerado muy joven - su padre se enfurecía por la sola mención de esto - y es por ello que Aemond es llamado ahora el Matasangre, bueno, era. Luego, la princesa Rhaenys cayó en una trampa contra Vaghar y Fuegosol y con ella murió Meleys, la Reina Roja. Luego fue la Batalla del Gaznate donde luchamos contra las Tres Hijas, - se quedó callada un momento - más bien las Tres Putas. Mira lo bajo que cayó el bando contrario aliándose con esclavistas conocidos. Sabrán los dioses que prometieron a cambio, si permitir esclavizar parte de la población de la gente pequeña como pago. - un escalofrío la recorrió - Una flota de casi 100 barcos saqueó Marcaderiva y atacaron a los barcos que llevaban a los dos pequeños hijos de mi padre con la reina a Pentos. Aegon, el mayor de los dos logró escapar en su cría. Deberías haberla visto Maegor, escamas de color turquesa con cuernos y garras negras, destinada a convertirse en una bestia hermosa y brillante. Pero no sobrevivió, fue capaz de salvar a Aegon pero escorpiones y arqueros lo usaron de diana. - su sangre era hirviente y negra recordó, y echaba humo de sus heridas, cuanto luchó para no morir - Viserys, el menor de los dos niños, solo tenía ocho años y un huevo de dragón, sin manera de escapar compartió la suerte de los cientos de vasallos y criados de los Velaryon. Tanta sangre, tantas vidas.
- ¿Perdiste a alguien de tu lado?
De las personas que podía considerar mías ya no me quedaba nadie - admitió desganada - y nunca sabré si la familia de mi padre me reconocería como suya. Dime ¿quién querría admitir entre los suyos a la hija bastarda de una puta? - tenía que aceptar de una vez su realidad - Supongo que estoy completamente sola.
No estás sola ahora. Madre dijo que eras nuestra y ella aborrece las mentiras. Así que mejor no creas que esas fueron palabras melosas. - como podía pensar de forma tan ingenua mientras tenía un aspecto, en el mejor de los casos adusto fue su primer pensamiento. Los ojos suspicaces y su boca fruncido le daban una apariencia que no generaba confianza en lo que dijo, aunque parecía muy seguro. No pudo evitar darse una bofetada mental. Tenia trece años, sin importar como luciera seguía siendo un niño y con algo de suerte, un niño que podía ser arreglado de la mierda que fuera que lo haya hecho convertirse en la figura que inspiraba el miedo en los infantes de sangre Targaryen - Continúa tu historia, no te detengas.
Suspiró - En la misma batalla sufrimos probablemente la perdida más alimentada de toda la guerra. Jacaerys Velaryon, el amado príncipe. Noble y valiente y carismático por naturaleza. Hablar con él te inspiraba a seguirlo. Estaba destinado a superar a Jaehaerys. - solo de pensarlo se le querían saltar las lágrimas, solo dos veces había interactuado con él y se había ganado su eterno aprecio y lealtad - En pleno combate Vermax descendió demasiado bajo, no me preguntes porque, y terminó sumergido. - recordó solo girarse para contemplar con horror como el dragón intentaba salir del agua para luego hundirse por una galera en llamas - El príncipe Jacaerys logró safarse y salir a flote solo para ser acribillado por flechas. - el saber que no pudo haver nada para evitarlo no disminuía su dolor. En un momento todos volaban quemando la flota enemiga y en un parpadeo él estaba muerto. Sin que ella pudiera decirle lo mucho que lo admiraba. Le debía tanto y solo podía observar de lejos como un proyectil tras otro se clavaban en su cuerpo. Cuando pudo reaccionar estalló en ira. Cientos de hombres fueron combustible para el fuego de su dragón. Galera tras galera, barco tras barco. Hasta que el mar completo ardió a su alrededor y el humo invadía sus pulmones. Intentó bloquear lo. La injusticia, la perdida, la deuda que jamás podría ser saldada. Solo para que le siguiera otra pérdida igual de devastadora y reciente.
Luego lucharon Aemond y Vaghar contra Daemon y Caraxes sobre el Ojo de los Dioses. Nadie sobrevivió. Ja. Supongo que los Verdes también perdieron un dragón. - dijo sinceramente desanimada - Sabes, ya no tengo ganas de seguir haciendo cuentos.
- La cena...
¡Qué no tengo hambre! - tan bien que había comenzado su charla. Se suponía que debía intentar relacionarse con el príncipe, ganar algo de aprecio. Pero no tenía ni las fuerzas ni la voluntad. Demasiadas perdidas en demasiado poco tiempo. Ni siquiera podía seguir luchando contra el otro bando porque no existía el otro bando. No había enemigos ni aliados. De pronto se sintió sola, tan sola y sin rumbo - Me voy a dormir, no molestes.
Si al príncipe le molestó que una muchacha común le diera órdenes, no dio señal.
Chapter 6: Los primeros pasos para forjar un vínculo
Chapter Text
Una serie de gruñidos traqueteantes la despertaron.
¡¿Qué... ¿Qué pasa? - se escuchó decir alarmada solo para ver a Vaghar y al Ladrón de Ovejas enfrentándose. Por un momento temió que pelearán, incluso si su dragón tenía una ventaja con su tamaño. Vaghar con todas sus crestas extendidas y su graciosa corona de cuernos, era una bestia magnífica, pero no alcanzaba las dimensiones de su montura y menos aún el colosal volumen de la Vaghar que ella conocía. Su ansiedad fue infundada. Ambos dragones, tras un breve intercambio de siseos graves y profundos, procedieron a ignorarse. Una inquietud menos. Consideró volver a tumbarse pero ya no tenía sueño. Intentarlo solo la llevaría a revivir toda la angustia que prefería ignorar. Eso era lo que ella hacía. Tomaba todo lo malo que no tenía solución, lo enterraba en el rincón más lejano y fingía que no existía. El mundo era una mierda, lleno de un desastre o dificultad, ya sea grande o pequeña, tras otra, acompañados de cortos respiros. O quizás fuera su vida. Así que era mejor explotar los buenos momentos, disfrutarlos al máximo, antes de que desaparecieran. No podía concentrarse en lo malo o sino no sobreviviría. Y considerando su nueva situación, aislada de todo lo que conocía, era mejor que dejará de lloriquear y se pusiera manos a la obra o terminaría tumbandose en el suelo para dejarse morir.
Primero tenía que tantear las aguas y ver cómo resolvía el problema con el príncipe. Estúpida, estúpida, estúpida. Solo a ella se le ocurriría darle órdenes al futuro Maegor el Cruel. Quería golpear su cabeza contra la pared aunque eso no solucionará nada.
Estas despierta. - su voz la sobresaltó - ¿Desea usted sustituirme o debo yo continuar la guardia? - ¿la estaba regañando por quedarse dormida o no? Espera. ¿Había permanecido despierto todo este tiempo? Se fijó en su cara iluminada por unas pocas brazas encendidas. Unos ligeros círculos negros se extendían bajo sus ojos aunque aún no eran bolsas - ¿Mi lady?
Si sabes que los dragones se comerán a cualquier intruso amenazante ¿verdad? Me sorprende que el mío no se haya alterado la primera vez que apareciste. - solo respondió el silencio - Por cierto, ¿cuándo apareció Vaghar?
- Bastante después de que usted se durmiera. Madre debió enviarla a vigilar nos.
- ¿Puede hacer eso? ¡Guau! Cada día se aprende algo nuevo.
¿No lo sabías? - ante su encogimiento de hombros solo pudo suponer - Madre ha estado unida a Vaghar por décadas, tal vez sea por ello que puede hacerlo.
Como ella era nueva en esto tuvo que pensar que tenía razón. El vínculo era bastante complejo. Una parte era instintiva mientras que otra estaba en construcción cambio y era cierto que le faltaban conocimientos sobre el tema. Dejando de lado sus cavilaciones, decidió acercarse a él. Junto a él estaban los restos de lo que debería ser su cena: un queso con una mordida, media manzana y lo que quedaba de un pollo asado. Como se había saltado la comida, su estómago, jamás interesado en sus debacles internos, le exigía alimento. Así que simplemente fue a por ello.
¡¿Pero qué haces?! - el joven príncipe la miraba como si hubiera cometido un crimen - Esas son mis sobras.
- Lo siento. No sabía que te las ibas a comer.
- No iba a comerlo. ¡Iba a tirarlas!
- Entonces ¿de que te quejas? Te ibas a deshacer de ellas y ya me encargué yo.
Lady Ortiga, - dijo reuniendo paciencia y de pronto volvió a ponerse esa sonrisa de dientes puntiagudos que le había mostrado antes - tengo una cena completa reservada para usted. - sí, no iba a comerse esa comida ni jugando. Las sobras eran más seguras porque, no estaban destinadas a ella para empezar.
No gracias. Me conformo con esto. - y le propinó una mordida a la manzana - Hey, por cierto. ¿Por qué me sigues llamando lady Ortiga? Es incómodo.
Madre dijo que la tratará como una semejante, así que eso hago. Además, cuando la presenten en la Corte de seguro se le otorgarán títulos y pasará a formar parte de la nobleza. Es imposible que mi familia dejé escapar a una nueva jinete de dragón y harán lo imposible por mantenerla de nuestro lado. - no tenía que decírselo. Su madre había planeado una boda falsa con él, o más bien un matrimonio falso - En todo caso, sería casi mi igual.
No somos iguales, - soltó alterada - usted es un maldito príncipe y yo soy una jodida bastarda.
Dije casi. - por un instante dejo caer la sonrisa aterradora, su cara volvió a portar su ya conocido ceño fruncido, solo para que volviera a colocar en su lugar la desagradable máscara risueña - Yo seguiré siendo el hijo del rey mientras que a usted es posible que la llamen extranjera. Aún así, usted es una Señora del Dragón, hija de un Señor del Dragón. Bastarda o no, y madre no quiere que seas llamada así, tienes un dragón y uno inmenso. Se te considera en posesión de un tesoro incalculable. Y yo soy un príncipe Targaryen sin un dragón- apretó sus labios - Vienes de un lugar donde los dragones parecen llover del cielo. - alzó la mano para impedir que lo negara - Tal vez no lo consideres así, pero los Targaryen apenas hemos logrado criar tres dragones en casi un siglo. Podrían pasar décadas antes de que nazca una nueva cría. Así que puede que no sea jinete hasta que uno de mis padres fallezcan. Y eso si me acepta algún dragón. - masculló lo último pero Ortiga lo escuchó claramente.
- ¿Eso te preocupa? Sabes que puedo decirte que dragón montaste ¿verdad? O montarás. Como sea que se diga.
Sus ojos se abrieron ampliamente, el profundo violeta pareció brillar y su cara se iluminó con un matiz de felicidad - ¿En serio? ¿Cuál? - por una vez, sin la falsa mueca de alegría ni el constante ceño fruncido, su rostro reflejó de forma clara su edad. Es apenas un niño, pensó, demasiado joven. Era ancho, sí. Fuerte, también. Y casi tan alto como ella. Pero aún le faltaba terminar de crecer. Sin esa expresión amohinada aún su apreciaban sus mejillas rellenas y redondeadas, lo que su abuela solía llamar grasa infantil.
¡Demonios! A su edad ella ni siquiera había tenido su primera sangre de mujer. Y la gente a su alrededor ya planeaba casarlo, no con una sino con dos mujeres adultas y mayores que él. Siempre le había parecido repugnante los enlaces de hombres mayores con niñas. ¿Por qué a la inversa sería diferente? ¿Por qué lucía mayor y mejor construido? ¿Diría lo mismo si fuera una pequeña? Intentó imaginarlo en su cabeza. Un hombre mayor con una jovencita que ni siquiera tenía su ciclo pero parecía de más edad. Una sensación nauseabunda le recorrió la piel. Se le revolvió el estómago. Asqueroso, simplemente asqueroso.
Se fijó de nuevo en él. Ya no podía verlo solo como Maegor el Cruel, ni siquiera como al mocoso que había que manipular para ver si podía evitar que creciera para ser el tirano en el que muy probablemente se hubiera convertido. Ahora veía la tez de alguien inocente, que no había sido manchado por la oscuridad que asolaba la tierra. Era la imagen de sus amigos, quizás de ella misma, niños abandonados y solos, que solo podían recibir golpes y aguantar. Unos se quebraron, otros se quedaron en el camino, los que quedaron crecieron para convertirse en mendigos, borrachos y violadores. Todas sus esperanzas infantiles y sueños de mejoría aplastados por el peso de la vida que nunca les dio una oportunidad. Donde la sociedad veía escoria, ella muchas veces veía solo niños rotos. ¿Qué te hicieron? ¿Cómo te convertiste en el déspota sanguinario sin piedad para los tuyos?
Había monstruos que nacían y monstruos que se hacían. Ella lo sabía. Los primeros estaban condenados desde el inicio, eran aquellos que parecían disfrutar del sufrimiento ajeno y vivían para repartir miseria para su placer. Los consideraba los más peligrosos porque te hacían daño solo porque sí. El príncipe Maegor no parecía estar en esta categoría. Los segundos, aunque podían impartir la misma crueldad, muchas veces solo habían sido pequeños vulnerables, usados en la mayoría de las ocasiones, expuestos a cosas de las que deberían ser protegidos. Podría haber sido ella si no fuera porque escapó por los pelos, porque a punto de ahogarse alguien le tendió la mano.
¡Pero él es un príncipe! gritó una parte de ella ¿Qué sabe el de dolor, de miseria y de hambre? ¿Qué sabe de ser tratado siempre como contaminado, inútil? ¿Un desecho? Es un niño de la nobleza, mimado y protegido. Un príncipe del reino, el segundo detrás del trono, demasiado valioso para ser echado a un lado. ¿Qué sufrimientos pudo haber vivido que lo llevarán a derramar ríos de sangre? ¿Descender en su derecho al trono? Es un segundo hijo, ese es su destino si sobrevive el heredero y se reproduce. Para ello tendrá una vida de riqueza en compensación.
¿Lady Ortiga? - la pregunta la sacó de su debate interno. Todavía tenía esa mirada amplia y limpia adornándolo. Debió ver algo en su cara porque de inmediato se colocó una mano en su propio rostro y una señal de duda apareció entre sus cejas. Como si descubriera algo incorrecto en su aspecto, su semblante cambió. Fue como si una túnica se deslizará sobre su cuerpo y regresó su apariencia estoica y firme. La falsa sonrisa no había sido lo único falso, se dio cuenta. ¿Podría ser su actitud cerrada y huraña su forma de protección? ¿Su barrera contra el daño? ¿O era realmente un estado crudo de su carácter? Quizás era parte de su naturaleza ¿solo que pulida y afilada con los años? ¿Cuál era la verdad? Sabía que en ocasiones, cuando interpretabas a un personaje por demasiado tiempo, tu actuación tomaba a veces un estado más permanente, empezaba a formar parte de tu personalidad. Fíngelo hasta que lo consigas. A Ortiga le había servido. Paso tanto de su vida interpretando el papel de alegre y despreocupada, que ya apenas recordaba a la niñita enfadada con todos que había sido. También podrían ser ilusiones de ella. Puede que sí, puede que no. Trataría de averiguar la veracidad de esto.
No pasa Maegor. Solo me distraje un poco. ¿No tienes por allí algo de agua para bajar la comida? - la sed se había vuelto apremiante.
¿No prefieres vino? - cuando negó rebuscó en la cesta hasta pasarle un odre con agua - ¿Y bien? ¡Dímelo! ¿Cuál será mi montura? ¿Es uno que conozco o una cría por nacer?
¿No te lo imaginas? - negó e intentó disimular su energía nerviosa - Balerion, el Terror Negro, la criatura más grande que ha surcado jamás los cielos de Poniente. - en dragón más aterrador para el rey más aterrador fue lo que no dijo.
Una sensación de alivió pareció recorrerlo solo para lucir derrotado instantes después - ¿Qué pasa? ¿Qué te molesta? - intentó pensar en lo que significaría para él desde su perspectiva - ¿Es porque tu papá tiene que morir para convertirte en jinete?
Ni siquiera había pensado en eso. - se estremeció y luego aceptó - Pero es una realidad que muchos Targaryen terminan cabalgando sobre las monturas de sus padres. - dudó antes de admitir renuente - No debería decir esto pero... tenía miedo. Temía... temía quedarme sin dragón. Todos en mi familia tienen ¿sabes? Menos la princesa Rhaena que todavía es una bebé en pañales. - arrugó la nariz - Tenía miedo de no ser nunca un jinete. De ser menos que los demás, menos que mi hermano. - suspiró - Aenys tiene una cría desde que muy pequeño. Como no habían más crías mi padre me dio un huevo de dragón, aunque no llegó a nacer. Yo... - se retorció un poco - el día que vine aquí venía a algo así como "liberar al huevo". ¡No le digas eso a mi mamá! - actuó de repente como un niño asustado ante un regaño. Es un niño, se recordó, no podía olvidarlo. Lo que dijo a continuación solo se lo demostró - A veces, cuando voy a Desembarco del Rey o cuando regreso, veo a Aenys jugando con su dragón, dando vueltas en el cielo. Yo quería hacerlo también. Solo he montado a Vaghar y los vuelos de mi madre son aburridos. - así que quería su propio dragón para jugar ¿y qué?
¿Qué tiene eso de raro? ¿O de malo? - la miró interrogante - Volar es parte indisoluble de la naturaleza de un jinete y disfrutarlo es parte de ella. Ah, - se detuvo - es porque no puedes hacerlo pronto. ¿Por qué no le pides a Aenys que te lleve o a tu padre?
Un príncipe Targaryen no puede rebajarse a sí mismo suplicando por algo. - pareció muy seguro de sí mismo mientras que Ortiga dudaba de esto. Nunca había interactuado con muchos nobles y menos con sus hijos aunque creía que estos últimos, al igual que sus padres, se limitaban a exigir en vez de pedir y hacían un berrinche si no se cumplían sus caprichos. Quizás no todos fueron criados iguales, fue su pensamiento posterior. No veía a Visenya, luego de conocerla por pocas interacciones, siendo una madre mimosa y consentidora - Y mi padre es el rey de varios reinos conquistados, no puede desperdiciar su tiempo en juegos infantiles. - lo defendió con una inflexión que denotaba una creencia absoluta y no admitía discusión.
Entonces ¿ni siquiera se lo puedes pedir a tu hermano? - Maegor negó y Ortiga vio su oportunidad de empezar a ganar un poco de favor - ¿Quieres dar una vuelta en mi dragón? - la luna llena brillaba clara sobre el mar y desde su repisa se divisaban cielos despejados. La visibilidad no sería un problema. Él se levantó de golpe, acercándose todavía más a ella.
- ¿Podemos?
Sí, claro. Aunque deberíamos evitar giros y cambios bruscos no vaya a ser que te caigas del dragón. - aprovechó su acercamiento para comparar sus alturas. Por imposible que pareciera un niño de trece años casi la alcanzaba en tamaño por dos o tres dedos. Él no pareció molestarse cuando ella usó sus manos para equiparar su diferencia de tallas, más bien emocionado por la próxima aventura.
¡No te preocupes! Tengo mi faja de montar. Madre me ordenó traerla. - pensar en su madre trajo a colación otro dilema - Tal vez no deberíamos hacer esto. Madre ordenó discreción. No creo que quiera que nadie sepa que existes todavía.
Pffff - ella desestimó esto - Es plena noche. Incluso si alguien estuviera despierto solo podrían ver un dragón volando desde la isla. Las personas ven lo que quieren ver y la mayoría pensará que es simplemente Vaghar. La cual, convenientemente, está acá. - la señaló descansando en un rincón - Para notar algo raro tendrían que estar muy cerca y prometo que si vemos algún barco nos alejaremos.
Titubeó pero aceptó su explicación. Sus ganas de un vuelo divertido superaban por mucho su temor a desobedecer, al menos de momento. De inmediato registró entre sus cosas hasta encontrar una banda elaborada llena de eslabones. Con la poca iluminación del fuego no se distinguían bien los colores de la misma lo que reforzaba la creencia de que desde lejos nadie notaría que la bronceada dragona que esperaban ver era bastante más grande y bastante más marrón. Colocando la alrededor de su tronco se dispuso a sujetar la y ajustarla bien. Ella se dirigió hacia su bestia. El Ladrón de Ovejas la recibió con un sonido profundo que despertó a Vaghar. Esta los observó a todos antes de bajar la cabeza y continuar su siesta. Cuando su dragón notó que se preparaban para una cabalgata salió de su letargo rápidamente. Su pobre bebé. Creciendo en libertad no estaba acostumbrado a que le impidieran volar. - Lo lamento tanto mi amor. Te prometo que pronto no tendremos que ocultarnos más.
¿Qué haces? - interrumpió Maegor - Sabes que los dragones solo entienden alto valyrio ¿verdad?
Solo se un par de comandos simples en valyrio así que no tengo otra forma de hablarle. - el príncipe, que se veía listo para partir, aceptó esto - Debo preguntar. Ya te dije que no quiero que me llames Lady Ortiga, porque es rarísimo, pero... ¿Cómo quieres que te llame? - estaba presionando fuerte pero Visenya le había dicho que quedaban pocos días para su boda y si se iba a unir a esta, era mejor averiguar si el principito aún podía cambiar y adaptarse o sí ya había pasado el punto de no retorno.
- Puedes llamarme Maegor, al menos cuando no haya público. De todas formas no me has llamado de forma respetuosa en todas nuestras conversaciones.
¿No lo hice? - dijo un poco acobardada. Se acordó de dirigirse con formalidad a la reina Visenya pero no a él. Esto era malo. Esto era muy malo. Una cosa era intentar gradualmente y poco a poco, énfasis en lo último, ganarse su confianza y hacer que estuviera cómodo con ella. Otra muy diferente era faltarle el respeto y obligarlo a aceptarlo. Solo los estúpidos y los que no apreciaban su vida se portaban así con la nobleza y menos con la realeza. Maegor debió notar que estaba alterada porque intentó apaciguar la.
No me importa. Ya se dijo. Eres lo más cercano que tengo a una igual. Los únicos que podrían superarte son Aenys y su hija y no soy muy cercano a ellos. Aenys siempre está en los Recorridos Reales junto a mi padre. Cuando regresa a la Corte en Desembarco, madre y yo nos mudamos a Rocadragon y cuando ellos se trasladan aquí nosotros vamos a Desembarco del Rey. - a Ortiga esto le sonó raro. Todas las historias contaban que el rey Aegon había amado solo a su segunda esposa mientras a la primera la soportaba, o eso decían los rumores. Mantenerse lejos de cualquier mujer que solo aguantabas tenía sentido, la realidad de muchos matrimonios suponía. Lo que no tenía sentido era la distancia que mantenía de su segundo hijo. ¿Por qué lo haría? - Y la princesa Rhaena todavía está en la cuna. Así que puedes ser mi amiga de verdad. No como mis acompañantes. Tú estas de nuestro lado. Madre me lo dijo. Por lo que puedo confiar en ti.
No digas eso, pensó. No confíes en mí. Ella quería estar cerca para vigilar lo. Para ver si podía arreglarlo o huir antes de que fuera peligroso. No te portes así. Esa ingenuidad solo para mí. No me hagas sentir debilidad por ti. Sí lo hacía, terminaría cuidando de él. Protegiendo lo como si fuera suyo. Y ella tendía a aferrarse a los que consideraba suyos con uñas y con dientes, con la ferocidad de alguien acostumbrado a tener muy poco y esperar aún menos. Muéstrame al monstruo, no al chico solitario.
Él notó su incomodidad - ¿Qué pasa? ¿Dije algo mal? - y dudó antes de mostrar de nuevo esa sonrisa fea, como de tiburón a punto de morder.
¿Por qué haces eso? - preguntó algo nerviosa - Esa nueva rara con los dientes afuera.
Se quedó atónito antes de enfurruñarse. Incómodo confesó - Madre dijo que carezco de habilidades cortesanas, así que trate de lucir con ademanes de la Corte para que te sintieras más cómoda y demostrarle a mamá que no soy insuficiente en ese sentido.
Pues déjame decirte que fallaste. Fallaste miserablemente. - esto casi le saca los ojos de las órbitas. Una especie de tic nervioso hizo que la comisura de su labio se contrajera una y otra vez en una mueca de enojo - Dudo que nadie en la Corte, jamás de los nunca jamases, se atreviera mostrarse así para dar confianza. Y si lo hace, huye en la dirección contraria. Esta mal juzgar las apariencias y todo eso pero lo cierto es que esa es la sonrisa de una serpiente.
Maegor no lo tomó como ofensa - Entiendo. - luego se iluminó - Ves, te portas como un amigo real. Me dices las cosas como son y no las que quiero oír. - si él supiera. Solo pudo resoplar para sus adentros. ¿Cómo es que en lugar de un príncipe mimado se encontró a este niño? Es mejor que mantuviera esa fachada de hijo de perra porque esa ingenuidad sería devorada en la Corte. Ella nunca había estado en una pero de que era un nido de víboras, lo era. Esta bien, cambio de planes, o más bien nuevo objetivo. Además de "Hazte amiga del tirano" y "Reune monedas e información para escapar", iba a agregar un nuevo propósito: "Evita que aniquilen su lado bueno". ¡Maldición! En que problemas se metía por sus propios medios.
Esta bien, escucha, estás son mis condiciones. - hora de ponerse firmes - ¿Quieres que sea tú amiga? Seré tu amiga. Pero no obedeceré órdenes, las órdenes son para lacayos y subordinados, no para los amigos. No te veo asintiendo. - dijo mientras levantaba una ceja y el príncipe cabeceó bastante rápido de forma afirmativa - Bien. Cualquier cosa que me hagas te la devolveré, ya sea insultar o pequeñas represalias. Si escalas demasiado o pienso que te pasas de la raya, me largo. Das miedo mocoso y yo no me voy a enfrentar a ti. Como vez, no soy contraria a la venganza ni a pequeñas mezquindades así que si quieres desquitarte de alguien, atención que esto importa, de alguien que se haya metido contigo primero cuenta conmigo. Aclaró porque no me voy a pelear con gente solo porque sí. A menos que me caiga mal, pero si me cae mal a mi y te cae mal a ti, entonces ese pendejo está jodido. - a Maegor se le escapó una sonrisita maliciosa y actuaba encantado - Si pienso que te estás pasando un poquito con tus acciones espera un sopapo por la cabeza. Si tu madre los usa no veo porque yo no. Veamos, que más. ¡Ah, sí! Espera insultos y maldiciones, las más bajas y sucias de toda la bahía del Aguas Negras. No es que vayan dirigidas a ti es que se me salen.
Le caerás bien a mi maestro de armas. - fue la enigmática sentencia de Maegor. No entendía lo que quería decir aunque le dio la impresión de que no quería averiguarlo.
Me falta algo... ¡Honestidad! Pregúntame algo con honestidad y te responderé si puedo. Es más ¿quieres saber lo que discutí con tu madre? Porque te lo diré si quieres. - para recibir algo tienes que dar algo primero, si quería ganar confianza con él tenía que entregar algo a cambio desde el comienzo y no dudó en lanzar a Visenya y a sus planes bajo la carreta (la reina también haría lo mismo). Visenya era peligrosa pero la amenaza en potencia era el príncipe.
Él negó - Si mi madre cree que no debería saberlo todavía, entonces es mejor que no lo sepa todavía.
Excelente. - oye, ella ofreció. Que la rechazará poco importaba porque la oferta se hizo. Mejor, era un ganar - ganar. Ella se brindó a compartir el secreto de Visenya a la vez que lo guardó y quedó bien con ambos al final - Mmmm, prepárate para las bromas pero ese es como uno de los síntomas de una amistad. Y ahora, la advertencia. - se deshizo de su actitud risueña y sacó su puñal - A mi nadie me toca si no lo deseo. Trata y habrá violencia.
¿Me atacarías con tu daga? - dijo entre conmocionado y burlesco.
¿Con esta pequeña cuchilla? No. Eso era para dar énfasis. Deberías preocuparte más por este. - y los pasos de su dragón retumbaron en el suelo. Un sonido bajo y amenazante salió de su garganta. Vaghar levantó la cabeza rápidamente. Luego de que el ruido se apagará y no hubiera indicios de agresión, soltó una especie de chillido de queja y regresó a su descanso. Maegor observó a su bestia y asintió preocupado.
- Enemistarse con una jinete de dragón no es algo inteligente.
Claro que no, pero no todo es malo. Mientras no tengas ningún problema serio conmigo cuenta con que te cubra la espalda. Ya sea peleas, disputas, chismes, groserías, - enumeró con los dedos - no se que cosas más pero si aparecen, tú me las dices y ya veremos como las resolvemos. No te preocupes por la traición, no me comprarían por todo el oro de Roca Casterly. - todo el oro del continente de nada servía si terminaba de enemiga de estos dos - Lo juro por mi vida. - que es más o menos lo que estaba en juego - Y obtienes todos los paseos que desees en mi dragón, - dijo palmeando el pecho de el Ladrón de Ovejas - como somos amigos solo sería un favor y entre nosotros, - se acercó con complicidad - me encantará usarte de escusa para tomar todos los vuelos que quieras. - esto energizó al príncipe que comenzó a mirar a su dragón con deseo - Entonces, para arriba. Dejame montarme a mi primero y luego eliges si quieres ir delante o atrás..
Ni siquiera pudo completar la oración - Adelante.
Ella trepó por el costado de su bestia, usando tanto sus espinas y los anclajes de su montura como escalones, justo como Daemon le había enseñado. Apretó los labios, decidida a no pensar en cosas tristes. Al llegar a la cima llamó a su compañero - Vamos, sube.
Él comenzó el ascenso y su dragon se sacudió un poco. Se encontraba preparado para esto, porque sólo se aferró más fuerte y continuó subiendo cuando todo el movimiento se calmó. Se colocó al frente de su silla con presteza y ambos comenzaron a engancharse las cadenas correspondientes a su posición. El Ladrón de Ovejas levantó su cabeza, observó Maegor sobre él y resopló.
- Empiezo a creer que le desagradas a mi dragón.
- ¿Empiezas? Yo estoy bastante seguro de eso. Creo que no me perdona el haber intentado vincularse con él.
¿Los dragones pueden guardar rencor? - ante su encogimiento de hombros supuso que se quedaría con la duda - Bueno, agárrate fuerte. Cuidado cuando grites no vaya a ser que te muerdas la lengua.
- No voy a gritar. ¿Piensas que soy un cobarde en su primer vuelo de dragón?
Con un gesto su dragón estiró y encogió sus alas. Luego se acercó a la boca de la cueva por la que entró. La caverna no estaba en la cima de Montedragon aunque tampoco estaba muy abajo. La caída hasta el mar era bastante grande Ortiga supo enseguida que ella disfrutaría mucho de esto. Del príncipe estaba por verse. El Ladrón de Ovejas se tambaleó cerca del borde, esperando y entonces - Sōvēs.
El dragón saltó. Maegor esperaba la caída. La sensación de que algunos órganos dentro de su cuerpo subían mientras el resto de su cuerpo bajaba. La caída siguió y siguió y el mar, que se apreciaba gris con la iluminación nocturna, se acercaba cada vez más - ¡¡¡Qué haces loca!!!¡¡¡Nos vas a matar!!! - quizo girarse para reprender la pero sus manos no soltaban las agarraderas de la silla. A una distancia muy corta de la superficie acuosa, demasiado corta, escuchó - Vēzot.
El dragón inclinó sus alas y la caída en picada se redujo. Su gigantesca masa salió disparada hacia delante. Aunque no se llegó a sumergir, las patas del animal cortaron las olas. Sentía como gotas de agua salada chocaban contra él y la risa ligera y divertida de la chica resonaba a su espalda.
¡Lo hiciste a propósito! - acusó.
Lo hice. - ella no intentó negarlo - ¿Quieres que lo vuelva a hacer o quieres nuevos trucos?
Su mandíbula cayó mientras la miraba de reojo. Luego, el entusiasmo se hizo cargo - ¡Sorpréndeme!
No lo podía negar. Esto era lo más divertido que había hecho jamás, hasta el justo momento en que Ortiga dirigió a su montura a una serie de piruetas y rollos en el aire. Cada vuelta los llevaba más lejos de la isla, lo que era conveniente para evitar cualquier posible ojo indiscreto. Caídas y subidas cerradas fueron intercaladas entre voltereta y voltereta. Hasta que a Maegor le dolieron los brazos de aferrarse a la silla de montar. Nunca antes había sentido como se separaba de la montura mientras las cadenas de la misma lo mantenían atado. Esto solo lo motivó a agarrarse más fuerte. Fue solo después de un rato que el viaje se calmó y el Ladrón de Ovejas se contentó con planear a la deriva sobre el mar. Rocadragon era una mancha diminuta en la distancia aunque aún visible.
- Entonces ¿fue lo que esperabas?
Fue mejor. - esta había sido por mucho, la ocasión más feliz en la vida de Maegor. Se sentía perezoso y relajado luego de tanta emoción y no pudo evitar recostarse contra ella como en ocasiones hacía con su madre. Ella le sujetó las caderas en respuesta y colocó su cara en el hueco de su hombro. La brisa marina sopló suave contra su rostro cuando sintió que giraban de regreso a su refugio. El viento le impedía conversaciones largas. Aún así preguntó - ¿De verdad prometes que me llevarás a pasear cada vez que puedas?
En cada ocasión, mocoso. - si intentaba insultarlo no lo lograría. Nada podía cambiar esta satisfacción.
Un día, cuando tenga mi propio dragón - prometió - seré yo quien te lleve a pasear por los cielos.
Chapter 7: Camino a Antigua
Notes:
Mientras escribía el borrador de este capítulo me di cuenta de una cosa muy curiosa. Una parte del conflicto de Ortiga con su imagen es que no luce como "debería lucir" alguien con sangre Targaryen y releyendo el libro me di cuenta de algo. Quitando que sus colores no son los mismos, Alissa Targaryen y Ortiga comparten una descripción demasiado parecida. Una sonrisa torcida, sucia, vulgar, malhablada, no se portan como se espera de una mujer o una dama y ningún rasgo asociado a los valyrios ¿A quien de las dos describí? Sumarle además como guiño que mientras Ortiga tenía una cicatriz en su nariz, Alyssa tenía la nariz desviada por un golpe. Así que me imagino que mientras que todos dudaban de la Sangre del Dragón de la extraña Semilla que era Ortiga, Daemon podía ver en ella el reflejo de la madre que realmente no conoció, pero de la que no dudo que su padre Baelon le hablara constantemente.
Chapter Text
Ya no era tan joven como antes. A más de cinco décadas de su nacimiento, era algo que a Visenya tenía que empezar a aceptar, por mucho que hiriera a su orgullo. El cuerpo que había puesto de rodillas a gran parte del continente protestaba por la escalada de la pendiente. Más aún cuando no se había recuperado del viaje del día anterior. Realizar la subida por tercer día consecutivo quedaba descartado. Acercándose a la caverna escuchó voces entusiastas y eexcitadas.Ella reconocía esas voces pero no podía creer que una de ellas provenía de quien ella pensaba. Se detuvo perpleja.
Te lo digo en serio, todos dicen que el dragón le quemó las piernas y la espalda a Alyn pero yo digo que le quemó el trasero. - una sonrisa ladina escapó de quien solo podía ser su hijo - De verdad, ni siquiera podía sentarse. Solo estaba ahí, de pie, y se recostaba boca abajo. Y si le ofrecías uno de esos taburetes de campamento, sabes, esos con asiento de tela y Marco de madera ¡Te miraba feo! - la carcajada de Maegor estalló. No era grande y ruidosa como las de Orys y sus hijos, ni siquiera la suave y musical de Aenys. Fue seca, corta, como si no estuviera acostumbrado a usarla. Trató de recordar cuando fue la última vez que escuchó a su príncipe sonreír. Trató y trató y entonces recordó. Atrás, tan atrás. Todavía podía ser considerado casi un bebé.
¿Cuándo sucedió esto? pensó. Se había esmerado tanto en su educación, siempre encima de él, supervisando cada detalle. Enfocada en criar a un niño que no fuera temeroso e indeciso como su medio hermano. El príncipe perfecto que el reino necesitaba. Había pulido lo que ella consideraba imperfecciones. El comportamiento bullicioso y as distracciones no eran aceptables. Un príncipe se debía al estudio, al entrenamiento y a aspirar a ser lo mejor en lo que se esperaba de él. El entretenimiento y el juego eran cosas a las que ella no le había prestado atención. Las creía innecesarias en el mejor de los casos, obstáculos que le impedían a las personas alcanzar su pleno potencial. Su retoño, siendo un niño atento y obediente, había seguido tanto sus ideales como sus instrucciones al pie de la letra. Tuvo que detenerse a analizar esto y sus posibles consecuencias. Es que acaso, en su intento de refinar a su vástago en el pilar de su estirpe ¿lo había trocado en un alma amargada? Visenya solo intentaba crear una espada que protegiera a su familia, justo como era ella.
La revelación llegó como un golpe de su primer maestro de armas. No sabía ni le interesaba cómo o porque un hombre andalo había llegado a alcanzar dicho puesto en Rocadragon. Solo que cuando se le ordenó entrenar con una espada a Visenya, al caballero no le había hecho mucha gracia, y menos cuando la situación de la que nadie se atrevía a hablar había forzado a convertirla en una probable heredera. El andalo había adorado a Aegon, llenándolo de las estúpidas historias de caballería del Dominio, y a ella, que amenazaba su posición, la había odiado con igual intensidad. Su entrenamiento había sido inmisericorde, le enseñó a soportar el dolor y estar siempre alerta para evitar recibir un impacto. Y hoy, a más de cuarenta años de la primera vez que estuvo bajo su tutela, recordó la exacta sensación de recibir un porrazo de su espada de entrenamiento. Un dolor abrasador en las costillas, la incapacidad de respirar y mucho menos pensar más allá del trauma recibido, y sobre todo, el entendimiento de que había sido una falta suya la que había provocado esto. ¿Qué he hecho? ¿Intentar convertir a su hijo en un arma? ¿Cómo ella? Tuvo que cubrirse la boca para no gritar. ¿Podría considerar correcto lo que le hicieron a ella? Lo admitiera o no, una parte de ella estaba retorcida y no funcionaba bien. Amaba a su hijo, de verdad que sí, pero siempre fue consciente que ella no debió convertirse en madre. Había algo en ella que funcionaba mal. La mayoría de las veces se sentía desconectada de los demás, inepta para empatizar con sus sentimientos y sufrimientos. E incluso con su hijo, no hallaba la manera de demostrar el afecto y suavidad que empezaba a ser obvio que necesitaba con desesperación. Lo siento, quiso decir, siento haberte hecho esto. Pero un lo siento no bastaría. Ella misma resentía a sus padres por lo que le habían hecho, ambos por igual, años después de su muerte. No es que se hubieran disculpado por lo que hicieron. Habían tomado a una niña y le quitaron las partes que consideraban inconvenientes una y otra vez, hasta convertirla en lo requerían en ese momento. Luego, cuando ya no les fue igual de útil, la desecharon. Dejada de lado como una herramienta obsoleta. ¿Podría una mujer quebrada criar algo diferente a un niño roto? ¿Acaso era ella la responsable de haber creado a ese otro Maegor? ¿El de Ortiga? ¿El qué no era más que dureza y brutalidad?
¡¡¡No!!! ¡Se negaba! Incluso si una vez fue cierto ahora tenía pedazos de información que le ayudarían a sortear esos problemas antes de que se formarán. Aunque solo contará con algunos fragmentos, era mejor eso que naufragar a ciegas. Avanzó.
Addam me cae bien, hasta donde yo se es un chico agradable. Pero su hermano es algo fresco e insolente. Por eso cuando sugirió que había algo malo con mi dragón, por caer en un truco tan barato, le grité: ¿Qué pasa Alyn? ¿De envidia te arde el culo? - la pequeña risotada de Maegor se detuvo a la mitad cuando la vio. Ojos sobresaltados. Pasó de estar sosegado a una posición de tensión.
No, quiso decirle, esta bien, sigue así. En vez de eso, de su boca escapó un - Alguien comentó que Vaghar había dado un largo paseo anoche. ¿Quieres decirme...
¡¡¡Fue ella!!! ¡Ortiga dijo que podríamos pasear! ¡Dijo que en la oscuridad nadie distinguiría a un dragón de otro y que como las personas esperaban a Vaghar, verían a Vaghar! - eso sonaba atrevido, y también tenía su lógica, no demasiado pero si lo suficientemente sólida para usarla. Pensándolo bien, era bastante astuto y podría convenirle a sus propios planes, cada vez le gustaba un poco más esta muchacha. Tomar riesgos calculados era una parte fundamental de la vida y muchas de sus victorias personales, se debían a este tipo de acciones.
¡Maldito soplón! ¿No podías cerrar la boca? - le soltó un pescozón que dejó a Maegor impactado - Cuando alguien te interroga es mejor callarse hasta el final hasta averiguar qué sabe. Hasta yo que me enfermo si me quedo en silencio sé esto.
¡No soy un soplón! ¡Tú... - viendo a su hijo enrojecer, Visenya decidió detener la pelea antes de que el mal carácter de su hijo se desatara.
Maegor, - su descendencia le prestó su inmediata atención - nuestra pequeña Ortiga tiene toda la razón.
¡¿Qué?! - dijo más moderado.
En primer lugar, su proceso de pensamiento fue correcto. El comentario era sobre Vaghar, no sobre un dragón desconocido. En segundo, su consejo es adecuado, no digas nada hasta saber lo que conocen tus oponentes, y en tercer lugar, - no sabía como la chica había logrado ablandar a su hijo, aunque fuera un poquito, pero tomando en cuenta sus consideraciones anteriores, su hijo necesitaba más... normalidad en su vida, por no decir la suavidad que no sabía si podría darle. Su influencia probablemente haría más bien que mal - lo cierto es que te comportaste como todo un soplón.
No. No, yo... - ver a su descendiente sin palabras para responder fue la segunda sorpresa de la mañana de Visenya y una de las muchas en lo que iba de luna. El año se había perfilado como tranquilo pero esta segunda mitad empezaba fuerte. Una sonrisa taimada se apoderó de sus labios. Veamos cómo le iba a Aegon y a su Corte con una fracción de las revelaciones que ella había vivido.
No te preocupes Maegor, no es para tanto. - Ortiga removió su cabello - Querramos o no, todos hemos sido soplones en algún momento. Lo importante es que nadie salió herido. - su hijo resopló, aunque ella lo conocía mejor que eso. De alguna forma estaba disfrutando del contacto. Se sintió dividida. La parte más cínica de ella, la que veía al mundo con ojos sospechoso, calculaba lo que esperaba obtener su pequeña ladrona con esta muestra de afecto, cuán vulnerable podía ser su hijo a esto, como podían usarlo en su contra. Cuán patético era caer por ¡¡¡Detente!!! Esta forma de pensar era venenosa. ¿No había llegado ya a una fea conclusión? Que una parte importante de los problemas de su vástago, era muy posible que hubieran surgido por su incapacidad de tratarlo como algo más que un utensilio para la gloria de su Casa. Puede que dudar no formara parte de su naturaleza, y menos cuando dichas dudas se trataban acerca de su forma de ser. Quizás era hora de reevaluarse.
Incluso los mejores estrategas cometían errores, y ella, sin madera para ser madre, era muy probable que la hubiera jodido en la crianza de su niño. Aceptar las equivocaciones con gracia, una valiosa lección que había adquirido con los años. Si quería cambiar el mañana venidero se su hijo, debería no conformarse con simples acciones, sino que tendría que trastocar una parte de la esencia de la manera en que lo educaba. Había que atemperar de alguna forma la naturaleza inflexible y severa de Maegor. Vaya tarea titánica.
Y puede que la respiración fuera más sencilla de lo que creía. Frente a ella, Ortiga molestaba en chanza a Maegor. Ligeros empujoncitos que en otro lugar, ella misma los hubiera descrito como vulgares, el comportamiento de un niño sin educación, la ausencia absoluta de la dignidad. Aunque su príncipe sostenía la compostura, su postura corporal contaba otra historia. No fruncía sus cejas, no se ofendía por su actuación, lucía dispuesto a ignorarla. Bastante distante en su personalidad, la mayoría cometería la equivocación de creer que al desatender la, su heredero estaba menospreciado la actitud de la chica, y no podrían estar más errados. En el caso de que realmente estuviera molesto, la personalidad volátil de su hijo lo hubiera llevado a estallar. Ella no era tan incauta. ¡Su hijo incluso se acercaba a ella en vez de alejarse! En una sola noche, la jinete había obrado lo que solo podía llamarse magia con su hijo. Nada de otro mundo, por supuesto. Un poco más suelto, un pelo más permisivo. Un verdadero milagro.
Solo puede ser un regalo de los dioses. No una mensajera, como originalmente pensó. No una simple pieza útil, sino una clave. En lugar de ser la emisaria del problema, puede que fuera enviada a ser la solución. Pero se le acababa el tiempo. Los barcos habían partido esta mañana. Pequeños y discretos, barcos de pescadores, comerciantes y hasta contrabandistas. Partieron hacia diferentes puntos de Essos, contando susurros de haber visto un nuevo dragón. Cada versión mencionaría un animal de color y ubicación diferente. A la gente de Braavos se les diría que la bestia fue vista en las Tierras en disputa, a los de Pentos que el dragón apareció en Volantis mientras que en Myr hablarían de Astapor, Yunkai, Meeren. Antes de que la luna se alzara en su fase menguante, por todo el viejo continente correría el rumor de que de una de sus esquinas surgió una fiera desconocida montada por una mujer. Las acciones de Visenta avivarían las llamas. Ortiga obtuvo la idea correcta: la gente verá lo que quiera ver. En algún momento tendría que agradecerle por el pensamiento a la que empezaba a ver cómo su bendición personal. Aunque puede que lo más correcto sería llamarla su parlanchina personal, ya que por lo visto la niña no tenía la capacidad de callarse. ¿De qué estaba hablando ahora?
Pues sí, no digo que Fuegosol no fuera espléndido, porque lo era. Escamas doradas que relucían como el oro y alas de un delicado rosa pálido. Las veces que lo vi volar sobre Desembarco vi a un dragón frágil, lindo y esbelto. Pero personalmente me gustaba más Arrax, el dragón del príncipe Lucerys. De construcción más robusta aunque mucho más joven, era del color blanco de las perlas más finas y sus escamas, cuando le daba la luz del sol hacían esto que era como brillar con los colores del arcoíris. ¿Cuál es la palabra? La tengo en la punta de la lengua.
¿Será irisdiscencia? - respondió su hijo en un tono que jamás había escuchado de él.
¡Sí! ¡Esa! Iris... - la lengua de Ortiga se enredó con la palabra - irisdiscencia. Que junto a sus crestas doradas lo hacían más bonito para mí. Aunque bueno, para gustos están los colores. La mayoría decían que Fuegosol era el dragón más bello que jamás había existido. Por eso hay quien dice que es el dragón digno de un rey. Lo que es estúpido. En todo caso Arrax y Fuegosol serían dragones dignos de princesas, princesas mimadas. Del tipo de princesa que está cubierta de joyas y que nunca ha pisado barro en su vida. Ese tipo de princesa. - ese comentario sacó una risita algo risueña de Maegor que la detuvo enseguida. Sus ojos alarmados buscaron en ella una señal de desaprobación. Visenya intentó mantener su rostro acogedor, o al menos neutral. Tenía que comenzar a apoyar actitudes más relajadas en él, despegarlo del camino de abnegación absoluta en nombre del deber que le había inculcado hasta este día y que mejor manera de continuar que esta. Viendo que si actuar no fue reprendido, Maegor desvió rápidamente su atención a Ortiga de nuevo - Ninguno de los dos parecían dragones de reyes para mí.
¿Y cuál piensas tú que era el dragón digno de un rey? - el interés de su hijo en los dragones rayaba la obsesión, pero eso era algo que ella no intentaría detener. El poder y gloria de los Targaryen venía de ellos.
Bueno, si fuera sólo por las dimensiones diría que Vaghar pero no sé. - arrugó la nariz un poco - Es colosal, es aterradora, pero si hablamos de como luce, entonces no parece material para dragona de un rey. - la reina trató de no ofenderse por sus palabras, que eran honestas, ella conocía mucho sobre intercambios cortesanos para reconocer que lo hablado no estaba destinado a herir. Aún así no podía negar que le picó - Vermithor, la Furia Bronce, es impresionante por sí mismo y ya fue montado por el rey Jaehaerys. Aunque no sería mi favorito. Le siguen en tamaño Ala de Plata y Fuegoensueño, aunque nunca escucharás a nadie decir que nacieron para ser montadas por el monarca. - el Caníbal caía en esta categoría, por motivos diferentes - Al final, estamos hablando de su aspecto, porque de ser cuestión de magnitud sería un argumento pendejo decir que Fuegosol nació para ser montado por el soberano cuando Sirax, la bestia amarilla de Rhaenyra, no es solo enorme y formidable, sino que lo dobla en envergadura. Mi favorita personal - el tono de su voz fue soñador - hubiera sido Meleys, la Reina Roja. ¡Hasta su nombre lo dice! Inmensa y descomunal, era probablemente la dragona más peligrosa de la guerra luego de la montura de tu madre. Mi... mi padre - aún dudaba en llamarlo así - me contó que era feroz y astuta, y la más veloz de todos los dragones. Fue la montura de mi propia abuela. - la reverencia era clara - Bueno, estamos hablando de dragones destinados a reyes y esa condenada y magnífica criatura sería mi elección. De escamas escarlata brillantes y con garras, crestas y cuernos del color del cobre pulido, encajaba hasta con los colores de la Casa. Si los reyes Targaryen se eligieran por como se veían sus bestias entonces nadie podría negar que Meleys estaba destinada a ser montada por un rey... o la reina gobernante. Lo que supongo que no estaría lejos de la realidad, después de todo su última jinete fue Rhaenys Targaryen, la Reina que Nunca Fue, y a ella todo el pueblo llano sabe que el rey Jaehaerys casi que la despojó de su derecho al trono dos veces.
Aunque interesante lo que había dicho, y Visenya quería averiguar lo ocurrido ahí, eso sería cuando estuvieran más cómodos para obtener más detalles. En este momento todo era una carrera contra el tiempo para que los planes se Visenya funcionarán a la perfección.
Maegor, - su voz autoritaria interrumpió la plática y capturó la atención de ambos chicos - prepara tu cinturón de montar. Tus cosas ya han sido enviadas a Antigua por mar y te llevaré a ti hoy mismo junto a tu padre. Conocerás con él a tu prometida.
La sorpresa adornó su cara - Padre ordenó que me llevarás a Antigua el día de la boda.
Lo sé Maegor. - dudó, antes de acariciar su pelo como había hecho la pequeña pilla. Si su hijo se sorprendió lo superó muy rápido, pues pronto se inclinó ante su contacto. ¿Qué te he hecho mi niño? ¿Qué te hemos hecho? La parte calculadora de ella, luego de haber aceptado que necesitarían algo de suavidad para moldear a su hijo en alguien diferente, se preguntó: ¿cuán vulnerable al afecto lo hemos dejado? ¿Cuán fácil sería, para la persona correcta, manipular lo? En su deseo de hacerlo más fuerte lo había dejado inerme antes ciertas situaciones. Príncipe mío, tu madre corregirá sus errores y me aseguraré de que nadie explote tus debilidades - Pero muchas cosas han cambiado. Ahora, déjame tener una discusión tranquila con la pequeña ladronzuela.
Mirando a la muchacha que había quedado muda preguntó - ¿Volveremos a estar juntos después de la boda?
Sí Maegor, me aseguraré personalmente de eso. Solo recuerda, nadie debe saber nada sobre ella. - cuando asintió, continuó - Danos unos momentos a solas.
Cuando su hijo le dio espacio, la muchacha se despidió con fuerte agitón de manos y se adelantó a decirle - ¿De verdad crees que no tratará de espiar nos? - dijo mientras miraba en la dirección que se había marchado.
- Mi príncipe es obediente, mi pequeña bendición. No desafiará mi palabra. En este caso ¿lo harías tú?
Mmmm, - la chica meditó y asintió veloz - claro que sí. Sin duda alguna.
No sabes acaso que es peligroso saber ciertas cosas - le explicó divertida.
- Lo sé. Pero prefiero no entrar a problemas a ciegas, es mejor saber a lo que me enfrento. Prefiero que me intenten joder por algo que sé, a que lo hagan sin que yo sepa nada.
Una suave risa se escapó de sus labios - Eres realmente un tesoro. - su aura se volvió amenazante - Hora de la amenaza. Si piensas escapar pensando que está será tu mejor oportunidad...
Señora... ¡Reina! - rectificó rápido - si yo fuera tan estúpida para intentar escapar lo hubiera lo hubiera hecho anoche. Cuando fuera menos probable que nadie me viera ni supiera el rumbo que tomaba. Y cuando vuestra jodida dragona estaba aquí, descansando fuera de su alcance. Así que agradecería que cesarán las amenazas, no me sientan bien. - Visenya enarcó su ceja - Mire, no es que no lo haya pensado, pero mientras más lo pienso más me preocupo y más mala idea me parece. El continente que yo conozco lleva más de 100 años unido, excepto por los putos dornienses, mientras que este está formado por reinos que de seguro eran enemigos hace un par de décadas. Por lo que a diferencia de donde yo vine, no me voy a poder mezclar con facilidad, y si una mujer sola tiene una vida difícil, una mujer sola y considerada extranjera la tendrá peor. En el continente de al lado será lo mismo con la diferencia de que no conozco el idioma, la cultura y prefiero mantenerme lejos de los esclavistas. Así que tendré el matrimonio falso con Maegor - ¿matrimonio falso? ¿Así interpretó sus palabras? Pobre, aún le quedaba algo de ingenuidad, cuando comenzara su educación tendría que encargarse de esto. Aunque quizás fuera conveniente que pensara así, al menos al inicio, sería más fácil de... asegurar la. Ella no se sintió ni un poco culpable. Prometió tratarla como una hija y como una hija la trataría. Solo que su pilluela había ignorado tontamente que las madres de los Targaryen esperaban siempre el matrimonio entre sus hijos - y los apoyaré en cualquier cosa que no sea un crimen genocida que sea una afrenta total contra la moral, y eso que no soy precisamente el miembro más correcto y respetable de la sociedad. - dijo mientras se rascaba la cicatriz sobre su nariz - Así que ande sin miedo, que yo me voy a echar a dormir un rato y quedaré muerta para el mundo hasta que despierte. - terminó con un guiño.
La miró interrogante.
¿Qué? No me mire así. El día de ayer me la pasé inconsciente y aún así me dejó agotada. Y luego de mi paseo de anoche no pude pegar un ojo. Digamos que si a mi me gusta hablar de dragones, lo único que me supera es su hijo, que le gusta todavía más escuchar sobre ellos. ¿Quién soy yo para negarnos lo que ambos disfrutamos? - exclamó dramática - Pero ahora, cuando se vayan ambos, dormiré como un muerto. - al parecer, ninguno de los tres había descansado la noche anterior.
La reina sólo pudo negar con la cabeza ante el comportamiento descarado. Tampoco podía decir que no se sentía refrescante.
- Tu bestia tendrá que soportarlo, pero, de la comida que trajo mi hijo ayer ¿te alcanzará para aguantar dos días hasta que vuelva?
Ortiga soltó un largo silbido - ¿El viaje de aquí a Antigua y de vuelta tarda 2 días en dragón? Guau. Debe quedar bastante lejos. - en parte sí, pero Visenya tomaría digamos que un desvío - Listo, aquí hay de sobra para alimentarme. - se río - Creo que su hijo trajo suficiente para soportar un asedio entre ambos por media luna.
No lo dudaba. Su niño se había emocionado, lo mostrará o no, con pasar tiempo con la chica. Además, se dijo con burla, tenía el apetito de un dragón.
- Excelente. Descansa muchacha. Pronto las cosas de volverán movidas.
Antes de que concluyera de hablar, Ortiga se había estirado todo lo que podía, para luego acomodarse sin fanfarria en el suelo. Visenya estaba bastante segura de que, antes de llegar a Vaghar, la chica ya dormía. Mientras tanto, Maegor la esperaba paciente. Ambos se movieron en silencio, subiendo a la dragona y atando sus cadenas de forma metódica, realizando una tarea que habían repetido infinitas veces. Vaghar retomó una corriente de aire apenas despegó con rumbo al Dominio.
Maegor, - preguntó de repente - ¿Qué piensas de la chica?
La rigidez de su hijo fue automática - Pienso que es un activo valioso. Una jinete de dragón cuya lealtad nos...
No. - lo detuvo - No quiero respuestas sagaces. Quiero saber ¿qué piensas tú de ella?
Abrió la boca y la cerró como si le hubiera preguntado sobre un misterio del universo.
- Vamos mi príncipe. No pregunto por conveniencias ni motivaciones estratégicas. Solo lo que sientes.
Pensara lo que pensara, Visenya no desistiría de realizar la boda doble. Era demasiado necesaria. Si la lograba con éxito en el Septo Estrellado, sentaría el precedente del matrimonio múltiple Targaryen avalado por la misma Fé. Era mejor atajar un problema incipiente antes de que se convirtiera en una verdadera amenaza. Suerte acusando a su hijo de bigamia luego de que ellos mismos celebraron el matrimonio. Y en el caso de que la Dama Hightower fuera realmente infértil, habría conseguido para su hijo la mejor opción de segunda consorte a la que jamás podría tener acceso. Sin vínculos con otra Casa, una mente joven para ser moldeada por ella y nadie más y un dragón adulto completamente crecido atado a su sangre. Nada de lo que saliera del vientre de Alyssa podría ser mejor partido, y más considerando que todo apuntaba a que se les daría a sus retoños la crianza más andala posible. A su conveniencia por supuesto. Aún así, Visenya necesitaba algo. Seguridad tal vez, de que su hijo no estaría atrapado con alguien con quien ni siquiera deseara compartir espacio. Era la punzante verdad en la que vivía y no la ansiaba para él.
Yo... - respiró hondo como si esto fuera todavía más difícil - Se siente bien. Como si no tuviera que mantener toda mi guardia. Ella, ella puede ser amenazante si lo desea, pero no quiere serlo ni le interesa. Es calmante y amena. Se siente... Estar con ella se siente cómodo. - concluyó mientras se recostaba contra ella. Hacía mucho rato que no lo hacía, se dio cuenta, solo recostarse y confiar. Incluso con ella había empezado a levantar barreras. Se mordió los labios. Con sinceridad podía decir que su hijo era la única verdadera conexión que le quedaba, y poco a poco lo había estado alejando. Vaciló antes de decidirse a besar sus rizos, oro sobre plata, y más que ver, pudo sentir la satisfacción del mas pequeño cuerpo acostado contra ella. Con la dirección marcada hacia Antigua, en cuyo camino debía estar el resto de su familia, y la brisa fría de la madrugada golpeandoles la espalda, ambos dejaron que la calidez innata de Vaghar los aletargara. Maegor se rindió primero ante el agotamiento y su madre lo siguió después. No fue vencida por el cansancio absoluto ni los narcóticos. Aquí entre las nubes, con su vástago seguro en su abrazo y un futuro que se perfilaba más brillante, solo podian caber sueños de paz.
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Una sacudida feroz lo sacó de su descanso. No sabía cuánto había durado su cabezada pero estaba desorientado. Una segunda sacudida lo agitó. Despierto y alerta, y con las cadenas de la silla sujetándolo firmemente, miró a su alrededor. Las manos de su madre se encontraban apretadas a sus costados, su cuerpo tenso contra él. No entendía que pasaba. Al principio tampoco vio nada. El rugido agresivo de Vaghar lo distrajo. Fuerte y profundo, lo sentía hasta en los huesos. Entonces lo presenció. La inmensa masa negra de Balerion se alzaba en el cielo con su padre a sus espaldas, la mancha roja que era su capa lo delataba contra el absoluto negro de la fiera. Ambos dragones volaron en círculos. Giraban uno alrededor del otro en movimientos acechantes. Esto no era la típica agresividad. ¿Qué pasaba? ¿Iban a pelear de verdad? Los Targaryen no pelean contra Targaryen. Aún así, podía sentir la tensión de la bestia bajo él. Las llamadas belicosas de ambos animales. Esto no era un recibimiento amistoso. ¿Por qué? ¿Se enfrentarían realmente? Una frialdad lo recorrió. La montura de su madre no tendría una verdadera oportunidad contra el Terror Negro. Cuando todo parecía a punto de estallar, un destello blanco atravesó la circunferencia imaginaria. La joven Azogue, que apenas superaba la década, se dedicaba a realizar multitud de piruetas entre ambos depredadores amenazantes.
¡Mocoso estúpido! - fueron las palabras escupidas por Visenya - Un día de estos se meterá en una situación de la que no saldrá entero.
La escuchó tomar y expulsar aire, una y otra y otra vez, detrás de él, y luego, la mayor parte de la tirantez del animal bajo ellos desapareció. En la distancia se podían apreciar volutas de humo escapando de las fauces de Balerion, el cual tardó más en calmarse. Cuando la promesa de peligro desapareció, su madre le envió señas a los jinetes frente a ella. Intercambiar palabras entre ellos era imposible, por eso, cada Casa de las cuarenta familias había desarrollado su propio lenguaje con las manos, cuyo significado se transmitía solamente entre parientes. Aenys no dudó en descender mientras que el rey Aegon mantuvo su altitud. La reina tuvo que ceder y bajo primero. Ya en tierra, su medio hermano no demoró en recibirlos con una familiaridad sin sentido para él. Eran de la misma sangre pero alejados en la convivencia.
- Tía, Maegor, ¡qué sorpresa! No los esperábamos hasta la boda.
El príncipe heredero parecía esperar una respuesta de ellos incluso antes de que bajarán del dragón. Al plantar sus botas en el suelo sintió la tierra suave y la hierba húmeda, debía de haber llovido reciente. Como él no sabía que responder, decidió mantener el silencio. Su madre no compartió su estrategia.
- Esperaremos a mi esposo para hablar, sobrino.
No tuvieron que esperar demasiado. Aunque el descenso del Terror Negro podía calificarse como suave, lo cierto fue que su aterrizaje sacudió la tierra. Cuando su padre terminó de descolgarse, los observó a los dos fijamente, desde la cima de sus cabezas hasta la punta de sus calzados antes de hablar:
Visenya, Maegor. Deberían de haber llegado el día de la boda. - casi las mismas palabras pero transmitían un mensaje opuesto. Aunque mantenía su voz modulada y su rostro ecuánime, era obvio que su padre no se alegraba de la desviación de los planes trazados. Estudió a su madre con más profundidad - ¿A que se debe esto?
Susurros han llegado a Rocadragon. Cuentan cosas fantásticas del otro lado del mar. Imposibles pero también, lo suficiente peligrosas para no dejarlas pasar sin investigación. He traído al príncipe Maegor para que complete el resto del trayecto a tu lado mientras yo misma indago la amenaza. - su tono se pasó de ser firme a seductor - No querrías que nuestro hijo se perdiese su propia boda en caso de que yo no pueda regresar a tiempo. ¿Verdad, esposo mío?
Tanto su padre como Maegor se pusieron rígidos por diferentes motivos. ¿Su madre no asistiría a la ceremonia?
- ¿Tanto te desagrada el matrimonio que pacte para tu hijo, que estás dispuesta a faltarle el respeto tanto a la familia de la novia como a mí al no asistir?
¡No me hables de falta de respeto! - escupió con veneno - No he sido más que leal a los intereses de nuestra familia siempre. Todas mis acciones están destinadas a proteger el futuro de la Casa. No hay nada que no haría en nombre de los Targaryen y nunca haría nada para ensuciar dicho nombre. ¿Puede decirse lo mismo de los demás?
Un nuevo nivel de tiesura fue alcanzado por el rey. Aunque los rostros de ambos monarcas permanecían impasibles había una velada animosidad por debajo. Ambos, Aenys y él, debían sentirla. Pero mientras Maegor mantenía su cara inexpresiva en clara imitación de sus padres, un príncipe nunca deja entrever sus emociones, su hermano era lo contrario. Sus ojos asustados saltaban de Aegon a Visenya y de Visenya a Aegon. Se inclinaba de un pie a otro y su postura comenzaba a encorvarse. Ambos reyes se enfrentaron en un duelo de miradas y, por una vez, fue el rey quien cedió.
Bien... - su labio se curvó en una mueca de desagrado que Maegor conocía bien y vergonzosamente imitaba a veces frente al espejo - Se puede saber ¿cuál es la amenaza tan grande que requiere investigación directa de la reina?
Oh, solo cotilleos y chismes. - su charla fue ligera - Habladurías de la gente que normalmente ignoraría. Solo que son demasiadas voces contando el mismo cuento. Mejor pasarnos de precavidos que ser sorprendidos con la guardia baja.
- ¿Cuando partes?
- En este justo momento, te dejaré a Maegor para que...
Estoy ocupado. - cortó su frase - Llévalo tú a la comitiva. Ya deberían haber comenzado a acampar a unas cuantas millas hacia el sur, simplemente no sigas el camino principal sino el que viene desde el hogar de los Tarly.
- Sí mi tía se encuentra muy apurada, yo podría conducir a mi hermano hasta...
- Tú no Aenys, vuela junto a mí. Visenya, conduce al príncipe Maegor hasta el campamento y organiza su cuidado. E intenta regresar para el festejo.
Su madre sólo asintió. Su padre regresó junto a su dragón y escaló de forma eficiente hasta su silla de montar. Cuando estuvo asegurado tronó.
- Hijo, vámonos.
- Sí, padre. - fue su rápida respuesta. Azogue solo inclinó su cuerpo hacia adelante lo que facilitó el trabajo de su medio hermano. La dragona blanca partió primero con Balerion cerrando su marcha. El aleteo de las alas del Terror casi impulsa a Maegor hacia atrás. Los vio alejarse y antes de que desapareciera la inmensa forma negra en el horizonte, su madre lo guió de regreso a Vaghar. Su bello rostro, el epítome del orgullo valyrio, era de piedra, pero había un brillo de furia que nadie podría negar ardiendo en ella. El rey Aegon estaba bastante descontento con la nueva situación. Era claro que si llegada inesperada no era apreciada. Quizás fuera mejor mantener un perfil bajo en estos días. De repente sintió un vacío cerca de su estómago. Una nueva pregunta surgió alimentada por los descubrimientos recientes. Y luego de que la planteo en su cabeza no podía borrarla.
Inmerso en sus pensamientos no sintió cuanto demoró Vaghar en llevarlos hacia la caravana real. El campamento ya había comenzado a armarse antes de que los atrapase el anochecer. Visenya aterrizó al otro lado del camino que seguían y un pequeño grupo de caballeros, sirvientes y nobles se les acercó.
Quiero para llevar una pequeña tienda de campaña, la más sencilla que tengan. Raciones de viaje para cuatro días, mantas y cambios de ropa para mí. - nadie se atrevió a discutir las exigencias de la mayor de los tres hermanos Conquistadores. Los sirvientes despegaron para cumplir sus órdenes - ¿Quién está a cargo?
Yo, su Gracia. - se inclinó ante ellos un cortesano desconocido, tal vez un terrateniente de las Tierras de la Corona.
- Se le otorgará al príncipe Maegor la.mejor tienda que se pueda adquirir conforme a su estatus, no me importa si debes reorganizar el alojamiento del resto de los nobles. Mi hijo necesitará un sirviente personal para cumplir sus necesidades, no más, no necesita ser mimado, y los dos mejores guardias que no estén a cargo de la seguridad del rey y de su heredero. Ellos se rotarán sus deberes se protección. Exijo tan pocos porque asumo que el campamento esté correctamente vigilado. Esto es el Dominio pero estamos demasiado cerca de esos malditos dornienses.
- Si mi reina. La Guardia Real ha organizado la seguridad de la familia real y por ende, la del campamento. Contamos además, desde que salimos de Colina Cuerno con varios caballeros de la Casa Tarly que nos acompañan.
- Excelente. Hemos terminado. Retírense de mi vista.
Así como llegaron, desaparecieron. Durante el intercambio, el primer grupo de sirvientes ya había regresado con lo demandado por la reina. Maegor, que ya se encontraba en el suelo, comenzó a cargar las cosas hasta Vaghar, usando la tarea para intentar distraerse del pensamiento que ahora lo acosaba. No importa cuán acostumbrados a los dragones estuviera la servidumbre, todos ellos entendían que lo más seguro para su vida y su extremidades, era dejar que solo los Targaryen se aproximaran a los gigantescos depredadores. Su madre, que permaneció todo el rato sin desmontar, amarró las alforjas con experiencia practicada.
-¿Qué ocurre príncipe mío? - su madre esperó paciente - Algo luce como si te molestara.
No quería cargar a su madre con su duda pero se lo estaba comiendo vivo - Madre, una vez me dijistes que mi padre tuvo un sueño de todo el continente unido bajo nuestro estandarte. ¿Es cierto?
Sí, mi príncipe - la voz de Visenya.
¿Crees que fuera un sueño de dragón? - la duda lo había llevado a preguntar, pero frente a su progenitora, no se atrevía a darle palabras a lo que pensaba.
Eso al menos lo creyó tu padre y lo hizo tomar una decisión. Que conquistaramos Poniente no puedo decir que fuera gracias a una premonición cuando fueron planes forjados durante años lo que nos llevó hasta aquí. - la guerrera lo afrontó - Pero no creo que sea eso lo que preguntas.
Oteando el horizonte, incapaz de mirarla a los ojos no fuera a ser que estos no pudieran ocultarle la verdad que temía, preguntó - ¿Crees que padre soñó en lo que me convertiría? ¿En el monstruo Matasangre? ¿Es por eso que me trata así?
Maegor no. ¡No! No digas eso. Tu padre, tu padre... - Visenya maldijo y comenzó a desatarse los amarres. Uso para su caída el ala extendida hasta el suelo de Vaghar - Tu padre no soñó que te convertirías en un monstruo y no lo harás. - lo agarró con fuerza de los hombros y lo sacudió - Escuchame bien, sangre de mi sangre, no importa el futuro que conozca Ortiga, este no se hará realidad.
- Pero ella...
Pero ella nada, desde el momento en que la niña apareció, lo que debía ser, cambio. Puede que sean cambios pequeños como pequeñas chispas, pero debes recordar que una pequeña chispa puede provocar un incendio rugiente. Su propia existencia demuestra que lo que ella conoce no pasará. - ante su duda, aseguró - Maegor, el hecho de que ella esté aquí debería haber cambiado el mañana.
- Pero padre...
Nada de peros, - teniendo tan cerca a Maegor decidió abrazarlo, fue incómodo y tenso, ninguno de ellos acostumbraban a intercambiar los, aunque era necesario. Incluso ella, disociada de la mayoría de las emociones, sabía que esto lo ameritaba. Maegor tembló bajo ella, reprimiendo, como siempre le había enseñado, sus emociones - tú padre te mantiene lejos porque es peligroso tener a sus herederos juntos. - la mentira le supo a ceniza - Pronto esto cambiará, ya lo veras. Pronto te casarás y serás considerado un adulto. Te considerarán listo para enfrentarte al mundo y a sus peligros, pero tu estarás bien, porque yo te he preparado para eso. ¿No es cierto?
- Sí madre.
Aún te quedan cosas por aprender, cosas que yo no puedo enseñarte. También tendrás que encarar cosas a las que nunca imaginaste combatir, pero lo superarás. Ahora, - fue momento de despedirse - recuerda bien, príncipe mío, discreción y dignidad.
Pronto, su dragona se elevó en el cielo, siguiendo una ruta en dirección al este para completar una tarea desconocida. No hables de la chica y pórtate como todo un príncipe, fue el mensaje implícito. Juró hacerlo.
Al volverse hacia el campamento, que no debió haber apreciado el intercambio, protegidos como estuvieron por la extremidad alada de Vaghar, pudo sentir como lo observaban. Los acompañantes de la comitiva real eran todos los comunes aduladores lamebotas de la Corte. Los cercanos lo recibieron con sus sonrisas practicadas, atentas, abiertas, aunque nunca los alcanzaban hasta los ojos. Los más alejados le dirigían miradas de desagrado, que pudo captar por el rabillo. Su madre le había enseñado bien a mantenerse siempre en guardia, y los enemigos, incluso sociales, no pasarían desapercibidos. Que insolencia, pensó, siendo él el segundo hijo del rey. Como ya había decidido no destacar y tampoco había mucho que pudiera hacer, se limitó a ignorarlos. Un día sería diferente, nadie lo miraría con esos ojos y para aquellos que lo despreciaban, lo cierto era que su disgusto era recíproco. Y un día ellos pagarían por su impertinencia.
Chapter 8: Campanas de Boda
Notes:
Este capítulo es un poco largo, pero espero que lo disfruten.
Cualquier detalle o crítica que tengan se agradecería para saber dónde mejorar.
Chapter Text
Cuando finalmente saliera de este embrollo, dormiría por tres días seguidos. Todos y cada uno de sus huesos le dolían. Viajar desde el amanecer hasta el atardece ya no era aconsejable a su edad y su cuerpo estaba pagando el precio. No importaba. La satisfacción de ver como su pequeña artimaña se estaba desarrollando eclipsaba cualquier otra cosa. Luego de la discusión con su esposo, trazó el rumbo al vecino continente, decidida a no dejar detalle al azar. Primero, uso corrientes de baja altitud a su favor para alcanzar los Peldaños de Piedra antes del anochecer. Esto le reportó un beneficio adicional. Nada mejoraba más su humor y le garantizaba una especie de sádico placer que ver a las poblaciones a su paso huir despavoridas. Una vez Dorne se jactó de haber derribado a uno de los suyos, un miembro de su sangre, y eso era algo que Visenya jamás olvidaría. Aegon le habría "recomendado" volar más alto para evitar alterar a los dornienses que de seguro temían una repetición de la Ira de Dragón. Más ventajas, su vuelo no solo fue más veloz así, sino que era posible que le causará problemas a su querido marido. Pensar en él solo la alteró.
¡¿Cómo se atrevía ese... desagradecido... a hablar de falta de respeto en su presencia?! Su matrimonio había comenzado con una humillación hacia ella y de allí en adelante, solo había ido hacia abajo. El reino entero sabía que ella era la reina no amada, e incluso una década después de la pérdida de su hermana, Visenya seguía siendo desfavorecida. Las similitudes con los herederos tampoco se hicieron esperar. Su hijo había sido ignorado por Aegon en todos los sentidos, dejado de lado con la escusa de ser el repuesto y que el rey debía concentrarse en educar a su heredero. Si Aenys de verdad estaba siendo educado para gobernar, ella se comería sus propias botas. El niño no solo era más mimado de lo que había sido su hermana en la infancia, vivía sumergido en la creencia de que nadie querría hacerle daño. Era un pensamiento tan estúpido como peligroso. Y ella no podía hacer nada para arreglarlo. Su esposo la había apartado del chiquillo de ella alegando que era demasiado ruda con él. Tal vez lo fuera. La aparición de Ortiga había servido como advertencia de estarse excediendo en dureza a la hora de educar a Maegor, pero Aegon lo había llevado al otro extremo. Más que a un sucesor, parecía estar cuidando de una delicada flor. Envolviéndolo en algodones y sin dejar que la más leve dificultad se atravesará en su camino. Mientras tanto, casi que había vendido a su hijo a esos malditos religiosos.
Una sensación de resarcimiento la invadió cuando pensó en la pequeña sorpresa que les tenía preparada a los Hightower. Su breve gira por las Tierras en Disputa, Myr y un poco más allá pronto darían resultado. Volando bajo, lo suficiente para que su bestia fuera vista por las pequeñas poblaciones dispersas para luego elevarse aún más y desaparecer, solo para aparecer volando en un lugar diferente en una dirección diferente. Visenya le había dicho a la pequeña ladrona que regresaría en dos días, pero el cansancio y las ganas de observar discretamente las consecuencias de sus acciones, la habían superado. Entonces, en vez de cruzar el mar Angosto de regreso a casa, había decidido merodear en uno de los puertos comerciales más importantes de este lado del charco.
Pentos era inmensa, más que Desembarco, probablemente una de las Ciudades Libres más grandes que existían. Aunque fue una vez un puesto de avanzada de comercio para el Feudo Franco, su arquitectura cuadrada y edificios basados en ladrillo eran bastante únicos. Casi tan única como sus hombres, de barbas aceitadas y tan trenzadas como su propio cabello. Visenya fue recibida con placer por el príncipe de la ciudad, sus tres heraldos y los verdaderos gobernantes de esta, sus magisteres, que recordaban bien la ayuda que una vez les había brindado su hermano - esposo. Pesé a múltiples ofertas para ser invitada de honor en media docena de fiestas y banquetes, se negó cortésmente, aludiendo a la pronta boda de su hijo y que deseaba comprar un rápido regalo para la novia del mismo. Las insistencias desaparecieron con celeridad. Puede que se tragaran sus escusas o, debido a su cercanía con la capital de Poniente, conocían su reputación y carácter. Solo el más osado de los magisteres se atrevió a preguntar si su visita estaba relacionada con algo más. Un hombre delgado, de dedos largos, cabello castaño y piel tan pálida que se dañaba al más breve atisbo de sol. La mayoría lo tomaría como alguien para nada amenazante, aunque su mirada astuta y escrutadora le dijo a Visenya lo que realmente estaba pescando: información. Algo que ella daría con gusto y gracia, a su beneficio.
He bordeado la costa subiendo desde los Peldaños, - mintió con toda naturalidad - escuchando lo que solo pueden ser rumores estúpidos o quizas, solo son las historias de personas ignorantes que han visto a un guiverno perdido.
¿Un guiverno de este lado del mar, Su Gracia? - mencionó cubriendo su boca con una ensayada expresión de asombro - Déjese de bromas. Para llegar de Sothoryos a aquí tendría que haber cruzado cerca de las ruinas del mar Humeante ¿Y que haría una bestia de esas por estos lares?
Se limitó a encogerse de hombros - ¿Qué se yo que motiva a esos animales? Solo se que la otra idea es demasiado fantástica para ser verdad ¿No es cierto?
Cuando el silencio fue su única contestación, supo que había mordido el anzuelo.
- Aun así, improbable o no, solo los negligentes dejarían pasar tantos susurros sin preocuparse. Como me niego a ser tan descuidada me gustaría hacer correr la voz de que pagaré por información sobre el tema.
- Por supuesto, Su Gracia, - se inclinó en una graciosa reverencia - me aseguraré de ayudarle a desentrañar cualquier tiniebla que pueda.
Y vaya si lo hizo bien. Visenya había arribado a la ciudad bordeando la tarde, lo que le dio tiempo de recibir el saludo y formalidades de la élite noble, de los cuales se deshizo rápidamente para "visitar" el mercado. Buscando de puesto en puesto los artículos que consideraba necesarios, fue abordada cada cierto tiempo, con bastante moderación gracias a los guardias asignados por la nobleza, por alguien que clamaba haber visto un dragón sobrevolando el continente o conocer a alguien que lo había hecho. No el suyo por supuesto. El dragón era rojo, azul, verde, blanco. Cualquier color que se les ocurriera. Visto en la Costa Naranja, en Norvos, en Sarnor, pero era un dragón y no un guiverno. ¿Y como lo sabían? Porque todos decían que tenía una chica montada a sus espaldas. Como era ella o como sabían que era mujer, nadie sabría decirlo. Le servía así. Por cada cuento a voz viva, Visenya desembolsó una moneda. Lo importante no era la historia sino lo que las personas a su alrededor escuchaban.
Aunque pasó una noche inquieta sin sus pócimas, no es que ella se arriesgará a tomarlas aquí, nada hubiera podido complacerla más que las conversaciones que escuchó mientras rompía el ayuno. Una vuelta posterior al mercado, esta vez sin recibir a ningún charlatán, pudo presenciar como la mayoría de la población discutía sobre un dragón no Targaryen volando libre por ahí. Al marcharse, la comitiva de despedida fue mucho más pequeña y en ella estaba el magister de dedos huesudos.
- Espero que se sienta complacida por su viaje, reina Visenya.
Oh, lo estaba, pero como no podía decirlo inclinó levemente la cabeza. Justo como había pedido, cerca de Vaghar colgaban los cadáveres preparados de dos corderos, ya desangrados, y un robusto carnero todavía vivo. Arrastrando al renuente animal frente a Vaghar, murmuró unas oraciones en silencio, solo sus labios imitaban el movimiento de las palabras, y lo degolló. Alejándose de la bestia que convulsionaba entre sangrientos estertores, Visenya lanzó un - Drakays - y un río de bronce líquido carbonizó a la moribunda ofrenda.
Un sacrificio de sangre... - le dedicó una mirada evaluadora - espero que Su Gracia no este preocupada por las habladurías de gente inculta.
No lo estoy. - lo que era cierto. Esta vida tomada y enviada al fuego era un agradecimiento a los dioses, los verdaderos dioses de los valyrios, por el regalo que era la chica marrón y su aún más marrón dragón. Después haría otro más grande, con semejante premio se lo merecían, solo que era mejor evitar cualquier signo de ingratitud por dicho presente cuando sus planes aún no se completaban.
Perdóneme que difiera, pero los sacrificios se hacen cuando se está a punto de enfrentarse a cierta... vicisitud. - ante su gesto de interrogación, completó - Como descendientes de Valyria aún conservamos sus costumbres y conocimientos. - ella no estaba impresionada. Lo más probable es que cuando Aegon luchó junto a ellos, había hecho un ritual a sus dioses, aquí donde no había ningún mojigato seguidor de los Siete para señalarlo con el dedo. Era gracioso, cuando la cuna de la religión de esos fanáticos no tenía a nadie que defendiera su Fé - La supuesta chica con una bestia no existe. Deje de alterarse por ello y no la busque más.
¿Lo que quiere decir que ustedes la buscarán? Se contuvo de expresarlo. Podría apostar, si se dedicará a ello, que ya se habían enviado emisarios a preguntar por la mujer que nunca tendrían en sus manos.
Había esperado a que el sol descendiera de su punto más alto para partir, siguiendo la costa en dirección norte. Muchos pensarían que se dirigía a Braavos. Mientras, ella solo buscaba el punto más cercano a Rocadragon por tierra. Aunque aún no los había alcanzado, el otoño pronto estaría sobre ellos y las aguas del mar Angosto se volvían traicioneras como nunca. Estaba más que interesada en evitar sobrevolar una tormenta en aguas abiertas, prefiriendo mantenerse más cerca del suelo mientras pudiera.
El trayecto fue sin incidentes. Ni una nube de lluvia, ni viento en contra. Ahora, Montedragon se alzaba frente a ella, su cima humeante demostraba que el volcán se encontraba bastante activo hoy. Si la chica tuviera algo de sentido común, habría permanecido en el lugar y la segunda parte de su obra podría iniciar. El atardecer se acercaba presuroso, lo que se ajustaba a sus planes, porque preferiría que ambos dragones cruzaran el continente al amparo la noche. Planeo sobre el borde de la montaña donde una niebla gris pálido impedía la correcta visibilidad. Sentía como el polvillo se aferraba contra su piel. Finalmente logró divisar la entrada de la cueva y condujo a Vaghar hasta allí. Al entrar, se asustó por un parpadeo al no ver ni a la muchacha ni a sus gigantesca bestia.
-¿ Ortiga?
-Oh, gracias a todos los dioses. ¡Estas aquí!
Una pared gris oscuro se removió, siendo esta un ala con la que se protegía tanto el dragón como la ladrona. Una loca carcajada se le escapó.
Sí. Eso. Ríete - dijo Ortiga mientras intentaba sacudirse la gruesa capa de polvo que la cubría por completo - El puto volcán lleva dos malditos días escupiendo ceniza. Déjeme decirle que puedo aguantar varios días revolcándosme en mi propia mugre. iPero esto pasó mi límite ! ¡Necesito un jodido baño y lo necesito para ayer!
La carcajada solo aumentó. La jinete tenía un aspecto fantasmal gracias a su cubierta de ceniza. Tomando aire para calmarse la reina a preguntó:
- ¿Maegor no te guió a ninguna fuente termal? Hay varias repartidas alrededor.
¿Agua caliente? - sonó enamorada de la idea - Espera. Me estás diciendo que ¿pude haber estado limpia y relajada mientras me asfixiaba en este polvo del demonio? Puta madre. Yo aquí aburrida y con manantiales cerca. - usó una mueca de dolor exagerada - Déjame decirte que nunca pensé que diría esto, pero estar sin hacer nada es lo peor. Y pude haber estado disfrutando de un delicioso baño en vez de revolcándome en churre. Bien. ¿Dónde están?
- No desperdicies tu esfuerzo. Partiremos cuando oscurezca y si la ceniza no se detiene estarás igual de empolvada al salir. Podrás bañarte en el continente.
- ¿Un baño de verdad? Tina y agua caliente.
- No. Tendrás que conformarte con un río.
Ortiga hizo el ademán de secarse una falsa lágrima. Visenya solo pudo negar con la cabeza ante su comportamiento tonto. Aunque un par de horas después, la comprendió mejor. Ambos dragones no se molestaron por la lluvia de ceniza y luego de que Vaghar le prendiera fuego a las ovejas que traía de Pentos, se zamparon su comida sin dilación. Suponía que como los volcanes eran su hábitat natural, se adaptaban con facilidad a las inclemencias de los mismos. Mientras tanto, con ella era una historia diferente. El fino polvo se metía hasta dentro de la ropa y también le irritaba la piel. Tampoco podía ser muy bueno para los pulmones. Cuando alzaron vuelo y alcanzaron las tierras del continente, ella estaba tan interesada como la niña en remojarse. Alrededor de la hora del búho, cerca de las fronteras entre las Tierras del Dominio y de la Tormenta, sino se equivocaba, Visenya lo vio. Una serpenteante línea negra que solo podía ser un río. Su dragón comenzó el vertiginoso descenso. El Ladrón de Ovejas, que volaba a su estela, siguió sin dudar. Ya en el suelo, la ladrona se desvistió presurosoa en lo que Visinya armaba una hoguera. El calor de sus dragones no era suficiente para bloquear todo el frío con la altitud con la que volaban y menos todavía serviría para secarse.
- ¡Maldito hijo de puta! !Está helada!
Vas a tener que contener esa lengua tuya. Al menor en la Corte. ¿sabes? - más métodica, Visenya espero a que los animales del bosque retomarán sus cantos nocturnos. Cualquier interrupción del mismo serviría de alerta ante un peligro. Dudaba de que nadie pudiera lastimarlas con dos dragones en la retaguardia y quizás exageraba, pero prefería mantenerse siempre en alerta. No podía evitarlo. Cuando todo estuvo en el lugar que esperaba, se deshizo de su ropa en un montón perfectamente doblado y agarró de entre sus pertenencias un jabón - Toma.
Lo arrancó de sus manos y lo olfateó ruidosamente - Ufff. Huele a riqueza. ¿De qué es?
- Esta hecho de aceite de oliva. Uno de los lujos a los que no puedo renunciar.
Yo tampoco lo haría. - se enjabonaba mientras hablaba - Aunque pensé que su jabón sería de menta, usted siempre huele a ello.
Cuando terminó de restregarse, la muchacha le devolvió la pastilla, que Visenya uso para deshacerse de cada irritante mota que permanecía en su cuerpo. Se enjuagó y al salir del agua vio a la chiquilla temblando desnuda ante el fuego. Joven y sana, tenía algo de músculo escondido y algunas cicatrices. Ninguna imperfección a la vista. Excelente. - Ven. - dijo señalando unas mantas que tenía preparadas para secarse. Ambas se envolvieron rápidamente, para espantar el frío. Tanto el calor de la fogata como el que irradiaban sus bestias ayudó. Ya secas, la reina se colocó un cambio de ropa pero detuvo a la muchacha de hacer lo mismo.
Espera. Prueba primero los regalos que te traje. - sacó unos paquetes de sus alforjas, los vestidos más caros que pudo obtener en la ajetreada Pentos. No eran las prendas confeccionadas para los nobles, entalladas a la perfección y con multitud de detalles para señalar su poder y prestigio, pero tendrían que bastar. Su pequeña bendición de los dioses no debía pensar así, porque frunció el ceño de inmediato - No esperas asistir a tu propia boda en el Septo Estrellado, envuelta en los harapos que traías ¿verdad?
Refunfuñó de forma ruidosa - Solo digo que esto no parece algo que vaya conmigo. - se colocó una de las piezas por delante de ella sin realmente ponérselo. No encajaba en la estética usada por ninguno de los reinos del Ocaso, aunque Visenya creía que el aire extranjero ayudara a cimentar la idea de que ella no venía de estas tierras.
-¿Y que sugieres usar?
¿No puedo usar mi amadura? - esto silenció a Visenya. Ella misma prefería, pesé a la creencia común, usar vestidos para las ocasiones formales, siempre y cuando tuviera una manera de estar lista para la batalla, pero la idea era llamativa y podría amoldarse mejor a lo que ella buscaba. Habría que evaluarla.
- Déjame verla.
Envuelta en una manta, demoró un poco más en subir hasta su montura. Atada en la parte posterior de está estaban sus cosas. Allí resguardadas, estaba la singular amazón que le había entregado el armero de Rocadragon, perfectamente ajustada para su complexión de mujer. Visenya la examinó con detenimiento. Una combinación de malla, placa y cuero se exponía ante su vista. Gorjal, peto, guardarren, hombreras y guarda guardabrazos de acero de alta calidad. Una cota de malla para mejor movilidady protección combinada con cuero bien trabajado. Pudo oler que estaba imbuido en aceite de linaza mezclado con cera de abejas. Tomó un poco de agua del río y lo mojó.
- ¡Ey! ¡¿Qué haces?!
Como pensaba, el cuero repelía la mayor parte del agua y el resto lo absoría con lentitud, un truco para hacerlo un poco más resistente al fuego y evitar en parte la húmedad a la que se enfrentaban al volar. Quien había hecho esto conocía su trabajo a la perfección.
No veo emblemas o divisas - dejó la interogante en el aire. El peto carecía de tallados o incrustaciones que se esperarían de una pieza tan fina como era esta.
Digamos que algunas personas estaban incómodas con bastardos usando el sigilo Targaryen, y más si esos bastardos tienen sangre Targaryen y montan dragones. Y como no teníamos títulos ni símbolos propios así quedó. - arrugó la nariz - Incluso me dijeron que a mi me lo agregarían cuando me casara. No cuando me dieran mi título, porque al parecer no lo darían directo, sino que me darían el blasón de mi esposo.
¿Te parece injusto, eh? - a Visenya le divertía. Las vueltas que daba el mundo. El símbolo que le negaron por sangre sería suyo por matrimonio.
Pues sí, mira que yo tener que hacer todo el trabajo y un marido mío llevarse toda la victoria solo para él. Y eso de que las mujeres son diferentes de los hombres no funciona cuando se espera que yo, como mujer, peleé igual que un hombre. ¡Ey! ¡Espera! - pareció recordar algo - Si teníamos una pieza con el símbolo de nuestro bando. - como aún no bajaba de su fiera, fue más fácil revisar de nuevo entre sus pertenencias - Acá. Ten. - le lanzó un paquete envuelto.
Al extenderlo vio una sobreveste blanca con un escudo interesante. Un cuartelado con el dragón tricefalo de los Targaryen, el halcón de los Arryn y el caballito de mar de los Velaryon, esas debían ser las principales Casas que apoyaban al bando de Ortiga.
- Esto es lo único que tienes con símbolos tejidos o tallados?
Sí ¿Por? - lo lanzó al fuego - ¡Oye! ¿Por qué hiciste eso?
Ortiga, si comites un delito tienes que borrar la evidencia. - miró la prenda arder con detenimiento. Las llamas brillaron en su rostro de la reina y por un instante, Ortiga vio cómo se si se tejiera un hechizo. Sus arrugas desaparecieron en las sombras y la guerrera mostró una belleza que no parecía de este mundo. Luego frunció el ceño y fue como si su faz se agrietara. La magia desapareció de inmediato - No debe de haber pruebas de que vienes de un mañana. Tus palabras nos guían para que evitemos tragedias por venir, pero en otros oídos podrían valernos un castigo por crímenes que no hemos cometido y que intentamos no cometer. Quema todo lo que cuente una historia diferente. Lleva la verdad cerca de tu pecho. No le des voz a tus recuerdos. No cuando no estés segura de que no hayan oídos ocultos escuchando tus palabras. Un día las repaseremos. Evitaremos los conflictos, las traiciones, las trampas. Nos aseguraremos de alejar a la Casa Targaryen del colapsó. Pero no será hoy, o mejor dicho mañana. Mañana será tu boda y para llevarla a cabo debes interpretar un papel. - su sonrisa se tornó siniestra - Escucha lo que harás.
Se encargaría de hacerlo todo lo más dramático posible, al estilo Rhaenys. Visenya había sido acusada en varias ocaciones de no ser como la gentil y delicada Rhaenys. Tan gentil y delicada que necesitaba el amor de todos y la adoración de todos solo para ella, que haría lo que fuera para conseguirlo y cuando lo obtenía, se aburría. Era su hermana y le amaba, pero Visenya no era ciega a sus defectos. Nadie hablaba de su posesividad, de que no soportaba compartir la atención, o el insulto que sentía cuando sus juguetes olvidados seguían adelante. No. Por una vez ella no sería la hermana juiciosa, la que se movía solo por sentido común y responsabilidad. En esta ocación, ella robaría una página del libro de su hermanita, les daría un espectáculo que sería la comidilla de la Corte durante la próxima década. Oh, y ella lo iba a disfrutar totalmente.
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Este viaje era una mierda y no había disfrutado absolutamente nada. La primera noche que había pasado en el campamento, permaneció en su tienda por la palabra del rey. Al segundo día, se le ordenó viajar en el carromato de Alyssa. Al parecer, según la propia Alyssa, el rey no había estado complacido cuando descubrió que para acomodar al príncipe Maegor, el resto de la comitiva había tenido que reorganizarse. Nobles desplazados a tiendas por debajo de lo que estaban acostumbrados, algunos incluso obligados a compartir alojamiento. Todo por culpa de la reina Visenya, y ahora, lady Alyssa y sus acompañantes tenían que pagar el precio para no repetir el mismo problema con el transporte. O eso fue lo que dijo. Para hacer lugar para Maegor en su carroza, varias damas de compañía de su cuñada tuvieron que encontrar pasaje en otro lugar, y la esposa de su hermano se había encargado de echárselo en cara cada maldita hora. Ella y sus dos acompañantes, de lado contrario de la sofocante carroza, cuchicheaban y cuchicheaban y no se callaban jamás. Habló hasta que le sangraron los oídos. Finalmente se hizo el dormido. Había muy poco que mirar dentro del reducido espacio, el paisaje le resultaba demasiado monótono por la estrecha abertura de la ventanilla y prefería rehuir al contacto visual con las señoritas. Desagradable, y puede que incluso quisieran incluirlo en algún debate. Mejor no.
En la segunda noche del viaje se había celebrado un festín. Había intentado hablar con su padre sobre cambiar de carroza. En este punto, y con el ruido constante de las conversaciones de las damiselas en las orejas, Maegor hubiera aceptado viajar en una carreta con soldados. Así de desesperado estaba. Puede que incluso lo disfrutará. De seguro tendrían historias más interesantes y siempre y cuando él no tuviera que interactuar todo estaría bien. Su padre cerró la discusión con un rotundo: No. Sentado como estaba en la mesa central, como correspondía a su estatus como príncipe, solo pudo quedarse callado y ver como los miembros de la nobleza a su alrededor hacían y decían cosas para ganar el interés del monarca. Ya había vivido esto, cuando su madre se hacía cargo del gobierno desde Fuerte Aegon, la mayor parte del año. Aunque el carácter sobrio y menos abierto que imponía su madre, evitaba las grandes demandas de atención que se presentaban ahora. Con tanto el rey como el príncipe heredero en el centro de la mesa y él en un borde, ya que entre él y el rey estaba el cortesano que lo recibió al llegar, un miembro de la Casa Hollard al parecer, era ignorado de forma muy clara. El rey Aegon, aunque solemne, no dudaba en participar en intercambios corteses y se mantenía vigilante ante lo que pasaba a su alrededor. Su medio hermano y su esposa, por otro lado, gustaban mucho de participar en diversas charlas y chistes, siempre animando las discusiones. Aunque desilusionado, porque hubiera preferido sentarse junto a su padre, era mejor así ya que podía mantenerse al margen de tantas risotadas y parloteos vacíos. Con rey al centro, Aenys y Alyssa a la derecha del soberano y el Hollard y Maegor a la izquierda, la mayor parte de la atención se inclinó hacia el otro lado, con breves intentos de su hermano de incluirlo. Infructuosos por supuesto, y aunque Margor no le interesaba participar, agradecía en el interior a su hermano por intentarlo. Al menos pudo retirarse temprano con la escusa de tener sueño.
El tercer día de viaje fue el peor. Ya se había saltado sus entrenamientos por tres mañanas consecutivas. Y aunque pudo justificar las dos primeras sentía que la tercera había sido innecesaria. Pocas cosas lo irritaban tanto como saltarse su rutina. Para empeorar la situación, no se le dio permiso para participar con la Guardia Real en sus ejercicios matutinos. Eres apenas un niño, le dijeron. ¿Acaso no se iba a casar porque ya era casi un hombre? Se sintió fastidiado. Una práctica correcta necesitaba de intercambios con oponentes para garantizar un esfuerzo productivo. Enfrentarse a otros lo motivaba a moverse mejor y adaptarse para luchar contra sus técnicas. Una secuencia básica de ejercicios de práctica no era lo mismo, pero tendría que bastar. El mundo no se va adaptar a ti, tienes que encontrar la forma de encajar en el mundo. Así que uso su espada para comenzar una serie. Guardia, arremetida hacia adelante y corte descendente, reposo. Arremetida lateral, corte diagonal, reposo. Estocada hacia adelante, corte ascendente, movimiento lateral. Repetimos. El patrón del ciclo, ajustando fuerza y velocidad, fue calmante. Sofocó la tensión nerviosa dentro de él y aunque no fue tan eficiente como enfrentarse a otros, si que alivió algo en su interior. Lo suficiente para poder sobrevivir a otro día de viaje encerrado en la olla de estofados que era el carromato de Alyssa. Entre las ventanas diminutas cubiertas con cortinas de telas ligeras, para impedir el paso de insectos, y la envolvente húmedad de este teritorio, ya era un viaje duro. Pero la incesante y demasiado aguda para sus sentidos, voz de Alyssa, le provocaba un persistente dolor de cabeza. Descubrió también por la misma que el recorrido llevaba algunos días de retraso. En vez de seguir el itinerario marcado, habían permanecido tiempo de más en Alto Jardín, a petición de los príncipes herederos, motivados por la suntuosa Corte y los lujos que encontraron ahí. El castillo más bello de Poniente, había suspirado Alyssa. ¡Bah! Ninguno se podía comparar nunca jamás con Rocadragon. Pero la Velaryon se había explayado sobre sus jardines, columnas de mármol, cenadores, estanques, fuentes, y luego sobre la principal razón de su demora. La fortaleza estaba llena de cantantes, flautistas, violinistas, arpistas y cuanto bardo uno pudiera imaginase. Aenys y Alyssa habían quedado fascinados. Habían suplicado por permanecer más tiempo del esperado y se les había concedido. Incluso le había dado tiempo a las costureras del castillo de hacer algunos retoques en el vestido que usaría en su boda, dijo Alyssa con una sonrisa de suficiencia, bordados que deslumbrarían a todos. Este aplazamiento resultó en que se tuviera que apresurar la marcha para evitar mayor demora. Habían tenido que permanecer menos tiempo del esperado en la Casa Tarly, cosa que desagradó a su padre que esperaba discutir más sobre defensas contra pequeñas tentativas de incusiones de los dornienses.
Ladrones y bandidos haciendo lo único que saben hacer no debería preocupar al rey. - Alyssa se burló antes de admitir que el rey y su hijo habían volado en ocasiones diferentes de regreso a Colina Cuerno, para continuar los debates sobre la situación. Esto encendió en Maegor una chispa de alivio. Razonó que por las dilaciones ocurridas, su padre debía de sentirse molesto, y que las acciones de su madre exacerbaron este sentimiento. Incluso tenía sentido que no quisieran llevarlo a la comitiva real, se dijo con commiseración por la difícil posición del rey, tener que alterar sus planes para discutir las defensas de su reino para realizar una tarea que podía hacer Visenya no tenía sentido. Él debía de estar ya muy ocupado en asuntos de mayor interés.
Más tarde, enterarse de que entraría a Antigua en la misma carroza en la que viajaba, no le sentó bien. Intentar que el monarca cambiará de opinión fue complicado. Más cuando descubrió que tenía una cena privada con Aenys y tuvo que pedir una audiencia. Los encontró conversando animados. Aenys intercambiaba palabras con su padre y este le dedicaba sacudidas aprobadoras. Aegon sostenía una copa relajado mientras charlaba calmo con su hijo mayor. Nunca se enteraría de que discutían pues al anunciarlo se puso su máscara de rey, regio y majestuoso. No debería dolerle. Él y su heredero permanecían juntos más tiempo, por lo que eran más cercanos. Aún así dolió, solo un poquito, que lo recibieran así.
¿Qué deseas Maegor? - menos formal al estar en presencia de solo sus hijos y un par de sirvientes de su absoluta confianza, Aegon fue directo.
- Me gustaría entrar a caballo en la ciudad, no que mi esposa me bajando de una carroza como una damisela, padre.
- Fuera de discusión.
Padre, no sea así. Es el día de su boda. - comentó Aenys - Incluso puedo prestale uno de mis palafrenes, de los más mansos, para que no ocurra ningún accidente.
Insultado y agradecido por la intervención a partes iguales, pues el rey solía escuchar las peticiones de su hermano, Maegor esperó su respuesta.
Aenys, hijo mío, eres joven y quizás no lo entiendas, pero nuestra entrada a Antigua ha de ser una declaración de poder. El centro de la religión de Poniente, les hemos de recordar nuestra grandeza y nuestra fuerza. Entraremos montados en nuestros dragones y rememorarán el temor y respeto que nos deben. - Maegor asintió internamente ante esto, según Ortiga un día se alzarían como los más poderosos de los enemigos, era mejor que tuvieran presente a lo que se enfrentaban al desafiarlos - Maegor, - dijo con voz acusadora - si Visenya hubiera seguido sus órdenes, tú también hubieses llegado en dragón.
No supo porque se sintió castigado. Por un lado, no era su culpa al cambio de rumbo que tomó su madre con sus acciones. Por otro, el hecho de no tener su propio dragón era para él una herida sangrante, una de la que se sentía responsable. Era cierto que entrar volando en Vaghar servía para transmitir otro mensaje, y aún así, que no tuviera su propia bestia lo hacía sentir defectuoso. Un día el tendría su propio dragón, pero eso sería en el futuro y no ahora. Aegon lo despidió con un gesto de mano, estaba acostumbrado a ser obedecido, y Maegor se sintió como un niño enviado a dormir.
El último día de su recorrido, fue el peor. Con lo que su maestro de armas llamaba un humor de perro pulgoso que no se puede rascar, Maegor rompió el ayuno. Sin entrenamiento, sin corcel, solo encerrado con los constantes cotilleos de Alyssa o una de sus damas en esa trampa mortal que llamaba carruaje. Acelerando en lo posible el paso para no retrasarse más. Sin paradas. No sabía que era lo más malo de estar atrapado allí, no sentir el aire en la cara o los brincos y saltos que daba el artilugio que se jactaba de ser lo último en comodidad. Un viaje a caballo hubiera sido muchísimo mejor.
Era más tarde que media mañana cuando arribaron su destino. Aunque solo pudo contemplar los muros de la ciudad y nada más. La famosa torre - fortaleza de los Hightower, que según madre alcanzaba los doscientos pies de altura y se podía ver desde cada esquina de la ciudad, permaneció oculta para él. Las minúsculas ventanas no daban un campo de visión amplio y sacar la cabeza a través de ella era indigno de un príncipe. Así que se aguantó, lo que solo empeoró su mal humor. Los rugidos de Balerion y Azogue eran inconfundibles. El del Terror Negro era como el de un trueno en medio de una tormenta repentinamente silenciosa, el mundo entero debía detenese ante él. El de Azoque era más fino y chillón y tenía la cualidad de oírse, aunque menos imponente y aterrador, por encima del primero. Se tuvo que contener de salir a observar. Ver volar a los dos reptiles no era algo tan común para él tampoco. Su padre y su hermano seguían el trayecto de la caravana desde el cielo, turnándose para dar vueltas alrededor de la ciudad. Los sonidos de alarma y gritos de sorpresa de la plebe a su paso seguidas de risas y aplausos le anunciaban a Maegor que Aenys se encontraba retozando en el aire.
No debo sentir envidia. - se murmuró. Un día, el Terror Negro sería suyo. El dragón más grande del mundo. Pero el futuro sonaba lejano y las ganas le superaban.
¿Qué es lo que estas diciendo? - la voz de Alyssa interumpió sus ideas. El tic en labio se desató al ser atrapado diciendo sus pensamientos en voz alta. Alyssa lo miro suspicaz mientras las dos damas de compañía a su lado tenían sus ojos puestos en él. Incapaz de sostenerle la mirada, para su vergüenza, agradeció que al menos de su lado estaba solo. Lo que le había costado a la Velaryon al menos tres acompañantes en el espacio que ocupaba.
Nada. - dijo intentaba ignorar toda la atención que se le brindaba.
Limitándose a mirar por la ventana, solo pudo ver edificios de piedra y infinidad de callejones, en lo que atravesaban las malditas calles llenas de baches. Agradeció cuando el coche se detuvo, más porque ya terminaban el recorrido infernal, que por al fin conocer a su novia. Al descender un vistazo hacia atrás mostró al resto de la comitiva. Frente a él, en la Isla de Batalla, en plena bahía y a la vez, en el centro de la ciudad, se hallaba el Faro, hogar de la Casa Hightower. Una enorme torre escalonada de piedra, con un faro en la parte superior. Servía a la vez de castillo y residencia para su nueva familia política. Lamentablemente para Maegor, tendría que llegar allí usando los barcos que servían para cruzar el río. Aunque era algo molesto de hacer, no podía criticar la ubicación, pues servía como una línea de defensa aún más efectiva si caía la ciudad.
Si caía ante ejércitos nomales, pensó Maegor, antes de ver aterrizar directo sobre la isla y dentro de los muros de le fortaleza, a la bestia blanca de su hermano. El aterrizaje de Balerion fue más complicado. Demasiado grande para caber dentro de las murallas, el Terror Negro planeó contra los bordes rocosos y los acantilados de la isla que servían de barrera natural. Al posarse, se aferró con sus garras a las paredes de granito. Varias rocas se desprendieron pero su agarre permaneció firme. Como no alcanzaba a llegar hasta el patio, su padre se deslizó directo hasta la cima de la primera estructura de defensa. Mientras tanto, el todavía estaba esperando un pasaje en tierra firme en vez de poder ir y saludar con el resto de la familia, para su vergüenza. Para el momento en que el primer bote de transporte logró cargar todo y cruzar la bahía, el núcleo del recibimiento ya se había disuelto. Ni lord Manfred, ni su heredero, ni su novia estaban para recibirlo. Maegor lo sintió casi como un insulto y a punto de exclamar sobre de ello, cuando Alyssa se le adelantó.
¿Qué es esto? ¿Este es el saludo que los Hightowers les ofrecen a sus invitados? - apenas un pequeño grupo de sirvientes a su alrededor y sin el recibimiento suntuoso que esperaba, la Velaryon echaba chispas. Se hubiera burlado de que la creían de demasiada poca importancia sino fuera porque él estaba en el mismo saco. Una toz de aclaración llamo le atención de ambos.
Disculpen la impertinencia, lady Alyssa, príncipe Maegor, pero mi padre sugirió que en concesión a la edad avanzada del Septón Supremo y al estatus del rey, estos deberían pasar al interior primero a refrescarse y a descansar, en vez de verse obligados a esperar. - cuando su cuñada abrió la boca para protestar, el locutor logró sobrepasar a los sirvientes dejándola en un raro absceso de silencio. Cualquier cosa que iba a decir fue interrumpida por su aparición lo que sorprendió al joven príncipe, que no creía que nadie pudiera cerrarle la boca a esa mujer - Perdonen de nuevo la falta de modales. Permítanme presentarme. Soy Morgan Hightower, segundo hijo de Lord Manfred y les doy la bienvenida.
Cuando mencionó quién era, captó el interés de Maegor que finalmente se fijó bien en él. Una sonrisa abierta se posaba en su cara, inmensa y atractiva, como la que intentó darle a Ortiga y falló, miserablemente como ella había dicho. Como la caballito de mar se había quedado estupefacta le dirigió un vistazo más profundo. De complexión fuerte aunque no demasiado alto, este era un hombre de amas, evidenciado además por su armadura de plata que orgulloso. Un Hijo del Guerrero. Se lo esperaba pero seguía siendo desagradable. Aunque eso no fue lo que silencio a la Velaryon. Una cara bien simétrica con un mentón fuerte y adornada por rizos color miel. Unos ojos verdes lima se posaban sobre una nariz firme que se ensanchaba en su base. Este era un hombre atractivo por el que suspirarían las damas. Esperemos que su muy ausentes novia fuera una versión femenina y delicada de él. No tendría rasgos valyrios pero sería una combinación de colores y rasgos bonitos, suponía. Lanzó otra ojeada alrededor con la falsa esperanza de que su prometida lo hubiera esperado para aunque sea verlo. Nada.
El príncipe Aenys estaba muy preocupado por su llegada, mi lady - explicó tomando el dorso de su mano y saludando como comespondía - pero le prometí que personalmente me encargaría de que se sintiera cómoda. Verla me hace entender su preocupación, alguien tan delicado como usted no debería tener que soportar nunca un inconveniente.
Alyssa quedó encantada mientras que él casi puso los ojos en blanco en blanco. Solo saber que era algo indigno e infantil lo detuvo.
Bien, ya que eres el encargado de nuestro confort, - dijo cruzando los brazos - puedes llevarnos a nuestras habitaciones.
Por supuesto, mi príncipe. - la sonrisa se mantuvo pero había algo en él que le hablaba de un profundo desagrado. Frunció el ceño. ¿Por qué? Eran los Hightower los que habían presionado por este matrimonio, en opuesta disposición a su madre. ¿Había algo en él que este adorador de los Siete veía defectuoso? Pues que se jodan. Tampoco estaba del todo feliz con la boda y esta recepción dejaba mucho que desear. Tan interesados que habían estado en formar el enlace y ahora lo ignoraban. Suspiró. Era una relación con la corona lo que querían, no era tan iluso para no darse cuenta, aunque esperaba que como mínimo le prestaran un poco de atención a él y no solo a su padre y a su hermano. Este era su desposorio después de todo.
De haber esperado que la situación cambiará habría estado muy decepcionado. Fue alojado en las habitaciones preparadas para la boda y allí recibió la comida del día. Algo ligero para que no le alteraran los nervios, como si él se pusiera nervioso por algo así. Su futura cónyuge, su suegro y su padre estaban tomando la comida juntos, lo que no tenía sentido era que él no estuviera allí. Morgan le dijo que estaban discutiendo los últimos detalles del compromiso y sobre el traslado de su hermana a su nuevo hogar, por lo que no tenía que preocuparse. Bufó. Su única preocupación real habia sido si su madre asistiría o no a la ceremonia. Los cielos estaban despejados y él robaba miradas fugaces a la ventana. Para cuando empezaron a prepararlo para los esponsales y no había visto ni a su padre, ni a su novia y sin noticias de su madre, si que comenzó a inquietarse un poco. Más aún cuando el hijo mayor y heredero de la Voz de Antigua se presentó ante su puerta para indicarle que todo estaba listo para partir. Visenya no aparecía. Su padre y su hemano se presentarían a la boda montados en sus dragones, usando unas campanas que sonarían como señal de entrada y su llegada iniciaría la ceremonia, mientras que él tendría que partir en carruaje para llegar allí. Una diferente a la de Alyssa, gracias a todos los dioses, pero aún así... ¿No hubiera sido lógico que si su madre no lo podía llevar en Vaghar, su padre lo llevará en Balerion?
Además, pesé a haber pasado la mayor parte del día en su hogar ancestral, su prometida no se había aparecido para presentarse antes del casamiento y luego de conocer a Martyn Hightower, temía el porqué. De la misma altura aproximada que su hermano menor y con un pelo de color más oscuro, más parecido al trigo, eso era toda la semejanza que guardaban los hermanos. Rechoncho, de cachetes hinchados y nariz bulbosa, y una apariencia rubicunda y bonachona, cualquiera dudaría de que compartían madre y padre como sabía que lo hacían, y su esposa era resultado del mismo matrimonio. Temía ahora que se hubiera ocultado a propósito y que eso de que se estaba preparando para mayor comodidad en el Septo Estrellado era una escusa. También explicaba como había llegado la única hija de una familia tan importante a estar soltera a los veintitrés años. ¿Por eso su padre lo había mantenida apartado? ¿Temía que Maegor hiciera un berrinche cuando la viera y exigiera cancelar el enlace? Maegor no haría eso. Sabía que tenía un deber para con su familia y lo cumpliría.
Por favor que se parezca al hermano menor. Por favor que se parezca al hermano menor. Fue lo único que se repitió todo el camino hacia el Septo Estrellado. Inmenso y elaborado, y a la vez diseñado para hacer sentir pequeños a los fieles, se alzaba el Hogar de El Más Devoto, un palacio de mármol negro y ventanas arqueadas. Miles de personas se congregaban en los bordes de la plaza central y cientos más podían observerse desde los techos y ventanas de los edificios adyacentes. El centro permanecía notablemente vacío gracias a los esfuerzos de una combinación de soldados Hightower y Targaryen y por supuesto, las Espadas de la Fé. Su carruaje se detuvo y posterior a este, el de Alyssa. Las campanas del Septo repiquetiaron y solo hubo que esperar unos momentos para que una sombra negra se alzara oscureciendo la soleada tarde. Un solo giro dio alrededor de la plaza, acompañado por una pequeña mancha blanca, antes de posarse en el interior de la plazoleta. La multitud clamó al rey y a su heredero. Él respiró profundo, dispuesto a enfrentarse a lo que sea que lo esperara. Su padre lo recibió mientras que Aenys ayudaba a bajar a Alyssa. O lo intentaba. Maegor parpadeo ante ella.
Alyssa Velaryon se presentaba con uno de los vestidos más extravagante y llamativos de los que había visto nunca. Es cierto que la Corte que se reunía a los pies de su madre no destacaba por su exuberancia, pero esto era exagerado. Siguiendo más bien la moda de las Tierras de Occidente, su atuendo era uno de capas de seda verde y azul por el color de su Casa, con cientos de hipocampos bordados, no en plata sin en oro, y mangas acampanadas que acababan en encaje. La falda era tan amplia que le impedía salir delicadamente por la puerta de su carromato. Aenys tuvo que sostenerla por el frente mientras sus damas la impulsaban por detrás. Como cupo para entrar sería un verdadero misterio. También su peinado era una torre intrincada de trenzas adornadas con topacios y coronada por una peineta en forma diadema. Nunca perdía la oportunidad de demostrar que un día sería reina. Para culminar, traía una capa o más bien un manto de tafetán. Había algo que estaba mal, no sabía lo que era, pero había algo incorrecto en su forma de vestir. A su lado, incluso su esposo, cuya túnica era de un púrpura encendido fabricado en Tyrosh, parecía estar envuelto en trapos.
Atravesaron juntos la explanada, cruzando a sus dragones en el camino hasta llegar a la escalera del Septo. Ahí los esperaba el grupo de la novia. Vio a Morgan, con sus rizos bien cuidados y su espada con plomo de cristal, un escalón más arriba su macizo hermano y por encima de él su padre, una versión más ancha y con una papada más gruesa que la de su primogénito. Casi temía alzar la vista hacia la mujer sujeta a su brazo. El borde inferior de vestido, que era lo único que se atrevía a mirar, era de un color verde profundo y tenía un ancho dobladillo con delicadas joyerías de estrellas de siete puntas incrustadas en él. Se armó de valor para contemplarla directamente. Su cintura era delgada como sus brazos, con un pecho amplio y expuesto en un revelador y de alguna forma aún modesto escote, y una cara delicada. Gracias a todos los dioses, los valyrios, los de los Siete e incluso los dioses - árboles del Norte. Se parecía a su hermano menor y no a los mayores de su sangre. Cabello rubio todavía más claro que Morgan y ojos verdes casi azules, una nariz delicada y fina y labios rosados. No era la belleza valyria que siempre espero pero estaba cerca. Por un momento se había angustiados de que un día, compararán a su futura esposa con la de Anys y se rieran de él. Respiró aliviado y se dispuso a avanzar con el grupo. La voz de su padre lo detuvo.
-Tu madre se acerca.
Todos siguieron su mirada al noreste. No paso mucho para que una campana en la muralla sonara en alarma momentánea y Vaghar apareciera en el horizonte. De vuelo directo, sin maniobras para mostrarse, voló a alta velocidad atravesando la capital de los fieles y con unos poderosos aleteos, se posó a la izquierda de Azogue y Balerion, dejando una amplia distancia entre ellos. Su madre, al bajar de su montura, se dirigió hacia ellos con un paso firme, pero algo captó la atención de Maegor. Una energía diferente venía de ella. Aunque su rostro se mantenía neutral, al acercarse pudo notar como las comisuras de sus labios se alzaban hacia arriba. ¿Había hecho la paz con esta unión política? El lord Hightower balbuceó una bienvenida, desprevenido. Nadie le presto atención. Su padre también había captado algo raro en el ambiente.
- ¿Qué es esto, Visenya?
Ella se limitó a darle una mirada fría, calculadora, antes de presentar una mueca de alegría.
He viajado a tierras lejanas cazando un rumor y he encontrado un premio inesperado. - su tono fue fuerte mientras lanzaba su discurso. La acústica de la construcción transmitía sus palabras con facilidad, construida como estaba para que todos los feligreses escucharán claramente los sermones dirigidos a ellos. - Quiero presentar, siguiendo la tradición valyria, a una segunda novia para mi hijo.
El silencio fue atronador antes de estallar en una plétora de gritos e insultos de la multitud. Lord Manfred estaba rojo de furia mientras que sus hijos apenas podían contenerse. La cara de Ceryse estaba blanca y horrorizada.
i¿Qué crees que haces?! - Aegon alcanzó el brazo de su madre y lo apretó, Contrario a lo que hubiera esperado, su madre no reaccionó de forma agresiva y solo alzó una ceja.
- ¿No te preguntas, esposo mío, cuál es el premio tan grande que me motivaría a realizar esto?
Las miradas de ambos chocaron en un duelo de voluntades. Algo debió ver su padre porque liberó a su madre para hacer lo que quisiera mientras su suegro farfulló enojado. Visenya alzó su mano a la multitud e hizo un gesto. Un rugido estalló de Vaghar y las personas cercanas a ella, soldados y ciudadanos por igual, se alejaron. Todos excepto una figura que avanzó decidida. Un par de soldados encargados de contener a la población intentó detenerla cuando ya se encontraba demasiado cerca de la dragona. El error fue de ellos al suponer que por su tamaño la bestia no reaccionaría con celeridad. Un fuerte cabezazo los mandó a volar y Maegor decidió que tenían que ser hombres Hightower. Todos en Rocadragon y Desembarco sabían que incluso vinculados, era mejor guardar una sana distancia de los temibles depredadores. Por suerte para ellos, la dragona no había atacado para matar, y ambos salieron tambaleándose, uno a cuatro patas para su diversión. Mientras, la figura se transformó en una joven en amadura. ¿Ortiga? Para sorpresa de la mayoría, casi rozó a Vaghar al pasar y esta ni se immuto. Llego hasta el pie de la escalinata con un caminar resuelto y espero.
¿Esta es la mujer con la que quieres sustituir a mi mi hija? - la cólera del Señor del Faro era evidente.
Sustituirla no. Solo espero que con ella comparta a su marido.
- Esto es un insulto. Una zorra en amadura no se puede comparar con la única hija de la Casa Hightower. ¡No permitiré esto!
El rey permanecía mudo en contemplación de la indumentaria de la muchacha. Un solo vistazo y Maegor sabía lo que veía. Algo que los demás no parecían comprender. Aunque el torso superior tenía la coraza y otras piezas que esperarías de un caballero amado, eran las pienas las que destacaban. Unas calzas pardo con escamas de acero, remachades al exterior, elemento útil para los jinetes de dragón que ya contaban con la protección de las escamas de su montura en el interior, más eficientes que cualquier escudo y cuyo diseño garantizaba una una mejor movilidad.
No puede ser. - el negro superaba al púrpura en los ojos del Conquistador - Es imposible.
Oh, es totalmente posible, querido esposo - ante el intercambio, su futura familia política cayó en una calma vacía, parecían entender que algo grande estaba sucediendo. Algo lo suficiente extraño e importante para impactar a Aegon, el dragón. Así que mientras la chusma a su abucheaba, la reina sugirió:
Lady Orthyras - ¿Orthyras? Eso debía ser idea de su progenitora - quieres presentarles a tu futura parentela la dote que ofreces..
Ante ellos se extendió una sonrisa torcida y una sola palabra salió de sus labios - Māzīs.
Al principio no sucedió nada y luego a la vez, cuatro cabezas apuntaron apuntaron en la misma dirección, dos de ellas reptilianas. Maegor intentó seguir lo que veían los miembros masculinos de su linaje, pero no vio nada. Así que desvió la vista hacia su madre. Esta lo observaba con un rostro de piedra y una concentración obsesiva. Él no sabía que pensar, que decir, como reaccionar. Si no sabes que hacer, quédate quieto y analiza como responder. Era demasiada información a la vez. Como uno, los rostros de su padre y hermano giraron junto con los de sus dragones. Entonces lo escuchó, las campanadas de alama que venían de las murallas exteriores. Justo en el sentido que ellos seguían. A las campanadas se unieron las de otras dos guarniciones. Luego apareció. Pardo, espinoso, inmenso. Un dragón desconocido para la mayoría de Poniente. Su amplitud lo marcaba como mucho mayor que Azogue e incluso Vaghar. Solo el Terror Negro lo superaba en potencia. El cambio a su alrededor fue instantáneo. Podía jurar que escuchó tragar a su suegro. Morgan sujetó la empuñadura de su espada pero no tenía sentido. Una espada no puede vencer a un dragón. El silencio de los espectadores se volvió sepulcral, solo interumpido por gritos solitarios y algún lloriqueo. Mientras, el número de campanas de alarma que sonaban iba aumentando. Pronto, de una punta a la otra de la ciudad, campanazos alertaban de un peligro inminente. Los otros tres Grandes Septos de las metrópolis se unieron al llamado. Antigua quedó sepultada en un miedo primigenio. Si los dragones peleaban, incluso superando en cantidad al intruso, la ciudad ardería. El temor a su alrededor era tan intenso que casi podía saborearlo. Era incómodo... la parte lógica de él le decía que no le pasaría nada. Su madre no permitiría que sucediera. Su padre se enfrentaría y vencería a cualquier enemigo. La conocía de apenas un día y estaba seguro que Ortiga no le dañaría. Y aún así se sentía vulnerable, expuesto. Igual que su cuñado, su instinto fue sostener a Hermana Oscura. No serviría de nada. Se quemaría como los demás, sin la capacidad de defenderse. Por un instante casi pudo comprender la realidad, la pesadilla, que vivieron aquellos que se opusieron a su Casa. Fue, en pocas palabras, aleccionador.
- Dígame entonces, querido esposo, ¿consideras adecuado el precio de la novia? ¿O dejamos escapar este regalo?
El monarca giró su cara hacia Visenya y luego dirigió su intensidad a Ortiga. Esta no tembló ante el enfrentamiento, lo que hizo que se preguntara que tan valiente era. O que tan tonta. O ambas. El soberano de los siete reinos respiró profundo, con furia, su mandíbula se contrajo.
- Llama a tu bestia.
Ortiga no necesito que se lo repitieran y lanzó su comando - Embrot.
El Ladrón de Ovejas circumbaló el espacio aéreo del Septo Estrellado y su plaza antes de lanzar su rugido, como el de un desprendimiento de rocas en una ladera, y aterrizar en el espacio vacío en medio de la plaza. Los pobladores retrocedieron de forma uniforme, como una ola y se pudo apreciar una comparación del tamaño de los animales. A su izquierda Vaghar que ya lo conocía, permaneció calmada, mucho menor que el dragón en amplitud pesé a tener una estructura ancha y reforzada. A su derecha Azoque, apenas un cachorro entre adultos totalmente crecidos en comparanza, y claramente incómoda por la intrusión, se dedicaba a lanzar alaridos de molestia aunque sin atacar. El dragón extranjero lo ignoraba, permanecía lo más calmado posible sin emitir ningún sonido ni comportamiento agresivos, además de unos extraños siseos a Balerion. Fue el comportamiento del Terror Negro el más inesperado. Alzado en toda la altura que le permitían sus dimensiones, con las crestas extendidas todo lo posible aunque sin abrir las alas, emitía bramidos bajos y profundos hacia el dragón color barro. Debía de ser una demostración de fuerza y dominancia.
Su padre calmó la situación antes de que se volviera volátil - Lykirī Balerion - devolviendo la atención de Maegor a las personas en la escalera. Su hermano parecía ofuscado mientras su esposa permanecía perpleja, sin entender del todo la amenaza a la que probablemente se habrían tenido que enfrentar. Los Hightower pemanecían quietos y pálidos, lord Manfred tenía la cara llena de gotas de sudor y el rostro de su hija era gris ceniza. Una de sus novias. Se iba a casar con dos mujeres cuando esta mañana estaba seguro de que se casaría con una. Era demasiado. Demasiado repentino. Empezó a respirar fuerte y los latidos en su pecho se volvieron erráticos. Lo habían preparado para una boda, no para esto. Incluso en un combate o en una batalla campal sabría que esperar. No así aquí. Sus latidos se convirtieron en aleteos hasta que su padre le sostuvo el hombro en un agarre brutal. El dolor lo trajo de vuelta. Su padre no lo miraba a los ojos, solo a la muchacha.
Entra, - su voz fue dura como el acero templado - tenemos una boda doble que celebrar.
La familia gobernante de Antigua se dirigió al interior del templo sin emitir queja, seguidos por la pareja de herederos reales.
Ortiga y el rey continuaron observándose, calculándose, hasta que con un encogimiento de hombros la muchacha cedió y entró primero. El intercambio duro solo unos parpadeos pero fue suficiente para poner nervioso a Maegor de nuevo. El apretón de su padre se volvío a fortalecer y a aflojar, para luego empujarlo escaleras arriba. Su madre se colgó del brazo contrario de su hermano - esposo.
¿No es esto romántico, Aegon ? - su voz era afilada - Justo como nuestra boda.
Su cabeza estaba en blanco. Él solo quería que se acabara todo y poder marcharse a un lugar más calmado. Sentía como si su cuerpo se quisiera salir de su propia piel. Y, aunque seguro por la quietud de las personas, que las alarmas habían cesado ya, seguían repiqueteando en sus oídos el sonido de las campanadas.
Chapter 9: Una ceremonia doble en el Septo Estrellado
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Oh, dioses. ¿Cómo es que ella se metía en estos problemas? El día había comenzado tan bien. El plan había marchado sobre ruedas. Se había despedido de Visenya a una distancia que la reina consideraba segura, para que nadie advirtiera sobre el nuevo dragón y interfiriera con la "dramatización" que intentaba crear. A que se refería con eso, no estaba segura, pero definitivamente no sonaba agradable. Y era probable que no fuera bueno para su corazón. Lo que no importaba.
Había avanzado a pie, sin dificultad, gran parte del trayecto. Tan cerca de una ciudad tan importante y en una boda de los señores de dicha ciudad con los dragones, la mayoría de los asaltantes violentos mantendrían un perfil bajo. Lo que le convenía. Menos posibilidades de que le intentarán robar. Intentar era la palabra clave. Nadie tocaría las monedas que le dio la hermana del Conquistador. ¿No debería ella ser llamada Conquistadora también? Dudas estúpidas que de vez en cuando se apoderaban de sus pensamientos. Con el bolsillo lleno sentía una sensación de, no lo llamaría calma, sino tal vez seguridad. Ilusiones, pero con las piezas del metal precioso, iniciaría su fondo para escapes de emergencia. Mejor tenerlo y no necesitarlo que necesitarlo y no tenerlo. Incluso pensó que la madre de Maegor le había dado una cantidad ridícula de plata. ¿Qué iba a hacer ella con tanta riqueza en un solo día? Nunca en su vida había visto un capital tan grande de una sola vez, y aquí estaba reposando entre sus manos. Por un momento, pensó que la legendaria guerrera había tomado una desición tonta o quizás un tanto arriesgada, al llenar su monedero. Tenía ahora más recursos para escapar. Luego recordó que todas las razones por cedió ante ella seguían ahí. Desvariando sobre su pequeña y recién entregada fortuna, chocó con un grupo de comerciantes. Un trueque le aseguró un pasaje en una carreta por el resto del viaje.
Luego, pasar por las puertas de la ciudad fue bastante fácil. Nobles y plebeyos acudían a la celebración. Caravanas de lugares lejanos del reino aparecían custodiadas por sus propios hombres armados o con caballeros errantes que contrataron en el camino. Total, puede que incluso los guardias de la entrada la considerarán una mercenaria escoltando a los vendedores. Para pasar desapercibida era mejor actuar con confianza y fingir que realmente tenías algo que hacer. Si la gente creía que debías de estar allí no encontrarían nada raro en tu presencia. Pasarías casi invisible antes sus ojos. Olvídate de eso de cubrirte y esconderte. Eso gritaría ¡SOSPECHOSO! Al entrar, pudo ver alzándose sobre todas las edificaciones, la imponente torre que dominaba a Antigua, justo en el centro de la urbe. No conocía la ciudad, solo lo básico, que este era el centro de la religión de Poniente y hogar del Septon Supremo y sobre las leyendas del Faro construido por Bran el Constructor. Cosa que todo niño le gustaba oír en las historias de su infancia y dicha construcción no podría ser confundida con nada más. Aunque esa no era su objetivo. Menos alto que el Faro, el Septo Estrellado seguía siendo una estructura imponente. Su color negro destacaba desde la otra punta de la bahía y Ortiga supo que esperaba un largo recorrido. Aunque divisable desde donde se encontraba tuvo que pedir indicaciones en tres ocasiones distintas al perderse entre los muchos cruces que formaban sus callejuelas. Cuando finalmente logró cruzar el río Aguamiel a través de uno de los muchos puentes que lo atravesaban, no pudo evitar quedar impresionada. Aunque de menor tamaño Desembarco, la metrópoli que abarcaba gran parte de la bahía estaba llena de edificios deslumbrantes y únicos... y apestaba menos que la capital que ella conocía.
Tomó su alimento de mitad del día en una posada que le cobró como si su comida hubiera sido cocinada por la Madre y luego servida por la propia Doncella. Miserables estafadores, pensar que a ella le llamaban ladrona y a esta gente posaderos. Conseguir un lugar favorable en la plaza fue lo más complicado. Ciudadanos, caballeros menores, novicios, maestres, todos se agolpaban para obtener las mejores vistas de la llegada de los novios, y luego fue la espera para que se diera inicio a la ceremonia.
Se mantuvo a la izquierda del patio de la Catedral, más o menos a la mitad de ese lado y tan cerca como lo permitieron los caballeros que custodiaban el perímetro. Justo como le había indicado Visenya. Ni el Ladrón de Ovejas, ni Vaghar eran visibles desde aquí, aunque sentía la conexión con el primero, fuerte y alerta. De pronto, hubo una sacudida de la multitud y finalmente vio aparecer dos carruajes. Las campanadas sonaron, eran la señal de inicio de esta obra, que la reina Visenya, deseaba interpretar. Pronto se hizo el eco del rugido de los dragones.
Ortiga estaba más emocionada por ellos que por su falsa boda. Dos dragones que nunca antes había visto pronto se posarían ante ella. Uno de ellos siendo ya una leyenda en una época de gloria y conquista. Los sintió antes de verlos, una sombra negra se deslizó sobre el paisaje y de pronto, sin hacer nada, el día de Ortiga se oscureció. Tanto física como figurativamente. Su nombre era más que merecido, el Terror Negro. Su masa era pura negrura. No sabía si esa era una palabra real pero no tenía otra forma de describirlo. Era más negro que la cueva más profunda, en el bosque más espeso en la noche más oscura. No entendía como las personas a su alrededor no huían gritando despavoridas. No era solo su tamaño, porque en otras ocaciones había visto a Vaghar, la Vaghar de su tiempo y esta lo superaba. Era algo más. Escamas, crestas y cuernos, todos hacían lucir al ébano como una tintura clara y cálida en comparación. En el dragón no existía ni el más breve reflejo de otro color. Era como una tinta azabache que se tragaba los detalles. Articulaciones, dobleces, uniones, todos desaparecían y se hacían indistinguibles sino eran incididos directamente por la luz del sol. Y el calor... todos los dragones lo emitían pero era él un caso extraordinario. Cuando voló sobre la multitud de espectadores, incluyéndola, fue como sentirse expuesta a las temperaturas del horno de un herrero. ¿Cómo es que todos permanecían de pie sin retroceder? El ardor se sentía desde lejos, casi como si se cocinara viva, y aún así, de manera extraña no estaba sudando. Esta criatura era diferente. Un monstruo en comparación con el resto de los dragones que había conocido, no pudo evitar pensar.
Tal vez, tal vez era mejor irse, retroceder. Este poder la superaba por mucho. Si enfrentarse a Visenya le aterraba ¿Cómo sería pararse frente al Conquistador y su máquina de batalla? ¿Habría realmente una oportunidad contra cualquier crimen que cometiera Maegor, si se hacía un día con Balerion? Puede que fuera momento de correr.
¿Vas a huir como una cobarde?¿Otra vez? Su voz interna la detuvo. ¿Vas a dejar a Maegor para que caiga solo? ¿sin luchar? ¿Lo abandonarás como hiciste con Daemon?
¡No lo abandoné! - quiso gritar en ese momento - Él quizó que me marchara, para protegerme.
Y murió solo, luchando contra un enemigo que lo superaba por mucho. Si ella se hubiera quedado, si hubiera permanecido a su lado ¿hubiera muerto? ¿Tendría hoy la familia que siempre habías soñado pero nunca se atrevió a desear realmente? ¿Y que pasa con el príncipe? ¿No se había prometido protegerlo? Al niño que era antes de convertirse en el tirano. Lo había hecho, se dijo con firmeza. Lo haría por él, por la inocencia que le quedaba. Lo haría para prevenir los crímenes a cometer por el Maegor en el que sabía que se podía convertir. Y tal vez, solo tal vez, podría cambiar el destino de una guerra muy posterior. Quizás así podría pagarle lo que le debía a Jacaerys.
Sus cavilaciones se detuvieron cuando el hombre,que solo podía ser Aegon Targaryen, se aproximaba al primer carruaje. Alto, de anchos hombros y apariencia poderosa, nadie dudaría jamás que este hombre era el padre de Maegor. Cuando el príncipe de Rocadragon descendió, el parecido se hizo aún más evidente. Ambos compartían el cabello de oro y plata tan típico de los Targaryen, en un peinado corto. Solo que sobre la cabeza del rey se posaba una corona muy simple, con grandes rubíes en forma de cuadrado mientras el príncipe usaba un sencillo anillo de plata. Compartían un rostro que solo variaba en los rasgos más delicados e infantiles de Maegor. Solo que el Conquistador usaba una barba perfectamente recortada. Hasta en la ropa parecían coincidir, aunque esto no debía ser raro cuando portaban los colores de su Casa, rojo para las túnicas, negro para las capas y calzas. Aunque Maegor llevaba sus detalles en hilos carmín y el rey en dorado.
Un movimiento repentino posterior a ellos desvió su atención, sin perder totalmente la pista de la bestia sombría del monarca, que se alzaba como la mayor amenaza, aunque no directa, en su presencia. Un hombre alto, aunque no tanto como el caudillo, y delgado, con cabello de plata y oro rizado hasta los hombros y un anillo de oro en la cabeza, intentaba ayudar a salir a una dama del segundo carromato. Al principio no entendía quien era, aunque sus rasgos valyrios lo delataron. El hecho de que vestía colores diferentes a su padre y hermano tendía a confundir, aunque era claro que eran de un tinte que solo podía permitirse en la realeza. Una túnica púrpura brillante aún más llena de patrones dorados que la del mismo Aegon y una cantidad tal de anillos en las manos, que hacían aullar a sus instintos de sustraer posesiones ajenas. La única consesión a su herencia Targaryen estaba en su capa, donde se hallaba bordado en oro un intrincado dragón tricefalo que representaba con orgullo a su familia. Todo eso paso a segundo plano cuando le dama salió del caruaje. Lucía un vestido en todo el explendor que esperaba de una Corte exuberante, aunque quizás un poco demasiado. ¿Era ella la novia? Lucía bastante valyria o eso creía. Pequeña, delicada y de cabello plateado como la luna. Un beso del que solo podía ser el hermano de Maegor, le hizo darse cuenta de esta era su esposa. Cuando se fijó mejor, pudo ver los caballitos de mar bordados en su falda, los cuales le dijeron de que linaje provenía. No sabía mucho de nobles y sus emblemas pero a esta la reconocía: Velaryon. Lo cual era algo así como la respuesta obvia, siendo estos la familia más cercana a los Targaryen.
Viendo a la familia real marchar hacia eI Septo,vio en las escaleras del mismo a quien sí debía ser la novia y sus parientes. Nunca había visto a una parentela tan semejante y dispareja en similitud. Aunque quedaba claro que eran de la misma cuna, eI rubio de su cabello variaba muy poco, parecía que esta gente había sido dividida a la mitad antes de ser cortada en patrones. La mitad mayor de esta familia, al menos los que lucían como los mayores, parecían a punto de estallar fuera de la ropa. ¿Qué no los nobles, especialmente los nobles ricos como estos, se hacían la ropa a medida? ¿Por qué carajos les quedaban así las vestiduras? La otra mitad era claro que se había quedado con toda la belleza. No veía ninguna razón por la que un hombre rechazaría jamás a la mujer en la puerta del Septo. Desde la distancia se veía que era hermosa, con un elegante vestido del color de los bosques profundos y un pecho impresionante. ¡Ay! pensó con dolor en sus propios pechos y se los apretó. Apenas mayones que un puñado, si no fuera esto un matrimonio falso, estaría enterrada en una montaña de inseguridades. Ella se amaba a sí misma, o al menos trataba de hacerlo lo mejor que podía. Pero la envidia seguía siendo una emoción humana y no era inmune a esta. Incluso si gran parte de su vida le había convenido no destacar por su atractivo.
Habiendo observado, al menos desde lejos, a todos los que eran integrantes de la realeza, tanto de sangre como políticos, sabía que iba a destacar tanto como un ganso en una jaula de pajaritos. ¿O debería ser al revés? ¿Un gorrión en un grupo de aves exóticas? Sí, pensó, eso se ajustaba más a ella, que quedaría pequeña al lado de estas personas.
Cuando el grupo se reunió, llegó a pensar que Visenya había renunciado al plan por su más que obvia ausencia. Luego escuchó las campanas sonando y no tardo mucho en aparecer Vaghar, cortando el cielo en línea recta y con un impulso feroz, aterrizó en el lado contrario de la plaza al Terror Negro. Ella también lo hubiera hecho así, manteniendo la distancia de una criatura que, viniendo de una especie de por sí temible, era aterradora por derecho propio. Su caminata fue segura, confiada, los pasos de alguien que sentía que el mundo estaba a sus pies. Sería mejor que imitara sus formas cuando llegara su turno. Para que Poniente creyera que era ella toda una señora a la que respetar y no una rata de alcantarilla colada entre la nobleza. Y comenzó el acto.
La multitud a su alrededor estalló indignada ante la sugerencia de bigamia de la reina, una ofensa a los ojos de los Siete. La agresión parecía inminente hasta que un rugido de Vaghar los hizo retroceder en una ola. Por un momento temío ser aplastada por la estampida de personas que buscaban alejarse del más que enfadado depredador. No los culpaba, ella deseaba hacer lo mismo, pero este era el momento en el que tenía que tenía que sacar sus agallas. Saltó sobre aquellos que se interponían entre ella y la beastia de la reina, bendita sea su agilidad natural, y uso a la misma para alejar a aquellos que intentaban detenerla. Paso muy cerca de la dragona. Demasiado cerca para su gusto, pues aunque no le había hecho nada... todavía, una parte de ella aún la resentía por el resultado de su existencia en la guerra de la que Ortiga apenas había salido. Injusto quizás, pero el mundo no era un lugar justo y menos aún cuando se trataba de su vida.
Decidida a moverse con determinación, a dejar su marca, se encaminó a las puertas del templo. El primer vistazo, la primera impresión que las personas tenían de ti, marcaba muchas veces como te tratarían con posterioridad. No podía hacer nada con su aspecto físico pero definitivamente podía influir en su talante. Este era un lugar donde nadie, excepto le reina y el menor de los príncipes, la conocían. Quizás pudiera redibujarse desde cero. Sin ser señalada siempre con el dedo como escoria o salida de esta. Esta era su oportunidad, mejor aún que cuando consiguió a el Ladrón de Ovejas, sin nadie esperando activamente lo peor de ella y considerándola menos. Hora de copiar a la mujer más fuerte que había conocido. Al llegar acá, Visenya había tomado un paso firme, recto, que ella decidió imitar. Le sumó también un rastro del aire que se daba su padre: tranquilo, confiado, mirando a todos como si supiera algo que los demás no. Quizás pareciera demasiado pretencioso actuar como si fuera la protagonista de esta historia, pero que mierda importaba. Ella era la hija del Príncipe Pícaro y aquí no tenía que actuar como si no lo fuera. Incluso podía decir que era su heredera y puede que hasta se lo creyeran.
Con toda la determinación que logró reunir se dirigió hacia eI centro del drama, sin inmutarse con los sonidos de enojo de Vaghar y de metal chocando y arrastrándose por el piso a su espalda. No le duró mucho, aunque no se atrevió a alterar su marcha. El ánimo seguro se desvaneció, sin detener su empuje porque era claramente el lugar equivocado para cancanear, mientras una sensación helada le recorrió la espalda.
Cientos, por no decir miles de ojos, tenían su atención puesta en ella. Aún así había una, una sola mirada, que tenía sus instintos gritando porque huyera. Corre Corre. Parecía decir. Se mantuvo impávida por fuera, ignorando el espectáculo que se desarrollaba frente a ella. No escuchó insultos ni palabras mordaces, concentrada en mantener le fachada entera. El calor de Balerion seguía disparandose en oleadas, el cual sentía incluso con la distancia en la que se encontraban. Cuando la reina le pidió que llamara a su dragón intentó sonreír para aliviar la presión y lo convocó. Como en un baile, Aegon y Aenys, juntos con sus dragones, fijaron su atención en el aire, en línea recta hacia donde se acercaba el Ladrón de Ovejas. Por un breve instante sintió alivio. Todas las campanas de la ciudad estallaron en cadena cuando su pardo animal apareció. Antigua se quedó estática cuando el hirsuto reptil sobrevoló el cielo sobre sus cabezas. No escuchó las palabras dichas hasta que Aegon, el jodido Conquistador, le ordenó llamar a su montura. En cualquier otra circunstancia, cuando esos ojos púrpuras se posaron en ella, habría temblado. Siempre era mala idea ponerte del lado enojado de la nobleza, por no decir la realeza. No ahora, sin embargo. No cuando sentía el regreso de la amenaza anterior, una que hacía que se le erizara el vello en la nuca. Otros le dirían que era imposible. Que no tenía motivos para creer en eso que creía. Pero las palabras de nadie borrarían lo que Ortiga exprimento casi en un parpadeo.
Por un leve lapso, eI tiempo pareció correr más lento. Los rostros y voces a su alrededor se difuminaron. Entonces lo sintió, más que verlo. Sus ojos, tan lóbregos como el resto de él, no tenían pupilas visibles. Solo un tenebroso negro se apreciaba. Nadie podría decir donde tenía su atención a menos que lo mirara de frente. Ortiga no dudaba, era un sentimiento en sus huesos, en su sangre. El interés de Balerion estaba sobre ella. No era violento y aún así, tenía el ferviente deseo de derrumbarse en gritos y pedir que no la lastimarán por favor. Luego su dragón aterrizó y se robó toda la curiosidad del Terror Negro. Llegó a temer que la beastia del rey atacará a la suya, estirándose como estaba y emitiendo bramidos profundos, hasta que el gobernante lo calmó. De algo sí que no le quedó la menor duda, Balerion era el progenitor de toda una estirpe y el más que probable padre de Vermithor. Los dos dragones sonaban totalmente iguales.
Luego de que el Conquistador logrará calmar con una orden al próximo protagonista de sus pesadillas y con ello a prácticamente todos los espectadores de la situación, pareció dejar en claro que esta boda se celebraría sí o sí. Después le lanzó una mirada intensa, haciendo que diera cuenta de que esta era la versión masculina de Visenya (lo que le faltaba), pero no iba a lograr intimidarla justo ahora. Había una amenaza cien veces más grande su espalda y contaba con una fuerza de la que carecía el resto de los dragones. Decidida a mantenere lo más alejada posible de la fogata oscura y escamosa, entró al Septo.
Todo esto la había llevado, justo aquí y justo ahora, al momento más tenso que había vivido en su miserable existencia. ¿Domar dragón? Eso fue más bien una lenta seducción, casi predestinada podía decir, la necesidad de un vínculo casi que ardía en su pecho ¿Su primera batalla? No pudo decir que no la afectó pero también fue absorbida por la lucha, por las ganas de repartir destrucción. No podría decir si fue el deseo de venganza o si esa furia la llevaba en la sangre, pero no fue algo que la rompiera. ¿La escena que había vivido antes de entrar al templo? Pan comido. Estaba acostumbrada a ser juzgada y vilipendiada por gente que ni siquiera ocultaba sus propios defectos antes de criticarla. Tener a su dragón cerca y saber que cualquier movimiento en su contra sería respondido con fuego y destrucción ayudaba. Incluso con la intimidación del maldito y más famoso rey de la dinastía Targaryen у su todavía más aterrador dragón, podía decir que lo aguantaba bien. No fue así cuando paso por las puertas de entrada.
Aquí fue recibida por la crema y nata de Poniente. Una cacofonía de color, de túnicas y vestidos llenos de pigmentos que los marcaban como nobles, a diferencia del pueblo en el exterior, cubiertos con telas marrones, grises y otros colores sosos sin teñir. Aquí las personas más ricas e influyentes del continente se presentaban con sus mejores galas en un obvio alarde de poder. Habían también caballeros de armaduras blancas y capas tintadas distribuidos entre ellos, mirándola desafiantes. La luz del sol, que atravesaba las decenas de vidrieras multicolor cargadas con imágenes religiosas que embellecían el Septo, se reflejaba sobre los asistentes en diferentes tonos, difuminando aún más la escena.
No habían gritos ni insultos. Lo que si abundaban las miradas aturdidas, muchos la observaban atónitos, sin saber que pensar. Un murmullo en aumento servía como música de fondo. Uno a uno los rostros fueron cambiando mientras se difundía la noticia de su existencia. Una nueva jinete, quizás una nueva amenaza. Algunos se mantuvieron pétreos, otros lucieron impactados. La mayoría se encontraba enjuiciandola. Quizás por como lucía. Quizás por interferir en la boda. Uno que otro debía desconfiar de los susurros, tomándolos por algún tipo de engaño. Esos no le preocupaban. Eran los ojos fríos, los calculadores, ocultos por sonrisas estáticas, los que le preocupaban. Aquellos que ocultaban sus verdaderas intenciones y que ya podía sentir complotando. No es lo mismo enfrentarse a una amenaza que no se esconde, que a alguien que no dudaría en atacar por detrás. Y ella acababa de meterse en el mayor nido de apuñaladores por la espalda que existía. Intentó grabar los rostros de los que consideraba más peligrosos, pero luego desechó la idea como imposible mientras avanzaba por el pasillo. Al menos casi un millar de personas estaban reunidas en este lugar, e incluso si logrará grabarse sus caras, no sabría quiénes eran ni de dónde venía el peligro.
Al llegar al altar vio a la prometida de Maegor, su familia y a un hombre mayor reunidos bajo siete colosales estatuas, con sus vestimentas envolviendolas en oro. Tan cubiertas estabas por joyas y adornos que casi todas podrían pasar por el Extraño, sus faces cubiertas por alhajas y brocados. Eran impresionantes, y a la vez, de alguna forma, faltos de espíritu. No adoraría a estos dioses más que al metal con el que estaban construidos. Estos eran monumentos a la riqueza, y pesé a ser trabajados hasta el más mínimo detalle, lucían burdos en su presencia.
- ¿Qué es esta herejía en el hogar de los Dioses? - dijo el hombre con el gracioso gorro de cristal, casi tan cubierto de oro como los ídolos de piedra posteriores a él - ¿Cómo que una segunda novia? ¿Acaso intentan ofender a los Siete y a los nobles de Poniente con este sacrilegio? - su tono iba subiendo con cada frase, al terminar, la ira en él era innegable. En su exaltación, un mechón de oro pálido escapó de su confiramiento. Ortiga lo notó. Otro Hightower. Es por eso que debe estar tan enojado.
Somos dragones y no seguimos las reglas de simples mortales, - la voz de Visenya resonó a su espalda. Sonaba satisfecha, como si hubiera contenido dichas palabras durante mucho y al fin podía liberarlas - ¿Quién más que los dioses nos pusieron aquí y nos hicieron como somos?
El Septon Supremo abrió y cerró la boca anonadado, sin poder decir nada. Antes de hincharse de rojo y empezar a escupir - ¡Calumnias! iFalsedades de una mera mujer que hace poco más que que revolcarse en artes...
Santidad. - Aegon no gritó ni elevó su volumen por encima del padre de los fieles, y aún así todos callaron para atender a lo que decía - Espero sinceramente que un hombre santo no haya intentado injuriar frente a mí el honor de mi esposa.
Favorita o no, parecía que ni siquiera a la voz en la tierra de los nuevos dioses se le permitía agraviar a la reina del Conquistador. Hacerlo en público y ante la vista de la aristocracia del reino, podría significar una afrenta que los Targaryen no tolerarían, y tendrían finalmente una escusa lo suficientemente válida para arrasar con todo. El padre de todos los creyentes lo entendió muy rápido. Hizo una leve reverencia en disculpa pero no retrocedió por completo.
- Majestad, disculpe mi exaltación, pero es imposible realizar lo que se me sugiere. Una boda doble, two novias para un novio, es una afrenta a los dioses.
¿Por qué lo sería? - continuó Aegon - Los dioses me dieron el derecho a tener dos esposas. ¿Por qué habrían de negarle lo mismo a mi hijo?
Maegor, que se encontraba todavía entre sus dos padres, sin alcanzar todavía el altar, cambió su tez un tanto vacía a una llena de orgullo. Entonces, el hermano bonito de la Hightower intervino.
¡Porque esto es un ultraje contra mi hermana! ¡Compartir esposo cuando ella sola debería ser dueña y señora! Las espadas de la Fé no permitiremos esta blasfemia en tereno sagrado. - parecía a punto de tomar su espada cuando fue azotado por la calma de Aegon.
¿No lo permitirás? - alzó una ceja y antes de que nadie pudiera hacer nada, un rugido se escuchó , poco a poco aumentando su intensidad, hasta que los ventanales del septo comenzaron a traquetear. Uno tras otro, se escucharon cristales rompiéndose en pedazos. Del techo cayó polvo y sedimentos. Eran los rugidos de Balerion, inconfundibles, tan fuertes que hacían vibrar los huesos dentro de su cuerpo. Que imbécil era ella que pensó que aquí adentro estaba a salvo del Terror Negro. Asustada como estaba, no se podía mover. Los lords y ladys de Poniente tampoco se atrevieron a hacerlo, además de unas pocas damas que se desvanecían entre los brazos de sus caballeros, aunque si dejaban escapar un grito de miedo de vez en cuando.
En ese momento, la voz de los Siete sobre la tierra recobró la sensatez, o quizás despertó su necesidad de autoconservación, ¿Quién sabe? e intercedió a favor del que era su sobrino.
Los Hijos del Guerrero no actuarán por su cuenta.Se limitarán a obedecer las decisiones tomadas por mí y por los Máximos Devotos. - dijo el hombre que para entonces ya estaba tan gris del susto como el padre de la novia.
Además... jovencito, - era claro que Visenya había querido decir mocoso - aunque no te agrade la idea de la poligamia, hacemos esto para conservar la promesa hecha a tu familia, una novia Hightower para el príncipe. Pero no te equivoques, promesa hecha o no, los Targaryen no dejarán escapar un linaje de Señores del Dragón de entre nuestras manos. - las frases que salían de su boca escapaban en un murmullo, para que aquellos fuera del círculo íntimo no pudieran captarlas - No dejaríamos soltera y sin ataduras a nuestra nueva compañera, - dijo señalandola y desviando la atención hacia Ortiga, que en ese momento hubiera preferido desaparecer - para que se enlace con otra familia que se nos oponga. Por lo que si habríamos de renunciar a una prometida, sería la que no te gustaría.
Todos los Hightower quedaron impresionados por la confesión. Aún más cuando Aegon, el más político y mediador de los dos, no lo negó.
Eso no será necesario. - replicó el más viejo de la familia gobernante de Antigua, viendo que el matrimonio real que tanto le había costado pactar se deshacía ante él - Los Hightower entendemos es una circunstancia extraordinaria y nos plegamos ante la situación. ¿No es así Marvin?
Descolocado al ser llamado por su nombre después de tanto tiempo, el padre de todos los fieles tardó un poco en asentir - Sí... sí, tienes razón. Estas son circunstancias extraordinarias. Después de un siglo de la caída de Valyria, pensábamos que solo quedaban en Rocadragon verdaderos Señores del Dragón, y precisamente en este día aparece una nueva. Sí, - dijo como convenciendose - debe ser una señal.
Ante la respuesta más favorable, Aegon se limitó a expresar - Más tarde discutiremos nuevas conceciones.
Ambos lados tranquilizados por las palabras,se retiraron a las primeras filas de los bancos para presenciar la ceremonia, a la derecha los Targaryen y a la izquierda sus prontos a ser parientes políticos. Al llegar a donde los esperaban Aenys y Alyssa, Visenya se puso a discutir algo con el príncipe heredero. No pudo prestarle mucha atención pues decidido a no demorar más, tal vez temiendo nuevos imprevistos, el Septon Supremo comenzó a oficiar la ceremonia.
Hombres y mujeres de Poniente, nobles y siervos, y a todos los fieles seguidores de los Siete, hoy nos reunimos no solo para unir tres personas, - casi tartamudeó aquí - sino para presenciar un momento decisivo para la estabilidad y el futuro de nuestra tierra. Ante nosotros se presentan, no solo una forma de consolidar nuestras alianzas, sino también la oportunidad de fortalecer nuestras líneas de defensa y honrar nuestras tradiciones, tanto las antiguas como las nuevas. - el tipo tenía labia, Ortiga tenía que admitirlo - La Casa Targaryen, guardianes de la sangre del dragón, conquistaron y unificaron con valor los reinos del Ocaso y han gobernado desde entonces con justicia y sabiduría. Guiados por el deseo de paz y prosperidad, unieron lo que antaño eran territorios fracturados y en guerra. E impulsados por la llama ancestral que arde en su sangre... - a estas alturas ya estaba aburrida del discurso, aunque tenía que maravillarse por su capacidad para improvisar. El hombre era tenaz, por decir lo mínimo - En esta augusta fecha proponemos una unión doble, entre su Alteza, el príncipe Maegor, con la noble y honorable Ceryse Hightower y la incorporación de un miembro de una familia del dragón perdida, lady... - de pronto se quedó en blanco, y antes de que pudiera responder, una voz se alzó con su nombre.
Es lady Orthyras. - expresó la dama Hightower, adelantándose incluso a Maegor.
Ortiga se vio obligada a espiarla más profundamente cuando el Supremo Sacerdote, o lo que sea, continuó con su interminable palabrería. Aún más delicada y bonita de cerca, le parecía a Ortiga que esta chica reunía todos los requisitos que se esperaban de una fina mujer de la nobleza, e incluso con Maegor intercalado entre las dos, notaba que era más alta que ella, mucho más alta. ¡Maldición! Iba a ser ella la condenada enana de esta familia. Pocas cosas de su aspecto la enorgullecían y una de ellas era que no era tan bajita como el resto de las mujeres del pueblo llano, y mírenla aquí, una pulga entre puñeteros gigantes. Si, tal vez ahora Maegor era más pequeño que ella por una cantidad risible, pero el niño crecería y si alcanzaba la altura de su padre...
Un movimiento la distrajo. A Ceryse, el hombre que debería ser su padre, tomó de ella la capa que colgaba de sus hombros. Vio por el rabillo del ojo como Visenya se acercaba también a ella para hacer lo mismo. Por un parpadeo se tensó. Sabía de la tradición pero... ¿que hacían los nobles con las capas de doncella? Su capa de terciopelo marrón con su hermoso ribete de raso, era una de las cosas más bonitas que jamás había tenido, pero no era por ello que la apreciaba tanto e incluso si ya estuviera desgastada y fea, no podía perderla. Casi se opuso a que se la quitaran, pero no era tan estúpida como para oponerse a Visenya. Ambos adultos se retiraron, con la reina doblando entre sus garras el tesoro de Ortiga y apareció ante ellos un pequeño paje. Traía entre sus manos un cojín con lo que debían ser dos capas envueltas. Una al lado de la otra, sus diferencias eran visibles desde el otro lado de la sala. Una estaba confeccionada con una lustrosa tela negra con patrones hilados en rojo encendido, la otra era el colmo del lujo. Un púrpura brillante que opacaba claramente a la capa más "Targaryen", con un intrincado patron en oro hilado.
Maegor pareció dudar, mirando entre las dos y las capas y a su familia. Luego clavó en su mentón un gesto obstinado, parecía que había tomado una decisión y no cambiaría su opinión por nadie. Tomó la capa púrpura, que por mucho lucía más cara y la extendió. Se apreció en la misma el inmenso dragón de la Casa Targaryen, bordado en hilo dorado. Esperen un segundo. Ella conocía esa capa. Un rápido vistazo hacia atrás mostró que el príncipe Aenys carecía de la capa con la que había llegado. Ja. ¿Así que era suya? No podía negar que fuese una solución rápida e ingeniosa. Era lo suficiente cara y vistosa para ser usada como capa para un novio de la realeza. El dragón de oro también ayudaba.
Posterior a colocar la brillante capa sobre los hombros de Ceryse esta habló - Con este beso te entrego en prenda mi amor y te acepto como señor y como esposo.
Y te acepto como mi señora y esposa. - continúo Maegor antes de intentar besar a la novia. Intentar porque la novia era más alta que él y tuvo que doblarse un poco para intercambiar un beso superficial. Algunos carcajadas irrumpieron desde la parte trasera de la habitación e igual de rápido se extinguieron. Los resultados fueron igual de veloces. La novia se sonrojó de la vergüenza y Maegor comenzó a tener ese tic en el labio que lo llevaba a contraerlo una y otra vez. Con su turno fue más fácil. Quizás menos despampanante, la capa negra con bordados en rojo y el igualmente estilizado dragon tricefalo carmesí, ondeando en ella, fue colocada y abrochada a su pecho. Se repitieron los votos. La leve diferencia de altura le permitió al novio un corto beso de piquito, sin la humillación de no alcanzar a esta novia. De manera extraña, el espasmo en su cara no hizo más que empeorar, confundiendo a Ortiga. ¿Puede que estuviera enojado por tener que casarse con una bastarda? Querer ser amigo de una era muy distinto de querer estar encadenados. Suponía que quemaba un poco más siendo el un príncipe.
Aquí, ante los ojos de los dioses y los hombres, proclamo solemnemente al príncipe Maegor de la Casa Targaryen, a Lady Ceryse de la Casa Hightower y a lady Orthyras de la Casa... - el Septon se detuvo sin saber que decir. El corazón de Ortiga tartamudeó sin saber que nombre dar, Visenya no había cubierto esto entre las escusas que le enseñó para evadir lo que llamaba preguntas peligrosas. Y ella no conocía ningún apellido valyrio además de Targaryen o Velaryon. Pero la voz de los nuevos dioses había aprendido hace mucho a llenar los vacíos y se recuperó rápidamente - de la Casa Targaryen, marido y mujeres, una sola carne, un solo corazón, una sola alma, ahora y por siempre, y maldito sea quien se interponga entre ellos.
Pese a las dudas iniciales, un fuerte aplauso estalló de la multitud y Ortiga suspiró, esperando que ya hubiera pasado la peor parte. Si supiera cuan equivocada estaba.
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Finalmente esta enrevesada ceremonia había terminado. Maegor todavía no estaba seguro de que pensar. Demasiados ojos observándolo, esperando de él una reacción. Era mejor contenerse, hasta que estuviera en el carruaje y lejos de los ojos indiscretos. La nueva y recién aumentada familia real salió primero del Septo. Los abucheos se habían calmado, y aunque muchos celebraban, no era la algarabía esperada para festejar su matrimonio. Aenys y su padre encabezaron el grupo para partir, dirigiéndose hacia sus dragones. Su madre les seguía de cerca. Como ya le habían explicado que tenía que hacer, se dirigió de regreso al incómodo carruaje, arrastrando tras de sí a las mujeres por matrimonio de la familia real.
Maegor ¿a donde vas? - la voz de su madre lo detuvo ¿A donde más iría? Al carruaje. Entonces vio a Ortiga encaminándose hacia su bestia y su pecho empezó a latir más fuerte. Un dragón, podría sobrevolar la ciudad en un dragón. Tal vez no era suyo pero sí de su esposa. Del núcleo de lo que sería su familia. Su esposa, esa palabra todavía lo impresionaba. Ortiga era ahora su esposa. Tenía dos esposas, como su padre.
Ven, príncipe mío. - montada en su bestia y hurgando entre sus alforjas, Visenya sacó de allí un cinto de montar y se lo lanzó - Ve con tu mujer.
Maegor no necesitó que se lo repitieran. Comenzó a colocarse la faja con celeridad, mientras su segunda novia escalaba a su dragón y comenzaba a enganchar sus arneses. Vio partir primero a Azogue y luego, en un exorbitante batir de alas, Balerion se impulsó al cielo. La corriente de aire que generó, empujó a los que se encontraban demasiado cerca, arrastrándolos por el suelo. Maegor no se distrajo, su propia oportunidad de volar le esperaba. Dispuesto ya a subir al Ladrón de Ovejas, cosa que al animal desagradó pues emitió un leve gruñido seguido de un gemido, Ortiga lo detuvo. Se aclaró la garganta para llamar su atención y soltó - ¿No cree mi príncipe que se olvida de algo?
¿Olvidarse de qué? Cuando no contestó fue la misma muchacha quien respondió, extendiendo las manos y señalando detrás de él - ¿Ya sabes? Tu otra esposa. A la que por cierto, deberías ayudar a subir primero. ¿No crees?
Volteó y vio tras él a Ceryse, incómoda, sin saber que hacer y siguiéndolo de forma evidente.
Mmmm, con ese vestido le costará subir. - dijo Ortigas, ahora lady Orthyras, tenía que recordar ese nuevo nombre, Orthyras - Hagamos esto, ella pone de su parte para subir. Yo le espero acá arriba y le jalo mientras tú le empujas desde abajo.
Echando otro vistazo al vestido de la dama tuvo que estar de acuerdo y asintió.
Tomando aire la única hija de Antigua habló, no con las palabras tartamudeantes y temerosas que había escuchado de muchas doncellas, sino con la gracia de alguien acostumbrada a dar órdenes sin titubear - Quizás sería más conveniente si yo parto como fue acordado, en el carruaje. Ustedes dos se encuentran más preparados para montar a...
No, no, no, no. Esto debe hacerse así. Sube. Maegor irá al frente, tú al medio y yo detrás. Tú te sujetas de él y yo te sostengo. Esto lo debemos hacer juntos, ya sabes, por política. - y se le escapó una mueca.
Ceryse se a limitó a asentir antes de observar atentamente las bridas. Respiró de forma profunda e intentó escalar paso a paso sin tropezar. Era bastante claro que le costaba mucho esfuerzo y cuandodo alcanzó cierta altura, decidió intervenir. Poniendo sus manos donde debería estar su trasero, porque con una falda tan ancha como la suya no podía estar muy seguro al no sentir nada más que tela, empujó con fuerza hacia arriba. Un - Eep - se le escapó a su joven esposa antes de fuera alzada hasta la montura.
-Todo listo acá arriba, sube Maegor.
Cuando empezó la subida escuchó - Deberías tratarlo de su Alteza, el príncipe Maegor, mi señor esposo o príncipe Maegor para abreviar. Pero no deberías tomarte esas libertades para llamarlo así.
iBah! Ya estamos casados, que se aguante. Además, acá solo estamos los tres. Relájate un poco y disfruta de no tener que comportarte toda fina y correcta. - continuó Ortigas mientras él subía, esta vez sin que el Ladrón de Ovejas se sacudiera intentando derribarlo - Ahora acomódate, no puedes montar un dragón de lado.
¡Las damas no cabalgan con las piernas abiertas! - genial. La primera conversación entre sus esposas y ya estaban teniendo una discusión.
Esto no es un caballo, es un dragón. Necesitas toda la sujeción que puedas obtener. Por eso tienes que montar a horcajadas. - la última palabra fue casi deletreada.
¡Se me verá la ropa interior! - replicó Ceryse cuando él término de trepar.
Mira, aquí está nuestro flamante esposo. Él montará por delante de ti y nadie verá tu ropa interior porque él la cubrira. ¿Ves? ¿Feliz?
Incapaz de discutir contra su lógica, Ceryse tuvo que ceder. Así que la primera victoria iba para la jinete del futuro. Maegor trancó los enganches y la dama Hightower se sujetó delicadamente a él. Bastó que la bestia parda extendiera la amplitud de sus alas y al primer aleteo, la delicada sujeción se transformó en un agarre mortal. Desde el suelo, vio a Alyssa boquiabierta. La Velaryon no se esperaba ser la única miembro de la realeza que se marchará en carroza, separandola del resto de los Targaryen, incluso de Ceryse. A Maegor le pareció gracioso y debió de haber sonreído sin querer, porque la caballito de mar se puso de un rojo feo que nunca había visto en ella. Incluso su marido la había olvidado en tierra y se marchó sin tenerla en cuenta. No le prestó más atención porque tenía otras cosas de las que preocuparse.
Oh dioses, oh dioses, oh dioses. - sonaba como si Ceryse se aferarra desesperada a su templanza para no tener un ataque histérico - ¿Cómo controlas a esta cosa?
¿Yo? Yo no soy el jinete. - explicó mientras veía a Vaghar seguirlos en su recorrido - La única que puede controlarlo es Orti... lady Orthyras.
¿Y qué rayos hace ella allá atrás, donde no puede ver nada? - exclamó alterada, a estalturas el pudor ya se había quedado atrás.
¡Oye! ¡Calma! - llamó su atención Ortiga - Los dragones más bien se dirigen solos. Tú quieres ir en una dirección y ellos van en esa dirección, sin guiarlos paso por paso. ¿Ves? - dijo levantando las manos.
¡No me sueltes! - Ortiga se apresuró a sujetarla de nuevo. ¿A su esposa Hightower le asustaba estar tan alto? ¿O solo perdía el decoro a lomos de un dragón?
- Ya esta, ya esta. Solo disfrute del viaje, mi lady. Esto es seguro, nada malo va a pasar.
No era con él, pero Maegor siguió el consejo. El viento que venía del mar lo refrescaba mientras que la vista que lo saludaba era increíble. La ciudad descendía desde la muralla hasta el río y la bahía en una caída. Las calles no eran rectas y claras, sino que eran interumpidas en un patrón obvio por edificios, obligándo a estas a doblar, creando un laberinto que se podía apreciar desde acá arriba. ¿Sería esto un método de defensa? ¿Para despistar a un enemigo que invadiera la ciudad? En definitiva, esta planeación en la construcción, ayudaría a enlentecer cualquier invasión extranjera. Pero no dragones. Un giro completado alrededor de la urbe, siguiendo la estela de su padre y hermano, los llevó de regreso al Faro. Aenys y Aegon repitieron para aterrizar las mismas maniobras que usaron con anterioridad. En contraposición, el Ladrón de Ovejas continúo su viaje hasta un islote rocoso frente a la Isla de Batalla.
¿Qué pasa? - preguntó.
Solo quiero hablar. - sus palabras sonaron gruesas, alteradas. Como si tratará de tragar algo espeso.
Su madre cruzó frente a ellos, girando de forma tal que un ala de Vaghar rozó la superficies de las olas. El sol, que comenzaba a descender por el horizonte, le servía de fondo. Le hizo señas para que se marchara en paz. Solo necesitaban un momento y esto parecía importante.
Bien, ya estamos aquí, ¿Qué quieres discutir? - Ceryse se mantuvo discreta y en silencio, aunque sin poder evitarlo se interponía en el intercambio.
- Maegor... ¿realmente quieres esto? ¿Estar casado?
¿A qué te refieres? - tras él, su esposa Hightower se tensó.
- Solo digo que aún eres un niño, no deberías cargar con responsabilidades de adulto...
Se ofendió - ¡Soy casi un hombre! ¡No me trates como si fuera un pequeño!
¡No lo estoy haciendo! ¡Pero aún eres un niño y nadie debería tener el derecho de quitarte eso! - el dolor fue claro de escuchar y eso lo calló - No digo que no sigas casado. Solo que sino quieres estarlo ahora, te podría llevar lejos, hasta que te sientas listo.
¿Escapar? - dijo casi tan escandalizado como Ceryse debía verse.
- No es escapar, solo es... una retirada para reagruparse. Sin que te sientas presionado para hacer algo para lo que no estás listo o no quieres. A mí me importa poco las implicaciones políticas. En el momento en que me digas: Sacame de aquí, yo te sacó. Sin importar lo que piensen los demás, lo único que me preocupa eres tú. ¿Tiene sentido para ti?
Tuvo que asentir - Si, entiendo. Pero estoy listo ahora, lo juro. - su padre contaba con él e incluso si la boda original no complacía a Visenya, era su madre quién había iniciado su búsqueda de novia. Tenía un deber que cumplir para con su familia. Y no podía fallar. No podía.
Esta bien, si eso dices. - con la misma recobró su energía - ¿Y que me dices tú, Hightower? ¿Quieres que te saque de aquí?
- ¿Yo...? - preguntó asombrada Ceryse a la vez que él hablaba.
- ¿Por qué le preguntas a ella?
Porque ella es también una persona y quizás este obligada a estar aquí. O no le guste la idea de estar casada con un niño. O de estar casada contigo. O no se quiera casar, para el caso. Y como de alguna manera me colé aquí y vamos a formar esta loca relación, lo mínimo que puedo hacer es cubrirle las espaldas y ayudarla en lo que pueda. - y lanzó una sonrisa amplia - No has respondido, mi lady.
¿Qué? ¿Yo? - Ceryse aún no se recuperaba del impacto - No. Yo estoy bien. Yo quería este matrimonio.
Bueno, - suspiró Ortiga pesadamente - hice lo que pude.
Y de repente un gorgeo reclamó la atención de todos. Aún aferrado a los salientes rocosos de la isla donde se asentaba la fortaleza de los Hightower, Balerion se alzaba todo lo que podía, casi paralelo a la torre. Su largo cuello se extendía de forma tal que parecía una inmensa serpiente junto al blanco Faro. Alzaba y retraída sus crestas mientras repetía ese extraño sonido y miraba justo en su dirección.
¡Hijo de puta! He cambiado de idea. - pronunció Ortiga de pronto mientras observaba los cuernos que se alzaban sobre la negra cabeza. Con la luz del atardecer iluminándolo de frente, la docena de grandes cuernos que siempre se apreciaban se veían acompañadas con decenas de pequeños cuernos intercalados que generalmente pasaban desapercibidos.
¿Qué pasa ahora? - preguntó algo impaciente.
- Me acabo de dar cuenta de que estaba equivocada. Muy equivocada. Este es por mucho, el dragón de un rey.
Chapter 10: La retorcida verdad
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A diferencia de otras ocaciones, esta vez, cuando atravesó la puerta, el olor a menta de su esposa no inundó la habitación. Todavía flotaba por ahí, ligero y sutil, pero al menos no tenía que atragantarse con el insoportable aroma. La había convocado a estas habitaciones, aprovechando que los Hightower tenían que atravesar todo el camino desde el septo hasta aquí, para discutir sin interferencias. Todavía no podía creer la audacia de su consorte, su atrevimiento, para realizar una maniobra como esa. Casi tan impresionante como el hecho de que había encontrado a una nueva jinete de dragón, quizás una familia entera. ¿Cómo lo había hecho? Pero primero, la precaución.
-¿Los guardias?
Adivinando siempre lo que pasaba por su cabeza su mujer completó - Vigilando todo el pasillo. Nadie podrá expiarnos. También están a una distancia en la que no escucharán la mayoría de nuestros gritos.
Bien. - finalmente pudo soltar la fachada de líder imperturbable que prefería mantener - ¡¿Se puede saber, por los fuegos de las catorce llamas, en que estabas pensando?! ¡Maldición! ¡Casi arruinas nuestra alianza con los Hightower! Necesitamos a la Fé de nuestro lado y sales con esto. Dos novias Visenya, dos malditas novias. Una de ellas la sobrina del puñetero Septon Supremo. ¿Crees que no se van a sentir ofendidos?
- Déjalos que se ofendan Aegon. Ya viste que no nos desafiarán de frente. Si intentan algo por la espalda de eso me encargaré yo. Además ¿Qué querías que hiciera? ¿Qué dejará a la jinete libre por ahí? ¿Volando sola por el viejo continente?
No, por supuesto que no. - pasada la explosión inicial, le era más fácil recobrar la compostura. El hecho de que Visenya se mantenía ponderada contribuía a ello. Lo que también lo sorprendía. Su hermana podía ser fría y calculadora, pero su temperamento era un volcán dormido a punto de entrar erupción. Mejor mantenerse alerta. Se pasó las manos por el pelo - ¿De dónde la sacaste?
-Te dije que habían rumores sobre algo lo suficientemente peligroso para perderme la boda de nuestro hijo. Elegiste no creerme y pensar lo peor de mí. He aquí el resultado.
¡No me dijistes nada sobre un nuevo dragón! - y no uno pequeño. No alcanzaba todavía el tamaño de Meraxes pero era obvio que superaba a Vaghar. Que desastre.
¿Me hubieras creído? ¿O lo habrías tomado por la tonta fantasía de una mujer que no quería que su único hijo se casará con una familia de malditos religiosos? ¿eh? ¡Responde Aegon! - con cada palabra su volumen fue subiendo y fue su turno de calmar la volátil situación.
Calma, calma. Tienes razón. - era mejor tener a la jinete bajo su control que en las manos de nadie más, amigo o enemigo - ¿Familia?
Ninguna. Todos idos. Ellos y sus dragones. - una amenaza menos de la que preocuparse. ¿Cómo habían logrado ocultarse todos estos años? Es imposible mantener un perfil bajo cuando hay dragones involucrados - La muchacha solo quiere familia y se la daremos. - si podían ganarse su lealtad por las buenas era mejor. Aegon asintió - Y seguridad. La seguridad esta en los números. Sabes bien eso.
Tuvo que volver a asentir. Ser un jinete solitario debe ser algo terrible. Incluso a lomos de un dragón, es difícil cuando hay un mundo entero en tu contra y nadie te cuida la espalda.
Necesitabamos su total lealtad. Que mejor manera que considerarla una de nosotros. Eliminar todos los lazos que tiene con su pasado es más sencillo si tiene con que llenar los huecos. ¿O es que preferías atarla casándola con un Velaryon? ¿O quizás un descendiente de Orys? - la idea era risible para la reina. Ortiga ya se sentía incómoda entrando en matrimonio con un Maegor de trece años, ¿Qué pensaría si le comprometían y casaban con un niño de ocho? El hijo de Orys ya estaba casado y a su heredero aún le limpiaban los mocos. Y aún así, el mocoso sería el mejor pretendiente, porque a nadie se le ocurriría jamás casar a una jinete con alguien que no fuera un heredero directo.
Aegon hizo una mueca - Por supuesto que no. No se me ocurriría. - No confiaba del todo en Aethan y en los los suyos, aún quedaba algo de rivalidad allí. Y aunque confiará en Orys y en su hijo, no estaba seguro de que tan envenenados tenía a sus nietos Argella Durandon.
Entonces hice lo correcto y fin de la discusión. - su hermana mayor se encogió de hombros - Presioné en el momento adecuado para lograr que el Septon Supremo legitimara una boda doble y até a nuestro linaje una fueza que podía desequilibrar nuestro poder. No me puedes pedir más Aegon.
Solo pudo apretarse el puente de la nariz cuando le recordaron el problema que tenían entre manos - Aunque estoy de acuerdo en que un matrimonio doble era necesario, no debiste plantearlo hoy.
Era necesario. - dijo sin dudar - Estaban descolocados y aproveché el impacto de la situación para obligarlos a actuar. Si lo dejábamos pasar hubieran tenido mil escusas listas para rechazar la idea y no hubieran aceptado.
Lo hubiran hecho. - replicó con vehemencia - Les hubiera costado aceptar pero lo hubieran entendido. Solo si la segunda esposa no se enlazaba con el marido de su sobrina. Eso sería inadmisible para ellos y justo ahora lo es.
¿Entonces con quién? - Visenya alzó una ceja - ¿Contigo? Serías la opción más obvia. Poniente entero ha estado interesado en la idea de que tomes a otra mujer. Ya has tenido un matrimonio múltiple y prácticamente todos han intentado echar a sus hijas a tus pies para que las tomes como tercera esposa. Nadie se atrevería a oponerse. - se burló - Pero ¿crees que podrías? Sin Rhaenys has sido casi que una vela apagada.
Aegon se sacudió ante la implicación. No tenía un ego delicado pero la insinuación había asestado un buen golpe.
- ¿Y cómo se sentiría nuestra nueva compañera en esa situación? A las hijas nobles de los reinos del Ocaso se les enseña a callar, aceptar y obedecer. ¿Pasaría lo mismo con la sangre de la vieja Valyria? Más si tiene un dragón para hacer vale su opinión. Y no te equivoques. No aguantaría lo que yo he aguantado.
En su última frase se escuchó algo oscuro, aunque no tenía idea de que era. Pero no se había referido a él mismo - No hablaba de mí. La mejor opción era Aenys. Es el heredero al trono. Necesita acaparar todo el poder que pueda y su familia entiende nuestras tradiciones. Aceptarían esta tesitura con mejor disposición.
Si... Aenys, tu hijo pródigo. - la voz de Visenya salió afilada como un pedernal - No creo que seas tan tonto para creer eso. La jugada que les hiciste a nuestros primos en tu adolescencia casi causa una ruptura entre las familias. - el Conquistador se estremeció. Había sido joven y tonto, pensando que todos se inclinarían ante sus deseos y lo aceptarían felices. Incluso sus más cercanos aliados podían cortar relaciones contigo si se los presionaba demasiado. Le había costado casi una década sanar los orgullos magullados y restablecer el vínculo. Una lección que le fue muy útil como rey. Era mejor hacer amigos que enemigos. Pero por alguna razón, a la gente de su pasado, cuando solo era Lord Aegon, las seguía tratando igual. Intentaba no hacerlo, pero era como si su cabeza estuviera atascada en esa forma de ser con ellos.
- También está que a su bonita novia caballito de mar no le haría ninguna gracia, y tú y yo sabemos muy bien que ella lo tiene bien apretado entre sus lindos y delicados dedos. Pero bueno, ya que lo mencionaste, he averiguado algo relacionado con tu heredero y estoy esperando su llegada en cualquier momento para discutir algo con él. Si me lo permites, por supuesto.
Aegon se preguntó que había descubierto. Debía ser algo grande cuando su esposa quería discutirlo con Aenys. Después de que le ordenó mantenerse alejada de su educación cuando era más pequeño, su hermana mayor se había dedicado a ignorarlo a favor de su propio bebé. Aún así no creía que podía superar la revelación de la jinete, nada podría hacerlo. Aunque quizás le convendría poner en marcha a sus propios espías, deberían estar prestando más atención ya que se les pagaba para ello y aún así, ninguno le había traído la más leve mención de un nuevo dragón.
Con respecto a mi hijo como opción, me pareció la respuesta más lógica. Ya expliqué como use el factor sorpresa para que nuestro querido Septon Supremo apruebe la unión. - alzó dedo - El hecho de haya aprobado un matrimonio polígamo después de nuestra supuesta conversión a su Fé marca un precedente para las futuras generaciones. - alzó otro dedo.
No se podía negar, había sido una jugada arriesgada, pero su esposa tenía razón. Puede la poligamia no fuera común para los Targaryen y no se aprobara que siempre la practicarán. Pero ahora, gracias a las recientes acciones, se había establecido dentro de la misma Fé una excepción a la regla para su familia. Y también dejaba una puerta abierta para permitir otras de sus tradiciones - Al casarse ellas dos a la vez deja en claro las dos son iguales en el matrimonio, sin esposa principal ni segundaria. Establecer esa jerarquía nos habría traído consecuencias que serían mejor no enfrentar esposo mío.
- Como nuestra boda.
Visenya se detuvo. Esperó su furia inevitable, aunque se equivocó. Su esposa se limitó a inspirar y expirar fuerte en varias ocasiones antes de proseguir - Como nuestra boda. Dos esposas iguales ante la ley. Con la clara ventaja de que una esta dispuesta a ceder el derecho de darle a nuestro hijo sus primogénitos.
¿Qué? - preguntó turbado.
A lady Orthyras - fue una genialidad inventarse un nombre tan parecido, así cuando llamarán de esa forma a su pequeña bendición de los dioses, no se confundiría - al parecer no le agrada la idea de acostarse con un niño. Lo que es una ventaja duplicada para nosotros. - el Conquistador elevó una ceja en interrogación - Por un lado demuestra que no está realmente hambrienta de poder, de ser así no renunciaría a tener al primogénito. Por otro, lo podemos usar como concesión con el otro lado de su matrimonio.
¿Cómo? - estaba bastante interesado por este proceso de pensamiento.
Por un lado les prometeremos a los Hightower que los herederos de mi hijo los tendrá su chica, - si los podía concebir - o más bien tendrá una ventaja de tiempo para hacerlo. Como mínimo de tres años o más, en los que Orthyras no se acercará de esa forma a Maegor, aunque sí intentaremos que se vinculen. De esa manera ellos obtienen indirectamente un dragón y cumplen su objetivo de no solo tener su sangre en nuestra familia, sino que además la prioridad en la obtención de cualquier patrimonio. Solo me preocupa que se ofendan por el actuar de la chica. Los beneficia, pero ya conoces a esta gente. Si haces algo les molesta y si no, les molesta que no lo hagas. Al final no podrán cambiar nada y tendrán que aceptar que la muchacha no quiere dormir con lo que considera un infante.
Aegon tuvo que aprobar esto. De forma equivocada, pensó que este comportamiento estaba más bien relacionado con las viejas tradiciones. Erróneamente creyó que la joven había crecido en su cultura, o con los atisbos de ella que conservaba su propio linaje. A diferencia de las tradiciones ándalas, los valyrios no gustaban de las bodas a temprana edad, o al menos para los señores del Dragón. La magia en su sangre y el vínculo con sus bestias ofrecía una protección doble contra la mayoría de los malestares y enfermedades. Así que no había necesidad de presionar a sus descendientes no del todo crecidos de procrear a la siguiente generación. Su descendencia era un caso aparte. Uno era el heredero de una dinastía. De complexión frágil incluso después de haberse vinculado a Azogue, Aegon siempre temía que algo le pasará y necesitaba asegurar su línea sucesoria. Mientras, Maegor tenía una edad considerada demasiado joven para contraer nupcias en la mayoría de los casos. Pero el hecho era que se temía, que por la diferencia de edad con su esposa Hightower, si se retrasaba la consumación se le dificultaría la capacidad de concebir. El hecho de que la prometida tuviera un vínculo tan cercano y traía consigo una alianza tan necesaria al núcleo de la Fé, había facilitado el ignorar las razones de disensión. Maegor ya casi tenía la altura de muchos hombres y gracias a su género, un matrimonio temprano no le traería las consecuencias más peligrosas a las que se expondría si fuera mujer.
A diferencia de Poniente y el resto del mundo, donde en la mayoría de los casos las hijas eran consideradas desechables o bienes de segunda importancia, el Feudo Franco ofrecía un respeto reverencial a las féminas de la Sangre del Dragón. Nadie se arriesgaría a perder a sus hijas en un matrimonio temprano, que era considerado así siempre que dichas mujeres no hubieran terminado de crecer en su totalidad. Casi que eran protegidas más contrapartes masculinos en ese sentido. Con mucho fervor. Él y Visenya, en los largos encierros a los que era sometido, debatían sobre esto. Sus estudios sobre las tradiciones de su hogar ancestral habían incluido muchas especulaciones sobre esto. Las damas de Valyria eran tratadas diferentes del resto de las féminas, exceptuando quizás a los condenados Rhoynar. Líderes por derecho propio, guerreras por naturaleza (porque solo los estúpidos dudarían de la capacidad destructiva de una mujer encima de un dragón), eran tratadas con paridad en su sociedad salvo en ese tema. La concepsión y el embarazo eran asuntos casi sacrosantos en el Imperio y no se expondría a sus portadoras a ninguna amenaza.
Tanto él como su hermana habían intentado dilucidar sobre esto. Las Señoras del Dragón no eran vistas solo como vientres y aún así, las tradiciones protegían este aspecto con omniosa solemnidad. Muchas respuestas se perdieron con la Maldición, debido a la costumbre de no dejar por escrito los conocimientos que no se deseaba que nadie de afuera conociera. Por lo que solo quedaban suposiciones. Habían inferido entre ambos que la progenie femenina tenía una condición más importante en el índole de la reproducción, tal vez relacionada con sus vínculo con los dragones. Lo que explicaría porque la protección casi desmedida en este referente con las hijas de las grandes familias. No sabían como, ni porque, ni para que, solo que sus mujeres eran más resguardadas en este asunto. Cosa que ya había discutido con Aenys y suponía que Visenya había hecho lo mismo con su hijo. Se lo había dejado claro, nada de matrimonios tempranos para Targaryen femeninas, lo que también tendría que explicar a sus nietos cuando llegará el momento adecuado. No le importaban las costumbres ándalas a las que su hijo demostraba ser tan aficionado, ni el hecho de que su propia novia había sido joven para sus estándares. Aún con la vieja sangre en sus venas, los Velaryon habían sido meros comerciantes en el Imperio y no sangre del dragón. Los comportamientos y creencias que seguían, incluso viniendo del mismo lugar, no eran las mismas.
Un leve toque en la puerta lo sacó de su diatriba interna. Él tendía a caer mucho en la introspección y su hermana, que lo conocía tan bien, lo dejaba continuar.
- Pase.
La puerta se abrió y Aenys se asomó a través de esta - Padre ¿me mandó a buscar? ¿Tiene que ver con el nuevo dragón?
- Detente Aenys. Luego aclararemos eso. En estos momentos Visenya quiere hablar contigo.
Oh, tía. Disculpe, no la vi - y la saludó besando sus nudillos y colocándolos contra su frente - ¿De qué desea hablar?
Tu padre me comentaba sobre su idea de que, cuando llegara el momento, convirtieras a tu heredero en el príncipe de Rocadragón. Usar la fortaleza ancestral de los Targaryen como asiento del heredero me parece.... brillante.
- ¿Padre finalmente te lo contó? Pensé que todavía dudaba en hacerlo.
Y lo hubiera dudado hasta que me lo confirmarte. - su rostro se convirtió en pieda, rígido y severo - Deberías marcharte.
¿Qué? - al mirar trás él, vio a su soberbio y regio padre, pálido - ¿Padre?
Sal Aenys. - su tono no admitía discusión - Y diles a los guardias que se alejen un poco más.
Aenys cabeceó y se marchó rápidamente. La calma calculada de su hermana había sido una trampa. Lo suficiente sutil para adormecerlo en un falso sentido de seguridad. Bajó la guardia, actúo como si ambos tuvieran los mismos planes, y su joven sucesor vio esto como que ambos estaban confabulados de mutuo acuerdo y cayó directo entre sus fauces. Había sido atrapado en una mentira. Cuando paso el tiempo suficiente, Aegon intentó hablar - Viseny...
¡No uses mi nombre! ¡Asquerosa rata traidora! ¡Embustero de mierda! - la reina estaba encolerizada como nunca antes había visto - Después de la hermosa sorpresa que me diste en nuestra boda juré que nunca nadie me agarraría desprevenida. ¡Jamás! y vienes con esta basura. ¡¡¡No eres más que un vil traidor!!!
-Visenya, tienes que entender...
¿Entende qué? ¡Entender qué! - la jinete de Vaghar se paseaba por la habitación como un depredador enjaulado - Entender que me mentiste. ¿Qué ibas a robar la herencia de mi hijo ¡Mi hijo! para dársela al hijo de tu favorita y su descendencia? ¡Mi hijo Aegon! ¡Mi sangre! ¡Mi herencia!
- iNo es tu herencia para dar!
¿No es mi qué? - todo su movimiento se detuvo, su calma fue diez veces más aterradora - Repite lo que dijistes, Aegon.
No es tu herencia para dar, - tuvo que tragar en seco ante la imagen que tenía ante sí - yo soy el rey y yo decido, por lo tanto es mía. Mi herencia.
¿Tuya? - su risa fue seca, rota, gutural, todo al mismo tiempo - Creo que has sido consentido por mí y lo que te he permitido hacerme durante demasiado tiempo Aegon. Es hora de la lección de historia. Te casaste con Rhaenys porque sí, porque querías, y se te permitió ser feliz con ella a expensas mía, usando una tradición a la que no tenías derecho.
- Era el señor de Rocadragón, tenía todo el derecho.
- Y yo era tu hermana - esposa, Señora de Rocadragon como gobernante y no como simple consorte, en virtud de las leyes valyrias.
- La gobernación conjunta es algo obsoleto. No se ha usado desde las primeras generaciones posteriores a la Maldición. Cuando nos mudamos a la Fortaleza de Rocadragon, los Targaryen fuimos adoptando poco a poco las tradiciones andal...
iNo puedes hacer eso! ¡No puedes reclamar la tradición ándala y luego aferrarte a un antiguo y poco utilizado edicto valyrio! No cuando se contradicen el una al otro! - y cogió una pequeña representación de cristal de El Padre y la reventó contra la pared.
- Pero hablemos de tradiciones ya que las mencionas. La tradición que te permitía tomar una segunda esposa venía con condiciones. En primer lugar solo podías tomar las consortes segundarias que quisieras si tu consorte principal no era tu igual. ¿Se cumple conmigo? No. Si tu consorte es tu hermana - esposa debes conseguir su aprobación para una esposa segundaria ¿Lo hiciste conmigo? No. Puedes tomar una segunda esposa si queda claro que tu esposa principal no puede darte hijos después de determinado tiempo. ¿Se aplica a mí? ¡Por supuesto que no! Me restregaste a Rhaenys en la cara el mismo día de nuestro matrimonio, - con cada respuesta se acercaba un poco más a él - y luego dejaste en claro que ella y solo ella sería le madre de tus herederos.
- No fue así...
¿No fue así? ¡¿No fue así?! - gritaba mientras alzaba las manos - Aegon, dormías en mi cama una vez por cada diez noches que pasabas con nuestra hermana. Y la mitad de las veces no me tocabas porque decías estar muy cansado. ¿Y lo peor? Los siete reinos lo saben y se burlan de mí por ello.
Senya... - pronunció suavemente - a ti nunca te ha importado lo que digan de ti.
- Por supuesto que me importa. A todos les importa aunque sea un poco. Solo fingen que no. ¿Pero qué iba a hacer? ¿Eh? ¿Castigarlos? Ya me considerán que me excedo en lo que me correspondía como tu esposa, era la tirana a la que apenas soportabas a saber de todos. La villana en tu historia de amor verdadero. ¿Y de que serviría intentar aplastar los cuchicheos? Era una realidad que estaba ahí para que todos la vieran.
Con su acercamiento, el olor a menta aumentó, provocando en el gobernante de Poniente unificado una sensación de revoltura en la boca de su estómago.
¿Qué más iba a hacer entonces? ¿Llorar? La Corte siempre está cazando debilidades y aprovecharían esto para aplastarme más fuerte todavía. Y a ti tampoco te hubiera convenido. Todo lo que me quedaba por hacer era tragarme mi orgullo y aguantar. - tomó varias respiraciones profundas intentando recobrar el control - ¿Sabes que fue lo peor? La ley que te permitió tomar otra esposa me daba a mí derechos por encima de ella, mis hijos tendrían prioridad por sobre los de los de ella. Eso tu lo sabías muy bien. Por eso es que existía el título de esposa principal y esposa segundaria. Pero tu dijistes: Somos hermanos, somos Targaryen, somos iguales. Y yo te creí. Quería creerte. Después de que rompieras tus promesas de fidelidad quise creer que al menos nos tratarías igual. ¿Cómo pude ser tan estúpida para creerte, si lo único que haces es traicionarme? - se cubrió el rostro con una mano, como sino aguantará verlo más.
Senya, se que te hice daño pero yo amaba a Rhaenys y no podía soportar la idea de estar sin ella, - se detuvo antes de seguir - y yo nunca te he traicionado Senya.
Fue lo equivocado de decir. El equivalente de vaciar un frasco de fuego valyrio en una hoguera ya rugiente. Visenya se desató en rabia.
¿No me has traicionado? Te revolcabas con nuestra hemana, con total libertad, mientras yo me hacía cargo de tus obligaciones en el Feudo. Me dijistes que no te sentías preparado, que yo estaba mejor capacitada. Pensé que te merecías un poco de soltura, de hacer las cosas que no podías hacer de pequeño. No me importaba cargar con el peso, estaba acostumbrada, quería complacerte. ¿Y qué hiciste? Apareciste con una segunda esposa el día de nuestra boda y dijistes que seríamos iguales, solo para además de darle los mismos derechos que a mí, preferirla en todo. iEn todo! - gritaba a pleno pulmón - Su hijo era tu heredero y yo acepté sin rechistar, después de todo, tanto Rhaenys como tú y yo conquistamos este maldito continente. Tenía sentido que su hijo tuviera derecho al trono que forjamos. Porque fuimos los tres, Aegon.
Visenya volvió a caminar a través de la habitación, buscando canalizar algo de control a través del movimiento. Frustrarse y gritar sin argumentos ni lógica no la llevaría a nada.
Pero Rocadragon era mío, para heredarlo para mis descendientes. Tú los sabías bien. Tanto el hijo como la hija mayor tienen un reclamo. Por ello los Señores del Dragón casaban a sus primogénitos. ¿Es por ello te casastes conmigo? ¿Querías asegurar que el feudo permaneciera en tu poder? ¿Temías que yo te lo disputará? No puede ser que temiera ofenderme al abandonarme, porque razones para eso me las has dado con tu desprecio constante. - era una verdad nunca antes dicha en voz alta - Me trataste como arma, como tu principal lugarteniente, como guardián. Me tocó la parte fea del gobierno, la aburrida, para que tú y Rhaenys pudieran disfrutar. Vivir en la dicha.
Casi se le escapa un sollozo, o eso pensó Aegon. Pero aquello era imposible, su hermana mayor no lloraba.
- Tuve que ver fiestas, torneos, celebraciones a su nombre. ¡Hasta cuando descubriste que habían dedicado un septo, casi que en mi honor, te dedicarte a construir uno más grande y bello para ella. ¡Un maldito Septo! Porque si yo tenía algo, Rhaenys tenía que tenerlo más grande, más divertido y mejor.
No fue así. - dijo el rey antes de enfurecerse también - Si querías festines para ti ¡Podrías habermelo pedido!
¿Por qué tendría que hacerlo? ¡Mi hermana nunca lo hizo! - de pronto ya no parecía la feroz hermana que siempre había conocido - Solo tenía mi orgullo. ¿Porqué te iba a pedir algo? Incluso si me lo dabas, no iba a ser por verdadero afecto. ¿O es que también querías que te mendigara amor?
Eso lo dejo sin palabras.
- Tuve que aceptar ser siempre la segunda opción. La piedra incómoda en el zapato de mi propio matrimonio. Tuve que vivir en una eterna competencia donde siempre estaba en desventaja. Luego, desde el momento en que nacieron, supe que el trono sería de Aenys y que Maegor sería solo el repuesto. Porque Anys era el primogénito, el hijo de mi hermano y hemana. Puede que me hubieran lastimado pero todavía los amaba, incluso si no los soportaba. Y a mi me enseñaron desde pequeña a darlo todo por mi familia. Que ese era mi deber. Me criaron para ello. Así que mantuve mi lealtad, tanto a ustedes como a él. Era lo justo, pensé.
Visenya, la brava y fiera Visenya, apretó sus propios brazos a su alrededor, como buscando consuelo. De niña lo había necesitado mucho, ambos, cuando solo se tenían uno al otro. Rhaenys ni lo quería ni lo necesitaba. Había sido la niña mimada y feliz, la que se había salvado de la oscuridad de su padre. A Visenya nadie la salvó, y se contentaba con abrazos apretados cuando nadie miraba. ¿Hacía cuánto tiempo que no consolaba a su hermana?
Cuando nació Rhaena dije: ¿Y si la hacemos heredera y la casamos con mi hijo? Después de todo, tú has respetado y mantenido las leyes por las que se rigen los ándalos, ¿por qué ellos no podrían aceptar las valyrias para una corona forjada por valyrios? - y admitió - Y también codiciaba un poquito el trono. Yo también ayude a forjarlo. Uniríamos así dos linajes que de otra forma podrían separarse, nos evitaríamos el surgimiento de líneas dinásticas que podrían ser rivales. Mi hijo estaría cerca del poder que ayude a conquistar, aunque Rhaena fuera la reina regente. ¿Está eso mal?
Eso fue sencillo de admitir - No, hemana.
- Entonces dijistes que no y tuve que acoger tu veredicto. Comprometiste a mi niño, al que no le dedicaste el más mínimo interés en toda su vida, con ese puñado de religiosos y tuve que acceder. Y aún así, seguía confiando en tí y en lo que acordamos. Me lo habías prometido. Los siete reinos para el hijo de Rhaenys, un trono heredado por el derecho de Conquista de su padre y de su madre. Y Rocadragón para mi heredero, el hijo de los Señores Consortes de la Isla, por la ley valyria de primogenitura de ambos padres.
Grandes ojos de joya se fijaron en él. Rhaenys, la bella y amada Rhaenys, los había envidiado. Aegon el dragón temía verse reflejado en ellos. Ver su confianza rota. Por eso muchas veces la ignoraba. No soportaba ver el precio de sus propias decisiones. No se arrepentía de tomarlas, pero le pesaban.
Aunque nunca lo hiciste oficial ¿verdad? Nunca admitiste ante todos como sería la herencia dividida entre tus hijos. - lo miró fijamente a los ojos - Yo solo descubrí que cuando el sucesor de Aenys se volviera oficialmente el príncipe heredero, se le entregaría también el asiento que le pertenecía a Maegor. Me di cuenta de que como no proclamaste la Isla como herencia para él, ni siquiera en tu testamento, Aenys como rey y albacea de la familia, podía disponer de la misma. Pero él no tiene ni las pelotas ni la astucia para que se le ocurriera este plan. Y tengo que preguntarte, después de todo lo que he hecho por ti, lo que hemos pasado... ¿por qué?
Era su oportunidad de explicarse - Visenya, eres una mujer inteligente, tienes que entender. Aenys tendrá una situación complicada. Será el primero en heredar un trono recién conquistado, cuando hay muchos que todavía recordarán σ creerán recordar como eran las cosas antes de que llegáramos. - múltiples reinos desgarrados por la guerra. Nobles y reyes disputando entre sí cada gota de prestigio y poder que podían. Una tierra que no conocía la paz - Tenemos que dejar bases afianzadas para que pueda sostener esta dinastía que comenzamos juntos. El muchacho no es el sucesor más imponente, nació frágil y la pérdida de Rhaenys lo devastó, lo afecta hasta día de hoy. - ella tuvo que asentir. La muerte de Rhaenys, con todo lo que había entre ellas, todavía le provocaba un nudo en la garganta.
- No me importa lo que digan de tu carácter, las personas que hablan de ti no te conocen como yo, se que entiendes que la mente de los niños funciona diferente, tienen necesidades diferentes.
Visenya asintió apesumbrada - Todo niño necesita el amor de una madre.
Y se que te hubiera gustado llenar ese lugar, pero no podías. Eras demasiado severa e inflexible para hacerlo. ¿Hubieras realmente podido darle el afecto que necesitaba a un bebé que todavía buscaba la suavidad de su mamá? - fue una puñalada en el pecho, porque golpeaba en sus inseguridades. Si no le había brindado ese cariño a su propia carne, siendo él de naturaleza más fuerte ¿qué daño le habría hecho al sensible Aenys? Más sabiendo las consecuencias de su crianza sobre su descendencia, por las advertencias de Ortiga.
- Es por ello que necesitamos fortalecer la imagen de Aenys. Que todos recuerden de donde salió él y la fuerza de los que le precedieron y los que le seguirán. Mi hijo necesita todos los símbolos de poder a los que pueda recurrir, para mayor peso de su reclamo. ¿No quieres proteger a lo único que nos queda de nuestra hermana? ¿De nuestra hermanita?
Visenya se estremeció. Todo que decía era cierto - También está Montedragon, la cuna natural de nuestras monturas. Si se lo doy a la línea de Maegor, la familia principal se quedaría sin acceso o con este limitado a los dragones y a sus huevos. - desagradable pero posible.- No es vaya a dejar a Maegor sin nada. Después de todo también es mi hijo, y el tuyo. Y tienes razón, Rocadragon es su derecho de nacimiento, y por tu contribución a la Conquista también merece ser premiado con los frutos de tu esfuerzo. Así que te puedo asegurar que él tendrá una fortaleza digna de su posición. Te lo prometo.
Visenya cabeceó afirmativamente y Aegon agradeció a los dioses por finalmente salir de este debacle. Enfrentarse a su hermana no era algo divertido y francamente, lo agobiaba hasta la médula. A veces ella tenía razón, a veces no. Lo cierto era que al final, él teminaba tenso y agotado. Evitar las confrontaciones cuando era posible resultaba más efectivo.
Aceptaré la pérdida de Rocadragon, por todas las razones que me diste, - Visenya al parecer había interiorizado sus palabras - si puedes responderme a una sola pregunta.
Claro, Senya. - eso lo podía hacer feliz.
- ¿Qué fortaleza le entregarás a Maegor?
Su mente se quedo en blanco.
Aegon... ¿Qué fortaleza le entregarás a mi hijo? - repitió puntualizando cada palabra.
No tenía respuesta para ello. Había ideado la estrategia de Rocadragon, de usar la Isla y su territorio como insignia para los herederos de Aenys cuando llegará el momento y ya él hubiera partido. La fortaleza ancestral de los Targaryen, un castillo único e irrepetible, no con los viejos hechizos y métodos de construcción valyrios perdidos, sería un eterno recordatorio para todos de donde había salido el linaje gobernante. Los sucesores de la vieja Valyria. Y también ayudaría a acallar esos malditos rumores sobre la ilegitimidad de su hijo. Rocadragon era el asiento de poder de su familia y si su estirpe gobernaba desde su solio, con su simbolismo, ayudaría a que pocos pudieran cuestionar la pureza de su sangre. No había pensado en los cabos sueltos.
- ¿Acabas de llamar a mi hijo cabo suelto?
¿No había dicho eso en voz alta? ¿O sí? Miró a su hermana. Sus ojos amatistas se habían vuelto dos pozos negros. El tiempo comenzó a correr más lento, hasta casi detenerse. Su rostro estaba petrificado, estático, y luego se fracturó en un máscara de ira.
- ¡Ibas a dejar a Maegor sin nada!
No te alteres Visenya. No es para tanto. - esta vez su voz no la apaciguó - Aún le puedes construir su propio castillo.
- Así que después de conquistar parte del puto continente para ti, no solo planeas robar lo que le corresponde a mi hijo por mi herencia, para dárselo no a tu heredero, sino a quien quiera sea que sea su heredero...
- No exageres Visenya, no te estoy robando nada.
- ...y lo que me ibas a entregar no existe y ¿se supone que sea yo quien lo construya? ¿En serio?
La reina sentía la necesidad de jalarse los pelos de la cabeza, para ver si despertaba de esta puta pesadilla. Aunque quizás lo mejor sería rastrillar sus uñas por la impoluta cara de su marido. Ya sea un mal sueño o la realidad, definitivamente lo disfrutaría.
Te das cuenta de que si no hubiera descubierto tu brillante idea, - dijo con el tono más sarcástico posible - cuando Aenys declarará a su heredero príncipe de Rocadragon ya tú estarías muerto y hecho cenizas. Y a mí no se me hubiera ocurrido construir nada para Maegor. Nada. Seríamos segundones viviendo de la caridad de la familia real. ¿Y que le podría exigir a Aenys? Heredaría el trono y sus propiedades y no me debería nada. Dos asientos de poder para él, nada para mi sangre. Ni siquiera lo que le corresponde. Y sabes que, - lo miró como si enfrentará una revelación - creo que planeaste esto a propósito.
Siempre llevándote por los extremos Visenya, pensé que eras más inteligente que eso. - su hermano menor se burló - Ya sabes que no soy así. Yo soy él de las ideas, Rhaenys era la política de nosotros y tú quien ejecutaba todo. Funcionabamos bien así. Sin ella, me he tenido que hacer cargo de su parte, que ha sido muy pesado. Si me hubieras ayudado más en vez de siempre enfrentarme quizás hubiera tenido más presencia para pensarlo mejor. ¿No es cierto?
Ya no sé. Planeaste usurpar mi feudo, mientras me hacías promesas. Me juras a la cara que si Rocadragon era para los hijos de Aenys, le darías algo igual valor a Maegor ¿y que era eso? ¿El derecho a construir? Has recompensado a muchos de tus vasallos con más por menos. - Visenya se sentía enferma, había intentado ignorar lo obvio. Cuando Ortiga contó que desde Aenys en adelante, el príncipe heredero era considerado príncipe de Rocadragon, pensó que tenía que ser un error. Uno bien grande. Aegon la había ignorado a ella en favor de Rhaenys, y luego, había repetido el patrón con sus dos hijos. Toda la atención para el favorito, todas las expectativas y el deber para el ignorado. Pero esto era un nuevo nivel de... de... ¿auto indulgencia? ¿Egocentrismo? No tenía realmente una palabra para describirlo - Esta bien, digamos que me pongo a construir un castillo desde cero. ¿Dónde? Cuando negociaste la dote de la novia no pedistes tierras, ni siquiera un miserable torreón. Solo monedas. Por que las necesitabamos. Ja.
- Ya pensaré en algo.
Ya pensarás en algo. Ja. Nunca planeaste dejarle nada, ni siquiera un pequeño territorio a mi príncipe. La otra pregunta sería: ¿Con qué presupuesto? O planeabas que construyera un castillo en un terreno que no tengo con monedas que no poseo, porque nunca me alertaste que tenía que hacerlo. - seriamente lo dudaba pero tenía que preguntar - ¿La corona lo pagaría?
Se le escapó un gruñido. Eso sería muy complicado. Suspiró - Cuando yo fallezca, habrá quien se sebelé. Quizás Aenys confisque sus tierras y se las de a su hermano.
- Quizás. Ja. Ese intento de heredero que estas criando probablemente tratará de hacer las paces con quien sea que vaya en su contra.
- Visenya, no te atrevas a hablar así de...
Escúchame Aegon, por una vez en tu miserable vida escúchame. - Visenya se aferró a su control - Ya me has probado que tu palabra, cuando de trata de los míos, vale menos que la de los gusanos que se revuelcan en la inmundicia. ¡No me interumpas! - le gritó cuando fue a hablar en contra del insulto. No soportaría que intentará respaldar su comportamiento. Había aguantado mucho ya - Limítate a negar o asentir con la cabeza por una vez. Me entiendes.
El movimiento fue afirmativo.
- Yo he cumplido con todo lo que se me pidió, por difícil que fuera. He respetado y me he sacrificado por mi familia. Amé y protegí a mi esposo y a su todavía más amada esposa. He sido fiel e indispensable a su causa. Y por una vez, por una puta vez, quiero la verdad de tus labios. No lo que quiero oír, no lo que piensas que debo oír, no lo que crees que es correcto de oír. La verdad ¿aceptas?
Asintió.
- Cuando se te ocurrió convertir a Rocadragón en el asiento que marcará la sucesión del trono de Hierro ¿que futuro previste para Maegor? ¿Para sus descendientes? Quiero la verdad Aegon, pura y sin adulterar. Dámela.
En esta ocasión, le costó más liberar las palabras, su hermana - esposa no se lo tomaría muy bien - Pensé que tal vez podrías convertirse en el administrador de...
- ¿Un sirviente? ¿Planeabas quitarle el trono de piedra y convertir a mi hijo y a sus hijos
en sirvientes?
-No serían sirvientes. Serían como los Tyrell, una noble Casa, que recibiron el título de mayordomos de Alto Jardín cuando...
- No.
Esta bien, esta bien. Puede que me haya pasado un poco. - intentó negociar - Podemos....
- No.
- ¿Visenya?
Toda mi vida me he sacrificado por la prosperidad de los Targaryen. Siempre he sido fiel. Siempre la menos importante - y lo peor, había estado criando a su niño bajo los mismos ideales. - Todo sea por el sueño de Aegon y la sangre de Rhaenys. Eso acaba hoy. - su mirada le dio escalofríos, la había enfrentado dolida y rabiosa, pero nunca así - Declararás a Maegor heredero oficial de Rocadragón y que asumirá el título cuando sea mayor de edad, porque no confió en que no intentes retractarte en el camino si lo limitas a que sea a condición póstuma. Y déjame dejártelo claro: O aceptas o habrá consecuencias.
- Visenya, ¿estás segura de que quieres actuar así? Eres una estratega. Tienes que entender. Tal vez tú y Maegor no se rebelen contra la estirpe de Aenys pero sus hijos si podrían. Podrían pensar que tienen un derecho mayor y enfrentarse a su primos. La mejor manera de evitarlo es quitarles cualquier dominio y autoridad. El señorío de Rocadragon es demasiado valioso por su simbolismo. Entregarlo podría ser como armar a sus enemigos. Tienes que pensar en la dinastía.
¡Me importa una mierda la dinastía! A ti no te importa en lo más mínimo el ser que salió de mi vientre y mucho menos su estirpe. Lo prometiste con los Hightower porque necesitabas la alianza para afianzar el reinado de Aenys. Solo te interesó cuando lo pudiste utilizar para el bien del único de los dos chicos que es valioso para ti. Pues sabes que, a la mierda. - cuando miró a Visenya a los ojos, no había reconocimiento en ellos, solo un deseo de quemarlo todo - Se acabaron los sacrificios en el altar de tu felicidad. Elige la opción que te di o sufre las consecuencias.
¡Visenya! - tronó Aegon, con ese tono que comando a ejércitos enteros a postrarse - Soy tu rey y hermano varón y no te permito actuar así. Amas tanto la cultura de Valyria que no te das cuenta de que no estamos allí. Este reino funciona con otras leyes y tradiciones. Por quien eres se te permiten más libertades pero este es Poniente, estás subordinada a mí en todos los sentidos y no hay nada con lo que puedas amenazarme. - una cosa era pelear y discutir para dejar salir la frustración y otra era esto.
¿Ah no, querido? - su voz sonaba dulce, demasiado dulce - ¿No crees que sería un excelente regalo de bodas para la novia que tú le conseguiste a Maegor nuestra separación? - Aegon palideció - Solo imagínalo. Si la reina de tus codiciados siete reinos se arrepintiera de todo corazón - batió sus pestañas - de su matrimonio incestuoso, estoy segura que ese arrastrado trepador del Septon Supremo encontraría la piedad para perdónarme por darle una hermana - esposa a su sobrina. ¿No crees?
No puedes hablar en serio. - no podía fingir que no había quedado afectado - Necesitamos un frente unido para mantener la estabilidad dinástica. Tales divisiones entre nosotros solo alentarían a cualquier enemigo a explotar nuestras debilidades.
- ¿Crees que me importa? Ya decidiste que mis descendientes serían enemigos de los que consideras los tuyos. Te aseguraste de que mi línea no estuviera en el trono y ahora quieres tomar de ellos también Rocadragon, para evitar que se alcen en contra de la corona. Pues bien. Temías a un futuro enemigo, creaste uno en tu propio seno.
Un escalofrío recorrió al soberano. Pasará lo que pasará, su hermana siempre había estado de su lado. Esta mujer ante él, que en tantas ocasiones había sido su espada y escudo, no solo no movería un dedo por él sino que si alguien intentaba dañarlo, lo más probable era que lo disfrutará.
- A partir de este punto ya no hay nosotros. Le entregarás a mi hijo lo que le corresponde o cumpliré mi amenaza. Si tienes dudas por su juventud, yo serviré como administradora del Feudo. Después de todo, lo he hecho todo este tiempo. Pero no esperes de mí más apoyo que el que recibes de cualquiera de tus señores.
Brutal, inmisericorde. Su hermana no era de las personas que tomaban decisiones a medias. Lo más preocupante de todo, que en muchas ocasiones había sido una ventaja, era que cumplía lo que prometía. Una promesa que aterraba a cualquier que estuviera de su lado malo.
- Me encargaré personalmente de la tutela de la nueva jinete. Es mi nuera y su educación es mi deber. Será leal a Maegor y será un activo para su familia. Y para la tuya si así lo quiere mi hijo. Por lo que te daré un último consejo. Todos estos años te fui leal, ciegamente leal y así eduqué a mi príncipe. Mi confianza en ti ha muerto hoy, la de él no. Finge al menos ser el padre que piensa que tiene, llevalo a tu lado, tratalo aunque sea la mitad de bien de lo que tratas al hijo que tuviste con mi hermana. Y quizás él no note lo mucho que desprecias su sangre y este dispuesto a luchar por su hermano tanto como yo luché por ti. Y es obvio que lo necesitará. - terminó con un resoplido - Ahora dilo.
Rocadragon es suyo. - tuvo que ceder, no se atrevió a no hacerlo.
- Empezaré a dimitir de mis funciones poco a poco. Envía a Alyssa a Fuerte Aegon cuando puedas, para que se encargué de tu residencia. Cuando termine la procesión real envíame a Aenys, le enseñaré lo que me corresponde en la dirección del reino y que se haga cargo él a partir de allí.
- No está preparado.
- ¿Qué parte de no me importa no entiendes? Si él no puede, encárgate tú de ello. Para algo eres el rey como me has recordado tanto. Tu reino, tu problema. Total, ya estábamos casi separados a los ojos de tus súbditos, di que simplemente me soportas menos que antes y ya.
- No puedo creer que estás haciendo esto. Que abandonas todo por lo que hemos luchado y construido.
¡Yo no hice nada! ¡Tú lo hiciste! ¡Tú trasastes las líneas esposo! - lo miró desde arriba - Hasta el perro más fiel finalmente se arta de que lo pateen y devuelve la mordida. Y yo no soy un perro. - cuando alcanzó la puerta para marcharse le dedicó unas últimas palabras - Todos hablan de mis defectos. Mi severidad, mi inflexibilidad, que soy agresiva para ser mujer y puede que hasta amargada. Cada libro de historia que escriban sobre ti me describirán de esa forma. Pero me pregunto ¿Cómo te describiran? ¿Hablarán del líder que eres? ¿Sobre la figura casi mítica? ¿O habrá alguien que pueda hablar de tu avaricia? ¿De tu codicia desmedida? Necesitabas siete reinos enteros para ti y no dudastes en tomarlos a la fuerza. Tomastes dos mujeres cuando eras incapaz de amar a una de ellas. Le entregaste todo lo que pudiste a la otra, dejando a la primera en el olvido. Luego pretendes hacer lo mismo con sus hijos. Eres cruel Aegon, y me pregunto si en el futuro, cuando escriban tu historia, alguien lo sabrá.
Chapter 11: Nace un enemigo
Notes:
Aquí les traigo otro capítulo, bastante largo por cierto, pero me ha dado un buen trabajo. Tenia la idea de que se terminara justo en la consumación del matrimonio pero siempre me aparecían más ideas de lo que debería pasar en medio y me decía a mi misma, esto tiene que ir aquí. Tienes que empezar a crear una conexión emocional entre los personajes, tienes que darle su propia vida a villanos y antagonistas, y el final es algo que considero delicado. Todos siempre con: Maegor ya tenía el tamaño de un adulto casi, de seguro disfrutó consumar el matrimonio y yo solo pienso en el niño que creía que consumó el matrimonio una docena de veces y que sin ser el heredero ya alguien lo estaba presionando para que tuviera hijos con 13 años. Era un matrimonio infantil y era abuso, y sabrá dios que pasó por esa cabecita, y esa es la colina donde moriré.
En fin, díganme si les gustó el capítulo y en qué puedo mejorar
Chapter Text
El sonido del portazo marcó la retirada apresurada de los siervos. Los habían abandonado en los aposentos con la escusa de que se refrescaran antes del festín. Al parecer, el impacto de lo ocurrido y los chismes que le siguieron, que llegaron hasta aquí más rápido que el vuelo de un cuervo, habían llevado a muchos a olvidar sus obligaciones con los invitados de origen real. O quizás simplemente no querían estar cerca de ellos, no después de lo que habían obligado a aceptar a sus amos. Se encogió de hombros mentalmente. Había vivido sin un solo sirviente la mayor parte de su vida. No es que los necesitará para funcionar. El príncipe junto a ella, por otro lado, se veía un poco perdido. No sabía si era por la impresión de lo sucedido o porque no tenía la menor idea de que hacer sin alguien que atendiera sus necesidades. Tarde o temprano lo averiguaría, pero ahora, prefería librarse del peso innecesario de la armadura y su acolchado. Le dijeron que se refrescara y eso iba a hacer.
Una de las primeras lecciones que aprendió del príncipe Pícaro fue sobre su traje de montar y su cuidado, no sobre dragones, increíblemente. Montar a las bestias era una combinación de habilidad natural y experiencia, por lo visto. Una nacías con ella y la otra la obtenías con el tiempo. Por supuesto, mientras más tiempo pasarás volando en los lomos de tu montura, mejor. Ella había estado desesperada por eso. Por mucho que intentará tomárselo con calma, la presión de una guerra entre dragones se le había venido encima. Pero con respecto a la armadura, lo principal era el orden, le había dicho su padre. Algo inesperado de un hombre que solía llevar el caos donde sea que pusiera un pie, según decían las historias sobre él. Te colocas las piezas del armazón en una secuencia, y te las quitas a la inversa. Siguiendo cada paso de forma metódica y guardando cada parte en clara disposición para volversela a colocar lo más pronto posible, porque nunca sabrías si lo necesitas con urgencia. Y así, inicio el despojo de sus protecciones. Luego de colocar la preciosa capa negra a un lado, comenzó por quitarse de los guanteletes, para tener sus dedos libres y así prosiguió. Hombreras, rebrazales, cotas, brazales, gorjal. Para cuando llegó al peto se le presentó una pequeña vicisitud. Ella sola podía hacerlo generalmente, no ahora, no después de toda la tensión que había pasado. Sus músculos estaban rígidos luego de los eventos de hoy y quitarse ella misma el espaldar le resultaba incómodo, por no decir imposible. Suspiró. No le gustaba depender de nadie, pero necesitaba ayuda.
Se preguntó si el hijo de Visenya se ofendería si le pedía asistencia. Pues bien, ahora suponía que era su esposo. Lo mínimo que podía hacer era ayudarla a quitarse esta cosa. Resopló. Sí, la mayoría de los hombres no se opondrían a quitarle a sus mujeres, en una habitación a solas, las vestimentas con las que se cubrían. Pero la mayoría de los hombres no eran príncipes y lo que se quitaban las mujeres era ropa y no equipamiento de combate. Evitó de forma deliberada pensar en que iba después de que se librarán de las prendas los esposos, porque sí, eso no iba a pasar entre ellos. Con probar no se pierde nada, pensó, y llamó a su flamante marido.
Maegor. ¡Ey! - estaba bastante distraído, por lo que silvó para atraer su interés y vaya que lo hizo. El segundo príncipe del reino pegó un brinco en el lugar y concentró toda su atención en ella. Sus grandes ojos violetas parpadeando sorprendidos - ¿Estas bien? No reaccionabas.
Un brusco asentimiento fue toda su respuesta.
Lamento interrumpir tus pensamientos pero podrías ayudarme acá - dijo señalando la parte trasera de la coraza - No puedo llegar bien a las correas. - y se estaba asando aquí dentro. Sentía como el sudor le corría por la espalda.
Actuó de forma inmediata, sin quejas, y con habilidad experta liberó todos los cierres. Un peso menos. A partir de ahí se libró rápido de todo lo demás, incluyendo el maldito gambezon y las calzas. Todo esto podía ser muy útil en combate o lo que fuera, y era soportable mientras surcaban el cielo a altas velocidades. Pero empezaba a ahogarse de la calor, por lo que prefirió quitárselo todo hasta quedar en su sencilla camisa de lino y sus braies.
- Ah, finalmente, libertad.
¡Mujer! ¡¿No te enseñaron recato mientras crecías?! - gritó el príncipe Maegor mientras giraba y se cubría el rostro - ¿No te das cuenta de que me estás enseñando las pantorrillas?
Ah, vamos. No es para tanto. Soy tu esposa ahora ¿no? Así que supongo que está bien. - eso captó su curiosidad y la volvió a mirar. Su visión se desvió de inmediato a sus piernas desnudas de la rodilla para abajo y cuando desvío la vista, el tic en su mejilla había vuelto una vez más. Pobre niño, casado con una bastarda sin pudor, y que ni siquiera se lo escondía. Entonces no pudo evitar hacer una mueca y preguntar - Emmm, y dime, ¿qué que tan enfadado estás?
¿Enfadado? ¿Por qué? - la contracción en su cara se detuvo en el acto.
- Ya sabes. Por terminar casado con una bastarda.
Maegor cubrió su boca inmediatamente. Observó con detenimiento a su alrededor, antes de negar con la cabeza y murmurar en voz baja - No vuelvas a repetir eso, jamás. No sabes quién puede estar escuchando. Madre quiere que seas vista como legítima, por lo tanto era legítima y ya está. Fin de la discusión.
- Oh, vamos, eres un príncipe de noble cuna. No puedes decir que no te molesta.
¿Molestarme qué? - ante su mirada dura contestó como si le estuviera explicando algo obvio a un niño pequeño - Ortiga, tú y yo no somos ándalos. Eso de que los bastardos son malos o inferiores es solo una creencia tonta de gente tonta de una religión todavía más tonta. Nosotros los Targaryen valoramos la sangre. Un pariente ilegítimo criado entre nosotros nos ofrece más confianza que cualquier noble y legítimo señor de afuera.
No pudo evitar sospechar de esta forma de pensar. De donde venía no era así, de un bastardo se esperaba siempre la traición. - No puedes pretender que me trague eso. ¿No temes a mi naturaleza codiciosa - no pudo evitar decir con burla la frase que tanto le repetían - y mi intención de robar todo lo que legítimamente te pertenece? - atrajo hacia su palma sus dedos extendidos, en señal de hurto.
El menor de los príncipes del reino resopló - Ortiga, ¿sabes cuantas veces familiares legítimos han ido por eI camino de la usurpación en comparación con los bastardos? - fue su turno de lucir sorprendida - Legítimo o no, nada de eso garantiza la lealtad. Y no me extraña que los bastardos de Poniente se porten malvado cuando toda su vida se las pasan siendo tratados como basura. - la observó receloso - Tú no piensas que eres basura. ¿cierto? Porque no lo eres.
Sé que no soy basura - intentó defenderse. No es que ella se sintiera así, pero una cosa era eso y otra cosa era intentar mezclarse con la nobleza. Ella no pertenecía aquí, no del todo y pronto, las personas a su alrededor se darían cuenta. Esto estaba muy por encima de ella y no había realmente nadie de su lado. Que viera por ella. El pánico ante lo que se enfrentaba la empezaba a arañar, mientras intentaba mantener su fachada confiada.
- Bien, porque eres de la sangre del dragón y tú estas por encima de ese dogma.
¿Dogma? ¿Qué es eso? - su voz se escuchó dubitativa.
Maegor se rascó el cuello antes de responder - Creo que se refiere a un principio tenido o algo que es tomado como innegable o una creencia indiscutible dentro de una religión.
Ortiga se pasó una mano por el rostro - No sé tus palabras elegantes, por lo más sagrado, ni siquiera se escribir. - miró a su alrededor para luego notar la forma en la que estaba cubierta. De seguro ninguna dama educada se dejaría atrapar así. Ella no, ella hacía las cosas sin pensar y luego venían las consecuencias. Eso es lo que pasaba cuando un niño se criaba como un salvaje. Esta conversación la había llevado de vuelta a ese lugar incómodo de su mente de donde quería salir. Ella tenía un dragón, ella tenía sangre noble, ella pensaba que podía superar las voces a su espalda que decían que la hija de una puta estaba destinada a ser eso. Solo una puta. La mayor parte del tiempo las ignoraba, a pura fuerza de voluntad y mucha suerte pudo evitar convertirse en lo mismo que su madre. Pero ella entendía sus limitaciones. Podía aspirar a mejorar, podía intentar llegar a obtener quien sabe si unas pocas propiedades. Pero que maldita locura la había llevado a creer que podía codearse con la realeza y la nobleza. Ni siquiera podía hablar bien con un príncipe en una conversación informal, peor - Por los dioses, que hago casada con un príncipe. Esto está mal.
Que no sepas leer no es para tanto. Muchos señores, incluso grandes señores no saben.- la muchacha se estaba desmoronando por algo nimio, aunque él no la llamaría medrosa. Su esposa, decirlo incluso a sí mismo lo hinchaba por dentro de algo a lo que no podía nombrar, se había enfrentado sin temblar ante su padre. Hombres más poderosos se amilanaron en su presencia, por lo que no había forma de que creyera que ella era medio gallina. Incluso él no se atrevería a hacer lo mismo, por lo que lo sorprendía verla encogida por algo tan banal - Lo que importa es que puedes aprender. Madre de seguro te enseñará y todo estará bien.
¡Nada va estar bien! - replicó con sus emociones descontroladas. Ella nunca fue muy mesurada (ey, mira, si se sabía una de esas palabras finas) y después de su vínculo, el poco control emocional que tenía como que se fue al carajo - ¿Qué hace una rata callejera con un príncipe nacido? Una cosa es ser amigos, y me estaba pasando, pero esto... Esto está mal. Esto está muy muy mal.
¡Ortiga! - la sacudió con una fuerza que esperarías de un hombre más grande - Calma. Todo estará bien. ¿No me crees? - todavía descolocada no supo que contestarle - Ven.
La guió hasta un espejo de plata. ¡Maldición! La cosa era enorme. Sacó la mayoría de sus pensamientos negativos de su cabeza. Se preguntaba cuanto costaría. Incluso en sus días como ladrona no se hubiera atrevido a robar algo tan grande pero bueno - ¿Qué ves?
¿Pues que más voy a ver? - la pregunta era estúpida - Mi reflejo.
¿Sabes que yo veo? - no esperó respuesta - A una jinete de dragón. - dejó que lo que dijo llegará a ella - No a una ladrona. No a una bastarda. Veo a la mujer Targaryen con la sangre más fuerte que hay, después de mi madre, por supuesto. - y eso arrancó una risa de su boca - Ortiga, tu nacimiento no marca por completo en lo que te vas a convertir. - por un momento se le ocurrió mencionar que su boda estaba llena de reyes y príncipes que ya no lo eran pero desistió. Hablar de caídas en desgracia y perdidas de poder solo la pondría nerviosa - Mirame. Ya sé, ya sé. Soy un príncipe y todo lo que vayas a decir. - continuó antes de que lo interrumpiera - Pero mis padres no nacieron para portar una corona, fueron los que esencialmente crearon el reino de las cenizas de su conquista. ¿Eso me hace menos príncipe a tus ojos?
- Eso es diferente. Los Targaryen ya eran nobles antes de llegar al continente. Señores de dragón de Valyria. Y todos saben que Valyria era el centro del mundo.
Pero no éramos el centro de Valyria. Cuarenta familias gobernaban el imperio y los Targaryen no estaban ni siquiera cerca del centro de poder. - la boca de Ortiga se quedó abierta - Yo estoy orgulloso de mi sangre y de mi historia, aunque eso no invalida la verdad. Los Targaryen no éramos los gobernantes del Feudo Franco. Cuando Daenys soñó con la Maldición, muchos de la vieja sangre se rieron de nuestra familia por abandonar la civilización. Cobardes nos llegaron a llamar, mientras que hoy nos envidian porque por nuestras acciones conservamos a los dragones cuando una vez fuimos el hazmerreír.
Sigue sin ser lo mismo. - siguió empecinada - Eran los peces pequeños dentro del estanque de peces grandes, lo que no quita que seáis peces jodidamente grandes y aterradores para los demás. Y muy, muy nobles.
¿Y si te digo que no somos tan nobles? Que muchas familias de Poniente se burlan porque ellos descienden de hombres cuyas leyendas vienen de la Edad de los Héroes, con ocho mil años de historia, - ¡Puta madre, ocho mil! Ese sí que era un número grande. Ella no sabía leer pero si sabía contar como la mejor - mientras que los Targaryen hace cinco mil años éramos pastores de ovejas.
¡No jodas! ¡Qué tu familia no fuera noble hace cinco mil años no cuenta! De hecho, incluso si no fueran nobles hace mil años no cuenta. Han sido nobles todo este tiempo. - creer algo distinto era una reverenda estupidez.
En primer lugar es nuestra familia. En segundo lugar ¿quién decide cuántos años toma convertirse en un linaje distinguido? ¿Cuántos años crees que deban ser? ¿Diez, veinte? ¿Una generación? ¿Dos? - eso la dejó muda - Los Frey llevan siendo una Casa noble de las Tierras de los Ríos hace trescientos años, son ricos y poderosos, y la gente aún se mofa de ellos porque son considerados nuevos como nobles. - ¿podía una quedarse el doble de muda? - ¿Qué me dices de los Baratheon? ¿Sabes de quien habló? ¿Los consideran de linaje distinguido? Ya sabes, de donde vienes. - evitar mencionar su origen era vital.
Los Baratheon son una Casa noble con milenios de historia. - proclamó ella. Decenas de veces había cruzado la bahía del Aguasnegras hasta el río Aguastortas en las Tierras de la Tormenta, en sus pequeñas aventuras de comercio con evasión de impuestos a la Corona. Y allí era común escuchar los cuentos sobre Bastión de Tormentas, y el amor prohibido de un rey de la Casa Baratheon por una diosa del mar. Por lo que los Baratheon eran nobles desde hace mucho. Cuando dijo esto, Maegor dejó escapar una de sus risitas maliciosas.
¿Ves como se altera la percepción de las personas? Ortiga, la Casa Baratheon nació durante la Conquista. Para tu época debe tener apenas más de un siglo. Y tú la consideras tan noble como cualquier otra. Que se haya creado en las bases de otra Casa no quita que su fundador no fuera ni siquiera noble cuando llegó al poder. - por no hablar del secreto a voces sobre su linaje. Pensó en mencionarselo a la muchacha pero desistió. Tal como ella, Orys Baratheon era un hijo legítimo a los ojos de la mayoría de Poniente y así continuaría siendo. Decir otra cosa en voz alta era darle poder a las palabras - ¿Qué me dices de los Velaryon? ¿Son nobles?
- ¿Cómo no van a ser nobles?
Y si te digo que eran comerciantes en el imperio. ¿Dejarían de ser nobles para ti? - en eso Maegor tomó la capa, la que había puesto sobre sus hombros en la tensa ceremonia en el Septo Estrellado y la volvió a colocar sobre ella. Le dio tiempo de admirarla antes de acariciar la tela y pronunciar - ¿Sabes por qué te di esta capa de las dos?
No. - la miro bien en el espejo. Negra con bordados en rojo, rojo como la sangre.
Le di a Ceryse la capa más cara y lujosa, púrpura y oro. Muchos dirán que la favorecí y será mentira. Puede quedarse con su capa que luce más como de la realeza. - dijo mientras rodaba los ojos - Después de todo, es lo ella y su familia buscan: influencia, estatus, poder, una conexión con el trono a través de una posición privilegiada. No les importa como ni a través de quien. - escupió - Ortiga, esa ni siquiera es mi capa, es la de mi hermano. Mientras que esta, - a través del reflejo, la imagen de Maegor se apreció acomodando mejor la capa sobre ella - esta es la capa verdadera, la original. Hecha para simbolizar los colores de mi Casa. Una capa "legítima" para una verdadera mujer Targaryen. ¿No crees?
Volvió a observar la capa en la superficie de metal pulido. El dragón tricefalo bordado en carmesí casi resplandecía y ella no pudo evitar enorgullecerse. Su padre se lo había prometido, un día ella llevaría su apellido.
No era como esperabas, - pensó con tristeza - pero acá estoy. No puedo prometer que lo haré bien pero lo haré lo mejor que pueda.
Giró en el lugar, embelesada tanto por la confección como por el significado de la prenda y entonces recordó algo urgente - Maegor, mi capa. ¿Qué van a hacer con mi capa?
El hijo menor de Aegon frunció el ceño en un gesto que comenzaba a entender que era común para él - ¿Cuál capa? - preguntó.
- La que Visenya tomó de mí en la boda.
¿La de terciopelo marrón? - hizo un gesto desdeñoso - La capa de doncella se abandona con la familia de la novia. Olvídate de ella. Si quieres otra se te hará una mejor.
Maegor, no quiero una mejor, quiero esa. - se aferró a él - Esa capa fue un regalo de mi padre. Uno de los pocos que tengo. No puedo perderla. Por favor. Por favor.
Esta bien, no te preocupes. - sostuvo su mano y se la apretó. Parecía demasiado avergonzado para también sostenerle la mirada - Si tanto la quieres, la conseguiré para ti.
¡Mi héroe! - ella lo abrazó con todo lo que tenía. Cuando no devolvió del todo el abrazo, observó su reacción. Aunque la contracción muscular de su labio había vuelto, esta era más suave, casi tan suave como el intento de Maegor de abrazarla de vuelta. Parece que no tenía mucha experiencia en el arte de envolver a la gente entre tus dos brazos y transmitirle calor. Esta bien, ella era toda una profesional en esto y lo abrazaría por todas las veces que ella misma necesitó de niña que alguien lo hiciera. Más vale que se acostumbrará. Por cierto - Oye, no creas que no me di cuenta lo que hiciste allí. ¿Por qué llamaste codiciosa a Ceryse? Puedo entender que lo dijeras de su familia, porque ellos debieron arreglar el matrimonio. ¿Pero ella? Es ahora tú mujer, ¿qué te hizo para que pensarás tan mal de ella?
Un gesto de molestia le destelló en el rostro - Nada, no hizo nada. De hecho, la conozco tan bien como tú. Un par de respiraciones más tal vez. La primera vez que la vi y escuché fue de hecho, en el Septo.
Guau. Sabia que los matrimonios arreglados de los nobles podían ser calculados y transaccionales. ¿Pero conocer a la novia justo en el momento de la boda? Eso es un nuevo límite - Espera un momento. ¿Tú no viniste para acá hace un par de días? ¿Y no la conociste en todo este tiempo?
Maegor recordó el horrible viaje en el maldito artilugio de cuatro ruedas de Alyssa - Tarde unos días en llegar acá. Llegué temprano en la mañana y en todo el tiempo que estuve aquí no vino para intentar conocerme. - sonó como una queja, como el niño enfurruñado que debía ser.
Quizás estaba ocupada. O quizás tenía algo importante que hacer. No deberías juzgar a nadie sin antes conocerlo Maegor. La mayoría de las veces las personas te decepcionarán, pero de vez en cuando alguien puede sorprenderte. - esperó a que asintiera dubitativo antes de continuar - Pero tenemos problemas más importantes entre manos. Por un lado, aunque me gustaría porque me preocupa la integridad de mi cuello entre todas estas personas, no creo que sea correcto llevar armadura a un festín de bodas. Más si es mi propia boda. - Maegor cabeceó en afirmación - Pero no tengo nada de nada para ponerme acá. - el príncipe empezó a idear un plan - Lo otro es: ¿Qué tenemos que hacer? Porque déjame decirte, lo poco que se de etiqueta, no incluía bodas.
Su nuevo esposo alzó la comisura de su labio en un gesto casi malvado - Espera aquí. Ya se me ocurrió algo. - y se lanzó a través de una puerta lateral que había en una esquina.
Ortiga contempló de nuevo su reflejo. En ropa interior y con su capa de casada, debía lucir ridícula y aún así, se sintió bien. No creía que Maegor tuviera la capacidad para decirle una mentira piadosa a nadie. Tampoco es que le interesará hacerlo. Si algo le decía, eso era lo que creía. La brutalidad honesta también tenía su lado bueno, si te decían algo es porque creían que era verdad.
Ten. Prueba con esto. - escuchó antes de que le lanzarán unas prendas. Se fijó bien en ellas.
No creo que deba. - dudó mientras sentía la suavidad del material en su mano.
¿Por qué? - no le dejó responder antes de darle un ligero empujoncito con el codo - Ahora somos esposos ¿no? Si todo lo tuyo es mío por ley, entonces ¿no todo lo mío debería ser tuyo?
No funciona así, estuvo a punto de decirle. Pero decidió callar. La miraba con un orgullo tal que no se atrevió a decirle que solo era su esposa falsa. Déjame mantener la ilusión un poco más. Y decidió probar como le quedaba.
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A estas alturas toda la familia real, excepto ella, debía estar ya en el Faro. La mayoría de los Lords y Ladys que asistirían al festín también, habiendo tomado callejones secundarios para desplazarse, en vez del atestado trayecto que seguía ella. Todo se estaba convirtiendo en un desastre. Alyssa no sabía cuando su vida perfecta se había comenzado a ir al garete. Hermosa desde niña, los pretendientes de cada esquina del reino se amontonaban a su alrededor. El trágico y temprano fallecimiento de hermana mayor la dejó como principal candidata a esposa del príncipe heredero. ¿Quién sino ella sería digna de ser novia de un Targaryen? Incluso ella y Aenys llegaron a nacer en el mismo año. Parecía una señal de los dioses, después de todo, para ser su pareja solo sería adecuada la realeza. ¿Y su novio? Su novio había sido casi ideal. Compartían gustos, amaba la corte y la vida social, tenía en su séquito a bardos, mimos y comediantes y disfrutaba mimándola y consintiéndola. ¿Qué más se podía pedir? Bueno, carecía de la gallardía de los caballeros, pero eso no importaba a cambio de lo que ofecía. Como su esposa, un día sería reina y todas las guerras y torneos que necesitará ganar, lo harían los hombres bajo su mando. Además, su aspecto elegante y refinado encantaron a Alyssa, que pronto se olvidó de los brutos caballeros. ¿Cómo podía alguno de ellos competir con sus pálidos ojos lilas y sus rizos plateados y dorados? También tenía un dragón, que era una hazaña con la que solo competían su padre y su madrastra.
Su madrastra. He ahí la piedra de su existencia. Su madre le había advertido sobre ella. Que se cuidará de la mujer que ejercía más poder del que le correspondía. Si, era la esposa de Aegon, y sí, le había ayudado a conquistar y gobenar el continente. Pero era Rhaenys la reina amada, la favorecida, la que dio a luz al heredero. Rhaenys también había muerto en Dorne y con ella, el pilar en el que su hijo podría haberse apoyado. Gracias a los dioses que el Conquistador favoreciera tanto a su hijo mayor con respecto al hijo de Visenya. Se mofó. Todos en la Corte del rey lo sabían. Se referían a él como el Príncipe de Rocadragon, porque mientras Aegon se sentaba en el Trono de Hierro, el niño era abandonado en la austera Isla. Lo que le convenía a Alyssa, decidida a apoyar a su esposo en acaparar influencias, ya que su fallecida madre no podía hacerlo por él. Que Visenya peleará todo lo que quisiera, Alyssa sabía que ni siquiera el Feudo ancestral que tanto adoraba quedaría en manos de su prole. Aenys le había contado el plan de su padre, de volver el hogar de su Casa en el asiento de su nieto cuando fuera nombrado heredero de su padre. Como señal de legitimidad para la naciente dinastía. La idea le parecía magnífica. Le daba más poder a su línea mientras eliminaba el núcleo de la fuerza en lo que se intentaría sustentar la sangre de la reina. Y aunque Aenys en su ingenuidad, le había comentado la estrategia, ella se aseguró de convencerlo de que no debía contarle esto a nadie más. Alyssa agradecía la confianza, pero sabrán los dioses que espía de la reina podía haber estado por ahí escuchando. También planeaba, cuando llegará el momento, convencer a su esposo o quizás a su futuro hijo, de dejarle, al pasar ellos a otra vida, Rocadragón al otro hijo que planeaba tener. Porque Alyssa se aseguraría de tener varios hijos para asegurar la sucesión y sería injusto que el hijo de repuesto, destinado a apoyar a su hermano mayor, se quedará sin nada.
Entonces nació Rhaena. Alyssa había quedado muy decepcionada con ella. Esperaba un varón. Más cuando su esposo, siguiendo las políticas de su padre, deseaba mantener más las tradiciones de sucesión ándalas en vez de las valyrias.
Es lo correcto. - había dicho su madre - Las tradiciones valyrias deberían haber muerto con Valyria. Ahora estáis aquí y deberíais hacer las cosas como se hacen en el continente. Para que nadie tenga ideas estúpidas. - escupió con odio.
Alyssa había asentido. Alarra Massey era la hija de una Casa de los Primeros Hombres que había sobrevivido, se había ligado y se había mantenido en el poder tras la llegada de los ándalos y sobre todas las cosas, era el epítome de lo que debería ser una dama. Entendía bien como comportarse, tanto en privado como en público, y le había enseñado todo lo que sabía hija. De ahí la desilución con el sexo de su primer vástago.
Su esposo la tranquilizó. Era una niña preciosa y ya la amaba. Siempre podían tener más niños después. La reacción del rey cambió por completo lo que sentía. El soberano sostuvo a su pequeña y alegre bebé en brazos y sollozó como un chiquillo y no como el hombre curtido que había doblado varios reinos bajo su yugo. Su padre político había dicho que su nena, con sus vivaces ojos lilas, le recordaba a su amada. No podría haber estado más feliz, y apoyó de todo corazón la desición de Aenys de nombrarle Rhaena en honor a su madre. Siempre era bueno ganarse el favor del monarca y viendo que este le prodigaba tantos mimos a su nieta, había dejado a Alyssa muy satisfecha.
Claro está, hasta que apareció Vienya con su loca idea. Su hija, su niñita, como heredera designada al trono y su propio hijo como su consorte. Para unir las líneas, se burló Alyssa. Lo que la hermana de Aegon quería era llegar al poder, o más bien mantenerse en él. ¿Y su hijo? No había nacido y esa bruja ya pretendía arrebatarle la corona. Rhaena no sería más que un títere de su gobierno. Ella no lo permitiría. Sus dos hijos se casarían entre ellos. Una tradición necesaria para mantener la sangre pura, aunque había que darle tiempo a Poniente para que se adaptará a la idea. De esa forma también mantendrían el poder centralizado por completo en su familia y solo su familia por otra generación. Para lograr tal destino había utilizado armas favoritas de una mujer, las lágrimas. Había llorado a su esposo contra el enlace. Su amada y queridísima primogénita atrapada en un matrimonio horrible, sin esperanza de amor ni suavidad, no como ellos. Los pequeños rumores que circulaban sobre el comportamiento de Maegor ayudando en su cometido. Cuando el Septon Supremo intervino, oponiéndose aI compromiso, las cosas empezaban a pintar mejor para Alyssa. Hasta que sugirió como novia del príncipe a su propia sobrina.
La nueva amenaza fue como una bofetada en la cara. Como la mujer con más influencia en la Corte y en la familia real, porque si Visenya no se comportaba como mujer no debía tener las consideraciones de una, tenía planeado interceder en el matrimonio del hermano menor de su querido esposo. Planificaba esquivar un enlace con una de las Grandes Casas, para evitar que ellos recaudarán su apoyo. Quizás conseguirle una heredera de una Casa Menor. No era tan despiadada para dejarlo sin nada ya que tomaría Rocadragón frente a sus narices. Así él tendría un pequeño territorio del que hacerse cargo. De preferencia en una zona alejada, algo así como el Norte. Estaba segura de que encajaría muy bien entre esos salvajes. Entonces, la oferta del máximo líder de la Fé la sumergió en pavor. Ceryse Hightower. Un nombre que arrastraba tras de sí un peligro tan grande. Su familia gobernaba desde la ciudad más concurrida e importante de todos los reinos. Contaba, por vínculos familiares, con el apoyo de la cúpula de la religión dominante en la mayoría de los territorios del continente, y para rematar, era hija de una fallecida princesa Gardener. Si, esa Casa había desaparecido, pero seguía siendo sangre real e incluso contaba con un reclamo sobre el precioso Alto Jardín.
Su familia se había puesto nerviosa. Su padre la había regañado por rechazar la oferta de Visenya. De haber aceptado y no tener un heredero varón, el trono pasaría directo a su hija sin cuestionamientos y con el apoyo de los otros probables pretendientes, y si lo tenía, siempre se podía cambiar la sucesión. La consideraba una buena opción. No como el camino que había tomado Alyssa, convirtiendo a la reina en una enemiga acérrima en vez de la aliada potencial que se suponía que debía ser. Ella había tratado de hacerle entender su punto. La otra reina de Aegon y su retoño eran un peligro en potencia para el reinado de Aenys. Quien sabe si con la herencia asegurada a través de su niña planeaban algo maligno contra él. E incluso si no lo hicieran, su hija no sería reina, y otra familia podría intentar influir en el heredero varón que estaba segura que le daría a Aenys. No, ellos debían deshacerse de Visenya y los suyos. Piedra a piedra y costara lo que costara, había que derribarla del pedestal de prestigio y autoridad en el que se había erigido.
Puede que tengas razón Alyssa, - había dicho su siempre soberbio padre - pero has ejecutado mal tu estratagema y ahora se ha dado la vuelta para morderte. Cuando rechazaste la petición de la reina como lo hicistes, la ofendiste. Ahora, has creado tú la oposición y gracias a ello le has colocado un arma entre las manos. ¿Quieres conservar la influencia que has reunido? Más vale que tu próximo hijo sea varón.
Las palabras le pusieron algo nerviosa pero Alyssa se sacudió la sensación ¿Qué podría pasar si tenía otra niña? Solo tenía que seguir teniendo hijos hasta tener en sus brazos al heredero de su marido y a su repuesto. Aenys no la dejaría de amar solo porque tuviera un par de niñas más antes de tener un varón ¿verdad?
Decidida a demostrarle a la Hightower su lugar, Alyssa preparó un vestido que mostrará su posición. Consorte del heredero, favorita de la Corte, futura madre de reyes, nada con lo que saliera la Hightower podría competir con ella. En el día de su boda, todos hablarían sobre el vestido de Alyssa y solo le dedicarían a la novia segundos pensamientos. Y así sería su vida para siempre. Esposa del otro hijo de Aegon, el sobrante, estaría en toda ocasión por detrás de ella, sus hijos por debajo de sus preciados herederos, siendo considerada la segunda opción en cada maldita situación. Y estaba del todo segura que sería así hasta el momento en que apareció el dragón.
Pardo, erizado, lo opuesto a los estilizados y elegantes dragones Targaryen. Su aparición fue como estar en la comodidad de tu hogar para de pronto ser sumergida en aguas heladas. Su mente se quedó estática, sin saber como responder. ¿Miedo? ¿Asombro? ¿Estupefacción? ¿Quizás un poco de los tres? Lo que si no pudo fue desviar la atención de la desgreñada y delgada muchacha que compartió la boda y el novio con la Hightower en el Septo Estellado. Por un momento pensó en burlarse. El siempre imperturbable Maegor y su muy refinada novia enlazados con una mujer de apariencia común y con cicatrices. Vulgar y fea. Sí, eso estaba mejor, fea como su dragón, que no se parecía en nada al imponente Balerion o a la grácil Azogue. Que forma de humillar a su propio hijo, pensó Alyssa, hasta que se dio cuenta de algo. La estratégica Visenya no se movía sin calcular sus jugadas. De seguro fue el shock, se diría más tarde, pero no se dio cuenta del alcance de la situación hasta que salió del Septo. Aegon y Aenys partieron primero en sus dragones como estaba planeado, sobrevolando la metrópolis en un obvia ostentación y fue cuando el peso de las circunstancia se comenzó a asentar en ella.
Maegor Targaryen tenía ahora dos novias. Ceryse Hightower, que venía con toda la influencia por la que ella se preocupaba y ahora esto. ¡Una novia con un maldito dragón! Maegor tenía acceso al poder de fuego que se le había negado. La amenaza se había duplicado. La posible guerra de sucesión que una vez temió, se alzaba ante ella en el horizonte. Y al ver a todos ellos montar en la bestia marrón descubrió algo que su cerebro había decidido ignorar. El monstruo superaba a Vaghar, por lo que la esbelta Azogue sufriría si se tenía que enfrentar a ese animal. Y eI mocoso malicioso lo sabía, lo vio en su sonrisa burlesca cuando el nuevo matrimonio se alejó volando en ese esperpento que pasaba por dragón.
Luego, con la partida de Visenya, ella fue la única miembro de la familia real que quedó en la plaza. Sola. Sola para montarse en su carruaje y sola para hacer el recorrido por las calles atestadas que debían realizar los nuevos novios. Si pensaba que al llegar, la ciudad había estado llena, eso era nada ahora. Movidos quizás por el miedo, quizás por la curiosidad, lo cierto fue que la aparicion del nuevo dragón hizo que los espectadores se multiplicaran a lo largo del camino, impidiendo el paso. Los pobladores salían de los callejones como ratas, intentando averiguar lo que ocurría. Ella tampoco sabía. Quería gritar de la frustración. Para empeorarlo todo, de los seis miembros de la Guardia Real que estaban presentes (el séptimo estaba en Desembarco del Rey, custodiando a la princesa en su cuna), cinco la habían abandonado. Se marcharon presurosos hacia la fortaleza de la ciudad, dejando a uno solo, uno, para protegerla a ella.
Alyssa se cocinó en su propia frustración todo el trayecto. Llegar y descubrir que el barco que tenía que transportarla asumió que ella ya estaba en la torre - faro, así que contrató sus servicios a otros pasajeros, aumentó su furia. Estaba siendo dejada de lado e ignorada como si fuera una simple dama de la Corte y no la esposa del príncipe heredero. Entre la demora del recorrido y la espera del transporte marítimo, cuando finalmente puso un pie en la Isla de Batalla, el festín ya había comenzado. Entró al salón principal para descubrir que ya todos los puestos en la mesa principal estaban ocupados. En el centro donde orginalmente debían ir Ceryse, Maegor y el rey, siendo las figuras centrales de la celebración y el invitado de mayor rango, se encontraban la intrusa, Maegor, y Ceryse respectivamente. La última mostrando sonriente y orgullosa la capa que Visenya le había arrebatado a su marido. ¡El atrevimiento! ¡Desplazar al rey de su posición central! Aún conservaba eI asiento de respaldo alto que generalmente pertenecía al Señor de la Casa y marcaba su estatus superior, pero se hallaba trasladado hacia la derecha, hacia el lugar que debería ocupar Visenya. Al rey le seguía lord Manfred Hightower y luego su esposo ¡¿Cómo se atrevía esta gente?! ¡Mover a su esposo a una esquina de la mesa! El lugar era el de menor estatus. Ella había aceptado colocarse allí, ya que solo el núcleo de la familia de los novios permanecería en la mesa. ¿Pero poner ahí a su esposo, el príncipe heredero? Ah, ya veía. El rey estaba rodeado por Lady Ceryse y Lord Manfred, y este último se encontraba entre el monarca y el príncipe de la Corona. De seguro que es por ello que el hombre que acababa de ver a su unica hija atrapada en un matrimonio doble, tenía esa sonrisa de satisfacción en el rosto. Los astutos bastardos estaban usando esta crisis para acaparar la atención y el favor del rey ¿Y la bruja de Visenya? Desterrada al lado izquierdo, entre los dos hijos de lord Manfred. El mayor, Martyn, era el único que no se había movido de su lugar original en el otro extremo de la mesa. Mientras que el asiento del Septon Supremo se encontraba ocupado por el segundo hijo. Extraño, aunque quizás se debía a que el padre de los fieles no quería verse más relacionado con este espectáculo y lord Hightower deseaba aislar a la reina. Nadie la quería actuando impune, no después de la jugarreta que les hizo. Pero ¿y su puesto? ¿Ninguno de ellos creería que ella se iba a sentar en otro lugar que no fuera la mesa principal? ¿Verdad?
Ella no era como la esposa del heredero de Antigua, esa insípida de la Casa Blackbar, sentada muy feliz en una mesa lateral. ¿Cómo alguien de una Casa tan poco destacada logró un matrimonio tan ventajoso? Ahí había un chisme interesante y lo descubriría eventualmente, pero ahora, lo que importaba. Se presentó a la mesa principal, directo y delante del rey y se inclinó.
- Disculpe la tardanza, padre mío, es que mi carroza tardó mucho en el recorrido debido a la multitud.
No te preocupes Alyssa, - el soberano desestimó su comentario - lo entendemos. - y la despidió.
No había sido invitada a sentarse entre ellos. No podía permitir que esto quedara así. Si no, quedaría relegada a una mesa inferior. Marcaría un precedente en el que no estaba interesada en participar. Ella no sería dejada de lado. Era claro que debía agitar un poco las aguas. Pero ¿quién debía ser su objetivo? Visenya no. Ya había aprendido esa lección. La reina de Aegon tenía garras tan grandes como su dragón y le había sacado lágrimas reales. Además, la posición aislada que tenía era algo que prefería mantener. El otro objetivo obvio sería Ceryse, después de todo parecía dispuesta a manipular esta crisis y usarla para ganar el favor de su suegro. Todo lo que temía de ella parecía ser verdad. Aunque quizás fuera mejor seguir el consejo de su padre. No convertir en enemigo a un aliado potencial. Y esta mujer querría ser su aliada para deshacerse de la extraña entre ellos. Más tarde, cuando se librará de la que no correspondía a estar en la mesa, se encargaría de Ceryse. A menos que probará ser una secuaz efectiva. Sí, conseguir su apoyo contra Maegor le serviría aún más. Que inteligente se volvía cuando quería serlo, se dijo satisfecha.
Así, el blanco de sus intenciones quedó daro. No estaba del todo desaliñada pero en lugar de vestirse apropiadamente, llevaba un maldito jubon, como si fuera un hombre, y rojo oscuro para rematar con detalles en azabache. Combinado esto con su capa negra dejaba claro a que aspiraba a llegar, la zorra escaladora esa. Esto no debía quedar impune. Viendo que seguía concentrada en su comida, sin prestarle la más mínima atención, decidió hacerla el tema de discusión sin incluirla realmente.
Oh lady Ceryse, - la sonrisa de esta desapareció de su cara y Alyssa obtuvo la atención de la mesa completa - lamentó mucho que por las acciones de alguien más se haya haya visto opacada en su propia boda. - todos los Hightower de la mesa entraron en tensión, en vez de la persona a la que iba dirigido el flechazo. La vulgar muchacha la observaba desinteresada mientras aún masticaba el muslo de pollo que tenía en la mano - Es triste que alguien haya intentado deslucirla en un día tan importante.
- ¿Te refieres a ti o a mi?
Salida de la nada, la observación la dejó sin palabras. ¿Acaso la mujer no conocía las maneras educadas? No podía estarla enfrentando directamente ¿o si? - Lady Orthyras - ¿ese era el nombre no? - ¿No se le enseñó que era de mala educación involucrarse en conversaciones que no la incluyen?
Se me enseñó que era incorrecto hablar mal a espaldas de las personas y también pregunte - dijo con calma la engrifada muchacha, su pelo rebelde le recordaba mucho a su espinosa bestia - que cuando hablabas de opacar a lady Ceryse en su boda ¿te referías a ti o a mi? Porque yo simplemente aparecí y no intentaba para superar a nadie. - le dio una mordida a su pollo asado y tragó antes de seguir - Tú, por otro lado, pareces vestida y engalanada de tal forma que llegué a pensar que la novia eras tú. - y con un encogimiento de hombros continuó su cena.
Ahora la mayoría de los cuerpos masculinos presentaban diversos grados de tirantez. El Conquistador, que no prestaba mucha atención a los elementos de sus ropajes, detallaba su vestido y joyas.
Alyssa, - su solo tono fue castigador - nuestra invitada lleva la razón. - fue ella quien quedó rígida - Cuando regreses de arreglarte y refrescarte, espero verte en algo más modesto. No es correcto intentar superar a la novia en su día.
¿Así de rápido se tornaban ellos en su contra por una extranjera que no sabía hablar del todo bien? Se le saltaron las lágrimas de la humillación.
Padre, mi Alyssa no pudo haber hecho eso a propósito. - la voz suave de Aenys interrumpió el desarrollo de los eventos - Ya que le han llamado la atención, no lo hará más. Ve a tu cuarto Alyssa mía, nadie te culpa.
Cuando regrese ¿debo irme sola a otra mesa? - aunque hubieran más Lords y Ladys, sino tenían el estatus adecuado para ella, no contaban.
Oh, no, querida. - contestó Aenys antes de que nadia más hablara - Ahora mismo llamaré a un sirviente para colocar una silla a mi lado - sabía que podía contar siempre con su marido. No era lo que se esperaba de un guardián pero era protector de sus sentimentos. La nueva posición que se le dio lucía incómoda en el orden social, pero cualquier cosa era mejor que ser marginada, aunque fuera en una sola ocasión. Y con ello se marchó rápidamente, antes de que su suegro cambiará de opinión.
Aenys por otro lado, se sentía un poco culpable. Mirando entre las dos novias, y la cosa aún lo dejaba sin habla, era obvio que su propia capa que ahora portaba lady Ceryse, deslustraba a la que le iba a entregar originalmente su hermano. A la hora de elegir, este había preferido darle su capa su novia original, seguro notando que superaba a la suya en lujo ello. Y por ello se avergonzaba. No estaba cubierto de forma tan llamativa como su esposa, pero sus prendas seguían siendo más vistozas que las de su hermano. Razón por lo cual se disculparía después. No creía que fuera correcto tampoco intentar superar al novio.
La intervención de Alyssa y su posterior retirada había captado el interés de la mayoría de los comensales, así que Aegon decidió que era el momento oportuno para un par de proclamaciones públicas. Cuando se levantó de su asiento y elevó su copa, las conversasiones a su alrededor se detuvieron.
Hoy es gran día, un día digno de celebración. - observó atentamente a todos en la sala - La Casa Targaryen, haciendo virtud de una de sus tradiciones ancestrales, ha ganado dos novias para uno de sus hijos. iY que novias! - las risas borrachas estallaron - Pero concentrándonos en lo que importa. Una de ellas es la hermosa hija de una de las Casas más importantes del reino, de uno de sus linajes más distinguidos, - la novia en cuestión acarició la seda púrpura con la que se cubría - una familia próxima a las sagradas creencias que conmueven los corazones de miles de creyentes. La otra - una mirada solemne fue lo que obtuvo de ella, ojos viejos que habían visto demasiadas cosas. ¿De donde había salido? ¿Qué cosas había enfrentado antes de llegar aquí? - nos trae un regalo con el que no soñábamos, un linaje de la antigua Valyria y un dragón para fortalecer a sus nuevos parientes. Tradiciones viejas y nuevas nacen y se unen hoy ante nosotros, es por ello que pretendo hacer un regalo que se ajuste a la magnitud de lo acaecido. - la amenaza que le había hecho Visenya aún flotaba en el aire. Separación. Cuando esa palabra salió de sus labios él no lo había podido creer. ¿Entendía ella las implicaciones? Le daría munición a la Fé contra la más necesaria de sus tradiciones y marcaría una distancia clara entre los linajes de Aenys y Maegor. La esposa de amor y la esposa del deber. Poniente vería a Visenya como la mujer trágica forzada a cometer un crimen y a su hijo como víctima de su nacimiento en contraposición con sus más cercanos semejantes. Su comportamiento con Rhaenys volvería a cobrar impuesto sobre su vida y la de su hijo. Le daría al incesto una connotación aún más negativa para el linaje de los futuros descendientes de Aenys y quien sabe que consecuencias en las que no quería ni pensar - Esta noche mi hijo se convierte en un hombre y ganará dos esposas. Como cabeza de esta recién formada familia, creo que debería tener un lugar donde refugiarlos. Es por ello que hago entrega del Feudo de Rocadragon y todos sus derechos al príncipe Maegor. - una ovación estalló a través de la sala, era un regalo más que generoso. Desvío su vista a Maegor, el niño lo miró con estrellas en los ojos, pero apenas alzó la comisura de su boca en señal de alegría. Incapaz de celebrar con propiedad, ni aunque sea una sola vez, justo como su madre. Y muy diferente del jolgorio a su alrededor. Alzó las manos para silenciarlo - Teniendo en cuenta su juventud e inexperiencia, la reina Visenya se ha ofrecido a administrarlo hasta que cumpla la mayoría de edad, mientras que yo he tomado una decisión. Lady Ceryse y el príncipe Maegor se unirán a mí en los Cortejos Reales y en la Corte, para que ambos aprendan de su monarca las habilidades para gobernar con justicia que se espera de ellos. - resonaron aplausos, aunque esta vez fueron más suaves. Los nobles se preocupaban por este cambio y lo que significaría en el ámbito político. Hasta el momento el príncipe Maegor había sido apartado y con su incorporación algunos se preguntaban como quedarían desplazados. Excepto los Hightowers, por supuesto. Estaban obteniendo, con la nueva variante del matrimonio, todo lo que querían obtener. Una hija como Señora de una importante Fortaleza junto a la capital, un aumento de estatus e influencia y mantenerse, no aislados, sino cerca del núcleo de poder. Y el otro regalo.... ese les jodía tanto como les beneficiaba. - Muchos se preguntarán que que pasará con lady Orthyras, - la muchacha no parecía esperar nada. Lo que diría a continuación la sorprendió tanto que por poco se atraganta - a lo que responderé: la nueva jinete a aceptado ser entrenada directamente por la reina Visenya y a ser acogida a posterioridad, entre la Casa Hightower y otra Casa a elección nuestra, - los Hightower quirían acaparar todo acceso a su dragón pero eso era algo en lo que ni él ni su hermana cederían - para de esta manera aprender más de sus formas y ganar el amor hacia su nueva tierra. Visitará a su esposo cada cierto tiempo mientras eso ocurre. Es por ello que por su lealtad y a cambio de renunciar a su apellido original, declaró a lady Orthyras, princesa de la Casa Targaryen y Señora de Rocadragon.
Las reacciones fueron mixtas. Sospecha, sorpresa y confusión se mezclaban entre los vítores. De un plumazo, el matrimonio en el que se habían metido los Hightower había aumentado su estatus, a la vez que la novia de su propia sangre se encontraba en desventaja. Un arma de doble filo. No le importaba. Esto consolidaría aún más el poder de los Targaryen frente a otros adversarios у le daría tiempo a Aegon a observar si la chica representaba o no una amenaza para el trono de su heredero. Hasta ahora lucía como que no, pero nunca se sabía. Mejor evaluar antes de establecer ningún curso de acción. Habiendo terminado lo que iba a decir, las charlas a su alrededor comenzaron a florecer. Analizó las reacciones de sus vecinos y supuso que también podría llamarlos, sus nuevos parientes políticos. Justo como pronóstico su hermana, los Hightowers o principalmente Lord Manfred, quedaron encantados por la idea planteada. La separación establecida entre el nuevo... trío real, les brindaba un dragón para proteger sus territorios y garantizaba que los herederos inmediatos de Maegor llevarán su sangre. Visenya era una increíble jueza de carácter, sabía que el Señor de Antigua era movido por la más pura ambición y cedería a las conseciones planteadas, mientras asumía que la muchacha quería la conexión familiar que había perdido ¿y qué mejor manera de acojerla con todo y fanfarria y un título por el que la mayoría mataría? Visenya... todavía enfadado con ella había decidido jugarle un poco en contra mientras soborna a los Hightower. Incluso fue lo suficientemente mezquino para estipular que durante los primeros cinco años de matrimonio, incluso cuando estuvieran juntos, Maegor pasaría una noche con la muchacha por cada diez con Ceryse. El nuevo acuerdo nupcial, firmado por su hermana debido a que la jinete no sabía escribir en este idioma, no despertó en ella la más mínima reacción. Él no estaba seguro de que pensar. Su hermana le había llevado la contraria, se había opuesto a él, pero nunca algo como esto. Abiertamente rebelde, nunca imaginó un mundo donde fuera Visenya quien querría dejar su lado.
Entonces Lady Orthyras, digo, princesa. - la ligera puya del segundo hijo de Lord Manfred fue quien inició la conversación, aunque fue suavizada por su encantadora sonrisa, dientes blancos y perfectos la adornaban - Su elección de ropa es... interesante.
¿Esto? - dijo señalando su jubon - Maegor me lo dió porque cuando me quité la armadura
no había más nada que poneme y todo lo que tenía estaba en mi dragón.
Ceryse se puso algo inquieta - Disculpe por no velar por sus necesidades. De haberlo sabido, le hubiera ofrecido alguno de mis vestidos.
Oh, no, no. - habló la joven con ese extraño acento - No es una crítica. De todas formas no suelo usar vestido.
¿Y su padre lo permite? - la voz de Martyn Hightower sonaba medio escandalizada, aunque tal vez no, considerando no dejaba de tragar mientras hablaba.
A mi padre no le importaba. - nunca se quejó de ello y eso que le estaba enseñando modales cortesanos - Una de sus hijas con su segunda esposa incluso solía llevar el pelo tan corto como un muchacho.
¿Tenía múltiples esposas también? - fue lord Manfred quien preguntó con genuina curiosidad.
No mi lord. Tuvo tres esposas pero solo se casaba con una nueva después de fallecer la anterior. - aclaró.
¿Y de cual es usted hija, - la Voz de Antigua dudó antes de continuar - alteza?
Esto ya lo había discutido con Visenya. Pequeñas mentiras, que evitaría decir cuanto pudiera, intercaladas con la verdad, para así no cometer errores. Y no decir nombres, nunca nombres, porque explicar su origen Targaryen sería complicado por decirlo menos.
Primera esposa. - ahí va su pizca de mentira, luego la verdad - Aunque nunca la conocí, mi padre la llamaba su Zorra de Bronce. - terminó con una mueca.
Todos en la mesa observaron su piel pero no dijeron nada.
Preferiría no hablar más de ellos. Se han ido y esta mal visto de donde vengo pronunciar los nombres de aquellos familiares que no volverán. - la escusa más sencilla que se le ocurrió a Visenya, y una que se repetiría cada vez que pudiera hasta decirla sin pensar.
Disculpe mi impertinencia alteza. - de nuevo el heredero de Antigua - ¿Pero como se fueron?
Guerra por la sucesión. - la respuesta fue automática.
Bueno, eso explica la armadura. - replicó Morgan - Lo que no explica es la ausencia de emblemas. - esto parecía ya un interrogatorio.
Las Casas valyrias no usaban emblemas para diferenciarse. - fue Visenya quien respondió tajante la pregunta y el rey Aegon la secundó con una cabeceada rápida.
Incluso fui yo quien diseñó el emblema de nuestra Casa, - afirmó el rey - para usar cuando desembarcamos en Poniente.
Bueno, eso explica la falta de sigilo - explicó alegre Manfred Hightower, intentando aligerar la charla - y también la ausencia de tinte en el cuero. Estaba su armadura destinada a reflejar el color de las escamas de su dragón ¿no es así? - dijo intentando lucir sabio- Como muchos en esta familia, estudie la cultura valyria de joven. - explicó orgulloso. Ortiga asintió rápidamente. El cuero nunca había sido tintado porque a nadie le interesaba gastar recursos en para hacer sus cosas más bonitas, pero si ellos querían darle una escusa pausible. ¿Quién era ella para negárselo?
Puede decirnos usted ¿cómo llegó hasta aquí? - la pregunta de Aegon, con su voz profunda, le cayó como una piedra - No reconozco su acento y aunque en su mayoría habla bastante bien el idioma, hay palabras que no se le entienden bien. Y considerando que no hemos tenido noticias de otra familia de se Señores del Dragón, asumo de que vienes de muy lejos - la escrutó desde su lugar en la mesa con tal concentración que sintió a Maegor ponerse inquieto su lado - ¿De dónde vienes?
Pues creo que de muy lejos. Y si quieres saber como llegué acá, no tengo la menor idea. - todo era cierto en muchos sentidos. - Tal vez giré mal o di la vuelta en la dirección equivocada. Que sé yo, aún soy algo nueva montando en mi dragón, y me dormí. Cuando desperté estaba acá y sin la menor idea de como volver, aunque no hay mucho a donde volver. - el rey y su hijo mayor lucieron satisfechos con la explicación. De seguro pensaron que quedó dormida encima de su bestia y esta la llevó a donde quizo. Hasta donde sabía podía ser en parte verdad. Ni idea de como terminó atrapada en este tiempo aunque tenía la ligera sospecha de estaba relacionado con ciertos árboles esculpidos. Jamás en su vida los dioses habían escuchado ninguna de sus plegarias. Todo lo que quizo lo ganó por su propia mano. Hasta que se le ocurrió pedir algo frente al puñetero arciano. Si lo pensaba bien, este le había dado en parte lo que pidió, solo que debió ser más específica con los de detalles y cuando y sobre quién se refería. Otra razón más para pasarse de religión, aunque con esta tendría que tener cuidado cuando rezara. Si es que lo hacía. Ella no tenía madera de fiel seguidora. ¡Ey! No tenía madera para una religión sobre dioses de madera. Como no tenía a más nadie con quien bromear, pensó en contarle el chiste Maegor.
Algo estaba mal con él. La expresión cerrada que tenía no contaba nada pero el balanceo rítmico de sus piernas debajo de la mesa, que había comenzado cuando le empezaron a lanzar preguntas, iba en aumento. ¿El severo Maegor estaba nervioso por ella? Pobre niño. Intentó tranquilizarlo con un toque ligero, rozando suavemente el lado externo de sus muslos, como no sabía se apreciaría un toque cariñoso o que lo tocarán para el caso. Él le hecho un vistazo rápido antes de continuar vigilando a los demás. Se centró en el rubio bonito a su lado cuando siguió cuestionandola.
Su alteza la reina, dijo que no sabes escribir en este idioma, - en ninguno para ser precisos - pero veo que lo habla bastante fluido aunque un poco tosco. ¿Quién fue su maestro? ¿Por qué no le enseñó a leer el idioma común?
El balanceo de Margor se aceleró y Ortiga no tenía como decirle que no pasaba nada, inventarse mentiras y medias verdades era un gaje del oficio - No me enseñó un maestro. Aprendí a hablar esta lengua por la mujer que me cuidaba de pequeña, - su abuela, para ser exactos - y ella no sabía leer y escribir.
¿Y de donde salió ella? ¿Cómo llegó hasta ti? - el menor de los hijos de Hightower se estaba tornando un poco agresivo ¿Eh?
Pues no sé, - se encogió de hombros - los niños no se preguntan de donde salieron las personas a su alrededor, simplemente están ahí. Ahora que ya investigaron lo básico sobre mí. ¿Necesitan saber algo más? - y con el siguiente sirviente que pasó repartiendo vino, pidió un poco de agua para bajar la comida.
No estamos investigando. - alegó el hombre a su lado a la par que miraba sospechoso su reciente acción.
¿Ah, no? - intentó poner su sonrisa más dulce - Preguntaron quien soy, de donde vine, de quien vine, como vine, el estado de mi familia. - a lo que realmente no respondió del todo - Al final, estamos en una boda y supongo que puedo sonar rústica para ustedes, pero no tengo otra manera de comunicarme, así que aquí va: los interogatorios profundos pueden venir después, esto debería ser una celebración y en ella se deberían hacer cosas de celebración. Por ejemplo, felicitar a la novia por su vestido. - se dirigió a la Hightower. Eventualmente y si le llegaba a agarrar confianza, suponía que la llamaría su hermana - esposa. ¿ O eso era solo para los verdadvos hermanos que se convertían en esposos? - No me gustan mucho los vestidos pero el suyo es hermoso mi lady. La combinación perfecta entre bello y elegante.
Oh, se lo agradezco. - lady Ceryce aceptó el cumplido con gracia, y el resto de los hombres de la mesa se deshizo en elogios, todos menos uno. Se inclinó contra él.
- Halaga el vestido de tu novia.
¿Por qué? - el príncipe continuó desinteresado.
- Porque es tu novia.
- ¿Y qué?
Uso la mano con la que lo había acariciado para darle un golpe y le transmitió con la mirada que el próximo sería un coscorrón. Que hubiera público no le importaba. Él se giró hacia ella enseguida.
- Lady Ceryse, su vestido es muy suave.
¿Eh? - creo que tanto su otra novia como Ortiga no supieron interpretar eso.
Sí. Su falda parce muy blanda y esponjosa. - luciendo satisfecho con lo dicho, siguió comiendo con esmero, el ritmo de sus piernas más lento.
La mirada de Ceryse chocó con la suya. Ella intentó mantener una sonrisa tras el intercambio, pero por el rostro de la Hightower, no lo hizo muy bien. Afortunadamente la aparición de la esposa de Aenys rompió el momento. Esta vez su vestido era más modesto, de un azul pálido casi blanco que le daba un aspecto inocente. Si no se hubiera enfrentado a ella hacia un rato, no la hubiera creído capaz de dañar a una mosca. Gracias a los dioses árboles, o los dioses antiguos, o como quiera que se llamen (tenía que investigar más sobre ellos), la dama no buscó problemas con nadie. Sus ligeras charlas con Aenys se convirtieron en el foco de interés de los comensales; además de los diversos espectáculos mostrados en honor a los recién casados y para disfrute de los invitados, por supuesto.
El resto de la velada transcurrió magnífica hasta que alguien gritó:
- ¡¡¡Es hora del encamamiento!!!
Los invitados giraron hacia ellos como una manada de lobos. Esto no le gustaba, esto no le gustaba para nada. La inmensa sala de repente parecía muy pequeña, como si se encogiera y como si las personas se les querían hechar encima. Ceryse fue la primera en bajar del estrado con un deje de resignación. Como una oveja conducida al matadero. Se abalanzaron sobre ella, Aenys incluido, y comenzaron a desnudarla ahí mismo. Prendas arrancadas de ella entre comentarios picantes y tocamientos. No sabía si era vergüenza o humillación, o quizás solo era lo que Ortiga imaginaba, lo que había en su cara pero ella no iba a pasar por eso. Jamás.
Cuando su primera novia fue arrastrada, Maegor apretó los labios y se levantó. No había terminado de bajar y ya había un reguero de damas rodeándolo como tiburones a un cardumen. Si pensaba que por ser príncipe σ varón los comentarios serían mas ligeros, Ortiga estaba alucinando. Las damas fueron aún más extremas que los hombres. El tic del labio de Margor era inconfundible hasta que un comentario de Alyssa lo hizo teñirse de un rojo feo. Incluso desde su posición pudo ver como una lady, que debía ser toda cortes y educada, le agarraba eI trasero.
Pensó que se iba a derrumbar del pánico. Pensó que se llenaría de furia ante la gente que se le acercaban. En vez de eso, una sensación de tranquilidad la cubrió. Tomó calmadamente su copa de agua y disfrutó como esta se deslizaba por su garganta.
¡Vamos mi lady! iNo tenemos toda la noche! - alguien gritó.
Miró desapasionadamente a los espectadores antes de pronunciar - Me desagrada esta tradición, así que no esperen que participe en ella.
Vamos alteza, - esta vez, el tono del hombre a su izquierda fue jovial, como si la idea de someterla a algo que no le gustará le atrajera - usted es una novia y tiene que participar. - pronunció mientras él y su hermano a la esquina de la mesa, se levantaban en conjunto.
He dicho que no. - no gritó, no elevó la voz pero algo cambió en ella.
El más cercano de los Hightower se detuvo y la miró. Algo debió ver ahí mismo porque se sentó de inmediato. Su blanca armadura repiquetando antes de decir - Martyn. Detente.
- ¿Qué?
- ¡Sientate! La dama no va a participar.
Martyn lucía confundido mientras que su hermano permanecía fijo en el asiento. Visenya, que no había hecho nada memorable en toda la noche, al mirarla, mostró una sonrisa llena de colmillos.
Ortiga se levantó como si fuera el tiempo el que tuviera que detenerse ante ella y bajo por el lado izquierdo del tablero.
Con vuestro permiso, queridos invitados, Majestad,- le dirigió a Aegon una reverencia - yo me retiraré sola a los aposentos.
Casi todos fueron lo suficientemente inteligentes para salir de su camino. Casi, porque siempre hay alguien tan estúpido que es un milagro que haya llegado a adulto. Ese alguien era un hombre alto, casi tan alto como Aegon, aunque quizás fuera un palmo menos y robusto, con una naciente barriga cervecera. Cabellos de oro pálido y ojos lavanda, sus rasgos valyrios eran innegables, aunque no portaba el caballito de mar de los Velaryon.
Alto ahí, preciosa. - le agarró el brazo casi a la altura del hombro. Su sentido común embotado por el alcohol y la lujuria - Ni siquiera las princesas se salvan de esta tradición. La parte favorita de todos. ¡¿No es así?! -sus últimas palabras motivaron algunas aclamaciones pero nadie más se acercó.
Ortiga se limitó a mirarlo un instante antes de decir sin dudar - Si no me quitas los dedos de encima, para mañana te considerarán afortunado si solo pierdes el brazo.
Debió sentir que el peligro era real parque la soltó como si estuviera en llamas. Se alejó de ella y para desviar la atención solo atinó a decir - ¿Llevas una cota de malla por debajo del jubón?!
Por supuesto, - respondió con una sonrisa, una verdadera - lo cierto era que esperaba un par de puñaladas a lo largo de la cena.
Y mientras se marchaba por el pasillo lo escuchó despoticar - ¡Los dioses nos maldigan! ¡Tenemos a otra jodida Visenya!
Retirados los novios, la celebración continuó en su apogeo. Comentarios fogosos e intrigas se desarrollaban con mayor intensidad. Retirados a un rincón oscuro, lejos de su padre que agazajaba a los reyes, dos hermanos complotaban. Se habían alejado del banquete reanudado y muchos se alegraron con su decisión de liberar tan cercanos asientos al monarca. Este último había vuelto a ocupar la posición privilegiada que le correspondía.
-¿Que pasó en esa mesa, Morgan?
Calla, no importa como de insignificante parezca, esa mujer es peligrosa. - todavía sentía un escalofrío al pensar en lo que vio en sus ojos, nacido para guerrear había aprendido de joven a confiar en sus instintos y estos le dijeron que se alejará de ella en ese momento - No podemos olvidarlo, nunca.
Lo sé, lo sé. - se detuvo antes de preguntar - ¿Qué dice nuestro tío?
Dice que lo hecho, hecho esta. Él ofició el matrimonio y ya no puede oponerse o condenarlo. Además, las conseciones que se le dieron a padre los complacierion a ambos. - quizó vomitar del asco. Su hermana, su hermanita, vendida y humillada por migajas y el honor de sentarse a los pies de los dragones.
Él no puede oponerse pero quizas podamos destruir ese enlace desde adentro. Con el tiempo y suficiente paciencia. - observó el mayor - Lo que sería más fácil si hubieras intentado ganarte la atención de la chica, como se te dijo, en vez de antagonizarla.
- Me da asco la sola idea. ¿Por qué no simplemente darle uno de los remedios de la tía Patrice?
- Porque esa debe ser nuestra última opción idiota. Si a ella le pasa algo ahora, los dragones tomarían represalias. No podemos soñar con hacer dormir a toda la familia. Alguien sobreviviría y tomaría venganza a un precio inimaginable. - Antigua ardería como lo hizo Harrenhall - Además, si ella muere aquí sería peor. Habríamos desatado sobre la ciudad a una bestia enfurecida que ni siquiera los Targaryen pueden controlar.
¿Qué? - preguntó preocupado.
Padre cree que es por ello que los Targaryen están tan interesados en unirle a sus filas. Sus estudios referían algo sobre los linajes de Señores de Dragón y los linajes de los propios dragones, aunque todo es muy intuitivo. Los Valyrios no querían que sus secretos se desperdigaran por el mundo. - la revelación era impactante - Lo que significa que los hijos de la chica y solo ellos podrían tener la capacidad de controlarlo. Y puede que se transmita a sus crías, si produce.
- Es por ello que padre aceptó feliz el límite de separación de la chica. - quedó boquiabierto - En cinco años Ceryse dará a luz a los herederos de Maegor y entonces él tendrá hijos con la chica...
Y si la chica tiene un accidente, - completó Martyn - nuestra hermana se hará cargo de sus desvalidos niños, después de todo será la esposa de su padre, y nuestra familia tendrá en su poder no solo su propio dragón, sino uno que esos podridos incestuosos no pueden manejar. - se detuvo antes de explicar - Pero Ceryse no debe verse de ninguna manera involucrada o sino, no le darán acceso a los niños. También lograr que la chica se tomé una de las medicinas de Patrice será complicado si ella esta viviendo en la otra punta del continente, por lo que necesitamos a alguien que sea cercano a ella.
Y como padre no confía en los espías, - una mueca se apoderó de la cara de Morgan - me toca a mí acercarme a ella y de preferencia seducirla. - dijo con repugnancia. Pero si tenía bastardos con su sangre, mejor.
Bueno, ¿no pensarías que sería yo quien la sedujera? ¿Verdad? - Martyn señaló todo de él.
- No. Claro que no, tienes razón.
Claro que lo tengo, es por ello que tú eres el bonito y yo el inteligente. - y ambos estallaron en carcajadas.
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Finalmente solos - Ortiga les cerró la puerta en la cara a los invitados - Una de esas malditas mujeres tiene que ser mitad pulpo o debe tener sangre dorniense - refiriéndose a la que le había tocado todo lo que le podía tocar a Maegor. Estaba segura de que sino la echaba intentaría compartir el lecho nupcial. Escalofrío.
Al girarse estaban Maegar y Ceryse en diversos grados de desnudez, la ropa interior que les quedaba se hallaba desajustada. Ellos también parecían esperar algo de ella.
-¿Qué?
- ¿No piensas quitarte la ropa?
Ni lo sueñes mocoso, la tienes a ella en tu cama, - señaló a la bien formada rubia ¡Ay! Se veía más exuberante sin las ropas tan tapadas y restrictivas que usaba. Es un matrimonio falso, por lo tanto no tienes que competir con ella Ortiga, intentó decirse - y te recuerdo que yo no duermo con niños.
Eso enojó al príncipe - ¡No soy un niño!
¡Eso me lo dices cuando te crezca la barba! - no debía estar a costambrado a que le respondieran porque quedó medio azorado.
No deberías hablarle así al príncipe. - replicó Ceryse - Él es ahora tu señor esposo.
Pues que se adapté, porque yo no me voy a quedar callada con nada. - explicó mientras de dirigía a la puerta lateral de la que Maegor había sacado su jubon. Como sospechaba, era una habitación de servicio donde se guardaba la ropa, con una pequeña cama en una esquina y una sirviente aún más pequeña durmiendo en ella - iTú! ¡Sal de aquí!
La niña respondió adormilada - No puedo, esta es mi cama y mi trabajo es dormir aquí. - se escuchaba demasiado joven, pero por la oscuridad de la habitación no se veía bien y no podía estar segura.
¿Podría usted dejar a mi sirvienta en paz? - Ceryse había abandonado a Maegor, que lucía boquiabierto desde el centro del aposento principal.
Como quieras. Pero yo voy a dormir en esa cama, así que tendrá que compartir. - se quitó el jubon y la malla y comenzó a aflojar la vendas con las que se apretaba los pechos por de bajo de la camisa.
- ¿En serio no vas a dormir con tu esposo en tu noche de bodas?
- ¿En serio estas presionando para que me acueste con ustedes dos y follemos en la misma cama?
No - ella reculó hacia atrás bastante rápido y Maegor avanzó.
- Debes hacerlo. Es tu deber.
Me importa un pepino el deber, a mí nadie me toca si yo no quiero y si lo intentan... - sacó su pequeña navaja y la movió en un par de movimientos juguetones entre sus manos antes de guardarla - Tengo un dragon para ajustar cuentas. Así que haganme un favor y ¡largo!
De donde sacaste eso. - preguntó Maegor por haber bajado la guardia de nuevo y ser sorprendido, en contra del consejo de su madre de tenerla siempre en alto.
Siempre tengo un arma a mano, pequeño esposo. Si no querían hacelo - señaló su semi desnudez - ya es muy tarde, y que conste que yo traté de evitarlo. - se le escapó un bostezo - Miren, llevó todo una noche sin dormir y volando en un dragón, por no decir lo otro que he pasado. Se los voy a dejar muy claro. ¡No me voy a acostar con Maegor y fin de la discusión! - E igual a como había hecho con los que asistiron a la ceremonia de encamamiento, les cerró a los dos la puerta del diminuto anexo en la cara.
Sin nadie con quien discutir, su esposa Hightower suspiró hondo y dijo - Tiene que hacerse - antes de quitarse las pocas prendas que le quedaban. Él asintió y repitió la acción. Desnudo como vino al mundo se comparó con ella, mucho más alta, y se avergonzó. Quiso cubrirse pero no serviría de nada. Eso haría un niño y él no podía ser visto como tal. Él, a partir de ahora, sería considerado un hombre y los hombres no se avergonzaban. Ella avanzó hacia la cama rígida y así se acostó. Con sus piernas abiertas y mirando a techo. Él no quería mirar, por muy atractiva que fuera no quería mirar - Ven.
Tenía que hacerlo. Era su deber, como le había dicho su padre. Necesitaba hacer un hijo con ella. Un hijo para su alianza con la Fé y los Hightower y la Casa Targaryen. Era necesario. Se sentiría bien, le dijeron. Pero sus pasos eran pesados. Su pecho le latía en un compás loco. Una sensación rara subía y bajaba por la boca de su estómago. Era su deber. Lo que se esperaba de él. Tenía que hacerse ¿Se suponía que era así, no? ¿Por qué se sentía tan mal? Una parte de él quería escapar, que todo terminará rápido. Por favor, no dejes que lo haga mal. Por favor, no dejes que me avergüence. Por favor...
Chapter 12: El monstruo ante sus ojos
Chapter Text
Ceryse se despertó más por costumbre que por otra cosa. Siempre desconcertó a su madre el hecho de que sus ojos se abrieran cada amanecer con las primeras luces. Ella era así, le gustaba estar despierta temprano en la mañana para hacer sus actividades, mientras todo estaba fresco. Le permitía cumplir con sus funciones y liberar tiempo para hacer las cosas que disfrutaba. Suponía que ahora tendría que adaptarse a una nueva rutina.
Estaba casada. Estar casada no le hacía sentir diferente. La ceremonia ni el acto que siguió no la alteraron en nada. Si acaso, se sentía incómoda y pegajosa entre las piernas y eso era todo. La noche anterior había sido una obligación a cumplir. Una experiencia un poco... arrugó la nariz, pero que habría que repetir hasta tener un heredero en el vientre. Se preguntó si para entonces, la otra esposa de su esposo habría aceptado su posición y cumplido con su deber. Sería útil. No había encontrado satisfacción en el contacto y no esperaba que eso cambiara pronto. Su esposo era joven, inmaduro y aún no terminaba de crecer. Y por sobre todas las cosas, era claro que no tenía habilidades de dormitorio. Tampoco sabía todavía si le interesaba aprenderlas para complacer. Lo dudaba. Esa materia atraía a muy pocos hombres. Cuando quedara embarazada, con suerte más pronto que tarde, su esposo tendría que buscar alivio en otro lado. Eso sí para entonces ya aprendía a disfrutar. Anoche parecía haber sacado tanto placer como ella: nada. Pero volviendo al tema, cuando estuviera grávida y su nuevo marido buscara gozar de sus derechos, lo ideal sería que Lady Orthyras, princesa ahora por título, se hiciera cargo de esos deberes. Preferiría un hijo legítimo de otra mujer en su casa, a que esta se llenara de bastardos de sirvientas y rameras. Incluso era posible evitar que la otra dama diera a luz, simplemente suministrandole té de Luna con un sabor algo alterado. También puede que ni siquiera conociera su sabor original, viniendo ella de tierras lejanas. Aunque tarde o temprano tendría que embarazarse, no fuera a ser que alguien sospechará de sus acciones y como podría ser ella la causante de esto. No le importaba tanto que ocurriera, siempre que ya tuviera un par de hijos varones para asegurar para su linaje la herencia. Sus hermanos intentarían evitar en todo lo posible este desenlace, aunque ya era muy tarde. Tanto el rey Aegon como la reina Visenya querían a esa mujer en su familia y eventualmente sospecharían si esta no podía dar a luz a ningún niño. Tal vez sus acciones pasarían desapercibidas en otros casos, pero no lo creía posible con la reina al acecho. Conocida por su astucia y capacidad combativa, lo mejor era tener sus herederos y que luego Orthyras tuviera los suyos. Una vez más, mejor eso a que su esposo se llenará de bastardos. Esas serían manchas a un honor que ya había sufrido duros golpes el día de su propia boda.
Ver a la Visenya aparecer con una segunda novia había sido horrible. Ver a su dragón había sellado su destino. Los dragones tienen lo que los dragones quieren y no había sido tan estúpida como para creer que dejarían escapar esta jugosa presa de entre sus garras. Una nueva jinete sería una amenaza demasiado grande fuera de sus propias manos. Ella había estado a un pelo de se sustituida en su propia boda. Las consecuencias habrían sido terribles. Tenía ya veintitrés años. Su familia había contenido pretendientes y había rechazado ofertas de enlaces de otras Casas, buscando un vínculo con la familia real. Su padre estaba decidido a prosperar donde había fallado su abuelo. Había aprendido a no aspirar demasiado alto en sus ya altas expectativas. El príncipe Aenys habría sido la pareja ideal, pero el rey deseaba para él una pareja de sangre valyria, por lo que la otra opción había sido Maegor. La diferencia de edad y el temor a que se pasaran sus mejores años fértiles habían llevado a una boda temprana, lo que también era mejor para evitar que dicho compromiso se le escapará de entre los dedos.
La llegada de la recién nombrada princesa había estado a punto de lanzar casi una década de planes de su familia a la basura. De haberlo hecho y luego de haber dejado de lado tantos prospectos, sería dificil para ella encontrar un marido de igual o mayor nivel. Por lo que tendría que conformarse con un señor menor. Eso si la aceptaban. Una ruptura con la realeza llevaría a muchos a evitarle, pesé a no tener ninguna culpa. Ahora compartía marido y su estatus se había disparado. De casarse con el hijo ignorado de Aegon el Dragón, que un día cuando el rey muriera seguramente heredaría Rocadragon, había pasado a heredar la Fortaleza en vida. Era su Señora de nombre y sería oficial en tres años. En vez de integrarse a la Corte de la reina como esperaba, había sido invitada a las Procesiones Reales. Adiós aislamiento en la Isla. Y la segunda esposa de su marido fue declarada princesa. Dos príncipes elevaban el rango de su matrimonio. Le haría falta. Su boda no había terminado y sus oponentes ya empezaban a mostrar sus colmillos. Necesitaba aliados, y no los veía entre su suegra y su señor esposo. Por raro que pareciera, la que debería ser su peor enemiga se destacaba como su mejor opción. Sus hermanos estarían recelosos pero Ceryse era práctica. O se desposaban los tres o se desposaban ellos dos sin ella incluida. Y esta era una oportunidad que no se podía dejar escapar. Cualquiera esperaría que esto se tradujera en una competencia por la atención de su compartido marido, pero al parecer, la nueva jinete de dragón no estaba interesada en participar. ¡Incluso intentó "salvarla"! Era irónico por lo menos, ella preocupada por perder su matrimonio a manos de la chica y la niña intentando defenderla por si no quería la boda.
Un pensamiento algo ingenuo aunque funcionaba a su favor. Nadie quería escapar de un matrimonio con un príncipe, excepto al parecer esta mujer. Claro, las personas cambian, y lo que hoy es cierto, mañana no. Lo que era evidente era que que en este momento, la muchada no parecía muy interesada en ganar estatus o en jugarle en contra. Mientras se mantuviera así, Ceryse podría encontrar en ella una aliada, puede que incluso una amiga. Al menos mientras se mantuviera esa dinámica. Sus hemanos también podrían temer que quedara embarazada antes que ella, lo que era una preocupación absurda. La mujer ni siquiera le interesaba compartir su cama con el príncipe y contaba con la fuerza para respaldar sus pretenciones. Más importante, el príncipe Maegor prestaba atención a sus palabras.
Puede que le envidiará un poquito. Parecía que los Señores de Dragón vivían bajo sus propias reglas y era eI mundo el que tenía que inclinarse ante estas. ¿No existían practicando eI incesto y la poligamia? ¿Alquien se había atrevido alguna vez a criticarlos por ello? ¿Y sobrevivido para contarlo? Hasta su tío, el Septon Supremo, y aquellos que le precedieron sabían la verdad. Era mejor inclinar la cabeza que ser pasto de las llamas.
Bueno, era hora de levantarse para ella, y prepararse para el resto del día. Necesitaba estar presentable. Ayer, por la incertidumbre de la situación, muchos nobles habían retrasado sus regalos, de seguro esperando la reacción de Aegon. Lo más probable fuera que hoy aparecieran directamente con sus obsequios, esperando ser presentados formalmente a la nueva princesa y ¿por qué no? Ver cómo podían usarla para ganar influencia. Era seguro que nadie había preparado regalos para ella y muchos habrían realizado compras de urgencia en la ciudad para remediar esto. Al menos ayudaría a ganar más dinero para los mercaderes, lo que también beneficiaba a su familia.
Al girar la vista hacia el otro lado de la cama, donde reposaba su marido, lo más alejado posible de ella sin salir del colchón, fue recibida por dos orbes violetas.
- Oh, disculpe esposo mío. ¿Lo desperté?
Ya estaba despierto. - se expresión ya era severa y rígida - Me gusta levantarme con la salida del sol a entrenar. - pareció esforzarse por continuar hablando - No sé cual es el comportamiento adecuado a seguir pero sería incorrecto despertarla para que me diera las indicaciones para prepararme y dirigirme al patio. Como ya esta despierta. ¿Podría dármelas?
- Es el día posterior a nuestra boda esposo, simplemente deberíamos ir a recibir felicitaciones de los invitados y luego dedicarnos a conocernos y relajarnos.
- Quiero ir a entrenar, no a relajarme, haré eso de ser necesario después de mis ejercicios.
Lo correcto sería ir a recibir los buenos deseos, - intentó explicar - y después puedes hacer lo que sea.
He dicho que no. - rechazó tajante - Primero quiero un baño de agua caliente antes de salir de aquí, luego haré mis ejercicios y luego haremos lo que tú quieras.
- Si vas a entrenar después, y a ensuciarte, ¿por qué te vas a bañarías antes?
¡Quiero un baño y lo quiero ahora! - exigió - ¡Y que sea del agua más caliente que se pueda!
¡Bien! - apretó los dientes para no regañarlo como haría con sus sobrinos. Podría ser peor, pudo haber estado casada con un hombre que podría ser su abuelo y cuyos nietos se correspondían más a ella que sus hijos. Al menos este esposo maduraría con los años en vez de que se le cayeran los dientes. Acostumbrada como estaba a dar órdenes y dirigir la Fortaleza, siendo su cuñada de carácter quizás demasiado apacible, tuvo que luchar contra el deseo de responderle.
Su esposo se comportaba como un mocoso malcriado, lo que era muy probable que fuera, pero seguía siendo su esposo y no podía contestarle. No como su otra esposa. Enfadada y frustrada, se lanzó de la cama y recogió su ropa interior desperdigada por el suelo. No cubriría mucho, pero al menos le daría algo de dignidad. ¿Y si su marido la miraba mientras tanto? Pues que se adaptara. Orthyras tenía razón en ese asunto, estaban casados y esas cosas ya no deberían importar entre ellos. Atravesando la puerta de la habitación de servicio, descubrió que la jinete había cumplido su promesa y dormido en el lecho con su sirvienta en vez de echarla al suelo. Aunque tal vez solo lo hubiera hecho buscando calor, viendo las diversas mantas que se tiró encima. La noche había sido fresca pero no tan fría. ¿Verdad?
- Lena despierta, ya es de día. Necesito que me busques una túnica sencilla.
Lo voz de Lena de diez años, que ya conocía sus hábitos, se escuchó clara - Ya voy señorita. - y se revolvió hasta salir de la cama, despertando a su acompañante. Tendría que corregirla con respecto a sus nuevos títulos.
Un gran bostezo fue audible mientras su inesperada compañera de matrimonio se estiraba todo lo que podía en el colchón - ¿Ya tenemos que levantarnos? - cuando Lena abrió las cortinas dejó escapar una exclamación - ¡¡¡Por todos los dioses!!! ¡El sol aún no temina de salir!
Se cambió de un pie a otro, después de una celebración lo más normal sería levantarse más tarde, pero ¿para qué esperar? - Ya nuestro esposo está despierto y con deseos de entrenar. Le dije que primero deberíamos hacer era desayunar y recibir las bendiciones de los invitados para el nuevo matrimonio. No escucha.
¿Tan temprano? - masculló - A mí no me engañan. Ustedes son personas madrugadoras. - sacudió la cabeza - Los madrugadores son lo peor. Y al parecer los dos lo son. Maldición.
Se levantó de la cama como si le pesara mucho. Su cabello se disparaba rebelde en todas direcciones. Mientras Lena salía por la puerta del servicio, Orthyras se dirigió a la habitación principal y Ceryse la siguió. Maegor estaba colocándose sus prendas y se quedó estático al verlas.
¿Qué hay, cariño? - coqueteó con él la jinete, antes de dirigirse hacia la cama y empezar a revisar las sábanas arrugadas.
¿Qué haces? - preguntó horrorizada.
Pues buscando tu sangre de virgen para guiarme. - la princesa Orthyras admitió - Hay dos novias por lo que deberían haber dos manchas y quería basame en la tuya para hacer la mía lo más parecido. Pero no veo nada.
¡¿No eras virgen?! - su esposo sonó escandalizado desde donde estaba.
¡Si lo era! - Ceryse enrojeció avergonzada - No sé porque no hay sangre. Tal vez perdí mi virginidad montando a caballo y no me di cuenta. - la escusa sonaba débil hasta para ella. El príncipe ya la miraba desconfiado. Casi podía sentir la sospecha creciendo en él. Cuando fue a abrir su boca para de seguro increparla, Orthyras se adelantó.
Suena lógico. - Maegor la miró asombrado. - ¿Qué? Podría pasar. Y tengo noticias para ti. Yo sí que no soy virgen. Así que no esperes eso de mí. - explicó mientras se ponía las manos en las caderas.
Pesé a estar defendiéndola, las palabras se le escaparon a Ceryse - Deberías regresar con quien tomó tu honra. Si se hicieron compromisos, es él quien debería hacerse cargo.
Se hicieron promesas, solo que esta muerto. - respondió fría y amenazante. Ceryse quiso abofetearse a sí misma. Buscando pelea con alguien que acababa de salir de una guerra y que tenía el poder para deshacerse de ella. Además, mientras intentaba cubrirla. También estaba el hecho de que si su prometido y ella habían sido combatientes en una guerra y participaron juntos en campañas militares, las tensiones y urgencias vividas podrían flexibilizar un poco las normas sociales con respecto a su castidad. Las cuales, para aclarar, podrían no ser las mismas de Poniente, recordando que la muchacha era claramente extranjera. Y quizás hasta para los valyrios esto tuviera un valor diferente - Adelántate y quéjate todo lo que quieras, Maegor. Lo hice mientras no te conocía ni tenía planeado conocerte. Y para ser francos, no creo que aunque exijas que nos separen, tus padres lo acepten. - Maegor enrojeció y apretó sus labios. Entonces la muchacha sacó su navaja de entre sus botas, alzó un poco su braies y se cortó el muslo.
- ¡Por los Siete! ¿Qué estás haciendo?!
Pues, cortarme para dejar unas manchas. Supongo que alguien estará al tanto de esto y si las quieren, las tendrán. Lo mejor es hacerlo en una zona que pueda ocultar. - la muchacha se encogió de hombros y agarró renuente las sábanas antes rozarla contra su herida - Una para ti y una para mí. - y dejó caer asqueada la cobertura - ¿También te molesta que me haga una mancha para mí? ¿Debería gritar mi falta de virtud a los siete reinos, Ceryse?
Ella solo negó con la cabeza en silencio. Genial. Había logrado enfadar a su potencial aliada.
Orthyras suspiró - ¿Ahora qué hacemos? - ambos la miraron en busca de dirección. El toque suave en la puerta evitó que respondiera. Al abrir, allí estaba la pálida Lena con su túnica verde hierba en los brazos.
¡Guau! ¡Como se parece a ti! - exclamó Orthyras desde la cama.
Es una pariente pobre y huérfana, - respondió tensa - y no se me parece tanto.
La chiquilla pareció algo dolida, pero era la verdad. Su cabello era castaño claro, sus ojos se acercaban más a las avellanas, y su nariz era una copia de la de su padre. Maegor la miró con suspicacia mientras ella se colocaba los ropajes.
- Planeo salir a prepararme en mis habitaciones y dar órdenes para organizar el baño de Su Alteza y vuestra atención, princesa Orthyras.
Lo que quieras. - habló entre bostezos - Voy a dormir un rato más. - y regresó a su nido de mantas en el anexo.
Miró a su esposo antes de que este le ordenara - ¿Qué esperas? No saldré de aquí hasta que me bañe. Y no se te olvide calentar bien el baño. - la despidió sin miramientos, como si fuera parte de la servidumbre.
Oh. Ella se encargaría de que el agua hirviera.
Ya en la comodidad de sus habitaciones, Ceryse se lavó, peinó y vistió correctamente con la ayuda de dos siervas de confianza. Lena era demasiado joven e inexperta todavía para encargarse de ello. Evitó los perfumes porque era bien sabido que a su suegro le desagradaban y cada pequeño detalle para no molestar al rey contaba. Lista y preparada, regresó a las habitaciones de su marido para informarle de dónde los caballeros practicaban con sus armas. También para ver cómo le iba con su tan requerido baño y si los sirvientes se habían atrevido a obedecer su cumplimiento malicioso. Su toque fue respondido con un simple - Largo - pero ella decidió pasar de todas formas. No le había dado tiempo ni de hablar antes de negarla. Quizás era su marido, pero ella era la adulta de la relación y tendría que ponerse fuerte con él. No era una mujer sumisa y nunca lo sería.
Maegor la miró enfadado mientras se remojaba en una tina humeante llena hasta poco más de la mitad. Parecía dispuesto a frotarse la piel con la mayor fuerza posible. El recipiente de cobre se hallaba en el medio de la habitación. Los criados al parecer no se habían atrevido a cumplir sus órdenes. No los podía culparlos del todo. Nadie quería ser castigado por la realeza, aunque si se esperaba de ellos obediencia ciega. Aún así, algo la inquietó - ¿Y los asistentes que envié para ayudarte con tu baño?
- Los eché.
¿Por qué haría eso, mi señor esposo? - se acercó a la bañera, pesé a que los ojos del príncipe le indicaban que no la quería cerca. Tomó un jabón y un paño y cuando fue a acercarse, Maegor retrocedió a su contacto - Soy su esposa. Es mi deber servirle de esta forma. Así que deje de portarse así. - su novio volvió a su posición original. Bien. Príncipe o no, seguía siendo un niño. Podía ser guiado con una mano firme. Cuando sumergió uno de los paños en el agua, retrocedió con un grito. Casi se había escaldado el brazo, mientras su nuevo marido solo bufó.
- Eso te enseñará a no intentar imponerte.
Los sirvientes de su Casa habían hecho acopio de su lealtad y habían preparado el baño justo como había pedido. Que se sintiera como si estuviera sumergido en fuego líquido. Pensó que eso le enseñaría una lección. En vez de eso parecía disfrutarlo bastante y la lección se la había llevado ella. ¿Cómo soportaba estar allí adentro?
¿Qué pasa? ¿Por qué gritaste? - Orthyras entró como una tromba, dispuesta a pelear, al menos hasta ver el líquido en ebullición - Ohhhhh... agua caliente. - las frase se le escapó en un suspiro de placer. Comenzó a quitarse apresurada la ropa que traía.
¿Qué piensas que haces? - al príncipe tampoco le agradaba lo que veía - Busca tu propio baño. Este es mío.
Vamos, no seas tacaño. Comparte. - ante su ceño fruncido se burló - Anoche me querías en tu cama pero ¿hoy no me permites compartir tu baño?
No. - mientras tanto, el labio de su esposo se contrajo un par de veces.
Por favor. Por favor. - mendigó sin dignidad. Al final pareció funcionar porque su esposo comenzó a ceder - Mira, también te ofrezco un trato. No nos tocaremos. Aunque si quieres, yo te lavo la espalda si tú lavas la mía.
Maegor la miró ceñudo antes de asentir. La princesa se quitó la ropa con alegría mientras su esposo desviaba la vista y se dirigió feliz hacia el inmenso recipiente. Ceryse intentó advertirle de las altas temperaturas pero la muchacha se sumergió con una exclamación de gozo a la que Maegor se removió incómodo. El agua, ahora casi desbordante, solo produjo en ella gestos de deleite. No molestia. No dolor. Sino dicha y satisfacción.
Si manejar un dragón no era suficiente evidencia de su sangre valyria, quizás aquí había otra. Puede que no luciera como uno, bastaba con ver a los Targaryen para notar que había en ellos algo diferente, pero definitivamente compartía sus rarezas. Y pensar que par de noches imaginó que las costumbres más raras que enfrentaría a su lado sería el hecho de que los reyes eran hermanos. También las exigencias de la reina para como tratar los aposentos donde descansara la familia real. Que hubieran pocas alfombras, cortinas y tapices en sus habitaciones, que sus camas estuvieran llenas de almohadas, que no hubiera una mota de polvo allí donde se presentará un Targaryen y lo más extravagante, que las sábanas fueran lavadas constantemente y con agua caliente como para casi quemar a las lavanderas. Empezaba a sus creer que los Señores del Dragón no solo lucían diferentes en aspecto y cultura, sino que diferían en su propia naturaleza. Algo confundida, decidió retirarse para organizar la recepción formal de los regalos y también aclarar su mente. Una idea pasó por su cabeza. ¿Donde se había metido?
Regocijándose en el cálido contacto, Ortiga no notó cuando Ceryse abandonó la estancia. Su atención sólo fue captada por el ruido de tamborileo de los dedos de Maegor en el borde de la tina. Se había girado en el lugar exponiendo su espinazo a ella y no pudo evitar bromear - ¿Andas muy urgido porque te lave la espalda?
- No.
Era un chiste, mocoso. - tomó el trapo y el jabón que Ceryse abandonó y olfateó. Pensó que sería imposible pero esta pastilla era incluso mejor que la de la mismísima Visenya. Ah, podría adaptarse a vivir rodeada de tanto lujo. Tocó suavemente el hombro de Maegor - ¿Ya te puedo frotar la espalda? ¿Lo hago suave o te arrancó el pellejo como lo estabas intentando? - señaló su piel enrojecida - Vamos, habla, di lo que piensas. Aquí no hay nadie más que nosotros dos.
Solo se encogió de hombros. Como no podía ver su cara, Ortiga decidió que lo haría como le gustaba a ella. Ligeros círculos suaves que empezaban desde sus hombros que descendían lentamente. Entre eso y la temperatura, ella caía relajada como en un hechizo. Lo mismo pasó con Maegor. Su cuerpo perdió la rigidez y su cabeza cayó hacia delante mientras Ortiga enjabonaba sus lomos. Era una espalda musculosa, aunque suponía que tenía sentido. Las marcas de pequeñas y medianas cicatrices que se apreciaban en sus brazos desde su punto de vista, eran prueba de que llevaba entrenado mucho tiempo. Un moretón en su hombro destacaba. - ¿Qué pasó acá?
Nada, - se sacudió - entrenamiento.
Lo dudaba. La mancha era de un color rojo vino y no tenía otras así. Y aunque posible, era poco probable que le pegarán en un combate entre el cuello y el hombro. Aunque ¿qué sabía ella de entrenar con espadas? ¿Quizás fuera normal? Lo dejo ir.
Mi turno. - se dio vuelta y solo cuando se sumergió de nuevo fue que Maegor giró. Dudó unos instantes antes de repetir sus acciones. Ah, ya lo decía ella, mágico. Era una lástima que muy pocas personas se atrevieran, y menos aún disfrutaran, de temperaturas tan cálidas como esta. Su padre le explicó que ni siquiera los sirvientes más fieles se atrevían a meter sus manos en su agua cuando elegía bañarse a gusto.
Ortiga. ¿Puedo preguntar algo? - tan relajada estaba que casi se pierde que le hablaba, solo pudo contestar con un Mmmm - Se que no siempre es así, pero en ese sentido me han contado que el pueblo llano es más libre y ... - ¿adonde quería llegar? Maegor no era muy parlanchín para darle vueltas al asunto - El hombre con el que estuvistes antes. ¿Te gustaba?
No, yo lo amaba. Lo que es una cosa muy distinta. - tan, pero tan distinta - No te preocupes por él, Maegor. Realmente está muerto.
Pensó que el tema sería dejado de lado pero no - ¿Cómo era?
Casi se le cerró la garganta con la pregunta - Era amable y divertido. Podía hacerme reír en las peores situaciones. Y le encantaba bailar conmigo aunque era terrible. - se detuvo a pensar en él - Quizás no tenga tus finos rasgos valyrios pero tenía una cara bonita. Lucía casi tan suave como tu hermano, solo que era moreno. - admitió.
- ¿Y te gustaba que fuera así? ¿Suave? ¿Pensé que a las chicas les gustaban los hombres fuertes?
- No. Alguien suave es mi pareja ideal.
Maegor se detuvo sin decir nada, y luego solo continuó rozando su espalda mientras Ortiga se lavaba el frente. Que manera de matar el ánimo alegre que sentía hace apenas un momento - Creo que terminé. - no le interesaba la idea de seguir retozando en el agua. Al levantarse quedó claro que el príncipe se había tapado los ojos con las manos. Esto al menos le sacó una pequeña sonrisita. Se envolvió en un paño de lana, la mejor en la que se había envuelto en toda su vida. En serio, estas cosas deberían servir para ropa, no para trapos de secarse - Ya estoy cubierta. Ahora, de regreso a mi problema original ¿Con qué me visto?
Esto obtuvo una rápida reacción de él - ¿No te sirve mi ropa?
- No te puedo seguir quitando tu vestuario. Ensuciaré tus cosas y entonces, no tendrás nada que usar.
No me importa que la uses. Si se ensucia, simplemente los sirvientes lavarán las túnicas y ya tendremos algo más para ponernos. - dijo desdeñoso - Prefiero que uses lo mío. - se paralizó recordando que Ceryse habló de organizar su cuidado - No te atrevas a usar nada que te den estos Hightower. ¡Me oyes! - exigió enseguida. Ella solo pudo negar con la cabeza. No lo haría.
- No soy tan tonta. Lo más probable es que me echarían escorpiones en mis cosas.
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La mañana despuntaba tranquila y aunque habían restos de humedad en el aire, un raro viento que soplaba desde el norte aliviaba el bochornoso calor. El patio de entrenamiento estaba bastante lleno ya que según todos, el príncipe Maegor estaba dando un espectáculo para sus novias.
Antes de terminar acá habían tenido un frugal desayuno, que Ceryse consideraba inadecuado para el día posterior a su boda. Maegor había bufado con desdén a sus palabras, pero no dijo nada que interrumpiera sus bocados. Orthyras miró la interacción sin interrumpir, como si ella no tuviera nada que ofrecer a la escena, y se zampó todo lo que cayó en su bandeja con deleite y sin criticar la sencillez de su elaboración. Luego, dicho príncipe había desaparecido. Cuando reapareció, Maegor ya estaba armado con su propio equipamiento para prácticas, nada elegante o sofisticado sino utilitario, enviado aquí con anterioridad. La reina conocía a su hijo, y bien sabía que ni su propia boda lo apartaría de su rutina de entrenamiento. Así, vestido con su ropa acolchada y su escudo, Maegor había comenzado una secuencia de ejercicios para calentarse y luego practicar sus movimientos con la espada. Mientras sus novias observaban todo desde un pasillo alto.
Justo como Ceryse planeado, poco a poco fueron apareciendo sus sobrinos y algunos primos. Ningún otro niño noble estaba despierto a esta hora, por lo que solo ellos compartirían el honor de entrenar con el príncipe y de esta manera fomentar cercanía de su familia con él. El hecho de que ninguno hubiera esperado levantarse a horas tan intempestivas fue lo que motivó su mal desempeño en el entrenamiento. O eso se dijo Ceryse. Medios dormidos como estaban, los primeros en intentar practicar con él fueron derribafos en un par de golpes y sin mediar palabra. Maegor se limitó a seguir ensayando a solas, como si eso fuera mejor que probar con alguien por debajo de su nivel. Los chicos eran chicos y esto motivó a los mayores a desafiarlo. No salió mejor.
En estos momentos, uno de sus primos, de casi diecinueve años, se encontraba retrocediendo ante las embestidas de Maegor. El maestro de armas y un par de miembros de la Guardia Real, que originalmente se encontraban ejercitándose por su cuenta, habían abandonado cualquier otro interés que no fuera en el enfrentamiento. Así como habían hecho la mayoría de criados que pasaban por el área. Su primo, que recientemente había ganado un torneo de escuderos, se había confiado luego de intercambiar un par de choques. Maegor lo había tomado a él más en cuenta, luego había aprendido y ahora lo abrumaba. Compartiendo la altura aunque no el peso, y teniendo que cargar con un escudo, de seguro la mayoría de Faro pensó que el hijo de Aegon estaría agotado. No fue así. Un toque lateral garantizó la victoria del partido justo cuando su hermano se acercaba desde el otro lado del pasillo.
Los Siete me bendicen con la visión de dos damas tan hermosas esta mañana - lanzó su hermano con tono más juguetón, tan alto que incluso Maegor lo desvió a verlo antes de que continuar con su práctica en solitario. Con sus rizos bien peinados, su armadura de plata reluciente y su sonrisa despampanante, cualquier otra dama hubiera batido sus pestañas ante el comentario. Orthyras no. Frunció el ceño y miró hacia atrás antes de preguntar.
- Disculpe. ¿Se refiere a nosotras?
Sin perder el ritmo ni la sonrisa, Morgan contestó - Por supuesto que sí. ¿De quién más podría tratarse?
Con una mueca, la recién nombrada princesa le respondió - Entiendo lo de tu hermana... ¿pero yo? - lo observó de arriba a abajo - ¿No piensas que es muy temprano para estar bebiendo? ¿O quizás no has dejado de beber desde anoche? ¡Ey! - llamó a una sirvienta que pasaba por allí. La criada la miró a ella buscando confirmaciónde si quería que la obedeciera. Ceryse cabeceó - Tráeme dos copas de agua. Una para mí que tengo sed - le explicó a su hermano - y otra para usted, que la necesita para salir de ese estado de ebriedad.
No estoy borracho. - La atractiva sonrisa de su hermano se deslizó un poco - ¿Acaso cree incierta mis palabras acerca de su encanto, princesa? - murmuró con dolor.
Orthyras lo observó sin dar respuesta a su elogio. Solo se inclinó hacia Ceryse y dijo - Si no puedes moderarse, tu hermano no debería usar polvos para la nariz.
Ceryse no pudo, ni quiso, controlar su modesta risita. No sabía qué tramaba Morgan, pero la dama no caería a sus pies con la facilidad a la que estaba acostumbrado. Además, ¿qué hermana dejaría pasar la ocasión de meterse con su hermano?
No estoy... no estoy... - su hermano abría y cerraba la boca como un pez recién pescado.
Como mi nuevo cuñado, toma mi consejo. - Orthyras le dio unas palmaditas en el brazo - Quizás crees que puedes controlarlas, pero al final, las especias te controlan a ti. - Esta vez, la risa de Ceryse fue larga y ruidosa. Oh, el día mejoraba. La princesa estaba barriendo el piso, como dirían sus siervas, con su hermano problemático y sobreprotector. Le encantaba. Cuando la criada regresó con el agua fue ella quien bebió de la copa de Morgan para calmarse.
Debería regresar a sus aposentos hasta que se le pase la borrachera , Lord Hightower. - Despedido de forma algo condescendiente, su hermano se sonrojó - Ven, Ceryse. Nuestro esposo parece que está usando a alguien como muñeco para entrenar. - habló Orthyras mientras le ofrecía su brazo como hacian algunos caballeros. Parecia que ya no le guardaba rencor por su discusión más temprano.
Al mirar, Ceryse se dio cuenta de que su primo había vuelto por la revancha y en esta ocasión, Maegor no lo estaba llevando suave. Golpe tras golpe, bloqueó todos sus ataques y en el momento en que bajó un poco la guardia lanzó una estocada que lo desarmó. Uy, eso sería una paliza para su ego. Un niño de trece años venciendo con tanta facilidad a alguien que esperaba ser caballero. Su primo salió de allí furioso ante los aplausos a su alrededor. El príncipe no los reconoció y siguió en sus asuntos.
¿Así que el muchacho se siente un prodigio? - escuchó decir a Morgan - Veamos cómo actúa contra un hombre de armas de verdad.
Él no estaba sugiriendo lo que Ceryse pensaba ¿verdad? Se quedó plasmada al ver a su hermano descender al patio y requerir un arma de entrenamiento.
¿Así que a su Alteza no le agrada enfrentarse a escuderos, verdad? - Morgan apuntó su espada de madera a Maegor, desafiándolo - Veamos cómo le va contra un caballero.
Maegor levantando su escudo y preparándose fue toda la respuesta que recibió. Lanzó una finta que no engañó a Maegor. Golpeó y volvió a golpear. Nada. El mocoso se mantuvo en el lugar. Trató de rodearlo, buscando que el niño lo persiguiera en un intento de agotarlo más rápido. No funcionó. El príncipe permanecía plantado en su posición, sus pies firmes en el suelo, siguiendo sus movimientos. Hizo llover una lluvia de estocadas sobre él, la mayoría las bloqueó con su escudo, usando su espada para desviar los intentos más suaves.
¡Eso es lo mejor que tienes! - dijo, tratando de fustigarlo - ¿No estabas hace un momento aburrido por enfrentarte a simples niños? - permanecía frío - ¿Ahora que te enfrentas a un hombre no te atreves a moverte? ¡¿Acaso el príncipe es un cobarde?! - gritó para que todos lo escucharán. Quizás si no podía convencerlo de atacar los abucheos de los demás lo harían por él. Igual no funcionó.
Impacto tras impacto, Maegor permaneció inmóvil como una gárgola. Fue él quien sintió el peso de su armadura y el haber llevado la ofensiva hasta ahora. Su frustración por la postura defensiva y nada abierta del niño empezaba a ser evidente. Desde su posición, su hermana lo observaba horrorizada. No acostumbrada a los tratos bruscos, debió estar sorprendida y no de forma grata por sus palabras. ¿Y cómo se sintió la princesa Orthyras con intercambio? Desvió la vista hacia ella. Grave error.
Lo primero que sintió fue la embestida del escudo. Con un ataque bien posicionado, Maegor pudo haber salido victorioso. No lo hizo porque quería sangre. Podía verlo claro como una arroyo de las Marcas Dornienses, su rabia era fría y metódica pero era rabia. Atrapado con la defensa baja, fue obligado a retroceder. El príncipe pasó directamente a la ofensiva. Estoque. Asalto. Parada. No dejaba que los pies de Morgan se asentarán en el resbaladizo suelo, que ganará tracción. Cada porrazo de su espada de madera le resonaba en los huesos, una vibración tan fuerte que la sentía hasta en los dientes. El niño usaba su ira para ganar fuerza sin bajar sus defensas. Cada golpe de su espada era un impacto que le impedía recuperar el equilibrio. Y cada movimiento era brutal, eficiente, destinado a matar. Su maestro de armas es el caballero más letal de los siete reinos, pensó, y lo entrenó bien. Su avance no cesaba. Perdía terreno contra su impulso. ¡Guerrero protégeme! ¡No puedo estar perdiendo contra un niño! Pero era la verdad. El violeta de su iris estaba encendido y era todo lo que podía ver. Paso lateral, estocada, zancada, bloqueo. El sudor le corría por la espalda mientras intentaba no dejarse aplastar. No le daba tiempo a nada más que a defenderse. El escudo le volvió a impactar desde la izquierda, así de cerca ya estaban, cuando Magor barrió con el extremo delantero de su espada sus piernas. Nada pudo detener su caída al fango. Entonces vio su fin. Maegor, habiéndose librado de su escudo, usó sus dos manos para sostener la empuñadura de la espada. Su arco fue más amplio. De haberse estado de pie lo hubiera contrarrestado pero no lo estaba. Solo podía ver descendiendo lentamente el tajazo. Le iba iba a arrancar la cabeza. Por suerte esto era sólo una práctica. Porque la colisión, lanzada a l altura de su hombro, la sintió subir y bajar por su brazo. El empuje lo revolcó en el húmedo suelo. Su armadura embarrada por todas partes. De ser esta una pelea real estaría decapitado. El silencio en el patio se lo confirmó.
Eres un monstruo. - se le escapó de la boca. Apenas un mocoso de la edad de sus sobrinos y ya era capaz de esto. ¿Cómo sería cuando creciera? Sería una amenaza para cualquiera que se interpusiera en su camino o lo hiciera enfadar. Si lo que dijo lo molestó, no hubo evidencia de ello. Su cara tenía la misma expresión de menosprecio que había llevado mientras derrotaba a sus parientes - ¡¿Te crees mejor que todos nosotros?! ¡¿Eh?! - habían enviado a su pobre hermanita con este animal.
Maegor bufó, para entonces ya comprendía que esto era la mitad de su vocabulario - No me creo. Algunos pueden mejorar y algunos no. Algunos tienen potencial. Lo que si sé es que soy mejor que tú. - y lo dejó en el piso. Un sirviente lo esperaba con un paquete envuelto que dejó caer de sus manos. Ya retirándose una voz detuvo a todos en donde estaban. El rey acudía desde otra esquina hacia el terreno.
¡Maegor! - Aegon el Conquistador se escuchaba furioso - ¿Se puede saber que es esto?
Padre. - el príncipe sonó entre orgulloso y desconfiado - Estaba en medio de un combate de entrenamiento y he vencido a lord Hightower, un caballero. - señaló su armadura de los Hijos del Guerrero.
Puedo verlo. - no había alegría en su tono, solo desaprobación - ¡Qué admirable demostración de fuerza! Pero... ¿qué ganas con ella? ¡¿Dime?! - Maegor saltó como si hubiera sido azotado - Morgan es tu cuñado y lo estás tratando de esa forma. ¿Como se te ocurre?
- Solo era entrenamiento, pa...
¡No me contestes! No tienes ningún derecho de tratarlo así. ¿Quién crees que eres? Humillando a un aliado de esa forma en vez de estrechar lazos con él. No eres más que un niño agresivo con una espada. Es por eso que todos prefieren mantenerse alejados de ti. - Maegor miró a su alrededor. Los rostros estaban en su mayoría llenos de desaprobación. Incluso rechazo abierto. Eres un monstruo, Morgan había dicho. Ortiga le había contado lo mismo. Que en un futuro todos lo verían así. No lo había querido creer. Incapaz de soportar lo que su padre le decía y aún más aterrado de ver el reproche desde el pasillo donde andaban sus novias, bajo la cabeza. No pudo evitar abrir y cerrar los puños en medio del castigo verbal que recibía - Siempre te portas de esa forma, comportándose como un salvaje sin modales en vez de un niño educado con lo mejor de lo mejor. ¿Por qué eres así? ¿Acaso tú madre no te crió bien? ¿Por qué no puedes ser como tú hermano? Aenys es popular y educado, encanta a todos a su alrededor. No como tú. Actúas como un animal rabioso la mitad del tiempo, sin control y sin diplomacia. ¿Piensas que así gobernarás correctamente Rocadragón? Ser un Señor es más que saber empuñar una espada y menos humillar a la gente por debajo de ti. - el rey se inclinó más cerca de él. Ni un murmullo interrumpía sus palabras, solo un rugido a lo lejos - Esto no es un regaño, príncipe Maegor, es una enseñanza. No todo en la vida se gana con fuerza bruta, tienes que aprender paciencia, madurez e inteligencia. Pero quizás no tengas la capacidad para entender eso. - bufó, tan parecido a sus propios gestos que Maegor se retorció por dentro. ¿Quizás estaba a destinado a ser una versión defectuosa de su padre? - Ya eres mayor para seguir con tu comportamiento inmaduro. Pronto estarás cargado de responsabilidades. ¿Tendrás realmente lo que se necesita para gobernar con justicia?
Su padre volvió a estar recto. Su crítica concluida con su silencio. Sin querer presenciar la condena que habría en los rostros de todos, incluso del más humilde servidor, Maegor se marchó corriendo. Su madre siempre le había dicho que era indigno de un príncipe correr, pero no podía permanecer acá, después de esto no podría caer más bajo.
Cuando salía por una puerta en su carrera, Ceryse se acercó al rey y a su hermano, que había presenciado la conversación de cerca.
Gracias por defender a mi hermano, Majestad. - Ceryse se inclinó en una graciosa y elegante reverencia. Con estas palabras Aegon demostraba que pesé a su regalo, su hijo menor no estaba en su gracia, y puede que cubriera la vergonzosa derrota de su hermano. Todos hablarían de lo que el rey pensaba del príncipe y no de como Morgan había perdido, esperaba.
Aegon la miró de reojo - No te preocupes Ceryse. Mi hijo debe aprender a comportarse y me encargaré personalmente de que se haga. - los bramido de un dragón se escuchaban más cercanos. Aegon miró hacia atrás. La nueva jinete tenía la mirada negra que había tenido la noche anterior, centrada en él. Su rostro estaba desprovisto de toda emoción, pálido y quieto, pero sus manos se aferraban en garras al muro desde donde se asomaba. Separados por la distancia, se notaba que la joven disentía de su forma de actuar y no estaba dispuesta a respaldar sus acciones. Cuando su dragón apareció sobre sus cabezas, girando alrededor de la torre, ella se marchó. Desde una estancia diferente, sin ninguna cercanía y en un pasillo superior, su obligación de inclinarse ante él era ínfima, siendo este ambiente menos formal. Aún así el mensaje estaba claro, no le importaba su posición política o le interesaba ganar su favor. Rey o no, desaprobaba su comportamiento y no temía darselo a conocer. Puede que tuviera que tener más cuidado, alguien sin ambición de poder era tan peligroso como alguien codicioso, más si tenía la fuerza para respaldarla. Tan acostumbrado estaba a ser ciegamente obedecido, que no esperó encontrarse con alguien que todavía tuviera conciencia. Ojalá la maldición de anoche estuviera equivocada y no fuera esta chica una nueva Visenya.
Esperemos que mi esposa tampoco se enteré de esto, pensó con una mueca. Ya estaban en malos términos, pero una cosa era eso y otra era echarle leña al fuego. ¿Cuáles son las probabilidades de que Visenya descubra lo que pasó? Pues estaban en su contra. Quizás era él el que tendría que aprender a practicar algo de autocontrol.
Marchado Aegon con su Guardia Real a rastras, el movimiento regresó poco a poco al patio. La mayoría discutía la actitud del monarca con su hijo menor. Era claro que no se oponía a desairar al segundo príncipe en público. Los rumores de cómo era dejado de lado en comparación a su hermano no podían ser ignorados aunque muchos no esperaron enfrentarse a esto de forma tan obvia. Era mejor respaldar las acciones del rey si se quería ganar una recompensa o demostrar lealtad. Apoyar al príncipe humillado, no importa su cercanía a través de él a la familia real, era riesgosos y no ayudaba a los interesados en beneficiarse de la Corona.
El príncipe no nos servirá para acercarnos al rey. - dijo Ceryse a su hermano que negaba la cabeza asustado ante su proceso de pensamiento. Ella ya estaba en la familia real, pero el verdadero poder residía en el trono. Si ella quería seguir escalando en posición, un príncipe Targaryen desfavorecido y sin dragón no la ayudaría mucho. Quien sabe como la reina Visenya presionó al rey para entregarle la Fortaleza ancestral de su familia, pero era claro que no fue un acto de amor paternal. Lo lamentaba un poco por su joven esposo pero si quería ganarse el favor de Aegon tendría que mantener una distancia de él. Al fin, era solo un príncipe segundario para el asiento desde donde se gobernaban los siete reinos.
Chapter 13: El héroe del día
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Así que aquí estabas. Se ve un rincón muy cómodo y apartado. - explicó Ortiga mientras bajaba a su repisa. Descendía por unos escalones de piedra que quizás fueran un camino secreto hacia el agua desde la torre tras ellos. Desde este punto se podía apreciar el mar abierto a la vez que se mantenía fuera de la observación de las murallas - ¿Puedes compartirlo?
¿Cómo me encontraste? - dijo Maegor sin responder. Sentado en el suelo de roca, con un paquete apretado contra su pecho, no despegó su vista del horizonte.
Tengo ojos en el cielo. - señaló al Ladrón de Ovejas que volaba alrededor de la bahía. Sus rugidos se habían calmado ya, junto con su furia, pero los barcos no se atrevían a cruzarse a su paso y permanecían atados a la desembocadura del río - Na, mentira. Te seguí cuando saliste corriendo. Solo tuve que preguntar que dirección había tomado tu linda cabecita a las personas que pasaban por ahí. Cuando saliste de las murallas externas y no llegaste a los muelles para salir de la isla solo tuve que rastrear el camino más obvio y ¡Aquí estás! - dudó - ¿Estas bien amigo? - no se atrevía a llamarlo mocoso, no después de como había sido tratado por su padre. Maldito cabrón. ¿Qué fue eso? ¿Por qué lo trató así? A su propio hijo. Ortiga estuvo a punto de gritarle como una verdulera pero hizo acopio de toda la paciencia que tenía, y la que no tenía también, para evitarlo. Gritarle a un noble podía ser mortal para un niño de la calle. Ella no era ya eso, como Aegon no era un simple noble. Era el puto rey y jinete de una pesadilla viviente. Eso no saldría bien y por lo que acababa de ver, Maegor necesitaba todo el apoyo que pudiera obtener de ella.
No debí salir corriendo. - Maegor ignoró su pregunta - Es indigno de un príncipe. No debería actuar así.
Pues que bueno que sean los príncipes los que no deben correr y no las princesas. - se puso su mano en el pecho y dramatizó ser elegante de la forma más exagerada que pudo - Porque yo corrí tras de ti como si me persiguieran cobradores de deudas y la guardia de la ciudad combinados.
Se burló un poco pero no consiguió sacar de él una de sus sonrisas maliciosas.
Mira, soy analfabeta y no se mucho de política, por lo tanto no tengo idea de que pasó allá atrás pero... - Ortiga lo miró de frente - No hicistes nada malo. Era un enfrentamiento y te enfrentaste a él. El caballero intentó molestarte pero no reaccionastes como quiso. Aprovechaste que se confió y lo venciste. Tu padre debería haberte felicitado. Además... - le dio su sonrisa más abierta - El Hightower andaba buscando problemas y los encontró. Y de paso le pateaste el culo. - sus palabras estaban cargadas de admiración - De donde yo vengo eso es poesía, amigo.
¿Tú crees? - la comisura de su labio se elevó un poco antes de bajar de nuevo. Se miró sus manos, manos que no parecían las de un niño de su edad - Ortiga, ¿tú crees que soy un monstruo?
¿Tú? No. ¿Por qué? - se sentó a su lado, desparratada. Ser delicada no formaba parte de su naturaleza y aquí solos ¿por qué fingir lo contrario?
- ¿Ni siquiera sabiendo lo que voy a hacer en el futuro?
Maegor, no has hecho nada todavía, por lo tanto todavía no eres un monstruo. Y yo estoy acá para evitar que eso suceda. - lo agarró por la parte posterior del cuello, a la mierda los modales cortesanos y como se suponía que debía comportarse una dama, y acercó su cabeza a la suya - Escuchame fuerte y escuchame claro. No eres un monstruo, ni nada de lo que sea que te dijeron ahí. Y si no quieres, no te transformaras en tal cosa. Ignora a aquellos que dicen que vas a ser. Ellos mienten y si los escuchas, todos te arrastrarán hacia abajo. ¿No me crees?
Maegor asintió, después negó y luego mostró duda.
Maegor, toda mi vida me dijeron que sería una puta. Incluso mi madre. Los mande a todos a los siete infiernos a podrirse. - habló nariz con nariz - Usé sus palabras como impulso. Mientras más me lo decían más dispuesta estaba yo a probar que estaban equivocados. Y mirame a donde llegué. - se señaló - Una bastarda como jinete de dragón, y ahora una jodida princesa. No estoy segura de cómo termine aquí, pero acá estoy. Y puedo jurarte de que no soy la mitad de talentosa que tú, maldito genio. - le intentó hacer cosquillas que para su asombro funcionaron, una risa relajada y alegre se le escapó. Maldición, si que era bonito cuando se dejaba llevar - Derrotando a un caballero con apenas trece años. ¿Como puedes ser tan increíble?
Maegor apoyó su cabeza contra su hombro mientras se calmaba de su cosquilludo ataque. Un suspiro más tranquilo salió de él. Una suave brisa del norte calmaba cualquier molestia causada por él calor. De repente, pareció recordar algo.
- Ortiga, ten. Conseguí esto para ti.
A ver ¿qué es? - recibió de él el paquete entre sus brazos. Al desenredarlo encontró una algo sucia capa de terciopelo marrón - Maegor, ¿cuando la conseguiste? ¿De dónde la sacaste?
Se encogió de hombros - Cuando busque mi equipamiento le ordené a alguien que me la trajeran. Soy un príncipe y puedo hacer muchas cosas con chasquear mis dedos. - explicó con orgullo.
A Ortiga se le llenaron los ojos de lágrimas. La capa que le dio su padre estaba de regreso en sus manos - ¡Mi héroe! - a la mierda con todo. Lo acercó y le dio un beso de verdad en los labios.
Maegor se separó de ella con desagrado, usando un brazo para lograr distancia mientras con el otro se restregaba sus labios - Puaghhh, que asco. ¿Por qué hicistes eso? - arrugó la nariz.
Ella no podía dejar de sollozar. Tonto como era, este era uno de sus tesoros - Muchas gracias Maegor, no sabes lo que has hecho por mí.
No es para tanto. - sus ojos no eran capaces de encontrarse con ella - Solo se lo pedí a un sirviente. Cualquiera lo hubiera podido hacer.
No creo que nadie en esta Fortaleza me quiera obedecer. Pero lo que vale es que te acordaste. - se controló e intentó lucir sabia y madura - Entonces, un acto heroico merece un premio igual de valioso. ¿Qué me dices si vamos a dar una vuelta en mi dragón? - la miró con emoción - Tú estas aquí, yo estoy aquí, mi dragón está aquí. - señaló a la bestia volando alrededor de la bahía - ¡Busquemos un cinturón de montar y hagámoslo!
La idea de un paseo por el cielo lo animó al instante. Se levantó enseguida y regresaron hacia la fortaleza a sus espaldas.
Solo espero no encontrarme con el dragón de tu padre. - Ortiga no pudo evitar quejarse - Es demasiado negro y da demasiado miedo.
Maegor la miró como si estuviera loca - Su título es el Terror Negro. ¿Qué esperabas?
- Pues que no fuera tan negro, terrorífico y caliente. Pensé que me iba a quemar solo por estar cerca de él.
- ¿Cómo que caliente? Balerion es igual de cálido que el resto de los dragones.
Ortiga se quedó pensando en ello mientras regresaban a sus habitaciones. ¿Cómo que igual de cálido que los demás? Casi se cocina viva a su sombra. El dragón era un maldito horno en comparación con los otros. Eso no podía ser normal.
Lo que tampoco debía ser normal es como Maegor recorrió todo el camino de regreso a sus habitaciones sin preguntar ni perderse. Luego de doblar por los múltiples pasillos un par de ocasiones ella no tenía idea de donde estaban. Él, luego de recorrer el trayecto una o dos veces, ya lo reconocía. Vaya memoria.
Estando en sus aposentos, mientras ambos se colocaban sus cinturones, fue que apareció Ceryse.
¿Se puede saber dónde estaban? - solo entonces observó sus ropas, ambos con sus jubones negros con hilados en rojo, solo que le habían agregados anchas bandas de cinturón con múltiples enganches. Lo único que diferenciaba a los dos esposos era el color de sus cinturones, negro para uno y marrón para la otra, y el anillo de plata sobre la cabeza de Maegor - ¿Se puede saber a dónde piensan que van? Ya hay Lords esperando entregar sus regalos y ser formalmente presentados a usted, princesa Orthyras. - se fijó en joven marido - Ya has avergonzado lo suficiente a este matrimonio el día de hoy. Luego de quedar mal ante el rey, - Maegor se puso rígido y Ortiga no podía creer que lo culpará. Bueno, el tipo con el que el príncipe peleó era su hermano, pero fue él quien se buscó ser derrotado de esa forma. Intentó ofender a Maegor para que perdiera el control y como lo arrastraron por el piso ¿es culpa de Maegor? - ¿piensa quedar mal con los nobles también?
Maegor apretó los dientes, para nada emocionado con la idea de una reunión formal con presentaciones de la mayoría de los nobles que acudieron a su boda y menos aún por las recriminaciones de su esposa.
Oh, vamos. Estábamos a punto de salir. - dijo Ortiga - ¿No puedes ir solo tú?
No. Princesa Orthyras, no se como se hacen las cosas de donde usted viene pero en Poniente respetamos las formalidades y lo que es correcto - se puso más erguida - es que todos los novios acudan a recibir regalos y buenos deseos de los Lords que se presentan.
Mirando a su esposo falso que parecía resignado, y bastante irritado, tuvo que conceder - Bien. Vayamos a esa entrega tuya de buenos regalos, deseos, lo que sea. - Total, cuanto podía durar.
Horas después se arrepintió profundamente de no haber escapado cuando pudo de la dichosa ceremonia. Uno tras otro, lords de todo el continente fueron presentándose con sus regalos y alguna que otra palabra. Demasiados nombres y sigilos que no reconocía y de los cuales no tenía la esperanza de acordarse. Tedioso era poco para describir esta basura de cortesía y competencia por quien daba el regalo más caro. Joyas, telas, adornos, símbolos religiosos. Un libro aquí y allá, gracias al pensamiento algo original de algunas personas, no importaba que no supiera leer. Alguna que otra especia fina. Pero ¿a quién carajo se le ocurrió la brillante idea de armas enjoyadas? Esas cosas no servían para la defensa. Para lo que si servían era para que te asaltaran en medio de la calle. Esas eran guardar o vender ¿Verdad? Nadie podía usarlas en la vida real. Imposible.
También tenía que agradecer la inteligencia de Ceryse de tener sillas para el procedimiento, porque a estas alturas estaría agotada de estar de pie. Otra cosa sumamente extraña era el comportamiento de los mismos Lords con ellos. Quitando a los que le dijeron que eran del Dominio, propensos a alargar a la dama Hightower, la mayoría pareció centrarse en ella en vez del príncipe e incluso Ceryse. Al principio pensó que se lo imaginaba pero no. Pensó que era por como estaban vestidos, ellos de una forma y Ceryse de otra. El negro y rojo contrastando con el verde de Ceryse. La dama Hightower se presentaba con un delicado vestido verde musgo con múltiples torres adornando el dobladillo y un recientemente entregado collar de zafiros, otorgado por el Señor de Tarth. Cuando lo mostró, sus ojos le brillaron y Ortiga la empujó a ponerse la prenda. Si ella no hubiera aparecido todos los regalos hubieran sido suyos. Ella podría haber robado en ocasiones pero ¿tomar los regalos de una novia? Nunca había caído tan bajo. Por eso planeaba darle los aretes que le fueron ofrecidos por el mismo lord. Al final, los Señores se presentaban con un regalo principal y otros de complemento, quizás para no decir que dejaron sin nada a una de las novias. Eso seguía sin explicar porque se concentraban tanto en ella.
Al único al que se atrevía a preguntar por esto era a Maegor a su lado. Se inclinó lo más discreta que pudo ante él y preguntó.
- ¿Por qué está gente me está haciendo tanto caso a mi y no a ti? Se que soy nueva y nadie me conoce, pero ¿no deberían estar intentando besarte el trasero? Eres el príncipe después de todo.
Lo dijo lo más bajo posible. No queriendo que nadie supiera lo realmente desconectada que estaba del comportamiento que debería ser típico de la realeza. Ceryse, al otro lado de Maegor, de seguro sabría más. Pero aunque tenía planeado llevarse bien con ella, el secreto de su nacimiento era algo que mejor guardaba con Visenya y Maegor que ya lo conocían.
Maegor se encogió de hombros - No creo que sea muy popular. Siendo el segundo príncipe mi padre no ha tenido mucho tiempo para mí. - se removió en su lugar - Mi madre tampoco le agrada mucho y siempre me ha mantenido con ella, así que nunca he formado parte de su Corte. - se rascó el cuello - Supongo que eso, sumado a lo que me dijo esta mañana les hace pensar que no gozo de su favor.
Y lo que el rey quiere todos se lo dan, aunque sea tratarte así. - dijo Ortiga con un poco de rencor. Maegor desvió la vista y ignoró su comentario.
- Quizás crean que se me otorgó Rocadragón solo para complacerte.
¡¿Qué?! - preguntó tan alto que Ceryse la miró fijamente - Rocadragón es tuyo porque eres su hijo. Eso a mí no me involucra. - susurró.
Maegor empezó a golpear suave y constante su mano contra su pierna mientras explicaba - Mi padre no tenía planeado darme Rocadragón tan pronto. - o nunca considerando que pertenecía al príncipe heredero desde los tiempos de Aenys - El hecho de que me lo haya dado por mi boda y el título que te dio significa que quiere asegurar tu lealtad. Como una nueva jinete - dudó - supongo que tu eres el poder en potencia, no yo.
- ¡Mierda! Esto suena a más complicaciones para mí.
Inmersos en su conversación, se perdieron la presentación de un invitado lo suficiente importante como para que se atreviera llamar su atención aclararándose la voz. Maegor pareció reconocerlo, todo movimiento se detuvo, y Ceryse actuó deferente con él. Era un hombre alto y fornido, más grande que Aegon, pero eso era todo lo llamativo en él. De cabello oscuro y ojos negros, sus rasgos no destacaban demasiado. Su sigilo era para ella lo mismo que las letras, dibujos al azar que no transmitían nada. Parado firme, con sus brazos detrás de él, solo dio una señal para que un inmenso baúl de madera oscura fuera colocado por dos lacayos a sus pies.
He escuchado que te gustan bastante los combates muchacho, - vaya, Maegor no lucía molesto por la cercanía. Así que debía conocerlo bien, y todavía más importante, le caía mejor - así que espero que mi regalo sea de tu agrado.
Maegor se abalanzó sobre el cofre, para sacar de él un gran escudo de acero contrachapado. El dragón rojo de los Targaryen estampado en él con mucha escritura labrada adornando sus bordes. Se veía bastante resistente y a diferencia de otros presentes, Maegor si podía usarlo en la práctica.
¿Son protecciones en valyrio? - el príncipe deslizó su mano por las letras. Ortiga ni siquiera se había dado cuenta de que estaban en otro idioma.
Sí muchacho, - el hombre asintió feliz - yo mismo las escribí para ti y mandé al artesano a agregarlas. - después de ver al joven esposo bastante contento con su ofrenda puso su vista sobre Ortiga. Se acercó con una cara seria y extendió ante ella su brazo, como para intercambiar el apretón de manos. Entonces se dio cuenta de que le faltaba parte de la extremidad. Ah bueno, modales son modales. Así que apretó lo que le ofreció y lo sacudió con energía. Todos parecieron contener la respiración. El hombretón estaba pasmado. Hasta el hijo menor de Aegon, no precisamente el mejor en formas educadas, la miró boquiabierto.
¡¿Qué?! - dijo sin soltar la mano, bueno el brazo - Es solo un muñón, gente. No es contagioso ni nada.
El lord desconocido abrió bien los ojos hasta que soltó una risa que parecía más bien un bramido. No dudo en acercarla a su pecho con su brazo incompleto y despeinarla con el otro con alegría - ¡Eres una pilla irreverente! ¿No es cierto, Visenya? - la reina que había entrado silenciosa tras él solo asintió antes de colocarse al lado de los novios. Con ojeras profundas, parecía que no se había atrevido a dormir en el hogar de sus nuevos parientes políticos, quizás temiendo represalias por su aparición sorpresa con Ortiga. Como Visenya no actuaba nada alerta por el tratamiento del Gran Lord hacia ella, asumió que estaba bien - ¿Sabes qué? Escuché lo que dijo Aegon de ser la muchacha acogida en otra Casa. Si no es molestia, me encantaría ofrecer la mía, Vis.
Estaría encantada, Orys. - la reina no mentía. Había en su rostro una sonrisa de complacencia. Esperen ¿Orys como Orys Baratheon de Bastión de Tormentas? ¿Él de los cuentos?
Bueno, disculpen. ¿Podrian prestarnos atención? - más que pedir, una voz algo chillona interrumpió y exigió que se concentrarán en ella. Solo conocía a una persona que se creería lo suficiente importante como para interrumpir a la reina y un Gran Señor. Efectivamente ahí estaba Alyssa Velaryon, con un delicado vestido azul, siguiendo el consejo de sencillez de Aegon y un tocado alto envuelto en una red con perlas. Aenys se encontraba tras ella algo avergonzado, con túnicas de un suave púrpura y su anillo de oro adornando su cabeza - Nos gustaría presentar nuestro regalo a la nueva pareja. Oh - se colocó de forma delicada la mano sobre la boca y parpadeó inocente - no creo que esa sea la palabra.
Todos los novios, e incluso la reina y Lord Baratheon fruncieron el ceño. A Alyssa no le importaba. Segundones todos. Incluso Orys. Era un secreto a voces que era el hermano bastardo de Aegon y la razón por la que su familia no era considerada la segunda familia del reino. Siempre interponiéndose entre los Velaryon y la mayor proximidad al trono. Su padre lo detestaba. Para empeorar todo, ya era bastante ofensivo que no se hubieran inclinado en reverencia ante ella y Aenys, de mayor estatus que la mayoría de las personas en la habitación. La llegada de la reina, justo frente a ellos y como no exigió dicho trato, liberó a todos de presentarles los respetos adecuados.
Será un placer recibir su regalo, Alteza, lady Alyssa - habló Ceryse, siempre política, con solo una pequeña inclinación de su cabeza.
Aenys mostró entonces una pequeña y delicada caja que traía entre manos.
Espero que nos disculpen, pero la nueva y sorpresiva novia nos impidió preparar un regalo para ambas. - la mayoría de los nobles se aparecieron con regalos de acompañamiento para agasajar a la "otra novia" a la que no correspondió el regalo principal, pero ninguno se atrevió a hacer alarde de no estar preparados - Con esto, el príncipe heredero y yo queremos mostrar este presente para fortalecer nuestros lazos y mostrarle a la nueva... relación, el respeto que se merecen. - ante sus palabras Aenys abrió la caja mostrando una hermosa tiara de plata con múltiples piedras preciosas encajadas en ella. No era uno de los anillos sencillos como los de los príncipes pero tampoco extravagante, aunque las redondas amatistas indudablemente subirían su valor - Espero que nuestro regalo sea interpretado como una muestra de nuestros verdaderos sentimientos por ustedes.
Plata y no oro para la familia del segundo príncipe, tal y como el anillo que el mismo Maegor llevaba sobre su cabeza. Siempre por detrás. Esperaba que cada vez que la esposa que se quedará con la corona la viera, recordará su lugar. Ceryse fue la única que pareció notarlo y empujó de forma discreta a la segunda novia a tomar la costosa joya. Su elevado precio ya se pagaba solo con saber que sería una espina constante en el pensamiento de su dueña. Orthyras tomó la delicada pieza en sus manos y la colocó sobre su cabeza sin pensar. Alyssa se alteró.
¡¿Pero qué crees que haces?! ¿Cómo te atreves a llevar una corona sobre tí? - eso estaba reservado solo para la familia real de sangre. Ni siquiera ella, como esposa del heredero podía llevar una. Tenía que aguantarse hasta ser reina - ¿No sabes que solo la realeza puede usarlas?
Oh. No se enteró, lady Alyssa. - Visenya habló relamiéndose, disfrutando como nunca de la situación - Mi querida nuera fue declarada anoche princesa Targaryen para honrar su lealtad para con su nueva familia. - Visenya acarició el pelo de Ortiga, todavía atrapada en el pecho de Orys.
Alyssa la miró como si se hubiera cometido el mayor de los crímenes ante ella. La muchacha con su cabello despeinado y sin remedio, vestida con un jubon semejante al de su marido, portaba como él un anillo de plata que ella misma le había entregado. ¿Princesa? ¿Ella?
La cicatrizada mujer, claramente confiada de la posición a la que había logrado escalar, tuvo incluso el valor de preguntar - Espera, ¿pretendías entregar un regalo que nunca fuéramos capaces de usar?
La vocalización de sorpresa de Aenys fue tan espontánea que nadie dudó de ella. Aún así, las reacciones de las personas de la sala fueron como mínimo acusadoras. Maegor enrojeció. La reina y Orys fruncieron el ceño de forma parecida, solo diferenciados por el espesor de sus cejas y Ceryse mantuvo una expresión helada.
Oh, no, no. - su esposo, siempre buscando no quedar mal con nadie, habló - Nunca se nos ocurrió pensar en eso. Ni mi Alyssa ni yo nos dimos cuenta. ¿Cómo podríamos hacerle eso a la nueva pareja, parejas de mi hermano? ¿Verdad, querida?
Alyssa tuvo que morderse los labios para no estallar cuando asintió. No se atrevía a abrir la boca o maldeciría como un marinero estafado en los astilleros. ¿Esa rata descuidada declarada princesa? ¿Cómo había pasado esto? ¿Por qué nadie se lo contó? Esto era malo, esto era muy malo tanto para ella como para Aenys. Solo que él, siempre confiado, no se daba cuenta.
Lamentamos no habernos dado cuenta del error de nuestro regalo, lady Ceryse. Afortunadamente la declaración de mi padre con su otra novia, evitó que fuera de alguna manera ofensivo. ¿No es así? - no había evitado nada, era la intención lo que contaba y lo que quería transmitir Alyssa estaba muy claro.
Arrastrando arrepentido a su esposa tras de sí y a solo unos instantes después de cruzar la puerta, una voz tan aguda que hizo que Maegor se estremeciera gritó - ¡Porque nadie me dijo que fue declarada princesa!
Esa caballito de mar actúa como si la heredera del trono fuera ella. - Orys resopló poco impresionado.
Sí, - Visenya admitió - pero esa, es responsabilidad de Aegon, no mía. Tan preocupado esta mi hermanito por las amenazas externas que no se da cuenta de los problemas que se gestan en su seno. Pero bueno, eso lo tendrá que resolver él solito si quiere ver prosperar a su preciosa dinastía. - casi escupió antes de serenarse.
Orys soltó a Ortiga de entre sus brazos para mirar a Visenya de forma sospechosa. La reina no hizo caso a esto y llamó a tres sirvientes para que trajeran sus regalos.
Tres novios merecen tener tres regalos para cada uno. Regalos destinados solo a ellos y que encajen con lo que son. - presentó para Maegor una nueva funda para su espada - Hermana Oscura pasó de mis manos a las tuyas hijo mío, tiene sentido que sea también yo quien te de una nueva funda para ella. - acaricio su cabello, no olvidando su promesa de intentar ser más cercana a él, que su deseo de que estuviera siempre listo y protegido se cumpliera - Y para las novias de mis hijas he traído un libro para cada una. Una breve historia de los Targaryen antes y después del Siglo Sangriento para la princesa Orthyras, para que conozca de donde viene su nueva familia - te entregó la historia de tu propio linaje, quiso decir - y una antigua y muy bien conservada copia de La Estrella de las Siete Puntas para lady Ceryse, para que puedas transmitir tu vínculo con la Fé a tus descendientes. - si es que tenía. El libro no era más que un molesto regalo de Edmyn Tully, de cuando fue Mano del Rey e intentó ganarse su favor. Algo lo suficientemente viejo y valioso para que fuera un desperdicio deshacerse de él pero que Visenya prefería no ver más.
Aplicaba para dicha novia. Ella ya se había enterado del incidente de esta mañana y no estaba feliz. Cuando vio al Ladrón de Ovejas sobrevolar el Faro, rugiente y alterado, se dio cuenta de que algo estaba mal. Antes de que llegará hasta aquí, cinco personas diferentes le contaron todo lo que había pasado con lujo de detalles, y eso que no contaba a sus propios espías. Parece que a su hermano - esposo no había creído del todo sus palabras. Eso cambiaría pronto.
Me retiró y los dejaré disfrutando del evento. - quería reírse del desagrado que mostraron tanto Ortiga como Maegor. La chica al menos intentó ocultarlo a diferencia de su hijo, aunque no lo logró muy bien. Cuando salía de la estancia, acompañada por Orys, vio pasar a su lado al segundo hijo de los Lannister. Oh, esto sería interesante. Engreído como pocas veces había visto, el muchacho todavía actuaba como si su familia estuviera en la cúspide de su poder. Lástima que se lo perdería.
Por un momento Ortiga fue cegada por el reflejo del metal. Traía demasiado oro en el traje, algo que nunca pensó decir. Casi más oro que el de todos los regalos presentados juntos, aunque pareciera imposible. Una gabardina roja con detalles en oro e incrustaciones en topacio se encontraba por encima de una túnica de terciopelo rojo, de corte largo y más filigranas de oro. Atado a su cinturón y sin esconder por debajo de la ropa, traía su monedero, uno bastante lleno. Un collar de esmeraldas y monedas del precioso metal colgaba de su cuello y alcanzaba a cubrir la mitad de su pecho. Este hombre llegó para hacerle competencia a Alyssa en cuestión de vestimenta extravagante, fue en lo único que pudo pensar Ortiga. También era bastante atractivo, de cabellos dorados, ojos de un verde encendido y nariz algo ganchuda. Pero Ortiga había estado espuesta a los Targaryen y sus rasgos valyrios. No podía competir con ellos.
Presentándose con una apenas perceptible inclinación de cabeza, muy contrastante con las educadas reverencias de otros miembros de la nobleza, el hombre saludó - Buenos días, alteza, lady Ceryse, - la miró a ella con expresión algo mohina - supongo que alteza también. - tanto Maegor como Ceryse se quedaron algo rígidos ante el trato irreverente con el que acudía ante ellos. Ortiga no, ella quería ver a dónde llegaba esto - Soy Lyden Lannister. - y mostró una sonrisa altanera.
Mmmm ¿quién? - Ortiga no contuvo su lengua. Hacerse pasar por un miembro de la nobleza extranjera en una época diferente a la suya tenía sus ventajas. Todos asumían que su acento venía de otras tierras y su forma de hablar burda era resultado de no tener realmente un maestro formal del idioma. Al igual que podía fingir total desconocimiento de normas y apellidos de Poniente y tenía una escusa a la que aferrarse. Bendita sean las ideas de Visenya.
El Lannister pareció algo aturdido, pero se recuperó rápido - Soy el antiguo segundo príncipe de la Roca, hijo de Loren el Último, último rey de las Tierras del Oeste y actual Guardian del Oeste. - explicó con suficiencia.
Y eso hace de tí el... ¿qué título precisamente tienes? - hacerse la desentendido era una buena estrategia, se dijo con diversión. Quedar en ridículo era el doble de doloroso si lo hacía alguien que aparentaba ser media despistada. Eso le tenía que arder en el orgullo.
Soy el heredero de mi hermano hasta que tenga hijos legítimos, - mordió - y él es a su vez el heredero de mi padre.
¿Así que sin título? ¿Y vienes aquí y te comportas de esa manera con los que si tienen? - Ortiga hizo ese ruidito que hacen las madre que tiene que enseñar a niños berrinchudos - Creo que te faltó mucha educación en diplomacia cuando eras príncipe... ¿eh? Ceryse querida, ¿como debo referirme a él?
Puedes llamarlo simplemente por su nombre, a memos que haya sido nombrado caballero, entonces sería lo correcto nombrarlo Ser. - luego de lidiar con Alyssa, Ceryse no tenía paciencia de sobra para tratar con este presumido. Ambas lo miraron directo - Entonces, ¿usted ha sido nombrado caballero?
El ex príncipe enrojeció y Ortiga contestó - Solo Lyden Lannister ¿eh? Bueno, ¿vino a felicitarnos por la boda o a entregar un regalo, solo Lyden Lannister?
El cambio de tema lo descolocó, antes de ser sacudido - Si, vine a presentar un regalo en nombre de mi familia. - hinchó un poco el pecho - Será un regalo magnífico. Digno de la Casa más rica del reino. - no pudo evitar pavonearse - Pero debemos salir a la caballeriza para encontrarlo.
Excelente, no hagamos esperar a solo Lyden Lannister. Vamos. - Ortiga empujó suave y cordial al rubio por la puerta. Ceryse solo pensó que la chica haría lo que fuera para no seguir encerrada, aunque fuera recibiendo regalos. Cuando de repente se escuchó el sonido de trote y por la misma salida apareció una versión algo más vieja del Lannister de la habitación. Sus ropas, igual de caras, estaban un poco desajustadas, como si hubieran sido colocadas en una marcha apresurada. Su reverencia si fue más elegante y formal.
Hermano, estás aquí. - aunque intentó sonar feliz, se oía un gruñido en sus palabras - Probablemente estabas muy entusiasmado por enseñarle a sus altezas nuestro regalo y por eso no me esperaste y te adelantaste, ¿no es cierto? - colocó su brazo sobre su hombro y lo pegó a él con un empujón mal disimulado - Me presentó altezas, lady Ceryse. Ser Lyman Lannister, heredero de Roca Casterly.
¿Así que es usted el heredero de los Lannister? - preguntó Ortiga. Ante el seco asentimiento del dorado mayor, continuó - Por un momento temimos por el futuro de la Casa, si nos fijabamos en los modales de su segundo hijo. A estas alturas tenía miedo de que su regalo fuera algo así como un burro. - dijo con algo de burla.
Por los Siete, no princesa. Nuestro regalo es una hermosa yegua con su montura. Escuchamos que lady Ceryse le encanta salir a trotar por las afueras de la ciudad, así que planeamos el regalo en consecuencia. - se aclaró enseguida - Por supuesto también preparamos un presente para usted con los orfebres de la ciudad.
Oh, no se preocupe. Primero vamos a ver el regalo de Lady Ceryse. - como Maegor no ofreció su brazo a ninguna de sus esposas, fueron los Lannister los que lo hicieron. Ortiga rechazó y permaneció junto al príncipe mientras Ceryse aceptó. Ellos guiaron el camino hacia los establos, a la vez que explicaban a la dama Hightower las características de su nueva montura. Como ella y Maegor se quedaron atrás en una curva, aprovechó para empujar al Targaryen a un lado.
Esta es nuestra oportunidad de escapar. - se aseguró de que no hubiera nadie alrededor - ¿Alguna idea de cómo dirigirnos a la muralla exterior?
- ¿Qué?
Maegor, mirame. - dudo antes de sostener un poco la mirada - ¿Prefieres seguir atrapado recibiendo a Lords y lo que traen o prefieres salir a volar en dragón? - la respuesta era clara para los dos - Lo único que lamento es no poder ver la cara de ese maldito Lannister cuando se de cuenta. Lo que le hice le va a doler por largo rato a ese imbécil.
¿Qué cosa? - a la pregunta de Maegor, Ortiga sacudió un monedero rojo y dorado entre sus manos, lo hizo rebotar en ellas y luego lo guardó dentro de su jubon - Ortiga, - susurró - no debiste. ¡Se dará cuenta!
¿Cómo? - se apoyó ella en su hombro - No sospechará de mí y si lo hace, ¿qué va a hacer? ¿Va a decir que una princesa le robó un par de monedas? Nadie se lo creerá y su familia aún menos. No después de esa jugada que hizo hoy. - le enseñó una sonrisa malvada - Solo nos desharemos de la bolsa a lo lejos y adiós evidencia. - alzó una ceja - ¿No crees que se lo merecía? - cuando asintió continuó - Entonces solo disfruta. Consideralo su regalo personal para nosotros. Ahora, larguemonos de aquí antes de que Ceryse se de cuenta que faltamos. - y usando la memoria prodigiosa de Maegor, los dos príncipes escaparon de recibir más regalos.
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Vengo a una audiencia con el rey, así que todos se pueden largar. - las palabras de Visenya motivaron a la mitad de los presentes a irse, la otra mitad esperó que el rey negará la imposición de la reina. Pobres ilusos. Cuando Vis andaba así, lo mejor era apartarse de su camino o aceptar las consecuencias. Apenas las puertas de la estancia se abrieron, su hermana rugió un - Fuera - y conociéndola como la conocían, algunos miembros de la Guardia Real se encargaron de alejar a los cortesanos demasiado interesados en lo que se iba a discutir.
Visenya, - Aegon en vez de corregirla suspiró, y eso le dijo a Orys que era culpable de lo que fuera que tenía a su hermana así - preferiría que no tratarás de esa forma a mis nobles. Las formalidad son n...
El gobernante de Poniente se paralizó ante la visión que tenía. Los dos Guardias Reales que protegían al rey, los gemelos Gregor y Griffith Goode si no se equivocaba, sostenían sus manos sobre las empuñaduras de sus espadas. Conocían suficientemente bien a Visenya, ¡Por todos los dioses! ella los había elegido personalmente para custodiar a Aegon, como para saber que desenvainar se convertiría en una pelea a muerte con ella. Su lealtad se debía al monarca pero había sido su esposa quien fundó su orden, los escogió y luego se encargó de sus prácticas y entrenamientos. No existía nadie más leal al Conquistador que ella misma, y aún así, ella temblaba mientras intentaba contenerse para no sacar su propia arma de su funda. La tirantez en su cuerpo, su postura inclinada preparada para el enfrentamiento, le hablaban de las intenciones para nada benignas que poseía. ¿Qué había hecho su hermano para lograr esto? ¿Cómo la había jodido tanto?
Todos guarden las armas, - exigió - puede que porten coronas pero solo es una riña entre hermanos. - los hombres dudaron. Orys se habia alejado mucho tiempo de la Corte de Desembarco y suponía que sentían que su autoridad no valía tanto ya en materia de los reyes.
Obedezcan. - la voz de Aegon no permitió otra alternativa que seguir sus órdenes - Retírense.
Los Capas Blancas dudaron. Era claro que por una vez, estar encerrado con Visenya era más peligroso para el rey que seguro. Fue el mismo Orys el que cerró la puerta cuando se marcharon. Al volver hacia ellos, vio que seguían en su enfrentamiento silencioso, su hermano lucía cansado mientras que la furia se Visenya era tan clara como los fuegos de Montedragon.
Esta bien. Quiero saber. ¿Qué pasó aquí? ¡Hablen! - era muy probable que fuera el único ser vivo capaz de exigirles algo en ese tono a sus hermanos, pero la tensión en la sala comenzaba a ponerlo nervioso.
Aegon abrió la boca para hablar, luego la cerró. Cuando lo intentó de nuevo no le salieron las palabras y se conformó con restregarse la mano por el rostro.
Visenya se adelantó - ¿Qué pasa Su Majestad? - ¿Su Majestad? ¿Esto de donde salió? - ¿Tu brillante idea no suena tan brillante en voz alta? O acaso te das cuenta que te portaste como un imbécil con tu propio hijo en público. ¿En qué estabas pensando? Gritarle y humillarlo frente a toda la maldita fortaleza solo porque venció al segundo hijo de esta Casa.
- Era muy agresivo...
¡No hizo nada malo! Es apenas un puñetero niño enfrentándose a un jodido caballero y lo venció. Sin trampas ni golpes bajos. Ah, pero que el Hightower insultara al príncipe no importa ¿verdad? - su feroz hermama miró al rey con desprecio - Cualquier cosa que lo arrastré por el piso esta bien, con tal de que quedé como incompetencia y ayude a que se vea mejor tu queridísimo heredero en comparación. ¿No es cierto?
No metas a Aenys en esto. Dije que le enseñaría a tu hijo a gobernar para que se hiciera cargo adecuadamente de Rocadragon. Lo primero es enseñarle a tener conciencia. No puede ir golpeando aliados de esa forma. - se mofó de ella - Es claro que ese carácter lo sacó de ti. Sin afabilidad ni la capacidad de ser simpático. Demasiado severo y sin suavidad. - alzándose sobre ella, apenas pudo oler un leve rastro de menta, y enfadado como él estaba por el desarrollo de los eventos, no pudo evitar presionar la herida - Es por ello que todos, incluyendome, preferían a Rhaenys sobre ti. ¿Quién querría soportales a menos que se vean forzados a ello? - la inspiración de Orys tras ellos fue aguda.
¡No metas nuestra relación en esto! Si fuera por la naturaleza de sus padres entonces Aenys no sería tan amable como tanto te vanaglorias, sino que viviría para humillar y apuñalar a todos a su alrededor. - esta vez fue su oportunidad de burlarse - Y también sería incapaz de guardar fidelidad a su pareja.
Enseñandole sus dientes en un amago de sonrisa, Aegon sintió el golpe de forma cruda. Esperaba que se refiriera a las acusaciones de Visenya de cuando él y su hermana iniciaron su romance a sus espaldas y no a las burdas mentiras que circulaban en la Corte sobre su fallecida esposa. ¿Cómo se atrevía a caer tan bajo? A traer a colación tales vilezas.
- Aquí el problema fue que desbarate tu plan de entregarle Rocadragon al heredero de Aenys y ahora quieres hacer pagar a Maegor tu maldita frustración.
Orys lanzó un grito - ¿Qué planeabas hacer qué? - y lució tan escandalizado como una septa virgen abandonada dentro de un burdel. Esta vez fue él quien se enfrentó a su hermano - ¿Le ibas a quitar Rocadragon a Maegor? Aegon ¿en que estabas pensando?
Te diré en qué estaba pensando. Estaba pensando en que luego de morirse, ni yo ni mi hijo podríamos reclamar nuestro feudo de Aenys, por lo que el que considera su único hijo - puntualizó sus últimas palabras - podría darle dicho asiento a su heredero para darle más peso a su herencia y nunca tener que enfrentarse a una amenaza de nuestro lado de la familia porque no tendríamos nada. ¡Nada!
Exageras, Visenya. No se quedarían sin nada. - desacreditó lo que dijo - La Corona se haría cargo de sus necesidades. Solo que no confías...
¡Por supuesto que no confío! - la voz de la única reina sobreviviente se iba elevando - ¡Intentaste usurpar los derechos de mi hijo en mi cara! Motivado precisamente por una desconfianza. En la posibilidad de que quizás alguno de sus descendientes quisiera reclamar el derecho al trono, querías dejar a todo mi linaje sin su legítimo derecho. ¡Cuando no te correspondía!
- ¡Yo te he dado demasiado para que digas que no me correspondía! Te hice reina y te...
¡No me hicistes reina! Eso aplica sólo para las mujeres que se quedan encerradas en un castillo, a la espera de que sus maridos conquisten tierras y gloria. Yo no. - vocalizó - Yo sangré por ti y te ayude a tomar cada trozo de terreno de este continente. Si no era con las armas, era con estrategias y planes. Si tu me hiciste reina yo te hice rey. Lo único que me distes en realidad fue a Maegor, y solo lo hicistes porque creías necesitarlo. Entonces, cuando sientes que pasó su utilidad, buscas aplastarlo.
No intentaba aplastarlo. Tiene que entender lo que es correcto y lo que no. No puede tratar de menos a los hijos de ilustres familias. Debe madurar para que entienda cual es su posición en la vida. Que le corresponde hacer y que no. - la miró con desdén - Puede que si lo hubieras educado de forma correcta no tuviera yo que ser así con él. Pero siempre estás interviniendo. Siempre queriendo controlarlo todo y con un espía en el más mísero rincón donde quepa. Incluso dentro de mi misma Casa.
Visenya se burló.
¿No lo niegas? ¿El hecho de que tus ratas traicioneras recorren los pasillos de mi hogar? - a Aegon todavía le molestaba la idea - Así fue como averiguaste mi plan. Uno de mis propios leales te contó sobre cómo planeaba establecer al sucesor de Aenys como Príncipe de Rocadragon. - no tenía sentido aunque era lo único que se le ocurría. Él se había abstenido de debatir esta trama con nadie más que con su hijo.
Planeabas tomar mi Fortaleza, mía, y ¿te molestan posibles vigilantes que haya puesto por tu propia seguridad? Y con respecto a tu magnífica invención del nuevo título del príncipe heredero, nosotros teníamos que aguantaramos y ya. ¿No? Jodido imbécil. ¡Has pensado que al conocer que nos quitaban la Isla, tendríamos motivos reales para querer destruir al otro lado de la familia! - le gritó - ¡Querías dejarnos como mendigos hambrientos mientras robabas el pan de la boca! Tienes que agradecer que lo descubrí ahora y no después, así Maegor nunca tendría resentimientos contra el linaje de su hermano. Pero ¡Por los dioses verdaderos y los nuevos! Ahora te dedicas a humillar a nuestro hijo a la más pequeña escusa. ¿Esa es tu idea de educación?
- ¡Haré lo necesario para que aprenda su lugar!
Su lugar... - saboreó la frase - Tu y yo sabemos cuál era su lugar, incluso dentro de la cultura extranjera a la que tanto te aferras. - incluso con el incesto Targaryen, si Aegon hubiera seguido un ideal más ándalo, Aenys habría nacido bastardo. El hijo de la segunda mujer, e incluso dentro de la tradición valyria estaría por detrás de Maegor. Pero Aegon siempre hacía lo que se le venía en gana y todos tenían que aplaudir. Quizás era hora de seguir su ejemplo.
- Te dije que cuando pudieras enviarás a Alyssa y Aenys a Desembarco para enseñarle mis funciones. Pues eso se acabó. O vas tu a Desembarco a gobernar o mandas a Aenys, pero consideralo oficial. Dimito de mis responsabilidades como la reina. Gobierna tú o que gobierne el hijo al que consideras perfecto, pero eso ya no es problema mío. Y como vuelvas a tratar así a mi hijo... - los puños de Visenya se apretaron pero Aegon ignoró eso.
No puedes estar hablando en serio. No puedo abandonar el Progreso Real. Ya está planeado todo nuestro trayecto y las Casas nobles que nos recibirán. - cambiar de planes significaría ofenderlos. Esperaban agasajar al rey y ser agasajados con su presencia. Los recorridos servían además para fortalecer la conexión de la familia real con sus súbditos, más cuando eran vistos todavía como extranjeros de costumbres extrañas, y para recordarles el peligro de rebelarse contra ellos - Aenys es demasiado joven para realizarlo por su cuenta. - su hijo no estaba preparado, todavía necesitaba ser protegido de aquellos con segundas intenciones y enemigos encubiertos, sin contar de que aún no era capaz de infundir el respeto por el que eran tan necesarios estos viajes - Tambien esta que les prometí a los Hightower que su hija me acompañaría con Maegor durante él.
- Entonces envía a Aenys a gobernar Desembarco. Después de todo y según tú, la Corte lo adora. ¿No? Pues que la gobierne él solo.
¡No está preparado! - era la mejor opción pero aún así no se sentía correcta - Es demasiado joven e ingenuo. Cometerá errores a los que no sabrá cómo enfrentarse. El gobierno de un país no es lo mismo que encantar a una audiencia. No ha desarrollado las habilidades necesarias.
¡Pues no me importa! ¡No me importas tú! ¡No me importa el reino! ¡Y no me importa cómo se sienta! Ya terminé de soportar humillaciones para mi y mi hijo para que ustedes se ennaltezcan y finjan ser superiores. - aprovechó para devolverle sus palabras - Ya es adulto, que vaya y aprenda su lugar.
Miró de arriba a abajo al hombre por el que tanto se preocupo una vez. Apenas y recordaba si hubo un momento de su vida en el que no creyera que él era lo primero y más importante. Nunca más - Te lo dije la última vez que discutimos. No esperes que te proteja a ti y a los tuyos cuando no consideras a mi sangre tu familia. Ya no te considero la mía. Mejor reza a los dioses porque Maegor no crea lo mismo que yo y aún le guardé a su hermano un poco de lealtad para cuando venga a mí. Porque juró por las Catorce Llamas que te destruiré, Aegon Targaryen, si pienso que le has hecho daño a mi niño. - con estas palabras se retiró, asqueada de compartir con el monarca el mismo aire que respiraban.
Aegon observó entonces a Orys, apoyado en una pared como si las revelaciones fueran demasiados. Se apretaba la frente con la única mano que le quedaba antes de mirarlo fijamente - ¡Por los dioses! ¿Qué has hecho Aegon? - sintió la necesidad de masajearse las sienes. El dolor de cabeza que se avecinaba era inevitable.
Hice lo que creía que era mejor para mí linaje. - Orys lo miró como si se hubiera vestido de mujer y hubiera empezado una danza dorniense frente a él - No me mires así. Pensé que era lo correcto, pero las cosas se me han ido un poco de las manos.
- ¿Un poco? Aegon, Visenya no dudó en amenazarte. La mujer que quemaría Poniente por ti y haría de escudo humano si eso significará salvarte, esa Visenya. ¿Y piensas que has actuado "un poco" mal?
Los latido que atravesaban su cerebro aumentaban de intensidad - Esta bien, actué un poco peor que mal. Puede que necesite tu consejo.
¿El de un Gran Señor, el de una Mano o el de tu hermano? - los tres eran muy parecidos, pero la forma de entrega y su lógica eran muy diferentes.
El de un hermano, ya tengo Señores y una Mano para los otros. - Orys asintió y se acercó a él para hablar en confidencia. El puñetazo que le soltó por el estómago hizo que se doblará y cayera en el lugar.
Agradece que perdí mi mano derecha o eso te hubiera dolido más. - en el suelo y sin capacidad de respirar todavía, Aegon tuvo que estar de acuerdo. Hacía años que Orys no le tumbaba de esta forma y recordaba muy claro que podía ser peor con su mano dominante - Eso es para que saques tu cabeza de donde quieras que la tengas metida y regreses con el resto de nosotros, los mortales, a tierra. Te daré consejos como Señor, como Mano y como hermano. ¿Sabes por qué? Porque la mayoría de tus señores e incluso tu Mano son lamebotas que te dirán lo que quieras oír y no lo que tienes que oír. ¿Me entendiste?
Aegon asintió mientras Orys extendía su muñón para ayudarle. Fue a retirarlo cuando se dio cuenta, incluso una década después de perderla todavía sentía natural usar su mano de la espada. Aegon no lo permitió, se aferró a ella y la usó para levantarse. Quizás otros se burlarán de él por ser manco, pero para Aegon su apoyo valía más que unas estúpidas murmuraciones. Sin él a su lado, Aegon era el que había perdido uno de sus brazos, y ahora sin Visenya...
Ay, Aegys. ¿Cómo se te ocurren estas ideas? - negó con la cabeza - Hasta sus enemigos prefieren que Visenya este feliz a tenerla rabiosa al enfrentarse a ellos, y vienes tú y sales con esa mierda. - le dio unas palmadas en la espalda a su hermano que casi lo impulsan de regreso al piso - Pensemos entre los dos en una manera de arreglar esto. Necesitaremos todo nuestro ingenio para sacarte de este hoyo que tu mismo cavaste.
Aegon agradeció a todos los dioses, los nuevos, los viejos y los verdaderos, por esto. No era muy religioso, pero tener a su hermano de regreso a su lado se sentía casi como intervención divina. Cuanta falta le había hecho, su único amigo. Que fuera una de las pocas personas que se atrevían a escupirle la verdad y tuviera conciencia, no hacía nada para molestarle. Hace poco se había quejado de una persona que mantenía sus principios, pero con Orys no. Le doliera o no lo que le dijera, su lealtad era incuestionable y eso no tenía precio. La lealtad de Visenya valía igual y mira lo que has hecho, le dijo una pequeña vocecita, y aunque no era mentira, aún así la acalló.
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Visenya se arrastró por los pasillos entumecida y desconectada. Después de cada choque contra Aegon se sentía enferma pero nunca así, tan vacía. Como si nada tuviera sentido. Puede que sea sólo cansancio, se dijo. No había usado sus pociones para dormir desde que comenzó esta aventura. Necesitaba de todo su ingenio para actuar y planificar en consecuencia, y luego de lograr su principal cometido, no se atrevía a descansar. Incluso en su amada Isla, rodeada de gente que le debía total lealtad, su cuerpo se negaba a apagarse. Siempre podía haber alguien que mentía, que esperaba un momento de debilidad para atacar. Siendo así en el lugar donde debería estar más segura, ¿cómo podría bajar la guardia aquí? Estaba cercada por personas que la odiaban. Los Hightower eran símbolos vivientes de la Fé y también de los maestres, cada uno le causaba más indisposición que el otro. Después de traer a Ortiga a la boda de su hija, lo más probable era que le guardarán rencor.
No. Dormir estaba descartado hasta que ella volviera a casa. A su habitación desnuda, en lo alto de su torre. Donde nadie podría escalar. Donde no había ningún pasadizo oculto (había revisado una y otra vez para asegurarse y lo haría de nuevo cuando sintiera el impulso). Donde luego de trancar su puerta no habría forma de ingresar. Para que cuando cayera en el sopor de las drogas, no se encontrará vulnerable. Donde sólo podrían atormentarla sus pesadillas.
Se tambaleó contra una pared. La realidad se desdibujó para llevarla de regresó a uno de los peores días de su vida. Su padre ya había muerto y Visenya se empezaba a liberar paso a paso de las cadenas que le impuso. Su boda marcaría para ella un nuevo comienzo. El inicio de un periodo de felicidad. Libre, al fin sería libre. Y por una vez no temía sonreír, actuar más suave. No había un monstruo vigilando para destruir cualquier pequeña cosa que le alegrará la existencia y no temía compartir la algarabía de su hermana por la ceremonia. Rhaenys la ayudaba, emocionada porque cada detalle saliera a la perfección. Tonta, tan tonta. Que estúpida se sintió cuando Aegon se presentó e hizo su anuncio ante todos. Por supuesto que Rhaenys estaba tan preocupada por la boda. Esta también era su boda y todo debería ser siempre como las historias de las canciones de los bardos para la más dulce de las hijas de Aerion Targaryen. Aquella que nunca tocó con lo peor de su fealdad. Y luego se sintió doblemente estúpida. Cuando organizaron todo, se aseguró de que el vestido de su hermana fuera a semejanza del suyo. Para que no se sintiera menos. Rhae Rhae tendía a ponerse celosa por muchas cosas y a ella no le importaba compartir eso. Después de todo, Aegon sería suyo finalmente. Lo demás no importaba. Tan estúpida.
Ese día se prometió que no habrían más sorpresas y secretos para ella. Nadie la tomaría desprevenida. Un espía en cada esquina, Aegon tenía razón, ese era uno de sus principales objetivos. ¿Se imaginaría él que la motivación para ello fueron sus propias acciones? Lo dudaba. Todo lo que tenía que ver con ella era ignorado y echado a un lado por su esposo. Visenya se tambaleó, casi colapsando. Pronto tendría que reposar su cabeza sobre una almohada y recuperarse de su agotamiento. Todavía no. Primero tenía que regresar a casa. A su cuarto vacío. A su cuarto seguro.
Chapter 14: Cuando los dragones danzan en el cielo
Notes:
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Chapter Text
El agua estaba helada. El viento del norte que había empezado a soplar en estos días, traía consigo corrientes de aire frías que uno no esperaría experimentar en el Dominio durante esta estación. Aún así, Maegor se sumergió en ella junto con Ortiga. Intentando no mirar fijamente a su pecho, donde la temperatura del riachuelo y brisa fresca hacían que se le marcarán las puntas. Incluso por encima de la banda de tela en la que tenía envuelto su torso. No es correcto mirar así a una dama. No es correcto mirar así a una dama.
Había muchas veces que él no se portaba de la forma correcta, él lo sabía. Es como si hubieran reglas de comportamiento que todos conocían y nadie le había contado. Por eso, cuando su madre o sus maestros le explicaban algo, él lo intentaba seguir. Había sido su maestro de armas, ser Gawen Corbray, quien le había enseñado esto. Unos escuderos con los que entrenaba, bastante mayores que él, lo habían retado hace un par de años a ver algo interesante. Lo que encontró no había sido nada interesante. Solo unas criadas dándose un baño, pero para sus acompañantes había sido algo que los traía eufóricos. O así fue hasta que ser Gawen los descubrió. La azotaina que les dio era algo que nunca olvidaría. Ni su madre ni su maestro de armas creían en los niños de los azotes. El castigo lo debes sentir en tu carne si quieres aprender algo, no que alguien más lo sienta por ti. Así que entre palabras que le calentaron las orejas y la corrección física Maegor había aprendido claramente la lección. El dolor en su carne se le pasó más rápido que la humillación. Cuando su madre le repitió la misma instrucción, sin aceptar sus escusas, él la grabó bien en su cabeza. No es correcto mirar así a una dama.
¿Por qué entonces sus ojos seguían intentando desviarse? No es correcto, se dijo. Para distraerse intentó hablar con Ortiga.
Ortiga, ¿qué fue eso que hiciste en el pueblo? - había aterrizado cerca de una aldea mugrienta luego de volar un rato hacia el norte con una ligera inclinación hacia el este. Su esposa le había dicho que vigilara la dirección para no perderse. Ella seria el timonel del dragón y él el navegante. Se sentía un poco tonto hacerle caso pero ella tenía razón cuando dijo que era lo mejor para evitar desviarse, que su buena memoria los ayudaría si daba una vuelta equivocada. Se sintió bien ser útil - ¿Cuando entraste a la taberna?
La mayoría de los aldeanos habían permanecido ocultos. El pueblo, antes lleno de actividad, permaneció vacío mientras él esperaba junto al Ladrón de Ovejas. La bestia lo soportaba en el mejor de los casos, pero era mejor no tentar al destino. Permanecer encaramado arriba de el animal sin Ortiga se le hacía demasiado peligroso como para intentarlo. Su esposa entró a una taberna silenciosa y salió entre vítores borrachos.
Ella le lanzó una sonrisa, incluso con sus dientes algo torcidos, se veía bonita y algo maliciosa - Le di un buen uso a la plata Lannister. Unas pocas monedas e invité a todos a beber por mi salud y la de mi nuevo novio. - entornó un poco su mirada y explicó - Si la gente piensa que soy tan importante con respecto a ti, me encargaré de que Poniente entero crea que eres el esposo más amado y mimado del continente. Además, siempre quise invitar a una ronda de bebida, lo que nunca tuve las monedas. - se estiró todo lo que pudo y Maegor tuvo un destello de pezones oscuros. Que su ropa interior, con la que tomaba el baño, estuviera húmeda y pegada a su cuerpo no ayudaba en nada. No mires. No mires. No mires. - Bueno, ya lo hice una vez, no lo hago más. Me hizo feliz por un momento pero no vuelvo a desperdiciar moneda en eso.
Viendo que se quedaba callada, intentó seguir conversando. Él no era de los que hablaba mucho pero tenía que distraerse con algo más. Lo necesitaba - ¿Te gustan mucho los baños? - que pregunta más estúpida. ¿Cómo se le ocurrió hacerla? - Es que muchos nobles no se preocupan tanto por el baño, prefieren untarse aceites aromáticos y ya. Tú no, tú...
¿Te cuelas en los baños de los demás e intentas mojarte cada vez que puedes? - No sonaba como una acusación pero él no podía estar seguro - Es algo tonto Maegor. ¿Sabes cómo se baña la gente pobre? O cargas agua desde un pozo hasta donde te bañaras o te sumerges en un riachuelo como este. La segunda opción es preocupante si eres mujer y estás sola. Por suerte yo tengo a mi dragón. - el Ladrón de Ovejas estiró su cuello ante su mención y luego volvió a ignorarlos mientras tomaba el sol - Si es un baño de agua caliente es más complicado todavía. La mayoría de las personas que crecen como yo usan simplemente una jofaina para asearse. ¿Pero una tina de agua caliente o lo más cercano que podamos llegar a ella? Calentar el agua es difícil. Así que todos usamos la misma.
¿Cómo? - ¿todos con la misma agua? Estaría sucia para la siguiente persona. Ortiga leyó bien su cara y asintió.
Primero se baña una persona, luego la siguiente y así hasta que llegué tu turno. - arrugó la nariz del horror - Para cuando me tocaba a mí, el agua ya no estaba tan caliente y era más oscura que clara. Así que yo veo agua limpia y caliente y me intento colar antes de que me toque. - esta vez su risa fue algo disgustada con ella misma - Mientras me sienta cómoda contigo y no te crea una amenaza intentaré colarme en tu agua calentita. Consideralo una de mis rarezas. - ¿a qué se refería con verlo como una amenaza? Con respecto a las rarezas no le importaba. Creía que tenía bastantes de esas él mismo. Las personas no se lo decían a la cara pero él lo sabía.
Ahora me toca a mí preguntar - la frase de Ortiga lo descolocó - ¿Qué? Si tu haces preguntas yo también puedo hacerlas. - señaló sus dos montones de ropa. La de Ortiga colocada en orden apresurado, no dejadas al azar pero acomodadas por una persona muy poco interesada en su disposición. La de Maegor correctamente doblada, cada esquina recta y sin permitir arrugas innecesarias - ¿Eso por qué? Parece que sabes lo suficiente de servir, pero no debería ser así. Eres un príncipe.
Los príncipes también sirven. - aclaró él - Podemos ser coperos, como fue Aenys para mi padre o escuderos como yo.
Ortiga asintió comprendiendo - Entiendo. ¿Pero por qué acomódaste así tu ropa? Le prestaste demasiada atención a los detalles. No creas que no me fijé.
Maegor se removió incómodo. La mayoría lo miraba con sospecha o como un bicho raro cuando lo hacía. No de frente, porque él era un príncipe, aunque si mal disimulado - Tú tienes tus rarezas, yo tengo las mías. - su tono le salió algo brusco. No quería hacerlo así y ofender a su nueva esposa y única amiga. Por suerte para él no estaba en su carácter enfadarse. Solo le volvió a sonreír. Sus dientes blancos y bien cuidados para ser alguien nacida en el pueblo llano.
- Ya, ya, no te enojes. Todos tenemos nuestras diferencias. No es algo malo.
Cualquier otra cosa que fuera a decir fue interrumpida por el chillido de un dragón que solo podía ser Azogue. El sonido demasiado agudo para ser el de los demás dragones que conocía. Volando hacía ellos, la blanca montura de su hermano aterrizó cerca, a una distancia prudente del dragón de su esposa. Aenys descendió de ella y se dirigió alegre hacia ellos. Ortiga se asustó, o algo parecido, se sumergió en el agua y buscó ocultarse tras un matorral. Había estado tranquila con él mientras llevaba escasa ropa. Lo mismo no aplicaba para su hermano. Maegor se lanzó a proteger su modestia. Corrió hacia su hermano y de un empujón lo tiró al suelo. Aenys quedó sorprendido allí donde cayó y la gentil Azogue lanzó un graznido, más de molestia que de furia gracias a los dioses. Lo suficiente suave y poco agresivo para no molestar al Ladrón de Ovejas. Maegor frunció el ceño.
No es correcto empujar a las personas. - se rascó la cabeza ante su propia acción, antes de extender su mano para levantarlo. - Tampoco es correcto intentar ver a mi esposa con poca ropa. - y miró acusador a su hermano.
Aenys lo miró boquiabierto. Primero había estado confundido por la actuación de Maegor. Solo después de que habló se dio cuenta de que si su hermano estaba jugando en la pequeña corriente junto a la nueva bestia marrón, eso significaba que su mujer estaría con él.
Tienes razón Maegor. - tomó su mano para salir del suelo, que fuerza tenía para ser alguien tan joven - Debería haber notado sus circunstancias y mantenerme alejado. Me disculpo. - la mandíbula del menor de los príncipes casi toca el suelo - Hablando de disculpas, también quería disculparme por la ropa que llevé a tu boda. Padre tenía razón, no es correcto destacar más que la novia y supongo que también el novio. - pareció pensativo un momento - También disculparme por lo de nuestro regalo. Que tu madre apareciera con una nueva pareja para ti nos tomó por sorpresa a Alyssa y a mí, además de que a ninguno se nos ocurrió que nuestro presente pudiera no ser del todo apreciado.
¿Por qué te disculpas? - fue toda la respuesta que dio el menor de los dos - Un príncipe no debe pedir disculpas.
Aenys lo miró extrañado - Maegor, si alguien hace algo mal lo correcto es pedir disculpas. - su hermano lo miró con ojos grandes y dudosos - Aunque seamos de la realeza no dejamos de ser personas capaces de cometer errores. Pedir disculpas es el primer paso para intentar reparar el daño causado. - cuando le dirigió una mirada sospechosa aclaró - Maegor, si padre que es el rey se ha disculpado por cometer errores ¿por qué no debería hacerlo un príncipe? - la sorpresa en su cara le dio ganas de reír aunque lo evitó. Todos hablaban de que eran un niño malhumorado, y aunque no lo creía del todo, lo mejor era no hacer nada que pudiera ser una afrenta cuando no se conocían tan bien como él quería.
Hablando de padre, me ha enviado a una misión personal a Alto Jardín. A entregar órdenes e indicaciones. - su padre confiaba solo en él para tal responsabilidad, pensó con orgullo - Vi tu dragón, bueno, el dragón de tu esposa y pensé: ¿les gustaría echar una carrera hasta allí? - aunque su padre volaba con él en muchas ocasiones, no era lo mismo.
Esta vez, Maegor si actuó como se esperaría de un niño. No más ceños fruncidos o miradas suspicaces. Lo agarró vibrante y emocionado antes de responder con un - Sí, lo haremos.
¡No hasta que me seque y me vista! - gritó la desconocida que se convirtió en esposa de Maegor y princesa de su familia desde su oculto lugar tras unas hierbas altas. Esta vez fue Aenys quien frunció un poco su entrecejo. No creía que fuera educado ni elegante que una mujer de la nobleza se dirigiera a nadie en ese tono - De hecho y pensándolo bien, dile a tu hermano que salga primero. Le daremos ventaja en lo que nos secamos.
¿Tú crees? - Maegor se acercó nervioso al rincón cubierto de vegetación - ¿No nos ganaría por eso? Su dragona es muy rápida.
La respuesta fue baja y Aenys no pudo escucharla. Maegor lució complacido con ella y le indicó a Aenys que continuará su camino - Avanza Aenys. Te venceremos.
Dudoso y algo divertido por la seguridad de su hermano en un dragón que apenas conocía, Aenys emprendió el vuelo. Había muchas cosas que le gustaban. La música, los bailes, las fiestas, los misterios de las estrellas e incluso montar a caballo. Aún así, todas esas cosas jamás se podrían comparar a montar con Azogue. Teniéndola desde que era una cría, su dragona era para él una parte vital. Preferiría perder un brazo o una pierna a pasar el resto de su vida sin la bestia. A Alyssa no le gustaba mucho pero entendía el poder y el valor de los dragones para su Casa. Quizás alguien tan delicado como su hermosa compañera no le agradará estar cerca de una criatura tan peligrosa, pero no era lo mismo para Aenys. Su vínculo lo cambiaba todo y sabía que la gentil y grácil Azogue nunca podría hacer nada que lo dañará.
Uff, que frío hace acá arriba. El viento que soplaba del norte era más fuerte a mayor altitud y retrasaba el vuelo de su dragona. Sus dedos estaban helados debido a la ausencia de guantes pero no esperaba que sin rastros de invierno, el cálido Dominio se enfriara así. Su vuelo continuó tranquilo por un largo rato, sin empujar a su dragona a tomar mayor velocidad. Había unos cientos de millas entre Antigua y Alto Jardín y tendría que hacer un viaje de ida y vuelta. Entre ello y el viento en contra la mitad del trayecto prefería no agotarla. Para cuando creyó que su hermano no lo alcanzaría escuchó el bramido. No era un rugido en toda regla. Más bien como un ruido emitido para avisar de su presencia. Aunque de menor tamaño que Balerion, la bestia marrón fue acercándose a una velocidad constante. El batir de sus alas no luchaba contra las corrientes como su Azogue. Tardo un rato, no muy largo, en alcanzarlo. Cuando le cruzaron por el lado vio a su hermano haciendo un gesto de despedida con la mano mientras iba al frente del picudo animal. Entonces la muchacha presionó a su dragón. Desde donde estaba sintió el flujo de aire cuando las alas del dragón re-doblaron su esfuerzo. Azogue quedó tras la estela de la bestia. Tanto tiempo preocupado de dejar a su hermano atrás cuando fue este quien tomó la delantera. Nada molesto por perder y más divertido que otra cosa, Aenys solo pudo soltar una carcajada.
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Desde la distancia, la vista de Alto Jardín los saludó. En su viaje con Visenya, en plena noche, Ortiga había podido apreciar muy poco de los territorios recorridos y mucho menos las construcciones que se les atravesaron. De algo sí podía estar segura - ¡Guau! ¡Ese es el castillo más parecido a un castillo que jamás he visto! El más bonito también.
Delante de ella en la montura, Maegor se giró para mirarla como si estuviera loca - ¡El mejor castillo es Rocadragon!
Ortiga puso los ojos en blanco. De líneas rectas y arquitectura única, Rocadragon tenía su belleza. Una belleza afilada y feroz, peligrosa, como un depredador salvaje. Era bello a su manera única, su estilo hablaba de la vieja Valyria... pero no era lo que se esperaba cuando hablabas de un castillo. Alto Jardín lo era. Coronando la cima de una colina, tres murallas de piedra blanca servían de muro antes de llegar al centro de la inmensa fortaleza y esbeltas torres se alzaban a su alrededor. Algunas de las estructuras guardianas lucían cuadradas y asustas, pero muchas más eran altas, redondas y gráciles. Desde aquí se apreciaban patios y jardines y si, esto era lo que Ortiga esperaba ver cuando escuchaba a los bardos cantar sobre palacios en sus canciones.
Maegor, ¿qué es eso entre la primera muralla y la segunda? - de color verde era obvio que eran plantas, aunque quizás ¿recortadas? Muy bien recortadas, en líneas rectas y delimitando un, pudiera ser, ¿camino?
Eso es un laberinto - dijo el príncipe sin darle mucho interés.
- ¿Un qué?
Un laberinto, ya sabes. - se limitó a darle una mirada en blanco - Es algo así como un lugar creado con encrucijadas para confundir a quien se adentre en él. El de Alto Jardín está formado de zarzas, que sirven también como línea de defensa contra las invasiones, retrasando o dificultando el avance directo e impidiendo el uso de máquinas de guerra.
Ortiga cabeceó afirmativa. Se veía bonito, era útil y definitivamente encajaba bien con el diseño de la fortaleza - Ya lo decía yo, el mejor castillo.
Ya te dije que Rocadragon es mejor. - respondió terco y algo exaltado.
Maegor, ya se que es de vuestra familia y lo amas. - incluso siendo su padre un Targaryen y ella siendo declarada uno, no se sentía como tal. Todavía había algo que la separaba de ellos - Pero ni Rocadragon ni la Fortaleza Roja lucen tan... tan... ¿cómo describirías a lo que luce lo más castillo posible?
Maegor ignoró su pregunta y emitió la suya propia - ¿Qué es la Fortaleza Roja?
Ortiga aterrizó su dragón en una colina cercana. Si Antigua se había asustado con su presencia no querría ver cómo reaccionarían las personas de aquí, no cuando no contaban con sus propios dragones para protegerlos.
- La Fortaleza Roja es la sede del Rey de los Siete Reinos y donde descansa el Trono de Hierro. ¿Por qué? ¿Dónde reside tu padre en Desembarco del Rey?
- En Fuerte Aegon.
Mmmm, de ese no he escuchado nada. - Ortiga admitió - ¿No es muy impresionante o qué? ¿Quizás lo hayan derribado para construir el otro? - solo podía hacer conjeturas.
Es una estructura de madera y tierra. - que el centro de poder del continente fuera ese lugar era un poco bochornoso. Suponía que su padre tenía otras cosas de las que preocuparse además de su propio palacio, después de todo, había creado un reino doblegando al resto de Poniente y aún tenía que mantenerlo en pie - ¿Quién construyó esa Fortaleza Roja y cuando?
Tú lo hiciste. - le contó con una sonrisa abierta adornando sus labios, un gesto que siempre lucía tan natural en ella - Así que no solo eres bueno con la espada, sino también en la construcción. Fuiste tú quien construyó el imponente edificio desde donde gobiernan todos los Targaryen. - achicó sus ojos y Maegor casi podía escucharla pensando - También empezaste la construcción de Pozo Dragón. - hizo una mueca veloz pero el príncipe estaba prestando atención.
- ¿Qué? ¿Qué pasó?
Emmm, - esta vez fue ella la incapaz de sostener su mirada, su sonrisa pasó a ser más artificial y sostenida, falsa, como la de los miembros de la Corte - puede que hayas liquidado a cada obrero y artesano que trabajó en la Fortaleza Roja.
¡¿Qué?! - su voz salió en un chillido vergonzoso - ¿Por qué?
Creo que para evitar que contarán sobre sus pasadizos y túneles secretos. Hiciste una fiesta para ellos al terminar y Zaz, los mandaste a matar a todos. Los que se salvaron por no haber participado se negaron a trabajar en Pozo Dragón y repetir la experiencia de construcción - masacre. - su boca se contrajo un tilín - Por lo que para empezar a construir necesitaste reclutar a los prisioneros de la ciudad como mano de obra y no creo que estuvieran muy emocionados por ello. No creo que le pusieran ganas ni esfuerzo a lo que hacían.
¿Así que asesine a todos y cada uno de mis trabajadores? Ja, con razón me conocen como Maegor el Cruel. - en ocasiones no entendía que era correcto o no, pero matar a todas las personas a su cargo cruzaba una línea que hasta él sabía que estaba mal. ¿Qué tenía en la cabeza? No pudo evitar cerrar su puño y golpearse un par de veces en la frente, para ver si lograba sacarse los malos pensamientos.
Ey, Maegor. Ey. ¡Para! ¡¿Qué haces?! - desde su espalda Ortiga intentó sujetarlo. El dragón bajó ellos se removió sintiendo la tensión de su jinete. Era indiscutible que no podía contenerlo ni competir contra su fuerza. Si seguía haciendo eso le haría daño. Se miró las manos, manos que no lo convertirían en un caballero como los que su padre admiraba sino en el otro Maegor. El que Ortiga dijo que era sinónimo de brutalidad. Eres un monstruo le había dicho Morgan Hightower. Un monstruo con manos de monstruo. Cruzó sus brazos sobre su pecho y escondió las manos como mejor pudo. Solo pudo balancearse en el lugar, intentando escapar de una idea que echaba raíces en su cabeza.
Soy un monstruo que se va a convertir en un monstruo más grande. Padre tiene razón, soy salvaje. Un animal rabioso. ¿Qué está mal conmigo? - sus movimientos se aceleraron, las cadenas de su cinto aprisionándolo en el lugar - Cada historia que cuentas sobre mí es peor que la anterior. ¿Por qué estoy tan defectuoso? - su voz sonaba rota.
Ortiga lo abrazó por atrás. Sus brazos ligeros, incluso si se sentían más macizos que los de Ceryse - Calma Maegor, todo va estar bien. No estás defectuoso. - le repitió mientras lo tranquilizaba - Estoy aquí para ti y no te dejaré convertirte en eso. Ya verás. De aquí a cincuenta años, cuando seamos viejos y canosos estaremos riéndonos de esto. - quizás sonaba un poquito desesperada - Seré una viejita doblada en un bastón y tú estarás medio sordo y les gritarás a todos para que te repitan lo que dijeron. - le sacó una sonrisa un tanto acuosa. No lo detuvo del todo pero si lo ralentizó.
¿Ya estás mejor? - preguntó su esposa pasado un momento.
Asintió desde su posición, incapaz de levantar el rostro - Lamentó esto. No está bien que un príncipe tenga una - dudó que palabra usar hasta que se decidió - crisis.
Ay, ya. Olvida esa escusa boba. - pesé a lo que dijo, Ortiga le acariciaba suavemente la espalda en movimientos circulares - Eres una persona y tienes sentimientos, y es bueno dejarlos salir o sino estallan como una ballena varada. - un espectáculo bastante horrible - Verás. Los días que llegue mi sangre de mujer yo tendré crisis - se burló de la frase - por cada hoja que se caiga de un árbol. Solo que espera lloriqueos y ataques de rabia de mi lado.
Ambos se rieron de esto.
¿Me escucharás fuera de broma ahora? - se preocupó de que una nueva confesión lo enviará en espiral de regresó - Mira, te di consuelo y aquí te van mis soluciones. Si alguna vez, finalmente te toca de nuevo construir la Fortaleza Roja, ya sabes, en este tiempo, solo hay que encontrar la manera de evitar que lo que te llevó a hacer ese desastre se cumpla.
- ¿Qué?
Mira, por ejemplo, - explicó - si los constructores de tu fortaleza fueron asesinados para evitar que revelaran los secretos de los túneles ¿no puedes hacer cosas para que sigan siendo secretos?
¿Cómo? - preguntó.
- Que se yo. ¿No puedes hacer túneles como la cosa esa de zarzas de Alto Jardín?
¿Un laberinto? - ella cabeceó.
Sí, para que se pierda el que se meta allí. Incluso puedes crear diferentes grupos de trabajadores para construir diferentes partes del laberinto ese, - las salidas del problema eran sencillas de ver desde lejos - y también guiarlos no sé, con los ojos vendados hasta donde deben trabajar, así por si solo no conocerían el camino.
O poner también trampas, o pasadizos secretos y paredes ocultas dentro de los mismos túneles. - parecía muy interesado en esas respuestas. Bueno, si alguien moría por eso, es que estarían haciendo lo que no debían o hurgando donde no deberían hurgar.
Tienes todo el tiempo del mundo para preparar un plan Maegor, - le acarició el pelo - para estudiar que vas a hacer y como hacerlo de una forma en la que te sientas bien y no dañe a nadie. ¿No es cierto?
Le dio muchas cosas para reflexionar que definitivamente sacaron de su cerebro otros retorcidos pensamientos.
Mientras tanto, desde Alto Jardín y viendo que la bestia marrón no avanzaba, algunos hombres lograron conseguir el valor y armarse en una comitiva para enfrentarse o saludar al animal. Con lord Tyrell y sus hijos en Antigua para su boda, quien sabe quién estaba a cargo de las defensas de la fortaleza. Se dirigieron a ellos lentos y renuentes. El Campo de Fuego aún estaba muy presente en la memoria de muchos. La consecuencia directa se apreciaba en los estandartes que portaban, una rosa dorada en vez de una mano verde. La legendaria Casa Gardener extinta y miles de hombres con cicatrices de quemaduras por toda la región. Cuando se plantaron ante ellos, sus caballos nerviosos y queriendo retroceder, una voz destacó - ¿Príncipe Maegor? ¿Se consiguió un dragón? ¿De dónde lo sacó? - la última pregunta dicha en un tono tan bajo que dudaba que fuera para él.
¿Quién eres y como sabes quién soy? - se presentó con confianza y orgullo, el era un príncipe Targaryen, hijo del Conquistador y aunque no fuera suyo, gracias a Ortiga, tenía de su lado a un dragón.
Soy un simple caballero alteza, - saludó uno de los más valientes del grupo - pero he visto a su padre de lejos y usted lleva su rostro. - eso era todo lo que le faltaba a Maegor para restaurar su humor. Sí, él aún podía llegar a ser como su padre, no era un monstruo todavía.
Entonces, - otro hombre a su lado necesitó de mucha fuerza de voluntad para preguntar - ¿le concedemos el paso a Alto Jardín?
No, - explicó Maegor al guerrero con su postura más seria, aquella que le enseñaron que debía mostrar en público - solo acompañabamos a mi hermano hasta aquí, lo que se quedó atrás con su dragón. - luego aclaró presentando a su acompañante - Esta es mi segunda esposa y la jinete del dragón, nombrada por mi padre princesa de mi Casa, Orthyras Targaryen.
Ortiga se asomó detrás de él y saludo con una simple agitación de manos y un - Hola, ¿cómo están caballeros?
¿Segunda esposa? ¡Eso es blasfemia! - se escuchó desde el fondo del grupo.
Segunda esposa legítima. - Maegor habló de forma castigadora - Casados por el mismísimo Septon Supremo dentro del Septo Estrellado en una ceremonia formal.
Por supuesto que si Alteza. - a estas alturas el más atrevido de los caballeros estaba del mismo color que el viejo sigilo de los Gardener - Estoy seguro de que mi compañero habló por impulso y sin pensarlo bien. O para nada. - masculló.
Mi héroe. Siempre defendiéndome. - Ortiga murmuró en su oído y a Maegor le gustó más. Él quería eso. Ser más el héroe que el villano del cuento.
Pasado el momento de tención se quedaron en un punto muerto hasta que una mancha blanca se divisó en el cielo.
- Es el príncipe Aenys con Azogue. Gracias a los Siete.
Todos los presentes conocían ya al afable príncipe heredero, que hacía poco tiempo se había quedado en el territorio y que no cargaba consigo la ya creciente reputación agresiva de Maegor. Sumado a eso un dragón sacado de la nada, la situación con el segundo príncipe no generaba mucha confianza.
Azogue no tardó en llegar. Aenys sobre ella se encontraba muy calmado con todo lo que ocurría a su alrededor. Se lamentó mucho que la persona encargada de la Fortaleza se hubiera quedado detrás de los muros en vez de salir a recibirlos y que tendrían que ingresar a Alto Jardín para dar las órdenes e indicaciones. Entendió menos aún cuando su hermano y su esposa decidieron no ingresar por el momento, cuando el palacio era simplemente una delicia que todos disfrutarían. Todos, menos la gente del mismo palacio, que se sentían expuestos con el dragón desconocido.
Aenys les pregunto inseguro - ¿No les importa esperar acá afuera? ¿No creen que les sería más cómodo entrar?
Maegor los observó detalladamente a todos y negó con la cabeza.
Ve y has lo que tengas que hacer. - le dijo Ortiga - Nosotros esperaremos.
Aenys frunció sus cejas ante esto un instante y luego lo dejó pasar enseguida. Poco tardo en desaparecer tras las blancas paredes, la comitiva de caballeros siguiéndole el paso acudieron a reunirse con él dentro de las murallas. Sin dejar ni siquiera una escolta simbólica para Maegor. O muy tontos para saber lo que era apropiado o muy cobardes para enfrentarse al gigantesco y marrón animal en el que descansaba.
Ortiga no perdió el tiempo y sacó para ellos un refrigerio.
¿De dónde sacaste esto? - Maegor dudó antes de dar bocado, su madre le enseñó a vigilar de donde salía la comida - y ¿Cómo sabes que no está envenenado?
Ortiga tragó con fruición - Lo saqué de la taberna. Era para alguien más y lo tomé de él. No puedes envenenar a alguien cuando no esperas que aparezca y le vas a servir la comida a alguien más. No pueden ponerte una trampa cuando haces un movimiento inesperado. - encogiéndose de hombros continuó su banquete y movido por su lógica, Maegor la siguió.
¿Ortiga? ¿Tienes alguna otra idea que darme sobre la construcción del nuevo fuerte para mi familia? - ella lo miró vacilante, aunque sin detenerse entre bocado y bocado. Maegor no titubeó con sus palabras - Creo que das muy buenos consejos y me gustaría escuchar más de ti.
Ella se puso a pensarlo, a pensarlo bien. Si la tenía en tan alta estima lo mejor sería no decir una tontería. Ya. Terminó de tragar antes de hablar - Cuando construyas Pozo Dragón no lo hagas tan alejado de la Fortaleza Roja.
- ¿Qué?
Sí. Pozo Dragón está en la cima de la Colina de Rhaenys mientras que la Fortaleza Roja domina la Colina Alta de Aegon. - se sentía incómodo estar tan alejado de su mayor fuente de seguridad en caso de emergencia - Así que para acceder a los dragones que descansan ahí, tienes que recorrer un largo trayecto a caballo por media ciudad. ¿No sería mejor hacerlo más cerca?
- Espera ¿Cómo que construí Pozo Dragón en la cima de la Colina de Rhaenys? Allí está el Septo de la Conmemoración. ¿Qué pasó con él?
Ortiga se encogió un poquito - Lo quemaste con Balerion junto con todos los miembros de la Fé militante que había adentro.
Genial. Otro crimen a su nombre. No había pasado y ya podía escuchar a los fieles de los reinos del Ocaso gritando de indignación. En que estaba pensando cuando hizo eso, o no estaba pensando en absoluto. Siendo un niño sin conciencia, como lo llamó su padre, entendía que ese era un error estratégico enorme. Suspiró - Dime, ¿cuando fui rey hice al menos una cosa buena?
Cuando Ortiga se limitó a darle una mordida a su pastel sin decir palabra, decidió que lo mejor era no preguntar más.
Bien. ¿Alguna otra sugerencia? - su esposa cerró los ojos buscando concentrarse y los abrió de forma repentina. Asintió mucho con la cabeza, lo que fue gracioso con sus mejillas hinchadas por la comida. Casi se atraganta antes de hablar - Si puedes pensar una forma de mejorar el alcantarillado de la ciudad, al menos como el de Antigua, hazlo. No se como es ahora, pero de donde yo vengo, Desembarco del Rey apesta.
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El vuelo de regreso junto a Aenys fue más calmado, no la loca carrera que fue llegar a Alto Jardín. Con el viento empujando esta vez a su favor, y Azogue volando a la estela del Ladrón de Ovejas, el dragón más joven pudo mantener una velocidad constante, no opacada por su competencia. Volar a su saga también ayudó a la menor de las bestias. Al parecer viajar cerca de su lado y ligeramente por detrás del dragón mayor, le daba a la joven dragona un impulso adicional y le permitía aprovechar las corrientes de aire emitidas por el líder del grupo. Algo así como hacían las aves al volar en formación.
Como la tarde empezaba a amainar y el temporal norteño proseguía, Maegor lo sentía por su hermano. Su dragon más grande emitía más calor y con Ortiga a su espalda lo conservaba mejor. Aenys debía estar sufriendo un poco más. Él no se quejaría pero le gustaría estar pronto frente a una chimenea y calentarse un rato. Los dragones no nacieron para pasar frío. Como el mismo Aenys había sugerido llevar un ritmo más lento para volver, se sorprendió cuando Azogue se le adelantó e hizo alguna cabriolas en el aire. Su comportamiento era claramente juguetón.
Ya veo a Antigua. - exclamó Ortiga asomándose a un lado al ver los movimientos de su hermano. Él apenas vislumbraba una línea blanca en el horizonte aunque eso explicaba el jugueteo. Con la ciudad a sus pies, ya no era tan necesario guardar energía para el recorrido. Pronto todos descansarían.
Aenys hizo otra de sus movidas divertidas. Aprovechando la mayor maniobrabilidad de la blanca montura, giró por completo de un lado al otro de la envergadura del Ladrón de Ovejas antes de adelantarse un trecho frente a él y allí, dio una voltereta sobre su propio eje imaginario.
¿Quieres seguirle el juego? - el comentario susurrado directo contra su oído le hizo cosquillas y tuvo que asentir - Agarrate fuerte.
El Ladrón de Ovejas cayó rápidamente en picada antes de dispararse hacia arriba, cortando el vuelo de su hermano antes de realizar un círculo completo en el aire. No se detuvo ahí. Regresó a tomar la delantera con un vuelo en espiral. Maegor pudo escuchar el aullido de emoción de Aenys antes de unirse a sus giros. El corazón le latía en el pecho. El viento le cortaba la cara pero él no querría detenerse jamás. Sí, había soñado con hacer esto muchas veces. El intercambio siguió por un rato. A veces Azogue, a veces el Ladrón de Ovejas, se alejaban un poco y hacían una maniobra que el otro imitaba o intentaba imitar. Alguna que otra vez la realizaban juntos. Esto era lo mejor. Ningún sentimiento se le podría igualar. Entonces Aenys se alejó una distancia un tanto mayor. El ruido del viento contra sus orejas hizo casi indistinguible su grito, pero un parpadeo después quedó claro cual era su comando.
Una tras otra, bolas de fuego blanco eran disparados por su bestia. Las llamas eran claras y únicas, como solo podía ser el fuego emitido por sus creadores. Era probable que tuvieran su propia magia.
De la misma forma que le preguntó la vez anterior, Ortiga interrogó - ¿Quieres dar tú la orden?
Tu dragón no me obedecerá. - por supuesto que quería hacerlo. Ese debía ser el impulso primario de cualquiera que montará un dragón.
- Tu lo gritas, yo lo ordenó, el Ladrón de Ovejas lo hace. Se sentirá como si tú lo hicieras. ¿No quieres probar?
No tuvo que repetírselo. Con todo lo que tenía gritó - ¡Dracarys!
Ortiga repitió el comando tras él. El dragón tardó apenas en pestañeo antes de abrir sus fauces y lanzar una llamarada el triple de grande que la montura de su hermano. Eso no fue lo que lo sorprendió. Como pasaba con Azogue, el fuego que escupían los dragones seguía su propio color. Las brazas de Vaghar era de un bronce claro con algunas chispas verdes. El de Balerion era tan negro como sus propias escamas. Esperaba lo mismo de él Ladrón de Ovejas. Una llama marrón podría ser algo interesante. No fue eso lo que vio. Rojo encendido, como el de la piedra derretida por un volcán, rojo vivo mezclado con dorado brillante. Era indescriptible. La belleza de una tonalidad que no alcanzaba a ser nombrada con meras palabras. Giró para mirar impresionado a Ortiga que ya lo esperaba con una sonrisa iluminando su rostro.
- ¿Te ha sorprendido, verdad? ¿No esperabas que el dragón más feo tuviera una de las llamas más hermosas, no es cierto?
Solo pudo callar. No era mentira que su dragón no era la bestia más bonita, aunque si hubiera podido vincularse a él lo habría hecho. La fuerza de estos depredadores no se media por la estética de sus cuerpos. Aún así, la sorpresa no se le pasaba. Su hermano se acercó a ellos, de lejos se podía notar que estaba igual de impresionado. Era tan bonito. Quería verlo de nuevo.
Dracarys. - lanzó, pero la bestia no respondió, no era suya. Ortiga repitió la orden por él y fue obedecida de inmediato. El rojo brillante iluminó el cielo, más claro que la sangre, más atractivo que el color de las manzanas maduras. Su esposa tenía razón, este era por mucho el más bonito de los fuegos.
La emoción lo llenó y fue contagiosa. Entre aleteos de las gigantescas criaturas, tanto Azogue como el Ladrón de Ovejas disparaban una y otra lengua de fuego, hasta que las nubes a su alrededor parecían entrar en combustión.
Un rugido ensordecedor lo detuvo todo. Si las cadenas no lo ataran a la silla, Maegor habria saltado en el lugar. Fue un sonido horrible que le recorrió los huesos. Aenys y Ortiga reaccionaron de forma similar y diametralmente opuesta. Ambos guiaron a sus dragones en una picada para escapar de la amenaza desconocida. La caída de Aenys fue más controlada. Simple y rápida, dejando que el impulso y la gravedad hicieran el trabajo. Ortiga no. Giros rápidos y torciones en el aire acompañaron su descenso. Suponía que esto dificultaría un ataque directo contra ellos. Al mismo tiempo, alguna fuerza desconocida lo impulsaba fuera de la montura. Compartiendo la mitad de los enganches lo mejor sería aumentar los agarres de la silla para aumentar la seguridad. Si dos personas montaban al dragón lo mejor sería agregar más eslabones para enganchar sus cadenas. Ideas locas que tiene uno cuando intenta distraerse del susto.
El feroz sonido no se volvió a escuchar. Aenys se acercó en vuelo eficiente a ellos y continuó en línea recta hacia el Faro, por debajo de sus bestias la ciudad entraba en pánico por el brutal ruido emitido. Solo podría haber sido Balerion. ¿Pero por qué el dragón de su padre reaccionaría así? ¿Algo malo le habría pasado? Las ganas de jugar habían muerto.
La alta torre de su familia política se alzaba imperturbable en el centro de la bahía. Ortiga guío a su dragón para que aterrizara contra las murallas, incapaz de entrar en la fortaleza. Aenys aterrizó directo sobre las murallas en vez de hacerlo en el patio como la vez anterior, cerca de ellos. Maegor lo vio retorcerse las manos, alterado, cuando puso los pies en el suelo.
¿Qué crees que le haya pasado a padre? Porque fue el dragón de padre ¿no es así? - caminaba nervioso en el lugar en vez de averiguar lo ocurrido. Parecía que prefería no salir de su presencia pero Maegor tenia que esperar a que su esposa bajara tras él. Ya en el piso emprendieron los tres el camino. Él a la cabeza, confiando en el mapa mental que tenía de la estructura. Los demás sólo lo siguieron. No tardaron mucho en encontrar al monarca que ya se acercaba presuroso a ellos. Casi una procesión completa de personas lo seguían.
Aenys, gracias a todos los dioses estas bien. - dijo envolviéndolo en un abrazo apretado frente a todo su público.
Aenys estaba todo desconcertado - Por supuesto que estoy bien padre. Fui y vire de Alto Jardín con buen tiempo. Quizás la ventolera del norte me haya retrasado un poco pero nada fuera de lo habitual. El regreso fue mucho mejor, como volé junto a mi hermano...
La sola mención de Maegor sacó la furia del monarca que no dudó en dirigirse contra los otros príncipes - ¡¿Qué creían que hacían poniendo así en peligro a Aenys?! ¡¿Intentando superarlo de esa forma en el aire?!
Padre, solo estábamos jugando. He hecho cosas peores a tu lado. - por una ocasión, Aegon ignoró a su hijo. Aún cuando el mayor de los príncipes era conocido por sus travesuras en el firmamento.
Eres mi heredero Aenys, tienes que entender que tu seguridad está por encima de todo. ¡Ellos te pusieron en riesgo! ¡De seguro te presionaron para hacerlo! - se inflamada a sí mismo con cada palabra - ¡¿Qué me habría hecho yo si algo te pasaba?!
- Padre, no...
Aenys negaba fervientemente pero su padre no hacía caso. Se impulsó contra Maegor - ¿En qué estabas pensando para poner a mi hijo en esa posición? - fue a ponerle una mano en el hombro pero otra más oscura y delicada se posó ahí primero. Una red de finas cicatrices cubrían los dedos que pertenecían a una sola persona.
Su cara podría estar neutral, poco amenazante, la mayoría diría que estaba tomando con gracia el castigo. Sus ojos decían retrocede. Puede que no lo enfrentara directamente y se mantuviera tras su hijo, pero el mensaje estaba claro. Ella protegía su espalda y para llegar ahí, tendría que pasar sobre ella. Durante el tiempo que tomaba el vuelo de una flecha se preguntó ¿así es cómo se veía Visenya? ¿Cómo un protector, un guardián, que aunque no tomaba el protagonismo era una firme disuasión para cualquier enemigo? ¿Una figura secundaria pero más aterradora? La idea le enfureció. ¿Pensaba que podía protegerlo de él? De seguro fue ella quien...
Aegon, ¡detente! - entre los presentes, Orys avanzaba atropellando a todos los que se cruzaban en su camino hasta llegar al núcleo de la trifulca - ¿Se puede saber que esta pasando?
Lo viste. ¡Viste lo que hicieron! - Aegon respondió - Viste como volaban contra mí heredero.
No era así, no era así. - Aenys explicaba, detectando por una vez una figura de autoridad por alguna razón mayor que su padre - Yo empecé a jugar y ellos me siguieron la corriente. Nunca me intentaron hacer daño ni me pusieron en peligro.
Por supuesto que no Aenys. - Orys expresó con calma - Maegor es tu hermano y a su forma dura te ama de seguro, tal como hacía Visenya con Aegon. - la referencia a tiempo pasado no se le perdió al rey, así como el castigo en la voz de Orys - Tu padre sólo está paranoico. Se olvida de que él hizo cosas mucho peores en su juventud. Y tú eres el hijo de tu madre. - le acarició los rizos - Es por encima de nuestras cabezas donde te sientes más cómodo, Aegon gobernará sobre la tierra pero allí arriba es tu dominio. ¿No es así?
Aenys asintió encantado, viendo allí la salida de este embrollo sin sentido. Aegon fue tranquilizado poco a poco.
Maegor, Orthyras. ¡Qué buenos movimientos! - que no usará títulos no se les pasó a la mayoría de los cortesanos. Maegor se concentró más en sus palabras. Sí, él no dirigía el dragón pero si que había montado durante unos buenos movimientos - Quizás tengan que enseñarle un par de esas maniobras a los viejos reyes. ¿Eh? - la tensión desaparecía poco a poco entre todos - Ahora, se que están cansados, pero deberían asearse para el banquete de esta noche. ¿Sí?
Con esa sugerencia se desactivo la mayoría del conflicto. Los príncipes se retiraron apresurados junto a algunos de los nobles. Del resto se encargó la Guardia Real ante un solo gesto de Orys. Aegon lo había dejado claro, puede que no fuera la Mano del Rey, pero todo lo que salía de su boca era ley y sería tomado como tal. Confiaba más en él que en cualquier Mano al azar.
¡Por todos los rayos de Bastion de Tormentas Aegon! ¿Me puedes explicar que es lo que acabo de presenciar? Y no te atrevas a decir que atacaron a tu hijo de alguna forma. - Aegon cerró su boca - Por un lado Aenys es joven y tiene derecho a tener aventuras y divertirse. Por otro Maegor también es tu hijo. ¿Por qué no reaccionaste preocupado por él?
Aegon se removió incómodo - Es hijo de Visenya, estará bien. Aenys es más frágil Orys, debe ser cuidado, protegido. No puesto en riesgo de esa manera.
¿De qué manera Aegon? ¿Jugueteando en el cielo? ¿Volando y vinculándose con su hermano? - Orys lo miró buscando respuestas que no tenía - ¿Portándose como un joven con un dragón? Pensé que te alegrarías por eso, mientras más cerca estén los hermanos menos peligro de que intenten dañarse. Por alguna razón pareces decidido a cultivar resentimiento en tu hijo menor. ¿Qué hizo?
- Nada. No ha hecho nada. Pero se parece demasiado a su madre.
¿La madre que mató por ti y más importante, hubiera puesto su vida antes que la tuya? ¿Esa madre? - Orys lo fulminó - Y para dejarlo claro por si no te has dado cuenta, ¿la madre que estás convirtiendo en tu enemiga si no lo es ya?
- ¡Mi heredero necesita ser protegido!
¿Esa es la escusa que te dices a ti mismo? ¿Qué lo estás protegiendo? - el Baratheon se quiso golpear su cabeza contra una pared, haber si así se le abría la mollera - Aegon lo estas sobreprotegiendo. Y esa actitud le va a hacer más daño que bien. - el muchacho era demasiado confiado hasta con los que no conocía del todo, como si no imaginara que nadie en el mundo querría hacerle daño, solo porque Aegon los exterminaría antes de que llegaran a él. ¿Qué se haría cuando su padre le faltara? - Las madre gallinas reaccionan más calmadas que tú cuando agarras a sus polluelos.
Tienes razón, pero es que Aenys es todo lo que me queda de su madre. Tengo que cuidarlo. No puedo perderlo como hice con ella. - la vibrante Rhaenys ya no estaba a su lado. ¿Qué habría pensado de él por esto? No muy bien. En sus últimos años intentó arreglar su relación con Visenya. No le fue muy bien, mucho rencor acumulado por su hermana mayor y aún así no cesó. Visenya era demasiado Visenya para tenerla en tu contra, había dicho, nada bueno resultará de eso. Siempre la política, de seguro tenía razón pero él no soportaba a la mayor de su grupo. Siempre perfecta, siempre llevando la razón. Insufrible e irritante. Más sabiendo que vivía y Rhaenys no. Los dioses eran crueles - Y es delicado. Más delicado que su madre. Maegor es un bruto en comparación.
¡Maegor es tu hijo y no volverás a hablar así de él! - Orys lo silenció - Quieres mi ayuda para resolver esto y te la daré. Pero me tienes que hacer caso. Lo primero es que dejes de tratar a tu hijo de esa forma y lo empieces a tratar como si fuera, ya sabes, tu hijo. Y para ser precisos me refiero a Maegor. - porque por lo que veía, a su medio hermano le gustaba actuar como si solo hubiera engendrado un niño - Eres un estratega brillante Aegon, quizás no el más amigable o con el que sea más fácil empatizar, pero eres generoso y capaz de perdonar a tus rivales por ofensas que cualquier otro rey consideraría gravísimas. ¿Por qué tratas así a tu propia familia? Ellos son tuyos, tal como es Aenys.
Lo sé. - presionó sus sienes, el dolor taladrante de cabeza de esta mañana estaba de regreso y Orys no le dejaría echarle la culpa a alguien más - Es solo que son tan diferentes. Aenys era alegre y juguetón de pequeño, siempre buscando agradar, un niño que todos querrían ver a su alrededor. - Maegor no. El par de ocasiones que interactuó con su yo pequeño se lo demostró. Serio desde la más tierna infancia, nadie se sentiría atraído a conectar con él - Yo me encargué de cuidar de Aenys, de traer a sus maestros y nodrizas. Vigilar su educación. Soy todo lo que tiene para cuidarlo. Maegor tiene todo para ser como él, mejor, no perdió a su madre. Y aún así actúa tan... severo.
Hu, - bufón Orys - mira quién habla. Aegon, ¿te has mirado en un espejo? Quizás el niño actúa así porque salió a ti o porque te imita.
- No es lo mismo que yo.
Sigue diciéndote eso. Pero tú eres el rey de los adustos y solitarios. - cuando Aegon no dijo nada Ory afirmó - Aegon, ¡Soy tu único puñetero amigo! ¡Y eso que tienes a todo un puto continente a tus pies! Te quejas de Maegor que ha estado aislado de la Corte, al que una y otra vez has demostrado que no está en tú favor, cuyos compañeros "demasiado importantes" robabas frente a las narices de su propia madre. - cuando Aegon lo miró espantado - Todos tienen espías Aegon, acéptalo. Tú tienes, yo tengo, Visenya tiene. Y él que no tiene cuenta con los rumores. El hecho es que Maegor, con su carácter repelente o no, no ha tenido todo a su favor como tú dices. Ha tenido una piedra más grande que los demás en su camino y ese ha sido su propio padre.
Aegon se cerró ante esto, Orys decía eso porque no conocía al chico. Ser suave no funcionaría con él, no después de que Visenya arruinará el de por si ya mal carácter que tenía. Él estaba demasiado ocupado con su hijo y heredero para preocuparse por como era criado el muchacho por su madre, pero ahora eso tendría que corregirse. Se encargaría personalmente de ello.
- ¿Qué te dijo Visenya? ¿Aceptó no abandonar del todo el gobierno?
Sí y no. Aceptó no soltarle todo encima de Aenys de un tirón. Dijo que la niñita engreída de Alyssa se puede hacer cargo de los deberes femeninos de los que tanto clama poseer apenas llegué. Que tu hogar ya no es su problema. Le dará las instrucciones básicas de como prefieres las cosas y se acabó. - con eso bastaría. Visenya era muy metódica, incluso con las asignaciones de los sirvientes y en la formación de sus deberes, así que Alyssa solo tendría que supervisar - Con Aenys y después de mucho humillarme, espero que aprecies lo que hago por ti, aceptó ayudarlo durante la mayor parte del día, siempre y cuando yo me quedé a su lado por si surge algo imprevisto cuando vaya a descansar a Rocadragon.
- ¿Por qué iría a Rocadragon?
Aegon, ¿estás borracho? - su hermano se acercó y le olfateó - Ya sabes porque va a Rocadragon ¿Quizás para entrenar a tu nueva hija política? Igual de importante ¿no crees? O pensabas que la iba a dejar en tus garras.
No, a quien iba a dejar era a su demasiado rígido hijo. Esperemos que Ceryse sea una mejor influencia para él. Era noble, educada y criada en los más firmes preceptos de lo que se esperaba de ella como mujer ándala. Lo opuesto a todo lo que representaba su esposa.
Espero que te hagas a la idea del lío en el que te metiste, amigo mío. - Orys palmeó bastante fuerte su espalda - La Visenya que criaron para adorar el suelo por el que pisas ha sufrido una muerte brutal a manos de la criatura que habita su cuerpo. Si fuera por ella, construiría un Muro como el del Norte solo para permanecer separada de ti.
Pensándolo bien, todo marchaba a la perfección. Su hijo y heredero entrenado por los mejores gobernantes que conocía. Sí, no le caía bien su hermana pero no dudaba de sus habilidades. Orys de vuelta en Desembarco y con suerte de forma más permanente. La presencia de Visenya alejándose de él más tiempo del esperado y sin tener que presionar ni exigir para ello. Y medio año para enderezar al terco y malhumorado niño mimado de su hermana. Sí, la vida empezaba a mejorar para él. Aegon sonrió como hacía tiempo que no hacía.
Ay, Orys. ¡Qué bueno es tenerte de regreso! - Aegon le pasó un brazo por encima del hombro y lo acercó a él - Tienes razón en todo. Mi mano derecha, porque lo eres, no intentes negarlo. Sin ti soy yo el manco, cojo y que le falta un ojo. - Aegon se río de sus propias palabras, finalmente tenía motivos para estar eufórico - Es bueno tenerte de regreso, mi único hermano.
Notes:
Para los que dudan sobre mí elección de color de las llamas del Ladrón de Ovejas, nunca queda claro de que color son, solo se especula que eran rojas o doradas, y siendo esto un fanfic será un poco de ambas. Aclarar que llamas marrones/pardas no fueron descritas jamás
Chapter 15: Quien te protege la espalda
Notes:
A ver, este capítulo es cortito porque originalmente era la mitad de otro capítulo. Pero lo corte. El próximo saldrá pronto así que disfruten y díganme consejos sobre cómo creen que podría mejorarse la historia. Es mi primer fanfic y todo lo que me dicen me puede servir de alguna manera
Chapter Text
Este día había tenido tantas subidas y bajadas que Alyssa estaba mareada. Más aún de lo que se había sentido la única vez que su esposo la intentó llevar a pasear en su bestia. Alyssa no lo había disfrutado, para nada. Los Velaryon nacieron para navegar las aguas, no los cielos. La que todos llamaban la gentil Azogue tampoco le había agradado. Los animales no eran precisamente limpios, ninguno. Pese al corto vuelo, se le quedó pegado la peste a dragón en el cuerpo. Necesitó un par de baños para quitárselo y muchos de sus mejores aceites aromáticos. No había estado muy feliz. Si tenía sangre de señores del dragón, no había pasado muy fuerte a ella. Después de todo, la última Targaryen en su familia fue la abuela de su padre. Pero al final, Alyssa se había contentado con quedarse en el suelo y ver disfrutar a su esposo de sus vuelos. Un dragón era el arma definitiva. Aegon el Conquistador lo había demostrado. Un poco de esfuerzo y todo un continente había caído ante él. Y el otro hijo del rey Aegon no tenía ninguno. Un alivio en su pecho.
Todo se había ido a la mierda en un solo día. Visneya había aparecido con una segunda novia para su hijo. Y esta traía su propio dragón. Un bicho horrible del color del barro, y grande, muy grande. Más que la montura de su marido. Hasta allí llegó su ventaja. Ahora tenía verdaderos motivos para que no le agradará el animal de su pareja. No solo era molesto y apestoso, Aenys casi siempre tenía su olor atrapado en él, sino que no tenía la fuerza para enfrentarse al dragón de Maegor. O de su esposa, era lo mismo. Empeorando todo tan pronto como se había levantado, cerca de la media mañana, había ido a entregar el regalo en el que había puesto tanto esmero. Le serviría lo mismo a Ceryse como a la tal Orthyras esa. No correría como los demás miembros de la nobleza. Todos desesperados por no dejar a una de las novias sin regalo. Era impropio e indigno. Ella entregaría el que tenía y ya. No tenía que buscar ganarse el favor de ninguna de las dos, ni temía enfrentarlas. Ella era la esposa del príncipe heredero, ellas, las de un segundo príncipe. El repuesto que ni siquiera le agradaba al rey. ¡Y tenían que compartir su posición con la otra!
Todo lucía como había esperado. Ceryse siendo inteligente, captó rápidamente el simbolismo. Hija de una princesa, entendía perfectamente que esa corona no estaba destinada a ser usada. Pasó de forma rápida el presente a su hermana - esposa. Esta no dudó en colocarlo sobre su cabeza, consciente de algo que la misma Alyssa no sabía. ¡Aegon la había declarado princesa de la familia! Ese descuidado intento de dama nombrada princesa. Con el derecho a portar tantas tiaras como quisiera sobre su muy despeinada melena. ¡Tenía que ser una bastarda de Aegon! Era la única explicación. Por ello Visenya estaba tan contenta de unirla a su hijo. Le habían arrebatado una sobrina para hacerla esposa de su engendro, entonces le había conseguido a su media hermana. Pero ¿de dónde sacó el dragón? Alyssa se había mordido el dedo por esto, una mala costumbre que desarrolló para evitar comerse las uñas. Una lady correcta no debería tener las manos de una peladora de tubérculos de las cocinas. Luego desechó la duda. De seguro lo tenía de donde estuvo escondida todo ese tiempo. No se creía nada su historia. Era una bastarda maleducada y sin el menor tinte de ser criada en la nobleza, de eso estaba segura.
No se atrevió a discutir el tema con el bondadoso Aenys. Por un lado jamás aceptaría que su padre tuviera una amante y traicionará a su madre. Lo que ignoraba era que Aegon tenía dos mujeres. Fácil pudo haber tenido tres. La tercera siendo bronceada y vulgar. Por otro, jamás se atrevería a sugerir que el Conquistador tendría un bastardo de sus entrañas. No podía discutirlo con su padre que se hallaba en Desembarco. Cumplía su deber protegiendo la ciudad como el Lord Almirante, mientras los reyes con sus dragones se encontraban aquí. Su tío Corlys no le fue de mucha utilidad. Demasiado leal al rey. La miró como si hubiera sugerido que se tirará a un caballo cuando le preguntó si Orthyras era bastarda del monarca. Era un día triste cuando no podías contar con tu propia familia.
De ahí en adelante, las cosas mejoraron un poco. Los chismes sobre como Aegon había humillado a su hijo menor, tratándolo como el salvaje que era, habían inundado la torre. Los rumores se esparcieron más rápido de lo que haría el agua en una cala en el apogeo de la marea alta. Para el monarca, el niño que le dio Visenya estaba por debajo de, no un heredero, sino un simple hijo de uno de sus Señores. Sí, era un Señor rico pero ni siquiera era uno de los de las Grandes Casas. Que insulto más delicioso. Había dejado claro que Maegor valía casi menos para él que el segundo hijo de un lord. Casi quería brincar emocionada como una chiquilla. Luego, le había confiado una tarea a Aenys, porque por supuesto ¿en quién iba a confiar más que en él? Su esposo le había avisado, siempre pensando en ella, y ella le había dado su bendición. Que su viaje fuera plácido y que complaciera a su padre.
Luego, había ido a reunirse con su suegro. Era bueno que las personas vieran como se interesaba por las interminables sesiones de audiencias reales. Después de todo, era la futura reina y todos deberían ver lo mucho que se preocupaba por su gente ¿no? Así que mientras intentaba no aburrirse, simulaba atención mientras espiaba por una ventana. De repente vio a las nubes arder. Rojo como nunca había visto estalló en el cielo, seguido de minúsculas llamaradas blancas. Solo podía significar una cosa. ¡Esa vulgar ramera estaba retozando con su marido en el aire! Y viendo que la oportunista de Ceryse estaba también presente aquí y sin rastros de su esposo, significaba que quizás estuviera en el cielo también. Sola o acompañada de su marido, ella no dejaría que la trepadora vestida de hombre intentara congraciarse con su Aenys. Menos el tosco de Maegor.
Alyssa sonrió. Habia una forma muy fácil de eliminar el problema. Y conociendo el temperamento de su padre político cuando se trataba de la estirpe de Visenya, encender la mecha fue lo más sencillo del mundo.
Oh, Aenys está jugando en el cielo. - dijo como si se le escapará, no tuvo que fingir alegría cuando ya la sentía. Frunció conscientemente el ceño - Eso es peligroso. No entiendo cómo los príncipes se atreven a jugar así con mi querido esposo. - un comentario casual, que no sugería nada malo. Nadie podría culparla de azuzar al rey contra ellos.
Aegon abandonó todo lo que hacía para asomarse por el ventanal. Vio la rigidez de su cuerpo, la tensión de sus hombros, el como apretaba el marco de la ventana. El rugido de Balerion hizo brincar a todos menos a ella. Si la sorprendió, pero fue una sorpresa buena. Lordragon estaba enfadado. Encantador. Tan encantador.
O lo hubiera sido de no ser por ese cretino de Orys. Siempre interponiéndose en cada plan que tramaba un Velaryon. Calmando la situación, el muy imbécil. Eso los había llevado hasta acá y Alyssa no podía estar más furiosa.
El festín posterior a la boda era igual de grandioso que el primero. Los Hightower hacían gala de su riqueza y se presentaban los platillos más exquisitos para el paladar. El sonido del jolgorio debía escucharse hasta la ciudad. El rey, había ocupado la posición que le correspondía a la cabeza de la mesa. Solo que a su derecha se sentaba el bastardo de su medio hermano. Lord Manfred Hightower había cedido a la petición del gobernante para que su "más antiguo amigo", Alyssa quiso poner los ojos en blanco, se sentará junto a él. Por ello se corrió su asiento más hacía el lado diestro. Empujando a Aenys hacia casi a la esquina y a ella directamente allí. ¡¿Cómo se atrevían a arrinconarla de esa forma?! Más cuando Maegor ni sus esposas compartían dicha posición. El príncipe estaba sentado entre ambas novias. Ceryse aprovechó la consecion de su padre para tomar uno de los asientos centrales y colocarse al lado del rey. De seguro un plan de su familia para que ganara más influencia mediante una relación más cercana al soberano. Lo único aceptable de todo esto era ver a la reina Visenya desterrada a una esquina. A la izquierda de todos. ¡Ah! El placer de verla caer.
Aclarando su voz, Aegon levantó su copa - Señores de Poniente, tengo que dar más noticias importantes. Espero que sirvan para aumentar la gloria de la dinastía y asegurar el futuro de sus descendientes. - cada hombre en la sala emitió aplausos y aclamaciones - Como bien sabrán, el príncipe Maegor y su hermosa esposa - dijo lanzándole una mirada aprobadora a la Hightower a su lado - lady Ceryse, se unirán a mí en los Cortejos Reales a través del reino.
Fue la gente del Dominio la que principalmente celebró este hecho, además de la propia servidumbre de la Fortaleza.
Es mi alegría informarles que el príncipe Aenys y su esposa regresarán a Desembarco del Rey - ¡¿Qué?! ¡¿Por qué iba a apartarlos de su lado?! ¡Eso le daría a la esposa de Maegor la oportunidadde clavar sus garras en él! - a hacerse cargo de nuevas responsabilidades. - eso la detuvo. ¿Cuáles responsabilidades? La pregunta de Alyssa parecía ser llevada por cada persona en la habitación en la punta de la lengua - Lady Alyssa, con las indicaciones debidas, se hará cargo del funcionamiento interno de la Sede del Trono de Hierro.
¡Oh, por todos los Siete! Que noticia tan maravillosa. La paciencia de Aegon al fin había sido colmada y Visenya perdía cada vez más poder. Alyssa también podría corregir el adusto sentido estético de Visenya. Tan pocos adornos había en Fuerte Aegon, cuando los Targaryen guardaban entre sus tesoros incontables tapices y alfombras finas. Cosas que solo cogían polvo y se pudrían, guardadas y olvidadas. Ya estaba llena de ideas. Llenaría el fuerte de flores. Para calmar o rebajar la nauseabunda fetidez de una ciudad sobrepoblada como era la capital. El rey le agradecería personalmente sus mejoras en la capacidad administrativa. Aplicadas justo como le enseñó su madre, que gobernaba Marcaderiva con una vara de hierro. Ya sabía dónde podría ahorrar moneda. La reina, frugal como era, también tenía gastos excesivos en algunas de sus excentricidades. Las lavanderas se lo agradecerían de todo corazón. Quizás hasta las que ciertamente eran espías de Visenya se pasarán de su lado. Alyssa además eliminaría a los sirvientes del todo leales a la reina. Identificados tenía a unos cuantos y no confiaría en ellos si se hacían pasar por cambia capas para ella.
Mientras tanto, mi hijo Aenys, bajo el ojo vigilante de mi mejor amigo y consejero, Orys Baratheon y la reina Visenya - ¿no hay halagos para tu esposa? La felicidad de Alyssa solo creció - empezará a tomar parte en la dirección del gobierno. Como príncipe heredero, un día el gobernará los Siete Reinos. Espero que esto le sirva como instrucción para el peso de las obligaciones que un día estarán sobre él.
La sala estalló en aplausos una vez más y Alyssa casi flotaba por el aire. Puede que tuviera que compartir un poco el poder con Orys y con Visenya, pero su esposo se encaminaba a superarlos. No importaba. Tanto Aenys como ella brillarían en su cometido. Para cuando el rey regresará de su viaje, estaría convencido de que su hijo y su nuera no necesitarían la supervisión de nadie más. Que Maegor y Ceryse se quedarán acompañando al monarca no le preocupaba tanto. Era para "entrenarlos". No pudo evitar reírse de esto. Ceryse, de veintitrés años, necesitaba instrucción. Mientras ella, de dieciocho, gobernaría sobre el palacio de la justicia de todo Poniente.
Ahora si se sentía como una reina y agradeció vestirse para la ocasión. Más cuando todos tenían sus ojos puestos en ella y Aenys. Su vestido azul mar, enterizo y discreto como le había ordenado su suegro, tenía dibujado en su escote filigranas de las olas. Nadie olvidaría el valor de los Velaryon para el reino. Como joyas, tenía un collar sencillo y una cinta para el cabello hecho de las perlas más blancas que pudo encontrar. Pudiera no tener el derecho a portar una corona todavía, pero se aseguraría de que todos supieran que un día llevaría una, colocando la cinta en su peinado en forma de tiara. La poco agraciada Orthyras jamás podría compararse con ella.
Mientras tanto Ortiga...
Luces horrenda. - le dijo jinete del Ladrón de Ovejas a Visenya, fijándose en sus cada vez más prominentes bolsas negras bajo sus ojos. Dando un sorbo a su vaso de agua se preguntó si se había pasado un poco de la raya. La reina a su lado solo bufó.
Luzco horrenda, - asintió - porque no soy tan tonta como para confiarme en las personas que no rodean. Dormir es bajar la guardia ante nuestros enemigos y estamos cercados por ellos. No te confíes. - le advirtió.
No lo hago. - cuando la guerrera le alzó una ceja, ella se encogió de hombros y explicó - La falta de sueño hace que no reacciones tan bien como esperas, así que dormir es una parte vital si quieres mantenerte segura. Yo por mi lado me eché encima múltiples capas de cobertores y puse mi cota se malla entre ellas mientras descansaba. Quizás no me proteja del todo pero es mejor que nada, - la miro de frente - y realmente no me molesta mucho el calor que dan.
La reina sólo pudo reír ante sus locas ocurrencias. Aunque la chiquilla tenía un punto, necesitaba dormir pronto. Solo que todavía no.
Entre ella y su otra novia, Maegor vigilaba las conversaciones. Era mejor así. Él no hablaba y podía escuchar a los demás. Así no decía nada equivocado. Incorrecto del tipo que ponía incómodos a los demás. Ortiga le señalaba a su madre una preocupación que Maegor compartía. Del otro lado, Ceryse intentaba encantar a su padre. Decía intentaba, porque quien sea que le suministraba información, era un inútil.
La Hightower le explicaba que su padre deseaba montar un torneo en su honor, pero ella lo había disuadido de hacerlo. Las justas de caballeros y combates a pie era una forma de entretenimiento burda, según ella. Las personas educadas preferirían distracciones más sofisticadas que ver a hombres pegarse unos a las otros. Su padre asentía firme, como si compartiera lo que decía. Orys por otro lado, la miraba con una boca tan abierta que pronto le entrarían moscas. Lo que su esposa más... refinada ignoraba, era que aunque Aegon el Conquistador no hubiera participado jamás en un torneo, los adoraba. De joven soñaba con ser un caballero, le había comentado su madre. Seguía las historias y canciones de cada combate o justa con admiración fanática. Leía todos los libros sobre el tema. Y la fascinación nunca desapareció. Era uno de los motivos por los que Maegor se esforzaba tanto en sus entrenamientos. No podía ser tan carismático como Aenys pero era bueno con las armas. Si se convertía en el mejor caballero su padre estaría orgulloso de él. Pelear también le gustaba, tuvo que admitir. Calmaba algo dentro de él. Le permitía una mayor concentración. Tal vez debería decirle a su esposa que si quería ganar la aprobación del rey de los Siete Reinos, esa era la manera equivocada.
Mmmm. Mejor no. Ceryse le había demostrado que no eran un equipo, tanto en acciones como en palabras. Si un día cambiaba eso, suponía que trabajarían juntos. Mientras tanto no. Un matrimonio de cada uno por su lado perfilaba a ser. Lo había observado mucho en la Corte de su madre. Observar sin intervenir le dejaba ver muchas cosas. Como cuando dos esposos convivían pero velaban por sus propios intereses por separado. Los matrimonios surgían, tenían hijos y luego procedían a ignorarse como poco más que desconocidos. Apenas un día de casados y ya parecía ser ese su futuro. Bueno, al menos tenía otra esposa que le caía mejor. No dormía con él como las esposas, aunque no le importaba tanto. Compartir cama no se sentía tan bien como le dijeron. O nada bien. Recordó con horror la noche anterior. Se sintió mal, luego bien y luego peor. Su propio cuerpo se sentía asqueroso al terminar. Compartir el lecho por el resto del sueño se sentía desagradable. Cuando regresarán a Rocadragon ellos tendrían cuartos separados. Y Ceryse definitivamente no entraría en el suyo.
Entonces, cuéntenos príncipe Maegor ¿cómo fue su noche de bodas? - interrumpiendo sus pensamientos, hablo una voz gruesa y estridente desde mitad de la sala, tan alto que todos se concentraron en él.
Se fijó bien en el lord. Alto y algo pasado de peso, de ojos lavanda. Su cabello de oro pálido delataba su linaje valyrio. Pocas Casas con sangre del Feudo Franco quedaban en Poniente. Esta la conocía muy bien. Una cruz llameante sobre un campo de sable entre cuatro carabelas de plata. Solo podía ser la vergüenza de la Casa Qoherys de Harrenhal, Gargon Qoherys. Su madre le había dicho que su existencia era un insulto para sus ancestros. Que de ver en que se había transformado su nieto su abuelo, Quenton Qoherys, antiguo maestro de armas de Rocadragon durante la época de la Conquista, lo hubiera molido a palos. Hasta que se enderezara o muriera. Lo que ocurriera primero.
A su izquierda sintió a Ortiga ponerse rígida en un movimiento. ¿Le molestó la pregunta? Un rápido vistazo a su cara le mostró que estaba disgustada. ¿Era por lo que dijo o algo más? ¿Le había hecho el lord algo a su esposa? Quenton era famoso por sobrepasarse con muchas mujeres, pero no sería tan estúpido de buscar problemas con la suya. ¿Verdad? Maegor le frunció el ceño.
¿Por qué está tan enfadado el príncipe? - preguntó en un estupor borracho - En el desayuno todos esperábamos tener noticias del lujurioso novio.
Las risotadas salieron de todas direcciones. El sonido rallaba los nervios de Maegor. Esto se encaminaba a convertirse en un espectáculo. Y al centro de ello estaba el famoso "Invitado" de las Tierras de los Ríos. Algo en su risa no le gustaba, o le gustaba menos que las demás, le erizaba los pelos de los brazos.
- Aunque esa mala cara me hace dudar cuando deberías tener una sonrisa de oreja a oreja. ¿Es que acaso no sabías cómo tomar bien a una mujer, principito? ¿Y menos a dos?
Las risas a su alrededor estallaron y a Maegor se le calentaron las orejas de la furia y la vergüenza. Abrió la boca para decir que anoche mismo había engendrado un hijo para la casa Targaryen, luego lo pensó mejor. Ortiga le había contado a él y a su madre que no había tenido un hijo nacido vivo, que su primera esposa de seguro ni siquiera había concebido. Decir eso lo dejaría en ridículo cuando no naciera niño. Tampoco había disfrutado mucho del acto así que quizás no lo había hecho bien. Aunque contar eso lo haría parecer poco viril. Ahora era un hombre casado y no debería ser visto como tal. Lo pensó mejor antes de decir - Consumé mi matrimonio una docena de veces.
Las carcajadas subieron de volumen, luego siguieron y siguieron. Como si un bufón hubiera contado el mejor chiste del mundo - ¿Qué pasa? - miró a Ceryse, que era la que mejor se desenvolvía en público. Esta le viró la cara. ¿Lo que había dicho era tan horrible? Sin contar con su explicación volteó a Ortiga. No sabía mucho de la Corte pero su otra esposa eran muy astuta y tenía buenas ideas - ¿Ortiga?
Ella respiró hondo, su cara se mantuvo firme ante las burlas y le respondió - No soy una experta en el tema pero no creo que un hombre pueda consumar tantas veces en una noche. Una o dos es lo normal, creo.
Maegor contempló su humillación pública. No había un solo hombre o mujer en esta habitación que se no riera de su bravata. Desde aquí podía escuchar a la aguda risa de Alyssa e incluso a Aenys. Que vergüenza. Quiso culpar a Ceryse de no haberle advertido. Incluso la miró duro, pero Ortiga le pegó en el muslo. Sin perder de vista a Quenton le dijo - Ni te atrevas a culpar a la Hightower. Si era virgen como decía ser, entonces no tiene la más mínima idea. Y de todas formas, no te pudo detener antes que hablarás.
Ella tenía razón. Además era incorrecto culpar a alguien más por sus propios errores. Por un momento, gracias al enojo y la vergüenza, se le olvidó. Su madre permanecía callada, quizás quería que se defendiera por su cuenta. Aún así, no sabía como reaccionar para que se detuvieran. No había nada que supiera hacer para remediar escena. Maegor solo podía hundirse en el asiento mientras las burlas continuaban. Al menos hasta que el temperamento de su esposa estalló.
¿De que te burlas tanto, rubio? Falló en el número pero no en el hecho. - le paso el brazo por encima y se pegó a él, las risas disminuyeron con sus palabras - Al menos él puede complacer a dos mujeres al mismo tiempo.
El silencio gobernó en la sala que apenas antes estaba inundada de sonido. Ortiga miró con desagrado a Gargon de arriba a abajo, su mirada centrándose en la barriga del hombre que empezaba a extenderse, antes de decir - Dudo mucho que tú puedas hacer lo mismo, y menos dejando satisfechas a las mujeres. - le envió una sonrisa fría y se restregó mimosa contra Maegor, fingiendo ser dulce con él.
El último de los Qoherys enrojeció, antes de admitir - Me he acostado muchas veces con dos mujeres a la vez y todas gemían mi nombre.
Si, - cabeceó Ortiga muy seria antes de tirar su puya - ¿pero a alguna de esas lo hizo sin que le tuvieras que pagar?
Esta vez cuando las risas se apoderaron de la sala, abrazadoras como eran, no le molestaron tanto. Su burla había quedado enterrada bajo la mortificación del lord de Harrenhal. Incluso recibió un par de miradas evaluadoras de las féminas. Decidió mantener su rostro firme, no pueden explotar tu debilidades si no las pueden ver. También era mejor que se quedara callado. Esta casi total humillación, solo salvada por Ortiga, era algo que no olvidaría pronto. Si no podía decir lo correcto, era mejor no decir nada. Así que bajo la cabeza y empezó a comer.
Calmadas las bromas, al menos contra ellos, Ortiga siguió el ejemplo de Maegor. La carne de res perfectamente cocida que tenía ante ella no se iba a comer sola. El inmenso filete era un desafío que tomaría con gusto. El chiste se le ocurrió a medio consumo y fue a contárselo a Maegor. Cuando giró hacia él chocó con el gesto algo censurador de Ceryse. Se fijó a ver si tenía comida encima o estaba cometiendo un error de modales. Nada muy obvio. Tuvo que preguntar - ¿Qué?
Deberías comer con más refinamiento, y también en menores cantidades. - le expuso Ceryse - Una dama adecuada come con moderación y sin caer en apetitos descontrolados. Toma mi consejo
Pero tengo hambre. Estoy segura de que me puedo comer todo esto. - miró a Maegor que miraba el intercambio si detenerse entre bocado y bocado - ¿Tú también crees que debería comer menos?
Maegor se limitó a mirar su propio plato, que había pasado de estar bastante lleno a casi vacío, y sacudió la cabeza en rápida negación. A su otro lado Visenya comía con calma, aunque no parecía dispuesta a detenerse pronto. Saboreaba bien todo lo consumido antes de tragar.
Ves, - los señaló - a la familia cercana no le importa. Los demás que se jodan. - Visenya le pateó disimuladamente. Modales Ortiga, modales - Además, ¿qué quieres que haga con el resto de la comida?
¿Qué más? Pues tirarla. - dijo Ceryse enfadada por sus respuestas a su muy buena recomendación. Lo mejor sería no discutir más con ella. Si se portaba así como Visenya, mejor. Menos le agradaría al rey y más probabilidades de ganarse para sí misma la confianza del monarca. Ella solo intentó acesorarla para que encajara mejor en la sociedad ponienti. Pues hizo lo que pudo, el resto era su problema.
Maegor notó enseguida que algo estaba mal en su segunda esposa. No se había movido desde el intercambio con su otra novia. Una quietud extraña se había apoderado de ella. Se inclinó cerca de Ortiga, que se encontraba cabizbaja, para que nadie les escuchará - ¿Qué pasa?
- Creo que Ceryse va a tirar lo que no se va a comer.
Sí, ¿y? - la comida a medio comer se tiraba. O puede que algún sirviente se la comiera. Poco importaba.
¿Por qué tirarían perfectamente buena? - la voz de su novia no sonaba como ella, había un matiz tenso y angustiado - ¿Sabes lo duro que es conseguir algo de cenar ahí afuera?
Orthyras, - no podía decirle Ortiga en público - ¿te sientes bien?
Creo que si veo que va a tirar un plato casi lleno me voy a enfermar. - ¿qué? - Maegor, creo que esta es otra de mis rarezas.
Desde otra mesa, Martyn Hightower lo miraba enfadado, no parecía que disfrutará la cercanía entre ellos. Pues que sufriera. Sus sentimentos no eran su preocupación.
Siempre me como lo que hay en mi plato, todo. Tenerlo lleno mientras crecía era tan difícil. De niña tenía siempre tanta hambre. Tanta. - la confesión le dolía en más de un sentido, ¿No se había comido ella sus sobras cuando la conoció? ¿Era por eso? El hambre era una realidad común para el pueblo llano, pero en este momento Ortiga era su esposa y no le gustaba que su esposa sufriera. O hubiera sufrido.
Sin saber muy bien que hacer porque él no era bueno consolando, o nada bueno. Lo cierto era que no tenía experiencia en el asunto. Para ayudar intentó imitar las cosas que ella hacía por él, círculos delicados sobre su muslo. La tela suave de sus propias calzas se sentía bien y esperaba que ayudara a Ortiga.
Solo después de la Cosecha que se hizo para la guerra me empecé a juntar con nobles y lo vi. - hablaba bajo, como si complotara con él - Entonces me di cuenta de que a veces tiran su alimento. Intento ignorarlo, de verdad que sí, pero cuando alguien me lo recuerda no puedo dejar de pensar en eso.
Maegor entendía. A veces se fijaba demasiado con algo y su cabeza no podía salir de ahí.
Así que cuando veo que alguien tira comida buena siento unas punzadas acá. - señaló a donde suponía estaba la boca de su estómago - Ceryse acaba de decir que va a botar su plato y es en todo lo que puedo pensar. Creo que si veo su alimento que todavía sirve a punto de ser echado, vomitaré. Eso de deshacerse de la cena en buen estado solo se les ocurre a ustedes, los nobles. - se empezaba a ver un poco pálida.
Pues sí, la comida más bien sobraba, pero eso no ayudaría a su esposa - Puedes concentrarte en mi plato si quieres. Puedes estar segura que me tragaré todo. - por primera vez en la discusión conectó sus ojos con él - Para estar fuerte tienes que comer mucho y te juró que yo me lo comeré todo.
Mi héroe. - el color regresaba lentamente a su piel. Ortiga lo miraba como si realmente hubiera hecho algo bueno por ella.
Tú me cuidas y yo te cuido. - así le gustaba más. Ellos dos si eran un equipo.
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El festín se había acabado y estaban de regreso en sus aposentos. Ortiga lo había abandonado de nuevo con su primera esposa. Cuando se cerró la puerta principal, se dirigió directo y sin medir palabras al pequeño cuarto lateral de los sirvientes. Por si no lo habían entendido bien la primera vez, ella no compartiría su cama. Ni junto a Ceryse ni por separado. Puede que otro marido se enojará. Maegor no. Era un peso menos del que tenía que hacerse cargo.
No pensó que fuera posible, pero parados y completamente vestidos, esto era incluso más incómodos que su primera noche juntos. A diferencia de esa vez, Ceryse permaneció en silencio cerrado. Él la miro esperando algo, no sabía qué. ¿Una queja? ¿Una reclamación? ¿Pedirle que hiciera un mejor esfuerzo que la vez anterior? Nada. Su esposa no dijo nada. Solo fue a la habitación donde descansaba Ortiga pero en lugar de entrar, abrió la puerta. La pequeña criada la esperaba parada tras el marco y enseguida la ayudó a desvestirse. Cada pieza de ropa menos le retorcía el nudo en el estómago. No creía que su desempeño en la cama fuera aceptable. Más cercano a una actuación humillante que a otra cosa. Pero su esposa no hizo mención alguna de ello. No sabía si era para proteger su ego o su propia modestia. Aún así le molestaba. Si quería fingir que esto no pasaba solo tenía que decírselo. Nadie le explicó cómo comportarse aquí, aparte de la acción necesaria, él necesitaba indicaciones.
Cuando la diminuta sirvienta desapareció, Ceryse se deshizo de la poca vestimenta que le quedaba. Desnuda como vino al mundo y sin pudor alguno, marchó a la posición que había adoptado en su noche de bodas. ¿Esto sería una repetición? Maegor suspiró o comenzó a desvestirse también. Se quitó con calma sus ropajes, asegurándose sin ningún apuro que estuvieran correctamente doblados. Nada ilusionado con lo que pasaría después. Al menos esto terminaría rápido.
Chapter 16: El resultado de nuestras acciones
Chapter Text
Su esposo era una criatura de costumbres, pensó Ceryse. Tenía una rutina creada y era más devoto a ella que la mayoría de los fieles a los sermones. Levantarse temprano. Baño. Entrenamiento. Incluso la noticia de la pronta partida de su madre no lo desequilibró. Orthyras, por otro lado, necesitó ser llamada en un par de ocasiones para que despegara el cuerpo de la cama. Y solo porque Visenya le exigió que estuviera lista. ¿Para qué? No dijo. Pero había un aire tenso a su alrededor. Así que aquí estaban de nuevo. Su esposo ejercitándose metódicamente en el patio y ambas observándolo desde el mismo pasillo. Como una bizarra repetición del día anterior.
Las únicas diferencias eran que esta mañana, ella y Orthyras estaban sentadas y desayunando. Ceryse hubiera preferido comer en el salón. Una comida más completa acompañada de los nobles que aún se reunían en la Fortaleza. Para socializar y formar conexiones. Se suponía que esa sería una de las ventajas de su nuevo matrimonio. Su esposo prefería evitar las multitudes y la princesa Orthyras le seguía. Es por ello que estaban todos aquí, aunque nunca le hicieron exigencias a la dama. Ceryse misma se obligó a estar. Cuando Orthyras era aún considerada una lady había planteado la cuestión. Era mejor que los vieran juntos para dar una ilusión de unidad. Así que se tuvo que conformar con un desayuno ligero y la presente compañía. Al menos se aseguró de que le gustara lo que le llenaría el estómago. Pan blanco de trigo con mantequilla y huevos. Acompañado de las mejores manzanas Fossoway. La otra esposa de su marido, si se le podía considerar así, nunca tenía una queja o una crítica negativa sobre la comida. La variación estaba en lo que bebían. Ella con vino dulce y Orthyras rechazándolo a cambio de agua pura, sin hierbas aromáticas ni nada.
Al llegar Morgan por detrás de ellas, prestó especial atención a este hecho. Su hermano especulaba problemas con la bebida. Conocía a soldados que evitaban por completo la hidromiel o la cerveza, o caerían de nuevo en una espiral de borracheras. Ella lo dudaba. La princesa rechazaba cualquier ofrecimiento de vino. Alguien con anhelo por la alcohol lo miraría aunque fuera con un destello de codicia.
Princesa Orthyras, hermana, - su hermano las saludo con la reverencia que correspondía - atrapadas de nuevo observando tal fascinante espectáculo, ya veo. - el sarcasmo al final era claro en su voz. Su enfrentamiento con el príncipe lo había llevado a un rechazo exagerado hacia él. Además de un temor infundado hacia lo que le podría ocurrir a ella. Innecesario. Pesé a las críticas del rey, su nuevo esposo no se habia portado de forma inapropiada. Algo desconsiderado, sí. Pero no incorrecto. Ella se pondría del lado de su hermano, por supuesto. Maegor era un desconocido, y si el Conquistador rechazaba su comportamiento, ella lo rechazaría igual. Su suegro era la llave con la que su familia accedería a más poder.
A Orthyras, su comentario no le agradó mucho. Morgan intentaba ganarse su atención con su encanto y atractivo. Aprovechando que la muchacha rechazaba el contacto con su esposo. También ignoraba de forma tonta que quizás no quisiera compartir su cama, pero era protectora con él. Muy protectora. Aunque la princesa mantuvo una expresión de bienvenida, su mirada sugería otra cosa. Era probable que luego de sus palabras, preferiría verlo sumergido bajo las corrientes del Aguamiel que a su lado.
Maegor también notó su llegada. Sus estocadas y defensas se hicieron más agresivas. No intervino en su discusión ni intercambió ningún comentario. Aún así se sentía salir de él la tensión. La gente a su alrededor empezó a prestar más atención a la escena que se desarrollaba.
Vaya, al menos nuestro príncipe aprendió algo de moderación tras la lección de su padre. - su hermano se burló un poco al alcance del oído de todos. Seguro de que el hijo del monarca no se atrevería a enfrentarse a él tras eventos anteriores. No contaba con Orthyras.
La lengua de la princesa había demostrado ser afilada. Si bien no de forma sutil, como se esperaba de la elegancia de una dama, sino más bien como un hachazo. Una vez que daba un golpe, era casi imposible recuperarse. No se quedó atrás con su hermano.
¿Qué pasa, querido cuñado? ¿Todavía te arde un poco la derrota de ayer? - Morgan parpadeó anonadado ante el ataque verbal - No te preocupes, puedes intentar la revancha. Hablaré con mi esposo para que sea suave contigo.
Los hombres de armas a su alrededor no contuvieron las risotadas. Su forma de ser no incluía comentarios velados o risas discretas. Eran directos y burdos, sin paciencia para contemplaciones o egos magullados. Más bien, disfrutaban de estos. Y la princesa estaba complaciendo sus gustos a costa de su hermano.
Puede que no fuera el mejor ejemplo de distinción y refinamiento, pero para Ceryse, Orthyras dominaba el arte de aplastar con palabras. Y se dirigía a rematar. Lamentablemente para Morgan, poco podía hacer. Si bien su lealtad estaba con él, tampoco podía permitir que humillara en público a su esposo y apoyarlo. Solo al rey se le podía conceder esa gracia. Estaba por ahora, en su mismo barco. Sin contar con que defender a alguien que buscaba menoscabar a su marido de forma obvia, solo dañaría su propia reputación.
No te preocupes, Ser Hightower, estoy segura de que alguien podrá besar tus heridas para que sanen mejor. - y si dejarlo contestar se dirigió a los que lo rodeaban - ¿Es que nadie va a saltar a defenderlo? Ayer fue un niño, hoy se pelea con una muchachita. Pobre Ser, siempre te metes con los peores enemigos. - negó de forma triste con la cabeza.
Si para hoy, las personas habían olvidado la derrota de su hermano a manos del príncipe, gracias al regaño de Aegon. Para mañana todos lo recordarían fuerte y claro. Las burlas de los caballeros no se hicieron esperar.
Su pobre Morgan no sabía como reaccionar. Se había peleado con duelos y con puyas contra muchos hombres. Con las mujeres estaba más acostumbrado a que un par de frases suaves y una sacudida de sus rizos les ganara su favor. No solía enfrentarse a ellas. Discutir contra una mujer era un mundo de diferencia a discutir con un hombre. Además, la princesa lo superaba tanto en estatus como en fuerza. Su bestia no podría ser tomada como inofensiva por nadie y por su misma confesión, ella había salido de una guerra. La misma Ceryse le hizo a Morgan un gesto con la cabeza.
Retírate antes de que sufras más bajas, fue lo que quiso decir. Su hermano obedeció. Aunque su tendencia a cuidarla lo sobrepasaba, no era como otros hombres que subestimaban la inteligencia de sus hermanas.
Orthyras apenas le echó un vistazo a su huida y prosiguió a animar a su esposo. Sin mucho respeto o decoro por las normas sociales. Su padre debió ser muy permisivo y liberal con ella. Pero que podía esperarse de un hombre que dejó a su otra hija llevar el cabello corto.
Ceryse siguió en sus cavilaciones y Orthyras avivando a su esposo. Esto duró hasta la aparición de Visenya.
Un gesto de su mano y cada hombre en el patio mantuvo la distancia entre la reina y su vástago. Suponía que era la despedida. La reina Visenya, lord Baratheon y el príncipe Aenys deberían haber partido al rayar el alba. Pero a petición del heredero de Aegon, se retrasó la salida. Pronto, Aenys asumiría de forma indirecta el gobierno de los Siete Reinos. La influencia de Visenya mermaría en parte. Aunque en control del nuevo dragón, no podía estar muy segura de que tanto caería su poder.
Tambien le gustaría saber de qué hablaban su esposo y su suegra. Desde aquí, no se escuchaba nada. No había paredes ni muros que permitieran un disimulado acercamiento a ningún criado. No habría manera de informarse del intercambio. Fuera lo que fuera, a su joven marido no le agradaba lo dicho.
¡No! ¡Es mi esposa! ¡Mía! ¡Debería permanecer a mi lado! - la famosa terquedad de Maegor estaba saliendo a flote.
Hace menos de una luna que la conoces y apenas dos noches como esposa ¿y ya te sientes tan posesivo, mi niño? - su hijo no aceptó la broma como sabía que pasaría. Su sentido del humor estaba más atrofiado que el suyo - Es por tu bien.
- ¿Cómo va a ser por mi bien? ¡Te la vas a llevar!
Visenya tuvo que suspirar antes de empezar a contar su versión de los hechos - Maegor, cuando conocí a Ortiga por primera vez nos temía demasiado, así que hice un trato con ella. La muchacha piensa que no es tu esposa de verdad.
Su siempre adusto hijo, lució como si le hubieran arrebatado de las manos su tesoro más preciado.
Dije piensa, no dije que no lo sea. - el esperado ceño fruncido cayó en su lugar - Ella prometió protegerte y serte leal como una esposa. Pero se rehúsa a dormir con un niño. Una parte de ella también puede temer al hombre en el que te conviertas. Así que le prometí que no tendría que compartir tu lecho - el tic en su labio se desató con brutalidad incontenible - hasta que ella misma quisiera. Ella como que olvidó la parte de que si te acepta en su cama, el trato está sellado. La separación te permitirá crecer ante sus ojos. Dale tiempo al tiempo. Mientras tanto, el nuevo contrato de matrimonio negociado por tu padre con los Hightower establece ciertas premisas que encajan con este plan. En él se estipula que en el primer par de años de tu matrimonio, tendrás a Ceryse diez noches por cada una con ella.
Un intento de Aegon de insultarla. Fútil. Llevaba años sufriendo desaires frívolos de su Corte y humillaciones directas por su parte. Esto era apenas una pequeña gota en un estanque ya desbordado.
- La solución a esta cuestión es sencilla. Crece hasta ser un adulto, al punto que ella ya no sea capaz de llamarte infante, y luego seducela.
Maegor la vio como si le hubieran destruido un ídolo. ¿Qué pasaría por su cabecita?
Para Maegor, su madre había perdido la cordura. Esa era la única respuesta que tenía ante su idea. ¿Seducir a alguien? ¿Él? Estaba tan loca como algunos mendigos en la calle. Miró sus ojeras negras. Quizás fuera eso. Sí, se dijo. Su brillante e inteligente madre no se le ocurriría en su sano juicio que Maegor tendría la capacidad, o la habilidad, para seducir a alguien. Era la falta de sueño quien hablaba. Él había nacido como un príncipe. Siempre supo que se casaría en un matrimonio por conveniencia de la Corona. Nunca le había molestado. Más bien contaba con ello. Si dependía de él atraer una mujer, entonces estaba jodido. O lo contrario de jodido. Porque no lograría galantear a nadie. Para eso se suponía que estaba el prestigio, el poder, la moneda acumulada en su familia.
Ortiga no caería por eso. Pensó con creciente pánico. Incluso casada con él ante los ojos de todo Poniente, no habría dudado en salir corriendo de creerlo necesario. Nada emocionada con entrar a un matrimonio real. ¿Cómo hago yo para cortejar a una mujer como esa?
Maegor, no te agobies mi príncipe. - su madre acarició su pelo, nunca antes había sido tan suave con él. Le gustaba - Tienes años por delante antes de que llegué ese momento. Tantas cosas han cambiado y quizás muchas otras cambiarán. - originalmente se suponía que él y Ceryse volvieran con ella, al exilio de su presencia que le había impuesto Aegon - Serás expuesto a nuevas cosas. Confrontaciones que nunca esperé tener también me han ocurrido. Solo tenemos que salir adelante. ¿Sí?
Su hijo cabeceó, su mente ya evaluando este nuevo problema - Solo debo recopilar y evaluar la situación, adaptarme a las circunstancias, conservar la calma y la paciencia y aprender de cada experiencia. - asintió ante su nuevo plan. Visenya quería reír ante su lógica. Aplicando los mismos consejos que le dio para cuando se enfrentará a un enemigo desconocido.
Luego de pedirle a Ceryse que abandonara temporalmente su presencia, la conversación de la reina con Ortiga fue más sencilla. Mientras su hijo luchaba contra los cambios, la muchacha tenía una notable capacidad de adaptación. Rebotaba de una situación a otra y siempre buscaba una solución. Una explicación sencilla del lado de Visenya sobre la necesidad de la separación: entrenamiento, educación, distanciarla de sus enemigos e instruirla para enfrentarse a ellos, y la chica ya estaba a bordo. Se haría lo que tenía que hacerse y fin del embrollo. Lidiar con ella tendría sus dificultades. Todos los jóvenes de su edad venían con las suyas propias, y sabrían los dioses que otros escollos la asediaban, pero hasta este mismo instante era astuta y resiliente. Una superviviente. Ella prosperaría y Visenya le daría las herramientas necesarias para ello.
Maegor había terminado su ejercicios mientras discutía con la muchacha. Luego, mientras él y Ortiga se arreglaban en el interior de sus habitaciones, se había despedido a su manera. Poco dado a la emotividad, mientras ella se colocaba su traje de montar completo, él le pidió que se cuidará y le prometió cuidarse. Algunos lo llamarían frío. Visenya lo reconocía como un avance.
Cuando Ortiga dijo adiós, su hijo apenas sostuvo la esquina de su traje y le hizo jurar a Visenya que su esposa podría ponerse toda su ropa si gustaba de ella. La que tenía en Rocadragon. La chica lo abrazó, refiriendo exagerada lo dulce y amoroso que era su esposo. Maegor no la rechazó. Se quedó ahí soportando el trato a la vista de la reina. Una madre conocía a su hijo. Su pequeño príncipe disfrutaba del irreverente contacto.
Afuera de las murallas los esperaba una reducida comitiva real. Aegon con Orys a su lado. Uno de las fajas de montar del propio Aegon atada a su cintura. Ante su necesidad, Vaghar y el Ladrón de Ovejas sobrevolaban la torre esperando su llamado. Balerion mantenía su distancia fuera de las murallas de la ciudad. Había previsto que tuviera cierta territorialidad con el nuevo dragón, aunque nunca espero su comportamiento... excéntrico. Los extraños bramidos y llamados que había emitido con anterioridad en su presencia, todavía desequilibraban a Visenya. ¿Qué significaban?
Azogue ya estaba en la tierra, con Aenys sobre él y un tripulante inesperado.
¿Esto qué es? - exigió Visenya.
Alyssa estaba imbuida en ropa abrigada, con uno de los cintos de Aenys enganchándola a la silla y aferrada todo lo posible a su esposo. Se suponía que sería enviada más tarde a hacerse cargo de sus nuevas responsabilidades. No que compartiera el viaje con ellos. Esto estaba destinado a ser un vuelo rápido. Intentando recorrer la mayor distancia en el menor tiempo posible. De alguna forma Visenya sabía que los retrasaría.
Oh, tía. - el hijo de su hermana la recibió con una sonrisa y un saludo - Mi Alyssa extraña demasiado a nuestra hija. Esta tan desesperada por volver a verla que esta dispuesta a hacer el viaje en dragón.
Esto no será un viaje de placer, Aenys. - aclaró Visenya pese al fuerte ceño fruncido de Aegon. Su hermano - esposo vivía para complacer cada uno de sus caprichos, tal y como había hecho con su madre. Parecía molestarle que los demás no se doblegaran ante este comportamiento también. Su rostro ceñudo lucía enfadado, tan semejante al de Maegor. ¿Aceptaría él alguna vez su extraordinario parecido con el menor de sus hijos? Lo dudaba - No será una marcha lenta y no habrán paradas pintorescas.
- Oh, lo sabemos tía. Juro que lo entendemos. Es solo que mi Alyssa desea reunirse prontamente con nuestra bebé.
Era más seguro que no quisiera que él escapara de su control, pensó Visenya. Pero bueno, poco podía hacer. Aenys alzó el vuelo. Su pequeña dragona cabía con comodidad en el exterior de los muros. Para el Ladrón de Ovejas, fue más complicado. No tan grande como Balerion, aún tenía que aferrarse a los bordes rocosos para no caer de la isla. Ortiga montó con eficiencia.
Cuando Vaghar descendió, fue más fácil para la dragona aterrizar en el estrecho tramo de tierra. No le sobraba espacio como Azogue aunque no se deslizaba por los bordes como los otros dos dragones. Ni un - Cuídate - salió de Aegon. Décadas de lealtad ciega y así le pagaba. Bueno, la venda se le había caído de los ojos. Si la historia de Ortiga no hubiera sido suficiente, sus acciones hablaban por él. Orys escaló cuando ella ya descansaba sobre Vaghar. Su subida fue más lenta por la ausencia de su mano, dificultando la escalada. Al llegar hasta ella, sus mejillas estaban rosadas, más por la vergüenza que por el esfuerzo.
Te estás haciendo viejo. - fue su seca contestación.
Orys se detuvo de atarse las cadenas y la miró. Su risa fue más bien un ladrido y luego sus carcajadas brotaron como agua de un manantial - Ay, Vis. Como extrañaba tu idea de humor.
Dio la orden de volar y Vaghar despegó, tomando cada vez más altura. Aquí arriba el aire era tan frío que te entumecía. Las zonas del cuerpo expuestas sin protección a los vientos, se sentían como atravesadas por fragmentos de vidrio. Sin el calor que irradiaban sus dragones, esta altitud de seguro los congelaría. El Ladrón de Ovejas y Azogue volaron en su estela, en una formación en punta de flecha.
Veamos cuánto tardaba Alyssa en hacer un berrinche, se dijo Visenya.
La respuesta a la pregunta que se hizo la reina fue: nada. No habían salido de las tierras de los Hightower y ya había sido necesario aterrizar. Orys le dijo que mantuviera la calma. Alguien no acostumbrado a montar necesitaría descansos más frecuentes. Además la muchacha estaba verde y mareada. Sobrevolar sobre Alto Jardín significó otra parada para la comida del mediodía. Alyssa necesitó un breve momento para recuperarse a petición de Aenys. El "breve momento" se extendió entre entretenimientos. La real pareja parecía enamorada con el palacio que construyeron los Gardener. Pensó que estaría bien que su nueva hija política disfrutará de ello en cierta cantidad. Cantidad que fue sobrepasada cuando tras un par de horas, ni Aenys ni Alyssa cesaban sus diversiones.
Paramos aquí a descansar un rato. Ya se hizo, ya nos vamos. - fue Orys quien se puso firme - Si querían quedarse y disfrutar este no es el viaje para ello.
Parecia que al final Alyssa no estaba tan desesperada por encontrarse con la princesa Rhaena, porque fue a quien más le costó dejar las frivolidades del castillo. O puede que simplemente subestimara su incapacidad para soportar el vuelo y quisiera retrasar lo más posible la repetición de la experiencia.
Una vez más, en medio del viaje, habían tenido que descender para que Alyssa se repusiera. Su palidez también se hacía menor con cada vuelo, así que podía suponer que empezaba a adaptarse. Eso, o no lo quedaban ya fuerzas para sentirse mareada. Tuvo que luchar contra ella de nuevo para no detenerse a descansar en la próxima fortaleza. Esto no era un Real Progreso de Aegon, de torreón en torreón y de Casa en Casa. Entonces Alyssa se había quejado de que Azogue nunca dirigía el grupo de vuelo. Solo el Ladrón de Ovejas y Vaghar. Aenys tuvo que explicar, con una calma que se evaporaba más rápido en Visenya que el agua en el suelo de Dorne, que un dragón tan pequeño tendía a luchar más contra el viento. Que el impulso generado por el vuelo del dragón al frente de la comitiva le permitía a Azogue aprovecharlo, manteniendo un ritmo que no alcanzaría por sus propios medios. Alyssa se calló después de eso, pero no parecía satisfecha.
Las esperanzas de Visenya de completar el viaje de un solo tirón no habían sido altas. Este era un trayecto difícil. Pero las múltiples paradas de Alyssa los tenían a menos de la mitad del camino, posiblemente. Hacía rato que los lloriqueos habían comenzado a desgastar la nunca muy larga paciencia de Orys, y la de Ortiga estaba sostenida por simples hilos. Una lluvia que los sorprendió en el aire los dejó todavía más miserables y a Visenya más desesperada por llegar a casa. Necesitaba dormir. No podía hacerlo aquí, sin paredes tras la que ocultarse. Como no lo podría hacer en una fortaleza desconocida. Nunca sabría del todo si albergaba amigos o enemigos.
Para su sorpresa, fue Ortiga quien inició la detención del grupo. La chica había aguantado el primer viaje con facilidad pasmosa y sin queja. Echándose una que otra siesta a lomos de su dragón. Por lo que que fuera ella quien marcara la abrupta parada fue inesperado. Su dragón rugió para que se le prestara atención y bajo casi en picada hasta el borde del Mander, en el punto en el cual se unía con otro afluente. El río se extendía casi hasta las mismísimas Tierras de la Corona, por lo que era un excelente punto de referencia para seguir durante su viaje. Al desmontar, una Ortiga muy atareada ya estaba montando un campamento.
¿Por qué te detienes? - preguntó Visenya a pesar de sus acciones claras. Orys, que había bajado antes que ella, rufunfuñaba mientras se quitaba las prendas exteriores más mojadas.
Porque no vamos a llegar a ningún lugar. Ni avanzar más. - reunía la madera más seca que había a su alrededor, que no era mucho. La lluvia había pasado por aquí - Tú te estás cayendo en pedazos, yo estoy húmeda y de malhumor y en cualquier momento Alyssa bajará y empezará a quejarse de algo.
Como si fuera una sombra invocada por su domador oscuro, apenas Azogue hizo contacto con la tierra, pudo escuchar los lamentos de Alyssa. Esta vez estaba en negación ante la idea de dormir en campo abierto, sin la protección de toda una comitiva de guardias y sirvientes como mínimo. Su marido la consolaba como si esto fuera una tragedia a la que tenían que enfrentarse. Como tenía las fuerzas para quejarse, y menos discutir, con los temblores de sus piernas, Visenya nunca lo sabría.
Yo haré la primera guardia. - la reina fue a contestar y Ortiga se adelantó, la deferencia olvidada en favor del sentido común - O no, tú no. Yo prenderé una pequeña y agradable fogata - continuó mientras sacaba un pedernal e intentaba sacarle chispas contra su daga - y tú dormirás acunada por la calidez como si estuvieras la cama más blanda de los Siete Reinos.
Y no hables de enemigos. - Orys aclaró conociendo como funcionaba su mente - Estamos en medio de la nada y nadie sabe que estás acá. Tenemos dos ríos a nuestra espalda por lo que difícilmente alguien llegue de sorpresa de esa dirección. Tenemos tres dragones como custodios y nadie aquí te hará daño.
A menos que le temas a Alyssa y sus infinitos lloriqueos. - escupió Ortiga, que estaba al borde de su aguante con el comportamiento infantil y exigente de la dama.
La susodicha casi se atraganta con su propia saliva ante el comentario. Cuando fue a demandar respeto fue ignorada por todos menos su esposo.
Bien, todo arreglado, por lo visto. - Orys interrumpió cualquier negativa. Visenya no se veía del todo bien y él solo quería mantenerse seco y caliente - Pero no creo que con madera verde y húmeda puedas encender nada, muchacha.
Como para burlarse de él, la fogata prendió enseguida. Miró el fuego algo extrañado.
Ja. Puedo prender cualquier cosa que no esté bajo el agua. - la nueva jinete afirmó - Solo no esperes que cocine nada porque lo quemaré... o moriremos envenenados.
Visenya, incapaz de oponerse a la alianza entre Orys y Ortiga, tuvo que ceder. No es que tuviera un deseo feroz de enfrentarse a sus sugerencias y para empezar, no podía reunir las fuerzas ni para decir nada.
En medio de todo, el Señor de Bastion de Tormentas observaba la situación. El hecho de que su hermana no se opusiera le decía más a Orys que cualquier otra cosa.
Aegon se quejaba de su agresividad, cuando debía estar agradeciendo a los dioses en los que creía y en los que no, que Visenya no lo hubiera matado con sus propias manos. Su lealtad por él era como las estrellas en el cielo, incontable. Aún así, de alguna forma la había agotado. ¿Y lo peor? No creía que su plan de quitarle Rocadragon a Maegor fuera todo lo que motivó el conflicto entre ambos. Más como la estocada final en medio de un combate.
Ya había presenciado el comportamiento de Aegon con su segundo hijo. Los rumores del deseo del rey de dejar de lado a su reina siempre se le antojaron absurdos. Visenya no era la más fácil de soportar pero era un pilar para su reinado. Una espada para luchar por sus intereses y un escudo contra sus enemigos. Solo un idiota menospreciaría a tal mujer. Subestimó a su hermano. En el tiempo en el que habían estado distanciados, las cosas en la capital se habían ido degradando. ¿A que punto? Pues lo averiguaría. No podía seguir ignorando lo que pasaba con su familia. Lo reclamarán oficialmente o no, ellos se protegían los unos a los otros.
O al menos lo hicieron una vez. La actitud de Aegon con la mitad de su linaje dejaba mucho que desear. En especial para alguien que debería estar interesado en mantenerlos unidos y felices. La receta para una guerra interna se cocinaba bajo sus narices y el maldito condenado solo parecía echarle más sal. O quizás solo fueran suposiciones. Solo sabía algo.
Vis se caía en pedazos ante él.
Como no se habían hecho planes para quedar a la intemperie, no tenían más que una tienda de campaña personal. La que la propia reina había llevado al otro lado del mar en su búsqueda de la jinete, suponía Orys.
Alyssa enseguida intentó reclamarla para ella y su esposo.
No. - la jinete de la bestia marrón no cedió ni una pulgada de terreno - Visenya no se siente bien y es la dueña de la tienda, así que duerme en ella.
Alyssa intentó una y otra vez que se le otorgara la tienda a ella y a su marido. La princesa se negaba en cada ocasión. Orys pudo ver que cada no que daba, la desgastada, aunque no en la dirección que esperaría Alyssa. Finalmente, Orthyras declaró que su no seguía siendo un no y en sus palabras:
- Si escucho otra de tus quejas o lloriqueos y no dejas dormir bien a la reina, habrán consecuencias. Te voy a coger, te voy a arrastrar hasta una pila de mierda de uno de los dragones y te voy a sumergir ahí para que tengas algo por lo que llorar de verdad.
Obviamente, el aguante de la muchacha comenzaba a ceder y Orys podía verlo reflejado en su dragón. Abría y cerraba sus mandíbulas en silencio. Aterrador. Lamentablemente para él, aunque Alyssa se tomó muy en serio su velada amenaza, Aenys decidió que era el muy equivocado momento para mostrar carácter.
- ¿Cómo te atreves a hablarle así a mi esposa? Ella solo está sufriendo por las condiciones de este viaje. Si pudieran ser más considerados con ella...
- ¿Ser considerados? ¡¿Ser considerados?! Tu esposa no se calla. Todos estamos sufriendo, todos somos miserables. Pero por alguna razón son solo sus sentimentos los que importan. Si era tan delicada que no hubiera venido. Todo lo que ha hecho es retrasar y...
Princesa Orthyras, ¡Deténgase! - Orys le tomó de la mano - Entiendo su frustración, pero por favor, vaya a refrescarse un poco. Entiendo cómo se siente. Se que algunas veces los nuevos jinetes pierden con más facilidad el control de su temperamento. Usted es nueva con su dragón ¿verdad?
Orthytas asintió - Menos de un año.
Correcto, así que el descontrol es esperable. - le dio unas palmadas gentiles - Vaya, yo me encargo de todo acá.
La muchacha suspiró y se dirigió a la ribera del río, a echarse algo de agua en el cuello. Eso calmaría un poco los ánimos revueltos.
Su comentario fue insultante. - Aenys continuaba.
¡Sí! - afirmó Alyssa - ¿Cómo se atreve a dar órdenes y a sugerir que mi esposo y yo descansemos al descubierto?
Orys miró a Visenya, que ni siquiera tenía las ganas de discutir contra Alyssa. Solo armaba la tienda con desgano. No se ofreció a ayudar porque molestaría a su hermana de alguna forma. No tocabas sus cosas a menos que supieras exactamente como a ella le gustaban. Llegó también a la misma conclusión que la muchacha.
La tienda es de Visenya y ella va a dormir en allí. Como te incluiste en este viaje de forma inesperada, tienes que aceptar lo que hay y ya. - como la caballito de mar intentó rebatirlo, Orys aseguró - La muchacha prometió enterrarte en estiércol si llegaba a sus oídos otra queja. Yo ya la calmé un poco, pero si lo intenta, no la voy a detener.
Alyssa enrojeció de furia pero se mantuvo sabiamente en silencio. Marchó furiosa al otro lado del fuego y fue el turno de debatir con Aenys.
- Niño, ven.
Aenys dudaba. Su padre siempre habló de este hombre como su mejor amigo y la persona más digna de confianza que existía. Cualquier duda o problema que tuviera, podría recurrir a él para buscar solución. No le pareció que su resolución ante esta vicisitud fuera la correcta.
¿Qué ves? - señaló a la extraña criatura que era el nuevo dragón.
¿Eh? - como parecía hablar en serio, respondió - El dragón de la princesa Orthyras.
- No el dragón, los detalles a su alrededor.
Ah. Se fijó mejor. Aunque reposaba por completo en tranquilidad, la punta de su cola se alzaba y bajaba, golpeando la tierra en la que reposaba la bestia. El suelo a su alrededor tenía un par de surcos largos, como si unas garras lo hubieran rastrillado. Las dragoniles pupilas se hallaban alertas y vigilantes.
La fiera está enfadada. - lo dijo más para él mismo que para Orys. Y retrocedió un poco. Si el animal atacaba tampoco es que sirviera de mucho.
El Señor de Bastion de Tormentas asintió, para nada asustado por las palabras de Aenys - Esta es una lección que debes aprender. Tienes que observar y reaccionar a lo que descubres. En este caso la muchacha está enfadada y su dragón está igual de enfadado, lo cual es una mala combinación. Dale espacio a la chica. Los nuevos jinetes no son los mejores manteniendo encerrados sus peores impulsos. Yo diría que ella lo hace bastante bien pero lo mejor es no arriesgarnos.
No creo que eso sea aceptable. Si no puede controlar a su dragón, entonces es un peligro y no debería permanecer cerca de las personas. - Aenys enunció - Además, cuando yo reclamé a Azogue no me volví así.
Pero Aenys, tú no recuerdas cuando reclamaste a Azogue. Apenas y eras tu mismo una cría cuando pasó. No es lo mismo reclamarlo que montarlo por primera vez. Tampoco es lo mismo vincularse siendo un niño que mayor. - ¿Acaso Aegon no te le había explicado esto? - Para empezar todos cambian. Tú lo hicistes, lo creas a no. - pasó de ser un niño al borde de la muerte a uno sano, no muy fuerte pero sano.
A Visenya el vínculo la hizo más dura. Entre las exigencias de su madre y las acciones de Aerion Targaryen, había visto como rompían cada uno a su manera a la orgullosa niñita. Cada día más presionada. Pese a tratarlo como un enemigo, no podía evitar sentir lástima por ella. La veía fracturarse e intentar recomponerse, hasta que la desesperación la llevó a hacer lo impensable. Una Visenya de nueve años había escalado Montedragon y reclamado a una dragona salvaje. Cosa que no pudieron hacer los Targaryen antes que ella. Su padre la había llamado el orgullo de su Casa y la hija perfecta que todo Lord querría tener, una pizca de celos se traslucía en su voz. Aegon había estado impresionado y dolido. Entendía porque lo había hecho, por su bien, pero las palabras de su padre eran cuchilladas en su pecho.
No sueñes con la posición de mi hermano, usurpador, no la tendrás. - le había dicho. Orys había notado el cambio en sus formas. Seguía siendo atenta y obediente, pero había algo en ella que se había vuelto indoblegable. Cuando su madre, consciente de que la herencia estaba asegurada, había querido echarle. Su esposo había consentido. Orys ya no era necesario. Que él nunca hubiese codiciado nada o que fuera el mejor amigo y única compañía de Aegon no había importado. Orys sería abandonado. Solo que Visenya se interpuso en el plan.
Orys pertenece aquí y no se irá. - había dicho su hermana. Su señora madre intentó negarlo.
Se queda. - repitió Visenya. Y fue escuchada. Fue cuando Valaena Velaryon se dio cuenta de que sus órdenes estaban por debajo de las de su hija. Sus regaños se desataron. Visenya no cedió. Sus exigencias volvieron, apelando a su sentido del deber. Visenya demostró la fuerza que no había tenido antes. Las súplicas de su madre caían en oídos sordos. Sus ruegos para deshacerse de la vergüenza que la atormentaba.
Puedes irte tú de esta Casa, no me importa. Aquellos que llevan la sangre del dragón permanecerán. - la dama se había quedado estática ante las palabras de la niña que antes la había seguido y escuchado en todo. Su señor padre había sonreído de forma aterradora. Tenía ante él, el resultado que tanto había buscado. Orys se había quedado, y Valaena, con la amenaza de que ella valía a los ojos de los Señores de la Isla menos que un nacido bastardo.
Vaghar no solo le había dado a Vis el poder que quería, sino la fuerza de voluntad para hacerle frente a aquellos que la dañaban. Su hermana había escogido el correcto nombre para su dragona. Una diosa de la guerra.
- ¿Lord Baratheon? ¿Orys?
¿Sí? - Aenys lo miraba preocupado - Me distraje con mis pensamientos. ¿De que hablábamos?
- Sobre vínculos tempranos con dragones.
Ah, sí. Mientras más pronto se produce el vínculo, menos efectos obvios se pueden ver. Pero están ahí. Solo que cuando ocurre tan temprano en la vida, las personas asumen que el carácter que desarrollas es tu verdadera naturaleza y no esta influenciado. Tontos los que piensan eso. - Orys había presenciado el nacimiento de varios nuevos jinetes y había visto el contraste entre sus personalidades. Casi podías decir que había un antes y un después. No todo era malo, pero en definitiva, no ayudaba en la contención. Al menos al inicio.
¿Padre también cambio? - la pregunta de Aenys fue sencilla.
Orys asintió - A mayor edad, el vínculo te motiva a seguir los impulsos que antes considerarías encadenados. O a los que nunca te hubieras atrevido a dar forma. Tu padre se volvió tan feroz, que su señor padre lo envió a él y a tu tía Visenya de gira por Poniente. Acabaron en Antigua un buen tiempo. Lo que fuera para evitar ser calcinado por las llamas de Balerion.
Aenys estaba un poco horrorizado. Había oído del viaje en breves anécdotas. Al Conquistador no le gustaba mucho hablar de su juventud. Lo que si había escuchado de su progenitor era sobre su abuelo, de como iba en contra de sus deseos que cualquier niño de su sangre llevara su nombre. Sabía que su memoria le era desagradable. Nunca imaginó que se necesitara una distancia física verdadera para evitar que su padre cometiera uno de los peores crímenes que podrían ser nombrados. Era imposible que cayera en eso. ¿Verdad? ¿Y su madre?
¿Y mamá? - Rhaenys era bondadosa y amable. Todos lo sabían y todos la amaban por ello. Nadie que conociera tenía nada malo que decir sobre la amada reina del Aegon el Conquistador.
Orys respondió con una mueca y un breve - Tu madre nunca tuvo inclinación a la violencia. Pero se volvió salvaje. Y sobre eso será mejor que no me preguntes porque no responderé.
Aenys se negaba a aceptar que eso podía ser cierto. La fallecida reina era favorecida por todo aquel al que le preguntaba. Una reina encantadora en una Corte llena de esplendor. Sin su madre, su padre y su tía habían mantenido un aire de sobriedad en Fuerte Aegon que tal vez ahora, él podría corregir un poco.
Durante el silencio que resultó entre Aenys y Orys, la princesa Orthyras regresó y ayudó a Visenya en sus últimos esfuerzos con la tienda. Luego le deseó que soñará con cosas buenas, como nietos por nacer o nuevos dragones. La reina resopló y se adentró tras la carpa. Orys solo deseaba que tuviera una noche sin pesadillas. La chica esperó un momento. Como para asegurarse de que todo estuviera bien con el descanso de su hermana. Luego se dirigió hacia ellos.
¿Mejor? - fue todo lo que preguntó Orys.
Ella cabeceó - Algo. Te lo juro, desde que me vincule al Ladrón de Ovejas es como si pasara de estar bien y relajada a furiosa en un instante.
¿Tu dragón se llama Ladrón de Ovejas? - exclamó Alyssa, que se había acercado cuando vio moverse a la flacucha en dirección a su esposo. Si nadie se iba a comportar con formalidad ella tampoco lo haría - ¿Qué clase de nombre ridículo es ese?
Orthyras se removió incómoda - Como era un dragón salvaje cuando lo domé, nadie le había nombrado y solo lo llamaban así porque le gustaba el cordero. Mucho. - aclaró.
Orys entendía, hasta que Visenya la reclamó, Vaghar era solo la dragón salvaje de Montedragon.
Entonces es su título y no su nombre. - corrigió Aenys - ¿Cómo es que no le has dado un nombre correcto en todo este tiempo?
Porque no a tenido tiempo, Aenys. - cortó Orys cuando vio retroceder a la muchacha - Si ha salido de una guerra que acabó con su familia, no habrá tenido oportunidad de encontrarle un nombre. Los dragones viven por siglos y lo portará durante todo ese tiempo. Es algo para pensar con detenimiento. - se giró hacia ella - Preguntale a Visenya, pilluela. Estoy seguro que le encantará buscar como nombrar a un nuevo dragón.
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En un raro giro de los acontecimientos, Visenya estaba soñando. En lugar de una típica pesadilla, o la repetición exhaustiva de sus peores recuerdos, fue un sueño sobre sus deseos. No sabía como, pero estaba consciente de que estaba dormida. La escenificación de uno de sus anhelos corría ante sus ojos. ¿O debería decir volaba?
Las nubes le impedían una buena visibilidad. Una ligerísima capa blanca se interponía entre ella y la vista. Aunque estaba segura de lo que era. Alguien, que solo podía ser su niño, montaba sobre un nuevo dragón. Negro como Balerion, lo que más pequeño. Con un brillo patinado adornando sus escamas. Aunque cuando Maegor tuvo su huevo, ella deseó de todo corazón que su cría naciera negra con reflejos en bronce. No había habido cría y menos reflejos. Aún podía soñar.
Aquí, su príncipe surcaba una densa condensación de agua con una risa encantadora y juguetona. La que nunca había oído ni oiría de él, de eso no tenía duda. No le impedía disfrutar de la ensoñación. Disfrutaba verlo retozando en el cielo. Incluso cuando la luz del sol se le atravesaba en la cara y le molestaba. Fue la molestia la que la llevó a abrir los ojos.
Cual sería su asombro de ver el sol en lo alto. Su siempre alerta mente se había apagado por completo y no había reaccionado a ningún estímulo, como acostumbraba. Ni siquiera fue el sueño pesado inducido por sus brebajes. Al salir de la tienda los vio a todos presentes y listos. Los demás miembros de su grupo se hallaban ya rompiendo el ayuno, mientras ella permanecía en el reino de los sueños. Entonces lo notó. Se sentía renovada. El mejor descanso que había tenido en décadas. Su cuerpo no cargaba con el agotamiento arrastrado. Siempre funcionando a media capacidad, fue... encantador. Sentirse completa y sana por una vez. Llena de energía. Viva.
La sonrisa con la que se levantó sorprendió a Orys, casi tanto como su buen humor. Hasta Alyssa se había quedado descolocada viendo la actitud jovial de la reina. Más motivos para sentirse bien. El viaje prosiguió como una repetición del día anterior. Las quejas de Alyssa fueron menores, o no la molestaron tanto. Un par de pequeñas fortalezas y casas de campo se le atravesaron en el camino y cuando los reales herederos pidieron un merecido descanso en ellas, no vio porque negarlo. Fueron lugares pequeños, y sin los lujos necesarios para motivar a Alyssa a apegarase a permanecer en ellos. Así que el recorrido prosiguió sin grandes detenciones, para su alivio. Solo que Ortiga y Orys la seguían mirando extrañados. Como si se preguntarán si fue intercambiada durante la noche por otra mujer con su rostro. Quizás lo hizo. Este estado de satisfacción en el que se encontraba no podía ser normal.
El efecto de un sueño completo e ininterrumpido obraba como arte de magia en ella. Sí, puede que los sueños no se cumplieran exactamente como ella quería, pero aún podían hacerse realidad en cierta forma.
Cuando cayó la noche, le cedió con facilidad la tienda a Alyssa. Esta estrechó sus ojos con duda. Visenya se burló. Ojalá y no durmiera bien, esperando una trampa que no llegaría. Ortiga armó de nuevo la hoguera de su campamento.
Podía no tener muchas habilidades, le dijo su nueva pupila en confianza, pero si que sabía como crear una fogata que mantuviera cálidos a todos. Que los arrullara durante su descanso. Casi le dolió montar su guardia en vez de caer envuelta en sus pieles de dormir. Cuando finalmente llegó su turno de cerrar los ojos, se lanzó a ellas solo para que el sueño la tomara con fuerza.
Tras dos noches completas de inconciencia, Visenya no se podía sentir mejor. Casi sentía la tentación de armar una repetición del viaje cada cierto tiempo. Si las quejas de Alyssa eran necesarias para duplicar la experiencia, las acogería con gusto. Pero ya en el tercer día de su recorrido y volando las tierras de la Corona, fue la esposa de su sobrino la que presionaba para llegar a la capital. El lujo de su propia mansión en la Colina de Visenya le resultaba cada momento más atractivo. Y a diferencia de ella, el viaje la había desmejorado mucho.
Al acercarse a Desembarco, la saludaron las murallas inconclusas. Solo que la idea de pelear con el Strong para culminar su construcción no le molestaba tanto. Que la Mano del Rey hiciera lo que se le viniera en gana, pensó con desdén y poco interés. Esta, capital pertenecía a su marido y era problema de su marido. Ayudaría a Aenys en lo que pudiera. Luego se desharía del peso que era gobernar un reino que no le pertenecía y que la repudiaba. Solo sería ella y su amada Rocadragon, que siempre debió ser suya. Puede que lo hubiera sido de no ser por sus tontas desiciones.
Mientras veía a Aenys aterrizar en la que era su propiedad, ella permaneció en el aire. Sobrevolando lo que consideraba el resultado de muchas de sus decisiones. Ortiga y su bestia le seguían por detrás, en un vuelo lento. Los desembarqueños a sus pies puede que estuvieran algo asustados por el animal desconocido. Desechó el pensamiento, otras cosas ocupaban su cabeza.
¿Vis? - detrás de ella Orys preguntó.
Sabes, si no fuera por mí, este podría haber sido tu destino. - señaló a la ciudad con la amplitud de su brazo.
¿Mía? Na Vis. - su tono tras ella fue jocoso - No tengo la codicia ni la voluntad para construir y mantener un reino tan grande. Hay veces que pienso que Bastión de Tormentas es demasiado para mí, pero es el reino en el que mejor encajo.
Si, encajar. Es algo que nunca había sentido. Ni en la Corte de Aegon ni en su matrimonio.
¿Qué me dices de los dragones? - eso mantuvo en silencio a Orys - Puede hubieras terminado montando a uno, incluso el mismo Balerion.
- Eso es un golpe bajo, Vis. No quiero lo que pertenece a mis hermanos.
¿Aunque te haya robado el cielo? - Visenya le expresó sus sentimientos - Sin lo que hice, no habrían sido nuestros dragones para empezar. Uno de ellos habría sido tu propia montura. Se que te gusta volar, no me mientas.
- ¿Qué quieres de mí, Vis? ¿Saber si me habría gustado tener un dragón? Todo niño sueña con uno, y más si es un bastardo de tu sangre. De tener un dragón me habrían reconocido inmediatamente, pensaba de pequeño. Lo más probable es que se hubieran desecho de mí, para que nadie supiera que un bastardo podría domar a una bestia.
No si padre te hubiera reconocido como suyo. - como estuvo a punto de hacer, fue lo que no se dijo - Solo no pasó por mis acciones.
No si tu padre me hubiera reconocido como suyo. - asintió - Pero de no haber hecho lo que hiciste, todavía estaríamos atrapados en Rocadragon. Nunca hubieras sido la reina de Siete Reinos. En todo caso y si no hubieras luchado tan duro, solo serías la Señora de una pequeña isla en la bahía del Aguasnegras. ¿Cómo te hubieras sentido de tener que ser mi esposa? - Orys se burló. Visenya nunca se permitiría ser la mujer de un bastardo de sangre mestiza. Su linaje contaminado le habría traído resentimiento.
Visenya pensó en la situación, como se habría desarrollado. No hubiera sido pisoteada una y otra vez, incluso si no era amada. Demasiadas cosas se sostenían entre Orys y su mujer, como la muerte de su propio padre, como para que crecieran sentimientos. Pero Orys lo había intentado. Que fue más de lo que le dieron a ella. Su pareja no habría traído otra mujer y le restregaría que era su favorita. Incluso en un matrimonio sin amor, Argella Durrandon nunca había tenido competencia. Orys se negaba a dejar bastardos por ahí y sentía una preocupación real y vínculo con sus hijos. Su niño habría tenido un padre. Su respuesta dejó mudo a Orys.
Lo que pensaba de joven no es lo mismo ahora que tengo más experiencia. ¿Yo como tu esposa? - resopló, no insultada por la idea como cabría esperar - Quizás habría tenido la oportunidad ser feliz.
Chapter 17: Una amenaza desde las Murallas Negras
Notes:
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Chapter Text
Los malditos cuervos no paraban de llegar. Tarde, demasiado tarde, pensó Aegon. En todo su recorrido desde la capital hasta Antigua, no le había llegado un solo susurro de advertencia. Del impactante hecho que se avecinaba. Poniente se preparaba para una boda real y nada más. Él había mantenido a su gente alerta en previsión. Cierto, vigilaban más las fronteras dornienses que lo que ocurría del otro lado del mar. Aún así...
Justo hoy temprano, revisó otro de los nuevos mensajes. Según la información, nadie sabía de dónde había salido la chica. Algunos lanzaban teorías sobre Señores de Dragón escondidos más allá de Asshai de la Sombra. Lo que sí sabían, era que medio continente había visto pasar a una jinete en un vuelo desorientado. Sin dirección fija. La muchacha no seguía ninguna ruta o andaba perdida. Un evento tan desafortunado. En especial para él, ya que la chiquilla tuvo que terminar justo en las garras de su hermana. Como si los dioses se burlarán de Aegon, allí donde pusiera su voluntad, su hermana mayor lograba su cometido. Le disgustaba la novia que consiguió para su hijo y justo en su regazo, cayó una con los incontables requisitos que exigía.
Las estrellas se alineaban en el cielo para Visenya. Ella se encontraba por encima de los demás. Era su superior, o eso se creía. Era cierto que tenía una irritante tendencia a tener la razón. Que sus planes trazados se desarrollaban justo como había ideado, con la facilidad de un cuchillo cortando la mantequilla. El resto de los mortales sobre la tierra tenía que esforzarse para lograr sus cometidos, no como ella. La chica perfecta que lo hacía todo perfecto, o casi.
Su casi perfecta creación se esforzaba ante sus ojos. Un varón fuerte. El niño de teta más robusto que nadie jamás había visto, le habían llamado. Originalmente una esperanza. Un descendiente que necesitaba con desesperación, en caso de que algo le ocurriera a Aenys. El ansiado bebé que había tenido con Rhaenys se había tambaleando una y otra vez en el borde de la vida. El mundo era un lugar cruel, donde a menudo el segundo hijo podía volverse el único hijo. Maegor había sido una opción válida y útil. Al menos lo fue hasta que Aenys sobrevivió y prosperó. Esto lo convirtió en algo más. Una amenaza para el trono de su hijo. No confiaba en él. El muchacho criado por Visenya no conocía la suavidad y era todo culpa de su madre. Empecinada en criar al príncipe que el reino necesitaba, se olvidó de su lugar. Era un segundo hijo, no el heredero. Debería conformarse con quedarse atrás y dejar brillar Aenys. Pero no, el chico destacaba allí donde su hijo no tenía sus mayores fortalezas. Cosas que las personas notaban. Y el muchacho lo sabía. Por ello, Aegon estaba preparado para enseñarle al vástago de su hermana lo que era la humildad. Por eso habían acabado allí.
Originalmente el plan era que tras su boda, Maegor y Ceryse regresarían a la Corte de Visenya mientras el Cortejo Real continuaba su recorrido. Al volver a Desembarco del Rey, ellos residirían en la Isla. Así sucesivamente. Era su preferencia que se mantuvieran el mayor tiempo posible fuera de la atención de todos, en especial la suya. Las recientes acciones mandaron ese plan a la basura. Maegor a su lado y el príncipe heredero en la Corte de Visenya, Aegon negó con la cabeza. Las sorpresas a las que se enfrentaba no acababan nunca.
No pudo permanecer en Antigua por mucho tiempo, o se estropearía el cuidadoso horario que había establecido para la continuación del Recorrido Real. Por lo general, tenía un mayor margen de maniobra. Pero Aenys había quedado fascinado por la Corte de Alto Jardín y él no le había podido negar el placer de su disfrute. Tantas cosas le habían sido robadas a su niño. Tanto el amor de su madre como la risa y la algarabía que siempre la rodeaban. Aegon la había amado por ello, su carácter risueño fue un escape de sus propias vivencias. Atrapado en sus cuartos por orden de su propio padre, sin otra compañía que Orys y sus libros. Y Visenya cuando tenía tiempo. No la juzgaba por ello, había sido tan cautiva de las órdenes arbitrarias de Aerion Targaryen como él. Donde la juzgaba era en como se había desarrollado su carácter. No podía evitar compararla con Rhaenys. Rhaenys era la encarnación de la diversión y la alegría. Recordaba bien observarla jugando desde su ventana y querer ir a su lado. Algo que fue imposible hasta mucho tiempo después. Era mejor no pensar en ello. Había pasado décadas junto a ella y no había sido suficiente.
Al final, su estadía en Alto Jardin se extendió más de lo que podría permitirse. Había retrasado su desplazamiento al punto que pensó en que no llegaría para la boda de Maegor. Un escándalo demasiado grande, sintiera lo que sintiera por el hijo de su hermana. Tal alteración de sus planes de desplazamiento había llevado a que la permanencia en el centro religioso de Poniente no fuera factible. Por el cambio de planes, provocado por Visenya, se habían organizado presurosos los pormenores para incluir a la nueva pareja real en su comitiva. Los Hightower habían preparado con urgencia cada detalle, hasta el transporte en carruajes de príncipe Maegor y Lady Ceryse. Maegor lo odiaba. Detestaba el hecho de viajar en lo que el llamaba: incómodos artilugios sin sentido. Aegon lo prefería en uno. Lo mantenía fuera de su vista y fuera de su mente. Además de, por supuesto, incomodarle. El príncipe Maegor necesitaba aprender que no conseguiría todo lo que quería en la vida. Empezando por montar a caballo en la delantera de la comitiva. Continuando por ser vencido una y otra vez en el patio de entrenamiento.
No era un patio propiamente dicho, sino más bien la arena despejada a su lado del camino. Aegon alzó su espada sobre su cabeza lo más que pudo sin exponerse. El muchacho no perdonaría ninguna equivocación y explotaría sin dudar cualquier debilidad durante su "entrenamiento". Él no era Morgan Hightower y sabiendo quién había educado al niño, no cometería errores. Lo golpeó justo donde el príncipe había golpeado a su cuñado. Un golpe que hubiera resultado ser fatal en un combate verdadero, aunque en ese caso habría golpeado su cuello. A diferencia del Hijo del Guerrero, Maegor no fue lanzado al suelo por el impacto. Durante toda la pelea se había mantenido firme sobre sus pies, incluso frente a la fuerza no contenida de Aegon.
Golpe mortal, príncipe. Vuelve a tu posición, tendremos otro combate. - lo observó esforzarse en levantar su escudo. Siendo este ya su tercer asalto, sus fuerzas deberían estar mermando. A él, el sudor le corría por la espalda. En el mocoso, podía ver respiraciones amplias. Llenaba de aire sus pulmones en un intento de no fatigarse. Pesé a eso, regresó a su guardia. Sus pies correctamente separados a la altura de sus hombros, dispuesto a desviar cualquier ataque - Bien, al menos mantienes la postura correcta.
Ni una queja salió de sus labios. No se rendía. Cuando Aegon lo llamó a practicar contra él, había dado la mayor muestra de satisfacción de su vida. Su pecho se había hinchado y su cabeza se había alzado con orgullo. Al parecer se sentía muy seguro de su valía con la espada. El monarca se había prometido que no se detendría hasta que esta se inclinará en derrota. No iba a faltar a su promesa.
Aegon fingió revisar su arma de prácticas. De repente se lanzó con un sprint. Le permitió arremeter sin que su contrario se preparara del todo. A pesar del ataque, Maegor fue capaz de usar su escudo para repeler la mayor parte de su ofensiva. Incluso evitó ser sacudido al doblar sus rodillas para absorber la acometida. Algo vano porque Aegon no detendría el asalto.
Su espada de madera intentó atravesar sus defensas. El mocoso la rechazó. Aegon impulsó su arma en un corte diagonal. Maegor casi no pudo pararla. Defensa. Asalto. Estocada. Las dos réplicas de espadas cortas imitaron el entrechocar de los aceros. La madera crugió por el esfuerzo. La del rey deslizándose contra la del príncipe. Intentó un corte descendente, que el niño desvío hacia un lado. Entonces sucedió. Maegor impulsó su propia estocada. Su fuerza disparada a eliminarlo. Hasta ahora no había pretendido ningún intento de ganar. Ningún ataque para asegurarse la victoria. Si algunos contragolpes, pero no esto. ¿Así que aspiraba a vencer a un rey? Aegon le enseñaría. Golpeó y volvió a golpear. De observar la pelea, no habría nadie que creyera que esto era un entrenamiento. Esto era un ajusticiamiento. Una paliza por todos aquellos que no habrían tenido oportunidad contra el arrogante príncipe. Aún a pesar de poner todo su peso en sus asaltos, Maegor se empecinada en rebatir sus pendencieros arrebatos.
Demasiado concentrado vigilando sus armas y el terreno a su alrededor, Maegor ignoró su movimiento. Una apertura dada por él mismo, al engañar a Maegor para desviar su espadazo. Le permitió plantarle la bota en el pecho. El empuje lo derribó. El suelo acunó la figura del príncipe, aún con su armamento sujeto a sus manos. Se imaginó que fue su madre la que le enseñó eso. Soltar la espada y el escudo era morir, si se encontraba en medio de una batalla.
¡¿Qué dije de la guardia?! En medio de un combate real, debes esperar lo inesperado. - regañó - Estarías muerto de no ser yo quien soy.
En su defensa, era una jugada que no intentaría hacer si tuviera una armadura completa reduciendo su movilidad, en vez de solo un traje acolchado. Solo que hoy no se sentía generoso como para admitírselo.
Tienes razón, padre. - el muchacho se levantó, se sacudió la tierra y volvió a su postura. Demasiado terco al parecer para aceptar su inferioridad, volvía a intentarlo una y otra vez.
Maldito cabeza dura. Al final, resultó ser él quien tendría que conceder. Enfadado por ello, solo pudo decir:
A partir de mañana entrenarás con la Guardia Real. - sus ojos violetas brillaron, aunque una sonrisa no alcanzó a llenar su rostro. ¿Pensaba que esto era una recompensa? ¿Qué por su nivel no lo quería entrenando con otros? - Les diré que no sean suaves contigo. Te convertirán en una mejor versión de ti, cueste lo que cueste.
Pareció más emocionado que otra cosa. Aegon se dijo con repugnancia que a pesar de la casi humillación pública, porque todo el campamento se habían detenido a contemplar las acciones de su rey, incluida su Guardia, Maegor continuaba tozudo en su orgullo. ¿Pensaría acaso el príncipe que su actuación era digna de elogio? No podía ser tan testarudo para mantener dicho pensamiento. ¿Verdad?
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Su esposo era demasiado denso para darse cuenta del verdadero propósito de las acciones de su padre. Ceryse lo observaba atenta darse su baño. El príncipe no tenía problemas con que lo mirará en ese estado siempre que no intentara tocar. Mientras lo observaba llegó a esa sencilla conclusión. De carácter demasiado agrio para creer que lo hacía por inocencia, solo podía pensar que no era capaz de entender los intercambios sutiles. O no tan sutiles. O obvios. Así que el hijo de Visenya Targaryen era algo lento. Jamás lo hubiera creído. Retraído, sí. Introvertido, definitivamente. Pero no lento.
Se fijó de nuevo en él. Por una ocasión, el agua estaba fría. Para disgusto absoluto del príncipe. En un intento de reducir la inflamación de los múltiples moretones, Maegor había optado por ello. No significaba que le gustará la variación en la temperatura. Mientras Ceryse miraba, comenzó a aplicarse unas pocas compresas, de vinagre de sidra de manzana, mientras suspiraba. Tenía variadas zonas negras hasta donde alcanzaba la vista, y aún así, dentro de lo que cabía para su personalidad, no podía estar más feliz.
¿Estas contento con lo que pasó? - no pudo evitar preguntar.
Asintió entusiasmado, deseoso de expresarse ante lo mejor que le había pasado, fuera a quien fuera - Padre por fin se fijó en mis habilidades. Todavía no son las mejores pero se fijó. La Guardia Real me entrenará a su petición. Los mejores guerreros del reino. - suspiró con placer para luego hacer una mueca al tocarse una zona amoratada especialmente sensible.
No los mejores sino la mejor combinación entre fortaleza y lealtad a Aegon, pensó Ceryse. Si hubiera un caballero destacado en este tiempo sería ser Gawen Corbray, cuya letalidad era indiscutible, y considerando que seguía a Visenya, jamás estaría entre los Capas Blancas.
Padre quiere convertirme en lo mejor. - dijo con orgullo - Le demostraré que puedo hacerlo. Pronto el rey estará muy orgulloso de mí.
Era un tonto. Lo cual podía ser algo bueno para ella, si sabía manejarlo bien. Sería más fácil de manipular. Mientras lo mantuviera controlado, podría ella hacer lo que quisiera. Tendría la libertad con la que soñaban muchas mujeres.
Esto también explicaba el rencor de Aegon hacía su esposa. Su amado hijo mayor no era precisamente de complexión fuerte. Tanto en su físico como de naturaleza delicada, Aenys no tenía madera de ser un gobernante duro. El que necesitaba la dinastía. Que Maegor, además de ser el hijo de la reina a la que apenas soportaba fuera de paso lerdo, tenía que doler. En muchos sentidos. ¿Qué diría la gente de un rey que producía un heredero defectuoso? Los niños así eran expulsados por sus familias. Muchos ocultados en el caso de que un progenitor se apegara ellos. Como se podía decir que hicieron con Maegor en Rocadragon. Que su hijo con porte guerrera fuera lento de entendederas sería una bofetada para el Conquistador de todo Poniente. Que además fuera corpulento y macizo cuando su heredero, con todas sus facultades, era lo contrario, tenía que ser como echar sal a una herida abierta.
Donde los demás verían una piedra, Ceryse veía un escalón. El reino necesitaba herederos. La dinastía Targaryen, pese a su poder y a su resiliencia, estaban al borde del colapso. Apenas dos adultos, una de ellos con sus años reproductivos ya pasados, un joven, un niño y una bebé en la cuna. Los Gardener habían sido más y se extinguieron en un día. Quedaron algunas mujeres pero esas no contaban, para dolor de su madre. Aegon el Conquistador necesitaba que su familia creciera. En Aenys tenía a su hijo predilecto, pero era débil. Ceryse lo había notado y de seguro lo harían muchos más. Quizás como un sucesor de un reino establecido prosperaría, pero no en una nación recién conformada. Sus herederos tendrían que ser lo que él no era y tendrían que serlo a tiempo. Aegon el Dragón todavía estaba sano y fuerte, pero ya no era tan joven. Y había concebido a sus dos hijos tan tarde en la vida. De Maegor ¿realmente querría Aegon niños? Lo dudaba, y aún así, los necesitaba. Ceryse estaba ahí para dárselos, pero ¿en que condiciones los querría? Ella tendría que acercarse al rey y averiguarlo primero. Quizás ambos podrían ganar algo de allí.
Ceryse decidió marcharse. Tenía planes que trazar. Antes de salir de la tienda se fijó en la ropa del príncipe. Doblada con esmero por su propia mano, pocos sirvientes se hubieran cuidado tanto por las esquinas de la misma o por evitar las arrugas. Negó con la cabeza. Metódico con sus comportamientos y realizando tareas de la servidumbre. Su marido era raro. Raro y tonto, y Ceryse no podría estar más complacida.
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La gente en Fuerte Aegon había perdido la cabeza, esa era la única explicación que tenía Orys. Eso o estaban viviendo una especie de... de... ¿histeria colectiva provocada por la aparición de un nuevo dragón? ¿Envenenamiento por aguas contaminadas? Lo último tendría más sentido en la población común, pero no para la nobleza. De no tener agua limpia deberían tener acceso a vino y cervezas de alta calidad. Así que hasta ahí llegaba su teoría de exposición a aguas ponzoñosas.
Las cosas seguían sin tener sentido. Él no estaba preparado para lo que presenció. Pesé a lo que creyera Poniente, Aegon podría portar la corona y sentarse en el trono, pero habían sido sus hermanas quienes gobernaban la mayor parte del tiempo. Una ley aquí, una proclamación allá, muchas posturas y declaraciones, el rey se limitaba a aparentar y la mayoría de la dirección del reino había sido dejado a sus esposas. Rhaenys para la politiquería y Visenya para ejecutar los asuntos más engorrosos como administración, finanzas y las políticas de defensa. Entre ellas y Orys, se habían dividido el peso del gobierno. Había funcionado bien. Por lógica, había esperado lo mismo de este nuevo Consejo Privado. Sí, muchos miembros incluyéndose, habían cambiado. Aunque esperaba diferencias por ello, no esperó jamás enfrentarse a esto. Abierta oposición a todo lo que Visenya hacía. La Mano siempre dispuesto a contradecirla. Miembros del Consejo desafiándola. ¿Qué clase de espectáculo era este? Ni siquiera sus banderizos se atrevían a tratar así a su esposa, que había sido apartada del poder directo por su nombramiento con Lord Supremo.
Ten cuidado con como te diriges a ella, es tu reina. - era la frase que más había repetido en este tiempo. También expresada en forma de ladrido.
¿Cómo se atrevían a tratar a Visenya así? Puede que los ándalos subestimaran a sus mujeres, pero esta era su reina conquistadora. ¡Visenya tenía un maldito dragón! Medio continente había caído por su mano. Menospreciar a cualquier mujer que montará una de los gigantescos depredadores era una locura. Era en especial conciente de esto, por como había sido criado, y sabía de primera mano de lo que eran capaces las mujeres con sangre del dragón. Quizás los Señores de Poniente no conocieran la historia del Feudo Franco, muchos eran analfabetos pesé a contar con maestres para su instrucción, para saber sobre las jinetes de dragón de Valyria. Que ellas habían sido parte del grueso de sus fuerzas. Dirigido sus familias en muchas ocasiones. Muchas veces igual de peligrosas y respetadas como sus contrapartes. Puede que los hombres comunes se saltarán a las hijas en favor de los varones, ya que muchas de ellas no podían reunir el poder por si solas para gobernar, pero ¡Eso no aplicaba aquí!
Incluso en la Isla, aunque el poder de las mujeres Targaryen había mermado un poco por diversos motivos (influencia ándala, falta de dragones para repartir y una bajísima natalidad femenina), nadie se habría atrevido a los comportamientos a los que se hallaba expuesto.
Aenys había actuado normal, como si esto no fuera nada. Sorprendido de que Orys se alterará por la situación. Considerando que aunque sin puesto oficial, su padre lo invitaba a reuniones de forma constante para que aprendiera, quizás estuviera acostumbrado a estas ocurrencias. Sobre ello, solo podía hacer suposiciones. Por un lado, el muchacho podría permanecer inconsciente de que se trataba a su tía con una desconsideración absoluta a sus méritos. Lo que podría ser cierto. Solo que hablaría de una ineptitud total para darse cuenta de las cosas más obvias. Mala señal para alguien que tendría que gobernar. Por otro, puede que estuviera tan expuesto a este nivel de descaro que no veía nada particular en él. Lo que hablaría mal de su hermano, porque solo él podría permitir que esta irreverencia saliera impune.
Y a Visenya no podría importarle menos. Durante su viaje había tenido un repentino acceso de buen humor. Un estado vivaz que no había visto en ella desde la muerte de su padre. Cosa que todos, excepto Valaena Velaryon y quizás Rhaenys, habían celebrado. Una actitud que había visto arder desde, hizo una mueca, su boda. Esa cosa fue un desastre en muchos sentidos. Nadie terminó del todo feliz, ni siquiera los enamorados novios. Pero Vis estaba animada y amena. No diría risueña, esa palabra no iba con ella, tal vez ¿contenta? Una conducta tan rara en ella, que incluso juraría que vio a un septon haciendo uno de sus símbolos de protección en el aire cuando la vio pasar así.
Cuando llegaron de su viaje desde Antigua, la recién nombrada princesa Orthyras y Orys se habían quedado en la mansión personal de Visenya. Porque ella se mantenía separada de Aegon, incluso cuando no vivían en el mismo lugar en la misma época. El cansancio se había apoderado de todos excepto de Vis. Rebosaba de emoción y había ido a organizarlo todo al Fuerte Aegon. El nuevo dragón de la chica reposaba en el establo de Vaghar, establecido en la mansión. La reina había establecido un perímetro con sus propios soldados leales para que nadie se acercará. Ni un alma más allá de sus más fieles subordinados entraría en contacto con su nuera. Nadie recibiría explicaciones de lo que sucedía. Ni siquiera el Consejo.
Qué aprendan todo por cuervos, los muy cabrones, - le había dicho las palabras en un ánimo positivo - yo no pienso facilitarles nada. - y se rió. Vis se estaba riendo y no de forma sarcástica, sino con verdadero disfrute. A Orys casi se le salen los ojos de las órbitas y no había entendido en ese momento lo que ocurría.
Al otro día, ya se encontraba recuperado. A la princesa se le había dado la orden de permanecer en el lugar, no salir, ni siquiera asomarse por una ventana. Un servidor de la más absoluta confianza de la Targaryen la atendería. A Visenya no le había agradado del todo pasar la noche en la mal diseñada urbe, a juzgar por sus propias palabras, pero pronto estaría en casa. Mientras tanto, él la había acompañado personalmente al Fuerte para evaluar cómo dividirían sus funciones y como introducirían a Aenys a estas. El propio príncipe había llegado incluso ante que ellos, acompañado de su caballito de mar.
Alyssa, excelente. - había exclamado Vis - Ya ayer informé a los sirvientes de todo. Cada mujer u hombre, que realice desde la más servil de las tareas o trabaje como el más importante de los mayordomos sabe que a partir de hoy, comenzarás a hacerte cargo de los deberes de la Fortaleza.
Alyssa Velaryon lucía emocionada.
Ven, te llevaré al despacho donde controlo todos los registros de gastos internos y te presentaré con los líderes de los sirvientes para que los conozcas y sus funciones. Mientras más rápido te involucres y domines todo, mejor para mí. - por una vez en la vida y como espectáculo irrepetible, estaba seguro, ambas mujeres sonrieron a la vez.
A Orys le había tocado regresar solo a los salones donde discutía el Consejo. La costumbre casi lo había impulsado a sentarse a la cabeza de la mesa, como hacía cuando no estaba Aegon, o a su derecha. Ahora era un miembro no oficial y con Aenys encabezándolo, el lugar a su derecha estaba reservado para la Mano. Se sentó dos puestos a la izquierda, el puesto vacío antes que él reservado para cuando llegará Visenya.
La sesión inició con alabanzas y adulaciones para el príncipe heredero. Todos estaban tan felices de que el príncipe al final pudiera demostrar sus capacidades, de que finalmente empezará a ocupar la posición que le correspondía, de que el lugar fuera gobernado por alguien digno de ocupar dicho puesto. ¿A que se referían con eso último? Orys lo averiguaría más tarde, en ese momento se había mofado de los excesivos halagos. Algo vano que el padre del muchacho siempre había despreciado. O lo había hecho la última vez que estuvieron juntos. Aunque dudaba que eso hubiera cambiado. Aegon no tenía mucho aguante para los aduladores, a menos que tuvieran habilidades realmente útiles y supieran explotarlas.
Las palabras de Osmund Strong lo convirtieron en un interrogatorio - Ya que la reina Visenya - el desprecio en su voz fue claro e hizo que Orys estrechara sus ojos - se negó a contar nada más allá de lo estrictamente necesario, puede usted contarnos que es esto. - empujó un breve mensaje hacia él con desdén.
La nueva Mano no estaba feliz con su llegada, quizás temiendo que le quitara su posición. Pobre iluso. Si Orys quisiera su lugar de vuelta, el mismo Aegon habría volado desde Antigua para devolverselo. Con una sonrisa de confianza, alcanzó el papel con su mano izquierda y leyó:
El Septon Supremo, en su sabiduría y en el nombre de los dioses, declara que esta unión doble es una solución pragmática, que previene la discordia y garantiza la unidad entre las Casas más poderosas de Poniente. - escrito en una letra minúscula, Orys se contuvo de bufar por la petulancia del mensaje - La incorporación de la jinete y su dragón en la familia real no sólo será un símbolo de unión sino también un recurso valioso para la protección y defensa de nuestro reino. Por ello, invito a todos a los que les llegué este mensaje que acepten la decisión para que...
¿Así que los Hightower habían hecho las paces con la nueva jinete? ¿Se habrían convencido de que les beneficiaba más de lo que los amenazaba? Tenía sentido, un dragón saliera de donde saliera, les daba más poder. Si sabían como controlarlo, por supuesto.
Alzó la vista y preguntó - ¿Qué?
Ya sabemos que la jinete es real, todo Desembarco del Rey la vio pasar sobre sus cabezas. - afirmó lord Strong - El problema es que estamos llenos de preguntas que la reina Visenya - su nombre fue pronunciado con desagrado - se negó a responder. Como por ejemplo ¿de dónde salió?
Del otro lado del mar, como estoy seguro de que ya saben. - Orys se divertiría jugando al juego.
Sí, sí. Ya sabemos eso. - el Consejero de Rumores afirmó, algún pequeño lord de las Tierras de la Corona, aunque era Visenya en quien realmente confiaría para dichos... menesteres - Hace poco que empezaron a llegar los marineros con las historias desde Essos sobre una jinete desconocida. Pero ¿podría ser más específico?
Juraría que ese es su trabajo, mi lord. - dijo Orys con una sonrisa sin querer alargarse - Solo se que viene de lejos, no está segura de cómo llegó acá y que el resto de su familia está muerta. Ah, y que por ella Poniente tiene ahora una nueva princesa. - todo cierto y los dejaría en la incertidumbre. No se le pasó que lo mismo ocurrió para todos aquellos que escucharon a la muchacha. Hablaba con la verdad, podría jurarlo, pero había algo ahí en su negación de decir más que tenía despierta la curiosidad de Orys.
¿Y porque su alteza no ha sido presentada a nosotros? - el Gran Maestre Gawen habló. Era un hombre enjuto y pálido, de pelo castaño claro y bastante más joven de lo esperado para el puesto que ocupaba. La cadena que portaba hablaba mejor de lo que era capaz y lo que era probable que lo impulsó a ese rango. O quizás simplemente Aegon se cansó de que sus Gran Maestres no durarán mucho debido a su edad.
Porque la reina así lo quiso. - solo podía encogerse de hombros. Las ideas de Vis eran siempre un poco precavidas en extremo, solo que al final funcionaban bien. Si funciona, ¿porque cambiarlo? Había sido su lema con ella.
¿Quién se cree esa mujer que es para actuar así en esta situación? - se explayó enfadado el Strong
Pues... - Orys solo pudo parpadear antes de responder con sarcasmo - la reina.
¿Y usted cree que por solo porque tenga ese título - Orys desvió la cabeza hacia Gawen mientras hablaba - le da derecho a tomar este tipo de decisiones?
Le costó decir la palabra, más por el hecho de que la gente a su alrededor pensara que había otra respuesta que porque dudara de la misma - Sí. - fue una afirmación clara - Tiene todo el derecho a tomar estas decisiones y la única persona que debería ser capaz de contradecirla es el rey, - los miró a todos en la mesa - que no lo hace. Por lo tanto, lo que hizo es lo que debía hacerse y ya.
Cuando lord Mano fue a replicar, Visenya entró por la puerta como un vendaval. La suave sonrisa en su rostro hacía desaparecer muchas de sus arrugas y lo descolocada un poco. A todos alrededor los tenía desconcertados, por lo que veía.
Bueno, señores, ¿en que estábamos? - Visenya no dudó en ocupar su posición a la izquierda de Aenys, él mismo se mantenía confundido con las muestras de jovialidad de la reina.
Orys se rascó la cabeza - ¿No deberías estarle enseñando a Alyssa sus responsabilidades?
Oh, la querida esposa de nuestro heredero dijo que ella podía encargarse sola del resto. - Orys la miró un poco impactado, incluso si estuviera aquí de forma constante y que Vis le entregará sus registros llevados de forma tan meticulosa como estaba seguro que los tenía, no se esperaba que nadie se hiciera cargo total de sus funciones en apenas un día y sin explicaciones. Aethan Velaryon debió pensar lo mismo porque enseguida alzó su cabeza y lanzó una mirada un tanto alarmada a la puerta - Nadie debería preocuparse. Estoy muy segura que cumplirá con lo que se espera de ella a la perfección. - terminó la frase en un tono ronroneante que habría sido más común en Rhaenys, solo que en la oscura Visenya le daba un matiz más carnal. Desconcertante. Orys tuvo que sacudir su cabeza para despejarse.
Las horas que siguieron fueron un dolor de cabeza.
Cada planteamiento de Visenya se encontraba con oposición. Cada solución con comentarios desfavorables. Cada tarea a cumplir bajo su mando era un tedio de rechazos y negaciones. Encabezadas por la Mano y el Gran Maestre. Incuso las respuestas lógicas y útiles, que Orys ni nadie jamás habrían descartado, chocaban con un muro de planteamientos pesimistas. El grupo bien engrasado que debería ser, trabajaba más bien como obstáculos en el camino de Visenya, en una subida empinada y molesta. Incluso el Consejero Naval, parecía ignorar todo y fingir que no ocurriría. Orys había tenido que morderse los labios para no ponerse a despotricar como loco. ¿Quién se creía esta gente que era? ¿Para tratar así a Vis? Una sola palabra de Aegon y ellos desaparecerían. Quizás es eso, se dijo. Él ha permitido esto todo este tiempo y por ello se portan así. El desagrado de Aegon hacia su hermana la había convertido en el blanco de los funcionarios que trabajan para ellos. No creía que su hermano podría llegar a ser tan idiota, pero últimamente no sabía que creer.
No habían terminado de abandonar la sala de reuniones cuando se habían enterado de las actividades de Alyssa. Había reunido a los sirvientes del Fuerte y había avisado de su despido para aquellos que no le convenían. La mayoría de estos inconvenientes eran lacayos de se hermana, estaba seguro, y otros de dudosa lealtad hacia Alyssa. Un juego de poder contra la reina.
Es mi prerrogativa como la dama que dirige esta Fortaleza despedir a la servidumbre a mi antojo y como consideré conveniente. - Alyssa había respondido cuando ambos habían acudido a esclarecer el asunto. Más a insistencia de Orys que por preocupación de su hermana.
Al mirarla, Visenya no lució enfadada. La reina ensanchó su sonrisa, solo que esta si la conocía. Amplía, aguda, con todos su dientes al descubierto. Como un depredador que finalmente avistaba a su presa en un estado indefenso. Vis le había dicho que no se preocupara, que llevaría a su nueva hija política a instalarse en Rocadragon ese mismo día. Que no le esperarán hasta la tarde del siguiente día.
Así pasó y cuando regresó, Vis lucía complacida con el mundo. Tuvo el valor de respirar hondo en uno de sus viajes desde la mansión, en la que había decidido quedarse, hasta el palacio de gobierno de Aegon. Si se le podía llamar así a las inconexas estructuras de madera y barro. En vez de repugnancia con el olor, pareció complacida.
Ah, Orys. - suave, tan suave, su hermana nunca le había hablado así - pronto podré largarme de este lugar y su hedor de mierda. - mencionó antes de dejar escapar una risita infantil. Esta bien. ¿Quién era ella y dónde estaba su hermana?
En medio de otra reunión tediosa, donde los mismos argumentos presentados por Visenya el día anterior eran presentados por otros miembros con acogidas mucho más positivas, una ligera nota fue llevada por un sirviente al Almirante de la flota.
¡¿Se puede saber que es esto?! - estalló Aethan, lanzando el papelillo con todas su fuerzas sin que llegará muy lejos. Una actuación tan distante de su siempre regio porte, que todos a su alrededor se fijaron en él.
No sé, primo, - Visenya intentó fingir la inocencia que nunca tuvo - dímelo tú.
Me han llegado noticias de Marcaderiva. - Aethan se veía tensó mientras hablaba - De como llegaste a Rocadragon y despediste a cada hombre, mujer o niño que llevará mi sangre de la Fortaleza. Los pocos con conexiones que quedan fueron obligados a jurar lealtad hacia tí con la promesa de ignorar cualquier resto de deber hacia mi Casa.
Ah, los debió despedir temprano antes de salir para acá. Tendrían que haber llegado a la isla vecina para haber mandado la noticia, que habría tardado unas cuantas horas. Conociendo a Visenya como la conocía, esos que quedaron estarían más vigilados que monedas de oro en manos de un avaro.
Sí, lo hice. - afirmó con indiferencia - ¿Y qué?
- No puedes hacerlo.
Oh, pero si puedo. Es mi prerrogativa como la señora que dirige la Fortaleza, - aclaró con una mueca de satisfacción, las palabras devueltas para que se las transmitiera a su hija - y lo acabo de hacer. - terminó con un tono más firme, el acero de regreso en su voz.
Somos la Casa más fiel a los Targaryen, hemos sido sus vasallos desde que tu familia se mudó a estas tierras y ¿te atreves a tratarnos de esta forma? ¿A humillarnos? - Aethan estaba tenso, las implicaciones eran muchas, las connotaciones políticas aún más.
Ah, mi querido primo. - dijo Visenya con ese nuevo estado de complacencia tan inaudito en ella - Estas tan acostumbrado a que sea yo la que ceda y se trague las cosas por el bien de la paz. Que deje pasar sus quejidos y lloriqueos solo porque sus minúsculos... egos no soportan una mujer dirigiendo. - una acusación que Orys habria desestimado en otra ocasión, pero en lo que llevaba aquí había probado ser cierta. Incluso Aethan, acostumbrado desde niño a la posición de las mujeres Targaryen fuera de la jerarquía aplicada a otras féminas, se había mantenido ignorando la firme oposición del resto del Consejo. No se enfrentaba a Visenya, pero parecía contentarse con como era tratada. Era probable que pensara que con su hija casada al heredero, su posición estaba asegurada por un par de generaciones y que no tenía motivos para apoyar o aliarse con la reina.
Alguien en la sala fue a protestar. Parecía ser lo único que podían hacer. Vis se adelantó.
¿No lo han escuchado? - miró con detención a todos los asientos ocupados - Pronto me haré cargo de mi Feudo y los dejaré gobernando a sus anchas sin mi presencia. Lo que muchos llevan años deseando estoy segura. - asintió para si misma - Solo que... como ya no me importa el gobierno de mi hermano, ya no me importan sus políticas o lo que lo beneficie. Si los Velaryon me humillan, los Velaryon sufren. - mantuvo en Aethan una concentración peligrosa - Tu niña insensata y mimada quiere jugar rudo, dile entonces que se preparé para las consecuencias. - esta vez, su sonrisa fue feroz. Orys no sabía como se había comportado Visenya todo este tiempo con esta manada de cretinos incapaces de ver más allá de su muy inflamada altivez. Solo sabía una cosa. La Vis que sabía quién era y lo que merecía estaba de vuelta. Y a diferencia de antes, poco le importaba lo que Aegon sentía o que Aegon quería. ¡Ay, hermano! ¿qué has hecho?
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Mi rey, tenemos que hablar. - ¿cómo una frase tan sencilla podía poner una preocupación tan grande en el corazón de una persona? Aegon nunca estaría seguro. Lo que si sabía era que las palabras pronunciadas por el Lord Comandante de la Guardia Real, Ser Corlys Velaryon, no le auguraban nada bueno.
En medio de un camino entre una fortaleza y otra, su tienda tendría que bastar para esta conversación. Con dos miembros de la guardia real custodiando su entrada y aún más soldados y caballeros custodiando el campamento, Corlys se dio el lujo de sentarse en uno de esos extrañamente cómodos asientos plegables. Era un hombre más imponente que su hermano. De cabello plateado como se esperaba de su familia, que se empezaba a teñir de blanco con la edad y con su armadura completa, la visión del Velaryon sentado en el diminuto asiento era bizarra.
Estando lo más solos que podían estar, Aegon preguntó - ¿Qué pasa Corlys? - Quizás no confiara tanto en él como en Orys, pero luego de este, era lo más cercano que había a un segundo lugar como amigo.
Con el debido respeto. - lo miró intensamente - ¿Qué mierda está pasando, Su Alteza?
Aegon parpadeó y volvió a parpadear. Las palabras que había creído escuchar de su Lord Comandante no podían ser las que escuchó.
¿Qué? - por un instante quedó aturdido. La impresión superando por poco a la ofensa. ¿Cómo se atrevía a hablarle de ese modo? - ¿Cuál es el significado de sus palabras, Ser Corlys?
Como en la mayoría de sus discusiones, Aegon prefería mantener la calma. La cabeza fría era más que necesaria cuando cada acción que tomaba tenía sus consecuencias. El caballero ante él había demostrado ser leal y sobre todo, un brillante pensador por derecho propio. En casi quince años, desde la fundación de la Guardia Real, no había cometido la menor indisciplina e irreverencia. Así que suponía que se había ganado el derecho de hablar así, por una única vez, y si era capaz de explicar su razonamiento. Tenía que admitir que estaba bastante impresionado por como permaneció estoico ante su mirada. Hombres más poderosos se habían retorcido.
Corlys solo respiró hondo antes de responder - Se que no somos amigos, no intente negarlo. Pero creo que me considera uno de sus consejeros de confianza. ¿No es eso cierto?
Aegon tuvo que asentir. No solo le confiaba su protección, sino que era el encargado de dirigir a los hombres juramentados con ese objetivo. Insinuar una cosa diferente sobre él no tenía sentido.
- No solo me preocupa su seguridad. Como miembro del Consejo Privado, es de mi interés que se cumplan sus aspiraciones. Para ello necesito saber cual es el propósito de sus acciones, que espera lograr con ellas y por mucho que no le guste al rey oírlo, corregirlo si creo que se está cometiendo un error grave. Es por ello que pregunto ¿Qué mierda está haciendo, Su Alteza?
El discurso le reafirmó a Aegon la opinión que tenía del Comandante de su Guardia, pero seguía sin entender a que se refería.
- Sea más claro, Ser Corlys.
Él emitió un único cabeceo - Esta bien. ¿Puede decirme que espera el rey haciéndonos, a mi y a la Guardia, darle una paliza todos los días a su hijo?
La sola mención del príncipe Maegor encendió un mal humor en el monarca que fue incapaz de controlar. Sentía el calor subir por su cuerpo. Ese tema era para él como yesca seca en una fogata, se prendía con suma facilidad - ¿Qué crees que hago? - su voz había perdido su cadencia constante - Le enseño todo lo que su madre se ha saltado en su educación. - terminó un poco más fuerte de lo que esperaba e intentó recomponerse.
Corlys lo miró con intensidad, como si desentrañara sus motivos, solo para decir - Discúlpame pero... No entiendo lo que quiere.
¿Cómo que no entiende? ¡Esperaba más de alguien tan afilado como usted a demostrado ser! - Aegon apretó sus puños mientras Corlys permanecía en su lugar, con toda la calma del mundo, como si no se estuviera enfrentando a su rey - El príncipe Maegor necesitaba aprender a comportarse con corrección, como se espera de él.
- ¿Y qué espera usted de él? ¿Podría decirme?
Aegon no pudo articular la finalidad de sus deseos por un momento. ¿Acaso no era obvio? - Quiero eliminar su orgullo desmedido. Su creencia en su superioridad. Estuviste ahí ese día, Corlys. - no pudo evitar agitarse - Vistes como trató a Morgan Hightower. ¿Crees que es correcto como se comportó?
Pues sí, lo creo. - Aegon lo miró como si fuera una extraña criatura desconocida. Gracias a los dioses no se había quedado boquiabierto. Semejante cosa era indigna de un gobernante - Vi a un niño de apenas trece años abatir a un caballero armado, vi como se mantuvo frío durante el enfrentamiento y vi como se aprovechó de cada ventaja que pudo encontrar. Francamente, si fuera mi hijo, me hubiera hinchado de orgullo y me hubiera encargado de que cada persona de aquí a Desembarco del Rey supiera lo que hizo.
- ¡Viste su rabia! No importa que tan frío se portará, no se detuvo hasta humillar a su cuñado.
Lo hizo. - asintió Corlys - Pero tuve la previsión de preguntar que motivó su actuación antes de juzgarlo. Gregor y Griffith estaban ahí entrenando cuando comenzó el enfrentamiento. Cierto, el muchacho fue un poco arisco con los otros niños Hightower, - concedió - pero en ningún momento buscó desafiarlos. Él estaba allí en sus asuntos, ellos buscaron congraciarse con él y eventualmente superarlo. No funcionó. Sabes cómo eso caldea el ánimo de los nobles. Por lo que Morgan Hightower lo encaró, intentó humillarlo y por la misma razón, fue vencido.
Morgan Hightower no intentaba denigrarlo, - rectificó el Conquistador. Luego del hecho, él también había recibido la información de lo ocurrido de los gemelos Goode - solo son puyas esperadas entre hombres de armas.
Correcto. - aceptó Corlys - Ahora puede explicarme ¿por qué las acciones de Maegor defendiendo su posición luego de ser pinchado esta mal? ¿Mientras que se defiende el actuar de Ser Morgan?
¡¡¡Porque no debería haberse portado así!!! - casi rugió. Su temperamento casi siempre dominado, escapó de su vigilancia. Se le encendió el rostro de la indignación - ¡Siempre el niño que puede derrotar a adultos en combate! ¡El mocoso que en justas puede derribar a jóvenes que lo superan en unos cuantos años! ¡Creyendose tan impecable cuando está lleno de defectos! Como si fuera un heredero perfecto. - dijo con aversión.
¿Eso es lo que piensas de él? - el murmullo de Corlys fue sereno, casi apacible. Aunque no sofocó el enojo de Aegon, le permitió un poco de discernimiento.
- ¡Por todos los dioses! ¡¿Por qué lo defiendes tanto?!
¡Para que despiertes de una puta vez! - fue Corlys quien perdió la razón por un momento - Para que regrese el rey por el que estaba dispuesto a morir. Por el que hombres estaban tan orgullosos de defender, que abandonarían sus títulos y propiedades por él.
Esto le cerró la boca a Aegon como pocas veces algo lo había hecho.
- Cuando te veo tratando así a tu hijo, no reconozco al hombre por el que prácticamente abandone mi nombre. Sabes que te soy leal, incluso por encima de la lealtad a mi propia Casa. ¿Lo sabes, verdad?
Lo sabía, Corlys era la encarnación de la fidelidad a su causa. El ejemplo en el que Visenya se basó cuando eligió a los Capas Blancas.
Lo hice porque creía en ti y en lo que prometiste ser. El rey más grande que este continente haya conocido o conocerá. - la decepción estaba escrita en su cara - Con tus acciones no veo a ese rey, veo al joven que humilló tanto a mi familia que casi rompió todos nuestros vínculos. - el recordatorio era un puñetazo en el estómago. De lo que fueron sus peores años. De cuando casi vio desaparecer todas sus aspiraciones - Veo al Señor que creía que sus caprichos debían aceptarse, aunque arrastrara el respeto de los demás por el lodo y la inmundicia.
Aegon intentó defender su posición - No es lo mismo. En ese entonces era joven y estúpido. Arrogante, como solo puede ser un nuevo jinete, que piensa que el mundo entero debería postrarse a su pies solo porque sí. - Aegon se estrujó la frente con una mano, tantos errores cometidos que no tenían marcha atrás - Me arrepentí sinceramente de lo que hice. Puedes estar seguro de ello.
Lo estoy. Apostaría mi vida a ello y no soy alguien que apruebe los juegos de azar. - por supuesto que no, su obsesión era la seguridad - Lo que no significa que tus elecciones no dejaran cicatrices en muchos. El matrimonio de mi hermano es un ejemplo.
Aegon hizo una mueca. La hermosa y morena Alarra Massey jamás había perdonado a Aethan Velaryon por lo que creyó que era un desaire a su persona. Una de las mujeres más bellas de su tiempo, le costaba aceptar que apenas era un reemplazo para su esposo, y uno poco deseado.
Pero tu comportamiento sigue un patrón. Dices que Maegor es demasiado orgulloso. Yo te digo que lo es y que no lo es. Todos los Targaryen son orgullosos, tienen que serlo. Llevan en las venas la sangre de la Antigua Valyria y son los únicos que conservan a sus dragones. Excepto la nueva chica, claro. - un bufido divertido se le escapó - Pero el orgullo de Maegor no solo es normal, es esperado. Además de todo, es un príncipe y hijo del Conquistador. ¿Por qué no estaría orgulloso?
Esa era una pregunta para la cual no tenía respuesta.
- Pero no es demasiado orgulloso como para no recibir consejos en el patio de entrenamiento. No importa cuán duro le peguemos, no importa cuántas veces le derrotamos. Siempre se levanta y pregunta que hizo mal, como puede mejorarlo y aprende. ¡Aprende! ¿Sabes lo difícil que puede ser enseñarle a un niño noble?
Por supuesto que lo sabía. Desde el inicio de su gobierno había impulsado la política de que los señores le enviarán a sus segundos y terceros hijos a la Corte. Eran demasiado aficionados a sus primogénitos como para enviarlos a ellos. Que sus repuestos fueran acogidos era más beneficioso. Como resultado, Desembarco se llenó de grupos de niños mimados y egoístas en la mayoría de los casos, que creían que era su derecho ser tratados de tal forma y se terminaban quejando cuando no se cumplían sus caprichos. Lloriqueando más de lo esperado para un bebé en pañales. Fue horrible y lo peor de todo, fue que era su responsabilidad. A Rhaenys no le llamaba la atención hacerse cargo de niños que no eran suyos y Visenya, si no podía aplicar lo que ella esperaba de como debía ser su educación, descartaba ocuparse de ellos.
Pero usted no quiero eso ¿verdad? Quiere que lo rompamos. - Corlys entrelazó los dedos de sus manos como si rezará - Quiere que aplastamos el orgullo de un niño que esencialmente no ha hecho ni ha intentado hacer nada malo, solo porque sientes que lo necesita. O más bien porque quieres que se haga. - se veía medio enfermo, con un destello de palidez en su tez - ¿Sabes que pasó hoy?
Aegon tuvo que negar con la cabeza.
Ser Darklyn le pegó tan fuerte al príncipe que le aflojó un diente. - el rey se preocupó un poco. Quería bajarle los humos al hijo de su hermana, no que se le hiciera verdadero daño al chiquillo - Darklyn se alteró. Se supone que es el protector del rey. No un matón que le pega a la gente por algún deseo de su señor. ¿Sabes cómo respondió tu hijo? Maegor le dijo que no se preocupará, que todavía era un diente de leche. Eso fue peor. ¡Maldita sea! Nos estás haciendo apalear a alguien que ni siquiera tiene sus dientes de adulto.
Corlys se revolvió el pelo, como si ya no supiera que decir. Lo cierto es que le estaba dando muchas cosas que pensar a Aegon.
Lo que quería decir es que somos la Guardia Real, Alteza. Somos una organización joven para los anales de la historia, pero ya nos estamos labrando un lugar en ella. Como símbolos de élite, los adalides con más honor que defienden a su soberano.- sus palmas se alzaron casi en una súplica - Por favor, no nos conviertas en los bravucones que aporrean niños. No soy como la reina Visenya, mi rey. Ni como lord Orys. No puedo llamarme un miembro de tu familia y demandarte que hagas algo. Solo puedo darte mi punto de vista que es externo y esperar que me hagas caso.
Intentó hablar y las palabras se le enredaron. Lo intentó de nuevo con una sensación de hundimiento. Bueno, tres personas diferentes habían abogado por el mismo tema y sin intercalar ideas entre sí. Puede que tuviera la mollera dura, pero Aegon tenía algo en claro. Los tres eran estrategas valiosos, por mucho que no le gustará, desestimar sus consejos era cosa de necios. Y un rey no se podía dar el lujo de actuar como un tonto.
Asintió antes de indicarle - Pueden seguir entrenando al príncipe como consideren correcto. No tienen que seguir presionándolo de más. - el alivio en Corlys fue instantáneo y visible. Como si le quitaran una piedra enorme del pecho y al fin pudiera respirar - ¿Alguna idea de donde puede estar Maegor? - el muchacho no disfrutaba de socializar, y Corlys, como encargado de la seguridad de la familia real, debería saber donde se encontraba.
El Velaryon se encogió de hombros - Debería estar repasando libros en su tienda. Nadie más me lo creería si se lo contara, pero si no fuera tan bueno con la espada, el niño serviría para maestre. - negó con la cabeza antes de aproximar sus dos dedos, el índice y el pulgar - Estoy a esto de creer que es medio ratón de biblioteca.
Con sus palabras rondándole la mente, y una escolta pequeña, Aegon se dirigió hacia allí. Solo un guardia aburrido descansaba en su entrada, y lo dejó pasar sin intercambiar palabras. Como Corlys adivinó, Maegor se encontraba transcribiendo un libro. Su pluma en una mano y apoyando su cabeza en la otra. Otros papeles y escritos abundaban a su alrededor. Como si estuviera muy atareado con algo. Pese a todo, su llegada no pasó desapercibida. No podía olvidar que sus instintos habían sido afilados para el combate y era muy probable que se mantuviera consciente de todo lo que pasara en su cercanía.
Padre, ¿qué hace acá? - se levantó y se inclinó en una breve reverencia. Un moretón rojo oscuro abarcaba desde la comisura de su boca hasta su oreja.
- Solo quería venir a comprobar que estás haciendo.
Estoy estudiando como me recomendó. Cuando no supe sobre las leyes que se aplicaban en estas tierras. - durante una de sus audiencias, le había realizado preguntas que no había sido capaz de responder con precisión. Le había exigido que dedicara más tiempo al estudio. Que él mismo necesitara de seis maestres para aclarar sus dudas sobre historia, leyes y costumbres locales, no se le antojaba relevante. Quizás se hubiera pasado un poquito.
Sin saber exactamente qué decir, solo pudo cabecear - Excelente. Es bueno que te tomes en serio tus obligaciones.
Maegor continuaba mirándolo con atención. Sin saber que hacer, Aegon le dedicó una pequeña sonrisa. Maegor inclinó su cuello un instante, detallándolo, y luego sonrió también. Era un gesto incómodo e incorrecto. Más una mueca que una señal de felicidad. El hueco entre sus dientes era visible y le causó un estremecimiento, por su complicidad en el evento que llevó a ello. La sonrisa desapareció de la cara frente a él. Esperen un momento. Acaso... Volvió a sonreír para comprobarlo y el príncipe colocó de nuevo esa gesticulación extraña. ¿Sería que Maegor siempre intentaba imitar su rostro?
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Príncipe Aenys, ¿por qué cambiaste la decisión final sobre el edicto que presentó el Cosejero de la Moneda? - Orys interrogó al heredero de su hermano luego de que se hubieran marchado el resto de los señores del Consejo Privado - Tenías buenos argumentos para aceptarlo.
No entiendo Lord Orys, - Aenys permaneció dubitativo - pensé que tanto usted como mi tía se oponían al mismo.
- Lo hacemos. Por nuestros propios motivos y creencias. La pregunta es ¿por qué lo hicistes tú si no pensabas lo mismo que nosotros?
Porque ustedes creían lo contrario. - el muchacho no razonaba - Mi padre me encomendó seguir sus consejos y eso hago. ¿Cree que estuve mal? - parecía más preocupado por esto que por los resultados de la ley que discutieron.
No es eso, Aenys. - Orys se rascó la parte posterior del cuello, sin saber cómo explicarse correctamente - Tu tía y yo tenemos muchos años de experiencia y sabíamos que eso no iba a funcionar para todos. Pero ese no es el punto. Cierto, a la hora de gobernar un rey debe seguir el consejo de sus consejeros. - se burló - Para eso existen. Pero debería ser capaz de tomar sus propias decisiones basado en lo que piense que es correcto. ¿Entiendes?
El muchacho se estrujó las manos - ¿Deberíamos volver a reunirlos y cambiarlo de regreso?
No. No, Aenys. Hay momentos en los que debes ceder, pero un rey debe mantenerse firme con las medidas que toma. - el príncipe parecía un manojo de nervios. No está preparado para asumir el puesto, se dijo a sí mismo. ¿Lo estaría alguna vez? Era su trabajo intentar que lo estuviera - Debes tomar las decisiones que crees correctas y a menos que te den un argumento lógico que indique lo contrario, mantener tu posición.
Pero es que es tan complicado. ¿En quien debo confiar? ¿A quién debo creer si todos tienen una idea de cómo deberían hacerse las cosas? - ¡Deberías creer en ti mismo y en tus ideas! Quiso gritar. Ese era el problema. El joven se inclinaba ante los demás como los juncos de la orilla ante los vientos de tormentas. Agitarlo no serviría de nada. Había que cultivar su confianza en sí mismo, pero era tan difícil. Cada vez que alguien hablaba, Aenys buscaba complacerlo y un rey no podía complacer a todo el mundo. Era una realidad de la vida.
Suspirando profundo e intentando que no se le notara lo decepcionado que estaba, Orys habló - Aenys, tienes que empezar a...
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Maegor frunció el ceño pero no pronunció palabra. Él hacía esto a menudo, se dio cuenta Aegon. Cuando empezó a prestarle más atención, verdadera atención, notó el objetivo de muchas de sus acciones. El niño no cuestionaba lo que hacía, al menos no al momento, sino que prefería rumiar para sí mismo esto una y otra vez. Eventualmente lo interrogaba. Porque había hecho eso, con que motivo. Diseccionaba cada respuesta como un maestre interesado en los secretos del cuerpo humano. Muchas de sus elecciones lo choqueaban, no esperaba que su padre claudicara en tantos asuntos.
Más tarde, ya terminado el tribunal, llevado a cabo desde el estrado de un pequeño torreón, Maegor inició sus indagaciones.
- Padre, ¿por qué aceptastes un castigo tan suave para esos villanos? Estaban perturbando la paz del rey. Deberían haber sido apropiadamente castigados. ¿No?
Maegor, no todo en esta vida se resuelve mediante la violencia, o con castigos ejemplares. - el niño le miró como si esa respuesta desafiará toda lógica, pero no la criticó. Esperaba con paciencia su explicación - Hay ocasiones en las que es necesario ganarse la consideración del pueblo llano. Para que confíen en que seremos justos. - ante su evidente duda expandió su explicación - Si respondemos de una forma muy suave, seremos vistos como débiles. Cada uno de nuestras enemigo buscará socavarnos. Demasiado rígidos y sin transigir, seremos vistos como tiranos. Incluso los que se oponen entre ellos, se unirán con la meta de destruir el que consideren el mal mayor. Hay que encontrar un equilibrio.
La arruga de su entrecejo no desapareció. Más bien pareció profundizarse - Pero... si nos temieran lo suficiente, ¿no bastaría eso para mantenerlos bajo control?
Oh, no digo que no deban temernos. Una parte fundamental de gobernar es infundir el temor a oponerse a nosotros. - una cruel realidad para todo aquel que quisiera prosperar en este mundo.
- Hay un pero, ¿no es cierto?
Correcto. Si gobiernas solo desde el temor, perderás todo tu poder en el momento en que no te teman. - es por ello que las debilidades no debían exhibirse - O peor, si tienen tanto miedo y piensan que los destruirás, entonces el mismo miedo los llevará a oponerse a ti.
¿Cómo? ¿Por qué? - Aegon sintió un destello de diversión. El hijo de su hermana necesitaba que le arrancaran las palabras de la lengua, aunque estas eran definitivamente las que repetía con mayor frecuencia. Casi podía creer que representaban la mitad de su vocabulario.
- Porque si piensan que de todas formas serán exterminados, es mejor morir luchando para intentar sobrevivir que quedarse esperando como corderos al matadero.
Sus cejas se suavizaron al final. Pareció impresionado por la lección aprendida. ¿Qué esperaba de él? ¿Qué fuera todo el tiempo el hombre que quemó Harrenhal? - Maegor, si quemará a cada persona que se opusiera a mí y no me hubieran matado para el momento, hoy sería rey de cenizas.
Maegor abrió sus ojos violetas enormes. Como si se enfrentará a una gran revelación.
Más tarde, otro día, también le preguntaría porque visitaba tanto todo el reino. Porque realizaba audiencias tanto en los castillos como a mitad del camino. Porque, porque, porque.
Las respuestas fueron variando. El reino necesitaba conocerlos, saber de lo que eran capaces. Necesitaban recordar su presencia, el peligro que representaban y también tener presentes que sus gobernantes estaban ahí. Consientes de ellos. Al igual que era más fácil apagar una pequeña chispa que un fuego rugiente, era más sencillo aplacar una rebelión que sofocarla luego de que estallaba. Además - Un señor debe conocer las tierras que gobierna, Maegor.
El niño asentía, callaba e interiorizada. Nunca espero la respuesta que le dio a continuación - Creo que me alegra no ser el heredero. No creo que nací para hacer política. No soy como Aenys. No se como agradarle a los que me rodean.
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El mensajero corrió a través de los pasillos mal iluminados del fuerte de madera. Sus pasos repiqueteaban a través de los salones. No disminuyó la velocidad, pese a casi embestir a un par de nobles. Su urgencia era tal que no sentía el miedo a recibir castigo o sus repercusiones. Al alcanzar las estancias donde se reunía el Consejo Privado, unos guardias lo detuvieron. Un breve intercambio y ellos también comprendieron la gravedad de la situación. Fue enviado dentro casi sin presentación.
¡¿Qué es este comportamiento?! - exigió con voz agresiva el Lord Mano. El paje no tembló ante él, atrapado como estaba por los pálidos ojos de quien solo podía ser la reina Visenya. Sí, era una mujer, pero estaba seguro de que era más aterradora que todos los hombres que estaban ahí dentro, juntos. La información que traía tampoco la complacería.
Noticias importantes, mi lord. - respondió presuroso - Un barco volantino a atracado en el puerto. Porta un grupo de nobles y embajadores y exigen una audiencia con el príncipe Aenys.
¿Qué desean esos sucios esclavistas para hacer tales demandas? - el Gran Maestre Gawen no contuvo su desprecio. La sociedad de Poniente, a pesar de sus tratos y comercio con muchas de las ciudades libres, no apoyaba la práctica de la esclavitud. El hecho de que Aegon se hubiera enfrentado bélicamente a ellos, solo reforzaba su postura. No había nada mejor que te desagradaran las mismas personas a las que se oponía el rey.
- Están exigiendo la devolución de la princesa Orthyras.
Notes:
Cualquier duda que tengan, pregunten y responderé en los comentarios. Si se repite mucho la agregaré en una nota
Chapter 18: Una Corte de trampas y mentiras
Summary:
Otro capítulo más corto que los otros porque tuve que dividirlo a la mitad.
Espero que lo disfruten
;)
Chapter Text
Desembarco del Rey estaba sumida en una neblina de calma. En la superficie, los comercios prosperaban, los hombres se movían por la ciudad y las prostitutas seguían ejerciendo su profesión. Nada diferente de cualquier otro tiempo. Pero lo era.
Hacía un poco más que dos lunas que el príncipe Aenys gobernaba la capital y ya se enfrentaba a una crisis de la Corona. Un barco volantino había desembarcado recientemente, con una exigencia que amenazaba con desestabilizar la frágil tranquilidad en la que se asentaban dos continentes diferentes.
Échalos de regreso al mar. - fue la respuesta instantánea de Visenya ante lo que pedían.
No podemos solamente despedirlos sin nada más. - argumentó el príncipe heredero.
Tienes razón.- la reina lo pensó mejor - Échalos al mar y advierteles que sí intentan algo, probarán del fuego de nuestros dragones.
Pero el príncipe Aenys se negó a una solución tan poco diplomática. Tenía la firme creencia de que podían darle fin al conflicto mediante medios pacíficos. Los volantinos no habían recurrido a la violencia con sus demandas. Sería injusto para ellos, intentó explicar, solo han venido a reclamar algo que creen les pertenece a través de mediación. No podemos devolver sus palabras con vulgar agresividad.
Y como sucede con todos los chismes importantes, pronto toda la urbe sabía sobre la situación. El reino había conseguido de la nada una nueva princesa y un dragón, y justo antes de que nadie se adaptará, alguien más la exigía de regreso. Puede que el príncipe Aenys no se diera cuenta de las implicaciones pero el pueblo común sí. Volantis una vez soñó con reforjar para sí mismos la gloria del Feudo Franco. Cierto, no había atacado Poniente, pero muchos hombres de las Tierras de las Tormentas participaron en el conflicto contra ella. Muchos de los cuales se habían trasladado a las tierras de la Corona y recordaban todo con claridad. Sobre cuando la mayor de las hijas de Valyria intentó alzarse sobre sus hermanas. De lograrlo, posiblemente no se habría detenido ahí. Era lo que muchos intuían. Porque si de algo podían estar claros todos, era de la insaciable codicia de muchos gobernantes.
Aegon el Dragón luchó contra ellos. Uso a Balerion para hacer retroceder sus fuerzas. Como toda leyenda en lo referente a su rey, la historia se esparcía de boca en boca entre los desembarqueños, como motivo de orgullo. Ahora, la primera de las Colonias del Imperio, aquella que reclamaba la mayor pureza de sangre, que decía tener descendientes de familias más augustas que la Targaryen entre sus filas, quería agregar un dragón a las suyas. Volantis no había sido un enemigo, pero tampoco un aliado. Volantis quería hacerse con un dragón. Uno que pertenecía a la esposa de uno de sus príncipes de sangre. Y el heredero del Conquistador quería escuchar sus motivos para ver si tenían razón. Desembarco estaba en calma, pero era una calma extraña. Aquello que se siente cuando tu vecino más cercano empieza a afilar sus armas. No puedes hacer nada porque no se te ha hecho nada, pero no estás tranquilo. Desembarco del Rey podía estar en calma, pero en definitiva, no estaba en paz.
En Fuerte Aegon imperaba un humor extraño. Los cortesanos intercambiaban rumores como siempre, aunque no a viva voz. Todos temían que un paso en falso se convirtiera en una declaración de algo más, algunos temían ser relacionados indirectamente con traición. Puede que el príncipe heredero quisiera escuchar las peticiones de los emisarios volantinos y puede que fuera él la figura a cargo del gobierno, luego del Lord Mano, y aún así...
La reina Visenya también estaba furiosa. Un cambio total luego de su reciente carácter casi jovial, dirían muchos. Había pasado de actuar ligera y despreocupada, cosa que desconcertó a los que la vieron, a su viejo yo dominante y brutal. Aquellos que se fijaban en los detalles también afirmaban que no era la misma furia. Esta no era la reina cínica y fiera que muchos conocían. Su rabia se sentía más fría, más calculadora, de alguna manera más feroz. Unos dirían que ella ya había perdido poder y que lo que sentía era insignificante. Aquellos con un poco de astucia, cuando lo escuchaban, los creían tontos. Puede que la reina no gozará del favor del rey ni de su aprecio, sin embargo seguía siendo la reina. Seguía como un poder por derecho propio y seguía conociendo como pocos conocían la mentalidad del monarca. Su lógica era la lógica de su hermano, en la mayoría de las ocasiones. También tenía aliados, tanto viejos como inesperados, cuyo peso debería inclinar la balanza a su favor. O lo haría, si el príncipe Aenys no hubiera tenido un raro ataque de terquedad nunca antes visto en él.
Una obstinación extraña a la que se enfrentaban en esta reunión del Consejo Privado, una última batalla para lograr que Aenys se retractara de sus acciones y enviará a los volantinos lejos.
Aenys, escuchame fuerte y escuchame claro. Se que te impulsamos a tomar tus propias decisiones y a mantenerte firme en ellas. - la hermana del Conquistador respiró hondo y mirando al príncipe con esos ojos amatistas, tan diferentes y a la vez tan semejantes a su hermano, exigió tajante - Tienes que echar a esos condenados volantinos lejos. Aquello que expulsen de su boca, aunque se demuestre que sea mentira, será como el veneno derramado en un pozo en la mente de tus súbditos. Cada trago contaminado, y no hará más que expandirse.
Tu tía tiene razón. - Orys defendió la lógica de Visenya. Su tono rígido y severo, sin consesiones. Las muestras de cortesía y modales hundidas bajo la amenaza que colgaba sobre sus cabezas. Esto ya no era una Corte, era un campo de batalla, y el Baratheon respondería como tal - Volantis nunca a sido enemiga de Poniente, pero si ha sido la enemiga de Aegon. Tienen que irse. No les des la oportunidad de clavarte una puñalada.
No creo que debamos actuar así. - aunque no se veía, las manos del heredero se retorcían bajo la mesa del Consejo - Padre se enfrentó a ella para oponerse a su afán expansionista, - Aenys se inclinaba como las ramas de los árboles ante una tormenta de otoño, pero no cedía - aún así, Volantis solicitó primero su ayuda. Eso significa que había una especie de vínculo, lo suficiente para creer que mi padre los apoyaría.
El único vínculo que existe entre nosotros, es que ellos llevan en sus venas la sangre del dragón, solo que sin dragones para demostrarlo. - a Visenya se le acababa la paciencia para seguir usando la lógica con su sobrino - Tú quieres que escuchemos a esta gente cuyo objetivo no puede ser más obvio. Quieren el acceso a los dragones que los Targaryen les negamos. Planeas entregarle un dragón.
No es entregarlo. - Aenys tartamudeó. Ni siquiera a él se le ocurriría tal cosa. Solo quería escuchar lo que tenían que decir, quizás tuvieran la razón - Es solo que si mandaron enviados, nosotros como gobernantes estamos en el deber de recibirlos y escucharlos.
Su alteza tiene razón. - intercedió Gawen, apoyado por el Consejero de Edictos - Podríamos enfrentar una crisis diplomática si nos negamos a ofrecer los derechos más básicos a embajadores de una potencia extranjera. Como mínimo deberíamos averiguar la veracidad de cualquiera de sus afirmaciones e investigar la validez de...
Todo esto se abría arreglado si los hubiéramos expulsado apenas soltaron sus viles mentiras. - los puños de Visenya estallaron contra la superficie de madera - Ahora, estamos expuestos a recibir sus quejas y cualquier farsa que puedan montar.
Reina Visenya, - Osmund Strong habló, dispuesto a rebatir sus argumentos de forma calmada - usted...
Tiene toda la razón. - por primera vez en mucho tiempo, Aethan Velaryon brindó todo su apoyo a su prima. Un animal político, cualquiera pensaría que se sentiría beneficiado por un futuro donde Visenya perdía a su nueva nuera, una carta de triunfo contra sus enemigos. Pero no, el beneficio a corto plazo no valía la pena. Lo que hoy favorecía a su hija y su familia, mañana y los días que le seguían no. Y apoyar esta idea, se sentía más como una trampa de la que solo Aenys podría escapar, por la debilidad que Aegon sentía por él. El resto de los pobres ilusos debían pisar con cuidado. Ya fuera por oponerse a Visenya o por su ceguera política, Aegon no perdonaría a quien pensara correcto entregarle la base de su poder a alguien de afuera de su linaje.
¿Lord Aethan? - preguntó una voz conmocionada de que se pusiera de parte de la reina.
Volantis a codiciado los dragones de los Targaryen, porque no han tenido sus propios dragones todo este tiempo. - observó cuidadosamente a todos los que se oponían a la coalición de sangre valyria recién formada - ¿Con qué derecho podrían exigir ellos la custodia la nueva jinete y por ende su dragón? Esta exigencia es una pantomima. Aceptarla les dio autenticidad a sus reclamó, le hace creer a una parte de los que escuchen sobre ella que los volantinos tienen un punto válido. Pero... ya es muy tarde para echarnos hacia atrás. Aenys concedió una audiencia y negárselas ahora solo le hará creer a todos que tenemos miedo de que tengan la razón.
Orys maldijo a los vientos que no hundieron sus barcos y a los piratas que fueron incapaces de asaltarlos. Visenya apretó sus puños en el lugar. Mientras tanto, Aenys se mecía de un lado a otro. Tomaba de él toda la voluntad para no someterse a los designios de sus tíos. Aethan entrecerró sus ojos. Al principio había sospechado de que era su hija quien murmurando en su oído lo había convencido de proceder así. Ahora no estaba tan seguro. Oh, no dudaba de que ella apoyara de todo corazón los deseos de los embajadores de Volantis pero... Esta disposición tan fuerte a mantener su decisión no podía ser sólo por las acciones de su niña mimada, a la cual debería controlar mejor. Le había dejado su crianza a su madre, pensando que una dama sólo puede ser criada por otra. Lo que estaba demostrado ser un error de niveles catastróficos, si era cierto que los rumores anteriores de la Corte habían sido regados por ella. Quizás debería traer a su hermano para mantenerla contenida y atada en nudos. Pero lo que importaba. Tenía que averiguar quién era la persona que susurraba en las reales orejas, quien tenía bajo su influencia al heredero y deshacerse de él. No dejaría que la capacidad de ser la mano derecha del próximo rey les fuera usurpada a los Velaryon. Su familia prosperaría y se alzaría por encima de las demás. Ellos ya habían pagado muchas veces el precio para ser dejados de lado una vez más.
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Cuando Aenys interrumpió en el solar de su esposa no esperaba encontrar a sus damas y otras compañías bordando, mientras un joven bardo tocaba para ellas. Por supuesto que estarían aquí, se dijo Aenys ¿qué más podría estar haciendo la delicada Alyssa sino eran aquellas actividades esperadas de las damas? Y por supuesto, bajo la música del cantante. Apenas un niño y ya arrancaba de las notas de su laúd las melodías más bellas. El instrumento favorito de su esposa, la cual amaba como él la música y las artes. Distraído por un momento, pensó que no podría haber pedido una compañera más perfecta para encajar con él.
Disculpa querida, - dijo cuando todos se detuvieron para inclinarse en reverencia - ¿podrías dedicarme un poco de tu tiempo?
Por supuesto, mi alteza, - el apodo cariñoso dado solo ante su docena de amigos más cercanos, siempre conseguía tranquilizar su corazón. Esta ocasión fue un poco distinta. Pese a tomar las manos de su esposa, que se estiraban para aceptarlo mientras sus acompañantes se marchaban, sintió desasosiego.
- ¿Qué pasa, amor mío?
¡Ay, Alyssa! Estoy tan preocupado. - besó sus pequeños dedos. Ni un solo cayo estropeada su fragilidad en comparación con los propios. Hacía ya un par de años que había abandonado las prácticas de la espada, y a pesar de que las callosidades se suavizaron, todavía podían ser detectadas - La tía Visenya y Lord Orys siguen contrarios a la idea de la audiencia real. - no dijo sobre que se discutiría, ambos lo sabían - Incluso tú padre admitió que tenían razón, pero que era muy tarde para detenerla.
¿Mi padre? - esto perturbó más a Alyssa que la oposición de la reina y su medio hermano bastardo. Esperaba semejante comportamiento de ellos pero no de él - Mi dulce Aenys, no puedo decirte que hacer, solo tú sabes cuál es el camino correcto y por ello lo estás siguiendo.
- Pero ¿por qué actuarían así? Tantos años gobernando, esperaría más habilidades políticas de ellos. Y ellos mismo me motivaban a mantenerme con mis decisiones.
Mi amor, ven. - sentada como estaba, Aenys se arrodilló entre sus piernas y la abrazó - Lord Orys hace muchos años que no gobierna el reino, sino que dirige las Tierras de la Tormenta. El carácter combativo de sus hombres lo ha llevado a un comportamiento más marcial, de seguro. Mi padre siempre ha sido un hombre equilibrado, como sabes. - Aenys asintió - De seguro pensó que tenía que opinar desde el otro lado, aunque no crea que tengan la razón. Ya lo conoces. Ha demostrado que prefiere observar y evaluar los problemas desde todos sus lados antes de elegir una solución. ¿No es así?
No podía negarlo. El hombre prefería analizar tranquilamente una situación desde todos sus ángulos, antes de abordar un problema. Una cualidad admirable. Tomaba en cuenta como afectarían sus decisiones antes de hacer elección para los suyos. Después de su padre, Aethan Velaryon era el hombre con más madera de rey que había conocido.
¿Y tengo que explicarte sobre Visenya? - intentó contenerla por respeto, pero una risita se le escapó. Visenya siempre sería Visenya, a pesar de la mejoras en las últimas lunas. Un ligero conflicto y ella ya estaba dispuesta a empuñar las armas - Ahora, déjame arreglarte. Debes lucir lo más regio posible ante nuestros invitados. Estarán en presencia del futuro rey de Poniente.
Por alguna razón, esa frase lleno de miedo su corazón.
No te preocupes, - le dijo una vocecita - tu padre aún es joven y fuerte. Gobernará por muchos años más.
Habían herederos que veían pasar su juventud y la mayor parte de su madurez sin obtener el asiento de poder de su familia, por la longevidad de su progenitor. Aenys no estaba ansioso por recibir ese puesto. Ojalá los Siete le permitieran a su padre seguir gobernando por muchas décadas más.
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Cuando Aenys entró a la sala del trono, fue recibido por una Corte repleta. Parecía que cada lord y lady, sus sirvientes y ayudantes, los escribas y coperos, todos habían acudido a presenciar la audiencia. Envuelto en una de sus mejores túnicas de púrpura real y su sencillo anillo de oro adornando su cabeza, esperaba tener un aspecto regio. El centro de la sala, que antes de su aparición estaba rebosante de personas, se abrió de par en par para que contemplara la imponente vista del que era el Trono de Hierro. La inmensa estructura de metal retorcido se alzaba amenazadora justo en el centro del final de la sala, descansando bajo un alto techo abovedado. Aenys se dirigió allí embelesado, sin observar a aquellos que se inclinaban al verlo pasar. Al pie de las escaleras de metal de dicho trono, pudo observar a Visenya a la izquierda y a Lord Osmund Strong a la derecha, la reina y la Mano del Rey. Lord Orys y el resto de los miembros del Consejo Privado se habían unido a los cortesanos.
Dudó por un parpadeo, por lo que estaba a punto de asumir. Una mirada de asentimiento de las dos personas al borde de, no solo el trono, sino el mayor símbolo de estatus de Poniente, lo motivó a avanzar. Esta sería su primera presentación formal como gobernante indirecto, y ante delegados extranjeros. Debía ser contemplado como un ícono del fuerza y de respeto. Por ello la reina había sugerido que se sentara en el trono de su padre, algo sin precedentes. El rey Aegon jamás dudaría de su lealtad ni creería que esto era un movimiento para usurpar su poder. Una idea risible para Aenys. Distraído, no sabía exactamente cuánto se alzó por encima de los demás, pero el aire viciado de humo de los salones fue desapareciendo. Una brisa, de unas pequeñas ventanas escondidas a esa altura, le acaricio la cara. Casi se sintió como si el trono le decía que encajaba, que estaba por encima de la contaminación de aquellos otros que yacían bajo él. Al menos, hasta que un borde afilado le rozó la mano. Contuvo el siseo y el estremecimiento de dolor. No creía que después de tanto oponerse a su resolución, su tía encontrara aceptable que se quejara como un niño. También le recordó que el trono estaba hecho de espadas afiladas, para que nadie se acomodara en él como ideo su padre. En la cumbre, logró sentarse, dándole apenas una mirada rápida al dorso de su mano. Por suerte, aunque se veía una línea roja, no había sangre.
Se aclaró la voz antes de hablar, su tono fue melodioso como esperaba - Denle paso a los embajadores volantinos.
Un heraldo anunció enseguida - Presentándose a la Corte, el emisario Niphorro del Partido de los Elefantes, encabezando la comitiva volantina.
Nunca en Poniente se habían visto tantas cabelleras blancas en una sola reunión, a menos que pertenecieran a los Señores de Maecaderiva. Ojos pálidos además. Malvas, lavanda, violetas, azules pálidos y grises metálicos casi negros también. Hombres y mujeres de gran belleza, e igualmente quedaban opacados por sus homólogos de la Isla. Entre ellos y al frente se destacaba un hombre delgado y fibroso. No era un guerrero, demasiado pulcro y bien cuidado, tenía talante de ser más bien un astuto comerciante. Una reverencia formal y graciosa fue su presentación, y pese a su sonrisa amable, a Visenya no se le pasó su mirada astuta y calculadora.
Bien, - Aenys tragó antes de preguntar, no muy seguro de como hacía su padre para tener esa aura indolente y al mismo tiempo avasalladora, como si el mundo entero le debiera obediencia - puede presentar su reclamación sobre la princesa Orthyras, emisario Niphorro.
Si, alteza. - otra reverencia antes de hablar - Aunque más bien, la reclamación no es mía. Debido a nuestros vínculos de sangre, mi tierra se ha visto en la posición de respaldar a alguien más contra quien se ha cometido una terrible injusticia. De no ser por nuestro respaldo, quizás la privación de sus derechos habría quedado en la ignominia. Gracias a la benevolente decisión de su alteza, el honor de...
Basta de hablar de forma rebuscada. - ladró Orys desde su posición - Vayan al grano.
Niphorro no demandó que fuera castigado por la insolencia de su comentario, tal vez reconociendole como una figura de poder no oficial. Una mirada fría y otra reverencia fue toda su contestación. Observó una vez más el trono. El príncipe Aenys, delgado, frágil y envuelto en sedas púrpuras, lucía como un niño entre un mar de espadas. O más bien, un bebé entre las fauces de una bestia. Prosiguió:
Este Señor es un pariente lejano, - arrastró desde detrás de él a un hombre tostado por el sol, de cabellos negros con reflejos plateados y ojos de un azul nocturno. Su cara estaba llena de arrugas, como si hubiera vivido demasiado sufrimiento - Lord Raulion Edevhanys, y es él quien tiene la verdadera petición.
El hombre avanzó, con una reverencia casi tambaleante, antes de caer de rodillas y suplicar con verdadera desesperación - ¡Por favor! ¡Por favor, alteza! ¡Devuelvanme a mi hija!
Un silencio ensordecedor precedío al desastre. La sala estalló en caos. Murmullos, exclamaciones, increpaciones. Cada persona intentando opinar y oírse por encima de las demás. Visenya extendió la mano, decidida a decapitarlo con Hermana Oscura, solo para no encontrar su espada. Ahora era Maegor el dueño de la misma. Era hora de que ella encontrará una nueva.
¡Orden! ¡Orden en la Corte! - la Mano del Rey exigió con ese tono con el que le enseñaron a comandar sus fuerzas. Tenía que ser potente y efectivo para lograr la obediencia de la masa de soldados curtidos y campesinos que conformaba el grueso de los ejércitos.
El ruido se fue atenuando, aunque de fondo se seguían escuchando los susurros. Aenys se inclinaba precario sobre el trono, dispuesto a escuchar mejor de lo que se hablaba.
- Continúe, mi buen hombre.
Con lágrimas vivas surcando su rostro, el mestizo valyrio explicó - Cuando estalló la Maldición, unos pocos miembros de mi familia se encontraban en Ulthos. - más gritos apagados se oyeron, aunque muchas personas no tenían ni idea de que era Ulthos - Enterados de la destrucción de su hogar y las crisis en el continente que llevaron a la muerte de los jinetes sobrevivientes, decidieron establecerse allí donde estaban. E intentar prosperar.
Si lo que decía era cierto, entonces no lo habían logrado muy bien.
Durante casi un siglo, mi sangre sobrevivió en tierras extranjeras, donde nos aferramos todo le que pudiésemos de nuestro legado. - sorbió por la nariz en una ausencia total de modales, lo que lo hacía parecer patético y dolido - Cada década que intentábamos florecer, algo nos enviaba para atrás. Ya fuera el clima atroz o las enfermedades. Incluso nuestros dragones no prosperaron del todo. Solo el de mi niña sobrevivió hasta nuestros días. - se secó las lágrimas con su antebrazo - Pensamos que todo estaría bien. Que ya habíamos afrontado lo peor y entonces apareció la fiebre.
Un sollozo lo desgarró, con un temblor casi convulsivo. Una actuación magistral, pensó Visenya, o quizás si estaba afligido y angustiado por otras razones. Quien sabe con que amenazas lo estarían alimentando los volantinos. La cuestión eran cuántos creerían verídica su interpretación.
La fiebre... La fiebre arrasó con la población y aunque intentamos contenerla, llegó hasta nuestra familia. - tomó aire en varias ocasiones - Al final, quedamos solo mi esposa, mi hija y yo. Mi pequeña decidió cuidar de su madre, segura de que con su vínculo no enfermaría, pero al final la fiebre también la tomó. Mi esposa no sobrevivió mucho tiempo, mientras que mi hija sí, como todos saben. - explicó mirando a su alrededor - Pensé que estaría bien, pero la enfermedad nubló su mente. A pesar de montar en nuestro último dragón, divariaba, olvidaba cosas, se inventaba historias en su mente. Era claro que padecía de algo en la cabeza y entonces... - su voz se entrecortó. La gran mayoría pensaría que fue por el dolor pero Visenya notó su vacilación, lo que llevó a Niphorro a intervenir. Como alguien que protege a un familiar, el emisario sujetó a su supuesto pariente para que dos de sus ayudantes lo sostuvieran y consolaran.
Asustado por el estado de su única hija y familia, y como no quedaba nada en su hogar para él, nuestro Lord aquí presente decidió regresar a la cuna de sus ancestros. O lo más cercano que podía encontra. - extendió los brazos para llamar aún más sobre él la atención de los espectadores - Decidió refugiarse en Volantis, donde esperaba que los viejos lazos de sangre mantuvieran el respeto y la lealtad que se merecía, y donde decidía la esperanza de que su hija recibiera la mejor de las atenciones. Es bien sabido que entre nuestras murallas se acumulan los mayores vestigios y conocidos que sobrevivieron a la Maldición.
La pausa en su discurso elevó la tensión entre los oyentes. Todos querían escuchar lo que tenía que decir.
Así que tenemos un padre preocupado y una hija con su cabeza frágil y nublada. Como ya saben, es muy difícil controlar a un dragón y menos cuando su jinete no está del todo bien. - cubrió su boca en un gesto bastante teatral - Mientras su señor padre se presentaba a nuestras puertas para dialogar, la niña, claramente ofuscada partió en su bestia. Es bien sabido que su dragón fue visto volando al azar a través de toda la Costa Naranja. - que astuto de su parte usar la coartada de Visenya a su favor - Imaginen la sorpresa al descubrir que su única e incapacitada hija fue vista en las tierras de Poniente, y peor aún. Forzada a un matrimonio clandestino con un príncipe extranjero, sin contar con la aprobación y consentimiento de su padre.
Dejó que el pensamiento de alojara en las cabecitas de los cortesanos. No solo había sido violada la autoridad paterna y sus derechos, sino que supuestamente la novia estaba mentalmente impedida para consentir. Además, se había afrentado contra el honor de su padre con una boda no autorizada y representaba una pérdida para las oportunidades matrimoniales previstas para la pobre chica.
Volantis inmediatamente zarpó en la búsqueda de su nuevo miembro. Yo personalmente me ofrecí a realizar la penosa travesía para rendir tributo a mi antiguo vínculo familiar recién descubierto, entendiendo que el destrozado padre no sería capaz de mantener la integridad para debatir debido a su muy difícil posición. - otra ronda de miserables sollozos sacudieron al supuesto Raulion Edevhanys - Pensarían que estaríamos ofendidos y exigiríamos concesiones por la boda clandestina pero no. Sabemos que la princesa a quedado en las capaces manos de la reina, en su Fortaleza en la Isla, y que su dragón sobrevuela sus costas sin temor. No podemos culparlos por cualquier fábula que haya inventado la ofuscada mente de lady Orthyras, - lady, no princesa - y es por ello que no pedimos concesiones, solo la devolución de nuestra recién descubierta hija.
Y su dragón, fue lo que no dijo. Que generoso de su parte no pedir pago o restitución alguna por las acciones tomadas en su perjurio. Miró a Orys y a Aethan, cuanto se enfurecería el Velaryon al saber que compartía el mismo gesto que su no reconocido pariente bastardo. Ojos entrecruzados y miradas sospechosas. Era una buena historia, demasiado buena. Al otro lado de la escalinata, la Mano del Rey se encontraba un poco incómodo. ¿Acaso después de tanto luchar para que se les fuera concedido una audiencia, empezaba a darse cuenta de que si perdía a un dragón, Aegon se encargaría de que perdiera algo más que la vida? Su hermano esposo podía ignorar afrentas que encolerizarían a otros reyes, pero no regalar a sus enemigos un dragón. La mirada de Osmund se dirigió fija hacía sus parientes y Visenya les devolvió la mirada. Una mirada de sorpresa y horror apuntaba a la cima del trono. Visenya se giró.
Por supuesto que entendemos su situación y nos encogemos por dentro por los errores cometidos, - Aenys se había zambullido con total aceptación en su mentira - por eso declaró oficialmente que la jinete conocida como la princesa Orthyras, será restituida a su legítimo padre y...
¡¡¡Que la custodia y devolución de la jinete sólo puede ser juzgada por el rey!!! - Visenya rugió, tal como harían sus dragones - ¡Y no quiero oír más del asunto! ¡Todos, largo!
Hemos venido de lejanas tierras a buscar lo que nos pertenece legítimamente. ¿No pretendereis mantener alejado a un pobre padre de su hija? ¿Verdad? - el emisario Niphorro sobrepasaba su posición.
¡He dado una orden! ¡Largo! - la voz de la reina tronaba con furia reprimida - ¡Guardias! ¡Guardias! ¡Desalojen la sala!
Los soldados y hombres de armas acudieron sin hesitar. Expulsaron a cada persona en el inmenso salón sin tener en cuenta su título o procedencia, ignorando de forma abierta la voz de Aenys que apenas se escuchaba sobre el tumulto. Vaciada la sala, solo quedaron los miembros del Consejo Privado. Visenya no tuvo la disposición para observarlos a todos. Le bastaba con la cara de horror de Orys, los ojos ampliamente abiertos y aterrados de Aethan y la incapacidad de la Mano para cerrar la boca. Todos tenían sus rostros fijos en la cúspide del trono. Allí donde el hijo favorito y heredero del rey, estuvo a punto de entregar sin pensar una de sus mayores armas a sus rivales. Parecía como un niño pequeño jugando en la silla de su papá. Pálido, tembloroso, encogido sobre su propia y pequeña figura. Desde donde estaba, notó que cada persona en la habitación lo examinaba con morbosa fascinación. Como si no pudieran creer lo que acababan de contemplar. Solo ante las reacciones de su Consejo se dio cuenta de que casi había cometido un error. Era posible que ni siquiera supiera que error era.
Visenya solo pudo expulsar, entre aterrada y enfurecida - ¡¿Qué maldita cosa pretendías hacer Aenys?!
Chapter 19: Reina de Venenos
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Niño tonto. Niño estúpido. ¡Por el amor de todos los dioses! ¡¿En qué estabas pensando?! - Visenya deambulaba por la sala del Consejo como una bestia enjaulada. Estaban en medio de una sesión de emergencia, por las ingenuas y casi apocalípticamente estúpidas decisiones de su sobrino. Que nadie intentará rebatir sus palabras era una señal de la severidad de la situación. Ni siquiera sus enemigos en el Consejo se atrevían a pensar que los insultos que escupía eran incorrectos. ¿Y su sobrino?
Aenys se encontraba del otro lado de la mesa, en el asiento opuesto al de la figura de mayor autoridad. Ojos grandes y desamparados. Los observaba a todos con sus manos entrelazadas y apretadas. Como un aprendiz a punto de recibir un regaño de sus instructores. Un regaño no bastaría. ¡Por todo lo que era sagrado! ¡Una paliza no bastaría!
¡¿Cómo se te ocurre?! - sonó como una de esas mujeres histéricas, no lo podía evitar.
Ya, ya, Vis. Lo resolveremos. - en un arranque de confianza que nunca había tenido con ella, Orys la apretó entre sus brazos. No lo rechazó por algo muy simple. Seguridad. Tenía la sensación de seguridad. ¿Hacía cuánto tiempo que nadie intentaba confortarla? La ira que sentía iba mermando poco a poco, como una lluvia torrencial que se convertía en una llovizna antes de desaparecer por completo. Aunque sabía que apenas abandonará este abrazo, todos los problemas se le echarían arriba de nuevo. Necesitaba calmarse y quizás fuera lo mejor hacerlo aquí. Estaba demasiado exaltada. Al parecer los demás lores de la habitación pensaron lo mismo, porque nadie cuestionó la falta de decoro de su comportamiento - Verás que todo se solucionará.
¿Cómo se va a solucionar? - se estremeció. No era una cobarde, pero las consecuencias se avecinaban con la misma fuerza que un ariete contra una puerta de madera podrida. Sería devastador e ineludible - No solo planeaba entregarle a la jinete así porque sí ¡un dragón! ¡Y la nuevo miembro de la familia real! Sino que para cuando termine la semana, todo Poniente creerá que esa historia que se inventaron los volentinos es cierta. ¡Porque ni siquiera se molestó en comprobar nada!
Se escuchaba tan desesperado. - la voz de Aenys justificándose era baja y suave, aunque lo suficiente alta para que llegará a los oídos de Visenya, enfureciendola - Solo pensé que decía la verdad.
¡Tú no pensastes nada! ¡Solo actuaste! ¡Eso fue lo que hicistes! - el fortalecimiento del agarre de Orys le impidió saltar sobre él - Escuchaste una historia triste y tomaste una decisión basado en ella. Sin pedir pruebas. Ahora, sin importar que hagamos un juicio correcto, sin importar que demostremos que mienten, todos en el reino creerán en ellos. ¿Sabes por qué?
Aenys negó con la cabeza. Miraba en todas direcciones, buscando en los demás una respuesta. Visenya le dio tiempo, para ver si era capaz de poner a funcionar ese cerebro suyo en algo no relacionado con celebraciones o codearse con cortesanos. Nada. Iba a intervenir hasta que Aethan, quieto y bebiendo una jarra de vino dorado del Rejo, respondió por él.
Porque tu creías que tenían la razón. Todos lo vieron. Como no dudaste de su historia, debes saber algo que la hace cierta. - bebió otro trago de su copa, intentando ahogar el temor a la reacción de Aegon con el dulzor del vino. Lo juraba por el rey Merlín, si sobrevivían a esto... - En esta situación, ya no es que deban mostrar que lo que dicen es verdad. Tú los respaldaste. Somos nosotros quienes tenemos que demostrar que mienten.
E incluso si lo hacemos, - Osmund Strong se veía algo verde, un color que no iba con su rostro arrugado por la edad - todos seguirán creyendo en la otra versión. Dirán que pusimos una trampa o falsificamos pruebas.
Ahora están en todo el derecho de llevarse a la chica. - el Consejero de Edictos tartamudeaba entre temblor y temblor. El hombre jamás habría sobrevivido en un campo de batalla.
¡¡¡No se la van a llevar!!! - Visenya estalló, estos inútiles no le seguirían arruinando su futuro.
Por supuesto que no lo harán, - Orys palmeó su espalda y le hizo sentarse en la silla principal. Si a la Mano le molestó, no tuvo la audacia de exigir de vuelta su puesto. Una pequeña sonrisa intentó salir a flote. De forma indirecta, Orys la colocó como para dirigir la situación - Tengan el derecho o no, tengan la razón o no, pueden estar seguros de que no se llevará a la chica.
Aethan y la Mano asistieron en acuerdo, mientras que el Consejero de los Edictos caía cada vez más presa del pánico - Pero... pero... ellos podrían apelar a una autoridad superior.
¿Cuál? - Visenya se burló.
Pues entonces, podrían exigir indemnizaciones, declarar ilegítima la unión, - el cobarde que solo servía para las letras continuó amedentrándose con sus propias palabras - quedaría un estigma de falta de honor en el gobierno de los Targaryen.
Podría significar la pérdida de la confianza de sus naciones aliadas. Una reducción con el comercio. - fue esta vez el Consejero de la Moneda quien comenzó a sudar, como si fuera su propio oro el que se perdería - Sin contar con la pérdida de la credibilidad, tanto interna como externa. Nuestros propios vasallos perderían la fé en que mantengamos nuestras promesas...
Entonces, simplemente entreguen a la chica. - la sugerencia vino de la única persona que se mantenía en total calma en la estancia, quizás en toda la fortaleza. El Gran Maestre Gawen siempre había sido fiel y leal a Aegon y a su hijo. Puede que la desaprobara, la maldita rata gris que no soportaba la idea de una reina guerrera, pero jamás se le habría ocurrido que hiciera un movimiento contra el interés de la línea de Aenys. Aunque puede que fuera eso. Tal vez creyera que Ortiga era una amenaza tan grande para su sobrino y sus descendientes, que preferiría entregársela a sus enemigos. Maldito y miope tonto devoto.
No va a pasar. - respondió Orys de forma tan cortante que hizo sacudirse al hombre.
Como dijo el Consejero de Edictos, - el maestre seguía terco en su decisión - las leyes de derecho paterno favorecen al volantino y a su pariente. Las leyes que rigen a los dioses y a los hombres le da la autoridad al padre ha decididir el futuro de sus hijas y nosotros tomamos de sus manos la decisión. En todas las naciones civilizadas, si nos negamos a devolverla, tomarían las acciones de nuestra reina y el príncipe como secuestro y rapto. - que bello de su parte liberar a la parte de la familia real que le gustaba de toda responsabilidad - Tal como fue la conclusión del príncipe Aenys algo precipitada, no hay nada que demuestre que lo que cuentan es falso.
Excepto que la muchacha nunca había sobrevolado Essos, sino que fue ella. Aunque esa escusa no serviría aquí, y le abriría la puerta a preguntas que prefería no responder. Jamás.
¿Acaso estás senil, viejo? - la falta de respeto en las palabras de Orys fue tan grande, que Visenya sintió la necesidad de reírse. Ah, que bueno era sentir un poco de alivio entre tanta tensión. Un merecido desahogo, tan raro que ya casi había olvidado como era - Olvidate de devolver a la muchacha y preocúpate por tus cuervos para informar al rey.
Los cuervos no tienen ningún problema. - farfulló el Gran Maestre - Es solo que algunos están ya en viaje a las fortalezas a las que necesitamos escribir mientras que otros están de regreso y cansados. Mandarlos a volar ahora no garantizaría que llegaran o que lo hicieran a tiempo.
¡Bah! ¿Qué importa que lo hagan a tiempo? - se burló Orys - Solo tienen que llegar al castillo o torreón asignados y de allí, el personal enviará el mensaje al Cortejo Real.
El Gran Maestre se revolvió incómodo - No se me ocurrió que mensajeros de los castillos pudieran llevarle el aviso que Aegon.
¡¿Qué cosa has dicho? - bramó Orys - ¿Tenemos una crisis diplomática que involucra la custodia de un dragón y no has empleado todos los medios necesarios para informarle al rey?
- Pues pensé que era un contenido demasiado importante para que alguien más pudiera tener acceso a él.
¡Por todos los dioses! - la voz de lord Baratheon subía a cada instante - Deberíamos hacerte revisar la cabeza por otro maestre, porque estas desvariando. - y continuó con otra retahíla de insultos que de alguna forma relajaron a Visenya.
Ah, que sensación más agradable. ¿Así que así se sentía cuando alguien defendía tu interés? Ella no recordaba nunca haber estado en esta posición. Cierto, en los últimos tiempos había estado viviendo nuevas y gratificantes experiencias. Aunque en Desembarco no pudo replicar las extasiantes noches de descanso que sintió en el viaje, allá en su Isla, aunque a veces le invadían las pesadillas, las cosas habían cambiado. Cálida, abrigada, protegida. Las sombras del pasado se escabullían a su paso. Ya no era el Feudo de los Targaryen y por ende, el de su marido. Era suyo, y de su hijo. Como siempre debió ser. Y cuando solucionará este embrollo en el que la metió la credulidad del Aenys, no saldría de allí en mucho tiempo. Aquí, en esta ciudad concurrida y plagada de suciedad, un monumento a la codicia de su hermano, no era feliz. La falta de sueño volvía y las heridas se reabrían. Estaba llena de recordatorios constantes de las cosas que prefería olvidar. Incluso si una vez las amó, o pensaba que lo hizo. Ya no estaba tan segura. Ni de la ciudad, ni del reino, ni de su hermano.
Frente a ella, la discusión seguía. Orys insultaba la inteligencia de Gawen y su incapacidad de ver que si otros verían como falta de honor devolver a la princesa, con mucha seguridad verían peor que la entregaran. Por un lado, mostraríamos debilidad y por otro... Ni aquellos que los juzgarían por agraviar a los volantinos les gustaría que estos tuvieran un dragón. Aegon se había conformado con su continente. Un dragón allá pondría en pie de guerra a las Ciudades Libres y a la misma Bahía de Esclavos, eso sí no conseguían más dragones y un día miraban hacia Poniente. Con un solo dragón no se podría lograr mucho, pero como el mismo emisario Niphorro dijo: en Volantis se conservaban conocimientos del Imperio perdidos para todos los demás durante la Maldición. ¿Quién sabía si con un dragón y la nueva sangre de su jinete podrían despetrificar los huevos que poseían?
Todos puntos válidos, aunque con los ánimos caldeados, no se llegarían a soluciones eficaces. Hubo un tiempo donde Visenya habia vivido en ese estado y aunque la alerta constante era buena para evitar peligros desconocidos, no propiciaba el pensamiento mesurado y racional. Mejor que se retiraran a descansar los que pudieran, para que mañana tuvieran la mente fresca para idear formas de salir de este hueco que ellos mismos habían cavado.
Todos retírense. - fue tanto una orden como una petición, que no fue desobedecido por nadie - Tú no, Orys. - dijo cuando vio a su hermano dirigirse a la puerta. Un sospechoso Gawen miró hacia atrás mientras su hermano se dirigía a sentarse a su derecha.
Hazme un favor y pasame la copa de Aethan. Si no se murió en todo este tiempo, es que no estaba envenenada. - se rió de su propio humor oscuro. No le importaba compartir la bebida de alguien más y los viejos hábitos paranoicos tardaban en morir.
Orys sirvió el vino sin perderla de vista, como si fuera un depredador a punto de atacar y no su hermana.
¿Qué? - dijo y luego tomó un sorbo, que dulce. Pensar que antes prefería el tinto dorniense.
¿Estas bien, Vis? Digo, por supuesto que estás bien. Mírate. - y la señaló desde su lugar - Es solo que estabas tan alterada y ya están tan, tan...
¿Calmada? - preguntó mientras elevaba una ceja. Hizo girar el vino en su copa - Si, ya me desahogue un poco y estar enojada no sirve de nada. Solo queda buscar una solución. - se tocó la cara para ver si tenía algo, el Baratheon la miraba con demasiada intensidad - De nuevo, ¿qué?
Has cambiado. - explicó - Has cambiado mucho. ¿Por qué?
No sé, - se encogió de hombros - solo espero que no sea para peor.
No. - la risa de Orys salió en un resoplido - Definitivamente no. - Respiró hondo - Entonces, ¿cuál es el plan? No estarías tan calmada sin uno.
Si te digo que no tengo ¿me creerías? - su medio hermano apretó sus cejas, luciendo entre frustrado y sorprendido. No el gesto de eterna decepción de su hermano. Mejor no pensar en él, para no agriarse - Últimamente tengo momentos buenos y momentos malos, supongo que estoy del lado positivo aquí.
- Lo siento.
¿Por qué? - lo miró genuinamente confundida - Nunca antes me había sentido tan bien. - esperaba que la sonrisa que le lanzó lo calmará, aunque solo consiguió que su cara se apretara más.
Lo lamentó tanto, Vis. - sacudió su cabeza - Bueno, he tomado algunas medidas por mi propia mano, - insinuó mientras señalizaba con su muñón - He enviado un informe a Aegon, dos páginas separadas. La primera no aborda nada de lo que está pasando con tu princesa, solo información de rutina de la ciudad, y la segunda sí.
Fue el turno de Visenya de fruncir sus cejas.
No te extrañes Vis. - Orys le sonrió de manera maliciosa - Si a Aegon no le llegan informes constantes de Desembarco, se preocupará. Este reino es su legado. - ella asintió - Así que si alguien está interceptando los mensajes, se deshará de la segunda página pero dejará la primera para tranquilizar al rey. Hay un código en la primera.
Shhh. - Visenya miró a su alrededor, preocupada de espías detrás de las puertas.
Su medio hermano bajo la voz - Es de cuando éramos niños, ya sabes, de cuando Aerion. - el solo nombre le provocaba náuseas a Visenya - Por lo que no le pude explicar bien la situación, solo que acelerará el paso.
¿Cuando podemos esperarlo? - preguntó.
- Pronto, solo que será cuando y como él decida. Cuando lo creamos no tenía a Balerion, así que no le podía decir: Monta tu trasero en ese dragón, idiota, y ven aquí
Una carcajada final escapó de Visenya.
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El olor picante del azufre invadió sus fosas nasales y Visenya supo sin ver, que su hogar estaba cerca. Vaghar lanzó un rugido de alegría. Aterrador para muchos, ella solo se dio cuenta de que hacía años que su dragona no emitía esos ruidos. Un rugido fue contestado en respuesta. Allí en el horizonte, una flecha marrón volaba en su dirección con su amada Isla de fondo. Cuando ambas bestias se acercaron peligrosamente, el Ladrón de Ovejas, en serio tenía que conseguirle un mejor nombre, se lanzó en una pequeña picada para luego seguir una vuelta alrededor de la reina y su montura.
Un comportamiento tan tonto e infantil, Visenya negó con la cabeza. Luego, aunque antes lo hubiera considerado un desperdicio de energía, la reina sacó sus propios turcos. Un giro doble, donde un círculo se conectaba con el otro y requería cambiar la disposición del cuerpo en plena pirueta. La impresión pareció ralentizar al dragón marrón, para que luego soltará un trino de alegría y continuará una imitación de su propio truco en el cielo. Esta vieja mujer aún pude hacer cosas impresionantes ¿verdad? La ligereza la invadió. Sí, finalmente estaba en casa.
Se acercó lo suficiente para observar la piedra negra con la que se construyó Rocadragon, sus colores le parecieron más brillantes. Su propio legado descansaría aquí, en las estructuras cubiertas de dragones y gárgolas de piedra. Cuando aterrizaron, el patio de su fortaleza si podía albergar a ambas bestias, no como el Faro de Antigua, Vaghar cayó primero y la bestia parda después. Ortiga se dirigió hacia ella, dando un rodeo un poco exagerado a Vaghar. Más tarde preguntaría por ello. Quizás sólo fuera otro de sus pequeños problemas, como el hecho de asaltar las cocinas o esconder comida en sus habitaciones. Lo extraño de ello era que no la comía, solo la guardaba para "después". Ella no la criticaría. No considerando que hasta hace unas pocas lunas revisaba de forma maniática su habitación en busca de enemigos o pasajes ocultos, luego de años de hacer lo mismo. Todos tienen derecho a sus propias rarezas. Quien sabe si Visenya volvía a esa costumbre de vez en cuando. Sin decir nada, ambas se dirigieron a la entrada.
Tengo noticias importantes. Importantes y peligrosas. - comentó mientras veía por el rabillo del ojo despegar a los dos dragones para continuar con sus juegos. Cualquier desconfianza que tuviera la muchacha hacia su dragona, no la compartía su montura.
El silencio preocupado la acompañó hasta sus propias estancias. Fue la misma Ortiga quien prendió la chimenea y comenzó a encender sus velas.
Si lo dejó a tus órdenes, puede que te quedes siempre en penumbras. - le había dicho cuando entraron en más confianza - Nada de eso. Si tienes cosas buenas como estas velas de cera, - y dio una profunda inhalación a las mismas ya prendidas - vas a disfrutarlo. No más sombras oscuras, solo brillo y calor.
Definitivamente apreciaba el calor, estaba calada hasta los huesos por la humedad del viaje. En otro tiempo se hubiera negado, creyendo que todo era un desperdicio. No hoy. La chimenea expulsó el frío e iluminó la ya de por sí oscura habitación.
Ortiga la miraba preocupada desde una esquina, su pelo suelto y erizado por el vuelo y sus manos retorciéndose de ansiedad. No le gustó la vista. Su llegada había destapado muchos problemas, aunque a la vez, le había traído tanta paz. No sabía como pasó, pero el fin de sus pesadillas, o que estás la asediaban rara vez en vez de ser constantes, había sido marcada por su aparición. Ni con todo el oro de Roca Casterly podría pagarle por ello. Ya desentumida, alcanzó uno de sus peines de marfil y le pidió a Ortiga que le alcanzará su aceite de almendras.
Alcánzame aquello chica, - dijo señalando una de sus botellas más preciadas - y ven y siéntate a mis pies. No se como se te ocurrió montar un dragón con el cabello suelto. - negó con la cabeza - Ahora tu pelo es un desastre que tardaré en desenredar.
La muchacha trotó con confianza, y ya arrodillada a sus pies, dijo - Cada tapiz de Rhaenys que veo por la fortaleza es montando así. Así que quise probar.
Niña tonta, - esta vez sus palabras, tan semejantes a las que le dijo a Aenys, fueron más bien cariñosas - Podría parecer que mi hermana montaba de esa manera, pero no llevaba el pelo suelto en el aire. Solo parecía así porque era como le gustaba que la viera la gente. - considero también enviar la mayoría de las representaciones de su hermana de regresó a Desembarco. Ella la había amado, claro que sí, pero Aegon había convertido este lugar en su mausoleo. Para que todos tuvieran siempre presente a su amada reina. Siempre recordando lo que perdieron. Los pocos tapices de aquí y de Fuerte Aegon la tenían a ella en casi todos. Ahora Rocadragon era solo suya, y aunque mantendría alguno para recordar, su fantasma no la vigilaría más sobre su hombro. A Alyssa y a Aenys le encantaría la idea, con su nuevo proyecto de "corregir" la estética de Visenya. Si supieran que era a Aegon a quien no le gustaría nada la nueva decoración, o las acciones de Aenys. Decidió evadir el tema un rato más.
Entonces ¿cómo hacía?, ¿andaba con el pelo amarrado y se lo cepillaba casi al aterrizar? - por un momento Visenya temió que la muchacha intentará imitarla, a la reina más bella. Una astilla de ansiedad se le clavó, ¿quien no querría ser como su hermana? Alegre, despreocupada, amada, consiente de que todos la favorecerían. Debió recordar que su ladrona no pensaba como los demás - Eso suena complicado y a mucho trabajo. - aunque no podía verla, casi podía imaginarla arrugando su nariz - Mejor me ató el pelo y ya. - solo por el alivio que sintió con sus palabras, decidió que le haría la trenza más bonita que pudiera. Esta actividad no correspondía a una reina, pero se había pasado la vida haciendo lo que consideraba correcto y miren adónde la había llevado. Ortiga tenía razón, era su tiempo para disfrutar. Y haría lo que se sintiera mejor para ella.
Unas pocas gotas de aceite perfumado embadurnadas en el cabello y comenzó a desenredar las puntas. Un desastre era lo que traía entre las manos, pero al menos requirió de toda su atención. Deshacer los nudos fue como deshacerse de sus preocupaciones. No había encontrado la solución, pero solo tenía que desenmarañar los hilos de su problema. No sabía de dónde salió tanta calma, aunque la apreciaba. Le permitía pensar mejor.
Terminando su trenza, Ortiga preguntó - Entonces... ¿Me vas a decir lo que pasa o no?
Suspiró en los que ataba el final y observaba bien su obra. No tenía sentido seguir posponiendo lo ocurrido - Nobles volantinos se presentaron a una audiencia, reclamando ser tus parientes y exigiendo tu devolución. Mi sobrino Aenys no solo los recibió, sino que prácticamente admitió ante la Corte que sí eran tus familiares y casi les concede tu custodia de regreso.
¡¡¿Qué?!! - la muchacha giró su cara hacia ella impactada.
Sí. Nos ha metido en un buen embrollo. - Visenya cabeceó - Cuando regrese el rey, tendremos que concederles una especie de juicio para ganar tu custodia.
Su pilluela saltó en el lugar - ¿Custodia? ¿Cómo que mi custodia?
- Además, las acciones insensatas de Aenys nos pusieron en una situación precaria. Ya no tienen que probar que son tu sangre, sino que somos nosotros los que debemos probar que ellos mienten y no tienen derecho sobre ti.
- ¿Y si los quemamos?
Visenya tarareo divertida.
No te rías que habló en serio. Puedo ir ahora mismo donde sea que estén, - señaló en dirección oeste, hacia Desembarco - y hacerlos arder.
Quizás al principio hubiera funcionado, pero ahora no. - la idea no desagradaba del todo a la reina, solo que si quemaban a alguien ella se reservaría el placer por la tensión que le hicieron pasar - El juicio se llevará a cabo cuando regrese Aegon, aunque los volantinos presionan constantes para adelantarlo. A ellos tampoco les gusta la idea de presentar esta farsa frente a él.
- ¡Puta Madre! ¡Estamos jodidos!
Ortiga, lenguaje, - había trabajado con ella con respecto a esto, prefería que mantuviera un poco de decoro - o te haré volver a comer jabón.
- ¿Qué quieres que diga? Tu hermano-esposo de seguro me entregará a esa puñetera gente solo por joderte a ti y a tu hijo.
Aegon no... - la mirada dura de la niña la detuvo. Las palabras se le atacaron en la boca. Antes no habría aceptado ese gesto. Eso era antes. Lo pensó mejor. Todavía una parte de ella se encontraba atrapada en ese lugar donde debía proteger a su hermano, defenderlo. Ya no lo haría más, se prometió. Aún así... Suspiró - Aegon no lo hará por nosotros. No te entregará a nadie más por él mismo y por su legado. - le agarró la mandíbula y la observó atentamente - Puede que no luzcas valyria y puede que te considere tanto un activo como una amenaza para Aenys y los suyos, pero no dejará que nadie más te tenga. - la soltó - ¿Sabes porque te ofrecío el título de princesa Targaryen?
- Fue para comprarme.
Una afirmación tan cierta en muchos sentidos. La reina cabeceó - Sí, por un lado te daba un título por el que muchos matarían y ahora se lo debes. - caminó hacia la chimenea, el calor llamándola - Por otro te daba la sensación de que esta era tu familia, a quien debías lealtad. Pero y más importante, intentaba borrar tu historia.
- ¿Qué?
Aegon se forjó un nombre para los cronistas, el Conquistador de todo un continente. Con sus propias manos hizo lo que ningún otro jamás. - bufó - Se escribirán sobre él leyendas y sobre sus descendientes. La última Casa del Dragón del mundo. ¿Crees que dejaría que ensuciaras su brillante cuento con otro apellido.
¿Cómo lo haría? - se acercó a ella.
Al darte su nombre a borrado a tu supuesto apellido de la historia, - esta vez fue Ortiga quien resopló - Si escriben sobre ti no será sobre una nueva Casa que se unió a la suya. Será sobre alguien que salió de la nada, - miró fijamente a la chica - y cualquier logro que hagas, le pertenecerá a él y solo a él. No a otra sangre.
El crepitar de las llamas fue el único sonido que se escuchaba en la habitación, hasta que Ortiga volvió a hablar.
Bueno, - se puso su mano en el pecho - que alivió. ¿Qué? Si no intentan entregarme a nadie más, no tengo porque preocuparme.
Visenya frunció sus cejas - No te relajes demasiado. Aún tenemos que probar que mienten.
¿Por qué? - la muchacha se estiró en el lugar, para ella había pasado el peligro.
Porque todos pensarán que dicen la verdad. Seremos a sus ojos secuestradores en el mejor de los casos, y violadores en el peor. - fue Ortiga quien arrugó su frente - Tanto los Señores como los súbditos dejarían de confiar en la monarquía, y en que siga las reglas más básicas. Podemos gobernar así, pero en definitiva, nos lo haría más difícil.
Pues a pensar en la solución. - su ladronzuela frotó sus manos - Es más fácil tener ideas cuando no hay amenaza real.
Avísame si tienes una. - dijo divertida.
Ummm, - era adorable como intentaba concentrarse con mucha fuerza - Pues sí, la tengo. Problemas simples, soluciones sencillas. - terminó con una sonrisa.
- ¿Pues cual es tu brillante plan?
No es un plan, solo una idea. - se retorció un poco - Tú eres la inteligente, tu crea la estrategia con lo que a mi se me ocurre.
Pues dímelo, para ver si funciona. - su pobre niña todavía necesitaba educación. Ella se dijo a sí misma que tendría que corregir la inocencia que aún pensaba que imperaba en el mundo. Hasta que soltó sus palabras. El semblante de Visenya cambió. Su expresión se quedó en blanco.
- ¿Qué? ¿Es muy tonto, verdad? No me hagas mucho caso si digo boberías.
Oh, mi niña. - una sonrisa depredadora iluminó su cara - No es tonta, es brillante. ¡Excelente! - ahora era ella la que tenía ideas, tantas y tantas. ¿Cuál sería mejor? La que fuera más dramática. Después de la boda de su hijo, había descubierto su pasión por la teatralidad. Con razón le gustaba tanto a Rhaenys. Solo que a ella nunca le permitieron tales indisciplinas. Después de todo, ella era la hermana responsable. ¿No se había propuesto cambiar y no aceptar lo que se le imponía?
Emmm, alteza. - Ortiga llamó su atención - Su sonrisa me está asustando.
Una carcajada grande y feliz salió de ella - No te asustes, mi querida bendición de los dioses. Y no me llames más alteza. Me niego a ser llamada así por el regalo que pusieron en mi camino.
Eso pareció poner aún más dudosa a la muchacha.
Oh, ya sé. - se dijo a sí misma con alegría - Veamos cuánto temen esos volantinos a comer de la mano de la reina de los venenos.
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Los sirvientes estaban inquietos y corrían por toda la fortaleza. Esto avisó a Orys incluso antes de que llegara cualquier paje o mensajero. Los esperó solo para que lo guiaran ante él. Entró en sus aposentos, donde soldados comunes y no miembros de la Guardia Real lo protegían. Los que estaban en Desembarco no debían haber sido avisados todavía y conociendo a su hermano, habría despedido a quienes lo acompañaron durante el trayecto.
Un sirviente llenaba una tina de agua caliente, el vapor humeando, mientras otro servía en silencio la comida en la mesa del rincón. Un tercer hombre, una ayuda de cámara, ayudaba a Aegon a despojarse de su armadura y su ropa húmeda. Al parecer había sido atrapado por la lluvia en el camino.
Ah, Orys. Que bueno que llegas. - Aegon rió mientras se quitaba su camisa y se quedaba con el torso desnudo - Ya le advertí a los guardias que no dejen pasar a nadie más. Si el Gran Maestre quiere revisarme, tendrá que ser después. Estaba cacareando sobre mi salud por la llovizna y le dije que mejor revisará a Ceryse. Sabes cómo son de frágiles algunas damas.
¿Ceryse? - ¿por qué vendría con la esposa de su hijo?
Sí, - Aegon terminó de desnudarse para luego entrar en la tina. El agua desprendía vapor humeante, dando pistas acerca de la temperatura. Había una razón por la que los Targaryen no recibían asistencia al tomar sus baños - Planeaba venir solo con un par de guardias y Maegor. No creo que sea buena idea dejar al muchacho sin supervisión para continuar el progreso y mantener relaciones cordiales. - sacudió la cabeza, y por su cercanía, Orys fue salpicado - La dama se enteró de que los abandonabamos por un tiempo y no quiso separarse de su esposo. Lo considero algo bueno porque Maegor no está intentado nada por su relación y espero que ella logre algún vínculo.
Pesé a sus palabras, el Baratheon no escuchó desdén. Más bien, una discusión sobre el comportamiento del príncipe. No del todo paternal, pero sí una mejora significativa.
Además, se que me dijistes que me apresurara, por ello dejé el Cortejo atrás. - comenzó a enjabonarse a él mismo - Pero no debe de ser nada tan preocupante, ya que nadie además de ti me escribió para informarme. Entonces, ¿qué pasó?
Cuando Orys explicó, el jabón se cayó de las manos de su hermano. Su rostro se torció de furia, en un gesto que le recordó mucho a Orys al menor de los hijos del monarca, antes de que abriera la boca y gritará:
- ¡¡¿Qué hicieron qué?!!
Poco acostumbrados a que el rey perdiera los estribos, los escasos sirvientes de las estancias se paralizaron. Incluso el que dejó caer la jarra de vino fue incapaz de moverse. Orys los entendió una pizca, aunque él no se amilanaba ante tales demostraciones, Aegon el Dragón enojado era un espectáculo aterrador.
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Al romper el alba, un cuervo atravesaba la bahía del Aguasnegras. Se dirigía a más que una isla, a una roca negra encajada en el mar. El destino era Rocadragon y el mensaje era claro:
Su Majestad, el rey Aegon Targaryen, primero de su nombre... solicita a la reina Visenya Targaryen y a la princesa Orthyras Targaryen, que se presenten a la Corte de Desembarco del Rey, para realizar un apropiado juicio sobre la custodia definitiva de la última y lograr desestimar las acusaciones realizadas por embajadores volantinos sobre actuación indebida de...
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El rey estaba enojado. Su hermana una vez más había sobrepasado su posición y se había negado a acudir a su convocatoria. Era tan propio de ella creerse en el derecho de actuar así. Aunque, y no podía negarlo, estaba en igual medida intrigado. La astucia y estrategia de Visenya era algo con lo que siempre podía confiar. Su hermana afirmaba tener una solución y si en algo se podía confiar en esta vida, era en que lo que Visenya prometía, lo cumplía.
Recibida la contestación de su esposa, la mayoría del Consejo intentó responsabilizarla por como resultarían sus acciones. Nadie era tan falto de entendederas para probar echarle la culpa por como habían llegado hasta aquí. También evitaban mencionar la responsabilidad de Aenys en todo esto.
Su hijo... Aegon se estrujó la cabeza por como había actuado. Ni siquiera se había reunido por él. No sabría que decirle. ¿Cómo enfrenta un padre a un heredero que estuvo a punto de entregar uno de sus activos más valiosos a un enemigo? ¿Por qué? Y la pregunta más importante ¿Quién le había aconsejado que actuará así? Él lo averiguaría, y quien fuera, pagaría por sus acciones.
Mientras tanto, Maegor estaba hecho una furia. No le había permitido deshacerse de los volantinos como creía que deberían hacer, ni tampoco rechazar el juicio que exigían por la tutela de su segunda esposa. En vez de pelear o gritar, el muchacho se había marchado. Sus informes decían que había tomado una espada de acero roma y se había enfrentado a un muñeco de práctica tras otro, destrozándolos con una rabia que asustaba a sirvientes y escuderos. Nadie quería ser su compañero de entrenamiento. La espada en sus manos se convirtió en un mazo. Quebraba la madera, la paja salía volando y muchos agradecían no ser su objetivo. Aegon intentaba, realmente intentaba, no pensar que el receptor de tales emociones podría ser Aenys. Aún podían ser los volantinos. Sí, eran los volantinos. Ellos tenían toda la culpa, o la mayor parte, de lo que estaba pasando.
Miró una vez más las indicaciones de su hermana: juicio formal en tres días, ella acudiría con la princesa Orthyras a cuestas, quería a toda la familia real reunida a un lado del trono, incluido Orys y la lista de nobles a los que se les permitiría participar. Esto último lo más problemático. Muchos se ofenderían, especialmente varios Grandes Señores que habían sido bloqueados de asistir. Bueno, se dijo, con un período de tiempo tan corto no llegarían en el plazo de la audiencia incluso si acordarán reunirse. También estaban decididamente no permitidos algunos representantes específicos mientras que otros tenían vía libre. ¿Por qué? No sabría decirlo. Su maldita hermana se negaba a contarle su plan. No sabía si insultarse o aplaudir por su iniciativa. Detestaba que actuará por sus propios medios sin confiar en él, mientras que por otro lado, alguien había saboteado la entrega de información importante a él mismo. El mensajero de Orys habia llegado con una sola página, no las dos que más tarde le contó su hermano, y encima de un palafren de baja calidad. No la veloz montura esperada para un aviso importante de su palacio. Quizas fuera lo mejor mantener su plan en secreto, siempre que lograra darle solución a sus problemas. Más vale que sepas lo que haces Visenya.
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El día había amanecido claro y soleado. Un buen augurio, había replicado el Gran Maestre. No estaba tan seguro, viendo el ánimo tumultuoso y decididamente oscuro de las habitantes de Fuerte Aegon. O quizás sólo fuera su mal humor. Se había negado a recibir a Aenys por tercer día consecutivo, con la indicación explícita de que discutirían cuando lograra deshacerse del emisario volantino y el supuesto padre de la jinete. Quieran los dioses que de forma positiva, que le de la escusa perfecta para hacerlos arder a todos y cada uno de ellos. No, definitivamente no estaba se buen humor.
Para empeorar todo tenía una comezón extraña en la nariz, había encontrado algo de polvo en su habitación y pasará por donde pasará, veía tapices por doquier. ¿Esta era la idea de su hermana de hacerle la vida difícil por sus elecciones cometidas en su supuesto perjurio? Puede que fuera que solo se sintiera mal. Demasiada humedad y el aguacero que lo pilló en el camino le habían jugado en contra. Los salones cargados de humo de su propio hogar no ayudaban. Cuando se subiera en su trono, mejor ventilado, todo mejoraría.
Las demás estancias previas a la sala del trono estaban inundadas. Los nobles que no eran permitidos en la audiencia acechaban en busca de noticias de primera mano. Al entrar al salón donde se reunía la Corte, ignoró a la mayoría de los asistentes. Apenas y escuchó como lo presentaban. Aunque lleno, el salón no estaba a reventar como hubiera esperado, gracias al paso restringido que se había establecido. Esto solo propiciaría rumores desfavorables, algunos podrían sugerir juego sucio por parte de la realeza y un intento de controlar la narrativa. Pero esas habían sido las condiciones de Visenya. Hablando de ella, estaba junto a toda la familia real a la derecha del trono. La izquierda desde su perspectiva, con una notable ausencia.
Se inclinó ante ella antes de preguntar en un siseó - ¿Donde está la princesa? - la ausencia de su característico olor a menta lo desestabilizó, siendo este sustituido por un perfume ahumado y ambarino, con un toque amaderado. Detestaba el antiguo olor, sin embargo, su falta le provocó un escalofrío.
Ay, mi querido hermanito, - la sensación de insulto se agravó - No te preocupes tanto, ella llegará cuando tenga que llegar. Incluso ahora, su dragón sobrevuela bien alto la ciudad. - su sonrisa fue genuina, no tenía duda de ello, pero le dejó una sensación de incertidumbre a la que hacía años no estaba expuesto - Dale, sube a tu puesto y comencemos este espectáculo.
Las palmaditas que le dio a su espalda se sintieron como mazasos por lo desconcertado que quedó. ¿Esa era su hermana? Un rey tenía que lucir regio, y más frente a la Corte, pero mientras subía por la escalinata solo quería echar un vistazo hacia atrás, para fijarse bien en Visenya. Al llegar a su asiento ya había recuperado la compostura y pudo recostarse de forma indolente. La presentación de los malditos volantinos le dio el espacio para observar a Visenya. La vista de su espalda le resultaba conocida y de alguna manera, alterada. Allí estaba una de sus reconocibles trenzas adornando su cabeza, vestida para la guerra y con una espada a sus caderas. Era cierto que en reuniones formales, y pese a lo que la mayoría del reino creía, Visenya no se oponía a usar vestidos. En este caso usaba la ropa con la que se sentía más cómoda y suponía que le servía de armadura en muchos sentidos, pero... Algo era diferente. La confianza siempre había estado ahí, era Visenya después de todo. Aún así, sus hombros se echaban hacía atrás, se inclinaba con suavidad hacía su hijo y no mantenía su postura cerrada y firme. Desde aquí no la podía ver, pero casi podría jurar que estaba sonriendo. ¿Qué estaba pasando?
... y por ello Majestad, Volantis reclama la devolución de lasy Orthyras Edevhanys, para que vuelva a su legítimo lugar frente a su padre. - Aegon devolvió la vista al emisario Niphorro. Un miembro de los Elefantes, era todo lo que esperaría de su partido. Formado por diplomáticos, mercaderes y expansionistas económicos, su elocuencia y condescendencia era algo que esperaba de él. Además de su habilidad para calcular fríamente todo. El hombre tenía razón, a los ojos de todos, le correspondía a los Targaryen demostrar que su nueva jinete no era su familiar. Quieran las Catorce Llamas que no lo sea y su hermana pueda probarlo, porque el no la devolvería, costara lo que costará.
Entiendo sus intenciones, emisario Niphorro. - inclinó su cabeza en una leve aceptación - Pero me parece que se apresuran a creer que le entregaremos a mi nueva hija política solo así. - su voz era como un martillazo contra el silencio de la sala. Nadie se atrevía a contradecirlo, aunque de seguro murmurarían lejos de su mirada.
Majestad, - la sonrisa del embajador era la misma que la de un lagarto-león, la de alguien que esperaba un paso en falso para arrancarte una extremidad - Todos entendemos su preocupación, pero hasta su hijo - intentó mantener el rostro inmutable, aún así no pudo evitar crisparse - entiende que tenemos todo el derecho en el asunto. ¿Cómo pueden rechazar nuestro pedido los Targaryen?
Para ello confío en que mi reina y hermana diluirá cada duda que tengas. - señaló con in gesto magnánimo a su esposa. Al hombrecillo le costó un poco rebajarse a mirarla.
¿Y qué puede decir esta mujer? Si ni siquiera se dignó a presentarse con la princesa - se preguntaba si el hombre temía un poco de juego sucio, sus próximas palabras resolvieron sus interrogantes - ¿Cómo sabemos que no nos negará la devolución de nuestra hija cuando demuestre estar errada?
¿Duda usted de mi palabra? - el tono de Visenya se escapó con la combinación perfecta de amenaza y seducción. Habian pasado años desde que había escuchado ese matiz - Supongo que un hombre de su... prestigio, habrá escuchado con anterioridad de mí. - su ronroneo atravesó a todo aquel al alcance del oído - Dejeme probarme mi sinceridad.
Dijo unas palabras a aquellos que la rodeaban, poniendo a la familia real rígida en una orden. Aegon se preguntaba ¿qué anunció para provocar esto? El volantino Niphorro también lo notó, y sus acompañantes, pronto toda su delegación había entrado en un estado de alerta. Se preguntaba, que vería ante él la serpiente essosí.
Niphorro mentiría su dijera que no estaba levemente aterrado. Confiaba algo en las normas de hospitalidad y el estúpido honor al que se aferraban estas gentes de Ponientes. Enfrentarse a los dragones era una cosa, y no una pequeña. Enfrentarse a la reina de venenos era otra. Ese epíteto le había llegado hace poco, pero se correspondía con lo que murmuraban uno que otro de sus espías. Una guerrera reconocida y jinete de dragón, historias más oscuras circulaban tras su nombre. Sobre como se revolcaba en venenos y como su hijo puede que haya sido concebido con magia. Muchos de sus informantes de aquí desestimaron esto. Supersticiones lo consideraban. Eso era la mentalidad de estas tierras. De donde él venía la hechicería no era tan rara y el veneno era una moneda común. Para él, la reina era tan peligrosa como el rey sentado en el trono. ¡Y qué visión era!
La diferencia de Aegon el Dragón con su heredero era tan abismal como comparar un riachuelo contra el poder del mar. Allí donde el príncipe Aenys se veía tan desamparado, Aegon irradiaba intimidación. El trono había sido hecho para que él posara su real trasero, de eso estaba seguro. Las espadas a su alrededor no se cernían sobre él sino que podía decir que se inclinaban sobre sus enemigos. A sus pies, menos vistosa e igual de impresionante, su familia. A la derecha del monarca, pero visto desde la izquierda según su perspectiva, se alzaba el futuro de la Casa Targaryen. La reina, una belleza que se desvanecía. Cincuenta y tantos años según sus informes, la edad empañaba lo que debió ser una vez la joya del reino, sin embargo no borraba del todo sus rasgos afilados y letales. No solo era bella, sino que el peligro irradiaba de ella. Hermosa, peligrosa e igual de inteligente. Que desperdicio que naciera aquí. Que triarca habría perdido Volantis con ella.
Le seguía quien debía ser el príncipe Maegor, una copia de su padre por lo visto. Aunque más agresivo, pudiera decir por sus rasgos cerrados. El muchacho no era adulto, o eso decían, pero se negaba a creer que tuviera solo trece años. Su tamaño desmentía la afirmación. Le seguía una belleza recatada y elegante, su cabello rubio claro bastante bonito, aunque carecía del brillo de la sangre valyria. Debía de ser la primera esposa del muchacho. Luego la preciosidad de cabellos de plata y un pálido vestido azul. Una Velaryon por los informes, su porte inocente y puro hubiera provocado infinidad de pretendientes de donde él venía. Y en la esquina final y como un cachorro apaleado, el príncipe Aenys. Debía de haber caído de la gracia de su padre con su actuación. La facilidad con la que se zambulló lo había desconcertado al principio, creyendo que era una trampa. Resultó no ser así. Pasará lo que pasará y todo apuntaba a que las cosas terminarían a su favor, los volantinos sabrían que no habrían de preocuparse por el próximo rey Targaryen. No solo dudaba de cualquier afán expansionista de su parte, sino que empezaba a creer que el trono que tanto le costó a su padre se derrumbaría bajo él.
Por ello, y como prueba de que no se planea hacer ningún daño, quiero ofrecer el pan y la sal en mi propio nombre. - algo en su comentario lo incómodo. Los múltiples susurros que estallaron entre la observadores lo alertó, más cuando alguien de su comitiva le dijo al oído de la irregularidad de tal tratamiento.
¡Protesto, alteza! - Niphorro sintió un hilillo de sudor correr por su espalda - Ya recibimos el pan y la sal al llegar. No veo porqué habríamos de recibir nada de las manos de la reina. - había escuchado de pócimas de la verdad, o incluso podría tratarse de algún líquido misterioso con el cual, sino confesaba, no les daría el antídoto.
Pero señor mío, - la conversación de la reina se sentía como el canto de la sirena, de aquellos cuentos donde guiaban a los marineros a su perdición - eso fue en nombre de Aenys. Esto es en el mío. Para que no teman de mi nada malo. ¿Acaso temen que los envenené? - su diminuta risa le erizó todos los pelos del cuerpo.
- Me rehúso a...
¡Se hará! - el rey se había inclinado hacía adelante, su orden potente no admitía vacilación - Procede, Visenya.
Ante su comando y un gesto de la reina, tres sencillas criadas aparecieron desde una esquina. Una cargada con la bandeja del pan y la sal, otra con un trabajado paño y otra con una caja sellada y adornada. ¿Qué se traía entre manos? Habría una especie de trampa, ya sea en la comida o en la caja. El pan y la sal fue ofrecido. Los temblores de la sirvienta casi se le contagiaron. Una servidora algo menuda, sus manos cargadas de cicatrices. Un breve vistazo a su rostro demostró porque. Una mancha de hollín le surcaban el rostro y un mechón de pelo negro se escapaba de su cofia. De ser suya, la habría hecho azotar o quizás cortarle un dedo. Pero puede que en Poniente no se pudiera, después de todo no creían en la esclavitud y esta debía de ser una mujer libre.
El temblor de la muchacha se redobló y temió por un instante lo que significaba. La bandeja estaba envenenada, no lo dudaba. La infeliz criatura que la portaba lo sabía y temía que sería culpada por cualquier cosa que pasara.
- No creo que necesite comer de aquí. Confío en que...
Coma. - la orden del gobernante de todo un continente fue breve e inevitable. Forzó a Niphorro a hacer lo que más temía. Tanto el pan como la sal eran insípidos, aunque eso no significaba nada. La falta de sabor no significaba ausencia de peligro. El temor se multiplicó cuando la ofrenda fue llevada a su acompañante, cosa que no se hizo al principio. Suponía que querían darle un trato preferencial al que consideraban lord Raulion Edevhanys y también al que acudía como su mano derecha. Eso, o se deshacían de los considerados líderes de la delegación.
Tras un momento no pasó nada. Otro e igual, nada. La sonrisa de la reina se fue haciendo más grande y aterrador y él esperaba caer fulminado en cualquier momento. Nada.
Bueno, mi amado esposo. ¿Esto comprueba para ti que esto embajadores - el sarcasmo y la suficiencia se mezclaban en su voz - se han presentado ante nosotros, llenos de falsedades y calumnias?
Lo hace. - el Conquistador los miraba a todos ellos como si quisiera prenderle fuego en el lugar - Ahora, Volantis deberá rendir cuentas por su infamia. Intentar acudir a nosotros llenos de ofensas cuando son apenas poco más que simples estafadores.
Los nobles a su alrededor se revolvían, sin entender nada, justo como lo hacía Niphorro.
- ¿En que se basa el rey para emitir este veredicto y sus absurdas acusaciones?
En que mi supuesto padre debería reconocer a su hija. - tras ellos se encontraban las tres siervas. Solo que una de ellas, la que sirvió el pan, se arrancaba la falda para dejar entrever unas calzas marrones con refuerzos de acero a los costados. Con la cofia eliminada, negro como su mechón rebelde, se presentaba su cabello atrapado en una trenza. El pañuelo de una de las criadas sirvió para que se lo pasará por la cara, mostrando una reveladora cicatriz atravesando su nariz. De la caja surgió una diadema, un anillo de plata con amatistas que fue colocado descuidadamente por ella sobre su cabeza. La oscura niña se dirigió con altivez hacia el príncipe Maegor, abrazándose a su costado. Para rematar, fue el ceñudo príncipe quien le pasó un brazo sobre su cadera - Escuche que alguien que se hacía pasar por mi familia quería alejarme de mi nuevo amor, - le dio un beso gigantesco y público a Maegor en la mejilla - y pensé ¿cuál es la manera más sencilla de demostrar que mienten unas personas que no conozco? Y me dije: pues ellos tampoco me conocen. Si decían la verdad, ¿no debería un padre poder reconocer a su propia hija?
De repente la marea había cambiado, y un millar de ojos acusadores se volvían en su dirección.
Chapter 20: ¿Quien se lleva la culpa?
Notes:
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Chapter Text
Esta batalla ya había sido ganada, pensó Maegor. Solo ahora, con su esposa en sus brazos, se dio cuenta de que lo que había sentido todos estos días no había sido ira, sino miedo. Miedo de que se llevarán a su única amiga, y ella era su amiga de verdad. Nunca había querido tomar nada de él. Cuando le contaron sobre Volantis y su reclamación le habían zumbado los oídos, su corazón latiendo en un ritmo desenfrenado. Él tenía que hacer algo. La respuesta de su padre: no hagas nada. Había querido estallar, pelear, expulsar a los mentirosos y ladrones volantinos que querían tomar a su Ortiga. Pero, ¿cómo hacerlo? Su padre era el rey más grande del mundo, hasta el más aburrido de los maestres lo sabía. Los años se contaban ahora a partir de su conquista. Así que hablaba desde la sabiduría. O eso quería pensar. ¿Cómo podría él no hacer nada si se querían llevar a su esposa?
Con Ortiga segura junto a él, con una simple camisa blanca y sus calzas de montar, sintió un poco de vergüenza. Era un príncipe y cuando le negaron la justicia ¿qué hizo? Ir a destrozar muñecos de prácticas como un niño en un berrinche. Sintió que su cara se calentaba. Un príncipe no debería portarse así, debería actuar mesurado. Padre le había estado enseñando sobre el equilibrio, ni demasiado duro ni demasiado blando, y venía él y salía con esto. En ese momento no pensaba, solo actuaba. Con razón el rey lo mantenía siempre lejos. ¿Quién quiere a un príncipe que actúa como un salvaje? ¿Cómo el monstruo que algunos sospechaban que era? No debería haberse portado así, debió actuar calmado. Quizás si le hubiera escrito a su madre, ella le diría que todo estaría bien. O quizás preguntarle a su padre. O...
Maegor, ¿estás bien? - solo el susurro de Ortiga lo sacó de su cabeza, dándose cuenta de que había comenzado a inclinarse de un lado a otro sobre sus pies. Por suerte, los ojos de los cortesanos estaban todos en los volantinos o esto sería una humillación mayor.
No. - admitió renuente. Tomó mucha fuerza decir la verdad - Tenía miedo de que te llevarán lejos, lejos de mí, y reaccione mal.
Suaves círculos calmantes fueron trazados en su espalda. Su esposa hacía eso cuando quería hacerle sentir mejor, se dio cuenta, solo para aceptar que funcionaba.
¡¿Cómo sabemos que esto no es un montaje de la propia familia real?! - exigió Niphorro, como un hombre que se ahoga aferrado a un pequeño tablón de madera, incapaz de mantenerlo.
Sencillo, - la sonrisa de su madre a su lado era tan amenazante como tranquilizadora. Si era usada contra sus enemigos, entonces no había de que preocuparse - Tras esas puertas, hay varias decenas de nobles que acudieron a la boda de mi hijo y mi nueva hija. ¿Qué crees que pasará cuando los hagamos pasar y les pidamos que señalen a la princesa Orthyras?
El embajador abrió y cerró la boca como un pez recién salido del agua.
¿Sabes qué?, probémoslo. - su madre mandó a pasar un noble tras otro. Todos señalando a su segunda esposa ante las interrogantes de Visenya.
- ¿Alguien se murió?
¿Eh? - por un momento había apagado todo pensamiento. Ortiga estaba a salvo, nadie se la llevaría, y por algún motivo esto dio paso a una abrumadora sensación de cansancio. Mayor a la de todo un día de entrenamiento - No.
Entonces, esta bien. Todo tiene arreglo a menos que se haya muerto alguien. - la sonrisa torcida de su esposa se dirigió a él y tuvo que apartar la cara, incapaz de sostener la mirada. Aún así se apoyó en ella. Tocarla le recordaba que no se iría. Pensándolo bien, era probable que no la soltará hasta que se hubieran desecho de esos malditos volantinos. No habría descanso hasta que la amenaza fuera eliminada de la forma que fuera. Sin embargo, el cuerpo le pesaba tanto.
Quizás puso demasiado peso en ella, porque empujó un poco de regreso y preguntó - ¿Qué pasa?
Nada. - intentó negar cualquier cosa. Un guerrero debía soportar situaciones peores.
Dímelo o conseguiré la forma de sacártelo frente a todas estas personas. - su esposa no era alguien que dudará por cosas como el decoro o una audiencia, así que tuvo que responder.
- Solo estoy leve, de forma muy, pero muy leve, cansado.
Lo que se traduce en que te estás cayendo a pedazos, ¿verdad? - frotó su espalda de regresó antes de decir - Eso tiene fácil solución. ¡Ey! Alteza...
La mirada de su madre cortó la palabra, aunque el regañó que esperaba nunca llegó.
Estoy algo cansada. ¿Puedo retirarme con Maegor? No conozco nada acá y él puede guiarme hasta nuestras habitaciones ¿no? - la reina alzó una de sus cejas - ¿Qué? Ya tienes controlado todo, por lo que no me necesitas. ¿Habría que pedirle permiso al rey o algo?
Al mirar hacia el trono casi podías sentir el frío enojo saliendo del Conquistador. Por suerte toda su atención estaba en la embajada extranjera que se retorcían en el lugar como los gusanos que eran.
Sabes que, váyanse. - los despidió mientras se le permitió el paso a las docenas de cortesanos que estaban afuera. Supuso que no tenía sentido seguir señalando a su esposa como "la verdadera princesa Orthyras Targaryen" - Los mandaré a buscar para la cena.
Una leve reverencia y se marcharon por la parte posterior de la sala. Ceryse lo miró algo alarmada por su deserción, mientras que Aenys y Alyssa fruncían el ceño. No le importaba, él, posiblemente aconsejado por ella, casi habían provocado que perdiera a su amiga. Orys solo asintió.
Un guardia los acompañó hasta los cuartos de Maegor, para luego quedarse vigilando la puerta. La mayoría de la Guardia Real se mantendría en la sala del trono. Ahí continuaba un juicio demasiado importante, donde pronto se impondrían castigos y donde se encontraba la mayor parte de la familia real. No le importaba. Solo quería descansar. Ni siquiera llamó a un criado para cuidar su ropa. La dobló el mismo como correspondía. Calzas por debajo del jubon, sin ningún doblés sobresaliendo. Solo para girarse y encontrar a su esposa en ropa interior, sin sus calzas.
¿Qué haces? - preguntó algo alarmado. ¿Ortiga había decidido que no importaba su edad y cumpliría sus funciones de esposa? ¡Él no se había preparado! - ¿Por qué te desnudas?
No estoy desnuda. - dijo mientras subía a la cama - Yo también estoy algo cansada. Dije, si tu duermes, yo duermo. Después de todo, llegué de Rocadragon aquí en barco y tuve que atravesar toda la ciudad a pie. - un bostezo enorme la invadió.
¿Por qué viniste en barco? - se coló lentamente en la cama. No disfrutaba compartirla con Ceryse y no estaba seguro de como sería con Ortiga - ¿Y tú dragón?
El Ladrón de Ovejas debe estar volando sobre nuestras cabezas ahora. Vine en barco porque tu madre creyó que sería más fácil para que pasará desapercibida. - se acomodó bajo las sábanas - Hablaremos después, duerme.
A pesar de lo que creía, solo tuvo que tocar la almohada para caer rendido.
Despertó más tarde, ningún sonido en la puerta lo alertaba de que era llamado. Frente a él, Ortiga dormía con su boca entreabierta. Un hilillo de saliva caía en la sábana. Era asqueroso y aún así, se dio cuenta de que no le molestaba compartir el colchón. No como lo hacía con su primera esposa. Quizás fuera porque no hicieron otras cosas o quizás era que solo le caía mejor Ortiga. Solo sabía que dormía bien a su lado. Estirando su mano par sujetar su camisa, por temor a perderla todavía, se dejó llevar de nuevo por el sueño.
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Al despertar, las sombras le contaron que había dormido más de lo previsto. Maegor no estaba a su lado, aunque solo tuvo que alzar la cabeza para encontrarlo. En un apartado rincón se daba un merecido baño en una amplia bañera de cobre.
¿Cómo carajos trajeron y llenaron una tina de agua y yo no me di cuenta? - hablando en voz alta para sí misma, desde su posición Maegor respondió.
Pues no sé. - su ceño arrugado no se hizo esperar - Los sirviente trabajan en silencio pero debiste despertarte. No es bueno bajar la guardia de esa forma. Te deja vulnerable.
Lo sé. Lo sé. - se estiró todo lo que pudo en su muy cómodo lugar - Pero si soy capaz de dormir en un barco en plena tormenta, ¿imaginas como sería aquí que es tan suavecito? - amasó el colchón bajo ella - ¿De qué estará hecho para ser tan rico?
- Plumón de ganso, creo.
¿En serio? - una cabeceada le respondió - ¡Que genial! Entonces... ¿nos bañamos porque sí o por algo especial?
- Madre me informó que padre quiere que acudamos a una cena con él.
¿El rey Aegon? ¡Mierda - se lanzó de la cama sin estar muy segura de que hacer - ! ¿Por qué no me avisaste?
- Estabas tan cansada que no despertabas por el ruido. Quería que durmieras un poco más.
Y ahora tengo que prepararme para una reunión y estoy segura de que estoy atrasada. - dirigiéndose hacia él, se paralizó y se vio apenada - Emmm, perdón por acercarme sin preguntar pero... ¿puedo bañarme contigo?
¿Tú me lavas la espalda y yo lavó la tuya? - ella asintió feliz. Maegor suspiró en derrota - Esta bien.
No tardo nada en sumergirse en el agua. La temperatura estaba justo como le gustaba, lo suficiente caliente como para pelar cerdos. El jabón fino y el contacto con el líquido le hicieron desear quedarse un rato más aquí, pero tuvo que ser práctica. En una imitación casi ensayada del día posterior a su falsa boda, repitieron todos los pasos, incluyendo el rostro de Maegor atrapdo entre sus manos. Nunca en su vida se imaginó pensar - que tierno - de Maegor el Cruel. Pero... ¿era realmente Maegor el Cruel?
Madre también te dejó algo para que usarás. - dijo señalando un montoncito perfectamente apilado sobre un baúl, ya imaginaba quien era responsable de tanta meticulosidad - Esa es una de mis túnicas viejas. No me importa que las uses pero... ¿Por qué no te hicieron ropa nueva?
- Ufff, casi peleó con tu mamá por eso.
¡¿Cómo?! - la impresión casi lo hace mirar en su dirección.
Sí. Primero, tu madre quería hacerme vestidos y le dije: Señora, ¿le parece a usted que sea yo alguien que usa vestidos? No gaste moneda en algo que no voy a usar. ¡Jamás! - ella misma negó mientras se colocaba su camisa sobre las vendas de sus pechos - Luego quería hacerme túnicas, jubones y calzas nuevas cuando tienen una colección de ropa en buen estado que pueden usar. La misma tuya de cuando eras más joven y menos gordo, me queda perfecta.
¡No estoy gordo! ¡Estoy fuerte! - se enfadó lo suficiente para mirarla, de seguro agradeciendo que estaba mayormente vestida.
Bromeó, bromeó. - se rió un poco - Era solo un chiste.
No me gustan los chistes. No los entiendo muchas veces. - se negó a mirarla mientras afirmaba esto - Cuando la gente empieza a reírse, pienso que lo hacen de mí y me enoja. - admitió mientras se rascaba la parte posterior del cuello.
No obtuvo ninguna burla o ridículo por lo que dijo. Sabía que Ortiga no era así, aunque una parte de él seguía esperando ese comportamiento. Nadie se burlaba de un príncipe de frente, a menos que el príncipe no se diera cuenta que lo hacían. Siempre podían hacerlo a su espalda. Su amiga no era clase de persona o eso creía, si se burlaba de él, sería en su misma cara. Tanto un alivio como una preocupación.
Mmm, entiendo. - Ortiga tarareó - A partir de ahora, no me reiré de ti sino contigo. Si yo sonrío sabes que puedes reír, - señaló con el dedo - si haces algo gracioso me divertiré a tu costa pero te lo diré. A cambio puedes reírte de mí. No me molesta.
- ¿En serio?
Sí, - asintió - la vida esta llena de mierda. Hay que sacarle lo divertido donde se pueda.
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Fue un sirviente de la Fortaleza el que vino a buscarlos, hasta conducirlos a un pequeño comedor privado. El objetivo, por lo que sabía, era una cena formal con solo el núcleo de la familia real.
Al entrar se dio cuenta de que estaban todos los demás. El rey a la cabeza de la mesa, Aenys y su esposa a su derecha, Ceryse a su izquierda y su madre del lado contrario a la cabecera. Un raro silencio invadía el solar. Acercarse al que debería ser su puesto desató una interrogante.
- ¿Por qué hay una sola silla acá?
Oh, hermano. - ¿Hermano? ¿Desde cuándo Alyssa lo llamaba así? No le gustaba, no le gustaba para nada - No me di cuenta de que faltaba un asiento para Orthyras.
¿Diriges la fortaleza y eres incapaz de notar que no hay suficientes asientos para todos los miembros de la familia? - Visenya se burló, no se le había pasado por alto que no había usado el título de su pequeña ladrona - Somos tan pocos que hasta un niño de teta podría hacer tal cálculo.
Fue un mísero error de juicio, tía. - los ojos de Visenya se estrecharon suspicaces - No contaba conque Orthyras estuviera aquí. - ¿Era tan despistada que creyó que de verdad le entregarían un dragón a los volantinos? ¿Cómo puede una hija de Aethan ser tan idiota?
¿No pensaste que mi esposa estaría acá? - las cejas de Maegor se habían estrechado tanto que casi chocaban con el nacimiento de su nariz - Consigue una silla para ella. - ladró una orden como haría un comandante a sus soldados.
La intervención de Aenys abogando por calmar los ánimos fue ignorada por todos.
No voy a hacerlo, - la dulzura de Alyssa se fracturó por un momento, para luego regresar con renovado fervor - esto es una importante reunión familiar. Pensé que solo estaría lady Ceryse como tu esposa, - la pausa que dejó fue amplia - ya sabes, ya que es la... principal.
Ceryse mantuvo el rostro neutral, ni negando ser la pareja primaria en su enlace ni agradeciendo el hecho de que quisieran hacerla parte de este enfrentamiento en particular. Mantuvo la gracia y el porte y nada más.
¿Intentaste sugerir, querida Alyssa, que la princesa Orthyras no es una esposa legítima? - la reina había pasado de regañar, a un estado de hablar más seductor - ¿O acaso crees que un matrimonio de tres debería seguir las reglas de una esposa principal y otra secundaria?
Basta, Visenya. - este era un tema espinoso que mejor no tocar. Sin embargo, la instigación no había surgido de su hermana-esposa - Alyssa, deja de hablar estupideces. ¿Acaso no tienes educación para saber cuándo callarte?
Alyssa se estremeció, como azotada por el látigo de un esclavista myriense. Cuando el rey intervino, su madre también retrocedió, pero no derrotada. Más bien como el lobo que le arrancó una pierna a un cordero, y sabe que sin el pastor guardián, hubiera devorado a su presa.
Le ordenaré a un sirviente que traiga una silla. - Aenys de nuevo trataba de borrar el detonante sin darse cuenta de que ese no era el problema real - Tanto escándalo por algo que se soluciona tan fácil.
No deberías hacer nada solo porque Maegor lo exija, amor mío. - Alyssa seguía empecinada en luchar contra la corriente. Ya no era Maegor quien la miraba ceñudo, era el propio Conquistador.
Tiene razón, príncipe Aenys. - Orthyras se inclinó en una reverencia, desconcertado a todos - Ya no es necesario que se traiga otra silla.
¿Se retira, princesa? - la felicidad de lograr su cometido permitió a Alyssa la magnanimidad de otorgarle el título a Ortiga. Al menos hasta que la susodicha respondió.
Oh, no. Tengo una idea mejor. Siéntate mi vida. - el tono meloso desconcertó algo a Maegor, pero entendía que era una actuación para el resto del mundo. Apenas su trasero tocó el cojín, Ortiga se sentó en su regazo - He pasado tanto tiempo lejos de mi amor que lo he extrañado demasiado. - se acurrucó contra él - Así que compartir asiento me parece un regalo.
¡Pareces una golfa! - Alyssa no pudo contener el insulto.
¡Alyssa! - Aenys lucía escandalizado por las palabras de su esposa, solo para poner la atención sobre ellos y continuar igual o peor - Ese comportamiento es inapropiado. Una dama adecuada...
Esta pantomima termina ya. Alyssa, supongo que no me entendiste, pero has silencio. Espero que el resto de la noche tu voz solo sirva para contestar las preguntas que se te realicen. - la caballito de mar dejó caer la.cabeza, juraría que incluso vio lágrimas salir de sus ojos. No creía que se sintiera triste, aunque no era un experto en emociones. ¿Quizás por enojo o frustración? Le preguntaría después a su madre o Ortiga, eran buenas leyendo personas - Princesa Orthyras, en este lugar seguimos un código de conducta más estricto. Se ordenará traer un asiento y espero que acepte su lugar. ¡Y no se hable más del asunto!
El resto de la comida, luego de servida, continuó en un silencio brutal. Un peso invisible aplastaría cualquier intercambio de banalidades en la mesa. Al menos hasta que Aegon concluyó.
Bien, - el rey apuró su copa de vino, tinto dorniense para todos excepto Ortiga que rechazó a cambio de agua. No se amilanó por la mirada especulativa del monarca - Quiero comenzar informando a la princesa Orthyras que el personaje presentado como Raulion Edevhanys descansa en nuestras mazmorras. El emisario Niphorro dio a entender que el hombre se había presentado en Volantis en el tiempo adecuado para que todo pareciera verdad, - bufó - y que los volantinos actuaron sin maliciosa intención.
Ja, - Ortiga se burló de forma seca - supongo que quieren hacerlo cargar con toda la culpa. ¿El tipo de Volantis se intenta declarar inocente?
¡Ese es un vil mentiroso! - gruñó Maegor - Ese hombre dirigía todo. De seguro fue a él a quien se le ocurrió el plan.
¿Por qué crees que es culpable? - preguntó indeciso Aenys, cono si no le gustará hacerse escuchar en esta situación - No tienes nada que lo pruebe. - no olvidaría el juicio erróneo que estuvo a punto de realizar sin evidencia.
Los dos príncipes verbalizaron a la vez, lo que pareció provocar un dolor de cabeza en su padre.
En primera no podemos acusar a Niphorro de mentir solo porque sí. Creo que es culpable y es por ello que está "invitado" en una de nuestras más lujosas habitaciones en Fuerte Aegon, en concesión a su estatus de embajador. - una metáfora para decir arresto domiciliario - Puede que no nos guste pero así funciona el mundo. ¿Entendiste, príncipe Maegor?
Cabeceó con impulso, aceptando sin que le gustara mucho o estuviera en paz con la idea. El hombre intentaba robarse a su esposa, una princesa del reino y era castigado con ¿una invitación al palacio de gobierno? Eso parecía estúpido, e injusto, y leve. Necesitaría más explicación después, no quería quedar como ignorante frente a todos si ellos entendían.
Ahora, Aenys - el pánico invadió al mayor de los hijos del rey, temblando como una hoja ante un vendaval - ¿Sabes por qué creo que miente ahora y mentía al principio?
El primer se quedó mudo, esperando paciente por la respuesta. Aegon suspiró profundo y algo decepcionado, lo que contribuyó a poner aún más nervioso a su heredero.
- La falta de ciertas cosas también cuenta como pruebas Aenys. Tienes que aprender a mirar más allá de lo que parece evidente.
¿La falta de ciertos elementos es una prueba? - Aenys se encontraba confundido, y Maegor admitió para sí mismo que él igual - ¿Cómo es eso posible?
Aegon se apretó la nariz y preguntó con calma - ¿Quienes son los líderes de Volantis?
Los Triarcas. - la educación de Aenys al fin rendía algún fruto.
Correcto, y dime Aenys. - el rey observó a su hijo con una mirada que nunca antes le había dedicado - ¿Por qué si estaban seguros de que tenían derecho a un dragón, enviarían a un simple embajador y no a un Triarca?
¿Para no arriesgar a uno de sus líderes? - conjeturó Aenys.
Tienen dos más. - explicó el gobernante - Y ya que los consiguen mediante elecciones, encontrar uno nuevo es fácil. Esto es lo suficiente importante para requerir la presencia de uno de ellos. Piensa mejor.
Culpa. - se le escapó a Maegor, y tanto su padre como Aenys se concentraron en él - Como mismo Niphorro quiere echarle toda la culpa a Raulion, Volantis puede culpar a Niphorro. No pasaría con un Triarca, no podrían eludir la total responsabilidad de sus acciones.
Aenys lo miró impresionado mientras que Alyssa lo veía como si se hubiera vuelto el enemigo número uno. Aegon lo observó callado antes de afirmar.
Con Niphorro pueden decir que fue un emisario truculento que actuó bajo sus propios intereses. Que buscaba asegurarse un dragón para sí mismo y no para sus tierras. Un Triarca querría el acceso a un dragón probablemente por lo mismo, - su visión saltó de Maegor a Aenys - solo que con él en nuestras manos, toda Volantis sería señalada con un dedo. Además de ser una señal de debilidad que uno de tus enemigos se haga con tu líderes. ¿Entendiste? Las concesiones por sus acciones serían más grandes.
Por una vez Aenys y Maegor parecieron realmente hermanos al asentir a la vez. Cuando la tensión en la sala empezaba a disiparse, Aegon le prendió fuego a la tranquilidad.
Entonces Aenys, - la calma con la que habló no alertó sobre el peligro que se acercaba - Quieres decirme ¿Quién fue el que te convenció para escuchar tan atentamente a los volantinos? - su voz demasiado firme para que pareciera una pregunta al azar.
¿Qué? - Aenys habló como si le acabaran de sacar todo el aire del pecho de un puñetazo. A su lado Alyssa, aunque mantuvo su semblante inocente, tensó su cuerpo.
¿No me escuchaste bien? - Aegon enarcó una ceja justo como lo hacía Visenya - Te pregunté ¿Quién te convenció para cometer semejante e irreverenda estupidez?
¿Por qué pensaría eso padre? - a pesar de sus palabras, Aenys comenzó a rascarse una mano con otra.
Porque te mandé a gobernar, pero te dije que escucharás a Visenya y Orys por encima de las demás personas. Que confiarás en sus decisiones. Y aún así fuiste en contra de ellos. - su ceño se apretó, haciendo estremecerse al mayor de los príncipes - Porque te negaste a escuchar los consejos que te decían que no aceptarás ni siquiera la reunión y te mantuviste terco y firme, contrario a tu naturaleza. - Aegon apretó la copa en su mano - Porque no quiero creer que el futuro rey sea tan ingenuo para entregarle un dragón, la mayor arma sobre la tierra, y uno mucho más grande que el propio a, digamos no un enemigo, sino a cualquier persona de afuera de la familia. ¡Responde! ¡¿Quién te metió esas ideas tontas en la cabeza?!
- Padre, no...
- ¡Contesta!
Aenys se veía como si hubiera recibido una paliza. Maegor, aún sabiendo que no era con él, inclinó su cabeza y se sentía castigado por las palabras. ¿Por qué? No lo sabía, solo que se sentía frío e incómodo.
Yo, yo... - Aenys tomó aire, y contrario a lo esperado por su padre no cedió. Hacerlo sería arriesgar la ira del rey sobre aquellos que le importaban y que a cambio, también se preocupaban por él. La furia de Aegon era terrible y conociendo la debilidad del monarca por él mismo, esperaba que cargar con la responsabilidad no pusiera un blanco en aquellos que sólo le deseaban lo mejor - Nadie me dijo que hiciera eso padre. - tembló bajo la mirada acusadora de su progenitor - Mi tía y lord Orys trataron de enseñarme antes a mantenerme firme en las decisiones que sentía correctas, luego de escuchar siempre a mis consejeros. Perdón. Supongo que me puse terco. - tragó y trató de poner una pequeña sonrisa.
- ¿Piensas que esto se arreglará con una simple disculpa?
No... no, padre. - Aenys tartamudeó.
Bien. Porque es claro que algo falló en tu educación. Necesitarás corregirlo. - su mirada era castigadora por si misma - ¡No asientas así! Yo mismo controlaré lo que estudias. No más música, no más astronomía. ¡Ni poesía! Retomaras las lecciones con la espada. ¡No me importa que no te guste! ¡Se hará! - su hijo mayor era incapaz de sostener su mirada, Aegon miró hacia el lado contrario - Maegor, tu recibirás las mismas lecciones que Aenys, junto a él.
El hijo de Visenya levantó sus ojos por un instante y los volvió a bajar - ¿Por qué?
¡Porque yo lo digo! - al frente del gobernante, su hermana escudriña sospechosa de su acciones - ¿No es lo que querías, Visenya? ¿Qué le enseñará a tu hijo a gobernar? Pues se hará. No está sujeto a debate o discusión.
Cualquier promesa de ambiente festivo en la comida dada, dudoso antes de que iniciará, desapareció de inmediato. Aunque prefería por mucho la serenidad en un lugar que la exaltación, la habitación cerrada se le ofrecía demasiado opresiva a Maegor. Otra vez fue su padre quien cambió el estado de las cosas.
Una última cosa. - más relajado en la cabecera de la mesa, hizo pasar a un servidor - Este es uno de los asistentes del Consejero de Susurros, - lo presentó - ¡Informa!
Mi rey, - una extravagante reverencia para un hombre tan anonadino - como le decía, justo antes del problema de Volantis, circulaba en la Corte el rumor que la princesa Orthyras era su hija bastarda. Criada aparte y traída luego para reclamar un lugar en su lado, e incluso casarla con uno de sus hijos sin temor al rechazó por el incesto.
Maegor se quedó boquiabierto con la idea, un vistazo rápido al resto de la mesa demostró que Ortiga y Aneys estaban en condiciones similares a la suya y Ceryse tenía sus cejas alzadas hasta casi su cabello.
- ¿La fuente de los rumores?
No la hemos encontrado, mi rey. - el hombrecillo negó - Con el posterior caos desatado por los volantinos el rumor no ha vuelto a ser mencionado.
Bien. - un criado rellenó la copa de su padre - Continúa buscando y advierte que la Casa real no tolerará tales historias malintencionadas. - el espía o lo que fuera se retiró con un murmullo y otra reverencia.
Maegor no entendía que había pasado. ¿Por qué su padre había pasado a este hombre para discutir algo tan insípido cuando no dejó pasar a sus Consejeros? ¿Por qué el hombre llegó a informar sino tenía respuestas? y ¿Por qué su padre ordenó advertir contra los chismes y no castigar a quien ensuciaba su nombre? Fue a preguntarle a su esposa, que miraba horrorizada a Alyssa. Un vistazo a Ceryse demostró que esta también tenía sus ojos bien abiertos posados en la esposa de su hermano. ¿Por qué...
Culpa. Culpable. Su padre no buscaba castigar a nadie, esto era una advertencia para el culpable. Por ello pasó el hombre bajo el mando del Jefe de Susurros. Su madre ni Ortiga intentarían tal rumor. Aegon, Ceryse y él estaban en el Progreso. Por eliminación quedaban Aenys y Alyssa, lo que significaba...
¡¿Tú esparcirse esos rumores?! - Maegor acusó a Alyssa. Algo dentro de él se engrifó.
Mi esposa nunca haría algo así, es demasiado bajo y rastrero para ella. - dijo Aenys mientras Alyssa se ponía una mano en el pecho agraviada - Además, es un cuento demasiado ridículo para que mi Alyssa lo cuente. Ella es demasiado gentil e inteligente para esparcir algo tan descabellado. De seguro se lo inventó alguien de baja calaña, sin sentido común y con sus capacidades mentales nubladas.
Desde donde estaba, vio que la suave sonrisa de la Velaryon sufrió un espasmo.
Si, tienes razón príncipe Aenys. - Ortiga bebió de su copa de agua. Maegor llegó a pensar que saltó a una conclusión equivocada cuando su segunda esposa dijo - Es imposible que su esposa haya ideado tal mentira. De seguro fue alguien descerebrado, estupido, con mente de pollo, no la encantadora Alyssa.
La sonrisa de la mencionada no había caído, incluso se había hecho más amplia, pero le recordaba a Maegor la sonrisa de muchos cortesanos que le desagradaban le habían dirigido.
Sí, - feliz de hablar de alguien más y distraer de la discusión reciente, Aenys continuó - solo a un idiota se le ocurriría. Para comenzar ¿De donde la princesa Orthyras habría sacado el dragón? Porque no está registrado como uno de los nuestros y no pudiera ser una cría joven que le fue entregada o un huevo. Este era un dragón hecho y derecho cuando nació. ¿Cómo nadie iba a no notar que existía y luego notar que "desapareció"? Simplemente estúpido.
La sonrisa de Alyssa se había tornado más dura, con todos su dientes expuestos en una mueca de complicidad - Ya, ya, no es para tanto.
¿Esto era un juego? Aunque no lo fuera, él también disfrutaría de molestará a Alyssa - Tienes razón. Quien dijo el rumor es estúpido y tonto. Quizás un poco enfermo de la cabeza.
Ya basta, mi príncipe. - su madre lo detuvo. Una lástima porque lo estaba disfrutando - No nos burlamos de alguien que probablemente padece de la mente tanto, que no está en contacto con la realidad. - un brillo travieso relució en sus ojos - Solo sientan lástima de esa persona. Esta tan mal que nunca se recuperará.
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El día de Maegor comenzaba magnífico, aunque tal vez comenzó así de bien desde la noche anterior. Por alguna razón, Ceryse le había indicado que después de tanto tiempo separados, debería dormir con Ortiga. Ya había tomado una siesta con ella, así que pensó que no estaría tan mal. Se equivocó. Fue mejor.
Tirados en la cama, su esposa le había preguntado por los dragones. - Ya yo hablé de ellos, ahora te toca a ti. - le había dicho. Le gustaba el tema, pero no pensó que hablaría tanto. Cuando empezó no podía detenerse, más cuando su amiga le hacía preguntas sobre lo que decía y le comentaba sobre su propio dragón. Todos son diferentes, lo sabía. Y que sus conocimientos eran más bien generalidades y algunos datos exactos sobre Vaghar. Eso no lo detuvo, ni aburrió a su esposa que no perdía el interés en su conversación. Se habían dormido sin que imperara el silencio entre ellos jamás.
Hoy, se había despertado descansado. El cálido peso cercano a él no lo molestaba. De hecho, se sentía bien. Una ojeada demostró a su mujer muy cerca, desparratada junto a él. Una de sus piernas se cruzaba por encima de su propia barriga, lo que casi lo hizo reír. Dormía como si fuera un muerto lanzado desde un carromato. Así como cayó, así se queda, solo el subir y bajar de su pecho desmintiendo el parecido. Maegor se movió con cuidado, no olvidaba que al contrario de él, ella no disfrutaba madrugar. Fue a pedir un baño, y cambio de opinión, mejor un lavado. Se bañaría luego de entrenar. La alteración en la rutina no lo desconcertó esta vez. ¿Por qué lo haría? Hoy era un día bueno, y de seguro, avanzaría mejor.
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- ¿Y bien? Informa.
No hicieron nada, mi lady. - expresó la criada que mandó a espiarlos en sus habitaciones - Ninguno de los dos intentó consumar nada. Solo se la pasaron hablando.
La princesa Orthyras se inclina a ser parlanchina, aunque nunca dice nada de mucho peso. - Ceryse dudaba que fuera una cabeza hueca, más bien que no confiaba del todo en ella. Suponía que era justo, ya que ella le devolvía el trato - Maegor debe haber estado molesto. - su esposo era ante todo cerrado y callado.
Oh, no, mi lady. - aclaró - De hecho, fue él quien más habló. Casi no cerró la boca en toda la noche.
- Te mandé a vigilarlos. ¿Cómo te atreves a venir a mi con mentiras?
No es mentira, mi lady. - la voz tembló.
Me dices que mi esposo, - tuvo que señalarlo - el príncipe Maegor, se la pasó hablando como una vieja chismosa. ¿Y quieres que te crea?
- Si, mi lady, porque es la verdad. Se la pasaron hablando cosas tontas sobre dragones. Incluso sobre el cuidado y el cambio de las escamas.
Ceryse quedó confundida. Quería creer en su criada. La envió porque confiaba en ella. Pero la idea de que su esposo, Maegor Targaryen, se la pasará cacareando, le sonaba absurda. También envió un escalofrío por su columna. La princesa Orthyras no intentaba usurpar su posición. Era claro como el día que no estaba interesada en producir los herederos reales que asegurarían su estatus y aún así...
Algo en ello la ponía nerviosa. ¿Qué importaba si su esposo, algo lento y en definitiva introvertido, se convertía de la nada en un conversador? No habrían niños nacidos de usar la lengua para charlar. La princesa tampoco le interesaba mantener una imagen o rol convencional. Que no tuviera ropa que usar tras su boda tenía explicación, vestirse como hombre luego de gozar de las riquezas de Desembarco y Rocadragon no. Que ambos fueran raros y amigos no lo hacía peligroso para ella. Aún así, sus instintos le alertaban aunque no podía entender porque.
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Ah, Majestad. - pesé a su situación, Niphorro se inclinó ante él en una elaborada reverencia. No sabía si era su perfume o algo más, pero la nariz del rey le picaba - ¿Viene a visitar a este hombre injustamente encerrado? Aunque debo admitir que el gusto con el que diseñaron estas habitaciones es tan exquisito que a nadie se molestaría nunca por estar atrapado aquí.
Basta de halagos, vengo a informarle de algo. - sin embargo, sus palabras le hicieron prestar más atención. Ligeramente se había dado cuenta de un mayor número de tapices y cuadros por el Fuerte, pero detallando todo bien, notó la presencia de cortinas y alfombras de alta calidad. Una sensación incómoda le comenzó a trepar por el lomo. ¿Por qué Visenya permitió esto? Además, el polvo en algunos lugares que encontró era en absoluto inaceptable.
Así que ese malvado estafador encontró su fin. - el embajador volantino negó apesadumbrado - ¿Cómo sabremos ahora que intentaba lograr? ¿Si acaso se llamaba realmente Raulion Edevhanys? Parece que nunca lo sabremos. - procedió a sentarse en una pequeña mesa a romper su ayuno.
Venía precisamente a informarle de ello, pero sospechó de que sabe de que murió. - el rey se sentó frente a él - Pesé a que quedó prohibido de que nadie le informará lo que pasará en el Fuerte, y que su querido pariente - el sarcasmo era claro - fuera envenenado sin que nadie atravesara mis guardias.
Oh, rey mío. Admitó que lo nuestro fue una jugada arriesgada. - el embajador pinchó y se llevó un jamón a la boca - Pero Volantis no suele dejar las cosas al azar. Un cabo suelto no es algo que guste mucho en el mundo de la política. No donde los puestos no son vitalicios ni - pausó la frase - hereditarios, como aquí.
- ¿Y no teme usted mismo convertirse en un cabo suelto?
- Oh, no. Yo tengo mi valor todavía, poco pero lo tengo.
¿Y porque se arriesgaría a venir aquí entonces, - el rey preguntó - si piensa que vale tanto para que no se deshagan de usted?
Niphorro sonrió - Porque valgo demasiado para morir por un pequeño insulto como este que cometimos, más cuando el claro culpable está muerto. - admitió condescendiente - Pero no valgo lo suficiente para escalar hasta donde quiero.
Ah, codicia. Algo con lo que trabajar. Un hombre sin aspiraciones era diez veces más peligroso que uno con una. Con estas, podías controlarlo. Si alguien no quería nada de ti, entonces no tenías manera de dirigirlo para que fuera hasta donde tú querías - Entonces, ¿que deseas lograr y como quieres que te ayude? - el enemigo de ayer era el aliado de mañana. No le confiaría mi vida pero...
Lo que deseo es solo para mí y la ayuda no es necesaria todavía. - admitió el hombre. Sus rasgos valyrios eran tan destacados en un mundo donde predominaban los ándalos que lo desconcentraba un poco - Solo haga lo suyo. No pida demasiado por mi entero no vaya a ser que mi Patria se conforme con mi cabeza, y pronto le informaré.
¿Quiere que confíe en algo tan vago? - esto divirtió al rey.
- Sí, después de todo, este mundo es un caos, y por lo que sé, usted es muy bueno con las apuestas.
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La posada a la que se dirigía era un tugurio de los más bajos de Desembarco del Rey. La ciudad se asentaba en su propia mierda, por lo que decir eso era mucho. No entendía porque le habían pedido reunirse aquí y no en una de las muchas salas de Fuerte Aegon. Por su posición, requisar una no habría sido tan difícil. Hacer esto se sentía dudoso. Casi como traición. No pudo evitar temblar. Sí, era medio cobarde, o cobarde y medio como lo llamaba su hermano mayor antes de expulsarlo a la Corte. Solo servía para las letras, solo que lo que antes fue visto como debilidad, le granjeó un puesto en el Consejo de rey dragón. Consejero del los Edictos, su hermano estaría verde de envidia. Un lord menor, cuyo hermano cobarde era ahora más importante que el mismo. Como le debía de molestar.
Aunque con respecto a la traición, la palabra lo erizaba como las plumas de una gallina, nunca se atrevería. Todo su poder y dinero venía del rey, no de su hermano que no quería saber nada de él. También era muy cobarde como para atreverse a traicionar a nadie.
¡Ey, Larrys! ¿Eres tú? - una voz conocida lo llamó desde una esquina de un edificio.
Sí, soy yo. - se acercó - ¿No se suponía que nos veríamos en la posada... - la palabra se fue deshaciendo mientras un profundo dolor le subía desde el estómago. Al principio no sintió nada, luego el dolor se agudizó. Fue a gritar pero una mano le tapó la boca y retorció el arma contra su vientre.
Me ha asesinado, pensó, solo para luego sentirse mareado y divertido. No estaba muerto todavía, por lo que no lo habían asesinado.
No podía sostenerse de repente y se abalanzó hacia el suelo con un golpe sordo, estrellas estallaron tras sus ojos. No tenía la fuerza para gritar. Fue agarrado por los brazos y arrastrado al callejón tras él. Su sangre se derramaba en ríos bajo él, podía sentirla empapando su ropa.
¿Por qué? - quiso preguntar. Sin embargo no le salía nada de la garganta. Escucho monedas tintineando a su alrededor, su superficie fría mientras entraban en contacto con él. Se fijo en ellas, monedas de oro, coronas y carabelas.
- Lo siento, amigo. Alguien tiene que cargar con la culpa.
Allí lo dejo, entre el olor a orine y su propia sangre. Las monedas a su alrededor refulgían, más carabelas que coronas hasta donde alcanzaba a ver. Tenía tanto frío. ¿Tantas carabelas era porque iba a morir? Tenía tanto frío, porque no le podían dar un poquito de calor.
Notes:
Intentó no hacer mis personajes demasiado perfectos y que tengan detalles y errores, y aunque no sean los villanos, no sean del todo correctos sin dejar ser "los buenos". Avisenme si me inclinó mucho a los famosos Mary Su/Gary Stu o como se digan.
Este es otro capítulo que corte a la mitad porque me quedaba muy largo, el próximo muy probablemente sea: Un heredero imperfecto
Cualquier duda en los comentarios
Chapter 21: Un heredero imperfecto
Notes:
Díganme al final ¿Quien creen ustedes que es el verdadero "heredero imperfecto"?
Chapter Text
Sus músculos le dolían agradablemente. Practicar contra el poste de entrenamiento siempre ofrecía buenos resultados antes de pasar a la acción. El sudor le había comenzado a correr por la espalda durante el calentamiento, una clara señal de que había hecho un buen esfuerzo y luego, practicar sus movimientos en solitario, había aumentado el efecto. El sol, para este punto, ya se había alzado lo suficiente como para comenzar a picar un poco, aunque eso no importaba. Con el gambezon puesto, esperaba al Guardia Real que serviría de sparring. El día avanzaba bien. Podía sentir una pequeña inclinación de su labio hacia arriba.
Oeeee, alguien esta de buen humor hoy. - una voz conocida llamó su atención - ¿Será por la preciosa dama que se dedica a observarlo?
Maegor dudó. Luego de salir de Antigua y los primeros días del Progreso Real, Ceryse no había acudido a otra de sus prácticas. Se giró para buscarla, pensando que quizás siendo sus primeros días en Desembarco no tuviera nada que hacer y acudiera a observarlo. Una imagen diferente lo enfrentó. Sentada lo más delicada que podía sobre unas cajas de madera, estaba encaramada su otra esposa. Una manzana a medio comer en la mano y una sonrisa torcida e inmensa. Su jubon era uno que había dejado de usar hace un par de años, uno de sus favoritos, con bordados que eran un placer al tacto. Había crecido demasiado grueso para entrar en él. Le molestó en el momento, por "perderlo". Ver a Ortiga en él lo complació, más cuando lo saludo con un silbido escandaloso y un agitón de manos.
Vaya mi príncipe, su esposa es algo... única. - Maegor se perdió el matiz diplomático de las palabras.
Si lo es. - hinchó su pecho con orgullo - Nadie más que mi padre o yo podemos tener esposas como esa.
Oh, dioses. ¡Te gusta! - exclamó la voz del Capa Blanca.
¿Que tiene algo de malo, Ser Darklyn? - Maegor frunció el ceño - Es mi esposa, - no era lo que se esperaba de una esposa pero eso no le importaba. Ella peleaba por él y hablaba sin tapujos, ¿qué más se podía querer en una mujer? - y es una buena esposa.
Nada muchacho. - el caballero sacudió la cabeza. Recién lo había empezado a llamar así. No molestó a Maegor la falta de títulos. Su maestro de armas le había explicado que a veces los hombres criados para la guerra no tenían tiempo para las delicadezas de los modales cortesanos. Hablar en esa confianza que rompía protocolos era una señal de camaradería en muchas ocasiones - Entonces, - se lamió el labio y bajo la voz - ¿quieres que te deje derrotarme para impresionarla?
¡No! - exclamó enfadado - ¿De qué me sirve ganarte si no es de verdad? ¡Mi victoria valdrá menos cuando ocurra! Entrenamos como siempre, gane o pierda aprenderé.
Ser Darklyn estalló en una carcajada, su voz diciendo por todo lo alto - ¡Ay, muchacho! ¡Eres el sueño de todo padre que quiere un hijo guerrero!
Tan confundido estaba por esas palabras que no notó la ligera turbación a su espalda.
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Maegor descansaba junto a su esposa. Era bueno refrescarse entre combate y combate. Le permitía estar en óptimas condiciones para el siguiente enfrentamiento.
Vi lo que hiciste allí, casi derribaste a ese caballero de la Guardia Real. - Ortiga estaba emocionada y él también.
Le había tomado justo tres sesiones poner en práctica lo aprendido. Después de entrenar tanto con los Capas Blancas a lo largo del Recorrido Real, había aprendido algunas manías que tenían. Todos eran caballeros excelentes, pero seguían siendo humanos y como decía su madre: todo lo humano tiene debilidades. Roote favorecía mucho su derecha mientras que Darklyn tendía a fallar un poco con uno de sus pies después de un rato. Detalles insignificantes que podían superar con su capacidad combativa y que muchas veces eran pasados por alto, pero no por él. Cada ventaja debía ser aprovechada en el campo de batalla si esperas sobrevivir, más considerando que incluso con todo a su favor, un pequeño descuido podía matarte. Así que había esperado y lo había intentado. Una lástima que Darklyn fuera más rápido.
- Sigue entrenando así y pronto podrás derrotar a uno. De nuevo, casi lo hiciste.
Asintió. Casi no era lo mismo que derrota, pero era un paso más cerca. Podía estar orgulloso de ello. Más si Ortiga actuaba así. Mmm, quizás si quería impresionarla un poco. Una perturbación atrajo la atención de ambos.
El rey Aegon traía al príncipe Aenys prácticamente a rastras. El último tramo del patio lo arrastró prácticamente por el cuello de su ropa.
Te dije que retomarías tu entrenamiento con la espada, - se escuchaba decir al rey - pero no lo harás en tus condiciones. Entrenarás temprano como hacen todos.
Padre, planeaba hacerlo. Solo me estaba arreglando. - Maegor se fijó mejor en su ropa tras sus palabras. Sus túnicas eran frescas e inmaculadas, demasiado adornadas con delicados detalles para ser piezas en las que sudar y revolcarse en el suelo entre caídas. ¿Planeaba entrenar con eso?
¡Comienza! - exigió el rey. Aenys alcanzó una espada de hierro roma que se le ofrecía y comenzó a golpear el pell.
Eso está mal. - dijo su esposa - Debería calentar sus músculos primero.
Maegor asintió, sorprendido de que supiera eso. Cuidar del cuerpo era tan importante como cuidar de tu armadura o espada. Forzarlo sin preparación solo lo dañaría. La observó atento por la pequeña sabiduría inesperada.
¿Qué? No esperabas que una ladrona supiera... - le metió una mano en la cara para tapar lo que decía, no fuera a ser que alguien escuchará. No había nadie a su alrededor y hablaban bajo, pero nunca se sabía. Luego, se dio cuenta de lo que habia hecho. Miró asustado a su esposa solo para ver qué sus ojos brillaban con alegría. Al quitarle la mano dijo:
Gracias por la intromisión, - no sonaba a sarcasmo, pero no estaba seguro. No era bueno identificándolo - a veces digo cosas de más y es bueno que me detengas.
Perdón. - sabía que lo que hizo no era correcto, y si hasta su padre se disculpaba, según Aenys, significaba que él también podía hacerlo. Si alguien lo merecía de él, sería Ortiga.
No te disculpes. - su sonrisa ladeada continuaba brillando - Alguien tiene que callarme cuando me pasó con lo que digo. Intentaré hacer lo mismo por ti. No funcionará siempre - se encogió de hombros - pero algo es algo.
Le gustaba esa idea. No recordaba quién le dijo que tapar la boca de las personas estaba mal. Aún así, su esposa se lo permitía y le daría el mismo presente cuando se equivocara. ¿Por qué todos no podían ser como ella? El mundo sería un lugar más fácil.
Mientras tanto, apenas unos golpes al poste de entrenamiento y el príncipe heredero ya había comenzado a sudar. Una mancha húmeda destacando en su espalda. Ortiga hizo una mueca - No solo esta fuera de forma, para mañana estará rígido.
Cabeceó, tenía razón, pero como su padre vigilaba sus movimientos como un halcón, prefería no decir nada - ¿Orti... - se aclaró - ¿Orthyras, - ella le prestó atención. Le gustaba que se centrará en él y no en su hermano - como sabes tanto de entrenamiento? - no creía que una ladrona supiera de ejercicios de armas.
Ella pareció hundirse - Tu madre. - su sonrisa se volvió un gesto incómodo en su cara - En este tiempo que pasó decidió encargarse de mi educación. - imitó los movimientos de alguien llorando aunque no se veía triste - Decidió que aprendería letras, números y espada. Se me ocurrió preguntarle si eso lo que se esperaba de una princesa. No debí hacerlo. No debí. - puso cara de horror - Consiguió una Septa para enseñarme a bordar en vez de usar armas. Para el tercer día de estar quieta y coser ya quería tirarme por una torre.
El horrorizado fue él. ¿Ella pensó en matarse? Debió adivinar lo que pensaba, porque aclaró enseguida.
No te preocupes, - le palmeó suavemente el hombro - es una forma de hablar. Ten por seguro que amo mucho mi vida y me aferraré a ella todo lo que pueda, con garras y dientes.
Eso estaba mejor - ¿Qué pasó después?
Bueno, me dejó elegir entre bordado o armas. - arrugó la nariz - No me gusta mucho ninguna de las dos, pero prefiero no estar atrapada en una habitación repitiendo puntada tras puntada. Aún así tu madre me castigó.
¿Cómo? - los castigos de su madre eran únicos. Por un lado, no creía en niños de azotes, el castigo debía recibirlo quien comete la falta. Por otro, pensaba que los castigos físicos no eran suficientes y se ponía inventiva.
Tengo que terminar un bordado bien hecho una vez cada luna. - admitió.
Eso no sonaba tan mal. Aunque al ver la cara de su esposa pensaba que preferiría revolcarse en una pocilga que bordar nada.
Co respecto a la espada, yo no soy tan delicada como tu hermano, - hizo el ademán de apretarse el músculo del brazo, bastante flaco para él, pero de seguro más fuerte que Aenys - y hago mis cositas para estar en forma. Pero ese cretino de Gawen me lo está haciendo difícil. Ojalá el muy imbécil... - miró asustada a todos lados - Mmm, no debería hablar así o tú madre me hará comer jabón de nuevo. Dice que también es parte de mi educación.
Se le escapó un chillido de risa. Ya se podía imaginar a su madre enjabonando la boca de su amiga con cada mala palabra. Ella también se rió con él. Su esposa no mentía. Se burlaría de él y de ella misma si se le daba la ocasión. Más que ofensivo, se sentía refrescante.
¡Maegor, ya que estas tan descansado, ven aquí y entrena con tu hermano! - la voz del rey lo agarró desprevenido. Su esposa quedó rígida en su lugar. No creía que le agradará mucho su padre. Era severo pero eso estaba bien, quiso decirle. Lo convertiría en alguien mejor. Algo se lo impedía y no se atrevió.
Acercándose a al centro del patio, su padre le preguntó furibundo - ¿Pensé que entrenarías con más dedicación? ¿Por qué descansabas?
Su padre estaba preocupado por su aptitud, algo bueno. Aún así sentía el impulso de retorcerse - Ser Darklyn y yo ya tuvimos tres sesiones de sparring. Pensó que sería bueno que tomará un poco de agua en lo que él atendía algo, para luego continuar. - Aegon no dijo nada, porque nada había que decir. Era lo correcto.
- Bien, ya estas fresco. Práctica con tu hermano.
Al desviar la vista hacía el príncipe de la Corona, hasta él pudo notar que no quería estar ahí. Con otros, como los niños Hightower, que querían interrumpir su entrenamiento para practicar con él, se había enfadado. No solo no tenían la habilidad sino que no lo dejaban desarrollarse en paz. Suponía que con su hermano sería diferente por múltiples razones. No era él quien interrumpía, era su padre. Ninguno de los dos podía negarse o rechazar hacerlo. Por otro lado era familia, un Targaryen no debe lastimar a su familia. Cosa que a su yo del otro futuro, lo llamaba así decidido a no ser él, se le había olvidado. Tras él, el Maestro de Armas personal de su hermano los observaba, Ser Addison Colina. No lo soportaba y agradecería a las Catorce Llamas porque no fuera él su responsable dentro de la Guardia Real.
¡Comiencen! - ordenó Aegon.
La guardia de su hermano estaba tan baja que pudo haber dado un golpe directo con suficiente impulso. Decidió darle una oportunidad y golpear su espada para ver si tomaba la forma correcta. Falló. Terriblemente. No solo su toque, ligero y sin mucha fuerza, impulsó su arma roma hacia afuera sino que en el mismo movimiento regresó hacia atrás y su hermano no hizo por esquivarlo. Como no usó fuerza real pudo detenerse antes de golpear la carne. Un vistazo demostró a su padre con los labios apretados.
- ¡De nuevo! Aenys, ponte en forma. Esto no es un juego.
Su hermano lo intentó. Lo hizo. Solo que no tenía ni el vigor ni destreza para imponerse contra él, o darle pelea. Maegor sobresalía con la pericia duramente ganada. Su hermano se hundía bajo la falta de fibra y brío. En determinado momento su padre negó y se marchó frustrado. Aenys marchitándose. Él... él entendía que era estar ahí, del lado de la decepción. Aunque lo había vivido mucho y no era muy cercano a su medio hermano, no disfrutaba de ello.
Lo... lo siento Aenys. - vaya, dos disculpas en un día.
No es tu culpa. - la sonrisa de Aenys parecía decaída - No creo que tenga el empuje para estas actividades. Padre lo sabe y me castiga con esto.
Esto no es un castigo. - lo dijo con convicción, para luego recordar que para su esposa bordar funcionaba como penitencia. Juraría que Ceryse disfrutaba con la tarea ya que siempre la veía haciendo eso. Solo que no le había preguntado, porqué hablar con ella siempre terminaba en incomodidad. Como dos piezas que no encajaban bien juntas. ¿Quizás fuera igual con su hermano? - Un príncipe y futuro rey debe saber defenderse.
Bah, - Aenys lo desestimó - para ello están los guardias.
- Pero Aenys... Los guardias pueden fallar. Una vez incluso fue mi madre quien tuvo que proteger a padre.
Un escalofrío sacudió al otro príncipe antes de rechazar la idea - Eso fue antes de la Guardia Real.
Iba a decir algo más cuando se escuchó una voz que ya le desagradaba.
Dejen de hablar y continúen entrenando. - Addison Colina interrumpió la charla - Si tienen tiempo para usar la lengua como una verdulera chismosa. El rey se fue pero yo sigo aquí. ¡Trabajen!
¡Ya entendimos, Colina! - gruñó. No creía que su falta de títulos fuera por ningún sentimiento fraterno, más bien por desprecio de los mismos. Así que si quería tratarlo así, él se lo devolvería. Aenys no pensaba igual.
Maegor, - siseó - puede que no te agraden los bastardos. Eso no significa que debas tratar de esa manera a Ser Addison. - el que su hermano usará con él su nombre en vez de su apellido como con todos los otros, le dio una pista.
No lo trato así porque sea bastardo. - ¿Así lo veían los demás? Un vistazo atrás demostró que Ortiga todavía lo observaba en la distancia. Él no quería que pensara que despreciaba a los bastardos. Además de que no era cierto - No me importa de quien seas hijo ni como naciste. - miró al caballero frente a él - Desde que entraste a la Guardia, tu honor no está atado a tu nombre sino a la organización. - lo miró de arriba a abajo antes de escupir - No me agradas porque actúas como imbécil.
Pues te trato como me trataron a mí. - admitió el guardián - Solo que ustedes, princesas mimadas, están acostumbrados a que los traten como flores delicadas.
Maegor se quedó pensando en lo primero que dijo, antes de preguntar - ¿Crees que es correcto como te trataron a ti? - estaba seguro de que los ándalos no trataban muy bien a los niños nacidos de afuera del matrimonio.
El hombre tragó saliva antes de ordenar - ¡Sigan entrenando! - mientras se alejaban de él, para comenzar otra sesión de combate, Maegor juraría que escuchó decir - No, no era correcto -.
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Los informes eran concluyentes, a todas luces, Larrys había conspirado con Volantis para entregarles un dragón adulto de la Casa Targaryen. O eso parecía.
Algo no encaja. ¿Qué crees, Vis? - la miró a los ojos.
Los de ella se encontraron con los de él. Amatista contra negro, ¡Que contraste!, y parpadearon con clara comprensión. Encontrado muerto en un callejón de mala muerte el día después de demostrar la treta volantina. Unas escasas monedas, los llamados honores volantinos, a su alrededor. Estaba segura de que habían más pero desaparecieron.
Demasiado perfecto, - afirmó ella - es un chivo expiatorio.
¿Estas segura? - el instinto de Visenya resultaba más afilado que el acero valyrio para estas cosas, por lo que podría tener razón. Le causaba algo de disgusto que un miembro del Consejo hubiera sido usado como víctima conveniente de la situación - Pudiera ser simplemente lo que parece. Quizás Larrys nos vendió e intentando escapar fue asaltado y ya. Hay veces que la respuesta sencilla es la correcta.
Pudiera ser. - admitió su hermana - Pero no encaja.
¿Por qué? - él también lo sentía, aunque quería comparar ideas.
Primero, si hubiera sido un robo no hubieran dejado tantas monedas. - pesé a ser encontrado con pocas, la mayoría fueron sustraídas después, quizás por la misma Guardia de la Ciudad. Las marcas redondeadas en la sangre seca servían de testigo - Las monedas desaparecidas no fueron tomadas en el momento por lo que fue un robo. De haber Volantis decidido eliminarle, nunca le hubieran pagado.
Él tuvo que ceder - De haber intentado escapar, nunca hubiera usado esta ruta. Esta es una zona mala y sin guardias él sería un blanco fácil. Además, es un cobarde. - un eufemismo - No hubiera venido aquí sino fuera para encontrarse con alguien en que confiaba.
Todos aceptaron su muerte sin rechistar, así que les convenía. Incluso Aegon. - explicó Visenya - Siempre que no le afecte a él, el hermano de Larrys aceptará cualquier veredicto que se imponga sobre la cabeza de su hermano, ya que prácticamente lo expulsó de la familia.
Orys se quedó mirándola.
- ¿Qué?
Entiendo sospechar de los Miembros del Consejo Privado. Cada uno tiene su propia razón para querer echarle la culpa a alguien más. - dudó - Pero ¿Aegon?
Su niño dorado casi cometió una de las acciones más estúpidas e ingenuas que se me pueden ocurrir. - fue ella quien buscó sus ojos - Necesita distraer de ese hecho al reino. ¿Qué mejor que decir que un Consejero en el cuál hasta él confiaba lo manipuló? Es joven y estas cosas podrían pasar, no tanto como un heredero lo suficiente tonto como para regalar un dragón porque pensó que era lo correcto.
Él se negaba a creer eso de su hermano, no trataría así a uno de sus hombres solo por apartar una sombra de su hijo. Aunque... un dolor fantasmal le recorrió su mano desaparecida, recordándole un tiempo diferente cuando...
No, se negaba a aceptarlo, su hermano no podía ser así.
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Aegon se negaba a aceptarlo, pese a que todo lo señalaba. Cuando escuchó llamar a Maegor el sueño de todo padre que quería un hijo guerrero se había enfadado un poco. Más viniendo de un miembro de su propia Guardia. Más cuando Aenys brillaba por su ausencia mientras el hijo de su hermana ya se hallaba sudado y a medio camino de convertirse en caballero, sino más. Encontrar a su heredero arreglándose como si fuera a una fiesta en vez de a un campo de entrenamiento le había obligado a apretar los dientes de enfado. Ya estaba atrasado con Maegor en materia de fuerza y habilidad en batalla y se hallaba aquí perdiendo el tiempo. El talento natural podía ser superado con esfuerzo. Lo que nunca pasaría si uno no podía de su parte, y menos si el talentoso se dedicaba a pulir a cada momento sus habilidades hasta la exhaustitud. Como parecía que hacía Maegor.
Su propio muchacho ni siquiera lo intentaba. No se aplicaba en los sparring y eso que vio, por lo que era incapaz de negarlo, que Maegor fue suave. Suave. Y aún así no pudo bloquear la mayoría de los ataques, mucho menos conectar un golpe. ¿Él... él no había sido tan malo con la espada hace un par de años? ¿Verdad? Él sabía usar la espada y la lanza, solo que no tenía la talla para ser un gran combatiente. Eso no lo había visto hoy. Esto no era aceptable, incluso tras un par de años sin entrenar debería recordar los movimientos. En vez de eso todo lo que pudo presenciar era fiasco y decepción.
Ya irritado por la situación, y con una picazón en la nariz que no se le quitaba, estaba aquí esperando la llegada de Aenys al salón designado para su estudio. Maegor había llegado primero, y eso que se le había informado que siempre se quedaba a guardar el material con el que entrenaba diaro. Exacto y metódico, devolvía todo a su lugar y lo dejaba preparado para la vez siguiente. Aún así aquí estaba, recién bañado y listo para sus lecciones, leyendo cualquier tontería en la que estuviera interesado. Cualquier otro Señor creería que intentaba ganarse su favor simulando estudiar. Solo que habían varias cosas que le impedían, por mucho que quisiera, creer en eso.
Primero, el niño no tenía la capacidad de fingir. Incluso la idea de decir una mentira le costaba trabajo, por eso era tan malo en relacionarse con otros. Decía las verdades más duras, las que todos evitaban comentar, frente a las personas, sin intentar siquiera atenuarlas. No creía que entendiera el concepto de mentira piadosa. Segundo, era demasiado rígido en sus creencias para querer ganar un favor por encima de lo que creía merecerse. Él quería lo que consideraba suyo o que se suponía que debía ganar y ya. Y por último, además de ya saber que sí tenía un interés genuino por los libros, lo que estaba leyendo no le ganaría ningún aplauso de su parte.
¿Qué es esto, Maegor? - preguntó algo aburrido y fastidiado por la demora de su hijo.
Son algunas anotaciones del Maestre Olyver sobre la reparación del último torreón que pasamos y la construcción de su muralla. - no dejó de escribir en lo que hablaba - Me dijo que podía quedarme con él y se lo devolviera cuando terminará. - al Señor de ese lugar no le importaría, ni siquiera sabía leer así que no le preocupaban los papeles.
Asintió distraído, ya desviando la atención hacia algo más. No le interesaban esos asuntos. Por ello le dejó la construcción de la Muralla de la Ciudad a Visenya y a su Mano. Bueno, al menos eran cosas útiles, pensó, no como las que atraían a Aenys. Se dedicó a detallar la estancia. Polvo en algunas esquinas. Arrugó la nariz, ¿cómo podía Visenya dejar que esto pasará en su hogar? ¿Quizás era su manera de hacer un berrinche? Que bajo había caído su hermana. Al circular por el cuarto, notó una alfombra bajo sus pies. Otro de los cambios que empezó a descubrir luego de librarse del problema de Volantis. Alfombras en varias habitaciones, tapices en las paredes y algunas cortinas. La incomodidad le subió por la espalda. Esto no estaba bien. ¿Cómo podía Visenya permitir esto? Por suerte, la llegada de Aenys lo distrajo.
Entro en una nube de olor a Madreselva que obligó a Aegon a estornudar - ¿Te bañaste en perfume? - otro estornudo lo sacudió.
¿Qué? - Aenys se detuvo - ¡No! - su exclamación fue tan firme que tuvo que creerle - Se que no te gustan los perfumes, especialmente los fuertes, padre.
El olor no se iba. Le hizo un gesto al maestre para que empezara y desvió la atención por un rato. Esperaba que su hijo destacará más aquí, al menos le gustaba estudiar. Luego de un rato de estar abstraído, regresó a la lección impartida. Espiando desde detrás, pudo observar el trabajo de los dos pupilos. La letra de Aenys era clara y elegante, con letras redondeadas y de curvas gráciles. Su hermano a su lado no era menos pero era lo contrario. Sin tiempo para florituras, su escritura era firme y angulosa, con algunos trazos específicos gruesos y marcados. Las últimas lunas le habían enseñado lo que significaban. Cada línea oscura vendría precedida de un ¿por qué? más tarde. El maestre intentaba favorecer a su heredero, se veía claro. Le preguntaba temas que ya conocía y lo motivaba a discutir lo aprendido. Intentaba atrapar a Maegor con preguntas muy específicas, subestimándolo y cometiendo un error garrafal. Pesé a su naturaleza marcial, el hijo de su hermana no tenía problemas en memorizar libros y menos en leerlos, con una especial capacidad para almacenar detalles.
En resumen, Aenys triunfaba aquí pero por muy poco margen. Por las acciones del maestre, que lo conocía desde niño y era uno de los encargados de enseñarle, no podía estar seguro si era por él mismo o por el apoyo de los demás. Aenys era mayor, debería tener más conocimientos acumulados. ¿Cómo es que su hijo estudioso no podía superar al niño que todos conocían como un bruto?
El hijo de Visenya terminaba presentándose como el prodigio en todos los aspectos. Apretó los puños. Sabía muy bien que si pudieran escoger entre los dos, muchos valorarían más a Maegor como más capaz. Un heredero perfecto, o casi. La frase todavía encendía en él una chispa de resentimiento. Gracias a los dioses y a las leyes de los hombres que el mundo no se basaba en esas elecciones. Aenys era el primogénito y el trono no le sería disputado. El temor de que Maegor intentaba suplantarlo había sido atenuado, no desaparecería nunca porque solo los tontos ignoran el peligro, pero no creía que buscará tomar la posición de su medio hermano. Pero... ¿qué haría con Aenys? Su hijo podría mejorar, estaba seguro, solo tenía que darle la oportunidad correcta. Quizás había sido muy blando con él. Frágil desde que nació, había perdido tanto. Los rumores tras su nacimiento todavía encendían su genio. Aenys era su sangre y punto. Aunque muchos señalarán que el parecido compartido con Maegor y la ausencia con él, Aegon lo ignoraría. Eran infamias. Todos los hijos no tenían porque parecerse a sus padres, podrían salir a los abuelos. No quitaba que a su hijo le faltaban cualidades importantes para gobernar. Ah, que dolor de cabeza. ¿Qué iba a hacer?
Entonces lo vio. Había decidido que estudiaran juntos y eso se interpretó como no solo sentaros en la misma sala, sino en la misma mesa. Aprovechando la distracción de su educador, Maegor revisaba la tarea de su hijo y señalaba algo en los textos que estudiaban. ¿Lo estaba corrigiendo? Observó bien la escena e inmediatamente, un plan comenzó a desarrollarse en su cabeza. Aenys era demasiado blando, cedería ante las presiones del reino. Maegor era estable, pero demasiado rígido para volverse popular, más bien destinado a ser un solucionador de problemas. Por sí solos no eran muy buenos, pero juntos... ¿Por qué no hacerlo? Había funcionado con él y Visenya, hasta que ella se volvió codiciosa y empezó a exigir más de lo que se merecía. Podría replicarlo con su hijo, sin que él exigiera lo que no le correspondía, claro. Era demasiado apegado a sus creencias para tomar algo que no le tocaba, a menos que tuviera una justificación inmensa y pesada. Si Aenys lo mantenía a su lado, se convertía en el amigo que Maegor era incapaz de hacer...
Él había tomado a un par de sus compañeros. Algunos demasiado importantes para un segundo hijo, pensó él, sintiendo que eran un intento de su hermana por recaudar influencia. Tomarlos no fue muy difícil. Todos buscaban su gracia, no la de su hermana, atrapada siempre fuera del brillo de su Corte. Además, nadie se negaba a una solicitud del rey. Por lo que se informó de los niños que pesé a intentarlo, no habían logrado trabar amistad con el príncipe de Rocadragon. ¡Qué bueno que el rey venía a salvarlos y ofrecerles una experiencia más gratificante! habían expresado algunos mocosos. Ingenuos, incluso en la codicia alimentada por sus padres.
La mejor habilidad de su heredero era hacer amigos. Se convertiría en la única conexión genuina del repuesto de Visenya y todo sería perfecto. Su afabilidad era lo que le faltaba a Maegor y mientras Aenys podía ejercer su diplomacia, el segundo príncipe podría encargarse de todo lo demás. Un rey benévolo para complacer a los Señores y un príncipe guerrero y eficiente para hacerle frente a las amenazas. No solo cuestiones que requerían fuerza, podría encargarse del gobierno diario mientras la opinión de Aenys pesará más al final. Su dinastía perduraría. El rey en el poder y el segundo príncipe con el peso del reino. ¿Cómo no se le ocurrió antes? Aenys ganaría el amor de su pueblo y Maegor aplastaría las rebeliones. Quizás incluso su hijo se convirtiera con el tiempo en todo lo que se esperaba de él. Bueno, pasará lo que pasará. Los Targaryen triunfarían una generación más.
Pero primero, tendría que ver como limitaba a Maegor para que a pesar de la posición que ocuparía, tuviera un derecho aún menor al trono. ¿Cómo amarrarlo con cadenas a un puesto donde obtendría toda la responsabilidad pero nunca la gloria? Después de todo, Aenys sería el rey amado. Ese era su destino desde que nació. Esa palabra le recordó que incluso si ataba a Maegor, este eventualmente tendría hijos. ¿Como subordinarlos a ellos también? Aunque útiles, podrían ser una variable más incontrolable. Además, tendría que buscar como limitar la influencia de Visenya. Visenya... quizás ahí estaba la clave para lo que buscaba. Debería haber algo ahí que explotar. No se preocupaba por ello. Eran detalles a pulir cuando ya tenía entre manos un plan magistral. Su alegría fue interrumpida por el regreso de la comezón en su nariz y tres rápidos estornudos en sucesión. Por un momento, le costó respirar y un miedo arrollador le paralizó el corazón.
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Las paredes se cerraban sobre Aegon, justo como hacía su pecho. La ventilación del fuerte nunca había sido muy buena, aunque nunca así. El olor a humo de las antorchas, tan diferente al que le traía el viento en Rocadragon, se le atoraba en la garganta. Podía ver polvo en cada esquina. ¿Cómo la eficiente gestión de su hermana se convirtió en esto? ¿Lo hacía a propósito? No, ella nunca pondría en peligro de esta forma a su familia. Podía creer que estaba enfadada con él, sin embargo, no esperaba este nivel de negligencia de ella. ¿Por qué hacía esto? Ella sabía lo importante que era. Cada vuelta en cada esquina lo hacía enfrentarse a un nuevo tapiz. Trampas de polvo todos. Si las habitaciones no habían sido sacudidas correctamente, no quería imaginar en que estaban esos. El sudor le estalló en el rostro y aceleró el paso. Más cortinas en el camino. Si abría y revisaba algunas habitaciones, lo más probable sería que encontraba alfombras. ¿De dónde salieron? La picazón en la nariz aumentaba por momentos en los que ciertos perfumes se alzaban. ¿Qué...
Entonces los vio. Ramos de flores, flores secas. El aire era espeso y corrupto. Húmedo y con ese polvo amarillo, ¿cómo lo había llamado su hermana? ¿Polvillo de flores?, no podía respirar bien. ¡No podía respirar bien! ¡Estaba de vuelta! ¡La enfermedad estaba de vuelta!
¡¿Quién puso esto aquí? - rugió señalando el ofensivo ramo. Tomillo y lavanda salvaje, creía que eran. Los Capas Blancas a su espalda no sabían cómo reaccionar.
¿Las... las flores, Alteza? - preguntó Ser Richard Roote.
¡Síiiiii! ¡¿Qué más?! - su corazón había comenzado a golpear tan rápido contra sus costillas que dolía - ¿Quién trajo semejantes frivolidades a mi fortaleza?
El Guardia se removió incómodo - Parece... - se inclinó de un lado a otro - Parece alguna cursilería femenina.
Aegon se paralizó. Eso no encajaba con su esposa. ¿Por qué ella...? Su cerebro se encendió. Visenya había dicho que pasaría el deber de dirigir Fuerte Aegon a Alyssa. ¡Alyssa! Solamente a esa niña mimada y sin cerebro se le ocurriría esta estupidez. Si no fuera por su sangre, de la que esperaba sacar niños fuertes y puros para su heredero, la habría echado. La muy idiota no conocía sus límites.
¡Llamen a Alyssa a mis habitaciones! - exigió. La falta de aire iba aumentando poco a poco y tuvo que apretar sus túnicas para esconder el temblor de sus manos. Incluso en sus propias estancias no se sentía seguro. El palacio de gobierno de su capital se sentía ahora más peligroso que una trampa mortal montada por sus enemigos. Todo por una mujer bajita y engreída.
¿Padre, me llamó? - la Velaryon se inclinó en una graciosa reverencia, parecía ser lo único que sabía hacer bien - ¿Qué pasa, padre?
¡Qué es este estado en el que tienes a Fuerte Aegon! Lo dejé en tus manos pensando que tenías la capacidad para dirigirlo. - gritó exaltado - ¡Solo tenías que supervisar! Los sirvientes de Visenya trabajan de forma impecable. ¡¿Cómo hicistes para que hubiera polvo en cada rincón?!
No es mi culpa, padre. - Alyssa enredó sus dedos - La reina Visenya no quería que nadie fuera de sus personas conociera a la princesa Orthyras, así que despidió a los sirvientes Velaryon de Rocadragon. Han empezado a ocupar funciones dentro del Fuerte pero se están adaptando.
¡Pues son unos inútiles! ¿Cuántas lunas puede tardar una persona en aprender a eliminar el polvo? - su respiración se hacía más dificultosa por momentos. Esperaba que la tonta ante él lo confundiera con furia.
Perdón, padre, haré de todo para corregirlo. - ahora Alyssa había tomado una postura de súplica - Pero no ha visto las mejoras que he implementado.
¡Flores por todas partes! ¡Como si esto fuera el hogar de los Tyrrell! - Aegon gruñía - Somos dragones, no rosas. - se empezó a pasear por el lugar - Cortinas y tapices por montones. ¿De donde sacaste la plata? Tenemos suficientes monedas pero no espero que las andes desperdiciando.
Oh, no padre. - admitió Alyssa - Eliminé una de las extravagancias de la reina. Las monedas sobran y las lavanderas están contentas.
Aegon se burló. ¿Visenya extravagante? Espera. ¿Dijo lavanderas? - ¿Qué hiciste? - si antes no estaba asustado, ahora el terror lo tenía en sus fauces.
La reina Visenya tenía la política de hacer lavar y hervir las sábanas de la familia real casi a diario. - de repente, la cama donde Aegon durmió se le antojó un ataúd. Una de esas cajas de piedra o de madera, donde algunos enterraban a sus muertos. Gusanos e insectos alimentándose de sus cadáveres en vez de darles la liberación del fuego. Él había estado durmiendo en una de esas cajas. Su respiración aumentó, el mundo giraba a su alrededor.
- ¡Arréglalo!
¿Qué? - respondió despistada Alyssa. A estas alturas el rey consideraba que era un milagro que supiera hablar.
- ¡¡¡Arregla todo lo que hiciste!!! ¡Devuelve todo a su lugar!
- Pero...
¡Pero nada! - la detuvo antes de que continuará con sus escusas y parloteo - Se te entregó un Fuerte bien organizado y perfectamente pulcro y lo has convertido en unas lunas en una guarida de miasma y bichos. ¿Cómo puedes ser tan inútil? - la maldita muchacha empezó a llorar, lagrimas feas de verdad que le enrojecieron la nariz - Llora todo lo que quieras. ¡Eso no lo va a arreglar! ¡Largo!
Los mareos se hicieron más grandes mientras la caballito de mar salía volando por la puerta. Cuando uno de sus guardias se asomó, el mareo no le permitía ver bien quien era, exigió - ¡Traigan a Orys! ¡Traigan a Visenya!
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El llamado realizado los había sorprendido tanto a ambos que se habían dirigido rápidos y sin hablar a las habitaciones del rey. Los Guardias tenían prohibido el acceso a nadie más que no fueran ellos dos. Incluso el mismo Comandante, Ser Corlys Velaryon, tenía vetada la entrada. Atravesar esa puerta fue enfrentarse a una pesadilla. Aegon había arrancado las coberturas de la cama y las había lanzado lo más alejado posible de su lugar en el colchón desnudo. Usaba la inmensa pila de almohadas que Visenya exigía, gracias a los dioses la tonta esposa de su hijo las había mantenido, para sostenerse como un asiento y no caer acostado. Algo que podía ser mortal.
Así lo encontraron Orys y Visenya. Pálido y sudoroso, con temblores casi convulsivos recorriéndolo.
- ¡A vuelto! ¡La debilidad en mis pulmones ha vuelto!
¡No! ¡No puede ser! - Visenya negaba desesperada con la cabeza - Después de que creciste no hubo más ningún ataque. Es mentira.
Orys no podía hacer nada mientras un ataque de tos sacudía a su hermano, que se arañaba el cuello intentando respirar. Visenya se lanzó a la cama y le arrancó la ropa, incluso la camisa interior. Lo dobló hacia adelante y pegó su oído a su espalda, escuchando.
No hay sibilancia, Aegon. - los sacudío - ¡Escuchame! No hay sibilancia. No son tus pulmones.
¡Yo se lo que me pasa! - refutó entre estertores - Ha vuelto. - olfateó a su hermana. Sus pupilas tan dilatadas que habían casi borrado el púrpura en sus ojos. Olía a madera y ámbar pero no a menta - ¿Por qué no hueles a menta? ¿Por qué no hueles a mi remedio? - el olor antes desagradable y repelente se le antojaba de pronto necesario y vital. Tenía que tenerlo - Dame mis remedios, Senya. ¡No dejes que me ahogue! Hazme mi remedio.
La súplica la mandó a la acción - Vigila a Aegon. - le dijo a su otro hermano - Iré a revisar entre los materiales de Gawen para ver qué consigo.
No creía que la enfermedad hubiera vuelto, o no quería creerlo. El pánico no pudo ser bloqueado aún así. Las circunstancias no se lo permitían.
¿Qué ocurre? - exigió interrogante Gawen cuando entró en sus dependencias - ¿Qué hace aquí? Este lugar me pertenece. ¡Salga inmediatamente!
- Me importa una mierda. ¡Soy la reina y las estoy requiriendo! Ahora salga de aquí.
- ¡Protesto! ¡Le exigiré al rey que...
Ya le dije que me importa una mierda. - Visenya se impusó sobre él. Podía ser hombre pero su altura y la propia naturaleza erudita del Gran Maestre lo convertían en una presa fácil para ella - Ahora, tienes hasta que cuente hasta diez para salir de aquí o entonces lo tomaré, lo agarraré y lo lanzaré por la ventana de la torre más alta que encuentre. ¡Y no me desafíe porque lo haré!
Eso lo motivó a escapar como el apocado y pusilánime hombre que era. Visenya se dedicó a hacer destrozos buscando los materiales que necesitaba. No podía mantener a Gawen cerca para preguntarle. Nadie podría saber de la debilidad de su hermano. Ocultarla era algo que habían aprendido de niños, cuando apareció por primera vez "la debilidad". Menta, orégano, laurel, para calmar sus pulmones y quizás algo más para relajarle. No perdía la esperanza de que todo fuera solo el miedo echando raíces en su cabeza. Antes de irse, y por joder al imbécil del maestre, echó al fuego de la chimenea varios materiales que no usó, de preferencia algunos bastante caros y difíciles de conseguir. Podrían sospechar de sus motivos después de esto, e incluso de que Aegon padecía de algo, pero aunque investigará no encontraría respuestas. Al menos no desde el lado de Visenya.
Al regresar, encontró a Orys sujetando las manos de Aegon, blanco como un cadáver.
Aquí está. - intentó alcanzar el remedio y fue Visenya quien tuvo que sujetarlo, ya que era incapaz de sostener nada por su cuenta por los temblores - Ya estoy aquí. Todo va a estar bien. - se colocó detrás de él, apoyando su peso aún mayor contra de ella. De niño ella lo superaba en tamaño, no así ahora. Tuvo que usar la pila de almohadas para apoyarte correctamente mientras repetía su mantra de niña - Aquí estoy, todo va estar bien. No te preocupes. Aquí estoy. Pronto pasará, esto tendrá solución. - mientras Orys la miraba asustado. Sentado en el suelo, sin tocar la cama. De niños, Valaena no hubiera permitido que el mestizo compartiera ni siquiera el cojín con su hermano legítimo, no después de que fuera traído para arrebatarle todo.
Las horas pasaban y aunque la respiración de su hermano mejoraba, ella no podía cerrar los ojos. De niños, hubiera podido significar su muerte. A ningún maestre o sirviente le fue permitido entrar a cuidarlo. Su padre intentaba ocultar a todos la vergonzosa debilidad de su único y legítimo hijo varón. La niña Visenya se había obligado a actuar así, sabiendo que un descuido, un pestañeo de su lado, podría significar que su hermano pequeño rodaría hasta la plana superficie y podría morir si la inclinación no ayudaba a su respiración. Era su responsabilidad porque nadie más lo haría. Ni siquiera su madre que peleaba contra Aerion.
Lo vio fuerte y claro. La falta de sueño permitió que las imágenes pasaran ante ella en una horrible y aberrante reproducción. De los primeros días de la debilidad en los pulmones, siendo Aegon un niño de con apenas unos cinco días de su nombre. Cuando Aerion habia gritado a puro pulmón que su madre debía de haberlo engañado con otro hombre. Que él, la sangre del dragón, no podría producir un hijo defectuoso, imperfecto. Valaena y él se habían gritado obscenidades. Casi siempre ante Aegon y Visenya. Rhaenys no lo recordaba porque era muy pequeña. Pero no le había funcionado a Aerion. Aegon compartía con él su rostro, lo que desató una furia más grande. Que alguien tan parecido a él fuera débil. Había decidido buscar a uno de sus bastardos, de cuando antes de que su madre llegará y empezara a perseguir a todas sus amantes y a obligarlas a tomar Té de Luna. Para que al menos alguien fuerte se hiciera cargo del Feudo. Alguien que no ensuciara el nombre Targaryen.
Entonces su madre se había girado hacia ella y suplicado. Aegon estaba destinado a ser su hermano-esposo y a gobernar Rocadragon. Con la enfermedad, Aerion nunca lo reconocería como heredero. Pero aún estaba ella. Las mujeres valyrias, aquellas con sangre de las Cuarenta Familias podían gobernar. Aerion se inclinaba hacia las costumbres andalas como habían hecho su padre y su padre antes que él, rechazaría a Visenya si esta mostraba cualquier debilidad. Pero si lo hacía bien, si se convertía en todo lo que esperaba su padre de un heredero, ella podría gobernar Rocadragon. Su hermano no sería echado, ella no se casaría con un mestizo. Como Dama por derecho propio de la Isla su padre no rechazaría que tuviera a Aegon como consorte.
Hazlo por tu hermano. - le había suplicado Valaena Velaryon a una Visenya de siete años - Será difícil, pero hazlo por tu hermano. Es tu deber para con él y conmigo. Tienes que ser leal a tu familia y sacrificarte por ella, Visenya. ¡Me escuchas! - la había sacudido esa vez, Aegon aferrado a su lado - Tienes que convertirte en el heredero perfecto.
Chapter 22: La esposa del deber
Notes:
Otro capítulo que tengo que cortarlo por la mitad, porque cuando inicio se me ocurren muchas cosas. :D
No se preocupen, la siguiente parte sale pronto
Chapter Text
Cuando Orys abrió sus ojos, la luz del sol ya empezaba a clarear en el horizonte. Un vistazo a la cama demostró a Aegon dormido y recostado contra su esposa. Había tenido una tos esporádica al inicio de la noche, aunque al avanzar las horas esta había desaparecido. Los brazos de Visenya, sentada detrás de él y sosteniéndolo, se movieron. Bastó acercarse a ella para notar que no había dormido. Manchas largas y negras se marcaban bajo sus ojos amatista.
Ey, - la llamó. Reaccionó con lentitud, tan impropio de ella - ¿estás bien?
Vis abrió su boca para contestar y la cerró. Un suspiró hondo salió de ella antes de admitir - No, me he acostumbrado demasiado a dormir la noche entera. Me dejan en guardia una sola vez y ya me caigo a pedazos. - se removió un poco.
El movimiento debió alterar a Aegon, que se despertó con un pequeño estertor. Una mirada de pánico se encendió en él y por ello Orys lo agarró y lo arrastró al borde de la cama - Tranquilo, tranquilo. - palmeó su espalda de una forma que casi le saca los pulmones - Esta bien. No ha habido tos ni dificultad para respirar durante tu sueño. Ves. Todo está bien.
Aegon observó todo a su alrededor antes de tragar en seco y asentir. Visenya se había comenzado a levantar desde el otro lado de su lugar de reposo. Se veía un tanto inestable sobre sus pies. Orys hubiera ido a ayudarla, pero su hermano se veía tan oscilante que temía que al soltarlo terminará en el piso. O al menos pensó que se hallaba en un estado frágil hasta que abrió la boca para decir:
Supongo que ya estarás contenta. - ¿eh? Su hermana estaba tan confusa como él. Se había quedado en un estado de quietud absoluta con su comentario - Ya probaste que Alyssa no sirve para dirigir este lugar. Que sería un desastre. ¿Pero tenías que dejar que llegará hasta este punto? - Vis se había pasado la noche cuidándolo y él ¿la culpaba?
- Lamentó informarte que tú querida hija política, o como sea que quiera llamarse, se hizo cargo de todo y no aceptaría ni una sola sugerencia mía si no es para llevarme la contraria.
Como si eso te hubiera detenido alguna vez. - todavía en sus manos, o más bien su mano, Orys sintió la tentación de sacudirlo, a ver si se le quitaba lo que fuera que tenía - Tú eras la encargada de mantener este lugar en orden y lo dejaste que se fuera a la mierda. Era tu deber y lo abandonaste.
¡No era mi deber! ¡Te dije que no me haría cargo más de esto! - señaló alterada Visenya, la calma de los últimos tiempos evaporada bajo las acusaciones de Aegon.
- ¡Al menos le pudiste mostrar a la niña Velaryon a simplemente a dejarlo todo en su lugar porque era lo correcto y ya!
Quise enseñarle a la muchacha como dirigir, como mantener las cosas. Pero todo era demasiado austero y sobrio para su gusto. Y según todos es culpa mía que el Fuerte desde el que gobiernas se vea tan severo. Porque tu eres el rey justo que cedes ante mi "molesta rigidez" y es claro para todos que esta estética es ¡mi culpa! - estaba enojada y perdiendo el control - No podías decir que era tú mismo gusto el que había llevado el lugar a ser así. No. No conviene a tu imagen de rey poderoso de una dinastía floreciente, así que: hechémosle la culpa a Visenya. Es lo que siempre haces ¿no?
- No tengo idea de lo que lo que estás hablando.
¿Cómo que no? ¿Cómo que no? - una risa algo maniática salió de ella - Todas las excentricidades, todos los pedido raros, todo lo que no sea correcto o adecuado me es adjudicado a mí. Después de todo, soy la reina incorrecta ¿no es así? Es lo que se espera de mí, que cubra tus defectos.
¡Es tu deber! - rugió - No puedo ser visto como débil. El rey que conquistó el continente no puede ser visto como endeble. Así que tú tienes que cubrir esos defectos. ¡Es tu lugar!
- ¡Es mi lugar y una mierda! Estoy harta del puñetero deber que se me impuso. Protege a tu hermano Visenya, decía mamá. Se la heredera perfecta, para cuidarlo. Ah, pero apenas mejoraste, olvidó todo lo que tuve que hacer para cuidarte y empezó a exigir que fuera más como Rhaenys.
- ¡No metas a Rhaenys en esto! ¡Rhaenys era perfecta!
¡Rhaenys era perfecta porque nunca tuvo que sacrificar nada! ¡Yo si lo hice! Tuve que cambiar quien era para cuidarte a ti. Todo por ti. - lo señaló con el dedo - Entonces tu enfermedad pareció remitir y ya a mamá no le agradaba que su primogénita fuera buena con la espada en vez de con la danza, como Rhaenys. Porque no puedes ser más como ella, me decía constantemente. Se le había olvidado que después de que afila una cuchilla no le puedes pedir que no corte.
¡Es que eso es lo único que sabes hacer! ¡Cortar! - le echó en cara Aegon, si no tuvieran la estructura de madera y plumas entre ellos, los dos ya se estarían enfrentando físicamente - Rhaenys supo encontrar el equilibrio entre su papel como reina consorte y su ayuda en la Conquista, pero tú no. Tu eras siempre el deber y nada del disfrute o la alegría. Así que si eres así, como mínimo deberías ser útil y cumplir tu deber para con tu familia.
¡Yo siempre cumplí con mi deber! - le lanzó de regreso - Me sacrifiqué una y otra vez en tú nombre, solo para descubrir que nunca valdría tanto para ti. Que en el mejor de los casos, sería el segundo lugar. Que apenas y era soportada por lo que podía ofrecer. Me ignoraste y me despreciaste siempre que pudiste. - el temblor en sus manos fue visible para todos - Parecías muy contento de deshacerte de mí y ahora quieres que vuelva a ser la vieja yo. La que carga con la culpa. ¿Sabes qué? Puedes joderte. Disfruta resolviendo todo sin mí para que me cargues con la responsabilidad de todo lo que sale mal. - salió marchando firme, el portazo que dio casi arranca la puerta de sus goznes.
Aegon intentó ir tras ella, solo que la única mano de Orys lo sostenía en su lugar - Dejala irse. Se lo merece. - sus ojos oscuros lo miraron sancionadores - Perdí mi mano por ti y de ser necesario te daría la otra. Pero si demandas un sacrificio continuó, en base a la fidelidad que se te debe, es que no lo mereces.
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Cuando Visenya llegó a las habitaciones asignadas a ella en Fuerte Aegon, fue incapaz de dormir. Este no era su hogar, bajo su control. No era su Feudo apartado, ni su mansión en la colina que llevaba su nombre, y todo se lo recordaba. Primero, la mirada suspicaz del sirviente en los alrededores de sus aposentos. Este no era uno de los suyos, de los que sobrevivieron a la purga y a los despidos de Alyssa. Así que no podía confiar en él, que no fuera un espía o algo más. Se quedó vigilante en la puerta, esperando que fuera él quien se retirará. ¿Qué hacía en esta área tan temprano? Algunos servidores del fuerte podían seguir realizando su trabajo con esmero, pero para ella, la confianza estaba rota. Aegon se quejaba de que sus muros protectores habían sido derribados, y la culpaba a ella, por supuesto. ¿Se daría cuenta alguna vez que los escudos de seguridad de Visenya habían sido también desarticulados? ¿Le importaría?
Su discusión se repetía una y otra vez en su cabeza. Otra vez su hermano quería que fuera la señalada, la distracción de su debilidad, para que nadie supiera o sospechara de él. La mujer extraña con gustos extraños a la que todos miraban como defectuosa, suponía que podía cargar con un pequeño peso como ese. Pero no quería. Al fin se empezaba a sentir bien donde estaba, no quería volver a ese lugar. Donde el peso de la responsabilidad era de ella pero nunca recibía los premios de su trabajo.
Es tu hermano, seguía diciendo una pequeña vocecita. Deberías querer protegerlo. Te necesita. El mundo no puede saberlo. Pero ¿por qué tenía que hacerlo ella? Había sido tan infeliz así. Siempre cargaba con la culpa sin el más mínimo agradecimiento. Incluso en los tiempos de la vistosa y alegre Rhaenys. Todos intuían que la ornamentación de este lugar era menos elegante y elaborada en concesión a ella por los otros reyes. Que como la reina amada tenía la Corte llena de juglares y mimos, sus hermanos en su magnanimidad, le permitían mantener la fortaleza a su gusto. Porque si algo no encajaba, debía ser por Visenya. Lo quisiera o no, el resentimiento se había acumulado. Solo que hasta el momento no había tenido una palabra para darle nombre a las emociones conflictivas. Ella los amaba, ella estaba dispuesta a hacerlo, ella no le importaba tanto ser señalada por dichas acciones. Lo que le molestaba era la condescendencia. Que se esperaba que lo hiciera sin un miserable gracias. ¿Por qué si Rhaenys lo amaba tanto y se merecía tanto no podía ser la que era apuntada por ello? Ella sabía porque. Porque no era la naturaleza de Rhaenys, las personas sospecharían, y más importante, Rhaenys sufriría. Abjudicarlo a Aegon, ni soñarlo. Había que alejar toda suposición negativa sobre él, incluso decir que su carácter severo prefería las paredes de su sede desnudas era inaceptable. No. Sería mejor que Visenya cargara con eso. Después de todo, ya estaba acostumbrada.
Pues se había acostumbrado en estas últimas lunas a no ser señalada con tanto fervor. En Desembarco del Rey pasaba solo el periodo de tiempo obligatorio para intentar instruir a Aenys en los asuntos de gobernación. Una lucha entre su indecisión crónica y la eterna oposición del Consejo. Tener a Orys le había quitado mucho peso de encima. Todo se había sentido más fácil. Si se sentía demasiado presionada, siempre podía escaparse a descansar a su Isla. Rocadragon se había convertido en su lugar seguro como nunca antes lo había sido. Donde esperaba eliminar cada rastro de sus pesadillas, donde no fuera señalada en cada esquina solo como la hermana guerrera, la no querida, lo que sobrevivió aunque su hermano hubiera preferido a la otra. La estaba convirtiendo, con el control férreo y total que nunca se le había dado, en realmente SU fotaleza. Incluso le había ofrecido a Ortiga que eligiera la habitación que más quisiera para ella, con la esperanza de desalojar de las estancias principales a Aegon, ya que Maegor no lo haría. Pese a que le correspondían ahora como Señor del Feudo. Si su esposo podía ser mezquino, ella también. Ese era ahora su hogar, solo suyo y sin expectativas aplastantes, y mientras más pudiera deshacerse de su presencia, mejor.
A una parte de ella le dolió. Este debería ser el refugio de todos ellos. Su hermano gozaba de venir acá cuando el aire de la capital se volvía demasiado estancado. Era bueno para su salud. Visenya no querría que su familia sufriera. Debería querer protegerlos, pero ¿y ella? Se sentía segura por primera vez en posiblemente toda su vida. No como aquí, donde sentía la tentación de revisar de forma compulsiva el pequeño cuarto en busca de venenos. Pensando quizás que Gawen buscaría la represalia por el pequeño desquite de Visenya contra sus cosas. Sintió el impulso de ponerse a registrar. No. No tenía sentido. El Gran Maestre no era tan idiota y lo mejor sería intentar dormir un poco. Intentó atraer el sueño, conjeturando detalles que ahora le ofrecían cobijo en Rocadragon. Ya fuera el nuevo calor que era atrapado por sus oscuras paredes, Ortiga tenía razón con que un poco más de fuego hacía la diferencia, o el olor a salitre y azufre en el aire, e incluso a la ceniza que flotaba con el viento. No sirvió para relajarse. Su mente seguía encendida. Activa y preocupada. ¿Y si Gawen buscaba la revancha? Era mejor empezar a buscar, un polvo tóxico podía estar escondido en cualquier lado. Dormiría después. El temblor de sus manos, que no había desaparecido desde la discusión, pareció agudizarse. Además, intentaba ignorar la voz en su cabeza que clamaba por el deber que tenía que cumplir, el deber que le exigía que protegiera a su hermano. Es solo un pequeño peso, decía la voz, ¿una última vez no lo puedes soportar? ¿No es acaso tu lema hacerlo todo por la familia?
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Visenya no había querido volver a ocupar sus funciones y era claro que Alyssa era una incompetente en ese tema. Incluso cuando su esposa pasaba meses lejos de donde él estaba, ya sea en Desembarco o en Rocadragon, sus criados estaban tan bien instruidos y organizados que no cometían los errores con los que se había visto obligado a convivir. Un escalofrío lo recorrió, obligándolo a espiar a su alrededor de nuevo en busca de otro detonante oculto para su mal de los pulmones.
Ya había recibido al Gran Maestre, con Gawen acusando a Visenya de destruir varios de sus materiales y componentes más caros luego de echarlo de su propio lugar. Una gota de sudor se deslizó por la espalda. El miedo de que alguien, incluso alguien tan leal a él como Gawen supiera su secreto, le retorcía las tripas. Por suerte, la actitud vengativa de su hermana le servía de cobertura. Unas palabras al Maestre de que Visenya había ido a hacerle un tónico para la tos, por haberse mojado a su llegada al castillo, solo para encontrar un desastre entre sus cosas y que se le dificultase la labor lo había callado. El hombre había farfullado sobre las mentiras de la reina, pero con él fingiendo creerle a su esposa sabía muy bien lo que creería la Corte. Su enemistad jurada con ella y el obsesivo amor por el orden de la guerrera, hacía de Gawen como el objetivo culpable más creíble. Aegon era un experto en ello. ¿Qué tenía más sentido? ¿que un hombre viejo y ocupado, que no gustaba de asistentes o aprendices, fuera un poco desorganizado, o que la mujer que vivía para tratar una mota de polvo en la esquina de cualquier habitación como un insulto a su persona, fuera y armara un reguero dentro del fuerte que hasta hace poco existía bajo su metódico control? Visenya no era muy amada, sin embargo todos conocían su personalidad. Más bien se preguntarían, de pensar en ella como culpable, que motivo su arranque destructivo.
Volviendo al tema, la solución parecía más clara. Necesitaba a Visenya. Necesitaba su habilidad y gestión. Ya que no podía obtenerlo, se iría por la siguiente opción. El hijo de Visenya era eficiente, y la esposa que él había elegido para el muchacho debería ser igual de instruida y eficiente. En especial, en las labores que se esperaba de la mujer que gobernaba una fortaleza. Su propio padre la había alabado, y aunque no era propenso a confiar en las palabras de alguien que en esencia le estaba vendiendo a su hija como yegua de cría, la muchacha había demostrado su carácter ante él. Permanecía en silencio sin expresar su opinión, sabía que aún siendo la esposa de Maegor, su posición se la debía al rey. Veía en ella a la dama perfecta, callada e inteligente, y sobre todo una pieza que se movería a su favor en el tablero. Es por ello que la había convocado junto a Alyssa, y por ello las observaba a ambas midiendo sus reacciones.
Ceryse había llegado y se había inclinado en una cortes y elegante reverencia. Permanecía callada, con sus finas manos dobladas frente a su vestido verde con detalles en blanco y adornos de marfil. Una Hightower ante todo, una digna representación de lo que se esperaba de una lady criada en la Fé. A su lado, y aunque intentaba contenerse, Alyssa se removía incómoda. Había llegado efusiva, saludando como si ayer mismo Aegon no hubiera criticado abiertamente sus faltas de dotes administrativas. Notando enseguida que el rey no había olvidado o decidido ignorar sus errores, se encontraba inquieta.
- ¿Saben porque están aquí?
No, padre. - Alyssa contestó enseguida.
Ceryse detalló al monarca, antes de responder en una disculpa - No, alteza.
- Alyssa ha demostrado una ineptitud total para dirigir este fuerte.
¡Padre! - Alyssa dijo escandalizada. Una mirada castigadora de Aegon la silenció enseguida.
Contaba con que los Velaryon hubieran educado bien a su hija en temas de la administración de su hogar. En vez de eso, encontré - fulminó a la caballito de mar - que fue legado a sus manos un sitio perfectamente organizado, y apenas tres lunas después el lugar era irreconocible. - Alyssa temblaba de la humillación, lágrimas calientes se le escapaban de los ojos y se deslizaban hasta mojar su vestido verde mar - Despidió a trabajadores leales y los cambió por criados que no cumplen sus funciones. Llenó de frivolidades mi palacio, sin preguntar ni pedir permiso. Y por último, eliminó el cuidado establecido a la ropa de cama, sacrificando la pulcritud que espera cualquier Targaryen en base a que se ahorraría monedas con ello. - le vertió la correcta dosis de superioridad a sus palabras, para que todos lo imaginarán como una extravagancia en la que fue criado. Ensuciaría un poco su imagen con algunos, ¡Maldita sea Visenya por negarse a hacerse cargo! pero desviaría cualquier atención indebida - Somos los gobernantes de Ponientes y quemar leña si queremos es un lujo que fácilmente podemos permitir.
Un sonrojo de vergüenza llenaba por completo la cara de la Velaryon, una mirada a Ceryse la mostró impávida antes esto.
- ¿Sabes que espero de tí?
No especialmente en esta situación, mi rey. - la dama Hightower inclinó su cabeza - Pero si me lo dice, puede estar seguro de que lo cumpliré lo mejor posible.
Entonces Aegon vio algo brillar en sus ojos. Codicia. No era tan tonto como para no pensar que las mujeres no podían sentir esto. Tampoco lo veía como algo malo. Siempre que nadie se extralimitara de su lugar, la codicia era una poderosa herramienta. Que fuera una mujer era una ventaja añadida. Siempre subestimadas y sin que les fuera permitido mucho, conocían bien las líneas que no se podían cruzar y se aferraban a la vez, a la fuente que le brindaba sus anhelos muchas veces reprimidos. Deshacerse de una dama que se propasaba también era infinitamente más fácil. Nadie lo cuestionaría si simplemente la echaba de su lugar. Después de todo, era solo una mujer.
- Si te digo que te hagas cargo de las funciones de Alyssa, ¿Qué harías, lady Ceryse?
La inhalación de la dama valyria fue seguida por una respuesta firme de la otra fémina en el despacho - Asumiría el control de la Fortaleza, comenzando por exigir de Alyssa los registros que lleva de la dirección de la misma. Luego, iría con mi suegra, la reina Visenya y le pediría las indicaciones para que todo este a su gusto, mi rey. Si ella supo dirigir todo de la forma correcta, es su método el que debo imitar. - una mirada púrpura e indignada se posó en ella, como si la idea de que Visenya fuera mejor que ella en la labor fuera insultante por si misma - Comenzaría a buscar los sirvientes despedidos mientras evalúo los que se encuentran aquí. Despediría a los que no cumplen con su deber y re-contrato a aquellos que le plazca a la reina, luego de contar con su aprobación. - él asentía ante sus sugerencias - Además, devolvería todos los cambios efectuados en el Fuerte a su estado original. No pediría su aprobación, porque si así funcionaba su palacio, era porque cumplía con sus exigencias. No se debe molestar al soberano con esas nimiedades.
Excelente. Excelente, lady Ceryse. - Aegon no podía estar más complacido, recuperaba el orden de su Casa sin tener que ceder más ante su hermana - Haste cargo de esas funciones desde ahora. Alyssa, obedece a la dama Hightower. Pueden retirarse. - una sensación de complacencia lo invadió. Todo pronto recuperaría su ordenado lugar. La esposa de Maegor organizaría todo para complacerlo, no tendría que lidiar más con la incompetencia de Alyssa y por sobre todas las cosas, no tendría que pedir nada ante su hermana para recuperar su tranquilidad. Mira Visenya, ya no te necesito. ¿Quieres marcharte? Veremos cuánto tardas en volver. Después de todo, por mucho que digas despreciarme, no puedes mantenerte alejada de mí.
La puerta se cerró tras ellas y mientras las dos damas avanzaban por el pasillo, Alyssa siseó.
- No puedo creer que actuarás así. Yo intente defenderte en la cena hace un par de días.
No. Intentaste deshacerte de la princesa Orthyras, que es un mal mayor para ti. - no olvidaría su regalo de bodas. Este supuesto intentó de alianza de la preciosa niña a su lado se debía solo a que existía una amenaza más grande que ella. Sabía muy bien que de no existir, o desaparecer, adonde apuntarían sus maquinaciones - Además, nadie le dice que no a un rey.
Sí. - Alyssa no podía negarlo - ¿Pero volver contratar a los viejos siervos? ¿Sabes que son espías de Visenya, verdad?
No dije que los contrataría a todos. - admitió. Su actuar frío - Volverán algunos, mientras que otros serán mis servidores. Solo que ellos si conocerán su lugar y cumplirán sus funciones, y además, - la miró de arriba a abajo - si quiero tomar el control total, debo empezar paso a paso. No con cambios que molesten a aquellos que están en el poder. - la miró con algo de burla - Ahora, quiero que me muestres donde están las cuentas y anotaciones sobre el control del Fuerte, y no intentes tenderme una trampa para que falle. Sere minuciosa y como no estás en la gracia del rey, señalarte no me costará nada.
Recordaré esto, ¿sabes? - le dijo furiosa - Soy la esposa del príncipe heredero y un día seré la reina. Más te vale recordar tu lugar.
Deberías recordar bien el tuyo. - Ceryse se detuvo para devolver uno de sus plateados rizos, que había abandonado su cabello con la agitación - Ambas solo somos simples damas. Ambas casadas con príncipes. Y me guste o no, lo cierto es que mi matrimonio lleva una ventaja de estatus al estar casada técnicamente con dos. Deberías tú recordar tu lugar. Repetir que serás reina una y otra vez podría ser interpretado como traición. - se acercó a ella, usando su altura superior - También deberías recordar, que ser el príncipe heredero no garantiza siempre que sea el siguiente en gobernar.
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Después de entrenar el día de ayer, Maegor no vio más a su segunda esposa. Se había enterado de que había salido del castillo, cuando Orys y Visenya salieron, pero no regresó con ellos. Una lástima, le hubiera gustado salir a pasear en el Ladrón de Ovejas. Una sensación de orgullo lo recorrió al recordar que una de sus esposas tenía un dragón, una situación que ni siquiera Aenys podría tener. Él podía ser el heredero, pero era Maegor quien tendría la esposa con más sangre Targaryen, no importa como luciera. Pensamientos felices que abordaban su cabeza por estar distraído. Como tenía tiempo libre, dedicó un poco al estudio de la construcción de las Murallas de la ciudad. Ortiga había dicho que era una de las pocas cosas no destructivas o absolutamente malvada que había hecho. Así que era mejor que empezara a aplicarse a ello.
Su primera esposa le había aclarado que esta noche volverían a yacer juntos, lo que no le emocionó demasiado. Pero tenía que tener un heredero y suponía que para ello era necesario la humillación de compartir el lecho. Solo que después de una noche de sueño con Ortiga se sintió... no estaba seguro. ¿Repelente? ¿Más desagradable? ¿Cómo si su cuerpo hubiera descubierto dos formas diferentes de pasar la noche y se quejara de que esta era la que no se sentía correcta? ¿O agradable? El gusto no tenía nada que ver con lo que hacía, aún así, llegó a la conclusión de que no tenía que pasar el ciclo nocturno con ella. Aquí tenía cada uno su propios apartamentos, a diferencia del Cortejo Real, por lo que le explicaría a Ceryse que debían hacer arreglos para dormir en habitaciones separadas. La mayoría de las parejas casadas lo hacían así de todas formas. Camino a los dormitorios de su esposa, fue que escuchó un comentario al azar de un cortesano:
- Parece que Lady Ceryse es la Rhaenys de esta generación.
¿Ceryse es Rhaenys? ¿Eso significaba que él era Aegon y Ortiga era Visenya? La idea lo llenó de orgullo. Él se parecía al Conquistador y Ortiga sería su consorte guerrera leal. Quiso decírselo cuando la viera, más cuando alguien lo volvió a repetir esta mañana. Solo que ella no había aparecido hasta después de que comenzó su entrenamiento. Allí estaba, observándolo desde una esquina del patio, pero no podía detenerse a charlar en medio de sus prácticas. Lo haría cuando acabara o se tomarán un receso.
Una señal de Ser Darklyn y alzó el escudo y cargó contra él - ¡Excelente Maegor! Ahora sube más el escudo. Bien. Tienes que permanecer atento no vayan a superar tu guardia. - fue una buena aclaración, más cuando un par de movimientos después Darklyn intentó arremeter con un empuje camuflado y él atacó en una contra-defensa - ¡No pongas todo tu peso en tus ataques Maegor! Se que eres fuerte, pero conviene guardar energía. Usa el impulso de tus oponentes en su contra. Ven, ataca. Te demostraré. - el caballero prácticamente hizo tropezar a Maegor, como si su estocada apenas fuera un juego. Esto lo desconcertó un poco - No pongas esa cara muchacho. - había un susurro suave en su tono que calmaba a Maegor, en comparación con las estridentes voces de algunas personas. Inteligente, buen combatiente y con un tono calmante, este era un guerrero al que no le importaba seguir y escuchar - Ven, imita mis movimientos. Excelente. Ahora pruébalo conmigo. - Ser Darklyn se movió justo como había hecho él apenas un instante atrás. Maegor siguió su ejemplo y el Guardia casi cae al suelo. Solo que estaba preparado para ello.
Se sintió demasiado fácil. - tuvo que admitir - Es imposible que se pueda usar en un combate. - casi que Darklyn había caído más por su propio empuje que por la oposición que él usó.
Oh, se puede hacer. Créeme. - el Guardia Real cabeceó - Solo que los hombres experimentados no caerán en este truco. - se acercó lo suficiente como para revolverle el pelo - También tengo que felicitarte. Aprenderlo y ejecutarlo de una sola vez. Eres todo un prodigio, muchacho. - no le agradaba que lo tocaran así. No lo hacía. Pero considerando que lo estaba elogiando un luchador tan bueno, podía aceptarlo.
Más fuerte, Aenys. Mi abuela pegaba más duro. - ambos se distrajeron con las palabras de Ser Colina.
Es príncipe Aenys, Ser. - inquirió su hermano - Y no tengo la fuerza. Me duelen todos los músculos.
¿Te parece que me importa? - Ser Addison no cedía - Tú padre te puso conmigo porque no quería nada de trato suave para ti. Si tienes fuerza para quejarte entonces tienes fuerza para usar bien el arma. - escupió - Ahora, ¡golpea!
El intento fue más bien patético. Una mirada al rostro de Darklyn mostró una sonrisa, aunque no parecía de alegría o suficiencia. Más bien como si intentara mantenerla con todo lo que tenía pero su propia cara se rehusara a hacerlo.
Pobre niño. - negó con la cabeza antes de mirarlo - No importa cuánto quiera el rey, nunca va a ser como tú. - la comparación lo extrañó. ¿Su padre quería que su heredero se pareciera en algo a él? Más razones para estar orgulloso y entrenar con más brío. Retomó el sparring con renovada energía. Darklyn solo amplió la sonrisa, su cara llenándose de pequeñas arrugas - ¡Así, muchacho! ¡Me gusta ver ese vigor! ¡Ay, niño! Será un placer hacer de ti un caballero.
Las peleas de entrenamiento habían ido excelentes, como le gustaba decir a su madre. A muchos no le gustarían ser corregidos, sin embargo, era una parte fundamental para mejorar tu técnica. Si solo te dicen cómo se hace algo y te alaban por repetirlo, nunca sabrás que has hecho mal y fallarás. Maegor se enorgullecía de necesitar pocas correcciones, porque escuchaba atentamente y se esforzaba por no olvidar. Lo que lo dejaba exhausto y satisfecho, tanto física como mentalmente. Su instructor también había estado muy complacido con su desempeño. Por ello, cuando Maegor pidió un descanso intermedio, no se lo negó como había hecho Addison con Aenys. Solo dijo:
- Aprovecha y ve a conversar un rato con esa dama tan diferente tuya.
Por supuesto que lo haría, pero antes - ¿Si sabes que ella es una princesa, verdad?
Puede ser una princesa, - asintió el Capa Blanca - pero así como tú eres para mi un muchacho, ella puede ser para ti, tu dama.
Mientras intentaba analizar esa lógica llegó junto a ella.
Ten, lo guardé para ti. - le ofrecía de sus manos unas manzanas y un odre de agua. Se demoró un poco, temiendo de donde sacó las cosas. Su madre le dijo que siempre vigilara de donde salía lo que comía. Ella lo miró sospechosa y recogió las manzanas contra su cuerpo - ¿No las vas a botar o sí? Porque me las comeré yo si no las quieres.
Negó con la cabeza. Siempre tan protectora con la comida, su esposa - ¿De dónde lo sacaste?
Lo asalté de las cocinas cuando nadie miraba. - le explicó sin parpadear.
Eso era... raro. Pero bueno, ella tenía razón en algo. No pueden envenenar la comida si no saben que es para ti. Así que no dudó en extender la mano y tomar la fruta. Una pequeña porción de comida traída por Ortiga era para ella el equivalente de un Lannister regalando su oro, no podía despreciarla. Buscando llenar el vacío preguntó entre mordida y mordida - ¿Qué hiciste ayer cuando fuiste con madre?
Oh, no salí con la reina. - ¿qué? - Salí por la puerta con ella y me puse a dar algunas vueltas por la ciudad.
¿Cómo? - no, esa no era la pregunta - ¿Por qué?
El como no es complicado. Salí con su grupo y me aleje a medio camino. Nadie me conoce realmente y como no destacó me mezclo muy bien con los habitantes. - espera, lo hizo ¿sola? No sabía si estar impresionado o sacudirla por ponerse en riesgo al salir sin escolta - Sobre el porque, ¿no te preguntas cómo están las cosas ahí afuera?
- La verdad es que no. No tiene sentido.
Mmm, ¿cómo explico para qué comprendas? - su sonrisa era suave, no había burla por no entender algo que debía ser simple para ella - Ya sé. ¿Te gustaría entrar a una batalla con la mitad de la información.
No. - eso era una idea terrible a menos que estuvieras encima de un dragón, donde un ejército enemigo no podría alcanzarte. A menos que tu enemigo tuviera un dragón. Mmm.
Pues eso es este lugar para mí. sí. - señaló todo a su alrededor - Dentro de los muros de este lugar es un mundo y afuera es otro. Me gustaría saber de ambos. Además, - dijo divertida - soy demasiado curiosa para dejarlo pasar.
Él tuvo que admitir que tenía sentido, sin embargo... - ¿Tenías que salir sin escolta?
Destacarían mucho. - Maegor no aceptó del todo la explicación - Bien, hablaré con tu madre a ver si me puede conseguir compañía protectora. - mucho mejor. A él no le gustaba la idea de ella ahí fuera pero suerte obligando a una jinete de dragón a hacer algo o más bien, no hacer algo que quería - No te preocupes tanto, lo más malo que me pasó fue que me robaron unas monedas. ¡Esa rata si que tenía talento! - mencionó emocionada mientras que él entraba en pánico.
- ¿Cómo que te robaron? ¿Sabes la cara del que fue? Podría mandar a la Guardia de la Ciudad a perseguirlo si eres capaz de reconocerlo.
No. - la respuesta fue firme - A esa rata la atraparé yo, nadie más. - ¿era algo así como orgullo de ladrones? La respuesta se le debió escapar porque su esposa asintió.
Pues sí. Así es. Además, como te dije, solo fueron unas cuantas monedas de algo que vendí. Mi consejo es que nunca pongas toda tu plata en la misma bolsa. - lo expresó como si estuviera impartiendo una gran sabiduría - Así aún si te asaltan, no se llevaran todo. Ni siquiera el mejor ladrón puede robarte las botas mientras caminas.
- ¿Qué vendiste? ¿Por qué? ¿En cuánto? ¿Como regresaste? ¿Por dónde entraste? ¿Cómo...
Para. Para. O me voy a olvidar de la mitad de las preguntas antes de darte todas las respuestas. - Ortiga se reía desenfadada. No creía que se estuviera burlando de él, ella se lo había prometido, así que sonrió de vuelta - Oh, eres tan dulce. - no, no lo era - Pero aquí van. Vendí uno de los regalos de la boda. El pisapapeles de la manzana de oro.
Me acuerdo de ese. Un regalo un poco tonto. - un pisapapeles de manzana para la Casa Targaryen. Que vergüenza. Aunque su esposa compartía su idea, discrepaba en la causa. Bueno, al final la solución era la misma.
Verdad que sí. Si vas a dar un pisapapeles que no sea algo tan caro. Madera o piedra, no oro. Que desperdicio. - negó con su cabecita. Su cabello amarrado en una cola de caballo en vez de una trenza. Después preguntaría porque - Compré algo por aquí, tiré unas monedas por allá. Le llevé tres ovejas gordas a mi pobre Ladrón de Ovejas para que no se atreva a comerse la de ningún campesino.
¿Porque te importaría si se come las ovejas de los campesinos? - preguntó con genuina curiosidad.
Porque para ti no son nada. Para ellos podría ser la diferencia entre vivir y morir de hambre. - y su esposa era muy defensiva cuando se trataba de la cena, incluso cuando no era suya - Al final, volví por donde mismo entré el primer día que llegué acá. Los guardias me reconocieron, aunque estaban un poquito indignados de verme regresar sola.
Habían hecho bien su labor. Considerando que nadie más se preocupó por ella, tendría que recompensarlos de alguna manera. Eso era lo que su padre hacía cuando estaba contento con como había respondido alguien ante una de sus demandas. Hablando de su padre...
Orthyras, - no se olvidaría de su nombre de princesa, no cuando sentía acercándose un grupo de pasos - ¿sabes que escuché en la Corte?
No, dime. - ella le arrebató una de sus manzanas a medio comer y le dio una mordida - Cuenta, me gustan los chismes.
No es un chisme. - aclaró, él no era un chismoso - ¿Sabes que en la Corte dicen que Ceryse es la nueva Rhaenys y sobre que tu eres Visenya? Eso significa que tú y yo somos Aegon y Visenya, el mejor equipo.
No lo dicen porque Aegon y Visenya sean el mejor equipo. - se burló el dueño de los pasos a su espalda - Lo dicen porque Rhaenys era la reina amada y favorecida - un vistazo demostró quien era. Cabellos de plata y una creencia exagerada de su propio valor, solo podía ser Aemion Velaryon. Había intentado ser un compañero de juegos de Maegor, siendo apenas dos años mayor, y no había funcionado. Que no se diga que los Velaryon no intentaban estar en todos los frentes. Su plan se hundió debido a que si a Maegor le costaba lidiar con niños que se arrastraban por complacerlo, más le costaba soportar a uno con una estima tan grande por él mismo. El hijo favorito de Alarra Massey, por lo que había escuchado. El consentido de su madre y probablemente la única persona en el mundo más mimada que su hermana Alyssa - y Visenya es la esposa del deber. La que Aegon desposó solo porque era lo que se esperaba de él y luego, prácticamente la tiró a un lado.
¡Eso es mentira, Aemion! - Maegor frunció el ceño - Mi padre no tiró a mi madre un lado.
Por favor, - el compañero a su lado debía de ser otro Velaryon, quizás un primo. No solo compartían la típica coloración valyria sino que ambos vestían de túnicas a juego, verde y azul con calzas azul oscuro y botas fuertes y resistentes - todos saben que eso es verdad. El rey apenas soportaba a la reina Visenya cuando su otra esposa estaba viva, por ello pasaba diez noches con Rhaenys por cada noche que pasaba con Visenya. Se murió su esposa amada y el rey ya no quería saber de ella. - su risa se escuchó como un rebuzno en sus oídos, lo que puede que se debiera a que todo se empezaba a escuchar distorsionado - De no haber sido porque te dio a luz, lord Dragón incluso se abría casado con otra. Los lord comenzaron a traer a sus hijas a la Corte por ello.
Mentiras, mentiras, mentiras. - se puso las manos en las orejas con tal de no escuchar esas infamias. Aún así, no pudo bloquear todo lo que dijeron.
¿No nos crees? - continuó Aemion - Preguntale a cualquiera a tu alrededor. Cuando llamas a alguien la Visenya y la comparas con Rhaenys no es un halago. Les estás diciendo que son la mujer tolerada, porque es útil y nada más.
Maegor miró a Ortiga, buscando que los desmintiera, solo para notar que apretaba los labios. Un horror se extendió dentro de él - Yo no te despreció. - susurró - No quería ofenderte. - para él, Ortiga era una de las mejores cosas. Como su madre. Que la gente pensará así de su madre... Comenzó a sentir un dolor en el pecho, una sensación como si se le apretara, como si se estuviera ahogando. Se sentía frío. Tan pero tan frío. Y luego sintió el calor subirle por el cuerpo. Y furia. Mucha furia contra aquellos que insultaban así a su madre, y a su esposa.
Iba a ir tras ellos. Incluso había avanzado un paso, ciego de rabia, cuando Ortiga saltó sobre su espalda y le mordió la oreja. Se sacudió del susto tan fuerte que casi la desbanca. Ella se aferró más y le murmuró al oído - No lo hagas. Están buscando pelea. Contrólate. - ¿ellos la ofendían y ella quería detenerlo? - Confía en mí, no pelees. Confía en mí.
Tomó todo su control no deshacerse de ella y saltar sobre ellos. No cuando continuaban sus insultos hacia su madre. Tenían que agradecer que Ortiga lo sujetará con tanta intensidad, que temía que si intentaba liberarse, le haría daño.
Oh mira, la chica es toda una salvaje. - Aemion continuaba mientras su primo había empezado a retroceder, no del todo confiado en que Ortiga logrará contenerlo por mucho tiempo - Con razón dicen que es tu Visenya. ¿Qué mejor comparación que con la reina guerrera rechazada? La mujer defectuosa que todos tienen que soportar por el bien de su dragón y nada más. Si no lo tuviera el rey la habría...
¡¡¡Aemion!!! - fue la voz escandalizada de Aenys quien detuvo todo - ¡¿Cómo puedes estar diciendo cosas tan horribles sobre mi tía frente a mi hermano?! - sabía que su madre era la favorita. Eso no era ningún secreto. Pero exponerlo así era simplemente cruel. Ni siquiera discutían hechos, sino que los comentarios buscaban hacer daño - Alyssa estaría tan decepcionada contigo por tu comportamiento. Ven y discúlpate con Maegor por tus palabras.
¿Por qué me tengo que disculpar? - Aemion se rebeló - ¿Acaso es mentira lo que dije?
¡Aemion! - intentó ponerse lo más firme que podía, como le había intentado enseñar Orys - Vas a ponerte frente al príncipe Maegor y vas a disculparte por ofender a los miembros de la familia real.
Bien. - si Aenys pensó que había logrado algo, se equivocó - Perdón por decir la verdad y perdón porque esta te ofendiera, príncipe Maegor. Debe ser muy duro ser el hijo de la no amada, y ser igual de atesorado que ella. Para empeorar tu situación, te casaron con la versión mestiza de tu madre. Oye, al menos puedes follar con la Hightower. A la bastarda morena nadie con sangre valyria se dignaría a tocarla.
Aenys se atragantó mientras el joven Velaryon se marchaba bastante complacido con él mismo - Por los Siete. ¿Qué le pasa a ese niño? Mi Alyssa a tenido unos días muy duros, pero esa no es razón para desquitarse contigo. ¿Estas bien, Maegor? - su tono era dolorosamente suave. Le hubiera puesto una mano en el hombro, sin embargo tenía a su esposa encima y temblaba con tanta ira reprimida que temía que esta se dirigiera a él cuando escapará.
Maegor había perdido el sentido de lo que ocurría a su alrededor, concentrando toda su voluntad en no moverse y cargar en persecución de los infractores. Solo una voz atravesó su neblina, con un mensaje que se le quedó grabado - Hagas lo que hagas, no te quedes solo hoy, deja que todos vean dónde estás. - la voz sobre él se escuchaba dura, con un lado depredador - Y sobre todas las cosas, deja que todos lo recuerden bien.
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Maegor había pasado el resto del día en un bucle de tensión y frustración. Él debería ir tras Aemion y castigarle. El maldito caballito de mar y su compañero lo habían ofendido a él, a su esposa y a su madre. Debería poder proteger el honor de su familia y castigar a los que lo ofendían. Era su deber. Pero su esposa le había pedido que no le hiciera, que confiará en ella. Él lo hacía. De verdad. Aunque hacer lo que pidió iba en contra de todo lo que él era. Si Ortiga lo había detenido es porque era una trampa. Ella lo protegía cuando no se daba cuenta de las cosas. Entonces... ¿por qué había desaparecido?
No había sabido de ella desde entonces. Aenys debió escuchar lo que ella le pidió. Que no se quedará solo. Tal vez para también seguir el consejo de su esposa, tal vez para que no hiciera nada equivocado, su medio hermano no se apartó de su lado en todo el día. Ya fuera en el patio o en el estudio del maestre, incluso lo arrastró a la biblioteca de la Fortaleza. Un Septon que siempre era gruñón con Maegor lo recibió con verdadero deleite y le permitió tomar libros que antes apenas le permitía tocar con sospecha. Al final resultó ser muy útil el consejo de su mujer, estuviera donde estuviera, porque al otro día en medio de su entrenamiento, fue llamado al despacho personal del rey.
Insatisfecho con tener que abandonar sus ejercicios antes de terminar la sesión, y con todas sus emociones reprimidas desde ayer, casi había explotado cuando escuchó que se solicitaba su presencia porque Aemion lo acusaba de haberlo atacado el día anterior. Su medio hermano, viendo el alboroto, había acudido ignorando a Ser Colina que le informaba que no se le permitía abandonar la rutina.
Están acusando injustamente a mi hermano, - había dicho Aenys, soportando el enfado de su instructor lo mejor que podía - yo estuve con él todo el día de ayer y es imposible que haya hecho algo. No sé porque el hermano pequeño de mi esposa dice esas cosas pero es mentira. Yo serviré de testigo.
Su esposa debía haber imaginado que el Velaryon querría atenderle una trampa, pero Maegor nunca habría imaginado que llegará hasta ese punto. No cuando entró en las dependencias de su padre, encontrándolo detrás de su escritorio y a lord Aethan Velaryon y sus dos hijos en una esquina. El Señor de las Mareas permanecía impasible mientras Alyssa estaba severamente indignada. Incluso él se quedó con la boca abierta ante la vista que lo recibió. El rostro delicado de Aemion, que compartía con su hermana, estaba golpeado en su totalidad. Labios partidos, ojos hinchados, moretones e incluso un pómulo cortado. Estaba de pie sin problemas por lo que dedujo que si tenía dolores en otras partes del cuerpo no eran tan importantes. Pero ¿cómo era que ese niño egocéntrico y lleno de amor por sí mismo había permitido que le dieran semejante paliza solo para señalarlo? ¿Acaso el mundo se había vuelto loco? Estaba bastante seguro de ello, cuando el caballito de mar lo señaló con un dedo y dijo:
- Fue él. Él me hizo esto. Solo porque señalé la diferencia entre Visenya y Rhaenys. Una era la reina amada, otra es poco más que la madre de un monstruo.
Chapter 23: Lo que damos y lo que recibimos
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
¡Aemion, baja esa mano! - el regaño de Aethan Velaryon no se escuchaba muy alto, pero tenía a ambos de sus hijos entrando en pánico. La astuta serpiente había notado lo mismo que Aegon, el shock del príncipe Maegor al ver los moretones del Velaryon - No hacemos ninguna acusación hasta que presentes tu caso.
¿Así que iba a continuar la farsa? Mmm, suponía que era muy tarde para echarse completamente para atrás. Aunque al parecer no planeaba presentar el problema él mismo, como se esperaría del padre del afectado. Puede que hubiera planeado hacerlo originalmente, pero viendo el desarrollo reciente decidió retroceder. Lo comprendía en parte. La reacción de Maegor era una prueba en su contra por sí misma. Otros podrían creer que el segundo príncipe sería capaz de fingir sorpresa. Esos serían sólo los que no lo conocían. Siendo el Consejero Naval, Aethan estaba asentado permanente en la Corte, y de seguro conocería exactamente la naturaleza expuesta y sin disimulos del hijo de su hermana. Si el niño decía que no lo hizo, uno podía estar seguro de ello. Y Aethan era demasiado astuto para ser atrapado en una mentira, incluso en una que le beneficiará.
Bienvenidos, mis príncipes. Lamento encontrarlos en estas circunstancias. - detrás de Maegor surgió Aenys, Aegon no había enfocado su presencia hasta que las palabras del Señor de las Mareas lo reconocieron. Los Velaryon ejecutaron una reverencia antes los príncipes y los príncipes una más sencilla ante el rey. Las ropas manchadas demostraban que ambos habían venido aquí desde el patio de entrenamiento. El Conquistador entrecerró sus ojos. ¿Por qué estaba su hijo aquí? - Mi hijo Aemion a realizado una acusación formal ante el rey, y nuestro soberano a decidido escucharla. Esto se hará aquí y sin una audiencia, de forma que nada fuera de lugar se filtre fuera de estas paredes.
El rey inclinó la cabeza de forma breve en concesión a su introducción y ordenó - Di tus palabras, niño.
Aemion Velaryon no estaba preparado para ello. Tanto él como su hermana parecían desconcertados por el hecho de que su padre no presentaría él mismo la petición ante el monarca. Se miraban el uno al otro, Alyssa lanzando miradas preocupadas a su esposo, que se encontraba ubicado tras el príncipe acusado, dando una ligera sensación de apoyo.
¿No has escuchado a nuestro rey? - exigió lord Aethan - Cuéntame lo que dijiste Aemion. ¡Habla!
El joven Velaryon se estremeció antes de tomar la iniciativa - El día de ayer, el príncipe y yo intercambiamos palabras...
- ¡¿Llamas palabras a insultar a todo mi familia?!
Maegor, has silencio. - Aegon no admitía discusión - Permite que el Velaryon diga lo que tenga que decir. Luego lo rebatirás, si puedes...
Un tic nervioso pareció encenderse en la mejilla del príncipe Maegor. Una mirada acusadora dirigida al más joven de los caballitos de mar.
Yo y mi primo intercambiamos insultos con el príncipe, lo admito. - la rectificación tampoco pareció complacer a Maegor, que comenzó a abrir y cerrar los puños en su lugar - Pronto el príncipe Aenys intervino y desalentó la discusión. - ¿su hijo lo había hecho? Lo miró removerse nervioso. No, pero quizás sí que lo había intentado. Interesante. Interesante y conveniente. Si su hijo se convertía en una especie de protector social de Maegor... - entonces el príncipe nos atacó en un pasillo, alrededor de la hora del crepúsculo.
Aegon vio cómo el menor de los príncipes iba a hablar, para luego morder sus propias palabras.
Dijiste: nos atacó. - inquirió Aegon.
Si, alteza. - afirmó Aemion - A mí y a mi primo.
- Interesante... ¿Por qué su primo no se presentó también a testificar?
Temía las represalias, mi rey. - Aemion contó - Como el príncipe es capaz de esto, - señaló su cara amoratada - prefería no volver a quedar expuesto. Teme a tal punto que si le preguntas si fue él, lo negará.
¿Incluso a su rey? - su pregunta pareció tocar algo dentro del muchacho, que enseguida respondió.
No estoy seguro. - el muchacho se retorcía y dudaba - Pero su testimonio no será necesario, porque yo estoy aquí para contar la verdad. - que ingenuo comentario. ¿Creería que se saldría con la suya con tanta facilidad? Bueno, hasta hace poco Maegor era el príncipe dejado de lado, desterrado de su presencia. Suponía que todos esperaban que usara esto para deshacerse de él por un rato. Pero, lo planes habían cambiado, y Maegor le resultaba más útil y necesario aquí mismo.
Mentiras, mentiras y mentiras. Todo lo que escupe con tu lengua son mentiras. - Maegor temblaba de rabia ante ellos, sin articular con fundamentos. Sus puños se apretaban con más fuerza todavía - Llamaste a mi madre la despreciada, la que solo era soportada. Comparaste mi situación con ella. - apretó los dientes, luciendo un gesto agresivo y amenazante - Llamaste a mi esposa mestiza que nadie de sangre valyria querría tocar. Y ahora me acusas de pegarte cuando no lo hice. Y sí que quería hacerlo. Pero no lo hice. Mi esposa me lo pidió y no lo hice. ¡No lo hice!
Maegor, cálmate. - Aegon lo miró de arriba a abajo, ya no estaba seguro si temblaba de la rabia o de la frustración, aunque era claro que la contención estaba cobrando su precio - Espero de ti un mejor argumento que: No lo hice. - se burló un poco - Eres un príncipe de la Corona y no un niño y espero algo mejor. Así que me das una buena respuesta o tendré que creerle a Aemion. Así es como pasaría en un juicio real.
Maegor tomó aire e intentó hablar, pero las palabras se le enredaban en la lengua. ¿Qué podría decir él para que le creyeran? Después de todo, Aemion lo había dicho. Muchos lo consideraban un monstruo, no creerían en su palabra. Quería gritar de la frustración, arremeter. Al menos hasta que Aenys habló:
Pero padre, - su voz suave intervino insegura, como si dudara en desmantelar la historia del hermano de su esposa, adivinando quizás las posibles repercusiones - es muy fácil probar que no lo hizo. Deje a Ser Gregor custodiando la puerta del príncipe cuando se fue a arreglar a sus habitaciones. Estuvo de guardia allí hasta la hora de la cena cuando fui a buscarle. Ser Goode no me informó que el príncipe saliera en ese tiempo así que no debió ser él. - le dedicó a Aemion una mirada de disculpa, como si no acabara de destapar toda su mentira. Desde el espacio que ocupaba, Alyssa negaba una y otra vez con la cabeza, como si no aceptara lo que significaban las palabras de su esposo - Quizás se confundió pero quien le atacó no fue mi hermano.
Entonces fue uno de sus sirvientes. - intentó mantener a flote su engaño el mocoso Velaryon - De seguro ordenó hacerlo en algún momento del día.
No. Yo pasé todo el día con él. - Alyssa permanecía callada y atrapada contra la pared, pálida y aterrada, viendo a su esposo desarmar el plan de su hermano para responsabilizar a Maegor. O quizás su propio plan, pensó Aegon. Para este momento tenía los labios blancos y unas gotas de sudor en la frente. Debía estar imaginando las consecuencias que venían - Cuando Maegor llegó a sus habitaciones, su baño estaba listo y a él no le gusta requerir sirvientes para el mismo, así que no le pudo dar ninguna orden a nadie.
Aemion intentó continuar la farsa. Pero Aegon ya estaba aburrido - ¿No dijiste que había sido el príncipe Maegor quien les pegó a ambos? ¿Ahora quieres culpar a uno de sus sirvientes? - alzó una ceja. La curiosidad también le picaba. ¿Quien habría sido? Lo más probable que un sirviente de su hermana, buscando una compensación posterior de la reina. Dudaba que Alyssa pudiera eliminar ella misma a todos los que servían, directa o indirectamente, a los intereses de Visenya. Bah, que importaba quién fue. Solo que no podían probar que fue Maegor.
Aunque se mantuvo impasible, estaba bastante disgustado con todo lo demás. El niño Velaryon intentaba culpar al hijo de su hermana, quien se presentaba ante Aegon como una solución a los problemas de suavidad de su porpio hijo. En beneficio, la defensa de Aenys de su causa, podría empezar a granjearle la amistad del segundo príncipe. ¿Cómo castigar al jovencito entrometido sin interrumpir su alianza con los Velaryon? No podía afrentar del todo a su familia, no si quería mantener su lealtad. Pero tampoco podía dejarlos marcharse con una palmada en las manos, como estaba acostumbrada Alyssa. Solo sabía algo. Los hijos menores de Aethan eran unos tontos, por lo visto. No diría lo mismo de los mayores. Había conocido a Daemon y de ser posible, era más calculador aún que su padre. ¿Qué hacer? ¿Que hacer?
Aenys, - preguntó. Al principio pensó en que el mismo eligiera el castigo, sin embargo, cambio de opinión. No podía sabotear su posición con los Velaryon. De seguir ese camino tendría que escoger entre eso, o sacrificar su plan para que estableciera un lazo más fuerte con Maegor. No. Mejor pensar en otra cosa - ya que Aemion mintió intentando culpar al príncipe Maegor, me gustaría saber que tan ofensivo fue lo que dijo para descontrolarlo tanto. ¿Podrías iluminarme?
Oh, emmm. - su hijo dudó antes de admitir - Puede que llamara de varias formas a Visenya como un... como un... - buscó una forma desesperada de expresarse sin avivar un castigo mayor para el joven Aemion. Quizás estuviera pasando por momentos difíciles, aunque eso no escusaba que se portara así con su hermano. Aún así, lo que dijo fue bastante duro. ¿Cómo podría expresarlo sin que le creara un problema mayor a Aemion? Sabía que su Alyssa lo apreciaba bastante - ¡un lastre! para la familia, que solo la mantenías cerca por su utilidad. - Aegon permaneció tranquilo ante esto. La fémina de los Velaryon se había cubierto la boca con una mano. ¿Queria negar las palabras de Aenys o las de su hermano? - Que la princesa Orthyras alguien de sangre mezclada y una versión defectuosa de mi tía. Emmm, algo de follarse a lady Ceryse. - para este momento, no sabía quién estaba sudando más, si su hijo o el de Aethan.
Cuando terminó, el silencio se apoderó de cada esquina del cuarto. Como si nadie supiera que decir a eso. Bueno, ya tenía lo que necesitaba.
Entonces, Aemion de la Casa Velaryon, has insultado tanto a la sangre de tus Señores como a la de tu familia política. - evitó mencionar que eran la familia real, o el castigo tendría que ser más duro - Has faltado el respeto a las esposas de tu príncipe. Has mentido en tus palabras y has lanzado falsas acusaciones. - el muchacho temblaba en el lugar. Quien quiera que fuera quien le dio la golpiza, debió haber mantenido la boca cerrada en vez de venir a mentir y a quejarse - Dime, ¿cuál crees que sería una penitencia adecuada?
El mocoso intentó mirar a su padre en busca de ayuda. La desaprobación de Aethan Velaryon era palpable, aunque no contra el rey. Su hijo había transgredido algunas normas y todavía peor, había fallado dejando a su Casa en un mal lugar. No. No encontraría consuelo ni apoyo en su padre. Su cara llena de moretones le causaba algo de lástima a Aegon, aunque no lo suficiente para perdonarlo por las molestias causadas. Viendo que lord Aethan no planeaba interceder a su favor, continuó.
Pues bien, - puso su cara más regia - Aemion, por tus crímenes se te destituye de cualquier cargo o privilegio que pudieras tener en la Corte. Quedas a la vez, desterrado de la misma hasta nuevo aviso. - los menores de los Velaryon lo miraban con fascinado horror - A partir de ahora, quedarás destinado a Puerto Gaviota, para supervisar la construcción de barcos de la Flota Real y el patrullaje de las costas. No regresarás a Desembarco del Rey ni a Marcaderiva sin mi permiso expreso. ¿Queda entendido? - era severo, pero no sangriento. Una solución práctica para Aegon, que alejaba además su mala influencia y le permitiría, si el muchacho podía, hacerse un nombre y una fortuna propia. Un castigo suficiente para no ofender a ningún bando y mantener la autoridad de su hijo. Incluso creyó notar como la tensión salía del patriarca de los Velaryon, sus hombros relajándose.
El mocoso casi se había derrumbado en el piso. Algo patético. Estaba seguro que la presencia de Aethan era todo lo que le impedía rogar por perdón.
Si el joven Velaryon esperaba una defensa de su padre, se iba a decepcionar - Deberíamos poner un plazo fijo mi rey. - observó a su hijo colapsado - Cinco años me parece muy poco, pero diez es algo exagerado. - Aemion se estremeció y Aethan desvió la vista hacia Aegon - Que tal si establecemos que sean siete años. Después de todo, ofendió a una dama de la Fé y el Siete es un número sagrado de penitencia y purificación.
Sí, - Aegon tenía que asentir, el número complacería a los Septones - siete años estarán bien. - de esta forma el niño o madurada o se amargaba, pero lejos de aquí. También Aethan se aseguraba que su hijo no estuviera desterrado indefinidamente - Este castigo se mantendrá también en confidencia. Las acciones imprudentes de un niño no deberían manchar la excelsa reputación de su Casa.
Aunque Aemion no tenía el estado para apreciar el gesto, su padre sí lo hizo. Un destello de alivio cruzando su rostro. Esperaba que este gesto fuera recordado y se devolviera con gratitud si alguna vez tenía la ocasión.
Todos, - los señaló - pueden retirarse. Aenys, quédate a mi lado, hijo mío. Quiero discutir algo contigo.
Para cuando los demás abandonaron la sala, Aenys sostenía sus manos juntas, apretadas - Padre, ¿siete años no serán excesivos?
No, Aenys. - le explicó - ¿No ofendió él a toda la familia de Maegor? ¿No son ellos sus superiores?
Cuando Aenys fue a replicar explicó - Ese niño es una amenaza para su propia familia. ¿Se te ocurre pensar que la mayoría de los Velaryon no verían con buenos ojos que ofendiera directamente a dos jinetes de dragón y a alguien vinculado a ellos? - la mayoría oscilaría entre el pánico de tentar a Visenya a quemarlos y el deseo de ahorcar personalmente al muchacho.
Supongo que no estarían muy contentos con él, ¿verdad? - lo miró con esperanza - Sí, se lo diré a Alyssa. Fue por su propio bien.
Aegon sintió una mordida de decepción por su propensión a inclinarse ante su esposa, pero lo desestimó. Un problema para después. Era momento de sentar las bases de su plan - Aenys, estoy muy orgulloso de ti.
- ¿Lo estás? ¿Por qué?
Hoy defendiste a tu hermano. Ya sabes que no es muy bueno con sus palabras y es demasiado joven. - si, apenas era un niño. Aenys incluso se sintió un poco incómodo cuando celebraron su boda con trece años, pero como todos decían que lucía mayor... Se distrajo por un momento de lo que le decía su padre - así que como él es tan solitario. ¿Podrías poner un poco de esfuerzo y convertirte en su amigo?
- ¿Eh?
Aenys, Maegor siempre está tan solo. ¿No quieres ayudarle? - no podía fallar aquí - Incluso permitiré que la carga que te impuse disminuya. Podrías hacerle ese favor.
Mmm, nunca tiene acompañantes ¿verdad? - Aenys asintió - Y resulta ser que le gustan bastante los libros, padre. - dijo emocionado - No sobre temas que me llamen mucho la atención, pero encontraré algo. Tienes razón. Mi hermano necesita compañía. - era muy cerrado, pero no era realmente un mal niño. Solo un mal conversador - Lo haré, padre. - afirmó con alegría.
Que satisfacción. Por una vez, cada plan de Aegon comenzaba a salir a la perfección. No más errores inesperados, no más piedras en el camino, y sobre todo, no más sensación de asfixia cerniéndose sobre él. Su dinastía perduraría y él se aseguraría personalmente el triunfo de Aenys.
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Como todo se había resuelto de forma favorable, o eso creía, Maegor marchaba de regreso a su entrenamiento. Era lo que correspondía hacer en las mañanas y ya había sido severamente atrasado. Tendría que esforzarse más para recuperar el tiempo perdido. Suspender la práctica por hoy jamás se le habría pasado por la cabeza. Al parecer, los dioses tenían sus propias ideas de lo que él haría.
A punto de terminar su recorrido para llegar a su destino fue interceptado por su madre. Su Guardia Real asignado manteniendo una amplia separación entre ellos. Puede que ordenado por la misma Visenya para que no escuchara el intercambio.
Maegor, ¿qué pasó? ¿Por qué me dijeron que ese bebé mimado que es el hijo de Alarra Massey te acusó de golpearlo? - su madre actuaba tensa, vigilando todo a su alrededor - ¿Qué castigo te dio tu padre?
No me castigó, mamá. No hice nada. - uff, sonó como un niño quejándose - Aemion mintió. Es por ello que esta desterrado de la Corte, de Desembarco y de Marcaderiva por siete años.
¿Qué? - preguntó extrañada - ¿Qué hizo para merecer tal cosa?
¿Además de intentar inculparme con respecto a que le pegué? - su madre lo pensó bien, antes de asentir - Ofender a la familia real. - no quería repetir lo que dijeron ¡No quería! Y como no quería, fue lo primero que su madre preguntó.
- ¿Qué te dijeron?
Me explicaron que cuando la gente llama Visenya a Ortiga, no la están halagando. - no tenía la fuerza para mirarla a los ojos. Una parte de él todavía quería negarse a aceptar lo que significaba. No podía ser cierto. ¿Cómo la gente no podía admirar a su madre? ¿Por qué?
Ay, mi niño. - aquello le provocó un dolor sordo. Él no reconocía bien muchas emociones, sin embargo, la aceptación en la voz de la reina sobre esta situación era inconfundible - Esa es la realidad del mundo para aquellos que no encajamos. - su madre lo apretó entre sus brazos. Se sentía tan cómodo aquí y a la vez tan expuesto, que quería ponerse a llorar como un niño de teta.
Esta bien, mamá. Digo, madre. - mamá era para los niños pequeños, él ya era un hombre con esposas - Orthyras me detuvo antes de que pudiera enfrentarme a ellos y me dijo que me mantuviera siempre al lado de alguien. Al final, tenía razón. Me querían tender una trampa. Solo que como Aenys les dijo la verdad y padre lo escuchó, no pudieron inculparme.
Su madre sujetó sus brazos - ¿Aenys?
Sí. - asintió - Cuando mi esposa me dijo que hiciera lo que hiciera, dejara que todos supieran dónde estaba. Mi hermano debió sospechar, como ella, que planeaban una traición y se mantuvo a mi lado todo el tiempo. - era lo correcto, la familia se protegía. ¿Por qué su madre fruncía el ceño? - ¿Qué pasa?
Nada. - la reina no le hubiera adjudicado tal inteligencia estratégica a Aenys, pero puede que solo escuchará con atención los consejos de su pequeña ladrona. Su ladrona... algo sonaba sospechoso.
Maegor la miró com curiosidad, antes de encogerse de hombros y seguir - Cuando termine mis ejercicios voy a buscar a mi esposa. No la he visto desde ayer.
Ella tampoco. La realización la golpeó y se convirtió en alarma. No podía ser. Maegor también notó que estaba desestabilizada por algo, ya que cuando Visenya giró y salió disparada, la siguió en vez de ir al patio.
Retírate a descansar. - ordenó Visenya mientras se marchaba a su protector. Al caballero ni siquiera se le ocurrió contradecir a la reina.
¿Madre? - Maegor se preocupó. ¿Qué podría haberla alterado de esa forma? Su inquietud solo aumentó cuando se dio cuenta que iban directos a los cuartos de Ortiga. Asignados por algún motivo alejados de los suyos.
Antes de doblar la última esquina, Visenya recobró el porte y Maegor la imitó. Uno de los Capa Blanca estaba estacionado en la puerta.
¿Y la princesa? - la pregunta de la reina fue respondida con inmediatez.
En sus habitaciones, alteza. - el caballero afirmó - La princesa Orthyras se siente delicada desde ayer y ha decidido descansar.
¿Ortiga, delicada? ¿Ella? - Cédame el paso. - Nuevamente, nadie se atrevió a oponerse a sus mandatos.
La puerta se abrió y tanto ella como Maegor entraron. Ortiga estaba en la cama todavía e inmediatamente se cubrió con una sábana.
Estoy indecente. Deberían irse. - su esposa estaba ganando algo de pudor. Por lo visto la educación de su madre estas lunas había mejorado su recato en algo.
Visenya no creía lo mismo y fue directo a donde estaba para arrancarle las coberturas. No le dio tiempo a Ortiga a responder antes de que agarrara su mandíbula y la expusiera a una mejor iluminación. Un labio partido y un pómulo desgarrado fue lo que alcanzó a ver.
El ¿qué pasó? que escapó de sus labios fue opacado por la afirmación de su madre de - Tú, delicada y quieta en una habitación son cosas que no creeré hasta que las vea con mis propios ojos. Y no estarías así a menos que estuvieras muriendo u ocultando algo. Asi que... ¿te metiste en una pelea? - su madre también atrapó su mano para observarla. Sus nudillos estaban algo raspados.
Ortiga engurruñó sus ojos oscuros y asintió.
Supongo que otros padres o tutores preguntarían algo más, pero siempre me han acusado de ser diferente. - había una inflexión que nunca había escuchado en su madre - Mi principal preocupación es: ¿Quién ganó?
Una pequeña risita salió de los labios rotos de su esposa - Si piensas que estoy mal, deberías ver cómo dejé a los otros dos. A uno lo dejé cojeando y al otro le partí la cara.
Maegor sintió que su quijada se le caía hasta el pecho - ¡¡¡Fuistes tú... - su esposa no dudó en cubrirle la boca como prometió hacerlo. Él mismo se dio cuenta que casi grita el secreto para que todos se enterarán. Más bajo repitió - Fuistes tú quien le pegó a los chicos Velaryon. Por eso me dijiste que me mantuviera al lado de alguien todo el tiempo.
No era porque temías una trampa, sino para que luego no me acusaran de nada por lo que les iba a pasar.
Un guiño fue toda la respuesta que recibió de ella.
- ¿No tienes miedo de que uno de ellos te acuse por golpearles?
Oh. No lo harán. Créeme. - su risa fue más maliciosa - Les pegué donde más les duele a los hombres.
¿Qué tiene que ver un golpe entre las piernas con que no hablen? - Ortiga se le quedó mirando.
Yo quería decir un golpe a su orgullo. - su sonrisa se hizo tan grande que le debió pellizcar el labio, porque se lo tocó - Pero si puedes asestar un porrazo ahí, hazlo sin dudar.
¿Cómo evitaste que hablaran, entonces? - pregunto viendo que su madre permanecía en silencio.
Les dije: ¿van a contarles a todos que una sola chica - batió sus pestañas en un gesto exagerado - les pateó el trasero bien pateado a los dos? Uff, deberías haber visto sus caras. No admitirán que fui yo ni aunque los maten.
Usar el ego de los jóvenes en su contra puede ser un arma de doble filo, Ortiga. - expresó su madre, sin embargo aún se escuchó un diminuto deje de satisfacción - Tendrás en ellos unos enemigos desde ahora.
Maegor frunció el ceño y Ortiga solo se encogió de hombros - Si son capaces de insultar abiertamente de esa forma a un príncipe - ella ignoraba que también era una princesa - es que ellos ya son enemigos. - terminó de forma un tanto oscura.
Su madre cabeceó mientras Maegor oscilaba entre la admiración y la frustración. Vencer a golpes a esos dos debía hacerlo él, no ella.
Si no eres buena con las armas, ¿cómo les ganaste? - ella le había contado que su madre comenzó a enseñarle a usar la espada. Dos hijos de la Casa Velaryon deberían tener entrenamiento suficiente para superarla.
Soy mala con las armas, - respondió Ortiga antes de soltar otra risita - y muy buena con las emboscadas. Este lugar está muy mal construido. Puntos ciegos, pasillos retorcidos. Burlar a mi guardia fue más difícil que asaltarlos. Digo reducirlos. El truco está en que una vez que caigan al suelo no permitas que se levanten más. - expresó con confianza - No soy tan fuerte como ellos, pero si alzas una silla sobre tu cabeza y le pegas con todo lo que tienes, la mayoría cae. - contó con mucha calma, como si no estuvieran conversando sobre un castigo físico clandestino dirigido a un par de miembros de la nobleza.
Aún así, si les ibas a pegar al final, deberías haber dejado que fuera yo. - ese era su trabajo, una de las únicas cosas en las que era bueno. Debería ser el quien protegiera su honor, no al revés.
Ortiga colocó su pequeña mano en su cara. No era delicada ni suave contra él, sino que se sentían varios cayos en ella, y le dijo - Ellos buscaban pelea y lo más importante. Querían que fueras tú quien la diera. Yo les di lo que buscaban pero en mis términos. Sí hacías algo, pagarías. Prefiero que sufran ellos.
Debió verlo desanimado, porque continuó:
No te preocupes tanto mocoso, - una chispa de maldad brilló en sus ojos - soy una problemática. Así que tendrás muchas oportunidades para pelear por mí. Y aunque no lleve la cuenta, ten por seguro que espero que me devuelvas el favor de ser necesario. Yo aplastó a los que tú no puedes tocar y a cambio, tú enfrentas a quien me quiera dañar y yo no pueda vencer. ¿Trato? - estiró su brazo para intercambiar un apretón de manos.
Miró la mano extendida frente a él y lo pensó bien. Él haría su parte, ella la suya y aquellos que querían hacerlo caer en una trampa, pagarían. Tarde o temprano, como demostró su esposa. Apretó su mano y afirmó - Trato. Los que te hagan daño, morirán.
Emm, no todos tienen que morir. El castigo debe ser acorde al crimen. - eso sonaba parecido a algo que dijo su padre durante el Cortejo Real, aceptó la corrección - Además, hay veces que es mejor dejarlos vivir. Para que sufran más. La muerte rápida es muy suave para lo que se merecen algunos. Cada vez que alguien haga algo, lo discutiremos primero y evaluaremos que lleva cada uno por separado. - mmm, eso no sonaba como un no para Maegor, sino más bien un después. Quizás fuera lo mejor. Sonaba algo muy inteligente por hacer.
Maegor miró bien a su esposa. Astuta y valiente, con buenas ideas. Su cómplice, su amiga y jinete de un dragón poderoso. ¿Cómo podría alguien pensar en ella como una mestiza inferior? Esa gente eran los mismos que creían que su madre, su madre que conquistó medio continente, era defectuosa. Y llegó a una conclusión. El mundo estaba lleno de estúpidos, y como él era claro que era superior, no tenía que guiarse por lo que pensaran. Su esposa y su madre eran las mejores mujeres que existían y estaban de su lado. Todos los demás o eran tontos o le tenían envidia. La lógica decía eso.
Ortiga, no le hagas caso a los que te llamen mestiza. Nunca. - le comentó con convicción - No dejes que te ofendan, porque son ideas de débiles sin cerebro.
Oh, pero eso no me ofendió. - aclaró ella sin parpadear.
La misma duda de Maegor la debió sentir su madre, porque preguntó - Si no te molestaron las ofensas. ¿Por qué vengarte de los Velaryon? - y había sido una muy buena venganza. La delicada cara de Aemion parecía una gigantesca pasa de uva Redwyne amoratada.
Porque molestaron a Maegor. - la respuesta lo llenó de orgullo pero pareció confundir a su madre. Parpadeó con extrañeza una, dos, tres veces. Como si Ortiga fuera un acertijo especialmente complicado al que no le encontraba solución - Mire, me han dicho cosas peores toda mi vida. Si quieren insultarme van a tener que inventarse algo mejor que decirme sangre mezclada o algo más. También, ¿por qué me importaría lo que esos pendejos pensaran de mí? - los miró a ambos - Lo que dijeron le dolió a Maegor, y de seguro es algo que te dolería a ti. Así que me aseguré de que ambos sufrieran. Y puedes estar segura que les dolió. Fue rápido y eficiente, pero me aseguré de que se lo sintieran bien feo en la carne.
Maegor hinchó su pecho. Ayer, ella no lo había contenido por miedo o temor a la violencia. Al parecer, ella podía aplicarla por sus propias manos. Lo hizo porque buscaba protegerlo y hacer pagar correctamente a los demás, sin tener que sufrir por ello. Él tenía razón. Lo que creyeran los otros no valía nada, solo lo que pensaran en este pequeño círculo en el que estaban ellos tres. ¿Cómo podría alguien jamás inferir que Ortiga podría ser inferior? Él tenía la mejor esposa del mundo y quien pensara la contrario, estaba equivocado.
Bueno, todo está resuelto entonces. - él no dudaría más - Terminaré mis ejercicios y mis estudios y vendré a pasar el rato contigo. - asintió para consigo mismo, nadie podría decir que estaba mal pasar tiempo con su mujer. Más si decía que su esposa se sentía mal - Cuídese madre. Cuídate Ortiga, - le guiñó un ojo justo como había hecho ella, o al menos lo intentó. Su réplica se sintió como un espasmo en su cara. Fue una imitación torpe por las miradas que recibió. Suspiró. No importa que tan bueno fuera repitiendo movimientos en el campo de batalla, si intentaba recrear gestos con su cara, fallaba de una manera casi espectacular - nos vemos pronto.
Sí, definitivamente tenía toda la razón. Las mujeres de su familia no tenían comparación. Que no fueran como se esperaban que fueran las damas, según el resto de las personas de Poniente, tenía sentido. Estaban tan acostumbrados a damiselas delicadas, que solo servían para verse bien y tener hijos, que cuando enfrentaban una mujer valyria de verdad las despreciaban su naturaleza fuerte y audaz.
Cuando Maegor partió por la puerta, Visenya se quedó al lado de Ortiga por un momento. Permaneció quieta, atrapada en sus pensamientos. De cuando en cuando la observaba y abría ma boca, solo para negarse. Parecía querer decir algo, sin saber cómo soltarlo.
¿Qué pasa? - preguntó sin miramientos.
Ortiga, si ves a alguien que nos ofende a nosotros, - intentó explicar la reina, en un tono suave y sin exigencias - no tienes que verte en la obligación de defendernos. Podemos hacerlo por nuestra cuenta. Aunque nos seas leal. No es tu deber.
Lo sé. - la muchacha explicó, desenfada y tranquila, no parecía vacilar en su actuación - No estoy obligada a defenderlos, pero... - inclinó la cabeza pensativa, como buscando la correcta manera de esclarecer su razonamiento - Si estas listo para proteger a alguien que nunca te defiende a ti, entonces tu lealtad es tonta. Una cosa es que aquellos a los que seas leal no tengan la fuerza para defenderte o no puedan hacerlo. Otra muy diferente es que no hagan nada por defenderte cuando pueden. ¿Tiene sentido para ti?
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¿Qué si tenía sentido para ella? Horas más tarde y la reina no podía sacarse la maldita frase de la cabeza. La luna había ascendido en el cielo y ya comenzaba su trayecto de despedida, y ella todavía estaba atrapada por la explicación. El problema era que tenía toda la lógica del mundo. ¿Cómo podían unas palabras tan sencillas, golpear tan fuerte contra años de deber e imposición requeridas de ella? Décadas de vida y de auto sacrificio resumida en una cruda verdad. Si eres leal a alguien que no es leal a ti, si te desvives por proteger a alguien que no alza un dedo a tu favor a menos que le convenga, entonces tu lealtad es tonta.
Una respuesta tan fácil. Simple, llamarían algunos. Visenya quería golpearse en la cara por no haberla visto hasta ahora. Era tan elemental que no entendía cómo no se pudo dar cuenta de esa verdad hasta este momento. Aquellos que toman y nunca dan, no merecen ninguna lealtad. No se refiere a que deben darte algo, o para aquellos que no tienen nada para entregarte. Es el deseo, es la motivación. Como había dicho su pequeña ladronzuela: Una cosa es que aquellos a los que seas leal no tengan la fuerza para defenderte o no puedan hacerlo. Y otra... otra es que con todo el poder, no lo hagan.
Una filosofía tan comprensible en tantos sentidos, que había hecho tambalearse todas sus creencias. Era un reflejo doloroso de su existencia. Ella no estaba fallando a su deber, a su familia. Ellos le habían fallado a ella. Cuando tomaban una y otra vez sin dar nada a cambio. Habían fallado cuando su madre pidió que lo diera todo por un hermano que le pesaba entregar una fracción de lo mismo por ella. Habían fallado cuando esperaron que Visenya aceptará sacrificar toda su alegría, por la felicidad de sus hermanos. Aegon había fallado cuando ignoró al hijo de Visenya, por el cual ella había sufrido tanto, solo para brindar cada angustiante pedacito de afecto a su sobrino.
Es por ello que se enfrentaba, en esta sala vacía, a la mayor representación de su ignominia. Un trono retorcido de metal reposaba aquí. El responsable de tanta sangre derramada. A la reina no le importaba la mayoría, era cierto, pero algunos sí lo habían hecho. Hombres de Rocadragon que ella entrenó personalmente. Su tío Daemon, que la trataba como su sobrina favorita y como si aún fuera una niña indefensa y no la mujer que dominaba un dragón. Le había fastidiado tanto en ese entonces, cuando en realidad le había hecho tanta falta. Para él, ella era solo su familia, y había intentado cuidarla todo lo que podía. Se acercó aún más. Si se estiraba, podría alcanzar una de las espadas. Por este trono había muerto también la amada de su esposo, su querida hermana. ¿Cuantas veces habían cruzado Aegon y ella el mar de Dorne, para buscar venganza por la caída de su hermana? ¿Cuántas veces habían dejado una estela de fuego y destrucción en pago por la vida de la reina Rhaenys? En una ocasión se preguntó a sí misma ¿sus hermanos habrían quemado Dorne por ella? Y de hacerlo ¿lo habrían hecho por dolor verdadero, o solo como retribución? Fue una pregunta cuya respuesta prefirió ignorar y no pensar. ¿Qué decía eso de lo que ella misma creía?
Te he entregado tanto - explicó observando el asiento vacío - y aún así demandas más de mí. Más sangre, más deber, más lealtad. A cambio ¿qué ofreces? - un trono sin ocupante sólo podía permanecer en silencio - Una prisión. Un eterno pozo sin fondo. Una bestia insaciable que siempre necesita más. Pues ya no quiero y ya no te debo nada. La lealtad es un pacto, no la cadena de un esclavo. He pagado el precio. Ahora tengo una deuda conmigo misma y con los míos. - recordó el labio cortado de Ortiga. Como se había enfrentado a dos personas solo porque dijeron algo que molestó a Maegor y podía molestarle a ella. No porque se lo debía, no porque se le pidió, no porque esperaba ganar algo. Lo hizo porque quiso. Porque no soportaba ver molestas a personas que le importaban un poquito. No era cuestión de política, era cuestión de sentimientos. Y ella había ignorado los suyos propios y los de su hijo por demasiado tiempo. Ese labio cortado era una insignia de algo más - Me debo a mí y no dejaré que nadie me impida compensarme. No soy feliz aquí y no permaneceré en este lugar. - en un instante, sintió que era lo correcto. Ella regresaría a su casa, donde no habría más exigencias fuera de lugar.
Marchó con la cabeza levantada. No cargada con el peso aplastante de una corona, con la idea de que una reina debía verse de cierta forma y que debía actuar de otra. Sino recordando que era la orgullosa miembro de un linaje que nunca se doblegó. Era una Señora del Dragón por ella misma, no por la gracia de Aegon. No por su corona ni por su trono. Era miembro de una Casa que venía directamente del Imperio más grande que la tierra había conocido. Donde hombres y mujeres habían escrito su destino, sin que las últimas agacharan la cabeza antes sus congéneres. Ella no quería estar aquí y no lo estaría. En este retorcido intento de un palacio. La madera y barro nunca podrán competir contra la piedra negra y pudida de su hogar ancestral. El último vestigio de la gloria de la vieja Valyria. Algunos se burlaban, refiriéndose al Feudo como el remanente de un pasado que no volvería. Otros lo observaban solo como una curiosidad arquitectónica. Para los Targaryen había sido el refugio contra las crisis que les arrojara el destino. Para ella, era el lugar que finalmente le ofrecía paz.
Preparen todo. Regresaremos a Rocadragon. - le dijo a su sirviente personal, que permanecía expectante a la llegada de sus comandos. Sus órdenes serían obedecidas. Allí, en su aislado remanso, no se vería obligada nunca más a inclinar la cabeza. O ofrecer todo de ella a cambio de migajas. Ella había nacido para ser la Señora Gobernante de la Isla, no la reina de un país de ándalos. Se negaba a seguir interpretando esa figura. Volvería a donde pertenecía.
Visenya Targaryen regresaba a casa.
Notes:
Díganme la verdad ¿cuántos se dieron cuenta en el capítulo anterior, que Ortiga andaba repartiendo venganza en porciones grandes?
Chapter 24: Un hogar vacío
Chapter Text
Un ejército de sirvientes se movilizaba como nunca antes por Fuerte Aegon. Aquellos despedidos por Alyssa Velaryon y que todavía se habían mantenido en Desembarco del Rey, habían salido hasta de debajo de las piedras. La reina Visenya Targaryen habia llamado a los suyos y su orden había sido clara. No quería dejar ni un rastro de su sombra en la fortaleza de madera y barro. Este evento había sucedido múltiples veces a lo largo de los años. Cuando el rey venía, la reina tenía que marcharse. Solo en escasas ocasiones permanecieron ambos juntos, y solo por un breve período de tiempo.
Algo era diferente en todo esto. Aunque el destierro de Visenya de la presencia del monarca no era oficial, siempre se había entendido que el Conquistador prefería mantener una distancia relativa de su hermana. Mientras esta estuviera menos tiempo en sus cercanías, mejor. Esta vez no fue así. Por un lado, el rey nunca había emitido un decreto para pedirle a la reina que se fuera, solo avisos y palabras, órdenes escondidas tras sugerencias. Cosas como - Regreso a Desembarco, prepárate para volver a Rocadragon - era parte ya de una rutina establecida. Por otro, fue la reina quien planificó por ella misma la mudanza de todos los que consideraba su familia inmediata. Cuando comenzaron por tomar sus pertenencias para enviarlas al Feudo isleño, fue donde cayó la otra pista. La que marcaba la discrepancia con los acuerdos anteriores. La reina no quería que nada suyo perteneciera aquí. No planeaba volver, y si lo hacía, preferiría hacer de su residencia en la mansión de la colina que llevaba su nombre.
Esto era una distinción bastante grande. Más cuando la guerrera no se hallaba contrariada por este trato, si es que fue obligada a ello. Incluso fue observada tarareando una cancioncita mientras se dirigía por el interior de Fuerte Aegon a las habitaciones de una de las esposas de su hijo. Hasta algunos de sus propios sirvientes, que nunca se habrían atrevido a detenerse en el cumplimiento de sus funciones, se paralizaron al verla pasar así. Era como si alguien hubiera tomado a la mujer y la hubiera cambiado por otra. Otra que lucía igual de exigente y de alguna forma, también mucho más sosegada.
Ah, que bien se siente dejar este contaminado y definitivamente mal diseñado lugar. - su ladrona tenía razón. Tantos edificios de este fuerte fueron construidos sin concordancia el uno con el otro, en base a lo que se necesitaba en ese momento, que parecía una estructura inconexa más que un palacio de gobierno.
Verdad que sí. - Ortiga afirmó mientras ayudaba a recoger sus más que efímeras pertenencias.
En otro tiempo la dama mayor la hubiera regañado por hacer tareas por debajo de ella, pero eso hubiera sido en otro tiempo. Su pequeña ladrona tenía demasiada energía para quedarse quieta y de manos cruzadas, y los últimos días atrapada aquí ocultando las ligeras lesiones de su cara, deberían haberse sentido como tortura para ella. Le había dicho una vez que cuando cometiera un crimen, eliminará u ocultará la evidencia, y la muchacha era una aprendiz rápida y astuta. Nadie debería sospechar de que ella con sus acciones, había provocado el destierro de un hijo de la Casa Velaryon. No le temía a los caballitos de mar, pero si su mocoso mimado no había señalado al culpable correcto dentro de su propia familia, quien era ella para causar fricción innecesaria. Saber algo que los demás desconocían también le causaba un cosquilleo de placer.
Este es un nido de víboras. - reafirmó a su hija política - Mientras más lejos estemos de ellos, mejor.
Los placeres de una Corte de mentirosos y aduladores nunca le llamaron la atención. Menos cuando era vilipendiada a sus espaldas, algo que nadie se atrevería a hacer en sus propias tierras.
¿Como te fue con la visita de ayer con mi hijo? - Maegor había prometido verla, y conociendo a su príncipe y la convicción que ponía a sus palabras, aún mayor que la suya, haría necesario un problema cataclísmico para que no acudiera.
Ortiga asintió emocionada, con esa tensa acumulación de vigor que nunca desaparecía totalmente de ella. Era la vivacidad encarnada, admitió para sí misma, antes de escucharla decir - Nos pusimos a hablar de dragones. Bueno, yo hablé. - se río de si misma - Maegor es la única persona sobre la faz de la tierra que no me ha mandado a callar cuando me pongo a hablar de ellos.
Fue el turno de Visenya de reír. No, era muy probable que su hijo no solo no la callara, sino que le pidiera más - ¿De qué específicamente hablaste?
Sobre los dragones que deseaba de niña. - ante una elevación de ceja un tanto preocupada de la reina por si mencionaba un dragón Targaryen conocido, nunca se sabía dónde podría haber un espía, la muchacha respondió - Sin nombres, se que no puedo decir nombres. Por mi cultura, ya sabes. - lo último fue un poco sobreactuado, aunque si alguien escuchaba a escondidas no podría observar sus gestos. La mentira inventada por la propia Visenya se mantendría.
¿Y cuáles eran? - admitía que estaba matando un poco el tiempo, y quizás desviando la atención de la chica para que dejara a los criados recoger sin interferir.
La Reina de las Dragones, ya sabes, la bestia del Matasangre. - una mirada apretada en ella confundió un poco a Visenya hasta que se dio cuenta.
¿La dragona que se parece a mi Vaghar? - a hechos prácticos era Vaghar. Solo que mucho más vieja.
De niña soñaba con ella. Era el dragón más grande del mundo. Pensaba... bueno, sueños tontos de niño. - una sonrisa de dientes apretados fue lo que obtuvo de ella.
Visenya creía entender. Orys le había dicho una vez que todo bastardo con su sangre soñaba con tener un dragón. Lo que para los Targaryen era una posibilidad esperada, era para ellos un deseo ferviente y desesperado. La creencia de que con uno serían reconocidos. Un dragón más grande sólo devendría en esperanzas más grandes.
Cuando el sobrino de mi padre se llevó al colosal monstruo, - ¿monstruo? ¿Así veía a Vaghar? - empecé a soñar con la Reina Roja. No era tan grande pero era posiblemente la más poderosa, o eso creía. - esta vez, se relajó con sus palabras - Conversando con Maegor me di cuenta de algo triste. ¿Sabías que fueron las monturas de mis dos abuelos? - ella asintió con la cabeza a una sorprendida Visenya y explicó - La dragona mayor para mi abuelo y la otra fue montada por primera vez por mi abuela. Luego, fueron monturas de la ahhh... - sin nombres, pareció recordar - de una señora y su hija. ¿No crees que es trágico?
- ¿Qué cosa?
La montura de mi abuelo mató a la de mi abuela, no solo después de volar tanto juntas, sino que por otro tiempo volaron bajo las sillas de madre e hija. - una cosa lamentable, tuvo que admitir la reina, tanto por el vínculo como por la pérdida de los dragones - Luego mi padre mató a la montura de su propio padre, con el dragón que una vez pertenecío al hermano de mi abuelo. Y no olvidar que él también voló mucho junto al monstruo porque fue montura de su segunda esposa, la hija de la señora.
Ella cabeceó, la niña tenía un punto. Era casi una tragedia para los libros. Con suerte encontraría una forma de evitar que ocurriera, después de evitar el destino marcado de su niño. Pero antes - Princesa Orthyras, - su ladrona la miró extrañada, más por el título que por el nombre - entiendo que las acciones de dicha dragona fueron horribles para ti. Sin embargo, y pesé a toda la destrucción que se le adjudican a las criaturas que dieron origen a nuestro emblema, ellos no son culpables de los crímenes impulsados por su jinetes. - su chica se estremeció. Creía entender lo que podría sentir, para ella Vaghar le había robado a su padre, aún así - ¿culparías a un caballo de guerra por los crímenes cometidos por los que los montan?
No. - Ortiga negó con fervor - No creo. Aunque no es lo mismo.
Lo es, pequeña pilla. - le acarició el labio roto - Un dragón no quemaría un pueblo si no es comandado a hacerlo. Son mucho más destructivos, sí, - le acomodó un mechón de cabello suelto - pero culpa a la persona sobre su silla, no a la bestia que obedece sus órdenes. ¿Esta bien?
Lo intentaré. - fue la respuesta dada y bien sabía que era poco realista exigir algo más.
Reina Visenya, - un servidor llamó a la puerta, cuando se le permitió el paso, la ansiedad parecía haber invadido cada resquicio de su rostro - nos fue prohibido recoger las pertenencias del príncipe Maegor y lady Ceryse.
La reina frunció sus cejas en un ceño tan bello, que por un instante Ortiga sintió envidia de sus rasgos valyrios, solo para desechar la idea. La belleza no era algo que le conviniera poseer.
Por quién. - preguntó la ama de Vaghar. Justo para darse cuenta de quien había sido antes de escucharlo. Solo una persona se atrevería a desafiar tan abiertamente sus comandos.
- Por orden el rey.
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A nadie, absolutamente nadie que los conociera, se le hubiera ocurrido interponerse jamás entre un dragón y su presa. Y por dragón no se referían precisamente a los que escupían fuego.
Visenya Targaryen atravesaba el fuerte que una vez gobernó casi en su totalidad. Este había sido su dominio por más de una década, tal como el reino donde era co-regente en todo menos en nombre. Una vez Aegon la había convencido de que Poniente, con sus costumbres, no aceptarían a una mujer en el poder. Pero, ¿era eso cierto? En ese entonces ella le había creído. En esencia, tanto ella como Rhaenys habían gobernado estas tierras, y funcionó. Su marido había dicho igual que era solo porque regían bajo su nombre, y aún así se había asegurado de que ambas ejercieran derechos inéditos para las féminas de Poniente, porque eran dragones y eran diferentes. Muchas cosas habían cambiado desde ese entonces.
Visenya había aprendido que la respuestas era más complicada y a la vez más sencilla. Poniente no se doblegaría con facilidad ante una mujer, lucharían por acostumbrarse, y sería una batalla cuesta arriba intentarlo. Ahí entraba la otra mitad de su respuesta. Se acostumbraron a que los Targaryen estuvieran casados entre hermanos y a que fueran las hermanas quienes dirigían el día a día, no como consortes sino como líderes por derecho propio. Cosas más difíciles de tragar para su cultura. No era que Poniente no aceptará a una mujer con un título, solo que les costaría más y tendrían que luchar acostumbrarse. Esa era la clave. No era que no lo harían, solo que sería más difícil. Estas reflexiones venían probablemente del pensamiento de la guerra que desatarían los mismos Targaryen poco más de un siglo después. Todo porque a medio camino, un hombre Targaryen había decidido que las mujeres de su familia no podían gobernar. Pero de regreso a su línea de pensamiento.
El otro cambio fue el mismo Aegon. Su hermano-esposo quizás no la había amado, aunque al menos la había respetado en algo durante ese tiempo. Con la muerte de Rhaenys no solo desapareció su triunvirato, sino que Aegon centralizó el eje de poder aún más en él. De manera distraída se preguntó si este cambio se debió a que sin Rhaenys, no veía importante otorgar tanta relevancia a la otra figura del gobierno, o sea ella, o si estaba tan acostumbrado a verla doblegarse ante él que no pensó que se opondría a esto.
No te opusiste. No realmente hasta ahora. Se quejó, renegó y se amargó, pero no luchó de verdad contra ello.
Eso cambiaría desde ya.
Entró a la sala donde el Consejo Privado actualizaba a Aegon de la situación del reino.
Llegas tarde, Visenya. - Aegon se mofó. Era claro que sabía lo que se avecinaba y ya se creía ganador - Esperaba algo mejor de ti.
Ella se encogió de hombros, pero en vez de amenazar como solía hacer, o hacerse la desentendida y sentarse a su lado, escogió su propia posición. La silla exactamente opuesta al asiento de Aegon, al otro lado de la cabecera. Basta de actuar como uno de sus sirvientes, era su igual y su oponente y no fingiria lo contrario. La mayoría disimuló no sentir el cambio en el ambiente, pero pudo notar que una sutil tensión se instalaba en los perfiles de todos.
Deberías largaros, todos ustedes. El rey y yo tenemos cosas que discutir. - palabras duras fueron lanzadas en un tono calmado, sin indicio alguno de la violencia que siempre imperaba en su discurso - ¿Qué miran? ¿No entendieron lo que dije? Afuera, afuera, afuera. - repitió no de forma agresiva, sino como una madre permisiva ante sus pequeños niños tontos y un poco recalcitrantes.
Todas las miradas fueron directo al rey, aunque ya veía que algunos estaban listos para desaparecer al menor indicio de aceptación de parte de Aegon.
- Mi Consejo debe estar presente si vienes a discutir algún asunto que afecte los intereses del reino.
¿Es acaso el lugar donde reside mi familia - puso énfasis en la palabra que reivindicaba posesión - un asunto que atañe a los intereses de estado?
Por supuesto que lo es. Más si la reina quiere dividir a la familia real - Aegon hablaba como si eso no fuera lo que todos estimaban que debía ocurrir pronto - en contra de lo favorece a la Corona.
Los Consejeros miraban de un lado a otro, en dependencia del soberano que hablara. Hasta lord Strong, la Mano del Rey, permanecía en silencio. Puede que no tuviera nada que aportar. O puede que temiera, que luego del fiasco volantino y con Orys tan cerca, su preciada posición permaneciera en peligro. Interesante que su medio hermano no estuviera aquí.
¿Desde cuándo te preocupa que tanto yo y mi hijo permanezcamos alejados de ti y tú precioso séquito de besadores de traseros? - fue su turno de burlarse. Hubo una vez que su hermano había detestado el lenguaje zalamero, y aunque había que adaptarse para ejercer la política, nunca había apreciado mucho a los aduladores. Las últimas lunas había visto algo distinto. Aenys no solo estaba acostumbrado, sino que esperaba la lisonjería, lo que no podría ocurrir si el propio Aegon no permitiera que ocurriera bajo su atenta mirada - Antes, hubiera jurado que incluso me agradecerías que te librara de nuestra presencia. ¿Qué cambió?
¿Qué iba a cambiar? - fue la contestación condescendiente que recibió - ¿No eras tú la que decías que debería involucrarme más con tu hijo? - la distinción pasó desapercibida para muchos. No para la reina. Una astilla de viejo dolor atravesó sus escudos, pero la dejó morir. No puedes cambiar lo que siente. Aún así, si aún sentía esa separación de su niño ¿por qué querría mantenerlo cerca? Ninguna respuesta podría ser buena.
Basta de juegos de palabras. Todos ustedes, - miró uno a uno a todos los miembros del pequeño Consejo - márchense. El rey y yo vamos a discutir y no conviene que nadie me vea gritándole al monarca de los Siete Reinos.
Aegon la miró con furia, pero no la contradijo. Supuso que aún tenía límites que no cruzaría contra ella. Eso, o el sentido común le dijo que mejor que sus súbditos no presenciaran una batalla de voluntades entre ellos. El Gran Maestre fue el que no se pudo quedar callado ante esta irreverencia ante su gobernante.
¡¿Cómo te atreves a hablarle así al rey?! - el fervor y lealtad de Gawen para con Aegon y Aenys era indiscutible - Eres solo una reina. ¿Quién te crees que eres para portarte así?
¿Solo una reina? Antes se hubiera enfurecido. Más cuando este patético intento de hombre se atrevía a oponerse a ella de esa manera. Ahora, sin embargo - Soy Visenya Targaryen, conquistadora de este continente por derecho propio. Jinete de Vaghar y la mujer que ayudó a forjar el trono al que admiras tanto. Derramé sangre y sudor y lágrimas por él. - una parte de ella lo había olvidado, no solo era la reina de Aegon y su esposa. Ella había hecho cosas con las que esta rata de biblioteca solo podría soñar - La pregunta correcta es. ¿Quién te crees tú, patético hombrecillo, para hablarme así a mí?
Gawen abrió y cerró la boca por la directa afrenta pública - Soy el Gran Maestre y Consejero del Rey. Mi función es brindarle al monarca mis conocimientos y...
Entonces, ¿tu utilidad yace en susurrarle ideas al monarca al oído y vendar sus heridas? - resopló - No puedo despreciar tus funciones. No soy tan cerrada de cabeza para no saber que tienes tu utilidad. Pero no lo olvides, tú eres sustituible y como yo no hay otra. Si te pasas del lugar que te corresponde, solo tendremos que pedir a Antigua alguien mejor preparado que tú. Al menos lo suficiente para saber a quién no oponerse y, - el tono burlón regreso a su voz - que sepa mantener sus pócimas y componentes en orden. No queremos que lo de la otra noche se repita. Donde necesitaba algo, y hasta yo era parcialmente incapaz de encontrar un simple calmante en el desastre al que llamabas estudio. - la sonrisa que posó en su cara, jamás llegó a sus ojos - Debería tener más cuidado Gawen, o las personas empezaran a creer que ya no eres adecuado para la posición que ocupas.
Disfrutó viendo con Gawen se alteraba sin ser capaz de discutirlo, y luego posó sus ojos en Aegon. Aunque fingía estar desinteresado, reconocía que había elevado un poco los hombros en una postura defensiva. Pareció entender sin ninguna duda sus intenciones veladas. O sacaba a todos de aquí o ellos estarían expuestos a secretos y medias verdades que el mismo rey no quería que se supieran.
Todos márchense. - la miró con desdén - La reina y yo tenemos asuntos familiares por discutir.
Disfrutó mucho verlos marcharse como niños castigados, especialmente el adusto rostro de Osmund y el marcado resentimiento en Gawen. Siempre es bueno para el corazón ver miserables a tus enemigos.
Bien, - Aegon escupió con saña - ¿qué tienes que decir?
¿Qué que tengo que decir? - Visenya lo miró de arriba a abajo. Quizás un poco mayor y con su cara marcada por los años y por los golpes de la vida, seguía viendo en él a su pequeño hermano. El que amaba y protegía de los males del mundo y de su propia familia, y que a cambio le devolvía el amor que sus mayores le negaban ¿cuando ese amor se convirtió en derecho? ¿En la creencia absoluta de que él merecía más? Un pensamiento que el propio Aegon una vez despreció porque venía de su... su padre. Incluso llamarlo así le revolvía el estómago. Pero bueno, a lo que venía - Más bien, ¿qué tienes que decir tú? ¿Se puede saber que se te pasó por la cabeza al prohibirme recoger las cosas de mi hijo y de su otra esposa? - las suyas y las de Ortiga habían sido tomadas sin la menor oposición, lo que ya marcaba una diferencia, al menos en lo que refería a las nueras.
Sencillo, tú y la nueva jinete pueden marcharse a Rocadragon. - explicó Aegon sin mucho ánimo, un codo sobre la mesa y su cabeza reposando en la mano correspondiente, como si discutieron una nimiedad - Mientras tanto, el príncipe Maegor y su esposa, lady Ceryse, permanecerán aquí, donde son requeridos.
Sigo sin escuchar el porque de tu afirmación. - replicó la reina. No le gustaban las evasivas de su hermano.
¿Tengo que decírtelo? - Aegon enarcó una ceja, un gesto que en él lucía lo contrario a femenino y aún así, estaba imbuido de un aire astuto y delicado - Soy el rey, soy su señor y soy su - le costó escupir la palabra - padre, tengo todo el derecho a tomar las decisiones con respecto al destino y a la residencia del príncipe Maegor. No entiendo porque tanta preocupación. ¿No eras tú la que siempre exigía que debía prestarle más atención de la que le daba a tu hijo? Eso hago. - terminó con una sonrisa que reservaba para sus rivales en un entorno cortesano.
Por un momento casi me tienes ahí. - la reina aplanó las manos sobre la mesa sintiendo la madera. La superficie fría y suave era un recordatorio para mantener la calma. Explotar como acostumbraba no le serviría de nada y la verdad, ya estaba tan cansada de eso - Llamarte a tí mismo su padre debió hacerte arder tu interior ¿eh? - el tono de chanza no ocultaba la dura verdad - Pero gracias por rectificar y admitir que es mi hijo y no llamarlo tuyo. Ha sido todo así este tiempo y supongo que nunca cambiará para ti. Sin embargo, ya que no estás interesado en la nueva jinete de dragón, que es el único factor externo, algo se alteró contigo. Y dudo que fuera por amor. Así que pregunto una vez más. ¿Por qué intentas evitar que me lleve a mi hijo? Al que considerabas difícil y problemático. A lo que ahora es su Feudo, para agregar.
Porque en ningún momento te di permiso para hacerlo. - las palabras salieron entre los dientes de Aegon - Jamás di la orden de que se podían marchar. Tengo planes para él y para Ceryse y tú no los alterarás.
Ya veo. - Visenya lo detalló completamente y frunció su boca como si viera algo desagradable - Esto no es ni siquiera por los planes que tienes para mí hijo. Es sobre control. Estas molesto porque por una vez, no eres tú quien me echa, sino que soy yo quien se va.
Aegon se crispó, su boca fruncida en una mueca de molestia - No todo es sobre ti, Visenya - ¿cuando ella había dicho que era sobre ella? - Y tú ya no eres tan necesaria. De hecho, tengo a tu reemplazo. Pasa, querida. - ante su pedido fue lady Ceryse quien atravesó la puerta.
Desde la misma realizó una breve reverencia, antes de decir - Un placer estar aquí, mi rey, mi reina - y avanzó hasta colocarse por detrás y a la derecha del monarca. Cabeza agachada y manos sumisamente cruzadas y reposando contra su falda.
¿No es magnífica hermana? Apenas un día y ya está corrigiendo todos los errores y desaciertos de Alyssa. Una dama digna y obediente, criada para respetar su posición. Algo que tú nunca aprendiste. - el rey sonrió, como si ya hubiera ganado la partida - Maegor se quedará aquí aprenderá a dirigir con propiedad, aunque le tenga que enseñar personalmente. Por suerte el muchacho es aplicado en sus estudios y tiene talento para las armas, eso sí tengo que agradecertelo. - su hermano de repente engrosó su voz, sonando retador y crítico de forma simultánea - Solo que yo le enseñaré a respetar su lugar. Se convertirá en la mano derecha de su hermano, sin que tenga tu molesta tendencia a aspirar a más de lo que le corresponde.
Nunca lo quisiste cerca y ahora sí. Sospechaba que no lo hacías por la bondad de tu corazón, no tienes uno cuando se trata de cualquier cosa que venga de mí. - ella masajeó con una mano sus sienes, el dolor y la frustración se enconaban como veneno en su pecho - Pero, convertir a tu propio hijo en una herramienta para tu heredero dorado ya es algo extremo ¿no crees?
La expresión del lado contrario no solo permaneció pétrea, sino que el propio Aegon continuó intentando agraviarla - Hacemos lo necesario para que triunfe nuestro linaje. Esto era algo que tú comprendías bien, Visenya. Quizas la edad te ha hecho daño. - su nombre en su boca sonaba tan horrible - No. - corrigió - Solo estas amargada por ser innecesaria y estar siendo sustituida por alguien más joven y mejor.
Ante la insinuación, ella desvió la atención hacia la primera esposa de su hijo. Una serpiente, como sospechaba, aunque no esperaba que mostrara tan rápido sus colmillos. Era muy posible que fuera ella la que dio el aviso de su partida a su hermano-esposo, para darle una prueba de su lealtad. Pobre niña tonta, Aegon la usaría y luego la desecharla a conveniencia, y cualquier cosa que ofreciera, muchas otras damas del reino podrían superarla en el intento de ganarse al Conquistador. Ese sobrenombre ahora le parecía un insulto, como si solo él hubiera realizado la Conquista y tanto ella como su hermana simplemente hubieran estado ahí.
E incluso podrías preguntarle a Maegor si quiere abandonar mi lado. - la fría sonrisa de Aegon le causó una repulsión sin precedentes - De hecho, te ordenó hacerlo. El niño me adora y haría cualquier cosa para complacerme. Dile que te marchas y pregúntale que prefiere. Lady Ceryse..
Sí, mi rey. - la respuesta fue servil y recatada, justo lo que debía esperar el soberano.
Acompaña a la reina personalmente, y explícale a tu esposo la situación. Que su madre quería abandonar la Corte y su padre la detuvo, porque lo necesitaba a su lado. - la sonrisa engreída se ensanchó - Veamos que responde tu amado heredero, hermana mía. Vete a verlo, es una orden. - una carcajada maliciosa lo invadió - Pero ten presente que el niño no se irá se aquí hasta que yo lo consideré adecuado. No intentes sobrepasarme o lo convertiré en un decreto. - las desestimó con una mano.
Ceryse abandonó la estancia enseguida, solo después de atravesar la entrada se dio cuenta de que la reina no la seguía. Visenya permanecía en su lugar, dándole una mirada desinteresada. Bostezó y se estiró en la silla, alargando el momento con dilación. Ceryse enrojeció y clavó sus uñas en su vestido, para evitar reaccionar ante la provocación. Era claro que tenía que seguir el mandato del rey, aunque al parecer lo haría en sus términos y de la forma más humillante posible para ella, dejándola esperando en la puerta como un simple sirviente.
¡Visenya! ¡Márchate! - exigió el rey, la reina se limitó a despedirse con una reverencia un tanto burlona y la afirmación:
Y pensar que una vez, hubiera quemado Poniente entero por ti. - marchó hacia la puerta, deteniéndose antes de cruzarla para decir - Egoísta, usando a tu sangre como útiles para usar y luego desechar, actuar como si tus deseos fuera lo único que tenía valor. - la dama guerrera negó con la cabeza - Padre estaría tan orgulloso. En este momento te pareces tanto a él.
El grito ahogado de - ¡No lo hago! - fue bastante discernible mientras se alejaban.
Ceryse iba a guiar a la reina, como le fue pedido cuando su voz cortó su camino.
¿A dónde crees que vas? - no le dio tiempo responder antes de que la madre de su esposo aclarará lo que quiso decir - Los lacayos nunca van por delante de sus amos, a menos que estos le indiquen que lo hagan. Yo conozco este lugar a la perfección, mucho mejor que tú diría, y prefiero que la nueva mascota de mi marido no trate de actuar fuera de - saboreó las palabras - lo que le corresponde.
La mujer si sabía como herir el ego de una persona, y eso que Ceryse había sido criada para soportar y responder a puyas peores. Pero a una reina no se le contesta de regreso - Si, alteza. Mis disculpas.
Casi puedo escuchar tus dientes astillándose desde acá, muchacha. Deja de apretarlos o se facturarán. - la reina avanzó con pasos agigantados, de no ser Ceryse una mujer alta y de piernas largas, se hubiera visto obligada a correr. Pensando en ello, su suegra le sorprendió preguntado - ¿Así que has elegido serle leal al rey antes que a tu marido? ¿Crees que es una jugada inteligente?
Como solo veía su espalda, Ceryse no podía estar segura de a dónde quería llegar la reina, pero le respondió - Sí, lo es. Hasta hace poco tu hijo era un príncipe dejado de lado al que muchos cortesanos se burlaban casi que en su cara. Solo porque estaba fuera de la gracia del rey. Es el rey el que tiene el verdadero poder dentro de la Corte y si quiero subir aún más, debo aferrarme a él. Maegor es, al fin y al cabo, un príncipe segundario y su Feudo depende de controlar el comercio, que una vez más esta subordinado a la capital. Mi esposo de inclina ante el rey, así que es mejor complacer al rey que complacer a mi esposo.
- Mmm, ¿segura de tu lógica, cariño?
Algo en su tono encendió su mal carácter. O puede que solo fuera ese apodo - Estoy segura desde el momento en el que me comprometí. Que trajeras a la princesa Orthyras solo fortaleció mi resolución. Es obvio que la prefieres a ella.
Lo hago. - ni siquiera trató de negarlo - Ten presente esto. La verdadera lealtad no tiene precio. Es invaluable, y cuando la encuentras, debes hacer lo posible por no traicionarla. Además, hace feliz a mi hijo. - y eso era un factor que nunca volvería a pasar por alto o daría por sentado.
Es un niño tonto. Ya crecerá y cambiará de idea cuando se haga un hombre y tenga los deseos de un hombre. - aseguró la dama ándala - Con ella lejos la mayor parte del tiempo, la simpatía que se tienen desaparecerá y en todo caso, yo seré la madre de sus herederos. Algo que te convendría recordar a ti también.
Visenya solo tarareo. En un principio pensó en proteger lo que consumía la dama. El desarrollo ideal hubiera sido de que ella se enfrentara al parto y no su ladrona, que parecía más pequeña para cargar un niño y no lo suficiente emocionada por la idea. Ahora cambio de opinión, ya sea ella infértil o si alguien deslizaba algo en su plato para impedirle concebir, que así sea. Que una mujer así de ambiciosa tuviera a sus nietos en sus garras no le sonaba atractivo. La ambición no tenía nada de malo, pero no le agradaba el pensamiento de que la próxima generación de su linaje estuviera en manos de alguien que solo los usaría una vez más. No. Me niego a que vuelva a pasar.
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Ceryse había sido rápidamente expulsada de la discusión, como sabía que pasaría, pensó Visenya.
Cuando llegaron a donde estaban ambos príncipes, estudiando con el mismo maestre, la reina no se sorprendió. Había sido establecido, que pesé a la diferencia de educaciones y talentos de cada uno, compartirían ambos la tutela de sus maestros. Cuando se le indicó al encargado de que se alejara, ya que había sido el mismo Aegon quien ordenó el intercambio entre la reina y su hijo, este lo hizo sin rechistar. Aenys, aunque se distanció bastante de ellos, no abandonó por completo a su hermano menor, sino que prometió esperarle en el pasillo. Un desarrollo inesperado, donde antes no había habido ninguna relación, al menos no tan cercana. Aunque Visenya lo descartó. Aenys, fiel a su naturaleza, buscaba siempre hacer amigos. Suponía que no había nada malo en que se acercara a su hermano. Tenían la misma sangre, después de todo, y de él la reina no esperaba ninguna jugada astuta o codiciosa. La malicia no estaba en sus venas.
Ni bien Ceryse comenzó a expresar lo dicho por Aegon, Maegor comenzó a mirar de la una a la otra. Sus ojos abiertos e impactados por lo que se discutía. Su madre quería marcharse y el rey la detuvo, porque quería mantener a su hijo a su lado, fue el veneno traicionero que escupió Ceryse. Que la reina pretendía alejarlo de la Corte a la que finalmente le brindaban el acceso, por puro egoísmo y despecho, ya que el Conquistador se había interesado en él. Que quería mantener el aislamiento en su Isla.
Con cada frase su hijo fruncía más su ceño. No confiaba del todo en su esposa, tanto por sus consejos como por su propia evaluación, eso estaba claro. Ceryse pensaba que él era tonto y manipulable, la muy incauta. Era cierto que le costaba comprender ciertas cosas que eran naturales para otros, que no captaba los subterfugios más obvios, pero... de la agudeza de su mente no se podía desconfiar. Su príncipe no creía en lo que decía. Una mirada a Visenya y esto se instaló como una convicción en su rostro.
Maegor no era bueno para detectar mentiras en las palabras de las personas. Tenía que buscar la coherencia de un argumento para detectar las infamias. Si algo no era razonable o congruente, lo más probable es que fuera incierto. Lo que decía su esposa tenía su sentido, pero... no confiaba en ella. Observó el rostro de su madre buscando una respuesta y lo que vio, lo alertó. Su cejas ligeramente acercadas, sin alcanzar el ceño completo, su cara plana y sin emociones, una esquina de su labio con una suave caída y sus ojos agudos y analizando todo. El conocía esa expresión. Decía enemigo, un enemigo inteligente. Este era un tema difícil al que él no sabía como responder de manera correcta, su madre le avisaba de una amenaza y su esposa no era de fiar. Solo quedaba una cosa por hacer.
- Vete.
¿Qué? - la Hightower quedó desconcertada - Esposo, el rey desea saber la respuesta, por lo que debo permanecer aquí. Yo...
Vete. Vete y espera fuera. - su esposa se empecinaba en permanecer en el lugar - ¡Es que acaso no me has oído! Tendrás tu respuesta cuando lo discuta con mi madre. - la negativa de Ceryse a cumplir lo pedido lo frustró - ¿Acaso según tu crianza, las esposas no deben obedecer a sus maridos? ¡Sal de aquí!
Aunque con el mentón en alto y el impulso con el que salió, esperaba que la puerta estallará contra sus goznes, el sonido de cerrado fue modesto. No azotó la madera como habría esperado que hiciera. Miró a su madre, una indicación de su cabeza y se alejaron lo más posible de dicha puerta, y del resto de las paredes interiores. Acercándose a una ventana y vigilando por ella fue que su madre habló:
Tú padre se rehúsa a dejarte volver a la Isla. Quiere mantenerte a su lado. - seguía sin mirarle.
Por un breve instante, una sensación de plenitud llenó a Maegor. Su padre, después de convivir con él, prefería ahora mantenerlo cerca - Esta bien. - dijo con fruición - No me gusta tanto que haya tanta gente, - el Fuerte se llenaba con más del doble de personas que cuando gobernaba su madre - pero estoy aprendiendo mucho. Padre incluso me llama de noche para evaluar mis conocimientos y me dijo que cuando avanzara un poco más, retomaría el mismo sus lecciones personales. No te preocupes madre, no te deshonraré. Verás que nos irá bien.
Eran buenas noticias, no entendía la cara de su madre. Sus cejas arqueadas con suavidad, una sonrisa muy pequeña y sus ojos achicados. ¿No estaba feliz con esto?
Ay, mi príncipe. No confíes del todo en las intenciones de tu padre. - esto lo asustó. ¿Por qué no? Ellos eran familia. No se daña a la familia. Porque las intenciones de su padre con él serían malas. Maegor no tenía pensado hacerle daño a los suyos, no como Ortiga le había contado sobre el futuro - Además, no habrá nosotros.
- ¿A que te refieres?
- Orthyras y yo partimos hoy. Son sólo tú y Ceryse los que permanecerán aquí.
¿Por qué? - se alteró un poco. Su respiración empezó a aumentar como si se preparará para un entrenamiento físico - ¿Por qué tú y mi esposa se van? Quédense aquí. - pisoteó el suelo con su pie.
No podemos, no creo que Aegon lo permita. - su madre negó, apretando los labios y lo miró con firmeza - Pero si no quieres permanecer aquí solo, no lo harás. Ya sea que tenga que volver ahí y derramar la sangre de Aegon para que comprenda.
¡No! ¡No! ¡No pelees! - nunca esperó ser él el que contuviera una situación violenta pero aquí estaba - Lo haremos funcionar. Los Targaryen no peleamos entre nosotros. - sujetó el brazo de su madre - Tú y Orthyras tienen un dragón y Rocadragon no está muy lejos. - sí, eso tenía más sentido - Pueden venir a visitarme siempre que lo deseen. - su seguridad se tambaleaba, lo presentía. Pero él tenía que proteger a su familia. No podría hacerlo si peleaban - Verás que todo está bien. No te preocupes, madre.
Estas seguro, mi niño. - ella se acercó y lo atrapó entre sus brazos. Se removió incómodo, inseguro de como responder. En estos últimos tiempos había tenido más abrazos que durante el resto de su vida y no sabía bien cómo responder. Decidió ignorar su cuerpo y pensó en la pregunta de su madre. Antes de responder, él dudó por un insatente. Luego aceptó lo que se le venía. Todo sea por la familia.
Sí. - asintió con firmeza. Un príncipe no debe dudar con sus decisiones - Incluso convenceré a padre que me deje visitar la Isla cada cierto tiempo. Pronto seré su Señor y un buen Señor siempre vigila sus dominios. - sí, eso sonaba como un buen plan - Le diré a padre que me esforzaré el doble con mis estudios para que me permita unos días de descanso y pueda abandonar la Corte. - eso sonaba mejor. Si tenía que trabajar más, eso significaba que no tendría que ligarse con los cortesanos. No lo disfrutaba y no le iba bien con ellos él solo.
Avanzando a informar a su esposa, para que le contará al rey lo decidido, su madre se acercó a su hermano que aún esperaba cerca de la estancia.
Escuché que testificaste a favor de mi hijo cuando Aemion Velaryon lo acusó. - Visenya posó en él toda su concentración - Eso no debió terminar bien contigo y tú esposa.
Aenys se revolvió donde estaba. Alyssa había llorado mucho, por la pérdida de su hermano y por el apoyo de Aenys como coartada de Maegor. No lo había querido escuchar porque estaba muy dolida. Cuando se sintiera mejor, ella entendería. Tal como Aemion era su hermano, Maegor era el suyo, y era injusto hacerlo responsable y pagar por una mentira. Además, su cuñado no había terminado tan mal. No había sido azotado ni desterrado del continente y aún podía escribirle.
Alyssa está un poco triste, - una subestimación para el río de lágrimas que había derramado - pero pronto aceptará lo ocurrido y verá que todo es para bien. - asintió más para si mismo que para su tía - No se preocupe tía. Me irá bien. - sus grandes ojos lilas se posaron en ella, tan parecidos a los de Rhaenys que Visenya casi pudo creer que eran los ojos de su hermana.
Aenys, - ella suspiró, incapaz de creer que fuera ella quien pedía esto - Yo y la princesa Orthyras debemos marcharnos a Rocadragon. A mi príncipe no le va bien interactuando con los nobles y cortesanos. Podrías... - tuvo que inspirar para cobrar fuerzas y que no desapareciera su resolución - podrías cuidar un poco más de Maegor mientras no estoy. Se que es un favor muy grande pero....
Oh, no se preocupe tía. - la sonrisa de Aenys fue genuina - Ya he decidido que seré su amigo.
Su muy, muy inocente sobrino. Este mundo no estaba hecho para personas como él. Una parte de ella entendía la sobreprotección de Aegon para con su hijo, ella también lo haría en su lugar. Solo que su hermano se saltaba cualquier límite y no parecía poseer la capacidad de proteger, o al menos respetar a alguien más.
Muchas gracias, Aenys. - despejó uno de sus rizos de su frente antes de posar un beso en ella. Fue un impulso que la invadió en ese momento. La respuesta de Aenys fue inesperada. Ojos grandes y esperanzados, como si ella le hubiera dado un regalo más grande del que creía posible. ¿Por qué? Estaba segura de que su sobrino habría crecido rodeado de adoración. Aegon se habría encargado de ello. Quizás, justo como a su hijo le había faltado el amor de un padre, Aenys había anhelado el de una madre. Ella hubiera intentado ocupar ese lugar, si su hermano se lo hubiera permitido. Ay, Aegon. Lo que nos has robado a todos.
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Desde una ventana en Fuerte Aegon, Maegor observaba el viaje de partida de dos dragones. Sus figuras destacaban contra el horizonte. El barco con sus pertenencias había abandonado el puerto mucho antes, pero era seguro que su esposa y su madre llegarían a la Isla primero.
La despedida se había sentido rara. Sabía que era lo correcto de hacer, pero una parte de él había querido aferrarse a ellas y pedir que no abandonaran Desembarco. No creía que esto fuera posible, o sino, su madre no lo hubiera hecho.
Si te encuentras con un problema muy difícil, - le había dicho Ortiga - no te agobies. Solo escríbeme una carta y yo vendré a ayudarte. Todavía no se leer muy bien, - le dijo bajito en su oído, con la piel de sus mejillas oscureciéndose - pero si tengo alguna duda le preguntaré a tu madre, ¿está bien?
Él cabeceó y luego la vio montar detrás de su madre, compartiendo una montura. La reina había preferido montar a caballo a usar un carruaje, y una escolta pequeña para atravesar la ciudad hasta las afueras, donde descansaban sus dragones. Lo que no entendía era porque Ortiga no tenía su propia bestia. Incluso si no eran de su propiedad, pudo pedir prestado de forma fácil una de los establos reales.
Todavía analizaba esto, a la vista de los dragones desapareciendo en la lejanía, cuando una mano en el hombro lo distrajo de su análisis. Era su padre, quien también fijó su atención en las figuras dragonezcas que se perdían en el mar.
No te preocupes, Maegor. - el rey le dijo - Puedes ir con ellas cada luna, cuando la sangre de Ceryse llegué. Al menos hasta que se detenga por completo. Entiendes porque ¿verdad?
Él asintió. Su sangre de luna venía si no había heredero. No podía seguir buscando uno durante esos días, por lo que podría ir ese tiempo al Feudo. Ceryse misma le dijo que ella no iría allí, debido a que su padre le había dado la importante labor de dirigir su Casa, porque Alyssa había fallado en la tarea. Por un instante se alegró de su error. El desprecio que sentía por la caballito de mar había crecido como un río desbordado luego de la trampa tendida por su hermano. Puede que no hubiera sido su plan, pero no dudaba que había estado involucrada en el asunto. El hecho de que su esposa no quisiera visitar su hogar también lo molestó un poquito, más cuando le dijo que solo iría allí cuando el rey se trasladara a la Isla. ¿No tenía curiosidad por las tierras donde sería dueña y Señora?
Ser Addison me ha contado lo que has estado haciendo. - el comentario sacó a Maegor de su análisis interno.
- ¿Qué cosa?
Como tomas el primer turno para entrenar con él y dejas a Aenys con Ser Darklyn. - Aegon lo palmeó en la espalda - Addison dijo que decidiste eso, porque el es mejor con la espada y el escudo, y tú quieres el mejor entrenamiento. Aunque él mismo dijo que posiblemente había algo más. ¿Me lo puedes explicar?
Maegor cruzó sus brazos en su espalda, y comenzó a contraer sus dedos, con la esperanza de que nadie viera su movimiento repetitivo. El maestre le había dicho que se veía mal y era incorrecto, pero le calmaba. Si nadie lo veía no podía hacerle daño ¿cierto? Tragó saliva antes de responderle a su padre, esperando que no lo castigará por alterar el entrenamiento impuesto a Aenys.
Ser Colina es muy rudo y no creo que Aenys esté en condiciones para soportarlo. Él... no se siente bien con el trato de Ser Addison. Se pone más nervioso y no rinde tanto. Pensé que podría empezar temprano con Ser Darklyn, que tiene más paciencia y luego pase con Ser Colina. No está listo para entrenar con él todo el tiempo. Todavía no, quizás después de que se prepare y entrene un poco. - o mucho. Mucho, mucho entrenamiento - Así que la primera mitad de la mañana entrenó yo con él, y la segunda mitad lo hace Aenys. Así sigue el enfoque fuerte que tú querías con mi hermano, solo que yo lo canso un poco para que no esté tenso con él. - Aenys lo había protegido con los Velaryon, y era su hermano, era lo justo protegerlo a su manera. Si ganaba un entrenador severo pero capacitado, entonces estaba bien.
¿Entonces estabas protegiendo a tu hermano? - la sonrisa de su padre fue grande, aunque había algo mal en ella - Excelente, Maegor. Estas haciendo lo correcto. Estoy tan orgulloso de ti.
Eran las palabras que siempre había soñado con escuchar, pero algo estaba mal. No sabía qué, pero lo sentía. Tenso, con un salto extraño en la boca del estómago y su cerebro no podía dejar de pensar en la sonrisa del rey. No era como las que le daba a Aenys. Su cara se llenaba de arrugas cuando lo hacía. Esta sonrisa era plana, más perfecta, ningún pliegue abarcaba su cara. No le brindaba la felicidad que esperaba encontrar. Solo una sensación de oscura premonición. No entendía porque. Era sólo una sonrisa, era de su padre, él no querría hacerle daño. Aún así se sentía mal, como la de esos cortesanos que despreciaba su madre, cuando lo saludaban en las noches de festín. Maegor había obtenido las palabras que siempre había deseado de su padre, pero no las disfrutaba. Algo en esa sonrisa estaba muy mal.
Chapter 25: Semillas de lealtad
Chapter Text
Rocadragon, su hogar, se alzaba en la distancia. Las paredes de piedra negra, las torres de construcción ominosa, las estatuas de dragones, gárgolas y otras bestias aterradoras, quizás hubieran causado aprehensión en alguien más. No en ella. Paz y una sensación de orgullo la invadía ante tal espectáculo. Casi podía pensar que la fortaleza se veía más vibrante y clara en los últimos tiempos.
Junto a la vista, un leve olor a azufre se distinguía incluso a esta distancia. E incluso podía afirmar que había ceniza en el aire. Montedragon debía de haber expulsado una carga grande de ese molesto polvo gris en estos días, pero ni eso le quitaría el placer de estar de regreso. Era más probable que su placer fuera eclipsado por la ausencia de Maegor. Su príncipe debería estar en este vuelo con ella, o quizás con Ortiga. En vez de eso, había tenido que dejarlo en las garras de...
No se dio cuenta de que estaba rechinando los dientes hasta que un gruñido de Vaghar la hizo desviar el pensamiento. Su furia se transmitía de forma directa a su vieja compañera e intentó aplacarla. No era buena idea tener a una bestia escupe fuegos de mal humor si no habían enemigos a la vista. No podía hacer nada para evitar aquello, a menos por supuesto, que decidiera quemar vivo a Aegon con su dragona. Ella nunca se atrevería hacer eso. Hubo un período en el que ni siquiera se le hubiera ocurrido imaginarlo. Aegon era su hermano y el centro de su familia. Ahora, la idea de convertirlo en un cerdo asado no sonaba tan mal, aunque no era factible. Ella ya tenía mala reputación y convertirse en Matasangre solo pondría una mancha oscura en cualquier pretensión que tuviera Maegor. No. Las cosas ya eran bastante difíciles para su príncipe sin que ella le agregara más carga. Lo mejor que podía hacer era facilitarle la vida. Rocadragon era su legado y se aseguraría de que fuera la fortaleza más eficiente, segura y organizada cuando la recibiera. Ya se había desecho de algún buen número de alimañas junto con los Velaryon. Personas a las que su hermano mantenía aquí por factores políticos y otras cosas. No más. Se habían ido junto a la purga de caballitos de mar que hizo. Verlos alejarse en sus barcos se sintió como si muchas de sus preocupaciones fueran desterradas junto con ellos. Podía decir que el viento que sopló sus velas, arrastró con él gran parte de su desasosiego. Había comenzado a eliminar los obstáculos en el camino de su hijo, y por suponer, de su ladrona. Y es por ello que desde entonces, Visenya cazaba en silencio a las ratas que quedaban.
En el descenso vio al Ladrón de Ovejas aterrizar en la cima de la torre donde Ortiga eligió sus habitaciones, todavía sorprendida de que la muchacha supiera que las estructuras eran capaces de aguantar el peso de sus monturas. Bueno, se dijo, vino de un mundo lleno de dragones. Verlos aterrizar allí sería una cosa más normal. Lo contrario a normal fue su elección de aposentos. Cuando le dijo que eligiera cualquiera del Feudo para su uso personal, esperaba que contra todo pronóstico que eligiera las habitaciones del Señor de la Fortaleza. Aquellas que ahora pertenecían legítimamente a Maegor pero que él no tomaría de su padre, que siempre habitaba en ella las tres lunas al año que pasaba en la Isla. También había descartado las habitaciones de la Señora del castillo. Se había sorprendido de que no las ocupara Visenya, como esposa de Aegon.
En su juventud, ese había sido el plan. Incluso había pensado en compartir el dormitorio con su hermano-esposo. Al menos eso esperaba, hasta su fatídica boda. El conjunto de habitaciones de la Dama de la fortaleza había sido asignado a Rhaenys. Era la favorita y tenía más sentido, ya que se encontraba más cerca de las de su esposo. Eso había dolido por diferentes motivos, aunque nunca le guardó rencor a su hermana. La amaba demasiado para eso. Además, como habían dicho sus hermanos, el cuarto pequeño que su padre le había dado cuando decidió convertirse en heredera, encajaba más con ella. Bastante pequeño para la hija del amo de Rocadragon, era más utilitario que otra cosa. Con vistas al patio de entrenamiento y paredes desnudas por temor a que su padre destruyera cualquier cosa que trajera para hacerse feliz. Después de la muerte de Aerion, ella todavía no se había atrevido a llenarlas con algo más, temerosa de ver aparecer a su fantasma para continuar la persecución que llevó en vida.
Visenya había querido ocupar el lugar que le pertenecería a su hermano, de haber estado sano, y pesé a que no lo estaba, pagaría por la impertinencia. Si quería actuar como si fuera un hombre, ella sería tratada como un soldado y no como una señorita. Su padre nunca dijo las palabras, pero estas eran tan claras como el cristal de Myr.
Basta de pensamientos oscuros, pensó Visenya al dirigir a Vaghar para aterrizar en el patio. Ortiga, única como era, había elegido habitaciones igual de únicas. Ubicadas en la cima de una torre, para estar más cerca del cielo y del acceso a su dragón, era indiscutible que tenía una buena lógica. El hecho de que subir y bajar escaleras no la molestaran con su energía infinita, y que fuera conveniente como ejercicio para que acumulara algo de músculo, convenció a Visenya. Solo que no imaginó que lo que capturó su codicia fueran tres cosas separadas en ese pequeño conjunto de salas. La habitación de cristal era atractiva por sí sola, un nido de vidrio en la cima de la estructura. Su uso como observatorio atrajo a muchos Targaryen, solo que luego de un tiempo la fascinación se desvanecía y solo los verdaderamente interesados en las estrellas continuaban sus visitas. Ella había sido la primera persona posterior a la llegada Targaryen que realmente la había ocupado y convertido en su solar personal. Que poseyera una amplia azotea para que aterrizara y despegara su Ladrón de Ovejas, en serio tenía que buscarle un mejor nombre, era un beneficio tangible. Lo que debía ser originalmente un salón de estudios se convirtió en su tocador, donde debería guardar sus cosas personales. Por último y no menos importante, donde se encontraba el verdadero tesoro, era el que debía ser el cuarto personal del estudioso de astronomía. Algo pequeño para el estatus que ahora ostentaba, pero si le gustaba entonces era suyo. Su ladrona había revisado cada resquicio de la habitación y había encontrado con sus cuestionables habilidades una pequeña estantería oculta, no mayor que un armario, con anotaciones y estudios del cielo en valyrio. Algunos agradecerían el conocimiento reencontrado, a su pilla le gustaba más la caja escondida en la pared. Un lugar seguro para sus propios tesoros, aunque la reina no preguntó que eran. Todos tienen derecho a guardarse algunas cosas.
Otras personas podrían estar dudosas con la necesidad innata de la muchacha para encontrar secretos, pero considerando que ella misma tenía la irritable tendencia a buscar pasadizos ocultos en un cuarto revisado medio millar de veces, no podía criticar. Había sido la propia Visenya quien le había advertido de pasajes desconocidos, alijos secretos y rinconeras selladas y olvidadas. Una pesadilla para su mente siempre alerta. Le había contado sobre su pequeña biblioteca secreta, de la que solo sabían ella y Maegor, en una de sus primeras tentativas de ganar confianza. Si iba a estar de su lado, su estimado regalo de los dioses, era mejor que Visenya le diera al menos la validación de algo de fé en ella. Su brillante ladrona había preguntado porque era Visenya y no Aegon quien conocía un acumulo de conocimientos separado, desconocido incluso para el maestre de este lugar. Chica lista. No había respondido. La respuesta estaba en el pasado y ya no tenía sentido. Como no tenía sentido que los señores de la fortaleza no conocieran todos sus secretos. Pero como los Targaryen no la habían construido y no siendo ni siquiera sus dueños originales, este lugar estaba lleno de espacios vacíos que ella desconocía. Y no le gustaba. Es por ello que sabiendo lo que sabía, y para quitarse de arriba unas cuantas preocupaciones, había negociado con su ladronzuela.
Tenía el permiso para recorrer el castillo de arriba a abajo y buscar en cada grieta y rincón, cuando estuviera libre de sus estudios con ella. Si encontraba alguna inconsistencia en la estructura, le informaba, y a partir de ahí evaluarían que hacer con los datos recopilados. Así mantenía a la muchacha inquieta, entretenida y fuera de problemas, y localizaba con su ayuda cualquier pasaje clandestino para ella. Ella ganaba por partida doble. Cuando sus serviciales y siempre vigilantes criados la observaron escrutando cada esquina, no dudaron en informar a Visenya. Una confirmación de su parte de que la esposa de su hijo estaba realizando un encargo para ella y nadie volvió a mencionar nada, pese a ser un comportamiento raro para alguien que ya era considerada extravagante. ¿Qué que ganaba su pequeña ladrona con esto? Ortiga se podía quedar con toda moneda o joya que encontrará, siempre que no fuera un objeto histórico. Las cosas que pudieran contener cualquier conocimiento, pasaban primero por la revisión de Visenya y si no las consideraba útiles, le dijo a su pilluela que hiciera lo que quisiera con ello.
Esto también fue una prueba sobre cómo reaccionaba con material desconocido y cuanto era capaz de explotarlo. Los pergaminos que encontró sobre cartas astronómicas fueron el anzuelo perfecto. No contenían nada que pudiera ser valioso para ella, aunque la sabiduría acumulada nunca debería ser subestimada. La reina se proponía observar que hacía su nueva protegida con ellos, incluso si tenía que ver que los vendiera a bajo precio o que dichos rollos se alejaran de aquí para siempre. La respuesta le pareció brillante e inteligente por separado. No vendió los papeles.
No los comprendo y no entiendo del todo su valor. Venderlos en esas condiciones significa entregar algo por un precio que podría no corresponderle. Y a mi nadie me estafa una estrella de cobre. - le había dicho posteriormente. En su lugar, se los entregó al maestre.
Así pertenecerían a Rocadragon a hechos prácticos - le había explicado - y yo gano un aliado.
Visenya no era de las que usaba mucho las alianzas y la política, y no confiaba en los maestres, pero tuvo que aplaudir su astucia. Los rollos sin mucho valor para la reina y de precio desconocido para Ortiga, casi hicieron llorar de alegría al viejo amargado que servía en el castillo. Se aferró a ellos como el hombre más tacaño del mundo a las últimas monedas que le quedaban en vida. ¡Y que aliado había ganado! Trataba a Ortiga como a la hija que más había amado y perdido, y que había buscado desesperadamente durante toda su vida. Su ladronzuela había encontrado un defensor incondicional. Pasó de ser el hombre crítico que Visenya conocía, a volverse el abuelo consentidor al que realmente se parecía. Cualquier censura hacía ella era desestimada por su persona y cualquier queja de que la princesa Orthyras no actuaba como una dama verdadera, era respondida por él mismo con un: es una dama valyria, ella actúa como se espera de ella.
No era cierto, sus actividades no eran lo esperado, incluso para la sangre del dragón. Pero nadie le discutió al maestre, el cual estaba muy entusiasmado por cualquier labor de búsqueda y rescate que realizará la princesa. Cualquier cosa que significara más conocimientos perdidos debía ser admirada, según su lógica, aunque se conformaba con lo ganado por lo que había oído. El hombre se regodeaba de que su traducción y análisis de los textos dejaría en vergüenza a un tal Lyman. Ortiga había ganado su primer guardián. Sus ceños fruncidos nunca eran para ella y a cualquier lacayo que tratara de menospreciarla ante él, era expuesto a gran velocidad a la reina. Así fue como ella consiguió una coalición inesperada para proteger a su pequeña enviada del futuro, y una fuente de informes precisos de los movimientos de algunos siervos inconvenientes en el territorio. Las ratas en sus dominios tenían ahora un nuevo perseguidor.
Pero hablando de lacayos, en el patio de la Fortaleza la esperaba un grupo de sirvientes, atentos para recibir la llegada de su Señor y la que esperaban fuera la verdadera Dama del castillo. Pronto quedarían más que decepcionados.
Al aterrizar y desmontar, se encontró con un recibimiento bastante grande por parte de la servidumbre. Ella no era muy adepta a estas convenciones y prefería la practicidad, aunque suponía que como todos esperaban la llegada de Maegor como nuevo Señor del Feudo, tenía sentido para ellos. Lo cierto era que este escrutinio público le convenía un poco. Hora de sembrar las correctas lealtades y empezar a deshacerse de las que no respondían a lo que ella consideraba su nuevo núcleo familiar.
Desmontó con toda la compostura del mundo y le hizo una señal al jefe de mayordomos para que se acercara. El hombre no se habría atrevido a cuestionar la situación de una manera tan pública, más cuando un gran número de siervos se hallaba reunido a su alrededor y no habían sido despedidos. Sin embargo, viendo que era la propia reina quien le daba apertura a su necesidad de aliviar las interrogantes para su necesaria preparación, preguntó con deferencia:
Mi reina, - el hombre volvió a mirar el lomo de Vaghar, como si esperara ver surgir de la nada a su hijo - ¿cuándo podemos esperar la llegada del príncipe Maegor? El personal del castillo desea recibirle apropiadamente, si usted lo considera adecuado.
El príncipe Maegor no vendrá, al menos no pronto. - aunque se dirigió a él, las palabras llegaron a todas las personas reunidas - Cuando preparaba nuestra partida, el rey Aegon decidió que Maegor se quedaría con él. - un ligero encogimiento de hombros para sus espectadores, para que interiorizaran lo ocurrido.
Era de conocimiento común para ellos, que el príncipe de la isla era ignorado por su padre en la mayoría de las ocasiones. Que fuera ordenado a permanecer en la capital sin el entendimiento de la reina, sonaría arbitrario. Puede que fueran fieles a Aegon, pero Maegor era ahora su señor directo y ella rompería cualquier creencia de que su esposo tenía prioridad sobre su hijo en estos lares.
No se preocupe, prepare sus estancias de todas formas. - le aclaró al administrador doméstico de la fortaleza. Necesitaba transmitir un mensaje sin palabras. La lealtad de los lacayos nunca es ciega, y estaba matizada por sus propias expectativas. Muchos veían a Ortiga como una simpática protegida de ella, pero no como una dama adecuada o la esposa a la que correspondía el título de Señora de este lugar. Aunque para Visenya lo fuera. Había otra esposa, de comportamiento más noble y menos "pintoresco", y muchos tenían la creencia de que aquella sería la verdadera gobernante del Feudo isleño. Visenya quería cambiar eso. Pero no puedes obligar a nadie a creer en nada. Si lo haces a la fuerza se resistirán. Pero si los conduces... y eso haría. Solo necesitaba que su mayordomo siguiera interpretando su papel frente a su público - El príncipe Maegor consiguió la promesa de su padre y podrá acudir a sus tierras al menos una vez cada luna. Cuando su esposa Hightower tenga su sangre de mujer.
Su siervo se removió incómodo. Si era por hablar temas íntimos o por la falta de discreción de Visenya, nunca lo sabría. Aún así, y ya que ella no daba indicios de dar por terminada la discusión, continuó - ¿Y la dama cuando acudirá?
Esto si que atrapó la atención de todos. Saludar a su nuevo Señor era importante, pero era alguien que ya conocían. Conocer a la que esperaban era su nueva Señora, podía ser de igual o más de importante para los criados. Después de todos, eran las mujeres las encargadas del funcionamiento interno del castillo, y eran las que regían a los sirvientes y determinaban sus recompensas y castigos.
Oh, la dama no acudirá. Se quedará en Desembarco durante todo el tiempo. El rey le ha asignado funciones en la administración de Fuerte Aegon y allí se quedará por su propio deseo. - vio muchos ceños fruncidos entre las filas posteriores, las que esperaban no ser visibles desde donde estaba ella. Una mucama incluso se atrevió a hacer una mueca de desdén. Sus palabras eran claves. Era Ceryse quien había elegido tal destino e incluso cuando su esposo acudía de regreso, la lady que esperaban no visitaría a Rocadragon. Para muchos sería un menosprecio de su Feudo. Algunos llegarían a la acertada conclusión de que si el rey le asignó una tarea debía cumplirla, pero... Saber una cosa no te impedía tener sentimientos encontrados. Ahora, agregemosle un desaire a las habilidades del propio personal - Conocerán a la dama cuando mi esposo acuda a residir en su período de tiempo aquí, como hace cada año. Ella se encargará de que las condiciones en las que se aloje el rey sean las adecuadas.
Un insulto directo a la eficiencia de sus labores, cuando ellos se habían ocupado siempre que las necesidades de Aegon fueran satisfechas. Algunos incluso lo habían hecho antes de que su hermano se volviera rey. Cuando Ceryse llegara para evaluar las estancias y el tratamiento que esperaba para el monarca, comenzaría a verse como una crítica a la labor que habían realizado metódicamente durante mucho tiempo. Hasta el personal tenía su orgullo y se encargaría de que sus acciones lucieran, no como una fría evaluación, sino como un apenas disimulado desprecio.
El encargado del castillo le dirigió una mirada rápida. Como un líder dentro de la servidumbre, esperaba que fuera hábil e inteligente, y que supiera captar el trasfondo de muchas cosas. El hombre ya había notado que Ceryse no le agradaba como nuera. Ahora estaba seguro de que Visenya socavaría su posición. ¿Su respuesta? Una leve inclinación de cabeza. Hacía mucho que el hombre había aprendido que ella conseguía lo que se proponía. Solo un tonto se interpondría en su camino.
¿Ceryse quería jugar a escalar alto? Primero debería aprender el valor de cuidar de sus bases. La guerra se lo había enseñado. Un apoyo desde abajo podía ser igual de valioso que la lealtad de un lord.
Bueno querida, - sonrió para sus adentros observando a su servidores comenzar a murmurar. Ella nunca había permitido chismes entre sus paredes, pero por una vez no los detendría - que comience el juego.
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Como solía hacer durante su tiempo de estudio, Ortiga había acudido al cuarto personal de Visenya a practicar su escritura. Prefería que no fuera de conocimiento público la casi total falta de educación de su pupila, y aunque pudo elegir otro lugar para esto, eligió realizar su educación aquí. ¿Por qué razón lo hizo aquí? No estaba muy segura. Solo que la muchacha tenía una habilidad para insuflarle vida a las habitaciones por donde pasaba, y este lugar, lleno de malos recuerdos para ella, necesitaba ser calentado.
Para atender a su nueva estudiante, incluso debió traer una mesa al aposento. Además de su cama y un par de baúles para guardar sus cosas, no tenía muchos muebles. Tenía un par de pilas de libros formadas en torres, perfectamente organizadas eso sí, debido a la ausencia de hasta libreros en las paredes del pequeño local. Una pequeña chimenea y una minúscula ventana al patio eran los lujos más grandes que habían aquí.
De nuevo. Este cuarto, considerando la cantidad de habitaciones bonitas y vacías que he visto por ahí en mis andanzas, - Ortiga hablaba sin perder de vista la página. Su princesa no había avanzado mucho con la lectura, y aún menos avanzó con la escritura, pero nunca podría echarle en cara que no se esforzaba en ello. Además, se dijo, apenas habían pasado tres lunas desde que tomó una pluma por primera vez. No podía seguir exprimiendo milagros de ella - parece menos una habitación y más una especie de castigo.
Porque lo es. - afirmó Visenya - Fue un castigo de mi padre hacia mí, por algo que me atreví a hacer.
Vaya, - Ortiga frunció el entrecejo. Si era por lo que pasaba por su cabeza, o por un párrafo particularmente difícil de entender no sabría decirlo. Su pobre pilluela, una vida de analfabetismo le había dificultado a aprender las letras del común. Cuando empezara con el valyrio, sufriría bastante - ¿y te gustó este lugar o algo? Porque déjame decirte que la decoración está horrible.
Desde su asiento ella tuvo que reír - No. - admitió la verdad - Lo odio.
¿Y porque sigues aquí? - esta vez, su regalo que vino del mañana levantó los ojos del escrito y los posó en ella.
Mmmm, - lo pensó. ¿Cómo decirlo? - Cuando nos... Cuando mi boda, esperaba mudarme a la habitación de mi hermano, o a las de la Señora. Pero Aegon también se casó con Rhaenys y supongo que ella encajaba mejor en ellas y yo en este cuarto.
- ¡¡¡Perros desgraciados y egoístas!!!
Visenya la miró castigadora, aunque una parte de ella disfrutó su defensa automática, incluso por encima del rey o su amada hermana - Suave con el lenguaje o buscaré un método peor que el jabón. - lavarle la boca con el material había reducido bastante su vulgaridad, o más bien, le había ayudado a evitar soltarla con la misma facilidad. Sin embargo, se resistía a abandonarla del todo y Visenya ya estaba planeando otra manera de corregir, lo que la chica llamaba sus crueles y retorcidas formas.
Pero, - Ortiga regresó a la lectura - ¿cómo quieres que los llame si te obligaron a permanecer aquí?
No me obligaron a permanecer. Incluso me recomendaron que me buscara otro lugar. - ella recordaba bien aquellos días. Demasiado bien para su gusto, cuando hubiera preferido que ese tiempo fuera un hueco en blanco en su memoria - Decían que era una de las dos esposas de Aegon, debía tener un mejor lugar. Pero no quise. Digamos que fue mi modo de protestar por lo que sentía que me habían quitado. - también le daba una sensación de identidad, este cuarto era lo que ella era: fuerte, sencilla sin necesidad de lujos. También era una de las pocas elecciones que sentía que podía hacer por su cuenta. Su hermano la quería en otros aposentos, quizás por culpa por lo que le hizo, lo que dudaba, o porque no se vería bien que tuviera viviendo a Rhaenys en el lujo y a ella aquí. Así que eligió quedarse.
Entonces... ¿te estás castigando a ti misma por algo? - Ortiga volvió a desconcentrarse de su libro, solo que la mirada que le dio fue más profunda.
Abrió la boca para decir que no, solo para no saber que responder. Ella odiaba esta habitación. Sus muros eran testigos silenciosos y eternos recordatorios de que nunca fue lo suficientemente buena. Ni para su padre, ni para su hermano. Y que ambos al final encontraron algo mejor para sustituirla. Este sitio era una declaración de que era considerada menos, un error para ser corregido. Era como estar ante un lienzo de sus peores momentos.
Vaya reflexiones oscuras, suspiró. E interrogó a su muy astuta ratera - Supongo que como madre del nuevo Señor y Señora de facto ¿debería mudarme, verdad?
Ortiga ni siquiera intentó ocultar su sonrisa cuando asintió.
- Y supongo que piensas que ya tienes la habitación ideal para mí ¿no?
Ella volvió a asentir, su sonrisa creciendo.
Visenya miró sus paredes sin adornos. Donde ella, incluso tras la muerte de Aerion, seguía atrapada en sus reglas. Suspiró de regreso, medio en rendición - Bueno, supongo que puedo verla. - Ortiga ya salía disparada hacia la puerta - Ten en cuenta mi atrevida pilla, que no he dicho que me mudaría que ella. Solo que la revisaría. - las cabeceadas de ella aumentaron de velocidad.
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Ortiga casi trotaba de la emoción mientras la conducía al aposento que pensaba que encajaría mejor con la reina. Uno solo le había dicho, en lugar de varios, razón por la cual la mayoría de los nobles lo evitaban. No tenía cuarto de sirvientes ni acceso a otras pequeñas habitaciones. Solo una puerta de entrada y Visenya admitió que la idea era atractiva. Además de las ventanas, significaba que un enemigo tendría solo otro punto de acceso, a menos que...
Y no hay ningún pasaje secreto o rincón oculto. - parloteó su ladrona, la chica nunca se callaba si podía, aunque por una vez, su eterna charla le parecía interesante - He revisado cada espacio, cada esquina, cada minúsculo pedazo del lugar. Ya sea pared, piso o techo. Incluso revisé las habitaciones a su alrededor para ver si tenían alguna forma de ingresar o espiar a esta.
Vaya, - sus cejas se alzaron un poco de la impresión - esto parece muy deliberado. ¿Llevas rato pensando en esto?
Pues sí. - admitió su chica sin vacilación - Si yo tengo varias habitaciones, no entiendo porque tú no puedes ser igual o mejor. - no era lo mismo, pero no la corrigió - Pero cada quien tiene sus propios gustos y busque algo que encajara con lo que pensaba que te gustaría.
La reina tuvo que reír al ver a la muchacha darse la vuelta para mirarla y seguir caminando de espaldas en la dirección marcada - ¿En serio? ¿Y que otros requisitos cumple esta habitación que crees que es ideal para mí?
- Bueno, es inmensa. Así que tienes todo el espacio que te hace falta al alcance de la vista. Pero no tiene cuartos accesorios por lo que nadie podría ocultarse de ti ahí. ¿Qué? Oye, si estás obsesionada con túneles secretos y piensas que son peligrosos, es señal de que te preocupa un visitante inesperado.
Bueno, no podía discutir contra su lógica - Muy bien, sigue.
- Pues, dos de las paredes dan al exterior, por lo que no tienes que preocuparte por intrusos desde esos lados. Las paredes son demasiado lisas para escalar y el balcón demasiado alto para ser alcanzado por una soga. Evalué colgarse desde balcones superiores, pero las habitaciones correspondientes tienen esas pequeñas ventanas cerradas por las que no cabe nadie más que un niño.
Eso sonaba prometedor, pero - Si está demasiado alta, suena a muchas escaleras. Puede que a ti no te molesten, sin embargo yo... - lo dejo en el aire. Visenya empezaba a envejecer y ya había hecho las pases con eso. Además, nunca le gustó demasiado subir escaleras.
Oh, eso es lo mejor. La torre donde esta la habitación se encuentra a un desnivel con respecto al resto de la estructura. Así que aunque el cuarto es alto con respecto a su base, el acceso desde el castillo es casi plano. - oh, una de las torres ubicadas al oeste, probablemente podría vigilar el mar desde allí y avistar cualquier barco o flota que se acercara desde Desembarco o Marcaderiva. Se perdió parte de lo que decía su ladrona, atrapada en los pensamientos de un lugar cuyas vistas le permitieran vigilar cualquier invasión - Entonces, tienes un buen ventanal si hace calor y una chimenea inmensa en la pared al cuarto adyacente si hace frío.
Mmm, - eso sonaba un poco delicioso. Aunque nunca antes le había molestado el frío, no, más bien una parte de ella creía que lo merecía, comenzaba a disfrutar del calor y un lugar mejor iluminado podría ser una mejora - Lo has pensado todo, ¿no es así?
Es para asegurarme que no tengas una escusa para decir que no. - la sonrisa de la muchacha, con sus dientes torcidos pero blancos, era completamente abierta. Algunos la llamarían una falta de elegancia, aún así, la reina comenzaba a apreciarla. Si hubiera hecho caso de lo que se esperó siempre de ella, ahora sería una de esas matronas cabizbajas y amargadas, que no les quedaba más nada en la vida que esperar a que su marido muriera y tratar de gobernar lo que pudieran tras él, en lo que llegaba una nuera codiciosa a quitarle sus escasos dominios. No. Esa no era ella.
¿Estas lista? Porque hemos llegado. - Ortiga lucía vibrante de emoción, aunque ese era su estado por defecto. Si no pasaba nada malo, si no había una crisis en el horizonte, entonces era un buen día y lo disfrutaba y ya.
La joven se enfrentó a una puerta de madera de ébano, probablemente de las Islas del Verano, por su color negro profundo con imperceptibles vetas. Visenya notó que se encontraba casi al final del pasillo. ¿Así que solo una pared era compartida con otra habitación y otra daba al corredor? Aunque no dudara de la capacidad de Ortiga para encontrar un túnel escondido, el hecho de que el cuarto tuviera tres paredes "libres" por así decirlo, le ofrecían una ligera capa de seguridad a su eterna manía de sentirse amenazada.
El lugar era inmenso, como decía la jinete. Techos alto y un ventanal que se intercalaba con un balcón. El mar podía verse desde aquí - Oh, es tan bonito - y seguro, pensó al mirar la inmensa caída desde el mirador. Era cierto que nadie podría escalar para llegar hasta aquí, un vistazo hacia arriba confirmó que un enemigo tampoco podría descolgarse con facilidad moderada. Dentro de la habitación, la chimenea más bien parecía un conjunto que una estructura única. Una chimenea central con dos adyacentes, así se podría decidir cuántas encender en función al calor que se necesitara. Un hogar cálido en cualquier clima estaba garantizado. Sonaba tan cómodo, aunque una parte de ella no estaba segura - No se si sea lo correcto que me mude acá. Estoy bien allí, ya me adapté.
Ortiga la miró, detallandola bien, antes de inclinar su cabeza y preguntar - ¿Crees que es correcto encerrar a un dragón en una pequeña gruta donde apenas cabe?
No. - eso no se preguntaba. Los dragones necesitaban espacio.
Entonces, - inclinó la cabeza hacia el otro lado - ¿porque te quedas encerrada en tu pequeña jaula?
Era una buena pregunta, ¿por qué lo hacía? Su padre hace mucho que había muerto y ya había decidido deshacerse del yugo de Aegon. Ella era ahora la matriarca de esta familia y como tal, se merecía un lugar digno de ella - Sabes que, tienes razón. Que mis pertenencias de Desembarco no estén desempaquetadas es hasta conveniente. Me mudaré aquí. - su afirmación fue tanto para Ortiga como para ella.
- Sabes que puedes buscar por si hay otro lugar que te quede mejor.
Lo dudo. - respondió la reina, peinando detrás de una oreja otro de los rizos salvajes de la muchacha, que escapaba de su peinado - Algo me dices que llevas tiempo trabajando en esto y no encontraré un lugar en el que me sienta más tranquila. - observó el espacio vacío antes de suspirar - El problema ahora es llenarlo. Con solo mis muebles este lugar parecerá desolado.
Pues cómprate nuevos. - la chica morena solo se encogió de hombros - Debes tener suficiente plata para eso.
Visenya se burló - ¿Son esas las mismas palabras de la princesa que se negó a tener ropa nueva y prefirió que se le adaptaran prendas usadas?
Soy un poco tacaña, no lo niego. - la niña lo afirmaba con la misma aceptación de quien dice que el cielo es azul - Pero aquello era un desperdicio de monedas con una fácil solución. Lo que me complació y espero que lo ahorrado sea guardado para más tarde. - sus ojos ardieron con suspicacia. La chica estaba obsesionada con almacenar dinero para después, aunque la dama valyria no la culparía por ello - Tú no eres tan avara como yo y te mereces llenar este lugar de cosas que te gusten. Así que... - se volvió a encoger de hombros.
Visenya resopló, dándole una segunda mirada a la que era su nueva habitación - No estoy segura de que cosas me gustan. - que problema más tonto. Que una reina no supiera cómo llenar su propia habitación.
¿No sabes que te gusta? - las cejas de Ortiga se alzaron como gaviotas de la playa asustadas por un depredador.
No. - Visenya acarició las paredes bastantes vacías de este cuarto - Quizás un tapiz. Aegon los detesta.
No. - la reina la miró - Esto es sobre lo que disfrutas. No lo hagas sobre Aegon. Incluso si es para molestarlo. Hazlo por ti.
La idea le dio vueltas a la cabeza mientras la interiorizada. Tenía razón. Esta era su habitación y era para ella. Ahora, ¿qué le gustaría tener?
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La estancia permanecía en silencio casi absoluto. Lo único que alteraba ese estado era el sonido de una pluma rasgando el papel. Alyssa permanecía de pie en medio de todo esto. Cada línea sobre la hoja le causaba un pavor inexplicable, aunque también temía el momento en el que el instrumento de escribir fuera colocado en el tintero al finalizar.
Aethan Velaryon escribía su mensaje con calma. Sin reconocer la presencia de su hija en la habitación. Actuaba concentrado, regio, solo un hombre de poder que escribe una carta. Sin molestarse con que la esposa del príncipe heredero del reino estuviera allí, sin ofrecerle un lugar para sentarse o discutir lo ocurrido. Más una hija a punto de recibir un reproche que a una dama con sus propios títulos. Fuera de estas puertas, solía tratarla con la deferencia que se merecía. La esposa del primogénito y futura reina. La madre de los próximos reyes. Dentro, solía guiarla hacia la dirección que convenía que recorriera para su familia. Hoy no. Hoy la trataba como una niña desobediente y malcriada por algo que no fue su culpa.
Era injusto. ¡Injusto! ¿Cómo iba a saber ella que no fue Maegor quien le dio esa paliza a su hermano? Cuando le preguntó si había sido él, su respuesta fue afirmativa. Luego del fiasco con el rey y con su propio esposo, Alyssa aún quería gritar y retorcerse en el suelo como una niña pequeña y maleducada por ello, le había reiterado su pregunta, sabiendo ahora que ese bruto que era el segundo príncipe no había sido el responsable. ¿Su respuesta? Negación total. No importa que hubiera mentido y que la hubiera metido a ella en problemas. Su hermano se negaba a señalar con el dedo al causante de su golpiza y la de su primo. El cobarde ese fue peor. Había aludido sentirse mal y no había recibido directamente a Alyssa, y por ello aquí estaba. Siendo señalada como la responsable por errores ajenos.
Aethan terminó de escribir y colocó calmadamente la pluma en su lugar. El sonido fue efímero, pero sonó para ella como un rayo partiendo el cielo. Aterrador. Su padre nunca levantaba la voz. ¿Por qué estaba tan asustada? ¿Qué podría hacerle?
¿Sabes que es esto, Alyssa? - desde su escritorio, su padre señaló la misiva frente a él. La tinta aún fresca no se había secado por completo.
No, padre. - Alyssa permaneció quieta en donde estaba, con la delicadeza que se esperaba que profesara. Mientras tanto, encogía los dedos de sus pies dentro de sus zapatos, fuera de la vista, pero incapaz de reprimir la aprehensión que sentía.
Es un informe, para tu madre. - Alyssa miró aterrorizada el cuadrado blanco lleno de líneas que se desgiguraban ante sus ojos. Sintiendo el deseo de lanzarse contra él y romperlo y destruirlo en mil pequeños pedazos - En ella le cuento lo ultimo que ha pasado, incluido el reciente... traslado - la palabra bonita para evitar decir destierro - de tu hermano a Puerto Gaviota y tú relación con el asunto.
¡No es mi culpa! ¡Padre, no es mi culpa! - se escuchaba rota y desesperada- ¡Ella me culpará! ¡Siempre lo hace! ¡Por todo!
Aethan no reaccionó ante la pérdida de la compostura de su hija.
Oh, lo sé. - afirmó. Francamente, él tampoco quería. Sin embargo, los años le habían enseñado que intentar ocultar esto solo retrasaría lo inevitable. Tarde o temprano, su esposa se enteraría y tendría una arma más en su arsenal para hacerlo sentir miserable. Mejor limpiar la herida infectada de un tirón - Pero no tiene sentido ocultar la verdad y cada uno de nosotros debe responsabilizarse por sus propias acciones. - y considerando la actuación de su hija en los últimos tiempos, su mujer tendría un blanco más adecuado. Con algo de suerte, su mimada descendiente se enderezaría de una vez por todas, con tal de evitarla, y Aethan no necesitaría recrear esta desagradable experiencia.
¿Me culpas? - el púrpura de los orbes de Alysda se posaron en él - Yo no le dije que mintiera. Aerion se inventó esa historia por su cuenta, no fue idea mía padre. - se quejó suplicante.
Aún así, tu madre querrá venir a despedirse de su hijo. - el Señor de las Mareas explicó - No importa que ella pueda ir a visitarle. Ella vendrá y se encargará de encontrar a alguien más a quien señalar por la infracción de tu hermano, - Aethan resopló. Siendo uno de los menores de sus hijos, lo había dejado al completo bajo su cuidado y miren como había resultado. Un completo inútil y descerebrado. Y a Alyssa la había dejado a medio camino de ahí. Eso era lo que ocurría cuando te ligabas con alguien por debajo de ti - erigirse de juez y emitir castigos.
Pero Alyssa ya no lo escuchaba, se encontraba estática ante la peor noticia que había recibido en mucho tiempo. No bastaba con que hubieran querido casar a su hija con Maegor, conque el mocoso de Visenya luego se casará dentro de una familia tan poderosa en el continente y se consiguiera una segunda esposa con su propio dragón. Justo cuando pensaba que este año no podría salir mal, su padre le salía con esto. Pensaba que podría evitar a su madre el mayor tiempo posible. Entre los Recorridos Reales y posponer constantemente sus viajes a Marcaderiva, pensaba que estaba a salvo. Su padre siempre se había negado a recibir a su madre en la Corte. Justo cuando pensaba que su año no podía ir peor, se enteraba de esto. Alarra Massey venía a Desmebarco del Rey.
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Poco tiempo después, antes de que cambiara la luna, un cuervo voló sobre el mar de la Bahía del Aguasnegras. Traía entre sus alas un mensaje que hubiera desanimado a la mayoría.
Sangre de luna. No hay embarazo. Como fue solicitado, el príncipe puede regresar a su Feudo mientras su esposa no pueda recibirlo.
Las comisuras de la reina se elevaron. No mandaría a preparar un barco para buscar a su niño. Eran Targaryen y su dominio estaban en el cielo. Su hijo pondría un pie por primera vez en la Isla como su Señor, luego de descender de los lomos de un dragón.
Prepárenlo todo. - Visenya comando a su asistente luego de llamarlo - El príncipe Maegor regresa a casa.
Chapter 26: Una dama incorrecta
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Una elegante galera navegaba presurosa hacia el puerto. Sobre ella ondeaba un estandarte bastante reconocible. Un caballo de mar plateado sobre un campo aguamarina. La proa de la embarcación se dirigía directamente hacia el embarcadero principal, mejor construido y vigilado, reservado únicamente para la Flota Real, embajadores y nobles de alto rango. Pese a lo esperado a partir del caos de diseño que era la ciudad, la capital del reino tenía una organización portuaria eficiente. La desorganización total no era viable.
Al atracar en el muelle, una figura destacó al descender de la nave. Vestía del azul verdoso que muchos asociaban a la familia Velaryon, pero sus ojos castaños y su cabello negro que apenas comenzaba a mostrar un par de canas por la edad, desmentían la relación sanguínea. Su rostro era bello a pesar de los años y lo hubiera sido aún más, de no ser por su gesto de constante desaprobación que se vio agudizado cuando miró hacia el frente.
Madre, es un placer tenerla acá. - rodeada de sirvientes y guardias reales, Alyssa realizó una perfecta reverencia, consciente que cualquier defecto en su postura sería pillado, analizado y criticado más adelante.
Alyssa, que... inesperado. - la voz salió armoniosa, una combinación perfecta entre la suave delicadeza de una dama y el comando a ser obedecido de una Señora, por mucho que Alyssa tratara de imitarlo, siempre fallaba - Esperaba que siguieras evitándome, justo como has hecho desde tu boda.
No diga eso, madre. Es solo que como esposa del príncipe - tenía que recordarle cada vez que pudiera su nuevo estatus, o sí no, su madre se encargaría de tratarla como si hubiera sido ofrecida en matrimonio a un mendigo - he estado muy ocupada. Entre Recorridos Reales y cuidar de la fortaleza...
Cuidado del que ya no eres responsable porque fallaste. - la novia de Aenys apretó sus dientes todo lo que pudo, sin dejar caer su expresión de bienvenida. Por supuesto que su madre sabía sobre esto, no había uno solo de sus errores que fuera pasado por alto o ignorado jamás - Supongo que olvidaste todas las lecciones que te di. Nunca fuiste la más aplicada de las niñas. - no como tu hermana. Alyssa casi pudo oír las palabras - Bueno, no seguiré discutiendo aquí. Es indigno actuar como pescaderas. - dijo Alarra Massey mientras sacaba un delicado pañuelo, era probable que estuviera imbuido en perfume, antes de agitarlo y colocarlo sobre su nariz - Condúceme al carruaje. No quiero seguir rodeada de estos olores y suciedad. No vaya a ser que se me pegue alguna plaga o mal humor en el aire.
La esposa del Señor de las Mareas se dirigió al carruaje de la familia real como si este hubiera sido enviado específicamente a ella por el mismo rey, dejando a su hija tras de sí como una simple ayudante. Alyssa se ofendió pero se tragó sus palabras. Cualquier reproche que tuviera sería interpretado por su madre como que su desconsiderada hija quería seguir exponiéndola a la fetidez de los muelles. Como si su madre no conociera el hediondo olor de la madera mojada y el salitre, del agrio y rancio olor del pescado fresco, pescado podrido y redes de pescar que nunca se secaban combinados. El sol ni siquiera se había alzado y la brisa soplaba en una dirección que le impedía enfrentarse a la descomposición ligada a las aguas residuales de una urbe que carecía de cualquier tipo de alcantarillado. Pronto se volvería nauseabundo, y lo peor era que Alyssa casi prefería quedarse imbuida en ese olor, que entrar al espacio cerrado que la esperaba para su viaje de regreso junto a su madre.
La Velaryon soltó todo el aire de su pecho y luego aspiró todo lo que pudo, tomando fuerza para soportar el trayecto con algo de aplomo. Subió a su transporte y antes de poder sentarse en su asiento, su madre comenzó su interrogatorio:
- ¿Donde está tu padre?
Padre se quedó en Fuerte Aegon. La reina Visenya acudió para llevarse al príncipe Maegor de regreso a su Isla bien temprano y posterior a esto, se celebraría una reunión del Consejo Privado a la que él debía asistir. - su madre no dijo nada, a pesar de la deliberada ofensa. Era casi un deber social que un lord recibiera a su esposa, especialmente luego de un período de separación, tal como era uno habitando Desembarco del Rey y la otra en Marcaderiva. Razón por la cual Alarra levantaba la nariz con orgullo herido, pero callaba. La excusa de su señor padre no solo era irrefutable, sino socialmente aceptable. Su progenitor se mantenía como un servidor de la Corona diligente, un consejero devoto e indispensable, a la vez que priorizaba otros asuntos por encima de su mujer. La dama Massey no podría quejarse sin parecer egoísta y lucir como una villana.
Ya veo. Que... servicial de su parte. - su madre olfateó un poco - La familia real debería agradecer tener un hombre tan enfocado y capaz entre sus manos.
La caballito de mar no sabía qué decir, que contestar, y con toda seguridad podría afirmar que preferiría que el silencio se mantuviera hasta llegar a su destino. Sin embargo, los dioses no eran benévolos con ella.
¿Cómo está esa familia tuya? - para cualquier otro sería una pregunta inocente, para Alyssa significaba una puerta que su madre había traspasado para torturarla.
Muy bien, madre. Gracias por preguntar. Lamentablemente el príncipe Aenys no pudo acudir a recibirte, ya que su padre el rey - intentó recordarle una vez más el estatus de las personas a su alrededor, para ver si la motivaba a mitigar sus críticas - lo ha colocado de regreso en sus entrenamientos con espada y ha establecido una rutina de estudios.
Pues finalmente, nuestro monarca ha decidido encaminar a su heredero a temas que le son más acordes a su posición. - abiertamente desdeñosa, Alyssa se preguntaba como era posible que siendo de la misma altura e incluso después de su enlace con alguien superior, la mujer que la dio a luz seguía mirándola por debajo de su nariz - Esa tontería de la poesía y admirar las estrellas no le corresponden al heredero del trono. Solo que deberías haber sido tú quien lo guiará en ese sentido, pero claramente decidiste apoyarlo en esas nimiedades.
Es el gusto del príncipe quien lo ha llevado a perseguir tales pasatiempos. - que ella compartiera muchos y los disfrutara, no tenía nada que ver - Además, no veo que tiene de malo que invierta su tiempo en ellos. Los disfruta y le permiten ser el hombre refinado y culto que todos conocen y adoran.
No será con adoración como lo recibirán cuando se siente en el trono, Alyssa. - su mirada fue firme y calculadora, por un instante sin rastro de desdén - Tendrá que estar preparado para demostrar su capacidad para gobernar, y aún así lo desafiarán.
Ja. - el tono de la Velaryon fue burlón, lo que no fue muy inteligente de su parte - Tiene un dragón, solo un tonto se atrevería a desafiarlo. - su confianza no flaquearía en ese asunto.
Lady Alarra no respondió, solo se inclinó hacia atrás en su asiento, y por un momento todo permaneció en bendito silencio. No iba a durar mucho.
- ¿Y la princesa Rhaena?
Otro punto delicado para Alyssa. Cuando la tuvo, su madre acudió a conocer a la primera descendencia de su hija con la familia real. Ella pudo evitar a su señora madre aludiendo debilidad, pero permitiendo que fuera presentada a su hija. Aún así, se encargó de hacerle saber su decepción por haber dado a luz a una niña y no a un heredero. Alyssa también se había decepcionado, pero no le correspondía a su madre criticar y pudo silenciar sus comentarios gracias a la alegría del rey por sostener a su nieta.
En excelentes condiciones, madre. - ella explicó para que no se encontrara falta en sus acciones - La veo al menos tres veces al día. Una en la mañana para supervisar las actividades que realiza, una luego de la comida del mediodía para escuchar los informes de las nodrizas y por las tardes, cuando baja el sol, damos un pequeño paseo por los caminos del Fuerte. Los nobles nos ven pasar y me ven como una madre devota e irreprochable.
Su madre asintió. De esa forma sería vista como una figura materna ejemplar y dedicada pero todavía apropiada.
- ¿Para cuándo el próximo embarazo? Tu hija ya tiene dos años. ¿Por qué no has tenido otro bebé?
¡¡¡Madre!!! - no pudo detener el tono escandalizado.
Nada de madre. Diste a luz una niña en vez de un varón. Y luego, en vez de quedar encinta inmediatamente, - el disgusto fue evidente - has esperado, por alguna razón. - la miró de arriba a abajo - No has salido en estado porque estás esperando, ¿verdad? No porque no puedas o porque tu marido se aburrió de compartir tu lecho, ¿cierto?
Mi marido no se ha aburrido de mí. - exclamó muy ofendida - Me ama y me será eternamente fiel.
Niña incauta y estúpida. - esto la dejó estupefacta. Hacía años desde que su madre la ofendía así directamente. Habría pensado que ya había superado la etapa en la que le dolía, pero las lágrimas que tuvo que contener le mostraron que estaba equivocada - Todos los hombres se aburren con el tiempo. Solo un heredero asegurará tu posición. - además del insulto, la dama Massey no pudo evitar retorcer el puñal en la herida - Mi Ethelyna me hubiera escuchado y ya tendría un nieto del rey Aegon entre mis brazos. No como esta niña tonta que cree que por ser algo bonita siempre será la favorita de todos.
¡No puedes estar segura de eso! - escupió Alyssa - Incluso si hubiera vivido, no puedes estar segura de que mi hermana se hubiera casado con Aenys. No solo tenía tu cabello negro y nada valyrio - le echó en cara a su madre la falta de cabellera plateada en su hijita adorada, una carencia heredada de ella y que estaba ausente en Alyssa. Un defecto que un purista como lo eran los Targaryen no hubieran pasado por alto - sino que también era un par de años mayor que mi esposo.
Niña incauta, estupida y ciega. - su madre habló de manera sombría - Aegon el Conquistador no se hubiera atrevido a rechazar a la hija favorita de los Velaryon - la confirmación de la preferencia de su familia todavía dolía - solo por su color de pelo. También careces de cerebro si crees que tres años de diferencia habrían influido en algo, considerando que casó a su hijo menor con una mujer una década mayor.
Alyssa casi se muerde la lengua para evitar una réplica vulgar y virulenta. En cambio contestó - Al final no importa. Mi hermana está muerta y nunca sabrás si mi Aenys sería capaz de amarla.
Sigues con esa tontería del amor. - se burló lady Alarra - Ya te dije que no es útil y solo sirve para dar problemas. Lograr que te amen es una ventaja, pero en este mundo la seguridad debe ser la perseguida. No tontos sentimientos.
Palabras fuertes para una mujer que nunca fue amada por su marido. - fue su respuesta.
No lo fui. - admitió lady Massey con estoicismo, aunque no pudo evitar la mueca de un ego herido. Hacía años que lo había aceptado, aunque aún ardía en su orgullo. Una de las mujeres más bellas de su tiempo y siempre fue considerada inferior. Lo peor es que nunca pudo hacer nada contra su marido ni contra... - Pero le di a mi Señor esposo los herederos que necesitaba, las hijas para obtener sus alianzas. Mi posición de mantuvo firme y nadie la puso en duda. No como tú, - el desprecio era evidente - que has logrado decepcionar al monarca y tras varios años de matrimonio, solo tienes una nena para mostrar.
Y un marido que me ama. - reafirmó Alyssa luego de notar el gesto de su madre. Una debilidad desconocida y que puede que le sirviera de arma para esgrimirla contra su actitud - A diferencia de a ti.
Ay, mi tonta e inocente niña. - Alarra negó con la cabeza - Aún tienes tantas cosas por aprender. Tu la has tenido fácil. - sus ojos castaños la atraparon en con despiadada intensidad - Cierto. No pude seducir a mi marido. No cuando llegué al matrimonio y él ya tenía a alguien en su corazón. Alguien prohibido. Aunque eso solo hace que el deseo de los hombres se inflame más allá de lo posible.
¿Su práctico y siempre pragmático padre enamorado? ¿Cómo es que nunca había escuchado de esto? La curiosidad ganó a las ganas de seguir discutiendo de Alyssa y se sintió forzada a preguntar - ¿Y quién es esta mujer que logró tal acto imposible?
No te preocupes por ella. - fue Alarra quien miró por una diminuta ventana del carruaje mientras atravesaba la capital, dispuesta a terminar la conversación - Hace años que esta muerta.
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Visenya soltó una carcajada estridente, aunque aquí, volando tan alto sobre el mar, nadie la llamaría así. Su hijo y Ortiga viajaban a su lado, de regreso a casa, y la muchachita no perdió la oportunidad de jugar en el aire. Al frente de su montura estaba su hijo, y desde aquí podía ver que irradiaba una satisfacción que ella compartía. Regresaban a su hogar, abandonando las trampas cortesanas de Desembarco y su familia tenía ahora dos dragones. ¿Qué más podría pedir?
Ortiga hizo un giro en el aire con su bestia y pudo escuchar, incluso en la distancia que los separaba, un grito de alegría de Maegor. Sí, su niño feliz era otra cosa que podía pedir y también estaba a su alcance. Una gran sonrisa adornó su rostro. Estaba segura de que no había sonreído así desde ese breve periodo que prosiguió a la muerte de su padre, aunque no pensaría más en ello. Se sentía contenta y nadie arruinaría eso. Así que lanzó ella su propio grito y Vaghar rugió en respuesta. Una caída en picada y un saltó hacia adelante a gran velocidad le revolvió el pelo que escapó de su trenza y le hizo latir el pecho en un ritmo loco. Sí. Hacía décadas que no se sentía tan viva.
El regreso fue una repetición más brillante de la vez anterior. El mismo colectivo de la servidumbre se afanaba en el patio, para recibir a su nuevo señor. Ortiga, consciente de esto, realizó una maniobra de aterrizaje conjunta con Vaghar a pedido de Visenya. Los dos dragones bajaron en un círculos consecutivos, con cada uno de ellos al lado contrario del círculo del otro. Una persecución representada en una especie de juego, para que todos entendieran de una vez la confianza y el poder entre ambas bestias.
Fue Vaghar quien primero se posó en el piso, seguido bastante rápido por el coloso marrón. Visenya se desató sus cadenas con calma, conociendo que la bajada del Ladrón de Ovejas de su hijo sería más lenta. El dragón, aunque no agresivo con él, no parecía que le agradara mucho su niño. Ah, bueno. No importa que fuera de la realeza o un Targaryen, nadie podía obligar a un dragón a sentirse cómodo con nadie.
Al llegar al suelo, la reina se sorprendió un poco al ver que su heredero no se había presentado al frente de la comitiva de bienvenida. Un vistazo hacia atrás le mostró a su niño esperando por el descenso de Ortiga. ¿Su príncipe aguardando a su esposa? Aún mejor. Cualquier criado los vería aparecer juntos y antes de eso, observaría la preocupación del nuevo Señor por ella. Preocupación nunca antes vista hacia nadie más, excepto quizás hacia ella.
Con los pies de su pequeña ladrona plantados seguros en la tierra, Maegor se encaminó con fuerza al centro de todo. Quienes no estuvieran acostumbrados a él, no notarían el cambio con el príncipe de Rocadragon que todos conocían. Sus ropas estaban un tilín desajustadas. Su pelo, pese a su corta extensión, se hallaba un tanto erizado. Aunque no tanto como el de Ortiga. En serio tenía que conseguirle una mejor doncella, una que recrear sus peinados para su pilluela. Era el gesto de su boca, la mirada en sus ojos, lo que había cambiado. No había una sonrisa en él, su retoño intentaba lucir respetable y regio para su edad. Pero había una ligera inclinación en la comisura de sus labios, un gesto de satisfacción. Su mirada ya no era sospechosa o suspicaz, era la de alguien lleno de orgullo que contempla lo que le pertenece.
Su hijo aceptó todas los saludos y presentaciones con seriedad, considerando que estos eran formalidades esperadas hacia el nuevo Señor del lugar. Aunque no sería el dueño absoluto hasta los seis y diez años, el que todos lo reconocieran como gobernante del lugar era algo que no dolería. El reconocimiento era algo que todos, incluido su niño que pensaba un tanto diferente a los demás, buscaban con ahínco.
Terminado el recibimiento y en contra de lo esperado por todos, el príncipe agarró la mano de la morena muchacha, sin pedir con elegancia o modales que lo acompañara y le dijo - Ven, Ortiga. Déjame presentarte el castillo. - y la arrastró tras de sí. No es que ella se opusiera tampoco. Siendo quien era, tomó su entusiasmo y avanzó con él todo el camino.
A pesar de su entrenamiento y la rigurosidad férrea que acostumbraban a seguir, hubo miembros del personal que abrieron tanto sus ojos ante esto, que casi se les salen de las órbitas. Incluso hubo un mozo que dejó caer la mandíbula.
¿La acaba de llamar Ortiga? - Visenya se encogió un poquito por dentro por el desliz de su hijo. Pero decidió rectificar un problema y echarle más fuego a la situación de un solo golpe.
Sí. - asintió para la mucama que había preguntado, que ya se encontraba temblando en el lugar por su indiscreción - Le llama así de cariño. - tarde o temprano el nombre verdadero de su ladronzuela se les escaparía. Mejor crear una escusa válida desde hoy.
Todos pusieron su atención en ella, ahora que el nuevo señor había desaparecido tras la entrada. El rumor se regaría como los piojos entre un grupo de niños de pueblo. Puede que hubiera personas que aún tuvieran la esperanza de que Ceryse Hightower fuera la Señora de la fortaleza, en comparación con Ortiga, la dama menos adecuada. Pero definitivamente a partir de este día, nadie en el castillo tendría dudas de algo: al segundo príncipe del reino, Maegor Targaryen, le gustaba mucho su segunda esposa.
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Fue entre los pasillos de Fuerte Aegon que se cruzaron con ella. La altiva y correcta lady Ceryse Hightower, que era perseguida por los mismos líderes de los sirvientes que la habían obedecido a ella hasta hacía poco. Aquellos que había tratado de poner de su lado junto al resto de la traicionera servidumbre. Como por ejemplo, las lavanderas. Ella pensó que al librar a dichas empleadas de las tareas de hervir constantemente las telas de cama de la familia real, ganaría su aprecio y fidelidad, y así fue. Al menos hasta que llegó Ceryse a "rectificar" sus acciones. Instauró de regreso el trabajo previo y destinó alguno de los fondos ahorrados en combustible, para darle una mísera compensación a los siervos por la inconveniente restauración de sus deberes. Ella les había quitado trabajo difícil de las manos, pero ellos por unas pocas monedas se habían vendido. Todos habían cambiado de lealtad más rápido que un mar tranquilo se convertía a uno embravecido en plena tormenta.
Tras ella, caminaba su madre, un dechado de recato para todos. Veamos cómo le iba a la Hightower.
Una mirada a Alyssa y a su acompañante, y Ceryse se inclinó en una rápida y perfecta, por supuesto que era perfecta, reverencia. Podría haber usurpado su posición como gobernadora de la fortaleza, pero al menos reconocía su estatus superior.
Sintió a su madre reverenciar tras ella. Por un momento pensó en no devolver el saludo, para que ambas entendieran su posición, pero decidió ser magnánima, y evitar potenciales críticas de su progenitora. Los modales debían seguirse antes que todas las cosas. Alguien de estatus superior puede saltarse las formalidades, pero si Alyssa lo hacía, su madre pondría un grito en el cielo. Esperando que la locuaz lengua de su querida mamá hiciera efecto contra la enemiga de su Casa, se sorprendió al oír:
Lady Ceryse, un placer conocerla. - no había ni una pizca de veneno en la voz de Alarra Massey - He escuchado que se ha hecho cargo de todas sus funciones con una efectividad que rivaliza con los comandantes en un campo de batalla.
La esposa de ese bruto de Maegor, inclinó la cabeza en aceptación y respondió - Gracias por sus amables palabras. Solo intento estar a la altura de los estándares requeridos antes de mí.
Estoy segura de que lo está, mi señora. Y si necesita algo, - otra reverencia de su madre. De no ser por su crianza estricta, Alyssa habría boqueado de la impresión - siempre puede contar con los Velaryon como verdaderos servidores de la Corona. Para lo que necesite. - dijo con firmeza. Y con mayor confidencia, afirmó - Por favor, perdone las acciones de nuestra hija. Por lo visto sus escasos años en la Corte la han mimado en exceso.
Ceryse devolvió una sonrisa breve y amable, aunque no devolvió palabra y continuó con sus labores. Quedaba claro que no caería en la falsa cortesía aunque tampoco la rechazaría. Cuando la vio desaparecer, Alyssa exigió:
¿Qué fue eso? ¿Por qué has tratado a esa trepadora Hightower así? - como parecía que la Señora de los Velaryon avanzaría sin responder, Alyssa la agarró del brazo - Responde.
Su madre no se inmutó para decir con el tono más melodioso - Olvidaste todas mis lecciones, por lo visto, mi niña tonta. - hizo el además de enderezar el cuello de su vestido - Hay oídos en todas partes y ojos en las paredes y aún así buscas una confrontación pública.
- Ella es enemiga de los Velaryon y tú le ofreciste ayuda. Ayuda sincera, si lo que escuche en tu voz era correcto.
Puede que lo hiciera, puede que no. - su madre continuó en esa misma tonalidad - Depende de lo que convenga a la familia. En estos momentos lo que conviene, y por lo tanto, lo que pasará, es que tú eres su enemiga, no los Velaryon.
Si ella es mi enemiga, es enemiga de los Velaryon. - siseó Alyssa en voz baja, para que nadie más pudiera escuchar - Solo me enfrenté a ella porque amenazaba los intereses de nuestra familia.
No, - la Massey corrigió - te enfrentaste a ella porque era peligrosa para ti y tu orgullo. No porque te amenazaba, y de paso te has conseguido una contrincante donde pudiste crear una aliada. Si vas a actuar por un impulso egoísta, no esperes el respaldo de tu Casa.
Ella no se pondría de nuestra parte. - la caballito de mar aclaró, como si fuera algo obvio - Solo esperaría su oportunidad para aprovecharse.
Como debería hacer toda buena dama. - su madre asintió - Esperar el momento adecuado y hundir las garras cuando más nos convenga. No desafiar a las personas en un duelo directo, ni buscar pleitos que no estés segura de ganar. - miró a su hija, casi tenía dos décadas y actuaba como si no cumpliera más de una por lo errada que estaba en sus métodos - Después de todo mi querida Alyssa, en la mayoría de los casos, todos los demás son enemigos.
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Maegor se había avergonzado un poco a sí mismo, al darse cuenta después de un rato, de que Ortiga conocía la mayoría de los lugares que le estaba enseñando. Fue un alivio inmenso cuando ella le respondió que conocía el área, no la historia ni los cuentos. Y le contó sus propios descubrimientos confidenciales que compartía con su madre. Usar su habilidad para encontrar cosas escondidas le pareció algo de lo más inteligente por hacer.
Cuando tu madre me mostró su biblioteca secreta me tomó por sorpresa, lo admito. - sus dos cabezas se mantenían cerca mientras se murmuraban, para que nadie más escuchara lo que decían. Que vista resultó ser para aquellos en su camino - Pero nunca había rondado por aquí en total libertad. Cuando me puse a revisar desde el exterior, me sorprendí que nadie más se hubiera dado cuenta. Conté las ventanas por dentro de las habitaciones y por fuera del castillo y efectivamente, había una de más en ese piso.
Son demasiadas para que alguien se fije bien. - explicó Maegor. Una sola ventana pasaría desapercibida entre las muchas que adornaban esa pared de la fortaleza.
Ortiga asintió orgullosa, tras admitir que era mala con las letras, pero hasta su Visenya la había felicitado por su habilidad con las cuentas - Por supuesto, hay demasiadas ventanas a simple vista para darse cuenta. Tienes que comparar por dentro y por fuera, evaluar el nivel en el que están y recordar los números. Pero ese es uno de mis talentos, además de revisar en cada esquina posible. - ella se río y Maegor sintió la tentación de imitarla.
- Madre debe estar feliz por lo encontrado.
Tu madre está complacida, y creo que duerme mejor sabiendo que ando tras los túneles ocultos. Así como el maestre Morel. El hombre me defiende de cualquiera que diga que no es correcto que yo haga eso. - Ortiga resopló suavemente - Vamos, entiendo que se vea extraño que me la pase escarbando y revisando por los rincones, pero como la reina les dijo que lo estoy haciendo para ella, los demás se quedan callados.
Maegor le apretó la mano en respuesta, mano que no había soltado en todo el rato. Solo cuando su emoción del primer momento desapareció se dio cuenta de lo que hacía, pero puesto que Ortiga no dijo nada, no la soltó. Era su esposa y no era incorrecto tomar la mano de su esposa en público. O eso creía. La verdad es que no quería soltarla y ya. Además, le recordaría a cada sirviente que los vio pasar que ella era su mujer, de él, y que nadie tenía el derecho a mirarla con extrañeza. No se había olvidado que decía que había personas que decían que ella actuaba de forma incorrecta. ¿Quién se atrevía a decir eso de Ortiga en su propio Feudo? No solo estaba haciendo algo útil y aprobado por su madre, sino que ella era una de las Señoras del Castillo, y ningún criado tenía derecho a opinar sobre sus acciones.
- Todavía me pregunto por la biblioteca de tu mamá. Si solo tú y ella sabían de ella, significa que si no se lo dicen a nadie más, ¿otros Targaryen desconocerían su existencia?
Él solo se encogió de hombros. Creía entender lo que decía. Sin ellos, ¿los Targaryen de su tiempo sabrían de la biblioteca? Lo más probable era que no. Aunque no estaba seguro de ello. Como no entendía luego de que ella preguntó, porque su abuelo le había contado a Visenya el secreto de los conocimientos escondidos y no se lo había dicho a su padre. Después de todo, el heredero era él, ¿no? Bueno, lo que era, era. Pensar en ello no le aportaría nada.
¡Oye! - Ortiga lo miró emocionada - ¿No quieres ver mi cuarto y ya sabes, - le susurró al oído, haciéndole cosquillas - ver el armario que encontré?
El descubrimiento lo fascinaba. Si encontró esos rollos de astronomía, ¿qué otras cosas podían estar esparcidas por ahí?
Maegor, ¿qué me dices? - lo miró con sus bonitos ojos oscuros.
- ¿Decirte qué?
- ¿Quieres ver mi cuarto?
La respuesta era sí. Así que una caminata larga después, y tras la subida hasta la cima de la torre, ambos llegaron a las habitaciones. Aunque no le importó la subida ya que la lógica de estar más cerca del techo para despegar y aterrizar con su bestia le pareció magnífica, era claro que su esposa era muy astuta, tuvo que admitir que era un buen tramo de escaleras. Ortiga pensó lo mismo.
Ufff. Esa escalada está fuerte ¿verdad? - esperó algo de él, que solo cabeceó porque tenía razón - Pero tres lunas subiendo y bajando varias veces al día están dando resultado. Tu madre me dijo que me daría músculo y tiene razón. - se palmeó su trasero sobre las calzas - Miralas, están firmes como nunca.
Ahí fue cuando el príncipe cometió un error, pero solo lo supo después de hacerlo. Ella le dijo que estaban firmes y él fue a comprobarlo. Cuando su palma entró en contacto con su nalga, Ortiga se quedó rígida y lo miró con los ojos bien abiertos. Él lo notó entonces. Se lo habían dicho muchas veces, no es correcto agarrar las partes trasera de una lady. Aunque había visto a muchos señores de la Corte hacerlo con criadas y una que otra dama ocasional. Que su esposa se quedará tan quieta era que había hecho algo malo ¿verdad?
Perdón. - fue lo único que se le ocurrió decir. Aenys le había dicho que un príncipe sí podía disculparse, y si alguien era digna de recibir disculpas si le hacía algo malo, era su amiga.
Dices perdón, pero me sigues agarrando el culo. - mordió su esposa, apenas se atrevió a parpadear cuando ella habló - ¿No me has escuchado? ¡Suéltame!
Separó en ese momento su mano como si estuviera tocando carbones encendidos.
Maegor, - no quería mirarla a los ojos - no es correcto lo que hiciste.
Buscó defenderse de alguna forma, pero solo se le ocurrió - ¿Esta mal que un esposo le agarré el trasero a su esposa? - el tic en su mejilla se desató con sus propias palabras.
Ortiga fue a responder y se quedó en silencio. Lo intentó de nuevo y nada - A ver, no está mal. Pero... - los señaló a ambos - somos un caso especial. ¿Qué dije que haría si me tocabas sin permiso?
Violencia. - se acordaba de eso bien, aunque... - ¿Qué pasa con las manos? Te agarré de las manos sin permiso.
No, no. Las manos están bien. - su amiga afirmó - De hecho, si algo me molesta te lo voy a explicar. Porque por lo visto, nadie te lo ha dejado muy claro. Puede que porque eres un príncipe, y de los que dan miedo. También habrá cosas que a otros le molestarían pero a mi no. Así que pregunta sin miedo.
Él asintió. Si se lo explicaba a detalle, sería más fácil. Más si con ella se aplicaba de forma diferente. Así que avanzó hacia donde ella iba, a mostrarle el famoso aparador secreto. Mientras tanto, apretó su mano en el aire. Su esposa tenía razón en muchas cosas, una de ellas es que sus nalgas de verdad que estaban firmes.
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Príncipe Aenys. Es un placer saludarlo. - el recibimiento de Alarra Massey para con su esposo fue dulce como la miel, e igual de repugnante. Sabía que a veces o más bien, en muchas ocasiones, una dama debía fingir cosas que no sentía por el bien de las cosas, o simplemente porque era considerado lo correcto. Pero la habilidad de su madre para escupir bilis de alguien y luego darle la bienvenida con tal entusiasmo, sin que su máscara de matrona benigna nunca desapareciera, siempre sorprendía a Alyssa. Cualquiera diría que la señora de Aethan Velaryon se preocupaba de verdad por su esposo. En especial porque luego de la reverencia formal, extendió sus manos para sostenerlo, pese a estar el príncipe heredero bastante sucio y sudado por los entrenamientos. Y si había algo que su madre detestaba era la suciedad.
Oh, no, mi señora. Somos familia ahora y no estamos en público. - Aenys la saludó con entusiasmo - Sin formalidades.
Oh, alteza. - su madre logró de alguna forma lucir sonrojada - No ne atrevería.
Tonterías. - su siempre dulce marido, demasiado confiado con las víboras a su alrededor - Disculpe no haber ido a recibirla yo mismo. Mi padre ha establecido un régimen muy riguroso para mi educación.
No se preocupe, mi príncipe. - Alarra sonaba casi como una madre preocupada - ¿Esta siendo muy duro el entrenamiento?
Pensé que con mi hermano menor fuera, tendría unos días libres. Ya sabe, mi padre quiere que entrene y estudie a su lado. - Aenys se burló un poco y Alyssa notó como la mirada de su madre se entrecerró - Pero sin él, se le ha ordenado a mi maestro de armas aumentar la severidad. Padre intenta que alcance a Maegor. - negó con la cabeza - Incluso si me gustará pelear, no creo que podría hacerse. Mi hermano nació para ser un campeón con las armas. - dijo con un orgullo que Alyssa despreciaba en él.
Ya veo. - la caballito de mar no vio lo que su madre captó, pero la dama Massey continuó - Bueno, un hermano triunfa en las armas y otro en lo académico supongo. Un perfecto equilibrio. ¿No?
Uno pensaría eso, ¿eh? Pero no. - Aenys aclaró - Todavía lo supero por poco, pero contrario a lo que todos creen, mi hermano es muy estudioso. - repugnante como alababa al mocoso de Visenya.
Pues que bueno que los Targaryen posean un hijo con tales cualidades. - asintió su madre - Pero me disculpo por molestar. Se nota que se dirigía a asearse y lo estoy interrumpiendo.
No se preocupe, mi señora. - Aenys expresó antes de marcharse a sus cámaras - Es un placer interactuar con una dama tan bella de mi propia familia.
Cuando su pareja se marchó por la puerta, de seguro resonaron en su oído las alabanzas de su madre por ser tan educado. El sonido de los pasos alejándose, le permitió a la actual Señora de la Casa Velaryon de volver a su pasatiempo favorito: criticar.
Cuando pensaba que no podía haber nadie más cabeza hueca que tú. Aparece él. - ¿cómo se las arreglaba para resoplar de forma refinada esta mujer? - ¿Desde cuándo es tan cercano a su hermano menor? - la pregunta de su madre salió disparada en forma de acusación destinada a Alyssa.
Pues desde que su padre los puso a entrenar juntos. No se porque el rey hace eso. Creo que es un castigo por casi entregar a la bastarda esa a los volantinos. - ella todavía estaba molesta por aquello, tan cerca de deshacerse de esa espina y con que facilidad. Pero tuvo que venir Visenya e interrumpir
¿La princesa Orthyras? - no había ninguna inflexión en su voz - Otra razón más para pensar que el muchacho no tiene cabeza. Aegon el Dragón nunca hubiera permitido que la dama saliera de sus manos. Y lo que está haciendo el rey no es un castigo, Alyssa.
¿Cómo que no? - preguntó ella realmente contrariada - Hace entrenar a mi esposo con ese bruto de su hermano y luego lo hace pasar más tiempo con él. El propio rey le pidió que fuera su amigo. - la palabra le sabía amarga en la boca.
Niña tonta, rey astuto. - Alarra la miró de arriba a abajo - Tienes que ser más inteligente Alyssa, si quieres empezar a prosperar ahora que no te entregan todo en bandeja de plata. El rey se está dando cuenta de las habilidades de su hijo menor, que por lo visto supera en mucho a su hermano. - Alyssa la miro algo asustada, a lo que su madre asintió - Es por ello que le pide que sea su amigo, de seguro. - por una vez, fue su perfecta mamá quien actuó imperfecta, mordiendo una una de su mano. Eso hablaba de preocupación - Pero si presiona a Aenys para que supere a Maegor es que todavía tiene fé en él. No abandonará a su heredero.
El rey jamás abandonaría al Aenys por el hijo de Visenya. - exclamó escandalizada. La idea de lo contrario era tan absurda como... como... que sabía ella. Como un mundo sin nobleza, eso. Cambiar a Aenys como heredero por Maegor sería como vivir en un mundo sin nobles - El Conquistador ama demasiado a su hijo, el recuerdo de Rhaenys, para cambiarlo por el príncipe Maegor.
Ay, querida Alyssa. ¿Cuántas veces debo explicarlo? El amor no vale tanto como crees. - se encaminó hacia una ventana, observando algo más allá de su vista - Aegon prefería a Rhaenys, cierto, y es por ello que cuando murió su padre le permitió adquirir a su dragona. - la plateada Meraxes, una bestia inmensa de ojos dorados, o eso había oído - Ahora, - Alarra la miró fijamente - ¿crees que si Rhaenys no hubiera podido domar a su dragona, Aegon se habría atrevido a casarse con ella?
La pregunta le sacó el aire de los pulmones - ¿Qué?
Lo que dije. - rectificó las palabras - Si Rhaenys no hubiera conseguido a Meraxes, ¿crees que Aegon se habría atrevido a casarse con ella? ¿A poner a sus hijos por encima de los de Visenya? Tenerla a un lado, si. Es probable. Pero ofender a la esposa con un dragón por una mujer sin uno. - negó con la cabeza. Era un pensamiento estúpido, incluso para la misma Alarra que tanto despreciaba a la reina superviviente. Podría desagradarle la mayor de los Targaryen, pero no era ciega a la verdad.
No. - Alyssa negó vehemente - Aegon siempre hubiera escogido a Rhaenys y a su hijo. Era la reina adecuada. Alegre, femenina, más suave que su hermana mucho más severa y rígida. - o eso le habían dicho. No la conoció personalmente.
- Rhaenys era una reina más adecuada en el papel, cierto. Pero no te equivoques Alyssa, sin dragón no hubiera llegado a reina, ni siquiera a esposa. Por suerte para ti, un trono conquistado por dragones será mantenido por ellos. Por lo que el príncipe Maegor, más adecuado o no, sin su propia bestia no gobernará.
Esto duplicó el miedo en el corazón de la Velaryon, el segundo hijo del rey no tenía montura pero su esposa sí - La segunda esposa de Maegor no cuenta. ¿Verdad? Es salvaje y maleducada y no es una heredera de la Corona. Así que no cuenta. ¿Cierto? - aunque la sospecha de que era una bastarda de Aegon no desaparecía de su mente.
Alarra dudó - No lo creo. Puede que ella sea un apoyo, pero sin su propio dragón, Aegon no pondría a Maegor por delante de Aenys.
Una sensación de alivio, seguida de satisfacción, la invadió - Sí, por supuesto que sí. Además, esa mujer con su comportamiento inadecuado, no será más que un lastre para el lado de Visenya. - se regocijó con el pensamiento.
No seas ingenua, Alyssa. Puede que no sea una dama correcta y aún así, lo que se espera y lo que se necesita son dos cosas distintas. - su madre le agarró delicadamente la mandíbula, asegurándose de no dañar la precioso cara - Por ejemplo. Se espera que las ladys sean solo adornos bonitos y suaves, que sonrían de forma dulce y tengan bebés. En realidad se necesita una mente astuta y política que sepa apoyar a su Casa desde su lugar segundario y que sepa navegar entre las traiciones y trampas de la Corte. - la soltó con desdén - Y pesé a que te eduque para ello, estas fallando.
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El día había sido ajetreado como pocos. Por suerte para él, su madre lo conocía lo suficiente para buscarlo luego de que hubiera completado su rutina de ejercicios. No le gustaba saltársela. Ya acá en la Isla, tanto había cambiado que a Maegor le daba vueltas la cabeza. Que Ortiga eligiera habitaciones tan originales no le alteraba tanto como la mudanza de su madre. Había abandonado su pequeño cuarto cerca del patio por uno al menos varias veces más grande.
Él y Ortiga se habían burlado un poco del tapiz en el pasillo de entrada, una representación de la batalla naval de su madre en Puerto Gaviota, que hasta hace poco había adornado un corredor alejado en Fuerte Aegon. Su esposa había comentado sobre la representación de su madre quemando barcos en su dragón con su escudo y espada alzadas y tenía razón. Quien hizo el tapiz carecía de seso. En una batalla en dragones no tiene sentido alzar una espada. Si acaso un escudo, y aún así, de tenerlo lo ideal sería mantenerlo atado a la espalda. El tejedor de tapices no sabía nada sobre dragones. Lo más probable es que su madre se hubiera aferrado a su montura durante el evento. Mientras analizaba esto, pasó a conocer su nuevo cuarto, y se sorprendió.
Una cama con dosel era una fastuosidad que nunca se habría imaginado para Visenya. Una alfombra de gran tamaño en el centro casi vacío mientras otras más pequeñas rodeaban la cama y otra frente a la amplia chimenea. ¿Alfombras? ¿En la habitación de su madre? Aparte de un par de cofres, la reina había adquirido una mesa amplia con un par de sillas, un librero que cubría una pared entera y un diván. Seguía siendo un mobiliario escaso para un miembro de la realeza, pero para lo que acostumbraba su mamá, esto era el colmo del lujo. Se detuvo impactado, casi igual a lo que se sintió al ver un dragón desconocido, antes de mirar a su madre, que se removía en su lugar, y decir:
- ¡Impresionante, madre!
Horas más tarde, de regreso en los aposentos de Ortiga, todavía estaba pensando en ello. O al menos lo hacía hasta que escuchó a su esposa a través de la puerta que daba a la antecámara.
Nada de peros, ya te dije que el diván es más cómodo para ti y que duermes en él. - una pausa - No, no vas a ayudarnos a prepararnos para dormir. No somos niños, lo podemos hacer solos. - ser niños o no, no tenía nada que ver con la situación, aunque él se sentiría irritado si lo hacía. No le gustaba que lo tocaran sirvientes desconocidos. Ni tampoco le gustaba mucho que lo hicieran los conocidos. Bah, prefería doblar él su ropa, para que quedara perfectamente doblada, y desvestirse él mismo - No, no estamos molestos contigo por nada. Puedes dormir tranquila.
Ortiga atravesó la puerta y él habló - A mi me gustaría que se fuera a dormir al solar. Así estará más alejada de nosotros.
No tiene dónde dormir ahí. - le explicó su esposa luego de calmar a la temblorosa criada. Había comenzado a parlotear con familiaridad cuando su mujer llegó, sin darse cuenta de su presencia. De alguna manera, Ortiga se las había arreglado para que la mayor parte del personal del castillo la tratara como una amiga o conocida que como su señora. Al notarlo, y descubrir que dormiría ahí, comenzó a temblar como un perro mojado en invierno. Debía ser una empleada nueva, luego de que su madre se deshiciera de la mayoría de los Velaryon. Eso, o tenía demasiada mala fama entre los sirvientes, cosa que no se había cuestionado hasta hace poco. El hecho de que Aenys fuera popular incluso en la servidumbre le hizo darse cuenta de cuán diferente era tratado él. Aún así, la moza actuaba con demasiada confianza con su mujer.
- Que duerma en un jergón.
Ya te dije que no lo haría y que no lo va a hacer. - nadie podría tildar jamás a Ortiga mujer callada y obediente. Era lo contrario a la correcta y sumisa damisela promedio. Si no le gustaba lo que decía, se negaba en redondo. Cuando vio que se empezaba a quitar la ropa, miró para otro lado. No era correcto mirar a una dama, y aunque fuera su esposa, si no está bien para Ortiga que la toquen, entonces no está bien mirarla.
- Entonces, mañana después del entrenamiento, ¿me puedes acompañar a las barracas? Me gustaría investigar a ver si ocultan algo.
Él asintió, un poco confundido por qué necesitaría compañía, pero bueno. Si ella se lo pedía y su madre accedía, no veía porque no. Sintió el movimiento en el colchón, que le avisaba de que Ortiga ya subía junto a él a la cama y empezó a sentirse un poco incómodo. Él estaba aquí con un mentira. No era correcto mentirle a su amiga, que también era su esposa. A Ceryse sí, porque ella no estaba de su lado, pero a Ortiga no.
Ortiga, - ella lo miró desde su lado. Su cabello oscuro ya estaba desparramado sobre la almohada - cuando dije que me tocaba dormir contigo, mentí. - ella frunció sus delicadas cejas. La cicatriz en su nariz y ese gesto le daba un aspecto malvado, pero de cerca, no pudo evitar notar que había suavidad en sus rasgos. Sus ojos parecían libres de segundas intenciones. Y aquí estaba él, con mentiras - En Fuerte Aegon, Ceryse y yo ya tenemos habitaciones separadas.
Aja. ¿Y? - puede que su mujer no conociera bien las costumbres de la nobleza y no entendiera el significado.
Pues, - se removió en su posición - voy a su habitación a buscar un heredero, - la tensión de lo que decía desató el tic de su boca - pero no pasaba la noche completa con ella. - su amiga seguía luciendo como que no comprendía - No duermo con ella, por lo tanto, tú tampoco estarías obligada a dormir conmigo. - lo había intentado porque le gustó la otra vez, aunque hacerlo bajo un falso pretexto lo molestó tanto que tuvo que decirle la verdad.
Su mujer no se enfadó. Solo le dedicó una sonrisa grande y de dientes torcidos, antes de casi gritar - ¡Awww, que lindo! Eres casi el príncipe perfecto. No te preocupes, amorcito. - se burló ella - Si solo vamos a dormir, no tengo problemas en compartir cama. Duermo mejor en compañía.
Un alivio. Hasta que se le ocurrió decir - ¿Casi perfecto? Mujer tonta, no existe el príncipe perfecto.
El príncipe Jacaerys Velaryon lo era. - y allí empezó la explicación del porqué. Que luego se saltó a una charla sobre su dragón, Vermax, y su rápido crecimiento.
Por una vez, Maegor no atendió a nada relacionado con el nuevo dragón. Había un sentimiento punzante en su estómago. Una duda persistente. Cada elogio dedicado a esta persona desconocida era un peso que se apilaba sobre él. Le molestaban los halagos sobre sus habilidades e incluso la descripción de su físico. Él tenía todos los rasgos valyrios. Él era mejor. Pero... ¿y si Ortiga lo prefería así? Ya había dicho que no le gustaban los hombres fuertes. Así que tal vez, a diferencia de la mayoría, no le gustará el cabello oro-plata que compartía con el resto de los Targaryen, ni sus ojo violetas. Quizás prefiriera esos rasgos oscuros del hijo de la Casa Velaryon. La incertidumbre se apoderó de él.
¿Era Jacaerys el hombre que su esposa había amado? Ella lo describió como heroico y caballeroso. Un príncipe perfecto según sus palabras, y tenía una montura. ¿Era él quien había compartido su cama? Otro sentimiento lo invadió, uno que ya conocía bastante bien. Enojo. Pero no con la muchacha que se cubría con su misma cobertura. Sino con ese príncipe desconocido. Hijo de una reina, igual que él. Solo que tenía a su propia bestia, era el heredero y por sobre todas las cosas, tenía la admiración de su esposa. Lo odiaba. Odiaba su nombre y la cara que nunca conocería. No sabía porque, pero el solo saber de su existencia le molestaba. Él tardaría años en descifrar lo que sentía, aunque no tuviera nombre para esto, un día se daría cuenta de la razón. Maegor Targaryen estaba celoso.
Chapter 27: Sobre aliados y enemigos
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Por un momento, cuando abrió los ojos, se sintió confundido. Esta no era su habitación. Tampoco la de Ceryse aunque por un momento lo pensó, pese a que hacía rato que había abandonado la costumbre de dormir con ella. Así descansaba mejor. El estar envuelto en un peso y un calor tan cómodo fue lo único que le impidió sacudirse, hasta que su cerebro recordó donde estaban. Este era el cuarto de su otra mujer y él estaba durmiendo aquí porque quiso. Y porque ella lo dejó. La pesadez que sentía era su esposa, que al parecer había escalado su cuerpo durante la noche buscando calidez. Por un parpadeo se asustó, temiendo que babeara sobre él como hizo sobre la cama aquella primera vez. Una mirada rápida le mostró su boca cerrada, aunque demasiado cerca de su pecho y su pelo esparcido y erizado en diferentes direcciones. Todo bien, entonces.
Evaluó como se sentía. Tranquilo, cómodo, reconfortado. Atrapado en un capullo de seguridad, que la verdad, no quería abandonar. Todavía era demasiado temprano, se dijo, si no tomaba un baño, y no sentía la necesidad de hacerlo, podría permanecer aquí un poquito más. Sí, eso haría. Su amiga se removió sobre él y temiendo que cayera, la abrazó a su cuerpo. Sus ojos oscuros, bastante bonitos para él, se abrieron apenas un momento para luego cerrarse. Ortiga se acurrucó aún más en su posición y continuó su ligera siesta vespertina. El contacto de su abrazo le causó curiosidad. Ella le había dicho que no podía tocarle el trasero, pero si las manos. Por lo tanto, los brazos estaban permitidos, ¿verdad?
Paso sus manos sobre la superficie desnuda de sus extremidades, una y otra vez, encontrando su piel llena de pequeñas cicatrices al tacto. Debían ser de su vida anterior. Su madre había empezado a entrenarla con la espada, pero era muy pronto para que probara con armas filosas. Sin saber bien que cosas había vivido, pero entendiendo que estas vivencias la habían convertido en quien era hasta ahora, prosiguió su repetitiva exploración. El contacto era calmante y predecible dentro de toda esta sensación de corrección de la que se hallaba rodeado. Así, tras pasar sus dedos callosos sobre las marcas casi imperceptibles, se quedó dormido otra vez.
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La despedida de su madre para con su hermano menor fue tan teatral como se esperaba de ella. Casi se hubiera creído que sus lágrimas eran reales sino fuera por lo bella que se veía al llorar. Alarra Massey había convertido el acto de derramar las gotas del salado líquido en un arte. Oh, estaba segura que la pérdida de su hermano al no tan lejano Puerto Gaviota le dolía, solo que no lo suficiente como para para llorar de verdad.
Por los Siete, - murmuró entre dientes mientras veía alejarse en la distancia la ligera embarcación - no es para tanto. No está desterrado del reino ni nada, solo de la Corte. - susurró por lo bajo.
Su madre se secó de forma elegante la cara, porque por supuesto, todo debía hacerse de la forma más atractiva posible para ella - Interesantes palabras las tuyas. - el tono sollozante desapareció, aunque aún conservaba ese aire de alguien que sufría de una tragedia - Estoy segura de que habrías hecho un berrinche capaz de oírse en el Muro si se te hubiera dado el mismo castigo por un año. Y no olvidemos tu responsabilidad en todo esto.
¡No es lo mismo y lo sabes bien! - se defendió la Velaryon - Y sigues culpándome de la imprudencia de mi hermano de acusar falsamente al príncipe, - escupió con odio - cuando yo nunca le pedí que mintiera. Tu misma lo viste. Se niega a señalar al culpable.
Con el aire salobre empujando sus oscuros rizos, su madre se volvió hacia ella - Por supuesto que te culpo. Solo con tu influencia, mi hijo sería tan tonto como para creer que puede acusar a un príncipe, culpable o no, y salirse con la suya. Tu hermano menor te idolatra y te sigue en todos tus ridículos planes. No lo niegues. - la miró con un desprecio del que Alyssa nunca podía escapar - No me extrañaría que fueras tú la que puso las palabras en su boca para poder deshacerte de la sombra del hijo de Visenya.
Ella tuvo que apretar los dientes, porque en parte tenía razón, pero es que ese bruto tenía que desaparecer. Estaba captando la atención del rey y de su esposo, y Alyssa había trabajado demasiado duro por esa atención para cederla con facilidad.
Me señalas una y otra vez a mí, pero no a mi hermano. Fue Aemion el que fue lo suficientemente tonto para mentir y aún más tonto para ser atrapado. - inclinó la cabeza como si tratara de resolver un problema, uno cuya solución llevaba casi dos décadas eludiéndola - ¿Por qué lo defiendes tanto?
Porque es mi hijo menor. - dijo sin duda alguna - Los hijos mayores pertenecen a la familia, para la gloria y los logros de la Casa. Ya sea el primogénito o su repuesto. Tu hermano estaba tan abajo que no está destinado a heredar nada. - oteó el horizonte como si aún alcanzara a ver las velas del barco - Es la maldición y a la vez la bendición de los últimos en nacer. Como no se espera nada de ellos, se les confía el control total de su crianza a su madre. Sin otras exigencias. Podemos darle todo el afecto que les tocaba a los mayores pero que fue cambiado por una adecuada educación y preparación para sus futuros deberes. Los menores reciben los mimos de sus madres, que saben que nunca recibirán la misma fortuna que sus otros hijos que lo precedieron. E incluso así, - se escuchó claramente el cálculo en su voz - un hijo menor amado es menos peligroso para el primogénito que uno dejado de lado.
No eres así con mis hermanas. - afirmó Alyssa. Aunque no tan crítica como lo era con ella, sus todavía más menores hermanas sufrían de la estricta vigilancia de su madre.
Por supuesto que no. - Alarra desechó sus palabras - La función de tus hermanas es ser lo suficientemente atractivas para conseguir un mejor partido que el que ganan por su nacimiento. Así garantizan una buena alianza para beneficio de su Casa y para apoyar a sus hermanos. Eso solo pueden hacerlo si son mejores que las demás y con mimos nunca se conseguirá eso.
Entonces... - la duda que siempre la asaltó se hizo más grande. Su hermana mayor había sido amada tanto por su padre como por su madre, como por sus hermanos mayores. Esto contradecía directamente la afirmación de la señora de los Velaryon - ¿por qué me tratas así? Yo conseguí el mejor matrimonio. - no, esa no era la pregunta - ¿Por qué si las hijas son solo piezas para intercambiar, adorabas tanto a Ethelyna? - ya, la pregunta que tanto la enloquecía.
Porque, mi pequeña niña, - su señora madre la miró de arriba a abajo - a diferencia de ti, mi Ethelyna era perfecta.
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A Maegor todavía le sorprendía, o puede decir que le extrañaba, el rarísimo ritual nocturno de su esposa. Al parecer se le servía una comida completa, de las que no se echaba a perder durante la noche, en su recibidor. "Por si tenía hambre". Pero su mujer no se la comía, simplemente estaba ahí.
No puedo comer como loca, - afirmó con una pequeña sonrisita - o si no, tendré un culo aún más gordo.
Ella no estaba gorda ahí, así que no estaba seguro porque hablaba así de si misma. Se limitó a asentir. Quizas tenía las caderas un poco más anchas pero nada más. Sin embargo, ella debía saber más de su cuerpo que él.
Aunque no te preocupes, - le afirmó - yo no me trago todo eso. Pero no se bota. - dijo muy alterada por ello. Como si la idea fuera insultante por si sola. A él le producía una leve curiosidad, pero poco le importaba lo que pasara con la comida desechada - La reina me dijo que los sirvientes se la podían comer, siempre que no la tocara. Yo duermo mejor. Ellos comen mejor. Todos ganan.
¿Qué tenía que ver la comida con dormir mejor? Todavía estaba pensando en esto cuando oyó a Ortiga quejarse, con una sonrisa en su rostro que en el mejor de los casos sería considerada artificial, y en realidad parecía que había jalado los músculos de su cara hacia atrás.
¿Estas conciente de que soy una novata, verdad? - preguntó con los ojos muy, muy abiertos - Y que si presionas muy duro... Sabes que, olvida eso. Incluso si presionas muy suave, me vas a dar una paliza, ¿cierto?
Solo quiero ver cuánto has avanzado, mujer. - no puso sus ojos en blanco, porque era un gesto indigno de la realeza. Ortiga no devolvió el favor - No golpearé duro. Se que eres poco más que una principiante.
Bueno, - ella pareció aceptar un destino inevitable - al menos tendré los remedios casi mágicos de tu madre para aliviar los golpes. Una duda. Los sacó de ya sabes, la biblioteca. - puso un énfasis al final, que descolocó a Maegor.
¿Qué? - no entendía a que se refería.
- Ya sabes, la biblioteca secreta.
Shhh... - la silenció antes de mirar a su alrededor. Ella había hablado bastante bajo y no había nadie cerca. No debió preocuparse. Si había alguien que estaba siempre más consciente de su entorno que él, era su esposa. Entonces, pensó lo dicho - Pues, no sé. Quizás. Primero tendría que encontrar la traducción de los materiales para hacer los remedios de los libros de curaciones que hay allí.
Esto ya lo había hablado con ella. Ya fueran los libros de construcción o de magia, no podían usarlos ya que no tenían las materias primas de las que se hablaban. Al enterarse de los tomos más oscuros, Ortiga pensó que Visenya de verdad podía hacer hechicería, lo que le ganó un sopapo de su madre y una mirada irritada. Él se burló un poco. A su mamá le hubiera gustado poder. Pero al igual que en los libros de diseño de edificaciones, donde carecían de los materiales para llevarlos a cabo, ya que no se podían hacer con las cosas que tenían a mano en Poniente, a su madre le faltaba algo vital para lo otro. Magia. Las artes arcanas, al menos las valyrias según los libros, no se basaba solo en leer pergaminos o mezclar pócimas. Había que tener una chispa de la que al parecer, carecían todos los Targaryen durante mucho tiempo. Daenys la soñadora y puede que su padre tuvieran sueños de dragón, pero nada más, para el dolor de su madre. Con los libros de medicina pasaba algo igual, pero...
Madre estudió mucho los escritos de Maegon Targaryen, que al parecer se dedicó a traducir los tomos - un lord de Rocadragon enfocado en la medicina. ¿Por qué? Aunque quizás estuviera bien. Su madre también lo había hecho - y buscar el equivalente de las plantas y polvos necesarios para las curas casi milagrosas que tanto admiras. Así que quizás sí. - se encogió de hombros, antes de hacer girar la espada roma en sus manos - Pero basta de parloteo, mujer. Déjame ver en qué nivel estás después de más de tres lunas.
Mira, - ella tragó antes de pedirle - ¿podemos tener solo un sparring corto en vez de varios? No creo que tenga la resistencia para aguantarte por mucho tiempo. Incluso si no me caigo de culo a la primera.
Él solo bufó de diversión, aunque quizás ella tuviera razón. No se le podía exigir demasiado y no era tan lento como para no entender que ella era muy nueva en esto, y él muy bueno. A su hermano sus maestros le describían como decente con la espada, con una sonrisa cuadrada que enseñaba todos los dientes, y él lo superaba con facilidad. Tampoco es que quisiera hacerle daño a ella. Lo que era muy probable que pasará si atacará.
Mira, - trató de explicarle - me mantendré principalmente a la defensiva. - la observó en su totalidad, lucía bastante frágil para él y el escudo la frenaría aún más - Puedes usar solamente la espada, yo llevaré ambas cosas lo que me hará más lento y te dará mayor movilidad. ¿Mejor así para ti?
Ella lo miró dudosa, antes de pesar el escudo que llevaba en brazos y asentir. Dejo la estructura de madera a un lado antes de pararse frente a él.
¡Por lo sagrados Dioses árbol, - dijo mientras asumía una posición defensiva - esto va a doler!
¿Sagrados Dioses árbol? - la diversión lo lleno - ¿Qué es eso?
Los dioses del Norte. - afirmó mientras retrocedía ante su avance, y de nuevo lo evitaba saltando hacia un lado. Un desplazamiento inesperado pero bastante bien ejecutado, al menos era ágil y parecía mantener un buen equilibrio. Aún así, no atacaba ni aprovechaba sus aberturas - Decidí que me voy a pasar a esa religión. Los Siete como que nunca me han hecho mucha gracia y digamos que después de ciertas cositas, - la renuencia a decir específicamente de que cosas hablaba era clara - empiezo a creer que los dioses norteños son más poderosos, o al menos mas concientes de nosotros los mortales, de lo esperado.
Mujer tonta. - mujer tonta y divertida, pensó. Él no creía mucho en dioses. Era la preparación y las decisiones de uno mismo y las fuerzas naturales las que influían en el desarrollo de los eventos, no el capricho de alguna entidad superior. Aún así, quizás después de retroceder en el tiempo como ella, él también estaría dispuesto a creer en algo más. Aunque achacaba lo ocurrido más a poderes ocultos, que a seres omnipotentes - No lo digas mucho en voz alta. La mayoría de estas personas - miró a su alrededor - son fieles servidores de los Siete. - su labio superior se levantó con un deje de desdén - Podrían ofenderse porque no sigas a sus propios dioses.
Ortiga se rió y el aprovechó su descuido para lanzar una estocada.
¡Oye! - le dijo ofendida - ¡Dijiste que no ibas a atacar!
No, dije que me mantendría principalmente a la defensiva. - ella lo había hecho bien. Aunque pareció que bajó la guardia, cuando tanteó su defensa con un ataque, saltó con celeridad hacia atrás. Decidió aumentar un poco la velocidad de sus golpes - Tienes buenos reflejos, eso ya es algo. - una combinación simple la obligó a esquivar y luego a bloquear el segundo golpe. Sin mucha elegancia pero lo hizo.
Decidió probarla un poco. Fingió un ataque alto y lanzó un corte bajo. Los instintos la salvaron, evitó el contacto y respondió con una estocada sencilla y demasiado directa que fue fácil de desviar. Si llegaba a forcejear era evidente que podría desarmarla. No lo haría porque ese no era el objetivo de esa práctica. Él se limitaría a controlar el ritmo y observar, y luego le diría a su madre que puntos débiles veía en ella. Era claro que no era un portento con las armas, le dio demasiadas oportunidades y nunca tomaba la ofensiva, pero al menos no se detenía esperando los golpes. Sus juegos de pies eran bastante decentes para alguien casi sin entrenamiento. Una ventaja era mejor que una mediocridad absoluta y se sorprendió gratamente con la necesidad de perseguirla gracias a su amplia movilidad. Lo tenía a él, a sus armas y al terreno, vigilados en todo momento. Lo que sumaba cosas a su favor. Al menos no era un saco esperando ser golpeado, y era algo impredecible en que dirección tomaría a continuación.
Entonces ella cometió un error, o podría decir que fue él. Después de todo, había prometido no usar toda su fuerza. Un golpe lanzado contra su escudo lo hizo ejecutar el movimiento que le enseñó Ser Darklyn por costumbre. Su mujer no tuvo ningún chance de evitarlo, aunque en su defensa, logró quedar sentada en su precaria caída en vez de echada completamente al suelo.
Lo miró parpadeando y él sintió su mandíbula caer.
¡Lo hice sin querer! - intentó excusarse, lo que no lo hacía aceptable todavía. Él había prometido ser suave y aquí estaba ella. Enfrentándose a un oponente más fuerte, más resistente, mejor entrenado y que le estaba aplicando técnicas muy avanzadas para su nivel.
Su amiga respondió a su réplica no con un enfurruñamiento o con una queja, sino con una amplia carcajada - Cuando dije que iba a caer de culo, no lo dije de verdad. - bufó, antes de continuar riéndose de ella misma.
Por un instante, no estuvo muy seguro de como reaccionar. Poco a poco, la diversión de su esposa, todavía en el piso y con un ataque de risa, se le fue pegando. Su propia carcajada se oyó sorda, extraña. Su mujer se calló y lo miró. Compartieron un silencio y podría decir que un entendimiento, lo que los llevó a una risa aún más desenfrenada. Su diversión aún no había muerto, cuando la ayudó a levantarse del suelo. Ella tuvo que apoyarse en él, más por la falta de aire y sus ligeros resoplidos, que por verdadera inestabilidad.
El combate al final no resultó ser muy complejo y exhaustivo, justo como esperaba. Sin embargo tuvo que admitir que lo disfrutó un poco, de alguna manera.
Vete a practicar con el muñeco de prácticas, mujer. - exigió sin ser un verdadero comando - Quizás así para el año que viene, seas capaz de enfrentarte a un viejo con un palo.
Como pensaba, Ortiga no se ofendió por sus palabras. Solo se rió un poco y se dirigió a obedecer.
Alguien se acercó a él por detrás, pero mantuvo una distancia aceptable.
Vaya espectáculo el que has dado, Maegor. - solo había una persona que se atrevía a hablarle así en el castillo, fuera de su familia cercana. Se giró hacia él, su maestro de armas y el caballero más letal que jamás había pisado Poniente - Linda jugarreta la que hiciste ahí, ¿te la enseñaron esos putos de la Guardia Real?
Él asintió, sabiendo que su lenguaje colorido era parte de su personalidad. Su madre le permitía tal impropio comportamiento tan poco educado, aunque cualquier intento de Maegor de replicarlo en su niñez había sido reprimido - hizo una mueca - de forma muy disuasiva.
Gawen observó a Ortiga haciendo sus ejercicios antes de afirmar - Sus ataques no son muy buenos, pero al menos no es un poste de práctica.
Maegor tuvo que estar de acuerdo. Era mala cuando intentaba tomar la delantera. Sin embargo, ya tenía encaminada la base más importante para sobrevivir: el instinto de evitar ser golpeada. Muchos nuevos reclutas se quedaban quietos y se limitaban a recibir golpes e intentar absorverlos. Ella no. Ya fuera por su fuerza menor, su menos maciza constitución o por su propia crianza, esquivar y no congelarse ante los ataques no tuvo que ser enseñado. Una de las partes más vitales y difíciles de inculcar de la instrucción ya había sido superada.
No ganará ninguna pelea por ahora, pero la zorra es escurridiza, lo admito. - Ser Corbray la vigilaba, aunque Maegor no podía estar seguro de si por su interés personal o por orden de su madre - Si la pulimos, no lo hará tan mal.
Todo un elogio viniendo de él. Era una proyección modesta pero realista. Más si era aplicada a alguien que llevaba menos de medio año practicando.
¡Mocosa impertinente! - Gawen estalló, lo que casi sorprendió al príncipe, de no ser porque estaba acostumbrado a esperar lo inesperado, especialmente de él - Ponle más peso a tu impulso o si no, ni siquiera podrás dañar una hoja de papel. ¿O es que acaso temes a que el muñeco de prácticas te haga daño?
¡Imaginaré que es tu cabeza y lo golpearé con todo lo que tengo, Ser! - gritó de regreso Ortiga sin desanimarse - ¡Aunque creo que el puñetero monigote tiene más materia adentro que tú!
- ¡Cuidado, princesa! O la reina te hará probar de nuevo el jabón, si sospecha de que tu lengua se empieza a escapar de nuevo.
- Me comería la pastilla entera si con eso logro ofenderte, bastardo malnacido.
La sonrisa de Gawen le dijo que se sentía cómodo con su interacción, un hombre que no gustaba de fingir era él. Su amiga tampoco lució retraída, y considerando lo amistosa que actuaba con los sirvientes, no le extrañaba que encajara con su maestro de armas. Dos personas honestas y con un impulso natural de maldecir.
Nunca será una duelista elegante, muchacho. - el caballero originario del Valle lo miró a los ojos - Pero esta segunda esposa tuya será una superviviente eficaz y molesta. Su estilo se deberá basar en frustrar y agotar a oponentes más fuertes, mientras busca su ventaja.
Eso... sonaba lógico. Suponía que su madre le enseñaba a pelear para defenderse, no para participar en torneos. Él no necesitaba una campeona, sino alguien que le apoyará.
Ahora, tengo que preguntarte, - Gawen se lamió los labios, dudando antes de preguntar - Tu otra esposa...
Lo que sea que fuera a decir, fue interrumpido por la llegada en grupo de un escudero bastante mayor y lo que solo podría describirse como sus dos secuaces. Se acercaron directamente a su amiga, como si el patio fuera suyo y sin ninguna reverencia por ella. Algo que no le gustó. Puede que su mujer actuará con demasiada cercanía al personal, pero como mínimo, estos le devolvían su actuar con servilismo y la esperada cortesía. No veía nada de eso aquí. No solo se dirigieron directo a ella, sino que se atreverían a importunarla durante sus prácticas. Ortiga no hizo ningún movimiento agresivo, conservó la postura alegre y algo fanfarronada que solía poseer. Seguía sin agradarle.
Decidió acercarse, dejando a Gawen con las palabras en la boca. Le debía respeto como su maestro de armas y como miembro importante e instructor de sus fuerzas, pero nada le impediría corregir cualquier impertinencia contra la que era considerada su segunda esposa. Después de todo, él era ahora el Señor de este lugar.
No fue sólo falta de respeto lo que notó al acercarse. Ortiga actuaba tranquila, su cuerpo suelto y en una postura casi relajada. Otros caerían en la falsa confianza. Él no. La mirada en sus ojos la había visto cuando ella hablaba de violencia y amenazas. Sus dedos jugueteaban donde sabía que tenía oculta una de sus dagas. Se erizó totalmente. Las faltas de respeto que él nunca hubiera perdonado no afectaban a la jinete del Ladrón de Ovejas. Eran para ella como pequeñas ondas en el agua, destinadas a desaparecer sin repercusión. Si ella estaba lo suficiente arrinconada para querer reaccionar con agresividad, entonces, a lo que sea que se enfrentara, era inadmisible.
¿Se puede saber quién se atreve a molestar a mi esposa? - intentó sonar grave, como hacía su padre cuando emitía órdenes. Su voz salió como un ladrido. Los jóvenes se giraron para encontrarlo enseñando sus dientes, como una bestia.
Mi príncipe, - dijo el líder - solo estábamos charlando animadamente.
Una mirada a Ortiga desmintió lo que decían. Tal vez tenía una sonrisa en su cara, pero la falta de otros detalles que asociaba con su alegría, y su nariz arrugada, hablaban más que su gesto principal. Él a veces se perdía mucho con las segundas intenciones, o cuando las personas fingían algo que no sentían. Pero había estudiado lo suficiente el rostro de su amiga, y su estado jovial era algo tan común en ella que notar discrepancias era fácil en este caso.
Pues no parece que mi mujer crea lo mismo. - los acompañantes del mayor comenzaron a retroceder lentamente, mientras el escudero, en una estúpida muestra de desafío, se mantenía firme - Me gustaría saber que es lo que le dijeron.
Solo le recomendabamos que abandonará el patio, alteza. - la reverencia hacia él sí fue formal, nada de como habían tratado a su compañera - Este no es lugar para una dama. Es indecoroso, por poco tradicional que sea la - saboreó el título antes de soltarlo, como si fuera más una conseción que la jerarquía nobiliaria que le correspondía - princesa.
Entiendo. - afirmó Maegor.
¿En serio? - el escudero de nombre desconocido preguntó algo asombrado, era tan poco destacable que Maegor no había memorizado su nombre - Bueno, por supuesto que sí, tengo razón.
No he dicho que tuvieras razón. He dicho que entiendo como piensas. - el desprecio en su comentario no sería pasado por alto por nadie - Lo que me sorprende es que alguien tal falta de inteligencia como tú, sea mantenido incluso como aprendiz en mi castillo. - el verdadero insulto es que este ser formará parte del futuro de sus fuerzas domésticas - Tienes tan poco seso para intentar gobernar las acciones de la Señora de la fortaleza. ¿Quien sabe que otros barbaridades habrás soltado por ahí?
No es un insulto, mi príncipe. - intentó defenderse de tal acusación - Solo explicaba que es incorrecto para la posición que ocupa como nuestra Señora - viendo la disposición del príncipe, era mejor empezar a lanzar excusas válidas - aprender el uso de armas. Mírela, - la señaló abiertamente - parece incapaz de ejecutar una serie modesta de ejercicios de forma precisa.
Ortiga se sonrojó por esto. Su piel ya oscura se tiñó aún más en el borde de sus mejillas. Había visto a doncellas ruborizarse por cumplidos, aunque esta situación no parecía ser el caso. La sonrisa en su rostro se apretó, y un tic rápido cruzó su rostro. No, no se sentía halagada en lo más mínimo.
Maegor volvió su atención hacia él - Mantengo lo que dije. Estúpido y sin cerebro. Tan falto de razonamiento como para sugerir que ella no debe aprender a usar armas, cuando a diferencia de ti, mi princesa ha venido de una guerra real.
- No quería decir...
También, tan corto de entendederas como para no darte cuenta que alguien que recién comienza a practicar con espadas, no podrá dominarlas en un corto período de tiempo. - lo escrutó de forma calculadora - Pero quizás no te des cuenta de esto porque tienes un talento en bruto demasiado grande para tu nivel. - alzó su espada de acero roma - Comprobémoslo.
Mi príncipe, nunca hable mal contra usted. - el pánico comenzaba a avanzar en la mente del escudero sin nombre.
Puede que el reino entero lo llamara violento o huraño, mientras que aquí, en las tierras que pertenecían a su Feudo, era conocido sobre todo por su habilidad y el cultivo de la misma. El trabajo duro vence al talento natural, siempre que el talento natural no trabaje duro. Y Maegor Targaryen se había preparado siempre para vencer. Aquí todos conocían de su esfuerzo y su capacidad, y hasta el hombre más curtido sabría que no hallarías en él una presa fácil. O una presa en absoluto.
¡Hablaste mal contra mí esposa, que es lo mismo! - el segundo hijo de Aegon rechazó su media disculpa - Cualquiera que desprecia a mi mujer, deberá enfrentarse a mí. Pues parece que serás el primero en aprender esta lección. Toma tu arma, - exigió - es una orden.
Se hizo un silencio abrumador. Cada persona en los alrededores suspendió lo que hacía para convertirse en un espectador del próximo duelo. Porque aquello no podía tener otro nombre aunque se usaran espadas destiladas.
Maegor hizo girar la espada con su muñeca y adoptó la posición de guardia, su contrincante lo imitó, mucho más tensó.
¿Qué estás esperando, cobarde? ¿Una invitación? - la estima de Maegor por su contrario era mínima para cualquiera que la oyera - ¿O es que solo sirves para atacar con palabras a una mujer porque ni siquiera puedes sostener un arma?
La burla dio resultado. El escudero cargó con un tajo lateral, cargado de fuerza pero predecible. Maegor usó su propia agilidad, inesperada en él para muchos que lo veían solo como una masa de fuerza y músculos, y lo esquivo con facilidad. Parecía casi un paso de baila por la gracia con la que fue ejecutada. El impulso hizo que el joven continuara hacia adelante, lo que le permitió a Maegor golpear su trasero con su espada.
¿Este es el hombre que le dijo a mi esposa que debía abandonar las armas por su falta de habilidad? - bufó con recelosa diversión - Al menos mi esposa puede esquivar y evitar que le pegue, y lleva aquí solo un par de lunas en comparación con tus años de instrucción. - negó con la cabeza - Que desperdició de tiempo y esfuerzo para tus maestros.
Esto pareció enojar al muchacho, que atacó con más saña. Contrario a lo esperado, Maegor no contraatacó. Cada golpe que daba el tonto enfurecido era desviado por la hoja roma con un clic seco, con solo la fuerza necesaria para alterar la trayectoria.
¿Qué es lo que esperas Targaryen? - preguntó el frustrado contrincante.
Estaba aprendiendo. - Maegor plantó bien los pies en la tierra - Pero tienes muy poco que ofrecer. Hizo girar sus espada una vez. - con una calma aterradora explicó - Ahora comienza tu castigo.
Puede que la ira nublara su juicio, o puede que el escudero temía con lo que se le venía encima, y creía que con una rápido victoria no se expondría a la amenaza del joven Señor. Embistió con una serie de estocadas y golpes brutales, destinados a aplastar toda resistencia. Esta vez, Maegor decidió dejar de ser solo el receptor. Esquivó el primer golpe, el segundo fue bloqueado y el tercero le permitió la abertura para golpear la rodilla del otro. Cayó al piso de inmediato sujetándose la articulación.
¿Te parece que hemos terminado? - pateó el suelo frente a él, lanzando tierra hacia su cabeza - Levántate y pelea. ¡Hazlo!
Lo hizo con dificultad, tratando de proteger la extremidad casi renqueante. Contrario a lo esperado, Maegor no explotó este daño, sino que se dedicó a castigar cada otro tramo sano de su cuerpo. Un impacto contra las costillas de un lado seguido de otro en el hombro contrario. Para mañana, los muslos de este charlatán estarían negros. Un golpe contundente cerca del codo le hizo soltar el arma.
- ¿Te he dado permiso para rendirse? ¡Continua!
¡Piedad! - sonaba un tanto desesperado. Viendo que el príncipe permanecía inmisericorde, decidió ir por la opción más factible y conocida por su inapropiada debilidad - Princesa, por favor, dígale que pare.
Maegor, cariño, - el príncipe apretó los labios, el tono suave y calmante de su esposa sugería que tendría que dejar de impartir su lección - no te he visto conectar ningún golpe a las piernas o a las manos. - de pronto, todos los ojos del lugar estaban en ella, expectantes y horrorizados - No te pido que le pegues en la cara porque con esa barra de metal le harías demasiado daño. - ¿cómo se las arreglaba Ortiga para seguir luciendo amistosa tras esa frase? - Entonces, si no es mucha molestia, ¿podrías hacerlo por mí? - terminó en un puchero un tanto tonto.
La sonrisa depredadora inundó la cara del nuevo Señor de Rocadragon, para consternación del hombre en el piso que enseguida reclamó su arma en un inútil intento de escudarse. Justo como le había pedido la morena muchacha, el príncipe continuó repartiendo impactos en las zonas mencionadas, hasta que un golpe en su mano desarmó al castigado escudero. Mientras gritaba, sujetándose el adolorido miembro, fue el propio Maegor quien soltó su arma y le proporcionó un puñetazo en su ojo izquierdo, lo que acabó por derrumbarlo.
Ortiga se acercó sin miedo al propinador de semejante golpiza antes de decir - Awww, lo golpeaste en la cara sin tu arma. ¿Lo hiciste porque te dije que con la espada estaba mal?
Viendo que no había miedo en ella, Maegor mencionó con orgullo - Dijiste que pegarle ahí con metal era demasiado, no dijiste nada de carne.
Mi héroe. - se impulsó a sus brazos como hacían las doncellas con sus campeones - ¿Qué no eres el mejor esposo del mundo?
Perra manipuladora, - el joven en el suelo estaba demasiado adolorido para contener sus palabras - empujaste al príncipe a hacer esto por ti.
¿Te quejas cuando no actuó como una dama? Y luego, cuando hago que mi marido me defienda, ¿te quejas de que actuó como una? - Ortiga hizo un pequeño sonido de descontento, mientras abrazaba a Maegor para que no se impulsara de regreso contra él - Algunas personas son imposibles de complacer.
Eres una vil titiritera. - escupió con asco el escudero mientras sentía que se le cerraba un ojo - Actuabas toda amistosa e insípida y en el fondo eras una arpía.
Ay, mi tonto muchachito. - Ortiga se inclinó más contra su falso esposo - No actué de una forma, soy así. No me gusta ser autoritaria o severa y rígida, como se espera de los nobles. Es solo que algunos de ustedes lo confundieron con debilidad. - observó a todos en el patio - Sus respuestas me permitieron ver quién sería amigo o aliado, y quien sería neutral. También me ha permitido descubrir las ratas que invaden mis paredes. Porque no se si te has dado cuenta, pero esta es mi Casa, no la tuya.
El temblor se apoderó del amoratado muchacho - ¿Estabas cazando traidores? - dijo con pavor, a nadie se le pasó por alto las recientes acciones de la reina en los últimos tiempos.
¿Es que acaso eres sordo? - a Ortiga se le acababa la paciencia - Dije que era amable con todos porque elijo serlo. No por debilidad, sino porque puedo permitírmelo. No necesito ser cruel y distante para mostrar mi poder, soy poderosa por mi sola. - las imitaciones de la arrogancia de Visenya serían útiles aquí. Bueno, en parte no era mentira - Solo les estaba dando la oportunidad de que me conozcan mejor para que se formaran una opinión de mi, a la vez que yo hacía lo mismo con ustedes. Ahora, el tiempo de tolerar los insultos pasó, pero... - el tono juguetón volvió a su voz - aunque me gustaría dictar mis propias penitencias, no me atrevería a oponerme a los deseos de mi amorcito a favor de lo que yo quiero. - hizo el ademán de restregar su cara contra su cuello - Entonces, mi querido gruñón, sé que está en tu verdadera naturaleza ser juez y verdugo, - las palabras dispararon el terror en el joven que veía acercarse el final de su vida, después de todo, había ofendido a dos príncipes en lugar de a uno - ¿qué quieres hacer con él?
La paliza fue el precio por su ofensa. - un alivio comenzó a crecer en el lamentable escudero desde el nido en el lodo en el que se hallaba - Por el crimen de ser demasiado estúpido para atreverse a desafiarte, lo quiero lejos de mis tierras. Saldrá hoy del castillo y de la Isla antes del próximo cambio de luna.
Intentó replicar, casi a suplicar misericordia o una rebaja del castigo. Ser expulsado en deshonra no solo le traería vergüenza, sino que disminuiría la posibilidad de conseguirse un puesto en una buena Casa como caballero, si llegaba a convertirse en eso.
Alzó la vista angustiado, aunque la imagen que lo enfrentó lo enmudeció. Más tarde se diría que fue la mezcla de dolor y que su único ojo abierto se hallaba agotado. Pero por un breve instante juraría que vio, en esos crueles orbes violetas, unas pupilas depredadoras y verticales.
Chapter 28: El secreto oculto en la pared
Notes:
Este es un capítulo sin mucha acción o drama, pero... algo muy importante para el futuro. Esta atrapado entre líneas.
Entonces, disfrutenlo
Chapter Text
Ortiga... - se aclaró la voz, dándose cuenta del desliz - Esposa.
Dime. - ligeramente encaminada por delante de él, ambos se dirigían a las barracas. Su amiga le había dicho que este era un buen horario para la tarea que iban a realizar. En la mañana y de preferencia antes de la comida del mediodía. Después de todo, el área estaría mayormente vacía para que ella pudiera hacer lo suyo. Aunque apreciaba que no interrumpiera las rutinas de los demás en el castillo, si ella quería hacer cualquier cosa, tenía el derecho de hacerlo como ama y señora de la fortaleza.
¿El molesto escudero era la razón por la que no querías revisar este lugar sola? - seguía sin aprender su nombre, pero ya que se iban a deshacer de él, no le veía el sentido a dirigirle otro pensamiento.
Mmm... - tarareó ella - En parte.
¿Por qué no lo echaste a la primera que te molestó? - he allí la cuestión de todo esto - Eres la Señora de Rocadragon. Esta dentro de tus capacidades hacerlo.
Ella le lanzó una breve sonrisa y continuó la caminata - Porque quería darle una oportunidad a todos. No se si te has dado cuenta, pero no encajo bien en el papel de dama remilgada.
Una risita maliciosa salió de él. No estaba acostumbrado a reír, ni a divertirse mucho. Con ella se relajaba lo suficiente para hacerlo.
Suspiró - Ya se lo expliqué a Visenya. Imagina esto. ¿Puedes tú interpretar al príncipe amistoso y carismático?
¿Cómo su hermano? No lo creía. Negó con la cabeza.
Pues así mismo, yo no puedo ser la dama fría y distante que todos esperan y con la que se sentirían cómodos. Quizás durante un rato, pero con el tiempo, la fachada se caería. Lo que sí puedo ser es amistosa y juguetona. - le guiñó un ojo - Lo que no significa algo malo. Digamos que prefiero entrar suave a una situación.
¿Suave? - preguntó algo extrañado.
Sí. - asintió - En vez de llegar agresiva desde el principio, puedo empezar buscando amigos. Puede que a muchos no les guste, o que me vean como agradable pero inadecuada. Al final, no me molesta lo que crean de mí, sino como actúen. - su tono se volvió serio - Cuando las personas piensan que están por encima de ti de alguna forma, actúan diferente a si te ven como igual o superior. Puedes ver como son realmente. Esto me permite separar a amigos y enemigos.
Eso tenía algo de lógica, pero no era correcto que ella se rebajará. No le dio tiempo de opinar cuando con el mismo tono amistoso con el que le pidió que golpeara al escudero, dijo:
Además, la violencia no queda descartada. - fijó su atención en ella - Si empiezas con malas formas, nadie te creerá cuando extiendas la mano, Maegor. - él interiorizó esto - Mientras que si empiezas tratando de ser amable y no se puede, siempre puedes recurrir a ser agresivo. Incluso se verá bien. Trataste de ser bueno y fueron los demás los que cometieron el error. El problema es buscar el equilibrio. Ni demasiado suave, ni demasiado rígido.
Su padre había tratado de explicarle esto. Sobre cómo la correcta forma de gobernar tenía que tener en cuenta muchos factores y debía empezar desde una posición de benevolencia. Que su esposa supiera algo de esto sin una educación formal demostraba que tenía una astucia afilada, además, era más fácil de comprenderla a ella que al rey.
Casi habían llegado a la puerta del que era un dormitorio para la mayoría de los soldados mientras hablaban, cuando Ortiga expusó - Digamos que el escudero, era uno de los más que me preocupaban. Estoy segura de que hay más gente que piensan como él, solo que son lo suficiente inteligentes para ocultarlo. Las personas estúpidas son peligrosas por su propia estupidez, - dijo su amiga con desprecio - porque no saben medir las consecuencias. Piensan, si son capaces de hacerlo, que todos verán el mundo como ellos y que no pagarán por aquello que cometan. Aquellos con cerebro se cuidan de las repercusiones. Aunque al final si me hacen algo, la pagarían, pero prefiero no exponerme. Y es aquí donde entras tú, mi feroz guardián.
La puerta del albergue se presentó a su alcance. Ortiga la abrió, revelando un espacio en su mayoría vacío. El olor a sudor rancio y cuero húmedo lo golpeó primero. La iluminación era escasa debido a las ventanas pequeñas y altas. Unos cuantos sacos de dormir de paja descansaban sobre tarimas de madera.
Mmm... No hay nadie. Excelente. - Ortiga avanzó con rapidez. El bastón de madera que tenía en las manos, que Maegor se preguntaba porque fue traído, fue usado para golpear una y otra vez cada superficie disponible. Desde el piso hasta las zonas más altas de las paredes. Ortiga golpeaba y escuchaba, golpeaba y escuchaba. El príncipe se mantuvo en silencio, pues aunque no tenía claro que hacía su esposa, parecía avanzar con la confianza de quien tiene todo bajo control.
Aunque tardó un rato, la mayor parte de la estancia fue revisada con exhaustivo rigor. Hasta que llegaron a un espacio ligeramente separado del resto. Había una pared, o más bien un tabique de madera, que delimitada un rincón separado aunque sin puerta. Al ingresar, enseguida notaron un movimiento dentro de un jergón. Los ojos de un soldado algo pálido y sudoroso le dieron la bienvenida.
Necesitamos el lugar. Sale. - la orden salió un poco más duro de lo esperado, pero si Ortiga prefería que no hubiera nadie en las barracas, este hombre estaba interrumpiendo.
- Mi Señor príncipe...
¡Maegor! - el reproche en la voz de su compañera fue tan claro, que dejó al hombre postrado paralizado en su lugar, sin saber cómo reaccionar - ¿No vez que luce enfermo? - sin dudar ni respetar las diferencias entre ellos, Ortiga puso su mano en la frente del soldado y se dirigió a él - Mmm, pareces tener fiebre. ¿Ya has ido a ver al maestre?
El hombre le respondió enseguida, pero no quitaba la vista de Maegor - No, señorita. - un gesto de Maegor lo hizo recular - Digo, no Señora, no quería molestar.
Oh. Tonterías. - su esposa volvió a su tono amistoso - Vaya con el maestre Morel y dígale que yo le envío, y que también iré más tarde a ayudarle a alimentar a los cuervos. Así tendrá más tiempo libre para dedicarse a sus cosas. - con una sonrisa, Ortiga lo ayudó a levantarse - ¿Necesitas ayuda para llegar con él? Hable sin miedo y buscaré quien lo asista.
Oh. No se preocupe. - era bizarro ver a un hombre adulto sonrojarse. Algo en ello le molestó.
Y no se desvíe. - le gritó Ortiga mientras se iba - Le preguntaré directamente al maestre por su salud y me enfadaré si averiguo que no acudió a él.
Cuando Ortiga se le enfrentó, luego de la despedida del enfermo, se encontró con el ceño fruncido del príncipe - ¿Qué?
- ¿Por qué actuaste así?
¿Así cómo? ¿Amable? - una cabeceada - ¿Qué te dije, Maegor? Haz amigos y no enemigos. De ambas maneras él saldría, solo que yo le expuse como una preocupación por su bienestar. No cuesta me cuesta nada. En todo caso, aunque él crea que necesitamos algo de aquí, sabe que, por mínimo que sea, fue atendido por sus Señores. Nunca subestimes el poder de la lealtad, mi príncipe gruñón. Por grande o pequeña que sea. - seguía sin creer que él podría portarse así - Bueno, de regreso a lo nuestro. Mientras más pronto terminemos, más pronto nos bañamos.
Ella tenía toda la razón en eso. El sudor del entrenamiento comenzaba a picarle, y como vinieron directamente de allí para no desperdiciar el tiempo, no habían podido lavarse. Su esposa comenzó a dar toquecitos por todas las superficies, el golpeteo rítmico era bastante calmante. O lo era hasta que se detuvo.
- Creo que tenemos algo.
¿Lo tenemos? - preguntó emocionado.
Sí, mira. O más bien escucha. - golpeó alrededor de un área - No solo hay un sonido hueco, sino que delimita un cuadrado. Por lo que es más difícil que sea un defecto de construcción. Ahora, lo marcaremos y ...
Maegor cerró sus puños y con la parte interna le pegó con fuerza a la pared. El revoque de barro y paja se astilló y desmoronó. El viejo enlucido se quebró en una explosión de polvo y cascotes, dejando el entramado de madera al descubierto casi por completo.
¡Mierda, Maegor! ¿Por qué hiciste esto? - sacudió los minúsculos fragmentos de polvareda que flotaban en el aire.
- Pues... quería ver qué había ahí. ¿Por qué esperar?
Porque es un espacio pequeño en una zona nada importante. Maldición. Es Visenya quien determinaría si valía la pena o no hacerle daño a la pared. Mierda. Quien sabe que castigo loco e inventivo se le va a ocurrir ahora. Joder. - se encogió un poco por dentro - Además, en caso de que hiciéramos algo, había que inventarse una escusa creíble para esta basura que hicimos. No quieres que nadie más ande buscando los secretos escondidos, ¿verdad?
Arrugó su nariz - No.
Bueno, lo hecho, hecho está. Veamos si valió la pena. - comenzó a escarbar en la pared hasta que llegó a un tablón de madera. Este se desprendió con una pasmosa facilidad, soltando una nube de polvo menor que la primera y permitiendo que Ortiga hechara un vistazo a la grieta - Creo que veo algo. Mete la mano y sácalo.
¿Por qué no lo haces tú? - preguntó genuinamente extrañado. Su esposa no era una de esas damiselas inútiles que no podían hacer nada.
Porque si hay un bicho, voy a gritar. - la miró conmocionado - ¿Qué? Todos le tienen miedo a algo. A mí me dan asco los bichos.
La miró por un momento antes de meter la mano. Primero salió un trozo de tela mohoso que enseguida dejó caer en el suelo. Luego, sus dedos hicieron contacto con algo más duro. Al sacarla vio una pequeña botella de arcilla de color terroso, al agitarla no emitió sonido, por lo que estaba seca. Otra vez de metió la extremidad sintiendo pequeñas piezas de metal y algo más grande que agarró.
Creo que hay monedas ahí dentro. - dijo mientras sacaba el objeto.
Deja ver. ¡Puta mierda! ¡Creo que son varias! - Ortiga lo empujó a un lado y se puso a registrar a detalle todo - Lindas monedas, vengan con mamá.
Su mujer estaba loca. Loca. Decidió mirar lo que tenía en brazos. Su mala encuadernación no desmentía lo que era, un libro. Un libro viejo, ruinoso y de mala calidad. Las hojas parecían ser de piel de animal, con la tinta herrumbrosa de color marrón oscuro pero aún semilegible. El enlucido y la madera habían creado una cápsula seca y hermética que lo protegió de la humedad. Al hojearlo, lo escuchó crujir un poco y temió que se deshiciera ahí mismo. El olor que tenían todos los papeles y escritos antiguos no lo sorprendió, solo le hizo prestar más atención a los detalles.
Esto era valyrio, un valyrio masacrado pero valyrio. De las pocas cosas que era capaz de leer, entre la escritura tosca, funcional y con faltas de ortografía, se dio cuenta de que esta no era la caligrafía elegante de un noble. Puede que un capataz o un capitán, alguien que necesitaba saber lo básico de las letras y nada más. Trato de descifrar las primeras líneas.
El trabajo avanzó este día a buen ritmo. - un capataz entonces - Al astro comenzar a descender, el monte empezó a escupir suficiente polvo de montaña de fuego para dejar una capa de un dedo sobre la Isla. - ¿polvo de montaña de fuego? - Ha sido una magnífica forma de concluir la jornada. El polvo de... - no era montaña de fuego, la traducción se refería a un volcán - volcán - algo indescifrable - y continúa cayendo durante la noche. Rezó para que esto no se detenga.
Polvo de volcán, polvo de volcán ¿A que se refería? Las diminutas y molestas limaduras que soltó la cubierta de la pared aún flotaban a su alrededor. Había una escasa luz iluminando los haces polvorientos. Al alzar la vista hacia la ventana, se fijó en los restos de la última columna de ceniza que expulsó Montedragon. Cuando el volcán empezaba a liberar estos restos, era necesario tapiar cada ventana o puerta, o el castillo quedaba inundado de la gris sustancia.
El escritor del libro... ¿se refería a la ceniza volcánica? ¿Por qué un capataz, o alguien para el caso, estaría feliz por la caída de ceniza? No pudo responder a esto, porque miró a su esposa que celebraba encontrar un pequeño bulto de monedas.
Ella le dedicó la sonrisa más grande que había visto nunca dirigida a él, y llegó a la conclusión de que aunque el libro no valiera nada, había valido la pena. La satisfacción que sentía en este instante era el verdadero tesoro.
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Su padre se las había arreglado para evitar a su madre hasta justo ese momento, y solo se habían encontrado por pura casualidad. Después de todo, ninguno de los dos esperaría encontrar al otro en uno de los pasillos más alejados de Fuerte Aegon. Tan alejado que incluso estaba adornado de un tapiz indigno de la realeza, pero al ser un lugar tan separado del centro de poder, sus adornos podían ser más utilitarios que magnificentes. Por algún motivo, su padre se había detenido de llegar a donde quiera que iba por este poco transitado lugar para contemplar la escenificación presentada en la pared. Debido a ello, había tenido la desgracia de encontrarse con la persona que tanto había tratado de evadir.
No necesitaba leer mentes para saber que el siempre regio Aethan estaba maldiciendo para sus adentros al mismísimo Merling. Después de todo, era el dios que seguían en silencio la mayoría de los hombres Velaryon, pero no las mujeres. Las mujeres nacidas en la Casa seguían la sagrada Fé de los Siete. Tal distinción le pareció extraña pero bueno, había crecido con ella. Tal vez era porque las hijas estaban destinadas a ser enviadas a otras Casas y su madre se había encargado de que tuviera una férrea adhesión a la religión correcta para que encajarán mejor.
Esposo, veo que finalmente acudes a recibirme. - ¿sarcástica o dulce? Cualquiera que no la conociera apostaría por lo segundo. Pero para lamento de Alyssa, ella la conocía y la conocía muy bien.
Tenía cosas importantes que hacer, mi señora esposa. - su padre se mantuvo calmado - No tenía tiempo para desperdiciar en cortesías fútiles.
¿Darle la bienvenida a tu esposa cae en esa categoría? - la dama Massey enarcó una ceja - ¿Después de tanto tiempo sin vernos, querido esposo?
Su padre no dudó - Sí.
Alarra Massey no dejó parpadear su armadura de esposa amorosa, aunque podía sentir su molestia creciendo como la espuma de la cerveza más fina - Parece que tu prolongada estancia en Desembarco del Rey te ha hecho olvidar los modales corteses. Algo normal, considerando que estas expuesto a nuestra - a su madre le costó un poco encontrar un epíteto adecuado - inquebrantable reina.
Incapaz de insultarla directamente pero despreciando su rigidez y austeridad, y por supuesto, el hecho de que Visenya era la antítesis de todo lo que consideraba adecuado en una dama o reina, su madre tenía que reunir elogios empuñados como armas. Que pudiera criticar a Visenya, su gobierno casi perpetuo de la capital, ya que Aegon pasaba solo tres lunas del año aquí, y el hecho de que su padre evitaba Marcaderiva cuando podía en una sola frase, era una oportunidad que Alarra no dejaría pasar.
El hecho de que el Señor de las Mareas prefería soportar a la Targaryen que a ella debía ser un insulto lo suficientemente grande. Alyssa también se habría sentido humillada en su piel, solo que desde su lugar externo y por mucho que le pesara decirlo, Visenya era más fácil de aguantar. Era un peligro mayor, no lo dudaba, pero coexistir con ella no le provocaba el deseo de saltar desde la torre más alta que pudiera encontrar. Como de seguro le pasaba a su padre.
Viendo que no tienes nada mas que hacer - el Velaryon estudió a su consorte de arriba a abajo - que tus clásicos juegos de intentar rebajar a los demás y lograr que se sientan miserables con su sola existencia, debo preguntar. ¿Cuándo te marchas?
A sus costados su madre apretó sus puños, pero el resto de su cuerpo no mostró reacción alguna a la más que ofensiva pregunta. El jefe de la Casa Velaryon queria librarse de su presencia, de preferencia enviándola de regreso a su isla, y su hija apoyaba del todo su idea.
Apenas llevo un par de días acá, mi señor esposo. - la dulcificación de su voz no engañaba a Alyssa - Le ordenarías a tu esposa abandonar la Corte del rey y la posibilidad de disfrutar de un merecido descanso, además de la compañía de su esposo, hija y nieta.
Alarra, por favor, - Aethan se burló, perdiendo por primera vez en mucho, mucho tiempo, la compostura - tú estas tan interesada en disfrutar de tu familia como lo están los dornienses por vivir al norte del Muro. Ahorranos las mentiras. Ni siquiera has visitado a la princesa Rhaena en todo este tiempo, y dudo que le dediques poco más que una mirada.
Como puede decir mi amado esposo algo tan horrible sobre mí. - la mano en su pecho le agregó un dramatismo que no concordaba con su tono - Soy solo una esposa ignorada que quiere mantenerse cerca de los más importantes para ella y ayudarlos en sus difíciles situaciones. Apoyarlos dentro de lo que pueda.
Ya veo. - la observación de su padre fue más calculadora - Haz lo que quieras, siempre que te mantengas alejada de mí. Tu presencia la considero insoportable, la verdad. Y mientras más tiempo me mantengo lejos de ti, más tiempo así quiero permanecer.
¿Espera? ¿Su madre iba a permanecer aquí? ¿Siempre que se mantuviera apartada de él? Eso la convertía en el blanco más probable de sus recomendaciones y consejos no solicitados. ¡Por los Siete Infiernos! ¿Qué clase de pesadilla era esta?
Su padre ni siquiera esperó respuestas, sino que continuó su camino a donde quiera que se dirigiera. Sin saber que hacer con el horrible destino que la compañía de su madre le auguraba, Alyssa vislumbró el tapiz al que se enfrentaban y que había atraído a su padre. Uno de los pocos que habían sobrevivido a la nueva muestra de austeridad del rey. Posiblemente ocurrió debido a que se encontraba en uno de los pasillos más alejados de Fuerte Aegon.
Originalmente, aquí yacía uno sobre la victoria de Visenya y Vaghar contra la flota de Puerto Gaviota. Una obra de arte espléndida hecha de seda fina e hilos de oro y plata. Visenya había intercambiado alguna tapicería de las que estaban en Rocadragon y que no quería, como este, por los pocos que trataban sobre ella en este palacio. El valor de este tapiz era menor, una base de lino de alta calidad con hilos de lana tejidos con ricos colores. La seda se reservó para detalles importantes como eran los dragones, la armadura de los Conquistadores y por supuesto, la ropa de un Velaryon. Siendo esta obra confeccionada un par de años antes de la Conquista, explicaba el uso de materiales inferiores a otros tapices con los que Alyssa había adornado este lugar. Se hubiera burlado de la idea del intercambio de Visenya, sino fuera porque le agradó deshacerse de la mayoría de las representaciones de la misma reina. Ahora, este ejemplo inferior de arte se hallaba expuesto, mientras las verdaderas obras que Alyssa apreciaba eran guardadas y escondidas. Patético, pensó.
Habría avanzado, ignorándolo, de no ser por las acciones de su madre. Alarra Massey se había quedado contemplando la pieza de tela como quien ve la escenificación de una tragedia. La Velaryon se fijó de nuevo en él. El inmenso muro de tela casi que cubría por completo la pared. Era la boda de los tres hermanos Conquistadores, quedaba claro. El rey Aegon al centro de la composición, el eje alrededor del cual giraba la escena. Sin corona, pues no iniciaría su campaña hasta más de una década después de este evento. Sus dos manos extendidas hacia sus futuras esposas. Visenya se encontraba a la izquierda de Aegon y por un momento Alyssa no pensó nada de ello. Era claro para ella que Rhaenys, la favorita, se encontraría a la diestra de su marido. Solo para notar que era cuestión de perspectivas. Ah, bueno, se encogió de hombros, era la hermana mayor de quien siempre se habría esperado casarse con el futuro monarca. Cuando Aegon reclamó una tradición en desuso, quizás haya molestado a la perra frígida, y quizás por ello se le dio esta muestra de respeto en comparación a los verdaderos sentimientos de su esposo.
Después de todo, era la esposa esperada, la del deber, como mostraban su expresión y postura: erguida de forma estoica e impasible, su mano reposando sobre la empuñadura de su espada. De su lado se hallaban las olas del mar Angosto rompiendo sobre los acantilados y los tres dragones Targaryen: Balerion, Vaghar y quien solo podía ser Meraxes, volando sobre ellas. A la derecha de Aegon, suponía que la izquierda en el cuadro, se hallaba la preciosa Rhaenys, más suave y alegre, con una delicada sonrisa en sus labios. En contra de lo esperado llevaba un vestido muy semejante al de su hermana mayor. Su mano tocando el brazo de Aegon, la reina de corazón y elección, dijera lo que dijera su madre. A sus pies una lira, completando su escenificación para el trío. Y por supuesto, de su lado, las personas celebrando, porque la guerra y los dragones eran para Visenya, mientras que el amor de la gente era para Rhaenys.
Seguía son entender que había capturado la atención de su progenitora. Intentó darle un repaso más profundo a los detalles. Aegon al centro, como el puente, con Fuegoscuro en su vaina. Visenya mirando hacia el frente con su postura desafiante. Incapaz de lucir serena en su propia boda. Rhaenys, aunque desconocida para ella, siendo el vivo ejemplo de la gracia y el carisma natural. Nada en ellos. Se fijó en los participantes de la boda. Un Velaryon, quizás su padre o su abuelo, se encontraba justo detrás de la reina favorecida. Incluso si no fuera por la seda en la que estaba vestido, en contraposición con los otros invitados del tapiz, cuyos colores más opacos desmentían que no habían merecido el suntuoso material, sería fácilmente distinguible por sus rasgos valyrios. Solemne y digno como solo podía ser un Señor de su Casa. Quizás fuera su abuelo. Después de todo, Aethan Velaryon no se convirtió en Señor hasta la llegada de Aegon a Poniente. Tras su abuelo, de mayor importancia que todos los demás excepto los novios, el resto de los invitados celebraban. Podía ver sus copas levantadas en festejo. No, seguía sin ver que había provocado la silenciosa contemplación de la dama Massey.
¿Qué es lo que vez que te parece tan interesante? - preguntó algo frustrada - Es solo un tapiz de antes de la Conquista, abandonado en un rincón algo sombrío.
Si el rey Aegon se fijara bien en estas cosas, - Alarra extendió la mano para tocar el borde de la tela - habría sustituido esta pieza con alguna que celebrara una de sus muchas victorias. Estoy segura que en su momento, nuestra Casa agradeció la propaganda del mensaje, - había algo más en el pragmatismo de su tono - probablemente ideado por Rhaenys. Siempre fue la más política de ellos. Pero pasado el momento, es mejor enterrar la historia, y probablemente quemar esto.
La dama quitó la vista de el cuadro como si la imagen la repugnara.
Se que es menos valioso que otros que hay en esta fortaleza, - inquirió Alyssa - ¿pero no crees que es un poco excesivo quemarlo? - siempre podía ocupar un espacio lejano, su menor precio no invalidaba su utilidad.
Su madre convirtió su mano en una garra, arrastrándola por la superficie del rostro del Velaryon en la estampa - Quemarlo es ínfimo para lo que se merece. Tanta miseria desatada por un simple acto egoísta. - lanzó otra mirada desdeñosa a lo que fue una herramienta para ocultar lo que realmente sucedió - No importa que algunos prefieran contar esta versión, sigue siendo una escupida en la cara de aquellos que sufrimos las consecuencias.
¿Qué? - azorada miró a su madre, su actuación tan impropia de ella.
Digamos que lo que vemos aquí, - su madre se negó a darle otra ojeada, como si de hacerlo atrajera sobre ella una maldición - esconde la mayor humillación que ha vivido tu sangre. Debería haber ardido años atrás. No me extrañaría que tu padre pida que se haga al rey. - y con un una agitada negación de su cabeza, Alarra Massey se marchó.
La esposa de Aenys fue incapaz de seguirla, todavía procesando lo dicho. La visión del cuadro en la pared la llamaba. Tuvo que volver a mirar a su abuelo, el augusto Daemon Velaryon. Solemne y digno, tal como era su padre, sostenía algo que podía ser una capa en sus manos. ¿Pudiera ser una capa de novia? Tenía sentido, considerando que a esas alturas y por lo que sabía, Aerion Targaryen estaba muerto y él era el pariente masculino de mayor rango. Solo entonces Alyssa notó, que en su retrato, no había ninguna expresión de felicidad.
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Maegor y Ortiga no rompían el ayuno con el resto del personal en el comedor central debido a que por su entrenamiento, era mejor consumir algo ligero. Los cenas, más largas y formales, si eran realizadas ahí. La comida de mitad del día, esa la había reservado para ella. Para charlar un poco y vincularse antes de su sesión de estudio impartida por ella misma. No había olvidado la importancia de evitar el aislamiento social de su hijo, por lo que había empezado a realizar cambios drásticos en su vida, que increíblemente, la hicieron a ella sentirse mucho mejor.
¿Así que en estos momentos - Visenya habló con firmeza desde la mesa en sus habitaciones, donde compartía con sus dos problemáticos herederos - hay un hueco en una pared de uno de los alojamientos de la guarnición?
Sí, en la barraca más vieja. - Maegor habló sin pudor alguno, ignorando la preocupación de Ortiga sobre el posible escarmiento - La que esta adosada a la muralla.
Ya veo. - tomó la comida de su plato mientras analizaba la situación.
Tenía que admitir la comodidad de tener su propia mesa era inaudita, y no se explicaba como se las arregló toda su vida con apenas una cama y un pupitre para escribir. Incluso los estantes sencillos que ocupaba eran tan útiles, que habérselos negado hasta ahora, le parecía el colmo de lo absurdo y una estupidez. Pero bueno, había pasado mucho tiempo ciega a muchas cosas.
Para agregar un poco más de color a su recámara, botellas de vidrios finos con todos los tintes del arcoíris contenían ahora sus pócimas, mezclas y otros compuestos, adornando cada superficie disponible del amplio mueble que abarcaba la pared. Estética y eficiencia sí podían combinarse para mejorar su espacio habitable.
Puedo preguntar, ¿por qué no esperaron antes de, ya saben, investigar? - saboreó en conjunto las palabras y el vino tinto de su copa. Últimamente, había desarrollado un gusto por el dorniense, en contraposición a su antigua adhesión al Dorado del Rejo. Ya había tenido suficiente amargura para un par de vidas.
Maegor se encogió de hombros - Fui impulsivo y no escuché a mi esposa. Mi error. - ¿su hijo reconociendo haberse equivocado? En cualquier momento le dirían que el mar Humeante dejó de echar humo y que media Valyria sobrevivió a la Maldición. Bueno, tenía frente a ella una jinete de dragón que venía de otro tiempo. Los milagros si podían ocurrir y viendo a Maegor aceptar su desacierto, solo le quedaba admitir que todavía podía ser sorprendida.
Reconocer un fallo no soluciona el problema hijo mío. - su pequeña pilla los miraba muy preocupada, un indicio de ello era que se había negado hasta el momento de probar bocado - ¿Alguna razón por la que estás tan calmado?
Sí. - su hijo asintió - Ortiga me dijo que necesitaban alguna excusa para lo que hicimos. Para que crean que nuestras acciones fue por algo más y nadie se ponga a buscar por su cuenta secretos entre nuestros muros.
Correcto. - la reina entrecerró los ojos - Entonces, ¿tienes alguna tapadera válida?
De hecho, lo tengo. - Maegor la miró con esa concentración tan característica de él - Últimamente me he dedicado a estudiar sobre la construcción y cualquier tema relacionado. - eso lo sabía, puede que su niño estuviera al otro lado de la bahía de ella, pero no estaba fuera de su vigilancia y cuidado - Incluso aquí, solicité al maestre de Rocadragon cualquier literatura que tengamos relacionada con el asunto.
Esta bien. ¿Y? - veamos a dónde llega su niño.
Pues, di que mandé a mi esposa a buscar defectos en estructuras de mi castillo. - se encogió de hombros - Todos saben que me molestan las imperfecciones. Di que estoy estudiando sobre defectos estructurales y di que no me gusta que existan. No es el pretexto más sólido pero no tiene que serlo, solo tienen que creerlo en la superficie. - retomó el consumo de su propia comida del mediodía - Y como no es una mentira del todo...
Una carcajada divertida se le escapó ante su idea. Nada mal.
Bueno, un problema menos. - Ortiga dejó escapar el aire y se desmadejó en su lugar - Vamos al otro.
¿Nos pasamos un poco con el escudero, verdad? - Ortiga volvía a actuar preocupada.
No, se lo merecía. - su ladrona era un regalo de los cielos, envuelta en una envoltura áspera y inesperada, pero seguía siendo un regalo. Se las había arreglado para encajar con Maegor e incluso bastante con ella, y no era tonta, el carácter de ambos no los hacían personas muy susceptibles a agradar. En condiciones normales, no dejaría que ningún sirviente desafiará su autoridad, menos aún con ella que había logrado ahuyentar las tonalidades grises de su existencia. Miró a una de las esposas de su hijo, la única que tenía valor para ella, y preguntó - Supongo que ya puedes empezar a señalar a aquellos que deben ser discretamente eliminados y a los que hay que vigilar, ¿verdad?
Pues sí. - Ortiga agitó su cabeza - Si ese no es el problema, ¿cuál es?
Bueno, - sacó de su librero perfectamente organizado, benditos sean los cambios, un rollo de pergamino - esto contiene lo que yo llamo los puntos claves para evitar un destino que no queremos. Prefería no discutirlo entre las murallas poco confiables de Desembarco.
Ambos, su príncipe y su ladrona se inclinaron a la vez para mirar lo que decía, con Ortiga entrecerrando los ojos y gesticulando lo que leía con los labios.
Primero, el matrimonio valyrio polígamo que desató las primeras chispas de rebelión de la Fé. Aunque no del todo eliminada la amenaza, vuestra propia boda ha sentado en ligero precedente de legalidad. ¿Entienden que significa? - ambos negaron - Significa que aunque la Fé acepte vuestra unión con dientes apretados, tal como... el matrimonio entre mis hermanos y yo, no quiere decir que no rechacen cualquier otro enlace semejante que no cumpla con cualquier requisito imaginario o que se inventen posteriormente. Reclamarán y reclamarán pero desde una posición más débil. Aún así debemos cuidarnos.
Y evitar a cualquier hija del Lord de Harrenhal. - Maegor puso un gesto de desagrado absoluto de estar con una hija de Gargon Qoherys, era un patán absoluto y aunque el apreciaba la sangre valyria, si la hija se parecía en algo al padre... Ughhh, escalofrío.
Supongo que sí. - admitió la reina - Solo que yo lo llevaría más lejos y evitar a cualquier hija o hermana de cualquier lord. - quizás las mujeres ándalas se vieran obligadas a soportar la indignidad de ver a su esposo revolcarse con cualquier moza, hacerle lo mismo a una jinete de dragón... Dígamos que era un deporte de alto riesgo, incluso en la vieja Valyria.
Prosigamos, relacionado con tu boda poligámica, debemos evitar tu destierro. - Maegor se estremeció - Aunque si no te casas con otra mujer y no te armas una traición, no veo como podría nadie proscribirte.
Sus dos niños respiraron aliviados - En caso de que ocurra, porque no podemos descartarlo, - la conmoción regresó a sus caras, hasta su chica ya lo veía como un futuro improbable cuando antes estaba tan segura de la crueldad irremediable de su retoño - tenemos que valorar otras cosas. Como tu regreso y reclamo del trono y el posterior juicio de los Siete. - la decapitación de Gawen no la contaba, de llegar a ese punto. Si se oponía él se lo había buscado. Puede que no fuera lo más inteligente, pero no movería una uña por el hombre. Que le guardara un leve rencor acumulado también influía.
No quiero el trono. - Maegor de opuso con vehemencia - No me corresponde.
Lo sé, mi niño. - pasó su mano por su corto cabello de plateado y dorado. Su príncipe lo aceptó con ligera duda, todavía no adaptado a cualquier tipo de muestra cariño de forma natural - Pero hay que tener en cuenta que hay veces que la vida nos lleva por caminos inesperados. Entonces, de ocurrir el juicio por combate, ¿qué deberías evitar?
- ¿Morir?
Un bufido de risa se le escapó - Pues si, pero yo más bien pensaba en evadir cualquier golpe en la cabeza. - señaló con el dedo una línea en el papel - Una luna sin conciencia y despertaste con la peor versión de tí. Sin control de tus impulsos y sin el pensamiento estratégico tan necesario para gobernar y tomar decisiones. Que se discuta que te hayan levantado con magia, ya sea por esta - hizo el ademán de leer la hoja, pero el nombre desde que Ortiga se había acordado de él, lo tenía grabado en fuego en su mente - Tyanna de la Torre o por mí, que ya sabemos que no puedo usar magia, - una verdadera desgracia, aunque la esperanza nunca moría - es una preocupación menor siempre que eliminemos el evento. Por si acaso, intentaré estudiar todo lo que pueda sobre lesiones en el cráneo.
No tenía muchas expectativas sobre ello. Había releído cualquier cosa vinculado a la sanación de su escondida biblioteca varias veces a estas alturas. Las heridas en la cabeza eran un misterio demasiado grande incluso para el viejo imperio.
- Después, la batalla de dragones sobre el Ojo de los Dioses. La rebelión de Aegon el Incoronado. Balerion contra Azogue.
- De ocurrir mi destierro y que ocupe el trono de los hijos de Aenys, no se me ocurre nada para evitar la rebelión.
Quedaron unos instantes en silencio.
Vaghar. - Ortiga murmuró el nombre de su dragona.
¿Qué? - preguntó la reina.
Sin Vaghar, los Verdes no se habrían atrevido a enfrentarse a la facción de Rhaenyra. - Ortiga explicó, mientras parecía sumida en sus pensamientos - Sin ella, estarían en una clara posición de debilidad. La balanza de poder se habría inclinado demasiado a favor de la Reina Negra para siquiera intentarlo. Era su garantía de supervivencia.
¿Qué tiene que ver Vaghar? - Maegor gruñó - Esta de nuestro lado.
Solo digo, que Azogue es el equivalente a Vaghar para Aegon el Incoronado. - ambos observaron a la morena muchacha - Si Aegon no tiene a Azogue, no creo que se atreva a desafiarte en campo abierto.
Visenya analizó esto, revisando otra vez el rollo - De no tener a Azogue, el otro dragón que tendrían sería la tal Fuegoensueño con Rhaena, ¿no? ¿Los otros serían crías? - Ortiga asintió - Mmm, no es una mala idea.
No vamos a matar a Azogue. - Maegor lucía como si le hubieran pedido matar a su primogénito.
Nadie dijo nada de matar dragones, Maegor. - Visenya explicó - Solo lograr que Aegon no lo tenga. Lo que puede ser de dos formas. Una es manteniéndolo alejado del dragón, lo que invita a que se escape y lo reclame de todos modos. O, - su mente corría a toda velocidad buscando soluciones - podemos hacer que alguien más se vincule con él. Alguien de confianza o incapaz de desafiarnos. Buen plan, muchacha. - le agitó el pelo con más fuerza que a su hijo, lo que solo provocó una carcajada en ella. Maegor se veía tan orgulloso como si la idea fuera suya - Aún no sabemos quién encajaría ahí, pero es algo que se puede responder con los años.
Un problema menos. - su pilla pareció feliz - ¿Qué le sigue?
Pues las otras cosas parecen pequeñas o nulas en comparación con las decisiones anteriores. - Visenta enumeró - Nada de represiones demasiado, la palabra clave es demasiado, brutales. Nada de Novias Negras. Nada de quemar el Septo de Rhaenys. Pequeños detalles a pulir.
Puede ser en tono con el que habló, pero ambos se rieron de esto.
Bueno, terminado las discusiones difíciles, volvamos a asuntos triviales. - Ortiga atacó con fruición su plato - Déjame preguntarte. ¿Qué le echaron a la comida? Tienen un sabor ligeramente diferente.
Visenya se encogió por dentro durante un pestañeo. Había planeado explicarle a su ladronzuela que iba a hacer antes de hacerlo, pero años de gobernar un continente y el poder casi absoluto que exigía una obediencia igual de absoluta, no ayudaba. Hacía la mayoría de las cosas y tomaba la mayoría de las decisiones esperando que los demás simplemente se doblegaran ante ellas y lo aceptaran. Todos menos Aegon. Otra cosa en la que tendría que trabajar para mejorar, luego de pedirle perdón a su pilluela, pero primero:
- Veneno.
Ja. Ja. Eso no es divertido. - Ortiga arrugó su redonda naricita, antes de continuar su cena - Esa muestra de humor tuyo no es divertida. No sobre estas cosas.
¿Quién dice que es un chiste? - el tono de la reina fue neutro.
No es gracioso, Visenya. - Ortiga se enfadó un poco hasta que miró a Maegor - Ella esta mintiendo, ¿verdad?
Su hijo seguía consumiendo su sustento cuando respondió con un simple y sencillo - No.
Ortiga lo contempló un momento, parpadeando. Luego se fijó en Visenya, horrorizada, solo para despegar contra el ventanal de la habitación - ¡¿Qué me habéis hecho, cabrones? - los sonidos de arcadas se hicieron audibles mientras se metía un dedo en la garganta para vomitar - ¡Pensé que estábamos del mismo lado! ¡¡¡Hijos de puta!!!
Maegor estaba estático en su posición, con la boca abierta y la comida a medio masticar al ver todo esto.
Ortiga, - Visenya se tuvo que reír, tenía que admitir que su humor era un tanto oscuro - Dije que le eché veneno a tu comida, no que te envenené. No es lo mismo.
¿Cómo que no es lo mismo? - la chica parecía decidida a vaciar su estómago.
Mira, Ortiga. - Visenya fue a su plato y agarró una pequeña porción de carne ya cortada, la consumió ante los ojos de su ladrona, que se abrieron enormemente - No hay suficiente veneno para hacerte daño.
Entonces, ¿por qué mierda hicistes eso? - dijo mientras se secaba la baba con las manos y luego contra la ropa. La hubiera regañado por esto y por su lenguaje, sin embargo, decidió darle un poco de cuerda a la chica. La equivocación había sido suya. Si le hubieran hecho algo igual, ella no estaría tan calmada. Hablar de venenos asustaría a la mayoría.
Porque, - estiró hasta alcanzar lo encontrado por Maegor y Ortiga, y que había pasado por alto, concentrada en otras cosas - pretendo que todos ustedes desarrollen tolerancia. No funcionará contra todos los envenenamientos, aunque sí contra un buen número. - olfateó la botella vacía, nada. Las monedas eran del Feudo Franco, un trozo de historia no tan relevante, así que su ladrona podría que quedárselas. Quedaba el libro - Solo que cometí el error de no decírtelo antes y me disculpo por ello.
Mierda. Eso se avisa con tiempo. - se puso una mano en el pecho - Por poco y me matas del susto. Entonces... ¿no hay que tirar la comida?
Ortiga desestimó la disculpa. Pasado el miedo, las acciones de la reina no solo tenían sentido, sino que eran convenientes. Nada como saber que el nido de víboras de la nobleza tendría un arma menos que blandir contra ella.
La reina tuvo que reír. Había pasado de preocuparse por morir a preocuparse por la comida. Era claro donde estaban sus prioridades.
No, puedes comerla. - Visenya señaló a sus hermosas botellas de todos los colores. Por los dioses verdaderos, ¡como le gustaban - En caso de tener alguna reacción, aquí mismo tengo los antídotos. Es por ello que se los suministro dentro de mi cuarto, en un ambiente controlado.
Ortiga había regresado a su puesto, observando a Maegor - ¿Tú también lo sabías?
Sin soltar lo que estaba tragando, su príncipe asintió.
Vaya, - la miró impresionada, mientras la reina revisaba el destartalado manoscrito - parece que al final, aunque no sepas de magia, sabes de venenos. - se fijó en los recipientes de cristal coloridos ubicados en el estante y algunas repisas - ¿Esos no son perfumes o remedios y antídotos solamente, eh?
Visenya negó con suavidad - No, no lo son. - observó a su chica que la miraba con contemplación - No es que realmente me interese envenenar gente, muchacha. - aunque tenía su utilidad en ciertas ocasiones, no lo prefería - Aprendí sobre venenos porque tienes que saber cómo funcionan para protegerte de ellos.
Ambas le dedicaron su atención a la creciente colección de Visenya. Parecían más adornos distribuidos en cada costado de su habitación, que contenedores de una muerte probable o su igual de posible cura. Escondidos a simple vistas y expuestos a lo largo de su pared.
Chapter 29: Semillas y secretos
Notes:
Lo sé, peor título no se me pudo ocurrir, pero me quedé sin ideas. Es más, si a alguien se le ocurre uno bueno, lo cambio y le doy el crédito
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Chapter Text
Desde todos lados era abrumado por un placentero asalto. Su piel se sentía sensible, alterada. Sentía el contacto de unas manos a través de ella. Sábanas finas y blancas lo cubrían todo y le impedían ver algo más. Una sensación pulsátil y urgente lo invadía. Otro recorrido táctil a través de su columna lo mantuvo estático. Le gustaba esto.
Oh, sí, más. - esa voz no era como los desagradables gemidos de algunas criadas que había visto envueltas por algún que otro señor en el pasillo. Se parecían más a la vez que atrapó a una lavandera con el mozo de cuadras en el establo. Le había parecido lo más desagradable del mundo, cuando él solo quería gastar un poco de energía cabalgando y esos dos se revelaban entre la paja de los caballos. Y aquí estaba ahora, escuchando esos sonidos y deseando su repetición - ¡Más! ¡Dame más! ¡Más fuerte!
A través de la tela impoluta, fue capaz de agarrar unas nalgas firmes, como nunca se había atrevido a hacer con Ceryse y entonces él... se sacudió asustado, con el corazón corriendo desbocado, como si hubiera vivido el combate más feroz de su vida. Pero no había sido un combate. Aquello que recorría su cuerpo no era violencia sino lo más absurdo y sinsentido que jamás...
¿Maegor? - a su lado, una Ortiga adormilada se había despertado por el movimiento. Todavía con sus ojos apenas abiertos, no se había dado cuenta. Sin embargo, si los llegaba a abrir por completo, la leve penumbra de la habitación no ocultaría su vergüenza.
En cuestión de un par de respiraciones, se lanzó hacia atrás todo lo que pudo, desesperado por escapar. Fue tal la situación que incluso se cayó de la cama con un estruendo seco.
¡Maegor! - el grito de susto de su esposa fue más alto. Esta vez, se asomó por el borde de la cama, su pelo disparado en diferentes direcciones y con la vista fija en él, totalmente despierta - ¿Qué pasa?
Apretó en el suelo las rodillas contra su pecho, intentado ocultar el secreto. Gracias a caer del lado del mueble, la efímera luz de la chimenea no llegaba bien allí y le ayudaba a ocultarse mejor - Nada. No pasa nada.
¿Un mal sueño? - Ortiga sonaba preocupada, aunque ya de forma más suave - Ven. Te abrazaré para que duermas mejor.
¿Acercarse a ella? ¿En su estado? - ¡¡¡No!!! - se escuchó como un niño berrinchudo, aunque en esta ocasión la situación lo ameritaba. Ella no podía verlo así. ¡No podía! - ¡Aléjate! ¡No mires!
¿Maegor? - su esposa inclinó la cabeza hacia un lado, fue a levantarse, quizás para acercarse a él, lo que lo llevó al pánico.
¡No te me acerques, mujer! ¡¿Qué te he dicho?! - le inyectó la mayor brusquedad que pudo en su tono, que no fue muy difícil con este contexto - ¡¡¡Y no mires!!! - eso era lo más importante. Dioses, ¿cómo es que su cuerpo le había hecho esto?
Mocoso malagradecido, - la oyó refunfuñar mientras se daba la vuelta - uno preocupándose por él y él actuando como un perro agresivo. Pues que se joda. - murmuró volviendo a cubrirse con su abandonada cobertura.
Un problema menos, ahora tenía que salir de allí. La distancia hacia la puerta se le hizo infinita y terminó cerrando esta con una fuerza impulsada por su ansiedad. Desde su diván, la sirvienta de Ortiga se levantó asustada. Él estaba en un área más oscura y puede que no se diera cuenta de su estado, lo que lo llevó a otro dilema.
Nunca jamás se le hubiera ocurrido darle órdenes al personal de su esposa, para ello tenía a su propio asistente durmiendo en un cuarto cercano. No aquí, porque no sería correcto poner a un hombre y una mujer no casados en el mismo espacio, por lo que dormía en un estancia próxima de la torre. Con normalidad, enviaría al guardia de la puerta por él, pero de hacerlo, se expondría directamente ante las antorchas, ya que los guardias necesitaban toda la visibilidad posible. La otra opción era quedarse semi-oculto por la puerta. Lo que podría motivar a los soldados a revisarlo por alguna sospecha y descubrirían de forma clara lo que sucedió. No quería que ningún hombre supiera lo que le había pasado, entre los que contaban también su asistente. Comandar a la temerosa criada nunca hubiera sido su primera opción, pero la sensación de la humedad en sus calzas enfriándose tomó todas las opciones de él.
Tú, - gruñó invadido por la rabia y la vergüenza - Trae agua para lavarme. Y unas prendas para cambiarme de ropa. - empezó a notar que la semilla descendía por sus muslos y esto lo alteró - ¡Muevete! ¡Rápido! - dio un paso hacia ella antes de retroceder de regreso a las sombras, decidido a ocultar en lo posible lo ocurrido - ¡Y no te atrevas a decírselo a nadie o la pagarás bien caro! ¿Entendido?
No se atrevió a gritar, eso ya sería el colmo de la indignidad y quizás el punto culminante de la noche. La aterrada joven, con su rostro impresionado asintió y escapó por la puerta contraria a la de él.
Se golpeó en el pecho en cuanto salió - ¡Maldito cuerpo! ¡¿Por qué me traicionas así?! - no era justo. Tan bien que había estado su día.
Luego de la comida del mediodía, había leído en silencio un libro sobre la construcción de un puerto, sacado directamente de su pequeña biblioteca escondida. Se parecía mucho a otros puertos en la superficie pero no, todo lo hecho por el Feudo Franco era irrepetible. Habían creado cosas que la gente de este continente solo podría soñar. Lo que lo incluía a él, porque los secretos para estas maravillas se habían perdido. Ortiga se había esforzado bajo el mando de la reina. Leer no le costaba tanto como escribir, lo que era resultado de una vida sin usar jamás una pluma. Con los números brilló. Según su madre tenía un talento serio para ello. Al parecer su esposa podía contar monedas más rápido que un comerciante y era igual de avara.
Le siguió un largo y turbulento viaje en dragón, para fortalecer sus habilidades. Sin embargo, fue más bien un intercambio, pues Visenya también practicó y aprendió del vuelo. Luego, durante la cena, se había sentado a la cabeza de la mesa principal. Su madre a su derecha y su mujer a su izquierda. No tuvo que preocuparse por el puesto que se le dio, pues su Ortiga, siempre práctica, no se molestaba con su asiento mientras se le diera buena comida. Aprendió que extrañamente, había empezado a desarrollar aversión por el pescado y un gusto por el cordero después de vincularse. Se había reído cuando su amiga, preocupada, le explicó que todavía se comería cualquier producto del mar que pusieran en su plato. Esposa tonta. Si no le gustaba algo, no tenía que comerlo. Otra noche tranquila se avecinó, con él compartiendo su lugar de dormir con ella. Algo que no quería cambiar, pero al parecer su maldito cuerpo tenía otras ideas.
Había empezado a experimentar cambios que según todos, eran normales cuando uno se convertía en un adulto. Los aceptó con orgullo hasta que empezó a apestar, lo que aumentó tras su matrimonio. Sudar y oler mal se había vuelto casi lo mismo. Olor de hombre, le habían dicho. ¡Una mierda! ¡Por todos los malditos engendros del mundo! ¡¿Quién mierda estaría feliz de tener peste?! Y ahora esto. Se quedó inmóvil, mientras el lento y viscoso descenso continuaba. ¡Dioses! ¡Nadie le había dicho nada sobre esto! ¡No podía ser normal! Otra cosa más en la que era defectuoso. Un monstruo tan lujurioso que incluso dormido con su amiga, derramaba su semilla como si así fuera a llegar al cuerpo de su mujer. Una total humillación era la única forma de describir esto. Si la gente lo sabía se burlaría de él, estaba seguro. Nadie lo olvidaría jamás.
Todo el rato que esperó a la sierva fue una tortura. El pegajoso contacto se sentía como una marca de fuego y él solo quería que terminara ya, para fingir que nunca sucedió. Se sobresaltó como nunca antes cuando las bisagras chirrearon solo para ver aparecer a la joven servidora. Un cambio de ropa sobre su hombro y un recipiente de agua ancho en sus manos. Le arrebató las cosas, cubriéndose con el contenedor del tibio líquido y le ordenó a la criada que le diera la espalda y no se moviera.
No se atrevía a lavarse frente a ella, pese a su invisible estatus, su orgullo no aguantaría otro golpe. Tampoco podía hacerlo en la habitación de su esposa. Solo quedaba un respuesta. Se dirigió a la que era la habitación de cristal, el solar de su esposa, donde solo las estrellas fungirían de testigos. Allí se limpió y se cambió con torpeza y prisa. No había tiempo que desperdiciar. Mientras más rápido se hiciera esto, más rápido podría deshacerse de las pruebas y fingir que esta experiencia nunca pasó.
Hizo una bola de la ropa, luchando contra el deseo de doblarla correctamente. No tenía sentido. Estaba arruinada para siempre.
Tú. - dijo todo lo bajo que pudo, sin que se perdiera que era una orden - Toma. - cuando ella extendió sus manos, dejó caer las manchadas prendas en ella, con miedo a que si las tiraba estas se abrirían mostrando aquello que no quería que nadie viera - Bótala. Quémala. Deshazte de ella. - ella lo miró sorprendida, después de todo, estaba confeccionada con la mayor calidad posible - No me importa lo que hagas con ella, no quiero volverlas a ver. ¡Y no te atrevas a mencionar esto jamás!
Su contestación fue una cabeceada rápida, cargada de miedo en el silencio cerrado del lugar.
Cuando la vio desaparecer en su huida, respiró hondo, decido a afrontar a su esposa. ¿Como le explicaría lo que pasó? Se le atorarían las palabras en la garganta. Porque tenía que arruinar esto. Él descansaba con ella en paz, todo era tranquilidad y seguridad en su cama, y entonces venía su cuerpo y le salía con esta asquerosidad. ¿Por qué tenía que arruinarlo? Le iba a perder todo respeto y sería solo si culpa. No importa que él no lo quisiera. Un pervertido lo iba a llamar. Ortiga no era de las que contenía su lengua, ya sea por cortesía o respeto.
Que no se diga que él carezca de coraje. Junto su valor para enfrentarse a su mujer, solo para que lo recibiera el sonido de respiraciones profundas. Ella se había quedado rápidamente dormida. Quizás... quizás no se diera cuenta si se subía con cuidado a la cama. Una vez más, su cuerpo lo apuñaló por la espalda. Su peso fue suficiente para mover la cama y despertar a Ortiga.
Ey, regresaste. - el cansancio la hacía hablar lento - ¿Ya se arregló el problema? ¿Estas bien?
Sí, no paso nada. - por favor no preguntes, por favor no preguntes.
Esta bien. - pero algo no estaba bien, ella lucía incómoda - Te pregunté por si habías tenido un sueño malo. Puede que no fuera la pregunta correcta. ¿Fue, ya sabes, uno de esos sueños? - recalcó lo último- Tu entiendes. Uno de esos sueños buenos.
¿Un qué? - preguntó genuinamente interesado.
Ya sabes, un buen sueño. - continúo mirando de su cara a su regazo.
¡¿Qué te importa?! ¡Solo déjame en paz! - el tic en su labio volvió, no era su culpa lo que le había sucedido. No estaba bien tratar así a su amiga. Es solo que todo fue tan, tan involuntario, que sentía la necesidad de atacar. Pero Ortiga no era responsable de lo ocurrido, era su maldita vara quien decidió violar el santuario que era este dormitorio. Suspiró, su vergüenza no era motivo para arremeter contra ella - Perdón, esposa. Pero no quiero hablar de ello.
Esta bien. Pero sabes que es normal, ¿verdad? Le pasa a los chicos. - explicó ella.
¿Normal? ¿De verdad? Espera. ¿Por qué sabía su mujer más sobre cuerpos masculinos que él mismo? ¿Sería por ese puñetero Jacaerys? Era una de esas cosas que no quería saber.
Dicho eso, - volvió el tono juguetón que tanto lo calmaba - ¿Alguna razón por la que te mantienes en el borde del colchón?
Acá estoy bien. - susurró, todavía no confiaba en acercarse a ella.
Esta bien. - extendió su mano a través del espacio vacío - Si necesitas decirme algo, aquí estoy.
Sintió el tic en su mejilla dispararse en una contracción sostenida, tal como los latidos en su pecho, por lo que usó su sábana para cubrirse su cabeza y ocultarse. Sin embargo, también estiró el brazo hasta alcanzar el de su compañera. Tal vez, no todo había sido arruinado.
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Cuando el sol rompió el horizonte, apenas su esfera comenzó a alzarse sobre la bahía del Aguasnegras, varios jinetes salieron disparados hacia los diferentes rincones del reino que había construido Aegon el Dragón. Un mosaico de culturas conformaban su dominio recién establecido, bueno, al menos reciente para los anales de la historia y por ello se habían enviado diferentes pergaminos sellados y firmados, con las cortesías esperadas de cada región. Cada uno con un escrito dirigido a una Casa específica, pero para todas el mensaje era semejante:
A la augusta Casa ...........:
Durante milenios, vuestro noble linaje encarnó el más alto honor de vuestros territorios, contando una historia de triunfo y resiliencia que pocos pueden igualar. Debido a ello, pocos nombres resuenan como el suyo con la fuerza de vuestro legado. Fue la sabiduría de aquellos que los precedieron la que moldeó tu gloriosa ascendencia, guiando tu ilustre sangre hasta la prosperidad que hoy disfrutáis. Como líderes de vuestras familias, comprendéis mejor que nadie el valor de establecer las bases del futuro a través de alianzas que garanticen una estabilidad más permanente.
En mi fervor encaminarnos hacia un destino brillante y con el objetivo de labrarlo para todos, me dirijo a vosotros. Para invitarlos a compartir la gloria y encaminarnos a un mañana más próspero y unido. Su alteza, el príncipe Aenys y su esposa, lady Alyssa, poco a poco comienzan a prepararse para el día que gobiernen sobre el trono forjado por nuestro rey. Motivo por el cual lady Alyssa, como consorte del futuro monarca, ha decidido honrar a las más ilustres Casas de nuestro reino. De esta manera, extiende una invitación para que sean sus hijas las que conformen el nuevo círculo de damas en la Corte y se conviertan en aquellas que la acompañarán y aconsejarán en años venideros. Un honor tal, que solo puede ser reservado para las más nobles y dignas jóvenes cuya ascendencia y talento, sean por sí solas, impecable.
Con el debido reconocimiento de que sus hijas no solo reúnen estas cualidades, sino que encarnan en espíritu muchas virtudes para elevar el prestigio de su estirpe, lady Alyssa desea invitar a su amada descendencia a visitarla. Con el próximo traslado de la corte al Feudo de Rocadragon, se planea celebrar en la ancestral cuna de los Targaryen, una reunión social para conocer a las jóvenes damas que simbolizan el orgullo de cada región. Será una oportunidad de forjar vínculos de amistad y lealtad, que definirán el mañana del reino, con la benevolente gracia de nuestro rey Aegon Targaryen y el prometedor futuro de nuestro amado príncipe Aenys.
Esperamos con sumo placer su respuesta y la grata presencia de vuestra representante, que elevará la magnificencia de nuestra celebración.
Cordialmente, Lady Alarra Massey, escribiendo en nombre de Sus Altezas, el príncipe Aenys Targaryen y su amada esposa, Lady Alyssa Velaryon.
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Sus delicados pasos resonaban en los desiertos pasillos. Era demasiado temprano para que la mayoría de los nobles se encontrara deambulando por ahí, mientras que la servidumbre evitaba activamente a las altas clases. Después de todo, un buen sirviente no estaba ahí para ser visto ni escuchado.
¿Piensas que es lo correcto, madre? - Alyssa todavía dudaba. Cierto, su progenitora no era la persona más caritativa o amable con ella, pero si de algo no dudaba, era de su astucia política y la conveniencia de apoyar sus acciones en beneficio de los Velaryon.
¿Por qué no sería lo correcto? - luego de haber encargado de escribir y enviar los mensajes dictados de sus propias palabras, una tarea que prefirió realizar en persona para evitar cualquier irregularidad, ambas regresaban a sus aposentos - Eres la futura reina consorte de Poniente. Cualquier casa noble mataría por colocar a sus hijas en tu círculo íntimo. Para ganar parte del prestigio e influencia que perdieron cuando se vieron obligados a doblar la rodilla.
Pero... - Alyssa se sentía expuesta - Mis primas eran mis damas de compañía. - sus primas y algunas nobles de las Tierras de la Corona - Se suponía que centralizaríamos el poder para nuestra Casa. Con la afluencia de estas nuevas compañeras, tendría que compartir mi prestigio con ellas.
Algunas eran hijas de antiguos reyes. Por sus nacimientos, la superaban en estatus, y la sola idea era intolerable. Un día sería la reina, y con su matrimonio y posición actual, estaba por encima de ellas, pero... la princesa Orthyras le había demostrado que el lugar que ocupaba no era lo suficiente alto aún. La frustración la hizo apretar los puños, recordando la punzada de malestar que la invadió cuando la vio portando aquella tiara. Saber que esa salvaje y maleducada bastarda, porque aún creía que era eso, pudiera colocar sobre su despeinada cabeza una joya prohibida para ella la enfurecía. Solo de recordarlo se le revolvía el estómago. Todavía se le negaba ese derecho mientras Orthyras se vanagloriaba de él. Las nuevas damas también deberían haber llevado sobre sus vacías cabecitas las diademas que ella codiciaba. Su único consuelo es que estarían igual de prohibidas ahora para ellas, mientras que Alyssa alcanzaría su deseo negado en un próximo futuro.
Alyssa, querida. - el tono de su querida mamá le advirtió lo que se le venía encima, un castigo por haberle dejado de prestar atención por apenas un instante - Eso quizás hubiera trabajado bien en otras circunstancias. Por ejemplo, si no se estuvieran conformando facciones. Enemigos poderosos alzados por tu errada creencia de que era intocable. - grácil y dulce en su hablar, los ojos castaños de su madre eran de acero puro - Cuando rechazaste el ofrecimiento de la mano de Rhaena a Maegor, nos expusiste a que el príncipe se consiguiera un enlace externo. El sueño de abarcar todo el poder para nuestra Casa se convirtió en algo tan efímero como la espuma de mar.
Un destello de resentimiento volvió a brotar en la Velaryon ante las palabras de la mujer que le dio a luz. Todo esto era culpa de su hija, por nacer del género equivocado. De nacer varón la sucesión estaría asegurada. Ella no estaría siendo presionada a quedar embarazada y procrear al siguiente heredero. Visenya no hubiera intentado concertar la mano de su princesa para su mocoso, por lo que el matrimonio de Maegor no habría sido discutido. Si dicha cuestión era atrasada un par de años, un enlace con la Hightower sería inviable por la edad de Ceryse. Pero no, su hija nació mujer. El alivio que inicialmente sintió por el entusiasmo de Aegon empezaba a desaparecer por la presión. ¿Por qué no pudo nacer hombre? Al menos le habría ahorrado la mayoría de las críticas de su madre.
Y no te equivoques. - la firmeza con la que habló pertenecía no a una dama, sino al capitán de un barco comandando a su tripulación - Ya sea Aegon o Visenya, conseguirían el mejor partido que pudieran exprimir para el cachorro de dragón. Tu plan de esconder a un príncipe en un páramo congelado parecen las ensoñaciones de una doncella, de esas que sueñan con un caballero que derrote dragones con su espada. Muy bonito y heroico y totalmente absurdo.
- ¡Si no fuera por la presión del Septon Supremo, Aegon jamás...
¡¿Jamás qué?! - interrumpió su madre sobresaltándola - Crees que sin el Septon Supremo, ¿Visenya no habría negociado un buen pacto de matrimonio para su único hijo? ¿O que el rey no habría concertado un enlace que beneficiaría a la Corona? Deja de ser tan ingenua Alyssa, y empieza a portarte como se espera de ti, o sino, ¿quién sabe? Quizás el rey encuentre una segunda esposa para su heredero. - la miró de arriba abajo, como buscando defectos, y pese a que Alyssa sabía que no podría ver ninguno, estaba segura de que su madre pensaría lo contrario - Una que sea algo más que una muñeca bonita y sepa actuar como debería hacerlo la futura reina.
Las lágrimas casi se le salieron, pero trató de mantener la compostura - Aegon ama a Aenys. - dijera lo que dijera su madre, el amor del rey era todo lo que importaba - El monarca no siente ni siquiera cariño por su otro hijo. Se abría encargado de conseguirle algo que fuera suficiente y ya.
Puede que el rey no estuviera muy encariñado con él, que para nuestro alivio, todavía parece ser el caso. - Alyssa al menos se había dado cuenta de ello, aunque hasta ahí había llegado su capacidad de analizar la situación - Pero no te equivoques, una herramienta útil aún se protege, y de ella se explota todo su potencial.
- Yo iba a asegurarme de un enlace que beneficiaría a la casa real y a la vez, eliminará a Maegor como amenaza para el reclamo de Aenys.
Tú no ibas a nada y menos con las torpes tácticas de una niña que te he visto usar. - su madre pondría en Alyssa la misma fé que un banquero pondría en un ladrón para que cuidara de sus monedas - Si no fuera por la intervención del Conquistador, hubiera sido nuestra - tanteó que decir - irrepetible reina quien hubiera encontrado la consorte de su querido príncipe. Pero dime, ¿cuál era tu brillante prospecto?
Pues, - Alyssa explicó con orgullo su plan - estaba pensando en una dama norteña, de una casa pequeña. Algo lo más alejado posible de Desembarco. - lo suficiente para que el segundo príncipe fuera olvidado.
Su madre lanzó una risa musical, porque una carcajada abierta sería muy vulgar para ella. Sin embargo se las arregló para socavar la confianza de la Velaryon.
Por todos los Siete, ¿cómo es posible que tu padre y yo hayamos concebido a una hija tan falta de inteligencia? - negó con la cabeza, mirándola con decepción. Sentía la imperiosa necesidad de hacerse más pequeña, como una diminuta presa, tratando de demostrarle a su depredador que no valía la pena - Una pequeña Casa norteña. ¿Cómo es que se te ocurren estas cosas?
¿Qué tiene de malo? - así Maegor nunca tendría suficiente apoyo como oponerse a su hermano - El Norte ha sido en su mayoría ignorado, pero no quita que tenga el tamaño del resto de los reinos del Ocaso unidos y que se ha mantenido en su mayoría pacífico. Con la correcta presentación, el trono habría visto un enlace con ellos como beneficioso.
Niña tonta. Los reyes son visto todavía en parte como extranjeros, necesitan toda la legitimidad que puedan ganar y para ello no se unirían con alguien del reino más aislado del continente. Además de que sería preferible ningún matrimonio, a rebajarse con una casa indigna de la sangre Targaryen. Unirse a una casa menor. - murmuró entre dientes - ¿Cómo se te ocurre?
La caballito de mar tuvo que morderse la lengua ante el insulto. Si daba muestras de que le había afectado, Alarra Massey no perdería oportunidad de hurgar en la herida.
Es el territorio que menos problemas les ha dado. - replicó ella, tratando de defender sus ideas - ¿No sería convenientes recompensados por su buen comportamiento? ¿Mostrarles a los demás lo que pueden obtener si se mantienen en línea?
No, los Targaryen necesitan afianzar su posición en otros lares y no se meterían con el tranquilo Norte. - las consecuencias del último enlace norte-sur que estableció la casa del dragón, planeado por la fallecida Rhaenys, también pesaban. El rey del invierno había tenido que entregar una princesa a los Arryn, prácticamente arrancada de sus manos, solo para que fuera tratada de la forma más deplorable - No, el Norte no estaría contento de entregar a otra de sus hijas a las garras sureñas, no después de la vida a la que se encuentra sometida su amada antigua princesa.
Bah, - Alyssa desestimó eso - su situación es todo por culpa de la Stark, por no poder darle hijos a su marido. ¿Crees que los reyes del Invierno perderían la oportunidad de enlazarse de regreso con la realeza solo por lo que le pasa a una hija de matriz seca? - aunque ella no hablaba de casar a Maegor con ellos. Demasiado poder e influencia, y esa era la razón por la cual descartaba a la mayoría de las Grandes Casas. No olvidaba que durante la Conquista, fueron los Stark los únicos que no sufrieron bajas, ninguna de sus fortalezas fue quemada. No, ellos en especial eran un peligro potencial que prefería no enfrentar.
¿Acaso has olvidado como se aferraron los hijos de Torren a su amada hermana? ¿Cómo se habló de rebelión solo para impedir las nupcias de su única hija con una de las Casas más importantes del continente? - la sangre del lobo casi había luchado con uñas y con dientes para evitarlo.
Salvajes norteños. - Alyssa escupió con desdén. Siempre había pensado que Maegor encajaría entre ellos - ¿Por qué rechazar el honor de unirse a uno de los primeros y más nobles linajes ándalos?
La mirada de su madre fue censuradora. Al parecer se había equivocado - Espero que con tus nuevas damas, sepas mantener tu boca cerrada. O al menos te guardes esos comentarios para las personas en quien confíes. Que debería ser nadie.
¿Por qué? - pregunto genuinamente contrariada.
El ceño de Alarra se afianzó ante su ineptitud - Si quieres ser una villana, actúa como una. Si quieres ser una heroína, actúa como heroína frente a todos y como villana a sus espaldas. - detuvo su marcha para retocar delicadamente sus rizos negros - Espero que no creas que actuando solo como bondadosa y amable, las cosas se te cumplirán.
- Nunca se me ocurriría, madre.
Bien. En que estábamos. - Alarra colocó una mano en su mejilla, pensativa, luciendo casi como una estatua de mármol - Ah, si. Y todo esos aullidos de la sangre del invierno fueron antes de saber que su hija sería despreciada en el lugar donde debería ser dueña y señora. Tratada por detrás de una vulgar amante.
Que desagradable, pensó Alyssa. Era cierto que Ronel Arryn era un Gran Señor y estaba en todo su derecho de tener cuantas amantes e hijos bastardos le pareciera, pero sentar a su querida a la cabeza de su mesa...
Debes recordar hija mía, que aunque poco problemático, el Norte también es el reino que suele guardar sus agravios con mayor vehemencia. - y un día volvería a cobrar venganza. No, despues de todo, definitivamente los reyes dejarían esa desolada tierra en paz.
- Pues entonces, una Casa sureña que reuna los requisitos pero sin tanto poder. Una casa con una dote rica pero sin influencias. Una...
- Alyssa, ¿acaso estás sorda y no has escuchado nada de lo que te dije?
Pero es que mamá, - su argumento sonaba ya un poquito desesperado, por alguna razón quería que su madre creyera en algo que ya no tenía sentido, pues su momento ya había pasado - ¿Por qué no sería viable? Después de todo, la dote de Ceryse, además de su influencia, había traído solamente moneda. No tierras, ni propiedades, ni siervos.
Esta niña tiene la inteligencia de un pescado. El valor de los Hightower no es lo que ofrecieron al momento, sino lo que pueden ofrecer. - Alarra se acarició las sienes, como si le sobreviviera un dolor de cabeza - Primero pensabas que podrías determinar el futuro de Maegor. Luego ofreces las ideas más absurdas. Acaba se aceptarlo. - su siguiente comentario fue un susurro tan bajo, que alguien a su lado no lo habría escuchado - Los únicos Targaryen a los que puedes manejar son a tu esposo y a tu hija. Una usa pañales y el otro podría ser influenciado por una mosca en su oído. Necesitas reunir poder, y al igual que los hombres llaman a sus estandartes, serán tus damas de las Grandes Casas el ejército que te precede en el campo de batalla que es la Corte. Esta decidido y no se diga más. Aprende a callar y dejar que aquellos con cerebro piensen las cosas.
Alyssa suspiró derrotada, apretando los dientes hasta que crujieron en su boca y sabiendo que cualquier replica que pronunciara sería rebatida. Nunca sabría que dolía más, si las palabras pronunciadas por la mujer que más debía amarla o el hecho de que empezara a creer en ellas - Sí, madre. - inclinó su cabeza en silenciosa aceptación, un sabor amargo cubriendo su boca ¿qué otro remedio tenía? Solo le quedaba obedecer.
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Se habían levantado y seguido su rutina diaria, al menos la que seguían cuando estaban juntos, con una ligera diferencia. Maegor se negaba a mirarla o dirigirse a ella. Suponía que no se le había pasado la vergüenza de anoche. Aunque podía comprenderlo por fuera, era algo con lo que Ortiga no creería que se enfrentaría. Si vivías algo humillante, levantabas la cabeza, ponías una sonrisa en tu boca y te burlabas. Ya mañana llegaría una nueva humillación. Después del hambre y haberte arrastrado por el fango para sobrevivir, lo demás se volvía... ¿cuál era la palabra esa que le había enseñado Visenya? Ah, ya. Efímero. Espera. ¿Era efímero o era otra palabra? Desechó el pensamiento.
Maegor no lo veía así. Su pobre amigo gruñón y de mal carácter. No era malo en el fondo, solo que no sabía expresarse muy bien. Ni actuar con las personas. Ni ser suave...
Bueno, suponía que le tocaba a ella arreglar esto. Le daba la impresión de que si esperaba por él, le saldrían canas antes de que volvieran a hablar. Como sabría que un enfrentamiento directo llevaría solo a negativa, recurriría a su especialidad. ¡Ataque sorpresa!
Estaban de camino al patio cuando saltó sobre su espalda. Siempre era tan divertido hacerlo. Uso sus brazos alrededor de su cuello para sujetarse bien, no fuera a ser que su presa intentará librarse de ella. Su falso esposo no se movió y más bien aseguró sus manos hacia atrás para evitar que se cayera.
¿Se puedes saber que haces? - hablaba de forma monótona, inclinando el rostro hacia el lado contrario a donde estaba ella.
Ay, mi lindo esposo gruñón. ¡No te enojes! - se encargó de restregar su mejilla contra la suya - Si quieres fingimos que no pasó nada anoche, - susurró en su oreja - pero no sigas enfadado, ¿sí?
Esta bien. - dijo sin dudar, por primera vez en la mañana dirigiendo sus orbes violetas en su dirección, con el tic en su comisura saltando como loco - Pero no pasó nada. ¿Entiendes?
Nada, nadita. - saltó en su espalda, lo que provocó que él la sujetara más fuerte.
La inhalación fuerte de un sirviente los distrajo a ambos. Se había quedado frente a ellos, boquiabierto. Como si estuviera frente a un espectáculo nunca antes visto.
¡¿Qué estás mirando?! - exigió Maegor, su sujeción de ella nunca se aflojó - ¡La princesa Orthyras es mi esposa y le está permitido hacer esto!
Lo miró como si fuera una amenaza a erradicar y el pobre hombre huyó en la otra dirección. Ortiga se dijo que no se disculparía en el nombre de su esposo de mentira, el sirviente solito se lo había buscado.
¿Puedes llevarme así hasta el patio? - pregunto entusiasmada - Nunca antes me habían cargado así y es divertido. - una pequeña risita se le escapó.
Por supuesto que puedo. - Maegor levantó su cabeza con orgullo - Soy muy fuerte y tú no pesas casi nada. - y terminado de decir eso, se dirigió directo a donde los esperaban para su instrucción.
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¿Y bien? ¿Qué averiguaste? - temprano esa misma mañana, la esposa del príncipe heredero había despachado a varios mensajeros a caballo. Era un hecho público. Lo sabían los mozos de las cuadras, los guardias en las puertas, la mayoría de los sirvientes. El problema era que no sabían exactamente a dónde habían partido ni cual tarea les había sido encomendada.
Se que fueron enviados seis mensajes, mi Señora. - la voz de Lena de once años, salía todavía en un ceceo que siempre le pareció adorable a su madre, aunque a ella no. Había luchado por corregirlo y en su mayoría lo había logrado, pero reaparecía cuando se ponía nerviosa. Eso no auguraba nada bueno - Pero nadie sabe lo que decían.
El ceño fruncido de Ceryse hizo que la niña se revolviera en su lugar, sus rizos castaños agitándose y escapando de su cofia. Luego la regañaría por no atarse bien su cabello.
Parece que partieron en diferentes direcciones, lady Ceryse. - afirmó Lena, sus ojos avellanas abiertos ampliamente - En la puerta vieron que se encaminaron en diferentes direcciones, así que iban a salir por diferentes puertas de la ciudad. Pero no pude averiguar más, mi señora, por mucho que traté. El copista que requirió el maestre Gawen se niega a decir nada. - sus dedos retorcieron la tela de su vestido.
Mmm... así que Gawen estaba involucrado. Ceryse no se sorprendió. No importa que los maestres deban prestar servicio al Señor de la fortaleza en la que servían sin hacer distinciones o establecer lealtades, al final eran personas, su título no los hacía inmunes a desarrollar sentimentos o apegos. Gawen era leal a Aegon y por lo tanto a su amado heredero Aenys, no era difícil creer que apoyaría cualquier movimiento de Alyssa para consolidar el poder del segundo. Que cualquier acción que tomara la Velaryon se opusiera de alguna forma a los objetivos de Visenya, era un motivo más para ayudar a la caballito de mar, a los ojos del maestre. La enemistad entre ambos era conocida. Lamentablemente para Ceryse, al estar casada con Maegor habia sido tachada por muchos como "del bando de la reina". El hecho de que la propia reina la rechazara, le dificultaba un poco las cosas a ella. Después de todo, se encontraba opuesta a dos bandos ya establecidos con sus lealtades bien firmes.
Esto era apenas un pequeño tropiezo para la Hightower. Una sonrisa se posó en sus labios. Había logrado hacerse con la confianza del rey y era suya la responsabilidad de dirigir su casa. Ceryse se tomaba en serio sus funciones, más cuando muchas de ellas eran sustituciones de la anterior labor de Visenya. Se encargaría de ocupar su lugar, sin extralimitarse como hacía la dama valyria. Un ascenso era lo que perseguía y lo haría silenciosa y sumisa, algo que el monarca de todo Poniente posiblemente nunca había vivido. Una actuación esperada por la mayoría de los Señores y de la que carecía el rey más grande. ¡Qué divertido era el mundo! Y conveniente. Gracias a ello le era más fácil establecerse como un pilar de apoyo para Aegon, uno que nunca buscará gloria o intentará opacarlo. Casi lanzó una carcajada como la de los villanos de los espectáculos de marionetas al que eran tan aficionados sus sobrinos. Ceryse quería subir en la escalera del poder y estaba segura de que la oportunidad estaría un día al alcance de la mano. Solo era cuestión de paciencia.
Hablando de paciencia, Lena se inclinó de un lado a otro en su lugar, esperando sus órdenes. No podía culparla por no haber podido sonsacarle información a nadie. A este nivel, se requeriría al menos un soborno. El espionaje de su lado quedaba descartado - Vete, Lena. No te necesito por ahora. Y recuerda mantener bien abiertos tus oídos. Cualquier cosa que escuches, por pequeña que sea, debes decírmelo. ¿Esta bien?
Sí, mi señora. - asintió con energía, sus rizos saltando, y salió disparada hacia la puerta. Una doncella no corría y tampoco le dio tiempo regañarle por su pelo. Negó con la cabeza. Había sido su madre quien había mimado demasiado a la niña, llenándola de afecto y de expectativas que no le correspondían. Con su fallecimiento, le había pasado a ella la difícil responsabilidad de educarla correctamente. Con sus hijos, ella no cometería esos errores.
Notes:
Ceryse, mija, creo que no se va a poder :V
Chapter 30: Deudas y legados
Chapter Text
Visenya encaminó sus pasos a toda velocidad a las cocinas, donde le dijeron que su hijo había sido llevado. El revuelo había sido lo suficientemente grande para avisarle de que había pasado algo, incluso antes de que un sirviente viniera a informarle. Aunque el hombre dijo que no se preocupara, ella se preocupaba. Una madre siempre lo hacía. Que tuvieras fé en tu hijo y que fingiera ser de piedra eran dos cosas apartes.
Al acercarse a las cocinas desde el exterior, pudo contemplar bien su forma de dragon enroscado. El hecho de que saliera humo por sus fosas nasales siempre le pareció un detalle muy original, incluso para los valirios. Ahora, con el apuro, apenas le dio una segunda mirada, pero definitivamente era muy artístico para un edificio tan funcional. Un par de escuderos y hombres de armas esperaban junto a las puertas. Como no lucían alterados, comenzó a serenarse. Si alguna vez hubo algún peligro, ya había pasado.
Cuando entró, fue recibida por el calor de unos hornos que rara vez descansaban. Muchos de los miembros más importantes de su personal se habían reunido aquí. El maestre Morel se cernía sobre Maegor. Su aspecto agrio mientras revisaba el torso desnudo de su niño sentado encima de una mesa, con el gambezon desechado a un lado. En una esquina estaba Ortiga, algo tímida y retraída, mientras la jefa del lugar la vigilaba como si fuera un saqueador de las Islas del Hierro. La matrona aún no perdonaba los últimos cinco asaltos de su pequeña ladrona a las despensas del castillo. En medio de todo y desternillándose de la risa, se hallaba Ser Gawen. Que su maestro de armas estuviera en ese estado asentó por completo su tranquilidad.
¿Alguien me puede decir que pasó? - preguntó alzando una ceja e interrumpiendo la concentración de todos.
Con todos los ojos puestos en ella, y no se perdió el sonrojo de Ortiga, fue su hijo, el afectado, quien respondió primero y con alegría - ¡Mi esposa pega como todo un rufián!
Un grito ahogado se le fue a Ortiga, antes de exclamar - ¡Mentira! - y Gawen casi colapsa mientras se reía.
Una compresa fue colocada por el maestre, posiblemente de agua fría con vinagre de sidra, contra el costado de su príncipe. El anciano enunció - El príncipe Maegor sufrió un golpe traumático en el costado. La pérdida de equilibrio y falta de aire son normales en el momento y no parece que hayan secuelas además del dolor e hinchazón propias.
Se me nubló todo. - jadeó el aludido hinchando el pecho, lo que terminó con una mueca y con él masajeando la carne afectada. Suspiró. Solo su hijo podría hacer una afirmación como esa con orgullo, lo que ya le decía a la reina quien propició esto. Ortiga no se atrevía a mirarla.
Gawen, deja de reír y ven acá e infórmame de lo sucedido. - su pupila se acercó a su progenie y al parecer comenzaron a discutir. Con el Corbray a su lado, exigió - ¿Qué pasó?
Todavía risueño, le fue informado - Al parecer, la princesa Orthyras afirmó o Maegor eso cuenta, que podía ser capaz de darle una paliza a alguien en algunas condiciones. El mocoso no lo creía del todo así que acorraló a la chica. Mala idea. - las arrugas en sus ojos le decían que había disfrutado de esto - Se paró todo recto y confiado, y le dijo que diera su mejor golpe, que no se lo devolvería. De seguro creyó que porque era una cosita flaca y mala con la espada, no sabría conectar un buen impacto. - negó con la cabeza.
Visenya miró a su hijo - ¿Bajando la guardia de nuevo y subestimando al enemigo, Maegor?
Lo sé, lo sé. - se tocó debajo de las costillas - Esta vez la lección no se me va a olvidar.
Tengo que admitirlo, - continuó Gawen - nuestra princesa puede lucir como una rata mojada y pesar lo mismo...
¡¡¡Oye!!! - Ortiga se quejó enseguida.
... pero la muchacha sabe lo que hace. Rotó sus caderas y puso todo su peso en un gancho corto y brutal. Nuestro príncipe demasiado soberbio no tuvo oportunidad. - si había algo en la vida que disfrutara este hombre, era ver derribados a aquellos que subestimaban a los demás. Esta vez le tocó a su hijo - Un movimiento explosivo, un puñetazo furtivo que Maegor no vio venir y cayó como un saco de trigo lanzado al molino. Un momento estaba de pie y el otro en el piso. ¡Te pasó por confiado, mocoso!
Su descendencia se limitó a fruncir sus cejas, pero seguía demasiado enfrascado con Ortiga.
Esta bien. - ¿qué más podía decir? Al menos nadie salió herido de forma permanente - Entonces, ¿por que discuten? - dijo echándole otra mirada a su vástago y a su segunda novia.
Pues nuestro imberbe príncipe, en toda su sabiduría, empezó a acorralar a rata mojada...
¡Que no soy una rata mojada! - escupió Ortiga a toda velocidad antes de volver con a intercambiar con su niño.
... diciendo que era claro que no lo hacía porque pegaba como una niña.
Ya me quedó claro que no pega como una niña. - la cabeza plateada de Maegor se agitó - Obviamente, pega como un rufián.
Pero es que soy una chica. - contrarrestó la pilluela - Yo pegó como una niña.
Niña, rufián o lo que sea, te sales de mi cocina. - la interrumpió la jefa de la estancia, todavía no confiada de que su ladrona no se las arreglara para hacer desaparecer medio lechón, como hizo la primera luna que vivió acá - Llevó todo el rato vigilándote y no vas a tomar nada de mis tiendas. ¡Nada! ¡Me escuchas!
¿Cómo te atreves a hablarle así a mi esposa? - el ceño de Maegor fue superado por el del propio maestre Morel, el cual parecía el más ofendido de todos en el área.
Ya, ya. No es para tanto. Solo está imaginando cosas. - un pequeño golpe de Ortiga en el brazo llamó la atención de su esposo y lo comenzó a empujar hacia las puertas - ¿Supongo que nos podemos tomar libre lo que queda de mañana? - se dirigió hacia Gawen, aunque a su lado, su compañero no gustaba de la idea.
Sí, sí. Lárguense mocosos. - su maestro de armas estaba de buen humor después del espectáculo.
Y recuerden muchachos, - la sonrisa de Ortiga era grande y torcida cuando se dirigió a los escuderos que estaban afuera - cuando vayan a lanzar un puñetazo, el pulgar va por fuera del puño. Si no, se lo parten.
¡¡¡Mis pasteles de limón!!! - el grito se escuchó fuerte y claro desde la habitación abandonada por ellos, lo que motivo a Ortiga a empujar a Maegor y lanzar su propia orden entre carcajadas:
¡¡¡CORRE!!! - dijo mientras agitaba una bolsa tela. La reina estaba segura que no había tenido cuando ella llegó a ver lo sucedido.
Aunque nunca antes habría cometido tan impropio comportamiento, lo que muchos llamarían mala influencia de Ortiga motivó a su príncipe a salir corriendo con ella. En otros tiempos, la reina abría interrumpido dicha actuación. Después de todo, era indigna del estatus de príncipes que ambos señores de la isla portaban. Pero viendo a su hijo correr y divertirse, luego de lanzar una cabeceada hacia atrás con sus ojos grandes y una pequeña sonrisa, se dio cuenta que no podía. Ella nunca pudo ser una niña, y su hijo tampoco. Lo había estado convirtiendo en lo que el reino requería, sin importar lo que él necesitaba. Como al parecer planeaba hacer Aegon.
Déjalo jugar, déjalo ser suave. - su petición se rebelaba contra todo lo que ella misma habría esperado de su heredero - Por favor dioses, dejenlo convertirse en una persona y no solo en un arma vacía en la que lo estaba forjando.
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Doblando por un pasillo, a toda carrera, finalmente se detuvieron. Ambos jadeaban, con Ortigas riendo todo lo que podía. En otras circunstancias, este esfuerzo no sería nada para él, pero la punzada en su costado no desaparecía del todo.
¿Por qué hiciste eso? - en el momento no lo pensó. Pero aquí estaba, con el pecho al aire libre y huyendo de su propia sirvienta luego de tomar algo que le pertenecía por derecho.
Porque hay veces que conseguir las cosas se siente mejor a que te la entreguen en las manos. - agitó un minúsculo bolsillo de tela, donde de seguro tenía los aclamados pasteles. Su esposa metió la mano ahí y efectivamente, tenía un pastel de limón entre los dedos - Ten - pusó el dulce directo en su boca y luego, sin pudor alguno, golpeó su barriga desnuda y afirmó - ¿A que sabe más dulce? Oh vaya, - lo palmeó de nuevo - realmente tienes músculos por todos lado.
De alguna manera tenía razón, se dijo saboreando el bocado. Era cierto que sabía más dulce.
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De rodillas ante la imponente estatua de la Anciana, el Septon Garen oraba por ser iluminado por su sabiduría. Una guía que parecía no llegar. En vez de mirar el rostro cubierto de adornos, al punto de que no se veía, se concentró en su farol de oro rutilante. Pensó en encender una vela, o mejor siete, pero no creía que sirviera de mucho. No, dentro de estas paredes de mármol negro, los dioses no escucharían sus plegarias y menos responderían. El lugar estaba tan corrupto que no le extrañaría que el propio Padre se opusiera a los deseos de los que allí moraban.
Miró para distraerse las ventanas de vidrios tintados y arcos apuntados que tanto admiró de niño. No le traían el mismo consuelo que en aquel entonces. Su madre había adorado con fuerza a los Siete que son Uno, y le había transmitido el mismo fervor a su descendiente. Arrepentirse y humillarse eran las únicas formas de obtener el perdón por los pecados cometidos, y ella se aseguró que pagará en su propia carne el haber nacido bastardo. Un hijo de la lujuria y la codicia. Nunca podría ser libre de su bastardía, eso se lo había dejado muy claro. Pero quizás si sufría lo suficiente, no tendría el peor de los castigos en los Siete Infiernos. Había creído firmemente que tenía razón, hasta cuando finalmente conoció a la encarnación de la Doncella.
Apenas era mayor que él, cuando su madre lo presentó como su medio hermano y explicó con orgullo que estaba arrancando de él su maldad innata. Contrario a lo esperado, no hubo asco en sus ojos, sino horror. Enseguida los caballeros que la rodeaban redujeron a su madre, que fue llevada lejos mientras daba gritos sobre hacer lo correcto para la alma inmunda de Garen. Él había temblado en el lugar, inseguro de que pensar, hasta que esta criatura que solo podría haber sido enviada por los dioses lo abrazó y le prometió que nunca tendría que pasar por aquello de nuevo. Al principio, lo creyó un sueño, la respuesta a sus muy desesperadas súplicas. Una princesa de los Gardener acudiendo al rescate de su sucio medio hermano.
No todo fue ideal. La reina de su padre no estaba contenta con el resultado de los escarceos de su marido. Menos que llevara un nombre tan parecido a uno de sus hijos. Tan infortunado evento fue una broma cruel de su madre, dado la cercanía entre ambos nacimientos, legítimo e ilegítimo. Que el vergonzoso resultado de una infidelidad estuviera bajo el ala de su hija era un oprobio aún mayor. Su padre, con una corona de vides y de flores que más tarde aprendería que portaban los reyes Gardener en la paz, le preguntó que era lo que más codiciaba. Su respuesta fue dada con la inocencia de un niño que no conoce el mundo y la fé de un hombre que sabía que los Siete le habían respondido. Deseaba volverse Septon y dedicar su vida a la veneración, y de no ser eso posible, proteger a su hermana. La respuesta le brindó consuelo y satisfacción a ambos monarcas, ya que su hija había sido prometida al heredero de Antigua, y ninguno de los príncipes tenía inclinación hacia la adoración. Una buena familia piadosa siempre debería dedicar un descendiente a la Fé y Garen serviría. Convertirlo en un Septon en la ciudad más importante de la sacrosanta religión de Hugor Colina, donde recidiría uno de sus vástagos, parecía una buena solución para todos. Ahí fue cuando Garen supo que los dioses lo habían escuchado.
Durante un breve tiempo coincidió con todos ellos, su familia de sangre. Donde se le enseñó el orgullo de su medio linaje y las proezas que se le adjudicaban. Garen había sido enviado a Antigua con la bendición de todos ellos y conciente de que todo aquello solo podría ser resultado de una sagrada intervención. Después de todo, la familia real del Dominio eran siete miembros. El rey y la reina, sus cuatro hijos varones y su única princesa. Un número sagrado y una señal. En esos tiempos Garen veia muchas señales. Tal como las vio en la boda de su hermana y el nacimiento de su segundo hijo, siete años después de su matrimonio. Tiempo después, en el primer onomástico de dicho sobrino, sería la última vez que vería a su padre. La corona de flores que una vez pensó inapropiada para un rey tan grande, en comparación con la de cristal que portaba la voz de los dioses sobre la tierra, ahora se le antojaba correcta. ¿Qué mayor muestra de humildad que el hombre que gobernaba el reino más poderoso, usara la más sencilla de las prendas?
Miró de nuevo la estatua de la Anciana, y luego hacia el resto de los altares. Tan cubiertos estaban de alhajas que los Siete rostros eran indistinguibles. Los fieles, en escencia, podrían decir que adoraban la riqueza que cubría a las estatuas más que a las entidades que representaban. Un tributo a la avaricia. Esa misma codicia y podredumbre había entregado a la única hija de su amada hermana, aquella que se consoló con él tras la destrucción de su Casa, como un trofeo a sus verdugos. Una vástago de la Casa Mano Verde unida a la misma familia que había provocado su exterminio. Los dragones incestuosos ligando su linaje a la última descendiente legítima de los Gardener. Todo por culpa del gordo lord de Antigua y su aún más gordo hermano, a quienes los fieles obedecían como la máxima autoridad de su religión. Repugnante. Los verdaderos creyentes deberían vivir una vida de austeridad, no revolcarse en riquezas terrenales.
Quizás es por ello que los dioses no respondían. Antigua se había volcado a la decadencia material, inclinándose ante los engendros nacidos del peor de los pecados: el incesto. Ni siquiera su bastardía era una mancha tan grande en comparación. Es por ello que sus acciones le parecieron correctas. Era mejor que la sangre Gardener se extinguiera a permitir que se ligara con el cruce de generaciones de matrimonios entre hermanos. Al Septon Garen no le molestaba. Sabía desde que nació que estaba destinado a los Infiernos, donde no volvería a saber de su dulce hermana. Pero al menos habría evitado que su linaje se contaminará con aquellos que buscaron destruirlos.
Detrás de él, Mattheus esperaba. Otro bastardo, de uno de sus hermanos. Criado en Antigua a petición de su fallecida Señora. Puede que el único defecto de su hermanita fuera el hecho de proteger a los nacidos del pecado de su estirpe. Aún así, estaba seguro de que los dioses la perdonarían. Ella había perdido demasiado. ¿Cómo podría la Madre, entonces, condenar a una hija que solo busca rodearse de los suyos? Por bastardos que sean, siguen siendo parte de ella. No, su hermana había sido todo lo puro y bueno que existía en el mundo. Es por ello que Garen no le importaba ensuciarse aún más las manos impidiendo la ofensa definitiva. Gardener y Targaryen no deberían mezclarse. Les daría a los dragones una victoria que nunca deberían poseer.
Había mucho por hacer, se dio cuenta. Tendría que cambiar la mentalidad de los pupilos y novicios más jóvenes. Los mayores ya estaban en su mayoría embarrados en la autocomplacencia. En la creencia de que la Casa del Dragón gobernaba por derecho divino. Puede que incluso algunos los compararán con dioses. No. Semejante infamia no debería ser permitida y Gawen empezaría a minar dichas creencias desde abajo. Costara lo que costara, él limpiaría este continente de esa mancha maldita que eran los restos de la decadencia de Valyria. Aunque tuviera que escalar hasta lo más alto. Sería un camino difícil hasta la cima, donde su voz pudiera transmitir la verdad a cada piadosa alma de estas tierras. Qué triste era que la cura para este reino agonizante fuera la humildad de una corona de flores, y que él, su único sanador, estuviera condenado a vestir la de cristal para ello.
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No hace mucho, había llegado un cuervo a Rocadragon informando que se solicitaba el regreso del príncipe Maegor y que su esposa Ceryse estaría encantada de recibirle de nuevo. Él sabía lo que eso significaba. Su sangre de luna había pasado y era momento de volver a intentar poner un heredero en su vientre.
Un peso, que aunque no inesperado, se había posado de regreso sobre sus hombros con una sensación aplastante. Él podía soportarlo, estaba seguro. Sin embargo era más difícil volver luego de los días que vivió aquí, cuando el mundo no le empujaba constantemente por el camino requerido. Podría decirse que se sentía más ligero, aunque nunca nadie jamás en su vida lo haya llamado de esa forma
Es por ello que esperaba ser enviardo de regreso, con la diferencia de que su familia no le dejaría partir solo. Vaghar y el Ladrón de Ovejas, arrugó la nariz ante el nombre, serían su transporte y escolta de regreso a Desembarco. Le habían preguntado en cuál quería viajar y para él, no había sido una respuesta difícil. Quería ir con su esposa. Sus vuelos eran siempre más movidos y ella compartía con su bestia una naturaleza juguetona que hacía del viaje una delicia llena de emoción.
Fue debido a la decisión de viajar con ella que ahora Maegor se hallaba en un incómodo aprieto. En ese justo instante en el que su segunda consorte escalaba el dragón con él justo detrás, descubrió porque los hombres consideraban inapropiado que las mujeres usaran calzas. La ropa se ajustaba demasiado bien a su cuerpo y la escalada hacía que el movimiento de su trasero fuera demasiado obvio. Al alzar la vista para subir detrás de ella, se enfrentó a esto, lo que provocó un levantamiento fuera de tiempo en su propias calzas.
Empezó a sudar sin haber cometido ningún esfuerzo físico. Esto no solo era incómodo, sino que era una aberración. La vara firme era para la intimidad de los aposentos conyugales y Ortiga ya había dejado en claro que esto no sucedería con ella. El sueño de la otra noche se lo había perdonado a si mismo después de pensarlo. Quisiera o no, él no podía controlar sus sueños, así que lo que pasó no era su culpa. Y mantendría eso hasta que muriera. Pero ahora estaba despierto y conciente, no había disculpa posible. Si subía en ese estado, con la tela levantada por su carne hinchada, su amiga se daría cuenta. Bueno, situaciones desesperadas requieren de medidas desesperadas.
Alzó su puño y lo restalló contra su costado aún magullado. Un - Ughhh - de dolor se le escapó, lo que hizo que Ortiga, ya en la silla, le preguntara si todo estaba bien.
Sí, solo me dio una punzada. - bajo la cabeza para que no viera la mentira en su cara. Sabía que era incapaz de fingir muchas cosas.
- Ah, bueno. ¿Necesitas ayuda?
No. Estoy bien. - su vara ya había bajado a la mitad. No era perfecto, pero al menos pasaría desapercibido si nadie se fijaba bien. Gracias a los dioses que Ortiga lo dejaba sentarse delante. De ella precederle en la silla de montar, sería incapaz de ocultar el estado de su cuerpo cuando se sujetara a ella. Mejor pensaba en cosas asquerosas a ver si ayudaba. Algo así como el olor a viejo y moho del libro que encontró, combinado con el aire viciado a su alrededor.
Un respoplido grande y lleno de aliento sulfúrico lo alcanzó. Se dio cuenta entonces que el dragón de su esposa lo observaba, sino se equivocaba, con algo de desprecio. Otro resoplido y el animal desvió la serpentina cabeza hacia adelante, gruñendo lo que solo podía ser una queja en su draconiano idioma. Los dragones eran criaturas inteligentes, pero Maegor no creía que comprendiera lo que había pasado. Era más probable que siguiera resentido con él por el evento cuando se conocieron. Aún así, sintió como si lo hubieran pillado y se le calentaron las orejas.
Maegor, ¿por qué demoras? - llamó su esposa desde arriba - ¿Esta todo bien?
Ya voy. Ya voy. - replicó. Queridos dioses en los que no creo, no dejen que mi vara se vuelva a llenar en el trayecto. No creo que pueda sobrevivir a esa vergüenza.
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La reina había planeado llegar, entregar a su hijo y regresar. O en el caso de no sentirse en buenas condiciones, descansar la noche en su mansión en la colina de Visenya antes de partir al día siguiente. Lo que fuera necesario para mantenerse lo más cerca que pudiera de su niño, y lo más alejado que consiguiera estar de su esposo. Lástima que ambas cosas tendían a ser excluyentes, en especial cuando era su marido quien reclamaba la presencia de su descendiente.
Uno tenía que aceptar que había cosas contra las que no podía luchar, como justo ahora, cuando su hermano le "invitó" a participar en su Consejo Privado. ¿Qué querría?
Se dirigió hacia las puertas donde se suponía que se reunía hoy el Consejo, viendo a uno de los Capas Blancas manteniendo la guardia en la misma. Al entrar, descubrió que no era una reunión formal. Además de Aegon, solo participaban el Gran Maestre y el Consejero Naval. Mmm... ¿no estaba ni siquiera la Mano? Parecía que esto era menos asuntos de Estado y más asuntos de familia. Después de todo, uno era el perro fiel de su esposo y el otro, el padre de la mujer de su hijo. Ah, de repente tuvo una idea clara sobre lo que se avecinaba, pero mejor empezar pinchando al oso.
Buenas tardes, Señores, mi Rey. - el saludo no le pareció nada agradable a su cónyuge, que solo frunció el ceño - Me gustaría preguntar. ¿Donde está lord Baratheon?
Justo como pensó, una contracción agarró la mandíbula de su hermano con fuerza - Se marchó a Bastion de Tormentas cuando tú lo hicistes a Rocadragon. Como bien sabes. - la amargura de sus últimas palabras le dijo que la culpaba. Nada nuevo. Recién se había dado cuenta de que para su hermano, si el sol salía del lado equivocado y no tenía a quien juzgar por ello, la señalaría inmediatamente. Como un niño queriendo poner la culpa en alguien al azar. Al parecer, que Orys se enfadará con él por como la trataba a ella, la hacía responsable del problema. Que mal por él, ya que había terminado con estas tonterías.
Se sentó al lado del Señor de los Velaryon, que bebía de un buen vino dorniense si no se equivocaba. Si esto era el asunto personal que pensaba que era, quería ver de cerca las reacciones de cada uno.
Dame de tu vino Aethan, y mejor si también me das tu copa. - el lord de las mareas la miró como si no la reconociera - ¿Qué? Llevas rato aquí. De estar envenenado el vino ya estarías echando espuma por la boca. - tomo el cáliz de metal de sus manos distraídas - ¿Y por qué arriesgarme con una copa nueva cuando no me importa compartir esta? - la agitó un poco, derramando unas oscuras gotas.
¡¡¡Visenya!!! - regañó Aegon, siempre el defensor de lo políticamente correcto.
Es broma. Es broma. - dijo tomando un trago del recipiente de metal. (No era broma).
Aethan se le quedó mirando estupefacto, antes de hacer una pregunta inesperada - ¿Pensé que te gustaba el Dorado del Rejo?
Cambie de gustos. - estaba siendo descarada, pero al igual que le enseñaba a ser un poco más soberbia a su ladrona, estaba aprendiendo a ser un mínimo más abierta. Si quería cambiar de mentalidad, no podía estancarse en su personalidad anterior. Se negaba a hacerlo - Decidí que había demasiada amargura en mi vida y lo intento arreglar con esto. - le guiñó un ojo, dejando boquiabierto al caballito de mar. Sí, definitivamente le gustaba esto.
Basta de tus nuevo y retorcidos juegos, Visenya. - intervino Aegon - Tenemos asuntos que tratar.
Se limitó a encogerse de hombros y sonreír - Bueno, acá estoy. ¿Qué pasa?
Aegon gesticuló sobre los rollos extendidos ante él - Problemas de presupuesto. Más precisamente, el de la familia real.
Entonces si era lo que pensaba. Visenya le echó una segunda mirada a quien una vez fuera el centro de todo para ella. Tenía el pelo revuelto, como si se hubiera pasado los dedos una y otra vez por su bastante corta cabellera. Sus ojos estaban un poco rotos y rojos, y unas pequeñas manchas negras debajo de ellos se empezaban a asomar. Sí. Aegon parecía no estar llevando bien ser el administrador de su propio reino. Era capaz de hacerlo, pero no lo encontraba soportable. También dudaba que confiara de forma ciega en sus subordinados para darles el control sin supervisión. Era algo en lo que ambos estaban de acuerdo. Solo que después de sus jugarretas, ya no contaba con su hermana mayor para dirigir y enfrentar los problemas diarios. Bienvenido al peso del gobierno hermanito, espero que lo disfrutes.
¿Pasa algo malo con el orden del presupuesto que te deje? - preguntó con falsa inocencia. Ninguno de ellos la podría acusar jamás de cometer errores o no emplearse bien en sus tareas asignadas - Incluso con las dos nuevas esposas de mi hijo - y si, se los echaría en cara cada vez que pudiera - me aseguré de que tanto la financiación de los gastos del reino, ya sea la flota, los salarios de los funcionarios, los gastos generales de la Corte, estuvieran cubiertos, y la familia real no se viera alterada.
Los hombres ante ella no tuvieron más remedio que asentir.
Como bien saben, la princesa Orthyras - el nombre con su título y todo lo que significaba para ella, era música en sus oídos - no trae una dote en monedas como lo hizo lady Ceryse. Aún así, los ingresos de ambas, complementados con los tributos de Rocadragon, son parejos. - Ceryse podía contar con su propio fondo capital para unirlos a lo que le daba la Corona, mientras que Ortiga estaba frenada por lo que le daba el reino. Poco importaba. Su pupila era tacaña con ella misma. Si no fuera por la reina que exigió un personal y estándar de ropajes mínimo, la muchacha viviría con un sirviente o ninguno para el caso, y usaría la ropa reutilizada sin entallar. Al final, usaba aún menos de monedas de lo que lo hacían Maegor y Visenya, considerados frugales para el estándar de la realeza en Poniente.
Bien, - Aegon carraspeó, aclarando su garganta - no me refiero al mantenimiento de los nuevos miembros de la familia real.
Pero Aegon, - Visenya fingió ignorancia - aparte de una ligero aumento a la asignación de la princesa Rhaena, el presupuesto anterior no ha cambiado. Ya sea la dotación destinada a ti y a mí, o a Aenys y su esposa, no ha sido alterado. No veo el problema.
La dotación destinada a cubrir los gastos de Aenys a disminuido. - no lo había hecho, otras cosas eran las que habían cambiado - Esta obteniendo menos de lo que está acostumbrado.
Oh, ya veo. - con el Consejero de la Moneda fallecido, el nuevo no tendría idea de dónde salía el "extra" dado a Aenys. Aegon era capaz, pero no conocía los pequeños detalles de su administración ni los flujos de caja menores. Ya sea él o Aenys, notarían que faltaban fondos para sus gastos, pero ninguno sabría que cajón se cerró - Creo que se de lo que hablas. - el alivio pareció inundar a aquellos a su alrededor.
Aunque los Targaryen eran prósperos tras la Conquista y sus presupuestos personales lo reflejaban, el gusto de Aenys por las cosas finas lo hacía, como decirlo, escaso para financiar sus lujos. Incluso si había más oro para darle, que el príncipe heredero estuviera pidiendo más moneda de la asignada de forma constante o que esta le resultara insuficiente, podría afectar su imagen.
El príncipe Aenys estaba recibiendo mis excedentes. Fondos que yo ahorraba de mi propio presupuesto. Al igual que solía hacer con mi hermana, una parte importante de la moneda que acumulaba con mi ahorro prudente, la destinaba a él. - miró a su hermano firmemente a los ojos, firme, decidia - Lamentablemente, esto no podrá continuar. - Aegon parpadeó con molestia.
¿Por qué? - ¿en serio? ¿Después de todo te atreves a preguntar por qué, hermano?
Bueno, para empezar, he tenido gastos importantes. Comenzando porque - dijo con un orgullo que no era falso - estoy amueblando mi habitación.
Su nuevo lecho de cortinas estaba cubierto de gasa de seda importada. El color era un rosado pálido que contrastaba demasiado con el negro de las paredes y le daba un aire delicado a la cama. Lo más importante, tenía un estado de transparencia que le permitía observar todo a través de su barrera. Ningún enemigo oculto escaparía de la vista de Visenya, a la vez que está se regodeaba en la suavidad y elegancia de su sitio de descanso. Podía también observar desde donde yacía su nueva colección de botellas multicolores. Ya sean perfumes o venenos, todos etiquetados con su propio código, se encontraban expuestos y en frascos adornados. Peligro y placer unidos para su deleite. El precio exorbitante había valido la pena, especialmente después de una vida de frugalidad.
¿Qué muebles podrías meter tú en tu cuarto que valieran tanto, Visenya? - Aegon se burló - Si apenas cabes de pie ahí dentro.
Pues es mi orgullo informarte que me he mudado. Soy la madre del Señor de Rocadragon y como tal, me merezco una habitación digna de mí. - dijo levantando la barbilla en un gesto insolente - Ahora habito en la Torre del Dragón Marino.
El Gran Maestre la miraba con desdén mientras que los dos valirios la miraban impactados, concientes de la monumental alteración que suponía esto para el orden natural de la vida de Visenya.
Entiendo, - su hermano se removió incómodo, al parecer conciente de que iba a pedir algo totalmente descabellado - debo suponer que cuando termines de - dudó un instante - modificar tu nuevo espacio, ¿dedicarás tu excedente de regreso a Aenys?
No. - fue bastante tajante y no le importó.
¿Por qué? - de nuevo, ¿en serio?
Porque Aenys es tu heredero, destinado a heredar tu reino. En todo caso, si alguien debe cubrir sus frivolidades, no seré yo. - basta de cubrirle las espaldas. No tenía nada contra su sobrino, pero si iba a tomar la corona de su padre, entonces Visenya destinaría lo ahorrado a un fondo para su hijo o para cubrir sus propias operaciones.
Hubo un tiempo en que no le hubiera importado hacer esto. Pagar de su bolsillo para cubrir al hijo de su hermana. Un mal menor necesario para mantener la paz y la imagen de la Corona. Mientras tanto, su esposo había planeado despojar a su hijo de su herencia legítima, haciendo que toda la labor de Visenya como administradora leal se volviera una farsa. No tenía sentido darlo todo por una familia que solo tomaría de ti. La moneda ahorrada se convertiría en el patrimonio de su hijo, sin contar con lo que gastaría ella misma en Ortiga. La muchacha veía como despilfarro aterrador los gastos excesivos o los pequeños detalles caros. Esos tendría que pagarlos ella o su ladrona se moriría de un dolor de pecho. Estaba segura de que tenía contado cada cobre guardado de su asignación, pese a estar almacenados en los cofres de Visenya.
¿Te vas a rebajar a este punto, esposa? - inquirió su hermano.
¿Rebajarme en qué, esposo? - devolvió la dama - ¿Guardar el sobrante como parte de mi tesorería privada? Estoy seguro de que de todas las cosas que se me achacan en esta vida, nadie podría criticar que guarde lo que no gaste. Que no te guste es otra cosa, pero ese no es mi problema. Si tu hijo necesita más plata, absorbe el costo o encuentra más financiación en otro lado. Conmigo no cuentes. - lo mejor de todo era que el rey, con todo su poder, tenía sus manos atadas. Visenya sonrió y bebió un trago del vino tinto. Aegon no tenía justificación para confiscar los ahorros de su buena administración. Hacerlo sería un robo descarado y una movida política terrible, incluso si era contra ella. Ningún lord lo consideraría condenable y verían con preocupación el precedente de un monarca de apropiarse de riquezas adquiridas bajo la austeridad propia.
Además, no podía mentirse. Negarle algo que necesitaba le producía satisfacción.
- ¿Así que está será tu venganza?
- ¿Venganza por qué, Aegon? Porque después de dar hasta lo que era mío, descubrí que planeabas robar el Feudo de mi heredero en mis narices y ahora, ya no quiero seguir pagando por tu hijo pródigo. ¿Dónde está la venganza?
¿Robar un Feudo? - los pensamientos de Aethan escaparon por su boca por una vez, porque no se atrevía a creer lo que pensaba. Se dirigió al monarca a su lado - ¿Ibas a tomar Rocadragon del príncipe Maegor? - el horror se estrelló en su cara.
La autoridad del rey es absoluta. Como cabeza de su Casa esta un su capacidad quien recibe que de su herencia. - replicó el Gran Maestre Gawen - Si quiere que Rocadragon no sea para el príncipe Maegor, esta en todo su derecho.
Supongo que eso es lo correcto para los estándares ándalos. - aclaró Visenya, conciente de que Gawen se aferraría a cualquier ley que la desfavoreciera a ella - Sin embargo, los Targaryen no somos ándalos y la posesión de la Isla se basaba en otras reglas.
Reglas anticuadas que no deberían seguirse. Ahora están en Poniente y se deberían seguir las tradiciones de Poniente. - decía eso, pero a que no le resultaría tan atractiva la idea si le recordará que la madre de Aenys fue una segunda esposa y que las reglas a las que tanto se aferraba, declaraban ilegítimo a su sobrino.
Aethan no pensaba igual que el maestre. Miró de Gawen a Aegon y de Aegon a Gawen, antes de tomar la copa que todavía tenía Visenya en la mano y beberla de un solo trago. Rellenó el contenedor para repetir la hazaña. Suponía que el más astuto Aethan se imaginaba que esto sería una declaración de guerra para Visenya y lo había sido. También habia atado los puntos. Si el Feudo ancestral no era para Maegor, sería para Aenys. De ser así, convertiría a su yerno en algo más que el enemigo teórico de ella, sino un usurpador abierto. Crearía un conflicto directo y físico, donde los Velaryon estarían en medio. Solo que en esta ocasión, ella ya no estaba contenida por el auto-sacrificio y la creencia de que debía darlo todo por el egoísta de su hermano. Y su primo la conocía bien. Si jugaban a la política, Visenya jugaría a la política. Si jugaban a la traición...
Aethan negó con la cabeza, incapaz de levantar la vista de la bebida. Incapaz de que su mente dejara de procesar las implicaciones. Decidió vaciar su copa una vez más.
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Ceryse tuvo que contener su frustración mientras se dirigía a sus habitaciones. Otra noche de soportar el contacto con su esposo se avecinaba cuando para estas alturas, ella había tenido la esperanza de estar cargando un niño. Pero no era esto la causa de su molestia. Era la imposibilidad de averiguar las condenadas misivas enviadas por Alyssa y su madre. Su red de espías no había servido, después de todo, el Gran Maestre Gawen era leal hasta la médula a Aegon y Aenys, y el copista que usó no parecía poder ser sobornado con nada. Quizás si los jinetes que portaban los mensajes hubieran tardado un poco más en partir, hubiera podido averiguar al menos su destino. Pero no, en el momento en el que se les brindó su tarea encomendada, montaron en sus caballos y partieron al galope. Lo máximo que pudo conseguir fue la dirección de algunos y poco más. Su único consuelo era saber que si ella estaba aquí a ciegas, nadie más podría averiguar tampoco lo que planeaba la caballito de mar.
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Visenya entró en una habitación de invitados, ya que oficialmente no quedaba ninguna asignada para ella en Fuerte Aegon. Tanto la reina como Ortiga no poseían aposentos propios en este lugar, pero al parecer se verían obligadas a permanecer aquí.
Una tina de bronce humeante la esperaba en una esquina. Una única sirviente en la estancia, ya que la reina no disfrutaba de tener un servicio amplio en un momento tan vulnerable. Aún más considerando su inutilidad para servir en las condiciones en las que la reina prefería sus baños.
Mi reina, - una inclinación de la sierva llamó su atención - se le a traído el papel y el carbón que pidió.
Visenya observó descansando en una mesa un rollo en blanco y unos carboncillos colocados a un lado.
Estoy sumamente complacida. - inclinó la cabeza - Retírese y descanse.
Gracias mi reina. - otra pequeña reverencia y la criada se marchó cerrando la puerta.
Visenya se acercó al papel, arrastrando el carbón por toda la hoja, donde las marcas de presión de una pluma dejaron espacios vacíos con un mensaje inscrito.
A la augusta Casa ....... - oh vaya. Al parecer Alarra se había unido a la partida, porque un movimiento tan inteligente jamás habría escapado de Alyssa. No importa. La reina sonrió. Las piezas empezaban a tomar posiciones y Visenya estaría preparada - Que comience el juego - dijo mientras dejaba caer la pieza en las llamas de su chimenea. Siempre conciente de no dejar evidencia.
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Temprano esa mañana, tanto su esposa como su madre se habían marchado. Ninguna de ellas le tenía mucho aprecio a Desembarco del Rey, y era una cuestión en la que Maegor compartía creencias. La noche anterior se había fijado en la ciudad y llegó a la conclusión de que Ortiga tenía razón, apestaba. Pero además estaba mal diseñada. Calles torcidas, mala urbanización, falta de desagües. Esto debería corregirse y sumó la idea de diseñar planos para su reconstrucción. El orden era algo que apreciaba y aplicarlo a un proyecto tan grande, quizás pudiera evitar que el lado malo de él que intentaba no dejar salir, estuviera suprimido por otras actividades. Haría cosas buenas y útiles en vez de convertirse en un monstruo.
La próxima vez que viera a su amiga le preguntaría por la Fortaleza que él construyó con sus propias manos. Quizás aún no tuviera la habilidad para dibujar ni siquiera la estructura, pero ya había comenzado a estudiar para ello. Sería bueno tener una base desde donde empezar. También le había pedido a su madre que cuando terminara con el diario mohoso que encontró, se lo pasara a él en vez de al maestre de la Isla. Su mente seguía atrapada en la incógnita de porque alguien agradecería la caída de ceniza, y sabía que el pensamiento se repetiría en un bucle sin fin hasta que pudiera descifrar la verdad.
Pero eso no era lo que tenía a Maegor de buen humor cuando fue hoy al patio de entrenamiento. No, era su orgullo. Por él no dudó en poner sus manos en la cadera para enunciar ante su hermano, su maestro y el propio - Señores, - dijo llenando su pecho. El suave dolor en un costado le recordaba la habilidad que desconocía de su mujer - mi esposa pega como todo un rufián.
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