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》Cuerdas Rotas 《

Summary:

Sucrette y Castiel vivieron un intenso romance en el instituto, lleno de amor y sueños compartidos. Sin embargo, el destino los separó cuando Sucrette tuvo que mudarse, dejando atrás todo lo que conocía, incluido al chico que amaba. Ahora, dos años después, Sucrette regresa con un secreto nacido de su último encuentro con Castiel.

Decidida a continuar con su vida y estudios, Sucrette lucha por equilibrar la maternidad con sus responsabilidades, sin imaginar que el destino volverá a cruzar sus caminos. En un concierto su pasado la alcanza, enfrentándola a Castiel, quien ha cambiado tanto como ella. Entre reproches, heridas abiertas y sentimientos que nunca desaparecieron, ambos deberán aprender a sanar, descubrir la verdad y decidir si su amor puede resurgir.

Chapter 1: Prólogo

Chapter Text

El aroma del césped recién cortado y el sonido de una guitarra llenaban el aire mientras Castiel y Sucrette se encontraban sentados en un rincón apartado del parque. Para cualquiera que los viera parecían la pareja perfecta; el chico rebelde con su inconfundible chaqueta de cuero y la chica sonriente que con solo una mirada lograba desarmarlo.

 

Era su lugar favorito, un rincón alejado de las miradas curiosas, donde podían ser ellos mismos sin miedo al juicio de los demás. Castiel estaba recostado en un árbol, con su guitarra descansando en su regazo. Sucrette sentada a su lado lo observaba con una sonrisa suave mientras él intentaba afinar una nueva melodía.

 

-¿Sabes? -Dijo ella, jugando con un mechon suelto de su cabello-. A veces pienso que eres más dulce de lo que quieres admitir.

 

Castiel arqueó una ceja, dejando de tocar su guitarra para mirarla con su característica sonrisa sarcástica.

 

-¿Yo? Dulce, eso sí que es un insulto.

 

-No es un insulto -replicó ella, dándole un suave empujón en el hombro-. Es un cumplido, aunque te duela aceptarlo tienes tu lado tierno.

 

Él dejó escapar una risa baja, inclinándose hacia ella con una expresión de burla fingida.

 

-Si sigues diciendo cosas como esa, tendré que empezar a portarme realmente mal para que dejes de hacerme quedar como un idiota.

 

Ella rodó los ojos, pero no pudo evitar reírse. Castiel dejó la guitarra a un lado y tomó la mano de Sucrette, entrelazando sus dedos con los de ella. Había algo en ese simple gesto que siempre lograba calmarla, como si con solo tocarla pudiera decirle todo lo que no era capaz de expresar con palabras.

 

-No importa lo que digas -murmuró él, con una sinceridad inusual en su voz-, tú eres lo único bueno que tengo en este lugar.

 

Sucrette sintió cómo su corazón se aceleraba ante sus palabras, Castiel no era alguien que compartiera sus sentimientos con facilidad, y cada vez que lo hacía era como si le regalara una pequeña parte de sí mismo que nadie más había visto.

 

-Y tú eres lo único que me hace querer quedarme -respondió ella, apretando suavemente su mano.

 

La tarde avanzaba mientras continuaban hablando de todo y de nada. Castiel le contaba sobre una canción que Lysandro había estado escribiendo, describiendo cómo quería que fuera el solo de guitarra, mientras Sucrette lo escuchaba con atención admirando su pasión por la música.

 

-Tienes que dejarme escucharla cuando esté lista -dijo ella, inclinándose hacia él con curiosidad.

 

-Solo si prometes no llorar de emoción -respondió con una sonrisa de autosuficiencia.

 

-¿Llorar? -repitió fingiendo indignación-. Por favor Castiel, no eres tan bueno.

 

Castiel entrecerró los ojos, fingiendo estar ofendido, y tomó la guitarra de nuevo.

 

-Eso suena como un desafío.

 

Con un gesto decidido, comenzó a tocar una melodía suave, dejando que las notas llenaran el aire. Sucrette lo observó en silencio, fascinada por la forma en que sus dedos se movían con tanta naturalidad sobre las cuerdas. Cuando terminó, la miró con una sonrisa triunfante.

 

-¿Y bien? -preguntó, inclinándose hacia ella-. ¿Lloraste?

 

Ella negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.

 

-Tal vez un poco, pero no te emociones.

 

Castiel rió y dejó la guitarra a un lado, inclinándose hacia ella hasta que sus rostros estuvieron a solo unos centímetros de distancia.

 

-Sabes que soy bueno Su, solo admite que te impresiono.

 

Ella lo miró a los ojos, perdiéndose en ese tono grisáceo que siempre la había cautivado.

 

-Tienes tus momentos -admitió finalmente, con un toque de coquetería.

 

Él sonrió satisfecho, y antes de que ella pudiera decir algo más, la besó. Fue un beso suave, lleno de cariño y promesas silenciosas, como si en ese momento el mundo a su alrededor dejara de existir.

 

Cuando se separaron, Castiel apoyó su frente contra la de Sucrette, cerrando los ojos por un momento.

 

-Ojalá todo pudiera quedarse así para siempre.

 

Sus palabras hicieron que el corazón de Sucrette se encogiera. También deseaba que esos momentos no terminaran nunca, pero el tiempo no se detenía por nadie. El fin del instituto estaba a la vuelta de la esquina, y con él venía la incertidumbre sobre lo que sería de ellos.

 

El sol comenzaba a teñir el cielo de tonos anaranjados, creando un contraste perfecto con el brillo rojizo del cabello de Castiel. Sucrette lo miró en silencio, tratando de grabar ese momento en su memoria. Había algo en él que siempre la había hecho sentir segura, como si, mientras estuviera a su lado, todo fuera posible. Pero esa seguridad ahora parecía frágil, como un cristal a punto de romperse.

 

-¿Has pensado en lo que harás después de graduarte? -preguntó finalmente, rompiendo el silencio con cuidado, como si temiera la respuesta.

 

Castiel se encogió de hombros, alejándose un poco para recostarse en el césped.

 

-Lo mismo que ahora: música. No necesito un título para eso.

 

El tono despreocupado de su voz ocultaba una verdad más compleja, y Sucrette lo sabía. Castiel siempre había sido alguien que evitaba planear el futuro, como si temiera que hacerlo lo atara a algo que no quería. Pero ahora, con la graduación acercándose, no podía evitar preocuparse.

 

-¿Y si no funciona? -preguntó ella con suavidad, temiendo tocar una fibra sensible.

 

Él frunció el ceño, girando la cabeza para mirarla.

 

-Siempre funciona si sigues intentándolo.

 

-Castiel... -Ella suspiró, sentándose a su lado-. Yo creo en ti, en serio. Sé que puedes lograrlo. Pero el mundo no siempre es justo.

 

-¿Y qué quieres que haga? ¿Que consiga un trabajo aburrido y me conforme con una vida que no quiero? -replicó, su tono más defensivo de lo que pretendía.

 

Sucrette apretó los labios, tratando de elegir sus palabras con cuidado. No quería que discutieran, no cuando el tiempo que les quedaba juntos era tan corto.

 

-No estoy diciendo eso, solo quiero saber si tienes un plan por si las cosas no salen como esperas. No porque dude de ti, sino porque quiero que estés bien.

 

Castiel la observó en silencio, su expresión suavizándose al notar la preocupación genuina en sus ojos. Soltó un largo suspiro, sentándose junto a ella.

 

-Lo único que necesito es a ti.

 

El corazón de Sucrette se aceleró ante sus palabras, pero también sintió un peso en el pecho. Quería creerle, quería pensar que mientras estuvieran juntos, todo estaría bien. Pero sabía que no era tan simple.

 

-¿Y si yo no estoy aquí? -preguntó en voz baja, bajando la mirada hacia sus manos entrelazadas.

 

Él la miró, confundido.

 

-¿Qué quieres decir?

 

Ella tomó aire, sintiendo cómo las palabras se atascaban en su garganta. Había evitado hablar del tema durante semanas, como si ignorarlo lo hiciera desaparecer, pero no podía huir de la realidad para siempre.

 

-Mi familia... Está considerando mudarnos después de la graduación.

 

El silencio que siguió fue tan pesado que parecía llenar todo el parque. Castiel soltó su mano lentamente, como si las palabras la hubieran quemado.

 

-¿A dónde? -preguntó finalmente, su voz tensa.

 

-A otra ciudad. Es una oportunidad de trabajo para mis padres pero... no quiero dejarte. -Su voz se quebró al final, las lágrimas amenazando con escapar.

 

Castiel se levantó de golpe, alejándose unos pasos mientras pasaba una mano por su cabello, frustrado.

 

-¿Y por qué no me dijiste antes?

 

-Porque no quiero irme -confesó, poniéndose de pie para acercarse a él-. Pero tampoco puedo quedarme. Mi familia necesita esto, y yo...

 

-¿Y tú qué? -interrumpió, girándose para mirarla con los ojos llenos de emociones que no podía contener-. ¿Vas a dejar que decidan por ti?

 

-No es tan fácil, Castiel.

 

-Claro que no lo es -respondió, su voz baja pero cargada de dolor-. Pero tampoco es justo que me dejes aquí, como si nada.

 

El viento sopló suavemente, llevando consigo las hojas secas que crujían bajo sus pies. Sucrette sintió cómo las lágrimas finalmente escapaban, rodando por sus mejillas.

 

-No quiero perderte.

 

Castiel cerró los ojos por un momento, como si intentara calmarse. Cuando los abrió, su mirada era más suave, pero igual de intensa.

 

-Tampoco quiero perderte.

 

Se quedaron en silencio, cada uno lidiando con el peso de lo que significaba su despedida inminente. Finalmente, Castiel se acercó a ella y la envolvió en un abrazo fuerte, como si intentara grabar su presencia en su memoria.

 

-No importa dónde estés -murmuró, con la voz quebrada-. Siempre serás mi hogar.

 

Sucrette apretó los ojos, aferrándose a él como si al hacerlo pudiera detener el tiempo. Pero sabía que el reloj no se detenía, y que ese sería solo un capítulo en la historia de ambos.

 

Esa noche, mientras la luz de la luna aprnas los iluminaba, Castiel sacó un pequeño cuaderno de su mochila y se lo entregó a Sucrette. Ella lo miró con curiosidad antes de abrirlo, encontrando páginas llenas de letras de canciones y garabatos.

 

-¿Qué es esto? -preguntó hojeando las páginas.

 

-Mis canciones -respondió él, rascándose la nuca con nerviosismo-. Bueno, algunas de ellas. Quiero que las tengas.

 

Sucrette lo miró, sorprendida. Sabía lo mucho que significaban esas canciones para él, y que las compartiera con ella era un gesto que hablaba más de lo que las palabras podían expresar.

 

-Gracias -dijo en voz baja, sintiendo cómo se le llenaban los ojos de lágrimas.

 

-No llores, ¿vale? -dijo él con una sonrisa, tomando su rostro entre sus manos-. Solo quiero que sepas cuánto significas para mí.

 

Ella asintió, incapaz de hablar, y lo abrazó con fuerza. En ese momento, supo que sin importar lo que el futuro les deparara, siempre llevaría consigo esos recuerdos, esas canciones, y el amor que compartían.


El gimnasio de la escuela había dejado atrás su aspecto cotidiano, las luces colgaban en cascadas del techo iluminando el espacio con tonos dorados y plateados. Las mesas estaban decoradas con manteles finos y arreglos florales, y una pista de baile improvisada ocupaba el centro del salón. La música resonaba en las paredes en una mezcla de canciones alegres y baladas que llenaban de vida el ambiente.

 

Sucrette y Castiel entraron juntos al salón, atrayendo algunas miradas. Él con su característico aire de desinterés llevaba su saco semiabierto del traje formal, parecía destacar incluso en una multitud. Ella, por otro lado, lucía radiante con un vestido sencillo pero elegante de color azul, que resaltaba su figura y su sonrisa.

 

-Vaya, Castiel, no pensé que alguna vez te vería en un lugar como este -comentó Alexy, acercándose a ellos con una sonrisa divertida.

 

-Créeme, esto no es mi idea de diversión -respondió Castiel con una mueca-. Pero alguien insistió. -Miró a Sucrette, quien solo rodó los ojos con una sonrisa tomando su mano.

 

-Lo importante es que estás aquí -exclamó Rosalya, apareciendo con Leight del brazo-. Vamos, es nuestra última noche juntos.

 

Los amigos comenzaron a reunirse poco a poco, compartiendo risas y recuerdos mientras las canciones no dejaban de sonar, la pista de baile estaba llena de estudiantes que saltaban y giraban al ritmo de la música. Castiel se mantuvo cerca de Sucrette, evitando la multitud, aunque no podía evitar sonreír al verla disfrutar.

 

-Vamos, Castiel -dijo Sucrette, tirando de su mano-. Solo una canción.

 

-Sabes que no bailo -protestó, pero su resistencia era débil.

 

-Entonces, al menos acompáñame.

 

Con un suspiro teatral, Castiel dejó que lo llevara a la pista. Los demás los siguieron, formando un pequeño círculo en medio de la multitud, Armin y Alexy hacían pasos exagerados, mientras Rosalya y Leigh giraban juntos con elegancia.

 

-Esto es un desastre -comentó Castiel, mirando cómo Armin casi tropezaba con sus propios pies.

 

Sucrette rió, tomándolo de la mano para atraerlo más cerca.

 

-Relájate. Nadie está aquí para juzgarte.

 

-Habla por ti. -A pesar de sus palabras, él la dejó guiarlo, moviéndose al ritmo de la música.

 

La canción cambió a una melodía más lenta, y la multitud en la pista comenzó a disminuir. Castiel aprovechó el momento para tomar a Sucrette por la cintura, atrayéndola hacia él.

 

-¿Sabes? No está tan mal después de todo -admitió, aunque su tono seguía siendo casual.

 

-¿Eso significa que lo estás disfrutando? -preguntó ella, apoyando sus manos en sus hombros mientras se movían lentamente.

 

-Significa que estoy disfrutando de ti.

 

El resto del mundo pareció desvanecerse mientras giraban bajo las luces tenues. Sus amigos continuaban bailando cerca, algunos abrazados, otros riendo, pero para Sucrette y Castiel, el tiempo parecía haberse detenido.

 

Cuando la canción terminó, Rosalya se acercó con una sonrisa traviesa.

 

-¿Pueden dejar de ser tan perfectos por un segundo? Nos están opacando a todos.

 

-No es mi culpa que no puedas competir conmigo -respondió Castiel, guiñándole un ojo.

 

Las risas llenaron el grupo mientras se dirigían a una de las mesas, donde los habian bebidas y bocadillos. El resto de la noche transcurrió entre conversaciones animadas, más bailes y promesas de mantenerse en contacto, aunque todos sabían que la vida los llevaría por caminos diferentes.

 

Sucrette y Castiel compartieron miradas y sonrisas en cada oportunidad, disfrutando del tiempo que les quedaba juntos sin preocuparse por lo que vendría después. En ese momento no importaba el futuro incierto, las despedidas o las distancias. Solo eran dos adolescentes enamorados, celebrando el final de una etapa y atesorando cada instante que les quedaba.


El amanecer se extendía sobre la ciudad, bañando las calles en tonos dorados y rosados. En la estación de tren el bullicio típico de los viajeros contrastaba con la quietud que reinaba entre Castiel y Sucrette, estaban apartados del resto bajo la sombra de un árbol cercano al andén.

 

Ella sostenía su maleta con fuerza, como si aferrarse a ella pudiera mantenerla anclada a ese lugar, a él. Castiel, con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido, parecía luchar por encontrar las palabras correctas.

 

-No puedo creer que esto esté pasando -murmuró Sucrette, rompiendo el silencio.

 

-Créeme, yo tampoco -respondió él, con una voz más áspera de lo habitual.

 

Ella levantó la mirada, encontrándose con esos ojos que tanto conocía, ahora cargados de una tristeza que no había visto antes.

-Vamos a superar esto, ¿verdad? Podemos hacerlo funcionar.

 

Castiel soltó una risa amarga, mirando hacia el suelo.

-Lo dices como si fuera tan fácil.

 

-No dije que sería fácil, pero te amo. Eso tiene que ser suficiente.

 

Él alzó la vista, la intensidad de su mirada atrapándola.

-También te amo, Sucrette. Pero esto... -Se interrumpió, pasándose una mano por el cabello en un gesto frustrado-. Esto apesta.

 

Ella soltó un suspiro tembloroso y dio un paso hacia él, acortando la distancia que parecía crecer entre ellos.

-Podemos intentarlo. Prometamos llamarnos, escribirnos, hacer que funcione.

 

Castiel se quedó en silencio por un momento antes de asentir lentamente.

-Lo prometo.

 

Las lágrimas comenzaron a acumularse en los ojos de Sucrette, pero las limpió rápidamente.

-¿Lo dices en serio?

 

-Claro que sí.... Yo, tengo algo para ti -dijo, sacando algo de su chaqueta.

 

Sucrette observó cómo le extendía un disco en una funda sencilla, con su nombre escrito en tinta negra sobre el plástico.

-¿Qué es esto?

 

-Un regalo. -Castiel evitó su mirada, como si le costara admitir lo que iba a decir-. Es un disco con canciones que escribí... para ti.

 

Ella tomó el disco con manos temblorosas, sintiendo cómo el peso emocional de ese objeto la golpeaba de lleno.

-¿Las escribiste para mí?

 

Él asintió, rascándose la nuca con nerviosismo.

-No es gran cosa, pero pensé que... no sé, tal vez escuchar esto haga que no me olvides.

 

-Castiel, nunca podría olvidarte.

 

Su voz se quebró, y antes de que pudiera evitarlo, las lágrimas comenzaron a caer. Castiel la envolvió en un abrazo que parecía intentar grabar su presencia en su memoria.

 

-No llores, lo estás haciendo más difícil -susurró, su propia voz cargada de emoción.

 

-No puedo evitarlo -respondió ella, aferrándose a él como si temiera que se desvaneciera en cualquier momento.

 

El sonido de un tren aproximándose rompió el momento, llenando el aire con un recordatorio brutal de la inminente despedida. Castiel aflojó el abrazo, aunque sus manos se mantuvieron firmes en los brazos de Sucrette.

 

-Tienes que irte -dijo, aunque cada palabra parecía un golpe.

 

Ella asintió con dificultad, incapaz de formar palabras. Tomó su maleta y comenzó a caminar hacia el andén, pero antes de subir al tren, se giró hacia él.

 

-Te amo, Castiel. Nunca lo olvides.

 

Él esbozó una sonrisa forzada, levantando una mano en un gesto de despedida.

-Yo también te amo. Cuídate, Sucrette.

 

Cuando las puertas del tren se cerraron y comenzó a alejarse, Sucrette mantuvo la vista fija en Castiel hasta que se convirtió en una figura borrosa en la distancia. Él permaneció inmóvil, observando cómo el tren desaparecía, sintiendo que una parte de sí mismo se iba con ella.

 

En su mano, aún sostenía una de esas fotografías instantáneas que alguien había capturado durante la graduación en donde aparecían juntos, sonriendo mientras bailaban abrazados, como un recordatorio de que su amor, aunque ahora separado por la distancia, seguiría vivo en los pequeños gestos.

 

Pero ambos sabían que el amor no siempre era suficiente para enfrentar las barreras del tiempo y la distancia. Aunque intentaron mantenerse conectados en los meses siguientes, las llamadas comenzaron a espaciarse, los mensajes se volvieron más cortos, y finalmente, el silencio se impuso.

 

El disco que Castiel le entregó se convirtió en el único puente entre ellos, un recordatorio de lo que una vez tuvieron y de lo que perdieron.


Un par de meses pasaron y la relación no avanzaba bien, el tono distante que Castiel había adoptado en sus últimas llamadas, los silencios largos que indicaban que algo estaba cambiando entre ellos y poco a poco Sucrette tomaba la misma actitud. 

 

Antes de regresar a la universidad, Sucrette tomó una decisión difícil, llena de dudas y emociones escribió un mensaje para Castiel.

 

“Castiel, esto no está funcionando. La distancia, nuestras vidas… todo se está volviendo demasiado complicado. Creo que es mejor que sigamos por caminos separados. Espero que encuentres todo lo que buscas. Cuídate.”

 

Le toma horas presionar “enviar”, pero cuando finalmente lo hace, siente un alivio momentáneo mezclado con un dolor desgarrador. 

 

Cuando él intenta llamarla, ella no responde. Sus mensajes quedan sin contestar, y eventualmente, Castiel deja de intentar.

 

 

Chapter 2: 》Capítulo 1《

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

El tren se detuvo con un leve chirrido, y Sucrette observó por la ventana cómo el paisaje urbano comenzaba a desplegarse frente a ella. A lo lejos, podía ver la silueta de los edificios familiares, las mismas calles donde había vivido tantos momentos importantes. Todo seguía igual, pero ella era una persona completamente diferente ahora.

 

Un pequeño balbuceo atrajo su atención, y al mirar hacia abajo, vio a su hijo moviéndose inquieto en sus piernas, sus grandes ojos rojos como los suyos observaban el mundo con curiosidad.

 

—Tranquilo, cariño, ya estamos aquí —susurró mientras acariciaba su cabello negro, suave como la seda.

 

El pequeño, aunque aún no hablaba, hacía pequeños sonidos que Sucrette había aprendido a interpretar con precisión. Un balbuceo insistente significaba hambre, mientras que una expresión más tranquila como la de ahora, indicaba simple curiosidad. Cargarlo junto con sus maletas mientras bajaba del tren fue todo un reto, pero ya estaba acostumbrada a manejar sola este tipo de situaciones. Cada vez que pensaba en lo difícil que era, recordaba que todo lo hacía por él, por ese pequeño milagro que había llegado a su vida cuando menos lo esperaba pero más lo necesitaba.

 

El departamento que había alquilado no era lo que alguna vez soñó, pero era lo que podía permitirse con su presupuesto ajustado. No tenía lujos ni grandes comodidades, pero al menos era un lugar al que podía llamar hogar, sus padres a pesar de todo la habían apoyado adelantando el pago de seis meses mientras conseguía un trabajo y se adaptaba al nuevo entorno. Era pequeño, con paredes desgastadas y un suelo de madera que crujía con cada paso, apenas había espacio para lo esencial: una pequeña cocina integrada en la sala, un baño y un solo dormitorio. No era perfecto, pero era suyo, y por ahora, eso bastaba.

 

Suspiró mientras dejaba las llaves sobre la única mesa del lugar y miró a su alrededor, había cajas apiladas contra la pared, una cuna desmontada en un rincón y ropa doblada en maletas. Organizarlo todo le tomaría días, quizá semanas, pero al menos ya estaban aquí, después de tanto tiempo esperando este momento, después de dudar si era la mejor decisión, por fin estaban en casa.

 

—¿Qué opinas? —preguntó mientras depositaba a su hijo sobre una manta extendida en el suelo, rodeado de los pocos juguetes que había podido traer.

 

El pequeño respondió con una risita y agitó su osito de peluche en el aire, como si el cambio de ambiente no significara nada para él.

 

—Lo tomaré como un "me gusta mucho, mami" —dijo con una sonrisa, arrodillándose a su lado para acariciar suavemente su cabecita.

 

Lo observó por un momento. Su bebé no tenía idea de todo lo que ella había pasado, de las noches sin dormir pensando en el futuro, de las lágrimas derramadas en silencio cuando nadie la veía, para él este era solo otro día, otra oportunidad de jugar y descubrir el mundo y por esa inocencia y alegría inquebrantable ella había tomado esta decisión. Haría lo que fuera necesario para darle la mejor vida posible.

 

Se puso de pie con un suspiro, había tanto por hacer y tan poco tiempo, pasarían días antes de que todo estuviera completamente organizado, pero lo que realmente le preocupaba era lo que vendría después. Un bebé que demandaba constante atención, clases en la universidad y un trabajo a medio tiempo en puerta, sabía que el descanso sería un lujo que no podría permitirse.

 

El repentino zumbido de su teléfono la sacó de sus pensamientos. Lo sacó del bolsillo y vio un mensaje de texto inesperado:

 

"Estamos en la entrada, espero que ya hayas llegado o entraremos por la ventana."

 

Sucrette dejó escapar una risa baja y negó con la cabeza, Rosalya y Alexy.

 

Debería haber sabido que no tardarían en aparecer, apenas les mencionó que se mudaría comenzaron a planearlo todo: desde la decoración hasta cómo se turnarían para cuidar de su "sobrino", aunque su entusiasmo a veces la agotaba, no podía estar más agradecida. A pesar de los años y de la distancia aún los tenía a su lado, y en momentos como este, saber que contaba con su apoyo lo hacía todo un poco más fácil.

 

Tomó el teléfono y escribió una respuesta rápida antes de dirigirse de nuevo al bebé. 

 

—Parece que vamos a tener visitas —le dijo a su hijo quien seguía entretenido con su peluche mientras lo levantaba limpiando algunas manchas alrededor de su boca.

 

El sonido de un golpe en la puerta sacó a Sucrette de sus pensamientos, se apresuró a abrir con su bebé en brazos, y allí estaban Rosa y Alexy, cargados con bolsas y cajas.

 

—¡Sorpresa! —exclamó Alex, entrando sin esperar invitación. Su expresión radiante era como un rayo de sol en aquel departamento pequeño y medio vacío.

 

—¡Espero que no te importe que invadamos tu espacio! —añadió Rosa con una sonrisa, levantando una bolsa de tela repleta de comestibles—. Pensamos que podrías necesitar un poco de ayuda para instalarte.

 

Sucrette dejó escapar un suspiro aliviado y, por primera vez en días, sintió que no estaba sola. —Gracias, de verdad, no saben cuánto lo aprecio.

 

Alexy, que ya había colocado la caja en el suelo se giró hacia ella con una ceja arqueada. —Cariño por supuesto que lo sabemos, sin nosotros estarías intentando armar muebles con una mano mientras sostienes a este pequeño en la otra.

 

—Bueno, no se equivoca —bromeó Rosa mientras dejaba las bolsas en la encimera de la cocina, luego se giró hacia Sucrette y extendió los brazos—. Ahora dame a ese príncipe mientras tú te tomas un descanso.

 

Sucrette dudó por un momento, pero la mirada comprensiva de Rosa la convenció, entregó al bebé quien comenzó a reír al ver a Rosa hacerle muecas exageradas.

 

—¡Mira esos ojazos! —dijo Rosa con un tono juguetón—. Definitivamente heredó eso de ti, Sucrette, aunque... el cabello es otro tema.

 

Alexy no tardó en intervenir, inclinándose hacia el bebé con una sonrisa amplia. —¿Y de dónde sacaste esa melena negra, eh? No me digas que de tu mamá, seguro viene de ese...

 

Se detuvo mordiéndose la lengua al notar cómo la expresión de Sucrette cambiaba por un segundo, se acercó a ella y le dio un apretón en el hombro. —Lo siento, a veces hablo de más.

 

Sucrette negó con la cabeza, sonriendo débilmente. —Está bien, es imposible no pensar en él, ¿verdad?

 

El silencio que siguió fue incómodo, pero Rosa con su habilidad para suavizar cualquier situación se inclinó hacia el bebé y comenzó a hablarle como si fuera el único presente. —Bueno, pequeño príncipe, ¿te parece si ayudamos a mamá a desempacar todo? ¿Sí?

 

El pequeño respondió con una risita y Rosa lo colocó en su mantita, rodeado de los juguetes que habían traído. Mientras tanto, Alexy ya había abierto una de las cajas y sacaba con entusiasmo una cafetera que parecía sacada de otro siglo.

 

—¿Esto es lo que vas a usar para sobrevivir tus noches de estudio? —preguntó, alzando la cafetera con una mezcla de incredulidad y burla—. Su, creo que necesitamos hablar de prioridades.

 

Sucrette rió, más relajada ahora. —Es todo lo que podía permitirme.

 

—Bueno, no te preocupes —dijo Alexy, dejando la cafetera sobre la mesa—. Nos aseguraremos de que tengas lo que necesitas, no vas a enfrentar esto sola.

 

Rosa asintió, colocando una mano sobre el hombro de Sucrette. —Tiene razón, somos un equipo, y eso significa que estamos aquí para ayudarte con todo.

 

—Incluso con las noches de niñera —añadió Alexy con un guiño—. Porque, sinceramente, tú también mereces un descanso de vez en cuando.

 

Sucrette sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, pero se las secó rápidamente. —Gracias, chicos, de verdad, no sé qué haría sin ustedes.

 

El resto de la tarde pasó entre risas, recuerdos y la organización del pequeño departamento. Rosa y Alexy se aseguraron de llenar el lugar con una energía positiva que Sucrette no sabía cuánto necesitaba hasta ahora. Cuando finalmente se despidieron, el departamento ya se sentía un poco más como un hogar.

 

Esa noche, mientras Sucrette acunaba a su bebé para que se durmiera, pensó en lo afortunada que era de tener amigos como ellos. Aunque sabía que el camino sería difícil, no podía evitar sentir una chispa de esperanza. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que todo podría salir bien.

 


 

El sonido del llanto de Noah la despertó antes de que sonara su alarma, con un suspiro Sucrette se sentó en la cama sintiendo el cansancio acumulado en cada músculo de su cuerpo, pero en cuanto vio los ojitos rojos de su hijo mirándola con necesidad, cualquier queja se desvaneció.

 

—Está bien, cariño, ya voy —susurró, acunándolo contra su pecho mientras lo mecía suavemente.

 

Después de alimentarlo lo vistió con un pequeño suéter azul y unos pantaloncitos cómodos. Aunque aún no caminaba y apenas comenzaba a gatear Noah era inquieto y siempre encontraba la forma de moverse por todos lados.

 

—Hoy te quedarás con la tía Rosa y el tío Leigh, prometo volver pronto.

 

El pequeño respondió con una sonrisa y un balbuceo que Sucrette tomó como una aceptación. Se abrigó bien, lo colocó en su portabebés y salió del departamento.

 

El camino hasta el apartamento de Rosa fue más rápido de lo que pensaba, y en cuanto llegó la puerta se abrió de golpe, revelando a su amiga con su característica energía.

 

—¡Bienvenida al paraíso de los tíos adoptivos! —exclamó Rosa, extendiendo los brazos para recibir a Noah.

 

Sucrette rió y le entregó a su hijo, quien enseguida agarró un mechón del cabello blanco y corto de Rosa,tan parecido al de su madre.

 

—Oye pequeño, con cuidado, el estilista cobra caro —bromeó ella, aunque no hizo el menor intento de soltar sus deditos.

 

Detrás de ella, Leigh observaba la escena con una sonrisa sutil, aunque Sucrette no se perdió el brillo suave en su mirada cuando Rosa le pasó a Noah.

 

—No soy experto en bebés, pero prometo que estará en buenas manos —dijo con su tono tranquilo.

 

—Lo sé. Confío en ustedes —respondió Sucrette con sinceridad.

 

Mientras Rosa iba a la cocina a guardar la leche y la comida del bebe que Sucrette habia llevado, Leigh se quedó con Noah en brazos. Lo sostuvo con cuidado, como si fuera lo más frágil del mundo, pero cuando el bebé comenzó a jugar con el cuello de su suéter enredando sus deditos en la tela Sucrette notó algo curioso: en lugar de apartarlo Leigh se quedó quieto, observando al niño con una expresión que rara vez mostraba.

 

—Le agradas —comentó Sucrette con una sonrisa.

 

Como para reafirmarlo, en ese momento Noah soltó una carcajada y golpeó suavemente el pecho de Leigh con sus manitas, contra todo pronóstico el serio novio de Rosa sonrió y pasó una mano por la cabecita del niño, acomodando su cabello con una ternura que no parecía encajar con su imagen de tipo reservado.

 

—Si llegas a casa y encuentras a mi novio encariñado con tu bebé, no te sorprendas si quiere robarlo —bromeó Rosa, apareciendo con una taza de café en la mano.

 

Sucrette soltó una carcajada. —Bueno, si lo hacen, asegúrense de devolverlo bañado y dormido, ¿sí?

 

—Trato hecho —dijo Rosa, guiñándole un ojo.

 

Sucrette se despidió con una última mirada a Noah, quien ahora estaba completamente entretenido con los cordones del sacó de Leigh. Salió con el corazón un poco más ligero, sabiendo que su hijo estaba en las mejores manos.

 

Ahora solo le quedaba encontrar un trabajo.

 


 

Notes:

Hola, que tal. Quisiera hacer unas aclaración por si les parece raro la descripción del bebé,  me base en mi Sucrette, por eso menciono los ojos rojos del niño y el cabello negro porque es el color natural de Castiel.
La imagen por si se quieren dar una idea esta en wattpad
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