Actions

Work Header

Rating:
Archive Warnings:
Category:
Fandom:
Relationships:
Characters:
Additional Tags:
Language:
Español
Series:
Part 17 of •Deathduo 💀🐦‍⬛•
Stats:
Published:
2024-06-11
Updated:
2025-06-22
Words:
12,511
Chapters:
13/?
Comments:
8
Kudos:
160
Bookmarks:
4
Hits:
2,207

•Razones para ir a la Playa•

Summary:

•Philza odia ir a la playa, pero cierta persona hace que solo quiera quedarse•

Chapter 1: •Razón 1•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Odiaba la playa y no era ningún secreto para nadie que lo conociera.

El sol siempre era insoportable, quemándole la piel aunque estuviera bajo la sombra, el viento era tan fuerte algunas veces que le tiraba las cosas.

También habían demasiados animales correteando o volando de un lado a otro y el agua salada del mar le resultaba repulsiva, áspera al contacto con la piel y con ese sabor insoportable que parecía estar en el aire.

Pero lo que más odiaba, lo que de verdad lo sacaba de quicio, era la arena, siempre era la maldita arena.

Se pegaba a su ropa, a sus zapatos, a su piel sudada, era pesada, hasta se metía en lugares que nunca imaginó que podía llegar.

Y lo peor era cuando se humedecía.

Se volvía una pasta molesta y fría que no podía sacarse de encima aunque se enjuagara mil veces, siempre estaba caliente al sol y era imposible librarse de ella por completo.

La playa era para él, sinónimo de incomodidad.

Y sin embargo, ahí estaba.

Solo iba por su hija.

Tallulah adoraba cada rincón de aquel lugar que él tanto detestaba.

Amaba el mar, las olas, pasaba horas nadando, persiguiendo pececitos, recolectando caracolas y con ellas fabricaba coronas, pulseras, collares y hasta pequeños anillos.

Hacía joyas tanto para ella como para él y las demás las guardaba para sus amigos cuando volviera a la escuela. 

Eran sus vacaciones y si su niña quería ir a la playa, él debía complacerla, no importaba cuánto le desagradara la idea, su felicidad estaba por encima de todo.

Por eso había alquilado una casa cercana al mar, para que Tallulah pudiera disfrutar a su antojo la playa.

Claro que eso significaba lidiar con más molestias que no pensó, como los cangrejos entrando a la cocina, gaviotas que se colaban y revolvían la basura, pelícanos que graznaban sin descanso.

Siempre cerraba las puertas y las ventanas, pero aun así encontraba rastros de arena, plumas y suciedad dentro de la casa, no entendía cómo lograban colarse.

Pero entonces lo vio a él y todo cambió.

Lo vio llegar e instalarse, acompañado de un niño pequeño y rubio que saltaba de un lado a otro con una energía exagerada.

No estaban muy lejos, apenas a unos metros, desde su lugar pudo observar cómo, una vez instalados, ambos se lanzaban al agua entre risas, cómo alimentaban a las gaviotas y pelícanos o cómo simplemente descansaban juntos bajo la sombrilla.

Desde ese momento, no pudo apartar la vista.

Era ridículo, lo sabía y se avergonzaba de sí mismo por sonar como un adolescente desesperado.

Nunca se habría imaginado en esa situación: mirando de lejos a un desconocido y fantaseando con la idea de acercarse.

Y sin embargo, ahí estaba, cautivado por cada gesto, cada sonrisa, incluso por la forma en que comía, cada mínimo detalle de él le parecía llamativo.

Varias veces el niño rubio lo sorprendió mirándolos fijamente y aquello hacía que el hombre también volteara, curioso por saber qué llamaba tanto la atención de su hijo.

Entonces él bajaba la mirada, completamente rojo y sintiéndose como un completo idiota.

Pero por más que lo intentara, no podía dejar de observarlo.

Tenía un cabello oscuro que brillaba con el sol, una piel tostada y unos ojos morados que resaltaban como gemas.

Pero lo más llamativo eran sus tatuajes, figuras de huesos que recorrían sus brazos y piernas, apenas visibles bajo la ropa, pero que se revelaban por completo cuando se ponía el traje de baño.

Era terrible lo bien que se veía, terriblemente atractivo.

Era alto, justo como su gusto, estaba seguro de que si se paraba junto a él apenas alcanzaría la altura de su nariz, quizá un poco más.

Solo imaginarlo se le aceleraba el pulso, pensar en tomar su mano, en tener una conversación sencilla o simplemente con estar cerca de él, bastaba para hacerlo sonrojar como un estúpido.

Y lo que más lo derretía no era su aspecto físico, sino su manera de ser con su hijo.

Ese hombre se iluminaba cada vez que el niño reía, le colocaba un flotador en forma de patito con una ternura que le revolvía el corazón, le enseñaba a nadar con paciencia, lo animaba, lo abrazaba cuando las olas lo derribaban.

Había una dulzura en él que lo hacía suspirar, porque le recordaba inevitablemente a cómo él era con Tallulah.

Escuchar las carcajadas del niño mezcladas con las pequeñas risitas del hombre lo hacía perderse en sus pensamientos.

Cada gesto, cada mirada y cada sonrisa solo lo hacían caer más por él, entonces lo supo.

Estaba perdido.

Ni siquiera había cruzado una palabra con él, pero eso no importaba, estaba convencido de que quería conocerlo, salir con él y reír juntos.

De pronto, la playa ya no parecía tan horrible.

El sol ardía menos, el viento era más tranquilo, incluso la arena se volvía un detalle insignificante porque ahora tenía una razón mucho más poderosa para regresar a ese lugar.

La primera razón siempre había sido Tallulah.

Pero ahora había otra y era ese hombre de cabello oscuro y lindos ojos.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Chapter 2: •Razón 2•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Ha descubierto una nueva razón para soportar pasar más tiempo en la playa.

Verlo en traje de baño.

Bendita sea la persona que inventó la idea de los trajes ajustados, porque ese hombre parecía hecho para llevarlos.

Su conjunto era sencillo, una camiseta negra de mangas cortas con pequeños detalles morados que resaltaban bajo el sol, y unos shorts a juego que moldeaban sus piernas largas y firmes.

Todo le quedaba a la perfección, como si hubiese sido diseñado exclusivamente para él.

Su figura delgada, fuerte y esbelta resaltaba aún más con cada movimiento, como agacharse para acomodar algo, al inclinarse sobre su hijo, al estirarse bajo la sombrilla.

Cada gesto era un recordatorio de lo mucho que deseaba rodear esos brazos con los suyos, abrazarlo con fuerza, acariciar su espalda y sentirlo descansar sobre su pecho.

Se permitía imaginarlo en infinitas situaciones, caminando juntos por la orilla, sus dedos entrelazados, acostados en la arena...

O simplemente quedándose quieto, con él en sus brazos y disfrutando de la calma que solo tendría junto a él.

Lo imaginaba de tantas formas distintas y sin embargo, no hacía nada para hacerlas realidad porque, después de todo, era un completo desconocido.

Claro que, de vez en cuando, pensaba que tal vez podría acercarse y empezar una conversación sencilla, un simple saludo, un comentario sobre el clima o el mar, cualquier excusa serviría.

Pero en cuanto lo pensaba, sentía vergüenza e inseguridad. ¿Qué pensaría si se le acercaba sin más? ¿No resultaría incómodo e incluso extraño?

Estaba tan atrapado en sus pensamientos que no se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado mirándolo fijamente, solo reaccionó cuando el helado que tenía en su mano se derritió por completo, chorreando sobre su abdomen y manchando su camiseta.

El frío lo hizo estremecerse y fruncir el ceño, detrás de él, la risa de su hija no tardó en sonar, como si ella supiera perfectamente en qué estaba distraído.

Maldijo en voz baja, viendo la orilla del mar, la única forma de limpiarse era entrar, y lo detestaba.

Cuando se acercó, el primer contacto del agua helada en sus pies le arrancó un escalofrío, y cuando una ola inesperadamente fuerte le golpeó las piernas, maldijo en silencio.

Odiaba esa sensación.

Aun así, siguió avanzando hasta que el agua le llegó a los muslos, ahí fue cuando notó al niño del flotador de patito observándolo fijamente a unos metros de distancia.

Esa mirada tan fija lo hizo sentirse descubierto por alguna razón. 

El niño sabía que observaba mucho a su padre, o al menos eso sospechaba.

Esa idea solo lo puso aún más nervioso.

El pequeño comenzó a patalear en su dirección y al llegar frente a él, señaló con una manita la mancha de helado que aún tenía en el pecho.

"¿Está frío?"

Philza se quedó sin palabras unos segundos, asintiendo y conteniendo una risa.

"Sí… muy frío"

El niño giró un par de veces en su flotador, como si estuviera pensando otra pregunta, luego volvió a señalarlo con seriedad.

"Mi papá dice que el helado mancha y atrae moscas y hormigas. Tienes que limpiarte muy bien para que no te intenten comer"

La advertencia solo le sacó una sonrisa.

"Oh… gracias por el consejo, me limpiaré muy bien como dices"

Le revolvió el cabello con suavidad, dándole un par de palmaditas en la cabeza, el niño solo lo ignoró y se dio la vuelta, fijándose en otra cosa.

Una gaviota aterrizó cerca y él salió pataleando con entusiasmo para intentar atraparla con sus manitas.

Philza se quedó mirándolo un momento con una pequeña sonrisa, tal vez no era la interacción que había esperado, pero era un comienzo.

Al volver a su lugar, se sentó junto a Tallulah que seguía entretenida hilando caracolas para armar un collar.

La ayudó a enhebrarlas, intentando concentrarse, aunque sus ojos se desviaban una y otra vez hacia el hombre bajo la sombrilla.

De reojo lo vio levantarse alterado para correr detrás de su hijo que había conseguido atrapar a la gaviota, intentaba quitársela preocupado de que lo picoteara, mientras el niño reía feliz creyendo que era un juego.

No pudo evitar sonreír.

Era una escena divertida y... absolutamente adorable.

Qué lindo.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Chapter 3: •Razón 3•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

La tercera razón para ir a la playa era sin duda la que lo ponía más bobo.

Verlo dentro del agua y con el cabello mojado.

Ha notado que cuando el sol ya no estaba tan fuerte y la tarde comenzaba a caer, él entraba en el mar con su hijo para jugar.

Las gotas de agua resbalaban por su piel y su cabello oscuro y completamente empapado, se le pegaba en mechones al rostro.

A Philza le entraban unas inmensas ganas de pasar sus dedos por esos mechones, de acomodárselos con calma, de sentir cómo el agua se escurría entre sus dedos.

Lo veía sumergirse con su hijo, reír con cada chapuzón, levantarlo en brazos para lanzarlo suavemente hacia adelante en el agua.

Y aunque el niño se estaba divirtiendo, estaba más fascinado por perseguir gaviotas, peces y hasta tortugas que se cruzaban en su camino.

Aun así, la paciencia con la que su padre intentaba enseñarle a nadar era admirable, no hacía ni una mueca o gesto de estrés. 

Se mantenía tranquilo y sonriente en todo momento. 

Philza estaba tan concentrado en observarlo que apenas notó que Tallulah llevaba un buen rato enterrándolo en la arena.

Cuando se dio cuenta, fue demasiado tarde tenía porque ya tenía medio cuerpo bajo pequeños castillos improvisados que su hija coronaba con caracolas y piedritas.

Suspiró con resignación, le costaría horrores quitarse toda la arena después, ¿pero qué importaba?

Cada minuto así le regalaba más tiempo para mirarlo, era un daño que estaba dispuesto a soportar.

Y luego ocurrió algo que lo descolocó por completo, su niña se levantó y comenzó a acercarse poco a poco al niño del flotador de patito.

Philza sintió el pánico recorrerle el cuerpo, ella había notado su interés, estaba seguro, a veces lo molestaba con eso.

Si ellos dos se hacían amigos… entonces no habría escapatoria ya que estaría obligado a hablar con el hombre de cabello oscuro.

"¡Tallulah, ven aquí!" Le rogó, intentando levantarse para alcanzarla, pero era inútil. 

Estaba atrapado, apenas podía sacudir los brazos, solo le quedaba ver nervioso cómo su hija se presentaba al hombre y a su hijo, con esa naturalidad que a él tanto le faltaba.

Incluso lo señaló a la distancia, haciéndolo sentir aún más expuesto y como si fuera poco, en un instante ya se había llevado de la mano al niño rubio hacia la orilla, ambos riendo y corriendo juntos hacia el agua.

Fue entonces cuando ocurrió, el hombre se giró hacia él y sus miradas se encontraron.

Philza sintió cómo su rostro comenzó a arder, intentando enterrarse aún más en la arena.

Pero ya lo había visto atrapado hasta el cuello con castillos de arena encima, lo peor es que lo estaba mirando directamente.

No era el encuentro que había imaginado, era humillante.

El hombre comenzó a caminar hacia él y cada paso que daba solo lo hacía hundirse más en la vergüenza.

Hasta que se paró a su lado, con esa sonrisa tranquila y divertida que lo desarmó por completo.

"¿Te molesta si me siento contigo, hombre de arena?"

Su voz… Era la primera vez que lo escuchaba sin gritos de advertencia hacia su hijo, sonaba calmada, grave y melodiosa.

Podría escucharla durante horas sin cansarse de ella.

Tardó un par de segundos en reaccionar antes de asentir con su cabeza rápidamente, dándole permiso.

El hombre se dejó caer sobre la manta junto a él y en un descuido, Philza bajó la mirada y se sorprendió observando sus piernas largas, fuertes y tatuadas.

Tragó saliva, sintiendo su corazón emñezando a latir como loco, estaba demasiado cerca.

Notó también que ese día se veía más pálido que de costumbre , quizá por el exceso de bloqueador solar.

Novera por sonar como un acosador, pero lo ha visto varias veces aplicarse grandes cantidades, sobre todo antes de entrar al agua.

Tal vez tenía una piel demasiado sensible y por eso solo se sumergía al caer la tarde, era un detalle mínimo, desearía dejar de ser tan detallista.

Desvió la mirada hacia los niños que ahora intentaban construir una muralla de arena para detener el mar junto a otros niños.

Eso lo calmaría, distraerse con algo más.

De pronto, el hombre soltó una risa suave y ese simple sonido fue suficiente para que Philza derritiera en su lugar.

"Tienes una hija adorable y muy dulce" Comentó de pronto, mostrándole una pulsera hecha de caracolas en su muñeca. "Me regaló esto, es una niña muy talentosa"

La sonrisa que acompañó sus palabras era tan cálida que Philza sintió un vuelco en el pecho.

¿Cómo podía tener una voz tan melodiosa y a la vez tan natural? Se lo imaginó diciéndole los buenos días por la mañana, con la voz somnolienta y apenas despierto.

La imágen se quedó en su cabeza sin que pudiera evitarlo.

"T-también tienes un hijo maravilloso" Respondió él como pudo, con la voz algo temblorosa. "Es muy... enérgico y le encantan los animales"

El hombre rió otra vez, acomodándose en la manta y luego lo miró directamente, con un brillo divertido en sus ojos.

"¿Necesitas ayuda para salir de ahí, Philza? La arena es pesada y cuesta trabajo quitarla después"

Philza abrió la boca para responder, pero se detuvo en seco al analizar sus palabras. 

¿Cómo sabía su nombre?

El hombre notó su reacción desconcertada y sonrió aún más, inclinándose para quitarle el sombrero y señalar un lugar en específico.

Oh... claro.

"Tu sombrero tiene tu nombre bordado" Se lo volvió a colocar con suavidad, agachándose para empezar a quitarle la arena. "Me llamo Missa, por cierto. Es un placer cono-"

"¡El placer es todo mío!"

Exclamó Philza, interrumpiéndolo y fijándose en su reacción sorprendida.

De inmediato se tapó la boca, pero ya era tarde, lo había dicho demasiado alto, demasiado desesperado.

Pero no pudo evitarlo, escuchar su nombre por fin, tenerlo frente a frente, era como un sueño, su nombres iba a repetirse en su cabeza una y otra vez, todos los días sin descanso.

Logró salir de la arena de un salto, pero solo hizo que toda la arena cayera sobre Missa, cubriéndolo casi por completo. 

Ambos se quedaron viendo en silencio unos segundos, hasta que Phil reaccionó y se disculpó apenado, tratando de limpiarlo con las manos en un intento desesperado por arreglar el desastre que hizo.

Y como las cosas solo podían empeorar, tropezó con la manta que estaba extendida sobre la arena y cayó sobre él.

Cayó sobre Missa, con los brazos a ambos lados de su cabeza y sus rostros apenas a centímetros de distancia.

Podía sentir su respiración cálida mezclándose con la suya y sus ojos morados estaban muy abiertos, brillando tan cerca que le resultaba imposible apartar la vista.

Philza solo alcanzó a pensar una cosa y es que quizás estaba mejor enterrado en la arena.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Chapter 4: •Razón 4•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

"Regálale flores bonitas, le van a gustar y lo van a alegrar"

La vocecita de su hija lo sacó de sus pensamientos apenas se instalaron en su lugar de siempre, señalando la canasta llena de flores que habían recogido en el camino para remarcar su idea.

Philza arqueó una ceja y negó con la cabeza, sin la menor intención de hacerlo después del vergonzoso accidente de hace unos días.

Todavía podía sentir la incomodidad de aquel instante, cubriéndolo de arena, cayendo sobre él, prácticamente acorralándolo bajo suyo.

Solo de recordarlo se le encogía el estómago, si se le acercaba de nuevo tan pronto, seguro pensaría que era un degenerado, alguien que buscaba excusas para estar demasiado cerca.

Era más seguro mantener la distancia y conformarse con admirarlo en silencio desde lejos.

Se concentró en aplicarle bloqueador solar a su niña, intentando disimular su nerviosismo, luego la tomó en brazos, dirigiéndose al mar.

Ella no dejó de insistir con las flores, así que como castigo, la levantó y la lanzó al agua, provocando que riera escandalosamente.

Al menos eso lo tranquilizó un poco, pensar que ellos todavía no llegaban y si ese día no aparecían por la playa, no había riesgo de que pasaran por un momento incómodo otra vez.

Pero al darse la vuelta para regresar a su lugar, sus ojos se toparon con los del niño rubio que lo observaba fijamente, con su flotador de pato en la cintura mientras a unos metros su padre acomodaba las cosas bajo su sombrilla.

El corazón de Philza se encogió en un instante, pensó que no vendrían, había deseado y temido a la vez ese encuentro.

El pequeño de repente dio saltitos en la arena y levantó los brazos hacia él, ajustándose el flotador.

"¿Me lanzas a mí también?"

Philza parpadeó sorprendido, mientras detrás escuchaba la risa de su hija, feliz de verlo interactuar con él.

Apenas se enteró de su nombre cuando ella lo saludó, Chayanne, nunca había escuchado un nombre así. 

Se inclinó para quedar a su altura y negó con la cabeza, algo incómodo por su insistencia.

"No creo que tu papá quiera que te lance así al agua, así que no"

La carita ofendida del niño fue tan exagerada que casi lo hizo reírse de él.

Con un bufido, el pequeño salió corriendo en dirección a Missa, chillando para llamar su atención.

Philza sintió rapidamente un calor incómodo recorrerle el rostro.

Maldición, debió haberle dicho que sí.

No pudo evitar sonrojarse aún más cuando Missa volteó a verlo por el alboroto de su hijo, atrapando su mirada.

Antes de poder apartar los ojos, escuchó los pasitos apresurados de Chayanne regresar entre saltos.

"Mi papá dijo que sí. ¡Ahora lánzame!" Insistió nuevamente, saltando a su alrededor con emoción. 

Philza suspiró resignado y lo tomó en brazos, balanceándolo un par de veces para finalmente lanzarlo al agua.

El niño cayó con torpeza, con sus piernitas apuntando hacia arriba y dando vueltas como una tortuga hasta que se acomodó.

La escena lo hizo reír de verdad, cubriéndose la boca cuando el pequeño rubio lo volteó a ver fijamente. 

Se giró dispuesto a regresar a su sitio, pero se quedó paralizado al escuchar su nombre siendo pronunciado por él.

Missa lo llamaba.

Su primera reacción fue pánico, estaba seguro de que vendría un reclamo, el accidente en la arena, lo de recién con su hijo quedando piernas arriba… demasiadas excusas para verlo como alguien imprudente.

Caminó con cautela hasta su lado, intentando disimular la tensión en sus hombros y cuando Missa le indicó que se sentara, lo hizo, preparándose mentalmente para lo peor.

Pero lo que recibió fue lo contrario.

"Te compré algo, Llulah me dijo que te gustaban los cuervos y a ella las amapolas"

Le tomó la mano y colocó en ella un pequeño broche de una amapola entrelazada con plumas nnegras de cuervo.

Un detalle sencillo, pero significativo.

"Es simple, pero pensé que sería algo lindo que los representara a ambos, espero que te guste"

Philza lo miró sin palabras, analizando el obsequio mientras sentía cómo sus propias mejillas se sonrojaban.

Missa no estaba molesto con él, al contrario, le había comprado un regalo, y su sonrisa… esa sonrisa iluminaba su rostro como si el sol hubiese decidido posarse sobre él.

Agradeció con voz baja, quitándose el sombrero para permitirle colocar el broche y sus dedos rozaron el ala del sombrero con cuidado, colocando el broche.

Philza sintió que el aire se le quedaba corto por lo fácil que era perderse en su sonrisa y ojos,  era muy lindo. 

No podía quedarse atrás, tenía quedarle algo también, algo bonito que lo hiciera felíz...

Las flores, claro. 

"También tengo algo para ti"

Se levantó de golpe antes de que pudiera responder, corriendo hasta su lugar y rebuscando en la canasta de Tallulah, juntando varias flores e improvisando un ramo con nerviosismo.

Lo acomodó, intentando que se viera decente y respiró hondo, regresando con el ramo oculto tras su espalda, sumamente apenado por la mirada curiosa de Missa.

Se veía tan dulce, tan lindo...

Se paró frente a él y le extendió el ramo, el brillo de sorpresa en los ojos de Missa fue tan genuino que hizo que sus mejillas se ruborizaran.

Entonces apareció esa sonrisa… esa maldita y preciosa sonrisa que lo desarmaba por completo.

Esa era su cuarta razón para volver a la playa.

La oportunidad de ver esa sonrisa única en los labios de Missa.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Chapter 5: •Razón 5•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Cargó con un brazo a su hija mientras que con el otro equilibraba sus cosas, avanzando con paso lento por la arena tibia, buscando distraerse.

Aun así, su atención no pudo despegarse de Missa, con su cabello oscuro brillando bajo el sol, estaba en la orilla del mar, jugando con su pequeño hijo entre risas.

La escena era tan simple y doméstica que se le hizo inmensamente tierna.

Ese día había llegado un poco más tarde que de costumbre ya que decidió llevar primero a Tallulah a almorzar a un restaurante cercano.

La excusa perfecta para demorar el encuentro, en el fondo, sabía que lo que buscaba era tiempo, el valor suficiente para enfrentarse a la posibilidad de encontrarse con él otra vez.

Más que nada, por lo de las flores.

Pasó una semana desde que le obsequió el ramo improvisado y aunque Missa pareció encantado, no podía evitar que la duda lo carcomiera.

¿Y si en realidad lo había incomodado? ¿Y si solo lo aceptó por cortesía?

Tal vez estaba sobrepensando todo, lo hacía cuando se ponía muy nervioso, pero la idea de haber cruzado la línea lo ponía mal.

Dejó a Tallulah en la arena, instalando sus cosas en el lugar habitual y después de cubrirla m con bloqueador solar, le hizo señas para que corriera a unirse a Chayanne.

Ella salió disparada con un gritito alegre y Philza se dejó caer en su tumbona, bajando el ala de su sombrero para cubrirse el rostro.

No tardó en sentir esa mirada fija sobre él, sabía que Missa lo estaba observando.

Quizás si fingía estar dormido evitaría que se le acercara, al menos hasta que reuniera la valentía suficiente para pararse frente a él sin parecer un estúpido. 

Respiró profundo y se relajó un poco, hasta que de pronto alguien levantó su sombrero y sus ojos azules chocaron con esa mirada motada y divertida que tanto lo desestabilizaba.

Philza parpadeó nervioso y notó al instante algo que lo hizo enrojecer completamente.

Missa no llevaba puesta la parte superior de su traje de baño.

El agua aún resbalaba por su piel, bajando en gotitas que seguían el contorno de sus hombros, su pecho, hasta perderse en su abdomen.

Estaba empezando a tener mucho calor, tal vez se iba a enfermar...

Se hizo a un lado de golpe cuando Missa se sentó en la misma tumbona que él, demasiado cerca de él. 

¿Por qué tenía que sentarse ahí, pudiendo hacerlo en la tumbona vacía justo al lado?

Además, estaba mojado y esa cercanía, la calidez de su cuerpo y el contraste con el frío del agua en su piel, solo lo ponían más nervioso.

Porque sí… así se veía incluso más atractivo, si es que eso era posible.

Tragó saliva e intentó calmarse, desviando la mirada hasta que una mancha roja se colocó frente a él. 

Una rosa.

Missa la sostenía frente a él, como si fuera lo más normal del mundo.

¿Le estaba dando una rosa? ¿Eso estaba pasando de verdad o estaba soñando?

Philza no supo reaccionar, se quedó inmóvil, con las mejillas ardiendo hasta que sintió la suave caricia de sus dedos al colocar la flor en su cabello.

El gesto fue tan delicado, el roce de sus manos cerca de su rostro, el calor de su pierna rozando la suya, la forma en la que Missa se inclinaba lo suficiente para invadir su espacio, acomodando la rosa con cuidado.

Su corazón latía con tanta fuerza que temió que se diera cuenta.

Cuando por fin se apartó, no le dio ni un respiro, Missa tomó sus manos con firmeza, obligándolo a levantarse y lo guió hacia el agua con una sonrisa traviesa.

Philza solo se dejó arrastrar como si estuviera bajo algún tipo de hechizo, notando detalles que antes no había podido apreciar de él.

Cosas como los tatuajes de notas musicales que cubrían parte de las cicatrices bajo sus pectorales y los tatuajes de huesos que ahora sabía que cubrían casi todo su cuerpo.

No era solo eso lo que lo hacía sentir tan bobo, Missa no solo era atractivo, era también increíblemente amable, capaz de llenarlo de calma y nervios al mismo tiempo.

El golpe helado del agua en sus piernas lo devolvió a la realidad y retrocedió instintivamente, pero el agarre de Missa se afirmó en su muñeca, impidiéndole escapar.

"No seas tan amargado y entra al agua" Le dijo con una sonrisa amplia, dándole un guiño que lo dejó sin aire. "Siempre te quedas bajo la sombrilla sin hacer nada, prometo que te la vas a pasar bien"

Philza solo pudo asentir obediente sin darse cuenta, como si sus palabras fueran ley.

La escena se volvió aún más caótica cuando Chayanne se acercó con su flotador de patito, levantando sus bracitos hacia él.

"¿Me puedes lanzar?"

Philza dudó, pero al mirar de reojo a Missa y ver cómo asentía divertido, terminó cediendo.

Lo levantó en brazos como si fuera un avión y lo lanzó hacia adelante, provocando un chapoteo gigante que los mojó a todos.

No le dio tiempo de quejarse por el frío porque de repente le cayó más encima. Abrió los ojos justo para ver a Missa con una cubeta vacía en las manos, riendo con descaro.

Bien… ahora tenía una excusa para vengarse.

Le arrebató la cubeta y la llenó de agua, avanzando hacia él mientras el de cabello oscuro intentaba escapar, gritando por ayuda.

Los niños se unieron al juego, salpicándolos a ambos y haciendo el momento aún más caótico de lo que ya era.

Philza terminó riendo también, riendo de verdad y con ganas, dándose cuenta de que lo que más lo divertía no era el agua ni el juego, sino tenerlo tan cerca.

Escuchar su risa contagiosa y verlo sonreírle era lo hacía sentirse tan bien, quería estar todo el tiempo a su lado.

Después Missa los invitó a comer y aunque quiso negarse, Tallulah no le dio opción, así que aceptó por la insistencia de su hija.

En la mesa, mientras ella hablaba sin parar de toda su vida, él apenas podía concentrarse en otra cosa que no fuera la expresión encantadora de Missa.

Lo veía escuchar con atención, reírse con fuerza y añadiendo alguna anécdota propia con un brillo en los ojos al ver a Llulah.

Era imposible no contagiarse de esa risa ruidosa, tan alegre y luminosa, podría escucharla para siempre y jamás cansarse.

Y en ese instante, supo que ya tenía una quinta razón para volver a la playa y era escuchar la bella risa de Missa, y saber que de alguna forma, él era una de las razones detrás de ella.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Chapter 6: •Razón 6•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Otra semana entera había pasado y en ese tiempo, notó que Missa comenzó a mostrarse mucho más dulce y cariñoso con él.

Cada día parecía buscarlo con más insistencia y aunque no entendía del todo el motivo, tampoco quería cuestionarlo demasiado.

Quizás habían sido las flores que le dio, o tal vez fue la caída accidental, incluso podía ser por el día en el que jugaron juntos en el mar con los niños.

Había demasiados posibles motivos para ese cambio, tantas pequeñas cosas que pudieron haber endulzado su comportamiento hacia él.

Pero, sinceramente, no se quejaba.

Lo único que lo ddescolocabaun poco era lo pegajoso que se había vuelto Missa, siempre buscando excusas para acercarse a él, para rozarlo con el hombro, para hablarle al oído como si no hubiera nadie más alrededor.

Esa cercanía lo ponía nervioso, lo hacía sentir expuesto, pero a la vez había una calidez nueva que no podía negar.

Con el paso de los días y casi sin darse cuenta, comenzaron a conversar mucho más, era en parte gracias a la insistencia de Missa, aunque él también intentara tener iniciativa.

Entre esas charlas y risas, descubrió que se sentía muy cómodo con él, tal vez más cómodo de lo que habría esperado al inicio.

Esa conexión que surgía entre ellos parecía crecer de forma natural, como si desde el principio hubiesen estado destinados a conocerse.

Todo encajaba con una facilidad que lo asustaba, sin forzarse, y eso era lo que más lo sorprendía.

Los niños tampoco parecían tener problema con esa cercanía, de hecho, se habían acostumbrado tan rápido que ya era habitual verlos juntos en la playa.

Missa, él, Chayanne y Tallulah, juntos como si fueran una pequeña familia, eso era una gran ventaja también ya que Chayanne lo trataba con cariño y respeto.

Verlo tan cómodo a su lado le daba esperanzas, quizás, con el tiempo, Chayanne podría llegar a verlo como un padre… aunque probablemente estaba pensando demasiado a futuro.

Aun así, el deseo estaba ahí, quería tenerlos a ambos a su lado.

Mientras hablaba con Missa, su atención se desvió al notar de reojo cómo Chayanne comenzaba a trepar una palmera con una agilidad sorprendente.

Subía cada vez más alto hasta alcanzar los cocos y desde arriba, se los arrojaba a Tallulah, quien lo esperaba abajo con una risa escandalosa, atrapándolos.

Sabía bien cuánto les encantaban esos cocos, fesde que habían probado el helado de ese sabor en la playa, ambos se habían vuelto unos obsesionados, especialmente Chayanne.

El niño había descubierto lo sencillo que era prepararlo, así que cada vez que tenía la oportunidad en su casa, hacía helado de coco solo para compartirlo con Tallulah cuando volvieran a encontrarse.

Esa dulzura entre ellos lo enternecía profundamente.

Sin embargo, no podía ignorar lo temeroso que era Missa con respecto a las locuras de su hijo.

Y con razón.

Chayanne era pura energía, nunca se quedaba quieto en un solo lugar y parecía que no conocía el miedo.

Por eso, procuraba no dejar que su padre lo viera hacer cosas como escalar cocoteros o balancearse en lo alto como si la caída no significara nada.

La mala suerte fue que él mismo terminó convertido en su cómplice sin darse cuenta, Chayanne lo convenció de guardar silencio con la simple estrategia de abrazos y comida, no tuvo corazón para negarse.

Así fue como ahora se encontraba intentando distraer a Missa, tomándole suavemente el rostro entre las manos justo cuando escucharon un golpe seco proveniente de la arena.

Si volteaba, lo descubriría.

Y no podía permitirlo.

Llulah estaba junto a Chayanne, picándolo con un palito como si quisiera comprobar que siguiera vivo después de caer desde tan alto, hasta él se preocupó.

Pero el niño se levantó como si nada y volvió a trepar, mucho más ágil de lo que cualquiera imaginaría.

¿Con qué alimentaba Missa a ese niño?

"Phil, ¿qué estás haciendo?" 

Lo escuchó preguntar, arqueando una ceja junto a una sonrisa divertida que lo desarmó por completo.

Lo seguía agarrando del rostro.

Sintió como su rostro enrojecía de pronto, con esa cercanía y el contacto, la escena podía malinterpretarse fácilmente.

Parecía que estaba a punto de besarlo, y no quería que pensara eso.

"No estoy haciendo nada…"

"¿Entonces por qué me agarras así?" Insistió el de cabello oscuro, con un tono curioso que lo puso aún más nervioso.

"Porque… t-tus ojos son preciosos"

El silencio que siguió lo hizo despertar de golpe, y cuando notó la expresión sorprendida de Missa, con las mejillas encendiéndose en un rojo evidente, quiso hundirse en la arena.

Lo soltó enseguida, avergonzado, justo en el momento en que los niños regresaban corriendo con los cocos en las manos, entusiasmados por la idea de hacer helado.

Para su sorpresa, Missa no reaccionó con incomodidad, fue todo lo contrario a lo que esperaba.

Tenía um un sonrojo y una sonrisa dulce adornando sus labios, asintiendo ante los ruegos de los niños.

Esa expresión lo dejó sin palabras, no esperaba verlo así después de casi haberlo besado y de soltarle semejante declaración.

Pero no se quejó, no podría quejarse de ver ese lado suyo, de descubrir cada detalle de sus expresiones.

Quería grabar en su memoria ese sonrojo y esa suave sonrisa que parecía reservada solo para él.

Cuando Missa revisó la hora y notó lo tarde que se hacía, se levantó enseguida para alistarse a volver a casa.

Él también se puso de pie de inmediato para ayudarlo a recoger sus cosas, encontrando otra excusa más para acercarse.

Y sí, lo comprobó, el rubor en sus mejillas aún no desaparecía.

Lo despidió con una sonrisa tranquila al terminar de recoger las cosas, levantando la mano mientras lo veía alejarse junto a su hijo.

La sexta razón para ir a la playa había quedado clara en su corazón.

Poder ver lo hermosos que eran los ojos de Missa, y como brillaban cuando se sonrojaba.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Chapter 7: •Visita•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Un par de días después, Tallulah llegó a él con emoción, avisándole que Chayanne la había invitado a su casa a jugar.

Al parecer ellis se llevaron mejor de lo que esperó, parecían hermanitos. 

Al principio planeaba solo acompañarla, dejarla ahí y luego pasar por ella, pero su niña fue insistente y le aseguró que Chayanne también lo había invitado a él.

Y si rechazaba ir, se pondría muy triste y no le hablaría de nuevo.

No pudo negarse, así que aceptó, aunque por dentro, empezaba a entrar en un pánico silencioso.

Iba a ir a la casa de Missa.

Sería la primera vez que pondría un pie en el lugar donde vivía, en ese espacio íntimo que hablaba tanto de una persona.

¿Cómo debía presentarse para una buena primera impresión? ¿Debería vestirse de forma casual? ¿O un poco más formal?

Lo último que quería era que Missa pensara que era desaliñado o que no cuidaba su aspecto.

Después de todo, la manera de vestir decía mucho de alguien… y Missa siempre se veía impecable y bien vestido.

El único problema es que su guardarropa era terriblemente limitado ya que nunca le había dado importancia a combinar prendas ni a lo que otros opinaban de su ropa, así que ahora sentía que estaba completamente en desventaja.

Lo único que rondaba su mente era la necesidad de causar una buena impresión, de hacerlo sonreír con aprobación al verlo.

Suspiró derrotado, tomando lo más sencillo y decente que encontró, uno de sus pantalones verdes, una camisa negra sin mangas y sus chanclas de siempre.

No era la gran cosa, pero con el calor que hacía y con lo poco que sabía de moda, tampoco podía perder tiempo intentando algo más elaborado.

Antes de salir, ayudó a Tallulah a arreglarse, le acomodó bien su vestido morado, colocó con cuidado su gorrito favorito en forma de hongo y se aseguró de que sus rizos quedaran esponjosos y brillantes.

Su hijita estaba preciosa y radiante como siempre, al menos eso le dio un poco de calma.

Ainque tal vez podría comprarse una ropa mejor antes, podría ir rápido...

"¡Papá, se hace tarde!"

"¿Debería comprarle algo a Missa para no llegar con las manos vacias...?"

Murmuró pensativo, reaccionando al sentir las manitos de su hija dándole golpecitos para llamar su atención. 

"¡Paaa! ¡Ya es tarde!"

Tallulah lo tomó de la mano y lo arrastró hacia la puerta, guiándolo por el camino mientras le contaba todo lo que planeaba hacer con Chayanne.

Philza solo se dejó arrastrar sin más opción, pero en realidad apenas escuchaba lo que le estaba diciendo, los nervios volvieron a él.

¿Y si rompía algo sin querer? ¿Y si ensuciaba la casa? Siempre terminaba lleno de arena, no entendía cómo, pero era casi inevitable.

De solo imaginarse dejando huellas en el suelo impecable de Missa lo ponía peor, aparte de eso, se sentía ridículo por crear tantos escenarios que no han pasado.

Tal vez debería regresar al psicólogo, le hacía falta...

El sonido de unos pequeños golpecitos lo sacó de sus pensamientos, levantando la mirada solo para toparse a Llulah tocando la puerta.

¿En qué momento llegaron?

Sintió su corazón detenerse un segundo al oír la voz de Missa decirles que ya les abriría, recibiendo palmaditas tranquilizadoras de su hija en el brazo. 

Eso solo confirmó lo evidente y es que su niña se había dado cuenta de su pánico, su propia hija se había dado cuenta y era vergonzoso.

La puerta se abrió y ahí lo vio, con una sonrisa cálida y saludándolo con un pequeño abrazo, separándose para acariciar con ternura el cabello de Tallulah.

Se veía tan lindo, quizá aún más porque se había recogido el cabello, dejando un par de mechones sueltos que caían sobre su rostro.

No pudo evitar pensar que le encantaría ser la persona que ayudara a Missa a peinarse cada mañana y cada noche antes de dormir.

La imagen le pareció tan íntima que sintió un nudo en el estómago.

Tallulah sonrió con diversión y sin esperar más, lo jaló de la mano y prácticamente lo arrastró hacia dentro.

Missa rió divertido mientras negaba, guiándolos hacia la sala.

Philza observó todo con atención, el interior de la casa era acogedora, un poco más pequeña que la suya, pero lleno de detalles, todo estaba muy bien decorado.

Pasaron por la cocina y ahí vio a Chayanne sacando ingredientes de la nevera y encendiendo la licuadora, Tallulah corrió de inmediato hacia él, uniéndose a lo que fuera que estuviera preparando.

Eso lo dejaba solo con Missa.

Con una gran naturalidad, Missa le tomó la mano para guiarlo hasta la sala, y Philza no pudo evitar detallarla.

Sus dedos eran un poco más largos y más suaves que los suyos, mientras que los de él, tenían esa aspereza que no lograba ocultar.

Dudó un poco, pero se atrevió a entrelazar sus dedos con los suyos y la sonrisa boba que se dibujó en su rostro fue automática.

El leve rubor en las mejillas de Missa lo hizo pensar una vez más en lo increíblemente lindo que era, además del pequeño apretón que le regresó.

Se sentaron juntos en el sofá y Missa recostó su cabeza en su hombro, dándole pequeñas miradas tímidas. 

"¿Has probado antes las enchiladas o los tacos al pastor?" Preguntó en voz baja, sin soltarle la mano. "Porque planeo consentirte a ti y a Llulah, también quiero cocinarles más cosas"

"Oh... No, no los he probado antes, pero estoy seguro de que me encantarán si los haces tú" El sonrojo en sus mejillas aumentó, acariciando su mano con su pulgar. "Eres muy talentoso, Missa, y estoy convencido de que tu comida debe ser de lo mejor"

Lo abrazó por los hombros, acercándolo un poco más a él, el sonido de la risa avergonzada de Missa lo envolvió por completo.

Podría pasarse horas abrazándolo así, con su cabello suave rozándole el rostro y ese aroma agradable que parecía tan propio de él.

"Te lo agradezco" Murmuró Missa, intentando ocultar su sonrojo. "Realmente me encariñé contigo y con tu niña… ambos son muy lindos"

"Tú y Chayanne también son muy lindos con nosotros…" Respondió, abrazándolo con un poco más de fuerza. "¿Alguna vez has pensado en tener una niña? Estoy seguro de que a Chayanne le encantaría tener una hermanita"

Apenas terminó la frase, notó cómo Missa se tensaba, apartándose de golpe y alejándose un poco con una expresión que no supo descifrar del todo.

Había algo en sus ojos... ¿Miedo, tristeza, dolor?

Fuera lo que fuera, se sintió como un estúpido de inmediato, pensando que había dicho algo equivocado y el corazón se le encogió.

En su mente, la idea sonaba bien, una inocente sugerencia para que sus hijos crecieran juntos como hermanos.

Pero al parecer Missa lo había interpretado de otra forma que no pensó. 

"Por favor perdóname, Missa. No quería que-"

"N-necesito ir al baño… luego terminaré de cocinar"

Eso fue todo lo que dijo, apartándose rápido y yéndose a un cuarto con los ojos vidriosos que se esforzaba por ocultar.

Mientras tanto, él se quedó sentado, con las palabras atoradas en la boca y un peso en el pecho.

Sentía que todo iba tan bien y tuvo que arruinarlo por no saber medir lo que decía, por no pensar antes de hablar.

Algunas veces se odiaba mucho.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Chapter 8: •Regalo•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Cuando finalmente se sentaron en la mesa, la diferencia en el aire fue imposible de ignorar.

El cambio en la expresión y en la presencia de Missa fue inmediato, su mirada, antes cálida y atenta, ahora parecía perdida en algún punto, con los labios apretados en un gesto de tristeza.

El ambiente se volvió pesado e incómodo, los únicos que parecían ajenos a aquel silencioso desastre eran los niños.

Tallulah y Chayanne continuaban riendo y conversando como si nada hubiera pasado, incluso intentaban incluirlos en sus charlas, pero por mucho que él quisiera, lo único que sentía era un nudo en el estómago.

Intentó con todas sus fuerzas deshacerse de la tensión y sonrió, comentando un par de cosas y tratando de encontrar algún tema que pudiera aliviar ese peso en el aire.

Sin embargo, Missa se mantenía distante, respondiendo apenas con frases cortas y bajando la mirada al plato, comiendo con movimientos lentos, como si cada bocado le costara demasiado.

Ni una sola palabra dirigida a él de manera directa, ni una sola mirada en su dirección. 

Pensó, con cierta desesperación, que tal vez lo mejor sería darle espacio y no presionarlo más de lo necesario.

Quizá, si le compraba algún regalo para animarlo, podría reparar el daño que había causado sin querer.

Una sonrisa, algún gesto, algo que le recordara que lo quería y lo apreciaba, quería arreglar su error. 

Al caer la tarde, cuando ya era hora de marcharse, el nudo en su pecho se había vuelto más apretado al recibir la misma reacción apagada al despedirse.

Se sentía horrible.

Caminó de regreso con su hija, intentando forzar una sonrisa cada vez que Tallulah le contaba emocionada lo bien que la había pasado.

Escuchar su risa era lo único que evitaba que se derrumbara por completo.

Ella no debía cargar con sus errores.

Aún así, dentro de su mente, se repetía la misma idea una y otra vez.

La próxima vez que fueran a la playa, le llevaría un regalo, algo especial, algo que mostrara lo mucho que lo lamentaba.

No podía permitir que aquel malentendido se convirtiera en el final de lo que estaban construyendo.

—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Los días pasaron y su preocupación se transformó en angustia.

En total, ya había pasado más de una semana y Missa no había vuelto a aparecer en la playa ni una sola vez.

Ahora más que nunca lo creía y es que lo había arruinado, había destruido la relación hermosa que poco a poco habían construido juntos.

Y todo por un comentario estúpido, por hablar sin pensar.

Se culpaba sin descanso, si tan solo se hubiera quedado callado, si hubiese seguido disfrutando de la compañía de Missa sin meter la pata, todo seguiría igual.

Ahora, en cambio, no había nada.

Solo silencio y la posibilidad de que Missa hubiera decidido marcharse sin despedirse.

Ese pensamiento lo ponía mal.

Suspiró mientras terminaba de ponerle protector solar a Llulah Con una sonrisa cansada, dejándola correr hacia el agua junto a otros niños.

Se quedó sentado bajo la sombrilla, perdido en sus pensamientos y con el rostro ensombrecido.

Toda esa semana había cargado con el regalo que le había preparado, aferrándose a una mínima esperanza de verlo otra vez.

Había pensado mucho en qué darle, en qué podría significar algo para él, sabía que en su casa tenía muchos adornos de esqueletos, figuras y decoraciones, pero no quería saturarlo con más de lo mismo.

Así que optó por algo distinto, un collar de plata con una media luna, adornada con una pequeña gema morada a un costado.

Puede que sonara cursi o ridículo, pero en lo profundo de su corazón sentía que ese regalo era perfecto.

Desde que lo conoció, ha tenido sueños en los que ambos eran como el sol y la luna, como si estuviera reviviendo una vida pasada en sus sueños.

Él, con su cabello rubio y brillante, era como el sol y Missa, con su cabello oscuro, era como una noche estrellada.

Incluso su mirada y el color de sus ojos, le recordaban a la inmensidad de la galaxia.

Eran opuestos, pero se complementaban como el día y la noche, como el sol y la luna.

Mientras más lo pensaba, más claro le resultaba y es que había caído por él...

Y no solo un poco.

Estaba perdido.

Nunca se había sentido tan vulnerable, tan dulce, tan tonto por alguien.

Solo con Missa.

Sacó el collar de su bolso y lo sostuvo entre sus manos, apretándolo contra su pecho y cerrando los ojos en un intento de encontrar fuerzas, pero una pequeña mueca le tembló en los labios.

Quizá lo mejor sería ir directamente a su casa y asegurarse de que estuviera bien, podría hacerlo esa misma tarde.

O, si se acobardaba, a la mañana siguiente.

El problema era… ¿y si Missa le cerraba la puerta en la cara por idiota? ¿Y si ya no quería volver a verlo?

Ese miedo no lo dejaba pensar con claridad. 

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Chapter 9: •Mi Luna•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

A la mañana siguiente, despertó mucho más temprano de lo normal, apenas había logrado dormir un par de horas, los nervios lo habían mantenido en vela casi toda la noche, repasando una y otra vez lo que diría cuando por fin estuviera frente a él.

Solo deseaba recuperar la paz entre ambos, que lo perdonara y que las cosas volvieran a ser como antes.

Sin embargo, en su pecho se escondía el temor de verlo rechazándolo, de notar en sus ojos la misma tristeza que había visto ese día.

Esa imágen no dejaba de atormentarlo.

Respiró hondo varias veces, intentando controlar la presión que le apretaba el pecho y antes de salir, dejó una nota sobre la mesita de noche para su hija, explicándole que volvería pronto.

No quería despertarla ni preocuparla, pero tampoco podía seguir esperando cuando la culpa lo estaba consumiendo por dentro.

El camino hasta la casa de Missa se le hizo más largo de lo normal, ni siquiera el aire fresco de la mañana conseguía despejarle la mente.

Cuando finalmente estuvo frente a la puerta, levantó la mano y tocó un par de veces con los dedos temblorosos, respirando profundo. 

Acomodó el ramo de rosas que había comprado en el camino, queriendo que se viera perfecto, Missa se merecía lo mejor.

Apenas notó que la puerta se entreabrió, se las extendió y sonrió completamente nervioso. 

Y ahí estaba él, con la pijama aún puesta, el cabello desordenado y los ojos cabsados y marcados por profundas ojeras.

No hacía falta ser adivino para notar que no había descansado bien últimamente.

El corazón le dolió por un momento, pero una diminuta sonrisa se dibujó en los labios de Missa al aceptar el ramo.

Al menos en ese gesto encontró alivio, así que provecho el contacto para rozar sus dedos con los suyos, y esta vez, Missa no se alejó cuando le tomó la mano.

"Sé que lo que te dije fue imprudente y muy fuera de lugar…" Susurró, inclinándose un poco para besarle los nudillos. "Quiero pedirte perdón, nunca fue mi intención herirte ni hacerte sentir mal…"

Philza bajó la mirada, sintiéndose repentinamente avergonzado por lo vulnerable que se sentía.

Sus mejillas se tiñeron de un rojo suave mientras trataba de buscar las palabras correctas, pero Missa lo interrumpió antes de que pudiera seguir disculpándose. 

"De hecho… fue todo mi culpa" Murmuró, haciendo una ligera mueca. "Reaccioné mal sin razón y arruiné la cena, perdón"

"Nada de esto es tu culpa y lo sabes" Acarició con ternura su mejilla, dándose cuenta de la tensión en su expresión. "¿Quieres que hablemos sobre lo que pasó? Si no te sientes listo no pasa nada, no quiero forzarte"

Ese pequeño gesto arrancó de Missa un respiro más tranquilo, dejando las rosas sobre la mesa y salió de casa, cerrando la puerta detrás de él.

"Prefiero que vayamos a otro lugar... No quiero hablar de esto con Chayanne dentro"

Phil asintió sin dudarlo, estrechándole la mano y dándole un beso suave en el dorso.

"Lo que sea que te haga sentir cómodo está bien para mí. ¿Te parece si vamos al muelle?"

"Sí… eso me gustaría" Respondió, desviando la mirada para ocultar su sonrojo.

Caminaron en un silencio un poco incómodo, con el sonido del mar acompañándolos, querían que todo volviera a la normalidad, ser felices juntos.

Missa tembló ligeramente cuando una brisa fría lo envolvió, así que Phil rodeó sus hombros con su brazo para darle calor.

No logró ahuyentar del todo el frío, pero el gesto encendió un calorcito en su pecho que lo reconfortó más que cualquier abrigo.

Cuando llegaron al muelle, se sentaron sobre la madera ligeramente húmeda aún en silencio, Missa jugaba nervioso con sus dedos, buscando valor para hablar.

"Escucha… Hace años tuve a Chayanne, lo amé desde el primer momento en que lo tuve en brazos. Pero con la persona que amaba… ya había problemas, aún así, decidimos tener otro hijo, creyendo que eso salvaría la relación" Hizo una pausa larga, riéndose quebradamente y sin gracias. "Me equivoqué tanto…"

Sus manos temblaron y desvió la mirada al sentir los ojos del rubio clavados en él. 

"Me embaracé y nació una niña… una niña fuerte y hermosa, pero tuve complicaciones durante el parto y ella… me dijeron que no sobrevivió"

Un nudo en la garganta lo obligó a callar y llevó una mano a su vientre vacío inconscientemente, entonces las lágrimas contenidas durante años comenzaron a caer.

Se disculpaba una y otra vez frente a él, como si llorar frente a él fuese un error, hasta que Phil lo atrajo con fuerza a su pecho, envolviéndolo con ambos brazos.

"No tienes que disculparte por llorar" Le susurró contra el cabello. "Llora todo lo que necesites, yo estaré aquí, no voy a juzgarte"

Lo abrazó con más fuerza cuando sus sollozos se volvieron más profundos y desgarradores.

"N-ni siquiera me dejaron verla…" Balbuceó, con la voz rota. "No pude despedirme, no pude sostenerla y me culparon de todo, me quedé solo... Y-yo solo quiero tenerla, aunque sea una vez en mis brazos…"

Phil apretó los labios impotente, pero no lo soltó, solo lo sostuvo con firmeza, dejando que se desahogara y sus lágrimas mojaran su camisa.

En silencio, lo escuchó todo sin interrumpirlo, hasta que poco a poco el llanto se fue calmando.

Admiraba mucho su fortaleza, nadie debería pasar por algo así, mucho menos cargar con culpas tan injustas.

Sin embargo, ahí estaba Missa con cicatrices invisibles, pero con la dulzura intacta y el amor suficiente para criar solo a su hijo.

Para Phil, eso lo hacía alguien extraordinario.

Cuando lo sintió mmás tranquilo, sacó el pequeño estuche de su bolsillo y lo abrió con cuidado, mostrándole el collar con la media luna plateada y la piedra morada brillando bajo la luz.

"Quiero que sepas algo" Dijo con voz suave, limpiándole las lágrimas con el pulgar. "En este poco tiempo he aprendido a apreciarte más de lo que imaginaba. He amado cada instante contigo y me siento afortunado de que confíes en mí lo suficiente para compartir tu dolor"

Tomó la mano de Missa, cerrándola con firmeza alrededor del collar.

"Para mí, eres como la luna en mis noches. Siempre presente, iluminándome, dándome calma cuando más lo necesito. Tú eres mi luna, Missa"

El silencio que siguió fue distinto al de antes, ya no era incómodo o tenso, estaba lleno de paz y Missa, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, sintió que ese calor que creyó extinguido hace años volvía a encenderse.

Y Phil, por su parte, supo en ese instante que no había mayor felicidad que tenerlo en sus brazos.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Chapter 10: •Plan•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Después de la charla que tuvieron en el muelle, Philza decidió que no podía permitir que la tristeza siguiera consumiendo a Missa.

Ya ha llorado demasiado y ya ha cargado en silencio con un peso insoportable por muchos años, ahora lo que más necesitaba era un respiro y un poco de calma.

Así que se propuso distraerlo, intentando hacerlo sonreír, aunque fuera sonrisa pequeña.

Se quedó a su lado, abrazándolo y contándole alguna anécdota graciosa sobre él y Tallulah, poco a poco, la expresión de Missa comenzó a cambiar.

Primero fue un leve brillo en sus ojos, luego una risita tímida hasta que escaló a una más fuerte y sincera.

Philza sintió que su pecho se apretaba de felicidad al escucharlo, era como si ese sonido borrara de golpe todo lo malo.

¿Cómo podía alguien abandonarlo sabiendo lo maravilloso que era? No lo entendía y probablemente nunca lo entendería.

La idea de que Missa hubiese pasado por tanto dolor en soledad le parecía cruel, inhumano e injusto, más aún, que después de perder a un hijo lo hubieran culpado, lo hubieran dejado deshecho y solo.

Era un dolor que no cualquiera podría soportar, y sin embargo ahí estaba, de pie, criando a un hijo y regalándole todo el cariño que se merecía a pesar de su dolor.

Cuando lo vio recuperarse un poco, Philza se levantó con él y lo acompañó de regreso a su casa, sin soltarle la mano.

Durante el camino, insistió en que debía descansar aunque fuera unos días, sin preocuparse por nada más que en reponerse.

Para su alivio, Missa aceptó enseguida, no lo discutió ni lo negó, simplemente asintió con cansancio.

Como si en el fondo agradeciera que alguien lo cuidara y se preocupara por él. 

Justo en la puerta, Philza se atrevió a lo que llevaba reprimiendo desde hace tiempo, lo abrazó con fuerza, hundiendo su rostro en su cuello y apenas asomándose para besar rápidamente su mejilla.

Fue un impulso imposible de contener, un deseo que venía quemándolo desde hacía días y que por fin se le escapó en un instante de valentía.

Pero de inmediato su valentía desapareció. ¿Y si lo había incomodado? ¿Y si Missa lo rechazaba por haberlo besado sin su permiso?

Su corazón palpitó con fuerza mientras esperaba su reacción, pero recibió todo lo contrario a lo que esperaba.

Primero escuchó unas pequeñas risitas, luego sintió como poco a poco los brazos de Missa lo rodeaban, acurrucándose contra él.

No lo empujó, no lo evitó, al contrario, parecía relajarse en su abrazo.

Phil no pudo contener la sonrisa enorme que se dibujó en su rostro, se separó despacio con las mejillas rojas, tomando sus manos y acariciándolas con ternura.

"Estaré cuando me necesites, solo avísame cualquier cosa y te ayudaré de inmediato"

Y sin pensarlo demasiado, volvió a besarle las manos y las mejillas, el gesto le arrancó una risa avergonzada a Missa, una risa que lo envolvió por completo por lo linda que fue.

Phil sintió como si todas sus preocupaciones se desvanecieran de golpe, como si el simple hecho de tenerlo cerca borrara cualquier mal de su mente.

"Lo tendré en cuenta" Respondió, todavía ligeramente sonrojado. "Gracias… y perdón por molestarte tanto con mis problemas"

"Nunca serás una molestia" Contestó de inmediato, acariciando sus mejillas y besándolas una vez más, como si quisiera asegurarse de que lo entendiera. "Siempre estaré disponible para ti"

Se quedó mirándolo hasta que lo vio entrar a su casa, asegurándose de que esa sonrisa no se borrara y en cuanto la puerta se cerró, Phil dejó escapar un suspiro largo mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa tan grande que no pudo esconder.

Quizá sonara apresurado, quizá hasta exagerado teniendo en cuenta que lo seguía conociendo poco a poco, pero quería casarse con él.

El simple hecho de imaginarlo a su lado y de formar una vida juntos, le parecía perfecto.

Nunca había sido fanático de las bodas, ni de esas formalidades o etiquetas, pero por Missa haría cualquier excepción.

Imaginaba una ceremonia pequeña e íntima, solo con sus hijos como testigos.

Una relación tranquila, sincera y llena de cariño, algo que pudiera sanar lo roto en ambos.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Por supuesto, no pudo ocultarle nada a Tallulah.

No le contó lo que Missa le había revelado sobre su pasado porque eso era demasiado íntimo y no le correspondía a él hablar, pero sí le confesó los besos que le dio en sus manos y su mejilla.

Y su hija, al escucharlo, casi da un grito de emoción.

Se veía hasta más feliz que él, como si de pronto se hubiera cumplido un deseo que llevaba tiempo esperando por hacerse realidad. 

Según ella, era “un amargado que nunca hablaba con nadie” y aunque Phil intentó ofenderse un poco, tuvo que admitir que tenía toda la razón.

Nunca se interesó en alguien y ha preferido mantenerse distante de la mayoría de las personas, pero ahora todo era distinto.

La llegada de Missa lo había cambiado todo, había derrumbado poco a poco las murallas que había construido.

Tallulah decidió que debía ayudarlo ya que según sus propias palabras, no confiaba en sus raros métodos de conquista, así que sería ella quien pondría manos a la obra.

Philza fingió molestarse, pero por dentro estaba conmovido hasta las lágrimas porque su pequeña hija lo quería ver feliz, lo quería ver acompañado, quizá porque lo había visto demasiado tiempo solo.

Tal vez Tallulah soñaba verlo en una historia de amor como las que veía en sus películas favoritas y aunque no era de esos, tampoco podía negar que algo dentro de él empezaba a creer que con Missa, ese tipo de sueños no sonaban tan imposibles.

De cualquier forma, antes de lanzarse de lleno, sabía que había algo muy importante por hacer antes.

Si iba en serio con el padre, primero debía ganarse al hijo.

Chayanne era parte fundamental de Missa, su bebé y su tesoro más grande, si quería que todo funcionara, debía fortalecer ese lazo con él.

Solo así la noticia de una relación no caería como un golpe repentino, sino como algo natural.

Y en lo más profundo de su corazón, estaba seguro de que tanto Tallulah como Chayanne terminarían siendo los mejores hermanos.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Chapter 11: •Razón 7•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Tres días después de su última charla, lo vio llegar a la playa y se quedó prácticamente sin aliento.

Missa parecía más radiante que nunca, tenía una sonrisa enorme que iluminaba su rostro entero y ese gesto tan natural y cálido, lo hacía ver aún más bonito que de costumbre.

Su caminar era firme y seguro, como si poco a poco hubiera dejado atrás las inseguridades y la tristeza que lo rodeaba.

Tallulah fue la primera en reaccionar al verlo y sus ojitos se iluminaron, dando pequeños saltitos sobre la arena, incapaz de contener su emoción.

Tal vez se le notaba más de lo que debería si lo pensaba mejor, pero en ese momento no le importaba mucho reclamarle, ella gritó el nombre de Chayanne con toda la alegría, intentando llamar su atención.

Philza apenas tuvo tiempo de pensar que quizá debió haberle explicado a su hija que era mejor disimular frente a ellos, mantener cierta calma, porque la escena fue inevitablemente evidente.

Ambos voltearon al escucharla y en cuanto Chayanne vio a Tallulah, chilló de emoción como si hubiese esperado ese momento todo el día.

Saltó igual que ella, corriendo hacia ella con sus juguetes en las manos, casi tropezando en la arena por la prisa de llegar a su mejor amiga.

Philza, mientras tanto, no apartaba la vista de Missa, lo observó detenerse unos pasos más atrás, viendo a ambos niños con ternura.

Cuando sus miradas se cruzaron, sintió el calor subirle al rostro, Missa le sonrió, una sonrisa suave dirigida solo a él, y levantó la mano para saludarlo.

Apenas pudo devolverle el saludo por la vergüenza, imitando su sonrisa y haciéndose un lado en la toalla para que pudiera sentarse junto a él cuando se acercó.

Tal vez ya era hora de dejar el miedo atrás y empezar a ser más cariñoso, de tomar la iniciativa, no quería que todo se quedara en gestos tímidos.

Quería demostrarle cuánto significaba para él, de muchas formas distintas.

Con el pulso acelerado, pasó su brazo por los hombros de Missa, atrayéndolo hacia él en un abrazo.

Contuvo un suspiro de alivio cuando en vez de apartarse, Missa aceptó el contacto y recostó suavemente su cabeza en su hombro.

Esa pequeña acción lo llenó de emoción, por dentro estaba celebrando, aunque por fuera intentaba mantener la calma.

Quizá sí tenía una oportunidad con él, quizá de verdad podían complementarse, Missa parecía cómodo con sus muestras de afecto, no se veía forzado ni incómodo.

Al contrario, se notaba relajado, como si estar entre sus brazos fuera un lugar seguro.

Aun así, Philza dudaba un poco al ser inexperto en esos temas, una parte de él no dejaba de pensar si estaba presionándolo demasiado, si tal vez debía darle más espacio.

Sabía lo que había pasado en su vida y lo mucho que aún le dolía, incluso después de tanto tiempo, no era reciente, pero la herida seguía ahí.

Tenía que ser cuidadoso y considerado, porque lo último que quería era hacerle pasar otro mal momento.

Salió de sus pensamientos de golpe al sentir algo en su cintura, dando un pequeño brinco por los nervios al darse cuenta de que era la mano de Missa, acariciándolo con suavidad.

Se le erizó la piel, los dedos de Missa se movían despacio, trazando caricias delicadas pero que le hacían recorrer escalofríos por todo el cuerpo.

Era un toque cálido, diferente, como si lo envolviera en una calma que no había sentido en mucho tiempo.

El aire se le atascó en la garganta y soltó un suspiro tembloroso, girándose con torpeza para mirarlo.

Lo que no esperaba era que, apenas volteó, los labios de Missa rozaron su mejilla en un beso rápido, tan suave que casi no se dio cuenta.

Sus ojos se abrieron de par en par y el rubor en su rostro se intensificó hasta sentirse ardiente, pero no tuvo tiempo de reaccionar cuando una segunda caricia le rozó la misma zona, como si Missa quisiera calmarlo después de la sorpresa.

Philza estaba seguro de que no podría ponerse más rojo de lo que ya estaba, su corazón latía tan fuerte que temía que se notara, que incluso Missa pudiera escucharlo.

No pensó nunca que él sería el que daría ese paso… pero no podía quejarse. Al contrario, lo único que quería era que lo repitiera, una y otra vez.

Missa soltó una risita divertida al ver su expresión de sorpresa. Sonriéndole con  picardía mientras se inclinaba un poco más, dándole otro beso en la mejilla.

"Supongo que te debía un beso… o tal vez más de uno. ¿No lo crees?" Murmuró con suavidad, tomándolo del mentón. 

Philza, casi sin pensar, asintió con fuerza.

Los quería todos, no uno, ni dos, quería tantos que no pudiera contarlos, que se quedaran grabados en su piel como una constelación.

Su sonrisa se volvió boba e imposible de ocultar, mientras Missa seguía llenando su rostro de besos suaves.

Cada roce de sus labios lo hacía soltar risitas nerviosas pero felices, un sonido que él mismo no recordaba haber hecho en mucho tiempo, ni siquiera de esa forma tan diferente.

Y fue en ese instante que Philza había encontrado otra razón para ir a la playa.

La séptima razón para volver una y otra vez era, simplemente, la suavidad de los labios de Missa sobre su piel.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Chapter 12: •Razón 8•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

"¿Por qué volviste a usar la parte de arriba de tu traje de baño?"

Bien… así no quería empezar la conversación, si lo pensaba con detenimiento, sonaba muy raro, pero no pudo evitarlo.

Desde aquella vez que habían jugado juntos en el agua, Missa había dejado de usarla, y aunque le avergonzaba admitirlo incluso para sí mismo, disfrutaba verlo sin ella.

Le gustaba admirar sus lunares, todos sus tatuajes, le gustaba la forma de su espalda, ancha y marcada, los músculos de sus brazos y la tranquilidad que le transmitía observar su pecho descubierto bajo el sol.

Ahora que lo pensaba bien, si sonaba un poco raro como lo describía con tanto detalle, hasta fijándose en los más mínimos detalles como sus lunares. 

Missa solo lo miró con una expresión entre desconcierto y confusión, dejándose caer a su lado con un largo suspiro cargado de dramatismo.

"Me quemé la espalda por tu culpa"

Philza parpadeó un par de veces confundido y se quedó en silencio, repasando mentalmente sus palabras.

Missa nunca olvidaba colocarse bloqueador solar, lo hacía casi por costumbre antes de salir o apenas llegaban a la playa.

Entonces, ¿por qué lo culpaba a él? Y sobre todo, ¿qué tan grave era esa quemadura?

"¿Por qué dices que es por mi culpa?" Preguntó entrecerrando los ojos, retrocediendo un poco cuando Missa se inclinó hacia él con una mirada que lo ponía nervioso.

"Es tu culpa porque me distraes" Murmuró con suavidad cerca de su oído, aunque sus ojos brillaban con algo más profundo. "Haces que piense demasiado en ti… y eso hace que me olvide de otras cosas"

Un sonrojo se extendió rápidamente por su rostro y lo miró incrédulo, con su corazón empezando acelerar su ritmo.

¿Era una broma? No lo parecía.

Más bien sonaba como una excusa disfrazada de reproche, no sabía, la actitud de Missa lo confundía algunas veces y su inexperto cerebro no lo procesaba. 

Philza tomó su mano con timidez y la apretó con suavidad, volteando a verlo con vergüenza. 

"¿De verdad te quemaste la espalda?"

Missa arqueó una ceja y sonrió de lado, acercándose más, casi juguetón.

"Tengo que sacar algo bueno de las cosas malas que me pasan, ¿no?"

Philza frunció los labios y desvió la mirada hacia su espalda, con sus dedos recorriéndola con un contacto cuidadoso.

"¿Puedo ver?"

Missa no puso resistencia, se quitó la parte superior del traje de baño, revelando la piel enrojecida, marcada por un tono intenso que le arrancó una mueca de preocupación a Philza.

Sí, era una quemadura grande, fea y seguramente muy dolorosa.

Lo tocó apenas con un dedo, disculpándose enseguida al oír su quejido de dolor.

"Lo siento…" Susurró y sacó de su bolso una crema que siempre llevaba por precaución para Tallulah.

Le mostró el frasco y le sonrió con dulzura, dejando un beso ligero en su mejilla.

"¿Quieres que te coloque un poco? Te va a aliviar el dolor"

Missa asintió, agradeciéndole en voz baja y se acomodó mejor, apretando la tela de su prenda entre los dedos cuando sintió el frescor de la crema esparciéndose sobre la quemadura.

El contraste con el ardor lo hizo estremecerse y soltar un gemido ahogado, encogiéndose para intentar contener a duras penas las lágrimas.

Philza se dedicó a acariciar su rostro con suavidad mientras continuaba, secando las lágrimas que se escapaban de sus ojos con la misma delicadeza con la que trataba a su hija.

Sonara loco, pero ambas tenían muchas cosas en común... Una rara coincidencia. 

"No te preocupes" Murmuró, dejando otro beso en su mejilla. "Si vuelves a olvidar ponerte el protector solar… yo me encargaré de colocártelo siempre"

Besó la punta de su nariz y lo ayudó a recostarse con cuidado sobre la toalla extendida en la arena, colocando otra húmeda sobre su espalda para protegerlo del sol.

Rápidamente se tendió a su lado y entrelazó sus dedos con los de Missa, sintiendo la calidez de su piel y la suavidad de su tacto, que se quedaba grabado en la memoria como un tesoro.

La octava razón para ir a la playa era poder sentir la calidez y la ternura de su piel mientras estaba junto a él.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Chapter 13: •Casi•

Chapter Text

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

"Les preparé comida, hecha con mucho cariño" Dijo Missa con una sonrisa amplia, dejando el plato frente a ellos antes de acomodarse junto al rubio, inclinándose suavemente y dejando un beso en su mejilla.

La comida era su manera de demostrar afecto, la forma más pura y sincera, cada platillo que preparaba era un reflejo de su corazón, un intento de cuidar a quienes quería y de llenar los vacíos que había cargado durante tanto tiempo.

Desde que comenzó a compartir más momentos con Philza y con Tallulah, había redescubierto emociones que creía apagadas.

La emoción de esperar con ansias a alguien, los nervios de no saber qué decir o cómo actuar, la risa fácil que brotaba con cualquier gesto…

Cosas que creía enterradas bajo años de dolor.

Sentía su vida más liviana, con un brillo distinto, y no era que antes no tuviera razones para sonreír, Chayanne siempre había sido su motor y lo mantenía en pie.

Pero en su interior había permanecido esa sensación de vacío y de que, aún cumpliendo con su deber como padre, algo le faltaba.

Algo, o más bien... alguien.

Durante años había aprendido a vivir con ello, convencido de que así debía ser. Y sin embargo, en cuanto conoció a Philza, aquella seguridad se desmoronó.

Algo se encendió dentro de él y sabía que sonaba absurdo y precipitado, pero cuando estaba a su lado sentía que podía confiar plenamente en él, que podía ser él mismo sin miedo a ser juzgado.

Philza era amable, guapo, tenía una presencia tranquilizadora y además, tenía una hija maravillosa, una niña que iluminaba todo a su alrededor.

Missa nunca tuvo la oportunidad de ver crecer a su pequeña y el simple hecho de mirar a Tallulah, reía como si conociera cada rincón de su corazón, le arrancaba una punzada dulce y dolorosa a la vez.

Pero también le enseñaba que aún era posible sonreír, aún era posible volver a querer sin traicionar la memoria de lo que había perdido.

Si quería avanzar, debía dejar atrás el dolor.

Nunca olvidaría a su hija, ni tampoco el daño que su pareja del pasado le causó, pero tal vez, solo tal vez, estaba listo para empezar de nuevo.

Por eso, en secreto, comenzó a imaginar un futuro, una familia distinta, y en su corazón ya había reservado un lugar para dos personas nuevas que habían llegado a su vida en la playa.

Philza volteó a verlo y lo abrazó por los hombros, como si lo entendiera lo que rondaba por su cabeza sin necesidad de palabras.

Missa rió suavemente, dejándose llevar por la sensación de estar protegido, mientras tanto, Chayanne dejó su plato al terminar de comer, correteando por la arena buscando pequeños cangrejos, y Tallulah lo observaba divertida.

El momento parecía perfecto, demasiado perfecto.

Sonrió enormemente cuando Llulah se levantó, agradeciéndole por la comida con un abrazo, luego fue corriendo donde Chayanne para jugar con él. 

De pronto, Philza y él se quedaron solos.

El silencio que siguió no fue incómodo, sino todo lo contrario, era tranquilo, Missa se acomodó un poco más contra Philza, cuidando no presionar demasiado su espalda lastimada.

Desde esa cercanía, podía escuchar el ritmo calmado de su respiración, sentir el calor que irradiaba su cuerpo y oler ese aroma leve y familiar que siempre lo enloquecía.

Vio a los niños jugando a lo lejos, desviando sus ojos hacia el rostro del rubio, en ese momento, su mente lo traicionó.

El deseo apareció con una fuerza que apenas pudo controlar.

Quería besarlo.

Pero no un beso en la mejilla, ni un gesto de cariño, quería sentir sus labios, probar cómo era esa conexión que tanto había imaginado.

El pensamiento lo puso nervioso y su corazón latió con fuerza, tal vez Philza no quería eso, tal vez se estaba precipitando demasi-

"Cuando acaben las vacaciones, deberíamos vernos más seguido"

Missa se giró sorprendido hacia él de inmediato, notando cómo un sonrojo cubría sus mejillas.

Ese hombre lo estaba volviendo loco.

"M-me parece bien... Chayanne y Llulah estarán felices de pasar más tiempo juntos" Respondió con la voz un poco temblorosa, riendo nervioso.

Philza bajó la mirada con una media sonrisa, jugando con sus dedos. 

"Sí, pero también me refería a que también podríamos vernos tú y yo... A solas"

El corazón de Missa dio un vuelco, gritando de emoción en su interior tan intenso que casi no supo cómo disimularlo.

Así que no era solo imaginación suya, Phil también quería lo mismo.

Hizo un esfuerzo por mantener la calma, aunque sus ojos brillaban y su sonrojo solo aumentó, delatándolo.

"Tienes razón... deberíamos vernos más seguido, al vez podrías ir de nuevo a mi casa uno de estos días"

Sus palabras sonaron suaves, inclinándose hacia él y reducir ligeramente distancia entre ambos, el rubio solo se quedó quieto sin mover un músculo.

Los ojos de Missa se clavaron en los de Phil y su mano se alzó con lentitud, temblando ligeramente y acariciando la mejilla.

La calidez de su piel bajo sus dedos lo estremeció, Philza, en respuesta, tembló suavemente sin quitarle la mirada de encima,  cerrando sus ojos cuando sus narices se rozaron.

Missa sabía que jamás había besado a nadie y que no tenía experiencia, Philza nunca se lo dijo, pero era bastante obvio por lo nervioso y tenso que se ponía con gestos pequeños.

Pero en ese instante nada de eso le importaba, lo único que quería era cerrar los ojos, lanzarse y besarlo.

Y lo haría, no importaba si Phil no podía seguirle el ritmo, será sua-

"¡Papá, mira lo que atrapé!"

El grito emocionado de Chayanne los hizo sobresaltarse y separarse de golpe, simulando que nada pasó.

Eso estuvo tan cerca...

Missa levantó la mirada, palideciendo al ver que su hijo llevaba una enorme langosta agitándose desesperada en su cubeta de plástico.

"¡Chayanne, no! ¡Deja la langosta ahora mismo!" Exclamó con pánico, levantándose de golpe y corriendo hacia él antes de que huyera de él. 

Philza los observó con diversión, ignorando la mirada y los codazos que su hija le estaba dando.

Habían estado a punto de besarse y aunque no lo lograron, estaba seguro de que Missa no se detendría ahí ni se conformaría con un casi.

•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•—•

Series this work belongs to: