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entre sus pétalos

Summary:

Ser tatuador en un pequeño pueblo es sencillo. Diseñar, plasmar luego cada obra en piel... Por suerte para Gaara, el negocio le va bastante bien. Sus diseños se popularizan gracias a la delicadeza de su arte. La vida resulta apacible entre siestas, dibujos y tazas de té.

Lo que no espera es que, de golpe, su vida –y corazón– se vayan a poner patas arriba gracias a la obertura de una nueva floristería cercana. En especial, gracias al dueño de esta.

Chapter Text

El zumbido de la máquina se adhiere pronto a mi cabeza, como siempre. La clienta no se mueve mucho, casi podría decir que le gusta. Mírala, se está quedando frita.

Mejor, así disfruto más y me concentro mejor. Si tengo que estar dando cháchara lo paso mal. No me gusta hablar, me desconcentra… Ya sé que trato con personas, que mi lienzo es la piel que forma parte de alguien.

Pero no me hice tatuador para hablar con gente.

El dulce silencio en el que me sumo me permite centrarme más. Ahora toca la parte de color, por lo que presiono más aún contra la piel. Siempre lo paso un poco mal cuando llegamos a esto: no me gusta ver sufrir a la gente. La aguja debe picar un montón ahora mismo, pero la chica aguanta bien. Apenas se inmuta salvo por un pequeño sismo, más propio que externo. Parece bastante fuerte. Su pelo rosado me llama la atención; es como un oleaje de fresa en pausa, pero me resisto a la ensoñación: mi trabajo me requiere.

Ha elegido un flash muy bonito, mi preferido del mes. Los pétalos de flor de cerezo, eternamente mecidos por el aire, caen con fragilidad a lo largo de su firme y delicado brazo. Me lo paso bien haciendo esto: el mero hecho de que alguien decida llevar para siempre algo que he creado yo mismo es todo un elogio. Que confíen en mí para llevarlo, más aún.

Por suerte, la gente cada vez acepta mejor este tipo de diseños. Las líneas suaves, los perfilados… Definen un mundo diferente al impuesto en este mundillo.

—¡Ay! —exclama la chica de pronto.
—Lo siento.
—No pasa nada.
—¿Quieres que pare?

La joven gira el rostro en mi dirección, alzando unas cejas tan rosáceas como el cabello. Me sonríe amablemente, negando con la cabeza.

—No te preocupes —dice con una suave voz—, es que me has pillado algún punto sensible.
—Llevamos ya un rato —intercedo—, es normal que tu cuerpo comience a estar cansado. Además, el color…
—Es más insistente, ¿no? —suelta una risita adorable antes de proseguir—. Tranquilo, pero gracias por la consideración.
—Es lo de menos.

Tras una pausa en la que espero algún comentario más por su parte, prosigo con mi trabajo. Me ha asustado un poco.

—Tienes un pelo bonito —comenta de pronto.
—Ah…

Vuelve a reír, pero esta vez solo puedo escucharla. Ya me queda poco para terminar y, a decir verdad, yo también estoy un pelín cansado.

—Gracias —murmuro sin apartar los ojos de la aguja—. Tú también. Te resalta el verde de los ojos.
—Oh —su voz se riza en una risita por lo bajo—. Nunca me habían dicho eso.
—Es una combinación bonita —comento mientras preparo la parte de las sombras—. Un poco como lo que has decidido hacerte. Tu tatuaje y tú compartís los colores de los mochis de sakura.

Ni sé por qué he dicho eso. Me temo que el desgaste comienza a apoderarse de mi cabeza. La risa de la muchacha se acentúa mientras la noto relajarse — algo que me es de gran ayuda.

—Eres un chico muy gracioso.
—¿De verdad?

De todas las cosas que me han llegado a llamar en la vida, ninguna se acerca ni por asomo a dicho apelativo.

—Te llevarías bien con mi mejor amigo. ¡De hecho…! Sí, creo que… ¿Podría coger el móvil un momento, por favor?
—Claro.

El breve descanso me ayuda a estirarme y beber agua mientras la chica teclea en su móvil antes de reincorporarse en la camilla y permitirme continuar.

—Ves, ¡lo sabía! Es esta misma calle. Mira —mientras habla, acerca la pantalla a mis ojos, permitiéndome echar un vistazo a fotografías de un zulo al que le faltan demasiadas capas de pintura y barridos para considerarlo decente—, este es el próximo local que va a abrir aquí al lado.
—¿Ah, sí? ¿De qué será?
—¡Una floristería! La va a abrir él solo. ¡Tiene unas ganas tremendas! Lleva años queriendo cumplir este sueño, ¿sabes? Mi novia antes trabajaba en una y…

Sigo prestando a la chica toda la atención que puedo mientras termino de perfilar los últimos detalles del viento haciendo caer los copos rosados por su brazo. Ha quedado precioso. Estoy tan contento que se me escapa una sonrisa por lo bajo.

—¿Te hace ilusión? ¡Seguro que te caerá genial!
—Ah… Sí, claro.

No tengo mucha intención de hablar con gente desconocida, pero tal vez pueda pasarme en algún momento. Nunca sabes si necesitarás hablar de la corriente que conecta todos los locales de la calle… o alguna cosa así.

—Es la primera vez que abren una floristería cerca en años —murmuro—, seguro que a la gente le encantará.
—¿Eso crees? —Entusiasmada, la veo teclear de nuevo con una luz inmensa en su mirada—. Voy a decirle que has dicho eso, ¡así lo animaré más! Aunque… Bueno, espera.
—¿Qué?
—Casi mejor no se lo digo… O no de esa manera. Este es capaz de venir directamente ahora mismo a darte las gracias o algo.
—¿Cómo va a hacer eso? —De la sorpresa hasta se me escapa una risa floja.
—Uf, créeme —esboza con una media sonrisa irónica—. Es capaz de eso y más.

Vaya chico más raro… Comienzo a pensar seriamente en si ir a saludarle cuando abra.

—Todavía se ve un poco… —A ver cómo lo digo sin ofender— horrible.

Bueno, Gaara, muy bien hecho. Igual ahora se va sin pagarte. Pero, al contrario de lo que sugieren mis temores, la muchacha se comienza a partir de risa.

—Claro, hombre —esboza entre carcajadas—. Porque estamos acabando de arreglarla.
—Oh, ¿le ayudáis?

Qué amables. Seguro que es agradable. Qué raro.

—Y tanto. Además, Ino sabe donde va cada cosa, por lo que te decía de su antigua floristería. La verdad es que Lee, por su parte, no tiene mucha idea de estos temas. Sé que sabe mucho sobre flores porque es su interés especial de la temporada y se ha estudiado todas y cada una de ellas, por lo que comenzará a venderlas como si fuera una wikipedia humana, pero…
—¿Lee?
—Mi amigo —sonríe—. Tu próximo vecino.
—Ah, ya.

Espero que le vaya bien al pobre. Por lo que cuenta esta chica, parece más perdido que yo con lo de la atención al público.

—Parece un chico entusiasta.
—Uy, ¡créeme que lo es!

Sakura comienza a reír, contagiándome sin saber muy bien por qué. En realidad, me he puesto un poco nervioso. Una nueva persona en mi círculo de negocios no parece algo muy relevante. Y, sin embargo, me ha despertado cierta curiosidad. Me hace gracia imaginar al chico —ni idea de cómo debe de ser su cara— vendiendo ramos de lirios mientras explica sus tiempos de crecimiento a una pobre señora que, con ojos como platos, asienta sin saber cómo escabullirse del chapuzón de información no solicitada que pueda soltarle.

Me gustaría ver personalmente a ese tal Lee.

—Vendrás a la inauguración, ¿entonces? Es la semana que viene.
—Me lo pensaré.

Mientras charlábamos, prácticamente he terminado el trabajo. Sakura, entusiasmada, deja que le aplique ahora el papel sobre el que echo el spray para limpiar toda la tinta sobrante y, de paso, higienizar la herida.

—Ah, ¡también vamos a poner zumos y comida!
—Sabiendo ese dato no puedo rechazar la oferta —murmuro mientras arrastro con cuidado el papel, dejando al descubierto un precioso tatuaje en forma de cerezo que deja caer sus pétalos a lo largo del estilizado y, a la vez, fuerte brazo de mi clienta del día, que ríe ante mis últimas palabras.

—¿Ves, Gaara? Eres muy divertido. ¡Tienes que venir, por favor! Creo que Lee y tú podéis llevaros muy bien.

No sé qué le parece tan gracioso de mí, pero guardaré mi propia opinión para los adentros. Pese a todo, no voy a negar que ha logrado despertar mi curiosidad por ese amigo suyo.

—Intentaré hacer un hueco —comento con una sonrisa—. Bueno, ya está. Tómate tu tiempo, Sakura. Toma —le acerco un vaso de agua, que acoge con apremio—. Cuando estés mejor avísame, me gustaría hacerte un par de fotos si me dejas.
—¡Claro! Quiero presumir de tatuaje desde ya. —Parece muy contenta, cosa que me anima—. Gracias, Gaara, te ha quedado muy bonito.
—De nada, para eso estoy…
—¡Te pondré cinco estrellas en Google!
—Ah, no te preocupes. No hace fal…
—¡Y te etiquetaré en Instagram! Voy a hacer que todo el mundo quiera tatuajes tuyos, ¡ya verás!
—Te lo agradezco, pero…

Las orejas comienzan a arderme mientras me elogia de nuevo. Por suerte, parece que la rojez que se extiende hasta mis mejillas es suficiente señal para hacerle entender que es mejor dejarme hacer unas pocas fotos, ponerle el plástico, pagar e irse con una sonrisa, no sin antes volver a recordarme que espera verme en una semana.

—No hace falta que traigas regalos ni nada, con tu presencia bastará para contentarle, ¡ya verás!
—Ah… Bien.

Me tendría alguien que explicar detalladamente qué es exactamente lo que puede alegrar a una persona que un desconocido vaya a la inauguración de algo privado, pero vale.

—¡Nos vemos, pues!

Con la misma alegría y delicadeza que su nombre indica, Sakura se aleja por una calle cubierta del mismo aura que ella y el tatuaje que se acaba de hacer. Rosado, etéreo y risueño. Algo que deja huella, único y especial como la mismísima primavera.

En cuánto la veo desaparecer, cierro la puerta del estudio y Shu corre a mis pies. Hasta ahora el muy tontorrón no ha querido aparecer. Su pelaje arrastra alguna que otra mota de polvo por el camino, que me tira a la cara al sacudirse.

—Ya va tocando pelu, ¿eh? —le digo mientras bufo, apartándome el polvillo de la boca.

A juzgar por la expresión de su cara —tan peluda como el resto de él—, Shukaku no parece muy contento con la idea. Su reacción me hace reír, llevándole hasta el cuenco de comida, que relleno con generosidad mientras le oigo gruñir de alegría. Suspiro prestando, ahora sí, la debida atención a la mezcla de tantos sentimientos que hasta el momento he querido apartar a un lado mientras trabajaba.

La gente no se me da bien. A mí me gusta dibujar, tatuar, hacer las cosas en calma. Me gusta el sencha recién hecho, rascarle la cabeza a mi perro y regar mis cactus. Aparte de eso, poco más.

Sin embargo, algo en mi pecho se ha cubierto de azúcar hoy. Amabilidad, curiosidad… Me gusta sentir estas cosas. La lucecilla que ha despertado la muchacha me ha abierto puertas que normalmente permanecen cerradas a cal y canto.

Sí, decididamente… Iré a la inauguración de la dichosa floristería.

Además, creo que tengo… muchas ganas de conocer a ese tal Lee del que me ha hablado. Parece majo, el chico.

Vuelvo a sonreír mientras mi mirada se pierde por el escaparate de cristal. Concretamente, en dirección al futuro local.

Qué tonta emoción me embarga de golpe. A ver si se me pasa pronto, que así no se puede trabajar.

Chapter 2

Notes:

trigger warnings: mención de ansiedad y ligera disasociación

Chapter Text

Es un día gris, no muy adecuado para lo estipulado.

Ha pasado una semana ya desde la visita de Sakura al estudio. Desde ese momento, la idea de acudir a la inauguración no ha dejado de pasar por mi cabeza. Entretanto, he ido diseñando, tatuando… Dejando mi marca en pieles ajenas. Algunos de los diseños no han sido especialmente de mi agrado, pero aún no me veo con tanta confianza como para declinar lo que me piden. Suspiro, viendo cómo la lluvia amenaza con regar las calles del pueblo. ¿O debería llamarlo ciudad? A este paso, con tanto establecimiento, esto se va a acabar convirtiendo en algo grande, por no hablar de los edificios nuevos de un par de manzanas más allá.

Supongo que debería llamarse ciudad pequeñita. No sé si en un pueblo pequeño tienen incluso un estudio de tatuajes. No tengo ni idea porque he salido demasiado poco de aquí. Cuando planté el estudio entre locales de víveres y herrerías, muchas personas se interesaron por él, llegando a venir incluso de otros puntos de la isla, en tren o autobús. Y, por ahora, soy el único que acude a trabajar. Es mi estudio, pequeñito y mono, mi Cacti Tattoo, aunque debería comenzar a pensar en asociarme con algune otre artista… Con lo que vale el alquiler y el material, ya se me va casi la mitad del sueldo.

El tono plomizo ha llegado hasta mi cabeza, enredando sus tormentas ligeras en mis propios pensamientos. Será mejor que me haga algo que disuada la lluvia antes de que aparezca. Ah, sí. Ese té de jazmín me hace ojitos. Supongo que valdrá.

Aún no es mediodía. ¿Debería acercarme?

Todavía no tengo la respuesta, y llevo siete días enteros pensando en ello. Hoy no tengo clientela por lo que, más que trabajar, estoy practicando el sutil arte de amoldar mi cuerpo al sofá. La tablet está más cansada que yo de ver como la mareo sin que surjan ideas nuevas para algún flash. Al dejarla sobre la mesita, juraría haberla oído suspirar de alivio.

Qué bien huele el jazmín. Es como tomar sorbitos de un jardín íntimo e inmenso, creado solo para mí entre estas burbujas. Y luego dicen que el té es solo agua con hojas… Vaya cosas hay que oír. La superficie esmeralda tiembla suavemente cuando suspiro sobre ella. El rumor apaisado se aleja de mí, en dirección a la calle.

—¿Así que eso crees que debería hacer? —le pregunto al té, que no me responde—. Bueno, tal vez…

Tal vez sea buena idea dejar de marear la perdiz y salir en busca de la respuesta, pues esta no va a venir a mí sin más.

No es solo aburrimiento lo que impide que aflore ni una sola pieza en condiciones últimamente, pero no quiero pensar más en ello. Dejo a un lado la taza, en cuyo fondo descansan los posos del té junto a mis remolinos internos haciéndose uno, y salgo a la calle.

Mi primer saludo al mundo exterior es un escalofrío. Pero, si entro de nuevo, tal vez no vuelva a salir. No pasa nada, seguro que no echaré de menos la bufanda. Además, seguramente haga calor en el interior del local.

Qué vergüenza. Encima no conozco a nadie, y dudo que mis vecines vayan a asistir. Estarán sus amigues y familiares, supongo. Y yo ahí en el medio, sin pintar absolutamente nada de nada. Mis pasos se ralentizan a medida que las dudas se agrandan. Y esas nubes de allá arriba tampoco es que ayuden mucho.

No, Gaara, ya has salido. Ahora tienes que avanzar. Venga, un paso tras otro. Mira qué árbol tan bonito, ¡ya está echando las primeras hojas! Qué bien huele el cielo. Es ese aroma a prólogo de lluvia, nostálgico y metálico. He hecho bien saliendo. Así veo las nubes, y las plantas. Y esta ansiedad tan maja que comienza a anidar en mi estómago también las ve. El suspiro se atranca en mi pecho unos segundos antes de liberarse. Casi estoy.

Dios, qué montón de gente. ¿Y si no voy?
No, venga, camina. Lo estás haciendo bien.

El local ha cambiado mucho desde que lo vi. La verdad es que no he tenido valentía suficiente para pasarme en estas semanas a ver qué se cocía — la vergüenza ganó ese juego.

Debería haberlo hecho. Al menos, habría alegrado un poco mi vista en el paseo. Aún de lejos, la madera verde de la puerta reluce bajo un precioso cartel que indica que la floristería ya se ha afincado en el barrio. Sobre este, una cadena de flores amarillas y anaranjadas decoran la fachada, derramando su delicado reflejo en los enormes cristales del escaparate. Y hay más, algo más movido y vivo que lo inmaterial.

Es un ambiente alegre. Veo figuras en la entrada, algunas se adentran antes de salir de nuevo. Risas de toda índole se desperdigan alrededor del lugar, llamando la atención de los viandantes casuales. Un muchacho rubio se ríe a carcajadas mientras zarandea a otro de cabello negro y cara de pocos amigos, que pronto se le borra cuando el rubio lo abraza por la espalda con cariño.

Oh. Interesante. Está bien saber que no estoy… tan solo.

—¡Has venido, Gaara!

Su risa jovial y el gesto de apremio se mezclan con mi sorpresa cuando la dulce voz de Sakura me da la bienvenida.

—Eh, sí… Bueno…
—¡Contaba contigo!
—¿Ah, sí?
—¡Claro! Me alegra que te hayas decidido a venir.

Mi sonrisa educada se vuelve más sincera al ver cómo su tatuaje luce tan bien en el brazo. Avispada, me sonríe con ganas mientras asiente.

—Te iba a mandar una foto, pero ya que estaba… Como sabía que vendrías —me guiña un ojo en confidencia— prefería esperar a que lo vieras en persona.
—Ha quedado genial —murmuro, echándole un vistazo sin querer tocarle—. Lo estás curando muy bien.
—¿Eso crees? —exclama, pletórica—. ¡Qué bien! Y eso que es el primero.
—Cuando quieras más, ya sabes.
—¡Sí! Y si no, siempre te puedo mandar a otra…
—¡Eh! ¿Tú quién eres, chico?

Una joven rubia interrumpe la conversación con toda la energía que a mí me falta. Su flequillo tapa parte del ojo, pero con el otro me examina de arriba a abajo.

—Ino, por favor… No seas así, no espantes al pobre chico.
—¿Yo, espantar? —De pronto, la intensa mirada que me escrutina se convierte en azúcar y especias al girarse hacia Sakura—. ¿Qué pasa, es tu ligue?
—Claro, Ino. Enfrente de ti me voy yo a… —La chica sacude la cabeza con sorna—. ¡Que es mi tatuador, tontona!
—¡Ah! —La mirada aguamarina de la rubia se apacigua al momento—. ¡Eres Gaara! Oye, gracias por hacerle algo tan bonito a mi novia. Ahora aún se me hace más difícil dejar de mirarla.

Sakura, cuyas mejillas se han teñido considerablemente de tono cereza, le pega el codazo más suave que he visto nunca a la joven, haciéndola callar entre risitas.

—Más tonta que eres —Aún cuando parece una ofensa, la tal Ino se ve satisfecha, y Sakura se dirige a mí de nuevo—. Disculpa, Gaara. Es su manera de decir que le parece precioso, ¡porque lo es!

La muchacha sabe defenderse con diplomacia. Me cae bien.

—Por cierto…

Antes de dejarla continuar se nos acerca un par más de personas, y la nube de confianza que hasta entonces poblaba mi cuerpo se evapora de nuevo, llevándosela hacia unas nubes cada vez más grises.

—¿No queréis entrar?
—Anda que como llueva…
—¿Vamos a caber todes? Parece un poco pequeño…

Son tres chiques de nuestra edad, cada une más diferente de le anterior. Es la voz atronadora de un joven de cabello largo y suelto de tono pajizo y cara de pan y amabilidad la que inicia la conversación. A su lado, un chico delgado con el cabello recogido en una coleta alta y una muchacha de cabellera negra y brillante nos rodean entre dudas y vasos hasta los topes de refresco.

—Uy, ¿tú quién eres?
—Shikamaru, tío —espeta Ino—, vaya manera de entrarle a la gente.
—¡Perdón! —El chico de la coleta me saluda con un gesto educado que le devuelvo—. ¿Eres de por aquí?
—Sí… —musito sin mirarle a los ojos.
—¡Es el que me tatuó el otro día! —añade Sakura.
—¡Oh! —La chica del pelo negro, entusiasmada, me lanza un vistazo ilusionado—. ¿Tienes sitio para este mes? ¡Yo también quiero uno!
—¿Qué te quieres hacer? —insta Ino con picardía—. ¿Un plato de ramen?
—¡Que ya lo he superado! —la mirada plateada de la joven chispea por unos momentos, calmándose al segundo—. Ahora soy una chica nueva. Me quiero hacer florecitas por y para mí.
—Pues claro que sí —Más apaciguada, la joven rubia pasa un brazo por el hombro de su amiga—. Y yo que me alegro. Anda y que se quede con su emo…
—Como te pasas tú también —le interrumpe Sakura, ante lo que Shikamaru parece estar de acuerdo al asentir—. Anda, dejaros ya de dramas y cotilleos y vamos a por algo de picar. ¿Vienes, Gaara?

No sé si ir, y más aún ante el alarde de confianza de un grupo de amigues del que no formo parte.

Si en diez minutos la cosa sigue así, me voy. Por ahora, me dejo llevar por el amable gesto de Sakura al invitarme al interior del local… Donde hay todavía más gente.

Necesito zumo. O té. O lo que sea. En su lugar, una amplia mesa de aperitivos se despliega frente a mí, donde muchas manos desconocidas cogen de aquí a allá. Absurdamente, hay un montón de cosas con sabor a curry. No tiene sentido, pero está bien.

La pareja —o eso me supongo— de antes está dentro. El rubio, dicharachero, parece buscar algo o a alguien mientras el de su lado bebe zumo sin hablar con nadie. Antes de hallar lo que sea, se pone a hablar con una muchacha de cabellos recogidos en dos bonitos moños mientras el joven de su lado —curiosamente parecido a la morena que me acompaña— toma dos pastelitos en un plato. La chica, además de hablar, parece bastante ocupada apañando los centros florales del pica-pica.

—¿Dónde estará este chico? —pregunta de pronto Sakura, algo nerviosa—. Estamos todes, y él todavía no ha…
—Eso quisiera saber yo —De pronto, la joven de los moños aparece frente a nosotres, mordisqueando el pastelito que el chico de su lado le ofrece con una sonrisa—. Uy, ¿quién eres tú?
—¿Es que nadie de este grupo sabe dirigirse a desconocidos, por favor?
—¡Perdón! —le contesta la chica a Sakura—. Es que estoy de los nervios, ¡dónde estará…!
—Tenten —el muchacho, al que ahora examino más de cerca, vira su mirada argente hasta la de moños con cariño—. ¿No te has dado cuenta de algo?
—¿De qué, Neji? —espeta Tenten sin dejar de comer.
—No solo falta él.

Una sola frase absurdamente explicativa parece activar en casi todes elles una comprensión instantánea de la situación. Algo que evidentemente se me escapa. Por suerte, no sólo a mí. Shikamaru, Ino y la chica del pelo negro dibujan muecas de duda en su rostro y arquen las cejas, insistentes.

—Se nota que pasáis poco tiempo con ellos —musita el tal Neji con una sonrisa confidente.
—No sé, chico —murmura Shikamaru, percatándose de algo al momento—, es que no todos somos cuñados suyos.
—Ni yernos —murmura la morena con timidez.
—¡Ah! —exclama Tenten—. Entonces estarán juntos…
—Seguro que sí. —Neji, que parece bastante tranquilo frente a ese pequeño caos, se recoge el largo cabello en una coleta con parsimonia mientras echa un vistazo a la joven que se le asemeja—. Hinata, ¿no comes nada? Por favor, come algo, ¿eh?
—Sí, hermanito, no te preocupes.

Ajá, de ahí venía el parecido.

—Que no quiero que vayas a dejar de comer porque…
—¡Que lo llevo bien! —Todes le miran con apremio—. En serio. Lo estoy llevando genial. ¿Por qué dudáis tanto de mí?
—No dudo de ti, Hinata —Neji reposa una mano sobre el hombro de su hermana antes de continuar—. Pero han sido tantos años que…
—Precisamente por eso. —La mirada de Hinata se llena de determinación al hablar—. Ya está hecho. Ya está solucionado. Merezco más que una eterna espera.

Todes callan ante la sorprendente resolución de la joven. Incluido yo, que no me entero de nada.

—Ay, oye —la voz de Tenten se gira hacia mí al momento—. Perdona, ¿eres de por aquí?

Algo cansado de explicaciones, asiento mientras Sakura vuelve a presentarme ante Tenten y Neji. Simpátiques, me saludan cordialmente mientras me ofrecen un poco de agua, lo cual agradezco como si llevase tres años sin probar una sola gota.

—Aunque no lo parezca estoy súper contenta, ¿eh? Jo, que mi hermano abra una floristería él solo…
—Es una pasada —comenta Neji—. A mí también me sorprende un poco. Solo un poco.
—Aunque también os digo que no lo habría logrado sin nosotres —prosigue Tenten con el ceño fruncido—. Si os digo que el tío quería dedicarse exclusivamente a vender plantas carnívoras… Y no de las pequeñas, no. ¡Una tienda de plantas gigantes que se te pueden comer!
—¿Quién iba a querer eso? —pregunta Hinata, algo lívida.
—Su padre y él —murmura Shikamaru.
—Para entrenar con ellas —interviene Neji.
—Lo peor es que me lo creo… —musita Ino.
—Ah, ¿es que crees que no lo propuso precisamente por eso? —espeta Tenten—. ¡Si hasta decía que iba a quitarle el trabajo a los gimnasios de la zona, por favor!

Las carcajadas resuenan por todo el local, llamando la atención de todes les presentes.

—Muy típico de él —dice Choji mientras se coge un platito de cacahuetes para él solo.
—Menos mal que le hiciste entrar en razón, Tenten —comenta entonces una voz de chispa a mi espalda—. No me gustaría estar en la inauguración de una selva rara.
—Una selva rara dice… ¡No tienes gusto, Naruto!

Otra voz más que desconozco grita desde lejos, uniéndose a la conversación. Una voz que llama especialmente mi atención pero, antes de poder conocer su origen, otra más profunda y atronadora silencia a todas las demás mientras todas las cabezas se giran hacia la puertecilla del trastero.

—¡Atención todes, aquí llega el protagonista del día! Vamos, ¡a ver esos ánimos! ¡Quiero oíros a todes gritando su nombre!
—Y ahí están ellos —susurra Neji, haciendo reír por lo bajo a les demás.

El hombre, de mediana edad y lo suficientemente corpulento para tapar por completo la puerta, sonríe con determinación mientras gesticula exageradamente, haciéndose a un lado mientras el cabello se le remueve con gracia, reluciente y oscuro. Bastante exagerado todo, a mi parecer. Pero tampoco he venido yo aquí a juzgar a nadie.

El aroma del lugar me transporta a muchas dimensiones y parajes a la vez, bastante lejanos al mogollón de gente nerviosa que se mueve a mi alrededor. Las rosas, los lirios y los tulipanes recrean una escena mental que me encierra en un mundo interno de frescura y sonrisas. Me gustaría pasar un rato más así, aún envuelto de gente. Es muy agradable. Tal vez pueda pasarme de vez en cuando con la excusa de venir a por algo… Aunque no creo que compre nada. Bien pensado, estas flores de aquí podrían sentarle bien a mi estudio. Está un poco sosillo, y a lo mejor mi pobre cactus se sienta solo. Aunque igual a Shukaku le entra hambre y se…

Los elogios aumentan su volumen cuando el protagonista aparece —“por fin”, según varias voces— entre el gentío. Dedico entonces mi plena atención a este evento que, sin duda, debe ser importante para estas personas.

Casi diría que, en cierto aspecto, lo es también para mí. Por fin voy a verle la cara al misterioso sujeto que lleva una semana entera dando vueltas en mi cabeza sin tan siquiera conocerle. Sakura hizo bien su trabajo: deshizo hasta mi última barrera de pereza, barriéndola e instaurando una ferviente curiosidad en su lugar. Y hoy, ahora, por fin, dicha flor va abrir su yema, mostrando la realidad que me ha mantenido en vilo durante siete días enteros.

Lo primero que ven mis ojos es el brillo dorado sobre sus suaves cabellos oscuros, cayendo desde los ventanales que iluminan el lugar y entregando su luz a cada flor y persona cubierta de sonrisas e ilusión.

Luego vienen los ojos. Grandes, tanto que me pregunto si no esconderán un mundo entero en ellos. Les acompañan unas largas pestañas que, más que languidecer al parpadear, acarician el aire en cada soplo. A estos les sigue la sonrisa, que desprende la luz de una felicidad difícil de describir. Continúo mi recorrido por el mapa del chico misterioso por las manos, cerradas en sendos puños de énfasis que se remueven una y otra vez mientras da las gracias a les presentes. De vez en cuando se gira hacia el que debe ser su padre, que le asiente de vuelta con orgullo y palabras motivadoras —tal vez incluso demasiado—, pero que al chico parecen alegrarle aún más.

La sonrisa se me ha clavado en el rostro. Me doy cuenta cuando me duelen las mejillas. Esta escena, tan atípica, tan lejana a mi mundo, me ha despertado una sensación tan familiar que, por unos segundos, me siento íntegramente parte de todo ello. Un hilo de oro invisible se adhiere a cada mota de luz que impregna el lugar. La calidez del instante, que emana de sus gestos enérgicos y sus carcajadas, me invade con sutilidad. En especial, cuando sus amigues comienzan a acercarse para felicitarle, abrazarle y darle palmaditas en la espalda o en la cabeza. La que he adivinado como hermana, acompañada del que debe ser el novio de esta, se le acerca con las cejas ligeramente fruncidas, dándole un toque en mitad de la frente justo antes de reír y sacudirle los hombros, lo cual dibuja una instantánea cara de susto en el chico que me hace reír. El joven de la coleta le felicita con más decoro justo antes de saludar al que debe ser su suegro. Qué familia tan graciosa.

Todas las agujas de reloj del mundo deciden pausarse por unanimidad cuando el chico se gira hacia mí. Mis pasos me han llevado, sin darme cuenta, hasta la cola de felicitaciones, colocándome ahora como el siguiente a celebrar su éxito.

Las cejas pobladas se alzan bajo el flequillo recto de un curioso corte, y con razón. Los enormes ojos me descubren ahora tanto como yo a ellos.

—Hola —murmura con timidez—. ¿Nos conocemos?
—¡Lee! —pronuncia una voz rosada tras de mí—. ¡Este es el chico que te comenté!

Sakura se asoma entre ambos con una sonrisa apacible que parece dar confianza suficiente al protagonista del lugar.

—¡El tatuador! —La luz invade aún más el local, si eso es posible, gracias a la intensa sonrisa que se dibuja en su rostro—. ¡Sí, claro! ¡Hola, Gaara!

Es imposible. ¿Cómo va a saber este chico cómo me llamo?
¿Cómo es que acabo de descubrir mi propio nombre?

¿Por qué, hasta ahora, nadie le había dado esta vida?

—Hola, Lee.

Las cejas vuelven a alzarse pero, esta vez, es el júbilo quién las mueve, de la misma manera que los destellos chisporrotean en esos ojos de los que no puedo apartar la vista. Una fina capa de sudor puebla mi frente cuando estos me devuelven la mirada, sonrientes.

—¿Sabes cómo me llamo?
—Tú también lo sabes, por lo que veo.

Lee se ríe, cerrando incluso los ojos. Creo que, en algún momento, todo este local va a derrumbarse. O incendiarse. El mundo no puede quedarse quieto sin más después de algo como esto.

—Pues claro que ambos sabéis el nombre del otro, ¡porque yo os he presentado indirectamente!
—¿Tú has hecho eso, Sakura?

El hombre, que hasta ahora ha estado observando la situación, proclama de nuevo su presencia con voz grave y una sonrisa digna de los mejores anuncios de dentífrico.

—¡Claro que sí, señor Gai! —le responde la chica con apremio—. ¡Todo el mundo debía saber del gran día de hoy!
—¡No esperaba menos de su mejor amiga!
—¿Eso has hecho? —intercede entonces Lee con voz llorosa—. Sakura, ¡eres la mejor!

Entre las risas de una y los llantos del otro, les amigues se abrazan mientras el padre de Lee se seca con el dorso de la manga unos tremendos lagrimones que caen de sus ojos. Es una escena… peculiar, pero tan divertida y familiar que casi me siento parte de ella.

Aprovecho el momento en que Sakura le acaricia el cabello —qué sedoso parece, me gustaría comprobarlo— y el chico se suena para observarle un poco más. Sí que es característico, pero no es algo criticable. Al contrario. Parece un chico divertido y vivaracho. Muy intenso también. Y todo eso solo lo hace más llamativo a mis ojos.

—Ay, ¡perdona!
—¿Eh?

Las manos —decoradas ambas con unas vendas que van del codo hasta la muñeca, vete a saber por qué— se posan ahora sobre mis hombros. Cálidas. Fuertes.

Creo que se me va a salir el alma por el pecho.

—¡Gracias por venir, Gaara! —me dice clavando su mirada sobre la mía—. ¡Es todo un detalle, teniendo en cuenta que no me conoces!
—Ah, eso… Ya, bueno, es que…
—¿Te gustan las flores?

Sí. Sí me gustan. Acabo de saber este dato sobre mí mismo.

Me está hablando la más bonita de todas ellas.

—Bueno, supongo que sí…
—¡No se diga más!

Antes de dejarme terminar, el chico ya se ha girado con una sonrisa de oreja a oreja diciéndole algo a su padre, que asiente con orgullo antes de volver al trastero mientras Lee se vuelve de nuevo hacia mí frente a una Sakura que contempla la escena con ojos curiosos.

—Avísame antes de irte, ¿vale?

Asiento sin decir palabra. Todo esto es extraño, abrumador.
Y embaucador a más no poder.

Su hermana y el novio de ésta parecen implicades como les que más en que todo vaya bien. El gesto, del que Lee parece no percatarse, me ablanda un poco el corazón. Qué amabilidad se respira. Todes están muy contentes, parecen tenerle mucho aprecio. Y no me extraña. Este chico… Transmite algo que no sé explicar. Algo que ha anidado en mí solo con verle.

Como si el sol brillase con más intensidad ante él.

—¡Oye, Cejotas! —le dice de pronto el chico rubio de antes—. No tendré gusto, ¡pero prefiero esto!

Cómo puede llamar así al pobre chico… Deben tener mucha confianza.
—¡Una “selva rara” no habría estado mal! —se defiende Lee entonces ante el ataque indiscriminado de antes—. Pero sí, ¿eh? Es bonito así, con tantas flores…

La mirada de Lee se enternece al mirar a su alrededor, sonriendo con cariño a los girasoles, lirios y rosas que nos acompañan.

—Habría sido una idea interesante, la verdad. Las plantas son buenas siempre.

Escucho mi voz fuera de mí. Siento cómo mis labios se mueven, pero yo les he dado permiso para decir eso. Ha sido algo más.

La absurda necesidad impulsiva de defender la ternura que transmite esa mirada brillante.

—Gaara…

Su voz pronuncia mi nombre con melodías que nunca antes he escuchado. Junto a esta, una sonrisa de pura esperanza se trenza en la mirada que chisporrotea estrellas.

Esos ojos no son normales, no algo que yo haya visto antes.

Unos ojos tan oscuros, tan enormes.
Unos ojos de eclipse.

—¿Ves, Naruto? —exclama a continuación, frunciendo el ceño frente al rubio—. ¡Alguien que aprecia mis ideas y esfuerzos!
—Y yo que me alegro —dice su amigo con una sonrisa genuina—. ¡Sigue así, Gaara!

La manota del chico me da una palmadita en el hombro antes de que su mirada azulada me sonría amablemente. ¿Es esto… confidencia? No tengo ni idea, pero no se siente mal. Parece… ¿Agradecido, tal vez? Claro, es su amigo. Es normal que le alegre que gente externa a su círculo le apoye.

—¿Dónde está Sai, por cierto? —pregunta entonces Chouji que, junto al resto del grupo, se han apiñado a nuestro alrededor, convirtiéndome en un centro de miradas curiosas que preferiría evitar.
—Ay, ¡está en un concurso de lo suyo! —le contesta Naruto. Parece ser, en cierto modo, el líder del grupo de amigues.
—Oh… Me habría gustado verle —comenta Ino mientras se apoya en el hombro de Sakura.
—Tenía que acudir sí o sí —explica Hinata—, era el concurso de Sumi-E más importante del año.
—¡Perooooo…! —irrumpe de pronto el chico relámpago—, ¡es como si estuviera con nosotres! Mira, Cejotas, ¡lo ha hecho para ti!

Las miradas curiosas se abren de par en par entre exclamaciones cuando Naruto —que no se separa en ningún momento del moreno taciturno— abre un pergamino enorme, mostrando el dibujo de una flor de loto hecho con tinta aguada. La línea es delicada, pero persistente. El tono rosado de los pétalos contrasta a la perfección con la parte más oscura de la raíz.

Es precioso. Tanto como…

—¿Has visto, Lee? —irrumpe con un sollozo la voz atronadora que ya comienza a sonarme—. ¿Has visto cómo te quieren tus amigues?
—Pa… Papá…

Ante la mirada de todes les presentes que, a juzgar por sus caras, parecen acostumbrades a esta escena, padre e hijo se abrazan en un intenso llanto conjunto. La imagen es tierna, pero me preocupa un poco.

—Tranqui —dice una voz suave a mi hombro—. Están así siempre.
—Casi me alegra no ser la hija preferida —susurra la otra voz de mi lado, haciéndome reír un poco por lo bajo.
—¡Tenten! —grita entonces el señor Gai, frotándose los ojos enrojecidos y posando un dedo acusador sobre la frente de su hija—. ¿Cómo puedes decir eso? ¡Tú eres mi hija preferida, la única que tengo! ¡Yo no hago distinciones de…!
—Vale, vale —contesta Tenten con un ademán cansado—. Si a mí me da igual.
—Mi hijita… —De pronto, Gai parece sumido en una terrible tristeza, pues se sienta en una silla cercana mientras se tapa la cara con ambas manos—. Qué he hecho mal…
—No has hecho nada mal, Gai —espeta Neji mientras suspira—. Va, venga, alégrate, que es el día en que tu hijo ha…
—¡Mi hijo, es verdad! —Como impulsado por un resorte mágico, el hombre recuerda dónde se encuentra—. ¿Quién quiere pastel? ¡Vamos! ¡Hay que celebrar que Lee es el mejor!

No estoy en desacuerdo con este hombre, pero me asusta un pelín. La situación en sí me agobia, por mucho que quiera disfrutarlo. Me gustaría alejarme pero… estas personas son tan divertidas…

—Oye, oye… —Oigo entonces en un susurro desde mi izquierda—. Que no se come delante de los hambrientos, hombre…

Reconozco la voz de Shikamaru, el chico de la coleta, y al momento entiendo sus razones. El rubio de antes, que tanto revuelo montaba hace un rato está… Bueno, disfrutando visiblemente de la compañía de su novio, el moreno antisocial. Noto cómo Sakura e Ino toman de sendos brazos a Hinata pero esta, con un gesto determinado, niega con la cabeza ante ambas amigas, que alzan las cejas segundos antes de sonreírle con cariño y asentir.

—¡Ay! —la voz, colmada de preocupación, se cuela en mitad de la tensa escena, aliviándome hasta a mí—. ¿Tienes hambre, Shikamaru? Toma, ¡cómete esto, mira! ¡Lo hemos hecho papá y yo esta mañana!

La risas enternecidas de Hinata y Tenten suenan a mi lado mientras unas extrañas cosquillas se me remueven en mitad del estómago, haciéndome reír a mí también.

Qué persona tan adorable. Y cómo le brilla la mirada cada vez que sus amigues toman alguna porción del pastel que ha hecho con tanto mimo.

Me gustaría preguntarle si también sabe cocinar. De golpe, se me ocurren muchas preguntas que hacerle. Pero el ruido, el agobio y el parloteo convierten todo mi interés en un silencio que digiero a solas.

Entonces, una mano cuidadosa me arrastra entre el gentío de manera tan sutil que ni siquiera levanta una sola ceja a mi paso.

—¿Estás bien?

Es Sakura quién me ha apartado del grupo. Su mirada indica preocupación.

—Estoy…
—¿No te gusta mucho que te miren, verdad? —La manera en que mis ojos decaen se lo dice todo—. Lo entiendo, no te preocupes. Seguro que él también. Si en algún momento prefieres irte solo tienes que decirlo, ¿vale?

Mientras asiento, la chica me ofrece un vaso de agua que agradezco de corazón.

—Gracias, Sakura.
—¡No hay de qué!
—Seguro… Que Lee aprecia mucho tu amistad.

La muchacha ladea la cabeza de manera entrañable.

—Eso espero yo también. Aunque me lo deja claro de todas las maneras posibles, vaya…
—¿Qué quieres decir?
—Ah, ¡nada raro, eh! Es que… Es muy expresivo él. Aunque ya te has debido dar cuenta de cómo es…
—Es genial.

Lo suelto así tal cual, sin pensarlo. Es una de esos maravillosos momentos en que deseo que la tierra se abra y se me trague para nunca más devolverme. Sin embargo, pese a que mis orejas reten en competición a los volcanes, la chica no se da cuenta de ello, o finge no hacerlo. Se limita a sonreír con naturalidad, asintiendo.
—Sabía que os llevaríais bien.
—Sí…

Claro que me gustaría conocerle mucho mejor. Me sorprenden las ganas que tengo de entablar una conversación con el chico más allá de un simple chit-chat típico. Pero así, tan envuelto de toda la gente que le quiere y anima, donde yo no tengo absolutamente ningún hueco, es absurdo pensarlo.

—Creo que es hora de irme.
—Oh, ¿tan temprano? ¿Has probado el pastel, al menos?
—Yo…

Siempre me ha costado mucho irme de los lugares. Y es verdad: no he probado el pastel. Pero algo dentro de mí siente un deseo irrefrenable de irse cuánto antes.

Esta vez ha llegado algo tarde, pero ya está aquí. Es el impulso de siempre. Y el estrés sensorial no ayuda.

Sobro. Lo he sabido desde el primer momento. Quería reprimir esa idea durante un rato pero ha vuelto, alimentándose de mi cansancio para engrandecerse. Suspiro mientras echo un vistazo a Sakura.

—Lo siento. Otro día lo probaré.
—Está bien —dice cabizbaja. Se la nota algo alicaída. ¿Qué más le dará que yo esté o no? Si tampoco soy amigo de nadie aquí—. Le diré a Lee que haga otro para que lo pruebes. No hornea mal, ¿sabes?
—No hace falta que…

El agua tiembla entre mis manos, pero Sakura asiente.

—No te preocupes, Gaara. Habrá más días para hablar. ¿Necesitas que te acompañe para despedirte?

La verdad es que… Sí. Asiento levemente sin mirarla, sintiéndome terriblemente patético mientras me dejo guiar por la chica y su buena fe. Sus pasos me conducen directamente hasta Lee y su padre, del cual se separa más bien poco. Está también rodeado de su hermana y el novio de ésta, así como del resto del grupo. Parecen todes tan buenes amigues. Es terciopelo para el alma ver algo tan bonito. Algo de lo que claramente no formo parte.

—¡Lee, ven aquí! —Sakura llama la atención del florista con gestos que le indican que se acerque. Lo cual, para mi ilusión, sucede al instante—. Gaara se tiene que ir ya.
—Ay, ¿de verdad? —En cuanto escucha a Sakura, el brillo de sus ojos decae ligeramente—. ¿Tan tarde se ha hecho?
—Bueno, es que…

Mis dedos juguetean entre sí, llamando su atención.

—Pero… —Los ojos de eclipse viran hasta Sakura al momento—. El pastel…
—Es que a Lee le hacía ilusión que lo probases —me explica la chica entonces, haciéndome comprender su insistencia… Y dejándome de una pieza.
—¿Y eso? —pregunto, tan ávido de curiosidad que me olvido de la ansiedad que me produce seguir aquí aún.
—Ah… Pues… Porque…. A ver si… —Sus ojos pasan de un lado al otro de la mesa, airándose de golpe—. ¡No queda!
—Se ha acabado todo ya —comenta Naruto, introduciéndose de pronto en la conversación—. ¡Lo siento!
—¡Sois unos gulas! —protesta Lee con el ceño fruncido—. ¡Mira que no guardar…!
—Bueno, bueno —intercede Sakura en son de paz—. No pasa nada. ¡Ya harás más!
—¡Es verdad! Pero este estaba tan rico, y me ha ayudado papá…
—¿Y Tenten qué? —espeta Neji—. Que la pobre ha madrugado y todo.
—Anda, Tenten —musita Hinata con timidez—. ¿También sabes cocinar?
—Pues claro que sé —comenta Tenten con orgullo—. Y tú no sabes la que estaban liando este par en la cocina…

Las risas a coro resuenan por el local, llenando cada pétalo, rama y hoja de una jovialidad única. La alegría se esparce hasta llegar a mí, alzando mis comisuras y llenando mis pómulos de un ligero rubor que me mece en calma.

Estas personas me producen una seguridad tan bonita como extraña.

—En fin, no te distraemos más. —La mano de Sakura, delicada y fuerte a su vez, se posa en mi hombro con cuidado. Parece entender bien cómo me siento sin necesidad de decir nada, cosa que me alivia. Pese a todo, me siento triste. Pero sé que esto es lo mejor por ahora.
—¡Espera un momento, Gaara!

Antes de poder contestarle, veo cómo Lee se interna en el trastero, volviendo con algo entre manos. Algo que capta la atención de su padre, que sonríe por unos momentos con alegría antes de seguir conversando con les jóvenes que ríen, comen y bromean entre elles. Mis piernas flaquean levemente cuando el chico se planta frente a mí con una sonrisa.

—¡Esto es para ti!

Bajo la vista a sus manos, que sostienen una pequeña maceta de flores rosadas y delicadas.

—¿P-para…?
—¡Son buganvillas! —exclama, recuperado el brillo en sus ojos—. Significan “bienvenida”.
—En ese caso… ¿No debería dártela yo a ti?

Entonces, ocurre algo mágico. Algo que rompe un suspiro dentro de mí y que no creo que olvide nunca.

Lee se está riendo. Sus ojos se entrecierran, dándole más protagonismo aún a las largas pestañas, a la forma tan graciosa del piquito de su labio superior. El sonido de su risa es un gorgoteo divertido y acogedor que pone en marcha mecanismos de cosquilla y oro dentro de mí.

—Bienvenido a mi pequeña floristería, Gaara. Me ha hecho mucha ilusión que vengas. Sakura me dijo que eras tímido y tal vez te costaría venir algún día así que…. Que hayas venido hoy mismo ya ha sido un honor. —No contento con ser un encanto, el chico ladea la cabeza mientras muestra una sonrisa de lo más afable—. Gracias por venir en un día tan importante para mí.

Mis mejillas arden mientras asiento sin atreverme a fijar mi mirada de nuevo sobre la suya. Si lo hago, no podré apartarla nunca. Acepto de buen grado la maceta, que coloca entre mis manos con enérgica ilusión.

—Siento no haber estado muy presente —murmura entonces—, pero, al estar todes aquí, yo…
—Está bien, no te preocupes.
—Iré a verte un día, ¿vale?

La sola idea de que este muchacho aparezca de sopetón por mi estudio atiza mi pecho, generando soles que se me desparraman por todo el cuerpo. Este calor, estos nervios… ¿Pero qué me pasa? Ah, ahora también me sudan las manos. Noto cómo el pulso se me acelera cuando, en un alarde de coraje, alzo la vista hasta su rostro. Lee me dedica entonces otra sonrisa que pone a prueba la fortaleza de mis piernas para no caerme de sopetón.

Mejor me voy. Y cuanto antes.

—Está bien, te espero allí.

¿De veras le espero? La fina capa de sudor en mi frente me estresa lo suficiente como para no saber la respuesta. Y el ruido del ambiente… Comienzo a perderme a mí mismo. Hacía tiempo que no disociaba así. No, no he de asustarme. Solo tengo que caminar, un paso tras otro, hasta esa puerta de allí.

—Te acompaño, ven —me dice entonces, indicándome que le siga con un gesto de cabeza.
—Ah, ¿ya te vas? —intercede Naruto al vernos—. ¡Un placer, Gaara!
—¡Sí! —Exclama Ino seguida de Sakura, que me saluda desde detrás de su novia—. ¡Hasta otra!

Todes, une tras otre, se despiden de mí amablemente. Aunque pensaba irme sin ser visto, esto… No está tan mal. Apenas estoy en mí, pero… Es bonito ser visto.

—¡Chico! —La voz del padre de Lee surge como un volcán entre el resto de despedidas, tan enérgicas algunas como suaves otras—. ¡Gracias por venir hoy! Ayuda a mi hijo cuando lo necesite, ¿vale? ¡Es nuevo en el barrio! ¡Hazle un tour o alg…!
—¡Ya vale! —vocea Tenten pegándole un codazo a Gai mientras algunes ahogan una risa por lo bajo—. ¡Hasta luego, Gaara! ¡No le hagas mucho caso a mi padre!
—No, si está bien —pronuncio en una repentina calma que ni yo entiendo—. Lo haré, señor Gai.

A mi lado, Lee produce un ruidito que no sé muy bien a qué suena,. ¿Es una risa? ¿Una mueca de vergüenza? Al mirarle, el chico voltea su cabeza hacia mí, volviendo a sonreírme. Esta vez, sus pómulos resplandecen con mayor intensidad.

—Gracias otra vez, Gaara.
—No se dan.

Les invitades vuelven paulatinamente a su fiesta. El parloteo irrumpe de nuevo, apartando su atención de mí y relajándome por esa parte. Mis nervios toman, sin embargo, un rumbo muy diferente. Reconozco esta sensación. La emoción me embarga de la misma manera que hizo al abrir el estudio. Es… El sabor de una nueva aventura. La expectativa, la esperanza…

La sonrisa no deja de brillar en mi rostro hasta que el chico me deja a las puertas de su nueva floristería. Ojalá el camino hubiera sido más largo: me habría dado tiempo a contemplar, por un par mas de segundos, la manera en que la luz del local se refleja sobre sus finos cabellos en forma de tazón.

—Pues aquí nos separamos, Gaara. Me encantaría hablar contigo un rato más, pero con tanta gente aquí…
—No pasa nada —murmuro—. Otro día…
—Sí —pronuncia con una voz colmada de pronta timidez—. Otro día.

Ambos nos saludamos con un gesto de cabeza antes de que el chico entre de nuevo en el local. Y aquí estoy ahora, tieso como un palo frente a una puerta cerrada, con una maceta de buganvillas en las manos y chispas de fuego artificial recorriendo cada célula de mi cuerpo.

Hasta que no me duelen las mejillas no soy consciente de cómo llevo sonriendo un rato largo. Suspiro, girando ahora mis pasos de vuelta al estudio que me hace las veces de hogar.

El fresco aún recorre las calles de piedra grisácea, a juego con las nubes allá arriba. El mundo externo sigue nublado, ajeno a la luz y alegría que se respiraban ahí adentro. En el camino de vuelta solo somos mi maceta y yo contra un mundo sombrío mientras la ilusión recorre mis vértebras, dándome incluso ganas de saltar y reír. Cosa que no hago, desde luego.

Es un día gris. Y sin embargo, al menos para mí, ha salido el sol.