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The way you look at me

Summary:

Draco Malfoy no fue a Azkaban.

El Ministerio, en un gesto de misericordia forzado -y gracias a las influencias de Harry Potter-, le impuso una condena de tres años de libertad condicional. Una condena disfrazada de clemencia: sin varita, con magia restringida, y bajo vigilancia constante.

La sociedad, por su parte, no le perdonó nada. Lo miran como si respirara por error. Lo insultan, lo empujan, lo golpean cuando nadie está mirando, convencidos de que destruirlo es una forma de hacer justicia.

Y Draco... aguanta. Porque no tiene opción.

Hasta que aparece Harry maldito Potter con su cara de héroe, como si pudiera salvar lo que queda.

Pero Draco no quiere ser salvado.

Y menos por el único que aún logra hacerlo sentir... justo cuando sentir podría ser lo que finalmente lo destruya.

Chapter 1: 𝑰𝑵𝑰𝑪𝑰𝑶

Chapter Text

PRÓLOGO

"Draco Malfoy no volvió a Hogwarts por voluntad propia. Lo enviaron castigado, vigilado. Condenado a cumplir tres años de libertad condicional por crímenes que, según él, no cometió solo. El Ministerio le quitó la varita, el orgullo y cualquier rastro de dignidad que le quedaba.

Volvió al castillo como un fantasma. Como un recordatorio viviente de todo lo que había salido mal.

Y Harry Potter... Harry volvió por costumbre. Porque no sabía estar en otro lugar; porque después de enterrar a tantos, quedarse en silencio era más fácil en un sitio que conocía.

Nunca imaginaron tener que convivir, mucho menos verse obligados a entrenar juntos. Solos.

Pero ahí estaban: enfrentándose en el aula de Defensa, con órdenes del Ministerio y una tensión nueva que no tenía nada que ver con los hechizos.

Harry lo notó primero: los moretones en Draco, la forma en que evitaba las multitudes, la manera en que bajaba la mirada cada vez que alguien lo empujaba por los pasillos.

Y entonces volvió a activarse esa parte de él que nunca descansaba. La que quería salvar a todos, incluso a quienes no lo pedían. Incluso a Malfoy.

Pero lo que empezó como un impulso terminó convirtiéndose en algo más. Más profundo, más peligroso.

Draco no sabía cómo alejarse, y Harry ya no sabía cómo detenerse.

Porque al final, cuando el odio ya no pesa, lo único que queda es la tentación de lo que podrían ser, si se atrevieran a dejarse llevar".

 

 

 

⋆——————✧◦♚◦✧——————⋆

ADVERTENCIAS Y ACLARACIONES INICIALES:

 

1. Derechos de autor:

Los personajes, lugares y elementos del universo de Harry Potter no me pertenecen. Todos los derechos son de J.K. Rowling y sus respectivas editoriales/productoras.
Esta historia es una obra de fanfiction sin fines de lucro, creada con amor por el universo mágico.

 

2. Línea temporal

La historia se sitúa cronológicamente después del último libro de la saga (Harry Potter y las Reliquias de la Muerte), es decir, posterior a la Segunda Guerra Mágica.
El pasado que ocasionalmente se menciona está basado, en su mayoría, en los sucesos descritos en los libros. Sin embargo, algunos elementos narrativos pueden estar inspirados en las películas. Todo lo demás es de autoría propia y se desarrolla bajo una perspectiva alternativa.

 

3. Pareja principal:

La pareja central de esta historia es Harry Potter y Draco Malfoy (Harco / Drarry). El enfoque principal estará en la construcción de su relación, la cual se presenta como difícil, conflictiva y profundamente afectada por los acontecimientos vividos durante y después de la guerra.

 

4. Estructura de la historia:

Esta historia se desarrollará en tres partes, cada una representando diferentes tiempos en la vida de los personajes. Los años van pasando linealmente, pero cada parte refleja una etapa significativa. Por esta razón, será una historia densa y larga. Opté por no dividirla en temporadas o partes separadas, sino por agrupar todo en una sola historia y cada capítulo tendrá una extensión de entre 6000 y 8000 palabras.

 

5. Contenido sensible:

Esta historia aborda temas delicados como el acoso escolar, la violencia física, la exclusión social y las secuelas emocionales tras un conflicto bélico. Si alguno de estos temas puede resultarte incómodo, te invito a proceder con precaución o elegir otra lectura. 🤍

 

Finalmente, gracias por estar acá.

Es la primera vez que me aventuro a escribir sobre el universo de Harry Potter, y estoy emocionada de ver cómo se va desarrollando todo.
Si decides acompañarme en este viaje, espero que te llegue, te remueva algo por dentro o simplemente te entretenga.

Así que sin más, bienvenido a esta historia. 

 

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 2: 𝑰

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°☆ | 𝑷𝒓𝒊𝒎𝒆𝒓𝒂 𝑷𝒂𝒓𝒕𝒆 |☆°

 

★★★

Habían pasado dos meses desde que la Segunda Guerra Mágica finalmente había terminado. Dos meses desde que Lord Voldemort murió a manos de Harry Potter.

El mundo mágico intentaba reconstruirse. Kingsley Shacklebolt había sido declarado oficialmente Ministro permanente de magia, y se estaba encargando de reorganizar el ministerio y reparar los daños secundarios al reinado del terror del Señor Tenebroso.

Hogwarts, el castillo que fue testigo de la batalla final, había sido restaurado: las murallas arregladas, los pasillos recompuestos y el viejo puente levantado una vez más. Todo estaba impecable, casi como si la guerra nunca hubiera sucedido, como si el eco de los gritos y los hechizos mortales no siguieran atrapados en medio de sus paredes; sin embargo, el dolor aún pesaba sobre muchos, en especial para aquellos que habían perdido a sus seres queridos: a sus padres, hermanos, o amigos, el castillo no era un símbolo de esperanza, sino un recordatorio de todo lo que habían perdido.

El miedo no se había disipado del todo. Algunos todavía susurraban en las sombras, temiendo que el Señor Tenebroso regresara, que todo fuera una ilusión y la pesadilla comenzara de nuevo. Otros no temían su regreso; de hecho, pronunciaban su nombre sin titubeos, cargados de un profundo rencor. Ahora ardían de sed de venganza, querían justicia, querían castigo para todos los que habían apoyado al Señor Tenebroso. Y entre todos ellos, había una familia en el centro de esa furia: los Malfoy.

Lucius, Narcissa y Draco Malfoy. Conocidos por ser las manos derechas de Voldemort, seguidores de su causa y traidores del mundo mágico. Para muchos, no había diferencia entre ellos y una manzana podrida; por eso, cuando Harry Potter puso un pie en el Ministerio de Magia, todos creyeron que lo hacía para ver como dictaminaban la peor de las sentencias a la familia Malfoy: el beso del Dementor.

Pero cuando Harry se levantó en medio de la sesión y apeló a favor de Narcissa y Draco, asegurando que le habían salvado durante la guerra, hubo un silencio sepulcral. La incredulidad era palpable y muchos se sintieron traicionados. ¿Por qué el Salvador del Mundo Mágico intercedería por personas como esas?

Nadie lograba entenderlo, ni los propios Malfoy.

Y ahora, Draco esperaba en su celda, en lo profundo del Ministerio de Magia y no en Azkaban, como muchos exigían, ni con una condena de por vida. Estaba bajo libertad condicional, gracias a Harry Potter, quien había logrado reducir su castigo a tres años de trabajo obligatorio no remunerado como forma de reparación por los daños de la guerra. Un castigo leve en comparación con lo que otros mortífagos enfrentaban.

La celda que lo había acompañado estos dos meses era fría, las paredes de piedra estaban húmedas y agrietadas. Apenas había un catre con un colchón delgado y un banco de madera junto a la pared, donde Draco se sentaba con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza baja, sumido en sus pensamientos. Su ropa, que años atrás era impecable, ahora se trataba de un sucio y viejo uniforme blanco y negro, que estaba arrugado y deslucido; su cabello, antes prolijamente peinado, ahora caía en mechones desordenados sobre su frente.

De pronto, un ruido a su derecha lo sacó de sus pensamientos. Unos pasos firmes resonaron en el pasillo y, cuando levantó la mirada, se encontró con un par de ojos verdes que conocía mejor de lo que quería admitir: Harry Potter estaba de pie frente a la celda, con las manos en los bolsillos de su abrigo negro. Su expresión era inescrutable, pero sus ojos brillaban con intensidad bajo la luz tenue de las antorchas.

Draco tragó saliva y con lentitud, se levantó del banco. Sus movimientos eran torpes, como si cada fibra de su cuerpo protestara ante la idea de enfrentar a Potter en ese estado.

—Potter... ¿por qué hiciste eso? —preguntó en un tono cansado, su voz apenas un susurro. Se cruzó de brazos, más para protegerse que por desafío, y clavó la mirada en el suelo.

—¿Por qué hice qué? —respondió Harry con calma, sin apartar la vista de él.

—Apelar a mi favor allá adentro —respondió Draco, alzando la vista fugazmente antes de volver a clavarla en el suelo—. Entiendo que lo hayas hecho por mi madre, ¿pero por mí? ¿Qué pensabas cuando lo hiciste?

Pero Harry no respondió, solo lo miró, con el ceño apenas fruncido.

—¿Qué es lo que esperas? ¿Verme sufrir allá afuera? ¿Ver cómo todos me señalan por todo lo que hice? ¿Quieres que sufra mientras tú te regodeas con tus amigos porque, por fin, Draco Malfoy recibió su merecido? ¡¿Eso es lo que quieres, Potter?! ¡Porque no veo otra razón para que hayas hecho eso!

Un sollozo ahogado se escapó de su garganta, aun así, Harry no respondió. Solo lo miró, inmóvil, con esa maldita expresión serena que solo lograba enfurecerlo más.

—¿Qué quieres? ¿Unas disculpas? —preguntó con amargura—. ¿Quieres que me arrodille y diga que me arrepiento de todo? ¡Muy bien, lo haré! —exclamó de golpe, extendiendo los brazos con desesperación—. Lo siento, Potter. Siento haber sido un imbécil contigo desde el primer día. Siento haberme burlado de ti, de Granger, de Weasley. Siento haber llevado la Marca Tenebrosa. Siento haber sido demasiado cobarde como para intentar matar a un hombre desarmado. Siento no haber hecho nada para detener la guerra. Siento ser lo que soy. ¿Eso querías escuchar?

Su respiración era errática, sus manos temblaban.

—No —dijo Harry con voz firme—. Quiero que me digas la verdad.

Draco apretó la mandíbula.

—¿La verdad? ¿La verdad, Potter? —alzó la cabeza y lo miró con furia contenida—. La verdad es que no merezco estar vivo.

El silencio que siguió fue brutal.

Draco sintió que algo se rompía dentro de él, un sollozo se escapó de su garganta y, antes de poder detenerlo, su cuerpo entero temblaba. Se sintió vulnerable, tanto como cuando veía a los mortífagos caminar por los pasillos de la Mansión Malfoy como si fueran los dueños de todo, o como cuando el Señor Oscuro se instaló en su hogar y su madre lo obligaba a mantener la cabeza gacha. O como cuando vio a Carrow torturar a los estudiantes en Hogwarts, y no pudo hacer nada o como cuando Dumbledore cayó desde la Torre de Astronomía y la varita se le resbaló de los dedos.

Y por primera vez desde que había pisado esa sucia celda en el fondo del Ministerio, donde los aurores lo arrojaron hace dos meses... se rompió.

No pensó en que era Potter quien lo estaba viendo, no pensó en el orgullo que debería haber sostenido; solo sintió el peso aplastante de todo lo que había hecho, de todo lo que no había hecho, y de todo lo que había perdido. Las lágrimas caían sin control por su rostro, mientras cada recuerdo de la guerra se agolpaba en su mente.

Su madre, su padre. La Marca en su brazo. Las muertes. La desesperación.

—Yo... no merezco esto —susurró entrecortadamente—. No merezco estar aquí de pie, hablando contigo. No después de lo que hice y no después de lo que permití que pasara.

Harry respiró hondo.

—Malfoy...

—¡No, Potter! No digas nada. —Draco levantó la cabeza, el rostro empapado de lágrimas—. Tú no entiendes, no entiendes lo que es haber estado en mi posición... yo no hice nada. Veía a mis compañeros morir, veía a gente como Greyback disfrutar matando niños y no hice nada. Veía a mi madre suplicar por nuestras vidas, veía a mi padre volverse un cascarón vacío y no hice nada.

Se tapó la cara con ambas manos y su respiración cada vez era más fuerte.

—No importa cuánto me esfuerce, cuánto intente cambiar... la gente nunca me perdonará. Nunca verán más allá del cobarde que fui. Nunca...

Harry se acercó un paso.

—¿Y tú? —preguntó Harry, su voz tranquila pero firme. Draco lo miró confundido, sus lágrimas aun cayendo.

—¿Qué?

Harry sostuvo su mirada. —¿Tú te perdonas?

Draco abrió la boca para responder, pero se quedó en silencio.

—No puedes esperar que los demás lo hagan si ni siquiera tú eres capaz de hacerlo —continuó Harry—. ¿Sabes qué pienso yo, Malfoy? Creo que el odio y el rencor de tantos años siguen dentro de mí, y tal vez nunca desaparezcan por completo.

Draco bajó la cabeza, sintiéndose aún más derrotado, pero Harry no había terminado.

—Pero yo no quiero seguir con esto. Necesito paz. —Harry dio un paso más—. Y la primera persona con la que quiero intentarlo... es contigo.

El silencio entre ellos se prolongó, ninguno dijo nada más porque nadie se atrevía a continuar. No estaba muy claro si habían pasado segundos o minutos, hasta que Harry se separó de la reja, dispuesto a marcharse.

—Potter... —La palabra escapó de sus labios antes de poder detenerse—. No siento que lo merezca, pero aun así... gracias.

Harry se detuvo y asintió levemente.

—Está bien, lo importante es que tú y tu madre estarán bien. No pude hacer nada por tu padre, su condena en Azkaban es definitiva. Pero tú... Hogwarts volverá a abrir los cursos que no pudimos completar. Cumplirás un año de tu condena allí, solo estudiando, aunque dijeron que era para "mantenerte vigilado"—hizo comillas con los dedos—. Y luego decidirán qué harás los próximos dos años.

Draco asintió, sabía que nadie volvería a confiar en él. Sería señalado, juzgado, pero al menos... volvería a Hogwarts, tendría un lugar temporal donde quedarse, y no esa celda sucia y fría donde había pasado sus noches desde el fin de la guerra.

Harry comenzó a alejarse, pero antes de que desapareciera del todo, Draco murmuró:

—Esta vez lo haré bien, Potter... lo prometo.

Harry se detuvo un momento y luego sonrió de lado.

—Lo sé. Me la jugué por ti en el juzgado porque... aunque increíble para todos, incluso para mí mismo, confío en ti. Creo que eres capaz de cambiar y sé que esta vez harás las cosas bien.

Y sin más, se giró y se perdió en los pasillos del Ministerio.

Draco se quedó allí, con el peso de sus palabras sobre los hombros. Harry Potter confiaba en él.

Por primera vez en meses, Draco sonrió.

★★★

Los dos meses siguientes pasaron rápidamente y Draco ya se encontraba alistando su valija con las pocas cosas que había recuperado de su ex-hogar para abordar el Expreso de Hogwarts. Durante todo el mes de julio, como parte de su condena, su madre y él habían colaborado con el Ministerio de Magia para ayudar a identificar a los mortífagos que habían logrado escapar el día de la batalla. Dieron nombres, apellidos y detallaron sus fechorías, brindando toda la información que pudieran recordar.

En agosto, Narcissa Malfoy fue enviada a San Mungo, su destino asignado por los próximos tres años. Miles de personas habían quedado heridas tras la batalla, muchas aún se recuperaban en el hospital que estaba desbordado de pacientes. Hacían falta insumos, pociones, sanadores... así que Narcissa ayudaría en el área de pociones, colaborando en la búsqueda de ingredientes en compañía de un auror asignado y en la creación de remedios. Draco la acompañó durante ese mes, ya que aún no tenía un puesto oficial para llevar a cabo su trabajo obligatorio.

Era eso o pasar agosto encerrado en la celda del Ministerio. La decisión era obvia.

Se habían quedado en un departamento comandado por el Cuartel General de Aurores, quienes tenían el control total sobre quien salía y entraba al lugar. Era una cárcel, pero más refinada, obviamente no se comparaba ni de cerca con todos los lujos que tenían en la mansión, o a algunos de los excéntricos lugares que había visitado durante toda su vida; pero, al menos se alegraba de que su madre no estaría en esa fea celda todo ese año, apagándose detrás de esos barrotes, mientras él dormía tranquilo bajo el terciopelo verde de su cuarto en Hogwarts.

Hogwarts... aquel castillo que hoy volvía a abrir sus puertas pese a todo lo que había sucedido, y aunque muchas familias habían decidido no enviar a sus hijos de vuelta, el tren seguía abarrotado de estudiantes. Los pasillos estaban llenos y la plataforma 9 3⁄4 rebosaba de padres despidiéndose de sus hijos.

Draco avanzaba en medio de la multitud junto a su madre, su equipaje y el auror que lo escoltaba. Sentía las miradas de desprecio, los susurros a su alrededor y la verdad, es que no esperaba menos tampoco. Todos sabían quién era y lo que había hecho; para ellos, no era más que un paria, una sombra del bando caído, no había lugar para él en ese mundo.

Pero no iba a permitir que eso lo derrumbara.

Se despidió rápidamente de su madre y subió al tren, donde guardó sus cosas para dirigirse a su compartimiento habitual. Según había escuchado, ni Goyle, ni Nott volverían a Hogwarts. Sus padres, ambos mortífagos, lograron escapar tras la batalla y se llevaron a sus hijos con ellos. Nadie sabía nada de ellos, ni una carta, ni una señal, probablemente se estaban escondiendo para evitar que los enviaran a Azkaban.

Y Crabbe... bueno, aún le dolía recordarlo.

Pero al menos tendría a Pansy y Blaise. Sus familias nunca se involucraron con la magia oscura, y ellos solo habían hecho y dicho cosas porque estaban bajo su manto, así que no había forma de acusarlos, por lo que estaban libres de cualquier castigo.

Aunque la verdad, reflexionando un poco se preguntaba si ellos seguirían respetándolo de la misma manera que años atrás. Se imaginaba que lo entendían, estuvieron detrás de él hasta sexto año que abandonó Hogwarts por todo lo que sucedió. Ellos más que nadie, sabían por lo que estaba pasando y además lo habían apoyado en sus decisiones, pero... las cosas habían cambiado, la guerra terminó y finalmente el bando de la luz había ganado. ¿Qué pasaría si ahora lo juzgaban por todas sus acciones? ¿Si alegaban que solo lo seguían por temor o por asuntos políticos de familias sangre pura? ¿Qué tal si ahora lo veían como todos los demás?

¿Y si estaba... completamente solo?

Suspiró y se sentó junto a la ventana, tratando de disipar sus pensamientos mientras observaba cómo las familias despedían a sus hijos. Entre la multitud, distinguió una cabellera desordenada y unos inconfundibles ojos verdes: Harry Potter. Estaba con la familia Weasley y por la cantidad de cabelleras rojas y rostros pecosos, supo que todos estaban allí.

Bueno, casi todos. Había un hueco imposible de ignorar en la formación de los Weasley, uno que nunca volvería a llenarse.

Aun así, Potter sonreía, conversando con ellos. Se veía... distinto, había madurado demasiado desde sexto año; su rostro ya no tenía la inocencia infantil de antes, su mandíbula era más marcada, sus facciones más definidas. Su cabello, por supuesto, seguía igual de desordenado, pero en él... funcionaba de alguna manera.

Antes de que pudiera seguir analizándolo, el tren emitió un sonido para dar a entender que estaba a punto de partir; todos los estudiantes dieron sus últimos abrazos y besos a sus familiares y corrieron dentro del tren antes de que las puertas se cerraran. Pronto, el sonido de pasos en el pasillo le indicó que los demás alumnos buscaban compartimientos. Cuando menos lo pensó, la puerta se deslizó y aparecieron dos rostros familiares.

—¡Draco! ¡Estás bien! ¡Qué feliz estoy! —exclamó Pansy antes de lanzarse sobre él en un abrazo sofocante.

—¿No me odian? —preguntó con cautela, sin atreverse a corresponder el gesto.

—¿Odiarte? ¿Cómo podríamos odiarte? —dijo Blaise, tomando asiento frente a él—. Estábamos preocupados. Escuchamos que Potter apeló por ti, pero no sabíamos qué había pasado. ¿Cómo has estado?

Draco soltó un suspiro de alivio. Al menos dos personas en todo Hogwarts no lo odiaban, no estaría completamente solo.

—He estado... sobreviviendo —respondió con un encogimiento de hombros.

—Supimos que tu madre está en San Mungo —comentó Pansy, tomando asiento a su lado—. ¿Está bien?

—Sí, la asignaron al área de pociones. Trabajará con sanadores y tendrá un auror pegado a ella todo el tiempo. No la dejan ni respirar sin vigilancia.

—Bueno, considerando la situación, pudo haber sido peor —intervino Blaise con tono neutral.

Draco asintió, en parte de acuerdo. Después de todo, tanto su madre como él, habían escapado de Azkaban, un destino que muchos otros –su padre, un gran ejemplo– no pudieron evitar.

—¿Y ustedes? ¿Cómo han estado?

—Intentando hacer que todo vuelva a la normalidad —contestó Pansy con una sonrisa algo forzada—. No es fácil, pero Hogwarts es Hogwarts. Aunque... ¿crees que las cosas serán como antes?

Draco dudó antes de responder. Finalmente, negó con la cabeza.

—No, nada volverá a ser como antes.

—Supongo que tienes razón —susurró Blaise, apoyando la cabeza contra la pared del compartimiento—. Pero estamos aquí y estamos juntos. Es un comienzo, ¿no?

Draco sonrió levemente. Sí, tal vez no todo estaba perdido.

Siguieron hablando el resto del camino sobre todo y nada a la vez. Se ponían al día con pequeñas anécdotas, algunos chismes del mundo mágico y las últimas noticias sobre antiguos compañeros de Slytherin; sin embargo, Draco no podía evitar sentirse inquieto. Por más que sus amigos lo trataban con normalidad, la sensación de ser observado, de ser señalado, pesaba sobre él como una sombra constante.

De pronto, desde las ventanas del tren, el imponente castillo de Hogwarts apareció en el horizonte, reconstruido, erguido y firme, como si nunca hubiera caído. Draco se quedó mirándolo en silencio, con el estómago revuelto. A pesar de la restauración, sabía que las paredes aún guardaban los ecos de la batalla, los gritos de terror, los hechizos que impactaban contra la piedra. Tragó en seco y bajó la mirada antes de que sus pensamientos lo llevaran demasiado lejos.

—Es hora de ponernos el uniforme —anunció Blaise, rompiendo el momento de introspección.

Draco asintió, sacó su uniforme y se lo colocó con movimientos mecánicos. Cuando el tren se detuvo y las puertas se abrieron, descendió con sus amigos en medio de una multitud bulliciosa.

Afuera, los carruajes tirados por thestrals esperaban para llevarlos al castillo. Draco observó a su alrededor y notó cómo muchos estudiantes miraban a las criaturas con fascinación y temor. Algunos, que antes no podían verlas, ahora las observaban con los ojos bien abiertos, una muestra silenciosa de que habían presenciado la muerte. Él ya los había visto antes, pero la guerra se había asegurado de que la mayoría de los alumnos ahora también pudieran hacerlo.

—¿Draco Malfoy?

La voz a sus espaldas lo hizo girarse de inmediato. Ante él, con expresión tensa, estaba el profesor Slughorn. Su mirada reflejaba una mezcla de nerviosismo y algo más... algo parecido al miedo.

—Me han asignado vigi- digo, cuidarlo, durante su estancia en Hogwarts. Como jefe de la casa de Slytherin, velaré por su bienestar y porque todo esté en calma —dijo con una sonrisa forzada.

Draco reprimió una risa seca. Corrección: velará para que él no hiciera nada fuera de lugar. No le sorprendía, sabía que lo vigilarían de cerca, Potter ya se lo había advertido. Aun así, si querían disimular su desconfianza, al menos podrían haberlo hecho mejor.

—Lo que usted diga, profesor —respondió con falsa cortesía antes de subir al carruaje junto a sus amigos.

El viaje hacia el castillo fue silencioso. Mientras los thestrals avanzaban, Draco miraba fijamente sobre su hombro izquierdo, las ramas de los árboles se sacudían haciendo bailar sus sombras en el piso, y el reflejo de la luna iluminaba el camino hacia Hogwarts, que se alzaba cada vez más cerca, con sus torres y almenas imponentes.

Por un instante, sintió una punzada de nostalgia, a pesar de todo lo que había pasado, este lugar seguía siendo lo más cercano que tenía a un hogar ahora que ya no tenía absolutamente nada.

Cuando llegaron al castillo, el vestíbulo de entrada parecía más grande y majestuoso que nunca. Draco cruzó las puertas y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Los ecos de sus pasos resonaban contra las paredes de piedra, y la imagen del Gran Comedor le golpeó con una fuerza inesperada.

El techo encantado mostraba un cielo estrellado, y las velas flotaban en el aire como siempre. Todo estaba impecable, como si la batalla nunca hubiera ocurrido... pero Draco no podía evitar ver el pasado sobrepuesto al presente. Recordaba los cuerpos esparcidos por el suelo, las lágrimas, el caos. Parpadeó varias veces para sacudirse los pensamientos y siguió avanzando por el pasillo central.

A su alrededor, los murmullos se intensificaron. Sabía que lo estaban mirando, lo sentía en cada susurro, en cada mirada furtiva cargada de desprecio.

—¿Qué hace él aquí? ¿No lo deberían haber besado ya los Dementores?

La voz de una chica de Gryffindor resonó lo suficiente para que él la escuchara. Sus amigas rieron con malicia, complacidas con su comentario. Draco no reaccionó, se limitó a seguir caminando, fingiendo que no le importaba.

—Quizás porque incluso los Dementores saben diferenciar entre alguien que intenta cambiar y alguien que sigue diciendo estupideces... deberías caminar con cuidado, no vayas a toparte con uno.

Draco se quedó completamente quieto, reconocería esa voz en cualquier parte.

Harry Potter.

El Gran Comedor seguía lleno del bullicio de la gente, conversaciones, risas; pero, aun así, Draco sintió como si todo el lugar estuviera en un silencio tenso, como si el aire se hubiera vuelto más denso solo para él. Draco no se giró, pero pudo sentir la intensidad de la mirada de Potter en su espalda y no supo cómo reaccionar; parte de él quería ignorarlo, seguir adelante como si no hubiera escuchado nada, pero otra parte... otra parte sintió algo extraño.

Se sentó en su mesa sin decir nada, con la espalda rígida. Pansy y Blaise lo miraron con expectación, pero tampoco dijeron nada.

No esperaba que Potter lo defendiera, no después de todo lo que había pasado entre ellos. Lo que había sucedido en la celda aquel día en el Ministerio de Magia solo fue un momento de vulnerabilidad, aún trataba de borrar de su mente como había llorado frente a Potter y como este le dijo que confiaba en él. Draco juraba que solo había sido la emoción del momento, sentimientos encontrados por todo lo que estaba pasando, aun así, ahí estaba Potter, interponiéndose entre él y los murmullos, como si aún creyera que merecía una segunda oportunidad.

Y es que tal vez, solo tal vez... Potter realmente confiaba en él.

Mientras esas ideas lo mantenían en silencio, el bullicio del Gran Comedor continuaba a su alrededor, diluyéndose poco a poco a medida que los estudiantes tomaban sus lugares y el ritual del inicio de curso comenzaba a tomar forma.

Cuando todos los estudiantes estuvieron sentados en sus respectivas mesas y los nuevos fueron llamados uno a uno para ser seleccionados por el Sombrero Seleccionador, la directora Minerva McGonagall se levantó de su asiento en el centro de la mesa del profesorado. Su figura, erguida y firme como siempre, irradiaba la autoridad y sabiduría que la caracterizaban; sin embargo, en su mirada se reflejaba algo más: un profundo respeto y gratitud hacia todos los presentes.

Esperó unos momentos hasta que el murmullo del Gran Comedor se apagó por completo, y cuando finalmente habló, su voz resonó con claridad en cada rincón del salón, acompañada por el parpadeo de las velas flotantes.

—Sean todos bienvenidos a un nuevo año en Hogwarts.

Hizo una pausa, recorriendo con la mirada a cada estudiante, desde los más pequeños, que apenas comenzaban su viaje en el mundo mágico, hasta los mayores, cuyas experiencias los habían convertido en testigos y protagonistas de una historia que nunca se olvidaría.

—Este año en particular es distinto a cualquier otro que hayamos vivido antes —continuó, con un tono solemne—. Como muchos de ustedes saben, hace pocos meses, dentro de estas mismas paredes, se libró una batalla. Una batalla que marcó un antes y un después en la historia del mundo mágico.

El comedor entero guardó un silencio absoluto.

—Algunos de los nuestros ya no están entre nosotros. Perdimos amigos, compañeros, profesores, familiares... perdimos personas valientes que lucharon con honor y sacrificaron su propia seguridad para proteger este castillo y lo que representa. Sus nombres estarán grabados en la historia, y su valentía jamás será olvidada.

Algunas miradas bajaron al suelo, otros estudiantes apretaron los labios con fuerza. Desde la mesa de Gryffindor, los rostros de Ron y Ginny Weasley se tornaron sombríos. En Hufflepuff, Hannah Abbott se frotó las manos, inquieta. Desde Slytherin, incluso algunos alumnos parecían tensos, como si no estuvieran seguros de cómo sentirse.

—Hogwarts ha sido restaurado, pero sigue siendo el mismo hogar que ha acogido a generaciones de magos y brujas durante siglos —continuó McGonagall, con un brillo especial en los ojos—. Un lugar de aprendizaje, de amistad, de crecimiento. Un refugio para todos aquellos que buscan conocimiento y para aquellos que desean encontrar su propio camino en el mundo.

Su voz se suavizó un poco.

—Pero también entendemos que este año será difícil para muchos. Habrá quienes sientan temor, quienes se pregunten si Hogwarts podrá volver a ser lo que alguna vez fue. Y a ustedes les digo: Hogwarts es mucho más que piedra y paredes, es la gente que lo habita, es cada uno de ustedes.

Respiró hondo y continuó con firmeza:

—Este año, más que nunca, debemos recordar que nuestra casa no nos define. No son los colores que vestimos los que determinan nuestra valía, sino nuestras acciones. Ser de Slytherin no es sinónimo de oscuridad, así como ser de Gryffindor no es sinónimo de heroísmo. En cada casa hay valor, inteligencia, lealtad y astucia, y en cada persona, la capacidad de decidir quién quiere ser.

En la mesa de Slytherin, algunos alumnos intercambiaron miradas. Draco Malfoy mantenía la cabeza erguida, pero sin atreverse a mirar a nadie, solo el vacío.

—A los alumnos nuevos —prosiguió la directora, suavizando su expresión—, quiero darles la bienvenida a su nuevo hogar. Pronto verán que Hogwarts no es solo una escuela; es un lugar donde encontrarán amistades que durarán toda la vida, donde aprenderán magia más allá de lo que jamás imaginaron.

Luego miró a los más veteranos, con un atisbo de orgullo en la mirada.

—Y a aquellos que regresan... sé que no es fácil. Sé que caminar por estos pasillos traerá recuerdos difíciles. Pero si hay algo que la historia nos ha enseñado, es que la oscuridad no puede vencer cuando hay luz. Y ustedes, cada uno de ustedes, son la luz que mantendrá vivo el espíritu de este castillo.

Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran en la audiencia. Luego, con un tono más cálido, sonrió apenas.

—Ahora, suficiente de solemnidad. Hay un festín que nos espera y, después de todo lo que hemos pasado, creo que todos merecemos una buena comida.

Hubo un instante de silencio antes de que el Gran Comedor se llenara de aplausos y murmullos de alivio. Algunos estudiantes sonrieron, otros suspiraron, y entonces, con un simple gesto de la mano, McGonagall dio paso al banquete.

Los platos se llenaron instantáneamente de los más deliciosos manjares, y el ambiente comenzó a relajarse. Hogwarts seguía en pie y, con el tiempo, sus alumnos aprenderían que ellos también.

La cena transcurrió en una atmósfera cada vez más animada. El tintinear de cubiertos contra la porcelana se mezclaba con conversaciones que volvían a llenar el espacio con una calidez casi olvidada. Entre risas poco contenidas y miradas que buscaban consuelo en la rutina, el Gran Comedor pareció respirar con alivio por primera vez en mucho tiempo.

Cuando el festín llegó a su fin y la profesora McGonagall se puso de pie nuevamente, el murmullo del Gran Comedor fue apagándose poco a poco. Los estudiantes, ya satisfechos y cansados, esperaban con ansias el momento de retirarse a sus respectivas salas comunes.

—Ahora, los prefectos guiarán a los alumnos a sus dormitorios. Sin embargo, antes de que se retiren, me gustaría hacer un anuncio importante —dijo la directora McGonagall, su tono firme y autoritario resonando en el Gran Comedor—. Y lo haré frente a todos ustedes, para que no haya dudas, no surjan rumores y para que puedan sentirse seguros.

Hizo una breve pausa, permitiendo que la expectación creciera en el ambiente.

—Draco Malfoy.

El llamado lo tomó completamente desprevenido, Draco se tensó en su asiento. Todos los presentes giraron la cabeza en su dirección, como si esperaran ver algo fuera de lo común. El estómago se le encogió, y sintió que el aire se volvía más denso, más difícil de respirar.

—Por favor, acérquese —dijo McGonagall con su tono severo.

No tenía opción, se levantó con lentitud, sintiendo el peso de todas las miradas sobre él. El murmullo comenzó de nuevo, esta vez con más intensidad.

—¿Qué le van a hacer?

—Seguro ya se dieron cuenta de que no debería estar aquí.

—Se lo merece.

Draco los ignoró, se obligó a mantener la cabeza en alto, a caminar con dignidad entre las mesas, aunque cada paso se sintiera como una marcha hacia su ejecución.

Cuando llegó frente a la mesa de los profesores, se detuvo. McGonagall lo miraba con un semblante inescrutable, pero cuando sus ojos se encontraron, él pudo ver lo que escondían: lastima.

El silencio se hizo aún más profundo cuando la directora habló.

—Malfoy, el Ministerio de Magia ha permitido que regreses a Hogwarts para completar tu último año, sin embargo, como medida de seguridad para todos los estudiantes, tu permanencia aquí estará bajo ciertas condiciones.

Draco frunció el ceño, desconcertado.

—¿Condiciones? —preguntó en voz baja, pero McGonagall lo ignoró y continuó.

—Debes entregar tu varita.

El corazón de Draco dio un vuelco.

Un susurro colectivo recorrió el Gran Comedor como una ola.

—¿Qué? —fue lo único que pudo decir.

—Solo podrás usarla en clase bajo la estricta supervisión de los profesores —explicó la directora con calma, como si no acabara de exigirle algo que lo dejaba completamente indefenso.

Draco sintió que la sangre le hervía.

—Pero... —sus palabras se atoraron en su garganta.

No podía entregarla, no quería. La varita era suya, su única defensa, la única cosa en ese castillo que le quedaba. ¿Cómo podía Hogwarts permitir que estuviera ahí, pero sin la herramienta más básica de un mago?

Su varita era más que un simple instrumento mágico, era una extensión de sí mismo, un vínculo con su poder, con su historia. Fue con ella con la que Harry Potter se batió en duelo con el mago más oscuro de los tiempos en la batalla final, y tras la guerra, Potter la había entregado voluntariamente al Ministerio, dejando en claro que debía serle devuelta cuando fuera el momento adecuado.

Ese momento, al parecer, había llegado solo esta mañana. Apenas habían pasado unas horas de haberla sostenido de nuevo, de haber sentido su peso en la mano, de haber intentado recuperar la conexión rota por la distancia... y ahora querían arrebatársela otra vez.

Abrió la boca para protestar, para exigir una explicación, para decirle que no iba a hacerlo. Pero antes de que pudiera decir algo, sintió el peso de la sala sobre él.

Todos lo estaban mirando, y en esas miradas solo vio una cosa: burla.

Los Gryffindor, los Hufflepuff, los Ravenclaw... incluso algunos Slytherin lo observaban con una mezcla de diversión y satisfacción. Como si esto fuera un espectáculo, como si se tratara de una venganza.

Draco sintió la ira burbujeando dentro de él, pero al mismo tiempo, algo más pesado se asentó en su pecho. Si se negaba, ¿qué pasaría? ¿Lo sacarían de Hogwarts? ¿Lo arrestarían? ¿Volvería a la celda que lo esperó todo agosto en el Ministerio?

No tenía escapatoria.

Sus dedos se apretaron alrededor de su varita, y por un instante, se quedó inmóvil, como si estuviera considerando la posibilidad de no entregarla. Como si pudiera hacer algo para cambiar lo inevitable, pero al final, con los dientes apretados y la mirada fija en la nada, estiró el brazo y colocó la varita en la mano extendida de McGonagall.

El sonido de la madera al ser tomada fue casi imperceptible, pero en su interior, sonó como una sentencia de muerte.

El silencio que siguió se sintió eterno.

Draco bajó la mirada, no porque estuviera avergonzado, sino porque no quería ver sus caras. No quería ver las sonrisas burlonas, ni los ojos brillando con satisfacción. Sabía que, en ese momento, todos lo veían como un inútil. Un mago sin varita, un niño sin poder.

Se giró y caminó de regreso a la mesa de Slytherin, sin mirar a nadie.

—Pueden retirarse —anunció McGonagall finalmente.

El ruido de los bancos y las voces llenó la estancia otra vez. Todos comenzaron a moverse, pero Draco no tuvo la suerte de ser ignorado. Cuando pasó entre los estudiantes, sintió empujones en sus hombros. No eran accidentes, algunos lo golpeaban con intención, con desprecio, queriendo recordarle que no pertenecía allí.

Pero Draco no reaccionó, se obligó a seguir caminando, a no devolver los golpes ni las miradas. No iba a darles el placer de verlo tambalearse; pero, en su interior, la humillación ardía como fuego.

★★★

Blaise lanzó su túnica con frustración sobre la cama, su mandíbula apretada y los ojos encendidos por la indignación. La prenda cayó desordenada sobre las sábanas, pero él ni siquiera se molestó en acomodarla, caminaba en el dormitorio de un lado a otro, como un felino enjaulado, con las manos crispadas en puños.

—No puedo creer que hicieran eso —soltó de golpe, su voz cargada de rabia contenida—. ¿Quitarte la varita? ¿Qué demonios les sucede?

Draco permanecía sentado en el borde de su propia cama, con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas, la mirada fija en sus dedos. El dormitorio se sentía más amplio de lo que recordaba, aunque la verdad era que nunca había estado tan vacío. Normalmente, cuatro chicos compartían la estancia: Goyle, Zabini, Crabbe y él, pero este año, por razones evidentes, solo estarían él y Blaise. Tampoco dejarían que otros dos se sumaran, era obvio que nadie más quería dormir bajo el mismo techo que Draco Malfoy.

—Está bien, déjalos —murmuró finalmente, con un tono apagado.

Sabía que Blaise no lo dejaría pasar tan fácilmente, y tenía razón.

—¡Claro que no! —replicó con vehemencia, girando sobre sus talones para encararlo—. Draco, tenías dieciséis años cuando te marcaron. Eras un crío aún, un niño influenciado por su padre y por todo eso de la pureza de sangre. Sí, hiciste cosas mal, pero te redimiste, y por algo estás aquí, ¿no? No mereces que te traten como un monstruo.

Blaise exhaló con fuerza y se dejó caer pesadamente sobre su propia cama. Cruzó los brazos sobre su pecho, aún con el ceño fruncido. Su rabia seguía latente, pero ahora había un tinte de frustración en su expresión.

—Ni Potter lo hace —añadió en voz baja, como si aún estuviera procesando la idea—. La forma en que te defendió en el Gran Comedor... wow.

Draco se removió incómodo en su lugar. Se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más, y evitó mirar a Blaise.

—Sí... ni yo sé por qué hizo eso —respondió con un susurro.

Blaise chasqueó la lengua y ladeó la cabeza, mirándolo con diversión.

—O sea, apeló a tu favor en el juzgado y te defendió hoy frente a todos. Algo se traen ustedes dos... ¿Se te cumplió el milagrito?

Draco levantó la cabeza de golpe, mirándolo con incredulidad.

—¡Claro que no, Blaise! Por favor...

Su amigo sonrió con burla y se inclinó hacia él con una mirada astuta.

—Ay, Draco, llevas obsesionado con Potter desde primer año. En algún momento tenía que notarlo, tal vez ya lo hizo.

Draco frunció el ceño con fuerza.

—Eso es una tontería —gruñó, pero su incomodidad era evidente.

—¿Ah, sí? Vamos, Draco, todos sabemos que sientes algo por ese chico Potter.

Draco apretó la mandíbula, sintiendo un nudo formarse en su estómago.

—¡Blaise!

Blaise se encogió de hombros con indiferencia.

—No me cae bien, es un mestizo —continuó, con su tono usual de arrogancia—, pero bueno... después de todo lo que pasó, supongo que ya lo de la pureza de sangre no importa tanto.

Hizo una pausa y luego se llevó una mano al pecho con fingido dramatismo.

—Vaya, no puedo creer que me escuché a mí mismo decir eso.

Draco rodó los ojos y se puso de pie de golpe. Caminó hasta la puerta y la cerró con un chasquido seco.

—Yo no siento nada por Potter, ¿qué te pasa? —espetó en voz baja pero tensa—. ¿Qué pasa si alguien te escucha?

Blaise sonrió con diversión y se recostó contra el cabecero de su cama.

—Pues escuchará algo que es obvio.

Draco sintió que la rabia le subía por la garganta como un incendio.

—No, Blaise. Y aunque sintiera algo... nada pasaría entre él y yo.

—¿Por qué no?

Draco soltó una risa amarga y negó con la cabeza.

—Porque él es el salvador del mundo mágico... y yo soy un ex-mortífago que está bajo libertad condicional. Eso jamás pasará.

Blaise lo miró con el ceño ligeramente fruncido, como si estuviera considerando sus palabras. —Pero...

Draco lo interrumpió con firmeza.

—No, Blaise. No sucederá nunca nada entre Potter y yo. Yo ya lo acepté, ahora hazlo tú.

Por primera vez en toda la conversación, Blaise guardó silencio. Draco suspiró y se dejó caer sobre su cama, fijando la vista en el dosel de terciopelo verde sobre él, sabía que Blaise tenía razón en muchas cosas... pero en esa, en esa en particular, estaba seguro de que se equivocaba.

★★★

El aire en las mazmorras era frío y húmedo, con ese olor inconfundible a ingredientes en descomposición y líquidos burbujeantes que impregnaban las paredes de piedra. Draco descendió los escalones con la misma sensación de siempre: como si cada paso lo llevara más profundo en un abismo del que no podría salir.

Las voces de los estudiantes retumbaban en el pasillo, pero no hablaban con él ni de él en voz alta. No era necesario, susurros apenas contenidos, miradas rápidas que se desviaban en cuanto él alzaba la vista, murmullos que se volvían carcajadas apenas pasaba de largo. Se suponía que a estas alturas debería estar acostumbrado, pero no lo estaba.

A su lado, Blaise caminaba con las manos en los bolsillos de su uniforme, fingiendo indiferencia, pero Draco conocía ese tic en su mandíbula: estaba furioso.

Cuando entraron al aula, todo el ruido pareció amplificarse. El murmullo se convirtió en un zumbido molesto en sus oídos, y sintió cómo cada par de ojos en la habitación se clavaba en él. Draco mantuvo la espalda recta, el rostro impasible. Sabía que, si daba alguna señal de incomodidad, lo disfrutarían más. 

Caminó con calma hasta una de las mesas al fondo del aula, donde nunca se había sentado en años anteriores, pero actualmente, era el lugar más seguro, lejos de las miradas de los Gryffindor y con suficiente espacio para trabajar sin interrupciones.

Pero nada era igual ahora.

El profesor Slughorn entró con su característica sonrisa bonachona, pero su voz, aunque firme, no lograba disipar del todo la tensión.

—Bienvenidos a su último año en Hogwarts. Espero que después de todo lo ocurrido, puedan centrarse en sus estudios y no en... distracciones innecesarias.

Draco supo que esa era una advertencia velada.

Slughorn carraspeó y agitó su varita, haciendo que las instrucciones aparecieran en la pizarra: Poción Matalobos. Un murmullo recorrió la clase y Draco notó cómo algunos alumnos intercambiaban miradas, todos pensaban lo mismo: esa poción había sido usada por Remus Lupin.

Slughorn sonrió con satisfacción.

—Muchos de ustedes han demostrado talento en pociones, y el mundo mágico necesita más expertos en esta materia. La guerra dejó heridas, y entre ellas, muchas que solo las pociones pueden sanar.

Draco no estaba seguro de si hablaba solo en sentido literal.

—Ahora, formen parejas —indicó Slughorn—. Encontrarán los ingredientes en sus mesas. ¡Manos a la obra!

Las miradas comenzaron a cruzarse entre los alumnos, formando rápidamente los grupos. Draco ya sabía con quién trabajaría: Blaise, siempre Blaise. Pero Draco apenas tuvo tiempo de girarse cuando escuchó su nombre.

—Malfoy.

Se congeló, era Slughorn quien echaba un vistazo a la clase, sin detenerse a mirarlo.

—Lamento informar que hoy no traje su varita, por ende, lo asignaré con alguien para que le ayude. Trabajarás con... —hizo una pausa y sonrió— Harry Potter.

El aula entera pareció quedarse sin aire.

—¿Qué? —Draco y Harry hablaron al mismo tiempo.

—No puede estar hablando en serio —masculló Draco.

—Claro que sí —dijo Slughorn con un gesto despreocupado—. Harry, Malfoy, muéstrenme que pueden dejar sus diferencias a un lado por el bien del conocimiento.

El Gryffindor chasqueó la lengua, claramente irritado, y Draco sintió la misma frustración recorrerle la espalda. Se giró para encontrarse con la mirada de Potter, quien lo observaba con los labios fruncidos en una línea tensa.

—Genial —murmuró Harry.

Blaise le lanzó una mirada de "te lo dije", y Draco suspiró, solo arrastró los pies hasta la mesa donde el otro ya estaba sentado. Se dejó caer en la silla con un suspiro pesado y miró los ingredientes sin mucho entusiasmo.

—Esto es una pésima idea —dijo sin mirarlo.

—Créeme, no estoy emocionado —respondió Harry, hojeando su libro.

El silencio entre ellos era incómodo, espeso. Draco se concentró en los ingredientes frente a él, agradeciendo al menos que no tuviera que interactuar más de lo necesario.

—Bien, Malfoy, si no puedes usar la varita, ¿qué puedes hacer? —preguntó Harry, levantando una ceja.

Draco rodó los ojos y tomó el cuchillo.

—Puedo leer, Potter. Y tengo manos, no necesito magia para picar ingredientes.

Harry le deslizó la raíz de acónito sin discutir. Draco la tomó y comenzó a cortarla con precisión, sus movimientos automáticos y calculados. No necesitaba mirar el libro, sabía exactamente qué hacer, sus manos, al menos, aún recordaban.

Harry lo observaba con atención.

—Sigues siendo bueno en esto.

Draco lo miró de reojo, desconcertado.

—No necesitas halagarme, Potter. No somos amigos.

—No lo estoy haciendo —dijo Harry con tranquilidad—. Solo lo dije porque es verdad.

El comentario lo descolocó, no supo qué responder, así que simplemente continuó trabajando en la poción. El resto de la clase transcurrió en un silencio tenso. Ocasionalmente, Harry murmuraba algo sobre el siguiente paso, y Draco asentía sin decir nada. No se insultaron, no discutieron. No era amigable, pero tampoco era el caos que había esperado.

Finalmente, unos movimientos de la varita de Harry y la mezcla adquirió el tono plateado característico. Slughorn pasó junto a ellos y asintió con satisfacción.

—Perfecta —dijo—. Como esperaba de dos de mis alumnos más talentosos.

Pero Draco sintió que su estómago se revolvía ante el comentario.

Cuando la clase terminó, recogió sus cosas rápidamente, con la intención de salir antes de que alguien intentara decirle algo más. Pero antes de que pudiera cruzar la puerta, la voz de Harry lo detuvo.

—Malfoy.

Se giró con cautela y Harry dudó por un segundo antes de hablar.

—No dejes que lo que ocurrió en el comedor te derrumbe, no tienes por qué demostrarle nada a nadie.

Draco sintió un nudo en la garganta.

—Ya lo sé, Potter.

Y sin decir más, salió del aula, perdiéndose en los pasillos oscuros de las mazmorras.

El resto del día fue largo y pesado. Entre las miradas de desprecio, los susurros a sus espaldas y la sensación constante de ser observado, Draco apenas había tenido un momento para respirar con tranquilidad. Y ahora, mientras caminaba por los pasillos de Hogwarts junto a Blaise, sintió cómo su cuerpo se tensaba al notar la presencia de un grupo de estudiantes bloqueando el camino.

—Miren a quién tenemos aquí —dijo una voz con tono burlón. Draco no necesitaba ver sus rostros para reconocerlos, era un grupo de Gryffindors de quinto año, muchachos que habían estado en la batalla, que habían peleado contra los suyos y que ahora lo miraban como si fuese una plaga que debían erradicar.

Draco se detuvo, pero no porque quisiera. Blaise, a su lado, soltó un suspiro pesado, ya anticipando lo que vendría.

—Déjanos pasar —dijo Blaise con tono aburrido, cruzándose de brazos.

—¿Por qué tanta prisa? —dijo otro chico, fingiendo sorpresa—. Seguro Malfoy tiene mucho que hacer... oh, espera, no puede hacer nada sin que le presten su varita, ¿verdad?

Algunas carcajadas se alzaron en el grupo. Draco sintió la rabia arder en su estómago, pero no reaccionó. No podía hacerlo, sin su varita, sin más aliados que Blaise en este momento, solo podía apretar la mandíbula y fingir que no le importaba.

—¿Cómo se siente, Malfoy? —preguntó el primero, dando un paso al frente—. ¿Cómo se siente ser un don nadie? ¿Un cobarde sin poder?

Draco los miró con frialdad, con esa expresión altiva que tanto había practicado desde niño. No les daría el placer de verlo derrumbarse.

—Si ya terminaron con su patético intento de intimidación, me gustaría seguir con mi día —dijo con voz serena, aunque sus manos se cerraban en puños.

Pero cuando intentó moverse, uno de ellos lo empujó con el hombro, haciéndolo trastabillar. Blaise reaccionó de inmediato, sujetándolo del brazo antes de que cayera al suelo.

—Eso fue un error —gruñó Blaise, adelantándose.

Pero antes de que la situación escalara, un ruido en el pasillo llamó la atención del grupo. Un par de estudiantes de Hufflepuff pasaron cerca, susurrando entre ellos y mirando con curiosidad. Los Gryffindors parecieron debatirse entre continuar con la confrontación o marcharse. Finalmente, con un último empujón intencional contra Draco, se alejaron con aire de superioridad.

Draco sintió el ardor en su hombro, pero no se movió hasta que el último de ellos desapareció por el pasillo. Solo entonces exhaló con pesadez y cerró los ojos un momento.

—Bueno, eso fue divertido —ironizó Blaise, enderezando su túnica.

Draco no respondió de inmediato. Sabía que esto no era más que el principio, Hogwarts ya no se estaba sintiendo como su hogar; se sentía como un campo de batalla en el que tenía que estar en guardia constantemente.

—Vamos —dijo al final, con voz firme—. No les daré la satisfacción de verme afectado.

Blaise asintió con una sonrisa de aprobación y ambos retomaron su camino. El año recién comenzaba, y Draco tenía la sensación de que cada día sería una nueva prueba de resistencia.

★★★

Los días pasaron con una monotonía amarga. Cada clase era un recordatorio constante de su condición, los profesores le entregaban su varita al inicio de la lección y se la quitaban al finalizar, como si fuera un niño pequeño que no podía manejar su propio poder. No solo era humillante, sino que lo dejaba en una posición vulnerable.

Las burlas nunca cesaban. Si bien la mayoría de los estudiantes de su año simplemente lo ignoraban o lo miraban con desprecio, los más jóvenes, sintiéndose con derecho a menospreciarlo, lo molestaban a escondidas. Unos cuantos empujones en los pasillos, hechizos menores que no dejaban marca pero que lo hacían tropezar o susurros hirientes mientras caminaba por el castillo. Y, aunque no lo demostraba, cada día se hacía más difícil soportarlo.

Pero fue una tarde de sábado donde las cosas empeoraron.

Ese día la mayoría de los estudiantes que hoy cursaban octavo año habían ido a Hogsmeade, gracias a que no tenían prohibiciones tras ser mayores de edad; Draco por el contrario, había decidido quedarse en Hogwarts. Blaise y Pansy intentaron convencerlo de acompañarlos, pero él se negó. Necesitaba tranquilidad, unas horas en la biblioteca con un buen libro serían suficientes para despejar su mente.

El castillo parecía dormido, el sonido de sus pasos resonaba en los pasillos desiertos, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió en paz, pero su tranquilidad duró poco, pues al doblar una esquina, se topó con un grupo de tres estudiantes de quinto año. 

Se detuvo en seco, y ellos también, no tardó en notar la expresión en sus rostros: hostilidad pura.

—¿Es mi día de suerte? Mira nada más quien es —dijo uno de ellos con una sonrisa ladina.

Draco bufó, con intención de ignorarlos, pero cuando intentó avanzar, uno de los chicos se interpuso en su camino.

—¿A dónde tan rápido, Malfoy? —preguntó otro, cruzándose de brazos.

—No tengo tiempo para idioteces —respondió Draco con frialdad.

—Oh, pero nosotros sí —dijo uno de los más altos, su tono ligero, casi entretenido—. ¿Sabes? Mi padre murió durante la guerra a manos de un mortífago, supongo te sonará el nombre: Lucius Malfoy.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía que su apellido cargaba con una historia oscura, que su familia había causado sufrimiento a muchos, pero escuchar a alguien decirlo en su cara lo dejó sin palabras.

—Y creo que es justo que alguien pague por eso —añadió el chico, con una frialdad que heló el aire a su alrededor.

El ambiente se volvió más tenso, y Draco notó cómo el resto de los estudiantes lo observaba en silencio, esperando una reacción. El comentario del chico colgó en el aire, desafiante.

—¿Qué pasa? —Preguntó uno, inclinando la cabeza—. ¿No tienes nada que decir? ¿O solo hablas cuando tienes ventaja, como hacías antes?

Draco frunció el ceño y trató de apartarse, pero una mano lo detuvo, sujetándolo por la túnica.

—No te mereces estar aquí —escupió otro de los estudiantes.

Y antes de que pudiera reaccionar, sintió el primer puñetazo impactar contra su estómago. El aire abandonó sus pulmones de golpe y se dobló sobre sí mismo, pero no le dieron oportunidad de recuperarse, otro golpe le dio en la cara, haciéndolo tambalearse.

Trató de defenderse, de empujar a alguno, pero eran tres contra uno. Lo sujetaron, lo acorralaron, y los puños siguieron cayendo. Sentía el dolor explotar en cada parte de su cuerpo, su mejilla ardía, su labio se partió y pudo saborear la sangre en su boca. Un puñetazo particularmente fuerte en el ojo izquierdo lo dejó aturdido, su visión comenzando a nublarse.

—Esto es por mi padre —gruñó el chico que habló primero, antes de asestarle otro golpe en las costillas.

Draco sintió cómo su cuerpo se desplomaba, incapaz de sostenerse en pie. Intentó cubrirse, pero los golpes seguían llegando, uno tras otro. Un rodillazo directo en su costado lo hizo jadear de dolor, seguido de otro puñetazo en la mandíbula que le hizo ver chispas.

No sabía cuánto tiempo pasó hasta que, finalmente, dejaron de golpearlo. Escuchó risas ahogadas y palabras que apenas pudo distinguir.

—Y la próxima que te veamos, será peor —susurró uno antes de escupir cerca de él.

Y entonces, se fueron.

Draco quedó ahí, tirado en el suelo frío del castillo, sintiendo cómo su cuerpo entero protestaba ante cada movimiento. Intentó levantarse, pero sus piernas no lo sostenían. Se apoyó en la pared, temblando, y comenzó a arrastrarse por el pasillo. 

No podía quedarse ahí, no podía dejar que nadie lo viera en ese estado.

Cada paso era un tormento. Su ojo izquierdo estaba casi completamente cerrado por la hinchazón, su costado dolía con cada respiración y sus labios temblaban por la sangre que aún goteaba de su boca. No sabía cómo, pero logró llegar a la enfermería.

Madam Pomfrey, que estaba organizando unos frascos de pociones, se giró y lo vio. Su expresión pasó de la sorpresa a la preocupación en un instante.

—¡Merlín bendito! —exclamó, corriendo hacia él—. ¿Qué te ha pasado, muchacho?

Draco intentó responder, pero su garganta estaba seca. Pomfrey lo tomó con cuidado y lo ayudó a sentarse en una de las camas.

—No te preocupes, querido, te pondrás bien —dijo con suavidad, comenzando a preparar un ungüento para sus heridas—. Esto no debería estar pasando...

Draco cerró los ojos y apoyó la cabeza en la almohada. No tenía fuerzas para responder, solo quería que el dolor desapareciera, aunque fuera por un momento.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 3: 𝑰𝑰

Chapter Text

★★★

El dolor fue lo primero que sintió al despertar. Un latido sordo y constante que recorría su cuerpo entero, como si cada golpe recibido la noche anterior aún estuviera incrustado en su piel.

Entreabrió los ojos con dificultad, pero la hinchazón del lado izquierdo de su rostro apenas le permitió ver algo más que luces difusas y sombras moviéndose a su alrededor. Un sabor metálico inundaba su boca, era la sangre seca pero aún pegajosa en sus labios. Intentó moverse, pero su cuerpo protestó con un latigazo de dolor que lo obligó a soltar un quejido bajo, se llevó una mano temblorosa al costado, sintiendo el vendaje firmemente envuelto alrededor de su torso. 

Madam Pomfrey debía haber pasado la noche atendiéndolo.

—Quédate quieto, querido —la voz de Pomfrey lo sacó de su aturdimiento. Sintió su mano firme en su brazo, instándolo a no hacer movimientos bruscos—. Tienes varias costillas magulladas y un ojo completamente cerrado. No eres invencible, Malfoy, por mucho que lo pretendas.

Draco no tenía ánimos para discutir. En su estado, no podía hacer otra cosa más que asentir con desgana. Inspiró con dificultad y sintió el ardor en su costado, como si cada respiración fuera un castigo, Pomfrey chasqueó la lengua y tomó un frasco con un líquido color ámbar.

—Bebe esto —ordenó, sosteniéndole la nuca para ayudarlo a levantar la cabeza.

El líquido descendió por su garganta con una sensación abrasadora que lo hizo toser, sintió su estómago revolverse, pero después de unos segundos, el dolor en su pecho se redujo ligeramente. No desapareció por completo, pero al menos ya no se sentía como si su cuerpo estuviera a punto de colapsar.

Madam Pomfrey lo observó con una mirada severa, aunque en el fondo había un dejo de compasión.

—¿Qué te pasó? —preguntó en voz baja.

Draco desvió la mirada y no respondió de inmediato. Había aprendido a no mostrar debilidad, a no darles a los demás el placer de verlo suplicar. Si decía quiénes lo habían atacado, ¿qué cambiaría? Hogwarts entero creía que se merecía cada golpe, cada humillación. No habría justicia para él.

—Me caí —murmuró al final, con la voz áspera.

Pomfrey resopló con indignación y cruzó los brazos.

—No seas ridículo. Sé diferenciar una caída de una golpiza.

—¿Para qué preguntarlo, entonces? —su voz sonó más amarga de lo que pretendía.

La enfermera lo estudió por un momento, luego exhaló con resignación.

—Voy a hablar con la profesora McGonagall —declaró con firmeza, enderezando los hombros.

Draco apretó la mandíbula, sintiendo la tensión extenderse por su cuello y espalda.

—No —dijo de inmediato, su tono bajo pero cortante.

—Draco... —Pomfrey ladeó la cabeza, observándolo con atención, con esa paciencia que solo los sanadores parecían poseer.

—No servirá de nada —insistió con más firmeza. Se enderezó ligeramente, ignorando la punzada de dolor que recorrió su espalda—. ¿Qué hará? ¿Les dará una charla sobre cómo la violencia no es la respuesta? No me interesa la compasión de nadie, Pomfrey. Solo haga su trabajo.

La sanadora lo miró con una mezcla de frustración y tristeza, pero al final no insistió más. Sabía que Draco Malfoy nunca aceptaría ayuda que no hubiese pedido, sin embargo, su silencio no significaba que dejaría las cosas así.

—Deberías descansar unas horas más —dijo con tono neutral—. Avisaré a tu jefe de casa, le diré que te sentías mal.

Draco solo asintió, no tenía fuerzas para discutir más.

Cuando Madam Pomfrey se alejó, volvió a recostarse con cuidado, cerrando los ojos. El cansancio lo envolvió rápidamente, pero incluso en la inconsciencia, no pudo escapar de la sensación de estar atrapado en un lugar que lo odiaba, donde nadie lo ayudaría, donde su castigo parecía no tener fin.

★★★

Draco abrió los ojos con dificultad, su visión todavía estaba borrosa. La enfermería estaba silenciosa, con la luz de la mañana filtrándose por las ventanas altas.

—Estás despierto —dijo una voz con suavidad.

Draco giró la cabeza lentamente y vio a Blaise Zabini sentado a su lado. Su expresión era difícil de leer, una mezcla entre preocupación y rabia contenida.

—¿Qué demonios te pasó? —preguntó Blaise, cruzándose de brazos. Su tono era bajo, pero lleno de furia.

Draco suspiró y cerró los ojos por un momento, la verdad no tenía energía para responder.

—Me encontré con unos estudiantes de quinto año —dijo finalmente, con voz ronca.

—¿Te "encontraste" con ellos o te atacaron como cobardes? —replicó Blaise, apretando los dientes.

Draco desvió la mirada, sabía que Blaise estaba esperando una respuesta, pero no tenía ganas de hablar de ello. Todo en su cuerpo le dolía, y más allá del dolor físico, estaba el peso de la humillación, la impotencia de no haber podido defenderse, de haber sido reducido a nada sin siquiera tener la oportunidad de responder.

Blaise bufó, exasperado por el silencio de su amigo.

—¿Sabes qué es lo peor? —continuó con amargura—. Que nadie hará nada. Que esos idiotas seguirán caminando por los pasillos como si nada, como si estuvieran en su derecho de golpearte solo porque llevan un apellido menos manchado que el tuyo.

Draco tragó saliva, pero Blaise tenía razón, nadie iba a hacer nada. No había pruebas, no había testigos, y aunque los hubiera, ¿qué profesor tomaría partido por él? 

Hasta ese momento, lo único que había recibido en Hogwarts era vigilancia constante y desconfianza. No importaba que intentara mantenerse al margen, ni que estuviera cumpliendo las normas. Para todos, seguía siendo un Malfoy, un ex-mortífago.

—¿Madam Pomfrey dijo algo? —preguntó finalmente Draco, intentando ignorar la sensación de vacío en su pecho.

—Que deberías quedarte aquí al menos hasta la tarde. Pero ya sabes cómo eres, si decides irte antes, nadie podrá detenerte —respondió Blaise, mirándolo con seriedad—. Aunque, si me preguntas, deberías quedarte, no puedes ni pararte sin parecer que vas a desmayarte.

Draco presionó los labios en una línea tensa, no quería quedarse en la enfermería más tiempo del necesario. No soportaba la idea de que alguien más viera su estado y que los rumores comenzaran a correr, ya era suficiente con lo que había pasado en el Gran Comedor el primer día.

—No le digas nada a Pansy —murmuró después de un momento.

Blaise arqueó una ceja, pero no discutió.

—Haz lo que quieras —dijo con un suspiro—. Pero si te vuelves a cruzar con esos imbéciles, al menos dime quiénes son.

Draco no respondió. En su mente, las palabras de aquel chico resonaban una y otra vez: "Eso fue por mi padre". 

Y un nombre que no se atrevía a pronunciar flotó en sus pensamientos: Lucius Malfoy. Todo lo que había hecho, lo que su propia familia había causado... y ahora él estaba pagando por ello.

Pero ¿hasta cuándo?

Draco cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la almohada, aun no tenía respuesta para esa pregunta.

Horas más tarde, cuando por fin pudo salir de la enfermería, se volvió a encontrar con Blaise esperándolo en la entrada, con los brazos cruzados y una expresión de molestia en el rostro. Su postura era rígida, y sus ojos oscuros lo recorrieron de arriba abajo, analizando cada rastro de su reciente visita a la enfermería.

—Por Merlín, Draco. ¿Desde cuándo permites que te golpeen así? —su tono estaba cargado de frustración, pero también de preocupación contenida.

Draco suspiró pesadamente y comenzó a caminar sin molestarse en contestar. Su cuerpo aún dolía, cada paso le recordaba lo sucedido, pero no iba a darle más importancia de la que ya tenía.

Blaise lo siguió sin dudar.

—¿Vas a decirme qué pasó? —insistió, acelerando el paso hasta quedar a su lado.

—No —respondió Draco de forma tajante, con la mirada fija en el camino frente a él.

Blaise soltó un suspiro exasperado y pasó una mano por su rostro.

—¿Sabes que, si yo no te encontraba, Pansy habría organizado un escándalo? —Su tono era seco, pero tenía razón. Pansy no se caracterizaba por su sutileza, y menos cuando se trataba de Draco—. Estuviste toda la noche desaparecido.

Draco apretó los labios, sintiendo la irritación escalar dentro de él.

—No quiero que esto se haga más grande de lo que ya es, Blaise —dijo con un tono cortante—. Déjalo.

Blaise se detuvo de golpe y lo sujetó del brazo con firmeza, obligándolo a girar para enfrentarlo. Su agarre no era violento, pero sí lo suficientemente fuerte como para transmitir su seriedad.

—Draco, te dejaron en un estado deplorable —su voz se suavizó, pero su expresión se endureció—. Si vuelven a hacer algo así, un día te encontrarán inconsciente en algún pasillo.

Draco soltó su brazo con brusquedad, como si el contacto le quemara la piel.

—No va a pasar nada —dijo con frialdad, volviendo a caminar sin mirarlo.

Blaise exhaló, frustrado, y volvió a alcanzarlo en dos zancadas.

—¿Quién lo hizo? —preguntó sin rodeos, su voz baja pero firme.

—Nadie —respondió Draco de inmediato, sin vacilar.

Blaise chasqueó la lengua, impaciente.

—Draco... —su tono era una advertencia, un recordatorio de que no iba a dejarlo pasar.

—¡No quiero hablar de esto! —explotó él de repente, girándose para encararlo con los ojos encendidos de furia. Su respiración se aceleró, su pecho subía y bajaba con rapidez, y sus manos estaban cerradas en puños a sus costados—. Déjalo estar.

Blaise lo miró con frustración, pero al final suspiró. Draco cerró los ojos y también suspiró, porque no importaba cuánto intentara ignorarlo, algo dentro de él le decía que esto no había terminado.

Blaise se quedó en silencio, observando a Draco por un momento, vacilando entre decirle o no lo que pensaba. Pero, al final, era su amigo, y no podía dejarlo así, ni mucho menos permitir que se humillara frente a los demás. Así que, decidido, se acercó rápidamente y le agarró suavemente del brazo, deteniéndolo justo cuando estaba a punto de subir las escaleras.

—Ven conmigo —susurró.

Draco no discutió.

Cruzaron un pasillo en silencio, sus pasos resonando suavemente en la piedra fría. A su alrededor, el castillo parecía dormido, indiferente a lo que acababa de suceder. Finalmente, Blaise abrió la puerta de un aula solitaria y entraron, apenas la puerta se cerró detrás de ellos, el silencio se volvió más pesado.

Blaise sacó su varita y la hizo girar entre sus dedos con expresión pensativa, su mirada fija en Draco.

—No puedes estar así, Draco —dijo con voz firme.

Draco se apoyó contra la pared y suspiró, pasándose una mano por el rostro con cansancio.

—¿A qué te refieres? —preguntó, aunque sabía la respuesta.

Blaise lo miró con seriedad, cruzando los brazos.

—A que no puedes aparecer con la cara llena de moretones y esperar que nadie haga preguntas —su tono era seco, pero en su mirada había una preocupación evidente—. Tarde o temprano, alguien más se dará cuenta. Los chismes empezarán a aparecer, ya sabes.

Draco desvió la mirada hacia el suelo.

—No quiero que nadie lo sepa —murmuró.

Blaise exhaló con frustración y sacudió la cabeza.

—Entonces déjame encargarme.

Draco frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir?

Sin responder de inmediato, Blaise hizo un movimiento con su varita y sacó un pequeño frasco de su bolsillo. Lo agitó suavemente frente a Draco, su expresión tranquila, como si esto no fuera algo fuera de lo común.

—Tengo una poción que puedes usar, no sanará las heridas, pero eliminará cualquier rastro visible. Nadie notará los golpes. Ni Pansy, ni yo, absolutamente nadie.

Draco observó el frasco con cautela, su desconfianza natural emergiendo.

—¿Cómo sabes hacer eso? —preguntó con recelo.

Blaise sonrió de lado, una chispa de ironía en sus ojos oscuros.

—Creces en una familia como la mía y aprendes algunas cosas útiles.

Draco sostuvo su mirada por un momento, evaluando la situación. No le gustaba la idea de depender de algo así, pero tampoco quería seguir soportando las miradas inquisitivas.

—¿Dolerá? —preguntó, enarcando una ceja.

Blaise se encogió de hombros con indiferencia.

—Solo un poco.

Draco vaciló, pero al final asintió con una mueca de resignación.

Blaise destapó el frasco y vertió una pequeña cantidad de la poción sobre su rostro con movimientos cuidadosos. El líquido brilló un instante antes de expandirse sobre su piel, desvaneciéndose como si nunca hubiera estado ahí. Un frío extraño recorrió su rostro, seguido de un leve ardor en los lugares donde los golpes habían dejado huella.

Blaise conjuró un espejo con un simple movimiento de varita y lo inclinó hacia él.

—Mírate.

Draco obedeció.

Los moretones habían desaparecido. Su piel estaba impecable, sin una sola marca que delatara lo sucedido. Draco pasó los dedos por su mejilla, aun sintiendo el dolor en su interior, aunque la piel no lo reflejaba.

—Impresionante —murmuró.

—Asegúrate de no recibir otra paliza pronto —dijo Blaise, pasándole el frasco—. No es una poción que puedas usar todos los días sin que alguien se dé cuenta.

Draco asintió, aun mirando su reflejo.

Cuando regresaron a la sala común, la mayoría de los estudiantes de Slytherin estaban distraídos en sus propios asuntos. Algunos hablaban en grupos reducidos cerca del fuego, otros leían en los sillones de cuero oscuro o jugaban partidas de ajedrez mágico en las mesas de la esquina. Nadie parecía haber notado su ausencia, lo cual era un alivio.

Draco sintió el peso del cansancio acumulado en su cuerpo. Aunque su rostro ya no mostraba las huellas de la golpiza, el dolor seguía ahí, punzante en cada respiración. Se encaminó directamente a su dormitorio, sin decir nada más.

Cuando cerró la puerta tras de sí, se permitió soltar un suspiro pesado. Se dejó caer sobre su cama, quedándose un momento con la vista clavada en el dosel verde esmeralda sobre su cabeza. Quería dormir, olvidar lo ocurrido, pero su mente no se lo permitía. Cada vez que cerraba los ojos, revivía los puños impactando contra su cuerpo, las palabras llenas de odio de esos estudiantes, la impotencia de no haber podido defenderse.

Se incorporó con esfuerzo y se acercó al pequeño escritorio junto a su cama. La vela iluminaba con una luz tenue los pergaminos apilados, las plumas y la tinta. Tomó su varita—o al menos intentó hacerlo.

El vacío en su mano fue un recordatorio cruel.

La varita no estaba ahí porque ya no podía tenerla. Porque cada día tenía que recibirla de los profesores y devolverla después de clases como si fuera un niño incapaz de controlarse. Su mandíbula se tensó. Se sentía desnudo sin ella, indefenso. 

Si la hubiera tenido, ¿las cosas habrían sido distintas?

La respuesta estaba clara. Aunque la tuviera, no podría haberla usado. Cualquier indicio de un posible ataque de su parte a unos estudiantes lo hubiese devuelto a la celda en el ministerio.

Su puño se cerró con fuerza sobre la superficie del escritorio.

Se quedó así por un largo rato, sintiendo cómo la rabia, la frustración y la impotencia se enredaban dentro de él. Hasta que, finalmente, se dejó caer nuevamente sobre la cama. 

Sabía que Blaise tenía razón, no podía seguir así, si alguien más se enteraba, los profesores intervendrían, las cosas se complicarían y, lo peor de todo, demostraría que estaba débil. Y si algo había aprendido en todos sus años en Slytherin, era que la debilidad era un lujo que no podía permitirse.

★★★

Lo que vino después no fue distinto: la misma pesadez de siempre, solo que esta vez con la vergüenza encima.

Las clases pasaban entre susurros y miradas poco disimuladas. Cada vez que entraba a un aula, sentía los ojos sobre él, analizando, juzgando. Los profesores, aunque no decían nada, parecían observarlo con cautela, como si esperaran que en cualquier momento cometiera un error.

El dolor físico de la golpiza fue desapareciendo, pero el vacío que dejó en su interior seguía intacto. No se atrevía a decirlo en voz alta, pero había empezado a notar algo: el miedo.

Los estudiantes de primero y segundo lo miraban con una mezcla de curiosidad y recelo, algunos hasta con burla, creyéndose con derecho a menospreciarlo. Los de octavo año simplemente lo ignoraban. Y luego estaban aquellos que lo miraban como si quisieran terminar lo que esos tres habían empezado.

Blaise, aunque no insistió en hablar del tema, se mostró más atento a su alrededor de lo habitual. Pansy seguía ajena a todo, y Draco esperaba que así continuara, pero Blaise tenía ese molesto hábito de aparecer siempre que él estaba solo, como si esperara que algo volviera a suceder. Era como si estuviera constantemente al acecho, midiendo cada gesto y palabra, lo que solo aumentaba la incomodidad de Draco y lo hacía sentir... débil.

Así que una noche sentado en su cama mientras reflexionaba los sucesos de las últimas 3 semanas, se había dado cuenta de algo: No podía seguir esperando a que las cosas mejoraran por sí solas; si quería recuperar algo de control sobre su vida, tendría que hacer algo al respecto.

Lo primero era poder entrenar; todos los estudiantes podían practicar hechizos cuando lo desearan, pero él no. Eso lo ponía en una gran desventaja, especialmente en sus estudios y para prepararse para los EXTASIS. Necesitaba entrenar, mejorar, aprender nuevos hechizos, y eso significaba recuperar su varita.

Draco sabía que no sería fácil, pero no podía seguir siendo una sombra de lo que había sido, ni depender de que sus amigos le prestaran sus varitas cada vez que quería hacer magia. Necesitaba algo más que acciones de caridad; necesitaba recuperar su poder.

Así que una tarde, después de clases, Draco se acercó al escritorio del profesor Flitwick con pasos medidos, cuidando cada movimiento.

—¿Podría concederme un poco de tiempo extra para practicar? —preguntó, manteniendo la voz lo más neutra posible, aunque la tensión en sus hombros lo delataba.

El pequeño profesor alzó la vista, observándolo con curiosidad desde su asiento. Sus ojos brillaban con una mezcla de interés y cautela.

—El uso de la varita fuera de clases está restringido para usted, señor Malfoy —respondió con suavidad, pero con firmeza.

Draco asintió de inmediato, intentando no mostrar frustración.

—Lo sé. Pero necesito mejorar, si al menos pudiera practicar bajo supervisión... —Su tono era controlado, pero había un matiz de urgencia en sus palabras.

Flitwick entrecerró los ojos y tamborileó los dedos sobre la superficie de su escritorio, pensativo.

—Mmm... hablaré con la profesora McGonagall —dijo finalmente, sin apartar la mirada de Draco—. No puedo prometer nada, pero lo consideraré.

Draco agradeció con una leve inclinación de cabeza y salió del aula sin decir más.

★★★

Draco se despertó con el mismo peso en el pecho que lo había acompañado toda la noche. Aunque intentó concentrarse en sus clases, la sensación de que algo estaba a punto de salir mal lo perseguía como una sombra. Así que, cuando recibió la nota de la profesora McGonagall citándolo en su despacho después de la última clase, sintió una punzada de inquietud en el estómago.

Mientras caminaba por los pasillos de piedra en dirección a la oficina de la directora, no podía evitar preguntarse qué decisión tomaría. Sabía que su petición no era sencilla, porque a fin de cuentas fue el propio ministerio que impuso las restricciones sobre el uso de su varita, después de todo lo que había sucedido el año anterior.

Pero era absurdo. Él ya no era un niño y, sobre todo, no era una maldita amenaza.

Si quería recuperar el derecho a practicar en igualdad de condiciones de los demás, necesitaba demostrar que era capaz de manejar su magia con responsabilidad y control, demostrar que no era una amenaza. Tenía que probar que, además de ser un buen estudiante, podía ser una buena persona. 

Algo que, por supuesto, no sería fácil.

Llegó a la gárgola de piedra que custodiaba la entrada y pronunció la contraseña que le habían indicado en la nota. La estatua se apartó con un leve crujido, revelando la escalera de caracol que lo llevó hasta la puerta de la oficina. Respiró hondo y tocó dos veces antes de escuchar la voz de McGonagall llamándolo.

Al entrar, la vio sentada tras su gran escritorio de madera oscura, rodeada de estantes llenos de libros y retratos de antiguos directores que lo observaban con curiosidad desde sus marcos. La directora estaba revisando unos pergaminos, pero cuando él se acercó, los dejó a un lado y le indicó con un gesto que tomara asiento.

—El Profesor Flitwick me informó que has solicitado tiempo extra para practicar hechizos —dijo sin rodeos, entrelazando los dedos sobre la mesa—. Me gustaría entender por qué.

Draco sostuvo su mirada, procurando mostrarse tranquilo.

—Estoy en desventaja en comparación con los demás estudiantes. Ellos pueden practicar hechizos cuando lo deseen, pero yo solo puedo hacerlo durante las clases, esto podría afectar mi rendimiento académico.

McGonagall asintió lentamente, evaluándolo.

—Lo sé, Malfoy. También lo consideré cuando el Ministerio impuso la restricción sobre tu varita. Para mí, el rendimiento de mis estudiantes es fundamental, entiendo perfectamente que la posibilidad de practicar fuera de las clases es crucial para el desarrollo de cualquier mago. El hecho de no poder hacerlo, como el resto de los estudiantes, pone una barrera clara a tu progreso. Por eso hablé con ellos al respecto, y esta mañana recibí su respuesta. —dijo sin preámbulos—. Han considerado la solicitud, y han decidido que, bajo ciertas condiciones, usted podrá practicar con su varita en horarios extracurriculares.

Draco sintió un leve alivio, pero se forzó a no mostrarlo.

—¿Qué condiciones?

La directora lo observó con seriedad.

—El ministerio sigue considerando que usted representa un riesgo, señor Malfoy.

La rabia le quemó la garganta, pero no interrumpió.

—Si bien no hay pruebas oficiales de que haya usado maldiciones imperdonables durante la guerra, tampoco hay garantías de que no lo haga en el futuro —continuó McGonagall—. Temen que, si le devuelven su libertad mágica sin supervisión, un día pierda el control... y ataque a alguien.

Draco apretó los dientes.

—No soy un asesino.

McGonagall mantuvo su mirada firme.

—No. Pero entiéndalo, señor Malfoy: el ministerio no decidió traerlo aquí solo para demostrar que puede hacer magia correctamente. Está aquí para probar que no es un peligro.

Draco sintió un nudo de frustración en el pecho.

—¿Cómo quieren que lo demuestre? ¿qué condiciones me pondrán?

McGonagall respiró hondo antes de responder.

—He hablado con el ministerio y he conseguido que le permitan un tiempo extra para practicar. Durante todo el periodo académico, podrá practicar con su varita, pero solo bajo la supervisión de un mago con la experiencia suficiente para evaluar su control.

Draco frunció el ceño.

—¿Un profesor?

—No exactamente, es un estudiante, alguien que tenga experiencia suficiente para defenderse si lo amerita las circunstancias, y que, además, pueda garantizar que su entrenamiento se lleve a cabo con disciplina.

Draco sintió una punzada de incomodidad, no le gustaba la idea de tener a alguien vigilándolo.

—¿Quién será esa persona entonces?

McGonagall no respondió de inmediato. En lugar de eso, dirigió su mirada hacia la puerta detrás de él.

Draco escuchó el sonido de unos pasos y, cuando giró la cabeza, sintió que la sangre se le helaba: Harry Potter estaba de pie en el umbral de la puerta. Vestía el uniforme de Gryffindor, con la corbata ligeramente suelta y la varita guardada en el cinturón. Su expresión era neutra, aunque en sus ojos verdes se reflejaba un leve destello de sorpresa y quizás algo de diversión.

Draco sintió cómo la indignación le subía por la garganta.

—¿Él?

McGonagall se acomodó las gafas sobre el puente de la nariz, sin alterarse ante su reacción.

—El ministerio cree que Harry Potter es la mejor opción para supervisar su entrenamiento.

Draco sintió cómo los músculos de su mandíbula se tensaban. ¿McGonagall realmente esperaba que aceptara esto?

—Profesora, debe haber otra opción —insistió, esforzándose por mantener la compostura.

—No la hay —replicó ella con firmeza—. Potter no solo es un mago altamente capacitado, sino que ha demostrado que sabe manejar situaciones de alto riesgo. Lideró el Ejército de Dumbledore cuando solo era un estudiante, enfrentó a los mortífagos en batalla y sobrevivió a la guerra.

Draco sintió que la rabia le hervía en la sangre.

—¿Y qué? ¿Se supone que eso lo convierte en mi carcelero?

McGonagall suspiró con paciencia.

—Se supone que eso lo convierte en alguien capaz de manejar la situación. De evaluar si usted realmente ha cambiado, o si sigue siendo el mismo joven impulsivo que intentó asesinar a un hombre desarmado en su sexto año.

El estómago de Draco se hundió.

—Eso fue...

—Una guerra —lo interrumpió McGonagall, su voz más suave pero igual de firme—. Lo sé. Pero el ministerio no lo ve así.

Draco cerró los ojos con fuerza, sintiendo la humillación arrastrarse por su pecho como una serpiente fría.

—¿Y si me niego?

McGonagall se inclinó ligeramente hacia adelante.

—Si se niega, las cosas seguirán igual. Solo podrá hacer uso de su varita en clases.

Draco sintió que la furia le oprimía los pulmones, pero no permitió que su cuerpo la expresara. O era eso, o quedar como inferior frente a los demás cuando presentara sus exámenes.

—¿Cuándo empiezo? —preguntó con voz áspera.

McGonagall relajó ligeramente los hombros, como si hubiera esperado más resistencia.

—Martes y jueves por la tarde. Se que ambos son lo suficientemente maduros como para dejar de lado las diferencias y enfocarse en lo que realmente importa. Malfoy, si de verdad quieres recuperar tu derecho a usar la varita, aceptarás este entrenamiento. Y Harry, espero que seas un instructor paciente.

Harry simplemente asintió.

Draco apretó los dientes. Sabía que, si rechazaba la oferta, perdería la oportunidad de entrenar y, por mucho que odiara la idea de que Potter fuera su tutor, tenía que admitir que era un duelista excepcional, no por nada había vencido a Voldemort.

Finalmente, dejó escapar un suspiro y asintió con rigidez.

—Está bien.

McGonagall pareció satisfecha.

—Perfecto, comenzarán el próximo martes en el aula de prácticas de Defensa Contra las Artes Oscuras. Ustedes mismos organizaran los horarios para practicar con todas las asignaturas ¡Ah! Y no quiero problemas entre ustedes. ¿Entendido?

—Sí, directora —murmuraron ambos, aunque Draco apenas pudo pronunciar la palabra.

Draco se giró para irse, pero antes de que llegara a la puerta, la voz de la directora lo detuvo.

—Señor Malfoy.

Se volvió con impaciencia, McGonagall lo miró con intensidad.

—Sé que esto no es lo que usted quiere. Pero es su única oportunidad para demostrar que el ministerio está equivocado. Aprovéchela.

Draco no respondió, salió de la oficina sin mirar atrás, sintiendo cómo el retrato de Dumbledore lo observaba en silencio.

Cuando salieron del despacho, la incomodidad entre ellos era casi palpable. Caminaron en silencio por los pasillos, sin mirarse. Finalmente, cuando estuvieron a punto de tomar caminos separados, Harry se detuvo abruptamente, Draco, que ya había dado un paso en la dirección opuesta, se obligó a girar con impaciencia, arqueando una ceja.

—No te preocupes, Malfoy. No voy a hacer esto más insoportable de lo que ya es para los dos —dijo Potter con un tono sorprendentemente tranquilo.

Draco bufó, cruzándose de brazos.

—Eso lo dudo —respondió, su mirada afilada.

Harry esbozó una leve sonrisa, ese gesto despreocupado que Draco encontraba irritante.

—Mira el lado positivo. No tendré que soportarte más de dos veces por semana.

Draco entrecerró los ojos y le dirigió una mirada mordaz, su mandíbula tensándose.

—Ni un minuto más de lo necesario, Potter. Esto será un infierno.

Harry sostuvo su mirada por un momento y su sonrisa se amplió apenas, casi desafiante.

—Para mí también, Malfoy. Para mí también.

Dejó escapar una risa breve antes de girarse y marcharse por el pasillo, sus pasos resonando con naturalidad. Draco lo observó irse, sintiendo una mezcla de molestia y resignación asentándose en su pecho; como si ya supiera que, de alguna manera, esto iba a ser más complicado de lo que ambos estaban dispuestos a admitir.

★★★

El martes amaneció con un cielo plomizo y opresivo, como si hasta el clima se empeñara en recordarle a Draco Malfoy que su vida era, en ese momento, un asco absoluto.

Se vistió en silencio en el baño de su habitación, con movimientos torpes y bruscos. Cada botón que cerraba en su camisa blanca le parecía un pequeño recordatorio de su humillación. Ajustó la corbata con fuerza, casi ahogándose, pero no le importó. Era mejor sentir rabia que lástima por sí mismo.

El horario estaba arrugado sobre su mesa de noche, pero Draco no necesitaba mirarlo para saber lo que le esperaba: a las cinco en punto, su primera sesión de "entrenamiento supervisado" en el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Se miró en el espejo y apenas reconoció al chico que le devolvió la mirada. Ojeras, piel pálida, y esa expresión permanentemente tensa, como si estuviera a punto de estallar.

«Ni que hubiera sido el maldito Señor Oscuro», pensó con amargura, terminando de ponerse la túnica negra sobre el uniforme.

Que lo trataran como a un monstruo le resultaba tan absurdo que casi daba risa. Casi.

La rabia burbujeaba bajo su piel mientras recordaba que ni siquiera podía tocar su varita sin permiso. La tenían guardada bajo llave en el despacho de McGonagall, y solo los profesores —y ahora Potter— podían tener acceso a ella, era casi como si pensaran que en cualquier momento se fuese a escabullir dentro de la oficina, porque había amanecido con deseos de atacar a alguien en un pasillo.

Humillante.

Como si no hubiera sido ya suficiente humillación haber acabado en la enfermería unas semanas atrás, después de que ese grupo de imbéciles de Gryffindor decidiera hacer justicia por mano propia y lo golpeara hasta dejarlo inconsciente.

Apretó los puños con fuerza al pensar en ello. Nunca habría verdaderas consecuencias para esos idiotas así lo confesara: tal vez algunos castigos menores, palabras de advertencia, y nada más; ya que seguro todos pensarían que lo que le había pasado era culpa suya por ser quien era... por lo que había sido.

Solo esperaba no volviera a repetirse algo así, ansiaba que hubiesen tenido suficiente con esa golpiza. Aunque internamente sabía que solo estaba tratando de engañarse.

Volvería a por él.

Estaba débil, sin poder, sin varita.

Era un blanco fácil para cualquiera.

Y ahora, encima de todo, tenía que soportar a Potter dos veces por semana, fingiendo que esto era una oportunidad de redimirse y no una maldita humillación pública.

Recogió su mochila —prácticamente vacía, no necesitaba libros para que Potter jugara a ser su tutor— y salió de su dormitorio. Cada paso hacia el aula le pesaba, como cuando tenía que reunir las fuerzas para ir a la oficina del Señor Tenebroso porque este tenía deseos de desquitarse por los fallos de su padre con él.

El aula de Defensa le parecía más lúgubre que nunca. Tal vez porque, por primera vez en mucho tiempo, no venía como un estudiante normal, sino como un "caso especial", como un problema. Como alguien que necesitaba ser corregido.

Draco inspiró hondo antes de llegar, tenía que mantener el porte. No pensaba darle a Potter, ni a nadie, la satisfacción de verlo tambalearse.

No pensaba mostrar ni un centímetro de debilidad.

Al menos siempre y cuando pudiera.

Cuando Draco empujó la puerta del aula de Defensa, el chirrido de las bisagras sonó más fuerte de lo normal, anunciando innecesariamente su llegada.

El aula estaba casi vacía. Las mesas habían sido arrinconadas contra las paredes, dejando un amplio espacio en el centro, como si fuera un escenario ridículo montado especialmente para exhibir su desgracia.

Y, por supuesto, Potter ya estaba ahí.

De pie cerca del escritorio del profesor, Harry tenía la varita en una mano y una carpeta mugrienta en la otra, como si de verdad fuera a hacerle un informe sobre su rendimiento. Llevaba el uniforme algo desordenado —como siempre—, la corbata floja y el cabello rebelde apuntando en todas direcciones. Era irritante lo natural que se veía, como si no tuviera idea del peso que significaba para Draco tener que presentarse allí.

El rubio se detuvo en la entrada, tensando la mandíbula. No pensaba ser el primero en hablar, no iba a darle ese placer a Potter.

Harry alzó la vista y, durante un segundo, Draco juraría que vio una chispa incómoda en sus ojos verdes. Como si incluso él supiera que aquello era absurdo. Pero si lo pensaba, no lo dijo.

—Llegas puntual —comentó Harry, dejando la carpeta sobre la mesa. No había rastro de burla en su tono, pero Draco la percibió igual. Sentía que, de alguna forma, todo en esa situación era un insulto encubierto.

Draco alzó una ceja, con la expresión fría que había perfeccionado durante años.

—No tenía nada mejor que hacer —replicó, cruzándose de brazos con aire despreocupado.

El silencio que siguió fue tenso. Harry se pasó una mano por el cabello, incómodo, y Draco no perdió detalle de ese pequeño gesto. No era una postura de autoridad, era... torpeza.

—Bueno... —Harry carraspeó, claramente intentando sonar profesional—. Supongo que deberíamos empezar.

Draco apenas asintió. Avanzó unos pasos, con la túnica ondeando detrás de él, y se detuvo en el centro del aula. El espacio se le hacía demasiado abierto, demasiado expuesto.

Harry abrió un cajón del escritorio y sacó algo: la varita de Draco. Su varita. La reconoció al instante: la madera oscura, el grabado en el mango, las pequeñas imperfecciones que solo él notaba.

Harry la sostuvo un momento, mirándola como si pesara más de lo que parecía. Luego caminó hacia Draco con pasos lentos, hasta que solo los separaban un par de metros.

—Tienes que devolvérmela cuando terminemos —dijo Harry, ofreciéndosela en un gesto que, a los ojos de Draco, parecía más una concesión que un acto de confianza.

Draco no respondió. Alargó la mano y tomó la varita con un movimiento rápido, casi arrebatándola. Adoraba la sensación de la madera familiar entre sus dedos cada vez que se la entregaban y odiaba la sensación de perdida cuando se veía obligado a devolverla.

Se obligó a mantener el rostro impasible mientras Harry retrocedía un paso, como dándole espacio. Como si esperara que Draco explotara en cualquier momento.

—Empezaremos con algo sencillo —anunció Harry, sacando su propia varita—. Solo... hechizos de defensa básicos, para entrar en calor.

Draco alzó su varita lentamente, marcando cada movimiento. Si Potter esperaba que agradeciera algo, podía esperar sentado.

—¿Qué pasa, Potter? —soltó, con una sonrisa cortante— ¿Tienes miedo de que te lance la maldición asesina en la primera sesión?

Harry soltó una risa breve, seca, pero no contestó al instante. Hubo un destello extraño en sus ojos, uno que Draco no supo identificar. No era odio, no era burla. Era algo más raro, más molesto.

—Si fueras a hacerlo, no estarías aquí —replicó finalmente Harry, con una tranquilidad que a Draco le resultó aún más irritante.

Harry le miro directamente a los ojos, dubitativo, como si recordara que antes de lanzarse a los hechizos había un protocolo que debía seguir. Draco, sin bajar la guardia, alzó una ceja, claramente impaciente.

—Antes de empezar —dijo Harry, sin dejar de mirarlo—, necesito explicarte cómo vamos a trabajar.

Draco se cruzó de brazos de nuevo, su varita descansando a su costado. No respondió, pero su postura dejaba claro que estaba escuchando solo porque no le quedaba otra opción.

—El Ministerio fue muy claro —continuó Harry, con ese tono firme que usaba cuando explicaba algo—. Te autorizaron dos horas, dos veces a la semana para practicar con tu varita para las asignaturas de este año que lo requieran... pero solo bajo supervisión dentro del aula.

Draco soltó un bufido, rodando los ojos. Era un trato humillante, como si fuera un niño pequeño al que había que vigilar para que no se tragara la varita accidentalmente.

—Genial —masculló, sarcástico—. ¿Vas a apuntarlo todo en esa carpeta mugrienta también? ¿Tipo: "Malfoy conjuró un hechizo sin matar a nadie"?

Harry ignoró el comentario, como si ya hubiera decidido que pelear con Draco no valía la pena.

—Para esas materias —siguió, imperturbable—, yo solo voy a supervisar. Vas a practicar como el resto de los estudiantes, pero bajo vigilancia directa, nada más.

Draco soltó una risa seca.

—Vaya, Potter. Ni que fuera un privilegio tenerte mirándome por encima del hombro —dijo, en un tono cargado de sarcasmo. Luego añadió, casi con desprecio—. Y no te esfuerces demasiado, ya he notado por tus notas que tu talento no está precisamente en los Encantamientos.

Harry entrecerró los ojos un instante, pero se contuvo. Se notaba que se había preparado para lidiar con los ataques de Draco.

—Mi fuerte es Defensa Contra las Artes Oscuras —replicó con calma—. Así que en esta asignatura sí vamos a trabajar de verdad.

Draco apretó la mandíbula. Claro, perfecto. Potter brillando en lo único que le interesaba: salvar el mundo. Otra vez.

Harry continuó:

—La prioridad —dijo, usando palabras que claramente no eran suyas, sino sacadas directamente del Ministerio— es que aprendas a defenderte, no a atacar. Quieren asegurarse de que sabes protegerte si llegas a verte en una situación peligrosa... pero que no vas a usar la magia para agredir a nadie.

El veneno que Draco sentía en la garganta casi lo ahogó. Era patético que creyeran que él era una amenaza, como si fuera a perder el control en cualquier momento.

Harry dio un paso hacia atrás, levantando su varita en posición inicial.

—Así que... los entrenamientos en esta materia serán solo defensa. Escudos, desvíos, contraconjuros. Nada ofensivo, nada letal. —Harry dejó escapar una breve exhalación—. Podrás usar hechizos básicos de ataque, nada más.

Draco giró su varita entre los dedos, moviéndola con una soltura natural que dejaba claro que, aunque lo vigilaran, él seguía sintiendo que la magia era parte de él, no algo de lo que pudiera deshacerse.

—Defenderme, no atacar —repitió Draco, con una sonrisa ladina—. Muy bien, Potter. Prometo no matarte en nuestra primera cita.

Harry frunció los labios como si luchara por no sonreír, pero no cayó en la provocación.

—Veremos cuánto duras sin intentarlo —respondió, en un tono neutro, alzando la varita en señal de que el entrenamiento, ahora sí, iba a comenzar.

Draco se colocó de lado, en posición de duelo, la varita alzada a la altura de su pecho, los ojos fijos en Harry.

Harry también adoptó una postura formal —bastante decente para alguien que siempre había sido más instintivo que técnico—, y durante un segundo, Draco sintió una punzada extraña en el estómago. Una mezcla incómoda de reconocimiento y fastidio, Potter no era exactamente torpe cuando se concentraba. 

Y lucía peligrosamente... competente.

Sacudió la cabeza mentalmente, irritado consigo mismo. No estaba allí para admirar nada, solo tenía que sobrevivir a la sesión sin romperle la nariz a su tutor improvisado.

—Cuando quieras, Malfoy —dijo Harry, con una inclinación leve de la cabeza. No había arrogancia en su voz. Solo... paciencia, como si de verdad quisiera que esto saliera bien.

Draco apretó los dedos alrededor de la varita. Sentía la magia vibrar bajo su piel, ansiosa por liberarse. Hacía demasiado que no lanzaba un hechizo de verdad.

Se permitió una pequeña sonrisa torcida.

—No te arrepientas después, Potter.

El primer hechizo voló en el aire antes de que terminara de hablar. Un Expelliarmus rápido, afilado, directo. Harry levantó su varita en el último segundo, conjurando un Protego sólido que desvió el ataque hacia el techo. Un pequeño chasquido resonó cuando el rayo de luz roja impactó en las piedras.

Draco se movió de inmediato, lanzando un Flipendo bajo, apuntando a las piernas de Potter. Harry esquivó con agilidad, retrocediendo dos pasos sin perder el equilibrio.

La varita de Harry se movía con fluidez. No era la técnica estricta de un duelista formal, sino algo más salvaje, improvisado, pero eficaz. Draco lo notó, a su pesar. Era como ver una tormenta contenida: desordenada, sí, pero poderosamente efectiva.

Draco frunció el ceño, lanzando otro hechizo, un Impedimenta esta vez, midiendo la fuerza para que no fuera demasiado agresivo. La varita de Potter brilló de nuevo con un contrahechizo rápido, anulando el ataque a medio camino.

Durante unos segundos, se midieron sin hablar, sus respiraciones agitadas llenando el aula vacía.

Draco sentía su corazón martilleándole en el pecho, no solo por el esfuerzo, sino por una irritante conciencia de cada pequeño detalle de Harry. Cómo se le desordenaba el cabello con cada movimiento brusco, cómo los lentes se deslizaban apenas sobre su nariz antes de que, con un movimiento automático, los acomodara sin dejar de vigilarlo.

Era ridículo fijarse en eso. Estúpido.

Se obligó a enfocar la mirada en el siguiente hechizo, pero la molestia interna no se disipaba. Como si algo en su interior se hubiera encendido sin permiso, algo que no debía estar ahí.

Harry alzó su varita de nuevo. Esta vez, fue él quien atacó: un Stupefy limpio, dirigido al torso. Draco lo desvió en el último instante, el rayo rojo zumbando peligrosamente cerca de su oreja.

La tensión entre los dos era espesa, densa, pero no de odio. No exactamente. Era otra cosa, una competencia muda, una batalla de voluntades.

Draco lanzó un hechizo defensivo más por instinto que por estrategia, y Harry soltó una leve carcajada al esquivarlo, no burlona, sino ligera, como si disfrutara de la pelea.

—Vas mejor de lo que esperaba —dijo Harry, girando ágilmente para prepararse para el siguiente ataque.

Draco entrecerró los ojos.

—No me hagas cumplidos, Potter —espetó, pero había un calor sordo en su estómago que no lograba ignorar. Una parte de él —una parte pequeña, despreciable— quería escuchar más.

Sintiéndose más furioso consigo mismo que con su oponente, Draco apretó los dientes y redobló su ataque.

El sonido de los hechizos rebotando en las paredes fue disminuyendo poco a poco. El sudor le perlaba la frente, y sentía los músculos de los brazos entumecidos de tanto sostener la varita, pero Draco mantenía la postura, negándose a ceder primero.

Su respiración era irregular, agitada. Cada inhalación quemaba en su pecho, y notaba un leve temblor en sus dedos, un temblor que maldijo en silencio. No estaba acostumbrado a gastar tanta energía sin descanso y mucho menos después de meses sin usar magia libremente y de haber recibido una golpiza de semejante magnitud hace un par de días.

Frente a él, Harry bajó la varita con un gesto sereno. Solo entonces Draco reparó en el hecho de que Potter apenas parecía cansado. Estaba despeinado, sí, y tenía la camisa ligeramente arrugada, pero se mantenía firme, respirando algo más rápido de lo normal, aunque sin señales evidentes de agotamiento.

Draco apretó los dientes, sintiendo cómo la irritación se mezclaba con un resentimiento ácido en su garganta.

Harry no dijo nada al principio. Se limitó a observarlo, como evaluándolo en silencio. No de manera humillante, no con burla —lo cual era, de alguna manera, peor—. Era esa mirada paciente, casi comprensiva, la que más lo molestaba.

—Creo que es suficiente por hoy —dijo Harry finalmente, con calma.

Draco enderezó la espalda de inmediato, obligándose a ignorar el pinchazo de dolor en su hombro. No quería, bajo ninguna circunstancia, parecer que necesitaba esa tregua.

—¿Rindiéndote ya, Potter? —soltó, con una media sonrisa torcida, aunque la voz le salió más áspera de lo que habría querido.

Harry ladeó un poco la cabeza, como si entendiera exactamente lo que Draco estaba haciendo. No cayó en la provocación, solo guardó su varita en el bolsillo interior de la túnica.

—No quiero que te mates en la primera sesión —respondió, sin perder ese tono neutro, casi cuidadoso.

Draco bajó la varita más despacio de lo necesario, resistiéndose hasta el último segundo. Cada fibra de su cuerpo pedía sentarse, respirar, rendirse, pero su orgullo era más fuerte.

Se pasó una mano rápida por el cabello para apartarlo de la frente sudorosa, fingiendo indiferencia.

El aula de Defensa parecía más grande ahora, vacía de hechizos flotando, pero cargada de un silencio tenso. Harry lo seguía mirando de esa forma molesta, sin juicio pero con atención, como si realmente le importara que Draco se desplomara de agotamiento ahí mismo.

El rubio desvió la mirada hacia una de las ventanas, luchando contra el impulso de tambalearse. El aire de otoño se filtraba por las rendijas, fresco y cortante. Se obligó a respirar más despacio.

—La próxima vez —añadió Harry, como si el cansancio de Draco no fuera un tema que valiera la pena mencionar— trabajaremos con contrahechizos más avanzados. Y tal vez incorporemos algo de defensa física, por si no puedes usar magia en una situación real.

Draco soltó una carcajada seca, breve.

—¿Vas a enseñarme a pelear como un muggle también? ¿Qué sigue, Potter? ¿Clases de boxeo en la sala común?

Harry sonrió apenas, esa sonrisa pequeña que apenas curvaba sus labios, pero que por alguna razón captó toda la atención de Draco.

Algo en su pecho dio un salto absurdo.

—Quién sabe, Malfoy. —La voz de Harry sonó tranquila, casi divertida—. Tal vez te sorprendas de lo útil que puede ser saber lanzar un buen puñetazo.

Draco chasqueó la lengua, fastidiado, mientras le entregaba la varita a Potter con movimientos tensos.

No respondió, pero internamente él pensaba en el hecho de que, si hubiese sabido "lanzar un buen puñetazo" en aquel momento, le podría haber servido para al menos no acabar tan mal como los moretones ocultos bajo la poción lo indicaban.

Se dirigió hacia la puerta con pasos firmes, ignorando la quemazón en sus piernas. Sentía que si se quedaba un segundo más, su cuerpo lo traicionaría, delatando el agotamiento que había jurado no mostrar.

A su espalda, escuchó la voz de Harry, ya más seria:

—Buen trabajo, Malfoy. Nos vemos el jueves.

Draco no se giró. Solo levantó una mano en el aire en un gesto ambiguo —un adiós, un "vete al infierno", o ambas cosas—, y salió del aula sin mirar atrás, con el corazón latiéndole demasiado rápido, y un nudo incómodo en el estómago que no tenía nada que ver con el cansancio.

El pasillo estaba vacío, salvo por algún que otro eco lejano de voces en las escaleras. Draco caminaba rápido, sin mirar a nadie, con la túnica aún pegada a la piel por el sudor seco.

Cada paso resonaba en las piedras, y con cada uno de ellos sentía el peso de la sesión cayéndole encima. No solo el cansancio físico —ese ya lo tenía grabado en los músculos—, sino la otra parte, la irritante, la que no podía explicar sin sentirse un completo idiota.

¿Por qué demonios había tenido que fijarse en los malditos detalles? En cómo Potter sonreía, en cómo se movía, en cómo lo miraba como si... como si de verdad le importara si él se cansaba o no.

Draco apretó los puños dentro de los bolsillos de la túnica, reprimiendo un gruñido.

Estúpido, estúpido, estúpido.

Se detuvo un segundo frente a una de las ventanas altas del pasillo, observando el cielo oscuro de la noche. La brisa fría le golpeó la cara, y por un instante cerró los ojos, respirando hondo.

Había sido patético. Quedarse sin aliento, permitir que Potter lo viera agotado, dejar que lo felicitara como si fuera... un buen chico que había hecho los deberes.

Y, peor aún, permitir que esa sonrisa se le clavara en algún lugar jodidamente blando de su pecho.

Se obligó a abrir los ojos de nuevo y seguir caminando. No iba a pensar más en eso, no iba a darle poder a Potter ni en su mente. Ya bastante lo tenía que soportar dos veces por semana.

Cuando finalmente llegó a su habitación, cerró la puerta de golpe y se dejó caer sobre la cama, mirando al techo. El cansancio lo alcanzó de golpe, cerró los ojos, dejando que la respiración se le hiciera pesada.

El rostro de Potter apareció en su mente de inmediato, como un reflejo maldito que no podía evitar. Los ojos verdes, la expresión seria, el cabello revuelto. Draco chasqueó la lengua, molesto.

—Al diablo contigo, Potter —murmuró para sí mismo, dándose la vuelta en la cama.

Pero el eco de esa sonrisa no se disipó tan fácilmente.

★★★

 

—𝓉𝒶𝓉𝓉

 

Chapter 4: 𝑰𝑰𝑰

Chapter Text

★★★

En un parpadeo llegó el jueves.

Cuando Draco entró en la sala de entrenamiento, Potter ya estaba ahí, de pie en el centro del lugar, con los brazos cruzados sobre el pecho. La luz de las antorchas arrojaba sombras sobre su rostro, dándole un aire de intensidad que Draco prefería no analizar demasiado.

—Llegas tarde —comentó Harry sin rastro de molestia en su tono, pero con una ceja levemente arqueada.

Draco se detuvo y alzó una ceja con indiferencia. —Cinco minutos no es llegar tarde.

Harry se encogió de hombros con una sonrisa apenas perceptible.

—Para McGonagall lo es.

Draco resopló y recibió su varita con un gesto impaciente.

—¿Vamos a empezar o planeas seguir dándome sermones?

Potter lo observó por un segundo antes de sonreír de lado, esa maldita media sonrisa que hacía que algo en el estómago de Draco se retorciera.

—Hoy vamos a centrarnos en los hechizos de defensa que hemos visto en clase. Nada de atacar, solo defensa, quiero ver cómo manejas los hechizos sin devolver el golpe.

—¿Defensa? —preguntó con escepticismo—. ¿Eso es todo? Yo esperaba algo más emocionante.

Harry se acercó y comenzó a caminar alrededor de él, con la varita en la mano y esa misma mirada intensa de siempre.

—Sí, eso es todo —respondió, sin perder su concentración—. Vamos a ver si realmente sabes cómo defenderte, Malfoy. Estos hechizos son lo que te ayudará a sobrevivir en cualquier situación. Porque a veces, la magia no tiene que ser letal, solo precisa.

Draco lo miró, la irritación surgiéndole como siempre, pero la curiosidad comenzó a hacerle mella.

—¿Y qué hechizos vamos a practicar? —preguntó, queriendo cambiar el enfoque de la conversación.

Harry le sonrió de forma divertida, como si supiera exactamente lo que pasaba por la mente de Draco.

—Empezaremos con el clásico "Protego", luego pasaremos a "Reflectum" y como extra, el encantamiento desilusionador. No necesitas hacer nada espectacular, solo asegurarte de que puedas bloquear, desviar y esconderte sin demasiados problemas.

Draco asintió, no dispuesto a mostrar demasiado interés por el momento, pero se preparó, sujetando su varita con firmeza. Habían visto la teoría de los últimos dos hechizos en clase, más no la practica, así que no estaba seguro de como resultaría; aun así, no titubeó ni un momento, no le daría el beneficio a Potter de verlo dudar.

—¿Listo? —preguntó Harry, su tono tan tranquilo que irritó aún más a Draco.

—¿Por qué no? —respondió Draco, preparándose para lo que viniera.

Harry levantó su varita con calma.

—"Stupefy."

El rayo rojo disparado hacia Draco fue rápido, pero no lo suficientemente rápido como para sorprenderlo. Levantó su varita al instante.

—"Protego."

El escudo de energía brilló momentáneamente antes de disiparse, bloqueando el hechizo sin dificultad. Draco pudo sentir la sacudida de la magia vibrando en su muñeca, pero mantuvo la postura, sin inmutarse.

—Bien —comentó Harry, observando a Draco con atención. No parecía estar impresionado, pero tampoco decepcionado.

Draco no tuvo tiempo para relajarse antes de que Harry volviera a lanzar otro hechizo.

—"Expelliarmus."

El hechizo salió disparado con velocidad. Draco estaba preparado esta vez, y alzando la varita, conjuró el escudo justo a tiempo para evitar que la fuerza del hechizo lo desarmara.

—"Protego." —dijo él, con una rapidez calculada.

El impacto fue tan fuerte que hizo que Draco retrocediera un paso, pero se mantuvo en pie.

—Otra vez. — Harry no se detuvo, continuaron durante varios minutos, los hechizos rebotando y resonando contra los escudos. Draco estaba concentrado, ajustando su postura con cada conjuro y aprendiendo a anticipar los movimientos de su oponente. Cada vez que bloqueaba un hechizo, la sensación de control aumentaba un poco más.

Después de un par de intentos más, Harry dejó de lanzar hechizos y lo observó por un momento, estudiando su desempeño.

—¿Quieres descansar? —preguntó Harry, su voz grave y suave.

Draco apretó la mandíbula y negó con la cabeza.

—No.

No dejaría que Potter pensara que podía quebrarlo con un par de hechizos, no después de todo lo que había pasado; era su oportunidad de demostrar que podía hacerlo. Harry sonrió apenas, con esa expresión que Draco no comprendía, porque era... diferente, era como si lo estuviera viendo de una forma tan diferente a como lo había hecho  todos estos 7 años.

Y de pronto, sin previo aviso, lanzó otro hechizo.

—Expelliarmus.

Draco sintió la sacudida mágica y, por un instante, el instinto le gritó que reaccionara con un hechizo ofensivo.

Devuélvelo. Lucha.

Pero no lo hizo, cerró los dedos con más fuerza alrededor de su varita y, en el último segundo, giró sobre sí mismo, esquivando el ataque sin devolver el golpe. Hubo un segundo de silencio y luego, Harry bajó su varita.

—Eso fue impresionante.

Draco, todavía con el pecho subiendo y bajando por la respiración agitada, lo miró fijamente, y sin pensarlo demasiado, habló.

—¿Por qué haces esto?

Harry frunció el ceño, confuso. —¿Hacer qué?

—Esto. —Draco hizo un gesto vago con la mano—. Ayudarme.

Harry se quedó en silencio por un momento, como si buscara las palabras correctas. Cuando habló, su voz fue más baja, más honesta de lo que Draco esperaba.

—Porque no te voy a juzgar por algo que hiciste en el pasado.

Draco sintió un nudo en la garganta y sin poder evitarlo, dejó escapar una risa amarga.

—¿No? ¿Y por qué harías eso? —Preguntó a la defensiva—. Siempre nos hemos odiado, ¿qué es diferente ahora?

—La guerra —Respondió Harry sin vacilación. Draco se quedó sin aire—. Estoy agotado, Malfoy. De todo. La guerra acabó, hubo perdidas, muertes, daños y yo... solo quiero avanzar, ¿sabes?

Draco lo miró sin decir nada. No sabía que responder, pero Harry continuó:

—No voy a seguir persiguiéndote, Malfoy —dijo Harry, cruzándose de brazos mientras lo miraba con los labios apretados—. Ya no somos niños. Las disputas sobre quién era mejor en Quidditch, lanzando hechizos o en los duelos... —hizo una pausa, sacudiendo la cabeza con una sonrisa amarga— quedaron en el pasado cuando Voldemort regresó. Nos jodió la cabeza a todos, y seguimos lidiando con sus estragos. Tú, yo, los demás. —Suspiró, dejando caer los hombros—. No tiene sentido aferrarse a tonterías; ya terminó. Solo queda seguir adelante, intentar remediar lo que podamos y... —sus ojos buscaron los de Draco, sosteniéndole la mirada un instante— continuar. Después de toda la mierda que pasó, creo que todos merecemos al menos un poco de paz, ¿no te parece?

Draco continuó observándolo, sorprendido por sus palabras. ¿Harry Potter hablando del pasado? Eso sí que era nuevo.

Potter no solía hablar mucho de la guerra. Al menos no desde que los juicios terminaron y desde que los periodistas del Profeta dejaron de acosarlo con sus preguntas incisivas y fuera de lugar.

Lo que hacía Harry Potter era evadir el tema, siempre. Draco lo había notado en el gran comedor, cuando alguien —algún amigo, algún curioso fuera de su círculo— se atrevía a mencionar alguno de los eventos desde final de cuarto año hasta la Batalla de Hogwarts. Harry mantenía un semblante imperturbable, decía que tenía algo que hacer y se marchaba.

Era evidente que no quería tocar ese tema, pero aquí estaba, parado frente a él, mencionando lo que evitaba a toda costa. Hablando de avanzar, de dejar el pasado atrás. Insinuando que incluso él, Draco Malfoy, debería permitirse un poco de la paz que les había sido arrebatada desde hacía tres años.

Draco no estaba seguro de cómo sentirse ante esta nueva faceta de Potter. Nunca había sido bueno con los cambios, le costaba adaptarse. Antes, Harry caminaba por los pasillos con el ceño fruncido, atento a cada movimiento, siempre vigilante, como si esperara que alguien —especialmente él— hiciera algo indebido.

Pero ahora, frente a él, estaba un Potter distinto. Sus ojos conservaban ese brillo intenso, pero había algo más: una calma que no había visto antes. Caminaba sin prisa, respondía a las bromas de sus amigos con una sonrisa relajada, como si por primera vez en su vida no cargara con el peso del mundo en los hombros.

Draco no entendía cómo Harry había logrado superar todo tan rápido, cómo había dejado atrás la guerra en apenas un par de meses, mientras él seguía atrapado en los recuerdos de lo que hizo y lo que no.

—Además, sé lo que es cargar con las consecuencias de algo que tú no elegiste — Añadió Potter después de unos segundos, tras ver que él no respondía.

—No es lo mismo, Potter. Tú siempre fuiste el héroe.

Harry sostuvo su mirada. —Exacto, Malfoy. Le pidieron a un niño convertirse en héroe.

Draco no supo qué responder, así que prefirió no decir nada, solo se quedó ahí, con la varita aún en la mano y con el eco de las palabras de Harry resonando en su mente.

"Le pidieron a un niño convertirse en héroe"

Sintió un leve tirón en el estomago, una sensación incomoda que no supo como interpretar. Porque para él, Potter toda la vida había sido el héroe. 

Desde el primer momento en que pisó Hogwarts, desde el primer año, cuando todos sus compañeros hablaban de él como si fuera un mito viviente y Draco, mientras tanto, había pasado la mitad de su vida sintiendo rencor por eso, porque mientras Potter brillaba, él se hundía en la sombra de un apellido que solo traía expectativas imposibles y una carga que nunca pidió.

Porque mientras Potter disfrutaba de su vida como un niño cualquiera —al menos, eso había pensado hasta ahora—, él tuvo que interpretar ese maldito papel de sofisticado sangre pura desde que empezó a hablar, un papel que el jamás pidió, pero que se vio obligado a asumir. Todo en su vida se resumía a política, roles y miradas de desprecio de parte de esos magos que consideraban a los Malfoy un bache para conseguir poder.

"Le pidieron a un niño convertirse en héroe" Repitió en su cabeza.

Potter no había elegido ser el héroe. Y él, Draco, tampoco había elegido ser el villano.

Así como a él le habían impuesto de niño una manera de actuar, de vivir y así como lo habían convertido en mortífago por obligación, a Potter también lo habían atado a un papel que nunca eligió.

Tenía que ser el Niño Que Vivió, el salvador, el que estaría dispuesto a dar hasta su vida para terminar la guerra.

Nunca se había detenido a pensar con profundidad lo que era vivir como Harry Potter, y ahora él estaba ahí, en silencio, mirándolo con la misma intensidad de siempre, con esos malditos ojos verdes que siempre le habían gustado. Lo observaba con una amabilidad que Draco no sabía cómo manejar, como si lo comprendiera, como si pudiera ver algo más allá de la fachada que había construido durante años.

Eso era lo que más lo incomodaba. Harry lo entendía, y ¡maldita sea!, odiaba que lo hiciera. Porque, cuando lo miraba así, con esa calma, con esa intensidad que penetraba más allá de sus defensas, Draco se sentía más débil.  Sentía como si Harry pudiera ver detrás de su alma, ver la fragilidad de su cuerpo y de su corazón. 

Pero no podía permitírselo, no podía compaginar con el enemigo. No podía permitirse aceptar que el chico que había decidido atormentar desde el primer año, el chico al que había insultado tantas veces, pudiera comprenderlo.

Pero lo hacía.

¡Y maldita sea! Eso lo estaba matando.

De todas las personas en el mundo, ¿por qué él? ¿Y por qué seguía mirándolo así, como si de verdad creyera que Draco era algo más que el arrogante Slytherin que había sido en su primer año? Como si realmente pensara que había algo bueno en él.

Harry Potter no debería verlo de esa forma. No debería entenderlo.

Le parecía un chiste todo esto.

Potter guardó su varita y caminó hacia él, deteniéndose a apenas un par de pasos.

—No lo hiciste nada mal —comentó, con un tono más ligero.

Draco soltó una risa seca, tratando de ignorar el remolino de sus pensamientos.

—Por favor, si hubieras querido, me habrías desarmado en menos de un minuto.

—Quizás —admitió Harry con una leve sonrisa—. Pero no lo hice.

Draco frunció el ceño, molesto por lo críptico que sonaba eso. —¿Por qué no?

Potter lo observó por un segundo más, y luego, en un movimiento tan natural como respirar, le tendió la mano. Draco miró la mano extendida, sintiendo cómo su corazón se detenía por una fracción de segundo porque nada desde que había acabado la guerra tenía sentido, porque esto no tenía sentido, porque Potter no debía hacer eso. 

Y, sobre todo, porque Draco no debía querer tomarla.

—Ya terminamos por hoy —dijo Harry con tranquilidad—. Descansa, Malfoy.

Draco tragó saliva y, antes de que su traicionero instinto lo llevara a hacer algo que no debía, puso su varita en la mano de Potter, se dio media vuelta y salió de la sala sin decir una palabra.

Sin mirar atrás.

Porque mirar atrás significaba admitir algo que no podía permitirse sentir.

★★★

Draco se estaba sintiendo extraño.

Ya era finales de septiembre, por lo que el primer mes de Hogwarts se estaba despidiendo de ellos; solo habían pasado un par de días desde su segundo encuentro con Potter en el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, pero el rubio no podía parar de pensar en que la última semana que había vivido, había sido demasiado extraña. 

De vez en cuando, Draco seguía tentando a Potter y Weasley a discutir. Un pequeño comentario sobre sus uniformes desordenados, sobre su poco intelecto en clases o sobre las feas pecas dispersas en el rostro del pelirrojo, quien solía responder —por no decir siempre— a sus provocaciones. Harry, en cambio, era más retraído. A veces lo miraba y negaba con la cabeza en silencio; otras, soltaba un seco "Cállate, Malfoy", muy típico de él.

Pero a veces, Harry solo se quedaba quieto, observando los intercambios entre él y Ron sin intervenir, sin decir absolutamente nada, y Draco no podía negar que eso lo estaba poniendo nervioso. 

Vamos, desde el primer año, su dinámica siempre había sido la misma: él lanzaba una provocación, Potter respondía con otra, y el ciclo continuaba. Pero ahora, el Gryffindor había decidido portarse... así. Ya no respondía con desprecio y no lo trataba como si fuera su enemigo. 

Además, estaban los entrenamientos, con sus comentarios amables, sutiles, casi imperceptibles, pero que estaban ahí. Y también la conversación de la última vez, donde este aseguró que no iba a juzgarlo por todas esas malas decisiones que había tomado en el pasado, voluntarias o no.

Y Draco se estaba sintiendo incomodo, porque todo su fin de semana se la pasó reviviendo en su mente el recuerdo de esa conversación y la extraña amabilidad que el chico le estaba dirigiendo. 

Ese maldito estaba logrando que él se sintiera otra vez...

¡No!

Draco sacudió la cabeza, frustrado. 

Maldito el día y la vida que decidió que Potter y él nacieran en el mismo año y los hicieran coincidir obligatoriamente en la vida; tal vez si hubiera nacido 10 años antes o 10 años después, no estaría pensando 24/7 en un hombre por el que sencillamente ¡No debería pensar jamás!

Pero bueno, no tenía tiempo para pensar en estupideces, ya era martes otra vez, y eso significaba: Potter, tenía que ir al aula de Defensa para entrenar con él. 

Potter, Potter, Potter.

Todo en su vida parecía llevarlo siempre hacia él. Una jugada cruel del destino, como si este se empeñara en hacer que sus caminos se encontraran siempre.

Con pasos medidos, comenzó a atravesar el castillo, intentando ignorar el peso en su pecho. No le gustaba lo que Potter hacía sentir en él, no le gustaba que su mundo estuviera tambaleándose. Así que todo lo que tenía que hacer era entrar a la sala, entrenar, salir y seguir con su vida.

Simple.

O al menos, eso pensó. Porque justo cuando giraba en uno de los corredores menos transitados del castillo, sintió el aire volverse pesado a su alrededor. Lo supo antes de verlos, ya que el instinto lo golpeó primero: No estás solo.

Y luego, la voz llegó: —Mira nada más, qué suerte la nuestra.

Draco se detuvo en seco, no tuvo que girarse para saber quién era. Ya los conocía.

Ese grupo de estudiantes que lo atacaron la última vez; no habían vuelto a golpearlo, pero de vez en cuando, lanzaban pequeños hechizos en su dirección, como si fuera un juego. Travesuras, bromas inofensivas, lo suficientemente sutiles como para que nadie sospechara que se trataba de algo más que una tonta disputa entre estudiantes.

Un "Accio" para hacer que su mochila se abriera y sus cosas se esparcieran por el suelo.

Un "Tarantallegra" en medio de un pasillo abarrotado para hacer que sus piernas se movieran sin control, provocando risas a su alrededor.

Un "Langlock" que le pegaba la lengua al paladar, dejándolo mudo por horas.

Cosas pequeñas. Pequeñas, pero constantes.

A veces terminaba en la enfermería. Nada grave, nada que Madame Pomfrey no pudiera arreglar en unos minutos, pero no dejaban de hacerlo. Y ahora, esos tres estudiantes bloqueaban su camino, los mismos que siempre parecían saber donde estaba y en qué momento.

Uno de ellos lo miró con una sonrisa satisfecha.

—Tu rostro estaba hecho un desastre la última vez que te vimos a solas —dijo con fingida sorpresa—. Pero ahora... ni un solo moretón.

Otro chasqueó la lengua.

—Eso nos deja en una posición difícil, ¿sabes? Nos esforzamos mucho en ese trabajo. Ahora nos vemos obligados a hacerlo otra vez.

Draco no reaccionó, no corrió. No les dio la satisfacción de verlo retroceder.

—¿Qué quieren? —preguntó con frialdad.

El que estaba en el centro sonrió con malicia.

—Asegurarnos de que el Ministerio no cometa un error al confiar en ti.

Y esta vez, no fueron solo golpes. El primer hechizo lo golpeó antes de que pudiera moverse. —Expulso.

Draco salió disparado hacia la pared, el impacto resonando en sus huesos antes de que se desplomara en el suelo.

Una carcajada rompió el silencio.

—Olvidé que ya no tienes varita y no puedes responder —dijo uno de ellos, fingiendo lástima—. Qué injusticia, ¿no crees?

—Sí, una verdadera lástima —se burló otro—. Nosotros con magia y tú... bueno, tú sin ella no eres nadie.

Draco sintió el sabor metálico de la sangre en su boca cuando intentó levantarse, pero otro hechizo lo golpeó.

—Locomotor mortis.

Sus piernas se paralizaron y cayó de rodillas.

—Míralo, qué patético —se burló uno de ellos, inclinándose ligeramente hacia él con una sonrisa cruel—. Por eso te quitaron la varita, es la única forma de mantenerte a raya.

Draco apretó la mandíbula, su respiración agitada por el dolor, pero no desvió la mirada.

—Puedo controlarme —espetó, su voz llena de rabia contenida—. No atacaré a nadie... pero si tengo que defenderme, lo haré.

Una carcajada seca retumbó en el pasillo.

—¿Defenderte? ¿Con qué? ¿Con la Maldición Asesina? —se mofó otro, acercándose con la varita aún alzada—. Seguro que sí, maldita escoria. Después de todo, son los únicos hechizos que realmente sabes lanzar.

Draco apenas tuvo tiempo de levantar la cabeza antes de que un pie se hundiera en su abdomen con fuerza. El aire escapó de sus pulmones en un jadeo ahogado, y su cuerpo se dobló instintivamente sobre sí mismo mientras el dolor se expandía como fuego por su torso.

El dolor explotó en su cuerpo.

—Nada personal, Malfoy —susurró uno de ellos, inclinándose un poco, su varita rozando su mejilla—. Es solo que la gente como tú no debería estar aquí.

Mortífago.

Asesino.

Escoria.

Las palabras flotaban entre los hechizos y los golpes, pero Draco apenas las escuchaba. Porque lo único peor que el dolor físico era saber que, sin su varita, sin su magia, no podía hacer nada.

Y lo odiaba.

Odiaba la impotencia, la humillación de estar en el suelo, de ser golpeado sin poder siquiera levantar una barrera mágica para defenderse. Odiaba que lo vieran así, como si fuera débil, como si realmente fuera el despojo que ellos creían que era.

Él no iba a atacar a nadie, lo juraba. Él había cometido errores, lo sabía, pero, podía cambiar, pero nadie le estaba dando la oportunidad.

Sólo...

★★★

El mundo regresó en fragmentos borrosos. No sabía cómo había logrado llegar a la enfermería, pero allí estaba, tumbado en una de las frías y pulcras camillas, con el cuerpo entumecido y el orgullo hecho trizas.

Tal vez había caminado hasta allí por inercia, tal vez Madame Pomfrey lo había encontrado en los pasillos y lo había llevado dentro sin hacer preguntas. No lo recordaba con claridad, solo sabía que, en cuanto abrió los ojos y vio el techo blanco sobre él, sintió una mezcla de alivio y humillación.

Draco parpadeó varias veces antes de ser consciente del dolor que latía en cada fibra de su cuerpo. Se obligó a inhalar hondo, sintiendo el ardor en sus costillas, los hematomas en sus brazos y el escozor en su labio partido.

—Señor Malfoy, estoy segura de que actualmente pasa más tiempo en esta enfermería que en los pasillos —dijo Madame Pomfrey con un suspiro cansado, cruzándose de brazos mientras lo observaba desde el borde de la camilla—. Siempre viene por algo.

Draco mantuvo la vista fija en el suelo. Sabía que ella tenía razón, pero no podía hacer nada al respecto.

—Debería hablar con la directora sobre lo que está pasando —continuó la enfermera, su tono más severo esta vez—. Esto no es normal. No es la primera vez que lo atiendo con heridas de este tipo, y dudo que sea la última si sigue sin hacer nada al respecto.

Draco apretó la mandíbula. La idea de contarle a McGonagall lo que estaba ocurriendo solo empeoraría las cosas, lo último que necesitaba era que la directora interviniera y pusiera a todos en su contra aún más.

—Ya le dije que no es necesario —respondió al fin, con voz firme, aunque sin la arrogancia habitual—. Eso solo traerá más problemas. Estoy bien.

Madame Pomfrey bufó, claramente frustrada.

—No, no lo está.

Pero Draco no respondió, solo la miró con cansancio, dejando que su silencio hablara por él. Al final, la mujer suspiró y agitó la varita una última vez, verificando que los efectos de la poción se mantuvieran estables.

Cuando Madame Pomfrey finalmente lo dejó ir, ya había anochecido. Se movió con cautela, sintiendo aún la rigidez en sus músculos mientras caminaba por los pasillos casi vacíos. No había cenado, pero la idea de sentarse en el Gran Comedor, rodeado de cientos de estudiantes, le resultaba insoportable.

Doblando una esquina, se encontró con su reflejo en una de las ventanas: moretones bajo los ojos, un corte abierto en la mandíbula, labios hinchados. Si alguien lo veía así, harían preguntas, y Draco no tenía ganas de responder. Sacó el frasco con la poción y la repartió por su rostro. El frío familiar recorrió su piel mientras los moretones se desvanecían; no el dolor, claro, pero al menos la evidencia. Se pasó los dedos por la cara, asegurándose de que todo estuviera en orden, y reanudó su camino.

Entonces, lo vio.

Harry venía en dirección contraria, con la túnica ligeramente desarreglada y el ceño fruncido. Cuando sus ojos verdes lo encontraron, su expresión se tensó.

—¿Dónde estabas? —preguntó sin preámbulos, cruzándose de brazos. —Te esperé más de media hora.

Draco resopló y, sin decir nada, señaló con un gesto vago en dirección a la enfermería.

Harry entrecerró los ojos. —¿Qué pasó?

—Me sentía mal. —Se encogió de hombros, fingiendo desinterés. —Nada grave.

Potter lo escudriñó con una mirada que a Draco le pareció peligrosamente inquisitiva. Luego, su expresión se suavizó levemente.

—Deberías haberme avisado.

Draco arqueó una ceja. —¿Desde cuándo te preocupas tanto, Potter?

Harry no respondió de inmediato. Bajó la mirada por un momento y luego la volvió a alzar con una resolución tranquila.

—Desde que estoy a cargo de asegurar que no te metas en más problemas.

Draco soltó una risa baja, sin humor. Si tan solo supiera.

—Compensaré la clase perdida —dijo al final, cansado de la conversación. —¿El jueves, como siempre?

Harry asintió lentamente, aún con el ceño fruncido.

—Sí, el jueves.

Draco inclinó la cabeza en señal de despedida y siguió su camino, sintiendo la mirada de Potter sobre él hasta que giró en el siguiente pasillo. Solo cuando estuvo completamente solo, dejó escapar un suspiro y apoyó la frente contra la fría piedra de la pared.

Cuando llegó a su habitación, Blaise ya estaba dormido, así que aprovechó y lo primero que hizo fue quitarse la túnica con movimientos tensos. Se quedó de pie frente al espejo, observando cómo la poción perdía efecto y comenzaba a desvanecerse poco a poco. El reflejo que le devolvía la mirada era familiar, pero al mismo tiempo, ajeno; su rostro estaba destruido.

Respiró hondo y apartó la mirada.

No importa.

Se deslizó en la cama, deseando que el sueño lo arrastrara rápido, que lo hiciera olvidar. Pero el sueño no llegó con facilidad, en su mente, resonaban las palabras "¿Por qué mientes?" era el eco de su propia voz llenando el silencio de su habitación.

Draco cerró los ojos con frustración, porque era más fácil así. Porque aceptar ayuda significaba aceptar que estaba en desventaja, y eso era algo que no podía permitirse. Porque, al final del día, él era Draco Malfoy.

Y nadie vendría a salvarlo.

★★★

El día siguiente transcurrió como si nada hubiera pasado.

Como si Draco no hubiera despertado con el cuerpo aún adolorido, con la sensación persistente de los golpes tatuada en su piel. Como si no hubiera pasado la noche dando vueltas en la cama, luchando contra los recuerdos de los puños cerrándose sobre su abdomen, de las voces llenas de burla escupiéndole insultos. Como si no hubiera tenido que echarse la poción esa mañana frente al espejo para esconder las marcas antes de enfrentarse al mundo.

Pero su vida siempre había sido así: un juego de apariencias. No era nada nuevo el tener que seguir interpretando un papel que él sabía era totalmente ajeno a la realidad.

Draco atravesó los pasillos con la cabeza en alto, su expresión cuidadosamente neutra, ignorando las miradas que a veces se posaban sobre él. Sabía que algunos estudiantes aún lo observaban con desconfianza, que lo consideraban una bomba de tiempo, que solo esperaban verlo perder el control. Otros simplemente lo ignoraban, como si ya no existiera.

Y luego estaba Potter.

Draco no lo vio en toda la mañana, pero la incomodidad persistía en su pecho, como un recordatorio latente de su encuentro en el pasillo. Con esa mirada escrutadora que, al mismo tiempo, revelaba una suavidad desconcertante. Esa voz tranquila, cargada de un leve destello de preocupación.

Y es que no debería importarle; pero, por alguna razón, lo hacía.

Así, entre su lio de pensamientos y la coraza indiferente que mostraba a los demás, llegó el jueves  y con él, otra sesión de entrenamiento.

Draco no quería ir.

Había considerado saltárselo otra vez, pero sabía que Potter probablemente lo buscaría si lo hacía y lo último que necesitaba era más atención sobre él. Así que reunió lo que quedaba de su orgullo, ajustó su túnica y se dirigió al aula de Defensa.

Cuando entró, Potter ya estaba ahí.

Draco se detuvo en la puerta por un segundo, observándolo. Potter estaba apoyado contra uno de los escritorios, con los brazos cruzados y la varita descansando sobre la superficie de madera, su postura era relajada, pero sus ojos se clavaron en Draco en cuanto este entró.

—Viniste —comentó, con un tono que no era burlón, pero tampoco completamente neutral.

Draco rodó los ojos. —No tenía muchas opciones, ¿no?

Harry inclinó la cabeza. —Siempre las tienes.

Draco ignoró el comentario y avanzó hasta el centro de la sala.

—Vamos, Potter. No tenemos toda la tarde.

Por un momento, el azabache no se movió. Sus ojos recorrieron el rostro de Draco con atención, y por un instante, el rubio sintió que el hechizo que ocultaba sus heridas no era suficiente. Pero entonces, Harry solo suspiró, enderezándose.

—Bien, hoy vamos a hacer algo diferente.

Draco frunció el ceño. —¿Diferente cómo?

—Hoy no usaremos varitas —dijo Harry, esbozando una sonrisa ligera—. Vamos a practicar defensa física, al estilo muggle.

Draco frunció el ceño. —¿Me estás diciendo que tengo que golpearte?

Harry soltó una carcajada. —Eso si puedes, y dudo que puedas, Malfoy.

—Puedo intentarlo —replicó Draco, aunque por dentro sentía cómo su estómago se retorcía, recordando como hace dos días lo dejaron tirado en el suelo en la inconsciencia. 

Nunca había sido alguien particularmente fuerte, no era musculoso, ni atlético. Mantenía su figura delgada, y siempre había tenido tanto poder que jamás se preocupo por intentar provocar o ganar una pelea física.

Siempre había tenido la magia de su lado.

Además nunca antes lo habían golpeado —como ahora lo hacían— aunque en el fondo de su cabeza tenia un amargo recuerdo de Granger dirigiéndole un puñetazo directo a la nariz. 

Harry se acercó a Draco, quedando a escasos centímetros de él. —Vamos, inténtalo —dijo, posando ambas manos en los hombros del rubio—. Intenta liberarte.

Draco tragó saliva. La presión de los dedos de Potter en sus brazos no era agresiva, pero el contacto era suficiente para que su corazón comenzara a latir con fuerza. Harry estaba tan cerca que podía oler su colonia, algo cítrico y fresco. Draco maldijo internamente su estúpido cerebro por distraerse en ese momento.

—¿Vas a seguir ahí parado o vas a intentar algo? —Harry arqueó una ceja, sus manos aún firmes sobre los brazos de Draco.

Draco respiró hondo y forcejeó, intentando zafarse. Harry lo sostuvo con facilidad, como si Draco fuera poco más que un muñeco de trapo. —Vamos, Malfoy, ¿eso es todo lo que tienes?

—Cállate —gruñó Draco, volviendo a intentar liberarse, esta vez girando el torso. Pero Harry simplemente lo sostuvo con más firmeza, una mano bajando hasta su cintura para inmovilizarlo mejor.

El contacto lo desarmó por completo. Sintió el calor de las manos de Harry a través de la tela de su camiseta, y la proximidad del cuerpo del otro le hizo perder el ritmo de su respiración. Estaba acorralado, atrapado entre los brazos de Potter, sin varita, sin defensas.

—Esto no es justo —murmuró Draco, bajando la mirada.

Harry aflojó el agarre, pero no lo soltó del todo. —¿Por qué? ¿Por qué ahora soy más fuerte que tú?

Draco apretó la mandíbula. —Siempre lo has sido. 

Harry rió suavemente, soltándolo por fin. Draco retrocedió un paso y se frotó los brazos, aún sintiendo el calor de las manos de Potter en su piel.

—¿Cómo es que eres tan fuerte? —preguntó Draco, intentando sonar casual, aunque sabía que su voz había salido más afectada de lo que pretendía.

Harry se encogió de hombros. —He estado entrenando, probablemente cuando termine Hogwarts me meta a boxeo.

Draco lo miró fijamente, tratando de imaginarlo. Un Harry más musculoso, con los brazos más definidos, los hombros anchos, los puños envueltos en vendas blancas. No recordaba de dónde conocía el boxeo; tal vez de alguna revista muggle que había hojeado por curiosidad. Había visto hombres practicando el deporte y, vaya que se veían sexys. Y Potter... wow.

Sacudió la cabeza, volviendo a enfocarse en Harry, quien aún lo observaba con una media sonrisa.

—¿Te interesa? —preguntó Harry, ladeando la cabeza.

Draco se sonrojó levemente. —¿Qué cosa?

—El boxeo —respondió Harry, sin apartar la mirada.

Draco se aclaró la garganta. —No. Claro que no.

—Claro —replicó Harry, entrecerrando los ojos con una leve sonrisa—. Me sorprendió que lo conocieras, la verdad. La primera vez que entrenamos lo mencionaste. ¿Quién lo diría? Un Malfoy que sabe cosas muggles —agregó con un tono divertido, claramente intentando provocarlo.

—Y un Malfoy que ahora es más pobre que un Weasley también, así que ¿qué más da saber cosas raras de muggles? —soltó Draco con una carcajada seca, intentando sonar despreocupado. Pero Harry no rió.

Harry lo miró fijamente, con una expresión difícil de descifrar. Draco sintió el peso de esa mirada, tan penetrante que casi le dolió. Enseguida comprendió que Potter había notado el trasfondo en su comentario, esa amargura que no había logrado ocultar.

—Malfo-

—¡En fin! —lo interrumpió Draco, alzando la voz y retomando una postura erguida—. ¿Seguimos o qué? No perdamos tiempo.

Harry apretó los labios, como si quisiera insistir. Pero al final, asintió y dejó el tema pasar, aunque el brillo preocupado en sus ojos no desapareció del todo. Draco, por su parte, respiró aliviado, porque si empezaban a hablar de todo lo que había sucedido desde los juicios, terminaría revelando cosas que no se sentía preparado para confesar.

Y si no había dejado de Blaise interfiriera en ello, mucho menos lo permitiría de Potter.

Sin más, ambos retomaron el entrenamiento. Harry seguía pensando en que, tarde o temprano, tendría que hablar con Draco sobre la situación de su familia. Y Draco intentaba convencerse de que la sensación de las manos de Potter sobre él era solo un efecto secundario del entrenamiento. Solo eso.

★★★

La mañana del sábado comenzó peor de lo esperado para Draco.

A diferencia de todos, no sentía como si fuera un día de descanso, pues había pasado la mayor parte de la mañana en la enfermería, recuperándose de un hechizo cruel que los tres chicos de Gryffindor le habían lanzado en el Gran Comedor. 

El sitio estaba vacío cuando había ido a desayunar, solo unos pocos estudiantes dispersos por las mesas y fue el momento perfecto para ellos; habían aprovechado la oportunidad para llevarlo a un aula vacía, y allí, sin previo aviso, lo hechizaron.

El hechizo había sido horrible, una tortura indescriptible, un encantamiento que hizo retorcer a sus brazos como si fueran un resorte. El dolor había sido tan intenso que casi no podía soportarlo, sus huesos y músculos parecían estar deshechos. 

Por suerte, Madame Pomfrey había logrado deshacer el hechizo y le había dado una poción que aliviaba el dolor, pero los moretones que ahora decoraban sus brazos eran un recordatorio claro de lo sucedido.

A medida que salía de la enfermería, Draco levantó los brazos, observando los moratones que marcaban su piel. Nunca se había echado la poción en el resto de su cuerpo aprovechando el largo del uniforme, así que se preguntaba que tan bien cubriría los hematomas de sus brazos, a sabiendas de que en esa zona los golpes se extendían y oscurecían más.

Estaba a punto de sacar el frasco para probarlo, cuando una voz lo interrumpió.

—¿Qué pasa, Malfoy? ¿Te volviste a sentir mal? —preguntó Harry Potter, quien aparecía en el pasillo con su característica mirada curiosa.

Draco se giró, sorprendido por la aparición de Potter, pero rápidamente ocultó cualquier signo de incomodidad, no quería darle la satisfacción de verlo vulnerable.

—Solo necesitaba un poco de descanso, Potter. No te incumbe. —respondió con indiferencia, intentando sonar tranquilo.

Harry lo observó por un momento, sus ojos escrutando su rostro. Parecía que no se creía completamente su respuesta, pero, por suerte para Draco, Harry no insistió de inmediato. En cambio, su mirada bajó lentamente hacia sus brazos, el rubio sintió como se formaba un nudo en el estómago y, antes de que pudiera reaccionar, se acercó más y tomó su brazo izquierdo.

—¿Qué es esto? —preguntó Harry, su voz más suave de lo que Draco hubiera esperado. Estaba examinando los moretones en su brazo con cuidado, pero también con una ligera preocupación.

Draco sintió un hormigueo incómodo al notar que Harry tocaba su brazo, especialmente porque allí, aún se veían los restos grises de la Marca Tenebrosa. La marca que había sido un sello de su vida pasada, algo que no quería que nadie más viera.

Con rapidez y un poco de torpeza, Draco retiró su brazo de la mano de Harry.

—¡Nada! Es... —tartamudeó, sintiendo el pánico crecer en su pecho mientras bajaba las mangas de su camisa—. Me tropecé cerca del Sauce Boxeador.

Harry lo miró con escepticismo, pero antes de que pudiera hacer más preguntas, Draco se apartó, empujando su cuerpo hacia atrás.

—Es solo eso —dijo, forzando una sonrisa que no era más que una fachada—. Un accidente. Ya me encuentro mejor, Potter.

Harry lo miró fijamente, sus ojos todavía llenos de dudas; pero no le dio la oportunidad de preguntar algo más, ya que comenzó a caminar rápidamente.

Draco estaba seguro de que no había convencido a Potter, pero al menos había logrado alejarlo, por ahora.

Después de dicho encuentro en la enfermería, evitó cruzarse con Potter durante el resto del fin de semana. Así que aprovechó el tiempo para distraerse y practicar encantamientos sencillos en la sala común de Slytherin con Blaise y Pansy, siempre y cuando el profesor Slughorn no estuviera cerca, para que no viera cómo Draco usaba la varita de sus amigos.

A Draco no le gustaba hacerlo, no era lo mismo lanzar hechizos con una varita que no era suya. A veces los hechizos fallaban o no salían como él quería, y eso lo hacía sentirse más torpe de lo normal. Pansy y Blaise no decían nada, pero él sabía que se daban cuenta. 

Por eso, aunque no le terminaban de gustar los entrenamientos, ni estar cerca de Potter, era el único momento donde podría sentirse libre, porque solo entonces recuperaba su varita por un rato, y con ella, el poder que sentía perdido como cuando caminaba solo por los pasillos y terminaba en la enfermería.

Pero también estaba el hecho de como se estaba dando todo, ya que, en más de una ocasión, parecía que el que dirigía los entrenamientos era Draco. Todo lo que tuviera que ver con Encantamientos, Transfiguración o Teórica mágica, él lo entendía mejor que Potter, y ambos lo sabían.

Potter era bueno en Defensa, sí, pero en el resto de las asignaturas no destacaba tanto. Aun así, ahí estaba, escuchándolo, siguiendo sus indicaciones, tomándose en serio cada corrección. Draco se dio cuenta de que sus explicaciones estaban funcionando, Potter estaba mejorando.

Se había vuelto una especie de ayuda mutua, aunque claramente esa no era la intención de McGonagall cuando organizó los entrenamientos.

Y ahora, otra vez era martes, lo que solo significaba una cosa: tenía que volver a encontrarse con Potter.

El pasillo estaba lleno de murmullos y risas distantes mientras Draco se encaminaba hacia el aula de Defensa, sus pasos resonando sobre el suelo de piedra. Cuando llegó, encontró a Potter sentado junto a un escritorio, aparentemente relajado mientras tomaba un sorbo de agua. La atmósfera estaba tranquila, casi cómoda, aunque Draco tenía el leve presentimiento de que esa calma no duraría.

Y así fue.

Porque después de un rato practicando los encantamientos que habían visto en la clase de Flitwick, Harry propuso hacer una pequeña pausa, así que Draco cedió y aprovechó para dejar su túnica sobre la mesa y alejarse. Con una leve incomodidad, había dirigido la mirada hacia la pared y respirado profundamente, sin embargo, algo brillante a su izquierda había logrado captar su atención.

Al levantar la vista, vio a Harry curioseando cerca de su túnica, pero antes de que pudiera reaccionar, él sacó algo del bolsillo y lo sostuvo frente a sí, mirando el frasco con una expresión de duda.

—¿Qué es esto? —preguntó Harry, levantando una ceja mientras observaba el frasco que había abierto. El aroma lo delató al instante, y Draco no necesitaba escuchar lo que Harry diría después. —Absconditus Laceris... es por lo de tus brazos, ¿verdad?

Draco trató de mantener su compostura, pero un nudo incómodo se formó en su estómago.

—¿Qué? No sé de qué hablas —dijo Draco, intentando evadir la conversación y desviar la atención hacia otro tema.

Harry bajó la mirada por un momento, como si estuviera tomando aire antes de hablar. Cuando finalmente levantó la vista, la incomodidad era evidente en su expresión.

—Yo mismo usé esta poción en quinto año —Explicó Harry con voz demandante. Draco no tenía necesidad de escuchar más para comprender a que se refería: Dolores Umbridge y sus métodos medievales; esa mujer había torturado a medio Hogwarts con el uso de una pluma negra, y era la razón por la que ahora Potter tenía una cicatriz en su mano izquierda que decía "No debo decir mentiras".

—¿Para qué lo usas tú? —preguntó, su tono directo y penetrante.

La pregunta le cayó como un golpe inesperado, y Draco sintió cómo el nudo en su estómago se apretaba aún más. Instintivamente, se apartó de la conversación, adoptando de nuevo su fachada defensiva.

—No te incumbe, Potter —respondió con firmeza, intentando que su voz sonara más dura de lo que se sentía, pero algo en su interior vaciló. No estaba tan seguro de seguir ocultando la verdad y aunque sus palabras se desvanecieron en el aire, algo en su mirada lo delató—. Pero, para que te quedes tranquilo... sí, fue para mis brazos. No me gusta ver mi piel marcada por moretones, y lo del Sauce Boxeador... fue solo una torpeza. Tenía que cubrirlo con algo.

Harry lo miró fijamente, como si intentara leer algo más en sus palabras, pero no dijo nada más. Su expresión, aunque aún escéptica, mostraba una ligera comprensión. 

El silencio se instaló entre ellos, pesado y denso, mientras Draco sentía la necesidad de escapar de esa conversación incómoda, no podía permitir que Potter siguiera investigando. No podía dejar que nadie más supiera lo que realmente había sucedido.

Con una última mirada a Harry, Draco se giró rápidamente, apretando los puños y guardando el frasco de poción en su túnica.

—Nos vemos, Potter —dijo, mientras salía del aula con rapidez, dejando atrás a Harry, que lo observaba en silencio, aún con una pizca de duda en los ojos.

El aire parecía más denso al salir, y mientras caminaba por los pasillos vacíos, Draco no podía dejar de pensar en todo lo que había quedado sin decir. Pero, por ahora, estaba bien. Podía seguir ocultando la verdad, al menos por un tiempo más.

★★★

Draco apenas había dormido.

La noche anterior, el silencio lo había rodeado en su habitación, pero no pudo encontrar consuelo en él. Ya no eran solo las pesadillas de la guerra, el caos provocado por los mortífagos, la figura aterradora de Voldemort, ni el rostro de Dumbledore al desarmarlo en su último encuentro.

No, ahora, cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Potter lo invadía, la mirada que parecía tan penetrante, tan implacable, como si pudiera ver a través de todo lo que Draco intentaba ocultar. El peso de esas preguntas silenciosas, de esa mirada insistente, lo había mantenido despierto, girando de un lado a otro en la cama, sin encontrar descanso.

Cuando despertó, sentía la pesadez en su cuerpo como si su piel misma estuviera hecha de plomo. Se obligó a levantarse de la cama con parsimonia para no despertar a Blaise, a vestirse, y a utilizar la poción para ocultar las marcas que aún quedaban en su rostro y brazos.

Ya era rutina.

La mañana transcurrió con normalidad, si es que se podía llamar así a su vida en Hogwarts. Evitó el contacto visual con aquellos que sabía que le causaban problemas, se mantuvo al margen en clase y, cuando llegó la hora del almuerzo, consideró seriamente saltárselo, pero su cuerpo estaba al borde de la fatiga y su estómago rugía en protesta, así que terminó dirigiéndose al Gran Comedor.

El lugar estaba lleno de ruido y conversaciones. Peeves había lanzado un líquido de dudosa procedencia sobre unos estudiantes Ravenclaw de cuarto año, así que estos le regañaban furiosos y empapados, mientras Peeves reía con satisfacción; deseo quedarse un rato más para disfrutar la escena, pero se centró en caminar hasta su lugar habitual junto con Blaise y Pansy, sin embargo, justo cuando iba a sentarse, sintió una presencia acercándose.

—Malfoy.

No tuvo que girarse para saber de quién se trataba. Apretó la mandíbula antes de levantar la vista y encontrarse con...

—¿Qué quieres, Potter? —murmuró, tomando una copa de jugo y llevándosela a los labios.

Harry lo observó, su mirada recorriendo su rostro con esa intensidad molesta que Draco comenzaba a reconocer.

—Quiero que me digas la verdad —Dijo en voz baja para que el resto no escuchara, pero que fuera lo suficientemente audible para Malfoy.

Draco mantuvo su expresión indiferente.

—¿Sobre qué? —respondió, tratando de darle la vuelta a la pregunta, desentendiéndose con su voz fría.

Harry no bajó la guardia. En lugar de desviarse, lo miró fijamente, como si su alma misma estuviera puesta sobre la mesa, desnudada por completo.

—Sobre por qué no viniste a la sesión del martes pasado.

Draco se permitió un instante para pensar en su respuesta. Se preguntó si debía construir una mentira demasiado elaborada para evadir las preguntas de Potter, aun así, por más que pensaba en como formularla, mientras veía a los ojos a su "enemigo", parecía que ninguna idea se le venía a la cabeza, y le parecía extraño, porque él siempre había podido mentir con facilidad, entonces...

¿Por qué de pronto no podía mentirle a Potter?

Así que solo suspiró, diciendo una verdad a medias: —Ya te dije, me sentía mal.

Harry no se movió, no se apartó ni un centímetro de su posición, su mirada más firme que nunca. —¿Por qué?

Draco entrecerró los ojos, la irritación comenzando a burbujear en su pecho. "¿Por qué?" ¿Qué le importaba a Harry Potter? ¿Por qué necesitaba saber más?

—¿Qué te importa? —respondió, la defensa construyéndose nuevamente en su tono.

Harry cruzó los brazos, su expresión más seria que nunca.

—Porque no te creo.

Draco soltó una risa sarcástica.

—Oh, qué sorpresa, Potter no me cree. ¿Vas a acusarme de algo otra vez? ¿A decir que planeo otra conspiración? —se burló, una sonrisa irónica curvando sus labios, pero no era genuina, no era real.

—No —respondió Harry con seriedad—. Voy a decir que estás mintiendo.

Draco sintió una punzada de irritación en su pecho.

—Y yo voy a decirte que no es tu problema.

—Pero lo es —insistió Harry—. Porque si estás en peligro, si...

Se detuvo y Draco vio cómo apretaba los labios, cómo la duda cruzaba su rostro por un breve momento antes de que continuara:

—Si alguien te está haciendo algo, entonces... entonces deberías decirme.

Las palabras se quedaron flotando en el aire, pesadas, Draco sintió algo en su pecho que se retorció.

¿Qué acababa de decir?

¿Eso iba para él?

¿No se estaba refiriendo a...?

No, imposible. Él había sido cuidadoso, muy cuidadoso; después de cada golpe o cada hechizo, se había asegurado de que nadie lo viera, solo entraba a la enfermería si esta estaba vacía. Nadie más sabia, ni siquiera Blaise sabía de las golpizas después de la primera vez que lo había encontrado.

Todos sabían que algunas personas lo molestaban en los pasillos con bromas "inocentes", pero nunca pasaba de ahí. Lo que nadie sabía —y esperaba se mantuviera así— era que, en las sombras, había un grupo de tres estudiantes que lo atacaba de forma violenta.

Además, él había usado lo poción con cuidado para que nadie notara su rostro destruido por las manos de esos chicos, había fingido indiferencia cuando en los pasillos abarrotados de personas se los encontraba; no había cojeado, aunque su cuerpo se sentía doblegarse ante el daño que presentaba. 

Así que sencillamente no había manera, ¿Faltar una vez a un entrenamiento, unos moretones y una poción era suficiente para que Harry Potter lo dedujera?

Imposible, él no era tan inteligente.

Seguro se refería a otra cosa, algún comentario malinterpretado, alguna señal imaginaria. Potter era así, siempre quería salvar a todos, aunque no hubiese nadie pidiendo ayuda. Eso debía ser, estaba exagerando las cosas.

Y aún así, la forma en que lo dijo, la expresión en su rostro, como lo miraba. No es como si esperara una confesión, sino como... como si supiera algo, y solo estuviera esperando que Draco lo confirmara.

Sintió un nudo formarse en su garganta, no quería hablar de eso y menos con Potter, no con él mirándolo así, como si estuviese viendo más de lo que debería. Eso Draco no podía permitirlo, así que trago saliva y le lanzó una mirada fría, vacía, como siempre lo hacía cuando se sentía acorralado.

—No sé de qué hablas.

Los ojos de Potter se oscurecieron, y lo miraron por un largo rato, como si estuviera decidiendo si seguir insistiendo o retirarse. Los segundos parecían alargarse, el silencio entre ellos denso, casi palpable. Finalmente, con una exhalación resignada, Harry dio un paso atrás, como si aceptara su negativa sin más.

—Bien.

Draco sintió una extraña punzada en el pecho cuando lo vio darse la vuelta y alejarse. Debería sentirse feliz de deshacerse de ese chico y sus preguntas tontas, pero por alguna razón, no se había sentido como una victoria.

Aun así, cuando salió del Gran Comedor, tenía el leve presentimiento de que Potter no iba a rendirse tan fácilmente y tenía razón, porque apenas unas horas después, cuando Draco salía de la biblioteca, sintió que alguien lo seguía y no necesitó girarse para saber quién era.

—¿De verdad vas a seguirme ahora? —bufó sin siquiera mirarlo.

—Voy a asegurarme de que no termines en la enfermería otra vez.

Draco se detuvo en seco, se giró con lentitud y lo miró fijamente. —No sé de qué estás hablando.

Potter levantó una ceja. —Claro que sí.

El silencio cayó entre ellos, un silencio tenso, cargado de cosas que ninguno de los dos decía en voz alta. Finalmente, Draco lo rompió: —No necesito que juegues a ser mi salvador, Potter.

—No lo hago.

—¿Ah, no? Porque parece que sí.

Harry lo miró, y luego, con un tono más bajo, más serio, dijo:

—No quiero verte destruido, Malfoy.

Draco sintió su respiración quedar atrapada en su garganta, porque había algo en la forma en que Potter lo decía, en como lo miraba, que lo hacía sentir incomodo. Como si él realmente pudiera verlo, como si pudiera notar todo lo que Draco trataba de esconder.

Y eso de verdad lo aterraba, porque si pensaba así de él, volvieran a florecer sentimientos que sencillamente no debería tener, y no quería eso, no quería volver a llorar en secreto por un cariño que nunca podría existir.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 5: 𝑰𝑽

Chapter Text

★★★

Draco no fue a la siguiente sesión de entrenamiento con Potter.

No es que no quisiera. Bueno, sí quería evitarlo, pero no por la razón que Potter probablemente creía. No era cobardía, ni siquiera orgullo, sino algo más sencillo: no confiaba en sí mismo. Y es que la forma en la que Potter lo había enfrentado el día anterior, lo hacía sentir demasiado expuesto. 

Y Draco no podía permitirse eso.

Así que se aseguró de mantenerse ocupado. Pasó más tiempo en la biblioteca de lo que era normal, aunque no podía concentrarse en los libros. Caminó por los pasillos siempre atento, siempre alerta, aunque de todas formas sentía la amenaza constante en cada rincón de Hogwarts. Evitaba las multitudes, entraba tarde a clase y salía temprano cuando podía. Revisaba dos veces detrás de sí cada vez que giraba una esquina. 

Ya le dolía el cuello de tanto tensar los hombros.

Pero si algo había aprendido en los últimos meses, era que las cosas malas no desaparecían solo porque las ignoraras.

Y tenía razón, porque fue ese mismo jueves por la noche cuando todo se repitió. Draco dobló por un pasillo poco transitado, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda, y antes de que pudiera reaccionar, lo supo.

—Mira nada más —dijo una voz familiar.

Draco se detuvo, y cerró los ojos un segundo antes de darse la vuelta lentamente.

—Otra vez ustedes—murmuró con un deje de cansancio en la voz.

Frente a él, un grupo de tres estudiantes lo observaba con sonrisas burlonas. Los reconocía de inmediato, porque siempre eran ellos. Siempre estaban ahí, empujándolo, lanzándole hechizos inofensivos pero humillantes, asegurándose de recordarle lo que había sido y lo que ahora era.

—¿Nos extrañaste, Malfoy? —preguntó uno, agitando su varita entre los dedos.

Draco no respondió, pues no tenía sentido hacerlo.

—Te ves bien. —Otro inclinó la cabeza—. Mucho mejor que la última vez. Lástima, supongo que tendremos que arreglar eso.

Draco apretó los puños. —No tengo tiempo para esto.

—Oh, pero nosotros sí.

Y entonces sintió el primer impacto. Un hechizo lo golpeó en la pierna, haciéndolo caer sobre una rodilla. Otro lo alcanzó en el pecho, lanzándolo de espaldas contra la pared de piedra. Se obligó a levantarse, a no mostrar debilidad, pero el dolor era real.

Rieron.

—¿Cómo piensas defenderte esta vez? —se burló uno—. Oh, cierto. No puedes.

Otro más levantó su varita.

—No te preocupes, no usaremos maldiciones imperdonables. Esas son solo para asesinos como tú.

El golpe de un hechizo lo lanzó al suelo, y entonces empezaron las patadas. Una en el costado, otra en la espalda. Draco se encogió sobre sí mismo, tratando de protegerse, de aguantar.

Pero lo peor no era el dolor, lo peor era la voz en su cabeza, la que sonaba exactamente como la de Potter, preguntándole por qué no se defendía, por qué no le contaba la verdad.

Y Draco no tenía respuesta.

★★★

Cuando despertó, estaba en la enfermería otra vez, reconoció el techo blanco y el olor a pociones. Recordó como después de la golpiza prácticamente se arrastró hasta la enfermería, donde en la puerta se desmayo al instante, pero aun su cuerpo se sentía pesado, como si cada músculo se negara a moverse.

Madame Pomfrey suspiró al verlo abrir los ojos.

—Esto no puede seguir así, señor Malfoy.

Draco desvió la mirada, irritado por la insistencia de la mujer con que pidiera ayuda. —Estoy bien.

Ella lo miró con dureza.

—No, no lo está. Y si cree que nadie se está dando cuenta, está muy equivocado.

Draco cerró los ojos, porque sabía que ella tenía razón... porque estaba Potter.

Estaba seguro de que Potter no lo sabía con certeza, solo lo sospechaba. Por eso sus preguntas, por eso esa mirada insistente. Pero por más que sospechara, eso no cambiaba nada.

Él no diría nada.

Un rato después salió de la enfermería, era más tarde de lo que esperaba, y pese a la insistencia de Pomfrey de que se quedara a descansar, él decidió irse, porque si se quedaba, sus amigos harían preguntas al notar su ausencia.

Al final, Pomfrey no tuvo más opción que dejarlo ir y darle una nota de permiso, por si llegaba a encontrarse con algún prefecto en el camino y este le cuestionaba que hacía fuera de los dormitorios a tan altas horas de la noche.

Aun así, pese a la soledad de los pasillos, se movía con cuidado, ocultando la rigidez en sus movimientos lo mejor que podía. Por supuesto se había aplicado la poción para ocultar sus heridas, no quería que nadie lo encontrará por ahí y empezara a hacer preguntas de su estado, ni Blaise, ni Pansy, ni... Potter.

Pero cuando dobló un pasillo, supo que el destino tenía un retorcido sentido del humor, porque ahí estaba Potter, de pie, mirándolo con los brazos cruzados.

Ya prácticamente todo el castillo sabía que Potter era dueño de una capa de invisibilidad con la que hacía de las suyas desde el primer año, así que no era tan raro verlo fuera de su dormitorio a esas horas. Lo que sí le parecía raro era la coincidencia. ¿Cómo era posible que, en un castillo tan enorme, se encontraran justo en el mismo lugar, a la misma hora?

Era como si algo o alguien, siempre los hiciera coincidir en los momentos menos oportunos.

—No fuiste.

Draco suspiró. —No me sentía bien.

Harry lo estudió por un largo momento antes de mirar más allá de él, hacia el pasillo de dónde venía. —La enfermería —murmuró.

Draco no respondió, pero tampoco negó nada.

—Compensaré la sesión —dijo simplemente.

Harry no parecía satisfecho con eso. —No me importa la maldita sesión, Malfoy.

Y Draco como siempre desde que había iniciado este año, no supo qué responder y Potter no dejó de mirarlo. Draco lo sabía porque, aunque trataba de ignorarlo, podía sentirlo, esa mirada insistente, como si intentara descifrar cada uno de sus secretos.

—¿Por qué estabas en la enfermería? —preguntó finalmente.

Draco soltó un suspiro, fingiendo fastidio. —No te importa.

—Sí, sí me importa.

El rubio apretó la mandíbula. Repitiéndose mentalmente ese mantra que decía que él no podía sentir eso, que no podía permitir que Potter se preocupara, porque si lo hacía, él se ilusionaría y si eso pasaba... le dolería. 

Así que levantó la barbilla y le dedicó una sonrisa burlona. —No te emociones, Potter, no me estaba muriendo.

Potter entrecerró los ojos. —Eso no responde mi pregunta.

Draco hizo un gesto vago con la mano. —Dolor de cabeza, malestar, qué sé yo.

—Mientes.

—¿Y qué si lo hago? —soltó Draco, perdiendo la paciencia—. ¿Qué más da?

Hubo un momento de silencio tenso.

—No tienes por qué aguantar esto solo.

Esas palabras hicieron que Draco sintiera algo frío y punzante en el pecho, porque no era cierto. Sí tenía que aguantarlo solo, siempre había sido así.

Se obligó a reír con desprecio. —Qué conmovedor, Potter. ¿Esto forma parte de tu misión de salvar a todo el mundo?

Harry no respondió de inmediato.

—Si te pasara algo, nadie lo sabría.

Draco sintió que algo en él se tensaba. —No es tu problema.

—Tal vez no, pero igual me importa.

Abrió la boca para responder, pero en ese instante escucharon el sonido inconfundible de Peeves tarareando una canción absurda no muy lejos. Ambos dieron un paso atrás instintivamente. Si el poltergeist los veía, haría un escándalo y seguramente alertaría a Filch, y ninguno de los dos quería dar explicaciones sobre qué hacían fuera de sus dormitorios a esas horas.

Aprovechó la distracción para sacudir la cabeza. —Me tengo que ir.

—Malfoy...

Pero Draco ya se estaba alejando. No miró atrás, no quería ver la expresión de Potter. No quería confirmar en los ojos verdosos de Harry si su boca estaba siendo honesta, si a él realmente le importaba lo que sucediera con un chico como él.

★★★

El siguiente día fue insoportable, porque Potter lo miraba de reojo en cada clase, porque lo seguía en los pasillos. Porque, de vez en cuando, Draco sentía que estaba a punto de preguntarle algo y luego se detenía en el último segundo. Y no importaba si ellos habían sido enemigos naturales por un poco más de 7 años, algo le decía que no iba a dejarlo en paz hasta saber la verdad.

Esa misma noche, Draco estaba en la sala común de Slytherin, intentando leer un libro que no podía entender porque no lograba concentrarse, cuando la puerta se abrió de golpe, ni siquiera tuvo que girarse para saber quién era.

Blaise Zabini se dejó caer en un sillón frente a él, cruzándose de brazos.

—¿Vas a decirme qué está pasando?

Draco cerró el libro con un golpe seco. —¿De qué hablas?

—De que pareces un cadáver ambulante. De que Potter no deja de verte como si estuvieras a punto de desmayarte y de que cada vez que desapareces por más de una hora, vuelves con cara de dolor.

Draco forzó una sonrisa.

—Tal vez Potter y tú deberían formar un club de acosadores.

—No es gracioso.

Draco suspiró y desvió la mirada. No, no era gracioso, era un problema; porque si Blaise también lo notaba, entonces significaba que lo estaba haciendo mal. Significaba que ya no estaba ocultando las cosas tan bien como creía.

—¿Te volvieron a pegar esos imbéciles? — Preguntó Zabini con cautela.

—¡Claro que no! —se defendió Draco, rápido.

—¿Son los mismos de Gryffindor que a veces te lanzan hechizos por los pasillos?

Draco se puso tenso, pero intentó disimularlo. Se encogió de hombros como si no fuera importante.

—Esas son tonterías de estudiantes, molestias pasajeras. No me harían daño de verdad.

Blaise lo miró con desconfianza, como si supiera que estaba mintiendo.

—Podría hacer algo, ¿sabes? Para que dejen de molestarte.

—No. —Draco fue tajante—. No necesito eso. Ya te dije que no es nada.

Zabini frunció el ceño, pero no insistió más. Aunque su expresión decía claramente que no le creía.

—Estoy así porque, además de aguantarme a Potter en las clases, también tengo que hacerlo fuera de ellas, cuando vamos a entrenar. Parece estar vigilando cada uno de mis movimientos y siento que me está succionando el alma, es todo.

Blaise alzó una ceja, con una media sonrisa; un poco más relajado ahora.

—¿Y si resulta que sí? Tal vez una parte de Voldemort se quedó pegada a él y ahora necesita alimentarse de energía ajena. Sería muy típico de Potter.

—Probablemente, se viene el nuevo reinado del terror a manos de Harry Potter.

—¡Ufff! Si él fuera el nuevo señor tenebroso, no me importaría para nada perder la guerra —Respondió divertido, mientras se mordía el labio y miraba a la nada como si ya se imaginara la escena.

—Eres un imbécil —Dice Draco volteando los ojos ante el comentario, pero sonriendo divertido.

—Cierto que es tu hombre, lo olvide. —Puso una expresión de terror en su cara—. ¡Por favor, no me mate señor de Potter!

—Ay, ya cállate — Dice Draco mientras le tira el libro con el que estaba estudiando.

Bueno, al menos el tema de los golpes había quedado en el olvido... por el momento.

★★★

Draco ya se había acostumbrado al peso de las miradas en su espalda, pero el problema era Potter. Porque Potter no miraba como los demás. Los demás lo miraban con desprecio, con desconfianza o con miedo, pero Potter... Potter lo miraba con algo más.

Y eso lo ponía nervioso.

Draco seguía haciendo hasta lo imposible por mantenerse ocupado. Atendió a las clases sin dejar que su mente divagara demasiado, evitó las preguntas de Blaise con respuestas vagas, y cuando se encontró con Potter en el entrenamiento del martes, se obligó a actuar con normalidad, como si todo estuviera bien, como si su cuerpo no doliera, como si no tuviera miedo de que, si Potter miraba demasiado de cerca, pudiera verlo todo.

—Estás distraído —dijo Potter, bajando la varita.

Draco parpadeó y frunció el ceño.

—No lo estoy.

—Sí lo estás. —Potter cruzó los brazos, evaluándolo con esa mirada molesta—. Ni siquiera intentaste esquivar el último hechizo.

—Tal vez estaba probando una estrategia diferente —soltó Draco con indiferencia.

Potter resopló.

—Claro, porque recibir un hechizo en el pecho es una gran estrategia.

Draco entrecerró los ojos. —Oh, cállate.

Potter dejó escapar un suspiro. —Mira, si no quieres entrenar hoy, podemos dejarlo...

—No.

La respuesta fue rápida, más de lo que Draco pretendía. Porque si dejaba de entrenar, si se daba el lujo de pensar demasiado, Potter podría empezar a hacer preguntas que no quería responder.

—Sigamos —dijo con firmeza, levantando la varita.

Potter lo miró por un segundo más, como si dudara, pero al final asintió y Draco se obligó a concentrarse.

Esa noche, cuando se quitó la camisa frente al espejo de su habitación, vio los moretones. La poción que había usado los ocultaba a simple vista, pero su piel aún estaba marcada con restos de los ataques. La sombra de un hematoma bajo las costillas, la línea oscura de un golpe en el hombro.

Trazos de una historia que nadie debía conocer.

Draco se pasó una mano por el rostro y cerró los ojos con fuerza. Mañana sería un nuevo día y tendría que seguir fingiendo que nada pasaba.

A la mañana siguiente, actuó con más cuidado que de costumbre. Se mantuvo alejado de los Gryffindor cuando podía y se aseguró de que nadie notara lo mal que se sentía. Para el jueves, el clima acompañaba su ánimo: amaneció frío y gris. El cielo sobre Hogwarts estaba cubierto por nubes espesas que amenazaban con tormenta, pero Draco apenas lo notó. Se movía por los pasillos con la precisión de alguien que había aprendido a evitar problemas, manteniendo la cabeza en alto, la expresión indiferente y los pasos calculados.

Era casi irónico. Antes, cuando tenía poder, caminaba por el castillo con la misma seguridad, pero era diferente. Entonces, lo hacía con arrogancia; ahora, lo hacía por supervivencia.

Los pasillos de Hogwarts ya no eran seguros para él. No ahora, no desde la guerra. Y, sin embargo, lo peor de todo no eran los ataques de esos imbéciles que lo acosaban.

Era Potter.

Porque Potter siempre le lanzaba esa expresión que sugería que conocía la verdad.

Lo había sentido el martes pasado, durante y después del entrenamiento, cuando se cruzaron en el corredor y Potter le lanzó esa mirada de evaluación silenciosa. Draco había fingido que no pasaba nada, que no notaba cómo los ojos de Potter se detenían en su rostro como si buscara algo fuera de lugar, como si buscara pruebas. Pero no había dicho nada, no todavía y Draco no podía permitirse que eso cambiara.

El resto de las clases transcurrieron sin incidentes, pero al llegar la tarde, Draco sintió la tensión instalarse en su espalda tras recordar que día era: jueves, y los jueves él tenia entrenamiento.

Se encontró a sí mismo dudando antes de dirigirse al aula donde solían practicar, y cuando finalmente llegó, lo primero que vio fue él, de pie en el centro de la sala, con los brazos cruzados sobre el pecho y una mirada calculadora.

—Estás tarde otra vez —fue lo primero que dijo, su tono neutro.

Draco forzó una sonrisa despreocupada.

—Bueno, si McGonagall se queja, dile que lo compensaré quedándome después de clases.

Potter no sonrió.

—No es McGonagall la que me preocupa.

Draco sintió su pecho tensarse, pero mantuvo la expresión tranquila. —¿Y entonces quién? ¿Yo?

Los ojos de Potter brillaron con algo indescifrable. —Tal vez.

El silencio entre ellos se alargó. Draco sintió su piel arder bajo su mirada, pero no bajó la cabeza. No podía, porque si lo hacía, significaba que Potter ganaba y Draco no podía permitirse perder.

—¿Vamos a entrenar o solo me has traído aquí para analizar mi vida? —preguntó finalmente, con un toque de irritación en la voz.

Potter lo estudió por un segundo más antes de soltar un suspiro y alzar su varita.

—Bien. Empecemos.

El entrenamiento fue diferente esa tarde. Potter no lo atacó con la misma rapidez de siempre, no lo presionó con duelos intensos. En su lugar, parecía estar esperando algo.

Draco lo notó, notó cómo Potter retenía algunos ataques en el último segundo. Notó cómo lo evaluaba con cada conjuro y lo odió por ello. Porque el ojiverde no tenía derecho a hacer esto, no tenía derecho a preocuparse y no tenía derecho a mirarlo así.

Cuando el entrenamiento terminó, Draco se sintió exhausto. No por la magia, sino por la presión de tener que fingir por tanto tiempo, recogió su túnica y se giró hacia la puerta, listo para salir de ahí lo más rápido posible, pero Potter lo detuvo.

—Malfoy.

Draco cerró los ojos por un instante antes de girarse, sabiendo que se volvería a enfrentar a la insistencia del otro chico —¿Qué?

Potter lo miró fijamente, y entonces, con voz baja y medida, dijo: —¿Quién te lastimó?

El rubio sintió que el aire se le atascaba en la garganta. Entonces... ¿Sí lo sabía? Pero... ¿cómo?

¿Qué había hecho mal para que este sospechara? ¿Lo dedujo por unas simples ausencias y un par de moretones en sus brazos? Ese chico no era tan inteligente como para deducir algo tan grande de unos eventos tan pequeños, algo más había pasado y él se lo había perdido.

Y si... ¿simplemente estaba adivinando? Bueno, era Harry Potter y, además, un Gryffindor, todos sabían que su ingenio no era precisamente el mejor, pero lanzarse osadamente a lo primero que se le pasara por la cabeza... ufff, esa sí era su actividad favorita.

Seguramente era eso, estaba tratando de adivinar, contar con su super suerte de héroe, de salvador del mundo mágico y atinar de alguna manera u otra a las irregularidades que estaban sucediendo en la vida del rubio.

Draco se obligó a soltar una carcajada, fingiendo que no entendía, haciéndose el desentendido de las palabras que soltaba el otro. —¿De qué demonios estás hablando?

Pero Potter no apartó la mirada, decidido con sus palabras. —No juegues conmigo. Lo sé.

Draco dejó escapar una risa amarga. —No te preocupas por mí, Potter. Solo quieres ser el maldito héroe otra vez.

Algo cambió en la expresión de Potter tras escuchas esas palabras, sus ojos verdes brillaron con una intensidad peligrosa.

—Si crees que esto es sobre mí, entonces no me conoces en absoluto.

Draco sintió su garganta cerrarse y Potter dio un paso adelante.

—Dímelo, Malfoy. Mírame a los ojos y dime que esto no está pasando.

Pero Draco no respondió, pero era porque no podía. Las palabras se formaban en su mente, pero su garganta estaba cerrada, bloqueada por algo que no quería admitir.

—Vete al infierno, Potter —escupió finalmente, con el tono más frío que pudo reunir.

Se giró para marcharse, pero una mano sujetó su muñeca. No con fuerza, pero lo suficiente para que se detuviera.

—No puedes seguir así —dijo Potter, su voz baja, firme. Draco sintió su piel arder bajo su tacto, así que sacudió el brazo, apartándose de inmediato.

—No necesito tu ayuda.

Potter suspiró, pasándose una mano por el cabello con frustración. —No puedes pretender que nada está pasando, Malfoy.

Draco sonrió, una mueca amarga.

—Lo hago desde hace años, Potter. Créeme, soy muy bueno en eso.

Y ante esas palabras, silencio. Solo sus respiraciones, el eco lejano de pasos en los pasillos. Draco sabía que debía marcharse, que debía terminar esto aquí, pero entonces Potter habló otra vez.

—Déjame ayudarte.

Dos palabras.

Simples.

Pero algo dentro de Draco se rompió un poco más, porque ¡maldita sea! sonaban honestas, porque Potter no lo decía con lástima, parecía que realmente lo decía en serio.

—No —susurró.

Potter apretó la mandíbula, pero no insistió; solo lo miró, largo y tendido, como si tratara de memorizarlo. Y Draco odió lo que eso le hizo sentir, pues sintió su corazón martillear en el pecho, pero no dejó que su expresión cambiara.

No podía.

No debía.

Así que reunió fuerzas de donde no tenía e hizo lo único que podía hacer: mintió.

—Nadie me ha hecho nada, Potter.

Dicho eso, se giró y salió de la sala antes de que Potter pudiera insistir. Porque lo único más peligroso que los golpes en su cuerpo era la posibilidad de que Harry Potter descubriera la verdad. 

Lo conocía demasiado bien —no por nada habían compartido, de una forma u otra, casi siete largos años en esos mismos pasillos—. Sabía que Potter, con su maldito instinto de héroe, haría algo si llegaba a enterarse. Algo para cambiar las cosas, para solucionarlo. Y que lo hiciera solo lo dejaría a él, al rubio, más humillado de lo que ya se sentía.

Pronto sintió el frío del castillo envolverlo cuando salió del aula, pero no se detuvo y no miró atrás. No dejó que las palabras de Potter se quedaran demasiado tiempo en su cabeza, porque si lo hacía, su fachada perfecta se resquebrajaría y no podía permitirlo. Así que caminó, rápido. Con las manos temblando dentro de los bolsillos de su túnica y la mandíbula apretada hasta que dolió.

No debía importarle lo que Potter pensara, no debía importarle que hubiera notado algo, no debía importarle que sus ojos lo hubieran mirado con preocupación y no con la burla o el desprecio de todos esos anteriores años. 

Pero lo hacía y eso lo enfurecía.

Esa noche, Draco no pudo dormir. La oscuridad de su habitación se sentía opresiva, como si las sombras mismas estuvieran presionando su mente. Cada vez que intentaba cerrar los ojos, la conversación con Potter se repetía, incesante, en su cabeza. Las palabras del Gryffindor retumbaban en cada rincón de su conciencia, como una maldición de la que no podía escapar.

No podía sacarlo de su mente, no importaba lo que hiciera. El maldito Potter estaba allí, siempre acechando, siempre desafiante, como si no tuviera otro propósito en la vida más que arruinar la suya.

Draco se revolvió en la cama, su cuerpo tenso, los nervios al borde. Sabía que Potter no se iba a rendir, no ahora, él era consciente de lo terco que era el otro. El Gryffindor iba a seguir molestándolo, a seguir presionando, a seguir entrando en su vida con esa falsa moral de héroe, pero Draco no iba a dejar que lo hiciera.

Con un gruñido de frustración, se pasó una mano por el rostro, sintiendo la rabia arder en su pecho. La presión lo estaba ahogando, no podía permitir que Potter tuviera más poder sobre él, no podía dejar que el imbécil se metiera más en su vida, no después de todo lo que había sucedido.

Draco se levantó de la cama con brusquedad, dando vueltas por la habitación, aunque corría el riesgo de despertar a su amigo, pero necesitaba pensar, necesitaba hacer algo, algo para detenerlo, para frenar esa invasión de su paz, de su mundo.

Y ya lo tenía, sabía lo que tenía que hacer, lo que debía hacer. La solución era clara, aunque en el fondo de su corazón, sabía que no deseada.

Draco se mantuvo alejado, esa fue su estrategia. Si Potter quería salvarlo, entonces la solución era simple: hacer que se olvidara de él.

Así que evitó cualquier contacto innecesario. En las clases, no le dirigía la palabra más que para lanzarle comentarios mordaces como en los viejos tiempos. En los pasillos, si lo veía venir, tomaba otra dirección. Y en los entrenamientos... bueno, simplemente no fue.

El martes y jueves, en lugar de presentarse en la sala de duelos, se encerró en su habitación. No había recibido ninguna nota de Potter, ninguna queja, ningún mensaje exigiendo una explicación. Y eso estaba bien, porque era precisamente lo que quería. 

Entonces, ¿por qué sentía este vacío en el pecho?

Pero ya el viernes por la tarde, Draco se encontraba en la biblioteca repasando un libro de encantamientos sin realmente leerlo, cuando sintió una presencia a su lado. No tuvo que levantar la vista para saber quién era.

—Decidí que entrenar contigo era una pérdida de tiempo —dijo Draco antes de que Potter pudiera hablar.

Siguió hojeando el libro, sin expresión alguna.

—Ah, ¿sí? —Potter se sentó frente a él, cruzando los brazos—. Qué curioso. Porque creí que lo hacías para entrenar, para demostrarles a todos que no eras una amenaza.

Draco chasqueó la lengua.

—Ya lo demostré.

—No, lo evitaste.

Eso lo hizo alzar la vista. Potter lo miraba con esa intensidad irritante, como si pudiera ver a través de él y Draco sintió cómo su corazón latía con fuerza.

Apretó los dientes. —¿Qué quieres, Potter?

El otro se inclinó levemente sobre la mesa, quedando un poco más cerca del rostro de Draco. —Quiero que me digas la verdad.

¿La verdad? La verdad es que no iba a decirle nada, por más que insistiera. Había aprendido a guardar silencio, a tragarse las palabras y a fingir que todo estaba bien.

—No hay ninguna verdad —respondió, alzando la barbilla.

—Entonces mírame a los ojos y dime que no faltaste al entrenamiento porque alguien te atacó.

Draco abrió la boca para responder, con toda la disposición de mentirle y mirándolo a los ojos, pero, nada salió, su mente tenía las palabras, pero su boca no las pronunciaba. 

Y es que no entendía el porqué, siempre había podido ser un gran mentiroso. Entonces no entendía porque y exclusivamente con Potter, sentía que no podía hacerlo. No entendía porque razón, cuando Potter lo miraba así, con tanta determinación, las mentiras no parecían salir con tanta facilidad.

El silencio reino el ambiente, y eso fue una respuesta más que suficiente para el otro, y Draco bajó la mirada, con su mandíbula tensa.

Potter suspiró. —Déjame ayudarte.

Otra vez esas palabras, otra vez ese tono. Draco cerró el libro de golpe y se puso de pie.

—No necesito tu ayuda —Pronunció el rubio entre dientes, sintiéndose enfurecido por las ansias de ayudar del contrario.

—Eso ya lo dijiste antes.

Draco se inclinó hacia él, ahora su rostro estaba a centímetros del de Potter.

—Y lo seguiré diciendo hasta que lo entiendas, Potter.

Pero el chico no se movió, tampoco apartó la mirada y eso hizo que algo en el estómago de Draco se retorciera con rabia.

Pero no le daría el placer de ver su debilidad, así que se alejó y salió de la biblioteca sin mirar atrás. Pero incluso cuando ya no estaba ahí, sintió la mirada de Potter quemándole la espalda y odió cuánto lo afectaba.

★★★

Draco no volvió a la biblioteca en todo el fin de semana. No porque tuviera miedo de encontrarse con Potter, eso, definitivamente, no era lo que le preocupaba. Solo... no quería lidiar con él. No quería lidiar con su mirada inquisitiva, con sus preguntas, con su absurda necesidad de ayudarlo.

Pero el martes por la mañana, cuando entró al aula de Pociones, supo que Potter no iba a dejarlo escapar tan fácilmente. El Gryffindor ya estaba ahí, sentado en su lugar habitual, y en cuanto Draco cruzó la puerta, sus ojos verdes se fijaron en él.

Draco se tensó.

Se obligó a mantener la cabeza en alto mientras tomaba asiento. No pasó nada al principio. El profesor entró al aula, comenzó la lección y Draco se permitió relajarse un poco. Hasta que un pergamino se deslizó por la mesa y quedó justo frente a él. Lo miró fijamente, luego, con un suspiro exasperado, lo desenrolló.

Solo tenía una frase escrita con letra desordenada.

"Entrenamiento. Hoy. 5 p.m. No faltes."

Draco apretó la mandíbula, dejando que la rabia se apoderara de él por un momento. ¿Quién se creía Potter para darle órdenes? Sin embargo, no respondió. No quería darle el gusto de ver que lo había molestado. En lugar de eso, arrugó el pergamino con fuerza y lo guardó en su bolsillo.

A las cinco en punto, Draco estaba en la sala de entrenamiento.

No porque Potter se lo hubiera ordenado, sino porque no quería que pensara que lo estaba evitando. No iba a ser tan fácil para Potter darle esa satisfacción. Había algo en esa actitud del Gryffindor que lo retaba, que lo incitaba a presentarse, aunque solo fuera por orgullo. No iba a demostrar debilidad, no después de todo.

Potter llegó unos minutos después, lo miró con una expresión que Draco no supo descifrar.

—Pensé que no vendrías.

Draco bufó, cruzando las manos sobre su pecho.

—No soy un cobarde.

Potter no discutió eso, en lugar de responder, sacó su varita y se puso en posición de duelo. Draco se tensó, preparándose para cualquier cosa, pero Potter no lo atacó; en cambio, dio un paso adelante y lo miró con esa intensidad que tanto lo desconcertaba.

—Esta vez, cambiaremos las reglas.

Draco frunció el ceño.

—¿Qué se supone que significa eso?

Potter lo miró con una intensidad que lo descolocó.

—Quiero que confíes en mí.

El estómago de Draco se hundió. Ese simple comentario lo descolocó, y de alguna forma, lo hizo sentirse vulnerable. Rió, pero sin humor.

—¿Confianza? —repitió con burla—. ¿Desde cuándo te volviste tan ingenuo, Potter?

Harry no sonrió, no se detuvo tampoco. En lugar de eso, extendió su mano hacia él, Draco la observó con desconfianza, como si fuera un arma que pudiera detonarse en cualquier momento. Como si, al tocarla, fuera a quemarse. 

Pero lo peor fue darse cuenta de que, a pesar de todo, una parte de él quería hacerlo. Aunque lo negara, aunque se forzara a odiar a Potter, había algo dentro de él que deseaba confiar en él; pero no, él no podía permitírselo. 

Así que Draco no tomó su mano. No podía, aunque quería, porque la sola idea de hacerlo lo paralizaba de una manera que no quería analizar demasiado. Así que, con desdén, resopló y cruzó los brazos sobre su pecho.

—Si crees que con esto vas a lograr que confíe en ti, Potter, eres más iluso de lo que pensaba.

Harry no apartó la mano de inmediato. Lo observó con esa intensidad irritante, como si pudiera ver lo que Draco no quería admitir, como si pudiera leer sus pensamientos más profundos. Finalmente, después de un largo momento de tensión, suspiró y bajó la mano.

—No espero que lo hagas —dijo simplemente—. Pero sí espero que lo intentes.

Draco apretó la mandíbula con fuerza, deseando poder decir algo más, algo que le devolviera el control de la situación. Quería discutir, quería dejar claro que las cosas no funcionaban así, que las promesas de confianza no significaban nada, pero la verdad era que Potter no tenía por qué intentarlo con él y, sin embargo, ahí estaba.

Eso lo irritaba aún más.

—¿Vamos a entrenar o vas a seguir con tus discursos sentimentales? —soltó con impaciencia.

Harry sonrió apenas, como si hubiera ganado algo. Draco no supo por qué eso lo hizo sentirse aún más incómodo.

El entrenamiento fue como el último que habían tenido.

Harry no atacó de inmediato, como en las primeras sesiones. Esta vez se movía más despacio, con calma, casi como si le diera tiempo a Draco para pensar. Fue frustrante al principio, pero luego, Draco se dio cuenta de que algo había cambiado. 

El entrenamiento fluía de una forma distinta. Era como un baile: un paso hacia atrás, una barrera conjurada en el momento justo, un movimiento calculado para esquivar sin contraatacar.

Y lo peor fue que, en algún punto, se dio cuenta de que Potter sonreía.

—¿Qué demonios es tan gracioso? —espetó Draco, sin aliento, después de bloquear otro ataque.

Harry giró la varita entre los dedos.

—Nada. Es solo que... —Su sonrisa se amplió apenas—. Creo que te estás volviendo bueno en esto.

Draco sintió algo extraño en el pecho, algo que no quería nombrar. Así que se obligó a rodar los ojos.

—Por supuesto que sí, soy un Malfoy. Somos buenos en todo.

Harry rió suavemente. Y, por un segundo, Draco olvidó que se suponía que lo odiaba.

Cuando la sesión terminó, Draco estaba exhausto. Harry lo observó mientras guardaba las varitas.

—¿Quieres volver el jueves?

Draco dudó por un momento. Pensó en decir que no, en rechazar la invitación y seguir su camino sin mirar atrás; pero, en cambio, se encontró a sí mismo respondiendo con indiferencia:

—Si no tengo nada mejor que hacer.

Harry sonrió otra vez y Draco supo que estaba jodido.

Para cuando amaneció el jueves, Draco ya había decidido que no le importaba. Que esto no significaba nada, que no estaba esperando con impaciencia la hora del entrenamiento, que su estómago no se había apretado con anticipación cuando se dirigía a la sala. Y que definitivamente no estaba recordando la última sonrisa de Potter.

Pero cuando entró en el aula, Harry ya estaba ahí, apoyado contra la pared con los brazos cruzados, observándolo con una expresión que Draco no supo interpretar. 

—Llegas temprano hoy —comentó Potter con un deje de sorpresa.

Draco bufó y recibió su varita que Potter le entregaba.

—No tenía nada mejor que hacer.

Harry inclinó la cabeza, la sombra de una sonrisa cruzándole el rostro. —Claro.

No discutieron más. El entrenamiento fue intenso, Harry ya no se contenía tanto como antes, lo ponía a prueba de verdad, lo obligaba a pensar, a reaccionar con rapidez sin dejar que el instinto de ataque tomara el control. Era un reto y a Draco le gustaban los retos. Pero lo que no le gustaba—lo que lo desconcertaba—era la forma en que, en medio de la tensión, Potter hacía comentarios amables.

—Eso estuvo bien, Malfoy.

—Estás mejorando.

—¿Ves? Sabía que podías hacerlo.

Era raro.

Estaban entrenando, enfrentándose como siempre, pero, aun así, sentía que todo era diferente, Potter era diferente, y Draco no sabía qué hacer con eso, así que fingió que no pasaba nada, que no sentía nada.

Al final de la sesión, Draco estaba sudando, su respiración agitada, pero satisfecho. Harry guardó las varitas y lo observó un momento antes de hablar.

—Voy al Gran Comedor. ¿Vienes?

Draco se tensó. La pregunta era simple, casual, pero algo en la forma en que Potter la hizo... lo descompuso. Se forzó a rodar los ojos.

—No necesito que me invites a comer, Potter.

—No te estoy invitando —dijo Harry, sin perder la calma—. Solo preguntaba.

Draco dudó. 

El Gran Comedor significaba estar rodeado de gente, de miradas, de susurros. De los mismos que lo habían golpeado más de una vez. Por un instante, pensó en inventar una excusa, pero entonces vio la forma en que Harry lo miraba. No con lástima, sino como si estuviera esperando algo.

Draco exhaló lentamente.

—Solo porque tengo hambre.

Harry sonrió apenas y Draco cruzó las puertas del Gran Comedor sin sentirse completamente solo.

El murmullo del sitio era un zumbido constante, voces mezclándose en un caos que Draco solía encontrar molesto. Pero ahora, mientras cruzaba el umbral junto a Potter, el sonido se sintió más ensordecedor que nunca. No fue una entrada discreta, el simple hecho de que estuviera caminando al lado de él atrajo miradas. No muchas, pero suficientes. 

Draco mantuvo la barbilla en alto y se dirigió hacia la mesa de Slytherin sin decir una palabra, sin necesidad de voltear a ver si Harry seguía su camino hacia los Gryffindor. No tenía por qué importarle, y, sin embargo, se sentía... extraño.

—Malfoy.

Draco alzó la vista de su plato con desgana, Blaise Zabini lo miraba con los brazos cruzados, con la expresión de alguien que tenía demasiadas preguntas y muy pocas respuestas.

—¿Qué? —espetó Draco, volviendo a su comida.

—¿Desde cuándo cenas al mismo tiempo que Potter?

Draco soltó el tenedor con un chasquido sobre el plato y lo miró con fastidio.

—Oh, lo siento, no sabía que había un horario oficial para no cruzarme con él.

Blaise rodó los ojos. —No te hagas el idiota. Se están hablando.

Draco sintió una punzada de irritación. —Es entrenamiento.

—Ajá. Y seguro entrenaban en el pasillo antes de entrar al Gran Comedor también, ¿no?

Draco se tensó.

—Mira, si solo vas a molestarme—

—Solo te estoy diciendo que esto es raro —interrumpió Blaise, bajando la voz. Su expresión era más seria ahora—. Potter siempre te ha acosado, no es un secreto para nadie, pero ahora... él se mete en tu camino más de lo normal. ¿Qué demonios está pasando?

El rubio apartó la mirada, no tenía una respuesta, porque él tampoco sabía qué demonios estaba pasando.

Draco no se quedó mucho tiempo más. Terminó de comer en silencio, ignorando las miradas y las preguntas, y apenas tuvo oportunidad, se levantó de la mesa y se marchó sin decir nada. Subió por las escaleras con paso rápido, sin mirar atrás, con la única intención de llegar a su habitación y cerrar la puerta.

Cuando por fin llegó a su habitación, se cambió el uniforme sin encender ni una vela, se cepilló los dientes a oscuras, y se metió en la cama con movimientos automáticos. No tenía energía para nada más, además sabía lo que venía.

Pues las noches se habían vuelto difíciles. El simple acto de cerrar los ojos se había convertido en una prueba, dormir significaba recordar. Y recordar significaba revivir todo lo que había intentado enterrar.

Los rostros de los que le atacaban surgían en su mente como sombras persistentes, sus ojos llenos de desprecio, sus palabras venenosas, cada una de ellas perforando su alma con la precisión de una daga afilada.

Mortífago.

Asesino.

Escoria.

No eres nada sin tu varita.

Draco apretó la mandíbula, mirando el techo de su dormitorio con los puños cerrados. Sentía la presión en su pecho, como si el aire fuera más denso, como si el peso de su propio pasado lo estuviera aplastando, dejándolo sin aliento. Quiso ignorarlo, quería desaparecer, pero no podía. Esas voces no lo dejaban en paz.

Pero entonces, de entre todos esos pensamientos oscuros, una voz diferente se filtró en su mente. Más firme. Más honesta.

" Quiero que confíes en mí".

Potter.

Draco cerró los ojos con frustración, sintiendo cómo la ira y el desconcierto se apoderaban de él. No debía pensar en eso, no debía pensar en él.

★★★

Llegó el sábado de Halloween y como cada año, Hogwarts decoró el Gran Comedor con calabazas flotantes, murciélagos encantados y velas colgantes que chispeaban sobre las mesas. Pero Draco no fue, se quedó en su habitación, con una excusa poco convincente y la firme decisión de no rodearse de risas forzadas ni de dulces extraños.

Escuchó después que Potter tampoco había asistido. Según Pansy, había pedido permiso para salir de Hogwarts. Draco no preguntó más, pues no lo necesitaba. Era 31 de octubre a fin de cuentas y todos sabían qué había ocurrido ese día muchos años atrás.

El resto de los días continuaron, domingo, lunes. No hubo entrenamientos, no hubo Potter. Solo el silencio, las miradas, las bromas pesadas y esa sensación constante de estar al borde de algo que no entendía.

Y para cuando llegó el martes ya ni siquiera intentaba darle sentido. Draco no recordaba la última vez que se había sentido cómodo en su propia piel, todo le pesaba últimamente: el uniforme, las miradas furtivas, la sensación de que todo a su alrededor se inclinaba en su contra. Como si la realidad misma estuviera esperando que fallara.

Los entrenamientos con Potter no habían sido diferentes. Dedicaban al menos 30 minutos para estudiar alguna asignatura más sencilla como Encantamientos o Transfiguración, y el resto, lo dedicaban a Defensa. Todo era hechizos bloqueados, esquivas, más las palabras de Potter alagándolo cuando hacía algo bien y que siempre quedaban resonando en su cabeza.

—Otra vez.

Draco jadeó, sintiendo la tensión en sus brazos mientras levantaba su varita.

—¿No tienes nada mejor que hacer, Potter?

Harry sonrió apenas, su expresión mezcla de paciencia y desafío.

—Pensé que te gustaban los retos.

Draco bufó, pero no se quejó. No podía, porque, jodidamente, lo necesitaba. Porque, por mucho que lo odiara admitir, la única vez en el día en la que no se sentía completamente a la deriva era aquí, en estas sesiones.

Donde no tenía que pensar en nada más que en practicar. Donde la voz de Potter, firme y directa, lo mantenía anclado.

Era solo en las noches, cuando volvía a su dormitorio y se quitaba la túnica frente al espejo, donde su mente divagaba más de lo normal ante lo que veía: Moretones, sombras azuladas en su piel pálida.

La evidencia de que esos chicos de quinto año no se cansaban de recordarle quién era para ellos. 

No habían vuelto a pegarle hasta dejarlo herido de gravedad, pero eso no significaba que no aprovecharan cuando lo encontraban a solas en los pasillos para hechizarlo. Ese día, por ejemplo, tenía una línea rojiza en la frente, recuerdo del momento en que le hechizaron las piernas mientras bajaba por las escaleras del tercer piso. Tropezó y rodó al menos siete escalones. No había testigos, solo los mismos idiotas de Gryffindor que se rieron antes de marcharse.

Caminó hasta la mesita de noche, sacó el frasco y echó la poción en su rostro. Su reflejo en el espejo parpadeó un instante antes de que la piel se alisara, limpia, impecable.

Como si nada hubiera pasado, como si todo estuviera bien. Draco inspiró profundamente y apagó la vela de un soplido.

No estaba bien, pero nadie tenía por qué saberlo.

Y mientras fingía, el tiempo hacía lo suyo: lo arrastró sin permiso hasta el jueves. Draco se movió con la precisión de quien ha convertido su rutina en un mecanismo de supervivencia. 

Despertó antes que Blaise, se duchó en silencio, se puso el uniforme con movimientos automáticos y se aseguró, como cada día, de aplicar la poción sobre su piel antes de salir del dormitorio.

El día transcurrió con la misma monotonía de siempre. Las clases pasaron en un borrón de voces y pergaminos, su pluma garabateando respuestas en automático. Como siempre, las miradas furtivas lo seguían a donde fuera, algunas de desprecio, otras de desconfianza.

Había aprendido a ignorarlas o menos, intentarlo. Pero cuando llegó la hora del entrenamiento con Potter, la inquietud que había logrado reprimir todo el día regresó con más fuerza.

No podía permitirse distraerse, no podía permitirse fallar.

Se dirigió al aula de Defensa con el ceño fruncido, ajustándose la túnica mientras repasaba mentalmente todo lo que Potter le había enseñado hasta ahora. Cuando llegó, Harry ya estaba ahí, apoyado contra una de las mesas con los brazos cruzados, su varita girando entre sus dedos.

Draco se detuvo en la entrada y exhaló lentamente antes de entrar del todo.

—Puntual. Milagro —comentó Harry con una media sonrisa.

—No quería darte la excusa de regañarme —replicó Draco con sequedad, dejando caer su bolso en una de las sillas.

Harry lo observó por un segundo más de lo necesario. Draco ignoró el escalofrío que le recorrió la nuca.

—Hoy cambiaremos la estrategia —dijo Potter al enderezarse.

Draco alzó una ceja.

—¿Eso significa que, por fin, dejarás de lanzarme hechizos a quemarropa?

—No del todo —respondió Harry con diversión—. Pero quiero probar algo diferente.

Draco entrecerró los ojos con desconfianza.

—¿Qué tipo de "diferente"?

Harry sonrió y Draco supo, en ese instante, que no le iba a gustar.

Y efectivamente, el entrenamiento fue un desastre.

Potter, en su infinita estupidez Gryffindor, había decidido que Draco debía aprender a anticipar los ataques antes de que fueran lanzados. "Confía en tus reflejos", le había dicho. "Siente el cambio en el ambiente antes de que el hechizo salga de la varita".

Sonaba muy inspirador en teoría. En la práctica, era una pesadilla, porque sentir no era precisamente algo que Draco estuviera dispuesto a hacer.

No después de todo.

No cuando cada vez que alguien levantaba una varita contra él fuera de un duelo de entrenamiento, su primer instinto era retroceder, o cubrirse, o recordar, durante una fracción de segundo, lo que era estar en el suelo, indefenso, con puños y hechizos cayendo sobre él.

Y aunque esto era solo práctica, también se sentía vulnerable. Porque, al final, no saber qué haría Potter lo dejaba en desventaja. Era la misma incertidumbre que lo invadía cuando se enfrentaba a esos chicos en los pasillos: ese segundo de duda, de miedo, de no saber por dónde vendría el hechizo. Tenía que anticiparse, reaccionar antes de que el ataque se lanzara, antes de que siquiera Potter dijera el nombre del hechizo, pero si no atinaba... el impacto le daba de lleno en el pecho y lo empujaba al suelo.

Sí, era igual. Igual a cuando lo hechizaban sin aviso, igual a cuando se sentía estúpido por no poder defenderse a tiempo.

Así que falló.

Una.

Y otra.

Y otra vez.

Harry le había dicho que, si era demasiado, podían bajarle la intensidad, pero Draco negó de inmediato. No quería concesiones. Porque si lograba anticipar los movimientos de un mago tan poderoso y hábil como Potter, entonces también podría hacerlo con esos chicos.

Y aunque no tuviera una varita para desviar un ataque, al menos su propio cuerpo le permitiría moverse lo suficiente para que el hechizo no le diera de lleno.

Al menos los hechizos, porque los golpes eran otro cuento.

Así que apretó la mandíbula y siguió intentando. Hasta que, por primera vez en toda la tarde, bloqueó el ataque antes de que el hechizo siquiera saliera completamente de la varita de Potter.

Fue un pequeño triunfo, pero era suyo.

Cuando el entrenamiento terminó, Draco estaba agotado. Se pasó una mano por la cara y recogió su bolso con un gruñido.

—¿Ves? No fue tan terrible —comentó Harry, guardando las varitas.

Draco bufó. — Claro, fácil para ti. A diferencia de mí, tú no tienes que salir de aquí, y ver que imbécil te espera en las esquinas para probar qué tan rápido puedes esquivar un hechizo.

Harry lo miró fijamente y Draco sintió que su estómago se encogía.

Mierda, se había equivocado. 

Lo supo en el instante en que vio la mirada calculadora en los ojos de Potter. Harry entrecerró los ojos, como si por fin lo hubiese descubierto en su mentira.

—¿A diferencia de ti?

Draco desvió la mirada con indiferencia. —Figura retórica, Potter. No seas tan literal.

Silencio, demasiado silencio. Draco sintió cómo Harry lo observaba, su atención recorriéndolo de arriba abajo con demasiada intensidad. Casi podía oír los engranajes en su cabeza girando.

—Malfoy...

Draco agarró su bolso con más fuerza y le lanzó una mirada gélida.

—Nos vemos el martes, Potter.

Y salió de la sala con pasos rápidos y firmes, antes de que Harry pudiera decir algo más, ignorando su mirada persistente clavándose en su espalda. No podía dejar que sospechara más de lo que ya lo hacía, no podía permitir que Harry viera más allá de la fachada cuidadosamente construida.

Mantuvo el ritmo hasta perderse en los pasillos más solitarios del castillo. La mayoría de los estudiantes ya estaban en sus salas comunes o en la biblioteca, lo que le daba la ventaja de moverse sin miradas inquisitivas.

Exhaló con fuerza y aflojó el agarre sobre su bolso. Sus dedos estaban tensos, las uñas casi marcadas en la tela.

"No fue tan terrible", había dicho Potter.

Draco casi se rió con amargura.

No, claro que no lo fue. Si tan solo Harry supiera lo que realmente significaba "terrible".

Sacó la poción y la aplicó sobre su piel con la misma precisión de siempre. Los moretones que empezaban a visualizarse de nuevo, desaparecieron en un instante; pero la sensación de los golpes aún ardía bajo la piel.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 6: 𝑽

Chapter Text

 

★★★

El día siguiente fue una repetición de la rutina de siempre.

Se despertó temprano, evitó conversaciones innecesarias y se centró en sus clases como si no existiera nada más en el mundo; sin embargo, conforme avanzaban las horas, Draco no podía ignorar el hecho de que Potter estaba... observándolo, y más de lo normal. Pero había algo más, algo casi analítico y eso lo ponía nervioso.

Durante el almuerzo, sintió la mirada de Potter sobre él varias veces, pero se obligó a seguir comiendo como si no lo notara. Y cuando la última clase del día terminó, Draco intentó salir del aula antes de que Potter pudiera alcanzarlo.

Falló.

—¿Malfoy?

El llamado lo detuvo en seco. Draco apretó la mandíbula y se giró con lentitud. Potter estaba de pie a unos metros de él, con esa expresión de quien estaba debatiéndose entre hacer una pregunta o dejarlo pasar.

Draco no quería saber cuál de las dos opciones elegiría.

—¿Qué quieres, Potter? —su voz salió seca, casi impaciente.

Harry inclinó la cabeza levemente.

—Quiero que me digas la verdad.

Draco sintió cómo el aire se volvía un poco más pesado a su alrededor.

—¿Verdad sobre qué? —Preguntó haciéndose el desentendido, aunque claramente sabía a que se refería el otro.

—Sobre lo que realmente está pasando contigo.

Silencio. Draco se obligó a mantener su expresión neutral.

—No tengo idea de qué hablas.

Harry frunció el ceño. —Deja de mentirme.

Draco levantó una ceja con fingido desinterés.

—Oh, qué gracioso. Primero me acusas de mentiroso y luego esperas que sea honesto contigo. ¿Ves la contradicción, Potter?

Harry suspiró, visiblemente frustrado. —No es un juego, Malfoy. Lo sé.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se repetía internamente que no era verdad, que Potter no sabía nada, que estaba intentando adivinar y por mera suerte le había dado al punto, pero él no tenía porque enterarse de que sus sospechas eran ciertas.

—¿Qué sabes?

—Que te están lastimando.

Su estómago se encogió, pero su rostro no mostró ni una sola grieta.

—Eres ridículo.

—Draco—

—No me llames así.

Harry cerró la boca de golpe, Draco sintió su propia respiración agitada. No sabía si por la rabia o por el miedo. No podía dejar que esto fuera más lejos, así que reaccionó como cada vez que sentía que Potter le estaba ganando en algo: Le atacó con comentarios.

—¿De verdad crees que me importa lo que pienses? ¿Qué necesito tu estúpida lástima, Potter? —Dijo mientras rodaba los ojos y forzaba una carcajada burlona.

—No es lástima—

—Déjame en paz.

Harry dio un paso adelante, y el cuerpo de Draco se tensó al instante. No fue una reacción pensada, sino instintiva, como si una alarma se activara dentro de él. Retrocedió de inmediato, con el corazón acelerado, y por un segundo, la sombra del miedo volvió a apoderarse de su pecho; ese miedo crudo y silencioso que conocía bien, el mismo que lo invadía cuando aquellos chicos de Gryffindor lo arrinconaban sin previo aviso.

El verde de los ojos de Potter se oscureció por una fracción de segundo y Draco supo que el otro lo había notado, que había visto su reacción y que lo había entendido.

Mierda.

No dijo nada más, se giró sobre sus talones y se alejó antes de que Potter pudiera seguir insistiendo. Pero mientras caminaba por los pasillos en dirección a la sala común de Slytherin, con los latidos aún retumbándole en los oídos, una sensación extraña se instaló en su pecho. 

No entendía que estaba sintiendo, pero sabía que no lo quería averiguar.

Cruzó la entrada de las mazmorras con la cabeza baja, ignorando las miradas furtivas que se posaban sobre él. Solo quería subir a su habitación, cerrar la puerta y que todo desapareciera. Olvidar, aunque fuera por un momento, todo lo que había sucedido ese día.

Pero cuando llegó a su cama, la idea de dormir le pareció absurda. El simple pensamiento de cerrar los ojos lo llenaba de incomodidad. No podía, no con el eco de las palabras de Potter todavía retumbando en su mente.

"Que te están lastimando."

Se dejó caer sobre el colchón, sintiendo el peso de su cuerpo aplastado contra la fría realidad. Pasó una mano por su rostro, como si pudiera borrar el caos que se había desatado en su cabeza.

Potter sabía.

¿Pero cómo? ¿Quién le había dicho? ¿Cómo se había enterado?

No, definitivamente no. Era improbable, que estuviera adivinando tenía más sentido, seguro solo era una sospecha... pero, aun así, era una sospecha lo suficientemente grande como para que insistiera. 

Lo suficiente como para que, de alguna manera, el maldito "salvador del mundo mágico" se preocupase por él.

Y eso, eso era peligroso.

★★★

La tensión se instaló de forma persistente en los días que siguieron. Draco intentó aferrarse a su rutina, como siempre: clases, estudios, ocultar los moretones bajo las mangas largas, evitar los problemas. Pero Potter no le dejaba espacio para respirar.

Cada vez que coincidían en la misma habitación, Draco sentía esa maldita mirada fija sobre él. A veces, lo encontraba observándolo con una expresión tan fría y analítica que era como si estuviera intentando desmenuzarlo. Otras veces, era algo más incómodo, algo que se acercaba a la preocupación, como si Harry estuviera a punto de preguntar algo que no tenía derecho a saber.

Y cuando se cruzaban en los pasillos, Draco sentía esa presión en el aire, esa sensación de que las palabras estaban a punto de escapar de los labios de Potter. Podía ver la insistencia en sus ojos, como si el Gryffindor estuviera a punto de decir: "Dímelo".

Pero Draco no iba a ceder, no era una opción, así que lo ignoraba, lo esquivaba, lo evitaba, como si pudiera borrar esa presencia que lo acechaba en cada rincón. Hasta que Potter decidió que no iba a permitirlo.

Fue en el pasillo cerca de la Torre Norte cuando ocurrió. Draco caminaba solo, disfrutando de la poca presencia de estudiantes a esa hora, cuando una voz detrás de él lo detuvo en seco.

—Malfoy.

Se tensó al instante, una punzada de incomodidad recorriéndole la espina dorsal. Giró con cautela, y como lo había sospechado, allí estaba Potter, solo. Lo miraba con esa determinación que siempre lo incomodaba.

—No tengo tiempo para esto, Potter—dijo, intentando cortar la conversación antes de que se desbordara.

—Lo harás.

Draco bufó. —No sé en qué momento llegaste a la conclusión de que puedes ordenarme cosas.

—No te estoy ordenando nada—dijo Harry, acercándose un paso—. Solo quiero que dejes de mentir.

Draco sintió cómo la irritación le quemaba la piel.

—Eres exasperante.

—Lo sé.

Draco apretó los dientes, buscando el modo de cortar todo de raíz.

—Entonces, aléjate.

—No.

El simple hecho de escuchar esa respuesta lo hizo sentir como si el aire se volviera más espeso. Pero antes de que pudiera lanzar algún insulto bien afilado, Potter habló de nuevo, con voz tranquila, pero firme.

—Mírame y dime que no te están lastimando.

Draco se quedó en silencio, la pregunta flotando en el aire. ¡Maldita sea! Quería mentir, claro que quería hacerlo como siempre lo hacía, pero ese infeliz estaba mirándolo, con esa intensidad que parecía querer desmantelarlo pieza por pieza, y que hacía que las palabras se atascaran en su garganta.

No era la mirada de un enemigo, no era la mirada de alguien que quería verlo caer. Era la mirada de alguien que...

"Que quiere ayudarte."

Draco sintió cómo la rabia burbujeaba en su interior, más fuerte que nunca.

Porque Potter no tenía derecho. No tenía derecho a preocuparse por él, no tenía derecho a meterse en su vida. No tenía derecho a mirar más allá de la fachada que se había construido.

Así que hizo lo único que sabía hacer: se obligó a esbozar una sonrisa arrogante, la que siempre usaba para protegerse.

—¿Sabes qué es lo divertido, Potter? Qué crees que eres el héroe de todos. Que, si algo está mal, eres tú quien debe arreglarlo.

Harry no apartó la mirada. —No intento ser un héroe.

—Claro que sí. Es lo único que sabes hacer —Se inclinó un poco, casi como si estuviera compartiendo un secreto—. Pero yo no soy tu misión.

Con esas palabras, Draco giró sobre sus talones y comenzó a caminar, dejando a Potter atrás, con la mirada fija en su espalda. Y sentía como la rabia subía por todo su cuerpo, porque no podía sacarse al otro de la cabeza. Era ridículo, no importaba cuántas veces lo empujara, lo esquivara o lo ignorara, Potter seguía allí. Persistente. Insufrible.

Y lo peor de todo era que Draco no estaba seguro de cómo se sentía al respecto.

No estaba acostumbrado a que alguien se preocupara por él. No de esa manera, no de una forma que no estuviera ligada a un interés egoísta o una agenda oculta. No de alguien como Potter, el salvador del mundo mágico, el que siempre parecía dispuesto a cargar con el peso de todo, incluso cuando nadie le pedía que lo hiciera.

Ese tipo de preocupación... era algo que Draco nunca había experimentado, algo que no sabía cómo manejar. No entendía por qué Potter insistía en meterse en su vida, en intentar rasgar las paredes que había construido a lo largo de los años. Era como si el Gryffindor estuviera buscando algo, algo que ni Draco mismo sabía si quería encontrar. 

Pero, al final del día, Potter podía insistir todo lo que quisiera, podía mirar de esa forma que desbordaba preocupación, pero Draco no se iba a dejar atrapar.

★★★

El resto de la semana pasó rodeada de miradas furtivas y silencios tensos. El aire en los pasillos parecía más espeso de lo normal, cargado de algo que Draco no quería ni siquiera nombrar. Potter había dejado de presionarlo directamente, pero él sabía que seguía allí, acechando, esperando.

Esperando que hablara, esperando que cediera.

Y Draco...Draco no quería ceder. Pero algo en su pecho se apretaba cada vez que veía a Potter fruncir el ceño al verlo entrar en una habitación, cada vez que el Gryffindor lo observaba con esa mirada que intentaba ocultar la frustración. Cada vez que él fingía que todo estaba bien, que todo era como siempre, pero Potter no le creía. Y lo odiaba por eso.

Lo odiaba porque podía verlo, podía leerlo, podía ver a través de su fachada como si fuera cristal. Y eso lo aterraba, lo enfurecía. Porque no tenía ni idea de cómo reaccionar ante esa mirada tan constante, tan penetrante.

No podía dejar que lo alcanzara, no podía permitir que Potter viera más allá de la máscara que había perfeccionado durante años. Pero, aun así, el nudo en su pecho seguía apretándose más fuerte cada vez que veía esa mirada llena de algo que no podía identificar. Y le molestaba, le molestaba mucho más de lo que quería admitir.

El martes, después de Pociones, Draco apenas había salido del aula cuando Potter apareció a su lado.

—No me evites.

Draco puso los ojos en blanco.

—Potter, si crees que tengo la energía para seguir con nuestros encuentros semanales después de clases, te informo que—

—No hablo de eso.

Draco se detuvo, Potter lo miraba con esa maldita expresión intensa que estaba empezando a odiar. Cada vez le resultaba más difícil sostenerle la mirada, como si algo dentro de él cediera ante esa atención constante.

—Entonces, ¿de qué hablas?

—Tú sabes de qué.

Draco apretó los dientes. —No hay nada que decir.

Potter soltó un suspiro, como si estuviera conteniendo la frustración.

—No voy a ignorar esto.

—¿Y qué harás, Potter? ¿Seguirme hasta los baños? ¿Vigilar cada paso que doy?

—Si es necesario, sí.

Draco se rió sin humor.

—¿No tienes un partido de Quidditch al que asistir? —preguntó Draco, buscando desviar la conversación. Sabía que hoy era el partido entre Slytherin y Gryffindor, pero la idea de volver a ser parte del equipo no le atraía lo más mínimo. Nadie lo aceptaría, y, además, cualquier compañero podría usar su magia para hacerle caer de la escoba, como si fuera una broma.

Una cruel y humillante broma. 

—No participé este año —respondió Harry con una calma que sorprendió a Draco.

El rubio levantó una ceja, pero no dejó que su asombro se reflejara en su rostro. Harry Potter, el mismísimo "Salvador del Mundo Mágico", había decidido alejarse de lo que muchos consideraban su escenario natural. Draco no podía evitar pensar que, con la fama que Harry había ganado, podría haber usado su popularidad para seguir deslumbrando a los demás, sobre todo en el Quidditch, donde siempre brillaba como un líder.

— ¿Ahora me dirás? —insistió Harry.

—Eres un maldito fastidio.

—Y tú eres un mal mentiroso.

El silencio se estiró entre ellos como una cuerda a punto de romperse. Ninguno se movió, los dos se mantenían firmes, aunque el aire entre ellos estaba cargado de algo más que palabras no dichas.

Entonces, sin previo aviso, Potter alzó la mano.

Draco se tensó por reflejo, el corazón latiendo más rápido, pero Potter no lo tocó. En vez de eso, hizo un leve ademán hacia su rostro, tan cercano que Draco pudo sentir la brisa de su movimiento. Por un segundo, pensó que iba a tocarlo, pero en el último momento, la mano se detuvo. Demasiado cerca.

Draco contuvo el aliento.

—No puedes ocultarlo siempre—murmuró Potter.

Su voz no era dura ni acusatoria. Era... suave, demasiado suave. 

El rubio sintió que algo en su interior se tambaleaba, como si esa suavidad le estuviera desgarrando las paredes que había levantado tan cuidadosamente; pero antes de que eso sucediera, se apartó, y con un esfuerzo titánico, le sostuvo la mirada con toda la frialdad que pudo reunir, buscando refugiarse en la máscara de arrogancia que tan bien había perfeccionado.

—Mírame bien, Potter—dijo con calma—. No hay nada que ocultar.

Potter lo observó un momento más, como si estuviera decidiendo algo. Pero al final, solo asintió.

—Bien.

Y se alejó.

Pero Draco lo sabía, esto no había terminado. Porque, por alguna razón que escapaba de su comprensión, a Potter realmente le importaba.

★★★

Draco había aprendido a ser cuidadoso, a moverse con sigilo. A evitar los pasillos cuando estaban demasiado vacíos o demasiado llenos. A caminar con la espalda recta, como si eso pudiera evitar que alguien le clavara un hechizo entre los omóplatos. 

Sabía qué esquinas doblar. Sabía qué horas eran más seguras.  

Pero ese día... bajó la guardia y lo pagó caro. 

No estaba seguro de cuánto tiempo llevaba tirado en el suelo. El mármol estaba frío contra su mejilla, su respiración era irregular y sus dedos temblaban.

La poción que había usado para ocultar los moretones se había desvanecido hacía rato, y ahora podía sentir el escozor en su piel, la hinchazón en su labio, el ardor en sus costillas.

Intentó moverse, pero un latigazo de dolor le recorrió la espalda, obligándolo a jadear.

"Genial", pensó con amargura. "Otra visita a la enfermería."

Forzó su cuerpo a incorporarse, apoyándose contra la pared para estabilizarse. Sus piernas protestaron, pero las ignoró. No podía quedarse ahí.

No debía.

La enfermería estaba vacía cuando llegó, solo estaba Madame Pomfrey, quien lo miró con el ceño fruncido, pero no dijo nada. Ya se había dado por vencida con sus excusas. Lo dejó sentarse en una de las camas y empezó a trabajar en silencio, agitando la varita sobre los moretones, untando pociones en los cortes, dándole una poción para el dolor.

Cuando terminó, le dirigió una mirada cargada de significado.

—No voy a preguntar qué pasó, pero no deberías ignorarlo.

Draco no respondió, no había nada que decir.

Para cuando salió de la enfermería, el castillo estaba sumido en una penumbra azulada. El anochecer se filtraba por los ventanales altos, proyectando sombras largas en el suelo de piedra.

Draco caminó sin rumbo fijo. No quería ir a la sala común, no quería ver a nadie; pero, como siempre, el destino tenía otros planes.

—¿Por qué no fuiste?

Draco cerró los ojos por un instante antes de darse la vuelta. Potter estaba ahí, por supuesto que estaba ahí.

Draco fingió sorpresa. —¿A dónde?

Potter entrecerró los ojos. —Sabes a qué me refiero.

Draco suspiró, señalando vagamente detrás de él.

—Enfermería, no me sentía bien.

No era una mentira, pero Potter no pareció creerle del todo. Lo estudió con atención, su mirada recorriendo su rostro, sus manos, su postura. Draco sintió la urgencia de utilizar la poción otra vez, de ocultar cualquier evidencia, pero ya era tarde.

Potter suspiró.

—Malfoy...

—No quiero hablar de eso, Potter.

—No tienes que hacerlo.

Potter guardó silencio por un momento. Luego, con una suavidad que lo descolocó, dijo: —Solo dime si estás bien.

Draco abrió la boca, quería decir que sí, que todo estaba bien, que lo dejara en paz. Pero no pudo, así que no dijo nada, y para su sorpresa, Potter tampoco lo presionó. No insistió, solo asintió, como si entendiera algo que Draco no podía poner en palabras.

—Nos vemos el martes.

Draco asintió sin pensar, pues los ojos verdosos e intensos de Potter, lo habían distraído.

Los días siguientes, Draco no fue a la enfermería.

No porque no lo necesitara, sino porque no quería que Potter lo viera salir de allí otra vez. Ya había demasiadas preguntas en sus ojos. En su lugar, tomó dos pociones para aliviar el dolor, unas que había preparado junto a Madam Pomfrey. 

Aunque ella ya no insistía en hablar del tema, le había enseñado a elaborar un par de fórmulas que usaban los sanadores para mitigar el dolor físico. Ahora guardaba varios frascos en su baúl, por si los necesitaba. 

Y por supuesto, usó su poción para ocultar los moretones aplicándola con una destreza que había adquirido de tantas veces que la había usado. Ya se estaba acabando, y necesitaba más, tendría que encontrar una manera de pedirle a Blaise, sin que este sospechara o tal vez le diría a Pomfrey, si ella sabía cuál era.

Pero bueno, eso sería un problema para el futuro.

Ahora, se encargaba de desinflamar los cortes en su rostro, de cubrir la marca violácea en su mandíbula, y de disimular la rigidez en sus costillas. No era una solución perfecta, el dolor seguía ahí, punzante y real, pero al menos nadie podría verlo.

Y eso era suficiente.

Las clases continuaron con la misma rutina de siempre: peleas en los pasillos, miradas llenas de resentimiento en el Gran Comedor, duelos verbales que parecían una rutina ensayada.

Pero finalmente, había decido volver a sus entrenamientos con Potter, porque por alguna extraña razón, solo ahí podía sentirse bien.

—Sostén mejor la varita —dijo Potter, tomando su muñeca con cuidado—. Si aflojas la mano, el hechizo pierde fuerza.

Draco tensó los dedos, sintiendo el contacto de Potter como si quemara.

Era extraño, demasiado extraño. La forma en la que, a la vista de todos, Potter lo trataba como siempre lo había hecho, pero en esos entrenamientos en solitario, su voz se volvía más suave, su expresión menos rígida.

Draco no sabía cómo manejarlo, no sabía qué hacer con la forma en la que Potter lo trataba.

—Otra vez —dijo Potter, apartándose.

Draco tomó aire y conjuró el hechizo de transfiguración. La esfera de energía chispeó en el aire, manteniéndose firme esta vez y la silla se convirtió en un lindo pájaro dorado.

Potter sonrió, apenas un poco, y Draco, contra todo pronóstico, sintió algo en su pecho que no supo identificar. Trató de ignorarlo, apartando la mirada antes de que pudiera notar el leve temblor en sus manos.

★★★

Los pasillos del castillo estaban oscuros cuando salió de la clase de Encantamientos, la sensación de agotamiento lo envolvía, pero no tenía ganas de volver a la sala común, así que se dirigió al lugar que creyó jamás pisaría de nuevo: la Torre de Astronomía.

Había necesitado escapar, porque Blaise y Pansy habían empezado a hacer preguntas —demasiadas— sobre su estado, y él no quería responder ninguna. Porque esa misma mañana lo habían vuelto a golpear, mucho peor que las veces anteriores. 

Había tenido que perder todas las clases de la mañana para recuperarse, y aún así, le costaba más que nunca caminar sin cojear o tomar una pluma sin que le temblaran las manos.

Todo iba empeorando. Por más pociones para el dolor que bebiera, o por más que se untara la poción para ocultar las heridas, el daño seguía ahí, persistente. Y su cuerpo no era un roble, lentamente estaba empezando a romperse, a destruirse.

Así que había subido, sin pensarlo demasiado, simplemente dejó que sus pies lo llevaran a ese sitio lejano, alto y solitario, donde tal vez nadie lo interrumpiría. 

El sonido de sus pasos resonaba en la escalera empinada, la piedra fría bajo sus zapatos le recordaba la dureza de los días previos. La torre se alzaba sobre el castillo, silente en la oscuridad de la noche, y él se dirigía a su cima con una sensación extraña, como si el tiempo no hubiera pasado desde aquel fatídico momento.

El aire era fresco, cargado de la humedad nocturna. No había rastro del pesado calor de la guerra, pero aún podía sentir la presión que había estado sobre él en esos tiempos. Al llegar a la cima, se detuvo y observó el paisaje que se desplegaba ante él. Las luces del castillo brillaban a lo lejos, pero todo parecía demasiado quieto. El viento soplaba con fuerza, levantando ligeramente sus cabellos rubios, pero no lo hacía sentirse más ligero.

El recuerdo de esa noche, hace un poco más de un año atrás, estaba fresco en su mente. Había sido aquí, en este mismo lugar, donde había apuntado su varita hacia Dumbledore. 

Recordaba el sudor frío en su frente, el miedo en su pecho, y la orden de su tía resonando en su mente: "Hazlo, Draco". La noche que había cambiado tantas cosas, no solo para él, sino para todo Hogwarts. Esa noche, la torre había estado llena de tensión, del sonido de varitas y el eco de gritos, y ahora todo estaba en silencio.

El frío de la torre parecía calarlo hasta los huesos, pero Draco no se movió. No importaba cuánto tiempo pasara, no importaba cuántas veces lo intentara, ese lugar siempre le recordaría su traición, el peso de haber sido parte de algo tan oscuro. Allí había atacado a Dumbledore, quien ya se encontraba debilitado, y había sido testigo de la caída de uno de los más grandes magos de la historia. 

Ese recuerdo no podía escapar de su memoria.

El aire no olía a nada en particular, pero sí llevaba consigo el rastro de la guerra terminada, la sensación de que todo había cambiado. Hogwarts estaba tranquilo ahora, reconstruido, pero él no sentía paz. No en este lugar. Aquí, cada rincón parecía susurrar la historia de lo que había pasado, de lo que él había hecho.

Draco cerró los ojos un momento, respiró profundamente y se permitió solo un instante para mirar hacia las estrellas. Luego, sin decir nada, volvió a dar un paso hacia el borde de la torre, donde el frío viento le golpeaba la cara. Sentía que no pertenecía a ese lugar, no después de lo que había ocurrido aquí. No después de lo que él había permitido.

—¿No te cansas de estar solo?

Draco giró la cabeza y encontró a Potter a unos pasos de él. La luz de la luna le iluminaba el rostro, acentuando el tono dorado en su piel.

Draco bufó.

—¿No te cansas de seguirme?

Potter sonrió, pero no respondió. En su lugar, se acercó y se apoyó en la barandilla a su lado.

—No tienes que seguir ocultándolo, ¿sabes? —dijo Potter después de un momento.

Draco sintió su garganta cerrarse.

—No sé de qué hablas.

Potter lo miró, directo a los ojos.

—Sí lo sabes.

El silencio entre ellos se hizo pesado, Draco no podía apartar la vista, Potter tampoco. Y entre esa intimidad de miradas, el rubio sintió que su máscara estaba empezando a resquebrajarse.

Pero no respondió, porque si hablaba, Potter se daría cuenta... se daría cuenta de que tenía razón. Así que en lugar de eso, desvió la mirada y dejó escapar un suspiro.

—No me sigas, Potter.

Su voz sonó más áspera de lo que esperaba, como si estuviera al borde de romperse, pero el otro no se movió.

—No quiero seguirte —dijo, sin rastro de burla en su tono—. Solo quiero entender.

Draco apretó los puños.

Entender.

Qué palabra tan estúpida.

Nadie entendía. Nadie podía entender lo que era ser él, lo que significaba haberlo perdido todo y seguir caminando como si nada. Como si los golpes no dolieran, como si las miradas de odio no lo desgarraran por dentro.

Como si no sintiera que estaba cayendo en un vacío del que no había escapatoria.

—No hay nada que entender —murmuró.

Potter soltó un suspiro, pero no insistió. En cambio, volvió la vista al cielo estrellado y permaneció en silencio. Draco pensó que se iría, pero no lo hizo. Se quedó allí, quieto, a su lado. Y por alguna razón, eso lo hizo sentirse muy vulnerable; porque a pesar de todo, a pesar de la historia tras de ellos, Potter seguía ahí, y no entendía el porqué. Y el solo hecho de que eso estuviese sucediendo, y él no conocer la razón detrás, le daba rabia.

Draco no supo cuánto tiempo pasó en la Torre de Astronomía. Solo que, cuando finalmente decidió moverse, Potter lo siguió. No caminaban juntos exactamente, pero tampoco separados.

Era raro.

Todo era raro últimamente.

Cuando llegaron a la intersección que llevaba a sus respectivas salas comunes, Potter se detuvo. Draco lo miró de reojo.

—Nos vemos mañana—dijo Potter.

Draco tardó un segundo en procesarlo. Potter no lo dijo como una obligación, no lo dijo como si fuera solo parte del entrenamiento. Lo dijo como si realmente quisiera verlo.

Y eso... eso lo descolocó.

—Sí —murmuró, sin poder evitarlo.

Se dio la vuelta antes de que Potter pudiera notar el caos en su expresión.

Esa noche, Draco no durmió bien. Se removió entre las sábanas, su mente repitiendo la misma escena una y otra vez. Potter mirándolo bajo la luz de la luna, esa mirada intensa sobre él. Potter diciéndole que no tenía que ocultarlo.

Potter diciéndole "Nos vemos mañana".

Era molesto. Insoportable. Porque la verdad era que, aunque quisiera negarlo, Draco también quería verlo mañana.

Así que, al siguiente día, llegó temprano a la sala de entrenamiento. No porque estuviera ansioso y evidentemente, no porque quisiera verlo, era solo porque necesitaba moverse. Necesitaba hacer algo que lo mantuviera ocupado y que lo alejara de los pensamientos que no debía tener.

Su cuerpo, sin embargo, no opinaba lo mismo. Cada músculo dolía con una punzada sorda, como si apenas lograra sostenerse. Se sentía frágil, desgastado, como si fuera a quebrarse con el más mínimo esfuerzo. Aún sentía el peso de los moretones bajo la piel, junto con la voz insistente de Potter diciendo que permitiera que lo ayudara.

Apretó los dientes. No, no iba a pensar en eso.

Apenas un minuto después, la puerta se abrió y Potter entró. Llevaba el cabello más desordenado de lo usual y la túnica un poco arrugada, como si hubiera salido apresurado de su última clase. Draco le dirigió una mirada rápida antes de desviar la vista.

No esperaba que Potter dijera algo. Pero, por supuesto, Potter siempre tenía algo que decir.

—Llegaste temprano.

Draco resopló. —Sí, increíble. Un milagro. Ve por tu cámara, esto debe quedar registrado.

Potter puso los ojos en blanco. —Solo lo dije porque normalmente llegas tarde.

Draco alzó una ceja.

—No es mi culpa que tengas una noción tan estricta del tiempo.

—No es mi culpa que no sepas cómo leer un reloj.

Draco cruzó los brazos, mirándolo con fingida indignación.

—Para ser el "elegido", eres bastante molesto.

Potter sonrió, esa media sonrisa que Draco había aprendido a odiar porque siempre hacía que algo en su estómago se revolviera de forma incómoda. —Lo sé.

Draco abrió la boca para responder con algún comentario sarcástico, pero Potter lo interrumpió.

—¿Cómo te sientes?

Draco parpadeó, desconcertado por el cambio de tema.

—¿Qué?

—Ayer, no fuiste a la clase de la mañana, dijeron que estabas en enfermería. No quise preguntarlo anoche, pero... ¿sigues sintiéndote mal?

Draco sintió cómo su cuerpo se tensaba ante la pregunta, y es que no era solo por las palabras, era el tono que había usado, esa pausa. Como si en realidad quisiera hacer otra pregunta, pero no se atreviera, y lo peor, es que Draco sabía exactamente a que se refería Potter "¿Te volvieron a lastimar?" esa era la verdadera pregunta, aunque no la hubiese dicho en voz alta.

—Estoy bien —dijo con indiferencia, encogiéndose de hombros—. Solo una tontería.

Potter lo miró con atención, como si estuviera evaluándolo. Draco se obligó a mantener su expresión neutral, a no moverse demasiado para evitar que se notara cualquier señal de dolor.

—Bien —dijo Potter al final, aunque su tono dejaba claro que no le creía del todo—. Entonces, empecemos.

El entrenamiento transcurrió como siempre.

Duelos, bloqueos, control de impulsos. Potter lo atacaba y Draco se defendía, no había nada nuevo en eso. El sonido de los hechizos cortando el aire, el choque de varitas, el ritmo imparable del enfrentamiento... todo seguía igual. Pero algo en el aire estaba diferente, no era la forma en que se movían, ni los hechizos que usaban, ni el brillo de la varita de Potter.

Era la forma en que Potter lo miraba.

Cada vez que Draco se tambaleaba un poco más de lo usual, cada vez que tardaba una fracción de segundo más en reaccionar. Draco podía sentir la fatiga en su cuerpo, esa punzada de vez en cuando en sus músculos que lo hacía moverse con torpeza, o esa leve inclinación de su torso, como si ya no tuviera la capacidad para mantenerse erguido. No quería que se dejara ver, pero su cuerpo lo traicionaba cada vez más.

Y Potter lo notaba.

Draco odiaba lo observador que era. Odiaba que pudiera verlo cuando nadie más lo hacía. Así que, cuando Potter conjuró un Expelliarmus, Draco decidió no esquivarlo. Dejó que su varita volara de su mano, dejó que el hechizo lo golpeara y lo hiciera retroceder. No lo suficiente para caer, pero lo suficiente para que Potter frunciera el ceño. Draco soltó una risa seca.

—Vaya. Me atrapaste.

Potter no sonrió. —Draco...

Era la segunda vez que lo decía.

Su nombre.

Sin burla, sin desprecio.

Solo su nombre.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda, era muy raro escuchar su nombre salir de los labios de Potter. Muy raro. Así que se inclinó, recogió su varita dejándola sobre el escritorio y forzó una sonrisa arrogante.

—Parece que estoy perdiendo mi toque.

Potter no se rió, no hizo ninguna broma. Ni siquiera hizo un comentario sarcástico o burlón. Simplemente lo miró, y en esa mirada, Draco vio algo que no podía identificar, algo que no quería identificar, pero que estaba ahí, como si supiera que algo estaba realmente mal.

Así que se dio la vuelta y salió de la sala antes de que Potter pudiera decir algo más.

Los pasillos estaban más vacíos de lo usual, el murmullo de los estudiantes reduciéndose a la lejanía. Solo unos cuantos alumnos deambulaban, la mayoría dirigiéndose al Gran Comedor o a la biblioteca. Draco no tenía intención de ir a ninguno de esos lugares.

El hambre había desaparecido, el cansancio, en cambio, se sentía más fuerte. Pero no podía irse a la Sala Común de Slytherin todavía, no cuando sabía que ellos podían estar por ahí, en el camino. 

No cuando sabía que, en cualquier momento, lo estarían esperando.

Apretó los puños y aceleró el paso. No estaba seguro de cómo terminó en el pasillo del séptimo piso, frente a la Sala de los Menesteres. Quizá fue por costumbre, quizá porque su subconsciente sabía que necesitaba un refugio.

Cerró los ojos y, por un instante, dejó que su mente se enfocara en un solo deseo: Un lugar donde pueda estar solo.

Cuando abrió los ojos, la puerta estaba allí, así que entró sin dudar. La habitación era diferente a la última vez que había estado ahí. No estaba llena de objetos escondidos, ni tenía la misma sensación de caos y abandono. No había rastros del fuego maligno que utilizo Crabbe para incendiar la sala.

Crabbe... no podía negar que seguía siendo desgarrador pensar que, en ese mismo cuarto, y bajo su propio hechizo, su amigo había muerto. 

Fue testigo de todo, vio cómo ocurrió, cómo su vida se desvaneció ante sus ojos. Y Goyle... Goyle también había estado allí. Estaba seguro de que para él debía haber sido aún más difícil; ellos eran como siameses, inseparables. La muerte de Vincent no solo le había arrebatado a un amigo, sino que había dejado a Gregory completamente perdido, sin su otra mitad.

Draco suspiró y entró a la sala. 

Era simple: un sillón grande en el centro, una chimenea encendida, estanterías con libros que no recordaba haber visto antes. El fuego iluminaba las paredes de piedra, proyectando sombras suaves.

Draco se dejó caer en el sillón, sintiendo cómo el cansancio lo alcanzaba de golpe. Su cuerpo dolía, pero su mente dolía más. Miró su mano... vacía, desde que habían decidido que no podía usar su varita sin autorización. Había perdido mucho cuando le prohibieron usar magia libremente, y había perdido aún más cuando dejó de ser visto como alguien digno de respeto.

Ahora no era más que una sombra de lo que había sido. Un Malfoy sin poder, un mago sin magia.

El tiempo pasó, no sabía si pasó minutos u horas mirando las llamas con la mente en blanco. Solo reaccionó cuando la puerta de la Sala de los Menesteres se abrió. Se tensó de inmediato, levantándose del sillón con los puños en alto, preparado para lo peor.

Pero no era "ellos".

Era Potter.

Draco sintió cómo su estómago se hundía.

—¿Cómo me encontraste? —preguntó, manteniendo la voz fría.

Potter se apoyó contra el marco de la puerta, cruzando los brazos.

—No lo hice. Solo... pensé que podrías estar aquí.

Draco entrecerró los ojos.

—¿Y por qué demonios pensarías eso?

Potter alzó una ceja, como si la respuesta fuera obvia.

—Porque si yo necesitara escapar de todo, vendría aquí.

Draco se quedó en silencio, porque, maldita sea, Potter tenía razón. Y eso solo lo hacía enojar más.

—No necesito compañía, Potter.

—No estoy aquí para hacerte compañía.

—¿Entonces qué quieres?

Potter lo miró por un largo momento. Era esa mirada otra vez, esa maldita mirada que hacía que Draco sintiera que Potter veía demasiado.

—Ya sabes... la verdad.

Draco se cruzó de brazos. —¿Qué verdad?

Potter dio un paso adelante.

—¿Quién te está lastimando?

Esta vez había hecho la pregunta directamente. 

Había dejado de lado el tema porque era obvio que Malfoy no quería ayuda, pero viéndolo así, como cada día estaba más destruido, como cada día le dificultaba incluso el estar en pie, era obvio que él no podía quedarse sin hacer nada. Sin embargo, Draco le respondió simplemente sonriendo con arrogancia.

—Oh, por favor, Potter. No seas ridículo.

Potter no se inmutó. —Draco.

Otra vez su nombre.

Otra vez ese tono.

Sintió que algo dentro de él se rompía un poco más, porque, por un instante, quiso decirlo, quiso decirle la verdad. Quiso admitir que estaba cansado, que estaba harto. Que no podía seguir así.

Pero si lo hacía... si lo decía en voz alta... sería real. 

Así que solo soltó una carcajada vacía y sacudió la cabeza.

—De verdad, Potter. A veces pareces más idiota de lo que ya eres.

Se giró para alejarse, pero entonces Potter habló otra vez. —No voy a dejarlo pasar.

Draco se detuvo.

—No sé de qué hablas.

—Sí lo sabes y yo también lo sé.

Draco sintió la rabia burbujeando bajo su piel. No rabia contra Potter, rabia contra sí mismo. Contra el hecho de que Potter no era tan estúpido como esperaba, contra el hecho de que, en el fondo, parte de él quería que Potter no lo dejara pasar.

Pero eso no importaba, porque ya era demasiado tarde para cambiar nada.

Así que se dio la vuelta y se fue.

Draco caminó con paso firme, sin mirar atrás. Podía sentir la mirada de Potter clavada en su espalda, una presencia pesada, casi palpable, que hacía que cada músculo de su cuerpo se tensara.

No voy a dejarlo pasar.

Las palabras de Potter se repetían en su cabeza como un eco persistente, fastidioso. Como una amenaza.

Draco exhaló con fuerza, tratando de ignorarlo. 

No importaba, Potter podía decir lo que quisiera, podía intentar jugar al héroe, pero no cambiaría nada. No podía cambiar nada. La gente como Draco Malfoy no tenía salvadores.

Cuando llegó a la Sala Común de Slytherin, la encontró casi vacía. Solo un par de estudiantes estaban allí, demasiado absortos en sus propios asuntos como para prestarle atención.

Agradeció eso, no tenía ánimos de lidiar con nadie más. Se dejó caer en un sillón junto al fuego, sintiendo el agotamiento apoderarse de su cuerpo. Le dolía todo, las heridas en su torso seguían ardiendo, los músculos de sus piernas estaban rígidos, y aunque Madame Pomfrey había hecho su trabajo, su cuerpo todavía recordaba cada golpe, cada maldito hechizo que había sido dirigido contra él.

Se pasó una mano por la cara, cerrando los ojos. No podía seguir así.

No por mucho más tiempo.

★★★

La mañana llegó demasiado rápido. Cuando Draco abrió los ojos, la luz pálida del amanecer se filtraba por la ventana de la Sala Común. Se obligó a levantarse, aunque su cuerpo protestó de inmediato, pero lo ignoró.

Tenía clases y lo último que necesitaba era más razones para que alguien lo notara. Se vistió en silencio, asegurándose de utilizar la poción para ocultar cualquier rastro de los golpes y salió con Blaise y Pansy a su lado.

El Gran Comedor estaba lleno cuando llegaron, el murmullo de los estudiantes se mezclaba con el ruido de los cubiertos y platos chocando entre sí. El trio de amigos tomó asiento en el extremo más alejado de la mesa de Slytherin, sin decir una palabra.

Ni siquiera tenía hambre, pero obligó a su cuerpo a comer algo. No tenía opción, últimamente se estaba saltando muchas de sus comidas y su cuerpo lo sabía, necesitaba fuerzas. 

Mientras cortaba un pedazo de tostada, sintió que alguien lo miraba, no necesitaba levantar la vista para saber quién era. Sabía reconocer esa mirada en cualquier parte.

Harry Potter lo estaba observando desde la mesa de Gryffindor. Draco apretó los dientes y se obligó a ignorarlo, no tenía tiempo para lidiar con él, no ahora. Pero Potter no lo dejó pasar tan fácilmente.

Cuando salió del Gran Comedor, Potter lo siguió. Draco lo notó en cuanto dobló por un pasillo y escuchó los pasos detrás de él. Se detuvo de golpe y giró sobre sus talones, encontrándose con el Gryffindor a solo un par de pasos de distancia.

—¿Qué demonios quieres, Potter?

Harry cruzó los brazos, con el ceño fruncido.

—Sabes exactamente lo que quiero.

Draco bufó. —¿Ah, sí? Ilumíname

Potter lo miró fijamente.

—Dímelo, Malfoy.

Draco entrecerró los ojos.

—¿Decirte qué?

—La verdad.

Draco se quedó en silencio, la tensión entre ellos era casi sofocante. Potter no se movió, esperando y Draco sintió un nudo en la garganta, pero lo tragó de inmediato. No podía ceder y menos darle el gusto. Así que sonrió con arrogancia, la expresión ensayada, perfecta.

—¿De verdad sigues con eso? —se burló—. Pensé que tenías cosas más importantes en qué gastar tu tiempo, Potter. Como salvar el mundo, o lo que sea que hagas cuando no estás metiendo la nariz en asuntos que no te incumben.

Potter no se inmutó.

—¿Te volvieron a golpear? Estás caminando raro, y pareciera que le temieras a todo el mundo ¿Es ese chico Zabini? Hoy aunque estaban juntos no estaban hablando y además te fuiste sin esperarlos.

Sí, porque sus amigos sabían que algo estaba pasando con él. 

Blaise, más que nadie, lo sospechaba desde aquel primer incidente del que fue testigo. Pansy también lo intuía, aunque no decía nada. Pero los dos entendían que presionarlo no serviría de nada. 

Draco era demasiado terco, demasiado orgulloso, y si no lo decía por voluntad propia, no había fuerza en el mundo que le sacara la verdad; así que lo dejaban existir en silencio, siempre presentes por si los necesitaban, pero no demasiado insistente para no presionarlo.

—¿Golpes? ¿Zabini? ¿De qué hablas?

Potter entrecerró los ojos.

—No juegues conmigo, Malfoy.

Draco levantó una ceja.

—No sé de qué hablas, Potter. Estoy perfectamente bien.

Potter soltó un suspiro cansado, pasándose una mano por el cabello. Draco casi pudo ver la frustración en su rostro.

—¿Por qué no me lo dices?

Draco lo miró por un momento y por una fracción de segundo, estuvo tentado, quiso soltarlo todo. Pero entonces recordó quién era, lo que había hecho y lo que no podía permitirse hacer.

Así que se encogió de hombros.

—Porque no hay nada que decir.

Y con eso, se dio la vuelta y se fue sin mirar atrás; caminó con paso firme por los pasillos, ignorando la sensación persistente de la mirada de Potter clavada en su espalda. No tenía tiempo para esto y mucho menos tenía tiempo para él.

No puede saberlo.

Era un mantra que repetía constantemente. No podía darse el lujo de dejar que Potter viera más allá de la máscara. No podía permitir que alguien como él creyera, aunque fuera por un segundo, que Draco necesitaba ayuda.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 7: 𝑽𝑰

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

★★★

Las clases transcurrieron en una rutina monótona. Como siempre, se mantuvo al margen, respondió cuando fue necesario y evitó la atención cuando pudo. Pero el día se sintió más pesado de lo habitual, y tal vez era porque Potter no lo dejaba en paz.

En cada clase en la que compartían espacio, sentía la mirada insistente del Gryffindor. No lo confrontaba abiertamente, pero tampoco se molestaba en disimular su preocupación. Era irritante y demasiado frustrante, porque Draco no sabía qué hacer con eso, no sabía qué hacer con la insistencia de Potter en verlo.

Cuando finalmente terminó su última clase del día, Draco se dirigió a la Sala Común de Slytherin con la esperanza de encontrar algo de paz, pero la tranquilidad no duró mucho.

—Mira nada más —dijo una voz detrás de él en cuanto cruzó el pasillo.

Draco se tensó: Los chicos de quinto año de Gryffindor.

Giró apenas el rostro y se encontró con la mirada burlona de quien había descubierto que se llamaba Louis, un mestizo, hijo de una bruja y de un hombre muggle —a quien su padre había asesinado—, acompañado por dos de sus amigos.

—Qué raro no verte en la enfermería hoy, Malfoy —se burló uno de ellos.

Draco no respondió, solo apretó los labios y siguió caminando.

—¿Y esa prisa? —intervino Louis —. No nos vas a saludar, Draco. Eso no es educado.

Una parte de él quería seguir caminando, pero sabía que no funcionaría, así que se detuvo.

—No tengo tiempo para sus idioteces —dijo en tono seco—. ¿Van a seguir con esto o me van a dejar en paz por una vez en sus patéticas vidas?

El silencio que siguió no fue alentador. Draco lo supo antes de que ocurriera, antes de que sintiera la presión de la varita de Louis contra su pecho, antes de que el primer hechizo lo impactara y su cuerpo se doblara en un espasmo de dolor.

No supo cuánto tiempo pasó antes de que se detuvieran. Tal vez fueron minutos, tal vez una eternidad. Lo dejaron en el suelo, respirando con dificultad, sintiendo el ardor en cada parte de su cuerpo.

—Deberías aprender a quedarte en tu sitio, Malfoy —murmuró Louis antes de marcharse.

Draco no dijo nada, no podía. Se quedó ahí por un momento, escuchando el eco de los pasos alejándose. El frío del suelo contra su piel y el pulso errático en sus venas.

No podía seguir así, pero no tenía opción. 

Así que, con un esfuerzo monumental, se obligó a ponerse de pie. Se tambaleó, pero no se detuvo, no podía darse ese lujo. No podía permitirse caer. Se limpió la sangre de su labio roto y sacó el frasco para ocultar las heridas y siguió caminando, porque no tenía otra opción.

Llegó a la Sala Común de Slytherin con pasos lentos, sintiendo cada golpe en sus músculos como un recordatorio punzante de lo sucedido. El lugar estaba casi vacío, con algunos estudiantes repartidos en los sofás y butacas de cuero oscuro. Nadie levantó la vista cuando entró y tampoco nadie preguntó por qué caminaba más rígido de lo normal.

Nadie preguntaba nunca, sólo lo hacía... ¡No! no tenía que pensar en él. 

Se dejó caer en un sillón apartado, cerrando los ojos por un momento. La varita de Louis había hecho un buen trabajo, los hechizos de tortura lanzados con la práctica de alguien que sabía exactamente qué hacer sin dejar pruebas evidentes.

Draco había aprendido hace tiempo que esos ataques ya no eran solo por diversión, eran una advertencia. Un recordatorio de su lugar.

No eres nada sin la magia.

La voz de Louis resonó en su mente, un día se lo había dicho. La risa de sus acompañantes aún vibraba en sus oídos.

No eres nada.

Draco apretó los puños, no iba a permitir que eso fuera cierto.

★★★

El fin de semana pasó, era lunes, pero el dolor aún seguía allí, una punzada sorda en cada movimiento, pero lo ignoró, pues tenía que hacerlo.

Cuando llegó al Gran Comedor, se sentó en el extremo de la mesa de Slytherin, donde nadie le prestara demasiada atención. Cogió una tostada, más por costumbre que por hambre, y la mordió sin ganas.

—No te vi en todo el fin de semana.

Draco supo quién era antes de siquiera levantar la vista. Potter estaba ahí, parado frente a él, con los brazos cruzados y una expresión que Draco no podía descifrar del todo.

Respiró hondo. —Me sentía mal —respondió, señalando vagamente el pasillo que lo llevaba a la enfermería.

Potter frunció el ceño. —¿Otra vez?

Draco lo miró con frialdad. —¿Te importa?

Potter le sostuvo la mirada, pero no respondió de inmediato. Luego, suspiró y pasó una mano por su cabello desordenado.

—Solo... si necesitas hablar, ya sabes dónde encontrarme.

Draco sintió un extraño nudo en el estómago. Potter estaba siendo amable otra vez y lo odiaba, odiaba cómo lo hacía sentir. Odiaba lo fácil que parecía para él preocuparse. Odiaba que, por un segundo, quisiera creerle.

—Nos vemos en clase, Potter —murmuró antes de apartar la mirada.

No vio si el Gryffindor se quedó o si se marchó de inmediato. No quería saberlo, porque si lo hacía, quizá comenzaría a pensar que alguien realmente se preocupaba por él.

Y eso sería un problema.

Más tarde, Draco llegó al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras unos minutos antes de que comenzara la clase. No porque quisiera, sino porque prefería evitar cruzarse con ciertos alumnos en los pasillos.

Se sentó en su lugar de siempre, al fondo del aula, donde podía observar a todos sin llamar demasiado la atención. Bueno, aunque claro, no podía evitar recibir la atención de Potter. En las clases seguía peleando con su amigo pelirrojo como siempre, con sarcasmo y provocaciones que parecían más un hábito que un verdadero resentimiento; todo mientras Potter y su amiga castaña en silencio veían los intercambios. 

Potter seguía viéndose reacio a participar; mostrándose indiferente frente a los demás, pero muy amable cuando se encontraba solo junto a él. 

Le jodía mucho que le diera ese trato, que le hablará con ese tono de preocupación; además, no lo estaba tratando con condescendencia ni como un caso perdido como el resto y eso lo hacía sentir extremadamente raro.

Pero antes de que pudiera analizarlo más, la puerta del aula se abrió y Potter entró con Weasley y Granger. El Gryffindor ni siquiera miró en su dirección al sentarse en su sitio y el rubio fingió que no le molestaba.

La clase transcurrió sin incidentes y cuando terminó, todos comenzaron a recoger sus cosas, pero antes de que Draco pudiera salir del aula, Potter lo alcanzó.

—Hoy. Después de la cena. Sala de Menesteres —dijo en voz baja, lo suficiente para que nadie más lo escuchara.

Draco parpadeó, sorprendido por la seguridad en su tono.

—¿Y si tengo otros planes?

Potter alzó una ceja, claramente sin creerle.

—No los tienes.

Draco apretó los labios, pero no discutió. Simplemente asintió y salió del aula, sabía que Potter lo buscaría si no iba y por alguna razón, no quería darle ese motivo.

Cuando llegó a la Sala de Menesteres más tarde esa noche, Potter ya estaba ahí. Draco entró sin decir una palabra, caminando con la confianza forzada de alguien que no quería mostrar lo que realmente sentía.

—¿Por qué insistes en hacer esto? —preguntó de repente, sin molestarse en fingir indiferencia.

Potter lo miró sin responder de inmediato. Luego suspiró y se encogió de hombros.

—Porque sé cómo se siente.

Draco sintió que algo se cerraba en su garganta, no quería hablar de eso, ni quería entender lo que Potter intentaba decirle. Así que, en lugar de responder, adoptó una postura defensiva.

—Vamos, Potter —dijo con una sonrisa afilada—. No es martes ni jueves de entrenamiento, pero vamos. Enséñame algo nuevo.

Y, por un momento, mientras los hechizos llenaban al aire y el eco de la voz de Potter su corazón, casi pudo olvidar todo lo demás.

Las semanas siguientes fueron así. Comenzó a verse con Potter con más frecuencia en la Sala de los Menesteres. 

Al principio, después de que terminaban de entrenar, Potter le preguntaba si volvería al día siguiente a la misma hora. Draco fingía pensarlo un momento —con ese aire despreocupado que usaba para ocultar cualquier interés real— y luego decía que sí, porque, según él, no tenía nada mejor que hacer. 

Después de una semana, Harry dejó de preguntar. No hacía falta, ya sabía que Draco volvería; así, las noches se habían convertido en su rutina diaria, con las lecciones de magia extendiéndose mucho más allá de lo que habían anticipado.

Era extraño. 

Extrañamente cómodo, pero raro, sobre todo porque Draco recordaba claramente la insatisfacción que ambos sentían al principio, cuando se les dio la noticia de que pasarían más tiempo juntos, entrenando. La idea de estar bajo la tutela de Potter, de compartir horas extra para mejorar con la varita, no les parecía atractiva en ese entonces. Pero ahora, sin presiones, sin expectativas forzadas, allí estaban, viéndose más de lo que ambos habían imaginado. 

Más de lo que se necesitaba.

Lo curioso era que, a pesar de lo incómodo de la situación al principio, Draco empezaba a notar mejoras. Lo que había olvidado durante el año sin clases, lo que no había podido practicar debido a las restricciones, lo estaba recuperando poco a poco. Con cada sesión, con cada hechizo lanzado, sentía que su control aumentaba, que su destreza con la varita se afianzaba.

Potter no solo lo ayudaba con las asignaturas obligatorias, sino que también se encargaba de ayudarle a practicar con las optativas, y eso le resultaba curioso. No solo porque, como bien sabían todos, Potter no era el mago más estudioso del mundo mágico, sino porque parecía estar dispuesto a estudiar de todas maneras. 

Antiguamente, cada vez que se acercaba el final del trimestre Potter solía estresarse, siempre preocupado por no haber practicado lo suficiente, pero ahí estaba, con un libro en las manos, estudiando junto a él, incluso para asignaturas que no le correspondían.

Pero entre tantos hechizos y confusiones, las vacaciones de Navidad habían llegado a Hogwarts.

El castillo estaba más silencioso que de costumbre, con los pasillos vacíos y un aire de calma inusual. La mayoría de los estudiantes se habían ido a casa, ansiosos por pasar las fiestas con sus familias. Solo unos pocos habían decidido quedarse, entre ellos, Harry Potter y Draco Malfoy.

Harry había sido invitado por la familia Weasley a pasar la Navidad con ellos, pero había decidido quedarse en Hogwarts. Prefería la soledad, pues aún no se sentía listo. La última vez que había estado en una celebración fue en su cumpleaños, donde se vio a sí mismo, ahí, rodeado de gente, y dándose cuenta de los espacios vacíos dejados por aquellos que ya no estaban, y todo eso le pareció insoportable. 

El dolor era aún demasiado fresco, y prefería quedárselo para sí mismo, intentando superarlo a su manera.

Mientras tanto, Draco no tenía a dónde ir. Su madre se encontraba alojada en un edificio de departamentos proporcionado por el Ministerio de Magia, específicamente administrado por el Cuartel General de Aurores. Le daban alojamiento temporal mientras cumplía con su trabajo obligatorio, y, por razones obvias, Draco no podría acompañarla.

La mansión Malfoy... bueno, ya no era ni una mansión ni pertenecía a los Malfoy. El Ministerio se había encargado de confiscar todas sus propiedades y bienes tras el fin de la Segunda Guerra Mágica. La caída de la familia había sido total, y el viejo hogar ya no era más que un recuerdo lejano, inalcanzable.

Solo le permitieron recuperar lo esencial: ropa, algunos retratos familiares, y un par de objetos personales que había logrado salvar antes de que la bóveda de Gringotts fuese vaciada por completo.

Todo el oro había sido retirado. Solo quedaron reliquias antiguas de la familia, algunas piezas que no tenían valor comercial pero sí histórico y sentimental.

Con algunas de ellas —una pluma de plata con el escudo familiar, un reloj de bolsillo antiguo de su bisabuelo, una edición ilustrada de Artes Oscuras: Teoría y Práctica firmada por su primer dueño— su madre había logrado negociar discretamente con el Ministerio.

El intercambio fue suficiente para conseguirle los libros y elementos escolares básicos para ese año y algo de dinero, llegado el caso de que lo necesitaran. No era mucho, pero era lo necesario.

Pero aun así Draco estaba bien en el castillo. Había observado cómo los estudiantes de quinto año abordaban el tren con destino a Londres, un alivio para él. Hasta poco después de año nuevo podría moverse sin miedo a terminar en la enfermería, podría disfrutar de unas vacaciones tranquilas, sin hechizos lanzados a su espalda, sin burlas ni miradas llenas de desprecio. Era, por fin, un respiro.

Podría, por un momento, pretender que todo estaba bien.

La decoración navideña adornaba el castillo con luces cálidas y guirnaldas de acebo. Los salones estaban perfumados con el aroma del pino y la canela, y el aire invernal que se filtraba por las ventanas traía consigo la promesa de nieve.

Deseaba escribirle a su madre, decirle que estaba bien —aunque fuera una mentira—, que pasaría la Navidad de forma espectacular, pero no podía. Como parte de las restricciones impuestas a su familia, una de las condiciones más duras había sido la prohibición del correo mágico: nada entraba, nada salía. Llevaba más de tres meses sin saber nada de ella, y ahora, con la Navidad a la vuelta de la esquina, por primera vez en su vida no la compartiría con sus padres. 

Extrañaba a su madre... y no podía negar que también a su padre.

Aunque para Draco la Navidad no era precisamente la festividad más esperada del año, ya que siempre había sido sinónimo de largas reuniones, en su mayoría políticas, y celebraciones que no le interesaban lo más mínimo. Recibía visitas de antiguos aliados de la familia, que se reunían bajo el mismo techo para hablar de "negocios", mientras su madre preparaba una cena que él apenas probaba. 

La casa se llenaba de risas forzadas, de discursos sobre lealtad y poder, y Draco no podía evitar sentir que todo aquello carecía de la más mínima diversión. Su padre, como siempre, organizaba todo con una rigurosa precisión, asegurándose de que la imagen de la familia Malfoy se mantuviera intacta, pero a Draco nunca le había importado tanto el glamour de las festividades. Si acaso, siempre había sentido que la Navidad era más un recordatorio de su deber que una verdadera celebración.

Pero, a pesar de todo eso, había algo en esos momentos que le resultaba... cómodo. No era la Navidad ideal que muchos soñaban, pero al final de la noche, cuando se retiraban a la sala común para tomar una copa y escuchar la música suave del piano de su madre, Draco sentía una extraña sensación de bienestar. Podía no estar de acuerdo con los discursos, no interesarse por las conversaciones sobre política mágica, pero sabía que, a fin de cuentas, estaba con ellos. Estaba con su familia, y eso, al menos, le daba una paz inexplicable.

Suspiró, alejando todos esos pensamientos de su cabeza... no quería sentirse peor de lo que ya estaba.

Draco había planeado pasar la noche solo en la Sala Común de Slytherin, tal vez leyendo o simplemente disfrutando del silencio. Pero entonces, Potter lo encontró en los pasillos.

—Ven conmigo.

Draco frunció el ceño.

—¿A dónde?

—Solo sígueme —respondió el Gryffindor, sin darle más explicaciones.

Draco pensó en negarse, pero al final, su curiosidad fue más fuerte. Así fue como terminó subiendo las interminables escaleras que llevaban a la Torre de Astronomía. Cuando llegaron, el frío golpeó su rostro de inmediato. La brisa nocturna era helada, pero el cielo despejado dejaba ver un manto de estrellas que se extendía hasta el infinito.

Draco se quedó en la entrada por un momento, observando la inmensidad del cielo.

—¿Por qué aquí? —preguntó en voz baja.

Aunque ya había estado hace unas semanas, no podía evitar que los recuerdos lo invadieran, especialmente pensando en lo que ocurrió en ese mismo lugar hace más de un año. El mismo rostro de Dumbledore, que lo perseguía en sus pesadillas, parecía reflejarse en la misma esquina donde lo desarmó.

Harry, que ya estaba apoyado en la baranda de piedra, se encogió de hombros.

—No sé, me gusta venir aquí cuando quiero pensar.

Draco avanzó hasta colocarse a su lado. La vista desde la torre era impresionante: las montañas nevadas, el Bosque Prohibido extendiéndose en la oscuridad, y el lago reflejando la luz de la luna.

No hablaron por un rato. El silencio no era incómodo, pero era... extraño. Diferente a las discusiones constantes a las que estaban acostumbrados antiguamente, o a las instrucciones que acompañaban su día a día cuando entrenaban.

—No te gusta la Navidad —comentó Potter de repente.

Draco arqueó una ceja.

—¿Y eso qué?

Harry soltó una risa corta.

—Solo es curioso. Pensé que a los Malfoy les encantaba cualquier excusa para hacer fiestas elegantes.

Draco bufó.

—Sí, pero las fiestas de mi familia no son lo que la mayoría consideraría "Navidad". No hay calidez, ni regalos sinceros. Solo política, apariencias y... obligaciones.

Por alguna razón, lo dijo sin pensarlo demasiado. No estaba acostumbrado a hablar con alguien de su familia de esa forma.

Potter lo miró de reojo, pero no dijo nada. La brisa helada agitó sus cabellos, y Draco se encontró observándolo bajo la tenue luz de las estrellas. Había algo en ese momento, en la tranquilidad de la noche, en el hecho de que estaban solos en la torre más alta de Hogwarts, que hacía que todo se sintiera...

Diferente.

Draco no supo quién se movió primero, solo que, cuando se dio cuenta, estaban más cerca.

Demasiado cerca.

El aliento de Potter chocaba contra su piel, y por un instante, Draco sintió que el tiempo se detenía. El mundo exterior dejó de existir, solo estaban ellos dos, bajo un cielo infinito de invierno.

Harry ladeó un poco la cabeza, observándolo con detenimiento.

—Draco...

El rubio tragó saliva, sabía que no debía. Sabía que debía callarse, hacer algún comentario sarcástico, alejarse. Pero en ese momento, en esa torre, con el frío helándole los dedos y Potter mirándolo con esa intensidad que lo hacía sentir expuesto, simplemente... no pudo.

—¡Es verdad!... sí me están lastimando —soltó de repente, sin siquiera pensarlo.

Harry frunció el ceño, confundido.

—¿Qué?

Draco desvió la mirada, avergonzado.

—Hay... hay un grupo de chicos que... me están lastimando. Lo han estado haciendo desde que iniciamos clase, no paran. A veces usan hechizos, a veces no. Nada que me mate... pero... —hizo una pausa y se frotó los brazos—. Se están aprovechando de que no tengo varita.

Por un momento, Potter no dijo nada. Draco sintió el impulso de arrepentirse, de hacer como si nunca hubiera hablado. Pero cuando levantó la vista, vio algo en los ojos de Harry que lo hizo quedarse quieto.

Rabia, pero no dirigida a él. Harry estaba furioso.

—¿Quiénes? —preguntó en voz baja.

Draco negó con la cabeza.

—No importa. Ya no están en Hogwarts, se fueron por las vacaciones.

—Pero regresarán.

Draco apretó los labios. —Sí.

Harry se pasó una mano por el cabello, respirando hondo, intentando calmarse.

—Ya lo sabía

—¿Qué?

—Que te estaban golpeando, lo sabía con certeza. Por eso mi insistencia, quería ayudarte. Así que ahora, necesito saber quiénes son para poder acabar con esto.

—¿Cómo te enteraste?

— La verdad no me tomó tanto tiempo descubrirlo —comentó Harry. — Cada día te vías peor, más apagado, más... frágil. Me recordabas mucho a...

Draco notó cómo Harry se quedaba en silencio un segundo más de lo normal, como si se hubiera perdido en un recuerdo. Sus ojos no lo miraban a él, sino algo más allá, fijo, como si estuviera viendo otra cosa, otro momento.

Pero luego continuó, sacudiéndose el pensamiento:

—Solo sabía que algo no me cuadraba y que tus visitas tan frecuentes a la enfermería tenían un significado detrás, así que fui y hablé con Madam Pomfrey.

Draco permaneció en silencio, procesando las palabras. 

Obviamente, Madam Pomfrey. ¿Quién si no?

Ella era la que siempre había estado alerta, insistiendo en hablar con McGonagall, pero Draco le había insistido en que no lo hiciera. Claro que ella se lo había contado a Potter, él debía saber qué hacer, después de todo.

Jodida chismosa.

¿Cómo es que no lo había pensado? Era tan obvio, tan estúpidamente obvio... una pequeña punzada de fastidio le recorrió el pecho. Cualquiera con dos neuronas de funcionamiento habría atado los cabos antes, cualquiera, menos él.

Con esa capacidad de análisis, Salazar probablemente se revolvía en su tumba. Qué decepción para la casa de la astucia.

—¿Por qué evitaste tanto esta conversación? Estoy seguro de que todo lo que te haya pasado en este mes lo pude haber solucionado si tú me decías quienes eran los causantes. Lo intenté averiguar, de todas las maneras posibles, pero no encontré ni un indicio. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no es asunto tuyo —respondió Draco automáticamente, pero incluso él supo que no sonaba convincente.

Harry chasqueó la lengua.

—Malfoy, no voy a quedarme de brazos cruzados mientras te atacan.

—No necesito que me defiendas.

—¡No se trata de eso! —exclamó Harry, exasperado—. Se trata de que no tienes que soportarlo solo.

Draco lo miró. Claro que tenía que soportarlo solo, así era como le habían enseñado, así era como un Malfoy lo hacía.

Harry le sostuvo la mirada, serio.

—Si vuelven a hacerte algo, quiero que me lo digas.

Draco exhaló despacio. —Potter...

—Promételo.

Draco titubeó. No estaba acostumbrado a hacer promesas, pero aquella vez, en aquella torre, bajo aquel cielo estrellado, con Harry Potter mirándolo con una intensidad imposible de ignorar...

—Lo pensaré.

No fue un sí, pero tampoco un no, y para Harry, eso fue suficiente.

Mientras tanto, el viento seguía soplando con suavidad en la Torre de Astronomía, pero Draco apenas lo sentía. Llevaban minutos en silencio, el rubio reflexionaba sobre lo que había dicho, había hablado más de la cuenta, más de lo que alguna vez se había permitido decir en voz alta. Y sin embargo, no sentía el impulso de arrepentirse. No esta vez.

Harry seguía a su lado, apoyado en la baranda de piedra, mirándolo con una expresión extrañamente tranquila.

—Es curioso, ¿no? —dijo Potter de repente—. Tuvo que pasar toda una guerra mágica para que finalmente pudiéramos hablar como si fuéramos amigos.

Draco dejó escapar una risa corta y amarga.

—Sí, supongo que sí.

Harry giró un poco la cabeza para mirarlo directamente.

—Malfoy...

—¿Mhm?

—¿Por qué me odias?

Draco parpadeó.

La pregunta lo tomó desprevenido, no porque no la hubiera esperado alguna vez, sino porque nunca pensó que realmente tendría que responderla. Durante años, su enemistad con Potter había sido algo tan natural como respirar. Era simplemente lo que hacían, como si hubiera sido escrito en piedra desde el principio.

Pero ahora... ahora las cosas eran diferentes.

Draco bajó la mirada a sus propias manos, frotando los dedos contra la tela de su túnica, un gesto inquieto e involuntario.

—No te odio.

Harry arqueó una ceja, escéptico.

—Bueno... no mucho —admitió Draco, con una sonrisa ladeada que desapareció tan rápido como apareció—. Es solo que... bueno, es ridículo, pero... rechazaste mi amistad, ¿sabes?

Harry frunció el ceño.

—¿Qué?

Draco inhaló hondo.

—Nos conocimos en la tienda de túnicas de Madame Malkin, ¿recuerdas?

Harry asintió lentamente.

—Sí.

—Allí yo no tenía idea de quién eras, no sabía que eras el niño que vivió. Y tampoco me importaba. Solo... —hizo una pausa, sintiendo su garganta apretarse un poco—. Solo dije: "wow, me cayó bien, en Hogwarts me haré su amigo"

Potter no dijo nada, así que Draco continuó.

—Había algo en ti... No sé cómo explicarlo, algo que me hizo sentir que teníamos... que sé yo. "Algo"

Volvió a levantar la vista, y sus ojos se encontraron con los de Harry, que lo miraba con atención, sin interrumpirlo.

—Y luego llegamos a Hogwarts —siguió Draco—. Fue una sorpresa para mi enterarme que eras precisamente Harry Potter, pero seguía dándome igual, quería ser tu amigo, así que te ofrecí mi amistad.

La amargura en su voz era inconfundible.

—Y me rechazaste.

Harry se enderezó un poco, incómodo.

—Draco, no fue...

—No, escúchame —lo interrumpió—. Me rechazaste frente a todos, preferiste a Weasley antes que a mí. Y... me sentí humillado.

Harry abrió la boca para responder, pero no encontró las palabras. Draco desvió la mirada hacia el cielo estrellado, como si le costara admitir lo siguiente.

—Nunca me habían rechazado antes, siempre obtenía lo que quería. Y entonces, de pronto, ahí estaba yo, un niño de once años preguntándose "¿Por qué Harry Potter no quiere ser mi amigo?" "¿Qué hice mal?" "¿Por qué Weasley y no yo?"

Se frotó las manos, sintiendo el frío en la punta de los dedos.

—Supongo que todo el rencor empezó ahí —susurró—. Te ofrecí mi amistad de forma sincera... era la primera vez que lo hacía de hecho. Así que... fue duro. Tampoco era tu culpa, no estabas obligado a ser mi amigo, pero... no sé.

Harry exhaló despacio, Draco lo miró de reojo.

—Y luego... bueno, los comentarios siguieron. Yo hacía algo, tu respondías. Tú seguiste con Weasley, y yo no podía evitar sentirme... celoso.

La palabra flotó en el aire entre ellos, tangible y real.

—Me molestaba verlos juntos. No entendía porque él sí y yo no.

Draco dejó escapar una risa sin humor.

—Así que... así empezó todo. 

Harry pasó una mano por su cabello, dejando escapar una leve risa incrédula.

—Así que... ¿todo este tiempo...?

Draco soltó un bufido.

—No lo arruines, Potter.

Harry lo miró fijamente, y Draco pudo ver algo diferente en sus ojos.

No era lástima, era comprensión. Era el reconocimiento de años desperdiciados en peleas absurdas cuando, en algún otro universo, quizás las cosas pudieron haber sido distintas. Harry se inclinó levemente hacia él, Draco lo notó, su cuerpo poniéndose en alerta de inmediato. Pero no se alejó.

No todavía.

Harry exhaló despacio, como si estuviera organizando sus pensamientos antes de hablar. Mantuvo la mirada fija en Draco, el reflejo de las estrellas brillando en sus ojos verdes.

—Yo tampoco te odiaba, no realmente.

Draco parpadeó, sorprendido por la confesión.

—¿Ah, no? —preguntó con una sonrisa incrédula.

Harry negó con la cabeza.

—No. No en sí, pero... tampoco entendía por qué me molestabas tanto desde el principio.

Se quedó en silencio por un momento, observando cómo su aliento formaba pequeñas nubes blancas en el aire frío de la noche. Luego, habló con un tono más bajo, más íntimo.

—Cuando llegué a Hogwarts, vi en ti a mi primo.

Draco frunció el ceño.

—¿Tu primo?

Harry asintió.

—Dudley. Crecí con él, y él... —hizo una pausa, mordiéndose el labio antes de continuar—. Siempre me hacía la vida imposible. Me golpeaba, me insultaba, se burlaba de mí por cualquier cosa.

Desvió la mirada, como si no quisiera ver la reacción de Draco.

—Mis tíos sabían lo que pasaba, pero nunca hicieron nada. Supongo que en el fondo les parecía bien. Yo era el raro, el diferente, el que hacía cosas extrañas —Se pasó una mano por la nuca—. Sabían que era mágico, aunque nadie lo decía en voz alta, y como buenos muggles, eso les enfurecía. Les daba miedo. Así que, en lugar de protegerme, lo dejaron hacer lo que quisiera conmigo... como si me lo mereciera por no ser como ellos.

Draco no dijo nada, pero por alguna razón, la imagen de un pequeño Harry Potter siendo golpeado por su primo le resultó profundamente incómoda. Se le formó un nudo en la garganta. Era absurdo, pero por un segundo, lo imaginó tal cual: un niño delgado, despeinado, arrinconado en un rincón de una casa que no lo quería, encogiéndose con cada golpe, tragándose cada insulto.

Y fue en ese momento, mientras escuchaba la confesión de Potter, que Draco entendió. Entendió por qué Harry había insistido tanto, por qué lo miraba con esa mezcla de preocupación y furia cada vez que lo veía tambalearse durante los entrenamientos.

Porque él sabía.

Sabía lo que era vivir con miedo. Sabía lo que era ser golpeado y no poder contarlo, porque nadie te escucharía. Harry no solo lo veía, lo reconocía. Por eso le había dicho que no quería verlo destruido... porque él ya había estado roto una vez.

Y Draco, con ese pensamiento clavado como espina en el pecho, solo pudo mirar al suelo, sintiendo por primera vez que alguien entendía exactamente lo que él no podía decir en voz alta.

—Así que cuando te conocí —continuó Harry, sacándolo de sus pensamientos—, cuando vi cómo hablabas de los que no eran como tú, cómo despreciaste a Ron sin siquiera conocerlo, no pude evitar sentirme... furioso.

Draco entrecerró los ojos. —¿Por qué?

—Porque me recordaste a él —confesó Harry—. Y no era justo, no era justo que sintiera eso por ti, porque sé que no eras como él. Bueno, no del todo, pero en ese momento no lo vi. Solo vi a alguien con poder, alguien que miraba a los demás por encima del hombro, alguien que hacía que otros se sintieran insignificantes y odié eso.

Draco bajó la vista, procesando esas palabras.

Era extraño. Había pasado años creyendo que Harry Potter simplemente lo despreciaba porque sí, porque era un Gryffindor y él un Slytherin, porque así estaban hechas las cosas. Pero nunca había pensado que, en la mente de Potter, él representaba algo mucho más profundo.

Y por Merlín, ahora se sentía aún peor, porque, al final, él también había sido parte del problema. 

Había contribuido a hacerle la vida imposible a alguien que ya venía dañado de su propia familia, alguien que llevaba las cicatrices de un maltrato mucho más profundo de lo que Draco podría haber imaginado. 

Nadie sabía realmente lo que Harry Potter había vivido después de la fatídica noche del 31 de octubre de 1981. Solo sabían que había sido enviado a vivir fuera del mundo mágico, pero jamás se habría imaginado que su vida con sus tíos había sido un infierno. Que su propio primo lo golpeaba, lo humillaba, lo hacía sentir menos.

Seguramente Potter supuso que al llegar a Hogwarts, finalmente encontraría un lugar donde escapar de todo eso, un refugio donde los "bullies" ya no tuvieran cabida; sin embargo, él mismo había sido parte de ese acoso. Con sus comentarios, sus bromas, sus miradas despectivas. Había continuado con todo eso sin pensar siquiera en lo que Harry Potter había sufrido antes de llegar.

Era irónico. 

Siempre pensó que era él quien llevaba el peso sobre los hombros: ser el hijo de Lucius Malfoy, cumplir con las expectativas familiares, formar una personalidad que no era la suya solo porque se suponía que debía, dejar de ser un niño porque los Malfoy no se permitían serlo. Pensó que ese era su precio, que era él quien debía cargar con la sombra de su apellido, sin importar lo que pasara.

Pero lo más irónico de todo era que había creído que Harry llevaba la vida sencilla —en lo que cabe, claro está, antes de iniciar la guerra—, elogiado por todos, siempre ganando, premiado hasta por respirar, como si todo le fuera fácil.

Draco lo había visto como ese niño feliz que nunca tenía que preocuparse, que tenía todo lo que deseaba, mientras él se esforzaba por no derrumbarse bajo el peso de su apellido. No se imaginaba que Potter, en realidad, era casi igual de infeliz que él, fingiendo que todo estaba bien cuando no lo estaba.

Nadie le había preguntado a Harry si necesitaba algo, nadie se había detenido a mirar lo que realmente había detrás de esa fachada de "héroe". Y Draco, cegado por su propio orgullo y resentimiento, nunca se había detenido a pensar que Harry podría estar luchando con demonios mucho más oscuros que los suyos.

—Potter... —empezó Draco, de pronto, con la voz más seria de lo habitual—. Quiero pedirte perdón.

Harry lo miró con sorpresa, pero antes de que pudiera responder, Draco continuó:

—Nunca me he disculpado contigo de verdad. Así que... lo siento. Por todo. Por todos estos años en los que me dediqué a molestarte, por cada comentario malintencionado, por cómo traté a tus amigos. No tengo excusas, podría intentar justificarlo, pero sonaría falso, y no quiero eso.

Hizo una pausa, bajando un poco la mirada.

—La verdad es que... siempre creí que así era como debía comportarme. Porque eso era lo que veía en casa, lo que se esperaba de mí. Pensé que ser cruel, criticar a los demás, me daría respeto. Que así funcionaban las cosas, pero estaba equivocado.

Se frotó las manos, incómodo.

—Ahora que me toca estar del otro lado, lo entiendo. Entiendo el daño que causé. Y sí, lo más cobarde es que me haya dado cuenta solo ahora, cuando todo cambió. Pero, aun así, quiero que sepas que lo lamento. A ti en especial... porque siempre fuiste mi blanco favorito, y nunca debiste serlo.

Se quedó en silencio unos segundos, y luego añadió, más bajo:

—Lo siento, Potter. De verdad.

Harry lo observó en silencio por un momento, procesando cada palabra. No estaba acostumbrado a ver a Draco Malfoy así, tan honesto, tan... humano.

—Vaya —murmuró al final, con una pequeña sonrisa ladeada—. Nunca pensé que viviría para escuchar a Draco Malfoy disculpándose.

Draco desvió la mirada, como si quisiera desintegrarse en ese instante, pero Harry siguió:

—No tienes que justificarte. Lo que dijiste... se nota que lo dices en serio, y eso ya es mucho más de lo que esperaba.

Hizo una pausa, luego añadió con suavidad:

—Yo también te vi como un enemigo durante mucho tiempo. Pero las cosas cambiaron. Nosotros cambiamos, y si tú estás tratando de ser diferente... no veo por qué no darte esa oportunidad. No te voy a mentir: no olvido lo que pasó, pero eso no significa que no pueda perdonarlo.

Sus ojos se encontraron.

—Gracias por decirlo, Malfoy. En serio.

Harry no dijo nada más. Solo dejó que el silencio se acomodara entre ellos, sin incomodidad, como si fuera necesario. Ambos alzaron la vista hacia el cielo, donde las estrellas comenzaban a brillar con intensidad, esparciéndose como pequeños incendios tranquilos en la oscuridad.

Permanecieron así por varios minutos, sin decir palabra, compartiendo el mismo aire, el mismo cielo, el mismo intento de redención.

Hasta que Draco, como si no soportara más la carga emocional, murmuró:

—¿Tú crees que con esto me gano cinco puntos para Slytherin?

Harry soltó una carcajada, más fuerte de lo que planeaba.

—Con suerte, tal vez medio. Y solo porque fue una disculpa completa, sin insultos escondidos entre líneas.

Draco sonrió, ladeando la cabeza con fingida indignación.

—Genial. Me disculpo por arrastrarte verbalmente durante siete años y lo único que obtengo es un mísero medio punto.

—Ey, podrías haber perdido diez por sarcasmo. Considéralo un descuento por buena conducta.

Draco sonrió, sin dejar de mirar los ojos verdosos frente a él, mientras mantenía una expresión tranquila en los labios, como si, por primera vez en mucho tiempo, se sintiera un poco más ligero.

—Entonces... ¿qué se supone que hacemos ahora? —preguntó en voz baja.

Harry sonrió con suavidad.

—No lo sé, pero creo que podemos intentar no repetir los errores del pasado.

Draco sostuvo su mirada por un momento antes de soltar un largo suspiro.

—Eso suena... agotador.

Harry soltó una carcajada.

—Lo es.

Un silencio cómodo se instaló entre ellos mientras ambos volvían a mirar el cielo. Sus pensamientos se sentían desordenados, como si estuviera tratando de encajar piezas de un rompecabezas que nunca antes había considerado.

Todo ese tiempo había pensado que Potter lo odiaba simplemente porque sí, porque era el enemigo natural, porque Gryffindor contra Slytherin, porque la historia lo había dictado así. Nunca se le ocurrió que Harry, el gran Harry Potter, el Niño Que Vivió, había cargado con una infancia tan miserable que incluso los comentarios arrogantes de un niño de once años habían tocado una herida que Draco ni siquiera sabía que existía.

Y ahora, ahí estaban.

No como enemigos, ni como rivales. Solo como... dos personas intentando entenderse.

—Sí, creo que hemos sido unos completos idiotas—Concluyó Harry con una sonrisa, mirando el cielo estrellado.

Draco giró la cabeza hacia él con una sonrisa burlona.

—Habla por ti, Potter.

Harry lo miró con una ceja levantada y empujó su hombro suavemente con el suyo. Draco fingió indignación, pero no apartó la mirada.

Era raro, todo era raro.

Porque, así como se sentía aliviado de haber soltado todo aquello, de haber escuchado las razones de Harry, también sentía que algo más cambiaba dentro de él, algo que no podía poner en palabras.

—Entonces... ¿me odiabas o no? —preguntó Draco después de un rato, más por fastidiar que por otra cosa.

Harry resopló y rodó los ojos.

—Ya te dije que no.

—Pero me comparaste con tu primo, así que...

Harry se volvió hacia él con una expresión exasperada, pero sus labios estaban curvados en una leve sonrisa.

—Merlín, Malfoy, ¿quieres que te odie?

Draco sonrió de lado.

—No estaría mal, me das algo que hacer.

Harry soltó una carcajada, y por alguna razón, el sonido le pareció agradable a Draco. Después de todo, se había acostumbrado a ver a Potter siempre tan tenso, con el ceño fruncido, con el peso del mundo sobre los hombros.

Pero ahora, después de todo lo que había sucedido, lo veía relajado y no podía evitar preguntarse si él también se veía diferente.

El viento frío sopló entre ellos, y Draco se abrazó a sí mismo, sintiendo la piel erizarse bajo la túnica. No estaba acostumbrado a sentarse en la Torre de Astronomía sin una capa gruesa o un hechizo para calentarse.

Harry pareció notarlo, porque sin decir nada, sacó su varita y conjuró un pequeño hechizo de calefacción.

El aire dejó de sentirse tan helado.

Draco parpadeó.

—¿Qué fue eso? ¿Una especie de acto Gryffindor de bondad espontánea?

Harry sonrió.

—Solo pensé que te estabas congelando.

Draco frunció los labios, fingiendo pensarlo.

—Hmm... Debería dejar que te congeles la próxima vez solo para equilibrar las cosas.

Harry lo miró con diversión.

—Puedes intentarlo.

Y ahí estaba otra vez. Esa extraña facilidad entre ellos, esa sensación de que algo había cambiado para siempre.

Draco se encontró mirando la varita de Harry. Ahora podía tener la suya con más frecuencia debido a los entrenamientos, pero aun así le hacía falta. Lo había aceptado, se había resignado, pero en ese momento, por primera vez, lo sintió de verdad: la impotencia de saber que no podría hacer un simple hechizo de calefacción por sí mismo.

Harry siguió su mirada y frunció el ceño.

—¿Extrañas tener tu varita todo el tiempo?

Draco desvió la vista.

—Algo —confesó Draco—. Aunque ya llevaba tiempo sin ella antes de octavo, porque alguien me la quitó. —Enfatizó el "alguien".

Harry soltó una pequeña risa, recordando cómo le había arrebatado esa varita a Draco en la mansión Malfoy. Fue tan solo después de que Voldemort le lanzara la maldición asesina y después de que Narcissa mintiera sobre su muerte, que esta misma tomó la varita, para devolvérsela a Draco.

Pudo haberse quedado con ella ahí, tenerla de nuevo para siempre, pero en un acto de valentía —algo raro para un Slytherin— mientras Draco veía cómo Potter caía de los brazos de Hagrid, totalmente vivo; que, sin pensarlo, corrió entre los mortífagos, pasó frente a Voldemort sin que le importara el peligro y, con un gesto rápido, le tiró de vuelta la varita, aquella que había sido crucial para la defensa de Harry en ese momento, frente a Voldemort.

Una vez que Harry había reparado su propia varita usando la varita de Sauco, ya no necesitaba la de Draco, aunque no podía negar que sentía una conexión con ella. Sabía que las varitas con núcleo de pelo de unicornio, como la de Draco, tendían a ser leales a su dueño original, pero la varita de Draco le había dado su lealtad a él por algún motivo. 

A pesar de todo, decidió devolverla al Ministerio, pidiendo que se la entregaran a Draco cuando comenzara el curso en Hogwarts.

Jamás imaginó que esa varita terminaría nuevamente en sus manos. Ahora, después de cada clase, cuando la pedía a la profesora Mcgonagall para practicar con Draco, sentía como si el destino se hubiera encargado de reunirlos otra vez.

Se detuvo a pensar... la varita de Malfoy ahora le era leal a ambos. Lo sabía porque lo había comprobado poco después de su primer entrenamiento, tras observar cómo Malfoy lanzaba hechizos con una destreza sorprendente, como si la varita nunca le hubiera sido arrebatada. 

Y entonces, una pregunta surgió en su mente: ¿la suya también serviría igual de bien para Malfoy si la usaba?

Tras unos segundos de reflexión, decidió comprobarlo. Sin pensarlo más, le tendió su propia varita. Draco lo miró como si le hubiera ofrecido un basilisco en una cajita envuelta con moño.

—¿Qué... se supone que haga con esto?

Harry se encogió de hombros.

—No tengo la tuya justo ahora, pero no sé... prueba algo.

Draco lo miró con incredulidad.

—Eso es estúpido. Las varitas eligen a los magos, Potter, ¿o se te olvidó?

Harry mantuvo su brazo extendido.

—Inténtalo.

Draco dudó, no quería hacerlo. Porque las varitas solo cooperaban si sus dueños originales sentían afinidad por el otro mago, aunque claro, con sus limitaciones. . Ya había tenido problemas usando las varitas de Blaise y Pansy —y eso que eran sus amigos—; en más de una ocasión lo habían dejado tirado a mitad de un hechizo. Así que prefería no imaginar lo que podría pasar con la de Potter.

No quería intentarlo y fracasar, pero tampoco quería dejar que Potter creyera que tenía miedo, así que con un suspiro resignado, tomó la varita de acebo. Se sintió extraña en su mano, no como la suya, pero tampoco lo rechazó de inmediato.

—Vamos, Malfoy. No te pongas sentimental —bromeó Harry.

Draco le dirigió una mirada seca antes de girar la varita entre sus dedos. —¿Qué hago?

—Algo simple —respondió Harry.

Draco suspiró y apuntó la varita hacia adelante.

—Luminis Vero—La palabra fluyó suavemente de sus labios, y al instante, una pequeña esfera de luz cálida apareció frente a ellos. Flotó en el aire, moviéndose lentamente como si tomara vida propia, y la luz suave iluminó sus rostros con una calidez reconfortante.

Draco observó cómo la luz danzaba en el aire, proyectando sombras suaves sobre las paredes. Era una luz suave, tranquila, como un susurro entre ellos. La mirada de Harry se suavizó, una ligera sonrisa asomando en su rostro, y por un breve segundo, todo se sintió... más sencillo.

★★★

Los días siguientes fueron extraños, por decir lo menos. No porque Draco sintiera que algo había cambiado entre él y Harry, sino porque el mundo entero parecía notarlo.

Ya había pasado año nuevo, y todos los estudiantes habían vuelto para retomar las clases. Pero ahora... Harry ya no lo dejaba solo. No de una manera exagerada o evidente, pero sí lo suficiente como para que los demás lo notaran. 

Caminaban juntos en los pasillos, incluso cuando no tenían la misma dirección. A veces, Harry se quedaba con él después de las clases, como si estuviera esperando a que saliera del aula para acompañarlo. Draco había notado también que, en las horas libres, Potter encontraba la manera de estar cerca, leyendo en la misma mesa en la biblioteca o casualmente apareciendo en los mismos corredores.

Al principio, Draco lo soportó en silencio, sabiendo exactamente por qué lo hacía. Sabía que era una forma de protegerlo sin hacer un escándalo, de evitar que los ataques regresaran ahora que la mayoría de los estudiantes habían vuelto de las vacaciones. Pero no era idiota; se dio cuenta de que la gente estaba empezando a hablar.

Las miradas de curiosidad y los murmullos en los pasillos no tardaron en aparecer. Algunos estudiantes de Gryffindor observaban a Harry con incredulidad cada vez que lo veían cerca de Draco. Los de Slytherin parecían más divertidos que otra cosa, intercambiando comentarios en voz baja cada vez que los veían juntos.

Las suposiciones comenzaron a correr rápido. Algunos creían que Draco le había hecho algo a Harry, una especie de hechizo o chantaje para que le diera su protección, otros decían que Harry estaba planeando algo en su contra, que quizás solo lo estaba vigilando por razones desconocidas. Y luego estaban los rumores más ridículos, los que insinuaban que había algo más entre ellos, algo más que simple enemistad o protección.

Los amigos de Harry no tardaron en notar su extraño comportamiento. Desde que comenzó a pasar tanto tiempo cerca de Draco Malfoy, algo en él había cambiado. No era solo la proximidad con el chico de Slytherin lo que los inquietaba, sino también la forma en que Harry se alejaba cada vez más de ellos, como si hubiera algo entre él y Malfoy que no podían entender. 

Hermione y Ron, siempre tan observadores, no tardaron en poner sus sospechas en el aire, no era normal que Harry, alguien que había estado en el centro de tantas batallas contra Malfoy y su familia, de repente pareciera tan cercano a él.

Un día, decidieron confrontarlo en la biblioteca. Después de semanas de silencio y miradas esquivas, Hermione, decidida a entender lo que sucedía, lo enfrentó directamente. Sin rodeos, le recordó quién era Draco Malfoy: el chico que se había aliado con los mortífagos, el que había hecho de su vida un infierno en Hogwarts, el mismo que, al final, no había mostrado el más mínimo remordimiento por sus acciones. 

No entendían por qué, después de todo lo que había ocurrido, Harry estaba tan cerca de él.

Ron, por su parte, no se quedó atrás. Su desconcierto y enojo eran palpables. Para él, era imposible entender cómo Harry podía estar tan cerca de alguien que había sido su enemigo durante tanto tiempo. 

Las palabras de ambos cayeron pesadas sobre Harry, pero él sabía que no podía decirles la verdad, no podía contarles lo que sucedía con Malfoy, ni explicar las complicadas razones por las que su relación había cambiado. No podía permitir que supieran que, detrás de todo lo que había sido, había algo más que solo odio y resentimiento. Algo que ni él mismo lograba comprender del todo.

Así que, como tantas veces en su vida, Harry recurrió a una mentira piadosa para alejar la presión: mencionó los entrenamientos y la restricción mágica, creo una mentira cuidadosamente tejida, mezclando las verdaderas con algunos datos falsos.

Ron, aunque no completamente convencido, aceptó la explicación, aunque con una cautela que no dejaba de mostrar en su mirada. Hermione, por su parte, parecía más escéptica, pero, al igual que Ron, decidió no insistir más en el asunto. Con una mezcla de incertidumbre y preocupación, ambos se conformaron con las respuestas de Harry, aunque sabían que algo más estaba sucediendo. 

Pero Harry no podía ser honesto con ellos, ni con ellos, ni consigo mismo. Sabía que había algo más entre él y Draco, pero no podía enfrentarlo, no podía explicarlo. No aún.

Así que sólo se limitó a proteger a Draco y su verdad.

Draco, por su parte, también notó las repercusiones en su propia casa. Pansy fue la primera en mencionarlo.

—No sabía que ahora Potter era tu nueva sombra —dijo con una sonrisa burlona mientras se acomodaba en un sillón de la sala común de Slytherin.

—Cállate, Pansy —gruñó Draco, sin ganas de discutir.

—No me quejo —continuó Pansy —. Solo es curioso. Un par de meses atrás ni siquiera podían estar en la misma habitación sin lanzarse insultos, y ahora Potter camina contigo como si fuera tu escolta personal. ¿Qué hiciste, Malfoy? ¿Le diste una poción de obediencia?

Draco le lanzó una mirada de advertencia, pero no respondió. No tenía por qué explicarle nada a nadie. Aun así, la situación lo incomodaba más de lo que quería admitir.

El segundo en notarlo fue Blaise, un día, cuando volvía a la sala común de Slytherin, Blaise lo interceptó en el pasillo.

—Así que es verdad— dijo con una sonrisa ladina—. Tú y Potter. Juntos en la biblioteca, caminando por los pasillos. La gente está diciendo cosas interesantes.

Draco suspiró, cansado.

—Que digan lo que quieran, Blaise.

Blaise lo estudió por un momento antes de sonreír.

—Solo espero que sepas lo que estás haciendo, Draco. No todos en nuestra casa son tan comprensivos como yo.

Draco lo miró con desdén.

—Gracias por la advertencia, pero puedo manejarlo.

Blaise se encogió de hombros y se alejó, dejándolo solo en el pasillo.

Draco suspiró y siguió caminando. Porque al final del día, no importaban lo que dijeran los demás. Y aunque no podía negar que le fastidiaba la idea de tener a Potter como su protector, también le gustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

El paso de los días solo intensificó los rumores. Para Draco, al principio era molesto, pero no podía negar que, en el fondo, también se sentía... extraño. 

Extraño en el sentido de que, por primera vez, alguien estaba de su lado sin que tuviera que pedírselo, sin que fuera por obligación o conveniencia. Harry Potter lo acompañaba, se aseguraba de que estuviera bien y lo defendía sin dudarlo y aunque eso traía consigo un sinfín de complicaciones, también traía una sensación que Draco no sabía cómo manejar.

La tensión con los amigos de Harry se hizo más evidente, Ron seguía mirándolo con sospecha cada vez que lo veía cerca, y Hermione lo estudiaba como si intentara resolver un acertijo complicado. Incluso Neville y Ginny parecían confusos por la dinámica entre ellos. Pero Harry no cedía, seguía allí, caminando con él, asegurándose de que nadie más lo acorralara en los pasillos.

Una tarde, después de la última clase del día, Draco se dirigía a la biblioteca cuando escuchó una voz a su espalda.

—¡Malfoy, espera!

Draco giró la cabeza y vio a Harry corriendo para alcanzarlo. Suspiró y se cruzó de brazos cuando el Gryffindor llegó a su lado.

—¿Ahora qué? ¿Necesitas que te recuerde que tienes amigos que desaprueban nuestra... lo que sea que esto es?

Harry puso los ojos en blanco.

—No me importa lo que piensen, ya te lo dije. Solo quería ver si ibas a la biblioteca. Pensaba ir también.

Draco alzó una ceja, una sonrisa burlona en los labios.

—¿Seguro que no es porque tienes miedo de que me golpeen otra vez en el camino?

Harry rodó los ojos.

—No eres tan frágil, Malfoy.

—No, pero al parecer sí lo suficiente como para que te conviertas en mi guardaespaldas personal.

Harry negó con la cabeza y siguieron caminando en silencio por los pasillos. Al llegar a la biblioteca, Draco se dirigió a una mesa apartada y Harry se sentó frente a él, sacando un pergamino y su libro de Defensa Contra las Artes Oscuras.

Por un rato, ninguno de los dos habló. Draco se perdió en la lectura de un libro de Pociones, mientras Harry escribía en su pergamino. Pero la calma no duró mucho. Dos estudiantes de Ravenclaw pasaron junto a su mesa, susurrando entre ellos y lanzándoles miradas disimuladas.

Draco no le prestó atención hasta que escuchó una risa ahogada.

—¿Viste eso? Te lo dije, Potter y Malfoy juntos todo el tiempo. Es raro.

Draco alzó la vista y miró a Harry, esperando a ver si diría algo. Pero Potter solo exhaló con frustración y siguió escribiendo. Draco arqueó una ceja.

—¿No vas a decir nada? — preguntó en voz baja.

Harry lo miró, confundido. —¿Decir qué?

Draco sonrió con burla.

—No lo sé. Algo heroico y Gryffindor como "¡Dejen de meterse en lo que no les importa!", o tal vez lanzarles una mirada de advertencia.

Harry suspiró.

—Si me detuviera a responder cada rumor que dicen de mí, no haría otra cosa en todo el día. Créeme, te acostumbras.

Draco ladeó la cabeza.

—Sí, supongo que tú debes estar más que acostumbrado a que hablen de ti.

Harry soltó una risa baja y se encogió de hombros.

—Sí, pero ahora también hablan de ti.

Draco se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.

—¿Y qué dicen exactamente?

Harry desvió la mirada, incómodo.

—Que estamos... cerca. Demasiado cerca.

Draco sonrió de lado.

—¿Y eso te molesta, Potter?

Harry lo miró fijamente por un momento y luego negó con la cabeza.

—No. Solo me molesta que la gente siempre tenga que buscar un significado para todo, como si fuera extraño que alguien decidiera ayudar a otra persona.

Draco bufó.

—Es Hogwarts, Potter. El drama es inevitable.

Harry lo miró por un momento antes de soltar una risa leve.

—Supongo que sí.

Y con eso frase, se marcó el final de la conversación, volviendo cada uno a sus libros, pero la conversación quedó rondando en la cabeza de Draco más de lo que le gustaría admitir.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Notes:

Como pudieron leer, en este mundo mi Draquito sí hizo lo de la escena eliminada de la octava película. Siempre me pareció una escena preciosa que mostraba su redención, así que no podía evitar incluirla aquí. ♡

Chapter 8: 𝑽𝑰𝑰

Chapter Text

 

 

★★★

El ruido de sus pasos resonaba en los pasillos de Hogwarts, mezclándose con los ecos de voces lejanas. Draco solía ignorar los cuchicheos, pero últimamente parecían envolverlo a cada momento, como una sombra persistente.

Las miradas furtivas, las risitas ahogadas, los susurros apenas contenidos. Todo eso le resultaba familiar; lo había vivido antes, pero nunca con esta intensidad, nunca con Potter en el centro de todo.

Ese día, en el Gran Comedor, las miradas fueron especialmente insistentes. Draco fingió no notarlas mientras partía un trozo de pan entre sus dedos, aunque su apetito estaba ausente. Sentado en la mesa de Slytherin, podía sentir la mirada de Blaise y Pansy fija en él.

—Deberías dejar de darle motivos a la gente para hablar —comentó Blaise, su tono más divertido que preocupado.

Draco alzó una ceja, llevando el trozo de pan a su boca con deliberada calma.

—¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que digo o hago que resulta tan escandaloso?

Pansy sonrió con suficiencia.

—No es lo que dices, es con quién caminas por los pasillos.

Draco bufó y miró de reojo hacia la mesa de Gryffindor. Como si el destino le jugara una broma, Harry también estaba mirando en su dirección. No apartó la vista de inmediato, y Draco sintió un escalofrío recorriéndole la espalda.

—No seas ridículo —murmuró, volviendo la vista a su plato—. Potter solo está en su misión de santo Gryffindor. Ya se le pasará.

Blaise dejó escapar una risa baja.

—Si tú lo dices.

Pero Draco no estaba tan seguro.

Horas después, cuando salió de la biblioteca, la noche ya había caído sobre el castillo. Los pasillos estaban casi vacíos, la luz de las antorchas proyectaba sombras largas en las paredes de piedra. Draco se ajustó la túnica y caminó con paso seguro hacia las mazmorras, disfrutando del raro momento de silencio.

Hasta que escuchó pasos detrás de él y no tuvo que volverse para saber quién era.

—¿Vas a seguirme ahora, Potter? —preguntó sin girarse, con un dejo de diversión en la voz.

Harry se detuvo a su lado, metiendo las manos en los bolsillos de su túnica.

—No te sigo, solo coincidimos en el camino.

Draco rodó los ojos, pero no pudo evitar la pequeña sonrisa que amenazaba con formarse en sus labios.

—Sí, claro. ¿Coincidencia? Potter, la mitad del castillo cree que estamos... —Se interrumpió, sin saber bien cómo terminar la frase.

Harry lo miró con curiosidad. —¿Qué estamos qué?

Draco hizo un gesto vago con la mano.

—Ya sabes, demasiado cerca.

El Gryffindor suspiró, desviando la vista. —La gente siempre necesita inventar historias.

Draco se cruzó de brazos, mirándolo con atención.

—¿Y qué piensas tú?

Harry frunció el ceño, como si la pregunta lo tomara por sorpresa. —¿Sobre qué?

Draco se inclinó apenas hacia él, con una media sonrisa.

—Sobre lo que dicen, sobre lo que creen ver.

Harry guardó silencio por un momento. La luz de las antorchas reflejaba el brillo de sus ojos verdes, y Draco sintió una tensión sutil en el aire, débil pero presente. 

—Creo... —comenzó Harry, dudando—. Que tal vez no están tan equivocados.

De pronto, la sonrisa ladina en su rostro desapareció, su corazón se disparó y su mente entró en pánico. ¡¿Qué se suponía que significaba eso?! Una parte de él quería reír, porque claro, ahora Potter decía eso, así como si no fuera nada, como si no acabara de abrirle un hueco en el pecho.

—Buenas noches, Potter —murmuró, dándose la vuelta antes de que Harry pudiera responder y salió corriendo.

Porque no podía quedarse ahí, por que si lo hacía diría algo estúpido y no podía.

Maldita sea. 

El sonido de sus propios pasos rebotaba en las paredes del pasillo vacío mientras seguía corriendo, pero Draco apenas lo notaba. Su mente seguía atrapada en la conversación con Potter, "Que tal vez no están tan equivocados" ¿Qué hizo decir con eso? ¿a que se refería?

Por Merlín.

¿Por qué tenía que ser así?

No era normal, Potter no era normal. Él mismo no era normal desde que Harry había empezado a meterse en su vida.

Draco respiró hondo, reduciendo la velocidad e intentando despejar su cabeza. No funcionó, estaba tan distraído que no escuchó los pasos apresurados detrás de él.

—Mira nada más quién camina solo.

Draco se tensó al reconocer la voz antes siquiera de girarse. Louis no estaba solo, claro que no. Sus dos amigos lo flanqueaban, mirándolo con una mezcla de burla y desprecio. Draco sintió todo su cuerpo tensarse, pero su orgullo no le permitiría retroceder. 

Llevaba un mes sin tener que verlos de cerca, primero gracias a las vacaciones de Navidad, y luego, por la constante presencia de Potter. Pero ese tiempo había sido suficiente, suficiente para entender que él no era el mismo; que valía más que esas sonrisas vacías y esas palabras venenosas.

Así que se irguió, mantuvo la mirada alta y, por primera vez, se negó a sentir miedo.

—¿Y? —dijo con frialdad, alzando la barbilla con arrogancia—. ¿Van a decirme algo ingenioso o solo piensan quedarse ahí como imbéciles?

Louis rió entre dientes.

—Siempre tan altanero, Malfoy. Me pregunto cuánto tiempo te va a durar esa actitud cuando no haya nadie para defenderte.

Draco se quedó inmóvil negando a demostrar cualquier emoción, pero su corazón dio un vuelco.

Lo saben, saben que Potter no está cerca, saben que es su oportunidad.

El primer empujón lo tomó por sorpresa. Fue lo suficientemente fuerte como para hacerlo tambalear, pero Draco se negó a perder el equilibrio. Su mandíbula se tensó, pero no se movió.

—¿Eso es todo? —escupió, con una sonrisa desdeñosa—. Qué decepción.

La sonrisa de Louis se ensanchó con malicia. —No te preocupes, apenas estamos empezando.

El siguiente golpe lo sintió en el estómago. Se dobló ligeramente, pero se obligó a no ceder, no les daría la satisfacción de verlo caer, no otra vez. El segundo golpe lo alcanzó en el pómulo, sintió el ardor extendiéndose por su piel, pero solo apretó los dientes.

No, no les daría el gusto.

—¿Se sienten poderosos golpeando a alguien sin varita? —soltó con una risa áspera—. Qué valientes.

La provocación solo hizo que Louis lo sujetara por la túnica y lo empujara contra la pared.

—Sigues hablando mucho para alguien en tu situación, Malfoy.

Draco lo miró con burla, aunque el pulso le latía con fuerza en los oídos.

—¿Me vas a callar tú? Vamos, inténtalo.

El puño de él se alzó, listo para impactarlo de lleno en la cara.

Pero el golpe nunca llegó.

—¡Deténganse!

La voz resonó como un trueno en el pasillo, y Draco sintió el aire cambiar a su alrededor. Todos giraron la cabeza al mismo tiempo, y allí estaba él: Harry Potter. De pie al otro extremo del pasillo, con la varita en alto y una mirada que Draco rara vez había visto en él.

Una mirada peligrosa.

—Suéltenlo.

Louis apretó los dientes, pero soltó la túnica de Draco.

—Potter— empezó a decir, pero él ya estaba avanzando hacia ellos, con pasos firmes y una furia contenida que hizo que hasta los dos amigos de Louis se pusieran tensos.

—¿Qué demonios creen que están haciendo? —la voz de Harry estaba cargada de enojo, pero también de algo más, algo que Draco no lograba entender.

—Solo le estábamos dando un poco de su propia medicina —gruñó Louis—. No puede pasearse como si nada después de todo lo que hizo.

Los ojos de Harry ardieron con indignación.

—¿Así que esto es justicia para ti? ¿Atacarlo cuando está solo y sin varita? Eso no es justicia, Louis. Eso es cobardía.

Louis apretó los puños.

—¿Y por qué te importa tanto, Harry? ¡Es Malfoy! ¡Es un maldito mortífago!

El pasillo quedó en un silencio pesado, Draco sintió el golpe de esas palabras más de lo que le gustaría admitir, pero Harry ni siquiera vaciló.

—No. —Su voz fue baja, pero firme—. Es Draco.

De pronto su respiración se cortó.

Por un momento, nadie dijo nada, los dos chicos intercambiaron miradas incómodas, mientras Louis tenía el rostro rojo de rabia, pero Harry no apartó la mirada de él. Y fue demasiado, así que Draco apartó la vista, sintiendo como el calor le subía por el cuello hasta las mejillas, incómodamente consiente de lo fuerte que latía su corazón. Su mente le gritaba que no debía permitir que Potter lo viera así: vulnerable, descolocado... alterado.

—Me largo de aquí —murmuró, y sin esperar respuesta, se giró y comenzó a caminar.

Harry no lo detuvo, pero Draco sintió su mirada en la espalda durante cada uno de sus pasos, y lo peor de todo... es que una parte de él deseó que sí lo hubiera detenido.

Draco caminó con rapidez, intentando alejarse de todo lo que acababa de pasar. No quería pensar en lo que Harry había hecho. No quería pensar en cómo había intervenido, defendiendo su nombre, dejándole claro a Louis y a los demás que no era solo un "Malfoy", sino Draco.

Y la forma como Potter se había plantado frente a los otros, cómo había hablado con esa voz firme, con la mandíbula apretada y la mirada fija, desafiante. Esa intensidad, esa furia contenida, ese brillo decidido en sus ojos... joder. Era casi imposible de ignorar.

Intentó sacudirse la sensación extraña que se había instalado en su pecho.

Finalmente, llegó a un pasillo apartado y se apoyó contra la pared, respirando profundamente para calmarse. No podía quedarse allí, pero necesitaba un respiro, un momento para ordenar sus pensamientos.

Y justo cuando pensaba que estaba solo, lo escuchó: los pasos. No los había notado acercarse, pero al instante supo quién era. Potter, claro que era él.

De alguna manera, este siempre sabía donde encontrarlo. 

—¿Estás bien? —preguntó Harry, girándose hacia él con el ceño fruncido.

Draco desvió la mirada de inmediato.

—No necesitaba que intervinieras.

Harry suspiró. —Claro que sí.

Draco chasqueó la lengua y se apartó de él.

—¿Qué? ¿Ahora eres mi salvador personal, Potter? ¿Voy a encontrarte detrás de cada esquina asegurándote de que no me toquen un pelo?

Harry lo miró con intensidad. —Por supuesto.

Draco sintió cómo su estómago daba un vuelco traicionero.

—Ridículo —murmuró, pasándose una mano por el cabello en un intento de distraerse.

Harry cruzó los brazos. —¿Por qué te molesta tanto que me preocupe?

Draco lo miró de reojo, sintiendo su corazón latir con fuerza.

—Porque no tiene sentido —susurró, más para sí mismo que para Potter.

Harry no respondió de inmediato, solo lo observó. Draco sintió que esos ojos verdes lo desarmaban, lo desnudaban, así que hizo lo que mejor sabía hacer: ponerse la coraza. Se enderezó, alzó la barbilla y adoptó su habitual expresión indiferente.

—En fin, no necesito un guardián, Potter. Ni ahora, ni nunca.

Harry esbozó una sonrisa ladeada, como si supiera algo que Draco no quería admitir.

—Lo que tú digas, Malfoy.

Y aunque su tono era ligero, había algo en su mirada que hacía que Draco sintiera que todo su mundo estaba tambaleando peligrosamente. Así que asintió en modo de despedida y se dispuso a marcharse antes de que Potter viera demasiado, antes de que él mismo viera demasiado.

★★★

La mañana siguiente, Draco caminaba con pasos rápidos, dirigiéndose a su siguiente clase.

"Lo que tú digas, Malfoy." La voz de Potter aún resonaba en su cabeza, burlona y segura, como si supiera algo que él no. No había podido quitarse la sensación de encima.

Estúpido Potter, estúpida forma en que su corazón había reaccionado al verlo aparecer. Estúpida sensación de alivio.

Pasó la lengua por sus labios y apretó los puños. No tenía sentido, no tenía sentido que Harry estuviera tan... involucrado. Había cientos de razones por las que Potter podría haber intervenido: porque era un héroe, porque tenía complejo de salvador ya que él había pasado por lo mismo, porque le gustaba meterse en los asuntos ajenos.

Pero ninguna de esas razones explicaba la forma en que lo había mirado. De esa forma tan... intensa, tan directa, tan él.

Además también estaba lo de la rabia contenida cuando se había enfrentado a esos chicos, no podía dejar de pensar en ello, en lo absurdo que era que Potter lo defendiera con tanta vehemencia, como si realmente le importara lo que le sucediera.

Como si le importara él.

Pero eso no podía ser cierto.

Se repetía a sí mismo que Potter solo estaba jugando a ser el héroe, que no tenía nada que ver con él en particular. Él solo estaba siendo el Gryffindor estúpido y moralista que siempre había sido.

Y sin embargo... aun sentía que algo no encajaba.

Sintió un escalofrío recorrerle todo el cuerpo y aceleró el paso, como si con eso pudiera alejarse de los pensamientos que lo acosaban, pero no llegó muy lejos porque una voz lo detuvo.

—¿Siempre huyes después de que te salvan el trasero?

Draco se detuvo en seco.

No.

No podía ser.

Se giró lentamente, con una mueca de fastidio ya preparada, y ahí estaba.

Harry Potter.

De pie en medio del pasillo, con los brazos cruzados y esa maldita sonrisa ladeada que hacía que algo dentro de Draco se retorciera de forma incómoda.

—¿Todavía me sigues? —espetó con desdén, tratando de ignorar el calor que le subió al cuello.

Harry se encogió de hombros. —Solo quería asegurarme de que no sucediera nada.

Draco bufó, cruzando los brazos sobre el pecho en un intento de parecer indiferente.

—Por favor, como si fuera la primera vez que alguien intenta golpearme.

—Sí, pero años antes tenías tu varita y ahora, siempre terminas en la enfermería.

Draco sintió cómo se le tensaba la mandíbula. —No necesito una varita para lidiar con idiotas.

Harry lo observó en silencio durante unos segundos, su expresión cambiando de la burla a algo más... ¿intenso?

Draco tragó en seco.

—¿Qué? —soltó con impaciencia.

Harry dio un paso más cerca.

—Solo me pregunto por qué te empeñas tanto en fingir que no necesitas ayuda.

El cuerpo de Draco de pronto se puso alerta. Potter estaba demasiado cerca, demasiado. Pero se obligó a mantener la expresión neutral, aunque por dentro sintió una punzada de nerviosismo.

—Porque no la necesito.

Harry inclinó un poco la cabeza, mirándolo como si pudiera ver más allá de su máscara.

—¿Seguro?

Draco apretó los labios. No le gustaba la forma en que Harry lo miraba, como si supiera; como si viera algo que Draco intentaba desesperadamente ocultar.

—Por supuesto.

Su voz sonó firme, pero por dentro, su estómago se encogía. Harry soltó un suspiro y, para sorpresa de Draco, esbozó una sonrisa más suave.

—Bien, Malfoy. Si algún día cambias de opinión... ya sabes dónde encontrarme.

Y ni siquiera había terminado el día cuando volvió a verlo. Bueno, era entendible... después de todo, seguían con sus encuentros diarios en la Sala de Menesteres para practicar lo visto en clase.

Draco ya se estaba preparando para irse. Había terminado su parte, estaba cansado, y prefería evitar cualquier otra interacción que pudiera... confundirlo más.

Así que, con ese pensamiento en mente, le pidió a la Sala que generara la puerta para poder marcharse. Pero apenas esta apareció, desapareció al instante, como si jamás hubiera estado ahí. Draco se giró de inmediato, el ceño fruncido, los brazos cruzados, lanzándole una mirada acusadora a Potter.

—¿No tienes nada mejor que hacer, Potter?

Harry no respondió de inmediato. Su expresión era seria, sus ojos verdes brillaban con algo indescifrable.

—¿Te has dado cuenta de que ya sé quiénes son los chicos que suelen golpearte?

Draco sintió como cada parte de su cuerpo se iba tensando, porque no, no había caída en cuenta.

—¿Y qué? —respondió con una media sonrisa—. ¿Vienes a ofrecerme pañuelos para que llore en tu hombro?

Pero Harry no mordió el anzuelo. —Ya tengo sus nombres, y sus rostros.

El estómago de Draco se encogió ante esa información y determinación con la que lo decía.

—¿Y qué demonios piensas hacer con eso?

Harry no contestó, su silencio fue más pesado que cualquier palabra que hubiese dicho, pero fue suficiente para dar a entender lo que su boca no decía.

Draco apretó los dientes.

—Mira, no te metas en esto —dijo con frialdad, bajando la vista, como si así pudiera escapar de la intensidad de su mirada—. No quiero que te metas en problemas por mí.

Harry hizo un leve sonido, casi como una risa sin humor.

—¿Por qué crees que me metería en problemas?

Draco sintió como su pulso se aceleraba. No quería esto, no quería esta conversación.

—Porque sé cómo eres, Potter —soltó, con algo de amargura—. Siempre metiendo la nariz donde no te llaman. Siempre jugando a ser el héroe.

—¿Es eso lo que crees?

Draco lo miró, y por un momento, se quedó sin palabras.

Porque Potter no sonaba como si estuviera jugando a ser el héroe. No sonaba altivo, ni siquiera indignado. Sonaba confundido, como si tampoco entendiera del todo por qué estaba haciendo esto.

Y eso lo hizo sentir peor, Draco desvió la mirada rápidamente y se encogió de hombros, fingiendo desinterés.

—Déjalo así, Potter. Si te metes, solo lo empeorarás.

—¿Lo empeoraré para quién?

Draco cerró los ojos un segundo, sintiendo una presión molesta en el pecho. —Para mí.

Se hizo un silencio, y entonces, algo cambió en el aire entre ellos. Harry no dijo nada, pero Draco sintió cómo su presencia se acercaba. No demasiado, pero lo suficiente para que su cuerpo se pusiera más tenso de lo que ya estaba.

Lo suficiente para que su respiración se volviera errática.

—Déjalo así, Potter —repitió en voz baja, pero su tono carecía de la fuerza que quería imponerle.

Porque Harry estaba demasiado cerca y eso era un problema. Porque Draco sabía que, si lo miraba a los ojos, si veía esa intensidad en su mirada otra vez, iba a perder el control.

Porque Potter era peligroso.

Porque Potter estaba removiendo cosas en él que no deberían estar ahí.

Porque Potter hacía que quisiera olvidar quién era.

Y eso, más que cualquier otra cosa, le aterraba.

Se hizo un silencio denso, casi palpable.

Draco apenas se atrevía a moverse. Sintió cómo el aire a su alrededor cambiaba, cargado de una tensión que le erizaba la piel. No necesitaba mirarlo para saber que Potter estaba ahí, a escasos pasos, mirándolo con esos malditos ojos verdes que parecían verlo todo.

Y de repente, fue demasiado.

Dio un paso atrás, tembloroso, y alzó el rostro hacia el techo con un murmullo desesperado en su mente. 

La puerta. Necesito la puerta.

Como si respondiera a su súplica, el contorno de la salida volvió a formarse en la pared, lento pero firme. Y sin pensarlo dos veces, Draco giró sobre sus talones y se apresuró hacia ella, su túnica ondeando tras él mientras caminaba con pasos demasiado rápidos para fingir calma.

No miró atrás y ni siquiera respiró con normalidad hasta que las mazmorras frías y silenciosas lo envolvieron de nuevo. Y aún entonces, su corazón seguía golpeando como si hubiera estado a punto de hacer algo irreversible.

★★★

Draco dejó de verse con regularidad con Potter, no fue a la Sala de Menesteres como cada noche, y creyó que él lo dejaría en paz después de eso. Esperaba que entendiera la indirecta, que diera media vuelta y siguiera con su estúpida vida de héroe, dejando las cosas como estaban.

Pero no, porque Potter nunca sabía cuándo detenerse y Draco lo descubrió cuando, apenas un par de días después, volvió a encontrarlo en su camino.

Esta vez, en el patio trasero del castillo, justo al atardecer. Draco no estaba allí por casualidad, solía buscar lugares apartados, sitios donde nadie lo mirara como si fuera una molestia, como si no perteneciera. Pero ese día, el universo parecía empeñado en poner a Potter en su camino.

—¿Cómo es que siempre logras adivinar dónde estoy? Deja de seguirme —Comentó, con una ceja en alto, intentando sonar tan despectivo como siempre.

Harry lo miró con los labios apretados. —Si estuviera siguiéndote, me habrías visto antes.

Draco chasqueó la lengua y desvió la mirada.

—Entonces dime qué demonios quieres.

Harry respiró hondo, cruzándose de brazos.

—Quiero saber por qué no me dejas ayudarte.

Draco soltó una risa seca. —¿Eres sordo o solo eres increíblemente necio?

Harry no respondió, solo lo miró con esa misma intensidad que a Draco le hacía querer salir corriendo.

—No tienes que hacer esto solo, Malfoy.

Draco sintió como otra parte de su corazón se iba rompiendo lentamente, pero no lo dejó salir. Así que apretó los dientes y lo miró con la misma arrogancia de siempre.

—No necesito tu ayuda, Potter. Y no necesito tu lástima.

Harry frunció el ceño. —No es lástima.

Draco rió, sin humor. —¿Entonces qué es?

Silencio.

Y por primera vez, fue Harry quien desvió la mirada.

Eso lo desconcertó, porque Potter siempre tenía una respuesta, siempre tenía una causa, siempre sabía por qué hacía lo que hacía. Pero ahora...ahora parecía tan perdido como él.

—Deja de hacer esto, Potter. No soy tu problema.

Harry lo miró de nuevo, y esta vez, había algo distinto en su expresión, algo que Draco no quería descifrar. Porque si lo hacía, iba a perder, porque si lo hacía, no podría seguir negándolo.

Harry avanzó un paso y Draco sintió que el corazón le daba un vuelco.

—No te voy a dejar solo en esto, Malfoy.

El tono de su voz, la firmeza en sus palabras... Draco tragó en seco.

Era un problema. Porque en ese momento, con el sol muriendo a sus espaldas y Potter mirándolo como si realmente le importara, se sintió al borde de un abismo y temía que, si daba un paso más, ya no habría forma de volver atrás.

Así que no lo dio.

Durante el fin de semana evitó cualquier encuentro con él, seguía sin acudir a la Sala de Menesteres, Harry no preguntó y Draco tampoco hizo nada por aclara las cosas. Era lo mejor, lo ultimo que necesitaba era a Potter insistiendo otra vez con esa mirada suya, con esas frases que se colaban donde no debían.

Pero el lunes llegó —siempre llega—, y con ello también el ya reconocido olor a pociones y ungüentos de la enfermería. Draco permanecía recostado en una de las camas, con la mirada fija en el techo abovedado, apretando los dientes mientras Madame Pomfrey aplicaba un ungüento en su costado. No era nada grave, pero el impacto del hechizo le había dejado una quemadura en la piel.

Ridículo. Todo era ridículo.

El grupo de estúpidos de Gryffindor de quinto año había esperado a que saliera del aula para atacarlo. Un simple Confringo, dirigido a sus pies. No le habían dado de lleno, pero la explosión lo había empujado contra la pared, y el impacto lo dejó lo suficientemente aturdido como para que Blaise decidiera llevarlo a la enfermería.

Nada serio, nada que justificara lo que ocurrió después.

Porque apenas unos minutos después, la puerta de la enfermería se abrió de golpe y entró Harry Potter, con el cabello aún más revuelto que de costumbre y los ojos ardiendo con furia.

Draco sintió que el pecho se le apretaba.

No, no otra vez.

—Por esto es por lo que no puedes hacer todo solo, Malfoy. —La voz de Harry estaba cargada de una mezcla de rabia e impotencia—. ¡Por esto mismo es que te dije que no dejaría que siguiera pasando!

Draco puso los ojos en blanco, esforzándose por mantener la calma.

—No es para tanto, Potter. Fue un hechizo tonto, cosas de niños.

Pero Harry negó con la cabeza, exasperado.

—No,  no fue "cosas de niños". No es nada tonto.

Draco bufó, intentando sonar despectivo.

—Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Cambiar tus horarios para estar siempre conmigo?

La respuesta de Harry llegó sin vacilar: —Así es.

Draco sintió un golpe en el estómago, no por las palabras, sino por la certeza con la que las dijo. Se quedó en silencio por un instante, con las manos cerradas en puños. Todo en él era una tormenta. El enojo, la impotencia, el orgullo, la humillación...

Y Potter. Potter en todas partes, metiéndose donde no debía, ocupando lugares que Draco no le había dado permiso de ocupar.

Draco lo miró con furia.

—¡No necesito que me sigas como un perro faldero, Potter!

—¡No se trata de lo que necesitas, Malfoy! Se trata de que esto tiene que parar.

Draco rió sin humor.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo piensas detenerlo? ¿Vas a hablar con McGonagall? ¿Vas a castigar a todos los que me miren mal? ¿O acaso planeas convertirte en mi sombra para que nadie se atreva a tocarme?

Harry apretó la mandíbula. —Si eso funciona, entonces sí.

—¡Eres un idiota! —escupió Draco, poniéndose de pie de golpe.

Harry también dio un paso adelante, acortando la distancia entre ellos.

—Y tú eres un terco que no sabe aceptar ayuda.

—¡Porque no la necesito!

—¡Sí la necesitas!

Draco sintió que se le quemaba la garganta. Quería gritar, quería golpearlo, quería que Harry desapareciera.

Y al mismo tiempo quería que nunca se fuera.

Todo esto era culpa suya, era culpa de Potter y su manía de entrometerse en todo. De mirarlo de esa forma, porque esa forma de mirarlo lo estaba destruyendo.

—Tú no entiendes nada, Potter. —Draco escupió las palabras con veneno—. No entiendes lo que es que todos te odien, que todos te miren con desprecio, que te golpeen, que te humillen y que encima tengas que seguir adelante sin tu varita, como si fueras un maldito inútil.

—¡No, pero alguien tiene que preocuparse por ti, porque tú no lo haces!

—¡No necesito que nadie se preocupe por mí, Potter! ¡Mucho menos tú! —bramó Draco, sintiendo la furia como un veneno en la sangre.

Harry apretó la mandíbula, avanzando hasta quedar justo al lado de su cama.

—¡Bien! ¡Entonces dime que no te importa! ¡Dime que prefieres que te sigan golpeando, que te sigan atacando, que sigan tratándote como basura y que yo simplemente me quede mirando!

Draco lo fulminó con la mirada, el pecho subiendo y bajando rápidamente.

—¡Sí! ¡Prefiero eso a que sigas pegado a mí como un maldito salvador! ¡No necesito tu lástima!

Harry golpeó la mesita de noche con el puño, haciendo que los frascos de pociones temblaran.

—¡No es lástima, Malfoy! ¡¿No lo entiendes?! ¡No puedo quedarme quieto y verte pasar por esto!

Draco se sintió débil de pronto, todo su cuerpo temblaba de rabia, de impotencia, de esa maldita sensación que Harry siempre le provocaba.

—¡¿Y por qué demonios te importa tanto, Potter?! —espetó, con la voz más rota de lo que hubiera querido.

Harry lo miró con los labios entreabiertos, como si la respuesta estuviera justo en la punta de su lengua, pero no pudiera darle forma.

Harry no respondió.

Y eso le enfureció más.

—¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué te importa, Potter?

Harry respiró hondo. Su voz fue firme, demasiado firme. —Porque eres importante.

Draco sintió que se le paralizaba el corazón. El silencio se tragó todo el aire de la habitación. Draco lo miró, con el pecho subiendo y bajando rápido, sintiendo cómo todo su control se resquebrajaba.

No, no podía dejar que esto pasara.

Si lo hacía...

Si lo hacía, iba a perder.

Así que hizo lo que su instinto le dijo: Ataca.

—Eres un imbécil, Potter.

Harry no se inmutó. —Y tú estás asustado.

De pronto el enojo se convirtió en una explosión violenta en su pecho. —No tienes derecho a decir eso.

—Lo tengo, porque es verdad.

Draco tembló. Tembló de rabia, tembló de miedo, porque Potter estaba en lo cierto y porque odiaba que lo supiera. Así que lo empujó, con ambas manos, con toda la fuerza que tenía. Harry apenas se movió, pero Draco lo hizo otra vez. Y otra vez. Hasta que se quedó sin fuerzas, sin aire.

Harry no se movió, solo lo miró y eso fue lo peor de todo. Draco lo odiaba, lo odiaba porque no lo dejaba solo. Lo odiaba porque lo hacía sentir cosas que había jurado enterrar. Lo odiaba porque, aunque lo empujara con todas sus fuerzas, Potter nunca retrocedía.

Draco sintió el aire volverse insoportable en la enfermería, no podía seguir ahí; así que con un movimiento brusco volvió a golpear a Potter en su pecho para apartarlo.

—¡Ya basta! —gruñó, empujando a Harry con el hombro al pasar junto a él.

Harry intentó detenerlo, sujetándolo del brazo.

—Draco, espera—

—¡No me toques! —rugió Draco, apartándolo con un manotazo. Sus ojos brillaban con una mezcla de furia y algo más oscuro, más peligroso—. Quiero que te largues de mi vida, Potter. ¡Para siempre!

Harry parpadeó, aturdido.

—No estás hablando en serio...

Draco se giró bruscamente, sintiendo la adrenalina y el dolor del hechizo recorriéndolo aún.

—¡Sí lo estoy! —espetó, su voz firme y cruel—. ¡Te odio, Potter! ¡Ahora sí lo hago de verdad! ¡Te odio, te detesto y no quiero volver a ver tu cara nunca más!

Harry se quedó congelado, mirándolo como si le hubieran dado un golpe en el estómago.

—No lo dices en serio —susurró, casi sin voz.

Pero Draco no podía permitirse dudar.

Con la cabeza en alto y el corazón hecho pedazos, se giró y salió de la enfermería sin mirar atrás.

Afuera, el aire de los pasillos era frío y pesado, como si el castillo hubiera absorbido la tensión de la pelea y la estuviera devolviendo en cada sombra alargada. Draco caminaba a paso firme, con el corazón desbocado, sintiendo el ardor en el pecho como si su propia rabia lo estuviera consumiendo desde dentro.

No sabía a dónde iba, solo necesitaba alejarse. Alejarse de la enfermería, de la sensación de las manos de Harry sobre él, de su estúpida manía de meterse en donde no debía, de la mirada herida en sus ojos verdes.

Se maldijo a sí mismo en silencio.

No pienses en él, no pienses en lo que hiciste, no pienses en lo que dijiste.

Pero era imposible, cada palabra de Harry seguía retumbando en su cabeza.

"No puedo quedarme quieto y verte pasar por esto".

"Porque eres importante".

"No lo dices en serio".

Draco apretó los dientes y los puños al mismo tiempo. Claro que lo decía en serio, tenía que decirlo en serio. ¿Qué más podía hacer? ¿Seguir permitiendo que Harry Potter—Harry maldito Potter—entrara en su vida y lo destruyera desde dentro?

No.

Había aprendido esa lección una vez y no iba a repetir el error, pero entonces, en mitad del pasillo, escuchó pasos. Draco no tuvo que girarse para saber quién era, de alguna manera siempre era él.

—¡Draco, espera!

La voz de Harry sonó cerca, demasiado cerca. Draco cerró los ojos con fuerza y apretó el paso, ignorándolo, pero en cuestión de segundos Harry ya estaba junto a él, bloqueándole el camino.

—¡Te dije que esperes! —exigió, con la respiración agitada.

Draco lo miró con la furia encendida en los ojos.

—¡Vete a la mierda, Potter!

—No hasta que hablemos.

—¡No hay nada de qué hablar!

—¡Sí lo hay! —insistió Harry, con el ceño fruncido—. ¡No puedes decirme que me odias y luego largarte como si no hubiera pasado nada!

Draco rió sin humor.

—Eso es exactamente lo que acabo de hacer.

Intentó seguir caminando, pero Harry lo sujetó del brazo otra vez.

—¡Suéltame! —gruñó Draco, forcejeando.

—¡No hasta que me digas la verdad!

—¡La verdad es que te odio! —soltó Draco con toda la rabia que pudo reunir.

Pero Harry no se movió, ni siquiera parpadeó.

—Mientes.

Draco sintió el estómago revolverse.

—¿Y qué demonios te hace pensar eso?

Harry se inclinó ligeramente hacia él, con la mirada clavada en la suya.

—Porque yo he odiado a muchas personas en mi vida, Malfoy. Y cuando las miraba, no lo hacía así.

El aire dejó de moverse, Draco sintió que su garganta se cerraba.

—No sabes de qué hablas...

—Sí lo sé —susurró Harry.

No. No. No. 

Draco retrocedió un paso, pero Harry lo siguió.

—Déjame en paz —susurró Draco, con la voz más débil de lo que hubiera querido.

Harry negó con la cabeza.

—No puedo.

Draco apretó los labios, Potter no podía hacer esto y él no podía sentir esto. Con un último intento desesperado, lo empujó con todas sus fuerzas y se alejó corriendo por el pasillo, sin mirar atrás.

No sabía si huía de Potter o de sí mismo. El aire frío de los pasillos golpeaba su rostro, pero no lograba enfriar el ardor que sentía en el pecho. Rabia, frustración y algo más que se negaba a nombrar.

Sus pasos resonaban en la piedra, un eco que lo seguía como un recordatorio de todo lo que estaba mal.

No es justo.

Nada de esto es justo.

No era justo que le hubieran quitado la varita, no era justo que lo trataran como un paria. No era justo que los estudiantes de Hogwarts creyeran que tenían derecho a golpearlo, a escupirle, a recordarle lo que había sido, lo que nunca podrá dejar de ser y sobre todo, no era justo que Harry Potter se interpusiera en su vida como si tuviera algún derecho.

Como si le importara.

Draco apretó los dientes y los puños al mismo tiempo. No le importaba, Potter no estaba haciendo esto por él, no podía ser por él.

Tal vez era su estúpido complejo de héroe.

Tal vez se sentía culpable.

Tal vez simplemente no podía soportar ver a su exenemigo reducido a esto.

Pero no era por él.

Porque si lo fuera... si por un segundo creyera que lo hacía porque realmente le importaba... entonces estaría perdido. Porque la verdad—la verdad que lo estaba desgarrando por dentro—es que Draco no quería que Potter lo dejara solo.

Y eso lo enfermaba, porque no debía sentir eso, no debía necesitarlo, no después de todo lo que había pasado. Había jurado no volver a sentirse así. Había enterrado esos sentimientos hace años, cuando se había dado cuenta que una persona como Harry Potter, jamás estaría con alguien como él.

Había aprendido la lección de la peor manera posible: quien se atreve a sentir, pierde.

Y él no iba a perder otra vez.

Se detuvo finalmente en uno de los pasillos vacíos, apoyando ambas manos en la pared fría. Su respiración estaba agitada, y su pecho subía y bajaba con violencia.

—Mierda... —susurró, golpeando la piedra con el puño cerrado.

¿Por qué Potter tenía que arruinarlo todo?

¿Por qué tenía que mirarlo de esa manera?

¿Por qué tenía que seguirlo, sujetarlo, hablarle con esa voz que hacía que todo a su alrededor se sintiera más pequeño?

¿Por qué tenía que hacerle sentir cosas que no debería sentir?

Draco cerró los ojos con fuerza.

No. No. No.

Esto tenía que terminar.

Si Potter seguía metiéndose en su vida, en su cabeza, en su jodido pecho, todo acabaría peor, porque Draco ya sabía en qué terminaban estas historias de héroes y villanos.

Y él no era el héroe.

Él era el villano, el que se quedaba solo y el que aprendía a vivir con el frío en los huesos. Y si Potter no entendía eso por las buenas, tendría que hacérselo entender de otra forma.

Y siguió corriendo, no tenía destino fijo, solo sabía que quería alejarse lo más posible de la enfermería. El castillo estaba en penumbras, el anochecer se filtraba por las ventanas altas, tiñendo todo de un azul apagado y espectral. Caminaba sin rumbo, sin dirección, sin nada más que el peso de sus propios pensamientos.

"No quiero volver a verte, Potter."

Las palabras aún ardían en su garganta. Había querido escupirlas con todo el veneno posible, había deseado que sonaran como una sentencia definitiva, que le hicieran entender que no había vuelta atrás.

Pero ahora, en el silencio del pasillo desierto, se repetía a sí mismo esas mismas palabras y sentía cómo algo dentro de él se desmoronaba.

Porque era mentira.

Porque sí quería verlo, porque Potter era la única persona que se atrevía a mirarlo, que no fingía que él no existía, que no lo ignoraba o lo trataba como un mal recuerdo de la guerra. Porque Potter era el único que se atrevía a pelear con él cuando todos los demás simplemente lo veían con desprecio o, peor aún, con lástima.

Draco apoyó la espalda contra la pared de piedra y dejó caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos con fuerza.

No podía permitirse esto, no podía permitirse sentir. No de nuevo.

Pero la imagen de Potter corriendo a la enfermería, con el ceño fruncido, con la respiración entrecortada, con ese maldito brillo de preocupación en los ojos, lo perseguía como un espectro.

¿Por qué le importaba?

¿Por qué seguía apareciendo cada vez que algo le pasaba?

¿Por qué lo miraba como si no fuera un caso perdido?

Se pasó las manos por el rostro, frustrado, sintiendo cómo su cuerpo entero temblaba por la rabia, por la impotencia, por la maldita confusión que Potter traía consigo como un huracán.

No lo quería cerca.

No lo quería lejos.

No lo quería, pero al mismo tiempo sí.

Y eso era lo peor de todo.

La guerra se había llevado muchas cosas, pero lo que Draco no esperaba era que le arrebatara la capacidad de entenderse a sí mismo. Antes, todo era claro: su lealtad, su deber, su odio, sus miedos. Pero ahora... ahora todo estaba borroso. 

Ahora estaba Potter.

Y Potter significaba caos. Potter significaba peligro. Potter significaba que, si no hacía algo para detener esto, si no construía un muro más alto, si no alejaba a ese idiota de su vida...

Terminaría consumido en su propio incendio.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 9: 𝑽𝑰𝑰𝑰

Chapter Text

 

★★★

Febrero había llegado con su manto gris y su frío implacable, cubriendo los terrenos de Hogwarts con una capa de nieve que parecía congelar el tiempo. Para Draco, cada día se sentía interminable.

Cada vez faltaba menos para presentar los EXTASIS, cada vez faltaba menos para que terminara su condena en Hogwarts; para que, si todo salía como él esperaba, nunca más tuviera que ver a Harry Potter.

No había vuelto a los entrenamientos de forma definitiva, y mucho menos desde su pelea en la enfermería hace dos semanas. No tenía sentido, pues no quería verlo, ni enfrentarlo.

Ya no tenía su varita con regularidad otra vez, así que las pocas horas a la semana que le permitían usarla en clase eran un respiro, pero también una humillación constante. Sus movimientos eran torpes, imprecisos con los hechizos que eran nuevos. Se sentía como un niño que apenas aprendía a sostener su varita por primera vez. No había control, no había confianza, no había poder en su magia.

Así que hacía lo único que podía hacer: estudiar.

Pasaba horas en la biblioteca, devorando libros de hechizos, memorizando cada movimiento de varita, cada encantamiento, cada contrahechizo. Sabía que no era suficiente, pero no se rendía.

No podía.

No cuando todos esperaban que fracasara. No cuando la única forma de demostrar que todavía era un mago, que todavía era Draco Malfoy, era sobresalir en las pocas oportunidades que le quedaban.

Pero todo esto palidecía en comparación con él.

Potter.

No lo entendía, no lo entendía en absoluto.

Draco hacía todo lo posible para evitarlo. Elegía cuidadosamente sus horarios, sus caminos por los pasillos, los momentos en los que iba al Gran Comedor o cuando se encerraba en la biblioteca hasta que Madame Pince lo echaba, pero Potter siempre estaba ahí.

Siempre.

A veces en los pasillos, otras veces en la biblioteca, otras en el Gran Comedor. Draco entraba en una sala y lo encontraba allí, hablando con sus amigos o simplemente mirándolo.

No se hablaban, tampoco cruzaban palabras. No había peleas ni discusiones, nada, pero Draco lo sentía ahí, siempre ahí.

Observándolo.

Siguiéndolo sin seguirlo realmente.

Draco lo odiaba por eso, lo odiaba porque incluso en su silencio lograba desarmarlo. Porque, aunque se negara a admitirlo, había algo en el hecho de que Potter aún estuviera ahí que le carcomía el pecho.

Cada vez que sus ojos se encontraban por accidente, Draco sentía una punzada en el estómago, un retorcimiento incómodo que lo hacía apartar la mirada demasiado rápido, como si el solo contacto visual con Potter pudiera exponer todas las cosas que trataba desesperadamente de enterrar.

Pero lo peor era que Potter no apartaba la mirada, siempre lo miraba con la misma intensidad, con esa maldita determinación que lo volvía loco. Como si todavía tuviera algo que decir, como si no estuviera dispuesto a dejarlo ir.

Draco quería gritarle.

Déjame en paz.

Olvídame.

No quiero verte nunca más.

Pero incluso cuando pensaba esas palabras, su pecho se sentía hueco, como si la idea de que Potter realmente dejara de buscarlo, que realmente lo dejara en paz, que realmente desapareciera... fuera peor que todo lo demás.

Y tampoco podía negarlo: las cosas estaban más tranquilas últimamente gracias a la presencia constante de Potter por ahí, pues no había tenido ningún encuentro inoportuno con esos Gryffindor imbéciles.

Según el mismo Louis —en un encuentro fortuito que habían tenido en medio de un pasillo abarrotado de estudiantes—, Potter los había puesto bajo advertencia. Le dijo que, por el momento, no harían nada, ya que estaba bajo el manto de Potter, pero que el día en que ambos se descuidaran, le harían una de la que no podría olvidarse por el resto de su vida.

Draco no les creyó del todo. Además, Potter jamás dejaría de perseguirlo... ¿verdad?

★★★

Hogwarts estaba casi vacío aquella tarde de sábado, y Draco lo notó apenas salió del Gran Comedor junto a Pansy y Blaise. El pasillo se sentía más silencioso de lo normal, sin grupos de estudiantes caminando o hablando a los lados. Apenas se cruzaron con un par de alumnos de primero que pasaron rápido, riendo por algo que Draco no alcanzó a oír.

—Entonces, ¿vendrás esta noche? —preguntó Blaise, con su usual tono despreocupado mientras se ajustaba la bufanda. Esa noche, al parecer, los de octavo año organizarían una fiesta en una de las aulas vacías del ala norte. Usarían hechizos silenciadores, encantamientos de ocultamiento y hasta protección anti-Filch —como lo habían bautizado— para que nadie se enterara. La idea era simple: una última celebración antes de que la rutina de exámenes y despedidas comenzara a caerles encima como una maldición del destino.

Cada vez estaban más cerca de terminar el año, y con él, su paso por Hogwarts. Así que querían aprovechar cada instante, cada pasillo, cada noche en que el castillo aún les pertenecía.

—No lo sé —respondió Draco con evasivas, jugando con la manga de su túnica, a sabiendas que claramente no iba a ir a un sitio donde nadie lo quería—. Tal vez.

Pansy frunció el ceño.

—Dray, sabes que nos preocupas, ¿verdad?

Draco apretó la mandíbula. Desde hacía semanas, Pansy había adoptado ese tono entre maternal y autoritario que lo sacaba de quicio. No necesitaba que lo cuidaran y no necesitaba a nadie.

—No me pasa nada —mintió con facilidad—. Solo estoy cansado.

Blaise le dirigió una mirada cargada de escepticismo, pero no insistió, porque ellos no eran de los que insistían. Cuando llegaron a las escaleras, Pansy le rodeó el brazo con delicadeza.

—¿No vendrás a Hogsmeade con nosotros?

Draco negó con la cabeza.

—Prefiero quedarme en el castillo.

No tenía ánimos de pasearse entre multitudes, de fingir que todo estaba bien mientras sentía el peso de su situación aplastándolo un poco más cada día.

—Está bien —Pansy suspiró, resignada—. Pero si cambias de opinión, sabes dónde encontrarnos.

Draco se limitó a asentir, observando cómo sus amigos descendían las escaleras y se perdían en el vestíbulo. 

Al menos ellos todavía estaban con él.

Apretó los labios y metió las manos en los bolsillos de su túnica, comenzando a caminar sin rumbo, fue entonces cuando los vio.

Desde una de las ventanas altas del sexto piso, su mirada captó la hilera de estudiantes que se dirigían hacia Hogsmeade. La fila de capas negras se movía lentamente, algunos charlaban animadamente, otros reían, y algunos simplemente caminaban con sus amigos, disfrutando del breve respiro que el fin de semana les ofrecía.

Y allí, entre ellos, Harry Potter.

Draco entrecerró los ojos, podía verlo con claridad, a pesar de la distancia. Potter tenía los brazos cruzados sobre el pecho, su expresión endurecida mientras Granger y Weasley hablaban con él.

Discutían.

Lo veía en sus gestos, en la forma en que Granger movía las manos con exasperación y en cómo Weasley sacudía la cabeza con fastidio. Potter, por su parte, se mantenía firme, su ceño fruncido y su mandíbula tensa. Draco presionó los dedos contra el alféizar de la ventana.

No quería ir, por supuesto que no quería ir.

Draco pensó que Potter se aferraría a cualquier excusa para quedarse en el castillo y continuar con su absurda vigilancia. Pero Weasley y Granger eran persistentes y Potter, al final, cedió y vio cómo dejaba caer los hombros con resignación antes de seguir a sus amigos fuera del castillo.

Finalmente.

Soltó el aire en un suspiro y apoyó la cabeza contra la piedra fría de la pared. Tal vez ahora tendría un rato de paz.

Después de asegurarse de que Potter realmente se había ido, Draco comenzó a caminar hacia su destino. Necesitaba estar solo, verdaderamente solo, así que sus pies lo guiaron hasta el séptimo piso donde no había vuelto desde hace semanas y comenzó a recorrer el pasillo tres veces de un lado a otro, con un solo pensamiento en mente.

Necesito un lugar donde estar solo.

La puerta apareció con un leve susurro de magia, y Draco la empujó con facilidad.

Dentro, la Sala de los Menesteres lo recibió con un espacio cálido y silencioso. Las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros, la chimenea encendida emitía un resplandor acogedor y un sillón solitario lo invitaba a hundirse en él y olvidarse del mundo por un rato.

Cerró los ojos por un instante, había echado de menos un momento así. Pero dio solo un paso dentro y el golpe lo alcanzó por la espalda.

Draco cayó de rodillas, su frente golpeando el suelo de piedra. Aturdido, giró sobre sí mismo y vio las siluetas de tres chicos de Gryffindor cerrando la puerta tras ellos. Intentó levantarse, pero otro golpe, esta vez en el estómago, le sacó el aire. Tosió, doblándose sobre sí mismo mientras el dolor lo paralizaba.

—¿Creías que con Potter respirándote en la nuca íbamos a olvidarnos de ti? —La voz de Louis se burló de su miseria.

—¿Dónde está ahora tu salvador? —rió otro.

Draco trató de empujar el suelo para incorporarse, pero una patada en las costillas lo lanzó contra la pared.

Dolor.

Dolor blanco, cegador, ardiente.

Alguien lo tomó del cabello y lo obligó a alzar el rostro.

—¿Dónde está tu varita, mortífago de mierda?

Mortífago.

La palabra le atravesó el pecho como una daga.

Draco sintió la primera patada en la espalda con la fuerza de un latigazo, lanzándolo hacia adelante sin posibilidad de recuperar el equilibrio, cayó sobre sus manos y rodillas, el impacto recorriendo su columna como una descarga eléctrica. No tuvo tiempo de respirar antes de que una mano áspera lo sujetara del cabello y lo obligara a levantar la cabeza.

—¿Dónde está tu varita, Malfoy? —escupió uno de ellos, con una sonrisa torcida—. Ah, cierto... el Ministerio te la quitó.

La burla encendió algo dentro de Draco, pero antes de que pudiera responder, un puño cerrado se hundió en su estómago con tal fuerza que sintió cómo el aire escapaba de sus pulmones en un jadeo sofocado. Se dobló sobre sí mismo, intentando tomar aire, pero la presión en su abdomen no le permitió hacerlo. Un golpe en la mandíbula le giró la cabeza de manera brutal, y el sabor metálico de la sangre llenó su boca en cuestión de segundos.

El dolor estalló en su cráneo cuando otro puñetazo le impactó la sien, cegándolo momentáneamente. Su cuerpo tambaleó, su visión se tornó borrosa y sus oídos zumbaban con insistencia. Intentó sostenerse sobre sus rodillas, pero una patada en las costillas lo envió directo al suelo.

Más dolor. Crudo, ardiente, profundo.

Uno de ellos se agachó a su lado y le tomó la cara con brusquedad, obligándolo a mirarlo.

—Te crees mucho, ¿eh? Caminando por el castillo como si todavía fueras alguien.

Draco entrecerró los ojos, escupiendo un hilo de sangre.

—Y tú... te crees muy valiente... cuando son tres contra uno.

El puño se estrelló contra su pómulo con tal violencia que sintió el crujido de la piel partiéndose.

Una risa llena de desprecio.

—Sigues siendo un arrogante de mierda.

Lo soltaron y su cabeza golpeó el suelo con un sonido sordo. Sus dedos temblorosos buscaron apoyo, pero antes de poder incorporarse, otra patada lo alcanzó en el costado, obligándolo a rodar sobre su espalda.

No podía moverse y cada golpe era peor que el anterior. Cada patada le hacía sentir que sus huesos se quebraban un poco más. El peso de uno de ellos cayó sobre su pecho, dejándolo completamente inmóvil, una rodilla se clavó en su caja torácica con una presión insoportable.

—Te ves patético, Malfoy —murmuró Louis, inclinándose sobre él. Su voz destilaba burla y desprecio, como si el espectáculo de Draco, roto y ensangrentado en el suelo, fuera algo digno de risa.

Draco apenas pudo verlos, su ojo derecho estaba hinchado, su visión nublada por la sangre que le corría desde la frente. Trató de mover los labios, de escupir alguna respuesta mordaz, pero un puño lo calló antes de que pudiera hacerlo.

El Gryffindor se rió entre dientes y, sin previo aviso, le escupió en la cara. La saliva caliente y repugnante resbaló lentamente por su mejilla, mezclándose con la sangre y el sudor que cubrían su piel.

—Ni siquiera vales la pena —escupió otro con desdén.

Los escuchó alejarse, sus pasos resonando contra el suelo de piedra. Draco no podía moverse, no podía siquiera levantar una mano para limpiarse el rostro. Todo lo que podía hacer era permanecer ahí, tirado como un despojo humano, sintiendo cómo la humillación lo asfixiaba junto con el dolor.

La puerta de la Sala de Menesteres se cerró tras ellos con un eco sordo y entonces, el silencio lo envolvió.

El dolor se extendía por su cuerpo como fuego líquido, quemando cada músculo, cada hueso, cada fibra de su ser. Era insoportable, lacerante, una agonía que lo consumía de adentro hacia afuera. Intentó moverse, aunque fuera un poco, pero su cuerpo no le respondió, sus extremidades eran pesadas, como si estuvieran hechas de plomo, cada intento de alzar un dedo o girar la cabeza era como empujar contra una pared de piedra.

El aire entraba y salía de sus pulmones en jadeos débiles y erráticos. Cada inhalación era un suplicio, una punzada ardiente en sus costillas, como si el simple acto de respirar desgarrara algo dentro de él. La sangre caliente y espesa resbalaba por su rostro, pegándose a su piel en un manto pegajoso; la sentía gotear desde su ceja, resbalar por su sien y empapar el suelo debajo de él.

Un gemido ahogado escapó de sus labios partidos, sus costillas dolían tanto que ni siquiera podía tomar suficiente aire para gritar. Su ojo derecho estaba completamente cerrado, hinchado hasta el punto de la ceguera, y el izquierdo veía borroso, como si estuviera bajo el agua.

No había fuerza en sus manos, no podía moverlas, no podía intentar incorporarse, no podía ni siquiera apartar el cabello empapado de sudor y sangre que se pegaba a su frente. El mundo entero daba vueltas a su alrededor o tal vez solo era su cabeza la que giraba sin control, embotada por el dolor y la pérdida de sangre.

No puedo moverme.

No puedo levantarme.

El pánico se deslizó entre la bruma de su mente como un veneno lento y paralizante. Se sintió atrapado en su propio cuerpo, prisionero de una carcasa destrozada que ya no le respondía.

La oscuridad comenzó a tragárselo poco a poco, como un manto pesado que lo envolvía en su abrazo frío. Sus pensamientos se hicieron más lentos, más distantes, como si no le pertenecieran del todo.

Esto es el final.

Su pecho subía y bajaba con esfuerzo, cada inhalación era como tragar cristales rotos. Algo caliente le resbalaba por la comisura de los labios; sangre, su sangre. Podía sentir cómo se pegaba a su piel, cómo empapaba su ropa, cómo impregnaba el suelo bajo él con la prueba tangible de su derrota.

Quería reírse o llorar, no estaba seguro. Quizá ambas cosas, porque tenía razón, siempre tuvo razón. Desde el momento en que le arrancaron la varita, desde el instante en que le redujeron a esto, a un saco de huesos frágiles y sin defensa, supo que no podía hacer nada.

Y ahora ahí estaba.

Se preguntó si así sería morir. 

No sentía sus manos, su pecho subía y bajaba más lento; el frío comenzaba a instalarse en sus huesos, en su piel, arrastrándole a un vacío que le pareció, por primera vez en su vida, misericordioso.

Pero entonces lo oyó.

Un estruendo.

Alguien gritó su nombre.

Y en ese instante, supo que Potter lo había encontrado.

Los pasos resonaron como un trueno en la habitación, apresurados, desordenados, seguidos de un jadeo contenido y una maldición sofocada. Draco sintió cómo unas manos cálidas lo sujetaban con cuidado, apenas un roce en comparación con la brutalidad de los golpes anteriores.

—Draco... —murmuró la voz, ahogada, rota.

Había algo en la forma en que dijo su nombre que hizo que su pecho se contrajera de una manera distinta al dolor.

Un nudo denso, insoportable, le oprimió la garganta; quiso hablar, decir algo. Burlarse, tal vez. Hacer algún comentario mordaz sobre lo ridículo que era que el gran Harry Potter llegara a su rescate una vez más, pero sus labios se entreabrieron sin fuerza y solo logró emitir un gemido apenas audible.

—No hables —ordenó Potter con un tono que intentaba ser firme, pero que temblaba en los bordes—. Vas a estar bien, te sacaré de aquí.

Mentira, nada iba a estar bien.

Draco no tenía fuerzas para discutir, ni siquiera para apartarse cuando sintió cómo Harry deslizaba una mano bajo su espalda, alzándolo con sumo cuidado. La punzada de dolor fue tan intensa que le arrancó un jadeo desgarrado.

—Lo siento —susurró Potter, con los labios casi pegados a su oído.

Draco sintió la calidez de su aliento en su piel. Sintió la urgencia en su voz, el temblor en su cuerpo. Sintió tantas cosas a la vez que fue insoportable.

Cerró los ojos con fuerza. 

No podía permitirse esto, no podía permitirse sentir.

No ahora, no nunca.

Pero Potter estaba ahí, sujetándolo, sosteniéndolo como si su vida dependiera de ello, como si estuviera dispuesto a cargar con su peso sin importar nada más.

El Gryffindor murmuró un hechizo, uno que Draco no pudo identificar, y una ligera sensación de alivio recorrió su cuerpo. No era suficiente, pero al menos el dolor dejó de ser tan cegador.

—Voy a sacarte de aquí —repitió Potter, esta vez con más firmeza.

Y antes de que Draco pudiera objetar, antes de que pudiera encontrar las fuerzas para decirle que lo dejara, que no lo necesitaba, que no quería su maldita compasión, sintió cómo el mundo se desvanecía en un torbellino de luz y oscuridad.

Después de eso, solo hubo vacío.

★★★

El mundo regresó en ráfagas confusas de sonido y luz. Primero, un murmullo lejano, voces ahogadas que se entremezclaban en un eco difuso. Luego, la presión de algo firme bajo su espalda, la suavidad de una tela que no reconocía.

Draco parpadeó lentamente, tratando de enfocar la vista. El techo de la enfermería de Hogwarts apareció sobre él, alto y blanco, con la misma sensación fría y aséptica de siempre.

Supo, sin necesidad de mover un solo músculo, que su cuerpo estaba destrozado. Cada fibra de su ser palpitaba con un dolor punzante y profundo, como si la piel se le hubiera vuelto demasiado pequeña para contener todo el daño.

—Estás despierto.

La voz era baja, apenas un murmullo, pero él la reconocería en cualquier lugar, incluso en medio de la inconsciencia.

Potter.

Draco cerró los ojos con fuerza, queriendo ignorarlo. Queriendo ignorar la forma en que su corazón, traidor, aceleró el ritmo solo por saber que él estaba ahí.

—Madam Pomfrey dijo que estarás bien. Tardará en sanar, pero... estarás bien.

Algo en el tono de Potter lo hizo tensarse, pues había una mezcla extraña entre ira contenida y... algo más, algo que Draco no quería descifrar del todo. Hubo un silencio pesado, el rubio sintió la mirada de Potter clavada en él, perforándolo.

—Voy a decírselo a McGonagall.

—No —escupió Draco, sin pensarlo.

Potter cruzó los brazos con terquedad.

—No puedes detenerme.

Draco se giró con dificultad, apretando los dientes por el dolor, y lo fulminó con la mirada.

—No insistas, Potter.

—Esto tiene que parar.

Draco soltó una carcajada hueca.

—¿Ah, sí? ¿Y tú vas a detenerlo? ¿Cómo, exactamente? ¿Diciéndole a McGonagall? ¿Esperando que con unas cuantas sanciones todo desaparezca? —Su voz se quebró, pero él la elevó más, con rabia, con frustración—. No tienes ni idea de cómo funciona esto.

—Dame una sola razón para no hacerlo —insistió Harry, dando un paso más hacia él.

Draco sintió que su garganta se cerraba y sus uñas se clavaron en la sábana. Quería decirle que se largara, que se metiera su heroísmo por donde no le diera el sol. Quería insultarlo, gritarle, alejarlo de la única manera en que sabía hacerlo.

Pero en su lugar, su voz salió rota.

—Porque luego todo será peor.

Harry frunció el ceño. —¿Peor?

Draco apretó los labios, conteniéndose. Pero entonces lo sintió, ese temblor en su pecho, esa presión insoportable que no podía aguantar más, y las palabras se derramaron de él como veneno.

—Si McGonagall lo sabe, el Ministerio lo sabrá y luego, todo el maldito mundo lo sabrá.

Sus ojos ardían, parpadeó con fuerza, tratando de contener las lágrimas, pero fue inútil.

—Van a escribirlo en El Profeta, Potter. Con titulares enormes. "El exmortífago, Draco Malfoy, es ahora una presa fácil". Van a regodearse en mi caída, en cómo el niño rico, el niño arrogante, el que alguna vez se creía superior, ahora no es nada.

La rabia y la impotencia se mezclaban en su voz, en sus gestos, en la forma en que su pecho subía y bajaba descontroladamente.

—Aquí... aquí solo tengo que aguantar hasta julio. Solo hasta julio y se acabará —su voz se quebró—. Pero si todo el mundo lo sabe, nunca va a acabar. Nunca.

Draco se pasó una mano por el rostro, pero las lágrimas seguían cayendo. No podía detenerlas.

—Siempre habrá alguien más, alguien que quiera intentarlo. Porque ahora no tengo nada, Potter. ¿Lo entiendes? Nada.

Se rió, un sonido amargo, retorcido.

—Después de la guerra, el Ministerio se aseguró de eso. Vació nuestras bodegas, confiscaron nuestras propiedades, destruyeron cualquier rastro de lo que mi apellido significaba. No tengo poder, no tengo influencia, no tengo derecho a una varita, no tengo absolutamente nada, Potter. Ahora no soy nadie.

Harry tragó saliva, su expresión era un cúmulo de emociones que Draco no podía soportar ver.

—No quiero que el mundo lo sepa, porque así, al menos, solo tendré que enfrentarme a esto hasta que me gradúe. Pero si sale en los periódicos, si el mundo sabe que no puedo defenderme, que el Ministerio está detrás de mí, que cualquier intento de magia me condenará...

Su voz se convirtió en un susurro.

—Voy a encontrar abusadores por el resto de mi vida.

El silencio cayó como un hacha entre ellos, Draco sollozó y odió el sonido.

—¿Eso es lo que quieres, Potter? ¿Verme como el maldito trofeo de la guerra que el mundo puede seguir destrozando hasta que no quede nada? ¿Eso es lo que buscas?

Harry negó con la cabeza con fuerza.

—No, no quiero eso.

—Entonces no te metas —susurró Draco.

Pero Potter no se movió, tampoco se fue, Draco lo miró con furia, con desesperación.

—¡No quiero que juegues a ser mi héroe, Potter! ¡No eres mi maldito salvador!

Harry se acercó un poco más, inclinándose sobre él.

—¿De verdad eso es lo que quieres?

Draco sintió que se quedaba sin aire. La respuesta estaba en su garganta. Un no, un por favor, un quédate. Pero la única forma de salvarse a sí mismo, de salvar lo poco que quedaba de él, era empujar a Potter lejos.

Así que forzó una sonrisa rota y susurró:

—Sí —mintió.

Harry se quedó en silencio por un largo segundo, y luego, sin decir nada más, dio un paso atrás. Draco lo vio dudar, lo vio apretar los labios, como si quisiera decir algo más, pero al final, solo sacudió la cabeza y se giró hacia la puerta.

Cuando la escuchó cerrarse tras él, Draco sintió que todo el aire escapaba de sus pulmones. Se dejó caer contra la almohada, apretando los ojos con fuerza.

Maldita sea.

Potter no debía importarle, pero con cada día que pasaba, con cada vez que él volvía, con cada vez que se quedaba... era más difícil seguir mintiéndose a sí mismo.

Las horas pasaron y el sol de la tarde que proyectaba largas sombras en el suelo pulido desapareció dejando en su lugar la luz de la luna filtrándose por las ventanas. El sonido de los pasos de Madame Pomfrey se había desvanecido en la distancia hacía ya un rato, cuando esta había venido a dejarle algo de comida para cenar, y ahora Draco estaba solo.

Apretó las manos contra la sábana, sintiendo la textura áspera entre sus dedos temblorosos. El dolor seguía ahí, pulsante, recordándole cada golpe, cada patada, cada palabra escupida con odio que lo había reducido a nada en la Sala de los Menesteres.

Pero lo peor no era eso, lo peor era que Potter se había ido, habían pasado ya varias horas desde eso. Horas desde que su propio llanto lo había traicionado, desde que había escupido sus miedos más oscuros sin poder contenerse.

No debería importarle, se había asegurado de que se largara. Le había dado todas las razones para que se alejara, lo había alejado como alejaba a todos los demás. Como había aprendido a hacerlo desde que su vida se había convertido en una condena.

Y sin embargo, su ausencia pesaba.

Cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear la imagen del rostro de Potter antes de marcharse. La confusión en sus ojos, la decepción, la tristeza.

No.

No podía pensar en eso.

Aún sentía las lágrimas secas en su piel. Odiaba la forma en que había cedido, en que se había quebrado frente a él. Odiaba haber mostrado su miedo, su desesperación, Potter ya tenía demasiadas partes de él; no podía darle más.

Pero ahora, en la soledad de la enfermería, con la noche arrastrándose lenta y cruel por los ventanales, Draco sintió algo que hacía mucho tiempo no sentía.

Vacío.

No la rabia que lo había mantenido en pie todo este tiempo, no la frialdad con la que había construido sus muros. Solo vacío.

Se llevó una mano al rostro, hundiéndola en su cabello rubio, jalándolo con frustración.

No quiero esto.

No quería seguir así, no quería seguir viviendo con miedo, con la certeza de que siempre habría alguien esperando para destruirlo. Pero esa era su realidad. Lo supo desde el momento en que el Ministerio le arrebató su varita y lo condenó a tres años de humillación disfrazada de redención.

Y Potter... Potter no entendía nada. No entendía lo que era ser un Malfoy y haberlo perdido todo. No entendía lo que significaba ser un hombre sin poder, sin nombre, sin derecho a defenderse. No entendía que la guerra no había terminado para todos.

Para él sí.

Para él, la guerra había terminado en aquella Torre de Astronomía, en el campo de batalla, en la derrota final de Voldemort. Para Draco, la guerra no había hecho más que transformarse en algo peor, algo interminable.

Sus dedos se cerraron en puños, porque lo peor de todo, lo que más le dolía admitir, era que Potter no era su enemigo.

No más.

La enfermería seguía en completo silencio, salvo por el sonido monótono del reloj colgado en la pared, Draco lo observaba sin realmente verlo, pero su mente seguía sumida en un torbellino que no sabía cómo detener.

Se sentía estúpido. Débil. Pero, sobre todo, se sentía agotado.

Sus costillas ardían con cada respiración, su cuerpo entero era un campo de batalla abandonado. Sentía el pulso de cada golpe, de cada pisotón, de cada puñetazo. Pero ese dolor físico era insignificante comparado con el peso en su pecho.

Porque a pesar de todo, sabía que Potter no se quedaría quieto. Sabía que, pese a todo lo que le había dicho, pese a la furia, pese a su súplica de que lo dejara en paz, Potter haría algo.

Y eso lo aterrorizaba.

Se removió con dificultad, intentando sentarse en la cama. Un mareo inmediato lo obligó a cerrar los ojos, apretando los dientes hasta que la sensación pasó. No podía seguir aquí, no podía quedarse esperando a que Potter regresara con alguna estúpida idea heroica que solo terminaría empeorando todo.

Con un esfuerzo doloroso, se deslizó fuera de la cama, sus pies descalzos tocando el suelo frío.

—¿A dónde crees que vas?

Draco se sobresaltó, girando bruscamente la cabeza hacia la puerta.

Potter estaba allí, de pie, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, quien sabe desde hace cuánto. Tal vez en realidad nunca se había ido. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad peligrosa, pero no era enojo lo que reflejaban.

Era algo más.

—No puedes seguir haciéndolo —dijo Potter, su voz tensa, contenida—. No puedes seguir ignorando lo que está pasando, Draco.

El mencionado sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—No empieces.

—¿No empiece qué? ¿No empiece a decirte la verdad?

—No necesito tu maldita verdad, Potter.

—No, claro que no. Porque prefieres seguir pretendiendo que puedes con todo tú solo —Harry avanzó un paso, su mirada ardiendo—. ¿Hasta cuándo, Draco? ¿Hasta qué te maten?

Draco apretó los puños, sus uñas clavándose en su propia piel.

—Ya te lo dije —susurró, su voz temblorosa de rabia—. No te metas.

—¿Y qué si lo hago?

Hubo un silencio pesado. Potter lo miraba fijamente, desafiante, como si estuviera dispuesto a cargar con su condena si era necesario.

Draco sintió la furia retorcerse en su pecho.

—¿Por qué diablos te importa tanto?

Potter no respondió de inmediato. Su mandíbula se tensó, sus ojos descendieron ligeramente, como si ni él mismo tuviera una respuesta clara.

Y entonces, después de unos segundos, murmuró: —Porque no puedo soportar verte así.

Draco sintió el aire atascársele en la garganta, mientras su cuerpo empezaba a temblar, no de miedo ni de dolor, sino de algo mucho peor. Algo que llevaba demasiado tiempo reprimiendo.

La desesperación se encendió en su interior, más violenta que cualquier otra emoción.

—Lárgate —espetó, su voz quebrándose—. No quiero verte nunca más.

Pero Potter no se movió y ese fue el peor de sus errores.

Draco no podía respirar, no era solo por el dolor lacerante en sus costillas o la fatiga que lo consumía desde dentro. Era porque Potter seguía allí, de pie, con ese maldito ceño fruncido y esos ojos que parecían atravesarlo como si estuviera hecho de cristal.

—Lárgate —repitió Draco, con más furia, con más desesperación.

Harry no se movió. —No.

Draco sintió la furia crecer en su interior.

—¿No me escuchaste? —gruñó, con la voz ahogada de rabia—. No quiero verte nunca más. No quiero que me hables, no quiero que me mires, no quiero que existas en mi jodida vida.

Harry apretó la mandíbula.

—Pues qué lástima, porque no me voy a ir a ninguna parte.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Por qué haces esto? —su voz se quebró y la odió por ello.

—Porque te vi tirado en el suelo, cubierto de sangre, inconsciente —Harry avanzó un paso, y Draco se tensó—. Porque he visto cómo te miran en los pasillos. Porque sé que esto no es un maldito accidente, Draco.

Draco cerró los ojos con fuerza, como si pudiera bloquearlo, como si pudiera detener la presión que se acumulaba en su pecho.

—No tienes derecho... —murmuró.

—No necesito un derecho para preocuparme por ti.

Draco abrió los ojos de golpe, su respiración temblorosa.

Esto no estaba bien, nada de esto estaba bien. El estómago se le retorcía de ansiedad, su cuerpo entero gritaba que corriera, que lo apartara, que lo empujara lejos antes de que fuera demasiado tarde.

Pero Potter no le daba tregua.

El aire entre ellos era denso, sofocante. Draco sentía su propia respiración como un eco lejano en su cabeza, demasiado consciente de cada latido irregular en su pecho, de cada resquicio de vulnerabilidad que Potter había visto.

Y eso lo hacía odiarlo más.

Se llevó una mano a la cara, tratando de borrar la humedad de sus ojos, tratando de recomponerse antes de que fuera demasiado tarde. Pero su cuerpo no respondía, su piel ardía bajo cada mirada de Potter, y el silencio era una condena que lo asfixiaba.

—Dime algo —gruñó, con la mandíbula apretada, con las manos temblorosas.

Harry parpadeó, como si despertara de un trance. —¿Qué quieres que diga?

Draco soltó una carcajada amarga.

—Cualquier cosa, maldita sea. No me mires así.

—¿Cómo?

Draco apretó los dientes. —Como si me comprendieras.

Harry frunció el ceño. —Quizás lo hago.

La rabia le recorrió la piel, encendiéndolo desde dentro.

—¡No, Potter, no lo haces! —le espetó, su voz llena de veneno—. No tienes ni la menor idea de lo que es esto, de lo que significa perderlo todo. De lo que es despertarte cada día sabiendo que no eres más que una sombra de lo que fuiste. Que no puedes defenderte, que no puedes luchar, que no puedes hacer nada excepto existir y esperar a que alguien más decida que es tu turno de ser golpeado.

Harry no respondió, pero su silencio era peor que cualquier palabra dicha.

—Tú sigues siendo el héroe, ¿sabes? —continuó Draco, con una sonrisa torva—. Sigues teniendo amigos, sigues teniendo respeto. Yo no, yo solo tengo esto.

Se señaló a sí mismo, con los labios torcidos en una mueca de desprecio.

—Solo tengo la imagen patética de un Malfoy que ya no vale nada.

El pecho de Harry subió y bajó con una respiración entrecortada. —No eres patético.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda. —Lo soy.

Harry negó con la cabeza, dando un paso hacia él, pero Draco retrocedió instintivamente.

—No te acerques.

—Draco...

—¡He dicho que no te acerques!

Pero Harry no lo escuchó, Draco sintió el pánico arder en su garganta cuando el otro chico acortó la distancia entre ellos, cuando de pronto ya no había espacio suficiente para respirar. Cuando de pronto sintió el calor de Potter demasiado cerca, demasiado real. Draco tembló, sin saber si era por el miedo o por algo más profundo, más aterrador.

—No puedo salvarte si no me dejas hacerlo —susurró Harry.

Y esas palabras fueron la gota que colmó el vaso. Draco sintió toda la furia explotar dentro de él, un fuego rabioso que lo consumía desde las entrañas.

—¿Salvarme? —escupió, con los ojos brillando de furia—. ¿Quién carajo te crees que eres? No necesito que me salves, Potter. No necesito tu compasión, ni tu maldita manía de arreglar todo lo que crees que está roto. ¡No soy un proyecto de caridad!

Harry no parpadeó. No se movió.

—Nunca dije que lo fueras.

Draco sintió la frustración enredarse en su garganta como una soga, apretando cada vez más.

—Entonces deja de mirarme así, deja de seguirme, deja de intentar ayudarme.

—No.

El corazón de Draco se detuvo un segundo.

—¿Qué?

—No voy a dejarte solo —repitió Harry, con esa terquedad insoportable suya.

Draco se sintió enfermo, esto no podía estar pasando. Potter no podía estar diciendo esas cosas. No podía estar mirándolo así, con esos ojos llenos de algo que Draco no quería entender, que no quería aceptar.

Porque si lo hacía, si por un solo instante dejaba que su mente aceptara lo que su corazón estaba sintiendo...

Sería el final.

—Eres un imbécil, Potter —murmuró, con voz gélida, con un filo cortante en cada palabra—. Un estúpido que no sabe cuándo largarse.

Harry frunció los labios.

—Y tú eres un cobarde.

Draco sintió un golpe directo al pecho.

—¿Perdón?

—Eres un cobarde, Malfoy. Te escondes detrás de tu orgullo, detrás de tus muros, pero la verdad es que tienes miedo.

—No sabes de lo que hablas —Draco se sintió helado.

—Sí, lo sé.

Harry respiró hondo.

—Tienes miedo de que alguien se preocupe por ti.

Draco dejó de respirar.

—Tienes miedo de que yo me preocupe por ti.

El aire en la habitación pareció volverse mucho más denso, intenso. Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda, el estómago en un nudo tan apretado que apenas podía mantenerse en pie.

—No me hagas esto, Potter —murmuró, con la voz temblorosa.

Harry lo miró, más serio que nunca.

—No me estás dejando otra opción.

Draco sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies y de pronto, no sabía qué hacer, pero no esperó a que Potter dijera algo más, no podía. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, antes de que pudiera detenerse a pensar en lo que estaba haciendo. Giró sobre sus talones y salió de la enfermería a toda prisa, con las piernas tambaleantes, los pies descalzos y la sangre aún latiéndole en los oídos.

—¡Draco!

El sonido de su nombre en la voz de Potter hizo que un escalofrío recorriera su espalda, pero no se detuvo, no podía permitirse detenerse.

Sus pasos resonaban en los pasillos desiertos. La fría piedra bajo sus pies le recordaba lo frágil que estaba, lo fácil que sería derrumbarse si cedía un solo segundo. Pero no podía hacerlo, no ahora, no cuando Potter estaba detrás de él, cuando podía escucharlo correr, cuando podía sentir su insistencia incluso sin verlo.

No quería enfrentarlo y, además, no quería enfrentarse a sí mismo. La realidad se sentía demasiado pesada, demasiado cruel.

Los pasillos parecían interminables, pero Draco siguió corriendo, ignorando el ardor en su costado, el dolor en su cuerpo golpeado, las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos. Su pecho subía y bajaba descontroladamente, una mezcla de adrenalina, desesperación y algo más que no quería nombrar.

Al doblar una esquina, sintió una mano sujetarlo del brazo.

—¡Draco, por favor, detente!

Draco se giró con furia, zafándose del agarre de Potter con un brusco tirón.

—¡Déjame en paz!

El aliento de Harry estaba entrecortado por la carrera, pero su expresión era implacable.

—No voy a hacerlo.

Draco rió, una risa seca y amarga.

—¿Por qué? ¿Por qué diablos te importa, Potter? ¡Tú no eres mi maldito salvador!

—No, pero tampoco voy a dejar que te sigas destruyendo.

Draco sintió un nudo de rabia apretarse en su estómago.

—¿Qué me estoy destruyendo? —espetó, su voz cargada de veneno—. ¡Mírame, Potter! No me estoy destruyendo, ya estoy destruido. Ya no queda nada de mí, ¿entiendes? No tengo nada, no soy nada.

Harry dio un paso hacia él, pero Draco retrocedió con violencia.

—No te atrevas —le advirtió, su voz quebrada por el cansancio, la ira y la desesperación—. No te atrevas a darme lástima.

Harry negó con la cabeza, su mandíbula tensa.

—No te tengo lástima.

—¡Claro que sí! —Draco apretó los puños, sintiendo su cuerpo temblar—. Mírame, Potter. Soy la sombra del imbécil que una vez te hizo la vida imposible, y ahora... ahora ni siquiera puedo defenderme. ¡Cualquiera puede atacarme! ¡Cualquiera puede destrozarme y no hay nada que pueda hacer!

Harry tragó saliva, sus ojos fijos en él con una intensidad que hacía doler.

—Yo no voy a dejar que eso pase.

Draco rió con amargura, su pecho subiendo y bajando descontroladamente.

—¡No puedes evitarlo! No puedes salvarme de esto, Potter. ¡Ni siquiera yo puedo salvarme!

Harry no dijo nada, solo lo miró, con esa maldita expresión de terquedad y compasión que lo hacía querer gritar. Draco sintió su control resquebrajarse, las lágrimas ardían en sus ojos, amenazando con traicionarlo.

—Vete, Potter —susurró.

Harry no se movió.

—Draco...

—¡Vete!

Pero Potter no se iba, Draco sintió que la rabia le quemaba la garganta, el pecho, la piel. Quería gritarle a Potter hasta quedarse sin voz, quería obligarlo a irse, a desaparecer de su vida. Pero entonces, Potter hizo algo que Draco no esperaba.

No se fue.

No discutió, no insistió, no pronunció otro de sus discursos cargados de nobleza Gryffindor.

Simplemente... avanzó.

Lentamente, como si se estuviera acercando a un animal herido que en cualquier momento podría atacarlo, dio un paso. Luego otro.

Draco se quedó congelado en su lugar, con el corazón latiéndole en los oídos, con el cuerpo aún temblando de rabia, de impotencia, de miedo.

Y antes de que pudiera reaccionar, sintió los brazos de Potter rodearlo.

Un abrazo.

Un abrazo que parecía imposible, hasta hoy.

El contacto fue tan inesperado, tan extraño, que su mente se quedó en blanco. El calor del otro cuerpo lo envolvió, la presión de esos brazos sujetándolo con firmeza, como si lo estuviera sosteniendo para que no se derrumbara.

Draco quería apartarlo, quería gritarle, quería golpearlo hasta hacerle entender que no tenía derecho a hacer esto, que no tenía derecho a abrazarlo como si le importara, como si lo conociera, como si entendiera lo que estaba sintiendo.

Pero no lo hizo.

Porque su cuerpo, traicionero, no respondía.

—No sé qué es esto —murmuró Potter contra su cabello, su voz baja, temblorosa—. No sé por qué me siento así.

Draco cerró los ojos con fuerza.

—No es lástima, si eso es lo que piensas. Yo no te veo como alguien inferior, sabes que nunca lo he hecho.

Draco apretó los labios, sus dedos temblando en el aire, como si no supiera qué hacer con ellos.

—Siempre te he visto como mi igual. Siempre supe que, si alguien podía desafiarme, eras tú.

El agarre de Potter se hizo un poco más fuerte, como si temiera que Draco desapareciera de sus brazos.

—Pero esto... —Harry respiró hondo, como si estuviera tratando de ordenar sus pensamientos—. Es diferente, se siente diferente.

Draco no entendía a dónde quería llegar con esto.

—Tengo la sensación de que quiero protegerte.

El pecho de Draco dolió al escucharlo, porque ¿qué significaba eso?

—Quiero meterte en una burbuja y mantenerte a salvo de todo, incluso de ti mismo.

Draco soltó una risa rota.

—Eso es ridículo...

—Lo sé —murmuró Potter—. Pero no puedo evitarlo.

El silencio los envolvió por un momento.

—Aún no sé qué significa esto —continuó Potter—. Pero por favor... por favor, déjame estar a tu lado. Déjame cuidarte, aunque sea hasta que logre entender qué es lo que siento.

Draco se sintió débil, vulnerable. Las palabras de Potter lo habían desarmado de una forma que ni siquiera sabía que era posible. No podía ser real… claro que no podía. Pero ahí estaba: su enemigo desde hacía siete años, abrazándolo con una devoción que no se le entrega a cualquiera.

Cada segundo que pasaba lo descolocaba más. Su respiración se volvía irregular, como si el aire pesara demasiado en sus pulmones. No entendía qué estaba haciendo. ¿Por qué no se apartaba? ¿Por qué no lo empujaba? ¿Por qué no le gritaba que se largara?

Cerró los ojos con fuerza, como si eso pudiera detener todo lo que sentía, como si pudiera fingir que no lo estaba afectando. Pero sus dedos —traicioneros, temblorosos— se aferraron a la tela del uniforme de Potter antes de que pudiera evitarlo.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 10: 𝑰𝑿

Chapter Text

★★★

Draco no se movió.

El abrazo de Potter seguía envolviéndolo, sofocándolo de una forma que no tenía nada que ver con el dolor físico. Era otro tipo de presión, una más honda, que le calaba hasta los huesos. Le recordaba, con crueldad, que él no estaba hecho para esto.

No él.

Pero por más que su mente gritaba que lo apartara, que lo empujara lejos, que reconstruyera sus barreras, su cuerpo se negó a obedecer. Sus dedos seguían aferrados a la tela del uniforme ajeno, como si soltarlo significara desmoronarse por completo.

—Esto no está bien —murmuró, la voz áspera, como desgastada por dentro.

El otro no respondió de inmediato. Tardó unos segundos, como si procesara cada palabra con lentitud.

—¿Por qué no?

Soltó una risa breve y amarga, carente de todo humor que le arañó la garganta.

—Porque no puedes... —tragó saliva, forzando la voz a salir—. No puedes venir aquí y decirme todas esas cosas. No puedes abrazarme como si...

No terminó la frase, porque si la decía en voz alta, si siquiera la formulaba, entonces se convertiría en algo real.

Potter exhaló lentamente, pero no se apartó. —No estoy diciendo nada que no sienta.

Draco cerró los ojos con fuerza. —Eso es precisamente el problema.

Silencio.

Un silencio pesado, sofocante.

Finalmente, Potter aflojó un poco el agarre, lo suficiente como para permitirle respirar, pero no para soltarlo por completo.

—No tienes que cargar con todo esto solo —dijo, y su voz sonó casi como una súplica—. No tienes que pelear contra el mundo tú solo.

Un nudo se formó en su garganta. mientras sentía un ardor amenazante detrás de sus ojos.

Sí, sí tenía que hacerlo. Había nacido para hacerlo, había sido criado para soportarlo. No había otra opción, no podía darse el lujo de aferrarse a algo tan efímero como la protección de Potter.

Porque él era efímero. Su súbita obsesión por protegerlo, su extraña necesidad de estar cerca, todo eso desaparecería eventualmente y entonces, Draco se quedaría con las ruinas. Con el eco de algo que nunca debió haber permitido que existiera.

Se obligó a tragar el dolor, a endurecer la expresión, a tomar aire con dificultad.

—Tienes que parar —susurró.

Potter frunció el ceño. —¿Parar qué?

—Esto, lo que sea que estés haciendo.

—No estoy haciendo nada, Malfoy —replicó con frustración—. Solo estoy...

Se detuvo, como si ni él mismo supiera cómo terminar la frase, así que Draco aprovechó su indecisión para separarse, aunque sus piernas temblaron en cuanto perdió el apoyo del otro cuerpo.

—Si realmente quieres ayudarme —dijo, obligándose a mirar a Potter a los ojos, a ignorar el vacío que dejó su ausencia—, entonces aléjate.

Potter pareció dolido. —No.

Apretó los puños, los nudillos blancos.

—No tienes opción.

Se giró antes de que Potter pudiera responder, antes de que pudiera ver el caos en su rostro, pero Potter reaccionó rápido.

—¡No me importa lo que digas, Malfoy! —espetó, con una desesperación feroz en la voz.

Se detuvo en seco.

—No me voy a alejar. No me importa cuántas veces me lo pidas, cuántas veces me insultes o me rechaces. ¡No lo haré!

Cerró los puños con más fuerza, clavando las uñas en sus palmas.

—Tienes que hacerlo, Potter.

—¿Por qué? ¿Por qué tengo que dejarte solo? ¿Por qué sigues pensando que tienes que cargar con todo esto sin nadie a tu lado?

—Porque... porque si no lo hago, si te permito quedarte...

No terminó la frase, pero Potter entendió. Lo vio en sus ojos, en la forma en que su rabia se transformó en algo más suave, en algo casi devastador.

—No voy a dejarte, Draco —dijo, y su voz fue un hilo firme pero tembloroso—. No quiero que suene como una promesa vacía, pero no voy a apartarme. No esta vez.

Draco tragó saliva con fuerza.

—Y si te rompo, Potter...

—Entonces te dejaré recogerme, del mismo modo en que yo estoy aquí para recogerte a ti.

Y con esas palabras, algo en él terminó de romperse, algo profundo, algo que había estado sosteniendo con todas sus fuerzas.

Y Potter lo vio.

Lo vio todo.

—No tienes que confiar en mí ahora —susurró Harry, acercándose de nuevo, tan lento como si temiera espantarlo—. Solo dame la oportunidad.

Draco cerró los ojos cuando Potter lo abrazó de nuevo. 

Estuvieron así mucho tiempo, enredados en un abrazo que no debería estar ocurriendo. Era una línea que nunca pensó cruzar, un límite que había pasado de largo sin darse cuenta.

Podía sentir la respiración ajena contra su cabello, el calor de su cuerpo contra el suyo, la firmeza con la que lo sujetaba. No era asfixiante, no era opresivo, era simplemente... cálido.

Cuando finalmente se separaron, Draco no lo miró. 

—Debo irme —murmuró.

La respuesta no llegó de inmediato.

—¿A dónde? —preguntó finalmente, su voz suave, pero con un matiz de preocupación.

Draco presionó los labios en una línea tensa. —No lo sé, solo... lejos de esto.

Pero Potter no se movió.

—No tienes que huir.

Soltó una risa seca, sin humor.

—No entiendes nada, ¿verdad? —susurró, finalmente obligándose a mirarlo.

Los ojos de Potter eran un torbellino de emociones, confusión, determinación y algo más, algo que Draco no quería analizar.

—Explícamelo, entonces —pidió el Gryffindor—. Déjame entender.

Negó con la cabeza. —No puedo.

—¿Por qué?

—Porque si lo hago, si dejo que entiendas todo lo que hay en mi cabeza, entonces significaría que realmente hay algo entre nosotros.

El silencio que siguió fue abrumador.

Potter parpadeó. —¿Y no lo hay?

Draco sintió su garganta cerrarse.

—No puede haberlo —susurró.

El otro dio un paso adelante, así que retrocedió de forma instintiva.

—¿Por qué sigues resistiéndote a esto? —preguntó Potter con frustración—. No estoy aquí por lástima, ni por obligación. Quiero estar aquí, contigo.

Draco bajó la mirada, sintiendo que su control se desmoronaba más rápido de lo que podía sostenerlo.

—No puedes querer eso.

—¿Por qué no?

Con un nudo en la garganta, dejó escapar las palabras: —Porque nadie quiere algo que está roto.

El suspiro tembloroso que siguió fue como una herida abierta, al parecer sus palabras lo habían golpeado más fuerte de lo que esperaba.

—¿Y quién te hizo creer que estar roto significa que no puedes ser querido?

Tembló.

—Toda mi vida —susurró.

Potter cerró los ojos por un segundo, como si tratara de contener algo dentro de sí mismo. Luego, con la misma delicadeza con la que había cruzado la línea antes, volvió a acortar la distancia.

Y esta vez, Draco no retrocedió.

—No voy a obligarte a nada —dijo, con voz baja pero firme—. Pero tampoco voy a dejar que sigas creyendo que no mereces que alguien se quede.

Draco tragó saliva, su mente en un caos absoluto.

—Voy a llevarte a la enfermería.

Cerró los ojos, agotado.

—No.

—Draco...

—No.

El Gryffindor soltó un suspiro frustrado. —Necesitas ayuda.

—Lo que necesito —espetó, con una carcajada amarga— es que me dejes en paz.

—Eso no va a pasar.

Apretó la mandíbula.

—¿Por qué? —La voz le tembló más de lo que quiso—. ¿Por qué sigues aquí? ¿Por qué insistes tanto?

La mirada al frente no titubeó. Y durante un largo instante, no dijo nada.

—Porque cuando te vi en el suelo, creí que te había perdido.

Las palabras lo golpearon como un hechizo aturdidor.

—No tiene sentido.

—Lo sé.

—No debería significar nada para ti.

—Lo sé.

Lo miró, desesperado por encontrar una grieta, cualquier señal que le permitiera rechazarlo, alejarlo antes de que fuera demasiado tarde. Pero solo recibió esa estúpida intensidad en los ojos del otro, esa ridícula terquedad que parecía hecha para derrumbarlo.

Quería gritarle, quería empujarlo. Quería arrancarse de la piel aquella sensación insoportable de estar al borde de un precipicio y que Potter fuera el único que sostenía su mano.

—No puedo hacer esto.

El silencio fue breve, pero contundente.

—No tienes que hacerlo solo.

El silencio se extendió entre ellos, pesado, denso.

No confiaba en Potter, no confiaba en nadie, pero, por primera vez, quiso hacerlo.

Draco no recordaba en qué momento había bajado la guardia. No recordaba cuándo exactamente Potter había dejado de ser simplemente una molestia y se había convertido en algo más peligroso. Algo que removía dentro de él emociones que creía sepultadas, que hacía temblar sus defensas con una facilidad irritante.

Potter no insistió más después de aquellas últimas palabras, pero tampoco se alejó. Se quedó allí, tan cerca que Draco podía sentir su calor irradiando hacia él, como si intentara ser un escudo invisible entre él y el resto del mundo.

No dijo nada cuando Potter pasó un brazo con cuidado por su cintura para ayudarlo a incorporarse. No se apartó cuando sintió su respiración contra su mejilla.

Y cuando se apoyó en él para dar el primer paso fuera de aquel pasillo, supo que había cruzado un punto de no retorno.

Draco nunca había pensado que aceptaría la ayuda de Potter sin una pelea de por medio, pero allí estaba, tambaleándose a su lado, apoyando parte de su peso en él mientras avanzaban por los pasillos desiertos del castillo.

La enfermería no estaba lejos, pero cada paso le recordaba lo hecho polvo que estaba. Su cuerpo dolía de formas que no había creído posibles, y su orgullo... bueno, eso también estaba lo suficientemente magullado como para no poner demasiada resistencia.

Potter, por otro lado, parecía demasiado concentrado en su tarea de evitar que Draco se desplomara en el suelo como para ponerse insoportablemente heroico.

—Si me dejas caer, juro que te arrastro conmigo —murmuró Draco, sintiendo un tirón de dolor en su costado al moverse demasiado.

El otro soltó una risa baja.

—Eso solo haría que tardemos más en llegar.

Bufó, sin dejar de apoyarse en él.

—Sí, bueno, no es como si me estuviera muriendo.

Recibió una mirada con una ceja arqueada.

—Hace un rato casi lo hiciste.

—Sí, pero casi no cuenta. Aún estoy aquí, ¿no?

Una ligera negación de cabeza fue la única respuesta, aunque había un atisbo de diversión en su expresión.

—Eres un imbécil, Malfoy.

Sonrió apenas. —Gracias, me esfuerzo mucho en ello

La conversación fluyó con una extraña naturalidad. No estaban lanzándose insultos con la misma animadversión de siempre, sino más bien con una familiaridad que se sentía extrañamente cómoda.

Draco se sorprendió de lo fácil que era... hablar con él.

Como si no hubieran pasado años enfrentándose, como si no hubiera un océano de resentimiento y guerra entre ellos. Potter parecía menos odioso cuando no estaba tratando de ser el gran héroe del mundo mágico y Draco... bueno, tal vez él también estaba demasiado cansado como para mantener la hostilidad.

Avanzaron en silencio unos minutos más, hasta que Potter rompió la quietud con un tono casual.

—Sabes, si querías que te trajera hasta la enfermería cargado en mis brazos, podrías haberlo pedido sin necesidad de la paliza.

Giró la cabeza lentamente y le lanzó una mirada de absoluta incredulidad.

—Potter...

—¿Sí?

—Cállate.

Una risa baja y genuina le respondió. Apretó los labios, pero no pudo evitar que la comisura de su boca se curvara ligeramente. No lo admitiría jamás, pero... había algo extrañamente tranquilizador en la forma en que Potter se quedaba a su lado. 

Para cuando llegaron a la enfermería, esta estaba en completo silencio, seguro Madam Pomfrey aún no había vuelto. Potter lo ayudó a sentarse en una de las camas con más cuidado del que Draco habría esperado de él. Cuando intentó acomodarse, una punzada de dolor le recorrió la espalda y apretó los dientes para no soltar un gemido.

—¿Estás bien? —preguntó él, inclinándose un poco hacia él, como si estuviera listo para atraparlo en caso de que se desplomara.

Rodó los ojos.

—No, Potter, estoy de maravilla. ¿No lo notas?

Potter resopló, pero no se apartó.

—Sabes, podrías intentar ser un poco más amable con la persona que te acaba de traer hasta aquí sin que tuvieras que arrastrarte por los pasillos.

Ladeó la cabeza, sonriendo con cinismo.

—Y tú podrías intentar no actuar como si fueras mi niñera personal.

—Demasiado tarde para eso.

Draco frunció el ceño, pero antes de que pudiera replicar, Potter le tendió un vaso de agua que había tomado de la mesita junto a la cama.

—Bebe esto.

Parpadeó, desconcertado por el gesto.

—¿Qué es esto? ¿Intentas envenenarme?

Potter puso los ojos en blanco.

—Sí, Malfoy, después de todo el esfuerzo que hice para traerte hasta aquí, obviamente mi plan maestro es asesinarte con agua.

Draco lo miró por un largo segundo, intentando encontrar alguna razón para rechazar el vaso, pero su garganta estaba seca y, al final, lo tomó sin decir nada más. Bebió un sorbo y dejó el vaso a un lado, sintiéndose extrañamente expuesto bajo la mirada insistente de Potter.

El silencio se extendió entre ellos por un momento, pero no era incómodo. Solo... pesado, de una manera que Draco no estaba acostumbrado a compartir con nadie. Potter suspiró y se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más.

Draco ladeó la cabeza, observando a Potter con recelo, algo no le cuadraba.

—¿Cómo supiste que estaba en la Sala de los Menesteres? —preguntó con voz ronca.

El Gryffindor desvió la mirada por un segundo, como si estuviera debatiéndose internamente.

—Solo... lo supe —dijo, pero la forma en que evitó su mirada le dijo a Draco que había más detrás de esa respuesta.

—No mientas, Potter. Tú no puedes aparecer así como así, no eres un hada madrina.

Y es que era verdad, aunque ya eran mayores de edad y podían aparecerse en cualquier parte del país, dentro de los muros de Hogwarts eso seguía estando prohibido. Y aunque se pudiera, uno solo puede aparecerse en un lugar específico, no justo al lado de una persona. No había forma de que Potter supiese donde estaba.

¿No?

Y sin embargo, allí había aparecido Potter, en la Sala de los Menesteres, como si supiera exactamente dónde encontrarlo. Draco lo había visto, con sus propios ojos, cruzar los terrenos de Hogwarts y desaparecer rumbo a Hogsmeade minutos antes. No había forma de que lo hubiese seguido sin ser visto, no había forma lógica de que supiera que él estaría allí... pero ahí estaba.

Draco entrecerró los ojos.

—¿Me seguiste? —espetó, con la mandíbula tensa.

Harry frunció el ceño y dio un paso atrás, incómodo.

—Claro que no.

—Entonces explícame cómo carajos llegaste allí, porque no es casualidad, Potter. Yo te vi irte, te vi.

Harry tragó saliva, sus dedos se movieron inquietos a los costados, como si no supiera qué hacer con las manos.

—No... no te estaba siguiendo —repitió, sin mirarlo esta vez—. Solo... tenía un presentimiento.

Soltó una risa seca, incrédula.

—¿Un presentimiento? ¿Ahora también eres adivino?

Potter no respondió, se limitó a bajar la mirada, claramente incómodo, y Draco no pudo evitar notar cómo sus orejas se teñían de rojo. Estaba nervioso, ocultaba algo y Draco lo sabía.

Luego exhaló pesadamente, revolviéndose el cabello con ambas manos antes de hurgar en el interior de su túnica.

—Está bien —murmuró—. Te lo mostraré, pero no vayas por ahí contándoselo a todo el mundo.

Sacó un pergamino doblado y desgastado, con los bordes ligeramente amarillentos por el tiempo. Lo extendió sobre las sábanas de Draco y sacó su varita.

—Mira bien.

Con un toque de su varita, murmuró:

—Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.

Draco arqueó una ceja, pero en cuanto las palabras abandonaron los labios de Potter, líneas negras comenzaron a extenderse por el pergamino como venas oscuras, dibujando lentamente el esquema detallado de Hogwarts. Salones, pasillos, entradas secretas... y pequeños puntos en movimiento, cada uno con un nombre flotando sobre él.

Draco se quedó en silencio, paralizado.

—¿Qué demonios es esto?

Potter le dedicó una media sonrisa.

—El Mapa del Merodeador.

Draco apenas podía procesar lo que estaba viendo. Podía ver nombres moviéndose por los pasillos, en las aulas, incluso los nombres de Blaise y Pansy junto al grupo de personas de octavo año en la dichosa fiesta que estaban teniendo hoy.

—Este mapa muestra a todos dentro del castillo —explicó Potter—. Puedo ver dónde están en cualquier momento. Hoy vi que subías por el pasillo hacia la Sala de los Menesteres, noté los nombres de ellos cerca del mismo lugar.

Draco no necesitaba que se los dijera, sabía de quienes hablaba.

—Y cuando vi que se acercaban a ti —apretó la mandíbula—. Supe que algo malo estaba pasando y vine lo más rápido que pude.

Draco lo miró fijamente.

Ese maldito héroe, ese estúpido e insufrible héroe con su maldito instinto de querer salvar a todo el mundo. Desvió la mirada y chasqueó la lengua, pero luego entrecerró los ojos, su mente encajando las piezas con una lentitud inquietante.

—Espera un momento... —dijo con voz arrastrada—. Así que... ¿cada vez que aparecías de la nada, como un maldito fantasma, era porque estabas mirando esto?

Potter no dijo nada, Draco entrecerró aún más los ojos.

—¿Me has estado siguiendo con esto?

El Gryffindor desvió la mirada por un segundo, incómodo.

—Yo... tal vez...

Draco sintió una punzada extraña en el pecho, un revoltijo de escepticismo. 

—¿Tal vez? —repitió con incredulidad—. ¿Tal vez? ¡¿Cómo que tal vez, Potter?!

El otro se revolvió el cabello con evidente nerviosismo.

—No es que te siga a todas partes, Malfoy, no seas dramático...

—¿Dramático? ¡Me has estado espiando con un mapa mágico como un acosador de tercera!

—¡No es espiar! —protestó Potter rápidamente—. Solo... estaba pendiente de que no te mataran.

Draco abrió la boca para replicar, pero las palabras se atascaron en su garganta. Porque la forma en la que Potter lo dijo, con ese tono frustrado y a la vez genuinamente preocupado, le quitó todo el aire de los pulmones.

De pronto, todas esas veces en las que Potter había aparecido "casualmente" en los mismos lugares que él cobraban un nuevo significado. No era coincidencia, nunca lo había sido.

Lo había estado vigilando.

Sintió una extraña mezcla de rabia y algo más profundo, más confuso.

—Eres un idiota... —murmuró con voz ronca.

Potter sonrió levemente, sin rastro de burla.

—Lo sé.

Y Draco no supo qué decir, Harry lo miró en silencio durante un largo rato, con el ceño fruncido y los labios apretados en una línea tensa. Draco se removió incómodo bajo su mirada, sintiendo cómo la intensidad de esos ojos verdes lo atravesaba por completo.

—No me voy a quedar de brazos cruzados.

Draco parpadeó.

—¿Qué?

—Voy a hacer que esos imbéciles paguen por lo que te hicieron —dijo Potter, con una firmeza que no dejaba lugar a dudas—. Y no solo pagarán... van a sufrir lo mismo que sufriste tú o incluso el doble.

Draco abrió la boca, pero no encontró una respuesta inmediata. Había algo en la voz de Potter, algo peligroso y oscuro, que le erizó la piel.

—No tienes que hacer eso —murmuró al fin—. No importa.

Harry soltó una carcajada incrédula.

—¿No importa? Te dejaron medio muerto, Malfoy ¡Por poco no llego a tiempo! ¿Y dices que no importa?

Suspiró, sintiendo el dolor aún punzante en cada rincón de su cuerpo.

—Está bien, haz lo que quieras.

—Lo haré —aseguró Potter con dureza—. Y me aseguraré de que nunca más vuelvan a tocarte.

Draco resopló.

—¿Y qué pasa si te descubren? ¿Y si se enteran y te expulsan?

Harry sonrió con arrogancia, echando la cabeza hacia atrás como si la sola idea de ser castigado fuera absurda.

—¿A quién van a expulsar? ¿Al salvador del mundo mágico? Por favor, Malfoy —se llevó una mano al pecho con dramatismo fingido—, soy prácticamente intocable. ¿Quién se atrevería a cuestionar las acciones del gran Harry Potter?

Draco puso los ojos en blanco.

—Merlín, tienes un ego más grande que el de Lockhart.

—Soy realista —respondió Potter, encogiéndose de hombros—. Solo tengo que decir que ellos intentaron atacarme por algún motivo y que me emboscaron cuando estaba solo. No pueden probar lo contrario.

—¿Así que ahora mientes descaradamente? —lo desafió Draco, alzando una ceja.

Harry le dirigió una sonrisa ladeada, de esas que parecían una mezcla entre burla y encanto, con un destello travieso brillando en sus ojos verdes.

—Es una mentira piadosa por un bien común —replicó con tono despreocupado, como si se estuviera divirtiendo con la confrontación.

Negó con la cabeza, pero, para su propia sorpresa, no pudo evitar que la comisura de sus labios se curvara apenas un poco.

—Vaya, qué comportamiento tan Slytherin tiene un Gryffindor.

Potter rió suavemente.

—¿Sabes? No es la primera vez que me dicen eso —respondió, y su mirada se perdió un segundo en algún punto del techo.

—¿Ah, no?

Harry se encogió de hombros con gesto tranquilo, luego se dejó caer suavemente contra la pared, cruzando los brazos mientras adoptaba una expresión pensativa, casi nostálgica.

—El Sombrero Seleccionador quiso enviarme a Slytherin.

Draco lo miró con los ojos entrecerrados, como si tratara de descifrar si hablaba en serio o solo intentaba provocarlo.

—No me jodas.

—Es en serio —afirmó Potter con una sonrisa torcida—. Me dijo que tenía astucia, determinación... que encajaría bien.

Draco frunció el ceño, procesando esa información como si fuera una broma demasiado elaborada para tener sentido.

—¿Entonces por qué terminaste en Gryffindor?

Harry bajó la mirada un instante. Sus pestañas proyectaron una sombra tenue sobre sus mejillas, y por un momento pareció un niño recordando algo importante.

—Porque le pedí que no me pusiera en Slytherin.

Draco frunció el ceño.

—¿Le pediste?

—Sí.

—¿Y simplemente te hizo caso?

Harry sonrió con aire travieso.

—Bueno, al parecer el Sombrero también acepta sugerencias.

Draco negó con la cabeza, incrédulo.

—Increíble.

—Aún así —continuó Potter, con una mirada curiosa—, muchas veces Hermione y Ron me han dicho que tengo actitudes Slytherin. Tal vez el Sombrero vio algo en mí que yo no veía.

Draco lo miró de reojo y murmuró:

—Quizás sí eras uno de los nuestros, Potter.

Harry se rió. No fue una carcajada ruidosa ni una burla, sino un sonido bajo y relajado, como si esa idea, por absurda que sonara, le hiciera gracia.

Y, para sorpresa de Draco, no le molestó. Tal vez, después de todo, Potter no era tan diferente a él.

★★★

Después de todo ese extraño suceso de peleas, confesiones, más peleas y abrazos, el tiempo siguió pasando en un extraño y frágil equilibrio. Había pasado casi una semana desde aquella noche fatídica, y aunque Draco aún se estaba recuperando de la golpiza, lo cierto es que estaba mejor. Al menos, físicamente.

Ninguno de sus compañeros de Slytherin había hecho preguntas. Y no porque no hubiese razones para hacerlo, sino porque la resaca colectiva del día siguiente les había borrado cualquier capacidad de observación. 

Pansy y Blaise habían llegado tan ebrios a la sala común, tambaleándose y soltando carcajadas sin sentido, que ni siquiera notaron que Draco, a medio camino de aplicarse la poción en el baño, apenas podía sostenerse en pie. Entraron al cuarto con torpeza, derribaron una silla y terminaron desplomados, en la cama de Blaise, durmiendo a pata suelta durante todo el domingo.

Draco, por su parte, aún caminaba con dificultad. Cada tanto se encorvaba en su asiento cuando una punzada le atravesaba el abdomen, recordándole que las costillas rotas no sanan con rapidez, ni siquiera con magia. 

Se había excusado diciendo que se había tropezado por las escaleras y les pidió que no dijeran nada a nadie. Ellos le creyeron, o fingieron hacerlo. Porque así eran los Slytherin: la lealtad llegaba hasta donde tú mismo la permitías, y Draco no dejaba que cruzaran ciertos límites.

Y en medio de todo eso, había surgido algo nuevo entre él y Potter. No sabía cómo llamarlo. ¿Vigilancia? ¿Protección? ¿Castigo? ¿Una mezcla enredada de todo lo anterior?

Pero tampoco tenía la energía —ni el valor— para analizarlo demasiado.

Después de aquella conversación tensa, Harry empezó a aparecer con más frecuencia —más de la normal—. Nunca de forma descarada ni invasiva, pero siempre estaba ahí. A veces sentado en un banco del patio cuando Draco salía al aire libre, otras cruzando el pasillo en dirección contraria justo cuando él pasaba. 

No lo seguía como una sombra, pero su presencia era constante, sutil, casi imperceptible... y sin embargo imposible de ignorar, como si estuviera esperando. Como si vigilara desde el fondo, asegurándose de que no volviera a pasar nada; y ahora que Draco sabía que todo se debía al dichoso pergamino mágico —ese estúpido Mapa del Merodeador—, se sentía ligeramente más en control. 

No era que Potter pudiera adivinar sus movimientos por arte de magia... bueno, técnicamente sí, pero al menos no era porque Draco fuera predecible. Eso lo tranquilizaba. En especial por el tema con los chicos de Gryffindor.

Ese asunto seguía siendo una herida abierta. No habían vuelto a levantarle la mano, no. Pero un día intentaron hostigarlo, acorralándolo en un pasillo estrecho, lanzándole miradas cargadas de burla. Sabían lo que habían hecho, sabían que detrás de la magia que ocultaba los moretones aún quedaban rastros, que bajo las capas de tela y dignidad, estaba el desastre que ellos habían causado.

Louis dio un paso hacia él, con esa sonrisa cínica que a Draco siempre le pareció propia de un cobarde. Pero entonces, algo cambió. El movimiento se congeló a mitad de camino, Louis se quedó inmóvil por un segundo, su expresión desdibujada. Luego, sin decir nada, giró sobre sus talones y se alejó en dirección contraria, seguido por los otros.

Draco no necesitó preguntar por qué, lo supo al girar ligeramente el rostro.

Potter estaba allí.

Apoyado con naturalidad contra una de las paredes, los brazos cruzados, la mirada fija. No dijo nada, no hizo falta, su sola presencia bastó. Una advertencia silenciosa, una amenaza sin palabras.

Y aunque el mensaje era claro, Draco no se sintió agradecido, no del todo. 

Él ya le había dicho a Potter que no necesitaba su ayuda, que no quería deberle nada. No sabía qué había hecho —si los había amenazado con reportarlos, si había hablado con McGonagall, si simplemente les había lanzado una de esas miradas oscuras que últimamente parecía dominar tan bien—, pero fuera lo que fuera, se estaba metiendo donde no debía y eso le incomodaba.

Porque Potter no tenía por qué hacerlo.

Así que, una tarde en la que el frío se filtraba por los muros de piedra y el cielo parecía a punto de derrumbarse en una tormenta gris, Draco decidió buscarlo.

No lo hizo con rabia, no lo hizo con urgencia, lo hizo porque lo necesitaba. Lo encontró saliendo de una de sus clases, caminando junto a Weasley y Granger.

—¿Qué haces aquí solo? —preguntó Harry apenas lo vio, bajando las escaleras de dos en dos.

Draco no contestó de inmediato. Harry les hizo una seña a sus amigos, y Hermione lo fulminó con la mirada antes de arrastrar a Ron en dirección a la Torre de Gryffindor. Cuando el pasillo quedó en silencio, Draco habló.

—Quiero hablar contigo —dijo, sin rodeos.

Harry alzó una ceja, pero se detuvo a su lado.

—¿Sobre qué?

—Sobre lo que pasó con esos imbéciles —respondió Draco—. Te dije que lo dejaras.

Potter no vaciló.

—No voy a dejarlo —respondió con una calma inquebrantable, con esa obstinación que a Draco siempre le sacaba de quicio—. No me importa cuántas veces tenga que amenazarlos, ni cómo. No voy a parar hasta que te dejen en paz.

Draco apretó los labios, y la línea de su mandíbula se marcó aún más. Sus dedos temblaron ligeramente, pero los ocultó en los pliegues de su túnica.

—No tienes que hacer eso.

—Claro que sí, siguen acosándote, ¿no?

Draco dudó un segundo, ladeó el rostro.

—Eh... a veces, pero ese no es el punto, es que—

—Entonces las amenazas no bastan —murmuró Harry, más para sí mismo que para él, con el ceño fruncido como si estuviera barajando posibilidades en su cabeza, como si Draco fuera un problema por resolver.

—¿Me estás escuchando siquiera? —soltó Draco, con exasperación—. Te dije que no te metieras más.

—Está bien, no los amenazaré con palabras —replicó Harry con un encogimiento de hombros, como si fuera una promesa trivial. Pero ese brillo en sus ojos... Draco lo conocía, era el brillo de alguien que ya tenía otro plan en mente.

—Hablo en serio —advirtió Draco, dando un paso al frente.

—Y yo también —dijo Harry con una sonrisa inocente que no engañaba a nadie.

Draco lo miró con escepticismo, ya había convivido lo suficiente con Potter ese año como para saber cuándo estaba mintiendo y ahora mismo lo estaba.

—En serio necesitas aprender a mentir mejor —murmuró con ironía—. Ya, Potter, déjalo. Déjalo ser.

—¿Por qué te cuesta tanto aceptar ayuda? —preguntó Harry, sin apartar la vista.

Draco soltó una risa breve y amarga.

—No necesito ayuda.

—Claro que la necesitas —dijo Harry, dando un paso adelante—. Pero no tienes que admitirlo. Puedes seguir fingiendo que eres ese Malfoy orgulloso y autosuficiente si eso te hace sentir mejor.

Lo fulminó con la mirada.

—¿Qué quieres de mí, Potter?

Harry suspiró con fuerza y se pasó una mano por el cabello, como si ya hubiera tenido esta conversación mil veces en su cabeza.

—Solo quiero que estés bien, Malfoy.

Draco sintió que algo se comprimía en su garganta. Nadie le decía eso, nadie le preguntaba si estaba bien, porque todos asumían que no lo estaba y que, de todas formas, no importaba. Pero Harry... Harry lo miraba como si realmente le importara.

—No entiendo por qué te importa —murmuró al final, bajando la mirada.

Harry se encogió de hombros.

—Yo tampoco —respondió con honestidad.

Draco soltó una risa sin humor, una que murió rápido.

—Bueno, al menos en eso estamos de acuerdo.

Y entonces se giró para marcharse, pero antes de dar el primer paso, sintió una presión cálida envolver su muñeca. No fue fuerte, ni urgente. Fue apenas un roce, lo justo para detenerlo.

—No tienes que hacerlo solo —dijo Harry, en un susurro que pareció llenar todo el pasillo.

Draco se quedó quieto, con la respiración atrapada en la garganta. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera abrirse paso entre sus costillas.

No supo qué decir, así que prefirió no decir nada. Draco quería decir que no le importaba, que no necesitaba que nadie lo protegiera, pero en el fondo de su pecho se instaló una extraña sensación de alivio que prefirió no analizar demasiado.

Sin embargo, tal como lo había previsto, Potter no pensaba dejar el tema de lado. No tenía idea de cuál era su plan, ni de que pensaba hacer, pero lo descubrió dos días después.

Ese día el castillo estaba particularmente silencioso. No había demasiados estudiantes merodeando por los pasillos, y los pocos que sí lo hacían parecían demasiado ocupados en sus propios asuntos como para prestarle atención.

Draco agradeció eso.

Había salido de la biblioteca después de pasar un par de horas hojeando libros que realmente no le interesaban, solo para evitar la incomodidad de estar en la Sala Común de Slytherin. No soportaba las miradas, los susurros a sus espaldas, el constante recordatorio de que ya no pertenecía del todo a ningún lado.

Suspiró pesadamente mientras caminaba por el pasillo del cuarto piso, ajustando el agarre de su túnica alrededor de sus hombros. Iba distraído, sumido en sus pensamientos, hasta que dobló una esquina y se encontró de frente con ellos.

Se detuvo en seco al reconocerlos, eran ellos, los que lo habían atacado aquella vez en la Sala de los Menesteres, los mismos que lo habían golpeado hasta dejarlo medio muerto en el suelo. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, se tensó, preparándose para lo peor, para los insultos, los empujones, para el miedo que siempre acompañaba a esos encuentros.

Pero nada de eso ocurrió.

Los tres Gryffindors pasaron de largo sin mirarlo.

Draco frunció el ceño.

Algo estaba... mal.

No tenía sentido, ellos jamás perdían la oportunidad de recordarle lo fácil que era golpearlo sin que él pudiera defenderse, lo sencillo que era hacer de su vida un infierno sin que nadie interviniera. Pero esta vez, no hubo sonrisas burlonas, no hubo empujones ni amenazas.

Solo pasaron junto a él, sin levantar la vista, con los hombros encorvados y los pasos apresurados.

Y fue entonces cuando lo notó.

Los golpes.

Uno de ellos tenía el ojo tan hinchado que apenas podía mantenerlo abierto. La piel alrededor estaba amoratada, inflamada, con un tono entre púrpura y verdoso que dejaba en claro que la hinchazón apenas comenzaba a bajar. El otro cojeaba visiblemente, arrastrando el pie con torpeza y llevando una mano al costado como si le doliera cada movimiento. Tenía el rostro arañado, con un corte abierto sobre la ceja del que aún brotaba un hilo seco de sangre. 

El tercero... Louis, parecía el peor. Tenía el labio inferior partido por la mitad, con una costra gruesa y oscura acumulada en la comisura, y la nariz hinchada y torcida, como si se la hubieran roto de un solo golpe certero. También tenía un hematoma que le cubría la mitad del cuello y se extendía hacia la mandíbula.

Draco parpadeó.

Los tres parecían... aterrados.

Pero no de él, sino de algo más, de alguien más.

Y, de repente, lo entendió.

No, no podía ser.

Pero la respuesta estaba justo frente a él, en la manera en que temblaban apenas perceptiblemente al caminar, en la forma en que evitaban su mirada como si el simple hecho de mirarlo les trajera recuerdos que preferían olvidar.

Potter.

Fue Potter.

Sintió un escalofrío recorrerle la columna, no supo exactamente qué sentir al respecto. Por un lado, una parte de él se sintió absurdamente satisfecha de verlos en ese estado. Pero, por otro lado, el hecho de que fuera Potter quien lo había hecho...

Ese mismo Potter que insistía en protegerlo, que se metía en asuntos que no le correspondían, que lo miraba con una intensidad que Draco aún no entendía del todo.

Draco tragó saliva y, sin saber muy bien por qué, apresuró el paso, con el firme propósito de encontrar a Potter.

El castillo era demasiado grande y, al mismo tiempo, demasiado pequeño.

Draco caminaba con pasos firmes, aunque su mente era un torbellino de pensamientos. Aún podía ver la imagen de aquellos tres Gryffindors, su piel marcada con moretones, el miedo escrito en cada uno de sus movimientos. Era absurdo, Potter no era así. Potter era el estúpido héroe de siempre, el que nunca atacaba a nadie por venganza, el que siempre quería hacer lo correcto. Y, sin embargo, no había dudas.

Había sido él.

El recuerdo del arrogante "Salvador del Mundo Mágico" presumiendo sobre su intocable estatus volvió a su mente, y Draco sintió un escalofrío recorrerle la columna. No supo si fue miedo, incredulidad o algo más.

La cuestión era que tenía que encontrarlo.

No porque le importara—claro que no—pero Potter estaba metiéndose en problemas por su culpa y eso era lo último que quería. La idea de que fuera descubierto, de que McGonagall lo llamara a su despacho o de que el Ministerio pusiera sus ojos en él, hacía que Draco se sintiera enfermo. Apresuró el paso por los pasillos de piedra hasta llegar al Gran Comedor. Miró alrededor, pero no estaba allí.

—¿Buscas a Potter? —la voz burlona de Blaise lo sacó de su ensimismamiento.

Draco entrecerró los ojos.

—No.

Blaise sonrió de lado, como si no le creyera ni por un segundo, pero no insistió. Pansy, sentada a su lado, apenas le dirigió una mirada antes de seguir con su conversación con Daphne Greengrass.

Draco frunció los labios y giró sobre sus talones, dirigiéndose a la única otra opción que se le ocurría: la torre de Gryffindor.

Ridículo.

Él, Draco Malfoy, caminando por los pasillos hacia la torre de Gryffindor. Si alguien lo veía, seguramente pensarían que había perdido la cabeza o que Potter había hecho algo para llevarlo hasta allí.

La idea le molestó más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Cuando llegó a la entrada de la torre, se detuvo y es que no tenía la contraseña.

Bufó con frustración.

—¿En qué demonios estoy pensando? —susurró para sí mismo.

Estaba a punto de darse la vuelta cuando sintió un movimiento a su izquierda.

—Malfoy.

El tono de voz era reconocible al instante. Draco se giró y ahí estaba Potter, de pie, con los brazos cruzados, mirándolo con ese maldito ceño fruncido que siempre tenía cuando se creía superior a los demás.

—Te estaba buscando —dijo Draco sin rodeos.

Harry levantó una ceja. —¿Ah, sí? Qué curioso. Normalmente pareces más interesado en evitarme.

Draco apretó los dientes, pero no cayó en la provocación.

—Vi a los Gryffindors.

No hizo falta decir más, Potter no era tan estúpido. Los labios de Harry se curvaron apenas, como si estuviera esperando ese comentario.

—¿Y? —replicó con fingida indiferencia.

Draco entrecerró los ojos.

—¿Y? ¿Eso es todo lo que tienes para decir? —espetó, sintiendo cómo la furia comenzaba a burbujear en su pecho—. ¡Potter, esos idiotas estaban llenos de moretones! Uno de ellos cojeaba. ¿Acaso los arrojaste por las escaleras o qué demonios hiciste?

Potter se encogió de hombros.

—Nada que no se merecieran.

Sintió su mandíbula tensarse.

—Eres un maldito hipócrita.

Harry sonrió con suficiencia.

—Nunca dije que fuera un santo.

Draco sintió un cosquilleo incómodo en su piel. No era justo, además no tenía sentido. No era Potter quien debía estar metiéndose en peleas por él.

—Esto no es tu problema.

Harry suspiró, mirándolo como si fuera un niño terco. —Ya te dije que sí lo es.

Draco cerró los ojos por un segundo, esto era agotador. Cuando los volvió a abrir, encontró a Potter observándolo con más atención de la que le gustaba.

—¿Cómo te sientes? —preguntó el Gryffindor, cambiando repentinamente de tema.

Draco parpadeó, sorprendido por la pregunta.

—Estoy bien —respondió automáticamente.

El otro lo estudió con una expresión que dejó claro que no le creía.

—Sigues caminando más lento de lo normal y tienes la cara tensa.

—Tal vez solo no quiero ver tu molesta cara.

Harry sonrió de lado. —Si puedes insultarme, entonces significa que no estás tan mal.

Draco resopló y se quedaron en silencio unos segundos.

—No vuelvas a hacer esto —dijo finalmente Draco, con un tono que pretendía sonar firme pero que solo logró parecer agotado—. No quiero que te metas.

Harry inclinó la cabeza.

—Lástima —dijo simplemente—. Porque ya lo hice.

Draco no encontró una respuesta, pero sintió una punzada de frustración en su pecho, porque no le gustaba esto. No le gustaba que Potter se metiera en sus asuntos, que tomara represalias por él, que lo mirara de esa manera, como si estuviera intentando descifrarlo.

Pero más que nada, no le gustaba cómo eso le hacía sentir. Porque no era rabia lo que hervía en su interior, tampoco humillación. Era otra cosa, algo más peligroso. Algo que lo hacía sentir expuesto.

Potter aún lo estaba observando, con esos malditos ojos verdes fijos en él, como si estuviera esperando que dijera algo más. Draco respiró hondo y decidió que lo mejor era huir.

—Bien. Hiciste lo que querías, ya puedes seguir con tu vida.

Giró sobre sus talones, dispuesto a marcharse, pero antes de dar siquiera dos pasos, Harry lo sujetó del brazo.

—No tan rápido, Malfoy.

Draco se quedó rígido. —¿Ahora qué?

Harry no soltó su agarre. Era un toque firme, pero no agresivo.

—No has comido.

Draco parpadeó, confundido. —¿Qué?

Harry alzó una ceja.

—Llevas todo el día evitándolo, esta mañana apenas tocaste tu desayuno y en el almuerzo ni siquiera apareciste.

Draco bufó.

—¿Me estás vigilando aún, Potter?

Harry ladeó la cabeza, su agarre en su brazo todavía firme. —Tal vez.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Merlín, eres un acosador.

Harry sonrió, pero no lo soltó.

—Y tú eres un terco. Así que estamos a mano.

Draco chasqueó la lengua y miró alrededor, consciente de que estaban en un pasillo bastante transitado. La gente pasaba, aunque nadie les prestaba demasiada atención. De momento.

—Bien, Potter. Ya tuviste tu momento heroico, ahora suéltame.

Harry pareció pensarlo por un segundo, pero en lugar de obedecer, su agarre se suavizó y deslizó su mano hasta su muñeca.

El corazón de Draco dio un vuelco involuntario. Pero no, no iba a permitir que su cuerpo reaccionara de esa manera. Era simplemente Potter siendo molesto como siempre.

—Ven conmigo.

Draco lo miró con desconfianza. —¿Para qué?

—Para asegurarte de que comes algo —respondió Harry con total naturalidad, como si fuera lo más lógico del mundo.

Draco puso los ojos en blanco.

—Potter, no necesito que seas mi maldita niñera.

—Lo sé —respondió Harry, todavía sin soltar su muñeca—. Pero quiero hacerlo de todas formas.

Sintió que el aire se atascaba en su garganta. Potter quería, ese era el problema. Ese era siempre el maldito problema con Potter.

Se mordió el interior de la mejilla y miró hacia otro lado.

—Si te digo que no, ¿me dejarás en paz?

—No.

Draco apretó los dientes.

—Eres desesperante.

—Lo sé.

Hubo un momento de silencio. La mano de Potter seguía en su muñeca, su contacto era cálido, demasiado cálido.

Draco suspiró.

—Está bien, pero solo para que te calles.

La sonrisa que Harry le dedicó fue demasiado triunfal. Draco sintió un extraño cosquilleo en el estómago que decidió ignorar por completo.

Porque esto no significaba nada.

Absolutamente nada.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 11: 𝑿

Chapter Text

 

★★★

El Gran Comedor estaba menos abarrotado de lo habitual a esa hora. Draco entró detrás de Potter, con pasos lentos y pesados, como si lo estuvieran arrastrando a su propia ejecución. Y en cierto modo, así se sentía.

Los murmullos disminuyeron apenas cruzaron la puerta. No completamente, pero lo suficiente como para que Draco supiera que los estaban observando.

Porque, por supuesto, tenían que ser el centro de atención.

—Perfecto —gruñó en voz baja, deteniéndose a la entrada—. Esto era exactamente lo que necesitaba.

—Ignóralos —dijo Potter con fastidio, como si realmente creyera que eso era fácil, como si él mismo no detestara ser observado.

Draco entrecerró los ojos y lo miró de reojo.

—¿Cómo demonios te soportas a ti mismo con ese discurso de héroe?

Harry sonrió. —Es un talento natural.

Draco bufó. —Sí, claro.

El otro lo sujetó del brazo, en un gesto casi inconsciente, y lo obligó a seguir avanzando.

—Anda, Malfoy, deja el dramatismo. Vas a comer y luego puedes volver a tu cueva de serpiente.

—No es dramatismo, Potter, es tener dignidad.

Harry se echó a reír y se detuvieron frente a la mesa de Slytherin. Pansy y Blaise lo miraron con el ceño fruncido, primero a él, luego a Potter, y luego a su maldita mano, que aún lo sujetaba del brazo.

El rubio se zafó de inmediato.

—Lo lograste, Potter. Ahora puedes largarte.

Pero Potter no se movió.

—No hasta verte comer algo.

Blaise arqueó una ceja, divertido.

—¿Qué está pasando aquí?

Pansy, en cambio, tenía los ojos entrecerrados, como si estuviera analizando cada movimiento de Draco.

—Nada —respondió Draco rápidamente, dirigiéndole una mirada que esperaba que entendiera como un "no hagas preguntas".

Pansy entrecerró los ojos un poco más, Draco sintió un escalofrío.

—Ajá.

Harry cruzó los brazos.

—Siéntate. Come.

Draco apretó los dientes. —Eres exasperante.

—Lo sé.

Blaise se inclinó sobre la mesa, con una sonrisa perezosa.

—Es bastante gracioso verte bajo el yugo de Potter.

Draco le lanzó una mirada asesina.

—No estoy bajo su yugo.

Harry puso los ojos en blanco.

—Lo que sea. Solo come.

Draco suspiró, rodó los ojos y tomó un trozo de pan, llevándoselo lentamente a la boca con la expresión más fastidiada que pudo reunir.

—¿Contento?

Potter sonrió con suficiencia.

—Mucho.

Pansy los miró a ambos, con los ojos entrecerrados y una sonrisa apenas perceptible en la comisura de los labios. Draco sintió una punzada de incomodidad, porque no le gustaba esa expresión en su cara.

No le gustaba nada.

Porque eso significaba que iba a seguir con esto hasta que consiguiera respuestas.

Y no se equivocó, porque menos de cinco minutos después de terminar de comer, lo estaban arrastrando fuera del Gran Comedor, con Pansy agarrándolo del brazo y Blaise empujándolo con la mano en la espalda.

—¡Por Merlín! ¡¿Van a secuestrarme ahora?! —se quejó, intentando zafarse.

—Cállate y camina —le espetó Pansy.

—Si alguien pregunta, diremos que te dio una crisis existencial —añadió Blaise con toda la calma del mundo.

Draco bufó. Estaban completamente decididos a sacarle información, así que no se molestó en pelear más, no serviría de nada. No contra ellos, cuando se veían tan... dispuestos.

Cuando llegaron a la Sala Común, Pansy cerró la puerta tras ellos de un portazo y lo señaló con el dedo.

—Habla.

Draco parpadeó.

—¿Perdón?

—Tú y Potter.

Sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero mantuvo el rostro indiferente.

—¿Qué hay con Potter?

Pansy entrecerró los ojos. —No nos hagas perder el tiempo, Malfoy.

Blaise se dejó caer en un sillón con una sonrisa de lado.

—Has estado demasiado... raro últimamente.

Draco se cruzó de brazos.

—¿Raro?

—Raro —repitió Blaise.

Pansy se acercó, apuntándolo con un gesto.

—Primero, evitas a Potter como la peste. Luego, Potter aparece por todos lados como si estuviera buscándote. Después, empiezas a verte demasiado enfermo, y aunque no insistimos, era obvio que algo sucedía. Y ahora, hoy, esos tres imbéciles que antes te fastidiaban después de las clases con esas bromas pesadas pasaron por el comedor con la cara hecha trizas y temblando.

Blaise levantó una ceja.

—Y tú los miraste como si supieras exactamente lo que había pasado.

Draco apretó la mandíbula.

Maldita sea.

Sabía que no iba a poder esquivar esto fácilmente.

—No sé qué les habrá pasado a esos idiotas, pero seguro se lo merecían —dijo al fin, dejándose caer en otro de los sillones con fingida despreocupación.

Pansy lo fulminó con la mirada.

—Draco Lucius Malfoy Black, no me jodas.

Draco puso los ojos en blanco.

—¿Puedes dejar de decir mi nombre completo como si fueras mi madre?

Pansy lo ignoró. —¿Qué te traes con Potter?

Draco resopló, pasándose una mano por el cabello.

—No me "traigo" nada con Potter.

—Te está siguiendo.

—No lo está haciendo.

—Y tú lo estás dejando.

Draco se quedó en silencio, Pansy entrecerró los ojos y Blaise lo observó con interés.

—Vamos, Draco. Dilo. ¿Desde cuándo eres tan cercano al niño dorado de Gryffindor?

—No soy cercano a él —mintió.

—No seas ridículo —dijo Blaise—. Si fuera más obvio, usarías una bufanda roja y dorada.

—Por Merlín, no exageres.

—¿Entonces? —insistió Pansy, inclinándose hacia él—. ¿Qué está pasando?

Y aunque quería, no podía decirles la verdad. No porque no confiara en ellos, sino porque no quería que nadie más supiera lo que había estado ocurriendo.

La primera vez que esos imbéciles lo atacaron y Blaise se enteró, tuvo que hacer lo imposible para que nadie más lo supiera. No quería su lástima, no quería que fuera un maldito chisme en la escuela.

Pero tenía que decir algo, así que tomó aire, se acomodó en el sillón y miró a sus dos amigos con una expresión aburrida.

— Potter es un metiche con complejo de héroe. Fin de la historia.

Blaise soltó una carcajada, pero Pansy frunció los labios.

—¿Y tú?

Draco fingió indiferencia.

—¿Yo qué?

—¿Qué piensas de que Potter ande metiendo las narices en tu vida?

Draco miró hacia el fuego de la chimenea y encogió los hombros.

—Que, si quiere perder el tiempo conmigo en vez de con la comadreja y la sabelotodo, es problema suyo.

No era del todo una mentira, pero tampoco era la verdad. Draco había pensado que Pansy y Blaise lo dejarían en paz después de esa conversación.

Se equivocó.

Porque ahora parecían más atentos que nunca.

Cada vez que lo veían salir de la Sala Común, Pansy lo seguía con la mirada como si intentara leerle la mente, y Blaise siempre tenía algún comentario sarcástico sobre su "nuevo mejor amigo".

Draco lo ignoraba, o al menos, hacía su mejor esfuerzo. Pero lo peor llegó cuando Harry Potter empezó a hacer lo que Draco solo podía describir como perseguirlo descaradamente. No importaba en qué pasillo estuviera, en qué clase o a qué hora, de alguna manera, Potter siempre aparecía y es que antes eran solo miradas fugaces entre sí, encuentros aparentemente casuales para los demás, sin mas que importancia que un cruce de caminos; pero ahora, Potter incluso interactuaba con él.

A veces fingía que era casualidad.

—Oh, mira, Malfoy, qué coincidencia, vamos al mismo baño.

Otras veces ni se molestaba en disimular.

—¿Adónde vas? —le preguntó una tarde cuando Draco salía de la biblioteca.

Draco lo miró con el ceño fruncido.

—Lejos de ti.

Harry se cruzó de brazos y sonrió de lado.

—Mala suerte.

Y siguió caminando junto a él como si nada, era ridículo.

Y lo peor era que Draco estaba empezando a acostumbrarse. No solo a Potter siguiéndolo, sino a la extraña sensación de seguridad que venía con ello. Como si, por primera vez en mucho tiempo, no estuviera completamente solo.

—Si sigues pegado a mí como un perro faldero, la gente va a empezar a hablar —soltó un día mientras caminaban por los terrenos de Hogwarts.

Harry lo miró con diversión.

—¿Y qué crees que ya están haciendo?

Draco resopló.

—Genial. Ahora no solo soy el ex-mortífago sin varita, sino también la nueva obsesión del Niño Que Vivió.

Harry sonrió.

—¿Nueva?

Draco se detuvo en seco. Lo miró, sintiendo un extraño escalofrío recorrerle la espalda.

¿Había dicho eso en serio?

Pero Harry solo siguió caminando como si no hubiera dicho nada fuera de lo normal y Draco, sin poder evitarlo, lo siguió.

★★★

Un viernes, el eco de las voces llegó a sus oídos como un susurro envenenado.

Draco caminaba por el pasillo, sin intención de detenerse, pero en cuanto reconoció quiénes hablaban, sus pies se anclaron al suelo. Se escondió en la sombra de una columna, aguantando la respiración.

Eran ellos.

Potter. Granger. Weasley.

—No entiendo, Harry —la voz de Ron estaba cargada de sospecha—. ¿Por qué demonios estás tan cerca de Malfoy últimamente?

—Todo el mundo habla de eso —agregó Hermione con su tono severo—. No es solo una suposición nuestra, Harry. La gente empieza a notar que pasas demasiado tiempo con él.

—¡Eso es ridículo! —bufó Harry—. Apenas hemos hablado.

Draco sintió una punzada en el pecho. Mentiroso.

—Vamos, Harry —insistió Ron—. No nos engañas, lo vemos. Has estado con él todos estos días, en los pasillos, incluso en el Gran Comedor. ¡Malfoy!

Draco apretó los puños, Harry no respondió de inmediato, pero el rubio escuchó un susurro de túnicas moverse.

—Déjanos revisarte —dijo Hermione de repente—. Solo para asegurarnos de que no te ha hechizado.

Sintió su estómago caer.

—¡Por el amor de Merlín! —se quejó Harry—. ¡No estoy bajo ningún hechizo!

—Lo revisaremos de todas formas —sentenció Hermione.

Antes de que Harry pudiera protestar, Draco escuchó el suave murmullo de un hechizo y vio un leve resplandor azulado iluminar el pasillo.

Silencio.

—¿Algo? —preguntó Ron.

—Nada —admitió Hermione, con el ceño fruncido.

Draco sintió una extraña mezcla de alivio y furia retorcerse en su pecho.

—¿Lo ves? —dijo Harry, con evidente frustración—. No hay nada raro.

—Aún así —insistió Ron—, esto no nos gusta, Harry.

—Nosotros lo odiamos —dijo Hermione, con voz firme—. Y tú también lo odiabas.

Las palabras fueron como una daga en la piel de Draco. Sabía que lo odiaban, sabía que siempre lo habían odiado. Pero que lo dijeran tan directamente, con esa certeza inquebrantable...

Harry suspiró pesadamente.

—No insistan —dijo en voz baja.

—¡Claro que insistimos! —soltó Ron—. No vamos a permitir que sigas relacionándote con él. ¡De verdad no entiendo qué demonios te pasa, Harry! —la voz de Ron tronó con fuerza en el pasillo.

—¡Te estás comportando como un completo idiota! —secundó Hermione, su tono tan afilado como una daga.

—¡Oh, lo siento mucho! —Harry bufó con sarcasmo—. ¡No sabía que ahora necesitaba su permiso para decidir con quién hablo!

—No es sobre con quién hablas, Harry —Hermione estaba furiosa—. ¡Es sobre con quién te estás encariñando! ¡Y que sea Malfoy!

Draco sintió que el aire se le atascaba en la garganta.

—¡No me estoy encariñando con nadie! —respondió Harry de inmediato, con una furia que sonó defensiva.

—¿Ah, no? —Ron soltó una carcajada amarga—. ¿Entonces por qué demonios pasas más tiempo con él que con nosotros? ¿Por qué lo defiendes? ¡Por qué te veo mirándolo como si fueras su maldito salvador personal!

—¡No es así!

—¡Claro que sí lo es! —Hermione casi gritó—. ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? ¡Nos estás dejando de lado por él! ¿Por qué, Harry?

—¡Porque el Ministerio me lo pidió! —gritó Harry, con una exasperación que resonó en el pasillo.

Silencio.

El estómago de Draco se contrajo con violencia.

Hermione y Ron se quedaron en shock por un momento, antes de que Ron hablara.

—¿El Ministerio te pidió que qué?

Harry respiró hondo, su voz volviéndose más fría, más contenida.

—Me pidieron que lo vigilara.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Que lo vigilaras —repitió Hermione, con incredulidad.

—Sí —confirmó Harry, su tono sin emoción—. No confían en él.

Draco sintió que el suelo se abría bajo sus pies.

—¿Y tú sí? —preguntó Ron, todavía desconcertado.

Harry se quedó en silencio un momento, y por una fracción de segundo, Draco deseó que dijera que sí. Que él confiaba, que no lo veía como un enemigo.

Pero entonces, Harry habló. —Claro que no.

Fue como si algo dentro de Draco se quebrara.

—Entonces, ¿por qué lo defiendes? —preguntó Hermione, desconfiada.

—Porque la única forma de mantenerlo bajo control es hacerme su amigo.

Draco sintió que su visión se nublaba.

No, no puede ser.

—¿Qué estás diciendo? —Ron frunció el ceño—. ¿Que todo esto es una mentira? ¿Solo estás fingiendo?

Harry suspiró, agotado.

—No tengo otra opción.

—¡Por Merlín, Harry! —Hermione sonaba frustrada—. ¿No te das cuenta de lo que estás haciendo? ¡Nos preocupas! ¡Actúas como si... como si realmente quisieras estar cerca de él!

—¡Porque es la única manera de vigilarlo sin que sospeche! —Harry levantó la voz.

Draco sintió que el corazón se le hacía trizas. No quería escuchar más y no podía escuchar más. Se giró sobre sus talones, alejándose con pasos rápidos, su respiración agitada y su garganta cerrada en un nudo imposible de desatar.

Todo había sido una mentira.

Cada conversación.

Cada mirada.

Cada maldito toque de preocupación en su brazo.

Era por esto que no podía permitirse sentirse débil, no podía permitirse sentir nada. Porque cada vez que lo hacía, se rompía.

Así que Draco caminó sin rumbo fijo, sintiendo el peso de las palabras de Potter aplastándole el pecho. Cada paso resonaba en su mente con la misma brutalidad que la verdad recién descubierta.

"Me pidieron que lo vigilara."

"La única forma de mantenerlo bajo control es hacerme su amigo."

Cada frase era una estocada, un recordatorio de su ingenuidad.

¡Qué estúpido había sido!

Se apoyó contra una pared, cerrando los ojos con fuerza. Su respiración era errática, su cuerpo entero temblaba. Todo este tiempo, había creído que...

¿Que qué?

¿Qué Potter realmente lo veía? ¿Qué no lo consideraba solo un maldito caso perdido bajo la vigilancia del Ministerio? ¿Qué la forma en la que lo miraba significaba algo?

Soltó una risa amarga. Qué iluso.

—Malfoy.

La voz de Potter lo hizo girarse de golpe, con el corazón desbocado y los ojos ardiendo de furia contenida. Harry estaba ahí, en el pasillo, con una sonrisa grande en su rostro.

—Vete a la mierda, Potter.

La sonrisa arrogante de Harry desapareció de inmediato.

—Draco...

—¡No me llames así! —espetó, su voz temblando de rabia—. ¿Quieres vigilarme? ¿Quieres asegurarte de que no me desvío del buen camino? ¡Adelante! ¡Ve a escribir un informe para el Ministerio y dile lo que quieras, pero no vuelvas a acercarte a mí!

Harry frunció el ceño.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando? —Preguntó con desconcierto, hasta que su rostro de pronto iluminó en comprensión—. Oh, ¿escuchaste lo que le dije a Ron y Hermione? No, no es así como...

—¿Ah, no? —Draco rió con amargura, dando un paso al frente—. Entonces dime, Potter, ¿qué parte de "La única forma de mantenerlo bajo control es hacerme su amigo" se supone que debo malinterpretar?

Harry apretó los labios, apartando la mirada.

Cobarde.

Draco sintió una presión punzante justo en el centro del pecho, como si algo dentro de él se deshiciera en silencio.

—Eres un maldito mentiroso —susurró, su voz ahora más baja, cargada de algo que sonaba peligrosamente parecido a dolor.

Harry alzó la vista de nuevo, pero no tuvo tiempo de responder. Draco se giró y siguió caminando, alejándose con pasos firmes, aunque sentía que todo dentro de él estaba hecho pedazos.

No iba a llorar.

No por Potter.

Nunca más.

Draco no se molestó en asistir al desayuno. No quería verlo, no quería enfrentarse a Potter y su estúpida insistencia, a esa mirada intensa que, ahora lo sabía, no significaba nada.

Se quedó en su habitación, fingiendo estar dormido cuando Blaise le preguntó si iba a bajar. Fingió no oír cuando Pansy, en su usual tono fastidiado, le dijo que se estaba comportando como un niño.

Solo cuando el castillo quedó en silencio y todos estaban en clase, se obligó a salir. El aire frío del pasillo le golpeó el rostro cuando empujó la puerta de la mazmorra. Caminó con la cabeza gacha, sin rumbo, sin pensar en nada más que en mantenerse lejos de Potter.

Pero, por supuesto, no podía tener suerte. Apenas dobló una esquina y chocó de frente con alguien. Unas manos lo sujetaron de los brazos antes de que pudiera perder el equilibrio, y su estómago se encogió de inmediato.

—Malfoy.

Draco reconoció la voz al instante.

—Déjame en paz, Potter —gruñó, sacudiéndose de su agarre y dando un paso atrás.

Harry lo miró fijamente, con el ceño fruncido y el rostro tenso.

—No.

Draco bufó.

—¿Qué parte de "vete a la mierda" no entendiste?

—¿Qué parte de "no fue así" no quieres escuchar?

—Oh, claro, ahora resulta que tengo problemas de audición.

—¡Draco!

El nombre salió con un tono de exasperación y urgencia que lo hizo estremecer. No podía soportarlo, no podía seguir escuchándolo decir su nombre como si realmente le importara. Draco se giró bruscamente para marcharse, pero Harry se movió rápido, colocándose frente a él para bloquearle el paso.

—¡Quítate!

—No hasta que me escuches.

Draco apretó los dientes.

—¡No quiero escucharte! ¡No quiero saber qué excusa vas a inventar para justificar que todo esto ha sido una mentira!

—¡No ha sido una mentira!

La desesperación en la voz de Harry lo tomó por sorpresa, Draco sintió un nudo formarse en su garganta.

—Te oí con mis propios oídos, Potter —susurró, su voz quebrada de rabia—. Oí cómo les decías que solo me vigilabas porque el Ministerio te lo pidió, que hacerte mi amigo era solo una estrategia.

Harry cerró los ojos por un instante, como si estuviera reuniendo paciencia.

—Lo dije porque no me quedaba otra opción.

Draco se echó a reír, sin pizca de humor.

—¿En serio? ¿Esa es tu gran explicación? ¿Eso es lo mejor que tienes?

Harry suspiró, pasándose una mano por el cabello, despeinándolo aún más.

—Ron y Hermione no entienden... ellos... —Apretó los labios antes de continuar—. Han estado conmigo en todo, han visto lo peor de ti y...

—Así que tuviste que mentirles, ¿no? —Draco ladeó la cabeza, una sonrisa burlona torciendo sus labios—. Pobrecito Potter, atrapado entre sus leales amigos y el mortífago despreciable al que tiene que vigilar. Debe ser difícil.

Harry lo miró con fiereza.

—Tú no eres despreciable.

Draco sintió algo retorcerse en su pecho.

—¡Pues eso no fue lo que dijiste!

Harry dio un paso adelante, sin apartar la mirada de la suya.

—Lo que dije fue lo único que podía decir para evitar que me arrancaran la cabeza por preocuparme por ti.

Las palabras se le atascaron en una lengua repentinamente seca, atrapadas en un silencio incómodo.

—Yo... —murmuró, sin saber qué responder.

Harry dio otro paso adelante.

—No me pidieron que lo hiciera, Draco. Nadie me obligó.

Draco tragó en seco.

—Potter...

—No voy a dejar que me saques de tu vida solo porque estás asustado.

Su espalda se enderezó de golpe y los hombros se le pusieron rígidos. —Yo no estoy asustado.

Harry sonrió, con esa maldita expresión arrogante que lo sacaba de quicio.

—¿No?

—¡No!

—Entonces dime a la cara que no significó nada para ti.

Draco sintió que su corazón se detenía.

—¿Qué...?

—Lo que hemos compartido todo este tiempo —Harry lo miró con intensidad—. Dime que todo fue una estupidez. Dime que no importó.

Draco abrió la boca... pero las palabras no salieron, porque no podía decirlo. Porque sí había importado, porque Potter... Potter significaba algo.

Así que Draco actúa impulsivamente: salió corriendo y decidió evitar a Potter por el resto del día.

No porque quisiera, claro. Sino porque tenía que hacerlo, porque si lo miraba un segundo más, si escuchaba otra vez esa voz condenadamente insistente, acabaría diciendo algo que no debía y algo que no podía permitirse.

Pero Potter no se lo puso fácil.

A la hora de la cena, cuando Draco entró al Gran Comedor con Pansy y Blaise, supo que lo estaba buscando. Pudo sentirlo incluso antes de verlo. La mirada ardiente, clavada en él como si intentara atravesarle la piel, desarmarlo, arrancarle cada capa de su maldita coraza.

Draco fingió que no lo veía.

Se sentó con sus amigos, dejó que Pansy parlotease sobre cualquier tontería, que Blaise hiciera un comentario mordaz sobre los Ravenclaw y su obsesión por las tareas. Comió en silencio, como si nada estuviera fuera de lugar.

Pero lo estaba, todo estaba fuera de lugar. Y entonces, cuando creía que estaba a salvo, cuando pensaba que Potter al fin lo dejaría en paz, escuchó la voz que menos quería oír en ese momento.

—Malfoy.

Draco se tensó. Pansy y Blaise alzaron la vista, sorprendidos.

Potter estaba ahí.

En la mesa de Slytherin, el Gran Comedor entero enmudeció. Los murmullos comenzaron de inmediato, Draco pudo escuchar algunas palabras sueltas:

"¿Qué demonios hace Potter ahí?"

"¿Acaso está loco?"

"¡Miren la cara de Malfoy!"

Sí, porque Draco debía tener cara de estar a punto de asesinarlo.

—Potter —dijo con voz plana—. ¿Qué mierda estás haciendo?

Potter ni siquiera parpadeó.

—Tenemos que hablar.

—No.

—Sí.

—No.

Potter suspiró y miró a Blaise y Pansy. —¿Podrían darnos un minuto?

—¿Podrías irte al infierno? —respondió Pansy con una sonrisa dulce.

—Ya fui, gracias. Se llamaba la Segunda Guerra Mágica. Ahora, ¿podrían darnos un minuto?

Blaise y Pansy se miraron. Se miraron un momento traviesamente y luego se levantaron.

—Nos debes una, Potter —dijo Blaise, siguiéndole el juego, divertido con la situación.

—Varias, en realidad —agregó Pansy, con los ojos entrecerrados, como si analizara cada uno de sus movimientos.

Draco los fulminó con la mirada cuando se alejaron, Potter se sentó en el banco frente a él, como si tuviera todo el derecho del mundo a estar ahí.

Draco lo miró con asco fingido.

—Espero que disfrutes tu último día con vida, Potter. Porque en cuanto Weasley y Granger se enteren de esto, te van a colgar del techo de la Torre de Astronomía.

—Ya me colgaron una vez boca abajo en mi segundo año, no es tan terrible.

Draco bufó.

—Déjame en paz.

—No.

—Potter.

—Draco.

Draco sintió un escalofrío al escuchar su nombre en su voz, tan firme, tan seguro, como si le perteneciera.

—No tienes nada que hacer aquí —dijo entre dientes.

—Tú tampoco tienes nada que hacer evitándome —replicó Potter.

Draco lo miró con incredulidad.

—¿En serio? ¿Vas a venir aquí, a sentarte en la mesa de Slytherin, con todo el colegio mirándonos, solo para seguir con esto?

—Exactamente.

—¡Maldita sea, Potter!

Potter no retrocedió. Al contrario, se inclinó hacia él, apoyando los codos sobre la mesa con gesto firme, como si no le importara el murmullo creciente alrededor.

—¿Por qué huyes de mí?

—Porque me das asco.

Potter sonrió, ni siquiera se molestó en disimularlo. —No huyes porque te doy asco.

Draco apretó los puños sobre la mesa. La sangre le subió al rostro de golpe, caliente, furiosa.

—¿Ah, no? ¿Y entonces por qué según tú?

Potter lo sostuvo con la mirada, sin parpadear.

—Porque lo que pasó en ese pasillo te asustó.

Draco se quedó helado. Un silencio se formó entre ellos, un silencio denso, cargado, lleno de cosas que ninguno de los dos quería decir en voz alta.

—Eres un imbécil —susurró Draco.

—Y tú eres un cobarde —respondió Potter, sin perder la calma.

Draco sintió que su estómago se encogía, Potter lo miró un segundo más, luego se levantó y se inclinó sobre la mesa, acercándose peligrosamente a él.

—No voy a irme, Malfoy —susurró, con una seguridad que le heló la piel—. No importa cuántas veces me rechaces, no importa cuánto intentes alejarme.

Draco tragó saliva.

—Eres un Gryffindor de mierda.

—Y tú un Slytherin de pacotilla.

Se miraron un instante más, luego Potter sonrió de lado, con un aire de satisfacción, y se alejó tranquilamente.

Draco no se movió.

No podía creer que Potter hubiese tenido la audacia, la desfachatez, la absoluta falta de sentido común de sentarse en la mesa de Slytherin y hacerle esa escena frente a todo el colegio. Ahora, la mitad de los estudiantes hablaban de eso, la otra mitad murmuraba con teorías absurdas y el resto simplemente observaba con una mezcla de curiosidad y morbo cada vez que pasaba cerca de Potter.

Era insufrible.

Pero lo peor de todo no era la atención no deseada. No eran las miradas furtivas de los demás, ni siquiera el hecho de que Pansy y Blaise lo miraron con una expresión entre divertida y exasperada cuando lo encontraron en la Sala Común.

Lo peor de todo era que Potter tenía razón, se había asustado.

Y Malfoy no se asustaba.

O al menos, eso era lo que siempre se había repetido a sí mismo. Pero cuando Potter lo había mirado así, cuando había dicho aquellas palabras con tanta intensidad, con tanto peso, Draco había sentido su mundo tambalearse. Y no podía permitirse eso, no con Potter, no con nadie.

Así que hizo lo que siempre hacía cuando se sentía acorralado: lo evitó.

O al menos, lo intentó.

Nuevamente.

Porque a la mañana siguiente se lo volvió a encontrar, porque Potter tenía una maldita habilidad especial para aparecer en el momento menos indicado. Como en ese instante, cuando Draco había girado en un pasillo desierto del séptimo piso y, por supuesto, allí se encontró a Potter. De pie, esperándolo como si supiera exactamente dónde iba a estar.

Draco rodó los ojos.

—¿Qué quieres, Potter? —soltó con fastidio, cruzándose de brazos.

—Que dejes de huir de mí —respondió el otro sin rodeos.

Draco soltó una carcajada seca.

—No te estaba huyendo. Simplemente tengo cosas mejores que hacer que soportar tu presencia.

Potter suspiró, pasando una mano por su cabello, despeinándolo aún más. Draco notó que se veía... cansado. No físicamente, sino como si estuviera harto de algo.

—Draco—dijo, con esa maldita voz firme y decidida—. ¿Por qué te cuesta tanto aceptar que alguien quiere estar de tu lado? Que alguien quiere... ayudarte.

Draco apretó los labios.

—Porque la ayuda nunca viene sin un precio —murmuró.

—Yo no quiero nada de ti.

—Todo el mundo quiere algo. Tú no eres la excepción.

—Entonces dime qué crees que quiero.

Draco se quedó callado. No sabía qué responder, porque esa era la pregunta que lo atormentaba desde hacía días. ¿Por qué Potter hacía esto? ¿Por qué insistía tanto?

Lo miró, intentando encontrar una respuesta en esos ojos verdes. Y lo odiaba, odiaba que Potter no apartara la mirada, que lo mirara como si estuviera tratando de ver dentro de él, de leer cada uno de sus secretos.

—No lo sé —dijo finalmente, con honestidad.

Potter dio un paso adelante.

—Tal vez porque...—se detuvo un momento, como si intentara encontrar las palabras adecuadas—. Porque no quiero que te pase nada, porque no soporto la idea de que estés solo en esto.

Draco sintió un nudo en la garganta.

—No estoy solo.

Potter sonrió, con un gesto casi triste.

—Eso es mentira y lo sabes.

Y eso era lo peor, que Potter lo conocía mejor de lo que Draco quería admitir.

—Déjame en paz —susurró.

—No.

—Potter...

—No.

Draco cerró los ojos un momento, exhalando con frustración.

—Eres un idiota.

—Y tú un terco.

Se quedaron en silencio, Potter seguía de pie frente a él, sin intención de moverse, sin intención de ceder. Y por alguna razón, eso hizo que Draco sintiera un leve calor en el pecho, una sensación extraña, algo que no reconocía del todo.

Se giró, sin saber qué más decir.

—Nos vemos en el Gran Comedor, Malfoy —dijo Potter con una confianza irritante.

Draco no respondió, pero mientras se alejaba, supo que Potter sonreía, y lo peor era que, de alguna forma, eso le provocó una sonrisa a él también.

El día transcurrió en una sucesión de encuentros incómodos.

Draco había intentado mantenerse ocupado, evitar pasillos demasiado transitados y encontrar refugio en la biblioteca o en la Sala Común de Slytherin, pero Potter era como una sombra. No importaba dónde estuviera, tarde o temprano, lo encontraba.

Como en ese momento, cuando Draco salió de la biblioteca después de haber soportado la mirada insistente de Madame Pince por horas. Apenas había dado unos pasos por el pasillo cuando sintió una presencia demasiado familiar caminando a su lado.

—¿Me estás siguiendo? —preguntó sin molestarse en ocultar su irritación.

Potter metió las manos en los bolsillos y lo miró con esa expresión de absoluta tranquilidad que tanto lo sacaba de quicio.

—Pura coincidencia —respondió, aunque ambos sabían que era mentira.

Draco bufó.

—Coincidencia, claro. Porque de alguna manera terminas apareciendo cuando menos te quiero cerca.

—Me atrevería a decir que eso es siempre —dijo Potter con diversión.

Draco le lanzó una mirada gélida. —¿Puedo ayudarte en algo, Potter?

—No lo sé. ¿Puedes? —replicó él, inclinando la cabeza con fingida curiosidad.

Draco apretó los dientes.

—Si tu propósito es irritarme, felicidades. Lo lograste.

Potter sonrió de lado. —En realidad, mi propósito es hablar contigo como una persona civilizada.

—¿Civilizada? —Draco soltó una carcajada seca—. Me encantaría que usaras esa misma filosofía cuando te sientas en la mesa de Slytherin a hacer una escena.

Potter no pareció afectado por el comentario.

—No veo cuál es el problema, fue una conversación inofensiva.

Draco lo miró con incredulidad.

—¿Inofensiva? Potter, medio colegio ahora cree que tenemos un amor prohibido o que estoy chantajeándote con algún oscuro secreto.

Potter se encogió de hombros.

—Podría ser peor.

—¡No, no podría ser peor! —exclamó Draco, exasperado—. Podría ser mejor, mucho mejor. Como, por ejemplo, que no te metieras en mi vida cada cinco segundos.

Potter se detuvo y, antes de que Draco pudiera reaccionar, lo sujetó del brazo, obligándolo a girarse hacia él.

—¿Eso es lo que realmente quieres?

Draco abrió la boca para soltar una respuesta mordaz, pero se quedó en silencio. Porque Potter no lo estaba mirando con burla, ni con ese aire de autosuficiencia que solía tener cuando discutían.

Lo estaba mirando con seriedad, con intensidad y eso era peor. Draco sintió su garganta seca.

—Quiero... —Tragó saliva y apartó la mirada—. Quiero que dejes de hacer esto tan complicado.

Potter no aflojó su agarre.

—No soy yo el que lo complica, Malfoy.

Draco volvió a mirarlo, con una mezcla de frustración y algo más que no quería analizar.

—¿Y qué se supone que haga? —preguntó, su voz apenas un susurro—. ¿Pretender que todo esto es normal? ¿Qué no me importa lo que dijiste anoche?

Potter suspiró y finalmente lo soltó.

—Sé que lo que dije te molestó.

Draco entrecerró los ojos.

—¿Molestó? Qué forma tan diplomática de decirlo.

—Pero también sé que no quieres que me aleje —añadió Potter sin titubear.

Draco sintió que el aire se volvía más pesado, porque Potter tenía razón, otra maldita vez. Y lo peor era que lo sabía, lo sabía por la forma en que lo miraba, con esa confianza irritante, con esa certeza que lo desarmaba.

Draco apretó los puños y respiró hondo.

—Eres insoportable.

Potter sonrió de lado. —Y tú un pésimo mentiroso.

El silencio que se instaló entre ellos fue espeso, tenso. Draco no sabía qué decir, y Potter parecía estar esperándolo, como si le diera la oportunidad de decidir qué hacer con esto.

Finalmente, Draco resopló.

—Si te digo que podemos hablar después, ¿vas a dejarme en paz por lo que queda del día?

Potter inclinó la cabeza.

—Si prometes que realmente hablaremos después, tal vez.

Draco rodó los ojos. —Merlín, eres peor que un maldito hurón aferrado a una bota.

Potter sonrió con satisfacción.

—Lo tomaré como un sí.

Draco negó con la cabeza y se alejó, intentando ignorar el hecho de que, por primera vez en todo el día, su pecho se sentía un poco menos pesado.

Draco había evitado la conversación todo el día. No fue al Gran Comedor en la cena, se quedó en la Sala Común de Slytherin más tiempo de lo usual y, cuando finalmente decidió salir, se aseguró de tomar los pasillos menos transitados para evitar a Potter.

Pero era obvio que Potter no lo dejaría escapar tan fácilmente. Cuando dobló una esquina en el sexto piso, lo vio. Apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y la varita girando entre sus dedos, como si hubiese estado esperándolo desde hacía un buen rato.

Draco se detuvo en seco.

—¿Cómo demonios me encontraste?

Potter alzó una ceja y agitó un pergamino en su mano.

—¿Adivina?

Draco cerró los ojos con frustración, se había olvidado de ese pequeño detalle.

—Ese estúpido mapa otra vez...

—No es estúpido, es increíblemente útil —respondió Potter con una sonrisa burlona.

Draco le dedicó una mirada irritada, pero no pudo encontrar un buen argumento para rebatirlo. Suspiró con resignación.

—Bien. Aquí estoy, di lo que tengas que decir.

Potter guardó el mapa en su túnica y dio un paso adelante.

—No funciona así, no quiero darte un discurso ni lanzarte una gran revelación, solo quiero saber qué estás pensando.

Draco resopló.

—Qué considerado.

—No me vengas con esa actitud ahora, Malfoy.

Draco lo fulminó con la mirada.

—¿Ahora? ¿Y cuándo sí puedo hacerlo?

—Cuando no estés huyendo de lo que realmente sientes.

Draco sintió que su corazón dio un brinco traicionero. —No tienes idea de lo que siento.

—Tal vez no —concedió Potter—. Pero sé que algo está pasando y no quiero que lo ignores.

El silencio entre ellos se estiró, Draco apretó los labios, mirando cualquier cosa menos a Potter.

—No sé qué quieres de mí.

Potter frunció el ceño. —No quiero nada de ti.

Draco lo miró, incrédulo.

—Todos quieren algo, Potter. Todos.

—Yo no.

Draco soltó una risa sarcástica.

—Eso es una mentira y los dos lo sabemos.

Potter suspiró y pasó una mano por su cabello, despeinándolo aún más.

—Si tuviera que pedir algo, sería que dejes de cerrarte cada vez que alguien intenta acercarse. Que dejes de pensar que estar solo es mejor.

Draco sintió un nudo en la garganta.

—Tú no entiendes...

—Entonces hazme entender.

Draco lo miró, con sus ojos grises llenos de algo que no podía describir. Potter estaba demasiado cerca, y todo era demasiado intenso, demasiado Potter. Y él estaba demasiado cansado para seguir huyendo.

—No sé cómo hacer esto —confesó en un susurro.

Potter sostuvo su mirada.

—No tienes que hacerlo solo.

Draco bajó la vista, sus manos estaban temblando y no tenía idea de por qué.

—No sé qué quieres de mí, Potter —repitió, pero esta vez su voz sonó más insegura.

—Tal vez solo quiero ser tu amigo.

Draco soltó una risa sin humor.

—¿Amigos? Vaya concepto.

—O algo más —añadió Potter en voz baja.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—No juegues conmigo, Potter.

—No lo haría.

Otro silencio, Potter no se movió, no apartó la mirada. Draco sintió que todo el mundo se volvía más pequeño, que solo estaban ellos dos en ese pasillo desierto, atrapados en un momento demasiado frágil.

Finalmente, suspiró.

—Si esto es una broma, juro que te lanzaré un maleficio que ni San Mungo podrá reparar.

Potter sonrió, con esa maldita confianza suya.

—No lo es.

Draco lo miró un segundo más y, por primera vez, permitió que su cuerpo hiciera lo que su mente le gritaba que evitara, dio un paso adelante, reduciendo la distancia entre ellos hasta que apenas quedaban unos centímetros.

Potter no se apartó.

Draco tragó saliva.

—Estás jugando con fuego, Potter.

—Me gustan los desafíos.

Un instante de duda y entonces, Draco se inclinó apenas, con su respiración chocando contra la de Potter, dejando la decisión final en sus manos.

Esperando.

Potter no se movió.

No aún.

El aire se sentía espeso entre ellos.

Draco no se movía tampoco, estaba tan cerca que podía ver cada pequeño detalle en los ojos de Potter: el reflejo de las antorchas del pasillo, el leve titubeo en su mirada, la respiración entrecortada.

Potter tampoco se apartó.

Por un segundo, Draco pensó que iba a hacerlo. Que diría algo estúpido y se alejaría, que se reiría, que haría cualquier cosa excepto lo que Draco quería —lo que secretamente esperaba— que hiciera.

Pero no, Potter se quedó allí, observándolo con esa intensidad frustrante, esa misma intensidad que lo había estado persiguiendo durante semanas.

—¿Sabes? —murmuró Potter de repente—. Si vas a besarme, deberías hacerlo ya.

Draco sintió que el calor le subía al rostro de inmediato.

—¿Qué te hace pensar que quiero besarte, imbécil?

Potter alzó una ceja.

—Estás peligrosamente cerca de mi boca, Malfoy.

Draco abrió la boca para replicar... pero no tenía una buena respuesta, porque Potter tenía razón.

Joder.

Se apartó con brusquedad, empujándolo suavemente con una mano en el pecho mientras giraba sobre sus talones.

—Olvídalo —dijo con un bufido—. Fue un error.

—Oh, no —la voz de Potter sonaba divertida, demasiado divertida—. Ni lo intentes, Malfoy.

Draco se detuvo a medio paso.

—¿Qué?

—Esto —Potter señaló el espacio entre ellos—. No te hagas el tonto, no lo eres.

—Voy a pretender que no sé de qué hablas.

—Claro que sabes.

Draco apretó la mandíbula, sintiendo la irritación recorrerle la piel.

—Déjame en paz, Potter.

—No —la respuesta fue inmediata, Draco cerró los ojos por un segundo—. ¿Vas a seguir negando que querías besarme?

—¡Sí!

—Eres un pésimo mentiroso.

Draco se giró bruscamente para fulminarlo con la mirada.

—¿Y qué si sí? —espetó sin pensar.

Potter parpadeó. No esperaba que lo admitiera, Draco tampoco.

El silencio se alargó por unos segundos que parecieron siglos. Y entonces, Potter sonrió. Pero no fue su sonrisa arrogante o la de burla con la que siempre lo fastidiaba. Fue algo más suave, más genuino.

Y eso hizo que a Draco le temblaran las manos.

—Bien —dijo Potter, dando un paso adelante.

Draco sintió que el aire le faltaba.

—¿Bien qué?

—Que sí querías besarme.

Draco lo miró con una mezcla de incredulidad y desafío.

—¿Y qué vas a hacer al respecto, Potter?

Potter inclinó ligeramente la cabeza.

—Tal vez esto.

Y antes de que Draco pudiera reaccionar, antes de que pudiera inventar otra excusa, Potter acortó la distancia entre ellos y lo besó.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 12: 𝑿𝑰

Chapter Text

 

★★★

No fue un beso suave ni calculado. Fue torpe, desesperado, con la urgencia de algo que llevaba demasiado tiempo contenido.

Draco se quedó quieto al principio, sorprendido, incapaz de procesar lo que estaba pasando. Pero entonces Potter deslizó una mano detrás de su cuello, sus dedos enredándose en su cabello, y Draco sintió como cada parte de su cuerpo se desconectaba, así que cerró los ojos y dejó de resistirse.

Respondió al beso con la misma intensidad, sin pensar, sin medir. Lo agarró por la túnica con fuerza, aferrándose a él como si necesitara sentirlo más cerca, como si el suelo hubiese desaparecido bajo sus pies.

Ya no importaba nada, así que se besaron como si no hubiesen pasado años odiándose, como si no importara que aquello fuera un error o un milagro o ambas cosas a la vez. Ya no importaban los insultos, las peleas, ni todo lo que había pasado antes. No le importaba si estaba mal, si alguien los veía, si luego se arrepentían. Solo sabía que lo deseaba, que lo había deseado desde hace tiempo, aunque no hubiera querido aceptarlo.

Sus labios se movían con fuerza, con necesidad. Se besaron como si no existiera nada más. No había reglas, ni casas, ni enemigos, solo ellos dos, en ese momento, con las emociones a flor de piel.

Cuando se separaron, ambos respiraban con dificultad. Draco sintió su corazón golpeando contra su pecho, Potter lo miró, con las mejillas sonrojadas y una sonrisa satisfecha en los labios.

—Sabía que querías besarme.

Draco soltó una carcajada entre dientes, no por diversión, sino por la mezcla de incredulidad y fastidio que le provocaba Potter.

—Eres insoportable.

—Y tú me besaste de vuelta. —replicó Potter con una seguridad que irritaba. Draco rodó los ojos, cruzándose de brazos como si así pudiera ocultar lo nervioso que estaba.

—Cállate, Potter.

Pero no se calló, al contrario, sonrió aún más, con esa sonrisa arrogante que parecía disfrutar de cada reacción que provocaba.

—Hazme callar, entonces.

Y Draco, con una exasperación fingida y el corazón latiéndole con fuerza, lo besó otra vez.

Esta vez más firme, con los labios apretados y las manos agarrando la parte delantera de la túnica de Potter. No fue un beso tan torpe como el primero, pero sí igual de intenso. Draco sentía la piel sensible, como si cada lugar que Potter tocaba estuviera más caliente que el resto de su cuerpo. Cerró los ojos, tratando de concentrarse solo en lo que estaba sintiendo: el calor, el contacto, el movimiento sincronizado entre sus bocas.

Era demasiado. Demasiado real, demasiado fuerte, demasiado íntimo; y sin embargo no se detuvo. No quería detenerse.

Cuando se separaron de nuevo, Draco bajó la mirada, respirando rápido, con las orejas rojas y la voz atrapada en la garganta. No dijo nada, pero su cara lo decía todo, ya no había espacio para negarlo. Ya no podía seguir actuando como si Potter no le importara.

★★★

El día siguiente fue... extraño.

Draco lo sintió en cuanto puso un pie fuera de la Sala Común de Slytherin. Era como si el castillo entero hubiera cambiado de textura, como si las paredes contuvieran un secreto que solo él conocía.

Pero lo peor, era que Potter actuaba como si nada hubiera pasado, como si no lo hubiera besado, como si Draco no lo hubiera besado de vuelta y como si su mundo no se hubiera tambaleado la noche anterior.

Draco lo vio en el Gran Comedor, sentado en la mesa de Gryffindor, rodeado de Weasley y Granger. Se veía relajado, incluso sonriendo por algo que uno de sus amigos había dicho. No había nervios en su postura, ni rastro de que algo en su vida hubiera cambiado.

Draco lo observó durante un par de segundos desde la entrada, esperando algún indicio, una mirada, una reacción. Algo.

Pero nada, Harry ni siquiera giró la cabeza.

Así que Draco apretó la mandíbula y enderezó los hombros.

Bien.

Si Potter quería jugar a fingir, él también podía hacerlo. Así que pasó junto a la mesa de Gryffindor sin mirarlo, sin siquiera inclinar la cabeza en reconocimiento.

Pero por supuesto, no pasó desapercibido.

—¿Qué pasa con Potter? —preguntó Blaise en voz baja cuando se sentó en su lugar.

Draco fingió desinterés, sirviéndose un poco de café, aunque le tembló apenas la mano al hacerlo.

—¿Qué quieres decir?

—Te está mirando.

Draco no alzó la vista.

—Que mire lo que quiera.

Pansy, sentada justo al frente, lo observaba con los ojos entrecerrados, como si estuviera haciendo un escaneo completo de su estado de ánimo.

—¿No me digas que ustedes dos...?

Draco casi se atraganta con el primer sorbo de café. Tosió, dejó la taza en la mesa con más fuerza de la necesaria y la miró con los ojos muy abiertos.

—¡¿Qué?!

—Oh, Merlín, lo hicieron —murmuró ella, con una sonrisa burlona.

—¡No hicimos nada! —replicó Draco, demasiado rápido.

—Pero quieres hacerlo. —añadió Pansy, aun sonriendo, divertida.

Draco la fulminó con la mirada.

—Deja de decir tonterías.

Pero ella solo sonrió con suficiencia, como si ya hubiera sacado sus propias conclusiones y cualquier cosa que él dijera no haría la más mínima diferencia. Draco bufó y volvió a concentrarse en su desayuno, ignorando por completo la sensación de ser observado.

★★★

Potter lo encontró después del almuerzo, porque, por supuesto, tenía que hacerlo. Draco estaba cruzando el patio cubierto, cuando escuchó la voz inconfundible detrás de él.

—Malfoy.

Draco cerró los ojos con fastidio antes de girarse. —¿Qué quieres, Potter?

Potter se detuvo frente a él, con las manos en los bolsillos y una expresión que Draco no supo leer del todo.

—¿Podemos hablar?

—Estamos hablando.

Potter suspiró. —Sabes a qué me refiero.

Draco cruzó los brazos.

—¿A qué? ¿A que fingiste que nada pasó esta mañana? ¿A que me ignoraste frente a todos?

Potter parpadeó, sorprendido. —Pensé que querías eso.

Abrió la boca para responder, pero la cerró de inmediato, porque... es que tenía razón, y, sin embargo, sentía una punzada de frustración que no lograba sacudirse. Potter lo observó por un momento antes de dar un paso más cerca.

—No quiero ignorarlo, Draco.

El nombre cayó de sus labios con naturalidad, como si lo hubiera dicho toda la vida. Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda, aun no terminaba de acostumbrarse a escuchar al otro llamarlo por su primer nombre.

—¿Entonces qué quieres, Potter?

El chico lo miró a los ojos fijamente, y de pronto, se sintió acorralado por la sensación. —Quiero saber qué significa para ti lo que pasó anoche.

Tragó saliva. —No sé.

Era la verdad, no sabía qué significaba, no sabía qué debía hacer con ello, Potter asintió, como si entendiera.

—Bueno —dijo—. Cuando lo sepas, dímelo.

Y antes de que Draco pudiera reaccionar, antes de que pudiera encontrar una respuesta decente, Potter sonrió y se alejó, dejándolo allí, en medio del patio, con el estómago revuelto y la cabeza hecha un caos.

Así que evitó a Potter el resto del día, era la única opción lógica, porque si se enfrentaba a él ahora, sin haber ordenado sus pensamientos, sin haber decidido qué hacer con lo que había pasado entre ellos, probablemente terminaría diciendo algo de lo que se arrepentiría.

O peor... algo de lo que no se arrepentiría en absoluto.

Así que pasó el resto del día refugiándose en la Sala Común de Slytherin, sumergido en libros que ni siquiera estaba leyendo, y esquivando las miradas inquisitivas de Pansy y Blaise.

No funcionó.

Porque Potter volvió a encontrarlo.

Era tarde cuando Draco finalmente había decidido salir de la Sala Común. Necesitaba despejarse, y el aire frío de los pasillos vacíos de Hogwarts siempre ayudaba. Lo que no esperaba era encontrar a Potter apoyado contra la pared, justo al final del pasillo, como si hubiera estado esperándolo.

Draco se detuvo en seco —¿Estás siguiéndome, Potter? —preguntó, con un tono más seco del que pretendía.

Harry sonrió con esa expresión confiada que siempre parecía tener cuando lo enfrentaba. No parecía sorprendido ni incómodo, como si hubiera estado completamente seguro de que Draco terminaría apareciendo.

—Sabes que puedo verte en el mapa —respondió, encogiéndose de hombros como si eso lo justificara todo.

Draco bufó con frustración. —¿Y eso te da derecho a acosarme?

—Solo estaba esperando que finalmente salieras de tu escondite —dijo Harry, dando un paso hacia él.

Rodó los ojos y continuó caminando, pasando junto al otro sin mirarlo. Pero Potter, siendo Potter, no lo dejó ir tan fácilmente.

—Draco.

Otra vez, su nombre en esa voz. Se detuvo en seco, con la mandíbula apretada y exhaló con fuerza antes de girarse lentamente. —¿Qué?

Harry se acercó, no lo suficiente como para invadir su espacio, pero sí lo bastante como para que Draco sintiera su presencia. Estaban solos, el pasillo estaba vacío y el silencio entre ellos se volvió incómodo.

—¿Vas a seguir evitándome? —preguntó Potter, sin rodeos.

Draco chasqueó la lengua. —No te estoy evitando.

—Mentira.

Lo fulminó con la mirada, cruzando los brazos sobre el pecho con brusquedad.

—¿Y qué si lo estoy haciendo? ¿Vas a detenerme con tu heroísmo Gryffindor?

Potter inclinó la cabeza, evaluándolo.

—No, solo quiero entender qué demonios pasa por tu cabeza.

Draco se tensó, sentía el pulso acelerado. Aun no estaba preparado para tener esa conversación.

—No todo tiene que ser un gran drama, Potter.

—No, pero esto sí lo es.

Draco apretó la mandíbula con fuerza. Estaba harto de que Potter hiciera parecer que todo era tan simple, tan claro. —¿Qué quieres que diga?

—La verdad estaría bien.

Lo miró, su mente trabajando demasiado rápido, tratando de encontrar una salida, una respuesta que no lo hiciera sentir vulnerable, que no lo hiciera sentir... atrapado. Pero Potter ya lo tenía atrapado, desde hace mucho tiempo. Así que suspiró, cerró los ojos por un momento y luego habló.

—No sé qué hacer con esto, no sé cómo funciona. —confesó finalmente, con la voz baja, apretada. Fue casi un susurro, pero Harry lo escuchó.

Asintió, como si hubiera estado esperando esas palabras.

—No tienes que hacer nada ahora —dijo, con un tono tranquilo que contrastaba con la confusión en la cabeza de Draco.

Draco lo miró con escepticismo.

—¿No?

—No —dijo Potter con suavidad—. Solo quiero que sepas que esto es real, que no lo imaginaste.

Draco sintió un nudo en el estómago, una presión incómoda que se le instaló bajo las costillas. Su cuerpo estaba tenso, los hombros rígidos, las manos apretadas en puños dentro de los bolsillos.

Esto era real.

Maldita sea.

Y Potter seguía mirándolo con esa intensidad absurda, como si quisiera desarmarlo con solo una mirada.

—No lo imaginé —dijo finalmente, más para sí mismo que para él.

—No lo hicimos.

Draco desvió la mirada, incapaz de sostenerle la vista por más tiempo. —Esto no es fácil para mí.

—Lo sé.

—No —insistió Draco, volviendo a mirarlo—. No lo sabes, no tienes ni idea.

Harry no dijo nada, solo lo miró con atención, esperando. Draco inspiró hondo y habló, aunque cada palabra le costó más que la anterior.

—Yo... no sé, así crecí. No me enseñaron a... a sentir. Me enseñaron a callar, a obedecer, a odiar. A esconder lo que soy. Esto... tú... no encajas en nada de lo que me dijeron que estaba bien, entonces no sé cómo se supone que tengo que actuar. No sé cómo hacer que esto funcione sin sentir que todo lo que fui se está derrumbando.

El silencio que siguió fue espeso, pero no incómodo.

—Entonces no lo fuerces —dijo, al fin—. Solo déjalo estar.

Draco lo miró de nuevo. Tenía los ojos abiertos de par en par, como si estuviera intentando recordar cada palabra que acababa de decir.

—Esto no significa que me gustes —dijo finalmente, en un intento torpe por recuperar el control.

Potter esbozó una sonrisa pequeña, tranquila.

—Claro que no —dijo—. Solo me dejaste besarte, me evitaste todo el día y ahora estás aquí diciéndome cosas que no le has dicho a nadie. Está clarísimo.

Draco frunció el ceño.

—Eres insoportable —murmuró Draco.

Harry sonrió.

—Lo sé.

Draco negó con la cabeza, sintiendo un peso extraño en el pecho.

—Me voy a dormir.

—Dulces sueños, Malfoy.

Draco no respondió, pero mientras caminaba de regreso a la Sala Común de Slytherin, no pudo evitar pensar en lo absolutamente condenado que estaba y en lo feliz que eso le ponía al mismo tiempo.

★★★

Al día siguiente, Draco decidió que lo mejor era fingir que nada había pasado.

No porque quisiera ignorarlo.

Bueno, sí. Pero también porque lidiar con Potter y sus malditos ojos verde intenso era más de lo que estaba dispuesto a soportar antes del desayuno. Así que entró al Gran Comedor con la cabeza en alto, tomó asiento junto a Pansy y Blaise y se dedicó a servirse café, con la firme intención de ignorar la existencia de Harry Potter.

Funcionó exactamente tres minutos.

—Buenos días, Malfoy.

Draco se tensó, cerrando los ojos por un segundo antes de girarse lentamente.

Potter estaba de pie junto a la mesa de Slytherin, con su maldita expresión tranquila, como si no estuviera rompiendo todas las normas tácitas del universo al dirigirse a Draco en plena luz del día y frente a todos.

De nuevo.

Un murmullo recorrió el comedor, mientras Blaise soltó una risa baja. —Esto va a estar bueno.

Draco se llevó dos dedos a las sienes con exasperación. Cerró los ojos por un segundo antes de mirar hacia arriba, directamente a los ojos verdes que lo observaban sin pudor.

—¿No tienes amigos a los que molestar en otra parte?

Potter sonrió apenas, como si esperara esa respuesta. —Ya los molesté, ahora es tu turno.

Lo miró con el ceño fruncido, sin entender cómo podía estar tan tranquilo mientras lo observaban todos. Pansy dejó escapar una carcajada ahogada y se inclinó hacia Blaise, tapándose la boca con la mano.

—Por Merlín, me encanta esto. —susurró en un tono demasiado alto como para no ser oído.

Draco le lanzó una mirada asesina antes de volver a enfocarse en Potter, que seguía ahí, imperturbable. Ni siquiera parecía notar la tensión en el aire, o tal vez sí, y simplemente no le importaba.

—¿Qué demonios quieres, Potter? —preguntó, con la mandíbula apretada.

Harry se encogió de hombros. —Nada en especial, solo charlar.

—¿Charlar? —repitió Draco con incredulidad, alzando una ceja.

—Ajá —asintió Harry, sin moverse del sitio.

—¿Aquí? —Draco lo miró de arriba abajo, como si le costara procesar el descaro.

—¿Por qué no?

Draco sintió un tic involuntario en la mandíbula. Era demasiado, el comedor entero estaba pendiente de ellos, sabía que había al menos un par de alumnos con sus plumas mágicas listas para tomar nota y correr a chismear a la Sala Común. La tensión subía por su espalda como una punzada.

—¿Disfrutas llamar la atención o simplemente te gusta torturarme?

Potter sonrió, inclinándose apenas hacia él, bajando un poco la voz, como si compartieran un secreto.

—Ambas.

Draco apretó los labios en una línea dura.

—Eres lo peor.

—Y tú sigues sin desayunar.

Draco frunció el ceño, descolocado.

—¿Qué?

Harry asintió con el mentón hacia el plato frente a él.

—Tu plato está vacío, no has probado bocado desde que llegaste.

Draco parpadeó, mirando su plato vacío, luego a Potter, luego nuevamente al plato.

—¿Me has estado... observando? —preguntó en voz baja, con un tono acusador y un poco incrédulo.

Harry ladeó la cabeza. —Digamos que tengo buena memoria.

Sintió cómo el calor le subía por el cuello, extendiéndose hasta la nuca y parte de las mejillas. Se movió incómodo en su sitio y fingió rascarse el cuello con la mano izquierda para disimularlo.

—Eres un imbécil —espetó con los dientes apretados.

—Y tú necesitas comer algo —replicó Potter, señalando el plato con el mentón otra vez.

—¡Potter! —soltó Draco en un susurro furioso, agachándose un poco para que solo él lo escuchara—. ¿Qué parte de "no quiero que me vean contigo" no has entendido?

—Todas, probablemente —respondió Harry, completamente serio—. Pero no me importa.

Draco lo miró con los ojos entrecerrados, estaba a punto de explotar, o de reír. No estaba seguro. Era como si Potter supiera exactamente qué botones presionar para desestabilizarlo, y lo hacía con una facilidad pasmosa.

Harry se rió, satisfecho, y finalmente se alejó, regresando a su mesa como si nada. Draco lo siguió con la mirada, desconcertado. Pansy apoyó el codo en la mesa, mirándolo con diversión.

—Así que... ¿quieres explicarnos qué demonios fue eso?

Draco bufó, agarrando su taza de café con más fuerza de la necesaria.

—No sé de qué hablas.

Blaise resopló.

—Oh, claro que lo sabes.

Draco no respondió, porque la verdad era que tampoco sabía qué demonios estaba pasando. Lo único que sabía era que Potter no iba a dejarlo en paz y que, lo peor de todo, parte de él ya no quería que lo hiciera.

★★★

Draco pensó que, después del espectáculo matutino de Potter, tendría un día tranquilo.

Se equivocó, porque Potter era insistente. Desesperantemente, absurdamente insistente.

Primero, apareció en su clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, lo cual no era raro, porque Gryffindor y Slytherin compartían esa asignatura. Lo raro fue que Potter se sentó justo en la mesa de al lado, demasiado cerca, como si lo estuviera vigilando.

—¿Qué estás haciendo? —susurró Draco, sin girarse.

—Nada —respondió Potter, con su tono más inocente.

Draco apretó los dientes, pero no dijo nada. Luego, en el almuerzo, Potter pasó junto a su mesa y, sin detenerse, dejó caer un pequeño paquete frente a él. Draco lo miró, desconfiado, y lo abrió con cautela.

Chocolate.

Pansy lo miró con una ceja en alto. —¿Desde cuándo Potter te deja regalos?

Draco ignoró la pregunta y empujó el chocolate lejos de él.

Luego, en los pasillos, cuando Draco se dirigía a la biblioteca, sintió una presencia demasiado familiar caminando a su lado. Se detuvo en seco, Potter también.

—¿Me estás siguiendo? —preguntó Draco con incredulidad, el tono elevado y tenso. Sus cejas se fruncieron con tanta fuerza que formaron una línea sobre el entrecejo.

—No —respondió Potter, cruzando los brazos con una serenidad que no se había ganado.

Draco parpadeó, atónito.

—¡Estás literalmente aquí!

—Coincidencia.

Draco resopló con fuerza, conteniendo las ganas de maldecirlo en voz alta. Dio media vuelta, dispuesto a seguir caminando, pero Potter siguió caminando junto a él.

—Déjame en paz —gruñó Draco sin girarse.

—No.

Draco cerró los ojos por un instante, conteniendo un rugido interno. Se giró otra vez con los puños apretados a los costados.

—Potter.

—Malfoy —replicó Harry con esa voz ligeramente burlona, como si estuvieran en una especie de rutina ensayada que solo él encontraba divertida.

—¿Por qué estás tan decidido a molestarme? —espetó Draco, con el tono cargado de exasperación. No solo por la situación, sino por el hecho de que parte de él... no quería que se detuviera.

Potter sonrió de lado, una sonrisa pequeña, pero cargada de intención. Ese tipo de sonrisa que Draco conocía bien, una que no mostraba todos sus dientes, pero sí todo su descaro.

—No te estoy molestando, estoy siendo amable —dijo, con ese tono ridículamente confiado que a Draco le daba ganas de empujarlo contra la pared y no necesariamente para pelear.

—No quiero tu amabilidad —dijo Draco, apretando los dientes.

Harry dio un paso adelante, solo uno, lo suficiente como para acortar un poco la distancia entre ellos.

—Demasiado tarde.

El silencio se estiró entre los dos, solo el crepitar de una antorcha cercana llenaba el pasillo. Draco respiró hondo, cerrando los ojos por un segundo.

—Eres... insoportable —dijo finalmente, con voz ronca, desgastada por el cansancio y algo más que no quiso analizar.

Harry inclinó la cabeza hacia un lado, sus ojos recorriéndolo con una lentitud irritante.

—Y tú te ves menos cansado hoy.

Draco lo miró con el ceño fruncido. Por un instante, pensó que había escuchado mal.

—¿Qué?

—Tus ojeras, están menos marcadas. Supongo que dormiste mejor anoche.

Draco abrió los ojos, sorprendido. Potter lo miraba con algo que no era burla, ni sarcasmo, solo... observación genuina. Y Draco, por alguna razón, se puso nervioso ante la sola idea de que Potter lo observara demasiado.

—Deja de observarme —espetó, aunque su voz sonó más débil de lo que esperaba.

Harry no respondió, así que aprovechó para girar y marcharse. Esta vez, Potter lo dejó ir, pero el rubio sabía, con absoluta certeza, que no por mucho tiempo.

Draco intentó convencerse de que Potter eventualmente se aburriría. Después de todo, él no era precisamente la persona más entretenida del castillo. A diferencia de lo que todos creían, no pasaba sus días tramando planes maquiavélicos ni sus noches riéndose malvadamente en la oscuridad. Tenía una rutina bastante común: clases, almuerzo, biblioteca, cena, evitar a la gente molesta y dormir.

Así que Potter tenía que aburrirse.

Pero Potter era, al parecer, tan terco como una piedra. Draco lo notó especialmente esa tarde en la biblioteca. Había encontrado un rincón tranquilo, apartado del resto, donde podía leer sin interrupciones.

O al menos, eso pensó, porque, después de unos minutos, un libro se dejó caer sobre la mesa frente a él. Draco alzó la vista, ya sintiendo la familiar exasperación burbujeando en su pecho.

—No puedes estar hablando en serio —dijo, con una mezcla de fastidio y resignación.

Potter, con su absurda confianza, tomó asiento como si fuera lo más normal del mundo.

—¿Yo? Siempre hablo en serio.

Draco rodó los ojos. —¿Por qué estás aquí?

Potter alzó su libro, mostrándoselo con expresión inocente.

—Estoy estudiando.

—No te creo.

Potter sonrió con suficiencia. —Eso suena como un problema tuyo, Malfoy.

Draco suspiró, masajeándose el puente de la nariz.

—No puedes simplemente sentarte aquí y pretender que esto es normal.

—¿Por qué no? —preguntó Potter, apoyando el codo en la mesa y mirándolo con interés—. ¿Tienes alguna regla de "prohibido Gryffindors" en tu espacio personal?

—No, pero tengo una regla de "prohibido Potter".

Potter dejó escapar una risa suave.

—Eso suena personal.

Draco entrecerró los ojos. —Lo es.

Se quedaron en silencio un momento. Draco intentó ignorarlo, enfocarse en su libro, pero era imposible. Sentía la mirada de Potter sobre él, como si intentara descifrar algo.

—¿Qué? —gruñó finalmente.

Potter apoyó el mentón en su mano, mirándolo con una expresión que Draco no supo leer del todo.

—Estoy tratando de entenderte.

Draco se tensó.

—Buena suerte con eso.

—¿Por qué te cuesta tanto aceptar que alguien quiera estar aquí? —preguntó Potter, en voz baja, con un tono que no era burlón ni desafiante, solo... curioso.

Draco no tenía una respuesta para eso o al menos, no una que quisiera compartir. Así que simplemente cerró su libro de golpe, se levantó y se marchó sin decir una palabra. Y, mientras caminaba por los pasillos, con el corazón latiéndole más rápido de lo que debería, supo que Potter aún seguía sonriendo.

Draco no entendía qué estaba pasando, ni con Potter, ni consigo mismo. Se suponía que todo esto era una molestia pasajera, algo que con el tiempo Potter olvidaría. Pero ahí estaba, apareciendo en su espacio, metiéndose en su rutina, actuando como si fuera perfectamente normal sentarse a su lado en la biblioteca o soltar comentarios como si llevaran años compartiendo secretos.

Y lo peor de todo es que Draco lo dejaba.

Bueno, no siempre, a veces lo ignoraba, a veces lo insultaba, a veces simplemente se iba. Pero otras... otras veces se quedaba.

Como esa tarde unos días después, cuando Potter lo encontró en los jardines recostado contra el tronco de un árbol, disfrutando de un raro momento de tranquilidad.

La luz del atardecer filtraba rayos dorados entre las hojas, tiñendo de cobre el césped, y el viento movía apenas las ramas altas, generando un murmullo suave, casi hipnótico. Draco estaba inmóvil, con la cabeza apoyada en el tronco y una pierna estirada sobre la hierba, la otra doblada con descuido. Era una imagen inusualmente pacífica para alguien que siempre parecía en tensión.

—¿Vas a decirme que este también es tu sitio? —preguntó sin abrir los ojos, apenas levantando una ceja al oír los pasos acercándose.

Hubo un crujido en la hierba, y luego el sonido claro de alguien dejándose caer a su lado.

—Nah —respondió Potter, con esa voz baja y familiar que Draco ya reconocía con irritante facilidad—. Solo te estoy siguiendo, como buen acosador profesional.

Draco bufó suavemente, y al fin giró la cabeza para mirarlo de reojo. Tenía una sonrisa apenas perceptible en los labios, de esas que niegan y aceptan al mismo tiempo.

—Al menos lo admites.

Harry se encogió de hombros como si nada de eso fuera relevante, como si estar ahí, interrumpiendo descaradamente su paz, fuera lo más natural del mundo.

—Sería más fácil si dejaras de huir.

—No huyo —respondió Draco sin pensarlo demasiado, con ese tono seco y automático que usaba como escudo.

—Sí huyes —insistió Potter, con la voz tranquila, como quien señala un hecho sin ánimo de discutir.

Draco entrecerró los ojos, girando el rostro por completo hacia él.

—¿Y si sí? —preguntó, con el ceño apenas fruncido—. ¿Qué vas a hacer?

Potter lo miró con una media sonrisa ladeada, sin un atisbo de burla.

—Seguirte —dijo simplemente.

Draco soltó un suspiro largo, entre exasperado y resignado, y volvió a cerrar los ojos, recostando la cabeza contra la corteza rugosa del árbol.

—Esto es agotador.

—No tienes que hacerlo más difícil, ¿sabes? —murmuró Potter, ahora con una suavidad inusitada, como si midiera cada palabra para no espantarlo—. Solo quiero que entiendas que esto es real.

El viento sopló con un poco más de fuerza, moviendo el flequillo de Draco sobre su frente. No abrió los ojos, solo apretó los labios en una línea delgada.

—Eso ya lo dijiste —recordó, aunque no con la misma firmeza de antes.

—Y lo diré tantas veces como sea necesario —contestó Harry, sin dudar un segundo.

Un silencio denso se instaló entre los dos, pero no era incómodo. Era el tipo de silencio que pesa, que dice más que cualquier frase. Draco no se movió, no bufó, ni lanzó un comentario hiriente para cortar la tensión.

Solo se quedó ahí, con los párpados cerrados, sintiendo la cercanía de Potter como una sombra persistente a su lado. Casi podía notar el calor que irradiaba su cuerpo, la forma en que respiraba, pausado, como si le diera espacio... pero sin irse.

Y lo más extraño de todo fue que Draco no quería que se fuera, no esta vez.

Potter no dijo nada más. Solo se quedó ahí con él, en silencio, como si entendiera que lo importante ya había sido dicho.

★★★

De pronto, era lunes , un fatídico, horrible y pesado lunes. Draco pasó la página del libro con una mezcla de frustración y resignación, sabía que leer teoría era lo único que le quedaba, pero por mucho que memorizara cada hechizo y su aplicación, nada cambiaría el hecho de que no tenía una varita para practicar.

Sus ojos recorrieron las líneas con desgano. Ni siquiera estaba absorbiendo la información, sus pensamientos estaban en otro lado, en otra persona; pero no, no se debía permitir seguir esa línea de pensamiento.

Fue entonces cuando escuchó la silla frente a él arrastrarse y no necesitó levantar la mirada para saber quién era.

—Sigues escondiéndote en los libros —comentó Potter, con ese tono que oscilaba entre la paciencia y la exasperación.

Draco suspiró, sin molestarse en responder.

—Mira, Malfoy —continuó Potter, cruzando los brazos sobre la mesa—, lo entiendo. O al menos, entiendo que te pone nervioso mi presencia, pero los exámenes se acercan y... necesitas esto.

Draco cerró el libro con un golpe seco.

—¿Y qué sugieres que haga, Potter? ¿Qué conjure hechizos con mis pensamientos? En caso de que lo olvidaras, no tengo varita.

—Pero sigues teniendo una cabeza. —Harry deslizó un pergamino sobre la mesa, lleno de anotaciones y preguntas estratégicas—. Y me sigues teniendo a mí. Yo te puedo ayudar a obtener tu varita, y podemos en estos meses entrenar tu instinto. Pensar rápido, anticiparte, encontrar soluciones.

Draco miró el pergamino y luego a Potter.

—Déjame adivinar. ¿Esto es una versión más desesperada de los entrenamientos que abandoné?

—No. —Potter lo sostuvo con la mirada—. Esto es una última oportunidad.

El peso de esas palabras cayó sobre Draco como una maldición imperdonable.

—Y si digo que no...

—No dirás que no. —Potter sonrió apenas—. Porque eres demasiado orgulloso para ir a los EXTASIS sin estar preparado.

Draco apretó los labios. Detestaba que tuviera razón, así que se quedó en silencio un momento antes de coger el pergamino y deslizarlo entre las páginas de su libro.

—Si vamos a hacer esto —dijo, sin mirarlo—, harás el favor de no actuar como si me estuvieras haciendo un favor.

Potter sonrió. —¿Eso significa que volvemos a entrenar?

Draco rodó los ojos. —Significa que leeré lo que escribiste, ya veremos si vale la pena.

Potter se levantó, claramente satisfecho. —Nos vemos en la Sala de Menesteres mañana.

Draco no respondió, pero cuando Potter se fue, sus ojos volvieron al pergamino. Retomar los entrenamientos no le parecía una mala idea. Hacía mucho que no estaban solos, lanzándose hechizos o encantamientos. Además, no podía negarlo: se ponía nervioso con la cercanía de Potter y más ahora que... bueno, que eso estaba pasando entre ellos. 

Pero tal vez era justo lo que necesitaba. Una oportunidad para poner en orden sus pensamientos, para entender qué significaba todo esto, para entender cómo se supone que funcionaba sentir algo por alguien.

★★★

Draco nunca se había sentido tan agotado mentalmente.

Pasar meses sin sostener su varita fuera de clases había sido frustrante, pero enfrentarse ahora a un duelo real, con Potter como oponente, le recordaba cuánto había perdido. No su habilidad—eso seguía allí, latente bajo la superficie—sino su confianza.

Era humillante.

Y lo peor era que Potter lo sabía.

—Tu reacción sigue siendo demasiado lenta, Malfoy —comentó con tono casual, lanzando otro Expelliarmus.

Draco bloqueó el hechizo con esfuerzo, sintiendo cómo sus músculos se tensaban.

—Y tú sigues sobrestimándote, Potter —replicó con sarcasmo, moviendo la varita en un rápido Protego.

La risa de Potter resonó en el aula vacía. —¿Eso crees? Entonces demuestra que puedes vencerme.

Draco apretó los dientes y atacó. Potter lo esquivó con facilidad, pero Draco vio la oportunidad y cambió de táctica. No había olvidado lo que era ser un duelista, no había olvidado lo que era ser un Malfoy.

Su siguiente hechizo fue rápido, directo, agresivo. Potter tuvo que girar bruscamente para evitarlo, su expresión mostrando una fugaz sorpresa antes de recuperar la compostura.

—Eso estuvo mejor —admitió, con una sonrisa ladeada.

Draco bajó la varita un poco, sintiendo cómo su respiración se aceleraba. —Ya lo sabía.

El Gryffindor rodó los ojos.

—Lo que no sabes es que, a este ritmo, no vas a durar ni cinco minutos en los EXTASIS si no recuperas práctica.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda: los EXTASIS, el fin de su condena en Hogwarts, el paso final para dejar atrás ese año infernal.

Potter debía haber notado su tensión, porque suspiró y cruzó los brazos.

—Mira, Malfoy... no me interesa lo que pienses de mí, pero lo que sí sé es que te mereces recuperar lo que es tuyo. Y si eso significa que tengo que patearte el trasero en cada entrenamiento hasta que vuelvas a ser el mismo idiota arrogante de siempre, lo haré.

Draco frunció el ceño, sintiendo una extraña mezcla de molestia y... algo más, algo que no estaba seguro de que era.

—Eres insoportable, Potter.

El otro sonrió.

—Gracias. Ahora, ataca de nuevo, y esta vez, trata de no dudar.

Draco no volvió a hablarle después de ese entrenamiento, ni siquiera cuando Potter le lanzó una mirada inquisitiva al salir del aula, como si esperara un insulto más o un comentario sarcástico.

Solo caminó por los pasillos en silencio, con una gota de sudor aun recorriendo su frente y las palabras de Potter repitiéndosele en la cabeza como un maldito eco.

"...te mereces recuperar lo que es tuyo."

Se odiaba por lo mucho que le había afectado esa frase. Porque, en el fondo, lo sabía, lo sentía cada vez que veía a los demás conjurar sin miedo, o cada vez que lo miraban con lástima o recelo. Él no era el mismo, no porque no pudiera, sino porque no se atrevía a serlo.

El resto de lo que quedaba de día intentó concentrarse en Historia de la Magia, pero terminó garabateando hechizos en el borde del pergamino. En el comedor, apenas probó bocado; escuchó risas en la mesa de Gryffindor, y su mirada fue directamente a Harry. El idiota le sonreía a Weasley como si no existiera nada más en el mundo.

Draco apartó la vista, furioso.

Para cuando anocheció y él ya estaba envuelto entre sabanas dispuesto a dormir, ya había tomado una decisión.

Así que esa tarde, dos días después, cuando Potter volvió a arrastrarlo a un aula vacía para entrenar, Draco tomó aire y decidió que no iba a contenerse.

—Otra vez —ordenó Potter, lanzándole su varita. Draco la atrapó en el aire con reflejos automáticos, sintiendo el ya familiar cosquilleo en sus dedos cuando la empuñó.

Se posicionó, con los pies firmes, la varita levantada, la mente despejada. Potter atacó primero, pero Draco bloqueó con facilidad. Un segundo hechizo vino de inmediato, pero esta vez no se limitó a defenderse. Giró sobre sus talones y conjuró un Expulso sin titubear.

Potter apenas alcanzó a levantar un escudo.

—Bien —dijo, con una chispa de satisfacción en la voz—. Sigue así.

Draco no necesitaba que se lo dijeran dos veces.

El aula se llenó de luces destellantes y murmullos de hechizos, de chispas de magia chocando en el aire. Draco atacó sin tregua, lanzando cada hechizo con precisión. Su cuerpo reaccionaba antes que su mente, su varita se movía como una extensión natural de su brazo. Era como si el tiempo sin practicar hubiera desaparecido, como si cada entrenamiento perdido no importara porque la magia seguía en él, intacta, esperando ser utilizada.

Potter sonreía mientras esquivaba, como si disfrutara ver a Draco en su elemento.

—Esto es lo que necesitabas —dijo en un momento, sin bajar la guardia—. No solo leer, sino sentirlo.

Draco rodó los ojos.

—¿Vas a seguir hablando o vas a pelear en serio?

Potter rió. —Tú lo pediste.

Y entonces, Potter también dejó de contenerse.

El cambio fue inmediato. Sus movimientos fueron más rápidos, más agresivos. Su varita se convirtió en un borrón entre sus dedos, cada hechizo lanzado con precisión letal. Draco maldijo en voz baja mientras bloqueaba una ráfaga de ataques, pero en lugar de frustrarse, se sintió... emocionado.

Porque esto era real, esto era lo que había estado esperando. Así que sin dudar, contraatacó.

El duelo se intensificó. Ambos se movían con sincronía perfecta, como si estuvieran bailando al ritmo de la magia. Draco sintió el sudor en su frente, el ardor en sus músculos, pero no se detuvo. No podía detenerse.

Potter le lanzó un Desmaius. Draco lo esquivó por centímetros y, en un impulso, conjuró un Expelliarmus con toda la fuerza que tenía.

La varita de Potter salió volando de su mano.

Silencio.

Draco respiraba agitado, observando cómo Potter lo miraba con una mezcla de sorpresa y... orgullo.

—Sabía que podías hacerlo —dijo, con una sonrisa genuina.

Draco, aún con la varita levantada, sintió algo extraño en el pecho. Algo cálido, pero algo muy peligroso.

Apartó la mirada.

—No seas tan condescendiente, Potter —murmuró, lanzándole su varita de vuelta—. Solo fue suerte.

Pero Potter negó con la cabeza. —No, Malfoy. Fue porque dejaste de dudar.

Pero Draco no tuvo idea de que responder.

Esa noche, no durmió bien. Cada vez que cerraba los ojos, veía la sonrisa de Potter. No una burlona, ni una altanera, era una genuina. Casi... orgullosa, y eso era un problema.

Porque, maldita sea. Le había encantado, le había fascinado que Potter lo mirara así. Que él —el maldito héroe, el que todo el mundo admiraba— le dedicara una expresión como esa.

Draco había pasado años buscando la aprobación de otros. La de sus compañeros, la del profesorado... la de su padre. Había soñado mil veces con ver orgullo en ese rostro frío y exigente. Pero nada de eso se comparaba con lo que había sentido al ver los ojos de Potter brillando así por él.

Así que se dijo a sí mismo que dejar de contenerse había sido la mejor decisión. O bueno... algo así, porque desde entonces, todo cambió.

Potter empezó a tratarlo distinto en los entrenamientos. No le hablaba tanto, pero sus hechizos eran más veloces, más precisos, más agresivos, como si lo hubiera ascendido de categoría sin avisarle. Como si, de pronto, esperara más de él.

Y Draco, por alguna razón que prefería no analizar a profundidad, no quería decepcionarlo. Y odiaba admitirlo, pero eso le gustaba.

Había algo en esos duelos que lo mantenía alerta, vivo. Era lo más parecido a tener el control otra vez, allí no importaban los susurros en los pasillos, ni las miradas de desconfianza, ni el peso del apellido Malfoy. Solo estaban él y Potter. La varita. El instante. La tensión en el ambiente.

Demasiada tensión, quizás.

Y esa noche no era diferente.

—Concéntrate, Malfoy —gruñó Potter, lanzándole un Confringo que Draco apenas bloqueó a tiempo.

—Estoy concentrado —respondió entre dientes.

—No lo suficiente.

Draco chasqueó la lengua y lanzó un Petrificus Totalus, Potter lo esquivó con agilidad, girando sobre sus talones, y contraatacó con un Expelliarmus.

Draco bloqueó.

Potter avanzó.

Draco retrocedió.

La dinámica se tornó más agresiva, más frenética. Sus pies se movían en perfecta sincronía, los hechizos iluminaban la sala con destellos intermitentes. Draco sintió la adrenalina recorrer su cuerpo, el calor acumulándose en su pecho.

Pero en un descuido, todo cambió.

Potter hizo un movimiento inesperado, un giro brusco que lo tomó desprevenido. Draco reaccionó demasiado tarde, y antes de poder levantar su varita, sintió el impacto.

No de un hechizo.

De Potter.

Ambos cayeron al suelo con un golpe sordo, varitas rodando lejos. Draco sintió el peso de Potter sobre él, sus respiraciones agitadas mezclándose en el aire denso de la habitación.

Y entonces se dio cuenta de lo cerca que estaban, del calor que Potter irradiaba contra su piel. De cómo su mirada verde, intensa y fija en él, lo hacía sentir como si el suelo hubiese desaparecido bajo su espalda.

No hubo advertencias esta vez, no hubo vacilaciones. Potter se inclinó apenas, y Draco, sin pensar, sin dudar, lo jaló por la túnica y lo besó.

El beso fue desesperado, torpe, lleno de la misma energía que había impregnado el duelo. Potter respondió de inmediato, con la misma urgencia, con la misma rabia contenida. Sus manos se aferraron a los hombros de Draco, mientras este entrelazaba los dedos en su cabello desordenado.

Era un error.

Un maldito error.

Pero Draco no podía detenerse.

Y por cómo Potter lo sujetaba con tanta fuerza, con tanta intensidad, supo que él tampoco quería detenerse.

Draco no supo cuánto tiempo estuvieron así, aferrados el uno al otro, besándose como si se estuvieran ahogando y el otro fuese la única forma de respirar. Lo único que sabía era que, cuando finalmente Potter se apartó, con la respiración entrecortada y los labios enrojecidos, sintió como si le hubieran arrancado algo.

El silencio entre ellos era ensordecedor.

Harry lo miraba con esa intensidad que hacía que Draco quisiera gritar o tal vez volver a besarlo solo para que dejara de mirarlo así.

—Esto es una mala idea —murmuró Draco, apenas un hilo de voz.

—Lo sé —respondió Potter, pero no se movió.

Draco tragó saliva, sintiendo cómo la gravedad de lo que acababan de hacer se asentaba entre ellos. Porque era la segunda vez que se besaban y además no podían fingir que había sido un accidente, que había sido un momento de debilidad o un error de cálculo.

No, porque ambos lo habían querido y eso lo hacía infinitamente peor.

—Potter... —intentó hablar, pero Harry negó con la cabeza.

—No lo digas.

—Pero...

—Si dices que fue un error, juro que te lanzaré un maleficio —murmuró Potter con una sonrisa cansada.

Draco sintió un nudo en el pecho. No porque no quisiera decirlo, sino porque sabía que sería mentira.

Porque no era un error, porque, por mucho que intentara convencerse de lo contrario, de que Potter solo lo ayudaba por lástima, de que su relación era solo una consecuencia del Ministerio, de los golpes, de los hechizos...

No podía negar lo que realmente estaba sucediendo.

No podía negar que cada vez que Potter lo buscaba, él lo dejaba encontrarlo. Que cada vez que Potter lo tocaba, su piel ardía. Que cada vez que Potter lo miraba, sentía que se estaba cayendo en un precipicio y que, por primera vez en su vida, no quería aferrarse a nada para evitarlo.

Potter suspiró y se dejó caer de espaldas sobre el suelo de la sala de menesteres, pasando una mano por su rostro.

—¿Cómo terminamos aquí, Malfoy? —preguntó con voz ronca.

Draco se quedó en silencio un momento antes de soltar una risa sarcástica.

—Bueno, técnicamente, tú me empujaste al suelo.

Harry giró la cabeza para verlo, una sonrisa ladeada asomándose en sus labios.

—Eres un idiota.

—Tú más.

Se quedaron así, mirándose, con el eco de sus respiraciones llenando la sala.

Y Draco supo, con absoluta certeza, que esto solo era el comienzo de algo que ninguno de los dos podría detener.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 13: 𝑿𝑰𝑰

Chapter Text

 

★★★

Draco no podía concentrarse.

Desde que había salido de la Sala de Menesteres, su mente no había dejado de repasar lo que había pasado. No había dejado de pensar en la forma en que Potter lo había mirado, en el peso de su respiración contra su piel, en el calor de su cuerpo tan cerca del suyo.

Pero, sobre todo, no podía dejar de pensar en el beso.

Ese maldito beso que no se sentía como un error. Ese beso que, lejos de llenarlo de arrepentimiento, lo dejaba ansioso por más.

—Malfoy, deja de mirar fijamente la pared o voy a pensar que te lanzaron un confundus.

La voz de Blaise lo sacó de golpe de su ensimismamiento. Parpadeó un par de veces antes de girar la cabeza hacia su amigo, quien lo observaba con una ceja alzada y una sonrisa burlona.

—No estoy confundido —masculló Draco, regresando la vista a su libro.

—No, claro que no —se burló Pansy desde el otro lado del sofá, donde estaba pintándose las uñas con un hechizo—. Solo llevas toda la semana actuando como si tu mente estuviera en otro planeta.

Draco chasqueó la lengua. —No exageres.

Blaise sonrió con diversión.

—¿Tiene algo que ver con la escenita en la mesa de Slytherin la otra vez? ¿O quizás con cierta persona que no ha dejado de rondarte como un perro fiel?

Draco sintió su mandíbula apretarse. —No sé de qué hablas.

—Oh, por favor —soltó Pansy, rodando los ojos—. No somos idiotas, sabemos que pasa algo con Potter.

—No pasa nada —repitió Draco con firmeza.

Blaise soltó una risita.

—Sí, claro. Y yo soy el próximo Ministro de Magia.

Draco cerró el libro de golpe y se levantó del sillón.

—Tengo cosas que hacer.

Pansy y Blaise intercambiaron una mirada antes de que Pansy hablara con fingida inocencia:

—¿Te vas a ver con Potter?

Draco se detuvo un segundo antes de girarse con una mirada afilada.

—No.

Pero incluso él sintió lo poco convincente que sonó.

★★★

La tarde siguiente , Draco se encontraba en su sitio habitual en la biblioteca, fingiendo que leía, aunque su mente estaba en otra parte. Estaba tan perdido en sus pensamientos que no notó que Potter había llegado hasta que una silla chirrió frente a él.

Draco alzó la vista y lo encontró mirándolo con una expresión entre expectante y cautelosa.

—¿Otra vez siguiéndome, Potter? —murmuró con un suspiro.

Harry apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos.

—Solo vine a decirte que hoy entrenamos.

Draco arqueó una ceja. —¿Y si no quiero entrenar?

—Tienes que hacerlo —respondió Harry, encogiéndose de hombros—. Te guste o no, tus exámenes finales están cerca y necesitas práctica.

Draco lo miró con sospecha.

—¿Esto es solo por los exámenes o es otra de tus excusas para que pasemos tiempo juntos?

La comisura de los labios de Harry se curvó en una sonrisa divertida.

—¿Y si es ambas cosas?

Draco sintió su estómago dar un vuelco molesto.

—Eres insufrible.

—Y tú un terco. Ahora vamos.

Draco bufó, pero se levantó de su asiento. Porque, aunque le molestara admitirlo, Potter tenía razón, necesitaba entrenar.

Lo que no quería admitir era que, en el fondo, también quería estar cerca de él.

La Sala de Menesteres apareció ante ellos como siempre: un amplio espacio con el suelo acolchado para amortiguar caídas, algunas dianas flotando en el aire y un par de estanterías con libros sobre duelos mágicos.

Draco estaba de pie en el centro de la sala, con la varita en la mano. Bueno, su varita, pero que Potter aún conservaba y solo le entregaba en momentos como este.

—Bien —dijo Harry, girando la propia varita entre los dedos—. Vamos con hechizos más avanzados, será difícil.

Draco puso los ojos en blanco.

—Potter, puedo recitar de memoria los movimientos de defensa y ataque. He leído más libros de los que tú has tocado en tu vida.

—Leer no es lo mismo que hacer —replicó Harry con una sonrisa ladina—. A ver como reacciones.

Harry le apuntó con la varita de inmediato. —Impedimenta

Draco apenas tuvo tiempo de reaccionar, lanzó un Protego con rapidez, y la luz roja de Harry rebotó en su barrera.

—Eso fue fácil —soltó Draco con suficiencia.

Harry no le dio tiempo de seguir hablando, pues un Incendio salió disparado de su varita. Draco apenas lo esquivó, rodando hacia un lado.

—Vamos, ¿en serio? —dijo, levantándose con rapidez.

—Te dije que iba a ser difícil —se burló Harry.

Draco frunció el ceño y alzó su varita.

El duelo se intensificó. Hechizo tras hechizo llenó el aire. Draco estaba seguro de que había sorprendido a Potter varias veces, pero el condenado siempre encontraba la forma de esquivar, bloquear o contraatacar con una velocidad exasperante.

Después de unos minutos, ambos estaban respirando agitados, con la ropa desordenada y algunas hebras de cabello pegadas a la frente por el sudor.

Draco intentó lanzar un hechizo rápido, pero Harry fue más rápido.

—¡Expelliarmus!

La varita de Draco salió volando de su mano y aterrizó justo en la mano de Potter.

—Maldita sea—murmuró Draco, frustrado.

Harry, sin embargo, tenía una sonrisa satisfecha.

—Te distrajiste.

—No me distraje.

—Sí lo hiciste.

—No es cierto, Potter.

—Entonces, ¿por qué sigues sin moverte?

Draco entrecerró los ojos y avanzó hacia él con la intención de arrebatarle la varita, pero en cuanto estuvo lo suficientemente cerca, Harry extendió la mano y lo tomó por la muñeca.

Draco sintió un escalofrío recorrerle el brazo.

—Déjame ir —dijo en voz baja.

Harry no lo hizo. En cambio, lo miró con intensidad.

—Demuéstrame que no te distrajiste —murmuró.

Draco abrió la boca, pero no pudo decir nada. Porque claro que se había distraído, se había distraído con Potter, con la forma en que se movía, con la maldita sonrisa de satisfacción que tenía cuando lograba algo.

Harry debía haberlo notado, porque de repente la distancia entre ellos pareció desaparecer.

Draco sintió su respiración acelerarse.

No, no otra vez.

Pero antes de que pudiera decidir si dar un paso atrás o lanzarse de lleno a la caída, Potter tomó la decisión por él.

Lo besó, y Draco, en contra de todo lo que se había repetido, le devolvió el beso.

No había lógica en ello, solo la sensación de las manos de Harry en su rostro, de su cuerpo contra el suyo, de la forma en que sus labios se movían con la misma intensidad con la que peleaban.

Harry lo empujó suavemente contra la pared, sin separarse de él, como si no estuviera dispuesto a darle la oportunidad de arrepentirse.

Después de unos minutos se separaron solo un poco, el aire en la Sala de Menesteres estaba cargado. Harry aún lo tenía contra la pared, su agarre no era opresivo, pero tampoco le dejaba mucho espacio para moverse. Y el muy idiota tenía los ojos entrecerrados, mirándolo como si estuviera esperando que Draco hiciera algo.

Draco no hizo nada.

O mejor dicho, hizo lo peor que podía hacer: dejó que Harry se acercara de nuevo.

El segundo beso fue más lento, no había prisa ni desesperación, solo la presión firme de los labios de Potter sobre los suyos, como si estuviera asegurándose de que Draco no se apartara.

Y Draco no lo hizo, no cuando sintió los dedos de Harry enredarse en su cabello. No cuando su propio cuerpo reaccionó por instinto, aferrándose a la túnica de Potter como si necesitara algo a lo que sujetarse.

No cuando, por un momento, olvidó quién era él y quién era Potter.

Pero entonces Harry se separó apenas unos centímetros, y Draco tuvo suficiente espacio para recordar. Recordó que Potter lo hacía enloquecer, que era un Gryffindor insufrible, que todo esto no tenía sentido.

Y que lo peor de todo era que quería seguir besándolo.

—Esto es una maldita idea estúpida —murmuró Draco, sin aliento.

Harry sonrió. Maldito fuera.

—Lo sé.

—Entonces deja de hacerlo.

—No.

—Potter...

—No.

Draco lo miró con exasperación.

—¿Siempre tienes que discutirlo todo?

—Solo cuando vale la pena.

Harry se inclinó otra vez, pero esta vez Draco colocó una mano en su pecho, deteniéndolo.

—No podemos.

Harry entrecerró los ojos, y Draco vio el cambio en su expresión. Se puso a la defensiva, como si estuviera preparándose para que Draco dijera algo que él no quería escuchar.

—¿Por qué no? —preguntó.

Draco apartó la mirada.

Porque esto no es real, porque no sé qué significa, porque tengo miedo de lo que podría significar.

Pero en lugar de decir cualquiera de esas cosas, solo dijo:

—Porque no.

Harry chasqueó la lengua. —Esa no es una respuesta.

—Pues es la única que tengo.

Hubo un silencio, entonces Harry suspiró y dio un paso atrás, Draco sintió el frío de inmediato.

—Bien —dijo Harry, aunque sonaba irritado—. Pero no sigas evitando el tema. No voy a dejar que te alejes como la última vez.

Draco frunció el ceño. —¿Y si quiero alejarme?

Harry lo miró con una intensidad que hizo que Draco sintiera un nudo en el estómago.

—No quieres —dijo con absoluta certeza.

Draco apretó los labios, porque Potter tenía razón, otra maldita vez. Lo odiaba, lo odiaba mucho. Odiaba lo fácil que era para Potter meterse bajo su piel. Odiaba lo fácil que era para él saber exactamente lo que estaba pensando, lo que estaba sintiendo.

No, no quería alejarse, pero tampoco sabía qué significaba esto.

La Sala de Menesteres se había quedado en silencio. Solo se escuchaba su respiración, aún acelerada por el duelo... y por lo que había pasado después.

Harry no se había movido mucho. Seguía de pie frente a él, los ojos verdes fijos en los suyos, con una mezcla de desafío y... algo más, algo que Draco sabía que significaba, pero que no quería nombrar.

Draco se pasó una mano por el cabello y se obligó a recuperar el control.

—Si vamos a seguir con esto —dijo, con la voz lo más estable posible—, entonces deja de hacer estupideces.

Harry arqueó una ceja.

—¿A qué te refieres?

—A lo que pasó en la mesa de Slytherin, a cómo no te importa lo que la gente dice, a cómo actúas como si todo esto fuera normal.

Harry cruzó los brazos, claramente sin inmutarse. —Porque para mí lo es.

Draco sintió un escalofrío.

—No lo es para mí.

Harry lo observó por un momento, como si estuviera procesando esas palabras.

Luego, con una calma que a Draco lo irritó aún más, preguntó: —¿Qué necesitas?

Draco frunció el ceño. —¿Qué?

—Para que esto sea más fácil para ti —explicó Harry, sin apartar la mirada—. ¿Qué necesitas?

Draco sintió su boca secarse, porque esa pregunta... nadie se la había hecho antes. Nadie había considerado cómo se sentía él, qué necesitaba él; pero Potter sí.

—Necesito que esto no sea un problema —dijo al final, con voz tensa—. Que no interfiera con nada. Que no...

Que no me haga perder la cabeza.

Pero no terminó la frase. Harry asintió lentamente, como si lo entendiera.

—Está bien.

Draco lo miró, sorprendido.

—¿Está bien?

—Sí, no voy a forzarte a nada —respondió Harry—. Pero tampoco voy a fingir que esto no está pasando.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda, porque Harry Potter estaba tomándose esto en serio y eso significaba que él también tendría que hacerlo.

★★★

Los días siguientes pasaron con una calma engañosa, Harry no volvió a acorralarlo en cada esquina ni volvió a hacer alguna escena en la mesa de Slytherin. Mantenía las distancias... al menos cuando había gente cerca.

Pero Draco no era idiota.

Notaba sus pasos cuando "casualmente" se cruzaban en los pasillos. Notaba su mirada fija desde el otro extremo de la biblioteca. Notaba cómo las comisuras de los labios de Potter se curvaban en una sonrisa descarada cuando no había nadie más mirando.

Y aunque no se habían vuelto a besar, la tensión seguía allí. Latente, muy peligrosa.

Durante los entrenamientos, Harry encontraba cualquier excusa para rozar su mano, al pasarle la varita o al corregirle la postura. No decía nada, pero sus dedos tardaban un segundo más de lo necesario en soltarse.

Draco intentaba mantener la compostura. Lo intentaba de verdad, pero cada roce, cada mirada, cada maldita sonrisa le desarmaban un poco más.

Así que cuando esa noche se encontraron nuevamente en la Sala de Menesteres, Draco ya estaba agotado. No físicamente, sino que mentalmente, emocionalmente. Porque estaba empezando a admitir —aunque fuera solo en silencio— que esto ya no era algo que podía ignorar.

—¿Estás bien? —preguntó Harry, ladeando un poco la cabeza, con el entrecejo ligeramente fruncido.

Draco rodó los ojos con teatralidad, cruzándose de brazos brevemente antes de suspirar.

—Estoy perfectamente.

—No lo parece —replicó Harry, bajando la voz, como si eso hiciera más difícil que Draco escapara de la verdad.

Draco apretó la mandíbula y levantó la varita.

—Vamos, lanza el hechizo.

Harry dudó un instante, observándolo con atención. Luego, asintió con suavidad.

—Expelliarmus.

Draco reaccionó un segundo tarde. Demasiado tarde. Su varita salió disparada de sus manos y Harry la atrapó sin esfuerzo.

—¿En serio, Malfoy? —dijo con una ceja alzada, girando la varita entre los dedos como si fuera un trofeo.

—Dámela —espetó Draco, con los ojos encendidos y un leve rubor en las mejillas, ya no estaba seguro si de rabia o de vergüenza.

Pero en lugar de devolverla, Harry siguió jugando con ella entre sus dedos, observándolo con una mirada calculadora.

—Estás distraído.

—No estoy... —Draco comenzó, con voz tensa.

—Sí lo estás —lo cortó Harry, avanzando un paso, su tono bajo, casi desafiante.

Draco dio un paso atrás instintivamente, sintiendo cómo el aire entre ambos se cargaba de electricidad.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, su voz más baja ahora, casi un susurro.

Harry ladeó una sonrisa, la varita de Draco aún en su mano.

—Tú dime.

Draco sintió su espalda chocar contra la pared y Potter estaba demasiado cerca. Entonces, como si fuera lo más natural del mundo, Harry levantó la varita de Draco y se la tendió.

Draco la tomó con cautela, sus dedos rozando los de Harry y en ese instante, supo que estaba perdido. Porque se quedó atrapado en esos ojos verdes, en la forma en la que Potter lo miraba, como si estuviera esperando algo.

Draco no sabía quién se movió primero, solo sintió cuando sus labios volvieron a encontrarse, cuando la presión suave pero firme de Potter contra él hizo que su respiración se entrecortara.

Fue un beso lento, sin prisas, pero con una intensidad que lo dejó sin aliento. Cuando se separaron, Harry tenía una sonrisa satisfecha.

—Ahora sí pareces concentrado.

Draco lo fulminó con la mirada. —Eres un idiota.

Harry se encogió de hombros. —Pero uno que besa bien.

Draco quiso golpearlo.

O besarlo otra vez.

Y eso era exactamente el problema.

★★★

Draco no podía creerlo, o mejor dicho, no quería creerlo.

Porque besarse con Potter una vez había sido un error. Dos veces, una catástrofe. Tres veces, algo que no podía negar. Pero cuatro...

Cuatro veces significaba algo y Draco no estaba listo para averiguar qué.

Así que, a la mañana siguiente, evitó a Potter. Se sentó lo más lejos posible en el Gran Comedor, se escabulló de las clases antes de que pudieran salir juntos. En los pasillos, si escuchaba su voz, daba media vuelta.

Pansy lo notó, por supuesto.

—¿Desde cuándo eres tan cobarde? —preguntó, alzando una ceja mientras se acomodaba junto a él en la biblioteca.

—No sé de qué hablas.

—Oh, por favor —bufó, cerrando su libro con un golpe—. Te vi salir corriendo cuando Potter entró.

Draco frunció el ceño. —No salí corriendo.

—Draco, prácticamente huiste.

No respondió. Pansy lo observó un momento, luego sonrió con malicia.

—No me digas que pasó algo entre ustedes.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—No pasó nada.

—Ajá —dijo Pansy, claramente sin creerle—. Entonces, ¿por qué evitas a Potter como si fuera un dementor?

Draco apretó los labios.

No podía decírselo, no podía decirle que Potter lo había besado. Que él lo había besado de vuelta. Que había sentido su corazón tamborilear contra su pecho de una manera que no sentía desde... nunca.

Porque si lo decía en voz alta, se volvería real.

—Solo estoy ocupado con los exámenes —mintió.

Pansy lo miró como si estuviera a punto de golpearlo con su propio libro de transformaciones.

—Eres un idiota.

Draco suspiró.

—Eso ya me lo dijeron.

Evadir a Potter funcionó, por un día, porque, por supuesto, Potter no iba a dejarlo en paz.

—Draco.

Se tensó, estaba solo en el aula vacía donde a veces estudiaba, y ahora Potter estaba ahí, cerrando la puerta detrás de él.

Genial.

—¿Qué quieres, Potter? —preguntó con cansancio.

Harry cruzó los brazos. —Que dejes de evitarme.

Resopló.

—No te estoy evitando.

—Claro, porque esconderte en un aula vacía es lo más normal del mundo.

Draco se cruzó de brazos, mirándolo con frialdad.

—Mira, Potter, lo que pasó... no significa nada.

Harry no reaccionó, solo lo miró, fijo y firme, como si pudiera ver a través de él y Draco odió que eso lo pusiera nervioso.

—¿Y si para mí sí significa algo? —preguntó Harry en voz baja.

Draco sintió que el aire se volvía denso.

—No digas estupideces.

—No lo es.

Harry dio un paso adelante. Draco no se movió.

—Dilo —susurró Harry.

—¿Decir qué?

—Dime que no quieres que vuelva a pasar.

Draco abrió la boca, pero nada salió. Porque no podía decirlo, porque sería mentira y Potter lo sabía.

Sonrió apenas.

—Eso pensé.

Y antes de que Draco pudiera reaccionar, Potter se inclinó y lo besó. Esta vez, Draco no intentó detenerlo. No cuando Potter lo besaba con tanta intensidad, como si quisiera grabar su presencia en cada fibra de su ser. No cuando sus manos se aferraban a su túnica con desesperación contenida, como si temiera que Draco desapareciera en cualquier momento.

Y definitivamente no cuando Draco, contra todo sentido común, le correspondía.

Lo jaló por la nuca, profundizando el beso, dejando que todo lo que no podía decir se deslizara entre sus labios, entre los suspiros compartidos y el calor abrumador de tenerlo tan cerca.

Era un desastre.

Era una locura.

Era Potter.

Y Draco estaba cayendo.

No supo cuánto tiempo pasó hasta que se separaron, apenas un par de centímetros, respirando agitadamente en el silencio del aula vacía.

Potter lo miró, no con burla, no con desafío; sino con algo más. Algo que Draco no quería nombrar porque significaba aceptar que esto no era solo un capricho, ni un impulso, ni una maldita confusión.

Draco tragó en seco.

—Esto... —comenzó, pero se interrumpió porque ni siquiera sabía qué quería decir.

Potter sonrió, y había algo en su expresión que lo hizo estremecer.

—No me digas que no quieres que vuelva a pasar —dijo en voz baja, recordándole su conversación anterior.

Draco entrecerró los ojos.

—Eres un arrogante de mierda.

—No lo negaste.

—Eso no significa que—

Pero Potter lo besó otra vez. Draco soltó un maldito suspiro porque esto no estaba bien, no tenía sentido, pero se aferró a su túnica de todas formas y dejó que la realidad se desdibujara entre besos robados y corazones latiendo demasiado rápido.

Cuando finalmente se apartaron, la respiración de Potter seguía agitada, y Draco sintió el impulso de volver a besarlo solo para ver si podía robarle el aire otra vez.

Pero entonces, la maldita realidad se filtró entre ellos.

El silencio, el peso de lo que acababan de hacer. Draco se pasó una mano por el cabello, intentando ordenar su mente.

—Esto... no cambia nada.

Potter arqueó una ceja. —¿Ah, no?

—No.

—Interesante, porque creo que acabo de besarte. Varias veces.

—Fue un error.

Potter lo observó, cruzando los brazos.

—Dilo sin tartamudear y tal vez te crea.

Draco lo fulminó con la mirada.

—No voy a—

—No tienes que decidir ahora.

Draco parpadeó, Potter lo miraba con una tranquilidad que lo descolocó.

—Pero tampoco me mientas —continuó—. Sabes que esto no es un error.

Draco apretó los labios, desviando la mirada, porque Potter tenía razón.

¡Otra maldita vez!

★★★

Draco no volvió a los entrenamientos.

No podía.

No cuando cada vez que cerraba los ojos, sentía los labios de Potter sobre los suyos. No cuando todavía podía recordar el calor de sus manos, la forma en que lo había mirado después. Como si esperara algo, como si supiera que Draco iba a huir, pero aún así estuviera dispuesto a esperarlo.

Y eso lo volvía loco, así que lo evitó.

Se escudó en la excusa perfecta de que los exámenes estaban cerca, que necesitaba estudiar, que no tenía tiempo para duelos ni para entrenamientos ni para cometer más errores.

Y, por supuesto, Potter no lo dejó en paz.

—¿Hasta cuándo vas a seguir huyendo?

Draco alzó la vista de su libro y se encontró con Potter parado frente a su mesa en la biblioteca. Lo miró con fastidio, aunque su corazón latía demasiado rápido en su pecho.

—No estoy huyendo.

—No, claro. Solo llevas una semana ignorándome y desapareciendo cada vez que intento hablar contigo —dijo Potter, cruzándose de brazos—. Pero sí, seguro que es coincidencia.

Draco apretó la mandíbula.

—Estoy estudiando.

—¡Shhhhhh!

Madam Pince los fulminó con la mirada desde su escritorio, pero Potter ni siquiera se inmutó. Draco cerró el libro con un golpe seco y se inclinó hacia adelante, susurrando con furia:

—¿Puedes bajar la voz, por favor?

Potter sonrió con suficiencia. —Entonces deja de evitarme.

Draco lo miró con incredulidad.

—¿De verdad vamos a hablar de esto aquí?

—Tú dime, porque claramente no quieres hablar en ningún otro sitio.

Draco frunció los labios.

—No hay nada que hablar.

—¿No? —Potter se inclinó, apoyando las manos sobre la mesa—. Porque la última vez que te vi, estabas besándome como si tu vida dependiera de ello.

Draco sintió que el calor subía a su rostro.

—Baja la voz, maldita sea.

—¿Por qué? ¿Te doy vergüenza?

—¡Sí!

El silencio que siguió fue brutal.

Draco se quedó helado, Potter lo miró fijamente, su expresión impenetrable, y por un segundo, Draco se odió a sí mismo. Porque eso no era lo que quería decir, no era la verdad.

Pero ya era tarde, Potter enderezó la espalda, su rostro perdiendo toda emoción, y Draco sintió un vacío en el estómago cuando el otro asintió lentamente.

—Lo entiendo.

Draco abrió la boca, pero no supo qué decir.

Potter le sostuvo la mirada un momento más y luego se giró para salir de la biblioteca sin decir nada más. Draco se quedó allí, con el libro abierto frente a él, incapaz de leer una sola palabra.

Y supo, con una certeza dolorosa, que la había cagado.

Después de eso, Draco no lo vio en todo el día y al día siguiente tampoco.

Por primera vez en meses, Potter fue quien comenzó a evitarlo. No lo buscó en el desayuno, no apareció en la biblioteca. No intentó acorralarlo en los pasillos ni le lanzó miradas furtivas en clase. Era como si hubiera decidido que Draco ya no existía.

Y Draco debería sentirse aliviado, debería estar satisfecho de que Potter finalmente lo dejara en paz, de que no insistiera más, de que las cosas volvieran a la normalidad.

Pero no.

No cuando cada vez que entraba a una habitación, lo primero que hacía era buscarlo sin darse cuenta. No cuando cada vez que escuchaba una risa fuerte en el comedor, su estómago se encogía al pensar que podría ser Potter. No cuando la ausencia de su presencia se sentía como una maldita punzada en el pecho.

Y lo peor de todo era que no tenía a quién culpar más que a sí mismo.

Tres días después, Potter finalmente apareció.

Fue durante la clase de Pociones, cuando Draco llegó y lo encontró ya sentado en su mesa, al lado de Granger y Weasley.

Como si nada hubiera pasado, como si nunca hubiera pasado. Potter ni siquiera le dirigió la mirada, Draco apretó los dientes y se obligó a caminar hasta su lugar.

Bien.

Si Potter podía pretender que todo estaba normal, él también podía.

★★★

—¿Puedo hablar contigo?

Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas.

Potter se giró lentamente, mirándolo con indiferencia. El Gran Comedor estaba lleno, y Draco sintió la mirada de varias personas sobre ellos, pero ya no le importaba.

Potter, quien comía solo, lo observó un momento antes de encogerse de hombros.

—No tengo nada que decirte.

Draco sintió un pinchazo en el pecho.

—Harry...

Potter se rió sin humor.

—Oh, ahora soy Harry. Qué interesante.

Draco frunció el ceño. —No seas dramático.

—¿Dramático? —Potter lo miró con incredulidad—. Draco, fuiste tú el que dijo que yo era algo de lo que avergonzarse. No yo.

Draco sintió un nudo en la garganta.

—Yo no dije eso.

—Lo insinuaste.

Silencio.

Potter suspiró y negó con la cabeza.

—Mira, no voy a estar persiguiéndote como un idiota, Malfoy. Si no quieres esto, dilo, pero no me hagas perder el tiempo.

Draco tragó saliva. —No sé qué quiero.

Potter lo miró fijamente, como si estuviera evaluando si valía la pena seguir con esto. Finalmente, después de un largo momento, asintió.

—Cuando lo sepas, me avisas.

Y con eso, se giró y se alejó.

Draco se quedó de pie en medio del comedor, con la certeza de que acababa de cruzar una línea de la que no podía regresar. Así que pasó el resto del día sintiéndose como una puta mierda. No debería importarle, no debería estar dándole vueltas a lo que Potter dijo, a la manera en que lo miró, con esa decepción silenciosa que dolía más que si le hubiera gritado. Pero lo estaba haciendo.

Así que para cuando llegó la noche, había tomado una decisión.

Lo encontró en la torre de Astronomía. Por supuesto que estaría ahí, era el único lugar en todo el castillo donde se podía estar solo sin que nadie hiciera preguntas. Harry estaba apoyado contra la baranda, con la mirada perdida en el cielo nocturno. Ni siquiera se giró cuando Draco llegó.

Eso lo hizo sentir aún peor.

—Potter...

—Dime qué haces aquí, Malfoy.

No había enojo en su voz, ni siquiera frustración, solo... agotamiento.

Draco sintió que se le formaba un nudo en la garganta.

No podía decirlo, no podía admitir que lo había extrañado. Que esos tres días sin él habían sido un recordatorio cruel de lo solo que se había sentido durante tanto tiempo.

—No lo sé —susurró, porque era lo único que podía decir con honestidad.

Harry dejó escapar una risa seca. —Por supuesto que no.

Draco apretó los puños.

—Mira, no vine a pelear.

—¿Entonces a qué viniste?

Draco cerró los ojos un segundo, buscando las palabras. Cuando los abrió, Potter lo estaba mirando. No con rabia, ni con burla, solo con esa intensidad que siempre hacía que Draco sintiera que no tenía escapatoria.

—No sé qué quiero —admitió, con un peso en el pecho—. No sé cómo manejar esto.

Harry sostuvo su mirada.

—Yo tampoco.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

—Pero sí sé lo que siento —continuó Potter, con un tono más suave—. Y sé que no quiero seguir sintiéndome así.

Draco tragó saliva. —¿Cómo?

Harry bajó la mirada por primera vez.

—Como si estuviera esperando algo que nunca va a pasar.

Y con eso, Draco sintió que se rompía un poco más. Se quedó en silencio, porque no tenía idea de qué decir. Porque, justo ahora, se daba cuenta de que, si seguía evitando esto, si seguía huyendo, tal vez Potter dejaría de esperarlo.

Tal vez, esta vez, él sería quien lo perdería a él.

Draco sintió el aire frío de la noche pegándole en la cara. Su mente le gritaba que hiciera algo, que dijera algo, pero su cuerpo se quedó inmóvil, atrapado en ese momento donde las palabras de Potter aún flotaban en el aire.

"Como si estuviera esperando algo que nunca va a pasar."

Eso... dolía. Más de lo que debería.

Harry suspiró y desvió la mirada hacia el cielo otra vez, como si ya no esperara respuesta. Como si ya hubiera aceptado que Draco simplemente no iba a decir nada. Pero esta vez, no podía dejar que las cosas quedaran así.

—No es que no vaya a pasar —dijo Draco de repente, con la voz más baja de lo que pretendía.

Potter se giró hacia él, con el ceño levemente fruncido. —¿Qué?

Draco apretó los labios. Estaba cagándola, estaba caminando sobre un puto precipicio. Pero ya estaba ahí, esta vez, no quería huir.

Le sostuvo la mirada.

—Solo... necesito tiempo.

Los ojos de Potter se oscurecieron, analizándolo con cuidado.

—¿Tiempo para qué?

Draco tragó saliva.

—Para entender qué demonios me haces sentir.

Potter se quedó en silencio, pero había algo diferente en su postura. Ya no era la resignación de antes, ahora era algo más... alerta.

—¿Y qué crees que sientes? —preguntó Potter, su voz apenas un murmullo.

Draco cerró los ojos un momento.

—No lo sé —susurró.

Potter exhaló un leve suspiro, y Draco pensó que tal vez iba a burlarse de él, que iba a decirle que estaba siendo un cobarde otra vez.

Pero no lo hizo, en su lugar, se acercó, lento, sin presionarlo. Draco sintió su corazón martilleándole el pecho, y por un segundo pensó en retroceder, en salir corriendo de ahí como la primera vez.

Pero no lo hizo, porque Potter estaba ahí, esperándolo. Y tal vez... tal vez no quería hacerlo esperar más.

Así que no se movió cuando Harry alzó la mano y la deslizó con cuidado por su mandíbula, apenas un roce, apenas un contacto.

Draco cerró los ojos y cuando Potter lo besó, no huyó.

El beso fue lento, contenido, como si Potter tuviera miedo de romperlo, de asustarlo. Pero Draco no se movió, no se apartó. Se permitió sentir. Los labios de Potter eran cálidos contra los suyos, y había algo tan condenadamente honesto en la forma en la que lo besaba que Draco sintió que se le doblaban las rodillas.

No podía pensar.

No quería pensar.

Solo se dejó llevar.

Sus dedos se aferraron a la túnica de Potter, acercándolo sin darse cuenta, como si temiera que esto se esfumara en cualquier momento. Y por primera vez en demasiado tiempo, dejó de cuestionarlo todo.

Potter fue el primero en separarse, pero no se alejó. Su frente quedó apoyada contra la de Draco, sus respiraciones entrecortadas chocando en el aire frío de la noche.

—No huyas esta vez —murmuró Harry, sin abrir los ojos.

Draco tragó saliva.

—No voy a hacerlo —susurró.

Y lo decía en serio, no había vuelta atrás.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 14: 𝑿𝑰𝑰𝑰

Chapter Text

 

★★★

El silencio que los envolvía no era incómodo, pero sí denso, cargado de palabras que aún no se atrevían a decirse. Una parte de Draco quería apartarse, alejarse de esa cercanía que amenazaba con desmoronarlo. La otra... la otra solo deseaba quedarse ahí, con la frente pegada a la de Potter, sintiendo su respiración mezclarse con la suya.

Fue Potter quien, finalmente, rompió la quietud.

—Si me dices que pare, lo haré.

Cerrando los ojos por un momento, Draco dejó que esas palabras se hundieran en él. Porque ese era el dilema, ¿no? No quería que se detuviera. No quería que esto, lo que fuera que estuviera ocurriendo entre ellos, terminara.

En lugar de una respuesta, lo besó de nuevo.

Esta vez, sin vacilaciones. Ni miedo. Fue un beso más profundo, más firme, como si pudiera decir en ese gesto todo lo que aún no se atrevía a pronunciar.

La respuesta fue inmediata. Las manos de Potter lo sujetaron con fuerza por la cintura, urgentes, decididas. Draco sintió el calor propagarse por su piel como una descarga eléctrica que no dejaba espacio para el pensamiento.

—Mierda —susurró Potter contra sus labios cuando finalmente se separaron, con la respiración agitada.

Una sonrisa apenas visible curvó los labios de Draco. No se apartó.

—¿Qué pasa, Potter? ¿Por fin perdiste el control?

El otro soltó una risa entrecortada y apoyó la frente en su hombro.

—Tú me haces perder el control.

El pecho de Draco se apretó con fuerza ante esas palabras. Antes, habría intentado negarlo. Habría buscado alguna burla para poner distancia. Pero ahora... ahora solo lo aceptó.

Porque él también estaba perdiendo el control.

Y no le importaba.

Debería estar asustado, confundido. Y sin embargo, todo lo que lo ocupaba su mente era el calor de Potter aún impreso en su piel, ese latido desbocado que no lograba calmarse.

Se separaron apenas unos centímetros, pero Harry no lo soltó. Sus manos seguían en su cintura, su respiración seguía acariciándole la mejilla.

—Esto... —empezó Potter, con la voz ligeramente ronca—. ¿Significa algo para ti?

Podría haberse burlado, podría haber hecho un comentario mordaz, pero la pregunta lo golpeó de lleno, así que tragó saliva, en ese dilema sobre si soltar alguna respuesta evasiva o algo ingenioso que desviara la tensión. Pero la mirada de Potter lo mantenía anclado. 

Verde, intensa, imposible de eludir.

—Sí —susurró.

La sonrisa que recibió a cambio era casi insoportable. Esa maldita sonrisa que tenía el poder de romperlo y reconstruirlo en un mismo instante.

—Bien —murmuró Potter, deslizando su mano hasta tomar la de Draco, entrelazando sus dedos con los suyos.

Un escalofrió le recorrió la columna. Nunca antes alguien lo había tomado de la mano de esa manera, como si fuera lo más normal del mundo. Como si Potter no tuviera miedo de hacerlo.

Juntos, tomados de la mano, caminaron despacio hacia la Sala de Menesteres, sin prisa, disfrutando de la compañía del otro. El simple contacto de sus manos era todo lo que necesitaban para sentirse completos.

Cuando llegaron, un escalofrío recorrió sus cuerpos al soltarse las manos, pero ninguno de los dos dijo nada al respecto. En su lugar, Harry se dejó caer en el sillón, observándolo con atención.

—¿Qué? —preguntó Draco, sintiéndose incómodo bajo su mirada.

—Nada —respondió Potter, encogiéndose de hombros—. Solo... aún me sorprende que esto esté pasando.

Draco desvió la mirada y se sentó en el otro sillón.

—No eres el único.

—¿Te arrepientes?

Draco parpadeó y sintió su pecho apretarse. Miró a Harry de nuevo, pero esta vez no había burla en sus ojos. No había ironía, solo una pregunta genuina.

Negó con la cabeza.

—No —dijo, casi en un susurro. Quedaron en silencio por un largo rato, como si el simple hecho de estar en la misma habitación fuera suficiente.

Con un suspiro largo, Draco recostó la cabeza contra el respaldo del sillón. El fuego en la chimenea chisporroteaba suavemente, llenando la habitación con una calidez reconfortante.

—Entonces... —dijo finalmente, rompiendo el silencio—, ¿qué se supone que somos ahora?

Frente a él, Harry, que había estado observando el fuego con expresión pensativa, giró la cabeza. Su mirada era intensa, pero no tenía la misma firmeza con la que solía enfrentarse a las cosas. Parecía... inseguro.

—No lo sé —admitió con honestidad—. No sé qué nombre ponerle a esto.

Evaluándolo con atención, Draco entornó los ojos como si intentara descifrar lo que pasaba por su mente.

—No eres muy bueno para esto, ¿eh, Potter?

Una risa leve se escapó del otro.

—No, no lo soy.

Draco alzó una ceja y esbozó una sonrisa burlona.

—Eso ya lo sabía, pero pensaba que al menos intentarías ser el "salvador" en este caso y tendrías alguna respuesta espectacular. Aunque, claro, siendo el Niño Que Vivió, el Elegido, el héroe del mundo mágico, ya deberías tener bastante experiencia en esto, ¿no? Quiero decir, todo el mundo sabe que saliste con la comadreja. Y con lo famoso que eres, apuesto a que tuviste filas de hombres y mujeres detrás de ti esperando su turno.

—No era tan así —replicó Harry, rodando los ojos.

—Oh, por favor. No me vengas con falsas modestias.

Una mano pasó por el cabello revuelto de Potter mientras suspiraba.

—Sí, he estado con otras personas antes —admitió—. Pero nunca ha sido como... esto.

Draco arqueó una ceja, expectante.

—¿Y eso qué se supone que significa?

Harry lo miró fijamente.

—Con Ginny tuve una historia muy bonita, no te voy a engañar. Pero después de la guerra, las cosas entre nosotros se enfriaron; no había... intensidad, así que por eso terminamos. Fue lo mejor para los dos.

Draco ladeó la cabeza, analizándolo.

—¿Y con los demás?

—Eran sentimientos pasajeros, nada importante. Nada que se sintiera como... como ahora —dijo mientras se encogía de hombros.

El pecho le pesó con esa frase, pero se forzó a mantener la calma.

—Vaya, qué conmovedor —dijo con fingida burla—. ¿Así que soy especial, Potter?

Harry lo miró con intensidad. —Sí.

La palabra cayó con firmeza, sin dudas, dejándolo por un instante sin aliento. Lo único que pudo hacer fue adoptar su tono más desinteresado, como quien escucha un cumplido cualquiera.

—Bueno, qué honor, de verdad. Me alegra saber que soy más que un pasatiempo para ti.

Harry solo negó con la cabeza, exasperado, aunque en sus ojos asomaba una chispa divertida.

—¿Y tú?

—¿Yo qué? —respondió con el ceño fruncido.

—Tú hablas mucho de mis historias, pero... ¿cuántas han caído rendidas ante el irresistible Draco Malfoy?

El rubor subió a sus mejillas más rápido de lo que pudo controlar.

—Eso no es relevante.

—Oh, sí lo es. Fuiste tú quien trajo el tema —replicó Harry con una sonrisa ladeada—. Anda, cuéntame. ¿Cuántos han caído rendidos ante tus encantos y tu famosa elocuencia?

El rubio desvió la mirada. Un repentino nerviosismo se coló en su pecho, acelerándole el pulso.

—No seas ridículo —murmuró, incómodo—. Eso no es asunto tuyo.

Harry se inclinó hacia él, sin perder esa media sonrisa que claramente lo estaba poniendo de los nervios.

—Draco...

—¿Qué parte de "no es asunto tuyo" no te quedó clara? —replicó el rubio, con más tono defensivo del que le habría gustado. Se cruzó de brazos, incómodo. El corazón le latía fuerte y eso ya lo estaba sacando de quicio.

Harry no dijo nada, solo lo miró. Tranquilo. Paciente. Con esa maldita expresión que decía estoy esperando.

Draco apretó los labios. El silencio se volvió denso. Finalmente soltó un suspiro largo, como si se estuviera rindiendo ante una batalla que ni siquiera quería pelear.

—A nadie, ¿vale? —dijo de golpe, sin mirarlo—. No he estado con nadie.

El ceño de Harry se frunció.

—¿Nadie?

—Nadie —repitió Draco, más bajo, visiblemente molesto consigo mismo por haber hablado. Se removió en el asiento, incómodo—. Tú fuiste... tú fuiste mi primer beso.

El silencio que siguió fue inmediato.

—¿Qué? —parpadeó Harry, genuinamente desconcertado.

Inquieto, Draco se removió en el asiento.

—Lo que oíste. Nunca he salido con nadie, nunca me interesó nadie antes. Punto.

La incredulidad se reflejó en los ojos de Potter.

—¿Nunca?

—No —afirmó con la voz baja, sintiendo el ardor en sus mejillas.

Por un segundo, Harry abrió la boca para responder, pero la cerró sin emitir sonido. Draco soltó una risa seca, cargada de incomodidad.

—Oh, vamos, Potter. No me mires así, ya sé que suena patético.

—No es patético —respondió Harry enseguida, casi como un reflejo.

Draco le lanzó una mirada de reojo, cargada de escepticismo.

—Por favor. ¿Quién demonios llega a los dieciocho sin haber salido con nadie?

Harry se encogió de hombros, medio sonriendo.

—Tú, al parecer.

Draco chasqueó la lengua y apartó la mirada, pero algo en su pecho se aflojó, como si la presión bajara un poco.

—¿Y por qué? —preguntó Harry, esta vez con una suavidad que lo hizo tensarse de nuevo.

Bajó la vista a sus manos, que ahora tenía entrelazadas, rígidas sobre sus piernas. Se quedó callado un momento, sopesando si valía la pena responder.

—Porque nunca quise —dijo finalmente, con tono bajo, casi molesto por tener que decirlo en voz alta—. Nunca encontré a alguien que me diera ganas de pasar por todo eso.

Entonces levantó la mirada, esta vez no la desvió. Sus ojos se encontraron con los de Harry, y aunque su corazón iba a mil, se obligó a no pestañear.

—Hasta ahora —añadió, más bajito. Como si lo dijera para sí mismo, pero se le escapara igual.

Harry se quedó quieto. El comentario no había sido dramático, ni acompañado de música de fondo, pero le había atravesado algo. Algo que no supo nombrar.

Sin pensarlo mucho, extendió una mano sobre la mesa y la apoyó suavemente sobre las de Draco. El contacto fue breve, sin presión, pero real.

—Me alegra ser ese "alguien" —dijo simplemente, con una honestidad que no intentaba impresionar.

Draco no dijo nada, solo lo miró. Tenía los labios apretados, la cara colorada y la respiración un poco desordenada. Pero no se apartó.

—Sí, bueno... más te vale no arruinarlo, Potter.

Una risa ligera escapó de la boca de Harry mientras entrelazaba sus dedos con los de él.

—No tengo intención de hacerlo.

Durante unos segundos, no se dijeron nada. Sólo se miraron, como si intentaran memorizar este momento.

Después de un rato, Harry suspiró, aún sosteniendo su mano.

—Entonces, como esto es nuevo para ti, dejaré que tú decidas qué somos.

Draco frunció el ceño, sorprendido por la propuesta.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste —repitió Harry con tranquilidad—. No voy a presionarte. Puedes decidir cómo quieres que sigamos. Qué nombre ponerle, si es que necesitas uno.

El rubio apretó los labios, sintiendo que el corazón le latía con demasiada fuerza.

—¿Y si no lo sé todavía?

La respuesta llegó acompañada de una sonrisa paciente.

—Entonces lo descubrimos juntos.

Draco sintió que la garganta se le cerraba. Esto era demasiado, demasiado real, demasiado Potter. Así que se mordió el labio, pensativo.

—¿Y si digo que quiero que esto... continúe?

—Entonces continúa —respondió Harry sin dudar.

Se quedó mirándolo unos segundos, buscando en su rostro alguna señal de duda, algún indicio de inseguridad. Pero no encontró nada más que una honestidad aplastante.

Terminó por apartar la mirada con un carraspeo.

—Bien. Entonces continuamos.

—Bien —repitió Harry, sonriendo con calma.

El silencio se instaló entre ellos nuevamente, pero esta vez no era incómodo. Hasta que Draco suspiró y lo miró de nuevo.

—Y después de Hogwarts... ¿Qué pasa?

La frente de Harry se frunció con desconcierto.

—¿Qué quieres decir?

—Me refiero a que yo aún tengo dos años de libertad condicional—explicó, sentándose un poco más recto—. No tengo idea de qué harán conmigo al graduarnos. No sé si me dejarán ir, si me enviarán a algún otro lugar o si seguiré aquí.

Se humedeció los labios, y cuando volvió a hablar, su voz era seria.

—¿Y nosotros? ¿Qué va a pasar con esto?

Potter lo miró largo rato, sin responder de inmediato. Parecía medir cada palabra, como si no quisiera prometer en vano. Al final, se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre las rodillas.

—Aún no es momento de preocuparnos por eso —dijo con calma, aunque con firmeza—. Lo que venga, lo enfrentaremos. Juntos.

Draco entrecerró los ojos, molesto por la facilidad con la que Harry parecía tomarse todo.

—No puedes saber eso.

—Tal vez no —admitió él, sin perder la calma—, pero sí sé que no tienes que cargar con todo tú solo.

El rubio bufó, sin molestarse en disimular su escepticismo.

—Potter, eso no es precisamente reconfortante.

Una sonrisa apareció en los labios de Harry, una que tenía ese matiz exasperante de quien sabe exactamente lo que está haciendo.

—No tienes que preocuparte. Me encargaré de todo.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro? —disparó Draco, de pronto tenso, la mandíbula apretada—. ¿Cómo puedes decirlo así, como si resolvieras todo con solo desearlo? ¿Acaso puedes decidir por mí? ¿Tienes control sobre mi futuro también?

En lugar de ofenderse, Harry lo miró con una calma que casi lo desarmó.

—No. No tengo ese poder —respondió con seriedad—, pero sí puedo estar a tu lado, si tú lo permites.

La frase fue tan simple, tan directa, que Draco sintió un vuelco en el estómago.

—¿Y si no lo hago?

Harry desvió la mirada durante un segundo, como si se lo permitiera solo para no parecer arrogante. Luego volvió a enfocarse en él, con esa terquedad tan característica.

—Entonces no podré obligarte. Pero no me iré.

Draco abrió la boca, preparado para responder con sarcasmo, pero se detuvo. La expresión de Potter era la misma que había visto durante la guerra: decidida, testaruda, insoportablemente firme. Esa que lo hacía sobrevivir a todo.

Suspiró, negando con la cabeza.

—Eres un maldito héroe.

—Y tú amas odiarme —replicó Harry, alzando las cejas con aire divertido.

Aunque intentó resistirse, Draco sonrió. Porque, por desgracia, Potter tenía razón.

—Entonces dime —dijo con aire casual, cruzando los brazos—, si decido que quiero averiguar qué somos, ¿qué harás tú al respecto?

Harry no respondió de inmediato. Lo miró con atención, y cuando al fin habló, su voz estaba cargada de esa confianza irritante que lo hacía parecer invencible.

—Hacerlo lo más fácil posible para ti.

El nudo en el estómago de Draco se apretó un poco más.

—Detesto lo seguro que suenas cuando hablas.

—Tendrás que acostumbrarte —dijo Harry, encogiéndose de hombros con despreocupación.

Un resoplido escapó de Draco, aunque sus labios ya esbozaban una sonrisa. Era ridículo. Todo esto era ridículo. Él, sentado frente a Potter, hablando de sentimientos como si no fuera lo más incómodo del universo.

—Está bien —concedió al fin, mirando a cualquier parte menos a él—. Vamos a... averiguarlo.

La sonrisa que se formó en el rostro de Harry era tan triunfante que Draco sintió el impulso inmediato de quitarle esa expresión a golpes. O a besos. Lo mismo daba.

—Sabía que no podrías resistirte.

—No te emociones tanto —le lanzó una mirada cargada de fingida superioridad—. No significa que me tengas en la palma de tu mano.

—Por supuesto que no —dijo Harry, alzando ambas manos como si se rindiera—. Solo significa que me estás dando la oportunidad de demostrarte que tengo razón.

El rubor subió rápido a sus mejillas, y por más que frunciera el ceño, Draco no logró disimularlo.

—Eres insoportable.

—Y tú eres imposible —replicó Harry, sonriendo de nuevo—. Pero me gustas así.

Draco sintió que algo en su interior se encogía. ¿Cómo lo hacía? ¿Cómo era capaz de decir cosas como esa con tanta ligereza? Como si no entendiera lo que provocaban en él. Como si no supiera que cada palabra suya lo empujaba un poco más cerca del borde.

Se pasó la lengua por los labios, intentando mantener el control.

—No pienses que esto significa que puedes empezar a actuar como si fueras mi novio o algo así —advirtió, cruzando los brazos.

Harry arqueó una ceja.

—Entonces, dime tú qué significa.

Draco lo miró un segundo, luego desvió los ojos.

—Significa que vamos a ver qué pasa. Nada más.

—Perfecto —dijo Harry, con esa sonrisa maldita que parecía diseñada para hacerle perder la compostura—. Entonces veré qué pasa mientras sigo robándote besos cada vez que se me antoje.

La mandíbula de Draco cayó ligeramente, escandalizado.

—¡Potter!

Pero el otro ya se había levantado y comenzaba a alejarse, riendo por lo bajo.

—Nos vemos mañana, Malfoy.

Draco lo observó desaparecer por el pasillo, aún boquiabierto.

Merlín.

Estaba completamente jodido.

★★★

Draco todavía estaba en shock cuando se dirigió a su siguiente clase al día siguiente. Su mente repetía, una y otra vez, las palabras de Potter y, lo que era peor, la maldita sonrisa confiada que había acompañado su despedida.

"Nos vemos mañana, Malfoy."

Draco resopló, intentando convencerse de que todo aquello no era gran cosa. No estaba en una relación con Potter, no había aceptado nada. Solo... estaba dándole la oportunidad de demostrar que esto no era un error.

Lo cual, en su opinión, Potter haría en algún momento.

Tenía que hacerlo.

Pero entonces, durante la cena, Draco notó algo inquietante.

Harry lo miraba.

No era un simple vistazo casual, no era como cuando se cruzaban en los pasillos y ambos se lanzaban una mirada rápida antes de seguir con su día. No, esto era otra cosa.

Potter estaba mirándolo con total descaro desde la mesa de Gryffindor, con los codos apoyados en la mesa y esa expresión que Draco no sabía cómo interpretar. No era burlona, ni desafiante, ni siquiera evaluadora.

Era... expectante.

Y lo peor de todo era que Draco no podía ignorarlo. Cada vez que levantaba la mirada, ahí estaba Potter. Observándolo, y de alguna manera, eso lo ponía terriblemente nervioso.

—¿Desde cuándo te incomoda que te miren, Draco? —bromeó Blaise, dándole un codazo en las costillas.

Le lanzó una mirada afilada. —No me incomoda.

—Entonces, ¿por qué no puedes comer tranquilo?

Draco apretó los labios, tomando su vaso de jugo de calabaza y bebiendo un gran sorbo para ganar tiempo. Pansy, que llevaba rato observando la dinámica en silencio, sonrió con esa malicia tan suya.

—Ah, ya entendí.

Frunció el ceño. —¿Qué se supone que entendiste?

—Que Potter no ha dejado de mirarte, y tú no has podido dejar de notarlo.

Blaise soltó una carcajada.

—Es cierto. Está mirándote como si estuviera planeando algo. ¿Qué hiciste ahora, Draco?

—Nada —respondió con rapidez, demasiada quizás.

—Eso suena exactamente como alguien que ha hecho algo —canturreó Pansy.

Intentó ignorarlos, concentrarse en su comida, pero la sensación de estar bajo vigilancia no desaparecía. Y cuando se levantó para salir del Gran Comedor, supo sin necesidad de comprobarlo que Potter lo seguiría.

Lo cual, por supuesto, fue exactamente lo que pasó.

No necesitó volverse para saber que Harry caminaba tras él. Lo sentía en la nuca, como si su sola presencia modificara la presión del aire.

Aceleró el paso, porque así funcionaban sus mecanismos de defensa: con huida.

—¿De verdad vas a huir de mí? —escuchó su voz detrás de él.

Draco se detuvo en seco y giró sobre sus talones. —No te estoy huyendo.

Harry sonrió. Ese tipo de sonrisa que decía claro que sí sin necesidad de palabras.

—Podrías haberme engañado si no fuera porque has caminado más rápido que nunca en tu vida.

Draco entrecerró los ojos. —¿Qué quieres, Potter?

—Verte —respondió con naturalidad.

El estómago se le encogió al instante.

—Me viste en la cena.

—Quería verte a solas.

Y justo entonces, su corazón decidió latir con más fuerza, como si no supiera mantenerse neutral.

—No te acostumbres a esto —dijo en un intento de recuperar la compostura.

—¿A qué?

—A esto... sea lo que sea esto.

Harry se acercó, un paso lento, firme.

—¿Y tú qué crees que es?

Tragó saliva. No tenía una respuesta definitiva, pero lo miró a los ojos.

—No lo sé.

Harry se inclinó un poco, reduciendo el espacio entre ellos.

—¿Quieres descubrirlo conmigo?

Era una trampa, lo sabía. Pero cuando su voz salió, fue un susurro sin armadura.

—Sí.

Harry sonrió.

Y antes de que Draco pudiera arrepentirse, tomó su mano y lo arrastró fuera del pasillo, como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

Draco no supo en qué momento dejó de resistirse y simplemente se dejó guiar por Potter. Tal vez fue cuando sintió el calor de su mano, o cuando se dio cuenta de que, por alguna razón, no quería soltarlo.

Harry lo llevó hasta un pasillo desierto, cerca del aula donde solían entrenar, y solo entonces se detuvo. No lo soltó de inmediato, en su lugar, giró para mirarlo con esa expresión que Draco todavía no sabía cómo manejar.

—¿Sabes? —dijo Harry con una sonrisa ladeada—. Estoy esperando el momento en que me digas que todo esto fue un error.

Draco arqueó una ceja.

—¿Tan poco confías en mí?

—No es eso —Harry negó con la cabeza—. Es solo que te conozco.

Bufó, cruzándose de brazos con un gesto teatral.

—Oh, por favor. No me conoces tanto como crees.

Harry inclinó la cabeza, analizándolo con una sonrisa.

—¿Ah, no?

—No.

—Entonces dime, Malfoy... si esto no es un error, ¿qué estamos haciendo entonces?

La pregunta lo golpeó directo en el pecho, pero se recompuso rápidamente y respondió lo que con seguridad sabía.

—Una oportunidad —respondió con firmeza—. Nos estamos dando una oportunidad.

—Bueno, supongo que es un avance —Harry sonrió, pero no había burla en su tono. Solo paciencia—. Pero me gustaría saber qué quieres.

Draco frunció el ceño.

—¿Por qué siempre haces eso?

—¿Hacer qué?

—Darme a elegir.

Harry se encogió de hombros.

—Porque sé que no estás acostumbrado a eso.

Draco apretó los labios, era molesto que Potter tuviera razón. Guardaron silencio por unos segundos, en los que Draco solo podía escuchar su propia respiración, demasiado rápida para su gusto.

—¿Qué quieres tú? —preguntó al final, como si fuera un desafío.

Harry lo miró, y sin pensarlo dos veces, respondió:

—A ti.

Draco sintió que le fallaban las piernas. No había esperado que Potter lo dijera tan abiertamente, sin rodeos, sin dudas.

—No me mires así, Malfoy —continuó Harry, con una leve sonrisa—. No es tan sorprendente.

Draco respiró hondo.

—Eres un idiota.

—Sí, y al parecer, te gusta ese idiota.

Draco hizo una mueca, desviando la mirada, pero no lo negó. Y entonces, antes de que pudiera detenerse, antes de que pudiera pensar en las miles de razones por las que esto era una mala idea, se inclinó y lo besó.

Porque, por primera vez en mucho tiempo, quería algo sin importar las consecuencias.

Harry sonrió contra sus labios antes de profundizar el beso, sus manos fueron a la cintura de Draco, atrayéndolo más hacia él sin dudarlo. Draco sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no de incomodidad, sino de algo completamente diferente. Algo nuevo.

Era diferente.

Potter besaba diferente, no con la urgencia de la última vez, sino con algo más suave, más seguro. Como si no tuviera prisa, como si le diera tiempo de acostumbrarse, de explorarlo, de decidir por sí mismo si quería seguir.

No supo cuánto tiempo estuvieron así, besándose en ese pasillo desierto donde solo el sonido de su respiración entrecortada rompía el silencio. Solo supo que, cuando se separaron, su corazón latía demasiado rápido y que el brillo en los ojos de Potter lo hizo sentir una calidez que no estaba acostumbrado a sentir.

Harry lo miró con una media sonrisa, como si ya supiera lo que Draco estaba pensando.

—¿Sigues sin saber qué somos? —preguntó con burla.

Draco entrecerró los ojos.

—Eres un fastidio.

—Sí, ya me lo dijiste antes.

—Y aún así, sigues aquí.

—Y tú sigues besándome.

Draco resopló, pero no lo negó. Harry se inclinó un poco más, rozando su nariz contra la suya con una suavidad que lo hizo contener el aliento.

—¿Eso significa que no fue un error? —susurró.

Draco tragó saliva.

Podría mentir, podría decir que sí, que todo esto era un desastre y que lo mejor sería fingir que no había pasado nada. Pero no quería, y, esta vez, estaba decidido a no huir.

—No —murmuró, sin apartar la vista de sus ojos verdes—. No lo fue.

Harry sonrió, y Draco no pudo evitar hacer lo mismo. Harry dejó escapar un suspiro de satisfacción antes de apoyar su frente contra la de Draco.

—Bien —murmuró, con una sonrisa apenas contenida.

Draco sintió un calor extraño extendiéndose por su pecho, algo incómodamente agradable, como si estar así de cerca de Potter fuera... natural.

Merlín, esto era un desastre.

—Pero esto no significa nada —dijo rápidamente, como si necesitara convencerse a sí mismo más que a Harry—. No quiero que empieces a hacer planes ni a asumir cosas.

Harry rió entre dientes, y Draco sintió la vibración en su propia piel.

—Por supuesto, Malfoy. Lo que tú digas.

—Lo digo en serio —insistió, alejándose solo lo suficiente para verlo a los ojos—. No soy como tú, Potter. No... no sé cómo hacer esto.

—No hay una forma correcta —respondió Harry con suavidad—. Solo hacemos lo que queremos hacer.

Draco lo miró en silencio por un momento. Era tan fácil para él decirlo, como si todo fuera así de simple; pero Draco había pasado toda su vida midiendo sus palabras, analizando cada acción, esperando siempre el siguiente golpe.

No sabía cómo rendirse a algo sin miedo, y sin embargo, aquí estaba. Antes de que pudiera encontrar algo más que decir, Harry se alejó un poco, aunque no demasiado.

—No te voy a presionar, Draco —dijo con seriedad—. No tienes que decirme qué somos, ni qué sientes, ni qué significa esto para ti. Pero tampoco voy a fingir que no quiero algo más.

Draco sintió su estómago retorcerse.

—¿Algo más?

—Sí. —Harry sonrió con una mezcla de diversión y ternura—. No me conformo con ser solo tu tutor.

Draco bufó.

—Eso quedó claro desde hace tiempo.

—Entonces dime, ¿Qué quieres tú?

Draco no respondió de inmediato. Sentía la garganta cerrada, el pecho apretado con algo que no sabía nombrar. Lo que quería daba miedo, pero Harry lo miraba con paciencia, con la certeza de alguien que estaba dispuesto a esperar.

Y eso lo asustaba aún más.

Finalmente, con un susurro apenas audible, Draco dijo:

—Quiero intentarlo.

Los labios de Harry se curvaron en una sonrisa.

—Eso me basta.

Y Draco sintió que tal vez... solo tal vez... todo estaría bien.

★★★

Los días siguientes fueron un caos en la mente de Draco.

No era solo el hecho de que ahora tenía algo con Potter—lo que sea que eso significara—sino la forma en que todo parecía haber cambiado sin que él pudiera controlar nada.

Harry no había intentado hablar del tema de nuevo. No le exigía respuestas, ni etiquetas, ni declaraciones. Simplemente estaba ahí, como siempre lo había estado en estos últimos meses, pero con una diferencia fundamental: ahora Draco sabía lo que significaba cada mirada, cada roce casual, cada sonrisa escondida.

Y eso lo ponía de los nervios.

Porque Draco no tenía idea de cómo comportarse.

Solía ser fácil. Potter era su enemigo, alguien a quien molestar, desafiar y despreciar. Luego se convirtió en un tutor molesto, después en alguien que se preocupaba por él, y ahora...

Ahora lo miraba como si fuera algo preciado y Draco no sabía cómo manejar eso.

—Si sigues mirando la pared con esa cara de tragedia, voy a pensar que te estás debatiendo entre la vida y la muerte —comentó Blaise con diversión desde su lado del sofá en la Sala Común de Slytherin.

Draco se obligó a relajarse, tomando aire antes de responder.

—No estoy haciendo ninguna de esas cosas.

—¿No? —Pansy se dejó caer en el sillón frente a él, alzando una ceja—. Porque parecías a punto de arrancarte el pelo hace un momento.

—No exageres.

Blaise sonrió de lado.

—¿Esto tiene algo que ver con cierto Gryffindor que no deja de mirarte en el Gran Comedor?

Draco sintió cómo la sangre le hervía. —Cállate.

Pansy y Blaise intercambiaron una mirada de triunfo.

—Sabía que algo pasaba —canturreó ella—. Pero no esperaba que realmente hubiera pasado algo.

—No ha pasado nada.

—Entonces no te importará que le preguntemos a Potter qué piensa de ti —dijo Blaise, con su sonrisa de tiburón.

Draco sintió un escalofrío.

—No se atreverían.

—Oh, sí que lo haríamos —dijo Pansy, con una sonrisa cruelmente encantadora.

Draco les lanzó una mirada asesina. —Son una maldita pesadilla.

—Y aún así nos adoras —dijo Blaise con suficiencia—. Ahora, dime, ¿lo besaste o no?

Draco sintió su piel arder y desvió la mirada.

Silencio.

Pansy y Blaise se quedaron boquiabiertos.

—¡¿Lo besaste?!

—¡Dejen de gritar! —siseó Draco, lanzando una mirada alrededor de la Sala Común, pero por suerte nadie más estaba prestando atención.

Pansy se llevó una mano al pecho, dramatizando el momento.

—Mi bebé ha crecido.

—Cállate, Parkinson.

Blaise negó con la cabeza, aún en shock.

—Jamás pensé que vería el día en que Draco Malfoy y Harry Potter se besaran sin que uno estuviera tratando de matar al otro.

—No es tan sorprendente —dijo Pansy con un brillo travieso en los ojos—. Todo ese odio reprimido tenía que explotar en algún momento.

Draco rodó los ojos, pero su rubor los delató.

—No es lo que piensan.

—Claro, claro —dijeron ambos al mismo tiempo, claramente sin creerse ni una palabra.

Draco suspiró, hundiéndose en su asiento.

Merlín, ¿en qué lío se había metido?

★★★

Los días pasaron en una extraña rutina que Draco aún no terminaba de entender del todo. Ahora, además de sus clases y los estudios intensivos para los exámenes finales, tenía que lidiar con el hecho de que Harry Potter era... algo en su vida. 

No su novio, porque esa palabra era demasiado grande y aterradora, pero tampoco solo un amigo. Era alguien con quien se encontraba en los pasillos, con quien se sentaba a estudiar en la biblioteca cuando no quería enfrentar la soledad de la Sala Común de Slytherin, alguien que a veces, en medio de un entrenamiento, lo acorralaba contra la pared y lo besaba como si no hubiera un mañana.

Y lo peor de todo era que Draco lo dejaba, porque lo quería y lo esperaba.

Sus entrenamientos con Harry se habían convertido en la única oportunidad que tenía de usar su varita, pero también eran mucho más que eso. Eran excusas para verse, para rozarse con la magia y con las manos, para soltar sarcasmos afilados que eran respondidos con sonrisas torcidas y ojos brillantes.

Harry solía quedarse después de los entrenamientos, sentado a su lado en los bancos que brindaba la sala de menesteres, simplemente existiendo en el mismo espacio que él. A veces hablaban de cosas sin importancia, a veces de sucesos de años anteriores, a veces no hablaban en absoluto. Y de vez en cuando, en los momentos en que el silencio era demasiado pesado, Harry se inclinaba y lo besaba, y Draco lo permitía, porque no tenía idea de cómo decir que no cuando era lo único que realmente quería.

Por supuesto, la noticia de su primer beso con Potter no se había quedado en una simple conversación y ya. Blaise y Pansy se pasaban el tiempo mirándolo con expresión divertida cada vez que volvía de sus sesiones con Harry. No importaba cuánto se negara a dar detalles sobre lo que sucedía entre ellos, ellos ya habían sacado sus propias conclusiones.

—Sigues sin decirnos qué son —dijo Pansy una tarde en la biblioteca, observándolo con aire de superioridad mientras Draco intentaba concentrarse en su pergamino.

—Y no lo haré —replicó Draco sin levantar la mirada.

—Vamos, Malfoy —intervino Blaise con una sonrisa socarrona—. No puedes decirnos que no hay algo más ahí. Lo hemos visto, te mira como si fueras lo único que le importa en esta escuela.

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero se obligó a mantener la compostura.

—Y yo miro a mucha gente, Zabini. No significa nada.

Pansy soltó una risita. —Oh, pero claro que significa algo. Y si no nos lo quieres decir, entonces lo descubriremos por nuestra cuenta.

Draco puso los ojos en blanco y cerró su libro con más fuerza de la necesaria.

—Son insoportables.

—Y tú eres un desastre sentimental —respondió Pansy con una sonrisa triunfante.

A pesar de su insistencia, Draco nunca les dio más detalles. Pero eso no significaba que no sintiera sus miradas cada vez que, en el Gran Comedor, levantaba la vista y encontraba los ojos verdes de Potter fijos en él desde la mesa de Gryffindor. O cuando llegaba a la Sala Común después de un entrenamiento y Pansy levantaba una ceja en su dirección, claramente esperando un informe que nunca llegaría.

La rutina se mantenía. Las miradas robadas, los encuentros secretos, los besos a escondidas en pasillos oscuros y salas vacías. No eran nada, no eran algo. Eran solo Draco y Harry, enredados en una historia que aún no tenía nombre.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 15: 𝑿𝑰𝑽

Chapter Text

 

★★★

Los días pasaban rápido, demasiado rápido para el gusto de Draco. Junio recién empezaba y con el se acercaba lo inevitable: los EXTASIS.

Draco nunca había sido alguien que se quedara atrás en lo académico, pero la falta de práctica con su varita por tantos meses lo había afectado más de lo que quería admitir. Aún así, Potter seguía ayudándolo.

Se encontraban casi todos los días en la Sala de Menesteres para repasar cada materia, y aunque al inicio Draco sentía que tenía que empezar de cero, poco a poco estaba volviendo a sentirse cómodo con la magia. Su confianza regresaba, aunque, claro, Potter tenía su propio método de motivación, el cual incluía uno que otro beso entre hechizo y hechizo.

—Lo hiciste bien —comentó Harry una tarde después de que Draco conjurara un encantamiento más sólido que los anteriores.

Draco, aún con la varita en la mano, lo miró de reojo.

—Obviamente lo hice bien, Potter. No soy un idiota.

Harry sonrió con diversión, acercándose un poco más.

—No lo eres, pero no hace daño un poco de refuerzo positivo.

Antes de que Draco pudiera responder con algún comentario sarcástico, Harry ya lo había tomado por la cintura y lo estaba besando. Draco dejó escapar un sonido en su garganta, sorprendido, pero no tardó en corresponderle, dejándose llevar por la calidez y la forma en la que Potter siempre lo besaba, como si tuviera todo el tiempo del mundo.

Y, por desgracia, no lo tenían.

Los EXTASIS se acercaban demasiado rápido, y Draco lo sabía.

Por más que quisiera perderse en esos momentos con Potter, la realidad era que en cualquier momento todo acabaría. Potter se graduaría, él seguiría con su condena y todo esto... todo lo que tenían, lo que fuera que era, tal vez no pasaría de Hogwarts.

Pero por ahora, por ahora solo lo besaba de vuelta.

★★★

El 5 de junio llegó más rápido de lo que Draco habría querido. No es que esperara con ansias su cumpleaños, pero tampoco es que lo odiara. Simplemente era un día más, otro que pasaría sin mucho alboroto. Nadie iba a hacer gran cosa al respecto, no ahora, y él tampoco se molestaba en mencionarlo.

Por eso se sorprendió cuando, al final de su entrenamiento con Potter en la Sala de los Menesteres, justo cuando estaba a punto de marcharse, Harry lo detuvo sujetándolo suavemente de la muñeca.

—¿Y a dónde crees que vas? —preguntó con una sonrisa de esas que a Draco le resultaban peligrosas.

Frunciendo el ceño, respondió:

—A mi sala común, Potter. Ya terminamos, ¿o es que quieres que me quede para darte más oportunidades de atacarme con tus hechizos mediocres?

El otro rodó los ojos, pero no soltó su muñeca. En cambio, con su otra mano sacó algo de su túnica y lo sostuvo frente a Draco.

—Feliz cumpleaños.

Draco parpadeó, sin comprender al principio. Luego bajó la vista al pequeño paquete envuelto con un lazo desordenado. Su pecho se encogió por un segundo antes de recuperar la compostura.

—¿Cómo...? —No terminó la pregunta.

Harry sonrió con un deje de orgullo.

—Tengo mis métodos.

Tomando el paquete con cautela, Draco quitó el lazo y desenvolvió el papel hasta que un collar plateado apareció entre sus dedos. Era sencillo, pero en el centro colgaba un pequeño colgante con forma de dragón, detallado con un brillo azulado en los ojos.

—¿Y esto qué hace? No me digas que es solo decorativo, Potter.

Harry bufó.

—Por supuesto que no. —Se inclinó un poco más cerca de Draco, bajando la voz—. Es un amuleto de protección. Si alguna vez estás en peligro, se activará automáticamente y me avisará dónde estás... para que pueda llegar a salvarte.

Tragó saliva, observándolo con detenimiento.

—¿Y qué te hace pensar que necesitaré que me salves?

Harry le sostuvo la mirada, su sonrisa esta vez más suave.

—Es solo una precaución. Quiero asegurarme de que estés a salvo, Malfoy.

Sintió un calor extraño en el pecho. No supo qué responder, así que simplemente se concentró en colocarse el collar.

—No me lo quitaré.

Harry sonrió satisfecho. —Bien.

El silencio se instaló por un momento entre ellos, hasta que Draco carraspeó y se cruzó de brazos.

—Quiero otro regalo.

Harry arqueó una ceja. —¿Ah, sí? ¿Y qué quieres?

Draco se mojó los labios, desviando la mirada por un segundo antes de fijar los ojos en Harry con determinación.

—Quiero aprender a conjurar un Patronus.

Harry lo observó con una expresión que Draco no pudo descifrar al principio. Hubo una pausa, un destello de sorpresa, antes de que asintiera con un aire de convicción.

—De acuerdo, intentémoslo.

Draco tomó su varita con firmeza y se preparó, recordando la teoría del hechizo. El Patronus. Ese hechizo que había querido dominar desde hacía años. Desde aquel día en quinto año, cuando frente a sus compañeros, había visto cómo sus varitas brillaban con la fuerza de lo que parecía magia pura, mientras la suya permanecía vacía, oscura, sin respuesta. Lo había intentado una y otra vez y otra, pero siempre el mismo resultado.

Nada.

Y ahora, años después, allí estaba, enfrentándose a la misma angustia, a la misma impotencia. Había fallado una y otra vez, pero aún así, el deseo seguía ahí. Quería sentir que había algo dentro de él capaz de resistir la oscuridad. Quería sentir que aún tenía algo bueno dentro de sí.

—Es importante que pienses en un recuerdo realmente feliz —le explicó Harry, colocándose a su lado—. Algo que de verdad te llene de luz.

Draco asintió, apretando la varita en su mano, aunque por dentro sabía que encontrar ese recuerdo no sería tan fácil como Harry lo sugería. Tomó su varita con más firmeza, sus dedos tensos alrededor del mango, como si eso pudiera ayudarle a encontrar algo dentro de sí mismo que lo impulsara. Pero no lo logró.

Cerró los ojos, luchando contra la maraña de pensamientos que lo ahogaban, intentando recordar algo que lo hiciera sentir en paz, algo que pudiera encender esa chispa de magia dentro de él.

—Expecto Patronum.

Nada.

Probó otra vez. Y otra, y otra. Pero solo consiguió chispas débiles que morían antes de llegar siquiera a formar una sombra de lo que debería haber sido un Patronus. Una parte de él se sintió vacío, como si todo lo que intentaba hacer simplemente no fuera suficiente. No importaba cuánto lo intentara, esa magia parecía tan lejana, tan inalcanzable.

Harry se acercó más, apoyando una mano en su hombro.

—Tranquilo, inténtalo otra vez. Cierra los ojos, concéntrate en un momento que realmente te haga feliz.

Draco exhaló hondo y cerró los ojos. Podía sentir la presencia de Harry, tan cerca que podía percibir su respiración contra su cuello.

Y, sin darse cuenta, su mente se llenó de imágenes de los últimos meses. Las miradas furtivas en el Gran Comedor. Los entrenamientos juntos. Las sonrisas, los besos, la forma en la que Harry lo miraba como si fuera importante...

Draco sintió una calidez recorrer su cuerpo cuando las manos de Harry se deslizaron sobre las suyas, ayudándole a sostener la varita con más firmeza. Era como si, con ese simple gesto, Harry estuviera protegiéndolo, ayudándolo a encontrar algo dentro de sí mismo que había estado perdido por mucho tiempo.

—Estás bien —susurró Harry detrás de él, su voz rozando su oído—. Solo deja que el recuerdo te llene.

Draco apretó los labios, sintiendo una calidez que no sabía si provenía de su corazón o de la cercanía de Harry. Pensó, con un suspiro casi imperceptible, en lo absurdo de todo esto. Nunca había creído que podría estar tan cerca de Harry Potter, que podría sentir la suavidad de su toque, compartir esos momentos íntimos que parecían sacados de un sueño. Nunca había imaginado que Harry, el mismo chico que lo había odiado, lo miraría de esta manera, que le regalaría algo tan significativo, algo que era suyo, algo que tenía el poder de protegerlo.

Que Harry lo quisiera, aunque fuera de una manera que Draco aún no comprendía del todo.

Sintió su pecho apretarse con una mezcla de emociones mientras sus ojos se abrían lentamente, el brillo de la varita en sus manos era más fuerte esta vez. Tomó aire y, con la voz casi temblorosa, dijo:

—Expecto Patronum.

Las chispas que salieron de su varita fueron más intensas que antes, como si algo en su interior hubiera despertado, como si ese vínculo con Harry, con todo lo que compartían, le hubiera dado la fuerza que le faltaba. No era un Patronus, pero lo sentía. Estaba cerca, más cerca de lo que había estado en toda su vida.

Harry sonrió contra su cuello, y Draco sintió su pecho arder.

—Lo lograrás. —Harry le apretó la mano—. Solo es cuestión de tiempo.

Y Draco le creyó.

★★★

Desde aquella noche en la Sala de los Menesteres, algo en Draco había cambiado. No de forma radical, por supuesto. Seguía siendo el mismo Malfoy sarcástico y altanero de siempre, pero ahora... ahora se sentía extrañamente cómodo con Harry.

De hecho, era más difícil cuando Potter no estaba cerca.

Se había acostumbrado a su presencia, a los entrenamientos diarios, a las discusiones sobre teoría mágica y a los besos robados entre páginas de libros de texto. Se había acostumbrado tanto a la manera en la que Harry lo miraba, como si realmente lo viera, que cuando pasaban demasiado tiempo separados sentía una inquietud extraña en el pecho.

Y luego estaba el collar.

Siempre colgando de su cuello, bajo el uniforme o la túnica, su peso ligero, pero constante, como un recordatorio de todo lo que había comenzado a sentirse tan profundamente y, al mismo tiempo, tan inesperadamente. Sus amigos lo habían notado casi de inmediato.

—¿Y esa joyita? —preguntó Pansy con una ceja arqueada mientras lo observaba con atención.

Draco, con la naturalidad de quien no tiene nada que esconder (pero en realidad lo tiene todo), se encogió de hombros.

—Un obsequio —respondió, sin poder evitar que un leve rubor se asomara a sus mejillas.

Blaise, siempre tan perspicaz, sonrió con diversión.

—¿De alguien especial?

Draco bufó, evitando el contacto visual directo, pero la forma en que sus amigos intercambiaban miradas entre sí no pasó desapercibido. Ellos sabían algo, lo sabían perfectamente. Y por la forma en que sonreían, Draco se dio cuenta de que, aunque no dijera nada, ya sabían exactamente de quién se trataba.

Aun así, nadie lo presionó.

Y Draco agradeció eso, porque con los EXTASIS acercándose a pasos agigantados, su mente ya estaba lo suficientemente saturada. Julio estaba a la vuelta de la esquina, y con él, los exámenes más importantes de su vida académica. Draco y Harry seguían practicando todas las asignaturas, asegurándose de que Draco dominara cada conjuro, cada teoría, cada poción.

Y, por supuesto, seguían con los intentos del Patronus.

Draco estaba cada vez más cerca. Cada noche en la Sala de los Menesteres, la silueta de su Patronus era más clara. Ya no eran solo chispas, ni apenas un rastro de luz. Ahora, cada vez que conjuraba el hechizo, la forma difusa de algo que parecía un animal intentaba emerger, pero siempre se desvanecía antes de solidificarse por completo.

—Sigues bloqueándote en el último momento —comentó Harry, observándolo con los brazos cruzados después de otro intento fallido.

Draco exhaló frustrado. —No lo estoy haciendo a propósito.

Harry se acercó y tomó su mano con calma.

—Escúchame, Draco. Ya dominas la teoría, ya tienes el recuerdo feliz. Pero hay algo que te sigue reteniendo.

El ceño fruncido de Draco lo decía todo.

—¿Y qué se supone que es?

Harry lo miró con intensidad, sin soltar su mano.

—Tienes que creer que mereces conjurarlo. —Draco sintió un nudo formarse en su garganta.

Merecerlo.

La presión en su mano aumentó levemente y Harry se acercó un poco más.

—No importa lo que hayas sido antes. No importa lo que la gente diga. El Patronus es una manifestación de la luz dentro de ti. Y tú la tienes, Draco. Solo tienes que aceptarlo.

Draco tragó saliva, su pecho latiendo con fuerza. Mientras Harry le sonrió con suavidad.

—Inténtalo de nuevo.

Cerró los ojos, respirando hondo, permitiendo que sus pensamientos se calmaran.

Esta vez, en lugar de solo enfocarse en los recuerdos, pensó en Harry. En la forma en que lo miraba, en la manera en que, a pesar de todo, siempre había estado ahí para él. En la forma en que lo hacía sentir que, tal vez, aún había algo bueno en él, algo que merecía ser protegido, algo que valía la pena.

Y entonces, lo sintió.

El calor recorrió su cuerpo, su varita vibró en su mano, y cuando abrió los ojos, la luz que emergía de la punta ya no era difusa.

Era real.

Era un Patronus.

Draco observó con incredulidad cómo la luz de su varita tomaba forma. Al principio, la silueta aún era borrosa, un destello plateado vibrante que flotaba en el aire. Pero entonces, se definió.

Draco sintió cómo el aliento se le atascaba en la garganta. Frente a él, una criatura majestuosa se erguía con elegancia, su cuerpo alargado flotando sobre la piedra de la Sala de los Menesteres. Sus alas, traslúcidas y llenas de magia, se desplegaron con gracia, y sus ojos brillaban con una luz intensa.

Era hermoso.

Draco ni siquiera se dio cuenta de que había dejado de respirar hasta que escuchó la voz de Potter.

—Mierda.

Draco parpadeó y giró la cabeza. Harry lo observaba con los ojos muy abiertos, reflejando el plateado resplandor del Patronus en su mirada.

—Es un... —susurró Harry, incapaz de apartar la vista de la criatura.

Draco sintió un leve temblor en su propia voz.

—Un fénix.

El Patronus aleteó suavemente sobre ellos, su luz proyectando sombras largas sobre las paredes. Draco lo miró, sintiendo algo inexplicable en el pecho. Como si aquel hechizo, aquella manifestación de su propia esencia, le estuviera revelando algo que había estado enterrado en lo más profundo de sí mismo.

Se sintió... orgulloso.

—¿Draco?

La voz de Harry lo sacó de su ensimismamiento. Se giró para verlo y se encontró con una sonrisa genuina, una de esas que Potter no solía mostrar a menudo.

—Es impresionante —murmuró Harry, acercándose un poco más—. Quiero decir, tiene sentido...

Draco frunció los labios, fingiendo molestia.

—¿Insinúas que representa mi redención y mi paso al lado "bueno"?

Una carcajada suave fue la única respuesta, pero bastó para hacerlo sentir más ligero.

—Tal vez.

Rodó los ojos, pero en el fondo no podía evitar sentir un calor extraño en el pecho. El Patronus aún flotaba sobre ellos, irradiando su energía cálida y protectora.

—Es poderoso —continuó Harry, con una nota de admiración en su voz—. Y no solo eso... es tuyo.

Draco sintió que algo dentro de él se relajaba.

Sí, era suyo.

Por primera vez en mucho tiempo, sintió que finalmente estaba en control de algo. Que era capaz de crear algo hermoso, algo que representaba su fuerza, su poder interior.

El fénix plateado aleteó una última vez antes de desvanecerse en una lluvia de chispas brillantes. Draco lo vio desaparecer, pero la calidez que había dejado en su pecho permaneció.

Cuando bajó la vista, encontró a Harry aún mirándolo.

—Estoy orgulloso de ti, Draco —dijo Potter, su voz baja y sincera.

Un cosquilleo le recorrió la columna. Y, sin saber por qué exactamente, supo que nunca olvidaría aquella noche.

★★★

Los días siguientes pasaron con una extraña mezcla de calma y caos.

Calma, porque después de conjurar su Patronus, algo dentro de él parecía más firme, más estable. Como si hubiese cruzado una línea invisible y ya no tuviera que demostrarle a nadie —ni siquiera a sí mismo— que merecía estar donde estaba.

Caos, porque Hogwarts entera parecía haberse sumido en una carrera contra el tiempo. El murmullo constante sobre los exámenes finales llenaba los pasillos, las bibliotecas estaban a reventar y hasta los fantasmas parecían más tensos de lo normal.

Draco también sentía el agotamiento acumulado. Las ojeras bajo sus ojos se hacían cada vez más pronunciadas, y su paciencia era cada vez más corta. Sin embargo, aún así mantenía su rutina con Harry: estudiaban juntos cada tarde, se ayudaban con los temas más complicados y, de vez en cuando, se tomaban un descanso... aunque esos descansos a veces terminaban con Harry robándole un beso o susurrándole cosas que hacían que su concentración se desmoronara por completo.

Esa tarde, en la biblioteca, estaban sumidos en un repaso de Historia de la Magia. Draco pasaba las páginas de su libro con lentitud, absorbiendo la información, mientras Harry a su lado se limitaba a hojear el suyo sin demasiado interés. Draco lo notó después de un rato.

—Potter —llamó, cerrando su propio libro con un suspiro—. ¿Por qué estás tan relajado?

Harry parpadeó, levantando la mirada de su libro.

—¿Cómo que por qué?

Draco lo miró, frunciendo el ceño con incredulidad.

—Vamos, no es que seas precisamente un erudito, Potter. Te he visto cada año sufrir con los exámenes, y ahora ni siquiera pareces estresado. ¿No te importa lo que saques en los EXTASIS?

Harry titubeó por un instante, evitando la mirada de Draco, como si no supiera cómo abordar la pregunta.

—No es que no me importen, es solo que... no son tan importantes para mí.

Draco lo miró incrédulo, sus cejas arqueándose en un gesto de absoluta sorpresa.

—¿Cómo que no son importantes? Definen tu futuro. Si sacas malas calificaciones, no conseguirás un buen trabajo.

Hubo un silencio breve. Harry no respondió de inmediato, y entonces algo hizo clic en la mente de Draco.

Sus ojos se entrecerraron, una chispa de comprensión cruzando su mirada.

—Espera... ya tienes un puesto, ¿verdad?

Harry bajó la mirada, incómodo, y se rascó la nuca como si estuviera avergonzado de revelar algo.

—Algo así.

Draco lo miró, ahora completamente sorprendido. La sorpresa se convirtió rápidamente en una sonrisa irónica.

—Te dieron trabajo —dijo, más para sí mismo que para Harry, pero su voz estaba llena de incredulidad—. Déjame adivinar... auror.

Harry asintió con una pequeña sonrisa. —Sí.

El rubio bufó, echándose hacia atrás en su asiento.

—Bueno, era obvio. Derrotaste a Voldemort, no hay mejor currículum que ese.

Encogiéndose de hombros, Harry mantuvo la misma expresión tranquila.

—Desde el final de la batalla, el cuartel general de aurores me ofreció un puesto sin necesidad de terminar Hogwarts. Técnicamente, ni siquiera necesito los EXTASIS.

Draco lo observó, sin saber exactamente cómo sentirse con esa información.

—Entonces, ¿por qué volviste? —preguntó, sin poder evitar una ligera confusión en su voz.

Los ojos verdes lo miraron, brillando con una calma que solo Draco podía interpretar como sinceridad.

—Porque no quería que mi último recuerdo de Hogwarts fuera la guerra —dijo en voz baja—. Quería tener un año normal... o lo más normal posible.

Una sensación extraña se apoderó del pecho de Draco. Harry no solo había vuelto por sus amigos, ni por su educación, sino porque necesitaba cerrar ese capítulo de su vida de otra manera.

—Bueno... —dijo Draco, fingiendo desinterés mientras volvía a abrir su libro—. Si no necesitas estudiar, al menos podrías ser útil y ayudarme a memorizar estos malditos tratados mágicos.

Harry sonrió con diversión antes de inclinarse un poco más cerca.

—Solo si me das un beso después de cada respuesta correcta.

Draco lo fulminó con la mirada, pero no pudo evitar la forma en la que su boca se curvó en una pequeña sonrisa.

★★★

Los días continuaron su curso con una rapidez inquietante. Entre libros, entrenamientos, madrugadas sin dormir y esos pequeños momentos en los que Harry lograba colarse bajo su piel, el tiempo parecía deshacerse entre sus dedos.

Cada jornada se sentía más densa, más agotadora, como si todo Hogwarts respirara al ritmo de la cuenta regresiva para los exámenes.

Incluso Draco, con su férrea disciplina y su necesidad constante de tener el control, empezaba a flaquear. No por falta de capacidad, sino por el peso acumulado de todo lo que ese año había significaba para él.

Aun así, se mantenía firme. Cada tarde repasaba junto a Harry los temas más densos. A veces discutían, a veces terminaban riéndose por cualquier estupidez, y otras —las más peligrosas—, se quedaban en silencio mirándose sin necesidad de decir nada.

Pero no importaba que tanto ignoraran la fecha, el día había llegado.

El 16 de julio amaneció con un cielo despejado y un aire pesado de tensión en todo Hogwarts. Desde el desayuno en el Gran Comedor, la mayoría de los estudiantes apenas hablaban, concentrados en sus pergaminos con los últimos repasos o en los libros abiertos sobre la mesa. Draco, aunque trataba de mantener la compostura, sentía su estómago revuelto.

Los EXTASIS no eran cualquier examen. No solo definían el futuro de los estudiantes, sino que, en su caso, también demostraban qué tan capaz era después de todo lo que había pasado. Gracias a Potter y las tutorías, su uso con la varita ya no estaba limitado únicamente a las clases, lo que le había permitido practicar con la misma intensidad que los demás. Aun así, un pensamiento persistía en su mente: ¿y si no era suficiente?

¿Y si fracasaba como todos esperaban que lo hiciera?

Desde la mesa de Gryffindor, Potter lo observaba. Draco lo notó de reojo cuando su mirada se cruzó con la suya. El idiota le sonrió, como si todo esto no fuera el acontecimiento más crucial del año.

"Respira, Malfoy", pensó, mientras terminaba su café y se ponía en pie.

El primer examen era Encantamientos.

Entró al aula con el resto de los estudiantes, el corazón latiéndole con fuerza. El profesor Flitwick esperaba con su característico entusiasmo, explicando las pruebas: desde los hechizos más básicos hasta los más avanzados.

Draco tomó su varita con firmeza cuando fue su turno. Al principio, sentía su pulso temblar, pero en cuanto realizó el primer hechizo con éxito, algo en él cambió. La confianza que Potter le había estado metiendo en la cabeza durante meses comenzó a hacer efecto.

—¡Excelente, señor Malfoy! —exclamó Flitwick cuando realizó un encantamiento escudo perfecto.

Salió del aula con el pecho hinchado de orgullo. Un examen menos.

Transfiguración fue después, McGonagall observaba a cada estudiante con ojo crítico, evaluando sus habilidades con precisión. Draco convirtió un armadillo en un cojín con tal fluidez que incluso la directora alzó una ceja con aprobación.

—Muy bien, señor Malfoy.

Pociones le resultó pan comido, siempre había sido su mejor asignatura, y bajo la supervisión de Slughorn, elaboró su poción con una precisión impecable. Sabía que había obtenido una nota sobresaliente incluso antes de que el profesor asintiera con satisfacción.

Defensa Contra las Artes Oscuras lo ponía algo nervioso, porque de todas las asignaturas se podía decir que era la más difícil de todas, en especial bajo la exigencia del nuevo profesor que habían elegido para ese año, pero lo cierto es que, después de meses practicando con Potter, cada movimiento le salió de manera natural. Conjuró hechizos defensivos, desarmó a su oponente en el duelo de prueba y mantuvo la compostura en todo momento.

Al final del día, Draco salió de su último examen con una sensación extraña. Había entrado a la sala con nervios, pero a medida que avanzaban las pruebas, su confianza creció hasta el punto en que ya no se preocupaba por fallar.

Había logrado hacer cada prueba a la perfección.

Cuando se encontró con Potter en el pasillo después del último examen, el Gryffindor le dedicó una sonrisa satisfecha.

—¿Ves? Te lo dije.

Draco rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír también. Había sido un largo camino hasta aquí, pero finalmente lo había logrado..

—Sabes, si sigues sonriendo así, voy a pensar que en realidad disfrutas estudiar.

—No digas estupideces, Potter —bufó, rodando los ojos—. Solo estoy aliviado de que se haya acabado.

—Entonces, hay que celebrarlo. —Harry se empujó de la pared y caminó hacia él—. Ven conmigo.

—¿A dónde?

—Sorpresa.

Draco levantó una ceja, pero terminó siguiéndolo por los pasillos del castillo hasta que llegaron a la familiar puerta de la Sala de Menesteres. Potter caminó al frente y la puerta apareció ante ellos.

Cuando entraron, Draco parpadeó sorprendido.

El lugar no era la sala de entrenamiento de siempre. No. Esta vez, la habitación se parecía más a un salón privado, con una gran chimenea encendida, un cómodo sofá de terciopelo verde (que Draco inmediatamente reconoció como un detalle que Potter había pensado en él), y una mesa con algunas botellas de hidromiel y dulces de Honeydukes.

—¿Planeabas esto? —preguntó Draco, cruzándose de brazos.

Harry se encogió de hombros, con esa sonrisita suya.

—Tal vez.

Draco rodó los ojos, pero no pudo evitar sentir una calidez extraña en el pecho. No estaba acostumbrado a que alguien pensara en él de esa forma.

—Ven —dijo Harry, tomándolo de la muñeca y llevándolo hasta el sofá.

Se sentaron juntos, más cerca de lo que Draco habría esperado, pero no hizo ningún intento de apartarse. Se permitió el lujo de disfrutar el momento.

—Así que... ¿cómo te sientes? —preguntó Harry después de un rato, dándole un sorbo a su hidromiel.

Draco suspiró, recostando la cabeza en el respaldo del sofá.

—Extraño. No sé qué hacer con mi vida ahora que no tengo que estudiar cada minuto del día.

Harry rió entre dientes.

—Tienes dos años de libertad condicional y trabajo obligatorio, ¿recuerdas? Algo me dice que no vas a tener mucho tiempo libre.

Draco hizo una mueca. —Gracias por recordármelo.

—Oh, vamos —Harry dejó su botella en la mesa y se giró para mirarlo de frente—. Lo hiciste increíble, Draco. Sé que no te lo crees todavía, pero yo sí.

Draco sintió el estómago revolverse. No estaba acostumbrado a escuchar su nombre de esa forma en la boca de Potter. Su tono era suave, casi cariñoso.

—No lo habría logrado sin ti —murmuró.

—Eso no es cierto. Yo solo te ayudé a ver lo bueno que ya estaba ahí.

Draco desvió la mirada, sintiendo que el calor subía a sus mejillas.

Hubo un breve silencio entre ellos. Uno de esos silencios que no eran incómodos, sino pesados, cargados de algo que ninguno terminaba de nombrar.

—Ahora que todo terminó... —Draco habló en voz baja, sin atreverse a mirarlo directamente—. ¿Qué sucederá entre los dos?

Harry parpadeó, sorprendido.

—¿A qué te refieres?

Draco exhaló, pasándose una mano por el cabello.

—No sé, es solo que... hemos estado haciendo esto —hizo un gesto entre los dos—, y aún no hemos hablado de lo que significa, solo lo dejamos ser.

Harry lo miró en silencio durante un momento.

—¿Y qué quieres que signifique?

Draco apretó los labios, inseguro. Pero entonces, sintió la mano de Harry tomar la suya, entrelazando sus dedos con suavidad.

—Quiero que sigas aquí —murmuró Draco sin pensarlo demasiado.

Harry sonrió, inclinándose apenas un poco más cerca.

—No voy a ninguna parte.

Y entonces lo besó.

Fue un beso lento, pausado, diferente a los anteriores. No era producto de la emoción del momento o del calor de una discusión. Era suave, seguro, y Draco sintió que algo en su pecho encajaba en su lugar.

Cuando se separaron, Harry apoyó la frente contra la suya y susurró:

—Felices EXTASIS aprobados, Malfoy.

Draco bufó, pero no pudo evitar sonreír.

★★★

El último día en Hogwarts amaneció con un aire melancólico que se extendía por todo el castillo. Los pasillos, siempre llenos de risas y pasos apurados, ahora estaban en silencio, como si el castillo mismo sintiera el peso de la despedida. Algunos estudiantes caminaban lentamente, sus miradas perdidas en los muros, como si quisieran que cada rincón quedara grabado en su memoria para siempre.

Draco descendió las escaleras hacia el Gran Comedor con una sensación extraña en el pecho. Pasó una mano por el colgante que Potter le había regalado y suspiró. Había pasado siete años en este castillo y, a pesar de todo lo que había sucedido, dejarlo atrás no era fácil.

Cuando entró en el comedor, vio que su mesa estaba más llena de lo usual, con estudiantes intercambiando cartas y promesas de mantenerse en contacto. Se sentó en su lugar habitual, sirviéndose un poco de té, pero la voz de Potter interrumpió sus pensamientos.

—Espero que haya sitio para mí.

Draco alzó la mirada y lo encontró de pie junto a él, con una sonrisa despreocupada.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó en un susurro, mirando de reojo a la mesa de Gryffindor.

—Desayunando contigo —respondió Potter como si fuera la cosa más obvia del mundo antes de dejarse caer en el asiento junto a él.

Draco no pudo evitar ladear los labios en una pequeña sonrisa, pero el momento fue interrumpido cuando notó dos pares de ojos clavados en ellos.

Giró apenas la cabeza y vio a Granger y Weasley desde la mesa de Gryffindor. Ron tenía los labios apretados, y Hermione fruncía el ceño, claramente confundida y tal vez, incluso, algo molesta. Draco suspiró y volvió la vista a su plato.

—Tus amigos me están mirando como si quisiera envenenarte —comentó en voz baja.

Harry, en lugar de girarse a ver, solo se sirvió un poco de jugo de calabaza y se encogió de hombros.

—Déjalos que miren.

Draco bufó, pero no dijo nada más. Se enfocó en su desayuno, disfrutando la comida mientras la charla en la mesa continuaba con normalidad. Era... extraño. Tener a Potter ahí, en su mesa, sin que nadie hiciera comentarios desagradables o intentara echarlo. Como si fuera algo natural.

Después del desayuno, Draco y Harry caminaron por todo el castillo, recorriendo pasillos que conocían de memoria, despidiéndose en silencio de cada rincón. Pasaron por la biblioteca, donde Draco pasó incontables horas estudiando con Potter, luego por los jardines, donde se detuvieron un momento para observar el lago negro.

—¿No es raro? —murmuró Draco después de un rato.

Harry lo miró de reojo.

—¿El qué?

—Irnos. Pensar que no volveremos en septiembre.

Harry exhaló lentamente.

—Sí, un poco. Pero supongo que era inevitable.

Draco asintió, aunque algo en su pecho se sentía vacío. No quería admitirlo, pero esa sensación de despedida lo estaba afectando más de lo que pensaba. Hogwarts había sido más que solo una escuela para él. Había sido un lugar donde, por primera vez en su vida, se sintió parte de algo más grande. Y ahora, ese capítulo de su vida estaba por cerrarse.

Cuando cayó la noche, todos los alumnos del último año fueron guiados hasta el lago negro. A lo lejos, Draco vio los carruajes llevándose los baúles, pero su atención se desvió rápidamente a los botes iluminados que flotaban sobre el agua, esperando para llevarlos en su última travesía.

El aire era fresco, y la luna llena bañaba todo con una luz plateada. El agua reflejaba las estrellas, y a su alrededor, las luciérnagas danzaban, llenando el aire de destellos dorados. Todo se sentía... mágico, como un último regalo del castillo antes de su partida. Draco se quedó quieto, observando el paisaje, sintiendo esa extraña mezcla de nostalgia y gratitud.

Pero antes de que pudiera perderse demasiado en sus pensamientos, Harry lo tomó suavemente de la muñeca.

—Vamos.

Draco frunció el ceño cuando se dio cuenta de hacia qué bote lo dirigía.

—No.

—Sí —dijo Harry con una sonrisa divertida.

—No pienso compartir un bote con tus amigos, Potter.

—Pues es tu última oportunidad para hacerlo. —Harry dijo esto con un tono tranquilo, como si fuera una broma, pero Draco notó algo más en su mirada. Algo cálido, como si realmente quisiera compartir ese momento con él.

Draco chasqueó la lengua, pero al final, cedió. Harry tiró de él con suavidad, hasta que ambos se sentaron en uno de los botes. Ron y Hermione los miraron con desconfianza, pero Draco no les prestó mucha atención. En ese momento, no importaba nada más que estar con Harry.

El viaje comenzó, y Draco trató de ignorar la incomodidad de estar con los amigos de Potter, pero rápidamente dejó de importar. La luna iluminaba todo con una luz suave, el agua reflejaba el cielo estrellado, y Hogwarts parecía brillar a lo lejos. Era hermoso, más hermoso de lo que Draco recordaba había sido en primer año.

Y entonces miró a Potter.

Harry estaba en silencio, con la vista perdida en el horizonte, y la luz de la luna resaltaba sus rasgos, haciéndolo ver aún más atractivo de lo que Draco recordaba. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad que lo desarmaba, y Draco sintió una oleada de algo cálido recorrer su pecho. Algo que había estado guardando, sin querer nombrarlo, pero que ahora no podía ignorar.

—Me estás mirando —murmuró Harry, su voz baja, sin apartar la vista del agua.

Draco no desvió la mirada.

—Lo sé.

Harry giró la cabeza hacia él, sus ojos encontrando los de Draco. Y en ese momento, con la luna brillando sobre ellos, Draco supo que no importaba que Hogwarts quedara atrás. No importaba que su tiempo como estudiantes terminara. Lo que él tenía con Harry Potter no terminaría ahí. No importaba lo que viniera después. Estaba listo para enfrentar todo lo que el futuro les deparara, porque sabía que Harry estaría a su lado.

Y en ese momento, Draco no necesitaba nada más.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 16: 𝑿𝑽

Chapter Text

°☆ | 𝑺𝒆𝒈𝒖𝒏𝒅𝒂 𝑷𝒂𝒓𝒕𝒆 |☆°

 

★★★

Draco miraba por la ventana hacia la calle, observando a las personas ir y venir por el Callejón Diagon con bolsas en las manos y rostros animados. Llevaba así un buen rato, sin moverse, simplemente dejando que su mente divagara. 

Habían pasado dos semanas desde la graduación en Hogwarts, dos semanas desde que se subió a aquel bote en el lago y miró por última vez el castillo iluminado por la luna. Y hoy... hoy era 30 de julio. 

El día en que enviaban los resultados de los EXTASIS.

¿Qué si estaba nervioso? Claro que sí. Confiaba en que le había ido bien; después de todo, se había esforzado. Gracias a Potter y a sus tutorías, había tenido más tiempo con su varita del que el Ministerio originalmente le permitía, y eso había hecho una gran diferencia. 

Pero aun así, no podía evitar la ansiedad. Las calificaciones que obtuviera determinarían a qué puestos de trabajo podría aspirar una vez completara sus dos años restantes de libertad condicional. Claro, si es que alguien estaba dispuesto a contratarlo; la gente tiende a olvidar con el tiempo, pero también hay quienes guardan rencor, y Draco temía que nunca lo dejaran avanzar. Que siempre lo vieran como el mortífago que fue, y no como el hombre que intentaba ser ahora.

Pero bueno, esa era una preocupación para el Draco del futuro. Ahora estaba ahí, en el departamento que el Ministerio proporcionaba a aquellos "delincuentes" que estaban bajo libertad condicional, esperando por sus calificaciones.

El departamento era funcional, pero no particularmente acogedor, se encontraba justo un piso arriba del de su madre. Era pequeño, con lo justo para vivir: una habitación con una cama y un armario, un baño diminuto, una salita con un sofá de dos plazas, una cocina estrecha pero bien equipada, un comedor modesto y un cuarto de aseo. La ventana de la sala daba al Callejón Diagon y podía abrirse, aunque estaba protegida con una reja mágica imposible de romper.

Por seguridad, decían.

Para evitar fugas, pensaba Draco con sarcasmo.

Y, por supuesto, no había red Flu. El apartamento estaba bajo la supervisión del Cuartel General de Aurores; ellos tenían el control absoluto, desde la puerta de entrada del edificio hasta cada habitación. Y claro, tenían permiso especial para aparecerse dentro de los departamentos cuando les diera la gana.

—¡Pufff!

El sonido repentino de una aparición lo hizo dar un salto. Draco puso una mano sobre su pecho, respirando hondo para calmarse. No necesitaba girarse para saber quién era.

—Por Merlín, Potter. Tienes que dejar de hacer eso —se quejó, frunciendo el ceño.

—Lo siento, pero es demasiado divertido ver la cara que pones cuando estás tan tranquilo y, de repente, ¡puff! —respondió Harry con una sonrisa amplia. Su uniforme de auror estaba perfectamente arreglado: túnica negra con detalles en color escarlata, la insignia del Ministerio de Magia en el lado derecho del pecho y su varita sujeta en el cinturón. Draco notó que llevaba el cabello algo desordenado, como si hubiera estado corriendo de un lado a otro antes de aparecerse en su departamento.

—Sí, claro, muy divertido —replicó Draco con sarcasmo, girándose hacia la cocina y sacando de una gaveta un pedazo de pastel de caldero—. ¿Te imaginas que un día llegues y yo acabe de salir de bañarme? —añadió con desinterés—. Podría estar desnudo.

Se perdió en la búsqueda de un plato, por lo que no notó cómo la sonrisa de Harry titubeó por un instante, ni cómo su mirada se oscureció levemente ante la imagen mental que Draco acababa de plantar en su cabeza. Harry se aclaró la garganta y se obligó a recuperar la compostura.

—Mira lo que tengo aquí —dijo, sentándose en el sofá con aire triunfal. En sus manos sostenía dos sobres con el sello de Hogwarts.

De repente, Draco se giró de golpe, dejando el plato sobre la mesa.

—¡¿Son las calificaciones?!

—Así es —confirmó Harry, divertido por su entusiasmo.

El rubio prácticamente le arrancó los sobres de las manos antes de darse cuenta de que uno de ellos no le pertenecía. Con un carraspeo, le devolvió el de Potter.

—Lo siento —dijo con torpeza.

Pero el contrario se encogió de hombros, sin molestarse en lo más mínimo. En cambio, sostuvo su sobre y lo miró a los ojos.

—Vamos a abrirlos juntos, ¿ok? A la cuenta de tres.

Draco asintió, su pulso acelerándose ligeramente.

—Tres... dos... ¡uno!

Rasgaron los sobres al mismo tiempo.

Harry revisó sus notas con tranquilidad. La mayoría eran Supera las Expectativas y Extraordinario, excepto Historia de la Magia, donde apenas había conseguido un Aceptable. No le importaba demasiado; no necesitaba esas calificaciones para ser auror, aunque se sentía satisfecho con los resultados.

Entonces miró a Draco.

El rubio estaba en completo silencio, con la carta entre sus dedos y los ojos recorriendo cada línea. Harry inmediatamente pensó que algo estaba mal, que tal vez las calificaciones no eran las que esperaba. No quería indagar mucho para no incomodarlo, pero el silencio se prolongó. Cuando estuvo a punto de preguntar, Draco extendió la carta sin decir una palabra más.

Harry la tomó y la leyó con rapidez.

Todas las materias tenían la misma calificación: Extraordinario.

Una oleada de emoción y orgullo lo invadió.

—¡Draco! —exclamó, mirándolo con asombro—. ¡Lo hiciste! ¡Sacaste la mejor nota en todo!

El chico apartó la mirada, aunque la sombra de una sonrisa se asomaba en sus labios.

—Sí, bueno... esperaba al menos un Supera las Expectativas en Encantamientos, pero Flitwick siempre tuvo una debilidad por mí.

Harry soltó una carcajada antes de abrazarlo sin previo aviso. Draco se tensó un momento, sorprendido, pero luego relajó los hombros y dejó que Potter lo abrazara.

—Estoy muy orgulloso de ti —murmuró Harry contra su cabello.

Por un instante, Draco cerró los ojos. Esas palabras significaban más de lo que estaba dispuesto a admitir.

—Gracias —susurró en respuesta.

Cuando Harry se apartó, le dedicó una sonrisa amplia. —Definitivamente esto amerita una celebración.

Draco arqueó una ceja. —¿Me vas a sacar de mi prisión, Potter?

Sonriendo con picardía, Harry mostró la insignia de auror en su túnica.

—Tengo mis maneras.

Con cautela y algo de emoción, Draco lo miró mientras Harry realizaba un encantamiento no verbal en la puerta. Se escuchó un leve "clic", y antes de que Draco pudiera reaccionar, Potter le tomó la muñeca y tiró de él fuera del departamento.

Cuando salieron del edificio, antes de que Draco dijera algo más, sintió el tirón familiar de una Aparición. Cuando abrieron los ojos, Draco notó de inmediato dónde estaban.

El Caldero Chorreante. El lugar estaba animado, con magos y brujas charlando en las mesas, y el sonido de jarras chocando resonando en el aire.

—¿Me sacaste de mi departamento para traerme a un bar? —preguntó Draco, entre incrédulo y divertido.

Harry sonrió.

—Sí, pero no cualquier bar. Quería algo tranquilo para empezar.

Draco entrecerró los ojos. —Eso suena como si tuvieras un plan para después.

Harry no dijo nada, solo le guiñó un ojo y lo arrastró hacia una mesa. Se acomodaron en un rincón, lejos de las miradas curiosas, y pronto una camarera les trajo un par de cervezas de mantequilla. Draco rodeó la jarra con las manos, sintiendo el calor de la bebida.

—No me puedo creer que me hayas sacado de mi departamento.

—¿Y no me vas a agradecer? —preguntó Harry con una sonrisa.

Draco lo miró por un segundo y luego bufó, llevándose la jarra a los labios.

—Si no fueras Potter, quizá lo haría.

Harry rió y ambos se quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la tranquilidad del lugar. Finalmente, Draco dejó su jarra sobre la mesa y suspiró.

—Está bien, lo admito... esto es mejor que estar encerrado esperando a que pasen los años.

—Lo sé —respondió Harry con confianza, dándole un leve empujón con el codo—. Por eso me tienes a mí.

Draco lo miró y, sin poder evitarlo, sonrió. Sí, Potter siempre encontraba la forma de sacarlo de su zona de confort y, aunque le costara admitirlo, no le molestaba en absoluto.

—¿Nos vamos? —preguntó Potter de repente, terminando su cerveza de mantequilla de un solo trago.

Con sospecha, Draco replicó:

 —¿Adónde?

Harry sonrió de lado. —Confía en mí.

Draco frunció el ceño.

—Esa frase suele preceder decisiones estúpidas.

—Y, sin embargo, sigues viniendo conmigo.

Abrió la boca para replicar, pero se quedó en silencio; Potter tenía razón. Maldición.

Antes de que pudiera pensarlo demasiado, Harry se levantó y, sin esperar respuesta, tomó su mano y lo llevó fuera. Draco sintió el tirón de la Aparición, y cuando sus pies tocaron el suelo de nuevo, se encontró en un campo abierto.

El aire estaba fresco y limpio. Miró a su alrededor: el campo era amplio, cubierto de hierba alta que se movía con el viento. A pocos metros, había un lago pequeño con el agua quieta, que reflejaba claramente la luna y algunas estrellas. El borde del lago estaba rodeado de árboles altos, la mayoría con hojas oscuras y ramas delgadas que se mecían suavemente. Podía oír algunos sonidos: una rana croando, insectos zumbando cerca del suelo y una lechuza en algún punto entre los árboles. El suelo bajo sus pies estaba un poco húmedo y olía a tierra mojada. No había señales de otras personas ni luces artificiales cerca; parecía un lugar alejado de todo.

Draco observó en silencio, tratando de ubicar dónde estaban. El paisaje era tranquilo, casi desierto, y la noche estaba completamente despejada.

—¿Dónde estamos? —preguntó, con la voz más suave de lo que esperaba. La quietud del lugar parecía exigirlo.

Con una pequeña sonrisa, Harry respondió sin apartar la vista del lago:

—Un lugar que encontré durante la guerra. Me gusta venir aquí cuando necesito pensar.

Draco alzó la mirada hacia los árboles que rodeaban el claro. No reconocía el sitio, pero entendía por qué Potter lo había elegido. Era apartado, silencioso. No había nada que recordara al mundo mágico ni al muggle. Solo naturaleza, calma... y ellos dos.

—Es... agradable —dijo finalmente, sin saber bien cómo ponerlo en palabras. No era el tipo de lugar al que solía ir, pero había algo reconfortante en la sencillez del entorno.

Harry soltó una risa baja, casi burlona pero sin malicia.

—Eso es lo más cercano a un cumplido que he escuchado de ti en toda la noche.

Draco le dio un empujón con el hombro, una sonrisa apenas curvando sus labios.

—No te acostumbres.

No hubo respuesta inmediata. En lugar de hablar, Harry se quedó quieto, contemplando el reflejo de la luna en el agua. El silencio entre ellos ya no era incómodo. Draco también desvió la mirada hacia el lago. El viento soplaba suave, enfriando la superficie y haciendo que pequeñas ondas distorsionaran la imagen del cielo reflejado.

Después de unos minutos, Draco decidió romper el silencio.

—Mañana es tu cumpleaños.

El moreno giró apenas el rostro, asintiendo.

—Lo sé.

—¿Y qué planeas hacer?

La pregunta salió con naturalidad, pero iba cargada de verdadera curiosidad. Sabía que Potter no era el tipo de persona que buscara grandes celebraciones, pero tampoco esperaba tan poca intención.

—Les dije a los chicos que este año no quiero nada. Solo quiero estar tranquilo.

Draco frunció el ceño, genuinamente sorprendido.

—¿Tranquilo? Es tu cumpleaños, Potter. Deberías celebrarlo.

Por fin, Harry volvió completamente la cabeza para mirarlo, una sonrisa tranquila asomando en sus labios.

—Lo haré, pasándolo contigo.

El comentario le cayó encima como un golpe suave, cálido. Sintió cómo su corazón se aceleraba, pero intentó mantener la compostura.

—Eso no cuenta como celebración.

—Para mí sí —dijo, encogiéndose de hombros con ligereza—. Solo quiero estar contigo, sin interrupciones.

Draco no supo qué decir al principio. La sinceridad con la que lo había dicho lo tomó por sorpresa. No era una frase grandilocuente, ni una declaración dramática. Solo simple honestidad, y quizá por eso lo desarmó más.

—Bueno, si lo que quieres es tranquilidad, puedo dejarte solo.

Harry negó con la cabeza, divertido, chasqueando la lengua.

—No, lo que quiero es una sesión de besos contigo todo el día.

El calor subió a sus mejillas antes de que pudiera controlarlo.

—¡Potter! —espetó, dándole un golpe leve con la mano.

El otro soltó una carcajada sonora, genuina.

—¿Qué? Es mi cumpleaños. ¿No puedo pedir un deseo?

Draco intentó mirarlo con severidad, pero el rubor en su rostro lo traicionaba. Resopló, dándose la vuelta para ocultar su expresión.

—Eres un imbécil —murmuró con tono seco, aunque sin verdadera intención.

En un movimiento rápido, Harry lo alcanzó, tomó su muñeca y lo giró hacia él con suavidad pero firmeza.

—Pero soy tu imbécil —susurró, antes de inclinarse y besarlo.

La reacción de Draco fue inmediata pero no precipitada. Cerró los ojos y dejó que lo envolviera esa sensación familiar: los labios de Harry contra los suyos, el calor de su cuerpo cerca, el cosquilleo que recorría su columna vertebral cada vez que lo besaba con esa intensidad tranquila. Sus manos, casi por instinto, buscaron su cabello, enredándose en los mechones desordenados que siempre lo sacaban de quicio y a la vez lo encantaban.

La brisa nocturna seguía soplando a su alrededor, pero ya no la sentía. El mundo, por unos segundos, había desaparecido. No existían el tiempo, las expectativas ni el pasado. Solo ellos dos, en medio de la nada, bajo un cielo limpio y una luna que parecía observarlos sin juicio.

Cuando por fin se separaron, ambos respiraban con dificultad. Harry apoyó su frente contra la de él, sonriendo con suavidad.

—Entonces... ¿me vas a dar mi regalo de cumpleaños o no?

Draco rodó los ojos con un suspiro, aunque el gesto fue más tierno que molesto.

—Estás insoportable.

Y aun así, lo besó de nuevo.

★★★

El sol apenas comenzaba a filtrarse por la ventana cuando Harry se removió en la cama. Se encontraba en el Número 12 de Grimmauld Place, la antigua residencia de Sirius Black. A pesar de que, en su momento, insistió en no querer ninguna relación con aquella casa, ahora no tenía otro lugar al que regresar—porque, evidentemente, no iba a imponerse en la Madriguera, aunque los Weasley insistieron en que se quedara—y, al final, había terminado ahí.

Tenía suficiente dinero para conseguir un sitio más cómodo, lejos de los recuerdos que pesaban en cada rincón, y durante todo su octavo año en Hogwarts consideró mudarse. Pero ahora, ya graduado, cada vez que tomaba la decisión de hacerlo, algo terminaba reteniéndolo en ese lugar.

Así que había decidido remodelarla... o al menos intentarlo. A pesar de los intentos por hacerla más acogedora, la casa seguía manteniendo su aire sombrío. Las paredes de madera oscura y el mobiliario pesado le daban un ambiente antiguo, como si el tiempo se hubiera detenido allí. Las cortinas, que antes estaban sucias y llenas de telarañas, ahora estaban un poco más limpias, aunque aún dejaban entrar poca luz.

El salón, amplio y lleno de muebles antiguos, aún conservaba la imponente y oscura decoración de la familia Black. El retrato de Walburga Black seguía colgado en la pared, lanzando maldiciones cada vez que un ruido demasiado fuerte la despertaba. A pesar de todos sus intentos, Harry aún no había encontrado la manera de silenciarla. 

Pero al menos, la chimenea ya no estaba apagada todo el tiempo, y Harry había colocado algunas sillas cerca de ella, junto con una mesa que usaba para comer o leer el periódico. Aún así, la casa seguía teniendo un aire gris y pesado; aunque ahora el lugar era más habitable, las habitaciones seguían llenas de polvo y el aire permanecía cargado, como si la casa misma se negase a dejar ir los recuerdos.

A menudo pensaba en Sirius mientras caminaba por los pasillos vacíos. La casa le traía muchos recuerdos de él, y, por eso, prefería no pasar demasiado tiempo dentro. Se sentía extraño estar allí sin él, como si todo lo que había hecho en Grimmauld Place hubiera sido en vano. Por eso, los primeros meses tras la guerra, solía salir a caminar por Londres o se refugiaba en la casa de los Weasley, donde sentía que podía dejar de pensar en todo lo que había perdido; pero ahora también tenía a Draco, quien se había vuelto su nuevo sitio seguro.

Hoy era el cumpleaños de Harry, y no podía dejar de pensar en eso. El día anterior, había prometido a Draco que pasaría todo el día con él. Sólo quería un día lleno de caricias y besos, un día en el que pudiera desconectar de todo lo demás y centrarse únicamente en él. No era algo que hiciera habitualmente, pero sentía que hoy necesitaba ese momento de calma, de estar con Draco, sin preocupaciones, ni sombras...

Ni recuerdos.

Con esa idea en mente, Harry se alistó rápidamente. En pocos minutos, se vistió con una camiseta sencilla y unos jeans cómodos, sin perder tiempo en detalles. Sabía que a Draco no le importaba cómo se viera —o al menos lo disimulaba—, lo que quería era compartir un día juntos, no había necesidad de grandes preparativos.

Se puso los zapatos de manera apresurada, tomó su varita por si acaso, y sin pensarlo más, se concentró en su destino. Con un suspiro, se concentró para aparecerse, y en un parpadeo, el ambiente de Grimmauld Place se desvaneció, sustituyéndolo por el cálido departamento de Draco.

Era muy temprano en la mañana y por eso cuando se apareció dentro de su cuarto, vio a Draco en la cama, quien dormía plácidamente. Su respiración tranquila, su cabello rubio ligeramente revuelto contra la almohada.

Harry se acercó lentamente, sentándose en el pequeño espacio que Draco había dejado, y suspiró con satisfacción. Si su cumpleaños consistía solo en esto, en estar junto a Draco, en sentirse así de en paz, entonces no necesitaba nada más.

Draco se removió un poco y soltó un sonido adormilado antes de abrir lentamente los ojos. Lo primero que vio fue la sonrisa de Potter.

—¿Cuánto tiempo llevas mirándome así? —preguntó con voz ronca de recién despertado.

Deslizando su mano por la espalda de Draco, Harry se acercó un poco más.

—Lo suficiente como para saber que debería hacer esto todos los días.

El rubio entrecerró los ojos con desconfianza.

—¿Verme dormir? Suena un poco inquietante, Potter.

Harry rió bajo y le dio un beso en la mejilla.

—No, me refería a que me encantaría despertarme a tu lado algún día.

Draco se quedó en silencio por un momento, como si estuviera procesando sus palabras. Luego, simplemente escondió su rostro en la almohada.

—Deja de decir esas cosas tan temprano en la mañana.

Harry sonrió, sabiendo perfectamente que Draco estaba avergonzado, pero no insistió. En cambio, lo abrazó con más fuerza y cerró los ojos, disfrutando del momento.

—Feliz cumpleaños, Potter —murmuró Draco después de un rato.

Harry sonrió contra su cabello. —Gracias.

Se quedaron así un buen rato, enredados el uno con el otro, disfrutando de la tranquilidad de la mañana. Cuando finalmente decidieron levantarse, Draco fue directo a la cocina, murmurando algo sobre "prepararle el mejor desayuno posible con lo que tengo".

Harry lo observó desde el umbral de la cocina con los brazos cruzados, divirtiéndose al verlo intentar usar la sartén sin quemar nada.

—¿Necesitas ayuda?

—No —respondió Draco de inmediato—. Es tu cumpleaños. Hoy solo debes sentarte y admirarme.

Harry rió, pero obedeció, tomando asiento en la pequeña mesa del departamento.

Después de algunos intentos, Draco logró preparar un desayuno decente: huevos revueltos, pan tostado y un café negro fuerte.

Aprender a hacer las cosas al estilo Muggle, y sobre todo con sus propias manos, debido a las estrictas restricciones mágicas impuestas por el Ministerio, había sido más complicado de lo que había imaginado. 

Al menos su madre le había enseñado algunas recetas básicas en el pasado, y gracias a eso no se había muerto de hambre hasta el momento, sobreviviendo con lo que Harry traía semanalmente desde el Ministerio para asegurar su subsistencia. Sin embargo, Draco no podía evitar pensar que Harry debía estar añadiendo cosas extras a esas compras, porque era imposible que el Ministerio se acordara de incluir un shampoo especialmente formulado para cabellos rubios.

Aunque nunca lo había mencionado, Draco agradecía en silencio ese pequeño detalle de Potter. Gracias a él las cosas habían sido un poco más... llevaderas. Extrañaba la mansión, extrañaba los lujos, el dinero y el poder, y ahora, no tenía más que ese pequeño departamento que ni siquiera era suyo, y algo de dinero extremadamente contado que tenía en su bóveda solo para usarse en "casos especiales".

Aún no estaba acostumbrado a llevar esta vida de... bueno, de pobre; pero con Potter ahí, distrayéndolo del infortunio que era ya no tener todos los lujos con lo que había crecido, se sentía mejor.

Un poco al menos. 

—Si esto es un desastre, finge que te gusta —dijo mientras colocaba el plato frente a él.

Harry probó un bocado sin decir nada al principio. Luego, con una sonrisa genuina, asintió.

—Está bueno.

El comentario provocó una ligera sonrisa de alivio en Draco, quien se sentó frente a él con su taza de café entre las manos.

—Bien, porque no pienso volver a hacerlo.

Una carcajada resonó al otro lado de la mesa. Potter se llevó la mano a la boca, como si intentara contener la risa, aunque no lo logró del todo.

Tras el desayuno, el resto de la mañana transcurrió sin apuros. Se acomodaron en el sofá, hablando de cualquier cosa que se les pasara por la cabeza: comentarios sin mucha importancia, anécdotas viejas, recuerdos vagos. En algún momento terminaron lanzándose almohadas como si tuvieran quince años de nuevo. Las risas llenaron el espacio, cálidas y despreocupadas.

El ambiente era ligero, casi doméstico. Y en medio de ese pequeño caos, una pausa se hizo presente.

—Tengo algo para ti —anunció Draco de repente, rompiendo la calma con un dejo de nerviosismo en la voz.

Harry, recostado de lado, lo miró con una ceja levantada.

—¿En serio?

Sin responder, se levantó del sofá y desapareció por el pasillo. Los pasos se oyeron suaves sobre el suelo de madera. Regresó al cabo de un minuto, con un pequeño paquete en las manos. Estaba envuelto sin mucha ceremonia, con papel marrón y un trozo de cuerda simple atado alrededor.

—Aquí —dijo, tendiéndoselo sin mirarlo directamente.

Con curiosidad, Harry lo tomó entre las manos, examinando el envoltorio como si pudiera adivinar su contenido por el tacto.

—No tenías que darme nada.

—Lo sé —replicó, cruzándose de brazos como si eso le diera cierta protección—. Pero quería hacerlo.

El papel crujió al ser abierto, y pronto apareció un pequeño frasco de cristal, no más grande que la palma de la mano. En su interior, un líquido plateado se movía lentamente, con un brillo tenue que parecía emitir su propia luz.

—Es un recuerdo susurrante —explicó Draco, señalándolo con la barbilla—. Puedes guardar un recuerdo y volver a escucharlo cuando quieras. No es como un pensadero... no puedes verlo. Pero oyes todo como si estuvieras allí otra vez.

Los dedos de Harry lo sostuvieron con cuidado, como si temiera romperlo.

—Es hermoso.

El rubio se encogió de hombros, intentando restarle importancia.

—No tenía demasiado dinero por... bueno, ya sabes. Así que tuve que buscar algo que pudiera pagar. Y también tuve que rogarle a un auror para que me llevara a comprarlo porque no puedo salir solo.

Una sonrisa divertida apareció en los labios de Potter.

—¿A quién sobornaste?

—Digamos que Robards no rechazó un almuerzo gratis —resopló, mirando hacia otro lado.

La risa suave de Harry fue seguida de un suspiro ligero.

—No puedo creer que hicieras todo eso por mí.

—Deja de hacer que suene como si fuera un sacrificio —bufó Draco, pero sus ojos evitaron los del otro.

Un segundo después, la mano cálida de Harry se deslizó sobre la suya, entrelazando los dedos con naturalidad. Fue un gesto silencioso, pero lleno de significado.

—Gracias —dijo en voz baja, sin apartar la mirada.

Draco lo sostuvo con la vista por un momento y luego soltó un suspiro resignado, como si le costara aceptar la emoción que se le estaba escapando.

—Lo que sea, Potter.

En lugar de responder, Harry lo atrajo hacia él con un leve tirón. El movimiento fue firme pero sin apuro, y cuando se dio cuenta, Draco ya estaba sentado sobre su regazo, piernas a los lados y una expresión entre fastidio y afecto.

—¿Sabes qué es lo mejor de este cumpleaños?

—Déjame adivinar... ¿besos?

—Besos —repitió, con una sonrisa tan amplia que sus ojos brillaban.

—Debería haberlo sabido —murmuró el rubio, con una falsa indignación, pero no se apartó.

Antes de que pudiera protestar más, los labios de Harry ya estaban sobre los suyos. El beso fue lento, sin urgencia, como si quisieran memorizar cada detalle. Draco se permitió cerrar los ojos y rendirse a la familiaridad de ese contacto. Era cálido, seguro, familiar.

Y aunque le gustaba fingir molestia, aunque le costara admitirlo, también era su forma favorita de pasar el día.

Siguieron así por un largo rato, hasta que decidieron que necesitaban un poco de aire. Se quedaron en silencio, pero no era sofocante, el solo hecho de tener la compañía del otro era suficiente. Luego Draco dejó escapar un suspiro, apoyando la cabeza en el hombro de Harry mientras jugaba con la manga de su camisa.

—Este lunes me asignarán un puesto para mi "trabajo obligatorio" —murmuró con el ceño ligeramente fruncido, la mirada clavada en algún punto indeterminado del sofá.

Unos dedos cálidos se deslizaron entre su cabello, enredándose con suavidad en los mechones rubios. El gesto era automático, pero lleno de cariño.

—Lo sé —respondió Harry en voz baja.

El suspiro que salió de Draco fue largo y tenso.

—Estoy nervioso y ansioso. Y... un poco asustado —confesó, con una sinceridad que no acostumbraba.

Hubo una pausa breve, rota solo por el crujido leve del respaldo del sillón cuando Harry giró para mirarlo mejor.

—¿Por qué asustado?

Draco se removió, incómodo. Las palabras parecían pesarle, como si tuviera que empujarlas fuera de su garganta.

—Porque no sé qué me tocará. Y porque, aunque me haya graduado con las mejores notas, eso no significa nada si la gente sigue viéndome como un ex-mortífago —dijo en voz baja—. ¿Y si me dan un puesto horrible? ¿Y si termino haciendo tareas ridículas solo para humillarme?

La mano que antes jugaba con su cabello bajó por su espalda con un gesto lento, tranquilizador. Un roce suave que lo obligó a respirar más despacio.

—Eso no va a pasar —afirmó Harry, con esa seguridad tan suya que a veces molestaba... pero que, en ese momento, resultaba reconfortante.

—¿Cómo lo sabes? —alzó la mirada con escepticismo, los ojos cargados de duda.

Una sonrisa ladeada apareció en el rostro del otro.

—Porque eres brillante, y aunque el Ministerio tenga muchas fallas, no puede ignorar tu capacidad.

Draco bajó la cabeza y la apoyó contra su pecho, como si necesitara ocultarse en algo seguro.

—Siempre tan optimista, Potter.

—Siempre tan dramático, Malfoy.

Soltó una risa sin ganas, apenas un bufido. Le dio un pequeño golpe en el brazo, pero Harry solo se rió más fuerte y lo rodeó con los brazos, abrazándolo con más firmeza.

—Escucha —dijo, con un tono más serio esta vez—. Pase lo que pase el lunes, estaré contigo. No tienes que enfrentarlo solo.

El silencio se instaló por unos segundos. Draco sabía que no podía prometerle que todo saldría bien, pero esa frase... ese "estaré contigo", le bastaba más de lo que estaba dispuesto a aceptar en voz alta.

—Me gustaría creerlo... pero la vida no está haciendo las cosas fáciles últimamente.

Fue entonces cuando lo sintió mover. Harry tomó su rostro entre las manos, con cuidado, y lo obligó a levantar la vista.

—Pues tal vez es momento de que eso cambie —dijo, mirándolo directamente, con esa expresión seria y decidida que solo usaba cuando realmente lo decía en serio.

Entrecerró los ojos, desconfiado.

—¿Qué significa eso?

La respuesta llegó con una sonrisa que tenía algo de misterio y algo de ternura.

—Lo entenderás el lunes.

El ceño de Draco se frunció de inmediato.

—No me gustan los misterios, Potter.

—Y sin embargo, aquí estás —replicó con una sonrisa descarada—, enamorado de uno.

Resopló con fingido fastidio y volvió a darle un golpe en el brazo. Pero cualquier otra protesta fue silenciada por unos labios que lo besaron antes de que pudiera formular una palabra más.

Al final, Draco entendió el comentario de Potter.

Porque cuando llegó al Ministerio de Magia el lunes, fue escoltado directamente al Cuartel General de Aurores, donde un grupo de oficiales lo recibió con expresiones que iban desde la curiosidad hasta la indiferencia.

Y allí, frente a todos, le presentaron a su auror asignado.

—Draco Malfoy —dijo Robards, el jefe de aurores, con un tono profesional—, a partir de hoy, cumplirás tu trabajo obligatorio no remunerado en este cuartel como asistente administrativo. Y tu auror supervisor será Harry Potter.

Parpadeó. Una vez.

Volvió la mirada hacia Robards.

Después a su derecha, donde cierto idiota de sonrisa insoportable lo observaba con los brazos cruzados, disfrutando cada segundo.

Y de nuevo a Robards.

—Perdón, ¿qué?

Harry no perdió el tiempo.

—Lo que escuchaste, Malfoy. A partir de hoy, trabajas para mí.

Abrió la boca, luego la cerró. Después volvió a abrirla. Se llevó una mano a la cara, entre el asombro y la incredulidad.

—Potter —dijo con tono peligroso, como una amenaza velada—, ¿qué hiciste?

—Solo me aseguré de que tuvieras un puesto adecuado para tus talentos —respondió, encogiéndose de hombros con una falsa inocencia que no convencía a nadie.

No sabía si gritarle, estrangularlo o besarlo allí mismo.

—Esto es un maldito complot —masculló entre dientes.

—Bienvenido a tu nuevo trabajo, Malfoy —dijo Harry, inclinándose hacia él con esa sonrisa que no tenía derecho a funcionar tan bien.

Draco no dijo nada durante los siguientes minutos. Permaneció quieto, mirando a Robards como si todavía esperara que alguien gritara "broma", aunque en el fondo ya sabía que no lo harían. De alguna manera que desafiaba toda lógica —y probablemente varias normas internas del Ministerio— Potter había conseguido exactamente lo que quería.

Y ahora él tendría que pasar semanas —¿meses? ¿años?— llenando formularios, archivando informes y, lo peor de todo, obedeciendo órdenes de Harry Maldito Potter.

Robards les dio unas instrucciones rápidas, sin emoción, y luego los despidió con un gesto distraído, como quien aparta a dos lechuzas bulliciosas para volver a concentrarse en su taza de té. Draco parpadeó, atónito. Así de fácil. Así de absurdo.

Con resignación, lo siguió por los pasillos del Cuartel General, todavía procesando lo ridículo de su nueva realidad. Potter caminaba con paso seguro, como si acabara de recibir una medalla en lugar de una carga humana con historial oscuro. Sus botas resonaban contra el suelo de piedra pulida con esa molesta confianza natural que parecía acompañarlo a donde fuera.

A su lado, Draco avanzaba con los brazos cruzados, la mandíbula apretada y el ceño profundo.

El pasillo estaba iluminado por antorchas mágicas que crepitaban suavemente, proyectando sombras que bailaban sobre retratos de antiguos aurores. Algunos murmuraban entre ellos al pasar, y Draco juraría que uno de ellos levantó una ceja en su dirección.

El ambiente olía a pergamino viejo, tinta fresca y ese toque agrio de pociones de curación que inevitablemente impregnaba cualquier lugar donde los duelos eran frecuentes.

—No puedo creer que hayas hecho esto —gruñó, manteniendo la voz lo suficientemente baja para que nadie más los oyera, pero cargada de rabia contenida.

Harry giró ligeramente la cabeza para mirarlo por encima del hombro y le guiñó un ojo, como si acabara de ofrecerle una sorpresa agradable.

—Créelo.

El ceño de Draco se profundizó aún más, si eso era posible.

—¿Cómo demonios lograste convencer al Ministerio?

Se detuvieron frente a una puerta alta, de roble oscuro y herrajes metálicos. Sin dar respuesta inmediata, Harry la abrió con un empujón dramático. El chirrido de las bisagras resonó en el pasillo como en una mala obra de teatro.

—Oh, Malfoy —dijo con tono teatral—, espera a escuchar todo lo que hice por ti.

Con un suspiro resignado, Draco entró detrás de él.

La oficina lo sorprendió más de lo que habría admitido. Espaciosa, con una gran ventana por la que entraba la luz de la mañana, proyectando sombras largas sobre un escritorio de madera oscura. Varias estanterías repletas de libros técnicos, carpetas clasificadas por colores y algunos objetos mágicos decorativos ocupaban las paredes. Sobre el escritorio, una taza de café medio vacía, un tintero desordenado y papeles arrugados le daban un toque de caos organizado.

Y justo al lado, lo vio.

Otro escritorio, más pequeño pero elegante, perfectamente ordenado. Encima, un juego de pluma y tintero reluciente, una pila de pergaminos vírgenes y un letrero encantado donde flotaban las palabras:

"Draco Malfoy, Asistente Administrativo del Departamento de Aurores."

—Merlín... —murmuró, dando un paso hacia adelante, como si necesitara comprobar que era real.

Potter se dejó caer en su propia silla con una satisfacción apenas disimulada. El respaldo crujió cuando se recostó y, sin vergüenza alguna, apoyó los pies sobre la mesa.

—Bonito, ¿no?

Draco lo fulminó con la mirada.

—No puedo creer que tengas tanta influencia como para lograr esto.

—Oh, fue todo un espectáculo —dijo, entrelazando las manos tras la cabeza como si contara una hazaña gloriosa.

—Ilumíname —espetó Draco, cruzando los brazos y ladeando el cuerpo con impaciencia teatral.

Harry aclaró la garganta, con una sonrisa que anunciaba exageración, y empezó a relatar con grandes gestos:

—Primero, fui a ver a Robards. Le dije: "Jefe, necesito a Draco Malfoy en mi equipo". Me miró como si hubiera dicho que quería un dragón como mascota.

Draco resopló.

—Me identifico con Robards.

—¡Oye! —protestó antes de lanzarle un pergamino, que Draco atrapó sin esfuerzo—. En fin. Me dijo que estabas "fuera de discusión", que tenías historial, que blablablá. Así que hice lo que haría cualquier Gryffindor testarudo y brillante...

—Te quedaste hasta que cedió por agotamiento mental.

—Exacto —respondió Harry con una sonrisa orgullosa—. Le mostré tus notas, argumenté que era mejor usarte donde pudieras aportar en serio... y amenacé con mandarle a Hermione.

Draco levantó una ceja.

—¿Granger?

—Dije: "Si no asigna a Malfoy aquí, Hermione Granger vendrá con un ensayo de veinte pergaminos sobre rehabilitación equitativa, y lo leerá en voz alta".

Un silencio breve.

Luego, una carcajada le estalló sin remedio. Draco se recostó en su nueva silla, cubriéndose la cara con una mano mientras se reía.

—Eso funcionó, ¿verdad?

—Funcionó maravillosamente. Robards palideció. Creo que aún tiene pesadillas.

Aún sonriendo, Draco negó con la cabeza.

—No sé si agradecerte o denunciarte por manipulación institucional.

—¿Por qué no ambas?

—¿Y exactamente qué se supone que tengo que hacer aquí? —preguntó al fin, observando su escritorio con desconfianza.

Con un gesto vago, Potter restó importancia.

—Nada difícil. Archivar reportes, mantenerme organizado, tomar notas, recordarme que coma... cosas así.

Draco lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Voy a ser tu maldita niñera?

—Asistente personal, suena mejor en tu placa.

—Voy a odiar esto —dijo al dejarse caer pesadamente en la silla, brazos cruzados, resignación pura.

Harry se inclinó hacia él con una sonrisa encantadora, de esas que utilizaba cuando quería fastidiarlo... o besarlo.

—Te encanta.

Draco bufó y desvió la mirada, pero no lo suficientemente rápido como para esconder el leve sonrojo que ya le subía por las mejillas.

Y por supuesto, Potter lo notó.

★★★

Draco estaba convencido de que Potter se había propuesto arruinarle la existencia. No habían pasado ni dos horas desde que se sentó por primera vez en su nuevo escritorio y ya quería renunciar. Claro, no podía, pero las fantasías al respecto eran cada vez más elaboradas.

—¿Qué demonios es esto? —preguntó con el ceño fruncido, levantando un pergamino tan largo que parecía no tener fin. Estaba cubierto de nombres escritos con letra apretada y tinta negra, como una maldición interminable.

Lo agitó como si fuera un objeto maldito, esperando que alguien —quizás el mismísimo destino— se apiadara de él. Frente a él, Potter seguía cómodamente repantigado en su silla, con los pies sobre el escritorio, hojeando un informe como si el mundo no se estuviera desmoronando en su oficina.

Alzó la vista con fingida inocencia. —Ah, sí. Esos son los informes atrasados que tengo pendientes. Tú te encargarás de organizarlos.

El silencio que siguió fue casi tan afilado como una maldición. Draco lo observó como si acabara de confesar un crimen particularmente estúpido.

—Dime que estás bromeando.

Potter sonrió. Esa maldita sonrisa relajada que parecía haber sido diseñada exclusivamente para irritarlo.

—No.

La expresión de incredulidad fue reemplazada por algo mucho más oscuro. Apretando la mandíbula, Draco se levantó de la silla, el pergamino aún colgando de su mano como una bandera de rendición forzada.

—¿Me trajiste aquí para obligarme a hacer todo tu trabajo?

—Por supuesto que no. —La respuesta llegó con rapidez, acompañada de un gesto exagerado de sorpresa—. Solo las cosas aburridas.

Contó hasta diez. Luego hasta veinte. Respiró hondo, como si pudiera ahogar la furia en oxígeno.

—Potter —dijo con una calma peligrosa—, te juro por Salazar que si esto es una venganza por Hogwarts—

—¡No, no, no! —interrumpió, alzando ambas manos en señal de rendición, aunque su sonrisa delataba lo contrario—. Tú fuiste el que dijo que necesitabas un trabajo digno. Esto es mejor que limpiar calderos en San Mungo, ¿o no?

Draco paseó la vista por la oficina, y por primera vez se permitió ver el estado real del lugar: un caos meticulosamente descuidado. Pergaminos enrollados mal apilados, tazas de café usadas decorando cada superficie plana, libros abiertos con notas garabateadas al margen como si alguien hubiera estado estudiando en medio de una tormenta, y lo peor... un calcetín solitario descansando sobre una carpeta de expedientes, ¿de donde demonios había salido eso?

Frunció el ceño con desdén.

—Lo que es importante es que te organices mejor. ¿Cómo puedes trabajar en este desastre?

Harry echó un vistazo a su alrededor con un aire distraído, como si recién notara el caos que lo rodeaba.

—Se llama un sistema, Malfoy.

—Esto no es un sistema, Potter. Es un campo de batalla.

Harry se encogió de hombros.

—Y ahora eres mi general.

El silencio se hizo denso por un instante.  Draco cerró los ojos un momento y se frotó las sienes con ambas manos, como si así pudiera evitar la jaqueca que Potter le estaba causando.

—Voy a matarte.

La sonrisa volvió, esa sonrisa de oreja a oreja, ese brillo juguetón en los ojos que Draco detestaba tanto como encontraba fascinante.

—Pero no lo harás —canturreó—. Porque secretamente amas esto.

Un bufido fue todo lo que consiguió en respuesta. Y aún así, no despegó la mirada de él.

—¿Cómo llegaste a esa conclusión?

Harry se inclinó sobre su escritorio, apoyando los codos y mirándolo con ese maldito aire de certeza.

—Porque significa que pasarás más tiempo conmigo.

La frase quedó suspendida en el aire, demasiado directa, demasiado honesta. Draco abrió la boca, listo para refutarlo. Pero no salió nada. Ni un insulto, ni un sarcasmo, ni una réplica cargada de veneno.

Porque Potter tenía razón, y ese, maldita sea, era el peor castigo de todos.

★★★

Dos días después, Draco ya se preguntaba si había cometido un error aún más grave que el que lo había llevado a tener libertad condicional. 

La rutina en el cuartel no era particularmente exigente, pero la convivencia con Potter era otra historia. Ese hombre tenía el talento único de dejar un desastre tras de sí en cualquier lugar que pisara... incluyendo su oficina.

Draco suspiró con cansancio mientras terminaba de organizar los papeles de Harry. No era su trabajo, no tenía por qué hacerlo y menos fuera del horario laboral y en su casa, pero la completa falta de responsabilidad de Potter lo exasperaba. "No sé cómo puede sobrevivir en esta profesión con este nivel de desorden", murmuró, dejando los documentos perfectamente apilados sobre la mesa.

Estaba decidido a tomarse un respiro cuando sintió la oleada de magia en la habitación. En un abrir y cerrar de ojos, Harry Potter apareció frente a él con su estúpida sonrisa de siempre.

—¿Extrañaste mi presencia, Malfoy? —preguntó con arrogancia.

Draco rodó los ojos, cruzándose de brazos.

—No, pero extrañaré la paz que tenía antes de que llegaras.

Se sentó en el sofá con leve fastidio, mientras Harry se dejaba caer en el sillón junto a él, sin la menor intención de irse pronto. Charlaron sin mucho esfuerzo, con la misma dinámica de siempre, con bromas y provocaciones, pero en medio de la conversación, Draco se quedó en silencio de repente. Un ruido en el piso de abajo le hizo levantar la cabeza de golpe.

Su madre acababa de llegar.

Su corazón se encogió en el pecho. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que la vio. Todo el año en Hogwarts sin poder verla y, al salir, el Ministerio ni siquiera reparo en ellos, manteniéndolos separados. 

Las restricciones impuestas sobre él eran tan estrictas que ni siquiera podía enviarle una lechuza, no podía hablar con ella, no podía saber cómo estaba; estaba incomunicado, como si estuvieran en dos mundos distintos separados por un abismo insalvable. Y ahora, ella estaba justo debajo de él, a solo un piso de distancia, pero aun así fuera de su alcance.

Harry lo notó, claro que lo notó.

—¿Qué pasa? —preguntó, con el ceño fruncido.

Draco apretó los labios y desvió la mirada.

—Es mi madre —dijo en voz baja—. La extraño y... y llevo todo un año sin saber de ella. Está justo ahí, en el piso de abajo, y aun así... no puedo verla.

El azabache lo observó por un momento y luego se puso de pie de un salto. Antes de que Draco pudiera preguntarle qué demonios estaba haciendo, el chico sacó su varita, hizo un movimiento preciso y la puerta del departamento se abrió de golpe.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Draco, alarmado.

Pero Harry no respondió, en su lugar, lo tomó del brazo y lo sacó del departamento, guiándolo por las escaleras hasta el piso de abajo.

—¡Potter, esto es una locura! —protestó Draco, pero Harry ni siquiera se detuvo. Con un nuevo movimiento de varita, la puerta del departamento de Narcissa se abrió ante ellos.

Y ahí estaba ella.

Narcissa Malfoy, de pie en la sala, con la misma elegancia de siempre, pero con una expresión de absoluta sorpresa al verlos allí. Draco sintió que todo el aire abandonaba sus pulmones. Y luego, sin pensarlo, corrió hacia ella y la abrazó con fuerza.

—Madre...

—Draco...

Se aferraron el uno al otro como si el mundo pudiera desmoronarse en cualquier momento. Narcissa le acarició el cabello con ternura, cerrando los ojos, como si quisiera grabar en su memoria cada segundo de ese momento.

Cerca de la puerta, Harry los observaba en silencio. Una sonrisa tranquila, sin rastro de burla, asomaba en sus labios. Y cuando sus ojos se cruzaron con los de Draco por un fugaz segundo, simplemente asintió y murmuró con voz baja:

—Mi trabajo aquí está hecho.

Y con un suave chasquido, desapareció.

—Debo decir que no me esperaba esto —comentó Narcissa, mientras tomaba asiento en el sofá, observando a Draco con una mezcla de ternura y diversión—. Harry Potter irrumpiendo en mi departamento para traerte a mí...

Draco se dejó caer frente a ella con un bufido, cruzando los brazos como un niño ofendido.

—Potter hace cosas sin pensarlas. No es nada nuevo.

Su madre arqueó una ceja, el gesto tan característico que Draco casi pudo oír la voz de su infancia: "Modales, Draco." Pero en lugar de regañarlo, sonrió. Una de esas sonrisas que no eran enteramente alegres, sino melancólicas, sabias.

—Dime, hijo mío... ¿qué pasa con Harry Potter?

El estómago se le contrajo, como si acabara de tragarse una Snitch. Se removió en el sofá, incómodo.

—¿Qué quieres decir?

—Lo vi —respondió ella con calma—. Vi la forma en la que te miró antes de irse.

Draco frunció el ceño. —¿Cómo me miró?

Narcissa sostuvo su mirada, con una pequeña sonrisa melancólica en los labios.

—De la misma manera en la que tu padre solía mirarme.

Y entonces el mundo pareció girar en sentido contrario. El corazón le dio un vuelco, el rostro le ardía, y por un momento se quedó sin palabras.

—Eso es ridículo —murmuró al final, tratando de sonar firme.

Narcissa no insistió, pero la mirada en su rostro dejaba claro que no se tragaba su respuesta. Así que Draco decidió cambiar de tema antes de que las cosas se salieran de control.

—¿Cómo estará padre? —preguntó, bajando la mirada.

El cambio de tema no pasó desapercibido, pero ella lo aceptó sin comentario. Su rostro se ensombreció con una sombra que no era solo tristeza: era la sombra del peso que ambos cargaban.

—No lo sé —susurró—. No es la primera vez que está en Azkaban, pero esta vez... esta vez es definitivo.

Draco sintió un nudo en la garganta al recordar la época en que su padre fue enviado a Azkaban, justo después de que el regreso del Señor Oscuro se hiciera público. Durante ese mismo periodo, como castigo por el fracaso de Lucius, Voldemort le impuso a Draco una tarea imposible: asesinar a Albus Dumbledore. Una carga que, poco a poco, fue consumiéndolo desde adentro.

—Pero es fuerte —continuó Narcissa, más para sí que para su hijo—. Sé que está bien, y sé que piensa en nosotros. Siempre lo hace.

No recibió una respuesta, solo un asentimiento de cabeza. Draco bajó la mirada, pues tenía sentimientos encontrados. Sabía que su padre había hecho cosas malas, él mismo también las había hecho, pero... era su padre, el hombre que siempre lo cuido, lo protegió y lo amó como si fuera una piedra preciada. Tenían una relación complicada por todo el tema de la pureza de sangre, las buenas costumbres y la política, pero siempre velo por cumplir todos sus caprichos y hacerle entender que lo amaba más que a nada en el mundo.

Lucius Malfoy podría haber sido muchas cosas... pero no dejó de ser un buen padre. No para él.

—Lo extraño —confesó en voz baja.

—Yo también —susurró Narcissa, con una tristeza infinita en los ojos.

Se quedaron en silencio por un momento, perdidos en sus propios pensamientos, pero sintiendo la calidez de la presencia del otro después de tanto tiempo. La tenue luz del departamento arrojaba sombras suaves sobre los rasgos finos de Narcissa, resaltando la preocupación en su mirada.

—Cuéntame, madre —pidió Draco en voz baja, casi con miedo—. ¿Cómo has estado todo este tiempo?

Narcissa sonrió con tristeza, llevando una de sus manos enguantadas a la mejilla de su hijo, acariciándola con ternura.

—He sobrevivido, Draco. No es fácil... pero he aprendido a vivir con la nueva realidad.

Draco asintió en silencio, sabía lo que su madre quería decir. Todo había cambiado desde la guerra, desde la caída de Voldemort y la desintegración de la influencia Malfoy. Su madre había sido su refugio, su único sostén, y ahora se encontraba relegada a la discreción, bajo la supervisión de un auror como si fuera una criminal.

—Tampoco ha sido fácil para mí —confesó Draco, desviando la mirada hacia sus propias manos—. No poder verte, no poder hablar contigo... ha sido como perderlo todo de nuevo.

Su madre le sostuvo la mano con firmeza.

—Pero no lo has perdido todo. Mírame, Draco. Sigo aquí.

Él respiró hondo y la miró a los ojos. Había tristeza, sí, pero también determinación. Su madre siempre había sido así: una fortaleza silenciosa.

—A veces me pregunto si volveremos a ser los mismos —susurró Draco—. Si alguna vez podremos tener una vida sin restricciones, sin miradas de odio, sin esta constante sensación de estar siendo vigilados.

Narcissa esbozó una sonrisa ligera y le apretó la mano con suavidad.

—No lo sé, Draco. Pero lo que sí sé es que somos Malfoy, y los Malfoy siempre encuentran la manera de sobrevivir.

Hubo un silencio entre ellos, cómplice y cargado de emociones. Narcissa lo miró con detenimiento y ladeó un poco la cabeza.

—Tu actitud ha cambiado —observó de pronto, con un brillo curioso en los ojos—. Dime, hijo mío... ¿ese cambió se debe a cierto chico que se la pasa rondándote?

El sonrojo subió como una ola incontenible. Narcissa entrecerró los ojos, disfrutando de la reacción con exquisito deleite. Su madre siempre había sido perspicaz, pero la pregunta lo golpeó con una punzada de nerviosismo.

—¿Qué quieres decir? —intentó sonar indiferente, pero Narcissa arqueó una ceja, escéptica.

—Oh, Draco... —suspiró ella, con una sonrisa casi divertida—. Soy tu madre. Puedo reconocer la diferencia entre hostilidad y afecto disfrazado. Siempre pensé que ese "odio" por Harry Potter era... algo más complicado.

Tragó saliva, tenso.

—No es verdad —dijo rápido, pero su madre sonrió con ese gesto que lo hacía sentir expuesto—. Es sólo que... la guerra, todo lo que pasó nos hizo darnos cuenta de que no tenía sentido seguir con un odio infundado y él... él ha estado ayudándome mucho. Eso es todo.

La carcajada de su madre fue elegante y contenida, pero igualmente burlona.

—Claro, hijo. Lo que tú digas.

Draco bufó y se pasó una mano por el rostro, frustrado. Pero en el fondo, una parte de él se preguntó si todos lo notarían como su madre, si lo que sentía por Harry Potter ya había dejado de ser algo que podía seguir ocultando.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 17: 𝑿𝑽𝑰

Summary:

Draco sobrepensando todo y Harry siendo un "saliente" perfecto con responsabilidad afectiva.

Chapter Text

 

★★

Después de varias horas conversando con su madre, Harry volvió a aparecerse dentro del departamento con sonrisa de suficiencia que Draco conocía demasiado bien.

—¿Listo para volver a casa? —dijo Harry con descaro, extendiéndole la mano.

Draco resopló, fingiendo molestia, pero no dudó en tomarla. Ambos se despidieron de Narcissa y subieron hasta el departamento de Draco.

—¿Cómo te fue? —preguntó Harry, soltando su mano con lentitud, como si no quisiera hacerlo.

Draco suspiró y se pasó una mano por el cabello.

—Bien. Fue... difícil. Pero me alegró verla. Gracias, Potter.

—Sabes que siempre estaré para lo que necesites, ¿verdad? —dijo Harry con una seriedad que le hizo estremecer el pecho.

Draco parpadeó. La frase, simple como era, se le quedó atrapada en la garganta, pero antes de que pudiera responder, Harry rebuscó en su uniforme y sacó algo del bolsillo interior.

La luz cálida del apartamento se reflejó en la madera pulida del objeto que ahora tenía en la mano y Draco se quedó inmóvil. Tardó un segundo en procesar lo que veía, pero cuando lo hizo, sintió un nudo apretarse en el estómago.

—¿Qué demonios haces con eso?

Su voz sonó más tensa de lo que pretendía.

Harry sostenía su varita, la que el Ministerio le había quitado después de Hogwarts con la excusa de que ya no la necesitaba, de que no debía tener acceso a la magia fuera de la supervisión de un auror y por ende tenía que acostumbrarse a realizar las cosas sin ella. Draco sintió una mezcla de incredulidad y rabia recorrerle el cuerpo, una oleada de emociones que lo dejó momentáneamente sin aliento.

—¿Cómo la tienes? —susurró, sin atreverse a acercarse a ella.

Harry sonrió con diversión, girándola entre sus dedos con una facilidad desconcertante.

—Bueno, soy el Salvador del Mundo Mágico. ¿Quién podría decirme que no?

Draco lo miró como si estuviera loco.

—¿Me estás diciendo que simplemente... la pediste?

—Básicamente.

—¿Y te la dieron?

—Claro. ¿Quién en el Ministerio se atrevería a negarle algo a Harry Potter?

Draco bufó.

—¿Y por qué demonios harías algo así?

La sonrisa de Harry se suavizó, y cuando habló, su voz tenía un peso distinto.

—Porque es tuya, Draco. Porque nunca debieron quitártela. Y porque confío en ti.

El rubio sintió su pecho encogerse. Bajó la mirada a la varita, su varita, pero no la tomó. Su mano tembló apenas perceptiblemente antes de cerrarse en un puño a su lado.

—¿No tienes miedo de que le lance un Cruciatus a alguien?

Harry se rió con ganas.

—Por favor, Draco. Si hubieras querido torturar a alguien, lo habrías hecho hace meses. Y, sinceramente, creo que lo único que podrías lanzar ahora sería un Rictusempra para hacerme cosquillas.

Draco le lanzó una mirada de indignación.

—Podría lanzarte la maldición asesina ahora mismo, y ni siquiera lo verías venir.

Harry no se inmutó. En cambio, inclinó la cabeza, su expresión era pura diversión.

—No lo harías.

—¿Y cómo estás tan seguro?

La sonrisa de Harry se desvaneció un poco, pero en su lugar quedó algo más profundo, más íntimo. Se inclinó hacia él, acortando la distancia entre sus cuerpos hasta que Draco pudo sentir el calor que irradiaba de él, hasta que su aliento rozó su piel con un cosquilleo casi insoportable.

—Porque me adoras.

El corazón le dio un vuelco. Tragó saliva, incómodo.

—Idiota —murmuró.

Harry sonrió con cariño y, con la misma confianza de siempre, tomó su mano y colocó la varita en su palma.

—Es tuya, Malfoy. Haz con ella lo que quieras. Solo procura que nadie más se dé cuenta que la tienes —le guiñó un ojo—. Ah, y se supone que soy yo el que maneja esa varita, así que sé responsable.

Draco tragó saliva, cerrando los dedos lentamente alrededor de la madera familiar. Se sintió como si algo dentro de él volviera a su lugar.

—Gracias —dijo, su voz apenas un hilo de sonido.

—Siempre —respondió Harry, y antes de que Draco pudiera reaccionar, tomó su rostro entre sus manos y lo besó.

El beso fue lento, intenso, lleno de todo lo que Harry no estaba diciendo en palabras. Draco dejó caer la varita al suelo con un sonido sordo y agarró a Harry por la camisa, aferrándose a él como si fuera su única ancla.

Harry lo empujó suavemente contra la pared, sus labios nunca separándose de los suyos, besándolo con una ternura desesperada, como si temiera que Draco desapareciera si aflojaba su agarre. Draco sintió los dedos de Harry deslizándose por su cintura, sosteniéndolo con una necesidad palpable, un deseo silencioso que hablaba más que cualquier palabra.

Cuando Harry se separó solo lo suficiente para mirarlo a los ojos, Draco notó su respiración entrecortada y el leve sonrojo en sus mejillas.

—Eres lo mejor que tengo —murmuró Harry.

Draco sintió que su corazón se detenía, porque aunque no lo dijera en palabras, él se sentía igual con Harry.

No supo cuánto tiempo pasaron allí, abrazados, con sus frentes juntas, respirando el uno contra el otro. Solo sabía que, en ese momento, con Harry rodeándolo con sus brazos y su varita de vuelta en su poder, todo se sentía un poco más... suyo.

★★★

El tiempo pasaba y ya llevaba una semana trabajando junto a Potter, pero Draco estaba a dos segundos de cometer un homicidio.

Había imaginado muchas veces lo que sería trabajar en el Cuartel de Aurores, pero en ninguna de esas versiones había considerado el constante desfile de visitantes entrando y saliendo de la oficina de Potter.

—Harry, ¿podemos hablar un momento?

—Potter, necesito tu firma en esto.

—¡Eh, Potter! ¿Ya almorzaste?

—Potter, Potter, Potter... —murmuró Draco entre dientes, apretando su pluma contra el pergamino mientras veía entrar a otro auror con la descarada intención de interrumpir otra vez. Lo peor era que Potter respondía a todos con su maldita sonrisa encantadora y su actitud relajada, como si no estuvieran en una oficina de trabajo.

—¡Malfoy! —saludó uno de los aurores, John Dawlish inclinándose sobre su escritorio—. No te había visto desde que estabas en juicio. ¿Qué se siente ser la secretaria de Potter?

Draco se puso rígido.

—Mucho mejor que envejecer tratando de llegar a jefe de departamento sin lograrlo —respondió con frialdad, hojeando un pergamino como si Dawlish no mereciera su atención.

El auror soltó una carcajada, como si no se sintiera aludido por el comentario.

—Siempre tan encantador, Malfoy. Me sorprende que Potter no haya salido corriendo todavía.

Antes de que pudiera decir algo más, Harry apareció detrás de él con esa facilidad exasperante con la que siempre parecía materializarse cuando Draco menos lo esperaba. Sin previo aviso, le dio una palmada en la espalda a Dawlish, haciendo que este tropezara ligeramente hacia adelante.

—Vamos, John, no lo molestes. Ya sabes cómo se pone cuando está concentrado.

Draco entrecerró los ojos. —No estoy molesto.

—¿Seguro? —replicó Harry con tono burlón, ladeando la cabeza—. Porque tu ceja dice otra cosa.

La maldita costumbre de Potter de leerle la cara siempre era irritante, sobre todo porque solía tener razón. Un suspiro largo escapó de sus labios antes de volver a enfocarse en los pergaminos, ignorando a Dawlish, que se alejaba con esa sonrisita arrogante que daba ganas de lanzarle un Obliviate.

—Estoy tratando de trabajar, a diferencia de otros —replicó, señalando con la mirada la pila de informes que Harry aún no había revisado.

Para su absoluta frustración, Potter sonrió como si aquello fuera un halago.

—Tranquilo, Malfoy, ya casi es hora del almuerzo.

Soltando la pluma con un golpe seco, Draco exhaló con resignación.

—Perfecto. Así tendrás menos excusas para no hacer tu trabajo.

—Claro, claro —respondió Harry, ignorando la indirecta mientras le tomaba la muñeca con total confianza—. Pero primero, ven conmigo.

—¿A dónde? —preguntó, desconcertado, dejando que lo arrastrara sin entender nada, mientras el otro le sonreía con ese brillo de travesura en los ojos que siempre anunciaba problemas.

—A conocer el lado más divertido de ser Potter.

Y antes de que Draco pudiera negarse, ya estaba siendo arrastrado fuera de la oficina.

—Potter.

—Mmm.

—¿Dónde demonios estamos?

Draco se detuvo en seco al ver la fachada del lugar frente a ellos.

El edificio, discreto desde afuera, tenía un aura elegante que le hizo fruncir el ceño. Harry sonrió, orgulloso de sí mismo, mientras empujaba la puerta de un restaurante con una elegancia que Draco nunca hubiera creído posible en él.

—Bienvenido a La Rosa Dorada.

El alma se le cayó a los pies.

Estaban en uno de los restaurantes más exclusivos del mundo mágico, un sitio al que incluso los Malfoy solían acudir solo en ocasiones especiales. Por dentro, el lugar era exactamente como lo recordaba: manteles de seda, velas flotando sobre mesas pulidas, copas que relucían como si estuvieran hechas de cristal encantado, y camareros que parecían salidos de una pasarela.

Todo el maldito lugar desbordaba lujo.

—¿Por qué estamos aquí? —Draco le susurró, sintiendo la mirada de más de un mago sobre ellos.

—Me gusta este lugar —respondió Harry, como si fuera lo más natural del mundo.

—¿Desde cuándo tienes gusto?

—Desde que salir contigo lo exige —contestó sin inmutarse, tomándolo del brazo como si eso fuera perfectamente normal entre compañeros de trabajo.

Las palabras le calentaron las mejillas, pero no alcanzó a replicar. Un camarero los condujo a su mesa, y no bien se sentaron, los murmullos comenzaron.

—¿Es ese Potter?

—¿Está con Malfoy?

—No puede ser...

Draco sintió los ojos de todos sobre ellos. Magos y brujas susurraban a su alrededor, algunos con sorpresa, otros con reprobación.

—Te lo dije —murmuró, cruzándose de brazos.

Pero en lugar de incomodarse, Harry parecía más relajado que nunca. 

—No te preocupes, Draco. Están susurrando porque soy demasiado guapo.

Draco soltó una carcajada sarcástica. —No, susurran porque el Niño Dorado del mundo mágico está almorzando con un ex-mortífago en el restaurante más exclusivo de Londres.

—Déjalos —murmuró Harry, inclinándose sobre la mesa—. Que hablen lo que quieran.

—No todos tenemos la costumbre de ignorar lo que piensan los demás.

—Y deberías intentarlo —dijo, como si fuera un consejo sabio en lugar de pura inconsciencia.

Antes de que pudiera responder, el sonido de pasos apresurados interrumpió el ambiente ya tenso.

—¡Harry!

Draco cerró los ojos con resignación. Genial.

—Ginny —saludó Harry con naturalidad.

Draco miró a la pelirroja, quien los observaba con una mezcla de sorpresa y algo más que no pudo descifrar. Su mandíbula estaba tensa, y aunque sonreía, había algo en sus ojos que delataba que no todo estaba bien. Draco se preguntó qué hacía en un sitio como este, a sabiendas de que el lugar era demasiado costoso y bueno... ella no venía de una familia particularmente rica.

—¿Puedo hablar contigo un momento? —preguntó ella, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

Harry la miró, luego a Draco, con expresión de disculpa.

—¿Te importa?

—Haz lo que quieras —respondió Draco, cruzando las piernas con gesto altivo—. Yo solo estaré aquí, esperando a que el escándalo termine.

Le dedicó una sonrisa rápida antes de levantarse y seguir a Ginny. Draco se reclinó en su asiento, suspirando. Podía verlos de reojo, parados a unos metros de distancia. Ginny cruzó los brazos y dijo algo en voz baja, pero su expresión era clara: estaba molesta. Harry, en cambio, habló con gestos más relajados, aunque de vez en cuando se pasaba una mano por el cabello, lo que Draco sabía qué hacía cuando estaba frustrado.

Apartó la mirada por un momento, pero no tardó en volver a clavarla en ellos. Estaban a unos metros, hablando en voz baja, y aunque no podía escuchar nada, no necesitaba hacerlo. Era Ginny Weasley, exnovia de Harry, su amiga, su historia. 

Y él... bueno, él era Draco Malfoy.

Pasó saliva con dificultad, sintiendo cómo su estómago se retorcía con algo que no quería admitir. No eran celos, no, era... otra cosa. Algo más incómodo, algo que se sentía como estar de pie en medio de una vida que no le pertenecía.

Ginny había sido valiente, leal, buena. Draco había sido todo lo contrario. Él había pasado años burlándose de Harry, odiándolo abiertamente, incluso deseando su muerte en los peores momentos. ¿Y ahora qué? ¿Ahora compartían vinos en restaurantes caros y se besaban a escondidas como si todo eso no existiera?

Se frotó las manos, inquieto. Tal vez era eso lo que lo carcomía. Que en algún rincón de su mente aún no lograba entender por qué Harry lo miraba como lo hacía, por qué lo tocaba con cuidado, por qué lo defendía. ¿Cómo podía Harry Potter, el maldito elegido, siquiera considerarlo como algo más que un error del pasado?

Lo miró de reojo, justo en el momento en que Harry se pasaba la mano por el pelo, visiblemente frustrado. Lo conocía tan bien ya, demasiado bien. Y sin embargo, no se sentía seguro. No del todo.

Tal vez nunca lo estaría.

Porque por más que Harry dijera que lo quería, por más que lo buscara o le sonriera, Draco no podía evitar preguntarse si, llegado el momento, no escogería lo fácil, lo conocido, lo que sí encajaba.

Y él... él nunca encajó en nada.

Al cabo de unos minutos, Harry regresó a la mesa con los labios presionados en una línea fina. Su expresión había cambiado, y Draco supo, en cuanto lo vio, que la conversación con Ginny no había sido precisamente amistosa.

—¿Y bien? —preguntó Draco con una ceja en alto.

Harry suspiró, sentándose frente a él otra vez. —Nada importante.

Pero Draco no le creyó ni por un segundo. Claro que no. ¿Cuándo algo que involucraba a una ex era "nada importante"? —Potter...

Harry negó con la cabeza y forzó una sonrisa. —Olvídalo. Estamos aquí para comer, ¿no?

Draco apretó los labios, dudando. Una parte de él quería presionarlo, exigirle que hablara. Pero otra, más grande y molesta, no quería parecer el tipo de persona que necesitaba explicaciones. El problema era que ya lo necesitaba, más de lo que quería admitir.

Así que solo asintió, no porque creyera en esa respuesta, sino porque tenía miedo de lo que podía venir si insistía.

El resto del almuerzo transcurrió con normalidad... o al menos, eso intentó aparentar Harry. Draco, en cambio, no podía dejar de mirarlo, Potter tenía esa expresión que solo usaba cuando intentaba mantener el control: una mezcla entre casualidad fingida y "estoy tramando una escapatoria si me acorralas".

Y Draco lo conocía lo suficiente para saber que Ginny Weasley tenía todo que ver con eso.

Se removió en su asiento, jugueteando con el borde de su copa de vino sin realmente verla. No debería importarle. No eran novios, no había etiquetas, no había promesas.

Pero... pero lo tenían.

Tenían esos malditos momentos en los que Potter lo miraba como si fuera lo único en la habitación. Tenían los sarcasmos, las sonrisas ocultas, las bromas privadas. Tenían las noches de entrenamiento, los silencios compartidos en medio del caos del cuartel, y esas pequeñas excusas que Harry siempre encontraba para rozarlo, tocarlo, quedarse cerca.

Tenían los besos.

Y tal vez eso no era nada para algunos, pero para Draco... lo era todo. Y si había algo, cualquier cosa, que pudiera arruinarlo, necesitaba saberlo, porque él no saber lo estaba desgastando.

Terminó de comer en silencio. Harry también. Y cuando salieron del restaurante, Draco se detuvo en seco en medio de la calle, sintiendo cómo su pecho ardía por dentro.

—Bien —soltó sin rodeos—. ¿Qué demonios pasó con Weasley?

La expresión de sorpresa en el rostro de su compañero no tardó en aparecer, como si no esperara que lo enfrentara tan directo.

—No fue nada.

—Claro. Siempre es "nada" —resopló con sarcasmo—. Hasta que termina siendo todo.

Harry desvió la mirada, incómodo. Se revolvió el cabello con una mano, gesto que Draco ya reconocía como signo de evasión.

—Draco...

—No, nada de rodeos. ¿Qué te dijo?

Con los brazos cruzados y el gesto endurecido, esperó. El otro titubeó, bajó la vista, se mordió el labio inferior, y por un instante pareció más vulnerable que nunca. Finalmente, soltó un suspiro derrotado.

—Dijo que tuviera cuidado.

El comentario le cayó como un balde de agua helada.

—¿Cuidado?

—Se sorprendió al vernos juntos. Quiso saber qué estaba pasando... entre nosotros.

Un silencio incómodo cayó entre ambos, apenas roto por el murmullo lejano de los transeúntes. No era solo lo que Ginny había visto, era todo lo que venía con ello. Lo que todos pensaban, lo que no podían borrar.

Draco bajó un poco la voz, pero mantuvo el filo.

—¿Y qué le respondiste?

—Que no tenía por qué explicarle nada.

La sinceridad de su tono fue inesperada. Por un segundo, Draco no supo qué decir. Claro que Potter haría eso. Porque era imprudente, directo, valiente en todo lo que él nunca se atrevía a ser.

Pero esa no era la respuesta que realmente necesitaba.

—¿Y por qué cree que deberías tener cuidado?

El cuerpo de Harry se tensó, visiblemente incómodo. Cerró los puños dentro de sus bolsillos antes de responder.

—Porque piensa que tú vas a salir herido.

—¿Qué?

—Cree que estoy jugando contigo. Que solo me estoy divirtiendo... y que eventualmente te voy a dejar.

Un nudo le apretó la garganta. No supo si era rabia, miedo o ambas cosas a la vez.

—¿Y tiene razón?

—No.

La respuesta fue inmediata, pero él no bajó la guardia. Mantuvo la mirada fija, esperando más.

—¿Entonces cómo defines lo nuestro, Potter?

No hubo respuesta inmediata. Harry tragó saliva, su manzana de Adam subió y bajó lentamente, pero no dijo nada. Miró hacia otro lado, pasándose la mano por la nuca con evidente incomodidad.

—No lo sé —admitió al fin, su voz apenas un susurro.

Draco soltó una risa sin humor, más parecida a un suspiro frustrado. Apartó la mirada, porque eso era exactamente lo que temía escuchar. Y por alguna razón, dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Por supuesto.

Por supuesto que esto estaba pasando, que él era el problema. Por supuesto que todo esto se iba a ir al carajo, porque él nunca supo cómo aferrarse a algo bueno sin arruinarlo en el proceso. Así que se quedó en silencio, observando a Harry, quien aún tenía esa expresión seria, pero indescifrable.

"No lo sé."

Esas palabras lo estaban destrozando por dentro.

Él debió haberlo sabido, él debió haberlo definido antes. Debió haber tenido las cosas claras desde el principio, haberle dicho a Potter, hace semanas, que esto no era un juego para él. Que no era solo besos y sonrisas en medio del entrenamiento y cenas compartidas en su departamento como si fueran algo más que dos idiotas atrapados en algo sin nombre.

Pero no, no lo hizo, porque era un cobarde. Porque estaba tan ocupado protegiéndose de que lo lastimaran que nunca pensó que Harry también pudiera necesitar algo más. No lo hizo, y como siempre, lo arruinó todo antes de siquiera intentarlo.

Tal vez Harry sí quería algo serio en algún momento. Tal vez Harry esperó, esperó y esperó... y cuando no recibió una maldita respuesta clara, decidió que esto era solo un experimento más en su caótica vida. Tal vez se aburrió porque Draco no era suficiente.

Tal vez nunca lo fue.

Tal vez Harry solo estaba ahí por costumbre, porque, así como lo salvó de Azkaban, lo seguía sosteniendo por lástima, por ese sentido de heroísmo estúpido e innecesario.

Porque Harry Potter siempre se sentía responsable por todo el maldito mundo, y Draco era solo un proyecto más. Tal vez, después de un tiempo, simplemente dejaría de aparecerse en su departamento sin previo aviso. Tal vez, un día, Draco recibiría un mensaje en su escritorio del cuartel de aurores, algo frío y distante, diciéndole que ya no podían seguir haciendo esto.

Tal vez, cuando eso pasara, él tendría que asentir con la cabeza y fingir que no le dolía y luego se quedaría solo.

Como siempre.

Porque él no era alguien a quien amar. Solo era alguien con quien jugar un rato, alguien con quien probar algo nuevo antes de volver a la normalidad.

Potter volvería con Weasley, o con quien fuera.

Y Draco se quedaría aquí, en su maldito departamento pequeño, con su trabajo obligatorio y su vida que, cada vez más, empezaba a parecerse a una maldita prisión disfrazada de libertad.

Tal vez... tal vez eso era lo que se merecía.

Draco siguió envuelto en un inmenso mar de pensamiento, cada uno peor que el anterior, hasta que Harry notó algo extraño. Él iba a su lado, caminando con la misma altivez de siempre, con los hombros cuadrados y la barbilla ligeramente levantada, pero había algo distinto en su expresión.

Algo en su mirada, en la forma en que sus labios estaban tensos, en la manera en que su respiración se sentía... contenida.

Harry frunció el ceño, sus cejas frunciéndose con una mezcla de confusión y sospecha. Apretó los labios por un segundo antes de llamar su atención.

—¿Draco?

El rubio caminaba junto a él, con la mirada perdida en el suelo adoquinado, sus manos enterradas en los bolsillos de su abrigo. No reaccionó de inmediato, pero tras un instante, murmuró sin molestarse en levantar la vista:

—¿Mmm? —respondió sin mirarlo.

Sí, definitivamente había algo mal.

—¿Estás bien? —insistió Harry, girando la cabeza para mirarlo de reojo mientras seguían caminando.

Draco soltó una breve risa seca, sin humor, y sacudió la cabeza con exasperación.

—Por supuesto, Potter. ¿Por qué no lo estaría?

Bingo.

Ese tono.

Ese maldito tono afilado pero vacío, la manera en que sus palabras sonaban demasiado ensayadas, demasiado calculadas.

Algo estaba jodidamente mal.

Se detuvo de golpe en medio de la calle. El gesto fue tan repentino que el rubio tardó un par de pasos en notar la ausencia de movimiento a su lado. Al volverse, sus manos ya se apretaban dentro de los bolsillos del abrigo.

—¿Draco? —insistió la voz, esta vez más baja, pero firme.

El movimiento con el que giró fue tenso, contenido.

—¿Qué?

Harry lo miró directamente a los ojos, buscando algo en ellos. Draco sostuvo la mirada por un segundo antes de apartarla con rapidez, su respiración algo más pesada de lo normal.

—Dímelo.

—¿Decirte qué?

El otro se mantuvo tranquilo, sin elevar el tono. Su postura era relajada, pero cada palabra cargaba con una paciencia insistente.

—Lo que sea que te está comiendo la cabeza ahora mismo. —Hizo una breve pausa antes de añadir—: No me digas que no es nada, porque te conozco. No me tomes por idiota.

Un chasquido escapó de la lengua del rubio. Deslizó la punta del zapato contra el suelo, con los labios tensos, como si intentara encontrar el valor en el silencio. No era que no supiera qué decir, era que no quería decirlo.

Pero Harry Potter siempre ha sido así, una maldita pesadilla cuando se trataba de preocuparse por la gente. No sabía cuándo dejarlo ir.

—Draco —insistió Harry, su voz bajando un tono más, suave pero inquebrantable—. Por favor.

Joder.

Draco exhaló con resignación, deslizando una mano por su cabello y despeinándolo aún más. Su expresión se contrajo por un instante antes de soltar:

—Es estúpido.

Harry ladeó la cabeza ligeramente, sin apartar la mirada.

—¿Qué? —preguntó con genuino desconcierto.

Cerró los ojos un segundo y apretó los dientes, frustrado consigo mismo. Inspiró hondo, sosteniendo el aire en sus pulmones antes de finalmente soltarlo.

—Es solo que... —tragó saliva, bajando la voz—. Siento que la cagué.

La confesión cayó como plomo. Frente a él, el gesto de su acompañante se volvió más serio.

—¿Qué? ¿Por qué dices eso?

El rubio negó con la cabeza, abrazándose a sí mismo, los dedos apretando las mangas de su abrigo con algo de fuerza. 

—Porque tardé demasiado en decidir —soltó finalmente, su mirada fija en un punto inexistente en el suelo—. Porque nunca fui claro con lo que quería. Porque dejamos que esto fuera... lo que sea que es, sin definirlo, y ahora es demasiado tarde, ¿cierto?

Harry abrió la boca para responder, pero Draco continuó hablando, su voz sonando cada vez más densa con cada palabra.

—Tal vez te aburriste. Tal vez esperaste algo de mí que nunca te di, y ahora simplemente te da igual. Tal vez yo solo... —su voz se fue apagando mientras clavaba la vista en sus propios zapatos.

Se sentía ridículo.

Tan ridículo.

Pero Harry no se rió, no se burló, ni siquiera parecía sorprendido. Su expresión no mostraba juicio, solo una firme determinación tranquila. Suspiró, dando un paso adelante, y con cuidado, posó una mano en su mejilla.

El contacto lo sobresaltó un poco. El calor de la palma de Harry contrastaba con la frialdad de su piel, y su toque era tan deliberado, tan genuino, que por un instante, Draco sintió que su corazón se encogía en su pecho.

—Draco —su voz fue un murmullo cargado de intención—. No vuelvas a decir eso.

Intentó apartar la mirada, pero el pulgar le rozó la mejilla con una ternura tan deliberada que lo obligó a levantar los ojos.

—Te lo digo en serio —murmuró, sus ojos verdes fijos en los suyos—. No vuelvas a pensar eso.

Frunció el ceño, intentando contener algo que ya no tenía nombre.

—Potter...

Pero él no lo dejó terminar.

—No me aburrí —lo interrumpió, su voz firme pero tranquila—. No me cansé, no dejé de buscarte. ¿Sabes por qué?

No respondió y Harry sonrió un poco, sus labios curvándose apenas. —Porque nunca fue un experimento para mí.

El aire abandonó sus pulmones con violencia, como si de repente todo su cuerpo se hubiera quedado sin energía. 

—Siempre quise que fueras tú —continuó Harry, su voz cálida y tranquila, cada palabra empapada de sinceridad—. Nunca estuve esperando algo diferente. Nunca me ha dado igual.

El nudo en la garganta era real. Las palabras, demasiado. Harry suspiró y apoyó su frente contra la de él, sus pestañas rozándole la piel cuando cerró los ojos por un breve segundo.

—No tienes que apresurarte —susurró, su aliento cálido chocando contra el de Draco—. No tienes que decidir nada de inmediato. Yo solo... yo solo quiero estar aquí, contigo.

El corazón golpeaba fuerte, con esa intensidad irregular que lo hacía sentir vulnerable. Quiso responder, formular un argumento, cualquier cosa, pero su cerebro iba demasiado rápido y su boca demasiado lenta.

—Pero... —intentó decir, pero Harry negó con la cabeza antes de que pudiera terminar.

—No hay peros —murmuró, apartándose lo justo para mirarlo a los ojos, esa mirada verde intensa atrapándolo por completo—. No pienses que estás arruinando esto. No pienses que lo estás jodiendo solo porque aún no sabes cómo llamarlo.

El rubio se mordió el labio, sintiendo el leve ardor en su piel mientras su mente seguía luchando contra la idea de aceptar algo que no podía definir.

—Pero a veces siento que no es suficiente —admitió en voz baja, apenas un susurro.

Harry le dedicó una sonrisa suave, esa que no tenía ni un rastro de burla, sino solo certeza.

—Para mí, siempre lo es.

Draco sintió que algo dentro de él se derretía. Que algo en su pecho, en su maldito corazón roto y paranoico, encontraba un respiro, porque Harry lo decía en serio. Lo veía en su mirada, lo sentía en su toque y eso lo aterrorizaba tanto como lo reconfortaba.

No supo cuánto tiempo estuvieron así, lo único que registró fue la respiración de Harry contra su piel, el peso de sus palabras aún latiendo en su cabeza y el tacto cálido de su mano sobre su mejilla. El calor de sus dedos, la firmeza con la que lo sostenía, como si en verdad creyera que Draco no iba a desaparecer en cualquier momento.

Era demasiado, demasiado intenso. 

Demasiado Harry Potter.

Así que, como siempre que sentía que su cerebro iba a colapsar, Draco huyó.

—Eres asquerosamente bueno en esto, ¿lo sabías? —masculló al apartarse de golpe, cruzándose de brazos con rigidez militar.

Una ceja se alzó del otro lado. En los labios, aún cargados con la confesión previa, se dibujó una sonrisa divertida.

—¿En qué?

La mirada que recibió fue tan filosa como acostumbraba usar para ocultar lo que sentía.

—En ser el maldito... "saliente" perfecto.

El comentario no hizo más que provocar un encogimiento de hombros, acompañado de una expresión de falsa modestia. El brillo en los ojos, sin embargo, no se molestaba en disimularse.

—Bueno, qué te digo... se me da.

El bufido fue inmediato, acompañado por un gesto de hastío mientras giraba la cabeza como si su sola presencia fuera un tormento.

—Uf, qué horror.

—Lo sé —asintió con tranquilidad, las manos hundidas en los bolsillos de la túnica, tan relajado como siempre—. Un verdadero problema.

Un chasquido de lengua y un rodar de ojos fueron la única respuesta. Pero incluso desde su ángulo, Harry alcanzó a notar una sombra de sonrisa apareciendo, fugaz pero imposible de ignorar. Con eso bastaba.

Sin previo aviso, estiró la mano y le tomó la muñeca, guiándolo con una suavidad que no coincidía con la firmeza del gesto.

—Ven.

—¿A dónde? —preguntó frunciendo el ceño, sintiendo el calor que dejaban esos dedos en su piel.

—A ningún lado en específico. Solo vamos.

Aunque una ceja se arqueó con clara sospecha, no se soltó.

—¿Y si no quiero?

—Sabes que quieres —replicó con esa sonrisa ladeada que solía anular cualquier argumento lógico.

Y lo peor era que tenía razón. Con un suspiro resignado, dejó que lo llevara.

El camino los condujo a una calle lateral, escondida del bullicio del callejón Diagon. El rincón estaba casi vacío, apenas un par de bancos de piedra desgastados por los años y una fuente en el centro que murmuraba en voz baja. La luz tenue de los faroles se reflejaba en el agua, dando al lugar una quietud inesperada.

Miró alrededor con desconfianza, como si esperara que algo más estuviera ocurriendo detrás de escena.

—¿Y qué se supone que hacemos aquí, Potter? —preguntó, sin ocultar su escepticismo.

No obtuvo respuesta inmediata, en lugar de palabras, lo empujaron con suavidad hacia uno de los bancos. El cuerpo de Harry cayó a su lado con naturalidad, quedando tan cerca que podía sentir su calor.

—¿Quieres explicarme qué es esto? —insistió mientras giraba ligeramente el cuerpo para enfrentarlo.

Harry se inclinó hacia atrás, contemplando el cielo con aire distraído. Los rayos del sol se colaban entre las hojas de los árboles, creando sombras irregulares sobre el suelo empedrado.

—Tú estabas teniendo un colapso mental, yo estaba siendo un "saliente" excelente... y ahora estamos aquí. Es un momento de calidad, Malfoy. Disfrútalo.

Una mueca se dibujó en su rostro mientras cruzaba los brazos y observaba el callejón con desdén. Los bancos mostraban años de uso, la fuente seguía su curso con constancia y apenas unas cuantas personas pasaban a lo lejos, completamente ajenas a ellos.

—¿Un momento de calidad sentados en un banco random?

—Exactamente.

La mirada que le dirigió fue intensa, como si buscara alguna grieta en esa serenidad absurda. Pero lo único que encontró fue una sonrisa tranquila, fácil, capaz de desmontar su cinismo habitual. Y, aunque no quería admitirlo, algo en su interior se aflojaba. La tensión comenzaba a diluirse sin permiso.

Con un suspiro, recostó la cabeza en el respaldo del banco. La vista se perdió entre las nubes que flotaban sin apuro. El aire fresco traía consigo el olor de piedra húmeda y tierra.

No dijeron nada más durante un rato. Solo el murmullo constante del agua, el crujir ocasional de las hojas con el viento y una respiración acompasada muy cerca. Tanto que el calor ajeno se volvía palpable.

Eventualmente, la voz de Harry rompió la calma:

—No tienes que entenderlo todo ahora mismo... no tienes que decidir nada si no estás listo.

Los labios de Draco se tensaron, miró sus propias manos, con los dedos entrelazados sobre el regazo, y habló en voz baja:

—No quiero que pienses que no me importa.

—Sé que te importa —respondió sin dudar.

El reflejo distorsionado de la fuente atrajo su atención, dándole una excusa para no devolverle la mirada.

—A veces creo que no soy bueno en esto.

—Eso es una estupidez —contestó Harry con un gesto leve.

—¿Disculpa?

—Eres excelente en esto —afirmó con naturalidad—. Lo que pasa es que eres dramático y te encanta pensar lo contrario.

La mirada asesina que recibió no lo hizo ni parpadear. Una risa suave escapó de sus labios.

—Mira, Malfoy, no tienes que ser perfecto.

—Eso lo dice la gente que no ha arruinado su vida de forma irreversible —replicó con una risa seca, sin humor.

Un ligero roce de hombros acompañó el movimiento de Harry al inclinarse hacia adelante.

—Lo que intento decir es que no hay un manual. No hay una forma correcta de hacerlo. Solo somos tú y yo intentando averiguarlo.

Algo se removió en su interior. No era del todo cómodo, pero tampoco era del todo malo. Se mordió la mejilla, sin encontrar palabras inmediatas.

—¿Y no te molesta que todo sea tan incierto?

—Draco —dijo, mirándolo de reojo—, no hay nada incierto en lo que quiero contigo.

El corazón dio un vuelco traicionero. El estómago se encogió con esa mezcla ridícula de nerviosismo y algo más difícil de definir.

Joder.

Esto era un problema. Uno que no sabía cómo manejar... y que, en el fondo, tampoco quería soltar.

—Eres insufrible —murmuró sin mirarlo, fijando la vista en el agua.

Una risa baja fue su única respuesta.

—Y tú eres insoportablemente terco.

—¿Y aún así me aguantas?

—Aún así te quiero.

Y con eso, se quedó en silencio. Porque no había forma de responder sin ceder por completo.

★★★

Draco no estaba seguro de cómo había terminado ahí.

Bueno, en realidad sí. Todo era culpa de Potter. Como casi todo lo que últimamente lo hacía perder el control. Después de aquella conversación en el banco, de alguna forma Harry lo había convencido de ir a su departamento. Y ahora estaba en la cocina, apoyado contra el borde de la encimera, con Potter demasiado cerca. Las manos cálidas sujetaban su cintura con esa facilidad irritante que parecía natural para él. El aliento, tibio y constante, rozaba la piel de su cuello antes de que los labios hicieran contacto, presionando con suavidad, explorando con una calma exasperante.

—¿Sabes qué estaba pensando? —murmuró contra su piel, con la voz baja y esa seguridad molesta que usaba cuando sabía exactamente lo que hacía.

El cerebro de Draco intentó reaccionar, pero entre la cercanía, el calor y el maldito Potter, pensar se volvía un reto considerable.

—¿Qué? —logró decir, esforzándose por sonar indiferente.

Una sonrisa se formó justo en su cuello, curvando esos labios apenas, lo suficiente para provocarle un escalofrío involuntario.

—Que es divertido cómo hablas tanto, pero en momentos como este, te quedas sin palabras.

El orgullo respondió antes que la razón. Se giró de golpe, obligando a Potter a soltarlo.

—Yo no me quedo sin palabras, Potter.

Esa maldita sonrisa apareció otra vez, acompañada por una ceja alzada.

—¿Ah, no?

—No.

—Entonces dime algo.

Draco abrió la boca, listo para una respuesta mordaz, pero Harry se adelantó. Una mano subió hasta su nuca y lo atrajo con decisión, aplastando cualquier intento de palabra con un beso.

Y joder.

El suelo pareció desparecer por un instante. El beso era firme, seguro, y lo tomó tan desprevenido que el aire se le fue de los pulmones. Harry se movía como si supiera exactamente qué hacer, como si nada lo sacudiera, como si llevara ventaja en todo momento. Y probablemente era así.

No supo cuánto tiempo pasó antes de que se separaran. Solo que, cuando ocurrió, respiraba con dificultad y la piel le ardía.

—¿Algo que decir? —preguntó Harry con evidente satisfacción.

Una mirada fulminante fue todo lo que recibió por respuesta, aunque ignorar el calor subiendo por su rostro fue imposible.

—Eres un maldito arrogante.

La risa fue baja, casi cómplice, y sus ojos brillaban con diversión.

—Y tú eres un desastre.

Draco chasqueó la lengua mientras cruzaba los brazos, como si eso pudiera devolverle algo de dignidad.

—Lo que tú digas, Potter.

El gesto fue ignorado. Con calma desconcertante, Harry levantó una mano y acarició su mejilla con el pulgar. El contacto fue suave, directo, como todo en él. Draco se tensó al instante, pero no se apartó. La forma en que lo miraba le provocaba algo que no sabía clasificar.

—No quiero que pienses que esto es un juego para mí —dijo con una voz más suave, casi seria.

Una bocanada de aire fue todo lo que Draco alcanzó a reunir antes de responder.

—No lo pienso.

La cabeza de Harry se ladeó apenas, el pulgar seguía apoyado contra su piel.

—¿Seguro?

La mirada se mantuvo firme, aunque había algo tenso debajo de la superficie. Un nudo molesto que no se iba, pero que no se interponía tampoco.

—Seguro.

Una sonrisa leve fue su única respuesta.

—Bien.

Rodó los ojos, tratando de ignorar el calor persistente en el rostro.

—Eres insoportable.

—Ya me lo has dicho antes.

—Y lo seguiré diciendo.

La risa volvió, suave y divertida.

—Sabes, hay maneras más efectivas de callarme que discutiendo conmigo.

El ceño se frunció en automático.

—¿Ah, sí? ¿Cómo cuál?

Con una ceja alzada y una expresión descarada, Potter no dijo nada, solo esperó. El silencio duró un par de segundos, los necesarios para que Draco entendiera la insinuación.

Resopló con incredulidad.

—Eres el peor.

La sonrisa se amplió, Potter estaba encantado consigo mismo, y no se molestaba en disimularlo.

—Pero aún así me quieres aquí.

Un suspiro pesado llenó el espacio entre ambos, como si cargara con todo el peso del mundo. Pero su expresión cambió apenas, lo justo. Y sin dar una respuesta directa, se inclinó y volvió a besarlo.

Y mierda, tenía razón.

Discutir tenía su encanto.

Pero esto... esto era mejor.

★★★

Draco llegó esa mañana al Cuartel General de Aurores con la rutina ya mecanizada en su cabeza. Desayunaba deprisa, Potter recogía su trasero con una sonrisa demasiado temprano en la mañana, pasaba el día con Potter, lidiaba con un sinfín de papeleo, peleaba con Potter, coqueteaba con Potter (sin querer, por supuesto), discutía con Potter, almorzaba con Potter... y aunque al principio todo había sido un caos —porque, sinceramente, Harry Potter era el peor jefe del mundo—, Draco había encontrado una extraña rutina en su nueva realidad.

Sin embargo, el patrón obvio en su vida se fue al carajo justo esa mañana, cuando, mientras hablaba con Potter en la oficina de este, la puerta se abrió de golpe y dos figuras familiares entraron sin previo aviso.

—¡Harry, sorpresa! ¡Parece que hace un siglo que no nos vemos! —exclamó Weasley, con el tono animado de alguien que esperaba una reacción entusiasta a su llegada. Sin embargo, su voz se cortó abruptamente cuando sus ojos se posaron en Draco.

La mujer que lo acompañaba se frenó en seco. Su expresión pasó de la alegría a una incredulidad abierta, como si no pudiera confiar en lo que veían sus ojos. Parpadeó dos veces, ladeando la cabeza ligeramente.

Desde el escritorio, una ceja se alzó con fingida calma. La pluma fue depositada con parsimonia sobre la mesa.

—Ah, qué agradable sorpresa.

Weasley frunció el ceño y parpadeó varias veces, como si su cerebro no pudiera terminar de asimilar la escena frente a él.

—¿Pero qué...? ¿Qué carajos hace Malfoy aquí?

Con los dedos entrelazados sobre la superficie del escritorio, Draco sonrió con suficiencia.

—Trabajo aquí. ¿Qué haces tú aquí, Weasley? ¿te dejaron entrar o todavía estás en la fase de "soñar con ser auror algún día"?

La réplica quedó colgando en el aire. Granger, sin apartar los ojos de él, se adelantó con voz más baja.

—No puede ser —dijo en voz baja. Su mirada osciló entre Draco y Harry, como si buscara una respuesta lógica en sus expresiones—. Dime que esto es una broma.

Un suspiro prolongado fue toda la respuesta. La mano pasó por el cabello de Potter con cansancio evidente, dejándolo aún más despeinado de lo habitual.

—No lo es.

Ron soltó una carcajada sin humor, cruzando los brazos como si eso le ayudara a procesarlo.

—¿De verdad? ¿Me estás diciendo que Malfoy trabaja contigo?

—Eso acabo de decir.

—¿Y cómo demonios pasó esto?

Los brazos ahora cruzados de Harry hablaban por él antes que las palabras.

—¿Pueden calmarse?

—¡No, no podemos calmarnos, Harry! —exclamó Ron, alzando las manos en el aire—. ¿Cómo esperas que nos calmemos cuando de repente encontramos a Draco Malfoy sentado en tu oficina como si fuera algo normal?

—Porque lo es —dijo con tono firme. La paciencia, claramente, tenía los minutos contados.

—¡No, no lo es! —insistió el pelirrojo, negando con la cabeza como si eso pudiera revertir lo que veía.

Un segundo de silencio se impuso mientras Granger cerraba los ojos y respiraba hondo. Al abrirlos, su tono se volvió más controlado, pero no menos frío.

—Malfoy, ¿podrías darnos un momento?

La ceja volvió a alzarse, esta vez con más ironía que sorpresa.

—Estoy en medio de mi trabajo, Granger.

—No te lo estoy pidiendo, Malfoy.

El giro de cabeza hacia Harry fue automático, buscando algo de sentido común. Lo único que recibió fue otro suspiro resignado y un asentimiento leve.

—Espera afuera, Draco.

El respaldo de la silla crujió apenas cuando se recostó con lentitud.

—Cobarde.

Harry le dedicó una media sonrisa y ladeó la cabeza.

—Sí, sí, lo que digas.

Con los ojos en blanco y un gesto cargado de drama, se puso de pie, caminó hasta la puerta y la cerró con más fuerza de la necesaria. Pero en lugar de alejarse, se apoyó contra la pared justo al lado, los brazos cruzados, la expresión cerrada.

Por supuesto, no se movió de allí.

Y, por supuesto, escuchó absolutamente todo.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

 

Chapter 18: 𝑿𝑽𝑰𝑰

Summary:

Ron y Hermione se enteran de la verdad... bueno, a medias + surgen otros problemas.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

★★★

—¡¿Me puedes explicar qué mierda está pasando?! —espetó Ron, visiblemente alterado—. ¡Porque esto no es normal, Harry!

Recargado contra su escritorio, con los brazos cruzados sobre el pecho, él no reaccionó de inmediato. Solo alzó una ceja y, sin molestarse en disimular el sarcasmo, contestó:

—¿De qué hablas ahora?

—¡De Malfoy! ¡De que está aquí, trabajando contigo!

Un suspiro largo escapó de los labios de Harry, se encogió de hombros con lentitud, como si ya hubiera tenido esta conversación mil veces.

—Eso ya lo dijeron. ¿Hay algo más?

—¡No te hagas el tonto! —gruñó su amigo, dando un paso más hacia él—. ¡Desde Hogwarts que estabas raro con él! ¡Todo el tiempo lo vigilabas, te metías en todo lo que tenía que ver con él, no dejabas que nadie se le acercara ni para decirle una palabra!

Sentada en una silla al otro lado de la habitación, Hermione levantó una mano con suavidad, buscando detenerlo.

—Ron...

Pero no la escuchó, seguía mirando a Harry como si intentara arrancar una explicación con la sola fuerza de su mirada. Su expresión mezclaba rabia, confusión y algo, algo más... traición.

—¡Y ahora, por arte de magia, resulta que también lo tienes aquí, en el Ministerio, en tu misma oficina! ¿Te das cuenta de lo raro que suena eso?

Harry se llevó una mano al cabello, intentando peinarlo sin éxito, y lo dejó aún más despeinado que antes.

—No tiene nada de raro que trabaje aquí —respondió con sequedad.

—¡Sí que lo tiene! ¡Esto es demasiado conveniente!

El ceño de Harry se frunció mientras lo miraba directamente.

—¿Conveniente para quién?

—¡Para él!

—¿Draco?

Con un bufido exasperado, Ron se llevó ambas manos a la cabeza y luego las bajó bruscamente a los costados.

—No te hagas el idiota.

El ambiente en la oficina se volvió tenso. El silencio, denso como una manta, se instaló por unos segundos. Hermione, con los brazos cruzados, analizó a su amigo en silencio. Finalmente, su voz salió en un tono mesurado:

—Ron tiene razón en una cosa: todo esto es, como mínimo, extraño.

—No lo es —insistió Harry, sin mover un músculo.

—¡Claro que sí! —Ron lo señaló con el dedo, la voz al borde de romperse—. ¡Malfoy fue un mortífago! ¡Nuestro enemigo! ¡Y ahora lo defiendes, lo acompañas, lo justificas... hasta parece que lo estás cuidando!

Los párpados de Harry se cerraron un segundo. Cuando volvió a hablar, su tono era más grave:

—Porque lo necesita.

Una risa corta y seca salió de la garganta de Ron. Se volvió hacia Hermione, buscando algún tipo de apoyo.

—¿Escuchaste eso? ¡Dice que Malfoy lo necesita!

Pero ella no respondió, solo mantuvo la mirada fija en Harry, como si esperara algo más. Ron giró de nuevo hacia él, su expresión estaba marcada por la incredulidad.

—¿Por qué te importa tanto lo que le pase a Malfoy?

En el pasillo contiguo, pegado a la puerta, Draco apenas respiraba. Estaba quieto, los brazos tensos a los costados, los dedos apretados contra la túnica. El aire se sentía pesado, como si todo a su alrededor estuviera suspendido.

Y entonces, desde el interior de la oficina, se escuchó la respuesta.

—Porque me importa él.

Los ojos de Ron parpadearon varias veces, como si su cerebro necesitara tiempo para procesarlo. Hermione cerró los ojos y exhaló con suavidad.

—Lo sabía —dijo en voz baja, casi sin emoción.

Ron negó con la cabeza, murmurando algo para sí, como si intentara rechazar lo que acababa de oír.

—No... no puede ser...

No hubo réplica, solo el silencio, del tipo que pesa.

—Harry, dime que no es lo que estoy pensando.

Ninguna palabra salió de su boca.

—Mierda —dijo Ron, esta vez apenas audible.

Hermione lo miró con cierta resignación.

—Ron, intenta calmarte —susurró.

—¡¿Calmarme?! ¡Esto lo explica todo! ¡Desde Hogwarts! ¡Todo ese tiempo con él, esos momentos raros entre ustedes, esas miradas!

—Ron...

—¡Por eso lo de Ginny nunca funcionó! —gritó, señalándolo de nuevo—. ¡Porque estabas obsesionado con Malfoy desde siempre!

Harry entrecerró los ojos.

—No digas tonterías.

—¡No lo son! ¡Mírame a la cara y dime que no sientes nada por él!

Otra vez, silencio.

En el pasillo, Draco sentía el latido en las sienes, fuerte, rápido. No podía apartarse de la puerta. Las palabras que escuchaba lo dejaban paralizado y cuando llegó la respuesta, su mundo cambió.

—No voy a mentirte, Ron.

Ron soltó una risa amarga.

—No lo puedo creer.

—Si no lo entiendes, está bien —dijo Harry, sin desviar la mirada.

—¿Está bien? ¿En serio? ¿Crees que está bien?

—Sí, porque esto no tiene nada que ver contigo.

El ambiente en el pasillo pareció cerrarse sobre Draco, sus hombros estaban rígidos, la boca entreabierta. La respiración se le había vuelto superficial, las paredes parecían más angostas. Y, aun así, no se movió.

Acababa de escuchar a Harry Potter admitirlo.

Lo había dicho en voz alta.

"No voy a mentirte, Ron."

El aire en sus pulmones se sentía escaso, y el mundo parecía girar demasiado rápido, pero entonces, en el interior de la oficina, la conversación continuó.

—¿Esto no tiene que ver conmigo? —repitió Ron, la voz cargada de sarcasmo y frustración—. ¡Claro que tiene que ver! ¡Conmigo, con Hermione, con todo lo que vivimos!

Harry apenas logró abrir la boca antes de que su amigo continuara sin darle espacio.

—¿Ya te olvidaste de quién es? —soltó, señalando con un gesto brusco hacia la puerta, como si Draco aún estuviera visible—. ¿Se te borró todo lo que hizo, lo que dijo, lo que fue? ¡Le llamó sangre sucia a Hermione! ¡A mí me atacó por la espalda cada vez que pudo! ¡Se burló de cada uno de nuestros muertos como si fueran un chiste!

Desde una esquina de la oficina, Hermione bajó la mirada, no dijo nada, pero sus labios estaban tensos. Ron dio un paso al frente, con los hombros duros y la respiración agitada.

—¿Y ahora te importa? ¿Te importa alguien que se quedó callado mientras Hogwarts se venía abajo, que no movió un dedo cuando tu padrino murió? ¡Cuando mataron a Lupin! ¡A Fred!

El último nombre lo obligó a detenerse. Trastabilló un poco al decirlo, como si la sola mención le doliera físicamente. Harry mantuvo la mandíbula apretada.

—¡Y no me vengas con que cambió! —gritó, furioso—. ¡Porque no me importa si ahora se viste diferente o si ya no usa esa cara de asco al verte! ¡Nada de eso borra lo que hizo ni lo que eligió ser!

El ambiente seguía denso, la tensión era clara. Harry no se movió de donde estaba, lo miró en silencio, con el rostro serio y los brazos aún cruzados, sin rastro de enojo, solo una contención absoluta.

—Te estás dejando llevar —dijo al fin, con voz tranquila.

—¿Dejarme llevar? —repitió Ron, soltando una risa forzada mientras caminaba en círculos—. ¡El que se está dejando llevar eres tú! ¡Por una obsesión ridícula con alguien que no vale la mitad de lo que vales tú! ¡Ese tipo no te merece, Harry! ¡Nunca lo ha hecho!

Hermione, que había estado contenida hasta ahora, levantó la voz.

—¡Ron, basta!

Pero él ya estaba al límite.

—No, Hermione. ¡No voy a callarme! Porque si él no se da cuenta ahora, Malfoy lo va a destrozar. Como todo lo que toca.

El silencio que siguió fue prolongado, Hermione permaneció inmóvil, con los brazos cruzados, pero sus ojos seguían los movimientos de ambos. Ron respiraba agitado, mientras Harry seguía firme, sin apartar la vista.

Cuando habló de nuevo, su voz fue apenas un murmullo:

—Ya lo entendí, hace mucho tiempo —la tensión aumentó de golpe—. ¿Y sabes qué más entendí? Que no necesito tu aprobación.

Ron lo miró, desconcertado.

—¿Qué dijiste?

—Puedes quedarte con la imagen que tienes de él, con ese niño arrogante que escupía insultos porque era lo único que sabía hacer. Yo veo al que quedó después de todo, al que sigue adelante sin pedir nada a cambio. Ni siquiera esto.

Las palabras golpearon directo, Ron parpadeó sin saber qué responder. Hermione se llevó una mano a la boca. No lloraba, pero algo en sus ojos estaba claramente afectado.

—Esto es una locura, Harry —murmuró Ron, pasándose ambas manos por el cabello, que ya estaba revuelto—. ¿Malfoy siquiera sabe lo que sientes?

Detrás de la puerta, Draco no se atrevía a moverse. Ni un solo músculo, se mantenía rígido, con los ojos fijos al frente, como si pudiera ver lo que ocurría en el interior de la oficina.

Desde adentro, la respuesta llegó, serena pero clara.

—No, no lo sabe.

Sintió un nudo subiendo por su garganta. Le costaba tragar, la sensación era física, concreta, insoportable.

—¿Qué? —preguntó Hermione, como si no hubiera escuchado bien.

Harry repitió, esta vez con más énfasis:

—Malfoy no sabe nada. Y quiero que quede claro que esto no tiene nada que ver con él.

Ron frunció el ceño, desconfiado.

—¿Cómo que no?

—Lo que oyes —respondió sin rodeos—. Todo esto es mío. Mis sentimientos, mis decisiones, mi problema. Él no ha hecho nada.

La reacción fue inmediata, Draco sintió que el estómago se le encogía.

—¿Nada? —Hermione entrecerró los ojos, atenta a cada palabra.

—Nada —repitió Harry con firmeza—. No me dio señales, no me miró distinto, no hizo nada extraño. Malfoy no siente lo mismo, ¿vale?

Las uñas de Draco se clavaban en sus palmas, ni siquiera se había dado cuenta de que tenía los puños cerrados.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —quiso saber Ron, cada vez más agitado.

—¿Has visto cómo me trata? —respondió con una risa seca—. Si hay alguien que no me idolatra, es él.

La sala quedó en silencio.

—Si me correspondiera, lo sabría —agregó Harry, esta vez con un tono cansado, resignado.

Draco sentía que el cuerpo no le respondía, todo parecía más pesado, más... más real.

—No lo sabe —susurró Harry, más para sí mismo que para los demás.

—Eres un idiota —espetó Ron con desprecio—. ¿De verdad crees que ese imbécil va a devolverte algo? ¡Si apenas puede soportarte!

Pero Harry no se inmutó.

—Lo voy a intentar.

Eso hizo que Ron se detuviera por completo.

—¿Intentar? ¿El qué? ¿Una historia de redención? ¿Romperte el corazón solo para ver si se te pasa la obsesión?

Hermione intentó calmarlo, poniéndole una mano en el brazo. Él la apartó con brusquedad.

—¡¿Y si te hace daño?! ¡¿Y si terminas peor?!

Harry no se echó atrás, su voz sonó tajante.

—Si eso pasa, lo enfrento. No es asunto de ustedes —Hermione intentó intervenir de nuevo, pero él levantó la mano, cortando cualquier réplica—. Déjenlo, este asunto es mío. Ustedes no tienen que resolverlo.

—Pero es Malfoy —dijo Ron, bajando la voz, casi en tono de súplica—. Ni siquiera sabes si siente algo.

—Lo sé, lo tengo claro. Y prefiero escuchar un "no" de su boca que pasarme el resto de la vida con la duda.

Hermione entrecerró los ojos, meditando sus siguientes palabras.

—Esto no es un capricho, ¿verdad?

—No.

—¿Desde hace cuánto lo sientes?

—Desde hace mucho más tiempo del que me gustaría admitir...

Esa confesión dejó a ambos en silencio. Draco sintió un golpe seco en el pecho, como si lo hubieran empujado desde adentro.

—Joder... —murmuró Ron.

Hermione tragó saliva.

—¿Y ahora qué esperas que hagamos?

—Nada, solo eso. Que no hagan nada.

Ron soltó un bufido, frustrado.

—Todo esto es una locura.

—Créeme —dijo Harry, con una sonrisa cansada—. Ya lo sé.

Draco apenas tuvo tiempo de apartarse antes de que la puerta de la oficina de Harry se abriera bruscamente tras las últimas palabras de aquel. El sonido del golpe resonó en el pasillo, haciendo eco en las paredes de piedra. Ron y Hermione salieron primero, con pasos firmes y expresiones tensas. En cuanto lo vieron de pie, justo allí, su semblante se torció de inmediato.

Desprecio.

No era furia descontrolada ni odio abierto, pero sí una clara muestra de que su simple presencia en ese lugar les resultaba incómoda. Hermione lo observó con frialdad, sus ojos oscuros recorriéndolo de arriba abajo con una evaluación crítica. Ron, en cambio, ni siquiera intentó disimular su desagrado; su ceño fruncido y la forma en que apretaba la mandíbula lo hacían evidente. Draco sostuvo la mirada de ambos sin parpadear, sin mostrar ninguna reacción visible, pero sintió un peso familiar apretándole el pecho.

No dijeron una sola palabra, no hubo insultos, ni comentarios sarcásticos, ni siquiera un gesto forzado de cortesía. Simplemente lo ignoraron con la misma indiferencia con la que se aparta un obstáculo en el camino y continuaron su marcha por el pasillo, dejando tras ellos una tensión casi tangible en el aire.

Draco exhaló lentamente y cerró los ojos por un instante, antes de girar sobre sus talones, entrar a la oficina y cerrar la puerta tras de sí con un chasquido seco.

La oficina estaba casi a oscuras, con la única luz proveniente de la lámpara del escritorio, que lanzaba un círculo amarillento sobre la madera. Los papeles sobre la mesa estaban desordenados, la pluma aún goteaba tinta junto al tintero abierto. El ambiente olía a pergamino viejo y a nervios contenidas.

Sentado en su silla, con los codos apoyados en el borde del escritorio y los dedos presionando con fuerza sus sienes estaba Harry, quien parecía no haberse movido en varios minutos. Su espalda estaba tensa, sus hombros caídos, como si el peso de todo lo ocurrido lo estuviera hundiendo poco a poco.

De pie junto a la puerta cerrada, Draco lo observaba en silencio. Mantuvo los brazos cruzados sobre el pecho durante unos segundos, como si necesitara contenerse físicamente. Luego, sin moverse del sitio, habló con un tono más firme de lo que realmente sentía.

—¿Qué demonios fue eso?

La pregunta llenó el silencio de inmediato. No fue una acusación, pero tampoco sonó amable. Harry dejó escapar un largo suspiro antes de recostarse contra el respaldo. El gesto fue lento, casi pesado, como si le costara trabajo simplemente moverse.

—Lo escuchaste todo —dijo sin rodeos, sin molestarse en suavizar la respuesta.

El otro entrecerró los ojos, manteniendo la espalda recta mientras daba un par de pasos más dentro de la habitación.

—¿Y si lo hice?

Se hizo un breve silencio antes de que el aludido se llevara una mano al rostro, frotándose los ojos con los dedos. Tenía la voz baja cuando respondió.

—No podía seguir mintiéndoles.

Draco respiró hondo, conteniendo la presión que comenzaba a acumularse en su pecho.

—Entonces pensaste que lo mejor era decirles que estás hiper mega enamorado de mí —dejó caer las palabras sin rodeos, aunque el sarcasmo apenas disimulaba la incomodidad.

Una ceja se alzó en el rostro de Harry. Se limitó a negar ligeramente con la cabeza.

—No usé esas palabras.

—Dijiste lo suficiente como para que fuera lo mismo —contestó Draco de inmediato, sin apartar la mirada.

Desde la silla, Harry pareció debatirse internamente si tenía o no la energía para seguir discutiendo. Finalmente, pronunció su nombre, pero fue interrumpido al instante.

—No, espera. —El rubio levantó una mano, tajante—. Y también ¿Ahora resulta que no te correspondo? Porque juraría que nuestros besos significaban algo.

La habitación quedó en silencio un instante más largo. Sin responder, el moreno se levantó despacio, caminó hasta acortar la distancia entre ambos y, sin anunciarse, lo besó.

El contacto fue directo, decidido. No hubo duda ni suavidad. Los labios chocaron con firmeza, transmitiendo más urgencia que ternura. Draco no reaccionó de inmediato, sorprendido por la acción repentina, pero al cabo de un segundo, respondió instintivamente. Se dejó llevar, devolviendo el beso con la misma intensidad, buscando el ritmo, asegurándose de que no se tratara de un impulso sin sentido.

Cuando se separaron, la respiración de ambos era más agitada.

—¿Eso te parece que no significa nada? —preguntó Harry, sin mover un músculo más.

El silencio que siguió fue denso, Draco no dijo nada, no hacía falta. Sus ojos seguían fijos en los del otro, aún sintiendo el calor del beso en los labios.

Harry bajó un poco la voz, pero su tono seguía siendo firme.

—No fue por lo que tú crees... confío en lo que sientes. Solo... no quería que pensaran que tú tuviste algo que ver con esto.

El entrecejo del rubio se frunció de inmediato.

—¿A qué te refieres?

La mano de Harry volvió a pasar por su propio cabello, despeinándolo aún más.

—Ron es impulsivo, si se le metía en la cabeza que tú hiciste algo para influenciarme, habría ido directo al Ministerio sin pensarlo.

Draco soltó una risa seca, sin humor.

—¿A decir qué?

—Que me habías hechizado. O que me diste una poción de amor. O que me manipulaste de alguna forma.

El otro abrió la boca, listo para protestar, pero Harry levantó la mano antes de que pudiera decir algo.

—Créeme o no, no quiero que tengas más problemas de los que ya cargas.

Draco apartó la mirada, exhalando con fuerza. Se llevó una mano a la nuca, apretándola, claramente incómodo.

—Sigues con esa manía absurda de protegerme, Potter.

Una sonrisa leve apareció en el rostro del moreno.

—Tal vez.

Durante unos segundos, no dijeron nada. Solo el sonido del tictac del reloj llenaba el aire. El crujido de la silla resonó cuando Harry volvió a sentarse, dejándose caer con el mismo agotamiento que llevaba desde hacía rato. El otro lo siguió con la mirada, sin moverse del lugar.

La voz del ex Gryffindor rompió el silencio de nuevo, esta vez más baja, como si estuviera hablando consigo mismo.

—Si algún día quiero que esto sea aceptado, necesito que entiendan lo que siento por ti.

Eso provocó un movimiento casi imperceptible en el cuerpo del rubio. Bajó la mirada un momento, luego murmuró:

—Potter...

—Sé que no será fácil.

—No —interrumpió, con una risa amarga—. No lo será.

Un gesto sereno se formó en el rostro del otro.

—Pero no es imposible.

Los dedos de Draco se tensaron ligeramente, cerrándose sobre su propio brazo.

—Nunca fui bueno con ellos.

—Lo sé.

—Fui un imbécil en Hogwarts.

—También lo sé.

Draco lo miró con una ceja alzada, pero no hubo sarcasmo en la respuesta de Harry, solo calma.

—Si yo soy capaz de verte distinto, ellos también pueden.

Abrió la boca, pero no dijo nada, las palabras no salieron. Lo único que logró fue una mirada cargada de confusión y pensamientos que giraban sin parar.

Desde el escritorio, Harry volvió a suspirar.

—No va a pasar de un día para otro, lo sé. Pero si puedo evitar que todo explote de la peor manera, lo haré.

Draco asintió apenas, procesando cada palabra con lentitud.

—Prefieres que se vayan acostumbrando —dijo en voz baja.

Un movimiento de cabeza confirmó la suposición. Un nuevo silencio se instaló. Esta vez no era incómodo, era denso, eso sí, pero más soportable.

—Odio que suenes tan razonable —gruñó el rubio, sin mucha fuerza.

El otro sonrió.

—Es mi talento natural.

Los ojos de Draco rodaron por inercia, pero una pequeña curva se formó en sus labios. Un respiro se escapó de los de Harry, breve, pero claro. Por primera vez en todo el día, la tensión pareció aflojarse en la habitación.

★★★

Harry ese día se quedó más tiempo del que tenía planeado en el departamento de Draco. Después del trabajo, en lugar de desaparecerse de inmediato, se dejó caer en el sofá como si aquel espacio ya le perteneciera de alguna forma. Draco, que inicialmente había rodado los ojos por la invasión de su privacidad, no tardó en resignarse y dejar que se quedara.

La conversación comenzó con temas triviales: el desastre de papeles en la oficina de Harry, la incompetencia de algunos empleados del Ministerio, el café imbebible que le habían servido esa mañana. Pero poco a poco, sin que ninguno de los dos lo planeara, las palabras fueron tomando otro rumbo.

Draco suspiró y dejó su taza sobre la mesa con un golpe seco.

—No es que no lo entienda, ¿sabes? —dijo de repente.

El moreno lo miró, sin entender.

—¿Entender qué?

Draco hizo un gesto con la mano, como si buscara las palabras adecuadas.

—El odio de tus amigos hacia mí.

El cambio de tema lo tomó por sorpresa, Harry frunció el ceño, pero no interrumpió.

—Desde que entré a Hogwarts, siempre fui un completo imbécil con ellos. —Draco dejó escapar una risa amarga—. Llamé sangre sucia a Granger más veces de las que puedo recordar, me burlé de la pobreza de Weasley cada que tenía oportunidad, pasé años enteros asegurándome de hacerles la vida imposible.

Apretando los labios, Harry lo observó con atención.

—No estoy intentando justificarme —continuó Draco—, pero cuando creces en una familia como la mía, te enseñan que eso es normal. No lo cuestionas. Pero en Hogwarts... desde el primer año... algo en mí sabía que estaba mal.

Se quedó en silencio unos segundos, mirando la nada.

—Supongo que simplemente decidí ignorarlo.

Harry tragó saliva, dándole espacio para hablar.

—Nunca fui un santo, y tampoco lo soy ahora —Draco continuó, con un tono más seco—. Si Weasley me insulta mañana, probablemente le devuelva el favor con algo igual de hiriente. Pero... al menos ahora soy consciente de ello.

Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas. Sus ojos grises buscaron los de Harry con una intensidad que le resultó inquietante.

—Lo que no entiendo es cómo tú puedes estar aquí, sentado conmigo, como si nada de eso hubiera pasado.

Harry pestañeó. —¿Qué?

—¿Cómo es posible que me hayas perdonado? —preguntó Draco, con una expresión confusa. Su voz no sonaba como la del chico arrogante que solía ser. Sonaba vulnerable, y eso a Harry le resultó desconcertante—. Te insulté, me burlé de ti durante años, peleamos casi a diario, fui un mortífago. Aunque no haya lanzado la Maldición Asesina con mis propias manos, fui parte de algo que causó daño, que trajo muertes.

Se frotó la cara con las manos.

—Tus amigos me odian, y deberían. Tú deberías odiarme más que nadie.

Harry sintió un nudo formarse en su garganta, por un instante, todo pareció detenerse. Sus pensamientos se entrelazaron en una maraña caótica de recuerdos: los gritos en la batalla, el fuego devorando la Sala de los Menesteres, el eco de la voz de Draco gritando su nombre con desesperación entre las llamas.

Recordó la expresión de terror en su rostro cuando Bellatrix lo obligó a identificarlo en la mansión Malfoy, el temblor en sus manos cuando aceptó la varita que Harry le devolvió, como si no creyera merecerla.

Draco Malfoy había sido muchas cosas: un enemigo, un rival, un dolor constante en el trasero; pero también había sido un niño asustado, atrapado en algo más grande que él mismo. Harry lo sabía, siempre lo había sabido. Y en ese momento, mirándolo allí, vulnerable y sin escudos, sintió que cualquier resentimiento que podría haber tenido había desaparecido hace mucho.

—No lo sé —admitió con un encogimiento de hombros—. Si me lo hubieras preguntado hace un año, jamás habría imaginado que terminaríamos así.

La mirada expectante de Draco hablaba por sí sola, aguardando una explicación.

—Pero... supongo que tiene que ver con todo lo que vino después de la batalla.

Con el ceño ligeramente fruncido, Harry desvió los ojos hacia un punto indefinido, como si las palabras le pesaran.

—Yo... intenté dejar atrás todo lo malo, todo ese dolor. En lugar de alimentar la rabia, traté de enfocarme en el perdón. Era lo único que me ayudaba a seguir adelante.

Pasó la lengua por sus labios secos, notando cómo el corazón le latía con más fuerza.

—Y entre todos esos pensamientos... aparecías tú.

Draco parpadeó, sorprendido. —¿Yo?

—Al principio no entendía por qué —reconoció Harry, con voz más baja—. Pero empezamos a pasar tanto tiempo juntos, con esto del Ministerio y tu condena, y... luego pasó lo de los chicos que te lastimaban.

El rubio apartó la vista, incómodo.

—Fue entonces cuando sentí esa necesidad de protegerte —continuó sin titubear—. Y poco a poco, sin darme cuenta, mis sentimientos cambiaron.

Draco levantó la vista hacia él, como si esperara la continuación de la historia.

—No sé en qué momento pasó —añadió con una leve sonrisa—. No sé si las cosas entre nosotros se dieron demasiado rápido o demasiado lento. Pero ahora me encuentro aquí, pensando en ti todo el tiempo.

No obtuvo respuesta, solo una mirada intensa.

—Y me gusta la forma en la que se dieron las cosas —concluyó Harry en un susurro.

Hubo un silencio denso entre ellos, cargado de algo que ninguno de los dos podía definir. Draco fue el primero en moverse, se acercó a Harry, apoyando una mano sobre la suya, sus dedos temblaban ligeramente, pero su expresión era resuelta.

—A veces eres insoportablemente cursi, Potter.

—Lo sé —respondió él, esbozando una sonrisa sincera.

Draco le apretó los dedos. Luego, sin decir nada más, se inclinó para besarlo. Fue un gesto pausado, casi reverente, como si intentara transmitir con los labios lo que nunca se atrevió a decir en voz alta.

Al separarse, una sonrisa discreta curvó los labios de Draco.

—Gracias.

Harry entrelazó sus dedos con los del otro.

—Siempre.

Con un suspiro profundo, Draco se dejó caer contra el respaldo del sofá, como si todo aquel peso que había llevado durante años al fin comenzara a disiparse. Su mirada vagó por el techo unos segundos antes de regresar a Harry.

—Sabes —murmuró—, todavía me cuesta creer que estemos aquí.

Una ceja se arqueó en el rostro de Harry, divertido.

—¿Te parece tan increíble?

—Sí —afirmó sin vacilar—. Después de todo lo que pasó... desde sexto año no me habría imaginado esto ni en mis fantasías más absurdas.

Harry soltó una risa suave.

—Con lo dramático que eres, me cuesta creer que nunca hayas fantaseado con besarme frente a todos en el Gran Comedor.

Draco rodó los ojos. —Por favor...

Pero luego, de manera casi imperceptible, su expresión cambió. Como si hubiese recordado algo, como si hubiese dejado escapar una verdad antes de tiempo, Harry lo notó al instante.

—¿Draco?

—¿Qué?

La sospecha se asomó a los ojos de Harry.

—Dijiste que nunca te imaginaste esto desde sexto año. ¿Pero qué hay de antes?

Un segundo, solo uno, pero fue suficiente para que Draco sintiera que el corazón se le detenía.

—¿Antes?

—Sí, antes de que todo esto pasara, antes de sexto —ladeó la cabeza con curiosidad—. ¿Tú... sentías algo por mí?

El otro se tensó de inmediato, las orejas se le pusieron rojas y el color le subió al rostro, extendiéndose hasta el cuello con rapidez.

—No sé de qué estás hablando —murmuró, desviando la vista hacia un punto cualquiera de la habitación.

Una sonrisa se formó lentamente en su cara. El nerviosismo evidente del otro no pasó desapercibido.

—Vamos —insistió en tono bajo, avanzando unos centímetros más en el sofá.

Los párpados del rubio cayeron durante un segundo. Soltó un suspiro largo y cargado de resignación.

—Eres un completo idiota si nunca lo dedujiste.

Sus cejas se alzaron, por un momento no supo qué decir.

—¿Qué?

El que estaba a su lado dejó caer la cabeza contra el respaldo, claramente frustrado.

—Merlín, qué vergüenza...

Lo observó con atención, la forma en que apretaba las manos, cómo se rehusaba a mantener contacto visual. Cada pequeño gesto parecía confirmar lo que acababa de decir.

—¿Por eso eras tan... difícil conmigo?

—Obviamente —respondió en voz baja, encogiéndose de hombros—. Bueno, eso y mi orgullo. Pero...

Pausó un instante, se mordió el labio con fuerza y bajó la mirada hacia sus propios pies.

—No quería que esos sentimientos que siempre estuvieron ahí, en el fondo de mi corazón, volvieran a salir a la superficie.

Harry sintió un nudo en la garganta.

—¿Por qué hiciste eso?

El otro soltó una risa seca, sin alegría.

—Porque sabía que todo estaba destinado a terminar mal.

La respuesta fue tan directa que le dolió escucharla. Permaneció en silencio, dejando que continuara.

—Pasé años reprimiendo lo que sentía por ti. Era más fácil odiarte, convertirlo todo en una competencia. Pero luego vino la guerra, los bandos, las decisiones que no podía tomar por mí mismo... y entendí que nunca podría existir un 'nosotros'.

Harry no dijo nada, solo lo miraba, escuchándolo con toda su atención. Draco bajó la vista a sus propias manos, como si hablara más consigo mismo que con Harry.

—Así que cuando volviste a mi vida y comenzaste a actuar... de esa forma —hizo un gesto con la mano, señalándolo—, protegiéndome, preocupándote por mí... me aterraba.

Harry frunció el ceño.

—¿Te aterraba?

—Sí —admitió Draco con una risa nerviosa—. Una parte de mí quería que significara lo que siempre quise, que tú sintieras algo por mí. Pero la otra parte... tenía miedo de que solo fuese una ilusión.

Tomó aire antes de añadir en voz baja: —Así que me negué a sentir.

Al escuchar eso, se quedó quieto. La garganta le dolía un poco, como si hubiese tragado algo espeso. Aun así, no apartó la mirada.

—Draco...

—Si me permitía sentir algo y luego resultaba no ser correspondido, todo el dolor se volvería real. No estaba dispuesto a pasar por eso —confesó Draco, con un tono que Harry nunca le había escuchado antes.

El silencio que siguió fue espeso, como una niebla densa que los envolvía. Harry lo miró con tanta intensidad que Draco sintió que su alma quedaba completamente expuesta. Pero entonces, la seriedad en los ojos verdes se desvaneció y fue reemplazada por una sonrisa ladina.

—¿Así que siempre estuve dentro de tu corazón?

La reacción fue inmediata, el rubio lo fulminó con la mirada, los labios fruncidos.

—No lo arruines, Potter.

Una risa escapó de la garganta de Harry, sin poder evitarlo.

—No, no. Es adorable, me gusta saber que incluso cuando fingías odiarme, en realidad me querías.

—No me hagas lanzarte un hechizo.

—Oh, por favor, sabemos que eso no funcionaría. Porque, afortunadamente, siempre estuve en tu corazón, lo que significa que conquistar a Draco Malfoy no fue tan difícil después de todo.

Draco resopló y le dio un leve empujón en el hombro.

—No empieces con tus tonterías.

En lugar de responder, Harry se inclinó un poco más, hasta que sus frentes quedaron apoyadas. Cerró los ojos por un segundo, dejando que el contacto hablara por sí solo.

—¿Y si lo hago?

El otro suspiró, pero no se alejó.

—Entonces te besaré solo para que te calles.

Harry sonrió más, antes de cerrar la distancia entre ellos.

★★★

Los días continuaron, y ellos seguían con su extraña rutina a pesar de todo. Draco nunca pensó que diría esto, pero trabajar junto a Harry Potter realmente no era tan terrible, no porque le gustara su compañía —aunque claro, no iba a admitirlo en voz alta—, sino porque había cierta... estabilidad en la manera en que pasaban el día.

Cada mañana, Harry llegaba con dos cafés. No mencionaba que uno era para Draco, simplemente lo dejaba sobre su escritorio.

Cada tarde, Draco se burlaba de la desorganización de Harry.

Cada noche, se marchaban juntos, pues, a fin de cuentas, Potter era su auror designado.

Y en el medio de todo eso, sin darse cuenta, cada día se acercaban más.

Eran pequeños momentos, un roce accidental de los dedos al pasarle un pergamino. Una broma que hacía que Draco sonriera a pesar de sí mismo, una mirada de Harry que duraba un poco más de lo normal, un gesto de Draco que se volvía menos rígido cuando estaban solos.

Era estúpidamente natural.

Y Draco... no sabía qué hacer con eso.

Pero entonces, un día, Potter dejó caer un pergamino grueso sobre su escritorio.

—¿Qué es esto? —preguntó, alzando una ceja mientras tomaba el pergamino con dos dedos como si fuera algo sospechoso.

—Mi próximo caso —respondió el otro, cruzándose de brazos. La mirada se le quedó fija en el rollo, frunciendo el ceño con concentración—. Nos asignaron la búsqueda de este sujeto.

El pliego de pergamino crujió ligeramente al desplegarse. Lo leyó en silencio, sus ojos recorriendo las líneas con rapidez. La información era escasa: identidad desconocida, historial vinculado a magia prohibida, uso de artefactos oscuros, múltiples ataques registrados.

Chasqueó la lengua, soltando el aire por la nariz.

—Suena encantador.

—Sí, todo un modelo a seguir —replicó en tono seco, con un leve movimiento de cabeza—. Ya tenemos su localización. Vamos a traerlo hoy.

Levantó la vista de inmediato.

—¿"Vamos"?

—Bueno, dije "vamos", pero en realidad me refería a Robards y a mí.

El pergamino cayó sobre el escritorio con un leve golpe, acompañado de una mueca de evidente alivio.

—Menos mal. Pensé que tendría que ensuciarme las manos por un momento.

El otro rodó los ojos con un suspiro apenas audible.

—Como si trabajar aquí no fuera ya todo un sacrificio para ti.

Una sonrisa se asomó en los labios del rubio.

—Touché.

Se dio la vuelta, caminando hacia la puerta con paso decidido. Ya tenía una mano sobre el picaporte cuando se giró apenas.

—Nos vemos después, Malfoy.

Lo observó en silencio durante un segundo, apoyado contra el borde del escritorio.

—Buena suerte, Potter.

Una sonrisa arrogante le cruzó el rostro mientras se ajustaba la chaqueta.

—Por favor, no la necesito.

Y salió del despacho sin esperar respuesta, dejando tras de sí el eco de sus pasos y el crujido sordo de la puerta cerrándose.

La tarde avanzó sin problemas.

Draco siguió trabajando, revisó informes, ignoró a la gente que aún lo miraba como si estuviera en el lugar equivocado. Estaba acostumbrado a esas miradas, las había soportado toda su vida, pero aquí, en el cuartel general de Aurores, parecían aún más pesadas, más inquisitivas; como si en cualquier momento esperaran que sacara su varita y demostrara que no merecía estar ahí.

Apretó los labios, centrándose en su trabajo. No tenía tiempo para estupideces.

Pero entonces, cuando el cielo afuera ya se teñía de tonos anaranjados y las sombras en la oficina se alargaban con el anochecer, se dio cuenta de algo: Harry no había regresado.

Frunció el ceño.

No era como si le importara demasiado —por supuesto que no—, pero era su auror designado y, según las normas, si él no estaba, Draco no podía irse. Bufó con fastidio y se frotó la sien con los dedos.

—Patético —murmuró para sí mismo.

Suspiró y salió de la oficina con pasos firmes, sus zapatos resonando contra el suelo de mármol del Ministerio.

Fue entonces cuando lo notó.

El aire en el cuartel general era distinto. Un murmullo inquieto se extendía por el lugar, como si algo invisible flotara en el ambiente, contagiando de tensión a todos los presentes. Brujas y magos caminaban de un lado a otro, intercambiando palabras en voz baja, pero sus rostros hablaban más que ellos: estaban tensos, preocupados.

Algo había pasado.

Draco sintió un nudo en su estómago, así que se acercó a una de las pocas personas que le hablaban sin desprecio: una bruja joven que trabajaba en el área de comunicación. Su cabello oscuro estaba recogido en un moño apurado, y sus ojos escaneaban frenéticamente un pergamino mientras anotaba algo con su varita.

—¿Qué está pasando? —preguntó Draco, tratando de mantener su tono neutral, aunque algo en su pecho se sentía inquieto.

La bruja levantó la mirada y sus labios se entreabrieron, como si dudara en responder. En su expresión había un destello de vacilación, como si no supiera si debía decirle la verdad.

Pero al final, suspiró.

—Hubo una complicación con la misión de Potter y Robards.

Draco sintió un golpe en el estómago, como si el aire a su alrededor se volviera más denso de repente.

—¿Qué clase de complicación? —preguntó, con una calma que no sentía.

Ella tragó saliva, bajando la vista por un momento antes de volver a mirarlo.

—Los altos cargos acaban de confirmar que ambos fueron atacados.

Un escalofrío recorrió la espalda de Draco.

—¿Dónde están?

—En San Mungo.

Draco se quedó quieto.

Inmóvil.

Las voces a su alrededor parecían distorsionarse, como si alguien hubiera lanzado un hechizo amortiguador sobre él. En su cabeza, las palabras resonaban con insistencia: "Potter" y "atacado".

Luego, sin decir nada más, recorrió el cuartel general con la mirada. No podía irse solo, y eso era ridículo, él no era un peligro... bueno, al menos ya no. Pero las reglas eran las reglas, y como Harry no estaba, necesitaba que alguien más lo escoltara.

Sus ojos vagaron por la sala hasta que finalmente encontró a un auror joven que revisaba unos informes en el área de asignaciones.

Alto, delgado, de cabello castaño, con un aire bastante... nerd.

Draco resopló.

Fantástico.

Se acercó con decisión y lo señaló sin preámbulos.

—Tú.

El chico alzó la vista, parpadeando sorprendido.

—¿Yo?

—Sí, tú. No puedo salir de aquí sin un auror designado, así que felicidades, acabas de ser ascendido a mi niñera.

El auror parpadeó de nuevo, claramente confundido.

—Pero yo no...

Draco suspiró con impaciencia y lo interrumpió sin ceremonias.

—¿Quieres que lo haga oficial y vaya a hablar con el encargado?

El chico exhaló con resignación, claramente sin ganas de discutir.

—Está bien, está bien. Vamos.

Salieron del cuartel general, caminando entre el bullicio del Ministerio. La magia crepitaba en el aire, los mensajes patronus zumbaban por los pasillos, y la gente iba y venía con prisa. El auror —cuyo nombre ni se molestó en preguntar— empezó a caminar en dirección al edificio donde él vivía, como si ya supiera cuál era el siguiente paso.

Se detuvo en seco, sin dar un solo paso más.

—No —dijo, con tono firme, seco. No dejaba lugar a réplica.

El otro giró sobre sus talones, frunciendo el ceño al ver que no lo seguía.

—¿Perdón?

Le sostuvo la mirada sin parpadear, con la mandíbula apretada.

—Llévame a San Mungo.

El gesto del auror cambió. Frunció aún más el ceño, visiblemente confundido.

—¿San Mungo? ¿Para qué?

Sus ojos se entrecerraron ligeramente, impaciente.

—Voy a ver a Potter.

El joven parpadeó, como si no entendiera del todo la urgencia.

—¿Y por qué tanto interés?

Eso fue suficiente. La paciencia se le agotó de golpe.

—¡No es tu maldita incumbencia! —espetó, dando un paso hacia él—. Solo llévame, o me iré por mi cuenta. Y si eso pasa, créeme, no seré el único que tenga que dar explicaciones después.

El auror lo miró con una mezcla de tensión y duda. Bajó la vista un segundo, como si considerara sus opciones. El silencio se alargó, cortado solo por el murmullo lejano del tráfico mágico.

Finalmente, soltó un suspiro cansado y se encogió de hombros.

—Está bien, está bien. Vamos.

Sin añadir nada más, giró en dirección contraria, esta vez en rumbo correcto. El rubio lo siguió sin vacilar, el paso firme, la mirada fija al frente.

★★★

San Mungo estaba tan lleno de murmullos y miradas desagradables como Draco había imaginado.

Apenas puso un pie dentro del hospital, sintió cómo el ambiente cambiaba. Pacientes y familiares lo vieron entrar, y sus expresiones se torcieron como si acabaran de ver algo que preferirían olvidar.

Susurros.

Frases cortadas.

Un par de personas lo miraron con abierta hostilidad, con los labios apretados y los ojos cargados de juicio. Draco sintió la punzada habitual de irritación en la base del cráneo, pero la apartó de inmediato, no tenía tiempo para estupideces.

Enderezó los hombros y avanzó directamente hacia la recepción, donde una bruja de mediana edad revisaba unos pergaminos con expresión distraída.

—Estoy buscando a Potter.

La bruja levantó la mirada... y en cuanto lo vio, su rostro se endureció como una máscara de piedra. Sus labios se prensaron en una línea delgada, sus ojos apenas parpadearon.

Draco entrecerró los ojos.

—¿Hola? Te hice una pregunta.

Silencio, el aire entre ellos pareció volverse denso, cargado de algo frío y tenso. Draco apretó la mandíbula, sintiendo cómo su irritación crecía a pasos agigantados.

—Si no me dices dónde está, juro que—

—Está en la cuarta planta, habitación trece —intervino el auror antes de que Draco pudiera perder el control.

La bruja desvió la mirada hacia el chico, y esta vez sí respondió.

—Sí, cuarta planta.

Draco sintió un estallido de furia encenderse en su pecho.

Maldita sea.

Iba a gritarle, iba a decirle exactamente dónde podía meterse su actitud. Pero no tenía tiempo para pelear con ella. Sus puños se cerraron con fuerza, pero sin decir nada más, giró sobre sus talones y se dirigió hacia las escaleras con pasos largos y rápidos.

El auror lo siguió en silencio.

—Dime que no planeas atacar a Potter mientras está herido —dijo el chico con sarcasmo.

Draco ni siquiera le lanzó una mirada.

—Si quisiera hacerle daño a Potter, lo habría hecho hace mucho.

El auror pareció pensarlo por un momento.

—Tienes razón. Tienes una cantidad de oportunidades ridícula.

—Lo sé. —Draco sonrió con autosuficiencia, con una chispa de diversión en los ojos—. Y sin embargo, aquí estoy.

El auror rodó los ojos, pero no dijo nada más. Subieron hasta la cuarta planta, y el pasillo los recibió con el inconfundible olor a pociones curativas y desinfectante mágico. A lo lejos, un par de medimagos se movían entre habitaciones, sus túnicas blancas flotando detrás de ellos.

Draco avanzó sin titubear, sus pasos resonando en el suelo pulido hasta detenerse frente a la habitación trece. Tomó aire, se preparó para lo peor y luego, sin dudar más, entró. Y en cuanto lo hizo, sintió que su estómago se desplomaba.

Harry estaba en la cama, inmóvil, y lucía...

Dioses.

Lucía terrible.

Su rostro estaba cubierto de cortes, algunos de ellos aún enrojecidos, otros convertidos en moretones oscuros que le marcaban la piel como sombras. Sus labios estaban partidos, con una línea de sangre seca en la comisura. Su brazo derecho estaba envuelto en vendas gruesas, sostenido en una posición extraña, con un hechizo estabilizador brillando débilmente sobre la piel. Pero lo peor... lo peor era la sangre.

Había vendajes empapados en ella.

El color rojo manchaba las sábanas, los vendajes, se mezclaba con el fuerte olor a pociones curativas y magia. Draco sintió cómo algo le apretaba el pecho con fuerza.

No pensó.

No lo dudó.

Dio un paso al frente, sus piernas moviéndose por puro instinto, su cuerpo reaccionando antes de que su mente pudiera ponerse al día. Algo dentro de él le gritaba que debía hacer algo, pero en cuanto trató de acercarse más, una mano lo detuvo con firmeza.

—No puedes estar aquí.

Draco parpadeó y miró hacia un lado. Un medimago alto y de aspecto severo lo observaba con el ceño fruncido, su expresión tan fría como su tono de voz.

—¿Qué?

—Estamos atendiendo a Potter, está muy grave —respondió el hombre con frialdad—. Si no eres familia, no puedes quedarte aquí.

Draco sintió un ardor desagradable en el pecho.

—¡Pero yo—!

—Espere afuera.

Y antes de que pudiera protestar, el medimago lo empujó fuera de la habitación con una facilidad irritante y cerró la puerta en su cara.

El sonido resonó en su cabeza como un golpe, Draco sintió un vacío en el estómago mientras se quedaba quieto frente a la puerta, mirando la madera como si pudiera atravesarla con la mirada, como si pudiera ver lo que estaba pasando dentro. Pero no podía.

No podía hacer nada, solo esperar.

Se giró lentamente y vio al auror que lo había acompañado, quien también se veía incómodo, con las manos en los bolsillos y la mirada desviada.

—¿Cómo pudo pasar esto? —murmuró Draco, más para sí mismo que para él.

El auror negó con la cabeza.

—No lo sé. Los informes decían que la misión era peligrosa, pero esto... —miró la puerta de la habitación y suspiró—. Esto es demasiado.

Sí, eso era.

Demasiado.

Demasiado grande.

Demasiado aterrador.

Draco sintió que algo dentro de él se enredaba en un nudo imposible de deshacer, que su pecho se volvía más y más pesado con cada segundo que pasaba sin noticias.

El pasillo de San Mungo, con su luz artificial y su silencio opresivo, se convirtió en una prisión. Un lugar donde el tiempo avanzaba con una lentitud insoportable, donde cada latido de su corazón era un recordatorio de que Harry estaba al otro lado de esa maldita puerta... y él no podía hacer nada.

De pronto, se trasladó a ese día.

A la mañana del 3 de mayo del año anterior.

El recuerdo llegó sin aviso, envolviéndolo por completo. Se vio a sí mismo, caminando entre los escombros del Gran Comedor, con el corazón latiéndole en los oídos y los dedos fríos como hielo. Todo a su alrededor era caos, la batalla había terminado, pero las marcas de la guerra aún estaban ahí: grietas en las paredes, polvo suspendido en el aire, manchas oscuras sobre el suelo de piedra. Y los cuerpos...

Demasiados cuerpos.

Había tratado de no mirarlos, de no pensar en lo que significaban, pero el peso de la muerte era sofocante. Lo sentía en la piel, en los huesos, en cada respiro entrecortado que lograba tomar. Nunca en su vida había estado tan consciente de su propia fragilidad.

Y entonces, lo había escuchado: Pasos. Fuertes. Pesados.

El sonido retumbó en el silencio del castillo. Todos lo escucharon, todos se detuvieron, Draco también. Las varitas se alzaron por instinto, aún no estaban listos para bajar la guardia, aún no sabían si realmente había terminado.

Pero entonces lo vio y todo su mundo se desmoronó. Porque todos los mortífagos se acercaban al castillo, con Hagrid avanzando entre ellos con pasos lentos, su rostro cubierto de lágrimas silenciosas, sosteniendo algo en sus enormes brazos. No, alguien.

Su estómago se hundió. Porque reconoció ese cabello revuelto de inmediato, esa figura inconfundible.

No.

No podía ser.

No podía—

Un suspiro había escapado de sus labios, algo más parecido a un sollozo ahogado. Sintió su cuerpo tensarse, cada músculo petrificado mientras su mente intentaba rechazar lo que tenía delante. Porque Harry... no.

Y entonces, la voz fría y cruel del Señor Oscuro cortó el aire como un cuchillo.

—Harry Potter está muerto.

Y Draco recuerda que sintió como se rompía. El dolor lo había golpeado tan fuerte que por un momento creyó que iba a caer de rodillas, algo dentro de él se había desgarrado en un grito mudo, en un vacío imposible de llenar.

Muerto.

Harry estaba muerto.

No lo supo en ese instante, pero ese fue el momento en el que dejó de ser un mortífago. Porque, ¿cómo podía seguir peleando por alguien que le había arrebatado a Harry? ¿Cómo podía obedecer a un hombre que le había quitado lo único constante en su vida, lo único que nunca cambió, incluso cuando todo lo demás se desmoronó?

Porque Potter siempre estuvo ahí. Siempre empujándolo, molestándolo, desafiándolo y ahora no estaba.

Nunca más estaría.

Recuerda que su visión se había vuelto borrosa, no sabía si era por rabia o por algo más profundo, algo que no quería nombrar. Lo único que sabía era que quería gritar, quería correr hasta él, sacudirlo, decirle que se levantara, que abriera los ojos y lo llamara "Malfoy" con ese tono arrogante que siempre usaba.

Pero no lo hizo, porque no podía. Porque estaba muerto.

Y entonces, el Señor Oscuro pronunció su nombre.

—Draco, ven aquí.

No reaccionó, no se movió. La primera vez, ni siquiera lo escuchó, porque ya no importaba. Porque, ¿qué sentido tenía? ¿Qué le quedaba?

Pero entonces su madre lo había llamado. Su voz lo hizo girar la cabeza, y cuando la miró, cuando vio el ruego silencioso en sus ojos, algo dentro de él titubeó. Ella sabía algo, él no entendía qué, pero se acercó de todos modos.

Y cuando el Señor Oscuro lo rodeó con sus brazos, sintió asco. Un repulsivo, profundo y ardiente asco. Tuvo que contenerse para no apartarse, para no gritar, para no empujar a ese hombre lejos de él, porque si tuviera su varita en ese momento... si la tuviera...

Pero no, no era un asesino.

Su madre se acercó y lo abrazó. Lo sostuvo con más fuerza de lo que lo había hecho en toda su vida, y entonces, le susurró al oído:

—El joven Harry está vivo, hay que prepararse para irnos.

El mundo se detuvo y por segunda vez esa mañana, Draco sintió que el aire abandonaba sus pulmones.

Vivo.

Harry estaba vivo.

No supo cuánto tiempo tardó en procesarlo, no supo cuántos segundos se quedaron congelados en su mente mientras intentaba entender lo que eso significaba.

Pero una cosa sí supo: no podía irse, no sin hacer algo, no sin asegurarse. Así que cuando su madre deslizó su varita en su mano—la misma que Harry le había arrebatado en la Mansión Malfoy—supo lo que tenía que hacer.

Se movió sin pensar, pasos lentos, cuidadosos, calculados. Y cuando vio a Harry moverse, cuando lo vio saltar de los brazos de Hagrid, cuando entendió que estaba a punto de luchar otra vez...

Draco corrió.

No sabía qué le diría, no sabía si Potter siquiera lo vería, pero le tiró la varita, porque esta vez, no pensaba perderlo.

Y cuando después de minutos interminables de lucha, el cuerpo de Voldemort cayó, inerte sobre el suelo, Draco sintió que algo dentro de él se aflojaba. Por primera vez en años, el aire en sus pulmones no se sentía tan pesado. La guerra había terminado y Harry había ganado.

Harry Potter estaría bien.

Draco se aferró a esa certeza como un náufrago a un trozo de madera en mar abierto. Se repitió una y otra vez que a partir de ese día, Potter estaría bien. 

Tenía que estarlo.

Pero ahora, sentado en ese frío pasillo, con el silencio sofocándolo y la incertidumbre royéndole el pecho, esa certeza se tambaleó. Porque por primera vez desde aquel día, se permitió cuestionarlo. Por primera vez, tuvo miedo de que Harry no despertara, y el pensamiento lo golpeó con tanta fuerza que sintió náuseas.

¿Qué haría si eso pasaba?

¿Qué haría sin él?

Era una pregunta que nunca se había hecho en serio. Nunca se había permitido pensar en un mundo donde Potter no existiera, porque Potter siempre había estado ahí. Desde el primer día en Hogwarts, desde la primera mirada de desprecio mutuo, desde el primer desafío, siempre había estado ahí.

Y ahora estaba tras una puerta cerrada, debatiéndose entre la vida y la muerte, y Draco estaba atrapado en este maldito pasillo, impotente, inútil, con las manos vacías y la garganta cerrada por algo que ardía en su interior.

Ese pensamiento lo consumió y lo llevó a otro, uno que no había querido admitir hasta ahora, uno que lo hizo sentir tan jodidamente vulnerable que le dieron ganas de gritar.

Estaba enamorado.

Estaba enamorado de Harry Potter.

Y no de una manera ligera, no solo como un juego. No solo como una obsesión infantil que podía justificar con años de rivalidad, no solo como un sentimiento confuso que podía empujar a un lado cuando le diera la gana.

Era más profundo.

Más real.

Más aterrador.

Se estaba enamorando más de lo que jamás creyó posible, más de lo que jamás quiso permitir, y con ese descubrimiento vino otra certeza.

No quería seguir en esta relación sin nombre, no quería algo "extraño" ni "ambiguo". No quería quedarse en el limbo, atrapado entre besos furtivos y miradas que decían demasiado pero que nunca se convertían en palabras.

Quería oficializarlo, quería que Harry fuera suyo. Completamente suyo, quería poder mirarlo a los ojos y llamarlo "mi novio" sin miedo, sin dudas, sin sentirse como un idiota por quererlo.

Porque ahora lo sabía, ahora lo entendía. Harry significaba más para él de lo que jamás había imaginado y la idea de perderlo... la idea de que tal vez ya era demasiado tarde para decirle todo esto...

Eso lo estaba matando.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Notes:

No hay ni un momento de paz para estos chicos. 😪

Chapter 19: 𝑿𝑽𝑰𝑰𝑰

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

★★★

Draco no era de los que se quebraban fácil. 

Había crecido con la idea de que llorar era una debilidad, de que mostrar emociones era darle armas al enemigo. Pero en este momento... en este momento no le importaba una mierda.

Cada segundo que pasaba esperando noticias era un tormento. Sus piernas no dejaban de moverse, sus uñas se clavaban en su palma con fuerza, su respiración estaba agitada y la sensación de desesperación crecía y crecía dentro de su pecho hasta volverse insoportable.

¿Y si no despertaba? ¿Y si nunca tenía la oportunidad de decirle lo que sentía? ¿Y si todo lo que habían construido, todos esos pequeños momentos entre ellos, se desvanecían en la nada?

El peso de esas preguntas lo estaba aplastando y justo cuando sintió que no lo soportaría más, la puerta de la habitación se abrió. El medimago salió, lo miró con el mismo desprecio de antes y entrecerró los ojos.

Draco apenas podía respirar.

—¿Está... está bien? —preguntó, odiando lo frágil que sonaba su voz.

El medimago suspiró, como si estuviera demasiado cansado como para discutir.

—Sí, está estable. Puedes entrar... pero no hagas escándalo.

Asintió frenéticamente y estuvo a punto de correr, pero se detuvo cuando el medimago miró al auror que lo acompañaba.

—Asegúrate de que nadie más entre —ordenó el sanador.

El auror asintió y Draco cruzó la puerta sin pensarlo dos veces.

Y ahí estaba.

Harry.

Despierto.

Adolorido, pálido, con el cuerpo cubierto de vendajes y un montón de pociones conectadas a su piel, pero despierto.

Y sonriendo, a él.

—Estás aquí —murmuró Harry, con la voz algo rasposa—. Viniste.

Una calidez desconocida le recorrió el cuerpo, como un incendio controlado. Dio un paso al frente, pero entonces Harry miró de reojo al auror que había entrado con él y, con un pequeño movimiento de la cabeza, le indicó que saliera. El auror entendió al instante y, tras una ligera inclinación, salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

Ahora estaban solos y Draco no sabía qué hacer con todo lo que estaba sintiendo. Harry lo miró y su sonrisa se volvió un poco más traviesa, aunque le costaba mover el rostro.

—Draco Malfoy, preocupado por mí —murmuró, burlón—. Esto es histórico.

No hubo respuesta, pues no podía hablar y el otro continuó, sin notar la tormenta formándose en aquellos ojos grises.

—Vamos, Malfoy. Ni siquiera la Maldición Asesina pudo acabar conmigo, esto no es nada.

Y entonces, antes de que pudiera evitarlo, el nudo en su pecho explotó. Draco se arrojó sobre Harry y lo abrazó con fuerza, escondiendo el rostro en su cuello, temblando.

Y lloró.

Lloró sin contenerse, sin importar lo humillante que fuera, sin importarle lo que Harry pensara. Porque la idea de perderlo... la idea de que este estúpido Gryffindor se atreviera a poner en riesgo su vida otra vez... era demasiado.

Harry se quedó completamente rígido.

—¿Draco?

Pero él no respondió, solo apretó más el agarre, como si con eso pudiera asegurarse de que Harry no desaparecería. Harry trató de moverse, pero su cuerpo dolía demasiado, así que simplemente dejó que Draco siguiera llorando contra su piel, desconcertado.

—Oye... —murmuró, incómodo—. No... no llores, ¿sí? Estoy bien.

A pesar de sus palabras, el rubio seguía temblando. Harry tragó saliva.

—Malfoy...

Nada. Suspiró y, con su brazo bueno, le acarició la espalda torpemente, intentando calmarlo.

No funcionó, Draco no se calmó hasta varios minutos después. Cuando por fin logró levantar el rostro, sus ojos estaban rojos y su expresión más vulnerable de lo que Harry jamás había visto. Draco lo miró con un dolor tan genuino que Harry sintió que su corazón se detenía.

—Tenía miedo —susurró Draco—. Mucho miedo.

Harry abrió la boca, pero Draco continuó antes de que pudiera decir algo.

—No... no quiero que vuelvas a hacer algo así. No quiero que vuelvas a poner tu vida en riesgo de esa manera.

Harry suspiró. —Draco, es mi trabajo—

—No me importa.

Sus miradas se cruzaron. Draco bajó la vista y apretó los puños, su garganta se sintió seca. Esto era ridículo, era humillante. Pero si había algo que esta noche le había enseñado, era que el tiempo no esperaba a nadie, así que tomó aire, cerró los ojos un segundo, y lo dijo.

—Te amo.

El silencio fue tan fuerte que pudo escuchar los latidos de su propio corazón, Harry lo miró con los ojos muy abiertos y Draco se sintió expuesto. Terriblemente expuesto. Pero no se echó atrás, lo miró con determinación, con miedo, con desesperación, con todo lo que sentía, porque si algo había aprendido en estas últimas horas, era que no podía seguir guardándose esto.

No más.

—Te amo —repitió, más bajo, pero con la misma intensidad—. Y si te hubiera perdido esta noche...

Se mordió el labio con fuerza, no pudo terminar la frase. Harry seguía sin decir nada y Draco se sentía al borde del colapso. Pero esta vez no huyó, esta vez se quedó, esperando, conteniendo el aliento, con el corazón en las manos, esperando la respuesta de Harry Potter.

Pero Harry seguía mirándolo, sin decir nada, sin moverse.

Draco sintió cómo el silencio se alargaba demasiado, cómo su propia respiración se volvía pesada, cómo la inseguridad empezaba a deslizarse en su pecho, envenenando cada fibra de su cuerpo.

Tal vez se había equivocado, tal vez no debía haberlo dicho.

Tal vez—

—Ven aquí —susurró Harry de repente.

Parpadeó, confundido. —¿Qué?

Pero Harry ya estaba extendiendo el brazo bueno, con los ojos brillantes de algo que Draco no supo descifrar.

—Ven aquí —repitió, con voz más ronca.

Y Draco, aún con el miedo y la confusión pegados a su piel, se dejó llevar. Se acercó, con cautela, hasta que Harry lo tomó de la muñeca y lo jaló con una suavidad que no se esperaba, hasta terminar sentado en el borde de la cama, sintiendo la respiración de Harry contra su piel.

Él lo observaba, y en su rostro no había rastro de burla o sarcasmo esta vez, solo una ternura tan dolorosa que Draco sintió que no podía respirar.

—Dilo otra vez —pidió, con un hilo de voz.

Draco tragó saliva. —¿Q-qué?

—Lo que dijiste antes —murmuró Harry—. Dímelo otra vez.

El rubio sintió el corazón martillando en su pecho; podía huir, podía retroceder y fingir que no había dicho nada, que todo había sido un error, que se estaba dejando llevar por el momento. Podía hacer lo que había hecho siempre, pero no quería. Así que tomó aire y, con los ojos fijos en los de Harry, lo dijo.

—Te amo.

La reacción de Harry fue inmediata, soltó un suspiro tembloroso y cerró los ojos con fuerza, como si esas palabras fueran demasiado, como si lo hubieran golpeado en el alma.

Draco sintió cómo el nudo en su garganta se apretaba.

—No lo tienes que decir de vuelta —murmuró, de repente asustado—. No te estoy pidiendo que—

—Por las barbas de Merlín, Draco —interrumpió Harry, con una risa entrecortada—. Cállate.

Y antes de que él pudiera responder, Harry lo tomó del rostro con la mano buena y lo atrajo hacia él.

No lo besó, solo apoyó su frente contra la de él, cerrando los ojos, respirando hondo, como si necesitara asegurarse de que esto era real. Draco sintió que el mundo entero se encogía en ese instante, solo estaban ellos. Solo el calor de la piel de Harry contra la suya y sus respiraciones mezclándose en el aire.

—No sabes cuánto tiempo he esperado escuchar eso —susurró Harry, con la voz rota—. No tienes idea.

El corazón del rubio se detuvo.

—¿Entonces...?

—Entonces lo mismo, imbécil —Harry sonrió, con la mirada vidriosa—. Te amo.

Draco sintió que el mundo se inclinaba bajo sus pies, mientras Harry entrecerró los ojos y dejó escapar un suspiro.

—Siempre lo supe —murmuró—. Desde hace tiempo. Tal vez desde antes de que siquiera me diera cuenta, siempre estuviste ahí.

Su respiración se aceleró.

—¿Y entonces por qué...?

No terminó la pregunta, pero Harry pareció entenderlo, porque se alejó apenas, solo lo suficiente para mirarlo a los ojos con una tristeza que Draco no supo cómo manejar.

—Porque no quiero que esto se arruine —confesó Harry—. Porque quiero hacerlo bien.

Frunció el ceño. —¿Hacer qué bien?

—Nosotros —susurró Harry—. Quiero... quiero que cuando esto pase, cuando al fin lo hagamos oficial, sea porque ambos estamos listos. No porque casi me muero hoy, no porque tuviste miedo.

Draco no supo qué responder, porque por más que odiara admitirlo, Harry tenía razón. Hoy casi lo pierde, hoy el miedo lo había obligado a ser honesto.

¿Y qué pasaría mañana?

Una caricia suave en la mejilla lo sacó de sus pensamientos.

—Lo haremos bien, Draco —susurró—. Lo prometo.

Draco asintió, sintiendo cómo una extraña calidez le recorría el pecho.

★★★

Harry volvió al trabajo después de unos días de reposo obligatorio.

Se había quedado en la casa del Número 12 de Grimmauld Place, lo que significaba que no había tenido la oportunidad de ver a Draco en todo ese tiempo. No habían hablado ni tenido contacto alguno. Además, Granger y Weasley no habrían permitido que se encontraran, ya que eran los encargados de cuidar de Harry, junto con los padres de Ron, según le había contado la bruja de la oficina.

Ellos llegaron unos minutos después de que Draco dejara a Harry para descansar, Draco los había visto entrar corriendo cuando abandonaba las instalaciones de San Mungo. Por suerte, no lo habían notado, ya que, de haber sido así, se habría levantado sospechas. Les parecería raro que Draco estuviera buscando a Harry y no al revés, especialmente si seguían creyendo la versión de la historia que Potter les había contado.

Pero, al fin, los cinco días de reposo habían terminado. Potter había vuelto, y con ello, Draco tuvo la suerte de despedirse del auror que lo había acompañado a San Mungo —a quien le asignaron su cuidado estos días— y, finalmente, pudo decir "Hola" a Harry Potter de nuevo.

Aún tenía vendajes en la costilla izquierda y movimientos limitados en el brazo derecho, así que le asignaron casos menores. Pequeñas investigaciones, informes, trabajo de oficina. Nada que lo pusiera en riesgo.

Nada que lo llevara a San Mungo otra vez.

Draco había sentido una punzada extraña en el pecho cuando lo vio aparecer en la oficina por primera vez después del ataque. Había querido decir algo, hacer algo, pero Harry solo le había dirigido una sonrisa perezosa y una mirada que parecía decir "Told you I can't die, Malfoy." y Draco había puesto los ojos en blanco. 

Había vuelto a su propio trabajo y había fingido que todo seguía normal, pero no lo estaba. Porque desde aquella noche en el hospital, algo había cambiado.

Desde que Potter volvió al trabajo, no habían vuelto a hablar de lo que pasó. No se habían dicho te amo otra vez.

La relación entre ellos era tan sólida como siempre. Seguían pasando tiempo juntos, seguían almorzando en la cafetería del Ministerio cuando Harry no estaba enterrado en informes o cuando Weasley (quién había pasado la prueba para ser auror, y ahora tenía una oficina cercana a la Harry) se lo llevaba a quien sabe dónde; seguían con su dinámica de sarcasmo y desafíos constantes. Draco seguía sintiéndose seguro con Harry a su lado, y Harry seguía asegurándose de que todo en su mundo encajara perfectamente con Draco en él.

Pero había algo que Draco no entendía.

¿Se suponía que tenía que decirlo otra vez?

¿Se suponía que tenía que esperar?

Maldecía no haber tenido una relación antes, maldecía no saber cómo funcionaba esto.

Maldecía haber tenido sentimientos por Harry desde hacía demasiados años, porque eso le había impedido fijarse en alguien más. Nunca antes se había preguntado si estaba haciendo algo mal, si debía dar un paso más, si debía tomar la iniciativa.

Y lo peor de todo era que Harry no parecía preocupado en lo más mínimo.

Harry simplemente... era... vivía el momento. Hacía bromas, le sonreía de esa manera en la que solo lo hacía con él. Lo miraba cuando creía que Draco no estaba prestando atención, pero no decía nada.

No hablaba del tema y Draco no podía dejar de preguntarse si eso significaba algo, si acaso él tenía que hacer algo al respecto.

Si acaso... debía ser él quien lo hiciera oficial.

Pero, ¿y si lo arruinaba? ¿Y si lo hacía demasiado pronto? ¿Y si Harry estaba esperando otra cosa?

Esa idea le provocaba un nudo insoportable en el estómago. Le dolía solo pensar en todo lo que podría perder si hablaba de más, si decía lo que no debía. Pero entonces, una tarde común, mientras revisaba un conjunto de archivos en su oficina del Ministerio, escuchó pasos detenerse frente a la puerta. Al alzar la mirada, lo vio ahí, con una carpeta bajo el brazo y esa expresión relajada que parecía no afectarle nunca nada.

—Voy a tener una reunión con la Oficina de Aurores de Francia la próxima semana —anunció sin preámbulos, como si hablara del clima o de un informe cualquiera.

El rubio levantó una ceja y dejó el pergamino que tenía entre manos.

—¿Y por qué me estás contando esto?

Harry se encogió de hombros con total naturalidad y se apoyó en el marco de la puerta.

—Porque sé que hablas francés —respondió, avanzando unos pasos hasta quedar junto al escritorio—. Y pensé que tal vez querrías acompañarme.

Una pausa, el hombre tras el escritorio parpadeó sin comprender del todo.

—¿Qué?

El otro, como si no se tratara de algo importante, se acercó un poco más y dejó la carpeta encima de los documentos apilados.

—Es un viaje de cuatro días —explicó con tranquilidad—. Vamos a revisar unos protocolos, reunirnos con los oficiales del Ministerio mágico francés, firmar varios papeles aburridos... ya sabes, cosas rutinarias de aurores.

La expresión en el rostro de Draco cambió ligeramente. Frunció el ceño y entrecerró los ojos.

—Sigues sin responder por qué quieres que yo vaya —dijo con frialdad, sin quitarle la vista de encima.

El moreno respondió con una sonrisa que tenía un brillo particular, una mezcla de picardía y desafío.

—Porque será divertido.

—¿Ir a una reunión con aurores franceses será divertido? —preguntó el rubio, en tono escéptico.

Sin responder de inmediato, Harry se apoyó más cerca sobre el escritorio, dejando apenas unos centímetros de distancia entre ambos.

—No, pero verte hablar en francés con acento británico probablemente sí lo sea.

Draco le lanzó una mirada que claramente decía que estaba muy cerca de echarlo de la oficina. Aun así, Harry solo sonrió con más amplitud.

—¿Vienes o no, Malfoy?

Durante unos segundos, el ambiente en la sala quedó en pausa. No dijo nada, solo lo observó. El gesto en su rostro era neutro, pero por dentro, algo se movía. Había estado semanas atormentado por una sola idea, repitiéndose una y otra vez lo que sentía, intentando decidir si debía hablar o seguir callando. Pero por primera vez en todo ese tiempo, ese conflicto interno quedó en segundo plano.

Un viaje, fuera del país. Cuatro días en otro lugar, lejos de pasillos familiares, lejos de las paredes del Ministerio, lejos de todo lo que lo mantenía atrapado en la rutina.

Francia.

Podía ser interesante. Muy interesante.

★★★

No tenía claro en qué momento exacto había dicho que sí, pero lo había hecho.

Quizá fue porque no encontró una excusa convincente para negarse. O tal vez porque la idea de verlo en una reunión oficial, con su actitud relajada habitual, le parecía curiosamente entretenida. También cabía la posibilidad de que, muy en el fondo, le agradara la idea de pasar tiempo a solas con él, fuera del entorno habitual del Ministerio.

Además, pensó que quizá podría ver a Blaise y a Pansy. Ambos se habían mudado a Francia poco después de terminar Hogwarts, y desde entonces no había tenido noticias concretas por las restricciones de comunicación impuestas por el Ministerio. Aun así, ellos le habían prometido que apenas terminara su condena, se reunirían y se irían de fiesta al menos dos semanas seguidas. Y aunque no estaba seguro de tener la energía para tanto, la idea le había hecho sonreír.

Fuera cual fuera la razón, lo cierto es que tres días después aterrizaban en París sin ningún contratiempo. La Embajada Mágica de Francia los recibió con amabilidad suficiente, sin perder tiempo en formalidades innecesarias. Tras esperar unos minutos en un pequeño salón de entrada, un empleado de rostro serio los condujo hasta un hotel cercano. El lugar, según se les informó, había sido reservado por el propio Ministerio británico.

Draco caminaba unos pasos detrás de Harry, con la bufanda cubriéndole medio rostro y el abrigo bien cerrado. Apenas prestó atención al entorno: edificios muggles, gente apresurada, autos ruidosos. Todo le resultaba igual de gris.

Al llegar al hotel, la recepción fue rápida. Una mujer los esperaba con una carpeta bajo el brazo y un pequeño dispositivo flotando a su lado con notas activas. Su acento francés era fuerte, aunque hablaba inglés con claridad. Según les explicaron, ella sería su enlace con el Ministerio de Francia para coordinar las reuniones con los aurores.

La verdadera sorpresa llegó al entrar a la habitación.

Se detuvo apenas cruzar la puerta, observando la única cama doble ubicada en el centro del lugar. Ni una segunda cama, ni un sofá, ni una puerta interna hacia otra área. Solo una habitación, una cama y dos maletas.

—¿Qué clase de maldita broma es esta?

A su lado, Harry se cruzó de brazos y miró a la recepcionista. Era una bruja, pero vestía con ropa muggle que igual la hacía ver impecable y tenía un acento marcadamente francés. 

—Disculpa, pero creo que hay un error.

La bruja arqueó una ceja. —¿Un error, monsieur Potter?

Él señaló la habitación.

—Sí, pedimos habitaciones, en plural.

La mujer frunció los labios por un momento y consultó los documentos en su carpeta mágica. Su expresión no se suavizó.

—Nuestros registros indican que su solicitud fue modificada por el Ministerio británico esta mañana.

Desde el umbral, el rubio dejó escapar una risa seca.

—Por supuesto que sí —murmuró, sin mover un músculo del rostro.

La tensión en los hombros del auror aumentó. Se llevó la mano a las sienes como si le dolieran.

—No hay forma de cambiar esto, ¿verdad?

La respuesta fue una sonrisa cargada de diplomacia fingida.

—Me temo que no hay más habitaciones disponibles en este momento, monsieur Potter.

Los ojos grises no parpadearon al clavar la mirada en ella.

—Por supuesto que no.

Una vez que la recepcionista se retiró, el moreno dejó caer un suspiro largo y se pasó una mano por el cabello, visiblemente molesto.

—No puedo creer que esto esté pasando.

—Yo sí —fue la respuesta seca desde el otro lado de la habitación. Cruzó los brazos, apoyado contra el marco de la puerta—. Claramente alguien en el Ministerio pensó que esto sería gracioso.

—No tiene nada de gracioso —respondió con fastidio, sin molestarse en ocultarlo.

El aludido alzó una ceja.

—Habla por ti.

Con un gesto resignado, la maleta fue arrojada sobre la cama. Se dejó caer al borde del colchón, todavía intentando encontrarle lógica a la situación.

—Mañana voy a hablar con alguien para que lo arreglen.

Desde la entrada, una bufada escéptica fue lo único que recibió como respuesta.

—Claro que sí.

Y lo peor de todo es que ni siquiera estaba realmente molesto. Oh, claro, habría preferido tener su propio espacio, pero algo en la idea de compartir habitación con Harry le resultaba demasiado... interesante.

Era una oportunidad para verlo en un ambiente diferente, para observarlo sin la presión del trabajo.

Para...

Malfoy, detente.

Chasqueó la lengua y fue hacia su propia maleta, fingiendo que no sentía el calor incómodo en la base del cuello y entonces, Harry se quitó la túnica de auror y se quedó en camiseta y pantalones oscuros.

Draco desvió la mirada tan rápido que casi se lastima el cuello.

★★★

El resto del día transcurrió sin complicaciones.

Las reuniones con los aurores franceses fueron algo tediosas, pero productivas. Durante buena parte del tiempo, el rubio se dedicó a hacer comentarios burlones cada vez que Harry intentaba pronunciar palabras en francés. Lo hacía en voz baja, casi en susurros, lo justo para distraerlo y hacerlo tropezar verbalmente frente a los funcionarios.

A pesar de las bromas, tuvo que reconocer —en silencio, por supuesto— que no lo hacía tan mal. Tenía buen oído, se adaptaba rápido a la pronunciación y era lo suficientemente hábil como para mantener una conversación sencilla sin ayuda.

Pero no lo elogiaría. Nunca en voz alta.

Cuando finalmente regresaron al hotel esa noche, el paso se volvió más lento al acercarse a la habitación. Harry llegó primero y abrió la puerta, mientras que Draco se detuvo en el umbral y observó la cama doble con evidente disgusto reflejado en el rostro.

—Voy a pedir más almohadas —comentó al fin, en tono seco, sin apartar la vista del centro del cuarto.

Harry arqueó una ceja mientras se quitaba el abrigo, lo dejó colgado del respaldo de la silla más cercana y ladeó un poco la cabeza.

—¿Para qué?

Recibió una mirada cargada de obviedad, el rubio ladeó la cabeza con impaciencia, como si la respuesta fuera demasiado evidente como para repetirla.

—Para hacer una barrera en medio de la cama —respondió, con ese tono de quien se cree el único sensato en la habitación.

Una carcajada breve llenó el aire mientras se dejaba caer de espaldas sobre la colcha. Extendió los brazos y cerró los ojos como si todo el día hubiese sido una broma pesada.

—Merlín, eres un drama —murmuró, aún con la risa en la voz.

El comentario no fue bien recibido, Draco entrecerró los ojos, claramente ofendido, y cruzó los brazos con firmeza frente al pecho.

—No quiero que me patees en la noche.

—No pateo —replicó Harry sin levantarse, dejando que la sonrisa permaneciera en sus labios.

—Lo dices porque nunca has dormido conmigo —soltó el otro, sin pensarlo.

El silencio fue inmediato. Las palabras salieron antes de que pudieran ser controladas. Apenas se dio cuenta de lo que acababa de decir, los ojos se agrandaron apenas y los labios se apretaron con fuerza. Desvió la mirada con rapidez, sintiendo cómo las mejillas le ardían de forma irritante.

No hubo burla del otro lado, solo una sonrisa lenta, despreocupada, acompañada por una mirada cargada de intención.

—Eso es cierto —dijo con fingida indiferencia, aunque el brillo en los ojos traicionaba su calma.

Un escalofrío recorrió al rubio, quien giró bruscamente sobre sus talones y se dirigió a la puerta sin mirar atrás.

—Voy a buscar las malditas almohadas —masculló antes de desaparecer por el pasillo.

★★★

Harry tenía una regla.

Una regla clara y simple.

Nunca, jamás, se permitiría sentirse incómodo por culpa de Draco Malfoy... pero esa regla claramente estaba siendo puesta a prueba. Porque ahí estaba él, tumbado en una cama demasiado blanda, con una maldita barrera de almohadas separándolo de Draco, intentando ignorar el hecho de que cada movimiento que hacía lo acercaba peligrosamente a una zona prohibida.

Y Draco mientras tanto, dormía como si no tuviera una sola preocupación en la vida; de hecho, parecía haber alcanzado el nivel máximo de relajación posible. Respiración tranquila, cuerpo extendido, sin una sola señal de incomodidad.

No era justo.

Rodó los ojos hacia el techo y exhaló con resignación. Claro que él tenía que ser el afectado por esta situación, Draco no sería el que estaría imaginando cosas... raras.

Apretó los labios y trató de acomodarse mejor. No importaba, solo sería una noche, luego intentaría arreglarlo. Solo tenía que cerrar los ojos, respirar profundo y—

Mmmm...

Se quedó completamente quieto.

...¿Qué. Fue. Eso?

Giró la cabeza con lentitud hacia el otro lado de la cama. El cuerpo al otro lado seguía en la misma postura, pero la expresión era más relajada. Parecía estar profundamente dormido.

Laisse-moi te toucher ... —murmuró Draco entre sueños.

Harry sintió que el universo entero se colapsaba en un punto diminuto y explotaba dentro de su cabeza.

Oh, no.

No, no, no, no.

No podía estar hablando en francés mientras dormía. Eso no era justo, eso era criminal.

Cubrió su rostro con una mano, sintiendo cómo su cerebro entraba en corto circuito. Él no tenía un problema con el francés.

No, tenía un problema con Draco Malfoy hablando en francés con esa voz grave y soñolienta que sonaba jodidamente atractiva sin esfuerzo alguno.

Maldito sea Malfoy y su existencia.

Harry cerró los ojos con fuerza y se obligó a respirar. Podía manejar esto.

Podía...

Algo se movió a su lado y de repente, antes de que pudiera reaccionar, sintió un brazo tocando su pecho. Harry se quedó helado, su corazón dejó de latir por un segundo.

Oh, por las barbas de Merlín.

No, no podía estar pasando esto, pero cuando bajó la mirada, ahí estaba. La mano de Draco Malfoy, delicada y pequeña, tocando su pecho como si fuera lo más natural del mundo. Harry sintió el calor subirle hasta la cara. De alguna manera había logrado pasar la barrera de almohadas que él mismo había colocado, y ahí estaba, más cerca... tocándolo.

No, no, no, no podía estar sonrojándose. Solo era Draco, durmiendo plácidamente. Solo respiraba profundamente, su pecho subiendo y bajando, mientras su mano se movía delicadamente contra su pecho.

Y Harry no se movió.

No podía, porque si lo hacía, perdería lo poco que le quedaba de dignidad. Así que simplemente se quedó ahí, completamente quieto, tratando de convencerse de que esto no significaba nada.

Que no importaba, que no era agradable sentir el calor de la mano de Malfoy envolviéndolo. Que no quería quedarse así un poco más y acercar el rostro de Draco más a su pecho.

Harry cerró los ojos.

Tal vez podía acercarse un poco, solo un poco. Tal vez podía rodearlo con el brazo, apenas. Porque, a fin de cuentas, Draco ya lo estaba tocando.

Y no importaba, ¿verdad?

★★★

Draco Malfoy despertó con la certeza de que algo estaba muy mal. Para empezar, estaba demasiado cómodo. Su cerebro tardó unos segundos en registrar por qué y cuando lo hizo, sintió el horror recorrerle la espalda.

Porque ahí estaba, atrapado en los brazos de Harry Potter. Con la cabeza descansando en su maldito pecho.

Oh, joder.

Draco se quedó completamente inmóvil, conteniendo el aliento. No podía estar pasando esto, pero lo estaba. Y lo peor de todo, no se sentía mal, ese era el verdadero problema. Porque su cuerpo, traicionero, parecía más que conforme con la situación; pero Draco no.

Él era un Malfoy, no se acurrucaba con un Potter.

Nunca.

Así que hizo lo único que podía hacer en ese momento: Escapó. Con movimientos rápidos y silenciosos, deslizó el brazo de Harry, rodó fuera de la cama y prácticamente se lanzó hacia el baño, cerrando la puerta con un golpe bajo.

Se quedó ahí, con el corazón latiéndole como loco en el pecho.

"Respira, solo fue un accidente. Potter ni siquiera lo notó, todo estaba bien."

Se miró en el espejo y se forzó a recuperar la compostura. En unas horas estarían en la reunión con los Aurores franceses. Tenía que concentrarse.

Tenía que olvidar lo que pasó en la cama.

Sí.

Definitivamente.

Así que dos horas después, Draco Malfoy se encontraba en la Sala de reuniones, vestido con un traje impecable, con la seguridad de quien sabía que dominaba el idioma a la perfección, hablaba francés con los aurores como si hubiera nacido en París.

Cada palabra salía de su boca con fluidez, con el tono exacto de sofisticación que su educación le había inculcado desde niño.

Y Potter...

Bueno.

Potter estaba mirándolo.

Pero no con su mirada usual de "voy a discutir contigo hasta el fin de los tiempos".

No, esto era diferente.

Porque cuando Draco se giró a mirarlo, lo encontró observándolo con una intensidad aterradora. Como si estuviera hechizado, como si cada palabra francesa que salía de su boca lo atrapara más y más.

Draco sintió una ola de calor recorrerle la piel.

Mientras tanto Potter no apartaba la mirada, sentía su boca seca. No entendía mucho el francés, y por eso había dejado que Draco informara todo lo que él había escrito en el documento, pero todo lo que estaba diciendo le estaba sonando extremadamente sucio en su propia cabeza.

Merlín, ¿por qué el francés tenía que sonar así de sensual?

Tragó en seco y forzó su atención de vuelta a la conversación.

Pero el daño estaba hecho, no podía apartar sus ojos de Draco, se sentía jodidamente embelesado por su voz.

Para cuando la reunión con los Aurores franceses había terminado, la tensión aún no se disipaba. Draco Malfoy caminaba con paso firme por los pasillos del Ministerio de Magia en Francia, su expresión cuidadosamente impasible, pero su mente era un caos.

Potter. Maldito Potter.

Desde que comenzó a hablar francés, había sentido la mirada intensa de Harry quemándole la piel. No era la típica mirada de irritación o desafío a la que estaba acostumbrado, sino algo completamente distinto. Algo que lo había desestabilizado de una manera que no le gustaba admitir.

Y ahora, mientras caminaban juntos hacia la salida del edificio, lo sentía de nuevo.

—Sabía que hablabas francés, pero ¿así de bien? —preguntó Potter, con un tono aparentemente casual, aunque la mirada fija lo contradecía por completo.

El comentario le sacó una sonrisa ladeada, arrogante. Una que usaba como armadura.

—No todos crecimos rodeados de magos gritándose en inglés las veinticuatro horas —respondió con aire despreocupado, sin detener el paso.

Harry rió por lo bajo, sin apartar la mirada. Draco sintió un ligero escalofrío recorrerle la espalda. No podía seguir ahí, no con ese tipo de atención encima.

—Vamos al hotel —dijo, cortante.

Potter arqueó una ceja, pero no discutió. Solo asintió, con esa tranquilidad que a veces parecía insoportable.

El trayecto de regreso fue silencioso, aunque no cómodo. El otro iba demasiado relajado, con esa maldita media sonrisa que siempre lo sacaba de quicio. Caminaba con las manos en los bolsillos, como si no estuviera ocurriendo absolutamente nada extraño entre ellos. Pero sí estaba ocurriendo. Draco lo sentía en la tensión constante de sus hombros, en la forma en que apretaba la mandíbula cada vez que Potter se acercaba demasiado.

Seguían compartiendo habitación —porque, según Potter, no había manera de conseguir otra ni de cambiarse de hotel—, pero Draco tenía serias dudas al respecto. Sospechaba, con creciente certeza, que Harry ni siquiera se había molestado en preguntar.

Pero no le importaba, así que se quitó la túnica con movimientos precisos, negándose a mirarlo.

—No tienes que seguir mirándome así —soltó al fin, sin disimular el fastidio.

El otro se apoyó contra la pared, cruzándose de brazos, como si esperara justamente esa reacción.

—¿Así cómo?

Draco giró lentamente y lo fulminó con la mirada.

—Como si fueras a devorarme con los ojos.

Potter no negó nada, solo dejó que una sonrisa se dibujara en sus labios, con una calma que no tenía derecho a exhibir.

—¿Y si lo estoy haciendo?

El ambiente se volvió más denso, el aire ya no fluía igual. Draco sintió el ritmo de su corazón acelerarse, como si lo hubieran empujado a una situación que no sabía cómo manejar. Pero no se dejó intimidar. dio media vuelta de nuevo y comenzó a desabrochar su camisa, con movimientos firmes y medidos.

Sabía que estaba siendo observado. Cada uno de sus gestos, cada tirón en los botones, cada movimiento de sus manos.

Y lo peor era que... no lo odiaba.

La respiración comenzó a hacerse más pesada. El silencio en la habitación no ayudaba. Tampoco ayudaba esa sensación constante de que estaban al borde de algo, como si bastara un solo paso para romper el equilibrio.

La voz llegó desde atrás, más baja, más grave.

—¿Sabes qué es lo peor de todo?

No contestó, no se giró. Sabía que si lo hacía, perdería lo poco que le quedaba de compostura.

—Ilumíname —murmuró, con un tono que sonó más neutral de lo que realmente sentía.

El auror se acercó, lo supo antes de escucharlo. El calor detrás de él lo delató. La distancia se redujo a unos pocos centímetros, podía sentir el aliento cálido junto a la oreja.

—Que cada vez que hablas francés... no puedo dejar de imaginar cómo sonaría mi nombre en tus labios con ese acento.

Draco cerró los ojos, se aferró a la camisa que aún no había terminado de quitarse y apretó los dientes. Maldito Potter.

—Vete a dormir —ordenó, con la voz cargada de tensión mal contenida.

Pasaron un par de segundos, no hubo movimiento inmediato. Solo el sonido de la respiración de ambos y un espacio cargado de algo que no sabían nombrar.

Finalmente, escuchó una risa baja. El otro retrocedió un paso, tal vez dos, antes de dejar caer una frase como si nada:

—Dulces sueños, Malfoy.

Draco no contestó, se sentó al borde de la cama con movimientos duros, sin mirarlo, sin hablar. Solo escuchando cómo la tensión persistía, incrustada en el ambiente, aunque los cuerpos ya no estuvieran tan cerca.

Este maldito viaje iba a matarlo.

★★★

Los días en Francia habían estado cargados de tensión. 

Harry y Draco habían pasado demasiado tiempo juntos, cada minuto lleno de una especie de electricidad contenida que parecía aumentar con cada mirada, con cada roce accidental. Draco podía notar que Harry estaba raro, más atento, más observador. No era que estuviera incómodo, pero sí expectante.

Y luego llegó el día en que Harry le dijo que tenían que ir a un lugar más antes de dar por concluida la reunión con los aurores franceses.

—Es importante —dijo Harry con una expresión inescrutable—. Confía en mí.

Con esas palabras, la magia los envolvió, y antes de que Draco pudiera reaccionar, se aparecieron en un lugar que le era completamente desconocido. Cuando abrió los ojos, algo en el aire le hizo saber que no estaba ni cerca del Ministerio Francés, ni en ningún otro lugar habitual. No había aurores a su alrededor, ni documentos por entregar, ni nada que le recordara la rutina diaria. Solo había paz, silencio, y una vista impresionante.

Estaban en lo alto de una colina en París, justo al borde de un pequeño mirador adornado con luces tenues que parpadeaban suavemente, iluminando la escena con un resplandor dorado y cálido. El sol comenzaba su lento descenso, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y violetas, creando una atmósfera tan mágica que parecía sacada de un sueño. Todo lo que se observaba era la maravillosa naturaleza en su máximo esplendor, las luces comenzaban a encenderse tímidamente, como estrellas que despertaban con la llegada de la noche. El aire fresco de la tarde acariciaba su rostro, pero Draco se quedó inmóvil, como si el momento le dejara sin aliento.

—¿Potter? —dijo, mirándolo con sospecha.

Harry, que normalmente habría respondido con una broma o un gesto burlón, lo miró en silencio. Esta vez, no había sarcasmo ni sonrisas ladinas. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad inusual, como si contuvieran una mezcla de nervios y una vulnerabilidad rara en él. Se acercó un paso más, el ambiente pesado de emoción lo envolvía, y por un momento, Draco temió que no pudiera controlar el latido acelerado de su corazón.

—Draco —dijo finalmente, y su tono hizo que un escalofrío le recorriera la espalda. Nunca antes lo había llamado por su nombre de esa manera, tan suave, tan sincera—. Hay algo que quiero preguntarte.

El aire se volvió denso, el cielo sobre ellos ya no parecía tan grande ni tan lejano. Todo se redujo a ese único momento. Draco sintió cómo su corazón se aceleraba. Su boca se secó. No podía ser... ¿o sí?

Harry se acercó un paso más. No lo tocó, pero Draco pudo sentir su presencia como si lo estuviera haciendo.

—Desde que volviste a mi vida, todo ha sido... diferente —continuó Harry, su voz temblando levemente—. Tú eres diferente. Y yo... yo también lo soy. Lo que tenemos... no sé cómo llamarlo exactamente, pero sé lo que quiero que sea.

Sintió su garganta cerrarse. No podía ser... pero Harry dio un paso más, tan cerca que podía sentir la calidez de su cuerpo, tan cerca que sus almas parecían rozarse. Y cuando habló de nuevo, sus palabras fueron sinceras:

—Quiero que me concedas el honor de ser tu novio —soltó Harry finalmente, con esa honestidad brutal que lo caracterizaba—. Oficialmente. Sin juegos, sin términos ambiguos. Quiero estar contigo, de verdad.

Parpadeó. Una, dos veces. Y luego rió, fue un sonido ahogado, casi histérico, porque su cerebro no estaba procesando bien lo que acababa de escuchar. Harry Potter, el Elegido, el héroe del mundo mágico, el chico que había arriesgado su vida incontables veces... le estaba pidiendo a él, a Draco Malfoy, que fuera su novio.

—Merlín —susurró, negando con la cabeza—. ¿Eres consciente de lo surrealista que es esto?

El chico sonrió con diversión, pero también con algo de timidez.

—Sí, lo soy. Pero también sé que es lo que quiero. Y espero que tú también lo quieras.

Draco lo miró y lo supo. Lo había sabido desde hacía mucho tiempo, pero ahora era imposible ignorarlo. Lo quería. Quería a Harry, con todo su corazón, con todo su ser.

—Sí —dijo finalmente, con una pequeña sonrisa—. Sí, Harry, quiero ser tu novio.

Harry soltó una carcajada baja, era la segunda vez que escuchaba su nombre provenir de los labios de Draco, y... fue hermoso, y fue todo lo que hizo falta. 

Se inclinó y lo besó con una mezcla de ternura y pasión que hizo que Draco se aferrara a su camisa como si fuera lo único que lo mantenía en pie. Fue un beso sellado por años de tensión, de negaciones, de emociones contenidas.

Y esta vez, no había nada que interrumpiera el momento. No había dudas, no había miedo. Solo estaban ellos dos, en un mirador de París, dejando que todo lo demás desapareciera.

Esa misma noche, caminaron sin rumbo por las calles. La ciudad seguía viva a su alrededor, pero era como si el mundo se hubiera vuelto más simple. Las luces, las voces, el viento... todo parecía más fácil. Draco observaba a Harry con curiosidad mientras este, con su característica sonrisa de suficiencia, lo guiaba entre los callejones empedrados.

—Dime, Potter, ¿tienes algún plan o simplemente decidiste secuestrarme para caminar sin sentido? —preguntó con sarcasmo.

Harry se río suavemente y lo miró con complicidad. —Tal vez un poco de ambas. Pero confía en mí, te va a gustar a dónde vamos.

Draco rodó los ojos, pero siguió caminando, su mano entrelazada firmemente con la de su pareja. La tensión entre ellos era palpable, una mezcla de deseo, confianza y el recién nacido romance que ninguno de los dos terminaba de asimilar del todo.

Cuando llegaron a su destino, Draco parpadeó con sorpresa. Frente a ellos se encontraba una terraza encantada en la cima de un edificio mágico, esta vez a diferencia de en el mirador, tenía vista a toda la ciudad iluminada por las estrellas, así como de la torre Eiffel que se erguía imponente y hermosa. Había una mesa pequeña, decorada con velas flotantes y una botella de vino esperando. Todo era mágico, casi irreal.

—Potter, si esto es otra misión secreta de los aurores, debo decir que han mejorado bastante su estrategia para interrogarme —Draco bromeó, aunque en su interior, su corazón latía descontroladamente.

Harry sonrió y lo tomó de la mano, entrelazando sus dedos con los de él.

—No es ninguna misión, Draco. Solo quiero estar aquí contigo.

La sinceridad en sus palabras hizo que Draco tragara saliva. No estaba acostumbrado a este tipo de honestidad. No estaba acostumbrado a ser el destinatario de un amor tan puro y directo.

Se sentaron, compartieron el vino y hablaron de todo y de nada. Harry reía con facilidad y Draco descubrió que su risa era su nuevo sonido favorito. Se burlaron el uno del otro, se miraron más de la cuenta, se perdieron en el momento.

Entonces, en un susurro que apenas se llevaba el viento, Harry tomó el rostro de Draco entre sus manos y le dijo:

—Eres lo mejor que me ha pasado.

Draco se quedó sin palabras. Hubo un tiempo en el que habría huido de algo así, habría encontrado la manera de sabotearlo antes de que se volviera real. Pero ahora, todo lo que podía hacer era aferrarse a Harry y responder con un beso profundo, uno que contenía todas las palabras que no sabía cómo decir.

La noche continuó con la ciudad de testigo, con un cielo lleno de estrellas que parecían brillar solo para ellos. Y Draco Malfoy, se permitió ser feliz sin miedo.

El amor, después de todo, no era tan aterrador cuando se trataba de Harry Potter.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Notes:

l'amour, le bel amour jsjsjsj ❤️‍🔥

Chapter 20: 𝑿𝑰𝑿

Summary:

Solo Harry teniendo pequeños "problemitas".

Chapter Text

 

★★★

El regreso a la oficina de Aurores en Gran Bretaña fue como volver a la rutina de siempre, pero nada era realmente igual. Desde la noche en París, todo había cambiado entre ellos. Ahora, en cada espacio compartido, en cada mirada robada, en cada toque fugaz, se sentía esa chispa inconfundible que los envolvía.

Draco y Harry seguían con sus actividades diarias, con el trabajo y los informes, con los casos que llegaban a la oficina, pero la dinámica entre ellos era completamente diferente. Se buscaban con los ojos sin darse cuenta, sus conversaciones estaban salpicadas de sonrisas cómplices, y cuando nadie miraba, sus dedos se rozaban, como si cada caricia les recordara que ahora se pertenecían.

Los "te amo" se volvieran casi un juego entre ellos, pequeños susurros cuando estaban lo suficientemente cerca, escondidos entre papeles y misiones. La palabra "novio" nunca faltaba entre ellos, como una promesa constante que flotaba en el aire, suavemente entrelazada en sus conversaciones y miradas. Draco a veces se encontraba sonriendo sin razón, preguntándose cómo pudo haber durado tanto tiempo sin poder llamar a Harry Potter "su novio".

Novio... es que la palabra sonaba tan bella, como un suspiro perfecto, como algo que siempre había estado ahí pero que nunca había tenido la libertad de pronunciar. Decirlo en voz alta era como darle forma a lo que ya sentían en lo más profundo de su ser. Harry Potter, el hombre que una vez había sido solo una sombra en su vida, ahora era su realidad. 

Y ser su novio, ser el dueño de su corazón, le hacía sentir que había conquistado lo imposible. A veces, Draco miraba a Harry, simplemente lo observaba mientras reía, o cuando sus ojos verdes se llenaban de algo tan puro, tan verdadero, que el mundo entero parecía desaparecer.

—Mi novio —pensaba Draco para sí mismo, y el simple hecho de pensar en eso le robaba el aliento. Ya no era una palabra vacía, sino una verdad que lo envolvía por completo. Con Harry a su lado, todo parecía perfecto, como si el universo hubiese conspirado para reunirlos en este momento, en este espacio.

Draco nunca pensó que podría ser una persona tan física con alguien, pero Harry tenía la capacidad de hacerlo olvidar que alguna vez quiso mantener distancia. Cada vez que Potter pasaba junto a él, una mano se posaba en su espalda, un dedo rozaba su muñeca o un beso rápido se depositaba en su mejilla si nadie estaba cerca.

Por las noches, cuando Draco se retiraba a su departamento, no era raro que un Harry demasiado insistente apareciera en la mitad de su sala, con cualquier excusa ridícula para verlo. "Olvidé preguntarte algo del informe" o "Creo que me debes un beso extra por la mañana". Y Draco, que disfrutaba de su tiempo a solas, descubrió que ya no le molestaba compartir su espacio con alguien, especialmente si ese alguien era Harry.

A veces, Harry se quedaba hasta muy tarde, solo para robarle más besos en el sofá, para discutir trivialidades hasta quedarse dormido con la cabeza en su regazo. Y Draco, sin darse cuenta, se había acostumbrado a esos momentos. Le gustaba sentir el peso de Harry a su lado, la forma en que lo miraba cuando pensaba que Draco no se daba cuenta.

Lo que comenzó como un juego de cautela y curiosidad, ahora se había convertido en algo mucho más profundo. Y Draco lo sabía. Sabía que estaba perdiéndose en Harry Potter más de lo que jamás pensó que lo haría. Pero, ahora y justo ahora, no le importaba perderse.

Justo hoy, era fin de semana, lo que significaba que Harry no tenía que preocuparse por informes, misiones o reuniones interminables. Con su personalidad autoritaria y un toque de egocentrismo, había dejado claro a su jefe que no trabajaría los fines de semana. Y, para la sorpresa de nadie, el jefe aceptó. 

Así que hoy solo tenía un plan en mente: pasar el día con Draco.

Llegó al departamento sin anunciarse demasiado, como siempre hacía últimamente, porque, a estas alturas, ya era más su segundo hogar que cualquier otro lugar. Cuando abrió la puerta, lo primero que vio fue a Draco, recién salido de la ducha. El cabello húmedo caía en suaves ondas sobre su frente, su piel aún brillaba con diminutas gotas de agua, y llevaba ropa de casa: unos shorts que dejaban ver sus piernas pálidas y largas, y una camiseta fina manga larga que se pegaba ligeramente a su torso, insinuando su figura.

Harry lo sintió.

Fue un golpe bajo. No estaba preparado para recibirlo de lleno, para que algo tan simple lo afectara de esa manera. Draco, en su propia casa, en ropa cómoda, sin esfuerzo alguno, lograba encenderle cada nervio del cuerpo. Y lo peor es que ni siquiera se daba cuenta.

Tragó saliva y se movió rápidamente hacia el sofá, sentándose con algo más de fuerza de la necesaria y tomando un cojín para cubrir su regazo, en un intento desesperado por disimular su... problema.

Draco, completamente ajeno a su lucha interna, se dejó caer a su lado con la naturalidad de siempre. Harry cerró los ojos un segundo, intentando no reaccionar cuando el muslo de Draco rozó el suyo.

—¿Estás bien?

La pregunta lo obligó a abrir los ojos de nuevo. Esa voz, ese tono, siempre tan directo. Y esa mirada. Fruncía el ceño de una manera que parecía más real que todo lo demás en el mundo.

—Sí —respondió. Muy rápido. Demasiado.

No se tragó la mentira, claro. Nunca lo hacía.

Lo vio entrecerrar los ojos, con esa expresión que siempre le decía que estaba analizando más de la cuenta. Luego, sin previo aviso, levantó la mano. El contacto fue suave, casi imperceptible, pero el efecto fue inmediato. Un simple roce en la frente, como si fuera lo más normal del mundo. Como si no supiera lo que eso le hacía.

—Estás caliente.

Su tono fue casi clínico, como un diagnóstico más. Pero no tenía ni idea de lo acertado que era, y no precisamente en el sentido que imaginaba.

Él soltó una risa tensa, completamente fuera de lugar, y negó con la cabeza. No podía explicarlo. No sin perder lo poco que le quedaba de dignidad.

—No te preocupes.

Por favor, detente ya, pensó.

Pero no lo hizo. No del todo. La mano se quedó un segundo más, como si dudara en soltarlo. Como si, en algún lugar secreto, también sintiera algo.

—¿Seguro?

La pregunta llegó más suave esta vez, pero igual de persistente. La mirada seguía fija, demasiado fija. Él apretó los dedos contra el cojín que tenía sobre las piernas, como si pudiera agarrarse de él para no naufragar.

—Estoy bien —repitió, forzando una sonrisa que no le llegaba ni a los ojos ni al pecho.

Lo observó encogerse de hombros, despreocupado, y acomodarse mejor en el sofá. Un movimiento sencillo, casi perezoso, pero que tuvo consecuencias devastadoras. Una pierna doblada, el short subiendo apenas unos centímetros más, la piel blanca a la vista. Luego, un movimiento de varita: un vaso de agua volando desde la cocina hasta su mano. Lo sostuvo con elegancia inconsciente, como si no supiera que estaba siendo observado con más intensidad que un examen de encantamientos.

Bebió y cada gota que descendía por su garganta se le grabó en la mente. El cuello húmedo, la forma en que tragaba, el leve sonido que hizo al terminar.

Dios mío, voy a morirme aquí mismo, pensó Harry, desviando la mirada desesperadamente.

—¿Quieres agua? —preguntó Draco de repente, con la voz todavía un poco rasposa después del baño.

Negó con la cabeza, consciente de que si bebía algo en ese estado, se atragantaría. Él lo miró de reojo, con una ceja levemente alzada, pero no insistió. Solo se recargó más contra el respaldo, estirando los brazos. Soltó un suspiro. La camiseta se subió un poco más. Una línea de piel, el inicio de su abdomen. Y Harry dejó de respirar por un segundo entero.

Esto era cruel. 

Draco ni siquiera estaba intentando nada, no se daba cuenta, no tenía ni la más mínima idea de lo que estaba haciendo con él.

—¿Seguro que no te pasa nada?

Lo miró de nuevo, esta vez con los ojos entrecerrados, como si estuviera empezando a conectar las piezas. Él tragó saliva, el corazón latiéndole en las sienes.

—Solo estoy... un poco cansado.

Una mentira, tan obvia como patética, pero no fue desmentida. Cerró los ojos un momento, como si con eso pudiera salir de su alcance, como si pudiera dejarlo respirar. Pero no, ni por un segundo.

El sofá era un campo minado. Cada gesto, cada movimiento, era una detonación. Cada pequeño sonido, una provocación. El leve roce de su cabello húmedo al caerle sobre la frente, la forma en que una gota bajaba por su clavícula, lenta, descarada.

Cerró los ojos también. Intentó no pensar, intentó concentrarse en cualquier otra cosa. En los libros en la estantería, en el sonido del viento, en el número exacto de veces que el otro había suspirado en los últimos minutos.

Nada funcionaba.

Y entonces, él volvió a moverse. Estiró el cuello hacia atrás, la cabeza colgando levemente sobre el respaldo. El cuello quedó expuesto y la luz del atardecer lo bañó con suavidad, resaltando la palidez de su piel, la curva de su mandíbula, el hueco donde se unía con el hombro.

Tenía que mirar hacia otro lado. Tenía que hacerlo.

Lo hizo. Duró dos segundos.

Cuando sus ojos regresaron, era porque no podían no hacerlo. El short había subido aún más, la pierna se estiró, la camiseta seguía pegada al cuerpo, mostrando apenas lo necesario para arruinarle el resto del día. El cabello goteaba con pereza, y cada gota encontraba un camino diferente para enloquecerlo.

Se removió en su lugar, acomodó el cojín, intentó salvarse de lo inevitable.

Claro que la suerte nunca había sido su aliada.

Él giró la cabeza.

—Estás actuando raro.

Tragó saliva.

—No lo estoy.

—Sí lo estás —repitió, girando un poco más hacia él—. Te ves... nervioso.

Nervioso es una forma amable de decirlo.

—Estoy bien —repitió por tercera vez, con una sonrisa que ya no sabía cómo sostener—. ¿Por qué tanto interés?

Lo vio ladear la cabeza, alzar una ceja con ese gesto suyo que ya debería ser ilegal.

—Porque eres mi novio —dijo, con la naturalidad de quien comenta el clima—. Y te veo raro.

Y entonces, como si eso fuera una simple declaración, alargó la mano y le quitó el cojín.

No tuvo tiempo de reaccionar.

—¡Oye!

—¿Ves? —dijo él, levantando el cojín como si fuera prueba suficiente—. Ni siquiera estás cómodo sentado.

Harry sintió cómo todo su sistema colapsaba en cuestión de segundos. Su cara ardía, y por instinto, llevó una mano a su regazo en un intento patético de cubrirse de nuevo. Draco lo miró con curiosidad, y luego su atención bajó hacia donde Harry intentaba cubrirse.

Por un segundo, hubo silencio.

Luego, Harry vio cómo la expresión de Draco cambiaba. Primero fue confusión, luego entendimiento, y finalmente...

—Oh.

La palabra cayó entre ellos como una piedra en el agua: pequeña, pero con ondas que se expandían rápidamente.

Él cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás, exhalando con frustración.

—Mierda.

No hubo risa, ni burla inmediata, solo silencio. Uno que pesaba más de lo normal. Uno que lo hizo desear que el cojín volviera mágicamente a su regazo y lo envolviera entero.

Pero entonces, el otro se mordió el labio.

Y fue ahí cuando supo que estaba jodido.

Todavía tenía el cojín entre las manos, como si lo estuviera evaluando, como si considerara devolvérselo o colgarlo como trofeo. Su mirada iba y venía, del rostro al regazo, y luego de nuevo, como quien intenta resolver un acertijo.

Él se tensó, como si pudiera contener el calor que lo traicionaba desde dentro.

—Dilo —gruñó, sin mirarlo, cada palabra empapada de amenaza y resignación.

Y claro, eso solo sirvió para encender esa chispa tan propia de él. Inclinó la cabeza con esa expresión insolente que aparecía cada vez que sabía que tenía ventaja, y lo miró fijamente, disfrutando de su desmoronamiento como si fuera un espectáculo privado.

—¿Decir qué? —preguntó con voz suave, casi juguetona, recostándose contra el sofá con el cojín todavía en su regazo, como si no fuera consciente del poder que acababa de adquirir.

Cerró los ojos e inspiró profundamente. "Paciencia, Potter. No lo mates. Aún".

—Lo que sea que estás pensando —escupió, sabiendo que fuera lo que fuera, no le iba a gustar.

El silencio volvió, breve pero denso. Lo vio bajar la mirada otra vez, sin molestarse en disimular el interés. Era meticuloso, como si estuviera armando un informe detallado de su reacción biológica.

Y entonces, con la voz más casual del mundo:

—Así que... ¿por eso estabas tan nervioso?

El deseo de lanzarse por la ventana regresó, más fuerte.

—Draco...

—¿Fue por mí?

Esta vez, el tono había cambiado. Ya no era solo burla, había algo más en su voz. Algo más bajo, más íntimo. Como si lo dijera a centímetros de su oído.

—Voy a morirme —murmuró él, sintiendo que ni todos los hechizos del mundo podían salvarlo ahora.

Una sonrisa lenta se dibujó en los labios del rubio mientras se inclinaba apenas, acortando la distancia.

—¿Fue por mí? —repitió, con esa cadencia peligrosa que usaba cuando quería quebrarlo.

Se cubrió la cara con ambas manos.

—Por supuesto que fue por ti —admitió, agotado, como quien rinde las armas—. ¿Por quién más sería?

Draco lo miró fijamente y, sin previo aviso, dejó caer el cojín de vuelta sobre el regazo de Harry y se acomodó a su lado, esta vez más cerca.

—Bueno... —murmuró, con un tono que hizo que la piel de Harry se erizara—. No es como si fuera mi culpa.

Harry resopló.

—Eres literalmente mi novio, estás recién bañado, medio desnudo, con el cabello húmedo y luciendo como si hubieras salido de una maldita fantasía. ¿Cómo demonios esperas que no sea tu culpa?

El silencio que siguió no era el de la burla. Era otra cosa, algo inesperado. Cuando se atrevió a mirar de reojo, lo vio: las mejillas enrojecidas, las orejas teñidas de un rosa suave, la mirada desviada, como si no supiera qué hacer con lo que acababa de escuchar.

Y fue en ese momento cuando supo que había ganado una batalla sin quererlo.

—Oh, así que cuando yo me avergüenzo, es divertido, pero cuando te pasa a ti... —Harry sonrió con malicia y se inclinó hacia él—. ¿Qué pasa, amor? ¿No te esperabas esa respuesta?

Los ojos grises se estrecharon. La dignidad herida vibraba en el aire.

—Cállate, Potter.

La risa le brotó sin permiso. Y antes de que el otro pudiera replicar, se inclinó y dejó un beso suave en su mejilla ardiendo.

—Eres adorable cuando te sonrojas, ¿lo sabías?

—Si no te callas, voy a encontrar la forma de lanzarte por la ventana.

Pero no se apartó. De hecho, cuando lo abrazó por la cintura y lo atrajo hacia sí, sintió cómo se rendía en sus brazos con un suspiro.

—Te amo —murmuró, con la frente apoyada en su sien.

Draco bufó, pero no se movió.

—Idiota.

Y se acurrucó contra él, escondiendo el rostro en su cuello como si quisiera desaparecer ahí mismo.

Podría haberse quedado así todo el día. La respiración tranquila contra su piel, el calor compartido, el silencio cómodo entre ellos. Era más que suficiente.

Hasta que, por supuesto, Draco, como siempre, tenía que hacerle la vida difícil.

—¿Así que estabas teniendo pensamientos inapropiados conmigo, Potter?

Harry resopló contra su cuello.

—Draco, por favor.

—No, no. Solo intento entender. —Se separó lo justo para mirarlo de frente, con una ceja arqueada y esa sonrisa burlona que siempre lo dejaba al borde del colapso—. Estabas aquí, con un cojín sobre el regazo, pensando... cosas.

Cerró los ojos, desesperado.

—Voy a lanzarme de la ventana.

La sonrisa se ensanchó peligrosamente.

—Sabes que podrías simplemente decirme qué estabas pensando, ¿verdad?

Harry lo miró con incredulidad.

—¿De verdad quieres saberlo?

Draco se cruzó de brazos.

—Obviamente.

Y ahí estaba otra vez. Ese rostro perfectamente esculpido, con el cabello aún húmedo cayendo sobre la frente, las pestañas largas, la piel todavía brillante por la ducha. La camiseta pegada al cuerpo, revelando líneas que no debería estar observando con tanta atención.

—No —dijo finalmente, encogiéndose de hombros con una sonrisa torcida.

Draco parpadeó.

—¿No qué?

—No te lo voy a decir.

La indignación en sus ojos fue inmediata.

—¡Harry!

Harry se rió y se levantó del sillón antes de que Draco pudiera atraparlo.

—Si tanto quieres saberlo, usa tu imaginación.

—Eres un cobarde.

—Sí, pero un cobarde que no va a darte el gusto de verlo sufrir más.

El otro resopló, con los brazos cruzados, claramente frustrado. Pero había un brillo en sus ojos. Uno que prometía que esto no había terminado.

—Voy a descubrirlo —declaró con solemnidad.

—Buena suerte con eso.

Un segundo más de tensión, y luego él se dejó caer otra vez en el sofá, con un suspiro teatral.

—¿Entonces qué vamos a hacer hoy?

Harry sonrió con diversión.

—Bueno, si no me sigues torturando, podríamos simplemente quedarnos aquí y ver algo.

Draco rodó los ojos.

—Aburrido.

—O podríamos seguir con la conversación sobre cómo es tu culpa que este así.

No hubo respuesta inmediata. Solo un segundo de silencio, seguido por un nuevo sonrojo, más intenso, más adorable.

—Está bien, podemos ver algo.

Harry sonrió victorioso. Sí, definitivamente su nuevo pasatiempo favorito.

★★★

Desde que había pasado ese fin de semana en el departamento de Draco, Harry tenía un problema. Un problema enorme. Un problema de proporciones catastróficas.

No podía dejar de pensar en él. No en el sentido romántico o emocional (aunque, claro, también), sino en un sentido completamente físico.

Porque ahora, cada vez que veía a Draco en la oficina de Aurores, cada vez que lo escuchaba hablar, cada vez que lo veía caminar con esa maldita confianza que le salía tan natural, Harry se encontraba teniendo pensamientos que no debería tener en horario laboral. O en cualquier otro horario.

Pero sobre todo en horario laboral.

Y tenía miedo, porque... bueno, era Draco. Nunca había estado en una relación, nunca había compartido su vida de esa manera con nadie y Harry temía presionarlo. 

Ya llevaban un mes de novios, y aunque pareciera un tiempo corto, había cosas que, en algún momento, tendrían que suceder. Eso, lo que todos consideraban lo "siguiente", lo natural. Pero... ¿y si era demasiado rápido? ¿Y si Draco aún no estaba listo?

Harry no quería asustarlo, mucho menos forzarlo a hacer algo que no estuviera preparado para dar. Pero cada vez que pasaban tiempo juntos, la tensión entre ellos crecía, y se hacía más difícil ignorarlo. Era natural sentir excitación por la persona que amabas, pero con Draco, todo era más intenso, más desafiante. Cada gesto, cada mirada, parecía cargada de algo más. Y lo peor de todo es que Draco no ayudaba en absoluto. Más bien, parecía estar diseñado, intencionadamente, para hacerle la vida imposible.

A veces, parecía que no se daba cuenta de lo que provocaba en Harry, de cómo cada pequeña broma, cada sonrisa provocadora, hacía que su corazón se acelerara y su mente se nublara. Y otras veces, respondía con la misma intensidad, como si estuviera jugando con él, probando hasta dónde podía llegar, estirando el límite entre lo que era un juego y lo que no lo era.

Harry no sabía si lo que Draco buscaba era provocarlo, llevarlo al límite, o si simplemente se divertía viendo cómo lo hacía perder el control. ¿Era un simple juego para él? ¿O en realidad había algo más detrás de esas miradas desafiantes, de esa distancia entre ellos que parecía acercarse y alejarse constantemente?

Lo peor era que Harry no podía dejar de pensar en ello. No podía dejar de preguntarse si Draco sentía lo mismo que él, si quizás estaba esperando a que fuera él quien diera el siguiente paso, o si, al contrario, no estaba listo para eso, por mucho que se deshiciera en caricias o bromas coquetas.

Como ese día, por ejemplo. Draco estaba en su escritorio, revisando informes, con su varita entre los dedos, girándola de manera distraída mientras fruncía el ceño. Harry no debería estar mirando. Debería estar enfocado en sus propios casos. Debería estar archivando documentos o planeando su próxima salida al campo o cualquier otra cosa que no fuera observar cómo la luz del sol se reflejaba en el cabello platino de Draco, dándole un brillo casi etéreo.

Pero ahí estaba. Mirando. Sufriendo.

Y entonces, sin siquiera notarlo, Draco se pasó la lengua por los labios, humedeciéndolos con un gesto distraído, casi mecánico, mientras seguía leyendo uno de los reportes del escritorio. No había nada seductor en su intención... pero el efecto en Harry fue devastador.

La escena se ralentizó en su cabeza. El movimiento fue lento, hipnotizante. El rastro de humedad brilló por una fracción de segundo antes de desaparecer, y Harry sintió que se le secaba la garganta. Se quedó mirándolo como si acabara de presenciar un evento sobrenatural.

—Potter.

La voz lo sacudió como un cubo de agua helada.

Parpadeó, dos veces. Draco lo observaba desde el otro lado del escritorio, ceño levemente fruncido, pluma detenida a medio trazo. Sus ojos eran una mezcla de irritación y... curiosidad.

Harry se enderezó como si acabaran de atraparlo en pleno robo de un giratiempo.

—¿Qué? —respondió, con la culpa escurriendo por todos sus poros.

Draco soltó un resoplido, cruzándose de brazos.

—Llevo dos minutos preguntándote si revisaste el informe de la misión en Escocia. Dos, Harry. ¿Dónde diablos estabas?

El Auror intentó recomponerse, buscar en su cerebro alguna señal de actividad racional, pero todo lo que encontró fue un eco difuso que sonaba peligrosamente parecido a "su boca, su boca, su boca".

—Ah. Sí. Claro. Lo revisé.

El rubio alzó una ceja. Desconfianza pura. Su especialidad.

—¿Sí? —repitió con tono escéptico—. ¿Y qué piensas sobre la estrategia de infiltración?

Harry se congeló.

Estrategia de infiltración.

¿Había leído eso? ¿Estaba siquiera en el documento? ¿Existía un documento?

Lo miró fijamente, como si eso pudiera ayudarlo a encontrar la respuesta en esos ojos grises tan insultantemente bonitos. Pero no encontró ninguna pista. Solo más distracción.

—Creo que... —empezó, desesperado por llenar el silencio—. Que es una estrategia muy... estratégica.

Draco lo miró, un silencio absoluto se instaló en la oficina, tan denso que pudo sentirlo presionando contra sus tímpanos.

—No tienes ni idea de qué te estoy hablando, ¿verdad?

Harry sonrió, con esa sonrisa desarmada, de idiota enamorado, que solo lo metía más en problemas.

—Tengo una ligera idea.

Draco soltó la pluma con un chasquido sutil, se puso de pie y rodeó el escritorio. Cada paso sonaba como un veredicto. Harry tragó saliva.

—Una idea mínima, tal vez. Muy mínima —admitió, encogiéndose levemente en su silla.

El contrario se detuvo justo frente a él, cruzándose de brazos. Su mirada era como un encantamiento sin pronunciar: algo que hacía efecto incluso sin necesidad de palabras.

—¿Y puedo saber qué exactamente estaba ocupando tu mente tan intensamente como para que ni siquiera oyeras tu propio nombre?

Harry lo miró, lo miró de verdad.

Cabello rubio ligeramente despeinado por culpa de sus propios dedos, labios aún brillantes por ese gesto inocente de antes, la camisa blanca desabotonada de la parte superior, dejándolo entrever un poco su blanco pecho. Y la forma en que lo miraba, como si pudiera ver todo lo que pasaba por su cabeza, como si supiera perfectamente que estaba en su contra y lo estuviera disfrutando.

Harry suspiró, resignado.

—No quieres saberlo —dijo, hundiéndose un poco más en su silla.

Draco puso los ojos en blanco y volvió a enfocarse en los papeles. Harry aprovechó para soltar un suspiro de alivio y recuperar el control de sí mismo. Esto tenía que detenerse, no podía seguir distrayéndose de esta manera, no podía seguir perdiéndose en pensamientos impropios cada vez que Draco hacía algo completamente normal.

Se aclaró la garganta y decidió concentrarse en lo que sí podía manejar. Como el informe de Escocia o el papeleo acumulado. O el hecho de que Draco tenía la maldita costumbre de lamerse los labios sin darse cuenta y que eso iba a volverlo completamente loco.

Sí, era obvio que tenía un problema.

La tarde avanzó entre papeles y distracciones involuntarias, y antes de que Harry pudiera darse cuenta, el sábado había llegado. Sin trabajo, sin informes, sin aurores persiguiendo criminales o jefes del Ministerio lanzando órdenes. 

Solo Harry y Draco, libres de cualquier obligación.

Así que el moreno decidió que no podían pasar el día encerrados en el departamento de Draco, atrapados entre libros, café a medio terminar y miradas que se volvían demasiado intensas demasiado rápido. No lo consultó, por supuesto. Solo apareció con ese brillo en los ojos que decía: confía en mí, y para cuando Draco quiso protestar, ya estaban caminando por un sendero de piedra que se abría entre un jardín oculto y encantado en las afueras de Londres.

El lugar parecía sacado de un recuerdo suave: arbustos en flor, árboles altos con hojas doradas que crujían apenas con la brisa, y un pequeño lago donde los nenúfares flotaban con la calma de quien no tiene prisa. El aire olía a lavanda y tierra húmeda. Todo estaba suspendido en un instante perfecto.

—¿De verdad me trajiste a un sitio tan... pasteloso? —preguntó Draco, con ese tono entre fastidiado y fascinado que Harry ya sabía identificar.

—¿Te quejas? —replicó Harry, alzando una ceja mientras caminaban más despacio.

—No me quejo. Solo me sorprende. Tú, el Niño Que Vivió, trayéndome a un lugar que parece sacado de una novela romántica de mala calidad.

—Es bonito, tranquilo... romántico.

Draco lo miró con desdén mal disimulado y cruzó los brazos.

—Si esperas que me desmaye de amor en cualquier momento, Potter, lamento decepcionarte.

Harry sonrió con esa expresión pícara que tanto lo exasperaba.

—No necesito que te desmayes. Me basta con que admitas que te gusta.

Draco desvió la mirada. El silencio que siguió no fue de incomodidad, sino de rendición. Una pequeña curva empezó a formarse en sus labios, apenas perceptible, pero suficiente para que Harry se sintiera victorioso.

Caminaron durante un rato, sin decir mucho, y eso le bastó a Harry para respirar de nuevo. Le gustaba el sonido de los pasos de Draco junto a los suyos, el modo en que el sol atravesaba el cabello rubio y lo llenaba de tonos cálidos. Draco iba relajado, más de lo habitual, y por una vez, sin el peso de su apellido o el juicio del mundo sobre los hombros.

—Entonces... —dijo Harry al fin, rompiendo el silencio—. ¿Cita fallida o éxito rotundo?

—No me hagas decirlo en voz alta —respondió Draco, sin mirar, aunque su sonrisa lo traicionaba.

—Oh, lo tomaré como éxito entonces.

Draco bufó, pero no lo negó. Eso era una victoria.

Se sentaron en un banco de madera cerca del lago. El sol empezaba a teñir el cielo con un naranja pálido que parecía derretirse sobre el agua. Sin pensar demasiado, Harry apoyó un brazo en el respaldo del banco, y su mano quedó peligrosamente cerca del hombro de Draco. No lo tocó, pero estuvo tentado.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Draco, sin voltear.

—Nada.

—Mentiroso.

Harry se giró un poco hacia él.

—Solo me gusta verte así. Relajado.

Draco se movió como si ese comentario le incomodara físicamente.

—Deja de decir esas cosas raras, Potter.

—¿Raras? Somos novios. Tengo derecho a decir cosas raras, románticas, lo que quiera.

Draco lo miró como si evaluara empujarlo al lago.

—Si sigues con eso, me voy a casa.

—No lo harás.

—¿Ah, no?

—No. Te gusta estar aquí. Te gusta estar conmigo.

Draco giró los ojos, pero su rostro ya no era tan impenetrable. Un leve rubor coloreaba sus mejillas. Sus ojos brillaban con una calidez que Harry reconoció al instante: la que solo Draco mostraba cuando se olvidaba de protegerse.

El tiempo pasó sin que lo notaran. Entre comentarios sarcásticos, silencios compartidos y miradas que duraban un segundo más de lo prudente, Harry pensó que si pudiera detener el mundo en ese momento, lo haría. Justo así. Con Draco a su lado, su sonrisa aún medio escondida, y la sensación de que, por fin, estaban construyendo algo.

Y entonces, como era de esperarse, Draco arruinó la calma con su caos habitual.

En un movimiento rápido, casi infantil, salió corriendo por la orilla del lago, como si algo lo hubiese picado.

—¡Malfoy! —gritó Harry, poniéndose de pie con una risa sorprendida.

Draco se detuvo a unos metros, girando sobre sí mismo, y Harry se quedó quieto.

Ahí estaba. Bajo el cielo naranja, con la luz del atardecer dándole un halo casi irreal, Draco sonreía. No una sonrisa sarcástica, no una sonrisa forzada. Una real. De esas que lo hacían parecer más joven, más libre.

Y Harry lo sintió.

La presión en el pecho, el latido acelerado, el calor subiendo desde el estómago hasta las orejas.

Dioses, era hermoso.

No porque fuera perfecto —aunque en ese instante lo parecía—, sino porque era suyo. Porque le estaba sonriendo a él.

Draco se giró y siguió caminando, pero entonces Harry lo vio. Lo notó. La forma en que la camisa se ceñía a su espalda, cómo el pantalón delineaba sus piernas con un descaro insultante. El vaivén natural de su cuerpo, esa gracia contenida que no tenía derecho a ser tan provocativa.

Y de pronto, todo cambió.

Un segundo antes, Harry estaba pensando en lo precioso que era Draco cuando bajaba la guardia. Y ahora... ahora tenía pensamientos que nada tenían de tiernos, nada de castos, nada de inocentes.

—Joder —murmuró, pasándose una mano por el rostro.

¿Qué me pasa?

Draco no estaba haciendo nada para provocarlo. Caminaba, solo caminaba. Y aun así, cada paso lo incendiaba.

Harry sintió el rubor ascender con fuerza. En el rostro, en el cuello, en todo el cuerpo. Como si el calor viniera desde el centro de su pecho y se expandiera sin control.

Y lo peor... lo peor era la culpa.

Porque Draco era hermoso, sí. Pero también era todo lo demás. Era gentil a su manera, sarcástico, brillante, vulnerable. Era su pareja, su compañero, su persona. Y Harry, idiota como siempre, estaba ahí, mirándolo con una mezcla de deseo y adoración que se sentía casi sucia.

Se llevó una mano a los ojos, frustrado.

—No quiero dañar su pureza... —susurró para sí.

Y sabía que era absurdo. Draco no era ingenuo, ni frágil, ni de cristal. Pero había algo en él —en su manera de abrirse, de confiar— que Harry no quería romper. No quería que su deseo fuera una sombra. No quería que esa parte de sí mismo le robara la ternura.

Pero entonces, vio cómo Draco lo miraba de reojo, y de repente la tentación se convirtió en algo mucho más fuerte que cualquier principio que tuviera. No era solo deseo, no era solo atracción. Era la necesidad de estar con él, de hacerlo suyo, de compartir algo tan profundo que ya no se podía ignorar.

Draco no tenía idea de lo que provocaba en él, y Harry, deseaba dejar de resistirse.

Esa noche, y la siguiente, Harry apenas pudo dormir. Su mente estaba llena de Draco, de pensamientos que no debería tener, de un deseo que ya no podía ignorar. Y para cuando llegó la mañana del lunes, el cansancio era lo de menos. Porque en cuanto puso un pie en la oficina, supo que el verdadero problema no era la falta de sueño, sino la existencia de Draco Malfoy.

Era injusto, en serio. Draco ni siquiera estaba haciendo nada fuera de lo normal. Se había sentado en su escritorio como cualquier otro día, hojeando informes con el ceño ligeramente fruncido y jugando con una pluma entre los dedos. Pero maldita sea, Harry llevaba semanas atrapado en un torbellino de pensamientos que lo hacían cuestionar su propia paciencia.

Draco no tenía derecho a ser tan... así. A existir con ese cabello perfectamente arreglado pero lo suficientemente rebelde para darle un aire despreocupado. A cruzarse de piernas de esa manera que hacía que se vieran tas esbeltas y estilizadas. A mirarlo de reojo con ese maldito destello de burla en los ojos como si supiera exactamente lo que estaba pensando y se divirtiera con ello.

—¿Estás bien, Potter? —preguntó Draco de repente, sin apartar la vista de su informe.

Harry, que había estado mirándolo fijamente sin darse cuenta, parpadeó y desvió la mirada de inmediato, aclarando su garganta.

—Sí. ¿Por qué no estaría bien?

Draco giró apenas el rostro y le dedicó una sonrisa ladeada, de esas que hacían que el estómago de Harry se contrajera en un puño.

—No sé, estabas mirando con tanta intensidad que pensé que querías devorarme.

Harry sintió cómo se le secaba la garganta, Draco lo estaba haciendo a propósito. Definitivamente lo estaba haciendo a propósito.

—No digas tonterías —farfulló, forzándose a mirar los papeles frente a él.

Pero la sonrisa de Draco solo se amplió.

—Claro, claro...

Y entonces, como si no fuera suficiente haberlo provocado con palabras, Draco hizo algo que casi lo mata ahí mismo: se estiró en su silla, arqueando la espalda de una manera que hizo que su camisa se levantara apenas, dejando ver una fracción de piel pálida y lisa sobre el borde de su pantalón. Fue rápido, un movimiento de segundos, pero Harry lo vio.

Y maldición, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no soltar un gemido frustrado.

Draco volvió a su posición normal, aparentemente ajeno a la catástrofe que acababa de causar en el autocontrol de Harry.

—Voy a buscar café —dijo, poniéndose de pie con total tranquilidad—. ¿Quieres algo?

Harry solo pudo negar con la cabeza, porque si abría la boca probablemente iba a decir algo de lo que se arrepentiría. Draco salió de la oficina con paso elegante, dejándolo ahí, con la respiración un poco agitada y la cabeza hecha un desastre.

Definitivamente, ese iba a ser un día difícil.

Y estaba seguro de que Draco Malfoy lo sabía.

★★★

No, Harry no pudo más.

Ya llevaba todo el maldito día aguantando, tragándose cada reacción, cada maldito pensamiento que Draco le provocaba con sus sonrisas arrogantes, sus comentarios con doble sentido y, peor aún, su manera de existir. Pero esto... esto fue la gota que derramó el vaso.

Draco había vuelto de la cafetería con su café en mano, caminando con su usual aire de superioridad, y al llegar a su escritorio, se apoyó casualmente en el borde mientras miraba a Harry con esa expresión que parecía un reto.

—¿Seguro que estás bien, Potter? Pareces un poco... tenso.

La burla estaba en su tono, en su mirada afilada, en el modo en que inclinó la cabeza con fingida inocencia mientras sorbía su café.

Harry sintió algo romperse dentro de él.

En menos de un segundo, se levantó de su silla y cruzó la distancia entre ellos con pasos decididos. Antes de que Draco pudiera reaccionar, lo tomó por la muñeca y lo arrastró hacia una esquina menos visible de la oficina, donde nadie podía verlos.

—¿Potter, qué demonios—?

Pero no terminó la frase, porque Harry lo acorraló contra la pared, una mano firme en su cintura, la otra apoyada junto a su cabeza, bloqueándole cualquier escape.

Y entonces, lo besó.

No con delicadeza, no con ternura. Lo besó con hambre, con desesperación, con toda la tensión acumulada de días enteros de provocaciones y juegos. Lo besó como si su vida dependiera de ello, como si fuera la única manera de recuperar el control que Draco le arrebataba con cada respiro.

Draco soltó un jadeo contra sus labios, sorprendido. Pero no lo detuvo. Al contrario, sus dedos se cerraron sobre la camisa de Harry, aferrándose a él como si quisiera más. Mientras tanto, el otro deslizó su mano hasta su cuello, sintiendo el calor de su piel, el latido acelerado bajo sus dedos. Separó apenas sus labios para murmurar contra su boca:

—Tú empezaste esto...

Draco dejó escapar una risa entrecortada, apenas un susurro entre sus respiraciones agitadas.

—Y al parecer te gustó.

Harry gruñó, volviendo a besarlo con más intensidad, mordiendo su labio inferior y disfrutando la manera en que Draco se estremecía contra él.

No sabía cuánto tiempo pasó así, perdido en Draco, en su sabor, en la forma en que sus manos se aferraban a él. Pero de pronto, un sonido los sacó del trance: unos pasos acercándose. Harry se separó bruscamente, respirando con dificultad, mientras Draco se pasaba la lengua por los labios hinchados, con una maldita sonrisa satisfecha.

—Tenemos que volver a trabajar—murmuró Harry, tratando de sonar firme.

Draco inclinó la cabeza, evaluándolo con diversión.

—Sí, claro —dijo con descaro, acomodándose la camisa con tranquilidad—. Aunque... si necesitas un descanso, puedo ayudarte con eso después.

Harry cerró los ojos con frustración.

Maldito Malfoy.

Pero ahora Harry no podía concentrarse en nada, el resto del día en la oficina fue un completo suplicio. Cada vez que intentaba enfocarse en su trabajo, su mente lo traicionaba llevándolo de vuelta a ese maldito rincón donde había besado a Draco con una desesperación animal.

Y lo peor era que Draco lo sabía.

Cada vez que se cruzaban, le lanzaba miradas cómplices. Pasaba junto a su escritorio y dejaba que sus dedos rozaran casualmente su brazo. Se inclinaba un poco más de la cuenta cuando le hablaba, permitiendo que Harry sintiera su aliento contra su oído.

Era una maldita tortura.

Para cuando el turno terminó, Harry sentía que iba a explotar.

—¿Vamos a mi departamento? —preguntó Draco con indiferencia, como si no estuviera perfectamente consciente del estado en el que lo tenía.

Harry lo miró con los ojos entrecerrados, tratando de decidir si eso era una invitación inocente o si Draco estaba disfrutando de hacerlo sufrir.

Pero lo cierto era que no podía decirle que no.

—Sí —respondió, con la voz más controlada que pudo—. Vamos.

El departamento de Draco estaba silencioso cuando entraron. Harry trató de actuar como si todo estuviera bien, como si no estuviera al borde del colapso por culpa del rubio, pero entonces Draco se quitó el abrigo, dejando al descubierto su camisa ajustada y ese maldito cuello expuesto que parecía estar pidiéndole a gritos que lo besara otra vez.

Harry tragó en seco.

Draco sonrió.

—¿Quieres algo de beber? —preguntó con una calma irritante, como si no supiera exactamente lo que estaba haciendo.

Harry cerró los ojos y exhaló lentamente.

—No.

El rubio alzó una ceja.

—¿Seguro? Pareces un poco... tenso.

Apretando los puños, Harry se acercó.

—Draco...

—¿Sí, Potter?

Y entonces lo vio. Esa mirada de desafío, la misma que había visto antes en la oficina, solo que ahora estaban completamente solos y no había ninguna razón para que Harry se contuviera.

Así que no lo hizo.

Cruzó la distancia entre ellos en un segundo, empujándolo suavemente contra la pared y atrapándolo con su cuerpo. Draco no parecía sorprendido, al contrario, su sonrisa se ensanchó con burla.

—¿Te rindes, Potter?

Harry soltó un gruñido bajo y hundió los dedos en su cabello rubio, inclinando su rostro hacia él.

—Tú ganas —susurró contra su boca antes de besarlo de nuevo.

Y esta vez, no pensaba detenerse.

Harry lo besó con una intensidad desesperada, como si hubiera estado esperando este momento desde siempre. Y quizá sí, quizá lo había estado esperando toda su maldita vida sin darse cuenta.

Draco, por su parte, no se quedó atrás. Se aferró a la camisa de Harry y lo jaló más contra su cuerpo, dejando escapar un jadeo entre sus labios cuando sintió las manos de Harry deslizándose por su cintura, sujetándolo con firmeza.

Era demasiado.

Era todo lo que había provocado, todo lo que había insinuado, y ahora estaba lidiando con las consecuencias de haber despertado algo en Harry que el mismo ex-gryffindor no sabía que tenía dentro.

Los besos se volvieron más desesperados, más hambrientos. Harry se movió sin pensar, empujando a Draco hacia el sofá hasta que cayeron en él, con Draco debajo y Harry sobre él, besándolo como si necesitara memorizar cada centímetro de su piel.

Draco rió entre jadeos, con las mejillas sonrojadas y los labios hinchados.

—Merlín, Harry...

El aludido enterró el rostro en su cuello, respirando hondo, tratando de recuperar el control antes de que todo se saliera de sus manos.

—No digas mi nombre así —murmuró con la voz ronca.

Draco sonrió, evidentemente disfrutando su poder sobre él.

—¿Así cómo, Harry?

Obtuvo un gruñido como respuesta, mientras le mordían el cuello, lo suficientemente suave para no dejar marca, pero lo suficientemente fuerte para que Draco soltara un gemido ahogado. Se quedó completamente quieto por un segundo, luego, sus dedos se hundieron en el cabello de Harry y tiró de él lo suficiente para obligarlo a mirarlo a los ojos.

—Eres un desastre, Harry —susurró, con una sonrisa traviesa en los labios.

El chico sonrió de vuelta, con la respiración entrecortada.

—Y tú eres un maldito provocador.

Draco rió, pero no negó nada.

Las manos de Harry seguían en su cintura, su peso aún sobre él, y el ambiente en el departamento se había vuelto irremediablemente denso. Pero entonces Draco se movió, empujándolo suavemente con una mirada divertida.

—Está bien, Potter. Es hora de que te vayas.

Harry parpadeó, confundido.

—¿Qué?

Levantándose del sofá con elegancia, Draco se acomodó la ropa con una sonrisa maliciosa.

—Si te quedas más tiempo, no voy a responder por mí mismo.

Harry sintió que le daban ganas de gritar. Draco acababa de provocarlo hasta el borde y ahora, ¿simplemente lo despedía?

—Eres un maldito —murmuró, poniéndose de pie con frustración.

Draco se encogió de hombros.

—Lo sé. Ahora, adiós, Potter.

El chico lo fulminó con la mirada antes de girarse con fastidio, dispuesto a aparecerse en su casa, pero antes de hacerlo, Draco lo llamó.

—Hey, Harry.

El aludido se giró, aún irritado. Draco sonrió, con una maldita perfección que lo volvía loco.

—Duerme bien.

Esa noche, Harry llegó a su casa sintiendo que había sido completamente manipulado y lo peor era que sabía que lo volvería a permitir.

★★★

Harry Potter no había tenido la mejor noche. Tuvo que martirizarse en el baño durante un buen rato para lograr dormir y ahora estaba irritado.

Muchísimo.

Cuando pasó a buscar a Draco esa mañana, su humor no mejoró. No porque Draco hiciera algo malo, sino porque simplemente estar cerca de él lo alteraba. El rubio estaba demasiado tranquilo, como si no hubiera sucedido nada la noche anterior. Mientras tanto, Harry estaba a punto de explotar.

El camino al Ministerio fue silencioso. Draco notó su actitud, claro que lo hizo, pero no dijo nada. Solo lo miraba de reojo con el ceño ligeramente fruncido.

Cuando llegaron a la oficina, Harry se dejó caer en su silla y se puso a trabajar sin siquiera mirar a Draco.

—¿Vas a seguir con esa cara todo el día? —preguntó con fingida indiferencia, mientras se quitaba el abrigo con un movimiento que delataba impaciencia. Lo dejó caer sobre la silla más cercana y lo miró de reojo, esperando una reacción.

El otro resopló sin siquiera apartar los ojos del pergamino frente a él.

—No sé de qué hablas.

Una ceja se arqueó con desconfianza. Los brazos se cruzaron.

—Claro que sí. Estás actuando como si hubieras dormido con un hipogrifo metido en la cama.

Los labios se apretaron en una línea tensa. El gesto fue sutil, pero suficiente para confirmar lo que el rubio ya sospechaba.

—Déjame trabajar.

La respuesta fue seca, cortante, más borde de lo necesario.

El silencio cayó unos segundos. Luego, con un bufido casi resignado, el rubio se dejó caer en su asiento, hojeando unos informes como si no le importara en absoluto la nube oscura que flotaba al otro lado del escritorio.

Pero le importaba. Mucho más de lo que le gustaría admitir.

La mañana se arrastró, espesa como melaza. Él estaba arisco, respondía con gruñidos y monosílabos. Hasta recibió una nota de Hermione que, aunque breve, decía lo suficiente: ¿Qué demonios te pasa hoy?

Y al otro lado, el otro fingía que todo estaba bien. Como si no sintiera la tensión en cada centímetro del aire que compartían.

Hasta que ya no pudo más.

—¿Estás enojado por lo de anoche?

La pregunta cayó suave, pero certera, como una daga envuelta en terciopelo.

La pluma dejó de moverse. Los hombros se tensaron. Cuando levantó la mirada, lo vio parado ahí, al borde del escritorio, con una expresión que no esperaba: no estaba molesto, ni fastidiado. 

Estaba triste.

Y fue entonces cuando Harry lo entendió.

Draco estaba dándole vueltas al asunto. Seguro que en su cabeza estaba pensando que Harry se había molestado porque lo había detenido, que quizá creía que, si no hacían "eso", entonces Harry no lo querría.

Mierda.

—No, no estoy enojado contigo, Draco.

La respuesta fue honesta, inmediata. Pero no fue suficiente, Draco solo apretó los labios.

—Entonces, ¿por qué estás así?

Se levantó despacio. Rodeó el escritorio, acercándose hasta quedar frente a él. No dijo nada al principio, solo levantó una mano y la apoyó en su mejilla, como si quisiera asegurarse de que aún estaba ahí, tangible, real.

Los ojos se encontraron, no había espacio para malentendidos entre ellos. No en ese momento.

—Lo siento, en serio. No fue mi intención portarme como un idiota esta mañana.

Un leve parpadeo y un atisbo de sorpresa fue lo que recibió como respuesta. El moreno sonrió suavemente, y sin darle tiempo a responder, rozó su nariz con la de él, en un gesto tan íntimo que desarmaba.

—Te amo.

La palabra se deslizó con ternura, con una naturalidad que no necesitaba dramatismo.

—¿Eh?

La incredulidad fue genuina.

—Te amo mucho. Lo de anoche no me molestó, no cambió nada. Me gustas tú, con todo lo que eso implica. Sin importar lo que hagamos o no hagamos. No estás obligado a nada. Nunca.

Por un momento, el silencio volvió. Pero no era incómodo, era necesario. Como si el universo se estuviera tomando un segundo para respirar. El rubio bajó la mirada, y luego soltó un suspiro tembloroso. Las palabras tardaron en salir.

—Eres tan ridículo...

—Lo sé —susurró él, antes de inclinarse para dejar un beso suave en la frente de quien tenía frente a sí—. Pero también soy tuyo.

Los labios temblaron apenas, como si quisieran sonreír y resistirse al mismo tiempo.

—Sí, sí... lo que digas, Potter.

Pero entonces, sin previo aviso, se aferró a él. Cruzó el pequeño espacio entre ambos y se abrazó con fuerza, escondiendo el rostro en el hueco de su cuello, respirando hondo como si necesitara anclarse ahí, en esa piel cálida que olía a casa.

El corazón del moreno se derritió.

Lo rodeó con los brazos y lo sostuvo contra su pecho, con la firmeza de quien sabe que no quiere soltar nunca.

—Eres un idiota —murmuró la voz pegada a su cuello.

—Lo sé —respondió él, sin poder evitar sonreír.

—Pero eres mi idiota.

Una risa baja escapó de su garganta.

—Para siempre.

Y así se quedaron, abrazados en medio de la oficina, ignorando el trabajo, ignorando a la gente.

Solo ellos dos.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 21: 𝑿𝑿

Chapter Text

 

★★★

Era la hora del almuerzo en el Ministerio de Magia, y Harry apenas había logrado escapar de su escritorio. Llevaba todo el día deseando un respiro, un pequeño momento de tranquilidad entre los informes interminables y las misiones de rutina. Solo quería almorzar con Draco. Nada complicado. Nada dramático.

Pero, por supuesto, la vida de Harry Potter nunca era sencilla.

Acababan de llegar al comedor principal —una sala amplia, adornada con largas mesas y relojes flotantes que marcaban los turnos de los departamentos— cuando una voz familiar lo arrancó de sus pensamientos.

—Harry, ¿qué haces aquí... con él?

La voz venía cargada de desconfianza. El pelirrojo se detuvo justo frente a la mesa, mirándolo como si acabara de presenciar un crimen.

Harry bajó la vista al vaso en sus manos. No respondió.

El otro, completamente relajado, se sentó con calma en la silla de enfrente, cruzó una pierna sobre la otra y apoyó un codo en el borde de la mesa.

—Vaya, qué recibimiento más cálido —dijo sin inmutarse—. Me haces sentir como en casa.

Ron no sonrió. El ceño fruncido dejaba claro que no estaba de humor.

—Ojalá estuvieras en tu casa y no aquí.

Hermione llegó segundos después, deteniéndose junto a Ron. Llevaba el bolso colgado del brazo, la expresión tensa y una mirada que iba de uno a otro con creciente preocupación. Suspiró.

—¿Seguro que quieres almorzar aquí con él?

Harry asintió sin levantar la vista.

—Sí.

La respuesta fue seca. Definitiva.

El rubio se giró apenas para mirarla y sonrió, lento y provocador.

—Potter está encantado de compartir mesa conmigo —dijo con tono suave, casi íntimo—. Diría incluso que disfruta bastante mi compañía.

Una patada debajo de la mesa le rozó la pierna, pero ni se inmutó. Solo alzó una ceja y lo miró con diversión.

Ron cruzó los brazos con fuerza.

—Sabes, Malfoy, sigo sin entender por qué te apareces en todas partes donde está Harry —espetó Ron, cruzándose de brazos—. Quiero decir, ¿no tienes tu propia vida?

—Claro que la tengo. Pero, por alguna razón, Potter insiste en incluirse en ella. Es casi como si no pudiera vivir sin mí —respondió Draco con falsa modestia.

Harry tosió, atragantándose con su zumo. Le costó unos segundos recuperar la compostura.

—¿Perdón?

El otro se giró hacia él. Sonreía como si estuviera disfrutando de una función privada.

—Oh, no te hagas el sorprendido, Potter. Lo sabemos, lo sabemos todos —hizo un gesto teatral con las manos—. Weasley y Granger llevan semanas mirándote con lástima porque claramente estás perdidamente enamorado de mí.

Ron puso los ojos en blanco.

—Por favor, Malfoy. No tenemos que adivinar nada. Es obvio que Harry tiene sentimientos por ti, pero lo que no entendemos es por qué diablos sigues dándole esperanzas.

—¿Dándole esperanzas? —repitió Draco, divertido.

Hermione intervino, con su paciencia ya al límite.

—Malfoy, sabemos que a Harry le gustas. Solo nos molesta que juegues con él.

El rubio parpadeó, giró el rostro hacia ella y la observó en silencio unos segundos, como si estuviera procesando la información. Luego, su expresión se iluminó con la emoción de alguien que acaba de encontrar la oportunidad perfecta para el caos.

—Oh, Granger, querida. —Draco apoyó el codo en la mesa y descansó la barbilla en la mano, mirándola con fingida dulzura—. ¿Insinúas que Potter está completamente enamorado de mí... y que yo no le correspondo?

Harry tragó saliva con fuerza.

—No insinúa nada —interrumpió rápidamente, el tono nervioso—. Solo está asumiendo cosas que no...

—Es exactamente lo que estoy diciendo —lo interrumpió Hermione con firmeza—. Y me parece injusto.

El rubio inclinó la cabeza, sin apartar la vista de ella.

—Vaya, eso es interesante.

—¿Interesante? —Ron bufó—. Lo que es injusto es que Harry se la pase siguiéndote como un cachorro perdido y tú simplemente lo toleres por diversión.

La mano de Draco se apoyó en el pecho, con un gesto exagerado.

—¿Yo, tolerándolo? Weasley, qué cruel eres.

—No juegues con él, Malfoy —insistió Hermione—. Si no sientes nada por Harry, al menos díselo claramente.

Harry estaba al borde de la desesperación.

—¡¿Podemos no hacer esto aquí?! —explotó de repente, mirando a sus dos mejores amigos con desesperación.

La petición no sirvió de mucho. Frente a él, el rubio seguía con su aire divertido, como si no entendiera el caos que acababa de provocar. Jugaba con la cuchara entre los dedos y ni siquiera intentaba disimular su satisfacción.

—Hmm... bueno, es cierto que está siempre pegado a mí —murmuró, como si estuviera considerando el tema con absoluta seriedad—. Y también es verdad que puede llegar a ser increíblemente insistente...

—¡No soy insistente! —replicó con frustración desde su sitio, sin molestarse ya en disimular su incomodidad.

Ni siquiera recibió una mirada en respuesta. El otro continuó como si nada.

—Y si me pongo a pensar... sí, tiene su atractivo. Esa cosa de héroe atormentado que a algunas personas les parece tan... magnética.

El impulso de desaparecer bajo la mesa fue real. El rostro se le encendió al instante.

—Por favor, basta —suplicó en voz baja, cubriéndose la cara con una mano.

El joven sentado frente a él lo observaba con atención, encantado con cada segundo de sufrimiento.

—Entonces, Granger, Weasley —dijo, girándose hacia ellos con calma estudiada—, si su teoría es que yo no siento nada... ¿qué pensarían si les dijera lo contrario?

El silencio fue inmediato. Los dos aludidos intercambiaron una mirada rápida, como si hubieran oído mal.

—¿Qué...? —murmuró ella, frunciendo ligeramente el ceño.

—¿No es curioso? —continuó, girando lentamente una cucharilla en su taza—. Están tan convencidos de que él está completamente enamorado de mí... pero nunca se detuvieron a considerar que tal vez... yo también lo estoy.

El pelirrojo palideció. Abrió la boca para decir algo, pero la cerró enseguida. El asco en su cara era evidente.

—Tú... no. No puede ser —logró soltar.

La sonrisa que recibió en respuesta fue amplia, descarada y absolutamente triunfal.

—¿No?

Desde su lado de la mesa, quien tenía la cabeza agachada soltó un suspiro frustrado.

—Por las barbas de Merlín... ya basta.

El rubio se encogió de hombros como si no comprendiera el problema.

—¿Qué? Solo estoy considerando posibilidades.

Hermione no dijo nada durante unos segundos. Seguía analizándolo con la mirada. Luego, en voz baja:

—¿Entonces sí sientes algo por él?

El rostro del Draco no cambió, ni sorpresa ni molestia. Solo esa sonrisa que no se borraba.

—No veo por qué debería responder esa pregunta —respondió con una sonrisa encantadora—. Pero supongo que podrían observar la evidencia y sacar sus propias conclusiones.

El sonido de una frente golpeando la mesa interrumpió el momento. El moreno seguía ahí, derrotado, deseando estar en cualquier otro sitio. Ron lo señaló.

—Eres un idiota.

—Lo sé —murmuró, sin levantar la cabeza.

La castaña no apartaba los ojos del rubio.

—Tarde o temprano sabremos la verdad.

Draco sonrió con aire misterioso y tomó un sorbo de su café.

—Tal vez, querida. Tal vez.

Nadie añadió nada más. El almuerzo terminó en medio de ese clima incómodo, con dos amigos desconcertados, uno visiblemente atormentado, y otro más que satisfecho con el desastre que había provocado.

Al salir del comedor, la voz del moreno sonó entre dientes:

—Te odio.

—Oh, por favor —replicó el otro sin perder su tono ligero—. Tú me amas.

Se llevó las manos al rostro y respiró hondo.

—¿Eres consciente de lo que hiciste?

No hubo respuesta inmediata. Cuando lo miró de reojo, el rubio tenía esa misma sonrisa de siempre. Ni rastro de remordimiento.

—¿Por qué tan alterado?

—¿Por qué? ¡¿POR QUÉ?! —la voz se le fue al alza, pero la bajó enseguida para no llamar la atención—. Básicamente les dejaste creer que hay algo entre nosotros.

—¿Y no lo hay? —la pregunta fue lanzada con tono casual, sin dramatismo—. Vamos, hay algo entre nosotros.

El moreno soltó un gruñido y se pasó la mano por el cabello, visiblemente tenso.

—¡Me refiero a que creen que yo estoy enamorado de ti y que tú solo me estás entreteniendo por diversión!

—¿Solo por diversión? —colocó una mano sobre su pecho, en fingido escándalo—. ¡Qué injusto! Yo nunca jugaría con tus sentimientos.

—Dime que no lo hiciste a propósito.

La pausa fue breve. Lo suficiente como para dejar claro que no necesitaba decirlo.

—Bueno... —alargó la palabra, mirando el techo como si estuviera reflexionando—. Tal vez me divertí un poco con la situación. Pero, honestamente, no veo el problema.

—¿No ves el problema? —repitió Harry, exasperado—. ¡Ahora van a estar sobre mí todo el tiempo! Hermione va a intentar "ayudarme a superar mi amor no correspondido" y Ron... Ron me va a lanzar indirectas incómodas cada cinco minutos.

Draco se cruzó de brazos, fingiendo pensarlo.

—Sí, eso suena molesto.

—¡Exacto!

—Pero, de nuevo... también suena terriblemente divertido para mí.

El grito ahogado fue contenido por una nueva pasada de manos por el rostro. El agotamiento emocional ya lo tenía rendido.

—Merlín, dame paciencia.

El otro sonrió como si acabara de conseguir lo que quería.

—Vamos. Solo relájate y disfruta del espectáculo.

—¿Qué espectáculo?

—El de ver cuánto tiempo les toma darse cuenta de la verdad —respondió Draco con una sonrisa traviesa.

Harry entrecerró los ojos.

—¿Estás diciendo que no vamos a decirles nada?

Se encogió de hombros con la naturalidad de quien toma decisiones sin consultar a nadie.

—¿Y arruinar la diversión? Por favor. No tan rápido.

—Eres lo peor.

Le guiñó un ojo, encantado.

—Y sin embargo, aquí estás. Locamente enamorado de lo peor.

La mirada que recibió fue una mezcla entre resignación y amenaza... pero en sus labios ya se formaba una sonrisa involuntaria.

—Esto va a ser un desastre.

Draco se inclinó ligeramente hacia él, con una mirada brillante de travesura.

—Sí —respondió el otro, inclinándose hacia él con esa expresión que siempre anticipaba problemas—. Pero va a ser un desastre memorable.

Le dio una palmada en el hombro y siguió caminando con paso seguro, sin volver la vista atrás.

Detrás, el moreno se quedó un momento en el pasillo. Cerró los ojos. Respiró hondo. Luego lo siguió, sabía que esto iba a ser un problema, solo esperaba que dicho "problema" tardara en llegar.

★★★

La sala de descanso del Ministerio era un espacio relativamente acogedor, al menos en comparación con el resto del edificio, con paredes de piedra clara y lámparas flotantes que emitían una luz cálida. Había varias mesas de madera repartidas por la estancia, y un par de sillones junto a una chimenea mágica que chisporroteaba suavemente. A esa hora, solo unos cuantos empleados iban y venían, rellenando tazas de café o hojeando el Profeta.

Harry estaba sentado en una de las mesas más apartadas, con una taza de café humeante entre las manos. Hermione tenía la suya apoyada en el centro de la mesa, y Ron se dedicaba a devorar un emparedado con la misma determinación con la que enfrentaría un duelo a muerte. Todo parecía bastante normal hasta que Hermione dejó su taza sobre la madera con un golpe seco.

Levantó la vista, sobresaltado, y se encontró con la mirada intensa de su mejor amiga.

—Tenemos que hablar.

Parpadeó, confuso, sin saber a qué se refería.

—¿Eh?

A su derecha, su mejor amigo dejó el emparedado a medio comer sobre la servilleta. Parecía resignado, aunque visiblemente molesto.

—Es sobre Malfoy.

El cuerpo se le tensó al instante. La mandíbula se apretó por reflejo y su espalda se irguió en un intento inconsciente de protegerse.

—¿Qué pasa con él?

Las manos de la chica se entrelazaron sobre la mesa, firmes. La mirada seria lo atravesó con la precisión de quien ha estado ensayando este discurso durante días.

—Lo hemos pensado mucho y... creemos que es momento de que sigas adelante.

Por un instante, creyó haber oído mal.

—¿Qué dijiste?

El pelirrojo asintió con expresión compasiva, como si estuviera confirmando una verdad dolorosa.

—Mira, entendemos que estás enamorado, pero es obvio que él no te toma en serio. No es justo para ti.

El café casi se le fue por el camino equivocado. Tosió una vez y los miró con incredulidad.

—¿¡Perdón!?

Ella lo observó con tristeza, la misma que mostraba antes de un examen de Transformaciones que sabía que nadie aprobaría.

—Sabemos que lo quieres. Pero él no siente lo mismo.

Un ruido seco escapó de su garganta.

—¿Qué?

—Lo vemos en tu cara —agregó el otro, inclinándose hacia adelante—. Se te nota cada vez que lo miras. Es patético, en serio.

—¡¿Qué?!

La mano de Hermione buscó la suya sobre la mesa, y le dio un apretón reconfortante que solo logró aumentar su desesperación.

—Y lo peor es que él lo sabe. Y se aprovecha.

—¡¿QUÉ?!

Ron negó con la cabeza, como si aquello le rompiera el corazón.

—Nos duele verte así.

Los ojos se movieron de uno al otro, notando la firmeza en sus posturas. No estaban bromeando. Ni siquiera parecían dudar.

—Esto es ridículo —murmuró.

—Queremos ayudarte —dijo ella, con voz baja, como si acabara de anunciar la muerte de una mascota.

El instinto de huir se activó.

—No.

El ceño del pelirrojo se frunció.

—Ni siquiera sabes qué vamos a decir.

—No.

—¡Harry! —alzaron la voz al unísono.

—¡He dicho que no!

La exasperación fue creciendo en el rostro de su amiga. Ya había perdido la paciencia.

—Pensamos que podrías intentar conocer a alguien más.

Entrecerró los ojos, incrédulo.

—Tengo novio.

Intercambiaron una mirada cargada de escepticismo. Luego Ron bufó.

—Sí, claro. "Tienes" a Malfoy. Como si él te tomara en serio.

Los dientes se apretaron con fuerza. El esfuerzo por mantenerse tranquilo le dolía en la mandíbula.

—¿Pueden dejar de repetir eso?

—Entonces supéralo —insistió Hermione con su tono más razonable—. Hay más personas en el mundo, Harry.

Harry los miró fijamente, sintiendo un escalofrío de incredulidad recorrer su cuerpo.

—Pero Draco es mi novio.

Ron rodó los ojos con cansancio.

—Eso quisieras.

Harry sintió ganas de reír y llorar al mismo tiempo.

—¿Por qué no me creen?

—Porque hemos visto cómo te trata. Es evidente que le gusta fastidiarte y no lo dice en serio —explicó Hermione con pesar, como si de verdad sintiera lástima por él.

La incredulidad era evidente. Volvió a mirar a ambos, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.

—¿Cómo pueden estar tan seguros?

—Porque lo conocemos —añadió el pelirrojo—. Y porque es Malfoy.

Sintió que iba a estallar.

—¡¿Pero no se han dado cuenta de cómo me mira?!

Hermione le sostuvo la mirada con firmeza.

—Oh, lo hemos notado. Mira cómo te mira y luego se ríe. Como si fueras su pasatiempo.

La mano se deslizó por su rostro, cansado ya del rumbo de la conversación.

—Merlín... necesito un trago.

—Solo queremos verte bien —insistió ella, volviendo a poner una mano sobre su brazo—. Queremos que encuentres a alguien que te valore.

Respiró profundo. Inhaló por la nariz, exhaló por la boca.

—Así que su plan es... ¿qué? ¿Organizarme una cita?

—Exactamente —respondió, con una sonrisa que no auguraba nada bueno.

Un mal presentimiento le recorrió la espalda justo cuando Ron se giró hacia la mesa contigua y chasqueó los dedos.

—¡Eh, Smith!

El estómago de Harry cayó en picada cuando Zacharias Smith, con su expresión más petulante, se acercó con aire confiado.

—¿Me llamaban?

Los ojos se cerraron un segundo. Cuando los volvió a abrir, solo alcanzó a mirar a sus dos amigos como si fueran completos desconocidos.

—Los odio.

El brazo de Ron apareció sobre su hombro en un gesto forzado de camaradería.

—Vamos, dale una oportunidad.

Zacharias le lanzó un guiño torpe. El gesto fue tan exagerado que le provocó una arcada mental.

—Estoy considerando seriamente cambiarme de amigos.

Hermione se limitó a sonreírle como si todo fuera por su bien.

—Solo charla un rato. No tiene que ser nada serio.

Con el corazón latiendo con fuerza y una sensación de traición revolviéndole el estómago, se levantó con lentitud.

—Esto es una pesadilla.

Smith ya se acomodaba en el asiento frente a él con toda la confianza del mundo.

—Entonces, Potter, ¿te gustan los libros de Quidditch o solo los partidos?

Ni siquiera respondió.

Estaba ocupado planeando cómo contarle todo a Draco sin que el rubio quemara medio mundo mágico.

Mientras tanto, el aludido seguía en la oficina, estaba revisando unos informes con la atención centrada en los pergaminos, su ceño apenas fruncido en concentración. Entonces, de repente, un escalofrío le recorrió la espalda, se estremeció y miró a su alrededor, como si esperara encontrar la fuente de la extraña sensación.

—Qué sensación tan extraña... como si algo terrible estuviera ocurriendo en este preciso momento.

Se quedó en silencio por unos segundos, con una ligera incomodidad revolviéndose en su pecho. Pero, tras no ver nada fuera de lo normal, se encogió de hombros y volvió a concentrarse en su trabajo, convencido de que solo era su imaginación. No tenía tiempo para distracciones.

O al menos, eso pensó hasta que, un par de horas después, el murmullo en el pasillo lo sacó de su concentración.

Había estado teniendo un día normal. Bueno, tan normal como podía ser considerando que había pasado toda la mañana distraído porque su novio no se había dignado en aparecer después de que saliera de la oficina con la excusa de ir a tomar un café con sus amigos.

Pero ahora, Draco estaba en el departamento de casos, revisando un documento que le importaba absolutamente nada, cuando oyó algo.

Un sonido lejano, un murmullo y luego...

—¡¿POTTER ESTÁ SALIENDO CON SMITH?!

El pergamino que Draco tenía en la mano se arrugó automáticamente bajo la presión de sus dedos. La tinta fresca se corrió un poco en el papel, pero no le prestó atención. Levantó la cabeza tan rápido que sintió un crujido en el cuello.

—¿QUÉ DIJISTE?

Los pasantes, que hasta hace unos segundos murmuraban con entusiasmo, se congelaron en el acto. Uno de ellos, un joven con gafas redondas y manos temblorosas, tragó saliva y murmuró, con la voz quebrada:

—U-Uhm... que, eh... Harry Potter y Zacharias Smith tuvieron una c-cita en la sala de descanso.

Draco parpadeó una vez.

Dos veces.

La sala pareció quedar en un inquietante silencio, a excepción del sonido del pergamino arrugándose entre sus manos.

—Repítelo.

El pasante palideció.

—H-Harry Potter y Zacharias S-Smith—

—No, no, ya te oí. Solo estoy decidiendo si te asesino o no.

El pobre muchacho abrió la boca para decir algo, pero no encontró el valor. Draco se puso de pie con tanta brusquedad que la silla se deslizó hacia atrás, golpeando el suelo con un sonido seco y metálico. La sala entera se tensó.

—¿Dónde. Está. Potter?

—V-Vimos que volvió a su oficina...

Draco ya no escuchó el resto. Se giró sobre sus talones y salió del departamento de casos con pasos firmes y furiosos, su túnica ondeando detrás de él como la capa de un verdugo a punto de ejecutar una sentencia. Caminaba con la precisión de un depredador en cacería, sus ojos fríos y su mandíbula apretada.

A su paso, los empleados del Ministerio se apartaban instintivamente. Algunos se pegaban a las paredes, otros fingían repentinamente estar demasiado ocupados con sus papeles como para notar la tormenta de furia que atravesaba los pasillos.

Cuando llegó a la oficina de Harry, ni siquiera se molestó en tocar.

La puerta se abrió de golpe, rebotando contra la pared con un estruendo seco que hizo vibrar los marcos. La pluma se deslizó de entre los dedos, cayendo al suelo con un leve chasquido.

—¿Qué dem...?

Una figura cruzó la entrada con pasos firmes, pesados, y la furia pintada en cada línea de su cuerpo. Los ojos grises brillaban con una intensidad inquietante, fijos sobre él como si buscaran un blanco que destruir.

—¡¿ASÍ QUE AHORA SALES CON SMITH, POTTER?!

El silencio que siguió fue espeso, casi sólido. Solo el sonido lejano de un tintero tambaleante llenó la habitación. El que estaba tras el escritorio parpadeó dos veces, sin moverse aún.

—Oh, por todos los... —murmuró, dejándose caer hacia atrás en la silla.

Unos pasos más y la figura se detuvo a solo unos metros del escritorio, sin apartar la mirada. El rostro tenso, el ceño profundamente fruncido y los labios apretados en una mueca de disgusto.

—¿Me puedes explicar qué demonios significa esto?

Ambas manos se alzaron para frotarse la cara, arrastrando la frustración desde la raíz del cabello hasta la mandíbula. El día no había sido fácil y esto no ayudaba.

—No fue una cita —explicó con voz cansada, dejando caer los brazos—. Fue idea de Ron y Hermione. Creen que debería "superarte" y pensaron que emparejarme con Smith sería una buena solución.

Una ceja se arqueó lentamente. El gesto no mostraba sorpresa, sino juicio.

—¿Y tú qué hiciste?

—Nada.

—¿Nada? —repitió con una risa breve y sin humor—. ¿De verdad esperas que me trague eso?

—Te lo estoy diciendo tal cual.

El cuerpo del rubio se tensó. Cruzó los brazos, pero el temblor apenas contenido en los hombros dejaba claro que no había terminado.

—No me gusta esa basura con piernas.

Un arqueo de ceja fue la única respuesta inicial.

—¿Por qué suenas tan... personalmente ofendido?

La distancia entre ambos se acortó de golpe. Solo unos centímetros los separaban. El aliento caliente chocó contra su piel y una chispa eléctrica pareció correr por el aire entre los dos. La voz bajó de tono, grave, cargada de algo difícil de identificar.

—Porque si alguien va a estar babeando por ti en este lugar, voy a ser yo.

La sonrisa surgió antes de poder evitarla.

—¿Así que babeas por mí?

Un golpe rápido en el brazo lo hizo reír. No dolió, por supuesto, pero el gesto tenía más de impulso que de verdadera violencia.

—¡ESE NO ES EL PUNTO!

Harry dejó escapar una carcajada.

—Te estás poniendo celoso.

Draco endureció la mirada.

—No estoy celoso.

—Sí lo estás.

—¡Que no lo estoy!

El tono era cada vez más elevado, como si la negación en voz alta pudiera convencer a ambos. Pero la sonrisa del moreno ya estaba instalada, relajada, claramente disfrutando la escena.

—Entonces supongo que no te molestará si acepto una cita con Smith la próxima vez.

La expresión cambió al instante. Los ojos se oscurecieron. La mirada se afiló.

—INTÉNTALO, Y JAMES Y LILY NO SERÁN LOS ÚNICOS POTTER ENTERRADOS EN UN CEMENTERIO.

La carcajada estalló sin poder contenerla. El cuerpo se inclinó hacia adelante, los hombros vibrando con cada risa. El otro, aún rojo de furia, dio un paso atrás apenas lo vio acercarse.

—¡NO! ¡NO ME TOQUES, SIGO MOLESTO!

Pero las manos ya estaban rodeando su cintura, firmes, seguras. Los brazos que se resistieron solo lo hicieron por un instante.

—Ven aquí, celoso.

—¡SUÉLTAME!

—Di que me amas y te suelto.

Draco forcejeó, moviéndose como un gato que intenta zafarse de un abrazo no deseado.

—¡NO TE AMO, SUELTA—!

Harry, con una sonrisa traviesa, inclinó la cabeza y dejó un beso rápido en su mejilla, Draco se quedó inmóvil al instante. Por un momento, Harry pensó que lo había matado. Pero luego, el rubio murmuró, con un hilo de voz casi inaudible:

—Eres lo peor, Potter.

La frente del moreno se apoyó contra la suya, todavía sonriendo.

—Y tú me amas.

Draco bufó, pero no lo negó.

★★★

El día había pasado sin más incidentes después del episodio de celos asesinos de Draco. Oh bueno, tal vez una pequeña escena más cuando Harry le recriminó que todo era culpa suya por querer jugar con la mente de sus amigos, pero después de un par de besos y "te amo", Harry estaba seguro de que ya se había calmado. Creía que el drama había terminado, que su día finalmente podía acabar en paz.

Pero claro, era Draco Malfoy, y la paz no existía en su diccionario.

Era de noche y Harry se encontraba en el sofá de su casa, relajándose después de un largo día en el Ministerio. Tenía las piernas extendidas sobre la mesa de centro, un vaso de whisky de fuego en la mano y los ojos cerrados cuando escuchó el sonido inconfundible de un aleteo. La lechuza aterrizó en el brazo del sillón, mirándolo con una intensidad perturbadora.

Harry tomó la nota con curiosidad y desenrolló el pergamino. Apenas sus ojos recorrieron la escueta escritura, casi se atragantó con su propia saliva.

"Potter,

Nos vemos en el Caldero Chorreante.

No tardes.

—Draco"

Oh, esto no era bueno.

Esto no era nada bueno.

Porque, ¿desde cuándo Draco Malfoy quería salir a un bar con él, espontáneamente, sin previo aviso? No era su estilo, no era su dinámica. Esto solo podía significar dos cosas:

1. Draco había decidido finalmente declararse romántico y hacer algo lindo.

2. Draco estaba tramando algo completamente psicótico.

Harry apostaba todo su oro de Gringotts a que era la segunda opción.

Y además...

¿Cómo carajos había logrado enviar una carta si no lo tenía permitido? ¿Y cómo salió del departamento si esas puertas solo podían ser abiertas por aurores?

Harry sintió un nudo de inquietud en el estómago. No importaba lo mucho que intentara imaginar un escenario normal, todo apuntaba a que Malfoy estaba haciendo algo estúpidamente imprudente.

Así que se apareció de inmediato en el Caldero Chorreante, con la varita firmemente sujeta en el bolsillo, listo para lo peor.

Y cuando lo vio, entendió todo.

Porque ahí estaba Draco.

Con Smith.

Hablando.

Sonriendo.

RIÉNDOSE.

Harry se quedó helado en la entrada.

—No...

Esto no estaba pasando, Smith estaba apoyado en la mesa con una expresión de interés real, inclinado ligeramente hacia Draco con los ojos brillando de curiosidad y fascinación.

Y Draco... Draco estaba actuando como un maldito príncipe encantador. Se inclinaba sutilmente hacia adelante, su sonrisa más arrogante y encantadora en su rostro, sus ojos grises iluminados bajo la luz tenue del bar. Su cabello perfectamente arreglado, su postura relajada, su tono de voz melódico y seductor.

Harry sintió una corriente eléctrica de pura ira posesiva recorriéndole la columna. Porque ¿QUÉ DEMONIOS ESTABA HACIENDO MALFOY?

Y entonces, Draco lo miró.

Le sostuvo la mirada.

Le sonrió.

Y LUEGO SE LAMIÓ LOS LABIOS.

Harry casi explota.

Se movió antes de pensar, marchando hacia la mesa como si fuera un maldito dragón a punto de escupir fuego. Sus pasos eran firmes, determinados, y cada músculo de su cuerpo estaba tenso con una furia territorial que apenas podía controlar.

—Malfoy.

El aludido levantó la vista con fingida sorpresa, una ceja arqueada y ese tono dulce que siempre usaba cuando sabía que estaba a punto de explotar algo.

—Oh, Potter. Qué rápido has llegado.

El músculo junto al ojo derecho comenzó a temblar. Apretó los dientes.

—¿Qué estás haciendo?

El otro inclinó la cabeza con una calma ofensiva, casi mecánica.

—¿Conversando?

La tercera persona en la escena, sentado con las manos aún sobre su bebida, miró primero a uno, luego al otro, sin entender del todo lo que estaba ocurriendo.

—¿Sucede algo? —preguntó, algo incómodo.

La respuesta fue una sonrisa perezosa, dirigida hacia el joven Hufflepuff, con la misma condescendencia con la que uno mira a un cachorro que intenta morder.

—Oh, no. Potter solo es un poco sobreprotector.

No hubo respuesta inmediata. El otro solo parpadeó, sin comprender aún que estaba metido en medio de un campo minado. Al otro lado de la mesa, los nudillos se apretaban contra la madera. La mandíbula también. Una sola palabra salió entre dientes.

—Draco.

La sonrisa no desapareció. Si acaso, se ensanchó apenas.

—¿Sí?

La respuesta llegó en un murmullo áspero, justo por encima del sonido ambiente del bar.

—Levántate. Ahora.

Hubo un brillo peligroso en la mirada del rubio. Un destello de triunfo que lo delató antes de siquiera moverse. Como si acabara de ejecutar la última jugada de una partida que sabía ganada desde el principio.

—Oh.

En ese momento quedó claro que todo había sido una trampa.

El cuerpo se movió con deliberada lentitud. Cada paso medido, teatral. La silla se deslizó hacia atrás sin apuro, y al ponerse de pie, lo hizo con esa gracia que parecía natural pero que en realidad era milimétricamente calculada.

—Smith, ha sido un placer.

El aludido se veía completamente confundido, pero no tuvo oportunidad de decir nada porque Harry ya había tomado la muñeca de Draco y lo estaba arrastrando fuera del bar sin una sola palabra más.

—Oh, qué hombre rudo y dominante eres, Potter —bromeó, casi sin aliento, mientras tropezaba ligeramente con la rapidez de los pasos.

La presión en la muñeca aumentó.

—¿En serio? —soltó el otro, con el tono de quien ya no sabe si gritar o reír.

Una carcajada baja respondió. No sonaba burlona, sino absolutamente satisfecha.

—Solo estaba verificando si tu cita era un buen partido.

El camino se desvió abruptamente hacia un callejón estrecho, húmedo por la última lluvia. La espalda del rubio chocó contra la pared de piedra con un leve golpe seco, atrapado entre el muro y un cuerpo caliente, tenso, furioso.

Las manos que se apoyaron a ambos lados no lo tocaban, pero no hacía falta. La cercanía hablaba por sí sola. La respiración estaba agitada. La mirada, encendida de rabia contenida.

—Eres un desgraciado —escupió finalmente, cada palabra escupida como una verdad amarga.

La respuesta fue una sonrisa descarada. Como si acabaran de regalarle una medalla.

—Y tú estás loco por mí.

Harry resopló, sin negarlo.

—Tienes suerte de que te ame tanto.

El gesto de satisfacción fue instantáneo. Se inclinó levemente hacia adelante, con los labios apenas separados, saboreando cada palabra.

—Oh, lo sé.

El beso no fue lento ni dulce. Fue una descarga. Rápido, urgente. De esos que hablan más con el cuerpo que con la boca. Las manos del rubio se aferraron con fuerza a la camisa, arrugándola sin cuidado, mientras el cuerpo se relajaba contra el otro como si toda la tensión hubiera estado contenida solo para este momento.

Cuando los labios se separaron, ambos respiraban con fuerza. Una pausa los mantuvo frente a frente, con la frente de uno casi tocando la del otro. El rubio rompió el silencio.

—Si esto es lo que pasa cuando te pones celoso... —se inclinó hacia el oído, rozándolo apenas con los labios—. Voy a coquetear con Smith más seguido.

El agarre en su cintura se endureció de inmediato.

—Tú. No. Te. Atrevas.

Otra sonrisa. Descarada. Deliciosamente peligrosa.

—Házmelo entender.

El segundo beso llegó con menos rabia, pero igual intensidad. Las bocas se encontraron de nuevo en un choque de dientes y aliento compartido. 

Draco ganó, como siempre.

Y Harry lo dejó.

Como siempre.

★★★

Al día siguiente, Draco seguía saboreando su victoria. Claro, Potter lo había besado con furia en ese callejón, pero al final del día, él era quien había llevado las riendas del juego. Y, sinceramente, después de lo fácil que fue hacerlo caer, ¿cómo resistirse a intentarlo otra vez? Pero Draco no pensó que su jueguito de celos fuera a salirse de control, pero aquí estaban: Encerrados en el archivo del Ministerio, con Harry mirándolo como si fuera a devorarlo.

Y bueno, si tenía que ser honesto consigo mismo... tal vez esto era exactamente lo que quería.

Todo comenzó cuando Harry llegó a su oficina con el ceño fruncido y actitud de ministerial despiadado. Draco adoraba sacarlo de sus casillas, porque Potter se veía espectacular cuando estaba irritado.

Así que, con una sonrisa ladina, decidió que era un excelente día para seguir empujando sus límites. Se acomodó con elegancia en su silla, cruzando una pierna sobre la otra, y tamborileó los dedos sobre el escritorio con aire despreocupado antes de dejar caer la bomba.

—Harry, he estado pensando...

Él, que revisaba un pergamino con expresión concentrada, suspiró con el cansancio de alguien que ya podía oler el desastre antes de que siquiera comenzara.

—Qué miedo.

Draco ignoró por completo el comentario, inclinándose ligeramente hacia adelante con fingido interés en la conversación.

—Si alguna vez decidiera... salir con Smith, ¿me apoyarías?

La pluma de Harry resbaló de entre sus dedos y cayó al escritorio con un suave golpe.

—¿QUÉ?

Un leve encogimiento de hombros fue la respuesta. El tono fingía indiferencia, pero había una chispa juguetona en la mirada del rubio mientras inspeccionaba sus uñas con exagerada atención.

—No sé, parecía bastante interesado en mí anoche. Y como a ti no te importa este tema de los celos, pensé... que podríamos tener una relación abierta, ya sabes, está de moda y...

—Draco.

La advertencia en su voz no podía ser más clara. Con la cabeza ladeada, el otro fingió pensarlo un momento, como si estuviera evaluando seriamente la propuesta que acababa de lanzar al aire con total desfachatez.

—Creo que tiene potencial. Es guapo, tiene un buen trabajo...

El chirrido de la silla al ser empujada de golpe fue casi tan violento como el gesto de quien la había abandonado de un salto.

—¿Me estás jodiendo?

Con el mentón apoyado en la mano, el rostro que tenía delante era todo sonrisas, ojos brillantes. Claramente disfrutaba del espectáculo.

—¿Por qué? ¿Te molesta?

El silencio que siguió fue espeso, casi físico. Lleno de electricidad contenida.

Y entonces... la sonrisa.

Oh, no.

—Bien, Draco.

La respuesta encendió todas las alarmas. Los ojos entrecerrados del rubio reflejaban una sospecha creciente.

—¿Bien?

—Sí. Me parece genial.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Eso no sonaba a resignación... sonaba a trampa.

—¿Te parece genial? —repitió con cuidado, como si al hacerlo pudiera detener lo que fuera que se estaba gestando.

La sonrisa se ensanchó. Pero no era una amable. Tenía filo. Peligro. Algo muy Potter y, al mismo tiempo, muy poco habitual.

—Sí. De hecho, creo que deberíamos discutir esto en un lugar más privado.

Un parpadeo confundido fue todo lo que alcanzó a ofrecer.

—¿Más privado?

No hubo tiempo para respuestas. Una mano tomó su muñeca con firmeza y antes de poder procesarlo, ya estaba siendo arrastrado fuera de la oficina.

Oh.

Oh, mierda.

—¿A dónde vamos, Potter?

—Al archivo.

—¿Por qué al archivo?

El silencio fue su única respuesta, y eso no ayudó a calmar el vértigo. Intentó detener el paso, fingir algo de resistencia, pero la determinación en la marcha del otro era imposible de combatir. Pronto estuvieron frente a la puerta del viejo cuarto lleno de estanterías y carpetas polvorientas. Cuando la puerta se cerró tras ellos con un chasquido seco y Harry lanzó un hechizo de privacidad, Draco sintió que su broma se le iba de las manos.

—Potter...

Apoyado contra la puerta, brazos cruzados, la figura que lo observaba irradiaba autoridad.

—¿Así que quieres salir con Smith?

Por un instante se planteó abandonar el juego. Pero su orgullo —ese maldito orgullo— le impidió retroceder.

—No lo sé. Quizá...

Otra sonrisa, no la tierna, no la de los momentos íntimos en los que todo estaba bien. Era la sonrisa que anunciaba guerra.

Y entonces avanzó.

Instintivamente, el rubio retrocedió. Las paredes del archivo eran estrechas, y no tardó en sentir la fría piedra en la espalda.

—¿Qué... qué estás haciendo?

Ninguna palabra, solo pasos lentos y calculados, una mirada intensa que le recorría como si pudiera verlo por dentro.

El cuerpo del ex-gryffindor se detuvo a centímetros del suyo, y el calor que despedía hizo que la piel se le erizara. El aliento cálido rozó su mejilla.

—¿Sabes qué, Malfoy?

La garganta le ardía, pero tragó saliva sin apartar la vista de esos ojos verdes que lo desnudaban sin pudor.

—¿Qué?

Unos dedos firmes le alzaron la barbilla, obligándolo a sostener esa mirada, como si le retaran a seguir mintiendo.

—Me parece maravilloso que estés considerando salir con alguien más.

Draco entrecerró los ojos, intentando ignorar lo rápido que latía su corazón.

—¿Sí?

Harry asintió, inclinándose más, su nariz rozando la suya.

—Sí. Porque eso me da la excusa perfecta...

Sus labios casi se rozaron.

—...para recordarte...

Draco sintió que se derretía, pero se obligó a mantener la compostura.

—¿Recordarme qué?

Harry sonrió contra su boca, su agarre en la barbilla volviéndose más firme.

—Que tú eres mío.

Y entonces lo besó.

Con furia.

Con pasión.

Con todo.

Draco se aferró a su camisa, sus dedos crispándose contra la tela mientras el beso lo consumía. Su respiración era errática, su mente un desastre. Y cuando Harry lo empujó suavemente contra la pared, su cuerpo encajando contra el suyo con una determinación que lo dejó sin aire, Draco supo que había jugado con fuego.

Y que Potter lo había incendiado.

Pero joder, valía cada maldito segundo, no había esperado que reaccionara así. El calor que emanaba de él era sofocante, embriagador. Las manos de Harry se cerraron con firmeza en su cintura, tirándolo más hacia él, su boca reclamando la suya con una desesperación que le quitó toda capacidad de pensamiento.

Draco trató de mantener el control, pero falló miserablemente.

—¿S-siempre besas así cuando estás enojado? — jadeó contra su boca, intentando sonar casual, pero su voz salió temblorosa.

El moreno lo empujó más contra la pared y deslizó su mano por su cuello, trazando el camino con su pulgar.

—Solo cuando quiero hacer un punto.

Draco soltó un maldito gemido, porque esto era cruel. Potter sabía exactamente lo que estaba haciendo. Sabía dónde tocar, cómo mirarlo, cómo inclinarse sobre él con esa confianza irritante y peligrosa.

Seguro de sí mismo.

Dominante.

Decidido a recordarle exactamente a quién pertenecía.

Y Draco, maldita sea, lo estaba disfrutando.

Lo odiaba.

Pero lo disfrutaba.

—Te odio, Potter... —murmuró, con la voz entrecortada.

Harry sonrió contra su mandíbula, su boca rozando su piel antes de besarla, lamiéndola con descaro.

—No, no me odias.

El rubio apretó los ojos cuando los labios de Harry encontraron el punto sensible detrás de su oreja, ese que lo hacía arquearse involuntariamente.

—Joder...

Rió suavemente, con satisfacción absoluta.

—No te hagas el ofendido. Tú empezaste esto, Malfoy.

Draco sintió su orgullo tambalearse y también su maldito equilibrio.

—Eres un imbécil, Potter.

Pero ese comentario solo hizo que Harry presionara su cadera contra la suya, Draco se olvidó de respirar.

—Dilo otra vez.

Los ojos de Draco se alzaron, entrecerrados, su respiración entrecortada.

Oh, él quería jugar.

Muy bien.

—Eres un imbécil, Potter.

Harry sonrió con suficiencia.

—Sí, pero soy tu imbécil.

Draco abrió la boca, listo para replicar con alguna respuesta mordaz, pero no tuvo oportunidad porque Potter le mordió el labio inferior con una intensidad que le robó el aliento. Y Draco, maldita sea, estaba perdido.

Completamente perdido.

Sus piernas temblaron cuando Harry lo levantó apenas del suelo, sus espaldas chocando contra los archivos con un golpe sordo. Draco se aferró instintivamente al cabello de Potter, sus dedos enredándose en las hebras desordenadas mientras el Gryffindor lo encajaba más contra él. Como si la proximidad no fuera suficiente. Como si necesitara sentir cada parte de él.

Draco estaba ardiendo, su piel en llamas, sus sentidos sobrecargados. Y entonces Harry se inclinó a su oído, su aliento caliente contra su piel.

—Dime otra vez que quieres salir con Smith.

Draco se quebró.

Sus rodillas cedieron.

Su cerebro colapsó.

Su respuesta salió en un jadeo desesperado contra su boca.

—Jódete, Potter.

Harry sonrió con pura victoria.

—Esa es la respuesta correcta.

Y lo besó aún más fuerte.

Draco ya no pensaba con claridad. No podía. ¿Cómo hacerlo, si Potter lo tenía así?

Acorralado.

Sujetado con fuerza por la cintura.

Besado como si fuera su maldita religión.

El roce de su piel, el peso de su cuerpo, la manera en que las manos de Harry se colaron bajo su camisa, presionando contra su espalda con una urgencia hambrienta... Todo lo hizo arquearse, buscar más, olvidar todo lo demás.

—Harry... —jadeó contra su boca, pero no sonó como una queja.

El aludido sonrió contra sus labios, con esa maldita arrogancia suya.

—¿Mmm?

Oh, maldito Gryffindor engreído. Draco le agarró la corbata con fuerza, tirando de él.

—Sabes que estamos en la oficina, ¿verdad?

Harry empujó su cadera contra la suya de nuevo. Draco se mordió el labio para no soltar un improperio en voz alta.

—No me importa.

Draco quiso fulminarlo con la mirada, realmente lo intentó. Pero era difícil, jodidamente difícil, cuando Potter lo miraba así.

Con satisfacción.

Con hambre.

Con pura necesidad.

Joder.

JODER.

—Podrían entrar en cualquier momento... —intentó razonar, con el poco aire que le quedaba.

Pero Harry pasó sus labios por su mandíbula, descendiendo hasta su cuello con lentitud.

—He puesto un encantamiento en la puerta. Nadie entrará.

Draco se estremeció.

—Eso es ilegal.

Harry lamió el punto detrás de su oreja con la misma paciencia con la que se disfruta algo inevitable.

—Multifuncional, entonces.

Draco quería maldecirlo, quería zafarse, empujarlo, irse con dignidad, pero luego Harry le mordió el cuello. 

Y perdió la cabeza.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 22: 𝑿𝑿𝑰

Chapter Text

 

★★★

Draco sintió sus propios jadeos reverberar en la oficina, ahogados entre el roce de sus bocas, el sonido húmedo y desesperado de sus labios encontrándose con hambre. Sus dedos se aferraron al cabello de Harry, enredándose en ese desastre indomable, tirando con un poco más de fuerza de la necesaria, como si necesitara algo a lo que sujetarse mientras el mundo a su alrededor se volvía un maldito torbellino.

Bocas encontrándose.

Manos explorando.

Respiraciones entrecortadas.

El aire entre ellos era denso, pesado, cargado de una tensión que lo hacía temblar. Harry descendió por su cuello con la misma certeza con la que un hombre se arroja a un incendio, su aliento caliente rozando la piel sensible hasta el borde de su camisa. Draco se aferró con desesperación a sus hombros, su cuerpo suplicando por más.

Más Harry.

Más de esa intensidad abrasadora que lo consumía.

Estaba cediendo, perdiéndose completamente en la locura.

Pero entonces...

Un golpe en la puerta.

—¡Harry!

Era la voz de Hermione y Draco sintió todo el color huir de su rostro.

—Joder.

Harry se quedó quieto contra su cuello, respirando hondo, y por un segundo, Draco sintió la tensión recorrer su cuerpo, como si estuviera considerando seriamente ignorarla.

—Ignórala —murmuró contra su piel.

Pero Draco lo apartó de un empujón.

—¡¿Ignorar a Granger?! —susurró con furia, mirándolo como si hubiera perdido la cabeza—. ¿Acaso quieres que entre hechizando todo a su paso?

El moreno apretó los labios, claramente frustrado.

—Dame un minuto...

Mirándolo con incredulidad, Draco alzó una ceja.

—¿Un minuto para qué?

Potter le sonrió, esa sonrisa descarada y peligrosa que significaba problemas.

—Para terminar lo que empezamos.

Draco sintió la sangre hervirle en las venas, tanto por la frustración como por la maldita forma en la que Potter lo miraba. Le pegó un manotazo en el pecho, fulminándolo con la mirada.

—¡Eres un maldito animal, Potter!

Él rió bajo, con ese sonido grave que se le metió bajo la piel. Y antes de que Draco pudiera reaccionar, lo atrapó de nuevo contra la pared, con su cuerpo caliente pegado al suyo.

—Y te encanta —murmuró contra sus labios.

Iba a replicar, iba a insultarlo, a hacer algo para defenderse, pero entonces Potter lo besó otra vez.

Y Draco, maldita sea, se perdió.

Totalmente perdido.

—¡Harry, abre la maldita puerta! —gritó Ron ahora, con un tono molesto.

Volvió a separarse bruscamente de su novio, sintiendo que la realidad lo golpeaba de lleno.

—Mierda.

Harry suspiró con resignación, como si de verdad lamentara que lo estuvieran interrumpiendo.

—Maldita sea, me deben una.

Draco le acomodó la corbata con brusquedad, aprovechando la excusa para descargar un poco su frustración.

—Te odio, Potter.

Él solo le guiñó un ojo con descaro.

—No, no me odias.

Cruzándose de brazos, frunció el ceño, sintiendo el calor aún recorriéndole la piel.

—Estás insoportable.

Harry se pasó una mano por el cabello, conjurando un hechizo rápido para acomodarlo un poco, aunque el brillo de triunfo en su mirada seguía intacto.

—Y tú estás irresistible.

Draco le lanzó una mirada asesina, deseando que fuera suficiente para borrar esa expresión satisfecha de su rostro.

—Ábrele la puerta antes de que Hermione la tire abajo.

Él rió bajo y se dirigió hacia la puerta con la calma de alguien que no tenía absolutamente nada que ocultar. Draco, por otro lado, sintió su corazón latir con tanta fuerza que estuvo seguro de que los otros dos lo notarían.

La puerta se abrió de golpe.

—¡Por fin, Harry! ¿Por qué tardaste tanto? —Hermione lo fulminó con la mirada.

Pero él solo sonrió con una inocencia tan falsa que Draco casi chasqueó la lengua en irritación.

—¿Tardé? Qué raro...

Draco rodó los ojos y se cruzó de brazos, fingiendo que su piel aún no ardía, que su respiración estaba completamente bajo control.

Y que no tenía la boca hinchada por culpa de Potter.

Hermione y Ron tomaron a Harry por los brazos, cada uno sujetándolo firmemente, y lo llevaron casi corriendo hacia la oficina. Ni siquiera se detuvieron a mirar a Draco, quien salía de la misma sala. Él solo se encogió de hombros y caminó tranquilamente detrás de ellos. 

Al entrar en la oficina, se sentó en el escritorio que quedaba al lado de Harry, y continuó con su trabajo. Sin embargo, a pesar de su actitud tranquila, no podía evitar escuchar las palabras que sus amigos intercambiaban.

—Hermione y yo hemos estado pensando...

Levantó una ceja, sin apartar la vista de los papeles frente a él.

—Oh, eso sí es nuevo.

Weasley le ignoró, por supuesto.

—...Y como la cita con Smith no salió bien—siguió, dirigiéndose a Potter—, tenemos una solución.

Sin levantar la cabeza, dejó de escribir. Sostuvo la pluma sin moverla, atento. A su lado, Potter se revolvió ligeramente en su asiento. El gesto fue mínimo, pero suficiente para notar que estaba incómodo.

—No creo que necesite una solución, Ron.

—¡Por supuesto que sí! —intervino Hermione, sacando un pergamino de su bolso—. Mira, hicimos una lista.

Dejó de escribir por completo. Su mano se quedó suspendida sobre el escritorio, quieta. Mantuvo la vista fija en un punto del papel, aunque no estaba leyendo nada.

—¿Lista? —repitió Harry, con un tono de sospecha.

—De pretendientes —dijo Hermione con naturalidad—. Hombres y mujeres.

La pluma resbaló de sus dedos y cayó sobre el escritorio con un golpe suave.

—¿Perdón?

Ni Hermione ni Ron se molestaron en responderle directamente.

—Hemos organizado citas con todos ellos —anunció Ron con orgullo—. Solo tienes que decirnos qué días te vienen mejor.

El sonido seco de algo partiéndose rompió el breve silencio.

Bajó la vista y se dio cuenta de que había roto la pluma con la mano, sin darse cuenta de la fuerza que estaba aplicando. El fragmento más corto cayó al suelo. Se quedó mirando los restos durante unos segundos, sin moverse, mientras el ambiente a su alrededor se mantenía igual de relajado, como si los otros dos ignoraran deliberadamente lo que acababa de pasar.

Sentía una presión constante en la cabeza, especialmente en las sienes. Era como si su pulso estuviera demasiado alto. Apoyó los codos en el escritorio, respiró profundamente por la nariz y volvió a observar a Weasley y Granger. Ellos seguían hablando con Harry como si no hubiera nadie más en la sala. Como si él no estuviera sentado justo al lado.

La palabra se le quedó fija en la mente: citas.

Una lista de citas.

Sintió el pecho tensarse, y cerró la mano en un puño sobre la mesa. No era rabia descontrolada, pero sí intensa, difícil de ocultar.

Inhaló otra vez, más profundamente.

—¿A Potter le parece bien que le organicen citas? —preguntó, con voz controlada. Mantuvo los ojos en el pergamino frente a él, aunque no lo estaba leyendo.

Hermione lo miró directamente, con una expresión fría.

—No es asunto tuyo, Malfoy.

Giró la cabeza lentamente para enfrentarla.

—¿Ah, no?

—No —respondió Ron de inmediato—. Tú eres precisamente el problema.

Apretó la mandíbula, y los músculos del rostro se marcaron con más fuerza. El aire en la sala parecía haberse vuelto más denso.

—¿Disculpa?

Hermione se cruzó de brazos. Estaba de pie, al lado de la silla de Ron.

—Por tu culpa, Harry está confundido.

Durante unos segundos, no dijo nada. Pero el silencio se volvió pesado. Movió ligeramente los hombros, tensándolos sin darse cuenta.

—Con sentimientos que no debería tener —agregó Ron.

—Y lo peor —continuó Hermione, sin cambiar el tono— es que te estás aprovechando de eso.

Nadie dijo nada durante varios segundos. Solo se oía el leve zumbido del viento que entraba por una ventana entreabierta.

La silla se arrastró con fuerza hacia atrás cuando se levantó de golpe. El sonido fue seco y áspero. Empujó la madera con fuerza, y la silla golpeó contra el suelo sin cuidado. Harry levantó la cabeza de inmediato. No parecía haber escuchado todo con claridad, pero su reacción fue instintiva. Su mirada buscó rápidamente el origen del ruido.

Él ya estaba de pie. Tenía las manos cerradas en puños a los costados del cuerpo, la espalda recta, los músculos tensos. Parecía estar conteniéndose para no decir nada más.

Weasley y Granger siguieron actuando como si su presencia no importara. Como si la escena no tuviera relación con él.

—Entonces, Harry, la primera cita es el viernes por la noche...

No podía creer lo que oía. Volvió la vista hacia Harry, quien parecía completamente fuera de lugar, con el rostro visiblemente tenso y los labios entreabiertos, sin saber qué hacer. Levantó una mano, con la palma hacia arriba, en un gesto breve pero claro, pidiéndole que lo detuviera. Que no siguiera el juego.

Harry abrió la boca.

—¿Qué hago?

La pregunta fue apenas audible, casi un susurro.

Sintió cómo el enojo aumentaba. No lo podía contener.

—¡Joder! —murmuró con fuerza, y se dio media vuelta.

No iba a quedarse ahí. No iba a escuchar cómo Harry aceptaba ese plan absurdo sin intervenir. Avanzó hacia la salida con pasos duros, el cuerpo rígido. Las plantas de sus zapatos hicieron eco sobre el suelo de piedra de la oficina, un sonido seco y constante.

El ritmo de sus latidos era ensordecedor. Sentía el pecho comprimido, como si apenas pudiera llenar los pulmones. Cada paso lo alejaba más del control, pero también lo salvaba de decir algo de lo que pudiera arrepentirse.

La voz de Harry lo detuvo.

—¡Draco! —gritó, sin pensarlo.

Se quedó quieto de inmediato. A sus espaldas, hubo un movimiento brusco de sillas. Hermione y Ron se giraron con expresión de sorpresa. En cuestión de segundos, Harry cruzó el espacio entre ellos con dos pasos rápidos y lo agarró por el brazo.

—Ven aquí.

El tono no admitía discusión. Era la voz que usaba en medio de un duelo, cuando el peligro era real y las órdenes salvaban vidas. El gesto fue firme, directo. No había violencia, pero sí una urgencia clara.

El agarre sobre su brazo fue fuerte. No intentó soltarse. Aún sentía la tensión en cada músculo, pero dejó que lo guiara hasta la silla frente al escritorio. La misma donde a veces se sentaba a leer informes, revisar evidencias, o simplemente mirar por la ventana sin hablar.

Se dejó caer en el asiento, aunque mantuvo el cuerpo en tensión, los hombros elevados, la espalda sin apoyar del todo en el respaldo. Las manos descansaban sobre los muslos, pero estaban cerradas en puños. Los ojos recorrieron la habitación rápidamente. Nadie hablaba. Solo Harry, que soltó un suspiro y se llevó la mano al cabello, pasándola entre los mechones de forma nerviosa.

Frente a ellos, Hermione y Ron seguían de pie. La primera con los brazos cruzados, el segundo con expresión dura. Ambos lo miraban, esperando explicaciones.

Harry también los miró, tenía el ceño fruncido, la respiración más rápida de lo habitual.

Había visto esa expresión antes.

Era la misma que había tenido en sexto año, cuando se enfrentaron en el baño. La misma mirada decidida y aterrada con la que lo arrastró fuera de las llamas en la Sala de los Menesteres. La misma que le dedicó cuando se besaron por primera vez, con la piel temblorosa y la respiración rota, como si estuviera cruzando una línea sin retorno.

Respiró hondo.

—Tengo que decirles algo.

La tensión en la oficina se volvió sofocante.

Hermione entrecerró los ojos con sospecha. Ron cruzó los brazos. Draco se forzó a mantener la calma, aunque su pulso martilleaba. Había algo en la voz de Harry, algo que hizo que su columna se erizara.

Una parte de él...

Una parte de él temió lo que venía.

Otra parte—una diminuta, estúpida y desesperada parte—se aferró a una chispa de esperanza.

Harry sostuvo su mirada.

Y entonces, lo soltó.

—Draco y yo estamos juntos.

Silencio.

Un segundo.

Dos.

El universo entero pareció contener el aliento.

—¿Qué? —soltó Ron, con una risa incrédula, como si fuera una broma de mal gusto.

No hubo vacilación en la respuesta.

—Draco y yo somos novios.

Hermione parpadeó. Dio un paso hacia atrás, como si necesitara espacio para digerir lo que acababa de oír.

—Eso no es posible.

En la silla, el rubio se inclinó ligeramente hacia adelante. Tenía los nudillos blancos, las manos apoyadas sobre las piernas, crispadas.

—Lo es —confirmó el otro, con firmeza—. Hemos estado juntos desde Hogwarts.

—¿Qué? —repitió Ron, pero esta vez con una mezcla de horror y desconcierto absoluto.

—Desde octavo año —continuó Harry—. Lo mantuvimos en secreto. Porque sabíamos que la gente... —miró a Hermione con el corazón golpeándole contra las costillas— nos juzgaría.

Ella no respondió de inmediato.

Y luego explotó.

—¡¿Nos juzgaría?! —gritó, su voz afilada como un cuchillo—. ¡Por supuesto que te juzgaremos, Harry! ¡Estás con Malfoy!

—Draco —corrigió Harry, con frialdad.

—¡Da igual! —bramó Ron—. Fue un mortífago.

La palabra cayó como un mazazo.

La palabra lo golpeó de lleno, pero Draco no lo dejó ver. Mantuvo la expresión pétrea, el rostro impasible, aunque sus nudillos estaban blancos de tanto apretar los puños.

Hermione dio un paso al frente, su mirada inquisitiva escudriñando a Harry con intensidad.

—Harry... ¿él te hizo algo?

Draco sintió un vuelco en el estómago. Al otro lado, su pareja frunció el ceño.

—¿A qué te refieres con "algo"?

Ella no parpadeó.

—¿No lo ves? Esto no tiene sentido. No puede ser real.

—Es real, Hermione.

Pero Hermione negó con la cabeza, como si se negara a creerlo, como si su cerebro estuviera luchando por encontrar una explicación racional.

—No.

Y entonces, con voz gélida, lo dijo:

—Debe ser un hechizo.

El rubio levantó la cabeza con rapidez. Harry lo miró, atónito.

—¿Disculpa?

—Seguro te hechizó —insistió Hermione, sus palabras perforando el aire como dagas—. Tiene que haber una explicación.

—Sí, claro —coincidió Ron, asintiendo con furia—. No hay otra forma en la que esto tenga sentido.

El ritmo del corazón de Draco se aceleró. Sentía cómo el calor subía por su cuello. Mientras que Harry inspiró hondo, su expresión tornándose peligrosa.

—Hermione —su voz era un filo de navaja—, tú misma me revisaste hace meses.

Ella apretó los labios.

—Pues... lo hice mal.

—¿Qué?

—¡Alguien con más nivel tiene que hacerlo!

El estómago de Harry se hundió. Hermione lo miraba fijamente, sus ojos ardían con la determinación de alguien que estaba convencido de que tenía razón.

—El Ministerio de Magia.

Draco endureció la expresión, la posibilidad le heló la sangre. Su pareja negó de inmediato.

—Eso no es una opción.

—¿Por qué no?

—Porque sabes lo que pasaría.

Hermione lo miró, sin ceder. Harry avanzó un paso.

—Si el Ministerio investiga esto, van a intervenir a Draco —su voz era afilada, helada—. Y Draco sigue cumpliendo una condena.

El rubio tragó saliva, sin emitir sonido alguno. La idea de una investigación oficial era peligrosa, por no decir devastadora.

—Si no hizo nada, no tiene de qué preocuparse.

Y fue entonces cuando Harry explotó.

—¡¿Te estás escuchando, Hermione?!

Pero ella no se inmutó.

—Si él no está manipulándote, ¿qué más da?

El ceño del chico se frunció aún más, sus ojos brillaban con rabia contenida.

—¿Me estás pidiendo que meta a Draco en una investigación mágica solo para probar que nuestra relación es real?

Ron bufó, fastidiado.

—Es que no es real, Harry.

—Sí lo es.

—¿Entonces por qué lo escondieron?

Harry apretó los dientes, la rabia recorriéndole la espina dorsal.

—Porque sabíamos que iban a reaccionar así.

Hermione lo miró como si él fuera un extraño.

—No es nuestra culpa que te enamoraras de alguien que no lo merece.

Un crujido seco resonó en la oficina. Esta vez, fue Draco quien cerró los puños con tanta fuerza que los nudillos hicieron un sonido audible.

El aire se volvió más denso. Nadie dijo nada.

Entonces, Harry habló. Su tono era bajo, casi un susurro, pero no había duda en sus palabras.

—No digas eso.

—¡¿Cómo no lo voy a decir?! —Hermione estaba roja de rabia—. Es Malfoy, Harry. ¡Malfoy!

Draco quiso hablar. Las palabras se formaban en su mente, atropelladas, desesperadas por salir. Pero ninguna era suficiente. Nada podía defenderlo, ninguna excusa serviría.

Porque tenían razón.

No importaba cuánto hiciera, cuánto se esforzara, cuánto se reconstruyera desde los escombros. El peso de todo lo anterior seguía sobre sus hombros como una capa mojada.

Seguía siendo él.

El de antes. El que no sabían perdonar.

Siempre iba a ser "Malfoy".

Siempre iba a ser el villano.

Y, de repente, todo eso fue demasiado.

Demasiado ruido.

Demasiadas miradas.

Demasiadas palabras clavándose como agujas.

—¡¿Es que no lo entiendes, Harry?!

El grito de Hermione cortó el aire como una bofetada.

—¡No puedes estar con él! ¡Es un mortífago! Fue parte de todo lo que casi nos mata.

—¡Él no tuvo opción!

—Siempre hay opciones.

El bufido de Ron fue seco, cargado de desprecio.

—Sí, claro. Pobrecito Malfoy, el niño rico que se metió con los mortífagos y ahora quiere que le tengamos lástima.

El pecho se le contrajo de golpe. Un nudo frío se instaló en su pecho. No dijo nada, pues apenas respiraba.

La voz de Hermione continuó sin pausa.

—Es peligroso.

—No es peligroso.

—¡Claro que lo es, Harry! —intervino Ron con vehemencia—. ¡Lo vimos! Lo vimos intentar asesinar a Dumbledore, lo vimos en la misma sala que Bellatrix, lo vimos con ellos. No te lo contaron, estuviste ahí.

Se movió en su asiento, incómodo. El estómago le dolía como si no hubiera comido en días. El cuerpo le pesaba.

—No lo entienden —masculló Harry, con los dientes apretados—. No tienen ni idea de lo que pasó.

—No tenemos idea porque él nunca se disculpó.

La mirada se levantó por instinto, buscando a quien había dicho eso. La encontró. Directa, dura, sin temblor. Hermione lo enfrentaba con los ojos encendidos.

—¿Perdón? —preguntó. La palabra apenas salió, más aire que voz.

—Nunca te disculpaste.

—Hermione...

—Nunca. Ni una sola vez.

Una presión aguda se instaló en su pecho, justo debajo del esternón. Bajó la mirada. Sus dedos se cerraron sobre la tela del pantalón, arrugándola.

—¿Cómo se supone que...?

—Nos atormentaste durante años —le escupió Hermione desde su sitio—. Me llamaste sangre sucia durante todo Hogwarts.

—Y te burlaste de nuestros muertos —agregó Ron, la voz tensa, quebrada.

A su lado, Harry se tensó. Los nudillos se le marcaron de tanto apretar los puños.

Algo dentro tembló.

Quería responder, explicarse.

Pero... era verdad.

Todo era verdad.

—Y después de todo eso —la bruja no se detuvo—, ¿quieres que confiemos en ti?

—Hermione, ya basta —intentó interrumpir Harry.

No sirvió.

—¡No basta, Harry! ¡Es él!

La cabeza se le bajó sola. El cuello parecía no tener fuerza para sostenerlo.

—Es Malfoy.

—Ya sé quién es, Hermione.

—¡No, no lo sabes!

Un paso más, y ella ya estaba frente a ellos. La respiración agitada, las mejillas rojas, los ojos abiertos como si ardieran.

—No sabes lo que es estar en la piel de alguien como yo. No sabes lo que se siente que te llamen "inferior", "sangre sucia", "escoria". Y ahora esperas que simplemente confiemos en él.

Tragó saliva, sentía un frío áspero en la garganta. Las palabras se amontonaban pero no salían. Porque, en el fondo, tenían razón.

Tal vez nunca sería suficiente.

—Nada de esto importa —dijo Ron con una risa amarga—. Porque Malfoy va a hacer lo que siempre hace.

Alzó la vista con lentitud.

—¿Y qué es lo que "siempre hago"?

—Huir —respondió sin dudar.

Un escalofrío le recorrió la espalda, desde la nuca hasta la base de la columna.

—¿Qué...?

—Eres un cobarde —continuó Ron, cruzando los brazos—. Siempre lo has sido. Por eso no pudiste matar a Dumbledore, por eso corriste cuando la guerra se puso fea, por eso te escondiste detrás de tus padres.

El pecho dolía. Como si algo dentro se comprimiera con fuerza.

—Eso no es...

—Y ahora te escondes detrás de Harry —Hermione volvió a clavarle la mirada—. Porque sabes que él te protege.

La sangre le subió a la cabeza, las venas le palpitaban en las sienes. Un calor abrasador recorrió su cuerpo.

No podía respirar

No podía hablar.

No podía pensar.

Harry gritó de golpe.

—¡Ya basta!

La silla arrastrada chirrió contra el suelo, pero ya era tarde. Se incorporó también, tirando la suya hacia atrás sin querer. El ruido seco del golpe resonó en la oficina.

Sus ojos se clavaron en ellos. Rabia, desprecio, dolor.

Hermione lo miraba como si hubiera ganado. Ron tenía una sonrisa torcida, altanera.

Y Harry...

Él tenía miedo.

Y eso fue lo que lo destruyó por dentro.

Se dio la vuelta sin decir nada. Cruzó la habitación con pasos largos y rígidos, el aire cada vez más pesado, más denso. No miró atrás. Si lo hacía, se rompería del todo.

Su pareja fue tras él.

No podía dejar que se fuera así, no sin decir algo. Pero el paso se vio interrumpido por una figura firme.

—No, Harry.

Hermione se había interpuesto entre él y la puerta. Lo miraba con la misma expresión decidida que usaba antes de ir a la guerra.

—Quítate.

—No.

Ron se movió hasta quedar junto a ella. La forma en que se plantó en el lugar dejaba claro que no iba a retroceder. Cruzó los brazos con una firmeza que hablaba de decisión, como si en su mente ya no hubiera margen para el debate.

—Déjalo ir.

El calor subió de golpe por el pecho. La sensación era asfixiante, como si cada palabra encendiera una chispa que ardía bajo la piel.

—¡¿Que lo deje ir?!

El espacio no era amplio, pero de pronto se sintió vacío, tenso, comprimido. Las sombras de la tarde cubrían la oficina, y solo una luz oblicua se filtraba por una de las ventanas, lanzando líneas doradas sobre el escritorio desordenado.

Harry golpeó la superficie de madera con ambas manos. Los pergaminos vibraron por el impacto, algunos casi rodaron hacia el borde.

Frente a él, Hermione no apartó la mirada. Su expresión se volvió más severa, los labios apretados hasta formar una línea recta y pálida.

—No puedes seguir detrás de él.

Una carcajada escapó de su garganta, seca, hueca. No tenía nada de alegría, solo incredulidad.

—¡No pueden decirme qué hacer!

—¡Harry, es Malfoy!

—¡Ya lo sé!

El eco de su voz llenó cada rincón. Golpeó las paredes, pero no quebró la firmeza en los ojos de sus amigos. Ni un pestañeo.

—¡Entonces compórtate como si lo supieras!

—¡No tienen idea de lo que están diciendo!

—¡Tú tampoco!

El pelirrojo se mantuvo en su sitio, inmutable.

—Hermione tiene razón.

Una corriente de aire helado pareció atravesar la estancia. La piel de los brazos se le erizó de inmediato.

—¿Perdón?

—No puedes confiar en él. No puedes estar con alguien como él.

El puño derecho se cerró con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. La sangre le corría con violencia por las venas.

—¿Alguien como él?

Ni una sombra de duda cruzó el rostro de la bruja.

—Sí, Harry. Un mortífago.

Ron no se quedó atrás. Asintió, con una seriedad que pesaba como una piedra.

—Una basura.

Todo dentro de él se tensó. Cada músculo, cada fibra. El corazón golpeaba fuerte, implacable, y su respiración se volvió irregular.

—No vuelvas a llamarlo así.

—¡Pero es la verdad!

Las palabras siguientes de Hermione fueron cuchillas.

—¿Cuánto tiempo pasará hasta que vuelva a traicionarte?

El aire empezó a pesar más de lo normal, como si cada bocanada costara el doble.

—¡Él no me traicionaría!

—¿Cómo lo sabes?

—¡PORQUE LO CONOZCO!

—¡Tú no conoces a nadie, Harry!

—¡LO AMO!

Fue como un trueno. Un grito desgarrado, visceral, que rasgó el aire con la violencia de una tormenta repentina.

El silencio que le siguió fue absoluto.

Hermione se quedó sin habla, parpadeando con la boca entreabierta. Ron parecía tan desconcertado que no encontró palabras. El cuerpo entero de Harry temblaba, y sin fuerzas para mantenerse en pie, apoyó el peso sobre el escritorio. Hundió el rostro entre las manos, con los hombros tensos.

Cuando volvió a hablar, ya no fue a gritos. La voz le salió rota, quemada por dentro.

—¡Lo amo, joder!

Ella se estremeció. Dio un paso atrás, como si no pudiera sostener la intensidad del momento.

—¡Lo amo porque cuando estoy con él, siento algo que no sentí en toda la guerra, algo que creí que nunca sentiría!

El pelirrojo tragó saliva. Por primera vez en toda la discusión, su cuerpo perdió parte de esa rigidez tan típica.

—¿Y qué es eso? —preguntó, y apenas se oyó su voz.

La mirada verde se alzó. Llevaba lágrimas que aún no caían, y una expresión agotada.

—Paz.

Hermione bajó la vista, no dijo nada, pero la mandíbula le temblaba. Ron desvió la mirada, pasándose una mano por la nuca. Ya no parecía tan seguro de sus argumentos.

—Lo amo porque entiende lo que es vivir con cicatrices.

—Harry...

—Lo amo porque no tengo que explicarle el dolor, porque él también lo lleva en la piel, en el alma.

Hermione apretó los labios. Los tenía tan tensos que se volvieron blancos. Ron empezó a caminar en círculos cortos, inquieto.

—¡Lo amo porque me ha salvado más veces de las que pueden contar!

—Eso no es cierto —intentó decir Ron, pero su tono era inseguro, sin la firmeza de antes.

Un paso hacia adelante bastó para desafiarlo.

—¡Sí lo es! ¡Me salvó en la Mansión Malfoy cuando no dijo que yo era yo! ¡Me salvó en la batalla cuando me entregó su varita en lugar de quedársela! ¡Y aunque él no lo sepa, me salvó durante todo ese maldito octavo año!

Hizo una pausa, tragó saliva. La voz se le quebró ligeramente.

—Cuando lo único que quería era olvidar, cuando intentaba dejar el pasado atrás... Solo estar con él, discutir, hablar, lo que fuera... ¡me hizo sentir, por primera vez después de toda esta mierda, que era solo Harry y no el maldito salvador del mundo mágico! ¡Cuando estoy con él, es como si me quitara un peso de encima, uno que todavía no sé cómo llevar!

Ron negó con la cabeza, más lento esta vez.

—Eso no significa...

—¡Significa todo!

—¡No!

—¡Sí!

—¡Harry, él no es bueno para ti!

Una carcajada brotó sin control. No era alegre, era rota. Como si no quedara nada más que soltar.

—¡Pues qué pena, porque él es lo mejor que me ha pasado!

Hermione dio un paso atrás. Ya no parecía solo furiosa. Había otra cosa en su rostro, algo que no quiso interpretar. Ron lo observó, descolocado. Como si estuviera viendo a alguien que no conocía. Como si el Harry de siempre hubiera desaparecido sin aviso, y no supieran cuándo fue.

Sus ojos pasaron de uno a otro. Y ahí, en medio del pecho, sintió un dolor distinto. No era ira. Era decepción.

—Pensé que me conocían.

Nadie respondió.

—Pero veo que no.

Dio media vuelta y salió de la oficina. Las puertas se cerraron con un golpe seco que hizo retumbar las paredes.

Dentro, nadie se movió.

Ni una palabra.

Porque no sabían qué decir.

★★★

Harry corría sin pausa por los pasillos del Ministerio, como si la prisa pudiera arrancarle del pecho ese martilleo descontrolado que le quemaba por dentro. El aire se volvía denso en su garganta, el sudor resbalaba por las sienes y, aun así, no se detuvo ni un segundo a tomar aliento. La mirada, fija, casi salvaje, se movía de un rostro a otro con la esperanza de encontrarlo.

—¿Viste a Malfoy? —preguntó con urgencia a un auror que pasaba a su lado.

El interpelado lo observó con desconcierto antes de sacudir la cabeza con sequedad.

—No.

Los labios del moreno se apretaron en una línea tensa. Una negativa más. Cada respuesta vacía era un nuevo clavo que lo empujaba a la desesperación. No podía perderlo, no esta vez y no de esa manera.

Sus botas resonaban contra el suelo de piedra mientras avanzaba a zancadas. La gente se apartaba apenas veía la figura de Harry Potter abrir puertas de golpe, irrumpir en despachos sin aviso, con la urgencia escrita en cada gesto. Revisaba salas, rincones, oficinas enteras, ignorando por completo los murmullos que lo seguían. Preguntaba a secretarias, a funcionarios, a cualquiera que pudiera haberlo visto. Nadie tenía una respuesta.

Hasta que, de pronto, lo halló.

Al fondo de un corredor secundario, tras una puerta medio abierta que daba a una oficina en proceso de desmantelamiento. El lugar parecía abandonado: cajas apiladas contra la pared, archivadores viejos cubiertos por sábanas que colgaban como espectros inmóviles, el polvo acumulado en la ventana filtrando la luz en haces oblicuos y débiles. Todo el ambiente tenía un aire de clausura, de olvido.

Y allí, en un rincón del suelo, estaba él.

Encogido, con las rodillas pegadas al pecho y el rostro enterrado en sus propias manos, Draco Malfoy parecía un adolescente roto y no el adulto que había logrado sobrevivir a tantas batallas. El cuerpo se sacudía apenas con cada sollozo sofocado que escapaba de su garganta.

El corazón de Harry se hizo pedazos en un instante.

—Draco... —murmuró, apenas un susurro que tembló en el aire.

El rubio se estremeció al escuchar su voz, aunque no levantó la cabeza. Su respuesta llegó apagada, quebrada.

—Vete.

El Ex-gryffindor dio un paso hacia adelante, firme.

—No.

El cuerpo en el suelo se encogió todavía más, tensándose como si quisiera fundirse con la pared hasta desaparecer.

—¡Vete!

No hubo retroceso.

—No te dejaré solo.

Un silencio espeso se instaló en la habitación, solo interrumpido por la respiración entrecortada de Draco. Finalmente, levantó la cabeza. Sus ojos estaban hinchados, enrojecidos, brillantes por las lágrimas. La palidez de su piel resaltaba aún más bajo la luz mortecina, y el temblor en su labio inferior parecía delatar un miedo demasiado profundo para nombrarlo.

—No quiero verte.

El nudo que se formó en la garganta de Harry fue casi insoportable de llevar.

—Draco...

Una risa áspera y amarga salió de los labios del rubio, tan seca que sonó como un desgarro.

—Dijeron la verdad.

Las cejas del moreno se fruncieron al instante.

—¿Qué?

Un suspiro trémulo se escapó de la boca de Draco. Se abrazó a sí mismo, apretando los brazos contra el pecho en un gesto tan infantil como desesperado.

—Tus amigos. —Levantó la vista, y en ese par de ojos grises Harry reconoció un dolor que lo desgarró por dentro—. Dijeron la maldita verdad.

La angustia le apretó el pecho como una garra.

—No lo hicieron.

—¡Sí lo hicieron! —el grito salió roto, más desde la herida que desde la furia.

Se sostuvo con más fuerza, temblando.

—¡Soy una maldita escoria, Harry!

El azabache negó con vehemencia, la mirada ardiendo de impotencia.

—¡No digas eso!

El rubio se rió otra vez, una risa dirigida solo a sí mismo, cruel en su autodesprecio.

—¿Por qué no? ¡Es la verdad!

Las manos de Harry se cerraron en puños.

—No lo es.

El otro lo miró entonces con una mezcla de ira y desesperación, los ojos febriles y húmedos.

—¿Ah, no?

Y a partir de ahí empezó a desgarrarse a sí mismo palabra tras palabra, como si buscara destruir cada fragmento de lo que era.

—¡Fui un mortífago, Harry!

El impacto en el pecho del Ex-Gryffindor fue inmediato.

—Draco...

Pero el rubio ya no oía nada.

—¡Intenté lanzarte un crucius en sexto año!

Harry apretó la mandíbula con fuerza.

—Sabemos por qué lo hiciste...

—¡Intenté matar a Dumbledore!

Los párpados del moreno se cerraron con violencia.

—No lo hiciste.

Una carcajada rota se mezcló con un sollozo.

—¡Pero lo habría hecho!

El aire le salía a bocanadas erráticas, el pecho subía y bajaba como si fuera a desgarrarse. Sus dedos se enredaron en su propio cabello, tirando de él, buscando un ancla que lo mantuviera entero.

—Soy una mierda.

—No lo eres.

—¡Soy un cobarde!

—No.

—¡Fui un maldito abusador en Hogwarts!

—Draco...

—¡Soy cruel! ¡Soy arrogante! ¡Soy egoísta!

—Draco, por favor...

Cada palabra lo encogía más, hasta que volvió a abrazarse, intentando hacerse lo más pequeño posible.

—¡Merezco estar solo!

El alma de Harry se resquebrajó al verlo así.

—No.

El rubio hundió la cabeza entre los brazos, todo su cuerpo convulso.

—¡No merezco que me ames!

Un vértigo le recorrió el estómago a Harry, como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies.

—No digas eso.

La respuesta fue una risa sofocada, carente de toda alegría.

—¡Eres el Niño Dorado!

Un peso insoportable se instaló en el pecho del moreno.

—Draco, basta...

—¡Podrías tener a cualquiera!

Un paso decidido lo acercó más a él. La voz le salió firme, clara, sin lugar a dudas.

—¡Te quiero a ti!

El estremecimiento que recorrió al rubio fue inmediato, como si esas palabras lo hubieran golpeado con toda su fuerza.

—¡Pues no deberías! Solo te condenarías...

La voz se quebró al final, los hombros temblaban, la respiración era un vaivén descontrolado. Harry sintió, de repente, miedo.

—¿A qué?

Una exhalación temblorosa salió de los labios de Draco, y lo que siguió fue apenas un susurro cargado de un dolor tan hondo que el ex-gryffindor lo sintió en su propia piel.

—A vivir al lado de alguien como yo.

El mundo entero pareció desplomarse sobre Potter en ese instante.

—Draco...

El rubio no respondió, su cuerpo tembló con un sollozo ahogado, como si hasta el propio acto de llorar fuera un lujo que no se permitía.

Harry se arrodilló frente a él de golpe, sin pensar, sin importar nada más que el hombre deshecho frente a sus ojos. El corazón le golpeaba con violencia dentro del pecho, un martilleo constante que amenazaba con romperle las costillas.

La mirada de Draco permanecía fija en el suelo, los ojos enrojecidos y húmedos, los hombros encogidos por la tensión. Cuando Harry extendió las manos y tomó su rostro, los dedos cálidos chocaron con la piel helada de aquel que tenía enfrente.

La reacción fue inmediata: Draco intentó apartarse con un movimiento brusco.

—No... —murmuró con la voz rota, pero Harry no lo soltó.

—Escúchame bien —la voz salió firme, decidida, aunque por dentro se sintiera frágil, tambaleante, como si pudiera romperse en cualquier momento.

Los párpados del rubio se cerraron con fuerza, la mandíbula tensa como si intentara contener una tormenta interior.

—No te merezco, Harry.

El pecho del moreno se contrajo con dolor.

—Eres lo mejor que tengo.

El mago rubio sacudió la cabeza con violencia, negando una y otra vez, como si pudiera borrar lo que oía con ese simple gesto.

—No.

Harry no cedió, sostuvo su rostro con mayor firmeza, obligándolo a levantar la mirada. El aliento de ambos se mezcló en el escaso espacio entre ellos, pesado, caliente, cargado de tensión.

—Eres lo mejor que tengo —repitió, esta vez con un tono más suave, con un peso que venía desde lo más profundo de él.

Draco tragó saliva con dificultad, la respiración se le escapaba entrecortada, inestable.

—No.

No lo dejó seguir, Harry inclinó la cabeza hasta apoyar su frente contra la del otro, cerrando los ojos un instante, como si con ese contacto pudiera impedir que todo se derrumbara.

—No vuelvas a decir lo contrario.

El sollozo que siguió fue más fuerte. Todo el cuerpo de Draco se estremeció, un instante de quiebre absoluto... pero la resistencia regresó enseguida, como un resorte. Se apartó bruscamente, librándose del agarre con un movimiento desesperado. La respiración era irregular, los ojos hinchados, las mejillas ardiendo.

Y entonces lo soltó.

—No quiero verte más.

El parpadeo incrédulo de Harry fue inmediato, como si las palabras hubieran desfigurado la realidad a su alrededor.

—¿Qué?

Los puños de Draco se cerraron con fuerza, la furia y la desesperación desbordándose en su expresión.

—No quiero seguir aquí.

Una punzada helada recorrió el cuerpo del moreno.

—Draco...

Pero lo que encontró en los ojos del rubio fue determinación, la de alguien que se estaba destrozando a sí mismo y aún así avanzaba hacia el abismo.

—Si tanto dices que me quieres, haz que me muevan a otro cargo.

El "no" de Harry salió inmediato, rotundo.

—No.

El rubio apretó la mandíbula con rabia.

—No quiero seguir en esta oficina contigo.

—No voy a permitirlo.

—¡No quiero respirar el mismo oxígeno que tú!

Las palabras se sintieron como un golpe seco en el estómago.

—Draco...

Con los ojos cerrados con fuerza, Draco tembló como si le costara sostenerse.

—No lo merezco.

Harry dio un paso al frente, la voz quebrada, cargada de angustia.

—No voy a dejar que hagas esto.

El rubio lo empujó con ambas manos, con furia.

—¡No es tu decisión!

Ni siquiera se tambaleó. La mirada verde permanecía clavada en la gris, leyendo cada herida que intentaba ocultar.

—Lo hablaremos en el departamento.

—¡NO QUIERO HABLARLO! —gritó, con la voz desgarrada por el dolor.

Pero Harry no cedió. Atrapó su brazo con firmeza y, en un parpadeo, desaparecieron.

El suelo de la calle apareció bajo sus pies. Malfoy se tambaleó, aún llorando, aún jadeando como si no pudiera llenar los pulmones. El ex-gryffindor lo sostuvo antes de que cayera, pero enseguida se soltó, apartándolo.

No hubo resistencia cuando lo llevó dentro del edificio. No luchó, pero tampoco dejó de llorar. Cuando la puerta se cerró tras ellos, el silencio se quebró con la voz baja de Harry, cargada de emoción contenida.

—Ahora dime lo que quieras.

El rubio giró con brusquedad.

—¡Te lo he dicho ya!

Los ojos verdes lo miraron con un dolor que parecía calcinarle los huesos.

—No.

Los nudillos de Draco se pusieron blancos al apretar los puños.

—Por favor, déjame ir.

La garganta de Harry se cerró, el aire pesaba como plomo.

—No.

El sollozo del rubio fue más fuerte.

—No quiero estar más contigo.

El suelo se desmoronaba bajo los pies de Harry.

—No digas eso.

Draco se cubrió el rostro con las manos, los hombros agitados por los sollozos.

—No puedo, Harry.

—Sí puedes.

Los ojos grises volvieron a alzarse, húmedos, brillando con desesperación, casi una súplica.

—No quiero.

El miedo apretó la garganta del moreno.

—Draco, por favor...

El otro tragó saliva con dificultad.

—No insistas más.

—No voy a dejarte.

El labio inferior de Draco tembló, mordido con fuerza, como si luchara contra sí mismo. Y entonces, con voz quebrada, soltó lo que Harry más temía escuchar.

—Si alguna vez me quisiste...

El aire se detuvo en los pulmones del moreno.

—Por favor...

Los ojos grises se cerraron y, en un susurro cortante, lo dijo.

—Déjame ir.

La respiración de Harry se quebró, como si todo lo dentro se hubiera derrumbado. Draco alzó la vista y, con una última estocada, remató:

—No quiero volver a ver tu rostro.

El mundo se detuvo.

Un paso atrás.

—Se acabó.

Y Harry sintió cómo todo dentro de él se rompía en mil pedazos.

Se quedó quieto en la puerta del apartamento, con la absurda esperanza de que el rubio se retractara, que lo detuviera, que dijera que no lo decía en serio. Esperaba escuchar que solo era miedo, que no quería perderlo.

Pero no ocurrió.

Draco no movió un músculo, no dijo una palabra más. Permaneció en el centro del apartamento, los ojos hinchados, la postura rígida, la expresión sellada como si levantara la última piedra de un muro entre ambos.

El corazón de Harry se desgarró. Un dolor punzante, insoportable, pero respiró hondo y forzó a su cuerpo a no desplomarse.

Asintió.

—De acuerdo.

No hubo respuesta, ni un parpadeo. Solo el silencio.

Los labios de Harry se apretaron en un esfuerzo por contener el grito que quería escapar. Se dio la vuelta y salió del apartamento.

El pasillo se sintió inmenso, vacío. Cada paso resonó en la madera con una frialdad mecánica, alejándolo, robándole esperanza. Atravesó la entrada y, cuando el aire nocturno le golpeó el rostro, la respiración se le quebró.

Desapareció en un suspiro.

Pero nada volvió a ser igual.

Draco cumplió su palabra.

Al día siguiente, el escritorio estaba vacío. El pergamino con sus notas ya no estaba. La taza de té abandonada junto a los informes había desaparecido. Incluso el rastro de su colonia, ese aroma a menta y madera, se había desvanecido.

El nudo en la garganta del moreno se volvió insoportable al revisar los registros del Ministerio. Y allí estaba.

"Transferencia aprobada. A petición propia".

Asistente en una oficina aledaña. Asignado bajo las órdenes de Carter Lowell.

El ceño de Harry se frunció al leer ese nombre. Lowell: auror veterano, hombre de cuarenta años, serio, eficiente, famoso por no hacer preguntas.

Desde entonces, solo lo veía de lejos. En pasillos, en la cafetería, en la entrada. Cada intento de acercamiento era ignorado con precisión.

Pensó que era enojo pasajero, que serían días.

Pero pasaron las semanas y la muralla seguía allí.

Lo intentó todo: hablarle en los pasillos, sentarse cerca en la cafetería, interceptarlo a la salida. Siempre encontraba el mismo resultado: indiferencia. Como si ni siquiera existiera.

Nada.

Era como si lo borrara de su vida. Como si los besos robados en la penumbra nunca hubieran existido, como si los dedos entrelazados bajo la mesa no hubieran tenido lugar. Como si las risas a escondidas y los "te amo" susurrados hubieran sido solo ilusiones.

Y eso lo destruía.

Cada día respirar se hacía más difícil. Cada día la paciencia se le agotaba. Cada día Draco parecía más distante, más inalcanzable, como si se alejara hacia un punto sin retorno.

Por primera vez, Harry se preguntó...

¿y si realmente lo había perdido?

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 23: 𝑿𝑿𝑰𝑰

Chapter Text

 

★★★

No recordaba la última vez que había experimentado una sensación tan profunda de vacío. No se trataba de una punzada de dolor físico, ni de enojo acumulado, ni siquiera del resentimiento que conocía demasiado bien. Era simplemente una ausencia absoluta de emociones. Un hueco imposible de llenar.

Con ambos brazos tensos, apoyó las manos sobre el borde del lavabo del baño asignado a su nueva oficina, un espacio reducido con paredes grisáceas y luz blanca que no favorecía en nada la apariencia de quien se reflejara en el espejo. Los dedos, crispados, se clavaban contra la superficie de porcelana helada. Tardó varios segundos en levantar la vista. Cada movimiento, por mínimo que fuera, parecía exigirle un esfuerzo innecesario. Y cuando finalmente se obligó a mirar su reflejo, lo que vio no le resultó familiar.

El rostro que le devolvía la mirada tenía los ojos hundidos, rodeados de ojeras oscuras que daban la impresión de semanas sin descanso. La piel lucía tensa y demasiado pálida, sin rastros de color ni vitalidad. Algunos mechones de cabello, antes ordenados con esmero, caían ahora sobre su frente de manera desordenada. Los labios, partidos y secos, apenas conservaban su tono original.

No era capaz de reconocerse.

La presión en su garganta apareció sin previo aviso. Al inhalar profundamente, intentó encontrar algo de calma, pero al cerrar los ojos la incomodidad se intensificó. Las imágenes regresaron de inmediato, como si su mente las hubiese estado conteniendo a duras penas. La figura de Harry Potter emergió entre sus pensamientos, nítida y constante. La forma en que su boca se curvaba al sonreír, el tono preciso de sus ojos verdes cuando lo observaban con atención, esa risa entrecortada que le vibraba en el pecho y, sobre todo, la voz cálida murmurando "te amo" cerca del cuello. Palabras pronunciadas con una sinceridad que aún le resultaba imposible de asumir como propias.

Lo invadió la culpa, sin tregua, como una presión concreta en la parte baja del estómago. Todo lo que recordaba de él venía acompañado por la certeza de que nunca lo mereció.

Había sido testigo del tipo de persona que era Harry, alguien generoso, paciente, capaz de ofrecer cariño incluso en los peores momentos. Alguien que merecía una vida libre de cargas innecesarias. Y él, Draco, era justamente eso. Una carga constante. Un recordatorio viviente de decisiones tomadas durante la guerra que no podían borrarse.

Las palabras de Granger y Weasley, pronunciadas días atrás, no dejaban de repetirse en su mente. Su tono no había sido particularmente agresivo, pero tampoco hubo espacio para malentendidos. Las frases, aunque simples, se habían incrustado como fragmentos de vidrio bajo la piel:

—Eres un mortífago.

—Siempre lo serás.

—Te estás aprovechando de él.

—Eres un cobarde.

Un espasmo en el pecho lo obligó a abrir los ojos de golpe. En un intento desesperado por contener el malestar, cerró los puños hasta que los nudillos perdieron el color. El temblor en sus manos no se detuvo. Una oleada de náuseas ascendió desde el estómago, haciéndole pensar que no lograría mantenerse en pie. Se inclinó más sobre el lavabo, con los hombros encogidos y la respiración cada vez más acelerada. No por lo que le habían dicho, sino porque dentro de sí, muy en el fondo, estaba convencido de que era verdad.

Sabía que su presencia en la vida de Harry no traía paz, ni estabilidad, ni alegría. Aun en los mejores días, siempre existía un comentario, una mirada, un juicio. Y eso nunca iba a desaparecer. Por mucho que lo amara, por mucho que deseara reconstruir lo que tuvieron, estaba seguro de que la relación estaba condenada desde el inicio. Mientras siguieran juntos, Harry no iba a ser completamente libre. Porque él arrastraba un pasado que no se podía ignorar.

Durante las noches, el salón se llenaba de un silencio denso. Lo observaba todo: el sofá desocupado, las tazas limpias que ya nadie usaba, la ausencia de pasos cruzando el pasillo. Su mirada se quedaba fija en ese espacio vacío con una esperanza inútil. Fingía, durante algunos segundos, que Harry seguía ahí. Pero no era cierto.

No importaba cuánto lo necesitara.

No importaba cuánto anhelara tocar su piel, escuchar su voz, volver a decir su nombre sin temor.

No importaba que cada centímetro de su cuerpo estuviera agotado por la falta de él.

Nada de eso tenía relevancia.

Porque Draco Malfoy, según él mismo se había repetido tantas veces, no era digno de ser amado.

★★★

Hermione había presenciado a Harry en múltiples momentos de crisis. Lo había visto sostener la varita con la mano ensangrentada en medio del campo de batalla. Lo había visto desplomarse en el piso frente a la tumba de Dobby, sin decir una sola palabra durante horas. Incluso estuvo presente cuando Ron los abandonó en medio de la búsqueda de Horrocruxes, y Harry simplemente lo dejó ir sin luchar. Pero nunca, ni siquiera durante la guerra, lo había visto así. No parecía estar viviendo, solo existía.

En el interior del Cuartel General del Ministerio, donde las conversaciones en voz baja se mezclaban con el sonido constante de pasos y el intercambio apurado de documentos, era imposible no notar su presencia. O, más bien, su ausencia dentro de su propia figura. Su escritorio, el mismo que solía estar alineado con carpetas etiquetadas, pergaminos ordenados por orden de prioridad y plumas siempre listas para usar, había perdido toda organización. En su lugar, había montones de expedientes desordenados, sobres sin abrir acumulándose en una esquina, y varios vasos de cartón, todos con restos de café frío, algunos todavía con la tapa puesta. Los informes se amontonaban sin ser leídos, los casos quedaban estancados sin seguimiento, y su silla permanecía vacía durante la mayoría de las reuniones, sin explicación ni intención de asistir.

La piel que antes tenía un color saludable por las tardes de entrenamiento al aire libre, ahora lucía cetrina, tirante, como si ya no recibiera ni sol ni descanso. Las ojeras, profundas, con un tono amoratado, se marcaban con claridad bajo sus ojos. El cabello, rebelde por naturaleza, colgaba sobre su frente en una maraña desigual, sin señales de haber sido peinado en días. No parecía desinterés casual, sino un abandono progresivo.

En el entorno laboral todos lo notaban, aunque pocos se atrevían a mencionarlo. Ron, que compartía oficina en el mismo nivel, intentaba hablar con él con frecuencia. Se acercaba durante los descansos, proponía ir a almorzar, a tomar aire, a caminar, pero la respuesta era siempre la misma: un leve movimiento de cabeza, sin una palabra, sin contacto visual. Hermione, por su parte, dejaba tazas de café recién hecho sobre el escritorio en un intento de brindarle algo de alivio. Harry tomaba los vasos entre las manos, pero no bebía. Solo mantenía los dedos cerrados alrededor del cartón caliente, como si necesitara una prueba física de que seguía allí.

Robards, el jefe del departamento, se había acercado un par de veces. En la última ocasión, le preguntó directamente si quería tomarse unos días. La respuesta fue un murmullo apagado que apenas llegó a entenderse: "Da igual".

A partir de entonces, todos supieron que algo andaba mal. Pero lo que realmente quebró la imagen fue cuando decidieron visitarlo en casa.

El ambiente del interior era espeso, con un olor leve pero persistente a encierro y humedad, el tipo de olor que se instala cuando las ventanas permanecen cerradas por demasiado tiempo. Las cortinas estaban completamente corridas, impidiendo el paso de la luz natural. Solo algunos reflejos débiles, provenientes de las farolas de la calle, lograban colarse por los extremos de la tela. El aire parecía detenido, como si nadie lo hubiera agitado en días.

La sala principal tenía cojines en el suelo, una manta arrugada sobre uno de los brazos del sofá y una taza vacía a medio camino entre la mesa de centro y el suelo. Allí, en medio del caos, estaba Harry.

Estaba recostado sobre el sofá, con la cabeza apoyada en el respaldo y la mirada clavada en el techo. No parpadeaba con frecuencia. El rostro estaba cubierto por una barba mal crecida, sin forma, como resultado de varios días sin afeitarse. La camisa que llevaba estaba arrugada, con las mangas mal dobladas hasta los antebrazos. El cuello de la prenda colgaba hacia un lado, ligeramente estirado. Permanecía inmóvil, sin emitir sonido, sin cambiar de postura al notar que no estaba solo.

Hermione se detuvo junto a la puerta, con una bolsa colgando del brazo y la espalda tensa.

—Harry... —dijo apenas, con un tono bajo, tembloroso, que no lograba ocultar su conmoción.

No obtuvo ninguna reacción.

Ron se adelantó un paso, tragando saliva con dificultad. Observaba a su amigo con una mezcla de inquietud y culpa.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste algo? —preguntó, manteniendo la voz baja, como si un volumen más alto pudiera resultar dañino.

El silencio continuó, sin interrupciones. El cuerpo tendido en el sofá no dio señales de haber escuchado.

—Por favor —agregó Hermione, más cerca, con el gesto contenido y las manos entrelazadas.

Finalmente, Harry habló. Su voz salió áspera, ronca, sin fuerza, como si no hubiera sido utilizada en varios días.

—¿A qué vinieron?

El tono no era agresivo, pero tampoco ofrecía lugar a la cercanía, era una barrera. Hermione apretó los labios antes de responder.

—Queremos ayudarte.

Un sonido escapó de su garganta. Era una risa, pero carente de alegría, sin rastro alguno de humor. Un sonido corto y hueco, sin emociones asociadas.

—¿Ayudarme? ¿Cómo me 'ayudaron' la última vez?

El intercambio de miradas entre Ron y Hermione fue inmediato. Cargado de una comprensión dolorosa, porque sabían exactamente a qué se refería.

—Solo queremos asegurarnos de que estés bien —insistió ella, sin poder evitar que se le quebrara la voz.

Con un movimiento lento, Harry se incorporó. Apoyó ambos codos sobre las rodillas y alzó la cabeza para mirarlos. La expresión en su rostro era distinta. Sus ojos no estaban vacíos como antes, pero tampoco mostraban alivio. En su lugar, había algo más. Una mezcla de decepción y resentimiento.

—No estoy bien —dijo, sin elevar la voz—. Pero eso ya lo sabían, ¿no?

Hermione sintió que algo en su estómago se contraía. Respiró hondo, pero no logró calmarse. Ron en cambio mantuvo la vista en el suelo durante unos segundos. Luego habló, casi en susurros.

—Hablamos con el Ministerio.

Los músculos de la mandíbula de Harry se tensaron al instante.

—¿Para qué?

—Queríamos saber si... si estabas bajo la influencia de algo —respondió Hermione, abriendo el bolso con manos torpes.

No hubo gritos, solo una exhalación corta por parte de él, seguida de un gesto de incredulidad. Se recostó de nuevo en el respaldo del sofá, esta vez con un poco más de fuerza.

—Hagan lo que quieran. Ya da igual. Porque lo único que importaba, ya lo perdí.

Hermione buscó algo dentro del bolso hasta dar con un pequeño frasco de cristal. Sus dedos temblaban al sostenerlo.

—Esto detecta cualquier encantamiento activo. O alguna poción. Es seguro. Solo te pedimos que lo tomes.

Harry no pidió explicaciones, tampoco protestó. Aceptó el frasco, lo destapó y bebió el contenido sin decir palabra. Esperó en silencio mientras observaba a Hermione sujetar el frasco gemelo, el que reaccionaría ante cualquier rastro de magia.

El líquido permaneció claro, transparente e inmutable.

El resultado era definitivo.

No había hechizos en su organismo. No había manipulación externa. No existía una poción detrás de su estado actual. 

Era real.

El dolor que sentía no era inducido. El agotamiento que mostraba no tenía origen mágico. Era emocional, humano y profundo.

Los dos amigos lo comprendieron al instante.

Y fue en ese momento cuando supieron que lo habían jodido.

★★★

Hermione no podía dormir. Llevaba dos semanas así, atrapada en un insomnio que la consumía poco a poco. Daba vueltas en la cama, miraba el techo con los ojos vidriosos, y su mente regresaba, una y otra vez, al mismo lugar: Harry.

A su mejor amigo, roto.

A su mirada perdida, a la sombra que se cernía sobre él, a la culpa que los aplastaba. Habían cometido un error. Uno imperdonable.

Se sentó en la cama, abrazándose las rodillas, sintiendo un nudo en el estómago que no se deshacía. Miró de reojo a Ron, que dormía de lado, con el ceño fruncido incluso en su descanso. Pero Hermione sabía que él tampoco estaba bien.

No era estúpido, sabía que la habían cagado. Sabía que Harry los culpaba. Sabía que esto lo habían causado ellos.

Y ver a su mejor amigo en ese estado... le dolía.

Porque Harry no era así.

Harry era fuerte.

Harry era valiente.

Harry no se rendía.

Pero ahora... ahora no quedaba nada de él. Solo un cascarón vacío, arrastrándose entre expedientes sin importancia, con una mirada que no veía, con una voz que no tenía alma.

Y lo peor... es que sabían exactamente quién podría arreglarlo.

Y no les gustaba ni un poco.

—Esto es una locura —murmuró, su voz ronca por el sueño interrumpido.

★★★

La cocina estaba oscura, iluminada apenas por el resplandor pálido de la luna que se filtraba por la ventana. Ron estaba recargado contra la mesa, los brazos cruzados, el cabello revuelto y los ojos llenos de cansancio. Tenía el rostro marcado por las sombras de la noche, por la duda, por la frustración.

Hermione, de pie frente a él, apretó los labios.

—¿Tienes otra idea?

Silencio.

Ron desvió la mirada, su mandíbula apretada en señal de resistencia. Luego bufó, pasando una mano por su cara con exasperación.

—No puedo creer que vayamos a hacer esto.

Hermione suspiró, sintiendo el peso de sus propias palabras antes de pronunciarlas.

—Yo tampoco.

Porque jamás en su vida pensó que le pediría ayuda a Draco Malfoy, aun así, ahí estaban.

Ron había logrado conseguir un permiso temporal para sacarlo de su trabajo obligatorio, algo que requirió más esfuerzo del que le gustaría admitir. Aun así, lo había logrado.

La elección del lugar no fue casual. Hermione había recorrido tres calles antes de decidirse por una cafetería que, a esa hora de la tarde, apenas contaba con media docena de clientes. El local, pequeño y discreto, presentaba una iluminación amarillenta, más cálida que funcional, que caía en haces suaves sobre las mesas de madera oscura. El suelo crujía bajo las suelas con cada paso, y el aroma persistente a café recién molido se mezclaba con el de pan tostado y resina de muebles antiguos. A un costado, un perchero lleno de abrigos oscuros permanecía inmóvil. Nadie los miraba y nadie los escucharía. 

Eso era lo que buscaban.

Fue Lowell quien apareció primero. Vestía de civil, pero caminaba como auror: con rigidez, control y los ojos atentos. Draco iba detrás, envuelto en un abrigo de paño negro abotonado hasta la base del cuello. No llevaba guantes, y mantenía ambas manos metidas en los bolsillos del abrigo, con los hombros tensos y el ceño tan profundamente fruncido que formaba un surco visible entre las cejas. Detuvo la marcha justo en la entrada, sin decir una palabra. Observó a su alrededor con gesto indiferente, pero su mirada era precisa. Cuando identificó la mesa donde lo esperaban, inclinó la cabeza en una despedida breve y carente de emoción hacia su acompañante, que desapareció tan silenciosamente como había llegado.

Sin apuro pero sin pausas, cruzó la distancia que lo separaba de ellos. Arrastró la silla frente a la mesa con un solo movimiento y se sentó sin pronunciar saludo alguno. Apoyó ambos antebrazos sobre la superficie, cruzó los brazos, y mantuvo la espalda erguida, como si su sola presencia fuese una barrera infranqueable. La expresión que traía consigo no era de enojo ni de molestia pasajera. Era algo más antiguo, más usado. Fastidio. Cansancio. Desconfianza.

—¿Qué quieren? —soltó con voz seca, sin adornos ni modulación, mirando directamente a Hermione y sin mover un músculo más allá de los labios.

Fue Ron quien reaccionó primero. Movió los codos hacia adelante y apoyó uno de ellos sobre la mesa. El otro brazo quedó libre, pero los dedos no paraban de tamborilear contra la superficie barnizada. Los golpeteos eran irregulares, como si cada uno viniera acompañado de una palabra no dicha. Hermione, en cambio, respiró hondo. No por ansiedad, sino por cálculo. Medía cada palabra que estaba a punto de pronunciar.

—No nos agradas —dijo con firmeza, sin intención de suavizar el golpe.

Una exhalación sarcástica escapó de Draco. Los ojos se entrecerraron brevemente, como si esa frase fuera demasiado predecible para merecer una reacción real.

—Qué novedad —murmuró, sin mover la cabeza.

Hermione no se detuvo.

—Pero a Harry sí —añadió con tono neutro, sin dramatismos, como quien expone una verdad evidente.

No hubo un cambio visible en la expresión de Draco, pero su postura cambió de forma poco notable. La espalda se tensó, los hombros se alzaron apenas un par de centímetros y las manos dentro de los bolsillos se cerraron. El rostro no mostró sorpresa, pero sí rigidez. Ya no parecía simplemente molesto: estaba a la defensiva.

—¿Y? —respondió sin levantar la mirada, aunque la voz perdió firmeza al pronunciar la única sílaba.

La reacción de Ron fue inmediata. Retiró los brazos de la mesa y se cruzó de brazos, apoyando la espalda contra el respaldo.

—Está hecho mierda —declaró sin rodeos, sin levantar la voz, pero con un tono que no admitía discusión.

Hermione asintió una vez, muy lentamente. Bajó la vista por un segundo, luego volvió a levantarla.

—No come —dijo sin variar el volumen ni el tono—. No duerme bien. Se pasa horas frente a los informes, pero no lee nada. Apenas si responde cuando le hablamos. No se concentra. No funciona.

Las palabras se deslizaron como informes clínicos, una lista de síntomas que no necesitaban interpretación. Frente a ellos, Draco seguía mirando hacia abajo, con la vista fija en la veta de la madera, como si intentara que la superficie le diera una salida. No respondió.

Ron fue quien rompió el silencio otra vez.

—Hace días que no cruza palabra con nadie. Solo está ahí. Lo ves, pero no está.

Los nudillos del rubio comenzaron a perder color. Las manos seguían ocultas, pero se notaba la presión por la forma en que los antebrazos se tensaban. La piel en la cara seguía impasible, pero la mandíbula, ahora más marcada, delataba la tensión.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó en voz baja, con los labios apenas separados, sin levantar la cabeza.

—No te hagas el imbécil —dijo Ron, y por primera vez hubo una pizca de enojo real en su tono.

Hermione lo interrumpió con una señal sutil, luego volvió a mirar al hombre que tenían enfrente. El silencio de unos segundos se instaló entre los tres, denso pero no incómodo.

—Te extraña —dijo ella finalmente, con una calma que dolía más que cualquier reproche.

La reacción fue contenida, pero clara. Draco tragó saliva. La respiración se volvió más profunda, menos regular. El mentón tembló por una fracción de segundo, aunque él no lo permitió avanzar más allá. No levantó la vista.

—Tú lo rompiste —continuó Ron, con voz grave.

El impacto de esa afirmación se reflejó en los párpados de Draco, que se cerraron durante un instante. Cuando los abrió, su mirada ya no era fría, sino hueca.

—No es mi culpa —replicó, pero incluso él pareció no creer del todo en su propia excusa.

—No hiciste nada para evitarlo —añadió Hermione, sin suavizar el contenido de su frase.

Entonces levantó la mirada. No con desafío, ni con desprecio. Solo levantó la vista y los observó. Lo que había en sus ojos no era arrogancia. Era otra cosa. Dolor, aunque mal disimulado. Cansancio. Culpa.

—No tiene sentido —dijo, apenas audible—. Harry es... Harry. Va a estar bien.

—Eso no está pasando —contestó Ron sin dudar—. Ya no pelea. Ya no insiste. Es la primera vez que lo veo rendirse.

No hubo respuesta, solo el sonido de una taza depositada por un camarero en una mesa contigua, acompañado por un leve tintineo de porcelana que interrumpió por un segundo la tensión acumulada. Draco permanecía inmóvil, con los brazos cruzados, la espalda recta y la respiración irregular. Ningún intento de réplica.

—Él ya no te busca —dijo Hermione, observando su rostro con atención—. Dejó de hacerlo. Porque tú le dijiste que se fuera. Porque tú te alejaste. Y él te escuchó.

El silencio que siguió fue más denso que los anteriores. Ron lo rompió con una última frase, sin matices:

—Lo convenciste de que no valía la pena luchar por ti.

Draco se puso de pie, lo hizo sin anunciarlo, con una brusquedad que arrastró la silla hacia atrás, provocando un chirrido desagradable. Durante un instante, parecía dispuesto a marcharse.

—Ya terminé —dijo con voz apagada, mientras se preparaba para girarse.

—Siéntate —ordenó Hermione, sin alzar la voz, pero con una firmeza que no admitía discusión.

Una mirada de desprecio fue lo único que Draco le dirigió.

—¿Y si no quiero?

Ron ni siquiera lo miró.

—Nos costó conseguir este permiso. Así que si te vas, podemos asegurarnos de que el próximo sea en Azkaban. Con cadena.

El regreso a la silla fue lento, forzado, lleno de rabia muda. No dijo nada mientras volvía a sentarse. Esta vez, su espalda no estaba erguida. Parecía más pequeño.

Hermione entrelazó las manos sobre la mesa, los dedos cruzados con precisión, sin moverlos.

—Harry te ama.

No hubo negación inmediata. Solo un desvío de la mirada, como si las palabras fueran demasiado pesadas para soportarlas de frente.

—Pues tiene pésimo gusto.

Ron no se inmutó.

—Nunca lo vi así, por nadie. Ni una vez.

—Y tú lo dejaste —añadió Hermione, manteniendo el tono.

No hubo réplica, solo un silencio espeso. Draco tragó saliva otra vez, los hombros se movieron levemente con su respiración acelerada.

—Fue lo mejor —susurró, y por primera vez sonó como alguien que ya no está seguro de nada.

—¿Para quién? —preguntó Hermione, sin dudar.

—Para él —insistió.

Ron soltó una risa seca, sin alegría.

—¿Lo has visto últimamente?

No hubo reacción inmediata. Lo que se dijo quedó flotando en el aire como si las palabras se hubieran pegado al ambiente, denso y pesado, sin intención de disiparse. Draco solo permaneció en su lugar, con la mandíbula apretada y la mirada perdida en algún punto indeterminado de la mesa, donde el barniz se agrietaba en una línea apenas visible.

El silencio fue interrumpido por una voz cargada de frustración, acompañada de un leve movimiento hacia adelante. El pelirrojo, con los brazos apoyados en los bordes de la mesa, inclinó ligeramente el torso, como si necesitara que cada palabra llegara de forma más directa.

—Si eso era lo mejor para él, entonces dime —la voz salió rasposa, controlando el temblor de la rabia—, ¿por qué está jodidamente destruido?

Desde el otro lado, los ojos marrones de Hermione no dejaban de observar con atención. Había algo calculado en esa mirada, pero no frío. Era el tipo de atención que nace cuando ya no se intenta convencer, sino simplemente mostrar la verdad. Ella no necesitó levantar la voz.

—Lo hiciste para protegerlo, ¿verdad?

Un escalofrío recorrió la espalda de Draco. No fue una reacción visible, pero sí clara. La piel se erizó bajo la ropa, y el aire de la cafetería pareció más espeso de lo que ya era. El gesto de sorpresa apenas se notó. Solo un parpadeo lento, seguido por una tensión renovada en los hombros, que se alzaron casi imperceptiblemente.

La joven sonrió, pero no con burla. Fue una sonrisa triste, cansada. No buscaba lastimar, solo confirmar lo que ya sabían.

La garganta del rubio se cerró un poco más. Algo en el pecho se contrajo, como si el aire hubiera perdido oxígeno. Aquella afirmación lo había alcanzado directamente, sin rodeos. Porque era verdad. Se estaba castigando, no solo por lo que hizo, sino por lo que no fue capaz de evitar. Por las decisiones que tomó. Por las que dejó que otros tomaran en su nombre. 

Porque aunque lo negara en voz alta, dentro de su cabeza no dejaba de repetirse lo mismo: no importa cuánto lo intente... siempre será él. Siempre será el mismo. El mismo apellido. La misma historia. 

El mismo error que nunca debió tocar a Harry Potter.

Sobre la mesa, el café servía como metáfora inútil de la conversación. Se había enfriado hacía rato. Ya no salía vapor de la taza. El líquido, antes oscuro y aromático, ahora era solo una bebida olvidada. El ambiente seguía impregnado del olor a tostado, mezclado con mantequilla derretida y madera vieja. Sin embargo, para Draco, todo le resultaba asfixiante. Como si el lugar se cerrara sobre él, apretando cada centímetro de aire disponible.

Pero la conversación no había terminado. Hermione volvió a hablar, esta vez con la mirada fija, sin pestañear.

—Déjame decirte algo —dijo, sin subir el tono, con la tranquilidad de quien no espera réplica—. Cuando Harry quiere algo... lucha por ello.

El pelirrojo alzó la barbilla y añadió con seriedad:

—Y él te quería a ti.

Una bocanada de aire entró por los pulmones del rubio, pero salió con dificultad. La saliva parecía haber desaparecido de su boca. Tragó con esfuerzo. Los dedos se cerraron alrededor de la servilleta, apretándola hasta que la arrugó por completo. La textura áspera de la tela le raspó los nudillos, pero no soltó. Se concentró en eso. En ese detalle menor, porque todo lo demás era demasiado.

—¿Y sabes qué es lo peor? —la voz femenina continuó sin dar tregua, más firme que nunca—. Que lo convenciste de que no valía la pena pelear por ti.

No hubo necesidad de gritar, no hacía falta elevar la voz para que doliera. Esa frase lo cortó por dentro con precisión, porque era cierta. 

Fue él quien insistió. 

Él quien apartó a Harry. Él quien cerró las puertas una y otra vez hasta que la única opción posible fue rendirse. Y Harry, que siempre había insistido, siempre había buscado, siempre había esperado... se rindió.

La luz artificial colgaba desde una lámpara con pantalla de metal envejecido, justo encima de la mesa. No era fuerte, pero sí lo suficiente como para proyectar una sombra marcada en las ojeras del rostro pálido. Un camarero pasó cerca, con pasos silenciosos, y dejó una taza en una mesa contigua. El sonido de la porcelana tocando madera se oyó claro, pero nadie lo miró. La escena no se rompió. Draco, quien estaba en el centro de todo seguía clavado en su asiento, con el cuerpo tenso y los músculos del cuello visiblemente marcados por la rigidez.

Entonces, una última frase cayó sobre él con la misma contundencia:

—Si decides volver con Harry... nosotros no vamos a interponernos.

Fue necesario alzar la vista. No mucho, solo un poco. Lo suficiente como para encontrarse, brevemente, con los ojos de la joven frente a él. Luego, la mirada volvió a descender. El borde de la mesa presentaba marcas del uso: una línea de astillas pequeñas, una muesca irregular a un lado, y una mancha oscura que parecía café seco.

—No es que la idea nos encante —añadió el pelirrojo, visiblemente incómodo, mientras se rascaba la nuca con fuerza, como si eso pudiera aliviar la tensión que sentía—, pero...

—Si es lo que lo hace feliz —terminó la frase por él, la joven, con voz serena—, entonces lo aceptaremos.

Hubo una pausa. La cabeza baja, los labios apretados, la respiración contenida. No había una respuesta clara, porque decir que sí era un riesgo y decir que no era una mentira. La garganta estaba seca, las palabras no salían.

Por dentro, todo se partía. Había una parte de él que deseaba gritar que no, que estaban equivocados, que jamás podría volver con Harry. Que no lo merecía. Que nunca lo mereció. Que no podía arrastrarlo más a su oscuridad.

Pero había otra parte. Una que dolía más. Una parte egoísta. Esa que todavía recordaba el calor de las manos de Harry, el sonido de su risa en medio del silencio, las veces que se permitieron existir sin que el mundo importara. Esa parte deseaba con desesperación volver. Volver a sentirlo. Volver a creer.

Por primera vez en mucho tiempo, quiso hacer algo bien.

Inspiró hondo. El pecho subió, tembloroso, y luego bajó. Las manos descansaban sobre las rodillas, abiertas, ligeramente temblorosas.

—Yo... —empezó, pero la voz se rompió. Se obligó a tragar antes de continuar—. Lo siento.

No hubo burlas, no hubo comentarios. Solo silencio.

Alzó la vista, no mucho, pero lo suficiente como para mostrar sus ojos. Había algo distinto en ellos. Ya no estaban afilados, ni protegidos por esa capa de superioridad. Estaban abiertos. Vulnerables.

—Lo siento por todo lo que hice.

Las palabras no eran rápidas, tampoco dramáticas. Salían con lentitud, como si cada sílaba le costara una parte de sí mismo. El cuerpo seguía tenso, el cuello erguido, pero algo en su expresión se había rendido.

—Por todas las veces que los humillé. Que los insulté. Que les hice la vida imposible en Hogwarts.

El ambiente no cambió. Nadie respiró más fuerte, nadie dijo nada. Pero la tensión flotaba con más claridad.

—Por burlarme de ti —continuó, girando brevemente la cabeza hacia el pelirrojo—. Por todas esas veces que te hice sentir menos. Por lo del dinero. Por todo.

El aludido no movió ni un músculo, aunque los ojos estaban clavados en él con una intensidad muda.

La mirada volvió hacia la joven. El contacto visual fue breve, pero suficiente.

—Lo siento, Granger —susurró—. Por llamarte... por llamarte de maneras que simplemente no debí haber hecho.

La reacción no fue inmediata. Ella lo observó durante unos segundos, sin hablar, sin cambiar la expresión. Parecía evaluarlo. Él, por su parte, bajó la mirada. Las manos sobre las rodillas estaban crispadas. Los nudillos, blancos.

—Sé que no puedo cambiar el pasado.

Lo dijo con una voz apagada. No había drama, era un hecho.

—Pero juro que estoy intentando cambiar.

El silencio que se instaló después no fue incómodo. Fue largo, pero muy necesario. Ninguno habló, hasta que la voz ronca del pelirrojo rompió la pausa:

—Sabes que no será fácil, ¿verdad?

La respuesta fue un asentimiento lento.

Un suspiro se escapó de los labios de la joven. Ron se pasó una mano por la cara, visiblemente agotado.

—Tendremos que empezar de cero —dijo ella, casi en un murmullo.

—Más bien empezar desde el inframundo —bufó Ron.

Una mirada fulminante fue lanzada en su dirección, pero no hubo pelea. Solo resignación.

Sin previo aviso, el pelirrojo extendió la mano. La dejó ahí, firme, abierta. Era un gesto claro. Directo. Ofrecía algo que jamás antes había estado sobre la mesa.

—Por Harry.

La sorpresa fue visible. Nadie se movió al principio, pero luego, muy lentamente, los dedos del rubio se alzaron y se cerraron sobre la mano ofrecida. No con fuerza, sino con algo que se parecía mucho al miedo.

La joven los miró a ambos. Y luego, ella también extendió su mano.

Nunca pensó que este día llegaría.

Pero en ese instante, por primera vez, creyó que quizás...

Solo quizás...

Todavía era posible una segunda oportunidad.

★★★

Nunca se había caracterizado por dejarse llevar por impulsos. En cada etapa de su vida, Draco Malfoy había analizado los pasos con meticulosidad, vigilado sus palabras con cuidado y mantenido un control férreo sobre sus reacciones. Esa era su forma de funcionar, su escudo contra el mundo.

Sin embargo, esa noche no tenía control alguno.

Sentado en el borde del sillón del salón principal de su apartamento, mantenía la espalda rígida y los codos apoyados sobre las rodillas. La cabeza gacha, los ojos clavados en la pequeña figura de plata que descansaba en el centro de la mesa baja. El dragón tallado, hecho de un metal pulido que reflejaba apenas la escasa luz que lograba colarse entre las cortinas pesadas, permanecía inmóvil. La habitación estaba sumida en una penumbra que hacía difícil distinguir con claridad los bordes de los muebles. El aire en el interior era denso, seco, con una mezcla de polvo y encierro que le raspaba la garganta.

Ese collar.

El mismo que Potter le había entregado varios meses atrás.

Una escena precisa venía a su mente, sin necesidad de esfuerzo. Recordaba la forma en que el hombre había extendido la mano, sosteniendo el colgante con gesto determinado. Los dedos lo habían cerrado alrededor del dragón con firmeza antes de dejarlo en su palma, acompañando el acto con una sonrisa obstinada que Draco jamás había logrado borrar por completo de su memoria.

—Es un amuleto de protección. Si alguna vez estás en peligro, se activará automáticamente y me avisará donde estás... para que pueda llegar a salvarte —fue lo que dijo en ese momento, mientras su mirada lo observaba sin juicio, con un tipo de cuidado que a Draco siempre le resultó difícil de aceptar.

En su momento, la respuesta fue una mueca de escepticismo y un rodar de ojos. Le molestaba la necesidad constante de Potter por ser el salvador de todos, incluso de alguien como él. Sin embargo, había guardado el collar. Y lo había usado.

Ahora lo tenía frente a él. El pequeño dragón de metal frío parecía inofensivo, pero lo cargaba todo. La relación, el final, el dolor, la culpa. Ningún enemigo lo amenazaba desde fuera. No había nadie apuntándole con una varita ni ningún hechizo que exigiera auxilio.

La amenaza estaba en su interior.

El corazón le latía con fuerza desacompasada. El pecho subía y bajaba con dificultad, y el temblor en sus manos era tan evidente que tuvo que cerrar los puños para contenerlo. Alargó la mano con torpeza, como si cada movimiento pesara el doble, hasta alcanzar el colgante. Los dedos rozaron la superficie metálica con cuidado, evitando apretar, como si tocarlo con fuerza pudiera activar algo antes de tiempo.

Sabía que era una estupidez, que estaba actuando como un niño incapaz de asumir las consecuencias de sus actos. Aun así, envolvió el dragón entre sus manos, cerrándolas alrededor de él con fuerza. Lo llevó hasta su pecho. La cadena colgaba entre sus dedos, tensa. El frío inicial del metal pronto se transformó en calor. No era incómodo, pero sí intenso. El cambio de temperatura era real.

Cuando cerró los ojos, el resplandor se filtró a través de los párpados. Azul pálido. Constante. No necesitaba ver para saber que se había activado. La magia del collar vibraba en el aire como una advertencia muda, llenando el cuarto con una tensión eléctrica que lo rodeaba todo. La mente intentaba gritarle que lo soltara, que se detuviera, que no se permitiera esa debilidad.

El cuerpo no respondió.

La decisión ya estaba tomada.

Un chasquido. Un estallido de energía. El sonido sordo de la magia desplazando el aire de forma brusca.

Y ahí estaba Potter.

Había aparecido en medio del salón sin previo aviso, desorientado, con el pecho subiendo y bajando con fuerza por la carrera mágica que implicaba el traslado. El pijama que llevaba puesto estaba arrugado, las mangas subidas hasta los codos de manera desigual. El cabello, más alborotado que de costumbre, caía en todas direcciones. En la mandíbula tenía sombra de varios días sin afeitarse. Las ojeras marcaban un contraste notorio con su piel, ahora más pálida que antes. La tela de la camiseta colgaba suelta, impregnada por un olor leve pero identificable a whisky de fuego.

Lo que más llamaba la atención no era nada de eso.

Era su expresión.

La desesperación cruzaba su rostro sin ningún intento de ocultarla. Dio un paso hacia él sin esperar permiso. Se arrodilló frente al sillón, apoyando ambas manos en el rostro de Draco con un gesto brusco pero preciso.

—¿Qué pasó? —preguntó con rapidez, recorriendo sus mejillas con las yemas de los dedos—. ¿Estás herido? ¿Dónde te duele?

El contacto hizo que el cuerpo entero de Draco se tensara. No respondió de inmediato. Mantuvo los labios apretados, el cuello rígido, los ojos fijos en la figura arrodillada frente a él. La presión en el pecho se acumulaba. Intentó tragar saliva, contener el impulso, pero no lo logró. Los párpados le temblaban. El rostro se contrajo.

Un sollozo escapó sin que pudiera contenerlo.

El primero.

Después llegaron más, cada vez menos contenidos. El llanto le sacudía los hombros. Se inclinó hacia delante, hundiendo el rostro en el cuello de Harry, sujetando con fuerza los bordes de su camiseta como si necesitara anclarse a algo tangible para no derrumbarse por completo.

—Lo siento —murmuró con la voz rota, tan cerca de su oído que el aliento le rozó la piel—. Lo siento tanto.

Los brazos del hombre se cerraron con firmeza a su alrededor. No dudó. No se echó para atrás. Lo sostuvo con fuerza, con ambos brazos cruzando por su espalda, y apoyó la mejilla contra su cabello.

—¿Por qué se activó el collar? —preguntó con voz baja, sin soltarlo, mientras su mano derecha se deslizaba por su nuca, en un intento por calmar los espasmos de su respiración.

La respuesta no llegó de inmediato, Draco necesitó varios segundos para poder hablar. El pecho seguía temblando, las manos aún no soltaban la camiseta.

—Porque... —inhaló hondo, la voz quebrada por el esfuerzo—. Porque estaba en peligro.

La tensión se volvió evidente, el cuerpo de Harry se endureció. El brazo que lo sostenía lo hizo con más fuerza.

—¿Qué tipo de peligro? —preguntó, sin subir el tono, pero con un temor claro en su voz.

Draco no levantó la cabeza, mantuvo la frente apoyada contra su cuello, las manos aún sujetando su ropa con firmeza.

—De romperme —respondió al fin—. De perderte.

No fue necesario explicar más. Harry se quedó en silencio, pero no se alejó. Solo se movió lo justo para levantar su rostro. Lo sostuvo con ambas manos, una a cada lado de las mejillas. Estaba temblando.

—No puedo más —dijo Draco, mirando directamente a sus ojos, con el rostro húmedo y los labios partidos—. No puedo seguir fingiendo que no te necesito.

En respuesta, la mano de Harry se movió hacia su mejilla, limpiando con el pulgar los restos de lágrimas. Lo observaba en silencio, con los ojos húmedos, pero firmes.

—Déjame decidir a quién amar —murmuró, sin apartar la mirada.

El temblor recorrió todo el cuerpo de Draco. Cerró los ojos con fuerza al sentir cómo los dedos del otro sujetaban su rostro con delicadeza, como si buscara sostenerlo sin romperlo.

—Si no me amaras —agregó Harry, ahora con voz más baja—, el collar nunca se habría activado. Y si yo no te amara, no estaría aquí.

Draco no pudo sostenerse más. Ya no había resistencia, ya no había barreras.

Se acercó.

Y lo besó.

No fue un beso medido ni pensado. Fue urgente. Fue un contacto directo, con labios entreabiertos, respiraciones entrecortadas y cuerpos que se buscaban. La necesidad de contacto, de perdón, de afirmación, dominaba cada segundo del beso. Las manos de Draco se movieron por la espalda de Harry, sujetándolo, acercándolo, sintiendo cada pliegue de su camiseta y cada parte de su cuerpo. Harry respondió con la misma intensidad. Sus dedos se enredaron en su cabello, su otra mano lo sostuvo por la cintura. 

Ninguno se detuvo.

No tenía forma de saber cuánto tiempo llevaban en esa posición. Podían haber sido solo unos minutos, o tal vez horas enteras. Incluso días. El tiempo se había vuelto irrelevante desde el momento en que los brazos se cerraron con firmeza alrededor del cuerpo tembloroso que permanecía pegado al suyo. La temperatura de la piel de Draco, cálida, constante, contrastaba con el aire frío del departamento. Su respiración irregular chocaba a intervalos sobre los labios entreabiertos de Harry, que permanecía quieto, con el cuerpo levemente inclinado hacia delante, la espalda algo curvada, las rodillas en el suelo y la frente apoyada contra el cuello del otro.

Todo su ser parecía centrado en un solo hecho: Draco estaba ahí.

Después de noches enteras sin dormir, después de semanas enteras de silencio, de la sensación continua de pérdida y angustia, finalmente su cuerpo respondía otra vez al contacto. El pecho de Harry subía y bajaba con mayor ritmo, pero por primera vez en días no era por ansiedad ni dolor. Era por alivio.

Bajo sus manos, sentía los temblores persistentes del otro. No sabía si eran resultado del llanto, del agotamiento físico o del cúmulo de emociones reprimidas. Tal vez de todo a la vez. El cuello de la camiseta de Draco estaba mojado por las lágrimas y los brazos que lo rodeaban lo hacían con una mezcla de fuerza y desesperación.

Apretó más el abrazo.

Hundió el rostro en el hueco entre su cuello y su hombro, respirando su olor. Sintió el aroma tenue de colonia mezclado con el de la tela lavada, y debajo, el propio olor de su piel. Un calor firme y real.

—No vuelvas a hacer esto —dijo en voz baja, con las palabras apenas rozando la piel que tenía frente a sus labios.

El cuerpo que sostenía no se apartó. Sintió cómo los dedos se cerraban con más fuerza en su camiseta. La voz que respondió fue un susurro quebrado, emitido muy cerca de su oído.

—No lo haré... No otra vez.

Durante varios minutos no se dijeron nada más. Continuaron ahí, en el suelo del departamento. La tenue iluminación de la calle se colaba por los huecos entre las cortinas, iluminando parte del piso de madera y los bordes de los muebles. No se movieron, solo respiraron. Uno contra el otro.

Las yemas de los dedos de Harry comenzaron a moverse lentamente, dibujando líneas suaves por la espalda de Draco, de forma inconsciente, como si ese simple contacto le ayudara a mantenerlo conectado a la realidad. No sabía exactamente por qué lo hacía, pero notó que el cuerpo temblaba menos.

Fue entonces cuando lo vio.

La expresión cambió. Apenas una leve curva en los labios del otro, pero era clara. Una sonrisa. No exagerada, no fingida, no sarcástica. Era una de esas sonrisas auténticas que aparecen cuando el cuerpo ya no puede más con la tensión acumulada. Una sonrisa rota, pequeña, pero real.

Harry se separó apenas lo necesario para verle el rostro.

—¿Eso es una sonrisa, Malfoy? —preguntó con un tono que no era burlón, pero sí más liviano. Subió una ceja, sin soltarlo del todo.

El bufido de Draco fue inmediato, acompañado de un ligero movimiento de ojos.

—Ha sido un mes de mierda, Potter. Déjame tener este momento.

Sin decir nada más, Harry inclinó la cabeza y volvió a besarlo. Esta vez no hubo prisa ni urgencia. No hubo tensión. El contacto fue suave. Medido. Era un beso lento, controlado, como si ambos quisieran confirmar que eso era real. Los labios se tocaron con calma, los cuerpos permanecieron pegados sin fuerza excesiva. No hablaban, pero el gesto lo decía todo. "Estoy aquí". "No me iré". "Te encontré".

El suspiro que Draco dejó escapar contra su boca fue largo y pesado. Harry lo sintió claramente, no solo en la piel, sino también en el interior. Una parte de él, aquella que había estado comprimida por semanas, finalmente se soltaba.

Cuando separó el rostro apenas unos milímetros, volvió a hablar con la voz muy baja, casi un murmullo.

—Ven conmigo a casa.

La petición no fue dicha como una orden ni como un ruego. Fue una necesidad clara, formulada en pocas palabras. La mirada sostenida entre ambos no duró más de dos segundos antes de recibir la respuesta.

Draco asintió sin hablar.

No hicieron nada más.

Una vez en Grimmauld Place, caminaron en silencio desde la entrada hasta la habitación. Harry abrió la puerta sin encender las luces y lo condujo al interior. Se quitó la camiseta con una mano, dejó la varita sobre la cómoda y tiró del borde de la sábana. Draco se dejó guiar. Se acostó de lado, con el cuerpo orientado hacia la pared, y recibió el contacto de la manta con un suspiro. El colchón se hundió cuando Harry se recostó detrás de él. Colocó una mano en su cintura y le dio un beso en la frente antes de apagar la lámpara de la mesita.

—Buenas noches —dijo en voz baja, mientras lo acercaba más con un gesto lento.

Y por primera vez desde hacía semanas, Harry Potter durmió en paz.

Cuando el sol asomó débilmente por entre las cortinas, la habitación permanecía en penumbra. El primer pensamiento de Draco al despertar no fue una idea articulada. Fue una sensación.

Calor.

No se trataba del tipo de calor molesto que produce una manta pesada o un ambiente cerrado. Era una temperatura corporal constante, que venía de alguien muy cerca. Detrás de él, sentía un brazo cruzado sobre su cintura, una pierna tocando la suya y la respiración acompasada de otro cuerpo exhalando sobre su cuello.

Harry seguía ahí.

Abrió los ojos, pero no se movió. La presión en su pecho se redujo apenas. Por unos segundos no pensó en el pasado ni en lo que estaba por venir. No pensó en el Ministerio, ni en los juicios sociales, ni en lo que Weasley o Granger pudieran decir. Pensó solo en eso: Harry estaba allí.

Sin embargo, el momento no tardó en fracturarse.

Las dudas comenzaron a acumularse en su mente como gotas de agua golpeando sobre piedra. No podían quedarse así para siempre. No podían actuar como si nada hubiera pasado. Aún existía todo lo que habían dicho, lo que se habían hecho. Aún había una herida abierta que no sanaba con un beso o con una noche compartida.

Y afuera, el mundo no había cambiado. Seguían existiendo los susurros, los comentarios, los juicios silenciosos. La condena que arrastraba desde que era un adolescente seguía vigente, aunque intentara ignorarla.

El nudo en el pecho regresó.

Intentó moverse, solo lo justo para sentarse o tal vez levantarse. No quería despertarlo. Pero en cuanto su cuerpo comenzó a desplazarse unos centímetros, el brazo de Harry lo sujetó con más fuerza, y un murmullo inconexo salió de sus labios.

No abrió los ojos.

Solo lo atrajo más, como si su cuerpo se negara a permitir que se alejara.

Draco se quedó inmóvil.

Podía levantarse, podía irse. Podía enfrentar la realidad y volver a esconder sus emociones bajo una capa de indiferencia.

Pero no lo hizo, decidió quedarse y cerró los ojos de nuevo.

Apoyó la espalda completamente contra el pecho de Harry. Bajó un poco más la cabeza sobre la almohada. Sintió el ritmo tranquilo del corazón de quien dormía a su lado. Y supo que nunca querría estar en otro lugar. 

Sino ahí.

Con él.

Con su Harry.

Cuando más tarde la luz fue suficiente para distinguir con claridad la forma de los objetos en la habitación, Draco ya estaba levantado. Apoyaba un hombro contra el marco de la puerta del baño, observando desde ahí el reflejo que se formaba en el espejo sobre el lavamanos.

Al otro lado del cristal, Harry se afeitaba con movimientos lentos. El rostro seguía demacrado, pero el color de la piel ya no era tan cetrino. Las ojeras seguían ahí, pero los ojos estaban más enfocados. El cabello mojado le caía sobre la frente, y cada tanto lo apartaba con un movimiento brusco de cabeza.

Sin hablar, Draco observó.

A pesar del descanso reciente, las marcas seguían ahí. Las ojeras eran profundas, dos sombras oscuras que contrastaban con el tono pálido de su piel. Bajo los ojos, el cansancio acumulado durante semanas se mantenía evidente, sin importar la calma momentánea de esa mañana. La piel continuaba sin color, carente del brillo saludable que solía acompañarlo antes de que todo estallara. Las mejillas no estaban hundidas, pero sí tensas. El contorno de su mandíbula mostraba una barba mal afeitada, rastros del abandono al que había sometido su rutina diaria durante tantos días. Frente al espejo del baño, Harry terminaba de afeitarse con movimientos lentos, casi mecánicos, como si aún le costara volver al ritmo normal.

Desde el marco de la puerta, Draco lo observaba en silencio. No necesitaba demasiado tiempo para reconocer lo que veía. No era el mismo desastre que Hermione había descrito entre suspiros de preocupación ni el estado deplorable que Weasley había mencionado con fastidio contenido. Pero aún quedaban rastros. Aún quedaba huella de todo lo que le había causado.

Sintió una presión en el pecho. No fue una punzada leve, sino algo más profundo, más pesado. La culpa no era nueva, ya la conocía. La había sentido antes, pero en ese momento se volvió más tangible, como si lo apretara desde dentro.

Él lo había provocado.

Él lo había dejado solo, con esa carga que no merecía, con ese silencio que lo había desmoronado poco a poco.

Y ahora estaba ahí, mirándolo, como si no hubiera sido él quien lo empujó al borde. Como si no fuera responsable del dolor evidente que todavía cargaba sobre los hombros.

En medio de ese pensamiento, el reflejo de Harry en el espejo se giró ligeramente. Había notado su presencia. Lo miró directamente. Sus ojos verdes brillaban con un tono más vivo que en días anteriores. Aún se veían cansados, pero ya no vacíos. Los labios se curvaron hacia un lado en una sonrisa suave, conocida, con ese matiz sarcástico que solo aparecía en momentos de cierta confianza.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó sin apartar la mirada, con un tono ligero que no buscaba provocar, solo establecer una familiaridad renovada.

El otro no respondió de inmediato. Se cruzó de brazos sobre el pecho, apoyando un hombro contra el marco de la puerta. Apretó los labios unos segundos, fingiendo indiferencia, intentando mantener la compostura.

—La pregunta es si te gusta lo que ves tú —replicó con calma, sin dejar de mirarlo.

Harry dejó la cuchilla sobre el borde del lavamanos y se giró por completo. Recorrió el cuerpo de Draco con la mirada, de arriba abajo, sin ocultar el gesto. Lo hizo con lentitud, sin apuro, con una expresión clara de aprobación.

—Mucho —dijo sin dudar, sin fingir sutileza.

El calor subió por el cuello de Draco al instante. No era vergüenza, sino incomodidad por su propia reacción. Sabía que era solo una provocación simple, pero la sintió igual. Notó cómo el rubor ascendía por sus mejillas. Apretó los labios, formando una línea recta, y desvió la mirada por un segundo. Luego rodó los ojos, intentando borrar cualquier señal de debilidad.

—Imbécil —musitó en voz baja, sin fuerza. No era un insulto real, sino una declaración automática.

La risa que recibió como respuesta fue breve y discreta. Harry dio unos pasos hacia él con calma, acortando la distancia con una naturalidad que parecía demasiado ensayada. Al llegar a su lado, colocó ambas manos sobre su cintura, aplicando una presión firme pero suave. Las yemas de sus dedos se acomodaron sobre la tela de la camiseta, marcando presencia.

El contacto fue directo, cálido, inesperadamente seguro.

Draco se mantuvo en su lugar, no se movió. Podía sentir el calor de sus manos, cómo sus pulgares se movían apenas sobre los huesos de su cadera. Respiró más profundo. El aire que entraba a sus pulmones ya no pesaba tanto, pero su corazón latía con fuerza.

—Sabes que te gusto —murmuró Harry cerca de su rostro, con esa voz baja que siempre usaba cuando estaba seguro de lo que decía.

Levantó la barbilla por reflejo, manteniendo la expresión altiva. No iba a ceder tan fácil. No cuando aún quedaban tantas cosas por resolver.

—No confirmo ni niego nada —respondió, controlando el tono para sonar neutral.

Pero eso ya no importaba. Harry lo había visto todo.

Vio la tensión en su mandíbula cuando acortó la distancia. Escuchó el cambio en su respiración. Notó cómo sus ojos se desviaron brevemente hacia su boca. Todo en su lenguaje corporal decía más que sus palabras. No necesitaba confesiones directas.

Por eso lo besó.

El beso fue directo, sin prisa. Duró pocos segundos, pero fue suficiente. No fue una explosión ni una reconciliación épica. Fue una confirmación. Un contacto firme, con la intención clara de establecer un nuevo punto de partida. Un gesto simple que decía: esto está pasando. Esto existe.

Draco exhaló sobre sus labios. Cerró los ojos brevemente y apoyó su frente contra la de Harry durante un momento. Ahí entendió lo inevitable. Ya no había vuelta atrás.

Pero el mundo, por supuesto, no se detuvo solo porque ellos lo hicieran.

Horas después, el Ministerio seguía tan activo como siempre. Las oficinas estaban ocupadas, las voces murmuraban entre los pasillos. Las carpetas se apilaban sobre los escritorios y los informes circulaban apresurados. Draco caminaba por uno de los corredores laterales, con Harry a su lado, a paso constante. Los pasos resonaban en el suelo, mezclándose con los sonidos propios de una mañana laboral.

Nada había cambiado.

Excepto que él sí lo había hecho.

Y, aun así, la sensación persistía. Las miradas, los gestos, las reacciones contenidas. Gente que detenía su conversación cuando pasaban cerca. Otras personas que no ocultaban la desaprobación en el rostro. Algunos fingían no verlo. Otros cuchicheaban sin discreción. No pronunciaban su nombre, pero sabía que hablaban de él.

Ese tipo de juicio nunca desaparecía del todo.

El brazo de Harry rozaba el suyo de vez en cuando. No caminaban tomados de la mano, ni se hablaban demasiado. Pero él estaba ahí, a su lado. Como siempre.

Doblaron hacia uno de los pasillos interiores justo en el momento en que las figuras conocidas aparecieron en el otro extremo. Avanzaban en sentido contrario. Los pasos de Hermione se detuvieron primero, seguidos por los de Ron, quien caminaba a su lado. Ninguno de los dos hizo gestos exagerados. No hubo movimientos bruscos ni miradas intensas. Se limitaron a quedarse quietos, observando en silencio, sin mostrar señales evidentes de enojo o sorpresa.

Hermione fue quien habló primero. La voz salió con un tono sereno, sin subir el volumen, sin acusaciones directas, pero cargada de un cansancio perceptible, el tipo de agotamiento que no viene del cuerpo, sino de lo emocional.

—¿Vas a hacer que Harry sufra otra vez?

La pregunta quedó suspendida en el aire. No hubo reproches explícitos. Solo una frase simple, formulada sin intención de ataque, pero mucho más difícil de ignorar que cualquier grito.

Los ojos de Draco buscaron los de ella. El contacto visual fue inmediato, inevitable. La presión en el pecho aumentó al instante. No encontró palabras de inmediato. La garganta pareció cerrarse desde adentro, y el estómago se tensó como si algo se hubiera contraído violentamente. Movió la cabeza de un lado al otro, despacio. No acompañó ese gesto con ninguna explicación adicional. En ese momento, no le pareció necesario.

Hermione mantuvo la mirada firme. La expresión de su rostro permaneció neutral. Sin embargo, los ojos analizaban con atención. Observaba como quien intenta leer entre líneas, como quien busca señales en los microgestos que los demás ignoran. El silencio entre ambos se prolongó algunos segundos.

Finalmente, negó una sola vez, sin apuro.

—Bien —dijo con tono corto, suficiente para cerrar ese momento.

El aire pareció espesarse. Draco sintió que la respiración no regresaba del todo. Los pulmones tardaban en reaccionar. No se trataba de un gran gesto ni de palabras elaboradas. Pero bastó con ese reconocimiento para que algo en su interior cambiara. No hacia la euforia ni la calma, solo hacia algo menos insoportable.

Desvió la mirada. Frente a él, Ron mantenía los brazos a los costados. No había una sonrisa ni señales de aprobación. Las cejas estaban levemente fruncidas, y las comisuras de los labios se mantenían tensas. Respiró con fuerza por la nariz, desviando la vista hacia uno de los muros cercanos. Las manos desaparecieron en los bolsillos del pantalón. El gesto fue aparentemente casual, pero las arrugas que se marcaron en la tela indicaban una presión constante de los dedos, que no era natural.

No se trataba de aceptación plena, tampoco de una reconciliación evidente. Pero no había gritos, ni palabras hirientes. Y para Draco, ese pequeño margen de tolerancia ya significaba un avance.

Desde el lado opuesto, Hermione volvió a hablar, esta vez girando ligeramente el rostro hacia Harry. La expresión de ella se suavizó apenas. El tono fue más bajo. Había un nivel de precaución en su voz, como si las palabras estuvieran siendo filtradas una a una antes de salir.

—Harry... —pronunció su nombre con lentitud, como si se tratara de algo frágil—. Lo sentimos.

El parpadeo de Harry fue breve, un movimiento tan rápido que podría haber pasado desapercibido, pero no para Draco. Notó además cómo los hombros del joven mago se tensaban ligeramente. La mano izquierda se cerró en un puño firme, apretando contra la túnica, marcando los dedos sobre la tela.

Hermione no esperó respuesta. Continuó sin titubear.

—Nos equivocamos. Pensamos que si te alejabas de Draco, podrías continuar con tu vida sin conflictos. Que era lo correcto.

A su lado, Ron emitió un sonido bajo, una especie de gruñido contenido. No fue agresivo. Sonó más bien como una muestra de resignación. Asintió sin convicción, con la cabeza inclinada hacia el suelo.

—No queríamos hacerte daño, amigo —agregó él, con una voz seca, sin adornos.

Los párpados de Draco se cerraron por un momento. El aire que entraba a los pulmones era pesado. El corazón latía despacio, casi a desgano. No era la culpa de Hermione. Ni de Ron. Ni siquiera de Harry.

La culpa era suya.

Desde el inicio había actuado mal. Las decisiones, la actitud, los gestos. Había construido un muro de rechazo y tensión. Las palabras no dichas y los silencios prolongados habían sido su estrategia constante. Había convertido cada intento de acercamiento en una amenaza.

El intento de hablar apenas salió en un murmullo.

—Yo... —la voz se cortó por la sequedad de la garganta. Tragó saliva y lo intentó de nuevo—. Yo los entiendo.

El movimiento de Harry fue inmediato. El rostro se giró hacia él con rapidez. El entrecejo estaba marcado, los ojos lo observaban con intensidad.

—¿Entiendes qué, exactamente? —preguntó sin elevar el tono, pero con seriedad evidente.

Los ojos de Draco bajaron al suelo. Una risa breve, forzada, sin alegría, escapó antes de que pudiera detenerla.

—Que ellos solo intentaban protegerte. Que la culpa no es de ellos. Es mía.

Nadie contestó, el silencio fue más espeso que antes. Hermione cerró los labios. Ron no se movió. Harry alzó una mano y se la pasó por el rostro, desde la frente hasta la boca, en un gesto claro de frustración.

—Draco... —alcanzó a decir, pero fue interrumpido.

—No, Harry. Hablo en serio —la frase no fue dicha con dureza, pero sí con firmeza. Bajó los brazos a los costados y los hombros descendieron con lentitud—. Si yo no hubiera actuado como lo hice, si no hubiera sido tan cerrado, tan complicado... tú no habrías tenido que soportar todo esto.

El cuerpo de Harry se tensó aún más. La mandíbula se contrajo con fuerza. Mantuvo la mirada baja unos segundos. Cuando habló, lo hizo con un tono contenido, pero perceptiblemente frío.

—¿Así que ahora todo es culpa tuya?

Draco no respondió de inmediato. La garganta volvió a contraerse. Finalmente, respondió sin elevar la voz.

—Bueno, sí.

Lo siguiente que se oyó fue una risa. Corta, cargada de sarcasmo. Salió directamente de la boca de Harry. No tenía rastro de alegría.

—Genial. Entonces nadie más es responsable. Porque ahora tú decides quedarte con toda la culpa.

Ron avanzó un paso, pero Harry levantó una mano sin necesidad de mirarlo. El gesto fue suficiente para detener cualquier intento de intervención.

—No, Ron. Fueron ustedes quienes empezaron con los comentarios. Ustedes sugirieron que debía alejarme. Que estaría mejor sin él. ¿Y qué consiguieron con eso? ¿Qué lograron realmente?

Ninguno respondió, los dos bajaron la cabeza. Hermione sostuvo el silencio y Ron mantuvo los ojos en el suelo.

—No queríamos hacerte daño —repitió Hermione, esta vez en un susurro más bajo.

La risa sin humor volvió a salir de la garganta de Harry. Sonó vacía. Nada en ella transmitía alivio.

—Pues lo hicieron. Lo lograron. Felicidades.

La tensión volvió a llenar el pasillo, nadie hablaba. Draco mantuvo la respiración contenida. Hubo una parte de él que pensó en decir algo para suavizar la situación, pero también comprendía que Harry tenía todo el derecho de hablar así.

Hermione se enderezó un poco e inspiró con fuerza. El movimiento fue visible, como quien toma aire antes de lanzarse al agua.

—Tienes razón —dijo, sin titubeos.

Harry frunció el ceño, confundido.

—¿Qué?

—Tienes razón —repitió ella, ahora con la voz más clara—. No tenemos excusas. Nos equivocamos. Te hicimos daño. A ti... y también a Malfoy. Y lo lamentamos.

Harry no respondió de inmediato. El silencio volvió a instalarse, aunque ya no tenía el mismo peso. Pasaron varios segundos antes de que bajara la mirada. Cuando volvió a hablar, la tensión en su voz había disminuido levemente.

—También fueron ustedes quienes fueron a buscarlo —murmuró sin mirarlos directamente—. Así que... gracias por eso.

El rostro de Ron mostró una expresión de sorpresa. Alzó la mirada lentamente. Hermione asintió, esta vez con una expresión sincera, aunque sin rastros de alegría.

—Siempre vamos a buscarte, Harry. A ti... y a quien sea importante para ti.

El pecho de Draco se contrajo una vez más. La sensación fue más visible esta vez. Sin dudar, Harry extendió la mano y entrelazó los dedos con los suyos.

No dijeron nada.

No fue necesario.

Una última mirada cruzó entre los cuatro. No hubo sonrisas forzadas ni frases de reconciliación. Solo un gesto implícito de aceptación. Ron y Hermione se dieron la vuelta con tranquilidad. Retomaron su camino por el pasillo, mezclándose entre el personal del Ministerio que iba y venía con paso constante.

Draco exhaló lentamente. El sonido fue apenas audible. Aún sentía la presión en el pecho, pero la mano de Harry seguía firme, unida a la suya. No hubo intento de soltarla. Tampoco palabras innecesarias. Solo un apretón sutil que reforzó el contacto.

—Bueno —murmuró con una media sonrisa sin mucha fuerza—. Estoy listo para otro día siendo el villano del mundo mágico.

El giro de Harry fue leve. No dijo nada de inmediato. Solo apretó con más firmeza su mano antes de hablar.

—No eres el villano para mí.

Draco intentó una mueca sarcástica, pero no soltó su mano. No quería hacerlo. Tampoco necesitaba hacerlo.

Y así, sin dramatismos, sin frases heroicas, los dos reanudaron su camino.

Juntos.

★★★

Cuando Harry cruzó la puerta de la oficina del Ministerio, el ambiente no era distinto al de cualquier otro día. La fila avanzaba lento, los escritorios estaban llenos de pilas de pergaminos mal ordenados, y los relojes colgaban pesadamente de las paredes. Se acercó al encargado del área con paso firme, las manos metidas en los bolsillos, sin disimular su objetivo.

El mago que lo atendía levantó apenas la vista por encima del marco de sus gafas, visiblemente aburrido. Su voz salió monótona, sin ningún interés.

—Déjame adivinar —dijo, sin dejar de mirar los papeles frente a él—. ¿Quiere otro cambio de puesto para Malfoy?

Harry apoyó los antebrazos sobre el borde del escritorio. No había tensión en sus movimientos. Sonrió, con una expresión relajada.

—Me descubriste —respondió.

El otro bufó sin sorpresa y sacó un pergamino enrollado de un montón lateral. Lo dejó caer frente a sí con un golpecito seco.

—¿Motivo?

—Problemáticas con Malfoy que vienen desde niños —dijo Harry, encogiéndose ligeramente de hombros, como si fuera evidente—. Nada nuevo.

El hombre levantó una ceja, sin molestarse en ocultar su escepticismo.

—¿Y si en unas semanas me pide cambiarlo otra vez?

Harry mantuvo la sonrisa, aunque la volvió más sutil. Ladeó la cabeza.

—Esperemos que no.

★★★

Al día siguiente, Draco entró en la oficina de Harry sin anunciarse. Cerró la puerta tras de sí con cuidado; el clic del picaporte se escuchó nítido en el silencio que llenaba el lugar. Bajo el brazo llevaba una carpeta, mientras su ceño mostraba una ligera tensión. Algo distinto se alojaba en su pecho. No era molestia ni incomodidad. Era algo más suave.

Alivio.

Sentir alivio después de todo lo ocurrido resultaba absurdo, pero real. Había pasado semanas huyendo, empujando a Harry lejos, convencido de que era lo correcto. Ahora, estaba ahí, parado frente al mismo escritorio que había evitado mirar durante días.

Nada indicaba que las cosas no hubieran cambiado.

Harry estaba sentado, con una pierna apoyada en una de las gavetas. Giraba su varita entre los dedos con movimientos lentos y distraídos. La luz del sol de la tarde entraba por la ventana, iluminando su cabello con un tono que parecía más dorado que oscuro. Al levantar la vista, sus ojos se encontraron. No hubo ninguna mirada intensa ni desafiante. Solo tranquilidad.

La sonrisa que Harry le regaló fue leve, pero genuina. No hubo rastro de burla ni cinismo. Era cálida.

Draco sintió un nudo incómodo en el estómago, como si no supiera cómo manejar eso.

—Bienvenido de nuevo, Malfoy —dijo Harry sin elevar la voz.

Sin responder de inmediato, Draco se acercó al escritorio y dejó la carpeta con un golpe seco, sin ninguna delicadeza. Los dedos apretaron la carpeta por un instante antes de soltarla.

—No voy a felicitarte por arreglar el desastre que hiciste en primer lugar, Potter —sentenció.

Una risa baja escapó de Harry, sin sarcasmo, solo diversión.

—Oh, qué pena. Estaba esperando una ovación.

Draco rodó los ojos, aunque la sonrisa apareció brevemente en la comisura de sus labios antes de desaparecer.

El resto del día transcurrió sin interrupciones notables. Papeleo, informes mal redactados, revisiones de rutina. El sonido constante de las plumas rozando el pergamino llenó el ambiente. En algún momento, el murmullo del pasillo se desvaneció y la oficina quedó en completo silencio.

Levantó la cabeza levemente, estiró el cuello y cerró los ojos por un instante. Los hombros se relajaron.

El cansancio se hacía presente. Pero era un cansancio normal.

No provenía de noches sin dormir ni de ansiedad contenida. Tampoco del esfuerzo por resistirse a lo que quería. Era simplemente el agotamiento natural después de un día de trabajo.

Un sonido leve a su izquierda hizo que abriera los ojos. Harry ya no estaba detrás del escritorio. Había avanzado, apoyando los codos sobre la superficie de madera, mirándolo sin decir nada.

Arqueó una ceja, sin incorporarse del todo.

—¿Qué?

Harry ladeó la cabeza. Sus labios se curvaron apenas en una expresión tan suave que a Draco le costó no apartar la vista.

—Nada. Solo estoy... mirándote.

Draco resopló. No agregó nada más, pero sintió cómo el corazón se aceleraba. Fue una reacción física, involuntaria.

—Eres un maldito cursi, Potter.

Sin ofenderse, Harry se encogió ligeramente de hombros.

—Y tú lo amas.

Lo observó con atención. No respondió de inmediato. La frase quedó suspendida entre ambos durante varios segundos. El aire se volvió más denso. Solo se escuchaba la respiración baja de los dos. Las palabras ya estaban dichas.

Finalmente, habló con un susurro, sin arrogancia ni burla.

—Sí.

Harry permaneció inmóvil. Entreabrió los labios, como si necesitara confirmar que había escuchado bien. Pero antes de que dijera algo, Draco se inclinó, tomó la corbata de Harry con una mano y lo atrajo hacia sí.

El beso fue lento. Sin prisa. No hubo torpeza ni fuerza excesiva. No pretendía demostrar nada. Solo estaba ahí, como una afirmación.

No hubo culpa.

No hubo miedo.

Cuando se separaron, Harry mantuvo la frente apoyada contra la de Draco. Los dedos seguían sujetando la tela de su camisa, como si no quisiera soltarla.

—¿Me vas a seguir jalando por la corbata cada vez que quieras besarme? —preguntó en voz baja.

Draco entrecerró los ojos. Una sonrisa apenas visible se formó en sus labios.

—No lo sé. Aún no decido si me gusta verte sorprendido o si prefiero que me beses tú primero.

Sin apartar la mirada, Harry deslizó el pulgar por su mejilla. No tenía prisa.

—Bueno... podemos probar ambas cosas.

Draco cerró los ojos y se dejó besar de nuevo.

Esta vez, no pensó en el pasado. Ni en el juicio del Ministerio, ni en lo que decían los demás, ni en todo lo que se habían hecho.

Solo sintió.

Draco Malfoy simplemente se permitió... ser feliz.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 24: 𝑿𝑿𝑰𝑰𝑰

Chapter Text

★★★

Draco no entendía qué demonios hacía parado frente a un restaurante muggle con Harry Potter sonriendo como un idiota mientras sostenía la puerta abierta para él. La campanilla del marco se movía con un sonido metálico cada vez que entraba alguien, y el aire que salía del interior tenía un olor a pan recién hecho y especias. La fachada mostraba un letrero sencillo, pintado a mano, y las cortinas de las ventanas eran de tela gruesa, un poco arrugada por el uso. No había ningún lujo evidente; se trataba de un local familiar, de esos que pasaban desapercibidos para cualquiera que caminara distraído por la calle. Draco levantó la barbilla, como si quisiera analizar hasta el último detalle antes de dar un paso.

El lugar no era precisamente lujoso. Las mesas eran de madera pulida, con manteles sencillos y servilletas dobladas en triángulo; las paredes tenían cuadros de paisajes fijos, sin magia, solo imágenes detenidas. El murmullo de conversaciones se mezclaba con el ruido de platos y cubiertos, creando un ambiente cálido, sin pretensiones. Varias familias cenaban juntas, y un camarero pasó con una bandeja cargada de vasos. Draco entrecerró los ojos, evaluando todo con ese recelo que siempre se le escapaba cuando estaba fuera de su zona de control.

—¿Por qué me trajiste aquí? —preguntó, observando el interior como si esperara que en cualquier momento apareciera algo indignante desde la cocina.

El gesto despreocupado de Harry fue inmediato. Se encogió de hombros con naturalidad, dejando ver esa facilidad irritante que lo acompañaba en cada situación.

—Porque es una cita —respondió con simpleza—. Y quería que fuera algo... normal.

La palabra no tardó en provocar una reacción. Draco frunció el ceño y cruzó los brazos, como si ese simple gesto bastara para dejar clara su desconfianza.

—Define "normal".

Con un rodar de ojos, Harry evitó dar explicaciones largas. Antes de que llegara otra protesta, estiró la mano y lo tomó de la suya, empujándolo suavemente hacia el interior con una seguridad que descolocaba.

—Normal como en "salimos a cenar, hablamos de estupideces, te miro como un tonto enamorado y nos besamos al final de la noche".

El resoplido fue inevitable, Draco intentó mantener la compostura, pero el calor en su pecho lo traicionó. La mesa junto a la ventana quedó disponible y se sentaron allí. El vidrio mostraba el reflejo de las luces de la calle, y la lámpara sobre sus cabezas iluminaba con un tono tenue los bordes del rostro de Harry, suavizando cada facción. El menú, aunque desgastado en las esquinas, ofrecía varias páginas de platos escritos en letra clara. Draco lo sostuvo con una ceja arqueada, repasando las opciones sin demasiado interés.

—Sabes que podríamos estar cenando en el mejor restaurante del Callejón Diagon, ¿verdad? —señaló con un tono que arrastraba un deje de superioridad.

La sonrisa que recibió de Harry no fue solo divertida. Había algo más, una intención que escapaba a la simple broma.

—Sí, pero aquí nadie nos mira como si estuviéramos haciendo algo prohibido.

Levantando la vista del menú, Draco se encontró con los ojos verdes al otro lado de la mesa. Tardó unos segundos en captar el sentido de la frase, no hizo falta que lo explicara más. En el mundo mágico, las miradas de recelo seguían siendo una constante: hacia Harry, por estar con un ex mortífago; hacia él mismo, por intentar rehacer su vida. Aquí, en cambio, solo eran dos personas cenando. Nada más.

Apretó los labios y fingió concentración en las páginas del menú, pasando hojas sin leer realmente.

—Está bien —murmuró, con tono resignado—. Pero si la comida es horrible, te lo restregaré en la cara por el resto de tu vida.

La carcajada de Harry fue inmediata, clara y breve. Inclinándose hacia adelante con una sonrisa traviesa, bajó la voz lo suficiente para que solo él pudiera escucharlo.

—Acepto las condiciones.

★★★

La comida no fue horrible. 

Los platos llegaron con buena presentación, porciones correctas y un sabor que, para fastidio de Draco, resultaba agradable. Lo odiaba, pero estaba disfrutando la cita. El tenedor se movía con naturalidad entre sus dedos, y aunque al inicio había fingido indiferencia, terminó probando casi todo lo que Harry puso en el centro de la mesa para compartir.

Las conversaciones no tocaron terrenos delicados. Hablaron de cosas sin importancia: un libro muggle absurdo que Harry había encontrado en una librería de segunda mano, el intento fallido de Teddy por transformarse en mapache después de verlo en un libro ilustrado, la reacción de Hermione al descubrir que Ron leía historietas muggles a escondidas. Las risas se mezclaban con el tintinear de vasos en las mesas vecinas, y los camareros pasaban de vez en cuando a rellenar agua o retirar platos vacíos.

Nada de juicios, ni del pasado, ni del trabajo. Solo ellos dos, hablando con un ritmo natural, sin esa tensión que tantas veces los había acompañado. Draco se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado recién cuando cruzaron la puerta de salida. Afuera, la noche los recibió con aire fresco y húmedo; el suelo brillaba todavía por la llovizna reciente, y las luces de la ciudad se reflejaban en los charcos. Los pasos de ambos resonaban sobre la acera mojada mientras avanzaban sin prisa, rodeados por voces lejanas y faroles parpadeantes.

En los labios de Draco se formaba una sonrisa pequeña, apenas perceptible, pero visible para alguien que lo observaba de cerca. Harry lo notó enseguida; el brillo en su expresión delató una satisfacción casi infantil.

—Sabía que te gustaría —canturreó con ese tono de suficiencia que tanto exasperaba a Draco.

El resoplido fue automático.

—No dije que me gustó.

—Lo estabas pensando.

Los ojos de Draco se entrecerraron, y aunque quiso protestar, no apartó la mano cuando Harry entrelazó los dedos con los suyos. 

Siguieron caminando hasta llegar a un puente de piedra. El agua del río reflejaba los destellos dorados y plateados de las luces urbanas, y el aire era más frío allí, moviendo con suavidad el cabello de ambos. Harry apoyó los codos sobre la baranda y contempló el paisaje con serenidad.

De reojo, Draco lo observó. El rostro de Harry estaba relajado, la boca apenas curvada en una expresión tranquila, los ojos verdes fijos en el reflejo del agua. La visión era tan concreta que resultaba molesta en su perfección; el viento desordenaba su cabello, y la paz en sus facciones parecía de alguien que no tenía preocupaciones.

—Esto es agradable —murmuró Harry, sin apartar la mirada del río.

El rubio desvió los ojos con rapidez, incómodo por lo vulnerable que empezaba a sentirse.

—Si tú lo dices.

Una risa breve salió de la garganta de Harry. Giró el cuerpo para enfrentarlo y, con esa intensidad que a veces le desbordaba en la mirada, clavó los ojos en él.

—Gracias por venir.

Draco arqueó una ceja, cruzando los brazos como si quisiera marcar distancia.

—¿Te das cuenta de que prácticamente me arrastraste hasta aquí, verdad?

La sonrisa que recibió de vuelta fue suave, cargada de esa maldita ternura que se repetía en la curva de los labios de Harry y en la forma en que lo miraba.

—Aun así, gracias.

El pecho de Draco se tensó, sintiendo un calor extraño que no quiso reconocer. Harry tenía esa costumbre irritante de mirarlo como si fuese lo mejor que le había ocurrido en la vida. Era absurdo, ridículo. Y, sin embargo, estaba ocurriendo.

—Te amo —susurró Harry, como si la frase no pesara nada.

El aire abandonó los pulmones de Draco de golpe. La maldita palabra estaba dicha y resonaba en su cabeza. ¿Cómo demonios se podía amar tanto a alguien? Humedeció los labios, bajó la vista incapaz de sostener esa mirada, y sus dedos se cerraron con fuerza sobre la tela de la túnica. El gesto fue breve, pero decisivo: se inclinó y lo besó.

El contacto fue lento, sin prisa, sostenido en la seguridad de ese momento. No había miedo ni dudas. Solo Draco Malfoy y Harry Potter, en un puente, bajo el cielo nocturno, compartiendo un beso que no necesitaba explicación.

Cuando se separaron, Harry apoyó la frente contra la de Draco. Su respiración estaba acompasada y una sonrisa se dibujaba en su boca.

—¿Quieres que te lleve a casa?

Draco tragó saliva, sin apartar la mirada.

—No.

El parpadeo sorprendido de Harry fue evidente. Draco inspiró hondo y sostuvo el contacto visual con firmeza.

—Quiero irme contigo.

Los labios de Harry se entreabrieron, como si necesitara confirmar que había escuchado bien. Luego, la sonrisa volvió, más contenida pero igual de clara. Un chasquido bastó para que la calle desapareciera.

La aparición los dejó en medio de la casa de Harry. Draco se tambaleó un poco por la brusquedad del viaje y estiró la mano hasta apoyarse en el respaldo de una silla. La última vez que había estado allí no había reparado en el entorno, aquella visita había sido rápida, un refugio improvisado en brazos de Harry en medio del caos. Por la mañana apenas había tenido tiempo de vestirse antes de salir a toda prisa. Ahora, en cambio, con la casa en completo silencio y sin la presión de ninguna urgencia, pudo observarla con detenimiento.

Y no era lo que esperaba.

Cuando era niño, su madre le había hablado de la antigua casa de los Black. Una propiedad sombría y severa, con paredes impregnadas de tradición y magia oscura. En alguna ocasión, también había escuchado a su padre mencionarla con desprecio, diciendo que Sirius Black la había convertido en un refugio para traidores a su linaje, en lugar de usarla con el honor que merecía.

Pero esto... esto no se parecía en nada a la imagen que tenía en su mente.

Las paredes ya no parecían devorar la luz, como se decía que hacían antes. Había lámparas suaves en los pasillos, muebles restaurados y una chimenea encendida en la sala, llenando el espacio con un calor acogedor que contrastaba con todas las imágenes que Draco había construido en torno a ese lugar. Incluso el aire se sentía diferente, sin la pesada sensación de un pasado que se negaba a morir. 

Draco se pasó la lengua por los labios, incómodo con la extraña sensación que le provocaba estar allí. Era como si la casa hubiera cambiado de piel, como si se negara a seguir siendo un mausoleo de secretos oscuros.

Harry, que ya había dejado su saco en el perchero de la entrada, se giró hacia él con una sonrisa suave.

—Ven —susurró, estirando la mano, como esperando que la tomara.

Draco lo miró fijamente por un segundo. La vacilación le atravesó el pecho como un cuchillo, pero la calidez en los ojos de Harry lo desarmó.

Y luego, sin pensarlo mucho, entrelazó sus dedos con los de Harry.

El gesto fue sencillo, casi torpe, pero el contacto le recorrió el cuerpo con una intensidad que no quiso analizar.

Minutos después, estaban en la habitación de Harry. El ambiente era cálido, iluminado solo por la chimenea que crepitaba suavemente, lanzando destellos anaranjados contra las paredes. Draco se quedó de pie en el centro, los brazos cruzados con rigidez, observando cómo Harry sacaba un par de camisetas del armario.

—Tienes la opción de dormir con mi pijama o con tu ropa —dijo Harry con una sonrisa—. Aunque, en realidad, no me molestaría si decides dormir sin nada.

Draco resopló.

—Eres un imbécil.

Harry soltó una risa baja y despreocupada, la clase de risa que aflojaba la tensión de un cuarto entero, pero no insistió. En su lugar, simplemente extendió la camiseta hacia Draco, como si supiera exactamente cuándo detenerse.

Draco la tomó sin decir nada, fingiendo indiferencia mientras se desabrochaba lentamente los botones de su camisa. Lo hizo con movimientos medidos, como si cada prenda fuera una barrera que le costaba soltar. Se la quitó y la dejó a un lado antes de ponerse la camiseta de Harry, que lo envolvió con un aroma inconfundible: jabón, madera y algo que le recordaba al aire después de una tormenta.

Se quitó los pantalones con la misma calma, quedando solo en bóxer, y dobló su ropa con precisión antes de dejarla sobre una silla cercana. Esa manía de mantener el orden en medio del caos siempre había sido un mecanismo de defensa.

Cuando alzó la vista, encontró a Harry observándolo en silencio, con una expresión que no supo descifrar del todo. No había juicio en sus ojos, solo algo parecido a ternura, mezclada con un interés que Draco no se atrevía a sostener demasiado tiempo.

Harry lo miró de reojo.

—Te queda grande.

—Obviamente.

—Me gusta cómo se ve en ti.

Draco desvió la mirada, sintiendo un calor incómodo subirle por las mejillas. Harry, por alguna razón, siempre sabía exactamente qué decir para desarmarlo sin esfuerzo.

Se sentaron juntos en la cama, en silencio. El colchón cedió bajo su peso, acercándolos más de lo que Draco esperaba. La habitación estaba sumida en una penumbra tranquila, iluminada solo por la luz tenue que se filtraba desde el pasillo y los reflejos del fuego. Draco bajó la mirada hacia sus propias manos, frotando distraídamente las palmas, como si ese movimiento mecánico pudiera borrar el peso que le presionaba el pecho.

Era raro estar aquí.

Era raro sentirse tan en paz.

Después de todo lo que pasó.

Después de todo el dolor que él mismo causó.

El silencio entre ellos no era incómodo, pero estaba cargado de algo imposible de nombrar. Como si el aire estuviera lleno de palabras no dichas, de cicatrices invisibles que aún no terminaban de cerrarse.

Y entonces, sin previo aviso, sintió el calor de un brazo rodeándolo con firmeza. Harry lo atrajo hacia sí, y Draco no se resistió.

Apoyó la cabeza en su pecho y cerró los ojos, dejando que el sonido rítmico de los latidos de Harry llenara un vacío que había aprendido a ignorar durante años. Los dedos de Harry se deslizaron por su cabello, en caricias lentas, cuidadosas, como si temiera romper algo.

—No voy a dejarte otra vez —murmuró Draco de repente.

Sintió cómo Harry se tensaba levemente por un segundo. Luego, sin decir nada, simplemente lo abrazó con más fuerza.

—Lo sé —susurró Harry contra su cabello.

Draco tragó saliva, sintiendo un nudo apretarse en su garganta.

—¿Cómo puedes confiar en mí después de todo?

Harry suspiró, y Draco sintió el suave peso de su barbilla apoyarse sobre su cabeza.

—Porque sé que me amas.

Draco sintió el pecho apretarse con violencia. Escuchar a Harry tan seguro, sin dudarlo, diciendo esas palabras... por primera vez no se sintió un fraude al escucharlo.

Suspiró y se acurrucó más en el abrazo.

—Eres un idiota por confiar tanto en mí —murmuró, con la voz apenas audible.

Harry sonrió y besó su cabello.

—Tal vez.

Pero Draco nunca había querido que alguien tuviera razón tanto como en ese momento.

★★★

Los días siguientes tuvieron un ritmo inesperadamente natural, tanto que la rutina parecía haberse instalado sin resistencia. 

Cada mañana, Draco despertaba con la luz matutina atravesando las cortinas de la habitación, con un brazo apoyado sobre su cintura y con la respiración pausada de Harry marcando un sonido constante a su lado. El cuerpo se adaptó rápido a la sensación de no dormir solo, y la diferencia con su apartamento vacío era demasiado evidente. En ese sitio, el silencio pesaba; en Grimmauld Place, en cambio, cada rincón se llenaba de ruidos cotidianos: el crujido de los escalones, el repiqueteo de las tazas en la cocina, el murmullo de la radio que Harry insistía en encender todas las mañanas aunque el café siempre le saliera amargo.

El espacio que durante años imaginó lúgubre y cargado de memorias oscuras resultó ser lo contrario. No había rastros de mausoleo ni de la solemnidad sofocante que su madre solía describir. El ambiente estaba habitado por detalles de vida diaria, desde la mesa con papeles desordenados en el salón hasta las zapatillas dejadas de cualquier manera en el pasillo. Eso lo sorprendía más de lo que admitía en voz alta: acostumbrarse a una casa ajena nunca había sido tan fácil.

Sin embargo, durante uno de esos recorridos por los pasillos, la caminata se interrumpió de golpe al notar un cuadro cubierto con una tela polvorienta. El paño raído no ocultaba la vibración de magia que emanaba del retrato, una energía antigua que resultaba familiar. Con un movimiento medido, levantó la tela, y de inmediato la voz chillona de Walburga Black sacudió el silencio de la casa.

—¡¿QUIÉN OSA MOLESTAR EL DESCANSO DE WALBURGA BLACK?!

El sobresalto le tensó los hombros, aunque recuperó rápido la compostura. La mujer en el cuadro lo examinó con ojos entrecerrados, y tras unos segundos, su gesto de furia se mezcló con sorpresa.

—Tú... eres un Black.

—Draco Malfoy —aclaró con serenidad, cruzando los brazos—. Hijo de Narcissa Black.

La reacción fue inmediata. Orgullo y sospecha se reflejaron en el rostro pintado, hasta que la voz se endureció.

—Una sangre pura de familia digna... y, sin embargo, te mezclas con traidores.

Antes de que pudiera responder, unos pasos rápidos resonaron en el suelo de madera. Harry apareció, deteniéndose al ver la escena y bufando con visible fastidio.

—Oh, por Merlín...

El insulto de la anciana explotó en seguida:

—¡ESCORIA! ¡TRAIDOR! ¡SANGRE SUCIA! ¡SACRÍLEGO! ¡INMUNDICIA QUE HA PROFANADO MI HOGAR!

Con una mano sobre la cara, Harry parecía más cansado que molesto.

—Draco, ¿se puede saber por qué quitaste la tela?

—Tenía curiosidad —respondió con un encogimiento de hombros.

—¡CURIOSIDAD! —vociferó Walburga, elevando más el tono—. ¡UNO DE MI SANGRE NO DEBERÍA ESTAR AL LADO DE ESA ESCORIA! ¡TRAICIONASTE A TU LINAJE!

—Ya entendimos, gracias —interrumpió Harry, apretando los labios—. He probado todo para librarme de este cuadro: quemarlo, cortarlo, maldecirlo, sellarlo... nada funciona.

La mirada de Draco se quedó fija en la pintura, analizando con calma la textura de la magia. El hechizo no era simple protección, sino una atadura más antigua. Reconoció la esencia de un juramento. Así que con la varita firme entre los dedos, comenzó a recitar en voz baja un conjunto de palabras que recordaba de su infancia. La protesta de Harry quedó en segundo plano.

Los gritos de Walburga se transformaron en una expresión de terror, y en cuestión de segundos, un destello plateado recorrió el marco. El cuadro se desprendió con un chasquido y cayó al suelo, inerte.

El silencio fue inmediato.

—¿Cómo hiciste eso? —preguntó Harry, sorprendido.

—Soy un Black —contestó Draco sin alterarse.

—¿Y eso qué tiene que ver?

Con un suspiro, explicó lo justo:

—Mi madre me enseñó fragmentos de la magia familiar cuando era niño. Los Black usaban conjuros que solo respondían a su sangre. Nunca pensé que servirían para algo real.

El otro lo observaba con incredulidad.

—¿Eso era magia oscura?

—No —corrigió, arqueando una ceja—. Eso era magia de linaje.

—Pero Sirius— 

—¿Considerado un traidor a la sangre? —Interrumpió Draco alzando una ceja —. ¿Desheredado de la familia hace milenios? El retrato no iba a responder a él porque para la casa él ya no era un Black.

Harry bajó la vista hacia cuadro en el suelo, luego a Draco, y soltó una carcajada incrédula.

—Llevo años intentando deshacerme de esa bruja, y llegas tú y lo resuelves en segundos.

—Algunas cosas requieren un toque de nobleza —comentó con una media sonrisa.

El empujón amistoso que recibió en el hombro bastó para que, pese a su gesto altivo, un calor inesperado se asentara en su pecho.

La convivencia continuó con un ritmo cada vez más definido. 

Las mañanas estaban llenas de pequeñas rutinas: choques de codos en el baño mientras se lavaban los dientes, quejas adormiladas porque Harry siempre quería madrugar, besos breves robados antes de salir al trabajo. 

También hubo un día, mientras caminaban por los pasillos de la casa, que Harry decidió llamar a Kreacher. El chasquido seco que anunció la aparición del elfo resonó en el aire, y en cuestión de segundos, la figura arrugada y encorvada se materializó frente a ellos. Para sorpresa del dueño de la casa, el elfo reconoció de inmediato la sangre de los Black en Draco, de la misma forma en que lo había hecho el retrato de Walburga días antes. Lo que sorprendió aún más fue la actitud posterior: en lugar de la hostilidad y los comentarios maliciosos que siempre recibía Harry, Kreacher mostró respeto y hasta devoción hacia Draco desde el primer instante, inclinando la cabeza con una reverencia marcada.

Pero lo  desconcertante para Harry no fue solo el reconocimiento, sino la forma en la que ambos interactuaron a partir de ese momento. No hubo ni una palabra de desprecio ni una mirada cargada de superioridad por parte de Draco. El tono que empleaba para dirigirse al elfo resultaba paciente, con una amabilidad inesperada, incluso con sonrisas discretas que suavizaban sus gestos. Harry había anticipado lo contrario; había pensado que tendría que detenerlo, que quizá repetiría la actitud fría y autoritaria de Lucius Malfoy. Sin embargo, se encontró con la escena opuesta: Draco preguntando cómo estaba, Kreacher respondiendo con un entusiasmo poco habitual, y una conversación que fluía con sorprendente naturalidad.

De pie junto a ellos, Harry observaba con el ceño levemente fruncido, intentando comprender la dinámica que se estaba desarrollando frente a sus ojos. Nunca había conseguido ese tipo de reacción del elfo, por mucho que se esforzara en ser justo o paciente. Kreacher siempre mantenía cierta reticencia con él, aunque con el tiempo hubieran mejorado su relación. La diferencia resultaba evidente, y después de unos segundos de silencio, tomó una decisión.

—A partir de ahora, también responderás a las órdenes de Draco —dijo con firmeza, mirando directamente al elfo.

La reacción de Kreacher fue inmediata. Inclinó la cabeza con satisfacción y respondió con voz solemne:

—Sí, amo. Kreacher servirá al amo Draco con honor.

El comentario provocó que Draco alzara una ceja y girara hacia Harry con una sonrisa cargada de burla.

—Vaya, Potter. Creo que le caigo mejor que tú.

El resoplido de Harry fue tan automático como su respuesta.

—Eso no es ninguna novedad.

La risa baja de Draco llenó el pasillo, y antes de despedirse, dio una palmada ligera en el hombro del elfo, que lo observó con obvia satisfacción. Mientras se alejaba, Harry lo siguió con la mirada, con una mezcla de sorpresa y otra emoción más difícil de definir. No podía ignorar lo evidente: Draco se parecía cada vez menos al hombre que temió durante su adolescencia, la distancia con la figura de Lucius era abismal. Esa diferencia despertaba en él un sentimiento que se intensificaba cada vez más, aunque prefería no ponerle nombre todavía.

Mientras tanto, en el Ministerio, todo transcurría con aparente normalidad, aunque envuelto en una discreción cada vez más necesaria. Draco mantenía su porte habitual, distante y seguro de sí mismo, pero en pasillos solitarios o en reuniones tediosas, encontraba la mirada persistente de Harry. Bastaba un roce de manos escondido bajo la mesa o al cruzar un pasillo vacío para que ambos compartieran una sonrisa rápida y cómplice.

La rutina parecía sostenerse sin grandes obstáculos, hasta que una noche el equilibrio se rompió. 

Draco despertó bruscamente al sentir un movimiento a su lado. Pensó que Harry simplemente se estaba girando en la cama, pero la respiración entrecortada y los murmullos cargados de angustia lo sacaron de la duda en segundos.

—No... no... —la voz sonaba entre jadeos, las palabras atropelladas—. Voldemort... Sirius... ¡vete!... no...

El sobresalto llevó a Draco a incorporarse de inmediato. Se inclinó sobre él y colocó una mano firme en su hombro.

—Harry —susurró, con tono apremiante—. Despierta.

La reacción no llegó, el cuerpo de Harry se agitaba con violencia, atrapado en un recuerdo demasiado vívido. La frente cubierta de sudor y la expresión crispada confirmaban que no estaba soñando, sino reviviendo. Draco apretó los labios, lo sacudió con más fuerza y repitió con un tono más alto:

—Harry, despierta.

Los ojos verdes se abrieron de golpe, desorbitados, con la respiración descontrolada. Se incorporó con rapidez, todavía con las manos crispadas sobre las sábanas, como si esperara un ataque. Draco lo dejó reaccionar, permaneciendo a su lado pero sin invadir más espacio del necesario.

—¿Estás bien? —preguntó después de unos segundos, midiendo su voz.

Con un parpadeo lento, Harry se llevó una mano al rostro y asintió con un gesto cansado.

—Sí. Solo... pesadillas.

El ceño de Draco se frunció ligeramente.

—¿De la guerra?

La mandíbula del otro se tensó en respuesta.

—No es nada, Draco.

El silencio posterior fue elocuente. El tono con el que lo había dicho no dejaba lugar a dudas: estaba mintiendo.

—Harry —repitió, esta vez sin apartar la mirada.

El suspiro derrotado de su compañero llenó el cuarto. Bajó la cabeza y sus hombros cedieron, como si soltar la verdad fuera inevitable.

—Estoy intentando superarlo —confesó en voz baja—. Hago todo lo posible por seguir adelante, vivir mi vida... y la mayoría de las veces lo consigo. Pero en las noches... vuelve.

Las palabras provocaron un nudo difícil de ignorar en la garganta de Draco. Conocía bien esa sensación. Él también había despertado incontables veces con la impresión de que la Marca Tenebrosa seguía ardiendo, con los ecos de gritos recorriendo su memoria, con la certeza de que nunca se libraría por completo de lo que vio y lo que hizo. No lo dijo en voz alta. En lugar de eso, buscó su mano y entrelazó los dedos con los suyos.

—A mí también me pasa.

La sorpresa se reflejó en los ojos de Harry. Draco no solía hablar de esas cosas, y mucho menos de sus miedos.

—¿Sí?

—Sí —confirmó, desviando la mirada hacia un punto fijo de la habitación.

La respuesta pareció suficiente, Harry giró su mano para apretar la de Draco con fuerza, y permanecieron en silencio durante un tiempo que ninguno intentó medir. Fue Draco quien habló primero, rompiendo la quietud con un suspiro.

—Tengo una forma de calmarme cuando me ocurre.

El interés de Harry fue inmediato.

—¿Sí?

La pausa que hizo antes de responder se alargó lo suficiente como para que su incomodidad resultara evidente.

—No te burles.

—¿Por qué pensaría en burlarme? —preguntó Harry, arqueando una ceja.

Sin responder, Draco se acercó más y lo rodeó con los brazos, atrayéndolo hasta apoyar su cabeza contra su hombro. Harry no puso resistencia, se dejó hacer y acomodó el rostro contra su cuello. La voz de Draco llegó entonces, suave, baja y algo insegura, entonando una melodía corta que había escuchado en su infancia. Era la misma canción que su madre solía cantarle en noches difíciles, un recurso aprendido sin querer para combatir el insomnio y la ansiedad.

El cuerpo que tenía en brazos fue perdiendo tensión poco a poco. La respiración acelerada se normalizó hasta convertirse en un ritmo lento y constante.

—Tienes una voz bonita —murmuró Harry, con un atisbo de sonrisa adormecida.

—Cállate y duerme —respondió Draco, con un bufido que escondía cierto nerviosismo.

La risa baja que recibió como respuesta fue breve, seguida por el silencio de alguien que cedía al sueño. Draco permaneció quieto, con la barbilla apoyada sobre la cabeza de Harry y los brazos firmes a su alrededor, dejando escapar un suspiro contenido.

Jamás habría creído posible que algún día terminaría sosteniéndolo de esa forma, calmándolo con la canción de su infancia. Y sin embargo, la realidad lo tenía ahí, con un Harry adormecido entre sus brazos. No lo cambiaría por nada.

Pero la vida no es fácil, y menos para Harry Potter y Draco Malfoy, quienes nacieron destinados a no tener ni un poco de tranquilidad en su vida.

Y Draco se dio cuenta de eso, esa mañana.

Apenas cruzó las puertas del Ministerio, notó que algo no estaba bien. Las miradas lo perseguían desde cada rincón del vestíbulo. Algunos empleados cuchicheaban entre sí, otros lo miraban de arriba abajo como si evaluaran cada uno de sus movimientos. El murmullo creciente lo rodeaba y el desconcierto lo golpeó de lleno.

¿Qué demonios estaba pasando?

Al principio lo ignoró. No era nada nuevo que lo observaran, lo juzgaran, susurraran a su paso. Siempre había sido así, pero esta vez era distinto. No eran un par de curiosos: eran todos. Desde los empleados de seguridad hasta los aurores veteranos, cada mirada se detenía demasiado en él, cada murmullo lo seguía como un eco molesto por los pasillos del Ministerio.

El aire parecía más pesado. El roce de las túnicas al pasar lo incomodaba, como si la gente no solo lo mirara, sino que lo desnudara con los ojos. Aceleró el paso con un nudo en el estómago, solo quería llegar a la oficina de Harry, entregar los pergaminos que le había solicitado y deshacerse de esa sensación pegajosa.

Al abrir la puerta, lo recibió un silencio tenso. Granger y Weasley estaban ahí, de pie frente al escritorio. Hermione sostenía los brazos cruzados contra el pecho, como si intentara contenerse, mientras Ron lo miraba con el ceño fruncido, sin ocultar la incomodidad.

Detrás de ellos, Harry se apoyaba contra el escritorio con la mandíbula apretada. Sus manos, crispadas, arrugaban un ejemplar de El Profeta. Fue suficiente para que Draco entendiera que algo estaba muy mal.

—¿Qué ocurre? —preguntó, cerrando la puerta tras de sí con un chasquido seco.

Nadie respondió de inmediato. Solo lo miraban, como si esperaran que él también supiera. Harry, al cabo de unos segundos, inspiró profundamente y le extendió el periódico con gesto rígido.

El papel estaba húmedo en las esquinas por la fuerza con que había sido sostenido. Draco lo tomó y, en cuanto vio la portada, la sangre se le heló.

GRAN ESCÁNDALO EN EL MINISTERIO

El Salvador del Mundo Mágico y el Ex-Mortífago: una relación secreta al descubierto.

Bajo el titular, una serie de fotos en movimiento.

Demasiadas.

Él y Harry caminando juntos por Hogwarts.

Miradas en los pasillos del cuartel general.

Ambos entrando al departamento de Draco.

Un instante demasiado íntimo en el Callejón Diagon.

El suelo pareció abrirse bajo sus pies.

—...¿Cómo consiguieron esto? —preguntó en un murmullo ronco, con los dedos temblorosos sobre el borde del papel.

La respuesta llegó con un tono áspero.

—Alguien nos ha estado siguiendo —dijo Harry conteniendo la furia—. No hay otra explicación.

Hermione soltó un suspiro breve, como quien lleva rato guardando aire.

—Y ahora... todo el mundo lo sabe.

Los ojos de Draco se cerraron un segundo. La presión en la sala se volvió insoportable.

—Por eso me miraban.

—Sí —confirmó Hermione en voz baja.

El periódico cayó de golpe sobre el escritorio, deslizándose un poco hacia los codos de Harry.

—¿Y qué dice el artículo?

Hermione tragó saliva antes de contestar.

—Básicamente... —se detuvo un instante, como si las palabras le costaran— que el Ministerio encubrió una relación entre tú y Harry.

El golpe en el pecho lo dejó sin aire.

—¿Qué?

Harry se pasó la mano por el cabello con un gesto brusco, dejando mechones despeinados.

—Dicen que desde el principio recibiste un trato especial porque estabas conmigo.

—¡¿Qué demonios...?!

—Y que nuestra relación es inapropiada.

Los puños de Draco se cerraron con fuerza hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

—¿Mencionan mi sentencia?

Ron asintió, con el ceño todavía fruncido.

—Insinúan que la razón por la que no fuiste a Azkaban fue porque tenías algo con Harry.

La sangre le hirvió en las venas.

—¡Eso es mentira!

—Lo sabemos —intervino Hermione enseguida, adelantando un paso como si quisiera calmarlo.

Una mano se apoyó en su frente, la piel le ardía.

—Mierda...

El aire parecía escasear. 

Ahora todo el mundo creía que su condena había sido un favor personal del "Salvador" y no. Cuando Harry había intercedido por él, aún no había nada entre ellos. El Ministerio tomó su decisión tras escuchar las declaraciones, no por un romance oculto.

Pero ¿y si ahora decidían investigar? ¿Y si concluían que el testimonio nunca fue imparcial? ¿Y si invalidaban la sentencia?

¿Y si esta vez lo enviaban a Azkaban?

Un nudo espeso le cerró la garganta. Levantó la vista y encontró a Harry mirándolo con desesperación contenida, como si ambos compartieran el mismo miedo.

—Vamos a solucionarlo, Draco.

La voz sonaba firme, pero él no pudo responder. No porque no quisiera, sino porque dudaba que eso fuera posible.

—Tenemos dos opciones —continuó Harry, bajando la vista hacia su escritorio—: decir la verdad... o mentir a medias.

El peso de esas palabras le aplastó el pecho. Entonces, los ojos verdes se alzaron hacia él. Había determinación, sí, pero también algo más. Algo que Draco no esperaba.

—No quiero decidir sin ti.

El impacto lo dejó momentáneamente callado. Harry, el héroe que siempre saltaba de cabeza al peligro, ahora lo estaba esperando. Y lo entendió: no temía a la prensa ni al escándalo. Temía perderlo a él.

Las fotos del periódico se movían sobre la mesa, repitiendo lo que nunca habían dicho en voz alta.

Ellos dos en Hogwarts.

Ellos dos en el Ministerio.

Ellos dos en el Callejón.

Y en cada imagen, esa cercanía que los delataba.

Un trago seco bajó por su garganta.

—Si decimos la verdad, nos hundimos.

Harry no replicó, pero su expresión se endureció.

La mirada de Draco se desvió hacia la ventana. La luz de la tarde doraba los bordes de la habitación, aunque el aire dentro se sentía cada vez más denso, como la antesala de una tormenta.

—Van a decir que me diste un trato especial, que me protegiste... y pondrán en duda todo tu trabajo como auror.

Harry asintió lentamente, la mandíbula rígida y los hombros tensos como si cada palabra pesara sobre ellos.

—Pero si mentimos...

Draco suspiró, pasando la mano por el rostro, frotándose la sien y notando el cansancio acumulado en cada músculo de su cuello.

—Si mentimos, podremos seguir como estamos. Pero...

Se detuvo, el silencio colgando entre ellos como un aire espeso. La mirada de Harry lo atravesaba con preocupación, un brillo inquieto en los ojos que le hizo tragar saliva.

—¿Pero qué?

La incomodidad se instaló en el estómago de Draco, un nudo que se tensaba con cada segundo que pasaba. Desvió la mirada hacia el borde del escritorio, observando cómo la luz de la tarde caía sobre los pergaminos amontonados.

—Que me gustaría que no tuviéramos que escondernos.

El parpadeo de Harry fue rápido, sorprendido. La declaración flotó en el aire, tangible, como si ocupase un espacio físico entre ellos. Draco casi se arrepintió, pero ya era tarde; la verdad estaba ahí, sin posibilidad de retroceder.

Quiso poder caminar al lado de Harry sin mirar por encima del hombro, besarle la mejilla o la boca sin que el mundo lo juzgara. Quiso que todo fuera visible, legítimo, sin miedo. Pero la urgencia de la situación imponía silencio.

Respiró hondo, dejando que la presión se asentara en el pecho mientras sostenía los ojos de Harry.

—No podemos permitirnos esto ahora.

El ceño de Harry se frunció, los labios formando una línea tensa, los dedos entrelazados apretando uno contra otro sobre las rodillas.

—¿Y si me da igual lo que diga la gente?

—Pero a mí no —respondió Draco, con firmeza, la voz baja pero clara—. No quiero arrastrarte conmigo.

Una exhalación pesada escapó de Potter, acompañado de un chasquido de lengua, más de molestia que de aceptación.

—No me arrastras.

Draco negó con la cabeza, el cansancio evidente en su gesto.

—Dime que esto no hará que te cuestionen como auror.

El silencio que siguió pesó sobre la sala. Harry abrió la boca, luego la cerró de nuevo. Ambos sabían la respuesta, aunque ninguno quisiera pronunciarla.

Respiró hondo, inclinándose ligeramente hacia él, los hombros rectos y la mirada fija.

—Entonces miente.

Los ojos de Harry buscaron los suyos, intentando detectar una duda, un fallo, cualquier señal que hiciera retroceder esa resolución.

—¿Estás seguro?

Asintió, firme.

Harry exhaló y, tras un instante de tensión, entrelazó sus manos con las de Draco sobre el escritorio. El apretón de Draco fue suave, poco notable, pero suficiente para transmitir acuerdo y confianza.

—A mí tampoco me gusta mentir —admitió—. Pero si lo hacemos ahora, cuando llegue el momento, podremos decir la verdad sin que nadie cuestione lo que has hecho por mí.

Los párpados de Harry se cerraron un instante, procesando lo que decía. Luego dejó escapar una sonrisa cansada, cargada de resignación y complicidad.

—Maldito Slytherin astuto.

Una sonrisa pequeña se dibujó en el lado de los labios de Draco.

—Siempre.

Ron, que se había quedado en silencio junto a Hermione, exhaló pesadamente, pasándose una mano por la cara, mostrando el agotamiento de haber observado la discusión sin intervenir.

—Odio admitirlo, pero Malfoy tiene razón. Si esto se sale de control, Harry podría perder su trabajo.

Hermione frunció el ceño, claramente inmersa en sus pensamientos, mientras realizaba un movimiento preciso con la varita que invocó un pergamino en blanco y una pluma. La mujer los colocó sobre la mesa y, sin perder tiempo, los preparó para escribir. Con un gesto meticuloso acomodó el rollo de pergamino, lo desplegó con suavidad hasta dejarlo fijo y luego, con un toque en la pluma, hizo que flotara a la altura adecuada para comenzar a anotar. Su voz, firme y decidida, rompió el silencio del grupo.

—Entonces tenemos que armar un plan.

En la silla contigua, el rubio dejó caer todo su peso hacia atrás. El respaldo crujió apenas, y él estiró las piernas con un aire de fingido aburrimiento. Sus codos descansaron sobre los reposabrazos, y los dedos tamborilearon con impaciencia antes de que soltara, con voz cargada de ironía:

—¿Así que vamos a planear una mentira?

El comentario no provocó que la bruja levantara la mirada. Seguía escribiendo con trazos rápidos, mientras la pluma raspaba la superficie del pergamino.

—Es una estrategia —contestó con tono cortante.

El hombre dejó escapar una breve risa nasal y, sin molestarse en disimular su sarcasmo, replicó:

—Una mentira con adornos.

Ella levantó de golpe los ojos, fulminándolo con la mirada.

—¡Malfoy!

—¿Qué? Es lo que es.

El intercambio arrancó una sonrisa ladeada a Harry, que observaba la dinámica con una mezcla de diversión y resignación. Los labios se le curvaron apenas, y no pudo evitar intervenir en un intento de llevar la conversación a un terreno más práctico.

—Bien. Entonces, ¿cómo lo hacemos?

El pergamino se iba llenando con rapidez, líneas de texto que reflejaban la capacidad de Hermione para organizar cada detalle en secuencia. La pluma flotante se movía casi sin descanso, siguiendo el ritmo de sus pensamientos.

—Decimos parte de la verdad —explicó con calma, sin detenerse en la escritura—. No podemos negar que son cercanos, pero sí podemos restarle importancia.

Ron, que llevaba rato apoyado con el codo sobre la mesa y la cabeza sostenida en la mano, dejó escapar un suspiro largo antes de asentir con desgano. En su expresión se mezclaba la frustración con la resignación.

—Sí, que parece que están juntos, pero en realidad no.

El comentario provocó una ceja arqueada en Draco, que enderezó un poco el cuerpo, ofendido de inmediato.

—Qué insultante.

—Tú cállate —replicó el pelirrojo, rodando los ojos con fastidio.

La reacción exagerada del rubio no se hizo esperar. Se llevó una mano al pecho como si acabara de recibir una ofensa irreparable, y su gesto teatral provocó que Harry soltara una leve risa que disimuló con un codazo amistoso en el costado de su compañero. El empujón fue suave, apenas suficiente para cortar la tensión y para que Draco lo mirara de reojo con fingida indignación.

Hermione, que seguía escribiendo sin descanso, murmuró entre dientes mientras repasaba lo que ya había anotado.

—Podemos decir que la relación entre ustedes dos ha mejorado en el último año.

Una carcajada seca escapó del rubio, que inclinó la cabeza hacia un lado con una mueca de burla.

—"Mejorado". Claro.

El comentario hizo que Harry le diera otro pequeño empujón con el codo, esta vez acompañado de una sonrisa que no se molestó en ocultar.

—Vamos a necesitar que tú también ayudes, amor. 

Con gesto entre divertido y desafiante, el aludido entornó los ojos.

—¿Y cómo se supone que haga eso?

Hermione levantó entonces la vista, clavando los ojos en él con firmeza, y no dudó en soltar la advertencia que llevaba rato masticando en silencio.

—No mirándolo como si te lo fueras a comer cada vez que entra en una habitación.

El silencio cayó de inmediato, pesado y evidente. Draco se quedó inmóvil, los labios apretados, sin saber muy bien cómo reaccionar. A su lado, Ron asintió varias veces con cara de repulsión, sin molestarse en suavizar el comentario.

—Sí... es... inquietante.

Encogiéndose ligeramente hacia el respaldo de la silla, Draco cruzó los brazos con rigidez. Su tono, cargado de defensa, se escuchó firme.

—No hago eso.

Los tres lo miraron al mismo tiempo, y ese escrutinio lo obligó a desviar la vista hacia un punto indefinido del suelo.

—No tanto —acabó admitiendo en voz más baja, aún con gesto de desagrado.

El comentario provocó una carcajada contenida de Harry, que levantó la mano hasta cubrirse la boca, sin poder reprimir la risa. Hermione, en cambio, rodó los ojos y volvió a la escritura, con la pluma moviéndose ágilmente por la superficie del pergamino.

—Bien, entonces mañana en la rueda de prensa...

La frase quedó a medias porque Draco retomó la palabra, ahora con un aire más serio. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa, y clavó los ojos en Potter con intensidad.

—Niegas la relación y dejamos que esto muera poco a poco.

Los labios de Harry se apretaron con fuerza, como si dudara antes de responder. Permaneció en silencio unos segundos, hasta que finalmente inclinó la cabeza en un gesto de asentimiento lento.

Ron, que parecía más cansado que enojado, soltó un suspiro largo que se perdió en la sala.

—Nunca pensé que haría esto.

—Yo tampoco —añadió Hermione, sacudiendo la cabeza, incrédula de la situación en la que se encontraban.

Con un movimiento breve, Draco giró el rostro hacia el lado de Harry. Sus miradas se encontraron sin que ninguno de los dos lo evitara. Por un instante, no hubo interrupciones ni comentarios sarcásticos. Era un entendimiento mudo, una aceptación compartida de lo que estaban por enfrentar. Al menos, esperaba que todo aquel esfuerzo realmente valiera la pena.

★★★

—𝓉𝒶𝓉𝓉

Chapter 25: 𝑿𝑿𝑰𝑽

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

 

★★★

El cuartel general del Ministerio de Magia estaba tan lleno que apenas se podía caminar sin rozar un codo, una capa o un sombrero. En la amplia sala de conferencias, cada asiento estaba ocupado y cada rincón invadido por periodistas, trabajadores del Ministerio, figuras políticas y curiosos que se habían colado con la esperanza de presenciar un momento histórico. Las cámaras fotográficas mágicas se elevaban por encima de las cabezas, preparadas para capturar cualquier gesto, y un murmullo constante, mezcla de susurros impacientes y conjeturas apresuradas, recorría el lugar como un zumbido que no cesaba.

En medio de ese caos organizado, Harry ajustó el marco de sus gafas con un gesto lento, como si necesitara ganar unos segundos más para ordenar sus pensamientos. Sentía el sudor acumulándose en la palma de sus manos, escondido bajo la mesa, y el latido de su corazón marcaba un ritmo irregular. Sabía que no sería fácil, porque nada que involucrara a Draco Malfoy lo había sido nunca.

Avanzó hasta el atril colocado frente a todos y dejó que su mirada recorriera el mar de rostros que lo observaban con una mezcla de curiosidad, juicio y expectación. Algunos lo miraban con respeto; otros, con abierta desconfianza. Tomó aire antes de hablar, consciente de que cada palabra sería analizada con lupa.

—Gracias a todos por venir —dijo al fin, con la voz firme aunque un poco más grave de lo habitual—. Sé que hay muchas preguntas sobre las imágenes que se publicaron recientemente.

Un murmullo más intenso recorrió la sala como un movimiento coordinado. Varios cuadernos se abrieron al instante y las plumas comenzaron a moverse solas sobre el pergamino. Las cámaras mágicas parpadearon varias veces, fijándose en su rostro.

—Antes que nada —continuó, enderezando la espalda para proyectar más seguridad—, quiero dejar claro que Malfoy y yo no estamos en una relación romántica.

La declaración cayó como una piedra en el agua. La ola de murmullos volvió con más fuerza, esta vez acompañada de exclamaciones breves y gestos de sorpresa. Un hombre en la segunda fila frunció el ceño con evidente decepción, mientras una bruja al fondo levantaba una ceja con escepticismo. En la primera fila, un periodista garabateaba tan rápido que parecía temer que la tinta no alcanzara.

Harry se mantuvo inmóvil, negándose a retroceder.

—Durante años, nuestra relación fue... complicada.

Al fondo de la sala se escucharon un par de risas cortas, cargadas de sarcasmo. No se dignó a buscarlas con la mirada.

—Pero después de la guerra, las cosas cambiaron —siguió, con un tono más pausado y controlado—. No voy a negar que hubo razones personales por las que intervine en su sentencia.

Las reacciones no se hicieron esperar. El murmullo creció hasta convertirse en una mezcla confusa de sorpresa e indignación. Varias cabezas se giraron entre sí, buscando confirmación o reacción en los demás.

Levantó la mano con la palma abierta, pidiendo silencio sin perder la compostura. Cuando el ruido disminuyó lo suficiente, habló con claridad:

—Malfoy me salvó la vida. Dos veces.

El efecto fue inmediato, el murmullo cesó casi al instante, como si un hechizo de silencio hubiera recorrido la sala. El desconcierto era evidente. Las miradas se clavaron en él, algunas incrédulas, otras confusas.

—Durante la guerra —explicó con voz firme, sin apartar la vista del público—, Bellatrix Lestrange le ordenó a Draco Malfoy que me identificara cuando me capturaron en la Mansión Malfoy. En ese momento yo estaba bajo los efectos de un hechizo de punción, pero él sabía perfectamente que era yo. Pudo haber dicho la verdad, pero no lo hizo.

Las palabras quedaron flotando en el aire. Nadie se movió y nadie interrumpió.

—Si hubiera hablado —añadió, con un tono más bajo, pero cargado de significado—, no estaría aquí. No estaríamos aquí.

Un periodista intentó levantarse con la boca abierta para lanzar una pregunta, pero Harry no le dio oportunidad de interrumpir.

—Luego, en el bosque, cuando fui a enfrentarme a Voldemort... —un estremecimiento colectivo recorrió la sala entre aquellos que aun temían oír el nombre prohibido—, su madre me salvó la vida. Fue por Narcissa Malfoy que pude regresar y terminar la guerra.

Las cámaras parpadearon de nuevo con insistencia. El destello de la luz mágica iluminó las facciones tensas de su rostro mientras hablaba.

—Y finalmente —dijo, deteniéndose apenas un segundo antes de soltar la siguiente frase—, en la batalla final, Draco Malfoy corrió hacia mí y me entregó su varita. Varita con la que pude defenderme. Varita que me ayudó en ese momento a derrotar a Voldemort. 

La reacción fue más contenida esta vez, un murmullo que no supo si era de asombro o de duda. Él se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando las dos manos sobre el atril con fuerza.

—La guerra terminó gracias a muchos. Pero, entre esos muchos, también estaban Narcissa y Draco Malfoy.

El silencio volvió, aunque no era de respeto, sino de incomodidad. Algunos desviaron la mirada hacia el suelo; otros, más reacios, cruzaron los brazos como si la sola idea los irritara.

—Sí, cometieron errores —admitió sin rodeos—. Yo mismo los vi. Los enfrenté. Pero ¿cuánto tiempo más vamos a seguir castigando a quienes intentan cambiar?

Las expresiones del público se transformaron lentamente. Hubo quienes fruncieron el ceño, quienes bajaron la cabeza como si meditaran en lo que escuchaban y quienes apretaron los labios con obstinación.

Tomó aire con profundidad, sintiendo en el pecho el peso de todo lo que había dicho y de todo lo que aún faltaba por decir.

—La guerra nos arrebató demasiado. Pasamos años peleando, perdiendo amigos, perdiéndonos a nosotros mismos.

Las palabras resonaron sin necesidad de gritar. Permanecieron suspendidas en la sala por unos segundos que parecieron mucho más largos de lo que eran.

Y con la misma firmeza con la que había empuñado su varita en el campo de batalla, añadió:

—No pienso permitir que sigamos perdiendo más.

Hubo un silencio breve, tan denso que hasta el chasquido de una pluma al caer se habría escuchado con claridad. Cada par de ojos seguía fijado en él, algunos expectantes, otros escépticos, y unos pocos, los que más lo inquietaban, cargados de un odio que el paso de los años no había logrado disipar.

Tragó saliva, el nudo en la garganta se hizo más evidente con cada segundo que pasaba.

—Por primera vez en años —dijo, bajando ligeramente el tono sin perder fuerza—, tenemos la oportunidad de seguir adelante.

El ambiente no cedió, si acaso, se hizo más espeso, como si las palabras no fueran suficientes para atravesar la barrera de resentimiento que muchos llevaban levantando más de una década.

—Si seguimos atrapados en lo que fue —continuó, con la mandíbula apretada—, nunca lo superaremos.

Un bufido seco rompió la quietud. No fue un sonido fuerte, pero bastó para cambiar el ambiente.

—¿Y tú, Potter? —gruñó un hombre desde la parte media de la sala, su voz áspera cargada de rencor—. ¿Esperas que olvidemos todo lo que él hizo?

La cabeza de Harry giró despacio hasta encontrar el origen del comentario. El hombre que lo había dicho tenía el rostro marcado por los años y por las batallas; las arrugas profundas en la frente y alrededor de los ojos hablaban de noches sin descanso, y una cicatriz pálida descendía desde su cuello hasta perderse bajo el borde de la túnica. Lo que más destacaba era la mirada: oscura, endurecida, cargada de un resentimiento que parecía haber echado raíces demasiado profundas.

Como si esa primera acusación hubiera abierto la puerta, las demás voces se alzaron sin control.

—¡Ese chico es un maldito mortífago! —escupió alguien en el extremo izquierdo de la sala.

—¡Siempre lo fue! —añadió otra voz, más aguda, desde el fondo.

—¡Mi hermana está bajo tierra por culpa de esos mortífagos!

—¿Cuánto te pagó, Potter?

La marea creció en segundos. Lo que antes era un murmullo ahora era una tormenta de palabras afiladas y llenas de veneno. Cada frase se clavaba como un golpe seco, y la rabia colectiva crecía como si llevase años esperando un motivo para estallar.

—¡Es un traidor!

—¡Nunca cambiará!

—¡No merece nada más que Azkaban!

El estruendo resultaba insoportable, un rugido desordenado que parecía no tener fin. Las sienes de Harry latían con fuerza, cada pulso más intenso que el anterior, y notó cómo sus dedos se cerraban con violencia alrededor del borde del atril. La frustración le trepaba por el pecho con cada segundo que pasaba sin que nadie lo escuchara.

¿Cómo podían ser tan ciegos?

¿Cómo podían negar lo que tenían delante?

Intentó elevar la voz por encima del alboroto.

—¡Escuchen!

Nadie lo hizo.

—¡Por favor, escuchen!

Las palabras se perdieron en el aire sin dejar huella. Solo hubo más gritos, más acusaciones, más odio.

La paciencia se quebraba, el autocontrol se le escapaba como arena entre los dedos, y el esfuerzo por mantener la calma comenzaba a parecer inútil.

—¡BASTA! —rugió, con toda la fuerza que sus pulmones pudieron reunir.

El grito retumbó en las paredes de piedra y resonó en el pecho de todos los presentes. Por un instante breve, el ruido disminuyó, pero los insultos regresaron en oleadas. El incendio que sentía en el pecho ardía sin control.

—¡No saben de lo que están hablando! —exclamó con furia contenida—. ¡Si solo...!

Y entonces, entre la multitud alterada que gritaba sin cesar, Harry logró distinguir un movimiento que rompió el caos visual. Entre túnicas agitadas y rostros enfurecidos, un destello negro seguido de un matiz castaño oscuro captó su atención. Tardó apenas un segundo en reconocerlo. 

Draco estaba allí.

Había recurrido a un hechizo de disimulo sutil, lo bastante eficaz para que sus rasgos no fueran reconocibles a simple vista. Su rostro se mantenía neutral y sus hombros no mostraban tensión alguna, como si el ambiente cargado de insultos y resentimiento no tuviera ningún efecto sobre él. Sin embargo, para quien lo conocía tan bien como Harry, esa calma aparente era solo una fachada. Las manos del rubio —ahora pelinegro por el hechizo—, alzadas ligeramente en un gesto que pedía tranquilidad, estaban rígidas; los dedos tensos delataban la contención de quien lucha por no intervenir. Los labios, apenas en un movimiento imperceptible, formaban palabras que Harry no necesitó escuchar en voz alta para entender.

"Está bien. Tranquilo."

Con solo ver ese gesto, comprendió el mensaje. Inspiró con profundidad, obligando a sus pulmones a llenarse de aire y forzando el ritmo acelerado de su corazón a disminuir. La furia que lo consumía se redujo lo suficiente para permitirle hablar con más control.

—Si no quieren perdonarlo, es su decisión —dijo en un tono firme, bajo pero inquebrantable—. Pero yo sí.

La declaración quedó suspendida en el aire, clara y definitiva. Sin añadir una sola palabra más, giró sobre sus talones y caminó hacia la salida sin mirar atrás. Los gritos, todavía cargados de odio y resentimiento, siguieron resonando detrás de él mientras abandonaba la sala, pero su efecto había cambiado. Aunque el enojo seguía latiendo en su pecho, sabía que había hecho lo correcto.

Entre la multitud que seguía vociferando, Draco bajó lentamente las manos. El glamour seguía activo, ocultando su identidad, pero en el interior de sus ojos grises brillaba algo distinto. Si Harry hubiera estado lo bastante cerca, lo habría reconocido sin dificultad: agradecimiento.

★★★

El estado emocional de Draco era un torbellino difícil de definir. No era furia, aunque había enojo en su pecho. Era algo más profundo... era impotencia.

Había permanecido en la sala el tiempo suficiente para escuchar cómo su nombre era reducido a cenizas por las bocas de personas que ni siquiera lo conocían. Lo suficiente para ver cómo Harry trataba de defenderlo con argumentos sólidos y desesperados. Lo suficiente para sentir, con cada palabra pronunciada, el peso de su propia existencia. Y lo peor había sido ese instante en el que Harry estuvo a punto de perder el control. Lo había visto en la tensión que se formaba en su rostro, en la manera en que sus dedos se crispaban sobre el atril, en el brillo peligroso de su mirada. Draco no deseaba ser el motivo de esa rabia. No quería que la furia del otro naciera de él, así que, con un gesto simple y un susurro imperceptible, le indicó que se calmara.

Y, de algún modo, Harry lo escuchó.

Permaneció un momento más entre la multitud disfrazada, observando cómo el moreno salía de la sala con la mandíbula apretada y los pasos firmes. Aprovechando que su apariencia seguía oculta bajo el glamour, abandonó el lugar en un instante mediante un hechizo de aparición. El destino era obvio: Grimmauld Place.

Cuando llegó, el silencio lo recibió. La sala principal estaba tenue, iluminada solo por el fuego que crepitaba dentro de la chimenea. Harry estaba de pie frente a las llamas, con la cabeza ligeramente inclinada hacia adelante, los músculos del cuello tensos y los puños cerrados con tanta fuerza que los nudillos se habían vuelto pálidos.

Draco conocía bien esa postura: Harry Potter estaba furioso, pero no con él. Estaba enfadado con el mundo, con la crueldad de la gente, con la injusticia que seguía arrastrándose incluso tantos años después del final de la guerra.

—¿Estás bien? —preguntó Draco con voz más suave de lo habitual.

El aludido levantó la vista, visiblemente sorprendido de verlo tan pronto. La expresión en sus ojos hizo que Draco contuviera el aliento. Había fuego allí, un brillo intenso que no esperaba encontrar. Antes de que pudiera formular otra palabra, Harry acortó la distancia entre ambos en apenas tres pasos, con un caminar cargado de furia y determinación, sin apartar la mirada de él ni un instante.

—¿Estoy bien? —repitió Harry, con un tono bajo, áspero, que sonaba más peligroso de lo que Draco había anticipado.

El cuerpo del rubio reaccionó por instinto. La piel se le erizó en un escalofrío súbito, no por miedo, sino por la anticipación que generaba la forma en que estaba siendo mirado. La intensidad en esos ojos verdes era abrumadora, como si el moreno estuviera a punto de romper una barrera que llevaba demasiado tiempo conteniéndose.

—Acaban de arrastrar tu nombre por el suelo frente a mí —soltó con rabia contenida—. Insultaron cada respiro que has dado desde la guerra. Me quedé ahí, escuchando cómo te llamaban monstruo, cómo decían que no mereces nada, que deberías pudrirte en Azkaban.

Cada palabra se clavó con fuerza en la piel de Draco, pero Harry aún no había terminado.

—Y tú solo... estabas ahí, como si no te importara.

Un ceño profundo apareció en el rostro del rubio.

—Por supuesto que me importa —replicó con firmeza, cruzándose de brazos—. Pero sé cómo es la gente, Potter. No iba a ponerme a discutir con ellos.

—¡No se trata de discutir! —gritó Harry, alzando la voz por primera vez—. ¡Se trata de que no quiero que te hagan esto!

La confesión lo dejó inmóvil, el aire se volvió denso entre ambos mientras el moreno respiraba con dificultad y sus ojos brillaban de emoción contenida. Draco tragó saliva antes de responder.

—No puedes salvarme de todo, Harry —murmuró, más como un pensamiento en voz alta que como una respuesta.

El otro dio un paso hacia adelante y, de forma automática, Draco retrocedió, hasta que la pared detuvo su movimiento. La mano de Harry se alzó en un gesto que, aunque delicado, tenía un matiz desesperado. La apoyó en la nuca del rubio, acercándolo con firmeza hasta que sus labios quedaron a escasos centímetros de los suyos.

—¿Y si quiero hacerlo? —preguntó con un hilo de voz más bajo, más ronco, cargado de una sinceridad que no dejaba espacio para la duda.

Draco lo miró fijo, sin apartar la vista ni un segundo.

—¿Y si no quiero que me salves?

Una sonrisa cansada se dibujó en los labios del moreno.

—Demasiado tarde para eso.

El corazón del rubio comenzó a latir con más fuerza. En los ojos verde intenso frente a él no había vacilación, y saber que hablaba en serio lo desarmó por completo. Lo amaba precisamente por eso. 

Y estaba cansado, cansado de pretender que no deseaba aquello, cansado de fingir que no disfrutaba estar bajo la protección de Harry, cansado de pensar en consecuencias que ya no importaban. Estaba agotado de empujarlo lejos cuando todo en su cuerpo pedía acercarlo más.

Por primera vez en mucho tiempo, decidió no frenarse. No pensar demasiado, solo... dejarse llevar.

Sus manos se aferraron a la tela de la camisa del moreno, arrugándola con fuerza. Apoyó la frente contra su hombro y soltó un suspiro largo, el mismo que no se había permitido liberar en la sala del Ministerio. Harry lo rodeó con los brazos y lo atrajo con firmeza contra su cuerpo.

—Estoy aquí —susurró junto a su oído, con una voz cálida y suave.

—Lo sé —respondió Draco, cerrando los ojos.

El calor de la respiración del otro rozaba su piel, y no deseó moverse ni un centímetro. Sabía que cualquier movimiento innecesario podría romper esa atmósfera en la que, por fin, sentía que estaba en el lugar correcto. El abrazo era firme, envolvente, seguro. Allí, contra el pecho de Harry, entendió que no necesitaba nada más.

Un instante después, Harry se movió. Fue apenas un roce, un contacto leve de sus labios contra la sien del rubio. Un gesto tan simple como cargado de intención. Y, sin embargo, bastó para que un estremecimiento recorriera la espalda de Draco. El aire entre ambos se volvió más espeso y el espacio que los separaba prácticamente desapareció.

—Draco... —susurró Harry con voz grave, dejando que su aliento rozara la piel del cuello ajeno.

El rubio contuvo la respiración cuando los dedos del otro comenzaron a deslizarse lentamente por su espalda, subiendo hasta el cuello y enredándose con suavidad en su cabello.

—Dijimos que tomaríamos esto con calma —murmuró, aunque su voz sonó mucho más débil de lo que pretendía.

Harry sonrió contra su piel.

—Yo no dije eso.

Una risa breve escapó de los labios de Draco.

—Idiota.

—Tu idiota.

Y entonces los labios del moreno buscaron los suyos. 

El beso que siguió no tuvo nada de delicado. No fue suave ni contenido. Fue urgente, desesperado, como si cada segundo que había pasado conteniéndose se condensara en ese único instante. Como si hubiera querido hacerlo desde el mismo segundo en que lo vio aparecer en su sala.

Draco no se resistió. Esta vez no iba a contenerse; él también quería más. Sujetó a Harry por la camisa y, con un movimiento firme, lo empujó contra la pared. La cercanía hizo que ambos sintieran el calor del otro, la respiración acelerada. Harry jadeó apenas al sentir el contacto, sus manos apoyándose contra el torso de Draco mientras trataba de mantener el equilibrio.

—Draco... —susurró, con la voz ronca.

Los labios de Draco se curvaron en una ligera sonrisa mientras los recorría con movimientos lentos desde la mandíbula hasta el cuello de Harry, marcando la tensión que ambos sentían. Sus dedos se deslizaron bajo la tela de la camisa, palpando la firmeza de los músculos y sintiendo cada reacción en la piel de Harry. Cada estremecimiento que percibía le provocaba una satisfacción silenciosa, una certeza de que estaban sincronizados en su deseo de acercamiento.

Harry reaccionó de inmediato, girando ligeramente, empujando de nuevo su espalda contra la pared, y un gemido involuntario escapó de sus labios. 

—Juegas sucio, Potter —dijo Draco, la voz cargada de desafío y diversión.

—Lo sé —respondió Harry, con una sonrisa, sus manos ahora firmes en la cintura de Draco, sosteniéndolo mientras el aire entre ambos se espesaba por la proximidad.

El contacto se volvió más intenso. Los movimientos eran rápidos y decididos, marcados por la necesidad de acercarse sin control, de sentir al otro sin restricciones. Los cuerpos se rozaban, hombro contra hombro, torso contra torso. Cada roce de sus manos, cada presión sobre la piel provocaba un escalofrío que recorría sus espaldas.

—¿Crees que puedes controlarme, Potter? —murmuró Draco, su aliento caliente contra la piel de Harry.

—Creo que me encanta verte perder el control —replicó Harry, con firmeza, sus dedos presionando suavemente pero con intención sobre la cintura de Draco.

Los movimientos se intensificaron; cada gesto estaba cargado de tensión y urgencia. Draco arqueó la espalda instintivamente, intentando mantener cierta independencia, pero el contacto constante de Harry lo mantenía sujeto. Cada suspiro, cada respiración entrecortada se sentía en el aire, enredándose entre ellos como una corriente que no podía evitar.

—¿Y si no quiero controlarme? —susurró, clavando sus uñas en la espalda de Harry, arañando la piel bajo la camisa.

Harry jadeó, su agarre se tensó, sus pupilas brillaron con deseo.

—Entonces, no lo hagas.

Entonces los labios se encontraron de nuevo, esta vez más largos y profundos, un choque de necesidad contenida, un intento de memorizar cada movimiento, cada reacción. Las manos se movían por la espalda y cintura, palpando, sosteniendo, sintiendo la piel caliente bajo la tela de sus camisas. La respiración de ambos se mezclaba, y cada jadeo se convertía en un aviso del deseo que recorría sus cuerpos sin pronunciar palabras.

Luego lo empujó hacia el sofá, haciendo que Harry cayera de espaldas, sorprendido, pero con una sonrisa torcida.

—Vas con prisa, Malfoy.

Draco se inclinó sobre él, su cabello desordenado, su respiración agitada.

—Cállate, Potter.

Harry rió, pero el sonido se apagó en su garganta cuando Draco se sentó a horcajadas sobre sus caderas y volvió a capturar su boca, esta vez más profundo, más lento, como si quisiera memorizar la forma misma de los labios de Harry. Las manos de Harry recorrieron su espalda, deslizándose bajo su camisa, sintiendo la piel caliente y tensa bajo sus dedos.

Draco se sobresaltó ante la sensación, y Harry aprovechó la distracción para volver a girarlos en una maraña de extremidades, inmovilizando a Draco bajo su peso, con las manos sujetando las muñecas de Draco contra los cojines del sofá.

—Dijiste que no ibas a controlarte... —susurró Harry, rozando la mandíbula de Draco con los labios.

Draco forcejeó, un esfuerzo inútil y emocionante contra la fuerza de Harry, con las muñecas agarradas con fuerza.

—Hijo de...

Pero Harry lo besó de nuevo, y Draco olvidó lo que iba a decir. Se ahogaba en él: en el aroma de su piel, el calor de su cuerpo, el sonido entrecortado de su respiración. El firme agarre de Harry en sus muñecas le provocó un escalofrío de rendición que odiaba y adoraba a partes iguales.

—¿Rindiéndote, Malfoy? —Harry sonrió contra su cuello; sus labios, una tortura ligera como una pluma, hicieron temblar a Draco.

—Nunca —gruñó, arqueando la espalda para intentar ganar terreno, pero Harry lo presionó con más fuerza, su agarre inquebrantable.

Se maldijo a sí mismo, su propio cuerpo lo traicionaba. Estar bajo Harry, completamente a su merced, con ese maldito brillo en sus ojos verdes... era demasiado.

Y Harry lo sabía.

—No mientas, Malfoy —murmuró contra su clavícula, deslizando la lengua sobre la piel sensible con una lentitud agonizante—. Te encanta.

Draco dejó escapar un jadeo entrecortado.

—Cállate, Potter.

Pero él solo rió, un sonido oscuro y delicioso.

—¿Y si no quiero?

Con una repentina y desesperada oleada de fuerza, Draco liberó una muñeca, luego la otra. Con un movimiento fluido, invirtió sus posiciones, sentándose nuevamente a horcajadas sobre las caderas de Harry y sujetando sus muñecas por encima de su cabeza contra el brazo del sofá.

Harry maldijo en voz baja, pero esa sonrisa arrogante no abandonó su rostro.

Draco gruñó, lanzándose sobre él con un beso que era todo hambre, furia y años de represión. Fue caótico, descontrolado. Harry se soltó del agarre, y sus dedos se enredaron en el cabello rubio, tirando con fuerza, y Draco jadeó en su boca, un sonido que Harry usó para profundizar el beso, su lengua cálida y exigente. Draco estaba perdiendo la cabeza. Las manos de Harry se deslizaron por su espalda, sobre la curva de su espalda, bajando hasta su cintura, sosteniéndolo, apretándolo contra él.

—Maldita sea, Potter... —Draco jadeó contra su boca, pero Harry no le dio oportunidad de hablar más.

Lo besó otra vez, con movimientos firmes y urgentes, y Draco nunca había sentido algo así. La piel se le erizó en cada roce, el calor subía por su espalda y su respiración se volvió entrecortada. Cada contacto, cada presión de las manos de Harry, hacía que su cuerpo respondiera de inmediato, tensándose y relajándose al mismo tiempo.

Lo odiaba y lo amaba al mismo tiempo. Harry tenía la capacidad de desarmarlo por completo, de hacer que olvidara todo excepto la cercanía de su cuerpo.

—No tienes idea de lo mucho que te he querido así... —murmuró Harry, su voz rasposa mientras besaba con insistencia, cada palabra un hilo de urgencia que recorría la piel de Draco.

Un escalofrío subió por la espalda de Draco, desde la nuca hasta la base de la columna.

—¿Así cómo, Potter? —susurró, notando cómo Harry apretaba los dientes apenas cuando sus uñas se desplazaban por el pecho de Draco bajo la camisa, rascando suavemente pero con firmeza.

Harry lo besó de nuevo, más largo y fuerte esta vez, manteniendo la mirada fija en él, con esa intensidad que hacía que Draco olvidara cómo respirar y moviera solo los labios para responder.

—Así... temblando por mí.

Draco maldijo entre dientes mientras Harry bajaba por su cuello, con movimientos precisos y lentos, dejando marcas ligeras que prometían dolor mañana pero provocaban deseo ahora. Cada roce, cada presión de los labios y dientes sobre la piel, hacía que el cuerpo de Draco se estremeciera involuntariamente, que sus manos se movieran por la camisa de Harry buscando sostener algo tangible mientras todo lo demás se desdibujaba en calor y tensión.

Las manos de Harry recorrían la cintura, la espalda, bajando finalmente hacia los botones de la camisa. Cada movimiento estaba medido, firme, con contacto constante, palpando la piel y los músculos de Draco, marcando un territorio sin palabras.

—¿Puedo...? —susurró Harry, la pregunta apenas audible contra la piel de Draco, como si aún esperara una respuesta que no necesitaba.

Draco gruñó bajo el contacto.

—¿De verdad vas a preguntar eso ahora, Potter?

Harry rió contra su cuello, y al instante los botones de la camisa de Draco desaparecieron, volando fuera de su alcance. La impaciencia de Harry se sentía en cada gesto, y Draco no podía negarlo: el calor que compartían era insoportable, cada roce era fuego contra su piel, y la proximidad los hacía vibrar en un mismo ritmo.

—No sabes lo mucho que te odio ahora mismo... —jadeó Draco cuando Harry rozó justo los lugares que lo volvían loco, sintiendo la presión y el calor en cada centímetro de su cuerpo.

Una carcajada grave escapó de Harry, los labios aún pegados a la piel de Draco.

—¿Seguro? —la voz cargada de deseo y de esa arrogancia que normalmente irritaba a Draco, ahora solo lo hacía querer más.

—Cállate y sigue —gruñó Draco, enredando los dedos en el cabello oscuro de Harry, tirando suavemente para acercarlo otra vez a su boca.

El gemido de Harry fue un sonido profundo que se mezcló con los jadeos de Draco, y este último sintió un escalofrío recorrerle todo el cuerpo. Nunca había experimentado algo tan intenso. Nunca había sentido el control y la entrega tan mezclados, la fuerza de otro sobre él pero al mismo tiempo la sincronía de ambos.

Las manos de Harry presionaban, recorrían, sujetaban. Cada movimiento transmitía urgencia, necesidad, calor. La piel de Draco se estremecía al contacto constante, al roce de los dedos sobre la espalda y cintura, a la presión firme pero cuidadosa.

—Estás temblando otra vez... —murmuró Harry contra su oído, la voz ronca y rota por la intensidad del momento.

Draco lo odió por notarlo, pero no pudo evitar que su cuerpo reaccionara.

—No sé de qué hablas... —mintió, con los ojos dilatados, los labios hinchados de tantos besos, intentando mantener la compostura.

Harry sonrió con conocimiento de causa. 

Pero de pronto, las manos de Draco viajaron a la nuca de Harry, aferrándose como si temiera que desapareciera en cualquier momento. Era ridículo—Harry estaba ahí, debajo de su cuerpo, devorándolo con su boca, quemándolo con cada roce de sus manos—pero el miedo seguía presente. 

"Es demasiado bueno para ser cierto." 

El pensamiento cruzó su mente como un relámpago, pero no tuvo tiempo de reflexionar sobre él porque Harry lo mordió en el cuello y un gemido escapó de Draco entre los labios que lo retenían.

—Eres mío... —susurró Harry, la voz baja y grave contra su piel, firme y segura.

Draco sintió que el pecho se le oprimía. 

Lo era. 

Era de Harry. 

Siempre lo había sido.

—Tuyo... —susurró, sin pensar, y Harry respondió con un gruñido que hizo que Draco se arquease ligeramente, sintiendo la presión y el contacto como un hilo que los unía más.

Los besos se volvieron más insistentes, más urgentes; las manos más firmes, recorriendo el cuello, hombros, espalda. Cada movimiento estaba medido, intenso, con la piel reaccionando a cada roce. La cercanía era abrumadora y perfecta a la vez, una sincronía que hacía que cada respiración se sintiera compartida.

—Harry... —jadeó Draco, sin vergüenza, con la voz apenas audible, resonando entre los cuerpos.

Él sonrió contra la piel, y Draco se tensó, sabiendo que cada gesto, cada contacto, cada roce de labios o dedos, estaba calculado para mantenerlo en ese equilibrio de deseo y entrega.

—Dilo otra vez —susurró Harry.

Draco gruñó, frustrado y excitado al mismo tiempo.

—¡Potter!

Harry rió con malicia, pero Draco lo sostuvo firme de los hombros, meciéndose ligeramente, lenta y deliberadamente, dejando que sus miradas se encontraran, cargadas de hambre, dominancia y entendimiento mutuo. Cada respiración era compartida, cada latido del corazón percibido por el otro, cada gesto un recordatorio de lo cerca que estaban y de lo mucho que deseaban mantenerse así.

—Dijiste que soy tuyo... —susurró Draco, la boca apenas a centímetros de la de Harry—. ¿Eso significa que también eres mío?

Harry jadeó, el sonido profundo y contenido, la respiración acelerada por la cercanía y la intensidad del contacto.

—Lo he sido desde que me llamaste "Potter" por primera vez.

Draco sonrió con suficiencia, una mezcla de desafío y satisfacción.

—Lo sé.

Antes de que Harry pudiera replicar, Draco bajó su boca y lo besó, reafirmando el vínculo silencioso que habían establecido con cada roce, cada contacto, cada mirada, cada respiración compartida.

Y Harry se olvidó de todo, porque el beso era diferente a los anteriores, no había urgencia, no había prisas. Era profundo, lento, una maldita tortura. Draco lo estaba saboreando, y al mismo tiempo, Harry se derretía bajo él.

Las manos comenzaron a explorar su cuerpo con lentitud, como si cada centímetro de piel tuviera que ser grabado en la memoria. Harry se arqueó debajo de él, perdido en las sensaciones, en el calor que emanaba de Draco.

—Dime que me amas. —Susurró Draco contra sus labios, apenas un aliento.

Entreabriendo los ojos, respirando aún entrecortadamente, Harry sentía cómo cada caricia lo atravesaba. Las manos que lo tocaban eran suaves pero ansiosas, descubriéndolo como si cada roce fuera sagrado, como si Draco temiera olvidar la sensación de su piel.

Una mano se alzó a la nuca de Draco, enredando los dedos en su cabello rubio y obligándolo a mirarlo. Sus ojos verdes brillaban con un calor que iba más allá del deseo.

—Te amo, Draco —susurró, la voz rasposa, cargada de algo más profundo que la lujuria.

Un jadeo tembloroso escapó, como si esas palabras lo hubieran desarmado. Sus labios se entreabrieron, pero no hubo respuesta inmediata. Solo una mirada fija, entre asombro y pura necesidad.

Sin darle tiempo a procesarlo del todo, Harry lo giró suavemente sobre el sofá, quedando ahora encima. Los labios bajaron lentamente por la mandíbula, por el cuello, dejando besos pausados, húmedos, medidos.

—Vamos a mi cuarto —murmuró contra su piel, con un tono que era más una promesa que una simple sugerencia.

Draco tembló bajo él, su pecho subiendo y bajando rápidamente, pero asintió, sin fuerzas para negarse.

Harry se levantó primero, ofreciéndole la mano. Draco la tomó sin dudar, dejando que lo guiara fuera de la habitación. El pasillo estaba en penumbra, iluminado solo por la tenue luz del anochecer que se filtraba a través de las cortinas de Grimmauld Place. A cada paso, Draco podía sentir el calor de la palma de Harry contra la suya, la firmeza de su agarre, la certeza en su caminar.

Cuando llegaron a la puerta de la habitación de Harry, este la empujó con suavidad, sin soltar su mano. Draco apenas tuvo tiempo de mirar alrededor antes de que Harry lo atrajera hacia él de nuevo, besándolo con más intensidad, con más hambre.

Y entonces, la puerta se cerró tras ellos.

La poca luz de la lámpara de la mesilla iluminaba el rostro tenso de Harry. Porque esta vez iba en serio, esta vez no era como los besos furtivos que habían compartido en Hogwarts, ni como los roces accidentales e intensos que los habían hecho contener la respiración. Esta vez era real, esta vez iba a suceder.

—Si no estás listo, podemos esperar —dijo Harry, su voz baja y cuidadosa. Quería que Draco supiera que tenía el control, que esto no era algo que debía hacer por complacerlo.

Draco evitó su mirada, pero sus mejillas estaban sonrojadas. Su lengua pasó por sus labios secos antes de responder:

—No es eso. Solo... nunca lo he hecho.

Harry sonrió con ternura y acarició la línea de su mandíbula, obligándolo a mirarlo.

—Lo sé —murmuró—. Y quiero que sea especial para ti. No hay prisa.

El rubor en las mejillas de Draco se intensificó, pero asintió lentamente. Harry le dio un beso lento, permitiéndole sentir la calidez de su boca, la paciencia en cada movimiento. No quería que Draco sintiera que tenía que apresurarse o seguir un ritmo que no era el suyo.

—Dime si quieres que me detenga en cualquier momento —susurró Harry contra sus labios.

Draco no respondió con palabras, solo se aferró a él con más fuerza. Harry, con la misma paciencia de siempre, terminó de quitarle la camisa con movimientos cuidadosos, dejando expuesta la piel pálida de su torso. Pero en cuanto la brisa nocturna rozó sus brazos desnudos, Draco pareció darse cuenta de algo y su cuerpo se tensó al instante. Harry sintió el cambio en el ambiente antes incluso de verlo.

Con un movimiento instintivo, Draco llevó su brazo izquierdo hacia atrás, ocultándolo en su espalda, como si quisiera que desapareciera. Harry no necesitó más explicaciones.

La marca.

Era la misma razón por la que Draco jamás usaba ropa que dejara expuestos sus brazos. Siempre había sido meticuloso con su vestimenta, elegante, impecable, con esas camisas manga larga que en ocasiones se arremangaba haciéndolo ver más sexy; pero desde sexto año, desde que aquella siniestra serpiente con calavera había quedado grabada en su piel, no había vuelto a permitirse eso, ni en los días del tormentoso calor, y ni siquiera ante Harry.

Y ahora estaba allí, con la parte superior de su cuerpo desnuda, vulnerable, sonrojado por la vergüenza de algo que no podía borrar. Harry sintió una punzada en el pecho, porque sabía lo que significaba para Draco. Sabía cuánto odiaba esa parte de sí mismo.

Así que sin decir una palabra, llevó una mano a su mandíbula y la sostuvo con delicadeza, obligándolo a mirarlo. Los ojos de Draco, siempre tan fríos ante el mundo, ahora estaban llenos de duda, de miedo, de una vulnerabilidad que solo él le mostraba.

—Draco... no tienes por qué ocultarla —susurró Harry, con una suavidad que envolvía cada palabra—. Yo no te veo por lo que fuiste, sino por quién eres ahora. Esta marca no te define. Tú eres mucho más que ella.

Draco parpadeó, sorprendido por la ternura en su voz. Su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas, como si no supiera qué hacer con todo el amor que Harry le estaba ofreciendo.

Lentamente y con cierta vacilación, sacó su brazo de su espalda y lo dejó expuesto. Harry bajó la mirada hacia la marca tenebrosa que, con el tiempo, se había ido desdibujando. Sin el artífice vivo, ya no era el símbolo oscuro que una vez había sido, sino una sombra gris. Paulatinamente se iría borrando, pero mientras eso sucedía, seguiría siendo el recordatorio de una pasado que no podía cambiar.

Harry deslizó la yema de sus dedos sobre la piel marcada con el mismo cuidado con el que acariciaría algo frágil. Luego, sin apartar la mirada de los ojos de Draco, se inclinó y depositó un beso sobre la cicatriz desvanecida.

Draco dejó escapar un tembloroso suspiro, y Harry sonrió contra su piel.

—Te amo por completo —susurró, subiendo hasta su rostro para rozar sus labios en un beso apenas perceptible—, sin condiciones, sin excepciones.

El rubio cerró los ojos y se aferró a él, dejando que las palabras de Harry se hundieran en lo más profundo de su ser. Se movieron hacia la cama con lentitud, sin romper el contacto. Harry lo guió para que se recostara y se inclinó sobre él, presionando besos en su cuello, en su clavícula, en cualquier parte donde sintiera que la piel de Draco reaccionaba. Podía sentir la tensión en su cuerpo, pero también la manera en que cedía poco a poco, confiando en él.

—Eres hermoso, Draco —susurró Harry, dejando un camino de besos sobre su pecho.

Cerró los ojos, su respiración entrecortada. Nadie le había dicho algo así antes, y mucho menos en un momento tan vulnerable, y ahora Harry estaba ahí, tomándose su tiempo para explorarlo, aprendiendo qué caricias hacían que se arqueara y qué besos lo hacían gemir. Harry quería asegurarse de que la primera vez de Draco fuera más que un acto físico; quería que se sintiera amado, deseado.

Cuando sus manos se deslizaron más abajo, Draco dejó escapar un jadeo tembloroso. Harry se detuvo y lo miró, asegurándose de que estuviera bien.

—Solo relájate —le dijo suavemente—. Estoy aquí contigo.

Draco asintió, sus ojos oscuros y brillantes por la emoción contenida.

Harry bajó lentamente, besando su abdomen, deteniéndose justo sobre la cinturilla de su pantalón. Con una mirada cargada de deseo, lo desabrochó con dedos hábiles, sintiendo cómo el cuerpo de Draco se tensaba bajo su tacto.

—Eres tan sensible... —murmuró Harry con una sonrisa antes de deslizar los pantalones junto con su ropa interior por sus caderas, dejando a Draco completamente expuesto bajo su mirada.

El moreno se quedó mirándolo, captando cada detalle de su cuerpo. Sus ojos recorrían la figura de Draco, la suavidad de la piel expuesta a su mirada. Mientras, Draco, con el rostro ligeramente sonrojado, no podía apartar la mirada de Harry, aún nervioso, pero confiando en él. 

Con los ojos fijos en su novio, Harry se levantó despacio, asegurándose de que su contacto fuera suave, delicado. La cercanía entre ellos se volvía más intensa, pero también respetuosa, como si ambos estuvieran descubriendo algo nuevo en ese momento. 

Harry se acercó a él, rozando su rostro con una mano, asegurándose de que Draco estuviera completamente cómodo antes de continuar y este soltó un gemido ahogado cuando la boca de su novio descendió sobre él desde su ombligo. La lengua trazó círculos lentos y provocadores cerca de su entrepierna, mientras Harry disfrutaba cada sonido que escapaba de los labios de Draco. Sus dedos se enredaron en el cabello del moreno, aferrándose con desesperación mientras su cuerpo reaccionaba a cada estímulo.

—H-Harry... —jadeó, su voz entrecortada.

Levantó la mirada, sus ojos verdes ardiendo con una mezcla de ternura y lujuria.

—Quiero que te sientas bien —susurró antes de intensificar sus movimientos, mordiendo levemente esas zonas carnosas en la parte interna de los muslos.

Draco se arqueó contra la cama, su pecho subiendo y bajando con respiraciones agitadas. Nunca había experimentado algo así, la sensación de ser completamente vulnerable y al mismo tiempo completamente adorado. Era demasiado, pero no quería que se detuviera.

Pero cuando el placer se volvió insoportable, Harry subió de nuevo, besándolo con intensidad, permitiendo que Draco saboreara el deseo entre ellos.

Lentamente Harry quitó su propia ropa, tirándola en alguna parte de la habitación, todo bajo la mirada atenta de Draco, que no perdía detalle del cuerpo que su novio poseía. Jamás había visto a Harry desnudo, ni siquiera su pecho, y ahora ahí, ante él, se daba cuenta de las maravillosas vistas que se había estado perdiendo todo ese tiempo.

Harry no era un hombre extremadamente musculoso, pero su cuerpo tenía una firmeza natural que hablaba de años de entrenamientos, duelos y noches en vela corriendo por Hogwarts. Su torso estaba definido, con cicatrices sutiles aquí y allá, recuerdos de batallas pasadas. Su piel era cálida al tacto, con un tono ligeramente dorado por el tiempo que pasaba al aire libre.

Draco deslizó los dedos sobre su clavícula, bajando lentamente por su pecho hasta rozar su abdomen. No era exageradamente marcado, pero cada línea y curva tenía algo que lo hacía irresistible. Su respiración se aceleró cuando Harry tembló levemente bajo su toque, sus músculos contrayéndose sutilmente con cada roce.

—Wow —susurró Draco sin pensar, sintiendo un calor inesperado en su pecho al ver a Harry así: relajado, entregado, mirándolo con esos ojos verdes llenos de algo que Draco no se atrevía a nombrar.

Pronto, vio como su novio tenía en manos su varita. No estaba seguro de donde la había sacado, pero si vio como murmuro algo y pronto los dedos de su mano derecho estaban llenos de una sustancia pegajosa y transparente: Lubricante.

—¿Preparado? —preguntó Harry con voz grave, mientras dejaba la varita a un lado.

Draco asintió, sus ojos brillando con una mezcla de nervios y anhelo. Su corazón latía con fuerza, pero no había miedo, no con Harry.

—Abre un poco más las piernas, cariño —susurró Harry con suavidad, su tono bajo y cálido.

No sabía si fue el nuevo apodo, o el hecho de lo seguro que se sentía con Harry sobre él, pero pronto se vio abriendo las piernas. Harry se acomodó entre ellas con naturalidad, sus manos deslizándose por la piel expuesta de Draco, explorando con una paciencia reverente. Cuando sus dedos descendieron, el rubio contuvo la respiración.

El primer contacto fue suave, una caricia deliberada antes de que Harry introdujera un dedo con lentitud. Un gemido entrecortado escapó de los labios de Draco, su espalda arqueándose ligeramente ante la sensación. No tardó en sentir los labios de Harry sobre los suyos, calmándolo, envolviéndolo en un beso profundo mientras su dedo se movía con precisión y cuidado dentro de él.

Cada movimiento era pausado, cada roce medido. Harry murmuraba su nombre entre besos en su mandíbula, en su cuello, en cualquier parte que pudiera alcanzar. Draco se aferró a sus hombros, entregándose al ritmo, sintiendo cómo su cuerpo se adaptaba a la nueva sensación.

Harry fue paciente, tomándose su tiempo para asegurarse de que todo fuera perfecto. Que Draco se sintiera bien.

Cuando finalmente estuvo lo suficiente dilatado para permitir que su cuerpo tuviera una intromisión más grande, Harry se inclinó hacia la mesita de noche y abrió el cajón con movimientos rápidos. Draco lo observó con curiosidad, sus ojos siguiéndolo mientras rebuscaba dentro hasta sacar una pequeña bolsita negra. Su rostro se pintó de un tono carmesí cuando vio lo que Harry extrajo de ella, algo transparente, delgado... un condón.

Harry se lo colocó rápidamente, en movimientos expertos.

—¿Desde cuándo tienes eso ahí? —preguntó, su voz saliendo más temblorosa de lo que esperaba. Sus ojos bajaron instintivamente cuando Harry deslizó el preservativo sobre su erección con destreza, el látex ajustándose y marcando cada vena a lo largo de su longitud.

—Desde que empezaste a provocarme en todos lados con esas lindas piernas pálidas y esa boquita rosada y mordible —murmuró, su tono bajo y cargado de deseo—. Sabía que en algún momento pasaría, tenía que estar preparado.

Draco dejó escapar una risa entre dientes, ligeramente avergonzado pero también halagado. Su mente divagó por un instante, preguntándose cuántas veces Harry había fantaseado con él, cuántas noches habría pasado tocándose al imaginarlo entre sus brazos.

Y, joder, la idea lo encendió aún más.

Harry volvió a tomar su varita, y murmuró el mismo hechizo de antes. Una vez sobre su miembro y otra sobre su orificio, la sensación fría del lubricante mágico fue aún más intensa, arrancándole un leve estremecimiento. Luego, se inclinó sobre él, acomodando su cuerpo con cuidado, abriendo más sus piernas y colocándolas a los lados, asegurándose de que estuviera cómodo.

Draco lo observó con los ojos entrecerrados, su respiración entrecortada por la anticipación. Harry sujetó su propio miembro, alineándolo con su entrada, pero antes de avanzar, hizo lo que siempre hacía: asegurarse de que Draco estuviera bien.

—Es el momento de decírmelo si quieres que pare —dijo en un susurro ronco, su voz impregnada de ternura y deseo—. Una vez empiece, no podré detenerme.

El rubio tragó saliva, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza contra su pecho. Pero no había dudas en él, no había temor. Quería sentir a Harry, quería que este fuera el momento.

—Sigue —murmuró, su voz suave pero firme—. Quiero que lo hagas. Hazme el amor, Harry.

Y eso fue suficiente, Harry se hundió en él con lentitud, con paciencia, dejando que ambos se acostumbraran a la sensación. Sus cuerpos temblaron al unísono, un jadeo compartido escapó de sus labios y por un instante quedaron inmóviles, absorbiendo la intensidad del momento.

—Mírame —susurró Harry, y Draco obedeció.

Los movimientos comenzaron despacio, cada empuje profundo y deliberado. Harry quería que Draco sintiera cada instante, que supiera cuánto significaba para él. Draco se aferró a sus hombros con fuerza, sus uñas dejando marcas rojizas en la piel de Harry, como si necesitara algo tangible a lo que aferrarse mientras el placer lo arrastraba.

Harry aumentó el ritmo poco a poco, cada embestida más intensa, más desesperada, su cuerpo buscando el de Draco como si fueran dos piezas encajando a la perfección. El sonido de sus cuerpos chocando llenó la habitación junto con el eco de sus respiraciones entrecortadas, jadeos que se mezclaban con besos torpes y urgentes, con susurros apenas audibles entre el frenesí del momento.

Draco inclinó la cabeza hacia atrás, ofreciéndole su cuello sin darse cuenta, y Harry no desaprovechó la oportunidad. Besó la piel expuesta, mordiendo suavemente, dejando rastros de su amor en cada centímetro que alcanzaba.

—Te amo tanto... —murmuró Harry contra su piel, su voz temblorosa por el esfuerzo y el deseo contenido.

Draco solo pudo soltar un gemido ahogado, sus dedos enterrándose en el cabello de Harry, aferrándose a él. Se arqueó cuando una embestida más profunda le arrancó un grito entrecortado, su cuerpo tensándose al borde del abismo.

Y entonces, el placer escaló hasta el límite, hasta que lo envolvió por completo en un clímax que le nubló la mente, que le dejó sin aire, sin pensamientos coherentes. Harry lo siguió segundos después, su cuerpo estremeciéndose contra el suyo mientras dejaba escapar su nombre en un jadeo ahogado.

Por unos segundos, solo se escuchaba la respiración agitada de ambos y el golpe de sus corazones, acelerados, resonando en la habitación silenciosa. Harry rodó hacia un lado, arrastrando a Draco con él, y lo abrazó con fuerza. Sus brazos lo envolvieron por completo, asegurándose de que no se moviera demasiado, pero tampoco demasiado apretado.

—¿Estás bien? —preguntó, con voz suave, controlada, mientras rozaba la mejilla de Draco con su barbilla.

Draco apoyó el rostro en el cuello de Harry, inhalando su aroma, notando la calidez de su piel. No dijo nada, solo asintió, su respiración todavía entrecortada.

—Más que bien —susurró finalmente, la voz ronca por el esfuerzo y el deseo, pero firme.

Harry ajustó la postura, acomodándolo sobre su pecho, dejando que Draco descansara mientras sentía la firmeza de sus brazos y el ritmo de su respiración. Sus se deslizaron suavemente por la espalda de su novio, repasando sus hombros y la nuca, asegurándose de que cada contacto transmitiera seguridad.

Y Draco cerró los ojos, permitiéndose relajarse, dejando que la sensación de cercanía y protección lo llenara. Podía sentir el pulso de Harry bajo su propia piel, el calor de su cuerpo, la presión tranquila de sus manos, y por un instante, no necesitaba nada más.

Se quedaron así, en silencio, abrazados, respirando juntos, con la certeza de que, al menos por ese momento, estaban completamente presentes el uno para el otro.

★★★

Notes:

Este es el primer (y único) capítulo de este fanfic con un toque spicy, porque sinceramente no soy muy buena escribiendo ese tipo de escenas JAJAJA. Así que disculpen cualquier inconveniente 😅.

—𝓉𝒶𝓉𝓉