Chapter 1: El juego de dardos
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La habitación rompía su silenció con el sonido de una respiración entrecortada o interrumpida por constantes quejidos inquietantes. La luz que emanaba las pantallas táctiles era fría y con su característico color azul, formando sombras largas y suaves que se estiraban sobre las paredes, creando un ambiente casi etéreo. Las pantallas emitían un resplandor que bañaba la estancia con una tonalidad fría, que contrastaba con el calor residual que aún sentía cuerpo con pulso, haciendo que la sensación metálica del gear de Hada se sintiera aún más, causando un escalofrío ante cada toque y desliz que hacía por la piel descubierta. Una sensación sensible cuya superficie se marcaba por la simulación de garras de aquel gear, marcas descuidadas que se borraban a los pocos segundos.
—¿Estás olvidando como respirar? —pregunto Ortho, con tono burlón, casi arrogante y sarcástico.
Las pantallas no solo iluminaban, sino estaban llevando a cabo un registro a tiempo real por medio del anillo que Shamato portaba en la mano izquierda, un recordatorio constante de su compromiso. Shamato estaba tumbado en la cama, con su cuerpo casi inmóvil bajo el peso de Ortho, que se había acomodado sobre él con aquellas alas tornasol desplegadas a los laterales, simulando la caía de una falda. La respiración de Shamato era irregular, sus pulmones luchaban por recuperar el aliento después del esfuerzo. Sentía el calor de su cuerpo expandiéndose, empapado en sudor, como si cada músculo hubiera sido estirado al límite. Ortho, con una sonrisa burlona en los labios, le acariciaba suavemente el cabello, como si no tuviera prisa por dejarlo ir.
Registro completo.
—No imaginé que realmente te atreverías a apostar conmigo —rió Ortho, su voz suave y cargada de diversión.
Shamato murmuró, con la voz entrecortada por el agotamiento. —De saber qué harías trampa... no apostaba.
Exhaló profundamente, dejando escapar un suspiro que denotaba lo exhausto que estaba. Cada parte de su cuerpo dolía, pero de alguna manera, la presencia de Ortho sobre él le resultaba reconfortante, le regresaba algo de energía verlo encima de él con ese adorable gear de hada, las flores intactas cubriendo sus ojos y la sensación frágil en algunas partes de ese ostentoso cuerpo.
Ortho con una sonrisa juguetona en los labios, movió su cadera hacía adelante, empujando el juguete de silicona que sostenía entre sus manos y Shamato seguía penetrando. —¿Quieres que me quite de encima? —preguntó, su tono impregnado de sarcasmo.
—Preferiría... —respondió, con la voz baja y un tanto fatigada—. Qué dejaras de moverte.
La petición fue completamente ignorada, el juguete continuo intacto, pero una serie de besos se desboscaron en sus labios, sintiendo lo afilado de la porcelana que simulaba dos hileras puntiagudas de dientes, retomando el movimiento insistente de las caderas de Ortho, casi como si besarlo fuera su manera de hacer que se callara ante cualquiera de sus protestas. El peso de Ortho sobre él no era insoportable, para tener un tamaño menor que el de otros estudiantes, era bastante pesado en gran parte de las veces.
Tras un rato, el calor en el cuerpo de Shamato comenzó a ceder. Ortho se levantó lentamente, estirándose mientras murmuraba algo sobre ir a "bañarse". Había hecho uso del Gear Gala a escondidas e Idia no tardaría en darse cuenta de que estaba ausente o que Ortho andaba por ahí haciendo uso del mismo, debía limpiar todo rastro que pudiera delatar lo que habían hecho a solas como forma de "saldar una deuda". Shamato no respondió cuando Ortho le hizo una pregunta, ni siquiera le escucho, simplemente se permitió caer en el sueño, el cansancio envolviéndolo con rapidez. La última cosa que escuchó antes de cerrar los ojos fue la voz de Ortho, prometiéndole que volvería para cuidarlo.
***
Al día siguiente, el sonido de los cubiertos chocando sobre el plato lo despertó de su somnolencia. La luz que entraba por la ventana era tenue, pero suficiente para despejar el aturdimiento de su mente. Ortho estaba sentado frente a él, observándolo con una mirada atenta, mientras acompañaba a Idia y a Shamato a desayunar para asegurarse de que ambos asistieran al cambio de estación en la Isla de la Lamentación.
—Tu ritmo cardiaco anoche estuvo bastante elevado —comentó Ortho, sin alzar la vista de su registro digital—. Los registros de todos tus neurotransmisores me dejaron con mucho por estudiar. Tendré que adaptarlos para una segunda prueba.
Shamato soltó la cuchara que sostenía, la cual cayó con un golpe sordo en su plato. Un calor subió a su rostro, dejando sus mejillas completamente rojas. Se sintió expuesto, avergonzado y peor aún delante de Idia, que incluso desde antes de hacer oficial su relación, Idia insinuaba que Shamato era mucho más hormonal de lo que aparentaba con esa actitud tranquila y a veces paternal que tenía.
—¡No digas eso! —respondió, algo desesperado, mientras miraba a Ortho con reproche.
Idia, que estaba sentado en la mesa junto a ellos, levantó la mirada, confundido. —¿Qué pasó anoche? —preguntó, con tono serio, sin saber a qué se referían.
—Nada fuera de lo común, solo estuvimos jugando a los dardos. Después nos entretuvimos con los mangas de Shamato.
Si a entretenerte te refieres a recrear la escena de uno... entonces sí.
Shamato, sintiendo que las palabras se atascaban en su garganta, murmuró con firmeza. deseando tener la oportunidad de huir si la situación empeoraba para que Idia no le metiera dentro de un frasco.
—Te juro que nunca más haré una apuesta contigo... y mucho menos jugando a los dardos.
Ortho soltó una carcajada, su risa resonó en la habitación, llena de diversión. Se inclinó hacia Shamato, burlón, mientras le preguntaba. —¿Ya te sientes mejor, entonces?
Idia, con una mirada que no dejaba de ser seria, observó a ambos con algo de sospecha. —¿Por qué Unmei no se sentiría bien? —preguntó, buscando alguna respuesta lógica en la conversación.
Ortho, sin inmutarse, respondió con seguridad. —No es nada en especial. Está perfectamente bien.
Shamato respiró profundamente, y con un suspiro pesado, se levantó de la mesa. Sentía que en cualquier momento Idia comprendería que anoche, a su hermanito se le ocurrió la fantástica idea de jugar a los dardos, que el ganador podría pedirle cualquier cosa al perdedor sin objeción alguna, y que Ortho terminara haciendo trampa para tener aquella "sesión de investigación" a costa de todo, incluso si llegaban a ser vistos.
—Creo que voy a ir a hacer el inventario en el Archivo —dijo Shamato, desviando la mirada, evitando cualquier conversación más profunda.
Ortho le dio un leve asentimiento, como si ya lo hubiera esperado, mientras Idia seguía mirando a Shamato con algo de sospecha.
—¿Jugamos a los dardos más tarde? —pregunto Ortho, con un tono incrédulo fingido.
—¡No! ¡Eres un tramposo y ya te di lo que querías!
***
Para la celebración del cambio de estación, se llevaría a cabo una celebración con pocos visitantes en la Isla de la Lamentación, era una celebración modesta, con actividades simples, pero que reflejaban la tradición antigua vinculada a la cosecha ligada al cambio de estación. Thanael había llegado exhausto, no había podido dormir, no por la emoción, sino porque anoche había pasado a vivir la mayor de sus pesadillas y necesitaba ayuda urgente con ese asunto. Ortho lo esperaba, de pie junto a la entrada del santuario de recibimiento, una construcción con dos pilares y un techo triangular con escritos antiguos que en su traducción era el nombre de una ciudad originaria de la Isla de la Lamentación.
—Bienvenido, Thanael —dijo Ortho con una voz agradable—. Te estaba esperando.
Thanael asintió, el nerviosismo evidenciándose en sus ojos. Se apresuró a hablar, pero antes de que pudiera continuar, Ortho lo interrumpió.
—Esperaba que Hipnel y Marin llegaran contigo. ¿No vendrán?
Thanael vaciló un momento, mordiéndose el labio. Con un susurro casi inaudible, respondió. —Marin... tuvo que quedarse en el templo de Tetis. Está realizando una ceremonia de purificación. Hipnel... él está... está en coma.
Ortho se sorprendió, su mirada fija en Thanael. —¿Qué ocurrió? ¿Qué pasó con Hipnel?
Thanael miró a su alrededor, asegurándose de que no había nadie cerca para escuchar. Entonces, con la voz temblorosa, preguntó. —Primero, ¿dónde está Shamato?
Ortho no esperaba esa pregunta. Sin embargo, respondió con calma. —Está en la zona superior, cambiándose de ropa para el baile del vino. También está ayudando a mi hermano a vestirse.
Thanael dejó escapar un suspiro de alivio. Su expresión se suavizó por un momento, pero pronto volvió la tensión. Dio un paso hacia Ortho, mirando al suelo, casi avergonzado de lo que iba a decir.
—Entonces, puedo hablar. Puedo pedirte un favor. Es... es para salvar a Hipnel.
—¿Qué favor necesitas? —preguntó con seriedad.
—Quiero rescatar a Hipnel del monstruo... del ser que lo tiene cautivo.
Ortho se quedó pensativo, sus ojos reflejando una chispa de duda. —¿No crees que sería mejor contarles a los adultos de la familia? Ellos podrían ayudarnos.
Thanael retrocedió un paso, agitando la cabeza con desesperación. —No... No podemos contarles. Si Nyxia o cualquiera de mis padres o...o los de Hipnel se entera, las consecuencias serán aún peores. Ese monstruo lo sabrá, y pondrá en peligro la vida de Hipnel. Prometió liberarlo... solo si Shamato toma su lugar por tres días.
Ortho frunció el ceño. —¿Tú solución es simplemente entregar una vida a cambio de otra? ¿Qué significa todo esto?
Thanael tragó saliva, mirando a Ortho como si esperara que entendiera algo que no podía decir en voz alta. Hipnel estaba en coma, su "alma" se había desprendido de su cuerpo y estaba cautiva, haciendo que su cuerpo quedara vació, en un estado ausente o de coma, como normalmente se le llamaba en aquellos casos donde la persona no despertaba. Sus padres acreditaron que simplemente, Hipnel estaba teniendo esos largos sueños para reponer la energía que su magia única familiar: Marcha de Morfeo, le hizo perder, por eso no estaban preocupados que en la mañana no hubiera despertado.
—La noche pasada, Hipnel y yo andábamos por los Caminos de la Oscuridad. Son los senderos que conectan el descanso terrenal con el descanso eterno. Nos perdimos... y terminamos en un lugar oscuro y lúgubre, donde una criatura enorme nos capturó. Pero cuando supo quiénes éramos... los descendientes de Nix... nos dejó ir, pero con una condición. El monstruo... dijo que Shamato debía ir a ese lugar. Y si no lo hace, Hipnel morirá.
Ortho miró a Thanael, comprendiendo lentamente la magnitud de la situación. —con que un lugar oscuro y lúgubre con un monstruo y próximamente... con un muerto para variar.
Thanael asintió, su rostro marcado por el dolor y la culpa. —No lo digas de esa forma, que soy muy crédulo con lo que dicen... y no quiero arriesgar la vida de Shamato. No quiero perderlo tampoco. Pero si no hacemos esto... Hipnel... no sobrevivirá.
Ortho se quedó en silencio por un largo momento. Ya había pasado por algunas personas que buscaban "tener a Shamato", ¿pero algo denominado "monstruo? Le era familiar la situación, aunque desde otro enfoque, no como Shamato el portador actual del Ojo de las Moiras sino... como persona ordinaria, sin talentos ni bendiciones de drama e historia, solamente él. Finalmente, sacudió la cabeza, como si terminara de reflexionar sobre algo que estaba a punto de revelar.
—Thanael, hay algo que debo decirte. Yo... sospecho que no hay una coincidencia. Lo mejor será actuar desde su punto ciego porque él, no va a acceder a verlo por más que ya no pueda reprimir que lo extraña.
Thanael lo miró fijamente, buscando en los ojos de Ortho alguna respuesta que lo tranquilizara. Sin embargo, sólo encontró una sombra de preocupación que no hizo más que intensificar su propio temor.
—¿Tú sabes quién es esa cosa? —murmuró Thanael.
Ortho asintió. —Mi otro yo, Oru.
Chapter 2: Los campos Elíseos
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La danza del vino transcurrió sin mayores contratiempos, como una noche de máscaras y risas que acompañaron el tan esperado cambio de estación, aunque claro, siendo que la Isla de la lamentación estaba sumergida, el cambio de estación tuvo que ser artificial, pero aun así el cambio de tonalidades cafés y anaranjadas a blancos puros siguió siendo completamente hermosa. La fragorosa música y el vaivén de los bailarines se sentían lejanos para Idia, cuya incomodidad aumentaba conforme pasaban los minutos. Se negaba rotundamente a usar la toga tan ajustada que, en lugar de parecer un atuendo festivo, parecía más bien un vestido de novia excesivamente suelto. No importaba cuántos intentos hiciera Ortho para calmarlo; su desdén por el vestido era evidente en cada movimiento tenso y cada mirada furtiva.
Ortho y Thanael, por otro lado, actuaron con total naturalidad, tan integrados en la celebración que nadie sospechó la tensión que se cernía sobre ellos. Mientras la música retumbaba y la celebración continuaba a su alrededor, ambos sabían que el tiempo se les agotaba.
***
La noche avanzó sin más sorpresas, y cuando Shamato comenzó a retirarse para irse a dormir, Ortho y Thanael se deslizaron discretamente al jardín techado de la casa de Shamato. La luna artificial brillaba tenuemente, sus rayos filtrándose entre las hojas de las enredaderas que cubrían el espacio. La quietud del jardín contrastaba con el bullicio lejano de la fiesta que seguía llevándose a cabo.
—Thanael —comenzó Ortho en voz baja, observando al joven con una mirada pensativa—. ¿Cómo piensas llevar a Shamato al Inframundo? ¿Cómo lo harás sin que él sospeche?
Thanael, nervioso, vaciló antes de responder. —Usaré mi magia... mi magia única: El Guía de las Almas. Con ella, su cuerpo permanecerá en la cama, seguro y protegido, mientras solo su alma viajará. Estará completamente segura durante esos tres días, y podrá regresar a su cuerpo cuando el tiempo pase... si todo sale bien.
Ortho frunció el ceño, preocupado. —¿Estás tan seguro de que Shamato regresará en tres días?
El rostro de Thanael palideció ligeramente, la preocupación claramente visible en sus ojos. —No... no estoy seguro. Y si no regresa... si algo sale mal, ahí sí tendremos que decirle la verdad a Nyxia. Ella tendrá que intervenir.
Ortho soltó una pequeña carcajada, una sonrisa burlona jugando en sus labios. —Parece que todos en esta familia tienen miedo de su matriarca.
Thanael palideció aún más, como si las palabras de Ortho fueran una pesadilla que acababa de cobrar vida o el solo llegar a mencionar al miembro más antiguo de la rama principal fuera a ser invocada, junto delante de ellos y asesinar a Thanael por no decirle que Hipnel, el "pequeño y dulce" Hipnel, estaba en problemas.
—No es miedo, Ortho. Es pavor. Si Nyxia se entera de lo que estamos haciendo... Me asesinara. —ahogo sus gritos de miedo—. Lo mejor es que todos crean que Shamato no ha despertado por la magia de Hipnel. Ya sabes, la magia de los Somnium vuelve real los sueños a cambio de energía.
—Qué convincente para ti, Nyxia no te asesinara —dijo molesto—. Después de esto voy a querer el favor de vuelta, pero será Hipnel quien me lo devuelva.
Ortho asintió lentamente, comprendiendo que Ortho estaba siendo bastante paciente con él. Un silencio incómodo se instaló entre los dos. Era un plan peligroso, pero no había marcha atrás. En ese momento, dentro de la habitación de Shamato, la voz de Thanael comenzó a susurrar, la última palabra que Shamato escucharía antes de caer en un profundo sueño:
"El Guía de las Almas."
Cuando Shamato despertó, se encontró en un lugar que no reconocía. El suelo bajo sus pies era frío, cubierto por los mármoles pulidos que formaban enormes pilares que se elevaban hacia un techo que no se veía. Todo el lugar parecía estar sostenido por estos colosos de piedra, como si el espacio flotara en el aire. Un palacio, pero tan diferente a cualquier palacio que hubiera visto antes incluso en sus visiones al pasado para realizar sus estudios. Todo era blanco con toques de dorado, acompañado por plantas y el ruido blanco del agua.
Se incorporó rápidamente, un escalofrío recorriéndole la espalda. No era la primera vez que experimentaba un sueño lúcido, pero algo en este lugar le decía que no estaba consciente en uno.
—¿Qué es esto? —preguntó en voz baja, más para sí mismo que esperando respuesta, pero su don estaba completamente fuera de uso porque no estaba en su cuerpo.
Una voz, suave y distante, resonó a través de la vastedad del palacio, como si surgiera de todas partes a la vez. —Bienvenido. Ya te estábamos esperando.
Shamato se sobresaltó, buscando el origen de la voz. Giró sobre sus talones, pero no vio a nadie. Solo un vacío que se alargaba hacia el horizonte.
—¿Quién... quién está ahí? —preguntó, intentando mantener la calma, pero el miedo ya comenzaba a apoderarse de él.
La voz respondió con tranquilidad, como si nada extraño estuviera ocurriendo. —Soy uno de los sirvientes que estará a tu cuidado durante tu estancia. Mis órdenes vienen de mi señor.
Shamato frunció el ceño, confundido y desconcertado. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso había caído en otro de esos sueños lúcidos? O peor aún... ¿Había ingresado por accidente a los Caminos de la Oscuridad al dormirse?
—¿En qué demonios me he metido? —murmuró.
—¿Te gustaría algo de beber? —la voz preguntó con una suavidad inquietante.
Shamato no respondió de inmediato. Sus ojos recorrieron el lugar, buscando una salida, una explicación. Sin embargo, algo en el ambiente le decía que no estaba solo, aunque no podía ver a nadie más. Se giró y comenzó a caminar, con la esperanza de encontrar una salida. Afuera, a través de las enormes puertas de mármol, un jardín impresionante se extendía ante él. Animales de aspecto extraño paseaban por el lugar, conservando una belleza que solo era descrita por los grandes de la época antigua, y en la distancia, veía personas realizando labores de campo. Pero algo no estaba bien. No sentía los hilos de vida de esas personas. Era como si estuvieran vacíos, como si no tuvieran existencia terrenal.
Retrocedió rápidamente, su corazón latiendo con fuerza. —¿Dónde... dónde estoy? —preguntó, su voz temblando de duda.
La respuesta llegó sin prisa, con la misma calma de siempre. —Estás en una de las tres secciones del Inframundo.
Shamato dio un paso atrás, el horror reflejado en su rostro. —¡¿Inframundo?! —gritó, su voz llena de incredulidad y miedo.
La voz, en lugar de responder, se limitó a permanecer en silencio, escuchando los miles de quejas de Shamato de que no había forma de que él llegara ahí, que ya sabía que Idia una vez se perdió y termino dando al Tártaro en donde reclamo el título de Rey del Inframundo, ¿pero él? Sí, venía de una familia vinculada a la oscuridad, a una de los primordiales, pero a lo mucho solo podía tener sueños lucidos por culpa de su don, visualizando en carne propia cualquiera de los dos tiempos: pasado y futuro. No era un Mors o un Somnium, los dos linajes de Nix con la capacidad de andar por la oscuridad porque "el sueño" y "la muerte" estaban rodeadas de ella, y era fácil dormirte para jamás despertar porque te habías perdido en la oscuridad, en los "Caminos de la Oscuridad".
¡No quiero terminar como Teseo!
***
Shamato se acercó al ventanal de su habitación, observando el paisaje. Afuera, el cielo comenzaba a oscurecerse a un ritmo alarmante. En cuestión de segundos, el azul profundo se tornó en un negro azabache, cubriéndose por completo de un manto estrellado, como si la noche hubiera sido tejida con hilos de sombras densas que caían del cielo. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. No era un atardecer normal. Ese lugar seguía las reglas que conocía por medio de antiguos escritos engrosados en pergaminos. De ser otra situación, estaría completamente emocionado, feliz de ver un auténtico despliegue del velo de una entidad primordial de la noche, de tener la oportunidad que solo a los grandes héroes y dioses se les permitía de recorrer los campos donde el otoño y el invierno no existían.
Mientras seguía observando, la voz de antes, suave y constante, resonó nuevamente en el aire, proveniente de algún rincón invisible de la habitación.
—La cama ya está lista para ti. ¿De verdad no quieres comer algo antes de descansar? —preguntó la voz con una amabilidad inquietante.
Shamato, con una ligera sonrisa nerviosa, se giró hacia la fuente del sonido. —Estoy bien, no tengo hambre —respondió, intentando ocultar el nudo de ansiedad en su garganta.
La voz, inmutable, continuó sin mostrar ningún signo de impaciencia. —Si tu preocupación es que no podrás volver a casa si comes algo, no te preocupes. Mi señor ha indicado qué platillos preparar, y son completamente seguros —respondió de manera tranquila.
Shamato, sintiendo una extraña calma momentánea en medio de su creciente paranoia, respiró hondo. —Gracias —murmuró, con un atisbo de sonrisa. Y, añadió—: ¿Quién es tu señor? Si me permite saberlo.
—Mi señor es el suplente del Rey del Inframundo. Por ello, no se encuentra presente en este momento; se encuentra ocupado con sus labores, especialmente en el Tártaro.
Shamato dejó escapar un largo suspiro. La mención del Tártaro, un lugar tan temido como lejano, no hizo más que aumentar el caos en su mente. Sí era un sueño, ya estaba deseando que esa parte, en donde una garra salía de la oscuridad queriéndolo tomar, se hiciera presente para hacerlo volver a su realidad. No le importaba si despertaba con tanto miedo que le sería difícil respirar, que su cuerpo se sintiera inmovilizado y adolorido en cada intento de moverse, deseaba volver a la comodidad de su cama.
—Por favor, que sea un maldito sueño...
Pero la voz no mostró signos de compasión ni de preocupación. Continuó, inquiriendo de manera casi monótona. —La lámpara de aceite se apagará sola pronto. No la enciendas, por favor. Especialmente no en presencia de mi señor.
Shamato se encogió de hombros, resignado. —Está bien —respondió con una sonrisa tensa, convencido de que no necesitaba más visitas o complicaciones esa noche—. No tengo intención de encenderla, ni de tener visitas a mitad de la noche.
La voz, sin embargo, replicó con una nota casi divertida en su tono. —No creo que a mi señor le agrade saber eso, ya que ha hecho todos los preparativos para recibirte apropiadamente.
Shamato frunció el ceño, una sensación de incomodidad ganando terreno en su pecho. —No me apetece ver a mi anfitrión, de verdad. Por favor, cierra la puerta y díselo de mi parte —respondió, su tono más firme, pero el miedo aún latente en su voz.
Hubo un largo silencio, antes de que la puerta de la habitación se cerrara suavemente, dejando a Shamato solo. La habitación estaba envuelta en la oscuridad, el aire frío rozando su piel mientras se dejaba caer sobre la cama. Las sábanas de seda y algodón eran demasiado suaves, demasiado ajenas a lo que conocía, y le resultaban incómodas en su nerviosismo. A pesar de estar agotado, la ansiedad lo mantenía alerta, incapaz de relajarse. Las horas pasaron lentamente, su mente en constante alerta, dándole vueltas a lo que acababa de escuchar. ¿Estaba realmente en el Inframundo? ¿Acaso todo esto era una pesadilla, una de esas ilusiones que se forman cuando uno se pierde en los sueños?
***
La puerta se abrió de nuevo, pero esta vez, Shamato no podía distinguir si había sido un sonido real o producto de su creciente paranoia. Sintió algo, una presencia, algo que se movía a su lado, tan cerca que podía sentir la presión en el aire y un olor que le era demasiado familiar. Con los ojos cerrados, fingió estar dormido, esperando que esa presencia se desvaneciera. Pero el peso sobre la cama aumentó, como si algo se estuviera acomodando junto a él.
De repente, algo frío y metálico rozó su mejilla. La sensación fue tan aguda que un grito se formó en su garganta. Abrió los ojos, y lo primero que vio fue un rostro conteniendo una enorme cantidad de blot, sin ojos, sin rasgos faciales y... esa garra que por noches lo atormento en sus sueños desde el incidente en S.T.Y.X. con "los chicos problemáticos". Su cuerpo temblaba incontrolablemente, sus manos buscando desesperadamente el borde de las sábanas para levantarse, pero el pánico lo tenía paralizado.
No es real... No puede ser real... No es la realidad...
El miedo lo ahogaba. No podía moverse, no podía respirar con normalidad. Su visión se nubló acompañada de las lágrimas que iba acumulándose, y antes de que pudiera reaccionar, un ataque de pánico lo envolvió. El aire se volvió denso, su mente comenzó a perderse, y solo podía escuchar el sonido de su propio corazón retumbando en sus oídos.
***
Shamato estaba finalmente un poco más tranquilo, el pánico comenzaba a disiparse, aunque su cuerpo aún temblaba ligeramente. Se encontraba envuelto en una clámide, un manto grueso que le daba cierta sensación de seguridad, mientras abrazaba una almohada contra su pecho, tratando de calmarse. A su lado, una copa de agua fresca descansaba sobre la mesa, y con cada sorbo, sentía cómo su mente se despejaba un poco más, aunque el terror de lo que había vivido aún seguía latente en sus venas. Por fin había confirmado su mayor preocupación: No estaba en un sueño y no estaba aún preparado para lidiar con el otro Ortho Shroud.
Afuera de su habitación, la voz, con tono algo preocupado, resonó de nuevo, aunque ahora dirigía sus palabras a otra presencia. Un tono ligeramente arrepentido dejó escapar las palabras que rompieron el silencio. —mi señor, tal vez no debió aparecerme en su forma Phantom. Quizás fue demasiado directo. Necesitábamos ser más considerados con él —dijo la voz, suavemente, como si intentara encontrar alguna justificación a lo ocurrido.
La molestia de Oru lo hizo gruñir bajo su respiración. —No esperaba que Shamato, siendo nieto de un ex-cazador de Phantoms, se pusiera a llorar —respondió con irritación, claramente frustrado por la reacción de su invitado.
La voz, imperturbable, intentó calmar la situación. —Tal vez me equivocas, mi señor. Pero, no es la manera más adecuada de tratar a un invitado.
—¡Shamato solo se pone difícil! —gruñó Oru, exasperado, mientras caminaba de un lado a otro. No podía entender cómo algo tan simple como un encuentro podía alterar tanto a alguien y no de la manera "bonita".
La voz insistió, con una leve suavidad en su tono, como si tratara de darle una última oportunidad a la situación. —¿Por qué no intenta algo diferente esta vez? Algo más familiar y menos intimidante. Tal vez así se sienta más a gusto.
Oru resopló, rindiéndose de momento ante la sugerencia, y cerró los ojos en frustración. En un suspiro, se transformó, su cuerpo cambiando de forma y de energía. Su apariencia se suavizó, y con un gesto de mano, la figura fantasmagórica desapareció. En su lugar apareció un chico de estatura alta, elegante en su toga gris. La prenda que caía sobre su hombro izquierdo y cruzaba su cintura en un azul marino le daba un aire de autoridad, pero sin la frialdad del Phantom. Sobre su cabeza, una corona en forma de llama extendida hacia arriba, que terminaba en punta, marcaba su identidad como el gobernante, interino porque Idia estaba ausente y le había arrebatado el título de Rey en su última visita en el Tártaro. El cambio fue tan sutil como imponente, pero la mirada de Oru aún reflejaba su incomodidad.
Con un gesto enérgico, caminó hacia la puerta de la habitación de Shamato y la tocó, esperando que el castaño-pecoso abriera. Sin embargo, al intentar girar el picaporte, se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada desde adentro. Se quedó mirando el umbral por un momento antes de golpearla con fuerza.
—¡Shamato! —gritó con tono autoritario—. ¡Abre la puerta ahora mismo!
Desde dentro, la voz de Shamato llegó, calmada pero firme. —No quiero.
Oru apretó los dientes, frustrado, y se acercó más a la puerta, haciendo un gesto de impaciencia. —¡Abre la puerta, o la derribaré! —exclamó, con la furia elevándose nuevamente en su tono.
La voz una vez más, le respondió, esta vez con una suavidad que no coincidía con la autoridad de Oru. —No olvides ser suave y gentil, mi señor. No puedes obligarlo a nada.
Oru apretó los puños, su cabello tomando un tono anaranjado como indicio de su creciente irritación. Golpeó la puerta nuevamente, esta vez con menos fuerza, y habló en un tono forzado, intentando calmar su propia furia.
—Shamato... abre... por favor.
Desde dentro, Shamato respondió con un tono completamente distinto, casi burlón, sin un atisbo de arrepentimiento. —No, gracias.
La paciencia de Oru se agotó por completo. Con un rugido bajo de frustración, se alejó un paso de la puerta, pero no sin antes soltar un grito. —¡Bien! Quédate ahí, dentro, el resto de la eternidad si eso te hace feliz! —vociferó, sin darse cuenta de lo desmesurado que sonaba.
—Joven amo... recuerde que en la habitación hay enredaderas que crecen alrededor de los pilares. Si el invitado decide escaparse, podría aprovecharlas para huir —advirtió, con una sensación de aprensión.
Oru, furioso y a la vez confundido, giró rápidamente hacia donde provenía la voz. —¿Qué estás esperando para que retiren esas malditas enredaderas? —preguntó, su tono desbordando cólera. —¡Mantengan vigilado a Shamato para que no intente largarse de aquí!
—Lo que usted ordene, mi joven señor.
Chapter 3: Cuando eran pequeños
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Era un día claro y sereno en los campos, con el sol brillando suavemente sobre el horizonte, sin causar la sensación cansada por pasar horas bajo el sol. Shamato estaba sentado sobre el césped, rodeado de flores de colores vibrantes que la voz le había reunido especialmente para él. Con paciencia, trenzaba los tallos de las flores, creando una pequeña corona mientras murmuraba una canción baja, casi como si no quisiera que nadie le escuchara y no intervinieran en eso, su momento de paz.
"De la tierra a las estrellas, todo puede cambiar,
Pero bajo la luna llena, nunca te dejaré marchar.
El invierno es nuestro, el verano será tuyo,
Te espero en el abismo, donde el amor no tiene murmullo."
El viento movía suavemente los pétalos de las flores, y Shamato, sumido en sus pensamientos, no notaba la figura de Oru observándolo desde los escalones que daban al jardín. Oru, cruzado de brazos y con una expresión seria, murmuró, casi como un suspiro, sin esperar respuesta.
—¿Cómo es que a yo-B le gusta tanto alguien tan... llorón y raro como Shamato?
La voz que lo acompañaba, siempre paciente, sugirió en voz baja. —Déjale más tiempo a solas, mi señor. A lo mejor, si dejas de hablar de manera pasivo-agresiva y comienzas a tratarlo como un amigo, las cosas mejorarán.
Oru bufó, mirando de reojo hacia Shamato. —Lo estoy intentando —dijo, un tono de frustración evidente—, pero debería ser él quien haga el esfuerzo. Después de todo, fue él quien cometió el error.
La voz, que ahora parecía algo intrigada, preguntó. —¿Qué fue lo que originó que se pelearan?
Oru se quedó en silencio por un momento, sintiendo cómo la tensión del pasado volvía a su mente, ver a Shamato vivir como si él de verdad dejara de haber existido, invalidando casi aquellos años que habían pasado desde que iniciaron su preparación educativa juntos. Le frustraba bastante, incluso verlo tan feliz con su otro yo, compartiendo cosas que antes eran solo de ellos dos, en especial aquel libro, el de Evangeline, que antes le parecía tonto y aburrido, pero Shamato le hizo disfrutarlo cuando se lo leyó por primera vez. Finalmente, murmuró, un poco más bajo.
—No fue mi culpa... me acerqué cuando pude, pero... ese idiota insolente me rechazó. —recrimino—. Yo... —Oru hizo una pausa, señalándose a sí mismo—... yo fui su mejor amigo, el primero, y él me desplazó por completo.
—¿De verdad crees que solo Shamato tiene la culpa?
Oru frunció el ceño, molesto por la insinuación. —¿Qué intentas insinuar? —respondió, irritado, alzando la voz sin querer.
La voz, sin perder la serenidad, continuó. —Solo es una observación. Ayer, por ejemplo, el invitado tuvo un ataque de pánico, y solo se calmó cuando escuchó tu voz. Tal vez... la forma en que lo tratas no es la correcta.
Oru, sintiendo una punzada de culpabilidad, murmuró para sí mismo. —Tal vez no debí haberle gritado. Pero... Shamato siempre ha sido un llorón.
***
El sol continuaba su marcha, y las horas parecían desvanecerse sin mucho cambio. Shamato, aún absorto en sus pensamientos de como poder escapar, se tumbó sobre el césped. Sus ojos se fijaron en el cielo, observando cómo el viento movía las nubes, que se deslizaban lentamente, tomando formas que parecían figuras mitológicas. Poco a poco, la fatiga lo venció, y, sin darse cuenta, su cuerpo cedió al sueño.
Oru, decidido a hablar con él, se acercó silenciosamente. Lo encontró dormido, tendido sobre la hierba, de manera despreocupada para tener las piernas descubiertas gracias a la toga corta que llevaba; recordó cuando eran niños, Shamato llevaba siempre una camiseta larga y pantalones cortos por debajo, haciendo que ganara más aquel apodo: La hija del Archivista, y más con su cabello largo y rasgos no tan definidos. Con una mezcla de incomodidad y determinación, se sentó a su lado, sin saber muy bien qué decir, como iniciar una conversación de manera pacífica y sin gritarse mutuamente. Durante un momento, solo observó a Shamato, sin atreverse a romper el silencio o despertarlo.
Sus pecas parecen una galaxia lenticular.
—¿Por qué no aceptaste el acuerdo que te ofrecí y preferiste quedarte en la isla? —murmuró Oru, pensativo.
No esperaba respuesta, pero la pregunta había estado en su mente desde que habían tenido aquella "discusión", resonando parte de las veces lo que Shamato le dijo:
"No quiero volver a perder a Ortho."
Le era frustrante recordarlo decirlo de aquel modo desesperante y frustrado, creía que con darle aquella libertad que su familia se le arrebato por parte de Júpiter bastaría, y no; pelearon, la distancia entre ambos se marcó y su amistad... ¿En dónde termino?
Volver a ver a Shamato en ese momento lo desconecto más de donde quería llegar, Oru empezó a prestar atención a los detalles de la cara de Shamato: las pequeñas líneas de expresión, el modo en que la luz del sol jugaba con su cabello. Al darse cuenta de que el joven dormía tan profundamente, Oru, casi sin pensarlo, le retiró los lentes. Observó brevemente su rostro sin las gafas, notando como las ojeras se remarcaban, murmurando en voz baja, casi como si estuviera hablando consigo mismo.
—Te veías mejor con el cabello largo, como antes... cuando te lo dejabas caer sobre tus hombros.
Yo cambie y tú... creciste.
De repente, Shamato despertó, abriendo los ojos lentamente. La visión borrosa lo incomodó y, al percatarse de que Oru estaba allí, se incorporó rápidamente, mirando fijamente a Oru. Intentando enfocar su vista para ver mejor.
—Devuélveme mis lentes —dijo con un tono áspero, aún algo aturdido por el sueño.
Oru, sorprendido por la reacción, le entregó los lentes en las manos. Shamato se los colocó y, al hacerlo, se quedó mirando al frente, evitando el contacto visual y abrazando sus piernas contra su pecho; Oru rápido pudo identificar que era esa manía de autoconsuelo que Shamato usaba, preguntándose por breves segundos si seguía "parándose como flamenco", en una pierna mientras la otra la movía y flexionaba de un lado a otro porque no era de quedarse quieto estando de pie.
Oru al recordar esa manera inusual de Shamato al ponerse de pie, no pudo evitar soltar una pequeña risa.
—¿De qué te ríes, sociópata? —preguntó Shamato, su voz con impaciencia.
—Te paras como los flamencos.
—¿Aún te tienen que acompañar al baño o por eso usas toga? —la sonrisa de Shamato era casi burlona, pero con una pizca de provocación.
Oru, al escuchar la provocación, lo miró con desprecio, y sin dudarlo le respondió con la misma frialdad. —Eres un idiota.
Shamato, sin inmutarse, se dio la vuelta para darle la espalda, abrazando sus piernas con más fuerza. Con voz baja, pero tajante, contestó, sin perder la provocación. —Tú eres el rey de los idiotas.
Oru, molesto por la actitud de Shamato, cruzó las piernas y separó sus rodillas, flexionándolas hacia los lados. De manera despreocupada, ajustó la toga sobre su hombro y le respondió, dejando claro que la conversación no quedaría sin una respuesta mordaz.
—No olvides que Ortho es en parte yo también, y si me llamas idiota, entonces lo estás haciendo también a él.
Shamato suspiró, mirando al frente mientras se recostaba aún más sobre sus piernas. Un leve destello de frustración brilló en sus ojos. —Los tres hermanos son idiotas a niveles diferentes. —murmuró, casi para sí mismo.
Oru, al escuchar eso, se tensó. Sus ojos se fijaron en Shamato con una expresión desafiante. —Retráctate, —su voz era firme, casi autoritaria.
Shamato, sin inmutarse, negó con la cabeza, su tono cargado de desdén. —No. Los tres a veces me hacen dudar de su propia inteligencia. Pero luego recuerdo que Idia tiene dependencia emocional, Ortho está aprendiendo del mundo, y tú... —Shamato hizo una pausa, dejando caer sus palabras con más pesadez—... nunca has salido de la isla, nunca has vivido la realidad.
Oru se quedó en silencio unos segundos. Su expresión se suavizó por un momento, aunque la irritación seguía ardiendo en su pecho. Finalmente, preguntó en voz baja, como si la respuesta le doliera más de lo que esperaba.
—¿Es por eso que decidiste no aceptar mi trato?
Shamato, sin levantarse, apoyó su frente entre sus rodillas, la postura encorvada reflejando el agotamiento emocional que cargaba desde hacía tanto. Le dolía tener que recordar ese día, sentía que no solo en sus sueños esos recuerdos le perseguían. El acuerdo: Renunciar a su don por 24 horas a cambio de libertad, le era estúpido que le hicieran tal ofrecimiento, ¿libertad en qué? Había podido ver una autentica luna en una noche despejada, una lluvia de estrellas, caminar bajo la lluvia, no tenía más sueños que no fueran infantiles.
Su voz, ya quebrada por la tensión, se oyó suave pero llena de un dolor profundo. —Tú nunca lo entenderías. No me siento prisionero, pero, aunque me hubieran ofrecido la inmortalidad, la habría rechazado... solo para no volver a perder a quien tanto adoro.
Oru, confundido, inclinó la cabeza hacia un lado, intentando procesar esas palabras, pero no se atrevió a interrumpir. Sin embargo, no pudo evitar hacer una pregunta, con voz baja, casi temerosa de la respuesta.
—¿Con "volver a perder" te refieres a mí?
La pregunta colgó en el aire, densa y llena de significado para ambos. Shamato cerró los ojos, como si al hacerlo pudiera aislarse un momento de todo lo que sentía, de ese dolor en su pecho y la sensación de tristeza de aquellos años esperando a que volviera a su lado. Su respiración se hizo más pesada, y una ligera temblorosa quebró su voz cuando habló de nuevo.
—Te estuve esperando... tres años... tal vez más. Fue... tortuoso. Saber que estabas vivo y no poder hacer nada. En agonía constante. Oru, tú puedes quemar el blot, pero el blot también me estaba consumiéndote... hasta que te convirtió en un perfecto recipiente para un phantom.
Shamato hizo una pausa, y el aire se llenó de una tristeza tan densa que era casi podía sentirse a su alrededor.
—Cuando me dijeron que estabas muerto... mi corazón se partió. No podía más, me negué a creerlo incluso teniendo a Ortho enfrente. No quería perderte, no otra vez. Aunque... en ese entonces todos veían a Ortho como un reemplazo de ti, yo... no quería perder a ninguno de los dos.
Oru no pudo evitar un estremecimiento al escuchar esas palabras. Un nudo se formó en su garganta, pero antes de que pudiera hablar, Shamato lo interrumpió, hablando con una claridad brutal.
—No insinúes que lo que siento por Ortho no es más que un sentimiento confuso. No es así. —Shamato levantó la cabeza lentamente, fijando su mirada en Oru con un dolor reflejado en sus ojos. Sus palabras salieron entrecortadas, pero con una sinceridad desbordante—. Sí, te quiero, pero a Ortho lo amo.
Oru suspiró con una mezcla de frustración y cariño mientras miraba a Shamato, quien seguía acurrucado en el césped. Después de un largo silencio, Oru dejó escapar una pequeña risa, aunque la suavidad de su tono delataba algo más profundo.
—Sigues siendo el mismo llorón de siempre, ¿eh? —comentó, con una sonrisa que dejaba entrever cierta nostalgia—. Ya te extrañaba.
Se levantó lentamente del pasto y, con un gesto de amabilidad, extendió su mano hacia Shamato, invitándolo a levantarse.
—¿Qué dices? ¿Quieres jugar a los dardos? —preguntó, intentando suavizar el ambiente con algo tan simple como un juego, justo como resolvían algunas de sus diferencias cuando eran niños.
Shamato miró la mano de Oru, dudando un instante. Sin embargo, sus ojos se desviaron hacia otro lado y su expresión se volvió de inmediato más distante. Aún con el sol brillando sobre ellos, una sombra de desconfianza cruzó su rostro.
—Seguro que es una trampa para llevarme a la cama —dijo con una voz cargada de sarcasmo, como si estuviera buscando una excusa para alejarse de la situación.
Oru se quedó estupefacto por un momento, antes de que un rubor rojo comenzara a llenar su rostro ante tal insinuación. Con una mezcla de vergüenza y molestia, le gritó con todas sus fuerzas.
—¡No soy como Nii-chan, ni de cerca, pervertido!
Shamato, sin embargo, dejó escapar una pequeña risa burlona, la cual se transformó en una ligera sonrisa cuando lo vio tan avergonzado y con mechones de cabello de color rosa, resaltando en sus ropas de colores sombríos.
—No, no lo eres —respondió, su tono más suave ahora, pero aún cargado de sarcasmo—. Pero eres igual que Ortho.
Las palabras de Shamato hicieron que Oru se quedara en silencio. Su cuerpo se paralizó por un segundo, y algo en su pecho se apretó con una sensación incómoda. Aunque se esforzaba por no mostrarlo, algo le picó el orgullo. Su mente comenzó a correr, tratando de entender qué había querido decir exactamente Shamato.
—¿Qué cosas has estado haciendo tú y yo-b después de jugar a los dardos? —preguntó, sin pensarlo, dejando escapar una mezcla de ira y celos.
Shamato, al escuchar la pregunta, de inmediato se puso tan rojo como un tomate maduro. Su rostro se escondió entre sus manos, apretándolas contra sus ojos mientras ahogaba un grito, incapaz de ocultar su incomodidad al recordar aquella noche de "registro de datos".
—¡No preguntes! —dijo, casi entre dientes, mientras su voz temblaba por el avergonzamiento. Sus mejillas estaban ardiendo, y la tensión en su cuerpo no podía disimularse.
—¡Eres igual de pervertido que Nii-chan!
—¡No tengo la culpa que él me saque datos de todo tipo y situación! —excuso, alarmado y avergonzado.
Al menos las cosas entre ellos volvieron a ser mejor. Los dos días siguientes parecieron pasar con más calma para Shamato y Oru. Después de tanto conflicto y tensión, finalmente había llegado un momento de paz, aunque delicada, pero más real en que al fin habían podido hacer las paces de aquel día. Los momentos compartidos en el jardín, las palabras no dichas, los silencios pesados, todo se fue disolviendo poco a poco en sonrisas tímidas y gestos de cariño que ambos preferían no reconocer del todo.
***
Shamato despertó en el día límite con la sensación de que algo había cambiado, aunque no podía identificar qué. Lo primero que vio al abrir los ojos fue el rostro de Ortho, y una sonrisa involuntaria se dibujó en su rostro al verlo allí, a su lado, preocupado, pero con una tranquilidad que le hacía sentirse a salvo. Sin pensarlo dos veces, Shamato lo abrazó, atrayéndolo hacia la cama con un impulso casi instintivo, como si quisiera aferrarse a todo lo que había perdido, todo lo que había temido perder. Su voz, algo temblorosa pero llena de cariño, salió en un susurro lleno de emoción.
—Te adoro, Ortho... a ti y a nadie más —repetía, como si esas palabras pudieran borrar todo lo que había pasado—. Te amo mi angelito impetuoso.
Ortho se quedó un momento en silencio, sorprendido por el gesto, pero luego, con una leve sonrisa en sus labios, lo abrazó con más fuerza, sintiendo ese lazo/hilo que los unía de una forma única. No necesitaban más palabras, solo ese instante, el calor de la cercanía, el retorno de su pareja del inframundo. Thanael, que había estado vigilando desde la puerta con una expresión ansiosa, no pudo evitar suspirar aliviado cuando vio que Shamato estaba realmente de vuelta, con la vitalidad en sus ojos y una sonrisa en su rostro. Alzó sus manos al cielo, como si quisiera agradecer a los dioses primordiales por haber permitido que todo hubiera salido bien.
—Gracias a los dioses primordiales... —proclamó, con una mezcla de alivio y gratitud—. Bendita sea la noche.
Ortho, aliviado, pero con una sonrisa más cálida que nunca, se sentó junto a Shamato en la cama, observándolo con cariño. Era evidente que su novio se veía mucho mejor, más vivo, más completo y descansado. Como si todo lo que había pasado fuera solo un mal sueño del que había despertado al fin.
—Me alegra mucho verte así —le dijo Ortho, tocando su hombro con suavidad—. Estás mucho mejor. ¿Y cómo estuvo tu visita con yo-B? ¿Todo bien?
Shamato se recostó nuevamente en la almohada, aún abrazado a Ortho, y su rostro se iluminó al recordar lo que había sucedido. Una risa ligera escapó de sus labios.
—¡Fue genial! Finalmente... hicimos las paces —dijo con una sonrisa satisfecha—. De hecho, ¡ahora está mucho mejor! Ya no es tan... tan bruto, tarado y patan —añadió con una ligera risa, como si hubiera soltado un gran peso de encima—. Aunque estoy seguro de que Idia me va a encerrar en cuanto se entere que el acuerdo de relación también afecta a Oru.
Ortho, sorprendido por la noticia, visiblemente impresionado. No se esperaba que el acuerdo de relación pudiera tener tal impacto, pero al parecer, todo encajaba porque "ambos eran Ortho". sintiendo algo de celos con la idea de compartir a Shamato, pero no había mucho que hacer, no podía estar celoso de sí mismo.
—Es cierto... —murmuró Ortho, con una ligera sonrisa—. Ambos compartimos el mismo nombre.
Shamato, emocionado, comenzó a levantarse de la cama de inmediato, con una expresión decidida en su rostro. —¡Tengo que ir a molestar a Idia con eso ahora mismo! —exclamó, con un brillo travieso en los ojos. Estaba listo para poner en marcha su nuevo plan, aunque bien sabía que Idia no lo recibiría con la misma emoción que él.
Ya sentía que iba a pasar lo que quedaba de las vacaciones encerrado en aquella pequeña jaula de metal, pero lo valía, cualquier cosa lo valía con tal de hacer enojar hasta hacer echar humo a su líder de dormitorio.
—¡No puedo esperar a ver su cara! —respondió, mientras se colocaba sus pantuflas—. ¡Salgo con sus dos hermanos a la vez!
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