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Flores en el Asfalto.

Summary:

Severus Snape consigue un bebé justo antes de recibir su marca tenebrosa. Sin posibilidades ahora de convertirse en un mortifago, sin ninguna oportunidad de sobrevivir en el mundo mágico y sobre todo sin empleo decide buscar suerte en el mundo muggle y aceptar que tiene que dejar ir sus sueños de gloria para poder darle una buena vida al hijo que le cayó del cielo.

Sirius Black descubre que la aplicación de la ley en mundo mágico no tiene nada de mágica y termina renunciando a los aurores. A mitad de una profunda depresión y crisis existencial decide hacerle un favor a su amigo Peter que cree que "Severus Snape está tramando algo en el mundo muggle"

Notes:

Siempre he amado las historias donde pasa algo y toda la trama se va al carajo, así que aquí tenemos una historia dramática, porque así soy; donde Severus consigue un bebé y no logra ser mortifago, nos pasamos el canon por el arco del triunfo y se enamora de Sirius Black lentamente con énfasis en el lentamente.

Advertencias: La trama obtiene su clasificación madura, principalmente porque se hablará de depresión, estrés post traumático, racismo, violencia, y todas las consecuencias de vivir en una vivienda municipal en Reino Unido a principios de los años ochenta, en medio de una guerra mágica, con su propia intolerancia y por supuesto sexo explícito porque es un romance lento pero intenso cuando llegue ahí.

Chapter 1: El bebé

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Flores en el asfalto.

 

<<Boy, you’re gonna know it all /Chico lo vas a saber todo

 

You’ll think you’re ten feet tall / Pensaras que mides diez pies de altura

 

And run like you’re bulletproof /Y correrás como si fueras a prueba de balas

 

And total a car or two /Y en total de uno o dos coches

 

Boy, you’re gonna hate this town / Chico, vas a odiar esta ciudad

 

Wish you could burn it down/ Ojalá pudieras quemarla

 

That fire in your eyes is twenty counties wide/ Ese fuego en tus ojos es de veinte condados de ancho >>

 

Boy

 

Lee Bryce

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El bebé.

Doina no fue una gran historia de amor; una persona normal ni siquiera la hubiera recordado. Solo un pobre diablo amargado, dotado con la habilidad de recordar todo y atormentarse con ello una y otra vez, cada vez que su mente encontraba un descanso, como Severus Snape.

“El evento”, como lo clasificó en su mente fue un decepcionante momento de desesperación mutua.

Doina era miembro de un antiguo aquelarre de brujos oscuros, aislado del mundo en Orșova, Rumanía. Él estaba allí para recolectar ingredientes para pociones que solo ese aquelarre cultivaba, por petición de Lucius, quien financió su expedición.

Un viaje al infierno de tres meses, en una orgullosa y noble comuna de sangre pura, al más tradicional estilo mágico.

Cinco nobles, ricas y prolíficas familias se unieron y aislaron del mundo muggle en una enorme casa señorial para estudiar los confines de la magia oscura. Al menos, eso fueron hace trescientos años. Ahora, solo eran un zoológico de monstruos endogámicos, con aliento a alcantarillado público, completamente dementes.

Tan dementes que, incluso un tipo espeluznante y socialmente atrofiado como Severus, podía pasar por un hombre atractivo y carismático en su presencia.

Doina pudo haber sido, si no hermosa, al menos socialmente aceptable, incluso con su piel pálida amarillenta, su evidente desnutrición y su descuidada cabellera castaña que caía lacia y sin vida sobre su rostro. Sus túnicas, que podrían haber sido lujosas y hermosas en el año mil ochocientos, junto con el hecho de tener todos sus miembros completos, la convertían en toda una belleza deseada en el señorío. Tanto, que sus padres la habrían ocultado en su habitación, desconfiando de la presencia del extranjero, si no fuera porque ella y su hermana eran las únicas que no provocarían que sus invitados vomitaran sobre la alfombra enmohecida, deseando arrancarse los ojos.

Así que las hermanas Doina y Orla fueron elegidas para recibirlo y servir de intérpretes durante su estancia.

No le sorprendió en lo más mínimo la ignorancia de Doina sobre el mundo exterior y muchas otras cosas básicas, si por básico entendemos saber que la Tierra es redonda o que, por respeto común, no se defeca en las esquinas de las habitaciones. Estaba acostumbrado a los extremos a los que llegaban los magos para no mezclar su sangre y su vida con los muggles. No, en definitiva, ni siquiera le impactó aquella forma de vida; sin embargo, ver el resultado de siglos de endogamia y aislamiento en vivo y en directo fue brutal para él.

A veces, la duda se alojaba en su pequeño y seco corazón al pensar en el futuro del mundo mágico, si ese era el estilo de vida respetado y aceptable que el Señor Tenebroso quería imponer en la sociedad. Pero trataba de no pensar en eso. No es que realmente creyera en el ideario mortífago; él estaba allí por la gloria y el reconocimiento. Poco le importaba que ese grupo de estúpidos se casara con sus primas hermanas hasta que los defectos genéticos heredados permitieran reconocer a una familia de sangre pura de otra: "Oh, mira, esa es una cojera de los Not", "Una joroba clásica de los Greengrass", "Tiene la locura de los Black".

Ellos podían autodestruirse todo lo que quisieran, siempre que él recibiera el reconocimiento que merecía. El problema era que no lo estaba obteniendo. Por más que trabajara duro y el Lord le prometiera grandeza, hasta ahora, la grandeza consistía en ser relegado a las tareas más infames. Ni siquiera había tenido el honor de ser marcado como miembro de su exclusivo círculo interno.

Por eso, mientras los idiotas ricos de apellidos renombrados estaban en Londres haciendo las cosas importantes, de acuerdo con su estatus, él estaba en Rumanía, en el paraíso del más descarado incesto, suciedad y locura, tratando de sobrevivir a los discretos ataques contra su vida de un variopinto grupo que no toleraba extranjeros. Al mismo tiempo, debía recoger lo más rápido posible ingredientes que requerían el máximo cuidado o ser cosechados en momentos y fechas específicas.

Para su desgracia, en ese momento Severus estaba llegando a su límite. Acababa de terminar una llamada por red flu con Lucius, y de fondo se escuchaba claramente una fiesta bastante ruidosa. Además, era obvio que el mortífago solo le seguía la corriente y que cortó la comunicación a propósito.

Ya podía imaginárselo, en su mansión, comiendo manjares y bebiendo vinos caros, lamentándose con su hermosa esposa y amigos sobre la ardua y pesada carga que era esperar cómodamente a que el bastardo ingrato de Severus terminara de recoger esos malditos ingredientes en medio de la nada.

Se sentía infravalorado y sin respeto. Había llorado de ira y frustración, destruyendo su habitación, como si alguien fuera a notar una devastación extra en ese hoyo del infierno. Finalmente, exhausto, se quedó dormido... hasta que Doina se coló en su cama.

Doina, la pobre Doina, que deseaba largarse de su comunidad tanto o más que Severus, siempre soñando con los mundos de las novelas románticas que le regalaban en el pueblo mágico local cuando salía a vender hongos con su hermana.

Se aferró a él como a uno de sus príncipes soñados, en su desesperación por un mundo que solo podía imaginar. No era tan ingenua como para pensar que podría irse con él; solo fue eso, un momento en el que ella pudo poseer un poco de ese mundo exterior, y en el que Severus logró desahogar su rabia contenida de una manera menos hostil.

No pudo ni terminar cuando ella se fue tal como había llegado, dejando a Severus no solo dolorosamente insatisfecho, sino temiendo aún más por su vida. Afortunadamente, no le volvió a dirigir la palabra, así que pudo continuar con lo suyo y largarse, alegre de seguir respirando, con un baúl lleno de ingredientes exóticos y un par de reliquias robadas de magia negra bien escondidas en el fondo.

Al final de ese martirio, su esfuerzo fue recompensado. Se ganó el respeto del Lord con esa asquerosa misión y, mientras se acercaba cada vez más a su objetivo, ocluyó el recuerdo de Doina, dejando que solo saliera en esas noches de insomnio en que se sentía especialmente masoquista.

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Sirius Black caminó con desgana por los pasillos del departamento de aurores del ministerio. Sus compañeros lo miraban con reproche, como si no se hubiera acostumbrado a ese tipo de miradas en la calle. Eran lo mínimo que un auror recibía esos días, y no podía decir ni siquiera que era injusto.

Cuando ingresó como aprendiz al cuerpo de aurores, pensó que atraparía magos oscuros y haría un esfuerzo por la guerra. Lo cierto era que terminó encerrado en una cadena de burocracia sin sentido, arrestando pobres diablos inocentes y, de vez en cuando, actuando como un matón al servicio del ministerio.

Había días en que ni siquiera se reconocía en el espejo, y lo peor era que no había nadie con quien quejarse de la mierda de trabajo que tenía. Una vez dentro, James había sido reclutado por su propio padre para hacer el trabajo sofisticado y secreto, y Remus vivía su propio infierno tratando de conseguir un maldito empleo que pudiera acomodarse a sus circunstancias.

Entró a la oficina del jefe de aurores, el señor Shadwell, un viejo auror barbudo lleno de cicatrices, con una impecable reputación y carácter estricto. Lo miraba con desaprobación sentado en su escritorio. Durante un tiempo, Sirius realmente lo admiró, pero con el paso de los días, esa imagen de él se fue ensuciando, mientras le ordenaba a Sirius las cosas más infames y dejaba pasar cosas peores en nombre de dar una buena impresión al ministerio.

El hombre no levantó la vista de sus papeles y, con un gesto, le indicó que se sentara.

—Sirius Black, ¿sabes por qué estás aquí? —preguntó.

—Por golpear a Moreau, señor —dijo Sirius con solo una pizca de arrepentimiento.

El señor Shadwell lo miró como si fuera solo basura y golpeó con firmeza con el puño su escritorio.

—¡Sirius Black! ¡Esto no es el maldito Hogwarts! ¡No puedes golpear a un compañero auror y salir con un sermón de esto!

—Lo sé, señor —respondió Sirius con la voz cargada de hastío. Ya no amaba esto. La última vez tuvo que ducharse cinco veces para sentirse limpio.

Se suponía que estar ahí debía preocuparle, lo que hizo fue grave y no solo por romperle la maldita nariz a Moreau. Pero ni siquiera podía pensar en una excusa decente para conservar su empleo de mierda.

—“Lo sé, señor” —lo imitó Shadwell con voz afeminada—. Black, desde que llegaste aquí no has hecho más que lloriquear y mojar los pantalones por cómo tratamos a malditos mortífagos.

—¡El señor Burke, el anciano de la panadería, no es un maldito mortífago, ni su esposa, ni la señora Robins ni sus hijas menores de edad! —levantó la voz Sirius con los puños apretados, mientras en su mente podía escuchar los gritos de todas esas personas inocentes siendo arrastradas a Azkaban solo para dar la impresión de que se estaba haciendo algo.

—¡Esa no es tu decisión, Black! —gritó Shadwell, cada vez más lívido de coraje—. El ministerio te pide que los arrestes y lo haces. Ese es tu trabajo. Olvida lo que aprendiste en la academia. Tu único trabajo es hacer lo que se te pide y ya.

—Entonces mi trabajo es encerrar pobres diablos inocentes y voltear la cara cuando tú maldito escuadrón les roba las pocas pertenencias que tienen, cuando los golpean a morir, cuando toman a sus hijas y las...

—¡SÍ, BLACK! ¡SÍ! —gritó Shadwell interrumpiéndolo y abalanzándose sobre el escritorio. Tomó a Sirius de la túnica y siseó amenazante—. Si no te gusta, te volteas y te callas el maldito hocico. Ellos son escoria, mortífagos. No tienen derecho a nada. El ministerio lo dijo y eso es lo que vas a creer o juro por lo más sagrado que vas a pasar toda tu miserable vida haciendo guardia en Azkaban. Ya va siendo hora de que aprendas cómo hacemos las cosas aquí.

Sirius soltó una risa amarga antes de mirarlo a los ojos y responder:

—Métete tu empleo por el culo. De seguro te ha de caber en el enorme boquete que ya te dejaron las pollas de todos esos imbéciles del ministerio.

Shadwell soltó a Sirius y le apuntó su varita, rojo de ira, dispuesto a ponerlo en su lugar...

Veinte minutos después, Sirius Black salió con una caja con sus cosas por la puerta principal del ministerio con una sonrisa satisfecha, mientras tres aurores, dos encargados del departamento de accidentes mágicos y un inefable trataban de despegar a Shadwell del techo de su oficina.

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Un año después de su desventura en Rumania, en su casa en la olvidada Cokeworth, Severus Snape se preparaba para finalmente tener el gran honor de ser marcado como miembro del círculo íntimo del Señor Tenebroso. Todo prometía ser como debía ser. Pero, como todo en su maldita vida, no lo fue; había algo mal.

Era respetado ahora, cierto, pero detrás de ese respeto podía ver las sonrisas depredadoras ocultas tras la cordialidad. Con su pútrida vida a cuestas, podía decirse que tenía la habilidad de oler la traición a kilómetros de distancia. Las pequeñas pistas que captaba en la cara cada vez más pálida y ojerosa de Regulus Black, la sonrisa de satisfacción de la célebre sádica enferma Bellatrix Lestrange, y su esposo, que parecían estar tan a gusto al lado del Señor Tenebroso; las desapariciones de personas, a veces convenientes para la causa y otras, para el humor del Señor Tenebroso; los ataques de pánico discretos a puertas cerradas de los novatos que recibían el “honor” de ser marcados, que se suponía que no debía notar… Todo le decía que debía pensarlo.

No eran pequeñas pistas… eran enormes sirenas acompañadas de luces rojas parpadeantes, que le destrozaban la cabeza gritando que debía huir de las islas, esconderse en medio de la maldita nada y nunca volver.

Pero, en primer lugar, estaba desempleado y quebrado; en segundo, era muy tarde para hacerlo. Cuanto más sabía sobre el Señor Tenebroso y su operación, más se hundía en ese charco de lodo, y quedaba claro que la única forma en que lo dejarían ir sería en forma de cadáver.

Severus trató de espantar sus pensamientos pesimistas, inútilmente como siempre. Hacía mucho tiempo que se había resignado a nombrar sus pensamientos autodestructivos y su personalidad suicida como un defecto de carácter. Sacó su mejor túnica elegante, la que Malfoy le dijo que usara para estar a la altura del gran evento, y se la puso con manos temblorosas.

Respiró hondo tratando de calmarse, intentando ahogar todas sus dudas. Con un profundo suspiro, Regulus Black, Bellatrix Lestrange y su estúpido marido quedaron sepultados bajo las emociones de orgullo y admiración que había sentido la primera vez que se encontró con el Señor Tenebroso; pero olvidó enterrar los aullidos asfixiados y los sollozos de los recién marcados. Todo se fue al traste cuando la mano elegante y pálida de Regulus emergió de su entierro mental como un inferi saliendo de su tumba, y la risa de Bellatrix resonó en su mente, reduciéndolo de nuevo al pobre diablo que se moría de miedo.

Salió al pasillo y trató de recomponer su desastre mental, apoyándose contra la puerta de su cuarto mientras miraba la sucia alfombra verde que conducía a la vieja puerta de madera astillada, llena de golpes del tamaño de un puño, que pertenecía al cuarto de sus padres. Desde la muerte de ellos, nunca había abierto esa puerta, temeroso de liberar los espíritus tristes, viciosos, crueles y llenos de rabia de sus padres, así como otras emociones complicadas.

Ya casi era la hora de aparecerse en el punto de reunión del traslador que lo llevaría a su destino. Inseguro y muerto de miedo, exhaló un gemido de angustia e interiormente pidió una razón, la que fuera: un meteorito, un accidente, un terremoto; cualquier razón que le impidiera salir y hacer lo que iba a hacer.

“Merlín o cualquier divino hijo de perra, si este no es mi destino, por favor, dame una pequeña cosa, una señal, y juro que nunca más me uniré a grupos secretos con agendas cuestionables”, pensó mientras su estómago se retorcía y sentía que se asfixiaba.

Y en ese momento, el timbre sonó con violencia y repetidas veces, haciéndolo saltar. Dicen que hay que tener cuidado con lo que se desea y con qué deidad te escucha. Severus no debió haber escuchado la advertencia, o si lo hizo, la olvidó. Muchos años después, Severus Snape juraría que Loki, el dios nórdico del caos y las travesuras, fue quien escuchó su ruego y lo concedió de la forma más extraña, enredada y destructiva a muchos niveles posibles. Aún muchos años más tarde, todavía se preguntaba: “¿Qué hubiera sido de mi vida si no hubiera abierto la puerta esa noche de diciembre de 1979?”

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Sirius entró al bar más jodido del callejón Knockturn. Buscó al tipo más grande y rudo, le dio un puñetazo en la nariz y, en menos de un segundo, se inició un zafarrancho en condiciones. Se mantuvo lanzando golpes, rompiendo caras y tirando dientes, pateando y gritando como un maldito salvaje. Estaba perdido en el alcohol y definitivamente no estaba en su mejor momento; aun así, tardaron en someterlo entre cinco tipos grandes.

Media hora después, Tiny, un hombre alto, musculoso y lleno de tatuajes, y Ellie “La Tuerta”, una regordeta bruja rubia con un parche en el ojo, hablaban con el auror James Potter y el vigilante que atendió la llamada sobre el zafarrancho en “La Banshee Demente”.

—Señor, sé que no parezco un hombre respetable, pero no tuve un buen día. Tom me echó del Caldero por falta de pago. ¿Sabe lo difícil que es conseguir trabajo en estos tiempos? —lloró mientras limpiaba sus lágrimas con un pañuelo de corazones rojos y se sonaba la nariz. Ellie acariciaba su cabeza calva—. Mundungus Fletcher me estafó con ese negocio de las escobas.

—Fue horrible para él, oficial. El pobre está muy estresado; no es como esos rufianes de por aquí. Él va con el sanador mental y nunca pierde una cita —añadió Ellie “La Tuerta”, mirando al gran hombre con ternura mientras limpiaba la sangre de su cara con su mandil.

—Son los problemas de ira, señor. Antes estaba todo el día en las celdas del ministerio por romper huesos y esas cosas. Ahora necesito una cita y no tengo dinero ni casa, y estoy sangrando mucho —dijo, echándose a llorar ruidosamente.

Mientras tanto, al otro lado de la habitación, Sirius se tapaba la cara con vergüenza, maldiciendo en voz baja y tratando de fusionarse con los ladrillos de la pared.

—Señor, sé que está algo sensible con todo esto, pero por favor, necesitamos saber qué pasó para poder ayudarle —dijo James Potter mientras discretamente fulminaba con la mirada a su amigo.

Tiny volvió a sonarse la nariz ruidosamente.

—Verá, señor, hoy era mi cumpleaños y Ellie me hizo la tarta de pescado que solía hacer mamá. Pensé que mi día estaba mejorando y luego… luego él llegó… ese… ese… monstruo —Tiny señaló a Sirius mientras sollozaba amargamente—. Empezó a golpearme… Yo solo quería comer tranquilo. ¿Por quéeee? —sollozó Tiny mientras Ellie lo abrazaba contra su pecho y lanzaba dagas con la mirada a Sirius.

Mientras tanto, Sirius se hizo pequeño en su asiento y volvió a maldecir, por millonésima vez, su suerte por golpear, de seguro, al único tipo decente en todo el maldito callejón Knockturn. Era como si el destino se empeñara en recordarle una y otra vez que era un hijo de perra. No pudo ser un traficante de algo o un devorador de bebés; no, tenía que ser un increíblemente desafortunado tipo queriendo comer una tarta de pescado en su maldito cumpleaños.

James dejó que el vigilante hiciera su trabajo y se acercó a Sirius con una clara mirada de decepción en su rostro.

—Mira, James, lo siento, no pensé… —comenzó Sirius a disculparse, pero fue interrumpido por su amigo.

—Basta, Sirius. Estoy cansado de tus disculpas. Últimamente no sé lo que te pasa, amigo: renuncias al trabajo, golpeas personas, visitas bares de mala muerte. Esta es la primera vez en meses que te veo sobrio y ya estás en problemas otra vez.

—Mira, James, es complicado. Solo es que tengo mucho en mi plato ahora. Solo es una mala racha, lo arreglaré y ya sabes, todo volverá a ser normal —intentó sonreír y sonar lo más normal posible, lo más normal que podía sonar una persona llena de marcas, moretones y salpicaduras de sangre. Quizás no trabajemos juntos como era el plan, pero conseguiré algo y sentaré cabeza…

—Pues será mejor que lo hagas, amigo —volvió a interrumpir James severamente—. Porque Lily no quiere verte en casa si no estás sobrio y me está costando mucho convencerla de que seas el padrino del bebé contigo volviéndote loco.

Sirius sintió esas palabras como un golpe en la boca del estómago. Sabía que tenía que cambiar y ordenarse, pero no era fácil. Todo lo que había querido durante toda su vida era ser auror y, sin eso, no sabía lo que quería. No podía regresar y humillarse para ser un maldito perro amaestrado del ministerio, mordiendo y lastimando inocentes, pero tampoco sabía qué hacer con su vida.

Por un instante sintió rencor hacia su amigo, allí parado, todo moral y recto, protegido por su padre de las cosas más sucias del ministerio, pensando que todo lo que hacía era bueno, pero no iba a romper su burbuja. Ese hombre iba a ir a casa a besar a su mujer y a su futuro hijo sin pensar en la cloaca escondida en el ministerio. Por lo menos, por él no se enteraría.

—No te preocupes, James, es la última vez que tienes que ir a un bar por mí —dijo Sirius tan honestamente como pudo, aunque ni él mismo lo creyó.

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Severus Snape abrió la puerta y encontró a Ozana, la hermana mayor de Doina, con un bebé en brazos. Dijo con la mayor indiferencia:

—El pequeño gândac es tuyo.

Y le tendió al bebé, que despertó y comenzó a llorar a todo pulmón, colgando de las manos de Ozana, quien lo sujetaba lo más lejos posible de ella, como si fuera una alimaña. Severus quedó en shock, solo mirando al bebé retorciéndose en las manos de la mujer.

—¿Es una broma? —preguntó incrédulo, mientras trataba de hacer cuentas en su cabeza. Una voz en su cerebro gritaba: “Ni siquiera terminaste dentro de ella”, y otra le gritaba más fuerte: “Sabes que solo es necesario meterla para concebir un bebé. Bienvenido a la estadística de embarazo juvenil más imbécil del mundo”. No podía creer que esto estuviera sucediendo justo en el maldito momento en que el mago más poderoso de Gran Bretaña lo esperaba para unirse a su séquito en otra parte.

Ozana le dio una mirada penetrante.

—¿Que te parezco una comediante? ¿Crees que una strigoaicǎ que se respeta deja a su marido y a sus niños para hacerle una glumă a un străin murdar?

—Es imposible, no lo creo… estuve con ella menos de cinco minutos —dijo con un gemido ahogado, apenas audible entre el ruido del llanto del bebé, que Ozana ignoraba y que era obvio que no iba a calmar.

—¿Eres estúpido? ¿Yo cómo diablos voy a saber? En esos cinco minutos le sembraste un puiul a esa târfă de Doina… ¡Solo cinco minutos! En fin, es más de lo que pensé, tienes cara de no poder levantarla. ¡Pe dracu! ¿Lo quieres o no? —volvió a ofrecerle el bebé, que estaba morado de llanto.

Severus solo miró al bebé con los ojos muy abiertos. ¿En realidad esa pequeña cosa arrugada era su hijo? Nunca en su vida había pensado en ser padre. ¡Él, que sabía de ser padre, no tenía ni idea de qué debía hacer! ¿No debía sentir una conexión o algo al ver por primera vez a su descendencia? En realidad, lo único que sentía en ese momento era pánico y una profunda incertidumbre ante los dos caminos que se abrían ante él: la Marca Tenebrosa o su posible hijo.

—A mí no me importa si no lo quieres. Lo tiraré en algún bote de basura o en ese río sucio que tienes por aquí y regresaré a mi Sabat con mi gente —amenazó Ozana.

—¿Estás bromeando, ¿no? Mío o no, es el hijo de tu hermana. No te atreverías —respondió cínicamente, tratando en vano de aferrarse a su fachada de dureza.

Ella lo miró como si estuviera diciendo una estupidez y respondió con normalidad:

—Su sangre está contaminada. No es mi puiul, es un străin y uno feo. Si fuera mujer, podría venderla. Nadie quiere un niño feo. Si tan solo fuera rubio y tuviera ojos azules, igual y nos hubieran pagado algo. Pero no nos sirve; es un gândac. Solo porque Doina es mi hermana y quiere que te lo quedes, te lo estoy ofreciendo. Si no, ya estaría muerto y enterrado y no sería molestia de nadie.

Entonces, Ozana, en un arrebato, lanzó al niño a los brazos de Severus, obligándolo a tomarlo para no dejarlo caer al suelo.

—¡¿Qué demonios te pasa?! ¡Estás demente! —Severus levantó la voz mientras, con manos temblorosas, trataba de que el pequeño bulto no cayera al suelo.

El bebé era muy pequeño y se sentía frío. Tenía ojos oscuros que miraban profundamente, una mata de cabello negro muy oscuro y una nariz pronunciada. Se parecía tanto a él y casi nada había de Ozana; cualquiera que lo viera no podría negar que era suyo. Era un bebé resultado de la experiencia más triste y vergonzosa de su vida, algo que solo podía pasarle a él, en esa gran broma llamada su vida.

—¿Tiene un nombre? —preguntó sin darse cuenta de que su tono se había suavizado mientras observaba las facciones del bebé con interés.

La mujer puso los ojos en blanco y respondió bruscamente:

—Gândac.

Severus le lanzó una mirada ofendida mientras, inconscientemente, estiraba su mano y tomaba del perchero junto a la puerta la chaqueta muggle que usaba para salir. La envolvió alrededor del bebé.

—Había suficientes cucarachas en tu castillo como para saber qué significa gândac. Tiene un nombre; seguro Doina le puso un nombre. Ella nunca lo dejaría ir sin darle, por lo menos, algo para sentir que está con él. Es esa clase de mujer.

Ozana se mordió los labios, escupió a los pies de Severus, maldiciendo entre dientes. Se quedó callada por un momento y le respondió impaciente:

—Se llama Darcy. Ella le puso un ridículo nombre străin, como esos tontos libros que lee.

Ella continuó estirando la mano.

—Ahora que he cumplido con mi trabajo, dame oro. Te he dado a tu gândac; tienes que pagarme ahora.

Severus sabía que no podía simplemente entregar al bebé. Lo había dejado claro y no era broma: si el bebé no se quedaba, moriría ahogado en las aguas negras del río Cokeworth. La gente del Sabat de Ozana no era buena y él había perdido la cuenta de todas las veces que intentaron matarlo de diferentes y creativas formas. La poca buena voluntad de Ozana se había acabado; llevar al bebé hasta la puerta era ahora solo una manifestación de la crueldad pura de su familia.

Su mano se dirigió al bolsillo donde guardaba su varita, dispuesto a matar a Ozana y hacer arder su cadáver, pero se detuvo en seco al ver en la calle de enfrente al esposo de la mujer, junto a otros hombres, apuntando sus propias varitas contra él. Sabía que, aun si pudiera contra ellos, seguramente habría aún más personas escondidas en alguna parte, y no pararían hasta acabar con él y con el niño, que se retorcía ahora en los brazos de Severus, sin parar de llorar.

Disgustado y sin soltar al bebé, se metió adentro de su casa, con Ozana siguiéndolo de cerca. Abrió el cajón de la cocina, donde estaban las cucharas, y metió la mano al fondo, sacando uno de los dos sacos de oro que guardaba ahí.

—Toma, es lo que tengo —lanzó con desprecio el saco a los pies de la mujer, mirándola con frialdad, como si realmente no le importara a pesar de que ella había destrozado su mundo en menos de un instante.

—¿Solo eso, străin? —dijo Ozana con voz decepcionada.

—Doina no escogió a un tipo rico exactamente. Supongo que por eso se quedó; ella aspiraba a un rico sangre pura —respondió Severus despectivamente, solo quería que ella se fuera para poder averiguar qué iba a hacer con el niño.

—Doina es estúpida, y tú no vuelvas, străin, porque matarte es lo menos que vamos a hacerte —amenazó ella, lanzando un expelliarmus no verbal con su varita escondida bajo su túnica, lanzándolo al otro lado de la cocina, con todo y niño.

Severus apenas pudo aferrarse con fuerza al bebé para que no saliera lastimado. Ella metió la mano en el cajón y sacó el otro costal, llevándose con eso todo el oro mágico que tenía y depositó un sobre escondido en su túnica sobre la encimera de la cocina. Se marchó sin dejar rastro, tal como había llegado, mientras el bebé seguía llorando en los brazos de Severus en el suelo de la cocina.

Notes:

Siempre me impresionó como en los kid fics los bebés se comportan como unos pequeños ángeles conectados mágicamente con sus padres y con padres que se ponen a trabajar y de repente tienen presupuesto infinito para darles a sus criaturas todo lo que necesiten eso... no pasará. Prepárense para los llantos, gritos, suciedad de bebé, miedo a las facturas y rogar a Merlín porque el "pequeño paquete de alegría" no se enfermé porque no hay ni para ingredientes para pociones. No olvidemos que este es un bebé caído del cielo sin planificación.
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Notas del Beta:

Este archivo fue editado el 14/10/24 con el consentimiento del autor. Para lograr mayor autenticidad, las palabras en rumano se investigaron en fuentes externas al traductor de Google. Aun así, seguimos siendo un par de ignorantes del rumano haciendo nuestro mejor esfuerzo. Pedimos al lector que excuse nuestra falta de conocimiento, recordando que Ozana es una mujer aislada del mundo, intentando hablar un idioma extranjero.

Gândac: Cucaracha.
Strigoaicǎ: Bruja.
Glumă: Broma
Puiul: Bebé
Străin murdar: Sucio extranjero
Târfă: Puta
¡Pe dracu!: ¡Que diablos!
Sabat: Aquelarre.

Chapter 2: 48 horas

Summary:

Severus se está ahogando en un vaso de agua y volviendo un poco loco, los niños inesperados pueden lograr eso, principalmente si dicho bebe está bastante traumatizado y no puede parar de llorar. Así que esto es exactamente lo que dice el título, 48 horas de disociación, llanto y locura antes de llegar a la aceptación.

Notes:

Corregí varios errores en el capítulo uno así que siéntanse libres de regresar si no entendieron algo.

ADVERTENCIA: Alucinaciones fuertes, ataques de pánico y menciones no graficas de violencia infantil, por supuesto NO de Severus hacía Darcy.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Severus se levantó adolorido y se sentó en la cocina, mirando hacia la nada, completamente en shock, mientras el bebé no dejaba de llorar. “Tienes que revisar al niño, puede estar herido o hambriento. No hay dinero para llevarlo a San Mungo ni a un hospital. Tienes que levantarte y revisar a… a… tu hijo”, se repetía una y otra vez, pero seguía congelado, mirando al vacío desde el suelo.

Durante un momento, la desesperación lo consumió. Gritó y lloró, abrazando al bebé en el frío suelo de la cocina, ignorando el llanto desesperado de su propio hijo. No supo cuánto tiempo permaneció así. En algún momento de la noche, el ruido de un automóvil a toda velocidad y las luces de los faros que se colaron por las ventanas lo sacaron de su estado de histeria, lo suficiente como para levantarse y moverse.

Caminó hacia la sala, secándose las lágrimas con un brazo y con el otro depositó al bebé en el sillón. Lo revisó con cuidado, tratando de controlarse. Nunca había visto un bebé tan pequeño y no estaba seguro si su tamaño era normal. El cordón umbilical todavía estaba fresco, lo que le hizo pensar que no llevaba mucho tiempo de nacido.

El niño solo tenía un pañal de tela sucio y una delgada camisa de lino. Lo limpió con su varita; sabía que probablemente no era lo mejor para un bebé, pero no se sentía capaz de pensar en cómo bañarlo en ese momento. Exhaló un suspiro de alivio al ver que no tenía rozaduras; no habría sabido cómo lidiar con algo así.

A pesar de estar limpio, el bebé seguía llorando. “Quizás tiene hambre”, pensó Severus. Sospechaba que en Rumanía, de donde provenía el bebé, tal vez no lo habrían alimentado mucho si planeaban deshacerse de él. Quizás Doina lo había hecho a escondidas; ella era terca, y si quería que el bebé viviera, haría lo necesario.

Lamentablemente, en su casa no había nada para alimentarlo, ni siquiera para él mismo. Sin su reserva de galeones, no podía acudir al mundo mágico, y no confiaba en que la red flu fuera segura para el bebé de todos modos.

Estaba atrapado. Sin empleo, sin amigos a los que recurrir, salvo sus compañeros mortífagos que esperaban marcarlo. Si ellos se enteraban de la existencia de un bebé mestizo, eso podría poner en peligro tanto al niño como a él. Solo pensar en ello lo hacía querer llorar de nuevo.

Suspiró, tratando de no dejarse vencer por la situación, aunque sabía que hacía tiempo que lo había superado. Lo primero era conseguir dinero para alimentar al bebé. Recorrió la casa buscando monedas sueltas o algo que pudiera empeñar si fuera necesario.

No era la primera vez que rebuscaba por la casa en busca de fondos escondidos por su madre para comprar algo de comida. Pero esta vez era más difícil: el bebé lloraba sin parar, sus manos temblaban y apenas podía contener las ganas de arrojar todo, incluso al niño, y salir corriendo.

Hubo un momento en que creyó que tendría que salir a mendigar en las calles, esperando que alguien en un lugar tan desolado como Cokeworth estuviera dispuesto a ayudarlo.

Había hecho un desastre en su cuarto, después de revisar los escondites habituales de su madre, buscando con pocas esperanzas algún otro que hubiera pasado desapercibido. Solo encontró su vieja cobija de la infancia, con la que envolvió al bebé en lugar de la chaqueta de piel que lo cubría. Era extraño ver al niño envuelto en esa cobija de tela lavanda con elefantes azules. Si su madre estuviera viva, ella sabría qué hacer.

Sus ojos se posaron en la puerta verde menta del cuarto de sus padres. “¡Eileen, abre la maldita puerta!”, todavía podía escuchar a su padre gritar, tratando de tirarla a golpes, con los puños sangrando y llenos de astillas. Severus se escondía bajo su cama, rogando que la vieja puerta no cediera y su padre no matara a su madre.

Caminó lentamente hacia la puerta, alentado solo por el llanto del bebé hambriento, luchando contra su cobardía. Con mano temblorosa, la abrió, liberando el olor a polvo mezclado con el aromatizante de vainilla que su madre usaba para intentar cubrir el hedor a alcohol barato que dejaba su padre. Ese olor siempre lo había enfermado.

La habitación era apenas más grande que la suya, con un papel tapiz floral barato y caqui despegándose de las paredes. Algunas botellas vacías estaban amontonadas en una esquina, y un bordado incompleto descansaba sobre la mesita de noche. El cinturón de cuero con el que su padre los golpeaba colgaba de un clavo en la pared.

Severus trató de ignorar ese símbolo de su tortura infantil y se dirigió al armario, buscando en los bolsillos ocultos de la ropa de su madre. Con un poco de suerte, encontró un billete arrugado de cien libras escondido en un viejo saco.

Cien libras y una cobija. Con eso, podría hacer algo.

A las diez de la noche, salió hacia la tienda de conveniencia de 24 horas. Parecía un fantasma, vestido con sus túnicas negras y un bebé llorando en sus brazos. Una figura salida del infierno, comprando pañales, biberones, fórmula láctea y la ropa de bebé más barata que pudo encontrar, intentando estirar su único billete.

Al final, de las cien libras solo quedaron cuarenta.

Cuarenta libras para un futuro incierto.

Regresó a su casa con el niño, que ahora dormía, soltando pequeños suspiros angustiados de vez en cuando. Tuvo que leer cinco veces las instrucciones para preparar la fórmula, simplemente no podía concentrarse. De pura suerte recordaba algunas cosas de la televisión, como probar la temperatura de la leche en la mano, porque en el maldito instructivo no lo decía. También se acordó de que debía dar palmadas al bebé para que eructara y no tuviera cólicos, otro detalle que tampoco aparecía. Malditas compañías de leche para bebés, que asumen que las madres primerizas sabrán eso por instinto. Y benditos sean los programas basura matutinos que su madre veía con tanta frecuencia.

Al menos, esperaba no equivocarse al alimentar al bebé.

Afortunadamente, el pequeño no parecía despertarse pronto. Buscó un lugar donde colocarlo, pero nada lo convenció: todo parecía demasiado inseguro o pequeño para el niño.

En uno de los armarios de la cocina encontró un viejo caldero de cobre, grande, amplio y bastante achatado. Lo usaba solo para un tipo de pociones especializadas cuyos ingredientes ya no podía permitirse. Había sido un regalo pretencioso e inútil de Lucius Malfoy, que terminó acumulando polvo.

Lo sacó, lo sacudió, y lo rellenó con un viejo cojín del sillón. Luego lo forró con sus viejas túnicas de Hogwarts y depositó al bebé allí. Era tan pequeño que cabía perfectamente, y aún tenía espacio para moverse. Lo cubrió con la manta y se puso manos a la obra.

Tardó mucho y arruinó dos biberones de fórmula. ¡El mejor promedio de pociones en su clase, arruinando algo tan simple como fórmula para bebés! Pero finalmente logró preparar la primera botella exitosa.

La acercó a la boca del niño, que, aún dormido, se aferró a ella con fuerza.

Sus ojos se posaron en el grueso sobre que Ozana había dejado en la encimera, y aprovechó para revisarlo.

La primera hoja era un pergamino de registro de nacimiento en rumano. Al tocarlo, las letras se reorganizaron en inglés, permitiéndole entender el documento.

Al parecer, el nombre completo del niño era Darcy Fitzwilliam Snape. En el espacio donde debería figurar la información de la madre no había absolutamente nada. Los sellos y firmas parecían legítimos, y el aviso que indicaba que debía llevar el documento al Ministerio para completar el registro, o sería multado, también lo era.

—Darcy Fitzwilliam Snape... Es un nombre enorme para alguien tan pequeño. ¿Qué voy a hacer contigo? No sé cómo ser padre, y el mundo está muy jodido ahora mismo. No sé cómo vamos a salir de esta —le dijo al niño, mientras lo observaba alimentarse sin abrir los ojos, como si no hubieran pasado solo unas pocas horas desde que sus mundos colapsaron violentamente.

La segunda página era una carta con bonita letra, aunque con varias faltas de ortografía. Doina, ignorante del inglés escrito, había redactado la carta según la fonética, sacrificando por completo la gramática.

“kerido esnap:

Quidalo por mi porke llo no se como cuidarlo, kierelo mucho y has ke se caze kon una senorita desente y bonita como Emma o Elizabeth Benet.

Adioz

Te kiere Doina.”

Severus soltó una risa sarcástica mientras se sentaba a la mesa, observando al niño dormido. Con esa nariz y en medio de la miseria, no había manera de que ese niño creciera para ser un futuro Señor Darcy. Si el niño tenía suerte, sería simplemente Darcy Snape, con un empleo regular y una familia. Y, cuando sus futuros hijos preguntaran curiosos por su "abuelo Severus", él respondería con seriedad: "No hablamos sobre el abuelo Severus".

Cansado de pensar en esas cosas, cerró los ojos, agotado, dejándose ir.

El niño lo despertó con un grito atronador que lo hizo saltar de su asiento a las tres de la mañana. Desde entonces no dejó de llorar. No tenía fiebre, estaba limpio y alimentado, pero continuó llorando hasta quedarse dormido, solo para despertar y comenzar de nuevo, volviendo a Severus completamente loco.

Había dormido tan poco como el niño. No había comido desde la noche antes de que el bebé llegara, debido a los nervios de su fallida iniciación. Ahora, tampoco sentía ganas de comer.
Su mente iba de un pánico a otro: primero, por haber rechazado al Señor Tenebroso, y luego, por tener un bebé a su cargo. Sabía que debería hacer algo, pero no tenía idea de qué.
Se movía en automático, atendiendo las necesidades básicas del niño y descuidando las suyas. Sus brazos se aferraban al bebé como lo que era... la única cosa que le quedaba. Rara vez lo dejaba en el caldero, que ya actuaba como cuna provisional.

Las cuarenta libras no habían disminuido. El bebé no necesitaba mucho, y él no había buscado conseguir nada. Sabía que no era sostenible y se cuestionaba su cordura repetidamente; era como si estuviera bajo el maleficio Imperius.

No hacía más que pasear al niño en brazos, preparar leche, limpiar la única botella que tenía, y cambiar pañales que ya desbordaban en el cesto de basura. Todo se repetía una y otra vez.
No había dejado de temblar desde que el niño llegó. Sus dedos estaban adoloridos de sujetar las cosas con tanta fuerza para evitar que se le cayeran.

Al revisar su reloj, se dio cuenta de que ya eran las diez de la noche. El niño llevaba solo veinticuatro horas con él, pero para Severus se sentía como una eternidad.
Una idea cruzó su mente la décima vez que intentó dormir y fue despertado por el llanto: la adopción. ¿No era una opción? No todos los padres se quedan con sus hijos. Algunos los entregan a familias que pueden cuidar de ellos.

Pero, ¿cómo hacerlo? No podía simplemente dejar al chico en la puerta de alguien con una carta, para ser encontrado con las botellas de leche como si fuera el maldito Oliver Twist. Eso sería absurdo.

Quizás podría dejarlo en un hospital y decir que lo había encontrado. Con su aspecto de maleante, nadie pensaría que era su hijo. Podría seguir con su vida como si el niño nunca hubiera existido, contentar al Señor Tenebroso y continuar "felizmente" en las garras del mago más poderoso. Tal vez esos rumanos dementes ni siquiera hablaron con Lucius, y nadie sabía nada del niño.

Terminó en un taxi, vestido con ropa muggle, camino al hospital más cercano. El trayecto se sintió insoportablemente lento y lo sumió aún más en la desesperación. Pero intentaba dominarse; no quería parecer sospechoso. Si sus manos empezaban a temblar, el taxista podría preocuparse y terminarían en una estación de policía. Para colmo, el niño no dejó de llorar, y el taxista no parecía muy contento con eso. Solo unos cuantos minutos más y entregaría al niño, diría que lo había encontrado, y todo volvería a la normalidad.

Había poca gente en las afueras del Hospital de Urgencias de Cokeworth. Parecía fácil: solo unos pasos más y el niño ya no estaría en su vida. Sin embargo, esos pocos pasos se transformaron en los más difíciles que había dado. Ni siquiera enfrentar al Señor Tenebroso lo había hecho sentir así.

La parte más egoísta de su ser le gritaba que dejara al mocoso y viviera su vida como debía. El Lucius Malfoy, en su mente, también le urgía a deshacerse del niño. Pero otra parte, la más sensible de su casi muerto corazón, la que tenía la voz de Lily Evans, le preguntaba: "¿Esto es lo que quieres?".

Severus quedó inmóvil en la acera, mirando al bebé en sus brazos. "¿Quieres hacer esto?", preguntó su Lily mental.

Y Lucius mental respondió con su habitual tono condescendiente.: "¡Por favor, deshazte de eso y olvídalo! Si lo dejas, ese mocoso tendrá una vida decente, quizás mejor que la tuya"

"Pero ¿por cuánto tiempo?", replicó Lily mental. "El niño es un mago en un mundo que no comprende. Si el Señor Tenebroso gana, su futuro estará perdido, como el de miles de nacidos muggles".

"No es como si contigo tuviera mejor suerte. Si ganamos, tú y ese niño se arrepentirán de estar vivos. Sabes lo que les pasa a los desertores", respondió Lucius mental, amenazante.
"¿Le harías a él lo que el mundo te hizo a ti?", contraatacó Lily mental, con la misma mirada decepcionada que le dirigió cuando rompieron su amistad.

"Vamos, sabes lo que debes hacer. ¡Entrega al maldito mocoso! Al menos así no tendrás que verlo morir. Incluso podrás pensar, románticamente, que está vivo en alguna parte", ordenó Lucius mental.

Severus intentó dar unos pasos hacia el hospital, pero se detuvo, arrepentido, y volvió a la acera. Lo intentó un par de veces más, en vano.

Nervioso, bajó la cabeza y observó al bebé por enésima vez en veinticuatro horas, como si sus sentimientos pudieran cambiar al mirarlo. "Darcy. Su nombre es Darcy Snape. Tú lo llamaste así", le recordó Lily mental.

Darcy estaba sorprendentemente callado, mirándolo con ojos hinchados de tanto llorar, mientras chupaba su mano. Llevaba un mameluco azul que Severus compró en la tienda, protegido del frío con la vieja manta de elefantes. Ni siquiera recordaba cómo lo había vestido, lo había hecho tan automáticamente como todo lo demás en las últimas horas.

El niño se veía tan inocente que no parecía el mismo que había atormentado sus oídos sin descanso.

—¿El primero? —lo sorprendió una voz grave a su espalda.

—¿Disculpe? —preguntó Severus, girando para enfrentarse a un hombre barbudo de aspecto rudo, envuelto en un abrigo y bufanda escocesa, con un vaso de unicel de donde salía un confortable aroma a café.

—El niño es tu primer hijo —dijo el hombre, esta vez sin preguntar.

—Sí, el primero —murmuró Severus, sin entender por qué le respondía en lugar de mandarlo a freír hipogrifos.

—Se nota. No te preocupes, siempre da miedo la primera vez. Yo me moría de pavor cuando cargué a mi hijo por primera vez. Estaba seguro de que se le caería la cabeza si lo hacía mal —dijo el hombre, dándole un pequeño empujón en la espalda en señal de ánimo—. No es fácil. Son tan pequeños y frágiles, y dependen completamente de ti. Para ellos, eres el responsable de que salga el sol cada mañana. No saben que pasamos las noches sin dormir de la preocupación o el miedo a decepcionarlos, pero al final, cuando los ves salir al mundo, presumir sus éxitos y buscarte en sus fracasos, solo puedo decirte que vale la pena.

Severus se preguntó si eso era normal para los buenos padres. Él no había tenido uno. ¿Cómo se suponía que sería un buen padre si no tenía ni idea de cómo actuaban los padres decentes?

—No sé si puedo con esto. Su madre no está... ni siquiera soy una buena persona. ¿Cómo le voy a enseñar a ser bueno si yo soy una mierda de ser humano? —dijo Severus, dejando escapar la angustia en su tono de voz.

—Oh, muchacho, lamento tu pérdida —respondió el hombre, mirándolo con tristeza—. Sabes, te diré un secreto: no necesitas ser una buena persona, solo un buen padre.

Severus lo miró incrédulo, y el hombre del café se explicó:

—Dios sabe que soy solo un ciudadano medio decente entre la escoria de Cokeworth. Tú y yo sabemos que eso solo califica para ser un hijo de perra mejor que el promedio, pero te aseguro que daría mi vida por cada uno de mis chicos, por muy dolor de trasero que sean.

El hombre saludó a alguien en la entrada del hospital y se despidió:

—Bueno, muchacho, te dejo. Voy por mi tercer retoño justo ahora. Si necesitas algo, pregunta por Robert Pevka en la calle Plankman.

Pevka caminó hacia el hospital, pero luego regresó y le entregó el vaso de café.

—Lo necesitas más que yo, muchacho. Te ves como si te hubiera arrollado un autobús cinco veces.

Severus observó la espalda del hombre alejarse, con Darcy en un brazo y el café en el otro, preguntándose si todo eso realmente había pasado.

Regresó a casa con demasiadas cosas en la cabeza, agotado y con veinte libras menos. Darcy seguía allí, y Severus aprovechó el repentino silencio para recostarse con él en la cama, esperando que la calma durara lo suficiente para poder cerrar los ojos un poco.

Darcy durmió un poco más que el día anterior, pero eso no significaba mucho. Severus apenas logró una hora de sueño antes de que el llanto volviera. Exhausto, se levantó para cargar al pequeño, pensando en su madre, en esa misma casa, tratando de calmar su llanto cuando él era bebé. Quizás con la desesperación, y bajo la amenaza física y violenta de su propio padre.

No sabía cómo sentirse al darse cuenta de que lo que él estaba viviendo no era ni una cuarta parte del sufrimiento que había soportado Eileen Snape. Durante años culpó a su propia existencia de la infelicidad de su madre. ¿Podría él ahora culpar a su bebé por el sufrimiento de las últimas horas? No era culpa de Darcy haber nacido en una familia materna repugnante, ni haber sido entregado a un padre como él, cuyo único anhelo al graduarse fue convertirse en un criminal por derecho propio.

Trató de no pensar en su futuro como mortífago. Permitirse pensar en la ira del Señor Tenebroso solo añadiría más tortura a la incertidumbre, la ansiedad y las ganas de escapar para esconderse en alguna zanja y no salir nunca más. Pero, siendo el masoquista adicto a la auto-tortura que era, esos pensamientos volvían más veces de las que deseaba.

Siguió paseando a Darcy por la pequeña casa, pero el niño continuaba llorando, mientras el estómago de Severus rugía recordándole que no había comido en más de dos días. El persistente dolor de cabeza debió ser una señal, pero no sentía ganas de salir a buscar comida. A pesar de que casi se tambaleaba por los continuos mareos, el dolor lo mantenía en movimiento. No quería sentirse anestesiado otra vez; quería ver a ese niño y saber que era real. Quería encontrar ese pequeño y escondido hilo en su mente para comenzar a desatarlo y, de alguna manera, resolver las cosas.

Mientras tanto, Darcy se mantenía constante: lloraba, dormía, y volvía a llorar, con apenas unos momentos de calma. Pero entonces, las cosas comenzaron a empeorar.

Al principio, fue la voz de su madre. Mientras le cambiaba el pañal al bebé, ella le susurró "principito" al oído, haciéndolo saltar y mirar alrededor en busca del origen de la voz, en vano.

—Severus Snape, deja de comportarte como un mocoso llorando por su mami. Es solo el viento —se dijo a sí mismo, continuando con su interminable día.

Después comenzaron los pequeños consejos maternos: "No lo cargues así, es malo para su cuello", "Acuéstalo de lado, se va a asfixiar", "Abrígalo bien". Y, en poco tiempo, se encontró respondiéndole.

“Es un niño hermoso. Lástima que tenga la nariz de tu padre” comentó la voz de su madre.

—Lo ves con ojos de amor, madre.

“Tiene un perfil distinguido.”

—Eso es un eufemismo para decir que es feo.

“Bueno, con la genética de la madre y la tuya, pudo haber sido peor.”

—Venía de una respetable familia de sangre pura.

—Exacto, hijo mío.

En algunos momentos, las voces de Lucius y Lily mentales también se unían a la conversación.

“Podrías considerar casarte con una buena mujer que te ayude con el bebé” sugirió su madre.

“No es mala idea. Podrías meter a una muggle. Así, al menos, un inferior recibiría los golpes esta vez. No le importaría algo de disciplina física por el honor de casarse con un mago” comentó Lucius, haciendo que la voz de su madre se deshiciera en sollozos.

—Eres repugnante —siseó Severus—. Cállense de una vez, el niño duerme.

Lucius mental se calló, pero su madre siguió llorando mientras Lily mental comenzaba a cantarle una canción al bebé.

“Sleep, baby, sleep! The Mother sings:
Heaven's angels kneel and fold their wings.
Sleep, baby, sleep!”

Severus se tensó en su asiento, tratando de contener las lágrimas.

—Lily, deja eso, por favor...

Pero la canción continuaba:

With swathes of scented hay Thy bed
By Mary's hand at eve was spread.
Sleep, baby, sleep!

—Lily, te lo ruego, no sigas —suplicó, mientras sus manos comenzaban a temblar de nuevo.

At midnight came the shepherds, they
Whom seraphs wakened by the way.
Sleep, baby, sleep!

—¡LILY, CÁLLATE, MALDITA SEA! —gritó Severus.

Las voces se detuvieron, pero el bebé comenzó a llorar otra vez. Dos horas después, las voces volvieron. Ni siquiera se dio cuenta de que estaba hablando de nuevo con su madre mientras preparaba el biberón del bebé en la cocina.

“Es un buen niño, solo tiene miedo. No conoce mucho del mundo, y nadie lo ha abrazado ni protegido. Él solo entiende la soledad... es como tú, Severus, solo que tú me tenías” dijo Eileen desde una silla en la cocina.

—Yo te tenía, pero mi padre te poseía. ¿Qué clase de vida me diste, madre?

“Ese niño ni siquiera te tiene a ti, y el Señor Tenebroso te posee. ¿Qué clase de vida le darás a ese niño?” respondió la voz de su madre con una calma aterradora, la misma con la que solía hablarle a su padre.

—¡Ese niño tendrá una vida mejor que la nuestra! —replicó Severus, alzando la voz por encima del llanto de Darcy.

Eileen solo soltó una risa condescendiente.

Severus meció al bebé de un lado a otro, murmurando más para sí mismo:

—Mi hijo no me tendrá miedo. No cubrirá sus moretones con mangas largas, ni dirá que se cayó por las escaleras. No tendrá que esconder lo que le suceda en la escuela cuando llegue a casa. No ocultará el acoso escolar por miedo a que llamen a su padre. Tendrá una vida mejor, porque no vivirá con un bastardo violento en su casa.

Lucius mental se unió a su madre:

“¿Y tú qué eres, Severus? ¿No lastimaste a gente para ganarte el derecho de ser un criminal? ¿Qué pasará cuando el Señor Tenebroso toque a tu puerta y te pida deshacerte de esa "carga"? ¿Crees que podrás regresar al mundo mágico, encontrar un empleo y darle tres comidas al día? Ellos te buscarán, porque rechazaste su marca, porque engendraste a un mestizo con una bruja de sangre pura. Ese niño está condenado contigo y sin ti.

Severus levantó la mirada y vio a su madre, pálida, con la cara llena de moretones, tal como la encontró el día que murió, cuando él volvió de Hogwarts. Ella lo miraba con lástima mientras comenzaba a llorar sangre, su llanto transformándose en un crujido hueco, como madera quebrándose. Su cuerpo se retorcía de manera antinatural.

Severus quedó paralizado, sin poder moverse. Eileen, ahora se arrastraba como un animal por el suelo y se abrazaba a sus piernas. La voz de su madre se aceleró hasta convertirse en un galimatías, y él respondió de la misma manera, hablando con ella durante lo que parecieron horas, mientras las uñas de Eileen se clavaban en sus piernas.

Pasó bastante tiempo antes de que se diera cuenta de que no había nadie en la cocina. Había estado de pie por una hora, hablando solo, mientras su hijo lloraba de hambre. Tomó el biberón para hacerle la botella al bebé, pero al mirarlo, vio que estaba manchado de sangre. Sus manos estaban cubiertas de sangre y estaba manchando a su hijo.

Con un impulso, corrió a la sala, revisando sus manos mientras se sentaba en el sillón. Estaban limpias, y Darcy también. Como si nada hubiera pasado. Pero el reloj de la casa marcaba que habían pasado tres horas desde que fue a la cocina.

Severus se quedó meciendo al niño, incapaz de reunir el valor para volver a la cocina, enfrentarse a su madre y alimentar a Darcy. De repente, una voz grave y amenazante salió del pasillo.

“Monstruo” le dijo una voz rota de ultratumba.

Severus abrió los ojos de par en par, aterrorizado.

Lo sabía, nunca debería haber abierto la puerta del cuarto de sus padres. Solo dejó que sus espíritus lo atormentaran.

—No… no, él… —suplicó.

"Recuerdas, Tobías, pequeño y asqueroso Tobías, ese día en la cocina, estaba enseñándote a reparar las tablas del piso, tratando de enseñarte a ser un hombre..."

—¡Cállate! —gritó ahogándose con su propia saliva a la voz en el pasillo.

"Yo estaba de buenas, no quería hacerlo, pero tuviste que llorar como una niña y llamar a tu madre..."

—¡Que cierres la maldita boca, asqueroso animal! —

"…sabes, tenías esa manía de romper las putas ventanas cuando llorabas, gastaba casi todo mi salario en vidrios para las ventanas, para mantener a un maldito monstruo maricón..."

—¡Cállate, cállate, cállate! —

"…Agarré el martillo y lo golpeé una y otra vez contra tu cráneo, sonaban tan bien tus huesos rompiéndose, ¿lo recuerdas? Como madera vieja quebrándose dijo tu madre; ese día pensé que sería el día en que me iba a deshacer de ti para siempre."

—¡YA BASTA, CIERRA LA BOCA!, ¡SOLO DEJA DE LLORAR!, ¡MALDICIÓN! —

Severus palideció mientras descubría impactado que todo ese tiempo le había estado gritando a su hijo.

Levantó la vista para ver el pasillo que daba a la escalera que iba a la habitación de sus padres, había un martillo en el suelo y pudo escuchar una risa cruel retumbando por toda la casa.

Se levantó y corrió hacia la salida, sintiendo a cada minuto a su padre pisándole los talones.

Volvió a cubrir a Darcy con una chaqueta del perchero y salió corriendo a la calle, solo sabía que tenía que huir de ahí de inmediato y tomar aire fresco.

Terminó vagando como un zombi sin rumbo por quien sabe cuánto tiempo hasta que chocó con una persona.

Levantó el rostro con la mirada completamente perdida, para enfrentarse a una mujer pelirroja de ojos verdes, mayor, regordeta y bajita. Sabía que la conocía de alguna parte, estaba seguro, pero no lograba recordarlo. La mujer dijo algunas palabras, pero él no las entendió. Ella lo miró preocupada y trató de enfocarse en su voz, y solo alcanzó a escuchar:

—Severus, ¿estás bien?

—No —respondió mientras se derrumbaba abrazando a Marigold Evans, la madre de Lily, y lloró junto a su hijo mientras la amable mujer lo consolaba y lo dejaba llorar en sus brazos.

Notes:

Finalmente, Severus ha podido ha encontrado alguien que lo ayude eso volverá las cosas fáciles... por supuesto que no. Severus es un papá soltero con muchas cosas por hacer, solo que ahora no tendrá que hacerlo solo, mamá Evans sabe cosas y no dudará en compartir su sabiduría nuestro padre primerizo.

Las viviendas municipales en tiempos de Margaret Thatcher eran casas rentadas por el gobierno a personas menos afortunadas. Algunos de estos complejos debido al descuido se volvieron un tanto problemáticos y llenos de crimen, pero también eran crisoles de diferentes culturas y minorías. Ahora muchas de estas viviendas han sido desplazadas por la gentrificación y no son lo mismo que hace años.
La canción que canta Lily es una antigua canción de cuna inglesa, si te interesa ver la letra completa y escucharla puedes verla aquí:
https://www.mamalisa.com/?t=ss&p=4696
____________________________
Notas del Beta:
Este archivo fue editado el 15/10/24 con el consentimiento del autor. Se decidió agregar la canción Christmas Lullaby en su idioma original, incluyendo en las notas la traducción al español, además de realizar ediciones y correcciones adicionales.

“¡Duerme niñito, duerme! La madre canta:
Los ángeles del cielo se arrodillan y repliegan sus alas
¡Duerme niñito, duerme!”

“Con pañales de heno oliente, las manos de María
Prepararon tu lecho al anochecer.
¡Duerme niñito, duerme!”

“A medianoche los pastores vinieron,
A quienes los serafines en camino despertaron.
¡Duerme niñito, duerme!”

Chapter 3: La opción muggle.

Notes:

Marigold Evans es mi idea de una mujer fuerte que tuvo que cuidar y criar dos mujeres en un barrio de mala muerte en una época muy dura para las mujeres. Por cierto, Marigold es una especie de flor cempasúchil, quería verme bien nice con un flor con lenguaje victoriano y al final terminé escogiendo esa. Porque curiosamente, aunque se usa en ofrendas su significado es sol y vida. Así que pensé en una mujer alegre y vivaz en un lugar oscuro y terrible guiando a un hombre condenado a la luz.

Y por supuesto también tendrá Severus trepando las paredes y no le permitirá salirse con la suya tan fácil, pero con resultados muy efectivos.

Por fin después del terrible conflicto interno veremos los primeros pasitos de Severus a ser un padre responsable, aunque llegando como siempre a la idea equivocada y Sirius Black hará un amigo que enseñará un poquito de consciencia de clase, Merlín sabe que lo necesita.

Advertencia de una charla depresión post parto tratado crudamente y sin anestesia, alusiones a suicidio e infanticidio, pero solo son pensamientos intrusivos y ninguno se lleva a cabo en la historia.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—¡Sirius, amigo! ¿Cómo te va? —exclamó Julius Cessare Lefebvre, alias "Tiny", un cliente frecuente de La Banshee Demente, abrazando a Sirius, quien estaba detrás de la barra del mencionado bar, con sus enormes brazos cubiertos de tatuajes.

—¿Hola, Tiny? ¿Lo de siempre? —respondió Sirius, llenando un tarro con la cerveza favorita de Tiny sin esperar respuesta.

Cómo se hizo amigo del hombre que casi manda a San Mungo era algo que ni el propio Sirius podía explicar. Después de salir de las celdas del Ministerio tras pagar una cuantiosa multa, se encontró a Tiny, cabizbajo, en un banco. No pudo dejar que el hombre terminara su cumpleaños así, así que se disculpó. Y realmente el manejo de la ira de Tiny le iba bastante bien, en lugar de maldecirlo de mil maneras, terminaron hablando con calma. En un momento de iluminación, Sirius decidió compensar a Tiny por joderle el cumpleaños.

Basta decir que al final Tiny terminó viviendo en su sofá, algo que ni James ni Remus —con quien compartía piso— se tomaron muy bien al principio. Sin embargo, resultó que Tiny era un inquilino mucho mejor que el propio Sirius: limpiaba la casa, cocinaba, respetaba los horarios y las estrictas reglas de convivencia de Remus. Tanto fue así que, al cabo de una semana, Remus estaba considerando seriamente darle una patada a Sirius y quedarse con Tiny.

Lo bueno de aquello fue que, al reconciliarse con Tiny y ofrecerle alojamiento gratuito, Ellie "La Tuerta" decidió que Sirius no era tan mala persona y se ofreció a responder por él para que pudiera pagar con trabajo los destrozos que había causado en el bar. Esto fue una bendición, ya que al parecer lo único que Sirius había aprendido de ser rico era cómo gastar como uno, y ya estaba viendo el fondo de la herencia de su tío Alphard.

—¿Qué tal, Tiny? ¿Ya pudiste arreglar ese problema con tu jefe? —preguntó Sirius.

Tiny hizo una mueca de tristeza.

—Ni me lo recuerdes, amigo. Si las cosas siguen así, me voy a quedar sin trabajo.

—No lo creo. Por lo que me has contado, tu jefe es un cascarrabias, pero no es tan malo como para echarte.

Tiny negó con la cabeza.

—No es eso. Se lo llevaron esta mañana. Nadie sabe si fueron los aurores o "tú sabes quién". Son tiempos muy oscuros.

—Todo se está yendo a la mierda últimamente —dijo Sirius con amargura—. Entre los que nos quieren muertos y los que nos quieren en la cárcel, nos va a llevar el infierno.

Cada día las cosas parecían empeorar. Para colmo, Dumbledore lo había "descansado" de la Orden hasta que arreglara su vida. Si no lo conociera, habría pensado que aquello era un maldito castigo por haber dejado a los aurores.

—Y no olvidemos a los que nunca miran hacia Knockturn hasta que necesitan que peleemos sus guerras —añadió Tiny, dándole un gran trago a su cerveza y limpiándose la espuma del mostacho con la mano.

Sirius negó con la cabeza. Ya antes había tenido esa conversación con Tiny. Por alguna razón, los habitantes del callejón no tenían la mejor opinión de Dumbledore. Después de años coexistiendo con magos oscuros y criminales, era comprensible que la poca buena gente de Knockturn no lo viera con buenos ojos.

—Vamos, Tiny, el hombre está desesperado. No es el único lugar donde está buscando ayuda para la Orden. Además, este asunto de Vol... digo, "Quien tú sabes", es problema de todos. Knockturn tiene más mestizos e hijos ilegítimos de ciertas personas de interés viviendo en sus calles que cualquier otro lugar en el mundo mágico —dijo Sirius, evitando pronunciar el nombre de Voldemort para no molestar a los parroquianos de la Banshee que creían que había una maldición en el nombre.

—En serio, ¿cuántos años lleva el viejo en el Wizengamot, o como Mugwump Supremo? En todos esos años, no ha podido ni echar un vistazo al callejón. Si no fuera por las tarjetas de ranas de chocolate, ningún niño de aquí sabría cómo es el hombre.

Sirius soltó una risa nerviosa, quizás no estaba en buenos términos con el hombre, pero le hacía sentir incomodó que hablaran mal de él.

—Tampoco exageres, Tiny. No es como si el hombre se escondiera en Hogwarts.

—No lo sé, nunca fui a Hogwarts. No recibí la carta —respondió Tiny con naturalidad.

Sirius lo miró confundido.

—¿Se perdió tu carta? ¿O tus padres no podían pagar Hogwarts? Porque sé que el Ministerio cubre la educación de los que no pueden...

—No, Sirius, no llegó mi carta. Puedo jurarte por mi magia que, en mis treinta años de vida en el callejón, nadie ha recibido una carta de Hogwarts —lo interrumpió Tiny con seguridad.

—Entonces, ¿cómo demonios siguen vivos todos? —preguntó Sirius, incrédulo. Un mago no puede vivir sin hacer magia.

—Verás, cada año, en septiembre, los vigilantes del Ministerio y gente del Departamento de Educación Mágica llegan y entregan un manual de hechizos básicos, junto con una varita de pino con núcleo de nervio de Jarvey para cada niño. Luego les desean suerte. Es una temporada ocupada para los vigilantes, ya que tienen que recoger los cuerpos de los niños que explotan accidentalmente.

—Estás mintiendo —dijo Sirius, incapaz de creerlo. Todos los niños mágicos recibían sus cartas e iban a Hogwarts, todo el mundo lo sabía. Aunque, en el fondo, una parte de él sospechaba que tal vez era posible, después de su tiempo como auror.

—Fuiste auror, ¿no? Pregúntales a tus amigos de la fuerza. No es un secreto, simplemente a nadie le importa. ¿Por qué crees que muchos magos del callejón se van con "Quien tú sabes"? Están enojados porque los nacidos de muggles tienen derecho a ir a Hogwarts y hasta les pagan la educación, mientras que sus hijos mueren en las cunetas.

—Pero tú no piensas así, ¿verdad? —preguntó Sirius, impresionado.

Tiny negó con la cabeza.

—No, amigo. Por un tiempo estuve muy enojado con mi situación. Sentía tanta envidia de los niños que iban de compras con sus libros y escobas nuevas. Pero luché, me eduqué, me costó el triple, y fui afortunado. Tan afortunado que, cuando la guerra llegó, yo era otro hombre. Si hubiera llegado cuando tenía tu edad, te aseguro que sería uno de esos idiotas con marcas y máscaras, sintiéndome superior —dijo Tiny con seriedad.

—No sé qué decirte, Tiny, solo que me alegra que no seas ese tipo. Eres mejor persona de lo que yo jamás seré —respondió Sirius, imaginando lo horrible que habría sido ver a todos comprar sus cosas de Hogwarts mientras él se quedaba en casa con una varita de mala calidad y un manual de mierda.

—Solo eres joven, Sirius. Con el tiempo, o aprendes de la vida o te amargas hasta que ya no te reconoces. Pareces inteligente, tal vez aprendas. Al menos, parece que lo estás intentando.

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Marigold Evans siempre supo que el amor que Severus sentía por su hija, Lily, no era más que el apego de un niño que se aferraba a la única persona que había sido amable con él. La seguía como un cachorro, y Lily, fascinada por esa adoración que ninguno de los otros chicos del barrio le brindaba, parecía disfrutarlo. Marigold sabía en lo profundo de su ser que todo eso acabaría en desastre.

No es que el muchacho le cayera mal. Al contrario, lo dejaba llamarla por su nombre, aunque era un poco raro. Todos en Cokeworth sabían lo que escondía: la clase de crianza problemática de la que provenía. No hacía falta más que arrastrar a Tobías Snape, borracho perdido, hasta la puerta de su casa, como muchos lo habían hecho, para darse cuenta de ello. Pero lo que más le apenaba a Marigold era saber que ese amor que Severus sentía por Lily no era correspondido de la misma manera.

Honestamente trató de detenerlo.

Marigold no era ninguna estúpida. Sabía bien lo que tenía en casa: Petunia, con su desprecio absoluto hacia todo lo relacionado con Cokeworth, siempre ansiosa por escapar como si hubiera nacido con un pie ya fuera del barrio. Y luego Lily, más calmada y reservada, pero solo en apariencia. Sabía bien que su hija había roto más narices en la primaria que cualquier chico problemático del barrio. Aunque tenía buenas intenciones, Lily era ciega y egoísta con aquellos amigos que daba por sentados.

La prueba más evidente de eso era que, en quince años, nunca pareció darse cuenta de la cruda realidad que vivía el muchacho que llamaba su "mejor amigo". Exigía su atención y compañía, arriesgando a Severus a la ira de su padre, hasta el punto de que Marigold tenía que ordenarle a Lily que dejara ir al chico a casa a tiempo.

En una ocasión, Marigold le dijo a su hija: "Deja de ilusionar al chico Snape. Tú y yo sabemos lo que estás haciendo. No es un gatito que puedas adoptar sin consecuencias". Pero Lily, con esa inocencia que la caracterizaba, solo sonrió y se encogió de hombros. "No estoy haciendo nada, mamá. Es mi mejor amigo, solo eso".

Marigold también habló con Severus. Lo sentó frente a ella, lo miró a los ojos y le advirtió: "Severus Snape, hagas lo que hagas, hazlo por ti. Porque si pones todos tus huevos en esa canasta, Lily te va a romper el corazón". Pero, como el adolescente enamorado que era, la ignoró. Se lanzó al vacío, y todo salió mal.

Después de esa conversación, Marigold no volvió a verlo por años. Lily mencionó, con desdén, que Severus se había unido a un grupo extremista mágico y que no le iba bien. Marigold solo negó con la cabeza, rogando en silencio que el muchacho recapacitara antes de convertirse en otra estadística criminal de la pintoresca Cokeworth.

Pasaron seis o siete años sin saber de Severus Snape. Marigold pensó que aquel chico arisco y de ropas desgastadas desaparecería en los recuerdos de la infancia de sus hijas. Pero un día, lo vio caminando, perdido, con un bebé en brazos que más que llorar, gritaba. El rostro de Severus estaba tan pálido como el de un fantasma, y su mirada reflejaba una confusión profunda.

 

—Severus, chico, por Dios, te ves como un muerto escapado de la tumba —dijo preocupada. Severus, aferrado al bebé como si fuera su última esperanza, no reaccionó. Marigold insistió—. Severus, por tu madre que está en el cielo, dime algo.

El silencio continuaba, hasta que ella levantó la voz—: ¡Severus! ¿Estás bien?

—No —fue todo lo que respondió antes de abrazarla, con todo y bebé, y romper a llorar desesperadamente. Marigold lo consoló como mejor pudo, recordándose a ella misma llorando a coro con Petunia y Lily, sucia y desaliñada sosteniendo impotente un pañal sucio.

Marigold no le permitió hablar esa noche. Lo dejó dormir en el sillón de su casa mientras ella cuidaba al bebé y ordenaba a su esposo que sacara del sótano cosas útiles para el niño. Consiguió leche y pañales de una vecina y se dedicó a atender al pequeño mientras Severus dormía como si no hubiera mañana.

Al día siguiente, lo obligó a bañarse mientras ella calmaba al bebé, que parecía tan agotado como su padre; ¿Cómo no iba a ser su padre con esa nariz y ese ceño? Cuando Severus volvió a la mesa, con una taza de té en la mano y un trozo de tarta Shepard en el plato, se veía algo más humano. Marigold había logrado que el pequeño Darcy, como Severus lo llamó, durmiera casi toda la noche.

Entonces llegó el momento de hablar. Severus le contó todo: cómo una bruja rumana le había robado sus ahorros a cambio del niño, su intento fallido de dejarlo en el hospital, las voces de ultratumba que escuchaba en su casa, y cómo había huido aterrorizado y al borde de la locura.

—Creo que Ozana me maldijo —dijo Severus, aferrado a su taza—. Quizás liberó los fantasmas de mis padres. O Darcy está maldito. El niño no durmió ni una noche en mi casa. Todo lo que pasó esa noche fue... fue imposible.

Marigold, impasible, le dio un golpe en la nuca—. ¡Ustedes los magos, siempre complicándose la vida! Severus, no habías comido en tres días, y apenas habías dormido tres horas en dos días. Lo que tuviste fue una alucinación por agotamiento. Si no te hubiera encontrado, quién sabe qué locura habrías hecho.

Severus bajó la mirada, avergonzado—. Debería haberlo dejado en el hospital. No sé por qué pensé que podía hacerlo. En un día y medio casi lo mato.

Marigold le tomó las manos—. Severus, nadie está preparado para esto. Ni siquiera yo, que esperaba con ansias a mis hijas, me salvé de volverme loca. Viene con el paquete de ser padre. No te voy a decir que te quedes con él si no lo quieres, porque ser padre a la fuerza no es algo que desee para nadie. Pero cuando llegó el momento más difícil, pudiste haber escapado, y no lo hiciste.

—¡Le grité! —sollozó Severus—. Le grité que se callara. Soy como mi padre esa maldad y toda su crueldad está en mí. No quiero que ese niño sufra como yo. No quiero darle una vida de ropa de segunda mano vergüenza y violencia. Esa gente no lo quería, dijeron que iban a tirarlo al río porque no podían venderlo, y ahora está atrapado con el maldito hijo de Tobías Snape que casi lo mata.

Marigold lo abrazó con fuerza y, tomando su rostro, lo miró fijamente.

—Severus, mírame. —Hizo una pausa antes de continuar—. No le he contado esto a nadie, salvo a mi pobre madre, así que escúchame bien. Cuando Lily nació no fue como con Petunia. Richard trabajaba horas extras para pagar el hospital, y cuando llegaba a casa solo quería dormir. Yo no me sentía bien; con Petunia fue fácil, pero con Lily... era una batalla constante. Las enfermeras me habían fastidiado a morir sobre lo importante que era dar pecho, sobre la conexión mágica entre madre e hija, pero nada fue como decían. —El rostro de Marigold se ensombreció al recordar—. Lily no comía y yo me sentía como un fracaso absoluto. La casa estaba sucia porque no podía con dos niñas tan pequeñas, y yo misma estaba sucia. Me sentía siempre pegajosa, apestando a leche agria, y juraba que ese olor no se iba con nada.

—Esto no me convence de ser padre, ¿no deberías estar diciéndome esa basura cursi sobre lo maravilloso que es? —murmuró Severus, visiblemente incómodo.

—No, mi niño. Tú sabes que prefiero decir las cosas como son. Yo me sentí aliviada cuando comprendí que no existe esa "experiencia maravillosa". Es una experiencia, sí, pero es una ruleta rusa. Un día es el infierno, y otro, el cielo, y sientes que tu corazón no puede llenarse de más amor.

Severus hizo una mueca e intentó interrumpir, pero Marigold lo silenció con un gesto.

—Ahora no interrumpas, muchacho. Richard va a llorar si lo dejamos con el bebé más de una hora. Como te decía...

—Estabas en el lado infernal de tu ruleta rusa —intervino Severus, más por despecho que por interés. A veces odiaba su naturaleza confrontativa.

—Mucho peor —continuó Marigold—. Lily tenía cólicos, no paraba de llorar, y yo no era capaz de hacerla eructar. Estaba aterrada. Richard no estaba, y yo no había cambiado su último cheque porque estaba avergonzada de salir así. Me sentía como un monstruo deforme y pegajoso, y solo pensaba en la pesadilla que sería salir, cambiar el cheque, e ir al doctor con las niñas tan sucias como yo.

Severus la miró incrédulo. Para él era difícil imaginar que Marigold, su idea de "buena madre", se hubiera sentido de esa forma.

—Sí, lo sé. Para cualquiera sería fácil, pero para mí, todo eso era como si me pidieran hacerlo con una roca de una tonelada atada al cuello. Entonces Lily vomitó sobre mí y corrí al segundo piso con ella en brazos. Me senté en el alfeizar de la ventana mientras Petunia se volvía loca. Mi hija de cinco años corrió tres calles hasta la casa de mi suegra para pedir ayuda. Mi hija de cinco años hizo algo que a mí, la adulta Marigold, nunca se me ocurrió hacer. Mis suegros tardaron tres horas en moverme de la ventana. Fue un drama en su momento: mi suegra quería que Richard se divorciara de mí y se llevara a las niñas, y mi suegro quería que me encerraran en un manicomio. Por suerte, Richard me amaba demasiado como para hacerles caso.

—No puede ser cierto, tú eres… no sé, eres una buena persona. Curabas mis moretones sin preguntar. No pudiste haber hecho eso… Eso es algo que haría… —Severus tragó saliva, incapaz de decir "mi madre", pero ambos sabían lo que quería decir.

—Niño, los adultos no somos dioses. ¿Crees que por el simple hecho de dar a luz alcanzamos la iluminación como si fuéramos la maldita Virgen María?

—¡Marigold Evans! —exclamó Severus, sorprendido.

—Oh, por Dios, Severus Snape, no me vengas con esa cara. Has tenido una boca más sucia que la mía desde que eras una cosa pequeña y flaca, todo un enredo de brazos y piernas que no podías controlar. En fin, lo que quiero decirte es que eres solo un niño. No tienes ni veinte años y te ha caído un bebé del cielo. Has hecho todo lo que has podido con lo que tenías a mano, así que no lo estás haciendo tan mal.

Severus pasó las manos por su cabello nerviosamente, frustrado.

—Pero no quiero hacerlo "no tan mal". Ese niño no se merece un maldito "no tan mal". Yo tuve un "no tan mal", y mírame: no tengo un empleo, tengo menos de cien libras y una casa de mierda como capital. Estuve a un paso de vender mi alma porque, donde quiera que vaya, no tengo futuro.

Marigold lo miró con confusión.

—No se supone que saliste siendo de los mejores de tu clase. Algo tiene que servir ese bonito diploma que te dieron, a menos que… por dios no me digas que hiciste alguna estupidez para esa pandilla tuya y ya te ficharon.

Marigold le lanzó esa mirada entre decepcionada y molesta que les daba cuando Lily y Severus se metían en problemas.

—¡No, no me mires así mujer, porque yo no tendría que recurrir a cualquier idiotez que se me ocurra si no fuera por la traición del mundo mágico de mierda! — gritó Snape con indignación.

—Por lo que me ha dicho Lily tiene sus detalles, pero…

—¡Repito es mierda el mundo mágico es un gran mojón gigante! — levantó la voz Severus sacando la verdad de su corazón.

—¿En serio y qué justifica que vivas como esos muchachos rapados que casi te matan porque 'pareces un hada'?, Recuerdas que tuviste que desviar tu camino tres cuadras solo para mantenerme vivo, porque ellos podrían haberte matado y Dios sabe que a ninguno de esos cerdos de mierda que se llaman ley les importaría un rábano, como no les importa nadie en la maldita Cokeworth— le recriminó Marigold recordándole una de las etapas más humillantes de su infancia, la primera vez que comprendió que si moría en las calles solo sería un cuerpo más, un niño más que no crecería para convertirse en escoria según la policía.

—¡Mi “bonito diploma” no sirve para nada! —confesó Severus avergonzado—. Conseguí un empleo, no era decente, pero era algo. Me esforcé por mantenerlo a pesar de la paga miserable y las horas exhaustivas. Todo por la promesa de hacer historia. "El descubrimiento del siglo" lo llamaron. Casi pierdo la vida por esa maldita poción, pero al final, quien recibió el crédito fue Damocles Belby, un estúpido pasante. ¿Sabes por qué? Porque mi apellido muggle no es confiable. Me pagaron veinte galeones y me dieron una patada por el trasero.

Marigold lo miró boquiabierta.

—Eso… eso no suena muy mágico que digamos.

—¿Sabes cuántos mestizos o nacidos de muggles logran destacarse en el mundo mágico? —preguntó Severus, con la voz cargada de amargura—. Ninguno. Somos menos que ciudadanos de Cokeworth allí. Puedes tener un diploma muy bonito para colgar en la pared, pero no te servirá de nada si tu apellido es Stuart, Thompson, o jodido Snape. Ni siquiera tu hija se salvará de ser solo una ama de casa glorificada.

—¡No te atrevas a menospreciar a mi hija de esa forma, Severus Snape! —levantó la voz Marigold.

—¡No soy yo quien menosprecia a tu hija! Todavía soy el pendejo que cree que Lily se merece lo mejor, pero ese mundo… ese mundo promete todo y finalmente te destruye por dentro—Severus exhaló para contener las lágrimas—Pregunta a Lily por su amiga Mary Mary McDonald, apariencia bastante aceptable, la mejor de su clase en artimancia, tiene cinco propuestas de matrimonio y ninguna laboral.

Marigold, con lágrimas en los ojos, habló con voz temblorosa:

—Severus, por favor, no estarás insinuando que James…

Severus en algún momento de su vida pudo haber aprovechado para poner a la madre de su mejor amiga en contra de Potter, pero ahora respiró hondo antes de contestar.

—No… ellos están… repugnantemente enamorados uno del otro. Lily es una de las pocas afortunadas, pero eso no significa que la sociedad no la juzgue igual que a los demás.

Marigold suspiró, recomponiéndose poco a poco. Las mujeres Evans eran mujeres de soluciones.

—Severus, si ese mundo es tan tóxico como dices, ¿por qué no lo dejas? Eres un chico inteligente. Podrías tomar clases nocturnas, sacar tus niveles A y hacer algo aquí. Si la situación es la misma de un lado que del otro, ¿para qué te torturas? Incluso podrías tener algunas facilidades, ¿no crees? —murmuró, sugiriendo discretamente que podría usar su magia sin romper mucho las leyes.

—¿Tirar a la basura siete años de mi vida? —preguntó Severus, visiblemente ofendido—. He pensado en eso, claro que sí, pero significaría que todo ese dolor y sufrimiento en Hogwarts se fue a la basura.

—Severus, en ese mundo, tu educación ya no vale nada. Tienes la opción de morirte de hambre, arriesgarte a ti y al bebé con esos criminales, o vivir como sirviente toda tu vida. Por lo menos aquí podrías tener trabajos de mierda un tiempo, pero finalmente podrías conseguir mejores oportunidades. Richard y yo podríamos cuidar de Darcy mientras trabajas y estudias, siempre que te apliques, claro.

—La opción muggle, dices —respondió Severus con amargura.

—¿El qué?

—Es una expresión del mundo mágico. El Ministerio cobra treinta mil galeones para cambiar tu nombre a uno "aceptable" y permitirte trabajar, siempre que no le digas a nadie tu origen. Pero es gratis cambiar tu diploma de Hogwarts por un certificado de educación muggle. Incluso te regalan clases para ponerte al día. Es la salida fácil, y muchos mestizos y nacidos muggles toman esa opción. Para la sociedad mágica, eso significa un fracaso, es el camino del cobarde. "No pudiste con el mundo mágico, así que te refugias con los muggles para ocultar tu vergüenza."

—Severus, a veces me pregunto si realmente no les hizo más daño a ti y a Lily haber crecido fuera de Cokeworth. ¿Qué te pasa? ¿Por qué te importa tanto la opinión de esa gente? Ya te demostraron que no son los tuyos. Deja que hablen, que arruguen las narices, que se escandalicen esos hijos de perra... no te merecen. Tú tienes el potencial de hacer cosas grandes. Quizás ellos no entiendan tu camino, pero eventualmente llegarás ahí.

—Yo... no lo sé —respondió Severus con duda.

—Nada de "no lo sé", Severus Snape. ¿Sabes cuántas personas en el mundo desearían tener siquiera una salida? Antes de ser un mago, eras un chico de Cokeworth, y puedo jurarte que antes de ir a ese lugar tenías más orgullo en ti mismo que cuando decidiste ser un mago.

Severus se sintió realmente ofendido. Nunca había amado Cokeworth; solo hacía lo necesario para sobrevivir. Su orgullo residía en que su madre siempre le había dicho que tenía un lugar en el mundo mágico, un lugar lejos de toda esa sucia chusma y que pronto se iría para no volver. Ahora, lo único que sentía era traición y vergüenza al regresar a ese pozo infernal.

Prefería mil veces ser sirviente del Señor Tenebroso que arrastrarse de vuelta a la pocilga de sus padres. Y ahora ni siquiera tenía esa opción. Lo único que le impedía beber el veneno más potente que conocía era su falta de activos y, por supuesto, Darcy.

—¿Tienes idea de lo humillante que es ir allí, mostrar mi cara y decir: "Lo siento, volveré a mi casa de mierda, ya extrañaba la pared donde papá estrellaba la cara de mamá"?

Marigold ni se inmutó ante la obvia provocación. La idea de que sus dos muchachos no fueran considerados personas en ese mundo de magos arrogantes la enfurecía. Si antes quería ayudar a Severus, ahora lo deseaba más. Quería que tanto Lily como Severus se plantaran con orgullo ante esa sociedad que los despreciaba y le escupieran en la cara diciendo: "Mírame, esto es lo que soy y lo que he hecho."

—Si eso es lo que quieres decir, dilo. Pero, Severus, mañana vas a ese Ministerio, sacas tus papeles, buscas trabajo y le das a tu hijo la vida que dices que se merece. Porque, por las buenas o por las malas, aunque tenga que arrastrarte pataleando y gritando fuera de tu miseria, tú y tu niño saldrán bien de todo esto.

Severus no sabía si reclamar a Marigold por el regaño o apreciar la fe que nadie en su vida miserable había tenido en él. Lástima que no fuera a vivir lo suficiente para verlo. Había enfadado al Señor Tenebroso y sus días estaban contados.

Una vez más, se preguntó por qué no había dejado al bebé. De todos modos, él iba a morir. Y la respuesta siempre era la misma: Darcy, en un sistema lleno de ignorantes que no sabrían qué hacer con un niño mágico. ¿Por qué no existían más familias como los Evans?

Quizás... ¿por qué no? Si lograba que los Evans se encariñaran con Darcy, tal vez el niño tendría una oportunidad. Si Severus moría asesinado por rechazar a los mortífagos, lo más probable, ellos podrían quedarse con él. Solo tenía que vivir lo suficiente para que Darcy hiciera esa cosa que había hecho con él, esa que le generaba esa extraña dependencia. Entonces, no podrían dejarlo nunca, y el niño tendría una familia amorosa que conociera la magia. Incluso, si por alguna razón, Merlín no lo quiera, acabara con los Potter, Lily no dejaría que su marido le hiciera daño al bebé que había conmovido a sus padres. Y si Potter le enseñaba a Darcy a odiar la memoria de Severus... bueno, para ese entonces, ya estaría muerto.

No es que quisiera morir, pero era lo más lógico, si uno lo pensaba.

—¿Sabes qué, Marigold? Tienes toda la razón —dijo, esbozando una sonrisa retorcida que pretendía ser amable y agradecida.

Marigold puso la mano en su hombro y suspiró.

—Muchacho, aún te falta trabajo con esa sonrisa.

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Mientras tanto, Lord Voldemort estallaba de furia en una de sus bases secretas.

—¡¿Cómo es posible que no lo encuentren?! ¡Es un maldito mestizo, no puede ocultarse para siempre! ¡Creí que sabías dónde vivía, Lucius! —rugió el Señor Oscuro.

Lucius palideció y trató de explicar:

—No sabemos qué ha pasado, señor, pero desde hace dos días nadie recuerda dónde vive. Ningún hechizo de rastreo funciona, y algunos de nosotros ni siquiera recuerdan su rostro. Rabastan Lestrange intentó preguntar por él... y olvidó por completo su nombre.

—Nunca me dijiste que fuera tan poderoso. ¿Por qué no lo hiciste, Malfoy? —preguntó Voldemort, apuntándole con su varita de manera amenazante

—No lo sabía, señor. Siempre dio la impresión de ser un mestizo talentoso en pociones, eso sí, pero fácil de manipular. Nunca mostró señales de traicionarnos. Parecía un perro dócil y feliz con su posición —explicó Lucius, inclinándose sumiso ante su maestro.

—¿Un perro dócil? ¿Un fiel sirviente? Ese sucio mestizo nos dejó en ridículo en el Aquelarre de Orșova. Mancilló un vientre ejemplar de miles de generaciones de Sangre Pura y escapó con nuestros secretos, con todo el maldito descaro. Ese perro acaba de morderte la mano, Malfoy, y no espero menos que un castigo ejemplar. Porque si ese perro mestizo llega a Dumbledore, serás tú quien será castigado.

Lucius intentó recurrir a las disculpas zalameras que solía usar para calmar al Señor Tenebroso, pero apenas tuvo tiempo de escuchar el grito de:

—¡Crucio!

El dolor lo dejó sin respiración. Mientras sufría bajo la maldición, se prometió a sí mismo que Severus pagaría por haberlo avergonzado de esta manera ante el Señor Oscuro.

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Albus Dumbledore no era un hombre que se jactara de ser ignorante. Sabía que la información, por más insignificante o inofensiva que pareciera, siempre podía ser una herramienta valiosa, y sabía cómo utilizarla a su favor. No por nada había llegado hasta donde estaba.

Por eso, cada fin de semana recibía informes sobre cualquier evento sospechoso en las oficinas del Ministerio, desde reuniones secretas hasta arrestos de personas de interés o registros inusuales. Todo lo que sus numerosos informantes pudieran recoger quedaba a su disposición para usarlo en el momento adecuado.

Una visita de Marcus Yaxley al registro de nacimientos mágicos del Ministerio calificaba como información útil, y más aún lo era el certificado que apareció en la sección de magos británicos nacidos en el extranjero: un registro a nombre de Severus Snape y una mujer rumana desconocida, para el recién nacido “Darcy Fitzwilliam Snape”.

Hacía mucho tiempo que no escuchaba el apellido Snape. Lo recordaba vagamente como el chico que había utilizado para que el joven Potter y sus amigos aprendieran lo que significaba enfrentarse a un Slytherin y su lugar en la jerarquía.

Dumbledore había supuesto que, como tantos otros de su casa, Snape eventualmente se uniría al bando oscuro y moriría como un peón de Voldemort. Después de todo, era un mestizo pobre y sin futuro, a pesar de su talento. Nunca esperó que tuviera un hijo mágico. Si el niño había sido registrado en el Ministerio rumano, era evidente que era hijo de magos.

Dumbledore se levantó de su escritorio y se asomó a la ventana, contemplando los hermosos y nevados páramos escoceses. Meditaba sobre qué hacer con esa información.

Para Voldemort, el nacimiento de un hijo de Snape no sería bien recibido. Un mestizo mancillando el nombre de una familia mágica sería visto como una afrenta, aun si la madre también fuera mestiza. A los ojos del Señor Oscuro, era como si un animal enfermo hubiera escapado y se hubiera reproducido fuera de la vigilancia de su amo, dejando su mancha en el linaje puro.

Eso era algo que incluso Dumbledore podía comprender, aunque desde una perspectiva distinta. Si Snape hubiera sido una mujer, la situación sería diferente; la sangre nueva podría revitalizar el linaje mágico sin los riesgos de la endogamia, y el apellido mágico prevalecería sobre el muggle. Pero la realidad era que ahora había un niño de sangre mágica en manos inadecuadas.

Snape, sin su amo y siendo un mestizo con una personalidad grosera y rebelde, probablemente acabaría refugiándose en el callejón Knockturn. El niño no asistiría a Hogwarts y terminaría muriendo en ese oscuro rincón del mundo mágico.

Todo aquello era trágico, y debía evitarse de alguna manera.

Si Dumbledore hubiera tenido más influencia, todos los niños del callejón Knockturn habrían sido tomados y entregados a buenas familias mágicas, donde se les enseñaría a ser magos respetables. Ya existía un proyecto de ley para algo similar, aunque, siendo honesto, la primera generación de este nuevo modelo social no aspiraría a mucho. Pero con buenos matrimonios, sus hijos podrían convertirse en miembros aceptables de la sociedad. Los que no lograran escalar, al menos tendrían empleos menores y no serían asesinados o discriminados; simplemente serían felices en empleos menores en su lugar.

Los mestizos y nacidos de muggles ya vivían dentro de este sistema, y la mayoría eran bastante felices. Se encargaban de aquellas tareas que los magos de linaje antiguo consideraban molestas, agradecidos por la oportunidad de ser educados y vivir en el mundo mágico. Si no les gustaba, podían marcharse. Todos tenían facilidades para integrarse al mundo muggle si así lo deseaban. No era como si estuvieran esclavizándolos; eso sería bárbaro. ¿Cómo podrían hacer algo así cuando las valientes mujeres muggles y mestizas estaban salvando el mundo mágico de la extinción con sus hijos?

El pequeño Darcy podría ser la prueba para iniciar el proyecto con el callejón Knockturn. Dumbledore hablaría con su desafortunado padre y le ofrecería al niño una buena familia mágica a cambio de protección e información. Incluso le permitiría verlo como "un amigo de la familia" si aceptaba trabajar como espía.

No es que Snape tuviera una vida larga por delante si traicionaba a Voldemort, pero sería más larga de lo que pretendía, y eso no afectaría el futuro del bebé. Seguramente aceptaría el trato, aunque presentaría algo de resistencia, dado el carácter disidente de Severus Snape. Pero finalmente, la desesperación lo llevaría a tomar el camino correcto. Todos lo hacían, tarde o temprano.

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Severus se recostó en su habitación con la puerta cerrada. No estaba listo para enfrentar el mundo exterior, pero había regresado porque no quería seguir abusando de la hospitalidad de los Evans. Tenía que comportarse, hacer las cosas bien, si quería ganarse a la que esperaba fuera la futura familia adoptiva de Darcy.

Un pequeño balbuceo lo hizo mirar hacia abajo, donde el bebé yacía en su pecho, moviéndose torpemente, como una babosa. ¿Era normal que los bebés se movieran tanto tan pequeños? Darcy era, sin duda, la cosa más frágil que Severus había visto en su vida.

—Eres débil, raquítico, y para colmo heredaste mi enorme nariz —murmuró Severus con una mezcla de resignación y ternura—. Pero no te preocupes, te enseñaré el sutil arte de sobrevivir en este mundo cruel. Te protegeré de tus enemigos hasta donde pueda. Cuando termine contigo, dominarás el mundo, Darcy Fitzwilliam Snape —dijo con determinación, su mirada seria, mientras el bebé se entretenía felizmente haciendo burbujas de saliva.

—Sí, hay mucho trabajo por hacer —reafirmó Severus. Y sin darse cuenta, por primera vez en su vida, esbozó una sonrisa honesta.

Notes:

Y así es, si les dieran un galeón por cada vez que Sirius y Severus hacen cosas terribles con las mejores intenciones serían millonarios.

Lo siento por lo de Belby pero para fines de la historia será un Nepo baby, recuerdan esa mención del canon pasado por el arco de triunfo.

Uno de mis headcanons sobre Snape, es que su lenguaje del amor es la devoción completa rayando en la obsesión así que cuando su corazón acepte a Darcy las cosas se pondrán interesantes.

Y finalmente Severus cree que Voldemort es el único que lo ésta buscando, pero no cuenta para nada con Dumbledore, quien sabe, quizás el lado de la luz puede llegar a herirlo más que el temido señor tenebroso.
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Notas del Beta: Este archivo fue editado el 16/10/24 con el consentimiento del autor

Vigil: es una palabra tomada de “Alianza” fanfic de Helena Dax, que usaba para referirse a los “Hit wizards”, aunque aquí la usamos más para referirnos una versión mágica de un policía de a pie que a un “Hit wizard”

Chapter 4: Bien Mayor

Notes:

Hola de nuevo hoy antes de empezar quiero decir gracias por su apoyo, como apenas estoy empezando a publicar aquí, pensé que no habría tanto apoyo y me sorprendí gratamente, gracias por sus kudos y comentarios en serio los aprecio.

En fin a lo que truje, hoy tendremos el primer encuentro de Sirius y Severus, no sean crueles con Sirius recuerden que tiene ocho años de su vida en el lavado de coco de Dumbledore y no conoce nada más y James está en un lugar mucho peor.

También le daremos un vistazo a la burocracia del ministerio y preparen las palomitas, Dumbledore está aquí para hacer drama.

ADVERTENCIA: **Favor de desactivar el traductor para disfrutar bien la lectura, por alguna razón traduce el texto "al español" y queda todo rancio**

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

La primera acción de Severus, tras aceptar su destino, fue quemar la puerta del cuarto de sus padres y el cinturón colgado en la pared en una fogata en el jardín. Quizás fuera un miedo irracional, pero sentía la necesidad de exorcizar sus demonios.

Luego decidió que también valdría la pena exorcizar el estilo de pub de los años cincuenta que dominaba la casa. No dudaba que Darcy podría volverse alcohólico si pasaba un día más en esa casa llena de botellas y productos promocionales de cerveza.

Con la ayuda de Richard y Marigold Evans, quienes le guiaron en cuestiones de buen gusto, redecoró su pocilga utilizando los viejos muebles de los Evans, los pocos que pudo rescatar de su propia casa y, para compensar la falta de dinero, mucha magia. Tanta que tuvo que sacar los electrodomésticos al jardín para evitar que se estropearan.

Reparó y cambió el color de los muebles, y metió las pertenencias de sus padres en bolsas de basura. Tras sufrir un segundo ataque de pánico, dejó que los Evans decidieran qué se tiraría y qué sería donado a la iglesia local. Si algún indigente podía beneficiarse de un abrigo de Tobías Snape, al menos el viejo haría algo útil.

Al final, después de deshacerse de toda la basura, encontró quinientas libras escondidas entre ropa, jarrones, libros y otros lugares, lo que le dio algo de tranquilidad para buscar un trabajo en el futuro. El mero hecho de saber que sería en el mundo muggle le revolvía el estómago, pero no tenía otra opción.

Con mucho esfuerzo y agotado de lanzar hechizos, finalmente la casa quedó más decente de lo que jamás había estado. Su antigua habitación ahora era el cuarto del bebé, con elefantes pintados con magia, iguales a los de la manta que Darcy había reclamado como su favorita entre varias que, en su día, fueron propiedad de Petunia y Lily. No podía negar que le llenaba de cierto orgullo que Darcy escogiera algo de su propia infancia por encima de otras cosas más bonitas, pero se negó a analizar ese sentimiento. Si iba a morir, lo haría sin arrepentimientos.

Además de frazadas y algo de ropa, los Evans también le dieron para el cuarto una cuna, una linda cajonera con cambiador, y viejos juguetes rotos que cobraron nueva vida con un poco de magia. Era un cuarto bonito; una lástima que el mocoso malagradecido prefiriera su exótico caldero de cobre, y básicamente cualquier lugar, menos su habitación, para dormir.

La habitación de sus padres ahora era suya, para su desgracia. Se deshizo del horrible papel tapiz y del moho tóxico con unos cuantos hechizos. En su lugar, dejó las paredes lisas, pintadas de gris claro, tras un minucioso acuerdo con la Señora Evans, quien de ninguna manera cedió ante sus sugerencias de paredes y cortinas negras.

Por decisión unánime, la cama matrimonial fue a la basura. En su lugar, Severus construyó una base con ladrillos apilados que Richard Evans tenía acumulados de una vieja remodelación, y sobre ella colocó un colchón viejo, reparado con magia, que perteneció a Petunia. Ella lo había regalado a sus padres cuando su "muy gordo" esposo fue apuñalado por un resorte que no pudo soportar todo su peso. Con las sábanas y cobijas que sacó de su propia habitación, agrandadas y modificadas a su gusto, el resultado no se veía tan mal.

Severus cambió el color del armario y transfiguró los muebles tanto como sus conocimientos en la materia le permitían, reorganizándolos con el fin de que el lugar se pareciera lo menos posible al escenario de sus pesadillas. Para su sorpresa, funcionó bastante bien, pero a pesar de la preocupación de los Evans, no repuso la puerta del cuarto, dejando el hueco de la entrada completamente vacío.

Finalmente, exhausto tras usar magia todo el día, se dejó caer frente al pórtico, observando cómo el cielo de Cokeworth se teñía de rojo con el atardecer. Richard Evans se sentó junto a él y le ofreció una cerveza. El hombre había cambiado mucho con el tiempo: canas surcaban su cabello castaño oscuro, y las arrugas marcaban su rostro, pero aún parecía fuerte como un roble. Severus tomó un sorbo de la botella ofrecida solo por cortesía; el olor a cerveza no era de su agrado, ya que le recordaba cómo apestaba toda la casa cuando su padre vivía. Sin embargo, no quería ofender a Richard, un hombre siempre tranquilo y amable, que nunca juzgaba y, cuando preguntaba sobre el mundo mágico, lo hacía con respeto. Severus había extrañado sus consejos desde que dejó de hablar con Lily.

—Es un buen muchacho —dijo Richard, observando a Darcy dormir plácidamente en el caldero.

—Quiero pensar que tu oído ya no es el mismo a tu edad, pero para el resto de las personas con tímpanos sanos, el buen chico solo lo es cuando duerme —respondió Severus.

—Ah, eso. En realidad, es bastante leve en comparación con Lily. Ella nos volvía locos cada vez que lloraba, hacíamos de todo para calmarla. ¿Te mencioné que rompía las ventanas?

Severus sintió un vacío en el estómago, y el fantasma de su última alucinación asomó su feo rostro. Conteniéndose, respondió sin emoción:

—Sí, yo también lo hacía cuando era niño. Supongo que tendré que reforzar las ventanas cuando su magia despierte.

Estaba cansado de desmoronarse frente a los demás.

—Por lo menos tú ya sabes que será un mago. Es bastante difícil cuando no tienes ni idea. Mari y yo muchas veces pensamos que estábamos alucinando. No entiendo... Si tienen los nombres de los niños y saben dónde viven desde que su magia se manifiesta, ¿por qué no los visitan y hablan con los padres? Desde que supe que Lily era una bruja, siempre he pensado en el destino de los otros niños como tú y ella, allá afuera.

—Es como todo, Richard. Hay padres buenos y malos, y niños con suerte y otros menos afortunados. Es cierto que el mundo mágico debería ser más responsable, pero créeme, es mejor ser ignorado. Hay personas allá afuera que creen que los magos deberían tomar a todos los niños mágicos y enseñarles “su lugar” en el mundo.

—¿Hablas de la gente que intentó reclutarte? —preguntó Richard, dándole otro trago a su cerveza.

“No, ellos solo quieren matarlos a todos”, pensó Severus, pero asintió para no asustarlo. Al fin y al cabo, su hija estaba en medio de todo ese caos.

—Quizás tengas razón, Severus. Sé que es tu mundo y todo eso, pero ya sabes, hay cosas que no me gustan mucho de él… —Richard se quedó pensativo por un segundo y revisó el bolsillo de su pantalón—. Por cierto, hablando de tu mundo, encontré este sobre en la cocina. Supongo que es importante.

—Ah, esa es la carta con los papeles de Darcy. Tengo que llevarla al Ministerio antes de que me multen por no registrar al mocoso —dijo Severus, tomando el sobre y sacando los documentos: el pergamino con la nota de Doina, el registro de nacimiento de Darcy y otras dos hojas que no reconoció.

Parecían páginas de un libro: una estaba llena de texto en rumano y la otra mostraba varios sigilos que nunca había visto antes.

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—¿Podría deletrearme “Darcy” otra vez? —preguntó la burócrata de la ventanilla del registro de nacimientos en el Ministerio.

Severus llevaba tres horas atrapado en esa oficina, llenando papeles y respondiendo preguntas como si fuera un maldito delincuente. Para colmo, Darcy tenía que estar presente para el registro, lo cual no ayudaba. El pequeño se retorcía en su portabebés rosa de puntitos rojos, jalándole el cabello o intentando tomar todo lo que estuviera a su alcance con sus pequeñas manos.

Se suponía que había ido temprano para poder terminar con el registro e ir a sacar la equivalencia muggle de sus estudios mágicos, pero lo veía imposible con aquella mujer que parecía empeñada en no hacer su trabajo.

—¿Es en serio? —bufó Severus—. Acaba de registrar a un Horacius Bentley Avery Carrington III, y llevamos horas sin que pueda escribir "Darcy".

—Es un nombre muggle complicado, señor Snape —respondió la burócrata—. No es como los nombres normales del mundo mágico. ¿Está seguro de que quiere registrarlo con ese nombre? Si le pone uno más común, le dejamos el apellido mágico a quince mil galeones porque no es un cambio de nombre —ofreció la mujer, como si le estuviera haciendo un favor.

Severus respiró hondo, invocando todo su autocontrol para no matarla, principalmente porque no quería que su hijo tuviera más traumas. Tomó una de las plumas dispuestas para llenar el papeleo y, en un trozo de pergamino, escribió el nombre de su hijo. Se lo entregó con una mirada de hastío.

—Quisiera creer que sabe leer. Por favor, apresúrese. Tengo una cita en la oficina de equivalencias.

La mujer lo miró con curiosidad, y, rompiendo el pergamino con el nombre del niño ante un Severus ofendido, preguntó:

—¿Se refiere al programa de equivalencia muggle de estudios?

—Sí, señora. ¿Podemos apurarnos? No tengo tiempo para otro interrogatorio —respondió Severus, tragándose la ira, resignado a deletrear "Darcy" otras treinta veces, si no más.

Mientras tanto, Darcy babeaba el pequeño conejo de peluche que colgaba de su pañalera rosa de conejitos, un contraste curioso con la imagen de Severus vestido con jeans muggles, botas altas y chaqueta de cuero. No es que se pudiera hacer algo al respecto: Darcy adoraba las coloridas y rosadas cosas que habían dejado atrás las hermanas Evans, y cada vez que intentaba cambiarles de color, el niño armaba tal escándalo que Severus prefirió dejarlo así.

—Oh, ¿por qué no lo dijo antes? Nos hubiéramos ahorrado mucho tiempo —respondió la mujer, como si no hubiera sido desagradable un momento antes—. ¿Tiene el registro rumano del niño?

Severus le entregó el documento, que ella selló rápidamente. En cuanto lo hizo, el registro se duplicó y le devolvió el original.

—Eso es todo. Que tenga un buen día.

—¡¿Qué?! ¿Entonces para qué me hizo pasar horas aquí?

—Eso es todo. Que tenga un buen día —repitió la mujer con frialdad—. Si tiene una queja, vaya a la fila de quejas —añadió, señalando una larga fila que se extendía fuera de la oficina.

Severus revisó el pergamino para descubrir el sello del Ministerio de Magia justo donde estaba la amenaza de la cuantiosa multa que tanto le había preocupado. Sin mirar atrás, se marchó sin despedirse.

—Por cierto, en la ventanilla seis puede conseguir una partida de nacimiento muggle completamente legítima —añadió la mujer a sus espaldas.

Severus levantó la vista, buscando la ventanilla seis. Pensó en volver otro día, ya que no podía soportar más burocracia, menos aún con Darcy, que últimamente no podía estarse quieto y sentía la necesidad de tocar todo lo que captaba su atención.

Severus, sorprendido de que la ventanilla seis estuviera casi vacía, se dirigió hacia ella. Solo había tres mujeres en fila, y la fila de hombres, donde él estaba, estaba completamente vacía. La ventanilla resultó ser un cubículo polvoriento, con un nido de arañas en una esquina y un empleado tan viejo que parecía estar muerto. Con una voz lenta y cansina, el anciano le pidió:

—Registro, por favor.

—Señor, nosotras llegamos primero. Ya llevamos horas paradas aquí —se quejó una de las mujeres de la fila de al lado.

El anciano las ignoró por completo y, dirigiéndose de nuevo a Severus, repitió:

—Su registro, por favor. No ve que hace esperar a las "señoritas" —remarcando "señoritas" como si fuera una burla.

Severus le entregó rápidamente el papel, temeroso de que lo hicieran esperar todo el día. El anciano se colocó sus lentes y, mientras leía el registro, murmuraba cosas como "un chico", "sin madre", "bien, bien". Con un movimiento de varita, invocó un documento, lo selló y se lo entregó a Severus junto con el registro de Darcy.

—Aquí tiene una partida muggle legítima. No olvide que a los once años su pequeño retoño tendrá la oportunidad de estudiar en Hogwarts y tener una vida maravillosa en el mundo mágico... cof, cof... cof... —el anciano terminó tosiendo ruidosamente, levantando polvo que bañó a Severus, mientras Darcy estornudaba a pesar de que su padre trató de protegerlo.

Las mujeres en la fila lo miraron sorprendidas. Una de ellas reclamó:

—No puede ser, llevo viniendo aquí tres días, y él solo se para ahí y ya... eso es todo.

Las demás mujeres secundaron la queja, discutiendo con el anciano, pero Severus se marchó sin prestarles atención. Por primera vez en su vida, el sistema estaba a su favor, y pensaba aprovecharlo para largarse de una vez por todas.

Logró obtener su certificado de secundaria muggle y hasta equivalencias de Niveles A en química y administración en mucho menos tiempo. Resultaba que los EXTASIS mágicos tenían su equivalente en el mundo muggle. No podía ser más claro: para un mestizo, quedarse en el mundo mágico era mucho más difícil que dejarlo.

Darcy jaló su cabello, llamando su atención, y Severus trató de sonreírle lo mejor que pudo, ignorando las miradas de quienes veían con sospecha a un hombre extraño de expresión seria dirigiéndose a un bebé indefenso con una sonrisa torcida.

Severus caminó hacia el área segura para apariciones con infantes en el Ministerio, agradecido de no haberse topado con nadie conocido que pudiera descubrir a Darcy. Mientras avanzaba por un corredor vacío, le habló a su hijo:

—Es tarde ya. Quizás si nos apuramos, consigamos algo de Pho. Creo que cerca hay un lugar donde lo venden a buen precio. Nos merecemos algo bueno después de lidiar con esas arpías del Ministerio —murmuró, relajado al estar a solas—. Pero para tu desgracia, pequeño mocoso, solo habrá Pho para mí. Tú te conformarás con tu leche mientras me ves comer. Sí, lo sé, es triste, pero no se puede tener todo en la vida —añadió, intentando mantener su imagen de tipo duro.

De repente, una voz retumbó en el corredor, deteniéndolo en seco.

—Severus Snape, ¿eres tú, muchacho?

El corazón de Severus dio un vuelco. Reconoció esa voz de inmediato, y sabía que no traía buenas noticias. Se giró lentamente.

—Albus Dumbledore. La última vez que nos vimos, me amenazaste. No sé por qué crees ahora que puedes dirigirme la palabra —respondió, con tono desafiante, asegurándose de que el anciano no pudiera ver ni un solo mechón de cabello de Darcy.

—En ese momento, pensé que te unirías a la oscuridad. Me alegra saber que has decidido oponerte.

—¿Y cómo sabes que no sigo trabajando para la oscuridad? Mi pequeño secuaz aquí —dijo, señalando a Darcy con ironía— se especializa en robar dulces a otros bebés y traficar fórmula láctea. Estamos conquistando el mundo un pañal a la vez.

Darcy balbuceó con entusiasmo, como si entendiera la broma, y Severus fingió una sonrisa.

— Perdona, estamos trabajando en su risa malvada.

—Por favor, Severus. Fuiste mi estudiante. Sé lo que hay detrás de esa máscara que llevas. Solo tienes dieciocho años, no eres rico y has ofendido a tu antiguo amo. Es evidente que estás desesperado —respondió Dumbledore con voz compasiva.

—Tienes razón. Estoy desesperado, pero no tanto como para pedirte ayuda. Antes moriría de hambre con mi mocoso que suplicarte nada a ti —respondió Severus, sintiendo que su odio hacia Dumbledore ardía más fuerte que nunca.

De preferencia esperaba que su hijo no muriera de hambre, pero aun así era más fácil que Severus le pidiera ayuda a James Potter, a quien odiaba y deseaba intensamente que ardiera en el infierno, que a Albus maldito Dumbledore.

—No te estoy pidiendo que supliques. Te estoy ofreciendo ayuda. Hazlo por el niño, si no por ti. Él no merece el destino oscuro al que lo estás condenando.

Severus solo tuvo que lanzarle una mirada para darse cuenta de que el hombre lo sabía todo, incluso quizás hasta sabía de Doina y Ozana. Por supuesto, el viejo entrometido siempre estaba enterado de los asuntos de todo el mundo. La pregunta era: "¿Por qué él?". Durante siete años tormentosos en Hogwarts, Dumbledore fue totalmente indiferente con él y las únicas veces que cruzaron palabras fue para amenazarlo y recordarle amablemente "su juramento" y que perdería su magia si lo rompía.

Ahora, de repente, sale de su castillo para ofrecerle ayuda, como si se hubiera preocupado por él desde el principio. Bien podrían irse él y toda su supuesta autoridad moral a la sucia mierda.

—¿Qué pasa, Dumbledore? —preguntó Severus, con sarcasmo—. ¿Eres el dueño del monopolio de condenar niños a la oscuridad, o es que prefieres esperar hasta que cumplan once años antes de romperlos?

—Había olvidado tu carácter rencoroso y tu vena dramática, muchacho. Supongo que para ti es más fácil culparme por el camino que tú mismo has decidido tomar —respondió Dumbledore, sin perder la calma.

—No te preocupes, no tengo la intención de atacarte por arruinar mi vida —"Aunque tú sabes que tienes bastante responsabilidad" pensó Severus—. De hecho, no voy a decirte nada, no perderé mi tiempo contigo y si estás preocupado por este niño no deberías de quitarme el tiempo que podría gastar en cuidarlo o cambiarle el pañal.

Severus continuó su camino con dignidad, aunque en realidad estaba huyendo del hombre, porque no se sentía seguro a solas con él, o lo mataría o lo matarían a él por intentar asesinar a uno de los líderes del mundo mágico. Y aún Darcy no se improntaba lo suficientemente con los Evans como para poder morir tranquilo.

Caminó tan rápido como pudo, pero el viejo loco simplemente apareció delante de él, obviamente Albus Dumbledore podía aparecerse en lugares con barreras anti-aparición, el muy hijo de perra.

—¿Cuánto tiempo crees que podrás huir antes de que él te encuentre? Lo que hiciste fue irresponsable, y ahora has traído a un inocente a este caos. No pude salvarte cuando eras joven, pero puedo salvarlo a él. Conozco a personas que lo cuidarían. Tendría una familia amorosa, y podrías verlo cuando quisieras. No te impediría estar cerca de él.

El corazón de Severus se encogió. Eso era justo lo que quería para Darcy, pero ¿sería tan fácil solo entregarlo? Sabía que había un precio, pero, ¿importaba ese precio cuando uno tenía un pie en la tumba?

Darcy balbuceó de nuevo, intentando alcanzar la nariz de su padre. Severus lo miró, su corazón dividido. ¿Podía realmente dejarlo? Habían pasado por un shock traumático con alucinaciones juntos, uno se unía por esa clase de cosas.

—Muchacho es la única salida que tendrás, no hay un lugar donde puedas ocultarte, ellos ya te están buscando, ¿Cuántas víctimas de tus decisiones debe de haber? antes de que puedas dejar el orgullo. El callejón no es un lugar para que crezca un niño.

Severus se preguntó a que se refería con el callejón, por un momento pensó que se refería a Spinner’s End, pero nadie se refería a la vieja cerrada como “el callejón”, solo había un lugar que la gente mágica llamaba “el callejón” para no ofender sensibilidades. El viejo creía que vivía en Knockturn, claro por la mente del viejo no pasaba que Severus quisiera salir del mundo mágico, ¿Como podría un humilde mestizo perder la oportunidad de vivir en su mundo superior y maravilloso?

Ese era el mundo en el que Darcy viviría, uno donde personas como él eran sirvientes o máquinas de hacer bebés, y todos debían estar agradecidos. Un mundo donde Darcy podría pisotear a su propio joven Snape hasta destruirlo si era afortunado, o se convertiría en su esclavo si caía en la casa equivocada según el viejo. Solo, sin los buenos y sensatos Evans para guiar su camino… No podría, no iba a hacerlo.

—Que te den— gruñó Severus entre dientes.

Albus solo alzó una ceja y preguntó —¡¿Qué dices, Severus Snape?! —. En su tono de "director estricto", desafiándolo a repetirlo.

Severus tomó aire y tapó los pequeños oídos de Darcy, luego gritó haciendo eco por el corredor:

 —¡QUE TE DEN POR CULO, ALBUS DUMBLEDORE!—¡Déjalo en paz, Snape! ¡¿Qué pretendes con Dumbledore?, ¡serpiente asquerosa! — se escuchó el grito de Sirius Black atrás del líder de la luz.

Claro, el viejo no había venido solo; tenía a sus esbirros de Gryffindor, James Potter y Sirius Black cubriéndole la espalda como siempre.

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—Hola, Sirius, es bueno verte —saludó James con una alegría que Sirius no compartía.

—¿Y bien? ¿Qué es tan urgente como para que tenga que arrastrar mi trasero hasta aquí, James? —preguntó Sirius, algo molesto. En el camino se había tropezado con varios excompañeros de trabajo, y ya sentía que necesitaba una botella completa de whiskey de fuego.

—Esto es bueno, Pads. Mi padre te consiguió una nueva oportunidad con los aurores. No suelen dar segundas oportunidades, así que espero que veas lo importante que es esto —dijo James, como si le estuviera haciendo el favor de su vida.

Sirius solo pudo sentirlo como una puñalada en el corazón.

—James, aprecio lo que hiciste, en serio, amigo...

—Lo sé, ¿no es genial? Tendrás que disculparte con Shadwell y Moreau, y hacer papeleo por un tiempo, pero es algo que puedes manejar...

—No... no, James. ¿Qué te hizo pensar que yo quería algo así?

—Es lo que siempre has querido desde que estábamos en Hogwarts. No puedes tirar tu futuro solo por orgullo.

—Yo renuncié, James. Sabía que perdería mi empleo cuando pegué a Shadwell al techo de su oficina. Lo hice a propósito. No quiero volver, y créeme, no es una cuestión de orgullo.

—Si es por la deuda con ese bar de mala muerte, yo puedo cubrirla, no hay problema, amigo. ¿O es por ese tipo, Tiny, te está haciendo responsable con su triste historia? Solo fue una pelea de bar, no lo lisiaste, y ya pagaste dejándole quedarse en tu casa.

—Oye, Tiny es un buen tipo. Nunca me ha pedido nada, y Remus cree que es un gran compañero de departamento. Déjalo en paz —reclamó Sirius, ofendido. Sabía que su vida no estaba en su mejor momento, pero eso no significaba que le gustara que lo menospreciaran. Quizás su trabajo en la Banshee no era el más sofisticado, pero lo hacía más feliz que ser un maldito golpeador con permiso del Ministerio.

—Sirius, por Dios. Esto ya no es Hogwarts, eres un adulto. Compórtate como tal y haz lo que tienes que hacer.

—Tienes razón, soy un maldito adulto, James. No tienes que arreglar mi vida ni pagar mis deudas, y mucho menos pedirle favores a tu papá en mi nombre. Dile a tu padre que lo lamento, pero... —El brillo de una túnica tornasolada, llena de estrellas, y una larga barba blanca que seguía a un hombre vestido de negro, llamó su atención—. ¿Ese es Dumbledore siguiendo a Snape?

—¿Estás tratando de distraerme con alguna tontería? —preguntó James, ofendido.

—No, imbécil —reclamó Sirius, señalando en dirección al director de Hogwarts, que se escabullía hacia las zonas de aparición.

En un acto impulsivo, Sirius comenzó a seguir al anciano, con James detrás. Sabía que Snape era un mortífago, y lo recordaba como un tipo vicioso y tramposo. Tenía que asegurarse de que no estuviera tramando algo peligroso. Sin prestar atención al camino, solo fijándose en el cabello canoso y la túnica llamativa de Dumbledore, lo siguió hasta que escuchó claramente la voz de Snape maldiciendo al director, haciendo eco en el corredor.

Ciego de ira, Sirius saltó y gritó, apuntando con su varita: —¡Déjalo en paz, Snape! ¿Qué pretendes con Dumbledore, serpiente asquerosa?

De todos los escenarios posibles, no estaba preparado para ver a Snape cubriendo los oídos de una bebé apenas visible dentro de un portabebés rosado, mientras llevaba una pañalera de conejitos.

Dumbledore apenas se giró y dijo:

—Muchachos, qué sorpresa encontrarlos aquí. Por favor, Sirius, baja esa varita, no queremos lastimar a nuestro pequeño amiguito.

—Snape, ¿de dónde sacaste a ese bebé? —preguntó James, acusador—. Tiene ropa muggle... ¡lo robaste! Entrégalo ahora antes de que llame refuerzos.

Snape no parecía preocupado; debía de tener algún as bajo la manga. Apretó más al bebé contra su pecho. —Así que ese es tu "plan B", Si no te entrego a mi bebé, ¿lo tomarás por la fuerza?

—Caballeros, por favor, calmémonos. Me temo que esto es un terrible malentendido... —intentó hablar Dumbledore, pero el estúpido de quejicus lo interrumpió con desdén.

—Adelante, Potter, llama a tus amiguitos aurores. Será muy divertido cuando les enseñe la partida de nacimiento.

Sirius no podía creerlo. ¿Esa escoria quería morir? Bastaría con que vieran su Marca Tenebrosa y lo encerrarían más rápido de lo que podría decir "Voldemort".

—Por favor, ¿quieres que creamos que una mujer voluntariamente tuvo un bebé contigo, Quejicus—soltó James, burlón.

—¡James Potter! —lo reprendió Dumbledore—. A eso me refería con un malentendido. Mucho me temo que, en un raro acto de valor, Severus Snape desafió a su señor para tener un hijo. Yo solo estaba ofreciéndole mi ayuda.

El rostro de Snape enrojeció de ira e indignación. Sirius conocía esa señal. Era cuando Snape se volvía loco y lanzaba hechizos oscuros, así que se preparó para lo peor. De reojo, James discretamente posicionó su mano cerca de su varita.

Pero Snape no lanzó ningún hechizo. —Lamento informarte, Dumbledore, que estás equivocado. Yo no tengo ningún señor, y no necesito la ayuda de nadie —dijo, descubriendo su brazo izquierdo, mostrando solo piel pálida, sin marcas.

Era imposible. Todos sabían que Snape había querido ser mortífago desde Hogwarts. ¿Quién en su sano juicio tendría un bebé con él? Sirius se estremeció al imaginar a una mujer voluntariamente tocando a Snape.

—Eso no significa nada —replicó Sirius—. Hay muchos que lo siguen sin estar marcados, y no creo que ese bebé sea tuyo, imbécil grasiento.

Quizás Dumbledore podía creer que Snape podía redimirse, pero él no, Snape era la clase de tipo que podía robar un bebé si su señor se lo ordenaba, además ¿Por qué estaba vestido de muggle?, el tipo odiaba todo lo muggle si esa niña era su hija, entonces, ¿Por qué la vestía así también?

—Oh, Black, no me cree. No dormiré esta noche de la preocupación —escupió Snape, sarcástico—. Pese a lo que diga tu enorme y estúpido ego, el mundo no gira alrededor de ti, Black.

—Al menos yo tengo algo enorme, a diferencia de ti según recuerdo —respondió Sirius, aludiendo con orgullo aquella vez en el lago negro.

—Solo tú puedes enorgullecerte de ser un matón. Debes estar disfrutando tu vida como auror, ahora que tienes permiso para golpear y maldecir a inocentes. Estoy seguro de que amas colgar a sus hijas del tobillo y quitarles la ropa. ¿Crees que no sé lo que hacen ustedes?

—Severus Snape, ¿solo puedes repartir veneno con esa lengua? —empezó a regañarlo Dumbledore, como si fuera un niño que se portó mal.

Sirius, lívido de coraje, no podía soportar más. ¿Cómo se atrevía Snape a hablar así, cuando él mismo había besado los pies de Voldemort, como la maldita babosa grasienta que era? En un arrebato de furia, lanzó un hechizo sin pensar.

—¡Avis!

—¡Sirius! ¿Qué demonios haces? —gritó James.

El llanto del bebé rompió la tensión. Por suerte, Snape reaccionó rápido, pegándose a la pared y cubriendo al bebé con su cuerpo mientras los pájaros que había invocado Sirius intentaban picotear a la pequeña.

—¡Finite! —la voz de Dumbledore retumbó, desapareciendo a los pájaros furiosos y dejando solo el eco del llanto.

Sirius observó cómo Snape, con varios rasguños en la cara y las manos, revisaba al bebé con una expresión de pánico absoluto. Nunca había visto a Snape así, ni siquiera en la Casa de los Gritos. Estaba claro que, en ese momento, lo único que le importaba a Snape era proteger a su pequeña hija, ignorando su propio daño.

Sirius se acercó, pero Snape retrocedió instintivamente, cubriendo al bebé y sacando su varita en un gesto amenazante.

—Yo... lo siento —dijo Sirius, nervioso.

—¡Depulso! —gritó Snape, enviándolo a volar en dirección a James.

Desafortunadamente, James no reaccionó a tiempo y ambos terminaron estrellándose dolorosamente.

—Gracias, Black. Si no estuvieras aquí, no recordaría por qué aborrezco este mundo —dijo Snape fríamente.

—Severus, no puedes culpar a Sirius por actuar impulsivamente después de que lo provocaste de manera tan viciosa —dijo Dumbledore, intentando calmar la situación.

—No me interesa. Lo único que me importa ahora es mi bebé, y tú no me lo vas a quitar. Es mío, yo lo hice, y llevará el apellido Snape para siempre —declaró Snape con orgullo infantil.

—Es tan duro tu corazón que no te importa el destino de ese niño.

 Dumbledore trató de apelar al sentimiento de Snape, pero ese hombre nunca había tenido sentimientos y ahora estaba herido, y el muy tonto no iba a comprender.

—¿Quieres saber cuál es el destino de este niño? Este niño sabrá todo, desde el acoso escolar libre hasta cómo tus favoritos pueden salvarse del intento de homicidio tan fácilmente, de su cultura chovinista, del sucio y roto sistema de justicia; y lo que pasará con sus aspiraciones después de graduarse con un apellido mestizo. Todo eso lo va a saber y se lo voy a contar hasta que no tenga ni ganas de tratar con ustedes ni con el mundo mágico jamás.

Sirius apretó los puños con impotencia, podía mentirse y decir que eso no era verdad, pero ese siempre había sido lo peor de Snape: él tomaba tu peor secreto y lo arrojaba a tu cara como un insulto, arrastrándolos a todos en el mismo lodo en que se revolcaba.

—¿Qué harás cuando tu hija se dé cuenta de tus mentiras? — dijo James, totalmente seguro de sí mismo.

Sirius reprimió sus ganas de negar con la cabeza, ¿Realmente James era tan ajeno al mundo donde vivían? ¿O solo era el orgullo hablando?

Snape lo miró confundido por un segundo y después dijo con dureza:

 —James Potter, a veces creo que no puedes ser más ignorante, pero cuando creo que no puedes caer más bajo, me muestras que solo se puede caer más. Eso es lo mejor, que no tengo que mentir... No, en realidad lo mejor es que aquí nuestro entrometido amigo Dumbledore no podrá dormir sabiendo que en alguna parte del mundo muggle hay una familia mágica que no puede controlar y que vive felizmente sin saber quién es él, para bien o para mal.

—Es triste que pienses así —lamentó Dumbledore—. Realmente creí que había un cambio en ti, Severus. Pero veo que sigues siendo el mismo niño amargado que no entendía el amor.

Sirius solo pudo sentir tristeza por Dumbledore, esperaba demasiado de un tipo tan corrupto y amargado como él.

—Ahora si me disculpan como yo no soy el que ha cometido un delito aquí a diferencia de Black, tomaré a mi bebé, me iré y realmente espero que sea lo último que vea de ustedes en toda mi vida.

Snape se dio la vuelta, cargando al bebé con una dignidad sorprendente, considerando que llevaba una pañalera de conejitos.

—Caballeros —dijo Dumbledore—, aunque aprecio su devoción, la próxima vez que vean al joven Snape, déjenme tratar con él. No necesito que sigan socavando mis intentos de salvar a esta criatura. Ahora me iré, y espero que este vergonzoso episodio no se repita.

Cuando se marchó, James se volvió hacia Sirius, furioso:

—¿Qué te pasa? Pudiste haber herido gravemente a esa bebita, ¡hija de Snape o no!

—Lo siento, estaba tan enojado que olvidé que había una bebé.

—¿Y si alguien te hace enojar frente a mi hijo? ¿También te olvidarías de él?

—¡Por supuesto que no! Solo que Snape me saca de mis casillas, lo sabes bien.

—Sirius te entiendo, en serio, yo también he escuchado los rumores, pero son solo eso; rumores. Tú y yo sabemos cómo es el departamento de aurores y de ninguna manera es así. Debes crecer Sirius, porque ya no te reconozco y si sigues explotando por todo ¿Cómo podré confiarte a mi hijo en un futuro?

Sirius no dijo nada. ¿Cómo le podía explicar a su mejor amigo que la verdad le rompería el corazón?

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Severus dejó a Darcy en casa de los Evans para pasar la noche y se dirigió corriendo a su propia casa. Apenas cruzó el umbral, comenzó a lanzar todos los hechizos de protección que conocía. Ni Dumbledore, ni los dos idiotas que lo seguían como matones, lo habían preparado para la aterradora conclusión a la que había llegado: si Dumbledore lo sabía, entonces Voldemort también.

Cuando terminó de proteger la casa, se sentó en la mesa de la cocina y escribió su testamento:

"Yo, Severus Tobías Snape, en pleno uso de mis facultades mentales, dejo la custodia de Darcy Fitzwilliam Snape a Richard y Marigold Evans, en quienes confío plenamente. Sé que se asegurarán de que mi amado hijo no se acerque a la tóxica y peligrosa secta a la que pertenecían mi madre y mi difunta esposa. Estoy convencido de que ellos lo protegerán de esas personas con túnicas y palos a los que llaman 'varitas', especialmente de su líder, Albus Dumbledore, quien arruinó mi infancia en uno de los campamentos de esa secta.

Todas mis pertenencias pueden ser usadas o desechadas a discreción de los Evans. Además, quiero que mi testamento se publique en el Cokeworth's Gazette, para que vecinos y amigos puedan hacer oración por el bienestar de mi hijo."

Era un mensaje "muy devoto", uno que conmovería a las buenas madres de Cokeworth y, al mismo tiempo, les daría alimento para los chismes: la idea de un grupo de hippies paganos robándose un niño para sus malvados propósitos sería irresistible. Incluso los policías más prejuiciosos defenderían a cualquiera que consideraran víctima de una secta  con ideales tan antibritánicos, especialmente si creían que esos "brujos" querían lavar el cerebro de un niño.

Solo haría falta que uno de los seguidores de Dumbledore o del Ministerio pusiera un pie en Cokeworth para que el escándalo estallara. El costo de enviar un ejército de aurores para borrar la memoria de todo el pueblo por un niño mestizo sería demasiado alto, especialmente cuando supieran que se trataba de un varón. Nunca entendió por qué, pero todos en el mundo mágico parecían pensar que Darcy era una niña, a pesar de que siempre se refirió a él en masculino en presencia de los tres chiflados que conocía.

Richard y Marigold entenderían el obvio subtexto, y Severus confiaba en que harían valer su voluntad. Eran buenas personas, y estaba seguro de que ya estaban encariñados con Darcy.

Era siete de diciembre. Conociendo la obsesión de Voldemort por los números, ese sería el día en que atacaría. Era la única explicación para su inusual inactividad; Voldemort no era alguien que dejara pasar una ofensa tan fácilmente.

Severus esperó, sentado en el sillón, con la varita en la mano. Si iba a morir, se aseguraría de llevarse a algunos de esos bastardos al infierno con él.

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La noche ya había avanzado en La Banshee Demente y la jornada había sido tranquila. Solo algunos tipos bebían en sus rincones, sumidos en sus propios pensamientos sin molestar a nadie. Sirius aprovechó el momento para descansar y reflexionar sobre su vida.

—¿Todo bien, cariño? —preguntó Ellie, "La Tuerta", mientras lo observaba de reojo—. Tienes cara de perro pateado.

—Lo de siempre —contestó Sirius, desanimado—. Hago una estupidez sin pensar y las personas a mi alrededor sufren las consecuencias. Me gustaría encontrar una forma de controlarme.

—¿Y no has pensado en ir al sanador? —sugirió Ellie—. Tiny puede recomendarte uno bueno.

—¿Qué, crees que necesito un loquero? —se quejó Sirius, ofendido.

—No es un loquero, son sanadores mentales —aclaró Ellie con tono firme—. Tiny dice que son buenos. Mira cómo ha cambiado él. Antes era un desastre: eructaba, se rascaba sus partes en público, y siempre estaba metido en problemas. ¿De verdad crees que una belleza como yo le habría dado una segunda mirada? Ahora ese hombre va a ser mi marido.

—¿No sabía que estaban comprometidos? —Sirius arqueó una ceja, sorprendido.

—Tampoco lo sabe Tiny, pero lo estará —respondió Ellie con una sonrisa astuta.

Sirius se preguntó si Tiny era consciente de que su novia, con su parche en el ojo y personalidad de tiburón, tenía todo un plan trazado.

—Pero no me hagas cambiar de tema —insistió Ellie, volviendo a la seriedad—. Por muy sabroso que esté mi hombre, tenemos que hablar de ti. Necesitas ayuda mental, cariño.

—No necesito ayuda mental, estoy bien —replicó Sirius—. Soy feliz, solo estoy en una mala racha.

—Te echaron de tu último trabajo, y aquí estás haciendo un esfuerzo monumental solo para no emborracharte en la Banshee. Pero Tiny me ha dicho que cuando no estás aquí, te pegas a la botella. Estás trabajando por migajas solo para pagar los desastres que dejaste cuando golpeaste a mi hombre en la cara.

—Bueno, al menos no soy Hortensio —se defendió Sirius, señalando a un tipo que olía a vómito y orina, arrastrado por un pie hasta la salida por Corvus, el dueño del bar.

Ellie negó con la cabeza, suspirando.

—Cariño, solo necesitas no ser un alcohólico desde los ocho años para "no ser Hortensio". Tu vara está tan baja que está en el subsuelo. Y que una mesera tuerta del callejón Knockturn te lo diga debería darte una idea de lo mal que estás.

—¿Padfoot? —una voz detrás de él lo sacó de sus pensamientos. Sirius se giró para encontrarse con su amigo Peter Pettigrew. Peter se veía realmente mal: había engordado notablemente y comenzaba a mostrar entradas en su cabello. ¿Cómo podía una persona cambiar tanto en tan poco tiempo? No habían pasado ni cinco meses desde que lo vio por última vez, todo emocionado con su nuevo trabajo en el Ministerio, en el área de archivos. Ahora, parecía un hombre de treinta y no el joven de dieciocho que era.

—¡Wormtail, amigo mío! Hace siglos que no te veo —dijo Sirius, saludándolo con un abrazo.

—Sirius, te dejo con tu amigo, pero no olvides que hablaremos después —dijo Ellie, despidiéndose y dejando claro que el tema pendiente no iba a desaparecer.

—¿Quién es tu frondosa amiga? —preguntó Peter con picardía, mirando hacia Ellie—. Se ve buena, incluso con el parche. Podría invitarla a jugar a los piratas.

—Peter, eres un cerdo —se quejó Sirius, claramente incómodo con el comentario sobre Ellie—. Para tu información, ella es demasiada mujer para ti. Te masticaría, escupiría, y luego le pediría a su novio que te partiera en dos como una ramita.

—¿No se supone que todas las mujeres de aquí tienen su precio? —bromeó Peter.

—¿Qué crees que es esto, El Chirrido Veloz? —Sirius lo miró con desaprobación—. Incluso ahí, si no tratas bien a las chicas, la matrona te saca a patadas.

—Lo que creo —replicó Peter— es que en realidad necesitas salir de aquí, amigo. Te estás preocupando mucho por esta gente. No queremos verte terminar como nuestro grasiento amigo, vestido de negro y haciendo magia ilegal, traficando ingredientes oscuros y asquerosos.

—¿Como Snape? —bufó Sirius—. Ni que estuviera loco. Además, Snape se largó del mundo mágico. Según él, nuestra sociedad es demasiado chovinista para su gran intelecto, lo que sea que eso signifique. Yo, en cambio, estoy aquí, peleando con la Orden y resistiendo en el fuerte.

—¿No te dijo Dumbledore que tomaras un descanso? —preguntó Peter.

Sirius frunció el ceño, sorprendido. A pesar de lo ingenuo y torpe que podía parecer Peter, siempre lograba dar en el clavo con sus comentarios.

—Un descanso, no me corrió de la Orden —se defendió Sirius.

—Mira, Sirius, te haré un favor —dijo Peter mientras tomaba un puñado de cacahuates de la barra y se los metía a la boca—. Te meteré en una misión de la Orden. No es la más glamurosa ni tendrá mucha acción, pero si lo haces bien, ganarás puntos con Dumbledore y ayudarás mucho a la causa.

—¿Una misión? —Sirius se mostró curioso—. Eso ya suena mejor. Cualquier cosa es mejor que seguir sufriendo por mi mala suerte.

—Te advierto que será algo tedioso, y tiene que ver con... ¿Cómo se llamaba el grasiento? No he pensado en él en años —dijo Peter, tomando otro puñado de cacahuates.

—Snape. Lo hemos mantenido a raya toda la vida. ¿Cómo es que no te acuerdas? —A veces Peter parecía estar completamente desconectado.

—Tengo cosas más importantes en qué pensar, amigo. La primera ministra me dijo que mi manera de organizar la forma B6 era impecable —dijo Peter con una sonrisa de orgullo—. Pero eso no es lo importante. La cosa es que Dumbledore cree que el hijo de ese tipo no está seguro con él, y metió una queja en la Oficina de Protección del Menor Mágico.

Hija. Es una niña. Snape se veía ridículo cargando esa pañalera rosa —dijo Sirius, recordando el reciente encuentro que había tenido con Snape.

Sirius pensó en la preocupación que había visto en los ojos de Snape mientras protegía a la bebé. Se veía sobreprotector, pero, al mismo tiempo, Sirius no podía evitar pensar que, si Snape no lo hubiera provocado, nada de aquello habría sucedido.

—Oh, sí, una niña. Pobrecita. Narizona y grasienta como su padre —se burló Peter—. Al menos el bebé de James tendrá un buen blanco para practicar hechizos cuando ambos vayan a Hogwarts.

De repente, las palabras de Snape resonaron en la mente de Sirius: "Este niño lo sabrá todo, desde el acoso escolar libre, hasta cómo tus favoritos pueden salvarse de un intento de homicidio tan fácilmente." Una sensación de culpa lo golpeó. Se imaginó al hijo de James lanzando hechizos a una pequeña Snape, o colgándola como él mismo había hecho con su padre, riéndose de ello. O peor aún, creyendo que mandar a un hombre lobo a matarla sería solo una broma.

—Eso no pasará. Snape dijo que ella no iría a Hogwarts —respondió Sirius, más para sí mismo que para Peter. De repente sintió unas terribles ganas de darse una ducha larga, de esas en las que se frotaba hasta hacerse sangrar, como solía hacer cuando era auror.

—En realidad, sí lo hará —dijo Peter con desdén—. Dumbledore quiere que le quiten a la niña por su "protección" y que una familia mágica la eduque. Así que ya ves, James junior no se perderá la diversión.

—Bueno, ¿qué se supone que debo hacer? —preguntó Sirius, tratando de ocultar la molestia que el tema comenzaba a causarle.

—Verás —empezó Peter—, la jefa del Área de Niños Muggles es una loca amargada que odia a Dumbledore, y dice que no puede vigilar al bebé porque tiene todo el personal saturado de trabajo. Solo puede mandar a un trabajador del ministerio a hacerle visitas una vez al mes.

—No veo lo malo en eso. Una visita al mes suena suficiente para que Snape cuide bien a la niña y se mantenga en el lado bueno. No veo la necesidad de quitarle nada.

—Sí, pero estamos hablando de Snape. Es astuto, y necesita vigilancia diaria. Además, ¿realmente crees que esa niña estará bien con él? Lo mejor es que esté con una familia normal. El plan es que tú tomes el puesto y hagas visitas diarias. Me informas si hace algo sospechoso y, siendo tú, seguro consigues al bebé en menos de dos semanas. Después de eso, podrás volver a las misiones suicidas que tanto te encantan.

—¿Y por qué yo? —preguntó Sirius, tratando de entender por qué de repente querían darle semejante responsabilidad—. Hace poco me acusaron de ser un irresponsable sin remedio, y ahora quieren que me encargue de esto.

Sirius comenzaba a preguntarse si Peter siempre había sido así o si simplemente estaba teniendo un mal día. Por un momento, realmente quiso golpearlo. Lo único que lo detenía era el recuerdo de lo desastroso que había sido la última vez que había perdido los estribos en la Banshee.

—Dumbledore quería que yo lo hiciera —continuó Peter—, pero la loca del ministerio exige EXTASIS en estudios muggles para hacer el trabajo. Y bueno, tú sabes que yo y James solo te copiábamos la tarea. Tú eres el único que sacó un sobresaliente en nuestra generación. Así que convencí al buen director de que te diera el trabajo a ti.

Peter lo señaló con los dedos llenos de restos de cacahuates y saliva, haciendo que Sirius frunciera el ceño.

—Entonces, lo que me estás diciendo es que quieres que haga un aburrido trabajo burocrático y que vea la fea nariz de Snape todos los días, ¿durante cuánto tiempo?

—Dumbledore quiere que lo hagas durante un año —respondió Peter, recostándose en la silla con desinterés.

—¡¿Todo un año con Snape?! —exclamó Sirius, incrédulo.

—Vamos, Sirius. Nunca rechazaste un encuentro con él. Míralo como una última broma. Incluso podrías divertirte si juegas bien tus cartas. Además —añadió con una sonrisa torcida—, déjame decirte que la jefa histérica de la oficina está de buen ver. Quizás hasta te facilite las cosas después de un revolcón marca Sirius Black.

En ese momento, Sirius entendió completamente a James cuando cargaba con el mismo en Hogwarts. Su amigo no había madurado en absoluto. Escuchar a Peter era como oír a su propio "yo" de trece años.

—Mira, si voy a hacer esto, no voy a quitarle a la niña porque sí. Ningún padre se merece eso, incluso si es Snape. Voy a hacer mi trabajo, y si no hay nada peligroso, me iré y que él haga lo que quiera con su vida. Si la niña va o no va a Hogwarts, ya será cosa suya —aclaró Sirius, cansado de la corrupción y de arruinar vidas "por el bien de la guerra".

Además, estaba casi seguro de que ni siquiera Dumbledore querría algo así. Lo más probable era que Peter, con su mente congelada en estado pre-púber, hubiera sacado conclusiones extremas.

—Está bien, pero no esperes que esto tenga un final feliz —replicó Peter, con una nota de cinismo en la voz—. Sé que últimamente te ha dado por recoger vagabundos y creer en historias de cambio y esas cosas, pero sigue siendo quien ya sabes. Lo mejor que podrías hacer es quitarle a esa niña. A lo mejor, cuando crezca, hasta te lo agradece. ¿Qué clase de tonto no querría ir a Hogwarts?

Peter hizo una mueca de desagrado, como si pronunciar el nombre de Snape fuera imposible para él.

—Por Dios, Pete, es Snape. Ya te pareces a la gente del callejón con su "quien tú sabes" por aquí y por allá.

—Lo que sea —dijo Peter, encogiéndose de hombros—. ¿Por qué no me invitas un whisky de fuego ya que estamos aquí?

—Lo que quieras, amigo —dijo Sirius, y luego añadió con malicia—: Por cierto, ¿sabías que Corvus junta los sobrantes de las botanas y los vuelve a servir? La última vez, Hortensio se comió cinco larvas de mosca que estaban escondidas en un plato de cacahuates.

Generalmente era amable con sus amigos, pero esta vez se sintió increíblemente satisfecho al ver cómo el rostro de Peter se ponía verde.

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En el pueblo de Saint Clement, dos kilómetros al norte de Cokeworth, las llamas del fuego infernal consumían lo poco que quedaba del pueblo y sus habitantes. Mientras tanto, en el cielo oscuro, se elevaba la "Marca Tenebrosa". Lentamente, los gritos de dolor se extinguían en suspiros de agonía antes de que solo el sonido del crujir de las llamas gobernara completamente.

—¿Nuestro mestizo sabrá que todo esto es por él, Lucius? —preguntó Voldemort, mirando cómo las llamas crecían ante él.

—No es tonto, mi señor. Sabrá que lo estamos esperando en cuanto salga de su escondite y se arrepentirá de haber intentado ofendernos —respondió Lucius con frialdad.

—Lo quiero vivo, Lucius. Quiero saber qué hechizo usó como protección. Hazlo sufrir hasta que te entregue cada detalle. No dudes en usar a su sucio bastardo para lograrlo. Quiero que sienta el infierno por lo que hizo, hasta que nadie se atreva a traicionarme de nuevo.

—Sí, mi señor. Lo haré con gusto —replicó Lucius, sintiendo una oscura satisfacción. Él también esperaba ese momento con ansias. Nadie lo había traicionado tan profundamente como Severus Snape. Lo había cuidado y criado como una buena mascota, premiándolo por su lealtad, y hasta había sentido algo de afecto por él, como se siente por un perro fiel. Pero Snape lo había tirado todo por la borda... por fornicar con una mujer. Debió haberlo castrado antes de reclutarlo.

En ese momento, una lechuza atravesó el humo denso y dejó caer un pergamino en las manos de Lucius. Lo desenrolló y leyó rápidamente.

—Buenas noticias, mi señor —dijo Lucius, su rostro iluminado por la satisfacción de la venganza que se avecinaba—. Nuestro espía informa que el plan para atrapar al traidor ya ha comenzado. Y no solo eso, dice que el bebé en cuestión es una niña.

Voldemort sonrió con crueldad. Pronto, la humillación que Severus Snape le había hecho pasar sería vengada. Y no solo eso, se haría con el control de una magia tan poderosa que ni siquiera Dumbledore podría descubrir sus bases secretas. Lo mejor de todo: nadie jamás recordaría su propio sucio nombre muggle.

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Las preocupaciones de Severus eran vastas y no insignificantes. Tenía a dos magos poderosos acechándolo: uno le causaba molestias en forma de lechuzas con cartas pidiéndole que reconsiderara su posición, mientras que el otro, que suponía era el más peligroso, se mantenía en silencio.

Esperó toda la noche del siete de diciembre, y no hubo señal de nada, salvo la destrucción de un pueblo a kilómetros de Cokeworth, que bien podría haber sido una casualidad o un confuso mensaje. Después de eso, solo hubo silencio por parte del Señor Tenebroso. Esperó un ataque el once y el trece también, pero nada.

Solo hubo silencio mientras esperaba la muerte.

Notes:

¿Qué puede hacer más daño?, un hombre malo que quiere hacer cosas malas o un hombre bueno haciendo cosas malas en nombre del bien. Lo cierto es que Severus y Sirius todavía no son conscientes del juego que están jugando. Solo hay una cosa segura Severus no aprendió muy bien el lema de Hogwarts porque no solo le hizo cosquillas al dragón, se lo agarró a palos y orinó en su comida; quizás se arrepienta más tarde de eso.
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Notas del Beta: Este archivo fue editado el 20/10/24 con el consentimiento del autor
Pho: Sopa de fideos con carne de origen vietnamita.

Chapter 5: El Cuco

Notes:

Hola a todos de nuevo, hoy regresamos con la actualización que más trabajo me dio cuando me di cuenta de que este capítulo era el doble de largo que otros capítulos, así que me vi obligada a dividirlo en dos y a reescribir ciertas partes para que la división se viera natural y no como un capítulo cortado.

En fin, tenemos el primer día de Sirius como asistente social, una vista de la gente de Cokeworth y un paseo por la mente de Peter.

Notas aparte una yenta es una mujer entrometida y algo chismosa en yiddish, el violinista el tejado cometió un error y no es para nada una casamentera.

Recuerden si leen eso en español por favor desactiven el traductor de su navegador para poder disfrutar la lectura.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Un cuco es un ave cruel. Dejaba sus huevos en nidos ajenos con huevos similares, aunque no idénticos, y, al nacer, los polluelos del cuco mataban a sus "hermanos" y obligaban a sus padres adoptivos a alimentarlos. Crecen mucho más grandes y fuertes que el nido mismo: bebés enormes y egoístas que abandonaban a su paso un nido destrozado y pequeños polluelos muertos. Una historia triste de un ave oscura y egoísta que arruinaba la vida de pobres aves pequeñas e inocentes. Pero, ¿la historia sería igual de triste si el huevo fuera dejado en un nido vacío? ¿Cuánto apreciarían un par de padres solos a un pequeño cuco abandonado?

Severus terminó de vestir a Darcy y de peinar su mata de cabello negro. "Muy bien, mi pequeño secuaz malvado, estás listo para hacer que los corazones se derritan por ti. Hay que sacarle jugo a esa ternura de bebé todo lo que puedas; no queremos que te echen del nido, ¿verdad?"

Darcy llevaba casi un mes viviendo con él, y Severus no podía decir que sus días fueran aburridos. Dormir cuando Darcy dormía se había vuelto la norma, y Darcy dormía muy poco. A veces, incluso pasaba el día entero llorando. Si no fuera por los Evans, Severus ya se habría vuelto loco.

Especialmente Marigold, quien le presentó lo que él llamaba en secreto el "Club de Viejas Yentas": la señora Shapiro y sus amigas, que se reunían todas las tardes para jugar al bridge en sillas de jardín desgastadas, frente a su casa en la calle Carpenter. Eran expertas madres, con un 98% de éxito en enviar a sus hijos a la universidad. Hubiera sido el 100%, si no fuera porque el hijo de la señora Hernández fue a la escuela de teatro, lo cual, al parecer, fue un escándalo en su momento... hasta que ganó un premio de la Sociedad de Teatro del West End, restableciendo el orden natural de las yentas.

Eran groseras, cínicas, algo amargadas y con un sentido del humor muy retorcido, por lo que se llevaron bien con él. Lo invitaron a jugar bridge cada sábado, y a cambio le daban consejos sobre crianza, ¡y qué consejos! Sabían todo sobre las mejores marcas de leche, trucos para dormir a un bebé, dónde conseguir productos baratos y cheques de apoyo, en qué revista salían buenos cupones y dónde canjearlos. También le regalaban recipientes de comida bajo la condición de que los regresara limpios y en buen estado, so pena de expulsión del grupo.

Severus, como es su estilo, se obsesionó un poco con el tema de la paternidad. Hizo tarjetas de estudio, leyó manuales de cuidado infantil, y hasta leyó "Qué esperar cuando estás esperando" para comprender la etapa de vida de Darcy que él no había presenciado. Pronto se dio cuenta de que Darcy no siempre respondía como en los manuales, y lejos de decepcionarse, esto lo emocionó. Tenía dos cuadernos llenos de anotaciones detalladas sobre Darcy, registrando incluso los hitos más pequeños:

10 de diciembre, 07:30: "Empieza a sostener la cabeza; hoy lo logró por unos segundos."

12 de diciembre, 16:00: "Me agarró del cabello durante una hora después de llegar del trabajo. Creo que me extraña. Curiosamente, cada vez que hace esto siento más apego."

13 de diciembre, 17:00: "Se quedó mirando una mancha de salsa de tomate en el techo durante diez minutos. Su capacidad de concentración es increíble."

Por supuesto para él, todo era pura curiosidad científica, nada más. Después de todo, la muerte seguía siendo una posibilidad cercana, y sabía que los Evans, sus futuros cuidadores, nunca sabrían que a las 06:00 del 9 de diciembre Darcy lloró hasta dormir porque pensaba que su oreja era desprendible y no entendía por qué le dolía al intentar quitársela. Tampoco sabrían que Severus tenía más miedo de dejar a Darcy solo en su propio cuarto que el propio bebé, y no hacía mucho por cambiar eso.

Todavía estaba oscuro cuando salió con Darcy y lo dejó en casa de los Evans. Luego siguió su camino al trabajo con una extraña sonrisa de felicidad; a pesar de cruzar la zona más peligrosa de Cokeworth, nadie se acercó al hombre vestido de negro que sonreía como un maniático en camino a desatar el infierno en algún lado.

Su trabajo en el Deshuesadero Pevka había sido un golpe de suerte, aunque al principio no se dio cuenta. El dinero se estaba acabando, y enfrentarse a la necesidad de trabajar fue un reto, ya que para conseguir empleo necesitaba recomendaciones, y solo contar con la de los Evans no era suficiente. Recordó a Robert Pevka y su oferta de ayuda.

Preguntó por él en la calle Plankman, donde lo dirigieron a una casa bastante grande junto a un deshuesadero de autos. Rob, como prefería que lo llamaran, lo recibió, le ofreció whisky y escuchó su historia, modificada para oídos muggles: un joven viudo y huérfano con un bebé que mantener. Decidió conservar la historia de la joven esposa fallecida, pues era un tema delicado que desanimaba cualquier pregunta.

Para su sorpresa, Rob le ofreció un trabajo en el deshuesadero, y aunque al principio Severus pensó que solo sería temporal hasta encontrar algo menos sucio y humillante, pronto descubrió ciertos beneficios.

—Buen día, muchacho. Temprano como siempre. Sigue así, y tal vez no me arrepienta de contratarte, aun con esa maldita sonrisa de asesino que te cargas. Por Dios, parece que escondes cadáveres aquí —saludó Rob, apenas abriendo el deshuesadero.

—¿Quién sabe? Quizá lo hago —respondió Severus, tan serio que cualquiera que no lo conociera podría pensar que realmente ocultaba cuerpos.

—Lo siento, amigo, pero solo yo tengo derecho a enterrar cuerpos en esta propiedad. Tendrás que buscar en el lecho del río como todos los demás —se burló Rob y luego agregó—. En fin, hoy estarás emocionado: llegaron dos nuevos al lote “F”.

—Oh, mi día no podría ser más brillante —dijo Severus, marchándose hacia su área favorita.

Rob negó con la cabeza. Severus era un muchacho algo rarito, pero también era el único al que no le molestaba trabajar en el lote “F”. A pesar de ser un poco sombrío, era el trabajador más responsable de toda la plantilla, y Rob sentía una cierta compasión por él. El pobre muchacho parecía un muerto viviente, esforzándose en mantener el equilibrio entre las solicitudes para la universidad, el cuidado de su pequeño y el trabajo. Sin embargo, lo que Rob no entendía era por qué Severus realmente disfrutaba tanto estar ahí.

El lote “F” era la zona más alejada del deshuesadero, donde se acumulaban los autos más destrozados en accidentes. A veces, las piezas de metal eran tan retorcidas que al desarmarlas Severus encontraba pequeños restos humanos. El área, cercana al bosque y al río Cokeworth, tenía un hedor insoportable en verano, un infierno para cualquiera… excepto para él. Ahí podía estar solo, sin ser molestado, y desarmar una máquina hasta sus componentes más básicos resultaba relajante.

Como toque final, las condiciones en esa esquina eran perfectas para que crecieran ciertas hierbas y hongos útiles para pociones.

Lo descubrió por accidente, al encontrar hongos mongui bajo una llanta. Después aparecieron pequeños lechos de acónito, lavanda y belladona en perfecto estado, justo bajo un saúco que parecía inmune a la contaminación del río. Lo interpretó como una señal de que no debía dejar las pociones del todo. Podía pedir otros ingredientes por lechuza, cosechar las maravillas del lote “F” y, mientras tanto, seguir con sus estudios. Si lograba entrar a química en alguna de las universidades a las que había postulado, quién sabe lo que podría lograr combinando ambos conocimientos.

Tan emocionado estaba que soltó una carcajada.

—¡Rob, controla a tu loco! Está riéndose como maniático otra vez —se quejó uno de los trabajadores del lote “A”.

Rob levantó la cabeza del auto en el que estaba trabajando y, sin inmutarse, dijo:

—El loco, a diferencia de ti, entrega su productividad a tiempo. Se ha ganado su privilegio de risa malvada.

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Lobelia Simone siempre estaba ocupada. Apenas lograba mantenerse al día en el Departamento de Niños Hijos de Muggles de la Oficina de Protección al Menor. El personal escaseaba, pero los niños eran demasiados.

Para colmo, ahora debía enseñar a un mago pretencioso, de sangre pura, que no tenía ni la más mínima idea del mundo muggle, salvo los conceptos básicos de las mediocres clases en Hogwarts. No era la primera vez que trataba con este tipo de voluntarios. Cada tanto, Dumbledore enviaba a algunos de sus seguidores a hacer “voluntariado”. Todos ellos llegaban igual: condescendientes e inútiles, creyendo que los niños nacidos de muggles eran pequeños seres indefensos que necesitaban ser rescatados de la “difícil” vida sin magia. Peor aún, algunos romantizaban la vida muggle, como si las personas sin magia fueran criaturas exóticas. Al final, todos buscaban lo mismo: adoptar—o más bien secuestrar—algún niño que les pareciera “encantador”, sin importarles separarlo de sus padres, solo para presumir de su bondad.

Por suerte, hasta el momento ninguno de esos intentos había prosperado. Ella y su pequeño equipo, con esfuerzo y compromiso, habían logrado impedir que alguno de esos niños quedara en manos irresponsables. Si Dumbledore pensaba que podía colocar a un niño bajo su protección en una situación así, estaba muy equivocado.

Dejó de lado los expedientes que se amontonaban en su escritorio y salió de la oficina para recibir a Sirius Black. Lo recordaba de su época en Hogwarts; él iba dos grados abajo de ella. No llegaron a conocerse, pero ella sí tuvo que consolar algunos corazones rotos por su causa en la sala común de Hufflepuff. Siempre le pareció alguien irresponsable y descuidado con su vida, incluso más que el Gryffindor promedio. A muchos de sus compañeros les atraía su personalidad, pero a ella no le parecía ni medianamente normal.

Desde aquella vez en que lo vio en el comedor, eufórico y riendo a carcajadas por un chiste sin gracia de uno de sus amigos, había decidido mantenerse al margen. En medio de sus risas, Sirius se detuvo en seco, y al siguiente instante lanzó un hechizo desagradable a un chico de Slytherin sin motivo alguno. La escena la impresionó, pero nadie pareció encontrarla extraña. Al contrario, varios lo aplaudieron, salvo su amigo, el más callado, que le tomó el hombro y se lo llevó del comedor con el rostro tan preocupado, como el de Lobelia. Desde entonces, decidió ignorar a Sirius Black, bastante tenía con sus propios problemas como para preocuparse por los de otros.

Lobelia se apareció a las afueras de Cokeworth, a tres kilómetros al oeste de Birmingham. Según la denuncia de Dumbledore, había una niña viviendo en condiciones terribles con su padre, un criminal desempleado que no podía ni enviarla a la escuela.

Durante su investigación, descubrió que Cokeworth era un pueblo obrero, lleno de casas municipales alrededor de un gran molino que proveía de empleo a la mayoría de los residentes. Solo con ver el lugar, Lobelia supo por dónde iban los tiros. La mayoría de los magos, incluso los más pobres, tenían grandes extensiones de tierra obtenidas durante el feudalismo en guerras ganadas, en su mayoría, con magia. Para ellos, ver a muggles viviendo en adosados o en departamentos, por lujosos que pudieran ser, era sinónimo de miseria. Incluso el mago más pro-muggle asumía que, “sin magia, no podían hacer mucho”.

En el informe de Dumbledore, el menor en cuestión era una niña, pero el registro del ministerio indicaba que era un niño: Darcy Fitzwilliam Snape. Esta incongruencia solo confirmaba lo poco que Dumbledore realmente se interesaba por el niño y que, como Lobelia sospechaba, solo usaba su oficina como herramienta en alguna de sus intrigas.

Por desgracia, era Dumbledore, y su denuncia había movilizado a todo el Ministerio. Ahora, Lobelia tendría que soportar a uno de los agentes del “mago más grande del mundo” durante todo un año.

Lobelia revisaría el estado del niño y, si realmente estuviera en peligro, lo trasladaría con alguna de sus familias aprobadas. Pero de algo estaba segura: ese bebé nunca terminaría en manos de ese hombre o de cualquiera de sus fanáticos, y mucho menos de Sirius Black.

Justo cuando pensaba en esto, escuchó el característico sonido de una aparición que llamó su atención.

—Media hora tarde, Black —lo saludó fríamente al girarse para encararlo.

Sirius solo se encogió de hombros y esbozó una sonrisa.

—Lo siento, Dumbledore me quitó algo de tiempo antes de venir aquí.

 

—Eso no es excusa para no llegar puntual. Dumbledore no es tu prioridad ni tu jefe. Si realmente quieres hacer esto, demuéstrame que te importa. No necesito aquí a gente que solo está por hacerle un favor a Dumbledore —dijo Lobelia con tono cortante, al tiempo que le entregaba una tabla portapapeles.

Sirius tomó la tabla con desgana, recordando lo que le había dicho Peter: Lobelia era una mujer atractiva, de piel oscura, hermoso cabello trenzado y recogido con una cinta verde oscura a juego con su traje sastre. Sin embargo, su personalidad dejaba mucho que desear. Se contuvo de decir que, en efecto, estaba ahí solo por Dumbledore.

Sabía que estaba en uno de los departamentos más tediosos del ministerio, con lo que asumía era un grupo de burócratas amargados y negligentes. No le sorprendía el ambiente hostil, ni tampoco lo hacía el nudo que sentía en el estómago al pensar en tener que soportar a Snape por un año entero. Aun así, valía la pena, si lograba demostrar que era alguien estable y responsable, un buen padrino para el hijo de James, y un recurso confiable para la Orden, no el “perro rabioso” que algunos parecían imaginar.

—Black, como es tu primer día, yo te acompañaré y corregiré en lo que sea necesario. Por favor, aprende rápido. Tenemos más de mil niños nacidos de muggles entre cero y diez años en el Reino Unido, de los cuales entre veinte y treinta están bajo vigilancia a distancia y otros diez en régimen de visitas domiciliarias. Y solo somos cinco personas, incluyéndote, para cubrirlo todo. Necesitamos ayuda, no retrasos. ¿Entiendes? —Lobelia habló con seriedad y sin una pizca de paciencia.

Sirius se sintió como un niño al que regañaban. Aun así, respondió obedientemente:

—Sí, jefa. Lo siento, no volverá a suceder. Es solo que, ya sabe, uno no puede negarle nada al hombre —contestó con algo de sarcasmo. Para él, este trabajo no podía ser tan complicado: entrar, asegurarse de que Snape no estuviera haciendo nada indebido, verificar que el bebé estuviera bien cuidado, y salir con tiempo suficiente para llegar a su segundo trabajo. Fácil.

—Espero que así sea —respondió Lobelia, remarcando cada palabra—. Y recuerda: no puedes quedarte a solas con el menor, no lo toques sin permiso del tutor. No importa si los padres son groseros contigo; no seas grosero con ellos ni los agredas físicamente. Si te sientes en peligro, activa tu traslador de emergencia y deja que las autoridades competentes se encarguen —hizo énfasis especial en esto último, y Sirius no sabía si se refería a su reputación como auror o a su fama como Merodeador—. Y, por encima de todo, solo “yo” decido si un menor es retirado de sus padres. No Dumbledore, ni el ministro, ni siquiera Merlín en persona. El niño se queda con sus padres hasta que “yo” tome esa decisión.

Sirius asintió sin mucha preocupación por la última indicación. En algo coincidía con Lobelia: no tenía la menor intención de separar a Darcy de su padre, a menos que fuera absolutamente necesario. Como auror, había visto suficiente dolor en familias divididas, y no deseaba causar ese sufrimiento de nuevo. Además, entre Peter, quien sentía una inexplicable aversión hacia Snape, y James, demasiado ocupado con su trabajo, él era la única opción razonable para este encargo. Pero la ironía de la situación no escapaba de su mente: él, Sirius Black, la persona que pasaba sus días en un delicado equilibrio entre la responsabilidad y el impulso, ahora era la persona "sensata" en este asunto.

—Joder —murmuró para sí, sintiéndose como el chiste privado de algún dios retorcido.

Cokeworth era la cosa más extraña que Sirius había visto. No es que las viviendas adosadas fueran extrañas para él, viviendo en Londres y siendo el motivo de vergüenza para su madre, que siempre recordaba con dolor el día en que la mansión Black fue quemada hasta los cimientos por su tío bisabuelo Cygnus, víctima de la locura de los Black.

Pero ninguna casa que había visto era tan pequeña como esas. Eran más chiquitas que la casa de los Weasley, incluso su departamento de soltero en Londres era más grande. No tenía ni idea de cómo podría vivir un mago en un lugar con tan poca intimidad como ese, de seguro los encantamientos de privacidad estaban a la orden del día en la residencia Snape.

La casa de los Snape se encontraba al final de un callejón, idéntica a las demás, con un pequeño sendero cubierto de maleza que llevaba a una puerta bajo un sombrío tejado. Sin ceremonias, Lobelia tocó el timbre, cuyo sonido anodino no hacía justicia a la imagen que Sirius había tenido durante años de la residencia de Snape, que siempre imaginó como una mansión espeluznante en ruinas, más similar a un castillo oscuro que a esta casa de clase trabajadora.

La puerta se abrió y apareció Snape, vestido con un overol azul marino con su nombre bordado en el pecho, cargando a su hijo en brazos. Parecía aún más pálido y agotado que de costumbre, con profundas ojeras que indicaban noches de insomnio. Cuando reconoció a Sirius, Severus, sin dudarlo, les azotó la puerta en la cara.

Del otro lado, Lobelia suspiró y tocó el timbre nuevamente, sin una pizca de paciencia. Mientras esperaba, Sirius apenas podía imaginarse lo que Severus estaría pensando. Todo el resentimiento del pasado, la rivalidad no resuelta, la desconfianza que había construido contra el mundo que le había fallado una y otra vez...

Del otro lado de la puerta, Severus estaba a punto de tener un ataque de pánico. Había soñado eso antes. James Potter y su grupo aparecían en su casa y le daban una paliza mientras su padre se reía y lo humillaba frente a ellos.

El timbre sonó una tercera vez antes de que Lobelia hablara en tono firme:

—Señor Snape, soy Lobelia Simone de la Oficina de Protección al Menor del Ministerio. Me temo que, si no abre la puerta, tengo autorización para arrestarlo, lo cual podría representar un problema para su hijo.

Al escuchar esto, Snape sintió una punzada de miedo y rabia. ¿Acaso Black estaba tan empeñado en su odio hacia él que estaba dispuesto a quitarle a su hijo? ¿Tan bajo caería para humillarlo y hacerle pagar por viejas rencillas, usando al pequeño Darcy como un arma? Para Severus, la posibilidad de que Black pudiera lastimar o interferir en la vida de su hijo era peor que cualquier mal que él mismo hubiera sufrido.

El dolor que sintió en ese momento no se comparó con todo el dolor que había sufrido durante su vida. Quizás no estuviera lo suficiente en la vida de Darcy, pero nunca permitiría que su hijo fuera criado en un mundo donde su mera existencia fuera un estigma. Iba a pelear por eso, él era el padre de Darcy y nadie se lo iba a quitar, salvo los Evans, y eso sería hasta que estuviera muerto y enterrado.

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Días después, Severus solo deseaba deshacerse de Black. La rutina se había vuelto una tortura: el hombre aparecía puntualmente, criticando absolutamente todo y lanzando juicios sobre cada decisión de su vida. Al menos, la expresión en su rostro cuando su jefa le informó que Darcy era un varón había sido impagable.

—En el Ministerio estaba vestido de rosa. Cualquiera habría pensado que era una niña —había dicho Black, con expresión de tonto, como si fuera culpa de Severus no haberle aclarado el asunto, como si realmente hubiera querido dirigirle la palabra tras haberlo acusado de “maltratar al pobre e indefenso Dumbledore” y lanzar aves sobre él y su bebé.

 

Con toda calma, Severus respondió —A Darcy le gusta el rosa; llora si intento cambiar el color de sus cosas —y era cierto. Según las sabias enseñanzas de las yentas, uno debía elegir sus batallas por el bien de sus propios tímpanos. Horas de llanto no valían la pena por algo tan insignificante como el color de la ropa de su hijo.

Por supuesto, Black intentó discutir, pero afortunadamente su jefa lo mantuvo a raya. Al parecer, la mujer no simpatizaba mucho con él, y eso le habría ganado algunos puntos con Severus si no hubiera sido porque lo había condenado a convivir diariamente con Black durante cuatro largas horas. Siendo nada menos que su maldita sombra, debía estar presente en su vida cotidiana por orden del Ministerio, todo porque Dumbledore prácticamente lo había acusado de criminal. Jamás había roto la ley, pero si el venerable Dumbledore lo decía, entonces todo el maldito Ministerio se movía a su santa voluntad.

Al principio, Black había sido soportable: Severus simplemente fingía que no existía e ignoraba su invasión de espacio personal. La carga de trabajo, los ensayos de admisión para la universidad y las constantes demandas de atención de Darcy ayudaban a mantener su concentración. Sin embargo, todo se fue al carajo cuando Black descubrió que los padres de Lily cuidaban a Darcy y que solían visitarse.

Ese día, nevaba. Severus había salido con Darcy, bien arropado en su portabebés y cubierto con una manta gruesa de ositos. La nieve era ligera y el pavimento ni siquiera estaba congelado, así que decidió caminar el corto tramo hasta la casa de los Evans, a pesar de tener a Black pegado como una sombra. Inicialmente, había dudado, temiendo provocar un desastre en casa de los Evans, pero no podía soportar la idea de dejarse acorralar y mantenerse encerrado en casa por culpa de un hombre, como alguna vez hizo su propia madre.

Además, si Black iba a ser una plaga constante durante cuatro horas al día, al menos con un poco de compañía se le haría más fácil contener sus impulsos de asesinarlo y enterrarlo en el deshuesadero. Seguramente Rob haría una excepción si le pedía ayuda para deshacerse de un trabajador social molesto; ¿a quién le gustaban los burócratas del gobierno, después de todo?

—¿No crees que hace demasiado frío para sacar al bebé? —Black interrumpió su sagrado silencio.

—Es bueno para el bebé salir a pasear; ayuda a su sistema inmunológico —replicó Severus secamente.

—¿Su sistema qué?

—Búscalo. No es mi deber educarte sobre los misterios de la crianza infantil, además, la manta de Darcy tiene un hechizo calentador —respondió Severus, molesto. No podía creer que ese ignorante estuviera a cargo de decidir si era un buen padre, sabiendo probablemente nada sobre el cuidado de un niño.

—¿Por qué no dijiste eso primero? Es más sencillo de entender que tus ideas raras de padre. Pero no es solo el frío lo que me preocupa; estoy sorprendido de que no haya una de esas pandillas de muggles buscando problemas en un lugar como este.

—Nací aquí; todos me conocen —“Y creen que soy un psicópata, así que me tienen pavor”, pensó Severus, guardándoselo para sí mismo—. El que debería preocuparse eres tú, con tu acento londinense, tu chaqueta de cuero cara y tus maneras de niño rico. Solo me hace falta decir en voz alta que ¡Eres un Tory trabajador del gobierno! para que la gente aquí te mate. Así que, por tu seguridad, no diré en voz alta que ¡Eres un Tory, trabajador del gobierno!

—¡Acabas de gritarlo, hijo de perra! Además, ¿qué demonios es un Tory?

—Vamos, soy un pobre chico de Cokeworth, hablo en voz alta y no tengo modales. Investiga qué es un Tory; se supone que fuiste el mejor en Estudios Muggles de mi generación.

Black solo puso los ojos en blanco y murmuró algo que Severus no alcanzó a entender. Lo ignoró como siempre, y tuvo que admitir que, en cierto sentido, Black estaba ayudando con su paciencia: nada como la posibilidad de perder a su hijo para ayudar a controlar sus ganas de romperle la cara al imbécil.

Cuando llegaron a casa de los Evans, Severus se preparó mentalmente para el alboroto. La puerta se abrió, y Marigold Evans salió rápidamente, lo abrazó y lo saludó con alegría:

—No es una olla, es un caldero de cobre tipo “C” para emulsiones de baja presión, carísimo de la mejor tienda de pociones de París— respondió Severus, canalizando su Lucius interior y observando de reojo cómo Black palidecía poco a poco.

—Es una olla muy cara e inútil por lo que dijiste; que no puedes vender porque no puedes hacer que tu hijo duerma en otro lado que no sea la olla —respondió Marigold, tan concentrada en sacar a Darcy del portabebés que ni siquiera había visto a Black, quien miraba con los ojos abiertos la enorme foto muggle de la boda de Lily y Potter que adornaba en el pasillo junto a la foto de la boda de Petunia y su cetáceo esposo del que no recordaba el nombre.

Severus no pudo responder porque en cuanto Darcy estuvo seguro en los brazos de Marigold, Sirius le dio un puñetazo en la cara.

—Severus Snape, quise darte el beneficio de la duda, pero eres un maldito asqueroso. Como te atreves a usar a tu hijo para acercarte a los padres de Lily, ¿Ella sabe que hablas con ellos siquiera?…

Black no pudo decir mucho más porque en segundos Richard lo tacleó por sorpresa y lo atrapó en el suelo con una llave.

—Black, no sé si conozcas al Sargento de la Tercera División de Infantería Richard Evans, no le gusta la violencia en su casa— dijo Severus, curándose y limpiándose la sangre de la cara con un hechizo. —Ahora que te parece si te comportas como una persona civilizada y hablamos antes de que te reporte con la señora Simone.

Black dejó de intentar luchar y habló con Richard:

—Solo estoy intentando protegerlos, ustedes no saben quién es ese tipo…

—Te equivocas muchacho, lo conozco, lo bueno, lo malo, la clase de idiota que puede llegar a ser, yo sé eso, lo vi crecer desde que tenía diez años y no me engaña. Así que hazte un favor y deja de insultar a uno de mis chicos en mi casa o Richard te romperá el brazo— lo interrumpió Marigold, con un tono de voz gélido que Severus nunca había escuchado en ella. Black se quedó callado e inmóvil y Richard lo soltó y lo arrastró hasta el sillón.

—Richard, Marigold, les presento a Sirius Black mejor amigo de su yerno James Potter y mi asistente social.

—¿Es normal que los asistentes sociales sean tan agresivos en tu mundo? —preguntó Richard con ironía.

—Ni siquiera se supone que tengan que seguir a alguien cuatro horas al día, pero ya sabes, nuestro ministerio es una tiranía —respondió Severus.

—Bueno, si no fueras un criminal conocido, no tendría que perder horas de mi vida vigilándote. Y el ministerio no es una tiranía; estamos en guerra y tenemos que ser cuidadosos.

—Más bien parece que pierden el tiempo. No soy un maldito criminal conocido, solo un mestizo pobre que fue seleccionado en la casa más intolerante. Discúlpame si tuve que hacer ciertas cosas para sobrevivir sin que me asesinaran y todo se barriera bajo la alfombra porque mi apellido no tiene años de pedigrí mágico —dijo Severus, cada palabra impregnada de sarcasmo. Sabía que, en el fondo, había disfrutado ser aceptado en su momento y no le importó lo que tuvo que hacer para lograrlo, pero añadió algo que era completamente cierto— Ninguna de las cosas que hice fue ilegal, solo tonterías de niño de escuela, a diferencia de ti, porque tú sabes bien quién de los dos tendría que haber pisado una celda desde los quince años. Y no soy yo.

Black lo miró como si fuera un ciervo deslumbrado por las luces de un coche.

—¿Así que todo se reduce a eso? —intervino Richard, sorprendido—. ¿Severus se comporta como un imbécil en la escuela y lo mandan a vigilar como si fuera un delincuente? Cuando Lily nos habló de él, pensé que lo habían atrapado incendiando tiendas, golpeando gente o que al menos lo habían arrestado una vez —dijo, enumerando algunas de las actividades que las pandillas supremacistas solían hacer.

Claro que Severus nunca había hecho nada de eso; su rol se limitaba a preparar pociones y estudiar hechizos. Sospechaba, sin embargo, que el círculo interno de los mortífagos hacía cosas mucho peores con los conocimientos que él les proporcionaba.

—Así que sospechabas que él podría hacer esas cosas, y aun así lo recibiste en tu casa —acusó Black.

“Oh, pequeña mierda hipócrita. Usaste a tu mejor amigo como arma, y él aun así te perdonó por eso”, pensó Severus, mientras una cálida sensación extraña surgía en su interior.

—Por supuesto que sí —respondió Marigold sin darle mayor importancia—. Sabíamos que no haría nada malo aquí y necesitaba ayuda con el niño.

Esa sensación volvió a surgir en su pecho, ese sentimiento que solo había sentido una vez antes en su vida, cuando Lily rompió la nariz de “Stincky” Johnson en el patio de la escuela por insultar a la familia de Severus. Era algo cálido, como un abrazo, una sensación de pertenencia sin condiciones.

Quería eso para Darcy todos los días de su vida; con los Evans, su hijo podría tener ese sentimiento de calidez y aceptación.

Black no pronunció ni una palabra más durante toda la reunión, aunque estaba visiblemente incómodo. Los Evans y Severus decidieron ignorarlo; los Evans, seguramente para darle espacio para alguna reflexión o por alguna razón profunda que las buenas personas entendían. Severus, por su parte, lo hizo simplemente porque no deseaba tener más que ver con Black. El imbécil ya sabía de sus visitas a los Evans, la curita había sido arrancada y podría verlos libremente. No necesitaba nada más.

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Peter siempre supo que era pobre, feo, de estatura baja, con cara ratonil y más simple que un pan blanco; no tenía la más mínima oportunidad de destacar en el mundo. Nadie lo miraría dos veces, y su aburrido nombre parecía esfumarse de la memoria de todos apenas se presentaba. Pero, en su invisibilidad, había desarrollado una ventaja única: era tan infravalorado que ni siquiera notaban su presencia cuando hablaban de sus sucios secretos. Sabía todo de todos y era experto en asegurar su comodidad con esa información.

La primera vez que se encontró con James Potter, ya lo había estudiado minuciosamente. Sabía cuál era su equipo favorito de Quidditch, conocía la estrecha amistad de su familia con Albus Dumbledore y entendía que, como hijo único, James deseaba desesperadamente tener un amigo. Su plan funcionó a la perfección cuando logró hacerse cercano a él. Ser amigo del chico popular era cómodo, salvo por un inconveniente: Sirius Black. Ese imbécil engreído que creía que Peter era el alivio cómico del grupo, siempre bromeando a su costa, burlándose, haciendo a un lado sus ideas y en ocasiones ignorándolo. No pasaría mucho tiempo antes de que James y Sirius se volvieran populares, y él terminaría siendo el blanco de las bromas del grupo, poniendo en riesgo su tranquilidad.

Al principio, intentó desviar la atención del grupo hacia el nerd callado y aburrido, Remus Lupin. Sirius y Remus siempre parecían pelear por todo, y Peter supuso que pronto se convertirían en enemigos una vez que descubrieran el obvio secreto de Lupin. Porque, por favor, ¿un niño llamado Remus Lupin que enfermaba cada luna llena? Al menos su familia podría haber cambiado su nombre. Sin embargo, todo se dio al revés: Remus se convirtió en otro miembro más del grupo y en un obstáculo más que lo alejaba de su vida cómoda.

Hasta que encontró la víctima perfecta: un Slytherin orgulloso, mestizo, más pobre que él y poco atractivo. Para colmo, el pobre diablo estaba interesado en la chica de su amigo. No fue difícil confrontarlos; el Slytherin tenía una actitud detestable y ya se había ganado fama como mago oscuro. A Peter solo le bastó exagerar un poco los rumores. La gente tiende a creer lo que fortalece sus prejuicios, y el chico no hacía nada por limpiar su reputación. Era tan fácil de manipular y hacer explotar que pronto se ganó a pulso la fama que todos le adjudicaban.

Esos días fueron tan entretenidos. Al principio, Peter pensó que el Slytherin aguantaría apenas dos semanas antes de quebrarse, pero el chico resistió durante años. Con el tiempo, ya ni siquiera tenía que acusar al patético grasiento de nada; James y Sirius lo perseguían solo por diversión. Peter solo necesitaba hacerles alguna sugerencia divertida, como petrificarlo y dejarlo toda la noche en la torre de Astronomía, pegarlo contra las paredes o destrozar sus cosas. Cada idea parecía más graciosa que la anterior, y lo mejor de todo era que a nadie le importaba. Era poderosa la sensación de poder destruir a alguien sin ninguna consecuencia, con la complacencia de todos, porque ni siquiera los profesores se giraban a mirar.

Por supuesto, el Slytherin se lo merecía. Si hubiera permanecido callado, si no hubiera llamado la atención, nada de eso habría pasado. Las personas como él no podían sobresalir sin que el mundo se los devorara. Pero no, el chico repudiaba su invisibilidad y hacía cualquier cosa por robarse el protagonismo; presumía su talento en pociones y su inteligencia. Para bien o para mal, la gente sabía quién era él, y merecía el castigo. Nadie pensaba que importaba si casi lo mataban, todos sabían que era un impostor que no merecía tocar siquiera el premio que estaba reservado solo para aquellos ricos, atractivos y poderosos, como James Potter.

Sirius, a pesar de ser un obstáculo al principio, pronto se convirtió en su aliado favorito. El tipo nunca estuvo bien de la cabeza, y cuando comenzaron a molestar al Slytherin, olvidó completamente a Peter y lo adoptó como su compañero de fechorías. Valía la pena aguantar los ataques de culpa de Sirius. Era casi patético escuchar su voz decir “No sé por qué hago esto, Peter” o “¿Qué me pasa? No quería mandarlo a la enfermería”. Pero Peter tenía sus recursos: aunque no lo pareciera, no era un inútil, y en Herbología se defendía bien. Solo necesitó añadir un toque de su mezcla especial de efedra, salvia de los adivinos, rodiola y raíz de coca en el jugo de calabaza de Sirius para mantenerlo activo y libre de remordimientos.

Fue la mejor decisión que pudo tomar. Sirius estaba tan feliz que a veces corría y se estrellaba contra las paredes, riendo hasta quedarse sin aliento mientras la frente le sangraba. Esto preocupaba un poco a Remus, pero a quién le importaba; nadie escuchaba a Remus de todos modos. ¿Desde cuándo los hombres lobo tenían voz en algo? Le daban educación por lástima; debería conformarse con eso.

Pero la diversión no podía durar para siempre. Todo comenzó con una broma, aprovechando el estado eufórico de Sirius: “Deberíamos dárselo de comer a Remus.” Días después, se enteró de que Sirius realmente lo había intentado, aunque no resultó tan gracioso como imaginó. Nadie se rió; incluso tuvo que abandonar las hierbas porque James se preocupó. El ambiente se tornó sombrío, y sus compañeros dejaron de divertirse. Apenas logró convencerlos de un último juego con el Slytherin en el lago negro, pero para su mala fortuna, fue la vez en que el juguete por fin se rompió.

Después de eso, todo cambió. El "juguete" se perdió en el olvido, y todos se enfocaron en otras cosas. James consiguió finalmente a su chica; al fin, la zorrita dejó de hacerle el desaire y de lamentarse por el juguete roto. Black, por otro lado, cayó en una depresión cuando los efectos de la abstinencia se hicieron evidentes. La vida se volvió cómoda, pero él se moría de aburrimiento.

Así empezó el siguiente capítulo. Conoció a algunos chicos de Slytherin que sabían cómo divertirse de otra manera. Al principio, solo era un juego, y la satisfacción de hacerlo bajo las narices de los Merodeadores lo mantenía intrigado. Sin embargo, al graduarse, cuando sus amigos parecían listos para unirse a la vida común y corriente, su pequeño grupo de conocidos de Slytherin le hizo una promesa de un futuro más interesante. No podía destruir a una persona y detenerse allí; a diferencia de sus antiguos compañeros, él no le tenía miedo a lo que podía llegar a ser, y sus nuevos amigos, los autodenominados mortífagos, lo alentaron a explorar ese lado oscuro.

La libertad de hacer cosas mucho peores que las que sufrió el Slytherin y de descargar su odio en muggles inocentes lo llenó de satisfacción. Sin remordimientos ni falsas morales, volvió a encontrar una diversión relajante. Sin embargo, el Slytherin reapareció como una enfermedad recurrente, tomando un poco de dignidad y logrando tener un hijo con una mujer de linaje respetable. Otra vez, el centro de atención. Al parecer, no había aprendido nada, y Peter decidió que era hora de darle una nueva lección, esta vez usando a Black como peón.

No sabía si Black o Dumbledore lo recordarían, pero ambos estaban muy interesados si no en él, en la criatura que ayudó a concebir. Dumbledore, desesperado, prácticamente le puso la oportunidad en bandeja, y funcionó: ahora, Black informaba tanto a Dumbledore como al Señor Tenebroso sin siquiera darse cuenta. Habría dado cualquier cosa por ver su cara cuando descubriera que, mientras intentaba “hacer lo correcto,” estaba contribuyendo a la destrucción de su propio bando, como siempre.

Lo único que lo inquietaba era el hechizo. ¿Por qué Black y Dumbledore no fueron afectados? ¿Podía ser un hechizo hecho solo para los leales al Señor Tenebroso? ¿Entonces por qué, entre los mortífagos, algunos lo recordaban y otros no, pero cuando recibían la orden de buscarlo, nadie lograba encontrarlo? No le gustaba el vacío de información. Toda su ventaja estaba en conocerlo todo. Ahora, no solo olvidaba el nombre del Slytherin en cuestión, sino que, a veces, sus preciados recuerdos de Hogwarts también se desvanecían. Esto hacía que su desprecio por él creciera aún más.

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La Navidad se acercaba rápidamente, y por primera vez, Severus se encontró pensando en regalos mientras participaba en su partida de bridge semanal con las yentas.

—Este año es la primera Navidad de Darcy. Tienes suerte de que sea tan pequeño. Solo tendrás que pensar en algunos regalos pequeños y tal vez algo sencillo para el niño —comentó la señora Hernández, sin levantar la vista de sus cartas.

—No celebro la Navidad, soy uno de esos agnósticos que cree que la Navidad es un invento del capitalismo —respondió Severus, esforzándose en ocultar la pésima mano de cartas que tenía, para desesperación de su compañera, la señora Petrov.

—Hijo, yo soy judía, Khan es taoísta, Petrov es su propio dios, y Hernández usa la iglesia como base para esa mafia suya del Tupperware. Y todas sin excepción damos regalos de Navidad —aseguró la señora Shapiro, encendiendo un cigarrillo con solemnidad.

—Nunca he visto la utilidad de dar regalos, más que el hipócrita despilfarro de dinero en personas que muchas veces no lo valen —replicó Severus, aunque planeaba algún detalle para los Evans y las yentas cuando la señora Khan lo golpeó en la nuca.

—No seas tonto, muchacho. Los regalos de Navidad son pura diplomacia. ¿Crees que disfrutamos comprando ridículas corbatas, horneando galletas y convidando a cenar a jefes blancos y estirados? —dijo la señora Khan con su habitual rudeza—. Es construir puentes, ¿o pensaste que el tercer hijo de la señora Hernández entró a Oxford por su talento? Nada de eso: fueron sus enchiladas premiadas y su pastel de tres leches especial.

La señora Hernández soltó una carcajada, dejando a un lado su margarita.

—Ese decano tuvo que desabotonarse el pantalón para repetir la comida. Dos tragos de tequila después, y era el mejor amigo de la familia.

—Exacto. Un pequeño y estratégico regalo navideño al carnicero, una conversación amable y, en menos de un mes, tienes el mejor corte de carne de toda la ciudad —añadió la señora Shapiro, exhalando humo.

—Son cosas importantes y también aseguras el bienestar de tu hijo. Es mucho más fácil que molesten al hijo del escalofriante ermitaño de Spinner’s End que al hijo de la señora Shapiro —continuó la señora Petrov.

—Nunca lo había pensado así. Pensé que solo tenía que educar bien a Darcy, no tener que relacionarme con “personas” —dijo Severus, haciendo una mueca de disgusto.

—Son los gajes del oficio. Socializar es la diferencia entre un hijo sano y exitoso o un vago pandillero —declaró la señora Shapiro con gravedad. Las demás asintieron en silencio, mientras ella le dirigía una mirada seria—. Te aceptamos en esta mesa porque Marigold dijo que querías ser un padre que lo hiciera más que bien. Demuéstralo, Severus Snape: socializa.

Él asintió en silencio, pensando que si el Señor Tenebroso tuviera un cuarto de la inteligencia y actitud de las yentas, ya habría dominado el mundo.

Así, Severus se convenció de que tenía que hacer algo por la “diplomacia”. No quería que Darcy terminara siendo un vago pandillero, y el club de las viejas yentas estaba de acuerdo en que los regalos de Navidad eran un buen primer paso. Sin embargo, no tenía idea de qué dar, ni a quién, por lo que recurrió a su asesora de confianza, Marigold Evans. Ella le sugirió un detalle pequeño, y ambos compraron una caja de bastones de caramelo con moñitos que se repartieron.

Para añadir encanto, Severus transfiguró unos guantes viejos en un gorro rojo con un pompón blanco para Darcy. Padre e hijo repartieron caramelos entre compañeros de trabajo y algunos vecinos, y a Robert Pevka le obsequió también una caja de su tabaco favorito. La ternura natural de Darcy funcionó como un amortiguador para su imagen de hombre cruel, y fue fácil responder a las preguntas tontas sobre bebés, etc.

La parada siguiente fue a la calle de las yentas, quienes, como siempre, lo abrazaron y mimaron. A ellas les regaló una colección de películas de James Dean, el esposo platónico compartido del grupo. A cambio, salió con un enorme recipiente lleno de latkes y tamalitos de piña.

Esa noche, regresó a su casa cansado, guardando el regalo de los Evans para el Boxing Day. Después de preparar la botella de Darcy, se sentó en la cama, dejando al pequeño recostado sobre su pecho, y tomó las hojas en rumano que venían con los documentos de Darcy. Trató de concentrarse averiguando su contenido con el poco rumano que entendía y su conocimiento de los sigilos de magia oscura, pero pronto se rindió, y dejó que su mente divagara, sintiendo el latido del pequeño corazón sobre el suyo.

Entonces, un pensamiento surgió: ¿Qué sucedería si un cuco se quedara con su huevo? No era lo correcto, era antinatural y dañino para su especie. Pero, ¿no habría uno que al menos sintiera un pinchazo en el corazón al dejar a su polluelo? Sin darse cuenta, una lágrima rodó por su mejilla. En ese momento, se quedó abrazando a Darcy en la quietud de su habitación sin atreverse a soltarlo.

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Lucius Malfoy hizo una mueca de asco tapándose la nariz, intentando bloquear el hedor del río en Cokeworth. Aunque el agua negra serpenteaba sin rumbo claro, sabía que, kilómetros más allá, se encontraba un pueblo muggle escondido, un rincón insignificante que ni merecía estar en el mapa. Poco importaba su ubicación exacta; no necesitaba conocerla para lo que venía.

Observando las aguas negras, que reflejaban débilmente la luz de la luna, Malfoy sacó un pequeño frasco de poción de su abrigo. El contenido burbujeaba con una inquietante neblina verde que casi parecía palpitante. No le preocupaban los posibles efectos colaterales. A fin de cuentas, solo muggles sufrirían las consecuencias, y para él, sus vidas no significaban nada.

Con un movimiento rápido y calculado, dejó caer el frasco en el río. Apenas se rompió el vidrio contra las piedras, la neblina verde se expandió, extendiéndose con una rapidez inusual, contagiando el agua hasta cubrirla en su totalidad. El hedor se intensificó, un indicio de que la poción cumplía con su propósito. Observó con satisfacción cómo la niebla avanzaba río abajo, como un depredador en busca de su presa.

Notes:

Severus se está encariñando con Darcy, no se si lo dije antes, pero creo que el lenguaje del amor de Severus es devoción hasta rayar en la obsesión y creo aquí lo hice notar mucho, me gusta la idea de un tipo rarito algo antisocial tratando de encajar en la sociedad organizada.

Disfrute personalmente de escribir el club de las viejas Yentas, es como un montón de ancianas Slytherin muggles enseñándole a Severus como navegar en un mundo que no comprende en palabras que le son familiares. Básicamente han tomado el lugar del señor oscuro en el corazón de Severus.

Y finalmente mi idea de Cokeworth como habrán visto difiere mucho del extraño Chernóbil de la película, donde parece que la gente tiene que salir con máscara antigás. Supongo que esa idea funcionó bien para el ambiente de la película y todo eso, pero para esta historia me imagine un pueblo un poco más realista, si sucio y algo feo pero no un algo sacado de un mundo post apocalíptico
Si quieren una referencia visual de cómo sería mi Cokeworth imaginario aquí les comparto mis referencias visuales.

 

Referencia de Cokeworth 1.

Referencia de Cokeworth 2.

Referencias de la casa de Snape.
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Notas del Beta: Este archivo fue editado el 30/10/24 con el consentimiento del autor.

Tory:

Según Wikipedia, un "tory" es una persona que apoya una filosofía política llamada "toryismo", basada en una versión británica del conservadurismo tradicionalista, que defiende el orden social establecido y su evolución a lo largo de la historia de Gran Bretaña. El ethos tory se resume en la frase "Dios, Rey (o Reina) y País".

Boxing Day:

Festividad británica celebrada el 26 de diciembre, en la que las personas se reúnen para abrir sus regalos. Además, es una ocasión popular para ir de compras, similar a eventos como el Buen Fin en México o el Black Friday en Estados Unidos.

Chapter 6: La catástrofe de Navidad

Notes:

Hola a todos, cada vez que reviso este fic me emociono por su apoyo, quizás no sea mucho para algunos, pero gusta que allá afuera existan personas que esperen cada publicación, verán tengo algo de síndrome del impostor y a veces no sé qué estoy haciendo así que su apoyo me ayuda muchísimo.

En fin, dejamos el capítulo anterior lleno de drama y las cosas no se detienen solo diré que Severus debería poner un repelente de Gryffindors en su puerta. Y también como me gusta complicarme la vida puse un pequeño dialogo entre Severus y un personaje hispano y como toda historia ubicada en Reino Unido escrita en español y con personajes que hablan español, pues usé la vieja confiable puse en cursiva las frases en las que se habla en español junto con un par mexicanismos para que no se pierdan.

Nota aparte no me di cuenta de que en el capítulo pasado no expliqué que era un Torie así que un Torie mis amigos es el miembro del partido conservador inglés y es obvio porque en pobre un pueblo de trabajadores no son muy queridos.

Y finalmente recuerden desactivar el traductor paraa poder disfrutar de la lectura.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Remus llegó a casa, recibido por el aroma de estofado y pan recién horneado. Tiny estaba leyendo otro de esos libros desconocidos para él, esta vez era Crítica de la razón pura de un tal Kant.

—Hola, Tiny, ¿es entretenido lo que lees? —preguntó con desinterés.

—Va con el panorama político actual —respondió Tiny, dejando el libro a un lado.

—No quiero ni imaginar cómo un libro del callejón Knockturn puede retratar el panorama político actual.

—En realidad es un libro muggle. Hay una librería de segunda mano en la salida de Knockturn hacia Old Compton. Los únicos libros de Knockturn son pornografía y panfletos de chismes.

—Y peligrosos libros de magia oscura —añadió Remus, revisando el estofado en la cocina.

—Esos no cuentan; solo los compran los ricos sangre pura. No es que importe mucho, cuando la gran parte de Knockturn apenas sabe hervir agua con una varita.

—Sabes, Tiny, a veces me pregunto cómo puedes ser… bueno, ya sabes… cómo eres, viviendo en un lugar como ese —preguntó Remus algo avergonzado mientras comía. Siempre había sentido curiosidad sobre cómo un hombre sin educación formal tenía la cultura de Tiny, y cómo alguien así pudo haber sido estafado por Mundungus Fletcher.

—¿Cómo leo libros muggles, voy a terapia y sé hacer más que hervir agua con una varita?

—Sí, eso… si no te molesta —dijo Remus, esperando no ser demasiado entrometido. Aunque al principio tuvo dudas cuando vio al gigante tatuado y bigotón llegar en compañía de Sirius, Tiny era una gran compañía y un magnífico cocinero.

—Solo si a ti no te molesta. Sirius se puso a llorar cuando se enteró.

—Soy un tipo de piel dura y no crecí tan protegido como Sirius. Sé que no es lo mismo que vivir en el callejón, pero hubo momentos difíciles para mi familia y para mí —respondió Remus, curioso.

—Bueno, así como me ves, era un niño bonito, y a muchos clientes ricos no les gustan los niños ignorantes. La matrona me enseñaba modales y me hacía leer y cultivarme para poder subir mi precio. Cuando fui demasiado mayor para ese "trabajo", estaba ya muy acostumbrado a leer, así que usé libros muggles, que eran más baratos, para compensar —respondió Tiny con tranquilidad, como si hablara del clima.

Remus, aunque no ajeno a la miseria, sintió el estómago retorcerse al oír hablar de niños en ese contexto. Sabía de hombres lobo que habían recurrido a la prostitución para sobrevivir, pues en un mundo donde personas como él eran parias, el trabajo ilegal era su refugio. Aun así, el testimonio de Tiny le impactó profundamente.

—¿Cómo hiciste para que no te afectara? Merlín, parece que hablas del clima —dijo Remus, perplejo.

—No diría que no me afectó, amigo, voy a terapia para control de la ira, ¿recuerdas? Sé que tú y Sirius piensan que bromeo cuando digo que estaba en un mal lugar, pero lo que soy ahora es resultado de un tratamiento experimental intensivo con pociones fuertes.

—¿Ex… perimental? ¿Dejaste que usaran pociones no probadas en tu cuerpo? —preguntó Remus, sorprendido. Ni Sirius, con sus locuras, se atrevería a tanto.

Tiny se encogió de hombros —En serio, ¿esperabas que alguien como yo tuviera acceso a salud mental? Mi terapia es parte de la investigación, por eso solo me cobran la mitad por sesión.

—No sabes la suerte que tienes. Muchos hombres lobo mueren en investigaciones para encontrar una cura para su enfermedad, y ni hablar de los vampiros —le reprochó Remus, sin poder creer que Tiny estuviera ahí, después de ver con sus propios ojos los cuerpos de hombres y mujeres con licantropía llevados al incinerador.

—¿Qué quieres que te diga? Fue la única oportunidad que tuve, y la tomé. Además, hubiera sido mejor morir que vivir como vivía —explicó Tiny.

Remus lo comprendió; él mismo habría aceptado participar en cualquier investigación de no haber sido por sus amigos. No tendría ni casa si Sirius no hubiera puesto su nombre en el contrato de arrendamiento, pues era común que los arrendadores cobraran la renta en luna llena para evitar rentar a hombres lobo.

—Este mundo es un asco. A veces quisiera huir como los mestizos y los nacidos de muggles, pero, ¿a dónde iría? No conozco ese mundo; no sabría cómo vivir ahí.

—De todos modos, tengo entendido que existen hechizos en la Oficina de Equivalencia para detectar a hombres lobo.

Remus casi se atraganta y luego miró a Tiny, sorprendido.

—¿Sirius te lo dijo?

—No, para nada. Solo he visto a muchos lobos en el callejón. Todos se ven igual que tú cuando la luna llena se acerca, y también comen chocolate y cosas dulces para compensar la energía que pierden con la transformación.

—¿No te molesta? —preguntó Remus, temeroso.

—¿Por qué me molestaría? No es como si intercambiáramos fluidos o hiciéramos pactos de sangre. Ni siquiera te veo en luna llena; para mí eres solo un compañero de piso con una enfermedad crónica —respondió Tiny como si nada—. Aunque, si fuera tú, cambiaría la dieta a una con más frutos secos y carbohidratos. ¿Sabías que los hombres lobo tienen el doble de riesgo de problemas dentales y pancreáticos por el exceso de azúcar?

—Olvídate de Sirius, ahora tú eres mi nuevo mejor amigo —bromeó Remus, emocionado.

Remus pensó cuánto le habría gustado tener un amigo como Tiny en Hogwarts. Maldijo al Ministerio y sus estúpidas leyes sobre el callejón Knockturn.

En ese momento, la puerta se abrió, y Sirius entró arrastrando los pies, luciendo agotado, y se dejó caer en el sillón.

—He llegado. ¿Qué hay de nuevo? —saludó con voz cansada.

—Remus y yo solo estábamos en nuestra conspiración semanal contra ti. Hoy hablábamos de lo difícil que es quitar el pelo de perro del sillón —dijo Tiny, con una sonrisa.

—Y de lo mortales que son los gases de Padfoot —añadió Remus, divertido.

Sirius se hizo un ovillo en el sillón, respondiendo con indignación fingida:

—No importa, mi nombre está en el contrato, así que es su destino tener que soportarme a mí y mis gases.

—No nos queda de otra. En fin, te ves terrible, Pads. ¿Snape te lo está poniendo difícil? —preguntó Remus, preocupado. Había escuchado a Peter alardear sobre cómo Sirius estaba haciéndole una gran broma a Snape quitándole a su hijo, y aunque no quería pensar que Sirius fuera capaz, cuando se trataba de Snape, cualquier cosa era posible.

—Depende de lo que llames difícil. Sé que Dumbledore dice que es una amenaza, pero su vida es la cosa más aburrida de la tierra. ¡Por Merlín, si lo veo jugar a las cartas con las abuelitas otro día, no sé qué haré! Su vida es tan muggle que apenas usa su varita —se quejó Sirius.

—Quizás tenga más que ver con acercarse a Lily que con la guerra. ¿No dijiste que Snape visita a sus padres? —preguntó Remus, pensativo.

—Lo cual sería un desperdicio estratégico —murmuró Tiny—, espiar a un tipo solo porque quiere acercarse a una chica que le gustaba en la escuela. En serio, ¿qué tiene de especial ese tal Snape? Cada vez que piso Knockturn veo a Malfoys, Notts, Averys, paseando como si fueran los dueños. Podría decirte quién es hijo bastardo de quién, y ni a uno de ellos les ponen un espía encima —añadió, con desdén—. Y ni siquiera es por los niños; el más joven legítimo de los Selwyn está llegando a la edad que le gusta al patriarca de la familia, y nadie parece preocuparse por eso.

—Quizás es una de las crípticas enseñanzas de Dumbledore —dijo Remus, con una mezcla de respeto y duda. Con el tiempo había aprendido que, de algún modo, el anciano director siempre tenía la razón.

—No… la verdad es que estoy con Tiny en esto. Desde que tengo memoria, Snape ha sido odioso y repugnante, pero eran solo tonterías de escuela. Creí que Snape era un mortífago porque todos sus amigos estaban ahí, pero nunca lo vimos con los demás sospechosos. La primera vez que lo vi desde que nos graduamos fue en el Ministerio, cuando ya tenía al bebé —explicó Sirius, mirando el techo, pensativo.

—Entonces, ¿por qué no le dijiste eso a Dumbledore y sigues con esa farsa? No pensarás en serio quitarle a su hijo “como una broma”, como anda diciendo Peter, ¿verdad? —preguntó Remus, con algo de preocupación.

—En realidad, me estoy quedando por lo contrario. Dumbledore no quiere escuchar. Peter cree que sería divertido quitarle al niño —porque es un niño, le dije a Peter la semana pasada que era un varón, pero sigue diciendo que es una niña, lo tengo que corregir todo el tiempo— y James… bueno, tiene buenas intenciones, pero lo ve todo con esas gafas rosas de héroe. Siento que, si es Snape, no sé cómo reaccionará. Lo ha visto siempre como el malvado dragón del que rescató a Lily y, no sé, no confío en él —dijo Sirius, sacudiendo la cabeza.

Remus y Tiny asintieron, comprensivos, especialmente Remus, quien no podía creer cuánto había crecido Sirius desde que se graduaron. Al principio temió que renunciar a los Aurores fuera el inicio de una caída en picada, pero parecía que le había hecho bien. Estaba más calmado y maduro.

No hace mucho había discutido con James sobre eso, pero no quiso escuchar, dolido porque su amigo se había desviado del camino que habían planificado juntos desde Hogwarts.

—De todas formas, le conté a Lily que Snape visita a sus padres. Ella me dijo que lo arreglaría sola y que no le dijera nada a James, y estoy de acuerdo. Yo solo le di un puñetazo cuando me enteré, pero James podría involucrar a Dumbledore y hacer esto más grande de lo que es —continuó Sirius.

—No sé si felicitarte por pensar racionalmente o preocuparme porque golpeaste a Snape en la cara — Remus, suspiró cansado. Así era con Sirius: un paso adelante y dos atrás. Por lo menos ya no tenía esos extraños ataques de ira que le daban en Hogwarts.

—En mi defensa, el padre de Lily me pateó el trasero por eso —respondió Sirius, con una sonrisa.

Tiny intervino, con un tono cansado.

—Por eso Ellie dice que…

—No necesito terapia, Tiny, estoy bien.

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Severus empujaba el carrito verde pistache con figuras de ranas que había encontrado en la tienda de segunda mano, una de las tantas cosas que su hijo Darcy había elegido. Al parecer, verde pistache era otro color que Darcy no podía dejar que su padre cambiara, aunque a Severus le doliera que ninguno de los colores favoritos de su hijo incluyera el elegante y discreto negro. Pero, ¿qué más daba? Según los manuales de crianza, un niño tan pequeño ni siquiera debería tener colores favoritos, así que lo anotó en su libreta de posibles comportamientos mágicos.

Estaba tan sumido en sus pensamientos que tardó en notar los coches de policía estacionados frente a una casa al otro lado de la calle, junto al minimercado.

—¡Severus! ¿Cómo te trata la vida, muchacho? —llamó una voz. Era Robert Pevka, un compañero de trabajo.

—Mucho mejor que a los de allá enfrente, supongo —respondió Severus, viendo a una mujer que gritaba y lloraba frente a los oficiales.

—Esa es Lucy Sanderson —comentó Pevka—. Su esposo y sus dos hermanos fueron encontrados ahogados en el río. La policía dice que estaban borrachos.

—Ah, claro, se acerca Navidad y empieza la tradicional "pesca de borrachos" en el río —comentó Severus, esbozando una sonrisa torcida.

—Eso es lo raro —respondió Pevka, con el ceño fruncido—. Eran mormones, y no solo de palabra. No tomaban ni café; es algo que consideran pecado o algo así.

—Están bastante alterados —comentó Severus, observando cómo Lucy increpaba a la policía cada vez más indignada.

—Iban saliendo del turno en el molino. Si la policía dice que estaban borrachos desde que salieron, la compañía no pagará los gastos funerarios.

—Pobre mujer. La policía no cambiará de opinión; siempre están listos para lamerle las botas a los dueños del molino.

—Aun así, es extraño, ¿no crees? Cuatro adultos sobrios ahogados en el río —dijo Pevka, pensativo.

—¿Crees que fue un asesinato? —preguntó Severus, alzando una ceja.

—¿Cómo voy a saberlo? No soy el maldito Sherlock Holmes. Solo digo que es raro. Aunque pensé que este tipo de cosas eran tu taza de té: muertes, misterio y venenos raros.

—Soy un padre soltero con conocimientos de química; eso más bien me hace un posible traficante que un Sherlock Holmes —respondió Severus, desinteresado.

—Curiosidad: ¿cómo relacionas ser padre soltero con la posibilidad de ser traficante?

—Si puedes manejar pequeños codiciosos sin control de esfínteres, que lloran y balbucean, puedes tratar con bebés cualquier día de la semana —dijo Severus, con su retorcido sentido del humor.

Rob soltó una carcajada tan fuerte que hizo que varias personas se volvieran a mirarlos.

—No cambies, muchacho. Eres mi principal fuente de diversión en esta vida. Tengo que irme. Nos vemos en el trabajo, ¡feliz Navidad! —se despidió Pevka, entre risas.

Severus apenas hizo un gesto de despedida mientras continuaba su camino, negando con la cabeza. Sin embargo, al llegar a su casa, una imagen le hizo dar un vuelco al corazón: una mujer pelirroja estaba de pie en la entrada. Tratando de que no se le notara la sorpresa, Severus se preparó mentalmente. No quería problemas con Marigold.

—Si quieres hablar, entra; no tendré esta conversación aquí afuera, con mi hijo en el frío —dijo Severus hoscamente, esforzándose por ocultar el deseo de abrazarla y confesar cuánto la había extrañado. "Ella ya no es tu Lily; te odia y solo vino aquí a reclamar cualquier tontería de la que Black le haya llorado. Lo más seguro es que también quiera llevarse a Darcy", se recordó mentalmente.

Entró a la casa, sintiendo los pasos de Lily detrás de él. Apretó las manijas del carrito hasta que sus nudillos se pusieron blancos, frustrado por cómo, justo cuando ya no quería saber de nadie, parecía que todas las personas de su pasado hacían fila en su puerta, y más en Navidad, uno de los pocos días sin Black pisándole los talones.

Retiró de la mesa algunos libros y cuadernos de química para hacerle espacio y le ofreció un asiento. Luego sacó a Darcy, dormido, del carrito y lo llevó a su cuna, esperando que no despertara ni hiciera un escándalo. Finalmente, Severus se sentó frente a Lily, aún incapaz de creer que, después de tantos años, estaba en su casa.

—Y bien, ¿qué te trae aquí? —preguntó con cautela.

—Tú sabes, ¿no? —replicó ella, con seriedad.

—No tengo idea. ¿Acaso hay algún código secreto en "No quiero volver al mundo mágico jamás" que no entiendo? ¿O por qué todos los Gryffindors creen que deben aparecer en mi puerta? —contestó Severus a la defensiva.

—¿Me estás diciendo que un día simplemente decidiste visitar a mis padres sin ninguna intención? Porque, Severus, no te creo.

—Claro que hay intención. Ellos cuidan a Darcy cuando voy a trabajar, y no pienso renunciar a esa ventaja para pagar una guardería de mala muerte, con otros bebés que quién sabe qué traigan —respondió, como si fuera lo más lógico del mundo.

—No puedo creerte. Lo último que supe de ti es que estabas feliz de unirte a un grupo de gente que cree que personas como yo deberían morir. Discúlpame por preocuparme por el bienestar de mis padres —replicó Lily, visiblemente enojada.

—No, discúlpame tú a mí por fingir que iba felizmente a unirme a un culto malvado, solo para evitar ser asesinado mientras dormía. No sé si te diste cuenta de que dormía con ellos y comía con ellos. De verdad, lo siento, pero quería vivir. Quizás tú no lo veías así, pero, por Merlín, todo mi antiguo dormitorio de Hogwarts está allá afuera matando gente —replicó Severus, aunque en el fondo sabía que, todo eso era mentira, él también se había dejado engañar por las promesas mortífagas. Lo único que no fingió fue dormir con un ojo abierto, vigilar cada pasillo y comer desconfiando de que algún veneno pudiera estar escondido en su plato, era un mestizo en Slytherin después de todo.

—¿Y no pensaste en decírmelo? Podríamos haber hecho algo, hablar con Dumbledore o buscar otra salida. Cualquier cosa menos comportarte como lo hiciste —dijo Lily, con voz temblorosa, como si contuviera las ganas de llorar.

—¿Hablar con Dumbledore y unirme a su grupo de "niños soldado"? Claro, siempre y cuando aceptara arriesgar mi vida por un futuro de limpiar mesas, fregar pisos o trabajar todo el día por unos knuts. No, gracias. Prefiero quedarme aquí, estudiar en la maldita universidad y aspirar a algo mejor que las limosnas de esa basura de mundo mágico.

—Bien, si quieres vivir en el mundo muggle, puedes hacerlo en cualquier lugar menos aquí, con mis padres. No entiendo por qué insistes en involucrarlos —espetó Lily, cada vez más irritada.

—No, no puedo simplemente mudarme. Quizás la vida de lujo de los Potter te ha nublado la mente, pero si no tengo para una guardería decente, mucho menos para mudarme. Y, aunque pudiera hacerlo, seguiría sin poder pagar una guardería decente. Ya te lo dije —contestó Severus, frustrado y harto de explicar lo mismo.

—¿Y esas visitas no incluyen también charlas sobre mí y sobre lo que estoy haciendo? —Lily lo miró con furia en los ojos.

Severus sostuvo su mirada, sin amedrentarse.

—No, no hablo de ti. No he pensado en ti ni una sola vez últimamente porque tengo un hijo que criar y mantener. Ni siquiera te estaba buscando. Marigold se ofreció a cuidar a Darcy porque me vio desesperado. Esto no tiene que ver contigo. Se trata de que soy un padre responsable y tu madre me está ayudando con eso. Echa un vistazo alrededor, ¿hay algo en esta casa que diga que te estoy erigiendo un altar o que te busco en lugar de matarme estudiando y criando un bebé? —dijo, señalando la sala llena de juguetes y libros de crianza, y las botellas de leche en el fregadero.

Lily miró alrededor, como si por primera vez notara los detalles de la casa. Tomó entre sus manos un pequeño muñeco de tela: un gato amarillo con puntos rojos.

—¿Solo estás cuidando a tu hijo? —preguntó en voz baja.

—Así es —respondió Severus, con serenidad.

Lily observó unos segundos los libros de química y las anotaciones sobre la mesa.

—¿Estás estudiando química para entrar a la universidad?

—Sí, eso es lo que planeo hacer.

—¿Y no tienes algún plan malvado?

—Ningún plan malvado. Puedes preguntarle a tus padres, si no me crees.

—Lo siento, Severus, es solo que cuando Sirius dijo que...

Severus la interrumpió con una risa amarga. —Ya me imagino lo que dijo. Sabes cómo es tener a ese imbécil aquí; es como si mi maldito padre regresara del infierno. “¿Severus, por qué no está ordenado?”, “¿Por qué el niño no se calla?”, “¿Por qué el barrio es tan sucio y feo?”, “¿Por qué tu trabajo es tan sucio y feo?”. Estoy tan cansado, solo quiero que me dejen en paz, y ahora tengo a mi viejo matón de la escuela viniendo a mi casa todos los días, cuestionando mi derecho a ser padre —explotó, cubriéndose el rostro con las manos, intentando no llorar, pero todo estaba superándolo.

Lily tomó sus manos y lo miró con comprensión. —Yo… lo siento… te entiendo. Sé lo que es llegar a tu casa y que te juzguen por cada mínima cosa, sentirte insuficiente todos los malditos días.

Severus la miró, asombrado. —Me estás mintiendo. Yo los vi en Hogwarts, eran repugnantes y cursis el uno con el otro.

—No James, sino su madre. Ella cree que la admiro porque le digo “la gran bruja”, pero lo digo en el sentido muggle más ofensivo posible. Es horrible. Cree que soy una inútil porque no hago pan desde cero y me niego a usar el hechizo que inventó para limpiar la ropa interior de James. Espera que limpie su enorme mansión al estilo muggle, y ha empeorado desde el embarazo. Todos los días trata de darme pociones de nutrición que me hacen vomitar. Y luego me contó esa estúpida historia sobre cómo la esposa muggle de su hermano enloqueció tras tener un hijo y cómo la encerraron en San Mungo después de dar a luz al heredero —dijo con lágrimas en los ojos—. Lo siento tanto, más que nadie debí escucharte. Estaba en negación; creí que las cosas sobre mestizos y nacidos de muggles eran diferentes en este lado de la guerra, y nunca hice un esfuerzo por entenderte.

Severus palideció. —Yo dejé de hablarte porque me sentía tan culpable. No quería insultarte, pero si no lo hacía, todos se darían cuenta, y no podría evitar las consecuencias —confesó. Recordaba cómo ya le habían advertido que debía alejarse de ella y había aprovechado el momento porque, de lo contrario, nunca lo habría hecho, y no soportaría que ella pagara por sus errores—. Y después seguiste con tu vida y te casaste con ese imbécil. Yo pensé que eras feliz. ¿Qué hace tu querido cuatro-ojos al respecto?

—No le he dicho nada. Y no es porque "son sus padres" ni por alguna razón Gryffindor como te gusta decir, sino porque… tengo miedo de que él piense igual. James siempre me prometió que no seríamos así, que yo podría continuar mi investigación en hechizos mientras estuviéramos casados, y le creí, porque yo, la estúpida Lily Evans, estaba enamorada. Ahora temo que esa pareja repulsivamente cursi que viste en Hogwarts fuera solo un acto. Estoy esperando un hijo suyo, y no puedo huir nunca porque no quiero perder a este bebé —dijo, las lágrimas brotando.

El pecho de Severus se apretó al ver cómo dos personas que habían compartido tanto podían malinterpretarse tanto. Cada uno había escogido el camino que pensaban era seguro, y finalmente se daba cuenta de que ninguno tomó la decisión correcta. Ambos, atrapados en sus propias trampas.

En ese momento, Darcy comenzó a llorar, y Severus se levantó de inmediato, olvidándose de Lily, para rescatar a su hijo de la odiada cuna. Lo tomó en brazos mientras el niño se aferraba a su cabello como siempre.

—Ven aquí, pequeño mocoso. Los buenos secuaces malvados duermen en su propia cuna; no pueden seguir durmiendo en calderos que podrían pagar la renta de todo un año. Vamos, no llores, ¿quién es un buen secuaz malvado? —le dijo con ternura, apretándolo contra su pecho y cubriéndolo con la cobija de elefantes.

Una risa a sus espaldas lo hizo girarse para encontrarse con Lily. —Así que este es el plan malvado: crear un tierno secuaz que conquiste el mundo —bromeó ella.

Severus se maldijo a sí mismo por no poder hablarle a Darcy como una persona normal y volverse una bola de baba ante él.

—Ese es el punto. Nadie se dará cuenta hasta que controle el Ministerio Británico, y para entonces será demasiado tarde —bromeó también, ocultando su vergüenza tras su cortina de cabello.

—Se parece totalmente a ti. ¿Cómo se llama? Déjame decirte que Sirius o hace un trabajo terrible o realmente está respetando la confidencialidad, porque ni siquiera Peter y él se ponen de acuerdo en si es niño o niña.

—Es un niño, se llama Darcy. Tu madre nos regaló varias cosas de bebé de su sótano, y a Darcy no le gusta que las cambien de color o que las modifique en absoluto, así que a veces usa rosa o volantes, y no se puede hacer nada al respecto.

—Ah, ya veo. Pobre bebé usando mis viejos mamelucos de conejitos. Aunque también Darcy es un nombre algo confuso.

—Cosa de su madre. Era una gran fan de Jane Austen.

Orgullo y prejuicio, le queda bien. Sabes, cuando leí el libro pensé que te parecías un poco al señor Darcy.

—Por favor, no me pongas esa imagen en la mente. Aún agradezco a todas las deidades del universo que le pusiera el nombre al revés y no tenga que llamarlo Fitzwilliam. La gente lo llamaría Fitz, o peor aún… Billy —respondió Severus con una mueca de repulsión.

Ambos bajaron a la cocina y continuaron hablando como los viejos amigos que una vez fueron. Lily le prometió volver a visitarlo, y Severus, mientras la veía irse, pensó que quizás hablar con ella ahora era fácil porque las mariposas del primer amor juvenil habían desaparecido con el tiempo.

Aun así, aquella reunión había sido el mejor regalo de Navidad que la vida le había dado.

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Sirius jamás imaginó que una bofetada de Lily podría doler tanto, hasta que la sintió en carne viva.

—¿En serio? ¿Le estás pidiendo consejos a Euphemia para evaluar a Severus? ¡¿Qué demonios te pasa?! —le gritó Lily, visiblemente furiosa.

—¿Qué tiene de malo? Es la mujer que educó a tu esposo, no puede ser tan mala —se defendió Sirius, en parte porque Euphemia era la única figura materna a la que podía acudir para informarse.

—Es una maldita esposa Stepford.

—Oye, es tu suegra, tienes que respetarla. Y, ¿qué diablos es “Stepford”?

—¡Investígalo! Euphemia es la mujer que educó a James “no sé limpiar ni un calcetín” Potter. Ella cree que una esposa es como un elfo doméstico con esteroides. Tiene el maldito “Manual de la Bruja Ama de Casa Perfecta” en un altar. Literalmente, hay un altar para esa cosa.

Sirius no pudo evitar notar que, cuando Lily se enojaba, se parecía un poco a Snape.

—No lo había pensado de esa manera... —intentó disculparse, empezando a entender de dónde podrían venir algunas de las "gafas rosas" de James.

—A veces me pregunto si piensas, Sirius Black. En serio, deja de presionar a Sev. El pobre está al borde de los nervios. Y por el amor de Merlín, compra un libro de cuidado infantil decente, moderno y de preferencia muggle, en lugar de buscar la opinión de una bruja que cree que amamantar hasta los siete años es normal.

—Lo haré, pero, por favor, es la madre de mi amigo. No quiero imaginar a James colgando de su pecho a esa edad —se quejó Sirius, tratando en vano de borrar esa imagen mental. Tendría pesadillas con eso esa noche.

—Será mejor que cumplas, o te contaré la larga y muy detallada historia de su primer supositorio, incluyendo la textura y consistencia del resultado final. Si sabes a lo que me refiero —amenazó Lily antes de desaparecer a través de la red Flu.

—Feliz Navidad a ti también, Lily —se despidió Sirius al vacío, observando cómo el fuego verde de la chimenea se extinguía.

Sí, ella podía ser tan cruel como Snape cuando estaba enojada. Quizá era un efecto de Cokeworth; ahora que lo pensaba, todos allí parecían hoscos, incluso cuando intentaban ser amables.

Igual que él, los ojos de Lily ardían con furia cuando se enojaba, pero los de Snape siempre habían sido los mejores: pozos de fuego negro que parecían mortales. Tal vez Sirius había exagerado en sus intentos de sacarle una reacción, pero el idiota de Snape se limitaba a ignorarlo.

Cuando le contó a Lily lo que había hecho, esperaba que ella regresara triste y desilusionada después de poner en su sitio a Snape, y tal vez así él reaccionaría como siempre y Sirius podría ver ese fuego en sus ojos la próxima vez. Pero jamás imaginó que su amistad con Snape se reactivaría o que ella terminaría refiriéndose a él como “el pobre Sev”.

"James va a asesinarme", pensó Sirius mientras buscaba la botella de whisky que había escondido en alguna parte de la cocina.

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Severus había decidido pasar la Navidad solo, en parte porque los Evans lo pasarían con Petunia y su esposo y no tenía intención de soportar las miradas amargas de su cuñada. Sabía que, con su suerte, terminaría soltando alguna observación sarcástica, llamando “ballena” al marido de Petunia, y desatando el drama.

Sin embargo, sus planes de soledad se vieron frustrados cuando fue prácticamente secuestrado por los hijos y sobrinos de la señora Hernández. Al abrir la puerta esa tarde, un grupo de niños morenos lo arrastró sin piedad hasta la casa familiar en la calle Weaver, ubicada a unos cinco minutos de la suya. Mientras los pequeños lo empujaban, las jóvenes mujeres de la familia acaparaban a Darcy, ese pequeño traidor, parecía más que feliz de recibir sus mimos.

Los Hernández eran una familia numerosa. La abuela había llegado al pueblo antes de que se construyera el molino y había tenido ocho hijos, todos los cuales se habían instalado en la misma calle con sus familias. Aunque todos se reunían en la casa de la abuela, la fiesta se desbordaba prácticamente por toda la calle Weaver.

—¡Miren quién ha llegado, el famoso “loquito del centro”! —saludó una voz profunda con un fuerte acento extranjero.

Severus levantó la vista y vio a un joven que parecía de su edad, con piel morena, una chaqueta de cuero y un pendiente de calavera en la oreja. Lo recordaba vagamente del deshuesadero.

—¿Me estás llamando loco? —preguntó Severus, observándolo con curiosidad. El joven parecía estar fuera de la línea de hijos exitosos de los Hernández.

—No en mala manera, pero deberías contener esa risa tuya. Hay una apuesta sobre cuántos cadáveres has enterrado en el “F”.

—Pevka dice que tengo privilegio de “risa malvada”, así que no tengo que contener nada —gruñó Severus. Con los años había mejorado un poco su relación con la gente del lugar gracias a Darcy y a los bastones de caramelo, pero parecía que su carácter seguía siendo una barrera para la diplomacia.

—Te lo digo por tu seguridad, hermano. Ese pelón amargado de Laurens dice que quiere patearte el trasero.

—¿Por reírme?

—Ese tipo es así. Me amenaza con deportarme cada vez que hablo español y dice que apesto a frijoles. ¿Puedes creerlo? El inglés ese desayuna frijoles y tostadas, pero yo soy el que apesta. Mis frijoles, al menos, tienen sabor —respondió el chico sentándose junto a Severus con la familiaridad de un amigo de años.

—Pues que se joda Laurens, él no paga mi sueldo.

—¡Esa es la actitud, carnal! Soy Víctor Hidalgo. La abuelita Hernández es mi madrina; me estoy quedando en su sofá mientras consigo algo propio.

—Severus Snape. ¿Alguien te ha explicado el concepto de espacio personal?

—Qué lástima, hermano, eso no te lo trabajo. Ven, vamos por un ponchecito de la tía Raimunda. Y le echamos un mezcalito que traje de Oaxaca —dijo arrastrándolo hacia el centro de la multitud festiva. Severus comenzó a cuestionarse seriamente si Víctor estaba loco, y qué diablos era un “mezcalito”.

Horas después, regresó a casa con la definición de “mezcalito” bien clara en su mente, una barriga a punto de estallar y su batería social oficialmente agotada. La familia Hernández era demasiado para él, y estaba seguro de que Víctor Hidalgo sería una de sus futuras pesadillas. Darcy dormía plácidamente en su pecho, acurrucado bajo dos gruesas cobijas que la abuela Hernández le había insistido en llevar “para que no le diera un aire” —fuera lo que fuera eso, sonaba peligroso.

Se sintió aliviado cuando llegó a la puerta de su casa y se alegró al ser recibido por el acogedor silencio y soledad. Tardó en abrir la puerta con las manos llenas de Darcy y bolsas con contenedores de comida que durarían hasta el año nuevo. Entró a la casa y le dio un empujón con el pie a la puerta para cerrarla.

Mientras acomodaba a Darcy en el sillón e iba a la cocina a dejar los kilos de comida en su refrigerador, de repente se dio cuenta de que no escuchó la puerta cerrarse. Regresó a la sala para cerrar la puerta, pero se encontró con Black sentado junto a Darcy en el sillón.

—Hola “pobre” Sev— saludó Black, mientras se levantaba tambaleante con la mirada perdida. El olor a alcohol invadió su nariz, y por un momento, retrocedió aterrado, esperando escuchar la voz burlona y cruel de su padre.

—Black, ¿Qué demonios haces aquí en ese estado? —preguntó Severus, tratando de distraer al hombre perdido en alcohol del niño. No sabía si era un borracho alegre o un borracho violento. Tenía que obrar con cuidado, por lo menos hasta alejarlo de Darcy.

—Solo tomé un par de copas y pasé a desearle feliz navidad a Darcy— dijo con la voz pesada.

—Darcy está dormido, ¿No deberías estar en casa de Potter celebrando como un buen Gryffindor? —Severus trató de recordarle que había un lugar donde tenía que estar además de la sala de su casa.

—Debería, pero no puedo soportar al puto Peter Pettigrew reclamando porque no quiero quitarte al diablillo, no sé por qué éramos amigos en la escuela, recuerdo reírme mucho con él, no sé por qué... Darcy es bonito, tiene tu fea nariz, pero es bonito, no sé por qué no tienes fotos de bebé aquí, ¿También fuiste un bebé bonito?, bonito Severus Snaaappeee.

Severus solo lo miró con los ojos abiertos, mientras Black desvariaba puras tonterías.

—Snape, te odio, eres un cabrón obsesivo, desagradable, vicioso, no entiendo por qué todas esas personas te aman, ¿qué ven en ti?, soy infinitamente más guapo y carismático, y mientras tú te largas a fiestas de navidad con simpática gente extranjera, yo me estoy mamando una maldita botella, escondido miserablemente porque James dice que soy un in... inmadurooo, eso... mismo y Lily no me quiere, no quiere que sea el padrino de su hijo, sería un gran padrino; le enseñaría bien al niño, pero... no le enseñaría bromas, al menos no las malas... no quiero que sea tan malo como yo con babyyyy Snapeee, pero baby Snape no irá a Hog... Hoguarts... así que todo estará bien.

Black resbaló lentamente del sillón al suelo, quedando recostado en la alfombra

—Quizás si vivieras tu maldita vida en lugar de aferrarte a mí como si fuera tu archienemigo, tratando de quitarme a mi hijo como si fuera una puta broma, la gente podría apreciarte como algo más que el triste bufón que eres—respondió Severus sin saber qué hacer con la imagen tan patética de Black en su alfombra.

—Es lo que le dije a Peter y a Dumbledore, no podemos quitarle a quejicus a su bebé como una broma, es su bebé y no debería ir a Hogwarts a que un grupo de imbéciles lo desnude y le eche un hombre lobo encima. Es una suerte que no vaya a Hogwarts... estaba tan podrido en Hogwarts... ¿Por qué estaba tan podrido?, no lo recuerdo... solo el dulce sabor del jugo de calabaza—Balbuceó Black mirándolo fijamente con las pupilas completamente dilatadas.

Severus no pudo más de este extraño Sirius Black. Tomó a su bebé del sillón y trató de correr con él, pero Black lo tomó del tobillo mientras sollozaba: —No me dejes solo Snape... por favorrr—. Severus se deshizo de él de una patada y corrió al segundo piso y se encerró en el cuarto de Darcy.

Un rato después escuchó la puerta golpearse una y otra vez mientras Sirius lo llamaba gimoteando, y de pronto solo pudo recordarse a él de pequeño en ese mismo cuarto escuchando los golpes de su padre tratando de tirar la puerta del otro lado del pasillo.

Lágrimas escurrieron por su rostro, mientras se mecía con Darcy en brazos y se disculpaba con su hijo por meterlo en la misma situación que se juró nunca tendría que vivir.

—Lo siento, lo siento, lo siento…—murmuró en la oscuridad una y otra vez, mientras se acostaba en el piso envolviendo a Darcy con su cuerpo.

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Severus despertó a la mañana siguiente acostado en la alfombra felpuda del cuarto de Darcy, con el niño recostado sobre su pecho. Afortunadamente, había pañales y comida guardada en el cuarto del bebé, lo cual le evitó arriesgarse a salir en la madrugada, sin saber si Black aún estaba en la casa. No quería verlo y enfrentar el hecho de que, a pesar de tener una maldita varita, solo había logrado huir de forma cobarde, al igual que su madre en su momento. Había enfrentado a Black en otras ocasiones, y no entendía por qué en esta simplemente se había quebrado.

Al bajar, encontró a Black inconsciente en el suelo de la sala; supuso que, una vez cansado de golpear la puerta del cuarto de Darcy, se había desplomado borracho en el suelo. Se acercó, sacó su varita de uno de los bolsillos de Black, llenó un vaso con agua y se lo vació sobre la cabeza. El hombre despertó de un salto, buscando la amenaza, mientras sus manos iban en vano al lugar donde guardaba su varita.

Severus lo observó con indiferencia mientras la cara de Black se tornaba roja de vergüenza, probablemente recordando los eventos de la noche anterior. Cuando Black abrió la boca, Severus lo interrumpió:

—Cierra la maldita boca, Black. Ahora mismo no tengo paciencia para lidiar contigo. Lo único que harás será quedarte en ese sillón mientras Darcy y yo desayunamos.

Black intentó protestar nuevamente, pero Severus fue firme.

—Ni una palabra. Siéntate ahí, callado, y reflexiona por qué se te ocurrió entrar en la casa donde vive mi hijo, borracho perdido y haciendo un espectáculo lamentable de ti mismo. Y ni pienses en hacer algo gracioso porque tengo tu varita.

Black, miserable, guardó silencio y se dejó caer en el sillón. Durante la noche, Severus había planeado su siguiente paso; iba a asegurarse de que ese imbécil se arrepintiera de cada gota de alcohol que alguna vez había bebido.

Estaba pensando en ello cuando el timbre de la puerta sonó repetidamente. Al abrirla, esperando quizá a James Potter o algún amigo de Black para recoger a su borracho, se encontró en su lugar con Marigold y la señora Shapiro, ambas con rostro de preocupación. Antes de que pudiera preguntar nada, Marigold lo abrazó con fuerza.

—Severus, ¿dónde está Darcy? Por favor, dime que el niño está despierto —suplicó la señora Shapiro.

—Está dormido en su cuarto... —Severus se detuvo al ver las caras angustiadas de ambas mujeres y corrió al cuarto de Darcy, seguido de las voces alarmadas de Black, Marigold y la señora Shapiro.

Darcy dormía plácidamente en la alfombra, sobre una pequeña almohada de estrellas. Con el corazón en la garganta, Severus le dio un leve toque en la cara y le susurró:

—Darcy, amor, es hora de despertar.

El niño frunció el ceño, aún dormido. Severus lo abrazó y le dio suaves palmadas en la espalda mientras continuaba hablándole con dulzura.

—Darcy, cariño, despierta para papá, por favor, solo un momento.

Darcy finalmente abrió los ojos con un sonoro bostezo y comenzó a llorar, molesto por la interrupción de su sueño. Marigold lloró de alivio mientras la señora Shapiro levantaba las manos y agradecía al cielo.

—¿Qué está pasando? Me hicieron pensar que Darcy estaba en peligro de muerte —preguntó Severus, molesto.

—Tres niños de la familia Hernández y otros dos de una vecina no han podido despertar desde anoche —explicó la señora Shapiro—. No responden a nada, y sus familias los han llevado al hospital. Cuando supe que Darcy estuvo con ellos anoche, vine de inmediato, y encontré a Marigold en el camino.

—¿Es algo común aquí?, ¿Existen enfermedades como esa? —preguntó Black, preocupado.

—Severus, controla a tu londinense pomposo y ven conmigo. Tomaremos un taxi al hospital —bufó la señora Shapiro.

—Solo pregunto porque mi deber es cuidar al niño —replicó Black a la defensiva, como si no hubiera pasado la noche desmayado en la sala.

Severus le entregó a Darcy a Marigold y tomó el brazo de la anciana con decisión.

—Marigold, ¿podrías cuidar a Darcy mientras acompaño a la vieja? Quiero ver cómo están los Hernández. Fueron amables al invitarme a su extraña bacanal de mezcal y comida mexicana y no me gustaría dejarlos solos.

—Por supuesto. Le daré su leche y lo llevaré a casa con Richard. Cuídate, Severus, y date una ducha antes de venir por él, por si acaso —respondió Marigold.

—No puedes ir, Severus. Es muy triste pero no puedes correr el riesgo de llevar algo contagioso a Darcy —objetó Black.

—Las enfermedades no funcionan así, Black. No sabemos si es contagioso o algo que comieron o con lo que jugaron.

—Podría ser uno de esos virus. Tú tampoco sabes —insistió Black.

—Sirius Black, si sigues insistiendo le mostraré ciertos recuerdos a Lobelia Simone. Sabes a cuáles me refiero. Así que mejor te callas y vienes conmigo al hospital, porque luego tenemos que hablar, y no confío en dejarte solo en mi casa —amenazó Severus.

La mezcla de chantaje y ese pequeño milagro de la vida vulgarmente conocido como “cruda moral” pareció hacer efecto, pues Black lo siguió sin quejarse. Cuando llegaron al hospital, todo era un caos. Familias con niños en brazos esperaban atención mientras los médicos corrían de un lado a otro. No había rastro de la señora Hernández, pero en una esquina, con un semblante sombrío, estaban Robert Pevka y Víctor Hidalgo, quien parecía haber perdido toda la alegría que mostró la noche de Navidad.

La voz de Black rompió la tensión.

—Severus Snape, ¿qué demonios está pasando aquí?

Notes:

Bueno ahí está, creo que en este capítulo pasaron muchas cosas, ni yo me creo que este y el capítulo anterior iban a ser uno solo, en mi ingenuidad creía que el asunto de Lucius podría resolverse completo en un solo capitulo cuando lo escribí, si como no. En el próximo capitulo nos divertiremos con Severus y Sirius tratando de jugar a un retorcido juego de Sherlock Holmes donde Sherlock y Watson quieren matarse, para tratar de resolver el misterio, habrá muchas declaraciones de odio y algunas risas quizás.
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Notas del Beta: Este archivo fue editado el 01/11/24 con el consentimiento del autor.

Esposa Stepford: Es una forma de llamar una ama de casa alienada muy anticuada, el termino viene de la novela “The Stepford Wives” de Ira Levin publicada en 1972.

Chapter 7: Dormir... tal vez soñar.

Notes:

Hola a todos, otra vez estoy aquí con un capítulo que tuve que dividir en dos, ya que este fic es un tanto Cokeworth-céntrico pues veremos un poco más de su gente y de Severus y Sirius haciendo equipo con quien menos esperan para resolver un misterio.
Las yentas harán de las suyas y Sirius empezara a ver Cokeworth ya su gente como algo más que un pueblo aburrido.

Gracias a todos por sus comentarios y por sus kudos, realmente aprecio su apoyo.

Recuerden desactivar el traductor para leer esta historia en español cómodamente.

Así que sin más empecemos esta historia.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Sirius se sentía incómodo y malhumorado en el taxi muggle. No podía creer que había sido tan estúpido como para emborracharse y terminar en la casa de Snape, y ahora estaba siendo chantajeado para acompañarlo a un hospital muggle. Según lo que sabía de estos lugares por sus lecturas, eran sitios sucios, donde los "doctores" usaban batas manchadas de sangre, abrían cuerpos, removían órganos y los sustituían en un intento desesperado por salvar vidas de enfermedades que para los magos eran fácilmente curables. No era el lugar adecuado para el padre de un bebé y, sin duda, no era algo que Sirius quisiera ver en persona.

Al llegar, lo recibió un fuerte olor químico desconocido y una sala de espera abarrotada. En ese momento, otras dos familias también entraban apresuradas. ¿Acaso se trataba de una de esas plagas que describían los libros? El caos era absoluto: personas gritaban a la sanadora en el escritorio de "recepción", quien, con expresión impasible, los ignoraba, claramente acostumbrada a la desesperación de los pacientes. Algunos en la sala caminaban nerviosos de un lado a otro; un grupo unía las manos mientras un hombre con túnica negra recitaba lo que parecía un hechizo, y otros simplemente lloraban.

Para Sirius, el hospital no era tan diferente de San Mungo, solo más pequeño. Había esperado algo aterrador, pero lo que encontró fue una escena cargada de desesperanza y tristeza. Estas personas estaban consumidas por la preocupación por sus hijos, en lugar de estar abriendo regalos de Navidad. Desde que había seguido a Snape a Cokeworth, veía el lugar como sucio y aburrido. Su gente era grosera y lo miraba como si él no perteneciera allí. No le importaban las ancianas con las que Snape jugaba a las cartas, ni los niños pateando latas en las aceras; de hecho, pensaba con cierta satisfacción que Cokeworth era el tipo de lugar que alguien como Snape merecía, un lugar hosco y sucio, como él mismo.

Nunca había pensado en ellos como seres humanos, solo como "muggles". No es que deseara su muerte, como Voldemort, pero no se preocupaba en conocerlos más allá de una vaga condescendencia. Y ahora, mientras veía a estas personas llorar por sus hijos, algo se removía en su interior. Era obvio, ¿no? Eran seres humanos, ¿por qué no llorarían por sus hijos? Era como ver Cokeworth por primera vez. Se dio cuenta de que, aunque no atacaba a la gente por su estatus de sangre, aún quedaba dentro de él una pequeña parte de esa intolerancia en forma de superioridad y condescendencia.

¿Cómo podía luchar por el bien de estas personas si ni siquiera las comprendía? Mientras Snape —el "repugnante y vicioso" Snape— se preocupaba genuinamente por su comunidad, Sirius solo había pensado en lo "asqueroso" que sería ir a un hospital muggle.

La voz de la señora Shapiro, anunciando que iría a buscar a la señora Hernández, lo sacó de sus cavilaciones. En menos de un minuto, también había perdido de vista a Snape, quien ahora se acercaba a Robert Pevka y uno de los chicos morenos de la fiesta de Navidad.

Sirius se sintió avergonzado de conocer a esas personas solo por haber espiado a Snape fuera de su horario, esperando encontrar alguna actividad ilegal. No es que quisiera malgastar sus pocas horas de sueño después de trabajar en La Banshee para seguirlo bajo un hechizo desilusionador, sino que simplemente, durante sus visitas, Snape no parecía hacer nada fuera de lo común; solo estudiaba libros muggles. Sin embargo, cuando Sirius no estaba observándolo, Snape cenaba con los padres de Lily, trabajaba en un taller donde reparaban autos, compraba en la misma tienda que sus vecinos y regalaba bastones de caramelo por Navidad. Su vida estaba desprovista de magia, pero no parecía ser infeliz; de hecho, Sirius nunca lo había visto tan relajado. En Hogwarts, siempre parecía alerta, tramando algo.

Tal vez eso era lo que más le molestaba. Snape había abandonado su camino y trazado su futuro con facilidad, trabajando sin mirar atrás. En cambio, Sirius había sido forzado a abandonar su destino y aún no sabía qué hacer. Y mientras las personas alrededor de Snape lo apoyaban sin importarles su pasado o moralidad cuestionable, las personas en la vida de Sirius solo meneaban la cabeza, esperando desde el principio que fracasara.

La gota que colmó el vaso fue cuando, la noche anterior, en lugar de estar celebrando Navidad con los Potter, Sirius estaba en un callejón detrás de un basurero, terminándose su segunda botella de whisky de fuego, observando a Snape disfrutar de una alegre fiesta mexicana... y luego vino el desastre que lo llevó hasta aquí.

Como siempre, Snape lo ignoró completamente mientras hablaba con su jefe.

—Darcy está bien; solo vine a ver a los Hernández. Pero, ¿qué ha pasado? ¿Por qué estás aquí tú? —preguntó Snape a Robert Pevka, con ese tono tranquilo que siempre usaba cuando Sirius no estaba presente.

—Lo mismo que a todos... Misha y Ross no despiertan desde ayer en la tarde —respondió Pevka, con la voz quebrada.

Sirius conocía a los hijos de Pevka, Ross y su hermano Tristán, solo de lejos, por los gritos de su padre cuando jugaban en el deshuesadero. Suponía que Misha era otro de los hijos que no había llegado a ver. Robert Pevka parecía destrozado; no podía imaginar el sufrimiento por el que estaba pasando. Snape tampoco dijo nada, y por un instante pareció perdido, como si no supiera qué hacer. Levantó una mano hacia Pevka, pero dudó, luego se dio la vuelta en silencio y se marchó, dejando a todos confundidos.

Unos minutos después, regresó con un vaso de café y se lo ofreció a Pevka, quien sonrió como si fuera el gesto más considerado del mundo, lo abrazó y rompió a llorar en el hombro de Snape. Severus, visiblemente incómodo, le dio unas palmaditas en la espalda, mientras un joven moreno, desconocido para Sirius, le hacía un gesto de aprobación a Snape. Sirius solo pudo suponer que era algún tipo de ritual muggle de consuelo.

Severus se sintió internamente aliviado cuando Rob finalmente se calmó. En su desesperación por acompañar a la señora Shapiro al hospital, se había olvidado de que tendría que ofrecer consuelo y empatía, dos áreas en las que se consideraba completamente torpe. Pensó que, así como a él el café de Rob le había ayudado en momentos difíciles, quizás el gesto funcionaría también con él. Cuando Pevka comenzó a llorar, temió haberlo arruinado, pero la aprobación de Víctor le dio cierta tranquilidad.

Rob parecía haber envejecido años. Estaba tan cansado que a Severus le costaba reconocer en él al hombre que siempre reía de su humor sarcástico y hablaba sin filtros. Por un instante, Severus se imaginó cómo se vería él mismo si le arrebataran a Darcy, y lanzó una mirada amenazante a Black, quien le devolvió una mirada confundida.

—Dicen que podría ser una especie de encefalitis letárgica, pero están investigando. La verdad es que no tienen idea; han hecho todo tipo de estudios y solo nos piden paciencia, mientras vemos llegar niños pero no salir a ninguno —explicó Rob, recuperando la compostura.

—Entonces... nadie sabe qué está pasando —comentó Snape, desesperanzado. Incluso él sabía que, si esos niños se perdían, Cokeworth jamás se recuperaría.

—Depende de a quién le preguntes. La espera está volviendo loca a la gente. Culpan al gobierno, al molino, a los terroristas, a los nazis, a los extraterrestres y hasta a Dios —respondió Pevka, tomando un sorbo de café.

—Pero de todos esos, solo los idiotas del molino son los que han estado merodeando como moscas a la mierda —añadió Víctor, señalando a un par de hombres trajeados que conversaban entre ellos con semblantes serios.

Severus los observó. No le sorprendía su presencia; Cokeworth y el molino tenían una relación complicada. La mitad del pueblo dependía del molino, y una epidemia podría llevar a la ruina tanto al molino como a Cokeworth. Sin embargo, uno de los hombres, el más joven, captó su atención. Después de pasar años conviviendo con jóvenes privilegiados, Severus podía reconocer a uno con solo ver su postura y gestos. Y aquel joven, sin duda, era uno de ellos: se movía como si el mundo debiera agradecerle por estar allí, recordándole a una versión muggle de Lucius Malfoy. Ahora se preguntaba si sería tan peligroso como él.

Aunque su acompañante aparentaba tener el mismo estatus, era evidente que era un subordinado. Durante sus años en Hogwarts, Severus había intentado en vano imitar a sus compañeros privilegiados. Podía aparentar elegancia y causar una impresión favorable a ojos no entrenados, pero ante esos jóvenes nacidos en los secretos y sensibilidades de esa sociedad exclusiva, era solo una imitación barata. Ahora, el joven que parecía "Lucius muggle" observaba la sala de espera con una mirada depredadora. Fuera lo que fuese lo que lo había llevado allí, era evidente que no presagiaba nada bueno.

Cuando "Lucius muggle" finalmente encontró lo que buscaba, se dirigió hacia allí sin dudar, seguido de cerca por su acompañante, hasta llegar frente a las señoras Shapiro y Hernández.

Sus yentas lucían agotadas, con la ropa arrugada, claramente puestas de prisa y sin sus habituales peinados perfectos, pero mantenían una postura fuerte y solemne, tratando a esos hombres de trajes finos y relojes de oro como si no fueran dignos de limpiarles los zapatos. Eran tan importantes para la comunidad que nada en Cokeworth sucedía sin que las yentas fueran consultadas; era evidente por qué Harkness se acercó a ellas antes que a los demás padres afectados.

Tras una conversación acalorada, la señora Shapiro soltó una carcajada irónica.

—Señores, este pequeño hombrecito nos ofrece un maldito traslado a Birmingham, a cambio de una simple firma en sus papelitos diciendo que "todo esto no es culpa del molino."

El subordinado intentó responder con frialdad.

—Señora, es solo una medida de seguridad. Le puedo asegurar que no hay nada en el molino; solo tratamos de...

—Cubrirse el trasero —lo interrumpió la señora Hernández—. ¿Le parece adecuado venir aquí a chantajear a esta buena gente a cambio de atención médica?

—Señora, hemos sido pacientes, pero están desperdiciando esta única oportunidad —replicó "Lucius muggle" con altanería—. No creo que sus nietos se lo agradezcan en el futuro.

—Oh, sí, la "oportunidad única", el famoso traslado a Birmingham. ¿De verdad cree que somos unos cretinos? —la señora Shapiro respondió, colocando una mano en la cintura.

Harkness habló con ese tono envenenado, disfrazado de amabilidad que tanto caracterizaba a los de su clase.

—Solo intentamos ayudar, señora. Disculpe que esperemos un poco de cooperación a cambio.

—Señor, la última vez que un hombre con un traje Hugo Boss me dijo lo que debía hacer, acabé en un tren de carga compartiendo un pequeño vagón con cincuenta personas, así que discúlpeme si no confío en usted— dijo la señora Shapiro con frialdad, mirándolo con una dureza que podía cortar el aire—. Quizás piense que somos pueblerinos tontos, pero pequeño Jonathan Harkness, te conozco desde que te aferrabas a la falda de tu estúpida madre.

Harkness, ahora lo recordaba Snape, era hijo del dueño del molino. Eso lo hizo preguntarse ¿Qué sabían realmente sobre la situación si incluso mandaban a su propio hijo a calmar a los afectados?

—Está bien, intentamos ser amables y darles una oportunidad —dijo él con tono amenazante—. Quédense en este hospital de segunda. El molino no se hará responsable de este desastre.

—Sabes, Harkness, no sé si tu padre te lo enseñó, pero deberías conocer a tu enemigo antes de hacer el ridículo —contestó la señora Hernández—. Mi hijo es neurocirujano, y sé bien cómo funcionan los hospitales. Si aquí no pueden hacer nada, todos serán trasladados al hospital más cercano, que es, casualmente, el de Birmingham. La próxima vez, intenta ofrecer algo real pequeño tacaño.

—Y yo tengo un abogado especializado en derechos civiles y un ingeniero medioambiental —añadió la señora Shapiro—. Y Khan tiene un reportero de investigación en el periódico local. Créeme, chico, no quieres pelear con nosotras. Ve y dile a tu padre que se prepare para la guerra, porque si descubrimos que tiene algo que ver con esto, vamos a sangrarlo hasta que sienta un mínimo de lo que todos aquí están sufriendo.

Harkness se dio la vuelta y se retiró, visiblemente humillado. Fue como ver a dos tigresas destrozar a un pavo real. Ni siquiera ante el mismísimo Señor Tenebroso, Severus había sentido semejantes ganas de arrodillarse y jurarles lealtad, pero no era momento de admirar a sus yentas.

Si la situación empeoraba, Cokeworth quedaría arruinado, y Darcy no podía crecer en un ambiente así. Mudarse no era un lujo que se podían permitir. Así que, tras disculparse para ir al baño, Severus siguió a Harkness, quien se detuvo para hacer una llamada en una cabina de teléfono mientras su subordinado esperaba en un Rolls-Royce frente al hospital.

Esperó a que terminara la llamada, luego le lanzó un Confundus directo al pecho.

—Señor Harkness, parece que ha olvidado su medicina.

—Mi medicina... —repitió el hombre, con la mirada desenfocada.

—Así es, señor. Tres gotas para evitar los contagios; no querrá usted enfermarse, ¿verdad? —respondió Snape, mientras sacaba un viejo gotero de plástico con una pequeña reserva de Veritaserum que guardaba para emergencias. Jamás pensó que lo usaría después de dejar el mundo mágico, pero se alegró de haber mantenido su alijo de pociones de emergencia.

El hombre se dejó administrar la dosis con mansedumbre y hasta una sonrisa, para satisfacción de Severus.

—¿Qué demonios estás haciendo, Snape? ¿Qué le diste? —la voz de Black sonó detrás de él, alarmada.

—Tranquilo, Black, no lo he envenenado. Es solo un poco de Veritaserum.

—¿"Solo un poco de Veritaserum"? Es un muggle, no sabes cómo reaccionará —replicó Black, observando a Harkness como si en cualquier momento fuera a explotar.

—Las pociones de amor funcionan en ellos y también los hechizos. ¿Por qué sería diferente con un poco de suero de la verdad? —respondió Snape con frialdad. Para él, alguien capaz de hacer sufrir a Rob y a las yentas no merecía consideración alguna.

Otra voz se unió a la conversación.

—Yo diría que dejes al chico hacer lo que tiene que hacer, señor espía.

Sirius giró para enfrentarse a Robert Pevka apuntándole con un arma. Sirius levantó las manos y trató de calmar a Pevka.

—Señor Pevka, esto es un malentendido, no es lo que usted cree.

—Son magos los dos y no me importa. No es la primera vez que me encuentro con ustedes. La mayoría no quiere que se metan en sus cosas, así que solo hago como si no viera las cosas flotando y apareciéndose de vez en cuando y sigo con mi vida. Pero tú, por alguna razón, espías a mi muchacho y al parecer quieres evitar que el imbécil del traje cante. ¿Hay algo que no entendí?

—Bueno, parece que... sí es lo que usted cree— tartamudeó Sirius.

—Ah, vaya, si lo hubiera sabido, hubiera anotado que era un squib en la solicitud de empleo— apareció también Víctor guiñándole un ojo a Severus, como si aquella situación fuera lo más divertido del mundo.

—Dos magos, un squib y un muggle interrogan a un ejecutivo— sería un buen chiste de pub si alguien lo entendiera— dijo Rob —Pero no hagamos más drama, interroga a ese hijo de puta, muchacho.

—No puede, se supone que nosotros no debemos meternos en eso. Snape está violando el estatuto secreto— se quejó Black.

—Bueno, yo estoy violando la ley de armas de fuego. Estoy seguro de que el espionaje en tu mundo también viola unas cuantas leyes, y nuestro "feliz" amiguito es un crimen de lesa humanidad en sí mismo— le respondió Rob sin bajar el arma.

—No, no he roto leyes en contra de la humanidad. Solo soy un usuario de drogas promedio, como todos los chicos de mi edad. Ya sabes, coca, LCD, algo de heroína de vez en cuando. Quizás eso con la prostituta de Soho podría... bueno, fue intenso, sabes— dijo Harkness con una sonrisa perdida.

Severus respiró profundo y trató de poner en orden el maldito desastre. Cuando decidió interrogar a Harkness, no pensó que se desataría tal caos.

—Bueno, ya que concordamos en que somos una feliz congregación de criminales, Rob, no es necesaria el arma. Black tiene un corazón de pudín, como todos los de su clase. Hasta él sabe que romper unas cuantas leyes en favor de salvar niños no puede ser tan malo.

—¿Qué te hace creer que romperé la ley contigo, Snape? No hay manera; se supone que tengo que ser responsable —se quejó Black.

—Niños, Black. Por mucho que me odies, ni tú dejarías morir niños en nombre de la ley. Tu blando corazón de Gryffindor no lo permitiría… a menos que, claro, te haya gustado el modo de hacer las cosas de los aurores últimamente.

—¡Por supuesto que no! Para tu información, renuncié precisamente porque no me gusta lo que están haciendo —respondió Black, orgulloso.

Severus recordó lo fácil que era enredar a un Gryffindor; solo era cuestión de poner en duda su supuesta alta moral.

—Entonces, ¿realmente crees que vale la pena esa "gran ley mágica" cuando hay vidas de niños en juego? ¿O será que tu sangre purista te impide sentir compasión por un grupo de niños muggles?

—Sé lo que intentas, Snape. Soy un Black; reconozco la manipulación —respondió Sirius Black, mordaz.

—¿Y está funcionando? —preguntó Snape, con una sonrisa de triunfo.

Black se sonrojó levemente y, admitiendo su derrota, dijo:

—Está bien, pero esto es solo por los niños. En cuanto se acabe, todos nos olvidamos de esto y cada uno sigue su camino.

Rob bajó el arma y la guardó en su chaqueta, dirigiéndose a Sirius con una media sonrisa.

—Descuida, muchacho. Una vez que rompes tu primera ley, la segunda es más fácil.

—No habrá una segunda. Gracias. Ahora, Snape, continúa antes de que el efecto se disipe y este tipo nos meta a todos en problemas —dijo Black, mirando a Harkness.

Snape, al ver que no había oposición, continuó con lo suyo:

—Bueno, señor Harkness, explíquenos. ¿Por qué el molino está tan interesado en lavarse las manos con respecto a la enfermedad de los niños?

—Hace dos días encontramos a tres de nuestros trabajadores ahogados en el río. Según la autopsia, simplemente se quedaron dormidos y se ahogaron en un charco de treinta centímetros de profundidad—respondió Harkness, con la mirada vidriosa.

—Sanderson y sus cuñados, ¿los que supuestamente estaban borrachos? —reclamó Pevka.

—Sí, no queríamos alarmar a la gente ni asumir los gastos funerarios. Pero lo peor ocurrió al día siguiente: cuatro hombres más murieron cuando los enviamos a inspeccionar la calidad del agua. Ni siquiera llegaron al río; se durmieron y murieron de un infarto en segundos. Fue una suerte que enviáramos gente sin parientes, por si acaso —continuó Harkness, tratando de tocar el cabello de Severus, quien lo apartó de un manotazo. Quizás se había pasado un poco con el Confundus.

—Y aun así no dijeron nada —murmuró Snape con frialdad, recordando que los muggles podían ser tan peligrosos como los magos cuando tenían poder.

—No podíamos decir nada. Si el gobierno descubría que tirábamos el doble de lo permitido de cromo hexavalente al río, habrían cerrado el molino. Luego, comenzaron los casos de los niños, todos viviendo cerca de la parte norte del río, y decidimos que debíamos evitar las demandas antes de que esto llegara a los medios —la indiferencia de Harkness le recordaba a ciertos mortífagos—. Nuestros expertos nos aseguraron que solo habría casos aislados de cáncer, y que no podrían relacionarse con el molino.

—Snape, ¿qué tan confundido lo tienes? —preguntó Black, con la voz cargada de desprecio.

—Podrías decirle que los cerdos vuelan y lo creería toda la vida.

Black se acercó a Harkness y lo guio hacia la entrada del hospital.

—Señor Harkness, ahí adentro hay una reunión de personas muy importantes... ¿Cómo se les llama? —preguntó Black, pensando en la palabra.

—¿Ejecutivos? —sugirió Rob.

—Sí, eso. Ejecutivos muy importantes, a quienes les contarás todo, con cada espeluznante detalle. ¿Crees que puedes hacerlo, Harkness? —terminó Black, con una sonrisa perversa.

—En realidad no, pero fingiré que sí, como siempre lo hago —dijo Harkness antes de entrar al hospital.

Vaya, el güerito mamón de la capital tiene cojones —dijo Víctor, escuchando el alboroto que estallaba en la sala de espera del hospital.

—¿Qué dijo? —preguntó Black, perplejo.

—Dijo que tienes huevos… para ser un mamón londinense —tradujo Rob sin sorprenderse.

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El bosque de Ebonwilde se extendía a lo largo del río Cokeworth. A diferencia del Bosque Prohibido de Hogwarts, donde los peligros venían en forma de criaturas mágicas y plantas venenosas, en Ebonwilde había pandillas, vagabundos y traficantes que usaban la privacidad del bosque para sus tratos sucios.

En su juventud, Severus y Lily jugaban en los márgenes del bosque, imaginando que eran magos de Hogwarts enfrentándose a aventuras en el bosque prohibido. Nunca pensó que estaría ahí de nuevo, ahora acompañado de un grupo tan variopinto, tratando de descubrir qué había en el lado norte del río que causaba esos desastres.

—¿Entonces un squib es un mago sin magia? —preguntó Rob, conversando con Víctor, quien parecía totalmente indiferente al Estatuto Secreto.

—Así es. Mi abuelita es una bruja muy importante en Oaxaca; mi mami se casó con un muggle, y todos mis hermanos tienen magia, excepto yo mero—respondió Víctor.

—¿Podrías dejar de contarle al muggle todos nuestros secretos? A este paso, no saldremos nunca de Azkaban —se quejó Black.

—No aplica para mí. Los Hidalgo somos gente nais. Aun siendo un squib, solo me mandarían de regreso a mi rancho, donde mi abuelita intentaría casarme con una bruja decente, y yo no le hago a eso —replicó Víctor, estremeciéndose.

—De todas las cosas que podrían asustarte, solo el matrimonio logra hacerte temblar —se burló Rob.

—No, las mujeres; ni loco me caso con una. Mi abuelita dice que si encuentro un mago decente de buena familia, no habrá problema y hasta me darán mi herencia antes de tiempo. Mientras tanto, soy tan pobre como un perro —dijo Víctor, deteniéndose al notar la sorpresa de Rob—. Oh, lo siento. Olvidé que los muggles son delicaditos para esas cosas.

—No te preocupes. Siempre he dicho "vive y deja vivir". Además, fui mercenario de postguerra en Europa después de todo lo que vi; la homosexualidad es lo de menos —respondió Rob, recuperando la calma.

—¿Supongo que la magia también cuenta como una de esas cosas? —preguntó Snape con curiosidad.

—Oh, sí. A veces, gente como ustedes aparecía durante misiones raras, con hechizos y criaturas de cuento. Agitaban sus varitas con ese "Obliviate" y todos olvidaban todo, menos yo. Solo fingía no recordar. Si es tan fácil hacer olvidar a un grupo de mercenarios con un palo, ¿qué más podrían hacer? —dijo Rob.

La faz de Severus se oscureció al recordar los peores hechizos de la biblioteca Malfoy.

—No creo que quieras imaginarlo, Rob. La magia puede ser un arma bastante cruel; no querrías provocar a un mago oscuro.

—¿Podrían dejar de contarle cosas al muggle? Me gusta mucho mi libertad, y si la pierdo por culpa de alguno de ustedes, los perseguiré hasta el maldito infierno —protestó Black.

—Qué sensible, mijo, relájate un poco. Rob es familia, ¿qué es un poco de crimen entre familia? —respondió Víctor.

Black miró a Snape, buscando apoyo, pero Severus solo recordó el trauma de que Víctor intentara arrastrarlo a “bailar salsa” en la fiesta navideña de los Hernández. Sabía que era mejor no llamar la atención de Víctor… nunca más.

—En serio, no sé por qué estoy con todos ustedes —murmuró Black, negando con la cabeza.

—Porque los gases del cromo 6 solo causan cáncer a largo plazo, no de inmediato. No es el cromo lo que duerme a los niños. Es bueno saberlo, pero no es lo que los enferma. Así que vamos al norte del río; ahí está la fuente del problema —le respondió Severus, con tono didáctico.

—Eso lo entiendo. ¿Pero por qué nos acompañan estos dos? —siguió quejándose Black.

—Porque mis hijos están en ese hospital. Aunque estén dormidos, puedo ver que sufren. No pararé hasta que estén en casa, sanos y abriendo sus malditos regalos de Navidad —respondió Rob, con una firmeza que Black no podía discutir.

Entonces, Black se detuvo de golpe, y el ambiente se enturbió mientras un pájaro caía a sus pies, seguido de varias avecillas que se desplomaban en el suelo del bosque, acompañadas de otros pequeños animales. Un fuerte olor a vainilla los envolvió por completo.

Por un segundo, Severus reconoció algo familiar en esos animales. Era una escena que había visto antes, hacía muchos años en el Bosque Prohibido. La vista de una rata en el suelo, agitándose mientras su pequeño pecho subía y bajaba con rapidez, lo transportó a un recuerdo distante, uno que nunca había logrado desterrar del todo. En aquella ocasión no fue una rata, sino un ratón blanco, Mr. Buttons, que murió retorciéndose de terror, rodeado de aves cayendo del cielo, mientras ese penetrante aroma a vainilla se impregnaba en su uniforme de Hogwarts durante días.

No, no era culpa de la gente del molino, ni de una combinación química en el río Cokeworth. Aquello era algo mucho más oscuro y personal. Durante días había esperado un ataque directo, pero nunca pensó que alguien usaría sus propias invenciones en su contra. Y menos esta, una creación peligrosa, incompleta y sin cura.

Notes:

Severus ha descubierto que una de sus pociones incompletas y sin antídoto se ha usado para esto, pero no es el único responsable de semejante creación, en próximo capitulo revelaremos quien es la persona que ayudó a ese desastre y como lo tomará Sirius al descubrir que una de las pociones de Severus terminó en manos de los mortífagos.

¿Será que descubra sus antiguos coqueteos con el lado oscuro? o ¿podrá Severus ocultar la verdad?
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Notas del Beta: Este archivo fue editado el 02/11/24 con el consentimiento del autor.

Cromo Hexavalente: El cromo hexavalente, también conocido como cromo 6 (Cr6), es una forma tóxica del metal cromo que se produce principalmente en procesos industriales. Es un carcinógeno humano y se considera una de las formas más tóxicas del cromo.

Chapter 8: La bella durmiente del Bosque Prohibido.

Notes:

Hola de nuevo, disculpen el retraso, una horda de trabajo salvaje apareció en el camino, pero el nuevo episodio ya está aquí.

El origen de la poción que ha mandado al hospital de Cokeworth está aquí, también un poco de lo que pasa cuando haces te metes con un grupo de yentas enojadas y otro poco del pasado de Robert Pevka, mientras un nuevo miembro se una a nuestra chafa pandilla de Scooby- Doo que todavía trata resolver el misterio.

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(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Solo el aire rompía el silencio del bosque, mientras los pequeños animales exhalaban sus últimos alientos sobre la hierba. Severus jamás hasta ese momento había presenciado en persona los efectos de las pociones más desagradables que entregaba al Señor Tenebroso a cambio de una maldita oportunidad, y nunca quiso imaginarlos.

Por eso buscaba cualquier pretexto para no tomar la marca. Ese paso significaría enfrentarse directamente con los resultados de sus actos. Felizmente había preferido ponerse una venda en los ojos y dejar que un maldito genocida lo guiara y lo usara.

—No podemos avanzar más —dijo Severus rompiendo el silencio—. Si seguimos, terminaremos como todos esos animales.

—Con un encanto casco de burbuja podríamos avanzar más. Escucho el río correr —ofreció Sirius, esforzándose por ocultar su creciente interés en aquella singular misión.

—Necesitamos algo para llevar una muestra del agua del río y un lugar amplio para investigar más a fondo. De nada sirve llegar al río si no tenemos cómo guardar una muestra ni dónde analizarla sin matar a los vecinos —respondió Severus, maldiciéndose internamente por no haber pensado en eso antes.

Rob sacó una vieja y maltratada licorera de su chaqueta, vaciándola en el césped.

—Esto servirá, muchacho —dijo lanzándosela a Severus—. También podríamos usar el deshuesadero. Si trabajamos en uno de los lotes del fondo, no habría peligro.

—Podría funcionar si usamos un par de hechizos protectores —murmuró Severus, guardando la licorera tras revisarla minuciosamente.

—Entonces Snape y yo seguimos mientras el señor Pevka y Víctor esperan aquí. No queda de otra —propuso Sirius, pensativo. A pesar de su renuencia inicial, parecía cada vez más involucrado, algo que Severus atribuyó a su naturaleza Gryffindor.

—Oye, ¿quién se murió y te hizo líder? No me quedaré aquí esperando. No dejé a Misha y a Ross solos para estar de adorno —se quejó Rob.

—Tranquilo, Rob. Preferiría mil veces tu compañía que la del imbécil de Black, pero no puedo arriesgarme a dejar a tus hijos sin padre porque no pude mantener dos hechizos al mismo tiempo. Además, ya haces mucho por ellos simplemente dándonos el espacio para trabajar —dijo Severus, sintiéndose un hipócrita porque no quería enfrentar el rostro de Rob si sus peores temores se confirmaban.

—Descuida jefe si les pasa algo tengo un par de parientes magos en San Mungo que nos arreglan gratis al buen Sev, y quizás nos hacen un descuento por el fifí— dijo Víctor guiñándole un ojo a Rob.   

Rob resopló y bajó la cabeza, derrotado.

—Está bien. Pero si tardan más de media hora, entraré a buscarlos aunque sea con una máscara antigás. No olvides que no soy el único que podría dejar huérfano a un niño si pasa algo.

Severus apenas tuvo tiempo de sentir un breve destello de de la maravillosa sensación de sentirse respaldado, antes de que Sirius extendiera la mano para recuperar su varita, arruinando el momento. Se la devolvió a regañadientes.

—Será mejor que no hagas una de las tuyas, Black. Muchas vidas dependen de esto.

Black se colocó el hechizo cabeza de burbuja y refunfuñó:

—Estoy aquí solo por esos niños; si no fuera por ellos…

—Lo sé, lo sé. Ahora mueve tu trasero fifí y vámonos —lo interrumpió Severus, ajustándose su propio hechizo antes de avanzar.

—¿Qué demonios es "fifí"? —preguntó Black mientras lo seguía.

Severus lo ignoró. Ni siquiera él sabía el significado de fifí, pero sonaba suficientemente ofensivo.

A medida que se acercaban al río, el corazón de Severus latía con fuerza. Solo podía rogar que todo aquello fuera una coincidencia monumental o una de sus tantas pesadillas.

—Nunca pensé que un pequeño molino pudiera causar tanto desastre —murmuró Black, rompiendo el silencio.

—No es un pequeño molino, Black. Es un molino de bolas industrial, usado para moler minerales y metales que luego venden como materias primas a otras fábricas. De ahí viene el cromo en el agua, junto con otros compuestos que están matando lentamente todo a su alrededor —explicó Severus mientras señalaba la maleza que crecía entre la basura.

—¿Qué clase de locura lleva a la gente a vivir aquí? —preguntó Sirius, incrédulo.

—Simple y llana necesidad —respondió Severus con brusquedad, atormentado por el pensamiento de si los Evans, las Yentas y los demás, lo perdonarían alguna vez al descubrir que todo eso era culpa suya.

El silencio reinó por un momento.

—Snape, solo quería decir que lamento lo de esta mañana. No estuvo bien que llegara así a tu casa… —empezó Sirius.

—Y supongo que esperas que te perdone y todo se arregle solo porque te disculpaste —cortó Severus con irritación.

—No, solo quiero que sepas que realmente lo siento.

Severus no pudo contener la amargura en su voz.

—¿Sabes algo, Black? Mi padre solía beber y cagarla… mucho. Siempre que estaba sobrio solía arrodillarse y pedía perdón y mi madre siempre lo perdonaba, incluso cuando casi me mata. Ella lo perdonó hasta el día que la mató.

Sirius intentó replicar, pero Severus lo interrumpió nuevamente.

—Black, te intentaste disculpar por lo de los pájaros, también por golpearme en casa de los Evans y, según recuerdo, por lo de la Casa de los Gritos. Siempre pides perdón, pero sigues haciendo cosas como estas una y otra vez —dijo Severus, esforzándose por mantener la voz firme, aunque temblaba ligeramente—. Si fuera por mí, ya te habría echado, solo por ponerme en la posición de tener que soportar a otro alcohólico que me desprecia dentro de mi propia casa. Pero no lo hago por Darcy. Incluso puedo soportarte si eso significa conservarlo a él. 

—No soy un alcohólico, solo cometí un error… 

—Siempre es "un error" con los alcohólicos. Apostaría mi alma a que no soy la única persona con la que te has disculpado este mes —respondió Severus mientras se adelantaba con pasos rápidos hacia el lecho del río, dejándolo atrás. 

Cuando llegó, Severus se detuvo en seco. Sus ojos se abrieron con incredulidad al ver la niebla verde flotando sobre el agua y avanzando lentamente en dirección a Cokeworth. La discusión con Black lo había distraído del problema que ahora veía claramente como su propia responsabilidad. No había duda: el mismo veneno que había matado a Mr. Buttons ahora amenazaba a los niños de Cokeworth. 

Con manos temblorosas, sacó la licorera de su chaqueta y se acercó cautelosamente al borde del río. El ruido de pasos a sus espaldas lo hizo saltar, y estuvo a punto de soltar la licorera al agua. 

—¡Maldita sea, Black! ¡No te pares detrás de mí así! —gritó, tratando de disimular su sobresalto, aunque el rubor de su rostro lo traicionaba. 

—Entonces no me dejes atrás en este sucio maldito bosque… —Black no pudo terminar la frase. Sus ojos se abrieron con horror al ver la niebla verde saliendo del río. Tartamudeó—. ¿Qué demonios… eso… eso… es normal? 

—No lo es. Es mágico —respondió Severus con amargura mientras levitaba cuidadosamente la licorera, sumergiéndola en el agua negra para tomar una muestra.

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Sirius sabía que Snape ocultaba algo. Se sentía como el niño que gritaba “¡Ahí viene el hombre lobo!”, pero esta vez, sospechaba que tenía razón. Desde que habían regresado del río y se habían instalado en el cobertizo del deshuesadero de Robert Pevka, la actitud de Snape había cambiado. Algo no cuadraba.

Juntos habían lanzado hechizos para limpiar la niebla verde del ambiente, y ahora Snape trabajaba en un laboratorio improvisado dentro del cobertizo. Se movía con una destreza casi profesional entre un par de calderos de cobre, dos viejas cacerolas y una sartén de hierro fundido que compartían espacio en una pequeña parrilla de gas. Sacaba ingredientes guardados en frascos de café muggle o envueltos en papel periódico, mezclándolos con pociones en botellas etiquetadas como jarabe para la tos. Era imposible no encontrarlo curioso: sus largos dedos manipulaban cada objeto con un cuidado milimétrico, como si el entorno ridículo no le afectara en absoluto.

Sin embargo, Sirius no podía sacudirse la sensación de que Snape sabía más de lo que decía. El silencio que había mantenido desde que pronunció esas palabras—"Es mágico"—era una señal inequívoca. Sirius, después de todo, había pasado años perfeccionando su capacidad para interpretar los silencios de Snape. Y este, un silencio denso y cargado, solía preceder una gran tragedia.

Todo su sistema de "alertas Snape" parecía defectuoso desde que comenzó a verlo en este nuevo contexto: no como un enemigo de patio de escuela, sino como un hombre al que debía observar por deber profesional, aunque también por curiosidad.

Snape era una contradicción viviente, y cada visita a su casa desmoronaba un poco más las creencias que Sirius había acumulado desde su infancia. Durante sus años en Hogwarts, Sirius había asumido que, aunque no fuera de los Sagrados Veintiocho, Snape al menos provenía de una familia mágica que veneraba la pureza de sangre. Siempre había creído, aunque bromeara diciendo que Snape era feo y no lo querían en su casa, que tras cada verano Snape regresaba a una casa mágica donde unos padres amorosos lo recibían y su madre lo consentía mientras él lloraba sobre los Gryffindors que lo molestaban.

Jamás había imaginado que, al salir de Hogwarts, Snape tuviera que enfrentarse a un padre alcohólico. La frase, dicha con tal naturalidad "…mi madre siempre lo perdonaba, incluso cuando casi me mata…" había golpeado a Sirius como un puñetazo al estómago.

Había querido poner a Snape en su lugar cuando lo comparó con su padre. Pero no pudo. Porque, en el fondo, había algo de verdad en ello. Ambos, lo habían atormentado mientras estaban alcoholizados. Ambos habían intentado matarlo en algún momento. Y, lo cierto era que sí, había pedido disculpas demasiadas veces en el último mes.

Snape tenía razón. Lily también la había tenido cuando lo regañó por buscar consejos de Euphemia para llenar el papeleo. Sirius lo había hecho a propósito: para molestar, para provocar una reacción, para intentar hacer que Snape se enfadara como antes. Quería ver al hombre lleno de veneno y resentimiento que conocía, no a la figura apagada, fría y quebrada que lo recibía ahora.

Si lograba que Snape se enojara, entonces podría convencerse de que seguía siendo el enemigo, que se merecía todo lo que le estaba pasando. Pero, en el fondo, Sirius sabía que no era cierto. Snape no lo merecía. Quizás en Hogwarts sí mereció algunas cosas, pero ahora... ahora era distinto.

Porque, aunque Sirius odiara admitirlo, no tenía el corazón para quitarle a Darcy y dejar a Snape en ese estado. Por más que intentara justificarlo, no podía.

Entonces, ¿por qué ahora todas sus alarmas sonaban como locas? Sirius debería haber aprendido la lección después de tantas suposiciones y errores, pero no podía evitar sentir la necesidad de señalar con el dedo y gritar: "¡Severus Snape está ocultando algo!"

Esta vez, sin embargo, decidió ser más discreto. No iba a gritar, ni a señalar, ni mucho menos a golpearlo. Simplemente observaría. Antes lo había hecho y logró crear un mapa completo del Snape de Hogwarts. Podría volver a hacerlo. O al menos eso pensaba.

El maldito chiste fue que, justo cuando se propuso estudiarlo, estaba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Solo el crack familiar de una aparición lo sacó de su ensimismamiento. Miró a su alrededor, y Severus Snape ya no estaba.

En su lugar, sobre una de las mesas de trabajo de Robert Pevka, descansaba un pedazo de papel muggle. En él, con una caligrafía precisa y apretada, solo había dos frases:

"Lo siento. Lo arreglaré."

  1. S.

_____________________________________

Severus prácticamente tuvo que hacer una larga serie de apariciones a lo largo de Cokeworth para encontrar a las Yentas, quienes habían abandonado el hospital tras la trifulca con el idiota de Jonathan Harkness. Según los Hernández, las ancianas se habían marchado en medio de una turba y, de paso, habían secuestrado a Harkness en el camino.

Visitó las casas de las cuatro, solo para descubrir que estaban invadiendo la enorme residencia de los Harkness a las afueras de la ciudad. Se pateó mentalmente por no haberlo deducido antes: era lo obvio.

Ya estaba oscureciendo cuando apareció frente a la finca Harkness. Una multitud enardecida lanzaba piedras y gritaba insultos, mientras los pocos agentes de policía local observaban sin intervenir. La turba los superaba en número y tal vez esperaban apoyo de Birmingham, aunque tardarían horas en asistir al llamado del pequeño pueblo de mierda en medio de la nada.

La gente ya había derribado la reja electrificada y destrozado los ventanales de la elegante casona. Severus se abrió paso entre la multitud, buscando a las Yentas.

Las encontró presidiendo la turba como líderes indiscutibles. La señora Shapiro estaba de pie sobre el Rolls-Royce de Harkness junior, sosteniendo una bomba Molotov lista para lanzar, mientras las señoras Hernández, Khan y Petrov organizaban a la multitud como si fuera una reunión de vecindario.

—¡SEÑORA SHAPIRO! —gritó Severus al tiempo que veía volar la botella en el aire.

La Molotov aterrizó y encendió una hoguera improvisada con madera recogida del bosque. La señora Shapiro bajó de un salto del auto, con una agilidad que parecía desafiar su edad.

—Muchacho, no me distraigas cuando estoy lanzando bombas Molotov. Uno puede herir a alguien si no la lanza con precisión —lo regañó con toda tranquilidad, mientras las demás Yentas asentían con seriedad, como cuando le daban consejos de crianza.

—Claro, porque es crucial respetar las normas de seguridad al vandalizar una propiedad privada —respondió Severus, rodando los ojos.

—No, hijo de mi vida —intervino la señora Hernández con una sonrisa depredadora—. No estamos vandalizando una propiedad privada, estamos corrigiendo un abuso. Los Harkness se apropiaron ilegalmente de terrenos públicos para construir su patio exterior y esa ridícula fuente. Todo esto hasta la fachada es técnicamente propiedad pública. Nosotras solo cumplimos con nuestro deber ciudadano.

—Así es —añadió la señora Petrov, palmeando con falsa preocupación el Rolls-Royce, dentro del cual estaban Harkness junior y su asistente, envueltos en cinta adhesiva y gritando por ayuda—. Solo llevamos al joven Harkness a casa por su seguridad. El pobrecito estaba drogado y causando problemas en el hospital.

—Están completamente dementes —murmuró Severus, antes de abrazar a la señora Shapiro conmovido—. Pero las amo, por todos los malditos dioses.

—Ya, ya, muchacho, no arruines mi imagen —se quejó la señora Shapiro, empujándolo suavemente y dándole un par de palmaditas cariñosas en la cara.

—En fin, ¿qué te trae a nuestra protesta civil semipacífica? —preguntó con curiosidad la anciana.

—He visto esto antes... Yo y una amiga experta en po… química podemos ayudar, pero necesito información: ¿cuántos niños son? ¿Sus edades? ¿Han llegado adultos en las mismas condiciones? Todo lo que sepan —soltó Severus, tratando de explicarse sin violar el Estatuto Secreto otra vez.

Sin cuestionarlo, las Yentas le proporcionaron los datos. Confirmaron que había veinte niños afectados, todos de entre cero y diez años, provenientes de áreas cercanas al río. Ningún adulto estaba afectado salvo los que habían tenido contacto directo con el agua, y no todos los niños enfermaban, solo aquellos que pasaban más tiempo al aire libre y eran más bajos de metro y medio.

Tristán Pevka, por ejemplo, estaba sano, a pesar de vivir cerca del río. Su timidez lo hacía preferir leer en casa y su altura, heredada de su madre nórdica, parecía haberlo salvado.

Severus procesó la información y se despidió de las Yentas. Mientras regresaba, una sospecha se asentaba con fuerza en su mente, cada vez más difícil de ignorar.

Una hora después entró en su casa con el cuerpo de una lechuza apenas respirando, una obvia víctima de la niebla verde por el fuerte olor a vainilla que escapaba del animal, y una teoría sólida en mente que necesitaba confirmar con la única otra persona responsable de este desastre. Dejó cuidadosamente la lechuza sobre la mesa de café y comenzó a buscar su escasa reserva de polvos Flu, desesperado por comunicarse.

—¿Buscas esto? —La voz de Sirius Black lo sobresaltó, seguido de la aparición del hombre saliendo de la cocina con su pequeño saco de polvos Flu en la mano.

Severus reaccionó al instante, sacando su varita y poniéndose en guardia.

—¡Maldita sea, Black! ¿Quieres provocarme un infarto? —se quejó Severus, bajando la varita con una mezcla de enojo y cansancio—. ¿Por qué no estás en el deshuesadero con Pevka y Víctor?

—No te preocupes, los traje conmigo en cuanto desapareciste. Sabía que tendrías que volver aquí si planeabas escapar —dijo Sirius con un tono venenoso.

—No pretendo escapar. ¿De qué demonios hablas?

Sirius avanzó un paso, sus ojos grises estaban llenos de sospecha.

—Al principio pensé que estaba paranoico, incluso quise darte el beneficio de la duda con lo del río. Dijiste que era mágico, y sé cómo actúas cuando te sientes culpable. Lo del río es cosa tuya, ¿no? Te hiciste el preocupado por esta gente, pero en realidad solo querías asegurarte de que esa cosa funcionó antes de largarte.

—¡Oye, no te pases con el loquito del centro! —interrumpió Víctor, molesto—. Es rarito, pero nunca haría algo así con su chamaquito viviendo aquí. No me hubiera hecho su amigo si no lo viera repartir caramelos con esa cara de sufrimiento solo para hacer feliz a la criatura.

Robert Pevka, que había estado en silencio hasta entonces, dio un paso al frente.

—Severus, muchacho... te conozco. He visto cómo eres. Cuando te vi solo en el hospital, aferrándote a ese bebé como si fuera tu tabla de salvación, supe que no podías dejarlo. Había tanto amor en la forma en que mirabas a Darcy, que entendí que solo la idea de perderlo te mataría; supe que debía intervenir… no sabía si funcionaría o no, pero de alguna milagrosa manera lo hizo. Un chico como tú, que fue incapaz de dejar a su hijo en un hospital, no podría deshacerse de tantos niños y simplemente escapar. Pero veo la culpa en tus ojos. Por favor, muchacho, explícate.

Las palabras de Robert golpearon a Severus como un puño en el estómago. Ese hombre, que tanto le había dado, ahora lo miraba con una mezcla de decepción y súplica. Nunca pensó que su pasado viniera de esa manera a morderle el trasero.

—No quiero huir —dijo Severus, con su voz apenas en un hilo—. Quiero resolver esto. Ni siquiera tengo suficiente Flu para irme. Solo necesito hablar con la otra persona involucrada.

—Entonces admites que tienes que ver con esto —lo acusó Sirius, apuntándolo con un dedo acusador—. ¡Dime, Snape, por qué razón no debería ir al Ministerio ahora mismo y contarles todo! Que te encierren en Azkaban de por vida.

Severus alzó la mirada y respondió con calma:

—Porque Potter te odiaría si lo hicieras.

Sirius se quedó inmóvil, su ceño fruncido de incredulidad.

—¿Por qué James me odiaría por encerrarte?

—Porque si me encierras, encerrarás a Lily conmigo.

La respuesta cayó como una bomba.

—¡Mentira! —espetó Sirius, con su voz llena de incredulidad—. ¡Eso no es cierto!

—Siempre fuimos Lily y yo —respondió Severus con frialdad—. Las pociones, los hechizos que ustedes consideraban repugnantes, los hicimos juntos. ¿Recuerdas la mezcla que te dejó calvo un mes? Fue idea suya. También el hechizo de impotencia sobre Potter. ¿Quieres pruebas? Dame la maldita bolsa y déjame hablar con ella.

Sirius balbuceó, con su convicción tambaleándose.

—No… no es cierto. Estás mintiendo… Ella no es así. Lily es noble, buena...

Robert negó con la cabeza, exasperado, y le arrebató la bolsa de polvos Flu a Sirius para entregársela a Severus.

—Adelante muchacho, has tu vudú, si eso salva a mis niños que sea lo que dios quiera.

Severus asintió con decisión, tomó la pequeña cantidad de polvo Flu y lo lanzó al fuego.
—Lily Evans, chimenea de la mansión Potter, Casa de la viuda.

La voz cansada de Lily llegó a través de las llamas:
—Sev, es muy tarde. ¿Ha pasado algo malo?

—Terrible, me temo. Necesito tu ayuda. Trae el libro de los hermanos Grimm; sé que te lo quedaste. Tiene que ver con la fallida "Bella Durmiente del Bosque" del ’75.

—Severus, destruimos todo eso. Decidimos que era demasiado peligroso —respondió Lily, preocupada.

—Por favor, Lily. Te conozco. Tu corazón Gryffindor no te habría permitido dejar que la muerte de Mr. Buttons fuera en vano. Tienes tus notas y el libro, igual que yo tengo las mías. Deja tu renuencia para después; hay vidas en juego.

—Lily, no es mentira —intervino Black, con enojo desde atrás de Severus—. Hay niños en el hospital por lo que sea que ustedes hicieron. Si realmente ayudaste con esa cosa, tienes que venir a arreglarlo.

Lily no dijo nada más y respondió con acción. En menos de cinco minutos, apareció con varios pergaminos y un libro muggle bastante viejo.

—Bien, ya está aquí. Ahora pueden explicar qué demonios está pasando. Y más vale que sea una buena explicación —dijo Robert, cruzándose de brazos con una mirada severa.

Sirius, aún en shock, se dirigió a Lily, tomándola por los hombros:
—Lily, ¿qué hicieron? ¿Snape te convenció de hacer esto?

—¡Sirius, basta con eso! —espetó Lily, zafándose de su agarre—. No soy ninguna tonta a la que Severus maneja como un buey con una argolla en la nariz. Esto no era lo que queríamos hacer. Fue un estúpido error que salió mal y se supone que debía ser destruido.

—Entonces, ¿por qué terminó en el río, justo donde viven ustedes dos? —acusó Sirius, señalando a Severus.

Severus suspiró profundamente, cargado de resignación:
—Eso es culpa mía. Se acercaron a mí, me ofrecieron el puesto de pocionista del Señor Tenebroso y no solo lo rechacé, sino que además embaracé a una bruja de sangre pura de su redil endogámico favorito. Llevo días esperando la muerte, pero nunca imaginé que hicieran algo así. Ni siquiera sé cómo la poción llegó a sus manos.

Lily se puso pálida de repente y se cubrió el rostro con las manos, sollozando.
—Oh, por Dios… esto es mi culpa.

—¿Esperas que crea que tú, Lily Potter, entregaste esa poción a los mortífagos? ¡Por Dios, Lily, deja de proteger a Snape! Esto podría llevarte a Azkaban —le reprochó Sirius, enojado como si hablara con una niña.

—¡Sirius, deja de retorcer la situación a tu antojo! Esto no fue culpa de Sev, al menos no más que mía —respondió Lily, limpiándose las lágrimas con determinación.

—No es tu culpa, Lily. Fui yo quien tuvo la idea de hacer esa cosa… —Severus la abrazó, intentando consolarla.

—¡Basta con eso! —interrumpió Robert, desesperado—. Mis hijos están en el hospital gracias a esa cosa. Quiero saber exactamente qué está pasando y quiero la explicación “no mágica” para tontos.

Lily respiró hondo, se limpió los ojos y se sentó en una silla que convocó con su varita desde la cocina.
—Todo comenzó en el verano del ’74, cuando Severus y yo... robamos... bueno, tomamos prestado un libro antiguo de la biblioteca: Cuentos para niños y del hogar, de los hermanos Grimm. Al principio, era solo una forma de pasar el tiempo, preguntándonos si la magia de los cuentos podía reproducirse en el mundo real.

—Hasta que llegamos a "La Bella Durmiente del Bosque". Se nos ocurrió crear una poción que pudiera mantener a una persona en estasis, sin envejecer, durante largos períodos —añadió Severus—. La idea era usarla para magos afectados por maldiciones, mantenerlos en ese estado hasta que pudiéramos romperlas.

Lily asintió y continuó:
—Pero nos sobrepasó. No analizamos los efectos secundarios de los ingredientes al interactuar entre sí. Cuando lo probamos en el Bosque Prohibido, con nuestro ratón de prueba, Mr. Buttons

—Fue un desastre —dijo Severus, sombrío—. Una gota cayó en un charco de agua, y eso bastó para que la niebla verde matara a Mr. Buttons en menos de dos minutos y todo dentro de la burbuja de protección que usamos para contenerla. Si no hubiéramos actuado rápido, habríamos muerto nosotros también… junto con todo en un radio de 20 kilómetros a la redonda.

—Cuarenta, en realidad. Recalculé después —corrigió Lily, avergonzada—. Después de eso, decidimos no continuar y destruirlo todo. El problema era que la poción era tan sensible al agua que no podíamos tirarla por el drenaje, ni confiábamos en deshacernos de ella con magia sin causar un desastre masivo.

—Y entonces aquí Snape decidió presumir su peligrosa poción a sus amiguitos mortífagos —acusó Sirius, furioso.

—¡Yo me quedé con la poción, Sirius! —exclamó Lily con voz rota—. Estaba a punto de intentar desaparecerla en un cuarto cerrado con una burbuja protectora, tan al fondo de las mazmorras, que no afectaría ni a los Slytherin. Pero Slughorn me atrapó. Le dije que la poción era mía. No mencioné a Severus porque sabía que, siendo su alumna favorita, cualquier castigo sería leve comparado con lo que le harían a él. Funcionó. Me quitó la poción y pidió mis notas, también me dio un regaño y me prohibió ir a su estúpida reunión de veteranos del Slug Club.

Severus abrió los ojos con incredulidad.
—¡Slughorn! —exclamó, furioso—. Seguro la presumió en su reunión. Lucius Malfoy siempre iba a esas reuniones para reclutar seguidores. Ese gordo avaricioso probablemente la mostró como un logro, y alguien como Lucius o cualquier heredero sangre pura pudo habérsela llevado. Incluso podrían habérsela comprado.

—Es lo que sospecho— dijo Lily dándole la razón.

—Así que eso es todo, dos niños demasiado inteligentes para el resto del mundo crean algo potencialmente peligroso y cae en manos equivocadas, manos que tú Severus no solo rechazaste si no que decidiste cagarte en ellas— dice Pevka pensativo.

—No es como si hubiera querido, créeme no hubo mucha disposición de mi parte cuando hice a Darcy, solo no quería que ella se ofendiera y gritara que le hice algo y su circo de fenómenos endogámicos que llama familia me sacara los intestinos con una maldición. Los de mi tipo no son muy queridos entre la gente con la que me metí.

—¿Los de tu tipo? — preguntó Rob.

—Mestizos, hijos de magos y muggles como les llaman a las personas sin magia, hay magos que creen que gente como yo o como Lily que es hija de muggles no deberían existir o ser menos que esclavos o sirvientes, desgraciadamente cuando me asignaron dormitorio estaba lleno de ellos, tuve que hacer y decir cosas para sobrevivir que te avergonzarían, no fui más que un pequeño nazi desagradable, por dios pude tatuarme una maldita esvástica en la frente si eso significaba seguir con vida un día más.

—Severus, cuando Hitler invadió Polonia, yo era solo un niño pequeño. Pero recuerdo cómo los soldados entraban en las casas y se llevaban a mis amigos, a mis vecinos, incluso a la mujer de la tienda que me regalaba caramelos. Y ahí estaba yo, levantando la mano y gritando los insultos más repugnantes, no porque los creyera, sino porque temía que un día esos soldados arrastraran también a mi familia —dijo Rob con una voz cargada de recuerdos. Luego, lo miró directamente a los ojos—. Me sentía un cobarde y sucio. Por eso te entiendo, Severus. Entiendo lo que hiciste. También entiendo por qué los rechazaste. Pero escúchame: cuando la guerra terminó y me convertí en un hombre, busqué a todos esos hijos de perra que escaparon por Europa del Este. Los cacé y los aplasté como las cucarachas que eran.

Hizo una pausa antes de continuar, regalándole a Severus una mirada profunda:
—Eres un hombre ahora, Severus. Esos monstruos se metieron en tu casa y te jodieron a ti y a los tuyos. Es hora de dejar de llorar por perdón y empezar a trabajar.

Severus asintió, con su resolución fortalecida. No podía rendirse. Tenía que salvar a Misha, a Ross y a los niños Hernández. Nadie iba a morir, no mientras él estuviera allí para enmendar su error.

—No quiero interrumpir su momento de telenovela, pero tu pájaro está a punto de colgar los tenis —dijo Víctor, señalando a la lechuza agonizante sobre la mesa de café.

—¿Está qué? —preguntó Lily, confundida.

—Es un espécimen afectado por la poción. Según los hechizos de revisión, lleva envenenado 48 horas —explicó Severus, mostrando el ave a Lily.

—Eso es imposible. Según la autopsia de Mr. Buttons, la poción lo puso en un sueño profundo por solo cinco minutos antes de matarlo —respondió Lily, lanzando hechizos diagnósticos sobre el ave y adoptando de inmediato su actitud profesional de pocionista.

—Eso pensé al principio. No podía creer que fuera la misma poción porque ahora parece afectar solo a individuos de menos de metro y medio de altura y con un peso promedio de treinta a cuarenta kilos. Además, no a todos, solo a los que pasan mucho tiempo al aire libre. Es como si la niebla no se dispersara como antes.

—¿Podría ser una versión ligera de la poción original? —preguntó Lily en voz alta.

—O tal vez sea la misma poción, pero afectada por el paso del tiempo y un almacenamiento inadecuado —sugirió Severus, compartiendo su hipótesis—. No creo que los herederos sangre pura que rondaban el Slug Club en esa época fueran competentes en pociones. Sin el libro y ni un conocimiento real de ingeniería inversa, no habrían podido replicarla.

Lily asintió, comprendiendo.

—¿El libro? ¿Te refieres al libro muggle de cuentos? —preguntó Víctor, señalando el viejo tomo de los hermanos Grimm que Lily todavía sostenía.

—Después de que cierto grupo de entrometidos miraran sobre nuestros hombros —dijo Lily, lanzando una mirada asesina a Black—, ideamos un sistema de codificación tomado de una tonta novela muggle: seleccionábamos un número de página del libro y luego el número de palabras en esa página para formar oraciones. Era nuestra forma de ocultar los pasos importantes de nuestras investigaciones.

—En fin —interrumpió Severus—, tenemos un laboratorio improvisado en lo de Rob. Él es Rob, un mercenario inmune al obliviate, y ese de allá es Víctor, su squib con exceso de adrenalina. —Tras unas breves presentaciones y saludos, continuó—: Ahora, ya que todos se conocen; necesitamos ingredientes de calidad, pero todos somos pobres o muggle sin galeones. Lily, ¿no podrías robarlos de tu suegro?

—No puedo —respondió Lily con frustración, haciendo comillas en el aire—. Euphemia me "castigó" por salir sin avisar. Me sacaron de las protecciones de la mansión principal. Se supone que estoy encerrada en la casa de la viuda, “reflexionando sobre cómo no avergonzar a mi marido".

—Tengo unos primos que exportan ingredientes desde México a los dos callejones —dijo Víctor con resignación—. Pero son tan apretados que no me darían ni las buenas noches si no les presento a un marido respetable sangre pura para mejorar la raza.

Severus notó a Black mirando a Lily con una expresión que dejaba claro que, por primera vez, estaba viendo quién era ella realmente. “Pobre Black y sus tristes estándares de sangre pura que no le permiten entender que las mujeres pueden ser más que adornos bonitos”, pensó Severus con sarcasmo.

Entonces, una idea maliciosa se formó en su mente.

—Oye, Víctor —dijo con una sonrisa maligna que crecía al ritmo que el color se desvanecía de la bonita cara de Black—, ¿qué tan seguro estás de que tus primos nos darían los ingredientes como un favor para tu novio sangre pura, hijo de la noble y antigua casa de los Black?

Notes:

Así como Lilí volviendo a impotente a su futuro esposo no siento ninguna culpa por hacer que Sirius se haga pasar por el novio falso de Víctor para conseguir ingredientes de pociones, el siguiente capitulo será gran el cierre de toda esta aventura con la poción, más desmadre yentesco y Rob siendo el maldito badass patea traseros que es.
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Notas del Beta:

Este archivo fue editado el 16/11/24 con el consentimiento del autor.
El código mencionado: aparece en el valle del Terror de Sir Arthur Conan Doyle y tambien en Sherlock Temporada 1, Capitulo 2 "El Banquero ciego.

Chapter 9: Absolución.

Notes:

Hola a todos, ha sido un tiempo, el trabajo me persigue y no me quiere dejar y bueno uno tiene esa terrible mala maña de comer tres veces al día, eso sin contar que cuando releí el capítulo nuevo y lo odié, quería eliminarlo de la existencia, así que lo hice y volví a escribirlo. Es algo largo y sé que debería de dividirlo de nuevo pero esta vez lo dejaré así para su disfrute. Y pensar que en mi imaginación cuando escribí esta cosa creí que los últimos tres capítulos serían uno solo, lo que es la ingenuidad.

Y ahí vamos, el cierre de la aventura de la poción, quédense, disfruten y recuerden desactivar el traductor si leen esta cosa en español.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Sirius Black caminaba por el Callejón Diagon sintiéndose como una persona de mierda. Era como si todo lo que alguna vez supo sobre el mundo se estuviera desmoronando, y no tenía idea de a qué aferrarse en medio de esta tormenta de revelaciones.

Durante toda su vida escolar había sido fácil tachar de terrible todo lo que hacía Snape. Pero ahora, en retrospectiva, ¿no significaba eso que Lily era igual de terrible? Después de todo, sus comentarios mordaces y sus estallidos de magia que podrían haber destrozado a los cuatro Merodeadores no eran tan diferentes de las acciones de Snape. La realización lo golpeó como un martillo: las mismas cualidades que habían enamorado a James de Lily eran las que Sirius detestaba en Snape.

Sin embargo, eso no era lo peor. Lo peor era darse cuenta de que, si Snape hubiera sido un Gryffindor, tal vez podrían haber sido amigos. Tal vez incluso lo habrían admirado por su talento. Pero, como era un Slytherin, todo su ingenio y creatividad eran etiquetados como oscuros, peligrosos, dignos de desprecio y castigo. Merlín, cuánto lo había castigado por eso. Una y otra vez, Sirius lo había empujado al barro cada vez que parecía que Snape intentaba salir de él.

"Controlar" a Snape se había convertido en su misión personal, justificándose con la idea de que lo hacía por su bien, pero en realidad había sido una excusa para desquitarse. Lo castigaba por hacer las mismas cosas que él y los Merodeadores hacían. Si era honesto consigo mismo, Severus siempre había sido superior a ellos en creatividad. Pensaba fuera de lo establecido. Fabricaba sus propios instrumentos y materiales cuando no tenía recursos, mientras que los demás se limitaban a aprovechar el dinero y las oportunidades que les daba su posición.

Y ahora... ahí estaba Sirius, enfrentándose al hecho de que él no podía ni respirar sin buscar la aceptación de los demás, luchando por encajar en una sociedad mágica que despreciaba a su familia y le exigía joder a Snape, una vez más, para mantener su papel de verdugo.

A su lado, Víctor Hidalgo caminaba con la confianza de quien se sabe diferente, resaltando incluso con ropa de mago. Su túnica, bordada con hilos dorados, y el arete de jade en forma de rueda que colgaba de su oreja izquierda parecían declararle al mundo que no le importaban las miradas. Los numerosos anillos de oro con grabados tradicionales en sus dedos completaban su extravagante presencia.

—¿No crees que te ves demasiado llamativo, solo para pedir prestados ingredientes a tu familia? —preguntó Sirius con una mezcla de burla y resignación. Llevaba puesta una túnica elegante pero sencilla, que según Snape era un regalo de Lucius Malfoy que nunca había usado. Ahora, esa túnica cumplía el noble propósito de impresionar a los primos de Víctor.

Sirius agradeció internamente no haberse encontrado con nadie conocido. La idea de que lo vieran vestido como un "fifí sangre pura", como diría Víctor, le resultaba intolerable. Aunque, al pensarlo bien, ese término le quedaría mejor a Regulus.

—¿Qué dices, güerito? Estas son mis ropas más humildes. Los Hidalgo somos una gran tradición de magos artesanos y orfebres, cientos de años antes de que los europeos pusieran un pie en nuestro continente. Ni siquiera nos llamábamos Hidalgo en ese entonces —dijo Víctor con orgullo, ajustándose la túnica.

—¿Y no sería más fácil vender uno de esos anillos y comprar los ingredientes? —gruñó Sirius, fastidiado por la misión de pretender ser el novio de Víctor para impresionar a su familia. Aunque, pensándolo bien, al menos no tenía que fingir ser el novio de Snape. Claro, Snape sería más calmado que Víctor y si lo pensara como un verdadero prospecto, también era un maldito buen padre, lo cual lo ponía incómodamente nervioso.

Un golpe en la nuca lo sacó de sus pensamientos.

—¡Oye, ¿qué te pasa?! —se quejó Sirius, sobándose la cabeza.

—Eso pasa cuando un blanquito europeo le sugiere a un latino que venda el patrimonio de su familia como si fuera cualquier cosa —respondió Víctor con una ceja en alto—. Además, para eso tengo que pedirle permiso a mi abuelo, y créeme, no quieres meterte con un hombre que pelea con demonios en el cerro con un machete.

—Mi madre es un demonio en sí misma, y aun así vendí mi anillo de heredero cuando me fui de su casa. No es tan difícil. Si no te quieren, no te quieren. Nunca fui más feliz que cuando me largué —replicó Sirius, recordando la sensación de libertad que experimentó al abandonar Grimmauld Place.

Por unos segundos, Sirius dejó escapar un suspiro. Las experiencias recientes en Cokeworth habían revuelto todo en su interior. Desde las ancianas enfrentando a Harkness hasta Rob, el mercenario que había perdonado a Severus por el incidente de la poción. Todos ellos... incluso Víctor, quien había visto algo en Snape y simplemente había dicho: "Quiero ser su amigo".

Sirius miró a Víctor de reojo y se preguntó, por primera vez en años, qué diferente habría sido su vida si hubiera visto a Snape en el tren de Hogwarts como algo más que un futuro Slytherin.

Incluso había llegado a ponerse todo delicado cuando empezó todo ese asunto de los niños. ¿Desde cuándo Sirius Black no estaba a favor de romper unas cuantas leyes si era por una causa justa? Ahora parecía que le habían taladrado en la cabeza que era un adulto responsable y debía seguir las reglas. Pero esas reglas no funcionaban: separaban familias, explotaban niños en callejones y mandaron a un matón a quitarle a su preciado hijo a su víctima.

—¿Y a ti quién te dijo que no me quieren? —replicó Víctor con una sonrisa sarcástica—. Simplemente no puedo heredar. Pero, si quisiera, habría vivido toda mi vida en casa de mi familia y nadie diría nada. Solo que cuando los Hidalgo de España se unieron a una familia mágica zapoteca de México, hicieron un contrato que decía que cualquier hijo sin magia solo podría heredar si se casaba con un mago de buena casta. Lo sellaron con magia de sangre. Una anticuada idea para preservar la magia en la familia —explicó, girando uno de sus anillos con orgullo.

Sirius frunció el ceño. Nunca comprendería ese orgullo. Para él, la familia y la tradición solo eran prisiones. Para Víctor, parecían ser algo más. Algo importante.

—Bueno, si se llevan tan bien, ¿por qué no te dan los malditos ingredientes de…? —No terminó la frase porque la voz de James Potter llamándolo lo hizo paralizarse.

—Güerito, ¿estás bien? —preguntó Víctor, notando su rigidez.

Sirius se sintió ridículo, como un niño atrapado en medio de una travesura. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que se plantó cara a cara con James Potter? Antes lo hacía seguido, incluso se habían golpeado un par de veces. Pero con el tiempo y sus malas decisiones, se había vuelto inseguro. Ahora, simplemente bajaba la cabeza y aceptaba lo que la gente decía, sin cuestionarlo.

Respiró hondo, enderezándose antes de volverse hacia James.

—Hola, James. ¿Qué pasa, amigo? —preguntó con fingida sorpresa.

—Sirius, qué bueno que te encuentro. Necesito que vayas a... ¿cómo se llama ese lugar? “Mill Town”, “Coketown”... y traigas a Lily a casa. Es muy importante —dijo James, con preocupación palpable en la voz.

Sirius arqueó una ceja. —Espera, ¿le pasa algo a Lily? ¿Por qué no puede volver sola? No tiene ni un mes, básicamente, la red Flu no le afecta y la aparición tampoco.

—No le pasa nada, pero está con sus padres. Y ahí también está Snape. Mi madre no… Yo… digo yo no quiero que esté cerca de Snape —dijo James con firmeza, como si fuera la cosa más lógica del mundo.

Sirius tuvo que contener una carcajada. —Oh, por favor, ¿qué van a hacer? ¿Pasarse tips sobre cómo cambiar pañales y limpiar narices? —pensó en decir algo sobre “fabricar pociones que destruirían a la humanidad tal y como se conoce”, pero decidió guardárselo.

—Mis padres dicen que últimamente está irritable y rebelde. Se queja de todo y no parece satisfecha con su situación. Sé que él le está metiendo ideas. Antes era tranquila —agregó James con un tono casi infantil.

James parecía sinceramente preocupado, como si lo que decía fuera un problema real. Sin embargo, Sirius no podía evitar sentirse desconcertado. ¿A qué se refería James con "tranquila"? Quizás Sirius desconocía el alcance del potencial de Lily en pociones, pero lo que sí sabía con certeza era que tranquila no era una palabra que describiera a esa mujer.

Lily Evans era el tipo de persona que nunca bajaba la mirada, ni siquiera ante a alguien tan obstinado como James Potter. Ella lo enfrentaba sin dudar y, cuando lo hacía, barría el suelo con él sin contemplaciones. De hecho, muchos de los insultos de Lily se habían convertido en leyendas entre los pasillos de Hogwarts, dejando a James y a cualquiera que se cruzara con su temperamento completamente pasmados.

Sirius no podía evitar preguntarse si James, en su afán de sobreprotegerla, había olvidado quién era realmente Lily. ¿Desde cuándo ella había sido "tranquila"? ¿Acaso el James que conquistó su corazón había idealizado una versión de Lily que nunca existió? La realidad era que Lily no necesitaba que nadie la rescatara ni mucho menos que alguien interpretara su carácter como si estuviera roto o influido por otros.

Sirius suspiró, consciente de que la conversación estaba a punto de tomar un rumbo incómodo, pero incapaz de ignorar lo absurdo de las preocupaciones de James.

Lo miró con incredulidad. —¿Tranquila? ¿Cuándo? ¿Cuando te cubrió de baba en cuarto año por molestar a sus amigas? ¿O cuando me rompió la cara por ser un narcisista imbécil? —replicó, cargando sus palabras de sarcasmo—. Además, ¿cómo crees que voy a ir a casa de los Evans a decirles: “Señores Evans, que dice James que no les presta a su Lily. ¿Podrían pasármela para que se la regrese”?

—No solo... diles lo que sea. Que estoy muy enfermo y la necesito conmigo. O que hay un asunto urgente. Después yo la llevo a ver a sus padres —suplicó James.

El rostro de Sirius se endureció, pero antes de responder, notó la expresión de Víctor: puro desprecio. Esa mirada decía sin palabras: “¿Qué diablos le pasa a tu amigo?”

—James, soy tu amigo, pero no soy tu mandadero. Ahora estoy ocupado y, si tienes algo de respeto por Lily, vas a esperar a que regrese y hablarás con ella como el adulto responsable que siempre me pides que sea —dijo, cortando el asunto de raíz.

—Es en serio, amigo. Solo te estoy pidiendo una cosa. ¿No crees que lo merezco después de que mi padre tuvo que pasar la vergüenza de pedir que te reincorporaran al departamento de aurores y tú simplemente dijeras “no, gracias”? —replicó James, con ese tono decepcionado que tanto usaba desde en desastre en la Casa de los Gritos.

Sirius sintió la culpa golpearlo. Pero ya no iba a ceder.

—No te pedí que hicieras eso, James. Y, sinceramente, tengo una emergencia, una verdadera emergencia. Así que, si tienes problemas con tu esposa, arréglalos con ella. Y si tantas ganas tienes de verla, sabes dónde está.

James bajó la mirada, balbuceando: —No lo sé.

—¿Qué diablos? —Sirius lo miró incrédulo.

—No lo sé —repitió James—. Nunca me interesó el lugar. Ella siempre traía a sus padres a casa. Apenas recuerdo el nombre.

Víctor soltó un bufido. —¿Te vas a tardar mucho, güerito? Porque no estamos como para quedarnos a convivir —dijo, lanzándole a James una mirada que lo redujo a nada.

—Ya voy, Vic —respondió Sirius antes de volver a James por última vez—. Piensa en todo lo que estás diciendo, James. Si yo fuera ella y escuchara lo que acabas de soltar, te partiría la cara en cuatro antes de huir al otro lado del planeta —y, sin más, lo dejó con la palabra en la boca.

—¿Quién era ese? —preguntó Víctor mientras observaba a James alejarse con la cabeza gacha.

—El fifí estúpido de Lily, queriendo que le busquen a su esposa.

—Un pendejo de mierda, diría yo —respondió Víctor, sin molestarse en disimular su desprecio.

Sirius rió sin ganas. —No sé qué significa, pero por cómo suena, creo que le queda perfecto —dijo con un suspiro, retomando el camino hacia los dichosos ingredientes.

Entre el Boticario del Señor Mulpepper y Slug & Jiggers, se encontraba una pequeña puerta azul estrecha con una ventana donde un jaguar, pintado sobre el vidrio, se paseaba felizmente. La puerta conducía al segundo piso de Slug & Jiggers, donde un ventanal anunciaba en elegantes letras doradas:

"Bezelao Store: Materiales e Ingredientes Especializados para Brujas y Magos Especializados".

Por lo que Sirius sabía, además de ser uno de los mayores proveedores de ingredientes en ambos callejones, incluyendo al señor Mulpepper, la tienda ofrecía productos exóticos y carísimos, frecuentados únicamente por pocionistas expertos.

Al cruzar la puerta, el jaguar de la ventana rugió como si anunciara las visitas. Al fondo de una larga escalera, una mujer sonriente apareció. Sin embargo, al ver a Víctor, la sonrisa desapareció de inmediato.

—Víctor —dijo la mujer fríamente.

—Juanita, ¿cómo estás? ¡Te has cambiado el color del pelo! —saludó Víctor con su habitual desenfado, señalando el cabello rubio de la mujer.

—Joan. Joan Noble. Ya no estamos en tu rancho, querido —respondió ella con indignación, intentando aparentar un acento inglés que apenas podía sostener. Parecía lista para decir algo más, pero se detuvo al notar a Sirius.

Sirius reconoció esa mirada: la misma que le lanzaban las madres de futuras hijas casaderas cuando aún era el heredero de los Black. Con cierta irritación, se aferró al brazo de Víctor, dejando claro que no estaba disponible.

—¿Quién es tu amigo, primo mío? —preguntó Juana-Joan con un interés evidente.

Víctor, divertido, sonrió y deslizó una mano sobre la cintura de Sirius, acercándolo más.

—Este es mi novio, Sirius Black. Mami Black lo tiene un poco cortito y necesita algunos ingredientes urgentemente… a cuenta de la casa, claro. ¿Verdad, mi vida hermosa? —dijo Víctor con una sonrisa que solo podía describirse como teatralmente amorosa.

Sirius, atrapado en el juego, fingió una sonrisa.

 —Sí, mi cielo. Es un asunto realmente urgente, les estaré eternamente agradecido si pudieran ayudarnos con esto.

Mientras Sirius terminaba de hablar, Víctor aprovechó para darle un descarado pellizco en el trasero, provocando que Sirius diera un pequeño salto de sorpresa. Avergonzado y tratando de controlar la situación, le dio un golpe ligero en la muñeca.

—Amor, no seas travieso. Estamos con tu familia.

—Lo siento, cuchurrumín, pero no puedo evitarlo cuando tengo semejante bombón en mis brazos —replicó Víctor, sin ninguna vergüenza.

Juana-Joan no pareció desalentada por la escena; al contrario, sonrió aún más, aunque esa sonrisa iba dirigida únicamente a Sirius, mientras miraba a Víctor con desprecio mal disimulado.

—¿Por qué no pasan? No se queden ahí en la puerta. Víctor, qué chico tan malo eres, trayendo al señor Black así, de sorpresa. ¿Les ofrezco una tacita de té, señor Black? Tenemos variedades de exportación de primera calidad. Dígame qué necesita y se lo traeremos enseguida —dijo, gesticulando para que subieran mientras gritaba con una voz que retumbó en todo el edificio—: ¡Boniface! ¡Pon la tetera y saca los ingredientes buenos!

—¿El primo Bonifacio? —preguntó Víctor, con una malicia evidente—. ¡Hey, primo Bonifacio! ¿Te acuerdas de cuando una matlazihua casi te secuestró en el monte?

Juana-Joan lo fulminó con la mirada, completamente indignada, y desapareció tras una cortina de cuentas doradas.

—¿Qué es una matla… qué? —preguntó Sirius mientras apartaba con discreción la mano de Víctor que volvía a posarse donde no debía.

—Una criatura que secuestra borrachos e infieles, amor de mis amores —explicó Víctor, dándole un descarado beso en la mejilla.

—Si vuelves a hacer eso, te juro que voy a lanzarte un hechizo reductor tan bueno que nadie podrá encontrar tu pene… jamás —amenazó Sirius mientras comenzaba a subir las escaleras.

Víctor simplemente rió, adelantándose lo suficiente para darle una rápida nalgada antes de guiñarle el ojo. —Vamos, chiquito.

Sirius resopló, tratando de controlarse para no matarlo. Ya sabía que esto solo podía traerle problemas.

Al cruzar la cortina, que no era de cuentas doradas sino de auténtico oro macizo, Sirius quedó anonadado por la decoración de la tienda. Aunque por fuera parecía un lugar especializado y refinado, por dentro el mal gusto era abrumador: un exceso de tapicerías bordadas que no combinaban entre sí, estatuas de oro sólido y cuadros que parecían competir entre ellos para ver cuál desentonaba más.

—Veo que cambiaron la decoración —comentó Víctor, con un tono notablemente más frío de lo habitual.

—Por supuesto. Todas esas cositas del pueblo hacían que los clientes pensaran que éramos un par de campesinos ignorantes. Ahora, al menos, se ve todo decente —respondió Juana-Joan, mirando a Sirius como buscando su aprobación.

Sirius, sin embargo, estaba demasiado ocupado observando el terciopelo de un horrible sillón Luis XV, color naranja, que parecía vomitar mal gusto. Intentó mantener la compostura mientras se sentaba, solo para que Víctor lo rodeara con un brazo, jalándolo contra su pecho.

Mientras Juana-Joan continuaba gritando órdenes a Boniface-Bonifacio, Sirius no pudo evitar preguntarse si el hombre había caído en el alcoholismo por tener que soportar semejantes chillidos.

Finalmente, Boniface-Bonifacio entró con una bandeja de té y galletas. Su apariencia era tan artificial que el glamour que usaba para ocultar su verdadero rostro se notaba a simple vista.

—Señor Black, un honor tenerlo aquí. Dígame qué necesita, estoy seguro de que podemos ayudarle. Para nosotros, un miembro de los Sagrados Veintiocho más que un cliente, es un privilegio —dijo, casi baboseando de admiración.

—Víctor, querido, espero que tomes su apellido cuando se casen. Imagínate lo terrible que sería que sus hijos llevaran un nombre como Alphard Hidalgo. ¡Qué burla para ciertos círculos sociales! —añadió Juana-Joan con ridícula solemnidad.

—Estamos pensando en llamar a nuestro primer hijo Teófilo si es niño y Apolonia si es niña. Mi dulce tamalito de piña cree que suena exótico —dijo Víctor con una sonrisa encantadora, disfrutando plenamente de la cara de disgusto de Juana-Joan, de la misma manera que Sirius habría disfrutado provocando a su madre.

Ya podía imaginarlo: "Madre, este es Severus Snape. Es un mestizo más pobre que los Weasley, papá soltero y además se burló de Voldemort en su cara. Pero, hey, es Slytherin, justo como querías".
Sí… Snape era el indicado para darle el infarto adecuado a la vieja. Víctor, con su fortuna y siglos de tradición mágica, probablemente solo le provocaría un ligero dolor de cabeza.

Prima, no es por molestar, pero las cosas que mi alma necesita son urgentes. Mi cosito hermoso es un hombre muy ocupado —continuó Víctor, pellizcando la mejilla de Sirius antes de sacar una lista de ingredientes tan caros que, si Sirius intentaba pagarlos con lo que quedaba de la herencia de su tío Alphard, quedaría en bancarrota.

—Oh, claro. Hay algunas cosas que aún no hemos sacado de la bodega. ¿Por qué no acompañas a Boniface y le ayudas a buscarlas? Mientras tanto, yo me quedaré cuidando a tu novio. No queremos que se ensucie con todo ese polvo; después de todo, tú ya estás acostumbrado a esos trabajos sucios.

Víctor se levantó, y antes de marcharse, besó la coronilla de Sirius y se despidió con un alegre:

—Ahorita regreso, osito de miel. Te diría que estés tranquilo, pero Juana tiene fama de morder. —Y sin esperar respuesta, jaló a Boniface-Bonifacio mientras añadía campante— Vamos, Boni bonito, el tiempo apremia.

—¡No, cariño! ¿Cómo voy a dejarte solo? Yo voy contigo. Así terminamos más rápido —suplicó Sirius, intentando seguirlo. No había manera de quedarse a solas con aquella loca.

—¿Cómo crees que vamos a permitir que un invitado, y menos un Black, haga semejante trabajo de sirvientes? —respondió Juana-Joan, sujetándolo del brazo con una fuerza descomunal y obligándolo a sentarse de nuevo.

—Ya escuchaste, dulce panquecito de miel y azúcar. Quédate aquí; Juanita te va a tratar muy bien —añadió Víctor con una sonrisa maliciosa que Sirius solo pudo catalogar como sádica.

Entonces lo comprendió: Víctor Hidalgo era un maldito sádico que disfrutaba viendo el mundo arder, escondido tras su fachada de amabilidad y encanto. Sirius extendió la mano, intentando inútilmente aferrarse al traidor egoísta que lo dejaba a merced de Juana-Joan.

—Ven, querido. Siéntate. Discúlpame por mi querido primo. Su madre, una mujer primitiva, nunca le enseñó modales. ¿Sabías que se casó con un muggle? Por eso el pobre Víctor no tiene magia. Hemos intentado incluirlo en la familia, pero su naturaleza... agropecuaria siempre aflora en los peores momentos.

Sirius, a regañadientes, volvió a sentarse en el sillón espantosamente naranja.

—A mí me parece un buen chico, a pesar de ser un pequeño puñado tiene el corazón en el lugar correcto —respondió a la defensiva, mientras pensaba: "Y también es un sádico, maltratador infeliz. Nunca en la vida volveré a ser su novio".

Juana-Joan continuó, condescendiente:

—No digo que no sea un buen chico. Un chico sin clase, pero bueno. ¿Ya han pensado en qué bruja tendrá a sus hijos? Tengo una buena chica saliendo de Beauxbatons: bonita, criada en Europa y con todas las cualidades para ser madre de un niño Black.

Sirius suspiró, exasperado. Rompió discretamente el glamour de Juana-Joan, solo para darse el gusto de descubrir que su verdadera apariencia era más bonita: piel dorada y cabello oscuro largo y brillante. ¿Era posible que alguien se disfrazara tan ridículamente por complejos de inferioridad?

La mujer, ajena a que su glamour había sido deshecho, siguió parloteando. Sirius no podía evitar comparar sus palabras con los desprecios de Walburga Black, y de repente entendió por qué Víctor no solo no podía pedir las cosas directamente, sino que se veía obligado a utilizarlo como moneda de cambio para obtener los ingredientes. Ninguno de ellos estaba dispuesto a hacerle un favor sin imponer sus condiciones, y aun así, parecían dispuestos a hacer todo lo posible para ponerle el pie.

Víctor regresó al fin, cubierto de polvo y cargando una caja enorme con los ingredientes. Ignorando por completo la falta de glamour de su prima, la abrazó, restregando intencionalmente la suciedad en su fina túnica de seda.

—Gracias, prima. No sabes cuánto te lo agradezco. En fin, mi bizcochito y yo tenemos cosas que hacer. ¡Chaito!

—No es necesario que se vayan tan pronto. El señor Black y yo estábamos entendiéndonos muy bien, ¿verdad? —dijo Juana-Joan, intentando jalar a Sirius de nuevo al sillón.

Sirius se apartó bruscamente y respondió, liberando una verdad que llevaba acumulada desde hacía rato:

—No lo creo. No hablo "perra absoluta", y me suicidaría antes de tener un hijo con tu aburrida hija. Ah, y por favor, quítate ese glamour. El rubio mazorca no le queda bien a nadie.

Sin mirar atrás, Sirius salió de la habitación, ignorando los gritos histéricos de Juana-Joan, los intentos de Boniface-Bonifacio por calmarla y las carcajadas de Víctor, que resonaban como las de un demente.

—No entiendo cómo los aguantas —dijo Sirius mientras salían del local y se dirigían a la red Flu más cercana, cuidando de no malograr los ingredientes con una aparición apresurada.

—En general, solo me dan lástima. No son más que un par de pendejitos soñando con entrar al exclusivo club de la alta sociedad europea. Por más ricos e importantes que seamos en nuestro país, lo único que ven esos presumidos de la hais "sangre pura" es el árbol genealógico, y nosotros no tenemos manchitas, tenemos ríos de petróleo de lo que llaman "sangre sucia" corriendo por nuestras venas. Así que, en realidad, son solo sueños guajiros que los mantendrán amargados toda su vida. Además, ¿por qué preocuparme por ellos cuando tengo un montón de familia que sí vale la pena? —respondió Víctor con un tono ligero, pero lleno de certeza.

Sirius lo escuchó, y aunque no lo admitiría en voz alta, sintió una punzada de envidia ante el aplomo de Víctor. Él jamás había logrado soportar las humillaciones de su madre sin explotar, ni siquiera una sola vez.

—Bueno, espero que puedas casarte con un mago decente y regresar a casa —le deseó Sirius, algo resignado.

—No seas tonto, güerito. No vine aquí a casarme, eso sería como diría el gran Robert Pevka: “Aburrido como la muerte”. —se burló Víctor, riendo con esa despreocupación tan característica.

—Entonces, ¿qué demonios haces aquí? —preguntó Sirius con genuina curiosidad.

—Verás, un amigo me habló de un tal Sid Vicious que estaba haciendo cosas interesantes por aquí. Desgraciadamente, llegué demasiado tarde para verlo en acción. Aunque, eso sí, esa chica Vivienne Westwood es realmente encantadora... —respondió Víctor con aire soñador, como si estuviera recordando algo divertido.

Sirius lo dejó seguir hablando. Después de haber conocido a sus primos, escuchar a Víctor hablar hasta por los codos resultaba incluso agradable. Al menos su charla despreocupada hacía que todo lo ocurrido en ese odioso local quedara momentáneamente olvidado.

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¡Confundo! —Lily lanzó el hechizo sobre Selene, una de las lechuzas de la familia Potter, haciendo que el ave olvidara su propósito y alzara el vuelo sin rumbo.

—Lily, ya van como tres lechuzas y dos Patronus. ¿No crees que sería mejor que hables directamente con tu marido? —dijo Severus desde el interior del cobertizo que habían transformado en laboratorio, asomándose por el marco de la puerta con las cejas enarcadas.

—Dejé una nota bastante clara diciendo que iba a pasar la noche en casa de mi madre. Si él necesita más que eso, es su problema. No voy a ser controlada como si fuera una adolescente por mi marido y su santurrona familia —refunfuñó Lily mientras entraba de nuevo al cobertizo, secándose las manos en el delantal con una expresión de exasperación.

Severus dejó el libro que estaba consultando sobre la mesa, apoyándose en las notas que había escrito al margen de un desgastado ejemplar de Los cuentos de los hermanos Grimm—que, para sorpresa de pocos, también contenía una impresionante cantidad de hechizos oscuros y pociones olvidadas.

—¿Y no te da miedo que el imbécil se aparezca aquí y nos atrape? Porque, Lily, honestamente estamos violando unas cincuenta leyes sobre pociones y el comercio de ingredientes, sin mencionar que varios de estos son técnicamente ilegales —comentó, mirando de reojo la grotesca escena sobre la mesa: una lechuza abierta en canal junto a una rata y una liebre que, habían sido cortesía de Robert Pevka.

—No lo hará —replicó Lily con confianza, colocando una de las herramientas quirúrgicas mágicas en un recipiente lleno de algo que parecía poción desinfectante—. No conoce la ubicación exacta de este lugar, y además le tiene miedo a Cokeworth. No sé por qué, pero está convencido de que lo van a robar en la primera esquina.

Severus resopló, volviendo a centrarse en las notas del libro antes de contestar.

—Lily, no es por defender al irritante cuatro ojos de tu marido, pero siendo honestos... es un niño rico que nadie aquí conoce. Por supuesto que lo van a robar en la primera esquina. Sus ridículos zapatitos de piel probablemente se estarían vendiendo como contrabando en Ebonwilde en menos de cinco minutos. Y ni hablemos de sus calzoncillos de seda con hechizo de limpieza especial.

Lily se rió con ironía, sacudiendo la cabeza mientras añadía algo más a sus anotaciones sobre el experimento.

—Ni me lo digas. Cada vez que le digo “viste discreto,” aparece con el "modesto" reloj de oro que, según él, no tiene incrustaciones de diamantes.

—Estúpidos magos ricos —se quejó Severus—. Black apenas se salva porque estoy con él. Si no, ya lo habrían dejado desnudo en un oscuro callejón. El idiota usa esa maldita chaqueta de piel que huele a millones, creyendo que se camufla como uno de nosotros. El muy imbécil.

Ambos compartieron una sonrisa sardónica antes de volver a la tarea que tenían enfrente. Lily comenzó a revisar nuevamente las entrañas de la lechuza, mientras Severus ajustaba las medidas de un reactivo sobre la mesa.

Entretanto, Robert Pevka estaba en el bosque con una máscara antigas tomando fotografías de la devastación ecológica, cumpliendo con el encargo que las yentas le dieron desde un teléfono público.

Las fotos iban a ser publicadas en The Keeper, el prestigioso diario donde trabajaba Jimmy Khan, el hijo mayor de la señora Khan. Claro, eso sería posible solo si las yentas lograban concluir su peculiar huida por todo Cokeworth a bordo de un Rolls-Royce robado. En el maletero, el legítimo dueño del vehículo y su asistente permanecían amordazados, probablemente cuestionándose en qué momento todo había salido tan terriblemente mal.

Severus apartó las notas y comenzó a acomodar un caldero y cuatro ollas viejas de hierro que habían usado Lily y él como sustitutos de calderos. Entre ellos, habían calculado un total de cinco calderos con diferentes emulsiones que debían hervir al mismo tiempo. Por eso, añadieron a la parrilla de gas la estufa de los Pevka, que tuvo que ser desinstalada, trasladada y conectada al suministro de gas del deshuesadero. Severus se encargaría de la poción, mientras Lily haría los cálculos y mediría las dosis para los veinte niños en el hospital. Ella era muy precisa con las cantidades.

Repentinamente, Lily llamó su atención.

—Severus, ven a observar el ventrículo izquierdo de las muestras dos y tres.

Severus se acercó a la rata y la liebre y observó el corazón de ambos animales. Cada uno presentaba una hinchazón extraña en el ventrículo izquierdo.

—¿No te parece que ambas deformaciones tienen forma de pulpo?

—Síndrome de Takotsubo —murmuró Severus, observando también el ventrículo de la lechuza, que estaba completamente destrozado.

—Parece, ¿no? Pero ¿qué podría someter a un animal a este nivel de estrés?

—La mezcla de ortigas de cáñamo y moco de gusarajo puede causar pesadillas —respondió Severus, estremeciéndose. Ni intentándolo a propósito habría inventado algo tan terrible como esa poción.

—Pero los sueños no pueden matar a nadie. Es casi imposible morir de miedo. El síndrome de Takotsubo solo afecta a personas mayores o con afecciones cardíacas.

—Piénsalo, Lily. Ellos están atrapados en un bucle de pesadillas. No sabemos el desgaste que podría causar un ciclo de horas de terror. No solo han tenido un mal sueño, sino varios. Además, podrían ser verdaderos terrores nocturnos si alguno de los ingredientes tiene efectos estimulantes.

Lily y Severus repasaron la lista de ingredientes en sus mentes y, de repente, sus miradas se cruzaron, aún más culpables de lo que ya se sentían.

—La garra molida de nundu —dijo Lily con fatalidad, mientras Severus asentía y golpeaba la mesa con frustración.

—Si esos niños despiertan, estarán traumatizados de por vida —maldijo Severus.

No podía evitar pensar en el dolor que les habría ahorrado a todos si hubiera hecho lo que debía y dejado a Darcy en el hospital. Él nunca tuvo derecho a nada bueno, pero por otro lado, las cosas que estaría haciendo para el señor Tenebroso en ese momento podrían haber sido peores. Estaría solo, sin un pequeño engendro llorón y babeante que le diera algo de emoción a su vida. Aún así, no sabía cuánto podría resistir la culpa de estar dañando a personas que realmente apreciaba.

De pronto, sintió el impulso de ir, buscar al señor Tenebroso y acabar con todo eso de una vez, solo para que dejara de usar a su gente como chivos expiatorios.

—Espera un segundo. Si añadimos una base con los principios del "sueño sin sueños", tal vez ellos podrían despertar sin recordar sus pesadillas. Puede que quede algo de miedo o rechazo persistente a ciertas cosas, pero sería mucho mejor que un trauma de por vida —la voz de Lily interrumpió sus pensamientos catastróficos, mientras anotaba en un pedazo de papel los pasos adicionales para el prototipo de la cura.

—Pero la valeriana y la ortiga común chocan con la ortiga de cáñamo y los trozos de huevo de runespoor. ¿No fue mezclar pociones irresponsablemente lo que nos llevó a ese desastre? —la cuestionó Severus. Con su suerte, la cura terminaría derritiendo el cerebro de los niños o algo así de terrible.

—Si hervimos la valeriana y el huevo en agua con sal y vinagre de vino blanco y luego los lavamos, podemos quitar las propiedades alcalinas que chocan con los otros ingredientes. Así lo hice para la poción que dejó calvo a Sirius en la escuela, y otras pociones. No con exactamente valeriana y huevo de runespoor, pero podemos hacer pruebas antes de probarlo.

Mientras Severus analizaba la viabilidad del plan, entraron al cobertizo Black y Víctor con los ingredientes.

—Gracias a Merlín, pedimos que fingieran ser novios para conseguir ingredientes de pociones, no que tuvieran toda una cita romántica en el callejón Diagon —se quejó Lily mientras metía la cabeza en la caja con ingredientes.

—Oye, mejor no digas nada. Este retraso es tu culpa. Nos topamos con James en el camino. Al parecer no le gusta que estés en casa de tus papás.

—Oh, sí, ya van como cuatro lechuzas y un par de patronus. Eso sí, espero que ninguna haya muerto en el camino con esas emisiones de niebla asesina —respondió Lily desestimando el reclamo de Black.

—Tres lechuzas, en realidad. No exageres, Lily —la corrigió Severus mientras comenzaba a ponerse manos a la obra con la poción.

—¿Y eso no es preocupante? —se quejó Black.

—Créeme, lo es. De seguro te lo encontraste comprando un nuevo proyecto de escoba de Quidditch que va a armar en la casa grande, como pretexto para no hablarme las próximas semanas. Pero, honestamente, si se pone así por una visita a mis padres sin el contexto real de la situación, no quiero hablar esas mismas semanas con él —respondió Lily con indiferencia, mientras comenzaba a pesar y separar los ingredientes—. Ahora, si me disculpas, tenemos que trabajar.

Severus conocía lo suficiente a Lily como para saber que realmente estaba dolida con la situación, pero no podía hacer mucho en ese momento. Lo mejor sería ayudarla a distraerse, metiéndose de lleno en el trabajo, hasta que ella misma quisiera hablar de eso.

—O sea, ni un "gracias, Sirius, por sacrificarte por el equipo" —se quejó Black.

—Gracias, Black, por sacrificarte fingiendo ser la pareja del latino heredero millonario visualmente atractivo —respondió Severus con sequedad, mientras seguía trabajando en la poción.

El cobertizo se llenó de actividad en cuanto Severus y Lily comenzaron a trabajar en la poción con los nuevos ingredientes. Lily pesaba y clasificaba mientras Severus encendía las estufas, revisaba las notas, y ajustaba los calderos improvisados. Víctor, sentado en un rincón con una taza de té que encontró milagrosamente entre el caos, observaba con calma el ajetreo, mientras Sirius seguía refunfuñando.

—Claro, no hay problema, Severus. Yo me sacrifico en el altar de los primos locos y me llevo los reclamos sobre Lily gratis. Todo sea por el equipo —dijo Sirius, tirándose en una silla desvencijada con un gesto teatral.

—Oh, Black, ¿quieres una medalla? Quizás podríamos hacerte una camiseta conmemorativa que diga: "Sobreviví al calor latino y al ego de James Potter en un mismo día" —respondió Severus, sin apartar la mirada del caldero.

—Tú ríete, Snape, pero seguro que habría un mercado de camisetas para eso. —Sirius cruzó los brazos, pero un leve brillo de diversión se asomaba en su expresión.

Lily suspiró, cansada de las quejas de Sirius, y decidió ponerle en su lugar de una vez por todas.

—Sirius, ¿quieres saber cómo puedes ayudar? Puedes preparar las herramientas que Severus necesita. Pon orden en este desastre o, mejor aún, quédate callado. Cualquiera de esas opciones me sirve.

Víctor dejó escapar una risa leve desde su rincón y agregó con su tono amable pero cargado de ironía:

—O podrías mandar tu experiencia como novio falso a Corazón de Bruja. De seguro sería un éxito.

Sirius le lanzó una mirada que prometía venganza, pero antes de que pudiera responder, Severus levantó una mano para callarlos a todos.

—Silencio. Si algo sale mal porque alguien no paró de hablar, los voy a usar como sujetos de prueba para la poción.

El cobertizo se quedó en silencio por un momento, roto solo por el sonido del burbujeo de los calderos y las ollas. Sirius, resignado, se puso de pie y comenzó a organizar herramientas mientras murmuraba algo sobre cómo su vida había llegado a esto.

Lily, por su parte, se concentró en sus cálculos, aunque su mente seguía rondando las palabras de Sirius sobre James. Aún dolida, decidió enterrarse aún más en el trabajo, convencida de que terminar la poción era mucho más importante que cualquier discusión matrimonial. Mientras tanto, Severus enfocaba toda su atención en las emulsiones y preparativos, su rostro tan serio como siempre, pero con una ligera tensión en las comisuras de su boca, reflejo de lo complicado que era lidiar con todo el caos y sentimiento de culpa.

Finalmente, Víctor, que seguía tranquilo en su rincón, sorbió su té y dijo:

—Sinceramente, ustedes tres son mi mejor telenovela. 

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Entre frenazos, giros bruscos y un interminable intercambio de gritos en varios idiomas, las yentas debatían apasionadamente sobre el mejor camino para evitar ser interceptadas, todo mientras una de ellas sujetaba con firmeza las fotos de Robert Pevka, asegurándose de que las pruebas de la devastación ecológica llegaran intactas a su destino.

—¡Izquierda, Hernández, izquierda! —gritó la señora Shapiro, agitando un mapa completamente desactualizado.

—¿Izquierda? ¡Pero el Tesco está a la derecha! —respondió la señora Khan, con una mezcla de incredulidad y desesperación.

—¡Pasaremos junto a la comisaría si vamos por el Tesco, Hernández! ¡Con un coche robado! —le recordó la señora Petrov.

En el asiento trasero, la señora Khan usaba el teléfono del auto para asegurarse de que Jimmy estuviera preparado para recibir las fotos en cuanto antes, dejándole un mensaje contundente a su contestadora.

—¡Jimmy, cariño! Ya vamos con el material más importante de toda tu maldita carrera. Si no lo publicas en la primera plana, no vuelvas a casa en Navidad —dijo con tono dulce, aunque la amenaza era más que evidente.

Mientras tanto, el motor del Rolls-Royce rugía con fuerza, resonando por las viejas calles de Cokeworth, dejando tras de sí una estela de confusión, risas histéricas y un par de policías rascándose la cabeza, preguntándose si aquello era un caso para el Departamento de Regulación de Tránsito o para la Brigada Antiterrorista.  

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Eran las dos de la mañana y los vapores salían de las ventanas del cobertizo. Dos ollas de hierro habían explotado, y fue necesario que Sirius se colara en su departamento para conseguir su viejo caldero de la escuela y reemplazar una olla que no tuvo salvación. Se recolectaron tres ardillas más, víctimas del gas, como sujetos de prueba, a las que el par de psicópatas bautizó alegremente como Mr. Pin, Mr. Strand y Miss Needle. Sirius prefirió no saber el destino de las tres ardillas dormidas y decidió no preguntar.

Mientras tanto, seguían pasando las horas y con ellas la tensión aumentaba. Snape y Lily se habían gritado un par de veces, incluso hubo unas cuantas amenazas de muerte, pero seguían trabajando duro. Sirius no sabía qué tan bueno era que la chica embarazada estuviera desvelándose, haciendo pociones precisamente.

En algún momento de la madrugada, llegaron las ancianas del juego de cartas, conduciendo en el Rolls-Royce del hijo del dueño del molino, a quien sacaron del maletero con su asistente, junto con varios envases de plástico con comida que repartieron a todos, incluyendo a Sirius. Pero también alimentaron a Harkness y al asistente, que estaban bien amarrados a un poste junto al portón del deshuesadero, mientras la señora Khan los vigilaba con ojo de halcón.

No parecían ni siquiera impresionadas de que hubiera dos chicos trabajando en una cura secreta para los niños en el cobertizo de Rober Pevka. Ni siquiera se opusieron a quedarse lejos del cobertizo. Ellas solo confiaban mientras hacían lo suyo, recibiendo llamadas a la residencia Pevka, ya sea de la policía muggle o incluso del mismo dueño del molino. Al parecer, mientras ellos buscaban una cura, esas mujeres estaban gestionando sus propios planes.

Sirius salió de la casa de los Pevka rumbo al deshuesadero, caminando sin rumbo entre la chatarra, hasta que sintió que sus pies se cansaban. Necesitaba un cigarrillo; hacía horas que no había fumado y ahora lo necesitaba con urgencia. Buscó en su chaqueta y sacó la cajetilla de cigarros. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que sus manos temblaban, tanto que la cajetilla de cigarrillos salió volando… no, más bien se resbaló. Se resbaló por la sangre que corría entre sus dedos. En algún momento de la caminata, inconscientemente se había rascado el dorso de la mano izquierda hasta hacerse sangrar.

Se había hecho un maldito hoyo y ni siquiera lo había notado. Entonces, su respiración se aceleró y cayó de rodillas en la grava. Intentó calmarse, pero fue imposible con el mareo, y las lágrimas no le dejaban ver nada. Cuando Víctor y la gran anciana rusa del juego de cartas salieron corriendo en su auxilio, notó que estaba gritando y llorando como un demente.

No, no como un demente. Él no era un demente, no podía volverse loco, no ahora.

—Tranquilo, muchacho, estás teniendo un ataque de pánico —dijo una voz que se asomó entre la bruma.

—No, no es cierto. Me estoy volviendo loco, como mi tío bisabuelo, mi madre... y la prima Bella.

—No te estás volviendo loco, solo es pánico —dijo la voz, una mujer con un leve acento ruso—. Solo respira hondo, chico, respira hondo.

—Me estoy volviendo loco… tengo la locura de los Black —balbuceó Sirius, mientras lentamente se calmaba.

—No, querido, no estás loco, solo es pánico —dijo la anciana rusa, mientras tomaba sus manos llenas de sangre.

Sirius respiró hondo.

—Eso es, así se hace. Mantenlo cinco segundos y suéltalo. Yo contaré por ti, uno… dos…

Ella siguió contando hasta cinco. Lo hizo varias veces mientras Sirius se calmaba.

—Víctor, sé un buen chico y trae una cubeta con agua y un paño para limpiarle las manos —dijo la mujer.

Sirius había olvidado por completo a Víctor. Observó al chico salir con cara de preocupación. Genial, ahora todos sabrían que se había roto como un palillo.

—Tranquilo, chico. Aquí todos tenemos nuestras cosas. Nadie te juzgaría por un par de detalles, pero te recomendaría que busques a un profesional.

—No, usted dijo que no estaba loco, solo era pánico —respondió Sirius, a la defensiva.

—Chico, la locura no existe. Es un término obsoleto que la gente usaba para encerrar y esconder a personas con problemas. Ahora solo hay condiciones y síndromes. Si no hay cura, por lo menos hay tratamiento. Deberías pensarlo, hablar con un profesional aumentaría tu calidad de vida.

—¿Y usted cómo sabe eso? Podrían darse cuenta de que realmente estoy mal y encerrarme de por vida.

—Bueno, acabas de hablar con una profesional, y no puedes negar que las cosas han mejorado bastante, porque apuesto mi doctorado en psiquiatría de la URSS que no ha sido el primero.

Sirius la miró con la boca abierta.

—¿Usted es...?

—Claro, aquí soy la señora Petrov, pero en la URSS era la doctora en psiquiatría Petrov. Aunque mis estudios no tienen ningún valor en este país, no me quemé las pestañas estudiando años sin aprender nada.

La noche era oscura, pero el cielo aún mostraba algunas estrellas, brillando tímidamente entre el humo de la chimenea del molino. Sirius, se quedó observándolas sentado en la gravilla, sosteniendo el cigarro que le había ofrecido la señora Petrov. Ella lo observaba con atención, como si sus ojos grises fueran capaces de descifrar los secretos más profundos de su alma.

—Y yo soy Sirius Black —murmuró él, con una sonrisa amarga—, y he visto la locura de los Black y lo que hace. No hay forma de salir de eso.

La mujer sacó otro cigarro de su cajetilla, encendiéndolo sin prisa. Luego exhaló una bocanada de humo, su expresión mezcla de escepticismo y empatía.

—Déjame adivinar —dijo con su acento ruso marcado—. Tu familia tiene esa peculiar habilidad de las élites para esconder bajo la alfombra las condiciones hereditarias, tratándolas como si fueran maldiciones. Seguro has visto a muchos parientes encerrados en sótanos o fingiendo estar cuerdos mientras hacen lo que los ricos llaman “pequeñas excentricidades”. ¿Quemar cortinas? ¿Intentar suicidarse o matar a alguien?

Sirius soltó una risa seca.

—Sí, algo así. Mi madre solía lanzarme platos para “ponerme en mi lugar” cuando me encerraba en mi habitación por las noches para que ella no entrara.

La señora Petrov asintió, como si aquella confesión le confirmara algo que ya sabía.

—Conozco las historias de terror. Pero, escucha, muchas veces esos grupos de ignorantes hacen más grande lo que podría tratarse con ayuda adecuada. Puedo jurar que ninguna de las víctimas de esa “locura Black” recibió tratamiento, ¿cierto?

Sirius negó con la cabeza, mordiéndose el labio. La imagen de su madre intentando lanzarle un Crucio a su padre cruzó su mente como un rayo. “¡¡No estoy loca!!”, había gritado ella aquella noche, con ojos desorbitados. Sirius sabía lo que significaba tener dos padres nacidos de una familia como la suya, el hijo de un par de primos que se casaron para “mantener la pureza”. ¿Qué probabilidad había de que él no heredara algo de esa "maldición"?

La señora Petrov continuó, su voz tranquila pero firme:

—Entonces, no sé tú, pero veo que tienes dos opciones. Puedes hacer lo que hacen tus parientes: esconderlo toda tu vida, sin importar cuánto daño cause, tanto a ti como a las personas que intentan estar cerca de ti. Porque, si es como cuentas lo de tu madre, el daño físico también puede ser un síntoma. O puedes buscar ayuda y mejorar tu vida. Tal vez no sea una cura mágica, pero incluso una pequeña mejora es mejor que nada, ¿no?

Sirius tragó saliva. Nunca nadie le había hablado así, como si su peor temor no fuera una sentencia irrevocable. Nadie había puesto en palabras su lucha constante por no perder el control. Era cierto, desde que dejó Hogwarts, algunos síntomas se habían calmado. Pero no se habían ido. Y el miedo seguía ahí. Quizás por eso siempre había usado a James como su referencia de normalidad, para aferrarse a algo que lo alejara de su miedo a sí mismo.

La señora Petrov le ofreció una sonrisa antes de dar otra calada a su cigarro.

—Piénsalo. Si decides buscar ayuda, incluso puedo echarte una mano con la consulta si el dinero de papi prefiere cubrir licor y rameras en lugar de la salud de su hijo. O lo que sea que los ricos de familias “respetables” hagan ahora.

La broma lo hizo sonreír, aunque una lágrima silenciosa resbaló por su mejilla. Sirius apartó la vista, avergonzado. Nadie le había hablado así antes: directo, pero sin juzgarlo. Por primera vez, la “maldición” no parecía tan incurable.

—Gracias —murmuró, casi inaudible, mientras las lágrimas caían sin permiso.

La señora Petrov no dijo nada. Ambos permanecieron en un cómodo silencio, fumando bajo las estrellas. Al poco rato, llegó Víctor, cargando una tina con agua y un paño. Sin hacer preguntas, se arrodillo junto a Sirius y comenzó a limpiar sus manos ensangrentadas. Víctor no habló, pero su presencia fue un consuelo.

Mientras los tres observaban el cielo, Sirius sintió algo que hacía mucho no experimentaba: un tenue atisbo de esperanza.

Eran casi las cuatro de la mañana cuando Snape salió del cobertizo, con el rostro cansado y unas ojeras profundas. A su lado iba Lily, igual de agotada, aunque llevaba con orgullo una caja de cartón con agujeros para respirar. Desde dentro se escuchaban chillidos de ardilla y el rasguido de garras correteando.

—¿Funcionó? —preguntó Robert Pevka, con una mezcla de incredulidad y esperanza.

—Funcionó. Los tres sujetos están despiertos y sin rastro de veneno. Miss Needle sigue algo mareada, pero no parece haber efectos secundarios —respondió Snape, su tono más pragmático que emocionado.

Antes de que pudiera reaccionar, Robert lo abrazó con tal fuerza que lo levantó del suelo, haciéndolo girar mientras Snape lanzaba gritos indignados. Sirius dejó escapar una risa ligera, sintiendo cómo la ansiedad que lo había consumido toda la noche comenzaba a disiparse. Por fin un avance. Sabían que esto podía tomar días o incluso semanas, pero no tenían ese lujo; cada minuto contaba.

—¿Y ahora qué sigue? —preguntó Sirius, listo para entrar en acción.

Snape los guio de vuelta al cobertizo, dejando fuera a las abuelas, quienes en ese momento le daban un sermón monumental a Harkness. Sirius no podía evitar sentir lástima por el hombre; las ancianas tenían una habilidad especial para hacer que cualquier persona deseara no haber nacido.

El cobertizo estaba sorprendentemente ordenado. Los restos de ingredientes, olores penetrantes y pergaminos dispersos habían sido reemplazados por una mesa despejada. Sobre ella descansaban una botella de jarabe etiquetada con cinta blanca que decía “Niebla 2” y una caja con pequeños frascos de vidrio, cada uno con un nombre escrito a mano.

—Éstas —dijo Snape, señalando los frascos pequeños— son dosis únicas e insustituibles. Están marcadas para cada niño en específico. Si alguna se rompe o se administra al niño equivocado, no puedo ni describir los problemas que tendremos. Trátenlas como su propia vida.

Snape hizo una pausa y, mirando a Sirius, añadió:

—No, mejor trátalas como si la vida del bebé de Lily dependiera de ello.

Sirius se encogió ligeramente, sintiendo la vergüenza arder en su interior. Todo el mundo parecía percatarse de lo poco que valoraba su propia vida, como si no fuera más que una moneda de cambio, podría intercambiar su vida incluso por un cigarrillo y no le importaría de ninguna manera. Quizá, pensó, debería tomar en serio el consejo de la señora Petrov y buscar ayuda profesional.

—¿Y esta cosita de aquí? —preguntó Víctor, señalando el frasco mayor marcado como “Niebla 2”.

—Es una fórmula que, al contacto con el agua infectada, libera una niebla azul capaz de rastrear y neutralizar por completo la niebla verde. Ni siquiera necesitamos buscar el origen del veneno; se encargará sola —explicó Lily con orgullo.

—Eso es… por Dios. ¡Eso revolucionaría el mundo de las pociones! Podría salvar vidas en accidentes con pociones y ayudar incluso a los aurores —dijo Sirius con asombro.

—Sí, una lástima que nunca verá la luz del día —replicó Lily con tristeza.

—¿Por qué no? —preguntó Sirius, confundido.

—Porque somos mestizos sin una maestría reconocida. Según tu sociedad, Lily debería estar pariendo bebés en lugar de investigar pociones. Lo más probable es que nos arresten y den el crédito a un mago “adecuado” —dijo Snape con amargura. Lily asintió con pesar.

—Dejemos eso por ahora —interrumpió Lily, cambiando de tema—. Lo importante es cómo vamos a entrar al hospital y administrar esto sin que nadie lo note.

—Podríamos usar encantamientos desilusionadores… —comenzó Sirius.

—A menos que quieras matar a alguien, Black, ni se te ocurra usar magia cerca de la maquinaria del hospital. Es delicadísima. ¿No te enseñaron eso en la escuela de Aurores? —lo interrumpió Snape con desprecio.

—No, porque se supone que debemos quedarnos en nuestro lado y respetar el estatuto secreto —se defendió Sirius.

—Vaya, así que sí respetan algo —murmuró Snape sarcásticamente.

—¡Paren su carro los dos! No me importa si son enemigos de por vida o si se jalaban las trenzas en la escuela. —los interrumpió Robert Pevka—. Si quieren entrar al hospital, yo puedo hacerlo. Solo necesito a Severus, al fifí y un conductor de huida.

Lily levantó la mano para ofrecerse, pero Robert la detuvo en seco.

—De ninguna manera, señorita. Necesitas comer algo y descansar. Has hecho más que suficiente. Además, cualquiera puede ver que estar expuesta a esos vapores no fue lo más saludable para ti o tu bebé.

—Tiene razón, Lily. Descansa. Te juro que me aseguraré de darles la cura, es insano que sigas así —añadió Snape, con un tono más suave.

—Está bien… solo, por favor, no lo arruinen. No creo que podamos conseguir de nuevo todos los ingredientes si algo sale mal —aceptó Lily con resignación.

—Tranquila, rojita. Yo conozco al mejor conductor de huida de la ciudad —dijo Víctor con una sonrisa.

—¿No me digas que eres tú? —preguntó Lily, dudosa.

—Tú tranquila, yo nervioso, rojita —respondió Víctor, con una confianza que no logró calmarla ni un poco.

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—Muy bien, me estacionaré en ese callejón. Por favor, no la caguen. Y, Severus, ponte un maldito suéter bajo la chaqueta. ¿No ves que si te enfermas puedes contagiar al niño? —dijo la señora Shapiro antes de alejarse para esconder el coche de huida, que resultó ser nada menos que el Rolls-Royce robado de Harkness junior.

Al parecer, el privilegiado hijo del dueño del molino estaba ahora en una intervención de drogas improvisada, organizada por las yentas y su asistente. Sorprendentemente, el susodicho parecía haber desarrollado una especie de síndrome de Estocolmo yentesco y ya las trataba como si fueran sus propias abuelas.

Severus amaba a sus yentas, pero estar con ellas a veces era como entrar en la dimensión desconocida.

El hospital se alzaba frente a ellos, y Severus no podía evitar sentirse incómodo con el traje de corbata muggle que Rob le había prestado, ni con el hechizo que había recortado su cabello. Habían acordado que usar magia solo para cambios mínimos era lo más prudente para no dañar las máquinas del hospital y evitar consecuencias desastrosas.

Black, vestido de forma similar, no parecía mucho más feliz. Ninguno de los dos se veía irreconocible, pero al menos no eran figuras públicas en la comunidad como Robert. Aún así, Severus no entendía cómo demonios iban a pasar desapercibidos con trajes, un portafolio lleno de frascos de poción, y un par de batas blancas.

—Escuchen bien —dijo Rob, adoptando un tono serio y profesional—. En este momento el hospital está en cambio de turno. Entre las familias en la sala de espera y los idiotas que se lastimaron en las protestas de ayer, será un caos allá dentro.

En un abrir y cerrar de ojos, Rob cambió completamente su postura. Sacó unas gafas de armazón plateado de su saco y se las colocó junto con la bata blanca, arrojándole otra a Severus.

—Póntela, Severus. Y ustedes dos no hablen a menos que sea necesario. Si alguien pregunta, responderá el fifí —añadió, señalando a Black—. De algo tiene que servir tu refinado acento y la experiencia obvia que tienes en la ley y el orden que tratas de ocultar.

—Oye, mi nombre es Sirius Black, no "fifí" —protestó Sirius.

—Con "fifí" me basta, princesa —respondió Rob con una mueca sarcástica, modulando su voz en un perfecto acento londinense que sonaba maduro y diplomático.

—¿Y yo? —preguntó Severus, conteniendo la irritación.

—Tú, Severus, permanecerás a mi lado. Si alguien pregunta, eres epidemiólogo. Todos saben que los epidemiólogos son algo raros, así que a nadie le importará si fallas en las formalidades sociales.

Severus optó por asentir y no molestarse. Al fin y al cabo, siempre cargaba con el estigma de ser "el rarito", así que no era nada nuevo. Sin embargo, por primera vez, alguien valoraba su rareza con honestidad.

Mientras caminaban hacia el hospital, Severus observó cómo Rob seguía transformándose. No eran solo las gafas o la bata; era la postura, el tono de voz, los pequeños gestos. Era como ver a Clark Kent convertirse en Superman. Si lo viera por la calle en ese momento, probablemente Severus pensaría: "Ese tipo me recuerda a Rob Pevka", pero lo descartaría al instante.

Entraron al hospital por la puerta principal. Nadie dudó de la identidad de Rob ni lo reconoció. Mostró una convincente credencial del NHS, incluso dio instrucciones a las enfermeras y médicos al azar, y continuó su camino como si fuera el dueño del lugar.

El primer obstáculo se presentó cuando un hombre de apariencia autoritaria les bloqueó el paso.

—Buenos días, caballeros. Soy el doctor Pollock, director de este hospital. Imaginen mi sorpresa cuando me avisan de una visita del NHS, cuando nosotros no hemos informado nada al respecto —dijo con tono desafiante.

—Imagínese nuestra sorpresa cuando un periodista de The Keeper nos llama para preguntarnos qué acciones estamos tomando por los siete hombres muertos y veinte niños con "encefalitis letárgica" en un pueblo de las West Midlands —respondió Rob con total calma—. Ahora dígame, doctor Pollock, ¿cómo demonios se decidió diagnosticar a veinte niños con una enfermedad extinta desde los años veinte? ¿Y cuándo pensaban informarnos de este desastre?

—Quizá me gustaría saber primero con quién estoy tratando —respondió Pollock, vacilando ligeramente.

Rob mostró su identificación falsa con descaro y se presentó:

—Doctor Nicholas Tulip, médico investigador del NHS, división de epidemiología y terrorismo biológico. Mis colegas son el agente Queen, del gobierno británico, y el doctor Quirk, epidemiólogo experto. Ahora, si no le importa, necesitamos trabajar.

—Con todo respeto, señor, este es mi caso, y no consiento...

—Con todo respeto, Pollock, este es ahora nuestro caso. Así que despeje el maldito piso y deje solo al personal necesario mientras los profesionales arreglamos su desastre —lo interrumpió Rob, abriendo la puerta de la habitación sin esperar respuesta.

Pollock intentó seguirlos, pero Sirius le bloqueó el paso.

—Doctor Pollock, ya escuchó. No nos obligue a intervenir, por su propio bien. Recuerde que aún falta investigar cómo tres hombres sobrios terminaron "ebrios" y ahogados en un charco, entre otras cosas.

Con un gesto furioso, el doctor Pollock se dio la vuelta y se marchó.

—Bien hecho, fifí —dijo Rob, dedicándole una sonrisa burlona a Sirius.

El ambiente dentro de la habitación era sombrío, y la desolación parecía impregnarse en cada rincón. Las luces apagadas dejaban sombras inquietantes, y en dos filas se alineaban diecisiete camas y tres cuneros. Ninguno de los pacientes estaba conectado a máquinas de monitoreo ni recibía cuidados intensivos. Solo había intravenosas que los mantenían nutridos y catéteres. Pero lo más perturbador era la ausencia total de personal médico: nadie los cuidaba.

Severus encendió la luz con un chasquido seco. Rob se acercó rápidamente a una de las camas, donde descansaba su hijo Ross. Al pie, encontró un portapapeles con registros. Lo tomó y lo revisó, pero estaba vacío, sin indicaciones ni información útil. En un arranque de furia, lo lanzó contra la pared, cayendo de rodillas junto a la cama.

—Lo sabía —dijo, su voz quebrada por la rabia y la impotencia—. En cuanto dijeron esa estupidez de "encefalitis letárgica", supe que esos hijos de perra no harían nada.

Se inclinó sobre su hijo inconsciente y tomó su pequeña mano con cuidado.

—Papá está aquí, amigo. Vas a estar bien ahora. Tu viejo no te va a fallar —murmuró, conteniendo las lágrimas mientras acariciaba su rostro.

A unos pasos de distancia, Black observaba la escena con una mezcla de incomodidad y preocupación. Finalmente rompió el silencio:

—Severus —lo llamó—, ¿qué es exactamente la encefalitis letárgica? Y por favor, no me digas que lo investigue.

Severus suspiró, cansado y profundamente disgustado.

—Enfermedad del sueño —respondió sin mirar a Black—. Pero esto no es lo mismo. Los muggles que la padecieron quedaban en un estado de letargo hasta que, eventualmente, morían. Mató a muchos, y luego desapareció, tan misteriosamente como llegó. Nunca tuvo cura.

Severus se acercó a uno de los cuneros. El pequeño Misha se movía inquieto, como si intentara llorar, pero no tenía fuerzas para hacerlo. Al acariciar su mejilla con el dedo, Severus notó algo que le revolvió el estómago: una fina capa de polvo cubría el rostro del bebé. Sus manos temblaron un segundo, pero no por miedo, sino por la furia que luchaba por contener.

La negligencia era evidente. Estos niños habían sido abandonados. Diagnosticados con una enfermedad incurable y luego olvidados, dejados para morir sin cuidados ni dignidad.

—Rob, es hora de empezar —dijo Severus con determinación, tragándose su rabia mientras abría el maletín que contenía las pociones.

Al mismo tiempo, alguien golpeó la puerta desde afuera.

—Fifí —gruñó Rob, aún de rodillas junto a Ross—. Ve a abrir la puerta. Y quien sea, mantenlo fuera con tu maldita vida.

Black asintió sin protestar, acercándose a la puerta con una postura firme, listo para enfrentar a quien intentara interrumpirlos.

Mientras tanto, Severus sacó el primer frasco del maletín. Las camas tenían los nombres de los pacientes, pero las yentas habían sido tan precisas en sus descripciones que Severus apenas necesitó verificarlos. Sabía quién era cada niño casi al instante.

Se acercó al cunero donde estaba Misha y vertió cuidadosamente dos gotas de la poción en el gotero conectado al pequeño. Sus movimientos eran meticulosos, sus manos firmes, pero su mente no dejaba de calcular cada posible resultado.

El pequeño no mostró resistencia. Con el aliento contenido, Severus observó atentamente, esperando el primer signo de que la poción estaba surtiendo efecto. El silencio de la habitación se volvió casi insoportable, roto solo por el leve sonido del líquido al recorrer el tubo del gotero.

Su mirada no se apartaba del bebé, mientras sus pensamientos repetían un único mantra: No fallará. Tiene que funcionar.

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Afuera, una enfermera alta y rolliza, con cabello rizado y un rostro decidido, se acercó a Sirius con pasos firmes.

—¿Es usted del NHS? —preguntó en voz baja, sus ojos recorriendo nerviosamente el pasillo.

—No, señora. Soy un agente —respondió Sirius, adaptándose al término como si fuera equivalente a "auror".

La mujer asintió, presentándose en un murmullo:

—Soy Sally Rubens, la jefa de enfermeras de este hospital. Sé que nos han ordenado no acercarnos a esa habitación, pero no podíamos simplemente abandonar a un grupo de pacientes pediátricos. Está fuera de toda ética y moral humana.

Sirius percibió la mezcla de temor y determinación en su voz.

—Lo entiendo, señora. A veces uno está atado a fuerzas que escapan a su control —respondió con sinceridad, recordando las veces en que, como auror, también había enfrentado situaciones imposibles.

Sally negó con la cabeza, decidida.

—No, no se trata de eso. No me importa si me despiden por esto, pero mis chicas y yo hemos estado monitoreando a los niños en cada oportunidad que hemos tenido. Aquí —dijo entregándole una tabla con registros— está el seguimiento y las indicaciones de cuidado que les hemos proporcionado.

Sirius aceptó la tabla, y su pecho se llenó de emociones difíciles de describir: admiración, gratitud, y un destello de esperanza.

—Eso... es increíblemente valiente —logró decir, conmovido.

Antes de que Sally pudiera responder, una voz autoritaria los interrumpió.

—¿Le diste las indicaciones al agente del gobierno, Sally? —preguntó un doctor que cargaba una pila de expedientes, acompañado de una mujer en traje sastre.

Sally se cruzó de brazos y respondió con voz firme y desafiante:

—Sí, ¿algún problema, Doctor Reynolds? ¿Señorita Stevens?

El doctor negó con la cabeza mientras extendía los expedientes hacia Sirius.

—No. De hecho, el doctor Pollock ordenó destruir los archivos de los niños después de enviarlos a aislamiento, pero mis colegas y yo los conservamos. Hemos estado atendiéndolos en secreto siempre que podíamos. Sin embargo, durante las últimas tres horas, Pollock no se ha separado de la puerta, y nos aseguramos de que tampoco él entrara. Tuvimos miedo de lo que podría hacer si se quedaba solo con ellos.

La mujer en traje sastre intervino entonces, extendiendo un nuevo conjunto de documentos hacia Sirius.

—Soy Lucy Stevens, secretaria del doctor Pollock. Aquí están varios documentos firmados por él, autorizando la retirada del soporte médico y el aislamiento de los niños. También incluí registros de transferencias monetarias de Harkness Inc. a la cuenta personal del doctor Pollock.

El doctor Reynolds levantó la voz con firmeza, asegurándose de que Sirius lo entendiera.

—Señor, somos doctores. Salvamos vidas. Muchos de nosotros crecimos en esta comunidad. Le juro que nunca nos prestaríamos para algo tan rastrero.

Al fondo del pasillo, Sirius notó a varios médicos y enfermeras observando la escena. Sus rostros, tensos al principio, mostraban un alivio silencioso y sonrisas de triunfo. Estas personas habían arriesgado todo: sus empleos, sus carreras, y su reputación, solo por hacer lo correcto.

Era lo que hacían las personas adultas con principios, luchaban por lo correcto incluso si había que denunciar a un director de hospital o también… pegar a un maldito corrupto jefe auror al techo. Sirius sintió una ola de orgullo y certeza en su interior. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió en paz con las decisiones que había tomado en su vida.

De repente, el llanto de un bebé resonó desde la habitación detrás de ellos, cortando el aire como un rayo. En un instante, el hospital entero pareció explotar en caos.

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Misha abrió los ojos lentamente, con evidente agotamiento, pero empezó a llorar con fuerza apenas cinco minutos después de que Severus le administrara la poción. Su llanto, como si fuera una señal, resonó en coro con el de los otros tres niños en los cuneros. Mientras Severus terminaba de administrar la última dosis a uno de los pequeños Hernández, las reacciones comenzaron a multiplicarse: los niños, uno a uno, comenzaban a despertar.

Severus sintió cómo un peso insoportable se aligeraba de sus hombros. Finalmente, podía respirar.

El sonido atrajo rápidamente a varios médicos que irrumpieron en la habitación, alarmados pero también esperanzados. Pronto, las camillas empezaron a llenarse de equipo médico y manos diligentes que revisaban signos vitales, ajustaban goteros y tomaban notas apresuradas.

Rob, con su voz autoritaria, se hizo cargo de la situación como si fuera un agente del NHS legítimo:

—Señores, aquí se cometieron irregularidades graves que no solo pusieron en riesgo la vida de ciudadanos británicos, sino que también comprometieron la seguridad nacional. Les aseguro que se hará justicia. Ahora bien, entiendan esto: todo lo que ocurrió hoy está protegido por la Ley de Secretos Oficiales. Si alguien les pregunta qué sucedió el veintisiete de diciembre de 1979, su respuesta será: no pasó nada.

Los presentes asintieron con incertidumbre, incapaces de contradecir al hombre que creían una figura de alto rango. Mientras tanto, Rob recogía el portafolio con los frascos vacíos y una pila de documentos incriminatorios. Las pruebas eran contundentes: los crímenes del molino y del director del hospital estaban ahí, listos para ser entregados a las autoridades correctas, si no a alguien más… efectivo.

Cuando salieron por la puerta trasera, el aire frío de la noche los recibió. Rob caminaba con un brillo en los ojos, irradiando una felicidad contenida a pesar de no poder quedarse con sus hijos. Black, por su parte, parecía compartir ese alivio victorioso.

Y Severus… Severus sonreía como un tonto, algo raro en él, pero esta vez no pudo evitarlo. Habían salvado veinte vidas. Por primera vez, comprendió cómo se sentía hacer algo realmente significativo, más allá de la pura técnica o el reconocimiento. Él había preparado esas pociones con precisión, y ahora, esos niños crecerían, vivirían, porque él había hecho su trabajo.

Rob interrumpió sus pensamientos con una palmada cálida en la espalda.

—Bien hecho, muchacho.

Severus asintió en silencio, disfrutando de una sensación que apenas podía describir: calidez, satisfacción… orgullo. Ahora quería regresar a casa, abrazar a Darcy, llenarse del aroma reconfortante de su bebé, y descansar. Quizás contaría a Lily sobre lo que había logrado, aunque también podría dejar que Black lo hiciera. Había estado ausente demasiado tiempo; seguro se había perdido muchos momentos importantes con Darcy y necesitaba ponerse al día.

Mientras divagaba en sus pensamientos, un sonido seco interrumpió la calma: pasos. Los tres hombres se giraron al unísono, tensándose al instante. Algo o alguien los seguía.

El aire helado de la noche se tensó al mismo tiempo que lo hizo el cuerpo de Rob, quien miró fijamente al recién llegado antes de hablar.

—Doctor Pollock, ¿qué lo trae por aquí? —preguntó con una calma peligrosa.

Pollock sonrió con suficiencia mientras se acercaba, sus pasos resonando con la seguridad de quien cree tener la sartén por el mango.

—Oh, nada en especial. Simplemente llamé a mi contacto en el NHS y descubrí que no hay ninguna investigación abierta en Cokeworth. Así que, ya ven, los niños están bien, yo no tengo que denunciarlos por hacerse pasar por oficiales del gobierno, y nadie tiene por qué enterarse de mi… colaboración con los Harkness. —Extendió la mano hacia el portafolio de Rob, su sonrisa ampliándose de manera amenazante— ¿Qué dicen?

La respuesta de Rob fue rápida y contundente.

—No lo harás —afirmó con frialdad.

Pollock soltó una carcajada burlona.

—¿Y qué te hace pensar que no lo haré?

El movimiento de Rob fue fulminante: una patada precisa lo derribó al suelo, y antes de que el hombre pudiera reaccionar, tenía una pistola apuntándole a la cabeza. Rob se inclinó hacia él, hablándole al oído con una calma escalofriante.

—No lo harás, Jason Pollock, porque quieres seguir recibiendo esas llamadas de tu madre a las cinco de la tarde todos los días. Quieres seguir disfrutando de tu sillón favorito, tu copa de vino, y tu Mozart, como el engreído que eres. Quieres seguir acostándote con Brenda la recepcionista en el mismo hotel mediocre de siempre, y pagando a tu prostituta de los sábados sin que nadie lo sepa. ¿No es así, Jason?

El rostro del doctor palideció de inmediato, y un charco de orina se formó bajo él mientras balbuceaba, temblando.

—¿Quién… quién diablos eres?

Rob sonrió con desdén.

—Somos tu Gobierno, Jason. Sabemos cuánto pagas de impuestos, cuántas veces te masturbas, cuántos besos le das a tu mami… Si yo fuera tú, mantendría la boca cerrada antes de acabar despertando en un gulag siberiano. ¿Entendido?

—¡Sí! ¡Sí, lo entiendo! Por favor… no diré nada… lo prometo… —Pollock tartamudeaba, su voz quebrándose con cada palabra.

—Lárgate, Pollock. —Rob se apartó con desprecio, y el hombre se levantó torpemente, huyendo del hospital mientras tropezaba con sus propios pies.

Los tres hombres no perdieron más tiempo. Corrieron hacia el Rolls-Royce, donde la señora Shapiro los esperaba con el motor en marcha. Tan pronto como estuvieron dentro, el auto salió disparado, zumbando por las calles de Cokeworth.

—¡Maldita sea, Pevka! ¿Cómo sabías todas esas cosas? —preguntó Sirius, aferrándose al asiento con todas sus fuerzas mientras el vehículo tomaba curvas peligrosas.

Rob, encendiendo un cigarro con toda tranquilidad, respondió:

—Un mercenario siempre tiene enemigos. Antes de mudarme aquí, me aseguré de investigar el pueblo. Uno siempre debe conocer a sus vecinos.

—Lo que no entiendo es cómo sabías tanto de medicina. —Severus habló con la adrenalina aún latiendo en sus venas, sorprendido por la habilidad de Rob en el hospital.

—Eso es básico. No es mi primera vez infiltrándome en un hospital. Aunque… es la primera vez que lo hago para salvar vidas en lugar de, ya saben… —Sonrió con ironía—. Mi negocio.

Se detuvieron junto al río. Mientras Severus observaba cómo la niebla azulada del agua se elevaba en el aire, llevándose los últimos rastros de sus errores pasados, pensó en Slughorn. El profesor estaría en Hogwarts, descansando plácidamente, ignorante de todo lo ocurrido y sin asumir su parte de la culpa.

Sirius se acercó, interrumpiendo sus pensamientos.

—Al final de este año, me darás a mi hijo. Harás reportes tan favorables de mí que parecerán odas. No importa lo que haga: si Darcy se raspa la rodilla o se cae de la cama, no lo reportarás.

—¿Y por qué estás tan seguro de eso? —Sirius lo miró con desdén—. Sigo teniendo la obligación de ser imparcial.

Severus sonrió con suficiencia.

—Porque, además de esta extraña aventura, te emborrachaste en mi casa y pusiste en peligro a Darcy. Y también me golpeaste en la cara en casa de los Evans. ¿Recuerdas tu reglamento? No deberías haberme tocado. Así que lo harás, Black.

Sin molestarse en esperar respuesta, Severus lo dejó atrás y se acercó a la señora Shapiro y Rob, que conversaban animadamente.

—… con todo lo que conseguimos entre Jimmy Khan y mi hijo el abogado, podemos cubrir las deudas del hospital, los gastos funerarios, y pagar una compensación a las familias. —La señora Shapiro hablaba con orgullo.

Unos minutos después, llegaron a casa de los Evans.

—Marigold dijo que los quería ver aquí para abrir los regalos —anunció la señora Shapiro mientras frenaba bruscamente.

Severus salió tambaleándose, frotándose la nariz tras chocar contra el asiento delantero. Sirius, por su parte, vomitaba en una esquina mientras el Rolls-Royce se alejaba quemando rueda.

Cuando entraron a la casa, los recibió un ambiente inesperado. Lily estaba en la sala, su cabello aún húmedo después de una ducha rápida. Llevaba un vestido muggle y una chaqueta de mezclilla desgarrada, decorada con parches de bandas de rock. En la esquina, dos grandes baúles estaban apilados junto al sofá, sugiriendo un cambio abrupto.

Severus arqueó una ceja, confundido, pero antes de que pudiera preguntar, Lily alzó una mano para detener cualquier comentario.

—Acabo de dejar a James. Es una larga historia, y no quiero hablar de ello ahora, así que ahórrense las preguntas —dijo con una mezcla de firmeza y agotamiento.

Antes de que Severus pudiera procesar la noticia, Marigold apareció con Darcy en brazos. Todo lo demás quedó en segundo plano cuando tomó a su hijo y se dejó caer en el sillón de los Evans, sosteniéndolo como si fuese su ancla al mundo. Inhaló profundamente el aroma de su bebé, y por primera vez en días, su cuerpo entero se relajó.

La tarde se convirtió en una especie de Boxing Day atrasado. Desempacaron regalos de Navidad y compartieron risas suaves mientras bebían cocoa caliente. El ambiente estaba impregnado de una calma extraña, como si todos entendieran que el caos se había quedado afuera por unas horas.

Hacia el final del día, Severus, Lily y Black terminaron apretujados en el sillón, demasiado cansados para moverse. Cada uno estaba sumido en sus pensamientos, pero compartían un agotamiento casi reconfortante.

Sin pensarlo mucho, Severus tomó un petardo de Navidad, lo abrió con un chasquido y se quedó jugueteando con la corona de papel que salió. Estaba concentrado en darle vueltas entre los dedos cuando Lily se la quitó con un gesto repentino.

—La merezco más —dijo con un aire dramático, colocándosela en la cabeza—. Acabo de romper mi matrimonio.

Severus gruñó y la tomó de vuelta con suavidad, colocándosela sobre el cabello oscuro y desordenado.

—El señor Tenebroso quiere matarme. Creo que eso me da cierta prioridad.

Black, quien estaba casi adormecido en una esquina del sillón, murmuró con una sonrisa de medio lado:

—Quizás tengo un poco de locura Black.

Lily y Severus intercambiaron una mirada cargada de complicidad, esa clase de entendimiento que solo surge después de años de amistad y sobrevivir a tormentas juntos. Sin decir nada, Severus tomó la corona de papel entre los dedos y, con una expresión seria y agotada, la colocó sobre la cabeza de Black.

El gesto, tan absurdo como significativo, hizo que Black dejara escapar una risa suave.

—¿Esto es lo que necesito para ser oficialmente una reina del drama? —murmuró mientras ajustaba la corona con fingida pompa.

El trío, hundido en el viejo sofá de los Evans, era una imagen peculiar. Sus rostros reflejaban el peso de la aventura reciente, con ojeras profundas y bolsas bajo los ojos que hablaban de la larga noche sin dormir. Sus hombros estaban relajados, pero sus posturas seguían abrumadas por el cansancio de quienes habían luchado contra más de lo que podían cargar.

Contrastaban profundamente con la imagen alegre al otro lado de la habitación. Los Evans, despreocupados, reían y abrían montones de regalos junto al pequeño Darcy, cuya risa burbujeante llenaba el aire como una melodía. Los colores brillantes del papel de regalo, el aroma cálido de la cocoa y el crujir del fuego en la chimenea creaban un cuadro reconfortante, casi como si esa sala fuera un refugio aislado del mundo exterior.

Y ahí estaban ellos, tres figuras cansadas que habían regresado del borde del infierno, compartiendo un momento de absurda camaradería, observando aquella normalidad que parecía demasiado perfecta para ser real.

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Rob regresó al cobertizo junto con Víctor para recoger la estufa que había dejado allí, mientras su esposa, Karen, se dirigía al hospital para visitar a sus hijos, quienes finalmente habían recuperado la conciencia.

El día había sido agotador, y Rob quería terminar lo más pronto posible. Mientras desconectaba la estufa del suministro de gas, escuchó la voz de Víctor llamándole la atención.

Oye, mira, parece que el loquito del centro dejó caer esto —dijo Víctor, sosteniendo una hoja amarillenta.

Rob se acercó, intrigado. Víctor le entregó la hoja, y Rob la examinó con curiosidad. Era un fragmento de un libro viejo, escrito en rumano. El título, "Secretos de protección y magia de sangre", destacaba en la parte superior de la página. La calidad del papel y el contenido sugerían que debía ser algo importante.

—Debe ser de Severus —comentó Rob y con calma, agregó en español— Déjalo con las otras notas. Mañana se las llevaré a su casa.

Víctor asintió y dejó la hoja junto al pequeño montón de papeles que Severus había olvidado. Rob volvió a concentrarse en desinstalar la estufa, ansioso por terminar la tarea y finalmente poder descansar. Había sido un día largo, y lo único que deseaba era un poco de paz.

Notes:

Y como ven nuevos misterios se abren, ¿que habrá pasado con Lily mientras Severus y Sirius se infiltraban en el hospital? y ¿que pasara con Cokeworth ahora que el dueño de única fuente de trabajo tiene problemas con la ley?, ¿Y por supuesto que sucederá cuando Severus descubra un poco del misterio tras la protección misteriosa que no sabe que tiene sobre él?

Explicaciones Nice: Un petardo de Navidad o un Christmas Cracker es un tubito que guarda en su interior juguetes chiquitos, un chiste bobo o adivinanza y una corona de papel, se le llama petardo porque suena cuando lo separas, aunque no tiene nada que ver con pirotecnia.
La NHS, es solo el servicio nacional de Salud y no tengo idea de cómo funciona, solo sé que ahora las pandemias se atienden en otra organización, créanme en un país extranjero donde todo cambia contantemente es muy difícil saber cuales eran sus organizaciones a finales de lo setenta.

Y sí es parte de mi personalidad masoquista volver a Víctor Oaxaqueño de origen zapoteca cuando no hay mucho sobre la cultura zapoteca en internet y no vivo en el estado, por cierto es mi Headcanon personal es que hay un consejo de magos ancianos en algunos países de Latinoamérica y para entrar a él, tienes que matar a un demonio o criatura mágica peligrosa solo con un machete y de ahí salieron los cuentos de abuelitos agarrándose a machetazos con el diablo.
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Notas del Beta: Este archivo fue editado el 25/11/24 con el consentimiento del autor.
El autor agregó dos escenas extra para completar la narrativa.

 

Sid Vicious: Vocalista de la banda Sex Pistols, pionero del movimiento punk. Falleció en febrero de 1979, razón por la cual Víctor nunca pudo conocerlo.

Vivienne Westwood: Diseñadora de moda y empresaria británica, considerada la principal responsable de la estética punk y new wave. Fue una de las primeras voces en denunciar los efectos negativos de la industria de la moda sobre el medio ambiente. Como compañera de Malcolm McLaren y propietaria de la boutique SEX, estuvo directamente involucrada con los Sex Pistols y el surgimiento del movimiento punk en el Reino Unido.

Tesco: Cadena de supermercados británica que también opera tiendas de conveniencia 24 horas.

Queen y Quirk:Los apellidos que usa Robert para Sirius y Severus significan "Reina" y "Raro" en inglés, respectivamente

Nicolas Tulip: El nombre del personaje está inspirado en el cirujano holandés Nicolaes Tulp. Su apellido, Tulip (Tulipán), es un juego de palabras derivado de Tulp.

Chapter 10: Extra: Dos notas periodísticas y un obituario.

Notes:

Hola a todos he aquí el primer extra de una trama que se vera resulta al fina de la serie, así que por el momento solo disfruten las notas periodísticas y déjense hagan como si fueran pequeños cuentos sobre Flores en Asfalto.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Nota publicada en primera plana en The Keeper (respetado diario con distribución a nivel nacional.)

¿Cuál es el futuro del pueblo de Cokeworth?

Por James Khan

Tras dos semanas de intensas protestas y disturbios, el pueblo de Cokeworth ha señalado a Jonathan Harkness Senior como responsable de la muerte de siete personas y de dejar en coma a veinte niños debido al vertido sin regulación de sustancias tóxicas en el río Cokeworth. Entre estas sustancias se encontraba cromo hexavalente, cuyos gases se sabía podían causar cáncer en la población local, vertidos que provenían desde el molino industrial operado por Harkness Inc.

En respuesta, la empresa Harkness Inc. acusó al pueblo de Cokeworth de robo de un vehículo Rolls-Royce de último modelo y del secuestro de Jonathan Harkness Junior, hijo del magnate.

Sin embargo, un acuerdo inesperado se ha alcanzado. Harkness Inc. se ha comprometido a cubrir los gastos médicos de los veinte niños afectados, los costos funerarios de los siete fallecidos y a otorgar compensaciones económicas a las familias damnificadas. Lo que sorprende es que este acuerdo se logró mientras Harkness Senior, apodado "el magnate del retrete" por su éxito con la compañía de plomería Thrones for Real Kings, permanece bajo arresto desde hace cuatro días.

El empresario enfrenta múltiples cargos, incluyendo soborno, corrupción, daños a la salud pública, poner en peligro la vida de menores, y otros delitos como tráfico de especies, lavado de dinero y tocar la bocina de su auto con ira.

La familia Harkness ha guardado silencio sobre el caso, salvo por una declaración de Jonathan Harkness Jr., enviada en un videocasete a las oficinas de este periódico:

 "Desde niño fui testigo de los múltiples crímenes de mi padre. Crecí bajo su influencia y no puedo negar que estaba en camino a ser como él. Todo cambió cuando cuatro buenas señoras me encontraron perdido a causa del abuso de estupefacientes y me cuidaron durante las protestas.

Bajo su tierno cuidado, decidí ingresar a una casa de rehabilitación, cuyo paradero prefiero mantener en privado por mi propia salud. Mi querido amigo y asistente personal Phillip Thomas me acompaña, y planeo retirarme con él a una residencia junto al mar, lejos de la crueldad de la alta sociedad y del mundo exterior. Solo regresaré para declarar contra mi padre, a quien le deseo que encuentre paz y pague por sus crímenes, por él mismo y por todas las personas que lastimó."

Con esta declaración, Harkness Jr. desmiente los rumores de secuestro y confirma que está trabajando en su recuperación.

Entretanto, el molino de Harkness Inc. sigue operando, aunque ahora bajo estricta supervisión de sus emisiones y manejo de desechos. El futuro de la planta, sin embargo, es incierto. Si bien algunos rumores en el mundo corporativo apuntan a su posible cierre, lo que dejaría sin empleo a tres cuartas partes del pueblo de Cokeworth, también se especula que los hermanos de Harkness Senior podrían asumir el control.

La decisión final recae en Serena Harkness, esposa de Jonathan Harkness Senior y accionista mayoritaria de Harkness Inc.

Más información en páginas centrales.

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Avisos Funerarios de la Gaceta de Cokeworth

El Doctor Jason Fausto Pollock

Falleció el 8 de enero de 1980 a causa de un ataque al corazón mientras conducía su automóvil durante un viaje de negocios al extranjero.

Su madre, Irma Pollock, su novia, Brenda Harrison, y la noble y cariñosa Comunidad de Costureras de Cokeworth, dirigida por Madame Susette, invitan a sus amigos cercanos a acompañarlos en un evento conmemorativo.

El evento contará con pie de nuez, café y la exposición de “manualidades” y “otros trabajos” realizados por las “dedicadas señoritas" de la comunidad de costureras, disponibles a mitad de precio en honor a su memoria y generosidad.

Se agradece su presencia para recordar y celebrar la vida del Doctor Pollock, quien dedicó todos sus sábados a apoyar con generosos donativos a esta noble causa.

Avisos Funerarios de la Gaceta de Cokeworth.

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Nota publicada en The Awakening Post

(Una revista de escasa circulación, dirigida a fanáticos de teorías conspirativas)

 

Niños Víctimas de la Guerra Mágica Secreta

Por Rudolph Cartier

¡Saludos, amantes de lo oculto! Hoy les traemos más noticias sobre los extraños sucesos que han sacudido al país en los últimos años.

Después del misterioso incendio en el pueblo de Saint Clement, donde varios de nuestros observadores recolectaron muestras de piedra derretida y metales fundidos a temperaturas imposibles para una explosión de gas —a pesar de que esa fue la explicación oficial—, surge un nuevo e inquietante acontecimiento.

En el hospital de Cokeworth, veinte niños cayeron en un inexplicable sueño profundo durante 24 horas, despertando todos al mismo tiempo tras la visita de supuestos agentes del gobierno, quienes se quedaron a solas con ellos. ¿Coincidencia o algo más? Algunos podrían atribuirlo a extraterrestres o ángeles, pero aquí, en The Awakening Post, sabemos que se trata de ASM (Actividad Sobrenatural Mágica).

¿Por qué lo decimos? Porque Cokeworth está peligrosamente cerca de Saint Clement, epicentro del incendio mágico. Además, han llegado reportes de OduCL (Objetos de Uso Común Levitantes), como una motocicleta voladora, según nuestro célebre colaborador “Alien en LCD”. También hemos recibido tres fotografías de ALV (Animales Luminiscentes Voladores), aparentemente mostrando lo que podría ser un ciervo o un caballo. Las autoridades descartan las imágenes como simples "luces en movimiento", pero los verdaderos conocedores sabemos que hay algo más.

Nuestra teoría de una guerra secreta cobra fuerza con los repetidos avistamientos de hombres armados con varitas en todo el país. Según nuestra audiencia, el único enemigo con el poder suficiente para enfrentarse a estos seres serían los extraterrestres, quienes, según numerosos informes, ya habrían establecido contacto con la Corona Británica y estarían infiltrando nuestro gobierno.

La gran incógnita es: ¿qué será de la humanidad si los alienígenas toman el control? ¿O si los magos y sus invocaciones a antiguos dioses interdimensionales deciden dominar el mundo? Solo nos queda vigilar, documentar y prepararnos para lo inevitable.

Se despide su amigo Rudolph Cartier, recordándoles la reunión semanal en el pub de Al. Este jueves tendremos un apasionado debate entre “Alien en LCD” y “Sol de Verano”, nuestra querida bruja wiccana, para decidir qué bando apoyar en esta  guerra. Habrá cerveza y botanas gratis para todos los asistentes. ¡No falten!

Notes:

“The Keeper” está inspirado en diario de reino unido “The Guardian”, al principio pensé en usar a “The Guardian” pero como pensaba usarlo mucho y como se me daba la gana mejor decidí usar mi propio diario ficticio.

El terminó de “Costureras” lo tomé de mundo disco de Terry Prattchet y de la segunda temporada de Good Omens, no hay mucho más que explicar sobre el subtexto.

“The Awakening” también es una referencia que espero que algún fan Lovecraftiano que lee este fanfic pueda entender.

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Notas del Beta: Este archivo fue editado el 25/11/24 con el consentimiento del autor.
Tocar la bocina con ira es una ley real en el Reino Unido, solo que realmente es poco posible que sea aplicada.
Rudolph Cartier es un juego de palabras para Randolph Carter protagonista recurrente en la obra de ficción de H. P. Lovecraft y un apenas disimulado alter ego de Lovecraft mismo.
El ciclo de aventuras oníricas de Randolph Carter consta de tres relatos y una novela corta.
La primera vez que aparece este personaje es en el relato "La declaración de Randolph Carter" (1919), el cual se basa en un sueño que tuvo Lovecraft.

Chapter 11: Disonancia Cognitiva.

Notes:

Hola a todos, creo que por el momento desgraciadamente tendré que publicar cada dos semanas para poder hacerme un poco de tiempo, porque tengo un trabajo bastante absorbente y últimamente ha reclamado mi atención más de lo que debería.
Bien vayamos al grano este capítulo es un poco más sobre Lily, aunque también tiene algo sobre como está cambiando lentamente la visión de Severus sobre Sirius Black.

Y un nuevo misterio se abre cuando descubren que la visión de la realidad de todos esta muy alterada sobre ciertos asuntos en sus vidas.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Disonancia Cognitiva: (Psicol.) Estado de incomodidad o conflicto mental que se produce cuando una persona percibe que sus creencias y comportamientos son contradictorios.

 

Lo que pasó con Lily Evans

Lily apenas podía mantenerse despierta mientras atravesaba la red flu desde la casa de sus padres hasta la llamada casa de la viuda en la mansión Potter. Según las antiguas tradiciones familiares, cuando el heredero Potter se casaba, los padres o la madre viuda se mudaban a esa residencia. Sin embargo, en su caso, aquella casa no se había convertido en un refugio transitorio para sus suegros, sino en su cárcel personal.

Cuando se casó con James, había intentado adaptarse a la vida en la casa grande junto a sus suegros, Euphemia y Fleamont. Pero, con el tiempo, cada discusión, cada diferencia irreconciliable, terminaba con Euphemia diciendo con dulzura forzada:

—¿Por qué no te tomas un descanso en la casa de la viuda, querida?

Lo que al principio parecía ser un respiro temporal pronto se convirtió en un exilio permanente, especialmente después de quedarse embarazada. Al principio, quiso convencerse de que todo era una diferencia cultural, un choque de estilos de vida. Pero con cada día que pasaba, las excusas perdían peso. No era una invitada, ni una esposa: era una prisionera de lujo, confinada en una jaula de oro; guardada hasta el nacimiento del próximo heredero.

James, por su parte, pasaba tiempo con ella… hasta que no lo hacía. Siempre encontraba alguna razón para volver a la casa grande al anochecer, dejándola sola en una cama fría, en un hogar que nunca fue suyo. Lily se sentía como un trofeo de caza, admirado brevemente antes de ser olvidado en una vitrina polvorienta.

Lo más desgarrador era la falta de resistencia de su marido. James decía apoyarla, sí, pero sus palabras eran tan ligeras como el aire. Nada cambiaba. Al menos, cuando llegó a la casa de la viuda, pudo dedicar un tiempo a experimentar con pociones y hechizos, pequeñas formas de mantener su mente ocupada. Ahora, con el embarazo, ni siquiera eso era posible. El único acto de bondad que James había mostrado fue oponerse, aunque débilmente, a que Euphemia le confiscara su varita.

Lily, siendo honesta consigo misma, sabía que habría aceptado cualquier excusa para salir de esa casa. Si Severus la hubiera llamado el día anterior solo para invitarla a jugar Monopoly, habría ido corriendo. Y aunque había pasado toda la noche ayudando a corregir un error fatal y salvar vidas humanas, hacía mucho tiempo que no se sentía tan viva y apreciada.

Conocía bien ese lado suyo, ese pequeño monstruo interior que prosperaba en el halago. Había sido ese mismo monstruo el que la llevó a tomar decisiones cuestionables en el pasado, como casarse con James Potter al parecer. En algún momento se preguntó si su descontento actual era solo una demanda narcisista de atención. Pero las noches en vela, enfrentándose a la soledad, le revelaban otra verdad más dolorosa: no estaba luchando por atención. Estaba luchando una guerra por respeto básico.

Cuando llegó a su habitación, observó el espacio a su alrededor. La decoración era una reliquia de siglos pasados, completamente ajena a ella. Se paró frente al espejo del tocador y vio su reflejo. Su ropa, aunque muggle, era simple hasta el punto de la insignificancia, y lo único que hablaba de su personalidad era su cabello despeinado y las ojeras profundas consecuencia de la aventura reciente.

Entonces, su mente comenzó a dibujar una visión aterradora de su futuro inmediato: las excusas que tendría que dar, las mismas ropas sin carácter, el cabello domesticado de alguna manera. Visualizó cómo su encarcelamiento en la casa de la viuda se alargaría indefinidamente. Se vio a sí misma sola, día tras día, mientras James armaba otra estúpida escoba y ella contemplaba cómo su vida pasaba, lenta y dolorosamente.

Finalmente, pensó en todas las mujeres mestizas o de origen muggle que habían sido absorbidas por la familia Potter antes que ella. ¿Cuántas de ellas habían terminado encerradas en la sala Janus Thickey de San Mungo, perdiendo la cordura entre las paredes de casa de la viuda?

El pensamiento la golpeó con fuerza. No podía seguir viviendo así.

Lily solo tuvo que apartarse un momento de aquel ambiente opresivo para darse cuenta de algo aterrador: su yo de antes jamás habría encontrado una justificación para casarse con un hombre cuya familia tenía la costumbre de encerrar a las mujeres y quedarse con sus bebés. Lo más doloroso era reconocer que, en su momento, todo aquello le había parecido razonable. Incluso cuando le habló a Dumbledore sobre sus inquietudes, él había minimizado el asunto con palabras que, ahora lo sabía, no tenían peso.

Cuando James le prometió que su destino sería diferente, diciéndole que era "especial", desestimando las historias de las mujeres que habían pasado por lo mismo, ella quiso creerle. Le aseguró que no vivirían con sus padres en la mansión Potter, que siempre estaría a su lado, que tendrían su primer hijo a los veintidós. Y, uno por uno, James rompió cada una de esas promesas.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras aceptaba, por primera vez, que James la había traicionado de la peor manera posible. Su corazón se rompió en mil pedazos al darse cuenta de que aún lo amaba, incluso en ese momento. Amaba a ese hombre que había idealizado, que creía diferente al resto, y con quien soñaba una vida sencilla: una casa en el campo, pequeños pies corriendo por los pasillos, un amor verdadero e inquebrantable.

Pero ese James ya no existía. Quizá nunca había existido.

Si Lily fuera una mujer sentimental, habría caído de rodillas en el colchón y llorado hasta quedarse dormida. Pero no lo era, a pesar de lo que los Potter creyeran de ella. No era una criatura frágil que se quebraría bajo presión.

Lily Evans era una mujer de ciencia. Calculadora. Fría. Capaz de mantener rencores durante décadas. Si alguien dudaba de ello, solo hacía falta preguntarle a Severus Snape, o a Emil Paterson, quien todavía recibía bombas fétidas por haberle cortado un mechón de cabello en el parvulario. Como mujer de ciencia, Lily había evaluado todas las posibilidades y, mucho tiempo atrás, había diseñado un plan B.

Lo único que la había detenido hasta ahora era el ciego amor que le tenía a James Potter y la creencia de que, tal vez, "todo no era tan malo". Pero cada día que pasaba sentía que se traicionaba a sí misma, y el límite finalmente había llegado.

Con determinación, abrió el cajón del tocador y sacó un collar con una pequeña botella de líquido rosado que brillaba con destellos dorados. Parecía una baratija muggle, inofensiva, pero en realidad contenía una de las pociones más devastadoras que había hecho, tal vez solo comparable con la niebla verde que había creado años atrás.

Aquella poción no era directa ni explosiva, sino cruelmente sutil. Sabía que, una vez la usara, James la odiaría más que a Severus, más que a Voldemort. No habría vuelta atrás. El amor de cuento de hadas que se tuvieron al principio quedaría reducido a cenizas.

Tomó un momento para despedirse de James, de esa versión idealizada que tanto había amado y de la fantasía que aún trataba de conservar. Bebió la poción mientras derramaba las últimas lágrimas que le quedaban por él.

Con calma, Lily se lavó la cara y dejó de lado cualquier intento de arreglarse. Si querían a una mujer demente a la que encerrar en San Mungo, bien, se los daría. Les mostraría lo que era una mujer verdaderamente peligrosa, y por qué no deberían haberse metido con ella en primer lugar.

Guardó sus pertenencias en un par de baúles y los envió a la casa de sus padres junto con una nota, avisándoles que llegaría más tarde y pidiéndoles que no se preocuparan.

Un elfo doméstico apareció poco después, con una mezcla de nerviosismo y desaprobación, para avisarle que "la querida amita Euphemia" la buscaba. Lily sacó un pergamino de su cajón y siguió al elfo, quien la miraba con desprecio.

"Soy menos que un elfo doméstico", pensó mientras observaba a la criatura caminar con la cabeza en alto. Incluso ellos sabían que no pertenecía a ese lugar, había sido una ingenua al creer que lo hacía.

Al llegar a la sala de visitas de la casa grande, se encontró con Euphemia Potter, sentada solemnemente en un sillón, flanqueada por James y Fleamont. La mirada de Euphemia era la de un juez listo para dictar sentencia; la de Fleamont, la de alguien que veía a un animal herido con lástima.

Lily se enderezó, sosteniendo el pergamino con firmeza. Sabía que lo que estaba por hacer destruiría cualquier puente que le quedara con esa familia. Y no le importaba.

—Te ves terrible, querida. Supongo que esa es la cara que debe tener una mujer que abandona a su esposo para pasar la noche con otro hombre —dijo Euphemia insidiosamente.

—No, de hecho, esta es mi cara cada vez que te veo, Euphemia, y empeora cada vez que escucho las sucias mentiras que dices sobre mí —respondió Lily con descaro.

—James, controla a tu mujer, por favor. ¿Qué son esas maneras de responder? —se quejó Euphemia, indignada.

James se quedó mirándola, atónito, como si no pudiera creer que Lily pudiera ser tan grosera con su madre.

—¿Me vas a “controlar”, James? ¿Cuántos días me vas a castigar sin salir? ¿O ahora me mandarás a la cama sin cenar? —preguntó Lily con sarcasmo y evidente amargura.

—Lily, por favor, no lo hagas más grande —suplicó James—. No entiendo qué te pasa. Si estás enojada conmigo, lo entiendo. Sé que no he tenido tiempo para ti, pero no tienes por qué desquitarte con mi madre. Ella solo estaba preocupada porque te fuiste con Snape.

—Me fui con mis padres. Y aun si me encontrara con Severus, ¿qué te hace pensar que pasaría la noche con él solo porque lo vi? ¿Eso piensas de mí? ¿Que soy una mujer fácil que se irá con el primer hombre que encuentre en el camino? ¿A tal punto que tienes que encerrarme en esta casa? —respondió Lily, su voz cargada de dolor y resentimiento.

—Si el sombrero te queda... —dijo Euphemia con desprecio.

—¡No! —exclamó James, intentando calmar la situación—. No es eso. Solo que, de repente, sabes dónde está Snape y vas a ese lugar. Tú nunca has mostrado interés en ese barrio. Además, pudiste decírmelo, yo te hubiera acompañado con tus padres. No tienes nada que hacer sola ahí.

—No te veo pidiéndome permiso para salir, James. De hecho, llevo meses sin saber dónde has estado. Por lo menos yo dejé un mensaje. Pero en fin, ya no importa. Estoy cansada de tus estúpidas reglas, de tus castigos y de ver tu hipócrita cara, Euphemia. Estoy harta de todos ustedes —dijo Lily, yendo al grano con una determinación que sorprendió a todos.

—Pues qué lástima, señorita Evans. Mientras vivas en esta casa y seas la mujer de mi hijo, respetarás esta familia y a mi esposa —habló Fleamont Potter con la voz firme, mientras contenía su ira y apretaba los puños—. Basta de tonterías. James, llévate a tu mujer. No quiero verla hasta que aprenda a comportarse.

—Pues tienes suerte, Fleamont, porque no voy a seguir viviendo en esta maldita casa. Y ya no voy a ser la mujer de tu hijo —respondió Lily, fría.

James intentó sujetarle la mano, pero Lily lo rechazó de inmediato.

—Yo que tú no haría eso si quieres seguir vivo —amenazó Lily, lanzando el frasco vacío de la poción a Fleamont—. Sanguis Mortem, el asesino generacional. Fue difícil de hacer, y solo la magia de quien lo creó puede hacer la cura.

James quedó congelado ante las palabras de Lily.

—No puedes tocarme, James. Nadie de tu familia puede, sin morir. Y cuando este bebé nazca, ninguno de los Potter podrá tocarlo a él ni a sus descendientes —dijo Lily con una frialdad que no reflejaba el dolor que sentía por dentro.

—¿Eres estúpida, niña? —gruñó Fleamont, mirando el frasco con los ojos desorbitados—. Ese niño tampoco podrá tocar a sus hijos sin matarse él mismo, y la maldición se extenderá a su descendencia.

—Eso no sucederá si ustedes cumplen con el trato. Tendrán a su tan deseado heredero Potter. Por cierto, es un varón, ya hice el hechizo de revelación de género —respondió Lily con una sonrisa cruel, dejando salir a la sangre muggle salvaje y loca que ellos siempre habían despreciado.

—Tú... maldita loca. Debimos encerrarte cuando pudimos —espetó Euphemia, levantándose con furia y levantando la mano amenazante—. Pero no, James no quiso porque te amaba. Pero yo siempre lo supe: eres una manzana podrida.

—Adelante, Euphemia, abofetéame. Te reto. Hazlo. No tienes idea de cuánto deseo que lo intentes —dijo Lily con un tono peligrosamente calmado.

—¡Madre, no! —gritó James, deteniéndola antes de que pudiera acercarse.

—¿Por qué, Lily? —preguntó James con lágrimas en los ojos—. ¿Es que ya no me amas? Podríamos haberlo resuelto. No tenías que llegar a esto.

—Te amo, James. Todavía lo hago. Pero me amo más a mí misma. Estoy cansada de que me lastimes y permitas que otros me lastimen. Al principio pensé que me amabas, que habías cambiado por mí. Pero ahora lo veo claro. Solo querías una hija de muggles para tener hijos sanos y seguir con tu apellido. Pensé que vivía un cuento de hadas, pero tú solo estabas comprando un vientre.

—Eso no es cierto —protestó James, destrozado—. Yo te amo, Lily. Siempre lo hice. Eras todo lo que soñé.

—Quizás lo era en algún momento. Pero tus palabras no significan nada si no eres capaz de cumplirlas. Estoy cansada, James. Solo quiero irme a casa. Y eso haré. Si voy a hacer tu maldita incubadora será en mis términos

Dejó un pergamino sobre la mesa de café.

—Es un acuerdo de disolución de matrimonio —dijo Lily con frialdad

—Solo di cuánto quieres por el niño y lárgate, mala madre. No puedo creer que nos hagas esto después de que te dimos casa, comida y lujos con los que solo podías soñar. ¿Era tan difícil cuidar a mi hijo y serle fiel? Solo eso te pedí y no pudiste hacerlo. Si te hubiera tratado como mi suegra me trató, no hubieras durado ni una semana. ¡Monstruo! Dime cuánto vale mi nieto —dijo Euphemia, llena de desprecio.

—Ese siempre fue tu problema, Euphemia. Crees que todo se trata de dinero. Si así fuera, habría aceptado a tu hijo desde el primer año en Hogwarts. Incluso me habría desmayado de vergüenza el día que me llevaste al altar con ese vestido barato, anunciando a todos que pensabas que tenías una nuera barata. Pero no lo hice, porque el dinero nunca me importó. Esto siempre ha sido sobre mi orgullo y mi dignidad como persona. Y cuando alguien solo tiene eso, no esperes que se quede tranquilo mientras su única posesión le es arrebatada —respondió Lily con calma, sin inmutarse ante los insultos de Euphemia. Lo único que realmente le dolía eran las lágrimas de James—. No quiero tu dinero. Solo quiero mis papeles de equivalencia para trabajar en el mundo muggle, la custodia compartida de mi hijo, y un trato respetuoso para él y para mí, sin rumores escandalosos. Para el mundo mágico, seremos una familia divorciada feliz que se separó por diferencias, pero que coopera por el bienestar del futuro heredero Potter. Incluso añadí una cláusula donde dice que mi hijo y su descendencia no pueden darme ningún bien material de la familia Potter. Todo por tu tranquilidad, Euphemia.

—¿Solo eso? —murmuró James, con la voz quebrada—. Tomaste a nuestro hijo como rehén solo por eso. Yo habría aceptado si me lo hubieras pedido. No tenías que llegar tan lejos.

—No lo habrías hecho, James. Te pedí muchas cosas y nunca me diste nada. Rompiste demasiadas promesas. Ya no confío en ti. Esta fue mi única salida —dijo Lily con dureza—. Solo firma los papeles con una pluma de sangre, pon el sello de tu familia, y yo tomaré el antídoto. Después, me iré.

—No digas eso, Lily. Pídeme lo que sea y lo haré. Solo no nos hagas esto... Yo te amo, Lily.

—¿Lo que sea?

—Lo que sea.

—Entonces firma el acuerdo, sé un buen padre para tu hijo, y cuando te vuelvas a casar, no elijas a una mujer nacida muggle o mestiza. No sabes comprenderlas, no puedes protegerlas, y no haces que tu familia las respete. Ninguna mujer merece ser encerrada en San Mungo después de dar a luz —respondió Lily, desviando la mirada para no enfrentarse al hombre que una vez amó.

—Te prometí que eso no te pasaría.

—También me prometiste que tendríamos nuestra propia casa, que no me dejarías sola, que podría hacer mi maestría en encantamientos. ¿Por qué esta vez sería diferente? Firma ya, James. Acabemos con esto.

—Ya escuchaste, hijo. Hazlo. Ella no es feliz aquí, y tu madre tampoco es feliz con ella. Déjala ir. Este trato es lo mejor para todos. Siempre fue evidente que no pertenecía a nuestro mundo —dijo Fleamont Potter con frialdad.

—Shabby, trae la pluma de sangre y el sello de la familia —ordenó Euphemia, recuperando su postura altiva—. Hazlo rápido para que esta lamentable criatura salga de mi casa.

—Ya oíste a tus padres, James. Por primera vez en tu vida, te recomiendo que los escuches —dijo Lily, imperturbable ante los insultos.

El elfo doméstico apareció con los objetos y se los ofreció a James. Este dudó un instante, pero finalmente cedió ante la presión de todos en la sala.

—Lily... Yo no quería que las cosas terminaran así —dijo James, mientras lágrimas caían sobre el documento.

Lily no respondió. Firmó después de él, se quitó un pendiente verde esmeralda, trituró la piedra entre sus dedos y se tomó el polvillo que quedó.

Fleamont, como auror y pocionista experimentado, reconoció el antídoto de inmediato, lo que trajo alivio a la familia Potter.

—Vete de mi casa ahora —ordenó Euphemia con seriedad, incapaz de hacerle daño debido al acuerdo de sangre firmado.

Lily no dijo nada. Caminó con la frente en alto hacia la chimenea más cercana. Antes de dar un paso al interior, James tomó su mano.

—Lily, quédate. Podemos arreglarlo. Podemos ser mejores —suplicó.

Lily sostuvo su mano por un momento, intentando guardar el recuerdo del calor de ese contacto. Finalmente, lo soltó.

—Adiós, James —susurró, antes de desaparecer entre las llamas del fuego verde.

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El nueve de enero de 1980 comenzó con paz y tranquilidad, exactamente lo que Severus había deseado para su cumpleaños: un día de descanso encerrado en casa, sin más que hacer que observar a Darcy esforzarse por sostenerse con sus bracitos o levantar la cabeza, o simplemente hablarle.

Al parecer, Darcy había desarrollado un apego peculiar hacia su voz, llorando desconsoladamente si no le hablaba, hasta dejarlo afónico. Aunque esto le halagaba un poco, también se había convertido en una tortura tanto para los Evans como para él mismo. Los días en que dejaba a Darcy con los Evans para trabajar eran un suplicio; al recogerlo, el llanto era tan desgarrador que calmarlo consumía casi todo el tiempo que le quedaba para escribir sus ensayos universitarios. Ni siquiera quería imaginar cómo coordinaría trabajo, estudios y el cuidado de Darcy sin colapsar en el intento.

A veces soñaba con un giratiempo que le permitiera estirar sus días, aunque sabía que pedir uno para aliviar su carga de estudios era tan ridículo como su fantasía de chasquear los dedos y limpiar la casa en un instante.

Al menos, su chantaje contra Black le había asegurado algo de paz. Sirius no lo fastidiaba tanto como antes, y Severus no se avergonzaba de aprovechar la situación: lo ponía a cambiar pañales o lavar platos mientras terminaba los trámites para sus solicitudes universitarias.

Para su sorpresa, Black no se quejaba. De hecho, parecía estar disfrutando su estancia en Cokeworth. Severus sospechaba que era culpa o algún sentimiento similar, especialmente tras el episodio de la borrachera en que Sirius había invadido su casa. Pensaba que tarde o temprano Sirius volvería a su actitud habitual, pero esa tregua inesperada era, cuanto menos, bienvenida.

Quizás, reflexionó Severus, Black estaba ablandándose por lo ocurrido con la poción y la niebla. A pesar de sus desplantes iniciales, Sirius había conseguido los ingredientes necesarios para la poción, y según Víctor, incluso había puesto a Potter en su lugar. Era una verdadera lástima que Víctor no le hubiera pasado el recuerdo para verlo en su pensadero improvisado, hecho con cemento en el patio trasero. Severus hubiera disfrutado mucho presenciar la cara de Potter al sentirse "traicionado" por su mejor amigo.

Además, aunque no era tan buen actor como Rob amenazando al "Doctor Muerte", Black se había desempeñado sorprendentemente bien en su papel como agente del gobierno. Severus admitía, con cierto recelo, que había estado a la altura de las circunstancias.

Por ese esfuerzo, estaba dispuesto a mantener la tregua un poco más. Claro, no tenía muchas expectativas: los alcohólicos como Black solían arruinarlo todo tarde o temprano, especialmente aquellos que gozaban de la suficiente protección e influencia para autodestruirse sin consecuencias. Pero mientras durara, no le vendría mal un poco de ayuda, aun si es de Sirius Black.

El timbre sonó, y Severus abrió la puerta, dejando entrar a Black, quien cargaba enormes ojeras y el diario local de Cokeworth bajo el brazo.

—Buen día, Black. Te ves como la mierda —lo saludó Severus, para luego advertirle—. No hagas ruido, Darcy está dormido, y ahora que ya no cabe en su olla, es un suplicio hacerlo dormir.

—¿No era un caldero? —preguntó Black, arqueando una ceja.

—Olla, caldero, da igual. De cualquier forma, sigue siendo una pérdida de espacio y dinero.

Severus había desarrollado un profundo rencor hacia la maldita cosa. No solo era responsable de sus insomnios, sino que también no podía venderla debido a un estúpido apego sentimental; finalmente era "la primera cuna" de su bebé. Así que el caldero ahora yacía guardado en su ropero, donde lo miraba con una mezcla de ternura y rabia cada vez que abría la puerta.

—¿Te importa si tomo algo de café? —dijo Black, ya sirviéndose de la olla que hervía en la estufa.

—Tú pagarás la siguiente tanda. Es lo más caro de esta casa, después del caldero-cuna —se quejó Severus.

—De acuerdo. Hablaré con los Hernández para que nos compartan sus granos. No entiendo por qué te molesta tanto tratar con ellos; son agradables y nos ahorran mucho en comida —respondió Black, acomodándose en el desvencijado sillón y sosteniendo una vieja taza de aluminio abollada, que había reclamado como suya.

—Un tipo como tú jamás entenderá el sufrimiento de ser expuesto a esa concentración de ruido, alegría y… contacto físico —contestó Severus, estremeciéndose al pronunciar las últimas palabras.

—Por eso te dicen rarito.

—Cállate, fifí —replicó Severus, aunque notó que su tono carecía de la mordacidad habitual.

Quizá su mente ya estaba rota. No sentía el mismo odio corrosivo hacia Black que había sentido en Hogwarts, pero tampoco experimentaba el arrollador cariño que solía ahogarlo cada vez que veía a Lily Evans. Era extraño. En Hogwarts, cuando Lily se alejó de él, sintió que debía arrojarse de la Torre de Astronomía. Ahora, podría dejar una conversación a medias con ella solo para escuchar a Darcy reírse por primera vez al ver una mosca volar y anotarlo en su cuaderno de observaciones. Lily no se ofendía por eso; al contrario, parecía emocionada. Fantaseaba con tener a su propio hijo. Claro, el suyo no sería ni la mitad de inteligente e interesante que Darcy, pero siempre se podía soñar.

—No sabía que el molino se quedó sin dueño —comentó Sirius mientras abría el periódico con un interés poco habitual en la gaceta de Cokeworth.

—Por desgracia. Las yentas están en pláticas para encontrar una solución, pero las cosas se pusieron feas cuando la señora Harkness descubrió que su junior se fugó románticamente con su asistente. Creo que le dolió más que fuera gay a que fuera drogadicto.

—Nunca entenderé la idea muggle de odiar a dos personas solo por amarse.

—Nunca entenderé la idea mágica de odiar a los muggles al punto de casarse entre primos para mantener limpia la sangre —replicó Severus, cruzándose de brazos.

Definitivamente estaba roto. ¿Desde cuándo era él quien defendía a los muggles y Black quien los cuestionaba?

—Tampoco entiendo eso. No apoyo ninguna idea que implique el odio por el odio —dijo Sirius con seriedad.

—Quizá deberías haber tomado esa filosofía desde Hogwarts.

Black exhaló un suspiro, murmurando algo que sonó como un “Quizá” mientras pasaba las páginas del periódico.

El ambiente en la casa de Severus era tan extraño que apenas parecía real. Normalmente, para ese punto él y Black ya deberían estar en la alfombra, intentando cortarse el cuello mutuamente, pero en su lugar había un silencio cómodo, el aroma a café y algo que casi podría describirse como… paz.

—Oye, ¿Pollock no era el apellido del doctor corrupto que tuvimos que amenazar ese día? —preguntó Black, rompiendo el silencio.

—Sí. ¿No me digas que está en el diario? —respondió Severus con una chispa de preocupación. Desde que habían dejado ir a Pollock, el asunto había sido una espina constante en su mente.

—Estoy leyendo su obituario ahora mismo.

Severus se acercó rápidamente, leyendo el periódico junto con Black. Las palabras impresas confirmaban lo que ambos temían.

—¿Tú crees que… Rob? —preguntó Sirius, dejando la frase en el aire.

—¿De verdad quieres saberlo? —replicó Severus, mirando directamente a los ojos grises del otro hombre.

—No —respondió Black, volviendo a concentrarse en el periódico.

Severus suspiró y subió a revisar a Darcy, quien descansaba en su cuna, todavía adaptándose a su nueva "cama". Al menos ya no odiaba tanto el cuarto, no después de aquella noche en la que ambos durmieron escondidos en la alfombra, protegiéndose del ebrio Sirius Black. Aun así, la idea de conseguir una puerta nueva para su habitación seguía rondando en su cabeza, aunque no se sentía cómodo cerrándola del todo. Apenas podía dormir con la simple cortina que colgaba en la entrada de su cuarto.

Al entrar al cuarto de Darcy, lo encontró balbuceando alegremente, jugando con su frazada de elefantes.

—Hola, ¿ya estás planeando la devastación del universo desde temprano, pequeño mocoso? —dijo Severus con una sonrisa. Darcy soltó una carcajada y extendió sus bracitos hacia él.

El corazón de Severus no estaba hecho para lidiar con semejante nivel de adoración. Nunca había sido bueno recibiendo cumplidos, y ahora esta pequeña criatura parecía iluminarse de felicidad cada vez que lo veía, al punto de destrozarle los tímpanos si no le prestaba suficiente atención.

Lo levantó antes de que empezara el drama matutino y bajó con él a la cocina para preparar la leche. Darcy estaba más activo que nunca, pateando y moviéndose constantemente. A este paso, pensaba Severus, iba a ser un niño con tanta energía como para acabar con el mundo.

—Hice la botella de Darcy como pago por el café —anunció Sirius desde la cocina.

—Aún debes pedir el café con los Hernández —respondió Severus mientras alimentaba a su hijo.

—Entiendes que socializar para mí no es un castigo, ¿verdad? —dijo Sirius, mostrando su estúpida sonrisa.

—No me importa. Solo no quiero hacerlo yo.

Estaba ordenando la mesa cuando la puerta se abrió sin aviso, dejando entrar a Lily. No era sorpresa; ella nunca se molestaba en tocar.

—Hola, Sev. Sirius, te ves horrible —saludó Lily con una sonrisa, sirviéndose desayuno sin preguntar.

—Acabo de salir de mi segundo empleo. Nadie se ve hermoso después de salir de su segundo empleo —se quejó Black mientras ponía la mesa.

Severus los observó en silencio. Apenas estaba cayendo en cuenta de que había permitido que estos dos invadieran tanto su espacio que ahora incluso tenían una rutina. Quizá realmente había muerto en el río Cokeworth el día de la poción, y su alma había migrado a una dimensión alterna.

—Oye, Sev, ¿no vas a desayunar? Aprovecha que tu pequeño banshee está de buenas —dijo Lily, llamando su atención.

—Solo estaba pensando… ¿Cuándo van ustedes a traer el desayuno, par de gorrones?

—¡Oye! Estoy seguro de que hay una regla no escrita sobre alimentar a tu asistente social —protestó Sirius, ofendido.

—Lo que Dios me dio de linda, lo compensó haciéndome inútil en la cocina. Si no, imagínate, el universo habría explotado —dijo Lily con una sonrisa descarada.

—Y la humildad también fue parte de esa compensación, ¿verdad? —gruñó Sirius.

—La humildad está sobrevalorada —respondió Lily, señalándolo con su cuchara antes de abrir una silla y mirar a Severus—. Vamos, Sev, siéntate y come. Es incómodo gorrearte si no participas.

Severus se sentó, fingiendo estar ofendido. Aunque, pensándolo bien, tal vez debería estarlo. Nunca se apuntó para ser parte de este extraño grupo de "amigos".

—Oh, vamos, Sev, sabes que te lo compensaré lavando los platos —dijo Lily, guiñándole un ojo.

—Está bien. La próxima yo traigo el desayuno. Mi roomie Tiny hace un quiche para morirse —dijo Black con aire despreocupado.

—¿Tienes un roomie aparte de Remus? Eso no lo sabía —preguntó Lily, curiosa.

Black la miró como si acabara de decir la cosa más absurda del mundo.

—¿No lo sabías? James dijo que no te gustaba que viviera con un tipo del Callejón Knockturn.

En ese momento, Severus supo que estaba a punto de desatarse otro episodio del eterno drama de los Potter. No estaba seguro de querer escuchar más. Ni siquiera le interesaba saber los detalles del divorcio exprés más sonado del mundo mágico, porque cada palabra al respecto solo aumentaba sus ganas de envenenar a James Potter y enterrarlo en una zanja.

—¿Por qué? Es tu casa, y si Remus no se queja, no puede ser mala persona. Además, sería muy hipócrita de mi parte juzgar a alguien por su origen, ¿no crees? —dijo Lily, con el ceño fruncido.

—Entonces... ¿no te dijo nada de Tiny? —preguntó Black, ahora visiblemente alterado.

—No, lo último que sé es que ya no trabajas como auror y que ahora eres asistente social. Y eso me lo dijo James, pero lo presentó como si Sev estuviera acosando a mis padres para llegar a mí de alguna manera. Apenas mencionó algo sobre ti.

Black apretó los puños, visiblemente molesto.

—¿Nada de la pelea? ¿Ni de que trabajo en un pub de mala muerte en el Callejón Knockturn? Ese hijo de… Euphemia —gruñó entre dientes, esforzándose por contenerse.

—Por supuesto que no. Lo poco que sé es porque a veces hablo con tu novia en las reuniones —comentó Lily con tranquilidad.

—¿Mi novia? —preguntó Black, perplejo.

En ese momento, Severus supo que sus esperanzas de pasar un cumpleaños tranquilo estaban oficialmente destruidas.

Notes:

Espero que hayan disfrutado este capítulo nos vemos pronto con más. ¿Quién será la novia de Black? ¿James fue el único manipulador aquí?, Historias y misterios pronto van a ser descubiertos y quizás resulte que ninguno de ellos tenga clara ni la historia de su infancia. Y por supuesto la primera sesión de terapia de Sirius Black.
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Notas del Beta: Este archivo fue editado el 25/11/24 con el consentimiento del autor.

Chapter 12: El delirio y la Novia.

Notes:

Hola a todos, aquí vamos con otra entrega de esta historia, estoy muy feliz por la cantidad de gente que esta leyendo esto ahora, personalmente pensé que esto solo interesaría a cinco personas y una de esas quizás sea un prisionero ruso al que torturan haciendo leer esta cosa.
En fin sin más aquí vamos, un poco de quien es la novia de Sirius, la primera terapia de Severus y el cumpleaños de Severus, todo muy lindo o… tal vez no…

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—¿Tengo una novia? —preguntó Sirius, completamente confundido. Estaba cien por ciento seguro de que no tenía una novia. Ni siquiera había tenido sexo desde que se graduó de Hogwarts, al menos no que recordara.

—Sí, Marlene McKinnon. Sirius, si no estás interesado en ella, deberías decirlo. No es justo que la ilusiones así —se quejó Lily, cruzándose de brazos.

—Lily, tengo dos trabajos que a veces se superponen, como ahora. Salgo de una jornada nocturna y luego termino haciendo de niñera para tu psicópata mejor amigo. ¿De dónde sacaría tiempo para una novia? —Sirius frunció el ceño, intentando recordar algo que Marlene pudiera haber malinterpretado como interés.

—No me importa cuál sea el problema, pero el psicópata quiere un desayuno tranquilo —interrumpió Snape mientras intentaba desayunar y alimentar a Darcy al mismo tiempo—. Si van a pelear, háganlo civilizadamente. Usen los cuchillos del cajón y vayan al patio trasero a matarse. Darcy está muy chiquito para ver sangre.

—No es una pelea, solo es algo raro. Marlene dice que han tenido citas, incluso esperaba un anillo en Navidad —dijo Lily con incredulidad.

—Lily, tengo problemas mentales serios que apenas estoy empezando a asumir. Un trabajo que me paga la mitad porque el resto se lo quedan debido a esos mismos problemas mentales. Y este otro trabajo, que casi pierdo, adivina por qué... por mis estúpidos problemas mentales —Sirius parecía cada vez más frustrado mientras hablaba—. No le daría un anillo a nadie, y mucho menos en Navidad. ¿Sabes dónde pasé la Navidad? Aquí, ebrio. Gracias a mis ya mencionados problemas mentales. Lo que, por cierto, debería anular el chantaje, pero Snape es un terco.

—En primer lugar, sobre mi cuerpo muerto retiraré mi chantaje, Black. En segundo, puede que por esos problemas mentales no recuerdes haber tenido esa relación. No sé… no tengo idea de cómo funciona la “locura Black” —respondió Snape, dejando caer una bomba en la conversación.

En Hogwarts, Sirius habría tachado a Snape de vicioso. Ahora podía ver que el hombre simplemente no tenía idea de cómo interactuar con otros humanos. Incluso sospechaba que Snape no entendía por qué las personas a menudo se enojaban a su alrededor.

—¿Podría ser? —murmuró Sirius, su rostro cambiando de confusión a pánico—. Hace mucho que no tengo lagunas mentales. Ni siquiera recuerdo haber tenido los síntomas desde... desde Hogwarts.

Dejó caer la cuchara al plato, salpicando huevos por toda la mesa.

—No hay manera. Remus… Remus me lo diría si estuviera pasando.

—Lily, ¿qué le pasa a tu amigo? ¿Está hiperventilando? —preguntó Snape con frialdad.

—¡Por supuesto que está hiperventilando! No puedes soltar semejante cosa a un tipo que tiene pavor de volverse loco —respondió Lily, tratando de consolar a Sirius.

Snape la miró con genuina confusión.

—¿Eso fue grosero? Vaya, esta vez no quería serlo.

—Snape, eres como un maldito hipogrifo en una cristalería cuando se trata de tacto —se quejó Sirius, esforzándose por respirar como le había enseñado la señora Petrov—. Ahora no puedo parar de pensar que tuve una relación secreta mientras estaba en un delirio psicótico o algo así.

—No, así no funciona el delirio psicótico. Tal vez sería amnesia disociativa —aclaró Snape con indiferencia.

Sirius se dio una palmada en la frente, tratando de calmarse.

—¡No se trata del nombre, Sev! Se trata de que hay una posibilidad de que una chica crea que tiene una relación con Siri y que va a casarse con ella— Lily regañó a Severus.

—¡Eso! —exclamó Sirius, alzando la voz—. Va a ser una maldita pesadilla convencerla de que no estaba en mis cabales cuando "salíamos".

—En primer lugar, eso solo es una opción. Lo mencioné porque situaciones como esta pueden traer malentendidos. Sé de lo que hablo; Víctor y yo hemos visto telenovelas —comentó Snape con seguridad—. Además, también cabe la posibilidad de que ella esté mintiendo. En lo personal, yo pediría pruebas. O mezclaría veritaserum en su té.

Sirius dejó escapar una risa nerviosa.

—Claro, voy a ponerle una poción restringida en su té. Suena muy ético.

—No soy un tipo ético. Yo podría ponerlo en el té y tú la invitas a tu casa —ofreció Snape con tono que casi parecía amable.

—¡Por supuesto que no! —respondió Sirius, indignado.

—¡Claro que no! —interrumpió Lily—. Marlene es mi mejor amiga, así que Sirius y yo vamos a hablar con ella civilizadamente, sin juzgarla.

Sirius asintió con alivio, hasta que Lily añadió:

—Y cuando se sienta cómoda, deslizaré veritaserum en su té.

—¡Lily!

—¡¿Qué?! Después de la situación con James, no confío ni en mi abuela.

—¿Saben lo ridículo que es que el tipo con "locura Black" sea la voz de la razón aquí?

Snape y Lily se encogieron de hombros al unísono.

—Tiene sentido. Eres el único que va voluntariamente a terapia. Lily y yo solo fingimos estar cuerdos e improvisamos desde ahí.

A pesar de todo, Sirius sonrió. Por lo menos, con los "hermanos psicópatas" no se sentía tan juzgado. Aunque, con la tragicomedia que era su vida, probablemente acabaría con una pierna rota, amnesia, y en garras de su supuesta “novia delirio”. Quizá despertaría veinte años después, casado y con hijos en una granja en Dover.

Se estremeció solo de pensarlo, se levantó y se dirigió al sillón.

—No vamos a drogar con veritaserum a nadie. Al menos no hasta asegurarnos de que hay juego sucio. Ahora, si me disculpan, dormiré hasta las tres, iré a terapia y después aclararemos esta "relación" con Marlene. No importa si miente o si es producto de mi demencia, no puedo salir con alguien sin recordar siquiera la primera cita.

—¿No se supone que vienes aquí a supervisar a Darcy? —se quejó Snape, dándole palmaditas en la espalda al bebé para que eructara.

—Darcy, ¿estás vivo, bien y sano? —preguntó Sirius, mirando al bebé, que respondió con un balbuceo seguido de un eructo—. Tomaré eso como un sí, además llené en el bar todos mis informes de la semana, no es como si pudiera escribir algo negativo sobre ti de todas formas.

Se acurrucó en el sillón y se quedó dormido casi al instante. En sus sueños, volaba en una escoba vestido de novia hacia la señora Petrov, que lo esperaba en una isla tropical bebiendo margaritas mientras Marlene y Snape lo perseguían en sus propias escobas.

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—No entiendo qué pasó, Remus. Éramos perfectos juntos. En Hogwarts parecía que nos entendíamos tan bien… Ella era maravillosa, estaba llena de vida, y de un día para otro… se apagó. Al final, estaba tan llena de rencor. Snape debió decirle algo, aprovecharse de su estado hormonal y convencerla de pedir el divorcio. Maldito el día en que le salvé la vida a ese monstruo. Y lo peor es que, incluso si se arrepintiera, mis padres no podrían volver a aceptarla. Remus, tú sabes de muggles, dime cómo hacer que vuelva. ¿Qué tengo que hacer para que vuelva a ser feliz? Cómo extraño su risa…

James lloraba en el sofá del departamento que Remus compartía con Sirius y Tiny. Remus respiró profundamente, intentando mantener la calma. Era difícil de creer que Lily se hubiera marchado de una manera tan abrupta y violenta. Habían sido una pareja tan hermosa, tan enamorada.

—Amigo, las cosas no funcionan así. Estoy seguro de que ella todavía te quiere. Tal vez… no sé… si vas a Cokeworth y hablas con ella, podrían resolver algo. Ustedes siempre han podido. Eran… no, son un gran equipo.

Trató de sonar conciliador. Después de todo, Remus era el único amigo que le quedaba a James en esta situación. Increíblemente, Lily se había llevado a Sirius con el divorcio. Lo peor era que, cuando Remus le preguntó a Sirius, este simplemente respondió que James se lo merecía por ser un completo imbécil y que tenía demasiadas cosas en su plato como para también ayudar al "bastardo egoísta".

—No lo sé, amigo. Odio ese lugar. Es sucio y pequeño… Además, Snape creció ahí. Siempre admiré a Lily, y a ti, por ser como son a pesar de haber crecido de esa manera.

—Hablas como si Lily y yo hubiéramos crecido en una tribu alejada de todo. No estábamos tan mal. Tuvimos una infancia feliz, dentro de lo que cabe.

—Sí, eran felices con tan poco. Aprendí mucho de ustedes.

—Oh, por Dios —murmuró Tiny, negando con la cabeza. Había estado callado hasta ese momento, lanzando miradas de desaprobación a James. Finalmente, habló, mirando a Remus—. ¿Tu amigo habla en serio?

—Eso no te incumbe. Solo estás aquí por la buena voluntad de Sirius. Por lo menos deberías ser más agradecido. No sé, hacer el té y no meterte en cosas que no entiendes.

—En primer lugar, Sirius solo me apoyó un tiempo mientras conseguía trabajo, y ahora pago mi parte de la renta. En segundo, quizá si no fueras un estúpido clasista de mente cerrada, tu chica no te habría dejado. Solo tuve que escucharte quejarte por millonésima vez sobre cómo eres su maldita "mejor opción" y ella está "perdida sin ti" para darme cuenta de eso.

—Vamos, Tiny, no tienes que ser tan duro con él. En Hogwarts ellos estaban tan unidos, era amor verdadero, yo lo vi —intentó mediar Remus, aunque su voz sonaba cansada.

James miró a Tiny como si el mismo Severus Snape estuviera frente a él.

—Éramos grandiosos juntos. Todos esperaban que nos casáramos. ¿Qué vas a saber tú, un tipo que ni siquiera fue a Hogwarts?

El rostro de Tiny enrojeció de ira, y Remus trató de intervenir antes de que todo se saliera de control.

—Tiny, por favor, cálmate. Recuerda tus problemas de ira.

Pero fue inútil. Tiny simplemente explotó y se acercó hasta quedar frente a James.

—Estoy seguro de que la amas, pero ¿la respetas? ¿Alguna vez le preguntaste cómo se sentía, en lugar de preguntarle a todos a su maldito alrededor? Estoy seguro de que ella estaba feliz de que pensaras que era tan estúpida como para no hablar por sí misma. O de que llamaras el lugar donde creció "pequeño y sucio". O que sintiera que necesitaba tu maldito permiso para todo. ¿Haces eso con todas las mujeres que conoces?

—No es así. Lily no entiende que hay protocolos, que tenemos enemigos. Desde el momento en que se casó conmigo, su realidad cambió. Su vida no podía ser como en Hogwarts. Era impensable que saliera sin supervisión. Eso arruinaría su reputación. Si eso pasara, nos desheredarían a los dos. Tú no entenderías.

La mirada de James era glacial. Evidentemente no esperaba que Tiny lo cuestionara de esa manera. Es cierto que al principio la relación entre James y Tiny había sido fría. Remus siempre asumió que se debía a la rudeza con la que Sirius lo introdujo en sus vidas. Sin embargo, esperaba que con el tiempo James reconociera la inteligencia de Tiny y se llevaran mejor.

—Lo entiendo, estúpido. Entiendo que amas a tu esposa, pero no tienes los malditos huevos para dejar tu vida cómoda por ella.

Remus había esperado que Tiny lo mandara a volar con un golpe, pero nunca imaginó esa brutal honestidad saliendo de su boca. Tiny estaba claramente haciendo un esfuerzo por controlarse.

—Eso no es así. Soy el único heredero. Tengo responsabilidades. No puedo, como Sirius, irme a retozar por el mundo libremente. Así no es la vida.

—Oh, sí, pobre snob llorando por la "plebeya ignorante" que se atrevió a rechazarlo. De seguro sufrirás toda tu vida, escribiendo poemas de amor mientras la recuerdas en tus sábanas de seda, después de ahogarte con vino de tu carísima cava de importación.

James se levantó, enfurecido, y apuntó con su varita a Tiny.

—¡Basta, los dos! —gritó Remus, interponiéndose antes de que las cosas se tornaran violentas—. James, Tiny tiene razón. Si no vas a hacer nada para recuperar tu relación con Lily, entonces deja de llorar y sigue adelante con tu vida. Y tú, Tiny, no tienes que ser tan brusco. James es mi mejor amigo. Él nunca me juzgó, solo que su posición es complicada como para simplemente abandonarlo todo por amor.

—Remus, este hombre te ha estado sobajando cada vez que viene aquí. Te dice lo valiente que eres por ser pobre y lo mucho que te admira por no quejarte de ello. Sé que es tu amigo y lo quieres, pero vales más que ser el "lobo bueno" que este reverendo imbécil utiliza para sentirse moralmente superior.

Dicho esto, Tiny salió del departamento y azotó la puerta tras de sí.

—Oye, sabes que eso no es cierto, ¿verdad? —preguntó James.

Remus lo miró, dudando entre decir lo que realmente sentía o callar, como había hecho toda su vida.

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—Bien, muchacho, hemos hablado de los síntomas de tu “locura Black” y creo que tengo una idea de lo que se está cocinando en esa cabeza tuya, pero no lo sabremos con certeza hasta que empecemos con los estudios.

La señora Petrov apagó su cigarro en el cenicero de la mesa de café. Sirius observó la sala con cierto recelo. Estaba decorada con fotos familiares, figurillas de cerámica, libros amarillentos y tapetes de croché. Por un momento dudó de seguir con la terapia. Todo parecía tan… normal, tan muggle. Pero, al final, decidió arriesgarse.

El primer paso fue llenar un cuestionario con preguntas bastante completas: antecedentes familiares, enfermedades, emociones, hábitos. Luego hablaron sobre la larga y complicada historia de padecimientos mentales en la familia Black.

Aunque Sirius maquilló algunos detalles para evitar mencionar la magia, sus relatos aún eran lo suficientemente impactantes como para conmover a cualquiera. Sin embargo, la señora Petrov ni siquiera parpadeó ante las historias de incesto familiar o abuso emocional. De hecho, parecía más bien disfrutar del desafío, incitándolo a abrirse y hablar como si fuera una amiga más. Una amiga que maldecía mucho, fumaba como chimenea, pero resultaba sorprendentemente agradable. Era extraño, pero también satisfactorio hablar con alguien que no arrugaba la nariz ni exclamaba: “¡Sirius Black! ¿En qué estabas pensando?”.

—Tengo un problema con tus “lagunas mentales”. Cuéntame más sobre eso.

—Bueno, no hay mucho que decir. Había momentos en los que todo se volvía borroso. Sentía que todo iba muy rápido, como si pudiera correr y hacer lo que se me pasara por la cabeza… y lo hacía. A veces la gente reía y aplaudía, y mi corazón se aceleraba. No es una metáfora; realmente se aceleraba, al punto de que temía tener un infarto. También sentía mucho calor, como si estuviera bañado en sudor después de hacer ejercicio. Pero, de repente, todo cambiaba. Era como despertar de un sueño confuso. Me sentía completamente agotado, sin poder mover un dedo, y no sabía si quería llorar, golpear algo… o lastimarme.

—¿Llegaste a lastimarte físicamente?

—¿Cortarme y todo eso?

—Sí, eso. ¿Alguna vez lo hiciste?

—No, todos se habrían enterado. Pero cuando podía levantarme, me sentía horrible. Entonces buscaba al tipo más grande y fuerte, alguien que pudiera barrer el piso conmigo, e iniciaba una pelea. O simplemente provocaba al primero que estuviera cerca. Soy bueno en eso, en empujar a la gente hasta que explota. Es más fácil, y nadie sospecha. Solo creen que soy un tipo con una personalidad complicada y rebelde.

La señora Petrov tomó algunas notas en su libreta antes de mirarlo con una expresión de comprensión.

—Vaya, me sorprende que hayas identificado esta conducta tú solo. Es algo común en muchos hombres con depresión: buscar peleas o realizar actividades de riesgo como una forma de autolesión. En tu caso, incluso tu elección de ser policía encaja en ese patrón.

—¿Entonces estoy deprimido?

La mirada que le dirigió Petrov era la misma que Sirius recordaba de la profesora McGonagall cuando preguntaba si estaba en problemas y la respuesta era obvia.

—Por favor, muchacho. Hasta tú sabes que tienes depresión. Pero eso es solo una parte del desbarajuste que tienes en la cabeza.

—Eso no suena muy profesional.

—¿Quieres que te hable profesional? No pareces el tipo que sigue los consejos de alguien que habla con palabras bonitas y tono fino.

—Sí… no, bueno… mejor no. Sería como tratar con mi madre.

—Entonces volvamos a lo importante. Tus “lagunas” no son lagunas mentales. Yo las llamaría episodios psicóticos… o una larga experimentación con estimulantes. Pero, dado tu árbol genealógico y que solo marcaste alcohol, tabaco y café en el apartado de drogas, me inclino por los episodios psicóticos. Las lagunas mentales son fragmentos de memoria que no puedes recordar. Pero tú dices que los recuerdas, incluso cómo te sentías física y mentalmente.

—¿Eso es bueno?

—En cierto modo, sí. Significa que tu “novia delirio” no es más que una chica mentirosa.

—Oh, por Merlín —exhaló Sirius, aliviado—. Gracias. Llevo toda la mañana dudando, pensando en qué otras cosas habría hecho mientras no estaba en mí.

—Por otro lado —continuó Petrov—, eso significa que necesitaré que te hagas un electroencefalograma. Tal vez una tomografía, entre otros estudios.

—¿Una qué?

—Una tomografía. Es un procedimiento nuevo, una radiografía, pero del cerebro. Por supuesto, cuesta un ojo de la cara. Pero tengo un amigo que nos dará un buen descuento. Tú solo preséntate en el hospital que te diga, y yo me encargaré del resto.

Sirius sintió un nudo de preocupación. Debería preguntarle a Lily o incluso a Snape si había alguna prueba muggle que pudiera revelar su naturaleza mágica. No quería terminar como experimento de laboratorio.

—¿Y todo eso… como para qué me servirá?

—Descartaremos si tu “locura Black” es en realidad una enfermedad cerebral congénita, un tumor o un parásito. Lo importante es que empezaremos a trabajar en que tengas una vida más estable.

—¿Un parásito? —preguntó Sirius, alarmado, imaginando algún bicho devorándole el cerebro.

—Respira, muchacho. Empieza a preocuparte cuando la cosa tenga nombre y apellido. Mientras tanto, relájate. Respira profundo. Esto es una maratón, y apenas diste el primer paso —respondió la mujer, ajustándose las gafas de armazón grueso.

Luego, revisando sus notas, añadió:

—¿Estás seguro de que nunca has experimentado con estimulantes?

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Lily no quería hacer lo que estaba haciendo. Su plan inicial era simple: comprar un regalo para Severus. Algo pequeño y tonto, como un libro o una taza personalizada que dijera: “Mi hijo es mejor que el tuyo, pero no tanto como el de Lily Evans” o “Mejor padre del mundo, solo porque la mejor mamá es Lily Evans”.

Sin embargo, ahí estaba, sentada frente a Marlene McKinnon en una de las mesas del Caldero Chorreante, con una cerveza de mantequilla en la mano y sin un plan claro. Estaban demasiado expuestas, y para colmo, no tenía veritaserum a la mano. Maldito James Potter y su insistencia en que abandonara sus viejos hábitos, incluida la costumbre de llevar un pequeño alijo de pociones de emergencia.

Sabía que meterse en asuntos ajenos solía traerle problemas. Severus siempre la había regañado por eso. Como aquella vez que decidieron seguir a Hagrid al Bosque Prohibido y acabaron rodeados por un nido de acromántulas hambrientas. Y ahora, ahí estaba, metiéndose otra vez donde no la llamaban.

—Lily, ¿entonces es cierto? —preguntó Marlene en un susurro, como si temiera que las mesas cercanas estuvieran escuchando.

Lily suspiró, preparándose mentalmente. Ah, claro, también había olvidado ese pequeño detalle: que se había divorciado de la celebridad millonaria local.

—¿Qué es cierto? —preguntó, fingiendo desinterés. Mejor saber primero qué rumores circulaban antes de responder.

—Que dejaste a James y estás embarazada de Snape.

Lily se quedó boquiabierta, mirando a Marlene como si le hubieran arrojado un cubo de agua helada.

—¿Quién te dijo semejante cosa? No me digas que James está diciendo eso.

No era posible. El contrato de sangre que habían firmado al divorciarse le impediría mentir sobre esas cuestiones sin perder su magia.

—No, por supuesto que no. Él solo dijo que fue por “diferencias irreconciliables”. Pero… hace poco, bebiendo con los muchachos del escuadrón, no paraba de llorar por ti y maldecir a Snape… y a su bebé.

Lily rodó los ojos con exasperación. Maldito James y su tendencia a dramatizar. Quizás debería enviarle una carta recordándole que, si seguía comportándose como un niño malcriado, pondría en riesgo el estatus de herencia de su propio hijo y, de paso, provocaría un infarto a Euphemia Potter.

—No, tonta. Estoy embarazada de un muy legítimo heredero Potter. Si no, la magia familiar no lo habría reconocido en el acuerdo de divorcio. Y Snape… —hizo una pausa, dejando que su tono sonara casual— tiene su propio bebé. ¿No te lo dijo Sirius? Él es su asistente social.

La reacción de Marlene fue sutil, pero Lily la notó.

—Sirius últimamente no me dice nada. Está muy ocupado gestionando su regreso al escuadrón, la boda, la misión de Dumbledore… Apenas hemos podido vernos como antes.

Lily arqueó una ceja. Algo no cuadraba, a pesar de que incluso lo que decía justificaba lo ocupado que Sirius decía estar para tener una relación.

—¿Boda? ¿De qué hablas? Pensé que aún estabas esperando un anillo.

Marlene sonrió, un gesto despreocupado que no encajaba del todo.

—Oh, fue en Navidad. Ya sabes que no me gustan esas sorpresas cursis. Le dije: “Quiero un anillo para Navidad”, y él dijo: “Lo que quieras, Leni”. Y eso fue todo.

—¿En Navidad?

—Sí.

Lily se inclinó ligeramente hacia adelante, su tono adoptando un matiz amistoso, aunque en su mente las alarmas resonaban.

—Marlene, no es que no confíe en ti —solo no confío en nadie, pensó—, pero estoy segura de que Sirius me dijo que pasó la noche en casa de Severus. Ya sabes, después de la tradicional fiesta Potter. Estuvo desvelado y un poco achispado, celebrando con unos vecinos de Cokeworth.

Lanzó el comentario como quien no quiere la cosa, pero observó a Marlene con cuidado. La mujer solo se rio, quitándole importancia.

—Oh, claro, no pasamos toda la Navidad juntos. Solo nos vimos para intercambiar regalos. Ya sabes que no soy de esas cosas cursis de “mujercitas”. Si fuera por mí, ya habríamos ido al Ministerio, firmado los papeles y nos habríamos mudado juntos. Ni siquiera me importaría que Remus y Tiny siguieran viviendo con nosotros un tiempo en lo que consiguen un nuevo departamento, no es que me guste mucho que se muden ya le he dicho que podemos mudarnos a mi casa, pero es muy terco y dice que su piso es más grande y es espacioso para nuestro primer hijo, no es que quiera hijos tan rápido, ¿Te imaginas a un hijo de nosotros dos?

Lily no respondió de inmediato, estudiando cada palabra de Marlene. Algo en su tono no encajaba.

—No, no creo que pueda imaginarlo.

—Sería una amenaza —respondió Marlene con una sonrisa confiada—. Solo espero que sea un niño. Soy pésima con las niñas; no sé nada de esas cosas de niñas. Me da miedo terminar criándola como si fuera uno de los chicos... como yo.

Lily la observó en silencio, recordando cómo había admirado a Marlene cuando eran jóvenes. Siempre había sido atrevida y osada, alguien que no se preocupaba por escandalizar a las chicas de su dormitorio con su actitud. Jugaba al quidditch con una habilidad envidiable y, tras graduarse, se unió al cuerpo de aurores, un trabajo que la mantenía rodeada de los chicos más rudos del escuadrón, con quienes también solía salir a beber.

Pero ahora, sentada frente a ella, Lily sentía algo distinto. Una incomodidad inexplicable la invadía. Ya no podía ver en Marlene a la persona que había admirado años atrás. Y, peor aún, no le creía nada de lo que estaba diciendo, aunque todo pareciera tener sentido en la superficie.

—Hablé con Sirius esta mañana —dijo finalmente—, y me dijo que no recuerda haber salido contigo. Ni siquiera que tuviera una novia.

El rostro de Marlene cambió, una mezcla de tristeza y resignación que casi parecía auténtica.

—Otra vez no… —susurró, casi para sí misma. Tomó las manos de Lily, sus ojos llenos de algo que parecía emoción—. Lo siento, Lily. Quisimos mantenerlo en secreto, pero tú recuerdas cómo era en Hogwarts. A veces… simplemente olvidaba cosas.

Lily frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Hace años, cuando estábamos en Hogwarts, estuvimos juntos unos meses. Un día, de repente, me dijo que no recordaba nada. Pensé que era una excusa para dejarme, pero meses después me preguntó por qué lo evitaba. Me sentí terrible.

Lily no dijo nada, su mente trabajando rápidamente.

—Desde entonces, lo he ayudado a ocultarlo. Tú sabes cómo es Sirius, lo importante que es para él su trabajo, la Orden… Si alguien menciona la “locura Black”, perderá la confianza de todos.

Una lágrima resbaló por la mejilla de Marlene mientras apretaba las manos de Lily.

—Por favor, no le digas nada a nadie. No quiero que arruine su vida.

Lily la observó detenidamente. Podría haber creído cada palabra si no fuera porque había pasado años viendo a Severus usar la oclumancia. Había algo en los ojos de Marlene, un brillo frío detrás de las lágrimas, que le decía que estaba mintiendo. El problema era que no sabía por qué.

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—Euphemia, Dumbledore está furioso contigo —dijo Fleamont Potter, con un tono que intentaba ocultar su frustración. Su esposa, inmóvil, seguía mirando a través del gran ventanal de la mansión Potter como si no lo hubiera oído—. Ellos deberían ser la pareja que uniera al mundo mágico, un ejemplo de familia y amor en tiempos de guerra. Este escándalo nos ha arruinado.

Euphemia permaneció serena, su voz gélida al responder:
—Ella no volverá aquí, Fleamont. Ni ella ni otra nacida de muggles. Siempre se unen, y aunque Lily no diga una palabra, su mera ausencia levantará sospechas. Será la confirmación del peligro que muchos solo intuían. Pensarán dos veces antes de casarse con un Potter. Así que tal vez deberías buscarle a tu hijo una esposa que sea maga. No tiene que ser sangre pura, solo alguien con un apellido mágico. Una campeona que cure el corazón del heredero Potter y les permita ser el ejemplo de “familia y amor” que tanto desean. Lily Evans no quiere una familia arruinada para su hijo. Nos ha dejado el camino libre para preservar nuestra posición.

—Él no quiere a nadie más. Está obsesionado con ella. ¿No lo viste? Está... roto.

—Un hombre Potter roto. Vaya, eso sí que es una novedad.

—Euphemia —dijo Fleamont, entre dientes—, te amo y eres la señora de esta casa, pero no me provoques.

Euphemia esbozó una sonrisa fría, casi burlona.
—Haz lo que quieras, Fleamont, pero si otra mujer mestiza o nacida muggle entra por esa puerta como la señora Potter, seré igual o peor con ella hasta que salga huyendo. Así que piénsalo dos veces. Ahora, si me disculpas, voy a San Mungo a ver a Flora. ¿Quieres que le lleve margaritas de tu parte?

—Solo vete, Euphemia. Mi madre tenía razón cuando dijo que serías mi infierno.

—Las madres siempre tenemos la razón, Fleamont. Debiste escuchar a la tuya.

Sin más, Euphemia giró sobre sus talones y salió de la habitación, dejando a su esposo solo, mirando fijamente las ramas de los rosales del jardín cubiertas por la nieve.

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Severus trató de resistirse al agarre de Black, quien lo arrastraba con Darcy en un brazo hacia la puerta, mientras el timbre sonaba insistentemente. “Debería haber sabido que no se podía confiar en Black”, pensó Severus con amargura. Después de todo, Hogwarts le había dado pruebas suficientes.

—¡Black, por lo que más quieras, no hagas esto! Haré lo que sea, ¡solo no lo hagas! —suplicó, aferrándose con uñas y dientes al cerrojo interior de la casa.

—Por favor, Snape, no seas tan dramático —replicó Sirius, aparentemente divertido—. Ni que fuera el fin del mundo.

—¡Es el infierno en vida! La última vez casi no sobreviví. ¡Pude ahogarme y morir!

—Oh, vamos. ¿No me digas que no te gustaron el chocolate caliente y el pan con muñequitos de plástico?

—¡Quedamos en verlos en febrero! ¿No es suficiente con eso? ¿Cuántas fiestas puede tener México?

—Vamos, ¿no eras tú el que quería café?

—Sí, pero se supone que es tu trabajo, Black.

—Exacto. Yo iré a pedirle el café a la señora Hernández y tú disfrutarás de tu fiesta de cumpleaños. Me lo debes por todas esas ideas extrañas que metiste en mi cabeza.

Y así terminó la maldita discusión. Sirius abrió la puerta con una sonrisa triunfal, mientras Severus lanzaba una última mirada de desesperación hacia su interior. Como era de esperarse, la casa fue invadida por un bullicioso grupo de Hernández liderado por Víctor, quienes, entre abrazos y risas, lo arrastraron hacia su fatídico destino: una enorme, ruidosa y llena de gente; fiesta de cumpleaños.

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La música sonaba alto, y Sirius disfrutaba de su mezquina venganza al ver a Snape siendo obligado a bailar salsa por Víctor en la sala de la abuela Hernández. Sentado junto a Lily, saboreaba un delicioso refresco de color rojo y un pastel remojado en leche que sabía a gloria. La escena hubiera sido más sublime si no fuera por las noticias que Lily acababa de traerle.

—Ella miente. La señora Petrov me dijo que mis "lagunas" son solo episodios maníacos, nunca tuve lagunas mentales —afirmó Sirius con un tono mezcla de indignación y alivio.

—¿Entonces había alguien que supiera sobre tus lagunas en Hogwarts? —preguntó Lily mientras se servía su segunda rebanada de pastel.

—Remus y Peter lo sabían. James lo sospechaba, pero nunca se lo confirmé. Estaba avergonzado de que lo supiera... ya sabes cómo es él —respondió Sirius, saludando a Severus con un gesto burlón. Snape, erizado como un gato acorralado, le devolvió el saludo con una seña obscena con el dedo mientras seguía intentando escapar de las garras de Víctor.

Fue entonces cuando una idea vino a la cabeza de Sirius.

—Peter. Debió ser él. Ese imbécil despistado probablemente abrió la boca sin darse cuenta. Es un cretino, pero eso encajaría. Solo no entiendo por qué Marlene quiere casarse. ¿No era su sueño ser auror? En cuanto se case, la sacarán del campo por "seguridad de sus futuros hijos" y tarde o temprano la transferirán a otro departamento del Ministerio. Por eso las pocas brujas que hay en ramas importantes nunca se casan.

—Yo tampoco lo entiendo —dijo Lily pensativa—. Ni siquiera sé cuándo aprendió a oclumar.

—Es tan extraño... Creo que debo hablar personalmente con ella.

Lily asintió, aunque no parecía del todo convencida.

—¿No crees que deberíamos salvar a Sev antes de que explote? —preguntó, señalando a un Snape cada vez más desesperado, dando torpes pasos de baile y fulminando con la mirada a todo el que se atreviera a reír.

—No —respondió Sirius con una sonrisa malévola—. Déjalo un rato más. Es mi venganza por hacerme sufrir con todo eso de la "novia delirio".

Notes:

Y eso es todo por ahora, espero haberlos dejado con muchos misterios a su paso, y un poco de como la relación de Severus y Sirius se esta formando, en estos momentos estamos llegando al momento en que se caen bien solo que no quieren admitirlo.

Sé que la señora Petrov no se comporta para nada profesional, pero tampoco es que este dando terapia muy legalmente, pero les juro que le va a hacer bien a Sirius en el futuro.
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Notas del Beta: Este archivo fue editado el 26/11/24 con el consentimiento del autor.

La primera tomografía computarizada (TC o TAC) se realizó el 1 de octubre de 1971 en Londres, a una mujer de 41 años con un tumor en el lóbulo frontal. Este avance fue desarrollado por el ingeniero electrónico inglés Sir Godfrey Hounsfield, quien en 1979 compartió el Premio Nobel de Medicina por su contribución a esta innovación.

Por ello, mencionamos que a principios de la década de 1980, la tomografía computarizada era un procedimiento relativamente nuevo y, por supuesto, considerablemente más caro en comparación con la actualidad.

Chapter 13: El jardín Venenoso.

Notes:

Hola de nuevo, hoy publico todavía bastante triste por la muerte de Maggie Smith, fue muchos de mis personajes favoritos desde la infancia hasta hora que soy una adulta que tiene a Downton Abbey entre sus series de consuelo y por supuesto también fue la gran profesora McGonagall, uno de mis profesores favoritos de Hogwarts, realmente la extrañaré mucho casi creía que era eterna, para mí siempre será la mejor directora que Hogwarts pudo tener.
Bueno vayamos a lo que no truje, el mejor regalo de cumpleaños que Severus Snape pudo tener, un poco de Snack para condimentar la historia, los resultados de los estudios de Sirius Black, un monumental malentendido y misterio porque que sería esta historia sin misterio.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

A mi ruiseñor:

Sé que no debería volver a escribir, pero no puedo evitarlo. Eres el único consuelo que me queda. Quisiera verte otra vez en nuestro lugar especial, hablar de los planes que teníamos: viajar por el mundo, establecernos en una casa con jardín, tú pintando y yo criando nuestras abejas.

Flint viene a verme todos los días a la casa de la viuda. Es amable, pero no puedo evitar odiarlo. Solo sonrío para que tú no sufras. Espero que te vaya mejor que a mí en la mansión.

Cuando me siento sola, observo por la ventana del ático. Desde allí puedo ver el ventanal de la recámara principal de la mansión, y me pregunto: ¿cómo estás? ¿Eres feliz con las responsabilidades que nunca quisiste y que ahora tienes a tu cargo? ¿Es tu verdugo tan amable como el mío?

El bebé está creciendo bien, para mi desgracia. Flint quiere llamarlo James, en honor a la "nueva era". Fue idea de ese loco manipulador de Dumbledore.

No creo soportar ver el rostro del engendro dentro de mí. Por suerte, no se espera que lo haga. No quiero encariñarme y terminar como la pobre señora Sofía. Me dijeron que se ahorcó en San Mungo; fue la vieja arpía quien me lo contó.

A veces ella también viene a verme, solo para comprobar si me porto bien, como si fuera un perro amaestrado. Y a veces creo que lo soy.

Con todo mi amor,
Flora.

Fleamont Potter guardó la carta en el cajón de su escritorio junto a las demás. A veces quería creer que conservar esas cartas era una forma de mantener algo de normalidad dentro de la casa Potter.

Pero qué equivocado estaba. Euphemia nunca lo perdonaría. Flora tampoco. Y él sabía que merecía ser castigado por ello.

Por fortuna, el destino le había dado una vida tranquila dentro de sus circunstancias. Euphemia se encargaba de Flora y cuidaba a James como si fuera su sangre.

Es cierto que Euphemia nunca aceptó la pureza del amor de Fleamont, pero había que admitir que lo hizo mejor que Flora en muchos aspectos. Y, pese a algunos reproches y palabras frías, ellos prosperaban.

Era evidente por qué Euphemia no soportaba a Lily Evans. Era tan parecida a Flora que le resultaba insoportable tenerla frente a ella. Pero si se introducía a una nacida de muggles con una personalidad apacible, ella la aceptaría con el tiempo.

Por fortuna, Albus y él ya tenían una candidata de reserva. Era bonita, soltera, y poseía un talento notable en runas que podría enseñar a sus futuros nietos.

Fleamont dejó la foto de la señorita Mary McDonald sobre el escritorio. Tardarían un poco en acercarlos. Todo debía parecer natural, sin que James sospechara. Tenía que percibirse como algo romántico, para que su hijo, quien por desgracia había heredado la naturaleza apasionada de Flora, no detectara los hilos que lo movían.

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—Buenas noches, vecino.

—Buenas… noches —saludó Severus incómodamente a un peatón.

Nunca se había enfrentado a una situación como aquella; generalmente era el tipo de persona que hacía que los demás cruzaran la acera antes de encontrarse con él. Ahora la gente lo saludaba y se aventuraba a practicar lo que él consideraba un ritual incomprensible: la "pequeña charla".

Sin duda, esto ocurría porque, aunque su nombre no aparecía en la historia oficial del caso de los niños y el río contaminado, gracias al boca a boca (y con algo de ayuda del Club de las viejas Yentas, no por nada se habían ganado su nombre), todos sabían que él, Black y Lily tenían algo que ver con ello.

No ayudó mucho que las ancianas lo obligaran a participar en una lectura de cuentos en la escuela local durante el Año Nuevo, como compensación por la pérdida del Boxing Day para los niños que apenas salían del hospital.

Fueron dos largas horas de leer "Las Cartas de Papá Noel" de Tolkien a un grupo de niños hiperactivos, completamente solo, mientras Black y Lily se aferraban al puesto de servir chocolate caliente y galletas de jengibre.

Al menos, a pesar de las horribles charlas con los vecinos, ahora podía mandar a Sirius Black a hacer compras en la tienda sin arriesgarse a que le dieran una paliza por sus zapatos.

Miró su reloj mientras esperaba frente al único punto de socialización de Cokeworth: el Tesco junto a la carretera, abierto las 24 horas. Era lo único que elevaba a Cokeworth de "pueblo de mierda en medio de la nada" a "pueblo de mierda en medio de la nada con un Tesco". Y aunque no lo pareciera, eso marcaba una gran diferencia para las personas que vivían allí.

De repente, salió Lily, quitándose la camisa azul de Tesco y dejando al descubierto su camiseta favorita de ABBA, mientras se retocaba el maquillaje. Ahora tenía una pequeña pancita de embarazo y se veía más vivaz que nunca.

—Adiós, Midge, nos vemos mañana —se despidió de una de sus compañeras de trabajo con tono dulce, y en voz baja añadió— Es una perra, se folla a su novio en la bodega mientras nos deja toda la carga, va a tener un grave caso de forúnculos antes de llegar a su casa.

—¿Es eso o estás conspirando para ser la abeja reina del Tesco y que todos te hagan la vida más fácil?

Severus conocía todas las mañas de Lily, y algo así no le sorprendería.

Lily sonrió con perversidad y, mientras guardaba su camiseta azul en la mochila, respondió:

—Un poco de todo. Estaba pensando en desplazarla sutilmente con rumores y ataques pasivo-agresivos, pero decidió que era buena idea ponerme a cargar cosas en mi estado, así que no me queda otra opción que destruirla, por la seguridad del futuro heredero Potter.

Severus no podía creer que Lily realmente pensara dejar a su hijo cerca de esa gente. El simple pensamiento de permitir que ese tipo de magos se acercaran a Darcy le producía náuseas.

—¿Realmente vas a dejar que tu hijo se acerque a ese nido de víboras?

—Por supuesto. ¿Crees que soy tan imbécil como para negarle un futuro de millones de galeones solo por orgullo? Ellos le prometieron una herencia y una mansión, y el pequeño Harry tendrá una herencia y una mansión.

—¿Harry? —preguntó Severus levantando una ceja. No sabía que Lily ya tenía nombre para su bebé.

—Sí, Harry James Potter, para que Euphemia se retuerza del coraje cuando el pequeño James Junior le diga cuánto ama a su mami Lily, y ella no pueda decir nada.

—A veces no entiendo cómo lograste entrar en Gryffindor con esa mentalidad.

—Eso es porque te olvidas de que renuncié a una gran cantidad de oro por mí misma y me enamoré honestamente de James —Lily exhaló un suspiro dramático—. Era tan lindo antes de que se convirtiera en un pendejo.

Severus arrugó la nariz con repugnancia.

—Ah, sí, ahora recuerdo por qué entraste en Gryffindor.

—Oye, alguno de los dos tenía que manejar la empatía, o hubiéramos terminado quemando el mundo mágico hasta sus cimientos.

—No sería una mala idea, no es que muchos no se lo merezcan. En fin, Harry Potter... no es lo que yo escogería, pero... —Severus hizo una mueca de desagrado—. No puedo mentir, suena repugnantemente cursi.

—No me importa. A mí me gusta Harry Potter, es un nombre bastante lindo. Y cuando vaya a juicio por cometer algún crimen, porque seguro lo hará con mi genética y la de su estúpido padre, la gente dirá: "No es posible que sea Harry Potter, tiene un nombre tan lindo, no rompería un plato".

—Lo que digas, mi Darcy nunca tendrá ese problema, porque nunca será atrapado.

—Quizás tu Darcy pueda ayudar a mi Harry a deshacerse de la evidencia.

—Solo si no permites que tu suegra lo transforme en un gran imbécil como su padre.

—¿Quién es un gran imbécil? —La voz de Black acercándose llamó su atención.

Lily solo rodó los ojos y respondió, sarcástica:

—No lo sé, ¿quién crees que sea el gran imbécil últimamente?

—Eso no importa, todos sabemos quién es el imbécil. Lo importante aquí es que Lily quiere ponerle Harry Potter a su feto, detenla ahora, Black —ordenó Severus.

Black se emocionó y, con un grito de alegría, abrazó a Lily y la levantó en el aire, dándole una vuelta.

—¡Harry Potter! Se llamará Harry Potter, que lindo —entonces, en el ataque más cursi de la historia, decidió hablarle a la pequeña barriga de Lily con una voz ridículamente tonta—. Hola, Harry, soy tu tío Sirius.

—Por dios, ¿podrían ser menos Gryffindor ustedes dos? Merlín, estamos en público —Severus se quejó con impaciencia.

—Sí, madre, nos portaremos bien —se burló Black con esa sonrisa de estúpido que siempre lograba incomodarlo.

—Hablando de madres, ya vámonos. La mía quiere que regrese temprano porque “soy una chica embarazada” y debo cuidarme —se burló Lily.

—Me apresuraría si supiera a dónde vamos —Severus se quejó de nuevo. No le gustaba nada no saber adónde lo iban a arrastrar. Mientras no fuera otra de las millones de fiestas mexicanas con los Hernández, no había preparado sus mejillas para los pellizcos de la señora Hernández y sus hermanas.

—Vamos quince minutos tarde —Black revisó su reloj de bolsillo—. Rob dijo que la vigilancia se retirará en tres horas, así que aprovechemos la noche.

Severus abrió los ojos con sorpresa y preguntó:

—¿Vigilancia? ¿Qué vig…?

No pudo terminar la frase cuando Lily y Black lo tomaron del hombro y, en un parpadeo, se aparecieron con él a cuestas en un lugar bastante frío. Por fortuna, Lily le lanzó un hechizo calentador antes de que se congelara.

Estaba a punto de maldecirlos hasta el mañana cuando sus ojos se fijaron en la puerta negra de elegante herrería, coronada con letras que anunciaban "Jardín Venenoso", y un par de letreros con letras blancas que decían "Estas plantas pueden matar", junto con una calavera con huesos cruzados.

—¡Feliz cumpleaños! —dijo Lily emocionada—. Sé que es invierno, pero espero que por lo menos encontremos algunas cosas interesantes.

—¡Plantas venenosas! —dijo Severus, conteniendo un grito de emoción.

—El jardín más peligroso del mundo: "El Jardín Venenoso de Alnwick" —anunció la voz de Black con orgullo.

—Después de que Marlene me arruinó la compra de tu regalo, Sirius encontró este hermoso jardín en una revista National Geographic, y yo convencí a Rob de usar sus contactos para darnos tres horas sin vigilancia para recorrerlo —explicó Lily.

—Se supone que solo puedes recorrerlo con visitas guiadas —añadió Black, buscando entre la maleza junto a la puerta hasta que encontró unas llaves y las utilizó para abrirla—. Está prohibido tocar, oler o acercarse a las plantas, pero como eres tú, Rob dijo que puedes tomar solo cinco muestras de lo que hay aquí, y ninguna de ellas pueden ser las tres especies de drogas controladas que tienen.

—¿Puedo tomar muestras? —preguntó Severus, sintiendo ganas de dar saltitos de felicidad y llorar de emoción. Nadie le había dado un regalo tan considerado. Hubiera pensado que era un sueño si no fuera porque en sus sueños, nunca Black le habría ayudado a darle un regalo como ese.

—¿Qué sentido tendría prohibírtelo cuando de todas formas vas a robar algo? Entonces, ¿qué esperamos? —respondió Black invitándolos a pasar mientras Lily tomaba su mano y lo llevaba al interior de lo que sería su paraíso personal.

Fue como un sueño. A pesar del invierno, encontró cosas hermosas, con un poco de ayuda de la magia: ricino, belladona y plantas con las que solo podía soñar. Tomó algunos esquejes y, con magia, hizo madurar algunas plantas para tomar semillas que tendrían un lugar de honor en su amado y retirado lote F, con un hechizo de alejamiento, por supuesto, para no envenenar a los hijos de Rob.

Lily le hacía compañía, hablaban sobre plantas e historias y se emocionaba con él. Contrario a lo que pensó, Black no parecía ni molesto ni aburrido; solo los veía con una extraña sonrisa y, a veces, preguntaba con curiosidad o hacía algún comentario que parecía más bromista que molesto.

Aunque el jardín era pequeño, tenía tanta variedad de plantas que solo cinco opciones para llevarse se le hacían muy poco. Concentrado en buscar otra planta de interés, dirigió su mirada al Árbol de Laburno. Estaba cerca de la entrada, sin su inflorescencia no llamaba para nada la atención.

—Vaya, ese pobre árbol se ve tan triste —dijo Black detrás de él.

—Se ve hermoso en verano —respondió Severus—. Mi sueño siempre fue tener uno de estos en mi jardín desde que lo vi en la vieja enciclopedia de botánica que mi imbécil padre usaba para equilibrar la mesa de café.

Severus movió su varita y la zona se iluminó como si el sol de verano diera solo en ese punto. Las largas cadenas de flores amarillas del árbol empezaron a brotar. Se giró para enfrentarse con la mirada fascinada de Black, quien sonreía mientras los pétalos amarillos caían sobre su cabello y levantaba las palmas de las manos para atrapar las campanillas en el aire.

Por un segundo, Severus se quedó sin aliento. A veces olvidaba que Black era una criatura atractiva; generalmente esa belleza era opacada por los recuerdos tortuosos de su infancia y la sonrisa cruel que le dirigía. Pero ahora, en medio de aquella tregua y con esa sonrisa fascinada, no podía evitar compararlo con alguna ninfa o un hada. Inconscientemente, le sonrió de vuelta, pero giró su rostro para que no lo viera, recordando lo incómoda que resultaba su sonrisa para las demás personas.

—Realmente es muy hermoso, me pregunto, ¿por qué esta cosita tan bonita estaría aquí?

—Es el segundo árbol más venenoso del mundo.

Black saltó lejos del árbol y trató de sacudirse los pétalos.

—Tranquilo, solo no te comas los pétalos y estarás bien. Hay más posibilidades de que mueras por ese beleño negro que vimos antes que por unos cuantos pétalos amarillos —dijo Severus mientras volvía a agitar su varita, haciendo que el árbol volviera a su forma invernal y la luz se extinguiera.

—Muy gracioso, Snape —se quejó Sirius.

Severus lo miró burlesco y se giró para adentrarse más en el pequeño jardín, pero Black nuevamente llamó su atención.

—Ese hechizo que acabas de usar también es increíblemente talentoso, ¿de dónde lo sacaste?

—Lo hice yo. Era mi manera de tener ingredientes fuera de temporada que no podía permitirme comprar. Tenía un pequeño huerto en el Bosque Prohibido para las cosas que más usábamos en clase.

Black lo miró bastante extraño después de su declaración, como si quisiera ver al fondo de su alma, pero recordó que Siri… Black no era un Legeremante. Aun así, no parecía decir ni hacer nada, solo estaba ahí, mirándolo de una forma extraña. Severus intentó pedirle que se movieran porque, al parecer, estaba experimentando taquicardia y algo de náuseas, preguntándose si quizás el Laburno tenía un desconocido efecto de invierno.

Pero en eso, Lily gritó:

—¡Sev, mira esta trompeta de ángel!

Severus se giró buscando la voz de Lily, pero se detuvo al creer escuchar a Sirius. Sin embargo, el hombre solo dijo:

—Vamos, Snape, seguro te mueres de ganas por ver esa trompeta de ángel —y se adelantó.

Las tres horas pasaron volando, y cuando menos lo sintió, ya estaba regresando a su casa, acompañado de Black, con Darcy dormido en sus brazos. Por alguna razón, su acompañante estaba muy introspectivo. Generalmente, le hacía competencia a Víctor en el arte de hablar hasta quedarse sin aliento, pero en esos momentos solo parecía observarlo, haciendo gestos como si fuera a decir algo y arrepintiéndose. Casi se alegró al llegar a la puerta de su casa, solo para dejar atrás esa extraña aura que los acompañaba.

—Snape —lo llamó Black mientras Severus buscaba su llave en la chaqueta. Levantó la mirada para verlo con la mano extendida, ofreciéndole una pequeña esfera dorada.

—¿Qué es esto? —preguntó, tomando la pequeña esfera de metal con runas grabadas.

—Es una esfera de voz. Guarda en su interior una copia de la voz de la persona que elijas, como una grabadora muggle, pero sin el molesto ruido de fondo. La usé la noche de los cuentos, pensé que sería una buena manera de calmar a Darcy sin que te quedaras ronco.

—¿Por qué harías algo así?

—Bueno, me enteré muy tarde de tu cumpleaños y pensé que sería un detalle amable. Además, soy el asistente social de Darcy, y quise darle algo que lo hiciera feliz.

—Bueno… yo… te lo agradezco… Black —dijo Severus, sin saber cómo reaccionar a eso.

El ambiente se volvía cada vez más incómodo, y mientras buscaba algo que decir para poder meterse a su casa y huir de la situación, Sirius… no… Black, se despidió torpemente.

—Oh, sí… buenas noches… Snape… yo… tengo que irme —respondió Sirius nerviosamente antes de desaparecer de su pórtico. Unos segundos después, Severus vio su motocicleta voladora perderse en el cielo.

Severus maldijo interiormente a su monólogo interno por intentar usar el nombre de pila de Black toda la noche, como si el muy cabrón se lo mereciera. Segundos después, mientras guardaba la esfera de voz en su bolsillo, pensó que tal vez sí, un poquito, lo merecía.

A pesar de que Darcy durmió a pierna suelta toda la noche, Severus no se sintió descansado en absoluto.

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Sirius permaneció un rato sentado en el sillón de la señora Petrov, mirando los papeles que tenía en las manos. La delgadez del papel, la ausencia del aroma de tinta seca y, sobre todo, ver su nombre impreso en letras de molde le resultaban extraños.

—¿Trastorno maníaco-depresivo? ¿Eso es lo que tengo? —preguntó, todavía asimilando la idea de que su sufrimiento tenía un nombre. No era tan humillante como "Locura Black", pero no dejaba de impactarlo.

—Sí, además de ansiedad y distimia —respondió Petrov con serenidad.

—Entiendo lo de la ansiedad, pero ¿distimia? ¿Eso con qué se come?

—Me alegra que lo tomes con humor. La distimia es una forma de depresión crónica. Puedes convivir con ella durante años sin darte cuenta, porque no es tan grave como una depresión mayor.

—Todo eso suena tan complicado. No es que no esté contento de tener un diagnóstico, pero... no sé, esperaba algo más.

Petrov apagó su cigarro en un cenicero de porcelana decorado con pequeños conejos victorianos y, con una sonrisa indulgente, dijo:

—¿Unicornios, arcoíris y arpas tocando mientras de repente te sientes mejor?

—Tal vez no unicornios, pero sí algo así. Supongo que esperaba sentirme diferente.

—Cariño, antes vivías con una venda en los ojos, intentando ordenar una bodega llena de desorden y cosas acumuladas que simplemente no podías ver. El diagnóstico es solo quitar la venda y enfrentarte al caos. Pero no esperes que también sea el servicio de limpieza. Esa tarea la tendrás que hacer tú.

—Pues ahora quiero mi venda de vuelta —murmuró Sirius, cruzando los brazos—. Mi bodega es un desastre, y creo que algo murió ahí. Varias veces.

Petrov soltó una risa breve antes de volverse seria.

—Por eso estoy aquí para ayudarte. Pero será un trabajo difícil, y tendrás que ser disciplinado. Recordar tomar tu medicación, ser consistente con la terapia y, sobre todo, honesto contigo mismo.

Sirius asintió, intentando reunir el valor. Siempre había pensado en sí mismo como un valiente Gryffindor, pero el futuro lo hacía temblar de miedo.

—Hay algo más de lo que debemos hablar —añadió Petrov—. Sobre los resultados de tu tomografía.

Sirius se tensó al recordar el momento en que lo habían metido en esa máquina extraña, vestido con una bata delgada que dejaba poco a la imaginación.

—Por favor, no me digas que tengo que volver a pasar por eso. Mis cositas casi se me subieron hasta la garganta con el frío.

Petrov rió, pero pronto recuperó su tono serio.

—No, querido, esto es algo más grave. Los resultados muestran pequeños daños cerebrales consistentes con el uso de drogas.

—¡Pero eso no tiene sentido! —exclamó Sirius, alzando las manos en protesta—. Admito que he bebido más de lo debido en algunas temporadas. Y sí, luché duro para no convertirme en alcohólico en mi juventud. Pero drogas... jamás. Nunca pasé de ahí. Sabía que eso podría haber arruinado mi permanencia en Hog… la escuela básica, y esa era mi única escapatoria de la tragedia que era mi familia.

Petrov lo miró con compasión antes de señalar su mano izquierda.

—¿Has notado ese pequeño temblor en tu meñique?

Sirius bajó la mirada hacia su dedo, que vibraba ligeramente sin que él lo hubiera advertido.

—Es solo un tic viejo, nada más.

—No, es un síntoma de daño nervioso, y los estudios lo confirmaron. Por eso insistí tanto en preguntarte sobre el consumo de estimulantes.

—Te juro por mi magia que nunca lo he hecho.

—Te creo, Sirius. Pero quiero que escuches una historia. Tal vez encuentres algo familiar en ella.

—Pero...

—Solo escucha.

Petrov tomó aire antes de comenzar.

—Hace años, cuando recién empezaba a ejercer, un amigo mío, un funcionario importante, me pidió que investigara el suicidio de su hija en un internado en Francia. La chica se había lanzado desde un campanario, y la escuela lo había catalogado como suicidio. El padre solo quería entender qué había pasado realmente.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó Sirius, frustrado.

—Es que no tienes paciencia, calla y escucha.

Sirius suspiró y se acomodó en el sillón.

—Tras hablar con las compañeras de la chica, una confesó que habían conseguido galletas con marihuana y, como les pareció divertido, le ofrecieron una caja completa. Ella no sabía que menos de una galleta tiene suficiente THC para un adulto. Se comió toda la caja y su cuerpo adolecente no pudo resistirlo. Lo que siguió fue un episodio psicótico extremo, y... bueno, ya sabes cómo terminó. Fue una broma, según ellas. Ni siquiera les caía mal, todas dijeron que era una chica muy agradable.

Sirius frunció el ceño. Recordó las bromas que solían hacer en su grupo. Cambiar el champú de James por poción crecepelo era lo máximo. Pero entonces, un pensamiento lo golpeó: la "broma" en la Casa de los Gritos. No quería matar a Snape, solo pensó que mojaría los pantalones del susto y sería divertido. No había considerado cómo eso había afectado a Remus o cómo casi le arruina la vida a Severus.

—No puede ser... mis amigos no eran así. Eran mi familia. Nunca harían algo tan cruel.

—¿Nunca? —preguntó Petrov con suavidad.

—Sería probable que yo con mi cabeza como está hiciera algo como eso, pero Remus era un chico muy inocente, Peter era algo imbécil pero no era muy inteligente y James…

“Lily no quiere verte en casa si no estás sobrio y me está costando mucho convencerla de que seas el padrino del bebé contigo volviéndote loco”

“Lily no quiere que vengas a nuestra cena de compromiso si sigues comportándote así”

“A Lily no le agradas mucho, cree que eres muy impulsivo. Creo que confía más en Remus”

“Lo siento Sirius Lily me entretuvo, ya sabes como se pone cuando se trata de ti, tal vez si sentaras cabeza un poco”

“Era divertido verte hacer todas esas locuras en la escuela, pero ya estamos fuera es hora de centrarse”

—James... ese hijo de perra —susurró Sirius, con lágrimas llenando sus ojos—. Toda la escuela creí que estaba volviéndome loco, y él...

Las palabras murieron en su garganta mientras las lágrimas caían. Petrov lo abrazó, y Sirius lloró contra su suéter de lana, a pesar del olor a cigarro y perfume barato sintió por primera vez en su vida lo que podría ser el abrazo de una madre.

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Severus salió del trabajo con una inusual sonrisa. Después de dedicar la tarde a desarmar un Aston Martin hecho trizas y plantar semillas y esquejes en su pequeño paraíso del lote F, sentía una satisfacción tranquila. Aún tenía tiempo de sobra para visitar a Lily en su trabajo. Estaba ansioso por sentarse con ella en la acera y compartir los emparedados de atún que Marigold siempre empacaba como si Lily estuviera partiendo a una expedición de meses. Además, disfrutarían de sus acostumbradas conversaciones cargadas de temas de investigación y lo más importante los jugosos chismes del día, nunca pensó que trabajar en un Tesco estuviera tan lleno de drama, intriga y luchas por poder.

Cuando estaba a punto de encaminarse, una voz familiar lo detuvo.

—¡Severus! Qué bueno que te encuentro. Casi olvido devolverte esa cosa del círculo de protección que dejaste en mi casa el otro día —exclamó Rob, llamando su atención.

Severus se detuvo y lo miró con el ceño fruncido.

—¿Círculo de protección? No tengo idea de haber dejado algo así en tu casa, Rob. ¿Cuándo dices que ocurrió?

—El día que tú y Lily estuvieron en mi patio trasero haciendo sus cosas de magia. Era una hoja de un libro en rumano, si mal no recuerdo —respondió Rob, encogiéndose de hombros.

Severus parpadeó, sorprendido. Había olvidado por completo aquella hoja. Después de todo lo que había pasado desde entonces, no recordaba cómo algo tan importante se había traspapelado. Lo último que sabía era que la había guardado en su mesa de noche.

Estaba a punto de pedirle a Rob que se la devolviera para ponerla a salvo, cuando un pensamiento fugaz cruzó su mente. Algo encajó como las piezas de un rompecabezas olvidado.

—Rob... ¿Sabes rumano?

Rob lo miró con una sonrisa que tenía algo de orgullo y nostalgia.

—Fui mercenario en Europa del Este durante años. Por supuesto que sé rumano.

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Sirius tenía los ojos rojos de tanto llorar, aún sintiendo el consuelo de los brazos de la señora Petrov. Incluso durante todo el trayecto de regreso a su apartamento, donde debía prepararse para romperse la espalda trabajando en la Banshee, no lograba concentrarse.

Al llegar, abrió la puerta con el corazón pesado, rezando en silencio para encontrar a Tiny. Necesitaba desahogarse con alguien que no lo dejaría cometer una estupidez y, quizás, reunir el valor para contarle sobre su trastorno. Tal vez Tiny también podría ayudarle a evitar caer en la tentación de embriagarse hasta el olvido mientras seguía bajo medicación.

Sin embargo, al entrar, se encontró con otra escena muy distinta. En el sillón del pequeño salón, no estaba Tiny.

—Sirius, llegas tarde —dijo Marlene MacKinnon con tono exasperado, sin siquiera mirar su estado—. Se suponía que saldríamos hace media hora, y ni siquiera estás vestido para ir a ver a mis padres.

Notes:

Por fin un enfrentamiento con Marlene y Sirius, ¿Cómo llegó a su hogar?, ¿Realmente esa mujer piensa que van a ver a sus padres?, ¿Por qué demonios piensa que el mundo es tan sencillo? ¿Qué demonios pasa aquí? Lo sabrán después porque que es la vida sin una lunática probablemente peligrosa que no parece actuar coherentemente.
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Notas del beta: Este archivo fue editado el 26/11/24 con el consentimiento del autor.

Tesco: Cadena de supermercados famosa en Gran Bretaña, la modalidad del Tesco de Cokeworth es tienda conveniencia 24 horas.

El Jardín Venenoso de Alnwick alberga unas 100 plantas tóxicas, embriagantes y narcóticas. Los límites del jardín están marcados por puertas de hierro negro, que solo se abren durante las visitas guiadas.
Está estrictamente prohibido a los visitantes oler, tocar o probar cualquier planta del jardín.
Como dato curioso, algunas escenas de Harry Potter se grabaron en el castillo de Alnwick, que es donde se encuentra este jardín.
Personalmente, para personas de LATAM, no recomendaría mucho la visita al jardín. Aunque cuenta con muchas plantas que podrían ser interesantes para los británicos y europeos, muchas de estas variedades son comunes en los jardines de america latina. De hecho, se pueden comprar muchas de estas libremente sin restricción, yo mismo tengo una trompeta de ángel en mi jardín.

Trastorno maniaco-depresivo: Es la antigua definición de Trastorno Bipolar.

Chapter 14: Pertenecer

Notes:

¡Hola a todo el mundo! Estoy de vuelta con una buena noticia que seguramente sorprenderá y alegrará a todos: ¡habemus Beta! Un compañero de trabajo muy amable, que prefiere mantenerse en el anonimato (Charlie te amo), ha decidido ayudarme con mi ortografía. Así que, poco a poco, los capítulos anteriores serán corregidos para eliminar los errores que puedan tener.

En fin, ¡aquí está otro capítulo de este fic! Está cargado de drama, momentos de unión, y, por supuesto, Sirius sufriendo y Severus también. Lily y Marigold tratarán de ayudar en todo lo posible.

Pasen, diviértanse y, si es posible, dejen un comentario. ¡Me encanta responderles y saber qué les ha gustado de la historia!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Marlene MacKinnon era un tema complicado para Sirius: rubia con mechas de color violeta en corte pixie, jugadora de Quidditch, una sonrisa carismática con hoyuelos, atractiva y tan revoltosa como él. Todo Hogwarts esperaba que se juntaran algún día y terminaran haciendo competencia a James Potter y Lily Evans. Eso jamás pasó. Había luchado con garras y dientes para que nunca pasara, y no solo porque una relación con Marlene significaría el fin de su libertad, sino también porque la chica no le atraía; en realidad, ninguna mujer le atraía. No era algo que él anunciara en público; en ese momento estaba tan desesperado por encajar y demostrar que no era igual a su familia, que la simple idea de que los hijos de muggles lo juzgaran incluso por algo tan simple como eso lo avergonzaba. No esperaba hacerlo toda la vida; solo pensaba que igual la gente se enteraría cuando enviara las invitaciones de su boda y para ese momento simplemente todos estarían tan aliviados de que sentara cabeza como para quejarse del sexo de su pareja.

Ahora ella estaba frente a él con esa ridícula historia, hablando de conocer a sus padres como si de verdad hubieran estado saliendo. Ni siquiera había hablado con ella desde la boda de Lily; la única razón que se le ocurría para aquel lamentable espectáculo era que se le hubiera zafado un tornillo. Sirius, enfurecido, levantó la voz.

—Marlene, no estoy de humor para lo que sea esto. No quiero saberlo, no me importa; solo quiero que te vayas de mi casa, ¡ahora!

No estaba de humor para semejante tontería; una parte quería salir corriendo de ahí sin decir ninguna palabra y volver a Cokeworth. Estaba cien por ciento seguro de que cualquiera—Víctor, los Evans, Rob, las yentas, como Snape las llamaba, incluso el mismo Snape y Lily—no se molestarían si se uniera a lo que sea que estaba haciendo. La única razón para no hacerlo era no dejar a Tiny y a Remus un desorden más por limpiar; ambos eran muy buenos con él y no quería agotar su paciencia.

—¡No! Por Merlín, no otra vez. ¿Es algún juego tuyo? ¿Ilusionarme así? ¿Hacer planes conmigo y luego olvidarlos por completo?

El rostro de Marlene se veía estoico, pero sus ojos enrojecidos delataban que luchaba por no llorar. Era como si realmente creyera lo que decía. Por un segundo casi le hubiera creído, de no ser porque la señora Petrov le había advertido qué esperar de su estado.

—Marlene, basta. Tú y yo no estamos saliendo —Sirius recalcó cada palabra, esperando que Marlene lo comprendiera—. No tenemos ninguna relación, y no entiendo por qué haces esto. Por Dios, le dijiste a Lily que iba a volver al Departamento de Aurores; primero muerto antes que regresar ahí.

—No, Sirius, no puedes seguir haciendo esto. No puedo seguir ocultándole al mundo tu locura y aceptar que de un día para otro ya no vas a recordarme —replicó Marlene furiosa, golpeando la mesa de café y rompiendo en llanto—. Eso me pasa por tonta, por creer en esas tonterías cursis del amor. Soy una auror, maldita sea; se supone que soy más fuerte que esto.

Sirius respiró hondo y la miró a los ojos.

—Marlene, acabo de llegar de una cita con mi sanadora mental. Me revisó el cerebro y me hizo un montón de pruebas; no he tenido lagunas mentales, nunca. Es más, si las tuviera, no olvidaría convenientemente nuestra inexistente relación. Así no funcionan las lagunas mentales.

Marlene dejó de llorar y lo miró fijamente. En un parpadeo, la Marlene que lloraba por su relación imaginaria fue reemplazada por una que lo observaba fríamente, analizándolo.

—Has cambiado, ¿por qué?

—¿De qué hablas? ¿Estás bien? Tú eres la que está cambiando ahora mismo

—No, tú cambiaste; antes preferías aceptar cualquier mentira antes que admitir que tienes la locura de los Black. Ni siquiera dudarías de tener una novia, aunque estuvieras loco, y lo aceptarías solo por culpa. ¿Qué te pasó?

—Crecí, Marlene. Acepté que necesito ayuda. La gente cambia, no entiendo qué demonios te pasa. ¿Por qué querías casarte conmigo? Sé muy bien que no te gusto, así que dime qué está pasando.

—Por supuesto que no me gustas. Solo eres una presa fácil. ¿Crees que quiero ser auror toda la vida? Quiero dejar de ser la linda y joven auror que se queda a hacer el papeleo mientras los chicos grandes hacen sus cosas. Quiero respeto, poder, para hacer un maldito cambio en el Ministerio, y no puedo, porque la única forma de obtenerlo es casándome y teniendo hijos con una familia que tenga un asiento en el Wizengamot.

Ella se veía francamente descontrolada. En cierta forma, Sirius podía entenderla; el Ministerio era un lugar destructivo, y la única forma de ascender era pisoteando a otros. Pero ella se había aprovechado de su estado mental, y no podía sentir compasión por eso.

—No sé si te diste cuenta, pero yo no soy viable. Mi hermano es el heredero Black. Yo soy el inútil que tuvo el sentido común de largarse —dijo con veneno en la voz, repitiéndose como un mantra los consejos de la señora Petrov para calmarse.

—Tu hermano está desaparecido en batalla. Tu familia presentó un informe hace un mes. La gente del cuerpo dice que es posible que haya muerto, porque incluso los mortífagos capturados no saben nada de él.

El aliento de Sirius se cortó, y lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. Estaba simplemente en shock, como si todo su maldito karma se hubiera alineado para destrozarlo en ese instante. ¿Cómo se atrevía ella a decir eso como si no fuera nada? Era su hermano, su maldita sangre. Tal vez no esperaba que volvieran a ser tan unidos como cuando eran niños, pero en su interior albergaba la esperanza de que sobreviviera gracias a las tretas de la familia Black, y de poder verlo, aunque fuera de lejos, haciendo su vida.

—Mi… hermano —dijo con la mirada ausente.

—Sí, murió. No esperábamos mucho de él, realmente. Era muy suave desde la escuela.

—¡Cállate! ¡¿Cómo te atreves a hablar así de él?! Era mi hermano, solo quería que su familia lo aceptara…

Marlene lo interrumpió con una risa burlona y respondió sin una pizca de arrepentimiento.

—Como dije, demasiado suave. Lo siento, Sirius, ¿qué esperabas que pasara en la guerra? ¿Que todos llegáramos al final juntos y felices? ¿Que Voldemort cambiara por el poder de la amistad y el amor? Estaba del lado equivocado. Cuando todo terminara, su único destino sería estar encerrado de por vida en Azkaban o muerto. Agradece que le tocó la menor.

Sirius se levantó enfadado. Era como volver al cuerpo de aurores y escuchar a esos miserables saqueadores y carroñeros justificar sus acciones

—¿Realmente crees que esto te ayuda? Si antes no quería saber nada de todo esto, ahora menos. Solo quiero que te vayas de mi casa.

Marlene siguió inalterable, como si no estuviera lastimando a Sirius con todo aquello.

—No lo entiendes, Sirius. No necesito que lo quieras hacer de buena gana. Desde que me encontré a Lily en el callejón Diagon, he estado muy ocupada trabajando. Hay rumores por todas partes sobre tu cordura. Nadie confía en ti. No es que lo hayas hecho difícil, golpeando a un auror, pegando a tu jefe al techo, rompiendo la nariz de un indigente y llevándotelo a casa.

—¡Tiny no es un indigente! Es panadero y es una persona…

—Es un pobre diablo de Knockturn. A nadie le importa lo que haga, como tampoco les importa si en realidad eres la viva imagen de la cordura. Para el mundo, eres un pobre lunático y eso no es algo que puedas defender.

—¿De qué demonios hablas? Solo son estúpidos rumores, eso no cambiaría nada —replicó Sirius, completamente indignado. No creía que un montón de chismes pudieran dañarlo

—Desgraciadamente, eso solo lo piensas tú. Por supuesto, tu familia ha estado aprovechándose de "la locura Black" toda la vida para disculparse de muchas cosas. Hay largas historias de eso en el Ministerio. Deberías agradecer a tu tío Alphard Black, no solo por tu herencia, sino por usar la locura Black para romper su compromiso con una de las mujeres Selwyn. Alegó "olvidar a la mujer en cuestión justo después de reunirse para arreglar el compromiso". Fue muy inspirador para mí su caso.

Sirius contuvo el aliento, no podía creer hasta dónde había llegado ella para arrinconarlo.

—Y no solo Alphard, por supuesto —continuó Marlene—. Tu tío bisabuelo Cygnus "dijo que no recordaba invocar el fuego maldito" cuando quemó la antigua mansión Black. Tu prima Bellatrix se salvó muchas veces de ser expulsada de Hogwarts alegando locura Black, y tu madre la usó para decir que "no recordaba" haber lanzado una maldición asesina a un muggle hace diez años. A todos ellos no les importaba arruinarse porque vivían resguardados por su herencia. Pero tú, Sirius, ¿quién de la Orden confiaría en ti? ¿Crees que conservarías tu trabajo como asistente social? Pasarás toda tu vida en ese bar de quinta, recordando tus buenos años, porque ningún mago en su sano juicio trabajaría contigo.

El peor miedo de Sirius se estaba cumpliendo ante sus ojos.

—Eres un asco de persona, primero muerto antes que dejarte entrar al maldito Ministerio.

—Sirius, sé cómo se ve, pero no soy una mala persona. Te dejaría vivir bien. Solo estaríamos juntos para tener hijos, y tú podrías cuidarlos. No me enojaría si salieras con alguien más, siempre que seas discreto. Esto no tiene que ser un encierro para ti. Ni siquiera quiero que empecemos a tener hijos ahora. Puedes tener un empleo como auror de verdad, no con los carroñeros de Shadwell, deteniendo a verdaderos mortífagos. Incluso podrías dejarle tu trabajo a Lily, para que ella se haga cargo del bebé de Snape. Solo quiero la oportunidad de mejorar este mundo. ¿Por qué entonces no podríamos trabajar juntos por ello? Incluso podrías hacer alguna tonta fundación en memoria de tu hermano, si eso es lo que quieres.

Si Juana Hidalgo le recordaba a su madre, Marlene le recordaba a su padre, siempre negociando para hacer su cárcel más apacible, como si fuera una mascota que debía ladrar a sus pies.

—¿Mejorar el mundo mintiendo, manipulando y esclavizándome para lograrlo? Eso no te hace mejor que toda la mierda del Ministerio.

Ella no estaba mínimamente afectada; su rostro era igual al de cada trabajador del gobierno mágico: fríos, distantes, prosperando en ese mundo corrupto.

—Por Merlín, deja de ser tan dramático. No soy una villana de cuento de hadas, solo hago lo necesario para llegar al lugar que quiero. En lugar de llorar y sufrir por lo injusto que es el mundo, prefiero eso a esconderme con la basura del callejón Knockturn.

Sirius había escuchado demasiados insultos; estaba acostumbrado a ellos. No era la primera vez que lo llamaban cobarde, pero las palabras “basura del callejón Knockturn” le calaron hondo. Basura eran ellos, quienes permitían que los niños murieran en sus calles como si no fueran nada. Basura era olvidarlos, hasta que algún idiota con poder necesitara carne de cañón.

—No eres una villana de cuento de hadas, eres una burócrata común. No tienes empatía, no valoras la vida humana. Eres igual que los otros burócratas. Si para llegar a tu soñado puesto en el Ministerio tuvieras que volar todo el callejón Knockturn, lo harías sin pensarlo. No eres un agente de cambio, eres la misma podredumbre con otro nombre. ¿Por qué demonios apoyaría a alguien así?

—Porque no tienes opción. Es obvio que estás enojado, te dejaré para que pienses con la mente clara... o lo más clara que puedes tenerla en tu estado. Por cierto, dile a Lily que después me dé las gracias por el regalo que le dejé por entrometida.

Se despidió y salió como había entrado.

Sirius se quedó ahí, sin poder hacer nada. Gritar o romper cosas solo confirmaría lo que Marlene había dicho. En realidad, ahora todo podía dañarlo: una pequeña riña, su amistad con Tiny, incluso el color de su túnica. Así era la sociedad mágica, harían cualquier cosa para justificar un rumor.

Y si las cosas empeoraban y salían a la luz los secretos de su familia, esos que justificaban la "Locura Black", tal vez no podrían encerrarlo, pero su casero podría echarlo. Y con él, Remus y Tiny se quedarían sin hogar. Incluso podría perder su trabajo, sería reemplazado por James o Peter, y en menos de lo que canta un gallo, Darcy sería arrebatado de las manos de su padre. Entonces, todo Cokeworth lo odiaría.

Se quedaría sin hogar, sin amigos, sin tratamiento. Pero, si aceptaba la oferta, ¿qué le aseguraba que Marlene la cumpliría al pie de la letra? Quizás Lily podría hacerse cargo de Darcy, pero Marlene podría meter a Snape en Azkaban, tomar decisiones horribles sobre Knockturn o, peor, podría fracasar y terminar con todos ellos encerrados en Azkaban.

Con tipos como Dumbledore y Voldemort luchando en medio, el plan de Marlene solo era un pequeño barco de papel en una tormenta.

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—¿Realmente quieres que Marlene tome el Ministerio? No parece para nada alguien manejable —dijo Fleamont Potter, tomando el té en el despacho privado de Dumbledore, lejos de los retratos entrometidos.

—Por supuesto que no. No hay por qué hacer cambios radicales cuando estamos en tiempos de guerra y ya tenemos una ministra alineada con nuestros objetivos. Solo necesito un heredero Black. Ahora que el joven Regulus Black ha muerto, tenemos la oportunidad de quitarle una gran cantidad de financiamiento a Voldemort —respondió Dumbledore, mientras leía los informes de sus espías sentado en su escritorio de roble.

—¿Y no crees que es muy arriesgado? ¿Por qué no quedarnos con el Black que ya tenemos? El muchacho es muy leal y manipulable.

Fleamont se preguntaba de dónde venía semejante locura. Sabía que era importante ganar la guerra, pero Sirius Black era un muchacho de buena sangre como para ser tratado como a una mestiza cualquiera. Además, era amigo de su hijo. Él mismo había comprobado su fidelidad y lealtad, siendo el mejor amigo de James. Pensaba que sería más fácil hablar con el muchacho, hacerle comprender. Con su carencia de figuras paternas, bastaría con un sermón decepcionado para encaminarlo al lugar correcto.

—En un principio, ese era el plan, viejo amigo. Pero no puedo ignorar las señales de traición. Si ya tuviéramos al hijo del joven Snape en un lugar seguro, y a su padre espiando para nosotros... O si hubiera mantenido su lealtad a tu hijo, permaneciendo a su lado en lugar de incitar a la pobre Lily a huir del único lugar seguro para ella, sería otra cosa. Pero es obvio que ha sucumbido, si no al enemigo, a su propia locura. Así que solo queda hacer lo mejor para la causa: mantener un heredero Black que nunca conozca la oscuridad, que sea el bastión para alinear a las familias oscuras con la luz.

—Podría ser un buen amigo para el pequeño heredero Potter, por supuesto, en cuanto podamos cuidar de la madre. Nunca esperé tener que hacerme cargo de otra Flora —respondió Fleamont con un suspiro decepcionado. Era una lástima, pero cuando Dumbledore planeaba algo, era imposible llevarle la contraria.

Dumbledore solo hizo un gesto de molestia y negó con la cabeza.

—Ni yo, Fleamont. Déjame decirte que ocultó su naturaleza muy bien mientras estaba en Hogwarts.

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—Déjame ver si entiendo. Marlene es una psicópata que cree que puede usarte para ganarse un asiento en el Wizengamot, y si no lo haces, puede arruinarte la vida. Y, de paso, ha hecho algo malicioso contra mí porque, según ella, la traicioné contándote todo —preguntó Lily en la oscuridad del callejón, detrás del Tesco, donde se habían movido para hablar luego de que Sirius llegara completamente exaltado, sin saber cómo empezar ni qué decirle tras su encuentro con Marlene.

—Ella acaba de arruinar mi vida, Lily. Muy pronto no tendré casa, trabajo, y Remus y Tiny estarán en la calle. No sé qué será del futuro de Darcy. Todo estará arruinado por mi culpa... otra vez.

—No es tu culpa, es culpa de esa imbécil. Nunca creí que fuera capaz de planear algo así. Si lo hubiera sabido, la habría mantenido más cerca cuando nos graduamos de Hogwarts. Es una lástima que una mente así se desperdicie de esa manera —respondió Lily con calma, como si no entendiera el nivel de gravedad de lo que estaba sucediendo.

Sirius se pasó una mano por el cabello mientras caminaba de un lado a otro del callejón, sintiendo su pecho oprimirse con fuerza, mientras lágrimas de rabia y frustración corrían por su rostro. Marlene había apuntado a todo lo que le dolía: su hermano, su inestabilidad mental, y todo eso se había juntado con la traición de James, destrozándolo por completo. Se sentía roto, malditamente roto, y la lógica fría de Lily no lo ayudaba.

—Es una rata traicionera, está más loca que yo, y lo peor es que me tiene atrapado. Mi maldita familia ha usado su "locura" para salir de problemas, así que no hay manera de que alguien crea que estoy cuerdo. Y lo peor es que no lo estoy, pero no de la manera en que ella lo cuenta. No puedo casarme con ella; el solo verla me da náuseas. Y su plan es tan terrible que, si no acabo en Azkaban, acabaré muerto. Pretende arrastrarme a un maldito juego que está fuera de su liga —habló en voz alta, casi gritando. Cualquiera que lo viera en ese momento confirmaría que realmente le faltaban unos cuantos tornillos, y le daría la razón a Marlene.

—Sirius, tranquilo. Si te alteras, no podremos salir de esto. No le des el gusto a esa mujer de que te afecten sus tonterías. Sé muy bien lo que trama conmigo, y por esa parte estoy cubierta. Así que esperaremos a Sev, y te sacaremos de esta. Créeme, si le afecta a Darcy, lo hará.

—¡Lily, no quiero estar tranquilo! ¡Quiero gritar, llorar, romperlo todo! Este es el segundo peor día de mi maldita vida, y si fuera por mí, rompería todo lo que encontrara. Pero no puedo hacerlo, porque eso es lo que hacen los dementes, y no quiero estar demente. ¿Por qué el mundo no puede dejarme en paz?

—¡Pues entonces grita! Vuélvete loco. Estás en el maldito Cokeworth, esto es un jueves más. A nadie le importará. Aprovecha y sácalo de tu pecho —respondió Lily, sujetándolo de la chaqueta y mirándolo a los ojos con dureza.

Sirius cayó de rodillas y gritó con todas sus fuerzas.

—¡Odio a Marlene McKinnon! ¡Odio este día! ¡Quiero que mi hermano esté vivo, incluso si era un tarado! ¡No quiero estar loco! ¡No quiero vivir de píldoras! ¡Quiero beber hasta morir! ¡Pero no quiero ser un maldito alcohólico! ¡Ahhhhhh! —gritó hasta quedarse sin voz, mientras Lily solo lo abrazaba, acariciando su espalda y dejándolo desahogarse—. ¡Quiero que James Potter se pudra en el infierno por drogarme todo el maldito Hogwarts y hacerme sentir culpable por ello!

—¿Qué dijiste? —una voz grave preguntó a sus espaldas.

Sirius, con el rostro rojo y empapado en lágrimas, se giró para enfrentarse a Snape, que estaba blanco como una sábana.

—James... me drogaba cuando estaba en Hogwarts. Yo no lo supe hasta ahora —dijo Sirius, viendo cómo la cara de Snape se descomponía.

—Entonces, tú… ¿La casa de los gritos? ¿Tú…?

—No lo sé —respondió Sirius, tratando de acercarse al hombre que lo miraba como si fuera el mismísimo Señor Oscuro.

—¡No! —dijo Snape.

—Severus, yo... lo sient...

—No te disculpes —dijo él con voz fría—. No puedo con esto ahora. Tengo que irme.

Lo único que Sirius escuchó fue el sonido de la desaparición, y luego un llanto desbordado que reconoció como suyo mucho tiempo después. Lily solo continuó abrazándolo y dejó que empapara su suéter en lágrimas hasta que se quedó rendido.

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—¿Vas a mirar esa taza de té para siempre? —le dijo Marigold Evans a su tercer hijo adoptivo, quien solo observaba la taza y la giraba entre sus dedos.

Se sirvió su propia taza y se sentó frente a él en la desordenada cocina de su casa. Desde que Lily había regresado, no había tenido ni un solo respiro; no solo estaba Darcy, sino tres jóvenes adultos que no tenían ni idea de la vida, entrando y saliendo de su casa.

Severus exhaló un suspiro cansado y dio un pequeño sorbo a su té.

—Marigold, ¿soy una persona horrible? —preguntó de repente.

—Hijo, no voy a mentirte y decirte que tienes una gran personalidad, pero de eso a ser una persona horrible hay un largo trecho. ¿Cómo una persona horrible salvaría la vida de veinte niños sin pedir nada a cambio?

—Solo corregí un error. No les habría pasado nada en primer lugar si hubiera estado allá afuera enfrentando mi error, y no escondiéndome aquí —respondió Severus con pesar.

—Claro, porque irte y dejar huérfano a tu hijo no te haría una persona horrible —replicó Marigold con ironía—. Severus, podrías preguntarle a cada persona que te rodea si eres una persona horrible, y todos dirían que eres extraño, antisocial, gruñón, sarcástico, imposible; pero jamás dirían que eres mala persona, y mucho menos horrible. No sé de dónde ha salido semejante idea.

—Odiaba a Black. Fue el peor acosador que he tenido; me rompió de maneras que nunca pude olvidar. De todos sus amigos, él fue por mucho el hombre más sádico, enfermo y cruel con el que me pude cruzar. El simple hecho de encontrármelo solo en un pasillo me hacía rogar que sus amigos aparecieran para detenerlo, porque no sabía lo que ese hombre podría hacer si nos enfrentábamos a solas. Incluso hoy tengo pesadillas con él.

Marigold se quedó sin aliento. Contrario a las reacciones que Severus siempre recibía cuando contaba todo eso, ella tomó sus manos y las atrapó entre las suyas, como solía hacer cuando sabía que Severus estaba tan alterado que no aceptaría un abrazo.

—Ay, mi pobre muchacho —sollozó mientras besaba sus puños apretados—. ¿Por qué no nos dijiste eso? Hemos estado recibiendo a un hombre así todo este tiempo.

Severus negó con la cabeza.

—Ese es el problema. Está mal de la cabeza, y no lo digo como un insulto, es que realmente tiene problemas graves. Y no solo eso; al parecer, sus amigos lo drogaban casi todo el tiempo en Hogwarts. Él era así porque les parecía divertido mantenerlo así. Arruinó mi vida porque le estaban jugando una broma, y yo no puedo verlo si no como el maldito verdugo de mi infancia. No puedo... no quiero perdonarlo. Lo gracioso es que casi sentí que podía cuando no sabía todo esto.

La voz de Severus era temblorosa; se sentía como si hubiera destapado una pútrida cloaca para Marigold, y estaba avergonzado por ello.

—¿Él te ha pedido perdón?

Severus bajó la cabeza, ocultando su rostro tras su cabello, como solía hacerlo cada vez que quería esconderse en su juventud.

—Iba a disculparse, pero me fui antes de siquiera escucharlo. No puedo. Una parte de mí dice que es una persona agradable, incluso me cae bien, y es extrañamente considerado cuando no está drogado y va a terapia. Pero otra parte solo recuerda al monstruo que fue en mi infancia. No sé qué hacer.

Marigold apartó con los dedos los mechones de su cabello, lo miró a los ojos y le dijo con confianza:

—Mi niño, no tienes que hacer nada. No le debes perdón a alguien que te lastimó. Podría convertirse en el maldito papa y aún así no tendrías por qué perdonarlo. Sea cual sea la situación, él te lastimó, aun si no quería. Si no quieres verlo de nuevo, te apoyamos. ¿No dices que ya no puede escribir nada malo de ti en su estúpida tablita?

—No sé lo que quiero. Una parte de mí no quisiera verlo nunca más. Otra parte disfruta desayunar con él y con Lily, verlo con Darcy, y hasta cuando es tan tonto que resulta tierno. Es como si fuera dos personas a la vez, y a una la odio, y de la otra... no sé qué siento por ella.

Ese mes, Severus había abierto su corazón más veces de lo que había hecho en toda su vida, y estaba agotado. Abrir su corazón y describir sus sentimientos era tan difícil como subir una colina cuesta arriba, pero Marigold siempre sabía cómo llevarlo a buen puerto mientras conversaba con ella.

—Piénsalo, chico. No tienes que tomar una decisión ahora mismo. Si no quieres perdonarlo y ha cambiado tanto como dices, él no te obligará a hacerlo. Tendrá que vivir con eso. A veces la vida es así, hay cosas que nos marcan de por vida. ¿Recuerdas cuando te conté sobre cuando casi me lanzo por la ventana y mis suegros querían que Richard me encerrara en un asilo y se divorciara de mí? Nunca los perdoné por eso, ni siquiera cuando estaban en su lecho de muerte. Fuimos grandes amigos después, y nunca volvieron a reprocharme nada, pero sabían que no podía perdonarlos, y jamás me lo pidieron.

—¿Es posible vivir así?

—Si ya no es el monstruo que era, lo aceptará.

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“Mi querido Jhon: 

Hoy hace frío, y me tiembla la mano una barbaridad. Mañana cumpliré mil novecientos veinticuatro... ¡no!, veintisiete años. Soy muchísimo más viejo que tu bisabuelo, por eso mi letra sale tan borrosa...”

La esfera de voz era lo único que rompía el silencio en la casa. Darcy, emocionado, gritaba y trataba de atrapar la pequeña esfera metálica que flotaba sobre él, negándose a dormir. Severus observaba la escena y sintió un nudo en el corazón, pensando en cómo sería vivir sabiendo que el Sirius que había hecho algo tan hermoso por su hijo era el mismo Black que casi lo mató años atrás.

¿Podría hacer lo mismo que Marigold? ¿Acercarse a Sirius sin perdonar a Black? Lo deseaba, porque no sabía cómo resolver ese conflicto de otra forma. A veces sentía que había cambiado demasiado en tan poco tiempo. No hacía mucho, habría estado dispuesto a dar la espalda y olvidar a Sirius. Pero ahora no podía. Estaba atrapado entre el adolescente sádico de sus recuerdos y esa versión naciente que comenzaba a formar parte de su pequeño círculo.

El sonido del timbre lo sacó de sus pensamientos. Dejó a Darcy entretenido y fue a abrir la puerta. 

—Hola, vine a hablar —saludó Sirius, incómodo. 

Severus suspiró y lo invitó a pasar con un gesto. 

—Solo quería decirte que... 

Severus cubrió la boca de Sirius con su mano para detenerlo, pero la quitó rápidamente al sentir el roce de sus labios. Se dio la vuelta, algo avergonzado, y trató de recomponerse. 

—Si vas a disculparte, no lo hagas. No quiero escucharlo ahora, no puedo. Sé que tu situación no era buena y todo eso, pero solo hay dos hombres en mis pesadillas: uno es mi padre, y el otro eres tú —lo cierto es que también estaba el Señor Tenebroso, pero no quería admitirlo en voz alta—. Sé que para ti todo fue una broma, pero no tienes idea del daño que me hiciste. Y sé que yo tampoco era el más agradable, hice mi parte, no lo niego. Pero tú sabes bien que no fue justo, no merecía ni la mitad de lo que me hiciste.

Sirius apoyó las manos en los hombros de Severus. 

—Una disculpa no es suficiente. Joder, te arruiné la vida. Y lo peor es que ni siquiera podría ser sincero si me disculpo, porque no es que no lo recuerde, ya lo hablamos. Es solo que cada vez que pienso en ello, todo es borroso, no siento nada. Es como ver a otra persona haciendo todas esas cosas —soltó una risa cansada—. Es gracioso, ¿no? Cada vez que alguien me pregunta por mis “hermosos” tiempos escolares, finjo emocionarme, porque en realidad no hay casi nada que extrañe o me haga sentir algo. Es como si me hubieran robado algo. 

—Entonces estamos a mano —replicó Severus, sentándose en el sofá—. Tú robaste mis años escolares, y Potter robó los tuyos. 

Sirius asintió con pesar, encendió un cigarrillo y se sentó junto a él en el desgastado mueble de cuero. Durante un momento, disfrutaron del silencio entre ellos. Sabían que había muchas cosas pendientes, pero por ahora, Severus quería conservar lo que tenían sin necesidad de ponerle un nombre. ¿Existiría un término para "no un amigo, pero más que un conocido"? Debería preguntarle a Lily; ella entendía esas cosas. 

—Te ves horrible, y no creo que sea solo por Potter. ¿Qué demonios pasó para que parezcas recién salido del infierno? 

—Es una larga historia... digamos que una lluvia de “Bombardas” explotó sobre mi cabeza —dijo Sirius, estirándose. 

—La noche es larga, cuéntame, no quiero dormir justo ahora.

Entonces Sirius le contó. Habló sobre Marlene y su plan endeble, lleno de agujeros; su chantaje, que incluso podría afectarlo a él; sobre James; y finalmente, sobre Regulus Black. 

—Lo siento por eso —dijo Severus, recordando—. Antes de que me alejara de tú ya sabes quién y su club de dementes, lo vi un par de veces. Estaba pálido y siempre temeroso. Lo que sea que le hicieron, lo afectó más de lo que crees. De todos ellos, realmente esperaba que se fuera. Él no pertenecía allí. 

Sirius hizo un gesto de desagrado. 

—Sí, porque era débil; Marlene me lo dijo. 

—No, porque era humano, solo un niño buscando ser aceptado. Debería haber ido a estudiar al extranjero, hacer cualquier otra cosa menos unirse a ellos —Severus pensó en el rostro temeroso y pálido de Regulus Black—. Digan lo que digan en el Ministerio, con diecisiete años era solo un niño. Sirius, esta maldita guerra está llena de niños jugando a ser soldados. 

—No soy tan diferente de Regulus —admitió Sirius—. Yo también quería ser aceptado, moldeé mi personalidad alrededor de mis amigos. Marlene tenía razón; antes de la terapia, me habría casado con ella antes de aceptar que tenía un problema. Ahora o me caso con ella o pierdo el lugar al que pertenezco.

Sirius parecía un cachorro perdido. Hubo un tiempo en que Severus había soñado con verlo así, derrotado. Incluso había fantaseado con pisotearlo mientras estaba en el suelo. Pero ahora, tratar de consolarlo se sentía extraño, aunque no le gustaba verlo de esa manera. 

—Podrías pertenecer aquí. La gente ya te quiere. No somos la zona más cara de Reino Unido, podrías vivir bien. Incluso hay un gran bosque donde esconder al lobo, y nadie se enojaría si merendara a un par de narcotraficantes. Solo no me hagas lidiar con él, porque entonces tendremos un problema. No quedarán ni sus restos si lastima a mi Rob, o a mis Yentas, o a mis Hernández, o a mis Evans, o a cualquiera de los demás. 

—Eres un niño —se quejó Sirius, a pesar de que Severus lo miró amenazante—. Está bien, si Remus lastima a tu gente, cosa que no pasará, me haré responsable. Pero sabes que, si me despiden, mandarán a cualquier idiota aquí, y no será bonito. 

—Entonces asegúrate de que no te despidan. Eres un Black, está en tu sangre ser anormalmente encantador. Negocia con Lobelia; dices que es buena en su trabajo, seguro peleará si tratan de poner a un tonto mucho más tonto que tú. 

—¿Soy un tonto o soy anormalmente adorable? 

—Las dos cosas no son mutuamente excluyentes. Lily lo llama "alma de golden retriever".

Sirius soltó una risa animada por primera vez en la noche, señal de que no estaba tan mal como antes. 

—No soy ese tipo de perro —dijo encogiéndose de hombros—. Y, a todo esto, tú también pareces preocupado. ¿Nos estamos volviendo incómodos? 

Severus negó con la cabeza. Los recuerdos de antes del drama en Tesco volvieron a su mente. 

—Ah, sí, eso. Rob me estuvo traduciendo algunas cosas que dejó la madre de Darcy en un sobre. Al parecer, ella está muerta. Murió para proteger a Darcy.

Doina estaba muerta. Severus nunca lo había pensado. Siempre creyó que ella tendría al bebé y que la dejarían seguir con su vida, siendo una de las pocas mujeres fértiles de ese festival de monstruos endogámicos. Pero se equivocó. Ella podría haber vivido, sí, pero Darcy era otra cosa. Un bebé de su sangre era una ofensa, una abominación. Era obvio que nunca tuvo una oportunidad, hasta que su madre la pagó con su vida.

 

 

Notes:

Lo que está contando la esfera de voz de Darcy es "Las Cartas de Papá Noel" de Tolkien. Es una colección de cartas que el autor escribía para sus hijos, fingiendo ser Santa Claus y contando sus aventuras en el Polo Norte. Es una obra hermosa, y les recomiendo que la lean.

Eso es todo por ahora. Espero que les haya gustado este capítulo. Como pueden ver, Sirius y Severus están empezando a acercarse poco a poco, pero hay fuerzas de todo tipo que no quieren ver felices a estos chicos. En el próximo capítulo veremos el contraataque contra Marlene, y Sirius tendrá que ordenar sus prioridades.

Además, una damisela en apuros necesitará ser rescatada.

Chapter 15: Dejando Ir.

Notes:

¡Hola a todos! Aquí estamos de nuevo con uno de esos capítulos que no solo requería edición, sino que también tuvo que dividirse en dos. Espero que lo disfruten. Publico esta historia con mucho cariño para todos ustedes y valoro muchísimo sus comentarios. Sin embargo, aunque la historia ya está terminada, todavía edito los capítulos antes de publicarlos. Ahora también contamos con la ayuda del beta, quien realiza su trabajo de forma completamente gratuita. Por eso hemos establecido las actualizaciones cada dos semanas.
Sé que para algunas personas quizás sea mucho tiempo, pero es lo necesario para ofrecerles un capítulo de mayor calidad y bien redactado.
Dicho esto, ¡disfruten la historia! Vamos a ella.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—Parece que es un hechizo muy complejo, oscuro y peligroso. Está lleno de advertencias y ni siquiera es seguro que funcione. No creo que quieras hacer esto, básicamente requiere un sacrificio humano para activarlo —explicó Rob, mostrando la traducción que había hecho en una hoja cuadriculada de papel.

"Scutum Sanguinis et Animae" (El Escudo de Sangre y Alma) es una protección transmitida de generación en generación desde los Dacios. Hoy en día, solo unas pocas familias preservan esta protección, pasada de madres a hijas como futuras protectoras del núcleo familiar y mágico.

No es fácil de conjurar: se requiere sacrificar todo el poder del núcleo mágico en una explosión que formará el escudo sobre aquellos seres que han formado un lazo de amor con la lanzadora. La protección se extiende en diferentes grados sobre los tres círculos sociales: familia, hogar y comunidad.

Aunque no hay registros históricos claros sobre las consecuencias del hechizo, se cree que un poema encontrado en una urna dacia hace referencia al Scutum:

"Olvida mi nombre, 

Destruida está la mesa donde partimos el pan. 

Olvida mi hogar, 

Húmeda está la hoguera donde nos llamamos aliados. 

Mientras más me odies, yo y mi sangre te seremos extraños. 

Si deseas que la muerte toque mi puerta, 

Esta será invisible a tus ojos. 

Caminarás por mis tierras y te serán baldías, 

No reconocerás a mi vecino, no quemarás mi pueblo. 

Olvida mi nombre, 

Olvida mi hogar."

Basándose en el poema, se cree que el Scutum hace que los enemigos olviden al protegido en función del nivel de odio que sientan hacia él. Aquellos con odios profundos y deseos asesinos no recordarían jamás al protegido por la lanzadora.

Desafortunadamente, para lanzar el Scutum es necesario desencadenar un gran poder. El mago Erestor, en antiguos pergaminos sobre protecciones de alma, sugirió que la única forma de lograrlo era con un "puro sacrificio de amor", lo que ha llevado a asumir que la lanzadora del hechizo solo puede activarlo dando su vida por el protegido. Por esta razón, su práctica es extremadamente rara y casi olvidada.

Mientras más leía Severus, más empezaba a comprender algunas cosas, aunque otras se volvían aún más confusas.

—Supongo que esto explica por qué no llueven magos oscuros sobre Cokeworth —rompió el silencio Rob—. Tus enemigos te han olvidado por completo.

Severus negó con la cabeza y lo miró con seriedad.

—No es tan simple. El poema y el ritual hablan de odio y deseos de muerte. Aquellos que sienten un odio visceral hacia mí me habrán olvidado, pero Voldemort y Dumbledore son grandes magos peleando una guerra que decidirá el destino de millones. Para ellos, soy solo un peón en su tablero. La única razón por la que ninguno de los dos está aquí en persona es porque Voldemort necesita matarme para dar el ejemplo, y el hechizo lo impide. Y Dumbledore... él podría aparecerse aquí si quisiera, pero no se molestaría en tratar conmigo personalmente.

—El ego de una persona puede ser tan poderoso como un hechizo —dijo Rob, tomando un trago de whiskey de su petaca.

—Lo curioso es que no me sorprende nada más que el sacrificio de Doina. Sabes, empecé a decir que estaba muerta porque era más fácil que explicar lo que pasó entre nosotros, y resulta que siempre lo estuvo. No sé qué sentir por ella. Nunca hubo amor; cuando estuvimos juntos, lo sentí más como una agresión, y siempre tuve el miedo de que su familia se enterara. Mi destino podría haber sido peor que la muerte si alguna vez Doina hubiera decidido que lo que pasó fue un ataque contra su honra. Pero... me duele que esté muerta. ¿Rob, por qué me duele su muerte? —preguntó Severus, completamente confundido. Siempre había sido torpe para entender sus emociones. Recordaba a Doina con dolor y culpa, pero saber que ya no existía en el mundo le rompía el corazón.

—No soy un experto en emociones, chico, pero sospecho que tiene que ver con que murió protegiendo algo que tú amas —respondió Rob.

Severus reflexionó durante un rato. Había pensado que la mente de Doina giraba en torno a una historia de amor, que hizo lo que hizo por él. Pero, tal vez, Doina no pensaba en él, sino en un hijo. Un hijo que no podría haber nacido deforme o muerto, uno que pudiera vivir la libertad con la que Doina solo soñaba. Quizás había deseado y amado a ese hijo mucho antes de que siquiera fuera concebido. Eso explicaría por qué el hechizo funcionó, a pesar del poco tiempo que Doina lo tuvo en brazos.

Era una teoría probable, pero jamás conocería la verdad. Doina se había llevado las respuestas con su último suspiro. Al menos ahora podría decirle a Darcy que su madre lo había amado, lo cual era mucho más de lo que podía decirle antes.

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Sirius estaba sentado a la mesa de su piso junto a Tiny y Remus. Desafortunadamente, tal como Marlene había advertido, los rumores sobre su cordura se habían esparcido por todo el mundo mágico, al punto de que su casero se estaba comportando frío con él. No dudaba que pronto encontraría algún pretexto para echarlos a la calle.

No le quedó más remedio que convocar a una junta urgente sobre su futuro. Él ya había elegido una bonita casa de tres habitaciones en la misma calle que Rob, en Cokeworth, pero sabía que si simplemente imponía su decisión, Remus le llevaría la contraria argumentando sobre la falta de libre elección. Seguro pasaría por una crisis moral, sintiéndose culpable "por traicionar a James". Y, claro, todo esto era en parte su culpa porque todavía no le había contado a Remus el asunto de James y las drogas. Había estado demasiado ocupado con los rumores y preparándose mentalmente para suplicarle de rodillas a Lobelia por su empleo.

Así que, aunque le pesara, iba a tener que manipular a su mejor amigo. Ya que no podía pensar en otro lugar que pudiera llamar hogar aparte de Cokeworth.

—Chicos, sé que esto es repentino. Si por mí fuera, nos quedaríamos aquí, pero pronto tendremos que desalojar el departamento. Solo hay dos opciones: una excelente cabaña de dos pisos con una habitación y un baño en Ottery...

—¿Quieres que los tres compartamos una habitación? —se quejó Remus.

—Bueno, Tiny podría seguir durmiendo en el sofá y nosotros compartir la habitación. Además, hay un sótano habitable que podrías reforzar para Moony, por que la cabaña está en medio de un espacio abierto. Ya que tampoco podremos seguir usando la bodega remota donde Moony se transformaba —explicó Sirius.

—¿Una habitación y un sótano? No parecen ser las mejores condiciones para un hombre lobo incluso uno alienado como nuestro amigo —comentó Tiny, quien, a pesar de su extraña pelea con Remus, aún se preocupaba por él.

Sirius notó cómo Remus contenía un gruñido y, con falsa amabilidad, le respondía a Tiny:

—Quizás pueda ser feliz con una habitación y un sótano, si es lo mejor que mi mejor amigo puede conseguir. Cuéntanos más sobre la cabaña, Sirius.

Sirius, ocultando una sonrisa maliciosa, continuó:

—Bueno, tiene sus detalles. Hay mucho trabajo por hacer. Tendremos que instalar ventanas, hay algunas corrientes de aire frío, pero tiene red flu. Quizás la magia del techado falla un poco, así que habrá goteras por un tiempo... y bueno, también habrá que lidiar con los doxies...

—¿Doxies? —preguntó Remus, palideciendo.

—Oh, sí, hay una plaga grave de doxies. El antiguo dueño no tuvo tiempo de limpiar antes de que lo llevaran a Azkaban. Ya sabes, con las redadas de los aurores y todo eso...

—¡Ni lo sueñes!

—¡De ninguna manera viviré en una casa que le quitaron a un pobre diablo, Sirius Black!

Dijeron Remus y Tiny casi al unísono.

—Bueno, hay otra opción, pero no es muy buena: es una casa muggle de tres habitaciones. No es muy grande; las habitaciones son pequeñas, y la sala, el comedor y la cocina están en una sola habitación. El patio trasero está bastante descuidado —dijo Sirius, tratando de sonar resignado.

—Pero son tres habitaciones. Incluso Tiny merece tener su propio espacio, a pesar de no comprender las implicaciones de la amistad —comentó Remus con una sonrisa mordaz.

—¿Y qué pasará con el lobo de Remus? Incluso él merece libertad, a pesar de su vena de mártir —añadió Tiny con un toque de ironía.

Sirius se controló para no mostrar su satisfacción al ver que ambos comenzaban a caer en su trampa.

—Bueno, hay un bosque cerca. No es el más limpio, y la gente casi no va por allí porque es inseguro. Son unos cuantos kilómetros de bosque, pero tendríamos que usar hechizos anti-muggles. No sé si le parecerá cómodo a Moony —dijo Sirius, fingiendo cierta preocupación.

—Eso sería muy cómodo, considerando las opciones —respondió Remus, con una chispa de ilusión en su mirada.

—También, no hay Red Flu. Tendríamos que aparecernos en todos lados. Además, según Lily, el lugar es el cuarto peor sitio para vivir en el Reino Unido. Está en una lista y todo —añadió Sirius, tratando de parecer molesto por la situación. Sabía que Remus disfrutaba siendo la voz de la razón; solo tenía que presionarlo un poco más.

—Crecí en Knockturn Alley, nada podría ser peor —dijo Tiny con decisión.

Sirius lo veía claro: ya los tenía en sus manos. Tiny iba a ir por la casa y no había manera de que lo convencieran de lo contrario.

—A mí no me molesta aparecernos. El lugar suena bien. Más bien, parece que a ti te molesta mudarte al mundo muggle. Si no puedes vivir allí, podemos intentar con la cabaña, pero no actúes como si tuviéramos otra opción entonces, Sirius —se quejó Remus, usando su propia forma de manipulación, apelando al ego de su amigo y poniéndose en el papel de víctima.

—Por supuesto que puedo vivir en un lugar muggle. Es más, tienes razón. Hablaré con Lily y le diré que compraremos la casa.

—¿Lily? ¿Qué tiene que ver Lily con la compra de la casa? —preguntó Remus, mirándolo con creciente sospecha—. Sirius, ¿exactamente dónde está ubicada esa casa?

—Es una hermosa casita en las Midlands. Te juro que amarás a los vecinos.

Remus se quedó pensativo un momento, y Sirius comenzó a sentir miedo. Si Remus se ponía en ese estado, podría, por puro orgullo, buscar su propio lugar y acabar en un sitio espantoso, como el cuarto deprimente donde lo había encontrado antes de que se mudaran juntos. Odiaba que James lo controlara tanto. Es cierto que fue la primera persona que lo aceptó y lo integró al grupo, pero ahora la preocupación de James por Remus parecía superficial, mientras que la lealtad de Remus seguía siendo inquebrantable.

—Sirius Black, ¿qué demonios estás haciendo ahora? Será mejor que te expliques bien, porque si no me gusta tu respuesta, no sé qué decisiones tomaré —dijo Remus con tono firme.

Sirius trató de pensar en un argumento sólido para salvar la situación, pero Tiny lo rescató inesperadamente.

—Creo que estamos manejando esto al revés. En primer lugar, ¿por qué nos estamos mudando con tanta urgencia? No veo ningún problema con nuestro piso actual. Además, ¿por qué no podemos seguir alquilando la bodega y encontrar otro departamento? —preguntó Tiny, cruzando los brazos.

Sirius suspiró. Irónicamente esa conversación era más fácil que convencer a Remus de que Cokeworth era la mejor opción.

—Porque estoy demente. ¿No lo han escuchado? Muy pronto nadie va a querer alquilarle nada al Black desheredado y loco. Por eso no puedo asegurar que podamos alquilar algo en el futuro. Solo me quedan algunas opciones basura, o alquilar y comprar en el mundo muggle. Pero alquilar es arriesgado porque los caseros muggles podrían sospechar —explicó Sirius con seriedad. No le gustaba contar eso, pero esperaba que sus amigos confiaran en él. Al menos sabía que Tiny no lo juzgaría, pero Remus había aguantado lo peor de su enfermedad mental, y no tenía idea de cómo reaccionaría ahora.

—Sirius, es solo un rumor. La gente no puede hacerte nada por un rumor —gruñó Remus.

—Remus, ¿cuánto tiempo has vivido en el mundo mágico? Sabes que aquí un rumor lo es todo, especialmente uno que tiene bastante de verdad —respondió Sirius, levantándose y sacando un sobre manila que había escondido en la alacena. Lo lanzó sobre la mesa y se volvió a sentar, mirándolos desafiante.

Tiny fue el primero en tomar el sobre y revisar los papeles una y otra vez.

—Trastorno maniaco-depresivo... lo he leído en libros muggles, pero no sabía que los magos también podían tenerlo —dijo Tiny, curioso.

Sirius asintió, respondiendo con cinismo:

—Al parecer, es lo que llamamos "la locura Black". No debería ser tan común en una familia, pero mi sanadora mental me dijo que nuestras posibilidades de tenerlo son mayores por los siglos de endogamia.

Remus miró los papeles detenidamente, alternando su mirada entre ellos y Sirius, como si quisiera decir algo pero no encontrara las palabras.

—¿No tienes nada que decir, Remus? —preguntó Sirius, impaciente.

—No puedo decir que no lo sospechaba. A veces tu comportamiento me daba miedo, pero después de conocer a tu prima y a tu madre, pensé que solo eras un poco impulsivo. ¿Entonces es verdad? ¿Tienes esto? —preguntó Remus, incrédulo.

—Mi prima y mi madre se han escudado en la "locura Black" para ser un par de imbéciles sin consecuencias. La verdadera locura Black es esto que ves. Aunque ahora tomo medicamentos. El carbonato de litio es un gran invento muggle y mi mejor amigo a partir de ahora. Nunca voy a poder dejarlo; lo que tengo es incurable —admitió Sirius con amargura.

Remus se levantó de la silla y lo abrazó.

—Lo siento tanto. Fui terriblemente condescendiente contigo, sermoneándote por tu actitud en lugar de darme cuenta. Incluso en Hogwarts, cuando todo iba mal, no quería creer que lo tuvieras.

Cuando se separaron, Tiny le dio una palmada en la espalda y le sonrió en señal de apoyo.

—Amigo, no sabes lo orgulloso que estoy de ti. Buscar ayuda es algo muy valiente. Cuenta conmigo para lo que necesites —dijo Tiny, con una calidez inusitada.

Sirius intentó no ponerse sentimental, pero una lágrima escapó de sus ojos. Desde la visita de Marlene, se había sentido muy solo y jamás se imaginó que sus amigos lo apoyarían de esa manera. Ahora tenía esperanza de que no acabaría siendo el "esposo trofeo" de Marlene, pero aún le faltaba confesar algo más, y tenía miedo de que al decirlo pudiera perder al único mejor amigo que le quedaba.

—Hay algo más. En esos estudios descubrieron otras cosas. Mi sistema nervioso está hecho un desastre, y estaba a un paso de que mi cerebro se llenara de tantos agujeros como un queso gruyere —Sirius sonrió amargamente.

Remus y Tiny lo miraron, completamente sorprendidos, mientras Sirius continuaba.

—Al parecer, alguien decidió drogar al "maldito loco Sirius Black" solo para ver qué hacía. Lo hicieron durante años. Mis momentos más queridos no son más que sombras ahora.

—Oh, por Merlín, Sirius... ¿Tienes idea de quién te hizo esto? —preguntó Remus, incrédulo.

—Fue James. Solo pudo ser él. ¿Recuerdas cómo hablaba de esos "momentos en que era divertido"? —respondió Sirius con amargura.

Remus lo miró con la mandíbula desencajada, mientras Tiny maldecía con los puños apretados.

—¡Lo sabía! ¡Por algo nunca me agradó ese hijo de perra! —exclamó Tiny, furioso.

—¿Estás seguro? —preguntó Remus, que parecía completamente destruido.

—¿Quién más estaría lo suficientemente cerca de mí para arruinarme la vida de esa manera? —respondió Sirius, mirando a su amigo con tristeza.

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La gente podía llamar a Lily buena, desinteresada, bonita, pero de esos apelativos, tal vez solo "bonita" era cierto. Durante muchos años, Lily pensó que no sentiría nada realmente en su vida. Todas sus emociones parecían separadas de ella por un muro de almohadas que no podía atravesar. Nunca entendió la pasión ni la alegría desbordante… hasta que conoció a James. Solo por él se unió a la Orden del Fénix; solo por él le importó la guerra. Durante toda su vida, dudó de su selección en Gryffindor; nunca se creyó noble ni valiente.

Excepto cuando Severus se lo decía. Sabía que él era honesto al grado de ser brutal, y durante años se conformó con no ver en sí misma la valentía que él veía. Pero luego Harry llegó a su vida, y desde que lo tuvo supo que sería capaz de destruir el mundo por él. Por su hijo, las emociones que antes eran pálidas y lejanas se volvieron una certeza vibrante, como si el mundo hubiera adquirido un color que jamás había percibido.

Solo por él estaba ahí, tomando el té en el jardín de la mansión Potter con Euphemia, quien sorbía su taza mirándola como a un insecto.

—Debes estar muy desesperada para atreverte a venir a verme.

—Desesperado sería visitar a alguien a quien odio para suplicarle ayuda, pero yo no siento nada tan negativo. No siento nada por ti, Euphemia. No me inspiras nada, y no estoy suplicando; solo estoy usando una herramienta necesaria para allanar el camino de mi hijo. Supongo que te identificas con ese sentimiento —respondió Lily, mirando a la mujer con desinterés.

Y era cierto, no sentía nada por ella. Euphemia Potter podía pudrirse en su alto pedestal, y a Lily no le importaría en lo más mínimo. Quien la había herido era James. La herida en su alma solo sangraba por él, y la única razón por la que no lo destruía era su hijo, y quizás porque no soportaría vivir en un mundo sin él.

—Supongo que quieres que acabe con los rumores sobre la paternidad de ese niño. ¿Qué pensarías si te dijera que son tan fuertes que incluso el pobre James duda de su paternidad? ¿No era ese hombre “tu preciado mejor amigo”? —dijo Euphemia, fingiendo preocupación con una sonrisa de satisfacción.

—No seas ridícula, Euphemia. Sé que me subestimas, pero ¿de verdad crees que la magia de tu familia aceptaría a un heredero ilegítimo? Hasta tú puedes leer el acuerdo de divorcio y ver que mi hijo figura como el heredero Potter. Si intentara usar a un niño que no fuera de James, en este momento no podría hacer ni una pizca de magia. Es algo obvio. Lo que no es obvio es que permitas que se extienda un rumor que arrastra a tu familia por el lodo —respondió Lily mientras olía su taza de té y luego la tiraba en una maceta cercana, sin sorprenderse cuando la planta se marchitó al instante—. ¿O es que acaso tu rencor es tan grande que estás dispuesta a hundir a los Potter contigo?

—¿Y qué te hace creer que no dejaré que este rumor se extienda un poco más solo para hacerte sufrir, querida? —replicó Euphemia.

—¿Por qué me importaría? Ahora vivo en el mundo muggle, y si sigues con esto, lo único que conseguirás es que mi hijo nazca en un hospital muggle. No lo arriesgaría a la “venganza” de algún sanador amigo tuyo. Sería triste, ¿no? Un heredero Potter forzado a nacer fuera del mundo mágico, despreciado en su propia comunidad. ¿Quién lo tomaría en serio cuando sea adulto?

Euphemia arrojo su taza vacía con furia, la taza salió volando justo al lado de Lily y terminó rompiéndose en la tierra dura del jardín.

—Lo pensaré. Ahora quiero que te retires antes de que los elfos te saquen de aquí.

Lily se despidió con una sonrisa cínica.

—Deberías controlar tu carácter. Cualquiera diría que quieres morir o perder tu preciada magia ancestral.

_______________________________

James Potter salió de la oficina de aurores incómodo, sintiendo cómo las miradas se dirigían hacia él, y no de buena manera. Nunca pensó que un simple desliz podría haber llegado tan lejos. Solo se estaba quejando de Snape; no estaba insinuando que Lily se hubiera ido con él, ni que hubiese tenido una aventura. Aunque ella podría odiarlo por lo que había hecho, jamás le haría algo así; Lily siempre fue leal, y el único que cometió errores fue él.

Debió haberse dado cuenta de que no era lógico dejarla sola tanto tiempo. Al menos él tenía un trabajo, y amigos. Pero Lily estaba sola, encerrada en casa sin mucho que hacer. Incluso su madre tenía una vida social más activa que la de Lily. Ahora, al recordar todo, le resultaba imposible entender por qué pensó que ella esperaría pacientemente, que solo viviría cuando él estuviera en su mundo. Pensó que si le daba regalos y lujos, ella olvidaría sus propias necesidades. Pero Lily no era así; no se impresionaba con el lujo ni con el dinero. Ella amaba hacer las cosas por sí misma y estar en el centro del mundo.

Lily brillaba, naturalmente atraía a la gente, y él decidió esconderla. Pensó que eso era lo normal; después de todo, su propia madre dejó su puesto en el ministerio para quedarse en casa y cuidarlo. "Mi meta es cuidarte y hacerte feliz", le decía su madre, y él creció pensando que eso era amor. Pero Lily se resentía cada vez más con esa vida. Siempre fue clara con sus expectativas y planes de futuro, y él, egoístamente, pensó que, al convertirse en la señora Potter, dejaría todo atrás como su madre.

Incluso cuando se fue, él intentó justificarse, intentó convencerse de que tenía razón, pero Sirius fue el primero en mandarlo al diablo y apoyar a Lily en su decisión. Y hasta el amable Remus, aunque lo defendió de Tiny, lo miraba con una decepción que era más dolorosa que cualquier reclamo.

Lo cierto era que el tal Tiny fue el único en decirle la verdad de esa forma tan brutal.

Ahora estaba entre dos caminos: o arriesgaba todo por recuperar a Lily, o la convertía en un recuerdo doloroso y seguía con su vida como heredero Potter. Muchos le dirían que siguiera a su corazón, pero este estaba dividido: por un lado, su familia amorosa que siempre lo apoyó, y por el otro, la mujer que amaba y su hijo. No entendía cómo su familia podía justificar hacerle daño a la mujer que él amaba.

Estaba tan absorto en sus pensamientos que ni siquiera vio venir el puñetazo en la cara que lo tumbó al suelo. Se levantó de inmediato, listo para enfrentar al atacante, pero se quedó atónito al ver a Remus con los puños apretados, lágrimas en el rostro, respirando agitado, hecho un desastre. Nunca esperó algo así de él, tal vez de un criminal vengativo o incluso de Sirius, pero ¿Remus?

—¡Eres un monstruo! No puedo creer que hayas sido capaz de manipular a Sirius de esa forma. ¡Era tu amigo, por Dios! Y yo fui tan estúpido como para defenderte.

—Remus, te juro que no sé de qué hablas —dijo James, limpiándose la sangre que le corría por la nariz.

—No importa. No quiero que digas nada. Nos vamos a mudar fuera de Londres, y, con suerte, no volveré a ver tu cara en mi vida. Y, para tu información, no soy  feliz con tan poco, ¡nadie lo es, estúpido niño rico arrogante!

—¡Remus! ¡Espera, hablemos! —gritó, viendo cómo Remus le daba la espalda y se perdía en la multitud.

James se quedó paralizado, intentando entender de qué estaba hablando. Luego recordó su pequeña mentira para motivar a Sirius, usar a Lily para eso no había sido la idea más brillante, pero estaba desesperado. Los rumores sobre la estabilidad mental de Sirius crecían, y James no quería que la familia Black usara eso para encerrarlo en San Mungo. Solo quería protegerlo.

Con esfuerzo, se sentó en la acera, quedándose en silencio, reflexionando sobre todos los errores que estaba cometiendo en su vida.

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Sirius jamás imaginó tener una pequeña fiesta en una casa con jardín, pero gracias a los contactos de Rob había conseguido una casa al final de la calle Plankman. Aunque estaba en Cokeworth, el diseño de la casa era algo diferente, un chalet de ladrillo rojo con tres habitaciones y un amplio patio trasero con un jardín un poco descuidado. Según Rob, varios supervisores del molino habían recibido casas así cuando Cokeworth se construyó.

Ahora, Víctor, como la mariposa social que era, había convertido la pequeña reunión de mudanza en una fiesta en el jardín. Rob y su familia estaban allí, junto con las yentas y, por supuesto, los bulliciosos Hernández. Lily y sus padres también asistieron, mientras que Snape, con Darcy en brazos, se mantenía apartado de todo lo que pudiera ser considerado “divertido.” Remus, por otro lado, estaba recibiendo el afecto efusivo de los Hernández, que estaban fascinados por conocer a un hombre lobo y lo comparaban con un tío nahual de la familia. Era impresionante lo relajado que estaba el Estatuto del Secreto en Oaxaca, de donde era la familia.

Incluso Víctor le había contado que existían mercados mágicos donde muggles y magos, compartían espacios en común.

Sirius estaba sentado en el porche, mirando a toda su gente favorita, cuando Severus se acercó con Darcy en un brazo y dos botellas de refresco en la otra. Dejó una botella para Sirius, quien aún se sorprendía de lo natural que la gente había asumido que ya no bebía y empezaron a ofrecerle diferentes opciones de bebida.

Severus tomó un sorbo y rompió el silencio.

—Vaya, generalmente soy yo el que se esconde de las multitudes.

—Solo estoy admirando la vista. Nunca imaginé tener a tanta gente de mi lado.

—Dímelo a mí. Mis expectativas más optimistas para el futuro eran ser un viejo ermitaño, gruñendo y maldiciendo a los pobres desafortunados que osaran tocar a mi puerta.

—Puedo verte agitando un bastón y gritando “¡Niños, fuera de mi jardín!” —dijo Sirius, haciendo una imitación de Severus anciano.

Severus soltó una risa burlona.

—Oh, sí. Los niños me temerían y la gente inventaría historias terribles sobre mí.

—¿Conoces la historia del viejo Snape? Dicen que mató a su familia y la usó en pociones, y lo que sobró se lo dio a su perro —bromeó Sirius, guiñándole un ojo.

—¿No sé si tendría un perro? —respondió Severus, pensativo.

—Claro que sí, todo viejo malvado necesita un perro malvado que lo acompañe. Podría llamarse Padfoot.

—¿No Brutus o Hércules?

Sirius frunció el ceño. Ningún perro con esos nombres podía ser mejor que Padfoot.

—Esos nombres son comunes. Si es Padfoot, la gente bajaría la guardia antes de que se los coma. Sí, tiene que ser un perro negro, enorme y peludo llamado Padfoot, con dientes afilados y un ladrido temible.

Severus soltó una carcajada, y Darcy también chilló emocionado.

—Padfoot será entonces —dijo Severus.

Por alguna razón, la idea hizo que Sirius se sintiera extrañamente feliz.

—Aun así, hoy estás apagado. Generalmente tengo que sufrir tu irritante optimismo y el de Víctor en reuniones como esta.

—Bueno, es difícil ser completamente feliz en el día del funeral de tu hermano.

—Tus padres se rindieron muy rápido, ¿no crees?

—Supongo que cuando "Quien Tú Sabes" dice que tu hijo está muerto, no queda mucho que hacer.

Severus lo miró con comprensión.

—¿Eran unidos? —preguntó Severus.

Sirius le lanzó una mirada irónica.

—Era un mortífago, y yo no. ¿Tú crees que éramos unidos?

—Hablo de antes de toda esa mierda de Slytherins y Gryffindors, la guerra y la sangre pura.

—Sí, en realidad, lo éramos. Me seguía como un patito. Hubiera hecho cualquier cosa para protegerlo y él me admiraba. Pero caímos en casas diferentes, decepcioné a la familia, y todo se fue al carajo. Ni siquiera me invitaron al funeral, y me prohibieron la cripta familiar.

—Bueno, entonces, ¿por qué no haces tu propio entierro? Enterraron un ataúd vacío, ¿no? Si no hay cuerpo, importa poco dónde le llores.

—No lo sé. Ni siquiera sé si tengo derecho a llorarlo o despedirme de él.

—Nunca tuve un hermano, pero si tengo una lápida para orinar sobre el hijo de perra que fue mi padre, ¿por qué tú no podrías tener una para llorar, si no al mortífago, al hermano menor que recuerdas?

A veces, Sirius odiaba lo buenos que podían ser los consejos de Severus. Lo hacían entrar en conflicto entre el Severus que había conocido en Hogwarts y este Severus, el que hacía cosas increíbles y era mucho más sabio de lo que nunca hubiera imaginado.

—Quizás lo piense. Aunque no sé qué pensaría mi hermano de no estar en la cripta familiar.

—Dudo que haya querido estar donde los del club de genocidas lo dejaron. Creo que puede tener su lugar en la cripta familiar y, también, en algún lugar especial que tú elijas.

Sirius no pudo evitar sonreír, agradecido de que su última pelea no hubiera ido a mayores.

—¡Severus Tobias Snape! Ven acá, ¿cómo que "yentas," cabrón? —gritó la señora Hernández de repente, con un Víctor a su lado, claramente culpable.

—Parece que a Víctor se le soltó la lengua —dijo Severus, frunciendo el ceño—. Recuérdame no volver a contarle nada en la vida.

—¡Huye, fifí, salva tu cuello! ¡Severus y yo ya estamos muertos! —gritó Víctor antes de recibir un golpe en la nuca de la señora Khan.

—¡Tengo un bebé y no dudaré en usarlo! —exclamó Severus, escondiéndose detrás de Darcy, que solo balbuceaba alegremente, ajeno al peligro de las yentas.

—Claro, tenían que ser ustedes tres. Y no me sorprendería que cierta señorita pelirroja también estuviera involucrada —dijo la señora Petrov—. Sirius Black, ven aquí, déjame mostrarte quién es la yenta.

Sirius palideció y se acercó a Severus, pegado a su espalda y compartiendo a Darcy como escudo, mientras Lily se defendía:

—Oigan, cuando esta señorita pelirroja llegó, ¡ustedes ya se llamaban así! Además, les recuerdo que dicha señorita está embarazada, así que es intocable.

Tiny, mientras tanto, se reía a carcajadas, abrazado al regazo de Ellie “La Tuerta,” quien negaba con la cabeza tratando en vano de calmar a su enorme novio. Remus solo sonreía discretamente a la distancia.

En el camino, mientras se acercaban a la mesa de aluminio donde las mujeres charlaban alegremente antes de que Víctor metiera la pata, la señora Shapiro sacó su zapato y lo lanzó con precisión a la cara de Severus, sin rozar siquiera a Darcy.

—¡Yenta tu abuela! —gritó la señora Shapiro.

—¡Pues sí, lo son mis cuatro abuelas! —le gritó Severus de vuelta, sobándose el rostro.

Las mujeres se miraron entre ellas y, de repente, abandonaron sus ansias de sangre, cambiando sus miradas por expresiones de cariño. Corrieron y lo abrazaron en grupo. Severus, como el rarito antisocial que era, resintió más el abrazo grupal y los pellizcos en las mejillas que el golpe en la cara con el zapato de la señora Shapiro.

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Lily se sentó en una pequeña heladería de Londres, esperando a su amiga Mary McDonald. Con la cantidad de rumores que corrían últimamente, era evidente que Mary estaría preocupada por ella. Hacía tiempo que no se veían; Mary no estaba en la Orden y, según sabía, llevaba semanas sin conseguir empleo, lo cual hacía difícil que pudieran encontrarse.

Mary lucía bien con su ropa muggle; siempre había sido fanática de cuidar su imagen y estilo. A veces, James y Sirius bromeaban cambiando el color de su bien cuidado cabello solo para irritarla un poco. Pero, bajo el maquillaje, Lily notó las ojeras y su delgadez, más marcada de lo que podría ser saludable.

—Lily, te ves bien. Pensé que estarías triste o, al menos, enfadada y con deseos de venganza por todos esos rumores —dijo Mary, sonriendo levemente.

—Lo estoy, pero no voy a perder la cabeza por eso. Ya empecé mi propio plan y te aseguro que en pocos días esos rumores no serán nada —respondió Lily, mostrando una sonrisa tranquila, aunque por dentro estaba impaciente con la lentitud de Euphemia para resolver la situación. Sabía que la mujer no permitiría que el honor de su familia quedara manchado, pero parecía estarse tomando su tiempo.

—Bueno, supongo que te preguntarás por qué te pedí vernos con tanta urgencia —dijo Mary, un tanto nerviosa.

—Por supuesto. Eso es lo que amo de ti, Mary: no pierdes el tiempo en rodeos ni esas cosas.

—Bueno… me llegó una carta sospechosa a mi puerta, y no sé qué pensar —dijo ella, extendiéndole un pergamino a Lily. Estaba arrugado de tanto leerlo y tenía manchas de lágrimas secas.

La carta decía:

Señorita Mary McDonald:

Debo advertirle que tenga cuidado. Un hombre de una prominente y antigua familia de alfareros desea que se case con su primer y único hijo. Él le impedirá huir, cerrará todas sus opciones y no descansará hasta que esto se haya hecho. Debe tener cuidado, señorita, y no confiar en sus propuestas o su vida quedará arruinada. Quizás una visita al Jardín de Lirios pueda hacerla reflexionar sobre su próximo paso; después de todo, el jardín es lo único que quedó tras el paso de la carroza del alfarero.

Con cariño, La Sociedad de Damas del Jardín.

Mary miró a Lily, con la voz temblorosa y al borde del llanto.

—Por favor, dime que no están insinuando lo que creo que están insinuando.

—¿Que mi suegro está tratando de obligarte a casarte con mi exesposo y que no dudará en usar tácticas poco amables en el proceso? Sí, eso es lo que está diciendo. Antes habría intentado darle el beneficio de la duda, pero ahora, después de lo que sé, estoy segura de que sería capaz de hacerlo. Mary, he estado dentro… y solo puedo decirte una cosa: es un infierno, y no se lo recomendaría a nadie.

Mary rompió a llorar, llena de desesperación.

—¿Y qué voy a hacer ahora? Llevo días yendo a la Oficina de Equivalencia, y siempre me rechazan. Mi familia ya se está cansando de mantenerme, y… sola, sin dinero, sin estudios… no sé qué voy a hacer. Nuestra casa se quemó… perdí todos mis documentos y… y… cuando fui a reponerlos, me dijeron que no existen, que yo no existo en el mundo muggle. Yo solo quiero volver a casa —sollozó con fuerza—. Por favor, Lily, te lo suplico… ayúdame a escapar de aquí.

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Escondido entre los árboles y usando hechizos para ocultar su presencia, observó a Sirius junto a Snape, que se mantenía dos pasos atrás, esperando mientras Sirius transfiguraba una piedra en una lápida ostentosa. Un querubín coronado estaba grabado en ella, y debajo se leían las palabras:

Regulus Black
"Amado Hermano
1961-1982"
"Al pie del Amon Hen le he oído gritar. Allí batió a los enemigos.

El yelmo hendido, la espada rota, al agua los llevaron.

La orgullosa cabeza, el rostro tan hermoso, los miembros, pusieron a descansar;

Y Rauros, los saltos dorados de Rauros, lo transportaron en el seno de las aguas.”

 

Sirius colocó una grulla de papel sobre la tierra de la tumba, cayó de rodillas y rompió a llorar.

La imagen le dolía profundamente, pero sabía que debía mantenerse fuerte. Durante mucho tiempo él se había comportado como un niño, y había arruinado su vida de formas terribles. Ahora, sin embargo, le tocaba cumplir con su deber.

Snape le puso una mano en el hombro a Sirius, consolándolo con incomodidad, un gesto que nunca imaginó ver entre ellos que fueron enemigos mortales durante mucho tiempo.

Sus ojos se posaron en la grulla de papel. Jamás pensó que Sirius recordaría aquella promesa, pero al parecer lo hacía, esa promesa que él nunca pudo cumplir. Honestamente, esperaba que Sirius, con el tiempo, lograra liberarse de todo ese dolor y continuara con su vida. Al menos ahora parecía ir por el camino correcto.

Por lo menos, en el área de protección de Snape, la Marca Oscura había dejado de doler, tal como había sospechado. Había sido una apuesta peligrosa: dedujo que, si no iba con intenciones de matar, podría gozar de la protección a pesar de la marca. Muchas cosas pudieron haber salido mal; la protección pudo haberlo rechazado y, en lugar de protegerlo, dejar que Voldemort lo matara a través de la Marca.

Pero nada sucedió. El dolor se detuvo y él seguía con vida. Ahora tenía tiempo para pensar y planear un método viable para recuperar el Horrocrux.

Observó a Snape y Sirius perderse en el bosque de regreso a sus respectivas casas, en ese sucio y horroroso pueblo muggle. Se acercó a la lápida y delineó con los dedos la figura del querubín coronado. Su nombre, Regulus, significaba “pequeño príncipe”, así que tenía sentido.

También reconoció la cita de aquel viejo libro muggle que solían leer en secreto en el ático de Grimmauld Place. Fueron tiempos hermosos, hasta que los descubrieron y todo se convirtió en un infierno.

Se negó a llorar, pese a la extrañeza y el dolor que sentía al ver su propia lápida. No tenía tiempo para eso. Necesitaba pensar en cómo recuperar el relicario, incluso si ello le costaba la vida.

Notes:

Para los que sospechan que las protecciones de sangre de Lily vienen del hechizo de ella, ¡tienen razón! ¿Por qué no funcionan igual? Bueno, hagan sus teorías; es divertido leerlas.

En cuanto al término "maníaco-depresivo," recuerden que en 1980 se transformó en "trastorno bipolar," pero considerando que apenas estamos en enero de 1980 y las actualizaciones médicas no suceden tan rápido, seguiré usando "maníaco-depresivo" por un rato más. El litio ha sido el mejor tratamiento para la bipolaridad, aunque aún no se sabe con certeza cómo funciona.

También, recordemos que "Yenta" significa “señora entrometida” en yiddish, así que nuestras queridas yentas no están muy complacidas al enterarse de que así las llaman.

La cita en la lápida de Regulus es un fragmento del *Lamento de Boromir* de *El Señor de los Anillos*, de Tolkien.

Un agradecimiento especial a mi beta, Charlie, por dejar voluntariamente sus horas de “Magic: The Gathering” para ayudarme con esta historia. ¡Tu apoyo es invaluable!

Chapter 16: Polvo al Polvo

Notes:

¡Hola a todos!

Primero que nada, quiero disculparme por la tardanza. Tuve algunos problemas de salud que se complicaron debido a la increíble burocracia del sistema de salud pública. Básicamente, tuve que luchar con uñas y dientes para conseguir una cita en el laboratorio, entre otras cosas, y la odisea aún no termina.

En fin, aquí tienen otro capítulo. Espero que lo disfruten. Si todo sale bien, tendré una actualización lista para la próxima semana, aunque por ahora se tuvo que suspender la corrección de los capítulos pendientes.

¡Gracias por su paciencia y apoyo!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Regulus había estado llorando mucho ese día mientras observaba la lluvia golpeando los cristales de la biblioteca de Grimmauld Place. Los gritos provenientes del comedor no cesaban. Se suponía que todos irían al Callejón Diagon a comprar regalos de Navidad, pero Sirius no había ajustado correctamente su corbata, su padre no llevaba su chaqueta "para salir" y, como siempre, el desacuerdo se había convertido en gritos. Ahora, la lluvia se había transformado en una tormenta, tanto fuera como dentro de la casa.

Sabía que no debía ilusionarse. Siempre que lo hacía, terminaba decepcionado.

—Reg, no te preocupes —la voz de Sirius resonó en la oscura biblioteca mientras se acercaba a su hermano menor—. Mañana el abuelo vendrá de visita y nos llevará a comprar regalos.

—No es lo mismo. Mamá estaba feliz esta mañana, y ahora… todo está arruinado otra vez —gimoteó Regulus, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.

—Ella está enferma, como el abuelo Pollux y la tía Lucretia. No hay nada que podamos hacer.

—No me quiere. Ni siquiera me habla. Todo se lo ordena a Kreacher.

—Claro que te quiere, solo que está enferma. Y créeme, no quieres que te hable. A mí me habla todo el tiempo, y te aseguro que no es nada agradable.

Sirius se sentó junto a él y lo abrazó, intentando consolarlo. Regulus se recostó contra su hermano, la única persona en esa casa que parecía preocuparse realmente por él.

—Pero tú serás el heredero. Yo solo soy el repuesto. Me gustaría que me dijera algo, lo que sea, incluso si me odia.

Sirius lo soltó por un momento, buscando algo en sus túnicas, y luego depositó en sus manos una arrugada grulla de papel.

—El tío Alphard me dijo que, si haces mil grullas de papel, se te concederá un deseo.

Regulus arrugó la nariz con incredulidad.

—Eso es tonto. No existe ningún hechizo que cumpla deseos haciendo pájaros de papel.

—Entonces hagamos un trato —propuso Sirius, con una sonrisa—. Si algún día haces mil grullas de papel, yo te concederé un deseo.

Regulus lo miró desconfiado.

—¿Cualquiera?

—Lo que tú quieras.

—¿No estás mintiendo?

Sirius lo tomó por los hombros y le dirigió una mirada seria.

—Te lo juro por mi magia. Si logras hacer mil grullas de papel, te concederé un deseo, el que sea. Así tenga que volverme squib por toda la eternidad.

Regulus asintió lentamente, observando el torpe pájaro de papel que sostenía en sus manos. Afuera, la lluvia seguía azotando los cristales y los gritos de su madre continuaban en el comedor, pero por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de esperanza.

"Deseo que cuando te necesite, realmente te necesite, estés ahí para mí," pensó mientras apretaba la grulla contra su pecho.

Un golpe despertó a Regulus de su sueño. Confundido, despertó en el callejón donde se había resguardado, cubriéndose con su capa para poder dormir algo después de varios intentos infructuosos de buscar refugio.

—¿Quién eres y qué haces aquí? —preguntó un tipo rapado con chaqueta de cuero, que olía a alcohol y tabaco, acompañado de tres tipos mal vestidos con ropas andrajosas que parecían unidas solo por seguros y parches; que reían como hienas.

—Yo... lo siento, ya me iba... —dijo Regulus mientras se levantaba tambaleante para irse lo más lejos posible, pero el muggle rapado lo estrelló contra la pared.

—Ahora resulta que crees que te puedes irte, así como así, saca tu ganancia de hoy —le dijo el hombre.

—No tengo nada, no sé de qué me habla —respondió Regulus, tratando de salir del agarre del hombre, intentando buscar en sus bolsillos y sacar su varita.

—Hablas muy bonito para ser un mendigo y tienes una cara igual de bonita. No te hagas el tonto con esa cara de seguro te llevaste unos cien o doscientos —le dijo el tipo al oído, causándole escalofríos.

—¡Suéltame, estúpido muggle! ¡Quita tus sucias manos de mí, antes de que te haga pagar! —gritó Regulus.

El tipo solo soltó una carcajada y sus amigos le hicieron coro. Lo derribó de una patada en las piernas y se puso sobre él, haciendo que Regulus entrara en pánico.

—Eres toda una fiera muñeca. Entonces, si no quieres pagar, puedes darnos a mí y a mis amigos servicio gratis —lo amenazó el hombre, lamiendo su mejilla.

Regulus se retorció, tratando de quitárselo de encima para poder llegar a su varita, pero otro tipo le sujetó los brazos. El hombre encima de él intentó besarlo, pero Regulus le mordió la cara, esperando que esto fuera suficiente para tomarlo desprevenido y poder salir de su agarre. Sin embargo, solo se ganó una bofetada. Sus ojos se humedecieron con ira e impotencia cuando sintió unas manos bajo su camisa. Intentó volver a luchar, pero los otros se unieron para someterlo.

Un rugido profundo resonó en el callejón, haciendo que todos se detuvieran y giraran hacia su origen. Los atacantes de Regulus palidecieron de inmediato, y él aprovechó la confusión para soltarse y tratar de huir. Sin embargo, la visión de un jaguar, imponente y ágil, acercándose por la sucia calle, lo dejó paralizado. 

Los hombres andrajosos salieron corriendo, pero Regulus permaneció inmóvil, hipnotizado por la criatura. El jaguar avanzó con paso elegante, y mientras lo hacía, su forma comenzó a cambiar. Poco a poco, se transformó en un hombre moreno de ojos intensamente oscuros, rodeados de largas pestañas. Vestía pantalones de mezclilla ajustados y una camisa de algodón con el logo de una banda que le recordó a las que Sirius solía usar, esas cuyo significado siempre le resultaba un misterio. 

El hombre sonrió con picardía y, guiñándole un ojo, lo saludó: 

—¿Qué tranza, güerito? Como que no te ves de por aquí. ¿Estás perdido o te escapaste? 

La amabilidad en su tono resultaba desconcertante, considerando que segundos antes había sido un jaguar. 

—¿Eres un animago? —preguntó Regulus con cautela. 

—No, güero. Soy técnicamente un squib. Este es mi único truco. Mi familia dice que el jaguar es nuestro animal protector, así que a veces pasa. Aunque, se supone que no debo contar eso, pero confío en que guardarás el secreto. 

Regulus lo observó con desconfianza. 

—No es como si ahora tuviera alguien a quien contárselo. 

El hombre arqueó una ceja, percibiendo algo más detrás de la respuesta, pero continuó con un tono despreocupado: 

—Vaya. ¿Estás bien? ¿Tienes un lugar a dónde ir? 

—Eso no es de tu incumbencia. Yo te sugeriría dar la vuelta y seguir con lo que estabas haciendo, si sabes lo que te conviene —respondió Regulus con frialdad, recordándose que tenía una misión y debía ignorar al extraño, por muy seguro que se viera… o por muy tentador que fuera el aroma a chocolate caliente que parecía rodearlo. 

—Chico, no es por molestar, pero ¿sabes que estás en uno de los lugares más inseguros de este pueblo perdido de dios? Si te dejo aquí, mínimo amaneces sin órganos. Y si tienes suerte, quizás solo te vendan en el mercado negro. 

Regulus trató de mantener la compostura, aunque por dentro sentía el estómago revuelto por el miedo. 

—Ese… sería mi problema, entonces. 

El hombre negó con la cabeza y sonrió. 

—Mira, por lo menos déjame llevarte al refugio. Tendrás un lugar cálido donde dormir, y además hay comida caliente. 

Mientras hablaba, caminó hacia un poste cercano, donde recogió un par de bolsas muggles que despedían un aroma delicioso. 

—No tengo hambre —replicó Regulus, intentando sonar altivo, pero el rugido de su estómago traicionó sus palabras. 

El hombre sonrió con aún más amplitud y sacó un vaso grande de unicel lleno de lo que parecía ser chocolate caliente. 

—Ándale, güerito, no seas terco. Es comida gratis y un lugar seguro. Tengo chocolate. 

Regulus dudó. Por principios, debería rechazar la comida muggle, pero había traicionado a todos los que conocía, así que, en el esquema general de las cosas, ya no importaba tanto. 

—Solo porque no tengo nada mejor que hacer —dijo, fingiendo desdén para no perder la poca dignidad que le quedaba. 

—Eso me basta. Soy Víctor Hidalgo, por cierto. ¿Cuál es tu nombre? 

 

—Leo. Leo Schwarz —improvisó rápidamente. Había tomado "Leo" de la constelación a la que pertenecía su estrella homónima y "Schwarz" como una variación de "Black" en alemán. Solo esperaba que funcionara para pasar desapercibido. 

Víctor le sonrió sin cuestionar la respuesta. 

—Y dime, Leo, ¿qué trae a un mago a estos oscuros rincones del mundo? 

Regulus se tensó, pero intentó parecer despreocupado. 

—Yo… no soy un mago. Soy un squib, como tú. Mi familia me echó de casa. Con la guerra y esas cosas, no querían arriesgarse. 

Víctor lo miró con un brillo de compasión en los ojos y respondió con tono ligero: 

—Bueno, Leo, estás de suerte. Tengo comida extra para ti. No te obligaré a hablar si no quieres, pero me sentiré mejor si sé que te dejo en un lugar seguro. Aquí te navajean, y ¿cómo le vas a hacer después? 

—¿Siempre tienes comida para regalar a extraños? —preguntó Regulus, más por curiosidad que por acusación. 

Víctor soltó una carcajada. 

—No siempre, pero hoy sí. Además, no te preocupes, fifí no lo extrañará. Ahora vámonos antes de que esos imbéciles regresen con refuerzos. 

Regulus asintió, dejando que Víctor lo guiara. En ese momento, comerse la comida de "fifí", sea quien sea, era lo último que le preocupaba.

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Sirius se sentó en la diminuta oficina de Lobelia Simone, tratando de no mostrar inseguridad. Sabía que aquel podría ser su último día de trabajo.

La oficina, apenas un espacio más grande que un armario, parecía especialmente opresiva mientras intentaba una vez más explicar su situación. Con nerviosismo, habló de su trastorno, reiterando que no lo hacía agresivo y que estaba recibiendo tratamiento adecuado. Pero Lobelia no mostró emoción alguna mientras lo escuchaba, y Sirius sintió que sus palabras se perdían en el aire.

Cuando terminó, completamente desanimado, ella rompió el silencio:
—Black, no voy a negar que no me agradas. La forma en que llegaste al departamento fue una falta de respeto y profesionalismo. Créeme, aprovecharía esta conversación para despedirte sin titubeos… si no fuera por esto.

Con esa última palabra, Lobelia le entregó una tabla con un informe. Sirius lo tomó, leyéndolo con atención:

"La madre compró un dulce muggle lleno de químicos y componentes perjudiciales para su hijo, a pesar de que se le sugirió evitarlo. El padre no ha mudado a la familia a un entorno rural más adecuado, a pesar de habérsele ofrecido opciones asequibles en Ottery St. Catchpole. Tampoco utiliza las pociones recomendadas para el cuidado y la nutrición del menor mágico. Aunque la familia muestra afecto, este no es creíble si no se sacrifica lo necesario por el bienestar del niño. Sugiero fuertemente que el menor sea retirado de la familia y que los padres sean obliviados para evitar futuros inconvenientes.

Asistente: Katherine Evergreen
Departamento de Protección del Menor."

Sirius lo leyó una y otra vez, incrédulo.

—Esto es ridículo —exclamó finalmente, indignado—. No se puede exigir a una familia que se mude de la noche a la mañana. Además, las vitaminas muggles pueden ser igual de efectivas que las pociones nutritivas. Este informe está mal redactado y, claramente, no es la forma adecuada para manejar este tipo de casos.

Lobelia asintió con expresión sombría.
—Es un informe de hace veinte años, de uno de los "pasantes" que Dumbledore envió cuando se fundó el departamento de asuntos muggles. Por desgracia, se retiró al menor de su hogar, y nunca volvió a ver a sus padres. No le fue bien; desapareció cuando cumplió diecisiete años, y nadie sabe nada de él desde entonces.

Sirius comprendió de inmediato por qué Lobelia no podía soportar siquiera escuchar el nombre de Dumbledore. No podía culparla. También él tenía problemas con la forma en que el hombre manejaba ciertos asuntos, como el caso de Darcy.

Siempre que intentaba hablar con Dumbledore sobre el niño, este lo ignoraba, delegándolo a Peter Pettigrew, quien era una pesadilla como contacto. Peter rara vez entendía la gravedad de las situaciones, faltaba a las citas, y parecía más interesado en su carrera en el Ministerio que en la tarea encomendada. Lo más frustrante era su insistencia en llamar a Darcy "ella", claramente para insultar al niño.

—Entiendo —dijo Sirius finalmente, devolviendo el informe a Lobelia—. Créame, me tomo este trabajo en serio. Presento mis informes puntualmente y he dejado claro que este caso es una pérdida de tiempo. Severus Snape es un buen padre. Darcy tiene un círculo de apoyo sólido, está bien cuidado y ni siquiera ha tenido un resfriado. No quisiera que me reemplazaran por alguien que podría cometer errores como este —añadió, señalando el infame informe.

Lobelia lo observó en silencio un momento antes de responder:
—Es por eso que no te despido. Hablé con Severus Snape, y, a pesar de tu terrible reputación, ha dicho que has resultado bastante eficiente en lo que haces. Está cómodo contigo y no quiere que nadie más te reemplace.

Sirius dejó escapar un suspiro de alivio. Parte de esa declaración debía estar influida por el incómodo chantaje que aún existía entre ellos, pero Severus podría haber aprovechado la oportunidad para deshacerse de él y no lo había hecho. Últimamente, sentía que le debía demasiado a Severus y no tenía idea de cómo saldar esa deuda.

—¿Eso significa que... puedo conservar mi empleo? —preguntó Sirius, tratando de contener su ansiedad.

Lobelia le dirigió una mirada astuta, mientras convocaba con un movimiento de varita un pergamino que se desenrolló lentamente sobre su escritorio.

—Eso significa que puedes conservar tu empleo bajo ciertas condiciones.

A Sirius no le agradó mucho el tono que usó Lobelia, pero decidió arriesgarse.

—Muy bien, ¿qué condiciones? Las que sean, las cumpliré. Realmente quiero seguir haciendo esto —dijo con seriedad.

Lobelia negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro antes de responder:

—No es nada extremo. Para empezar, firmarás un contrato a tiempo completo conmigo directamente en el departamento. Seguirás teniendo el caso de Darcy, pero también asumirás otros casos de niños mágicos en el mundo muggle. Estarás a prueba: si rompes cualquier regla, por mínima que sea, te irás. Si vamos a defenderte de los rumores, lo menos que puedes hacer es no darnos razones para lamentar haberte contratado. ¿Entendido?

Sirius se quedó en silencio, realmente pensándolo. Había estado contando con "La Banshee" como su plan de respaldo si lo obligaban a dejar su empleo como asistente, pero nunca imaginó que tendría que renunciar al bar para mantener su trabajo actual.

No era una idea descabellada. Dejar el ambiente de "La Banshee" podría ayudarle con su lucha contra el alcohol, pero también sabía que no era especialmente bueno en este nuevo empleo. Hasta ahora, su trabajo básicamente consistía en parasitar en casa de Severus, jugar con Darcy y encargarse del niño cuando Severus estaba saturado. Ahora tendría en sus manos el futuro de varios niños mágicos, y la responsabilidad lo abrumaba.

Además, si perdía esta oportunidad, Darcy quedaría en peligro. La Orden del Fénix nunca confiaría plenamente en él, y sabía que alguien como Marlene sería visto como mucho más competente para el trabajo. También estaba el tema financiero: había invertido en su nueva casa, pero todavía debía saldar parte de los destrozos que causó en "La Banshee". Si perdía este empleo, no tendría nada.

Lobelia interrumpió sus pensamientos.

—¿Quieres que te dé tiempo para pensarlo?

Sirius negó con la cabeza.

—No... Lo haré —respondió de repente, con firmeza. Por muy arriesgado que fuera, no podía desamparar a Darcy. Se había encariñado con el niño, y la idea de que se lo llevaran y nunca pudiera verlo era insoportable.

—Bien —dijo Lobelia, levantándose para dar por zanjado el asunto—. Preséntate mañana a las seis de la mañana para firmar tu nuevo contrato y recibir la capacitación nuevamente. No sé por qué tengo la sensación de que no pusiste mucha atención la primera vez.

Con un movimiento de su varita, abrió la puerta y echó a Sirius de su oficina.

Sirius salió con una mezcla de alivio y nerviosismo. Era un nuevo comienzo, pero también una enorme responsabilidad.

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Euphemia se acomodó en su asiento favorito en la heladería Fortescue, consciente de que no pasaría mucho tiempo antes de que las mujeres más parlanchinas e influyentes de la sociedad mágica se le acercaran. El escandaloso rumor sobre el origen de su nieto había corrido como pólvora, y aunque no tenía ni una pizca de verdad, era suficiente para poner en peligro el prestigio de la casa Potter.

Una verdadera lástima, pensó con cinismo. Si la casa Potter iba a caer algún día, sería por su propia podredumbre, no por un rumor insulso. Y, si eso llegaba a suceder, ella misma se aseguraría de dar la estocada final. No permitiría que alguien como Lily Evans, le arrebatara su venganza.

—¡Euphemia! —exclamó la imprudente Augusta Longbottom mientras se acercaba, acompañada por las señoras Frobisher y Abercrombie—. Pensé que estarías demasiado mortificada para aparecer en público.

Augusta tenía la sutileza de un dragón en una tienda de porcelana, pero Euphemia la consideraba un excelente punto de partida. Soltó una risa ligera, como si todo el asunto no fuera más que una trivialidad, y en cierto modo, así lo sentía. Había enfrentado rumores más graves y sobrevivido.

—¿Mortificada? ¿Yo? ¿Y por qué habría de estarlo, querida Augusta?

—Bueno, escuché que tu hijo estaba devastado por el escándalo del supuesto "heredero fraudulento" de los Potter —respondió Augusta, sin ningún pudor, mientras las otras dos damas bajaban la mirada, visiblemente incómodas.

Euphemia agitó la mano con desdén.
—Más bien estoy molesta con quien haya tenido la osadía de inventar semejante tontería. ¿Acaso no es suficiente que seamos la primera familia en sufrir una separación en más de dos siglos? —se quejó, con la dignidad de quien soporta un pequeño inconveniente, aunque el rumor era el escándalo del siglo. Luego, con una sonrisa encantadora, añadió—Pero siéntense, queridas. Es un día espléndido para conversar.

—¡Qué admirable filosofía la tuya, Euphemia! —intervino la señora Frobisher, tratando de sonar solidaria y dramática—. Yo no sabría qué hacer si alguien propagara semejantes rumores sobre mi familia.

Euphemia la miró con una mezcla de indulgencia y condescendencia.
—Es simple: la gente necesita aferrarse a la estupidez para sentirse interesante. Pero dime, ¿cómo podría la magia ancestral de los Potter aceptar un bastardo? Desde el momento en que ese niño fue concebido, la magia lo habría rechazado.

Augusta soltó una carcajada, golpeando la mesa con fuerza.
—¡Exacto! Sabía que era una completa ridiculez. Una familia tan antigua y poderosa como los Potter aceptando el bastardo de otro hombre... simplemente imposible. Aunque, debo admitir, me da curiosidad: ¿por qué se fue la esposa de tu hijo, entonces?

Euphemia ladeó la cabeza con un gesto calculado, como quien explica algo obvio.
—Por la presión, por supuesto. No todas están hechas para dirigir una casa mágica, y Lily, siendo una nacida muggle, quería otras cosas. Es una lástima que llegara a esa conclusión demasiado tarde, pero fue lo mejor para todos. Nos evitó muchos problemas. Ahora, James tendrá tiempo de sanar su corazón y, si lo desea, encontrar una nueva señora Potter. Al menos ya hay un niño que herede la posición.

Sonrió con la perfección de quien domina el arte de la hipocresía, mientras pensaba en lo mucho que desearía que todas las personas a su alrededor ardieran en el infierno. Antes muerta que permitir que una nueva señora Potter cruzara las puertas de la mansión. Había prometido proteger el legado de Flora, y no rompería esa promesa.

—Aun así, ¿un divorcio, Euphemia? —intervino la señora Abercrombie por primera vez, con el rostro marcado por la desaprobación.

Euphemia mantuvo la compostura.
—Sí, un divorcio —dijo con frialdad—. Es lo que hay, y créanme, fue lo mejor. Esa mujer era sinónimo de problemas.

Y con eso, Euphemia cerró el tema, dejando claro que no estaba dispuesta a ceder terreno, ni en el escándalo ni en su venganza cuidadosamente planeada.

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Sirius salió eufórico de la chimenea, con una energía tan desbordante que abrazó sin pensarlo a la primera persona que vio.

—¡Sirius Black! ¡Suéltame antes de que te lance una maldición castrante! —gritó Severus, torciendo el rostro con disgusto mientras lanzaba un maleficio punzante que Sirius apenas esquivó.

—¡Oye! Solo estoy compartiendo un poco de felicidad —se defendió Sirius, aunque no pudo evitar sentirse algo incómodo. Era raro que tocara a Severus sin que una crisis emocional estuviera de por medio.

—Tengo suficiente felicidad en mi vida, gracias —respondió Severus, con el tono menos entusiasta en la historia de la felicidad.

—Sí, claro, lo que tú digas. Por cierto, ¿dónde está mi Darcy Bubbles? No lo veo por ningún lado —preguntó Sirius mientras buscaba al bebé de Severus con la mirada.

—Está tomando una siesta. Y, por favor, deja de llamarlo Darcy Bubbles. Tiene un nombre perfectamente bueno sin que lo arruines con esas tonterías empalagosas —replicó Severus mientras calentaba café.

—Es un bebé, tiene derecho a ser llamado con tonterías empalagosas —protestó Sirius con una sonrisa—. Además, hoy traigo excelentes noticias. ¿Adivina quién logró conservar su trabajo?

—Déjame adivinar: eso significa que seguirás saqueando mi despensa mientras sobreestimulas a Darcy hasta el punto de que no quiera dormir la siesta.

—Y también seguiré componiendo odas a tu maravillosa paternidad. ¡Oh, Snape, tus papillas son tan sanas que deberían ser llamadas ambrosía! —recitó Sirius dramáticamente, llevándose una mano al pecho.

—Será mejor que lo hagas —gruñó Severus, aunque en sus labios se asomó una ligera sonrisa mientras servía café y colocaba un plato de galletas en forma de corazón sobre la mesa, cortesía de Víctor por la cercanía de San Valentín.

—Ese Víctor, siempre tan generoso. Aunque aún me debe un chocolate caliente y unas enchiladas caseras que me mandó la abuela Hernández —comentó Sirius mientras jugueteaba con una de las galletas.

—Se las dio a un indigente, según me contó —respondió Severus, mordiendo una galleta con evidente satisfacción, como si disfrutara destrozar los corazones.

—Eso no me hace feliz. ¿Por qué no regaló sus propias enchiladas en lugar de las mías?

—Porque se quedó a comer con él. Al parecer, era un indigente atractivo.

—¡Por favor! No hay manera de que un indigente sea atractivo. ¿No me digas que a Víctor le gusta ligar con indigentes? —preguntó Sirius, asqueado.

—Él dijo que era atractivo, pero si se atrevió a manosearte en alguna ocasión, dudo de su buen gusto —respondió Severus con sorna, mientras organizaba un montón de cartas muggles sobre la mesa.

—¡Oye! Para tu información, soy carne de primera calidad —se defendió Sirius antes de notar el contenido de las cartas—. ¿Son de universidades?

—Sí. He sido aceptado —respondió Severus con orgullo, un brillo especial iluminando sus ojos.

—¿En cuál? —preguntó Sirius, intrigado.

Severus sonrió ampliamente, una expresión que Sirius había aprendido a interpretar como verdadera felicidad, aunque parecía más la sonrisa de un psicópata.

—En todas —respondió, con emoción palpable en su voz.

—¡Eso es increíble! Deberíamos llamar a Lily y a Víctor para celebrarlo.

Severus negó con firmeza.
—¡No! Ni una sola reunión Hernández más este mes. Además, Lily está trabajando tiempo extra en el Tesco, y Víctor está en el refugio con su indigente.

—Bien, entonces, ¿qué tal si pedimos pizza y celebramos? Tú por tus universidades, yo por mi empleo, y Darcy si se despierta. Solo nosotros tres.

—Eso suena... bien —dijo Severus, tomando el teléfono para pedir una pizza mientras Sirius se acomodaba en el sillón, sonriendo como si el mundo finalmente estuviera en su lugar.

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Peter vivía en un modesto pero elegante cottage en el campo, una casa que había comprado con la ilusión de albergar reuniones llenas de risas y camaradería. Imaginaba a sus compañeros y amigos finalmente reconociendo su verdadero valor mientras compartían historias y planes en su pequeño pero encantador refugio.

Tenía amigos, sí, y algunos incluso reconocían su importancia. Pero ninguno había pisado su casa desde que la compró. El jardín había crecido salvaje, descontrolado, y el interior reflejaba el mismo abandono. Platos sucios se acumulaban en la cocina, y una capa de polvo cubría las superficies como si nadie viviera allí. No era culpa suya, se decía. Estaba ocupado, más ocupado que nunca. Ser importante implicaba descuidar ciertos detalles, ¿no? Así que los rincones descuidados se multiplicaban, hasta que la casa parecía más una guarida de ratas que un hogar.

"Una verdadera guarida de ratas", pensaba con amargura, imaginando las bromas que harían sus viejos amigos de Hogwarts si vieran el lugar. Pero ellos no entenderían. No comprendían lo delicado que era manejar dos vidas y proteger su fachada.

No es que a Peter le gustara vivir así. Quizás sería más fácil si no estuviera rodeado de metros y metros de pergaminos llenos de garabatos frenéticos, cosas que parecían escapar constantemente de su cabeza. Odiaba el hechizo que lo hacía olvidar, y aún más, odiaba el nombre que había escrito una y otra vez en las paredes, los espejos, incluso tallado en la mesa y los pisos con un cuchillo.

"Severus Snape."

Lo leía una y otra vez para recordarlo. A veces, la tentación de grabarlo directamente en su piel lo acechaba. Si lo hiciera, nunca podría olvidarlo. Siempre que salía de casa, el nombre se esfumaba, ocultándose en algún rincón oscuro de su mente.

Peter suspiró y apartó esos pensamientos. Tenía un trabajo importante que hacer. Frente a él, un grupo de frascos vacíos esperaba ser llenado. Agarró la última tanda de poción explosiva que había estado preparando durante toda la noche y llenó cada uno con precisión meticulosa. Una vez que cerró el último frasco, lo colocó con cuidado en la caja junto a los otros doscientos.

Sonrió con satisfacción mientras observaba su obra.

Las cosas habían estado demasiado tranquilas últimamente. Era momento de darle a la guerra un pequeño empujón.

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Sirius Black salió de la chimenea en la casa de los Weasley, seguido por Lily, ambos con los nervios a flor de piel. Era la primera vez que los convocaban a una reunión de la Orden del Fénix desde el divorcio de Lily y el molesto asunto con Marlene.

La recepción fría no fue una sorpresa. Lily había abandonado al “niño de oro” de la Orden, y los rumores sobre la estabilidad mental de Sirius no dejaban de crecer. Lo que sí los tomó desprevenidos fue encontrar a Marlene llorando, rodeada por los rostros severos y enojados de los demás miembros.

Sirius frunció el ceño, incómodo. ¿No se suponía que Marlene estaba tomándose un tiempo para pensar en su propuesta? Claro, él debería haber imaginado que no se quedaría tranquila tras descubrir que no lo habían despedido y se había mudado lejos del mundo mágico.

—Sirius Black, ¿es cierto lo que dice Marlene? —preguntó Gideon Prewett con un tono cargado de hostilidad, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Depende, ¿de qué está hablando? —respondió Sirius, enfrentando a los presentes.

—No te hagas el tonto —gruñó Alastor Moody—. Dice que nos has ocultado tu locura Black, muchacho.

Sirius bufó, incrédulo.

—Vaya, supongo que les resultaba más cómodo cuando solo lo asumían, pero ahora que está sobre la mesa con todas sus feas letras, ¿les resulta insoportable? —Su voz destilaba sarcasmo, pero internamente se sentía herido.

La reacción fue inmediata: un coro de voces se alzó en su contra, cada uno aportando su queja o acusación. Era un caos de recriminaciones hasta que Dumbledore, que había permanecido en silencio hasta entonces, alzó la voz.

—¡Silencio! —El salón quedó en un silencio sepulcral, expectante. Dumbledore miró a Sirius con una expresión decepcionada que lo perforó.

—Sirius, ¿tienes idea del peligro en el que nos has puesto al callar esto? Hay vidas en juego. Fuiste egoísta al mentir y seguir adelante como si nada.

—Dumbledore tiene razón —intervino Molly Weasley—. Gideon y Fabian te acompañaron en esas misiones. Pudiste olvidarlos como a Marlene e incluso atacarles.

—¡Eso no es así! —exclamó Sirius, exasperado—. No hay ninguna posibilidad de que pierda el control de esa manera.

—Según recuerdo, Walburga Black mató a un muggle en uno de sus “episodios” —gruñó Moody, sin ceder.

— Mi madre purista de sangre, matando un muggle, lo sorprendente es que realmente creyeran que la “Locura Black” lo hizo hacerlo

—Sirius —intervino Dumbledore con firmeza—, he visto a tu familia sucumbir a esta maldición durante años. Creer que tienes el control es una ilusión.

Sirius sintió ese viejo nudo de amargura en el estómago, la sensación de haber decepcionado a Dumbledore nuevamente. Pero algo era diferente esta vez. En otros momentos de su vida, nunca había alguien dispuesto a apoyarlo, incluso en sus peores momentos, ahora tenía a su familia fuera del mundo mágico que estaba dispuesta a cuidar su espalda. Mientras que, en la Orden, en cambio, nunca era suficiente, nunca podía cumplir con sus expectativas.

—No es una maldición, es una condición. Y creo que lo he manejado bastante bien, considerando todo.

James Potter, que había estado callado hasta entonces, alzó la voz.

—¿Hacerlo bien? Sirius, amigo, ¿llamas “hacerlo bien” a que te despidieran, provocar peleas y, ahora, olvidar a tu prometida? ¿Cómo puedes olvidarte de Marlene?

Sirius giró la cabeza hacia él, su mirada cargada de odio.

—James Potter, eres increíblemente osado… o ridículamente hipócrita para cuestionar mi comportamiento.

—Lo sé, Sirius —dijo James, con un tono de arrepentimiento—. Sé que lo arruiné, pero esto es más importante. Lo siento, no tenía idea de lo mal que estabas…

La ira de Sirius estalló.

—¡Oh, claro! El bueno de James, siempre tan preocupado por el “pobre Sirius Black”, asegurándose de que el “demente” no arruine todo, que se siente cuando debe sentarse y ataque cuando se lo ordenen. ¡Eres un santo, James Potter! —La furia destilaba en cada palabra—. Será mejor que te mantengas al margen, porque estoy haciendo un esfuerzo monumental para no hacerte pagar por lo que hiciste, maldito cabrón.

En ese momento, Marlene se levantó, con lágrimas corriendo por sus mejillas.

—Sirius, mírame. Por favor, no hagas esto. Tú no eres así. No tienes por qué pelear con tus amigos. Todavía hay tiempo para arreglarlo. Podemos formar un futuro juntos, cumplir nuestros planes. No tienes que estar solo.

Dio un par de pasos hacia él, pero Sirius retrocedió como si su proximidad lo repugnara.

—Por favor, Sirius. Soy yo. Dime que me recuerdas —le suplicó, con la voz quebrada.

Todo el mundo en la habitación parecía creerle a Marlene, incluso Sirius hubiera creído sus palabras si no hubiera conocido el lado oscuro de ella. Un nudo se le formó en el estómago. Nunca había sido bueno recibiendo odio grupal, y ahora sus propios amigos lo habían abandonado a pesar de todo lo que había hecho por la Orden. Habían luchado juntos, y ninguno de ellos le había dado el beneficio de la duda.

Fue entonces cuando la mano de Lily tomó la suya, como para decirle que seguía ahí con él. Un pequeño gesto que lo reconfortó en medio de la tormenta.

—Esto es estúpido. Sirius fue amigo de todos ustedes. Ha arriesgado su vida más que cualquiera aquí. Tanto que cuando se fue, aumentaron los heridos en las misiones —dijo Lily con voz fría, pero firme—. Cualquiera pensaría que el asunto de la “locura Black” no importó mientras él daba su vida por nosotros, pero ahora, cuando se desvía un poco de lo que esperan de él, entonces sí importa.

Dumbledore la miró con una expresión seria, como si quisiera advertirle, pero sus palabras fueron suaves, cargadas de decepción.

—Lily, puedo asegurarte que nuestras preocupaciones son legítimas. Si el estado de Sirius es tan grave como para olvidar a alguien que amaba, que nos asegura que no olvidará ni a sus compañeros ni la misión.

Lily no apartó la mirada del anciano, su desafío era evidente. Sirius pudo ver el deseo de guerra en ella, la forma en que se ponía a su lado lo decía todo, y eso le dio algo de consuelo.

—Lily, quizás para ti una relación es algo que viene y va, pero yo no tengo tu sangre fría. No puedo perder al hombre que amo por esto —interrumpió Marlene, dejando caer sobre la mesa el tema del divorcio de Lily. Era una provocación clara, pero Lily mantuvo su expresión inexpresiva.

—Marlene, es curioso, ¿no? Sirius ha estado tomando terapia y medicamentos, pero aún no te recuerda —dijo Lily, con calma, pero tajante.

—¿De qué hablas, Lily? Sirius está demasiado avergonzado para tratar su enfermedad, y todo el mundo sabe que la "locura Black" no tiene cura —alegó Marlene con desdén.

—No la hay, pero en el mundo muggle la gente vive bien con un tratamiento al que Sirius se ha sometido rigurosamente. Y él no ha recordado ninguna relación contigo —Lily sonrió con condescendencia—. ¿No será que el Sirius con el que tuviste una relación no era más que un efecto secundario de su condición? Y ahora que está controlada, ese Sirius simplemente desapareció. Digo, tuviste una relación con él en sus peores momentos. No hay razón para creer que el Sirius que querías era el "real".

Sirius se quedó impresionado con la habilidad de Lily para enredar a Marlene en su propio juego. Si hubiera sido recto, quizás se habría enamorado de ella en ese momento.

Marlene la miró fijamente, con los ojos muy abiertos, y por un segundo su fachada se rompió, dejando ver una mirada de odio intensa. Fue solo por un instante, pero Sirius no pudo dejar de notarlo.

—Es verdad, Marlene, no recuerdo esa relación. Quizás fue parte de mi delirio. Porque ahora que estoy bien, simplemente no me imagino contigo. Lo siento, pero no va a suceder —dijo Sirius, luchando por ocultar la sonrisa que amenazaba con aparecer. Disfrutaba de la ironía de usar la "locura Black" como excusa para salirse con la suya.

Marlene rompió a llorar, su voz realmente quebrada.

—¿Y nuestros sueños? ¿Nuestro futuro juntos? ¿Todo eso fue un delirio?

Molly Weasley y Dorcas Meadowes se acercaron a ella y la abrazaron, consolándola. Las miradas de reproche hacia Sirius no tardaron en llegar.

Entonces, Alice Longbottom habló:

—Creo que esta conversación se está saliendo de control. En primer lugar, si Sirius mantiene una relación, delirio o no. Eso es entre tú y Sirius, Marlene. En segundo lugar, lo importante es que Sirius era consciente de que no estaba completamente en sus cabales. Entiendo tu punto, Lily, pero la verdad es que, aunque no ahora, en algún momento Sirius pudo haber puesto en peligro a alguien con su actitud arriesgada. Esa es la razón por la que Molly está preocupada, ya que sus hermanos son los que más misiones han compartido con Sirius. —Alice le lanzó una mirada de comprensión a Molly, quien asintió en silencio—. Así que lo importante aquí es: ¿Qué vamos a hacer? ¿Aceptamos que Sirius está tomando medidas por su salud mental y le asignamos misiones más ligeras, o lo expulsamos? Al fin y al cabo, él ha hecho un juramento y no puede revelar los secretos de la Orden. En lo personal, me gustaría que se quedara, porque, ha hecho un gran trabajo. Pero, finalmente, no es solo mi decisión.

—Podríamos votar si se queda o no. Como dijo Alice, ni siquiera tendría que hacer el mismo trabajo. Yo no tengo problema en que esté conmigo como espía dentro del Ministerio, de todas formas ya está ahí. O podría ayudar en Knockturn. Tiene amigos dentro, y confío más en él que en Mundungus Fletcher —sugirió Arthur.

—Yo no confío en él. Nos ha mentido a todos sobre esto. He puesto en sus manos la vida de mi hermano, y no fue para decirnos que estaba perdiendo la cabeza. No puede salirse con la suya tan fácilmente —se opuso Gideon, con su hermano apoyándolo.

Sirius estaba agotado. En algún rincón de su corazón sentía que su permanencia en la Orden era una batalla por la que aún valía la pena luchar. Sin embargo, el tiempo fuera y todo lo demás había desgastado los lazos que tenía con sus compañeros, y ver la cara de James tan a menudo era un gran elemento disuasorio.

—No es necesaria una votación —dijo Sirius con determinación.

—Sirius, entiendes que acabas de admitir que tienes un problema y que has puesto en riesgo a tus compañeros guardando este secreto —dijo Dumbledore con voz cargada de tristeza, como si le doliera expresar lo que acababa de decir. Pero Sirius no podía sentir ninguna emoción sincera en la voz de Dumbledore. Más bien, parecía aliviado, y quizás eso era lo normal, dado todo lo que le había costado al anciano lidiar con los problemas de Sirius.

—Tienes razón, Albus, aunque no soy un peligro para nadie, mi sanadora me dijo que usaba la Orden para justificar mi conducta suicida. Es gracioso que solo Lily haya tenido el valor de decirlo en voz alta. Lo mejor es que me vaya. Seguiré con lo de Snape hasta que termine el año, aunque no tenga sentido para mí, y nada más.

Le dolía, pero sentía que dejar la Orden era lo mejor. Ellos no confiarían en él, y de todas las cosas que pudieron pasar, eso era el menor de sus males.

—Sirius, espero que entiendas que esto es lo mejor y que no guardes rencor en tu corazón —dijo Dumbledore.

—Descuida, Albus, no le guardo rencor a nadie... salvo a James. Él puede irse al infierno —respondió Sirius con un tono ácido.

—Sirius... por favor, no digas eso. Éramos tú y yo contra el mundo, ¿qué pasa con eso? —James sollozó mientras trataba de acercarse a Sirius, pero Arthur lo detuvo, sujetándolo del brazo, como intentando evitar una pelea.

—Jódete, James Potter, no quiero verte en mi vida. De todas las personas, eres el que más me ha traicionado. Bueno, si eso es todo, supongo que ya no tengo nada que ver aquí. —Sirius miró a Lily y le preguntó—¿Quieres que pase por ti cuando termine todo esto? No creo que a tu madre le guste que te deje sola con tu ex marido.

—No es necesario. En realidad, yo tampoco quiero seguir aquí. Sería molesto estar viendo a James, y quiero ocuparme más de mi hijo en estos momentos. Les deseo lo mejor a todos, pero no puedo seguir —respondió Lily con tranquilidad.

—Así que es esto, Lily, ¿no te basta con James y con Snape? ¿También necesitas a Sirius? —Marlene lo dijo de manera irónica, como para provocar, y lo logró, pero Lily no se dejó amedrentar.

—James Potter, ¿crees que este hijo que espero es de Severus Snape? —Lily lo miró con calma, pero con una firmeza inquebrantable.

—¡Por supuesto que no! —respondió James sin pensarlo ni un segundo.

—Bueno, ahí tienes la respuesta. Si no me crees, no me importa. Con que la única persona a la que le incumbe este asunto lo crea, por mí está bien —respondió Lily, mientras echaba polvos flu en la chimenea y hacía un gesto a Sirius para que la siguiera.

Sirius le dio una última mirada a sus viejos compañeros, y luego se desvaneció en las llamas verdes.

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Tiny caminaba por el callejón Knockturn del brazo de Ellie, bastante feliz. Ambos habían estado muy ocupados en sus respectivos empleos y agradecían tener tiempo para verse.

Era un día agradable, incluso en Knockturn. Los niños del callejón jugaban a las espadas con palos de madera, y el olor a café y té se mezclaba en el aire donde las mujeres vendían desayunos a dos knuts para los trabajadores que salían por las mañanas.

Era un día perfecto, hasta que el sonido de una explosión y el rugir del fuego fueron tan fuertes que incluso se escucharon a kilómetros en el Londres muggle.

Notes:

Y así llegamos al final de este capítulo. ¿Alguien se imaginó que los celos de Sirius hacia Víctor no serían por invadir el espacio personal de Severus, sino por su propio hermano? Espero que no, porque intenté mantener este giro bien oculto mientras me comentaban sobre Víctor.

En el próximo capítulo, seremos testigos de una gran tragedia. La guerra comienza a sentirse con más fuerza, y hay muchas personas moviendo sus propias piezas en el tablero.

Espero que hayan disfrutado esta parte, y prometo esforzarme para no hacerlos esperar demasiado por la siguiente entrega. ¡Gracias por leer!

Chapter 17: Cenizas a las Cenizas

Notes:

¡Hola a todos! Como prometí, aquí está el nuevo capítulo. También estoy feliz de informarles que los capítulos ya han sido corregidos hasta el capítulo 8. ¡Espero que sigamos avanzando a este ritmo!

Quiero disculparme de antemano porque creo que debí aclarar esto desde el principio: esta historia es parte de una serie. En Ao3 es fácil notarlo, pero entiendo que en Wattpad puede no quedar tan claro.

La historia estará dividida en varias partes: las dos primeras se centrarán en la Primera Guerra contra Voldemort. Después, habrá un salto en el tiempo para entrar en la época de Darcy en Hogwarts. Contrario a lo que algunos podrían pensar, esa parte será Harco o Drarry; Darcy tendrá otra ship que no es el Niño que Vivió. Pero ya veremos más sobre eso más adelante.

La saga completa ya está escrita, pero solo las dos primeras partes están siendo pasadas a computadora. La segunda parte está en proceso, y es lo que más tiempo me está llevando.

En fin, espero que me sigan acompañando hasta el final de este largo camino. Me llena de alegría saber que están disfrutando la historia. No puedo expresar lo orgullosa que me hace sentir como creadora de personajes que se hayan dado cuenta de que Darcy no apareció en el capítulo anterior. ¡Me hizo muy feliz! Saber que incluso mis personajes originales son apreciados es algo que valoro muchísimo.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—¿Lo de siempre, Rita? —preguntó Ellie Brown, mejor conocida como “Ellie la Tuerta”, a la mujer de rizos rubios desparramada sobre la mesa.

—Por favor. Y deja la botella entera —respondió Rita con un quejido, sin levantar la cara.

—¡CORVUS! —gritó Ellie, llamando al dueño del bar—. ¡Una botella de “Ajenjo Aliento de Muerte del 46” para Rita!

El hombre colocó una botella verde en forma de cráneo sobre una charola, junto con una azucarera, una cuchara, una copa y una jarra de agua fría. Generalmente, solo servía la copa ya preparada para los pocos parroquianos que disfrutaban de aquel peculiar vicio. Pero Rita era una experta en el ritual del ajenjo, tanto que daba gusto verla preparar una copa. Los clientes habituales de “La Banshee Demente” la llamaban El Hada Verde.

A Ellie, Rita le daba lástima. Tiny solía decir que ese vicio acabaría matándola tarde o temprano, y si él lo decía, debía ser cierto.

—¿Problemas en El Profeta otra vez, Rita?

Rita levantó la cabeza de la mesa, revelando su rostro ojeroso y manchado con la tinta del ejemplar del diario que había usado como almohada.

—Barnabas me robó otra de mis historias —dijo con voz ronca y cansada—. Pero ya ni me sorprende. Ese hombre ha sido ascendido a costa de mi trabajo tantas veces que he perdido la cuenta. A este ritmo, será director del diario mientras yo termino relegada a la sección de chismes.

—Los del Ministerio son unas ratas, querida. A este paso, con tantos arrestos a zapateros, sastres y mercaderes, terminaremos desnudos, sembrando y cazando nuestra propia comida —respondió Ellie, observando cómo Rita comenzaba su complicado ritual del ajenjo.

—Están destruyendo los pequeños negocios para beneficiar a los grandes nombres del Callejón Diagon —murmuró Rita mientras miraba hipnotizada el azúcar arder sobre la cucharilla y gotear en el líquido verde—. Escribí un artículo sobre eso, pero… Barnabas lo robó y lo convirtió en una oda a los grandes comercios que supuestamente nos "salvan" en tiempos de guerra. Una basura, básicamente.

—No cabe duda de que el mundo está podrido. Aquí, en el callejón, y allá afuera, en el "poderoso" mundo mágico —dijo Ellie con desdén.

—Realmente podrido, Ellie. Si esta botella de ajenjo no me mata, terminaré como Alondra Bane: acostándome con hombres para que mi nombre aparezca en mis artículos. Barnabas me está haciendo una oferta... Así es el mundo de las reporteras en El Profeta.

Rita soltó la queja con una indiferencia que le erizó la piel a Ellie. No era sorpresa; ella había crecido rodeada de la crueldad del mundo. A una mujer como Ellie no había que convencerla de que la vida era cruel; lo difícil era convencerla de que también podía ser bondadosa.

—¿Ya lo pensaste bien? ¿Eso es lo que quieres hacer? —preguntó Ellie, seria.

—Ellie, he descubierto que este mundo no se trata de lo que quiero hacer —respondió Rita con amargura.

Ellie suspiró antes de sentarse junto a ella.

—Siempre he creído que todos podemos hacer lo que sea, si sabemos soportar las consecuencias.

Rita rió con amargura y la miró desafiante.

—¿En serio? ¿Alguna vez te has enfrentado a algo así?

Ellie la miró con una expresión burlona, como si la respuesta fuera obvia, pero igual respondió:

—¿En Knockturn? Todo el tiempo. No hay chica o chico aquí que no haya recibido ofertas para "rechinar un poco el catre".

Rita levantó una ceja, incrédula.

—Y tú, ¿me vas a decir que nunca sacrificaste la virtud para poner comida en la mesa? Tarde o temprano, todos lo hacen.

Ellie negó con la cabeza, más serena que ofendida.

—Rita, desde que me conozco, no soporto que me toquen así sin sentir asco. Solo ha habido un hombre en mi vida, y ese hombre sabe que mi cuerpo no es algo que va a tener. Desde muy pequeña supe que ese no era mi camino. Así que no lo hice.

Rita abrió la boca para decir algo, pero Ellie la interrumpió, suavizando el tono:

—No estoy hablando de virtud, Rita. Hablo de si crees que puedes soportarlo. Porque una cosa es sobrevivir y otra cosa es vivir contigo misma después.

Rita no respondió de inmediato. Sus manos, ocupadas en el ritual, temblaron ligeramente mientras el azúcar se derretía en la copa.

—¿Me estás tomando el pelo? No hay manera de que, con tu edad y en un lugar como este, no hayas recibido ofertas o, peor aún, que alguien haya intentado tomarte por la fuerza.

Ellie no apartó la mirada mientras respondía, su tono frío pero calmado.

—Así fue. Tuve que sacarme un ojo yo misma para lograrlo. La matrona que iba a llevarme me dio una paliza que casi me mata, pero nadie volvió a acercarse jamás. Creo que el hecho de que lo hice con mis propias manos los asustó. Ni siquiera los de los fetiches extraños se atrevieron a decirme un “hola” después de eso.

Ellie señaló el parche que cubría su ojo izquierdo con un gesto despreocupado. Rita, impactada, se atragantó con su trago de ajenjo. Ellie le dio un par de palmadas en la espalda mientras esta recuperaba el aliento.

—Tú... tú... —balbuceó Rita, incapaz de procesarlo—. No puedo creerlo.

Ellie se encogió de hombros con aparente indiferencia.

—Simplemente podía vivir sin un ojo, pero no podía vivir sintiendo asco todos los días de mi vida. Ahora deberías preguntarte: ¿puedes vivir siendo la amante de un hombre como Barnabas Cuffe? Porque no solo tomará tu cuerpo, también tomará tu talento y todo lo que eres. O, si lo prefieres, ¿podrías vivir de cualquier otra manera que se te ocurra, incluso siendo la amante de otro hombre? Como te dije, Rita, puedes hacer cualquier cosa en este mundo, siempre y cuando estés dispuesta a lidiar con las consecuencias.

Rita limpió sus labios con un pañuelo de encaje bordado. Su mirada vagaba entre la copa de ajenjo y la figura estoica de Ellie.

—Vaya... eso fue sorprendentemente profundo.

Antes de que pudiera decir algo más, una figura enorme apareció en la puerta del bar. Era Tiny, que asomaba su cabeza y le sonreía a Ellie con calidez. Ella, al verlo, se quitó el delantal y se despidió de Rita con un leve gesto de la mano.

—Bueno, mi hombre ha llegado. Suerte con lo que decidas, cariño.

Con esas palabras, Ellie se marchó, dejando a Rita sumida en sus pensamientos, la copa de ajenjo aún a medio terminar frente a ella. Rita levantó una mano en un gesto vago de despedida mientras su mente divagaba, olvidando por completo la bebida sobre la mesa.

Ellie salió del bar y lo vio a él: el hombre de su vida, Tiny. No solo era el único hombre que podía amar, sino también, según ella, el más inteligente que había conocido.

La gente a menudo pensaba que Ellie era una tonta por creer ciegamente en las palabras de Tiny. Y sí, era cierto que Tiny tenía un corazón demasiado blando; prácticamente se había dejado estafar por Mundungus Fletcher para que esa rata pagara una deuda de juego. Fletcher debía dinero a unos prestamistas, y Tiny, en su infinita bondad, prefirió perder sus propios ahorros para evitar que se ensañaran con la madre de Fletcher, una mujer que ya sufría bastante teniendo un hijo como Mundungus.

Pero para Ellie, aquello no era debilidad, sino una muestra del buen corazón de Tiny. A sus ojos, no existía otro hombre como él en todo Knockturn Alley.

Se aferró al brazo de Tiny y le dedicó una sonrisa mientras el sol iluminaba su rostro. A pesar de todo, era un día agradable.

Y entonces, un estruendo ensordecedor, como el rugido de mil truenos, rompió la tranquilidad. La onda de choque la golpeó con una fuerza brutal, lanzándola contra una pared cercana. Una nube de polvo y escombros cubrió el aire.

Con los oídos aun zumbando, Ellie abrió los ojos apenas lo suficiente para ver el charco de sangre que se formaba a su alrededor. Supo instintivamente que era suya. Y luego, la oscuridad la envolvió.

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Tiny se despertó cubierto de polvo, los oídos aún zumbándole y un dolor punzante atravesándole la cabeza. Con movimientos torpes, buscó su varita, una pieza rudimentaria que había construido él mismo con restos encontrados detrás de Ollivanders. Aunque lejos de ser perfecta, esa varita le había servido fielmente durante años.

Apuntó hacia su rostro y conjuró un Aguamenti. El agua fresca limpió la tierra y los escombros de sus ojos, y parpadeó varias veces hasta que su vista comenzó a aclararse. Lo que vio hizo que su corazón se detuviera por un instante: ruinas por todas partes, gente intentando levantarse mientras otros permanecían inmóviles, aturdidos, con la mirada perdida en el vacío. Al fondo del callejón, un resplandor anaranjado señalaba el avance de un incendio; el humo era tan denso que devoraba la luz del sol.

De repente, recordó a Ellie. Miró frenéticamente a su alrededor, su pecho apretándose de angustia.

—¡Ellie! —gritó desesperado, con las lágrimas amenazando con brotar. Su voz resonó entre los escombros. Ella era su primera amiga, su primer amor, su todo. No podía perderla; sin Ellie, su vida no tenía sentido.

Mientras gritaba su nombre, alguien lo sacudió por los hombros. Era un hombre mayor, de cabello largo y negro salpicado de canas: Corvus, el dueño de La Banshee Demente.

—¡Tiny! —exclamó Corvus, con el rostro marcado por la urgencia—. Hay muchos heridos, y los aurores están en la entrada del callejón. No parecen venir en son de paz, ¡tenemos que hacer algo ya!

Las palabras de Corvus perforaron el desconcierto de Tiny. Si los aurores entraban, lo más probable era que detuvieran y golpearan indiscriminadamente. Si Ellie estaba entre los atrapados, podrían llevársela, y él jamás volvería a verla.

Con un esfuerzo titánico, Tiny se puso en pie y miró a su alrededor. Más personas comenzaban a reunirse en torno a él, buscando guía: amigos, compañeros de trabajo, parroquianos habituales de la taberna. Todos tenían el mismo terror reflejado en los ojos, pero también la misma chispa de esperanza.

—¿El Ministerio tratando de jodernos? —dijo Tiny, con la voz más firme de lo que realmente se sentía—. Eso es un viernes cualquiera en Knockturn. ¡Solo nosotros podemos salvarnos, porque nadie más va a hacerlo! ¡Vamos! ¡No dejemos que esos cabrones destruyan nuestro hogar otra vez!

Un rugido de aprobación surgió de la multitud. Inspirados por las palabras de Tiny, comenzaron a moverse con determinación hacia la salida del callejón, listos para enfrentarse al Ministerio y proteger lo poco que les quedaba.

Mientras marchaba al frente, Tiny apretó la mandíbula y murmuró para sí mismo:

—Por Ellie.

Era todo lo que necesitaba para mantenerse en pie y seguir adelante, aunque por dentro estuviera tan perdido como los demás.

_______________________________

Era un día tranquilo en el deshuesadero, y Severus, junto con los demás trabajadores, aprovechaba el descanso. Sirius había traído a Darcy de visita, acompañado de Lily y Remus Lupin, quien, para la fortuna de Severus, estaba ocupado jugando con Tristán y Ross a una distancia considerable. A pesar de haber aceptado la presencia de Lupin en Cokeworth, no podía evitar sentirse incómodo.

No es que lo odiara más que a los demás merodeadores, pero le irritaba profundamente su actitud pasiva durante los años de acoso. Si bien Lupin nunca había participado activamente, sus débiles intentos de intervención—como un tímido “Está bien, déjenlo en paz” entre risas contenidas—eran casi peor que la abierta hostilidad de Potter y Black. Al menos ellos eran honestos en su rencor.

Además, Sirius había tenido que demostrar con creces su arrepentimiento, y aun así el perdón de Severus era, en el mejor de los casos, incompleto. ¿Por qué Lupin, que ni siquiera se había disculpado, debería tenerlo fácil? No había necesidad de que le ofreciera más que la estricta cortesía que la presencia de Lily y Darcy demandaban.

Una pequeña mano lo sacó de sus pensamientos. Severus miró hacia abajo, y una sonrisa rara, pero sincera, se dibujó en su rostro. Darcy, envuelto en un gorro blanco con orejas de gatito y un grueso suéter a juego, le tendía los brazos mientras Sirius lo pasaba cuidadosamente hacia él.

—Hola, mocoso. Supongo que Sirius te agitó hasta el punto del fastidio —dijo Severus, sosteniéndolo mientras el bebé reía a carcajadas y se retorcía entre sus manos—. Y ahora que ya no puede contigo, quiere que yo te controle.

Sirius intentó, al menos, fingir algo de vergüenza.

—Quizás jugamos un par de rondas extra al avión…

—Un día, Sirius Black, te dejaré a ti la ardua tarea que es dormirlo, solo para que te hagas responsable de tus actos —lo amenazó Severus, medio en serio, medio en broma.

—Me encantaría verlo —intervino Lily, acercándose con dos vasos de chocolate caliente. Aunque el día era soleado, seguían en pleno invierno, y las bebidas eran más que bienvenidas.

Severus iba a responder, pero una sensación incómoda le hizo perder el hilo. Alzó la vista y escaneó el área hasta que encontró la fuente de su inquietud: Lupin lo observaba fijamente. Durante un momento, ambos mantuvieron la mirada, hasta que el hombre lobo regresó su atención a Ross.

—¿Le pasa algo a tu lobo? —preguntó Severus, en tono seco, mirando a Sirius.

—No está muy contento de que haya dejado… nuestro… club de lectura… —respondió Sirius, tropezando torpemente con las palabras mientras intentaba desviar la atención de Severus, que lo miraba con una ceja arqueada.

—Ah, ya entiendo. Está molesto porque renunciaste al club secreto de Dumbledore y, por alguna razón, piensa que es culpa mía.

La expresión de Sirius era todo un espectáculo: había palidecido y ahora boqueaba como un pez fuera del agua, incapaz de encontrar palabras.

—Tranquilo —continuó Severus, con una mezcla de ironía y desinterés—. Era obvio que, si el Señor Tenebroso tiene su propio club privado, el anciano no se quedaría atrás. No me interesa saber nada de eso. Ya es suficiente riesgo con mi existencia y la de Darcy, como para querer involucrarme en los secretos del viejo. Aunque debo admitir que me intriga saber si tienen un nombre ridículo como “Los Lemon Drops” o “La Casa de los Gatitos”.

—Nada tan interesante, lamentablemente —intervino Lily, riendo mientras daba un sorbo a su chocolate caliente.

Severus rodó los ojos con exasperación fingida mientras Darcy seguía retorciéndose en sus brazos, riendo como si toda la conversación no fuera más que un ruido de fondo.

Sirius se rio y golpeó la espalda de Severus antes de pasar un brazo sobre sus hombros, haciendo que este se retorciera de incomodidad. Últimamente, Black invadía su espacio personal con más frecuencia de la que Severus podía tolerar, incluso superando a Víctor.

—Bueno, no puedo decirlo, así que tendrás que imaginarlo —murmuró Sirius al oído, acompañando sus palabras con un guiño exagerado.

La escena no pasó desapercibida para Lupin, quien lanzó otra de sus miradas reprobatorias, ahora cargada con un tinte de desaprobación palpable. Severus, notando esto, respondió con su propia dosis de veneno.

—Será mejor que le pongas bozal al pulguiento —gruñó con desprecio, dirigiéndose a Sirius.

—Vaya, realmente Remus está muy sensible contigo, Sev. Sirius, ¿no le dijiste que ahora somos amigos? —preguntó Lily desconcertada.

—Lo intenté —respondió Sirius, encogiéndose de hombros—. Dijo que trataría de ser amable, pero creo que está convencido de que ambos somos víctimas de algún hechizo oscuro.

—Bueno, lanzarme miraditas desde lejos no califica precisamente como ser amable —replicó Severus, intentando zafarse del agarre de Sirius, quien, lejos de soltarlo, aprovechó la ocasión para acomodarse aún más sobre su espalda—. Igual, si decide ponerse histérico, tú serás quien lo controle.

Sirius soltó una carcajada despreocupada, completamente ignorante del grado de irritación de Severus, que ya estaba a punto de ordenarle que dejara de comportarse como una lapa. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, una pequeña esfera de luz plateada apareció flotando al fondo del deshuesadero.

Todos intercambiaron miradas antes de dirigirse hacia la figura brillante, que se movía con un brillo etéreo en medio de los escombros. A medida que se acercaban, la niebla luminosa tomó la forma de un pequeño canario plateado, que voló directamente hacia Sirius.

La voz grave de Tiny resonó con urgencia desde el patronus:

“Sirius, ha habido una explosión en el Callejón Knockturn. Hay mujeres y niños heridos, y no puedo encontrar a Ellie. Necesito tu ayuda, amigo”

Un silencio denso reinó entre los presentes. La atmósfera alegre que había dominado el lugar desapareció al instante, dejándolos a todos con un peso en el pecho.

—Tengo… tengo que irme —dijo Sirius, atónito, mientras su rostro reflejaba una mezcla de urgencia y preocupación.

Lily intervino de inmediato, decidida:

—No puedes ir solo. Voy contigo.

Severus levantó la voz en el acto, oponiéndose tajantemente:

—¡Por supuesto que no! Estás embarazada de cuatro meses, y es peligroso. La gente de Knockturn tiene razones más que justificadas para resentir a los magos de nuestra clase. No estarán precisamente agradecidos por tu ayuda.

En realidad, Severus no solo quería proteger a Lily, sino que tampoco estaba de acuerdo con que Sirius se lanzara al peligro.

Sirius lo miró con el ceño fruncido, confundido:

—¿Tú cómo sabes tanto del Callejón Knockturn?

Severus alzó una ceja, como si la pregunta fuera absurda.

—Soy yo. ¿De verdad crees que nunca he pisado el callejón? —respondió con calma—. La gente tiende a confundirme con un habitante más.

La tensión entre los tres era palpable. Era evidente que todos estaban luchando por mantener la calma. Durante un tiempo, parecía que la guerra era algo lejano, una amenaza abstracta que no los tocaba directamente. Pero esa explosión les recordaba, de golpe, que estaban en el corazón del conflicto.

—De todas formas, voy a ir. No les estoy pidiendo permiso —replicó Lily con firmeza—. ¿No escucharon? Hay heridos. Necesitan pociones y hechizos curativos, y Sirius no podrá manejar todo él solo.

Severus, que sabía que discutir con Lily era como intentar mover una montaña, suspiró con exasperación antes de ceder parcialmente.

—Está bien, entonces yo voy. Soy un buen pocionista, y mis hechizos curativos son mejores que los del promedio —dijo con tono práctico—. Además, ya he estado ahí antes.

Lily frunció el ceño y cruzó los brazos, claramente irritada.

—Puedes venir si quieres, pero voy a ir de todas formas.

Severus la miró fijamente, alzando la voz:

—¡Eres imposible, Lily Evans!

Ella no se inmutó, manteniéndose firme.

—No hay tiempo para discutir. Me voy ahora. Si alguien quiere venir, que lo haga, pero no podemos perder más tiempo. ¡Por Merlín, fue una maldita explosión!

El tono autoritario de Lily puso fin a la discusión. Sirius asintió, derrotado pero decidido, mientras Severus resoplaba con resignación. No importaba cómo habían llegado a este punto; lo único que importaba era que había vidas que salvar, especialmente la del estúpido de Sirius Black y la terca Lily Evans.

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Menos de una hora después, Sirius apareció justo en la esquina entre el callejón Diagon y Knockturn, acompañado de Severus, Lily, Remus, Rob y Víctor, quienes se habían unido cuando Severus pidió ser eximido del trabajo.

—Bueno, ya estamos aquí. Seguro será un infierno ahí dentro. No solo por la explosión, sino por el riesgo de ser atacados por la gente del callejón, los aurores si ya entraron, y la posibilidad de que no sea la única explosión. ¿Están seguros de querer hacer esto? —preguntó Sirius con gravedad, mientras el olor a humo y fuego llenaba el aire.

—Chico, he estado en más zonas de guerra de las que podrías imaginar. Sé cómo manejar esto —respondió Rob, con un rifle con mira colgando del hombro y una bolsa llena de municiones y objetos que Sirius no reconoció.

—Si el patrón va, yo también fifí. Necesitará a alguien que le explique las cosas mágicas. Además, me caen bien el grandote cabeza de rodilla y su novia —añadió Víctor, sin intención de moverse.

—Tiny es mi amigo, el mejor que he tenido hasta ahora —dijo Remus con firmeza—. No lo dejaré solo.

Las palabras de Remus golpearon a Sirius más fuerte de lo que esperaba. Siempre había creído que él era el mejor amigo de Remus, pero ahora se daba cuenta de que algo había cambiado. Tiny y Remus compartían más de lo que Sirius había imaginado, pero aun así, dolía. Remus era el último lazo que le quedaba de los Merodeadores, y pensar que ese vínculo se había debilitado lo llenaba de incertidumbre.

Sacudió la cabeza, alejando esos pensamientos. No era el momento para reflexionar sobre el pasado. Tenían que salvar a sus amigos y a la gente del callejón.

Cuando llegaron, se encontraron con una enorme barricada que bloqueaba la entrada al callejón Knockturn. Afuera, un grupo de aurores intentaba derribarla.

—Están usando escudos para mantener la barricada —señaló Severus, indicando las pequeñas luces de hechizos que chocaban contra la estructura y la hacían brillar.

—¿Por qué hacen eso? Así será imposible que llegue la ayuda —preguntó Lily, preocupada.

—Veo muchas túnicas negras, pero ninguna verde —dijo Severus, observando el grupo.

Sirius enfocó su mirada en la multitud de aurores y, tal como Severus había señalado, no había sanadores presentes. Su atención se centró en un auror mayor que dirigía las operaciones.

—Shadwell —murmuró Sirius, reconociendo a su antiguo jefe—. No están intentando ayudar. Es una redada. Van a arrestar a los sobrevivientes y dejar morir al resto.

—¡Joder! ¿Estás seguro? —preguntó Lily, horrorizada.

—Es lo que hacen. El grupo de Shadwell es conocido por golpear, arrestar y luego concentrarse en saquear. Los otros equipos los llaman “Los Buitres”. ¿Por qué crees que lo pegué al techo cuando trabajaba ahí?

—La barricada está a punto de ceder. Por muchos que sean, la mayoría de la gente allá adentro apenas tiene el nivel mágico de un estudiante de primer año de Hogwarts —observó Lily, mirando cómo la estructura temblaba peligrosamente.

—Hay una forma, pero es magia oscura —añadió Severus en un tono sombrío.

Remus negó con la cabeza de inmediato.

—De ninguna manera. No podemos actuar como magos oscuros, aun si es para salvar vidas. Con un Protego Horriblis podríamos…

—No podemos —lo interrumpió Severus—. Ellos son aurores, por muy corruptos y cobardes que sean, son peleadores de élite. Tendríamos que renovar la barrera una y otra vez, y no podemos permitirnos eso. Mi método nos dará más tiempo para atender a los heridos y poner a salvo a la gente, no podremos evitar el saqueo, pero será mejor que morir o terminar en Azkaban.

—O morir en Azkaban —añadió Víctor con tono sombrío.

—Confías demasiado en las artes oscuras. Si pierdes el control, podrías dañar a los aurores y a la gente del otro lado de la barrera —replicó Remus, firme.

—No perderé el control. Las artes oscuras son mi especialidad. No lo sugeriría si no estuviera seguro de poder hacerlo —respondió Severus con impaciencia.

—Tiene razón, Remus. No podemos dudar ahora. Si la barricada cae, podrían llevarse a Tiny o Ellie. No podemos permitirlo —dijo Sirius, defendiendo la postura de Severus. Por un momento, sus miradas se cruzaron haciendo sentir a Sirius un poco incomodo.

Severus gruñó con irritación. La insistencia de Remus en hacer las cosas "correctamente" le resultaba insoportable. Era una ingenuidad peligrosa que podría costarles la vida a todos.

—Te veo detrás del fuego —le dijo Severus a Sirius antes de agarrar a Remus de la desgastada túnica y desaparecer con él, dejando a Sirius gritando:

—¡Espera! ¿Qué fuego?

Reaparecieron junto a la barricada. Ignorando las protestas de Remus, Severus sacó su varita y conjuró:

—¡Protego Diabolica!

Una nube de fuego azul se alzó sobre la barricada, separando el callejón del ejército de aurores. Los ataques cesaron mientras los aurores se reagrupaban, sin duda buscando una nueva estrategia. Severus sabía que aquello solo les daría tiempo, pero confiaba en que sería suficiente.

De pronto, el fuego azul se agitó, permitiendo que Sirius, seguido de Lily y Robert Pevka, pasaran al otro lado. Robert no parecía ni un poco sorprendido, lo que llevó a Severus a preguntarse qué demonios había presenciado aquel hombre en la guerra para conservar esa calma.

—¿Y Víctor? —preguntó Severus, con el ceño fruncido.

—Víctor dijo que conocía a gente en San Mungo dispuesta a ayudarnos, así que supongo que el plan cambió un poco —respondió Lily mientras ajustaba su capa.

Un crujido resonó cerca, llamando la atención de todos. Una tabla de la barricada se había desprendido peligrosamente.

—Será mejor que encontremos una forma de entrar antes de que esta cosa se venga abajo —sugirió Robert, observando la estructura con desconfianza.

De repente, una voz ronca y adormilada resonó desde el otro lado de la barricada:

—¡¿Sirius Black?! ¡¿Eres tú?!

Sirius, reconociendo la voz, gritó emocionado:

—¡Hortencio! ¡Soy yo! Tiny me mandó un patronus. Traigo amigos para ayudar.

La voz de Hortencio respondió con una mezcla de entusiasmo y ebriedad:

—¡Adrianus, abre la puerta! Llegó mi amiiiigo íntimo y personaalll... ¡Siriiius Blaaaack!

Severus levantó una ceja, incrédulo.

—¿Tu amigo está ebrio? —preguntó, mientras sentía la mirada severa de Lupin clavada en su espalda.

—Ese es su estado natural. El buen Hortencio prácticamente nació en La Banshee —respondió Sirius, encogiéndose de hombros como si aquello fuera lo más normal del mundo.

Del otro lado de la barricada se escuchó un alboroto: voces discutiendo, pasos apresurados y crujidos de madera. Finalmente, una tabla se movió, dejando ver a Corvus, el dueño de La Banshee Demente. El hombre, con su cabello despeinado y una expresión nerviosa, les hizo señas para que pasaran rápidamente.

—Entren antes de que los buitres se den cuenta de que abrieron un agujero —dijo Corvus en un tono apremiante, mirando nerviosamente hacia el fuego azul y la barricada.

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James Potter no podía quedarse sentado. A pesar de haber recibido la orden de no intervenir en el ataque en el callejón Knockturn, sabía que si esto era obra de los mortífagos, sería necesario contar con más manos, por si el conflicto se extendía hacia el callejón Diagon.

Oculto bajo la capa de invisibilidad, observaba al grupo de aurores de Shadwell luchando por derribar la empalizada que los mortífagos habían colocado para bloquear el callejón. A lo lejos, alcanzó a distinguir una cabellera roja familiar.

Sigilosamente, se acercó para ver mejor. Allí estaban Sirius, Remus, Lily, Snape y dos hombres que no reconocía. Parecían estar discutiendo sobre algo. James se preparó para acercarse más, decidido a sorprenderlos si intentaban hacer alguna tontería, como ponerse en medio del peligro. No importaba que estuvieran peleando; seguían siendo la mujer que amaba y los dos mejores amigos que tenía.

Sin embargo, para su mala fortuna, en su afán de acercarse, no vio el trozo de escombro que estaba en el pavimento y, al tropezar, cayó sobre Remus, tocándolo lo suficiente como para que ambos fueran atrapados en el hechizo de aparición, y terminó cayendo en medio de la barricada, con un brazo sangrante debido a la despartición.

Escuchó a Remus discutir y, para su asombro, vio a Snape lanzar un hechizo de magia oscura complicada, que utilizó para reforzar la barricada. Lo que más lo sorprendió fue que Remus no atacara a Snape, a pesar de que este los hubiera encerrado entre las llamas azules de su Protego Diabolica, y una barricada llena de mortifagos.

James sacó su varita, preparándose para atacar a Snape por sorpresa y salvar a Remus, pero de repente, Sirius atravesó el fuego del Protego Diabolica como si no fuera nada. Lo siguieron Lily y el mayor de los dos hombres desconocidos.

Hablaron entre ellos sobre traer refuerzos de San Mungo, y el corazón de James se agitó al pensar que quizás Snape había reclutado a sus amigos para Voldemort. Pero si ese fuera el caso, ¿para qué necesitarían gente de San Mungo? Decidió ser sigiloso y seguirlos, pero tan pronto como se prometió eso, la capa de invisibilidad se atoró en un tablón de la barricada, moviendo la endeble estructura lo suficiente para que una de las maderas de la parte superior cayera justo al lado del grupo donde estaba su mujer, embarazada de cuatro meses.

Logró escuchar a Sirius hablando con uno de sus amigos del callejón y, poco después, alguien abrió una tabla lo suficientemente grande como para dejar pasar a varias personas. Rápidamente, James se coló detrás del hombre mayor que no conocía y terminó en el lado del callejón Knockturn.

Esperaba que, al atravesar la barricada, los mortífagos atacaran, pero lo que vio fue algo completamente diferente. Delante de él había hombres, mujeres y niños, sucios y algunos incluso heridos, llevando madera para reforzar la empalizada. Mientras tanto algunos de ellos, con endebles varitas, la reforzaban con magia.

El hombre de cabello largo y grisáceo le habló a Sirius: —Tiny está al fondo, ayudando con los heridos. Todavía no hay señal de Ellie, pero hay un enorme incendio que no hemos podido controlar, y divide el callejón a la mitad. No sabemos cómo están allá al fondo.

El grupo de Sirius se alejó mientras James los observaba, impactado. No había ninguna señal de mortífagos ni magos oscuros. Esa gente no necesitaba un grupo de ataque, necesitaban médicos, personas que los ayudaran a sacar a los heridos de los escombros. No entendía qué estaba pasando, pero era obvio que había sido engañado.

 

Notes:

¡Ajusten sus cinturones! Estamos entrando en el turbulento arco de redención de James Potter. Lo que está por venir será intenso: momentos bastante buenos, otros algo tristes, y muchos sentimientos a flor de piel.
Prepárense también para un poco de celos de amigo entre Remus Lupin y Sirius Black. No se preocupen, no es nada romántico; no sé si ya lo mencioné antes, pero no me gustan los triángulos amorosos. Además, tendremos a Rita Skeeter y un poco de Snack entrando en escena para añadir algo de drama y sazonar la mezcla.

Chapter 18: Avaricia

Notes:

¡Hola a todos!, Me alegra muchísimo anunciar que por fin todo el fic está completamente corregido. Charlie y yo hemos hecho un gran esfuerzo para mantener el contenido lo más fiel posible a la versión original, así que no se preocupen, no tendrán que releer toda la historia desde el principio.
Sin embargo, confieso que nos portamos mal y nos excedimos un poco con Absolución, el capítulo ahora cuenta con dos escenas extra. No son esenciales para la trama principal, pero si quieren disfrutar de una dosis extra de humor con Las Yentas y los chicos, les recomiendo que se den una vuelta.
En cuanto a este capítulo, les prometo que aliviará sus preocupaciones sobre Ellie "La Tuerta". Además, hay una dosis de Snack, porque sé que varios de ustedes lo estaban esperando. Por último, aviso que el capítulo terminó siendo más largo de lo que había planeado originalmente, pero espero que lo disfruten igual.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Ellie despertó con la sensación de estar lidiando con una resaca monumental. Su visión seguía borrosa, y cuando intentó incorporarse, alguien la detuvo.

—No lo hagas o te abrirás la herida —advirtió una voz infantil.

Se detuvo por un instante, parpadeando mientras trataba de enfocar su entorno. Estaba acostada en el suelo de una pequeña iglesia, rodeada de niños sucios y extremadamente delgados. Cerca de ellos, un hombre vestido con una raída túnica de sacerdote la observaba con intensidad.

—Bienvenida a la iglesia de Nuestra Señora de la Avaricia, señorita Ellie Brown —dijo el hombre, su voz resonando con un tono seco y distante.

Ellie se estremeció al escuchar su nombre salir de los labios de Simón, el sacerdote del Templo de la Avaricia. Todos en el Callejón Knockturn la conocían como Ellie "La Tuerta", pero escuchar su nombre completo en boca de aquel hombre le hizo sentir de todo, menos halagada.

Simón la señaló con su largo báculo, una rama de roble desgastada y maltrecha que parecía tan antigua y áspera como el lugar mismo. El tono ceremonioso con el que la había recibido le dio escalofríos

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James Potter sabía que no podía mezclarse fácilmente con su apariencia actual sin ser reconocido, así que buscó en su entorno algo que pudiera usar para camuflarse y descubrir qué estaba ocurriendo detrás de la barricada que obstruía el Callejón Knockturn.

La fortuna parecía estar de su lado: el caos a su alrededor facilitaba moverse bajo la capa de invisibilidad. Bajo su protección, se despojó de su túnica de auror, quedando únicamente en camisa y pantalones. Aun así, sabía que su presencia llamaría la atención, y era evidente que sus amigos lo reconocerían si lo veían. Necesitaba algo más para ocultarse.

Caminó tambaleante entre el humo y los escombros, explorando con la mirada. Pronto localizó una casa cercana al fuego, sin puerta y claramente abandonada. Sin dudarlo, entró al lugar, solo para ser recibido por el humo que se filtraba a través de las rendijas de la madera y llenaba el interior. Como había supuesto, los habitantes ya habían huido.

Ignorando las llamas que crecían en las cercanías, se apresuró a lanzarse un hechizo glamour, transformando drásticamente sus facciones. Luego se embadurnó el rostro con ceniza, con la esperanza de que su ropa sucia y manchada de hollín lo ayudara a pasar desapercibido entre los locales.

Mientras exploraba la vivienda, encontró un gran pedazo de lona desgarrado tirado cerca del fuego. Aunque estaba sucio y cubierto de tierra, lo tomó sin pensarlo dos veces. Se lo echó por encima como si fuera una túnica, cubriendo su cabeza y asegurándolo al cuello con una de las agujetas de sus zapatos. Para evitar que su zapato se perdiera, le lanzó un hechizo de pegamento.

Con algo de renuencia, se quitó su argolla de bodas y el anillo de heredero de la familia Potter, guardándolos cuidadosamente en el bolsillo de su pantalón. No quería correr el riesgo de que fueran un indicio de su identidad.

Satisfecho con su improvisado disfraz, salió de la casa antes de que el fuego la consumiera por completo.

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Severus nunca esperó la visión que lo recibió al adentrarse en las profundidades del callejón, cerca del incendio que dividía la larga y tortuosa calle. Los habitantes del Callejón Knockturn se esforzaban por separar a los muertos de los heridos, manteniéndolos lejos del fuego.

Varios magos y brujas removían escombros, sacando personas atrapadas entre ellos. Cada vez que encontraban a alguien con vida, lanzaban chispas de colores con sus varitas, indicando al resto del grupo el estado de los heridos. Otros se encargaban de agruparlos según las chispas emitidas, alejándolos lo más posible del alcance de las llamas. Un reducido equipo atendía a los heridos con conocimientos básicos de hechizos curativos y pociones que, desde lejos, parecían de calidad mediocre.

Mientras tanto, un grupo distinto combatía las llamas con hechizos y una larga cadena humana que acarreaba cubos de agua.

En el centro de todo, Tiny daba órdenes a diestro y siniestro, moviendo enormes trozos de escombros con sus manos desnudas. Cuando vio a Sirius, dejó el mando a un hombre igual de corpulento y se acercó a su amigo con rapidez.

—¡Sirius, amigo! —lo saludó Tiny, envolviéndolo en un abrazo de oso y propinándole un golpe en la espalda que casi lo derribó—. Qué bueno que estés aquí.

—Espero que no lleguemos demasiado tarde. Como ves, traje ayuda —respondió Sirius, señalando al grupo que lo acompañaba—. Víctor también viene en camino con más recursos médicos.

Tiny se frotó la nuca con evidente incomodidad.

—Sirius, lo siento tanto. Traté de enviarte un patronus para que no vinieras.

Severus observaba en silencio. A pesar de la organización y el esfuerzo de la gente, podía ver que, sin una intervención adecuada, las probabilidades de éxito eran escasas.

—No digas eso, amigo. De ninguna manera iba a dejarte a ti y a Ellie solos ante esto —respondió Sirius con firmeza.

Tiny suspiró, su rostro marcado por la preocupación.

—Sirius, sé que tienes buenas intenciones, pero, aunque he tratado de mantener a todos organizados, estamos atrapados. El fuego nos impide escapar por la salida a Old Compton, y si no logramos apagarlo, esto podría convertirse en el mayor genocidio mágico de los últimos cien años. El tiempo está en nuestra contra.

Severus apenas había hablado con Tiny en el pasado, pero las pocas interacciones habían sido intelectualmente sorprendentes. Era evidente por qué Black se preocupaba tanto por él. Sin embargo, en ese momento, Severus no podía evitar resentir al hombre por ser, en parte, la razón de que todos estuvieran en semejante situación.

Observó a un mago andrajoso vaciar un cubo de agua sobre las llamas. De inmediato, el fuego se alzó, brillante y agresivo, obligando al hombre a retroceder. Las llamas parecían alimentarse del agua, y su color blanco resplandeciente activó una alarma en la mente de Severus.

—¡Tiny! Dile a esa gente que deje de usar agua ahora mismo, o todos volaremos por los aires —gritó Severus con autoridad.

Tiny lo miró confundido.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

—¡Mierda! —exclamó Robert Pevka, dándose cuenta de lo mismo—. Es un fuego químico. El agua lo alimenta. Si siguen así, todo explotará.

—Tiny, si Severus lo dice, es verdad. Hazlo ahora —intervino Sirius con seriedad.

—¡Dejen el agua ahora mismo, cabrones! —rugió Tiny, su poderosa voz resonando por todo el callejón.

La cadena de gente con cubos de agua se detuvo al instante, murmurando con desconcierto.

—Es imposible que sea químico. Estamos en el Callejón Knockturn. ¿Cómo podría ser algo muggle? —preguntó Remus, mirando a Tiny mientras intentaba calmar a la multitud.

—Cuando alguien quiere potenciar una poción explosiva, usa cristales de llama blanca, que no son más que un extracto de dolomita y sal marina con grandes cantidades de magnesio —explicó Lily.

—Y las llamas blancas son un indicador clásico de un fuego químico por magnesio —añadió Robert, sacando de su bolsa una máscara antigás—. Necesitamos paños húmedos para que la gente no inhale el humo. Es altamente tóxico.

—Aquellos que puedan lanzar el hechizo casco burbuja, háganlo ahora —recomendó Lily.

—¿Y qué hacemos con el fuego? —preguntó Tiny, su voz cargada de desesperación—. Los más capacitados están reforzando las barricadas y las barreras anti-aparición.

—Ese tipo de fuego está diseñado para no apagarse hasta consumir todo a su paso —respondió Lily en voz baja, para que los curiosos no escucharan.

El silencio que siguió a sus palabras fue sepulcral. Por un instante, la desesperación se apoderó del grupo. Entonces, una voz se alzó por encima del silencio.

—Supongo que este silencio significa que están pensando en cómo apagar esa cosa —dijo Sirius señalando el fuego, que había menguado solo un poco desde que dejaron de echarle agua— y no que se han rendido por completo.

Severus casi se avergonzó al darse cuenta de que, en el fondo, había estado considerando rendirse antes de siquiera intentar buscar una solución.

—Sirius, no puedes exigirnos algo así. He leído todos los libros de Defensa Contra las Artes Oscuras y Pociones en Hogwarts, y en ninguno hay algo que nos sirva para esto. Tenemos que evacuar a todos, incluso si eso significa perder el callejón— dijo Remus con voz alterada.

Tiny negó con la cabeza con firmeza.

—Si el callejón se pierde, no habrá esperanza de reconstruirlo. Todos aquí son pobres, con trabajos que apenas les permiten sobrevivir.

—Y luego llegará algún buitre con dinero, comprará las propiedades a precio de miseria, y desplazará a los que no tienen para reconstruir —añadió Robert Pevka, su voz teñida de amarga experiencia—. Lo he visto muchas veces en la guerra. Así perdí mi casa en Polonia. Un día cayeron bombas del cielo, y al otro vivíamos en la calle comiendo de la basura, mientras nuestra casa se convertía en un restaurante francés.

—Es mejor estar vivos y tener al menos una oportunidad que morir por aferrarse a cosas materiales —replicó Remus, su tono cargado de frustración.

Severus dejó de prestar atención a la discusión mientras su mente comenzaba a trabajar. Como si fuera un rompecabezas, su cerebro ensambló piezas de información dispersas: la receta de la poción explosiva, las propiedades del magnesio que había estudiado en libros de química muggle, y un viejo manual sobre incendios industriales del molino de cuando su padre lo había obligado a trabajar “para hacerse un hombre” según él.

Poco a poco, las imágenes se superpusieron en su mente hasta formar una solución completa. Una sonrisa lenta, casi maliciosa, se dibujó en su rostro.

—Hay una manera —declaró finalmente.

El grupo quedó en silencio, sus miradas fijas en Severus, expectantes.

—Es posible... pero implica romper un par de leyes y, tal vez, arriesgar el Estatuto Secreto otra vez.

Lupin se golpeó la frente con la palma de la mano, dejando escapar una maldición entre dientes. Eso hizo que la sonrisa de Severus se ampliara aún más.

—No sé si esa sonrisa me da confianza o miedo —comentó Tiny, mirando a Severus con cierta cautela.

—No te preocupes, Tiny. Esa es su sonrisa de que está a punto de hacer un maldito milagro —lo tranquilizó Sirius con un tono que mezclaba ironía y genuina fe en el pocionista.

Severus alzó una ceja, ignorando los comentarios y continuó:

—Necesitaremos ingredientes... y no me refiero a frascos pequeños, sino a cajas enteras, además de dos calderos de 50 litros cada uno. También necesitamos 20 kilos de bicarbonato de sodio y 20 kilos de bicarbonato de potasio.

Sirius frunció el ceño, recordando rápidamente las opciones.

—Los parientes de Víctor están fuera de discusión ahora. Creo que quemé demasiado ese puente —admitió con un deje de arrepentimiento.

Severus rodó los ojos, cruzándose de brazos.

—No seas tonto, Black. Estamos en Knockturn. Las tiendas de ingredientes están justo al principio; solo tenemos que escoger al mayorista con menos seguridad. Por fortuna, el remedio no depende de la calidad de los ingredientes, solo de la cantidad.

—¿En serio? ¿Vamos a iniciar un saqueo? —se quejó Lupin, cruzándose de brazos—. Se supone que vinimos aquí a ayudar, no a desatar el caos.

—Esas tiendas pagan un sickle por sujetos de prueba para experimentar con pociones. No les importa si quien se ofrece está enfermo, es un niño o si sufre de desnutrición. Eso debería ser suficiente para calmar tu objeción de conciencia —respondió Severus con un sarcasmo gélido.

Lupin apretó los labios, asintiendo con visible renuencia. Miró a Severus con desconfianza, pero este no se inmutó. No necesitaba su confianza, solo que dejara de perder el tiempo con sus escrúpulos y se enfocara en el trabajo.

—Entonces, solo faltarían los dos tipos de bicarbonato. El de sodio es relativamente fácil —comentó Sirius—, pero ni siquiera sabía que existía el bicarbonato de potasio, mucho menos de dónde sacarlo.

Tiny frunció el ceño, reflexionando, y de repente sus ojos se iluminaron.

—En la panadería podríamos conseguir bicarbonato, pero eso significaría arriesgarnos a desactivar las barreras anti-aparición.

—Puedes romperlas —dijo Severus con voz firme y orgullosa—. Mientras Protego Diabolica siga activa, nadie que pretenda dañar a las personas detrás de la barrera podrá aparecerse sin ser consumido hasta las cenizas.

—¿Podrían entonces aparecer detrás del incendio y ver cómo están las cosas del otro lado? —preguntó Robert Pevka con seriedad.

—No es posible, Rob —negó Lily, sacudiendo la cabeza—. No sabemos qué tan grandes son las llamas del otro lado ni cómo está el callejón. Podríamos aparecer dentro del fuego o quedar atrapados entre escombros.

—Lo que sí podríamos hacer es aparecernos en la salida a Old Compton, al otro lado del callejón, y explorar como están las cosas desde ahí —sugirió Lupin.

—Y buscar el potasio. Estamos en el centro del maldito Londres; debe haber en alguna parte —añadió Sirius.

—Lo usan en la industria farmacéutica para fabricar antiácidos —Severus explicó con tono ausente, y luego recordó algo más—. Ah… y también para mejorar el sabor de las sodas.

Rob reflexionó un momento antes de hablar.

—Creo que sé un lugar donde podríamos conseguir mucho de eso, y sería una infiltración sencilla. Nada complicado como el hospital.

Lupin arqueó una ceja, mirando a Sirius con suspicacia.

—¿Quiero saber algo sobre eso?

—Secreto de Estado —evadió Rob con una leve sonrisa.

—Bien, solo queda dividirnos para hacer lo que tenemos que hacer —anunció Tiny, tomando el mando de la conversación.

El grupo asintió, y una energía renovada pareció llenar el ambiente.

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El templo de la Avaricia estaba justo en el corazón del callejón Knockturn, una pequeña iglesia de piedra que parecía desentonar incluso en ese lugar sombrío. Construida hace siglos, el templo predicaba la humildad y el sacrificio como el camino al “paraíso”. Sin embargo, para Ellie, todo en ese lugar era ridículo, incluso perezoso: un refugio que ensalzaba la pobreza mientras se alimentaba de ella. ¿Por qué no llevar su mensaje de austeridad a Diagon, donde los magos ricos derrochaban oro como si el hambre no existiera?

A pesar de sus aspiraciones de templo, la iglesia era poco más que una capilla deteriorada. En la planta baja se celebraban los oficios, en el piso superior vivía Simón, el sacerdote, y en el sótano, decenas de niños dormían amontonados en condiciones miserables. Su vida era hambre y suciedad, todo bajo la promesa de que su sufrimiento los llevaría al cielo.

Ellie fue movida a un camastro mugriento en el sótano, y al intentar moverse, descubrió que una de sus piernas estaba encadenada a la cama.

—¿Qué demonios? —exclamó con frustración.

—Está prohibido maldecir en el templo, señorita Brown —advirtió Simón, acercándose con su túnica raída y una expresión de serenidad perturbadora.

—Y estoy bastante segura de que tu libro sagrado también prohíbe secuestrar personas —replicó Ellie sin alzar la voz, aunque sus ojos buscaron con rapidez una salida o algo que pudiera usar para liberarse.

Al moverse, sintió el familiar roce de su varita dentro de su bota. Por un momento, la calma volvió a su mente. Quizás Simón no la había visto, o peor aún, pensó que ella era tan ignorante como la mayoría de la población del callejón. La subestimación era su mejor arma, y no sería la primera vez que un hombre la consideraba indefensa para después arrepentirse. Tiny había sido el único que vio su potencial, enseñándole a construir su propia varita y usarla con destreza.

—No te estamos secuestrando, Ellie. Estamos salvándote para cuando termine el juicio final —declaró Simón, con una sonrisa inquietante—. Cuando llegue la nueva era, solo quedaremos nosotros: la iglesia, yo como su profeta… y tú, nuestra santísima Virgen, Nuestra Señora de la Avaricia.

—Estás loco —afirmó Ellie con voz firme, sin molestarse en discutir. Sabía que era inútil razonar con alguien como él. Necesitaba centrarse en recuperar su varita.

—Dios me habló —continuó Simón, ignorando el desprecio en su tono—. Me dijo que hoy se llevaría a los pecadores del callejón y comenzaría de nuevo. Él tiene planes para ti, Ellie. Ha visto cómo te has martirizado para preservar tu pureza, cómo te has mantenido impoluta para Él. Por eso te eligió. Tú serás nuestra santa.

Ellie permaneció en silencio, evaluando sus opciones. Cada palabra que salía de la boca de Simón confirmaba que estaba peligrosamente loco, y cualquier intento de disuadirlo sería un desperdicio de energía.

—¡Todos arrodíllense y alaben a nuestra Señora de la Avaricia! —ordenó Simón con un golpe seco de su báculo contra el suelo de piedra. Caminó entre la multitud de niños, empujando con desprecio a aquellos que no se apresuraban a obedecer, arrojándolos al suelo con furia.

Los pequeños, sucios y desnutridos, obedecieron con rapidez, inclinando la cabeza mientras murmuraban una oración incoherente bajo el peso de las amenazas del sacerdote.

Ellie apenas prestó atención al espectáculo. Mientras Simón recorría el lugar, su mente estaba enfocada en una sola cosa: llegar a su varita y salir de aquel infierno.

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Remus observaba con creciente incomodidad cómo Severus desmantelaba las protecciones de una tienda de pociones oscura y descuidada. La habilidad con la que lo hacía dejaba claro que no era la primera vez que realizaba ese tipo de tareas. Mientras tanto, un muchacho del callejón, con no más de trece años, se inclinaba hacia ellos.

—Esta es la tienda más grande —dijo con un tono casual, como si no estuvieran a punto de saquearla—. Tiene una bodega bien surtida, la cargaron hoy por la mañana.

Remus alzó una ceja.

—Vaya, eres un chico muy observador.

—Por supuesto. Cuando llegan los nuevos ingredientes es cuando necesitan probadores. Si llegas temprano, ganas rápido el dinero y tienes toda la mañana para vomitar y esas cosas. Así da tiempo para otros trabajos por la tarde. Entonces puedes comer sopa con carne toda la semana —dijo el muchacho, orgulloso de su estrategia.

Remus sintió un escalofrío. Se preguntó si el chico era consciente de la alta probabilidad de morir o sufrir daños permanentes por el sickle de plata que le ofrecían por probar pociones desconocidas.

Severus, por su parte, ya había terminado de romper las protecciones.

—Bien. Tiny dice que todos ustedes saben leer y ya tienen la lista de ingredientes que necesitamos —anunció, dirigiéndose a un pequeño grupo de niños que aguardaban atentos—. Ignoren la tienda principal y vayan directo a la bodega. Necesitamos las cajas grandes. No toquen las cosas brillantes y bonitas; son señuelos, y no queremos despegar a nadie del piso hoy.

Los niños asintieron y se apresuraron a entrar. Severus se volvió hacia ellos para añadir algo más.

—Y al mocoso que robó mi cartera —dijo con tono gélido—, le informo que solo contiene dos libras muggles y un cupón de descuento para pañales. Pueden quedarse con eso si me devuelven la cartera con la foto de mi hijo intacta.

Un chico salió de entre la multitud, entregó la cartera con una expresión completamente carente de vergüenza y volvió a sus tareas como si nada hubiera pasado.

Severus se giró hacia Remus con una sonrisa irónica.

—Deberías revisar tus bolsillos, Lupin. Estamos trabajando con el gremio de carteristas de Knockturn. No les importa la tragedia; siempre estarán probando sus habilidades.

Remus suspiró y revisó sus bolsillos, confirmando que su propia cartera estaba intacta. A pesar de todo, la situación no dejaba de incomodarlo.

—En serio, Snape, estamos en medio de un incendio, y tú te pones a robar pociones —le recriminó mientras Severus revisaba con detenimiento los frascos expuestos en las vitrinas y metía algunos en sus bolsillos.

Severus le lanzó una mirada fría, sin detenerse en lo que hacía.

—No vas a hacerme sentir culpable por robarles a imbéciles que experimentan con niños. Además, por si no te has dado cuenta, la cantidad de heridos es alarmante. Necesitaremos pociones. Si quieres ser útil, busca elixires reponedores de sangre, curativos, filtros de la paz y cualquier otra cosa que pueda servir.

Remus gruñó entre dientes. Sabía que Snape tenía razón, pero eso no disminuía su resentimiento hacia él. Nunca le había agradado, ni en Hogwarts ni ahora. Entendía que él y Sirius habían hecho las paces, y hasta cierto punto admiraba eso. Sin embargo, no podía ignorar que Snape siempre había tenido una inclinación por las artes oscuras, despreciaba las reglas, y parecía alimentar la tendencia de Sirius a la imprudencia y el caos.

Estaba francamente ofendido. Habría preferido mil veces estar con Lily atendiendo a los heridos, o participando en lo que fuera que Sirius y el señor Pevka estuvieran haciendo, antes que colaborar con alguien con la moral tan cuestionable como la de Snape. Aun así, aprovechó para dejarle las cosas claras.

—Déjame decirte algo, Snape. No me agradas, y no me gusta esa cosa que tienes con Sirius.

—Vaya, qué suerte que Sirius no necesite tu permiso para hablar conmigo —respondió Snape con indiferencia.

—No te hagas el listo. Alimentas su trastorno maniaco-depresivo con tu actitud. Él debería de estar...

—¿Haciendo redadas para el ministerio y suicidándose lentamente por Dumbledore, en vez de romper esa ley sagrada tuya y salvar vidas humanas que al ministerio no le importan nada? ¿No es algo hipócrita de tu parte, considerando que tu educación rompió más de una ley? ¿O es que solo el viejo tiene derecho a hacerlo? —replicó Snape, retorciendo las palabras con la misma habilidad que tenía en Hogwarts.

—Sabes bien que no es eso lo que quise decir. Podríamos evacuar a todos y llevarlos a un lugar seguro. Cuanto más tiempo perdamos, antes atravesarán los aurores tu barrera, y entonces será peor para ellos. ¿Qué importa si el fuego se lleva el callejón? Pueden rehacer sus vidas en otra parte, pero no podrán recuperarla si acaban en Azkaban.

—¿De verdad crees que podrán vivir en cualquier lugar? Todavía faltan meses para que termine el invierno. Un cuarto lleno de hollín sigue siendo un refugio contra el frío, y al menos aquí pueden defenderse juntos mejor que si se dispersan a la deriva. Míralos, por favor —Snape señaló hacia afuera, donde un hombre y una mujer, sucios y agotados, intentaban levantar un pequeño refugio para los heridos—. Todos ellos están luchando por este mísero lugar. El hecho de que para ti no valga nada no significa que para ellos sea lo mismo. Por muy sucio o peligroso que sea, es su hogar, y mientras ellos quieran luchar por su casa, yo lo haré con ellos.

—¿Y el saqueo, la magia oscura, todo lo que sea que Sirius y Rob hayan ido a hacer? ¡Todo eso es necesario, dices tú, sin importar el riesgo en que los pones a todos!

—Se llama hacer todo lo posible, Lupin. Llorar por ello no salva vidas.

—¡Tú no entiendes! Empiezas haciendo “todo lo posible” y se vuelve una droga. Después buscas excusas para usar las artes oscuras, como las bromas que hacías en la escuela, hasta que te conviertes en un monstruo incapaz de reconocer lo bueno. Y cuando te das cuenta, el daño es irreversible.

—Eso suena demasiado personal, Lupin. Quizás eres tú quien tiene problemas para distinguir el bien del mal. Yo sé cuál es mi moralidad y lo que quiero. Quizás deberías revisar la tuya si, para ti, “hacer el bien” significa dejar que miles de personas pierdan lo poco que tienen en nombre de la bondad y el amor.

Snape no dijo más y continuó con su tarea, dando de vez en cuando alguna indicación a los chicos que sacaban las cajas una por una. Remus, sin más argumentos por el momento, se limitó a tomar las pociones necesarias para atender a los heridos, sumido en sus dudas y su desagrado.

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Rob le pidió a Sirius que los apareciera en una carretera a unos diez kilómetros de Bexley, en las afueras de Londres. Era de noche, y el alumbrado público no funcionaba bien. No había nada a la vista, excepto una gran valla con un letrero oxidado que decía Soda Happy Orange. Detrás, se alcanzaba a ver una fábrica de ladrillo rojo que parecía abandonada.

Soda Happy Orange. Era muy popular en su momento, pero Coca-Cola y Pepsi la desplazaron. Aunque debo decir que sus dueños son bastante tercos. Despidieron a casi todos los trabajadores, bajaron la calidad de los ingredientes y le metieron el doble de aditivos. Ahora venden sus latas por solo tres peniques —comentó Rob.

—¿Me estás diciendo que esa cosa sigue funcionando? —preguntó Sirius, señalando el enorme edificio que parecía estar al borde del colapso.

—Por ahora, no. Está clausurada. Al parecer, están en medio de un juicio. Resulta que la soda se volvió una especie de droga para niños hiperactivos. Los volvía locos; creo que uno de ellos casi se comió a su niñera.

—A veces no entiendo cómo sabes todas estas cosas —gruñó Sirius.

—Bueno, leo periódicos y, quizás, escucho algunas frecuencias policiales para entretenerme —respondió Rob encogiéndose de hombros—. En fin, si el bicarbonato de potasio mejora el sabor, aquí seguramente encontraremos toneladas de esa cosa. De alguna manera tenían que hacer su veneno bebible.

Sirius asintió, sacando su varita para abrir la enorme puerta principal. Pero antes de que pudiera lanzar un hechizo, Rob simplemente empujó la puerta ligeramente, y esta cayó al suelo con un ruido estruendoso, levantando una nube de polvo.

—¡Rob! ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Vamos a alertar a los guardias! —susurró Sirius con frustración.

—Si recortaron gastos, es probable que en lugar de vigilantes... —Rob no terminó la frase porque varios gruñidos amenazadores se escucharon desde la oscuridad. Con toda calma, añadió —Ah, claro. Un viejo clásico: un grupo de perros hambrientos volviéndose locos en un lugar cerrado.

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James, inseguro de qué hacer, se acercó a los heridos. De inmediato se arrepintió al ver a Lily ayudando entre ellos. Discretamente intentó retroceder, pero se congeló cuando ella lo llamó.

—¡Hey tú, el de la capa gris! —dijo señalando la lona que él llevaba amarrada al cuello.

James se giró lentamente, esperando que estuviera hablando de otra persona.

—¿Yo? —preguntó torpemente, sintiendo un nudo en la garganta y luchando contra el impulso de llorar al verla.

—Sí, tú. ¿Sabes hechizos curativos? —preguntó ella.

—No muchos… —respondió James, buscando una excusa para escapar de allí.

—Bueno, eso ya es más que la mayoría. Necesitamos toda la ayuda posible. No te preocupes, solo cura a los que puedas y, si encuentras algo que no puedes manejar, llámame —dijo Lily con calma, sin reconocerlo.

—Yo… no sé si pueda hacerlo… no soy muy bueno —se excusó, nervioso.

—No tengas miedo. Necesitamos manos, es cuestión de vida o muerte —insistió ella, mirándolo con esa expresión suplicante que él nunca había podido resistir, señalando a un grupo de heridos tirados sobre la calle de piedra.

James sabía que debía mantenerse alejado de ella, pero su corazón le pedía más tiempo. Necesitaba verla, aunque solo fuera un poco más.

—Está bien. ¿Qué tengo que hacer? —cedió finalmente.

—Mantente en tu color y ayuda a los que lleguen. El rojo es para atención inmediata, y las prioridades bajan a amarillo, verde y azul —explicó Lily, señalando un cartón pintado de rojo que marcaba un área en medio del grupo de heridos.

—¿Y el negro? —preguntó James, mirando a una vieja bruja que conversaba con dos heridos en condiciones terribles.

Lily bajó la mirada antes de responder con tristeza:

—El negro es para quienes no hay nada que hacer. Brígida está tomando sus datos para que sus familias puedan despedirse antes de… bueno, antes de que se vayan.

Un nudo se alojó en la garganta de James. Había demasiados en el área negra y muy pocos en las demás. No había marcas tenebrosas en el cielo, lo que lo inquietaba aún más. En el ministerio estaban convencidos de que los mortífagos eran responsables, pero no había señales claras que respaldaran esa teoría en el callejón.

—Sé que esto es doloroso y probablemente conozcas a muchas de estas personas, pero tenemos que ponernos a trabajar si queremos salvar vidas —dijo Lily, señalando las chispas rojas que brillaban en el cielo.

De inmediato, un par de magos cargaron a dos heridos y los dejaron en el suelo. Uno era una mujer con quemaduras severas; el otro, un anciano con un trozo de madera atravesando su abdomen.

Lily actuó rápido, administrándole una poción a la mujer. James lanzó un hechizo diagnóstico al anciano para asegurarse de que ningún órgano vital estuviera dañado. Al confirmar que no lo estaban, extrajo el trozo de madera con mucho cuidado, consciente de que este procedimiento debía hacerse en San Mungo con anestesia adecuada. Aun así, cerró la herida con un hechizo curativo antes de que Lily le ofreciera al anciano una poción reponedora de sangre de sus escasos recursos.

Lily lanzó chispas amarillas seguidas de chispas azules. En cuestión de segundos, un mago del área organizó el traslado de los heridos: la mujer fue llevada al área amarilla y el anciano al área azul, siguiendo las recomendaciones de Lily.

—Esto es… bastante organizado —comentó James, sorprendido.

—Es una técnica muggle llamada triaje. Por suerte, Tiny la leyó en un libro y ya tenía todo bastante organizado antes de que llegáramos. No son expertos, pero lo han adaptado bien, ¿no crees? —explicó ella con una sonrisa amable.

Esa sonrisa golpeó a James como un rayo. Después de tanto tiempo, verla sonreír así se sintió como beber agua tras cruzar un desierto. No recordaba la última vez que Lily le había dirigido una sonrisa tan genuina. Se dio cuenta, con una punzada en el pecho, de cuánto había apagado esa llama en ella, una llama que ahora brillaba de nuevo, más viva que nunca. Él había estado tan cerca de extinguirla por completo, y se odiaba por ello.

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Sirius se curaba una mordida profunda en el brazo mientras los perros yacían inconscientes en una esquina, gracias a un par de hechizos aturdidores y un poco de gas somnífero que Rob había sacado de su bolsa. El hombre, sin un solo rasguño del enfrentamiento, estaba ahora hablando por el teléfono de la fábrica con una calma que contrastaba con el caos de la situación. Sirius no pudo evitar un leve estremecimiento; admiraba a Rob, pero había momentos en que su frialdad le resultaba inquietante.

Cuando Rob terminó la llamada, salió de la pequeña oficina del gerente, ubicada en un nivel superior, descendiendo por la escalera metálica con pasos tan ligeros que apenas hacían eco. En cambio, cada paso de Sirius parecía resonar en toda la fábrica, llamando la atención de cualquier cosa que pudiera estar al acecho.

—Tengo las llaves de la bodega —dijo Rob, mostrando un manojo de llaves con una tranquilidad que daba la impresión de que conocía el lugar de memoria.

Se apresuraron a dirigirse a la bodega. La fábrica estaba desierta, salvo por los perros, pero era una trampa mortal. Las lámparas pendían peligrosamente del techo, y Sirius había visto ratas del tamaño de perros pequeños escabulléndose entre las sombras, junto con cucarachas que parecían sacadas de una pesadilla.

De repente, sintió algo moverse sobre su brazo. Miró con horror para encontrar a la cucaracha más grande que había visto en su vida corriendo por su manga.

—¡Por Merlín! —gritó Sirius, sacudiendo el brazo con desesperación mientras el insecto volaba hacia su cabeza. Soltó un grito de terror, agitándose frenéticamente para apartar a la criatura que ahora correteaba por su cabello.

—¡Mierda, fifí! ¿Qué demonios te pasa? —se quejó Rob, girándose para verlo.

—¡Una maldita… cucaracha! —vociferó Sirius, mientras finalmente veía al enorme insecto volar lejos de él. Sin embargo, el alivio duró poco, porque el bicho aterrizó cerca de Rob, quien, con una expresión de pánico, intentó dispararle en vano, la cucaracha se refugió rápidamente en una de las lámparas del techo.

Ambos hombres se quedaron mirándose con caras de vergüenza, sin saber qué decir. Finalmente, Rob carraspeó y habló.

—Nunca en la vida vamos a hablar de esto.

Sirius asintió, aún temblando, y continuaron su camino.

Cuando llegaron a la bodega, se encontraron con un espacio lleno de enormes contenedores metálicos marcados con diferentes nombres. La luz dentro de la bodega era inexistente, y Sirius tuvo que encender su varita con un Lumos para leer las etiquetas, mientras Rob usaba una lámpara de mano para iluminar las esquinas más oscuras.

Entonces, Sirius escuchó unos pasos dentro de la fábrica, seguidos por una voz que gritaba:

—¡Policía! ¡Salga con las manos en alto!

Rob maldijo por lo bajo y, acercándose a Sirius, le dijo en voz baja:

—Trata de distraer al policía y, si es posible, usa alguna de tus tretas mágicas mientras yo me aseguro de que su compañero no pueda llamar a los refuerzos.

Sirius asintió, buscando desesperadamente una excusa para distraer al oficial mientras veía a Rob desaparecer entre las sombras. El policía parecía impaciente, y a Sirius no se le ocurría nada útil, hasta que su mirada se posó en una fotografía enmarcada en la pared. Era de un hombre delgado con expresión severa y un cierto parecido a un Yorkshire terrier, acompañado de una placa dorada con la inscripción: "Edward Norton, fundador de Happy Orange Industries".

Sirius forzó una sonrisa, adoptando la actitud más pretenciosa que pudo imaginar, y caminó hacia el oficial con aire altivo.

—¡Tranquilo, oficial! Mi nombre es Eddie Norton… el tercero —remarcó con el tono pomposo que solía usar Regulus cuando hablaba de su linaje, imitando también el acento afectado de Lucius Malfoy—. Un vecino llamó a mi padre para informarle que un grupo de vándalos derribó el portón y asustó a los perros.

El oficial frunció el ceño, aún desconfiado, pero su actitud comenzó a suavizarse mientras se acercaba con cautela.

—Una familia que pasó en coche llamó a la policía al ver la puerta en el suelo —explicó el oficial—. Necesitaré alguna identificación para confirmar su historia, señor Norton.

Sirius fingió buscar en sus bolsillos mientras mantenía la charla.

—¡Por supuesto, oficial! Déjeme buscarla… ya sabe cómo es esto, ¿no? Uno está en una fiesta tranquilo, con un par de modelos y esas cosas, y de repente mi padre hace una llamada como si le importara algo esta vieja chatarra. —Comenzó a divagar, tratando de desviar la atención del oficial—. ¡Y ni se imagina! Fui atacado por miles de cucarachas gigantes. Un infierno, se lo digo.

El oficial asintió con una sonrisa incómoda.

—Oh, sí, hace años que deberían haber demolido este lugar. Ni siquiera entiendo por qué sigue aquí.

Sirius agradeció en silencio que su porte y modales sangre pura sirvieran para algo.

—¡Ah, aquí está! —dijo, sacando la varita rápidamente y aplicando un Confundo al oficial—. Solo había un grupo de adolescentes vandalizando el lugar. Los perseguiste y se subieron a un coche gris que se dirigió hacia la carretera. Tienes que correr con tu compañero y atraparlos antes de que escapen.

El oficial, confundido pero convencido, respondió con prisa:

—Lo siento, debo irme.

Y salió corriendo, dejando a Sirius solo. Aprovechando la oportunidad, Sirius volvió a la bodega y se apresuró a buscar el contenedor de potasio. Su Lumos iluminó un rincón donde varios barriles estaban apilados en una torre inestable. Con cuidado, redujo el barril de hasta arriba y lo levitó hacia él. Revisó la diminuta etiqueta y, al confirmar que era el contenedor correcto, lo guardó en su chaqueta.

Cuando salió, se encontró con Rob esperando cerca de la salida.

—Vaya, ¿qué le hiciste al tipo? Salió disparado con su compañero aún dormido en la patrulla como alma que lleva el diablo —comentó Rob.

—¿No me digas que sedaste al otro? —preguntó Sirius, señalando a los perros aún dormidos.

—Por supuesto que no. Solo usé algunos puntos de presión. Es más rápido y no deja evidencia —respondió Rob con una sonrisa despreocupada.

—Será mejor que nos vayamos antes de que llegue otro policía —dijo Sirius, agotado, antes de desaparecerse junto con Rob de regreso al callejón Knockturn.

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Severus estaba ocupado agregando ingredientes en el enorme caldero que se revolvía con ayuda de magia, mientras controlaba otros dos calderos medianos llenos de cantidades industriales de diferentes tipos de pociones curativas. Tiny había dejado hacía rato un costal enorme de bicarbonato de sodio, y ahora solo faltaba que Sirius regresara con el bicarbonato de potasio.

Trataba de mantenerse ocupado para no pensar demasiado, mientras observaba de reojo a Lily atendiendo a los heridos. A menudo la veía dar instrucciones al tipo con una capa de lona improvisada, cubierto de ceniza, que casi parecía ser su ayudante personal. Aunque no hablaba mucho, el hombre era rápido y eficiente, así que no tenía quejas al respecto.

El sonido de una aparición lo distrajo, y al levantar la vista vio a Black regresar junto con Rob, pero esta vez traían un nuevo agregado: Jimmy Khan, quien cargaba una cámara fotográfica profesional.

—¿Qué demonios, Black? ¿No eras tú el obsesionado con el estatuto secreto? —preguntó Severus, entre incrédulo e irritado.

—Fue idea de Rob —respondió Sirius con el tono de un niño culpando a su hermano de una travesura—. Dice que necesitaremos documentar todo para evitar represalias contra el callejón. Y tiene razón. Los he visto llevarse a gente por el simple pecado de no haber hecho nada.

Severus observó a Jimmy Khan, quien estaba tranquilamente preparando su cámara como si estuviera en medio de otro reportaje más.

—Esto tiene que estar volviéndolo loco —murmuró Severus.

—En realidad, mi mente está a punto de colapsar al descubrir que mi realidad es una completa farsa, pero soy un profesional, y mi madre me mataría si me desmayara por algo así —respondió Jimmy, ajustando el lente con calma.

Sirius y Severus cruzaron miradas, y sin palabras llegaron a un entendimiento. Ambos asintieron al unísono.

—Está bien —dijo Severus—. Solo compórtate como si estuvieras en una zona de guerra y fueras un corresponsal.

Por lo que sabía, Jimmy Khan tenía treinta y cinco años, había sido corresponsal de guerra en varios conflictos internacionales, y contaba con al menos dos British Press Awards en su haber. También era un destacado reportero de investigación. Severus murmuró con cautela a Sirius:

—Habrá que hechizarlo, o terminaremos en la portada de The Keeper.

—No te preocupes, ya tiene un fuerte hechizo de confidencialidad —respondió Sirius, antes de sacar su varita y conjurar un Patronus.

Un enorme perro plateado emergió de su varita, saltando alrededor de Severus con movimientos juguetones. Este último lo miró de reojo, conteniendo el impulso de acariciar su brillante pelaje. Siempre había querido un perro de niño: primero un pequeño Terrier con quien jugar, y después cuando creció uno enorme que lo protegiera de su violento padre.

—Tiny, hemos vuelto. Necesito que vengas —dijo Sirius al Patronus, que se fue corriendo a buscar al hombre gigante.

—¿Te gusta? —preguntó Sirius, refiriéndose a su Patronus.

Severus ocultó rápidamente el sonrojo que amenazaba con invadir su rostro y respondió con sarcasmo:

—Te va bien. Siempre he creído que tienes alma de pulgoso.

Sirius solo le lanzó una de sus tantas sonrisas molestas antes de sacar un pequeño contenedor metálico de su bolsillo. Con un movimiento de varita, lo agrandó hasta su tamaño original.

—Su pedido, señor —dijo, ofreciéndole el contenedor.

Severus, al ver la sonrisa de Sirius, se preguntó brevemente por qué sentía esas extrañas náuseas y un aumento en su temperatura corporal. Esperaba no estar enfermándose; lo último que quería era contagiar a Darcy. Decidió apartar esos pensamientos y concentrarse en su tarea.

Con la ayuda de Rob y un poco de magia, lograron abrir el bote metálico de bicarbonato de potasio. Severus pesó cuidadosamente los ingredientes y los añadió al caldero, revolviendo con precisión hasta convertir la mezcla en un polvo fino.

—Hay que esperar a que se asiente y encontrar una manera de liberar el polvo desde arriba —dijo Severus con orgullo, satisfecho con su trabajo. Estaba seguro de que funcionaría; después de todo, esto no era ni remotamente más complicado que el antídoto para la niebla verde. Al menos no estaba manejando treinta ingredientes altamente reactivos entre sí—. Mientras tanto, debemos seguir trabajando en las pociones. Todavía hay muchos heridos, y los próximos no tardarán en llegar.

Antes de que Sirius pudiera responder, Remus y Tiny llegaron desde la zona del incendio. Ambos estaban cubiertos de suciedad y se notaban visiblemente agotados tras buscar sobrevivientes entre los escombros.

Tiny se animó al enterarse de la razón por la que Jimmy Khan había llegado al callejón, pero Remus parecía estar al borde de un ataque al ver al muggle con una cámara en la mano. Al menos se calmó un poco cuando le explicaron que Jimmy estaba bajo un hechizo de confidencialidad.

—Podrían acompañarnos en nuestra búsqueda —sugirió Tiny, señalando a Rob y a Jimmy—. Planeamos aparecer en Old Compton y entrar al callejón desde el otro extremo. Nos vendría bien la ayuda de un par de veteranos.

—¿Quieres llevar a dos muggles a una zona inexplorada y potencialmente peligrosa? —preguntó Remus, incrédulo.

—Vamos, Remus, en el callejón no somos tan diferentes de los muggles. No es como si los estuviera llevando a un campamento de mortífagos, ¿verdad? Ni siquiera hay una Marca Tenebrosa en el cielo. Lo más probable es que explotó un taller de pociones ilegales. Además, Ellie podría estar allá afuera, tal vez del otro lado. Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir.

—Tranquilo, muchacho. No es mi primer rodeo con toda esta mierda mágica, y Jimmy ha visto más acción de guerra que tú en toda tu vida —intervino Rob con una tranquilidad que hacía que Sirius sonriera.

—Te mencioné que Rob es un mercenario de guerra inmune a hechizos desmemorizantes, ¿verdad? Ha visto cosas que ni te imaginas. Y el buen Jimmy también. Su madre me contó toda su carrera —añadió Sirius, con tono casi burlón.

Jimmy se rio nerviosamente y dijo:

—Mamá suele hacer eso.

Remus, ignorando el intento de Sirius de tranquilizarlo, se dirigió directamente a Tiny:

—Está bien, pero será tu responsabilidad cuidar de ellos.

Tiny sonrió ampliamente antes de llevarse a Rob y a Jimmy, seguido por un Remus visiblemente incómodo.

—¿Qué le pasa a Remus? —preguntó Sirius en voz alta.

—Bueno, me dijo que no le gustaba "esta cosa que tenemos", según sus palabras, y que soy una mala influencia porque supuestamente alimento tu trastorno maníaco-depresivo —respondió Severus con tono neutral—. Por lo menos ya sé la razón detrás de sus miradas sucias.

Severus trató de ignorar la mirada inquisitiva que Sirius le lanzó. Sabía que no debía haberle mencionado nada al respecto. Remus era el único amigo verdaderamente cercano que Sirius tenía, y era evidente a quién elegiría si las cosas se tornaban hostiles entre ellos.

Intentó mantenerse distante. No quería ser codicioso con la compañía de Sirius y Lily, pero eran ellos quienes llegaban todos los días a su casa. Desayunaban juntos, contaban chismes del día, y jugaban con Darcy. Cada día se sentía como una tentación más grande para él, un hombre que alguna vez deseó obsesivamente poseer lo que consideraba hermoso. Pero ahora entendía que presionar demasiado las cosas bellas solo las alejaba de su lado, como había sucedido con Lily.

—Lo siento, Sev, es mi culpa —dijo Sirius, interrumpiendo sus pensamientos mientras le tomaba el brazo—. Traje a Remus casi con engaños a Cokeworth, esperando que viera todo lo que yo veo en este lugar. Nunca pensé que se pondría así contigo. Lo último que quiero es traer Hogwarts a tu casa.

Severus sintió un pequeño vuelco en el pecho. Sirius parecía genuinamente arrepentido, y eso lo desarmó por completo. Tenía miedo de dejarse llevar por esos sentimientos. No podía obsesionarse con Sirius, era impensable. Este era el hombre que arruinó su adolescencia. Aunque, claro, también era el hombre que lo hizo bajo los efectos de una droga que desconocía. Eso no lo exculpaba, pero tampoco lo hacía monstruoso. Sirius era arrogante, terco, irritante… pero también leal, amable, gracioso, valiente y decidido, enfrentándose a diario al estigma de su enfermedad mental.

Sacudió la cabeza, intentando apartar esos pensamientos, y se concentró en su trabajo con las pociones.

—No te preocupes por eso —dijo finalmente—. Lupin no me intimida. Tiene demasiado miedo de sí mismo como para que me cause alguna molestia. Mejor ocúpate de algo útil. Ordena este caos y pica algunos ingredientes. La última vez demostraste ser sorprendentemente competente en eso.

Sirius dejó escapar una pequeña risa y asintió, acercándose a la mesa para empezar a trabajar. Severus intentó ignorar la calidez que sentía creciendo en su pecho y se enfocó en lo que mejor sabía hacer: trabajar y mantener sus emociones bajo control.

—¡¡SEVERUS!!

El grito de Sirius apenas precedió la explosión, y pronto Severus sintió cómo lo arrojaban a un lado. Desorientado, miró a su alrededor, dándose cuenta de que el caldero detrás de él había explotado. Sirius estaba sobre él, cubriéndolo con su cuerpo.

Sus miradas se cruzaron. Severus sintió el peso y el calor de Sirius contra su pecho, sus latidos acelerados resonando como un tambor. Por un instante, perdió el aliento. Se quedó atrapado en esos ojos, mientras en el fondo de su mente una voz gritaba que dejara de comportarse como un idiota. Había aprendido su lección con Lily: obsesionarse con alguien solo llevaba al desastre, y Sirius era una persona demasiado impredecible para permitirse esa vulnerabilidad.

Fue Sirius quien rompió el momento, revisándolo frenéticamente y disparando preguntas sin cesar.

—¿Estás bien? ¿No estás herido? ¿Algo te duele? ¿Sientes mareos? ¿Ganas de vomitar?

—Sirius… Sirius… —intentó hablar, pero Black no dejaba de bombardearlo con preguntas. Finalmente, levantó la voz—. ¡¡Black!!

Sirius se detuvo de golpe y, para sorpresa de Severus, lo abrazó con fuerza.

—Por Merlín… Por un momento creí que era otra explosión… estaba tan asustado.

—Estoy bien —respondió Severus, tratando de calmarlo—. Solo fueron los calderos. Son de muy mala calidad, es el tercero que explota. Mira… —señaló los restos de metal chamuscado, intentando que Sirius se tranquilizara.

—Solo dame un segundo —murmuró Sirius, aún aferrándose a él, su voz temblorosa.

Severus no supo cómo reaccionar. Inseguro, intentó darle un par de palmadas en la espalda, el gesto torpe que solía usar en momentos incómodos cuando alguien invadía su espacio personal. Pero esta vez, su mano se detuvo, casi por instinto, acariciando la espalda de Sirius. Poco a poco, sus dedos vagaron hacia su cabello rizado, jugueteando suavemente con los mechones.

Era un acto egoísta, lo sabía. Sirius necesitaba calma, no que él cediera a impulsos emocionales que deberían estar enterrados. Pero por un instante, dejó que el momento se alargara. En lo profundo, una parte de él deseaba que alguien más lo viera, alguien como Lupin. Tal vez entonces entendería que Sirius no se iría tan fácilmente de su lado si los viera justo así.

Aunque sabía que estaba jugando con fuego, no pudo evitar el pensamiento fugaz: "Solo un segundo más".

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—¡Es tan molesto! —se quejó Remus con Tiny mientras observaban a Rob y Jimmy Khan adelantarse por las calles empedradas del callejón Knockturn. Los dos muggles, para mayor irritación de Remus, resultaron ser increíblemente buenos escabulléndose y camuflándose en las sombras. Era como si hubieran nacido para moverse en ese caos.

—Si Snape dice "Volemos la luna", Sirius simplemente lanzará una Bombarda sin pensarlo dos veces. ¿Y sabes qué es lo peor? —continuó Remus en un susurro frustrado.

—No lo sé, Remus. ¿Qué es lo peor? —respondió Tiny con paciencia, como si ya hubiera escuchado esa queja demasiadas veces.

—Que habría oro en la luna, o de repente todas las teorías sobre la luna estarían equivocadas, y el maldito tendría razón al volarla —murmuró Remus, intentando que Rob y Jimmy no lo escucharan.

—Entonces es bueno que esté de nuestro lado —dijo Tiny con su característica voz tranquila.

—Lo sé, pero ¿para hacerlo tiene que romper cada regla de la magia habida y por haber? —replicó Remus con frustración. No podía entender por qué Sirius y Snape se empeñaban tanto en cruzar líneas. Las reglas existían por una razón, para proteger y mantener el orden.

Cada vez que James y Sirius rompían las reglas, alguien salía lastimado. Las bromas y los juegos de su juventud no solo habían causado daño a otros, sino también a ellos mismos, rompiendo su pequeña familia. Y parecía que Sirius no había aprendido la lección.

Tiny sonrió con serenidad, encogiéndose de hombros.

—Bueno, a veces uno hace cosas para sobrevivir. Las reglas que se establecen no siempre favorecen a todos. No es posible jugar justamente en un juego diseñado para hacerte perder. Creo que tú deberías entender eso, ¿no? Tú también estás compitiendo en desventaja.

Remus frunció el ceño, incómodo con la reflexión de Tiny.

—Quizás me gusta jugar con las reglas, mantenerme del lado bueno del mundo. No quiero usar artes oscuras ni ser un criminal, sacrificando mi moral y mi ética hasta convertirme en un paria... en un monstruo —vaciló en la última palabra, bajando la voz al darse cuenta de lo personal que se había puesto.

Tiny lo miró con preocupación y, tras unos momentos de silencio, habló con voz suave:

—Remus, ¿sabes que nadie cree que eres un monstruo? ¿Verdad?

Remus no tuvo tiempo de responder. Un grito rompió el silencio en esa parte del callejón, llamando su atención de inmediato. Hasta ese momento no habían notado lo inquietantemente silenciosa que estaba esa sección del callejón.

—¡Ellie! ¡Amiga, ¿dónde estás?! —gritó una voz femenina, desesperada.

De detrás de unos escombros salió una mujer rubia cubierta de polvo, descalza y llevando un par de tacones en la mano. Su aspecto era casi fantasmal, pero su rostro estaba marcado por el pánico.

—¡Rita! —exclamó Tiny al reconocerla.

—¡Oh, Tiny, querido! Lo siento tanto. Vi a un hombre llevándose a Ellie. Intenté perseguirlo, pero el polvo me dejó ciega por un momento. Lo siento, te juro que hice todo lo que pude —se disculpó Rita Skeeter con urgencia, su voz cargada de culpa.

Tiny apretó los puños, y la expresión en su rostro cambió a una mezcla de preocupación y determinación. Remus lo miró, comprendiendo que estaban a punto de enfrentarse a una situación mucho más complicada de lo que habían anticipado.

Notes:

Y eso es todo por ahora! Espero que hayan disfrutado del capítulo. Como pudieron ver, Ellie está viva (aunque secuestrada por un extraño líder de secta, porque esto no sería Knockturn sin un poco de caos). Rita se ha unido al grupo, Rob sigue siendo cool, y Severus está llegando a un conflicto emocional muy interesante con Sirius.

En el próximo capítulo podrán esperar más de Víctor; reflexiones profundas (y probablemente dolorosas) de James; una evolución del conflicto de los celos de amigo Remus hacia Sirius. Sirius luchando con su propio conflicto emocional con Severus. Y, por supuesto, Rita Skeeter tendrá mucho que decir sobre todo lo que está pasando, porque… bueno es Rita Skeeter a fin de cuentas.

Finalmente, el término Triaje proviene del francés y significa "clasificación". Fue desarrollado por primera vez por el cirujano militar francés Dominique-Jean Larrey durante las guerras napoleónicas a principios del siglo XIX. Larrey ideó este sistema para priorizar el tratamiento de los heridos según la gravedad de sus lesiones, con el objetivo de salvar más vidas.

En caso de desastre, se utilizan “colores” para clasificar y priorizar a los heridos de manera rápida y efectiva. Los colores más comunes son:
Rojo: Indica que el paciente necesita tratamiento inmediato. Es una emergencia crítica.

Amarillo: El paciente requiere atención médica, pero puede esperar un poco más. Es una urgencia relativa.
Verde: El paciente está relativamente sano y puede esperar más tiempo para recibir atención.
Negro: El paciente ha fallecido o necesita cuidados paliativos.

(En realidad lo vi en 911 y lo quise aplicar en el fic porque se me hizo cool ver a Tiny organizar así a su gente).
British Press Awards: Premios británicos a lo mejor de la prensa, ahora solo se llaman Press Awards.

Un agradecimiento especial a Charlie por tenerme tanta paciencia, ayudarme a organizar mis ideas cuando el caos se apoderaba de mí y recordarme explicar las cosas que doy por sentado que todo el mundo entiende y en realidad son mis muchos hiperfocos. Nos vemos en la próxima entrega, ¡y gracias por leer!

Chapter 19: Subterráneo.

Notes:

Nota del autor:
¡Hola a todos! Soy yo de nuevo, después de una larga semana de trabajo. Generalmente, aprovecho una semana para escribir y corregir un capítulo de la segunda temporada, y la otra para editarlo completamente antes de subirlo. Pero, por desgracia, terminé odiando este capítulo. Como suelo hacer cuando eso pasa, lo eliminé y lo reescribí unas cuatro veces hasta que quedé satisfecha. Lo siento, soy exageradamente perfeccionista.

En fin, aquí está la nueva actualización. En este capítulo veremos qué ocurre ahora que el grupo está dividido, un poco sobre lo que pasa con Ellie y, finalmente, la revelación de cómo llegaron las bombas al callejón Knockturn. ¡Pasen, lean, disfruten y, si es posible, dejen un comentario! Así sentiré que todo el sufrimiento por el que pasé escribiendo esto no fue en vano.

Gracias por leer, espero que hayan pasado unas felices fiestas y que tengan un excelente año nuevo.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Ellie se escondió en uno de los túneles mientras huía de Simón y su ejército de niños hambrientos. Maldecía en silencio mientras arrastraba el pesado grillete, la cadena y el tubo del catre que había arrancado con un Diffindo para poder escapar en cuanto Simón se descuidó. Desafortunadamente, no pudo maldecirlo como hubiera querido, porque él se refugió tras los niños que, devotamente, se interpusieron como un escudo humano entre ella y él. Ellie no tuvo más opción que correr y esconderse, solo para descubrir que no estaba exactamente debajo del templo, como había supuesto, sino en un intrincado sistema de túneles bajo el callejón Knockturn. Oscuros, húmedos y laberínticos, los túneles eran un lugar en el que resultaba demasiado fácil perderse.

Apoyada contra la sólida roca, Ellie intentó deshacer el grillete con su varita, pero parecía imposible. Luego probó con el tubo del catre, pero tampoco funcionó. Finalmente intentó usar la aparición y regresar a casa, pero el intento fue en vano.

"¿Es posible ser tan incompetente como para dejarme la varita, pero también atarme a un artefacto antiaparición?", pensó frustrada. Quizás Simón no había pensado demasiado al respecto y simplemente había encontrado un grillete con una cadena gruesa que pareciera cara y confiable. Decidió no perder más tiempo lamentándose por su situación ridícula y se concentró en encontrar una forma de escapar de aquel ruinoso sótano con vida.

Con la varita en una mano y el tubo del catre en la otra, salió corriendo a ciegas, perdiéndose en la oscuridad de los túneles. El eco de sus pasos y el sonido metálico de la cadena rebotaban en las paredes, mientras su corazón latía con fuerza por el terror de que alguien surgiera de las sombras y la arrastrara de vuelta con Simón y su culto de niños fanáticos.

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Rita no cabía en sí de felicidad al ver a Tiny y al grupo que lo acompañaba, aunque no los conociera de nada. Simplemente porque estaban ahí, ya no se sentía sola buscando a su amiga entre las ruinas de lo que antes era el callejón Knockturn.

—Rita, ¿qué ha pasado aquí? ¿Por qué no hay nadie en las calles? —preguntó Tiny, señalando el lugar vacío.

—¿Qué quieres que te diga? Un par de pobres desgraciados intentaron apagar las llamas del infierno y salieron volando por los aires. La gente se volvió loca, todos gritaban y corrían, y los de la secta empezaron a decir que era el fin del mundo —narró Rita a toda velocidad, como siempre hacía cuando estaba estresada, sin necesidad de tomar aire— Mundungus Fletcher, milagrosamente, hizo algo bien por primera vez en su vida y ofreció refugio en el viejo edificio donde guarda sus calderos. Por supuesto, quería cobrar la entrada porque, finalmente, es un hijo de perra... sin ofender a su madre, que es una santa. Pero como eran más de los que podía controlar, todos invadieron su guarida. Ahora están ahí, en una batalla encarnizada sobre si piden ayuda al Ministerio o simplemente dejan que todo se vaya al carajo por un tiempo y después intentan levantarlo todo. No es que puedan hacer mucho con el nivel de magia del callejón.

Rita hizo una pausa para respirar y luego añadió:

—Ah, y las mafias están prestando pociones y ayuda con intereses más altos que un gigante sobrecrecido. Y aquí estoy yo, sin zapatos, después de golpearme el dedo gordo del pie como cinco veces mientras buscaba a mi mejor amiga. En pocas palabras, nos está llevando el carajo. ¿Y tú qué tal? —finalizó con una sonrisa sarcástica, exhalando un suspiro cansado y tratando de arreglar su desordenado cabello.

—Del otro lado están intentando apagar el incendio —respondió Tiny—. Traemos pociones curativas, y Remus y yo podemos aparecernos con lo que sea necesario mientras las llamas se apagan. El señor Robert sabe primeros auxilios muggles y lleva medicinas y equipo médico. También tiene entrenamiento militar y puede proteger a la gente si es necesario. Y Jimmy es periodista; vino a tomar evidencia para demostrar que aquí no estamos escondiendo mortífagos y así podamos librarnos de los aurores.

Rita asintió con una expresión seria y comentó:

—Tiny, la ayuda está bien y las fotos son útiles, pero no bastará. Si realmente quieres hacer algo, tienes que cambiar la opinión pública, prácticamente para ayer. Solo si el Ministerio siente que está quedando mal hará algo por nosotros. Pero tú sabes cómo son. El Profeta nunca publicará nada de esto, y el testimonio de la gente de Knockturn vale menos que una pulga de rata, cariño.

Tiny reflexionó un momento y luego la miró con un destello de esperanza.

—Bueno, tú eres la experta. ¿Qué crees que podría ayudarnos? Porque no hacer nada no es una opción en este momento. Si seguimos así, todos nos quedaremos sin hogar.

Rita suspiró con frustración antes de responder:

—Quisiera poder hacer algo, guapo, pero para eso necesitaríamos una estación de radio ilegal. Y no es como si tuviera una guardada en mi bolsa entre el maquillaje y el perfume —dijo, riendo mordazmente para ocultar su nerviosismo.

—Entonces no se diga más —interrumpió Robert, un hombre mayor, de barba pelirroja llena de canas y con una vieja gorra de piel con pico de pato—. Si me das un mapa de la ciudad, puede que te consiga una estación de radio. Aunque te advierto que es vieja y podría no funcionar.

Rita lo miró con la boca abierta, como si la Navidad hubiera llegado temprano. Jamás imaginó que un viejo hombre muggle aparecería de la nada ofreciéndole, así como así, una estación de radio ilegal para ella sola.

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Severus trataba de no mirar a Sirius mientras trabajaba. El hombre parecía causarle serios problemas de taquicardia cada vez que sus miradas se cruzaban, y había mucho por hacer. Aunque el silencio entre ambos no resultaba incómodo, Severus sentía que debía decir algo, aunque no sabía exactamente qué.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando el joven ayudante de Lily llegó corriendo, con la respiración entrecortada.

—Lily dice que necesita tu ayuda… es de vida o muerte —logró decir antes de salir disparado de regreso al área donde atendían a los heridos.

Severus no perdió tiempo. Lanzó un hechizo de estasis a los calderos que estaba manejando y corrió tras el muchacho.

Cuando llegó, un hombre estaba tendido frente a Lily. Su pierna estaba grotescamente hinchada, con tejido ennegrecido y pústulas que rezumaban un líquido oscuro y maloliente.

 

—Fascitis necrotizante —murmuró Severus mientras examinaba la extremidad afectada.

—Es muy agresiva. Desinfecté y apliqué una poción curativa, pero en menos de una hora volvió a este estado —explicó Lily, preocupada— En San Mungo…

—No tiene sentido pensar en eso ahora —la interrumpió Severus con voz firme, y añadió— ¿Tienes poción anestésica o algún filtro para dormir?

—No, estamos esperando la próxima tanda —respondió Lily con frustración.

—No hay tiempo —determinó Severus.

El hombre herido, con el rostro pálido y los ojos llenos de desesperanza, levantó la voz:

—Señor, solo llame a mi hermana. No quiero morir sin despedirme de ella, por favor.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Severus, inclinándose hacia él.

—Aurelio, señor —respondió el hombre, casi en un susurro.

—Bien, Aurelio, ¿quieres vivir? —inquirió Severus con seriedad.

—Sí, señor, quiero vivir.

—Voy a amputar tu pierna, Aurelio. Será muy doloroso, pero seguirás con vida. Te lo pregunto de nuevo: ¿quieres vivir? —reiteró Severus, consciente de la gravedad de la situación y de lo que significaría para el hombre perder un miembro en esas circunstancias.

Aurelio lo miró fijamente y asintió, decidido.

—Quiero vivir, señor. Haga lo que tenga que hacer.

Severus señaló al joven ayudante.

—Tú, chico, sujeta sus brazos con fuerza detrás de su espalda. Si se mueve o me golpea por accidente, podría terminar cortándole un brazo, y no queremos eso.

El muchacho vaciló antes de acercarse.

—¿Está seguro de que no hay otra opción? —preguntó, con dudas en la voz.

—Dejarlo morir no es una opción. No podemos enviarlo a San Mungo, ¿o sí? —respondió Severus, mordaz.

—Y ni falta que hacen esos cabrones —gruñó Aurelio, en un intento de sobrellevar el dolor con humor— Haz lo que te piden, muchacho. A este paso me van a terminar rebanando hasta el ombligo.

Con algo de nerviosismo, el joven tomó los brazos de Aurelio y los sostuvo firmemente. Severus se inclinó, midiendo con la mirada el punto exacto donde debía hacer el corte. Secretamente, lanzó una oración a Merlín, deseando que la infección no se extendiera más allá del área amputada.

Con una determinación que apenas podía mantener, apuntó su varita y pronunció con voz firme:

 

—Diffindo.

El grito de Aurelio llenó el aire, un sonido que Severus sabía que jamás podría olvidar junto con la sensación de la sangre salpicando su rostro. Lily actuó rápidamente, lanzando un hechizo curativo sobre la herida abierta, mientras Severus se quedaba petrificado, mirando la pierna inerte en el suelo. Aunque su mente le repetía que había salvado una vida, la visión de la extremidad cercenada le provocó un escalofrío que recorrió todo su cuerpo.

Respiró profundamente, tratando de recomponerse. Con un tono tembloroso, anunció:

—Volveré con más pociones. Hay reponedora de sangre y más curativas; Aurelio las necesitará.

Sin mirar atrás, se retiró apresuradamente hacia su estación de trabajo, dejando atrás los gritos y maldiciones del hombre herido mientras intentaba reprimir el temblor en sus manos.

Sirius lo observó con preocupación mientras se acercaba.

—¿Estás bien? Hay sangre en tu cara.

Severus, con el rostro tenso, respondió mientras trataba de calmar su respiración:

—Acabo de amputar una pierna por algo que en San Mungo sería una simple entrada por salida. ¿Qué clase de mundo es este donde ese hombre tendrá que vivir incapacitado de por vida solo porque tuvo la mala suerte de nacer en un lugar de mierda?

Sin decir nada más, Sirius sacó su varita y limpió cuidadosamente el rostro de Severus, quitándole las manchas de sangre. Después lo miró con seriedad, con una mezcla de firmeza y consuelo en su voz.

—Él está vivo, Severus. Podría ser mejor, sí, pero no te menosprecies. Gracias a ti, ese hombre respira, demonios, gracias a ti hay menos muertos de lo que debería y la otra mitad estaría en Azkaban. Incluso yo no sé dónde estaría si hubiera venido solo. Pero estamos aquí, luchando por salvarlos. Es hora de salvar más vidas.

Sirius señaló el gran caldero lleno del polvo que Severus había preparado para apagar las llamas.

—Es hora de apagar el incendio.

Severus asintió, tratando de enfocar su mente nuevamente en el trabajo que tenía por delante. No tenía tiempo para crisis existenciales; aún había mucho que hacer.

______________________________

De todas las cosas que Sirius imaginó que haría al ofrecerse a ayudar en el callejón Knockturn, usar su preciada motocicleta voladora para rociar más de cincuenta kilos de polvo sobre un incendio no estaba en la lista. A pesar de los hechizos para aligerar la carga, luchaba por mantener la motocicleta estable en pleno vuelo. El calor del incendio era abrasador, y el sudor le dificultaba sostener el manillar. Sirius, en su apuro, había olvidado aplicarse los hechizos refrescantes que Severus había colocado en la maquinaria de la motocicleta para evitar que estallara por el calor.

El tiempo que pasaba sobre las llamas ardientes no dependía de él, sino del ingenio de Severus y la habilidad de los habitantes del callejón. Siguiendo las instrucciones de Severus, los vecinos cosieron costales de arpillera entre sí para crear una gran bolsa. Luego perforaron varios agujeros, cubiertos con cera extraída de la tienda de pociones que habían saqueado. Una vez seca la cera, llenaron la bolsa con el polvo del caldero y la aseguraron a la motocicleta con cuerdas. La idea era que el calor de las llamas derritiera la cera, liberando los orificios y dejando caer el polvo gradualmente para apagar el incendio por completo.

Sin embargo, mientras Sirius se cocía en su propia chaqueta, el único que parecía derretirse era él, no la cera. Su corazón dio un vuelco cuando el manillar se le resbaló debido al sudor. La motocicleta tambaleó peligrosamente antes de que lograra estabilizarla, abrazándose con fuerza a las manillas. Desde las alturas, alcanzó a ver a Severus lanzando un cuervo plateado con su varita. La voz grave del hombre resonó:

“Vuelve abajo, es demasiado peligroso. Idearemos un plan B”

Sirius negó con terquedad, sin intención de rendirse. No había tiempo para planear algo más. Pensó en usar Diffindo para hacer agujeros en el saco, pero justo en ese momento escuchó el suave susurro del polvo derramándose. Lleno de emoción, lanzó un grito triunfal y comenzó a moverse entre las llamas.

Sin embargo, apagar el fuego no hizo que las cosas fueran más fáciles. El calor seguía siendo sofocante y, aunque el hechizo de casco de burbuja lo protegía, el humo obstaculizaba su visión casi por completo. Se guiaba únicamente por la luz de las llamas para identificar los puntos donde debía rociar el polvo.

En un momento, se encontró rodeado de humo, incapaz de ver nada. Las fuerzas le fallaron y sintió que estaba perdiendo el control. Un estruendo metálico anunció que la motocicleta chocaba contra algo, y de pronto salió despedido por los aires. Antes de que pudiera comprender lo que sucedía, algo se aferró a su chaqueta y lo jaló. Su cuerpo impactó contra una superficie peluda, y, por instinto, se abrazó con fuerza a ella. Un rugido potente llenó sus oídos mientras la criatura daba un par de saltos antes de aterrizar aparatosamente en el suelo.

Sirius cayó junto a la motocicleta, que se estrelló a su lado con un fuerte golpe. La calle quemaba, y su nariz, ahora desprotegida del hechizo, se llenó del aroma acre de ceniza y algo similar al metal quemado. Aturdido, se levantó pesadamente y vio frente a él a un enorme jaguar que, ante sus ojos, se transformó lentamente en Víctor Hidalgo, quien le dedicó una sonrisa traviesa.

Fifí, me voy unas cuantas horas y ya estás haciendo justo lo que la doñita Petrov te dijo específicamente que no hicieras.

—No era una inútil maniobra suicida arriesgada —respondió Sirius, respirando con dificultad—. Era una maniobra suicida arriesgada para salvar vidas humanas. Supongo que hasta la señora Petrov podría pasar esto por alto. Por cierto, ¿no se supone que eres squib?

—Soy un squib, sí, pero uno con una herencia legendaria —replicó Víctor, con tono casual—. Es una larga historia. Mejor vamos con tu loquito del centro. Se moría de preocupación cuando lo dejé.

Sirius rió débilmente, agradecido por la inesperada ayuda, y después de reducir su motocicleta; comenzó a seguir a Víctor, a calmar su loquito del centro que debía de estar bastante preocupado y/o con ganas de matarlo él mismo.

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—El callejón Knockturn donde estamos ahora es un enorme callejón escondido con magia que recorre paralelamente la calle Charing Cross, desde Little Newport hasta Old Compton —señaló Rita con su varita el mapa mágico que flotaba en el aire y brillaba tenuemente—. Donde no debería haber salida, la gente de Knockturn logró abrir un hueco en la barrera para usarla como acceso al mundo muggle. Los precios bajos en cosas de primera necesidad de las tiendas muggles han salvado la vida de los habitantes del callejón durante años. Luego está el callejón Diagon, que abarca desde el sur de Little Newport hasta la estación Charing Cross del subterráneo.

—¿Entonces estamos justo al lado de la línea Northern del subterráneo? —preguntó Robert Pevka, pensativo.

—Sí, justo entre las estaciones Leicester Square y Tottenham Court Road —respondió Rita, marcando las estaciones en el mapa.

Robert sonrió triunfante, soltando una risa fuerte que hizo que todos lo miraran como si estuviera delirando.

—Eso era lo que quería saber. Bendita línea Northern y bendito triángulo de las Bermudas subterráneo.

—Señor Pevka, ¿puede explicar qué tiene que ver el triángulo de las Bermudas con la línea Northern del subterráneo? Porque, en serio, estamos empezando a preocuparnos por su salud mental —pidió Tiny con tono preocupado.

—Hace mucho tiempo trabajé con el MI6. No puedo entrar en detalles, pero conocí a un tipo que se hacía llamar "Alien en LCD" —comenzó a narrar Robert Pevka—. Este hombre me contó que durante el Blitz se construyeron muchos refugios antibombas subterráneos, entre ellos una monstruosidad que pretendía ser una ciudad subterránea, con camas, duchas, áreas de comida y hasta una estación de radio. Lo extraño es que el tamaño del refugio no coincidía con los mapas del exterior; parecía que había mucho más espacio bajo tierra del que debería. Mientras más se expandía la construcción, más preocupante se volvía hasta que, en algún momento, el enorme refugio desapareció por completo y los planos se perdieron. El tipo lo llamaba el triángulo de las Bermudas subterráneo.

—No sé si puedo creerme la loca historia de un tipo llamado "Alien en LCD" —comentó Jimmy Khan, frunciendo el ceño.

—Bueno, hay que decir que el nombre ya dice mucho sobre sus hábitos —añadió Rita con sarcasmo, coincidiendo con el periodista. Y no por lo guapo que era Jimmy Khan y su aún más guapa cámara en la que pensaba poner sus garras en algún momento del día.

—Yo tampoco lo creería, si no lo hubiera visto con mis propios ojos —respondió Robert—. Una vez, mientras necesitaba esconderme de un grupo de idiotas de la KGB, encontré la entrada en una alcantarilla en la calle Greek. El lugar era enorme, y en algunas paredes se podía escuchar el ruido del subterráneo. Por eso puedo decir con exactitud que, si hiciéramos un agujero justo donde estamos parados, llegaríamos a…

—¡Bombarda Máxima!

El grito de Tiny resonó antes de que nadie pudiera procesar lo que ocurría. Rita, por inercia, logró conjurar un Protego justo a tiempo para protegerse a sí misma y a Robert. Lo sentía por el guapo Jimmy Khan, pero el señor Pevka estaba a punto de darle una estación de radio, así que esperaba que el chico Lupin hubiera protegido a Jimmy… o al menos su lindo rostro.

El hechizo escudo no los protegió del golpe al caer al suelo. Por suerte, el hechizo de levitación de Lupin sí lo hizo, al mismo tiempo que salvaba a Jimmy, su cara y su genial cámara. Rita se levantó, sacudiéndose el polvo, mientras trataba de observar a través de la única iluminación que provenía del orificio que Tiny había abierto en el suelo. A su lado, Robert tocó el suelo enladrillado y comentó:

—Este debe ser el techo del refugio. Los túneles debieron usarse para mantenimiento y construcción. Lo primero será buscar una entrada. Por mucha magia que usemos, el refugio está diseñado para soportar hasta 0.5 kilotones. Para destruirlo, tendrías que acabar con todo el maldito callejón. Ni siquiera sé cómo lograste atravesar el asfalto sin matarnos, muchacho.

—El callejón Knockturn no ha recibido mantenimiento desde que la reina Victoria usaba pañales. Básicamente, eso nos salvó de que Tiny nos esparciera como mermelada en la cuneta. Gracias por preocuparte tanto por tus amigos, Tiny —se quejó Rita, dramatizando mientras trataba de quitarse el polvo del cabello—. Otro kilo más de tierra y mi cabello será declarado su propio ecosistema.

—Lo siento —dijo Tiny, avergonzado—. Es solo que el tiempo se está acabando y hay tantas cosas por hacer. Y ninguna de ellas se acerca todavía a encontrar a mi… ¡Ellie!

—¡Sí, todos sabemos el nombre de Ellie! No necesitas gritarlo —gruñó Rita.

Tiny corrió hacia una esquina del túnel. Alzó algo del suelo y exclamó:

—¡Es el parche de Ellie! —dijo, mostrando un parche de piel negra—. Mi Ellie está aquí. Quien se la llevó la trajo a este lugar.

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 Ellie dejó de escuchar los pasos pequeños y rápidos de los adeptos que la seguían. En algún giro de aquel laberinto subterráneo, su parche había caído y el grillete en su tobillo la había lastimado aún más. Los túneles interminables parecían no tener fin, y comenzó a extrañar la luz del sol, esa luz brillante y cálida que habían tenido antes de que todo se fuera al infierno.

Como si la hubiera convocado, una pequeña luz apareció cerca del suelo. Ellie se acercó con cuidado, tratando de no hacer ruido. A medida que avanzaba, un olor dulzón invadió su nariz, mezclándose con el sonido distante de voces. Una de las voces era inconfundible: Simón, el predicador. La otra era profunda, gruesa, casi antinatural.

Con cautela, se asomó por una pequeña abertura en el suelo y vio a un hombre regordete y pequeño, oculto detrás de una enorme imagen que Ellie no podía distinguir por completo. La voz de Simón resonaba al fondo, fuerte pero temerosa, como si reverenciara al hombre tras la imagen.

—Señor, ella se fue. No entiende el papel para el que fue escogida. La adoré y la cuidé tal como nos ordenaste, pero ella huyó —se lamentaba Simón. Ellie podía imaginarlo postrado ante aquella figura.

—El demonio la ha corrompido —respondió la voz grave desde lo que parecía un fonógrafo oculto al pide de la estatua— pero cuando la traigas de vuelta, yo la purificaré con mi luz y regresará a la santidad. Eso no importa ahora. Ella no puede salir de aquí por sí sola, pero tú debes cumplir la misión encomendada. Los aurores pronto entrarán al callejón, y las pociones no están listas. Has olvidado tu deber. Ellos deben morir para iniciar la guerra que limpiará a la humanidad de sus pecados.

Ellie sintió un escalofrío al escuchar esas palabras. Era obvio que el hombre estaba manipulando a Simón para que destruyera el callejón Knockturn, pero lo que realmente la confundía era cómo Simón no veía al hombre detrás de la imagen, que no parecía precisamente oculto.

—Sí, señor. Mandaré a los muchachos a realizar tu santo trabajo. Están dispuestos a morir por ti y ser acogidos en tu paraíso —respondió Simón con fervor.

—No olvides poner la marca falsa Simón, así todo el mundo girara a la vista al falso profeta y todos los señores de la guerra perecerán en el fuego— el hombre agitó su varita y la voz escapó del fonógrafo.

—Sí mi dios, mi señor, todo será como órdenes.

—No hay tiempo, Simón. Tienes una misión sagrada. La podredumbre y la perdición deben ser eliminadas. Solo los devotos sobrevivirán al fin de los tiempos —ordenó la voz, con un tono autoritario.

Ellie trató de escuchar más, pero el olor dulzón invadió por completo el pasillo, mareándola. Sintió náuseas y casi perdió el equilibrio. Al dar un paso, el tubo del catre al que estaba atada la cadena del grillete cayó al suelo con un fuerte rebote que resonó por todo el túnel.

Sin pensarlo, Ellie salió corriendo. Las sombras parecían perseguirla como dementores. En cada esquina, su cuerpo amenazaba con ceder hasta que finalmente cayó de bruces contra el suelo de piedra. Las risas aterradoras resonaban en las paredes, mientras voces murmuraban cosas que no alcanzaba a entender.

De pronto, de entre las sombras, apareció un hombre grande y calvo. Ellie extendió una mano hacia él, su voz quebrándose mientras murmuraba:

—Tiny…

Pero el hombre se disolvió en una bruma y se transformó en un par de niños andrajosos y sucios. Una niña se acercó y le dijo con dulzura:

—Todo estará bien. Te encontramos.

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La mujer en el suelo exhaló su último suspiro, y James lanzó chispas blancas desde su varita. Un par de magos se acercaron rápidamente para mover el cuerpo a la zona negra. Ya eran cuatro seguidas, y Lily había despachado a tres más. Se sentía sucio, desmoralizado, y su capa improvisada de lona estaba empapada de sangre. No podía evitar sentirse un completo inútil.

Sabía que la guerra era cruel; siempre se lo habían dicho. Pero rara vez había estado en el campo de batalla, como Sirius. Y aun así, dudaba que siquiera Sirius hubiera presenciado algo como esto en sus misiones para la Orden, considerando la consternación en su rostro. Nada lo había preparado para esto: la muerte, la devastación, el dolor… y, peor aún, la indiferencia.

Nunca imaginó que estaría ayudando a personas a huir de los aurores para salvar sus vidas. Había ignorado los rumores, convencido de que eran exageraciones o propaganda para sembrar miedo. Incluso su padre los había descartado como chismes esparcidos por los seguidores de Voldemort. Pero ahora, viendo lo que estaba viendo, se preguntaba desde cuándo Sirius sabía la verdad y, lo más importante, por qué nunca se lo dijo.

Nada lo había preparado para ver morir a gente por el egoísmo de unos cuantos. Tampoco para enfrentar la pobreza en su forma más cruda. Su única referencia eran los Weasley, y comparados con estas personas, ellos vivían con lujo. Aquí, apenas sobrevivían en aquel mundo mágico del que tanto se enorgullecía.

—¡Hey, "Capa gris"! —la voz de Lily lo sacó de sus pensamientos. Estaba junto a un grupo de personas con túnicas verdes de San Mungo y señalaba a un chico moreno vestido como un muggle—. Él es Víctor, y estos son sus primos. Vienen de San Mungo a ayudarnos.

James parpadeó, sorprendido, y se acercó. No podía creerlo.

—No todos son mis primos, algunos son sus amigos del trabajo —aclaró Víctor con tono desenfadado—. Además, ellos no tienen la inmunidad diplomática Hidalgo, así que si llegan los aurores, agradecería que los dejen ir sin problemas. No queremos arruinarle la vida a pobres aprendices de sanador, ¿verdad?

James conocía solo dos cosas sobre los Hidalgo: eran inmensamente ricos y nadie quería estar en su lista negra. Eran una familia reservada, casi mítica, y no entendía cómo Lily y el resto tenían conexiones con ellos.

—Bueno, sea como sea, mejor nos ponemos a trabajar —dijo Lily, comenzando a moverse junto a los sanadores, pero fue detenida por Víctor.

—¡Claro que por supuesto que no, señorita! —la interrumpió con una mezcla de firmeza y familiaridad—. El loquito del centro dijo que no has comido ni descansado en horas. Anda, ve a comer, échate un sueñito, y luego vuelves. Trajimos mucha comida, y las doñitas del callejón están cocinando con cosas que… “saqueamos”… digo tomamos prestadas de unas tiendas. Apúrate antes de que tengamos que mover todo el changarro.

—¿Mover todo? —preguntó Lily, sorprendida.

—Sí —respondió Víctor, su tono casual contrastando con la gravedad del asunto—. Ya apagamos el incendio, pero tenemos que alejarnos de la barricada como alma que lleva el diablo. El grandote cabeza de rodilla nos mandó su patronus; dice que encontraron un buen lugar para moverlos a todos en caso de que los polis pasen las barreras.

James apenas podía seguir el ritmo de su inglés mezclado con español y la velocidad con la que hablaba. Era difícil imaginar que alguien así viniera de una familia que podía causar un incidente internacional si se lo proponía.

—Bien, iré a comer —dijo Lily con un suspiro de cansancio— Vamos, “Capa gris”. Tú también llevas horas en esto, y de seguro tienes hambre. Además, he acaparado todo tu tiempo.

—No importa —respondió James con una sonrisa agotada—. No tenía nada más importante que hacer salvo tratar de salvar vidas.

Ambos caminaron hasta el área frente a la zona de los heridos, donde un grupo de mujeres y algunos hombres servían comida y empacaban rápidamente las escasas provisiones. James no podía evitar notar cómo la eficiencia se veía afectada cuando no todos tenían una varita o los conocimientos para realizar ciertos hechizos.

Un par de mujeres, vestidas con ropa provocativa, sucia y desgarrada, les sirvieron un poco de sopa, pan, pescado frito y patatas. Por sus adornos y las largas uñas pintadas, era evidente el tipo de trabajo al que se dedicaban. James observó a las personas a su alrededor: prostitutas, ladrones, estafadores, mendigos y otros en un estado de pobreza extrema. Personas que le habían enseñado a considerar un "cáncer social", pero que ahora veía trabajar juntas, unidas para salvarse. Tan humanos como cualquier otra persona del mundo exterior, aunque nadie más que ellos mismos los reconocía como tales. Sintió una punzada de vergüenza al recordar cómo había tratado a Tiny, viéndolo como alguien inferior simplemente por haber nacido en un lugar como aquel. Había sido ciego e ignorante.

Le dio un sorbo a la sopa y frunció el ceño al sentir el sabor de los nabos.

—¿Quieres mi sopa? —le preguntó a Lily—. No me gustan los nabos.

Lily soltó una risita y tomó el plato.
—Qué curioso, a mi exesposo tampoco le gustaban los nabos.

James fingió atragantarse con el pescado para ocultar su expresión de sorpresa al escucharla mencionar a su “exesposo” de manera tan casual.

—No te ves muy feliz cuando hablas de él —dijo James al notar que el rostro de Lily se ensombrecía.

—Era un buen hombre, del tipo que le gusta rescatar princesas —respondió Lily con un tono entrecortado—, y pelear contra dragones. Pero hubo un par de pequeños errores de comunicación: yo no quería ser rescatada, y aunque él podía enfrentarse a dragones, no era capaz de pelear contra la arpía de su madre.

James volvió a atragantarse, esta vez sin fingir, sorprendido por las palabras de Lily. Sentía que esa noche estaba descubriendo más facetas de ella que en todos los años que habían pasado juntos.

—Por Merlín, sé que no hemos comido nada en todo el día, pero por favor, no te ahogues —dijo Lily, dándole suaves golpecitos en la espalda.

—Lo siento —se disculpó James, todavía tosiendo un poco— Ese tipo suena como un reverendo imbécil.

Y, sinceramente, así se sentía. ¿Cómo había sido posible que James se casara con ella sin conocerla realmente?

—Bueno, en parte fue culpa mía —admitió Lily, mirando su plato vacío—. Supongo que nunca me molesté en cambiar la percepción que él tenía de mí. En ese momento estaba tan avergonzada de mis defectos que él nunca llegó a conocer a la verdadera Lily. La Lily que bebe y maldice como camionero, que sabe como cincuenta formas de envenenar a alguien, que es egocéntrica y que se metía en peleas a puño limpio por una barra de chocolate. A veces me hubiera gustado mostrarle a esa Lily, porque su madre seguramente habría dicho que no era lo suficientemente buena para él, y él habría buscado a otra tonta que pudiera ser la princesa perfecta que quería. Pero no. Me aferré a la idea de ser la perfecta y santa Lily Evans, y todo salió terriblemente mal. No valió la pena luchar tanto por migajas de amor.

James sintió un nudo en la garganta mientras la escuchaba hablar. Era doloroso oírla describirse así, darse cuenta de que él había caído en la trampa de idealizarla, de crear una imagen superficial en lugar de apreciar la profundidad de quién era realmente. Quería decirle que le gustaba muchísimo más esa Lily llena de defectos, que la verdadera era infinitamente mejor que la versión perfecta que él había fabricado en su mente.

—Disculpa —dijo Lily de repente, sacándolo de sus pensamientos—. No debería abrumarte con mis tonterías. Mis problemas sentimentales son lo menos importante en esta situación.

Se levantó y llevó los platos vacíos a las mujeres que les habían servido, mientras James la seguía en silencio. Por un momento, se perdió en el movimiento de su cabello rojo, que se agitaba salvajemente con el viento, brillando intensamente bajo los últimos rayos del atardecer. Pronto caería la noche, y con ella, llegaría el frío y más dificultades. Pero mientras pudiera conservar esa imagen de Lily, sentía que podía soportarlo.

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Remus permanecía junto a Rita en los túneles bajo el callejón Knockturn, mientras Robert y Jimmy exploraban en busca de una entrada al búnker y Tiny había partido a buscar a Ellie. El hombre había aguantado todo lo que pudo ayudando a los heridos, pero al final decidió desviarse de su misión principal para buscar a su novia.

Remus observó el agujero que Tiny había abierto con la bombarda. Era un corte limpio, sin tuberías ni estructuras que lo atravesaran; solo una delgada capa de empedrado sostenía el callejón. Si la explosión hubiera sido más fuerte, todo Knockturn habría terminado hundido bajo tierra. Maldijo en voz baja. El callejón era una ruina: ni siquiera había agua corriente. Él había vivido en mejores condiciones, y jamás pudo llamar "hogar" a su vecindario. Honestamente, no entendía por qué esas personas se aferraban a un lugar así. Sin embargo, Snape y los demás parecían comprenderlo perfectamente.

Para Remus, su pobre casa de infancia no era más que un castigo impuesto a su familia por su condición. Lo sabía. Su padre y su madre podrían haber seguido viviendo cómodamente en la hermosa casa que aparecía en las viejas fotografías familiares, si no fuera por él. Si no hubiera sido mordido, no tendrían que haber abandonado su vida anterior para ocultarlo. Aunque sus padres jamás lo reprocharon, él podía sentir la culpa implícita.

No entendía lo que significaba aferrarse a una casa o a un lugar. Su único hogar verdadero fue Hogwarts, y siempre supo que sería algo pasajero. Dumbledore se lo había dicho claramente: fuera de esas paredes, el mundo sería cruel. Nunca supo cuánto, hasta que lo vivió. Odiaba ser dependiente de Sirius, tener que vivir donde él decidiera, no tener la libertad de elegir dónde asentarse, en qué trabajar, ni siquiera poder romper las reglas sin que la pena de muerte pendiera sobre su cabeza.

Tiny, de algún modo, era la única persona que parecía comprender lo que significaba conformarse, trabajar en lo que se podía, valorar lo poco que se tenía y no aspirar a más. Pero se había equivocado. Tiny también deseaba y soñaba con algo mejor. Tal vez el roto era él, por no entender por qué las personas, incluso aquellas que no tenían nada, se aferraban a cosas y seguían esperando más.

"Remus, no seas egoísta. Es inútil para ti aferrarte a la ambición", le decía su padre. "Sigue las reglas, demuestra que eres un buen chico", añadía su madre. Y así vivió, siempre intentando no destacar, no salirse de la línea, demostrando que era bueno, que era humano, no una criatura que se estudiaba para ser destruida en Defensa Contra las Artes Oscuras.

Ahora, todo aquello se derrumbaba frente a él. Nunca pensó que el saqueo pudiera salvar vidas, que gente buena como James pudiera hacer cosas horribles, o que un mago oscuro como Snape pudiera usar magia negra para proteger vidas. Tiny le decía que no era un monstruo. Todos lo decían. Pero, ¿pensarían lo mismo si confesara lo que realmente pasaba por su mente? Si admitiera que nunca había perdonado lo de la Casa de los Gritos. Si hablara de las pesadillas en las que James revelaba su secreto, ahora que su amistad se había roto.

Porque si un amigo puede drogarte por diversión, o contar un secreto de vida o muerte como una broma… entonces, ¿qué es capaz de hacer cuando la amistad se ha perdido?

—Pareces tener tu cabeza hecha un desastre, cariño. No dejes que tu mente se vaya volando como un pájaro; no queremos descubrir qué tan abajo podemos caer —Rita rompió el silencio, señalando con un gesto las partes del suelo enladrillado que terminaban en un vacío oscuro.

—No pareces ser de aquí —comentó Remus, observando la ropa de Rita, que a pesar del daño y la suciedad causados por la explosión, parecía de buena calidad. Los tacones que asomaban de un bolsillo en su desgarrada túnica destacaban aún más.

—No, yo no soy de aquí —respondió Rita, sacudiéndose la planta del pie con evidente incomodidad—. Soy solo una periodista del Profeta, pero tengo muchos amigos en este lugar. ¿Sabes el nivel de información que se maneja en el callejón? Aquí se enteran de todo antes que nadie, especialmente Ellie. Ella es magnífica; sabe muchas cosas. Así fue como nos hicimos amigas.

—¿Por qué no te pones los zapatos? —preguntó Remus, arqueando una ceja.

—Prefiero un poco de dolor en las plantas de los pies a estar tropezándome cada dos pasos. Una torcedura de tobillo en este momento sería una maldición. Además del dolor, los aurores me atraparían en un segundo, y como está mi suerte, sería la primera en visitar el Mall Azkaban, crees que los zapateros me puedan hacer un par de buenas botas, apenas hace dos días se llevaron a una costurera así que por lo menos tendré una buena capa para el invierno dementor, espero conseguir un buen precio, no me gusta regatear con artesanos, menos los que están en prisión —dijo Rita con una sonrisa irónica.

—No sé cómo puedes bromear sobre algo tan cruel —murmuró Remus, frunciendo el ceño.

—Bueno, solo río para no llorar. Es un buen hábito, porque esto es apenas un adelanto de las maravillosas risas que nos esperan —respondió Rita, el sarcasmo impregnando cada palabra.

—Todo un espectáculo… —dijo Remus con amargura.

—Así es la guerra. Por eso las personas cuerdas y normales luchan para evitarla. Es una lástima que nuestro ministerio no pueda calificarse como cuerdo o normal. Y el “malvado Señor Tenebroso" no es más que el mismo kneazle, solo que un poco más revolcado en el barro —añadió Rita, volviendo a frotarse los pies.

Remus suspiró, cansado de la situación, y le pidió a Rita sus zapatos. Ella se los entregó con curiosidad, y él, con un golpe de varita, los transformó en un par de mocasines cómodos.

—Eres todo un caballero de brillante armadura —dijo Rita, lanzándole una sonrisa coqueta mientras se ponía los zapatos—. Gracias por esto. Siempre fui un desastre en Transformaciones; era la peor pesadilla de la profesora McGonagall.

—Puedo imaginarlo —respondió Remus con sequedad.

—Gracias —dijo Rita, sonrojándose un poco, halagada.

—No fue un cumplido —aclaró Remus rápidamente.

—Lo sé, cariño. Por eso me gusta más —respondió Rita con una sonrisa traviesa.

El sonido de pasos interrumpió su conversación, y pronto la luz de una linterna iluminó el pasillo. Robert Pevka apareció, su voz retumbando en el eco:

—¡Encontramos la entrada!

Antes de que Remus pudiera procesarlo, Rita lo tomó de la muñeca y lo arrastró a toda velocidad hacia donde estaba Pevka.

—¡Rita, por favor! El suelo es inseguro y tus… ¡pies!

—¡No me importa! ¡Nada se interpondrá entre mi radio gratis y yo! ¡Señor Pevka, vamos para allá! —gritó Rita, claramente emocionada, mientras corría sin mirar atrás. ______________________________

—Sirius Black, será mejor que cuides todo lo que comas porque, cuando menos te lo esperes, colaré la poción más repugnante de mi colección por semejante locura —murmuró Severus, mientras ayudaba a Sirius a cargar a uno de los heridos.

Ambos estaban alejándose lo más posible de la barricada. La magia de Severus estaba llegando a su límite, y pronto tendría que apagar la barrera de fuego antes de que se descontrolara, arrasando con todo a su paso. Si eso sucedía, no quedarían aurores, ni callejón Knockturn, ni una parte del callejón Diagon, solo cenizas.

—Lo siento, pero sabes bien que no había tiempo. Al final, todo salió bien —se disculpó Sirius, con la decencia de parecer avergonzado.

—Gracias a que Víctor te salvó de caer y ser aplastado por tu propia motocicleta —replicó Severus, tratando de contenerse para no estrangularlo, aunque ni siquiera comprendía por qué estaba tan enojado.

—No había otra opción. Además, no soy el único que se está arriesgando aquí. Soy un Black; sé bien lo mucho que has desgastado tu núcleo mágico al mantener la barrera y hacer todas esas pociones —se defendió Black, porque él volvía a ser “Black” en la mente de Severus cuando actuaba tan testarudo.

—¿Black, recuerdas lo que sentiste cuando explotó el caldero detrás de nosotros? —preguntó Severus, luchando contra un sonrojo y pensando fugazmente en agendar una cita con un médico para averiguar el origen de aquellos extraños bochornos— Si tú te pusiste así por un caldero, imagina cómo me sentí yo al verte caer. Mi mente es a veces una maldición; pensé en todos los huesos que podrías haberte roto e incluso en el sonido de tu cuello al quebrarse.

Sirius asintió, tan rojo como él. “Quizás es un virus estacional”, pensó Severus, descartando la posibilidad de que aquella reacción tuviera otro origen.

—Quisiera decir que no lo volvería a hacer, pero sabes que soy un Gryffindor impulsivo que siempre se lanza al peligro. Además, sé que tú tampoco te arrepientes de lo que haces. Ambos estamos arriesgándonos aquí. Así que, ¿qué te parece si, cuando todo esto termine, me encargo de dormir a Darcy toda la semana? Y juro que intentaré no alborotarlo demasiado —propuso Sirius, con una sonrisa nerviosa.

—Si incluyes todos los cambios de pañal, quizás lo reconsidere —respondió Severus, con un toque de sarcasmo que ocultaba su alivio.

Un ataque de tos repentino interrumpió la conversación. Era el ayudante de la capa gris de Lily, que se encontraba a su izquierda. Su rostro, cubierto de ceniza, se veía notablemente enrojecido. “Definitivamente, es un virus estacional”, pensó Severus, recordándose nuevamente hacerse un chequeo médico en cuanto regresara a Cokeworth.

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Mientras tanto, afuera de la barricada, en el callejón Diagon, las llamas azules de la barrera protectora comenzaron a disminuir lentamente hasta volverse cenizas. Los aurores se reagruparon rápidamente, listos para romper la barricada y arrasar con todo de una vez.

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Mapas:

Callejón Knockturn y Callejón Diagon.

 

Bunker y Salida a Old Compton de Knockturn.

 

 

 

 

 

 

Notes:

¿Qué les pareció? Espero que hayan disfrutado el capítulo. James está aprendiendo muchas cosas sobre sus amigos y sobre Lily; algunas de ellas no son exactamente lo que quisiera saber. Por su parte, Remus también está procesando todo lo que las personas le dicen, le guste o no, mientras Severus y Sirius lidian con sus propios sentimientos.
El próximo capítulo será el cierre del arco del bombardeo. Les advierto de antemano que habrá momentos tristes, así que preparen sus pañuelos.
Detalles interesantes que generalmente olvido explicar:
Primero, agradezcan a Charlie por recordarme siempre incluir estas notas y por hacer que el fic sea más legible. Él también se esfuerza muchísimo, incluso cuando nuestras diferencias de opinión son enormes.

La infección que sufrió Aurelio se conoce vulgarmente como "bacteria come carne". Este término abarca varias bacterias que causan infecciones graves y progresivas en los tejidos blandos del cuerpo humano. Las más comunes son Streptococcus pyogenes (estreptococo del grupo A), Vibrio vulnificus y algunas especies de Aeromonas.
En casos severos, estas infecciones pueden llevar a la amputación para salvar la vida del paciente. La fascitis necrotizante, que es el tipo de infección que tuvo Aurelio, es extremadamente agresiva y puede progresar rápidamente, destruyendo el tejido afectado. Si no se trata de inmediato, puede causar disfunción orgánica y, en el peor de los casos, la muerte.

Línea Northern:
La línea Northern del subterráneo de Londres abarca gran parte de la ciudad, aunque irónicamente no cubre el norte de Londres como su nombre podría sugerir. Incluso tiene estaciones en el sur de la ciudad.
Para este fic, decidí expandir el callejón Knockturn más allá de lo que se describe en el canon. Lo visualicé como una extensa calle mágica que los muggles no pueden ver. En mi versión, atraviesa varias calles del Londres muggle, pero la magia hace que los autos las atraviesen como si el callejón no existiera (un poco al estilo de "un hechicero lo hizo"). Ubicar cosas en mapas reales siempre es un desafío, pero logré trazar la ubicación en un mapa para que no se pierdan.
Durante el Blitz, no solo las líneas de metro de Londres se usaron como refugios antibombas, sino que también se construyeron refugios subterráneos con camas, duchas y provisiones.
Respecto a la estación de radio subterránea que aparece en la historia, según San Google, es posible tener una si las antenas están en la superficie y voy a creerlo ciegamente y usarlo para la historia.
El Blitz:
El Blitz fue una campaña de bombardeos aéreos sostenidos por la Alemania nazi contra el Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial. Comenzó el 7 de septiembre de 1940 y duró hasta el 21 de mayo de 1941. Durante ese tiempo, ciudades como Londres, Birmingham y Liverpool fueron bombardeadas repetidamente. El objetivo era debilitar la moral de la población civil y la capacidad de resistencia británica. En total, cerca de 40,000 civiles perdieron la vida y muchas áreas fueron destruidas.

Espero que estas notas les ayuden a entender mejor algunos de los conceptos y detalles incluidos en el capítulo. ¡Gracias por leer! Nos vemos en la próxima actualización.

Chapter 20: El oraculo de Delfos

Notes:

¡Hola a todos!, Disculpen la tardanza, pero por motivos de salud no pude actualizar antes. Además, estos dos últimos capítulos se me complicaron un poco; originalmente eran uno solo, pero pronto se transformaron en dos bastante largos. La buena noticia es que ahora tenemos dos capítulos completos para disfrutar.

En este capítulo encontrarán, La radio ilegal de Rita en plena acción, los testimonios de de Knockturn Alley. Un pequeño vistazo a la primera ministra de magia Y una escena Snack bastante tierna.
Y, por supuesto, Peter. Porque odiar a esa rata con todo nuestro ser y desearle lo peor es nuestra pasión.

Gracias por su paciencia y apoyo constante.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

La señora Calíope Alton hojeaba las noticias de la noche mientras disfrutaba de su café, cuando una voz femenina, proveniente de una emisora desconocida para ella, captó su atención:

Buenas noches, Mundo Mágico. Somos Atenea y Hermes, y esto es su programa nocturno "El Oráculo de Delfos". Hoy transmitimos en vivo desde detrás de una barricada en el Callejón Knockturn, donde les contaremos las historias, los hechos, quiénes están aquí y todo lo que necesiten saber para que, queridos radioescuchas, conozcan la verdad y nada más que la verdad. Eso, por supuesto, antes de que nos toque acompañar a nuestros amigos artesanos en el gran Mall Azkaban.

Ofertas del 2x1 en panadería y ungüento para verrugas. Y si siente calor, no se preocupe: nuestro sistema climatizado a base de dementores es el mejor del Mundo Mágico…

La locutora era grosera, irritante, con un terrible sentido del humor, y lo que estaba haciendo seguramente bordeaba lo ilegal. Por supuesto, la señora Alton, no dudó en subir el volumen y usar su Red Flu para llamar a su vecina Matilda.

—Matilda, querida, ¿estás escuchando la radio…?

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Testimonio de Bo:

Salí como todas las mañanas a trabajar limpiando el piso de “Borgin and Burkes”. Es un buen trabajo; gano dos Sickles por semana. Mi hermosa esposa Alondra preparaba el desayuno para nuestros tres hijos, de ocho, nueve y doce años. Todos ellos trabajaban en el callejón Diagon, algo que nunca creí posible para mi familia. Estaba… estaba orgulloso de ellos.
Estaba a solo tres casas de mi hogar cuando el ruido de la explosión nos dejó sordos. Corrí con todas mis fuerzas. El fuego estaba lejos de mi casa… jamás pensé… Vi la mano de mi hijo menor asomando entre los escombros. Estaba fría. Tardé tres horas en remover los restos de mi hogar… Ninguno sobrevivió. Ni uno de ellos… Solo yo…

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Peter se escabulló transformado en rata por los túneles debajo del templo de la Avaricia. Todo iba tan bien. Incluso esas estúpidas lapas que se aferraban a James estaban allí. Si la segunda explosión no acababa con todos ellos, al menos su reputación quedaría destrozada, y quizás, con suerte, todos terminarían sin salida en Azkaban.
A nadie le importarían realmente: un lobo patético, un alcohólico demente, un prospecto de mago oscuro y una sangre sucia embarazada de un bebé mestizo que no merecía ni un ápice del linaje de James. Quizás después de todo esto podría visitar a James, ayudarlo a recuperarse de la "traición de sus amigos". Podría presentarle a una chica de buen linaje, alguien adecuada para él.

Con un poco de ayuda de algunas de sus hierbas especiales, podría convencerlo de mantenerse neutral. Entonces, cuando ganaran la guerra, James finalmente reconocería todo su esfuerzo. Ya no habría necesidad de recordar todas esas cosas que se le escapaban, y su tiempo no estaría consumido por el trabajo. Habría adorables cenas en su cabaña con James y su esposa, y Peter sería el padrino de sus hijos.

Incluso podría pedirle al Señor Tenebroso que le diera a la bebé de Snape. La criaría para enseñarle las cosas que Snape nunca entendió: que personas como ellos no podían prosperar, solo sobrevivir siendo invisibles y sirviendo a los pies de grandes hombres como el Señor Tenebroso y James Potter.

La bebé sería entregada para servir a los hijos de James. Sería su elfo particular, su juguete, algo para romper si eso deseaban. El mundo volvería a ser como Hogwarts, pero mejor. Todos estarían en su lugar, haciendo lo que debían hacer.

Había sido tan fácil. Era como si la magia hubiera trazado su camino al éxito. Nunca esperó encontrarse con alguien tan perturbado como Simón mientras exploraba los túneles bajo el callejón Knockturn. Con solo mezclar un poco de cierto incienso que había comenzado a vender en los burdeles, hecho de las hierbas de Sirius y algunos alucinógenos; había logrado que el hombre creyera que hablaba con Dios. Simón estaba tan retorcido que ni siquiera dudó cuando le ordenó volarlo todo. Incluso le habló de esa mujer, antes había estado un poco interesado en ella cuando la vio por primera vez en la Banshee, pero Simón sabía cómo vender una persona y Peter pidió que se la trajera.

Habría sido perfecto si ella no hubiera escapado. Peter la había observado varias veces en ese sucio bar. Era una perra arrogante, como Evans y al igual que la maldita no tenía razón de serlo, estaba orgullosa revolcándose en toda su miseria. Peter disfrutaba poniendo a mujeres así en su lugar.

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Testimonio de Sarah:

Estaba esperando a mi último cliente cuando ocurrió… Mi amiga Ruth estaba conmigo, platicando. Un segundo después corría mientras su cuerpo ardía en llamas. Nunca en mi vida había escuchado los gritos de alguien muriendo quemado… creo que nunca podré dejar de escucharlos.

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Ellie despertó temblando sobre la piedra fría, frotándose las manos contra sus piernas en un intento por entrar en calor. No había dormido en el suelo desde que era niña, y ahora todos sus músculos estaban adoloridos.

—Ya despertaste —la voz de una niña la sobresaltó, haciéndola retroceder de golpe mientras buscaba su varita en vano.

Frente a ella, una niña delgada y andrajosa sostenía su varita. Ellie sintió cómo su esperanza se desmoronaba al imaginar que sería arrastrada nuevamente al lado de Simón. Pero entonces, la niña extendió la varita hacia ella, ofreciéndosela.

—Perdónanos, ¿sí? — dijo la niña, suplicante, mientras señalaba a un niño sentado cerca, mirando fijamente el túnel de piedra— Mi hermano y yo solo queríamos comer y dormir… pero ellos están locos. No nos dejan subir, y no sabemos el camino. Es muy feo acá abajo. Queremos irnos de aquí.

Ellie la miró desconcertada. Podría ser una trampa, pero la niña le había devuelto la varita y su expresión era de desesperación. No parecía alguien con malas intenciones, solo una niña tan perdida y asustada como ella.

—¿Qué le pasó a tu hermano? —preguntó Ellie, observando al chico que permanecía inmóvil, con la mirada vacía.

—Se portó mal y quedó tonto después del castigo —respondió la niña con naturalidad—No lo dejé porque pobrecito se hubiera muerto de hambre ahora que es un inútil.

Ellie entendió de inmediato. Para oídos ajenos, las palabras de la niña sonarían inhumanas, pero en un lugar como Knockturn, el simple acto de no abandonar a un hermano incapaz de trabajar por su comida era un gran gesto.

Con esfuerzo, Ellie se puso de pie y sacudió las piedras que se habían incrustado en sus piernas. El dolor muscular era casi insoportable, y el punzante dolor de cabeza no la dejaba pensar con claridad. No entendía exactamente lo que había pasado, pero sabía que necesitaba a Tiny. Él podría unir las piezas del rompecabezas que ahora mismo eran imposibles para ella.

Sin embargo, había algo que sí tenía claro: los niños no le estaban tomando el pelo. Si hubieran querido devolverla con Simón, habrían tenido muchas oportunidades mientras estaba inconsciente, o podrían haberle mentido sobre conocer el camino a la salida.

A pesar de todo, Ellie sujetó con fuerza su varita. La confianza era peligrosa, uno no podía permitirse bajar la guardia ni por un par de niños.

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Testimonio de Abe:

Soy demasiado viejo para este lugar. Mis amigos han muerto hace mucho… ¿qué cuántos años tengo? Sesenta y dos años, y tengo una nieta. En Knockturn me llaman zapatero, pero en realidad solo transfiguro cosas en zapatos: madera, basura muggle, plástico y, principalmente, cuero de ratas. A veces, si hay suerte, utilizo un par de zorros.

Estaba en mi casa, curtiendo pieles, cuando el techo cayó sobre mí y mi nieta de un año. Pasamos horas atrapados bajo los escombros. Mi nieta lloraba sin parar, y yo no podía moverme. Hubo un momento en que pensé que quizás el destino y la magia eran sabios, porque si mis manos hubieran estado libres, habría considerado acabar con su sufrimiento antes de que muriéramos de hambre y sed ahí abajo.

En algún punto, escuché los escombros moverse. Recé a Circe para que, si era otro derrumbe, nos llevara al otro lado sin dolor. Pero entonces, un hombre enorme arrancó un enorme trozo del techo con una sola mano y nos sacó de allí.

La luz casi me lastimaba los ojos después de tanto tiempo en la oscuridad, pero no importaba. Éramos libres.

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La entrada al refugio subterráneo que recibió a Severus era imponente. Lupin había transfigurado los restos de roca en una rústica escalera de piedra e iluminado el túnel hasta la entrada del refugio de manera bastante competente. Bueno, lo hubiera considerado competente si no fuera porque antes muerto que darle un cumplido a ese lobo mojigato.

Dieron prioridad a los heridos. Severus y los demás tuvieron que subir y bajar aquellas escaleras varias veces, cargando a los más graves, antes de que llegara el turno de los que aún podían caminar por su propio pie. Esa última parte resultó ser la más difícil: la gente estaba desesperada, y en tres ocasiones se desató una estampida.

Sin Tiny allí, la gente no confiaba en ellos. Severus entendía su desconfianza, pero estaban desperdiciando un tiempo valioso. Podía sentir cómo su barrera mágica, se desvanecía lentamente. Mientras ayudaban a los últimos a bajar al refugio, un grito desgarrador llegó desde la parte trasera de la multitud:

—¡Vienen los aurores!

Severus, distraído, no se había dado cuenta de que su barrera había desaparecido por completo. Y entonces llegó la cuarta estampida de la noche.

Aunque los aurores todavía estaban lejos, ya comenzaban a lanzar hechizos a distancia. Uno de ellos pasó peligrosamente cerca de Severus y cortó la pierna de una mujer justo detrás de él. Sin pensarlo dos veces, la tomó de los hombros y la cargó mientras corría hacia la escalera, tratando de conjurar la mayor cantidad de escudos posible. Estaba claro que los aurores estaban furiosos por su truco en la barricada y ahora concentraban su furia en lanzar lo peor de su catálogo de hechizos.

Con gran dificultad lograron poner a salvo a la mayoría, pero Severus contó al menos cinco personas caídas antes de bajar por el túnel. Sirius, con un movimiento rápido, lanzó una Bombarda sobre uno de los edificios en ruinas y transfiguró los escombros mientras caían, creando una gruesa cúpula de roca que cubrió la entrada del túnel. Todo quedó en la oscuridad, iluminado solo por los hechizos flotantes de Lupin, que parpadeaban como fuegos errantes en el techo del refugio subterráneo.

—He reforzado la roca. No podrán destruirla sin hundir el Callejón por completo —dijo Sirius, su voz resonando en la oscuridad— Incluso si son unos bárbaros, el Ministerio no permitirá semejante desperdicio de recursos.

Cansados, heridos y completamente desmoralizados, comenzaron a adentrarse en el interior del refugio.

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Un joven auror se acercó con cautela a la nube de polvo que había dejado el derrumbe del edificio. Tropezó al avanzar y trastabilló, casi cayendo. Miró hacia abajo y sintió cómo el estómago se le revolvía al darse cuenta de que lo que había pisado era la pierna amputada de un hombre sin vida, sobre el empedrado. Avanzó unos pasos más y vio a una joven mujer aplastada bajo una enorme piedra caída, rodeada por una montaña de escombros que cubría casi toda la calle.

Regresó pálido junto al jefe de aurores, Shadwell, mientras maldecía interiormente. Habían comenzado la noche golpeando y robando a un par de imbéciles, algo que podía soportar. Pero esto era diferente. Él no se había alistado para masacrar a personas que ya estaban muriendo por su cuenta. Cerraba los ojos y aún veía los cuerpos esparcidos por las aceras, cada imagen más grotesca que la anterior.

Cuando llegó a donde estaba Shadwell, informó con una voz desapasionada:

—Señor, los edificios cayeron sobre todos ellos. Solo hay muertos aplastados entre las rocas.

Shadwell asintió con frialdad, su mirada fija en las montañas de escombros como si fueran poco más que un inconveniente.

—¡Sepárense y busquen a quien sea! —ordenó con voz firme— ¡Si parece peligroso, mejor! Crouch quiere al menos diez para poder terminar con esto.

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Testimonio de Corvus:

Llevo veinte años trabajando y siendo dueño del mismo bar de mala muerte. Mi abuelo lo ganó legítimamente en una pelea de boxeo sin guantes contra un tipo. Desde entonces, el lugar ha cambiado poco: ahora es un poco más grande y, al menos, tenemos whisky de fuego que no deja ciegos a los parroquianos. Ante los ojos de Knockturn soy un hombre exitoso; ante los de Diagon, un patético perdedor.

Aquella mañana atendíamos a los de siempre: trabajadores que pedían un poco de comida de pub y un trago para llenar el estómago antes de enfrentar sus largas jornadas.

¿Qué hacemos si no sabemos mucho de magia? Trabajo ilegal. Y no hablo de magia oscura. La mayoría trabaja en sótanos de fábricas muggles irregulares, 16 horas al día por menos del salario mínimo. En este mundo hay mucho empleo para quienes no les importa ser explotados.

Sí, conozco el mito de los magos oscuros. Bueno, aquí va una primicia; somos pobres. La magia oscura es para gente rica con tiempo libre. Aquí el tiempo libre apenas alcanza para dormir, comer y darse el lujo de tomarse un trago.

Volviendo al asunto, era un día normal, más soleado de lo habitual para ser invierno. Estaba sacando un par de botellas de la bodega cuando escuchamos la explosión. El techo de La Banshee crujió; por un momento pensé que nos caería encima, pero no fue así.

Salí y vi que media calle había volado por los aires. Había humo y fuego por todas partes. En medio del caos, estaba Tiny, sucio y con la mirada perdida. Le pregunté qué hacer solo porque Tiny funciona resolviendo cosas. Nunca imaginé que se lo tomaría con tanta fuerza.

Quizás ni siquiera se dio cuenta, pero salvó a treinta personas de los escombros. Sus enormes manos movían piedras y madera como si fueran de papel, sacando a los atrapados uno tras otro, mientras ladraba órdenes para que los demás ayudaran.

No soy un hombre que se sienta orgulloso de mucho, pero puedo decir que lo estoy de tener un amigo como Julius Cessare Lefebvre.

¿Quién es ese?, Pues Tiny, por supuesto.

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Severus despertó en la cama de una litera estrecha. Parpadeó un par de veces, acostumbrándose a la penumbra, y notó que estaba en una pequeña habitación llena de literas similares. A su derecha, Lily dormía profundamente, respirando de manera pausada y tranquila. Una leve sonrisa se dibujó en el rostro de Severus al verla por fin tomarse un descanso. Intentó incorporarse, pero un peso sobre sus piernas lo detuvo. Bajó la mirada y vio a Sirius sentado en el suelo, con la cabeza recostada sobre sus piernas.

Al sentir el movimiento, Sirius abrió los ojos y sonrió con suavidad.

—¿Qué pasó? —preguntó Severus, apartándose el cabello del rostro con una mano.

La expresión de Sirius se tornó seria, casi preocupada, mientras le respondía:

—Casi quemas tu núcleo mágico por completo. Primero el Protego Diabolica, luego todas esas pociones, especialmente los cincuenta kilos de polvo extintor de fuego, y los escudos. Te desmayaste a medio camino. Es un milagro que los de San Mungo tuvieran pociones para tu núcleo mágico, o habrías quedado en coma por días.

—Ah, ya veo —murmuró Severus, pensativo. En realidad, ni siquiera había notado cuánto había forzado su magia. No le pasaba algo así desde que había dejado de ser un peón del Señor Tenebroso.

—¿"Ya veo"? ¿Eso es todo lo que dirás? —replicó Sirius, visiblemente afectado— Severus, por favor. Casi muero cuando te desmayaste. No tenías por qué quedarte a luchar contra los aurores. No estabas solo; Remus salió a la defensa, y otros también.

—Una mujer perdió la pierna justo a mi lado, Sirius. Claro que debía pelear —respondió Severus, indignado. No era alguien débil, y de ninguna manera iba a ser menos que ese maldito lobo.

—Severus, estabas demasiado lejos. Si hubieras caído, no habría podido salvarte. Por favor, la próxima vez piensa mejor las cosas. Si no es por mi pobre corazón, hazlo por Darcy. Si él queda huérfano, ¿qué impedirá que se lo lleven? Se supone que estamos tratando de evitar eso —suplicó Sirius con una voz cargada de preocupación.

—¿Tu pobre corazón? —murmuró Severus, avergonzado, sintiendo cómo el calor subía a su rostro.

—¡Por supuesto! Casi me da un infarto cuando caíste —respondió Sirius, como si fuera lo más obvio del mundo.

"Por supuesto que es solo por eso. ¿Qué tonterías estás pensando, Severus Snape?" se reprendió a sí mismo. Con un suspiro agotado, trató de salir de la cama ahora que se sentía un poco mejor. Quizás no debía excederse con las pociones, pero aún era capaz de ayudar a reparar heridas sin magia.

—Quédate un poco más. Deja que tu núcleo mágico se reponga —aconsejó Sirius, levantándose para detenerlo.

—No pienso hacer magia, solo ayudar un poco —respondió Severus, algo mareado al intentar ponerse de pie.

—No creo que estés en condiciones —dijo Sirius, sosteniéndolo antes de que cayera de cara al suelo y acomodándolo de nuevo en la cama.

—No necesito más descanso. Puedo ser útil —insistió Severus, casi suplicante, avergonzado por su propia debilidad.

—Lo sé. Pero si te levantas, Lily querrá acompañarte, y también necesita dormir. Quédate un poco más, al menos por ella. Que tome un descanso adecuado, ¿sí? —dijo Sirius con una expresión que casi podría confundirse con cariño, aunque seguramente era solo una ilusión creada por la penumbra.

Severus intentó insistir, pero al ver a Lily durmiendo tan tranquila, no tuvo corazón para interrumpir su sueño. Claro que no tenía nada que ver con el hecho de que sus propios párpados casi se cerraban.

—Está bien —murmuró, soltando un bostezo— Solo... por... Li... Evns…

—Sí, tonto. Dulces sueños —susurró Sirius con una voz suave.

Severus creyó sentir una caricia tierna en el cabello, pero seguramente estaba soñando. ______________________________

Transmisión de Radio del Oráculo de Delfos

Atenea: Noticias de última hora; los aurores han entrado al callejón Knockturn y, como suponíamos, están atacando indiscriminadamente a civiles que buscaban refugio. Su masacre ha dejado trece muertos y veinte heridos. Sumados a las víctimas anteriores... ¿cuál es el conteo total hasta ahora, querido Hermes?

Hermes: Hasta el momento, 52 muertos y 160 heridos, Atenea. Todo indica que están tomando represalias por el atrevimiento de ser víctimas de un bombardeo, justo al lado de las "personas decentes".

Atenea: Oh, qué insolencia la suya, morir de una manera tan escandalosa. Deberían haberse conformado con su muerte lenta y discreta de cada día.

Hermes: Oh, gran y mágico Ministerio, lamentamos profundamente manchar tus inmaculadas calles con la sangre y los cuerpos de aquellos que ni siquiera consideras humanos. ¿Podrías, tal vez, hacer una excepción y brindarnos la ayuda que merecería cualquier ser vivo?

Atenea: Y quizás, ya que estamos soñando, un poco de trato humano. ¿No fue Merlín quien dijo: “Todo lo que vive sobre la tierra verde merece cuidado y respeto” ¿Cuando dejamos de ver como personas a otros magos solo porque no tienen oro en sus bolsillos?, ¿Qué nos diferencia del cerdo fascista que amenaza nuestras vidas?

Hermes: Exacto, Atenea. Si creemos que otros magos son menos que humanos, no estamos librando una guerra en nombre de la justicia; solo perpetuamos el mismo ciclo de odio.

Atenea: Pueblo mágico de Gran Bretaña, ¿de verdad van a quedarse callados mientras nuestros vecinos son enviados a Azkaban por el "delito" de hacer mejor pan que en Diagon? ¿Mientras quienes no tienen nada son exterminados como si fueran una plaga? Entonces, ¿qué demonios estamos defendiendo?

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Amelia Bones, secretaria personal de Bartemius Crouch, casi corría tras su jefe, quien avanzaba con grandes zancadas y visible furia hacia la sala de juntas de la primera ministra Bagnold. Allí, el jefe del Departamento de Aurores, Scrimgeour, y la ministra ya los esperaban, junto con varios secretarios y jefes de departamento. Los gritos de la ministra resonaban en el pasillo antes de que siquiera llegaran.

Al entrar, Amelia vio a Scrimgeour, encogido como un animal acorralado, mientras la primera ministra lo miraba con una furia contenida que parecía a punto de estallar. El secretario de la ministra intentaba calmarla sin éxito. En cuanto los vio, su mirada asesina se posó sobre Crouch y, de forma indirecta, sobre Amelia.

Amelia había escuchado rumores sobre Millicent Bagnold: decían que era una mujer tranquila, crédula, que solo había alcanzado el cargo gracias a la influencia de su esposo. Sin embargo, era obvio que esos rumores eran una farsa. La tensión que emanaba de la ministra era palpable; si aquello no se resolvía a su entera satisfacción, Amelia intuía que rodarían las cabezas de todos los presentes.

—Bartemius Crouch, justo la persona que esperaba ver. ¿Qué estamos haciendo con esta situación? ¿Han encontrado al dueño de esa transmisión de radio? —preguntó la ministra con una voz gélida que parecía cortar el aire.

—Hemos rastreado la transmisión hasta París, y estamos en contacto con el Ministerio Francés para...

—Entonces no tienen nada— lo interrumpió la ministra —El callejón Knockturn explotó hace horas y lo único que han hecho es masacrar indigentes, permitiendo que todo el mundo mágico británico se entere de su incompetencia.

—No se preocupe, señora. Shadwell ya entró al callejón; en menos de una hora tendremos arrestos —interrumpió Scrimgeour, pero el destello de ira en los ojos de la ministra dejó claro que esa no era la respuesta que esperaba.

—¿Más sastres, zapateros y panaderos? ¿Sabes cuáles serán las palabras más repetidas mañana por toda Gran Bretaña? —preguntó, dirigiendo su mirada al resto de la sala.

Un silencio incómodo cayó sobre los presentes. Finalmente, la ministra señaló directamente a Amelia.

—Tú, Bones, ¿cuáles crees que son?

Amelia palideció. Sabía la respuesta, al igual que todos en esa sala, pero dudaba si debía decirla en voz alta. Ante la creciente exasperación de la ministra, finalmente respondió con torpeza:

—¿"Mall... Azkaban," señora?

La ministra golpeó con fuerza el escritorio, haciendo que todos en la sala dieran un respingo.

—Exactamente, Bones. Por fin alguien aquí tiene cerebro.

—Tomaremos medidas... —intentó sugerir Crouch.

—¿Más medidas? A este paso, tendremos a una tercera parte del mundo mágico encerrada en Azkaban. Por Merlín, estamos en guerra, y nuestra propia gente nos odia. No confía en nosotros.

—Por supuesto que confían. Somos su Ministerio —gruñó Scrimgeour.

—Secretario Carson, ¿cómo vamos en las encuestas? —preguntó la ministra sin siquiera mirar al jefe de aurores.

—Nuestra imagen ha caído cincuenta puntos respecto al año pasado, señora. Entre las opiniones más comunes están: "Un grupo de burócratas sin cerebro," "Bárbaros," "Prefiero morir antes que acercarme a uno de ellos", esto último específicamente sobre los aurores; y, la más popular, "Odio al Ministerio y no confío en él."

—¿Alguna otra estupidez que quiera que le resuelva, señor Scrimgeour? —inquirió la ministra con frialdad antes de dirigirse a todos los presentes— Muy bien. Entonces, ¿cómo planean arreglar el desastre causado por Crouch y Scrimgeour antes de que tengamos que lidiar con una guerra civil además de la guerra que ya enfrentamos?

Los murmullos comenzaron a llenar la sala. Nadie se atrevía a hablar. Amelia sabía que no era una persona particularmente valiente, pero reconoció una oportunidad cuando la vio; Shadwell era un cáncer que ella quería erradicar desde que tuvo la mala suerte de terminar a su mando desde que empezó en el departamento de Aurores.

—Señora... ¿y si les mandamos… la ayuda que piden? —dijo Amelia, levantando la mano tímidamente.

—Explícate, Bones. Párate derecha, habla fuerte y, por Merlín, deja de tartamudear.

Amelia respiró hondo y reunió el valor suficiente para continuar:

—Podríamos enviar ayuda de San Mungo, además del equipo de Potter para que los acompañe. Están mejor preparados y aún gozan de buena reputación entre la gente. También podríamos invitar a un par de corresponsales del Profeta. Si lo primero que ven mañana es a nuestros aurores ayudando en lugar de atacando, podríamos mitigar el estigma de "Mall Azkaban."

La ministra se reclinó en su asiento, asintiendo lentamente.

—¿Es tan difícil ser inteligente aquí? Scrimgeour, envía al equipo de Potter al callejón, específicamente como apoyo a las víctimas. Secretario de Salud, Hypericum, organiza una brigada de San Mungo. Y Shadwell... ya tiene sesenta años de servicio, ¿no? Es hora de darle una honrosa jubilación.

—Pero, señora ministra, Shadwell es un héroe condecorado de la guerra contra Grindelwald.

—Y ha hecho suficiente por nosotros. Es momento de que descanse. Por cierto, haremos una auditoría en Azkaban. Y les advierto: si encuentro a cualquier pobre artesano encerrado allí sin juicio, los haré personalmente responsables, Crouch y Scrimgeour.

Entonces la ministra se giró hacia Amelia.

—Bones, te encargarás de la auditoría. Felicidades; eres la nueva jefa del Departamento de Integridad Mágica.

—Pero, señora, sé que apenas tomó el poder este año, pero... ese departamento no existe —intervino Crouch con un tono condescendiente.

—Ahora existe, señor Crouch. Creo que es hora de que busque una nueva secretaria.

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Testimonio de Anita, Lucretia y Rex

Anita:

Él me sacó de debajo de la tierra. Lo primero que vi fueron sus manos enormes y sucias; fue como volver a nacer... o al menos así me lo imagino. Tiny me cargó en brazos y un par de chicos me llevaron junto a los heridos.

Lucretia:

No sabíamos qué hacer ni cómo movernos. Somos fuertes, estamos acostumbrados a prepararnos para todo porque así es como sobrevivimos... pero nada nos había preparado para algo como esto. Nada, salvo Tiny. Él fue quien nos dijo qué hacer, cómo atender a los heridos, y llamó a esos maravillosos chicos para que nos ayudaran. No salvó a todos, pero le debemos el mundo, tanto a él como a sus muchachos.

Rex:

Mi padre perdió un brazo. El hombre de la capa gris se lo llevó. Dijo que, de no hacerlo, mi padre podía morir. Ahora está bien, incluso bromea como si nada. Pero en ese momento, yo vi cómo todo nuestro mundo se desmoronaba. Tiny fue quien me trajo comida caliente. Me dejó llorar como nunca lo había hecho, ni siquiera cuando era un niño. Su comida no solo llenó mi estómago, sino que calentó mi corazón... El hombre de la capa gris salvó a mi padre, Tiny salvó mi alma.

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Rita tomó su tercera taza de café, preguntándose si el café soluble almacenado desde los años cuarenta podría terminar haciéndole daño. Pero, en fin, "lo que no te mata te hace más fuerte", se dijo mientras daba otro sorbo al vaso de papel.

Se sentó en una de las mesas de la enorme cafetería, observando a la gente comer o simplemente estar ahí, como ella. A pesar de ser magos, todos parecían haberse adaptado con facilidad a las instalaciones muggles, quizás porque, al igual que ellos, esas instalaciones ya estaban marcadas por el tiempo.

El refugio tenía de todo: medicinas, provisiones, camas, duchas, espacios para el personal, un hospital completo e incluso áreas de juego para los niños. Y, por supuesto, una enorme cabina de radio. Bastaron unos pocos hechizos para hacerla funcionar, y Rita sabía exactamente cuáles usar.

 

Había soñado toda su vida con tener una estación de radio donde pudiera decir lo que El Profeta siempre le censuraba. Había investigado hasta el cansancio, pero nunca se había atrevido a dar el paso... hasta ahora. En su bolso llevaba como un pequeño tesoro un artilugio mágico, un regalo de Ellie por su cumpleaños, que permitía hacer saltar la señal por todo el mundo sin ser rastreada.

—Hola, señorita —la sacó de sus pensamientos una voz masculina. Frente a ella estaban un joven moreno y el chico Lupin.

—Hola, Lupin, y chico guapo que no conozco —los saludó Rita, estirándose en su silla mientras reprimía un bostezo.

—Soy Víctor, y este aquí es Remus. ¿Qué tal está el café de los años cuarenta? —preguntó animado el moreno, aunque se veía tan pálido y ojeroso como todos los demás.

—Sigue sabiendo a café, que es lo importante. Así que Lupin se llama Remus. No nos presentamos apropiadamente. No sé si nuestro amigo te lo haya dicho, pero yo soy Rita Skeeter, de El Profeta, si es que no me atrapan y, con suerte, solo pierdo mi trabajo.

—Lo que importa es el hoy. El mañana llegará mañana, y nos preocuparemos entonces —dijo Víctor, encogiéndose de hombros con filosofía.

—Todo muy zen y muy bonito, Víctor, pero soy de esas chicas que no pueden vivir sin su colección de zapatos de piel de dragón de Artemisa Fawley. Así que recemos para que nadie descubra lo que estoy haciendo —replicó Rita con su habitual cinismo, aunque estaba muerta de miedo. Nunca había imaginado que el asunto de la radio llegaría tan lejos.

—Mi padre siempre dice que la única manera de no temer y sentirse seguro es jugar con las reglas —comentó Remus.

—Sin ofender a tu padre, pero ¿qué pasa si las reglas no son buenas reglas? —replicó Rita, todavía frustrada por su horrible situación de trabajo — ¿Qué pasa si el juego está arreglado y, bajas aunque caigas en una escalera o en una serpiente y siempre pierdes más turnos que los demás? ¿Qué pasa si nunca llego a la meta? Y ¿En primer lugar por qué debería jugar con reglas que un desconocido hizo sin pensar en mí?

—¿Entonces qué hacemos? ¿Tiramos el libro de reglas y hacemos el nuestro? —gruñó Remus.

—¡Por supuesto! —respondieron Rita y Víctor al unísono.

—Mira, carnal, los que hacen las reglas son tipos como nosotros ni mejores ni peores. Solo las crean para su conveniencia. Entonces quizás ellos están jugando al Parchís, pero te conviene jugar al UNO… no olvida eso, a nadie le conviene el UNO… snap explosivo, sí, eres un genio jugando snap explosivo y una mierda jugando al Parchís, entonces porque jugarías al Parchís cuando hay miles de juegos que te hacen feliz y hacen menos daño—añadió Víctor, con seriedad.

Remus se veía muy tierno con esa carita de niño a pesar de sus cicatrices, llena de confusión, “Ah ser joven y tonto; creer que todo es posible si haces las cosas bien” pensó Rita. Conocía esa historia de memoria, la historia de todo joven lleno de sueños recién salido de Hogwarts que se topa con un jefe viejo fósil amargado que te dice que tus innovadoras ideas no valen la pena, te explota a morir y finalmente te roba esas ideas que él dijo que no valían la pena para quedar bien con su jefe que es otro fósil amargado.

—Eso lo entiendo, pero ¿qué pasa si yo soy feliz jugando con mis reglas, pero hago infeliz al mundo? Mis padres sufrirían si dejo de jugar al Parchís. Toda mi personalidad gira en torno al Parchís.  ¿Y si, al cambiar de juego, nadie quiere jugar conmigo? —preguntó Remus, abrumado.

—Oh, vamos, Remusin. Tus amigos son mis amigos, y ninguno juega al Parchís —Dijo Víctor.

—Eso es lo peor —intervino Rita— Nadie juega al Parchís. Todos lo alaban, te dicen que juegues al Parchís, que lo necesitas. Pero, en realidad, todos están jugando Ludo a tus espaldas.

—No, ¿Es en serio?  —exclamó Remus, como si hubiera llegado a una epifanía.

Rita asintió con seriedad y lo abrazó por los hombros.

—Así es, querido Remus. Y eso no es todo. Quédate aquí y deja que tu tía Rita te cuente cosas del mundo adulto que volarán tu joven mente.

En ese momento, la conversación fue abruptamente interrumpida por Jimmy Khan, quien entró corriendo al comedor con expresión alarmada.

—¡Rita, tienes que escuchar esto!

Sin dudarlo, Rita dejó su taza de café y salió disparada, con Remus y Víctor siguiéndola a toda prisa. Llegaron hasta la cabina de radio, un lugar que era un caos absoluto. El espacio estaba abarrotado de pergaminos llenos de notas —relatos de supervivientes, actualizaciones de la enfermería sobre muertos, heridos y desaparecidos— mezclados con cables enredados que brillaban con magia y una bien usada colección de rollos fotográficos de Jimmy Khan.

Junto a un viejo y pesado transmisor de radio estaban Sirius Black y Robert Pevka, atentos a la transmisión que resonaba desde el altavoz:

“Comadreja uno a Oráculo de Delfos. Esta es una transmisión en son de paz desde Ottery St. Catchpole para el Oráculo de Delfos. Si están ahí, por favor respondan. Solo queremos saber cómo están y qué necesitan. Vecinos de la comunidad tienen víveres, mantas y pociones para ustedes. Tenemos gente que se ha aparecido desde todo Devon, Cardiff y Bath para ayudarlos.”

Jimmy, con el rostro algo tenso, explicó rápidamente:
—Son varios, usando distintos canales de radio en todo el país, enviando mensajes como este. Ustedes son los magos, ¿debemos confiar en ellos? ¿Qué tan seguro es que sepan del refugio subterráneo?

Antes de que nadie pudiera responder, Sirius Black señaló el transmisor, visiblemente agitado.
—¡Un momento, reconozco esa voz y ese ridículo apodo! —dijo, inclinándose hacia el aparato— ¿Cómo puedo responderle con esta cosa?

Jimmy le pasó una pesada bocina verde, conectada al transmisor, para que pudiera contestar. Sirius lo tomó sin dudar.

—¿Arthur, eres tú? —preguntó, con un tono mezcla de incredulidad y alivio.

Del otro lado de la línea, una voz grave y familiar respondió:

“Sirius Black, debí suponer que tenías que ver con esto. Siempre metiéndote en problemas. Entonces, ¿dónde necesitas ayuda? Dumbledore nos dijo que esperáramos a que hablara con la ministra, pero cada historia que escuchamos nos hace llorar. Molly va por su quinto pañuelo, y no podemos quedarnos sin hacer nada. Así que dime, ¿a dónde enviamos la ayuda?”

Rita, Remus, Víctor y Jimmy intercambiaron miradas. La atmósfera en la cabina era tensa, cargada de esperanza y escepticismo.

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Testimonio de Anika de la Iglesia de la Avaricia:

Él no era el hombre más bueno, pero nos daba de comer y nos permitía dormir en un lugar cálido. Nos enseñó a leer, a escribir y a amar a Dios. Pero, con cada día que pasaba, parecía amar demasiado a Dios. Tanto, que le ofrecía nuestra comida, dejándola pudrirse en el altar.

Nos hacía rezar todos los días, a todas horas. Todo el tiempo era para Dios. Todo lo que hacíamos era para Él. Vivíamos para Él. Y un día, nos pidió que muriéramos por Él.

Se llevó a seis de nosotros. Solo él regresó. Después, el callejón explotó.

No entiendo a Dios. Si nos ama, ¿por qué lo quema todo? Quise preguntarle a Simón, pero tuve miedo. Él era mi todo. Si se equivocaba, ¿en qué iba a creer yo?... ¿En qué voy a creer ahora?

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—Y entonces Simón se llevó a los niños, el callejón explotó, y yo dije: “Solo quería comer, no morir por estas cosas”. Así que agarré a mi hermano y me fui cuando tú escapaste, pero todo aquí es tan confuso, y él no lo hace fácil —parloteó Mila, la niña que Ellie había ayudado, señalando a su hermano— A veces se queda parado y no quiere caminar. ¿Tú crees que, si salimos, se cure un poco? Pensaba trabajar en los burdeles, aunque fuera limpiando, porque soy muy fea. Pero, si no puedo dejarlo solo, será un problema.

Ellie giró en otro túnel, cojeando, completamente agotada y tratando de ocultar el miedo de estar perdida en la oscuridad. Podía lanzar un Lumos, pero si uno de los seguidores de Simón la veía, podrían tener problemas. Quizá a ella la quisieran viva, pero ese par de niños era desechable para la secta loca, y simplemente no podía dejarlos a su suerte.

—Entonces Simón decidió iniciar el fin del mundo y voló el callejón, pero ¿Cómo lo hizo? No es como si el templo de la avaricia fuera millonario para preparar tantas pociones explosivas —preguntó Ellie, tratando de obtener toda la información posible.

—Ni idea. Él dice que va a hablar con Dios, y Dios le trae cosas. Ninguna de ellas es comida, por cierto, solo pociones... muchas de ellas. Ah, también tiene para el callejón Diagon, para cuando los aurores entren al callejón Knockturn —continuó Mila, empujando a su hermano para que apurara el paso.

—Si llegan a volar el callejón Diagon, no habrá ni trabajo, ni comida, ni esperanza, ni para ti, ni para mí, ni para nadie, Mila. Así que será mejor que nos apuremos y avisemos a alguien antes de que nos eliminen a todos por derramar sangre mágica —repuso Ellie con seriedad.

De repente, su pie chocó contra algo.

—Creo que hay algo en el piso —advirtió Mila.

—Sí, yo también lo he sentido —respondió Ellie, tanteando el suelo. Sus dedos tocaron algo frío, duro y con textura de piel. Con cierto miedo, lanzó un Lumos y vio a varios niños petrificados en el suelo.

—Solo están petrificados —dijo, aliviada.

Un ruido resonó en el pasillo, y Ellie se puso en guardia.

—Hay alguien aquí —susurró a Mila mientras se ponía delante de ella y su hermano para protegerlos.

Un rayo de luz iluminó el túnel, seguido de un grito:

—¡Petrificus!

—¡Protego! —exclamó Ellie, conjurando un escudo.

—Ellie —dijo una voz familiar desde el final del túnel.

—¡Tiny! —respondió ella, sintiendo su corazón acelerarse con fuerza.

Sin pensarlo, corrió hacia los brazos del amor de su vida, ignorando el dolor en su tobillo y cayendo sobre él. Tiny la sostuvo con fuerza contra su cálido pecho, y en ese instante Ellie se dio cuenta de cuánto lo había extrañado, a pesar de que solo habían pasado unas horas.

—Ellie amor, no sabes lo mucho que te extrañe, he estado buscándote todo el día, ¿Estas bien?, ¿Estás herida? —preguntó Tiny al notar su mueca de dolor.

—Me torcí un tobillo y esta cosa no me deja aparecer...

No terminó de explicarse antes de que él lanzara un hechizo curativo. De inmediato, sintió el alivio en su pie y escuchó caer el grillete, que Tiny rompió con sus propias manos, hace mucho que había sospechado que la magia de Tiny había salido en forma de su fuerza abrumadora, pero nunca fue una experta así que siempre se quedó en una sospecha.  

—Hola, señor. Soy Mila y él es Ed. Está un poco tonto por ahora. ¿Puede ayudarnos a salir de aquí y darnos algo de comer? No hemos comido en días, y el loco quiere que volemos por los aires —interrumpió Mila con franqueza.

—Es una larga historia —dijo Ellie rápidamente— Tengo mucho que contarte, Tiny. Debemos ser rápidos, va a haber otra explosión.

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James, oculto bajo su capa gris, se quedó en la retaguardia de la comitiva para recibir los víveres. Después de muchas discusiones, se había decidido mostrar solo una pequeña parte del primer piso de la ciudad subterránea, donde se encontraba la mayor parte de la gente. Se levantaron muros falsos para ocultar el resto del refugio y, sobre todo, la estación de radio secreta.

Si el Ministerio o las mafias del callejón llegaban a descubrir el tamaño real de aquel lugar, podría convertirse en un enorme riesgo para Knockturn y su gente. Por eso, además de los muros, se colocaron fuertes hechizos protectores. No se iba a permitir que nadie pasara más allá de la entrada, solo lo necesario para que los que entregaban víveres no pensaran que estaban siendo engañados. La idea era que pudieran confirmar al resto del mundo que la magnitud de la tragedia era real y no un invento.

Por fortuna, Lily estaba durmiendo en una habitación para el personal, bien oculta detrás de los muros falsos. James ni siquiera se preocupaba de que estuviera con Snape. Después de todo, el tipo parecía más muerto que vivo tras preparar todas esas pociones y lanzar aquel agotador hechizo de protección. Ni siquiera parecía capaz de hacer algo más, incluso si estuviera en plenas facultades.

James siempre había pensado que, en un escenario como ese, Snape al menos intentaría imponerse de alguna manera, pero lo que sucedió fue todo lo contrario. Durante toda la noche, Snape se había mantenido distante de Lily cumpliendo con su deber, dándole solo un par de miradas preocupadas y preguntas sobre su salud, pasando más tiempo conversando y bromeando con Sirius.

Eran tan malos que el simple hecho de verlos así —preocupándose el uno por el otro, teniendo conversaciones casi domésticas sobre el bebé de Snape— hacía que James se sintiera como si un ladrillo le hubiera caído en la cabeza, sumiéndolo en una especie de alucinación. Era simplemente extraño verlos intercambiando sonrisas, aunque Snape pareciera más bien a punto de torcerle el cuello a Sirius cada vez que sonreía.

James incluso sentía celos. Los veía haciendo todas esas cosas que él había soñado hacer con Lily cuando se casaron, pero que nunca llegó a realizar. Se sintió como un idiota por haber desperdiciado tantas oportunidades. Por un momento, se preguntó si una persona podía llegar a extrañar cosas que nunca habían sucedido. Porque eso era exactamente lo que sentía: un profundo luto por lo que pudo haber sido y nunca fue.

—Hola, Sirius —saludó Arthur Weasley— Espero que no te moleste, encontramos a estos sanadores en el camino. Al parecer, Fleamont debía escoltarlos, pero se toparon con un grupo de Shadwell, y las cosas se pusieron violentas. Nunca había visto al hombre así de aterrador. Con todas esas condecoraciones del Ministerio, uno pensaría que sería una mejor persona.

Detrás de Arthur y Molly Weasley había varias personas. Ninguna de ellas parecía peligrosa, solo un grupo de civiles ansiosos por ayudar. Más al fondo se veían muchas túnicas verdes, los sanadores, cargando cajas de suministros.

—¿Qué quieres que te diga, Arthur? Por algo lo pegué al techo. Si hubiera sabido de lo que era capaz aquí, le habría hecho algo peor. Al menos es un consuelo que el mundo sepa qué clase de rata es ese hombre —respondió Sirius, antes de dirigirse al grupo— Bien, los escoltaremos al refugio. Solo hay voluntarios, sobrevivientes y heridos, así que, por favor, sean amables. Estas personas lo han perdido todo.

James observaba a Sirius con una mezcla de curiosidad y culpa. ¿Cuánto le había ocultado su amigo? Si hubiera sabido la razón por la que renunció, jamás lo habría presionado para regresar. Pero, siendo honestos, probablemente ni siquiera le habría creído. Era como si al volver a casa, lo hubieran hechizado para desconfiar de sus seres queridos y creer en todos los demás.

Escoltaron al grupo de vuelta al refugio. Desde el exterior, con los muros falsos, parecía un lugar pequeño, pero dentro, la gente cabía bien. Sin las mafias y los magos oscuros que solían llenar las tiendas del callejón Knockturn, los residentes reales eran relativamente pocos.

Cuando llegaron, todos quedaron sorprendidos por la organización del lugar. Las donaciones eran recibidas, registradas y separadas para enviarlas a la cocina, la enfermería o los dormitorios. Cada cierto tiempo, se actualizaban las listas de muertos, heridos y personas desaparecidas, que estaban pegadas junto a la enfermería.

El señor Pevka y Corvus, el jefe de Sirius, organizaron a los nuevos voluntarios y llevaron a los sanadores a la enfermería. Afortunadamente, las túnicas de sanador no podían ser imitadas, ya que solo eran entregadas bajo un juramento mágico, lo que ayudaba a calmar un poco la paranoia general. Con justa razón, todos estaban nerviosos.

En el momento de su llegada, el refugio escuchaba un discurso de la ministra de magia. Llamaba a la paz y negaba estar al tanto de los hechos recientes, prometiendo una investigación exhaustiva en el Departamento de Aurores. Era la primera vez en la historia que el Ministerio admitía un error de manera tan abierta, y nadie sabía exactamente qué significaría eso para el callejón Knockturn.

Cuando la ayuda llegó, muchos pudieron descansar al fin. El bullicio de la enfermería disminuyó, y algunos lograron ir a los dormitorios con tranquilidad. El ambiente de constante miedo,  esa sensación de que serían atrapados y encarcelados en cualquier momento, finalmente comenzaba a disiparse.

James tomó una silla, se sentó y respiró profundamente. Por primera vez en la noche consideró seriamente la posibilidad de huir antes de que lo atraparan y su identidad fuera revelada.

—Capa Gris —lo llamó Sirius.

A su lado estaban Tiny, Snape, Remus y el señor Pevka, todos con expresiones serias. Por un momento, James temió que su glamour se hubiera desvanecido. Pero fue Tiny quien rompió el silencio.

—Vamos a encontrarnos con el nuevo grupo de aurores. Habrá una segunda explosión, y es hora de que esos brutos hagan su trabajo, aunque sea en el callejón Diagon.

El rostro de James se ensombreció, parecía que todo ese desastre sería cosa de nunca acabar.

 

Notes:

Notas Finales:
Y así, Remus recibió una lección de ética utilizando juegos de mesa como ejemplo. Por un momento consideré emparejarlo con Rita, pero al final Jimmy Khan ganó. ¿Por qué? Porque quiero una escena en la que Rita conozca a su suegra, la señora Khan.James, por su parte, siente celos de la química entre nuestro par de inconscientes favorito. En el próximo capítulo, prepárense para algo que han estado esperando... y para derramar un río de lágrimas.
Aclaraciones que Charlie me obliga a dar
Sí, hay zorros en Londres. Por lo tanto, es completamente plausible que algún individuo en Knockturn los atrape para fabricar zapatos.
La ministra Bagnold está basada en Margaret Thatcher. La describí bastante temible, haciendo cosas correctas... pero siempre por razones equivocadas.
Ludo y Parchís: Son juegos muy similares. El Ludo es básicamente una versión simplificada del Parchís.
Sirius utiliza un transmisor de radio militar de la Segunda Guerra Mundial. Algunos de estos tenían una bocina verde en lugar del transmisor clásico.

Chapter 21: Auto de fe

Notes:

He aquí el final del arco del bombardeo. Les recomiendo que preparen sus pañuelos porque las emociones estarán a flor de piel. Van a llorar tanto que casi me arrepiento de incluir algo que llevaban esperando en medio de este ambiente tan tenso.
No diré más... ¡vayan a leer y disfruten!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Testimonio de Mila, del templo de la Avaricia:
Mi hermano era un chico feliz. Vivíamos con el gremio de carteristas y jugábamos al fútbol en las aceras cuando no estábamos trabajando para sobrevivir. El fútbol es un juego muggle, pero también jugábamos al quidditch montados en escobas de barrer. Nuestra snitch era una bola de trapo amarillo. Pero todo cambió cuando Ed se peleó con Luca, uno de los líderes del gremio. Nos echaron en pleno invierno, y desde entonces no hubo comida ni tiempo para jugar a nada...

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Era la primera vez que Sirius veía a Fleamont Potter desde aquella fiesta de Navidad, la misma que había abandonado temprano para terminar cayéndose de borracho en la sala de Severus. Fleamont parecía distante, frío, como si no los reconociera ni a él ni a Remus.

—Soy Fleamont Potter, líder de este grupo de aurores. La ministra nos ha enviado a escoltar a un grupo de sanadores y a brindar apoyo en lo que sea necesario —dijo Fleamont, sin dignarse a mirar a ninguno de ellos.

Tiny dio un paso al frente. Le habían asignado el liderazgo, y no era para menos. Era su hogar el que había volado en pedazos, su gente la que había sufrido. Sin su intervención, todo habría sido una catástrofe aún mayor. Los aurores habrían entrado con violencia al callejón Knockturn y, mientras tanto, el callejón Diagon habría explotado. Una falsa Marca Tenebrosa se habría alzado en el cielo, y las consecuencias de semejante provocación serían inimaginables.

—Tus sanadores están en nuestro refugio, y agradecemos su ayuda. Pero no es aquí donde los aurores hacen falta. Los habríamos necesitado antes de que las cosas llegaran a este punto, cuando aún podíamos evitarlo. Ahora es tarde para Knockturn —respondió Tiny, mirándolo directamente.

—La ministra dio la orden. La opinión de un civil no podría importarme menos —replicó Fleamont, con frialdad.

—Solo digo que llegaron tarde para Knockturn. Pero estoy seguro de que la ministra apreciará que estén a tiempo para Diagon, auror Potter. Estamos convencidos de que habrá otra explosión —dijo Tiny, inclinándose para encarar a Fleamont. A pesar de la altura del hombre, Tiny lo superaba por más de una cabeza.

—¿Y por qué debería creerte? Todo lo que han hecho desde esa estación de radio es manipular y mentir para ganar lástima. Gracias a ustedes, un buen hombre perdió la cabeza y tuvo que ser retirado del servicio —respondió Fleamont con desprecio.

—¿Eso te dices para poder dormir tranquilo? Shadwell siempre ha estado podrido. Todos los rumores que ensucian tu bonita organización son gracias a él —intervino Sirius, indignado. No entendía cómo era posible que ambos Potter fueran tan ciegos.

—Me cuesta mucho confiar en la palabra de un demente —replicó Fleamont sin mirarlo.

—Entonces es tu pérdida. Haz lo que quieras ahí dentro—dijo Tiny señalando el interior del callejón completamente vacío— no tenemos tiempo para tus tonterías. Reza para que solo tengas que explicarle a tu ministra por qué no evitaste una explosión de cientos de víctimas en Diagon.  

Sirius enfadado, antes de irse gritó haciendo saltar a Remus y Severus uno en cada lado.

—¡Por lo menos este demente ha salvado más vidas que tú, Fleamont Potter! ¡Ahora entiendo de dónde saca tu hijo lo imbécil!

—¿Ese es el padre de Potter? —preguntó Severus en voz alta, con evidente desdén— Pensé que no sería un cobarde engreído, pero qué se le puede hacer. La sangre llama.

—Sí, debí suponerlo desde el principio. Le gusta que otros hagan el trabajo sucio mientras él posa para las cámaras —añadió Sirius, con una mirada rápida hacia un par de reporteros del Profeta que estaban entre el grupo de aurores.

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Segundo testimonio de Mila, del templo de la Avaricia:

Simón nos encontró robando basura en el callejón Diagon para comer. Mi hermano y yo peleábamos contra otro chico por un hueso de pollo que aún tenía algo de carne pegada. Simón nos dio dulces y nos invitó a su iglesia. No creíamos en esa basura, pero tener un lugar caliente para pasar el invierno nos pareció una buena idea.

Nunca pensé que esos dulces serían lo único bueno que comeríamos allí… y que llegaría a extrañar aquel hueso de pollo.

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Rita y Jimmy Khan se escabulleron del refugio hacia los túneles bajo el callejón.

—Hay que ser cuidadosos, Jimmy. Son niños, sí, pero pueden ser tan peligrosos como cualquier fanático de una secta —susurró Rita, avanzando con cautela.

—¿Estás segura de esto, Rita? Las historias con sectas siempre son verdaderas pesadillas, y lo peor es que siempre terminan mal. Todavía tengo pesadillas de la última vez que me involucré en algo así —respondió Jimmy, con inquietud en la voz.

—No creas que me emociona meterme en la guarida de un grupo de raritos peligrosos, pero necesitamos pruebas contundentes. Nunca se sabe cuándo nuestro corrupto sistema de justicia va a querer hacer alguna travesura —dijo Rita, dejando un rastro mágico para marcar la entrada a la intrincada red de túneles.

—Será complicado salir de aquí sin perdernos —advirtió Jimmy, observando las interminables bifurcaciones frente a ellos.

—No te preocupes, tenemos un mapa —respondió Rita mientras sacaba un plano de su bolsillo—. Lo encontré en una de las oficinas. Los túneles no son otra cosa que las partes a medio construir del búnker. He marcado todos los posibles lugares donde Tiny y Ellie estuvieron, según lo que me contaron.

Jimmy sonrió, emocionado. Ningún reportero con verdadera vocación podría resistirse a una historia como aquella.

—Es una pena que no podamos publicar esto en The Keeper. Sería la historia del siglo; ganaríamos un montón de premios —dijo Jimmy—. Incluso podríamos escribir un libro.

—Seríamos famosos, sí, y tú terminarías con una lobotomía mágica mientras yo me ganaría un bes apasionado con un dementor —respondió Rita, estremeciéndose ante la idea— Me conformo con dejar esto documentado. Tenemos ciertas obligaciones como reporteros. ¿No es por eso que hacemos esto? Por la búsqueda de la verdad y nuestra insaciable necesidad de meternos donde no nos llaman.

—Principalmente por meternos donde no nos llaman —bromeó Jimmy mientras rompía una barrita luminosa.

—Amén por eso —respondió Rita, mientras la tenue luz verde iluminaba el oscuro túnel.

Solo habían avanzado unos pasos cuando una voz los detuvo.

—¿A dónde creen que van… sin mí?

Ellie "La Tuerta" los observaba desde las sombras con una sonrisa depredadora.

—Ellie, se supone que deberías estar recuperándote después de tu traumático secuestro —dijo Rita, alzando una ceja.

—No me jodas, Rita. Ya descansé, ya tomé pociones... ahora quiero venganza —replicó Ellie, uniéndose al dúo sin esperar respuesta.

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Tercer testimonio de Mila, del templo de la Avaricia:

Él seleccionó a varios de nosotros, a los más fieles y obedientes, y les hizo un bautismo secreto. Les dio nuevos nombres, como los apóstoles de la Biblia, y los obligó a ayunar más que al resto. Todos los trataban con respeto. Me alegré de no haber sido elegida; ya me mareaba todos los días por el hambre, así que no podía imaginarme pasar días comiendo solo una oblea y un trago de agua de rosas.

Fue por esas fechas cuando Ed se robó un pan de la ofrenda a Nuestra Señora. Simón se enfureció tanto que lo golpeó tan fuerte que pensé que iba a matarlo. Después de eso, se lo llevó para "purificarlo".

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El grupo compuesto por Sirius, Severus, Remus, Tiny, Víctor, Rob y “Capa Gris” apenas había avanzado un tramo cuando un par de aurores se les unió.

—Somos los aurores Swynford y Oxnard —se presentó uno de ellos, un joven de rostro adusto que parecía recién salido de la academia— El señor Potter nos ha enviado para brindar ayuda, pero si esto resulta ser una treta, serán acusados formalmente de interferir con el Departamento de Aurores.

Severus los observó con una mezcla de indiferencia y repulsión, arqueando una ceja con desdén calculado.

—Supongo que Potter tiene algo de astucia, después de todo. Manda a un par de prescindibles por si acaso resulta ser cierto. Así, nadie puede decir que no hizo nada.

—¿Tú, escoria de Knockturn, te atreves a llamarnos prescindibles? —espetó el auror Oxnard, o tal vez Swynford; ambos parecían casi intercambiables, con la misma expresión tensa, como si sufrieran de un malestar crónico— Si no hubieran armado un drama en la radio, nadie se molestaría en prestar atención a ustedes.

Severus no se inmutó y respondió con su habitual veneno, dejando que sus palabras cayeran como una daga.

—El callejón se salvó a sí mismo, sin ayuda de los aurores. Hasta ahora, solo han llegado tarde, arrestado artesanos y aumentado indirectamente el número de víctimas al obligar a la gente a amontonarse en Diagon para hacer sus compras. Es bastante evidente quiénes son los verdaderos prescindibles aquí.

La sonrisa de Severus creció cuando vio cómo el rostro del auror se crispaba, como si acabara de recibir un golpe. Sirius, observando la escena, sintió su corazón acelerarse. El veneno en la voz de Snape era algo que antes le había exasperado, pero ahora encontraba esa mordacidad extrañamente fascinante, incluso... atractiva. Había algo en la forma en que Severus dejaba caer sus palabras, como si fueran cuchillas, que lo hacía querer más.

Sacudiendo la cabeza para despejar sus pensamientos, Sirius se recordó a sí mismo que estaban en medio de una misión importante. No era momento para fantasear.

—Sev, deja de perder el tiempo con ese enorme pedazo de cagada. Te vas a apestar, y no tenemos tiempo que perder —intervino Víctor con un tono despreocupado— Después de esto, podemos mandar a la chingada al cabrón.

—Sé español, y sé lo que dijiste, estúpido mexicano —respondió, con evidente molestia, el otro auror que hasta entonces había permanecido callado.

—¿Y qué? ¿Eso crees que ofende? —se burló Víctor, riéndose mientras caminaba— Oye, Sev, este mago pendejo piensa que decirme mexicano es un insulto. ¿Cuánto apuestas a que es la primera vez que le dice “mexicano” a un mexicano? Mi compañero racista tiene más imaginación con los insultos que este putito.

—Voy a disfrutar levantándote cargos por ofender a un auror. Si tienes suerte, te deportarán de vuelta a tu país —amenazó el auror, con una sonrisa de superioridad.

—Sí, lo que digas. Me cago de miedo —replicó Víctor con sarcasmo, sin siquiera girarse a mirarlo.

—¿Puede hacer eso? —susurró Sirius, algo preocupado.

—De poder, puede —respondió Víctor con un encogimiento de hombros— Deja que lo intente. El abuelo a veces necesita que su nieto favorito se meta en broncas para mantenerse en forma.

La despreocupación de Víctor hizo sonreír a Sirius. A pesar de la tensión del momento, la confianza del chico era contagiosa, y el auror parecía más frustrado que intimidante.

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Ellie observó a Rita y a Jimmy Khan mientras hablaban. Jimmy tomaba fotos del lugar donde Simón había asegurado hablar con Dios. A pesar de estar bajo los efectos de las drogas, Ellie no había notado antes la puerta metálica junto a la ventila por donde se escapaba el fuerte aroma a incienso.

Se acercó al fonógrafo encantado que reproducía la supuesta voz divina, y para su sorpresa, seguía ahí. Al agacharse para inspeccionarlo, intentó tocarlo, pero una rata salió disparada de la trompeta y le mordió la mano.

—¡Agh! —se quejó, mientras la rata se escabullía entre sus piernas y desaparecía por otra ventila.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó Rita, alarmada.

—Sí, solo fue una rata. Me mordió mientras revisaba esto —respondió Ellie, señalando el fonógrafo— Es increíble pensar que alguien usara esta cosa para hacerse pasar por la voz de Dios.

Rita frunció el ceño, inclinándose para examinarlo.

—Parece un fonógrafo muy viejo, incluso para los estándares del mundo mágico.

—¿Y cómo sabes tanto sobre los estándares del mundo mágico sobre el muggle? —intervino Jimmy Khan, curioso.

—Mírate, Jimmy, usando “muggle” como uno de los nativos—se burló Rita con una sonrisa— La verdad, me doy mis vueltas por el mundo muggle. Tienen una cantidad ridícula de diarios especializados, y sus cámaras… ¡por Dios! Aquí seguimos con flash de polvo de magnesio. ¿Sabes cuántas veces me he quemado las cejas? Por cierto, tu cámara es la mejor que he visto en años.

Ellie rodó los ojos al ver cómo Jimmy se sonrojaba.

—Es una Reflex A1 de Canon. Es nueva y, en serio, tiene de todo —respondió él, emocionado.

—¿Cuál es su velocidad de obturación? —preguntó Rita con genuino interés.

Ellie no pudo evitar interrumpir.

—¿Podrían dejar de coquetear un momento? Mi hombre está allá afuera, enfrentándose a lo que podría ser la segunda explosión del día, y no pienso permitir que lo arrastren a Azkaban mientras ustedes se ponen de cursis con sus cosas de periodistas.

Rita y Jimmy se separaron avergonzados, retomando sus tareas: él sacando fotos y ella anotando en su libreta.

—Espera, creo que conozco ese olor —dijo Rita de repente, acercándose a uno de los incensarios— Es una hierba especial que hasta hace muy poco usaban en algunos burdeles para “relajar el ambiente”. Era tan dañina que hasta los negocios más ilegales dejaron de usarla. Pudre el cerebro muy rápido.

—Déjame ver —dijo Ellie, respirando con cautela el aroma—ahora que lo mencionas, me suena familiar. No lo recordaba porqué evité esa zona como la peste, pero me sorprende que tú lo reconozcas tan rápido, Rita.

—¡Oye, no es lo que piensas! —protestó Rita, sonrojándose—. Tenía una informante, Minnie “La Ardiente”. Apestaba a esta porquería, pero tuve que dejar de trabajar con ella cuando ya ni podía pronunciar su nombre.

Ellie no dijo nada. En lugar de eso, tomó un viejo pergamino con mensajes incoherentes de Simón que estaba tirado en el suelo, vació las cenizas del incensario sobre él, lo dobló y lo guardó en su túnica.

—Miren esto —dijo Jimmy, mostrando un diario viejo—. Entre todas las incoherencias por las drogas, hay un plan bastante detallado de cómo logró todo esto. También hay fantasías muy extrañas sobre ti, Ellie. Parece que quería colocarte en un pedestal como si fueras una especie de figura santa. Según sus notas, Dios le ordenó llevarte, lo que significa que el tal “Dios” te conoce personalmente.

Ellie frunció el ceño y suspiró con frustración.

—Por favor, ahórrame las fantasías de ese tipo. Pero lo de “Dios” sí me interesa. ¿No dice nada concreto sobre él?

Jimmy hojeó el diario y negó con la cabeza.

—Nada útil. Siempre que menciona a Dios, se pone críptico o fantasioso y después se obsesiona hojas enteras con un problema de plagas.

Ellie suspiró, insatisfecha, y finalmente habló:

—Llevémonos el fonógrafo y el diario. ¿Crees que podamos llegar al templo con el plano, Rita?

Rita asintió.

—Si salimos por donde entramos y seguimos hacia la derecha, podríamos llegar a una entrada debajo del templo. Pero subir será complicado. Esa estructura es completamente mágica, y no está en el plano.

—Entonces vayamos al templo. Tal vez encontremos algo más sobre ese supuesto Dios —ordenó Ellie.

El grupo salió sin notar a la rata que observaba desde las sombras, maldiciendo su mala suerte por haber vuelto al templo tras la partida de Simón.

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Para desgracia del grupo, el ánimo se desvaneció tan pronto como llegaron al Callejón Diagon. La primera explosión había llenado el lugar de gente, y tal como Snape había predicho, las tiendas estaban abarrotadas debido a la escasez de artesanos. La tenue iluminación de los locales, apenas suficiente para la noche, hacía que su misión fuera aún más complicada.

—¿Qué es exactamente lo que estamos buscando? —preguntó “Capa Gris”, el chico que había logrado ganarse la confianza de Lily. No se había presentado ni parecía querer hacerlo, pero eso no importaba. Había salvado muchas vidas junto a Lily, y ese hecho bastaba para que respetaran sus secretos.

—Seis niños, desnutridos y vestidos con harapos —respondió Snape— Están acostumbrados a moverse sin ser notados, así que no será fácil. Volar Knockturn era solo el mensaje inicial. Aquí, en Diagon, será el gran final. Querrá que sea algo importante, algo que todos recuerden. Buscará causar el mayor impacto posible. Diagon es un símbolo de consumismo y avaricia, todo lo que desprecia.

—¿Entonces no usará más niños para causar más daño? —preguntó “Capa Gris”.

—No, serán seis —respondió Severus con convicción— Mila dijo que los nombres del primer grupo de niños eran Pedro, Santiago, Juan, Andrés, Felipe y Tadeo, seis de los doce apóstoles. Es un fanático; no romperá el simbolismo, ni siquiera por causar más daño, por mucho que odie Diagon.

En ese momento, un enorme patronus con forma de elefante flotó hacia ellos, llevando un mensaje con la voz de Ellie:

“Estamos en el templo de la Avaricia. No hay nadie, solo restos de pan y vino en una mesa larga. Jimmy Khan dice que parece La última cena. Por alguna razón, eso es importante”

Tiny maldijo en voz baja:

—Esa mujer... debí suponer que no iba a descansar ni curarse si la dejaba sola.

—Deja a la chica en paz. Tú estás aquí y ni una sola vez has pasado por la enfermería —dijo Robert Pevka con un gesto de reproche— Lo importante ahora es empezar a buscar. Si ya han tomado su última cena, lo que sigue es el sacrificio por los pecados de la humanidad.

Sin perder más tiempo, se dividieron en grupos: Remus y Tiny, Rob y Capa Gris, y finalmente Severus, Sirius y Víctor. Nadie cedió un espacio al par de aurores, que parecían más interesados en observar que en contribuir.

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Testimonio de Marcos, del templo de la Avaricia:


Él nos llamó apóstoles, nos enseñó a amar el hambre. Decía que el dolor del hambre era divino, pero yo lo vi comer las ofrendas cuando nadie lo veía. La única razón por la que lo seguía era el miedo. Todos estaban desesperados por ganar su favor, y le contaban cada cosa que pasaba. A los que querían irse, se los llevaba a "purificar", y nunca regresaban. Hasta él…

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Ellie no entendía por qué la mesa larga llena de restos de pan y vino en la habitación donde antes había despertado era un presagio de peligro. Sin embargo, hacía mucho que había aprendido que si alguien le decía que tuviera cuidado, lo mejor era ser cautelosa.

 

Los catres que antes llenaban la habitación ahora estaban doblados y arrumbados en una esquina. No había rastros de ninguno de los niños, y aquello le daba muy mala espina. No quedaba nada más allí.

 

—Vamos afuera, chicos. Creo que ya hemos encontrado todo lo que había que ver aquí —dijo Ellie.

 

Encontraron la salida relativamente fácil: solo había que aparecerse justo arriba de la habitación de los catres. Era una idea ingeniosa; ningún niño podía escapar porque no había una salida física. La única forma de salir era aprender a aparecerse, y si conocía a Simón, solo él y tal vez algunos de los más fanáticos podían hacerlo.

 

Cuando llegaron al templo, escucharon gritos justo a la salida.

 

—¿Dónde está mi hermano, maldito loco? —gritó una voz de niña que Ellie reconoció al instante. Era Mila.

 

—Él está cumpliendo la misión que Dios le otorgó, lavando su traición y la tuya como Judas Iscariote. Deberías agradecerle; ganarás el cielo gracias a él —respondió un hombre que debía ser Simón, el sacerdote.

 

Ellie se acercó silenciosamente hasta que vio a Simón blandiendo su báculo contra la niña.

 

—¡Expeliarmus! —gritó Ellie, lanzando el hechizo de desarme. Simón cayó de espaldas al suelo del pequeño templo.

 

—Mi señora —dijo Simón, arrodillándose—. Has vuelto a tu templo.

 

En el suelo, Ellie vio una gran bolsa que Simón había dejado caer. De ella escapaban algunos galeones.

 

—No me llames "señora". No soy tu maldita santa. Soy Ellie Brown, "La Tuerta", y te voy a hacer ver el jodido infierno, maldito hipócrita —espetó Ellie con furia.

 

—No es lo que crees, Señora. Es para los niños. Vamos a irnos a un nuevo lugar. Este será arrasado; necesitamos un nuevo templo. Nos mudaremos a una granja, trabajaremos para Dios. Por favor, Santa, ven con nosotros. Deja que la inmundicia se destruya y formemos un nuevo mundo: tú, yo, Dios y nuestros niños —suplicó Simón mientras se arrastraba por el suelo, retrocediendo—Tú lo entiendes, te provocaste dolor para proteger tu pureza, porque defiendes a los monstruos que te obligaron a ello.

 

—Te has equivocado. No saque mi ojo para proteger mi pureza. De hecho, no me interesa la pureza de nadie más. Lo hice por mi propia libertad. Nunca he culpado a nadie por las decisiones que tomé. Entonces, ¿por qué iba a convertirme en tu bonito objeto de adoración para presumir en tu templo? Me das asco, no eres muy diferente de una matrona de burdel. Sigues explotando a las personas; solo te enorgulleces porque lo haces de otra manera —respondió Ellie con asco mientras lanzaba otro Expeliarmus que empujó a Simón contra la pared.

 

De pronto, Simón lanzó una poción contra el suelo, llenando el templo de humo, y salió corriendo como si no sintiera dolor alguno. Ellie lo persiguió a través del humo, negándose a perder a su presa.

 

Justo cuando estaba a punto de dejarlo escapar, se encontró con un grupo de aurores.

 

—¡Atrápenlo! ¡Es el bombardero! —gritó Ellie, señalándolo.

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  Segundo testimonio de Marcos, del Templo de la Avaricia:

“Él era uno de los nuevos. Simón se lo llevó durante tres meses y, cuando regresó, era diferente… daba miedo. Simón lo llamó Judas Iscariote y dijo que debía pagar por su traición. Lo hizo colgarse del techo y, luego cortó la soga; dijo que ese era el nivel de devoción que esperaba de todos nosotros.

Fue en ese momento que decidí que debía aprovechar cualquier oportunidad. Cuando me mandara a lanzar las pociones, correría. Cualquier lugar sería mejor que estar allí.”

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Sirius estaba frustrado. Encontrar a los niños entre tanta gente era una tarea difícil, y lo peor era que nadie quería moverse sin saber la razón. No podían alertar a las personas sobre una amenaza de bomba sin causar pánico y empeorar la situación.

Además, los aurores que podrían haber convencido a la gente de salir pacíficamente eran inútiles, prácticamente un adorno.

En medio de la búsqueda, un grito rompió el bullicio.

—¡Encontré uno! —gritó Robert Pevka.

Sirius corrió hacia él y vio a un chico de unos quince años junto a Rob.

—Este es Marcos. Cuando me vio, me entregó su cargamento y me suplicó ayuda.

El chico hablaba rápido, balbuceando nervioso.

—Por favor, no me lleven con los aurores... Yo no quería hacer nada de esto, pero era la única forma de salir de allí... Yo... sé quiénes son los otros, pero Simón les puso hechizos. Nadie los puede ver.

Entregó un saco lleno de pociones explosivas con las manos temblorosas.

—¿Cómo los vamos a encontrar si hay hechizos? Esto cada vez se pone peor, es una completa pesadilla —se quejó Severus, visiblemente al borde del fastidio.

—Si pudiera transformarme aquí, podría oler la poción, pero un jaguar en medio de Knockturn desataría el pánico —susurró Víctor a Sirius.

De pronto, la expresión de Sirius cambió, iluminándose con una idea.

—Tengo un plan, pero nada de lo que pase puede salir de aquí —advirtió Sirius.

—Sirius, nada de lo que hemos hecho en las últimas horas debería salir de aquí. De hecho, recomendaría que nos obliviáramos al final si no fuera porque Rob es inmune —replicó Severus con su habitual sarcasmo.

Sirius se dirigió a una zona oscura y, momentos después, salió convertido en un enorme perro negro. Corrió por todo el callejón, buscando el aroma metálico de las pociones explosivas, mientras el grupo lo seguía de cerca. Encontrar a los niños se volvió mucho más sencillo.

Eran solo niños asustados. Algunos estaban paralizados, llorando, sin decidirse entre lanzar el saco con pociones o no hacer nada. Sin embargo, uno de ellos dio problemas.

—¡Nadie se interpondrá en el designio del Señor! Diagon se ha edificado una fortaleza, y ha amontonado plata como polvo y oro como barro de las calles. He aquí, el Señor la despojará, arrojará al mar su riqueza y ella será consumida por el fuego —gritó, arrojando su saco lleno de pociones al suelo.

Severus reaccionó de inmediato, levitando el saco antes de que tocara el suelo y explotara. Al mismo tiempo, “Capa Gris” lanzó un hechizo para dormir al niño. Tras el susto, buscaron al sexto niño, pero no había rastro de él.

Estaban a punto de rendirse cuando vieron a Ellie, acompañada de los aurores de Fleamont Potter, junto con Rita y Jimmy.

—¡Tiny, uno de los niños es Ed! —gritó Ellie.

Todo sucedió demasiado rápido. Sirius olió el aroma metálico una vez más y, al voltear, vio a Ed, el niño que había llegado al refugio con su hermana.

Sirius corrió con toda la velocidad que sus patas le permitieron, pero antes de alcanzarlo, Ed lanzó un hechizo al cielo y algo muy parecido a la marca tenebrosa solo que sin el cráneo comenzó a formarse.

—¡Mortífago! —gritó uno de los aurores inútiles y lanzó un hechizo.

—¡No, Oxnard! —gritó Fleamont Potter, pero ya era demasiado tarde.

El sonido de la explosión le rompió el alma a Sirius. Un aullido de terror quedó atrapado en su garganta mientras veía los ojos apagados del niño a través del fuego, consumiéndolo por completo. Por un momento, pensó que aquello debía ser una pesadilla.

No sintió el impacto de la explosión, solo unos brazos que lo cubrieron. Había vuelto a su forma humana por el shock y cuando abrió los ojos, vio que Severus lo protegía con un Protego Máxima entre ellos y el fuego.

Remus, Tiny y “Capa Gris” también habían lanzado sus propios escudos, evitando que lo peor de la explosión dañara esa parte del Callejón Diagon. Aun así, había destrozos y algunos heridos. Sirius no pudo mirar el lugar donde Ed había estado parado.

Enterró su rostro en el pecho de Severus y lanzó un grito de furia.

—Llévame a casa antes de que me vuelva loco —suplicó.

Víctor se acercó a ellos con una expresión seria nunca antes vista en el despreocupado chico.

—Voy a distraerlos. Los demás aparecerán en la casa de Rob. Ya no hay nada más por hacer, y lo mejor es que los aurores no los encuentren.

—¿Estarás bien? —preguntó Severus.

—No se preocupen por mí. Tengo inmunidad diplomática, ¿recuerdan? —respondió Víctor, intentando animarlos con una sonrisa.

El moreno caminó hasta el contingente de aurores lanzando lo que parecían ser todo los insultos en español que sabía y entonces Severus tomó a Sirius y ambos desaparecieron.

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Severus apareció en su casa en Spinner's End. Apenas logró llevar a Sirius hasta el viejo sillón de la sala antes de que este colapsara, llorando desconsoladamente contra su pecho. Lo abrazó con fuerza, dejando que sus propias lágrimas silenciosas se deslizaran por sus mejillas. Habían salvado muchas vidas esa noche, pero perder esa única vida, dolía como ninguna otra.

El cuerpo de Severus temblaba tanto como el de Sirius, pero intentó reunir fuerzas.

—Sirius, necesitamos limpiarnos y revisar tus heridas —le dijo suavemente, intentando apartarse para buscar su botiquín de emergencias.

Pero Sirius lo detuvo, aferrándose a él con desesperación.

—No... no, por favor, no me dejes —rogó con la voz rota, como si temiera que el mundo se desmoronara aún más si Severus se alejaba.

Severus se quedó inmóvil. Nunca había sido bueno consolando a los demás; siempre encontraba las palabras equivocadas o, peor aún, no encontraba ninguna. Abrió la boca, intentando decir algo tranquilizador, pero antes de que pudiera articular una sola palabra, Sirius alzó el rostro, tomó el suyo entre sus manos, y sus labios se encontraron en un beso desesperado.

El corazón de Severus pareció detenerse por un instante, solo para latir con tanta fuerza que pensó que iba a morir en ese mismo momento. Ese era su primer beso, y venía de un hombre del que siempre había intentado mantenerse alejado, alguien de quien se juró no hace poco no obsesionarse.

El beso era caótico y lleno de dolor, pero Severus no pudo apartarse. Sus manos se aferraron a la camisa de Sirius como si fueran su única ancla. Una parte de él se preguntaba si era posible sentirse tan destrozado y eufórico al mismo tiempo.

Cuando finalmente se separaron, ambos estaban jadeando, sus frentes juntas y los ojos cerrados. Sirius habló primero, en un susurro cargado de vulnerabilidad.

—No puedo con esto, Sev... No puedo.

Severus tragó saliva y acarició su mejilla con torpeza, su voz apenas un murmullo.

—Estoy contigo, Sirius.

Ambos permanecieron ahí, en silencio, aferrándose el uno al otro como si el mundo pudiera desmoronarse en cualquier momento.      

 

 

 

 

 

 

 

Notes:

Y aquí tenemos el primer beso de Sev y Sirius, como no podía ser de otra manera, en medio del caos físico y mental que define su historia.
En el próximo capítulo, y también en el segundo extra de esta historia, ataremos los pocos cabos sueltos que quedan. Mary McDonald regresará con malas noticias, y veremos a Remus dando sus primeros pasos para “abandonar el Parchís.”
Gracias a todos por leer. Espero que hayan tenido un buen inicio de año, y si les gustó esta historia, no olviden dejarme un comentario.
Agradecimientos especiales a Charlie, siento mucho haberte hecho sufrir tanto con estos capítulos. Para compensarte, te prometo un sobre de Magic nuevo.
Esas que cosas que debo explicar para que entiendan mejor la historia:
Auto de fe: El término “auto de fe” proviene del portugués auto da fé y significa “acto de fe.” Históricamente, hacía referencia a una ceremonia pública realizada por la Inquisición, en la que se anunciaban los veredictos contra los acusados de herejía. Durante estas ceremonias, los acusados podían ser absueltos, obligados a hacer penitencia, o entregados a las autoridades civiles para su castigo (que solía ser la ejecución). Era tanto un acto religioso como un espectáculo público, diseñado para mostrar el poder de la Iglesia y el Estado. (Gracias a San Google por la definición ).
Cámara Reflex A1 de Canon: Lanzada en 1978, fue una de las mejores cámaras de su época y todavía reinaba en los 80. ¡Ah, los buenos tiempos sin obsolescencia programada!
Los nombres de los apóstoles son Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Judas Iscariote, Mateo, Tomás, Santiago hijo de Alfeo, Bartolomé, Judas Tadeo, y Simón. En lugar de usar las versiones en hebreo decidí simplificarlos porque, sinceramente, ya estaba agotada con tanto hacer y deshacer este fic.
El diálogo que recita el chico que se resiste con las pociones es una cita de Zacarías 9:3-6
“Tiro se ha edificado una fortaleza,
y ha amontonado plata como polvo
y oro como barro de las calles.
He aquí, el Señor la despojará,
arrojará al mar su riqueza
y ella será consumida por el fuego.”
Bueno esos es todo. Por el momento iré a descansar antes de la nueva jornada, los quiero son grandiosos y… ¿ya dije que amo sus comentarios?, Bueno si no ya saben que los amo.

Chapter 22: Extra 2: Dos notas periodísticas regulares y una amarga disculpa.

Notes:

¡Hola de nuevo! Estoy de regreso antes de lo esperado, pero esta vez solo para dejarles un extra que marca el cierre de este arco y el inicio del próximo.

En este capítulo encontrarán tres extractos de periódico que cierran algunos de los cabos sueltos, aunque no todos. Lo relacionado con Víctor se desarrollará en el próximo capítulo, al igual que más detalles sobre lo que ocurrió con Simón. También exploraremos qué ha sucedido con James.

Mientras tanto, espero que disfruten de este pedacito de historia que les comparto con mucho cariño.
¡Gracias por seguir leyendo!

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Chapter Text

Columna “El templo de Atenea” en el “El Oráculo de Delfos”.

(Un pequeño diario que compite con El Profeta)

El templo de Atenea

por Atenea Goddess.

Hola, mundo mágico,

¡Estamos de vuelta, ahora en papel! Agradecemos infinitamente a las grandiosas Hijas de Deméter, quienes nos presentaron a la brillante creación de Hefesto que ahora imprime nuestro diario.

Pero basta de ser crípticos, vayamos directo a los hechos, porque estos eventos han desatado la ira de esta diosa. Y créanme, Hermes ya ha pagado el precio en cuantiosas ofrendas de sándwiches de tocino. Aunque podrían haberme alegrado el día, ni todo el tocino del mundo puede tapar el hedor podrido del pasado martes en el Ministerio.

¿El responsable? El honorable Wizengamot y su “veredicto”.

Esta semana, en un despliegue de absoluta incompetencia, decidieron premiar a la escoria de Atticus Oxnard tras el asesinato de un niño de 11 años y el envío de seis personas a San Mungo. Todo porque “confundió” al menor con un mortífago.

Mientras tanto, el verdadero héroe de Knockturn, Julius Cessare Lefebvre, quien al mando de un grupo de héroes anónimos salvó más de treinta vidas y detuvo a cinco niños bajo el Imperius que intentaban bombardear el Callejón Diagon, sigue trabajando silenciosamente, levantando casas en Knockturn. Sin reconocimiento, sin medallas, sin titulares.

Señora Ministra Bagnold, reconozco que evitó que la tragedia fuera a mayores. Sin embargo, lo suyo parece ser un paso adelante y dos atrás. ¿Qué le cuesta reconocer el valor de civiles como Lefebvre o los voluntarios que, ignorando la fama de Knockturn, acuden de todo el país para ayudar? ¿Qué tal un aplauso para Ellie Brown, quien entregó al responsable de esta tragedia directamente en manos de los aurores?

Y hablando de problemas…

Es hora de admitir que tenemos un grave problema de seguridad. Hasta ahora, el número de mortífagos reales atrapados es una burla en comparación con los inocentes encerrados en Azkaban. ¿No es escandaloso que los únicos mortífagos que han pisado el Ministerio recientemente lo hicieron para castigar al líder de la secta Iglesia de la Avaricia? Este terrible criminal, Simón el sacerdote, que utilizó una falsa Marca Tenebrosa para encubrir sus fechorías. Y vaya que dejaron claro quienes eran los responsables cuando la auténtica Marca brillaba sobre el Ministerio.

Simón, sinceramente, no es una gran pérdida. Pero que un grupo de criminales buscados entre y salga del Ministerio como si fuera su casa refuerza lo que todos ya sabemos: tenemos un problema monumental.

Así que, Ministra Bagnold, menos medallas mal entregadas y más mortífagos reales en Azkaban. O al menos, asegúrese de que las medallas terminen en manos de quienes las merecen.

Por último, esta diosa espera que el buen auror Oxnard siga el ejemplo de nuestros héroes anónimos y practique el arte de la discreción, en lugar de presumir su vergonzosa presea.

 Se despide Atenea, deseándoles buena fortuna.

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Nota publicada en The Awakening Post
(Sigue siendo una revista de escasa circulación, dirigida a fanáticos de teorías conspirativas)

El Triángulo de las Bermudas Subterráneo y la Calle Invisible de Londres
Por Rudolph Cartier

¡Saludos, amantes de lo oculto!

Estos días han sido un torbellino para los entusiastas de lo inexplicable en toda Gran Bretaña. Hoy nos enfocamos en el fenómeno más impactante del año: “Pueblos que desaparecen”.

Uno de nuestros lectores más fieles, “Primigenio5000”, reporta que la pequeña ciudad costera de Seabury ha desaparecido por completo. Nos envió fotografías de una extraña luz verde flotando en el cielo nocturno y dos grabaciones aterradoras de gritos y sonidos de destrucción, como si una tempestad hubiera arrasado con todo. Sin embargo, según Primigenio5000, ahora no queda rastro alguno: ni edificios, ni caminos, ni siquiera un indicio de que Seabury haya existido.

Nuestra teoría principal involucra a los Hombres de Negro o a magos, quienes podrían haber borrado de la memoria colectiva toda evidencia del pueblo. ¿El motivo? Es posible que Seabury haya sido utilizado como sacrificio para alimentar a antiguos dioses interdimensionales, consolidando así su dominio sobre los alienígenas.

Pero eso no es todo. Hace apenas tres días, una explosión sacudió Charing Cross Road en Londres. Testigos reportaron luces blancas surcando el cielo y humo ascendiendo, aunque nadie pudo identificar la fuente del incidente. Según nuestro experto “Alien en LCD”, todo parece haber ocurrido en una calle fantasma situada entre Charing Cross Road y Greek Street.

Este lugar se encuentra justo sobre lo que “Alien en LCD” llama el Triángulo de las Bermudas Subterráneo de Londres: un área mítica donde supuestamente es imposible construir túneles, ya que cualquier intento desaparece misteriosamente.

¿Qué opinan ustedes? ¿Podría tratarse de fortalezas secretas de magos? ¿O tal vez de laboratorios clandestinos dedicados a la investigación alienígena?

Además, algunos creen que podría haber un segundo pueblo en riesgo de desaparecer. Nuestras sospechas recaen en Cokeworth, en las Midlands, donde se ha observado una inusual cantidad de actividad de OduCL (Objetos de Uso Común Levitantes), ALV (Animales Luminiscentes Voladores) y también se reportan lechuzas con comportamientos extraños.

Por ahora me despido, buscadores de la verdad insoldable, pero no sin recordarles que esta semana se suspende la reunión en el pub de Al debido a mi boda con la bruja Wikana “Sol de Verano”. No olviden reservar con anticipación su limpieza de chakras, ya que es un requisito indispensable para asistir.

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Artículo de Opinión en "El Oráculo de Delfos"
(Un pequeño diario que compite con El Profeta)

¿Quién fue Ed Norton?
Por Hermes Messenger

Ed Norton fue un niño nacido en los burdeles de Knockturn, quien junto a su hermana Mila fue echado a la calle a los seis y siete años por no ser "bonitos" para el trabajo que allí se esperaba de ellos. Desde entonces, ambos sobrevivieron como pudieron robando billeteras, mal vistos por una sociedad que los redujo a simples "ratas callejeras".

Dos pequeños sin hogar, sin esperanza, sin futuro. Ed era un niño más entre muchos en Knockturn, sin nada especial en su vida, ni siquiera en su trágica muerte que ahora resuena en el mundo mágico. Porque eso es lo que se espera de niños como Ed Norton.

De no haber muerto de manera tan pública, su destino habría sido igual de cruel: este mismo año, al recibir su primera varita, habría sido abandonado a su suerte, enfrentándose a la magia sin preparación, en un proceso donde solo tres de cada diez niños de Knockturn sobreviven. Una realidad que ocurre lejos de la mirada del público, invisible para quienes prefieren no cuestionarse.

Ed no era más que un niño que buscaba refugio y alimento, y confió en la única mano que se le ofreció: la de un adulto perverso que lo traicionó, lo lastimó y lo condenó. ¿Su crimen? Tomar un pedazo de pan que se pudría en un altar. Ahora, un hombre recibe una medalla por la tragedia de Ed, una tragedia que pudo haberse evitado. Nadie habla de él si no es con morbo, y solo su hermana Mila llora al niño que nunca pudo ser.

Ed fue el niño que matamos todos con nuestra indiferencia, podría haber sido un estudiante más en Hogwarts, pero solo fue uno de muchos que viven sus vidas entre burdeles, crímenes y hambre. Ed Norton merecía mucho más de nosotros, él y los otros niños que viven en la miseria olvidados por el mundo mágico, sin sueños, sin comida, sin camas calientes y amor.

Mila, su hermana, despidió a Ed de la única forma que pudo: enterrando una pequeña figura de león de metal que sobrevivió a sus restos bajo un olmo en un parque público. Esa fue su única sepultura; nadie dijo unas palabras de despedida, nadie lo recordó.

Por eso, me permito estas palabras, no solo para Ed, sino para el mundo que egoístamente lo abandonó:

Ed, lamento haberte olvidado.

Quizás alguna vez pasé de largo junto a niños como tú, sin siquiera detenerme a mirar. No lo merecías, Ed, y no tengo excusas más allá de una sociedad que me ha endurecido. Mila me contó sobre tu bola de trapo amarillo y tu juego de quidditch. Me pregunto si ahora, donde estás, los niños como tú pueden volar en escobas o si simplemente extienden sus alas y ríen como nunca se les permitió en vida.

Sé que estas palabras llegan tarde, pero prometo no olvidarte. Ni a ti ni a ningún niño como tú. Me esforzaré cada día para que estas palabras no sean vacías, y de vez en cuando pensaré en ti, volando libre hacia el horizonte.

Con todo el dolor y la culpa,
Hermes.

Notes:

Para quienes lo han notado (y para quienes no), sí, Rita está decidida a convertir a Tiny en un héroe. En el próximo capítulo veremos cómo reacciona él a esta inesperada fama. Por otro lado, los locos de las conspiraciones siguen mirando el panorama a su manera viendo las cosas y transformándolas de una manera ridícula.

Alguien recordó que "Alien en LCD" solía trabajar para la revista conspiranoica.
Un poco de drama y llanto con Jimmy, aunque no lo crean, hay un plan detrás de ese artículo. Todo se revelará en el próximo capítulo. ¿Será seguro para Jimmy seguir fingiendo que es un mago y trabajar en un periódico secreto? Ya lo veremos. Por ahora, el chico está disfrutando la experiencia, y Rita está más que orgullosa de haberlo "atrapado” cual Pokémon.

Típicas aclaraciones del final:

Bacon Butty (Sándwich de tocino): Es un sándwich británico muy sencillo hecho con tocino cocido. Se puede untar con mantequilla y condimentar con Brown Sauce (salsa marrón, con un ligero sabor a salsa Worcestershire, conocida en algunos países de LATAM como "salsa inglesa") o kétchup. Por lo general, se sirve caliente. Algunos lugares lo preparan con pan tostado solo por un lado, mientras que otros prefieren servirlo en un pan de hamburguesa.
Los sándwiches de tocino son un clásico en el Reino Unido e Irlanda. Son muy populares en cafeterías y delicatessen, y tienen fama de ser una "cura mágica" para la resaca.

Chapter 23: Adios Querida Yenta.

Notes:

¡Hola de nuevo! Aquí estamos con otra entrega de esta historia. Hoy les traigo lo que, en mi opinión, es un capítulo de relleno lleno de amor, aunque, por supuesto, no podía faltar un poco de la intriga de siempre.
Espero que lo disfruten. Fue un capítulo difícil de escribir porque quería que tuviera una pequeña trama que se resolviera dentro del mismo episodio, pero soy una persona de muchos detalles y mucho drama. Se sintió como subir una montaña en tacones… con un acompañante loco que tiene mucho que decir sobre la historia.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Cuando Fleamont entró en la mansión, lo primero que vio fue una tela burda de lona gris, manchada de sangre, tirada en el suelo. Frente a ella, su hijo único, sucio y herido, estaba sentado en el sillón, mirándolo con una seriedad que cortaba el aire.

—¿James, qué pasó contigo? ¿Dónde estabas? Nos mandaron a ayudar al callejón Knockturn y tú no respondiste al llamado —dijo Fleamont, la preocupación marcando sus rasgos— ¿Qué dirá tu madre si te ve así? Por lo menos, date un baño y cámbiate de ropa.

James lo ignoró. Su mirada, cargada de frialdad, se clavó en su padre mientras respondía:

—No quiero, ni puedo levantarme de este sillón. Para responder a tu pregunta, estuve en Knockturn salvando vidas, atendiendo heridos, abriendo y cortando personas para darles un día más. No puedo contarte cuántos perdí, pero te aseguro que fueron más de los que salvé— Sus ojos se entrecerraron con un rencor palpable— Por cierto, vi a Shadwell ahí; tuve que limpiar su desastre. También te vi a ti. ¿Qué fue lo que dijiste sobre él? Ah, sí, que era un “pobre hombre” al que obligamos a retirarse en pos de generar lástima.

Fleamont palideció. Sus facciones se ensombrecieron ante las duras palabras de su hijo.

—James Potter, ¿cuándo entenderás? Nosotros tenemos obligaciones…

—¡¿Hay una obligación más importante que ayudar a otros y darles un poco de maldito respeto?! —lo interrumpió James con rabia.

Fleamont no retrocedió. Endureció el rostro mientras respondía:

—Ellos estaban haciéndolo bien por sí solos. No nos necesitaban. ¿Crees que le servirá de algo a esa gente si el único bastión en la guerra contra los mortífagos cae porque fuimos débiles y arrastramos nuestra reputación de manera tan inconsciente?

James soltó una risa amarga que resonó en la habitación como un golpe.

—Te equivocas, padre. Ya caímos. Las personas no nos respetan, somos una burla para todos. Y la culpa no es de nadie más que nuestra. No puedo creer que alguna vez me tragara ese estúpido discurso sobre el deber y lo que “tenemos que hacer”. Lily tuvo razón al irse de esta casa y llevarse a nuestro hijo. El apellido Potter no es más que una bola y cadena en una cárcel llena de gusanos y podredumbre.

—¡Este es tu hogar, James Potter! —rugió Fleamont, con furia y orgullo herido.

—¡Lily era mi hogar! —respondió James, apretando los puños mientras las lágrimas caían por su rostro. Su voz temblaba, pero su convicción era inquebrantable— Era mi hogar, y la dejé por ti… por todas esas fantasías y mentiras, por el abolengo y toda esa basura.

El silencio que siguió fue roto únicamente por un sonido seco y brutal. El eco de una bofetada resonó en el salón de la mansión Potter. Los retratos en las paredes, únicos testigos del momento, guardaron un silencio horrorizado. Era la primera vez en su vida que Fleamont Potter había levantado la mano contra su hijo.

—¡Hiciste lo que debías!... hiciste lo que debías… como todos nosotros. —La voz de Fleamont tembló, cargada de una mezcla de furia y amargura— ¿Crees que yo no quería otras cosas? ¿Que no tuve sueños ni esperanzas? Pero lo dejé todo porque era mi deber. ¿Acaso soy el único en esta maldita casa que entiende su posición? —Señaló con repulsión la tela gris manchada de sangre en el suelo y ordenó— Limpia este desastre, cámbiate y no volvamos a hablar de esto. Yo me encargaré de inventar un pretexto sobre tu ausencia en el trabajo.

James lo miró con los ojos abiertos, incrédulo. Luego, sin decir una palabra, se inclinó, tomó la tela de lona y caminó hacia la salida.

—Púdrete solo en este infierno, padre —dijo al fin, con la voz cargada de decepción. Sin mirarlo, abrió la puerta.

—¡James Potter, soy tu padre! —gritó Fleamont detrás de él, pero su voz sonó vacía, como un eco de algo que ya no existía.

James se detuvo un momento, con la mano en la puerta, antes de cerrarla con frialdad.

—Ya no tienes hijo, Fleamont Potter.

Y la puerta se cerró con un golpe sordo, dejando a Fleamont solo en el salón, rodeado de retratos que murmuraban asombrados y una soledad que nunca había sentido tan pesada.

Mientras tanto, asomada en una de las ventanas de la mansión Potter, a través del cristal Euphemia observó a su hijo marcharse, su figura desvaneciéndose poco a poco en la oscuridad de la noche. No dijo nada, no hizo un gesto para detenerlo. En cambio, sus labios se curvaron en una leve sonrisa.

La sonrisa permaneció en su rostro mientras la sombra de su hijo se desvanecía por completo. Con un suspiro, cerró las cortinas y, por un breve instante, pareció susurrar al viento:

—Dile adiós a nuestro hijo, Flora.

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Severus no tenía ni idea de cómo reaccionar. A la mañana siguiente de aquel desastre, la muerte del chico frente a ellos, el dolor que aún lo envolvía como una sombra, y ese beso desesperado y necesitado que lo había dejado temblando, se despertó solo en el viejo sillón de su sala.

El silencio de su casa apenas le permitió ordenar sus pensamientos antes de que Sirius apareciera con Darcy en brazos.

Por un instante, Severus olvidó el caos. La presencia de su hijo, de casi tres meses, era una brisa de alivio en medio de la tormenta. Sin embargo, había algo que se había quedado en el aire entre él y Sirius. Algo no dicho, algo que lo hacía sentirse atrapado en un limbo mientras observaba a Sirius abrazar al bebé con ternura.

Desde ese día, Sirius se comportó como si nada fuera diferente, salvo por los besos. Sirius lo besaba mucho. Al principio, eran gestos sutiles, casi furtivos, pero pronto se volvieron más constantes, más intensos. Principalmente, cuando acostaban a Darcy a dormir. Después, se acurrucaban juntos en el viejo sillón, y Sirius lo besaba, con dedos que acariciaban su rostro y labios que lo dejaban sin aliento, hasta que Severus sentía que el mundo desaparecía, dejando solo ese momento entre los dos.

Severus se debatía. Por un lado, quería decirle que parara, echarlo de su casa y recuperar el control que creía haber perdido. Por otro, estaba la parte de sí mismo que deseaba aferrarse a Sirius con fuerza, arrastrarlo hasta su habitación y no soltarlo nunca más. Pero nunca hacía ni una cosa ni la otra.

Sirius siempre se detenía, siempre se separaba, y esas despedidas largas, casi insoportables, eran una mezcla de dulzura y agonía. Ninguno de los dos parecía dispuesto a renunciar a la compañía del otro. Pero después de que Sirius se iba, Severus se regañaba durante horas, maldiciéndose por caer en las garras de un hombre que, sabía, podría destruirlo por completo.

Estaba perdido, y lo sabía. Tan obsesionado con Sirius Black como lo había estado con Lily en su juventud. Y sabía cómo iba a terminar: como siempre terminaban las cosas para él. Con una separación violenta, un choque de trenes que lo dejaría con el corazón destrozado y sumido en su habitual oscuridad.

Pero tal vez... solo tal vez, antes de que todo se desmoronara, podría permitirse unos días más. Unos cuantos días de besos, de calidez, de sentirse menos solo.

“Sí”, pensó mientras observaba a Darcy dormir en la cuna, “Solo un poco más de tiempo. Antes de volver a mi oscuridad habitual, por lo menos tengo a mi secuaz malvado conmigo”

 Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando el timbre sonó. Severus abrió la puerta con el ceño fruncido, solo para encontrarse con el responsable de su confusión emocional: Sirius Black, quien entraba a su casa como si fuera la suya.

—¿Dónde está mi Darcy? —preguntó Sirius, mirando alrededor con emoción.

—Está dormido, tonto. Por cierto, buenos días a ti también —gruñó Severus mientras se giraba con la intención de preparar café.

Sin embargo, antes de dar un paso, Sirius lo abrazó por la espalda y le robó el primer beso del día. Luego, con voz ronca, le susurró al oído:

—Buenos días, Sev.

Severus quedó paralizado por un instante, perdido en el atrevimiento de Sirius, hasta que el llanto de Darcy rompió el momento.

—Voy por el niño. Tú prepara el café. Por cierto, esta debe ser la casa más anti inglesa de la historia. No creo que aquí se haya preparado té jamás —comentó Sirius mientras subía las escaleras.

—La antigua administración preparaba té, pero era pésimo. Así que es café o una invitación a irse al diablo —respondió Severus, recordando a Tobías lanzar la tetera contra su madre mientras gritaba sobre lo horrible que era el té en esa casa.

Severus suspiró con cansancio y se puso manos a la obra. El aroma del café llenó la cocina, disipando los oscuros recuerdos de su infancia. Revisó el refrigerador, que ahora estaba lleno gracias a las atenciones de las yentas. Encontró sobras de sopa de bolas de matzá, cortesía de la señora Shapiro, y salteado de okra con huevo, regalo de la señora Khan. Su refrigerador nunca había estado tan lleno, y muchas de las cosas que ahora contenía eran alimentos que jamás habría soñado probar cuando era niño.

Sacó el salteado y lo puso a calentar en una sartén, justo cuando escuchó los pasos de Sirius acercándose con Darcy en brazos. El bebé balbuceaba feliz y se reía con carcajadas que iluminaban toda la cocina. Darcy ya había identificado a Sirius como el hombre que le traía felicidad, lo cual solo aumentaba los temores de Severus.

“Una razón más para terminar con esto", pensó Severus mientras observaba la escena. Si las cosas explotaban, Darcy extrañaría a Sirius, él odiaría al hombre por hacerlo, y finalmente haría algo estúpido que los rompería a todos para siempre. Ese era su patrón. Sabía cómo acabaría todo, y aun así no encontraba el valor para detenerlo.

—¿En qué piensas?— preguntó Sirius jugando con la delgada capa de cabello negro cuervo del bebé.

—Pronto tendré que pedir días en el trabajo para arreglar mi inscripción a la universidad que elegí— respondió Severus.

—Birmingham, ¿Cierto?

—Sí, química con aplicación en medicina— respondió Severus pensativo, muy pronto estaría demasiado ocupado para pensar si quiera.

—Huele bien —Sirius cambio el tema mientras preparaba el biberón de Darcy, quizás porque se notaba que lo abrumaba bastante.

Severus solo atinó a sonrojarse. La escena era tan doméstica que casi parecía que ya estaban casados.

—No se supone que compraste una casa para vivir en ella, ¿por qué invades la mía?— se quejó Severus agradeciendo el cambio a temas más ligeros.

—Porque aquí estás tú y está Darcy. Principalmente Darcy. No sé qué haría sin mi dosis diaria de él —bromeó Sirius con una sonrisa— Además, mañana recibo mi nuevo horario de visitas en la oficina y ya no podré jugar con Darcy tanto tiempo.

—Es lo mejor. Pasas más tiempo con Darcy que yo —se quejó Severus, cruzándose de brazos. Aunque por dentro realmente no le agradaba la perspectiva de que los dos estuvieran tan ocupados.

—No es mi culpa que salga de la capacitación temprano. Así me da tiempo de relevar a Marigold y Richard de su ardua tarea y Darcy y yo pasamos un buen rato viendo Los Dukes de Hazzard —replicó Sirius, guiñándole un ojo mientras le daba la mamila al bebé.

—Cada vez que está contigo, no quiere dormir. No olvides que prometiste hacerlo dormir —murmuró Severus mientras colocaba cuatro platos en la mesa.

—¿Vienen los demás? —preguntó Sirius, arqueando una ceja.

—¿Lily y Víctor vienen a gorrear mi comida como todos los días?, no como crees—respondió Severus con sarcasmo— De seguro son Hagrid y Dumbledore.

En ese momento, la puerta se abrió y Lily entró como si fuera su casa, seguida de Víctor.

—Hola, Sev. Hola, Siri. ¿Qué hay de desayunar? —preguntó Lily, mirando el salteado en la sartén.

—Salteado de huevo de la señora Khan. Si no les gusta, pueden comerse un zapato. Esta casa no es un restaurante —gruñó Severus, cruzándose de brazos.

Lily soltó una carcajada y se sentó junto a él.

—Vamos, Sev, ¿desde cuándo rechazamos comida de una Yenta? —preguntó Sirius con una sonrisa traviesa mientras se acomodaba en la mesa.

—Solo yo puedo llamarlas así, me dieron su bendición —respondió Severus, posesivo, mientras se metía una cucharada de comida a la boca.

—Qué triste mi loquito del centro. Pero cuando se enteraron de que les decías así, se corrió la voz, y ahora todo el mundo las llama así. Ya hasta parece como una especie de título en vez de la palabra judía para “vieja chismosa”.

—¿Eso significa Yenta? —preguntó Sirius con una risa burlona— Debí suponer que no era nada lindo si es el apodo cariñoso de Sev. A mí me dice pulgoso desde que se enteró de que soy un animago.

—Vas a tener que acostumbrarte si planeas ser el perro que me acompañe en mi amargada vejez. ¿No fue eso lo que dijiste? “Un perro negro llamado Padfoot” —replicó Severus, provocando que Sirius casi se ahogara con la comida.

—Es bueno saber que se llevan tan bien —comentó Lily con voz relajada, mientras observaba la dinámica entre los dos.

—Lo odio. Quisiera que muera, pero me consigue café sin soportar la pesadilla de socialización Hernández. Así que lo tolero —corrigió Severus, intentando sonar amenazante, pero fallando miserablemente al sonar más entrañable que otra cosa.

—Me siento feliz. Salir de la cárcel y desayunar comida china casera con todos mis amigos… me voy a poner a chillar como Magdalena —dijo Víctor con un tono exageradamente dramático.

—Si ni siquiera fuiste a la cárcel. Te dieron una habitación en una mansión con un elfo doméstico para atenderte, mientras tu abuelo amenazaba con cerrar el comercio con Gran Bretaña si no te dejaban en paz —respondió Lily, cruzándose de brazos.

—Esa mansión daba miedito. Era obvio que esa gente era bien doble cara, unos días más ahí y podría haber muerto. Esos suelos de mármol chupaban el alma mucho mejor que los dementores —dijo Víctor estremeciéndose— Todavía me pone los pelos de punta recordarlo. Antes de irme, me regalaron un estúpido broche de diamantes que tiré en la primera zanja. Esos Malfoy se notaban peligrosos.

—¡¿Estuviste en la mansión Malfoy?! —casi gritó Severus, visiblemente aterrado. Sin esperar una respuesta, arrastró a Víctor a la sala y lanzó todos los hechizos para detectar maldiciones que conocía.

—Tranquilo, Sevydeby. Antes pasé a ver a mis primos en San Mungo. Estoy libre de magia oscura —intentó calmarlo Víctor, alzando las manos en señal de inocencia.

—Nunca está de más una segunda opinión de un conocedor de las artes oscuras —respondió Severus, con los ojos entrecerrados mientras revisaba cada centímetro de Víctor.

—O una tercera, de un “sangre pura” con una familia demente —añadió Sirius dejando a Darcy en su sillita sobre la alfombra en la sala y sacando su varita con seriedad inusitada.

—O una cuarta, de la increíble Lily Evans —dijo Lily, uniéndose a la inspección mientras Víctor suspiraba, resignado a su suerte.

—No puedo creer que esto esté pasando. Me van a dejar brillando como  arbolito de Navidad con tantos hechizos… —murmuró Víctor con un tono quejumbroso, mientras los tres amigos seguían lanzando encantamientos a su alrededor— Exijo mis derechos, podré ser un squib pero soy un ser humano.

Mientras tanto, Darcy se reía a carcajadas y agitaba sus manitas, fascinado por las luces de colores que parpadeaban alrededor de Víctor, como si todo aquello fuera un espectáculo diseñado solo para él. Estaba tan emocionado que incluso empezó a balbucear sonidos felices, contagiando un poco de ternura al tenso ambiente.

—Mira, Darcy lo está disfrutando —comentó Sirius con una sonrisa, sin dejar de agitar su varita y después se dirigió a Darcy—El tío Víctor está brillando mucho, ¿Te gusta como brilla el tío?

—Eso es porque Darcy no tiene idea del peligro que es estar cerca de alguien que acaba de salir de la mansión Malfoy —gruñó Severus, concentrado en su hechizo de detección.

—Oh, por favor, ¿peligro? Si ustedes tres me lanzan más encantamientos de protección me voy a volver un ser sagrado, dios jaguar Víctor a su servicio—replicó Víctor, rodando los ojos mientras intentaba no moverse demasiado para no alarmar a Severus.

Darcy, ajeno al intercambio, soltó una carcajada más fuerte cuando una luz dorada chispeó frente a él.

—Bueno, por lo menos Darcy está entretenido—dijo Lily, dejando caer la varita y acercándose a acariciar la cabecita del bebé.

—Eso es porque Darcy ya sabe reconocer un buen show de luces cuando lo ve —añadió Sirius, guiñándole un ojo al bebé, que respondió con otra risita.

—No pienso correr riesgos, no habrá maldiciones oscuras cerca de Darcy—sentenció Severus, aunque su mirada se suavizó al ver cómo Darcy balbuceaba con entusiasmo.

—Que malo eres loquito del centro y  yo que creí que te preocupabas por mí, rompes mi tierno y dulce corazoncito.

Se quejó Víctor dramáticamente mientras le lanzaban otro hechizo encima.

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Albus Dumbledore permaneció sentado, observando a la criatura que tenía frente a él. Nunca pensó que llegaría a subestimar una de sus piezas, y ahora, allí estaba, en toda su gloria, un peón envenenado.

Se suponía que Millicent Bagnold no tenía una mente propia, que no era más que una extensión del sistema, una herramienta dócil para facilitar su trabajo con el exministro Bagnold, su esposo. Pero en un inesperado giro del destino, había comenzado a pensar por sí misma. Y qué clase de pensamiento.

El departamento de Aurores estaba siendo sometido a una investigación implacable: despidos, reestructuraciones, degradaciones, ascensos. Cambios tan drásticos como arbitrarios. Ninguno había sido aprobado por el exministro, y mucho menos informado a Dumbledore. Para empeorar las cosas, aquella mujer había ganado seguidores. Magos y brujas que durante años se habían mantenido en las sombras, relegados a los márgenes, ahora veían en ella un faro de cambio.

—Millicent, querida, veo que has estado trabajando mucho —dijo Albus, mirándola fijamente, intentando escudriñar sus pensamientos. Pero su mente era un lienzo en blanco. No había barreras, no había defensas, solo un abismo infinito de nada. Como si enfrentara kilómetros y kilómetros de vacío.

—Te recomendaría que tomes un descanso. Al fin y al cabo, te has hecho cargo de una nación en guerra. La gente no espera milagros. Esos pueden esperar a que restauremos el orden cuando todo esto termine.

—Albus, tú más que nadie sabes que las guerras pueden durar siglos si se lo permitimos —respondió Millicent, con una calma que rozaba lo insoportable— No queremos prolongar el conflicto, claro está, pero tampoco nos detendremos. El mundo sigue girando. Una guerra no es excusa para el estancamiento. Nuestros homólogos muggles enfrentan miles de conflictos, públicos y secretos, y su parlamento sigue funcionando. ¿Por qué deberíamos quedarnos atrás?

—¿Y no crees que atacar al Departamento de Seguridad Mágica solo generará más incertidumbre y pánico? —cuestionó Dumbledore, con un tono que intentaba mantener neutral.

—No te preocupes, nadie está llorando por ellos. Amelia Bones ha sido sorprendentemente eficiente en deshacerse de los estorbos. En unos días, organizaremos una brigada de aurores de élite que hará lo que el Departamento de Aurores ha evitado durante demasiado tiempo.

—¿Y según tú, Millicent Bagnold, qué es eso que no han hecho? —preguntó Dumbledore, su preocupación comenzando a filtrarse en su voz.

—Su trabajo, por supuesto. Arrestar magos oscuros. En lugar de eso, han estado trabajando en secreto para implementar un estúpido plan de centralización. Si las bombas de esa noche hubieran explotado en el Callejón Diagon, habríamos perdido más de un tercio del mundo mágico. Pasaríamos de ser una nación a una pequeña comunidad. Y si ya no somos una nación, ¿qué crees que pasaría con tu querido puesto en la Confederación Internacional de Magos? ¿Qué seríamos ante los ojos de otros países? Te apuesto a que a Francia le encantaría “proteger” un territorio mágico en conflicto. O quizás nuestros amigos americanos, ¿qué opinas? Seguro les parecería interesante convertir Hogwarts en una extensión de Beauxbatons o de Ilvermorny.

Albus contuvo el impulso de morderse el labio con frustración. Aquella explosión había causado más problemas de los que jamás imaginó. Por un momento, pensó que podría usar el incidente como una comparación favorable para destacar el trabajo de la Orden del Fénix frente al ineficaz Departamento de Aurores, quizás convertir a James Potter en un héroe nacional. Pero, como siempre, el orgullo de Fleamont Potter lo había arruinado todo otra vez.

Ahora, esa mujer, que durante tanto tiempo había fingido ser una tonta, lo tenía acorralado. Y, para colmo, James Potter había huido, desapareciendo de su cuidado. Sin un héroe adecuado, los planes de Albus Dumbledore corrían el riesgo de desmoronarse por completo.

A veces, sentía una abrumadora tentación de dejarlo todo y observar cómo todo se hundía bajo el peso de la incompetencia ajena. Pero tenía un deber superior, un propósito más grande que su propia frustración, y rendirse nunca sería una opción. Pronto, todos cumplirían con su destino. Esto no terminaría así.

—Me han dicho que has estado buscando al hombre del Callejón Knockturn del que tanto se habla —dijo Albus, cambiando de tema y negándose a darle la satisfacción de reconocer su superioridad.

—Así es, lo he estado buscando —respondió Millicent Bagnold, con esa calma peligrosa que empezaba ha exasperarlo— Estoy segura de que ese hombre no le negaría una audiencia a la Primera Ministra, ¿no lo crees?

—¿Y qué piensas hacer con él una vez lo encuentres, Millicent? —preguntó Dumbledore, entrecerrando los ojos.

—Voy a cumplir el deseo de su corazón. Esa tontería que hicieron Crouch y Scrimgeour ya nos costó bastante.

—Y, ¿qué harás si el deseo de su corazón resulta ser demasiado ambicioso? —insistió Albus, su tono apenas contenía la preocupación.

—No te preocupes, Albus. Conozco su deseo y sé que puedo cumplirlo. Y, por supuesto, también ganar algo con ello —respondió ella, esbozando una sonrisa depredadora, como una fiera que ha avistado a su presa.

Era evidente que el poder había comenzado a nublarle la razón. Pero Dumbledore sabía que no tenía tiempo para enfrentarse al Ministerio, no ahora. Voldemort era una amenaza mucho más urgente en su agenda. Dejaría que el Ministerio, bajo el mando de Millicent, siguiera haciendo las tonterías que quisiera. Y cuando todo estuviera lo suficientemente mal, él aparecería para arreglarlo, porque ese era su papel: reparar lo que otros destruían y salvar el día al final.

—Tienes razón, Millicent. Confío en que harás un gran trabajo aquí mientras esta terrible guerra nos azota. Recuerda que siempre estaré disponible cuando me necesites —dijo Albus con su acostumbrada cordialidad, levantándose para retirarse.

Pero Millicent Bagnold soltó una carcajada seca, casi indiferente, antes de responder:

—Pareciera, Albus, que aún te crees mi superior. Supongo que es difícil olvidar que ya no soy una alumna de Hogwarts. Ahora soy la Primera Ministra del Mundo Mágico.

Sus palabras, cargadas de ironía, lo acompañaron mientras abandonaba el despacho.

Tan pronto como Albus Dumbledore salió, el secretario de la ministra dejó pasar a un hombre de rostro duro y marcado por cicatrices. Vestía la túnica negra de los Aurores y su sola presencia llenaba la habitación de una gravedad ineludible.

—Alastor Moody —dijo Millicent, sosteniéndole la mirada con firmeza.

—¿Qué desea de mí, ministra Bagnold? —respondió Moody secamente, sin molestarse en disimular su brusquedad ni en mostrar la pompa que muchos habrían esperado frente a la Primera Ministra. Pero ella no parecía ofendida; todo lo contrario. El hombre había hecho la pregunta correcta.

—Quiero mortífagos, señor Moody. No artesanos ni civiles a quienes usar como pretexto para quedar bien. Quiero mortífagos reales en Azkaban. ¿Puede hacerlo?

Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Alastor Moody. Al parecer, la ministra le había hecho la petición correcta.

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Severus disfrutó de su primera derrota del año en el bridge, aunque, por supuesto, no lo expresó en voz alta para no herir los sentimientos de la pobre señora Hernández, quien tuvo el infortunio de ser su compañera de juego.

Hoy, todas las personas importantes en su vida estaban ahí con él: Lily, el pulgoso de su futuro perro de retiro —mejor conocido como Sirius— Víctor, que no paraba de presumir su próxima cita con el indigente que había recogido de la calle, el tal Leo. Y Lily, acompañada de una envejecida Mary McDonald que no lucía muy bien; estaba pálida y delgada. Severus supuso que la gran cantidad de propuestas de matrimonio —todas absurdamente agresivas— y la absoluta falta de ofertas laborales le estaban pasando factura.

Intentó no concentrarse demasiado en ello. Finalmente, no era su problema... al menos hasta que Lily y Sirius lo hicieran suyo, y él se viera obligado a intervenir para salvarles el trasero. No es que se quejara, claro. Sirius también había tenido que intervenir al principio para salvar el de Severus y el de Lily. Por un instante, se preguntó si aquello era lo que hacían los amigos. Aunque lo único que tenía claro es que los amigos normales no se comían a besos cuando estaban a solas, como lo hacían Sirius y él.

El ambiente en la sala era relajado. También estaba Rob, fumando un cigarrillo y observando a todos con ese ojo de halcón que parecía analizar cada movimiento. Ahora que Severus lo conocía mejor, podía notar los pequeños detalles que Rob aún conservaba de su vida como mercenario.

Por fortuna, Tiny y el lobo no estaban en la reunión. Tiny le caía bien, pero el lobo siempre lo estaba rondando demasiado, mostrando su felicidad y cercanía a Sirius, lo que lo ponía extraño... o más bien, hacía que Sirius se sintiera extraño, quizás incluso triste. Severus no entendía por qué. Sirius no necesitaba al lobo; lo tenía a él ahora... a él, a Lily, y a todos los demás, por supuesto.

La señora Shapiro se acercó a ofrecerle un muffin mientras recogía las cartas del bridge. Y, de pronto, Severus sintió que algo iba mal.

Había demasiada gente en la reunión. En algún momento habían llegado todos los Hernández, el esposo de la señora Shapiro y uno de sus hijos, el marido de la señora Petrov y el de la señora Khan. Todos parecían felices, pero algo no encajaba. Las yentas se lanzaban miradas significativas entre ellas, como si estuvieran preparándose para algo.

Entonces, la señora Shapiro se aclaró la garganta y comenzó a hablar, su voz cargada de una calidez que hacía que las palabras dolieran más:

—Qué bueno que están todos aquí. Ha sido un día hermoso para jugar el último juego de bridge que haremos en Cokeworth. Ustedes han sido maravillosos, hemos visto crecer a nuestros hijos y luego a los hijos de nuestros hijos. Más personas se han unido a esta familia, como nuestro querido Severus y sus hermosos amigos. Pero, como todo en la vida, esto también tiene un final.

Severus sintió que el aire se detenía.

—Para estas viejas "yentas" —continuó Shapiro, esbozando una sonrisa triste— como nos llama nuestro mocoso gruñón y desagradecido, esto termina aquí. Cokeworth ha sido un hogar maravilloso. Algo salvaje, sucio, un poco roto, pero nuestro hogar al fin. Sin embargo, con los años se ha vuelto demasiado pequeño. Khan y yo nos mudaremos a Londres con nuestros hijos. Petrov se mudará a una casa en Yorkshire, y Hernández regresará a Oaxaca para pasar sus últimos días con su madre en casa de los Hidalgo.

Severus apenas podía escuchar lo que decía, todo parecía un zumbido en sus oídos.

—Así que, como ven —continuó la señora Shapiro, ahora con los ojos llenos de emoción— estas viejas emprenderán su camino. Lo único que esperamos es que esta gran familia se mantenga unida, como lo ha estado hasta ahora.

El silencio inundó el jardín.

Severus no podía creerlo. De ninguna manera podían abandonarlo, no así, no de repente. ¿Cómo podría vivir sin sus consejos, sin sus comidas? ¿Por qué se iban todas al mismo tiempo? No iba a permitir que semejante cosa ocurriera. Ellas eran parte de su mundo, eran sus yentas, y su deber como guías en su extraño viaje por la paternidad no había terminado.

Esto no iba a terminar así.

—¡No! ¡No lo permito! ¿Por qué tan de repente? ¿Por qué todas juntas? —exclamó Severus, rompiendo el silencio de la sala.

—Severus, somos adultas. No podemos vivir pegadas para siempre —dijo la señora Petrov con un tono firme pero conciliador.

—No lo creo. Ustedes aman estar juntas y nunca dejarías a Sirius a mitad de su terapia. Es como si estuvieran huyendo —replicó Severus, cruzando los brazos y mirándolas con desconfianza.

—No voy a dejar a Sirius. Ya lo he pasado a otro colega, y tengo una lista de profesionales en caso de que no funcione —respondió rápidamente la señora Petrov, visiblemente preparada para la objeción.

—Y no estamos huyendo —añadió la señora Khan con serenidad.

—No les creo —repitió Severus, sus ojos oscuros recorriendo el rostro de cada una.

—Severus, no tienes que creernos. Pero esto es lo que va a pasar, y no lo vas a detener —respondió la señora Shapiro con una mezcla de dulzura y firmeza— Ahora, ¿vas a ser un adulto y despedirnos como corresponde?

Severus se puso de pie, sus movimientos rígidos por la frustración. Tomó a Darcy en brazos y, sin decir una palabra más, se dirigió hacia la acera.

—¡No voy a permitirlo! —gritó antes de salir del patio delantero de la señora Shapiro, dando grandes zancadas de vuelta a su casa, con Darcy apretado contra su pecho como si fuera su único consuelo.

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Cuando Rita se levantó, Jimmy Khan estaba fuera. No tenía idea de cómo las cosas habían terminado así. Pensaba que Jimmy era solo un hombre con quien intercambiar bromas coquetas y compartir química profesional.

Había tenido muchos amigos y compañeros de trabajo así a lo largo de su vida, hombres que terminaban casándose con mujeres tranquilas, prácticas y maduras. Ninguna de ellas era el desastre que era Rita. Por supuesto, cuando eso pasaba, Rita bajaba su intensidad y se alegraba por ellos, huyendo del estereotipo de la amiga pegajosa que molestaba y provocaba celos en las parejas de sus amigos.

Pero Jimmy era diferente. Él la había invitado a comer, le había regalado su vieja cámara ( la que reemplazó por su nueva Canon A1, todavía en buen estado) y le había enseñado a usarla.

Jimmy se quedaba en su departamento, planeando junto a ella un nuevo periódico secreto. Siempre respetuoso, siempre profesional, aunque las conversaciones a veces se extendieran hasta el amanecer, hablando de ellos.

Él sabía ahora que Rita era una coleccionista secreta de cromos de ranas de chocolate. Y Rita sabía que el verdadero nombre de Jimmy era Khan Xi Ming, pero usaba “Jimmy” o “James” porque era más fácil de pronunciar para otros sin que sonara ridículo. Así, pequeños secretos salían a la luz: que la familia de Rita no quería verla porque ya había pasado de los treinta y, según ellos, “se le había pasado el tren”. O que Jimmy no sabía el nombre de su propia madre, porque su padre siempre la había llamado cariñosamente Baobei y los vecinos “señora Khan”, hasta que simplemente dejó pasar tanto tiempo que ahora le daba pena preguntar.

Finalmente, Jimmy le pidió una cita. Nadie le había pedido una cita antes. Claro, había tenido insinuaciones y aventuras de una noche, pero nada superaba al tímido Jimmy Khan pidiéndoselo, sonrojándose al recibir un “sí” y chocando contra la puerta del departamento al salir.

Fue una cita extraordinaria: pizza artesanal, noche de charadas en un pub con cerveza y alitas buffalo. Basta decir que Rita también descubrió la buena velocidad de obturación no precisamente de su cámara.

Cuando Rita salió a la sala, sacó un grupo de fotografías mágicas de un viejo mueble. Las hizo flotar en el aire mientras ignoraba las náuseas que le provocaban las imágenes. Anotaba los nombres de las personas que aparecían en ellas, en posiciones bastante sugerentes, por decirlo suavemente.

—Hola, amor. No vas a creer a quién me encontré mientras iba a comprar huevos —dijo Jimmy, entrando al departamento.

—Buenos días, sol. Supongo que ahora me enteraré —respondió Rita, sin despegar la vista de su trabajo.

—Severus, ¿así se llama ese chico punk que adoptó mi madre, no? Iba como loco con un bebé en brazos, gruñendo porque se le hacía tarde para una cita. Casi taclea a una viejita esperando un taxi. Nunca había visto a un bebé tan emocionado por ser cargado por un punk salvaje en esta parte de Londres.

—¿En Islington? Es solo un sábado más, cariño —dijo Rita vagamente, enfocada en lo suyo.

Jimmy se acercó a mirar lo que tenía tan distraída a Rita.

—Supongo que estamos viendo esto porque es parte de una historia y no por el gusto de ver… eso —dijo, señalando una foto al azar— No sabía que algo así era posible. Y esto de acá… es una abominación de Dios y de la naturaleza.

—Material de chantaje, cortesía de nuestras benefactoras: la Sociedad de Damas del Jardín. Ese hombre que está en todas las fotos es Reginald Pimm, dueño del Profeta —respondió Rita, señalando a un hombre canoso, de casi setenta u ochenta años, con más vitalidad de la que Rita habría querido ver jamás.

—Reginald Pimm y Alondra Bane, la reportera estrella del Profeta. También están la cantante Belladonna Primrose, esa estrella de rock Stubby Boardman y, la cereza del pastel, el exministro Bagnold, esposo de la actual ministra Bagnold. Entre otros, claro.

Señaló a dos personas más en las fotos.

—A estos dos no los reconozco.

Jimmy observó detenidamente antes de responder:

—Una famosa modelo y playmate. El hombre creo que es un famoso actor muggle retirado.

—Al menos no discrimina por estatus de sangre —dijo Rita con cinismo.

—No discrimina absolutamente nada. Por Dios, eso es mucho aceite de bebé —dijo Jimmy, con un gesto de náuseas.

Rita nunca pensó que su vida cambiaría tanto cuando recibió ese sobre lleno de fotos y una elegante carta que decía:

Querida Atenea,

Hemos oído de tu trabajo y lamentamos no haber descubierto antes tu talento. Sabemos que has tenido problemas en tu vida como mortal. Te enviamos algo que podría ser útil. Úsalo con la sabiduría que la diosa en ti posee.

Tenemos una amiga en Ottery que desea ansiosamente ayudarte: una buena hija de Hefestos que quiere emprender esta aventura contigo y Hermes. Si aceptas nuestros términos, no pedimos más que te expreses como sabes hacerlo y nos ayudes en un plan que satisfará a tu amigo el Titán.

Con esperanza y cariño,

La Sociedad de Damas del Jardín.

Primero pensó que era una trampa, pero su curiosidad fue más fuerte. Fue a la dirección que aparecía en la carta y allí conoció a Pandora Lovegood, esposa del dueño de El Quisquilloso.

A la pareja no les molestó la idea de imprimir un periódico secreto para una reportera de segunda y un muggle con la ayuda de una sociedad anónima. Al contrario, les pareció la mar de fascinante. Así se publicó “El Oráculo de Delfos”, con una investigación de cuatro partes sobre la explosión del callejón Knockturn, acompañada de las fotografías que Jimmy había tomado.

Todavía no había usado el seguro que las Damas le habían dado, pero Rita sabía que querían que siguiera en el Profeta. No le molestaba conservar su sueldo; cada galeón contaba si quería tener un ahorro de emergencia en caso de que los descubrieran. O, peor aún, que alguien se enterara de que Jimmy era solo un muggle fingiendo ser un mago.

—Dejemos esto por ahora, Jimmy. Mi estómago no resiste más —gruñó Rita, haciendo que las fotos volvieran al sobre con un golpe de varita.

—¿Qué te parece si salimos, damos un paseo y desayunamos en tu tienda de sándwiches favorita? —sugirió Jimmy.

—Huyamos y casémonos en Gretna Green —suspiró Rita dramáticamente.

Jimmy solo rio y, tomándola por la cintura, la llevó hacia la puerta del departamento.

—Cuando usted y yo nos casemos, señorita Skeeter, habrá tal fiesta que avergonzaremos a la familia real —bromeó, haciendo que Rita casi se desmayara del bochorno. ______________________________

Sirius apareció en el deshuesadero de Rob justo después de salir del trabajo. Llevaba un ojo morado y la túnica parcialmente quemada. Al llegar, lo recibieron Lily, Víctor y los Evans, todos con rostros de preocupación.

—¿Sirius, ¿qué te pasó? —preguntó Lily, mirándolo con asombro.

—Tuve que avisar a unos padres muggles que su hijo es un mago. El padre me dio un puñetazo en la cara, pero me creyeron cuando el niño incendió mi túnica con magia accidental —respondió Sirius con un encogimiento de hombros.

—Vaya, el Departamento de Protección al Menor no parece ser un trabajo fácil —comentó Lily.

Sirius asintió mientras se curaba el ojo con su varita y reparaba los daños en su túnica.

—¿En serio les avisan a los padres muggles que tienen un hijo mago? A nosotros nadie nos avisó —se quejó Richard Evans, cruzando los brazos con una expresión severa.

—Lo siento, Richard. Mi jefa es la única competente en el departamento, y tiene mi misma edad. Antes de ella, o solo venían a calentar el asiento o, en el peor de los casos, se llevaban niños muggles al por mayor —explicó Sirius con seriedad.

Richard se estremeció, tal vez imaginando que algún mago demente podría haber robado a su única hija.

—¿Severus no viene? Dijiste que lo traerías —preguntó Lily, cambiando el rumbo de la conversación.

—Lo siento. Toqué a su puerta, pero no respondió. Al parecer, la noticia le afectó mucho —dijo Sirius, avergonzado. Se sentía un fracaso por no haber logrado que Severus abriera la puerta. No lo había visto en días y ya lo extrañaba terriblemente. Solo rogaba que lograran convencer a las Yentas antes de que todo esto rompiera el frágil vínculo que él y Severus estaban desarrollando.

Sirius no supo cuándo sus sentimientos por Severus habían pasado a ser de naturaleza romántica. Solo sabía que no podía dejarlo. Cuando Sirius Black se sentía atraído por alguien, se aferraba a tal punto que podrían llamarlo necesitado. Era el tipo de hombre que, literalmente, mataría por la persona que amaba.

Sin embargo, sabía que tenía que controlarse. Severus era como un gato: si iba directamente tras él, simplemente huiría. Sirius tenía que seducirlo con paciencia, cuidarlo y acercarse poco a poco, darle la sensación de libertad antes de atraparlo para no soltarlo jamás.

Al principio, pensó que tendría que pasar por una larga etapa de negación, pero en el fondo siempre lo había sabido. Durante mucho tiempo, se había negado a sí mismo sus verdaderos sentimientos, disfrutando de los incómodos roces amistosos que compartían. Sin embargo, todo cambió el día que vio a Severus caer durante el camino al refugio. En ese momento, no pudo negarlo más.

Él lo quería.

Toda su vida parecía haber girado en torno a Severus. Sirius se consideraba una enciclopedia de sus silencios y gestos. Tal vez, si no hubiera estado bajo los efectos de las drogas en Hogwarts, habría admitido sus sentimientos antes de herirlo como lo hizo.

Aunque, siendo honesto consigo mismo, dudaba que hubiera sido diferente. Tal vez lo habría admitido y, en su intento desesperado por estar cerca de Severus, lo habría sofocado con su presencia. Quizás lo habría asustado al punto de hacerlo huir para no mirar atrás.

—Se supone que eres su mejor amigo y no pudiste llevarlo del punto “A” al punto “B” —reclamó Lily con un gesto de frustración.

—Espera, tú sabes que él es lo suficientemente terco como para mandarme al demonio si no quiere verme. Además, tú eres su mejor amiga; yo solo soy su… asistente social —se corrigió Sirius, tropezando torpemente con sus palabras.

Lily alzó una ceja, incrédula.

—No seas tonto. Yo apenas lo veo de vez en cuando, y sí, sé que soy su amiga, pero tú eres el que casi vive en su casa, el que sabe a dónde va y hasta el que le consigue café porque le dan miedo los Hernández. Así que lo siento, Sirius, pero ahora tú eres su mejor amigo. ¡Crían un bebé juntos, por todos los cielos! —Lily frunció el ceño y añadió con ironía— ¿Cómo se le llama eso?

—¿Familia homoparental? —bromeó Víctor, conteniendo una sonrisa.

El rostro de Sirius se tornó rojo de vergüenza mientras le gritaba:

—¡Por Dios, no digas tonterías, Víctor!

—Tranquilo, fifí, este es un lugar seguro para todo tipo de familias —respondió Víctor con tono burlón, disfrutando de la incomodidad de Sirius.

Sirius tuvo que hacer un esfuerzo monumental para no perder la compostura. Quería golpear a Víctor por sacar el tema antes de que el principal involucrado, Severus, tuviera la menor idea de lo que estaba ocurriendo.

En ese momento, por algún milagro de Merlín, Rob apareció en el lugar, saludando a todos con entusiasmo y rompiendo la tensión en el ambiente.

—Rob, llévate a tu empleado antes de que le patee el trasero —se quejó Sirius, lanzando una mirada fulminante hacia Víctor.

—Empleado, ven aquí antes de que te pateen el trasero y luego tenga que patearte yo por dejarte patear el trasero —le ordenó Rob, señalando una silla a su lado.

Víctor, con un puchero digno de un niño castigado, se sentó a regañadientes mientras los demás contenían las risas. Rob, ajeno al drama, encendió un cigarrillo y retomó la conversación.

—En fin, todos estamos aquí para ayudar a un grupo de amigas muy queridas a quedarse en el hogar que aman, con su verdadera familia.

—Robert, no lo sé… se veían muy decididas a irse. La señora Shapiro tenía esa mirada, y cuando tiene esa mirada, no hay manera de convencerla de lo contrario —dijo Marigold, con un dejo de preocupación.

—Es porque creen que tienen una razón de peso para irse —respondió Rob, exhalando humo con calma.

—¿Y cuál es esa razón? —preguntó Sirius, frunciendo el ceño.

—El molino. Supe que había problemas desde que Serena Harkness tomó el mando. Ella y las yentas tienen historia… una historia fea, o al menos eso cree Serena —explicó Rob con gravedad— No es imposible que use el molino como rehén para echarlas del pueblo.

—Pero según recuerdo, la señora Harkness nunca ha salido de su mansión. ¿Cómo va a tener historia con nuestras yentas? —intervino Richard Evans, incrédulo.

—Eso pasó hace muchos años, antes de que ustedes se mudaran… incluso antes de que Serena fuera “la señora Harkness”. En ese entonces, era Serena Davenport. Todo empezó en el campeonato nacional de bridge de 1954.

Rob tomó asiento con gesto de narrador experimentado, dispuesto a revelar una anécdota que claramente disfrutaba contar.

—En ese campeonato, las yentas representaban a Birmingham. Margaret Davenport, la madre de Serena, estaba en el equipo de Londres, que había sido campeón nacional cinco años consecutivos. Pero ese año, un grupo de amas de casa de clase trabajadora las derrotó de manera aplastante, como si no fueran nada. Y no solo eso: las yentas ganaron el campeonato mundial cinco veces seguidas, algo que el equipo de Margaret jamás logró. Después de esa derrota, la señora Davenport se retiró del bridge para siempre.

—¿Solo por eso? ¿Serena está enojada con ellas por un estúpido juego de cartas? —se quejó Sirius, exasperado.

—Así empezó, pero la cosa no quedó ahí. Años después, Serena se enteró de que la hija mayor de la señora Shapiro estaba en el mismo grado universitario que ella. En ese momento, Serena salía con Jonathan Harkness, padre. Supongo que su venganza fue casarse con él. Probablemente estuvo satisfecha… hasta que se enteró de que la hija de la señora Shapiro había recibido un reconocimiento importante en su carrera como bióloga… el mismo día de su boda.

—Eso debió amargarla mucho más que perder un campeonato de cartas… —comentó Lily, con tono sombrío, todavía sensible tras su reciente divorcio.

Rob asintió, dejando que la gravedad de la historia calara en los presentes.

—Y eso fue solo el principio —continuó Rob, acomodándose en su silla— Cuando los Harkness se mudaron a Cokeworth como dueños del molino y comenzaron a vivir en su gran mansión a las afueras, Serena se enteró de que las yentas estaban aquí. Pensó que tendría algún poder sobre ellas.

Rob hizo una pausa, disfrutando del impacto de su relato antes de continuar:

—Intentó provocarlas con todo su arsenal pasivo-agresivo durante el bridge de los sábados. Se plantó frente a la mesa, vestida para impresionar, lanzando indirectas y comentarios. Pero la señora Shapiro apenas la miró de arriba abajo y le dijo: “Estúpida”. Y luego siguió jugando.

Lily soltó una risa ahogada, pero la expresión de Rob permaneció seria.

—Eso no la detuvo —prosiguió— Decidió intentar influir en el pueblo, convenciendo a los demás de que las odiaran, especialmente a la señora Shapiro. Pero ellas ya llevaban años aquí, se habían ganado el respeto y el cariño de todos. Eran imprescindibles, y ninguna niña rica de Londres iba a lograr que este pueblo las despreciara.

—Entonces buscó otra forma de arruinarlas, ¿no? —intervino Richard Evans, entrecerrando los ojos.

Rob asintió.

—Exacto. Decidió hacerlo a través de sus hijos y del molino. Quiso usar su poder como empleadora para doblegarlas, pero resultó que ninguno de los hijos de las yentas pidió trabajo allí. Todos se fueron a la universidad, construyeron sus propias carreras.

—Vaya, eso sí es guardar rencor. Hasta me daría lástima si no fuera porque está intentando echarlas del pueblo —comentó Marigold, indignada.

—Así es. Serena lo intentó todo. Cuando nació Harkness Jr., quiso que su hijo compitiera con los logros de los hijos de las yentas, pero Jonathan Harkness no recibió el memo. Pudrió al muchacho, lo crió sin límites hasta que se convirtió en el desastre que todos conocemos.

—Qué tragedia de familia —murmuró Sirius, cruzándose de brazos.

Rob soltó una risa seca antes de concluir:

— Serena, humillada, se encerró en su mansión hasta ahora que su esposo fue a la cárcel. El clavo final en el ataúd fue que Harkness Jr., después de pasar unas horas con las yentas, terminó en desintoxicación, saliendo del clóset y huyendo con su secretario. Y sí, parece que su plan ahora es usar el molino como arma para echar a las yentas del pueblo.

—¡Por Merlín, qué villana de telenovela! —exclamó Marigold, incrédula.

—Y todo por no superar una derrota en un juego de cartas —dijo Sirius con un suspiro de resignación— Es patético.

En ese momento, todos en el deshuesadero empezaron a murmurar entre sí, sus voces llenas de indignación y preocupación.

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Regulus escuchaba con interés las historias de Víctor, quien estaba recostado con comodidad, usando las piernas de Regulus como almohada mientras este permanecía sentado en un banco del parque frente al refugio para personas sin hogar de Cokeworth.

Víctor hablaba sin parar sobre la explosión en el callejón Knockturn, y la manera en la que contaba las cosas resultaba refrescante y cautivadora. Había logrado atrapar a Regulus en la historia desde el principio.

—Entonces, un tipo loco voló el callejón Knockturn y los mortífagos lo castigaron por usar una falsa marca mientras estaba en las celdas del Ministerio —resumió Regulus, pensativo.

Víctor asintió con entusiasmo.

Así es esto de las enchiladas, güerito.

—¿Enchiladas? Pero si no estábamos hablando de comida ni nada parecido —dijo Regulus, frunciendo el ceño.

—Es un decir, güero. ¿Cómo voy a llevarte a México si todavía no aprendes? —se burló Víctor, sonriendo de lado.

—Sé español, pero no ese español extraño tuyo. Además, ¿a qué me vas a llevar a México? —Regulus levantó la nariz con indignación. No era su culpa que el español de Víctor estuviera lleno de expresiones raras.

—Pues, ¿cómo que a qué? A la playa, güero. En Oaxaca hay playas de arena blanca y mar azul que son como un sueño. Tenemos árboles de naranjas, limones y mangos tan dulces que se derretirían en esos bonitos labios tuyos —dijo Víctor con una voz soñadora— Vivo en un lugar llamado el Istmo de Tehuantepec. Es hermoso, verde, lleno de vida, hay jaguares como el mío y aves de tantos colores que seguro te desmayarías.

Regulus sintió sus mejillas arder al imaginarse a Víctor en aquellas playas, sin camisa, con el sudor rodando por su piel. Sacudió ligeramente la cabeza, intentando volver a centrarse en la conversación.

—Entonces… ¿me llevarás a ver esos lugares? —preguntó, tratando de sonar incrédulo, aunque la esperanza en su voz lo traicionaba.

—Si me dejas, güerito ojitos de tormenta —respondió Víctor con una sonrisa pícara.

Regulus se cubrió la cara al sentir cómo se calentaba.

—Eres terrible, Víctor Hidalgo. Deja de tratar de engatusarme con tus palabras bonitas y tu español raro —se quejó.

Solo digo la verdad, no es mi culpa que tú no quieras creerme —le guiñó un ojo, su sonrisa acentuando los hoyuelos en sus mejillas.

Regulus negó con la cabeza y le dio un suave golpecito en la frente, aunque no pudo evitar sonreír un poco ante su descaro.

—Deja de distraerme. Estaba pensando en lo que me contaste sobre la explosión. Dicen que no tenía nada que ver con los mortífagos, pero la explosión fue justo en medio de Knockturn, no en las tiendas habituales de magos oscuros ni en los burdeles que financian a Voldemort. Y en Diagon, aunque hubo daño, tampoco parece haber afectado mucho al lado oscuro. ¿No crees que es extraño?

Víctor se incorporó de golpe, mirándolo con una seriedad que hizo que a Regulus se le helara la sangre. Por un instante, temió que Víctor hubiera descubierto la verdad: que él era un mortífago que había fingido su muerte. No estaba listo para enfrentar esa conversación todavía.

—¿Y si “Dios” fuera un mortífago? —preguntó Víctor de repente.

—¿Dios? —repitió Regulus, confundido.

—El hombre que fingía ser Dios y le daba órdenes a Simón el sacerdote. ¿Tú crees que podría serlo?

Regulus tragó saliva y, trato de recomponerse con rapidez:

—El Señor… que no debe ser nombrado —se regañó internamente por aquel resbalón todo el mundo sabía que solo los partidarios del Señor tenebroso lo  llamaban así —Bueno, él podría no estar enterado. La explosión parece un movimiento demasiado arriesgado para su causa. Quizá fue algún partidario o mortífago actuando por su cuenta. Si es así, no creo que le vaya bien si lo descubren.

—Leo Schwarz, eres sorprendentemente inteligente —dijo Víctor, con una sonrisa que hizo que a Regulus le temblaran las manos al escuchar ese nombre falso.

¿Por qué no quieres que te lleve a casa con mamá? —añadió Víctor, con naturalidad.

—Porque soy sorprendentemente inteligente —respondió Regulus, mientras pensaba para sí mismo “Y porque voy a lastimarte al final”

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—Darcy, vamos a ir a un lugar donde se supone que los niños como tú no deberían estar. Aunque todavía es de día y no creo que veas nada extraño, si llegas a recordar esto cuando crezcas, por favor no se lo digas a Black —dijo Severus, dirigiéndose al bebé que estaba cómodamente sentado en su portabebés, jugando con sus propias manos como si fueran el descubrimiento más fascinante del mundo.

Mientras hablaba, Severus tocó la puerta de un local cerrado en el centro del Soho. El cartel sobre la entrada decía "Sexy Kitty's Club" en letras desgastadas. La puerta se abrió lentamente, y una mujer apareció en el umbral.

—¿Tú eres Severus, verdad? —preguntó la mujer con voz áspera. Su apariencia era algo desaliñada: llevaba un vestido de lentejuelas con estampado de tigre, unas mallas de licra moradas y tacones de aguja que parecían a punto de romperse.

—Sí, soy yo. ¿Podemos darnos prisa? Después tengo que llevarlo al pediatra —respondió Severus, señalando a Darcy, quien, ajeno a todo, intentaba alcanzar las lentejuelas brillantes del vestido de la mujer con una risa encantada.

La mujer suspiró con evidente exasperación, rodó los ojos y, sin decir nada más, hizo un gesto para que entraran.

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Lily salió del trabajo en Tesco con la mente agotada de tanto pensar. Las yentas no les habían dado mucho tiempo para idear un plan lo suficientemente bueno para retenerlas.

Serena Harkness se había ido de vacaciones, y no encontraban ninguna forma de presionarla para que simplemente retrocediera. Ni siquiera podían chantajearla. A pesar de ser una loca rencorosa, nunca había violado la ley. Su encierro en la mansión de su esposo la había vuelto prácticamente inexistente para el mundo actual, y toda la suciedad de Harkness ya estaba en los titulares de los periódicos británicos e incluso más allá de las islas.

Era difícil convencer a las yentas de quedarse cuando ellas querían irse y Serena simplemente se negaba a ceder.

En algún momento de la noche, Lily vio una silueta familiar: una gabardina negra y unas botas largas que caminaban por la esquina, arrastrando un viejo carrito Radio Flyer con las ruedas oxidadas que chirriaban ruidosamente con cada paso.

—Severus —lo saludó, adelantándose para alcanzarlo.

—Lily —respondió él sin detenerse— ¿Te molesta si seguimos caminando? No tengo mucho tiempo antes de que cierre la tienda.

—No, está bien —respondió ella, tratando de igualar su paso— Es solo que no te he visto los últimos días.

—He estado ocupado —contestó Severus con indiferencia.

Lily lo conocía lo suficiente para saber que estaba reprimiendo sus emociones. Eso siempre los había llevado a pelear en su juventud: Severus se cerraba, ella lo molestaba hasta que explotaba, discutían, se gritaban cosas horribles y luego se disculpaban. Pero él nunca se abría del todo. Solo parecía guardar, olvidar y seguir adelante, arrastrando con él todo ese peso.

—Sé que no te gusta hablar, pero… ¿estás bien? —preguntó ella con cautela, evitando provocar otra pelea.

—No lo sé en este instante —respondió él, cortante.

Llegaron a la tienda en silencio. Apenas cruzaron la puerta, el tendero reconoció a Severus y le dijo:

—Creí que no ibas a volver por el resto. Dame un momento.

Sin esperar respuesta, el hombre desapareció en la trastienda.

—¿Qué estás buscando? —preguntó Lily, curiosa.

—Guías telefónicas. Su hijo trabaja en la compañía de teléfonos. Le mandó un montón para guardarlas y nunca regresó por ellas —explicó Severus.

—¿Y para qué quieres guías telefónicas?

No estaba segura de qué planeaba, pero a veces Severus hacía cosas que solo tenían sentido en su propia mente.

—Te lo diré después. Aún tengo que ordenarlo en mi cabeza —respondió él, distraído.

El tendero regresó cargando varios tomos pesados.

—Aquí tienes: Dorset, Hampshire, Sussex del Este y del Oeste, y la Isla de Wight, por supuesto —dijo, entregándole los libros a Severus, quien los apiló con cuidado en su oxidado carrito.

El camino de regreso a casa de Severus transcurrió en silencio. Lily intentó hacerle algunas preguntas, pero él respondía con frases cortas, absorto en sus pensamientos. Ella conocía bien esa faceta suya: cuando su mente se saturaba de información, le era imposible concentrarse en otra cosa. A veces, durante sus propias investigaciones, experimentaba lo mismo, aunque en menor escala. Al menos ella podía cerrar sus pensamientos e irse a casa. Severus, en cambio, nunca se detenía.

Cuando llegaron al punto donde sus caminos se separaban, él habló de repente:

—Deberías organizar una fiesta de despedida para ellas. Una grande, con todos sus amigos. La señora del salón comunitario las quiere mucho, te dejará usarlo sin problema. Y no tienes que preocuparte por nada, solo dile a los Hernández lo que quieres hacer y ellos se encargarán de todo.

Lily lo miró con confusión.

—Pensé que no querías que se fueran.

Severus esbozó su característica sonrisa torcida.

—No se irán. Pero la fiesta será una buena compensación al final —dijo antes de seguir su camino, dejando solo el chirrido de su carrito desvaneciéndose en la negrura de la noche.

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Tiny frunció el ceño, algo molesto por la invitación inesperada de Rita. Desde que ella había decidido convertirlo en una especie de héroe en El Oráculo de Delfos, su vida se había complicado. La gente lo detenía constantemente para saludarlo, y muchos parecían creer que era una especie de líder en Knockturn.

Fuera del callejón, la situación era aún peor. Todos lo miraban como si fuera un espectáculo. La panadería donde trabajaba siempre estaba llena de gente que parecía ir más por curiosidad que por el pan, esperando que hiciera algo grandioso. Pero él no tenía tiempo para eso. Aún quedaban casas por reconstruir y, más importante aún, tenía que estar para Ellie.

Ella había aguantado todo sin derrumbarse, pero ahora tenía pesadillas constantes. Se sobresaltaba cada vez que alguien se le acercaba por la espalda y tenía un miedo paralizante a la oscuridad.

A eso se sumaban las amenazas de las mafias, que querían apropiarse del búnker y trataban de forzarlos a desalojarlo. Por suerte, la lucha no era tan grande como podría haber sido si supieran el verdadero tamaño del refugio. Incluso el Ministerio les permitió quedarse, siempre y cuando el lugar se usara en beneficio del callejón.

Por el momento, el búnker seguía funcionando como refugio para quienes habían perdido sus hogares. Más adelante, planeaban convertirlo en una clínica, un comedor comunitario, una guardería y un orfanato. Al menos, esas eran las conversaciones que estaban teniendo con los representantes del Ministerio.

También habían enviado un grupo de Vigiles, que parecían más competentes que los aurores. Al menos, el Ministerio había tenido la inteligencia de no mandar a los mismos que se habían dedicado a sacar los cuerpos de los niños durante la masacre de cada septiembre.

Ahora esos Vigiles custodiaban la nueva entrada del refugio, ubicada en el extremo del callejón que daba a Old Compton. Remus, con la ayuda de ese hombre Arthur Weasley, había construido un nuevo acceso directo para evitar los túneles de drenaje pestilentes y el caos de los magos aglomerándose en el mundo muggle. Ese lado estaba ahora fuertemente sellado con magia y hechizos antimuggles.

La nueva entrada ahora consistía en una escalera de piedra que descendía hasta un par de puertas blancas con ventanas, sobre las cuales se leía en letras elegantes:

“Centro Comunitario La Casa de Ed”

Era muy poco para honrar a aquel pequeño niño, pero a Mila le hacía feliz. O al menos, eso parecía las veces que visitaba. Ella y Marcos habían dejado de ser habitantes de Knockturn y ahora vivían con los Pevka en Cokeworth. Tomaban clases en casa y ayudaban con pequeños trabajos. No porque se les exigiera, sino porque ninguno de los dos se sentía cómodo recibiendo sin hacer nada.

Marcos ayudaba en la clínica de Knockturn los fines de semana, mientras que Mila pasaba su tiempo en el deshuesadero. Se había obsesionado con los autos muggles y gran parte de su “trabajo” consistía en ayudar a Rob con su afición de ensamblar coches usando piezas sacadas de la chatarra.

Tenían sus problemas, como todos, pero estaban bien con los Pevka, quienes no parecían molestos de tener cinco niños en casa para cuidar.

Tiny caminó hasta la salida de Knockturn que daba a Diagon, donde se encontraba el restaurante Puttanesca. Sabía que la matrona de uno de los burdeles había muerto durante la explosión y que las chicas herederas de su fortuna habían decidido no continuar con el negocio. En su lugar, habían abierto un restaurante italiano en plena Knockturn.

Lo peor —o lo mejor, según a quién se le preguntara— era que Puttanesca atraía una gran cantidad de clientes de fuera del callejón. El morbo público, sumado a los rumores de que en Knockturn había un restaurante dirigido por antiguas prostitutas, hizo que la sociedad escandalizada hablara pestes del lugar… al mismo tiempo que magos de todo el país lo visitaban a escondidas.

Algunos incluso decían que la comida de ahí tenía propiedades mágicas para quienes sufrían problemas de virilidad o fertilidad. Por supuesto, Puttanesca nunca anunciaba nada de eso.

Al llegar, Tiny vio a Rita sentada tranquilamente, conversando con las dueñas del local mientras comía la pasta que daba nombre al restaurante.

En cuanto vio a Tiny, Rita lo saludó con la mano e hizo un gesto para que se acercara.

—¡Hola, héroe! Siéntate y pide algo. Te recomiendo su calzone, está para morirse —dijo ella, señalando un asiento vacío.

—Rita, será mejor que no me recuerdes eso. No tienes ni idea de lo que has hecho —gruñó Tiny, cruzándose de brazos.

—En realidad, sí lo sé. Un pajarito en el Ministerio me dijo que la ministra va a invitarte a una reunión —respondió Rita con una sonrisa astuta— Y estas damas necesitan que vayas. Sé que no te gusta la fama ni nada de eso, pero es vital que pidas una sola cosa.

Tiny frunció el ceño y se golpeó la frente con frustración.

—¿Por qué debería hacer lo que me pides, cuando arruinaste mi vida, Rita?

—Lo siento por eso, de verdad. Pero solo tú puedes dar la talla para esta misión —respondió ella con seriedad— Eres inteligente, educado y, además, tienes un nombre que impresiona. A los magos les gustan los nombres como el tuyo. Un hombre como tú, con ese porte, seguro les hace pensar que podrías ser un hijo bastardo de alguna antigua familia. Un héroe oscuro. Su arrogancia los llevará a convencerse de que, en el fondo, de alguna manera, perteneces a su mundo. Que no eres como el resto de Knockturn. Además tu también quieres lo que te vamos a pedir.

Tiny la miró con incredulidad y preguntó con ironía:

—¿Y qué es eso que yo, tú y las prostitutas de Knockturn queremos?

—Hogwarts —dijo una de las mujeres, con voz firme— Queremos que cada niño de Knockturn tenga derecho a ir a Hogwarts, como los demás niños del mundo mágico.

Tiny arqueó una ceja, desconfiado.

—¿Y por qué, de todas las personas, ustedes están preocupadas por que los niños vayan a Hogwarts?

Una de las mujeres apretó los labios antes de responder:

—¿Crees que no nos duele? Tenemos hijos que terminan siguiendo nuestros pasos o muriendo en las calles. Apenas los tenemos un minuto en brazos antes de que nos los arrebaten y tengamos que volver a trabajar.

—Los llevamos en nuestro vientre, pero no podemos encariñarnos con ellos porque sabemos que se los van a llevar. Ni siquiera nos dan la opción de no tenerlos, porque para ellos solo son futuros trabajadores.

Tiny sintió el peso de sus palabras. Otra mujer tomó la palabra.

—¿Sabes cuántos años tenía la madre de Ed y Mila cuando murió?

Tiny negó con la cabeza, sobrepasado por la conversación.

—Catorce —respondió ella con amargura— Murió después de dar a luz a Mila. Y ni siquiera preguntes la edad que tenía tu madre cuando te tuvo, Tiny. Tú has vivido el triple de lo que ella llegó a vivir.

Rita lo miró con seriedad.

—Eso es lo que ellas quieren, y sé que tú también —dijo— No hay ninguna ley que impida que los niños de Knockturn vayan a Hogwarts. Lo he investigado. Pero sí existe un decreto que dice que todo niño mágico tiene derecho a la educación. Lo que ha pasado aquí no es solo negligencia, es un crimen. Y solo tú puedes hacer que eso cambie.

Se inclinó un poco hacia él y añadió con una sonrisa ladeada:

—Por eso te convertí en un héroe. Aunque, para ser honesta, no tuve que inventarme nada. Solo tuve que preguntarle a la gente la verdad.

Tiny no supo qué responder de inmediato. Al principio, había estado decidido a negarse a cualquier locura que Rita le propusiera. Pero jamás pensó que sería algo como aquello.

Nunca creyó que existiera la más mínima posibilidad de que los niños de Knockturn recibieran cartas de Hogwarts.

Sería un trabajo largo. Primero, tendrían que aprender cosas básicas como leer, escribir y comportarse. Y, sin duda, serían odiados allá dentro. Pero el mundo ya los había curtido lo suficiente para enfrentarse a eso y más.

Sería molesto, quizás insoportable. Se pondría en la mira de muchas personas que lo verían como un obstáculo en sus planes. Muchas mafias se hacían ricas explotando el trabajo casi esclavo de esos niños.

Pero valía la pena intentarlo.

______________________________

Severus encontró a Sirius sentado en la acera, frente a su casa. Se veía exhausto, al borde de dejarse caer de espaldas, con ojeras tan marcadas que resaltaban en su piel pálida.

Quiso decirle muchas cosas, desde "¿Qué tienes? Estoy preocupado", "No estoy enloqueciendo, solo estoy arreglando las cosas para quedarme con mis yentas", o simplemente "Te he extrañado".

Pero lo único que salió de su torpe boca, con el tono más cortante posible, fue:

—Te ves horrible.

—A quién se debe. Además, ¿esa es la manera de saludarme después de tres días seguidos tocando tu puerta sin que me abras?

—He estado ocupado. Creo que dije que pediría tiempo para arreglar mi inscripción en la universidad —respondió Severus, algo avergonzado por su media verdad.

—¡Tonto! —levantó la voz Sirius— Lo mencionaste, pero no dijiste cuándo. ¿Tienes idea de lo preocupado que estaba por ti? ¿Crees que puedes simplemente desaparecer y que nadie te dará un segundo pensamiento?

—Bueno… eso sería lo normal.

Sirius lo tomó de la camisa y lo miró a los ojos. Por un segundo, Severus sintió el impulso de sacar su varita y defenderse de una posible pelea, pero los ojos de Sirius no estaban llenos de la furia y la locura de Hogwarts. Solo estaban húmedos, llenos de una intensidad desconocida para él.

—Eso no es lo normal, Severus Snape. Tu normalidad es que Lily trate de seguir adelante depositando su confianza en ti mientras, por dentro, se vuelve loca. Que tenga que amarrar a Víctor para que no vuele tu puerta con un ariete (y no me preguntes de dónde sacó un ariete ese idiota). Que las yentas se estén jalando el pelo por ti, aunque hagan como si no les importara. Que los Evans me pidan que te visite porque tienen miedo de que te alejes. Y no te digo cómo está Rob… ese hombre te hará pasar el infierno cuando regreses. Y que yo… yo… me estoy muriendo, Severus. No quiero que te alejes. Sin ti y Darcy, me muero, ¿me entiendes? Me muero.

La voz de Sirius se escuchaba entrecortada, y sus manos temblaban, aferrándose y maltratando aún más la playera de los Sex Pistols, desgastada y llena de hoyos.

—¿Sirius, has estado tomando tu medicina? —fue todo lo que Severus logró decir, de entre todas las cosas que quería expresar. No podía evitarlo; se sentiría muy arrepentido si su actitud hubiera afectado a Sirius al punto de dejar su medicación.

Pronto se dio cuenta de que no era la mejor cosa que decir. Sirius retrocedió con los ojos abiertos, apretó los puños y dijo:

—Yo… ¡No! Eso no tiene nada que ver. Me preocupo por ti y piensas que estoy maníaco… Yo no puedo contigo, Sev. Sabes qué, me voy. Háblame cuando te sientas listo.

Sirius se dio la vuelta e intentó irse, pero Severus lo tomó de las mangas de su chaqueta de cuero.

—Yo… lo siento. Quédate. Quiero mostrarte algo… puedo… —a veces odiaba su incapacidad para comunicarse con otros seres humanos.

—¿Tú… quieres que me quede? —preguntó Sirius con delicadeza— No quiero terminar con lo que tenemos. Solo creo que invadí tu espacio cuando no estabas listo.

Severus se sonrojó intensamente y negó con la cabeza.

—No es nada de eso. Solo estoy avergonzado. Creí que iba a terminar de hacer esto en menos tiempo y traté de mantener distancia de cualquier distracción hasta lograrlo en el poco tiempo que tenía, pero me tardé más de lo debido. Ahora estoy avergonzado porque siento que todos están enojados por haberlos abandonado tanto tiempo. ¿Entiendes lo que quiero decir? No soy muy bueno para decir cosas como éstas… Creo que mi talento se reduce a insultar personas y hablar de pociones y artes oscuras —dijo, esforzándose por comunicar lo que pensaba, pero sintiendo que estaba fracasando.

—Sev, solo tienes que decir que necesitas hacer algo y que no podrás vernos. No prometo que no me volverá loco, pero al menos sabré qué está pasando contigo —respondió Sirius.

—Quiero mostrarte algo. Necesitas verlo si quieres estar cerca de mí. Es la evidencia de lo obsesivo que puedo llegar a ser si siento que pierdo algo que quiero —dijo, abriendo la puerta de su casa.

Entraron, y Severus encendió la luz, mostrando con vergüenza fotografías pegadas en las paredes, anotaciones conectadas con hilos rojos a lo largo de toda la casa, como una telaraña. Había una bolsa de basura llena de envoltorios de comida para llevar y cajetillas de cigarrillos.

En primer lugar había un recorte de periódico con la foto de un grupo de mujeres de mediana edad, bastante atractivas, sosteniendo un trofeo. Estaba marcado con un círculo rojo y la anotación: “El inicio”.

—¿Son las yentas de jóvenes? La señora Shapiro se ve igual de peligrosa que ahora. Frunce el ceño exactamente igual que tú —dijo Sirius, observando la foto.

—¿Solo eso dirás?

—Bueno, ellas nos dieron menos de una semana para hacer cualquier cosa, y tienes que inscribirte en la universidad. Supongo que trabajaste sin descanso para hacer todo esto —respondió Sirius, observando la nota del día de la boda de Serena Harkness y un recorte de una revista que hablaba del premio de la hija de la señora Shapiro.

Todo coincidía con lo que Rob había contado, hasta que, en cierto punto, la historia se desbordaba en cosas que ya no encajaban. Cómo el panfleto de un club de sexo en el Soho y un registro de cuenta bancaria con varios ceros.

—Soy un loco obsesivo que acaba de espiar a sus vecinas solo porque se mudan. Escarbé en la basura de Harkness, he vivido de comida chatarra, cantidades industriales de café y cigarrillos… y mi casa está así —dijo, señalando la enorme telaraña de hilos enredado por casi todas las paredes.

—Eres un genio con un enorme cerebro que hizo todo lo posible para salvar a sus amigas. Y no me asusta para nada —respondió Sirius, mirando todo con asombro— Si quieres saber un secreto mío: soy una persona muy necesitada, al grado de que a veces es ridículo, y en realidad estoy un poco celoso de todo esto. Yo también quiero una pizarra especial de mí por toda tu casa.

—Se supone que deberías decirme que no haga cosas como estas otra vez y asustarte y preocuparte… mucho—respondió Severus, avergonzado.

—¿Por qué? Es hermoso. Hay mucho amor en lo que hiciste. No puedo evitar morirme de celos por esto. Supongo que si puedo verlo es porque has encontrado una solución… aunque Lily dijo que le pediste que organizara una fiesta de despedida.

—La fiesta es parte de la solución —respondió Severus, aún avergonzado. A la mayoría de la gente no le gustaba cuando mostraba sus "tableros de evidencias" en las paredes, y ciertamente nadie nunca los había llamado hermosos y mucho menos “hechos con amor”.

—¿Y esa solución es...?

—¿Realmente quieres que te lo cuente o prefieres ayudarme mañana con el gran final? —preguntó Severus con una sonrisa.

Sirius asintió, emocionado. —Entonces, vamos a recuperar a nuestras yentas —dijo, tomando su mano.

Pero Severus la soltó y se sentó en el sillón sin pronunciar palabra. Tratar de dialogar con Sirius se había vuelto más complicado después del primer beso, y ahora se encontraba agotado.

Sirius se sentó justo a su lado. —Déjame adivinar… gastaste mucha energía diciendo todas esas cosas y pensando cada respuesta a una discusión hipotética donde odiaba todo esto, y ahora acabaste por completo con tu batería social.

Severus se tensó y asintió con la cabeza, odiando que el tipo lo conociera tan bien. Ni siquiera llevaban tanto tiempo siendo amigos.

Intentó abrir la boca para quejarse sobre eso, pero Sirius puso un dedo sobre sus labios, silenciándolo.

—Descuida, Sev. No tienes que decir ni una palabra en este momento —dijo Sirius, depositando un suave beso sobre sus labios.

Severus no pudo evitar sentirse consolado por el tonto gesto. No supo cuánto había extrañado ser besado por Sirius Black hasta que recibió otro beso… y luego otro, cada vez con más pasión.

Se aferró a él, dejándose llevar por las sensaciones. Había extrañado mucho los besos en el sillón con Sirius: sus miradas intensas, sus labios rojos e hinchados después de besarlo, que se veían tan bien sobre su pálida piel.

—¿No estás cansado? Sigues viéndote mal —preguntó Severus, separándose de Sirius.

Pero fue aprisionado en los brazos del hombre, que susurró a su oído con suavidad, dejando que su aliento acariciara la sensible piel de su oreja.

—No tanto como para dejar de hacer esto —dijo, dándole una pequeña lamida al borde de la oreja.

El cuerpo de Severus se tensó mientras sentía que su rostro se calentaba. Las manos de Sirius, acariciando lentamente su rostro, casi lo hicieron saltar.

Sirius Black siempre había sido una tormenta que lo arrastraba por los rincones extremos de sus emociones. Un nuevo beso y sentía que se ahogaba. Nunca había experimentado ese tipo de emociones; sin embargo, parecía que eran naturales entre ellos. Sus manos, inconscientemente, se aferraron a su espalda y, por primera vez en la rara relación que tenían, tuvo el atrevimiento de ser él quien profundizara el beso.

Su corazón latía con tanta fuerza que incluso le daba un poco de miedo. Todo era demasiado para él, pero no quería renunciar al calor, a la adrenalina, a la mirada profunda de Sirius, que lo tentaba a adentrarse en la profundidad de su mente. Se preguntó si Sirius era consciente de lo vulnerable que se volvía cuando lo miraba de esa manera.

Las manos de Sirius vagaron dentro de su camisa; eran cálidas contra su inusual piel fría. Todo en Sirius era fuego: a veces, un fuego destructivo, doloroso y abrasador; otras, una hoguera cálida en su eterno invierno.

—No tienes idea de lo que me haces. Quiero devorarte y adorarte al mismo tiempo —la voz de Sirius hizo eco en la habitación.

Y Severus solo lo miró, sin comprender de dónde venía esa ansia de Sirius, alguien que rechazaba las sombras y caminaba del lado de la luz, pero no era tan tonto como para simplemente dejarlo ir, pensó mientras se retorcía cada vez que los dedos de Sirius acariciaban su piel.

Lentamente, como pidiendo permiso, Sirius se acomodó entre sus piernas, dejando que el placer de sentir la cálida erección de Sirius contra la suya propia invadiera su cuerpo. No era mucho, ya que ambos seguían vestidos, pero esto era lo más lejos que había llegado con cualquier persona en su vida.

Desesperado, ocultó su rostro en el cuello de Sirius, percibiendo por primera vez los olores de su piel mezclados con los olores a cigarrillo, los tonos picantes de su loción y el cuero fino de su chaqueta de piel, fue tanto que ahogó un gemido desesperado contra su piel, que solo fue respondido por una risa traviesa justo en su oreja.

Intentó moverse para no torturarse más con la voz de Sirius tan cerca de él, pero no se atrevió a hacer nada que pudiera mostrar su rostro tan ridículamente afectado por todo lo que estaba pasando. Ahogó ahora un grito agudo contra esa suave piel cuando Sirius movió su pelvis frotando su dura erección contra la suya, tratando de resistir el impulso de morder cuando esas caderas se balanceaban con un ritmo primitivo, generando continuas descargas de placer.

Trató de recordarse otra vez que no era para tanto, que ambos aún estaban vestidos, pero solo pudo aferrarse a Sirius con desesperación y tratar de contener las ganas de gritar.

—Amor, déjame verte— pidió Sirius, subiendo una de sus manos y tratando de levantar su rostro oculto en su cuello.

Severus trató de resistirse; no quería verlo cuando estaba tan deshecho y vulnerable, pero no pudo evitar la curiosidad de ver el rostro de Sirius en medio del éxtasis. De inmediato se arrepintió al ver la visión de Sirius con las pupilas dilatadas y el cabello cayendo salvajemente por su rostro, pegándose a su piel. Él lo miraba con tanta hambre y deseo que parecía una criatura feroz tratando de abrir sus entrañas y tomarlo todo de él.

—Sirius— su nombre escapó de sus labios como una súplica.

—Tranquilo, amor. Sé lo que quieres— dijo Sirius, esbozando una sonrisa perversa. —Eres hermoso.

—No... mientas— trató Severus de quejarse, pero se ahogó en un gemido mientras que las embestidas de Sirius contra él se aceleraban y solo quería gritar. Si antes creía que era demasiado, ahora lo superaba. Apenas podía ver el rostro de Sirius a través de sus pestañas húmedas.

“Por favor, no me rompas” suplicó en su mente mientras sentía su cuerpo tensarse y culminar en éxtasis en brazos de aquel hombre.

Sirius solo le sonrió mientras sentía que el cansancio de los últimos días sin dormir se apropiaba de él y lo llevaba al rincón de los sueños. Intentó disculparse con Sirius, pero solo pudo estirar su mano y embelesarse con la sonrisa del hombre antes de caer en un sueño agradable.

______________________________

Sirius se despertó en una habitación que no era la suya. Su mente tardó un poco en procesar que él mismo los había limpiado a ambos y había llevado a Severus a su habitación antes de quedarse dormido junto a él.

—¿Ya estás despierto? —preguntó Severus, con el cabello aún mojado y despidiendo un suave aroma a jabón.

Sirius apenas asintió, por puro instinto.

—Entonces báñate, tenemos que salir temprano si queremos llegar a tiempo —ordenó Severus.

—¿Se puede saber a dónde vamos?

—A un hotel en Londres, pero antes de eso, apareceremos en un club en Soho y, después, tendremos que movernos al estilo muggle. A nuestro patrocinador no le molesta pagar pasajes extra, pero es muy exigente con los horarios.

—¿Tenemos un patrocinador?

—Oh, sí. No te imaginas quién es. Te lo diría, pero prefiero que lo descubras cuando lo veas. Te esperamos abajo cuando termines —dijo Severus, dándose media vuelta.

—¿"Te esperamos"? ¿Tú y quién más? —preguntó Sirius, aún sin que sus neuronas conectaran del todo.

—Yo y Darcy, por supuesto.

—¿Darcy viene? —preguntó, confundido.

—Es una misión menor, sin riesgo de ser arrestados o asesinados. A Darcy le gustó mucho el último viaje a Londres; disfrutó enormemente acosar a los patos en St. James's Park y el vestido brillante de la dama del club de sexo.

—¿¡Fuiste con Darcy a un club de sexo!? —casi gritó Sirius, ahora sí, completamente despierto.

—No te alteres, fuimos de día. No había mucho que ver, salvo el vestido de rayas de lentejuelas de la dueña y unas mallas de licra moradas. A Darcy realmente le encantó el diseño. Hoy ni siquiera vamos a entrar, solo vamos a recoger un encargo muy valioso —Severus desestimó la mirada preocupada de Sirius con un gesto de la mano— No me mires así, no es nada ilegal. ¿Realmente crees que sería capaz de llevar a Darcy a un club peligroso?

—No, pero a veces no sé cuáles son tus límites de normalidad. Y, si me lo preguntas, de día o no, habría preferido que Darcy se quedara en casa.

—Eso es imposible. No podía dejar a Darcy solo tanto tiempo. Tuve que encontrar la forma de incluirlo en mi agenda; es importante pasar todo el tiempo que pueda con él para compensar las largas horas de estudio, trabajo y salvar el mundo. Ahora apúrate y báñate o no podrás hacerlo hasta la noche —dijo, prácticamente empujándolo hacia la puerta del baño.

Cuando Sirius bajó, Severus ya tenía la pañalera de Darcy bien cargada, junto a una mochila con ropa y una bolsa de viaje que, estaba seguro, apenas el día anterior estaba dentro del armario.

—El lobo acaba de traer tu ropa y tus medicinas. Dice que, por favor, regreses completo y que no hagas nada que lo obligue a sacarte de una cárcel muggle. Vaya, qué confianza te tiene —refunfuñó Severus.

—Digamos que no he sido un ejemplo de buen comportamiento los años que me conoce —se justificó Sirius. Por lo menos, Remus ya no intentaba saltar sobre el cuello de Severus. Tal vez porque aún estaba procesando el trauma de la última misión. Él mismo no estaba del todo bien; la noche anterior había sido la única en la que no tuvo pesadillas, y eso solo por el agotamiento acumulado tras varios días sin dormir.

Aparecieron en el Soho, frente al club marcado en la pared de Severus. Allí los esperaba una mujer con un niño de unos seis años, que llevaba una pequeña mochila de Superman colgada al hombro y estaba muy concentrado leyendo un cómic.

—Este es Adam. Tal como dijiste, esa perra dejó de pagar la pensión. Dile al inútil de su padre que no lo quiero de regreso y que será mejor que cumpla su parte —dijo la mujer con frialdad.

El niño ni siquiera se inmutó, solo siguió leyendo, ignorándola por completo.

Severus le entregó un sobre abultado. La mujer lo abrió y sacó un par de gruesos fajos de billetes de cincuenta libras que contó en plena calle, sin disimulo, con una avidez que irritó a Sirius. Luego se dirigió al niño:

—Adam, vas a vivir ahora con tu papá. Pórtate bien y trata de no hacer que te envíen de regreso, porque yo ya no voy a estar aquí. ¿Entiendes?

El niño solo asintió, sin apartar la vista de su cómic.

Molesto por el descaro de la mujer, Sirius tomó al niño de la mano.

—Hola, soy Sirius. ¿Ya desayunaste, chico?

El niño negó tímidamente con la cabeza.

—¿Qué te parece si vamos a por un buen desayuno con tocino y algunos bollos con mermelada? —ofreció Sirius con una sonrisa.

El chico asintió de nuevo, esta vez con un leve destello de entusiasmo en los ojos.

—Qué lindo, una familia feliz. A ver cuánto dura antes de que el mocoso empiece a ser molesto llorando y pidiendo cosas estúpidas como esas tontas historietas—murmuró la mujer, con desprecio.

Severus la miró con una frialdad que habría congelado el aire.

—Sirius, ¿podrías…? —dijo, ofreciéndole a Darcy— Adelántate y lleva al niño a desayunar. Hay un buen restaurante cerca de la estación Piccadilly.

Sirius obedeció llevando en una mano a Darcy y en la otra al pequeño niño, pero antes lanzó un discreto hechizo para escuchar la conversación que, suponía, no sería apta para oídos jóvenes.

“¿No tienes algo mejor que hacer? Tus manos tiemblan y supongo que tus brazos están llenos de marcas bajo esas mangas largas. Tienes dinero en la mano, ¿por qué no vas a desperdiciarlo en lo que te gusta hasta que te hartes, en lugar de estar aquí jodiendo a tu pobre hijo? Por cierto, el padre del chico dice que será mejor que no gastes todo el dinero en tus porquerías, por mí hazlo, atáscate hasta morir de todas formas no se pierde nada” escuchó decir a Severus con un tono tan frío y cortante que incluso a la distancia, Sirius sintió un escalofrío y el llanto histérico de la mujer solo empeoró las cosas.

Unos minutos después, Severus los alcanzó y tomó a Darcy de los brazos de Sirius, quien gorjeó alegremente.


—Sirius, supongo que ya conoces a Adam Harkness. Es un gran fan de los cómics; te atormentará con eso en cuanto supere su timidez. Vamos a llevarlo con su padre —dijo Severus, mientras el niño solo hacía un gesto con la mano libre para saludarlo.

 

—¿Harkness? ¿Cómo ese Harkness? —preguntó Sirius, sorprendido.

 

—Sí, ¿recuerdas que habló de una mujer en el Soho? —Sirius asintió simplemente, sin seguir con una conversación que no parecía muy adecuada para un niño presente.

 

Y menos ahora que Adam ya no estaba inmerso en su cómic, sino que jugaba con Darcy, hablando sin parar de superhéroes con el bebé, como si este pudiera entenderle.

 

Desayunaron tranquilamente y, después, tomaron un taxi hasta el Ritz, donde los esperaban el secretario y novio de Harkness, Phillip, junto a un viejo mayordomo que cargaba globos multicolores y un enorme peluche de una versión caricaturizada de Superman. Phillip parecía especialmente feliz de conocer al chico, que también estaba encantado, más que nada por el peluche tan grande que se dejó cargar alegremente por el secretario, mientras el mayordomo lo seguía con el enorme Superman, manteniendo toda la dignidad que podía hasta la suite principal del prestigioso hotel.

Cuando llegaron, encontraron a Harkness bastante nervioso esperándolos. A pesar de eso, parecía muy feliz de ver al niño; tanto que simplemente los ignoró y corrió a saludarlo.

—Hola, cariño. Yo… soy Jhonny, tu padre. Tu mami no me había dicho nada de ti, por eso no había venido antes, pero espero que podamos llevarnos bien.

—Hola, Jhonny. Yo soy Adam. Phillip dice que estás nervioso —saludó el niño, intentando susurrar al oído de Harkness con una voz bastante alta— Yo también estoy nervioso. Nunca había tenido un papá.

Harkness se puso visiblemente emocionado, con los ojos llenos de lágrimas, y tomó al niño de los brazos de Phillip para sentarse con él en uno de los sillones de la suite.

—¿Ya desayunaste? Estás frío, ¿tienes un suéter en esa mochilita?

—Ya desayuné. El señor Sirius me dio tocino y comí huevos revueltos con mantequilla y… y también bollos con miel —presumió el niño con orgullo— No pude compartir mis bollos con Darcy porque es muy pequeño todavía…

Phillip los sacó de la habitación para darles privacidad.

—Gracias por esto. Jhonny nunca había estado tan aterrado y tan feliz al mismo tiempo —dijo, limpiándose las lágrimas con un pañuelo— El padre de Jhonny nos envió los papeles desde Pentonville; ya está todo hecho. Mañana marcharemos en el tren a las diez. Por ahora, ¿no les molesta si Jhonny y yo llevamos a Adam a comprar ropa? Así podrán conocerse mejor, y también porque dudo que en esa pequeña mochila haya algo básico.

—Es su hijo ahora. No tienen que pedir permiso para relacionarse con él. Solo ámenlo, trátenlo con el respeto que merece y estaré más que satisfecho.

El secretario Phillip se sonrojó y volvió a secarse las lágrimas.

—Señor Snape, estamos agradecidos de por vida con usted. No tiene ni idea de lo feliz que nos ha hecho. Adam será el niño más querido y cuidado sobre la faz de la Tierra.

—Podemos imaginarlo —dijo Sirius, pensando en el enorme peluche de Superman.

Después de eso, dejaron a los Harkness para que se conocieran mejor, mientras ellos se instalaban en un pequeño B&B cercano, a pesar de las súplicas de Jhonny y Phillip para que se quedaran. Luego salieron a pasear por St. James’s Park para la segunda ronda de “acosar patos” de Darcy.

—Entonces, ¿el precioso encargo de nuestro patrocinador era su hijo? No entiendo, ¿por qué no fue él mismo a recoger al chico si estaba tan cerca? —preguntó Sirius, sentado en una banca frente al lago, con Severus a su lado, mientras Darcy se distraía intentando alcanzar a los patos.

—La mujer insistió en que fuera yo personalmente. Después de todo, fui quien la contactó en primer lugar. Además, por mi juventud, creyó que era la opción menos peligrosa —respondió Severus, tratando de contener a Darcy, que se retorcía para escapar de sus brazos y acercarse más a los patos— Es la primera vez que alguien me considera indefenso. Hasta mis padres pensaban que sería un futuro psicópata.

—Puedo imaginarlo; un chico con el ceño fruncido, escapando a los bosques a recoger plantas y hongos venenosos, abriendo cuerpos de animales para experimentar y con la nariz metida en cientos de libros cuestionables —comentó Sirius, tratando de imaginar a un pequeño Severus antes de Hogwarts haciendo todas esas cosas. Era una lástima que no hubiera fotos de su infancia.

—Dijiste que era hermoso —replicó Severus, avergonzado.

—Lo eres, de la misma forma que el plumaje de un cuervo, o uno de esos hongos venenosos que brillan en la oscuridad del bosque prohibido —respondió Sirius con una sonrisa.

—Entonces tú eres tan bello como un ataque de tuberculosis —replicó Severus con sarcasmo.

Sirius solo rió.

—Entonces, ¿cómo descubriste que nuestro amigo Jhonny Harkness era el padre de ese tierno panquecito amante de las historietas?

—En la basura de Serena Harkness . No rompe sus estados de cuenta porque sus empleados tiran la basura al incinerador, pero son tan flojos que dejan que la basura se acumule por meses. Encontré varios estados de cuenta y todos tenían en común un pago bastante pequeño en comparación con el resto de sus gastos. Fui al banco de esos estados y confundí al empleado diciéndole que era un policía investigando pagos sospechosos en el caso Harkness. El tipo estaba tan ansioso por colaborar que me contó todo.

Severus hizo una pausa, observando cómo Darcy finalmente lograba espantar a un par de patos con sus gorjeos.

—Al parecer, los pagos eran para su “hermana” que vivía en Belgravia, lo cual fue aún más sospechoso. ¿Por qué enviar tan poca cantidad de dinero a alguien que vive en un palacio de una de las zonas más caras de Londres? Después, con un traje alquilado, un hechizo de confusión y un poco de veritaserum, me enteré de que la madre del panquecito estaba chantajeando a la abuela del niño para que el señor Harkness no se enterara de su existencia.

Sirius soltó una carcajada.

—Definitivamente, tienes tus métodos poco ortodoxos.

—Y eso fue lo fácil. Fui a Pentonville a visitar al padre de Harkness. Casi pierdo la reunión con él porque se extendió un poco mi inscripción en la universidad… creo que atropellé sin querer a una anciana. En fin, el hombre dijo que estaba dispuesto a cederle el molino a Harkness si comprobaba que tenía un hijo que heredara la compañía. Entonces tuve que llamar a cada Harkness de la costa sur de Inglaterra.

—¿Por qué el sur de Inglaterra? El tipo mencionó una cabaña junto al mar en los diarios… y vivimos en una isla —preguntó Sirius con curiosidad, alzando la voz por encima de los gritos de Darcy, que hacían coro con los graznidos de los patos.

—Fue una corazonada. Supuse que, si eres rico y quieres pasar el tiempo en una cabaña junto al mar, el sur era la mejor opción. Y tuve suerte: el hombre tenía una cabaña en la Isla de Wight, aunque ya había agotado dos guías telefónicas antes de encontrarlo. Luego, Darcy y yo nos aparecimos en su casa. Le conté sobre su hijo y, realmente, se puso a llorar. Su novio pensó que lo estaba amenazando, ¿Como amenazas a un hombre teniendo un bebé en brazos?

Severus hizo una pausa, acomodando a Darcy que se seguía retorciendo en sus brazos.

—Por supuesto, con el historial del idiota, no podía simplemente confiarle algo tan importante como un niño, ni siquiera por mis instintos. Tuve que usar Legilimancia con él, y el imbécil realmente quería ser padre. Por fortuna, su novio es bastante centrado y evitará que cometa errores. Les hablé de mis condiciones y de lo que dijo su padre. Al parecer, se harán cargo del molino en lugar de su madre. Con la ayuda del novio, lo harán bien. Y el chico estará cuidado. Ese era el plan.

—Lo único que me molesta es que no me hayas contado nada. Trabajamos bien juntos, no tenías por qué hacer todo esto solo. Ni siquiera tienes que contarme nada, ¿sabes? A veces solo estar ahí contigo es suficiente.

Severus suspiró, sintiendo cómo el peso en su pecho se aligeraba. No porque las palabras de Sirius fueran una solución mágica, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, alguien entendía sin necesidad de explicaciones.

Tras un momento de silencio, Severus murmuró:
—Es agotador… intentar mantener el control todo el tiempo.

Sirius asintió, sin perder la sonrisa cálida.
—Entonces deja que yo lo pierda por los dos de vez en cuando.

Hubo una pausa cómplice, y Severus no pudo evitar que una pequeña sonrisa, apenas un gesto fugaz, se asomara en la comisura de sus labios.

—Idiota —susurró, sin rastro de veneno en su voz.

—Tu idiota —replicó Sirius, acercándose lo suficiente para que sus hombros se rozaran y Darcy le diera un par de golpes con sus manitas pegajosas en su intento por huir de los brazos de su padre.

______________________________

Lily sentía que estaba en una fiesta en el infierno. La organización había sido fácil gracias a la magia de los Hernández y a la disposición del pueblo para despedir a sus amadas yentas. Convencer a todos de que Severus tenía algún tipo de plan también había resultado sencillo.

Pero no tenía ni idea de lo que estaba haciendo Severus, y Sirius había desaparecido sin dejar rastro por más de un día. Al menos la desaparición de Sirius significaba que, efectivamente, había un plan, pero eso no evitaba que, cada cinco minutos, alguien estuviera encima de ella preguntando cómo iba todo o, peor aún, que las yentas le lanzaran miradas sospechosas debido a la falta de discreción de todo el mundo.

—Lily, amiga mía del alma, sabes que somos amigos, ¿verdad? Y me arrestaron y encerraron en una casa del terror por ustedes… —empezó Víctor con dramatismo.

—Víctor, ahórrate el drama. No sé de qué trata el plan, cómo va ni dónde están Sirius y Severus ahora mismo —se quejó Lily, lanzándole una mirada fulminante— Es la quinta vez que te lo digo. ¿Por qué no haces otra cosa que no altere a las yentas? Esas mujeres me miran como si quisieran matarme, ¡todo por tu bocota!

—Yo no spiko inglish, señorita —dijo Víctor, con las orejas rojas.

—No te hagas el tonto, Víctor. La mitad del salón de fiestas, si no todos, ya saben que estamos tramando algo, gracias a ti —lo regañó Lily tomándolo de la solapas y agitándolo.

—Velo por el lado positivo: si las yentas te asesinan, hay un montón de testigos —respondió Víctor escapando del agarre de Lily, señalando el salón comunitario lleno.

—Y todos son sus amigos, les deben algo o les prestarían una pala para enterrar mi cadáver —replicó Lily, erizándose ante las miradas de las mujeres que fingían platicar alegremente con la sociedad de vendedoras de Tupperware de Cokeworth.

Intentó huir, pero antes de dar el primer paso fue detenida por la señora Shapiro, quien la llamó por su nombre completo:

—¡Lily Anne Evans!

Lily se detuvo como si la hubieran petrificado y se giró con una sonrisa tensa y un ligero temblor nervioso en el entrecejo, mientras se concentraba en no correr ni estrangular a Víctor, que estaba tan tranquilo comiendo entremeses y lanzándole una inocente sonrisa.

—¿Me buscaban? —preguntó, disimulando el pánico al grupo de señoras.

—Lily, ven aquí, queridita —dijo la señora Khan, abrazándola y llevándola con las demás mujeres, que la rodearon sin posibilidad de escape.

—Nos dicen que tú organizaste todo esto para nosotras, y en tan poco tiempo —dijo la señora Shapiro con una voz peligrosamente dulce.

—Bueno, en realidad los Hernández hicieron casi todo, señora Shapiro. Además, no es nada demasiado grande, solo una pequeña fiesta de despedida —respondió Lily, tratando de disimular el temblor de pánico y rogando a Merlín por una interrupción que le permitiera salir corriendo.

—Es bueno saber que ustedes, los niños, saben arreglárselas sin nosotras y que tienen la madurez de despedirnos en lugar de hacer planes locos a nuestras espaldas. Porque es solo eso, ¿no? Una simple y llana fiesta y no un plan demente para hacernos quedar aquí cuando todo está firmado y sellado —dijo la señora Hernández, dándole palmaditas cariñosas en el rostro.

—No, ¿cómo cree, señora Hernández? Yo no sé nada de un plan loco —dijo Lily, congelada de miedo mientras pensaba: "Voy a morir… y voy a matar a Severus Snape después."

—¿Y dónde están Severus y su extraño amiguito, el ricachón? ¿No estarán tramando alguna cosa rara? —preguntó la señora Petrov, entornando los ojos.

—Severus… no, ¿cómo cree? Ninguna cosa rara. Él y Sirius están… —balbuceó Lily, sin saber cómo continuar.

No sabía si fue fortuna o la peor suerte del mundo, pero justo en ese momento Serena Harkness entró al salón de la fiesta acompañada de un par de guardaespaldas.

—Serena Harkness, ¿qué te trae aquí con los humildes? —dijo la señora Shapiro, colocándose frente a Lily como si no hubiera querido devorarla viva minutos antes.

Serena no era una belleza de revista. Era castaña, de ojos verdes, delgada, con la piel pálida por los años encerrada en su mansión. Parecía la heroína de una ópera trágica. Vestía un vestido negro, como si estuviera de luto, y parecía aferrarse a una dignidad quebradiza tras los escándalos de su familia.

—Solo quería despedirme, darnos una última mirada antes de no vernos nunca más —dijo con una voz suave y cargada de amargura— Después de todo, es una fiesta de despedida. Quizá yo también me vaya de aquí y deje el manejo del molino a un representante.

La señora Shapiro la observó condescendiente.

—Si eso te hace feliz, Serena.

Serena sonrió con amargura.

—Feliz habría sido ganar, pero después de años de rencores supongo que lo lógico era que ambas partes lo perdiéramos todo. Quizá no sea feliz, pero dormiré tranquila sabiendo que ustedes tampoco lo serán —dijo con una satisfacción tan forzada que rozaba la fragilidad.

—Bueno, ahora que todo está firmado y sellado, solo puedo decir una cosa —dijo la señora Shapiro— niña, no puedo creer que seas tan tonta.

El rostro de Serena se descompuso por un segundo, pero rápidamente recuperó la compostura.

—Esta tonta les ganó. ¿No se sienten humilladas? Años de trabajo duro para que todo lo que aprecian sea tomado por alguien que ni siquiera consideran a su nivel. Solo puedo llamarlo justicia poética. Puedo sentir la sonrisa de mi madre, que en paz descanse.

Lily no podía creer lo que escuchaba. Nadie que conociera la historia podía creer semejante declaración tan infantil de una mujer de cuarenta años.

—Serena, querida, lo único que sentimos es lástima. No puedo creer que después de tantos años no hayas aprendido nada. Es vergonzoso verte tropezar una y otra vez en el mismo lugar —dijo la señora Hernández, negando con la cabeza.

—Lo he dicho una y otra vez; ella es estúpida —declaró la señora Shapiro, y el resto de las yentas asintió en silencio.

—Disfruta la fiesta, niña, la necesitas más que nosotras —añadió la señora Khan con lástima.

Serena parecía incrédula. Empezó a temblar, como si fuera a desmayarse allí mismo. Su rostro, ofendido, no podía aceptar que, en lugar de recibir rencor y lágrimas, las mujeres a las que tanto había odiado solo le tuvieran lástima y la vieran como un patético espectáculo.

—Yo debí… debí… ¡Debí haberme largado de este pueblo de mala muerte desde el primer día que lo pisé! ¡Son un grupo de monstruos!

—Debiste, querida. Desde el principio hubo muchas cosas que debiste hacer, pero decidiste ser tonta hasta el final —respondió la señora Petrov— Diría que en mi vida vi una persona con tal deseo de autodestrucción, pero eres un caso de manual.

—¡No! ¡No me dejaré enredar otra vez! ¡Esto se acabó por fin y yo gano! —Serena estaba roja de ira, al punto que Lily temió que fuera a caer muerta en medio del salón por su frágil constitución— ¡Yo voy a ganar! ¿Saben? No me importan los contratos, ni los abogados, ni las estúpidas negociaciones. Venderé pieza por pieza ese maldito molino que solo trae desgracias, ¡y todos nos vamos a ir al demonio!

—¿Madre? ¿Estás molestando a las abuelitas? —dijo Jhonatan Harkness Jr. entrando por la puerta principal, seguido de Severus cargando a Darcy, Sirius y un hombre desconocido que llevaba en brazos a un niño.

—¿Jhonny? —exclamó la señora Shapiro, sorprendida.

—¡Abuelitas! —respondió el hombre con una gran sonrisa, corriendo con los brazos abiertos para abrazar a las mujeres, ignorando por completo a su madre.

—Mira nada más —dijo la señora Hernández— Te ves muy guapo cuando tienes carne en los huesos y no andas diciendo tonterías.

Severus saludó a Lily desde la distancia con una sonrisa de suficiencia. Lily le devolvió la sonrisa, mientras pensaba en cómo vengarse por todo el sufrimiento que le había causado.

—Es gracias a Phillip. El hombre es un sargento: me hace levantarme temprano a correr, comer todas mis comidas y me jala las orejas si me comporto como un tonto. Pero así lo quiero. Creo que me hace bien —respondió Jhonny.

—Eso es bueno. Ese Phillip es un tipo muy sensato. Trata de no hacerlo enojar, por favor —dijo la señora Khan— Y deberías traerlo a comer ahora que estás aquí. ¿Hace cuánto que no nos visitas, mocoso?

Jhonatan soltó una risa feliz.

—Primero tengo a alguien que presentarles —hizo un gesto para llamar a alguien, y el hombre que cargaba al niño se acercó— Este es mi hijo, Adam. ¿No es una monada? Saluda a las abuelas, Adam.

—Hola, abuelas. Soy Adam, pero mi papá y el señor Sirius me dicen Panquecito, y el señor Phillip me compró un pijama de Flash —saludó el niño con una gran sonrisa.

Lily se deslizó sigilosamente al lado de Severus y Sirius, mientras las abuelas consentían al niño.

—¡Ustedes, par de tontos! Estuve a punto de morir. Víctor fue de chismoso y todo el mundo lo sabía, ¡hasta las yentas lo sabían! ¿Por qué tardaron tanto? —los regañó Lily, fulminándolos con la mirada.

—Calculé el itinerario de viaje sin dormir tres días y con cinco tazas de café encima. Agradece que no terminamos en Irlanda por accidente —murmuró Severus con sarcasmo.

—¿Esa es Serena Harkness? Se ve un tanto triste ahí parada, esperando a que su hijo le dirija la palabra después del impresionante diálogo de villana que acabamos de escuchar —comentó Sirius, uniéndose a la conversación.

Serena estaba de pie, con la mandíbula desencajada, observando a su hijo mientras él y las yentas compartían risas en su propio mundo de alegría familiar.

—Mira nada más qué guapo está este niño, ¡pero qué suéter tan delgadito tiene! —exclamó la señora Hernández, cargando al pequeño Adam. Luego gritó a una de sus cuñadas— ¡Marta, tráele una chamarra al niño, no vaya a darle un frío! Y un taquito para que coman los muchachos.

Fue en ese momento que Serena reaccionó.

—Jhon, hijo, ¿qué haces aquí? ¿No estabas en una cabaña en la Isla de Wight? —preguntó, intentando controlar su voz temblorosa.

—Voy a tomar posesión del molino. Papá me traspasó todo —respondió Jhonatan Harkness Jr. con una sonrisa despreocupada—. Panquecito, ¿por qué no vas con la señora Marta a comer mientras papi habla de cosas de adultos?

Adam fue arrastrado cariñosamente hacia el animado grupo de la señora Hernández, quien lo recibió con apretones de mejillas, abrazos y una ingente cantidad de comida.

—¡Pero tú no querías! ¡Siempre has dicho que no te interesa el molino! —gritó Serena en cuanto el niño se alejó.

—Sí, pero ahora soy padre, y Adam necesita un patrimonio. Además, a Phillip le interesa el molino, así que él lo dirigirá mientras yo cuido a mi Panquecito. Tiene buenas ideas, ¿sabes? Está trabajando en un proyecto para una planta de tratamiento de agua…

—¡Tú no entiendes! ¡Esas mujeres arruinaron nuestra familia! ¡No puedes quererlas! —vociferó Serena, fuera de sí.

—No seas ridícula, madre. Severus nos contó todo. ¿Un juego de bridge? ¿En serio? No me hablaste durante toda mi infancia, salvo para exigirme cosas. Eras una ermitaña en tu propia casa, nunca estuviste para mí y me alejaste de Panquecito… ¿por un juego de cartas que ni siquiera jugaste? —la recriminó su hijo— Ahora soy el dueño del molino, y si quiero que Phillip lo administre, así será.

—Bueno, qué lástima por ti, porque ellas se van. ¡Es su fiesta de despedida! ¿No lo sabías? Ellas firmaron un convenio conmigo.

—Tal vez no sepa de qué trata ese convenio, pero si es sobre el molino, no tiene ningún valor. No puedes negociar sobre una propiedad que no es tuya. Además, no puedo permitir que mis lindas cabecitas de algodón se vayan. Adam tiene que conocer a sus abuelas, ¿verdad que no se van a ir?

Las mujeres se miraron entre sí, como si tuvieran una conversación silenciosa.

—En realidad, es un malentendido. Anunciamos que nos vamos de vacaciones a Blackpool por un par de semanas, pero nuestros torpes muchachos creyeron que nos íbamos para siempre —dijo la señora Shapiro, y las demás asintieron con una sonrisa cómplice.

—Así es, solo unas vacaciones en la playa —añadió la señora Khan.

Jhonatan asintió satisfecho.

—Eso creí. Pero, ¿por qué a Blackpool? Mejor a las islas griegas. Phillip, prepara un viaje todo pagado por dos semanas a las islas griegas.

Phillip, el novio de Jhonatan, preguntó sin inmutarse:

—¿En el yate?

—Por supuesto que en el yate, ¿dónde más? Solo lo mejor para las abuelas.

—¡No puedo creer que le hagas esto a tu propia madre! —sollozó Serena, dejándose caer dramáticamente al suelo, cubriéndose el rostro con las manos llenas de lágrimas.

La señora Shapiro la observó con lástima y dijo, con un tono seco:

—Levántate, Serena Harkness. Es terrible la imagen de una mujer de tu edad tirada en el piso.

Serena se levantó de un salto, mirándola con despecho.

—Supongo que te sientes bien ahora que ganaste otra vez.

—Sabes, es cierto que te debo una disculpa, pero no por lo que tú crees. Te llamé estúpida sin explicarte por qué, y es simple: solo un estúpido puede arruinar su vida por un juego de cartas.

—¡Tú no lo entiendes! Esa derrota la mató. Perdió la esperanza y murió por ese maldito juego. Si no fuera por ustedes, la habría tenido cuando más la necesitaba.

—Eso es una tontería. Maggie se retiró porque estaba desahuciada. Quería pasar sus últimos días contigo. Nos lo dijo en la fiesta de clausura. Estaba devastada, y sus amigas no querían jugar más sin ella. Pero fuiste una hija terrible. No pudo pasar tiempo contigo porque siempre había "algo más importante". Las cartas de Maggie eran tristes, pero en las fotos siempre sonreía. Tan buenas amigas fuimos que ayudó a mi hija a entrar en la misma universidad que tú. Tenía la esperanza de que fueran buenas amigas, como nosotras lo fuimos. Pero para entonces, estabas tan llena de ira… Petrov cree que en el fondo te sentías culpable por ignorar a tu madre en sus últimos días, y te aferraste al rencor de esa derrota para mantenerte cerca de ella, aunque fuera de forma metafórica. Es una lástima. Seguiste un camino de autodestrucción por una competencia que solo tú jugabas. Ninguna de nosotras te odió. Ni siquiera nos interesabas. Las cosas que creías afrentas eran solo nosotras viviendo nuestras vidas.

Serena la miró con los ojos muy abiertos, como si acabara de despertar de un sueño.

—No… ustedes… se suponía que era una competencia —sollozó, desconsolada.

—Madre, ve a casa. Se acabó. Esta gente no tiene que sufrir por tus dramas —dijo Jhonatan Harkness, limpiándole el rostro con un pañuelo antes de ordenar a sus guardaespaldas— Llévenla a la mansión. Melania, su empleada, sabrá cómo calmarla.

Dos hombres corpulentos se llevaron a Serena, que parecía ausente, perdida en sus propios pensamientos.

En menos de quince minutos, la fiesta recobró su ánimo, incluso más vibrante que antes. Después de todo, un toque de drama siempre da vida a una celebración en un pueblo pequeño, y aquella historia alimentaría los chismes de Cokeworth durante años.

______________________________

Severus, Sirius y Lily estaban sentados afuera del salón comunitario de Cokeworth, junto con Mary McDonald, que se veía bastante desmejorada. Ahora entendían por qué, después de escuchar su increíble historia.

—Intenté regresar a la casa de mis padres hace semanas, pero ninguno me reconoció. Ya no tengo casa, familia, ni nada —dijo Mary, su voz quebrada. Se tomó un momento para sollozar y, después de limpiarse las lágrimas con la manga de su blusa, continuó— Me quedé unos días con Marlene, pero ella seguía invitando a James a comer y a salir con nosotras. Nunca le conté lo de la carta ni lo de los Potter, pero parecía empeñada en juntarnos a la fuerza. Y después, cuando James se fue de su casa, me dijo que no podía seguir quedándome gratis con ella… y terminé en la calle otra vez.

—Estaba pensando en esconderla aquí, en Cokeworth. Todos somos magos y podemos defendernos. Tal vez el señor Pevka pueda hacerle papeles falsos para que se vaya del país a la manera muggle. Sin James a la vista, Mary deja de ser prioridad. Podemos aprovechar que están como locos buscándolo para salvarla —sugirió Lily, con determinación.

—Y, con ella fuera del país, podemos arreglar la mente de su familia con más seguridad. No creo que hagan una búsqueda internacional por ella; quizá solo busquen un reemplazo después de que Potter extrañe sus sábanas de seda y regrese a su casa —añadió Severus, reflexionando en voz alta sobre las posibilidades.

Tantas posibilidades. La vida nunca era aburrida para Severus, y no había descanso para los malvados.

Notes:

Y esto es todo por hoy. Como mencioné, mucho romance, intrigas, el regreso de las Damas del Jardín y Mary McDonald. Severus y Sirius aún no saben lo que están haciendo; solo se dejan llevar. ¿Será esto algo bueno o detonará en algún momento?

James se ha vuelto un chico independiente, y tenemos un poco de Víctor y Regulus. ¿Nuestro chico podrá llevarlo a casa con mamá o terminará recogiendo los pedacitos de su pobre corazón? Eso lo sabremos en el futuro. Mientras tanto, algunas personas están maquinando en las sombras, y nuestros chicos están en medio de todo sin saberlo.

En el siguiente capítulo, Voldie reaparece después de mucho tiempo y veremos el plan para sacar a Mary del país.

Notas adicionales (que sé que les gustan y que Charlie siempre me recuerda que ponga):

Los Dukes de Hazzard: Título de una popular serie de televisión estadounidense de comedia y acción, emitida originalmente de 1979 a 1985. La serie sigue la vida de dos primos, Bo y Luke Duke, quienes viven en el ficticio condado de Hazzard. Son conocidos por conducir su famoso auto, el “General Lee,” un Dodge Charger de 1969, mientras evaden al comisario Rosco P. Coltrane y al corrupto comisionado Boss Hogg.

Peón envenenado: Jugada de ajedrez en la que un jugador entrega su peón al oponente con la esperanza de exponerlo a un ataque. Dumbledore se refiere a la ministra como su "peón envenenado" porque la considera una pieza débil, pero debido a su posición política, no puede actuar contra ella sin arriesgarse a perder "la partida".

Baobei: Apodo cariñoso en chino que significa "bebé".

Gretna Green: Pueblo de Escocia famoso en novelas románticas por ser un destino popular para parejas que se fugaban a casarse.
Pandora: En la mitología griega, Pandora fue la primera mujer, creada por Hefesto por orden de Zeus después de que Prometeo le otorgara el don del fuego a la humanidad. Según el mito, Pandora abrió una jarra (mal traducida como “caja”) que contenía todos los males del mundo, liberándolos. Sin embargo, lo último que quedó dentro antes de cerrarla fue la esperanza.

Hijas de Deméter: En el extra anterior, Rita se refiere a las Damas del Jardín como las "hijas de Deméter", diosa de la agricultura, la fertilidad y las estaciones del año.

Radio Flyer Wagon: Carrito de juguete clásico, conocido por su distintivo color rojo y su diseño simple pero duradero. La empresa Radio Flyer ha producido estos carritos desde 1917. El modelo original, conocido como el “Little Red Wagon,” es un ícono de la infancia. Además, hay una película muy emotiva sobre el vagón llamada Radio Flyer de1992; la recomiendo mucho, pero prepárense con pañuelos.
Vigil: Término usado por Helena Dax en su fanfic Alianza para referirse a los Hit Wizards. En esta historia, lo usamos para nombrar a magos que funcionan como policías locales, mientras que los Aurores tienen un rol más parecido al de detectives.

Guías telefónicas: Si hoy nos preocupa la privacidad por el uso de nuestros datos, imaginen vivir en una época donde tu número y dirección aparecían en un libro al que cualquiera tenía acceso, sin que eso se considerara extraño. La vida antes de los celulares, sí era posible solicitar que se retirara un número de la guía, pero el proceso era tedioso y, además, los datos seguían presentes en las ediciones anteriores.

Tuberculosis: Aunque parezca increíble, en la época victoriana se consideraba una enfermedad "bella" debido a sus efectos físicos: delgadez, piel pálida, ojeras y labios rojos (por toser sangre). Básicamente, un personaje de Tim Burton. Así que, cuando Severus lo mencionó, fue un halago honesto.

Blackpool: Una playa turística inglesa.

Chapter 24: El sueño de Tiny

Notes:

Hola a todos! Aquí estamos de nuevo con otra entrega.

Febrero ha sido una locura, y para mi desgracia, Charlie y yo descubrimos que los capítulos del próximo arco eran bastante aburridos. Por eso, nos estamos enfocando en darles más dinamismo, ya que este arco tiene más intriga y menos acción.

Espero que haya funcionado, porque hacer que una asamblea del Wizengamot sea entretenida fue un verdadero desafío.

Este capítulo tiene de todo; la reunión de Tiny con la ministra, avances en el misterio de Flora Potter y más sobre las Damas del Jardín.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

La primavera llegó a Cokeworth sin que Severus se diera cuenta, salvo por los pequeños hitos en el desarrollo de Darcy, había empezado a rodar de lado mientras estaba acostado, sostenía mejor su cabeza y trataba de comerse las manos con tanta frecuencia que era normal ser recibido, después del trabajo, con un golpe en la cara de su manita babeada.

Ahora que los ensayos y las cartas a universidades se habían detenido, tenía una pequeña fracción de tiempo libre que había llenado haciendo pociones para el refugio. Gracias a Tiny y sus negociaciones con el Ministerio, le surtían los ingredientes necesarios. Lo mejor de todo era que le daban espacio para mejorar las recetas, realizar algunos pequeños experimentos y, además, recibía un pago extra por su trabajo. Un pequeño pago que, por supuesto, en el mundo muggle equivalía a su sueldo completo en el deshuesadero. Gracias a eso, pudo darse el lujo de comprar ropa nueva para Darcy.

Si creyó que eso significaría que Darcy dejaría de verse como si lo hubiera vomitado un arcoíris, estaba muy equivocado. Porque Darcy experimentó un hito en su desarrollo mágico cuando destrozó un aparador de cristal con su llanto, justo después de que Severus intentara ponerse firme con un par de calcetas de volantes estampadas con unicornios.

Desde entonces, aprendió la lección: no meterse con las elecciones coloridas de Darcy, aunque se supusiera que un bebé tan pequeño no debería haber desarrollado preferencias ni gustos todavía. Nunca pensó que criar a un bebé mágico fuera simplemente complicado, por fortuna no estaban cerca del aparador así que nadie pensó que fuera responsabilidad de Darcy, al contrario, pensaron que el niño lloró por qué se rompió el aparador y le dieron un descuento en su compra.

—¿Entonces Darcy rompió el aparador de una tienda de bebés en Birmingham? —preguntó Lily, con su uniforme del Tesco, mientras acompañaba a Severus en la compra mensual junto a Marigold.

Severus asintió, colocando un par de latas de leche en el carrito.

—Ese niño es peligroso si no respetas sus gustos —se burló Lily.

—El problema es que, a su edad, ni siquiera debería tener gustos —gruñó Severus, luego se dirigió a Marigold, que revisaba su lista de compras— ¿Lily tenía preferencias a los cuatro meses?

Marigold dejó de mirar su lista y respondió pensativa:

—No que yo recuerde. Rompía ventanas por todo, pero nunca fue quisquillosa con la ropa a su edad. Se supone que los bebés apenas empiezan a notar los colores a la edad de Darcy, pero dices que él ya hacía berrinches por su ropa desde recién nacido. ¿No hay libros sobre el desarrollo de bebés mágicos? Podría ser algo relacionado con la magia. Con mi experiencia cuidando a Lily no es suficiente para saberlo; algunos bebés se desarrollan antes que otros, tal vez lo mismo pasa con los bebés mágicos.

Severus asintió pensativo antes de decir:

—Tal vez le pregunte al pulguiento si en su trabajo tienen libros sobre crianza. Si trabajan con muggles, deberían tener algún tipo de información.

—Entonces, ¿cómo te va siendo roomie de Siri? —preguntó Lily con total descaro, como si fuera una compradora más en lugar de una empleada en horario laboral. Incluso chupaba una paleta con la actitud de quien se siente dueña del lugar.

Severus trató de no sonrojarse. Sirius se había instalado en su sofá sin preguntarle, dejando temporalmente su habitación a Mary McDonald, la amiga de Lily, mientras esperaba que Rob la ayudara a conseguir los papeles necesarios para salir del país. Al parecer, crear una identidad de la nada era complicado, y más aún tres: la de Mary y las de los dos niños mágicos adoptados de Rob, Mila y Marco.

—Bueno, nos llevamos bien y es de ayuda con Darcy. Su presencia en mi hogar es... aceptable—respondió Severus, esforzándose por sonar indiferente.

No había mucho más que contar. Nunca habían definido su relación y, aunque desde que Sirius se había "mudado" a su sofá nunca había dormido realmente en él, sino en la cama de Severus, jamás habían hablado del tema. Ni siquiera se habían planteado la necesidad de hacer público lo que pasaba entre ellos.

Simplemente vivían en una burbuja doméstica que ninguno se atrevía a romper.

—No sé si hablas de tu mascota o de tu empleado doméstico —se quejó Lily.

—¿Y acaso no es lo mismo? —respondió Severus, medio en broma, recordando cómo Sirius, en su forma animaga, a veces se acurrucaba junto a él, apoyando la cabeza en sus rodillas mientras él le acariciaba el mullido pelaje— Es un buen perro, y sus hechizos de limpieza no están nada mal para un niño bonito y privilegiado.

—Eso es bueno, honestamente pensé que tratarían de matarse un par de veces —comentó Lily, saludando despreocupadamente a un compañero de trabajo que ni se inmutó al verla holgazaneando.

—Eso fue antes de que llegaras. Richard tuvo que hacerle una llave una vez —reflexionó Severus— Se ablandó después de todo el asunto del hospital. Si soy sincero, esperaba que se volviera aún más insoportable… después de todo, lo obligué a infiltrarse en un hospital y a soportar las atenciones de Víctor.

—Creí que ya habías descubierto que es un adicto a la adrenalina con complejo de masoquista. Dale algo de riesgo y drama y no podrás quitártelo de encima —bromeó Lily.

Severus escondió el rostro bajo su cabello, intentando ocultar el sonrojo prominente que le provocó lo literal que ese "no podrás quitártelo de encima" se había vuelto en su vida.

—En fin, él y yo… estamos bien. Solo es extraño. A veces siento que trato con dos personas distintas. Casi siempre es Sirius, el pulguiento entrañable, y de vez en cuando me recuerda que también fue Black, el patán de la escuela. Y entonces solo quiero golpearlo… hasta que dice alguna estupidez y vuelve a ser el pulguiento entrañable que es.

—Es gracioso, me pasaba igual con James. Era muy agradable cuando no me recordaba que era un idiota.

—¡No! —exclamó Severus, alzando la voz con un tic nervioso en la ceja.

—¿No qué? —preguntó Lily, extrañada.

—Simplemente no. No vuelvas a decir eso. No quiero escucharlo. Potter y mi perro de jubilación no tienen nada en común. En primer lugar, uno es un patán incapaz de aceptarte como eres, y el otro es un patán que, al parecer, le agrado mientras más descubre lo cuestionable que soy como persona —replicó Severus, irritado ante la mera idea de que su relación pudiera tener algún punto de comparación con la de Lily y Potter.

—No sé si eso sea bueno para ti. Ya eres bastante cuestionable, no deberías vivir con alguien que te revoluciona. Además, ese fifí no se ha redimido ante mis ojos —Marigold se unió a la conversación, cruzando los brazos.

—A ver, ¿qué necesita mi fifí para ganarse tu redención?

—Muchísimo. Ese chico deberá suplicar antes de que lo considere aceptable. Se congelará el infierno antes de que suelte a uno de mis niños así como si nada —gruñó Marigold, protectora.

—Mamá, no es como si estuvieras entregando a una de tus hijas en matrimonio. Solo son Sev y su nuevo mejor amigo —se burló Lily.

—No importa, no me agrada ese muchachito. Todavía le falta mucho para convencerme —respondió Marigold mientras lanzaba con algo de furia un par de bolsas de verduras congeladas a su carrito.

Severus recordó de repente que ella había estado presente en su última pelea y que también había escuchado su más reciente crisis con respecto a Sirius, así que entendía por qué aún no le terminaba de agradar. Se compadeció un poco de él, pero no pudo evitar sentirse orgulloso de tener a alguien como Marigold indignándose en su lugar.

—A veces pienso que, si Sirius hubiera ido a Slytherin, habrían sido mejores amigos —dijo Lily, cambiando de tema.

—Podría ser, pero es mejor que no lo haya hecho. Estaba podrido en Hogwarts —respondió Severus con simpleza, imaginando la aterradora pesadilla que habría sido arrastrar a Sirius al club de fans del Señor Tenebroso y quedar atrapado en la responsabilidad de impedir que su suave piel fuera manchada con la infame Marca Tenebrosa.

Era mejor así, sin ningún terrible tatuaje, salvo los que Severus disfrutaba trazar con la punta de sus dedos mientras Sirius le contaba las anécdotas de los niños que cuidaba en su trabajo.

______________________________

La primera vez que Tiny recibió una túnica tan linda tenía siete años. Fue la primera de muchas noches en las que descubriría que las personas no eran amables porque sí; la amabilidad tenía un precio, y era caro. A veces, podía costar el alma.

Ahora, muchos años después, un grupo de viejas trabajadoras de la noche le había regalado una nueva túnica. Esta vez, el precio de aquella prenda tan elegante no era el mismo, pero seguía siendo caro. Si no movía sus fichas con cuidado, esa túnica podría costarle la vida. Sin embargo, Tiny era un adulto ahora, uno que conocía las reglas del juego y sus riesgos.

Cuando Ella, la líder de aquel grupo de mujeres terminó de arreglarlo, Tiny apenas se reconoció en el espejo. Le habían puesto un pendiente con una pequeña y bonita cuenta de vidrio en la oreja, delineado sus ojos y pintado sus uñas con esmalte negro.

No intentaron cubrir los tatuajes de su cuello ni de sus manos. Tampoco le quitaron la barba ni el mostacho; solo los recortaron, lavaron y perfumaron con aceites. La túnica, aunque elegante, era sencilla, sin adornos extravagantes. Nada en él parecía imitar la cultura de los sangre pura, porque todos sabían que un intento de imitación sería un fracaso. En su lugar, lo vistieron como el héroe oscuro que el imaginario colectivo mágico había creado en sus cabezas.

En un sillón lo esperaban Sirius y Corvus, después de haber pasado por el mismo proceso. Corvus llevaba una túnica de corte similar, pero en verde oliva, con su largo cabello limpio y recogido con un broche sencillo. Sirius Black, el único sangre pura de lo que sería su séquito, no vestía túnica de mago. En su lugar, llevaba unos pantalones de mezclilla apretados y una chaqueta larga de piel, ajustada con un cinturón que marcaba sus estrechas caderas, además de botas de piel de dragón. Sus largos rizos parecían caer con salvaje naturalidad, pero Tiny sabía que las mujeres habían tardado horas en colocarlos de manera que favorecieran su rostro. De todos ellos, Sirius fue quien más tiempo pasó en manos de las mujeres y, al mismo tiempo, el más dispuesto a dejarse arreglar como una muñeca.

Todo aquello se sentía como un juego de disfraces y, en cierto modo, lo era. Jimmy estaba escondido en un punto estratégico del callejón, listo para tomar la mejor foto, y cada persona en el callejón conocía muy bien su papel.

Salieron juntos, escoltados por una gran multitud hasta la entrada del Ministerio. Allí los esperaba su primer obstáculo: nada más y nada menos que Abraxas Malfoy y su hijo Lucius, quienes hablaban con la prensa con la naturalidad de quien está acostumbrado a hacerlo.

Por un segundo, Tiny vio un atisbo de incredulidad en los ojos de padre e hijo, pero rápidamente sus expresiones fueron reemplazadas por falsas sonrisas.

—Vaya, si es el héroe del que todo el mundo habla. ¿Cómo es que le dicen? Tiny —dijo Abraxas Malfoy, remarcando el apodo de forma despectiva mientras compartía unas risas burlescas con su hijo.

Tiny solo arqueó una ceja con indiferencia y respondió:

—Tiny es como me dicen mis amigos y conocidos cercanos. Yo nunca me atrevería a llamarlo por un apodo, señor Malfoy, porque no lo conozco.

El rostro del anciano se endureció con cada palabra, como si hubiera esperado cualquier otra reacción menos esa.

—No somos amigos, usted no me ha compartido confidencias ni hemos partido un trozo de pan juntos. Entonces, ¿por qué usted, siendo tan educado, no puede llamarme señor Lefebvre, como yo lo llamo señor Malfoy?

Podía ver al anciano apretando su bastón con fuerza, pero no le importó. Si cedía ahora, esas hienas lo devorarían antes de que pudiera siquiera entrar a ver a la ministra.

—Quizás sea porque no puedo tomar en serio a un hombre que camina con un demente a su derecha —replicó Abraxas con frialdad— Quizás no lo sabía, pero mucha gente lo ha visto tomar ingredientes extraños para su… condición.

El anciano no mostró ni un rastro de furia, salvo por la forma en que sus dedos estrangulaban la cabeza de serpiente tallada en su bastón.

—Disculpa al señor Malfoy —dijo Sirius, sin siquiera mirarlo— Es un hombre de otra época. La simple idea de que las consecuencias de su propia endogamia puedan caminar y tener una vida con ayuda de tratamiento, en lugar de ser encerradas en un sótano donde nadie las vea, escapa a su razonamiento.

Era obvio que los había subestimado. Pensó que se enfrentaría a un par de ignorantes y a un loco violento, y trató de provocarlos para exhibirlos ante la prensa.

—Ya veo —dijo Tiny— Quizás sea mi mentalidad bárbara y mi pobre origen, pero creo que la salud es una necesidad básica, incluso la mental. Así que no puedo comprender que, para otros más privilegiados, sea un lujo que pueda rechazarse en nombre del orgullo.

Luego se dirigió a Abraxas Malfoy con una leve inclinación de cabeza.

—Ahora bien, ha sido una charla interesante, pero, si me disculpa, señor Malfoy, no quisiera llegar tarde. Espero que la próxima vez pueda decir mi nombre como corresponde.

Tiny intentó seguir su camino, pero una voz amenazante lo detuvo.

—¡¿Tú crees que puedes enseñarle lecciones al patriarca de los Malfoy, sucio…?!

—¡Lucius! —interrumpió Abraxas con voz firme. Luego, con una sonrisa afilada y un tono de falsa cortesía, añadió—Compórtate. Son invitados de la ministra. Deja que disfruten de las vistas. Para ellos será una experiencia única en su vida.

Tiny no se molestó en responder. No tenía sentido enfrascarse en esa batalla. De todas formas, sabía que El Profeta distorsionaría aquel encuentro, pero no le preocupaba. Tenían su propio periódico y, además, su multitud había atraído suficientes curiosos del Callejón Diagon que fueron testigos de aquel intercambio. El boca a boca haría su trabajo mucho antes de que secara la tinta de los diarios.

Sirius los guió hacia la sala de reuniones del Wizengamot mientras murmuraba a Corvus y Tiny:

—Abraxas Malfoy nos subestimó por completo, por eso ganamos ese encuentro. Pero no se confíen. En cuanto nos tome la medida, se volverá mucho más difícil y peligroso. Le encanta descifrar secretos y usarlos para atacar, y puede ser bastante paciente. No por nada Vold… digo, el que no debe ser nombrado lo tiene en tan alta estima. Y su hijo no se queda atrás. Por muy delicadito que se vea, sabe guardar rencor… y sus venganzas siempre son terribles.

Corvus soltó una risa irónica.

—¿De dónde crees que los Malfoy sacan su información? Es mejor que Abraxas Malfoy se prepare para ser desplumado con trozos de chismes inservibles. El Callejón sabe guardar rencor.

—Aun así, Sirius tiene razón —intervino Tiny— No debemos subestimarlos. En este momento no podemos permitirnos un ataque mortífago… o peor aún, el desplazamiento. Si empieza a amenazar o sobornar a la gente para que vendan sus casas a precios de risa, todo el Callejón estará muerto. Estamos en una posición débil si la ministra no nos da su apoyo.

—Bien, será mejor que se preparen. Estamos llegando al Wizengamot —anunció Sirius.

Con un gesto, le abrió la puerta a Tiny y lo dejó pasar.

El recinto apenas comenzaba a llenarse, pero aun así, todas las miradas se posaron en él.

______________________________

Rita revisó su libreta de notas, separando la información que publicaría como Atenea de la que saldría bajo su propio nombre. Nunca pensó que llevar una doble identidad supondría tanto trabajo, pero no se arrepentía. Al menos ahora no sentía que envejecía calentando el asiento.

—Rita, ¿qué demonios haces aquí? Se supone que deberías estar ayudando a Martin con su columna de consejos —la interrumpió Barnabas Belby.

—Lo siento, Barnie, pero ya no hago eso. Ahora tengo mi propia columna y quiero escribir sobre esto —respondió Rita, mirándolo como si fuera un insecto.

—Tu contrato dice que debes tomar el trabajo que tu superior te asigne. No hay secciones exclusivas en El Profeta y, que yo sepa, sigo siendo tu superior. Así que más te vale mover tu lindo trasero a la oficina y hacer lo que te pedí antes de que te sancionemos con tu sueldo.

Rita rió como si Barnabas hubiera hecho una broma.

—Es una lástima, Barnie, pero mi contrato con El Profeta terminó. Ahora tengo uno exclusivo con el señor Pimm. Eso significa que mi lindo trasero se queda aquí y tú no puedes tocar un trozo de él. Si tienes una queja sobre mí, mándasela al señor Pimm —dijo con una sonrisa sarcástica.

Estaba aliviada de no trabajar más para aquel perdedor de Barnabas Cuffe, y ni siquiera necesitó usar todo el dosier de fotos… solo unas pocas, las menos comprometedoras. En cuanto el señor Pimm las vio, ni siquiera peleó; simplemente preguntó qué quería, como si estuviera acostumbrado al chantaje. Aun así, ella le dejó claro que había mucho más material por explotar y que sería mejor que se mantuvieran en buenos términos si no quería que sus aventuras salieran a la luz.

Lo más gracioso fue que, después de firmar un contrato de por vida con la libertad creativa suficiente para brillar en El Profeta, el tipo le hizo un par de propuestas indecorosas… como si no hubiera terminado de chantajearlo hacía un instante. Claro, después de ver su colección de fotos secretas, no debía sorprenderle.

—¿Y de verdad crees que voy a creer que alguien como tú logró un contrato así? No lo repetiré, Rita: ¡vuelve a la oficina o estás despedida! —gritó Barnabas.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Agustus Acklam, director de El Profeta.

—Barnie está intentando meter sus garras en mi historia —se quejó Rita, fastidiada.

—Barnabas, busca otra historia o dale otro enfoque. Y deja de molestar a Rita, por favor. Lo último que necesito ahora son problemas con el dueño —reprendió Acklam.

Barnabas abrió los ojos de par en par, trató de decir algo, pero se marchó fulminando a Rita con la mirada.

—Sabes, Rita, sé que tu nuevo contrato es muy importante, pero deberías llevarte bien con el equipo. No podemos dar la impresión de que hay disputas internas —le aconsejó Acklam con condescendencia.

—Sí, por supuesto. Estoy segura de que nuestra “enorme” competencia no querría enterarse de eso —respondió Rita con sarcasmo— Si nuestro especial de cinco ediciones sobre la boda Lestrange no mandó a la quiebra a El Profeta, dudo que lo haga un poco de competencia entre empleados. Al menos los chismes serían más interesantes que los treinta artículos sobre el encaje del vestido de novia de Bellatrix Lestrange.

—Haz lo que quieras, Rita, pero recuerda que Pimm no siempre estará en la cima para protegerte —advirtió Acklam antes de dejarla sola por fin.

Aprovechando la retirada de Barnabas y Acklam, Rita se alejó discretamente de la multitud que esperaba a Tiny y se deslizó por un pasillo prácticamente abandonado con un letrero que decía Oficina de Organización de Comisiones Internas. El lugar estaba tan vacío que el sonido de sus tacones hacía eco.

Ingresó a la tercera oficina a la izquierda, tal como las Damas del Jardín le habían indicado en su último mensaje. Todavía no sabía quiénes eran, pero hasta ahora no se habían equivocado. Gracias a ellas, había conocido personas interesantes, como el grupo de exprostitutas que ayudaron con la misión de Tiny, a Pandora y próximamente … a alguien más.

Una mujer negra, vestida con el uniforme del Ministerio, la recibió.

—¿Lobelia? —preguntó Rita.

—Atenea, supongo —respondió la mujer.

Rita asintió, y Lobelia la invitó a sentarse en lo que parecía una vieja sala de recepción.

—Lindo lugar —comentó Rita, lanzando un hechizo para limpiar el polvo de los sillones.

—Era una de tantas oficinas fantasma del Ministerio. Solo servían para que los hijos de algunas familias importantes cobraran un sueldo sin hacer nada. Con la nueva reestructuración, varias han sido cerradas —explicó Lobelia.

—Vaya, la nueva ministra es de armas tomar —comentó Rita.

—Es bastante estricta. Todavía no sé si eso es bueno o malo, pero por ahora está logrando que este lugar funcione —dijo Lobelia, empujando una gruesa carpeta hacia Rita— Pero en fin, vayamos al grano.

Rita abrió la carpeta y se encontró con fotos antiguas de varias niñas y expedientes llenos de información.

—¿Niñas?

—Sí. Son archivos de hace décadas hasta principios de los setenta. Niñas que fueron arrebatadas de sus familias bajo el pretexto de descuido y vendidas a familias mágicas. Todas y cada una de ellas desaparecieron a los diecisiete años, justo después de graduarse de Hogwarts.

Lobelia tomó la carpeta y la abrió hasta un separador casi al final. En él había varios certificados de matrimonio de distintas parejas.

Rita leyó los nombres con creciente inquietud:

Samuel Longbottom – Amaryllis Longbottom

Richard Bell – Gypsophila Bell

Alvin Khanna – Delfinia Khanna

Flint Potter – Flora Potter

Cuando llegó al apellido Potter, sintió el impulso de lanzar la carpeta como si le quemara las manos. Su intuición le decía que esto era demasiado grande, principalmente porque todos esos hombres, salvo uno habían tenido esposas muy diferentes a aquellos registros. Si salía a la luz, podría carcomer los cimientos del mundo mágico.

—Todas las bodas se celebraron meses, incluso semanas, después de que ellas desaparecieron… y todas tienen nombres de flores. ¿Por qué nombres de flores? —preguntó Rita en voz alta, para sí misma. Luego miró a Lobelia con sorpresa— Espera… tu nombre es Lobelia. ¿No es lobelia también una flor?

Lobelia asintió.

—Mi familia adoptiva dejó de hablarme cuando su hijo murió de viruela de dragón, tres meses antes de que me graduara de Hogwarts. Solo me dieron una recomendación de empleo en el Ministerio y doscientos galeones —su voz se quebró, y Rita por primera vez pudo notar lo joven que era ella. —En cuanto me gradué pedí trabajo en la Oficina de Protección al Menor Muggle e intenté buscar a mi familia biológica … y en su lugar encontré esto.

—Entiendes que esto podría ser muy peligroso, ¿verdad? —dijo Rita con seriedad.

—Lo entiendo. Si no fuera por las Damas del Jardín, no me atrevería a hacerlo.

—Bien. No hables de esto con nadie. Nada en el mundo garantizará nuestra seguridad si esto se filtra —advirtió Rita, señalando la carpeta— ¿Puedo llevármela?

—Sí —asintió Lobelia— Son copias. Tengo los originales bien ocultos.

Rita encogió la carpeta y la guardó en un bolsillo oculto en su chaqueta.

—Se me acaba el tiempo. En cuanto encuentre algo, le diré al contacto habitual de las Damas que te avise para vernos en persona —se despidió Rita.

Mientras se alejaba, su mente solo repetía una pregunta:

“¿Quién demonios es Flint Potter?”

______________________________

Un trabajador del Ministerio llevó a Tiny y su séquito hasta el centro de la sala, justo frente a la ministra Bagnold.

A pesar de su avanzada edad, la mujer se veía peligrosa. Su cabello rojo, surcado de canas, estaba recogido en un pulcro moño. Su túnica, de corte severo y aspecto monacal, carecía de adornos. No los necesitaba; su mera presencia bastaba para exigir respeto de la multitud de políticos que la rodeaban.

—Julius Cessare Lefebvre—dijo la ministra con voz firme— Por fin puedo ver al hombre que dejó en vergüenza a mis aurores y revolucionó el procedimiento estándar de San Mungo para atender emergencias.

Su rostro no delataba ninguna emoción.

—Me sobreestima, señora—respondió Tiny con mesura— Solo hice lo que pude.

La mujer dejó escapar una breve risa y luego, elevando la voz para dirigirse al Wizengamot, declaró:

—¿Lo han escuchado bien, damas y caballeros? Este hombre solo hizo lo que pudo. Y lo que pudo hacer fue sacar de las ruinas a seres humanos con sus propias manos y detener una conspiración que casi destruye el mundo mágico tal y como lo conocemos. Eso fue todo lo que pudo. Deberían aprender ciertas personas aquí presentes que hacen todo lo posible y no logran nada.

Un rugido de indignación estalló entre los asistentes.

—¡Señora ministra!—exclamó un hombre, poniéndose de pie con el rostro encendido— Con todo respeto, debe detener esta iniquidad. ¡Ese hombre no es un héroe, es un criminal! Si él y su gente no hubieran detenido a los aurores, muchas personas se habrían salvado. Pero, en su egoísmo, decidió cerrar el callejón y obrar a sus anchas en busca de reconocimiento.

—¿Habla de los aurores que, en cuanto entraron al callejón, atacaron a civiles?—replicó Tiny con calma.

—No hay pruebas de eso—gruñó el hombre— Salvo los testimonios de un grupo de ignorantes que no querían a los aurores dentro porque tenían mucho que esconder.

—Señor Boreham—intervino la ministra con voz cortante— las investigaciones han sido concluyentes sobre ese asunto. Si tiene usted pruebas de lo contrario, puede hacerlas llegar por los métodos adecuados. Mientras tanto, le pido que se modere y reflexione antes de hablar.

El hombre la miró con furia, pero terminó hundiéndose de nuevo en su asiento con expresión resignada.

—¿Alguien más tiene algo que decir?—preguntó Bagnold a la sala.

El silencio fue su única respuesta.

Tiny supo leer el ambiente. Una gran parte del Wizengamot detestaba a la ministra, pero también le tenía miedo. Y con razón. Según lo que Rita le había contado, era una mujer de armas tomar.

—Bien—continuó la ministra, volviendo a dirigirse a Tiny— Como puede ver, su mera existencia está causando un gran debate político. Hay quienes creen que debo otorgarle una Orden de Merlín por las vidas que salvó. Otros, en cambio, quieren que lo encierre en Azkaban y tire la llave por las leyes que se rompieron durante el desastre. Algunas sugerencias han sido incluso más extremas.

Entrecruzó los dedos sobre la mesa, adoptando una pose pensativa, y lo miró con una intensidad que Tiny no supo descifrar.

—Dígame, Lefebvre, ¿qué cree que se merece?

Tiny contuvo el escalofrío que aquellas palabras le provocaron. Respiró hondo y respondió, fingiendo confianza:

—Señora, soy solo un ciudadano común que actuó según su corazón. Como lo haría cualquier persona que se jacte de tener, aunque sea un poco de decencia humana.

Una parte de él temía que su voz lo traicionara, pero se obligó a mantener la compostura.

—Mi vida está en sus manos—continuó— No puedo hacer nada para cambiarlo. Pero sí sé que no me arrepiento de ninguna de las decisiones que tomé esa noche, porque no hay manera de arrepentirse de salvar vidas. Y si no me equivoco, la primera ley del Ministerio, escrita en letras doradas por el mismísimo Merlín, dice: La vida es sagrada, y no habrá ley, ministro o rey por encima de ella.

"Bien, hazles saber que conoces sus leyes, que no eres un imbécil desechable. Sé el maldito héroe que estos tarados se imaginan o terminarás en Azkaban."

Las palabras resonaron en su mente. Y, al parecer, su estrategia funcionó. El Wizengamot comenzó a mirarlo con sorpresa.

—¡Tonterías!—espetó una voz conocida.

Tiny giró la cabeza y reconoció al hombre de las fotografías que Rita le había obligado a memorizar. Bartemius Crouch.

—Se invadieron negocios y propiedades privadas—continuó el hombre— Se saquearon bienes y se destruyó propiedad. Según el estatuto 956 de la Ley de Propiedades, tendría que pasar al menos cinco años en Azkaban.

Tiny se giró hacia él con una expresión serena.

—No—dijo— Apenas hace un año se añadió al estatuto 956 la cláusula 6B de la Ley de Propiedades, que dicta lo siguiente:

"En caso de ocurrencia de un siniestro que represente un riesgo para la vida humana, se faculta el ingreso a propiedad privada y la adopción de las medidas que resulten necesarias y proporcionales para la protección y preservación de la integridad de las personas afectadas."

—Se tomaron pociones para apagar un incendio y atender a los heridos—concluyó Tiny, manteniendo la mirada fija en Crouch— Creo que eso encaja perfectamente dentro de la 6B, ¿no es así?

Otro silencio se extendió en la sala. Tiny esperaba que no resultara demasiado insultante para los presentes que alguien como él le enseñara la ley a un hombre de leyes.

El silencio fue roto por un par de palmadas burlescas.

—El héroe es un hombre muy inteligente—comentó una voz con tono mordaz— Me pregunto cómo alguien que se queja de la ignorancia y la pobreza del callejón puede hablar de leyes como si fuera una eminencia.

Tiny giró la cabeza y reconoció al hombre que hablaba; Rodolphus Lestrange, el miembro más reciente del Wizengamot.

—De la misma manera en que todo niño medianamente atractivo aprende en el callejón Knockturn—replicó Tiny con crudeza— De la boca de una matrona que busca aumentar el precio de su mercancía.

La respuesta pareció desconcertar a Lestrange solo por un instante antes de que su expresión se torciera en una sonrisa fría.

—Tal pareciera que no está avergonzado—dijo, fingiendo interés— Supongo que es lo normal en un lugar sin ley: las personas crecen sin un mínimo de decencia humana.

Hizo una pausa, luego adoptó un tono más razonable, casi condescendiente.

—No es que crea que una desgracia así no sea lamentable—continuó— pero parece que aquí nos preocupa más la vida de maleantes y prostitutas.

Tiny mantuvo la mirada fija en él. Cuando habló, su voz fue baja pero firme.

—Vergüenza—murmuró— Hace mucho aprendí que quien debería avergonzarse no es el hombre que sobrevive en Knockturn. Es el que sale de su casa, llega hasta el callejón y paga 300 galeones por un niño.

El silencio en la sala se tornó pesado.

—Un niño que no está expuesto en la calle, sino que hay que pedirlo especialmente dentro del burdel—continuó Tiny con voz helada— Porque el cliente sabe lo que quiere y donde conseguirlo. Y después, como si nada, regresa a casa y abraza a su esposa e hijos con las mismas manos sucias que arruinaron a un infante.

Dejó que sus palabras calaran antes de concluir:

—El niño que tiene hambre y trabaja para sobrevivir con lo poco que le ofrecen es solo una víctima de una sociedad rota. El que lo compra es un bastardo que no merece perdón.

En un arrebato de inspiración, Tiny se dirigió a los miembros del Wizengamot:

—Señores, hace poco me di cuenta de que he vivido el triple de años que mi madre—dijo con voz firme— Una niña que debería haber cursado segundo grado en Hogwarts en lugar de tener un hijo y morir en el parto. ¿Es realmente tan difícil ver la solución?

Hizo una pausa, recorriendo con la mirada a los presentes antes de continuar:

—Si niños como Edward Norton hubieran estado en Hogwarts, no habrían sido manipulados por una secta, y el callejón seguiría intacto. Si más niños estuvieran en aulas en lugar de burdeles…—Tiny señaló directamente a Rodolphus Lestrange— Entonces, señor Lestrange, no habría por qué preocuparse de ladrones y prostitutas.

El murmullo en la sala se intensificó, pero Tiny no se detuvo.

—¿Hasta cuándo permitiremos que niños mágicos arriesguen sus vidas, olvidados en las calles?—preguntó, alzando la voz— ¿Cuándo serán dignos de Hogwarts, señora ministra?

La sala estalló en un caos en ese instante, pronto se dividió en una lucha de bandos.

—¡Silencio!— levantó la voz la ministra.

—Ve lo que sucede cuando se trae un salvaje al Wizengamot, por Merlín solo debería echarlo señora ministra— exigió Abraxas Malfoy.

—El salvaje que conoce las leyes mejor que el director de seguridad mágica y no pide más que un derecho legítimo para los niños mágicos— lo confrontó una mujer que Tiny después reconoció como Amelia Bones. 

—¡Silencio dije!— gritó la ministra y golpeo con el puño su escritorio.

Entonces el escándalo en la sala se redujo a murmullos y después al silencio completo.

—Aunque no lo crea, señor Lefebvre, soy plenamente consciente de que la situación del callejón Knockturn es un problema que hemos arrastrado y dejado de lado durante siglos, hasta que se volvió inmanejable—dijo la ministra con firmeza— Esa negligencia provocó la desconfianza entre el callejón y el Ministerio durante la tragedia, y sin su labor heroica, muchas vidas humanas se habrían perdido.

Hizo una breve pausa antes de continuar:

—Por ello, en reconocimiento, lo nombro vocero oficial del callejón Knockturn, con permiso para estar presente en las sesiones del Wizengamot en las que el callejón esté involucrado, y con la facultad de solicitar recursos destinados exclusivamente al beneficio público de sus ciudadanos.

Tiny asintió con respeto, aún sin poder creer lo que estaba logrando. No hacía mucho tiempo, era un hombre común, un humilde panadero. Ahora estaba debatiendo con un grupo de políticos experimentados y consiguiendo algo impensable.

—Pero no todo es gloria para usted, señor Lefebvre—continuó la ministra, y Tiny pudo notar las expresiones de satisfacción en los rostros de Malfoy, Lestrange y otros. Se obligó a mantener el rostro estoico— Es cierto que se han infringido leyes, y por ello debe aplicarse una sanción.

Tiny contuvo la respiración.

—Lo condeno a veinte años de servicio social—sentenció la ministra— Se encargará de enseñar a los niños de Knockturn a leer, escribir y todo lo necesario para que puedan ingresar a Hogwarts sin rezago alguno. Quiero al menos treinta niños listos para septiembre del próximo año. ¿Entendido, señor Lefebvre?

Tiny sintió un nudo en la garganta. No podía creer que hubieran conseguido apoyo tan rápidamente. Sirius le dio un par de palmadas en el hombro con una sonrisa de orgullo, mientras que Corvus, con discreción, levantó un pulgar.

—¿Ministra, no deberíamos votar sobre esto?—intervino Lestrange, indignado— No puede simplemente decidir que un grupo de niños de la calle asista a Hogwarts junto con los demás niños mágicos.

—La ley es clara en este asunto, Lestrange—respondió ella con calma— Todo niño mágico tiene derecho a la educación. No estoy aprobando una ley, solo estoy corrigiendo un error.

La ministra se giró hacia la asamblea y, con un tono retador, añadió:

—Pero si quiere democracia, señor Lestrange… Votemos. ¿Quién está a favor de “permitir” que los niños de Knockturn tengan derecho a la educación?

Las manos se alzaron. Tres cuartas partes de la sala votaron a favor. La forma en que la ministra había formulado la pregunta era astuta: nadie quería quedar como un desalmado ante la opinión pública.

Lo que sorprendió a Tiny fue la cuarta parte que no levantó la mano. Aquellos magos parecían dispuestos a arruinar su reputación con tal de oponerse. Supuso que eran los clientes habituales del callejón y los que se beneficiaban de la mano de obra esclava que de allí extraían.

—Bien, entonces es mayoría—concluyó la ministra— Los niños de Knockturn irán a Hogwarts. Se levanta la sesión. Señor Lefebvre, nos pondremos en contacto con usted para sus nuevas responsabilidades.

Tiny salió del recinto con elegancia, aunque por dentro ansiaba llegar a casa y respirar con tranquilidad.

A las afueras del Ministerio, Rita Skeeter los esperaba con una sonrisa radiante.

—Tiny, no puedo creerlo. Te volaste la barda con ese discurso—dijo, eufórica— No había manera de que esos imbéciles se negaran sin quedar como unos verdaderos hijos de puta. Te dije que eras un héroe.

Sirius la miró con suspicacia.

—Un momento… ¿Cómo lo sabes si fue una reunión a puerta cerrada?

Ella solo sonrió con misterio y respondió:

—Tengo talento para saber ciertas cosas.

Luego tomó el brazo de Tiny y lo llevó hacia la multitud que esperaba ansiosa, conteniendo la respiración, como si temieran que todo fuera un sueño del que despertarían en cualquier momento.

Tiny sintió cómo un nudo de emoción le cerraba la garganta, cómo el peso de siglos de desesperanza se desmoronaba a su alrededor.

Con la voz temblorosa y el corazón latiendo con fuerza, alzó el puño al aire y gritó con todo lo que tenía dentro:

¡Ganamos Hogwarts!

Por un segundo, el mundo pareció detenerse. Y luego, el estallido.

El callejón Knockturn rugió de júbilo. Hubo gritos de felicidad, sollozos ahogados, risas que bordeaban la histeria. Algunos se abrazaban con fuerza, temblando de incredulidad; otros cayeron de rodillas, con las manos en el rostro, llorando como si toda una vida de sufrimiento se les escapara en ese momento. Un anciano rompió en carcajadas, sin poder contener su alegría.

Era real.

Después de siglos de olvido, de hambre, de frío, de cartas que jamás llegaron… ahora las habría. Habría trenes esperando en el andén, lechuzas revoloteando en busca de destinatarios, túnicas nuevas para pequeños que nunca habían tenido nada propio.

Por primera vez, los niños de Knockturn tendrían derecho a soñar.

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—Hola, Mary. Tengo buenas noticias —saludó Lily a Mary McDonald.

Mary estaba recostada en el sofá de la casa de Sirius. Aunque seguía algo desilusionada por la demora en la creación de su nueva identidad, se veía mucho mejor que cuando había llegado a Cokeworth.

—Por favor, dime que ya puedo escapar de esta horrible pesadilla —bromeó Mary, pero su voz dejaba entrever la desesperación que sentía.

—Aún no, pero falta poco. Al parecer, Rob no piensa darte papeles falsos, sino fabricarte una identidad legítima con ayuda de sus amigos del MI5, y eso lleva su tiempo —explicó Lily— Pero mientras tanto, te conseguí un trabajo. Algo para que empieces ahorrar para construir tu nueva vida.

—¿Un trabajo? —preguntó Mary con un brillo de emoción en los ojos.

—No es nada lujoso ni formal —advirtió Lily, sentándose junto a ella en el sofá— Se trata de enseñar a los niños de Knockturn para que puedan ingresar a Hogwarts el próximo año. Pagan dos Sickles por hora, pero peor es nada.

Mary se enderezó de golpe, completamente interesada. Desde que se había graduado de Hogwarts, nunca había logrado encontrar un empleo. Después de lo que pasó, todo su optimismo se había desmoronado, y por primera vez en mucho tiempo, sentía que algo en su vida volvía a encajar.

—No me importa si es enseñando niños en Knockturn o limpiando alcantarillas —susurró con la voz entrecortada— Por fin siento que las cosas están mejorando.

Un sollozo escapó de su garganta, y Lily apretó los labios con dureza.

—A veces me arrepiento de no haber envenenado a ese hijo de Euphemia cuando tuve la oportunidad —murmuró con una frialdad cortante— Al menos te habría ahorrado mucho dolor. Lo siento, Mary.

Mary parpadeó, sorprendida por la dureza en su voz. Luego, esbozó una sonrisa amarga mientras se secaba las lágrimas.

—No te preocupes. Has hecho demasiado por mí. Además, es curioso verte como realmente eres… aunque a veces das miedo.

—Oh, vamos, no exageres —se burló Lily, encogiéndose de hombros— La gente cambia. Es obvio que ya no soy la misma de Hogwarts.

—No así. ¿Sabes? En esa época eras extraña… pero de una manera que nadie parecía notar —murmuró Mary, como si confesara un secreto— Le caías bien a todos. Ni siquiera recibías la mitad del acoso que sufríamos los demás nacidos de muggles. Era como si hubieras nacido para ser querida.

Lily bajó la cabeza, un poco avergonzada.

—Pero si le preguntabas a alguien cómo eras realmente, todos daban respuestas diferentes —continuó Mary— ¿Sabes lo imposible que es que una persona le caiga bien a todo el mundo? Tu popularidad era ilógica.

Lily sintió un leve escalofrío. No había imaginado que alguien lo hubiera notado. Se preguntó cuántos más lo habrían sospechado sin decirlo.

—Bueno, supongo que esto soy —dijo con simpleza— Una persona egoísta que no duda en manipular, chantajear y usar cualquier medio para sobrevivir. Espero que no te decepcione mi verdadera personalidad. Sé que a muchos les gustaba la princesa.

Mary soltó una carcajada y, con un gesto inesperado, abrazó a Lily y le alborotó el cabello como si fueran niñas otra vez.

—En realidad, odiaba a la princesa —confesó entre risas— Solo no lo decía para evitar que tus múltiples admiradores intentaran lincharme.

Lily no pudo evitar sonreír.

—Además —continuó Mary— ¿cómo podría quejarme de tu retorcida personalidad, si gracias a ella cada día doy un paso más hacia mi libertad?

Lily la miró con una calidez sincera.

—Es lindo saber que tengo amigos de mi lado. En Hogwarts siempre tuve miedo de no encajar. Cuando James atacó a Sev por ser diferente, tuve terror de que descubrieran que yo tampoco era como ellos.

Bajó la mirada, con una pequeña sonrisa irónica.

—Aunque, en realidad, soy peor —susurró— Sev siente demasiado. Ama y odia con una intensidad que no sabe manejar. Yo, en cambio… yo soy una experta en emociones, pero las siento tan lejanas. Solo pensé que si se daban cuenta que mi empatía era solo un método de supervivencia, sería una paria.

Mary la observó con seriedad antes de hablar.

—Tal vez sí hubieras sido rechazada —dijo, con una honestidad casi dolorosa— En Gryffindor nos vendían la idea de que teníamos que ser niños buenos y felices. Si hubieran visto quién eres en realidad, te habrían apartado.

Lily dejó escapar un suspiro.

—Pero sobreviviste —añadió Mary, con un encogimiento de hombros— Lo hiciste de la mejor forma posible. Igual que todos. Y por lo menos, no haces daño a nadie que no lo merezca… como Marlene.

El nombre quedó suspendido en el aire como un veneno. La mirada de Mary se ensombreció.

—Marlene era una perra —murmuró con resentimiento.

Lily sonrió con ironía.

—Por lo menos, nos tenemos la una a la otra —susurró— No sabes cuánto extrañé hablar con una chica de mi edad. Sev, Sirius y Vic son geniales, pero a veces… simplemente no entienden de lo que hablo.

Mary asintió con complicidad.

—Sí. Lo sé.

Mary soltó un suspiro y se dejó caer de nuevo en el sofá, acomodando la cabeza en el respaldo.

—Supongo que tendré que acostumbrarme a esta nueva vida —dijo, esbozando una pequeña sonrisa—Una vida con trabajo, una identidad nueva… y sin perras y locos como Marlene y James.

Lily rió suavemente y se acurrucó junto a ella en el sofá, tomando el control remoto de la televisión.

—Bienvenida de nuevo al mundo de los mortales, McDonald —bromeó mientras encendía el televisor.

La pantalla parpadeó y el tema de Docto Who empezó a sonar en el fondo. Ninguna de las dos estaba realmente prestando atención, pero eso no importaba.

Por primera vez en mucho tiempo, Mary se sentía a salvo.

Y por primera vez en mucho tiempo, Lily no sentía la necesidad de fingir.

Así, en la comodidad de un sofá gastado y con el murmullo de la televisión llenando el silencio, ambas compartieron solo un poco de paz.

______________________________

 —Y entonces Tiny le dijo al “primo” Rab: “No tendrías que preocuparte por prostitutas y carteristas si dejaras que los niños fueran a Hogwarts.” Y todos pusieron cara de “¡¿Qué?!” y yo me quedé con cara de “¡Ahhhhh!”. Luego la ministra dijo: “Señor Lefebvre, eres lo mejor que nos ha pasado desde el pan tostado, te proclamo el rey del callejón Knockturn, pero tendrás que enseñar a treinta niños para que el año que viene vayan a Hogwarts.” ¡Y entonces todo el mundo se volvió loco!

Sirius relataba con entusiasmo los acontecimientos del día, recostado sobre la cama de Severus. Mientras tanto, el hombre leía un grueso tomo, ignorando en apariencia su dramatismo, y Darcy se retorcía feliz entre los dos, riendo cada vez que Sirius hacía voces tontas para darle más emoción a la historia.

—Treinta niños de Knockturn en Hogwarts… —Severus suspiró con amargura.

—Sabes que es una gran oportunidad para ellos, ¿verdad? —dijo Sirius, jugando distraídamente con el cabello oscuro de Darcy.

Severus dejó el libro en la mesa de noche y le sonrió a su pequeño, que intentaba tomar la mano de Sirius para llevársela a la boca.

—Lo sé, pero no puedo evitar preocuparme —admitió— Sabes que mientras ellos se preparan para Hogwarts, muchos padres prepararán a sus hijos para odiarlos. Cuando lleguen, muchos sabrán todo lo que han tenido que hacer para sobrevivir… Los despreciarán. Y cada error que cometan será juzgado el doble. Si mi vida en Hogwarts fue difícil, la de esos niños será el doble de cruel.

Sirius asintió con comprensión, sintiendo una punzada de culpa. Después de todo, él había sido responsable de gran parte del sufrimiento de Severus en su época escolar.

—Lo sé —respondió con seriedad— pero no hay otra opción. Esta es la única oportunidad que tienen. Son niños magos, y la magia es su herencia. No será fácil, pero si no la toman, no tendrán nada. El sistema actual es una masacre y no se lo merecen.

—Lo sé —repitió Severus, con los ojos cargados de tristeza— Solo me preocupa lo que pasará con los que terminen en Slytherin. Ya están en desventaja y ahora tendrán otro estigma más. Tiny tendrá que enseñarles a mantenerse unidos, incluso con la división de casas, o solo estará alimentando ejércitos en esta estúpida guerra.

Sirius se sintió impotente. Sabía que Severus estaba recordando todo lo que sufrió en Hogwarts, y eso solo reforzaba su culpa.

—No te preocupes, Sev —murmuró, tomando su rostro con suavidad— Aún tenemos un año para prepararlos. No serán como nosotros, que no teníamos idea de lo que nos esperaba. Les daremos herramientas. No estarán solos.

Se inclinó y le dio un beso, intentando transmitirle un poco de calma.

Pero Darcy no estuvo de acuerdo con la distracción. Se sintió abandonado por la mano que lo acariciaba y protestó con un llanto molesto.

Severus suspiró y lo tomó en brazos para consolarlo… pero de pronto se dio cuenta de que las gotas en su hombro no eran lágrimas.

Gruesas gotas de agua caían sobre su cabeza y sobre la cama.

—¡¿Qué demonios?! —exclamó, maldiciendo Sirius cuando, de la nada, un chaparrón comenzó a caer en la habitación.

Severus cubrió a Darcy con su cuerpo mientras buscaba su varita en el cajón, pero el niño, asustado por el repentino aguacero, soltó un grito aterrorizado justo cuando un trueno retumbó desde las nubes formadas en el techo del dormitorio.

Sirius reaccionó rápido y conjuró un escudo para protegerlos de la lluvia. Luego, él y Severus se miraron incrédulos.

La magia se sentía muy fuerte en el aire… y Darcy estaba justo en el centro de ella.

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El lobo corría por el bosque. Hacía mucho tiempo que no tenía tanto espacio para moverse libremente. Sus patas golpeaban la tierra húmeda mientras se deleitaba en la sensación de libertad.

Se detuvo abruptamente antes de chocar contra la pared invisible y gruñó frustrado. No importaba cuánto corriera, siempre encontraba un límite. Dio la vuelta, olfateando el aire en busca de una presa: un conejo suculento, tal vez una ardilla descuidada.

Su hocico babeó mientras sus enormes colmillos relucían bajo la luz de la luna llena. Corrió con ansias de cazar, dejando que el instinto lo guiara… hasta que volvió a encontrar otra pared invisible, que había creado el hombre-perro.

Entonces, un aroma dulce y tentador le llegó de pronto.

Era distinto. Más grande. Más sustancioso.

Siguió el rastro con la nariz pegada al suelo hasta encontrar un pequeño hueco en la barrera. Gruñó con impaciencia y comenzó a escarbar, haciéndose tan pequeño como pudo, hasta que por fin logró deslizarse fuera de su prisión mágica.

Era libre.

Libre para desgarrar, morder y triturar.

Cuando Remus Lupin despertó esa mañana, estaba desorientado. Se incorporó con dificultad, sintiendo cada músculo de su cuerpo adolorido. Entonces notó su desnudez. Miró a su alrededor: una cabaña hecha pedazos, con profundas marcas de garras en la madera y el suelo cubierto de astillas.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

Su mirada descendió hacia sus propias manos y su rostro palideció.

Estaban cubiertas de sangre.

 

Notes:

Bueno, eso es todo. ¡Espero que lo hayan disfrutado!

En el próximo arco, los Malfoy y Voldemort tendrán más presencia. Nos enfocaremos en Mary y su intento de escapar del país, así como en un secreto que el mundo mágico—y Albus Dumbledore—han estado barriendo bajo la alfombra.
Además, Marlene regresará para cobrar venganza, pero su retorno traerá consecuencias mucho más grandes de lo que cualquiera hubiera esperado. La guerra está más fuerte que nunca, los lazos podrían romperse y algunas personas podrían perderse para siempre.

Estoy organizando una dinámica en Wattpad para celebrar las primeras mil estrellas del fic con una historia exclusiva para esa plataforma. Pero cuando me di cuenta de que aquí en AO3 ya tenemos 500 kudos—¡lo cual es bastante para un fic en español!—pensé en hacer también una historia exclusiva para AO3.

Acepto sugerencias en los comentarios sobre qué les gustaría ver en esa historia. Sus sugerencias debe estar ambientadas en el universo de Flores en el Asfalto, la historia extra será algo pequeño que no interferirá con el canon del fic.

¡Espero sus ideas! 💖

Notas extras (¡De milagro, esta vez solo hay una!):
Doctor Who: Es una serie de ciencia ficción británica que sigue las aventuras de un extraterrestre conocido como "El Doctor". Este personaje, un Señor del Tiempo del planeta Gallifrey, viaja a través del tiempo y el espacio en una nave llamada TARDIS, que por fuera parece una cabina de policía británica de los años 60.

A lo largo de sus viajes, el Doctor se enfrenta a enemigos, salva civilizaciones y ayuda a personas comunes, generalmente acompañado por compañeros humanos. La serie es famosa por su capacidad de renovación, ya que el Doctor puede "regenerarse" en un nuevo cuerpo cuando está gravemente herido, permitiendo que diferentes actores interpreten el mismo personaje.
Desde su debut en 1963, Doctor Who se ha convertido en un ícono de la cultura pop, con innumerables episodios, spin-offs, libros y mercancía oficial.

Chapter 25: Side Story 1 Un Milagro

Notes:

¡Hola a todos!
Como prometí, aquí tienen un sidestory en agradecimiento por nuestra linda cantidad de kudos. Esta historia, como fue sugerida por Charlie, estará disponible en ambas plataformas.
Hasta ahora, me han pedido algo con Flora Potter o algo con Tiny y Ellie. Ya estoy trabajando en ello, pero todavía hay tiempo para hacer peticiones si les interesa algo en particular.

 

Advertencia: Esta historia es una sugerencia de Charlie y me pareció divertida, pero no se me revolucionen. No habrá ningún tipo de intervención divina ni extraños crossovers en el fic.
Por cierto, esta historia está llena de referencias a la cultura pop, pero no habrá notas explicándolas. La idea es que en los comentarios descubran la mayor cantidad posible y se diviertan con ello.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Todo el mundo conoce la historia; un niño que vive en un armario debajo de la escalera recibe una carta, descubre la magia, asiste a una escuela de hechicería y, al final, salva al mundo. También se sabe del maestro grasiento y desagradable que, tras innumerables giros de trama, se redime al dar su vida por el hijo de la mujer que amó; tanto es así que el chico, en su honor, le pone ese nombre a su segundo hijo. Y todos viven felices para siempre… hasta que alguien se atreve a jugar con el tiempo y  toda esa mierda que, francamente, no vale la pena recordar. Mejor hagamos como si nunca hubiera pasado.

En fin, todo muy bonito, pero a mí nunca me interesó esa historia tan típica y aburrida. Yo prefería divertirme un rato con los tipos nórdicos: hasta que se hartan de que los joda, yo acabo con el mundo y finjo mi muerte. Luego, me retiro a otro universo y le cedo mi lugar a un arcángel para que arme caos en la Tierra, hasta que la desgracia emplumada enreda los asuntos de mi familia con sus problemas de papá, arruino su existencia un rato, claro, finjo mi “muerte” otra vez. Juego con superhéroes, finjo mi muerte, manipulo el espacio y el tiempo... finjo mi muerte, mejor dicho, simulo mi ascenso a un estado superior. Los fans de Marvel saben de qué va.

Los Severus Snape de cientos de multiversos no tenían nada que ver conmigo, hasta que un día, aburrido de la vida, escuché una oración desesperada mientras meditaba en la idea de jugar un poco en una galaxia muy, muy lejana:

“Merlín, o cualquier divino hijo de perra, si este no es mi destino, por favor, dame algo, una señal, y juro que nunca más me uniré a grupos secretos con agendas cuestionables.”

Sonaba tan entretenido y blasfemo a la vez… Nunca en la historia del multiverso había visto a un Snape rogar por salir de su situación; todos se entregaban, hacían lo que debían y morían en el proceso. Enjuague y repita.

Así que, como el dios curioso que soy, me desvié unos dos millones de universos a la derecha para ver qué estaba pasando. El tipo exclamó: “Cualquier divino hijo de perra… bueno, no hay otro divino hijo de perra como yo.”

Admito que no siempre me comporto como debe hacerlo un dios; no meto mi nariz, con toda fanfarronería, en cada universo. Me gusta jugar desde la sombra, a la fuerza invisible. No es fácil distinguir mi influencia, pero, créeme, está ahí. Seguro que has tenido días malos: el cajero automático se descompone en hora pico el día de pago, y no solo te toca otro día de sopa instantánea, sino que también pierdes horas de tu vida. Te sientas sobre un chicle justo antes de una entrevista de trabajo con nuevos pantalones blancos, rompes con tu novio y en el preciso instante de tu salida empoderada, ¡se te rompe el tacón!

Tiendes la ropa y empieza a llover… tranquilo, ese no soy yo; es culpa de un tal Tlaloc, un tipo buena onda al que le gusta la ropa limpia y los brazaletes de amistad.

Pero lo demás… tampoco fui yo, esas situaciones son bastante aburridas, producto de mi hermano el azar. Sin embargo, imagina que te sientas sobre un chicle, fallas en tu décima entrevista de trabajo, se te rompe el tacón después de terminar con tu novio, y el cajero se descompone justo antes de que puedas retirar lo último de tu finiquito. Estás tan desesperado que metes la mano a buscar un billete perdido, y se te atora.

Entonces terminas con una enorme factura en el hospital, y algún imbécil graba el momento exacto en que te remolcan con una grúa (¡Con el cajero incluido!). Te vuelves viral, y, en un arranque de desesperación, decides terminar con todo; saltas por la ventana, caes sobre una anciana y acabas en la cárcel por asesinato imprudencial, además de enfrentar una tremenda deuda pública.

Si algún día te ocurre algo así, eres libre de maldecirme. Pero recuerda; no lo hago porque te odio, sino porque, a pesar de todo, eres un humano entretenido.

A veces, en realidad, no soy tan malo. He vuelto famosos a un par de tontos que contaban historias y cantaban canciones con una pizarra. Realmente necesitaban ayuda, después de su musical de “la pizza con piña”.

En fin, ya tienes una idea de como soy, y si a estas alturas aún no sabes quién soy, pobre mortal, o es que estás muy desconectado del mundo, o quizás eres de esos furros que solo se acuerdan de mí porque parí un caballo de ocho patas. No, eso no fue sexy, amigo; dolió tanto que ahora tengo un gran respeto por Angrboda.

Pero dejemos de hablar de mí y pasemos a hablar de mí atendiendo esa llamada de emergencia del pollito de colores emo (sí, negro también es un color), favorito de todos menos de una gran parte de los wolfstar.

Así que tomé la llamada. Lo siento, amigo, Merlín está fuera de servicio, pero tienes un paquete especial cortesía de la entidad multiversal del caos.

Como decía, los niños mágicos salvadores del mundo no son mi especialidad, pero, ¿qué clase de dios del caos sería si ignorara por completo una buena referencia a la cultura pop?

Pensé en miles de formas de jugar con él. Podría convertirlo en un gato; a los fans les encanta la fantasía "fluff" con mascotas. O quizás un drama de supervivencia donde tiene que escapar de Voldiepants con su peor enemigo como única ayuda. O, por qué no, un Dark Romance en el que termine encerrado en un sótano con un Sirius Black completamente consumido por la locura Black.

Estaba decidiendo qué tan divertido hacerlo cuando, a unos cuantos metros de distancia, una chispa de vida muy joven se apagó. No es que muchas chispas así no se extingan cada día, pero esta tenía un olor peculiar… olía a constante.

 

Para ustedes, mortales ignorantes, una constante es algo que ocurre obligatoriamente en un grupo de universos. Como unos padres asesinados en un callejón del crimen, lo que inevitablemente da lugar a un loco con traje de murciélago luchando contra el mal. O un demonio que se lleva el alma de una madre mientras su bebé llora en la cuna, lo que enloquece al esposo y, ¡bam! ¡Carry on my wayward son, hijos de perra!. O una monja estúpida que cambia al hijo del diablo al nacer, lo que eventualmente lleva a un demonio a darse cuenta de que ha estado en un romance slow burn de seis mil años con un ángel… y, bueno, el Anticristo salva el mundo.

Seguro que ya entienden la idea. No es que las constantes no se hayan roto antes, pero cuando lo hacen, ese universo inevitablemente se va al carajo.

Así que jugué un poco con el tiempo y el espacio. Esta pequeña constante moría siempre el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar: un bote de basura en Cokeworth.

Y así conocí al pequeño Darcy, un lindo bebé que nunca conocería a su padre, y un padre que moriría años después sin saber que tenía un hijo. Entonces me dije: "Un kid fic no está tan mal".

Decidí averiguar por qué ese bebé nunca llegaba a manos de su padre. A veces las cosas no son tan complicadas. En este caso, el único culpable fue un poste con el nombre de la calle roto y un alumbrado deficiente.

La tía del mocoso se perdió, nunca encontró la casa, se desesperó y, en su infinita brillantez, decidió tirar el bebé a la basura.

Así que solo tuve que arreglar una luz rota y levantar un poste. Y, con eso, una mujer enfadada llegó a la puerta de Severus Snape y le arrojó, literalmente, un pequeño paquete de felicidad.

Un bebé vive. Una constante se rompe.

Y alguien, en algún lugar, ¿Se acuerda de que romper constantes suele significar que un universo entero está condenado?

No me confundan con un tipo bueno.

Yo solo dejé al bebé ahí. Fue decisión del pequeño punk suicida quedarse con el milagrito.

Los iluminados que vieron Jurassic Park entenderán que no se puede hacer algo así sin consecuencias. Y no, no me refiero al viajesote que se aventó Severus después de horas sin comer y sin dormir. Una pequeña acción cambia completamente el mundo. Las alas de una mariposa, el huracán y todo ese rollo.

Si el destino se entera de esto, me encerraría de por vida en un bucle de tiempo. Así que, mortales, esto queda entre ustedes y el caos. ¿Pueden sentir nuestro metafórico guiño en el ojo?

En fin, sin un bebé en su puerta, Sev jamás habría terminado frente a un hospital, con cara de perro pateado, cargando a un niño y conociendo al ex mercenario Rob Pevka. Y sin Pevka, cierto moreno ardiente, conocido como Víctor, habría seguido su camino disfrutando de todo lo que el mundo del punk inglés tenía para ofrecerle.

Digamos que Víctor debía conocer a Joe Strummer en una fiesta de Vivienne Westwood. Para los pequeños bebés de la generación Z: hablo del vocalista de The Clash (pregunten a sus padres, he secuestrado a Charlie). Luego, se iría de gira con la banda y terminaría muerto en un alboroto en un club nocturno resultado de una paliza gay. El resultado lógico de la homosexualidad en los tiempos de Margaret Thatcher.

Por el lado bueno, Lucius “Pelos de Rapunzel” Malfoy nunca habría envenenado el río.

Por el lado malo, años después, una yenta moriría de cáncer y, con ella, tras años de contaminación por cromo hexavalente, el pueblo de Cokeworth terminaría convirtiéndose en el agujero miserable que se describe perfectamente en el sexto libro de cierta saga.

Ah, y también cierto ataque mortífago dejaría a nuestra “noble y pura” mujer en refrigerador, Lily Evans, sin poder escapar de la jaula de oro en la que se metió.

¿Necesitan más pruebas de que un bebé puede cambiar el destino del universo?

Si Sirius Black nunca se hubiera cruzado con Dumbledore en el Ministerio mientras intentaba convencer a Sevy Deby de que entregara a Baby Snape en sus “bien mayorísticas” manos, habría aceptado regresar al Departamento de Aurores, esta vez bajo el mando de Fleamont Potter. Su breve interacción con Tiny habría terminado en una gran pelea gracias a su trastorno bipolar no tratado y, por un tiempo, habría tenido una hermosa novia llamada Marlene McKinnon.

Sin el hechizo de protección de Darcy, Regulus Black no habría tenido más remedio que convertirse en un zombi buscando un Horrocrux antes de que la Marca Tenebrosa se lo comiera vivo.

Y la rueda habría girado hacia donde ya sabemos: el Niño que Vivió, Sev y la serpiente, Albus Severus Potter y ese viaje en el tiempo que todos hemos decidido colectivamente que no pasó.

Parece que todo va bien, ¿no? Nuestro héroe está feliz y comiendo perdices.

Pero…

Sin ese giro de acontecimientos, cierta rata no se habría sentido presionada a volar un callejón entero. Eddie Norton seguiría con vida. Simón el sacerdote habría sido apedreado el mismo día en que el callejón debía volar por los aires.

Muchas personas habrían llegado a la vejez y otras no. Pero así es el destino. No puedes tenerlo todo en la vida. Yo solo entregué un bebé y evité que un futuro viejo amargado fuera marcado cual ganado. Lo demás… pura causa y consecuencia.

Es divertido ver cómo las cosas se desarrollan. La trama se ha vuelto más interesante.

Quizás la constante rota no tenga terribles consecuencias.

O quizás, en unos meses, un meteorito se estrelle contra el planeta y nunca sepamos el final.

Quizás estoy mintiendo y no hice nada.

Quizás solo estoy jodiendo con la cabeza de unos cuantos mortales lectores de fanfiction.

Quizás decidí no ser una fuerza invisible y estoy viendo esto de primera mano, en la forma de un squib mexicano que se transforma en jaguar y disfruta viendo el mundo arder. Digo, los cuentos dicen que me gusta tomar formas animales y realmente me gusta ver el mundo arder.

No, descuida. Solo estoy jugando con tu cabeza.

…O tal vez no.

Será divertido quitarte el sueño con todo esto.

Y lo mejor es que nunca lo sabrás.

Porque cierta autora ha decidido que esto no será parte de la trama.

Así que solo podrás preguntarte: ¿un meteorito caerá del cielo? ¿Un dios escuchó las plegarias de Severus Snape? ¿Víctor es un dios mirando desde las sombras?

Todo será un espacio en blanco sin respuesta.

Y como dice la frase interesante de estos libros:

Travesura realizada.

Se despide,
Loki.

 

Notes:

Eso fue todo. Solo estoy aquí para recordarles que esto no es canon y que ningún personaje de Flores en el Asfalto es un dios oculto... ¿o tal vez sí?
Nah, no me gusta volarme a esas alturas con las tramas. Aunque, admito, escribir a Loki fue bastante divertido

Chapter 26: Bestias en la noche.

Notes:

¡Hola de nuevo!

Regresamos con un capítulo completo de este fic, y espero que lo disfruten. En este episodio encontrarán una buena dosis de humor negro, algo de drama y un enfrentamiento no tan grave entre Severus y Sirius. También habrá un choque de titanes entre Dumbledore y la ministra, además de un vistazo más profundo al trabajo de Sirius como asistente social.

Por otro lado, Vic sigue en su misión de "buscar a Dios".

P.D. Ningún Remus fue lastimado físicamente en este fic... Todavía.

¡Nos leemos en los comentarios!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

—Max, ¿por qué no me cuentas lo que hiciste esta semana? —preguntó Sirius, sentándose en el suelo junto al niño que dibujaba con un palo en la tierra.

El pequeño encogió los hombros.
—No sé… nada interesante.

—¿Nada? Vaya, seguro que hiciste algo divertido. ¿Fuiste a la escuela?

—Sí.

—¿Y qué tal? ¿Aprendiste algo nuevo?

—Mmm… la maestra nos contó de los planetas. Me gusta Marte porque es rojo.

—¿Y qué más? ¿Jugaste con tus amigos?

—Leí un libro en la biblioteca con mi amigo Phil.

Sirius sintió una punzada en el pecho, pero sonrió con suavidad mientras anotaba todo en su tabla.
—Bueno, entonces dime, ¿qué hiciste ayer?

Max dibujó un espiral en la tierra con el palo.
—Mamá dijo que tenía que estar callado porque papá estaba enojado.

Sirius mantuvo su expresión relajada.
—¿Y qué hiciste mientras estabas callado?

—Dibujé.

—¿Como ahora?

Max asintió.

—¿Y qué comiste?

—Sopa.

—¿De qué?

—No sé… era caliente.

Sirius lo observó con atención. Respuestas cortas, sin detalles, sin emoción.

—Oye, Max, ¿te gusta la sopa?

El niño frunció el ceño, pensativo.
—Me gusta cuando tiene fideos.

—¿Y ayer tenía?

Max solo se quedó en silencio.

Sirius asintió despacio. Había ensayado muchas veces con la señora Petrov para mantener la calma en situaciones como esta. Su primer instinto era mostrar su enojo, pero eso no ayudaría a Max.

—¿Y qué más hiciste en la semana? —Sirius cambió el tema.

—Nada.

—¿Nada de nada? ¿No viste la tele, no jugaste con tus hermanos?

—No tengo tele. Pudre el cerebro e incita al pecado.

Sirius anotó cada palabra. Observó al niño: la ropa gastada, las uñas sucias, la forma en que miraba de reojo hacia la casa, como si esperara que alguien lo estuviera vigilando.

—Oye, esa frase que dijiste antes… "incita al pecado", ¿sabes qué significa?

—Es como… ¿algo que te hace hacer cosas que no le gustan a Dios?

—Eres muy inteligente. ¿Dónde aprendiste esas palabras tan sofisticadas?

Max frunció el ceño, pensando.
—Papá me lo dijo.

—Mmm… —Sirius anotó otro detalle mientras sonreía— ¿Y cuál es tu palabra favorita?

Max dudó antes de responder en un susurro:
—Mariposa, porque son bonitas y pueden volar a cualquier lado.

Sirius sintió un nudo en el estómago, pero su sonrisa no flaqueó.
—Bonita palabra, ¿eh?

El niño asintió sin levantar la vista.

—¿Sabes qué, Max? Me gustan tus dibujos. ¿Me haces uno?

El pequeño lo miró sorprendido, como si no estuviera acostumbrado a que le pidieran algo así.
—¿De qué?

—De Marte. Quiero ver cómo lo imaginas.

Max esbozó una pequeña sonrisa y empezó a dibujar un gran círculo en la tierra.

Sirius respiró hondo. Había mucho que reportarle a Lobelia.

Después de un rato tratando de sacarle conversación al niño, Sirius se levantó. Había sido una visita productiva, la primera vez en tres semanas que lograba obtener más que un par de respuestas vagas.

Cuando Sirius se levantó, Max lo miró de reojo, aún dibujando con su palo en la tierra.

—¿Vendrás otra vez? —preguntó el niño en voz baja.

Sirius le dedicó una sonrisa.
—Claro que sí, Max.

El niño asintió, pero no dijo nada más.

Al acercarse a la casa, el reverendo y su esposa ya lo esperaban en la puerta. Él mantenía su sonrisa cordial, la misma que no llegaba a sus ojos. Ella, de pie a su lado, tenía las manos entrelazadas y la expresión neutra, con el gesto tenso de quien está acostumbrada a callar.

Ambos llevaban ropa impecable, y la casa olía a productos de limpieza, ese aroma fuerte y químico que le recordaba su vista al hospital de Cokeworth. No había ni una sola mancha en los sillones, ni migas de pan, ni huellas de barro en los pisos.

—Dios lo bendiga, señor Black —dijo el reverendo con tono amable.

—Gracias, reverendo —respondió Sirius con la misma cortesía ensayada. Luego giró hacia la mujer— Señora Hargrave, ha sido un placer.

Ella parpadeó un par de veces, como si no esperara que le dirigiera la palabra directamente.
—Que el Señor lo acompañe en su camino —respondió con una voz suave, casi mecánica.

—Oh, no se preocupe, sé exactamente hacia dónde voy —dijo Sirius con una sonrisa ladeada.

El reverendo rió con una condescendencia calculada.
—Espero que así sea, joven. Uno nunca sabe cuándo necesitará la guía del Señor.

—Por suerte, mi brújula es bastante confiable.

El hombre entrecerró los ojos apenas un instante antes de recuperar su expresión afable.
—Bueno, ya sabe el camino de regreso, señor Black. La próxima vez, quizás podamos hablar más sobre la importancia de criar a los niños en la fe y la disciplina.

Sirius sostuvo la mirada del reverendo sin perder la sonrisa.
—Quizás. Aunque, sabe, me gusta dejar que los niños hablen por sí mismos.

La mandíbula del reverendo se tensó por una fracción de segundos antes de que su sonrisa se ensanchara.
—Eso es porque usted aún no ha sido padre, señor Black. Algún día lo entenderá.

—Tengo mucho que aprender de usted reverendo— respondió Sirius con simpleza, no podía ser demasiado desafiante con el hombre.

Sirius no respondió. En su lugar, deslizó la mirada fugazmente hacia la señora Hargrave, quien mantuvo la vista baja y las manos firmemente entrelazadas.

El reverendo le sostuvo la puerta a su esposa.
—Vamos, querida. No hagamos esperar a nuestro invitado más de lo necesario.

Ella obedeció sin protestar. Cuando la puerta se cerró, Sirius se quedó un momento de pie en el umbral, sintiendo la presencia de Max tras la ventana.

Dos calles más adelante, cuando estuvo lo suficientemente lejos, Sirius cerró los ojos, apretó los dientes y estrelló su puño contra una pared. Su respiración se agitó por un instante.

Después, con una última exhalación, Sirius se desapareció de vuelta a las oficinas del Ministerio.

Apareció en un pasillo angosto y con olor a humedad. La alfombra raída tenía manchas que nadie se molestaba en limpiar, y las paredes estaban cubiertas con un papel tapiz descolorido que se despegaba en las esquinas. Un par de escritorios estaban apilados con expedientes y pergaminos amarillentos, y la luz parpadeante de los candelabros mágicos apenas lograba iluminar el espacio. El Departamento de Protección de Menores no era exactamente la joya del Ministerio.

Caminó con paso firme hasta la puerta descascarada con una placa que decía "Lobelia Simone – Supervisora". Ni siquiera se molestó en golpear antes de entrar.

Lobelia ya lo estaba esperando, con una pila de informes en su escritorio y una taza de té humeante en la mano.

—Hoy se abrió un poco más —dijo Sirius dejándose caer en la silla sin molestarse en saludar— pero te lo digo, un ataque más de magia accidental de ese niño y su situación podría ser peligrosa.

Lobelia le echó una mirada rápida y luego frunció el ceño.

—Tu puño sangra. ¿No le diste un puñetazo en la cara al hombre? —dijo con calma mientras lanzaba un hechizo curativo sobre su mano.

—No te culparía, por cierto —añadió, con una sonrisa irónica— Tuve que pasarte este caso porque mi color de piel le estaba causando demasiados moretones a ese niño.

Sirius soltó un resoplido, aunque no tenía ganas de reír.

—Ni que lo digas… Si hubiera conocido a un muggle como este antes, probablemente sería el hijo favorito de mi familia ahora mismo —murmuró con sarcasmo.

Se estiró en la silla, sintiendo el cansancio acumulado del día.

—Aun así, no lo golpeé. Me desquité con una pared antes de venir aquí. Estoy seguro de que mi terapeuta tendrá mucho que decir sobre eso.

Lobelia asintió, pasando una hoja de pergamino a su pila de pendientes.

—Bien. De todas formas, ya hice los preparativos para el viernes en la noche.

Luego levantó la mirada con una ceja arqueada.

—Por cierto, tu esposo ha estado mandando Patronus toda la mañana. Se nota que es importante. Ya es tu último niño del día, deberías visitarlo antes de que otro cuervo patronus termine estrellándose contra la cabellera de Smith.

Sirius bufó.

—Oye, él no es mi esposo. Se supone que soy su asistente social.

Lobelia apoyó el mentón en su mano, con una sonrisa divertida.

—Vamos, Sirius, ya cerré el caso de Darcy hace un mes. No había nada que indicara que ese niño estuviera en peligro desde el principio. A estas alturas, solo eres su asistente porque Dumbledore no puede dejarlo ir. Así que, si se fugan y se casan, no diré nada… mientras no faltes al trabajo por eso.

Sirius se ruborizó visiblemente.

—Solo… no le digas nada a él. Cree que somos amigos y no quiero que se ponga sensible.

Lobelia abrió la boca para responder, pero en ese momento, algo se estrelló contra lo que suponía era la cabellera de Smith con un golpe seco, seguido de un grito del susodicho.

Segundos después, la voz de un hombre resonó en el pasillo, llena de furia contenida.

—¡SIRIUS BLACK! ¡Trae tu trasero a Ebonwilde antes de que lo arrastre yo mismo!

Lobelia tomó un sorbo de su té sin inmutarse.

—Y ese fue el cuarto cuervo del día.

Sirius se puso de pie rápidamente, recogiendo sus cosas con torpeza.

—Creo que es hora de irme…

Y con un movimiento apresurado, salió corriendo antes de que Severus decidiera entrar a buscarlo él mismo.

______________________________

Cuando Sirius se apareció en el bosque, las sospechas que lo habían atormentado durante días se confirmaron en una sola escena que le heló la sangre.

Remus estaba sentado en la hierba, pálido como un cadáver. Sus ojos, hundidos y rodeados de sombras, brillaban con un rojo febril, evidencia del reciente llanto. Sus manos temblaban de manera incontrolable, como si su propio cuerpo intentara expulsar el horror de lo ocurrido.

A su lado, los restos de una cabaña se esparcían entre la hierba fresca, el único indicio de que la primavera estaba cerca. Pero no había nada cálido en esa escena. Un viejo tablón cubierto de sangre le hizo un nudo en el estómago. Y entonces, sintió el golpe definitivo; una mirada oscura y helada perforándolo desde la distancia.

Severus.

Sirius se quedó paralizado. Nunca había visto esos ojos tan vacíos, tan fríos… excepto aquella noche en Hogwarts. Aquella maldita noche que siempre había flotado cual fantasma en medio de su relación.

Su cuerpo reaccionó antes que su mente, abrazándose a sí mismo en un intento fútil de conservar el calor que de repente lo abandonó. Nunca había sido bueno manejando la decepción ajena, pero la de Severus… esa era la peor de todas. No estaba preparado para volver a la frialdad y el rencor del principio.

—¿Qué pasó? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

El silencio fue peor que cualquier respuesta. Remus ni siquiera alzó la vista.

—¿Remus? —intentó de nuevo, pero su amigo permaneció inmóvil, atrapado en su propio tormento.

Entonces, Severus rompió la quietud con una voz afilada como un cuchillo:

—¿Qué demonios crees que pasó, Black?

Y sin esperar respuesta, se giró y caminó furioso hacia el bosque.

Sirius lo siguió sin pensarlo, ignorando el lamento desgarrador de Remus a su espalda.

El bosque estaba inquietantemente silencioso, pero la tensión entre ellos era una tormenta contenida, al borde de la explosión. La brisa agitaba las hojas secas, el crujido rompiendo el incómodo mutismo. Severus caminaba con pasos duros, los puños cerrados con tanta fuerza que los nudillos se le volvían blancos. Sirius lo seguía de cerca, su respiración pesada, cada inhalación llena de palabras no dichas que le pesaban en el pecho.

—¿Cuántas veces tiene la vida que demostrarme que no se puede confiar en él? —murmuró Severus, su voz rasgando el aire frío sin siquiera girarse a mirarlo.

Sirius bajó la vista, pateando una piedra con frustración.

—No fue su intención, Sev. Sabes que Remus no controla lo que le pasa.

Severus soltó una risa amarga, un sonido hueco que le retorció el estómago.

—No lo controla —repitió con desprecio— pero eso no cambia lo que pasó. ¡Otra vez! —Levantó los brazos y los dejó caer con frustración— Yo lo intenté, Black. Te juro que lo intenté. Quise creer que esto no era Hogwarts, que las cosas podían ser distintas, pero… —Negó con la cabeza, exhalando un suspiro cansado— No puedo hacer esto de nuevo.

El viento sopló entre los árboles, moviendo las ramas como si también sintieran el peso de la discusión.

Sirius pasó una mano por su cabello, tirando de él con ansiedad.

—Lo sé… —susurró— Yo tampoco quería que terminara así…

Severus lo miró con incredulidad, su expresión endurecida por la furia contenida.

—Tu barrera se rompió, Black. Te pedí solo una cosa mínima, y ni siquiera fuiste capaz de mantenerla.

—¡Es imposible! He hecho esa barrera desde que tengo quince años, no hay manera de que se haya roto.

Severus dejó escapar un bufido.

—La barrera está rota, y un pobre diablo está muerto —dijo, su voz afilada como un cuchillo de hielo— Eso es lo que pasó. No tiene caso negarlo.

Sirius apretó los puños. No quería pelear con Severus, pero la culpa se mezclaba con su propia impotencia, su propia rabia.

—Yo solo quería que las cosas fueran diferentes—murmuró— Pensé que si ustedes dos…

—Pensaste mal, Black —lo interrumpió Severus con un tono cortante, sin un atisbo de emoción.

El crujir de las hojas bajo sus pies fue el único sonido durante largos segundos.

Sirius sintió su pecho encogerse. Severus tenía razón. Había querido jugar a ser el puente entre ellos, quería reparar lo que el pasado había roto… pero lo único que había logrado era hundirlos más en el desastre.

—No sé cómo arreglar esto —susurró, su voz apenas un eco de desesperación.

Severus pasó una mano por su rostro, exhalando pesadamente.

—Es una lástima… porque quiero que lo arregles. No vuelvas a casa hasta que arregles este desastre, Black.

Por primera vez en toda la conversación, su voz no estaba llena de ira. Solo cansancio.

Sirius lo miró, esperando—rogando—que dijera algo más. Algo que le diera una chispa de esperanza.

Pero Severus simplemente apartó la vista y siguió caminando entre los árboles, dejándolo atrás.

Sirius no lo siguió.

No pudo.

El grito salió de su garganta antes de que pudiera contenerlo, un rugido de furia y dolor que se perdió entre los árboles. Se dobló sobre sí mismo, dejando que las lágrimas ardientes se deslizaran por su rostro.

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Víctor nunca se sintió bienvenido en el mundo mágico inglés. No es que le fuera mejor en el racista y homofóbico mundo muggle, pero al menos allí sabía cómo hacerse de amistades y encontrar lugares seguros.

En el mundo mágico, en cambio, nunca había logrado sentirse en casa. La mayoría de los magos ingleses tendían a sonrisas vacías y una amabilidad forzada que le resultaba insoportable. Víctor no confiaba en nadie que no supiera maldecir de mil maneras diferentes después de un mal día.

Hasta que encontró el callejón Knockturn. Allí, la gente era franca: si te querían, te querían; si te odiaban, desaparecías sin dejar rastro y ellos daban cinco ubicaciones distintas para encontrarte… todas ellas correctas. Y si alguien era demasiado amable, era porque te estaba estafando.

—Hola, Vic —saludó una mujer hermosa, bien maquillada y vestida con elegancia.

—Hola, Roxanne, mi vida hermosa. Veo que te va bien.

—Ya ves, desde que somos independientes hasta tenemos para renovar el uniforme de trabajo —respondió, ignorando con elegancia al cliente avergonzado que llevaba del brazo.

—Ya veo… Tómalo con calma, que se nota que la pequeña mierda está a punto de infartarse —comentó Víctor con una sonrisa ladina. No es que tuviera nada en contra de las prostitutas de Knockturn, al contrario, le caían bien. Pero los clientes que se avergonzaban de lo que estaban haciendo siempre eran los más divertidos de incordiar— Dale un calmante y tal vez una poción de resistencia.

Roxanne soltó una carcajada.

—Descuida, el tigre tiene buenos trucos.

Y con una sonrisa felina, arrastró a su cliente que en lugar de “tigre” parecía un conejo en las garras de un depredador.

Víctor se despidió con una leve inclinación de cabeza, sabiendo que el tipo saldría del callejón sin dinero y con la mitad del alma succionada.

Siguió caminando unos metros más hasta llegar a su destino; el Templo de la Avaricia, donde Ellie  ya lo esperaba.

—Hola, hermosa —saludó Víctor con una sonrisa coqueta— ¿Vienes aquí a menudo?

Ellie le devolvió la sonrisa con cariño y le revolvió el cabello como si fuera un hermano menor travieso.

—Por supuesto, buscar a Dios en cloacas y túneles subterráneos es mi afición favorita, ¿no lo sabías?

—"Buscar a Dios en cloacas y túneles subterráneos"… suena a algo que diría un yuppie con pretensiones de poeta en una cafetería New Age —respondió Víctor con diversión— Bien, tú nos guías, guapa.

Tomándola del brazo, Ellie los apareció en el piso inferior del Templo de la Avaricia.

______________________________

Sirius trató de recomponerse. No quería que nadie lo viera así de roto ni que le hicieran preguntas incómodas.

"Arréglalo. Sev quiere que lo arregles. Solo necesitas hacer esto y podrás volver a casa. Todo estará bien de nuevo."

Se repetía esas palabras como un mantra, aunque sonaban a mentira. Pero era lo único que deseaba; que ese día no hubiera pasado, regresar a casa, abrazar a Darcy y a Sev, relajarse contando las anécdotas del día… y quizás apagar algún incendio o lluvia que Darcy hubiera provocado sin querer. Todavía no entendía cómo era posible que un bebé de cuatro meses comenzara incendios y desatara tormentas.

Caminó con paso firme, repitiéndose una y otra vez:

"Arreglar esto y volver a casa… Arreglar esto y volver a casa…"

—¿Fifí, ya te sientes mejor? —Robert Pevka apareció a su lado y le dio un par de palmadas en la espalda— Supongo que nuestro loquito residente volvió a casa. Se notaba que se estaba conteniendo para no matar muy lentamente a tu lobo… y sabes que no lo digo en sentido figurado, ¿verdad?

—Lo sé —respondió Sirius, encogiéndose de hombros— Sev es el tipo de hombre que puede matarte de cinco maneras distintas antes de que siquiera llegues a rozar su espacio personal.

Lo dijo como si fuera la cosa más malditamente sexy del mundo. Para él, lo era.

—Me dijo que arreglara este desastre o que no volviera a casa.

—¿Y qué vas a hacer, Sirius? —intervino Remus con la voz cargada de veneno mientras se arrancaba las costras de sangre seca en las manos— ¿Revivir a quien sea que haya sido víctima del lobo? ¿Regresar el tiempo y hacer bien la estúpida barrera? —Sus ojos, enrojecidos por el agotamiento y la culpa, se clavaron en Sirius— ¿Vas a detener a Snape antes de que me haga rastrear por todo el bosque el maldito cuerpo, con su sangre cubriéndome de pies a cabeza? ¡Ilumínanos, Sirius Black!

—Es imposible… —susurró Sirius, sintiendo cómo la incredulidad le oprimía el pecho— La barrera no pudo romperse. La he hecho cientos de veces, desde que tenía quince años. No hay manera de que haya fallado.

—Bueno, hay un cadáver que dice lo contrario —espetó Remus— ¿Crees que convencerme de que no fue tu maldito error va a hacer que deje de sentir que he matado a alguien?

—¡Basta los dos! —gritó Robert, interponiéndose entre ellos.

Se giró primero hacia Sirius, señalándolo con el dedo.

—Tú. No importa si esto fue tu maldito error o no. Sé un hombre y enfréntalo.

Luego se volvió hacia Remus.

—Y tú. Sé que esto es tu peor pesadilla, que te sientes como la peor basura del mundo, pero deja de desquitarte con las únicas personas que están de tu lado.

Remus bajó la cabeza, avergonzado. Sus puños se cerraron con fuerza.

—Lo siento… —murmuró con la voz quebrada— Solo… tengo miedo. No quiero vivir con la certeza de que maté a alguien… de que yo… yo lo devoré…

Un sollozo se le escapó, y Sirius sintió un nudo en la garganta al escucharlo.

—No mataste a nadie —dijo Rob, caminando hacia los restos de la cabaña y haciéndoles una señal para que lo siguieran— Aunque sí le diste un par de mordidas al cadáver.

Señaló un pedazo de pierna con una enorme mordida.

—Las marcas son pálidas. No hay coagulación ni inflamación. El hombre ya estaba muerto cuando el lobo llegó.

Remus se llevó las manos a la boca y vomitó tras un árbol.

—Entonces… ¿qué demonios pasó? —preguntó con la voz ronca, pero de pronto su expresión cambió a puro horror —¡Maldita sea! ¡¿Eso es un dedo?!

Sirius reaccionó de inmediato. Corrió hacia él y lo abrazó, alejándolo de la escena, mientras con el pie pateaba el dedo índice flotando entre los jugos gástricos.

—¡Es solo una salchicha! —dijo con urgencia— ¡Solo una salchicha!

Remus lo miró con confusión.

—Tiny hizo salchichas para cenar, ¿lo recuerdas?

Remus asintió. Era una mentira estúpida, pero era mejor aferrarse a ella que enfrentar la jodida verdad.

—Trata de no pensar en eso, muchacho —dijo Rob con tono firme— A fin de cuentas, tú no lo mataste.

Señaló unos agujeros redondos en la carne, como si hubieran sido arrancados en lugar de desgarrados.

—La cabaña era un laboratorio ilegal de drogas. Lo más probable es que el tipo se haya quedado dormido con su producto y haya sido devorado por su propia infestación de ratas. La mitad del lugar está lleno de restos roídos… y por bichos bastante grandes, por cierto. Nunca había visto mordidas de ese tamaño.

Remus se quedó en silencio por un momento. Luego soltó una risa casi histérica.

—Ratas… benditas putas ratas… —murmuró atónito.

Sirius pocas veces había escuchado a Remus maldecir, pero no podía juzgarlo. Su amigo había pasado por el maldito infierno ese día.

—Vámonos —dijo Rob con decisión— Lo más seguro es que su gente no esté demasiado lejos. Dejemos que ellos lidien con el cuerpo. No es como si alguien fuera a extrañarlo.

—Quiero ver la barrera —interrumpió Sirius.

—En este momento ya no hay barrera —replicó Remus, agotado.

—No me importa. Quiero ver qué hice mal. Es imposible romper ese hechizo sin magia. Lo he mejorado desde el incidente con la oveja en Hogsmeade. Es sólido. No hay manera de que un hombre lobo lo destruyera como si nada.

Remus suspiró y se pasó una mano por el rostro.

—Está bien, vamos. Pero dudo que encuentres algo útil ahí.

—Deja que el muchacho haga lo que tenga que hacer. Tú ya tuviste tu paz, él también merece la suya —dijo Rob, encaminándose hacia lo que llamaban el "área de juegos del lobo".

Era una gran extensión de tierra donde el lobo podía desatar su instinto, cazar y devorar pequeños animales sin causar grandes problemas. O al menos, eso habían creído hasta ahora.

—Bien, aquí estamos. Como ves, simplemente no hay nada —dijo Remus con desgano, caminando sin cuidado dentro del espacio donde había estado la barrera. Señaló a su alrededor con un ademán burlón— Una enorme cantidad de vil nada.

Sirius se quedó mirando fijamente, los ojos muy abiertos, sin poder creer lo que veía.

Remus regresó con grandes zancadas, molesto.

—¡Espera, Rem…!

Sirius intentó detenerlo, pero antes de que pudiera hacerlo, Remus se estrelló de cara contra la barrera que, contra toda lógica, seguía intacta.

—¡Qué demonios! —maldijo Rob, con la mirada desorbitada.

—La barrera no está hecha para cualquier hombre lobo —explicó Sirius, todavía atónito— La diseñé exclusivamente para Remus. Es un hechizo que le permite entrar, pero no salir. Si alguien más queda atrapado dentro por accidente, puede salir, pero no volver a entrar. Cada noche provoco al lobo un par de veces para que se lance contra la barrera y así probar su resistencia. Es imposible derribarla sin el contrahechizo, que solo Tiny y yo conocemos. Básicamente, Remus tiene que esperar hasta el amanecer para que Tiny o yo lo saquemos de ahí.

Mientras hablaba, Sirius observaba a Remus golpear la barrera inútilmente, cada vez más frustrado.

—Espera, Remus, dame un segundo —dijo antes de transformarse en perro, siguiendo un rastro extraño en el aire.

El perro corrió alrededor de la barrera, olfateando hasta detenerse en un hoyo en la tierra. Había marcas de garras en la superficie, impregnadas con el olor inconfundible del lobo… pero había algo más. Un hedor fuerte y desagradable que le erizó el lomo, un olor que le recordaba el ático de la casa en Grimmauld Place.

Sirius se acercó más, el hocico casi rozando la tierra removida. Había algo extraño en ese punto. Un enorme agujero en la magia, irregular y perturbador, como si una criatura lo hubiera mordisqueado hasta abrir una grieta en la barrera.

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—No deja de sorprenderme la velocidad con la que este despacho se convierte en un punto de encuentro —comentó Dumbledore con una amabilidad calculada mientras tomaba asiento frente al escritorio de la Primera Ministra.

La mujer no apartó la mirada de los documentos que tenía frente a ella.

—Si ha venido a quejarse, Director, le ahorraré el tiempo. No modificaré mi decisión.

Dumbledore esbozó una sonrisa ligera, la misma que había desconcertado a tantos antes.

—¿Quejarme? No, no. Solo he venido a comprender. Verá, no pensé que la entrada de un hombre como Lefebvre al ministerio fuera digna de mi atención. Creí que sería un simple espectáculo mediático. Unas cuantas palabras bien colocadas, una medalla, un apretón de manos… y ese hombre se habría conformado.

La Ministra cruzó los brazos sobre el escritorio.

—Pero no es así, Dumbledore. Usted no conoce a los hombres como Lefebvre.

—Oh, los conozco demasiado bien, Ministra —asintió Dumbledore, con una sombra de ironía en la voz— Sirius Black a su derecha, el jefe secreto del gremio de información a su izquierda… Ese es un hombre con un propósito.

La Ministra no sonrió, pero en sus ojos se reflejaba el brillo de una victoria no dicha.

—Así es. Y ahora el Ministerio está arreglando lo que algunos se atrevieron a ignorar por décadas. El señor Lefebvre es un hombre de muchos talentos. ¿No ha escuchado los rumores?

Dumbledore entrecerró los ojos con un deje de desdén apenas disimulado.

—¿Los rumores? ¿Los burócratas que ahora lo veneran como si fuera la respuesta a todos sus problemas? ¿La conmovedora anécdota del formulario diligenciado con tal perfección que un funcionario lo enmarcó en la oficina de recursos?

—Me refiero a que sabe lo que hace —corrigió la Ministra— Conoce la ley mejor que algunos de sus detractores. Un hombre que admitió ser hijo de una prostituta de Knockturn y aun así puede entender el sistema y utilizarlo en su favor.

Dumbledore dejó escapar una breve risa, más burlona que entretenida.

—Eso es lo que realmente le fascina, ¿no? La imagen del cambio. La ruptura con lo establecido. Pero dígame, Ministra, ¿cuántos egresados de Hogwarts conocen la legislación del Ministerio en su totalidad?

—Solo aquellos que trabajan aquí o se preparan para Wizengamot —respondió sin dudar.

—Exactamente —afirmó Dumbledore, inclinándose apenas hacia adelante— ¿Y no le resulta curioso que un hombre como Lefebvre, con su origen, con su historia, con su… falta de educación formal, tenga ese conocimiento?

La Ministra se irguió en su asiento.

—Me resulta lógico. Lo ha necesitado para sobrevivir en un mundo que lo ha tratado como un desecho. Todos sabemos que ciertos niños del callejón gozan de cierta "cultura" para agradar a sus compradores. Él mismo lo admitió en nuestra fructífera reunión.

Dumbledore mantuvo su sonrisa, aunque en sus ojos se asomaba una sombra de irritación.

—Y con solo unas cuantas palabras, su Lefebvre cambió la historia del mundo mágico.

—No "mi" Lefebvre —replicó ella— Y es nuestro mundo mágico, Director.

Dumbledore suspiró y se apoyó contra el respaldo de su silla, fingiendo cansancio.

—Sabe que por algo no me invitaron a esa reunión. Debo admitir que, en mi pobre orgullo, asumí que era otra provocación suya y decidí ignorarla. Una estrategia para limpiar la imagen del Ministerio tras la explosión. Pero entonces, Minerva… ah, Minerva…

—Le entregó el manual —completó la Ministra.

—Encantada —confirmó Dumbledore— Debo decir que fue un trabajo muy interesante, acciones en conjunto con el servicio de protección al menor, capacitaciones para los profesores, la introducción de un sanador mental… No parecen solo promesas vacías. Minerva no halló ninguna maniobra política oculta. Como si fuera una estrategia real.

La Ministra inclinó la cabeza.

—Lo es. Y le aclaro que Lefebvre no es una maniobra política. Él mismo redactó el manual en conjunto con expertos en protección infantil. Sirius Black, el chico que usted recomendó para esa oficina, actuó gustosamente como enlace. Así que, gracias por eso.

Dumbledore alzó una ceja con fingida indiferencia.

—No me gusta —admitió con suavidad— Porque si el Ministerio hubiera tomado el camino habitual…

—¿Podría haber movido los hilos?, ¿Hacer de esto un ataque del Ministerio a Hogwarts?, ¿Una maniobra burda de tomar el control? —lo interrumpió la Ministra.

Dumbledore apretó los puños con frustración, sin querer admitir que había subestimado a la mujer.

—Por supuesto que no —dijo con voz controlada— Quizás habría preparado todo para dar un paso más hacia lo que realmente importa.

—Deshacerse de Knockturn —dedujo la Ministra.

Dumbledore entrecerró los ojos.

—Por supuesto. Solo los ingenuos creen que puede reformarse. Los niños podrían reeducarse, quizás… pero los adultos, Ministra. Una manzana buena entre un lote podrido no hace una buena sidra.

La Ministra sostuvo su mirada.

—¿Y qué sugiere entonces, Director? ¿Dejar que todo el lote se pudra?

Dumbledore se levantó con la calma de un hombre que aún se cree dueño del tablero.

—Sugiero que tenga cuidado. El idealismo ha hundido más gobiernos que la guerra. Y usted está jugando con fuego.

La Ministra lo miró sin pestañear, pero en su expresión había un aire de triunfo.

—Y usted, Dumbledore, subestima las llamas. Knockturn, después de siglos, tiene ahora un tráfico real de magos comunes que aprovechan los nuevos negocios y trabajan con la Casa de Ed. La misma gente de ese "lugar pútrido" ha denunciado a las mafias. O quizás lo que realmente le enoja es que, en esos arrestos, también nos llevamos a su informante, Mundungus Fletcher.

Dumbledore se quedó en silencio por un instante, su mirada imperturbable, pero la ligera tensión en su mandíbula traicionó su disgusto.

—Que tenga un buen día, Ministra —dijo finalmente, su voz tan suave como el filo de un cuchillo.

Se dio la vuelta y salió de la oficina con la túnica ondeando detrás de él, como la sombra de un rey destronado que se niega a aceptar su caída.

______________________________ 

El bosque de Ebonwilde era casi un segundo hogar para Robert Pevka. Tal vez el único hombre que podía caminar en su espesura sin temor.

Esa tarde no había regresado con los chicos. Quería pensar, y caminar largas distancias lo ayudaba a procesar sus pensamientos.

Los últimos acontecimientos le daban vueltas en la cabeza. Todo aquello era demasiado sospechoso. La cantidad de material roído por las ratas, las mordidas como causa de muerte… le recordaban algo que había visto hace años en Norteamérica.

Rob negó con la cabeza. Tanta magia e intriga lo estaban volviendo paranoico.

—Mira esa puta asquerosa bola de manteca.

Rob se detuvo en seco.

Reconocía esa voz.

Ignorándola, cambió de rumbo. Ya el sol comenzaba a ocultarse y llevaba demasiado tiempo fuera.

—Rob, ven aquí, Rob. No te ofendas.

Se burlo otra voz conocida.

Pero no miró atrás. Se apresuró a casa, sintiendo que los árboles susurraban a su paso.

Cuando llegó, Karen y los cinco niños lo recibieron con rostros preocupados.

—¿Papá, es cierto que van a dormir al tío Remus por comerse a alguien? —preguntó Ross, sin la menor sutileza.

—Nadie va a dormir a nadie, y nadie se ha comido a nadie — “Vivo”, completó en su mente. Pero sus hijos no necesitaban saber eso.

—¿Ves? Te dije que no iban a dormirlo, estúpida—Ross empujó a Mila en el hombro.

—Yo no dije que lo fueran a dormir imbécil. Solo dije que en el mundo mágico duermen a los hombres lobo que se comen a alguien. Y como diablos lo van a dormir si no se ha comido a nadie —refunfuñó Mila, empujándolo de vuelta.

Rob suspiró y se pasó una mano por la cara.

—¡Basta ustedes dos! Nada de empujones y, ¿quién demonios les enseñó a hablar así? ¡Parecen malditos camioneros! ¡Son jodidos niños, maldita sea!

En ese instante, sintió una presencia a su espalda.

No tuvo tiempo de reaccionar antes de recibir un golpe seco en la nuca.

—Robert —la voz de Karen era tranquila, pero implacable— si vuelves a hablar así frente a los niños, te lavaré la boca con jabón y te afeitaré la barba mientras duermes.

Rob se encogió ligeramente de hombros, avergonzado.

—Está bien, me portaré bien —murmuró, dándole un beso a Karen y al pequeño Misha.

—¿Terminó el asunto con los chicos?

—Terminó bien, se resolvió en segundos.

Pero mientras decía esto, deslizó un papel en la mano de su esposa.

"Después te explico. Quédense todos en nuestra habitación y no salgan."

Karen lo leyó y luego lo miró con preocupación. Rob, sin embargo, se rascó el brazo izquierdo: su señal de que estaban siendo vigilados.

Ella sonrió, disimulando, y guardó el papel en su blusa.

—Sueñas si crees que voy a meter helado de tocino en la lista de compras.

—¿Ni siquiera un pequeño gusto para este viejo? —bromeó Rob, rebuscando en la alacena— Karen, ¿sabes dónde dejé esa botella de whisky caro para ocasiones especiales?

—En la segunda alacena —respondió ella y luego miró a los niños— Ross, Tristán, ¿por qué no llevan a Mila y Marcos a un picnic en el cuarto de mamá y papá? Tomen un dulce de la nevera mientras busco el mantel.

Después se giró hacia Rob.

—Vas a festejar con los muchachos, ¿no?

—Solo tomaré una copa en el deshuesadero. Ya tuve suficiente de esos niños para todo el mes.

Rob se puso de pie, le dio un beso en la mejilla y, antes de salir, escondió en su chaqueta una pistola M1911, recuerdo de un viejo compañero mercenario; y la botella de whisky más cara que tenía.

En el deshuesadero, bebió un par de tragos directos de la botella. Después de unas horas, se recostó contra un viejo auto y cerró los ojos.

Esperó.

El único sonido era el viento y, luego, el leve susurro de patas suaves moviéndose en la oscuridad.

Tardó casi una hora en acercarse.

Pero al final, el hijo de perra tomó confianza, dispuesto a beberse su whisky y devorarlo después.

Rob escuchó la risa. Baja, temblorosa.

El sonido de dientes chocando contra el vidrio.

Entonces, se movió.

Le disparó sin dudar a la sombra peluda frente a él.

A sus espaldas, una risa aguda y casi demencial anunció el ataque del segundo.

Rob giró y apretó el gatillo otra vez.

Pero alcanzó a ver tres sombras más huyendo hacia el bosque.

Encendió la luz del patio trasero y vio el cadáver.

Parecía un enorme conejo… solo que su pelaje era áspero, enmarañado, pegajoso con una sustancia oscura y viscosa que despedía un hedor a sangre rancia.

Sus ojos estaban abiertos, demasiado grandes para su rostro, de un amarillo enfermizo.

Movió la cabeza y Rob vio las astas.

Retorcidas como ramas muertas, astilladas y manchadas.

Las había usado no hace mucho para desgarrar la carne del traficante de la cabaña.

La criatura tenía la boca abierta mostrando sus incisivos largos, irregulares, amarillentos y afilados.

Rob olfateó el aire, incluso ahora podía sentir el asqueroso aliento marcado por el hierro de la sangre de la reciente caza.

—Malditos Jackalopes… —susurró Rob— Tenían que ser jodidos conejos come hombres con cuernos. Esto me pasa por juntarme con magos.

Entonces, un disparo sonó dentro de la casa.

Rob corrió.

Entró en el salón para encontrar a Karen sosteniendo una escopeta frente al cuerpo de otro conejo monstruoso.

Distraerlo mientras otro intentaba devorar a su familia. Astutas bestias.

Bestias que imitaban demasiado bien las voces humanas.

Lo sospechó en el bosque, cuando las voces de Sirius y Remus insultaron su barriga cervecera y trataron de llamar su atención.

Los niños miraban a la criatura con fascinación y asco.

Misha lloraba.

Y Karen…

Karen lo miraba con una ceja en alto.

Su expresión decía claramente: "Más te vale explicar esto, Robert Pevka, o dormirás en el deshuesadero toda la semana."

______________________________

¡¡¡Roxanne, you don’t have to put on the red light!!!

La voz desafinada de Víctor resonó por los túneles del Templo de la Avaricia, rebotando en las paredes como un eco infernal. Ellie estaba a punto de volverse loca. De por sí, volver a ese lugar húmedo y oscuro ya era suficiente castigo. Simplemente estar allí le traía recuerdos horribles.

—¡¡¡Those days are over, you don’t have to sell your body to the niiiight!!! —Víctor continuó, ahora acompañado de un baile ridículo.

Ellie apretó los dientes e intentó inhalar profundo, pero el aire era sofocante. No podía culpar a nadie más que a sí misma: prácticamente había obligado a Víctor a dejarla acompañarlo cuando le pidió a Tiny que le permitiera comprobar su teoría sobre el supuesto dios del templo, desaparecido tras la explosión.

Quería enfrentarse al templo. Quería dejarlo atrás.

Pero incluso el aroma de los túneles la transportaba de vuelta a esas pesadillas donde corría sin cesar por el laberinto, una y otra vez, intentando salvar a Ed. Ed, que estaba afuera con los bolsillos llenos de pociones explosivas. Nunca encontraba la salida. Solo oía la explosión. Y luego, la mirada de Ed antes de ser tragado por las llamas.

Las paredes parecían cerrarse sobre ella.

Perdón, es que acabo de ver a Roxanne esta mañana y… bueno, es una prosti llamada Roxanne —dijo Víctor con total naturalidad— Una cosa llevó a la otra y ahora no puedo sacarme la rolita de la cabeza.

Ellie apenas escuchó sus palabras. Sonaban lejanas, como si vinieran de otro mundo. Se recargó en la pared, sintiendo el pánico subirle por la garganta. De pronto, unas manos cálidas apretaron sus hombros.

—Vamos, bonita, canta conmigo —dijo Víctor con una sonrisa calmante— ¡¡¡Roxanne, you don’t have to wear that dress tonight!!!

—Walk the streets… for money… You… don’t care if it’s wrong or if it’s right… —tartamudeó Ellie, tratando de recordar la maldita letra que Víctor no había dejado de cantar una y otra vez.

—Vamos, cariño, un poco más fuerte. ¡¡¡ROXANNE!!!

—¡¡¡Put… on the red light!!! —gritó Ellie, aún temblando.

—¡¡¡Desgañítate, amor, tenemos una acústica chingona!!! ¡¡¡ROXANNE!!!

—¡¡¡YOU DON’T HAVE TO PUT ON THE RED LIGHT!!! —gritó con todas sus fuerzas, expulsando todo lo que tenía dentro.

Cantaron hasta quedarse sin voz, gritando la letra como un par de dementes. La escena era ridícula.

Y, sin embargo, de repente, Ellie ya no temblaba. Sin darse cuenta, estaba llorando… pero ya estaba tan calmada.

Después de un rato, rompió el silencio.

—¿Tú estabas cantando esa estúpida canción para calmarme?

Víctor se encogió de hombros y le guiñó un ojo.

—No lo sé, ¿tú qué crees?

Ellie resopló con una risa ahogada.

—En fin —continuó él, dándole una palmada en la espalda— llevamos un chingomadral de tiempo bajo tierra y solo has tenido un ataque de pánico. Eres una chica muy fuerte.

Cuando llegaron a la habitación donde Simón hablaba con "Dios", Víctor apenas le dedicó una mirada superficial antes de comenzar a examinar las paredes cercanas.

—¿Qué es exactamente lo que buscas? —preguntó Ellie.

—Este cuarto es todo de Simón, el padrecito loco, pero “Dios” necesitaba su propio lugar —respondió Víctor, mientras pasaba los dedos por la superficie de la pared—Quiero decir, planearon un bombardeo, lavaron el coco de esos niños, programaron a Ed… Para eso se necesita tiempo y cercanía. Dios tenía que conocer las costumbres de la iglesia, su forma de hablar. Las sectas tienen su propio idioma; si no lo hablaba, no podría haber engañado a Simón.

Ellie cruzó los brazos, esperando que continuara.

—Era un pinche vato pendejo, sí, pero también un paranoico —añadió Víctor—Un solo error y "Dios" habría pasado de ser un salvador a convertirse en un demonio a los ojos de ese loco.

Sin más explicación, Víctor se transformó en jaguar. Olfateó la habitación, recorriendo el suelo con la nariz pegada al polvo, hasta que de pronto se lanzó contra una pared varias veces. La vibración hizo que parte del revestimiento cayera, dejando al descubierto una puerta de madera cubierta con material que simulaba piedra.

Detrás de ella había una habitación empolvada y oscura.

Víctor volvió a su forma humana y entró junto con Ellie, que conjuró un hechizo de iluminación.

—Maldición, huele a nido de ratas —murmuró Ellie, cubriéndose la nariz con la palma de la mano.

Víctor no respondió. En su lugar, le tocó el hombro y señaló la pared en la esquina de la habitación.

Allí, arañado en la roca una y otra vez, estaba un nombre.

"Severus Snape"

Ellie se acercó, preguntándose quién demonios habría tallado semejante cosa en la piedra. Se inclinó y, al final de una de las “e” de Snape, distinguió un brillo rojizo.

Se quedó helada.

Era una uña. Enterrada en la roca.

Hijo de su pinche madre… —maldijo Víctor.

En el centro de la habitación, una mesa cubierta de polvo también tenía el nombre de Severus Snape tallado en la superficie. Lo mismo en las hojas esparcidas sobre ella. Entre los papeles, había cálculos, listas de ingredientes… y una petición del Ministerio a nombre de Johanna Sax, solicitando una caja de magnesio para flashes de cámaras.

Ellie frunció el ceño.

—Rita siempre se quejaba de que el Ministerio sigue usando cámaras con flashes de magnesio…

Víctor dejó caer los papeles con un resoplido.

—Entonces, además de tener más tornillos sueltos que una fábrica de tonillos, nuestro "Dios" trabaja para el Ministerio… o tiene un amigo ahí dentro. ¿Crees que Rita pueda averiguar quién es Johanna Sax?

Ellie lo miró con una media sonrisa.

—Víctor, eso es como preguntar si en Londres llueve.

Él rió, pero su expresión seguía tensa.

—Bien. Recojamos todo lo que podamos antes de que "Dios" regrese a llevarse su desmadre. Y vámonos de aquí. Ya te torturaste bastante…

Se giró hacia la puerta, suspirando.

—Además, tengo que regresar a casa y preguntarle al loquito del centro quién carajos le tiene tanto cariño.

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Hubiera sido misericordioso si al menos hubiera admitido su error. De todas formas, era solo un traficante, básicamente el lobo hizo labor social. Pero no, el bastardo tuvo que decir: "Es que la barrera no pudo romperse, soy un experto en la barrera". Pendejo. Eso es lo que es ese cabrón.

Severus maldijo mientras tomaba otra margarita en la sala de su casa, acompañado de Lily, Mary McDonald y Capa Gris, que por casualidad estaba en casa de Lily.

El hombre, ya bañado y vestido de forma decente —si es que una capa de lona limpia sobre ropas aceptables podía considerarse decente—, no se veía tan mal. A Severus no terminaba de agradarle, pero era el tipo de hombre que le gustaba a Lily: atractivos, arrogantes y con un sentido del humor extraño.

—Sí, ese cabrón no te merece —bromeó Lily, siguiéndole la corriente.

—Cariño, creo que deberías bajarle un poquito a las margaritas —intervino Mary, quitándole la copa.

—¿Por qué? Solo llevo dos… tragos —respondió Severus, levantando los dedos para contar.

Lily soltó una carcajada.

—Sev, acabas de levantar cinco dedos.

Capa Gris los miró con cierta incomodidad.

—¿Siempre es así?

—Por supuesto que no —respondió Severus— pero necesito algo que frene mi instinto de envenenar al estúpido lobo. Porque lo único que quiero es hacer sufrir a Black… no arruinar por completo su existencia.

—También podrías bajarle un poquito al instinto homicida —comentó Capa Gris con diversión— Podrías asustar a tu… ¿amigo?

—No digas tonterías —gruñó Severus— Él dijo que amaba mis cosas cuestionables. Es más, le ponen mis cosas cuestionables. Y ya le bajé al instinto homicida. No he matado a nadie, a pesar de que muchos lo merecen. Él debería controlarse más. Intentó matarme una vez.

Mary se desternilló de risa contra el tapiz del sillón, golpeándolo varias veces en el proceso.

Severus se quedó en silencio, perdido en sus pensamientos. De repente, sin saber por qué, se puso a llorar y abrazó a Lily.

—Lily, el estúpido perro me intentó matar. Debería odiarlo.

Lily lo miró con curiosidad… y algo más. Algo que Severus no supo interpretar, pero que parecía peligroso.

—Sev, ¿cómo que Sirius intentó matarte?

Severus alzó un dedo tembloroso en señal de silencio.

—Shhh… no puedo decirlo… la anciana se ofende… —susurró en un tono que terminó siendo bastante alto.

Y, sin previo aviso, se dejó caer, estrellándose ruidosamente contra la mesa de café antes de gritar:

—¡No ofendan a la anciana… la anciana es mortal!

Y se quedó dormido con la risa histérica de Mary se fondo.

Severus se despertó solo, acostado en el sillón. Ya era entrada la noche.

Se incorporó con una punzada de resaca y fue a buscar un vaso de agua, pero el sonido del timbre lo hizo detenerse.

Abrió la puerta y se encontró con Sirius Black. Tenía el rostro manchado de sangre.

—Lo siento. Debí haber admitido mi error con la barrera —dijo Sirius, con una expresión extrañamente solemne.

Severus lo miró sin sorprenderse demasiado y arqueó una ceja.

—La oferta de perdonarte con un simple lo siento expiró, Black. Te dije que volvieras cuando lo arreglaras.

Intentó cerrar la puerta en su cara, pero Sirius la detuvo con una mano firme.

—Ya lo arreglé. Mira.

Severus bajó la mirada. En el suelo del pórtico, descansaba la cabeza cercenada de un hombre lobo.

Su corazón dio un salto.

Sirius aprovechó la conmoción para rodearlo con los brazos y abrazarlo con fuerza.

—Sirius… acabas de decapitar a tu mejor amigo.

Sirius solo asintió.

—Lo hice por ti, amor —susurró, mirándolo con devoción.

Severus sintió un calor inusual en el pecho. Nadie nunca se había preocupado tanto por él.

—Nunca nadie… —susurró con ternura.

Sirius lo besó, y Severus se dejó llevar, derritiéndose en el abrazo.

—Sev… —murmuró Sirius contra sus labios.

—Mmm… —Severus solo quería seguir besándolo.

—Sev, despierta.

Severus abrió los ojos.

En lugar de Sirius, encontró a Lily inclinada sobre él, sacudiéndolo para despertarlo.

Maldita sea.

Debió suponer que aquello era demasiado bueno para ser verdad.

—Estaba teniendo el mejor sueño de la vida, Evans, así que será mejor que tengas una muy buena razón para despertarme.

Lily cruzó los brazos.

—Rob llamó. Quiere hablar contigo ahora mismo.

Al escuchar ese nombre, Severus se levantó de un salto como un resorte, tambaleándose hasta su alacena privada para sacar una poción de sobriedad.

Pero en el camino se enredó con sus propios pies y estuvo a punto de estrellarse contra el suelo si no fuera porque Capa Gris lo atrapó en el último segundo.

—Gracias —gruñó Severus, algo avergonzado.

Lily rodó los ojos y le pasó la poción que buscaba. Severus la bebió de un solo trago y, aún con el sabor amargo en la boca, fue directo a contestar el teléfono.

Minutos después, salió de la cocina con una sonrisa emocionada.

—¿Quién quiere ir a cazar un Jackalope?

 

 

Notes:

¿Qué les parecieron los sueños románticos de Sev? Y la inesperada aparición de James usando su identidad secreta... Esto podría salirle increíblemente bien o terriblemente mal. En el próximo capítulo veremos qué estaban haciendo Sirius y Remus mientras Sev se ahogaba en margaritas, la cacería de los conejos gigantes come-humanos y a Vic compartiendo sus sospechas con la familia.

Notas extras (¡Hoy sí hay, y Charlie se puso las pilas!)

Yuppie: Un yuppie (abreviatura de Young Urban Professional o Young Upwardly-mobile Professional) es un término surgido en los EE. UU. en los años 80 para describir a jóvenes profesionales urbanos enfocados en el éxito y el prestigio. Suelen estar asociados con trabajos bien remunerados en sectores como finanzas, tecnología y marketing, además de un estilo de vida basado en el consumo y el estatus social. Un ejemplo famoso de yuppie es Patrick Bateman, protagonista de American Psycho.

Jackalope: Criatura mitológica del folclore norteamericano que mezcla características de un conejo con las de un antílope, ciervo o cabra. Se dice que los jackalopes son astutos, difíciles de atrapar y capaces de imitar la voz humana. Según la leyenda, solo se dejan ver durante tormentas eléctricas.

Curiosamente, la historia del jackalope tiene una posible base científica: el virus del papiloma de Shope, que provoca crecimientos en forma de cuernos en los conejos infectados. (⚠️ Advertencia⚠️: No busquen "papiloma de Shope" en Google si quieren conservar su cordura).

"Roxanne" - The Police: Clásico de 1978 de The Police, incluido en su álbum debut Outlandos d'Amour. Sting la escribió inspirado en una visita a París, donde observó a trabajadoras sexuales en la zona de Place Pigalle. Con el tiempo, la canción se convirtió en un himno del rock y una de las más icónicas de la banda.

La letra de "Roxanne" cuenta la historia de un hombre enamorado de una trabajadora sexual llamada Roxanne, a quien intenta persuadir para que abandone su vida en la calle y esté con él.

 

Chapter 27: La Cacería Salvaje.

Notes:

¡Hola a todos!
Hoy les traigo un capítulo tan extenso que, por desgracia, tuve que dividirlo en dos. Mi intención era que el Sidestory no interrumpiera la narración, pero… lo siento, fracasamos miserablemente. La cosa terminó siendo demasiado larga: 25 páginas y 11,507 palabras.
Por lo menos, espero que lo disfruten. En este capítulo incluí más interacciones entre los personajes, desarrollando nuevas dinámicas de relación. También agregué una pequeña escena con Peter y Marlene para despertar un poco de odio, y me divertí muchísimo escribiendo la cacería de los jackalopes.
Dato curioso: después de escribir este capítulo, me enteré de que en uno de los nuevos juegos de Harry Potter (no sé si Hogwarts Legacy o Mystery) metieron a los jackalopes… ¡y los hicieron gorditos y bonitos! Así que, para fines de la trama, decidí pasarme el canon por el arco del triunfo y aquí tenemos conejos rabiosos come-humanos.
En fin, lean, disfruten y, si les gustó, ¡déjenme un comentario!

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Remus apretó la botella de cerveza entre sus manos, su mirada fija en el líquido ámbar como si ahí pudiera encontrar las respuestas.

—Primero me hizo llevarlo a la cabaña y después me obligó a rastrear pieza por pieza los restos del cadáver —murmuró, con la voz quebrada por el recuerdo— Rob solo necesitaba una parte para exculparme, pero él… él me hizo buscarlos todos. Yo estaba muerto de terror y él solo se puso a recitar, con la voz más fría del mundo, el procedimiento del Ministerio para arrestar hombres lobo salvajes.

Remus rió sin humor, amargamente:

— Si eso no es odiarme, no sé qué diablos es.

Sirius bebió un trago largo de su cerveza antes de contestar.

—No te odia, Remus.

Remus lo miró con incredulidad, casi ofendido.

—Por supuesto que me odia. No viste su cara, Sirius. Se estaba conteniendo para no matarme.

Sirius giró la botella entre los dedos, pensativo.

—No te odia —repitió—No le eres particularmente útil, y lo que hiciste le despertó un recuerdo terrible. Pero sigues vivo, ¿no? Solo le desagradas. Y en realidad, eso es culpa mía…

Su voz se volvió más baja, más oscura:

— Si yo no hubiera sido un estúpido… si no hubiera estado drogado, la Casa de los Gritos nunca habría pasado. Y tú serías la menor de las molestias de Severus. Si quieres culpar a alguien, debería ser a mí. A mí y a James.

Las palabras dejaron un peso en la habitación, una carga vieja pero aún latente. El rostro de Sirius se endureció mientras pronunciaba aquellas frases, como si con cada sílaba se clavara más profundamente un puñal en su propio pecho. Sabía que nunca recibiría el perdón de Severus. No después de la última vez que hablaron de aquello. Algunas cosas simplemente estaban más allá del perdón.

Remus tamborileó los dedos sobre la mesa, luego dejó escapar un suspiro cansado.

—Te ves deprimido —señaló— Yo soy el que debería estar así después de todo lo que pasó, pero eres tú el que parece que su mundo acaba de derrumbarse.

Sirius forzó una sonrisa.

—No puedo volver a casa todavía. Si llego ahora y solo le doy una simple explicación, tal vez esté conforme… pero seguirá resentido. Necesito algo más, algo que pruebe que lo arreglé o, al menos, un regalo lo suficientemente bueno para hacerlo feliz. Quizás si me infiltro en la casa de mis padres pueda robar algún artefacto oscuro interesante. O un buen libro de magia negra.

Remus se llevó una mano a la frente y la frotó con frustración.

—Eso es lo que me molesta, Sirius. —Se inclinó hacia él, con los ojos brillando de irritación— Tienes una maldita fascinación por él. Es como si hubieras reemplazado a James con Snape. Y mira, James resultó ser una persona espantosa, pero Snape es mil veces peor. No entiendo qué diablos te gusta de él. No ha cambiado desde Hogwarts. Todos esos defectos que antes te repugnaban ahora son los que admiras. Podría hacer el veneno más letal o la peor clase de magia y tú lo mirarías con esos malditos ojos de amor.

Sirius se sonrojó, desviando la mirada, como si Remus acabara de arrancarle un secreto que no estaba listo para admitir. Exhaló un largo suspiro y se pasó la mano por el cabello, tratando de darle forma a algo que, en el fondo, ni él mismo comprendía del todo.

—Es porque en Hogwarts era un idiota que no entendía nada —dijo finalmente— Nos enseñaron a ver el mundo en blanco y negro, y yo me lo creí. ¿Y de qué sirvió? No éramos mejores que Severus en la escuela. Fui víctima de muchas cosas, sí, pero también fui un verdugo terrible para muchas más. Fui un verdugo para ti, Remus.

El estómago de Remus se encogió.

—Cuando Severus no me perdonó por la Casa de los Gritos, lo entendí —continuó Sirius, con la voz más baja— Comprendí que era un egoísta por haber esperado tu perdón. Que la única razón por la que te obligaste a dármelo fue porque sabía tu secreto. Y lo peor de todo… es que, con mi estado mental de aquella época, si no lo hubieras hecho, seguramente habría abierto la boca. Después habría hecho un drama y me habría hecho la víctima.

Remus tragó saliva. Sus dedos se apretaron alrededor de la botella, con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

—Incluso después de eso, James y yo seguimos metiéndote en situaciones de las que un Potter o un Black podían salir bien librados. Pero tú no. —Sirius negó con la cabeza, con los ojos ardiendo por las lágrimas contenidas— Un mestizo. Un hombre lobo. Ni siquiera lo pensamos, ni una sola vez. Alimentamos tus ideas de bondad y lealtad solo porque nos convenía. Porque dimos por hecho que era responsabilidad del buen y correcto Remus arreglar cada problema en el que nos metíamos.

Remus dejó caer la cabeza hacia adelante, sus hombros temblando. No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que las lágrimas rodaron por su piel y cayeron sobre la acera.

Sirius lo miró en silencio.

Remus había pasado años atormentándose, culpándose por tener ideas tan horrendas acerca de sus mejores amigos, convenciéndose de que debía soportarlo todo porque era el sensato, el responsable. Siempre creyó que su papel era aguantar.

Remus no se había dado cuenta de cuánto necesitaba escuchar esas palabras hasta que Sirius las pronunció.

—Eres un idiota, Sirius. Un auténtico idiota —sollozó Remus, su voz temblando de rabia y emoción.

Antes de que Sirius pudiera reaccionar, un puño se estrelló contra su hombro, con suficiente fuerza como para hacerlo trastabillar y casi derribarlo contra la piedra fría del pórtico.

Sirius apretó los dientes, se inclinó sobre una rodilla para recuperar el equilibrio y se sacudió el polvo de la chaqueta con movimientos lentos. No se molestó en esquivar ni devolver el golpe. Simplemente volvió a su lugar, de pie frente a Remus, con la misma expresión resignada de antes.

—No espero que me perdones —dijo, con voz firme, pero sin agresividad— Como dije, entiendo que hay cosas que no se pueden perdonar. Pero tenía que sacarlo de mi pecho, porque me estaba torturando el alma. Y porque sé que merecías escucharlo.

Remus respiró hondo, tratando de calmar el torbellino de emociones que lo sacudía por dentro. Su mirada se perdió por un momento en la oscuridad de la noche antes de volver a fijarse en Sirius.

—Sirius… no fuiste el único que usó a los demás —admitió al fin, con una amargura que le sabía a ceniza en la boca—Lo hice yo también. Dejé pasar muchas cosas y acepté otras porque me convenía. Era cómodo ser amigo de los herederos Black y Potter. Muy cómodo.

Sirius entrecerró los ojos, sin decir nada, solo escuchándolo.

—Yo también fui un imbécil —continuó Remus, con la voz más baja—Incluso después de la explosión, me convertí en un estúpido. Creí que mi moral estaba por encima de todos, que yo era mejor porque nunca crucé ciertos límites. Pero no me di cuenta de lo hipócrita que estaba siendo.

Remus soltó una risa rota, llena de autodesprecio.

—"Permití" sus bromas porque eran mis amigos, porque me beneficiaba hacerme de la vista gorda. Pero cuando alguien más usó un simple hechizo oscuro para salvar vidas, no pude soportarlo. Me creí con derecho a juzgar.

Remus miró a Sirius, su expresión endurecida por la comprensión tardía.

—Vic y Rita prácticamente me enseñaron que no sé una miserable nada sobre la vida.

El silencio entre ellos se prolongó, pesado, pero no incómodo. La noche envolvía la escena con su manto oscuro y el aire fresco se filtraba entre las hojas de los árboles, susurrando en la quietud.

Después de unos minutos, Remus fue el primero en romperlo.

—Aun así… no logro comprender lo de Snape.

Sirius, que había estado distraído trazando líneas invisibles en la piedra con la yema de los dedos, se puso rígido. Su rostro se encendió con un rubor repentino, y en un intento torpe por esconderlo, hundió la cara entre sus rodillas.

—¿No vas a dejar el tema, cierto? —murmuró con voz apagada.

Remus, en lugar de responder de inmediato, sonrió con esa gentileza que lo caracterizaba, pero con una chispa traviesa en los ojos.

—No —dijo, disfrutando de la incomodidad de su amigo— Considéralo parte de mi disculpa. Tal vez así empiece a empatizar con Snape.

Sirius soltó un bufido, pero no hubo verdadera molestia en su tono cuando respondió:

—Tienes razón… Sev sigue sabiendo más magia oscura que cualquiera de nuestra generación, su humor es retorcido, y estoy seguro de que tiene una colección de pociones ilegales escondida en alguna parte.

Mientras hablaba, su voz cambió sutilmente. Lo que comenzó como una lista de defectos terminó transformándose en algo completamente distinto. Sus ojos brillaban con intensidad, como si, sin darse cuenta, estuviera describiendo algo precioso en lugar de algo condenable.

—Pero eso es solo la superficie —continuó, casi con reverencia— Es tan apasionado que ama al borde del abismo, y cuando odia… es un enemigo mortal. Pero también es protector. Es el único mago oscuro que usa su arte para salvar vidas. Agotaría su magia en ello sin pensarlo, porque cuando te considera su amigo, daría la vida por ti. Y si te hiere, aunque sea por accidente, lo sentirá mucho más que todo el dolor que pudo haberte causado.

Remus lo observaba en silencio, intentando descifrar la maraña de emociones que se reflejaban en el rostro de su amigo. Pero Sirius no había terminado.

—Él crea sus propios hechizos, y son hermosos, Remus. Su magia es la cosa más perfecta que he visto. Precisa, elegante… avergonzaría a cualquier pretencioso sangre pura. Y su cerebro… —Sirius rió entre dientes, sacudiendo la cabeza como si estuviera perdido en sus propios pensamientos— Su cerebro es la maldita cosa más sexy del mundo. No hay otro como él.

Remus parpadeó. Su boca se abrió ligeramente, procesando lo que acababa de escuchar, y cuando finalmente habló, su tono fue de completa incredulidad.

—¿Sirius… estás enamorado de Snape?

Sirius tragó saliva, como si apenas se diera cuenta de la magnitud de sus propias palabras. Luego, sin atreverse a mirar a Remus, asintió.

—Sí —susurró, su voz cargada de una certeza que no había querido enfrentar — Yo lo amo.

Remus frunció el ceño, observando a Sirius con una mezcla de sorpresa y escepticismo. Se inclinó un poco hacia adelante, como si quisiera asegurarse de que su amigo realmente entendía el peso de lo que acababa de admitir.

—¿Él lo sabe? —preguntó en voz baja, casi como si temiera romper el momento.

Sirius negó lentamente con la cabeza.

—Él y yo… tenemos algo —admitió, con una sonrisa torcida, como si ni él mismo supiera cómo definirlo— Y yo sabía que lo que sentía por Severus era algo profundo, pero… —hizo una pausa, soltando una risa incrédula— Bueno, parece que tú y yo nos acabamos de enterar al mismo tiempo de mis sentimientos por él.

Remus lo miró fijamente por un largo momento, tratando de procesar la confesión. Luego, suspiró y sacudió la cabeza con una sonrisa cansada.

—Merlín, Sirius… nunca haces las cosas a medias, ¿verdad?

Sirius se encogió de hombros, aún un poco aturdido por su propia revelación.

—Supongo que no.

Remus tomó un largo trago de su cerveza y lo dejó reposar en su regazo antes de hablar de nuevo.

—Entonces, ¿qué vas a hacer con esto? —preguntó, su tono era genuinamente curioso.

Sirius apoyó la cabeza contra uno de los pilares de madera del pórtico y cerró los ojos por un momento.

—No tengo ni idea —admitió con una risa seca— Pero conociendo a Severus, si se entera antes de tiempo… probablemente me mate primero y haga preguntas después.

Remus soltó una carcajada.

—Estas perdido, Sirius Black.

Sirius asintió con la cabeza y perdió su mirada en el viento que agitaba las hojas de los árboles, pensando que, si no medía bien sus pasos, su nuevo y torpe primer amor se condenaría para siempre.

El sonido estridente del teléfono rompió el silencio. Remus suspiró y se levantó a contestar. Siendo el único en esa casa que sabía cómo usar un teléfono correctamente.

Tras unos minutos de conversación, colgó y regresó al pórtico, donde Sirius seguía sumido en sus pensamientos. Apoyándose casualmente en el marco de la puerta, lo miró con una expresión difícil de descifrar antes de preguntar con tono despreocupado:

—Sirius, ¿Qué tan feliz estaría Snape si le regalaras un Jackalope?

____________________________

Cuando Severus y compañía llegaron al deshuesadero, se encontraron con una enorme fogata encendida por Rob y su familia. Un aroma inconfundible a carne asada flotaba en el aire. Severus frunció el ceño y se cruzó de brazos, mirando a Rob con incredulidad.

—Rob, no me digas que quemaste los cuerpos. ¿Tienes idea de lo caros y exóticos que son los ingredientes que se pueden extraer de un Jackalope? —espetó, claramente indignado.

Rob apenas le dedicó una mirada indiferente antes de responder con frialdad:

—¿Sabes que, después de muertos, expulsan un gas que enloquece a las personas?

Severus bufó, rodando los ojos.

—Sí, pero si extraes con cuidado la glándula…

—No —lo interrumpió Rob con firmeza— Te he dado mucha libertad porque me caes bien y no tienes planes de destruir el pueblo, pero no voy a permitir que juegues con un Jackalope muerto.

Severus apretó los labios, tratando de contener su frustración.

—Te juro que seré cuidadoso… —insistió, con el tono suplicante de un niño rogando por un juguete.

Rob ni siquiera pestañeó.

—No. Y será mejor que te rindas, muchacho, o te juro que le llamaré a la señora Shapiro.

El rostro de Severus se ensombreció de inmediato y se rindió ante la amenaza yentesca.

Poco después, un elegante Rolls-Royce se detuvo en el deshuesadero, dejando a Víctor en la entrada. El automóvil, que las yentas habían tomado como trofeo de batalla tras el incidente del molino y la niebla, se alejó lentamente mientras Víctor se despedía ruidosamente de la señora Hernández.

Apenas unos segundos después, con un chasquido seco en el aire, Sirius y su hombre lobo aparecieron en el patio. Sirius lo miró de inmediato con algo que se parecía demasiado a una súplica muda, como si esperara permiso para acercarse.

Severus lo ignoró.

No estaba listo para enfrentarlo.

Era estúpido, lo sabía, pero algo dentro de él todavía no podía desprenderse de aquel Severus de Hogwarts, el que se despertó esa mañana con una mezcla de resentimiento y heridas mal cicatrizadas. Sirius bajó la cabeza, comprendiendo la distancia que lo separaba de él, aunque la sombra de la derrota se reflejó en sus ojos.

Por un segundo, Severus se sintió mezquino.

Si el problema hubiera involucrado a cualquier otra persona en esa habitación, salvo Remus Lupin, no habría dudado en deshacerse de un cuerpo. Lily, Sirius… incluso Vic. Para ellos, llevaría la pala con gusto. Pero con el lobo… no.

Se encogió de hombros. De todas formas, no es como si Lupin hubiera aceptado su ayuda.

"Menuda hipocresía. Si realmente fuera un fanático de las reglas, él mismo se habría entregado a Azkaban… las dos veces."

Desvió la mirada, casi sin pensarlo, hacia Sirius. Los dementes cuestionables siempre le habían parecido más tolerables que los buenos paladines como Remus Lupin.

Rob interrumpió los pensamientos de Severus con un fuerte golpe en el capó de uno de los viejos autos del deshuesadero, el sonido metálico resonó en el aire frío de la noche, obligando a todos a prestarle atención.

Severus parpadeó, saliendo de su ensimismamiento, y miró al hombre con una mezcla de irritación y curiosidad.

—Bien, todos presten atención. —La voz de Rob era firme, sin dejar espacio para discusiones— Antes de explicar qué demonios está pasando, voy a dejar unas cosas claras.

Su mirada afilada recorrió al grupo, deteniéndose especialmente en Severus, Sirius, Lily y Víctor.

—Primero. No pueden llevarse ningún Jackalope como objeto de estudio. —Severus sintió la advertencia personalmente dirigida a él y apretó los labios con frustración.

—Segundo. Tampoco pueden salir a cazarlos por su cuenta. —Esta vez, sus ojos se fijaron en Sirius, que le devolvió una sonrisa ladeada, como si ya estuviera planeando hacer exactamente lo contrario.

—Tercero. Las partes del cuerpo también cuentan como llevarse un Jackalope. —El tono de Rob se endureció mientras giraba la cabeza hacia Lily, que levantó las manos con fingida inocencia.

—Y cuarto. Será mejor que no hagan el tonto mientras cazan. —Ahora, su atención cayó sobre Víctor, que le dedicó una gran sonrisa despreocupada.

—¿Yo? ¿Hacer el tonto? Rob, por favor, si soy un niño bueno.

Rob les lanzó una mirada calculadora a Remus, Mary McDonald y Capa Gris, su expresión endurecida por la experiencia de haber lidiado con demasiados problemas en una sola noche.

—En cuanto a ustedes tres… —señaló con la barbilla al trío— Todavía no conozco sus mañas, pero los estaré observando.

Remus solo asintió con resignación.

Mary puso los ojos en blanco y cruzó los brazos.

—Genial, ahora soy sospechosa por asociación.

Capa Gris, por su parte, sonrió con tranquilidad, como si la advertencia no fuera con él.

—No se preocupes, señor. Solo estoy aquí por la experiencia cultural.

Rob bufó con incredulidad antes de volver a centrar su atención en el grupo.

—Bueno, vayamos al grano —dijo, con el tono de alguien que ya había visto demasiado en la vida— Durante una misión en un pequeño pueblo en Wyoming, de la que no daré muchos detalles, me encontré con esas bestias.

Hizo una pausa, dejando que el suspenso pesara en el aire antes de continuar.

—Cual fue mi sorpresa al descubrir que, contrario a las leyendas sobre lindos conejitos bromistas con astas, estas cosas eran monstruos enormes. Antropófagos, de veinte kilos y metro y medio de largo, con cuernos afilados como cuchillas, que usan para embestir a casi cincuenta kilómetros por hora antes de desgarrar a su presa con ellos.

El silencio se hizo espeso en el grupo.

—¿Y dices que hay más de esas cosas aquí? —preguntó Víctor, mirando de reojo la fogata donde ardían los restos de los tres Jackalopes.

Rob sonrió sin humor y soltó un suspiro pesado, su mirada oscureciéndose al recordar.

—Ah, muchacho… No sabes cuánto desearía que la respuesta fuera "no". Pero eso no fue lo peor. Imitaban voces humanas y, de alguna manera, sabían cosas. Usaban tus inseguridades para hacerte pelear con tus compañeros, te engañaban, te atraían a trampas. Eran astutos, demasiado.

El grupo permaneció en silencio mientras Rob se quitaba la gorra y se limpiaba el sudor de la frente con la manga.

—Nos guiaron hasta un granero. De alguna manera, lograron encerrarnos y prenderle fuego.

Severus frunció el ceño, intrigado por el comportamiento inusualmente inteligente de las criaturas. Sirius, en cambio, dejó escapar una risa seca y cruzó los brazos.

—Y yo que me alegraba de no ver uno más allá del libro de Criaturas Mágicas… —comentó con sorna— Por lo que sé, está prohibido sacarlas de América del Norte, porque se reproducen como… bueno, son conejos, ya saben de qué va.

—Son como pirañas, devoran todo a su paso —confirmó Rob, su tono sombrío— Y aún si los matas, hay que quemarlos. Si no, después de un tiempo, despiden un aroma vomitivo que enloquece a las personas.

El silencio se volvió pesado.

—En menos de tres días, todo el pueblo se canibalizó.

Mary se cubrió la boca, horrorizada.

—Cuando los magos finalmente llegaron… Solo quedábamos yo y una anciana que quería hacerme pastel de carne.

Rob soltó una risa amarga, pero nadie más rió.

—Me intentaron borrar la cabeza por tercera vez en mi vida y me abandonaron en una gasolinera en alguna parte de Douglas.

El fuego crujió detrás de ellos, pero el grupo permaneció quieto, asimilando la historia.

—Si creen que lo que dijo Rob es aterrador, uno de esos hijos de perra literalmente royó la barrera de protección de Remus y lo hizo comerse los restos de su reciente cacería, solo para cargarle el muerto —soltó Sirius con seriedad— Es obvio que han estado aquí por días, y la única razón por la que Rob no está muerto es porque ya antes se había enfrentado a esas cosas.

Severus alzó una ceja con interés y miró a Sirius, quien solo hizo un gesto vago, dejándolo con la duda. Si su "lobo mascota" no era el culpable, ¿por qué no había corrido a darle aquella información? Sirius estaba demasiado tranquilo para el adicto a la atención que él sabía que era.

—Bueno, sabemos que son astutos y peligrosos incluso muertos, y que no será fácil deshacernos de ellos —intervino Lily, pensativa— pero… ¿cómo llegó una colonia de conejos asesinos desde Estados Unidos hasta Cokeworth, Inglaterra? ¿No les parece demasiado conveniente?

—Quien haya sido debe tener mucho dinero —respondió Remus— Animales como un Jackalope no son bestias baratas, y mucho menos una colonia entera.

—Entonces esto podría ser otro intento de chingarte por no unirte al lado oscuro, Sev —dijo Víctor con naturalidad— Digo, tú eres el de los enemigos mortífagos peligrosos con recursos.

Severus asintió con frialdad, reprimiendo la irritación que comenzaba a burbujear en su interior. Si en la mañana estaba molesto cuando creyó que todo esto era culpa de Lupin y Black, ahora que la responsabilidad caía sobre él, estaba realmente fastidiado.

¿Eso significaba que debía disculparse con Black? Se supone que eso hacían las parejas, ¿no?

Pero, ¿eran una pareja en primer lugar?

Podría evitar la disculpa escudándose en la falta de nombre de su relación, pero entonces pondría el tema sobre la mesa, y Sirius intentaría darle uno. Y él no estaba preparado para eso.

Suspiró mentalmente. Él y Sirius debieron quedarse en su cómoda relación asimétrica basada en chantaje, así no tendría que pensar en estas cosas.

—Pero para eso tendrían que saber cómo llegar a Cokeworth —señaló Lily, cortando el hilo de los pensamientos de Severus— En el asunto de la poción y los niños, usaron el río para hacerlo. Pero no puedes soltar un montón de Jackalopes a kilómetros de aquí sin que hayan devorado al menos cinco pueblos antes de llegar. Eso llamaría mucho la atención.

—No entiendo —intervino Capa Gris, señalando a Severus— Ese chico tiene enemigos mortífagos, pero por alguna razón no pueden llegar al pueblo.

—Digamos que Cokeworth goza de una protección especial —dijo Severus, sin revelar nada más.

—Nadie que quiera matar a Severus puede encontrar el pueblo o siquiera recordar a Severus —aclaró Lily, de manera superficial.

No mencionó a Darcy.

Estaba bien que consideraran a Capa Gris lo suficientemente agradable como para invitarlo a beber y cazar Jackalopes, pero seguía siendo un hombre que ocultaba descaradamente su identidad. Todavía no estaba listo para participar en los secretos más finos del grupo.

El fuego crepitó a su alrededor, arrojando sombras largas sobre el suelo mientras cada uno asimilaba la situación.

Entonces, Capa Gris rompió el silencio.

—No hace mucho conocí a un traficante que encapsulaba criaturas en objetos usando un hechizo oscuro —dijo pensativo— Las metía en candelabros, espejos… incluso en collares y anillos de diamantes. Las hacía pasar por piedras preciosas y cristales.

Hubo un breve silencio antes de que Víctor palideciera de repente. Se quedó inmóvil por un instante, y luego empezó a maldecir en español con una mezcla de frustración y horror.

Pinche madre… pinche madre, estoy pero si bien pendejo... la cagaste pero si en grande Víctor Hidalgo.

Rob frunció el ceño y lo miró con una amabilidad forzada, aunque su tono no dejaba lugar a discusión.

—Víctor, podrías cambiar de idioma para los presentes.

Víctor se cubrió el rostro con ambas manos, claramente avergonzado. Soltó un suspiro resignado antes de confesar, con un dejo de culpa en la voz:

—¿Recuerdan el broche de diamantes que me regalaron los pinches Malfoy después de mi arresto domiciliario en su casa del terror?

Los demás asintieron, expectantes.

—Bueno… recuerdan que lo tiré en una zanja.

—¿Y? —preguntó Lily, frunciendo el ceño.

Víctor tragó saliva y se removió incómodo antes de añadir:

—Bueno… quizás la zanja estaba en Ebonwilde.

El silencio que siguió fue casi ensordecedor.

Y se rompió con un golpe seco cuando Rob se llevó una mano a la frente y exhaló pesadamente.

—Dime que no estás diciéndome lo que creo que estás diciéndome…

—Vamos, ¿cómo iba a saberlo? —protestó Víctor, levantando las manos en defensa— No tenía idea de que los pinches conejos asesinos del mal venían en presentación diamantes de Tiffany.

 —Aún así fue irresponsable tirar un objeto como eso en cualquier zanja hay un procedimiento para esas cosas—soltó Mary McDonald con incredulidad— ¿Tienes idea del desastre que armaste?

—Fue un accidente—intervino Lily, cruzándose de brazos con firmeza— Estamos de acuerdo en que como extranjero no es fácil que sepa si hay un procedimiento, y aún si lo supiera; si los Malfoy se enteraban de que Víctor entregó su regalo al ministerio, entonces hubiera estado perdido y causaría un conflicto internacional.

—Vamos, Rob, Vic es familia. Cometió un error, intentó deshacerse de la maldita cosa, nadie podría haber previsto esto —dijo Sirius en tono conciliador.

—No, pero concuerdo con Mary, fue algo bastante irresponsable —bufó Capa Gris— ¿Tirar en una zanja un posible artefacto oscuro?

—Estaba siendo encarcelado por los Malfoy, en caso de que lo hayas olvidado —intervino Sirius, lanzándole una mirada gélida— No podía rechazar la maldita cosa como si la hubiera comprado en una feria de baratijas. Además, siendo un squib seguir conservándolo sería como guardar una bomba de tiempo.

—No olvidemos que todo esto pasó porque Víctor se sacrificó por nosotros ese día —intervino Severus, con su expresión pétrea, pero su voz afilada como una navaja— Todos aquí sabemos lo peligrosos que son los Malfoy. Hasta ahora son los únicos que han logrado tocar Cokeworth dos veces.

—Eso no lo hace menos tonto —gruñó Rob— ¡Maldición, Severus! Nos metió en la situación más jodida en la historia de Cokeworth, y eso incluye cuando al molino se le ocurrió intentar procesar plutonio y tu estúpida niebla.

—Por supuesto que es una situación jodida —respondió Severus con calma imperturbable— Pero echarle la culpa a Víctor no nos hará deshacernos de los Jackalopes más rápido, si pudiste perdonarnos a Lily y a mí por llenar a Cokeworth de niebla venenosa puedes perdonar a Víctor.

—¡Gracias! —exclamó Víctor, señalando a Severus como si hubiera dicho lo obvio.

—Tampoco le da un pase libre por haber sido un idiota, si esas cosas se reproducen estamos perdidos—disparó Mary— Lo mínimo que podría hacer es admitirlo.

—¡Lo admito! ¡Soy un pendejo! ¡La cagué! ¿Contentos? —gruñó Víctor— Pero enfocarnos en mi pendejez no nos llevará a ningún lado.

—Tienes razón, no lo hará —se adelantó Sirius, cruzándose de brazos y mirando a Rob con seriedad— Así que, ¿podemos dejar de lado la cacería de brujas… squib, en este caso, y concentrarnos en el problema real?

Rob apretó los dientes y sacudió la cabeza, conteniéndose visiblemente de decir algo más fuerte.

—Bien. Pero cuando todo esto termine, tú, Víctor, me comprarás una botella de whisky… y prepárate, porque vas a trabajar tan duro para arreglar esto que te dolerá el trasero por un mes de tanto que voy a patearlo. Mi familia casi fue devorada por esas cosas.

Víctor bajó la cabeza y levantó las manos en señal de tregua.

—Trato hecho.

—Bien —murmuró Rob— Ahora volvamos a la maldita caza.

____________________________

La taberna en Ottery St. Catchpole era un lugar oscuro y decadente, con vigas de madera ennegrecidas por el tiempo y el humo de incontables cigarrillos. El aire estaba impregnado de un olor a cerveza rancia, whisky de fuego y algo más, una mezcla de humedad y viejos hechizos olvidados. Las mesas estaban rayadas con iniciales talladas por generaciones de magos y brujas que habían pasado por allí, buscando refugio en su anonimato. Esa noche, el lugar estaba casi vacío, con solo un par de magos borrachos tirados en la barra y un elfo doméstico limpiando los restos de una pelea anterior.

Marlene estaba sentada en una de las mesas más apartadas como si estuviera en un maldito salón de lujo. Aunque fingía indiferencia, Peter sabía que la atmósfera del lugar la incomodaba. Marlene podía intentar parecer una mujer compleja y distinta a las demás, pero en el fondo, era la peor clase de estereotipo.

Deseaba un matrimonio, una familia e hijos. La única diferencia era que apuntaba alto; un buen apellido, un estatus envidiable, algo que hiciera a otras mujeres como ella mirarla con admiración y resentimiento. Así fue como terminó obsesionada con Sirius Black, un hombre débil con un linaje de élite, tan desesperado por encajar en el estándar de la normalidad que se aferraría a cualquiera. Por un momento, Peter creyó que ella tendría éxito, incluso con el detalle que pasó por alto. Lo que no esperaba era que su plan fracasara de manera tan catastrófica.

—Hola, ¿ahogando tus penas en alcohol? —preguntó Peter con sorna, señalando el vaso de whisky de fuego frente a ella. Sabía que Marlene siempre lo pedía para aparentar dureza, pero nunca lo bebía porque no toleraba el alcohol— No deberías preocuparte por él, siempre habrá una recaída con Sirius Black. Esta será una buena, porque piensa que puede salir del hoyo. En cuanto ofenda a la perfecta y estricta Lily Evans, el bastardo grasiento lo echará de su territorio. Solo espero que sea lo suficientemente sensato para irse con el bebé.

—No me preocupo mucho por él —respondió Marlene, haciendo un gesto con la mano como si el asunto le resultara irrelevante— Solo estoy esperando su próxima explosión para que vuelva.

Peter no se tragó su actuación. La duda era evidente en su mirada, y sabía que si Dumbledore no veía resultados pronto, sus ambiciones terminarían en la basura. Era tan triste como ver un ave orgullosa porque su jaula era más grande que la de las otras.

—Bueno, traigo algo para que no te aburras. El jefe quiere que seas su espía para algo importante. No es lo tuyo, porque se trata de hacerte muy buena amiga de ciertas mujeres, pero si lo haces bien, puede que siga apoyando tus planes.

Marlene lo miró como si fuera un gusano. No le importó. Estaba acostumbrado a esas miradas, y al final, todos terminaban tragándose sus palabras.

—¿En serio quiere que juegue a tomar el té y hablar de lo último en Corazón de Bruja…?

—¡Basta! —espetó Peter, perdiendo la paciencia— ¿Quieres seguir siendo una molestia en el costado de Dumbledore o vas a hacer lo que te pide? Porque si fallas en esto, quedarás tan fuera como Sirius de la Orden y tendrás que valértelas por ti misma.

Marlene entrecerró los ojos, desafiante, pero finalmente levantó las manos en señal de rendición.

—Bien. ¿Qué quiere que haga?

Peter lanzó discretamente un hechizo protector alrededor de ellos, aunque el lugar estaba prácticamente muerto.

—Hay un grupo de mujeres que está moviendo su propia agenda mientras el mundo mágico está en guerra. Se hacen llamar la “Sociedad de Damas del Jardín”. Están investigando un secreto importante y, si llega a revelarse, podría costarnos la guerra. Tu misión es averiguar quiénes son y, sobre todo, descubrir cuál de ellas es un espía dentro de la Orden del Fénix.

Marlene soltó una risa desdeñosa.

—No será difícil. Dame tres días. Seguro que solo son un grupo de amateurs jugando a sentirse importantes. No es como si con la guerra cada persona en el mundo mágico no tuviera su propia agenda secreta.

—Eso esperamos —advirtió Peter, inclinándose un poco sobre la mesa— porque si el secreto se revela, todo se irá al diablo… incluida tu propia agenda secreta.

Marlene no respondió de inmediato, pero Peter pudo ver en su mirada que el mensaje había llegado. Manipularla siempre era fácil; solo había que agitarle la zanahoria imaginaria que eran sus inocentes sueños en la cara.

—En fin, mientras más rápido termine esto, podré seguir con lo mío —respondió Marlene, fingiendo desinterés, aunque su mirada ya estaba cargada de preocupación.

Peter la observó con atención, midiendo sus siguientes palabras.

—Deberías hacerle caso a Dumbledore y cambiar a Sirius por James, ahora que sus dos candidatas están desaparecidas. Le caes bien a Euphemia, ¿no es así?

Marlene esbozó una sonrisa retorcida.

—Quizás me gustan más los chicos malos.

Peter se dio una palmada en la frente. Estaba claro que Marlene no veía más allá de su orgullo herido. Si quería encaminarla, tendría que soltar el detalle que, en su estupidez, había pasado por alto. No era la esposa que él hubiera elegido para James, pero la familia McKinnon tenía peso y ella estaba a su nivel, mucho mejor que las dos sabandijas con las que Dumbledore pretendía emparejarlo, no es como si realmente se fuera a casar con él pero sería un paso para que James curara su corazón herido y pasara a buscar parejas más dignas de él.

—Sabes que Sirius es gay, ¿verdad? —soltó con frialdad— Incluso si te casas con él, hay bastantes posibilidades de que nunca tengas ese heredero Black que tanto deseas.

Marlene parpadeó, incrédula.

—No digas estupideces. Recuerda que fui su novia en Hogwarts. No hay manera de que sea gay.

Peter bufó con sorna.

—¿Y qué tan lejos llegaste con él? Pregunta a todas sus exnovias. Siempre primera y segunda base, nunca un home run… pero le escribía poemas de "mejor amigo" a Remus y James. Y lo que sea que haya tenido con… con… el bastardo grasiento ese tuvo más fuego que todas sus relaciones juntas.

—¡Deja de mentir! —espetó Marlene, ofendida. Su rostro estaba rojo de furia mientras lanzaba su intacto vaso de whisky de fuego al suelo, a los pies de Peter —Esto nos para nada gracioso, le diré a James como hablas de su mejor amigo.

Él ni siquiera pestañeó.

—Si eso es lo que quieres creer… pero él me lo contó todo en medio de uno de sus ataques de locura. Hazme caso, escoge a James.

Le dedicó una sonrisa perversa antes de darse la vuelta y salir de la taberna, dejando a Marlene en shock en medio del bar vacío.

____________________________

James nunca pensó que su primera vez en Cokeworth lo enfrentaría a tantas cosas a la vez. Al principio, había considerado ir por su cuenta, recordando la reprimenda de Tiny por quedarse en un lugar seguro llorando por Lily en lugar de buscarla.

Pensó en presentarse como él mismo, pero se encontró con Lily y Mary trabajando de voluntarias en el refugio. Se había corrido la voz de que Tiny intentaba enviar a treinta niños a Hogwarts y estaba impartiendo clases en el refugio. James vio en eso una oportunidad para comenzar a deshacerse de las ideas preconcebidas que había arrastrado durante años y fue como su personaje de Capa Gris.

Al final, se ofreció a acompañar a las chicas a casa y, de alguna manera, terminó enredado en aquella extraña reunión con margaritas, donde vio una nueva faceta de Snape… y aun más de Lily. En realidad, con cada minuto que pasaba ahí, descubría algo nuevo sobre ella y se arrepentía de haber usado su identidad secreta. Pero si hubiera ido como James Potter, lo más probable era que lo hubieran echado a patadas y se habría perdido todo aquello.

"Eso te va a explotar en la cara, James Potter", pensó mientras caminaba junto a Snape, Víctor, Lily y Mary por el bosque, buscando el prendedor en la zona donde Víctor lo había dejado.

La oscuridad complicaba la búsqueda, pero afortunadamente Rob les había proporcionado un juego de linternas potentes para no desperdiciar magia en hechizos de iluminación.

—Esto me recuerda a Hogwarts. ¿Te acuerdas, Sev? Cuando nos atraparon en la sección prohibida y nos hicieron ayudar a Hagrid con esas feas crías desplumadas de jobberknoll.

—Todo fue aburrido… hasta las acromántulas —gruñó Snape.

Lily soltó una risa mientras tropezaba ligeramente con el terreno irregular.

—Un clásico de Hogwarts —dijo con nostalgia.

Snape rodó los ojos y replicó con ironía:

—Lamento no compartir lindos recuerdos contigo. Entre la comunidad sangre pura de Slytherin pateándome el trasero dentro de la casa, Gryffindor haciéndolo afuera y mis padres en casa… es un milagro que siga respirando.

Se quedó pensativo por un segundo antes de añadir:

—Pensándolo bien, es un milagro aún mayor que siquiera haya tenido la fortuna… o desgracia de pasarle mis genes a alguien.

James frunció el ceño, confundido por el comentario. Siempre había asumido que Snape contaba con el respaldo de su casa. Ni siquiera sabía por qué lo había pensado, pero al recordarlo, se dio cuenta de que nunca hubo consecuencias por molestarlo. Hubo un par de veces en las que incluso creyó que los padres de Snape intervendrían por el trato que recibía su hijo, pero eso nunca pasó.

Debería haberle parecido extraño, pero simplemente lo hizo a un lado cuando Dumbledore sugirió que un chico como Snape era demasiado orgulloso para llorar con sus padres. Qué estúpido había sido. Aunque todavía no entendía por qué Dumbledore le había dicho algo así… Tal vez simplemente no conocía la situación de Snape. El hombre siempre estaba ocupado en asuntos demasiado importantes, y las pocas veces que hablaron de Snape, fue de manera superficial.

—Es gracioso, ¿no? —intervino Mary— Es como lo que hablábamos ayer, Lily.

James trastabilló cuando una raíz salida le hizo perder el equilibrio. El terreno de Ebonwilde era traicionero; raíces gruesas emergían del suelo, agujeros inesperados acechaban entre la hierba, y grandes piedras aparecían de la nada, haciendo que tropezaran o se golpearan los dedos de los pies con molesto y doloroso estruendo.

—Ah, sí, sobre lo de sobrevivir a Hogwarts… —Lily meditó un momento.

—¿Sobrevivir? Ni que fuera la selva o algo así —preguntó Víctor con curiosidad.

—Verás —explicó Mary— aparte de frikis psicópatas como Lily y Severus, y los cuatro monos en óxido nitroso de Gryffindor —conocidos como James, Sirius, Remus y Peter— conozco personas normales y aburridas que, en teoría, no se metieron en problemas en Hogwarts. Vivieron una vida sin drama, sin guerras de casas ni bullying extremo. Y aun así, todos ellos, a veces en broma y a veces muy en serio, hablaban de cómo “sobrevivieron” a Hogwarts.

Hizo comillas en el aire con los dedos antes de continuar:

—Incluso todos dicen que, cuando salieron, sintieron un alivio enorme, como si…

—Como si un enorme peso se levantara de tus hombros —completó Severus en un murmullo de asombro.

—¡Exacto! —señaló Mary con entusiasmo— Una amiga de Hufflepuff incluso dijo que lloró tres días completos después de que se graduó, y eso que ni siquiera estuvo en medio de la guerra de casas ni recuerda nada particularmente traumático. ¿No es una locura?

—Eso no es nada, a mí me dio un lapsus de risa histérica y luego lloré y después me escondí una semana debajo de las sábanas, a mi madre casi le dio un ataque— Lily contó como si fuera algo memorable.

—Sabes que eso no es ni un poquito normal, ¿verdad? —dijo Víctor, mirándola como si se le hubiera zafado un tornillo.

—¿No? —preguntó Lily, mientras los demás lo observaban con extrañeza.

—No. Mi hermano el grande quería regresar a su escuela de magia después de graduarse, mis primas lloraron un poco por nostalgia, pero nada fuera de lo común. Créanme, tengo familia que ha ido a casi todas las escuelas de magia del mundo, menos Hogwarts, porque no acepta intercambios extranjeros, y Durmstrang, porque son medio mamones con lo de la sangre.

Se cruzó de brazos y miró a los demás con gravedad antes de añadir:

—Y les juro por mi mamacita que me patería el culo si sabe que juro por ella, que nadie... nadie… énfasis en el nadie, sale de su escuela de magia sintiéndose así, a menos que haya pasado por algo realmente jodido.

Todos se quedaron en silencio, incapaces de procesarlo. James no podía creerlo. Pero al pensarlo, recordó que, después de la emoción y los festejos de su salida de Hogwarts, hubo varios días en los que se sintió cansado e irritable. Casi se había peleado a golpes con su padre y apenas habló durante dos semanas.

Incluso ahora, no se sentía del todo cómodo hablando de Hogwarts y no entendía por qué. Estaba seguro de que había sido él quien mejor se la pasó allí. Sin embargo, desde que salió, se había obsesionado con demostrar que ya no pertenecía a ese lugar.

"Ya no estamos en Hogwarts."

Lo repetía una y otra vez como un loro.

La tensión se rompió de golpe cuando un sonido seco llamó la atención de todos y, de repente, Víctor desapareció en la oscuridad.

—¡Estoy bien, sigo vivo! —gritó el moreno, pero enseguida se escucharon ruidos de una pelea, seguidos de una maldición— ¡Hijo de su pinche madre!

Después, un rugido estremeció el aire, seguido de un chillido agudo, una risa desquiciada y varias voces idénticas a la de Víctor repitiendo en eco:

Hijo de su pinche madre... pinche madre... sigo vivo...

—¡Víctor, transfórmate! Y si eres tú, apaga y enciende la lámpara —ordenó James, con la varita lista.

—¡Aquí estoy, Capita! —gritó Víctor, encendiendo y apagando la lámpara.

—No es cierto, estoy aquí atrás —dijo otra voz idéntica a la suya, proveniente de la oscuridad.

Aquí... aquí... pinche madre... —cacarearon varias voces, burlándose.

El grupo se reunió rápidamente y avanzó con cautela hacia donde Víctor hacía señales. Lo encontraron a medio camino, con una mordida enorme en el brazo que le hacía sangrar, la boca y la camisa manchadas de rojo.

—Estoy seguro de que le arranqué una oreja —jadeó Víctor, sujetándose la herida mientras Lily le lanzaba un hechizo curativo— El cabrón me habló con la voz de mi abuela y me dijo "michito", como ella me dice... Rob tenía razón, esas madres saben cosas.

—¿No viste cuántos eran? —preguntó Snape.

—Con mis ojos de jaguar vi dos, pero escuché más —explicó Víctor mientras Mary le lanzaba un hechizo de limpieza— Cuando soy un animal, puedo distinguir sus voces y verlos mejor. Por cierto, encontré el broche.

Víctor mostró el broche de diamantes; tenía forma de medialuna, pero la mitad estaba cubierta de diminutos agujeros irregulares, como si algo los hubiera corroído desde dentro. En cada cavidad oscura quedaban rastros de un líquido amarillento y seco, acumulado en los bordes como costras antiguas. Parecía una superficie enferma, plagada de cráteres supurantes que habían estallado en un patrón inquietante, como si algo vivo hubiera dejado su huella antes de desaparecer. James sintió un escalofrío y, sin darse cuenta, se rascó el brazo. Aquella visión había despertado su tripofobia.

—Ocho hoyos... —murmuró Snape, analizando el objeto— Si esto es lo que creo, con los tres que mató Rob quedan cinco conejos infernales.

Le lanzó un hechizo de protección al broche y lo guardó en su chaqueta. En ese momento, una voz femenina susurró desde la oscuridad:

Principito...

Snape se puso pálido. Luego, rojo de ira. Su mano se crispó alrededor de la varita y, sin pensarlo, se lanzó hacia la espesura.

—Voy a matar a esos hijos de perra.

Víctor reaccionó al instante y lo sujetó por los brazos, deteniéndolo con esfuerzo.

—Tranquilo, carnal. Respira hondo, no puedes irte así como así... Tienes un bebé en casa, ¿recuerdas?

Snape apretó los puños con fuerza y cerró los ojos, intentando calmarse.

—Esos cabrones nos van a sacar hasta lo que no —continuó Víctor con el ceño fruncido— Prepárense para que sepamos “todo” de todos.

James sintió un escalofrío de terror. Si descubrían su verdadera identidad, estaba muerto y enterrado.

La voz de la mujer volvió a susurrar desde las sombras:

Principito...

Snape levantó la varita y lanzó un hechizo con voz áspera:

Muffliato.

El susurro se desvaneció y las voces se convirtieron en un zumbido lejano.

—Así nadie sabe nada de nadie —murmuró Snape, con la mirada oscura— Son mis amigos, pero no quiero que sepan qué tan sucios son realmente mis trapos sucios.

James exhaló aliviado. Por un instante, tuvo el raro impulso de abrazar a Snape, pero el otro no se veía bien. Estaba pálido, enfermo, con los labios apretados como si contuviera las náuseas.

—De todas formas, ya tenemos el broche —dijo Lily con decisión— Aparezcámonos en el punto de reunión y salgamos de aquí. Es obvio que estamos rodeados, y no creo que sea buena idea pelear con ellos cuando claramente ya tienen un plan... y quizás hasta trampas.

Todos asintieron. Mary tomó a Víctor del brazo y, uno a uno, desaparecieron con un crack, regresando al deshuesadero, donde los demás los esperaban.

____________________________

Una camioneta oscura se detuvo en la penumbra de la noche, sus faros apagados. Sirius y Remus la observaban desde la distancia recomendada por Rob, conscientes de que cualquier movimiento en falso podría atraer la atención equivocada.

Apenas se abrieron las puertas del vehículo, dos hombres descendieron con la rapidez de quienes han hecho esto muchas veces antes. Sin intercambiar palabras, comenzaron a bajar varias cajas con movimientos precisos. Otros dos, en cambio, se quedaron en posición, atentos a su entorno, escudriñando la oscuridad con mirada alerta.

Cuando la última caja fue descargada, la camioneta arrancó sin encender siquiera los faros. Solo cuando el sonido del motor se desvaneció en la distancia, Sirius miró a Remus y le asintió.

Los dos esperaron un momento más para asegurarse de que los hombres se hubieran ido y, en cuanto el camino quedó despejado, avanzaron con sigilo. Se acercaron a las cajas, sin tocar nada, inspeccionando su contenido en la penumbra.

—Bueno —murmuró Remus— espero que valga la pena el riesgo.

Sirius solo gruñó en respuesta y le ayudó a cargar la primera caja.

Una vez fuera del alcance de miradas indiscretas, Sirius y Remus levitaron las cajas hasta el cobertizo que Severus usaba como laboratorio de pociones.

—Bien, Rob, ¿ahora sí podemos saber qué hay en estas cajas? ¿O al menos si contienen algo que pueda volar todo el pueblo por los aires? —preguntó Sirius, con una mezcla de curiosidad y preocupación.

Rob sonrió con diversión mientras abría una de las cajas bajo la atenta mirada de Remus y Sirius.

—No sé si pueda hacer estallar Cokeworth —respondió— nunca he tenido tantas juntas.

Con un movimiento cuidadoso, sacó una botella enorme de licor con la etiqueta Everclear.

—Les presento el Everclear de 190 grados —anunció con tono teatral— Esta belleza es ilegal en toda la isla, tiene un 95% de alcohol por volumen, y hay que tratarla con cariño porque es altamente inflamable… y, bueno, puede matar a cualquiera que no le tenga el debido respeto.

Colocó la botella con sumo cuidado sobre una de las mesas de trabajo de Severus.

—Se supone que debería usarse como ingrediente para otras bebidas, pero siempre hay algún imbécil que se cree muy macho y lo bebe solo… terminando con una intoxicación etílica mortal.

Sirius miró la botella con los ojos bien abiertos.

—Es enorme.

—No es fácil conseguir la presentación de medio galón —presumió Rob, cruzándose de brazos— Tuve que mover varias influencias para traer estas bellezas.

Sonrió con malicia antes de añadir:

—Estoy seguro de que los conejos infernales sabrán apreciarlo.

Remus miró la cantidad de cajas con expresión incrédula y preguntó, dubitativo:

—¿Piensas embriagar a los jackalopes?

Rob asintió con seriedad antes de gruñir:

—Se supone que ustedes son los magos.

Sacó otra botella de Everclear de una caja y la sostuvo en alto.

—La forma tradicional de atrapar un jackalope adulto es con una botella de buen alcohol, ya sea un whiskey o ron de bañera fuerte, y al menos cinco hombres valientes armados con escopetas… o tres magos competentes.

Sirius levantó una ceja.

—¿En serio?

Rob asintió y continuó:

—El jackalope se bebe la botella entera y queda medio tonto. Eso reduce su astucia lo suficiente para que puedas hechizarlo… o dispararle entre los ojos, dependiendo de quién lo cace. Luego, quemas el resto.

Hizo una pausa antes de añadir, con una mueca:

—Díganme que en su prestigiosa escuela de magia les enseñan esto. Se supone que el muggle aquí soy yo.

—Nos enseñan que los jackalopes son horrendos conejos asesinos, que no hay que meterse con ellos y que no deberían estar aquí, se supone que existen leyes muy estrictas que prohíben su entrada al país porque no tienen depredadores en Europa. Así que no es necesario saber más sobre ellos —explicó Sirius, rodando los ojos.

En ese momento, Víctor entró acompañado del grupo que había salido en busca del broche.

—Encontramos el broche, todos estamos vivos y completos, salvo por una mordida que me dio una de esas cosas… pero se la regresé el doble, así que todo bien y bonito, jefe —anunció Víctor con orgullo.

—Tomando en cuenta que estabas arreglando tu propio error, estuviste bien… pero no esperes palmadas en la cabeza, muchacho —dijo Rob mientras abría las cajas con un cuchillo y revisaba que no hubiera botellas rotas.

Víctor se puso rojo de vergüenza y, gruñón, se defendió:

—No es mi culpa que los Malfoy estuvieran bien pinches locos y me dieran semejante cosa. ¡Por San Belcebú! Se supone que son ingleses, ¿y todavía no se saben las consecuencias de meter conejos ilegales en una isla? ¿Que no aprendieron nada de Australia?

Sirius soltó una carcajada ante el comentario, mientras Remus se frotaba la sien con exasperación.

—Ni siquiera sé por qué hicieron eso. No es como si supieran que somos amigos. A lo mucho, dirían que conozco a Tiny, y apenas hace poco se enteraron de que el calvito y el fifí son amigos —siguió desahogándose Víctor.

—Es posible que simplemente quisieran vengarse por haber sido obligados a atender a un squib como si fuera un invitado importante, sin poder hacer nada que causara un conflicto internacional —dijo Severus con frialdad tomando una de las botellas con curiosidad— Ser devorado por una colonia de jackalopes salidos de quién sabe dónde no es algo que se pudiera rastrear directamente a los Malfoy. Incluso podrían haberlo usado para acusarte de tráfico ilegal de criaturas y traerle problemas a tu familia.

Lily intervino en ese momento, pensativa:

—Aun así, es algo extremo, ¿no creen? No tenían idea de dónde vive Víctor. Con su mentalidad de magos, al menos debieron suponer que vivía en Knockturn o en Ottery. Para este momento, los jackalopes podrían haberse comido indiscriminadamente Knockturn y el Callejón Diagon, o peor aún, una gran parte de Ottery, sin que nadie se enterara, simplemente por la distancia entre las casas. Sé que son mortífagos, pero no creo que el asesinato sin un fin político ayude a su causa.

—Lily tiene razón. No creo que el Señor Tenebroso esté enterado de esto. ¿Cómo puede gobernar el mundo mágico si no hay mundo mágico que gobernar? —sugirió Severus.

Remus frunció el ceño, pero fue Capa Gris quien habló:

—¿Señor Tenebroso? No es así como le dicen sus seguidores.

—Viví con su club de fans durante siete años de mi vida —respondió Severus con indiferencia— No podía llamarlo de otra manera sin arriesgarme a que alguien me ahogara con mi propia almohada y lo barriera bajo la alfombra. Un chico pobre de Cokeworth, sin influencia ni padres que lo respaldaran… No es como si a alguien le hubiera importado menos si dejaba de existir en este mundo.

Sirius se mordió el labio. No podía decir en voz alta que él sí lo hubiera extrañado. Aun en medio de su locura y las drogas, Severus había sido el centro de toda su obsesión. Quizás incluso habría terminado muerto sin él. El simple hecho de imaginar un mundo sin Severus lo estaba destrozando.

Lily se encogió de hombros y dijo:

—Igual podrías decirle Vol…

—¡No!

Mary y Severus gritaron al mismo tiempo.

—No me digan que creen en esa tontería de que su nombre está maldito. Dumbledore me lo confirmó: solo es una superstición para asustar —se burló Lily.

—No puedo creer que no sepan, ¿estás segura que Dumbledore dijo eso?— dijo Mary preocupada.

—Su nombre está maldito —confirmó Severus con seriedad— Le puso un hechizo tabú. Lo escuché de su propia boca en una de sus reuniones, cuando intentaron reclutarme… antes de Darcy. ¿Por qué crees que insisten tanto en matarme?

—Eso… no puede ser… —balbuceó Sirius, desconcertado— Me acostumbré a no decir su nombre porque a la gente de Knockturn no le gusta que lo haga, pero…

—Quizás no lo parezca porque ninguno de su grupo especial ha resultado herido todavía, pero si alguien lo ha pronunciado, ten por seguro que en este momento ellos saben dónde vive cada miembro del grupo de Dumbledore, su rutina, los lugares en los que se reúnen… Y están planeando una masacre como advertencia para el mundo mágico.

—Sev, ¿estás seguro? —preguntó Sirius con preocupación.

—Ellos no me ocultaron muchas cosas porque estaban seguros de que me uniría. En cierta forma, entiendo por qué Dumbledore querría que los espíe, pero de ninguna manera haría algo tan estúpido teniendo a Darcy a mi cargo.

—Ten… tienen que avisar a su grupo lo más rápido posible —dijo Capa Gris, trastabillando.

—Sev, usaré tu red Flu —anunció Lily.

Snape asintió y, sin más, salió del cobertizo. Un instante después, solo quedó el sonido de su aparición en el aire.

___________________________

Rob los guió casi hasta el centro del bosque de Ebonwilde sin decir mucho. Cada uno llevaba varias botellas en una maleta; no se arriesgaron a reducirlas mágicamente por temor a que explotaran o a que las propiedades del alcohol cambiaran.

—Los jackalopes son como las cucarachas; cuando ves uno, significa que hay muchos más haciendo una fiesta detrás —explicó Rob mientras avanzaba con paso seguro en la oscuridad— Los que visitaron mi casa eran crías. Las envían como carnada y distracción. No habría tenido oportunidad contra tres jackalopes adultos. Pero a esos cabrones les gusta jugar con la comida… al menos cuando tienen reservas. Por un momento pensé que no habían tocado el pueblo, pero se han estado dando un festín. El problema es que esa carne en particular puede hacerlos aún más peligrosos.

—Déjame adivinar… se están dando un banquete con las colonias de adictos de Ebonwilde y, de paso, con unos cuantos traficantes —dijo Severus con cinismo.

—Exactamente —confirmó Rob, deteniéndose en un páramo en medio del bosque y comenzando a desempacar.

—¿Estás diciendo que esas bestias no solo están sueltas, sino también drogadas? —preguntó Sirius, incrédulo, sacando de su mochila una alberca inflable adornada con patitos— La señora Petrov definitivamente me mandará a un psiquiátrico si alguna vez le cuento que fui a cazar conejos drogadictos come-humanos.

—Las vueltas que da la vida, fifí —se quejó Víctor mientras sacaba las botellas de Everclear de su propia mochila y las acomodaba con cuidado sobre el césped— Yo pensé que vendría aquí a conocer gente punk buena ondita, no a un montón de magos locos en medio de una guerra secreta… y mucho menos a cazar conejos drogadictos come-humanos.

—Que tú liberaste —remarcó Mary McDonald, sacando su propia provisión de botellas.

—Oye, soy un buen Víctor comparado con Lyls y el loquito del centro que gasearon toda Cokeworth con su proyecto fallido de escuela.

—¿Ellos hicieron qué? —preguntó Capa Gris, incrédulo.

—Es una larga historia. Entre el motín, inventar una poción para despertar niños en un ciclo de terrores nocturnos sin los permisos necesarios, romper el Estatuto Secreto, infiltrarse en un hospital, divorciarme al día siguiente y celebrar el Boxing Day con un día de retraso… tardaríamos un montón en contar todo —dijo Lily como si fuera lo más normal del mundo.

—Un día muy ajetreado —comentó Capa Gris con asombro.

—Ni te lo imaginas. Pero fue chido lo de las abuelitas secuestradoras y el Rolls Royce —añadió Víctor con una sonrisa nostálgica.

—Ustedes nunca se aburren, ¿verdad? —intervino Remus Lupin.

—Bienvenido a Cokeworth, Remusin —respondió Víctor con una sonrisa traviesa.

Mientras ellos hablaban, Severus apuntó su varita a la alberca y la infló con un hechizo. Luego lanzó un par de encantamientos de resistencia para evitar que se rompiera cuando los jackalopes se abalanzaran sobre ella.

Justo cuando iba a darse la vuelta para seguir trabajando, Sirius lo tomó por la manga de su gabardina, deteniéndolo.

—¿Puedo ir a verte cuando todo esto acabe? —susurró, mirándolo con súplica.

Severus vaciló un instante antes de responder:

—Está bien… — y luego, con una leve resistencia, añadió— Si lo haces bien aquí.

Sirius sonrió, acariciando discretamente su muñeca.

—No te arrepentirás, Sev —susurró antes de alejarse para vaciar las botellas en la alberca, con una renovada energía que casi parecía infantil.

Severus intentó no sonrojarse y se obligó a centrarse en el plan. Vertió unas cinco botellas de su versión mejorada del Filtro de los Muertos en Vida en la mezcla. Al principio había considerado usar veneno, pero Rob advirtió que los jackalopes eran buenos detectándolo. Si lo olían, se enfurecerían, y eso solo haría que desperdiciaran la bebida.

Cuando la piscina estuvo llena con la poción y la mortal combinación de Everclear, todos se escondieron en la oscuridad, esperando.

Entonces, el sonido de ramas crujiendo y hojas quebrándose rompió el silencio. Se hacía cada vez más fuerte… cada vez más cercano…

Y de repente, un hombre apareció corriendo entre los árboles, completamente aterrorizado.

Su ropa estaba sucia, manchada de sangre y tierra. Se veía demacrado. Y apestaba.

—¿Quién diablos son ustedes? —balbuceó, sacando un cuchillo con manos temblorosas— Tú… tú… ¡yo te conozco!

Señaló a Rob con el filo, su pulso descontrolado haciendo que la hoja vibrara en el aire.

—Si me conoces, sabrías que no deberías amenazarme, imbécil —espetó Rob— ¿Qué pasó con Paul?

El hombre soltó una carcajada histérica antes de romper en sollozos.

—Paul está muerto. Todos están muertos. Nos acorralaron en las cabañas… sin comida, sin agua… solo alcohol y un montón de nuestra mercancía. No podíamos dormir. Cuando lo hacíamos, ellos se llevaban a uno. Entonces escuchábamos los gritos… y esos malditos hocicos tragaban… y tragaban… y tragaban… ¡Y LOS GRITOS! ¡LOS MALDITOS GRITOS!

El hombre se desplomó sobre la tierra, llorando y gritando como un alma en pena.

Severus sintió su pecho oprimirse. Miró a su alrededor; todos estaban pálidos, paralizados. En ese momento, la realidad de lo que estaban enfrentando cayó sobre ellos como un ladrillo. Aquello no sería coser y cantar como habían imaginado, eso iba a ser una masacre.

—Prepárense, muchachos. Ese imbécil no pudo haber escapado solo… es una carnada —advirtió Rob.

Todos se tensaron de inmediato, alzando sus varitas o asegurando sus armas.

Severus observó al hombre retorciéndose en el suelo. No podía compadecerse de él. Era un traficante, alguien que, probablemente, había cometido actos atroces aprovechando el anonimato de Ebonwilde. Solo era otro desgraciado al que el karma había alcanzado… de una manera particularmente cruel.

El hombre volvió a levantar el cuchillo, su mirada desquiciada clavándose en Rob.

—¡Tú! ¡Tú debiste haber mandado esas cosas! Se lo dije a Paul, le dije que no te dejara vivir después de que volaste nuestro viejo cuartel… pero él hizo esa estúpida tregua. ¡Sabía que eras un maldito brujo!

Rob soltó una risa seca y negó con la cabeza.

—Lo siento, amigo, pero soy tan humano como tú —dijo con calma, antes de hacer un leve gesto hacia Severus— Ahora, mi amigo aquí sí es un brujo.

Snape no dudó. Alzó la varita con un movimiento seco.

—Stupefy.

El hombre cayó al suelo como un saco de piedras, inconsciente.

En ese momento, las voces comenzaron a susurrar entre los arbustos.

—Ya vienen —advirtió Rob— Recuerden, no hablen. Si escucho una voz de quien sea, asumiré que son ellos y no dudaré en disparar.

Los demás asintieron y se dividieron en dos grupos. Sirius y Víctor liderarían en su forma animal, gracias a su capacidad para ver en la oscuridad y distinguir las voces de los jackalopes de las humanas.

Afortunadamente, Rob y Severus conocían código Morse y lo usarían para enviarse mensajes: uno encendiendo y apagando su linterna, y el otro lanzando haces de luz con su varita, para evitar ser confundidos con las voces de los Jackalopes.

Así, formaron los equipos: Rob, Lily y Remus irían con Víctor al frente, mientras que Severus, Capa Gris y Mary seguirían a Sirius.

Se alejaron lentamente del hombre inconsciente, manteniéndose alerta. De pronto, el estruendo de algo corriendo con la fuerza de una estampida de elefantes retumbó en el silencioso bosque.

Un enorme conejo astado emergió de entre la maleza, su piel sucia, sus ojos inyectados en sangre y sus dientes amarillos. De un solo salto aterrizó en medio del grupo, atrapando al traficante con sus astas negras y lanzándolo por los aires como si fuera una muñeca de trapo. Luego, con una mordida brutal en el cuello, lo dejó sangrando en el suelo, girando la cabeza hacia ellos con una expresión burlona y dejando escapar una carcajada maniaca.

El jackalope bajó la cabeza, listo para atacar, pero su nariz tembló al captar un nuevo olor. Olfateó el aire un par de veces y, como si de pronto se hubiera olvidado de su presa, corrió hacia la piscina inflable llena de alcohol y comenzó a beber con desesperación, soltando jadeos entrecortados y de vez en cuando, riendo como un lunático.

Rob encendió y apagó su linterna para enviar el mensaje a Severus: esperen. Snape captó la señal y, con un gesto de la mano, transmitió la orden al resto del grupo. No debían precipitarse. Tenían que dejarlos embriagarse antes de actuar; de lo contrario, solo los enfurecerían.

Poco después, otros tres jackalopes llegaron a saciar su sed en la piscina. Uno de ellos tomó al hombre moribundo del suelo y le dio un mordisco, como si fuera un simple aperitivo para acompañar su trago. La sangre manchó el líquido transparente del alcohol, pero las criaturas siguieron bebiendo, indiferentes.

Capa Gris hizo un ademán para saltar y ayudar al hombre, pero Severus lo sujetó firmemente del hombro y negó con la cabeza en un gesto amenazante.

—Ya estaba muerto antes de que lo dejaran escapar. No arruines esto por un traficante —susurró con frialdad.

Capa Gris lo miró con duda, pero poco a poco su cuerpo se relajó y, con resignación, volvió renuente a su puesto.

Lo que siguió fue aterrador en muchos niveles. A veces, los conejos les lanzaban miradas directas y reían, sabiendo perfectamente que estaban ahí. Otras veces, simplemente volvían a morder al hombre, alimentándose de él con una lentitud macabra. El hierro de la sangre fresca impregnó el aire, volviéndolo denso y nauseabundo.

Remus lanzó un par de arcadas, mientras que Mary mantenía la mirada fija en el suelo, negándose a presenciar la escena. Incluso Capa Gris temblaba bajo su capucha. Los únicos que parecían mantenerse firmes eran Rob, Severus y Lily, cuyos rostros permanecían inexpresivos, indiferentes al horror que se desarrollaba ante ellos.

De repente, uno de los jackalopes corrió directamente hacia el grupo de Rob y trató de morder a Remus. Sin embargo, Víctor reaccionó antes de que el ataque se concretara: en un parpadeo, interceptó a la criatura con un feroz zarpazo.

En su forma animal, Víctor irradiaba una presencia peligrosa y letal. Se movía de un lado a otro con un andar sigiloso, protegiendo a su grupo, y de vez en cuando gruñía, enseñando sus afilados colmillos bajo la pálida luz de la luna.

Sirius no se quedó atrás. Transformado en un enorme perro negro, parecía un emisario de la muerte. Cuando el jackalope cambió de objetivo y se lanzó contra el grupo de Severus, el animago aprovechó el momento y se prendió de su oreja con una mordida brutal, sacudiendo la cabeza con fiereza para inmovilizar a la bestia.

El jackalope, sin embargo, reaccionó con la misma rapidez. De una potente patada, lanzó a Sirius al suelo, aunque este logró arrancarle un pedazo de carne en el proceso. Inmediatamente, el perro se levantó, gruñendo con furia, y volvió a montar guardia junto a su grupo, la espuma de la rabia burbujeando en su hocico.

El jackalope soltó una risa distorsionada y, con una voz escalofriantemente familiar, habló con el tono de Walburga Black:

—Te gusta arrastrarte como un perro, Sirius Black… pero no eres diferente a mamá… Te gusta repartir dolor, igual que mami… Un día matarás a tu mami, y te gustará.

Rió otra vez, un sonido espeluznante que resonó entre los árboles como un eco enfermizo.

Sirius gruñó con más fuerza, su cuerpo entero temblando de ira, listo para lanzarse sobre la criatura y destrozarla. Pero antes de que pudiera moverse, Severus colocó una mano firme en su cuello, sujetándolo con la suficiente presión para frenarlo. Sabía que si Sirius atacaba de nuevo, los demás jackalopes aprovecharían la distracción para cazarlo y comerlo como al traficante que ahora solo era restos de carne informe.

—No caigas en su juego —susurró Severus con gravedad, sus ojos clavados en el animal que aún sonreía con malicia.

Otro de los jackalopes se separó de la piscina tambaleándose y soltando carcajadas. De repente, se lanzó contra el grupo de Rob. A pesar de su evidente mareo, logró esquivar al jaguar de Víctor con apenas un rasguño.

Con la mandíbula abierta y una velocidad sorprendente, la criatura se abalanzó sobre Lily. No hubo tiempo de sacar la varita. Por un segundo, Severus pensó en Lily y en el bebé. Su corazón se detuvo.

Pero antes de que el jackalope pudiera alcanzarla, un rayo brotó de uno de los brazaletes de Lily, impactando de lleno a la criatura y arrojándola varios metros hacia atrás.

Severus le lanzó una mirada interrogante. Lily, con una leve sonrisa, movió los labios sin emitir sonido: runas. Luego señaló a Mary McDonald, que estaba justo al lado de Severus quien le levantó un pulgar con confianza.

Severus casi rió, aliviado. Era obvio que Lily se había preparado para proteger al niño en su vientre. Aun así, algo no cuadraba. ¿Por qué demonios nadie le había dicho que se quedara atrás? Siempre estaban pendientes de su estado, y ahora, de repente, todos lo habían ignorado.

Eso era sospechoso. Muy sospechoso.

Y solo había una persona en el grupo con el talento y la falta de escrúpulos suficiente para hacer que los demás olvidaran su estado sin que nadie se diera cuenta de lo que estaba pasando.

Severus entornó los ojos, su expresión se tornó fría.

Definitivamente, tendría una conversación con Lily Evans cuando todo esto terminara.

Rob lanzó con su linterna la señal para iniciar el plan.

Ambos grupos se dispersaron entre la espesura de los árboles de Ebonwilde, separando a los jackalopes. A pesar de estar ebrios, seguían siendo increíblemente ágiles. Severus no podía evitar pensar en todas las veces que podrían haber muerto si esas criaturas no estuvieran jugando con ellos.

Principito, estoy ardiendo... sálvame, por favor. Me estoy quemando... me estoy quemando... estoy ardiendo con tu padre en el infierno…

La voz resonó en el bosque como un lamento espectral.

Sirius golpeó la mano de Severus con su hocico, sacándolo de su trance. Severus gruñó, maldiciendo su momentánea distracción. Definitivamente, tendría que disculparse con él cuando todo esto terminara.

De pronto, Capa Gris exhaló un gemido ahogado y salió corriendo hacia el interior del bosque.

—¡No! —intentó llamarlo Mary, pero ya era tarde.

Severus y ella solo pudieron observar impotentes cómo su silueta desaparecía entre los árboles sin poder hacer nada para detenerlo.

En ese instante, uno de los jackalopes se lanzó sobre ellos. Erró el ataque y se estrelló de lleno contra un árbol. Sirius aprovechó el momento y se abalanzó sobre la criatura, clavando sus dientes en uno de sus ojos inyectados en sangre.

Mary conjuró un Diffindo, abriendo una herida en el costado del animal. Se preparaba para lanzar otro hechizo cuando Severus se adelantó, conjurando un Sectumsempra que dejó profundos cortes en la piel de la bestia.

El jackalope, enloquecido por el dolor, lanzó a Sirius por los aires con una patada. El animago rodó por el suelo, aturdido, pero logró incorporarse tambaleante… y escupió el ojo del animal.

La criatura soltó una carcajada espeluznante, bajó la cabeza y apuntó sus astas en su dirección.

Se preparaba para embestir.

___________________________

James no podía creer lo que veía.

Lily corría a través del bosque, su silueta apenas visible entre la oscuridad y las sombras de los árboles. Sin pensarlo, él corrió tras ella, el corazón martilleándole en el pecho.

¿Cómo pudo olvidarlo?

Lily estaba embarazada de su hijo.

Intentó alcanzarla, llamarla, pero ella corría más y más rápido, alejándose como un espejismo que nunca lograba tocar.

De pronto, el suelo cedió bajo sus pies.

Cayó en un hoyo profundo y, antes de que pudiera reaccionar, una voz familiar resonó desde arriba:

—Has caído en una trampa, Jamie... niño tonto.

La voz sonaba exactamente como la de su madre, con una ternura engañosa que le heló la sangre.

Un jackalope asomó su cabeza sobre el borde del agujero, su boca deformada en una mueca burlona.

 

 

 

 

 

 

 

 

Notes:

En fin, aquí nos quedamos.Comprobando que James está muy menso, Sirius y Remus tuvieron una conversación de corazón a corazón, y Peter continúa peleando con Dumbledore por el puesto del personaje más odiado.
Mientras tanto, hay un montón de misterios sin resolver… y también un montón de jackalopes ebrios y rabiosos.
Lo siento por dejarlo aquí, pero nos vemos en el segundo Sidestory y en el próximo episodio.

Aclaraciones
(Hoy hay bastantes, gracias, Charlie, como siempre, porque esta sección no existiría sin ti).
Plagas de conejos en Australia: Los conejos fueron introducidos en Australia en 1859 para la caza recreativa. Sin embargo, se reprodujeron rápidamente y se convirtieron en una plaga que devastó la vegetación y afectó a las especies nativas. Hasta la actualidad, la plaga de conejos no ha sido completamente controlada.
Dato curioso: se introdujo el zorro rojo para reducir la población de conejos, pero la estrategia tuvo consecuencias desastrosas. En lugar de enfocarse solo en los conejos, los zorros comenzaron a depredar especies nativas, lo que arruinó aún más la biodiversidad local.

La Cacería Salvaje: En la mitología y el folclore europeo, la Cacería Salvaje es un fenómeno legendario descrito como una frenética persecución llevada a cabo por cazadores espectrales o sobrenaturales. Esta procesión suele estar liderada por un personaje carismático, que puede ser un dios, un héroe legendario o incluso el diablo, dependiendo del relato.
Se creía que presagiaba desgracias como guerras, plagas o muertes. Aquellos que se cruzaban con la cacería podían ser arrastrados al inframundo o marcados con mala suerte. Sin embargo, en algunas historias, quienes ayudaban a los cazadores podían recibir favores o regalos.

Everclear: Es una marca de alcohol rectificado producida por la empresa estadounidense Luxco. Se elabora a partir de cereales y se embotella en diferentes concentraciones: 60%, 75.5%, 94.5% y 95% de alcohol por volumen (120, 151, 189 y 190 grados respectivamente).
Debido a su altísimo contenido alcohólico, Everclear tiene una reputación notoria en la cultura popular. La versión de 190 grados está prohibida en varios estados de EE.UU., lo que llevó a Luxco a vender una versión de 189 grados. Además, su importación es ilegal en muchos países, especialmente en el caso de la botella de medio galón con 190 grados de alcohol.

Chapter 28: Sidestory II ¿Qué voy a recordar?

Notes:

¡He aquí el segundo Sidestory! Me pidieron algo de Flora y aquí lo tienen.
A diferencia del anterior, que no fue canon, este sí lo es y contiene una revelación importante para la historia... y quizás una bomba para quienes no lo vieron venir.
Espero que les guste. Traigan pañuelos, porque van a llorar.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

Olías a vainilla, a tierra húmeda, a tormenta. Me hacías desear la aventura. Escribías poemas en las mesas de los escritorios, y yo respondía con dibujos tontos.

Tu sonrisa tenía vida, y tus ojos escondían travesuras. Decir que eras mágica era poco; tú eras la magia. Éramos jóvenes, teníamos sueños. Mi primer y último amor.

 

Flora: ¿Qué voy a recordar?
¿Qué voy a olvidar?
Cuando esta vida llegué al final y se haya ido

¿Qué voy a lamentar?
Si mañana no despierto ¿qué pasará...?

Mi amanecer o mi ocaso

 

Nos pasábamos notas por debajo de la mesa. Bailábamos swing en la sala común. Eras mi mundo.

 

Cuando te arrebataron el futuro, mi mundo se quedó sin horizonte.
Cuando te encerraron en la oscuridad, mi mundo se quedó sin sol.
Cuando apagaron tu espíritu, mi mundo se quedó sin alma.
Cuando te mataron en vida, mi mundo también murió.

 

Flora, mi Flora. Una flor en el jardín, creada para una sola razón; dejar una semilla y morir.

Éramos tan jóvenes cuando soñábamos con una casa en el campo y un jardín, con criar abejas y desayunar tostadas con miel y té negro cada mañana.

 

Flora: Si yo nunca hubiera nacido

Si yo nunca muriera

¿Tendría algo de importancia?

¿Qué debo decidir?

 

Mi corazón está roto ahora, no puedo amar a nadie”, me dijiste, sentada en esa cama de hospital donde vive lo que queda de ti y de mí.

 

Me llamaste Ruiseñor, y como en el cuento, hubiera dado cada gota de mi sangre hasta morir, solo para entregártela. Me llenaba de orgullo pensar que podía hacerlo. Nunca imaginé que, al final, terminarías desechada y rota, igual que aquella historia.


¿Será que nos maldije cuando te regalé ese libro de cuentos de Oscar Wilde aquella tarde de verano?

 

Flora, ¿tengo derecho a pedirte que vivas? No… solo soy una persona egoísta que se pudre entre estas paredes y se aferra a ti.

 

Flora: Siempre imaginé que significaba algo para alguien

Si no así, por lo menos lo intenté.

Cuando mi cuerpo sufre

Cuando respirar es doloroso

¿Es realmente una locura pensar…?

Pensar en que debo quebrar estas cadenas.

 

Ahora solo quedan recuerdos llenos de culpa. Somos ruinas, Flora.


¿Dónde está nuestro final feliz?


¿Dónde lo dejamos?


Busco en libros, en flores, en las cartas que nos fueron arrebatadas y encerradas con llave en un cajón, los remanentes de nuestra historia.


Esperábamos tanto, soñábamos con todo… y al final, no queda nada de lo que fuimos.

 

¿Por qué seguimos viviendo si a nadie le importamos?


Somos voces vacías.


Fantasmas en la nada.

Flora: ¿El futuro es mío?

Dios sabe que tengo un pasado

¿Dónde está mi segundo capítulo?

O será el primero y también el ultimo.

 

Hoy hay un bebé en mi casa. Me duele que se parezca a Flint y, aun así, lo cuido religiosamente, todos los días. Me mira con tanto amor, sin saber que sus risas me hieren, que sus abrazos son la muerte, porque solo pienso en la mujer que lo dio a luz y que ahora está lejos, encerrada e inútil después de cumplir su deber.

 

Flora, me duele vivir.


Cada mañana me despierto deseando que sea mi último día.


Quizás es un castigo de los dioses seguir respirando.


Quizás viva incluso más que tú.


A veces, cuando me miras con esos ojos tan lejanos, siento que ya lo estoy haciendo.

 

Flora: ¿Mi historia termina si me quedo dormida?

¿Alguien me encontraría?

¿Alguien lloraría?

No puedo ni pretendo darle importancia.

Pero las canciones que nunca cantaré…

 

¿Vale la pena respirar un día más sin ti?


Intento convencerme de que cada acción mía tiene sentido.


De que lo hago por lo poco que nos queda.


Para dejar un futuro en el que se sepa la verdad.


Para que a ellos les duela como nos dolió a nosotras.

 

Hoy James trajo a una chica.


Después de años evitando, con sangre y sufrimiento, el nacimiento de otra flor, él simplemente la trajo.
Su nombre es Lily.


Ella me va a odiar.


Haré que le duela.


Haré que sangre.


Se irá, azotará la puerta… pero escapará de este infierno.

 

Ninguna flor volverá a crecer en este jardín.

 

Flora: Bueno, eso significa algo

Euphemia: Sí… eso significa algo.

 

Notes:

¿Alguien se esperaba la revelación final? Estoy segura de que quedaron muchas dudas, pero no se preocupen, pronto tendrán respuestas. Las Damas del Jardín tienen su propio arco, así que todavía hay mucho por descubrir.
En fin, espero que les haya gustado. Nos vemos en el próximo capítulo.

Por cierto, hay otra versión de esta historia desde el punto de vista de Flora en Wattpad. Al parecer, en ambas plataformas me pidieron la misma historia, pero como la idea era hacer algo exclusivo para cada lugar, hice dos versiones. No es necesario leer ambas, ya que contienen la misma información, y si algo se me pasó, lo abordaré más adelante en su propio arco.

La canción es de Emilie Autum What Will I Remember:
What will I remember?
What will I forget?
When this life is ending, and gone
What will I regret?
If tomorrow I don't wake up, what happens?
My sunrise, or sunset?
If I never were born
If I never died
Would it even matter at all?
What should I decide?
I always imagined I'd mean something to someone
If I won't, 'least I tried
When my body suffers
When to breath is pain
Is it really madness to think
Think of breaking this chain?
Is the future mine?
God knows I have a past
Where's my second chapter?
Or will the first also be my last?
Is my story over
If I fall asleep?
Would anybody find me?
And would anybody weep?
I can't even pretend I care
But songs I'll never sing
Well, that means something
Yes, that means something

Chapter 29: Herne el cazador.

Notes:

¡Hola a todos! Antes que nada, una disculpa por la tardanza. He estado un poco mal de salud y no puedo pasar demasiado tiempo sentada, así que el poco tiempo que tengo lo he dedicado al trabajo… y a escribir la segunda parte.

Por esa misma razón, he estado haciendo home office y no he podido coordinarme bien con Charlie, lo que ha arruinado por completo nuestros tiempos.

Me encantaría decir que la espera ha terminado, pero la verdad es que pronto me someteré a una operación, y eso probablemente también afectará el ritmo de publicación. Aun así, les pido un poquito más de paciencia. El proyecto sigue en pie y estamos trabajando con muchas ganas para sacarlo adelante.

Y ahora sí, ¡a lo bueno!

Les traemos la última parte de la cacería de Jackalopes, tenemos a Severus montando a caballo, un vistazo al pasado de Víctor, un paseo por la mente de Lily y el desmadre habitual.

Esperamos que lo disfruten muchísimo, y no olviden dejarnos un poco de amor en los comentarios.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

 

—¡¿Qué demonios?! —gritó Remus, observando con incredulidad cómo el Jackalope se levantaba después de recibir el impacto de la bala de la Kalashnikov de Robert Pevka.

Víctor, en su forma de jaguar, había desgarrado su cuerpo, y aun así, la criatura seguía dispuesta a embestir al grupo.

Remus lanzó un Diffindo, tratando de mutilarle una de las patas, pero solo logró abrirle la piel.

—¡Estoy harta! —exclamó Lily, apuntando con su varita antes de gritar— ¡Bombarda Maxima!

La explosión dejó un enorme hoyo en el suelo y esparció restos carbonizados del conejo, que aún luchaba por moverse.

Remus aprovechó el momento para conjurar fuego y reducir lo que quedaba a cenizas.

—Ahora entiendo por qué se necesitan tres magos expertos para matarlos —suspiró Remus, agotado, mientras Lily se acomodaba el cabello y Rob recargaba su arma.

—En realidad, debería ser más fácil, según lo que recuerdo —comentó Rob— Pero si tomamos en cuenta que su última cena fue un grupo de traficantes drogados con su propio producto… están tan colocados que ni deben sentir la mitad de lo que les hacemos.

Un gruñido de Víctor advirtió que otro de los Jackalopes se movía entre la espesura.

Rob, liderando el camino junto a Víctor, hizo una señal para que los demás lo siguieran.

______________________________

El Jackalope, cubierto de sangre y con la piel hecha girones, se lanzó contra Mary y Severus, quienes apenas lograron esquivarlo, arrojándose fuera del camino de la bestia.

Severus maldijo en silencio y se preparó para lanzar otro hechizo cuando el animal, soltando una carcajada espeluznante en la oscuridad, giró y corrió de nuevo hacia ellos.

Sirius, en su forma de perro, se abalanzó contra la criatura, clavando sus colmillos en su carne, pero el Jackalope lo arrastró consigo mientras seguía corriendo.

Justo cuando Severus alzaba su varita, el animal se desplomó sobre Sirius en medio del bosque, finalmente vencido por la pérdida de sangre. El perro apenas logró arrastrarse fuera de debajo del cuerpo y sacudirse, aturdido.

—¡Incendio! —gritó Mary, lanzando el hechizo antes de que Severus pudiera acercarse al cadáver.

Severus le lanzó una mirada molesta al cuerpo calcinado, pero Mary simplemente rodó los ojos.

—Rob dijo que no te dejara acercarte a los cuerpos —explicó con un suspiro de fastidio.

En ese momento, notaron la luz de la linterna de Rob enviando un mensaje en código morse.

—Los tres que quedan van al norte —interpretó Severus.

—¿Pero qué hacemos con Capa Gris? —preguntó Mary, visiblemente preocupada.

—Esperar encontrarlo en el camino con vida. No sé por qué razón se separó, pero no podemos darnos el lujo de buscarlo. Si nos separamos del grupo, podríamos caer en una trampa —respondió Severus con frialdad.

Mary asintió, y Sirius ladró, en señal de acuerdo y se adentraron en la profundidad del bosque.

______________________________

James despertó bruscamente en una cabaña que no reconocía. Su cuerpo dolía con cada movimiento: tenía los brazos cubiertos de moretones, arañazos profundos en la espalda y una punzada punzante en el hombro, justo donde recordaba —con horror— una mordida. Más allá de ese recuerdo confuso, solo tenía la vaga impresión de haber sido arrastrado a través de un terreno pedregoso y empinado, como si algo o alguien se lo hubiera llevado a rastras sin cuidado.

El aire era denso, putrefacto. Una mezcla nauseabunda de sangre seca, excremento y moho se colaba por sus fosas nasales apenas respiró. Las arcadas llegaron al instante, obligándolo a apoyarse contra la pared astillada para no vomitar.

Avanzó con pasos torpes, tanteando en la oscuridad mientras rogaba no encontrar... algo. Cualquier cosa que pudiera ser útil. Y sin embargo, cada rincón que exploraba lo empujaba más hacia el abismo de la desesperación. En un rincón, bolsas plásticas salpicadas de sangre formaban una pila desordenada. Algunas estaban vacías, otras contenían restos viscosos de lo que parecían ser drogas muggles. Demasiadas. Era como si alguien —o algo— hubiera estado usándolas sin control, o quizás obligando a otros a hacerlo. Para un adicto, aquello sería una trampa mortal.

Se asomó por la ventana, buscando cualquier signo de escape. Nada. Ni rastro del jackalope. Ni un alma. Solo árboles oscuros, inmóviles, y la niebla que comenzaba a espesar, como si la noche se estuviera cerrando sobre la cabaña.

Decidido a salir, empujó la puerta y se encontró en lo que quedaba de un aserradero antiguo. El viento arrastraba el olor a óxido y carne podrida. Dio un paso... y tropezó. Miró hacia abajo.

Un fémur humano, blanqueado por el sol y mordisqueado por pequeños dientes.

El corazón le dio un vuelco.

Esa había sido la guarida de los traficantes y los jackalopes los habían devorado, desgarrado hasta dejar solo huesos y silencio.

Caminó adentro del aserradero que se extendía frente a él como el esqueleto podrido de una bestia. Las estructuras de madera estaban astilladas, vencidas por el tiempo y cubiertas de moho verdoso. Las láminas oxidadas del techo colgaban como cuchillas, crujiendo suavemente con cada ráfaga de viento. A su alrededor, el aire estaba impregnado de serrín húmedo y sangre rancia, como si el lugar aún recordara el eco de gritos y motores chirriantes.

Las antiguas sierras circulares seguían ahí, oxidadas y manchadas, detenidas en mitad de su último corte. Algunas aún estaban incrustadas en troncos partidos, como si el trabajo hubiera sido abandonado de un momento a otro. El suelo estaba cubierto de virutas de madera, pero también de algo más oscuro, pegajoso, que se adhería a las suelas como lodo: sangre vieja mezclada con restos de carne descompuesta.

Había marcas en las paredes. No grafitis, sino garabatos desesperados hechos con uñas, cuchillos o cualquier cosa afilada. Palabras a medio escribir, pidiendo ayuda. Más allá, pilas de huesos humanos y animales se alzaban como monumentos grotescos al olvido, amontonados en esquinas donde la luz apenas alcanzaba.

En una zona más alejada, una vieja grúa oxidada colgaba de una viga. De su gancho pendía una cadena manchada, balanceándose levemente.

Todo el lugar parecía latir. Como si el aserradero no estuviera realmente vacío, sino dormido... esperando.

Y James, parado en medio de ese campo de ruinas y muerte, comprendió que no debió perseguir a Lily de manera tan imprudente y que estaba bastante perdido.

Repentinamente, de entre la oscuridad, la susodicha emergió cubierta de sangre, tambaleándose hacia él con los ojos desorbitados.

—¡James, ayúdame! ¡Me duele! ¡El niño! —gritó con una voz rota, desgarradora— ¡Ese monstruo se comió a nuestro hijo!

Por un instante, su instinto fue correr hacia ella. Pero algo no encajaba. Ella no debía reconocerlo, ni llamarlo por su nombre . Entonces, James desvió la mirada hacia una vieja sierra oxidada que colgaba del techo. Su reflejo delató la alucinación: aún conservaba el glamour de “Capa Gris”.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Dio un paso atrás, ignorando el dolor que le atravesaba el pecho mientras los gritos de la falsa Lily se transformaban en alaridos inhumanos.

Fue entonces cuando la tierra tembló bajo sus pies, como si algo monstruoso se despertara debajo. Con un crujido sordo, un Jackalope del tamaño de una vaca irrumpió en escena. De su frente sobresalía un tercer ojo amarillento que lo miraba todo con hambre insaciable. El monstruo abrió las fauces y se lanzó hacia él con un rugido.

James apenas alcanzó a desaparecer, apareciendo unos metros a la izquierda, justo a tiempo para ver cómo la criatura embestía y mordía una banda transportadora. El chirrido del metal desgarrado se mezcló con el crujido seco de un tronco partido en dos, como si fuera una rama frágil atrapada entre colmillos gigantescos.

El aire se impregnó del hedor espeso de sangre, óxido y carne quemada, mientras el Jackalope alzaba la cabeza, masticando con deleite los restos de madera y metal. Una sonrisa torcida y antinatural se dibujó en su rostro deformado, como si disfrutara del caos que provocaba. James retrocedió, el corazón golpeándole el pecho con fuerza. Tenía que volver con el grupo, ya. Si no los advertía sobre las visiones, podrían caer en la misma trampa.

______________________________

—Principito… —murmuró la mujer con la voz rota, arrastrándose entre la maleza.

El corazón de Severus dio un vuelco al ver la figura de su madre: pálida, descalza, con el cabello negro enmarañado y la mirada endurecida por el resentimiento.

—¿Por qué siempre me dejas? —susurró con una voz quebrada, como un manojo de ramas secas— Te vas, y tengo que soportarlo todo sola… Debí permitir que tu padre te rompiera el cráneo con ese martillo… —dijo, alzando la voz con un dejo de rabia— Ven conmigo, principito… No deberías estar vivo. Ven con mamita… nosotros no merecemos estar vivos.

Severus retrocedió, lívido. Su mente le gritaba que no era real, pero sus pasos se tornaron torpes ante el peso de los recuerdos. Entonces, un gruñido grave lo sacó del trance; Sirius, en su forma de perro, se había colocado delante de él, en guardia, los ojos fijos en la aparición.

Tomando aliento, Severus reunió fuerzas de flaqueza y alzó su varita.

—¡Sectumsempra!

La ilusión se deshizo al instante, revelando al Jackalope, que salió huyendo entre las sombras del bosque, soltando una risa escalofriante que se desvanecía con la neblina.

—¿Qué fue eso? —preguntó Mary, incrédula.

—La razón por la que “Capa Gris” se separó del grupo. Pueden crear visiones —respondió Severus, aún visiblemente afectado— Avisaré al grupo de Rob antes de que ocurra algo más.

Alzó su varita y lanzó varios haces de luz en dirección al segundo grupo, pero recibió señales en múltiples direcciones, todas con mensajes contradictorios.

—Están usando las visiones para interferir con nuestras comunicaciones —dijo Mary con un suspiro derrotado.

Severus asintió con el ceño fruncido y ordenó con firmeza:

—No tenemos opción. Debemos seguir el rastro de las visiones. Ellos estarán ahí de una forma u otra. Hay que estar preparados para lo que venga. Si en algún momento sienten que no pueden continuar, lo mejor será que se aparezcan de vuelta al deshuesadero.

Sirius volvió a su forma humana con un destello, sacudiéndose el polvo de los hombros.

—De ninguna manera te dejaré solo con un montón de conejos asesinos —dijo cruzándose de brazos— Rob fue claro, nadie va solo.

—Yo tampoco me voy —intervino Mary, con la voz temblorosa pero decidida— Mi amiga está ahí… —se detuvo de golpe, y su expresión cambió al darse cuenta de algo— ¡Y está embarazada! ¿Por qué lo olvidé? Ella… ella hizo algo…

—Sí, lo hizo —confirmó Severus con frialdad— Es astuta. Pero primero debemos concentrarnos en salvarla… y después en pedirle explicaciones.

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Rob observó con el ceño fruncido el mensaje en Morse emitido por la varita de Severus. No tenía ningún sentido. Decía que debían dirigirse al norte, pero el mensaje provenía del lado oeste del bosque. Alzó su linterna para preguntar qué estaba pasando, pero la respuesta fue aún más desconcertante.

—Hay algo raro con los mensajes —dijo, manteniendo la mirada en el bosque— Nuestro loquito residente nos manda al norte, hacia el aserradero abandonado. Ese lugar era la guarida de los traficantes. Si aún queda alguien con vida ahí, será peligroso. Y si no… los Jackalopes ya deben haberse adueñado del sitio por completo.

—Algo no cuadra —intervino Lily, con la vista fija en la oscuridad— Veo dos juegos de luces lanzando mensajes desde distintos puntos… y solo Severus conoce clave Morse en el grupo.

Señaló una segunda luz, justo detrás de ellos, parpadeando un nuevo mensaje.

Rob trató de descifrarlo en voz alta:

—“Comunicación interferida. Están usando…”

No alcanzó a terminar la frase. De pronto, otro jaguar idéntico a Víctor; emergió de la maleza y se lanzó contra el grupo. Sin perder un segundo, el verdadero Víctor lo interceptó con una embestida brutal, haciéndolo rodar varios metros por el lodo.

El falso jaguar se sacudió y comenzó a transformarse, revelando la figura de un joven moreno, más alto, más fornido. Su aura chispeaba con magia cruda, casi visible en el aire húmedo. Su rostro, deformado por la furia, era una versión cruel de un recuerdo que Víctor había intentado enterrar.

Víctor también retomó su forma humana. Se incorporó despacio, con la mandíbula apretada y los ojos encendidos de una furia contenida.

—Hermano —gruñó el impostor— Me atacas con lo que debería ser mío. ¡Además de ladrón, ahora eres un asesino! ¿Quién te crees que eres? ¡Devuélveme mi futuro!

—¿Tu futuro? —repitió Víctor con una risa hueca.

—¡Era mío por derecho! ¡La magia, el linaje, el jaguar… todo! —espetó su hermano, avanzando un paso— Tú solo heredaste una malformación. Una sombra de lo que yo debería haber sido.

Víctor apretó los puños, la rabia atravesándolo como un rayo.

—Tú eras el favorito. El prodigio. Pero fui yo quien sangró, mi hermano —dijo, y su rostro abandonó la sonrisa tranquila.

—Anomalía —escupió el impostor, con los ojos ardiendo de desprecio— Un jaguar sin magia no es un líder. Es un chiste cruel de la naturaleza.

—Y tú decidiste no ser más que una marioneta pendeja y brillante —replicó Víctor, con voz desafiante—Te dieron todo, y aún así no tuviste los huevos de ser tú mismo.

El impostor rugió y se transformó de nuevo, lanzándose sobre él. Pero Víctor estaba preparado. Se convirtió también en jaguar y lo interceptó con una ferocidad implacable. Sus cuerpos chocaron con violencia, rodando entre ramas rotas y fango. En un giro letal, Víctor le mordió el cuello y lo arrojó contra un árbol con una fuerza descomunal.

Ambos retomaron brevemente sus formas humanas. El impostor jadeaba, con sangre en los labios. Víctor escupió al suelo con desprecio.

—La actuación de mi abuela fue más convincente, estúpido animal —dijo— Mi hermano jamás me hablaría en inglés cuando puede chingarme la madre en español.

En ese momento, el impostor dejó caer la ilusión. Su forma humana se desmoronó, revelando a un jackalope con los ojos brillando de rabia.

Rob no dudó. Le disparó entre los ojos con precisión. Lily, recuperando su estilo devastador, lanzó un “Bombarda Máxima”, esparciendo al Jackalope en pedazos por la llanura.

Remus se adelantó y le prendió fuego sin piedad a los restos humeantes.

—Supongo que el resto del mensaje decía que también pueden proyectar visiones —gruñó el hombre lobo, su voz grave teñida de alarma.

—Estamos jodidos —espetó Rob, con el rostro tenso— Si no cazamos al Alfa, toda Inglaterra estará condenada. Creí que esos estúpidos magos no serían tan idiotas como para enviarnos una de esas cosas...

—¿Qué fue exactamente lo que mandaron? —preguntó Remus, cada vez más pálido— Explícate, Rob, porque nos estás asustando.

Rob apretó los dientes antes de responder, como si le costara decirlo en voz alta.

—Cuando un Jackalope sobrevive demasiado tiempo, muta... se convierte en un Alfa. Una bestia del tamaño de una vaca, con un tercer ojo en la frente. Está conectado mentalmente con todos los Jackalopes de su manada y puede proyectar visiones a kilómetros de distancia, siempre que haya uno de sus lacayos cerca para servirle de ancla.

Hizo una pausa, su expresión se oscureció aún más.

—Y lo peor es su capacidad reproductiva. Solo necesita una hembra... y una tormenta eléctrica. Con eso puede engendrar diez crías en menos de dos semanas. Y no olvidemos de su hambre Cokeworth entero no podría saciarlo.

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James se vio obligado a adoptar su forma de ciervo para escapar del gigantesco Jackalope que lo perseguía sin descanso, arrasando con todo a su paso. El monstruo mordía y atravesaba árboles como si fueran papel, dejando un rastro de caos y destrucción. A pesar de pesar unos 170 kilos como ciervo adulto, James se sentía como una presa indefensa ante aquella aberración descomunal, que no parecía cansarse jamás.

En más de una ocasión, sintió las fauces del Jackalope rozar peligrosamente sus patas traseras. Su corazón latía con fuerza desbocada.

De reojo, alcanzó a ver un camión de volteo oxidado y abandonado al borde del bosque. Sin detenerse a pensar, corrió hacia él a toda velocidad, el monstruo pisándole los talones. Justo antes de impactar contra el vehículo, James se transformó de nuevo en humano y se dejó caer pesadamente bajo el camión, golpeando el suelo con un gruñido de dolor.

Un estruendo ensordecedor le heló la sangre: el Jackalope se estrelló contra el camión a toda velocidad, haciéndolo tambalearse peligrosamente. James contuvo el aliento, con los ojos bien abiertos, mientras suplicaba a Merlín que aquel monstruoso artefacto muggle no se le viniera encima.

El enorme Jackalope se tambaleó, aturdido, y parte de su cornamenta se desprendió con un crujido seco, cayendo al suelo como un montón de ramas muertas. James, jadeando, se deslizó al otro lado del camión, que por fin había dejado de temblar. Para su horror, notó que el peso del impacto había movido el vehículo varios metros de su posición original.

Reprimiendo un gemido de dolor, se incorporó con dificultad. Aquella maniobra había sido una locura... y apenas había salido con vida. Aprovechando que la criatura seguía desorientada, alzó la varita y gritó:

—¡Bombarda!

La explosión lanzó al Jackalope varios metros hacia atrás, estrellándolo contra los árboles. El olor a pelo quemado llenó el aire, pero la criatura se levantó otra vez, con la piel ennegrecida, humeante... y con una sonrisa demente en su hocico deformado, como si aquello no le hubiese hecho el menor daño.

James no esperó a comprobarlo. Usando las pocas fuerzas que le quedaban tras la caída, trepó al interior del camión y cerró la puerta de golpe, respirando agitadamente mientras buscaba desesperado una forma de sobrevivir a lo que vendría después.

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Lily apuntó su varita hacia un rincón oscuro del bosque, retrocediendo con cautela al escuchar voces y pasos acercándose.

—¿Quién está ahí? —exigió con firmeza— ¡Salgan ahora, antes de que vuele lo que quede de ustedes con un hechizo!

—¿No se suponía que el plan era no hablar? —dijo Sirius, emergiendo entre los árboles con las manos en alto.

—El plan se fue al demonio en cuanto empezaron a lanzar visiones —replicó Víctor con evidente molestia.

—Un momento... —intervino Mary, mirando nerviosa a su alrededor— ¿Y cómo sabemos que ustedes no son una alucinación también?

—Sus ilusiones no son tan complejas —respondió Severus, serio— Sueltan frases al azar, cosas que nos alteran emocionalmente, pero no son capaces de mantener conversaciones coherentes.

—Al menos —añadió con voz tensa— ninguno de los que hemos visto ha hablado con nosotros de verdad... solo dicen lo justo para herirnos y traumarnos de por vida.

—Eso es un gran consuelo —gruñó Víctor, visiblemente más molesto que los demás.

—Vaya, ¿qué pasó con el chico de la sonrisa ganadora? —bromeó Sirius, intentando aligerar el ambiente.

—Déjalo en paz, Sirius. Esas cosas se han ensañado con él —intervino Lily con firmeza— Mejor pensemos en un nuevo plan ahora que estamos todos. No creo que sea casualidad que no nos hayamos encontrado hasta ahora.

Nosotros haremos un nuevo plan. vas a regresar al deshuesadero, ya te divertiste demasiado por hoy, Lily Evans —la cortó Severus, con la voz cargada de ira y preocupación.

—¿Y por qué tendría que irse? ¡Ya mató a dos de esas cosas! —saltó Remus, colocándose a la defensiva.

—¡Porque está embarazada, imbécil! ¿Lo recuerdas? —gritó Severus, perdiendo por un momento el control.

Lily se sonrojó de inmediato, y todas las miradas se volvieron hacia ella, confundidas.

—¿Ella está…? —balbuceó Remus, atónito. Luego, como si despertara de un trance, frunció el ceño— Espera un momento… ¿Por qué no recordaba que Lily estaba embarazada? ¿Qué está pasando aquí, Lily?

—Ella es muy buena en eso —intervino Severus, clavando los ojos en ella— Solo necesita concentrarse un poco y puede hacerte creer incluso que los elefantes vuelan. ¿No es así, Lily?

Se acercó un paso, encarándola.

—No te hagas la occisa. Bien que jugaste con todos nosotros.

—¡No estaba jugando! —exclamó Lily, la voz quebrada pero desafiante, sosteniéndole la mirada a Severus con una mezcla de rabia y dolor— Solo quería estar con ustedes en esta misión. Siempre me dejan de lado, como si fuera de cristal. ¡Y yo maté a dos de esas cosas!

—Lily… —Severus habló con la mandíbula apretada, la voz tan tensa que parecía cortarle el aire— No me importa si eres lo bastante poderosa como para reducir el mundo a cenizas. Lo único que me importa es ese niño. Cuando Harry esté en cualquier lugar que no sea dentro de ti… entonces sí, haz lo que quieras. Pero ahora… ahora no es solo tu vida la que arriesgas. Es la de él también.

Un silencio espeso cayó sobre el grupo. El crujido de las ramas bajo sus pies parecía ensordecedor. Lily respiraba agitada, los ojos vidriosos, pero seguía firme, sin retroceder ni un paso.

—No es justo… —murmuró, la voz temblando al borde de las lágrimas— No quiero ser una carga, no quiero quedarme sentada mientras ustedes se juegan la vida. Yo también tengo razones para pelear. Tengo tanto que perder como cualquiera de ustedes.

—¡Y nadie está diciendo lo contrario! —intervino Remus, la frente surcada de preocupación— Pero Severus tiene razón. No se trata solo de ti, Lily. Es por el bebé.

—¡Exacto! —dijo Sirius, esta vez sin sarcasmo y sin chistes, solo con una sinceridad cruda que no acostumbraba mostrar— No es que no confiemos en ti, Evans. Eres brillante, letal si quieres. Pero esto no es un juego. Esto es una maldita trampa viviente. No podemos darnos el lujo de perderte… no así.

Lily apretó los puños, las lágrimas al borde de estallar.

—Ustedes no entienden —susurró con voz rota— No era solo por mí. Sentí que algo iba a salir mal… Me vi fuera del juego, lejos de ustedes, impotente. Y no soporté la idea de que alguno muriera sin que pudiera hacer nada.

—¿Entonces lo que hiciste fue… manipularnos? —saltó Víctor, cruzado de brazos, la voz cargada de ira— ¿De verdad pensaste que era buena idea jugar con nuestras cabezas? ¿Que no sabríamos que nos ocultabas algo? ¿Y si confiábamos en ti para cubrirnos la espalda en medio del combate, sin saber que estás embarazada? ¿Pensaste en tu chamaquito o qué?

—¡No lo hice por egoísmo! —gritó Lily, girándose hacia él con los ojos ardiendo— ¡Y sí, estuvo mal! Pero si les decía… si les pedía permiso, todos me habrían dicho que no.

—¡Y con razón! —la voz de Severus bajó, pero se volvió más dura, casi quebrada— ¿Tú sabes lo que es imaginarme diciéndole a ese niño que su madre murió porque “eligió” una pelea? Que murió sabiendo que estaba cargando con él… eso si no le pasa algo directamente a ese bebé.

Ella bajó la mirada, tragando saliva, como si cada palabra la golpeara en el pecho.

—No voy a dejar que me pase nada —murmuró finalmente, apenas audible— Tú no entiendes...

—¿Crees que no entiendo? —la interrumpió Severus, acercándose un paso, su mirada quemando como fuego helado— Yo entiendo más que nadie. Entiendo lo que significa vivir con el desastre que es nuestra mente. He asumido la culpa de tu falta de empatía más veces de las que tú misma recuerdas. Tú siempre piensas primero con lógica. Entonces dime, con esa lógica tuya, ¿qué parte de todo esto tuvo sentido? ¿Qué lógica hay en arriesgar así a tu hijo?

—¡Nada le pasará a Harry! Yo puedo cuidarlo. Lo he protegido…

—Nadie planea que pase algo, Lily —dijo Mary, con una voz tan suave como firme, acercándose a tomarle la mano— Pero estas cosas… se meten en tu mente. Se disfrazan de lo que amas. ¿Y si no logras distinguir la realidad? ¿Y si… le haces daño sin querer?

—No te pedimos que renuncies —añadió Remus— Te pedimos que pienses. Que seas madre… y maga. Puedes ser ambas, Lily. Pero tienes que serlo con todo lo que eso implica.

Lily se quedó quieta. Respiró hondo. Cerró los ojos un momento como si se obligara a domar todo lo que temblaba dentro de ella. Luego volvió a mirar a Severus. La terquedad dio paso al cansancio, y con renuencia asintió.

—Está bien… Me iré. Pero si no regresan o no mandan por lo menos un Patronus al deshuesadero… no me quedaré sentada.

—Eso ya lo sabemos —dijo Sirius, con una sonrisa amarga, cruzando los brazos— Eres Lily Evans. Terca hasta el final. Y jodidamente valiente.

Severus soltó un suspiro largo, como si soltara un pedazo de sí mismo con él. Desvió la mirada, y con voz más baja, apenas un murmullo, dijo:

—Solo prométeme que no vas a morir antes de presentarme a Harry.

Lily no dijo nada al principio. Luego sonrió con tristeza, dio un paso al frente y lo abrazó con fuerza, como si lo necesitara más que el aire.

—Prometido— Dijo antes de desaparecer.

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Cuando Lily apareció frente a su casa, agotada y con una vaga sensación de culpa, supo que aquello debía significar algo. No era común en ella. Si realmente se sentía culpable… entonces tal vez, lo que había hecho era imperdonable.

Ese siempre había sido su problema; no sentía como los demás. Podía comprender las emociones de otros con claridad quirúrgica, descifrarlas, diseccionarlas, incluso imitarlas con precisión. Pero no las vivía del mismo modo. Desde que tenía memoria, había sido así. Lo sabía, lo aceptaba y había aprendido a fingir.

Quizá por eso Severus había sido su primer amigo. Él era lo bastante lógico y lo bastante distinto, como para comprender cómo funcionaba su mente. No se ofendía por cosas que a otros los herían profundamente; no tomaba su frialdad como crueldad, ni su silencio como desprecio. En cierto modo, eran dos criaturas solitarias que aprendieron a reconocerse en el otro. Claro que no fue perfecto. Se habían hecho daño de formas pequeñas y horribles, que a veces aún ardían en sus recuerdos.

Pero a diferencia de los demás, ellos nunca evitaban mirar las heridas. Las estudiaban, las tocaban y de alguna manera, aprendían. Dolía. Sí. Pero cada uno lo hacía a su manera. Y sobrevivían.

El peor error de su vida fue haber dejado a Severus atrás. Creyó que había aprendido suficiente del mundo como para enfrentar la tormenta sola. Se engañó pensando que podía ser como los demás, que podía mezclarse, imitar, seguir la corriente sin dejar de ser ella misma. No entendió, no hasta que fue demasiado tarde; que intentar ser “normal” solo la convertía en una presa para personas como ella.

Ahora lo entendía.

Severus era más que un amigo. Era un ancla. Un puente entre su mente y un mundo que a veces se le escapaba de las manos. Sobre todo, era el único que jamás se ofendía por ser utilizado como escudo, como traductor, como cómplice. Era imprescindible. Porque él nunca exigía que Lily fuera distinta, solo se aseguraba de que no se perdiera a sí misma en el intento de parecerlo.

Perdida en sus pensamientos, Lily empujó la puerta de su casa y entró en silencio. Mientras cruzaba el umbral, se obligó a componer su máscara más aceptable; esa versión educada, serena y ligeramente fatigada de sí misma que sus padres toleraban sin demasiadas preguntas. Una sonrisa discreta, una postura relajada, el tono justo entre lo trivial y lo convincente. Nada debía delatarla.

Mientras colgaba su abrigo y caminaba hacia el salón, su mente repasaba la selección de mentiras necesarias para sobrevivir a los cuestionamientos de sus padres. Mentiras pequeñas, decoradas con lógica suficiente para parecer verdades. Después de todo, ¿cómo les explicaría que había pasado las últimas horas enfrentando bestias salvajes, mientras llevaba en el vientre al nieto que ellos esperaban tan ansiosamente?

Se le revolvió el estómago, y no por el embarazo.

Lo más difícil no sería enfrentarlos a ellos. No. Lo verdaderamente complicado sería hablar con Severus y explicarle que no pensó en Harry. No fue por egoísmo, ni por desafío, sino porque se estaba divirtiendo demasiado y no todas las tonterías que dijo para defenderse, solo estaba envuelta en el vértigo de la cacería y en la emoción sin freno de hacer algo que la arrancara de la espera pasiva. Y eso la asustaba más que todo lo demás.

No era que no quisiera a Harry. Lo quería. Lo amaba de una forma que no entendía del todo, porque era la única persona por la que sentía algo más allá del cálculo. Sabía que lo quería porque había miedo y culpa.

Pero manejar ese tipo de amor… era difícil, no se comparaba para nada con lo que había sentido con James.

A veces bromeaba con Severus que ella era la que cargaba con la empatía en su relación, que él era una roca de contención emocional que no sentía nada. Pero los dos sabían que era mentira. Era Severus quien trazaba los límites, quien le enseñaba a “leer” el mundo emocional que ella no siempre lograba habitar. Él sentía más de lo que decía, y ella aprendía viéndolo a él.

Y ahora había cruzado la línea.

Había jugado con fuego sin medir el precio. Como si pudiera controlar todas las variables, incluso las que nacían dentro de sí misma.

Se sentó en el sofá, las manos sobre el vientre, como si buscara asegurarse de que Harry seguía ahí. Un leve movimiento respondió bajo sus dedos. Una patadita, un recordatorio de su única vulnerabilidad y también de la única cosa que podía causarle pavor.

En ese momento, el llanto de Darcy rompió el silencio y sacó a Lily de su ensimismamiento. Instantes después, su madre entró a la sala con el pequeño en brazos, y dio un pequeño salto al ver a su hija sentada en el sillón, inmóvil y callada como una estatua.

—¡Lily! —exclamó Marigold, con una mano sobre el pecho—Por dios, niña, haz un poco de ruido. Por poco me das un ataque.

Lily alzó la vista y le ofreció una sonrisa ladeada, tratando de aparentar que todo estaba en orden.

—Lo siento —dijo con fingido dramatismo— Solo estaba gruñendo por dentro. Sev y Siri me mandaron de nuevo al cajón de las embarazadas, mientras ellos se divierten allá afuera cazando monstruos y haciendo cosas heroicas.

Puso un puchero juguetón, al que su madre respondió con una sonrisa cálida. Marigold se acercó y le acarició el cabello con ternura, como si Lily todavía tuviera diez años y hubiera tenido un mal día en el colegio.

—Bueno, tampoco es como si pudieras evitarlo, cariño. Hasta que ese niño no salga, tienes terminantemente prohibido correr como una salvaje por las montañas —dijo con una media burla cariñosa.

—¿Entonces apenas lo tenga, puedo correr como una salvaje por las montañas? —replicó Lily, arqueando una ceja.

—Si llegas a encontrar el tiempo para hacerlo —respondió Marigold con una risa suave dejando que Lily cargara al bebé— Créeme, después de que nazca, lo único que vas a querer es dormir un minuto sin interrupciones. Pregúntale a Severus, cuando no está salvando el mundo con sus cosas de mago, vive con las ojeras por los suelos.

Darcy soltó un pequeño estornudo entre sollozos, y Lily lo miró con una mezcla de dulzura, preocupación y resignación. Su carita estaba ligeramente enrojecida, las mejillas calientes al tacto, y su respiración sonaba más agitada de lo normal.

Lily suspiró profundamente, dejando caer la cabeza contra el respaldo del sillón mientras lo acunaba con más fuerza contra su pecho. Observó cada pequeño gesto del bebé como si buscara respuestas entre sus pestañas húmedas y su naricita congestionada.

—Tiene fiebre —dijo al fin, con voz baja, casi pensativa.

—Sí, es un resfriado, probablemente se lo haya ganado por andar mojándose cuando hizo llover en el cuarto de Severus —respondió con una media sonrisa— No hay mucho que hacer, es todavía muy pequeño. Solo podemos controlar su temperatura, mantenerlo hidratado y observarlo. Si llega a los treinta y ocho grados, lo llevamos al hospital.

Lily asintió, aunque no apartó la vista del bebé.

Lily cerró los ojos por un instante, con el peso del día acumulándose sobre sus hombros. Luego besó la coronilla caliente de Darcy, y lo meció con lentitud.

—Severus va a enloquecer —dijo con un intento de sonrisa— Ya estaba paranoico antes. Ahora que se entere que Darcy tiene fiebre, se va a encerrar en el cobertizo de Rob y de seguro se saca de la manga una poción que probablemente todavía ni existe.

Marigold rió con suavidad, y acarició el cabello de su hija.

—Y tú vas a hacer exactamente lo mismo cuando sea tu turno. No es como si no le hicieras segunda a tu amigo.

Lily no respondió. Solo abrazó a Darcy un poco más fuerte, con los ojos fijos en el techo, como si intentara aprender a ser madre y un ser humano funcional sin romperse en el intento. Se preguntaba, con una punzada de miedo que no quería nombrar, si cuando Harry se enfermara reaccionaría como una persona normal… o si acabaría viéndolo como un experimento más.

Pero Darcy no era cualquiera y tal vez Harry tampoco lo sería. Al menos, eso se repetía a sí misma como un mantra. Como si bastara con decirlo para que fuera verdad.

En ese momento, Darcy tosió de nuevo, esta vez con más fuerza, y su llanto subió de tono hasta el grito. Un segundo después, un trueno estalló dentro de la casa con tal intensidad que ambas mujeres pegaron un salto en el sillón, mientras el corazón de Lily daba un vuelco.

—¡Maldición! —exclamó, apretando a Darcy contra su pecho con un brazo mientras con el otro buscaba su varita, más por instinto que por lógica.

Y entonces, como si la casa hubiera exhalado un suspiro eléctrico, una tormenta real se desató afuera, agitando los árboles, golpeando los cristales con ráfagas de lluvia y haciendo que un relámpago iluminara la sala como un flash de cámara.

Madre e hija se miraron, las pupilas aún dilatadas por el susto. Marigold fue la primera en hablar, con ese tono seco que usaba cuando el caos se volvía rutina.

—Por lo menos hoy mantuvo la lluvia fuera de la casa.

Mientras tanto el rostro de Lily se oscureció mientras recordaba las palabras de Rob

“Solo necesita una hembra… y una tormenta eléctrica”

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Lo único que Severus sabía del viejo aserradero de Ebonwilde era que, antes de la existencia del molino, había sido la única fuente de empleo en Cokeworth. Sin embargo, justo un año después de que el molino se estableciera, un grupo de hombres llegó con escrituras en mano y desalojó el aserradero.

Los chismes decían que los trabajadores fueron expulsados violentamente, sin permitirles recoger sus pertenencias. Hubo muchos heridos e incluso se habló de muertos. Lo único que se supo del antiguo dueño fue que escapó con su familia, y desde entonces, nunca más se volvió a saber de él.

Meses después, una epidemia de adictos azotó Cokeworth. Lentamente, entre el río que se pudría, las pandillas y la violencia creciente, el adorable pueblito campesino se convirtió en la mierda que Snape conocía.

Ahora el viejo aserradero se alzaba ante él como una carcasa olvidada por el tiempo, ennegrecida por la desidia y el abandono. A cada paso, tropezaban con restos humanos irreconocibles y montones de excremento de jackalope, reseco y fresco, como una plaga persistente. El aire era denso, saturado de humedad rancia y algo más profundo, el eco podrido de la desesperación. Las paredes, cubiertas de mugre y grietas, parecían haber absorbido cada grito, cada golpe, cada muerte. Todo el lugar emanaba una tristeza espesa y sofocante, como si la violencia del pasado aún se arrastrara entre las sombras, aguardando.

Severus frunció el ceño mientras observaba a Sirius, Remus y Mary McDonald, todos claramente impactados por el lugar. En contraste, los rostros de Rob y Víctor, al igual que el suyo, sólo mostraban una expresión cansada de resignación. A veces olvidaba que la vida en la que creció no era la normalidad de casi nadie, no todos crecían entre ruinas, podredumbre y recuerdos manchados de sangre.

El fuerte estruendo de algo pesado cayendo sobre la tierra, hizo que todos se giraran de inmediato. Rob, empuñando su Kalashnikov con una calma tensa, encabezó al grupo hacia el origen del ruido. Allí, un enorme jackalope embestía sin tregua un camión de volteo, golpeándolo con tal fuerza que acabó volcándolo sobre su costado, como si fuera de papel.

Rob disparó. El eco del disparo se fundió con un trueno que desgarró el cielo, y en respuesta, el animal soltó una carcajada maniaca antes de salir corriendo hacia el interior del aserradero, sus patas retumbando sobre el suelo como una estampida.

Del camión volcado emergió tambaleándose Capa Gris, cubierto de rasguños apenas visibles bajo su capa y su capucha de lona. Sirius y Remus corrieron a socorrerlo, pero él los apartó con manos temblorosas, jadeando.

—Pueden... crear visiones... —balbuceó con la voz alterada.

—Oh, sí, ya lo hemos notado. Sabes, podrías haberlo dicho desde el principio en lugar de salir corriendo como un maldito lunático —gruñó Severus, seco.

—Lo siento, es solo que vi... vi algo.

Severus negó con la cabeza. Era una mentira evidente, pero no dijo nada. No iba a presionar al hombre para que compartiera sus secretos, entonces el tendría que decir los suyos y no estaba conforme con el intercambio.

Otro relámpago cruzó el cielo, iluminando el aserradero con una luz enfermiza.

—Rob, ¿no dijiste que el Alfa solo necesita una hembra y una tormenta para reproducirse? —preguntó Remus, con el ceño fruncido.

—Y con nuestra pinche suertecita, ¿cuánto a que el otro puto jackalope suelto es una hembra? —espetó Víctor, furioso.

El grupo se miró en silencio, maldiciendo entre dientes mientras la lluvia los cubría por completo y el terreno se volvía cada vez más traicionero bajo sus pies.

Se podía escuchar al Jackalope Alfa alejándose cada vez más del lugar donde estaban. Sabían que no podían alcanzarlo fácilmente; incluso si usaban la aparición, no podían predecir si cambiaría de rumbo. La lluvia lo hacía todo aún más difícil. Severus apretó los puños con impaciencia.

Entonces, escuchó el relincho de un caballo.

Ignorando al grupo, que seguía discutiendo qué hacer, Severus se dirigió hacia el sonido. Lo condujo hasta una cuadra sucia y descuidada, oculta en una esquina del aserradero. Los Jackalopes, ocupados devorando carne humana en un festín sangriento, parecían haberla ignorado por completo.

Los caballos, curiosamente tranquilos, pastaban como si nada hubiese pasado, indiferentes a la masacre de sus dueños. Severus se acercó a uno con cautela. No tenía mucha experiencia con caballos, salvo por algunas ocasiones en las que los Malfoy lo habían invitado a montar un viejo Aethonan en sus cuadras. Suponía que no podía ser tan diferente… salvo por las alas.

Se montó con dificultad al único que tenía silla. Internamente, rogó que el animal no lo arrojara al suelo. Para su sorpresa, el caballo respondió con un galope firme que lo llevó afuera.

Los demás lo vieron aparecer y lo observaron con los ojos abiertos por el asombro.

—Sirius —dijo Severus, sin necesidad de más palabras.

Como si entendiera perfectamente, Sirius se transformó en perro de inmediato, listo para seguirlo.

—Vamos por el Alfa. Ustedes busquen a la hembra —ordenó Severus, sin girarse.

Sabía que no sería fácil enfrentarse solo a esa monstruosidad. Pero si nadie lo acompañaba, podía recurrir a su colección de hechizos prohibidos sin recibir miradas de juicio ni preguntas incómodas sobre sus conocimientos. Solo Sirius entendería… y callaría, si él se lo pedía.

De hecho, conociéndolo, probablemente terminaría enamorándose aún más de algunas de sus acciones en medio del caos. Ese pensamiento fugaz lo hizo sonrojarse apenas por un segundo, y con un suspiro resignado, se lanzó al galope en pos del Alfa.

El bosque muerto rugía con la tormenta mientras el caballo de Severus galopaba entre ramas podridas y charcos de agua espesa. Sirius, convertido en un enorme perro negro, corría a su lado, los ojos clavados al frente, la lengua colgando, empapado hasta los huesos.

Un relámpago iluminó la figura del Jackalope Alfa en una colina de ruinas carbonizadas. El animal era monstruoso; casi del tamaño de un Abraxan, con cuernos retorcidos y pelaje sucio empapado de sangre. Su cuerpo brillaba tenuemente con una energía enfermiza, y sus ojos, dos carbones encendidos, y el tercero en su frente que brillaba de color amarillo estaban clavados sobre ellos.

Severus tiró de las riendas con fuerza. El caballo relinchó y se detuvo en seco. Sirius emitió un gruñido bajo, erizándose, mientras el Alfa bajaba la cabeza con un gruñido de advertencia. El aire se volvió pesado.

—Aquí vamos… —murmuró Severus, y sacó su varita negra como la noche.

El Jackalope embistió.

Sirius saltó primero, directo al cuello del monstruo, sus colmillos brillando en un destello de relámpago. El Alfa lo esquivó con una agilidad antinatural y lo lanzó de un coletazo contra un árbol. Sirius se sacudió, aturdido, pero volvió a levantarse con un gruñido salvaje.

—¡Vitium Sanguinis! —gritó Severus, apuntando con su varita al pecho del Jackalope.

Un rayo espeso y rojo como vino viejo salió disparado, impactando al monstruo de lleno. El Alfa chilló con una risa distorsionada mientras la carne donde había sido tocado comenzaba a ennegrecerse y burbujear. Pero no se detenía.

Corrió hacia Severus.

—¡Joder! —maldijo, y alzó la varita de nuevo— ¡Carcer Umbrae!

Una prisión de sombras brotó del suelo, alzándose como garras para atrapar al Jackalope. Las tinieblas se enredaron en sus patas, clavándose como anzuelos, pero la criatura soltó un chillido que partió el aire y rompió la magia como si fuera vidrio.

Sirius volvió a lanzarse sobre él, mordiéndole el lomo, haciéndolo girar en un torbellino de dientes, barro y sangre. Aprovechando la distracción, Severus se irguió sobre la silla del caballo como un jinete de pesadilla, con la capa ondeando al viento y la varita alzada como una lanza.

—¡Cor Tempestatis! —rugió con voz gutural.

Una esfera oscura, girando como un huracán, brotó de su varita y se estrelló contra el Alfa. El impacto fue sordo, y por un momento, todo el bosque pareció contener el aliento. El Jackalope se tambaleó. Su cuerpo comenzó a temblar, y una espuma negra le brotó de la boca.

Sirius se apartó justo cuando la criatura estalló en un chillido final y cayó al suelo con un golpe seco.

Silencio.

Solo la lluvia, el jadeo del perro y el chasquido de los cascos del caballo sobre el barro.

Severus bajó la varita lentamente, el corazón latiéndole con fuerza. Sirius volvió a su forma humana, respirando con dificultad, la cara llena de lodo y sangre ajena.

—¿Eso fue…? —empezó a decir, pero Severus lo interrumpió con voz baja.

—Magia que no te conviene preguntar.

Sirius lo miró, medio sonriendo, medio temblando.

—Entonces tampoco diré que fue jodidamente sexy.

Severus rodó los ojos y tiró de las riendas.

El Jackalope Alfa, herido se levantó de pronto y chilló con una furia sobrenatural. Sus patas temblaban, la carne burbujeante donde había impactado la maldición de Severus. De pronto, su cráneo se abrió ligeramente sobre el entrecejo, revelando su tercer ojo en todo su esplendor, amarillo y brillante como azufre derretido, pulsando como un corazón independiente. De él surgieron ondas invisibles que rasgaban la percepción: los árboles parecían doblarse hacia ellos, voces distorsionadas emergían de la nada, y Sirius por un momento vio su reflejo sangriento corriendo hacia él, dientes expuestos, ojos sin alma.

—¡Maldito seas! —gruñó Sirius, sacudiéndose las ilusiones. Esta vez no iba a caer en los trucos sucios de esa bestia.

Volvió a su forma de perro en un salto, esquivando por centímetros las patas del Alfa. Rodeó al monstruo por el flanco, zigzagueando entre varias ilusiones que tomaban la forma de su madre, su hermano y James, y se lanzó como una bestia salvaje hacia el rostro del Jackalope. Sus colmillos se cerraron con fuerza justo sobre ese tercer ojo que palpitaba en su frente.

El Alfa chilló como si su alma hubiese sido arrancada. Sirius tiró, mordió más fuerte, y con un crack húmedo, arrancó el ojo de cuajo. Un chorro de icor negro le salpicó el hocico, espeso y apestoso como alquitrán podrido.

El Jackalope cayó de rodillas, las ilusiones disipándose al instante como humo roto. Su energía comenzó a derrumbarse, temblando como una vela a punto de apagarse.

Sirius, jadeando, escupió el ojo a la tierra y retrocedió tambaleándose, regresando lentamente a su forma humana.

—Eso fue asqueroso —murmuró, limpiándose la boca con el dorso— Pero maldita sea, fue efectivo.

Severus lo observó desde lo alto del caballo, su varita aún alzada, y por un segundo, algo parecido a respeto cruzó su rostro.

—Buen trabajo, Padfoot —dijo, casi en un susurro— Y gracias. Aunque todavía no te perdono— agregó al final Severus ocultando el rojo de su rostro avergonzado.

El Jackalope Alfa soltó un aullido gutural, escalofriante, que reverberó por toda la colina como una profecía de muerte. Severus, harto y preocupado de que Sirius no pudiera resistir otro embate de aquella bestia infernal, tomó una decisión desesperada.

Sin pensarlo más, aferró las riendas del caballo, espoleándolo con fuerza para avanzar. Sacó su varita, el corazón latiéndole en los oídos, y gritó con todo el odio que llevaba acumulado:
—¡Avada Kedavra!

El rayo verde salió disparado con violencia, tan potente que lo lanzó fuera de la montura. Rodó por la tierra húmeda, cubriéndose de barro y hojas muertas, justo a tiempo para ver cómo el hechizo impactaba al Jackalope.

El monstruo se sacudió, soltó un último chillido agónico, y su cuerpo se desplomó colina abajo con un crujido macabro, finalmente vencido.

—¿Le lanzaste una Imperdonable a un Jackalope? —preguntó Sirius, acercándose con una mezcla de asombro y diversión.

—Acabo de usar la peor colección de hechizos de magia negra que conozco y lo que te impresiona es un Avada sobre ese maldito conejo gigante —replicó Severus, exasperado, mientras intentaba ponerse de pie sin éxito.

Temía que Sirius se pusiera todo “amor, paz y bien mayor” y que lo mirara como a un monstruo. Pero, en lugar de eso, el hombre soltó una carcajada sincera, sacudiendo la cabeza.

—Espera a que le cuente esto a Lily; ¡Severus Snape, le lanza una maldición mortal al Bugs Bunny del infierno!

—Recuérdame no dejarte ver más mi televisión.

Severus rodó los ojos y resopló con cansancio. Había drenado casi toda su energía. La magia negra exigía demasiado, más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Sirius lo sostuvo por la cintura y lo ayudó a recostarse contra su cuerpo. La lluvia caía sobre ellos, empapándolos, y por un instante, entre el humo del combate y el calor residual de la magia, todo parecía suspendido en una intimidad inesperada.

Se miraron. Y sin pensarlo demasiado, se besaron como si el mundo fuera a acabarse al segundo siguiente.

—Ven a casa esta noche —murmuró Severus, la voz apenas audible por encima de la lluvia, con el corazón martillándole el pecho.

Sirius sonrió, acariciándole el cabello mojado con ternura.
—Lo haría encantado… si me perdonas porque creo que voy a tener que quemar al Alfa por el bien del corazón de Rob.

—Sí, sí… solo quema la maldita cosa —suspiró Severus, haciendo un gesto con la mano, aunque por dentro le dolía. Un cadáver de Jackalope Alfa era un tesoro para pociones, y ahora se convertiría en cenizas.

Sirius volvió a transformarse en perro y bajó por la colina donde yacía el cadáver. Mientras tanto, Severus se recostó de nuevo, maldiciendo en voz baja la pérdida de ingredientes valiosos, mientras veía cómo el fuego conjurado por Sirius iluminaba la oscuridad de la noche.

Distraído como estaba, no sintió cuando la criatura saltó sobre su espalda y le clavó los dientes en el hombro. El dolor fue inmediato, agudo, desgarrador. Estaba exhausto, sin fuerzas, y por un instante pensó que ese sería su final.

Entonces, un gruñido feroz rompió el aire como un trueno. Un destello de pelaje oscuro cruzó su visión. Víctor, transformado en jaguar, emergió con la furia de una tormenta. De un solo movimiento brutal, arrancó a la hembra de Jackalope del cuerpo de Severus, haciéndola rodar por el suelo con un chillido estridente.

La criatura se levantó tambaleante, con los ojos inyectados en sangre y la boca manchada con la sangre de su presa.

Víctor rugió, con el lomo erizado, y se lanzó sobre ella sin titubeos. Los dos chocaron con violencia, una explosión de músculo, garras y colmillos. Rodaron por el suelo embarrado, embistiéndose, mordiéndose, desgarrando piel y hueso.

La hembra era rápida, más de lo que parecía, y logró herir a Víctor en el flanco con una de sus patas traseras. Pero él no se detuvo. Lo cegaba la furia y el instinto protector. Le hundió los colmillos en la base del cuello y la arrastró varios metros, dejando un surco profundo en la tierra mojada.

Remus y Mary McDonald lanzaban hechizos desde la retaguardia, haciendo tambalear al monstruo una y otra vez, aunque sin derribarlo del todo.

—¡Bombarda Maxima! —rugió Remus, pero la criatura esquivó el impacto con una agilidad antinatural.

—¡Sectumsempra! —gritó Mary, imitando el hechizo de Severus. Un tajo profundo abrió la piel del flanco de la Jackalope, que chilló de dolor.

Y entonces, un disparo retumbó entre la lluvia.

Un único estallido, seco y preciso.

La cabeza de la Jackalope se sacudió hacia un lado, y su cuerpo colapsó como un saco de carne y huesos partidos.

Robert Pevka bajó su Kalashnikov lentamente, el humo aún saliendo del cañón.

—Asquerosa perra —escupió entre dientes, acercándose al cadáver con la mirada fría y letal— No vuelvas a tocar a mi familia.

Víctor, jadeante, se apartó del cuerpo. Su pelaje empapado de sangre brillaba con la lluvia, y aunque cojeaba levemente, sus ojos seguían ardiendo con fuego salvaje.

Desde el suelo, Severus apenas consciente murmuró con ironía:

—Y yo que pensaba que los Jackalopes eran criaturas difíciles de matar…

—Sí —gruñó Rob, ofreciéndole una mano— Hasta que les disparas en el ojo.

Víctor, de vuelta en forma humana, pateó la cabeza del animal, dejando al descubierto el hueco sangrante donde antes estaba su ojo. La bala lo había atravesado limpiamente hasta su cerebro.

—Sirius está quemando al alfa colina abajo, por si quieres aprovechar el fuego —dijo Severus, exhalando con cansancio mientras aceptaba una poción regenerativa de Remus. Le lanzó una mirada desconfiada, aunque bebió sin protestar.

Víctor volvió a tomar su forma de jaguar, sujetó el cuerpo inerte de la hembra con sus mandíbulas y comenzó a arrastrarlo por el barro, dejando tras de sí un rastro rojo hacia la colina donde las llamas del Alfa ardían contra el cielo encapotado.

Un trueno resonó a lo lejos. Y por un instante, bajo la lluvia y el olor a sangre, todos guardaron silencio.

La cacería había terminado.

______________________________

Entrada la noche, Sirius se acercó al lugar donde había escondido el cuerpo del Jackalope Alfa, con la esperanza de entregárselo a Severus. Estaba seguro de que él sabría cómo extraer la glándula alucinógena, y quizás estaría tan feliz que le regalaría unos cuantos besos.

Pero su sonrisa se borró en cuanto vio las llamas.

Víctor estaba de pie frente a la hoguera, observando cómo el cuerpo del Alfa se consumía en fuego.

—Tranquilo, Fifí —dijo sin girarse, como si hubiera sentido su presencia— No había manera de que pudieras ocultar algo tan pesado y llevarlo hasta la casa de tu novio.

—Él y yo… —Sirius intentó negarlo, pero Víctor lo interrumpió con una ceja alzada.

—Relájate. No le diré a nadie lo tuyo con el loquito del centro. Es más, te guardé algo más pequeño.

Corrió una lona sucia con el pie y dejó al descubierto el cuerpo intacto de la hembra Jackalope, aún fresco, apenas chamuscado.

—Si dices una sola palabra que haga a Severus salir corriendo, te juro que te vas a arrepentir, Víctor Hidalgo. El infierno te va a parecer amable —gruñó Sirius, la voz vibrando con una amenaza real.

—No diré nada —respondió Víctor, tranquilo— Y te daré este lindo ejemplar. Es más, tú sabes que mi familia es experta en ingredientes de pociones. Podría llevarte con alguien que sabe cómo extraer esa glándula... si me haces un favor.

Sirius lo miró con cautela. La sonrisa de Víctor no era la misma de siempre. Ya no era el chico risueño y amable. Había oscuridad en sus ojos.

—¿Qué clase de favor?

—Quiero que me digas cómo enviarle un paquete a Malfoy sin que sus protecciones salten.

—¿Y por qué crees que yo sé eso?

—Ustedes los sangre pura son un club exclusivo. Aunque te hayan echado, sabes cómo funcionan.

Sirius lo estudió en silencio unos segundos.

—¿Y qué vas a hacer con eso si te lo doy?

Víctor sacó de su bolsillo un broche de diamantes. El mismo que había sido la llave para la invasión de los Jackalopes en Cokeworth.

—El loquito del centro me lo dio a cambio de una pata de Jackalope —dijo, con una sonrisa torcida— Pensaba devolvérselo... y mandarles algo más. No puedo quedarme tranquilo sabiendo que ellos lastimaron a mi gente.

Sirius le devolvió la sonrisa, oscura y cómplice.

—Trato.

Ambos se estrecharon la mano bajo la luz temblorosa de las llamas, el fuego devorando lentamente los restos del Alfa a sus espaldas. La lluvia había cesado, pero el aire seguía cargado de humo, barro y sangre seca.

Entonces Sirius preguntó, con el ceño fruncido y una inquietud sincera en la voz:

—Bueno… ya que terminamos de negociar y planear nuestra vil venganza, ¿qué te parece si me dices qué demonios te está atormentando tanto? Te ves terrible, Vic. No pareces tú.

Víctor forzó una sonrisa, pero sus ojos estaban oscuros, lejanos.

—No te preocupes… solo es una vieja y tonta herida.

—¿Quieres hablar de eso? ¿O prefieres… ya sabes, que me haga a un lado?

—Es una cosita de nada. Ya ni siquiera debería dolerme. —Hizo una pausa larga, respirando hondo antes de continuar— Resulta que tengo un hermano mayor. Diego. No es mal tipo, es brillante, un mago poderoso, siempre supimos que él lo heredaría todo. Y bueno yo… yo nunca quise nada de eso. Solo quería vivir mi vida tranquila, ir a la playa, comerme un manguito con chile y aplaudirle desde la multitud cuando lograra sus sueños.

Pero entonces —su voz se quebró ligeramente— el jaguar despertó en mí. Y todo se fue al demonio.

Sirius lo miró, sin interrumpir.

—Todos los líderes de la familia Hidalgo han tenido la forma del jaguar. Es símbolo de linaje, de poder… Y por alguna razón me tocó a mí, el squib. Al que nunca le interesó el negocio ni la política, ni el abolengo Hidalgo.

—Tu hermano se puso celoso— afirmó Sirius sin lugar a duda.

—No al principio —dijo Víctor, encogiéndose de hombros— Él sabía que a mí no me interesaban esas cosas. Siempre fui el raro que iba en chanclas y hablaba con gatos callejeros. Pero entonces algunos imbéciles comenzaron a susurrar que él no tenía lo que se necesitaba, que no era digno por no tener al jaguar y un montón de mierda.

Sirius sintió un nudo en el estómago. Pensó en su propio hermano, en la presión, los gritos y la culpa. En lo que se dijeron la última vez que se vieron.

—No me digas que pretendían volverte líder —dijo, con una sonrisa amarga— No es por ofender, pero vives en el sofá de tu madrina, trabajas en un deshuesadero y hace poco gastaste la mitad de tu sueldo en un muñeco troll muggle de colección. Ni siquiera se veía como un troll de verdad…

Víctor soltó una risa breve y vacía.

—Exacto. Era solo basura. Querían ponerme como títere en el trono familiar mientras ellos manejaban todo desde atrás. Pero no contaban con que yo no tengo ni un poquito de complejo de inferioridad. Estoy bien con quien soy. Pero el muy pendejo de Diego… él sí lo tiene. E hizo algo muy estúpido y muy ilegal para sacarme del camino.

Sirius pasó un brazo por sus hombros. Nada dolía más que convertirte en el enemigo de tu propia sangre.

—¿Y qué hiciste?

—Tomé mi mochila y me fui. No pienso pelear por algo que nunca quise y tampoco quiero verlo convertido en un criminal por mi culpa. Por eso te dije que no quiero magos de familia para casarme, no me interesa heredar nada. Mi papá me dejó un fideicomiso cuando supo que era squib. Con eso me basta. Solo quiero convencer a mi Leo de irse conmigo a México, comprar una casita junto al mar… consentirlo como su abandonadora familia nunca pudo.

Víctor levantó la vista. Su sonrisa era tenue, pero honesta. Había en ella algo frágil. Una esperanza cansada.

—Además, los dos somos squibs. Así queda claro que no me interesa el poder ni el maldito jaguar ni nada de eso.

Sirius sonrió con tristeza, sintiendo en su pecho la misma grieta que lo acompañaba desde que cerró la puerta de Grimmauld Place por última vez. Quizá todavía había esperanza para Víctor y Diego. Quizá ellos podrían evitar la guerra que él no pudo evitar con Regulus. Pero lo dudaba.

No había peor rencor que el que te guardaba tu propia sangre.

Después de un largo silencio, Víctor dejó escapar una sonrisa socarrona.

—En fin, se nos hace tarde, fifí… y tenemos un Malfoy que molestar y todo el show.

Sirius asintió, dejando que la sombra de la tristeza se deslizara con el viento.

______________________________

Severus se despertó solo, acostado en el sillón. Ya era entrada la noche.

Se incorporó con una punzada de dolor y fue tambaleándose hacia la cocina en busca de un vaso de agua… y tal vez una poción para el dolor. Pero el sonido del timbre lo detuvo.

Frunció el ceño. ¿Quién llamaba a esas horas?

Abrió la puerta y se encontró con Sirius Black. Tenía el rostro manchado de sangre seca, la ropa arrugada, los ojos brillando de emoción… y una expresión extrañamente solemne.

—Lo siento —dijo Sirius, gravemente.

Severus retrocedió, un escalofrío recorriéndole la espalda. Sintió un déjà vu tan vívido que pensó:

“¿Este es otro de esos sueños?”

—Mira, cariño, lo arreglé como pediste —dijo de pronto Sirius, y sonrió con esa chispa suya tan contagiosa— Y te traje un regalo.

Severus bajó la mirada con un bostezo y un suspiro resignado.

“Definitivamente es un sueño.”

En el suelo del pórtico, descansando sobre una manta, estaba el cuerpo entero de un Jackalope.

Severus se pellizcó la mejilla. Dolió. Estaba despierto.

Sin pensarlo, tomó a Sirius de la solapa y le plantó un beso profundo, intenso, que lo dejó sin aliento.

—Es la segunda cosa más considerada que alguien ha hecho por mí —murmuró Severus, apenas separándose de sus labios.

—¿Segunda? —repitió Sirius, frunciendo los labios en un puchero exagerado.

Severus solo sonrió misterioso y lo arrastró dentro de la casa, junto con el cuerpo del Jackalope.

—¿Quieres saber o quieres que te agradezca este regalo como se debe?

Sirius rió suavemente, tomó su rostro entre las manos y lo besó otra vez, con la promesa de una noche perfecta. Solo ellos dos devorándose mutuamente.

Mientras tanto Severus pensó que debería llevarse cierto sueño con Sirius a la tumba.

______________________________

James, agotado, se dispuso a abandonar Cokeworth enfundado en su capa gris, todavía sin creerse todo lo que había ocurrido.

Estaba frustrado. Frustrado por no poder decirle un par de cosas a Lily respecto a arriesgar su vida estando embarazada. Pero se lo había buscado: como Capa Gris, no tenía voz ni voto sobre las decisiones de Lily en torno a Harry. Y a veces sentía que, como James, tampoco lo merecía.

Aun así, había sido una gran aventura. Había podido reencontrarse con sus amigos, y también descubrir nuevas facetas de todos ellos. No era poca cosa.

—Te juro que lo vi —dijo una voz alcoholizada a su derecha— ¡Era Herne el Cazador! Estaba montado en un caballo con su perro negro... cazando un conejo gigante.

James se detuvo en seco y giró la cabeza con rapidez.

El que hablaba era un hombre tambaleante, con una botella medio vacía en la mano, colgando del hombro de otro no mucho más sobrio.

—Lo que digas, hombre. Ayer viste un duende bailar una jiga en el molino... y a la sirena del Tesco —gruñó su amigo.

—¡Te lo digo! ¡Era la cacería salvaje! Herne estaba ahí, lanzando rayos y centellas... Me iba a arrastrar a su cacería y no iba a volver a ver a Dory nunca más...

—Bob, Dory se mudó el mes pasado. Estás más loco que una cabra. Mejor toma otro trago y deja de vagar por el aserradero como alma en pena. Si te ve Paul, te va a freír el trasero, y ni Herne el Cazador ni nadie va a salvarte.

James esbozó una sonrisa, divertida y aliviada. No tendría que usar un Obliviate esta noche. Todo se estaba encubriendo solo, como solía pasar cuando la magia se mezclaba con la cotidianidad.

Ajustó la capa sobre los hombros, se giró y continuó su camino bajo la bruma nocturna, con el rumor de la risa de los borrachos perdiéndose tras él.

______________________________

Abraxas Malfoy llegó tambaleante, el cuerpo tembloroso tras varias sesiones de Cruciatus a las que había sido sometido en las últimas horas. Le ardían los nervios, pero apretó la mandíbula, decidido a contener la rabia. No podía permitirse el lujo de desmoronarse.

Lo que no podía contener era la frustración; no contra sus enemigos, sino contra el culpable de semejante desgracia... su propio hijo, Lucius.

El imbécil había tomado un artículo de colección; un recipiente repleto de muestras de criaturas mágicas recolectadas para ser vendidas a ciertos asociados en Siberia. Allí, los cuernos y los hígados de Jackalopes eran usados para fermentar un vino prohibido, caro y extremadamente exclusivo. Pero Lucius, sin saberlo o sin importarle, liberó por accidente una colonia entera de esos monstruos.

Criaturas salvajes, letales, y sobre todo, vengativas.

Todo porque su hijo no había soportado la humillación de ver a su familia menospreciada frente al squib de los Hidalgo.

El daño fue inmediato. Y por supuesto, no pasó desapercibido para el Señor Tenebroso. Mucho menos después de que Hidalgo cobrara venganza, arreglándoselas para mandar el resto de Jackalopes que quedaban en el broche junto a una glándula de gas alucinógena activa.

Abraxas caminó por lo que quedaba de su mansión, ahora reducida a ruinas elegantes. Restos de pavorreales albinos cubrían los mármoles destrozados del vestíbulo, víctimas de la manada de Jackalopes desatada sobre la propiedad. En una esquina, los elfos domésticos que no estaban demasiado heridos para trabajar se afanaban en quemar los cadáveres de las bestias salvajes.

Llegó a la habitación de su hijo. Lucius yacía atado a una cama, luchando contra las amarras mágicas. Gruñía, babeaba y trataba de morder al sanador con los ojos inyectados de rojo. Narcisa dormía en otra habitación, sedada después del trauma de haber sido mordida por su propio esposo. Por fortuna, el niño estaba ileso.

—Estará bien —informó el sanador con tono grave, sin dejar de vigilar a su paciente agitado— Mientras tome las pociones como se le indiquen, en los próximos diez días podremos quitarle las ataduras. Quizás a fin de mes esté completamente restablecido. Fue una suerte que la exposición al gas alucinógeno fuera mínima… de lo contrario, las secuelas habrían sido irreversibles.

Abraxas asintió, sin decir una palabra. Se obligó a mantenerse firme, aunque los puños cerrados a los costados de su túnica temblaban de furia contenida.

Los Hidalgo iban a pagar por esto.

Y no habría ley internacional ni fidelidad antigua que los protegiera.

 

Notes:

¡Y aquí estamos!

Sirius y Sev han tenido su primera pelea y su primera reconciliación.

Por cierto, Charlie me llamó la atención: aparentemente ese beso entre Sirius y Severus fue bastante asquerosillo, considerando toda la porquería en la que se revolcaron antes. Y como no quiero ser la única traumatizada por la imagen mental… pues ahora todos ustedes también van a sufrir conmigo.

Mientras tanto, los Malfoy están bastante molestos con Víctor, Lucius es un zombie temporalmente, y el pequeño Darcy empieza a volverse un poquito incontrolable.

Si todo sale bien, nos veremos pronto con otra entrega.

Aclaraciones y curiosidades (hoy me acordé yo solita):

Herne el Cazador: Figura legendaria del folclore inglés, asociada con el Bosque de Windsor y el Gran Parque en Berkshire. Se le describe como un espíritu o fantasma que monta a caballo y va acompañado de perros espectrales. Aparece especialmente en invierno y se le atribuyen fenómenos sobrenaturales como hacer sonar cadenas o atormentar al ganado. Además de precidir la cacería salvaje y llevarse a los desafortunados que se encuentren con él.

Kaláshnikov: Nombre general de una serie de fusiles de asalto diseñados por Mijaíl Kaláshnikov. Son conocidos también como AK, AK-47 o “Kalash” en la jerga rusa. Aunque nacieron en la URSS, hoy se fabrican en muchos países. El que usa Robert Pevka es específicamente el AK-74.

Aethonan: Son caballos alados de color castaño, comunes en Gran Bretaña e Irlanda. Iba a usar un Abraxan, pero como los Aethonan son más "locales", me quedé con ellos. Por cierto el caballo que monta Severus es un cuatro de milla color negro, por si alguien tiene curiosidad.

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