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Corazón de nube

Summary:

Alma Atwater siempre ha tenido dificultades a la hora de tratar con la gente, disfruta quedarse sola, prefiriendo encerrarse dentro de sí misma y apartar a las personas de su lado con su actitud arisca y malhumorada. Su compañero de trabajo, Ronald Knox, se ha propuesto como un reto conseguir hacer que eso cambie.

Notes:

Hola! Como me encanta el personaje de Ronald y apenas hay fanfics sobre él, me he puesto a escribir uno yo.
Soy de España así que uso muchas expresiones típicas de allí, aunque a futuro me gustaría traducirlo también al inglés.

Chapter 1: Contacto visual

Chapter Text

En el tiempo que llevaban trabajando juntos, Ronald Knox había logrado descubrir tres cosas sobre Alma Atwater:

La primera, que a pesar de su apariencia seria y su cara de pocos amigos, tenía muy buen sentido del humor.

No entendía por qué trataba de disimularlo, siempre con una expresión que parecía estar gritando "no quiero estar aquí y no me caéis bien." Los demás shinigamis se quejaban de que solo hablaba cuando fuese absolutamente necesario y que se sentaba siempre sola en la cafetería, limitándose a comer escuetamente y volver a trabajar. En el casi año que llevaba allí, nadie sabía nada de ella más que su nombre.

Él no se había rendido, siempre saludándola con una sonrisa radiante y tratando de darle conversación. Le frustraba la falta de respuesta, pero nunca se ofendía, siguiendo hablando como si nada. Su sorpresa fue enorme cuando, tras contarle un chiste sin importancia que había escuchado el día anterior, la muchacha rompió en carcajadas sin previo aviso, con una risa jovial y fuerte que nunca se imaginaría saliendo de sus labios.

Aquello no había sido una ocurrencia única, ahora pensaba en todos los chistes que se le pudiesen ocurrir, humor absurdo que solo le hace gracia a los desquiciados que llevan currando varios turnos seguidos o bromas inteligentes que se había tenido hasta que apuntar para poder recordar. Se notaba que Alma quería evitarlo, pero siempre reaccionaba igual, estallando en risas. Sus facciones se suavizaban y fruncía el ceño de una manera que recordaba a un niño pequeño cuando reía, agachando ligeramente la cabeza para disimular y cerrando los ojos.

Le fascinaba, la verdad. Ver cómo cambiaba su expresión en menos de un segundo y luego trataba de volver a recomponerse, dedicándole una mirada rápida de diversión en la que sus ojos brillaban con complicidad apenas un segundo, le encantaba saber que era el único que la había visto así, guardándose el preciado secreto.

La segunda era que, por algún motivo, había decidido pedir el externado y vivir en el mundo humano. Los shinigamis tenían un enorme complejo de edificios cerca de las instalaciones donde trabajaban, pisos idénticos, con el mismo número de habitaciones y electrodomésticos que estaban perfectamente amueblados y preparados para vivir cómodamente. Era muy conveniente acabar de trabajar y limitarse al paseo de cinco minutos que le dejaba en su casa, pero Alma se volvía a meter al portal que comunicaba con el mundo de los seres vivos, despidiéndose con un escueto gesto de cabeza y volviendo a su dimensión poco antes de empezar su turno.

¿Vivía allí simplemente porque no quería lidiar con los demás shinigamis en su vida personal o tenía algún asunto que atender allá fuera? La curiosidad le alentaba a preguntar, tratando de endulzar sus palabras para ver si conseguía sacar algo de información, aunque sus dudas nunca eran respondidas. Ella se limitaba a encender un cigarro y encogerse de hombros, diciendo que eran cosas suyas.

La tercera, y la que más le rondaba por la cabeza, era que bajo esa fachada de mala leche y antisocial, tenía un lado dulce. Recordaba un día tener que lidiar con un niño que les estaba siguiendo y haciendo preguntas, sin ningún motivo aparente, solo por la curiosidad infantil que se tiene a esa corta edad. Estaba preparado para hablar él, dando por hecho que Alma no respondería. Se sorprendió al ver cómo la joven se agachaba frente al chiquillo y le hablaba con ternura, sonriendo con una expresión relajada y alegre que no había visto en ningún otro momento. Tenía especialmente una faceta maternal, con muy buena mano con los más pequeños. Pero en general era amable con los seres humanos, siendo algo más paciente.

Ahí es cuando había comenzado a notar que su seriedad era poco más que una fachada bien mantenida, pero aún sin comprender qué le llevaba a actuar así con sus demás compañeros. Aunque aquello solo le daba ganas de descubrir más, sentándose con ella en la cafetería, invitándola a sus fiestas siempre, aunque supiese que iba a recibir un rechazo, y hablando sin parar cada vez que trabajaban juntos, haciéndola reír.

Al principio Alma hacía como que le daba igual, pero poco a poco había notado una mejora considerable. Sonreía más, charlaba de las cosas que no tuviesen que ver con su vida privada y se alegraba cuando le tocaba trabajar por él, por mucho que lo intentase disimular. Se había sentido especialmente orgulloso un día que llegó tarde a la cafetería, viendo cómo su expresión cambiaba de una más indiferente a una sonrisa aliviada al verle llegar y tomar asiento frente a ella. Después de eso, supo que no iba a parar hasta conseguir que se abriese completamente con él. Ya era un reto.

Fue por eso que, cuando en el escaparate de una tienda londinense un artículo le llamó la atención, no tuvo reparos en gastarse el dinero y guardarlo en el bolsillo, con una media sonrisa anticipando que nueva expresión le regalaría la chica que solo iba a tener el privilegio de poder ver él.

Todo aquello pasó a un segundo plano cuando recordó en la situación en la que se encontraba, corriendo por los pasillos a toda velocidad con la mirada fija en su reloj de muñeca de último modelo.

-"Que pereza, llego tarde." -Se quejó para sí, lo último que quería era perder más tiempo del estrictamente necesario en el trabajo.

El rubio cerró la puerta tras de sí y se colocó bien las gafas, con la respiración agitada del acelerón que había tenido que pegar para llegar a tiempo a la reunión de última hora. Se giró y, saludó despreocupadamente al resto de gente de la sala, tomando asiento en la silla que quedaba vacía.

Ahí estaban William, Eric, Grell y Alma, la última disimulando una sonrisa divertida y saludándole con un movimiento de cabeza.

Alma Atwater se trataba de una mujer que tendría unos veintipocos años. Era de complexión fuerte y alta, de la misma altura de Ronald, o quizás hasta un poco más. Tenía el rostro delgado y suave, con la nariz pequeña y ancha, los ojos almendrados y unos labios grandes y perfilados que solía decorar con un suave brillo violeta. Su piel era de un tostado agradable, como la de algunas personas de los países europeos del sur, y su cabello, largo hasta pasar de su cintura, era completamente liso y fino, de un color castaño claro y con un flequillo desarreglado que le tapaba ligeramente los ojos. Siempre lo llevaba recogido en una coleta atada por un largo lazo negro.

Su forma de vestir era parecida a la que tenían el resto de shinigamis, aunque con algún que otro detalle que difería del atuendo habitual. Sus lentes redondas estaban tintadas para que no se pudiese ver el color de sus ojos, y sus orejas contaban con muchísimos pendientes, contrastando con el look arreglado que estaban obligados a llevar como uniforme. Encima de su camisa color hueso descansaba un enorme abrigo negro largo. Se notaba que era de hombre y no era de su talla, viéndose obligada a llevarlo encima de los hombros como si fuese una capa. Pero a pesar de eso, ella le había dicho que le gustaba llevarlo así, y que no quería usar ningún otro.

Ronald le devolvió la sonrisa, guiñándole un ojo.

-Llegas tarde Knox, concretamente un minuto y dieciocho segundos.

-Madre mía William, si el chaval viene corriendo. Por un minuto no le eches la bronca. -Siempre se podía confiar en Eric para que le sacase las castañas del fuego.

-¡Que frío eres Will! -La reprimenda se contradecía con el tono enamoradizo que ponía la pelirroja mientras hablaba.

Alma no dijo nada, limitándose a volver a clavar la mirada en su superior, pidiéndole silenciosamente que comenzase con la reunión. Estaba deseando ponerse a trabajar cuanto antes y poder volver a su preciada casa. Ah, llevaba ya cuatro días sin poder ir. Las horas extras eran una locura en el trabajo de shinigami, dejándole sin tiempo siquiera para descansar y viéndose obligada a malvivir en una habitación libre hasta que acabase con todas. Nada más recolectase la última alma de hoy, saldría corriendo y no pararía hasta meterse en su cama.

-Seré breve.

-"Gracias a Dios." -Pensaron todos a la vez.

-¿Reconocéis a estas personas?

Colocó cinco fotos encima de la mesa, cada una contaba con un individuo diferente. No compartían nada en común, a priori, parecía una selección completamente aleatoria. Alma se aguantó las ganas de resoplar y se inclinó hacia delante para estudiarlas mejor, pensando que estaba perdiendo el tiempo. Ronald y Eric juntaron casi cabeza con cabeza, mirando a las fotos con los ojos entrecerrados intentando ver de qué les sonaban exactamente. Grell, sin embargo, suspiró y se apartó el pelo de la cara, aburrida. Se limitó a darles un vistazo rápido y mirar al techo, diciendo que no le sonaban de nada.

-Recolecté el alma de esta chica hace un par de semanas. -Acabó por decir el shinigami de más experiencia, asintiendo convencido.

-Yo igual, la de estos dos. -Añadió Ron.

Alma asintió con la cabeza y le dio toquecitos a la foto de una mujer, dando a entender que lo mismo pasaba con ella.

-Yo que sé. No me voy a acordar de unos feos como estos.

-¿Estáis completamente seguros de que lo hicisteis correctamente?

-Oe oe.. -Empezó Ronald, con una sonrisa algo nerviosa por la posibilidad de que se le viniesen encima horas extras. -Que yo lo hice todo como siempre, no había nada que remarcar.

-¿Que te crees que soy, una novata? -Grell se llevó una mano al pecho en un gesto típico de mujer de mediana edad ofendida. -Wiiiill, ¿De verdad tenemos que perder el tiempo con esto? Si alguien la ha liado será de la sección de archivos que siempre lo están perdiendo todo, a mi no me mires.

-A mi tampoco, todo fue normal.

-Lo mismo digo. -Asintió Alma vigorosamente con la cabeza, temerosa de que ese día tampoco pudiese volver a su casa.

El shinigami de mayor rango suspiró lentamente, cerrando los ojos y descansando un ligero instante. Alma frunció el ceño, aquello era raro. De normal William ya estaría riñendo a su compañera por ser tan escandalosa, pero parecía que lo que sea que le hubiese llevado a preguntar le estaba molestando lo suficiente como para distraerle de aquellas mundanerias. Ladeó ligeramente la cabeza con curiosidad y se cruzó de piernas, ¿Qué habría pasado?

-En fin, nada entonces, olvidad lo que os he dicho. -Siguió hablando sin pausar, no dándoles tiempo a inquirir con más preguntas. -Me he tomado la molestia de recoger vuestras listas para que podáis salir directamente. Atwater y Knox, hoy vais juntos, un accidente en un aserradero.

Ronald sintió que una ola de orgullo pasaba por todo su cuerpo al ver que Alma había sonreído al escuchar la instrucción, cogiendo el librito que le ofrecía su sensei y asintiendo.

Les despachó a los cuatro rápidamente, haciendo oídos sordos a las quejas de la pelirroja y limitándose a pedirle que cerrase la puerta por fuera, volviendo a enterrar su nariz en la gran cantidad de informes que tenía que rellenar.

Alma y Ronald anduvieron con brío hacia el portal que conectaba ambos mundos, charlando animadamente.

-¿Mañana libras?

-Si, por fin. -Asintió ella, llevándose una mano al lateral del cuello para masajearlo un poco. -No podía más.

-Aww, ¿No te da pena irte y dejarme aquí solito?

-Es solo un día, sobrevivirás. -Se le escapó una risita divertida, guardando las manos en los bolsillos.

Ron negó con la cabeza de forma dramática.

-Compénsamelo, al menos. Deja que te invite a algo.

Alma puso los ojos en blanco y negó suavemente con la cabeza, pensaba que le había dejado bien claro que no le gustaban las fiestas.

-Anda, solo nosotros dos. Que llevamos casi un año trabajando juntos y ni un café nos hemos tomado.

-Vale.

El rubio se giró hacia ella, sorprendido, se esperaba un "no" como una casa. Era la primera vez que accedía a pasar tiempo con él fuera de las horas laborales.

-Pero pago yo. -Puso como condición.

-No voy a quejarme, si a mi me encanta que me mimen.

Alma no se esperaba esa admisión, riendo entre dientes y mirándole arqueando la ceja. Realmente tenía ganas de volver a su casa, pero se trataba de un plan muy tranquilo y que tampoco le quitaría toda la tarde. Además, aunque no lo diría en voz alta ni aunque le apuntasen con una pistola, estaría mintiendo si dijese que no tenía ganas de pasar algo más de tiempo con su compañero.

Se sentía idiota, debería estar enfadada consigo misma, reprimiéndose internamente por permitirse disfrutar de aquel tipo de sentimientos. Ella no estaba ahí para hacer amigos, pensaba que lo había dejado muy claro. No supo en qué momento el rubio consiguió hacerse un hueco entre sus pensamientos, pero sin duda se había quedado ahí para largo. Intentó volver a ponerse seria, pero apenas le duró un segundo, volviendo a reptar lentamente la sonrisa de nuevo a sus labios.

Afortunadamente, todo el turno fue como la seda. Los dos se llevaban maravillosamente bien a la hora de trabajar. Lo hacían diligentemente y sin dejar cabos sueltos, dejando todo bien atado en el menor tiempo posible. Aquel día fue un poco más caótico de lo que solía ser habitual, tratándose de un accidente en masa en uno de los aserraderos del puerto de Londres, pero por suerte no hubo ninguna incidencia fuera de lo común. Tras encargarse del resto de la lista que les habían proporcionado, Ronald cerró el libro con satisfacción y sonrió, alzando la mano en dirección de la otra muchacha, quién cedió y se la chocó también con energía, feliz de por fin poder disfrutar de su merecido tiempo libre.

-¿Entonces te vienes de cita conmigo?

-No lo llames así. -Le advirtió ella, aunque durante un segundo Ronald pudo jurar que sus mejillas se enrojecían levemente. Vaya, aquel estaba siendo un día de primeras veces. Los anteriores intentos de flirtear con ella habían sido completamente ignorados, nunca habían causado ninguna reacción. La expresión de sorpresa fue sustituyéndose por una sonrisa maliciosa, muriéndose de ganas para conseguir más reacciones como aquella, regocijándose en como Alma se pasaba el flequillo por la cara para tratar de disimularlo sin demasiado éxito.

Se dieron prisa en devolver las listas y fichar, dando por concluida la jornada laboral y regresando al mundo humano, aunque esta vez con intenciones más ociosas. La sonrisa de Ronald no se había desvanecido, estudiando por el rabillo del ojo los movimientos de su compañera, quien parecía tan sumida en su propio mundo que ni se estaba dando cuenta de que estaba siendo observada.

-Que ganas tengo de ver a donde me lleva mi chica.

¿Demasiado valiente? Demasiado valiente. Se la estaba jugando.

Alma se mordió el labio con la mirada fija en el suelo, su cerebro ni siquiera reparó en lo que le acababan de decir, ni en como el rubio se rió en voz baja al ver lo empanada que estaba.

-"Quizás me he pasado de valiente." -Pensó también ella, por motivos distintos. -"¿Donde le llevo yo ahora?"

No tenía costumbre de comer nunca fuera de casa, únicamente accediendo a ello cuando se veía obligada a tomar algo en la cafetería del trabajo, pero ahí no pensaba ir. Ron se lo había propuesto como algo especial y ellos comían todos los días en aquel lugar, hacerlo en el tiempo libre le parecía una perdida de tiempo, sobre todo considerando la calidad de la comida. Solo se le ocurría un sitio, pero le daba algo de reparo llevarle.

-"Bueno, tampoco debería pasar nada." -Acabó por conceder, saliendo un poco de su estupor. -"Además, me apetece un montón algo dulce."

-¿Te gusta la repostería italiana?

-¿A quien no? -Contestó él, sonriéndole.

-Menos mal, porque no se me ocurría a donde más ir. -Sonrió ella aliviada. -Ven, no está muy lejos de aquí.

 

La cafetería era pequeña, de una sola planta y agazapada entre las demás tiendas de los barrios de clase media de Londres. Contaba con un bonito cartel rojo, muy femenino, con letra cursiva y arreglada, Ronald pensó que a Grell le parecería mono. A pesar de la hora, ya casi entrada la noche, estaba repleto de gente. Una línea de individuos bien arreglados se formaba desde la entrada a la terraza hasta a saber dónde, quedaba muy claro que para poder disfrutar de aquel restaurante, debías pagar el precio de sufrir la cola. Ron echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un quejido en voz alta, todo lo que tuviese que ver con esperar le desquiciaba. No quería desaprovechar la oportunidad de empezar a conocer mejor a Alma, así que si no le quedaba otra, aguantaría, pero si la muchacha cedía, prefería intentar librarse del tormento de permanecer de pie sin hacer nada durante lo que parecía una eternidad.

-Morenaaaa.. -Casi nunca la llamaba por su nombre, siempre que podía intentaba ponerle algún apelativo cariñoso, aunque la chica no siempre se los dejaba pasar por alto. -Está llenísimo de gente, nos vamos a pasar la tarde aquí plantados. Vámonos a otro sitio..

Alma sonrió divertida, sonaba igual de llorón que cuando le tocaba trabajar más de la cuenta.

-¿No sabes que lo bueno se hace esperar?

-Sí que tiene que estar bueno entonces... -Suspiró y echó la cabeza hacia adelante con dramatismo.

-Un segundo. -Un individuo a lo lejos captó la atención de la joven. -¡Rosso! ¿Tavolo per due?

El aludido, un anciano de apariencia afable que escondía su amable sonrisa bajo un tupido bigote blanco, se giró sorprendido en dirección de la voz que había pronunciado su nombre. La alegría transformó toda su expresión nada más darse cuenta de que se trataba de Alma, quién le saludaba con una media sonrisa, cruzada de brazos y acompañada por.. ¿Un hombre? No podía ser, los achaques de la edad debían de estar tomándose su botín robándole la vista, Alma nunca, jamás, había venido acompañada de otra persona. Otra que no fuese su maestro, claro estaba.

-¡Alma! -Sonrió y se acercó rápidamente a la pareja, con aspavientos exagerados que indicaban que entrasen ignorando la cola. -¿Come stai, bella? Quanto tempo.

-Bene. Ho avuto molto lavoro. -Resopló con cansancio y se dejó guiar por el señor, quién enseguida les encontró una mesa vacía.

Durante toda la interacción, Ron no había dicho nada, pero tenía los ojos como platos y la boca abierta, siguiendo a su compañera como una autómata y sin quitarle la mirada de encima. ¿Sabía italiano? ¿Desde cuándo? Nunca la había oído hablarlo, pero claro, tampoco es que hubiese tenido mucha ocasión. ¿Sería de allí?
Sí que era cierto que tenía la piel bastante bronceada para ser de un país tan gris como Inglaterra, y que cuando los tristes y escasos rayos de sol brillaban en verano, se volvía más morena. Contrastando lo que le pasaba a él en la misma situación, que solo se quemaba como una gamba. Eso podía ser una pista, pero tampoco tendría por qué ser un indicio definitivo.

-¿E il tuo ragazzo? -Juntó las manos con la ilusión de un abuelo al ver a sus nietos. Alma se encogió en el asiento y negó rápidamente con la cabeza, agitando su coleta vigorosamente al hacerlo. Ronald no entendía nada de lo que estaban hablando, pero no había que ser un genio para suponer que era lo que le había preguntado Rosso. Sonrió con carisma y extendió una mano en su dirección.

-Soy Ronald.

-¡Encantado! -Hablaba en un inglés roto y con un acento bastante fuerte, pero se le podía entender con facilidad. Tomó su mano entre las suyas y la agitó varias veces seguidas, con alegría. Era un hombre muy cariñoso, se notaba que era de aquellos ancianos que cogían los mofletes de los niños y los estrechaban ignorando sus quejas. A pesar de eso y del aparente afecto que le tenía a su compañera, no había hecho amago de tocarla, moviéndose mucho en el sitio mientras hablaba pero sin dar un paso hacia su espacio personal. Sin duda la conocía bien, aunque eso le apenaba un poco, siendo reservada hasta con quien parecía tenerle tanto aprecio.

-Soy Rosso, Alma solía echarme una mano los veranos cuando era una bambina. Por fin me presenta a alguien, mi mujer y yo estábamos preocupados. Pensábamos que se iba a quedar para vestir santos.

El joven tuvo que usar toda su fuerza de voluntad en no romper en carcajadas en aquel momento.

-Es un compañero de trabajo. -Murmuró la sonrojada y molesta Alma suspirando y apretándose el puente de la nariz, recordando por qué no estaba segura de ir a aquel lugar. Ron, por el contrario, prácticamente brillaba a su lado, sonriendo de oreja a oreja mientras tomaba asiento.

No entendió nada de lo que contestaba Rosso, pero se regocijó en como Alma escondía la cara entre las manos y soltaba un gruñido cansado. Vaya, cuando se ponía roja el sonrojo le llegaba hasta el cuello y las orejas, que monada.

-Rosso. -Bufó de mal humor la muchacha, lanzándole una mirada de advertencia.

-Las chicas de hoy en día, uno no puede ni alegrarse por ellas. -Dijo apenado. -Es buena persona pero tiene muy mala leche. -No tardó nada en volver a sonreír. -Te deseo suerte.

Alma abrió la boca para protestar, aunque el hecho de que le llamasen buena persona pareció sorprenderla lo suficiente como para que permaneciese callada, mirando al suelo con frustración.

-Gracias hombre, se necesitará.

Rosso asintió satisfecho y se marchó hacia el interior del establecimiento. Estaba muy contento, aquel muchacho parecía un joven relajado y alegre, seguro que a alguien como Alma le podía venir muy, pero que muy bien. Desde fuera se pudo escuchar como llamaba a su mujer con la voz en grito, deseoso de darle las buenas noticias.

-Te mato. -Los ojos de la shinigami brillaron con rabia, sin conseguir que el tinte rojo de su rostro se disipase ni siquiera un poco.

-Mira tu, si se ha ido sin tomarnos nota ni nada. -Cambió de tema resueltamente, pero sin perder la sonrisa maliciosa que adornaba su rostro.

-Te va a traer su tiramisú casero y se va a quedar mirándote hasta que le digas que es lo mejor que has probado en tu vida. -Suspiró ella de mal humor.

-¿Entonces no has tenido pareja nunca?

Volviendo al mismo tema nada más distraerla. Estaba tentando demasiado a la suerte y lo sabía. Las posibilidades de que Alma le mandase a tomar viento y no volviese a acceder a salir con él eran grandes, pero le pasaba como a los ludópatas cuando se encontraban frente a un buen juego de póquer. La probabilidad, aunque fuese pequeña, de conseguir la mejor jugada y llevarse el lote era demasiado apetecible para dejarla pasar.

-¿Eso a ti qué cojones te importa? -Advirtió ella arqueando una ceja, tratando de volver a ponerse seria.

-Oh nada, es que eso tiene una solución fácil. Si me dejas ayudarte.

Fue tan solo un segundo, un segundo es lo que necesitó Alma para recuperar la compostura. Pero durante esa pequeña fracción de tiempo, pudo ver la expresión de cervatillo sorprendido que se le quedó, entreabriendo la boca, con los ojos como platos y los hombros encogidos, además de ese delicioso rubor al que ya se había acostumbrado en esos últimos minutos.

-Era broma mujer, no te enfades. -Le hizo un gesto con la mano para quitarle importancia al asunto, ignorando como pudo la mirada asesina de su compañera. -A menos que te interese.

Le puso los ojos más grandes y adorables que pudo, arqueando las cejas hacia abajo y sacando morritos. Alma aguantó la respiración, pero su intento de mantener la tranquilidad no duró demasiado, acabando por echarse a reír.

-¡Ajá! ¡Te has reído, no puedes seguir enfadada!

-Ya estamos otra vez con esa regla estúpida. -Se echó el flequillo hacia delante para taparse la cara, aún riendo entre dientes y volviendo a relucir en sus ojos el brillo de complicidad que era solo de su disfrute.

-Eh, no será tan estúpida si me funciona. -Dijo él guiñándole un ojo. Alma hizo toda una actuación de poner los ojos en blanco, aún sonriendo.

-E poi dici che non ti piace.

-Rosso.. -Hizo amago de volver a ponerse de mal humor, pero se relamió los labios y se inclinó hacia delante al ver la merienda que le esperaba.

Ron hizo lo mismo, dejando escapar un murmuro complacido cuando el olor dulzón llegó hasta su nariz. Rosso les había servido dos buenos trozos de tiramisú, acompañados de un espresso de la mejor calidad, el aroma del café dulce con el amargo se compenetraban a la perfección, siendo inevitable la tentación de dar el primer bocado.

-¡Está riquísimo!

El anciano asintió varias veces, feliz de escuchar aquella respuesta.

-Voy a por más. -Dio por hecho que querrían repetir, y no se equivocaba. Cuando llegó con el segundo plato, ya habían dejado completamente limpio el primero.

Alma observó como Ron le echaba no una, no dos, no tres, ni cuatro, sino cinco cucharadas de azúcar al café antes de probarlo. Trató de aguantarse la risa mientras bebía del suyo, al cual no le había echado absolutamente nada para quitarle el gusto amargo que a ella tanto le gustaba. Tenía el paladar de un niño pequeño.

-Tenías razón, lo bueno se hace esperar. -Comentó él, ignorando la mirada divertida de la chica.

-Si no has tenido que esperar nada.

-Si, meses a qué me trajeses aquí. -Sonrió antes de darle un sorbo al café. -Pero está muy bueno, así que te perdono.

-Menos mal. -Fingió un suspiro melodramático. Después, removió varias veces el contenido de la taza con la mirada fija en el suelo, mordiéndose suavemente el labio. Vamos, no pasaba nada si lo decía. No significaba nada, podía comentarlo si así le apetecía. Cerró los ojos y se bebió medio café en un par de tragos, como para darse valor. No se le daba demasiado bien expresar lo que sentía, tenía que pensarlo muy bien y evitar el contacto visual si quería asegurarse de que alguna palabra saliese de su boca.

-Me alegro de haber venido contigo. -Acabó por decir, hablando lentamente y con la taza a pocos centímetros de sus labios, sirviéndole como una pequeña barrera entre los dos. Ronald simplemente sonrió.

-Y yo contigo. -Extendió su propia taza en su dirección, una invitación silenciosa a hacer un pequeño brindis, obligándola a dejar de esconderse tras la suya. Alma bajó ligeramente los hombros, más relajada y aceptó, chocando ambas con suavidad y dando un trago al mismo tiempo.

Ron cambió de tema, viendo que Alma volvía a quedarse callada de nuevo.

-Además, necesitaba salir de ahí un rato. Me ha estado tocando con un compañero que es un absoluto inútil. Es.. Bueno. -Paró de hablar en seco, arqueando una ceja y mirando a su alrededor, asegurándose de que el aludido no hubiese aparecido a su lado por arte de magia. Una vez comprobó que estaba todo despejado, se echó ligeramente hacia delante, entrelazando los dedos de las manos y mirándola con intriga.

-¿Puedo ser malo por un segundo?

No se lo tuvo que decir dos veces, la atmósfera cambió al momento. Casi uno podía decir que Alma acababa de ser envuelta por un aura malévola, acurrucándose en su asiento y cruzándose de piernas con lentitud, casi arrastrando el movimiento para poder saborear la anticipación. Se relamió los labios y sonrió de lado, haciéndole un gesto con la taza de café para animarle a que continuase.

-Vale. -Sonrió divertido él, la faceta chismosa de la muchacha siempre le hacía mucha gracia. -¿Sabes quién es Louis?

-Ay Dios, ese imbécil. -Sacó la lengua en un gesto de asco. -Que gilipollas es, es todo un pelota.

-¡A qué si! -Exclamó vindicado Ron, agradecido de que le comprendiese. -Pues ayer me tocó ir a una reunión con William y él.

-Cuenta. -Se inclinó también hacia delante.

-Bueno, ya sabes que no se calla ni debajo del agua. Es que parece que le encante hacer como que sabe más que todos los demás.

-Tal cual, siempre que acaba la frase mira a su alrededor esperando a que le felicitemos por habernos agraciado con su sabiduría.

-Eso mismo hizo ayer, interrumpiendo a William y todo, explicando lo mismo que había dicho él pero con sus propias palabras.

-Pedante. -Prácticamente escupió ella.

Ronald se echó a reír antes de acabar de contar la historia, creando aún más expectativa.

-La cuestión, Estaba Grell-Senpai también, y nada más acaba de hablar se gira hacia mi y dice en voz alta: "Que grima me da este tío"

Alma cerró los ojos y dejó escapar una carcajada. A veces, o mejor dicho, siempre, Grell podría resultar bastante brusca, tanto si alguien era de su agrado como si no, aunque de formas distintas. El resto de la gente se callaría o lo pensaría para ellos mismos, pero admiraba lo resuelta que era la pelirroja para eso.

-¿Louis lo oyó?

-Alma, lo oímos todos. -Sonrió el rubio. -Louis, William y hasta la secretaria. Se quedó súper rojo. Parecía un avestruz, queriendo esconder la cabeza.

-¿Qué hizo William? -Preguntó con avidez.

-Nada, eso fue lo mejor. Louis se le quedó mirando como un pasmarote, esperando a que le llamase la atención a Grell o algo. Pero William hizo como que no lo había oído y siguió con la reunión como si nada.

-Él tampoco lo aguanta. -Sonrió con una satisfacción maligna, enseñando los dientes como un gato. -Normal, hay que darle una paliza.

Ronald casi se atragantó con el café.

-¿¿Alma??

-Es broma es broma. -Dijo, resoplando. Ron se la quedó mirando con una ligera sonrisa, expectante, esperando al momento en el que ella negase con la cabeza y se volviese a reír.

Al tiempo que seguían con las bromitas sobre el pobre Louis, una mujer mayor, regordeta y muy bajita se acercó a la mesa, saludando y rellenando sus respectivas tazas con una enorme cafetera.

-Grazie, Nona. -Dijo Alma.

La aludida se la quedó mirando tras sus redondas gafas de culo de vaso, pasando luego a observar al rubio con curiosidad. Se acercó a él, rodeándole y estudiándole a fondo. El muchacho se dejó, manteniéndose recto con una sonrisa incómoda e intentando pedirle ayuda a su amiga haciendo gestos con los ojos.

-Ya era hora de que sentases de una vez la cabeza. -Hablaba el inglés de forma más elegante que su marido. -Ya pensaba que tenías que tener una tara mental o algo, una chica de tu edad con todo en su sitio soltera, menudo desperdicio. Yo a tu edad ya estaba a punto de tener mi cuarto hijo, a ver cuándo nos das por fin una alegría.

E igual de rápido como habló, se fue, con la cabeza bien alta y hablando para sí misma, reafirmándose empoderadamente.

-... ¡Prffff JAJAJAJAJA!

-Una risa más y te degollo. -Musitó una muy azorada Alma, estaba tan roja que parecía echar humo por las orejas. Apretaba los labios con fuerza y temblaba, seguramente del enfado, pero se había mantenido callada y no había dicho palabra hasta asegurarse de estar fuera del alcance de Nona. Les debía tener mucho respeto. Alguien como ella, que al mínimo comentario se cabreaba, agachando la cabeza y aguantando esa retahíla con entereza.

-Jamás me hubiese imaginado que alguien te pudiese decir algo como eso. -Comentó, intentando sin mucho éxito aguantarse la risa.

-Se lo dices a alguien y te corto en pedacitos.

-¿Ah sí? No sé.. Quizás me lo callaría a cambio de algo.

-¿A cambio de tu vida no te vale?

-Respóndeme a una pregunta, va, no te cuesta nada. -Sonrió. -Y sabes que puedes confiar en mi, soy una tumba.

-Si si, una tumba, por eso antes estabas contándome las cagadas de Louis.

-Eso no cuenta. -Se apresuró a decir.

-¿Qué quieres saber? -Preguntó ella, mirándole por debajo de su flequillo con algo de desconfianza.

-¿Eres italiana?

-Ah, eso. -A Alma le alivió que fuese algo tan insustancial. Tampoco es que le hiciese mucha gracia ir pregonando detalles de su vida, pero aquello era algo que no tenía demasiada importancia. -Nací aquí, pero sí, mi familia vino de Italia.

-El acento italiano es muy atractivo. -Tanteó, sonriendo de lado.

-¿Lo dices por Rosso? Está casado, pillín.

-Vaya, llego tarde. -El joven dijo mientras se reía. Alma agachó la cabeza y rió entre dientes también.

Siguieron hablando animadamente, disfrutando de la buena comida y el café calentito. El tiempo pareció pasar volando, empezando a esconderse los últimos ténues rayos de sol que eran lo suficientemente valientes como para brillar en las tardes de primavera. Alma chasqueó la lengua y, nada más acabarse la última cucharada de tiramisú, rebuscó en su bolsillo hasta sacar una cajetilla de tabaco.

-Préstame tus lentes. -Pidió, sujetando un cigarrillo entre sus labios.

Ronald arqueó una ceja, no le apetecía demasiado deshacerse del único instrumento que garantizaba poder ver más allá de sus narices, pero el tono de su compañera era apremiante, sus motivos tendría. Suspiró y se quitó los anteojos, ofreciéndoselos.

-"Oh". -Pensó ella, mientras los cogía. Tragando saliva con algo de nerviosismo. No era algo que hubiese comentado en voz alta, pero el shinigami siempre le había parecido muy atractivo, pero debía admitir, aunque fuese solo para ella misma, que mejoraba aún más sin las gafas. Le daba un aire más adulto, con los ojos algo más pequeños y la cara más alargada y fina, le gustaba.

-"Déjate de tonterías." -Se riñó a sí misma, agradeciendo a los cielos fervilmente que Ronald no pudiese ver la cara de estúpida que se le había quedado. Alzó las lentes ligeramente y trasteó con ellas, intentando encontrar el ángulo adecuado antes de que se quedase sin tiempo.

-Espera.. -Ron no podía ver prácticamente nada, reduciéndose todo a bultos borrosos de colores difusos, pero con aquellos gestos tan bruscos y lo que le había pedido, se estaba haciendo una idea de lo que estaba pasando. -No me digas que estás intentando encender el cigarro.

-¿Qué pasa si es así? -Se defendió.

-Nada nada. Por cierto, hay un invento nuevo que a lo mejor te interesa. No lo habrás oído, apenas tiene sesenta años. Se llama mechero.

Alma puso los ojos en blanco, disimulando la sonrisa y devolviéndole de nuevo sus lentes.

-Muy gracioso idiota, lo he perdido.

-Como siempre. -La chinchó él.

-Kimi simpri. -Puso un tono de voz agudo mientras repetía lo que le acababa de decir su compañero, haciéndole un gesto a Rosso con la mano libre. -Toma. -Dijo, devolviéndole las gafas.

-Te he dicho cien veces que fumar estropea las papilas gustativas, se te va a quedar la lengua atontada. -Rosso hablaba gesticulando mucho en el sitio, parecía que él solo tenía la efusividad de él mismo y de su mujer. -Eh, guarda la cartera, ni se te ocurra intentar pagar aquí.

-Que somos dos. -Insistió, le sabía mal que la invitasen a tanto.

Rosso negó con la cabeza y recogió todo, marchándose a la velocidad que le permitían sus achacosas piernas para no darle la oportunidad de protestar.

Una sonrisa pilla decoró la cara de Alma, quien guardó la cartera en el bolsillo y se encogió de hombros.

-Ohh, se ha ido. ¿Qué vamos a hacer? Ha salido gratis.

Una media sonrisa divertida asomó en el rostro de Ronald.

-Pues al final no me has invitado, tendremos que quedar de nuevo otro día para que lo hagas.

-Ya veremos. -Intentó sonar seria, pero también sonrió. -Vamos, te acompaño a la vuelta.

Ron se sentía satisfecho, andando con una postura relajada y mirando de reojo a Alma mientras paseaban charlando por las calles de Londres. Si le hubiese dicho a alguien hacía un año que se había hecho su amigo, no le hubiesen creído. No había sido fácil, pero por suerte él siempre había sido alguien con paciencia para ese tipo de cosas. Se lo había tomado como un reto personal, como una distracción en los aburridas jornadas de trabajo, pero en aquellos momentos, realmente disfrutaba de su compañía.

Para él no era raro sentir atracción hacia la gente a primera vista. Tenía la filosofía de aprovechar bien su nueva vida y divertirse al máximo, así que, en cuanto alguien le llamaba la atención, no escatimaba en gestos o comentarios que asegurasen que fuese algo mutuo. Tampoco era tan insistente como Grell (gracias a Dios), cuando se llevaba un no, lo respetaba y seguía a otra cosa, buscando una nueva persona que pudiese alegrarle la noche.

Él mismo ni siquiera se había dado cuenta de que, en el último mes y medio, cuando por fin se había ganado la confianza de la muchacha, apenas se había fijado en nadie más. Reparó en ello hacía relativamente poco, con un detalle tan mundano que casi pasó completamente desapercibido. En su cocina, haciendo algo tan insustancial como picar algo de fruta antes de ir a dormir. Se quedó mirando sus dedos, ligeramente teñidos del color amoratado de las cerezas y visualizó inmediatamente los labios de la chica, teñidos de aquel suave brillo violeta y recordando la forma en la que mordía su labio inferior cuando disimulaba los nervios. No pudo evitar imaginar como sería vivir la sensación de quitarle el labial con las yemas de sus dedos o con sus propios labios, cerrando los ojos momentáneamente al hacerlo.

¿A qué sabría exactamente? ¿A flores, como su perfume? ¿Al café amargo que tenía la costumbre de desayunar? ¿A los cigarrillos que fumaba a lo largo del día? Se moría de ganas por averiguarlo.

No quería hacerse demasiadas ilusiones. Sabía que era una idea un poco esquizofrénica, sobre todo teniendo en cuenta lo mal que llevaba Alma el contacto personal. Ahora se podría decir que había una mejora considerable, toques rápidos en el hombro o en el brazo, chocar la mano y cosas así. O como ya no tenía la costumbre de esquivar su mirada y sus ojos se clavaban en los suyos cuando hablaban, prestándole toda su atención. Parecía algo nimio, pero teniendo en cuenta como era al principio, era una victoria.

Ese comportamiento se explicaba también al haber escuchado que nunca había tenido pareja. Eso no implicaba que no hubiese estado con alguien, pero viendo la manera en la que se ponía muy recta y apretaba los dientes cuando un desconocido la tocaba aunque fuese sin querer, le daba la sensación de que muy experta en las relaciones no era.

Sonrió de lado y observó como Alma volvía a sujetar un cigarrillo entre sus dientes, dándose cuenta de nuevo de que había perdido el mechero y chasqueando la lengua. Su mirada se mantuvo en sus labios de nuevo, tras comer ya no le quedaba apenas brillo. Se guardó el cigarrillo en el bolsillo y se relamió para humedecerlos, acabando por morderse ligeramente el labio inferior.

Ese fue el empujoncito que le faltaba para, con una habilidad felina, dejar caer el pequeño paquete que guardaba en su traje en el bolsillo del abrigo de Alma.

-Disfruta de tu día libre, no me eches demasiado de menos. -Acabó por decir con una sonrisa justo antes de irse.

-No te preocupes por eso. -Soltó ella burlonamente. Aún así, se dejó caer ligeramente de lado y le dio un pequeño toquecito amistoso con el hombro, mirando hacia otro lado para quitarle importancia al gesto.

Ronald se limitó a guiñarle un ojo y se metió en el portal, camino a casa.

-"Anda que.." -Pensó Alma, dejando de disimular la sonrisa que decoró su rostro. -"Qué tío."

No era nada importante. No, para nada. Los compañeros de trabajo salían juntos a veces. ¿Compañeros o amigos? ¿Podía decir que eran amigos? No lo había llamado así nunca, pero claro, hasta ahora no se lo había presentado a nadie.

-"Tampoco hay tanta gente a la que presentar." -Soltó una risita seca, dando media vuelta y dirigiéndose a su propia casa.

Alma no se avergonzaba de ello, al menos no en voz alta, pero realmente, aquella era la primera vez que hacía buenas migas con alguien de su edad. Lo de edad era un poco relativo para los shinigamis, pero estaba claro a lo que se refería.

No entendía bien por qué, ella no había hecho nada para agradarle. Todo lo contrario, se había presentado a la organización de los Shinigami con muy malas pulgas y una actitud que provocaba reticencia en los demás. No era muy distinto que su vida en el mundo humano, tenía suerte de que hubiese gente que la apreciara y entendiese su forma de ser, pero no era muy dada a hacer nuevas amistades. Simplemente no le salía, no era una persona sociable y ya, tampoco pasaba nada. ¿Por qué debería cambiar?

Pensaba para sí misma, justificándose en silencio.

No sabía bien ni cuando se había hecho amiga de Ronald. No se lo había puesto nada fácil, pero él siempre la saludaba con aquella sonrisa desbordante de confianza y se esforzaba en hablar con ella, nunca presionándola. Al principio le molestaba, deseando que no le tocase trabajar con él. El resto de gente al final la dejaba en paz, limitándose únicamente a hablar sobre lo necesario para el trabajo. Pero en algún momento se había sorprendido a sí misma poniendo mala cara cuando les tocaba trabajar separados, o cuando no coincidían para comer. Antes le gustaba la tranquilidad de tener la mesa entera para ella sola, ahora se le hacía enorme.

-Tsk. -Puso los ojos en blanco, riñéndose a sí misma. Se obligó a dejar de pensar en el rubio, inconscientemente rebuscando por tercera vez en su bolsillo en busca de un cigarro que no podría encender.

-¿Huh?

Sus dedos rozaron un objeto desconocido, un cuadrado, o eso parecía. Por el tacto, diría que era una cajita aterciopelada, no demasiado grande.

Lo sacó y se colocó bien las gafas, examinándolo con atención.

Tenía una pequeña nota enganchada.

-"Vi esto y pensé en ti. ¡Cuidado no te quemes!" Ponía simplemente, acompañado por las siglas RK y una carita sonriente.

Alma ladeó la cabeza con curiosidad y dejó de andar, abriendo la caja y soltando una exclamación sorprendida, tapándose la boca con una mano y abriendo los ojos como platos.

Ante ella se erigía un bonito y largo collar plateado, con un colgante morado circular rodeado por un anillo, recordando a la forma del planeta Saturno. Sobresalía una pequeña cruz, además de un botoncito minúsculo. Lo pulsó inconscientemente, volviendo a sorprenderse al observar la llamarada que salía del curioso artefacto.

¡Era un mechero! Uno precioso, que además podía llevar colgado al cuello y que estaba a prueba de su despiste crónico. Sacó rápidamente un cigarro y lo probó, suspirando con satisfacción cuando por fin pudo dar una calada después de tantos intentos fallidos.

Se maravilló, observando los bonitos detalles del grabado y la forma en la que brillaba reflejando las pocas luces que quedaban en la calle. Si alguien le hubiese dicho que Ronald le había leído la mente para saber lo que le gustaba, se lo hubiese creído, le encantaba.

Salió de su estupor al escuchar su propia risa. Había sonado aguda, dulce y suave, casi pensaba que había sido Lizzie la que se había reído. Se puso muy recta y miró a su alrededor, como si alguien le fuese a decir algo por reaccionar así.

¿A qué venía eso? ¿Había pensado en ella? ¿Por qué? Si, le parecía bonito que se acordase de ella, pero una cosa era eso y otra era gastarse el sueldo en regalarle algo. Tragó saliva y se mordió el labio, volviéndose a pintarse sus mejillas de rojo carmín y pasándose una mano por el rostro con nerviosismo.

Vale, a lo mejor Ron era un chico muy detallista. Había gente a la que le salía ser así con sus amigos, no era tampoco tan extraño. Volvió a emprender la marcha, andando con brío y sin apartar la mirada del colgante que descansaba orgullosamente sobre la palma de su mano, intentando ignorar la forma en la que su corazón violentamente retumbaba en su pecho, resonando en sus oídos casi con furia. Había dicho amigos, amigos.

-"¿Se lo devuelvo? Está feo devolver un regalo, ¿Se ofenderá?" -Cogió aire y se pasó el flequillo hacia delante, escondiendo su tez. -"Es demasiado. ¿Por qué me regalaría algo como esto?"

Soltó un gruñido y casi acabó el cigarro en apenas un par de caladas, tirándolo al suelo y sacando otro. Cuando fue a encenderlo con el collar, volvió a gruñir y tuvo ganas de darse cabezazos contra la pared.

Mientras andaba, perdida en su desesperado monólogo interno, captó con el rabillo del ojo su propio reflejo en un escaparate. Paró durante un par de segundos, no se había dado cuenta de lo roja que estaba. Se llevó la mano a la mejilla, estaba ardiendo.

En ese momento, con los ojos clavados en los de su reflejo, pasó de manera fugaz por su mente la cara de Ron. Aquella expresión tranquila, con una media sonrisa y los ojos entrecerrados de aquella forma tan única. Para su horror, su sonrojo aumentó cuando pensó en él. Apoyó la cabeza en la palma de la mano y soltó el aire de un plumazo, notando como se le hacía un nudo en el estómago.

-"Me ha pillado por sorpresa." -Proclamó de repente, mirándose seriamente una última vez en el reflejo antes de seguir andando. -"Me estoy rayando, demasiados días seguidos sin descansar." -Asintió, como si eso la ayudase a autoconvencerse. -"Necesito dormir un rato antes de que se me vaya la cabeza del todo."

Continuó el resto de la caminata muy seria, con la mirada fija en el pavimento y ocultándose tras su largo flequillo del resto del mundo.

-"Debería devolverle esto." -Pensó, observando una vez más el bonito abalorio. Jope, es que parecía hecho para ella, justamente aquel día acababa de perder un nuevo mechero, y ahora se encontraba con eso. -"O.. O al menos hacerle un regalo si no me deja dárselo."

Se mordió el labio y, tras comprobar que nadie se estaba fijando en ella, se puso el collar, sin darse cuenta de que sonreía levemente al hacerlo.

Aunque no tuviese amigos de su edad, no era la primera vez que algún hombre intentaba llamarle la atención ofreciéndole algún obsequio. Siempre había reaccionado igual, poniendo expresión de aburrimiento y pasando absolutamente de su cara, no le interesaban ese tipo de cosas. Por eso no acababa de entender que aquello la estuviese poniendo tan nerviosa, se sentía como una colegiala.

-"Me ha pillado por sorpresa." -Se volvió a repetir, tratando de sonar absolutamente segura.

De momento, lidiaría con eso como había lidiado con tantas cosas en su vida que la habían atormentado.

Intentando pensar en otra cosa y embotellando todos esos sentimientos en lo más profundo de su ser, distrayéndose con un cigarro detrás de otro y aligerando el paso. Si, eso siempre le funcionaba.

Tan solo tuvo que sufrir el paseo junto con sus pensamientos unos cinco minutos más. Frente a ella, con una apariencia completamente lúgubre y aterradora, se erigía tímidamente un edificio pequeño, compuesto solo por dos plantas, aunque eso ni siquiera se podía averiguar desde fuera, viendo la ausencia de ventanas. En la entrada estaban esparcidos casi despreocupadamente ataúdes y material funerario, rodeando una pequeña puerta oscura que recordaba a la entrada de un confesionario. Coronando todo lucía un gran letrero morado adornado con una calavera en el que se podían leer claramente dos palabras escritas con letra esperpéntica, "Under Taker."

A pesar de la atemorizante atmósfera, Alma bajó las cejas en una expresión relajada y sonrió con alivio, por fin había llegado a casa.

Entró cerrando la puerta tras de sí, quitándose sus curiosas gafas tintadas y guardándolas en el bolsillo de su abrigo. Con tan poca luz, poco podía ver con ellas, aunque afortunadamente se las podía apañar de todas formas. Dejó el largo abrigo apoyado en uno de los ataúdes que decoraban la pequeña estancia y se frotó la cara con cansancio.

-¡Oyaji! -Anunció en voz alta con una sonrisa. -¡Estoy en casa!