Actions

Work Header

Perra

Summary:

Stanley Pines creció sin su hermano gemelo porque su padre lo vendió a una casa de putas para pagar sus deudas, inevitablemente creció como una y se dedica a eso. Un día su hermano del que no sabe nada visita el bar que maneja su jefe y se acuesta con él, Stanley no tarda en enterarse de quién es y lo echa del lugar. No cuenta con que Ford era ese tipo de hombre que se enamora de las prostitutas y no deja de acosarlo, ¿Lo peor? Stanley no sabe decirle que no, Dios sabe lo mucho que extrañaba a su familia y no quiere volverlo a perder, aunque signifique mantener una relación incestuosa con él sin que este se entere.

Chapter Text

Stanley deja que el humo de su cigarro llene sus pulmones y arruinara, de paso, la escasa pureza que quedaba en estos, al igual que el resto de su cuerpo. Él ya no era puro, para nada. Cada centímetro de su ser estaba corrupto. 

Se tomó la cara entre ambas manos, apoyándose contra el muro del sitio en donde trabajaban. Era de noche, muy de noche, y Stan aún tenía la fe de que algún día su jefe entendería que no es necesario echarlo del bar en su descanso. La capucha de su abrigo junto a los mechones de su cabello castaño tapaban parte de su cara, su descanso significaba poder utilizar algo para abrigarse del frío que esas ropas ajustadas lo forzaban a experimentar y él aprovechaba de ocultar su rostro cubierto de maquillaje que estaba obligado a usar, para que su apariencia resultara más agradable para los clientes. Al menos que Ricardo lo forzase a estar fuera lo alejaba por un breve momento de su cruel realidad.

Un ruido se escuchó detrás de él y el joven observó sin muchas ganas quién lo molestaba.

—Vuelve.— Era su compañero, Fiddleford McGucket. Una vez un universitario con muchos sueños, ahora otra prostituta con una deuda que jamás podrá pagar.

No tuvo más opción que dejar caer el cigarro al suelo y pisarlo con su bota para que se apagara. Seguido de eso entra al sitio nuevamente, para aguantar la rutina de todos los días que le permitía sobrevivir.

Fiddleford apareció a su lado casi enseguida, era un chico rubio de ojos color verde, su trabajo era básicamente cuidarlo porque nadie quería acostarse con él. Fiddleford agendaba sus citas y lo preparaba para cada una, se encargaba de su imagen, entre muchas cosas más. Se había vuelto como su confidente, pero bueno, no es como si a Stanley le agradara contar su vida.

— Unos mocosos de tu edad reservaron el lugar, ve a prepararte. — Fiddleford era el mayor de todos, y eso era mucho decir porque solo contaba con veinte años. Stan a diferencia suya solo tenia dieciséis, por eso tenía atenciones especiales, ya que todo el mundo se fijaba en jóvenes. 

Stanley asintió con su cabeza, siguiendo sus ordenes, en parte eso era bueno, la verdad es que disfrutaba más estar con personas de su edad que con gente mayor.

(...)

— Oh vamos, amigo, no puedes decir que no a esto. — Bill señalaba el lugar con una sonrisa en su rostro, y Ford simplemente tapaba su cara, avergonzado.

—Bill...Sabes que yo no quería venir...— Se quejó el castaño

—Tranquilízate, IQ. Vinieron todos, es una buena oportunidad para perder tu virginidad, aquí hay hombres así que... —Le dio un sorbo a su cerveza, guiñándole el ojo a su amigo

—Bill, yo...

—Si me quieres decir algo de tu virginidad, olvídalo. No la perderás con amor.— Le golpeó en el hombro. —Ve, hazme orgulloso.

Pasaron los minutos, Ford no había tomado ni una gota de alcohol, no se sentía realmente cómodo ahí. Si no fuera por Bill, ni siquiera se le habría ocurrido pisar ese lugar.

—¿Ford?

El nombrado quedó algo descolocado al ver quien le estaba hablando. Tal vez esa noche no le iría tan mal después de todo.

—¿Si...?

—Sígueme.

El miró a Bill y este solo alzó ambos pulgares en señal de aprobación, Ford dudó un poco pero igual se levantó y lo siguió, preguntándose que era lo que había planeado su mejor amigo.

Al llegar a una habitación, el rubio se detuvo y Ford lo imitó, algo nervioso observó la puerta. ¿Es que acaso Bill le había pagado...? No puede ser, había llegado demasiado lejos con eso.

—Trátalo con cuidado, amigo —El rubio no esperó una respuesta y se retiró.

Rascó su nuca, y con la mano temblorosa abrió la puerta lentamente, posó sus ojos en todos los lugares menos en donde se esperaba que estuviera ese chico, la habitación tenía mucho rojo en realidad, y olía peculiar, pero no mal. Sentía como el joven se acercaba a él a paso lento, y empezaba directamente a tomarlo del cuello de su camiseta y acercarlo a la cama. Ford no quería mirarlo, sería demasiado vergonzoso.

Cuando por fin lo llevó a la cama, el chico posó sus manos en el borde de su camiseta, dispuesto a quitársela. En todo el tiempo no le había visto la cara, y no quería verla. Pero fue obligado a hacerlo, y cuando lo vio, vio al chico más guapo que había visto en su vida, y algo familiar.

Tal vez perder la virginidad ahí, valdría la pena.

—Relájate, te haré sentir bien. —Al parecer había notado lo inseguro que estaba.—Estás en buenas manos.— Dicho esto sus labios se juntaron, y él lo recostó en la cama.

Ford olvidó en esos momentos todo lo relacionado con el mundo, ahora solo eran él y el chico el cual no sabía su nombre, besándose como si el mundo no existiera. 

Insiste en cerrar sus ojos, le daba vergüenza cualquier cosa relacionada con eso, pero no dejaba de sentirse increíble. Las cosas iban demasiado rápido porque el otro no esperó para poner una mano en el bulto en sus pantalones y sentarse a horcajadas de él. Oh no. Ford se sobresaltó repentinamente, apartando al joven de su cuerpo como si lo estuviese quemando y se levanta de la cama.

—¿Qué demonios sucede contigo?

—No puedo hacer esto… Lo siento. —Ford le dice, con su mirada fija en el piso.

El joven se quedó en la cama observándolo con la mirada más fría que Stanford recordaba haber recibido en su vida, pero parece no discutir con eso. Claro que no iba a discutir, de todos modos le habían pagado y mejor era para una prostituta recibir dinero sin tener que trabajar.

—Entonces… ¿Qué quieres hacer?

Ford levanta su mirada, por fin volviendo a observar el chico. No dejaba de ser lo más erótico que le había sucedido en su vida y no podía negar estar más duro que una roca, pero aún no se siente listo para renunciar a su virginidad. 

—Tal vez… puedes hacerme otra cosa que no sea eso. 

—¿Quieres que yo te la meta?

Sí que era grosero.

—¡No! Eso es asqueroso… 

—Muñeca, pagaste solo una hora. Hazla valer. 

—¡Chúpamela entonces!

El joven desconocido no tenía derecho a sentirse tan sorprendido ante una solicitud así, ¿es que acaso no era una prostituta? Ford se sintió horriblemente mal al instante y cuando estuvo a un segundo de disculparse, el chico se levantó de la cama y camino hacia él. Vio en cámara lenta como se arrodillaba en el piso y sus manos talentosas bajaron sus pantalones como si no fuese nada para él. 

Sentía que podía desmayarse ahí mismo. Pero ese pensamiento se desvaneció cuando sintió el tacto aterciopelado en su pene. Gimió vergonzosamente y con una mano sujetó la cabeza del joven. Su gloria terminó luego porque este dejó de chuparlo y lo miró muy serio desde su posición.

—Sé cómo hacerlo, no me toques la cabeza.

Ford no estaba en posición de pedir nada, así que quitó sus manos y valió la maldita pena, porque el chico de nuevo metió su polla en su boca. Esta vez no tuvo reparos en ahogarse con ella, introduciendo cada centímetro en su boca. Ford sentía que podía explotar del placer, era tan bueno, como si estuviese en el cielo. Así que esto era que te chuparan, lo hubiese hecho hace muchísimo tiempo atrás si hubiera sabido lo increíble que era.

El talento de esta puta era de admirar. Podía meterse toda la longitud en su boca y mover su rostro de la forma perfecta. No había nada que no le gustara en ese momento a Ford, ni siquiera volvió a sentir la necesidad de tomar su cabeza. El ritmo era perfecto, lo derretía en vida.

Cuando las manos de ese chico comenzaron a masajear sus bolas, fue el final para Ford. El gemido nació en su garganta y se escapó de sus labios sin ningún control, no pudo avisarle al pobre joven que su carga venía y llenó su maldita boca de cada milímetro de su semen. 

El de lentes jadeó después de eso, buscando el autocontrol suficiente para mantenerse parado. Cerró los ojos y no supo qué demonios hizo el chico con su semen, pero comenzó a hablar cosas que Ford no entendía pero que lo excitaban horriblemente. La mano de su prostituta seguía ordenándolo, solo que ahora de una forma pasiva. 

—¿Estás seguro que no quieres llenar mi trasero, muñeco?

No podía decir que no.

 

 

Chapter Text

Risas se escucharon y Stanley trató de encontrar el lugar de donde provenían, sin nada de éxito. Risas, risas, y mas risas. Como si se estuvieran burlando de él.

—Stanley...— Un niño idéntico a él lo llamó. Fue lo último que escuchó antes de despertar.

Stanley inmediatamente se sentó en la cama, estaba sudando como un puerco y jadeando como si hubiera corrido una maratón. Eran esas malditas pesadillas otra vez.

Observó a su lado, el chico con el que se había acostado la noche anterior seguía durmiendo. ¿No era hora ya de que se largara?

— Hmph... —Se sentía extrañamente bien, era la primera vez que una noche era tan placentera, tan emocional...tan única. Habia tomado virginidades antes, porque era claro que ese chico lo era, pero era un virgen demasiado bueno. Podía haber sido algo torpe al principio, sí, pero al parecer aprendía rápido.

Sus mejillas se sonrojaron y sonrió, sintiendo una cálida sensación en su pecho. Finalmente cayó en cuenta de lo que pasaba. No podía enamorarse de un cliente, aunque haya sido una noche especial, no era debido. Este niño no lo había tratado diferente, había tenido clientes más empalagosos e igual de virgenes, lo más probable es que solo se estaba confundiendo.

—¿Donde estoy? —La desconcertada voz del otro hizo aparición. Stanley posó su mirada en él.

Se veía -o tal vez era su imaginación- demasiado atractivo con aquel desorden mañanero digno de una noche llena de alocado sexo, un radical cambio comparado a como había llegado antes.

Pero algo llegó a su cabeza, y eso era que el maquillaje había desaparecido, así que decidió no mostrarse mucho ante él.

—Estás en un burdel, o prostíbulo, o bar nocturno para los que no quieren aceptarlo… y deberías irte pronto.—  Informó, tapando su cuerpo con las sábanas y le da la espalda.

—¿Por qué te escondes?

—¿Disculpa?

—Ayer ya te vi, ¿Por qué no puedo verte ahora?

—Porque...así son las cosas. —Dijo sin mucha explicacion, no veía eso muy importante

El chico lo abrazó por detrás, tuvo un impulso de separarlo, pero su cuerpo no quería reaccionar, disfrutaba que lo hiciera, pero su mente no, su mente quería que se alejara de él lo máximo posible y dejara de hacerlo sentir así, si no cometería el error de echar a la basura todo su trabajo

—Yo...yo no sé tú nombre... ¿Sabes?

Stanley dudó un momento, bueno, no sería malo decírselo, ¿No? 

—Me llamo...— Pero nada salió de sus labios, por alguna razón no pudo decirle, y es cuando ese chico se le adelantó.

—Yo soy Stanford. Stanford Pines.

Stanford, ese nombre hizo ecos en su mente.

Ese nombre...le era familiar, de algún lado debía haberlo...

Un minuto.

¿Stanford Pines?

Lo empujó con una fuerza bestial que no había sacado desde que tuvo que echar a ese degenerado de su cama que había venido la semana pasada. Con su mirada buscaba con qué carajo taparse ahora, por suerte encontró una bata que el mismo Fiddleford le había dejado e inmediato se la puso.

—Vete.

—¿Q-Que...?

—Vete, Stanford.

—¿Por qué?

—Vete y no vuelvas jamás, ¿Me oyes?— Le dedicó una mirada de puro odio.

—¿Hice algo mal?

—Sí, ¡Ya vete! ¡MCGUCKET ESTE CLIENTE NO SE QUIERE IR!

—L-Lo siento...f-fue mi primera vez y de algún modo fui forzado, l-lamento...— Stanford se levantó, buscando rápidamente su ropa.

—¡Ese no fue el problema, idiota!

—¿Y cuál fue?

—¡Que te vayas!

—Pero, tú...

— ¡¿Qué, yo qué?! —Lo encaró, observándole furioso.

—¿Por qué estás llorando...?

Stanley dejó de estar alerta de repente, y se tocó el rostro, no se había dado cuenta de que estaba llorando. Desvío su mirada y limpio sus lágrimas, de qué les servían ahora.

Stanford se había puesto ya los pantalones y la camiseta, por suerte, ya no lo vería desnudo. Lo que no se esperó era que este lo abrazara, Stanley lo separó sin dudarlo, pero este lo volvió a abrazar con insistencia.

—Está bien, te entiendo...

—¿Qué? ¿Entiendes qué?—Pregunta Stanley desconcertado.

—Te enamoraste de mi.

—¡Claro que no! —Puso su mano en su cara, alejándolo. —Imbécil, no estoy enamorado de ti

—¿Por qué llorabas? No me digas que no te enamoraste, eso pasa a menudo, pero yo podría trabajar y sacarte de aquí. Tengo una beca que…

—Te estoy empezando a detestar.

—Perdón... Realmente me gustas y quiero ayudarte, y si te gusto también no podemos callarlo.

—Vete.

—¿Por qué?

—Porque estás en un prostíbulo, no en el parque con tu novia.

Stanley observó como el otro dibujaba una expresión decepcionada en sus rasgos y su corazón dio un vuelco, definitivamente este tipo debía irse ya,

—Si de verdad me tengo que ir, solo… quiero decirte que tú no pareces una persona que merezca estar aquí

—Lo sé, nadie lo merece, pero ya me ves, junto a un idiota que ayer era más virgen que cualquier adolescente que ha pisado mi cuarto y que no quiere irse

—¿Puedo volver a verte?

—No.

—Pero...si pago otra vez tendrías que estar conmigo.

—Si yo no quiero estar contigo no lo estaré.

Stanford pareció pensarlo un poco. Stanley no estaba soportando su presencia, se pregunta internamente donde diablos estaba McGucket.

—Y si...

—¿Algún problema? - Se abrió la puerta, por suerte era Fiddleford, con un bate de béisbol en sus manos.

Le agradeció a mil dioses que claramente no tenia en su fe por su aparición.

— El ya se iba, ¿Cierto?— Sonrió ganador, y Stanford no tuvo más opción que asentir y retirarse. 

—¡Te buscaré! — El joven de lentes se fue rápidamente, no le dio tiempo a McGucket de ni siquiera amenazarlo con el bate.

—Huh... —El rubio lo quedó mirando un rato y Stanley lo notó, cosa que hizo que gruñera.

—¿Qué miras?

—Tus ojos brillan de una forma que jamás había visto antes.

—¿Qué tratas de decir con eso?

—Que parece que tuviste una buena noche.

(...)

Stanley no hizo nada productivo en su día después de esa incómoda mañana, solo la misma rutina de siempre limpiando desastres que habían dejado sus compañeros de trabajo. Hasta que llegó a su apartamento compartido con McGucket no se permitió pensar.

Se sirvió una elegante y cara lata de cerveza que poseía casi la mitad de su sueldo diario, sentándose en su sofá y observando el techo. En todo el día no podía negar que en su mente solo rondaba ese chico Stanford, su nombre le había resultado asquerosamente familiar, pero después de pensarlo bien era casi imposible, había dejado atrás ese tema hace tiempo. 

No podía ser.

Aunque...

Se lo pensó un poco pero al final corre hasta su habitación y saca una vieja caja de recuerdos de debajo de su cama. ¿De verdad valdría la pena? ¿Y si no quería enterarse? ¿Que tal si en verdad lo era y tendría que aceptar que se acostó con su propio hermano?

No, en todos estos años había aprendido a nunca buscar más de lo necesario, si no terminaría decepcionándose. Si ese chico era su hermano gemelo no solo habría cometido una inmoralidad, si no también habría roto el único puente que tenía a reencontrarse con ese niño que plagaba sus sueños.

No quería que su vida volviera a ser difícil.

— Mierda.— Vacío la lata de cerveza en su último sorbo, y la tiró por ahí.

Sus manos ansiosas abren la caja y se encuentran con esa foto de cuando era apenas un niño junto a su hermano gemelo. Dos niños exactamente iguales plasmados en una foto, y al reverso de ella estaban escritos los siguientes nombres.

Stanley y Stanford Pines.

 

Chapter Text

Ford cuando llegó a su hogar, lo único que hizo fue abrazar su almohada y sonreír, repasando la noche anterior en su cabeza, hasta que escuchó la voz de la sirvienta de su padre llamarlo para el almuerzo, porque para el desayuno no había llegado.

Le tomó un largo rato borrar el recuerdo de ese joven de su cabeza antes de levantarse. Llegó en unos segundos, encontrándose a su padre, con una expresión de pocos amigos de la que ya estaba acostumbrado, pero no dejaba de ser algo que temer. Tragó saliva, se preguntaba si este se había enojado, por lo que sea que pudiera enojarse.

—Papá, buenas tardes.

—No estoy decepcionado de ti. —Suspiró su padre.—Estoy decepcionado de tus sentimientos.

Al menos podía confirmar que sí estaba enojado. 

—¿Por qué dices eso, papá?

—Tienes cara de haber tenido una buena noche.

—No sé a que te refieres con "buena noche"...— Se sentó en la mesa, observando hacía otro lado inmediatamente para no cruzarse con la mirada severa de su padre, más nervioso que nunca.

—Sé reconocer esa mirada extasiada en donde sea.

—Papá...

—No te puedes enamorar de una puta. — Fue directo, como siempre.— Bill me dijo dónde iban. Escucha, Stanford... Tal vez fue agradable, pero es una puta.

—No quiero hablar de esto.

La mesa fue golpeada haciendo saltar a Ford en su asiento, su sorpresa fue tanta que observó perplejo a su padre.

—Pero lo vamos a hacer, yo no voy a recibir a una ramera en casa solo porque te dio una sola noche de felicidad. Hay muchas mejores, aprende a diferenciar las mujeres decentes de las que son un problema.

—¿Cómo estás tan seguro de que estoy interesado en una puta?— Lo volvió a mirar—. ¿Qué hay en mi qué te hace pensar eso?

—Te conozco, Stanford.

—Eso no tiene sentido, ni siquiera...

—No pelees más, ya te lo dejé claro.—Fue interrumpido.

Después de esta discusión solo se dedicaron a comer en silencio, Ford ni siquiera había contado nada y su padre había sacado una conclusión.

Y lo peor es que no se equivocaba, porque su conclusión fue bastante acertada.

Lo conocía, tenía razón en eso, pero no tanto como para no tomar en cuenta de que no se iba a rendir con él. Aunque no supiera su nombre

(...)

Ya era sábado, medio día. Era un día frío. Stanley se encontraba saliendo de su apartamento con una bufanda tapando su congelada nariz. Se dio el lujo de dormir un poco más, ahora estaba llegando tarde y lo más seguro es que lo iban a echar a patadas. Solo esperaba no encontrarse de nuevo con Ford, aunque duda de esa posibilidad. 

Su preocupación actual era lo poco sostenible que este trabajo era. Cada vez iban menos hombres a buscar sus servicios, y se había emocionado bastante porque... su hermano, pero que en ese momento no sabía que lo era, lo hubiese buscado. Gracias al dinero de Stanford pudo pagar la renta. Que los clientes vayan perdiendo el interés era algo malo, porque no tendría más dinero para estabilizarse y no sabía en donde más trabajar para tener dinero fácil, esto era lo más bajo que podía llegar.

Cuando llegó a su trabajo afortunadamente nadie le echó a patadas, porque ni siquiera se dieron cuenta de que estaba ahí, excepto Fiddleford. Pasaron las horas, ninguna persona había solicitado su atención. Se sentó en la cama de su habitación personal y se abrazó a sí mismo, eran las once de la noche, tal vez si le suplicaba lo suficiente a su jefe, podría trabajar de camarero. 

—Prepárate.

Escuchó una voz en la puerta que le hizo saltar en su lugar, inmediatamente reconoció a Fiddleford en su tono. Al fin. No debería estar tan feliz cómo lo estaba porque alguien iba a usar su cuerpo, pero eso significaba algo más para comer. No hacía falta prepararse, estaba listo hace horas, nunca antes había estado tan emocionado por recibir a una persona en su cama.

—Por fin te veo de nuevo...—Dice una voz, una familiar voz...

Casi se desvaneció al ver de nuevo a Stanford Pines. Fingió una sonrisa, mientras se levantaba y se sostenía de su brazo para guiarlo a la habitación, cerrando la puerta para asegurarse de su privacidad.

—¿No te había dicho que no te quería aquí?— Le pregunta soltando su brazo, mirándolo angustiado.

—Vámonos de este lugar.—Dice Ford, para consternación de Stanley.

—¿Qué? —Stanley apenas pudo articular la palabra.

—Vámonos juntos —insistió Ford con determinación.

Stanley soltó una carcajada irónica, como si la propuesta fuera una broma.

—¿Dónde quieres ir, niño? —se burló, incrédulo.

—Traje el arma de mi padre, le robé cincuenta dólares, es suficiente para que nos quedemos unos días en un motel.

Stanley lo miró, atónito y confundido, ya no estaba tan enojado, solo desconcertado.

—¿Disculpa? ¿Tengo voz y voto en esta decisión o me estás obligando?

—¿No te quieres ir de aquí?

—¿Por qué crees que me quiero ir de aquí? —Stanley se cruzó de brazos.

—¿Para que ya no seas una puta, tal vez?

Stanley sintió el golpe de las palabras de Ford, su sorpresa se convirtió en furia.

—¿Qué te da el derecho a ti a elegir sobre mi vida? —respondió con rabia.

—¿Es en serio?

—¡Sí, muy en serio!

Ford no se detuvo a pesar de su incredulidad.

—¿Acaso prefieres ser una ramera antes de irte conmigo?

Stanley no podía creer lo que escuchaba.

—¿Quién carajos eres tú, el rey de España?

—No puedo creer que estoy discutiendo esto... —dijo Ford, empezando a perder la paciencia.

—No puedo creer yo que estás ofreciéndome irme contigo, ¡si ni siquiera tienes dónde caerte muerto!— grita frustado.

—¿Tú sí tienes dónde caerte muerto? —replicó Ford, con sarcasmo.

—¡Vete de aquí, Fiddleford, no se quiere ir! —Stanley gritó hacia la puerta.

Ford frunció el ceño y tomó entre sus manos el rostro de Stanley, quién gimió del dolor por la fuerza que estaba utilizando.

—Tienes novio, ¿no es así? —preguntó.

Stanley apenas logró contener su rabia, esculpiéndole en la cara. Ford se quejó, pero no lo soltó.

—¿Y si lo tuviera qué...? ¡Ow! ¡Me estás haciendo daño! 

—Vámonos, ven conmigo —insistió Ford, su tono comenzó a escucharse patetico.

Le dolía el corazón, pero no iba a aceptar. No podía aceptar. ¡No iba a arruinarle la vida...a su hermano!

En ese momento, la puerta se abrió y Fiddleford entró alarmado.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó.

—¡Fiddleford! ¡No me quiere dejar en paz! —se quejó Stanley, exagerando un poco más la situación, y aprovechando el momento para soltarse.

—¡Suéltalo! —exigió el rubio, dando un paso adelante como amenaza, tenía el bate en sus manos.

Ford derrotado por la situación finalmente lo soltó. Se detuvo por un instante, como si fuera a decir algo, pero lo pensó mejor. Con una mirada llena de tristeza, simplemente giró sobre sus talones y salió sin mirar atrás.

(...)

Fiddleford sale de la habitación de Stanley cuando se asegura de que estaba más calmado y observa cómo el chico seguía respirando agitadamente a las afueras del cuarto. Sabía que no debía meterse, pero ver a ese muchacho mal le recordaba un poco a Stanley cuando era más joven. Fiddleford se aproxima a él y se pone a su lado.

—No eres el único ni tampoco serás el último.

—¿Qué, acaso es muy codiciado?

—Me refiero a que no eres el único que se ha enamorado de una prostituta.

—Si tú también me dirás eso, entonces no veo porqué debemos seguir hablando...no quiero escucharlo.

—¿Cómo te llamas?

—Solo llámame Ford.

—Fiddleford. — Se presenta, no quiere ser descortés.—Ford, solo quiero decirte que...—El rubio duda un poco.—Stanley es indomable, no le gusta mostrar sus vulnerabilidades. Debes darle tiempo.

—¿Cuánto? ¿Cuánto tiempo? Quiero llevármelo de aquí, nunca había querido a alguien de esta forma... Quiero protegerlo.

Fiddleford se queda en silencio, mirando al suelo unos segundos y luego mira los ojos de Ford.

—Dejaste una huella en él, eso te lo aseguro.

—No entiendo qué haces aquí, no me conoces.

—No, pero no puedo ver a alguien sufriendo así. — McGucket baja su mirada nuevamente por solo unos momentos, notando una anomalía en los dedos de Ford, lo que le hace decir sorprendido. —¡Tienes seis dedos!

Ford de inmediato tapa sus manos.

—¿Y?

—Nunca había visto a alguien con seis dedos... 

—Sé que es raro.

—Lo considero maravilloso.

Ford lo observa como si le acabase de decir la cura de todas las enfermedades y eso hace que Fiddleford se ruborice y oculte su rostro cómo puede.

—¿En serio?...

—Bueno, es normal, ¿no? Debes haber recibido muchos cumplidos.

—Lo contrario, me acosaban por mis seis dedos.

—¿En serio?

—Sí. No quiero recordar eso.

Fiddleford se le queda viendo, no se había dado cuenta de la gran sonrisa que tenía en su rostro hasta que le empezaron a doler las mejillas.

—Oye...— Empieza a decir el rubio, captando la atención del otro. 

—¿Si?—Sus ojos brillantes lo hicieron temblar.

—No eres el único loco que quiere sacar a una prostituta de su trabajo... 

—Eso ya lo escuché.

—Pero, generalmente, hay otras prostitutas que sí aceptarían eso. De hecho, sueñan cada día en una de estas habitaciones porque alguien se enamore lo suficiente para llevárselos lejos.

—¿Si? Veo que este no es el caso.

—Claro...No lo es.

Fiddleford suspira, apartándose de él. Comienza a caminar lejos.

—Te recomendaría irte antes de que venga seguridad. —Es lo último que dice, y lo ve irse.

 

Chapter Text

Stanley se quedó mirando la puerta cerrada, como si esperara que en cualquier momento Ford volviera, pero no pasó. Apretó los puños y se dejó caer en la cama, sintiendo como sus pensamientos se enredaban. Lo peor de todo es que una parte de él deseaba que Ford no hubiera escuchado, que se quedara, que insistiera un poco más.

—Mierda... —murmuró, frotándose la cara con ambas manos.

No sabía que hacer, no sabía como seguir después de esa noche. Se suponía que tenía que ser como cualquier otro cliente, pero maldita sea, Stanford no era cualquier otro. Y eso lo hacía sentir terriblemente vulnerable. "¿Por qué tenía que ser él?" pensó Stanley. "¿Por qué tenía que ser mi maldito hermano?"

Se levantó de la cama y caminó hacia la ventana, mirando las luces de la ciudad que parpadeaban en la distancia. Si al menos no hubiera descubierto la verdad, todo sería más fácil. No podía sacarse de la cabeza la mirada en los ojos de Stanford cuando se fue. 

Pero Stanley no quería ser salvado. O al menos eso era lo que intentaba convencerse. Su vida había sido un desastre por mucho tiempo, y ya estaba acostumbrado a vivir en el borde del abismo. No necesitaba que nadie lo sacara de ahí, no necesitaba a su hermano.

"Él no me entiende", pensó. "Nadie lo hace."

Unos suaves golpes en la puerta lo sacaron de sus pensamientos. Stanley giró la cabeza, temiendo por un instante que fuera Ford otra vez. Pero la voz del otro lado lo tranquilizó.


—Mierda... —murmuró, frotándose la cara.

—Stan, ¿estás bien? —preguntó Fiddleford, entrando sin esperar respuesta.

—No necesito que me cuides —gruñó Stanley, mirando hacia otro lado.

Fiddleford se sentó en el borde de su cama.

—No estoy cuidando de ti. Solo quiero asegurarme de que no hagas algo estúpido.

—¿Y qué se supone que voy a hacer? —replicó Stanley, con tono sarcástico.

—Tal vez correr tras él.

—No es mi estilo —respondió Stanley, cruzándose de brazos.

Fiddleford lo miró con seriedad.

—¿De verdad? Creo que tienes suerte de tener a alguien que se preocupa por ti.

—¿Suerte? —Stanley soltó una risa seca— La gente no se preocupa por mí. Solo ven un cliente más.

—Ese chico... no es como los demás. Hay algo diferente en él.

—No tengo tiempo para sentimentalismos, Fidds.

—Escucha, Stanley. A veces, hay que dejarse ayudar. —Fiddleford se inclinó hacia adelante— La gente no siempre quiere aprovecharse de ti.

—¿Y qué sabes tú? No sabes nada de mi vida —replicó Stanley, frustrado.—Ni siquiera tienes idea de porqué me niego.

—Sé más de lo que crees… Además, tienes una esperanza, eres solo un niño, Stan. —Fiddleford suspiró— No puedes seguir huyendo de vivir una vida normal.

—No estoy huyendo. Estoy sobreviviendo. —Stanley sintió una punzada de irritación.—No tengo opción, ¿De verdad crees que la mejor decisión es irme con alguien de mi edad, que apenas va a la escuela?

—Tienes que enfrentar la realidad, tú deberías estar en la escuela también.

—¿Y cuál es la realidad? ¿Qué tengo un "novio" que me quiere rescatar para llevarme a la escuela con él? ¡Escuchas lo ridículo que es! No necesito salvadores, necesito dinero, más clientes. Te recuerdo que él solo fue un cliente para mi.

Fiddleford se quedó en silencio por un momento, mirándolo con decepción. Luego dijo:

—¿Y si él es diferente?

—No lo es. Solo es un cliente más.

—Stanley... —Fiddleford lo miró con tristeza— No puedes seguir así, cerrándote. Te estás condenando a una vida infeliz.

—Y a nadie le importa, Fidds.

—Eso no es cierto. Yo... yo me preocupo por ti. Y él también, lo vi en sus ojos.

Stanley lo miró.

—¿Sabes que lo que más odio es que me tengan lastima? Escucha… lo último que necesito en la vida es tu compasión.

Fiddleford se levantó y miró a Stanley.

—Espero que no te arrepientas por tomar esta decisión.—Murmura el rubio.—Es válido si cambias de opinión en un futuro.

—No me arrepentiré, no cambiaré de opinión, y cierra la puerta cuando te vayas.

Su compañero no dijo nada más, de hecho fue algo divertida la forma en la que cerró la puerta detrás de él con cuidado, como si le debiera delicadeza a Stanley.

Se siente terrible por haber sido así con Fiddle, pero él lo superará. Tiene peores cosas que enfrentarse cada día, el comportamiento que tenga no lo hará caer.

(…) 

Bill y Ford estaban sentados el uno al frente del otro en la cafetería, almorzando el mismo plato mientras charlaban. 

—Así que… ¿Cómo te sientes desde ese día que fuimos al prostibulo?

Ford siente sus mejillas enrojecer y le grita indignado a su mejor amigo.

—¡Bill! 

—¿Qué? ¿Dije algo malo? 

—Estamos en publico. —Murmura Ford, incómodo.

—¿Es que acaso sigues pensando en eso?

—Para ya.

Escucha la risa estridente de su amigo y Ford suspira profundo, pero no puede evitar reír con él. Bill era un idiota completo, siempre lo metía en las situaciones más extrañas.

—Es solo que… —Empieza a decir Ford, captando la atención de los ojos curiosos de Bill—. Creo que me enamoré de ese chico.

—¿Qué te enamoraste?

—O lo que sea que llamen a esta emoción de querer verlo de nuevo desesperadamente.

—Eso no es amor, eso es estar caliente.—Dice Bill como si nada, cruzándose de brazos—. Hasta a los más fuertes nos sucede. Recuerdo ese chico lindo, de séptimo grado, que me acompañó a los baños e hizo cosas increíbles con… Bueno, no me pondré explícito. ¡No dejé de pensar en él en meses! Es normal. Te recomendaría ahorrar dinero así vas más seguido con él.

—Estoy seguro de que no quiero verlo para eso… al menos, no solo para eso.

—¿Disculpa?

—Él es… No sé cómo explicarlo. —Ford se lleva un trozo de manzana a la boca y lo mordisquea.

—¿Muy sexy que quieres agarrarle el trasero todo el día?

—Muy interesante que quiero preguntarle sobre él todo el día y noche.

—…Eres el estereotipo de hombre que se enamora de una prostituta, porque cree le pone atención por sus cualidades y no porque le pagaste.

Ford se siente herido al escuchar esas palabras y desvía su mirada. De repente ya no sentía apetito, ni ansias de seguir la conversación con su amigo.

—Olvídalo, Bill.

—Podemos ir de nuevo el fin de semana.

—No… es que, hay algo que no te he dicho. Estoy vetado de ese lugar.

—Esto es interesante.

—Fui a buscarlo y…

Escucha unas risas burlonas al lado de él y planta su cabeza de inmediato en la mesa. Quería piedad, ¿era tan difícil para Bill dársela?