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Los tiernos deseos

Summary:

Clementine, AJ y Louis se van de pesca. Entre bromas y canciones, Clementine descubre cosas tan ajenas al apocalipsis como la música, la belleza, la ternura... y tal vez el romance.

Chapter 1: Colibríes

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El intenso sol de finales de primavera se colaba por el ramaje de los árboles, moteando todo el bosque con manchas intermitentes de luces y sombras. Una suave brisa oreaba las hojas y sacudía las flores que crecían en los márgenes del camino, y a lo lejos se oía, a ratos, el borboteo tímido de las aguas del río. Un chapuzón distante indicaba, sin lugar a dudas, el salto de un pez que se había aventurado hacia la superficie. Bien. Tendrían buena pesca aquella mañana.

Clementine respiró hondo. Había cruzado centenares de bosques en los últimos años, ya fuese a pie, en coche o a caballo, sola o en compañía de amigos y enemigos, pero nunca hasta entonces se había permitido el lujo de apreciar la belleza que podía encerrar un paseo por el campo. Belleza… La palabra se le antojó extraña cuando la pronunció con sus labios resecos. La belleza no se comía ni se bebía, no te abrigaba del frío ni te protegía del ataque de los caminantes. Y, sin embargo, Clementine pensó que la belleza también era necesaria para la vida. Al menos, te permitía respirar hondo, se dijo a sí misma. Aunque fuese sólo un momento… y aunque costara encontrarla a primera vista.  

-¡Clem! ¡Mira!

AJ señaló entusiasmado algo en el camino. Al instante, Clementine lo agarró por los hombros e impidió que echase a correr.

-¡Despacio, AJ! ¡Los vas a asustar!

-Oh… perdón -replicó el niño con un tono de voz exageradamente bajo-. ¿Nos podemos acercar? -susurró.

-En silencio…

Ambos se desplazaron lentamente hacia un arbusto de helechos, cuidándose de pisar con el lado interno de la planta del pie para no hacer ruido. Ambos avanzaban con las rodillas flexionadas, la espalda ligeramente inclinada, la mirada vigilante y fija en un único objetivo… Clementine y AJ estaban muy acostumbrados a acechar en las sombras como animales de caza. Siempre habían sido silenciosos, calmados y letales, y eso les había granjeado la supervivencia durante los largos años de errancia por el país. Aun así, en esas situaciones, Clementine siempre oía palpitar en sus oídos los latidos frenéticos del corazón, y siempre se preguntaba, Dios mío, ¿y si ellos lo escuchan y nos descubren?

En este caso, sin embargo, el pronombre ellos no se correspondía a una horda de caminantes ni a una manada de animales salvajes, ni tampoco a saqueadores o a centinelas o a grupos de asesinos. En realidad, el objeto de interés de los dos niños era una pareja de colibríes centelleantes que sorbía néctar de un grupo de amapolas que crecían al borde del camino.

-¡Son preciosos! -susurró AJ-. ¡Son verdes y rojos y… y… y violetas! -AJ había aprendido recientemente a reconocer ese último color, y, como consecuencia, había desarrollado una honda fascinación por todas las cosas violetas, moradas o púrpuras-. ¡Podríamos usarlos para decorar la sala de música! Ruby tiene allí guardadas unas luces violetas que también son preciosas. ¡Quedarán muy bien!

-No sé, AJ -dijo Clementine al cabo de unos segundos de reflexión-. Tal vez se ponen a picotear el papel de las paredes o a ensuciar el piano. Y la sala ya está suficientemente destrozada, pienso yo.

-¿Entonces los cazamos?

-Son muy pequeños. Aunque cocinásemos los dos colibríes, no tendríamos suficiente ni para un bocado, y mucho menos para alimentar a toda esa panda de glotones…

-Willy come mucho -corroboró AJ con una sonrisa-. Entonces… ¿qué hacemos con ellos?

-Nada -replicó Clementine, un poco sorprendida por la pregunta-. Los colibríes son como los arcoíris o las puestas de sol. Son bellos, y, por lo tanto, no se pueden utilizar para nada, sólo se pueden… contemplar -la palabra acudió sin esfuerzo a los labios de Clementine, un vestigio de otra época, de un mundo diferente donde esas naderías aún tenían importancia.

-¿Contemplar? ¿Qué significa eso?

-Significa… Mirar. Mirar con placer.

-Oh…

AJ volvió la vista hacia los colibríes, que por su parte seguían aleteando velozmente alrededor de las flores. Las pequeñas siluetas de los pájaros se reflejaron dos veces en los ojos oscuros del niño, cuyo rostro poco a poco empezó a relajarse, absorto en su infantil contemplación. Clementine no pudo evitar sonreír. Siempre era un placer observar a AJ comportándose con la inocencia de quien aún está descubriendo el mundo, porque esa posibilidad le había sido negada en demasiadas ocasiones a lo largo de su corta vida. Tal vez, tal vez, si su plan salía bien… AJ podría recuperar el tiempo perdido. Podría vivir una infancia de verdad. 

-¡¡POR FIN!!

El grito espantó a los colibríes, que giraron los picos, alarmados, y se alejaron aleteando entre los helechos. Un instante después, emergió de entre la espesura un chico alto y moreno, con un largo abrigo verde oscuro y una expresión pícara que translucía un alivio evidente.

Chapter 2: Poesía... eres tú

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-¡Llevo mucho rato esperándoos en la cabaña del río! -exclamó Louis-. ¡Estaba empezándome a preocupar! Qué pasa, ¿habéis estado haciendo un picnic por el camino?

-¡Louis, has asustado a los colibrís! -exclamó a su vez AJ, haciendo un mohín de disgusto-. ¡Estábamos contemplando su belleza!

-¿Qué? -Louis abrió mucho los ojos, genuinamente impresionado-. Clementine, ¿quieres convertir a AJ en el próximo Premio Nobel de Literatura? ¡Qué forma de expresarse! ¡Contemplando su belleza! Parece el título de una poesía de Bécquer. 

-¿Qué estás diciendo? -AJ frunció el ceño, confundido, y luego se volvió hacia Clementine-. ¿Se está burlando de mí? -preguntó repentinamente preocupado.

-Claro que no, AJ -contestó Clementine con voz suave-. Sólo está contento de vernos. Siento que hayamos llegado tarde -añadió dirigiéndose a Louis-. Supongo que me he distraído un poco por el camino. Yo… No recordaba que pasear por el bosque pudiera ser tan agradable.

-No te preocupes -Louis guiñó un ojo a Clementine, a lo que ella respondió con una amplia sonrisa. Su corazón empezó a latir con mucha más fuerza, pero a estas alturas ya sabía por qué.

-No me preocupo.

Louis le devolvió la sonrisa, pero al cabo de unos segundos empezó a ruborizarse y apartó la vista con cierta precipitación.

-Bueno, bueno, ¿nos ponemos en marcha? Ya he preparado los arpones para la pesca.

-Sigo sin saber qué significa poesía -intervino AJ con cierta irritación-. ¿Es un animal, un pájaro o…?

-Pregúntaselo a Louis, AJ -repuso Clementine-. Él es el artista del grupo.

-Efectivamente -Louis se arrodilló frente a ella con una pirueta ampulosa y teatral, le tendió una mano y la observó directamente a los ojos-. ¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía… eres tú.

-Oh, qué galán -Clementine no pudo evitar reírse mientras tomaba la mano de Louis y lo ayudaba a incorporarse. Sus rostros se acercaron imposiblemente cuando él se quedó a su altura, pero enseguida se separaron de nuevo.

-¿Qué te parece? -dijo Louis, casi sin aliento-. Es una de las rimas más famosas de Gustavo Adolfo Bécquer, un poeta romántico del siglo XIX.

-Veo que él sí que sabía dirigirse a las damas -comentó Clementine-. No como otros…

Louis se encogió de hombros sin dejar de sonreír.

-Uno hace lo que puede. 

-Clem, no lo entiendo -reconoció AJ con una expresión de absoluto desconcierto-. ¿Ahora te llamas Poesía? ¿Es tu segundo nombre?

-La poesía es el arte de decir palabras bonitas -explicó entonces Louis, alzando un dedo hacia el cielo como un maestro de escuela-. Clementine es poesía, porque… bueno, porque ella también es muy bonita.

-¿Ah, sí? -dijo AJ con cierto escepticismo.

-Desde luego. Y tú también eres muy bonito.

-¿Cómo? ¿Yo también?

-Tú el que más -apostilló Clementine-. No obstante, lamento informar a nuestro laureado poeta que la rima de Bécquer difícilmente puede aplicarse a mi persona. Es decir… ¿Pupila azul? ¿Tú me has mirado últimamente? Tengo los ojos oscuros.

-Morena soy, pero hermosa, hijas de Jerusalén; morena como las tiendas de Cedar, hermosa como las cortinas de Salomón -recitó Louis como respuesta.

AJ observó a uno y a otro durante unos instantes, pero luego, al final, sonrió.

-Me gusta la poesía -declaró-. Y me gusta que seamos bonitos. Tú también eres bonito, Louis -aclaró.

-¡Vaya, cuántos cumplidos inesperados! -Louis agradeció las palabras de AJ con una inclinación de cabeza-. Si lo llego a saber, os habría invitado mucho antes a ir de pesca conmigo.

Clementine sintió entonces algo extraño en el corazón. Una opresión dulce y devastada, una electricidad imperceptible que recorría las yemas de sus dedos y la impulsaba a abrazar a Louis y a AJ allí mismo en el camino del bosque para así sentir sus cuerpos vivos junto al suyo, cálidos, familiares, presentes… Con sorpresa, Clementine sintió que los ojos se le humedecían. Negó varias veces con la cabeza, conteniendo la emoción, y se dirigió al pequeño grupo:

-Venga, vamos al río. Esos peces no se van a pescar solos.   

Chapter 3: Glup-glup

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Los arpones ya estaban alienados y apoyados en el muro de la cabaña. Clementine, AJ y Louis tomaron un arpón cada uno y bajaron por la pequeña pendiente de tierra que conducía al vado. Las aguas corrían mansas y tranquilas, y la luz del sol arrancaba destellos plateados a las escamas de las truchas, que nadaban por el lecho del río con movimientos lentos y plácidos, como si estuvieran adormiladas.

-Son un poco tontas, ¿no? -comentó Louis mientras se pasaba el arpón de una mano a la otra-. Ya deberían haber aprendido que si nos acercamos al río no es precisamente para charlar con ellas sobre el tiempo. 

-¿Alguna vez has hablado con una trucha? -inquirió AJ con los ojos entrecerrados. 

-Pues sí, y no te imaginas lo interesantes que llegan a ser sus conversaciones. Mucho más que algunas conversaciones humanas, me atrevería a decir.

-Pero las truchas no hablan -insistió AJ-. Solo hacen glup, glup, glup…

-Pues eso. ¿No te parece interesante? ¿Glup, glup, glup? ¡Glup! ¡Glup-glup-glup!

-Glup… ¿Glup? -dijo AJ con aire dubitativo.

-¡Glup!

Tras un instante de duda, AJ rio.

-¡Glup-Glup! -repuso con los ojos brillantes. Entonces juntó los labios como un pez y empezó a correr arriba y abajo mientras esgrimía su arpón como si fuera un espada-. ¡Glup-glup-glup! ¡Glup! ¡Glup!

-¡AJ! -intervino Clementine-. Aunque estés hablando en idioma trucho, sigo detectando cuando dices palabrotas.

-No le hagas caso, AJ -dijo Louis-. Está celosa porque no sabe hablar trucho con la misma fluidez que nosotros.

-Sé lo suficiente como para saber que las estamos ahuyentando con tanto alboroto.

Era cierto. Las truchas estaban empezando a alejarse río arriba con el mismo ritmo parsimonioso.

-¡Rápido, AJ! -lo jalonó Louis-. ¡No dejes que escapen!

AJ se reunió con los dos chicos y juntos empezaron a pescar. Primero se quitaron los zapatos y los calcetines (AJ necesitó ayuda), luego se remangaron las perneras de los pantalones y finalmente se internaron en el agua fresca del río, que a duras penas les sobrepasaba la rodilla.

-AJ, ten cuidado por dónde pisas -le advirtió Clementine conteniendo la preocupación. Era la primera vez que el niño pescaba con ellos-. Las rocas del lechoestán algo resbaladizas por el musgo y puedes caerte y hacerte daño.

-Vale, Clem.

-Siempre pensando en todo -comentó Louis de buen humor. 

La caza fue rápida y letal. Apenas bastaron unos cuantos arponazos bien dirigidos y al cabo de un cuarto de hora ya tenían los cubos repletos de truchas resplandecientes y saltarinas.

-Omar estará contento, ¿verdad? -dijo AJ mientras se inclinaba sobre los cubos para observar los peces agonizantes.

-Desde luego -corroboró Clementine-. Con todo este pescado podremos comer tranquilamente durante…

-¡Clem! ¡Mira!

AJ se metió de nuevo en el río y chapoteó hasta la otra orilla. Luego se puso de cuclillas y se quedó inmóvil con la vista pegada en el suelo. Clementine y Louis compartieron una mirada antes de seguirlo.

-¿Qué has encontrado, AJ? -preguntó Clementine mientras se acuclillaba a su lado.

-Es… ¡¡una rana!!

Junto a la orilla, descansando sobre una precaria hoja de helecho, había, efectivamente, una pequeña rana de color verde oscuro. El anfibio parecía aterrorizado a juzgar por sus enormes ojos abiertos y su absoluta inmovilidad. Clementine se preguntó si estaría realmente vivo.

-¿Por qué no se mueve? -preguntó AJ con cierta decepción en la voz.

-Debe estar asustado -sugirió Clementine.

-¿Puedo tocarlo?

-No -dijeron a la vez Clementine y Louis. Ambos levantaron la vista y sonrieron, y Louis le guiñó un ojo.

-¿Creéis que habrá más? A lo mejor tiene hermanos y hermanas más divertidos.

-O tíos y tías -dijo Louis con un bostezo. Entonces se irguió cuan largo era y se desperezó a sus anchas, volviendo el rostro hacia los rayos de sol que se colaban entre las hojas de los árboles-. Ah… Pues tal vez es una buena idea, AJ. El día es tan apacible y tranquilo… ¿Por qué no buscas ranas y juegas un rato? Clem y yo te esperaremos aquí sentados.

-¿De verdad? -AJ miró a Clementine buscando su aprobación. Ella asintió lentamente-. ¡Hurra!

-¡Pero no te alejes demasiado! ¡Los caminantes…!

-¡Vale, vale!

AJ se alejó chapoteando y se detuvo en un recodo junto al río. Clementine sintió un retortijón de angustia al separarse de él, pero sabía que AJ se mantendría fiel a su promesa y no se pondría en riesgo.

-Tranquila, estará bien -aseguró Louis con suavidad.

-Sí, lo sé.

Chapter 4: La alegría de vivir

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Ambos volvieron junto a los cubos de pescado y se sentaron en la orilla del río a remojarse los pies. Clementine echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos para sentir el cálido abrazo del sol en la cara. Los pájaros seguían trinando desde las ramas, el agua fluía entre las rocas y la brisa suave agitaba las ramas de los árboles. Louis tenía razón: merecía la pena disfrutar de unos momentos de paz antes de volver a la escuela, antes de retomar los planes de fortificación y defensa, antes de enfrentarse de nuevo a esa ansiedad latente que asaltaba a todos los miembros del grupo ante el ataque inminente de los saqueadores… Era muy agradable poder dejar atrás todas esas preocupaciones, aunque fuera momentáneamente. Aunque la paz sólo fuera un espejismo, un vapor tenue de un deseo irrealizable.     

-Así que ranas, ¿uh? -murmuró Louis para romper el silencio.

Clementine rio por lo bajo.

-Una vez encontramos un libro infantil sobre animales en una guardería abandonada -explicó abriendo los ojos de nuevo-. Nos refugiamos allí durante una nevada el invierno pasado. Yo utilicé los pocos libros que quedaban para encender un fuego, pero antes dejé que AJ los hojeara. Estaba empezando a enseñarle a leer… Fue entonces cuando descubrió el dibujo de la rana.

-¿Amor a primera vista?

-Sin duda.

-Es… -Louis vaciló antes de pronunciar sus siguientes palabras-. Es horrible que hayas tenido que vagar por ahí durante tanto tiempo y con un niño tan pequeño. Yo no he salido de estos bosques desde que empezó todo, y, en realidad, nunca he asumido ninguna responsabilidad importante, así que…

-Eso no es verdad -le atajó Clementine-. He visto cómo te esfuerzas en hacer reír a los demás.  No sólo los diviertes, también los proteges de la tristeza y de la desesperación. Y he visto cómo intentas preservar la música, las canciones, la belleza… la ternura… -al pronunciar esa palabra, Clementine sintió que se ruborizaba-… la alegría de vivir. Gracias a ti, los ojos de todos brillan cada noche cuando nos reunimos para cenar. También los de AJ. Y eso, para mí… es muy, muy importante. Así que no digas esas cosas.

Louis se quedó en silencio ante sus palabras. Entonces, flexionó una rodilla y apoyó una mejilla en ella, encorvando el cuello y toda la espalda como si quisiera convertirse en un caparazón. Clementine tampoco añadió nada más. Ya se había percatado de que su nuevo amigo era alegre, parlanchín y de broma fácil, pero, en el momento en que recibía un cumplido serio, una muestra de cariño o unas simples palabras amables, Louis se quedaba callado y ligeramente retraído, sin saber cómo reaccionar, tal vez porque, en el fondo, no creía que mereciese recibirlos. Aquel contraste entre jovialidad e introversión, entre ligereza e inseguridad, había fascinado a Clementine desde el momento en que lo conoció en la sala de música, hacía ya casi un mes.

-Uh, uh -dijo Louis por toda respuesta-. Hablando de arte… Tengo una sorpresa para ti.

-¿Ah, sí?

-Sí. Espera aquí mientras voy a buscarla a la cabaña.

-Va… Vale -balbució Clementine, un poco desconcertada por el abrupto cambio en la conversación-. ¿Necesitas ayuda?

-No te preocupes.

Louis se levantó del suelo con una ágil pirueta, lleno de energías renovadas, y guiñó un ojo a Clementine antes de dirigirse a la pequeña edificación junto al río. Apenas dos minutos después, Louis regresó con un extraño paquete alargado forrado con tela de cuadros escoceses.

-¿Es… una arma? -preguntó Clementine con cierta inquietud en la voz.

-¡Claro que no! Nadie puede sustituir la gracia y el estilo de Chairles a la hora de matar caminantes. En realidad, es… es… redoble de tambores…

Louis abrió la cremallera con gesto teatral y miró a Clementine alzando varias veces las cejas. Ella soltó una carcajada, pero su risa se convirtió en un silbido de admiración cuando Louis extrajo del fardo una guitarra clásica, nueva y pulida, con sus seis finas cuerdas tensadas a lo largo del mástil y el agujero redondo de la caja de resonancia.

-¡Es una guitarra! -exclamó Clementine con excitación-. ¡Hacía años que no veía una! ¿Dónde la has encontrado?

-Trasteando entre las viejas pertenencias del director -explicó Louis con aire ufano. Parecía muy satisfecho de sí mismo-. El hombre era un tunante, pero ni siquiera yo puedo negar que tenía cierto gusto para la música…

-¿Sabes tocarla?

Por toda respuesta, Louis se colocó el instrumento bajo el brazo y rasgueó distraídamente las cuerdas, componiendo unos cuantos acordes suaves. Clementine aplaudió entusiasmada, y AJ, atraído por el sonido de la música, se acercó a ellos con grandes zancadas y un brillo de alegría en los ojos.

-¿Qué es eso, Louis? -preguntó inmediatamente, señalando el objeto con el dedo índice.

-Se llama guitarra. Es un instrumento de música, como el piano de la sala, pero el sonido que genera es más… no sé, más versátil y melancólico. Más ladino, en cierto modo.

-¿Versátil? ¿Ladino?

-Vamos, Louis, déjate de exposiciones teóricas y tócanos algo -lo animó Clementine-. Tienes a tu público en ascuas.

-¡Eso, eso!

Chapter 5: Do you think about me at all?

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Louis sonrió, inclinó la cabeza hacia Clementine en señal de rendición, respiró hondo y empezó a tocar. Tras los primeros compases, cantó una tonada del Sur sobre viejas nostalgias y largas carreteras que no terminan nunca:

I came up from North Carolina,

Through Nashville, Tennessee.

I crossed mountains and rivers and places with names

from the songs my daddy once sang to me.

Do you think about me when I’m not there?

Do you think about me at all?

Many a night I lay awake.

Do you think about me when I’m gone?

Louis terminó la canción con una floritura de guitarra que arrancó los aplausos de Clementine y AJ. El joven músico inclinó varias veces la cabeza hacia su esmerado público con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Ya no había ni rastro de reserva o incomodidad en su mirada… La música tenía ese efecto en él, pensó Clementine.

-Ha sido precioso, Louis -dijo con sinceridad-. Nunca la había oído antes. Es country, ¿verdad?

-Exacto. La música del pueblo.

-Era una canción un poco triste -opinó AJ con el ceño ligeramente fruncido-. Pero no del todo. Era… Era…

-Melancólica -completó Louis-. Así llamamos a las cosas que son tristes y bonitas a la vez.      

-Sí. Melancólica -repitió AJ con esmero-. Me he fijado que en la canción decías el nombre de Ten. Tennessee.

-Así es. Pero, aquí, la palabra Tennessee hace referencia a un estado de los Estados Unidos.

-¿Cómo? ¿Ten tiene el nombre de un estado de los Estados Unidos?  

-Eso parece.

-Clem, no lo entiendo -AJ se volvió hacia Clementine con una expresión de franco estupor en la cara.

-Todos los nombres provienen de una palabra anterior, AJ -explicó Clementine pacientemente-. Tu nombre, por ejemplo, Alvin Junior…

-Es por mi padre, ¿no? -le interrumpió AJ-. Él también se llamaba Alvin.

-Sí. Pero la palabra Alvin tiene un origen particular, como cualquier otra palabra de nuestro idioma. Según me explicó tu madre, tu nombre viene del inglés antiguo, y originalmente significaba ‘noble amigo’ o ‘viejo amigo’.

-¿De verdad? -AJ abrió mucho los ojos ante esa información-. Y vosotros creéis que… ¿que soy un noble amigo? -el rostro del niño se ensombreció de repente-. A pesar de que sea un asesino. A pesar de que esté redimiéndome.

-Por supuesto -afirmó Clementine sin asomo de duda. Luego echó a Louis una mirada por el rabillo del ojo, temiendo que fuera a decir algo inapropiado, pero el chico asintió vigorosamente con la cabeza.

-El mejor -la secundó con una sonrisa.

-Ah… Gracias -AJ le devolvió la sonrisa, visiblemente aliviado-. ¿Vuestros nombres también tienen… orígenes?

-Sí. Clementine es un derivado de clemencia, que significa ‘piedad’, ‘compasión’ o ‘misericordia’.

-Me temo que el mío es mucho más guay -aseguró Louis mientras interpretaba unas cuantas notas sueltas con la guitarra-. Proviene del nombre germánico Hlodowig, que significa literalmente ‘guerrero famoso’. Mola, ¿verdad?

-Pero tú no eres un guerrero famoso -le contradijo Clementine-. He de reconocer que tus ataques con Chairlie son bastante útiles en escaramuzas cuerpo a cuerpo contra caminantes, pero todos sabemos que mi habilidad con el cuchillo es infinitamente superior. Eso sí que es propio de una guerrera famosa -Clementine sacudió su cabellera con falso engreimiento, lo que arrancó una carcajada a Louis.

-Clem tiene razón, Louis -dijo AJ pensativamente-. Creo que eres mejor músico que guerrero. ¿Por qué no nos tocas otra canción?

-Está bien, está bien… Un músico siempre se debe a las exigencias de su público, después de todo. Clem, sujétame un momento la guitarra, ¿quieres? Voy a quitarme el abrigo.

-¿Estás seguro? -dijo Clementine observando la guitarra con una ligera aprensión-. ¿Y si la rompo?

-Clementine, te confiaría la guitarra, la escuela y mi vida entera -afirmó Louis con un tono absolutamente serio-. Estoy seguro de que no pasará nada.

-Vale, vale…

Clementine sujetó la guitarra con veneración, como quien custodia una valiosa reliquia del pasado. De hecho, así era, en realidad. La joven observó fascinada la pulida superficie de la caja de resonancia, donde se reflejaban difusamente las susurrantes ramas de los árboles que crecían a su alrededor. Louis, mientras tanto, se despojó de su abrigo con gestos rápidos, lo que hizo que Clementine levantara repentinamente la vista, víctima de otro tipo de fascinación. Nunca antes había visto a Louis sin el abrigo puesto, y esa incógnita había alimentado durante las últimas semanas un gran catálogo de pensamientos confusos y extrañamente enardecidos que de repente se apelotonaron en su cabeza generándole una tenue y dulce sensación de asfixia. 

Debajo del abrigo, Louis vestía una sencilla camiseta beige de manga corta que cubría un torso esbelto y de apariencia conmovedoramente frágil, con hombros estrechos y brazos largos y delgados que reflejaban, seguramente, la precaria dieta que había seguido Louis durante todos esos años de supervivencia. El cuello abierto de la camiseta revelaba una piel ligeramente más clara que la del rostro, con apenas un leve rastro de vello. Parecía una piel tan suave… Por un momento, Clementine sintió el deseo de alargar las manos para acariciarla.

-Gracias -dijo Louis cuando Clementine le devolvió la guitarra (¿era sólo sensación suya o tenía las manos un poco temblorosas?)-. Bueno, estad atentos a la siguiente canción, porque está dedicada nada más y nada menos que a la mismísima Clementine. Para ti, Clem, ma dame desirée:

Chapter 6: Sous la garde de l'amour

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Que ne suis-je la fougère,

Où, sur la fin d’un beau jour,

Sa repose ma bergère

Sous la garde de l’amour!

Que ne suis-je le Zéphyre

Qui rafraîchit ses appas,

L’air que sa bouche respire,

La fleur qui naît sous ses pas…

A lo largo de la canción, Louis fue dirigiendo a Clementine miradas furtivas e insinuantes, sólo pícaras a medias, pues su sonrisa transmitía un afecto tan evidente que ni el más cínico de los amadores podría haberlo negado. Clementine sintió un agradable cosquilleo en el estómago cuando Louis cantó el verso Sous la garde de l’amour, y entonces, sin previo aviso, le sobrevino una centelleante imagen del pasado: ella estaba asomada a un balcón de mármol, al anochecer, vestida con una larga falda púrpura y una ceñida camisola del lino; abajo, junto a la verja del jardín, Louis rasgueaba un laúd mientras le dedicaba canciones de amor. En la ensoñación, el chico vestía una capa de lujoso terciopelo, un jubón dorado con mangas abullonadas y un sombrero con una pluma encima. Sus dedos tañían velozmente el laúd, y, al final, con la luna reflejada en sus ojos, alzaba una mano hacia ella y le prometía fidelidad eterna mientras las rosas que decoraban el balcón se abrían delicadamente al sereno aire nocturno. Era una imagen remota y extraña a su mundo, que Clementine recordaba con vaguedad, pero, aun así, supo de inmediato lo que él era: un trovador. Y también lo que era ella: su dama.

El corazón volvió a oprimírsele de dulzura cuando aplaudió junto a AJ al final de la canción.      

-No he entendido nada -mintió Clementine alegremente-. No sé ni jota de francés. ¿Me puedes dar alguna pista?

-Sólo te diré que es una canción tradicional -respondió Louis-. Su título es Les tendres souhaits… ‘los tiernos deseos’.

-Eso no me dice mucho.

-¿Cómo que no?

-Yo también quiero que me dediques una canción -protestó entonces AJ-. Pero la mía la quiero entender. ¿Estabas… hablando en otro idioma?

-Sí. Se llama francés. Lo aprendí de pequeño, cuando iba la escuela.

-Pues no me gusta -replicó AJ con firmeza-. Cántame una canción de verdad.

-AJ -advirtió Clementine.

-Perdón. Quería decir por favor.

Louis soltó una carcajada, se encajó de nuevo la guitarra bajo el brazo y cantó Zero to Hero, una de las marchosas canciones de la película Hercules. La elección satisfizo enormemente a AJ, que aplaudió entusiasmado y pidió una última canción, Clementine, la cual fue coreada por los tres al son de la guitarra de Louis.

-Esta es mi favorita -confesó el músico mientras guardaba el instrumento en su funda-. Sin lugar a dudas.

Clementine no dijo nada, pero, en realidad, tampoco hacía falta. El sol, la música, el río, los ojos oscuros de Louis puestos sobre ella, el comportamiento libre, rejalado y un tanto infantil de AJ… Clementine debía proteger aquello a toda costa. No podía permitir que se convirtiese en un recuerdo doloroso, en otra promesa fallida de un futuro feliz para AJ y para ella. Un futuro donde ya no habría ansiedad, ni hambre, ni persecuciones interminables, ni tensión constante, ni tampoco el rumor molesto del coche a lo largo de una carretera sin fin. Solamente habría ternura, belleza y tal vez el abrigo de Louis cubriéndole los hombros en las noches frías.

Los tiernos deseos… Clem pensaba luchar por ellos. Nunca antes había deseado nada con tanta determinación. Por eso, aquella noche, cuando AJ le preguntó antes de acostarse si por fin habían encontrado un hogar, ella respondió con voz suave:

-Sous la garde de l’amour.

Y acto seguido apagó la vela.