Chapter 1: Prólogo
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Esa noche tuvo un loco sueño y fue a la escuela contenta con la esperanza de que sus fantasías se hicieran realidad. Estaba entusiasmada, llena de vida, porque algo más, alguien más, el destino, el universo o lo que fuera, le confirmaban que se casaría con el rubio de sus sueños.
En el autobús, sentada un par de asientos detrás de él y su mejor amigo, lo escuchó hablar. También soñó que se casaba con ella. Por un segundo todo fue maravilloso hasta que él admitió que fue una horrible pesadilla.
¿Una pesadilla? ¿Eso era ella? Entonces sería la peor...
No importaba que él hubiera dicho que incluso si terminaban juntos “no estaría tan mal”, porque, al final del día, él claramente no la veía de la misma forma que ella lo hacía.
La causante de todo, su alta compañera de cabello negro, subió al autobús pidiendo atención y anunció un error en su predictor de bodas de origami, admitiendo que las relaciones que había formado con tanto entusiasmo no eran correctas y disculpándose por el tormento causado.
Helga sintió el peso de aquel anuncio como una puñalada.
«¿No se casaría con Arnold?»
«¿No alcanzaría todas sus ilusiones?»
«¿Nunca compartirían un pastrami boca a boca?»
«¿Jamás tendría el valor de declararse?»
«¿O acaso él jamás correspondería su afecto sin importar que se lo dijera?»
...~...
Cuarto grado terminó y luego le siguió quinto grado. El estúpido cabeza de balón superó del todo a Ruth, pero seguía pegado con Lila. Ella le había explicado de buena forma que no le correspondía, pero él no podía salir de ese enamoramiento infantil.
Aunque Helga no podía culparlo, habría sido hipócrita de su parte por dos razones: La primera era que Lila era atractiva, algo innegable, cualquiera se voltearía a mirarla, pero además era dulce, elocuente, agradable y considerada - incluso tenía que admitir que hasta con ella había sido considerada en más de una oportunidad-, tenía muchísimas cualidades que la volvían un buen partido. La segunda era más íntima y personal -y quizá solo Brainy la había escuchado decirlo miles de veces... pero era Brainy, estaba acostumbrada a su acecho y su respiración y a esa estúpida dinámica donde ella lo golpeaba para alejarse de él-: Helga estaba perdidamente enamorada de Arnold desde el preescolar. Sabía que era obsesivo y que traspasaba los límites de lo sano, pero no podía evitarlo. Amarlo era su única forma de sostenerse en pie en el mundo real, porque él fue el primero en verla y ella no podía olvidar la calidez de ese momento.
Pero con el paso de los años entendió que él no la veía. O sí, la veía, pero que la viera no era especial, porque él veía a todos. Arnold era la maldita Madre Teresa, ayudando a todo el mundo a su alrededor, ofreciendo sus consejos, una mano, una palabra de consuelo, una sonrisa esperanzada. Por eso Helga entendió que el verla no era algo especial, era lo que él hacía, él veía a todo el mundo y al ver a todo el mundo, no lograba ver quien era ella en realidad, por eso, aunque se llevaba un poco mejor con la mayoría de su clase y se volvió un poco más cercana con el chico, seguía guardando su amor en secreto.
...~...
En el verano entre sexto y séptimo grado Helga se dirigió Slausen’s y al entrar notó al rubio charlando otra vez con Lila, cada uno con su copa. La chica le explicaba algo y él se veía cada vez más desanimado. Mientras esperaba su turno, escuchó con deleite que la pelirroja lo rechazaba - por infinitésima vez-, pero la sonrisa maliciosa se borró de su rostro en cuanto volteó y lo vio solo, cabizbajo, como si el mundo se acabara de derrumbar en ese preciso momento en que la campana de la tienda anunciaba la salida de Lila.
«Oh, Arnold, tan triste y melancólico, sufriendo por un amor no correspondido, ignorante de mis sentimientos, si tan solo pudiera ofrecerte un consuelo... oh ¡Qué rayos!»
–Hey, Arnold–Se acercó a él.
–Hola, Helga–respondió el chico, sin levantar la mirada.
–¿Qué pasa, cabeza de balón?
–Nada que sea de tu incumbencia
–Veo que Lila volvió a romperte el corazón
–¿Escuchaste?
–Solo lo último, eso de que entiendas que jamás le vas a gustar–gustar
–Si vienes a burlarte...
–¿Por qué lo haría?–Interrumpió.
Entonces él levantó la vista con una mezcla de enojo y frustración. Un segundo después una de sus cejas se alzó con una expresión que claramente significaba “¿Es en serio?”
–Ok, sí, me burlo de ti todo el tiempo, lo sé... pero juego en las grandes ligas y no es divertido patear a alguien que ya está en el suelo ¿Puedo?–Con la mirada indicó el asiento vacío frente a él, el lugar donde Lila había estado.
–Adelante
–Gracias–Probó su helado y miró el del chico.–. Si sigues esperando terminarás bebiéndolo
–¿Qué importa?
–Es dulce, las cosas dulces te hacen sentir mejor, aunque no quieras–Tomó otra cucharada de su helado.–¿Ya es qué...? ¿La tercera o cuarta vez que Lila te confirma que no siente algo por ti?
–La sexta, de hecho
«Es criminal, lleva la cuenta»
–Como sea, el punto es que no quiere algo contigo –Comió otro poco de helado.–, tal vez sería momento de seguir adelante
–Sé que solo me ve como un amigo, pero cada vez que estoy con ella mi corazón se acelera, mis manos sudan, las palabras se enredan, me pierdo en sus ojos, en su perfume... y solamente quiero... tomarla de la mano y darle un beso
Arnold miró su copa con tristeza.
–No lo entenderías, Helga– añadió.
–Oh, si lo entiendo–dijo ella, distraída.
Arnold la miró atónito.
–¿Te sientes así por –Dudó un segundo.– … alguien?
Helga notó su error demasiado tarde. Nerviosa llevó su mano a su cuello, jugando con la cadena del relicario que escondía bajo su ropa. Otro error. Se asomó un poco, pero no lo suficiente antes que reaccionara. Arnold de seguro no había visto nada -y jamás debía verlo-. Pero incluso antes que se volvieran cercanos.
–Sí –Admitió–. Y si esto sale de aquí, tendrás un saludo especial de la vieja Betsy
Arnold soltó una carcajada, era una risa natural, sincera. El estúpido cabeza de balón no tenía idea de lo mucho que ella amaba escucharlo reír así y de la dulce calidez que anidaba en su pecho por saber que ella era la responsable de esa súbita alegría que borró la amarga tristeza que inundaba su rostro hacía apenas un instante.
–Está bien, Helga. Incluso si se lo dijera a todo el mundo nadie lo creería, eres Helga G. Pataki
Arnold sonrió, comiendo lo que aún no se derretía de su helado.
–Gracias por animarme–Añadió él, intentando mantener su buen ánimo, hasta que un suspiro triste escapó de sus labios–, pero creo que soy un desastre. Ninguna de las chicas a las que he pretendido me ha hecho caso. A este ritmo seré el único soltero de la clase cuando nos graduemos
–Bueno, probablemente yo igual terminaré sola –dijo Helga, intentando ser casual.–. Ya sabes, no soy la persona más agradable del universo
–La mayor parte del tiempo no lo eres... pero ahora mismo eres agradable
«Oh, dios, cree que soy agradable»
–¿Sabes qué? Si llegamos solteros a los 25 deberíamos casarnos–Helga lo comentó en tono de broma, para luego comer de su helado.
Arnold volvió a reír con entusiasmo.
–Cierto, según el predictor de origami de Rhonda vamos a casarnos ¿te conté de eso?
–Algo escuché–Fingió desinterés, como si no hubiera escuchado todo.
–Entonces ¿es una promesa?–El chico acercó su puño levantando el meñique.
Helga dudó un momento ¿Qué estaba haciendo? Su mano se movió antes que su cerebro la bloqueara y cruzó su dedo con el del chico.
–Es una promesa, cabeza de balón
Ambos rieron, porque ¿Cuáles eran las chances?
Arnold pensaba que era una idea divertida y que tarde o temprano el amor llegaría a su puerta. Además, era Helga, claro que ella no se casaría con él. Ya no lo odiaba, o al menos él ya no pensaba todo el tiempo que ella lo odiaba, pero definitivamente él estaba lejos de ser quien le gustaba. No era dulce o coqueta con él, como veía que era Phoebe con Gerald o...
«Lila con Arnie»
o Patty con Harold, ni ninguna otra chica de la escuela a la que haya visto enamorada alguna vez.
Quizá llegó a verla incómoda cuando le preguntaba cosas personales, pero hablar de sentimientos parecía tanto un desafío como algo impropio de ella, así que asumió que era un tema que simplemente no sabía manejar. Y aunque no era la chica más amable de planeta, Arnold sabía que podía ser una buena persona.
Incluso admitía que en cierto modo era linda, así que tarde o temprano alguien la miraría con interés, de todos modos, debía tener una parte de los genes que sacó su hermana y aunque Olga no era del todo su tipo, sabía que era atractiva para estándares de preparatoria y universidad, así que ¿por qué no iba Helga a tener la misma suerte cuando la pubertad hiciera lo suyo?
Ella terminó de comer su helado y él de beberse el suyo, lo cual también lo hizo reír. Los jóvenes se despidieron al atravesar la puerta de la heladería y se alejaron en caminos opuestos.
Arnold volvió a pensar en Lila luego de caminar un par de cuadras. Ya ni siquiera intentaba que le hiciera caso, pero la chica seguía incómoda por el obvio interés que él tenía. La conversación de esa tarde fue sobre eso y sobre cómo era mejor y más sano, por el bien de ambos, mantener algo de distancia hasta que él en serio-en serio la superara. Pero Arnold sentía-sabía- que no lo haría, no dejaba de pensar en lo mucho que le gustaba y si bien estaba resignado a no gustarle–gustarle, no quería que dejaran de ser amigos.
Pero entonces Helga apareció y de alguna forma llegó en el momento justo para convertir esa tarde en un recuerdo agradable y evitarle la angustia de enfrentar a solas el malestar.
Unos minutos después de llegar a casa, Gerald lo llamó para ir a jugar baseball y Arnold ya había olvidado casi por completo la tristeza, al punto que ni siquiera le contó a su amigo los detalles.
...~...
Helga, por su lado, en cuanto se alejó lo suficiente, cortó por uno de los callejones de la ciudad. Protegida por la sombra de dos edificios, entre muros sin ventanas, tras los enormes contenedores de basura, sacó su relicario y miró la fotografía de su rubio amado.
–¡Oh, Arnold!–dijo, girando con entusiasmo–¿Qué buena fortuna nos llevó a hacer esta promesa?–Contempló la fotografía y luego la abrazó.–. No tienes idea de lo mucho que me alegra que al fin aceptaras que algún día vamos a casarnos–Dio algunos saltos, avanzando en el callejón.–. Si pudieras ver cómo agitas mi corazón y llegaras a saber cuánto mis labios anhelan tu aliento...
Un fuerte jadeo a sus espaldas cortó su inspiración. Miró hacia atrás.
–En serio tengo que saber cómo haces esto–dijo, resistiéndose a golpearlo.
La terapia con Bliss le servía de algo y ya hacía un tiempo que no lo agredía -bueno, no siempre-, es decir, no lo agredía cuando estaba en un buen día y este era uno maravilloso.
Brainy se encogió de hombros.
–¿Vas a casa?–dijo Helga.
El chico negó.
–¿Caminamos juntos?
Esta vez asintió y ella le hizo un gesto con las manos indicando el rumbo a tomar. Charlaron, o más bien él escuchó lo aburrido que había sido el verano ayudando a Bob a deshacerse de los malditos localizadores que quedaban, pero que al menos al vender la tienda recuperaron la casa. Odiaba que su padre no hubiera entendido los avances de la tecnología a tiempo para cambiar de negocio y cómo la falta de dinero afectaba a su familia al punto que Olga, ahora titulada, ponía una parte no menor de sus ingresos para sostener el hogar, lo que tarde o temprano iba a acabarse, porque llevaba un par de años con el mismo novio y este sí parecía ser un hombre decente. Para sorpresa de Helga, incluso a ella le agradaba más que suficiente para aceptarlo como cuñado sin vomitar. Así que esperaba que tarde o temprano le pidiera la mano a su hermana y ella se fuera para hacer su propia familia.
Ya oscurecía cuando notó todo el tiempo que había pasado y Brainy la había acompañado caminando en círculos sin quejarse. Helga se lo agradeció, incómoda, pero aliviada. Casi nadie se daba el tiempo de escucharla despotricar por horas sobre su familia o sobre cualquier cosa, excepto la doctora Bliss -y ella no contaba, porque le pagaban por ello-, así que, aunque no consideraba al fenómeno como un amigo, en cierto modo parecía estar dispuesto a soportarla y eso era ¿agradable?
Se despidió de él y entró a su casa. Myriam estaba en la cocina, dormida sobre el mostrador. Después de una larga temporada de problemas cambió el alcohol por el estrés laboral y ahora su cansancio se debía a que se la pasaba trabajando. Lo malo era que Bob no era precisamente un dueño de casa, por lo que, tras unos meses de estar a tiempo completo, la madre de Helga tuvo que cambiar a un trabajo de medio tiempo para poder hacerse cargo, porque sin ella se volvía inhabitable.
Helga odiaba que su padre se aferrara a su pasado y su estúpido imperio de localizadores. Y sí, pudieron tener dinero de otra forma, pero ella lo arruinó y lo habría arruinado mil veces, por Arnold -y el resto de sus amigos, pero principalmente por él-. Sabía que su familia seguiría siendo miserable sin importar cuánto dinero tuvieran a su alcance, porque era pobre en afectos.
No sabía con certeza si sus padres alguna vez se amaron, pensaba que sí, que fueron distintos y que se enamoraron en algún punto de su juventud, pero luego vino Olga y todo su amor se volcó a ella, pero exageraron, porque cuando Helga llegó, ya no les quedaba ni una gota, ni para ella, ni entre ellos. Así que ahí estaban, soportándose por décadas solo porque su hermana perfecta era el pegamento que los unía. Si de algo estaba segura Helga era que definitivamente ella no tenía nada que ver ahí y ser indeseada o ignorada en tu propio hogar tiene que tener consecuencias.
Chapter 2: Ventisca
Summary:
Yeah, actualización porque es el cumpleaños de Helga :D
El resto será semanal :3
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Ese verano para Helga pasó, como otros, entre salidas con Pheebs, unos días en la playa, otros días jugando baseball con sus amigos y justo antes de volver a la escuela una noche compartiendo con casi toda la clase en la azotea de La Casa de Huéspedes, escuchando historias de terror contadas por Curly, Sid, Stinky y, por supuesto, Gerald. Mitos urbanos, leyendas locales y una que otra chorrada sacada de internet, al que unos pocos de la clase ya tenían acceso. Pero fue divertido y un gran momento para volver a reencontrarse antes de volver a la monotonía escolar.
...~...
Phoebe y Gerald empezaron a salir justo antes de empezar el siguiente verano. Helga bromeaba con frecuencia sobre lo vomitivo que era su amor, pero en el fondo adoraba ver a su amiga tan feliz. Además, tenía ventajas que su mejor amiga saliera con él, como ser invitada a algunas de estas salidas donde también los acompañaba Arnold. Y sin mediar acuerdo, los rubios inventaban una que otra excusa para dar a sus amigos un rato a solas, como cualquier pareja merecía.
Fueron esos momentos los que profundizaron la amistad de Arnold y Helga. Al principio hablaban de la escuela, de sus amigos o de lo que acababan de hacer; como la película que vieron o la comida que pidieron. Poco a poco el chico notó que ella tenía mucho más de qué hablar. Aunque sabía que era académicamente competente -sus calificaciones no podían ser solo gracias a su amistad con Pheoebe-, fue solo hasta ese momento que pudo apreciar la enorme riqueza cultural de la chica: sabía mucho de literatura y arte, hablaba con claridad y propiedad de filosofía, pero con la misma facilidad podía cambiar a la última temporada de baseball o los eventos de la lucha libre. Esa variedad volvía la tarde entretenida y enriquecedora. Al mismo tiempo se había vuelto buena escuchando y aunque seguía molestándolo, ya no lo intimidaba y llegó a sentir que podía hablarle de casi cualquier cosa.
Era una buena amiga y él lo apreciaba. Los momentos incómodos y los malos ratos poco a poco quedaban atrás. Estudiaban los cuatro, trabajaban en los proyectos de la escuela, compartían salidas al centro de la ciudad, comidas en restaurantes, tardes de películas o música en casa de alguno de los chicos, picnics en el parque, juegos de baseball. No estaba seguro cómo, pero de pronto cualquier actividad social que pudiera recordar de los últimos meses, siempre estaban los cuatro y se sentía agradecido por eso.
...~...
Era su último año de secundaria y acercándose el receso de invierno solo les quedaba dar el último examen para quedar libres.
Helga se quedó en el salón después de terminar de responder. Hacía frío y no le apetecía estar de pie en el pasillo esperando a Phoebe, así que fingió seguir revisando lo que había hecho, solo para quedarse en el cálido abrigo del salón.
Vio como varios de sus compañeros terminaban, también notó las quejas ahogadas de quienes no estudiaron lo suficiente.
«Matemáticas es pan comido ¿Cómo es posible que no entiendan? No pueden ser tan tontos»
Cuando Phoebe se puso de pie para entregar su hoja al profesor, Helga la imitó y tomando su mochila la alcanzó en el pasillo.
–¿Vamos a casa?–dijo la rubia.
–Aún no, esperaré a Gerald–respondió Phoebe.
–Ah rayos
–Como si te molestara–dijo con una risita.
–Bueno, no me emociona llegar temprano a casa o simplemente llegar
–Bueno, ya que no quieres estar mucho en tu casa, ¿quieres pasar la fiesta de navidad con mi familia?
–¿En serio?
–Sí, mis padres rentaron una cabaña en las montañas, ¿quieres ir?
–¿Por qué irán a las montañas?
–Quieren ir a esquiar, yo me quedaré en la cabaña, probablemente leyendo si no estás conmigo
–Entiendo. Tengo el deber de salvarte de tu aburrimiento. Querida Pheebs, tienes suerte de que mi agenda esté libre justamente para esas fechas
–¡Gracias, Helga! Esta tarde le diré a mis padres que dijiste que sí y pasaremos por ti mañana a las nueve de la mañana
–Perfecto
La puerta del salón se abrió tres veces mientras charlaban, dejando salir a otras personas. La cuarta persona en salir fue Lila, quien miró a las chicas y luego de un instante caminó en la dirección opuesta. Unos minutos más tarde sonó la campana y unos segundos después salieron todas las personas que se quedaron hasta el último momento.
–Creo que se me fundió el cerebro–comentó Gerald.
–Sí, estaba complicado–respondió Arnold–. Apenas pude terminarlo a tiempo–Ambos miraron a las chicas–. Y no lo habría logrado si no fuera por ti, Helga. Gracias por ayudarme a estudiar
–Sí, no fue nada, me sirve para mantenerme ocupada–respondió Helga girando su mano, aunque por dentro estaba encantada de que Arnold le dirigiera esas palabras.
–¿Vamos a casa?–dijo Gerald, abrazando a su novia.
–Sí, vamos
Arnold le pidió a Helga las respuestas de la prueba, hasta que luego de unas calles su amigo le pidió que dejara de hacer eso, sin disimular su molestia.
–¿De qué te sirve saberlo ahora, si ya hiciste el examen? ¿O acaso volverás en el tiempo?–comentó.
–Lo siento, Gerald. Tienes razón–Miró a Helga.–. Gracias por tu paciencia
–Como sea – dijo ella, desviando su mirada hacia las decoraciones navideñas en los locales a su alrededor.
«Que asco»
Detestaba la Navidad casi tanto como Acción de Gracias. Quizá lo único bueno que obtuvo de esas fechas fue uno que otro buen recuerdo con el rubio a su lado, pero ahora que eran amigos, ya no necesitaba excusas rebuscadas. No es que ahora hablaran de cosas profundas -o sentimientos-, pero al menos compartían mucho más que antes.
Helga anunció el viaje a sus padres solo por cortesía, porque sin importar si querían o no que fuera, ella iría. Bob le dijo que claro, agitando su mano, sin dejar de mirar el partido en la televisión. Y Miriam comentó que esperaba que se divirtiera, sin dejar de limpiar la cocina.
Olga estaba trabajando en una escuela, por fortuna no la suya, porque después que hizo una práctica ahí, Helga estuvo a punto de matarla.
Llegó frente a su habitación y tomó aire antes de decidir tocar la puerta.
–¡Adelante! – dijo Olga con su tono alegre.
Al abrir la puerta, Helga notó qué calificaba exámenes, aunque ya era bastante tarde. Se aclaró la garganta antes de hablar y eso detuvo el frenesí de la mayor, que volteó a mirarla.
–¿Qué pasa, hermanita? No sueles venir a verme–dijo, sin dejar de mirarla.
–Solo venía a decirte que Phoebe me invitó a las montañas, pasaré Navidad con su familia
–¿Ya le dijiste a mamá y papá?
–Sí
–Estarán muy tristes
–Sorprendentemente no– dijo, sin escatimar en expresar sarcasmo en su mirada, sus gestos y tono de voz.
–Yo estaré triste–rectificó.
–Lo superarás–dijo con frialdad–. En fin, creí que debía avisarte
–Gracias por la consideración–Se levantó– ¿Necesitas ayuda para empacar?
–Estás ocupada
–Siempre puedo hacerme un tiempo para ti, Helga, después de todo eres mi hermanita bebé
–Te lo agradezco –dijo–¿Y puedes dejar de llamarme bebé?
–No puedo resistirlo–entonó con alegría.
Ambas fueron a la habitación de la menor.
Por alguna razón uno de los tonos de Olga era particularmente útil para que Helga cediera. No era que dejara de odiarla, porque, bueno, Olga era Olga y una parte de Helga imaginaba que su vida sería mejor o al menos un poco más fácil si ella no existiera. Pero desde que se había graduado y estaba intentando ser una persona adulta responsable e independiente, Helga la notaba cansada. Como si el peso del mundo real hubiera caído de golpe sobre ella.
Su hermana siempre fue una estudiante de asistencia, presentación y notas perfectas; pero sin calificaciones constantes, sin estrellas que ganar, parecía navegar a ciegas en la oscuridad que era el mundo adulto. Dudaba con frecuencia de estar haciendo bien su trabajo, llorando a ratos, otras veces se frustraba por no saber cómo lidiar con sus estudiantes o como motivarlos, entonces Helga la escuchaba caminar frenéticamente en su habitación murmurando, hasta que Bob gritaba que dejara el ruido, aunque sin saber a quién regañaba en verdad.
Mientras Helga sacaba las prendas del closet y cajones y las dejaba sobre la cama, Olga las doblaba con genuina preocupación y le comentaba como sería el clima en las montañas y lo que podía esperar. El vestuario de Helga era en su mayoría zapatillas, pantalones de mezclilla, poleras y suéteres rosados o blancos y para el invierno chaquetas, gorros y guantes morados.
–No se alejen del lugar. Nunca se sabe cuándo caerá una tormenta–decía–. Y no se les ocurra salir a una, a veces no puedes ver nada
–Gracias, Olga–comentaba cada tanto la menor, destilando desinterés.
–Será muy divertido–continuó Olga–. Espero haya algún muchacho guapo... una confesión en las montañas, bajo las estrellas, suena tan–Suspiró.– ...romántico
–Solamente voy con Phoebe
–Pero podrían conocer a otras personas en el lugar, vamos, ya estás por llegar a preparatoria ¿no te da curiosidad cómo se siente estar enamorada?
–Por supuesto que no
«Porque ya lo sé... y lo odio»
–Creo que con esto será suficiente–La mayor miró conforme la ropa doblada a la perfección sobre la cama.
–No podré llevar tanto en mi bolso
–Es cierto, te prestaré una de mis maletas
La mayor fue con entusiasmo a su habitación y regresó una linda maleta de cuadrillé verde. También llevaba un pequeño bolso de cosméticos. Se sentó en la cama y abrió este último, sacando algunas cosas.
–Toma –Le entregó un tubo blanco con el dibujo de un sol con gafas.
–¿Qué es eso?–Helga alzó su ceja–. No vamos a broncearnos
–Debes usar bloqueador y lentes–Le enseñó un par y luego de guardarlos en un estuche, se lo entregó también.–. Es fácil quemarse en la nieve. No querrás terminar como papá en la playa
–Como sea–Helga tomó las cosas y las metió en su mochila.
Entonces Olga recostó la maleta en el suelo y la abrió por completo para empezar a guardar la ropa de su hermana.
–Yo puedo hacer eso –dijo la menor–. Puedes volver a tu trabajo
–Déjame ayudarte. No sales muy seguido y te extrañaré cuando no estés
–Sí, claro
–Lo digo en serio, hermanita–La miró con afecto.
A la menor solo le provocó desagrado, pero intento no hacerlo evidente. No quiso interrumpirla más, de todos modos, estaba haciendo su trabajo ¡Y gratis! ¿Era gratis? Cuando ya estaba por terminar, decidió que debía saberlo.
–¿Qué pasa, Olga?
–¿Por qué lo dices?
–Estás evitando algo. Vamos, soy tu hermana, no soy idiota
–Solamente es el trabajo–Terminó de acomodar algunas prendas y cerró la maleta.–. No tienes de qué preocuparte–Sonrió.
–¿Esto no tiene que ver con tu novio?
–¿Derek? No, ¿por qué lo piensas?
–No lo sé–Se encogió de hombros.–. Sabes que él me agrada, pero Bob y yo le romperemos las piernas si alguna vez se atreve a romperte el corazón
–¡Ay, Calabacita!–La abrazó en un impulso, mientras la menor tensaba todos sus músculos.–. Me hace muy feliz escuchar eso
–¿Quieres que le rompamos las piernas?
–¡No, no, no! ¡Claro que no!–Se apartó, mirándola asustada. Tomó aire y se recompuso de inmediato.–. Me hace feliz saber que te importo tanto
–Ah
Helga lamentó no tener una excusa para derrochar violencia, pero entendió que lo mejor que podía hacer era forzar una sonrisa.
–Como sea, Olga. Ya es tarde–Fingió un bostezo.–. Te agradezco por tu ayuda
–Buenas noches, hermanita bebé
–Buenas noches, Olga
La mayor se retiró, dejando cerrada la puerta de la habitación.
Helga miró la maleta, la acomodó a un rincón y luego de ponerse pijama se metió a la cama. Sacó su relicario de entre su ropa. Estaba tibio y contrastaba con el frío del ambiente, calentando ligeramente sus manos. Miró la foto.
–Oh, Arnold. ¿Cómo pasaré otro receso sin contemplar tu bellas esmeraldas? ¿Qué haré tantos días sin tu melodiosa y angelical voz? ¿Habrá acaso latidos alejada de la única razón que impide que mi corazón se vuelva de piedra?
Rodó sobre la cama. La foto que tenía era de ese año y la había sacado de un mural de la escuela. Se veía muy guapo, tanto, que era criminal.
...~...
Helga despertó a las 8 de la mañana, para bañarse, vestirse y desayunar. Cereal sin leche debía ser suficiente. Decidió dejar su cabello suelto, porque usaría un gorro la mayor parte del tiempo y ahora que lo tenía más largo pensaba que le quedaba bien, así que solo lo desenredó con poca paciencia, terminó de empacar sus artículos de aseo personal y bajó su maleta y su mochila para esperar a su amiga.
Su familia seguía dormida cuando el auto se estacionó y ella abrió la puerta casi de inmediato, evitando que tocaran la bocina.
Arrastró la maleta y volteó a cerrar la puerta con cuidado, tratando de no hacer ruido.
–¿Necesitas ayuda? –dijo tras ella una voz masculina que conocía bien.
–¿Qué haces aquí, cabeza de balón?–contestó, volteando solo para ver que en la parte de atrás del furgón a Gerald y Phoebe que saludaban.
–Vamos al paseo con ustedes–respondió el chico con su entusiasmo habitual–. Phoebe nos llamó anoche para invitarnos
Helga miró a su amiga, quien le sonreía de vuelta, luego miró a los chicos.
–Apártate, Arnoldo, no necesito tu ayuda –dijo Helga, tomando la maleta y acercándose al auto, mientras el padre de Phoebe abría el maletero.
Acomodaron su equipaje sacando un par de cosas y reubicándolas luego. Arnold esperó dentro del auto, sin cerrar la puerta. Helga subió a su lado y se abrochó el cinturón de seguridad, mientras el padre de su amiga subía al asiento del copiloto.
–¡Ya estamos todos!–dijo la madre de Phoebe, con su característico acento.
–Bueno, niños –comentó el padre–, acomódense, porque el viaje es de cuatro horas
–¡Cuatro horas!– exclamaron Gerald y Helga al unísono.
–Bueno, no hay muchos lugares más cercanos–comentó Phoebe–, pero no se preocupen, preparamos un conjunto de juegos familiares y algunos discos de música para amenizar el viaje–Sonrió.– y también una canasta de comida para el camino
El motor sonó y comenzaron a alejarse en el momento en que Helga notó que Olga miraba por la ventana y le hizo un gesto de despedida. La menor sintió el pánico crecer en su pecho en el momento en que recordó la conversación de la noche anterior. Miró de reojo a Arnold, luego a la pareja.
...una confesión en las montañas, bajo las estrellas, suena tan romántico
«Esta es tu oportunidad, Helga, no la desperdicies»
Llegarían a almorzar el 22 de diciembre y viajarían de regreso la mañana del 27. Tendría cinco días para intentar confesarse. Cuatro si descontaba el primero, porque llegarían cansados y tenía que conocer el terreno antes de hacer un plan. Tres, porque el segundo debía intentar hacer el plan y necesitaría la ayuda de Phoebe. Dos si necesitaba conseguir algún material o algo. ¿Habría tiendas a donde irían? También tenía que descontar el día Navidad, probablemente los padres de su amiga habían planeado algo.
Entonces tenía varios días para hacer y ensayar un plan, porque tendría la oportunidad perfecta para confesar sus sentimientos a Arnold la última noche que pasarían en las montañas antes de volver a Hillwood.
«Empieza la operación ventisca de amor»
«¡Qué cursi!»
«Bien, tacha eso...»
«Operación: Declaración Navideña»
Chapter 3: Suposiciones
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El viaje resultó más ameno de lo que los cuatro jóvenes esperaban. La selección musical era variada, incluyendo los gustos de cada uno. La comida que prepararon fue abundante y llenadora. Las paradas en las gasolineras no fueron tan malas ni largas y tuvieron algo de suerte para encontrar baños aceptables -no es que esperara lo mejor de eso de todos modos- y los juegos que Phoebe mencionó resultaron un éxito.
El único problema era que Helga parecía molesta, al menos así lo sentía Arnold. Y no era la fingida indiferencia de siempre, algo pasaba, algo le pasaba. ¿Discutió con sus padres? ¿Salió a escondidas? ¿Algo pasó con Olga?
Arnold pasó todo el camino pensando en todas las posibilidades de lo que pudo ocurrir en casa de la chica, cualquier cosa, por mínima que fuera, porque si dejaba de buscar excusas, la respuesta obvia aparecía en su mente como un cartel gigante e imposible de ignorar: estaba molesta porque él y Gerald estuvieran ahí.
Y no era que a él le pareciera que pasar la Navidad con Helga fuera precisamente el mejor panorama del mundo. Ella no tenía mucho espíritu navideño, al contrario, era la persona más parecida al viejo aquel de la historia de los fantasmas de las navidades del pasado, el presente y el futuro. Pero Gerald era su amigo y sus padres no lo dejarían ir a solas con su novia, sin importar que hubieran sido los padres de ella quienes organizaron ese paseo.
Aunque si era sincero, en el fondo no odiaba la idea de pasar Navidad con Helga, o, para ser justos, cualquier otra fiesta. En más de alguna celebración tuvieron una que otra conversación un poco más profunda o personal de lo habitual, pequeños momentos que él atesoraba por como arrojaban un poco de luz sobre lo que ocultaba su compañera de clases.
Le costaba admitirlo, incluso para sí mismo, pero cuando Phoebe llamó y le comentó sobre el paseo, se entusiasmó en cuanto supo que Helga estaría ahí.
Concebía cada semana pasando parte de su tiempo libre con ella: era divertida, hacía observaciones sarcásticas que lo hacían reír y era buena compañía.
Cuando se acercaban a las montañas, se obligó a dejar de pensarlo. Si Helga no estaba contenta, era problema de ella, él estaba ahí para disfrutar unos cuantos días libres con personas que eran de su agrado, incluso si ese sentimiento no era mutuo con alguna de éstas.
...~...
Se alojaron en una cómoda cabaña familiar. Las chicas compartirían una habitación junto a la que usarían los padres de Phoebe en el segundo piso y los chicos tendrían para ellos el cuarto del primer piso. Cada habitación contaba con su propio baño. Además, había una enorme cocina comedor, un salón con una chimenea y desde el cobertizo de la entrada se podía contemplar el paisaje. El lugar era cómodo y reconfortante.
–Guau–comentó Helga mientras ella y Phoebe acomodaban sus cosas en la habitación–. Tus padres debieron gastar mucho dinero
–Fue solo suerte–respondió su amiga–. Hace meses que reservaron una cabaña más pequeña en rebaja, pero por un error de la administración esas fueron entregadas a otras personas y como compensación nos ofrecieron ésta. Por eso pudimos invitar a los chicos al viaje.
–¿Entonces de verdad esto fue de última hora? ¿No lo hiciste a propósito?
–Claro que no–Phoebe pestañeó un par de veces mientras volteaba a mirar a su amiga.– ¿Por qué lo haría?
–No lo sé–La rubia evadió su mirada.
–¿Tiene esto algo que ver con... el mantecado?
–¿Qué? No, claro que no
Helga sudaba y giraba su cabeza, buscando con qué distraerse. De reojo notó la mirada de Phoebe sobre ella, debía calmarse y disimular.
–Solamente me tomó por sorpresa
–Anoche llamé a tu casa y le avisé a tu madre
–Miriam no me dijo nada
–Ya veo–Se acercó a ella.– ¿Te molesta que los chicos hayan venido?
–Hay cosas peores que pasar la Navidad con Arnold-o y Gerald-o
–A nosotros también nos encanta tu compañía–comentó Gerald, apoyándose en el marco de la puerta, con una sonrisa burlona.
Helga vio que detrás de él Arnold se asomaba con una mirada de molestia y los brazos cruzados.
–¿Qué tal es su habitación? –dijo Phoebe, intentando disipar la tensión.
–Está muy bien, Phoebe –contestó Arnold con una actitud amable–. Gracias por invitarnos
–Fue idea de mis padres–Sonrió.–. Querían conocer un poco más a mi lindo novio
–Los dejaré encandilados con mis encantos–bromeó el chico– ¿Bajamos?– añadió, ofreciéndole la mano con un gesto teatral.
Phoebe aceptó, caminando con él hacia la escalera.
Los rubios se quedaron en donde estaban, cada uno esperando que el otro hiciera algún movimiento. Cuando la incomodidad se volvió insoportable, Helga cruzó los brazos.
–¿Qué?–casi gruñó la pregunta.
–Escucha, Helga, sé que no te gustan las fiestas y esto tampoco estaba en mis planes, pero estaremos aquí por varios días y quisiera divertirme, así que, por favor, guárdate los comentarios desagradables
–Ya quisieras, cabeza de balón–Le sonrió con cierta malicia.–. Sabes que no puedes vivir sin mi maravilloso sentido del humor
–Me gustaría intentarlo, al menos una vez, Helga–La miró entrecerrando los ojos.– ¿Por qué no aprovechas que no hay nadie más aquí y te quitas esa maldita máscara que siempre llevas? Somos tus amigos, no tus víctimas, ya no
Se fue, dejándola con una sensación horrible en el estómago. Porque él tenía razón, pero ¿Cómo podía hacerlo? Estaba tan acostumbrada a esa representación que llamaba personalidad, que no tenía idea de lo que podía pasar si dejaba de actuar ¿La rechazarían? ¿La abandonarían? ¿Se convertiría en una paria cuando dejaran de respetarla? ¿La respetaban o solo le temían?
«Somos tus amigos»
–Estúpido cabeza de balón –dijo entre dientes y luego cerró los ojos, recostándose en la cama–, pero puedo intentar ser un poco más amable, por ti
Se levantó para salir de la habitación, pero en cuanto cruzó el portal vio al chico aún de pie en el pasillo y se congeló.
–¿A–Arnold? –dijo– ¿Es-escuchaste?
–Sólo quería disculparme, no fue justo que te tratara de esa forma. Sé que en el fondo no eres una mala persona –Esquivó su mirada.–. Y sí, te escuché.– admitió. Parecía triste e incómodo a la vez.
–No escuchaste nada
–Muy bien, Helga, no escuché nada y yo no dije nada
–Es un trato –le ofreció la mano y él la estrechó sin dudar, para luego casi huir por el pasillo.
Solo en ese instante ella pudo volver a respirar. Esto sería más difícil de lo que pensaba.
«Criminal»
Bajó las escaleras con una sonrisa en su rostro, la cual apenas logró reprimir antes de reunirse con sus amigos.
...~...
Mientras los jóvenes charlaban entusiasmados alrededor de la chimenea, los padres de Phoebe pidieron el almuerzo, incluido en los servicios del lugar.
Durante la comida comentaron las actividades y lugares que visitarían. Los adultos no cambiarían sus planes de esquiar y si bien confiaban que su hija estaría bien en un lugar así tanto a solas como con su amiga, no eran tan ingenuos como para dejar sin supervisión a cuatro adolescentes en una cabaña con tres habitaciones libres, así que en cuanto su hija preguntó si podían incluir a su novio y su amigo, por más que ella lo hubiera hecho desde la ingenuidad -y sostendrían eso en su cabeza todo el tiempo que fuera necesario- llamaron otra vez para pedir todas las actividades a las que podrían inscribirlos de forma gratuita y donde no necesitaran compañía, sorprendentemente más de las que esperaban hallar.
La joven de lentes listó las actividades como una tarea más, sin reclamar o negociar las condiciones que sus padres pusieron. Ni siquiera se le pasó por la cabeza lo que sus padres intentaban evitar y agradeció con inocencia cómo intentaban ofrecer un panorama divertido para ella y sus amigos.
El lugar contaba con muchos espacios públicos donde pasar las horas, al interior y al exterior. Intentar esquiar sonaba divertido, pero ninguno tenía el dinero para pagar las lecciones y pedirle eso a los padres de Phoebe era cruzar una línea incluso para Helga.
...~...
Durante la tarde el grupo subió hasta la mitad de la montaña en uno de los autobuses del mismo centro que pasaban cada hora. En ese lugar había algunas tiendas con implementos para los deportes que se podían practicar, una tienda de recuerdos, algunos restaurantes y un par de cafeterías. Era una mini ciudad cubierta por una fina capa blanca.
–Bueno, chicos, pasaremos por ustedes a las seis–dijo la madre de Phoebe.
–En el salón del centro–confirmó la chica, revisando su libreta.
Ya por su cuenta los amigos recorrieron el lugar señalando distintas cosas con entusiasmo. Hasta que decidieron entrar a la tienda de recuerdos. Phoebe miraba los objetos con mucho interés, enseñándoselos a su amiga, quien disfrutaba más las bromas tontas que Gerald y Arnold hacían más atrás, riéndose de objetos con formas extrañas, nombres o precios que tuvieran ciertos números, porque bueno, ese era el humor de dos chicos adolescentes.
De pronto a la rubia se le escapó una carcajada, que alteró toda la dinámica del grupo.
–¡No me estás poniendo atención! –reclamó Phoebe, molesta.
–¡Claro que sí! A tu tía le encantará esa tetera –Cubrió su boca intentando ahogar otra risotada.–, pero no pude evitarlo–Miró a los chicos, quienes estaban sonrojados.– ¿No los oíste?
Su amiga negó. Así que Helga se acercó y le contó al oído lo que habían dicho. Phoebe también rio a carcajadas y los chicos se sonrojaron todavía más, evadiendo sus miradas.
–¡Por favor! –dijo Helga–. No deberían hacer esa clase de bromas si se van a avergonzar así
–Perdón–dijo Arnold–. Pensamos que no estaban escuchando
–No es tan grave–añadió la más baja de los cuatro, todavía riendo.
La rubia miró los estantes y en el más alto vio algo que llamó su atención, así que estiró su brazo y lo tomó, acercándoselo a su amiga.
–Creo que este es perfecto para tu tía–comentó.
–¡Es hermoso!–Phoebe lo tomó mirando la etiqueta del precio y decidió que podía pagarlo.–. Es perfecto, gracias, Helga
Siguieron recorriendo el lugar, esta vez sin separarse tanto, así que Helga pudo comentar una que otra broma con los chicos, mientras ellos ayudaban a Phoebe a elegir otros regalos y, por qué no, buscaban algunos que quisieran llevar.
Cuando salieron, decidieron pasar el resto de la tarde en una de las cafeterías. Pidieron todos los pasteles que pudieron para compartir y probar la mayor variedad posible.
– Esperen–dijo Helga de pronto–. No podemos pedir ese–Indicó la vitrina.–. Tiene fresas
–¿No te gustan las fresas?–preguntó Gerald, buscando bromear.
–Me dan alergia
–Entonces pediré que no nos den nada con fresas–dijo Arnold, corriendo para alcanzar a Phoebe que ya estaba en la fila para hacer el pedido.
Los otros dos lo siguieron con más calma.
–¿En verdad te dan alergia?–preguntó Gerald, arqueando una ceja– ¿O solo eres quisquillosa?
–Puedes creerme o podemos finalizar este paseo conmigo en el hospital, cabello de espagueti
–Umh... creo que tendré que confiar en ti, Helga Geraldine
–Nadie-me llama-así–dijo, apretando los dientes.
¿Por qué Gerald quería molestarla? ¿Qué ganaba? ¿O acaso él y el cabeza de balón hicieron una estúpida apuesta para ver cuánto tardaba en ponerse idiota otra vez? No les iba a dar la satisfacción. No sería encantadora, porque, uf, prefería realmente comerse esas fresas que convertirse en Olga o Lila, pero no tenía por qué amargarles el paseo.
–Tenía que devolverlo –respondió Gerald con una risita, adelantándose para abrazar a su novia, que le explicaba algo Arnold.
–En efecto, me aseguraré que ninguno de los pasteles tenga fresas entre sus ingredientes, a Helga le dan alergia–decía la chica.
–Que alivio–comentó el rubio.
Se instalaron en una mesa en el área "exterior": una terraza techada con enormes ventanales. La combinación de postres, chocolate caliente y el frío de las montañas, era agradable y por un momento la rubia se sintió ¿bien? ¿en paz? Lo que sea que eso fuera.
Las voces de sus amigos se hicieron distantes. Se tornó extrañamente introspectiva. En su cabeza seguían las palabras que Arnold le dijo esa mañana. Si él sabía que llevaba una máscara ¿Cómo creía que era en realidad? ¿La veía de una forma diferente a la que ella pensaba? ¿Y qué tanto sabía o había deducido?
Lo miró de reojo y casi de inmediato volvió a prestar atención al plato frente a ella.
Un pestañeo, dos, tres...
«Concéntrate, Helga...»
Cheescake con galletas de chocolate, pastel de naranja, pie de manzana, pastel de zanahoria y uno de menta con chocolate. Un cuarto de porción. Con su tenedor cortó trozos más pequeños para probarlos uno a uno y solo acabarse los tres que más le gustaron. Dejó los otros ahí, sin volver a tocarlos y se concentró en la cálida sensación del tazón entre sus manos, distrayéndose otra vez.
El ruido de un plato chocando contra el de ella la regresó a la realidad. Era el plato de Arnold con dos trozos de pastel. Ella observó al chico, luego al plato y otra vez al chico, sin saber qué decir. El rubio apuntó los trozos en cada plato y movió su índice en círculos, con una mirada de interrogación en su rostro.
Phoebe y Gerald se tomaban fotografías cerca de las ventanas, con el paisaje de fondo.
Helga asintió y le pasó el plato con los sabores que no le habían gustado a cambio de dos que sí. No dijo nada, pero le agradeció con una sonrisa.
La pareja les daba la espalda, así que la rubia esperaba que no hubieran notado todo eso.
¿Qué pasaría si se arriesgaba y aprovechaba ese momento?
–Arnold–dijo despacio.
–¿Qué pasa, Helga?–El chico la miró y ella evadió su mirada.– ¿Hice algo... mal?
–No, no... nada de eso–Inhaló.–. Yo solo... quería decirte...
Su corazón se aceleró y se maldijo por dentro. Debía estar calmada. Ya había arruinado una confesión por ser demasiado... ¿demasiado qué? Demasiado TODO. Sí, todo, impulsiva, invasiva, impertinente, descarada, atrevida y desvergonzada al punto de parecer desesperada.
Tenía que encontrar la forma de decirlo sin prisas, sin asustarlo. Pero, rayos. Arnold la miraba con preocupación. No, no quería preocuparlo, tenía que ser segura, pero no tanto, no tan directa.
–Arnold... te... a...
«Vamos, Helga, solo dilo ¡Ya lo has dicho antes! Además, aquí no se puede aparecer Brainy detrás de ti... ¿cierto?»
Sintió el impulso de girarse y asegurarse, porque con Brainy nunca se sabía, pero lo resistió. Cerró los puños, miró al chico.
–Arnold, Te... a...
–¡Arnold, Helga! –llamó Gerald–. Vengan a tomarse fotografías con nosotros
–En un segundo–respondió el rubio, luego volvió a mirar a Helga– ¿Qué me decías? ¿Me... a...?
–¿Te-apetece-ir-por-más-pie-de-manzana? Me encantó ¿a ti no? –dijo apresuradamente–. Deberíamos comprar para los padres de Phoebe
–Oh... supongo que sí–respondió él–. Vamos después de tomar unas fotografías ¿sí?
–¡Claro!
El chico se levantó.
–Oh... y Arnold–dijo, siguiéndolo.
Lo tomó por la chaqueta en un impulso y de inmediato se arrepintió, soltándolo. Pero él ya lo había notado, así que volteó a verla.
–¿Qué ocurre, Helga?
–Tenías razón esta mañana–dijo ella, apretando los puños ye vitando su mirada–. Y no es fácil... pero quiero intentar... no usar esa máscara. Pero antes de quitármela del todo... tengo que saber si acaso ¿te enfadarías conmigo si sigo usándola en la escuela?
La miró de frente, él sabía que algo no estaba bien, porque de todas las cosas que podía ser Helga, temerosa, débil, frágil y vulnerable, estaban completamente fuera de su imaginación y eran precisamente las palabras que venían a su cabeza en ese instante.
–No, no me enfadaría, siempre y cuando dejes de usarla con nosotros
Ella asintió y él volteó para acercarse a la pareja y unirse a las fotos. Helga dudó por unos segundos y tuvo que apoyarse en la mesa para recuperarse. ¿Qué demonios veía Arnold tras la máscara? ¿Qué creía ver? ¿Qué pensaba que encontraría ahí como para pedirle algo así? ¿Acaso él estaba dispuesto a aceptar a la niña herida y asustada?
–Helga–Phoebe se acercó a ella y le tomó la mano libre.– ¿Estás bien?
–¿Sí?
–¿Qué fue todo eso con... –bajó la voz – el mantecado?
–Oh... eso... no fue nada –Sonrió.–. Solo quedamos de acuerdo en comprar más pie de manzana
–¡Estaba delicioso! También fue mi favorito–dijo siguiéndole el juego
Helga le sonrió con alivio.
–Oye–continuó la chica asiática– está bien si no quieres tomarte fotos...
–Nah, vamos. Serán lindos recuerdos
Phoebe la abrazó un segundo, al apartarse la llevó de la mano a donde estaban los chicos para reanudar la sesión de fotografías.
El moreno la miró preocupado, como si intuyera que había arruinado algo. Fue involuntario, de hecho, se dio cuenta que sus amigos hablaban cuando terminó la invitación, así que estaba esperando un comentario ácido de Helga, pero ella solo ¿sonrió? ¿Acaso estaba enferma? ¿Tenía fiebre? ¿Ese era un clon de su compañera de la escuela? ¿Qué demonios le pasaba?
La rubia estaba agradecida. Esa interrupción fue casi una señal del destino de que ese no era el momento. Ella no quería que fuera así, no debía actuar así. Su amor por Arnold no era una tontería adolescente. Debía hacer algo lindo, algo que le mostrara que pensaba en él de forma seria.
Cuando estuvieron conformes con los registros, Helga y Arnold volvieron a la tienda por el pie de manzana, uno grande, para compartir al desayuno. Cuando salieron, caminaron tranquilos hacia el lugar donde padres de Phoebe los recogerían. Llegaron unos minutos antes que los adultos, quienes lucían exhaustos, pero contentos.
Al volver a la cabaña encendieron la chimenea y los jóvenes prepararon chocolate caliente mientras los padres de Phoebe tomaban un baño. Cuando los mayores se unieron al grupo, preguntaron por la tarde, a lo que su hija los puso al tanto de sus hallazgos y anécdotas, con comentarios de Arnold y Gerald. Helga en tanto se quedó encogida en un sillón, envuelta en una manta y abrazando un tazón de té con canela.
No se sentía bien ni mal, pero definitivamente algo estaba fuera de lugar y estaba convencida de que tenía que ver con la conversación que tuvo con su amado rubio más temprano y ese loco intento de confesarse de forma impulsiva como una tonta -otra vez-. Tenía una mezcla de paz con deseos de salir corriendo, probablemente porque a pesar de haber pasado todo el semestre los cuatro, esto era de alguna forma distinto.
Debía ser eso. Un nuevo escenario, uno donde sentía que podía estar ¿en paz?, pero al mismo tiempo su cerebro se resistía.
La doctora Bliss se lo había explicado. Al no tener relaciones sanas con su familia y navegar siempre a la defensiva, aprendió a estar en alerta constante o algo así. Pero era agotador y sin importar lo fuerte que fuera, tarde o temprano la presión llegaría a romperla. Y si no tenía cuidado, la explosión lastimaría a quienes no quería herir.
Helga entendía eso. Siempre lastimó a Arnold. El temor irracional al rechazo era suficiente para que confesarse pareciera una locura la mayor parte de su vida. Y luego estaban las miradas y burlas de otros. Morder o ser mordida. Pero tal vez... tal vez...
–¿Helga?
De pronto se dio cuenta que Phoebe estaba frente a ella.
–¿Qué...?
–¿Estás bien?
Los ojos de todos estaban sobre ella.
–Lo siento–Fingió un bostezo.–. Creo que el viaje me agotó más de la cuenta. Iré a dormir.
Envuelta en la misma manta, se levantó del sillón.
–Buenas noches–dijo sin mirar a nadie, mientras se dirigía a la escalera.
–Buenas noches–respondieron los demás.
–Descansa–añadió Arnold.
Agradeció estar muy escondida con la manta, porque sonreía. Arnold era más considerado de lo normal. ¿Había alguna posibilidad que él correspondiera, aunque fuera una fracción de sus sentimientos?
En cuanto cerró la puerta, comenzó a girar en el cuarto.
–Oh, mi amado Arnold... ¿será posible? ¿O será mi desesperado corazón aferrándose hasta a la esperanza más insignificante? ¿Cómo saber? ¿Qué certeza hay?–Sacó el relicario con la foto del chico de entre su ropa.–. Dame valor para lograr concretar este maravilloso sueño
Se enredó en la frazada y tropezó, cayendo sobre la cama. La situación le causó más gracia que otra cosa y fue suficiente para decidir acostarse.
Esa tarde la perdió, pero si despertaba temprano podría escaparse y recorrer un poco el lugar.
Mientras lavaba sus dientes notó que su rostro estaba enrojecido, ardía un poco y su piel se sentía ligeramente afiebrada. Demonios, Olga tenía razón. A partir de mañana usaría el bloqueador como le había dicho.
Cuando se acostó dejó la luz de la mesita para que Phoebe pudiera acomodarse sin problemas cuando subiera. Se durmió apenas unos minutos después de acurrucarse en la cama.
...~...
Pasadas las diez de la noche, los padres de Phoebe decidieron que ya era hora de dormir y enviaron a los jóvenes a descansar. Después de darles las buenas noches, la chica se despidió de su novio con un beso dulce y subió las escaleras delante de sus padres.
Los chicos fueron a la habitación que compartían.
–Creo que los padres de Phoebe te adoran–comentó Arnold, solo por molestar un poco.
–Claro que me adoran, ¿Quién no me adora?–respondió su amigo.
–¡Gerald!–Al rubio se le escapó una risita.–. Pero en serio, creo que les agradas...
–¿En serio?–Se quitó las zapatillas y la chaqueta, para dejarse caer en la cama que había elegido, la que estaba a la izquierda desde la entrada de la habitación.
–Sí, al menos eso me pareció, pero tal vez podríamos preguntarle a Helga mañana, ella los conoce mejor
–Hablando de Helga...
Arnold sabía lo que pasaría y no estaba preparado para tener otra de esas conversaciones con Gerald. No ahora. No en ese lugar. No sin excusas para escapar, porque dormir no era una. Intentaba en vano hacer tiempo quitándose las zapatillas y la chaqueta como hizo su amigo, ignorando la sensación en la boca de su estómago que definitivamente no tenía nada que ver con lo que comieron. Sabía que no había escapatoria, solo quedaba otra opción: arrojarse al fuego y quemarse rápido.
–¿Qué pasa con Helga?–dijo, como si fuera un comentario aleatorio.
–¿Te parece que está actuando de forma... extraña?
Arnold finalmente se sentó en la cama y reflexionó seriamente antes de abrir la boca. Porque, sí, Helga estaba actuando extraño, pero de dos formas distintas. Así que, si bien estaba seguro que su actitud de la tarde tenía que ver con su conversación, ignoraba por completo lo que pasó esa mañana.
–Aunque estoy de acuerdo, no estoy seguro a qué te refieres
–Parece distraída–comentó–. Casi como eras hace unos años–Reía.–, como si estuviera soñando despierta o perdida en alguna fantasía... solo que no de las buenas. Mientras tú sonreías la mayor parte del tiempo, Helga parece triste
Entonces Arnold se dio cuenta de lo idiota que fue por no preguntarle si había pasado algo o si estaba bien, simplemente asumió que ella estaba molesta porque ellos estaban ahí. De tanto darle vueltas todo el camino llegó a una conclusión por su cuenta.
–Lo sé–admitió finalmente–. Y creo que en parte es mi culpa
–¿Y eso por qué? Está así desde esta mañana–Gerald se acostó, mirando a su amigo
–No. Es diferente–Suspiró.–. Cuando subimos a buscar a las chicas tuve una pequeña charla con ella y le dije cosas que no debí decir
–¿Cosas como qué? ¿Qué estás locamente enamorado de ella?–Gerald explotó en risas–. Porque, amigo, si le dijeras eso, definitivamente te golpearía...
–Deja de bromear con eso –Arnold le arrojó una almohada.–. Que tú y Phoebe sean novios no nos convierte automáticamente en pareja. Además, es Helga, Gerald... se pasó la primaria odiándome... incluso si llegara a sentir algo por ella... tendría suerte si no me arranca la cabeza
–Como las mantis religiosas
–¿Cómo las qué?
–Oh, Nadine me lo contó una vez... Las mantis religiosas son unos insectos
–Sé lo qué son –Rodó los ojos, mientras Gerald le pasaba la almohada de vuelta.
–Las hembras se comen a los machos después de aparearse y parten por la cabeza...
–Que asco
–¿Lo de aparearse, lo de morir decapitado o el canibalismo?
–Ya duérmete, Gerald
Arnold apagó la luz.
–Buenas noches, Arnold, que no te coman los insectos
–¡Gerald!
Arnold otra vez le arrojó la almohada, pero esta vez su amigo estaba preparado y puso la suya como escudo. Mientras ambos reían, el rubio se estiró para recoger su almohada, sacudiéndola antes de acomodarse en la cama.
...~...
Aunque Phoebe abrió la puerta con cuidado, Helga de todos modos despertó.
–¿Cómo estás?–dijo la pelinegra.
–Fatal–respondió su amiga–. Creo que me quemé con el sol
Phoebe se acercó y la observó.
–Efectivamente te quemaste –Suspiró.–. Pero además de eso ¿pasó algo... –Decidió no mencionar a Arnold.– de lo que quieras hablar?
–En verdad no, solo intento... no ser tan odiosa como siempre y es mucho más agotador de lo que es ser como soy siempre
–¿Y por qué haces eso?–Miró la cama e indicó un espacio.– ¿Puedo?
Helga asintió.
–Los chicos te conocen–Se sentó acariciándole la cabeza.– y hemos pasado mucho tiempo juntos desde el verano–continuó–. Les agradas como eres, Helga
–Ni siquiera me agrado a mí misma, Pheebs, no tienes que mentir
–Pues a mí me agradas–dijo con una risita–. Pero si quieres dejar de molestarlos... tanto... –Sinceramente dudaba que pudiera eliminar el mal hábito.– ¿Puedo sugerirte algo?
–Adelante
–Cada vez que vayas a decir algo horrible, en vez de decirlo, imagina cómo te hubieras sentido de niña con un comentario así... si a esa niña le hubiera dolido, no lo hagas... si a esa niña le hubiera hecho gracia, entonces dilo
–¿De dónde sacaste esa idea?
–No eres la única que va a terapia
Helga se sentó en la cama.
–¿Quieres hablar de eso, Pheebs?
La más bajita se quitó los lentes y los dejó en el velador.
–No es algo tan terrible. El año pasado tuve un cuadro de estrés por las exigencias... autoexigencias–corrigió–académicas y mis padres decidieron llevarme antes que se volviera algo grave
–Oh... lo recuerdo... perdiste el premio a la asistencia por eso
–Así es–Miró el suelo como si acabara de admitir una culpa terrible, en lugar de una tontería.
–Sabes que esos premios no valen de nada en el mundo real ¿no?
–¿Por qué lo dices?
–Olga
–Oh
La chica no necesitó más explicación.
–Sé que soy un poco... no, corrige eso, soy muy idiota, pero en verdad me importas y sabes que si necesitas algo, puedes contar conmigo, Pheebs
–Gracias, Helga
La rubia miró como su amiga buscaba su pijama para ir a cambiarse al baño antes de acostarse a dormir.
–Por cierto... tengo algo que confesarte–dijo Phoebe antes de meterse a su cama.
–Escupe
–Invité a los chicos para que pasaras tiempo con Arnold... ¿tú todavía...?
–No lo digas–Cerró los ojos.–. Sabes que solo era algo infantil–Fingió una risa, mirando en otra dirección.
–¡Helga!
–Tal vez digamos que me obsesiona el mantecado
–Creo que deberías decirle
–Podría intentarlo–Suspiró.– ¿Me ayudarías?
–¿Cómo?
–Aún no lo sé, pero quiero hacer... algo... lindo y romántico–Cerró los ojos con un gesto de asco.–. Bueno, tal vez eso no... solo lindo
–Puedo ayudarte
–Gracias... oh... y Phoebe
–¿Sí?
–¿Quieres dormir conmigo?
La chica asintió y se metió en la cama junto a su amiga, abrazándola con afecto.
–Gracias por darme esta oportunidad, Pheebs–Fue lo último que dijo la rubia mientras su amiga apagaba la luz y las dos se acurrucaban para dormir.
Chapter 4: Bajo el muérdago
Chapter Text
–¡Qué!
Arnold dijo eso asustado, con el corazón acelerado, pensando a dónde correr o como escapar, pero no tenía a dónde ir. Estaba atrapado en la cima de esa montaña. Arriba el cielo, abajo un acantilado.
Miró a Helga, ella se acercaba amenazante.
–¿Tengo que repetirlo?–dijo ella– ¡Te Amo, Arnold! Te amo desde la primera vez que vi tu cabeza de balón
Helga lo besó, pero él no pudo reaccionar.
–No lo entiendo, ¿acabas de decir que me amas? Ah... esto es demasiado, estoy mareado, tengo que... recostarme –dijo él
–Perfecto, te acompaño–respondió ella, sujetándolo por la nuca.
Arnold sintió el frío viento que arrastraba copos de nieve, mientras el lugar se oscurecía y el paisaje dejaba de ser una blanca montaña para convertirse en un alto edificio. Helga le estaba robando un beso, otra vez, pero no lo soltaba, parecía que intentaba asfixiarlo. Y mientras lo hacía, los dientes de ella se clavaron... ¿en sus mejillas?
No era Helga quien lo sujetaba, pero sí... pero no... era una enorme mantis religiosa del porte de una persona, con el rostro y peinado de Helga. Usaba el viejo vestido rosa y una gabardina, pero tenía seis patas y lo que se había enterrado en sus mejillas eran sus mandíbulas, que salían de una boca enorme, grotesca, que parecía ser un corte de oreja a oreja.
Lo soltó emitiendo una risa estridente. Arnold podía sentir el sabor a sangre en su boca.
–Me gusta tu cabeza de balón–dijo la mantis con una voz metálica, riendo como Helga.
Volvió a atacarlo, esta vez sujetando su cabeza por el cuello y cortándola.
...~...
En ese momento el chico despertó de golpe, sentándose en la cama y gritando un "No" ahogado.
–¿Qué pasó, viejo?–dijo Gerald.
Al rubio le tomó unos segundos reaccionar. Subió las manos a su cuello para verificar que todo seguía en su lugar. Luego a sus mejillas, que no estaban perforadas. El sabor a sangre que había imaginado se desvaneció. Solo quedaba su respiración agitada y latidos dolorosos.
–No es nada... solo una pesadilla–Se recostó otra vez, cubriendo sus ojos con su antebrazo.–. Soñé lo de las mantis
–¡Qué asco! ¿Soñaste que lo hacías con un insecto? Amigo, estás enfermo
–¡CLARO QUE NO, GERALD!–Lo miró molesto.–. Soñé que me perseguía un insecto gigante y me arrancaba la cabeza
Mintió porque no quería decir que había soñado con Helga. Porque había algo extrañamente familiar en ese sueño y no tenía deseos de discutirlo con su amigo. De todas las cosas que pasaron ese día, era lo único de lo que Gerald no se había enterado. Además, Helga y él acordaron que fue solo una tontería del momento. Si solo era eso podía ignorarlo, podía no pensar en ello, podía fingir que nunca ocurrió, porque si no lo fingía, la otra opción era una locura. Además estaba convencido de que la chica solo se había dejado llevar por la emoción de toda la situación. No era algo real, no podía ser algo real.
Al rato pudo volver a dormir. Tuvo otro sueño, esta vez sin insectos. Era más bien su mente recordando la conversación de esa tarde en la cafetería y cómo estuvo de nervioso y asustado, imaginando que Helga decía algo distinto, porque... vamos ¿Cómo iba a ser que Helga G. Pataki todavía lo amara? No, más bien, hubiera llegado a amarlo alguna vez.
Además... él solía actuar extraño cuando una chica le gustaba. Con Helga no se sentía así. Era cómodo, agradable, natural. No lo ponía nervioso, a menos que lo intentara, pero su presencia ya no era una amenaza. Tampoco la quería besar... -¿no quería?- No, claro que no quería. Solo pensar en -volver a- besar a Helga... era... raro ¿Cuántas veces se besaron? En la playa, en la obra de Romeo y Julieta... y nada más... no contaba nada más. Y aunque no fueron malos besos... no eran besos reales... no eran mutuos...
Fue cuando Gerald le preguntó cómo había dormido que Arnold se dio cuenta que estaba despierto y llevaba un rato dándole vueltas a varias ideas en su cabeza. Ideas que cada vez eran más constantes y que quería ignorar.
–Aparte de la pesadilla, todo bien–contestó el rubio con su habitual sonrisa– ¿Y tú?
–Aparte de TÚ pesadilla, con la que me despertaste con un susto terrible, todo bien
Intercambiaron su viejo saludo especial -porque no era secreto para nadie, aunque nadie más sabía hacerlo bien- y se levantaron de la cama.
–Vamos a desayunar
...~...
Al salir de la habitación notaron que los padres de Phoebe ya estaban preparando el desayuno.
–Buenos días, chicos. Vayan a tomar un baño antes de comer–dijo la mujer.
Los jóvenes obedecieron y tomaron turnos para usar el baño de la habitación. Las chicas estaban preparando la mesa para que todos comieran. Leche tibia, tostadas con mantequilla, un trozo de pie de manzana para todos; los adultos bebieron café.
–Nos quedaremos aquí hasta el almuerzo y en la tarde saldremos, como lo hicimos ayer–dijo el padre de Phoebe, revisando el itinerario con su hija, mientras los chicos ayudaban a lavar la loza en la cocina.
–El día está radiante–comentó la chica– ¿Podemos salir a pasear?
–No veo por qué no–contestó el hombre–, pero no se alejen demasiado
Los chicos se abrigaron. Helga tenía las mejillas ligeramente rojas por el sol. Esta vez aplicó una dosis generosa de bloqueador y lo guardó en su bolsillo para volver a usarlo si hacía falta.
Los adolescentes pasearon entusiasmados por el panorama de la tarde. El lugar era bonito. Varias cabañas familiares de igual o menor tamaño conformaban una especie de zona residencial. El lugar tenía una plaza, alrededor de la cual se veían diversas tiendas. Al centro una fuente que ahora solo era una escultura, pero probablemente en el verano funcionaba. Bancas de piedra, caminos de tierra y piedrecilla, y enormes abedules, álamos y castaños.
En una de las esquinas de la plaza destacaba un enorme pino, decorado con luces y borlas rojas y doradas. Todo el grupo se acercó a mirarlo, rodeando su tronco. Las ramas más bajas estaban por sobre la altura de un adulto promedio, por lo que se podía caminar bajo éste y ver más decoraciones.
En un momento Gerald le indicó a Phoebe un punto sobre sus cabezas. Ella vio el muérdago y ahogó una risita, antes de abrazarlo por el cuello y pararse en la punta de los pies para darle un tierno beso.
Los rubios caminaban distraídos viendo toda la escena y un segundo después... el pánico.
Alzaron la vista, dejando de respirar y cada uno sentía elevarse su pulso.
Helga notó una fuerte punzada al interior de su cuerpo y un leve temblor en sus manos.
Arnold recordó su pesadilla, mientras un pitido intenso pasaba por sus oídos.
Sobre ellos las agujas del pino formaban un laberinto entre los que se destacaban las luces y adornos.
Al bajar la mirada sus ojos se encontraron y notaron que habían pensado en lo mismo. El silencio que se instaló entre ellos pareció abarcar una eternidad.
Helga pestañeó primero y ambos ahogaron una risita, tratando de no interrumpir el momento de sus amigos. Sobre ellos no había nada ligeramente parecido a las características hojas ni los pequeños y redondos frutos rojos.
Ambos se sintieron agradecidos.
Sin mediar palabra, decidieron que esperarían a la pareja lejos del árbol, por si acaso.
...~...
Phoebe y Gerald por unos minutos olvidaron que estaban con sus amigos. Disfrutaban mucho estar juntos. El primer beso que compartieron fue dulce y desde ese instante Gerald sentía que solo quería volver a besarla y abrazarla todo el tiempo.
Además Phoebe confiaba en él y no era celosa o posesiva, lo cual era agradable, porque parte de sus hábitos era coquetear con chicas, no en serio, sino como parte de una broma o saludo, lo que a su novia parecía causarle gracia, en especial cuando no funcionaba. Y precisamente él quería que no funcionara.
Le gustaba todo de ella. Su cabello, que había dejado crecer; sus hermosos ojos tras esos lentes que no la hacían ver nerd, sino... linda, la forma de su nariz, la suavidad de sus labios y la forma en que se curvaban cuando sonreía, que era distinto a cuando le coqueteaba y ligeramente diferente a cuando la ponía nerviosa. Disfrutaba el aroma de su cabello y la sensación de su piel cuando tomaba su mano. Incluso pensaba... y no se atrevía a admitirlo, que Phoebe era la chica con la que algún día, no ahora, en algún futuro, pero algún día perdería la virginidad.
Evitaba esos pensamientos, porque sabía que aún eran jóvenes, porque en su mente Phoebe ni siquiera pensaba en esas cosas y porque una parte de él sentía que era irrespetuoso. Además, lo que menos quería era que pensara que estaba con ella solamente para llegar a eso, porque no era así. La quería, la valoraba, la apreciaba. Adoraba escuchar sus comentarios técnicos y disfrutaba mucho la forma en que ella explicaba las cosas, simples o complejas, en especial cuando estudiaban juntos. Le gustaba Phoebe, el conjunto de lo interno y lo externo que era ella.
Mientras los labios del moreno la llevaban a un mundo de ensueños, la chica solo podía sentir la calidez de las enormes manos que sujetaban su rostro con dulzura y los risos en la nuca del chico, con los que no paraba de juguetear, porque eran tan suaves y agradables. El sabor de su boca y la sensación de sus labios. Gerald era popular, ella era una nerd y de alguna forma las cosas se dieron para terminar juntos y eso la hacía feliz.
Cuando se apartaron, se miraron a los ojos unos instantes, con ilusión genuina y mutuo afecto.
–Eres hermosa, Phoebe–dijo el chico, acomodándole un mechón de cabello tras la oreja, para luego posar su mano en su mejilla.
Ella tomó la mano de él y cerrando los ojos la apretó contra su rostro, a la vez que se inclinaba hacia ésta.
–Gracias–contestó.
–Y me gustas mucho
–Tú a mi
En ese instante notaron que sus amigos ya no estaban cerca. Miraron alrededor, buscándolos. ¿Cuánto tiempo se perdieron en esa ilusión como para que se alejaran tanto?
...~...
En un mirador, a unos cincuenta metros, Arnold y Helga contemplaban el paisaje, apoyándose en la baranda. La imagen de las montañas era espectacular. El blanco teñía todo hasta donde se alcanzaba a ver. Los pinos mantenían su color y los manchones verdes se asomaban por aquí y por allá. El sol de media mañana brillaba en un cielo despejado y hermoso.
–¡No puede ser! ¿En verdad Stinky dijo eso?–comentó Helga, riendo.
–¡Sí! Tuvo que esconderse de Harold hasta la siguiente semana–explicaba Arnold–. Fue hilarante
–¿Y se disculpó?
–No, ya sabes cómo es Harold, olvida las cosas con facilidad
Ambos dejaron escapar una risita hasta que sus voces se apagaron. Arnold suspiró, con sus ojos verdes perdidos más allá del horizonte. Helga conocía esa expresión: soñaba despierto. En momentos como esos se permitía suspirar por él sin temor, anhelando que alguna vez esos ojos la mirasen a ella con la misma ilusión, como si contemplaran directamente los secretos que albergaba en su interior.
Sobre la baranda sus manos estaban cerca, ninguno usaba guantes. ¿Podían tocarse? ¿Estaría bien si lo hacía? Siempre podía pretender que era accidental ¿no? Mirando a lo lejos deslizó su mano, hasta sentir su dedo. No se movió y Arnold pareció no notarlo, así que se quedó ahí, sintiendo su piel contra la de ella. Quizá era por el frío, quizá su tacto estaba un poco adormecido o quizá, pero trataba de no ilusionarse, a él no le molestaba.
Permaneció unos segundos así, incapaz de decir algo o moverse, completamente perdida en esa sensación. Hasta que escuchó la voz de Gerald.
–¡Nos abandonaron!–reclamó.
Helga no se movió, no sería ella quien rompiera ese leve contacto.
–¿De qué hablan?
La chica cerró los ojos mientras Arnold volteaba, terminando con ese breve instante de felicidad.
–Se fueron sin avisar–dijo Phoebe, pero reía.
–No queríamos interrumpir–explicó el rubio, con una expresión de incomodidad en su rostro.–. Estábamos mirando el valle
El chico se apartó, ofreciéndoles un espacio para que pudieran observar.
Phoebe se apoyó en la baranda y Gerald se paró detrás, abrazándola, mientras ella le sujetaba las manos con cariño.
–Es una hermosa vista–dijo la chica.
Gerald confirmó con un umh umh umh entusiasta.
Helga en ese momento se estiró, sin soltar la baranda. Miraba enternecida a la pareja y de reojo pudo notar los ojos de Arnold ¿en ella? Fue menos de un segundo y él los apartó de inmediato.
«Criminal»
El rugido del estómago del chico de cabello rizado interrumpió el momento.
–Volvamos a la cabaña–Helga hizo un esfuerzo para que sonara como una invitación y no como una orden–, ya es hora de comer
Se encaminaron al lugar, ahora como grupo. Las chicas caminaban delante, tratando de deshacer el camino andado, compartiendo observaciones, porque casi todas las cabañas eran iguales. Los chicos las seguían distraídos, mirando a la gente que salía con su equipo deportivo.
...~...
Después de comer tomaron el bus que los llevaría a la zona de esquí, donde todos pasarían la tarde.
Un par de chicos cargados con equipo deportivo subieron cuando el bus estaba casi lleno. Helga y Arnold, que iban en los primeros asientos les ofrecieron sus lugares y se cambiaron a otros hasta atrás.
–¡Gracias!–dijo uno de ellos, con un claro acento que denotaba que ese no era su idioma natal.
Los rubios quedaron separados del resto del grupo.
Mientras el bus avanzaba, Arnold miraba como Gerald y Phoebe conversaban con los padres de la chica y los cuatro reían de vez en cuando.
–¿Crees que a los padres de Phoebe les agrada Gerald?–preguntó de pronto.
–Claro, Gerald le agrada a casi todo el mundo–respondió su amiga, distraída con el paisaje.
–Helga, lo digo en serio
Ella lo miró y comprendió de inmediato la preocupación en sus ojos.
–Los padres de Phoebe siempre han sido cuidadosos, pero tratan de darle espacio. Si dejaron que Gerald viniera al paseo es porque les agrada y confían en él. Si no fuera así, créeme que no lo ocultarían
–¿Te han dicho algo sobre él?
–No
–¿Entonces cómo puedes estar tan segura?
–Yo–Helga miró el suelo.–. Escucha. Hubo un momento en que fui una tonta con Phoebe y no me dejaron acercarme a ella por unas semanas, hasta que ella me perdonó. Incluso así, me vigilaron durante un tiempo antes de volver a confiar en mí. Cuando creen que algo está mal no son sutiles. Así que sé de lo que hablo, cabeza de balón
El muchacho la observó. Nunca hubiera esperado una confesión así. Pensaba que la amistad entre las chicas era absoluta y que nunca habían tenido problemas, porque Phoebe era tan leal con Helga que hasta parecía su mascota.
Recordó que años atrás no la trataba especialmente bien. Casi todos en la clase pensaban que Phoebe le temía a Helga, porque aguantaba un montón de maltratos. No se imaginaba que pudo hacer la rubia para que su amiga tuviera el valor de confrontarla y de solo pensarlo regresó a él la incomodidad de cuando intentaba mantenerse fuera de su radar, con poco o nulo éxito. El malestar se extendió por su cuerpo y antes de darse cuenta estaba enfadado.
Su amiga era nociva y él lo sabía. No era mala, pero hacía cosas malas. Tenía un don para sacar lo peor de la gente, ver sus secretos y aprovechar sus heridas, calcular como optimizar el daño y atacar. Era rápida con las palabras y parecía que no terminabas de decirle algo cuando ya tenía al menos una respuesta ingeniosa e hiriente para eso, sin importar si acababas de maldecir a todos sus antepasados o darle un cumplido sincero. Y como si las palabras no bastaran, también estaban los golpes, empujones y las bolas de papel. Estar cerca de ella era difícil, en el mejor de los casos, pero imposible en la mayoría.
Cuando llegaron a destino, los rubios se reunieron con el resto del grupo al bajar del bus. Los padres de Phoebe les repitieron las instrucciones y los cuatro jóvenes asintieron como respuesta, luego se separaron de los adultos.
La tarde la pasaron en el gran salón del refugio, donde una cálida fogata al centro reunía a la gente a su alrededor.
El tiempo avanzó lento al principio y aunque conversaban, Helga comenzó a aburrirse.
Además la fuente de sus suspiros tenía un semblante incómodo y no se le escapó que evitaba mirarla ¿Ahora qué rayos había hecho para molestarlo? ¿Sería acaso porque le tocó la mano... un dedo... el costado del dedo... en el mirador? No, no podía ser, el cambio fue después, pero por más que repasaba el día no lograba determinar cuándo.
«A la mierda»
–Podríamos salir y hacer más fotografías ¿Qué opinan?–dijo la rubia, estirándose–. O al menos salir y tomar aire
–Sí, suena bien–respondió la más bajita–. Me gusta la idea
Gerald de inmediato se puso de pie, tomando la mano de su chica y le dio una patada disimulada a Arnold para que los siguiera.
Helga se adelantó al grupo y los esperó fuera de la puerta. El frío la golpeó en el rostro al mismo tiempo que los rayos del sol. Buscó en el bolsillo de su chaqueta y volvió a aplicar bloqueador. Lo último que quería era volver a la escuela con una evidente quemadura en su rostro.
Cuando los demás salieron, caminaron hacia la zona de observación donde estaba permitido ver las distintas pistas. Los padres de Phoebe estaban en el grupo de los principiantes, en la pista más sencilla. Los vieron de lejos y los saludaron.
–Eso parece complicado–dijo Gerald.
–Pero hacía tiempo que querían aprender. Además, papá es bueno en deportes–comentó la chica–. Practico esgrima con él
Siguieron caminando hacia las pistas de intermedios y avanzados. Notaron a varias personas reunidas alrededor de un espacio y la curiosidad fue más fuerte. Algunas personas practicaban snowboard, haciendo piruetas con gran habilidad.
Se quedaron contemplado y Phoebe tomó algunas fotografías de los deportistas y luego se apartó para tomar algunas de sus amigos. Gerald pasó sus brazos por los hombros de los rubios, obligándolos a mirar a la cámara. La chica de inmediato comenzó a hacer poses tontas o amenazantes, entre risas de los demás. Luego Helga le pidió a Arnold que él tomara las fotos, para tener algunas con su amiga y el chico aceptó de inmediato.
Tras el quinto sonido de la cámara, Helga se apartó para que le tomara fotos a la pareja, pero en lugar de acercarse a Arnold, volvió a mirar a la gente que practicaba en la pista. Parecía emocionante y divertido.
–¡Es la chica del bus!–escuchó decir a una voz cerca de ella.
«Ese acento»
Volteó y vio a los chicos a los que ella y Arnold le cedieron el espacio más temprano. Estaban completamente cubiertos por su equipo: chaquetas negras con rayas en blanco, rojo y azul, lentes oscuros y cascos.
Mientras se acercaban, notó que una de las personas se quitaba los lentes y el casco. Una larguísima trenza cayó por su costado.
–¡Es cierto!–dijo la chica, con un acento similar.
El muchacho junto a ella también se quitó los lentes y el casco. Helga pudo ver que ambos tenían ojos verdes preciosos. Su cabello no era rubio, pero tenía mechones que resplandecían dorados entre el castaño claro.
–Hola–dijo Helga.
–Gracias por lo de antes–dijo la chica–. Es muy difícil moverse hasta el fondo del bus cargando tantas cosas
–No fue nada
–¿También vienes a practicar?
–No, solo vengo a ver, no tengo una tabla... ni entrenamiento previo. ¿Ustedes practican hace mucho?
–Sí–La chica sonrió.–. Oh, que maleducada. Mi nombre es Valentina Sofía, puedes llamarme Vale y este tonto–Le dio un codazo al chico.– es mi hermano
–José Alonso Errazuriz–dijo el chico, amagando una reverencia–¿Y usted es?
–Helga G. Pataki–dijo ella.
–¿Estás sola?–dijo Valentina.
–Oh, no–Miró al grupo que seguía tomando fotografías.–. Están ocupados y no soy muy fotogénica que digamos–Se encogió de hombros.
–¿La asiática es tu amiga?–comentó el chico.
–Se llama Phoebe y es de Kentucky...–corrigió molesta.
–Discúlpalo–dijo Valentina–. Mi hermano es un tonto nueve de cada diez veces, en especial cuando tiene delante de él una chica linda
–Como la mayoría de los hombres–respondió Helga rodando los ojos y luego añadió–. Aunque te informo que el moreno de ahí...
–¿El de la chaqueta con el 33?
–Ese mismo, se llama Gerald y es su novio...
Los hermanos se miraron entre sí.
–¿Y el de la cámara?
–Un amigo nuestro, su nombre es Arnold
Otra vez se miraron y Helga se sintió incómoda. Era como si tuvieran toda una conversación entre ellos. Entonces cayó en cuenta y abrió mucho los ojos.
–¿Son gemelos?
–Fraternos–sonrió la chica.
–Ya veo
–Bueno, fue un placer. Iremos a practicar a otra pista un poco más vacía–dijo el chico–, a menos que quieras ir con nosotros
–¡Sí! Invita a tus amigos–se apresuró la hermana.
–Preguntaré, de todos modos no planeamos nada
–Oh, espera–dijo la chica, acercándose un poco–. Cierra los ojos
–¿Qué?
–Hazme caso
Helga no supo por qué, pero obedeció. Sintió la mano de la muchacha en su rostro, pasando su pulgar con delicadeza por debajo de sus ojos, arrastrando el bloqueador por su pómulo.
–Listo–dijo la chica, apartándose–. Tenías una mancha
–Gra-gracias
No le gustaba que otra gente la tocara, pero eso no se había sentido del todo mal.
Un ligero escalofríos recorrió a Helga en ese instante, mientras volteaba y notaba los ojos del cabeza de balón clavada en ella. Se acercó a él un poco nerviosa.
–¿Pasó algo?–dijo Arnold de inmediato, mirando con molestia por el costado de Helga.
–Son los chicos del autobús, dicen que si queremos acompañarlos a otro lugar.
–No lo sé, Helga, no los conocemos–comenzó Phoebe.
–Lucen de nuestra edad–Gerald se encogió de hombros.–. No le veo nada de malo
–Además, somos cuatro y ellos dos–dijo Helga–. Si intentan algo raro, podemos patearles el trasero
–¡Helga!–interrumpió Arnold– ¿Por qué tienes que ser así?
–Puedes intentar patearme el trasero–dijo la chica–, pero no te lo dejaré fácil–Se burló.–. Me llamo Vale, mucho gusto
–Ustedes no son de aquí – dijo Gerald
–Bueno, nadie es de aquí, porque esto es un centro recreacional–comentó el muchacho en el mismo tono burlesco que su hermana–. José Alonso–Les ofreció la mano cuando se presentó.
–¿Latinos?
Se miraron como preguntándose si era necesario especificar más, pero luego volvieron a mirar al grupo y asintieron.
–Hablan bien el idioma–comentó Phoebe, asombrada.
–Viajamos todos los años. Nos gusta venir a este lugar. Nuestros padres están en la cabaña y nos pidieron dejarlos solos... todo el tiempo posible–El chico hizo un gesto de asco que solo Phoebe no entendió de inmediato.
El rubio miró bien su ropa y recordó que los vieron haciendo piruetas cuando apenas se acercaron al sector. Eran buenos, se movían bien, saltaban alto, giraban con habilidad.
–¿Hace cuánto practican?–preguntó indicando las tablas.
–Desde los–se miraron entre sí– cinco años... y cumplimos catorce el septiembre pasado...
–Guau, deben ser expertos– dijo Phoebe, admirada.
–No, no es para tanto–comentó Valentina–, pero cuando te has caído en la nieve millones de veces, tarde o temprano aprendes a evitarlo
El grupo reía.
–¿Quieren acompañarnos? No hay mucha más gente de nuestra edad y la pista de principiantes está casi desierta
Caminaron de regreso hacia la zona donde vieron a los padres de Phoebe más temprano. Era cierto que casi no vieron gente en la pista, quizá dos o tres personas pasaron. Los hermanos les contaron algunas anécdotas y accidentes que tuvieron estando ahí. Molestándose entre sí, humillándose el uno al otro tanto como se alababan.
Arnold pensó que definitivamente tenían el mismo tipo de humor que Helga y eso lo irritaba, anticipaba que Phoebe, Gerald y él se volvieran el foco de sus burlas.
Una vez que encontraron un punto de avistamiento, los extranjeros acomodaron sus implementos de seguridad y se lanzaron a recorrer la pista, dejando a los demás atrás. Jugaron haciendo piruetas y cambiando de lugar mientras descendían.
–Son muy buenos–comentó Phoebe, tomando algunas fotografías.
–Parece que lo hacen mejor de lo que admiten–Añadió Helga.–. Falsa humildad o están locos
–Un poco de ambas–dijo Gerald, mirando a la rubia como si supiera algo.
–Puede ser–dijo ella.
Los perdieron de vista y los vieron regresar unos 15 minutos después, agitados, riendo.
–¡¿Nos vieron?!–dijo el chico–. Primero hicimos así–Movió sus manos de lado a lado.–y luego así–Giró sus manos varias veces.
–Cállate, pareces un tonto–dijo su hermana, acercándose al grupo.–. Oye, Helga ¿tienes el bloqueador contigo?
–Sí–la muchacha buscó en su bolsillo y lo sacó.
–Olvidé el mío en la cabaña... ¿podrías convidarme? Tampoco me quiero quemar
Le ofreció el tubo, la chica se quitó los lentes y el casco con la mano libre, mientras en la otra cargaba su tabla.
–¿Podrías...?–La miró con un ruego, levantando sus implementos un poco.
Helga aceptó sin pensarlo demasiado. Abrió la tapa, vació un poco en su mano, cerró el tubo y lo puso en su bolsillo, para untar sus dedos y aplicarle el bloqueador con cuidado a la chica.
–¡Yo también quiero!–Intervino el muchacho, sacándose también parte de su equipo.
–Tendrán que comprarme un bloqueador nuevo–bromeó Helga, fingiendo molestia, pero hizo con él lo mismo que con su hermana, procurando cubrir bien el rostro, dejándolo sin manchas.
–¡Gracias!–dijo el muchacho.
–¿Vamos otra vez?–dijo su hermana.
–Sí, vamos–se prepararon para volver a la pista.
–Nosotros debemos irnos–comentó Phoebe antes que se alejaran–. Si nos vamos a hora llegaremos al punto de encuentro con unos diez minutos de ventaja – añadió.
–¡Buen descenso!–dijo Gerald, en broma.
–Gracias, bombón–respondió la chica–. Vamos–Empujó a su hermano.–. Apenas tenemos tiempo para un descenso más o la mamá nos va a matar
Se prepararon y en el último segundo el chico volteó a mirar y hacer señas de despedida, enviando un beso a Helga, quien hizo una cara de asco.
Los amigos caminaron con calma, pasando por donde la clase de esquí estaba por terminar. Así que decidieron esperar ahí mismo a los padres de la chica. Al final todos caminaron al bus. Al subir no encontraron suficientes asientos desocupados para ir todos juntos.
–¡Helga!–La llamó una voz femenina–¿También van a la Villa Abedul?
–Sí–contestó la rubia.
–Ven, siéntate con nosotros, el bus está muy lleno–dijo Valentina, arrinconando a su hermano.
Helga miró alrededor, todo el grupo tuvo que dispersarse. Gerald logró cambiar lugares con una mujer para sentarse detrás de Phoebe. Los padres de su amiga iban casi al fondo y Arnold también. No había mucho más espacio libre en el bus y los hermanos eran delgados, así que ir los tres juntos no parecía tan mala idea.
–Sí, como sea–dijo, con su tono habitual, sentándose junto a ellos.
Casi al instante el motor se encendió.
–¿Te duele?–dijo Valentina.
–¿Qué cosa?–Quiso saber la rubia, esperando que no dijera ninguna tontería.
–Tu rostro. Estás quemada. ¿Te duele mucho?
–Solo un poco–respondió con más calma.
–Pasa por nuestra cabaña, te daré algo para eso
–No es necesario
–Además debo pagarte el bloqueador que nos convidaste con tanta amabilidad
–Pero...
–No tienes que entrar, si eso te preocupa
–Está bien, pero iré con mis amigos
–Claro que sí, ni que fuera un secuestro–dijo el chico–. Y con la deuda saldada...
–¿Harás mis deberes de marzo?–interrumpió su hermana.
–¿Qué?
–Le daré a Helga mis cosas, tú no estás aportando nada, así que estarás en deuda conmigo
–Pero...
–Deberes... de matemáticas... un mes
–De acuerdo–Gruñó, cruzándose de brazos.
Helga ahogó una risita.
–¿Cómo es que se llevan tan bien?–comentó–. Yo tengo una hermana, pero no puedo ni verla
Los hermanos se miraron entre sí.
–Pasamos mucho tiempo juntos, así que siempre estamos entre querer asesinarnos y cuidarnos de los demás–Admitió Vale.– ¿No te pasa? Digo, incluso si no quieres ni verla, ¿no estarías dispuesta a darle una lección a cualquiera que lastimara a tu hermana?
–Supongo que sí–Evadió su mirada.–. Pero ustedes lo hacen parecer fácil
–No nos conoces–dijo José, acomodándose para sentarse al borde del asiento y girar su cuerpo hacia las chicas–. A veces nos llevamos pésimo
–Pero todos los hermanos son así–dijo Vale– ¿Tu hermana no vino con ustedes?
–No, ella es mucho mayor, pero no se ha ido de casa. Y no tengo idea de por qué les cuento esto, tienen razón, no los conozco–miró el techo del autobús, frustrada.
–Las familias son difíciles y todas distintas, pero cada una con sus problemas–Miró a su hermano, como pidiéndole autorización, él hizo un ligero asentimiento.– Estamos visitando a papá, él trabaja aquí, es instructor de snowboard. Mamá era una de sus estudiantes
Helga miraba atenta.
–Tuvieron un romance por años–Continuó Valentina.– y uno de sus encuentros terminó en un embarazo. Ella no sabía cuándo volvió al país. Le escribió contándole, pero él no le creyó. Ella fue insistente y le mostró fotos de nosotros, hasta que tuvo que aceptar conocernos. Retomaron su relación, incluso se casaron, pero es complicado
–Suena muy loco–comentó Helga.
–Llevamos el apellido de mamá, en la escuela nos molestan por eso–Añadió el hermano.–. Nadie cree que nuestro padre es gringo, digo, americano. Va de visita un par de veces al año, pero no quiere mudarse. Nunca aprendió nuestro idioma y allá casi no tendría en qué trabajar. Además, le gusta este trabajo. Pasa una temporada aquí, otra en Canadá. A veces vamos a ese centro con él. El resto del año hablamos por teléfono
–Además, la abuela no puede verlo. Y aunque vivimos con ella–comentó Vale.
–Nos odia un poco–Concluyó el chico.–. Dice que arruinamos a su hija
–Y es difícil, porque nosotros la queremos
–Pero duele
–¿Cómo pueden... hablar de todo eso... con tanta comodidad?–dijo Helga.
–Resignación–respondieron al unísono.
–Cuando asumes la realidad–Añadió Valentina.–, cuando ya no quieres cambiar las cosas que no puedes cambiar, se vuelve menos duro. Eso y una buena dosis de sentido del humor–Miró a su hermano.–. Ayuda tener un payaso en casa
El chico le tiró la trenza a su hermana, no demasiado fuerte, solo para molestar. Ella lo empujó, aplastándolo contra el vidrio y él intentó empujarla de vuelta, pero la chica se puso de pie y el chico cayó sobre Helga, quien lo apartó con brusquedad y él se disculpaba. Valentina reía, moviendo a su hermano a su rincón mientras volvía a sentarse.
–José Alonso Errazuriz, contrólate, qué diría la mamá de esto–Comentó con aire solemne
Su hermano estaba completamente sonrojado.
Siguieron bromeando, hasta que el bus se detuvo. Abajo el grupo se reunió. Los hermanos se presentaron a los padres de Phoebe e indicaron el camino hacia la cabaña donde se quedaban. Quedaba cerca de la plaza, que era donde los dejaba el bus y al grupo de amigos les quedaba de camino a su propia cabaña.
–¿Me esperan un momento?–Pidió Valentina, entrando sin esperar respuesta.
Los demás charlaban, pero el cansancio era notorio en todos. En menos de cinco minutos la chica volvió corriendo y le entregó a la rubia una bolsa de tela con dos frascos en su interior.
–El bloqueador es el blanco. El verde es para las quemaduras. Lávate bien el rostro y aplícalo con cuidado. Puedes volver a aplicar más tarde y si vas a usarlo en la mañana, vuelve a lavarte la cara antes de echarte bloqueador. Es un poco gelatinoso, pero te ayudará a sentirte mejor
–Gracias–dijo Helga, repitiendo mentalmente las instrucciones.
La chica la abrazó y le dio un beso en la mejilla como despedida, después hizo lo mismo con los demás.
–Así se despide la gente en nuestro país–explicó José–, pero si te incomoda...
–¿Qué más da?–Helga se encogió de hombros y dejó que él la abrazara y le diera un beso en la mejilla.
José luego ofreció su mano a los chicos y los abrazó, dándoles palmadas en la espalda. Finalmente se despidió de Phoebe de la misma forma en que se despidió de Helga. Los hermanos dedicaron a los adultos un gesto cortes de sus cabezas y entraron a la cabaña donde se alojaban, molestándose entre empujones.
–Parecen simpáticos–comentó la madre de Phoebe, mientras todos giraban para seguir su camino.
–¡Son geniales!–respondió Phoebe.
Ella y Gerald dieron detalles sobre las piruetas que los vieron realizar en la pista antes y después de hablar.
Helga iba junto a su amiga y miraba de reojo a Arnold, que se había quedado un poco más atrás. Parecía abatido.
Al llegar a casa, los padres dijeron que estaban demasiado cansados y que se irían a dormir. Gerald y Phoebe prepararon chocolate caliente en la cocina.
–Vuelvo en seguida–comentó Helga, antes de desaparecer escaleras arriba.
Entró al baño que compartía con su amiga y lavó su rostro, porque el rojo ardor no se iba de su piel y comenzaba a desesperarla. Odiaba quemarse, realmente lo odiaba y se odiaba un poco por no haber escuchado a Olga, pero siendo justos, era Olga.
Sacó las cosas que le dio Valentina. Al apretar el frasco verde, una sustancia transparente y gelatinosa chorreó. Lo esparció como si fuera crema y la sensación refrescante invadió su piel de inmediato, calmando el dolor.
Sonrió frente al espejo. Nunca había sentido algo así y decidió que debía preguntarle a la chica qué era eso, porque no recordaba haber visto esa clase de productos, aunque Helga no era una experta en productos de belleza.
Dejó las cosas sobre la cama y bajó para reunirse con los demás. Gerald y Phoebe estaban sentados frente a la chimenea y le ofrecieron una taza de chocolate caliente.
–¿Cómo estás?–dijo Phoebe.
–Mejor. Esa cosa que me dio Vale es maravillosa
–Lamento que el sol te queme tanto–comento Phoebe.
–Es culpa de Bob, son sus genes... deberías verlo después de un día en la playa... todos los veranos es el mismo problema. Se niega a usar bloqueador, se duerme, se quema, pasa días encerrado gritando y maldiciendo, convertido en una langosta malhumorada a la que Miriam y yo ignoramos. Tal vez debería decirle que compre esa cosa en lugar de bloqueador, aunque dudo que quiera usarlo
Helga bebió de su chocolate y charló con sus amigos un rato, pero cuando iba a la mitad de su tazón, no pudo aguantar más. La duda que carcomía su pecho.
–¿Y Arnoldo?–Quiso saber.
–Fue a dormir temprano–dijo Gerald–. No es de extrañar que esté cansado, anoche tuvo pesadillas
–¿En serio? ¿Qué? ¿Le teme al Yeti o Pie grande?
–Claro que no–El chico reía.–. Le conté que las mantis religiosas hembras se comen a los machos después de ya sabes... así que soñó que un insecto gigante se lo comía
–Que asco–comentó Helga– ¿Por qué pones esa clase de ideas en su tonta cabeza de balón antes de dormir?
Gerald no supo qué excusa inventar, no podía decirle que lo molestaba a costa de ella y menos lo que dijo de ella la noche anterior.
–Solo recordé que Nadine me habló de eso–Se excusó.
–¿Nadine? Claro. ¿Estuvieron hablando de Nadine?
Gerald notó que Phoebe le daba un codazo suave y que Helga miraba el suelo una fracción de segundo.
«No puede ser cierto ¿todavía le gusta?»
–No especialmente–Continuó el chico.–, estuvimos hablando de lo que estarían haciendo los de la clase estos días... y cuando mencioné a Nadine recordé lo de las mantis–Inventó sobre la marcha.
–Eso suena a basura–Helga se levantó, molesta.–. Saldré a tomar aire, tortolitos. Y no, Phoebe–Añadió al ver el terror en los ojos de su amiga.–, no me alejaré, solo quiero sentarme en la entrada... a solas...–Enfatizó cuando notó que la chica apoyaba su mano en la alfombra, para ponerse de pie.–. Disfruten la chimenea–Les guiñó un ojo y salió.
La noche ya había caído y en el cielo despejado y sin las potentes luces de la ciudad las estrellas eran espectaculares. Helga pensó que podía trabajar con eso. Declararse ahí, como dijo Olga. Pero no quería ir a la fuente, ni al pino, ni al mirador, esos lugares eran muy obvios y muy expuestos.
Pensó que los gemelos conocían el lugar, su padre trabajaba ahí. Podía pedirles que le enseñaran algún sitio interesante -y ¿privado?-. Sonrió para sí, armando un plan. Tenía que buscar una excusa para ir con Phoebe a la tienda de recuerdos para comprar un par de cosas. No necesitaba un gran espacio, pero si uno lindo y adecuado. Bien, estaba decidido, a la mañana siguiente visitaría a los hermanos para pedirles ayuda, deseando que no hicieran preguntas.
Chapter 5: Figuras de Hielo
Chapter Text
Phoebe despertó a Helga para desayunar, la rubia bajó después de tomar un baño y arreglarse un poco.
–Buenos días señor y señora Heyerdahl–dijo al sentarse a la mesa– ¿Qué hay, tórtolos?
–Despertaste de buen humor–Gerald la observó con curiosidad.– ¿Tuviste un buen sueño?
–Sí. Soñé que Godzilla destrozaba la escuela y ya no teníamos que volver a ir
–Eso si me parece un buen sueño
–Tu rostro se ve mucho mejor, Helga–comentó su amiga.
–Gracias, Pheebs. Ese gel resultó ser bastante bueno
–Debe ser alguna tontería mágica indígena–Bromeó el chico.
–No todos los países al sur de aquí son tierra salvaje, Geraldo–Helga rodó los ojos.–. Y definitivamente no creo que ninguna tribu tenga una fábrica para hacer envasados industriales
–¿Para qué querrías industrias si puedes utilizar mano de obra barata?
–Creo que te estás confundiendo con China
–¿Quién quiere wafles?–Interrumpió la madre de Phoebe.
–No tengo hambre–dijo Helga–. Saldré a caminar, volveré en un rato
La chica dejó la mesa sin tocar nada. Volvió a lavarse la cara para aplicarse bloqueador, vistió su chaqueta y una bufanda, porque ese día estaba nublado y el viento soplaba con fuerza.
Al bajar y acercarse a la puerta, escuchó a Gerald.
–¿Por qué tarda tanto? Se quedará sin wafles
–Tal vez deberías ver si está bien–dijo la chica.
–Está bien, solo está raro
Helga salió tratando de no pensar mucho en eso. Arnold estaba raro desde el día anterior y no sabía por qué, pero era él, volvería a estar bien dentro de poco y si no, sus amigos lograrían que lo estuviera de algún modo.
Se dirigió al parque al que fueron el día anterior, pero extendió el camino una calle para pasar por donde se hospedaban los hermanos. Observó la cabaña unos minutos, preguntándose si habría alguien, si estarían en pie y si podría llamar. Luego de considerarlo unos momentos, sintió miedo y siguió hacia el parque. ¿En qué estaba pensando? Claro que no podría pedirles ayuda, no eran sus amigos. Además, si iba tan temprano y de forma tan evidente, tendría que dar demasiadas explicaciones y apenas confiaba lo suficiente en Phoebe. ¿Cómo iba a confiar en dos desconocidos?
Optó por recorrer el parque, pero después de dar una vuelta se dio cuenta que no divisaba ningún lugar que llamara su atención. No había ningún lugar "especial", no como ella quería. Frustrada, volvió a la cabaña.
Ese día los padres de su amiga los llevaron a almorzar a uno de los restaurantes, así que salieron más temprano hacia la zona de compras a la que fueron dos días atrás. Mientras revisaban el menú, a Helga se le escapaba la vista hacia Arnold, quien comentaba con Gerald sobre los platos, haciendo bromas tontas o preguntándose a qué sabían cosas con nombres extraños. En algún momento el chico levantó la mirada y sus ojos se encontraron. Casi de inmediato él los apartó y ella se obligó a releer el menú.
«¿Qué fue eso?»
«¿Qué está pasando?»
Cuando los padres de Phoebe fueron a su clase, el grupo decidió pasear por el sector comercial. En ese lugar había otro parque, el cual estaba tan bello y bien cuidado como el de la villa. Esta vez fue Helga quien se ofreció a fotografiar a los demás, hasta que Arnold se apartó de la pareja y se acercó a ella.
La más alta le entregó la cámara a su amiga, quien tomó a su novio de la mano y lo arrastró hacia un sector donde varias personas hacían esculturas en hielo. Helga los siguió a paso tranquilo, el peinado de Gerald hacía fácil encontrarlos incluso entre una multitud.
–Oye, Helga
La chica se detuvo, con las manos en los bolsillos, pero no volteó. Arnold caminaba un poco más atrás de ella. Notó que él también dejó de caminar.
–¿Qué pasa, cabeza de balón?–Miró hacia arriba. El cielo seguía gris. Tal vez esa noche nevaría.
–Quería disculparme–Comenzó a decir el chico, pero guardó silencio de inmediato.
Ella se irritó.
–No tengo todo el día
–Si lo tienes–Arnold medio sonrió, nervioso.–. Estamos atrapados aquí por dos días más, así que definitivamente lo tienes
–Ve al grano, Arnoldo
–Sé que he actuado un poco fuera de lugar
–Ajá
–Y realmente no es tu culpa
–Lo sé
–Pero en cierto modo lo es
–¿Qué quieres decir? He intentado ser amable, como dijiste
–Lo sé, lo sé. Es solo que aún duele pensar en cómo sueles ser
–¿Incluso si sabes que todo eso es una actuación?
–Sí–Cerró los ojos.–, pero sé que esa no eres tú–Se acercó a ella.–y me agrada la Helga que he visto estos días–La miró por un segundo y la tomó de la mano –¿Vamos a ver las esculturas?
La rubia estaba paralizada. La sensación de la mano de Arnold sujetando la suya era más de lo que esperaba para ese día. Lo miró por un segundo y luego bajó la vista.
–Lo-lo siento–El chico la soltó, temiendo que se hubiera enfadado.–. Olvidé que no te gusta que te toquen
Arnold se adelantó hacia las esculturas, escondiendo su rostro bajo la capucha de su chaqueta y Helga lo miró con una sonrisa contenida, dejando que su corazón se cargara de felicidad.
La chica miró a su alrededor y se escondió tras un roble.
–¡Oh, Arnold!–Sacó su relicario y observó la foto.–. Si solo supieras como imbuyes calidez a mi ser con tan leve contacto, si tus labios tocaran los míos, esta montaña entera se tornaría en volcán. Debo serenar mi golpeado y adolorido corazón antes que salga desbocado de mi pecho intentando alcanzarte...
Una respiración cerca.
«¿Cómo demonios...?»
Cerró los ojos.
«¿Incluso aquí? Tienes que estar bromeando»
Otra vez la respiración.
Miró a su costado. Solo era un niño que se apoyó en el mismo árbol después de correr, otro más pequeño le seguía y el mayor gritó que había ganado.
Estalló en risas, porque no podía ser tan paranoica. ¿Cómo podría haberla seguido Brainy hasta ahí? ¿Colgando del furgón? Era absurdo.
Se reunió con sus amigos. Los novios miraban las obras terminadas, tomando fotografías. Arnold estaba concentrado viendo como otras personas esculpían. La rubia recordó con una sonrisa ese verano que se encontraron en la playa y ganaron el concurso de castillos de arena. Imaginaba que él querría intentarlo.
«Oh, Arnold, eres tan sensible como hábil, seguro harías algo maravilloso con tus hermosas y cálidas manos»
Se sonrojó un poco al recordar lo que pasó minutos atrás y miró alrededor. Un cartel llamó su atención y se acercó a hacer unas consultas. Luego buscó a Phoebe y Gerald, habló con ellos y los tres acordaron el plan a seguir.
...~...
Arnold estaba concentrado observando la técnica. Le parecía increíble como algunos artistas tallaban el hielo para convertirlos en piezas de arte. Era una lástima que fueran temporales, porque realmente eran preciosas.
–Oye, cabeza de balón–Lo llamó Helga con su tono de mando.
El chico volteó, molesto por la interrupción. Sabía lo que significaba: debían abandonar el lugar, porque la señorita Pataki tenía otros planes.
–Gerald y Phoebe irán a la cafetería–dijo la rubia.
–Vamos–contestó, resignado.
–Dije que ellos irán, ¿acaso no escuchaste?
–¿Y por qué me llamas entonces?
–Tú participarás en la competencia de esculturas de nieve de esta tarde
Lo tomó por la mano y lo llevo al mesón de inscripciones. Arnold la siguió sin reaccionar, hasta que ella estaba dictando sus datos.
–¡Espera, Helga! No tengo dinero para pagar esto
–Eso ya lo arreglamos–dijo la chica, entregándole los billetes a la encargada.
–Bueno, niños, la competencia empieza en media hora–dijo la mujer con cierto entusiasmo–. Se llamará por altavoz una vez, así que estén atentos. Pueden esperar por allá–Indicó un salón con mesas y sillas donde distintas personas se reunían.
Helga se dirigió a unos sillones al fondo, todavía arrastrando a Arnold, aunque esta vez de la manga. Sabía que no podría soportar mucho más su tacto sin derretirse.
–¿Qué fue todo eso?–dijo el chico, aún confundido.
–Te gusta esculpir, no creas que no lo recuerdo, eres estúpidamente bueno en eso–respondió Helga.
–¡Con arena! ¡No sé hacer esto!
–¿Qué tan diferente puede ser?–Helga se cruzó de brazos.–. Haz hecho muñecos de nieve antes, solo debes hacer lo mismo, pero mejor
Estaba molesta. Intentó hacer algo lindo y él reaccionaba como si lo estuviera obligando a bailar ballet con un ridículo tutú frente a toda la escuela.
El rubio la miró. Ceño fruncido, ojos tristes. Otra vez estaba reaccionando mal.
–Lo siento, Helga–Llevó la mano a su frente y tomó un largo aliento.–. Supongo que gracias por esto
–Agradécele a los tortolitos. Ellos también aportaron y yo seré tu asistente–Miró en otra dirección.
–¿Qué? ¿Por qué?
–Tal vez tenga un lado artístico, para que lo sepas. Además, el concurso es en parejas, solo por eso también me inscribí
Arnold sonrió al notar que Helga se sonrojaba. Ese ligero rubor en su rostro y su expresión nerviosa le parecían adorables.
Dejó de mirarla y juntó sus manos sobre sus piernas, jugando con sus pulgares. Solo entonces notó que Helga lo había tomado de la mano para llevarlo a inscribirse y la sangre subió a sus mejillas. De inmediato cerró los ojos tratando de pensar en cualquier otra cosa.
Si llegamos solteros a los 25 deberíamos casarnos
«¿Por qué estoy pensando en eso?»
Era una tontería. Ella solo lo dijo para molestarlo, ni siquiera debía recordar esa promesa y, por su propio bien, él debía olvidarla.
Unos veinte minutos más tarde escucharon el anuncio y se levantaron. Estaban en la categoría juvenil, con participantes de 12 a 17 años. Eran quince equipos compitiendo. Todos partían con un cilindro de nieve de un metro de alto por cincuenta centímetros de diámetro. Les entregaban a todos los mismos tipos de guantes e instrumentos. No se podía usar nada externo a lo entregado, asegurando que solo el talento fuera la diferencia.
–Esta vez no podremos usar tu listón–dijo el chico.
–Tampoco iba a pasártelo–respondió Helga, pero la respuesta de Arnold fue entrecerrar los ojos, poniéndola nerviosa– ¿Y? ¿Qué haremos?–dijo.
Alguien repetía las reglas, en voz alta, repasando los números de los equipos -ellos eran el doce- y luego los nombres de los jueces que evaluarían el trabajo.
–Tienen dos horas a partir de ahora, ¡ya!
El sonido de una bocina movilizó a la mayoría de los grupos.
Arnold quería hacer algo simple, solo por intentarlo, pero no esperaba lograr nada muy bueno. Miró de reojo a su amiga. Ella miraba el cilindro como si estuviera preguntándole qué quería ser. La idea le causó gracia.
–Podríamos hacer un castillo–dijo el chico–. Como aquella vez
–No, eso sería aburrido y obvio–respondió ella, alzando una ceja, concentrada– ¿Qué tal un animal?
–¿Un conejo?
–Un lobo aullando–ella rio.
–No es mala idea... si logramos tallar el pelaje, quedará bien... el problema es que nunca he hecho esto, no sé por dónde partir
–Entonces algo más simple... algo que tenga una terminación más lisa
Arnold miró alrededor. Eran los únicos que seguían planeando qué hacer.
–¿Y qué tal Mandíbulas Cerradas?–comentó Helga
–¿Qué?
–Ya sabes, la tortuga que liberas-digo, que unos locos ecologistas liberaron del acuario...
–¡Es una gran idea, Helga! En marcha
Pusieron el cilindro de forma horizontal y Arnold empezó a crear el diseño. Esculpir en nieve era distinto a hacerlo con arena, pero poco a poco fue intuyendo cómo funcionaba y a los pocos minutos formó la cabeza de la tortuga. Le explicó a Helga como hacer las formas generales, para que ella le diera estructura, mientras él avanzaba los detalles. Ambos trabajaron concentrados y en sincronía, como si hacer equipo fuera tan natural como respirar.
Phoebe y Gerald regresaron para ver la competencia. Rodearon el espacio buscando un lugar para instalarse, hasta que encontraron a sus amigos. Los dos estaban impresionados del trabajo que hacían, en especial por lo coordinados que parecían. Cuando se miraron entre sí, rieron, sabiendo que pensaban lo mismo.
Las esculturas de todos los competidores adquirían más y más detalle, mientras el reloj avanzaba. Anunciaron cuando quedaban treinta, veinte, quince, diez y cinco minutos.
Con cuidado, Arnold creó un letrero inclinado donde escribió el nombre de Mandíbulas Cerradas, mientras Helga pulía algunos detalles.
–Creo que está listo–dijo Arnold.
La chica alzó la vista y sus ojos se encontraron en el mismo momento en que sonó la bocina anunciando el final de la competencia. Ambos se dejaron caer en la nieve, agotados y sonriendo.
Los jueces recorrieron las esculturas en orden de inscripción, así que tendrían que esperar.
Los novios se acercaron rodeando la cerca que separaba a los competidores del resto de la gente.
–¿Es Mandíbulas?–dijo Gerald.
–Sí–respondió el rubio.
–Es una hermosa escultura–comentó Phoebe.
–Gracias
–Espero que ganen
–No lo creo, hay buenos trabajos–comentó el chico mirando alrededor.
Phoebe levantó su cámara y los rubios posaron de pie tras la escultura, mientras su amiga tomaba una foto.
Cuando los jueces llegaron a ellos uno preguntó por el nombre de la tortuga y el rubio contó entusiasmado su historia hasta su liberación, obviando que fueron él y su abuela quienes la sacaron.
–Muy buen trabajo–dijo uno de los jueces– ¿Es la primera vez que participan?
–Sí–dijo, Helga–, pero ya habíamos ganado un concurso de castillos de arena hace unos años
–Veo que tienen experiencia–comentó la jueza.
–Algo así–dijeron ambos, incómodos, recordando no precisamente la competencia.
–Bueno, niños, es una bella escultura. Seguiremos evaluando y anunciaremos a los ganadores.
–Gracias–dijo Arnold.
Unos diez minutos más tarde, los jueces tomaron el micrófono y entregaron los puntajes de los ganadores.
...~...
– Guau, tercer lugar–dijo Gerald, mientras caminaban de regreso a la cafetería.
Comenzaba a oscurecer y los rubios necesitaban beber algo caliente mientras esperaban a los padres de su amiga.
–Estuvo bien, para ser la primera vez –dijo Helga–. Apuesto que ganaríamos con algo de práctica
–Tendría que aprender a trabajar mejor con nieve–admitió Arnold–. Esto es un poco más difícil que hacer muñecos
–Pero podrías hacerlo, Arnoldo, tienes el talento
–Gracias, Helga, no podría haberlo hecho sin ti
–Phoebe, creo que se equivocaron con mi café–dijo Gerald– ¿Me acompañas a cambiarlo?
–Yo puedo ir contigo–dijo Arnold.
–No es necesario, ustedes descansen, tuvieron una tarde movida–dijo la más bajita, levantándose de su asiento, para tomar del brazo a su novio y caminar juntos al mostrador.
–Gracias por esto, Helga, fue divertido
–De nada-digo-como sea, cabeza de balón–Evadió su mirada, incómoda.
El chico bebió su chocolate caliente y notó que Helga movía los dedos en su tazón, jugando. Se quedó viendo sus manos unos minutos, reviviendo la calidez que sintió cuando ella lo sujetó. Y no era que en ese clima sus manos fueran cálidas, de eso estaba seguro, era algo distinto, un cosquilleo agradable.
–Se están tardando demasiado–comentó ella–. Tendré que enseñarles lo que es el servicio al cliente
Apoyó sus manos en la mesa, dispuesta a ponerse de pie. Pero Arnold puso una de sus manos sobre las de ella.
–Déjalos, Helga, son novios, tal vez solo querían estar un rato a solas
Ella lo miró, cambiando su expresión de la rabia a la calma y luego a la incomodidad, bajando su mirada. El chico apartó su mano de inmediato.
–Lo-lo siento–dijo, nervioso, cerrando los ojos, como si esperara a la vieja Betsy.
–Tienes razón–respondió la chica, sentándose–, los padres de Phoebe no tardan en llegar–Añadió mirando el reloj en el muro. Quizá tenían unos quince minutos sin supervisión.
Los rubios bebieron sus bebidas en silencio, cada uno distraído en sus pensamientos. Unos cinco minutos después la pareja se reunió con ellos, llevando galletas con forma de corazón.
–¿Qué clase de cursilería es esta?–Helga rodó los ojos.
–Sólo pruébalas, Helga, un poco de amor no te hará daño–comentó Gerald.
Los demás rieron, pero la rubia mantuvo su actitud distante un rato, negándose a comer.
–Vamos, Helga, solo son galletas y están buenas–Arnold le ofreció una.
–Si tanto insistes–La recibió con cuidado, pero sus dedos se tocaron y ambos se sonrojaron ligeramente.
Phoebe y Gerald tuvieron que esforzarse en no molestarlos, porque realmente querían hacerlo.
–Sí, están buenas–Admitió la rubia, tomando otra galleta del plato y una tercera.
Los padres de su amiga llegaron en ese momento y de inmediato fueron a tomar el bus de regreso a la Villa Abedul. Cuando pasaron por la cabaña donde estaban los hermanos, Helga notó que había luces y risas. No era buen momento para molestar. Cerró los ojos. Tal vez podía simplificar su plan.
Chapter 6: Excursión Nocturna
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Todos fueron a dormir unas horas después, pero Helga estaba inquieta con las experiencias de ese día y la anticipación de lo que pensaba hacer.
Bajó a la cocina y preparó un tazón de chocolate caliente, agradeciendo en su mente que los padres de Phoebe hubieran comprado tanto. Se envolvió en una manta y salió al cobertizo para apoyarse en la baranda.
El cielo gris era notablemente oscuro y un poco triste. Parecía pesado, como si en cualquier momento fuera a aplastar la montaña. Se sintió abrumada de pronto, recordando la horrible sensación de vivir en su casa, de soportar a su familia, de esconderse, de temer, de desear huir. Esa sensación de ahogo y el miedo que le infundía Bob cuando era pequeña y no sabía defenderse. Era mejor ser invisible, ser ignorada. Porque incluso si a quien le gritaba era a Myriam o al televisor, cuando tienes dos años escuchar a un hombre grande gritar sin entender qué es lo que pasa da terror.
Respiró lento, cerrando los ojos. El aroma del chocolate y el calor del tazón la regresaron a la realidad. Bob no estaba ahí. Ella sí, lejos de él, en las montañas, sintiendo el olor de la leña, pisando tablones de madera. Contemplando la nieve y las cabañas con sus formitas regulares, contando las ventanas con luces encendidas.
Escuchó pasos sobre la nieve y unas risas. Al reconocer a los hermanos los saludó en silencio, agitando la mano. Valentina se acercó corriendo, José la siguió caminando tranquilo con las manos en los bolsillos.
–¡Hola, Helga!–dijo la chica, subiendo entusiasmada la pequeña escalera que separaba el cobertizo de la calle, mirándola de cerca.–. Veo que te sirvió mi secreto familiar–Sonrió.–. Tu piel se ve más sana
–Sí, muchas gracias. ¿Eso lo trajiste de tu país?
–Sí, pero venden algo parecido en walmart
El chico se acercó en ese momento.
–Buenas noches, señorita Pataki
–Buenas noches... ¿Cómo era?–Miró a la chica buscando ayuda.– ¿Errazin?
El chico subió una mano a su pecho y la otra a su cabeza, fingiendo que se le rompía el corazón.
–Errazuriz–dijo Vale–, pero puedes llamarlo payaso, yo lo hago todo el tiempo
–Pero tú eres mi hermana–Se defendió él.
–Bueno, Helga también podría llamarte payaso si quisiera ¿cierto?
–Supongo que sí–Confirmó la rubia, viendo al chico hacer un puchero.
–¿Por qué estás afuera tu sola?
–Los demás ya se durmieron. ¿Qué hacen paseando tan tarde?– preguntó.
–No es tarde... falta poco para las once–dijo el chico–. Y estamos esperando a Santa
–No me digan que creen en eso–La rubia los miró, levantando un lado de su ceja.
–Claro que no–Rieron al unísono.
–En nuestro país es tradición intercambiar regalos a media noche–Explicó la chica.
–Así que salimos a caminar para matar el tiempo–Añadió él.– ¿Quieres acompañarnos?
–No creo que deba alejarme, no le dije a nadie que saldría y no quiero asustarlos
–Entones ve a decirle a alguien o deja una nota
Helga sonrió.
–¿Ves? Quieres ir, lo sé–dijo la chica.
–Está bien, iré por mi abrigo y le dejaré una nota a Phoebe. Esperen aquí
La rubia entró a la cabaña y subió a la habitación. Siempre tenía un cuaderno y lápices con ella, así que no era un problema dejarle una nota a su amiga, que dormía profundamente. La dobló y la dejó sobre la mesita de noche que estaba al medio de las camas, para que la viera de inmediato si llegaba a despertar. Con un poco de suerte podría romperla al regresar.
Vistió su abrigo, una bufanda y salió con los hermanos, cerrando la puerta con cuidado tras de sí.
Caminaron hacia el parque. Además de los bares, las pocas tiendas alrededor seguían abiertas, vendiendo regalos y otras cosas. Esa noche el árbol decorado de la plaza lucía espléndido con todas sus luces encendidas.
–Dijeron el otro día que vienen seguido ¿cierto?–dijo la chica en cuanto pudo aprovechar un silencio entre las bromas de los hermanos.
–Así es–Confirmó Valentina, mirándola.
–En ese caso, deben conocer bien el lugar
–Lo suficiente como para que nuestros padres no se preocupen porque salgamos a vagar por ahí–Explicó el chico.
–¿Habrá un lugar...?–Helga cerró los ojos.–. No, no importa, olvídenlo
Se adelantó hacia el árbol, mientras ellos intercambiaban una mirada antes de seguirla. Cada uno la tomó de un brazo.
–¿Qué clase de lugar quieres ver?–dijeron a coro.
–¿Algún lugar loco?–Comenzó Vale
–¿Un lugar aterrador?–Continuó José.
–¿Un lugar embrujado?
–¿Un espacio solitario para gritar que odias el mundo?
–¿Un risco donde cometer homicidio sin testigos?
–¿Una cuesta para mirar el amanecer?
–¿O el atardecer?
–¿Un lugar romántico para declarar tu amor?
Helga tragó saliva.
–Un lugar romántico, entonces–confirmó la hermana, buscando los ojos de su hermano, ninguno soltó a su nueva amiga.
–El lugar más romántico es en el árbol, por eso cuelgan muérdago y esas cosas–Indicó girando la mano con un gesto similar al que Helga solía hacer.– Aunque eso ya lo sabes y supongo que te parece demasiado público.
Helga asintió.
–Más bien busco un lugar donde tener una conversación privada–Intentó desviar la conversación.
–¿Un lugar secreto?
No supo qué decir.
Los chicos la soltaron y se apartaron un poco, dando vueltas con aire pensativo.
–Podría ser...–dijo José.
–No... ese no... ¿Y qué tal...?–interrumpió Vale.
–No... tampoco, están remodelando...
–¿Se te ocurre algún otro?
–¿Tal vez...?
–¿Aquel lugar?
–Sí, aquel lugar
–Suena perfecto
–Pero
–¿Pero?
–Solo es para llevar a alguien especial–Miraron a Helga y luego entre ellos.– ¿Ella cuenta?
–Yo creo que sí
La rubia los miró sin entender nada. Otra conversación de gemelos o lo que ella esperaba que fuera de gemelos y no de hermanos, porque ella jamás tuvo algo así con Olga y habría sido triste darse cuenta que quizá pudo tenerlo.
–Sí, te llevaremos–dijo Valentina–, con una condición
–Escupe–respondió, Helga, cruzando los brazos.
Los hermanos se miraron entre sí, asintieron.
–Luego iremos a un sitio aterrador–dijo José.
–Más vale que valga la pena–comentó la uniceja.
–Confía en nosotros, lo valdrá–Concluyó Vale, con seguridad.
La guiaron por el costado del parque hasta una edificación con las luces apagadas. Era un jardín rodeado de rejas y techado que en ese tiempo estaba cerrado, pero ellos sabían de un espacio por donde una persona podía pasar. Entraron al lugar y caminaron en penumbras entre varios arbustos y plantas. Llegaron a un espacio circular cercado por hermosos arbustos, al centro del cual había unas bancas con forma de arco y el techo estaba abierto.
–Este jardín es precioso en primavera–comentó Valentina–.Todavía no ha florecido del todo, pero –Apuntó su linterna hacia los arbustos.– las camelias están en flor... y si buscas con atención–Tomó a Helga de la mano y la llevo rodeando las bancas, apuntando el haz de luz al suelo.–, también puedes encontrar uno que otro pensamiento
La rubia miró el lugar con precaución, imaginando por un instante la escena.
–Gracias–dijo, tratando de reprimir su emoción.
–¿Era lo que querías?
Asintió.
Los hermanos volvieron a mirarse entre sí.
–¿Es el chico rubio?–preguntó Valentina.
Helga no quiso responder. Estaba paralizada. ¿Cómo era posible que dos completos desconocidos descubrieran su secreto tan rápido? Se estaba volviendo descuidada.
–No sé de qué hablas
–Lo que digas–dijo Vale, rodando los ojos
–¿Ahora podemos ir a un sitio aterrador?–preguntó José, entusiasmado.
–Sí, vamos a la cabaña abandonada
–¡No, el otro! Ya sabes...
–¿En serio quieres llevarla ahí? La última vez casi te hiciste en tus pantalones
–¡Eso no es cierto!
Helga los miró arqueando su ceja.
–Es una cueva alejada del sendero–Explicó la hermana.–, pero hay una forma para llegar a ella. Tiene algunos tótems y dicen que el espíritu del último indígena del lugar está atado a ese lugar y maldice a todos los que dañan la montaña...
–Eso suena a una gran mierda–dijo Helga.
–Entiendo si te da miedo ir–dijo Valentina.
–Helga G. Pataki no le tiene miedo a nada
«Excepto a las ratas»
«Aunque no hay ratas en las montañas... ¿no?»
–Vamos a esa estúpida cueva
Los hermanos se miraron otra vez, mientras la rubia caminaba a la salida. Les resultaba divertido lo fácil que era leerla.
Los jóvenes salieron del jardín atentos para evitar los guardias. Luego caminaron por las calles hasta la entrada de la villa. El comercio estaba cerrado y casi no quedaba gente afuera. Descendieron por la montaña, siguiendo el sendero. Se detuvieron en una curva. Desde ahí era posible distinguir la villa por el brillo de las luces, pero las construcciones se veían pequeñas.
Los hermanos alumbraban alrededor con sus linternas, hasta que dieron con una roca que a primera vista parecía el tronco de un árbol. Caminaron a ésta y volvieron a iluminar alrededor, hasta dar con otra roca similar. Repitieron la operación cinco veces, hasta que dieron con la entrada de la cueva, a unos pocos metros de ellos.
Helga de pronto sintió que el viento era más frío en ese lugar, o quizá era porque debía ser cerca de media noche. Pensó que tal vez debió volver después de ver el jardín. No quería causar problemas, ni asustar a nadie. Rogó porque Phoebe siguiera dormida y que no notara su ausencia.
Estaban a unos cinco metros de la entrada de la cueva en el momento en que las nubes se disiparon y el brillo fantasmal de la luna iluminó la ladera. Parecía el hocico de un enorme animal: con rocas puntiagudas y curvas como colmillos, agujeros que formaban una nariz y más arriba ojos, en los que creyó captar un reflejo. Con la luz apropiada hasta podría parecer que se movían. Era una bestia atrapada en la montaña, a punto de lanzarse sobre ellos.
–Es grandioso–dijo, emocionada–. Creo entender por qué la gente le tiene miedo. Este lugar da escalofríos, nadie se acercaría aquí
Cuando llegaron a la entrada, pasaron uno a uno, con cuidado.
La rubia se quitó los guantes para tocar la roca. Rasposa, rugosa, fría. Que no se sintiera como hueso la tranquilizó. Se dio cuenta que una persona adulta tendría que agacharse para entrar.
La luz de las linternas se perdía en la oscuridad hacia el fondo.
–¿Han explorado esto antes?–inquirió.
–No, lo encontramos el año pasado y no tuvimos tiempo–respondió el chico.
–¿Y de dónde sacaron lo que me dijeron?
–Papá–respondieron al unísono.
–¿Creen que sea cierto?
–Lo de los nativos muertos, sí–dijo Vale.
–Lo de las maldiciones, no–añadió José.
–Entonces vamos–dijo Helga, tomando la linterna del chico, para internarse en la cueva antes que ellos.
Los tres caminaron atentos a los ruidos. La entrada de la cueva tenía algunas colillas en el suelo, pero avanzando unos cuantos metros, las señales de actividad reciente desaparecían. Caminaron con precaución, mientras las paredes se separaban y el techo se elevaba sobre ellos.
–¿Oyeron eso?–comentó Helga, volteando hacia los otros dos.
–¿Qué-Qué co-cosa?–dijo el chico.
–Solo intenta asustarte–respondió Valentina, rodando los ojos.
–Hablo en serio–dijo la otra chica, bajando el volumen–. Escuchen
Sonidos tenues, como silbidos, parecían venir del interior, formando una melodía.
–¿Qué es eso?–murmuró Valentina.
–¿Creen que alguien viva aquí?–Añadió Helga.
–Lo dudo–Apuntó la linterna al suelo, las huellas llegaban hasta donde ellos estaban–, parece que nadie viene aquí
–Deben ser los espíritus de los que hablaban–bromeó.
Una de las linternas parpadeó, asustándolos.
–Solo es la batería–dijo Valentina, sacudiendo un poco la linterna para volverla a encender.
–De-deberi-ríamos ir-irnos–comentó José.
Los sonidos se repitieron.
–Avancemos otro poco–Insistió su hermana.–. No sean cobardes
Helga asintió y caminó lado a lado con ella, mientras el chico las seguía de cerca, mirando con precaución.
Apenas dijeron unos diez pasos cuando escucharon un grito.
–¡Ey!
Los tres voltearon para ver un hombre en la entrada.
–Rayos–dijo Valentina por lo bajo.
Helga tensó su cuerpo, dispuesta a luchar, pero luego notó la calma de los hermanos.
–¿Qué hacen aquí?–dijo el hombre, acercándose–¡Les dije que no podían venir! Es peligroso–Añadió.
–Lo siento, papá, sólo queríamos asustar a nuestra amiga–respondió José.
El hombre se sujetó el rostro, molesto, pero la rubia notó que intentaba ocultar una sonrisa comprensiva.
–Bueno, niños, ya es tarde, vamos de regreso–dijo–. Señorita, la acompañaremos a su cabaña
–Gracias
La rubia siguió a los demás hacia la salida. El hombre regañaba a sus hijos, pero ella notaba afecto y preocupación en su voz.
–Saben que este lugar es peligroso–Repetía.–. Pudieron perderse, los investigadores todavía no exploran la totalidad de estas cuevas, es un laberinto
–No pensaba ir muy lejos–Justificó la chica.
–Ya tuvimos esta conversación. Si lo habilitan como un paseo, yo mismo los traeré aquí
–Así no es divertido
Antes que salieran, volvió a escucharse el sonido y los tres jóvenes dieron un brinco, haciendo reír al hombre.
–Es el viento... entrando por otros lados–explicó–y viajando por los túneles
Helga miró a los gemelos y los tres se echaron a reír, dándose cuenta de lo obvio que era.
–Me disculpo por la imprudencia de mis hijos–Continuó diciendo el hombre una vez que salieron.–. Seguro tus padres estarán preocupados
–No precisamente...–murmuró Helga, sabiendo sus padres ni siquiera habrían notado su ausencia de haber estado con ellos en la montaña y no precisamente porque se hubiera escapado de noche.
–Podemos negociar algún pase especial, para que esto no salga de aquí, si me entiendes–Añadió.
Helga asintió, comprensiva.
–No es necesario–dijo–. No pasó nada...
–¡Papá! ¿Puedes darle lecciones de snowboard?–Intervino Valentina
–¡Sí, acepta!–Se sumó José.
–Pero...–La rubia intentó negarse otra vez.
–Pasado mañana tengo que trabajar de todos modos–dijo el hombre–. Así que eres bienvenida a la clase de principiantes a las tres de la tarde
–¿Y qué hay de mis amigos? No puedo solo abandonarlos
El hombre miró a sus hijos con una expresión de disgusto, mientras ellos ponían caras tristes y juntaban las manos en un gesto de ruego.
–Una persona más–dijo el hombre.
–¡Gracias!–Helga sonrió.
El hombre que los guiaba se adelantó un poco y aprovechó de agradecer también a los hermanos en voz baja.
Pronto estaban en el sendero y tuvieron que correr para seguirle el paso al hombre, que se notaba acostumbrado al ejercicio. Cuando alcanzaron el sector de las cabañas fue Helga quien comenzó a guiarlos hacia donde se hospedaba.
Luces apagadas. El hombre supo en ese instante que ella escapó en secreto.
–Nos vemos mañana, Helga–dijo Vale, abrazándola como el día anterior.
–Feliz Navidad, linda–dijo José, dándole un abrazo también.
–Como sea–dijo ella, pero sonreía.
Regresó y entró en silencio, quitándose los zapatos y la chaqueta. Mientras la colgaba, escuchó una voz conocida tras ella.
–¿Helga?
«¡Rayos!»
–Arnold... ho-hola... ¿qué haces en pie?–dijo la chica.
–¿Qué hacías afuera?
–Me sentía mal y salí a caminar
–¿A esta hora? Pudo pasarte algo
–Pero no pasó nada, cabeza de balón
–Pudiste crear un gran problema. Por una vez, piensa en Phoebe, por favor
–Le dejé una nota
–No se trata de eso–Suspiró, molesto.–. Si te pasa algo, sus padres son responsables por ti, Helga, pudiste perderte o lastimarte...
–Pero no pasó nada de eso, ya estoy aquí, estoy a salvo
–¡Maldición, Helga! Madura–Se acercó a ella, mirándola.
–Y tú deja de meterte en los asuntos de otros
–Lo hago porque me importas
–¡Claro que no! Si te importara querrías saber por qué me sentía mal y no me estarías regañando por lo que hice para calmarme
Otra vez un silencio pesado. Helga empezaba a odiarlos.
–Tienes razón–dijo Arnold.–. Lo que no quita que fuiste imprudente–Se acercó otro poco.–. Lo siento, Helga... yo... –Miró el suelo un instante, reuniendo valor– ¿Quieres decirme qué pasó?
–¡Claro que no, Arnoldo!
El chico rodó los ojos, molesto.
–No soy buena hablando de esas cosas–La chica retrocedió un poco, sujetando uno de sus brazos, incómoda.–, pero supongo que "gracias por preocuparte"– Hizo unas comillas en el aire.–. Iré a dormir. Buenas noches
–Buenas noches, Helga
–Y por favor, no le digas a nadie que salí. Tal vez Phoebe no leyó la nota... no quiero...
–No quieres que piense lo mismo que acabo de pensar, que en segundos imaginé los peores escenarios posibles. Lo sé, es horrible
–Gracias
Helga subió la escalera en silencio y Arnold siguió su camino a la cocina por una botella de agua.
Había escuchado la puerta cuando se levantó y se escondió para ver quién entraba, pensando que quizá alguien pudo equivocarse de cabaña o incluso ser un ladrón. Por la ventana notó que un grupo se alejaba y reconoció a los hermanos con un adulto justo antes de ver entrar a Helga.
Regresó a la cama con su cerebro a mil: ¿Por qué salió con ellos? ¿Por qué si estaba mal, si le pasaba algo, no era capaz de confiar en sus amigos? ¿Por qué no recurría a él? Helga sabía que era bueno dando consejos, escuchando a la gente, resolviendo problemas, era lo que había hecho toda la vida con sus compañeros de clase, incluso ella lo molestaba un poco por eso, pero reconocía que era de utilidad. ¿Por qué Helga no podía confiar en él? Y, lo que era más importante ¿Por qué le molestaba tanto que no confiara en él?
Decidió que no resolvería nada de eso dándole vueltas, trató de dormir.
...~...
Arnold caminaba por un enorme salón, rodeado de personas desconocidas, pero extrañamente familiares. Al fondo se veía una escalera ancha, al final de la cual distinguía el respaldo de un trono y tres siluetas. Volvió a mirar alrededor: damas con vestidos y jóvenes con trajes chistosos y bombachos inflados, todo le recordaba a una feria renacentista. Caminó hacia adelante, confundido, mientras los murmullos aumentaban en tono y comenzaba a sentirse observado.
Una risa llamó su atención. Sobre las escaleras una chica y un chico dejaban escapar carcajadas entre comentarios que no lograba entender. Siguió avanzando hacia ellos. Cada uno portaba una armadura, pero llevaban los cascos en las manos. Distinguió a los mellizos: el largo cabello castaño de la chica y el corto y desordenado cabello del muchacho.
Al acercarse pudo escuchar con quien hablaban. Era Helga, que se burlaba de él, apuntándolo desde su posición privilegiada en el trono.
–Su extraña cabeza–repetía, casi ahogada de risa.
–¡Basta, Helga!–dijo Arnold, subiendo los peldaños– ¿Qué es todo esto?
La rubia sentada en el trono chasqueó los dedos y los hermanos voltearon para apuntar a Arnold con sus lanzas. En ese momento la multitud tras él emitió al unísono un sonido de sorpresa y el entorno se oscureció.
–No puedes acercarte a ella–dijo la chica.
–¡Es mi amiga!–Se defendió Arnold.
–¿Acaso no entiendes?–dijo el hermano.
–Helga está mejor con nosotros–Añadió la hermana.
–La hacemos reír
–La entendemos
–No la juzgamos
–No le tememos–dijeron a coro
–Vete, cabeza de balón–dijo Helga, desde atrás, agitando su mano con desprecio.
–¡No!
–No eres nada para mí
Arnold, molesto, tomó las lanzas de los hermanos y, tirándolas, los hizo caer por las escaleras, para luego subir corriendo hasta Helga.
–¡Que te alejes!–Ordenó ella, poniéndose de pie.
–¡NO!–respondió Arnold.
–¡Déjame en paz!
–¿O qué?
–Llamaré a los guardias
En ese momento ambos miraron alrededor. El salón estaba vacío. Solo estaban ellos.
–No hay guardias–dijo Arnold.
–Aléjate–Exigió, con una mirada amenazante.
–No, sé que algo te pasa, sé que no estás bien
–Eso no es asunto tuyo
–Soy tu amigo. ¿Por qué no confías en mí?
–No tengo por qué hacerlo–respondió ella.
–¡Helga!
La sujetó por los brazos. Ella forcejeó un poco y ambos cayeron sobre el trono. Helga sentada y Arnold apoyando una de sus rodillas al costado de la chica. No la soltó a pesar de la furia en su mirada.
–Soy tu amigo... –Repitió.– ¿Por qué no confías en mí?
–Yo...
–Helga, por favor
–Lo que me pase no es asunto tuyo, cabeza de balón
–Me importas
–¿Por qué?
...~...
El brillo matutino lo despertó. Durante unos segundos se quedó recostado, pensando en su sueño. La punzada de la culpa creció en su pecho. Sabía que había sido injusto con Helga -de nuevo-. De vez en cuando ella contaba con él. Tal vez simplemente no quería molestar. Además, que saliera con los hermanos no significaba que corriera a contarle sus problemas a sus "nuevos amigos", lo más probable era quisiera distraerse y no pensar en lo que le molestaba.
¿Y qué sería lo que le pasaba? Tal vez solo no podía dormir, tal vez estaba preocupada por algo de la escuela o extrañaba a su familia, porque incluso Helga a veces tenía momentos así y admitirlo no era cómodo. Sonrió con la idea.
Se duchó antes que Gerald despertara. Se abrigó y fue a la cocina. Phoebe estaba ahí, con sus padres, preparando el desayuno. Se ofreció a ayudar, pero los adultos le dijeron que podía sentarse junto a la chimenea, que fue lo que hizo. Cuando Helga bajó no pareció verlo en el sillón. Hizo la misma pregunta que él, pero fue Phoebe quien dijo que no hacía falta. Vio a la rubia caminar con una taza humeante, tomar su chaqueta y salir al cobertizo. Decidió imitarla.
–¿Puedo acompañarte?–le dijo, acercándose, mientras ajustaba su propio abrigo.
–Es un país libre–respondió ella.
Los brazos de Helga descansaban sobre la baranda y sus ojos parecían seguir el vapor de la taza. Tenía un aire triste.
Arnold se apoyó junto a ella, mirando a la distancia.
–Siento lo de anoche–dijo el chico.
–Como sea–Bebió un poco.
–¿Cómo estás?–Quiso saber.
Helga lo miró, parecía en serio preocupado.
–Mejor de mi malestar–Enfatizó.–, si es eso lo que quieres saber–Jugó con sus dedos en el tazón.–- No lamento haber salido, aunque entiendo que fue imprudente, cabeza de balón. No quiero causarle problemas a Pheebs o sus padres. No hice nada estúpido...
«Bueno, no por mi cuenta»
–Quiero decir, no hice nada peligroso... ya sabes... solo fuimos a caminar...
Arnold dio un largo suspiro.
–Helga, está bien si no quieres hablar de lo que te pasa, lo entiendo, pero somos tus amigos, puedes decirnos cómo te sientes–Le sonrió.–. La próxima vez que te sientas así, ve a buscarme. Puedo acompañarte
–Olvídalo, no te confiaría jamás mis pensamientos más profundos
«No otra vez... no así...»
–No tienes que hacerlo, prometo no presionar. Yo–Cerró los ojos y juntó valor.–soy tu amigo, me gustaría que pudieras contar conmigo, estar para ti si lo necesitas
«¿Le importo? ¿En verdad le importo?»
–Gracias, supongo–contestó ella nerviosa, bebiendo otro poco.
–Y Helga
–¿Sí?–Ella volteó a verlo.
Arnold se quedó observando el hermoso azul de sus ojos, perdido en la expresión curiosa de su mirada. No fruncía el ceño, ni parecía molesta.
–¿Qué pasa?–Insistió ella.
El chico se preguntó qué iba a decir.
Abrió la boca, pero olvidó todo. Bajó un poco la mirada y vio sus manos.
Recordó la sensación de sentir su piel. El día en que escaparon de debajo del pino, ella accidentalmente puso su mano cerca de él. Fue agradable y maldijo lo rápido que llegaron sus amigos, porque le hubiera gustado quedarse así un poco más. También recordó la sensación de sus dedos entrelazados con los suyos cuando lo arrastró a la competencia de esculturas.
Otra vez pudo sentir una extraña calidez como un cosquilleo que recorría su piel. Su corazón comenzó a latir fuerte.
Escucharon la puerta y ambos voltearon.
–Chicos, ¿vienen a desayunar?–dijo Gerald.
–Claro–dijo Helga.
Ella miró a Arnold y le hizo un gesto para que la siguiera a la puerta. Tomó el pomo y la juntó, impidiéndole entrar.
–¿Qué ibas a decir?–preguntó.
–Tu piel–respondió de forma automática. Luego se dio cuenta de lo acababa de decir y trató de corregir–parece más sana que el otro día... ¿ya está mejor?
–Oh, sí, claro–Medio sonrió.–. Creo que es la última vez que olvidaré usar bloqueador
Ambos rieron y ella abrió la puerta.
Arnold la siguió, tratando de quitarse de la cabeza la confusión de ese instante. Por suerte, ella pareció no notar nada extraño.
...~...
La mañana estuvo tranquila, con los jóvenes jugando cartas, molestándose unos a otros con bromas, con Helga intentando desconcentrar a los chicos, aunque fue Phoebe quien ganó. Por la tarde todos salieron a pasear, ya que no había clases de esquí. En el parque volvieron a encontrarse con los hermanos, quienes fueron a saludar con entusiasmo.
Mientras Gerald, Phoebe y sus padres contemplaban el paisaje en el mirador, los rubios se quedaron charlando con los gemelos.
–Tu cabello es muy bonito–comentó de pronto Valentina– ¿Eres rubia natural?
Helga se quitó el gorro como respuesta y la chica pudo contemplar que el tono era uniforme de raíz a punta.
–Ese moño es muy lindo, te queda bien–le comentó José.
–Claro que le queda bien–Se involucró Arnold–. Lo ha usado toda la vida
–¿Es algo especial?–Quiso saber Valentina.
–Solo es mi lazo favorito–comentó Helga, intentando no darle importancia y evadiendo la mirada del cabeza de balón–. Combinaba con mi viejo vestido y decidí mantenerlo
–Recuerdo que ya lo tenías en pre escolar ¿no es así?–dijo el rubio.
«¿En verdad lo recuerda?»
–Creo que sí–Trató de no darle importancia.
Los hermanos tuvieron otra de esas conversaciones ópticas, como les puso Helga en su cabeza, y dejaron escapar una risita. No quería saber qué se estaban imaginando.
–¿Han probado los helados de aquí?–preguntó José.
–No, ¿qué tal son?–respondió Helga.
–Los mejores de esta montaña
–Adivino–dijo con apatía–: es la única heladería
–Acertaste–Concedió Valentina.
–¿A quién se le ocurre poner una heladería en plena montaña?
–Bueno, este centro turístico funciona todo el año, así que definitivamente su fuerte es el verano, pero en estas fechas hay paletas especiales de Navidad–dijo Vale con una sonrisa– ¿Quieren ir?
–No tengo demasiado dinero–Admitió Helga.
–Yo te invito–Se adelantó Valentina–. Ustedes–Añadió, mirando a los chicos.–pueden ir por los demás y nos reunimos allí–Indicó un sector de descanso junto al local.–. Helga y yo reservaremos una mesa
Sin esperar respuesta la tomó de la mano y se la llevó. Arnold no dejó de verlas hasta que traspasaron la puerta y José le preguntó si iba con él.
–Sí, vamos–respondió el rubio, cerrando los ojos con fuerza para ignorar la sensación incómoda que le provocó esa visión.
«¿Por qué Helga no hizo nada por soltarse? Odia que la toquen»
«No, solo odia que YO la toque»
...~...
Las chicas tomaron un par de menús y fueron a sentarse a una mesa grande, contando que hubiera suficiente espacio para ocho personas. Cuando los demás llegaron, Valentina le mostraba con entusiasmo los helados de temporada a Helga.
–No quiero nada en especial, solo que no tenga fresas–explicó la rubia.
–Pero si son deliciosas, bueno no podías ser perfecta–Se lamentó Valentina.
–Simplemente no quiero morir–Se encogió de hombros.
–Helga es alérgica–explicó Arnold, sentándose al otro lado de su amiga.
–¿Alguna otra cosa que pueda matarte o que no te guste, primor?–preguntó Valentina.
–Solo que me llames primor–respondió la chica mirándola amenazante– ¿Crees que puedas dejar de hacerlo, preciosa?
–Me encantaría darte otros apodos, pero solo hago eso desde la tercera cita
–¿Ustedes que van a querer?–Interrumpió Gerald, poniendo una carta justo delante de Arnold.–Amigo ¿viste esto?–Apuntó distintas fotos al azar.
Llegó un camarero a tomar la orden y la conversación se centró en algunas leyendas locales y de su país que José conocía y a las que Gerald puso especial atención.
Pasaron un buen rato. Los gemelos pagaron por todos y luego decidieron que debían retirarse, despidiéndose del grupo.
Los demás volvieron también a la cabaña. Los padres de Phoebe ordenaron una cena especial de Navidad con un pavo enorme y tras compartir en la mesa le entregaron a cada adolescente un pequeño presente. A Phoebe un libro, a Gerald y Arnold discos de sus artistas favoritos y a Helga un diario con un juego de plumas hermosas.
–Gracias–dijo la chica mirando el diario–. No me esperaba esto
–Pensamos que si iban a pasar estas fiestas con nosotros, lo mínimo que podíamos hacer era darle un regalo a cada uno–Explicó la madre de su amiga.
–¡Muchas gracias, señor y Señora Heyerdahl!–dijo Arnold, con su tono más educado–. Es un lindo detalle que pensaran en nosotros
–Fue algo improvisado–explicó el hombre sonriendo–. Esperamos que lo disfruten
Helga, sentada junto a la chimenea, recordó las navidades en casa: Olga acaparaba la atención tocando el piano, o su padre se pegaba a la televisión y su madre hacía medias cenas. En otras ocasiones Olga se encargaba de la comida y eso significaba que Helga tenía que ayudar con la tarea más aburrida y agotadora. Era usual que desapareciera por horas sin avisar y sin ninguna consecuencia al regresar. Las últimas tres navidades no fueron especialmente agradables sin el dinero al que Bob acostumbraba. Estaba agradecida de no tener que lidiar con ellos.
Unas horas más tarde todos decidieron que era tiempo de descansar. Ella y Phoebe fueron las últimas en acostarse.
–¿Entonces...?–dijo la más bajita.
–Mañana será el día –dijo Helga–, o la noche... te diré todo... cuando lo tenga preparado
–Estoy muy emocionada–Le sonrió.–. Ya verás que todo saldrá bien, Helga
–Eso espero, Pheebs, eso espero...
Chapter 7: La apuesta
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Durante la tarde del siguiente día subieron a la zona de esquí. Mientras esperaban el bus, los hermanos llegaron con sus padres.
–¡Hola!–Saludaron alegremente al unísono.
–Mamá, papá–Continuó José.–, ellos son Helga, Arnold, Gerald, Phoebe y sus padres–Indicó a cada quien.
–Chicos–Añadió Valentina.–, nuestros padres
Todos se saludaron con la mano, para luego buscar asientos libres. Helga se sentó al fondo y Gerald empujó a Arnold para que fuera a sentarse con ella.
No hablaron en todo el camino. Arnold no sabía qué decir y se quedó mirando el suelo. Helga agradeció que no hiciera conversación. Sentía un nudo en el estómago pensando en todo lo que haría cuando regresaran.
Cuando el bus se detuvo, los padres de Phoebe se despidieron para ir a sus clases, recordándole a su hija el lugar y hora de encuentro.
Helga fue la última en bajar del bus, incluso si Arnold lo hizo antes, ella esperó que se vaciara. Necesitaba calmarse. Los hermanos y su padre la esperaban. La chica logró divisar que la madre de los gemelos se alejaba hacia las sillas que llevaban a las pistas avanzadas.
–Bueno, jovencita, un trato es un trato–dijo el hombre al verla salir del bus–. Tendrás tus clases de snowboard ¿Quién de tus amigos te acompañará?
Los tres se miraron entre sí, confundidos y luego a ella, que se encogió de hombros.
–Tampoco tienen que hacerlo si no quieren
–A mí me gustaría intentarlo–dijo Gerald con entusiasmo.
Phoebe se acercó a Helga y la apartó un poco.
–¿Cómo fue que...? ¿Por qué?–La miró ligeramente molesta.–. Tienes mucho que explicar
–¿Puede ser luego? ¿Por favor?–Lucía agotada.– Te lo explicaré todo, lo prometo
–Está bien, Helga
Los seis jóvenes siguieron al hombre hacia la pista de principiantes. Había otro instructor y seis niños y niñas más en la clase, aunque todos menores que ellos, por lo que Helga y Gerald destacaban bastante.
Les dieron las mismas instrucciones que a todos, explicando con paciencia. Luego comenzaron a hacer ejercicio de equilibrio, posicionando los pies.
Arnold y Phoebe charlaban mientras observaban desde el costado de la pista. Junto a ellos estaban los padres de varios de esos niños. Era una situación un poco incómoda y comenzaron a bromear refiriéndose a Gerald y Helga como "nuestros hijos/pequeños/bebés/retoños", al escuchar a varios de los padres decir cosas así.
Los hermanos en tanto se habían ido a dar vueltas a la pista de intermedios, pero volvieron justo para ver los primeros intentos de moverse de varios de la clase. Intentos en los que los instructores tomaban a los aprendices de las manos por turnos mientras se deslizaban por un sector reducido con una pendiente suave. Se acercaron a los instructores y se ofrecieron a ayudar. Luego que los niños más pequeños bajaron. Valentina fue con Helga.
–¿Nerviosa, primor?–le dijo con una sonrisa.
–No tanto como tú, dulzura–respondió Helga, haciéndola sonrojar.
–¿En serio están coqueteando?–dijo Gerald detrás de ellas.
–¿Celoso, bombón?–le dijo Valentina– ¿También quieres jugar?
–Yo puedo jugar contigo–Se involucró José, acercándose al moreno.
–No me gusta este juego–respondió Gerald.
Los otros tres rieron y Valentina le hizo un gesto a su hermano. Contaron hasta tres y ayudaron a los jóvenes a deslizarse.
La clase continuó con prácticas un poco más difíciles cada vez. Cuando terminaron, los amigos se quitaron el equipo y agradecieron la clase a los hermanos y al padre de éstos. El hombre dijo que no era nada y se retiró para hablar con los padres de los demás aprendices.
–¿Quieren intentar deslizarse en serio?–dijo el hermano.
–¿No sería peligroso? Digo, no creo que una clase sea suficiente para eso–Admitió Gerald.
–No seas gallina–dijo Helga–. A mí me gustaría intentarlo
–No tenemos equipo
–Pueden practicar con el nuestro–dijo Vale.
Helga aceptó, acomodándose el equipo que el hermano se adelantó a pasarle.
–Partamos lento–dijo Vale–y podemos subir la intensidad cuando te sientas cómoda
–Ya me siento bastante cómoda–respondió la rubia
Gerald las miró y luego volteó a José.
–¿Esto es lo que creo que es?
El chico se encogió de hombros.
–Con mi hermana puede ser lo uno o lo otro, nunca se sabe
Phoebe y Arnold se acercaron en ese momento. La chica abrazó a su novio.
–Estuviste genial–dijo–. Te veías muy bien en esa tabla, cariño, tomé muchas fotos
–Gracias, bebé–dijo Gerald, besándola.
–¿Vamos al refugio?–preguntó Arnold–, para que puedan calentarse en el fuego
–Suena un buen plan para mí, pero no creo que esas dos necesiten calor extra–Bromeó.
Arnold miró a Helga. Notaba que reía con Valentina, mientras ambas se deslizaban poco a poco, alejándose lentamente del grupo.
...~...
–¿Quieres intentarlo tú sola?–preguntó la castaña.
–Claro
–Ok, recuerda, debes hacer esto... y esto–Le mostró los movimientos y Helga la imitó.–. Y para frenar debes hacer esto–También copió el gesto.– ah... y prepárate para caer en la nieve, porque va a pasar
–¿Y qué pasa si no me caigo?–dijo, levantando un lado de su ceja.
–Imposible, pero si quieres apostar, si no te caes...–Se acercó a su oído.–te compro lo que quieras de la tienda de regalos... pero si te caes, tendrás que besarme
–¿En serio?
–¿Qué? ¿Te asusta?
–Espero que tengas suficiente dinero
Rieron. Entonces la mayor se apartó deslizándose por el camino, adelantándose. Helga decidió seguirla. Se lanzó hacia la pista y durante unos cuantos segundos se sintió en la gloria, bajando por la montaña, adquiriendo velocidad.
El grupo las observó.
–¿Eso no es muy avanzado para ella?–comentó Phoebe.
–Se va a caer–dijo José.
–Rayos–Arnold empezó a correr montaña abajo y el resto del grupo la siguió.
La rubia supo que su nueva amiga tenía razón, porque empezaba a costarle mantener el equilibrio y la dirección, hizo un giro brusco y cayó de espaldas, levantando un montón de nieve, al tiempo que gritaba.
Valentina, un poco más abajo, frenó al escuchar el grito y se devolvió lo más rápido que sus piernas le permitían. Notó como el grupo se acercaba y luego a Helga inmóvil, recostada en la nieve. Apenas respirando.
El primero en llegar fue José. Se arrodilló junto a ella y le quitó los lentes para poder ver sus ojos.
–¿Estás bien? –dijo– ¿Puedes escucharme?
La chica lo miró y luego a Valentina, que llegaba por su otro costado casi al mismo tiempo que los demás.
–¿Estás herida?–dijo Arnold, preocupado.
Los hermanos se miraron entre sí y cada uno le ofreció una mano a Helga para ayudarla a ponerse de pie. La rubia estalló en una carcajada nerviosa.
–¡Eso fue divertido! ¿Podemos hacerlo otra vez?–dijo.
–¡Pudiste lastimarte!–dijo Arnold.
–Estoy bien, cabeza de balón–Se sacudió la nieve.
–Si quieres, podemos hacerlo otra vez–dijo Valentina–, pero acabo de ganar una apuesta
–¿Doble o nada?–respondió Helga.
–Hecho–La miró a los ojos, segura.
La rubia trató de no ponerse nerviosa.
En ese momento Arnold se interpuso entre ella y los hermanos.
–Ya basta, Helga–Volteó a mirar a los gemelos.–. Esto es peligroso ¿No creen que su padre tendría problemas si ella se accidenta?
Los hermanos se miraron entre sí y se encogieron de hombros.
–Helga–Se involucró Phoebe.–, debemos volver, mis padres vendrán por nosotros pronto
–Está bien, Pheebs–Se resignó, comenzando a quitarse el equipo.
Arnold se apartó y entonces Helga aprovechó de reacomodar el casco y volver a lanzarse a la pista, seguida por Valentina, quien trató de bajar el ritmo para ir más cerca de ella y poder ayudarla. Cuando notó que iba a volver a caer, frenó, pero Helga logró reponerse y siguió bajando unos cuantos metros más, esta vez logró frenar para detenerse con suavidad.
Helga se quitó el casco y con una sonrisa confiada observó a la extranjera acercarse.
Valentina frenó muy cerca de ella, arrojándole nieve.
–¡Ten cuidado!–gritó la rubia, riendo.
–Te lo mereces–dijo la otra chica en tono de reclamo.
–Acabas de perder la apuesta
–Con el dolor de mi corazón, acepto la derrota ¿Cuándo vamos de compras?
–¿Puede ser esta tarde?
–Pasa por mí después de las seis
Valentina se agachó junto a Helga para ayudarla a soltar los seguros de la tabla, para luego a subir caminando por el costado de la pista, encontrándose con los demás.
–¡Eso fue genial!–dijo Phoebe– ¡Pero no vuelvas a hacerlo!
–Lo siento–Rio.–, sabes que no me resisto a competir
José se las alcanzó y recuperó su equipo. Luego le hizo un gesto a su hermana.
–Vamos a la pista de avanzados–dijo el chico.
Se despidieron, mientras el grupo de amigos iba al refugio a descansar.
Una vez allí Helga se quitó la chaqueta para sentarse junto al fuego.
–Eso fue divertido–comentó la rubia.
–Ahora explicaciones–dijo Phoebe.
–Hace un par de noches no podía dormir y salí a caminar. Estaba pensando en lo mucho que quería mantecado –medio sonrió y su amiga no pudo evitar reír despacio.–y me encontré con ellos. Su padre me ofreció una clase, eso es todo–dijo Helga.
Phoebe suspiró, molesta, pero comprensiva. Luego de un rato, envió a los chicos a comprar galletas.
–¿Vas a hacerlo?–le preguntó a su amiga susurrando, aunque ya estaban solas.
–Sí. Tengo todo un plan. Necesito–Tomó aire.–… necesito que cuando volvamos a la cabaña me consigas media hora para hacer los preparativos. Luego volveré por ustedes. Gerald y tú pueden volver a besarse bajo el árbol y entonces aprovecharé de llevarlo a otro lugar para hablar a solas
–Está bien Helga–Sonrió.–. Espero que todo salga bien
–También yo, Pheebs. Nunca había estado tan nerviosa
La más bajita se asomó por el costado de su amiga y vio que los chicos regresaban.
–¿Y qué apostaste con Vale?–preguntó Gerald, sentándose junto a su novia, entregándole las galletas.
–¿Por qué quieres saber?–dijo Helga, mirándolo con molestia.
–Porque dos de tres frases que ella decía eran para coquetearte
Phoebe se cubrió los labios sorprendida.
–Solo estábamos bromeando, Geraldo, no es que me estuviera coqueteando en serio
–¿Ni tú a ella?
–Ni yo a ella–Rodó los ojos, molesta por tener que aclararlo.
–¿Estás segura?
–Solo nos llevamos bien y ya, demándame–dijo, cruzando los brazos.
–Ese es el punto, Helga, tú no te llevas bien con nadie, ni siquiera con nosotros
–¡¿Qué?! ¡Eso no es cierto!–Los miró a los tres.–. Pheebs... cabeza de balón...
–Gerald tiene razón–dijo el rubio–. Al menos la mitad del tiempo eres difícil...
–Y la mitad del tiempo pasas mandoneando a Phoebe – dijo Gerald.
–Eso no es... –dijo Helga, pero su amiga bajó la mirada.
La chica se puso de pie, tomando su chaqueta y salió.
–¡Espera, Helga!–Phoebe se levantó, pero su novio la tomó por la muñeca.
–Déjala, era necesario decirle
–No era necesario que la trataran así
–¿Acaso se cree tu jefa? Ya estoy harto de eso
–¡Tú no entiendes!–Se soltó.–. Y no tengo por qué explicarte. Si vas a regañar a Helga, que sea por algo que te hizo a ti, no tienes por qué hablar por mi
La chica corrió para alcanzar a su amiga, que ya había salido del refugio.
Los chicos se quedaron impactados. Jamás habrían esperado una respuesta así de ella.
...~...
–¡Helga, Espera!–grito Phoebe, intentando alcanzarla.
La rubia la miró por sobre el hombro y se detuvo.
–Lo siento, Pheebs–dijo sin voltear a mirar.–. Sé que fui mandona contigo y a veces aún lo hago
–¡No tienes de qué disculparte!–La abrazó por la espalda.–. Eres mi amiga y has estado para mí cuando te necesito
–No, tu chico tiene razón. Soy una idiota, trato de alejar a todo el mundo, incluso cuando no quiero hacerlo. Tal vez no debería decirle a Arnold...
–¡Debes decirle! ¡Tienes que explicarle porqué has sido así con él todos estos años!
–¿Y si me odia, Pheebs?
–Arnold no te odia. Creo que le preocupa más que tú lo odies, en serio lo odies y no solo le digas que lo odias como lo haces siempre–Bajó la mirada.–. No debería decirte esto, pero creo que quizá... incluso... le gustas
–¿Qué? ¿Lo dices en serio? ¿O solo lo haces para darme valor?
–Helga, es obvio
–No
–¡Sí! Pero no puedes verlo, porque crees que no lo mereces
–Es que no lo merezco. Ni siquiera merezco tu amistad
–Helga, eres buena amiga. Eres leal y confiable, siempre tienes un plan y tratas de ayudar a los que te importan, incluso si es de formas extrañas. Si no fuera por ti, casi toda la clase habría perdido su hogar
–Y arruiné a mi familia en el proceso
–Tu familia te arrojaría bajo el autobús sólo para hacer sonreír a Olga, lo han hecho siempre, así que no arruinaste nada y aunque lo hubieras arruinado, se lo merecen
Helga gritó de frustración.
Su amiga tenía razón y si era la única persona que la soportaba y la quería como era, entonces podía vivir con eso. Incluso si el cabeza de balón y el cabello de espaguetis no la consideraban una amiga, últimamente la toleraban lo suficiente para pasar el tiempo juntos y que la escuela no fuera aburrida. Era buena en deportes, así que sus compañeros preferían tenerla en sus equipos y era buena estudiante, así que los maestros la dejaban tranquila. Sobreviviría a su familia hasta que pudiera irse lejos.
Los chicos llegaron corriendo, preocupados.
–¿Qué pasó?–preguntaron al unísono.
–Nada–dijo Helga.–. Tienen razón, Gerald, en que soy difícil. Y sé que soy difícil, pero estaba intentando ser diferente... estaba intentando no ser una idiota imposible de llevar todo el tiempo porque el estúpido cabeza de balón me lo pidió y no tienen idea de lo arduo que es tratar de ser amable cuando toda la vida he hecho lo contrario para mantener a todo el mundo fuera de mis asuntos. Así que lo siento por ser difícil y lo siento por actuar de forma extraña, no sé hacer esto, no sé relacionarme con otros sin bromear y decir tonterías. No sé ser amable y risueña de la forma en que chicas como Lila o Sheena lo son, no sé ser elegante y moderna como Rhonda, ni sé ser dulce e interesante como Phoebe o Nadine, soy yo ¡Maldición!
–Helga–Phoebe la miró, preocupada.
–Chicos vamos a llegar tarde al autobús–dijo Gerald, incómodo.
–¡Cierto! El autobús. Vamos–dijo Helga.
Se adelantó rumbo a la parada, mientras los otros tres intercambiaban miradas.
Obtener momentos de sinceridad de Helga siempre era como hacer explotar una bomba. Tuvieron suerte de no estar entre los heridos. Los tres sabían lo que vendría: Helga los alejaría por un tiempo hasta volver a estar bien.
–¿Están esperando una invitación o qué?–les gritó la rubia cuando notó que no le seguían el ritmo.
Sus amigos se pusieron en camino para alcanzarla y ella siguió caminando adelante.
Al tomar el bus hacia Villa Abedul Helga se sentó al fondo, junto a otra persona. Era claro que quería estar sola, así que los tres viajaron charlando con los padres de Phoebe, que lograron hacer descensos largos sin caídas en esa última clase y ya planeaban volver al año siguiente para volver a esquiar.
Al regresar a la cabaña, Helga subió a la habitación. Se convenció a sí misma de que ese arrebato fue a causa de los nervios y no de lo que dijeron. De todos modos nada de eso era precisamente información nueva. Buscó su cuaderno, sacó una hoja y escribió un breve poema. La dobló y en el lado en blanco anotó con cuidado con letras grandes y una linda caligrafía "Para Arnold" y la escondió en su bolsillo.
–Debería llevar un cuchillo por si decide enviarme al demonio y necesito sacarme el corazón–se dijo con una sonrisa triste.
Su exabrupto de antes podía representar una ventaja. Se miró al espejo del baño.
«Puedes hacerlo, eres Helga G. Pataki»
Respiró profundo y bajó las escaleras.
–Saldré un momento–Anunció.
–Te acompaño–dijo Arnold, poniéndose de pie.
«Mi gran amor... tan dulce, tan ingenuo, tan... molesto»
–No–Lo miró frunciendo el ceño.
–Pero...
–Solo iré a la plaza y volveré. Quiero estar sola un rato, aclarar mi mente–Giró la mano en el aire.–y esas cosas introspectivas que odio
–¿Estás segura?
–Volveré para la cena, lo prometo... si no, manden al equipo de rescate
Mientras cerraba la puerta, escuchó que el rubio maldecía. Rio en silencio. Irritar a Arnold era demasiado sencillo.
Chapter 8: Lo que en verdad siento por ti...
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–Demonios–masculló Arnold para sí mismo, cuando Helga salió.
Gerald y Phoebe charlaban en un sofá, acurrucados bajo una manta y vieron al rubio irse al dormitorio, enfurruñado. Decidieron dejarlo en paz, tarde o temprano cambiaría su actitud.
...~...
Helga caminó hasta la cabaña de los gemelos. Al acercarse vio a Valentina sentada en la entrada.
–Hola–dijo la rubia.
–¡Llegas temprano!–dijo la mayor, acercándose a abrazarla.
–No te emociones, dulzura–dijo apartándola–. Quiero algo de la tienda
–Como digas, preciosa–dijo con una enorme sonrisa.
–Al fin dejas de decirme primor
–Tercera cita–sonrió.
Helga se quedó congelada un segundo.
–Ya deja de bromear, vamos–dijo, caminando hacia la plaza.
Valentina la siguió. Iban con las manos en los bolsillos.
–¿Qué quieres que te compre?
–Solo unas tonterías. No me queda mucho dinero
–Puedes pedir lo que quieras, no será problema
–¿Acaso eres rica?
–Algo así. Además...–Sacó una tarjeta plástica de su bolsillo.–tengo el descuento de personal de papá
–Debí sospecharlo–dijo con una sonrisa–¿No te regañarán?
–Estaré al otro lado del mundo cuando reciba la cuenta
Entraron a la tienda y Helga eligió algunas guirnaldas de luces y baterías nuevas, por si acaso. Eso era todo lo que necesitaría.
–¿Segura?–dijo Valentina cuando iban a la caja–. No es problema comprar algo más
–Es todo lo que quiero
Cuando llegaron a la caja, la mayor añadió una bolsa de dulces y una caja de bombones que le ofreció a la rubia, quien los guardó en su bolsillo.
Al salir de la tienda, Helga miró alrededor.
–¿Ahora qué?–dijo Valentina.
–Ahora te vas a casa, haré esto sola
Valentina sonrió con tristeza, viendo la ilusión en la mirada de Helga.
–Te deseo suerte–dijo abrazándola.
Se apartó, giró sobre sí misma y emprendió su camino a casa.
Helga corrió al lugar que le enseñaron los hermanos. Con cuidado ubicó las luces. Buscó algunas flores: una camelia roja, dos pensamientos azules. Con su lazo rosa armó un ramillete y lo colocó a la altura de sus ojos en un arbusto, junto con la carta, de tal modo que el nombre de Arnold fuera visible. Se apartó y miró su trabajo.
No era exagerado, pero era un detalle suficiente para que él viera que lo estaba intentando y no era un impulso loco como en esa torre. De solo pensarlo una punzada de vergüenza apretó su estómago.
–Estaba loca–Cerró los ojos.–. Todavía estoy loca... loquita por ese tonto cabeza de balón–Giró en el aire y sacó su relicario, mirando la foto.–. Al fin, esta noche te confesaré todo lo que guarda mi corazón... todo el amor que siento por ti... seré valiente... oh, mi cielo... la más valiente
Volvió a mirar todo y apagó las luces. Quería sorprenderlo. Salió con cuidado, evitando ser vista. No sabía si habría guardias o algo así dando vueltas por el lugar y era mucho más temprano que la última vez que estuvo ahí.
Sabía que estaba bien de tiempo. Podía seguir su plan, sacar a sus amigos a caminar y regresar a tiempo para cenar sin meter a su amiga en problemas.
...~...
En la cabaña Phoebe y Gerald estaban acurrucados junto a la chimenea, recargados el uno contra el otro, contemplando los colores del fuego y disfrutando el crepitar que provocaban.
–Bebé–dijo de pronto el chico.
–Estás preocupado por Arnold, ¿no es así?–dijo Phoebe.
Su novio asintió.
–¿Crees que esté enfadado?
–Sí y creo saber por qué. Debería hablar con él
–Les daré algo de privacidad
Se levantó a buscar un libro que había dejado esa mañana en un estante cerca de la cocina. Iba a subir, pero Gerald agitó su mano, indicando que se acercara. Ella obedeció y él la envolvió con la manta, le dio un beso en la punta de la nariz y la hizo sentarse donde habían estado.
–Quédate junto al fuego–dijo el chico.
–Gracias, bebé–respondió ella con una sonrisa.
La chica abrió el libro donde indicaba el marcapáginas y en segundos se perdió en su lectura.
Su novio sonrió, le encantaba su mirada de concentración. Unos segundos después movió la cabeza de lado a lado y tomó una actitud seria. Fue hasta el dormitorio que compartía con su amigo y tocó la puerta.
–¿Puedo pasar?–dijo.
Escuchó un gruñido que interpretó como sí.
–Oye, viejo. Salgamos un momento
–No quiero
–Sí, si quieres
El rubio lo miró, era una amenaza y sabía lo que pasaría. Jamás fue bueno para mentirle a Gerald. Se puso de pie con molestia y siguió a su amigo. Cada uno tomó su chaqueta.
Gerald y Arnold se apartaron todo lo posible de la puerta, sin salir del cobertizo. No querían preocupar a Phoebe, así que se aseguraron de ser visibles desde adentro.
–¿Qué pasa?–dijo el rubio cuando su amigo cerró la puerta.
–Tú dime–respondió Gerald.
–No sé de qué hablas–dijo Arnold, evadiendo su mirada, apoyándose de espalda a la baranda.
Gerald se acercó a hacer lo mismo que él, mirando el interior de la cabaña.
–¿Por qué estás enfadado?–Intentó.
Tampoco quería presionarlo. Desde hacía unos años siempre obtenía reacciones distintas cada vez que mencionaba a Helga. No estaba seguro de por qué, no sabía si pasó algo entre ellos, porque el par de idiotas jamás lo iba a admitir, o si el problema era precisamente que los dos negaban lo que sentían y por eso no pasaba nada y eso los volvía locos, en especial a Arnold.
–No estoy enfadado–Arnold evadió su mirada.
–Viejo, te conozco
–Estoy bien, ¿sí? No sé qué quieres sacar de esto
–Si sabes y deja de hacerte el tonto
–No lo hago
–Me tiene harto este ir y venir que tienes con Helga. Un día están bien, otro día están mal. Llevan semanas así. Tienes que hablar con ella
–No tengo nada que hablar con ella que no haya hablado antes, Gerald
–Claro que sí, hombre, esto es enfermizo. Estuviste a punto de pelearte con esos hermanos
–¡Pudieron lastimarla!
–Fue Helga quien decidió arriesgarse y definitivamente no habrías reaccionado así si hubiera sido yo quien lo hubiera hecho
–No es cierto
–Te conozco
Arnold cerró los ojos.
–¿Acaso te gusta Helga?–continuó su amigo.
...~...
Ya era de noche y las luces de la calle estaban encendidas.
Helga estaba por llegar a la cabaña. Notó que Arnold y Gerald estaban en el cobertizo. Phoebe probablemente estaba ayudando a sus padres con la comida. Bien, sacarla sería un poco más difícil, pero no imposible.
–Te conozco–dijo Gerald.
De pronto notó que ellos discutían.
–¿Acaso te gusta Helga?
La chica se paralizó al escuchar su nombre.
–¡Basta con eso, Gerald!
–Viejo, ¡mírate! Reaccionas como un loco cada vez que hablamos de ella
«¿No respondió?»
Los observó, tentada a retroceder, pero incapaz de hacerlo.
–Hablamos de Helga
La chica no podía respirar. El cuerpo no le respondía.
–Todo el tiempo grita–Continuó Arnold, con un tono que dejaba en claro que estaba furioso.–, nos trata mal y cree que puede hacer lo que se le venga en gana. Nunca escucha a nadie y no le importan las consecuencias. Siempre está alejando a todos con esa actitud indiferente, violenta y mezquina
–No a todo el mundo–Interrumpió Gerald.–. Esos gemelos parecían divertirse con ella
–No la conocen
–Y eso te molesta
–Creen que es genial porque hace bromas y confunden imprudencia con valor, pero no saben cómo es en realidad. A veces siento que solo tiene mascotas, víctimas o juguetes con los que se divierte de formas retorcidas hasta romperlos. Es nociva y corrompe todo a su alrededor...
–Dios... hombre...
–No lo soporto, Gerald
–¿Qué cosa?
–Que me importe... que no puedo dejar de pensar en ella...
–Amigo...
–No sé cómo ayudarla
–No puedes salvar a todo el mundo, viejo
–Lo sé
Helga se apartó lo suficiente para poder correr sin llamar la atención de los chicos. Regreso al jardín. Asustada. Herida.
–Phoebe se equivocó
Siempre está alejando a todos con esa actitud indiferente, violenta y mezquina
–No tienes idea...
No puedes verlo, porque crees que no lo mereces...
–¡Claro que no lo merezco!
No lo soporto, Gerald
No sé cómo ayudarla
–No soy un maldito caso de caridad
...~...
–No puedes salvar a todo el mundo, viejo
–Lo sé
Arnold dio un largo suspiro y bajó la mirada.
–Pero tengo que alcanzarla de algún modo. Sé que en el fondo es una persona preocupada y dulce, alguien inteligente y de buen corazón que hace cosas lindas. A veces la he visto y me confunde, ¿sí? En verdad creo que es divertida, interesante e incluso... atractiva–Cerró los ojos con fuerza.–. Y tienes razón, tengo que hablar con ella
–Procura que no te mate
–No lo hará, no es que le hayan faltado oportunidades
Ambos rieron.
–Gerald, he sido una persona horrible con ella
–Bueno, amigo, lo de hoy fue un poco intenso, yo también me pasé de la raya
–No solo hoy, quiero decir los últimos años
–¿De qué modo? Eres la persona más cortés y amable que conozco
–Sé lo que Helga siente por mí
–Todos lo sabemos
–Quiero decir, ella me lo dijo y todo este tiempo he ignorado su confesión
–¿Qué tú qué? Pensé que solo... lo habías deducido
–Si no me lo hubiera dicho, no me lo habría imaginado. Quiero decir, con su actitud ¿Cómo iba a pensar que no me odia?
–¿Cuándo te lo dijo? ¿Cómo fue?
El rubio levantó la mirada, recordando todo con una sonrisa.
...~...
Helga entró al jardín sin importarle si alguien la veía, debía borrar todo, desaparecer todo, olvidar todo. Era una tonta, una estúpida. Claro que su actitud fue suficiente para que él la odiara. Por años lo molestó de forma constante, incluso siguió haciéndolo después de esa confesión en la torre; unos días en las montañas no iban a cambiar ni una mierda, además, al estúpido cabeza de balón le gustaban las chicas como Lila, llevaba años mirándola: dulce, tierna, bien educada, la clase de chica que cualquier muchacho estaría orgulloso de presentar en una comida familiar, mientras que ella... ella nunca sería nada de eso, porque lo único peor que ser rechazada por Arnold, era traicionarse a sí misma volviéndose una chica perfecta y complaciente como Olga. Eso jamás.
...~...
–Fue hace años, cuando salvamos el barrio. En el edificio de Industrias Futuro... ella me dijo todo. Por dios, Gerald, incluso me besó y luego se retractó y acordamos que me odiaba
–¿Te dijo que le gustas–gustas y la has ignorado todo este tiempo?
Arnold negó y luego tragó sonoramente.
–Ella dijo–Comenzó a explicar y miró a su amigo con tristeza.– que me amaba
–¿Dijo que te ama? ¿Y luego que te odia? ¿Y te consolaba cada vez que Lila te rechazaba?
Arnold asintió, apretando los párpados.
...~...
Helga reaccionó de pronto. En el suelo las luces parpadeaban, más de la mitad rotas. Los arbustos a su alrededor destrozados y la carta que le había escrito estaba aplastada en el suelo, junto con las flores que pisoteó sin pensarlo.
–A la mierda con todo
Salió del jardín y pensó que Bob y Miriam no la extrañarían, ni siquiera les importaría si ella desapareciera, si ella no volviera, si se quedara en esa montaña para siempre. Lo único que impedía que corriera al mirador y saltara era que no podía hacerle eso a Phoebe y su familia.
...~...
–¿Te imaginas cómo debió ser?
–Soy despreciable, Gerald, lo sé. Pero Helga me da miedo tanto como me importa. Puede ser muy linda y muy destructiva
–Pero fue agradable estos días solo porque se lo pediste. De algún modo tú sacas lo mejor de ella
–Y ella lo peor de mí
–Bueno, viejo, tienes que decidir qué hacer, porque este "jueguito" les está afectando a ambos
–Lo sé, Gerald, pero ¿cómo puedo hacerlo? ¿Qué puedo hacer?
–Tal vez decirle que sientes algo y que se tomen las cosas con calma, no lo sé, viejo
...~...
–¿Dónde está Helga?
Phoebe al interior de la casa ya estaba preocupada, había pasado casi una hora y ella le había dicho que solo necesitaba treinta minutos.
Miró a los chicos por la ventana.
–Mamá, papá, iremos a buscar a Helga y regresamos a comer
–Bueno, hija, tengan cuidado
–Sí
Salió al cobertizo.
–Chicos...
–¿Qué pasa, bebé?–dijo su novio, acercándose a ella.
Arnold le dio la espalda, apoyando sus brazos en la baranda. Sabía que su rostro se reflejaba la confusión que sentía crecer en su interior. Miró el camino, preocupado por su amiga.
–Es Helga
Phoebe pudo notar que Arnold se esforzó para no voltear.
–Dijo que volvería para la cena–dijo Gerald.
–Es que... eso no es cierto, ella debió volver hace media hora. Estoy preocupada
–¿Qué?–Los chicos intercambiaron una mirada de preocupación y luego volvieron su atención a Phoebe.
–Vamos al parque, tal vez se distrajo con algo o con alguien–dijo Gerald y el rubio rodó los ojos.
Los tres corrieron hacia el parque, separándose para abarcar distintas calles en caso que hubiera tomado otro camino. Acordaron juntarse cerca del pino.
Arnold pasó por la calle donde se quedaban los hermanos y su familia.
«A la mierda»
Tenía que intentarlo. Tocó la puerta y esperó. Fue la madre quien abrió.
–Oh, eres uno de los amiguitos de mis hijos–Volteó y los llamó en voz alta.–¡Valentina! ¡José Alonso! ¡Tienen visita!–Volvió a ver al chico.– ¿Quieres pasar?
–No, esperaré aquí, gracias
Fue José quién salió a hablar con él.
–Arnold, ¿cierto?–preguntó– ¿Qué haces aquí?
–¿Helga está con ustedes?
–¿Qué?
–Helga. No sabemos dónde está, quiero saber si está con ustedes
–Vale–llamó José–¿Estás con tu novia?
–¡Me encantaría que fuera mi novia!–La chica se acercó a la puerta y vio la cara de molestia de Arnold– Pero no, no está aquí
–¿Qué le pasó?
–No es asunto suyo – dijo el rubio, apartándose.
–¿Está perdida?–preguntó la chica.
–Dice que no saben dónde está–comentó José.
–Vamos, ayudaremos a buscarla–dijo Valentina, realmente preocupada–. Conocemos este lugar mejor que ustedes y si no aparece pronto, es más rápido que papá movilice un grupo de búsqueda–Tomó dos radios, una linterna y dos chaquetas, la de ella y la de su hermano.– ¡Mamá, papá, vamos a salir!–gritó hacia el interior.
–No vuelvan tarde–respondió el hombre gritando desde la cocina.
Cerraron la puerta tras de sí.
–¿Hace cuanto desapareció?–preguntó ella.
–Hace una hora–explicó Arnold–. Dijo que iría a caminar y que volvería pronto, pero... debió volver hace media hora. Reunámonos con mis amigos cerca del pino–dijo Arnold, para luego girar y correr hacia el punto de encuentro.
–Hermano –Valentina lo sujetó por la chaqueta.–. Tú ve con él, yo tengo una corazonada–Le entregó una de las radios.–. Te avisaré
–Está bien
–Y no les digas nada hasta que te hable
José asintió y siguió a Arnold hacia la plaza.
La chica fue directo al jardín. Helga se iba a declarar al rubio y él parecía no saber nada, así que algo salió mal, pero ¿qué? Cuando entró al lugar notó el destrozo. Algo salió horriblemente mal. Iluminó el lugar con su linterna. Junto a unos pensamientos negros vio la carta para el chico. Sonrió con tristeza, tomándola. El lazo rosa... ese lazo rosa... ataba un ramillete de flores pisoteadas.
–Preciosa... ¿qué te hizo ese tonto?–dijo. Pensó por un instante en abrir la carta, pero incluso para ella era demasiado invasivo, así que solo la guardó en su bolsillo junto con el lazo.– ¿Dónde estás? ¿Dónde te escondiste?–Cerró los ojos, repasando en su mente el entorno.–. Dime que no hiciste una locura...
Salió del jardín, siguiendo otra corazonada.
Este lugar da escalofríos, nadie se acercaría aquí
Corrió por el camino hasta el desvío. Iluminó la ruta que conocía bien: las huellas en la nieve le dijeron que estaba en lo correcto. Al acercarse a la cueva escuchó un lamento amplificado por el eco y golpes.
–¡Helga!–la llamó, corriendo hacia ella. Pero la chica no reaccionó.
Estaba de rodillas, golpeando el suelo con sus puños.
–Estúpida, estúpida, estúpida–Repetía con cada golpe.
–Helga... detente...
–Estúpida, estúpida...
Valentina se arrodilló frente a ella, intentando llamar su atención, entonces notó que la chica no la veía y no tenía cómo evitar que siguiera haciéndose daño.
–¡PARA!–gritó, abofeteándola, pero la rubia continuó sin inmutarse–Rayos... ¿qué hago?
La abrazó para que dejara de lastimarse, pero la chica seguía repitiendo la misma palabra, intentando moverse, y, maldición, era más fuerte de lo que aparentaba.
–Discúlpame por esto–dijo la mayor.
No sabía qué más hacer, así que la besó.
–¡Qué demonios crees que haces!–dijo Helga, empujándola.
Valentina cayó sobre su trasero.
–Tenía que hacerte reaccionar–Apuntó a las manos de la rubia.–. Si sigues así, terminarás en el hospital
Helga miró sus nudillos un minuto. No sentía el dolor, pero veía los moretones y la sangre que se mezclaba con tierra y las piedrecillas incrustadas en su piel. Luego miró alrededor. No tenía idea de cómo había llegado ahí.
–Yo... –Miró a Valentina –Arnold me odia
–¿Todo esto es porque te rechazó?
–No, ni siquiera pude... le hice demasiado daño con mis bromas y acoso infantil... y solo me soporta porque su mejor amigo sale con mi mejor amiga
–Helga
Las lágrimas se deslizaban por el rostro de la rubia.
–No sé qué esperaba, no soy atractiva de ninguna forma, mi cabello es horrible, no cuido mi piel, no uso maquillaje, tengo malos hábitos, soy antipática, grosera, altanera... y a él le gustan las señoritas perfectas... nunca me vería
–¡Escúchate! ¿Qué más da si un tonto no puede verte? Hay otras personas que sí
–¡Eso no es cierto!
–Yo te estoy viendo. ¿Crees que vine a buscarte por casualidad?–Le sonrió.–. Eres linda, inteligente, divertida y osada. ¿Qué si no eres su tipo? Lo eres de otras personas. Mi hermano y yo pasamos todos estos días compitiendo por tu atención, bueno, él se rindió cuando se dio cuenta que querías hacer algo especial por alguien, yo soy más obstinada...
–¿Qué?
–Lo que oíste
–Pensé que solo bromeaban
–Un poco sí... y un poco esperaba que funcionara–Se acercó.– ¿Por qué estás tan obsesionada con ese estúpido con cabeza de balón?
–Porque...
Ni siquiera le había dicho a Phoebe. ¿Por qué le diría a una extraña? Porque necesitaba sacar de su pecho todo lo que sentía.
–Arnold –Comenzó a explicar.– fue la primera persona que se fijó en mí. Pensé que era invisible hasta que él fue amable conmigo... y luego me asusté y escondí mis sentimientos por años como una cobarde... y cuando al fin se lo iba a decir... escuché lo que piensa de mí, me odia, Valentina y yo hice todo lo posible para que me odiara... no quiero... no quiero sentir nada más por él... ¿Cómo dejo de amarlo?
–Tal vez no basta con que te vea...–Se quitó un guante y apartó con delicadeza los mechones de cabello que le cubrían el rostro, limpiándole las mejillas con un gesto afectuoso.–. Tal vez deberías buscar a alguien que además te escuche y pueda estar para ti ¿no crees?–Le sonrió otra vez.–. Y la única razón por la que no te estoy pidiendo ser novias, es porque la próxima semana regreso a mi país y creo que las relaciones a distancia apestan... pero estoy segura que debe haber alguien más que te vea, te aseguro que no eres invisible
Helga siguió llorando, desgarrada. Valentina la abrazó, dándole palmaditas en la espalda, dejando que se desahogara. Ella entendía tanto guardar los secretos como el miedo. Si no fuera porque no estaba en su país y porque no había nadie que la conociera en ese lugar, excepto su hermano, claro, probablemente no se habría atrevido a coquetearle abiertamente ni a decirle todas esas cosas. Sabía bien cómo podían paralizar las miradas ajenas.
–Regresemos–dijo cuando la notó más calmada–. Tus amigos están preocupados por ti... incluso si ese idiota no te ama, le importas
–Solamente le importa que no meta en problemas a la novia de su mejor amigo
–Como digas
Helga intentó levantarse, pero no pudo. Valentina buscó en su bolsillo y sacó un par de caramelos.
–Toma, el azúcar te ayudará a sentirte mejor. Aunque sería mejor chocolate...
Helga medio sonrió y buscó en su bolsillo.
–Había olvidado que me diste esto–dijo con tristeza.
Abrió la caja y sacando los bombones de dos en dos los compartió con Valentina. Esperaron unos minutos.
–Ya me siento mejor–dijo Helga con una sonrisa rota.
La mayor la ayudó a ponerse de pie, pasó el brazo de la chica por sobre su hombro y la tomó por la cintura.
–Estás helada, preciosa–dijo por molestarla.
–Y te encantaría poder calentarme
–No sabes cuanto
Salieron de la cueva y Valentina sacó la radio, ajustándola para buscar la señal.
–Payaso, Payaso, ¿me escuchas? Cambio
Pasaron unos segundos hasta que la voz del hermano respondió.
–Fuerte y claro, reina de hielo. Cambio
–La encontré. Nos vemos en la entrada de la villa, cambio
–Copiado. Cambio y fuera
–Ustedes son sorprendentes–comentó Helga.
–Somos parte de los exploradores, así que siempre estamos listos
–Eso... tiene sentido–Intentó sonreír.
Caminaron en silencio, subiendo hacia la villa. Al menos el camino era fácil de seguir con la iluminación de esa hora. En la entrada estaban los demás. Phoebe corrió hacia ellas en cuanto las distinguió.
–¡Helga! ¿Qué pasó?–Volteó para ver a los demás y luego regresó su vista a Valentina–¡Gracias por encontrarla!–Añadió casi llorando de la emoción y justo antes de abrazarla notó las manos de su amiga.–¿Quién te lastimó?
–No pasa nada, Pheebs–dijo la rubia con una sonrisa triste.–. Perdón... yo solo... no pude... y luego... colapsé. Ni siquiera recuerdo lo que hice.–Cerró los ojos.–. Lo siento por el susto
–Está bien, Helga, ya estás con nosotros. En la cabaña curaremos tus heridas
En ese momento José se adelantó para tomar a Helga por el otro lado.
–Estoy bien–dijo rodando los ojos–. Solamente me descompensé
–Aun así, te ayudaremos a llegar a la cabaña–dijo José, luego añadió en un susurro–. Y no puedo dejar que mi hermana sea la única que pueda abrazarte
Helga miró a Valentina y ella le sonrió con una expresión de "te lo dije".
–Podemos llevarla nosotros–dijo Arnold, acercándose.
Helga ni siquiera lo miró, pero de inmediato su expresión cambió a incomodidad.
–No te preocupes–dijo Valentina, con una mirada asesina.–. Apuesto lo que sea que soy más fuerte que tú
–Podrías ganar fácilmente esa apuesta–comentó Helga.
–No seas mala–dijo Phoebe.
Los cuatro comenzaron a caminar hacia la cabaña por el camino más corto. Arnold y Gerald se quedaron atrás, siguiéndolos en silencio. A poco de llegar, Helga se soltó de los hermanos.
–Puedo seguir sola, gracias–dijo.
–Es un placer–dijo José, con una reverencia.
–Por cierto, encontré esto–dijo Valentina, sacando el listón de Helga de su bolsillo y mostrándole el borde del papel.
–¿Tú viste–susurró Helga–lo que escribí?
–No lo haría–respondió en el mismo tono.
–Bótalo, quémalo, lo que sea... y el listón también–dijo despacio, luego añadió en su tono habitual–. Gracias otra vez, por todo... en serio TODO. Que tengan buenas vacaciones
Entró a la casa y cuando Valentina iba a guardar el listón de Helga en su bolsillo, Phoebe se acercó y se lo pidió.
–No sé qué pasó, pero es muy importante para ella, no creo que realmente quiera botarlo, se arrepentirá
La chica se lo entregó sin protestar y Phoebe notó lo dañado y sucio que estaba.
–Creo que necesitará otro–dijo con tristeza–. Es una lástima
Lo guardó con cuidado. Antes de seguir a Helga adentro.
–¿Cómo supiste dónde estaba?–preguntó Gerald.
Valentina miró a su hermano y luego al moreno.
–Solamente seguí mi corazón–Mintió solo para hacer enojar al rubio.–. Buenas noches
Valentina se alejó, sin siquiera intentar despedirse como las otras ocasiones.
–Buenas noches y que tengan buen viaje a casa–dijo José, siguiendo a su hermana.
Los chicos entraron a la casa. Los padres de Phoebe los regañaron por la tardanza.
–Nos distrajimos–dijo Gerald–. Lo siento
–Vayan a lavarse las manos y vengan a comer
–Está bien
Obedecieron y esperaron cerca de la escalera. Phoebe salió de la habitación cerrando la puerta y bajó algo desanimada.
–¿Cómo está?–preguntaron los chicos, susurrando.
–Más tranquila. Sus heridas no son graves–Phoebe cerró los ojos–, pero no quiere decirme qué pasó. Vamos a cenar. Trataré de hablar con ella antes de dormir–Miró a sus padres y añadió en voz alta.–. Helga dice que no tiene hambre, que la disculpen, pero que está muy cansada y va a dormir
...~...
Bajo el agua de la ducha, Helga se abrazaba a sí misma. El contraste se volvió doloroso. No había notado el entumecimiento en sus dedos, ni las heridas en sus manos. Tendría que usar guantes unos días, para que nadie la viera. Sus piernas también estaban heridas. Cerrando los ojos pudo recordar destellos de haber pateado la banca, de haberse caído en la nieve y de haber golpeado las paredes de la cueva.
Dejó que el agua arrastrara el dolor físico, deseando sacarse el corazón del pecho. Si Arnold la odiaba, no había nada que hacer. Ella no iba a cambiar tanto como para ser lo que él quería, no se convertiría en Lila, ni en Olga. Era momento de olvidarse de Arnold para siempre.
«Sin importar cómo, debo encontrar la forma para dejar de amarte»
Notes:
- - - - - - - - -
Hola! Gracias por leer hasta aquí.
Esta es la primera de las tres (Ahora son cuatro xD perdón) partes de la historia. Básicamente le primer arco (?)
Decidí subir todos los capítulos que quedaban de esta parte porque la vida real me está golpeando duro y no tendré tiempo hasta fin de mes.
Espero lo disfruten.
Chapter 9: Tan lejos... tan cerca...
Notes:
Aquí empieza la segunda parte de la historia
Espero lo disfruten.
Chapter Text
A la mañana siguiente Helga se saltó el desayuno. Antes de salir de la habitación le pidió a Phoebe que dejaran a los chicos antes que a ella y también si podía acompañarla a casa, lo que su amiga consintió.
Cuando casi estaban listos para partir, Arnold y Gerald fueron a buscar a las chicas para ayudarles con su equipaje. Helga ni siquiera los miró, pero tampoco tuvo el ánimo para evitarlo. Agotada, se subió a la parte de atrás del furgón, acomodándose en un rincón y cubriéndose con una chaqueta ocultando su rostro.
–Cariño, ¿estás bien?–le dijo la madre de Phoebe.
–Sí, pero la clase de snowboard fue demasiado para mí, solo quiero dormir
Todo el camino mantuvo los ojos cerrados. Sabía que los demás fingían que nada pasaba, charlando animados con los padres de su amiga. Las cuatro horas se le hicieron eternas. Cuando Gerald y Arnold se despidieron, Helga no se movió, pretendiendo seguir dormida, escuchó que los chicos le decían a Phoebe que los despidiera de ella. En cuanto el auto volvió a ponerse en marcha, ella se acomodó, escuchando la voz de su amiga.
–Mamá, papá, me quedaré en casa de Helga esta noche–dijo.
–No hay problema, querida–respondió la madre de la chica– ¿Quieres que pasemos por pizza?
La rubia solo asintió en silencio, aún sin deseos de hablar y Phoebe agradeció a sus padres. En ese punto ellos eran consciente de la realidad de la amiga de su hija. Sabían que era probable que su familia no le tuviera un plato de comida esperándola.
En el corto trayecto las chicas no hablaron. Cuando se detuvieron, Helga se desperezó, agradeció el viaje, los regalos y la comida. Bajó su mochila y su maleta del auto y volteó para despedirse, procurando todo el tiempo reprimir los gestos de dolor por las heridas en sus manos enguantadas.
Phoebe tras ella cargaba dos cajas de pizza medianas y una enorme botella de gaseosa.
Al entrar a la residencia Pataki notaron que todo seguía como siempre: Bob frente al televisor y Miriam en el trabajo. Olga sin embargo estaba en el pasillo, hablaba por teléfono, emocionada.
–¡Hermanita bebé!–gritó al verla entrar y volvió la atención al auricular por un segundo–. Te llamo más tarde
Colgó con quien fuera que estuviera hablando y corrió a abrazar a Helga.
–Te perdiste algo, maravilloso–Se apartó de ella, emociona.–. En unos meses me convertiré en la señora Miller–dijo enseñándole la mano izquierda.
–¿Derek te propuso matrimonio?–dijo Helga mirando el anillo. Ciertamente era una piedra enorme.
–¡Sí! Durante la cena de Navidad, fue tan...–Se apartó mirando hacia el techo con aire soñador, sujetando sus propias manos cerca de su mejilla.
–Felicidades, Olga–añadió la adolescente con apatía.
–Gracias, calabacita–volvió a abrazarla y Phoebe notó el rostro incómodo de Helga, por lo que dejó la comida en un peldaño de la escalera y se acercó a ellas.
–Me alegro mucho, Olga. Felicidades–Le ofreció un abrazo que Olga aceptó dejando a un lado a Helga. Luego Phoebe se apartó un segundo después y añadió.–. Estamos un poco cansadas por el viaje ¿te molesta si subimos?
–Claro que no. Vayan–Volteó un segundo y luego las miró otra vez.–. Hermanita, deja aquí la maleta, pondré a lavar tu ropa cuando saque la mía
–Gracias–murmuró Helga con una sonrisa triste.
Helga tomó los refrescos para ayudar a Phoebe y subió con aire cansado. Su amiga la siguió llevando las cajas de pizzas, que dejó sobre el escritorio de su amiga, mientras la rubia se quitaba los guantes. La más bajita pudo ver la expresión de dolor en su rostro. Luego miró sus manos.
–Debes limpiar tus heridas–murmuró.
–Vamos
Mientras Helga lavaba sus heridas con cuidado, Phoebe rebuscaba en los gabinetes.
–¿Hay alcohol?–preguntó ajustando sus lentes.
–Creo que en esa repisa–respondió la rubia, pensando que hace unos años podría haber dicho que buscara en la cocina.
Phoebe la encontró y con cuidado desinfectó unas tijeras y unas pinzas. Ayudó a su amiga a quitar las pelusas que el agua no arrastró, cortó un trozo de gasa y la colocó con cuidado en la mano izquierda, luego la vendó procurando no apretar demasiado. Repitió el proceso con la mano derecha y finalmente guardaron todo en su lugar.
Volvieron a la habitación sin ser vistas.
–Me pregunto si ese estúpido gel servirá–comentó de pronto Helga.
–El componente principal es alóe vera, que ayuda la regeneración y también posee propiedades antisépticas, que es lo que necesitas ahora. Podrías intentarlo la próxima vez que cambies las vendas
–Gracias por la lección de medicina, Pheebs. Y sé que estás esperando una explicación, pero no la tengo–Rodó los ojos.–. Arnold me odia, no pude soportarlo, reaccioné mal. Rompí lo que preparé para él, lo cual fue idiota, lo sé, y luego ni siquiera recuerdo lo que hice... y no quiero volver a sentirme así nunca más
–Arnold no te odia, Helga
–Lo escuché hablando con Gerald, Phoebe. No tiene por qué mentirle a su mejor amigo... si él no me soporta. No quiero intentarlo más
–Esto debe ser un malentendido
–No, Pheebs, ya basta. Llevo años alimentando esta obsesión y sé que intentas animarme, porque eres mi amiga, pero no necesito tu lástima. Se acabó
–Pero...
–Pero nada, Pheebs. Fin del tema–Se recostó en la cama, dándole la espalda.–. Podemos escuchar algo de música o puedes irte si es lo que quieres
–Quiero quedarme contigo–Phoebe se recostó en la cama junto a ella, acariciándole la cabeza.–. Y sabes que nada de lo que digas o hagas saldrá de aquí... puedes llorar si lo necesitas
Helga lo intentó, pero después del llanto desgarrador en la cueva ya no le quedaban lágrimas. Y en ese momento descubrió que tampoco le quedaba dolor. En su interior creía una fría sensación de vacío. Pasó tantos años obsesionada con Arnold, que no estaba segura de quién era ni cómo se sentía si decidía no amarlo, pero tendría que aprender, porque debía dejar de ser su única razón para vivir.
...~...
El resto de las vacaciones Helga se encerró en su habitación. Cuando Olga le habló preocupada, intentó convencerla de que estaba agripada y como la mentira no resultó, la menor le pidió que la dejara en paz, prometiendo que le haría saber si necesitaba su ayuda, aunque era una promesa vacía. Compartió con su familia durante la fiesta de año nuevo. Para que no vieran que tan lastimada estaba, cortó las puntas de los dedos de un par de guantes, por suerte a nadie le importó.
Faltó los primeros días de clase. Siempre eran más lentos y sobraba tiempo para conversar, que era lo que menos quería hacer. Cuando se presentó, se las arregló para entrar al salón justo antes que comenzaran las clases. Buscó su asiento habitual y se dejó caer junto a su amiga.
–Buenos días, Helga–le dijo Phoebe, notando que llevaba los guantes. La miró preocupada.
–Buenos días, Pheebs–Su amiga le sonrió intentando tranquilizarla.– ¿Cómo estuvo el resto de tus vacaciones?
–Ciertamente mejor de lo que esperaba, tuve tiempo para adelantar algo de trabajo para este semestre y además visité a la familia de Gerald
–Eso se está poniendo serio, felicidades, amiga
–Gracias, Helga
Gerald y Arnold entraron en ese momento al salón. Ambos se quedaron mirando a las chicas, tratando de decidir si podían acercarse. Fue el moreno quien tomó la iniciativa, el rubio lo siguió.
–Hola, bebé–Besó a su novia en los labios y luego miró a su amiga– ¿Cómo estás, Helga?
–Buenos días. Geraldo, Arnoldo –le hizo un gesto con la cabeza a cada uno y volvió su atención a sus cuadernos.
–Helga ¿ya estás... mejor?–preguntó Arnold.
–No sé de qué hablas
Los chicos se miraron entre sí y luego a Phoebe, quien negó con sutileza.
–Debo estar confundido, lo siento–Añadió el rubio.
–Sí, como sea–Siguió mirando su cuaderno– ¿Phoebe, me perdí de algo interesante estos dos días?
–No especialmente. En matemáticas repasamos los últimos contenidos y revisamos el último examen, por cierto, te fue excelente–Sacó una hoja de entre sus cuadernos y se la entregó.
–Sí, matemáticas es pan comido. ¿A ti como te fue?
–Igual que a ti
–Me alegro
–A nosotros igual nos fue bien–Se involucró Gerald.
–¿Quién te preguntó?–respondió Helga, mirándolo con desprecio.
–Solo intentamos hacer conversación–dijo Arnold, molesto.
–Pues hagan conversación entre ustedes
Volvieron a mirarse entre sí. Definitivamente Helga retrocedió todo lo que había avanzado. Se preguntaron si era temporal y qué era lo que en verdad había pasado.
La clase comenzó en ese momento. La mayoría se esforzaba por seguir despiertos a pesar de la monótona voz de la maestra de historia. A esas alturas el señor Simmons ya no les dictaba ninguna clase, pero la mayoría lo recordaba con cariño y a veces hasta extrañaban las tonterías con las que intentaba animar las lecciones. Por suerte, era fácil encontrarlo en su salón y charlar con él, si alguien quería, claro.
Cuando terminó la clase, Helga acompañó a Phoebe a comprar algo a las máquinas. Arnold y Gerald las siguieron en silencio cuando la más bajita los invitó, pero tampoco lograron hablar con normalidad.
Ese día fue extraño para los cuatro. La hostilidad de Helga estaba por las nubes y era perceptible hasta para gente de otros grados, que se apartaban de su camino o la miraban con cuidado, porque la reputación de Helga como matona había traspasado los límites de su clase y así como la Gran Patty o Wolfgang, era una leyenda andante en la escuela.
Al final del día los cuatro se dirigieron a la parada del autobús, pero cuando los demás subían, la rubia decidió que iba a caminar. Se despidió, rumbo a su casa. Gerald y Phoebe ya habían pagado, pero Arnold logró bajar a tiempo y seguirla.
–¡Helga!–dijo cuando la alcanzó, casi al final de la cuadra. Con lo alta que era, caminaba mucho más rápido que él.
–¿Qué quieres, cabeza de balón?–le dijo con cierta apatía, sin siquiera voltear.
–Quiero saber qué te pasa
–¿Por qué?–lo miró con ira.
–Eres mi amiga, me importas
–No soy tu amiga
–Antes del viaje estábamos bien. No lo entiendo
–No finjas, Arnoldo. Sé lo que piensas de mí–Cerró los ojos.–. Ya no voy a molestarte
–¿Qué quieres decir?
–Yo regresé a la cabaña–Evadía su mirada jugando con sus manos.–y escuché cuando hablabas con Gerald
–¿Escuchaste...?
El chico notó como su corazón latía con rapidez y perdía la fuerza en las piernas.
–¿Qué-Qué fue lo que escuchaste?–Quiso saber.
–Lo suficiente. Sé que me consideras egoísta, que–Cruzó los brazos.– ¿Cómo dijiste? Ah... sí... que trato a los demás como juguetes con los que me divierto hasta romperlos y que crees que hago lo que quiero–Evadió su mirada.–. Y quizá tengas razón, ¿sí? Pero te equivocas si piensas que no me importan mis amigos, Phoebe y Gerald me importan y en especial tú me importas
–¿Yo?
–Sé que he sido una idiota contigo casi toda la vida, pero sabes lo que siento por ti
–¿Lo que sientes?
–¡No finjas, cabeza de balón!
–Helga, eso fue hace años, pensé que tú no... que no era en serio
–Todo lo que te dije fue en serio. Y aunque pretendamos que no ocurrió, ocurrió, Arnoldo y... sé que estuvo mal. Ya no voy a molestarte con nada de eso. Solo necesito tiempo... ya no podemos ser amigos, quiero que te alejes de mí
Para el chico era un deja vú. Tuvo esta conversación antes y no era divertido sentirse así otra vez. La punzada en su pecho fue intensa.
–Helga, eso no es todo lo que le dije a Gerald
–Lo sé, pero tampoco soy tu nuevo proyecto de caridad, no hay nada que puedas salvar en mí, Arnoldo. Soy Helga G. Pataki y si no te agrado como soy, ya no es mi problema. Ahora déjame en paz
–¿Por qué, Helga?
–¿Cómo que por qué?–Lo miró, ya no le importaba nada.–. Porque yo lo digo, cabeza de balón
–Pero...
–Ese es tu problema ¡Ya me escuchaste! ¡Deja de presionar! No estoy bien. Sé que no estoy bien y que te necesito lejos para sentirme mejor. Es la única vez que lo diré tan amablemente, la próxima vez escucharás de cerca a la feroz Betsy
Le amenazó con el puño y luego siguió su camino. Dejando a un confundido Arnold inmóvil en la acera.
...~...
Más tarde esa noche, el rubio se reunió con su mejor amigo.
–No lo entiendo, Gerald... –decía Arnold, recostado en su cama, mientras el moreno lo acompañaba en igual posición pero en el sillón– ¿Qué puedo hacer si no quiere hablar conmigo?
–En este momento, nada, viejo. Se paciente. Tarde o temprano volverá a ser la misma Helga de hace unas semanas–dijo.
–¿Y si no?
–Entonces tendremos que aprender a vivir con esta nueva Helga
Arnold suspiró. Justo ahora que su amigo le daba valor para intentar hablarle, ella ponía una barrera que parecía aún más infranqueable que las anteriores.
...~...
Los días que siguieron Helga optó por no pasar tanto tiempo con Phoebe, viéndola solo en las mañanas camino a la escuela. En los descansos estuvo con Harold, Stinky y Sid, jugando baseball, hablando de luchas o riendo de sus bromas. Por las tardes caminaba sola de regreso a casa, o seguida por Brainy, a quien pretendía ignorar.
También habló con Bliss sobre la situación y la mujer con paciencia dedicó una sesión entera a buscar estrategias para lidiar con todo lo que sentía.
Pero sabía que no podía seguir evitando a Arnold para siempre y a fin de mes tuvo la oportunidad perfecta para evaluar su progreso: la celebración del cumpleaños de su amiga. Porque una cosa era convencerse de no sentir nada teniéndolo lejos, otra muy distinta estando cerca de él.
Phoebe invitó a toda la clase a los arcades. Helga se pasó la tarde de un juego a otro, retando a la mayoría de sus compañeros (aunque no ganando tanto como le hubiera gustado). Durante las primeras dos horas logró evitar al cabeza de balón, pero cuando los empleados del local llegaron con un enorme pastel y su amiga apagó las velas, el rubio se le acercó y le preguntó si quería jugar hockey de mesa con él.
Helga lo miró un segundo, atenta a todas las reacciones de su cuerpo. Aún le provocaba cosas, pero los latidos que antaño eran cálidos, ahora eran golpes dolorosos. Le tomó todo su esfuerzo responder.
–Siempre estoy dispuesta a patearte el trasero, cabeza de balón–dijo, ubicándose en un extremo de la mesa.
–Ya quisieras–respondió el rubio, emocionado.–. He practicado toda la tarde
–Si crees que eso es suficiente, subestimas mis habilidades
–¡Oigan todos!–gritó Harold– ¡Helga está por humillar a Arnold!
–No lo creo–Se involucró Sid.–. Nos ha vencido a todos
–Todos sabemos que Helga es mejor en deportes que todos ustedes–Se unió Rhonda.
–Pero esto no es un deporte–Añadió Stinky.
–Es un juego que mezcla habilidad, concentración y rapidez–dijo Nadine–. Y en eso están al mismo nivel
–Yo creo que Arnold podría ganar–comentó Lila.
–Ya quisieras, campirana–contestó Helga–. Empieza ya, Arnoldo, no tenemos toda la tarde
Gerald y Phoebe observaron todo intercambiando miradas preocupadas. La chica tomó la mano de su novio. Dependiendo del resultado, esto podía arruinar la fiesta o animarla.
–Aquí voy–Anunció el rubio, empujando el disco.
Helga estimó la trayectoria por instinto. Tres rebotes, llegaría por la izquierda. Había jugado varios deportes toda la vida, entre ellos soccer, baseball y hockey en hielo, así que su visión y reflejos estaban entrenados. Regresó el disco añadiendo velocidad, aumentando la intensidad del juego en un instante. Dos rebotes y pasó junto a la paleta de Arnold, directo a la ranura, marcando el primer punto.
–Fue un golpe de suerte–dijo el chico.
–Si te sirve de consuelo–respondió ella.
Otra vez Arnold golpeó el disco. Helga lo regresó. Pasaron unos cuantos tiros rebotando. Cinco, seis, siete. Entonces Helga levantó la vista hacia Arnold y frunciendo el ceño movió la paleta siguiendo la trayectoria del disco, para cambiarla levemente y anotarse otro punto.
Un "oooooh" general se escuchó.
–¡Vamos, Helga!–gritó Rhonda– ¡Muéstrale quien manda!
Otra vez reiniciaron el juego. Helga marcó cuatro puntos más antes que Arnold lograra hacer uno y luego otro. Entonces Helga hizo dos más.
–¿Qué pasa, Arnold?–dijo Stinky– ¿No estarás siendo suave solo porque es una niña?
–¿Es eso, cabeza de balón?–Helga lo miró realmente enojada.
–¡Claro que no!–la miró con molestia, entrecerrando los ojos.
Volvió a lanzar el disco, esta vez con furia. Helga intentó detenerlo, pero llegó tarde y, aunque logró desviar la trayectoria, todavía entró a la ranura.
–Veo que esto se puso serio–dijo la chica con una sonrisa.
Cuando tomó el disco, todos notaron un leve cambio de actitud. Sus músculos se tensaron y sus ojos pasearon por la pista durante unos segundos evaluando las posibilidades. La mano se apretó alrededor del mango de la paleta. Colocó el disco sobre la mesa y lo empujó con calma. Arnold lo regresó con fuerza, pero ella lo desvió para marcar otro tanto.
–Rayos–dijo el chico entre dientes.
–¿Es suficiente, Arnoldo? ¿O quieres seguir sufriendo?
–Aún puedo alcanzarte, Helga, sé que sí
–Estoy más allá de tus capacidades, ríndete
–Eso nunca
Los rubios se concentraron en seguir con su juego. Arnold comenzó a avanzar y la puntuación llegó a estar 15 a 12, a favor de la chica.
–Te daré una oportunidad–dijo Helga–. El próximo punto gana el juego
–No necesito de tu lástima
–Lo sé, pero ya me cansé de verte sufrir
–Dudo que eso sea cierto
Phoebe apretó la mano de su novio, al ver a Helga sonreír con burla mientras el chico colocaba el disco sobre la mesa.
Los rebotes eran rápidos, pero predecibles. Helga pudo devolver el disco una vez, dos veces, tres veces. Notó un cambio de actitud de él, entonces ella se preparó. Más velocidad, suficiente para asustar a otros, pero no a una Pataki. No devolvió el disco, sino que lo atrapó a un rincón para frenarlo del todo, lo hizo rebotar de un lado a otro de la mesa, sin que avanzara hacia el área contraria y cuando notó que Arnold estaba hipnotizado, lo impulsó, chocando dos veces en los costados, para dirigirse directo a la ranura. Arnold lo desvió en el último segundo y el disco volvió directo hacia su lado. Helga logró enviarlo de regreso y esta vez entró, marcando el último tanto.
–¡Bien hecho, Helga!–dijo Nadine.
–Eso estuvo intenso–dijo Sid.
–Sabía que ganarías–comentó Rhonda.
–¡Ja-ja! ¡Te venció una niña!–cantó Harold.
–No lo venció cualquier niña–dijo Helga, acercándose a él y tomándolo por el cuello.–. Lo venció Helga G. Pataki, campeona del Hockey de mesa de nuestra clase, ¿te quedó claro?
–Sí, señora
Lo soltó con desprecio y se alejó hacia la mesa donde estaba la comida, donde Phoebe la alcanzó.
–¿Estás bien, Helga?–le dijo, preocupada.
–Perfectamente, Pheebs–respondió, echándose varias papitas a la boca.
–¿Estás segura?
–Sí, estoy superando mi obsesión por el mantecado–Sonrió con tristeza.–. Buscaré algo más que me pueda gustar
–Pero Helga... siempre has amado el mantecado
–Ya no más, Phoebe, nunca más–Le sonrió con tristeza.–. Linda fiesta, me la pasé genial, pero ya debo ir a casa
–¿Estás segura?
–Sí–Buscó en el bolsillo de su abrigo–. Por cierto –La abrazó.–, feliz cumpleaños, Pheebs
–Gracias Helga–La chica recibió un pequeño sobre de papel. Al abrirlo encontró dos lindos pendientes.–. Son hermosos, Helga, gracias
–No hay de qué–Sonrió antes de irse, despidiéndose de los demás con un gesto de su mano.
Arnold la siguió afuera del local.
–¿Por qué te vas tan temprano, Helga?–dijo.
–Porque ya no quiero estar aquí, Arnoldo–respondió ella sin voltear.
–Si esto tiene que ver conmigo, puedes quedarte, no te molestaré más
Soltó una carcajada, mirándolo por arriba del hombro.
–No todo gira en torno a ti–respondió–, simplemente no me apetece seguir aquí. Déjame en paz
–Antes que te vayas, quisiera saber... ¿ya te sientes mejor?
–No sé de qué hablas, cabeza de balón, yo siempre estoy bien
Se fue, caminando con las manos en los bolsillos, atenta a cualquier sonido. Deseando que él no la siguiera y al mismo tiempo fantaseando con la idea de que corría a abrazarla y rogarle que lo escuchara, disculpándose por las cosas horribles que dijo de ella. Pero Helga sabía que eran ciertas y que no tenía razones para disculparse en verdad. Todavía una parte de ella deseaba ser una persona a la que Arnold pudiera llegar a amar, pero ella no era ese tipo de chica y jamás lo sería.
Cortó por un callejón y en lugar de recitar como antes la sensible lírica que le inspiraban sus muestras de atención, golpeó el muro con furia.
–Estúpido cabeza de balón–dijo, apretando los dientes–. No tienes idea... nunca entenderás... que no soporto verte más
La respiración de Brainy no la sobresaltó, esta vez el chico estaba frente a ella.
–¿Qué haces ahí?
Se encogió de hombros.
–¿Quieres acompañarme?
El chico asintió con tanto entusiasmo que sus lentes casi se caen. A Helga le hizo gracia y se acercó a acomodarlos, asustando al chico, que cerró los ojos por instinto.
–Ya está, tonto
Brainy la miró, sorprendido y ella por primera vez se quedó contemplando los ojos de su "acosador", así, sin miedo, porque sabía que en cualquier momento podía golpearlo y deshacerse de él cuando le molestaba. Y porque en estricto rigor ella hizo cosas mucho peores que respirar en la espalda de alguien.
En lugar de ir a casa, se dirigieron al Parque Tina y lo recorrieron buscando un lugar alejado de la gente y del camino. Tras un viejo árbol de ancho tronco y ramas bajas había una descuidada banca de madera y fierro. Helga se subió, sentándose sobre el respaldo, apoyando sus manos en el costado y sus pies en el asiento. Brainy la siguió, quedándose de pie tras la banca, apoyando sus manos en el respaldo y estirando sus brazos, mirándola de reojo.
La chica contempló el cielo entre las ramas sin hojas, sin pensar en nada en especial, admirando la belleza de una noche despejada y la luna a la distancia. El viento movía su cabello y el frío la obligó a ajustar su chaqueta y cerrarla un poco. Cuando volvió a poner sus manos a sus costados, se topó sin querer con las manos del chico.
–Lo siento–dijo, apartándose de inmediato, pero Brainy en un impulso de estúpida valentía -o un profundo deseo suicida, ¿quién sabe?-, le tomó la mano entre las suyas, con calidez y afecto.
Helga odiaba el contacto físico, pero en ese momento seguía demasiado herida y la forma en que él la acompañaba, escuchándola y soportándola, era agradable. Quizá no era tan terrible concederle un poco de felicidad.
¿Cómo podía ser que él se mantuviera a su lado, en silencio, tras todos esos años escuchándola declarar su profundo y eterno amor a Arnold? ¿Qué tan mal de la cabeza tenía que estar para soportar sus golpes y tormentos sólo para tener una pizca de su atención?
Siguió mirando el cielo, dejando que él sujetara su mano. Su "crisis" en las montañas dejó algunas cicatrices pequeñas y notó como el chico las acariciaba con cuidado, como si de algún modo buscara confortarla o sanarla.
–Gracias, Brainy. Ya me siento mejor. Vamos
El chico la soltó y ella se puso de pie de un salto, para comenzar a caminar hacia su casa con las manos en los bolsillos. El chico la acompañó en silencio hasta la esquina de su casa.
–Buenas noches, fenómeno–dijo Helga antes de subir los peldaños hasta la puerta de la residencia Pataki.
En su habitación, escuchando rock pesado, decidió terminar lo que había empezado.
Del cajón de su velador sacó el relicario de Arnold y lo arrojó en una caja junto con sus diarios. Buscó todas y cada una de las cosas que tenía que le recordaban a él. Ropa, accesorios, lápices, notas.
Por consejo de su terapeuta, ya hacía un tiempo que había cambiado el tótem del altar y los disfraces "ceremoniales" por un collage donde cada vez que podía iba añadiendo fotografías del chico, que el último año obtuvo de actividades escolares y de las salidas grupales con su amiga. Sacó todo eso del fondo de su armario. Revisó cada espacio y cada lugar. Nada debía recordarle a él.
–No puedo dejar que sea tan importante–se dijo–. Helga G. Pataki no depende de nadie, solo de sí misma
Para su sorpresa, todo lo que pudo recolectar entró en una caja, una grande, sí, pero una sola.
–Solo falta mi listón–Llevó sus manos a su cabeza.
Aún no se acostumbraba a no tenerlo, no era la primera vez que olvidaba que lo había perdido. El estúpido listón rosa que fue la razón por la que Arnold le hablara la primera vez. Deseaba que estuviera enterrado en varios metros de nieve a esas alturas, esperando no volverlo a ver jamás.
Cerró la caja con cinta adhesiva y la metió bajo su cama, empujándola hasta el fondo. No tenía aún la fuerza para arrojar todo a la basura, pero ayudaba no tenerlas a la vista.
Se recostó más tranquila, mirando el techo, conforme con su decisión.
–¡Oye, niña, baja esa música!–dijo Bob golpeando la puerta con molestia.
–¡Es sábado y penas son las diez!
–No me importa, baja esa música
–¿O qué, Bob? ¿Vas a castigarme?
–Te quitaré tu radio
La chica giró la perilla para bajar el volumen.
–Listo– dijo.
–Y más vale que la apagues en una hora
–Muy bien, Bob. Ahora déjame en paz
Escuchó que se alejaba refunfuñando, probablemente algo sobre lo problemática que era y que Olga nunca le dio esos malos ratos.
Se recostó en la cama mirando una revista de lucha libre, hasta que Bob volvió a tocar su puerta con una amenaza y ella solo apagó su reproductor de música y la luz de su lámpara sin decir nada.
...~...
El invierno siguió su curso. Helga se reintegró al grupo de su amiga con los chicos, pero solo de vez en cuando. Podía hablar con Arnold a veces y aunque no perdía oportunidad de molestarlo, las bromas no pasaban de comentarios. Ya no le lanzaba bolas de papel, ni le arrojaba comida, agua o pintura; después de todo ya no tenían nueve años y había dejado de ser aceptable. Pero hasta antes de navidad, los empujones, zancadillas y golpes con balones en la clase de deportes seguían siendo parte de su repertorio, ahora no hacía nada de eso.
Aunque hacía frío, prefería evitar volver a su casa. Se quedaba en la biblioteca después de la escuela y luego que cerraban, iba al parque Tina. Sin proponérselo, comenzó a pasar tiempo ahí con Brainy, quien poco a poco compartía más de sí mismo.
El chico le contó a Helga que ese año estaba tratando sus alergias y que esperaba que fueran menos graves hacia el verano. También había cambiado su estilo nerd por algo un poco más normal, usaba pantalones anchos y hoodies, aunque mantenía su preferencia por los colores tierra. También había mejorado su postura y acababa de notar que era un poco más alto, lo que para la rubia era extraño, porque incluso a Harold, que era mayor que el resto de los chicos de su clase, lo miraba de frente.
A veces hasta se sorprendía riendo, no esa risa sarcástica, burlona o despectiva que usaba en la escuela, realmente riendo, de distintas tonterías que él comentaba o que veían en sus paseos. Y estar fuera de casa, fuera del radar Pataki, lejos de todos, le daba cierta paz.
Pasó las vacaciones de primavera viéndose con él por las tardes, almorzando con Phoebe un par de días y siendo la asistente de su hermana el resto del tiempo.
Chapter 10: En las estrellas donde veo tu sonrisa
Chapter Text
Volvieron a clases y sin que Helga lo notara se acercó el día de su cumpleaños.
No era gran cosa, intentó convencerse de que no lo era, porque, «demonios»... ¿Qué importancia tenía otro cumpleaños? Además, Olga logró acaparar toda la atención de su familia, «como siempre», ya sea que fuera o no su intención. Su boda sería a mediados de abril, un sábado por la mañana; y, quedando casi tres semanas, todo se había vuelto un caos: la torta pasó por seis sabores distintos y al menos tres diseños. Las flores de los centros de mesa eran discusión cada día y los vestidos de las damas de honor... «uf»... Helga le dijo a su hermana que usaría lo que quisiera, pero que solo iría a probarse el vestido cuando prometiera no cambiar más de opinión, lo que significó que para ese entonces ya había ido a tres pruebas y la última terminó en una gran discusión y con la mayor llorando, mientras Bob le gritaba a Helga por ser desconsiderada.
No era que Olga fuera una noviezilla que quería todo a su antojo, sino que todo le causaba dudas. Sus inseguridades calaron cada aspecto de la ceremonia y la casa Pataki vivía en un estrés constante, pero al menos esta vez tenía fecha de término, por lo que, después de calmarse, Helga se tragó su orgullo y fue a disculparse con su hermana, dejando que la abrazara, pero sin corresponder.
–Está bien, Olga, sé que estás estresada, es algo importante...–dijo, tratando de tranquilizarla, porque la súbita disculpa de la menor había causado otro ataque de llanto.
–Gracias, hermanita–Logró articular entre hipos y quejidos.
A Helga le causaba gracia que después de tanto tiempo aún no hubiera cambiado a un maquillaje a prueba de agua.
–Pero...–Helga dudó un segundo–quisiera hablarte de algo
–¿Sí, calabacita?–Olga se apartó, limpiando su rostro con una caja de pañuelos que su hermana tuvo la amabilidad de alcanzarle.
–Bueno. Le comenté a mi terapeuta sobre tu situación...
La expresión de sorpresa de Olga estaba cargada de tristeza y sospecha.
–¡No me mires así! Me estabas volviendo loca y tenía que hablarlo con alguien... no es que le hablara de ti, sino de cómo me molestaba
–Lo-lo enti-tiendo, hermanita–dijo tratando de ahogar los sollozos.
–Y Bliss dijo que tal vez actuabas así porque tenías miedo de algo
–¿Mi-miedo de-de algo?
Las dos se miraron largo rato, hasta que la mayor dio un largo respiro, pestañeó y volvió a limpiar su rostro.
–Olvida lo que dije, es una idea tonta–dijo la menor, intentando irse–. Lo siento
–Helga, espera–dijo su hermana con angustia– ¿Crees que Derek podría abandonarme antes de la boda?
–¿Cómo lo hizo Doug?
Olga asintió.
–Está bien, vas a odiarme por esto, pero Doug no te abandonó
–¿Q-qué quieres decir?
Helga rodó los ojos antes de contestar.
–Nos mintió a todos, a ti, a Bob y a Miriam. Y sí, al principio me hizo gracia, porque, ya sabes, detesto la atención que siempre recibes. Pero antes de la boda lo escuché hablar por teléfono con una chica y decirle que la extrañaba
–Tal vez era de su familia
–No. El idiota dijo que no podía verla porque estaba en una estúpida conferencia el mismo fin de semana que ustedes iban a casarse, si hubiera sido su familia le habría hablado de la boda... y de ti
–Pero...
–Te estaba engañando. En cuanto lo amenacé con remarcar para hablar con la chica y contarle de ti, confesó todo
–Pero su carta decía...
–Esa carta–Interrumpió, sujetándose el brazo, nerviosa–la escribí yo
Apretó sus párpados, esperando que su hermana la regañara, gritara o incluso la golpeara o llamara a sus padres para delatarla, lo que fuera. Pero unos segundos después Olga la abrazó.
–Gracias, hermanita
–Espera–La miró con sorpresa.–¿N-no me odias?
–¿Cómo podría odiarte? Apenas eras una niña y te enfrentaste a un mentiroso salvándome de un matrimonio horrible y miserable
–Después de todo eres mi hermana, no podía dejar que te hiciera eso
Helga miró en otra dirección, incómoda. Mientras su hermana apretaba un poco más el abrazo.
–¿Eso te deja más tranquila?–Quiso saber la adolescente.
La mayor de las hermanas Pataki se apartó, sentándose en la cama. Helga se dio cuenta que era la primera vez que la veía reflexionar respecto a lo que le pasaba. Intentar ignorar cómo se sentían parecía ser otro rasgo de familiar, después de todo sus padres también tenían la cualidad de reprimir y evadir sus problemas.
–¿Realmente quieres casarte con él?–dijo la menor.
–Claro que sí–Olga respondió con seguridad.
–¿Y quieres casarte... ahora?
Olga miró el suelo.
–Digo–continuó Helga, tratando de ayudarla como Bliss lo hacía con ella–, puedes querer casarte con él, pero quizá no todavía
–No es eso–Miró el suelo.–¿Podrías encender la radio?
La chica asintió, poniéndose de pie para encender el equipo de sonido de Olga, que era mucho mejor que el suyo, pues ella había heredado un viejo reproductor de música de ella.
–Quiero casarme con Derek y quiero casarme ahora, hermanita, eso no es de lo que tengo miedo, pero tu terapeuta tiene razón en que estoy asustada
–¿De qué?
–¿Qué pasa si todo sale mal? ¿Qué pasa si no soy buena ama de casa? ¿Y si no soy una esposa competente? ¿Qué ocurre si nos casamos y arruino nuestras vidas?
–¿Es en serio?
La menor alzó un lado de su ceja. No podía creerlo. Su hermana siempre fue la señorita perfección «original», ganadora de premios, el centro del universo de sus padres, la mejor estudiante de su generación, tanto en la escuela como en la universidad, incluso tenía un profundo lado humano y una gran pasión por ayudar infantes. Ella nunca fallaba, siempre hacía todo bien y conseguía cada cosa que quería ¿Cómo iba a tener miedo de hacerlo mal? ¡Ni que equivocarse en algo fuera una tragedia!
«Por supuesto»
Olga no sabía lo que se sentía fracasar, «en serio fracasar», ni qué hacer cuando las cosas no resultaban bien, por suerte para ella su hermana pequeña era una experta en sacudirse el polvo y ponerse de pie.
–Bueno, aunque me cueste admitirlo, creo que podrías ser una gran esposa. Sabes cocinar, eres diligente con las tareas del hogar, mucho mejor que Miriam y yo juntas, lo cual es sorprendente viendo su ejemplo
–Pero mamá...
–No interrumpas–Estiró sus brazos con las manos abiertas–. Déjame continuar–Cerró los ojos un momento, porque ser honesta con su hermana era aún más difícil que con sus amigos.
Decidió que sólo podía hacer eso sin mirarla, así que comenzó a caminar en círculos por la habitación.
–Sabes cómo cuidar de otros–Continuó mientras enumeraba con sus dedos–y hacerles sentir cómodos. Eres buena anfitriona, tienes miles de historias y recuerdo la forma en que me cuidabas cuando estaba enferma. Incluso tengo recuerdos vagos de cómo me leías por las noches antes de dormir
–Pero Helga, apenas eras una bebé
–¿Y qué importa? Recuerdo escuchar tu voz contándome historias y el aroma de la leche... no recuerdo las historias...– cerró los ojos–, pero recuerdo que me cuidabas... y creo que serías una gran esposa y una gran madre. Y, además, por el amor de Dios, Olga, eres una Pataki, Derek debería estar agradecido de que siquiera le prestes atención. Ni siquiera eres cualquier Pataki, eres Olga Pataki, la estudiante perfecta, que para cualquier idiota debe ser una diosa inalcanzable ¡Mírate! Eres guapa, inteligente, profesional, responsable y, nunca lo admitiré en público, pero tu comida es deliciosa. No cualquiera podría estar contigo... así que, Olga, haznos un favor a todos y deja de buscar excusas para sabotear tu maldita boda, porque si realmente quieres casarte y estar con el estúpido Derek, entonces hazlo, como has hecho cada cosa que has querido en la vida
Cuando terminó, notó que su hermana rompía en llanto y sabía lo que venía. Otro abrazo. Pero Olga no se movió, solo se quedó sollozando en su lugar, intentando en vano controlarse.
–¿Lo-lo dices en-en serio?–Logró pronunciar la mayor.
–Nunca he hablado tan en serio, excepto quizá cuando te envié a Alaska–dijo Helga, intentando bromear para aliviar la tensión–. Y relájate un poco con los detalles, todo saldrá bien, sé que serás una novia deslumbrante y que dejará a todos con la boca abierta cuando entres por el pasillo y avances hacia el altar. Y no sé cómo lo hará, pero te aseguro que Bob se encargará de que todo sea perfecto para ti ese día
–Gracias, hermanita–dijo con un sollozo y limpió su nariz con un pañuelo.
Por primera vez en mucho tiempo fue la menor quien se acercó a abrazarla, porque aunque resistió el impulso, comprendía que era lo que Olga necesitaba y que negárselo era injusto. Si hubiera sido al revés, su hermana le hubiera dado todo el apoyo que ella hubiera pedido, el único problema es que Helga G. Pataki odiaba pedir ayuda tanto como recibirla.
Después de esa charla, aunque aún cambió algunas cosas, los preparativos se llevaron a cabo con un poco menos de estrés, lo que le permitió a Helga relajarse un poco y a Olga tomar decisiones con más seguridad.
...~...
–¿Y piensas celebrar?–Preguntó Phoebe a su mejor amiga después de felicitarla.
Faltaban unos diez minutos para que empezaran las clases y se habían encontrado en uno de los pasillos de la escuela.
–No. Estoy harta de tanta planificación con la boda de Olga, lo último que necesito es pensar en otra fiesta–Contestó la rubia, cerrando su casillero.
–Pero Helga, es tu cumpleaños–Insistió Phoebe–. Podría preguntar a mis padres si podemos hacerte una fiesta en mi casa
–Gracias, pero, en serio, no
–¿Segura, Pataki?–Se involucró Gerald, justo antes de abrazar a Phoebe y darle un beso como saludo, provocando que Helga hiciera un gesto de asco que lo hizo reír–. Lo siento–Añadió cuando se calmó–, escuché mientras me acercaba. Feliz cumpleaños, por cierto–Le sonrió.
–Gracias–Contestó en tono seco.
–Podríamos preguntar a los abuelos de Arnold si podemos hacer una fiesta en la azotea de la casa de huéspedes, otras veces no ha sido problema
–Ustedes vayan y hagan su fiesta–dijo la chica, harta–. Porque claramente lo que quieren es una excusa para festejar. A mí no me interesa
Helga apresuró el paso hacia el salón, pero cuando entró Rhonda, Nadine, Stinky, Harold e incluso Curly la felicitaron por su cumpleaños. La chica se preguntaba quién carajo podía haberles recordado y entonces vio en su camino al estúpido Arnoldo sonriéndole mientras sostenía una pequeña caja.
–Aún no es día de los inocentes, cabeza de balón–dijo la chica, mirándolo–. Y no volveré a caer con eso
–Helga, no te hago una broma desde quinto grado–Respondió él con aire molesto.–. Así que sí, esto es un regalo de cumpleaños, en serio
–Pues... supongo que gracias–Lo aceptó con precaución.
Antes que decidiera abrirlo, el maestro entró al salón dando instrucciones y ella dejó el paquete en el cajón de su pupitre. Al terminar la primera clase, la chica sacó un cuaderno para hacer los deberes para la siguiente, porque lo había olvidado con todo el drama de Olga y se negaba a fallar en la clase de literatura. El siguiente descanso lo pasó charlando con su amiga y al almuerzo las otras chicas de la clase la invitaron a comer pastel y pudín de tapioca, así que pasó el tiempo con ellas. Al final del día Phoebe le pidió que al menos la dejara invitarle una hamburguesa.
–Solo si vamos solas–Concedió la rubia.
–Como tú quieras, Helga–dijo la chica, despidiéndose de su novio con un beso–. Nos vemos mañana, bebé. Hasta mañana, Arnold
–Hasta mañana–Respondieron a coro.
–Adiós, chicos–Comentó Helga, con indiferencia.
El rubio suspiró con tristeza y su amigo le puso la mano en el hombro sin decir nada, pero negando con la cabeza. Al parecer la señorita Pataki ya no estaba interesada ni una pizca en Arnold.
...~...
Helga y Phoebe cambiaron de opinión fueron por unas malteadas y luego que su amiga la actualizara sobre sus últimas citas con Gerald, se despidieron.
Esa tarde el viento era frío, pero no tanto como unas semanas atrás. Pensaba qué si el tiempo seguía así el día de la boda de Olga sería caluroso. Fue a sentarse a la misma banca donde las últimas semanas se reunía con Brainy y, como esperaba, el chico llegó minutos más tarde. Era absurdo cómo no tenía que hablar con él para que apareciera y le causaba gracia.
–Hola, tonto–le dijo cuando reconoció sus pasos.
Se había sentado dándole la espalda al camino, cruzando sus brazos sobre el respaldo y apoyando su mentón sobre las mullidas mangas de su abrigo.
–Feliz cumpleaños, Helga – dijo el chico.
–Gracias–Ella no volteó, pero de pronto notó una rosa asomar por su costado.–¡Qué cursi!–Comentó con una sonrisa.– Pero... gracias, supongo–La recibió, volteando a mirarlo un segundo, para luego volver a su posición, sosteniendo la rosa con una mano, observando el parque con una expresión vacía.
El chico se sentó a su lado, apoyando los antebrazos en sus piernas, jugando con sus manos, nervioso. Estuvieron en silencio unos minutos.
–Helga–dijo él de pronto–, he pensado que últimamente pasamos mucho tiempo juntos
–Casi a diario–Respondió ella.
–Y es agradable
–Si tú lo dices
–Me gustaría... ¿quieres salir conmigo?
–¿Dices–Ella lo miró con una expresión sarcástica–como tener citas y esas cosas?
Brainy asintió.
–¿Tomarnos de la mano?
Volvió a asentir.
–¿Y… besarnos?
–Sí quieres
–No veo por qué no–dijo ella encogiéndose de hombros.
Al chico le tomó unos segundos procesar la respuesta y casi se le caen los lentes cuando volteó a mirarla.
–¿En serio?
–Siendo sincera, no me gustas de la forma en que te gusto, pero lo paso bien contigo y no veo por qué no podríamos intentarlo
–Umh... oh... bueno...
–Lo siento, Brainy, es todo lo que te puedo ofrecer, pero entiendo si no es lo que buscas
El chico la contempló unos minutos. Ella no tenía idea cómo adoraba su cabello, ni de lo hermosos que eran sus ojos cuando miraba con tristeza las estrellas, lo bellas que eran sus largas pestañas, ni cuánto disfrutaba su voz. Le gustaba la poesía de tanto escucharla recitar y fantaseaba que algún día esos soliloquios fueran sobre él, aunque sabía que jamás pasaría. Reunir el valor de invitarla a salir le había tomado meses y mucha observación: Helga seguía alejando a Arnold y por sus interacciones sabía que él hizo algo para lastimarla, pero no tenía cómo conocer los detalles. Al comienzo pensó que se arreglarían, pero ya iban meses en que la chica insistía en mantener cierta distancia con alguna vez dueño de sus suspiros.
–¿Entonces puedo tener una oportunidad contigo, Helga?–dijo, necesitando confirmación.
–Puedes, Brainy–Contestó ella.–, pero no te emociones. Estás menos raro que en primaria, pero siempre serás un fenómeno... así que no me gustaría que nos vieran en la escuela o algo parecido... solo... mantengamos nuestras reuniones como hasta ahora
El chico asintió.
–Pero supongo que añadir esto estaría bien
Helga volteó hacia él y, sujetándolo por el mentón, lo besó. No era un beso apasionado como los que había dado a Arnold, pero era dulce, lento, cálido. Los labios de Brainy no sabían mal, su aliento no le molestaba y su boca parecía estar aprendiendo a seguirle el ritmo. Fue un beso largo, que Helga terminó con cuidado. Sabía que estaba jugando con el corazón de alguien más. Había estado en el mismo punto, dispuesta a aceptar migajas, incluso dispuesta a pelearlas. No quería lastimarlo y aunque sabía que no sentía por él ni una décima parte de lo que había sentido por Arnold, no podía negar que el chico le provocaba algo... no sabía exactamente qué, pero era algo.
Notar la sonrisa idiota en el rostro de Brainy cuando se apartó la hizo sonreír. Parecía que en cualquier momento iba a derretirse como en las caricaturas o que comenzaría a bailar dando saltos a su alrededor y la idea le pareció divertida, pero se equivocó. En cambio, lo que él hizo fue abrazarla y besarla otra vez, con una mezcla de intensidad y anhelo que Helga no pudo corresponder, pero que entendía y disfrutaba.
«Rayos»
Se sentía bien saber que le gustaba tanto a alguien que los últimos meses le había demostrado que podía escucharla y entenderla, alguien que la quería a pesar de lo patética, agresiva o molesta que era.
Cuando dejaron de besarse, volvieron a sentarse como estaban antes y se quedaron en silencio. Helga mirando el paisaje, Brainy a ella, de reojo, incapaz de ocultar su sonrisa y pellizcando sus manos, porque no podía creer que eso era real.
Esa noche caminó con ella hasta su casa. Y aunque él sabía que no le permitiría tomar su mano, sentía que iba en una nube.
–Gracias por acompañarme. Nos vemos mañana... donde siempre–dijo ella.
El chico asintió.
–Buenas noches, fenómeno
Helga ocultó la rosa dentro de su chaqueta y subió con precaución a su cuarto. En lugar de ponerla en agua, la metió entre dos hojas de cuaderno y la aplastó dentro de un libro. Esa noche una parte de ella se sintió feliz. Incluso si era el tonto fenómeno, era su tonto fenómeno.
Se abofeteó a sí misma.
–Basta, Helga–se dijo
«No estás enamorada de Brainy, sólo estás siendo amable y disfrutando un poco de su atención, lo cual sí, es un poco egoísta, pero tampoco es que lo estés utilizando, ¿cierto?»
–No más dilemas morales, Helga–Añadió–. No tiene nada de malo que salgas con alguien, eres una adolescente y no es que vayas a casarte con él, ¿cierto?
Se fue a dormir rumiando esa idea y deseó no haberlo hecho, porque el sueño de esa noche fue una pesadilla absurda y le recordó aquel sueño con Arnold, el tonto predictor de origami de la señorita Lloyd y esa estúpida promesa en la heladería. Al menos al despertar no se sintió de la misma forma que cualquiera de esos días. Tenía que ser realista.
Se tomó unos minutos extra para arreglarse para la escuela y de pronto notó que estaba feliz. Salió temprano y caminó tranquila. Se sentía extraña.
Cuando entró al salón no pudo evitar sonreír cuando Brainy la saludó desde su pupitre en el fondo, moviendo apenas la mano, pero sin hacer ningún gesto exagerado o intentos para acercarse a ella. Durante la clase lo miraba de reojo, a veces lo sorprendía observándola, otras enfocado en la clase, tomando notas y otras escuchando música con sus audífonos y jugando a ser D.J.
Era divertido tener un secreto así. Solo debía ser precavida, porque tenía una reputación que cuidar. Pero a esas alturas era una experta escondiendo cosas.
–Hola Helga–le dijo Arnold al descanso–. Quería saber si te gustó mi regalo
–Ah, sí... tu regalo...
Helga intentó hacer memoria y notó que lo había olvidado en su pupitre. Tenía dos opciones, abrirlo en ese momento o decirle a Arnold que le había gustado sin saber qué demonios era y arriesgarse a tener más problemas si él preguntaba.
–Bueno... yo...
–Pensé que lo usarías–dijo el chico.
–Bueno... yo...–Repitió, claramente incómoda.
–No lo abriste, ¿cierto?–dijo él, entrecerrando los ojos.
–Lo olvidé ayer en mi pupitre... lo abriré ahora
–No importa, Helga, déjalo así–Se sentó mirando al frente, con un claro gesto de frustración.
La rubia notó que algunas personas del salón la miraban. Stinky lamentaba la suerte de Arnold, secundado por Sid, mientras Rhonda y Nadine murmuraban entre sí. ¿En serio no tenían nada mejor que hacer que cotillear sobre eso?
Helga levantó la cubierta de su pupitre, pero no sacó la caja, solo la abrió con cuidado, viendo un lazo rosa similar al que había tenido antes. Odiaba el regalo de Arnold, pero no iba a decírselo. Era buena mintiendo, podía seguir haciéndolo. Cerró la caja y siguió con lo suyo. Podía hablar con él más tarde y disculparse. Aunque, qué demonios, no le debía una disculpa. Bastaba con decirle que era lindo y ya. No estaba obligada a usarlo.
«Perfecto, Helga, ya tienes un plan»
Al final de esa clase se puso de pie rápido y le impidió la salida a Arnold, quien la miró sin entender que pasaba. La tristeza en sus ojos le causó un ligero dolor a la rubia.
–Quería agradecerte el regalo
–¿Te gustó?
Ella asintió, intentando ignorar el dolor que le causaba el cambio de tristeza a ilusión en la mirada del chico.
–¿Quieres que te ayude... a atarlo a tu cabello?
–Oh... no... estoy tratando de probar otro estilo
–Entiendo, está bien, Helga, me alegra que te guste–Le sonrió con sinceridad.
«Criminal»
–Bueno, tengo que irme–dijo incómoda.
No pudo evitar mirar a Brainy, quien desde el fondo del salón la vigilaba.
«No, no, no... no es lo que crees»
Helga se fue de inmediato, molesta consigo misma. En verdad no quería hacerle daño a Brainy, le importaba, de una forma un poco retorcida, sí, pero le importaba. Hablaría con él más tarde. No quería que él pasara por todo lo que ella pasó: no saber, no entender, imaginar cosas y sufrir por ello.
Odiaba que le importara tanto como para estar pensando en eso todo el resto del día, desconcentrándola lo suficiente de la clase como para que le llamaran la atención.
Al salir de clases fue a la biblioteca a avanzar los deberes. No sabía qué hacía ni dónde estaría Brainy antes de la hora en que siempre lo veía en el parque, pero estaba ansiosa por encontrarlo ese día. Lo esperó en la banca de siempre, mirando nerviosa en todas direcciones, hasta que él llegó.
–¡Brainy!–Se puso de pie para acercarse a él, pero dudó, bajando la mirada.–. Yo... lo siento... lo de esta mañana... no es lo que piensas–Intentó explicarse con prisa.
El chico le sonrió.
–Helga, no espero que dejes de ser amiga de Arnold. Fuiste amable con él...–Le tomó las manos y ella levantó la mirada.–. Y entiendo si todavía piensas en él de vez en cuando
¿No estaba molesto? ¿Por qué? Su consideración era dolorosa.
–No pensaba en él
–No tienes que mentir. Vi cómo suspirabas distraída durante la clase
–Yo... –Ella levantó su mano para acariciarle la mejilla, pero él cerró los ojos por reflejo, lo cual la hizo sonreír con cierta melancolía.– pensaba en ti–Tocó su rostro, su piel era tibia.– y en como lo que pasó hoy podría mal interpretarse. No quiero lastimarte, Brainy, no más, ya te lastimé demasiado
Acercó sus labios para besarlo. El chico la abrazó con afecto protector. ¿Cómo era posible que lo hubiera ignorando tanto tiempo? Se sentía bien estar en sus brazos. La pubertad lo había ayudado bastante y aunque no era atlético, le gustaba su altura, sus brazos, su pecho, su cuello. Sus manos le ofrecían seguridad y la forma en que la besaba la hacía sentir querida.
La chica le acarició la nuca y él la apretó contra su cuerpo, sin dejar de besarse. Ella se preguntó cuánto tiempo fantaseó él con ese tipo de contacto y cómo podía ser que fuera tan paciente y comprensivo para tratarla así.
Cuando separaron sus labios, se miraron a los ojos, mientras él le acariciaba el rostro con una mano, sin dejar de sujetar su cintura con la otra. Ella tenía los labios ligeramente abiertos y jugaba con el cabello en la nuca del chico.
–Eres hermosa–dijo él.
–Gracias
No estaba nerviosa, él la hacía sentir cómoda, tranquila, segura y apreciada. Esa última sensación era nueva y confusa.
Se sentaron en la banca, tomados de la mano, en silencio, mirando alrededor y sonriéndose a ratos, hasta que se hizo tarde y luego de un par de besos más, él volvió a acompañarla a casa. Pero esta vez Helga lo detuvo en la esquina antes de llegar, lo empujó para ocultarlo y le dio un beso en los labios.
–Buenas noches, Brainy. Y gracias... por todo. Nos vemos mañana
–Nos vemos mañana, Helga, descansa, dulce valkiria
Ella se sorprendió por ese comentario y se quedó mirándolo mientras él se alejaba.
Subió a su habitación sin cenar y se dedicó a terminar su tarea, pero a ratos se distraía, escribiendo breves versos en los bordes de su cuaderno. Bueno, no decían nada comprometedor y podían quedar ahí. Parecía que se le había quedado el hábito de componer poesía cuando... «le gustaba alguien».
«Maldición, Helga»
Ni siquiera pudo enojarse en serio. Estaba encantada y contenta.
...~...
Los días que siguieron estuvo ocupada acompañando a Olga con cosas de la boda, así que no pudo ver al chico, lo que la hizo comprender que extrañaba pasar tiempo con él y comenzó a buscar por la escuela algún lugar para verse a escondidas. El fin de semana tampoco pudo verlo, nuevamente por compromisos familiares.
El domingo por la tarde estaba emocionada por ir a clases.
–¡¿Helga, estás despierta?!–Escuchó a su hermana llamando al otro lado de su puerta.
–Sí, pasa–dijo, mirando el cuaderno abierto, solo ejercicios de matemáticas.
–Hermanita... sé que hemos estado ocupados con la boda y que... mamá y papá olvidaron tu cumpleaños...
–No me importa, Olga
–Pero te compré pastel... y...
–Olga, mi cumpleaños fue hace días
–Lo sé, lo sé
–Admite que también lo olvidaste, no es terrible, solo otra de las tradiciones Pataki–Concluyó rodando los ojos.
–Lo siento–Olga se acercó a ella y dejó un trozo de pastel de chocolate con una vela sobre el escritorio.–. No fue mi intención...
–No te preocupes–Interrumpió con tono neutro.–, has estado ocupada con la boda. Lo entiendo
–No tengo excusas, siempre es lo mismo–Cerró la puerta y se sentó en la cama.– Y lo siento mucho. Sé que no lo compensa, pero Derek y yo te compramos un regalo
–¿Derek?–Preguntó sorprendida.
–Bueno, estaba con él cuando lo recordé y sugirió que te compráramos algo–Le ofreció una caja que no tenía diseño alguno que permitiera intuir su contenido.
Helga estiró sus manos y abrió el paquete con cuidado. Era un reproductor de CDs portátil y una tarjeta de regalo para una tienda de discos.
–No sabía qué música está de moda entre las chicas de tu edad... y la verdad tampoco estoy segura que te guste la música que está de moda entre las chicas de tu edad
–Esto...
–Podemos cambiarlo si no te gusta
Helga dejó el regalo sobre su escritorio y miró a su hermana con afecto.
–Gracias, Olga. Es un gran regalo, más de lo que esperaba. Agradécele a tu prometido de mi parte también
–No fue nada. Me alegra que te guste
Le acarició la cabeza y por primera vez notó lo suave que estaba el cabello de Helga. Se alegró de que lo estuviera cuidando.
–Oh, hermanita. El próximo sábado será la última prueba del vestido y mamá tiene que trabajar. Me preguntaba...
–Sí, claro, claro, iré contigo–dijo volviendo a su escritorio con su frialdad habitual, humedeciendo sus dedos para apagar la vela.
–Muchas gracias, Helga, en verdad lo aprecio
–Como sea–Miró de reojo su cuaderno–. Tengo que terminar los deberes de matemáticas antes de dormir
–Suerte con eso–Olga se levantó de la cama y salió, cerrando la puerta con cuidado.
–Estúpida Olga–murmuró Helga cuando estuvo sola, comiendo pastel con una sonrisa en su rostro.
...~...
Al día siguiente terminó de hacer su investigación y después de observar durante algunos descansos decidió que podía ver a Brainy en el auditorio a la hora de almuerzo. Le contó al chico durante su encuentro de esa tarde. Tanto la iniciativa como la propuesta de la rubia lo sorprendieron gratamente.
Juntarse con alguien en secreto y besarse a escondidas entre las cortinas del auditorio le dio toda una nueva perspectiva a la relación. Se sentía emocionante y prohibido, llenando a ambos de adrenalina.
Ir a la escuela volvía a ser agradable y salir con alguien hizo que interactuar con el cabeza de balón se volviera ridículamente fácil, así que a ratos el grupo de los novios y sus respectivos mejores amigos volvió a juntarse y compartir, aunque solo dentro de la escuela. Helga se negaba a volver a la dinámica previa al viaje, en la que ella y Arnold iban con los novios a sus citas. Los tortolitos iban a cumplir un año saliendo y definitivamente ya no necesitaban “chaperones” cuidando que se comportaran.
Chapter 11: ¿Sueño o Pesadilla?
Chapter Text
El sábado llegó y acompañar a Olga no fue divertido. La espera era larga y había muchísima gente en la tienda: novias, damas de honor, madres y futuras suegras o cuñadas discutiendo por las elecciones; chicas llorando al teléfono para aumentar el presupuesto, quejarse de las telas, los diseños, las piedras y un montón de tonterías.
Uf, casarse significaba un gasto ridículo y se preguntaba cómo era que Bob había financiado una parte, porque sabía que lo había hecho. Pero bueno, eso no era precisamente su problema. En la casa no faltaba comida en la mesa y las cuentas iban al día, así que... allá él si decidía sacar sus últimos ahorros para darle en el gusto a su hija preferida.
–Señoritas Pataki, gracias por su paciencia–dijo una de las vendedoras acercándose a las hermanas.
Olga se puso de pie y saludó estrechando la mano de la vendedora.
–Espero que recuerde a mi linda hermanita–dijo la novia.
Helga, recostada en el sillón y de brazos cruzados, se levantó con pereza. Era casi igual de alta que su hermana.
–Por supuesto–dijo la vendedora con una sonrisa–, tenemos listo su vestido para la última prueba y los ajustes finales
–¡Qué maravilloso! ¿Escuchaste, Helga?
–Sí, sí, como sea. Terminemos con esto pronto
La vendedora las guio a otro salón, donde encargó a una asistente llevarles algo para amenizar la espera, mientras a otra le dio instrucciones para buscar los vestidos. Luego se retiró indicando que volvería más tarde.
Cuando la primera asistente volvió, llevaba una bandeja con cubitos de queso y aceitunas. También dos copas, una botella de champaña y una de gaseosa.
Sirvió un trago en cada copa para luego preguntar si estaba bien con eso o si querían algo más.
–Esto es suficiente–dijo Olga–. Le agradezco
–Estamos para ayudarle–Añadió la mujer, para luego retirarse.
Helga miró la copa de gaseosa, mientras su hermana probaba la champaña. No pudo decidirse a beber antes que volviera la otra asistente.
–Ya pueden pasar a los probadores
–Me gustaría ver el tuyo antes de probarme el mío–dijo Olga y de inmediato añadió–. Por favor
–¿No sería mejor probarnos los vestidos al mismo tiempo?
–El vestido de novia es más complicado, así que tardaré mucho más. Sólo quiero ver el tuyo por un momento, luego puedes cambiarte en vez de esperarme con tu vestido puesto
–Está bien
Helga se levantó y siguió a la asistente. La chica colgó la bolsa al interior de un cubículo y bajó el cierre con cuidado, sacando el vestido. También dejó una caja de zapatos en una silla y salió del probador, dándole espacio para pasar.
–Puedo hacer esto sola, gracias–dijo la adolescente a la asistente antes de cerrar la cortina.
–Estaré aquí si me necesita, señorita Pataki
Helga se desvistió ignorando el espejo y tomó el vestido que Olga había elegido. Era de color violeta, se sentía ligero. Lo acomodó con cuidado, estirando la falda consciente de hacerlo suavemente, porque le daba pánico romperlo e imaginar lo que costaría arreglarlo. Tenía un cierre en la espalda y no lograba alcanzarlo.
–Disculpe, señorita–dijo, tratando de reprimir su molestia– ¿Podría ayudarme con el cierre?
–Por supuesto, señorita Pataki–Respondió la chica afuera.–. Con permiso
Abrió la cortina con cuidado. Mientras Helga le daba la espalda a la asistente pudo verla el espejo. La chica detrás de ella era alta y tenía un larguísimo cabello castaño claro que le hizo recordar a Valentina. Con una sonrisa se imaginó que a la chica le hubiera encantado estar ayudándola con el vestido, aunque no precisamente a cerrarlo. La idea la hizo reír por dentro.
«No, Helga. Basta»
La asistente acomodó la falda y le ajustó la cintura antes de apartarse.
–Está listo... ¿necesita ayuda con los zapatos?
–Creo que no. Gracias
La mujer salió, cerrando la cortina.
La chica abrió la caja y contempló un par de zapatos plateados, cerrados adelante y con tacones de una pulgada, lo suficientemente anchos para que no tuviera que hacer un esfuerzo ridículo al equilibrarse. Los calzó y volvió a mirarse al espejo.
El tono violeta le quedaba bien. El vestido mismo era simple, liso, con escote de corazón y una falda hasta las rodillas. Un hermoso tul complementaba el diseño, creando un efecto vaporoso, cruzándose sobre el escote como una bata, para subir a sus hombros y unirse en su espalda. También caía sobre falda añadiendo unos centímetros traslúcidos al final. Todo unido por un hermoso cinturón con flores en cuyo centro había piedras plateadas, que combinaban con los zapatos, que traían las mismas piedras en las correas.
Su cabello estaba suelto. Últimamente le gustaba usarlo así. Pero se dio cuenta que para la boda debía usar un peinado distinto, pero no sabía nada al respecto.
–Disculpe ¿Me podría ayudar con mi cabello?–Preguntó otra vez a la chica.
–¿Qué necesita?
–No sé cómo quedaría bien con esto... –Se indicó entera.– ¿Los vestidos incluyen algún tocado o algo?
–Su hermana no solicitó nada en particular, pero si me lo permite puedo buscar algún accesorio que combine y peinarla
–¿Eso costará extra?
–No, siempre que sea un peinado simple
–Gracias
La chica se retiró, dejando a Helga frente al espejo. Hasta ese momento no había pensado lo mucho que había cambiado su cuerpo. Seguía siendo delgada y atlética, porque jamás dejó de practicar deportes. Su busto no era exagerado y sus curvas comenzaban a notarse, aunque estaba lejos de la forma de reloj de arena de Olga.
Se preguntaba si su hermana era así por genética o había trabajado ese cuerpo. Al menos desde el compromiso sabía que Olga iba al gimnasio y estaba a dieta, algo que imaginó que hacían todas las novias, lo cual explicaría por qué eran tan irritables, matarse de hambre debía irritar a cualquiera.
La asistente regresó con un montón de implementos de peluquería. También llevaba una caja que Helga ignoraba qué tenía. Le cepilló con cuidado el cabello para desenredarlo un poco, luego separó varios mechones creando ondas con una plancha. Tomó su cabello hacia un costado, armando una trenza hasta su cuello. Soltó algunos mechones cerca de su rostro y repitió la operación de crear ondas.
–Cierre los ojos y aguante la respiración–Advirtió la mujer.
La chica infló las mejillas y cerró los ojos con fuerza. Escuchó el sonido del spray y notó el asqueroso olor de la laca que impregnaba su cabello. Sintió luego que la chica abanicaba.
–Ya puede respirar
Helga abrió los ojos recuperando el aliento.
–Ahora el tocado
Tomó unas cuantas flores idénticas a las del cinturón del vestido y las acomodó a lo largo de la trenza y en el elástico que la sujetaba. Al lado puesto añadió un broche decorado con las mismas flores.
–Ya casi terminamos–dijo la asistente abriendo la caja. Helga pudo ver que era maquillaje.–. Cierre los ojos y no se mueva
Obedeció. Sintió las brochas y pinceles pasar por su rostro, un rizador de pestañas, rímel. No era mucho y se demoró menos de dos minutos.
–Listo
Helga abrió los ojos y volvió a verse al espejo. ¿Esa era ella? Se veía agraciada y femenina. Sus ojos enmarcados con una suave sombra lavanda, sus pestañas encrespadas y con un tono café que las volvía más notorias y voluminosas. Sin rubor. Labios con un ligero brillo rosa.
–Tiene lindos ojos, sólo quise destacarlos un poco. Como es una jovencita, no creo que esté bien que tenga un maquillaje recargado–Le explicó la asistente.
–Guau, veo por qué trabaja aquí. Es una experta. Nunca me había visto tan... elegante...
–Cuando planifique su boda, puede volver aquí y le aseguro que se verá incluso mejor
Helga apenas pudo contener la carcajada, porque ni siquiera imaginaba que ese día podía llegar realmente.
–Tal vez–Sonrió.–. Volvamos con Olga
La asistente le sonrió de vuelta y la acompañó donde su hermana esperaba. Cuando apartó la cortina y la dejó pasar al área, Helga pudo ver como los ojos de su hermana se llenaban de lágrimas y la emoción en su rostro era evidente.
–Hermanita, estás hermosa–Pronunció con esfuerzo, acercándose a ella.
–Si crees que es demasiado, podemos simplificarlo un poco–dijo Helga, incómoda.
–No, claro que no. Me encanta, siempre quise verte así–Se cubría los labios con sus manos.–. Te estás convirtiendo en una mujercita preciosa
Helga rodó los ojos.
–Bueno, creo que el vestido me queda bien y que podríamos usar este maquillaje y peinado, así que ¿ya puedo quitármelo?
–¿Podrías girar un momento?
Helga obedeció, girando apenas moviendo sus extremidades, manteniéndose lo más rígida posible.
–Por favor, como si estuvieras bailando
–Te voy a cobrar esto algún día–masculló, mientras obedecía, girando con gracia. Luego hizo una reverencia con el vestido, cruzando una pierna extendiéndola hacia atrás.
–¡Es perfecto!–dijo la mayor, dando saltitos entusiastas– ¿Segura que no hay algo que ajustar?
–Me queda bien... y si decides hacer cualquier cambio voy a matarte
–No, no, ya no hay tiempo–Olga le hizo un gesto a la asistente– ¿Puede darme las fotos de su maquillaje y peinado?
–Claro
La mujer tomó una cámara y fotografío a Helga desde varios ángulos.
–Ahora puedes cambiar–dijo Olga.
Helga regresó al probador y se quitó los zapatos. Eran sorprendentemente cómodos, lo que agradecía, porque si bien la boda era poco antes de medio día, ella estaría usando esa ropa desde las 10 y la fiesta se extendería hasta las seis de la tarde. Quizá su hermana no era tan egoísta como ella pensaba.
Se quitó el vestido con cuidado, aún temerosa de dañarlo y ahora que estaba maquillada, también le preocupaba mancharlo. Se vistió rápidamente con su ropa: zapatillas, pantalones de mezclilla, polera blanca y una cangurera rosa. Eso era mucho más cómodo. Al quitarse los adornos y desatar su trenza, notó que le venían bien las ondas en el cabello.
–¿Quieres desmaquillante?–Preguntó la asistente al verla salir del probador.
–Sí, por favor
La mujer agitó un frasco con un líquido de dos colores que se mezcló al instante, luego lo puso en un algodón y se lo entregó junto a un espejo de mano. También le ofreció una toalla húmeda para que limpiara los restos y una crema hipoalergénica.
–El día de la boda tendrán maquillaje profesional de larga duración y a prueba de agua. Le recomiendo usar un buen desmaquillante a base de aceite para quitarlo sin lastimar su piel
–Gracias por los consejos–La miró– ¿Es tan obvio que no uso maquillaje?
–Sí, normalmente las jovencitas de su edad no saben usar bien los productos y dañan su piel, pero en su caso solo hay marcas de daño por sol
–¿Y sabe todo eso solo por verme? Guau
–Para eso estudié
–Y yo que pensaba que esto era más sencillo. Sin ofender, pero la industria de la belleza no es lo mío
La mujer se cubrió los labios ahogando una risita.
–¿Cuál es el chiste?
–Me recuerda a mi mejor amiga, supongo que por eso fue fácil saber qué le quedaría bien–Le sonrió con sinceridad.
Helga volvió a agradecerle su ayuda y se despidió de la asistente. Regresó al salón a esperar a su hermana. Notó que Olga había bebido casi todo el vaso de champaña. Debía estar nerviosa. Suspiró y bebió la soda. De su mochila sacó su reproductor de música y tras ajustar los audífonos presionó el botón de play, disfrutando las guitarras de Nirvana, cerrando sus ojos, relajándose.
Olga tardó casi cuarenta minutos más. Entendió entonces por qué el tiempo de espera había sido tan largo. También porqué los vestidos eran tan costosos. No era solo el diseño, las telas y la confección, había todo un conjunto de servicios asociados. Comprendió que la industria de las bodas no era un servicio de banquetes con servilletas finas, sino que su verdadero negocio era convertir en realidad el día soñado por muchas personas, en su mayoría mujeres.
Sacó su cuaderno y anotó esa idea. Sonaba tonto. Pero a veces le gustaba anotar tonterías.
–¿Y qué harás con esto, Helga Pataki? ¿Un reportaje criticando la mercantilización de los sueños e ilusiones?–Rio entre dientes.–. Lo que me recuerda que debo preparar mi ensayo para postular al periódico escolar el próximo semestre, esta vez en serio...
No era que tuviera que hacerlo todavía. Las postulaciones no eran hasta que empezaban las clases, pero le quedaban apenas unos meses de secundaria y al acabar el próximo verano estaría en preparatoria, lo que también significaba que tendría que empezar a hacer mérito para ingresar a la universidad y el periódico escolar parecía un buen plan. También quería unirse a algún club deportivo, pero no estaba segura de cual. Phoebe definitivamente se uniría al equipo de debate y algún club de ciencias. Helga no sabía si quería explotar su lado más artístico, porque odiaba que otras personas lo vieran, pero sabía que podía pedirle una recomendación al señor Simmons si quería ingresar fácilmente.
«Preparatoria... guau. Quién diría lo rápido que ha pasado el tiempo»
Entonces vio entrar a una de las asistentes que corrió la cortina, dejándola ver a su hermana.
La menor supo que si su mandíbula no hubiera estado unida a su cráneo por sus músculos, habría terminado en el suelo, junto con su lápiz y cuaderno, que cayeron cuando se puso de pie, pasmada por la escena. Por suerte el reproductor de música estaba a salvo en el enorme bolsillo de su cangurera.
Olga avanzó hasta el centro del salón, donde había un pequeño pedestal frente a tres espejos, pero en lugar de mirarse en éstos, les dio la espalda, mirando a Helga.
–¿Qué opinas?
–¿En verdad te vas a casar vestida así?–dijo Helga.
–¿No te gusta?
–¿Gustarme? Estoy... impresionada... te ves... espléndida. Estás como para una boda real, ¿Segura que Derek no es de un príncipe?
–Gracias, calabacita
El blanco vestido de la chica tenía un ajustado corsé con hermosas mangas de hombros caídos que le daban un efecto dramático «perfecto para Olga». La falda empezaba en la parte alta de la cintura y caía en forma de A, con varias capas de tul blanco, con hermosos bordados en hilos plateados y pequeñas piedrecillas brillantes que se acumulaban en capas y hacia la cola, dando la sensación de que vestía una lluvia de estrellas. El velo que cubría su cabello tenía la misma decoración y se extendía hasta el suelo, uniéndose con la cola.
Helga se acercó y con un gesto le pidió a su hermana que volteara hacia los espejos. La mujer obedeció y contempló las tres imágenes. Estaba desconcertada. Así como su hermana antes, tuvo la sensación de no ser la persona en los reflejos. Levantó la parte del velo que cubría su rostro y aunque veía las imágenes replicar su movimiento, no lograba convencerse de ser ella.
El maquillaje que le habían hecho también era suave y romántico. Nada recargado, pero un poco más elaborado que el de su pequeña hermana.
– Estás perfecta, Olga
«Como siempre»
– Gracias, hermanita
Sonrió moviéndose de lado a lado, sujetando la falda del vestido. Lo levantó un poco para enseñarle las zapatillas. Eran simples y cómodas. Y como no se verían con su vestido, bastaba con que fueran blancas, con una leve plataforma y tacón, dándole unos centímetros de altura.
Luego de tomar algunas fotos y hacer algunos ajustes, Olga volvió al probador para quitarse el vestido, mientras Helga regresó al asiento y recogió sus cosas, guardándolas en su bolso y volviendo a escuchar música.
Se quitó los audífonos al ver entrar a su hermana con su ropa habitual, ella si se quedó el maquillaje y el peinado. Estaba guardando su reproductor de música cuando Olga se sentó junto a ella.
–Aún falta algo, lo siento–Se disculpó la mayor.–. Te llevaré a comer y podrás pedir lo que quieras
–Quiero un filete gigante–dijo Helga–. Ya tengo hambre.–Añadió, mirando la bandeja ahora vacía.
Olga tomó su copa y se sirvió otro vaso de champaña.
–¿Quieres probar?
–Soy menor de edad–Rodó los ojos.
–Puedes beber conmigo, hermanita, no le diremos a mamá y papá–Le guiñó un ojo.
–¿Estás segura? Digo...
–No pasará nada porque bebas una copa
Helga no quería admitir que tenía miedo de probar alcohol, en especial después de haber pasado buena parte de su vida viendo las consecuencias que tuvo sobre su madre.
–Está bien... solo una copa
Rodó los ojos y sujetó el delicado objeto de cristal con una de sus manos. El olor del alcohol no era de sus cosas favoritas. Bebió un poco. Raro. Se obligó a volver a beber. Aún raro. Bueno, media copa era todo lo que tomaría. La dejó sobre la mesa y bebió de la botella de soda directamente. Eso estaba mejor.
–No entiendo qué le ven al alcohol, es horrible–Comentó.
–Lo entenderás cuando seas mayor–dijo Olga con una risita–. Los gustos cambian, calabacita
La vendedora que las había recibido regresó en ese momento y le entregó una hoja a Olga con todos los detalles de los ajustes restantes, los documentos para retirar los vestidos las otras damas de honor: amigas de la universidad, que ya habían ido a sus respectivas pruebas finales entre semana.
–Muchas gracias por su tiempo–dijo Olga–. Han hecho un trabajo excelente
–Ese es el sello de nuestra tienda–Respondió la dependienta con una sonrisa orgullosa.–. Señoritas Pataki, ha sido un placer poder brindarles nuestro servicio. Solo me queda desearle una hermosa boda y un próspero matrimonio
–Gracias
Al salir tomaron el autobús al centro comercial. Pasaron una tarde relajada comiendo y compartiendo tonterías. Olga incluso invitó a Helga a jugar a los arcades al ver lo mucho que le llamaban la atención y para sorpresa de la menor, resultó ser buena en uno que otro juego.
Ya en casa, cenando con sus padres, ellos preguntaron los pormenores de la prueba, actualizando a Olga sobre las llamadas recibidas ese día. Las últimas personas en confirmar y otros detalles de la boda. Helga casi no habló, pero no se sintió del todo incómoda.
...~...
Esa semana estuvo ocupada por las tardes, así que aprovechó sus almuerzos con Brainy al máximo, charlando con él, recostada en las butacas del auditorio, apoyando su cabeza en las piernas del chico, mientras él jugaba con su cabello o con sus dedos.
–Creo que debo conseguir un traje para acompañarte a la boda–dijo el chico de pronto.
–Oh... lo siento... no pensé en invitarte... es que... no pensé en invitar a nadie... apenas empezamos a salir... y siento que llevarte a la boda es algo muy serio–dijo Helga, sentándose, dándole la espalda.
–¿Es porque te avergüenzas de mí?
Helga quería decirle que no. Pero los dos sabían que sería una mentira o no estarían viéndose a escondidas.
–No lo sé, Brainy. Sin importar si fueras tú o alguna otra persona, no me siento cómoda con la idea de que mi familia conozca a alguien que me gusta...
–¿Te gusto?
–Claro que sí, tonto, ¿o crees que estoy contigo por lástima?
–Quizá
–Podría pensar lo mismo de ti
–¿Por qué te tendría lástima? Eres hermosa, inteligente, popular
–No soy popular
–Si lo eres, de cierta forma
–Como matona, quizá
–umh
No podía negarlo, pero fama era fama ¿no?
–Has visto lo más patético de mí, por años...
–¿Tu lado sensible y poético? No es patético, es hermoso
–Gracias–Tomó aire, lo que diría era un poco difícil.–. Lo siento por no invitarte a la boda, no me siento lista para que mi familia... bueno, que cualquiera sepa que salgo con alguien. Te juro que no es por ti
«Bueno, no especialmente por ti»
–¿Puedo verte con tu vestido después de la boda?
–Supongo que sí
–¿El sábado en nuestro lugar?
Helga asintió. Entonces el chico le movió el cabello hacia el lado, para poder besar su nuca, abrazándola con un gesto protector y sujetándole las manos en su vientre. Se quedaron así hasta que sonó la campana.
...~...
Y finalmente llegó el día de la boda. Incluso dentro de todo el caos que fue para la familia, una vez que empezó la ceremonia, todos pudieron relajarse un poco y disfrutar.
Helga estaba de pie en el lado de las damas de honor, sería la más cercana a la novia. Incluso sus padres le dijeron que se veía preciosa. Y aunque las amigas de su hermana eran igual de curvilíneas que Olga, la chica notaba que ella llamaba la atención. Se convenció de que solo estaba cumpliendo un papel y que, sin ese peinado y maquillaje, nadie la reconocería como aquella dama de honor.
Cuando Olga se paró en la puerta de la iglesia y comenzó a sonar la marcha nupcial, todos dejaron de respirar al unísono, mientras la novia avanzaba por el pasillo sujetando el brazo de su padre. Como Helga predijo, Bob no pudo contener la emoción al entregar a su hija -el sol en su cielo, la luz de sus ojos, el centro de su universo- en el altar. Miriam lo tomó del brazo, consolándolo, para apartarlo hacia los asientos de adelante, llorando de manera más contenida y limpiando sus ojos con un pañuelo.
Y Derek solo sonreía como un idiota enamorado, a punto de llorar. A Helga incluso le pareció de reojo que el chico se limpiaba una lágrima. Lo vio sonreír a Bob y Miriam como si agradeciera todo.
«Bien jugado, idiota»
La menor de las Pataki aguantó el protocolo religioso y esas tonterías insufribles resistiendo expresar asco. Cada tanto un sollozo se escuchaba en la multitud, pero era de emoción. Tanto la familia Pataki como la familia Miller parecían profundamente conmovidos.
Una vez que la ceremonia terminó, los novios salieron a tomar una limusina. Helga y su familia tomaron otra y la familia de Derek una tercera, mientras los demás invitados subieron a un bus, para dirigirse al lugar donde se llevaría a cabo la recepción y el almuerzo.
El centro de eventos era enorme y estaba bellamente decorado. Mesas redondas con delicados manteles blancos y lindos centros de mesa con azucenas blancas, jazmines y lavandas. Tarjetas escritas a mano y selladas con lacre mostraban el nombre y apellido de cada invitado, ubicándose sobre los platos, que junto con los cubiertos ya estaban en su lugar. Al fondo, un escenario con una banda en vivo y al costado los baños. Al otro lado, una enorme puerta daba al patio, donde estaba la barra y una pista de baile rodeada con algunas mesas y sillas.
Una vez que llegaron todos los invitados, la pareja hizo su entrada y los animadores presentaron al matrimonio. Empezó a sonar el vals de los novios. Luego de bailar entre ellos, la madre de Derek y Bob se acercaron a bailar con sus respectivos hijos. Luego los novios volvieron a juntarse, Bob bailó con la madre del novio y Miriam con el padre. Finalmente, Bob invitó a bailar a Helga y cuando volvió con Miriam, todas las otras damas de honor se emparejaron con los padrinos, incluyendo a la menor de las hermanas Pataki, quien solo aceptó por protocolo. Se juró que no haría absolutamente nada para arruinar el ánimo ese día, aunque tuviera que morderse la lengua.
Luego pudieron sentarse y la comida era deliciosa. Durante la comida diversos amigos y amigas de la pareja contaron anécdotas o dieron discursos deseándoles buena suerte o bromeando sobre cómo Derek había sido atrapado o como Olga era demasiado buena para él y que debía esforzarse por cuidarla. La torta estaba exquisita, húmeda y suave. Y como Olga no pudo elegir, cada uno de los cinco pisos tenía un sabor distinto.
Helga comió dos trozos con su familia y cuando fue por el tercero prefirió alejarse de la mayoría de la gente. Se sentó en una de las mesas que estaban al aire libre, a la sombra y mientras comía miraba como se desarrollaba la fiesta. Ese día no pudo llevar su reproductor de música, ni un libro, ni una libreta. Solo le quedaba su imaginación para distraerse, la que, por suerte, no era tan mala. Disfrutaba una fantasía sobre dominio mundial cuando algo la distrajo.
–Entonces le dije: cielos, parece un trabajo muy demandante
Helga reconoció la voz y miró alrededor.
–Es admirable–Continuó la chica.–que puedas hacer algo así
–Vaya, Lila–Respondió un chico que ella conocía.–eso suena interesante
–¿Lila? ¿Arnold?–Helga escupió su refresco y estuvo a punto de esconderse por costumbre, pero recordó que era la boda de SU hermana.
Se recompuso, mirando de reojo hacia donde los escuchó. Sí, eran el estúpido cabeza de balón y la señorita perfecta, los dos en ropa formal. ¿Qué demonios hacían en la boda? ¿Quién los había invitado?
–¡Hermana!–Saludó Olga, acercándose a Lila.–. Me alegra que hayas venido
Lila se levantó, abrazando a la ahora señora Miller. Helga pudo ver que llevaba un vestido simple, pero elegante, entre verde azulado y turquesa, con pequeños tirantes en los hombros, un escote cruzado y una falda plisada que llegaba hasta sus rodillas. Su largo cabello rojizo lo traía en su mayoría suelto, pero con una corona trenzada en la parte superior, decorada con piedras brillantes.
–Estás preciosa, Olga–dijo la más joven y se apartó un poco, sujetándole las manos y contemplándola con emoción–. Felicidades
–Gracias, Lila. Tú también te ves hermosa
–Lamento no haber llegado a la ceremonia
–Lo importante es que pudiste venir–dijo Olga con alegría, luego miró a Arnold– ¿Y este jovencito es tu novio?
Helga rodó los ojos.
–No, solo somos amigos–dijeron ambos.
–Soy Arnold–añadió el chico, levantándose para saludarla, ofreciéndole la mano.–. Ya nos conocíamos, me hiciste tutorías cuando estuviste ayudando en nuestra clase en cuarto grado
–¡Cierto! Lo lamento, has crecido tanto y con ese traje te ves tan maduro que apenas y te reconozco. Eres un jovencito muy guapo. ¿En serio no están saliendo? Hacen tan linda pareja
«Y las puñaladas no terminan. Gracias, Olga»
–No lo creo. Ninguno de los dos es esa persona especial que el otro busca–Explicó Lila.
–Es una lástima–dijo Olga–. Cuando tengas novio tendrás que presentármelo
–Por supuesto, eres mi hermana después de todo
–Bueno, aún debo saludar a otros invitados. Siéntanse cómodos, disfruten la comida
–Gracias de nuevo por invitarme–dijo Lila.
Olga se fue hacia otra mesa y Helga contempló la cuchara del postre preguntándose si podía usarla para sacarse los ojos. Decidió que tal vez, solo tal vez, si podía tener un trago dejaría de pensar en lo mucho que le asqueaba eso. Caminó hacia la barra y miró con atención la variedad de bebestibles, de los cuales no conocía ninguno. Tampoco estaba segura si le darían algo. Después de varios minutos de reflexión decidió no arriesgarse a hacer una escena.
–Dame una gaseosa
–¿Helga?–dijo Arnold detrás de ella, acercándose a la barra para detenerse junto a ella.
–Hola, Arnoldo–Respondió sin mirarlo.
–Me preguntaba dónde estabas, no te vi con tu familia cuando llegué. Te ves... increíble–La contempló de pies a cabezas varias veces.
Helga lo miró de reojo, alzó un lado de su ceja, cruzándose de brazos.
–Toma una foto, durará más–dijo.
–Lo siento–Se sonrojó–. Es raro verte así de arreglada
–Demasiado trabajo–Separó sus brazos para recibir el vaso y bebió un poco, evaluando al chico.
Arnold lucía un traje completo de tono azul piedra. Se había quitado el terno y llevaba un chaleco del mismo color sobre una camisa blanca con suaves líneas en color crema y una corbata verde oscuro que medio combinaba con el vestido de Lila.
Se veía guapo.
No quería verlo.
–No te ves mal, cabeza de balón
–Gracias
–Ve con Lila–dijo bebiendo otro sorbo–. Es de mala educación dejar sola a tu pareja
–Entonces ya la viste
–Los escuché hablando con mi hermana–Rodó los ojos
–Sabes que solo la acompaño como amigo
–No es asunto mío
–Claro–Arnold miró al barman–. Dos gaseosas por favor
–Y otra cosa, Arnoldo
–Dime
–Dile a la señorita perfecta que a menos que Olga nos reúna, ustedes y yo no nos conocemos de nada, no quiero pasar lo que queda de la tarde cerca de ustedes
–Pero...
–Pero nada, cabeza de balón
Helga regresó a su mesa y pudo ver que Arnold volvía donde Lila y le comentaba algo. La chica hizo un gesto de comprensión y le pidió al chico que se sentara con ella. Volteó para ver a Helga y le dedicó una sonrisa amistosa, antes de volver a mirar a Arnold.
«Esto es una pesadilla»
Luego de un rato su hermana la buscó para que se tomara fotografías con ella y las otras damas de honor. A lo que Helga se vio obligada a acceder. Luego siguieron las fotos familiares. Se esforzó en recordar que esa tortura duraría solo un día y que el premio mayor era que Olga ya no viviría con ella, pero -rayos- lo estaban volviendo difícil.
–Esperen, falta mi hermana–Olga se acercó a buscar a Lila, regresó con ella y Arnold.–. Ahora sí, quiero una foto con mis dos hermanas
Helga miró a la pelirroja con deseos de estrangularla, pero ella sólo le sonreía a la cámara, posando.
–¡Maravilloso! ¡Ahora una de ustedes con Arnold!–dijo Olga.
–¡Qué!–Dejó escapar Helga–¡No!
–Es que se ven tan lindos todos
–Pero yo no debería...–Comenzó a decir el chico, incómodo.
Olga lo sujetó del brazo.
–No digas tonterías, ve, párate ahí–dijo la recién casada, ubicándolo entre las chicas.–. Eso. ¡Sonrían!
Les tomaron varias fotografías. Los dos rubios lucían incómodos. De pronto Lila decidió mover a Arnold a un costado y ponerse entre él y Helga para una última fotografía. En ese momento la rubia se soltó del brazo de la pelirroja y se fue.
–¿Qué le pasa? Demonios
El padrino que bailó el vals con ella se acercó a ofrecerle otro baile
–En tus sueños – respondió cansada.
Logró volver a su mesa, obligándose a no cruzar sus brazos y forzando una sonrisa en cuanto notó que tanto Bob como Miriam la vigilaban como si estuviera a punto de explotar. Fue por otro trozo de pastel, pero no pudo ni comerlo. Estaba molesta y para no lidiar con nadie terminó escondiéndose en el baño.
–Estúpidas señoritas perfectas–dijo gruñendo, encerrándose en uno de los cubículos.
Bajó la tapa del inodoro para sentarse sobre el estanque y tener donde apoyar sus pies, se quitó los zapatos y los sostuvo por la parte de atrás colgando de sus dedos, cruzando los brazos sobre sus rodillas y apoyando su mejilla sobre sus brazos.
Una parte de ella deseaba quitarse el maquillaje, cambiar el peinado y desgarrar el vestido. Por primera vez no estaba -tan- celosa de que Arnold y Lila estuvieran juntos, pero dolía verlos ahí y Olga sólo echó sal a la herida.
Debió saber que Olga invitaría a la pelirroja, eran tan parecidas que le daba asco. Pero por qué de todas las personas Lila había invitado al cabeza de balón ¿Qué acaso no podía ser Stinky? ¿Lorenzo? ¿Eugene? ¿Curly? Bueno, tal vez Curly no era una buena idea.
Te ves... increíble
«¡Claro que no!»
La forma en que Arnold la miró cuando se encontraron en la barra... detestaba eso. Cada vez que ella se veía y actuaba como una señorita de buenos modales, dulce, amable y todas esas tonterías, parecía que él perdía la cabeza. Odiaba que él la halagara tanto en esas ocasiones.
Escuchó la puerta abierta y reconoció las risas de Olga y Lila. Rodó los ojos.
«Lo que me faltaba»
–¿Cómo lo estás pasando?–Comentó la mayor.
–Muy bien, todo es tan divertido, hermoso y perfecto. Debió ser mucho trabajo planear una boda así
–Lo fue, pero con la ayuda de mi familia y el maravilloso señor Miller, todo funcionó bien
–Es fantástico, Olga. Mereces una vida feliz
–Gracias, Lila, lo único que lamento es que no fueras una de mis damas de honor
«¿Es en serio?»
–Lo siento mucho–dijo Lila, contrariada–, pero no podía faltar a clases de ballet, tenemos una presentación pronto
«¿Aún practica ballet?»
–Espero con ansias la venta de entradas
–Te reservaré dos, para que vayas con tu esposo
–O podría ir con Helga
–No creo que a Helga le guste
La menor de las hermanas Pataki escuchó que el agua corría.
–Tienes razón
El agua dejó de sonar.
–¿Me ayudas a acomodar la vestido?–pidió Olga.
–Claro
–A veces lamento que Helga no sea más como tú, nos llevaríamos tan bien
«En tus sueños»
–Para eso me tienes a mí–Hizo una breve pausa.–. Creo que la falda ya quedó bien, pero hay que acomodar los hombros– Otro silencio.–. En verdad–Pareció dudar–, envidio un poco a Helga
«¡¿Que tú qué?!»
La chica escondida en el cubículo, casi deja caer sus zapatos, pero por suerte logró sujetarlos a tiempo sin hacer ningún ruido que llamara la atención.
–Ella–Continuó Lila.–es tan independiente, fuerte y decidida. Sé que puede ser hiriente con la gente, pero a veces me gustaría ser un poco más como ella y no tener miedo de incomodar a los demás...
«¿Qué significa eso?»
–Que tontita, Lila, ¿Cómo podrías incomodar a alguien?–dijo Olga–. Eres la dulzura en persona
–Gracias, Olga. Gírate un poco. Sí, así está bien. Listo ¿Volvemos a la fiesta?
–Gracias por tu ayuda, hermanita
Salieron del baño, dejando a Helga más molesta que antes. Sabía que necesitaba calmarse antes de volver o terminaría con Bob gritándole por cualquier mínimo error. Trató de pensar en cosas agradables y en cuánto deseaba que todo terminara para poder irse de allí.
«Y ver a Brainy»
«¡No!»
«¿Qué importa? Salgo con él, puedo querer verlo»
«¡Es un fenómeno!»
«Es mi fenómeno»
«Genial, estoy saliendo con un fenómeno»
Cuando decidió volver a la fiesta, buscó un lugar donde sentarse lejos de sus padres y escuchó a Olga comentar que Lila y Arnold tuvieron que irse temprano, lo que la tranquilizó y le dio la oportunidad de disfrutar lo que quedaba de la tarde.
Estuvo viendo como los amigos de los novios competían respondiendo preguntas de cultura general y bebiendo como castigo. En cuanto las damas de honor empezaron a perder decidió tomar las cosas en sus manos.
–Apártate, amiga–le dijo a una de las chicas, quitándole el micrófono, para dar las respuestas correctas de tres preguntas seguidas.
–¡No es justo!–Se quejó uno de los padrinos.– ¡Ella no está ebria como nosotros!
–¿Qué pasa?–dijo Helga– ¿Temen que les gane una chica de secundaria?
–¿Secundaria?–Los chicos se miraron entre sí.
Todos ellos tenían títulos rimbombantes e intelectuales de universidades importantes.
–¡Es imposible que sepa más que nosotros!–dijo uno
–Veremos–Continuó Helga con orgullo.
–¿Y qué harás si fallas?–dijo otro.
–No fallaré, amigo
–No es divertido así–dijo un tercero.
–Si Helga se equivoca, yo beberé el doble–dijo Olga, acercándose al grupo.
–¿Estás segura? ¿Te vas a emborrachar antes de tu noche de bodas?
–Claro que no. Helga no va a perder–La miró con seriedad.–. Destrúyelos, hermanita
La menor asintió y les dedicó una sonrisa diabólica. El juego continuó. Una a una respondió todas las preguntas de cultura general. Las otras damas tomaron confianza y también respondieron algunas preguntas. Terminaron humillándolos uno tras otro, hasta que los padrinos estaban demasiado borrachos para sostenerse en pie.
–Nos venció una niña de secundaria–chilló uno de los tipos.
–No cualquier chica de secundaria, los venció Helga G. Pataki–dijo, apuntándose a sí misma con su pulgar.
Las otras damas de honor la rodearon, agradeciendo su intervención, felicitándola y burlándose de los chicos.
–Bien hecho, hermanita–dijo Olga.–. Sabía que podías hacerlo
–Tenía que hacerlo. Lo único más molesto que un idiota arrogante es un grupo de idiotas arrogantes
Incluso Bob se acercó a abrazarla, gritando que el apellido Pataki era el apellido de los ganadores. Cuando la soltó, Helga se sentó con su familia, riendo de las estupideces que hacía el resto de los invitados que tenían demasiado alcohol en su sistema.
La gente comenzó a retirarse cerca de las cinco treinta y a eso de las seis la familia Pataki se despidió de los recién casados.
Chapter 12: Retorno a la calma
Notes:
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Chapter Text
Tomaron un taxi para volver a casa. Bob seguía emocional y por ser una ocasión especial, bebió bastante y en su borrachera mezclaba lamentos por su princesa, con amenazas a Derek. Miriam junto a él, en el asiento de atrás, lo consolaba. Helga iba en el asiento del copiloto en cierto modo tranquila de que su madre hubiera evitado una recaída. Era casi admirable.
El conductor tomó la ruta que pasaba por el parque Tina y se detuvieron en una luz roja en la cuadra siguiente.
–Me bajaré aquí–dijo Helga–. Quiero tomar aire. Caminaré a casa más tarde
–¿Estás segura hija?–dijo la mujer– ¿No te molestan los zapatos?
–Sí, estoy segura y no, no me molestan–Rodó los ojos.
–Bueno, no llegues tarde... ah y toma esto–La mujer le entregó un enorme pañuelo azul que servía de tapado.–Por si hace frío más tarde
–Gracias, mamá–dijo la chica, abriendo la puerta–. Nos vemos en casa
Caminó mirando el cielo, distraída, mientras el atardecer se apoderaba de la ciudad. Sus pies la llevaron a la banca de siempre sin que pusiera atención a la ruta. Reconoció a Brainy con un traje formal y un reproductor de música en sus manos, mucho más pequeño que el de ella, era para cintas. El chico la observó, acercándose.
–Luces hermosa–dijo antes de besarla.
–Esta es la Helga de ocasiones especiales, así que no te acostumbres–dijo.
–Lo sé. Mi favorita es la Helga de cada día
–Tú si sabes apreciar el arte moderno–Se burló con una risita.
El chico le ofreció uno de los audífonos, mientras se acomodaba el otro.
–¿Me concede esta pieza, señorita?
–Con gusto–contestó ella.
Brainy enganchó el reproductor de música en su cinturón, presionando los botones de memoria para reproducir la música. Un vals comenzó a sonar al tiempo que él la sujetaba por la cintura, guiándola en el baile. La chica le siguió el ritmo, encantada. Giraron varias veces, riendo divertidos.
Cuando la música acabo, Brainy la besó lentamente y ella le correspondió, abrazándolo.
–Me alegra que vinieras hoy–dijo él.
Helga lo miró. Lucía guapo, se había arreglado bastante solo para verla un momento. Un pantalón de color borgoña, camisa celeste y corbata dorada. Se sintió ligeramente culpable por no invitarlo. Pudo decir que era un amigo, aunque ¿podrían haber pasado toda la boda sin besarse? Se odiaba un poco por pensar así.
«Rayos»
Le gustaba el chico. Pero al mismo tiempo pensaba que si Lila y Arnold la hubieran visto con él, se habría puesto idiota y reaccionado mal. Y una cosa era ocultar su relación y otra negarla. Incluso para ella eso último parecía horrible.
–Te ves muy bien–dijo la rubia–. T-te queda bien esa ropa
–También es el Brainy de ocasiones especiales
–¿Y qué tiene de especial esta ocasión?
–Que viniste aquí a bailar conmigo
–Basta, me harás vomitar
Sonrieron.
Era absurdamente empalagoso y no le molestaba. Por primera vez sintió que se sonrojaba con él. ¿El estúpido fenómeno la estaba poniendo nerviosa?
«Contrólate, Helga»
Lo abrazó, apoyando su frente en el hombro de él. Olía a jabón, pero además a un perfume que no era el aroma de siempre.
«Demonios»
No lograba tranquilizarse y no quería sentirse así.
El viento agitó las hojas de los árboles y la sensación fría la regresó a la realidad. Se apartó del chico y acomodó el pañuelo que le había pasado Miriam, cubriendo sus brazos y hombros.
–Creo que iré temprano a casa–Bostezó.–. Estoy agotada
–Vamos–dijo el chico, ofreciéndole el brazo.
Helga lo aceptó con una sonrisa y caminaron así. Mientras ella le contaba sobre la ceremonia y la fiesta, en especial el ridículo que hicieron algunos invitados cuando varios vasos de alcohol -y suponía que también la hierba- hicieron lo suyo.
Cuando se acercaron a la calle de la residencia Pataki, Helga lo besó como despedida y corrió hasta su casa.
El chico se fue a casa contento. Seguía en el sueño que era al fin poder salir con la rubia de sus fantasías.
...~...
Helga se quitó el maquillaje como le aconsejó la asistente y luego tomó un baño para quitarse la sensación pegajosa de la laca en su cabello.
En su habitación, mientras ordenaba algunas cosas, comenzó a tararear el vals que bailó con Brainy y antes de darse cuenta estaba repitiendo los pasos.
«No... no... Helga»
«¿Qué importa? Ahora es tu novio»
«Solo estamos saliendo»
«¿Cuál es la diferencia?»
Se tiró sobre la cama, tomó sus audífonos y empezó a escuchar un disco de rock pesado, porque necesitaba ruido distinto en su cabeza antes de dormir.
...~...
El día siguiente Phoebe la invitó a casa y después de almorzar se recostaron en la cama escuchando música. Helga estaba echada con las piernas colgando a un costado y la cabeza hacia el muro, mientras Phoebe tenía los pies en el mismo muro y la cabeza hacia el costado. Ambas miraban el techo y se habían tomado las manos, jugando con sus dedos.
–Eso fue mucha comida... y aún no me recupero del banquete de ayer–dijo Helga, dando palmadas a su estómago hinchado–, pero estaba tan delicioso, que quería probar todo
–Me alegra que te haya gustado, la mitad de eso lo hice yo. Mamá intenta enseñarme a cocinar nuevas recetas–respondió su amiga con una risita.
–Como siempre, sobresaliendo en tus estudios
–Gracias, Helga
Ambas rieron y luego dejaron que la música matara el silencio. Phoebe estaba interesada en esas boy bands que estaban de moda, pero la rubia ya había aprendido aceptar sus gustos, en especial porque tras el fiasco con Ronnie, su amiga había aterrizado bastante y fuera de cierta admiración artística, ya no elevaba a los idiotas a un pedestal. La mayoría de las canciones eran de amor o quiebres o engaños, así que hasta cierto punto Helga se hartaba.
–Me hubiera gustado acompañarte ayer–dijo de pronto Phoebe cuando terminó la letra de uno de sus temas favoritos y solo quedaba el cierre instrumental.
–Ahora que lo mencionas, hubiera sido bueno tenerte ahí. ¿Puedes creer que Olga invitó a Lila como su "hermana"?–hizo comillas con sus dedos en el aire.
–¿En serio?
–Sí, aunque debí saberlo. Todos los veranos Olga la invitaba a pasar unos días de vacaciones juntas y siguen con esa interacción ridícula
–¿Entonces pasaste la tarde con Lila?
–¿Crees que estoy tan desesperada? ¡Claro que no, Pheebs! Además, la señorita perfecta invitó al estúpido cabeza de balón
–¿En serio invitó a Arnold?
–¡Sí!
–Lo lamento por ti
–¿Gerald no te comentó nada?
–No. A decir verdad, tampoco creo que lo supiera, probablemente le hubiera aconsejado no ir
–¿Qué? ¿Por qué?
–Por nada
–Escupe
–Para no incomodarte
–Ya no me incomoda
–¿Te molestó que estuviera con Lila?
–Me molestó enterarme en la fiesta que estaban invitados–Rodó, apoyando su codo en la cama para poner su cabeza en su mano.–. No me habría molestado de saberlo de antemano
–¿Estás segura?–Phoebe se sentó, cruzando las piernas.–¿Ya no te queda... ningún sentimiento por Arnold?
–Solo un enorme y absoluto desprecio
–¡Helga! Pensé que al menos intentarían ser amigos
La chica volvió a recostarse y cruzó sus brazos.
–Es difícil, Pheebs. No sé si algún día lograré sentirme tranquila alrededor de él. A veces está bien, otras veces recuerdo la sensación de ese día y lo odio
–¿Del día que ibas a declararte?
–Sí
–¿Qué pasó ese día?
–Ya te lo dije
–Pero nunca me dijiste... cómo fue que te encontró esa chica... ¿Valeria?
–Valentina... y sólo fue suerte, me buscó en un lugar que ella misma me mostró
–Entiendo
Otra vez se recostaron como antes y siguieron escuchando la música.
Phoebe tenía los discos más recientes de los artistas que le gustaban. Helga escuchaba las letras tratando de no burlarse o vomitar. Por suerte para ella cuando terminó ese tema, su amiga hablaba de la escuela, de los últimos exámenes que les quedaban, de los planes que tenía para las vacaciones de verano y lo emocionada que estaba por entrar a preparatoria.
A ratos añadía anécdotas sobre la inspiración que tuvieron sus artistas para tal o cual canción o de como parecía que hablaban de una cosa para hablar de otra y como expresaban los profundos conflictos humanos. En un punto la rubia rodó los ojos, pensando que se había equivocado sobre la lección que debió aprender su amiga con la decepción de Ronnie.
Comenzó a oscurecer y cuando lo notó, Helga se sentó tan rápido en la cama, que asustó a la otra chica.
–¿Qué hora es?
–Falta poco para las siete
–Tengo que irme–se levantó y tomó su chaqueta.
–Pero...
–Nos vemos en la escuela
–Adiós, Helga
La chica salió de la habitación y se despidió de los padres de su amiga antes de salir.
–Por favor que no sea tan tarde–murmuraba, mientras caminaba lo más rápido posible hacia el Parque Tina.
Cuando llegó ya había anochecido del todo, pero en el lugar de siempre, estaba el chico.
–Perdón por llegar tarde–dijo ella–. Estaba con Phoebe y el tiempo pasó volando
Brainy le sonrió y la invitó a sentarse junto a él. Ella le dio un beso en la comisura de los labios y aceptó la invitación.
Se dedicaron a ver las estrellas sin decir nada, tomados por el meñique, descansando sus manos en el asiento de la banca.
–Hay algo que debería contarte–dijo de pronto la chica, tras lo cual soltó un largo suspiro–. Olga–Continuó– invitó a Lila a la boda y ella llevó al cabeza de balón. No quiero mal entendidos si es que ellos llegan a mencionarlo en la escuela
–Comprendo
–Gracias
Después de un largo silencio, Brainy no soportó más.
–¿Te dijo que estabas guapa?
–Claro, él, los estúpidos amigos de Derek, las otras damas de honor, incluso Bob dijo que estaba guapa–Explicó Helga, nerviosa.
–¿Todavía piensas en Arnold?
Helga negó.
–No mientas
–No pienso en él de la misma forma que lo hacía antes
–¿Piensas en mí?
–Más de lo que me gusta admitir. Y si vuelves a preguntar eso, tu rostro recibirá una visita de la vieja Betsy–Concluyó, levantando su puño.
Esa era la Helga que todos conocían -y él amaba-, pero también disfrutaba poder ver a la chica la que los demás ignoraban, la Helga sensible, artística, lista; la que le hablaba abiertamente sobre los problemas en casa o la que podía quedarse por horas en silencio, pensativa; la que siempre estaba pendiente de su mejor amiga, tanto que vigiló a Gerald durante semanas solo para asegurarse que no estuviera jugando con Phoebe y hasta los espió en algunas de las primeras citas. Todo lo que conocía, el exterior y el interior, le encantaba.
De solo pensarlo, Brainy seguía sonriendo con ilusión cuando llegó a casa.
...~...
Esa semana Helga pudo olvidarse de su hermana, la ansiedad, el estrés y todo lo que pasó con los preparativos de la boda. Incluso creía que podía disfrutar de la nueva paz instalada en su casa. No era que las cosas cambiaran entre ella y sus padres, pero al menos ya no estaban lidiando con todo lo demás.
En la escuela pasaba los descansos con Phoebe. A veces se unían Gerald y, por supuesto, Arnold; pero por alguna razón Helga se sentía mucho menos hostil y no solo los toleraba, también podía disfrutar su compañía. Les reía uno que otro chiste y hasta a bromear con ellos, en lugar de tener su actitud de eterno desprecio. La clase de deportes competía con Harold y Stinky, a veces también con Rhonda, que últimamente intentaba bastante llevarle el ritmo y eso lo respetaba. Y los almuerzos y por las tardes seguía viendo a su novio.
...~...
Unas semanas después tuvo su consulta mensual con la doctora Bliss. Eligió jugar cartas. A Helga le gustaba poder hacer esas cosas en la terapia, la hacían sentir que la mujer era un poco más cercana a ella y menos una persona adulta intentando "repararla".
–¿Cómo estuvo la boda?–Preguntó de pronto la mujer.
–Estuvo bien–Respondió barajando el mazo–. Hubo mucha comida y pude humillar a un grupo de pedantes titulados
–¿Cómo fue eso?
La rubia le contó entre risas, mientras repartía las cartas.
–Veo que tu lado competitivo no desaparece
La doctora anotó algo rápido y luego cambió una carta de su mano.
–¿Y cómo van las cosas en la escuela?
–Mejor
–¿Me contarás cómo te lastimaste?
–No
–Helga
–No quiero hablar de eso, ¿sí?
–Sabes que estuve a punto de recomendarte para regresar al plan semanal
–No quiero venir cada semana otra vez. No se lo tome a mal, me agrada–Miró sus cartas y empujó una ficha–, pero tengo cosas que hacer
–¿Cómo qué?–La mujer hizo lo mismo con sus fichas.
–Como estudiar
–Te va bastante bien, no creo que cambiar una tarde de estudio por una de terapia baje tus calificaciones
–También ver a mis amigos
–Phoebe entenderá y por lo que me has dicho, solo están jugando baseball los fines de semana ¿no?
–Yo... emh...
–¿Pasó algo de lo que quieras hablar?
–No
–Está bien–La mujer bajó sus cartas: póker
–Sorprendente–dijo Helga–. Pero no lo suficiente–Le enseñó su mano: escalera de color, corazones.
–Impresionante–Reconoció con una sonrisa.
La terapeuta se levantó de su asiento y fue a su escritorio, abriendo su cajón.
–¿Prefieres una bebida o unas galletas?
–Ambas
–Está bien, ganaste limpiamente
Bliss volvió a sentarse frente a la adolescente y le entregó una botella y un paquete de galletas de chocolate.
–Y dime, Helga–Continuó, revisando sus notas–¿Cómo van las cosas con Arnold?
–Bueno...–Guardó su premio en la mochila y se sentó al borde del sillón, con las manos en los costados, jugando con la costura de la tela.–. Estamos hablando en la escuela, cuando estamos los cuatro, ya sabe, con Phoebe y Gerald
–Ya veo–La mujer volvió a tomar nota.– ¿Y cómo te sientes cuando están juntos?
–No es tan malo. Sé que él no quería hacerme sentir mal... siempre se esfuerza por ser bueno con todos–Añadió apartando su mirada.–. También intentó disculparse–Levantó su rostro con cierta preocupación.–. Y no puedo ignorarlo del todo
–Es muy maduro de tu parte darle una oportunidad, Helga
–Es que... sigue siendo él... digo... siempre será el mejor amigo de Gerald y mientras él y mi amiga sigan juntos, Arnold seguirá estando en mi vida. Además, seguimos en la misma clase... y no creo que eso cambie
–¿Entonces intentas llevarte bien con él por Phoebe?
–No solo por Phoebe. Incluso con todo el daño que le hice con mis tontas bromas y mi actitud, sé que puedo considerarlo un amigo. No es fácil, pero lo intento–Continuó con un tono triste
–Puedo entender que te estás esforzando
–Aunque a veces recuerdo... cómo me sentía antes y como me sentí ese día... y las cosas que dijo... y quiero que se aleje a otra galaxia ¿eso es... normal?
–Sí, Helga, fue algo doloroso. Incluso si logras perdonarlo, eso no significa que tengas que fingir que nada pasó. Es normal que intentes protegerte y quieras apartar a quienes te han lastimado. Es una de las razones por las que seguimos trabajando en esto
–¿Y cuándo terminará? ¿Cuántas sesiones de esto quedan?
–Helga, no puedes elegir cómo sentirte, ni puedes ponerle un límite de tiempo a tus emociones. Los sentimientos varían. Tendrás días buenos y malos, con o sin Arnold cerca. Lo importante es que sepas entender lo que sientes y aprendas a procesar esas emociones de manera sana
–Lo entiendo–Miró el suelo unos minutos.– ¿Cree que... el conservar mis diarios sea lo que me impide superarlo del todo?
–¿Todavía los tienes?
La chica asintió.
–Siguen en la caja bajo mi cama y por momentos hasta olvido que están ahí. Solo la abrí para guardar el regalo que Arnold me dio en mi cumpleaños. Yo no... no quería tenerlo a la vista... pero no podía botarlo y aunque en ese momento intenté romperlos... simplemente no puedo...
–Pusiste mucho de ti creando tanto por alguien, durante mucho tiempo. Es normal que sea difícil decidirte a deshacerte de todo eso. Si algún día realmente quieres arrojar todo a la basura, romperlo o destruirlo de alguna otra forma, lo harás, pero no te presiones. Puedes hacerlo cuando estés lista
–¿En serio?–Un brillo destructivo apareció en la mirada de la chica.
–Solo procura tomar precauciones para que sea seguro
–Yo no...
–Helga, sabes a lo que me refiero–Añadió Bliss cruzando los brazos, mirándola con una sonrisa suspicaz.
–Está bien–dijo Helga con una risita al notar que no le estaba prohibiendo ejecutar ninguno de los locos planes que en esos breves segundos consideraron las opciones de una trituradora, agua y fuego.
Se imaginó a sí misma riendo con malicia y locura, en un acto solemne y encendiendo una cerilla con indiferencia, respectivamente, pero sabía que ninguno de esos escenarios la convencía.
–¿Entonces es normal que algunas veces esté enfada o triste y que en otras ocasiones no me importe?
–Claro, Helga. Piensa que en cierto modo estás viviendo un duelo, no por Arnold, sino del amor que sentías por él...
–Oh... eso... tiene sentido–Cerró los ojos.–. Tal vez podría escribirle una elegía... como ¿un cierre?
–Es una buena idea ¿Cómo te hace sentir eso?
–Mejor
–Me alegra oírlo, Helga–Anotó algo más.–. Me parece que estás más animada que en la sesión anterior. ¿Ha habido algún cambio en tu vida?
–¿No es suficiente cambio que Olga al fin se fue de la casa para siempre?
Bliss asintió con comprensión.
–Si no tienes nada más que agregar, tal vez podamos dejar la sesión hasta aquí. ¿Estás de acuerdo?
Helga miró su bolso, dispuesta a ponerse de pie y marcharse de ahí, pero dudó un segundo.
–Bueno... –Añadió nerviosa–la razón por la que no quiero tener más sesiones, es porque estoy viendo a alguien
–¿Quieres hablar de esa persona?
–No ahora
–¿Te hace sentir bien?
–Sí
–¿Sabe lo que pasó con Arnold?
–Sabe que amaba a Arnold y no le importa
–¿Es alguien en quien puedes confiar?
Helga asintió.
–¿Es alguien de tu edad?
También asintió.
–Está bien, me basta con eso–Sonrió dejando a un lado sus notas.–. Bueno, se acabó nuestro tiempo. Espero verte el próximo mes
–Sí
–Y recuerda que puedes solicitar consultas fuera de lo programado si sientes que necesitas ayuda, ¿de acuerdo?
–De acuerdo
La chica rodó los ojos con su actitud arrogante de siempre, pero Bliss le sonreía y Helga de inmediato abandonó su acto y se despidió de la mujer con un abrazo.
Notes:
¿Qué piensan? ¿Helga realmente dejó de pensar en Arnold? ¿En verdad le gusta-gusta Brany?
Chapter 13: Secretos
Notes:
Doble actualización porque estoy fuera de mi ciudad y en un arranque recordé el pass de la cuenta
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
El viernes siguiente Helga se encontraba con su novio en uno de sus encuentros en el auditorio, besándose tras las cortinas. A ratos él le hacía cosquillas y ella le sujetaba las manos, apartándolo, para luego volver a besarlo. Era un jugueteo habitual entre ellos.
A Brainy le encantaba escucharla reír casi tanto como que tomara sus manos, incluso si era forcejeando; y sabía detenerse antes que ella se enfadara en serio.
Un ruido metálico y un brillo repentino los congeló. Alguien había abierto la puerta principal y casi de inmediato reconocieron las voces de Eugene y Curly. Helga le cubrió la boca a Brainy con su mano y en un movimiento rápido, pero cuidadoso, lo empujó contra el muro, detrás de unas viejas escenografías. La chica cerró los ojos para enfocar su audición. Sabía que desde la entrada principal y bajando por las escaleras podrían verlos si iban a la salida de emergencia. Intentaba pensar en una forma de escapar.
–¿Entonces revisamos el guion?–Escucharon decir a Eugene.
–Preferiría comenzar con las coreografías–Respondió Curly.
–Pero aún no sabemos los diálogos
–Tenemos que explorar el escenario, conocer el espacio y entender como enfatizar con nuestros cuerpos las emociones de nuestros personajes–Continuó con dramatismo, dando saltos y giros mientras bajaba la escalera.–. Si lo hacemos bien, no importarán las palabras, podemos cambiarlas o incluso olvidarlas, pero nuestras actuaciones conmoverán a nuestro público
–En eso tienes razón–Reconoció Eugene con una risita.
«Rayos»
–No te muevas–susurró Helga, apartando su mano del chico–, tengo un plan, regresaré por ti
Brainy asintió. Ella le dio un beso en la comisura de los labios para luego arrastrarse pasando con cuidado bajo la cortina. Avanzó a gatas para luego encaramarse en unas butacas.
–¿Qué demonios?–dijo sentándose, haciendo bastante ruido al dejar que uno de los asientos volviera a su lugar de golpe –¿Qué hacen aquí?
–¿Helga?–dijeron los chicos.
–¿Qué haces tú aquí?–añadió Curly.
–Dormía, hasta que interrumpieron–Explicó la rubia, desperezándose mientras restregaba sus ojos y se estiraba, para luego mirarlos.– ¿Y ustedes?
–Estamos preparando una obra–Respondió el pelirrojo con entusiasmo.–. Haremos audiciones la próxima semana, ¿quieres participar?
–En tus sueños–Se puso de pie.–. Si van a hacer tanto ruido tendré que buscar otro lugar para mis siestas
–O puedes ayudarnos–Insistió Eugene con entusiasmo.
–No me interesa ser parte del circo
Helga salió del auditorio con actitud ofendida, mascullando maldiciones mientras subía los peldaños hasta la salida principal.
La puerta abriéndose.
El brillo.
La puerta cerrándose.
Brainy se sintió abandonado a su suerte. Jugaba con sus manos mientras buscaba una excusa para estar escondido. Incomodaría a los chicos si decía que estaba mirando a Helga. Casi toda la clase sabía que a él le gustaba, pero incluso así cualquiera le hubiera cuestionado que estuviera vigilándola cuando ella dijo que "dormía". Decir la verdad no era opción, primero, porque no iba a romper su palabra con ella y segundo, porque de todos modos nadie le hubiera creído. Intentaba pensar, nervioso, mientras los otros dos subían al escenario y daban vueltas, charlando entre risas y moviéndose con cierta gracia. Temía que en cualquier momento pudieran descubrirlo tras la cortina. Cerró los ojos y trató de mantener la calma. Si se alteraba demasiado su respiración ruidosa los alertaría.
Risas.
Respiración cortada.
Pasos hacia él.
Diálogos dramáticos.
Caídas.
Saltos alejándose.
Inhalar.
Una corta carrera hacia él.
Contener.
Pausa.
Una caída estrepitosa.
Exhalar.
–¡Estoy bien!–dijo Eugene.
Pasos.
–Intentémoslo otra vez, desde allá–dijo Curly.
Pasos.
Inhalar.
–cinco, seis, siete, ocho...
Saltos.
Contener.
Otra caída, más cerca.
Exhalar.
La alarma de incendios se escuchó, obligando a Eugene y Curly a abandonar el lugar. Brainy se quedó ahí, sin abrir los ojos. ¿Era un incendio real o una coincidencia? ¿Debía irse o esperar a Helga como ella dijo? Estaba preocupado. Su respiración se aceleró y se volvió ruidosa.
La puerta, pero no hubo un brillo, debía ser la de emergencias.
Pasos.
Silencio.
Unas manos conocidas sujetando las suyas.
Abrió los ojos.
–Lo lamento–dijo Helga, frente a él–. Fue lo mejor que se me ocurrió
El chico la abrazó por la cintura, besándola. Después de verla hacer locuras por Arnold durante años, le gustaba que hiciera planes locos por él, por más improvisado que fuera. Sin apartar sus labios la apretó contra su cuerpo, feliz de poder estar con ella. Helga le correspondió, empujándolo contra el muro. Ella de inmediato reaccionó, renegando de ese impulso.
–Debemos salir o van a regañarnos–dijo la chica–. Quizá yo ya esté en problemas por lo que hice–Admitió.–, es mejor que salgas antes. Ve
–Pero Helga
–Solo ve, en serio–Le sonrió.–. Buscaré otro lugar para reunirnos la próxima semana
El chico se resistió a soltarle la mano hasta que estuvo lejos y deslizó sus dedos entre los de ella, tratando de extender todo lo posible el contacto. Subió las escaleras hacia la salida principal y desapareció tras la puerta.
Helga se quedó ahí. En cuanto estuvo sola se abrazó a sí misma. Respiraba agitada, temblando. Cerró los ojos, ¿qué era esa sensación cuando lo empujó contra el muro? Eso... eso era algo que no esperaba sentir... y no era... desagradable... pero...
«No es el momento, Helga»
Tenía que gobernarse. Inspiró hondo unas cuantas veces, dejó caer sus brazos y apretó sus puños antes de abrir los ojos, mirando alrededor.
Era un buen escondite: cómodo, oscuro, amplio. Le costaría encontrar otro lugar así, pero lo haría. No estaba preparada para que la vieran con alguien, no solo Brainy, sin importar la persona, no hubiera estado cómoda siendo afectuosa o recibiendo afecto en público. Pero al mismo tiempo disfrutaba tener tiempo con él y poder verse en la escuela.
Cuando calculó dos minutos, salió por la salida de emergencia, que era por donde solía entrar desde que había descubierto como abrirla desde cualquier lado. No fue la última en salir de la escuela, pero sí la última de la clase.
Se reunió con su grupo de siempre en el patio.
–¿Dónde estabas?–Quiso saber Gerald.
–Durmiendo–dijo Helga, estirándose mientras bostezaba–¿Es un simulacro?
–No lo sabemos–dijo Arnold–. Los bomberos están revisando la escuela
–Debido a que no hubo fallas eléctricas, sumado a la ausencia de humo perceptible–dijo Phoebe–, deduzco que es una falsa alarma
–¿Otra vez Curly?–dijo Helga mirando alrededor.
Brainy estaba al fondo del grupo de su clase, junto a Sheena, que abrazaba a Eugene angustiada y a Curly, que se quejaba molesto por la interrupción.
Perdieron la siguiente hora de clases, hasta que el personal de bomberos aseguró el edificio. El director salió al patio y dijo que investigarían hasta hallar al responsable de esa broma, pero que la sanción sería menor si se entregaba en ese momento.
Helga miró el suelo con una sonrisa.
–Nadie estaría tan loco como para entregarse–murmuró.
Luego de unos minutos, se les permitió volver a sus salones, pero para los de octavo grado no valía la pena retomar las clases y los dejaron irse a casa. Helga esta vez tomó el autobús con sus amigos, para llegar temprano y avanzar los deberes antes de su "cita".
...~...
Mientras su amiga estudiaba, Phoebe compartía con Gerald. Sentados en la cama del chico, charlaban mientras él jugaba videojuegos.
La señora Johanssen adoraba sus visitas y no solía interrumpirlos, pero la regla era que debían mantener la puerta completamente abierta todo el tiempo que estuvieran en la habitación.
–Bebé, estoy preocupada por Helga–dijo Phoebe de pronto.
En cuanto el chico terminó un nivel, su novia puso una mano en su hombro y él soltó el mando, volteando para mirarla.
–¿Por qué?–Quiso saber Gerald, entendiendo que ella necesitaba de toda su atención.
–Está saliendo con alguien–La chica ajustó sus lentes.
–¿En serio? ¿Con quién?
–No lo sé, no me lo ha dicho. Lo cierto es que no me ha dicho nada al respecto.
–¿Entonces por qué estás tan segura?
–Cuando la llamo por las tardes nunca está en casa, pero si le pregunto qué hizo, me dice que estuvo estudiando en su habitación. Tampoco está almorzando en la cafetería, solo pide un emparedado y se va a caminar por ahí. Y de algún modo siempre que intento seguirla pierdo su rastro, así que creo que es alguien de la escuela
–¿Y qué es lo que te preocupa? Es Helga
–¿Qué quieres decir?
–No la imagino anunciando a los cuatro vientos que está con alguien... o siquiera que le gusta alguien
–¡Lo sé! ¿Pero por qué me lo ocultaría? Soy su mejor amiga
–Tal vez no está lista para hablar de eso
–Temo que se esté metiendo en problemas. Tal vez sale con algún maestro
–¿La crees capaz? Digo, no es algo que esperaría de ella
–No veo otra razón para que no me haya contado
–¿Y si se esconde porque está con una chica?
–No creo que Helga...
–Oh, yo creo que sí. Después de ver cómo se divirtió coqueteando en la montaña, porque incluso alguien tan despistado como Arnold pudo notar el desaire que le hizo al hermano, mientras que con la hermana...
–Hombres–Interrumpió rodando los ojos.
–¿Qué?
–Les encanta fantasear con esa clase de cosas
–Nadie dice que estoy fantaseando con Helga y esa chica–Tembló cerrando los ojos con un gesto de asco.– ¡Que miedo!
Phoebe de todos modos lucía molesta, así que después de un rato de bromear, Gerald tomó sus manos y comenzó a besar sus dedos con cariño.
–No te enfades, bebé–le dijo, luego se acercó para susurrar en su oído–. La única chica con la que fantaseo eres tú. Y no imaginas qué tan seguido lo hago
–¡Gerald!
Phoebe estaba sonrojada. El aliento y los labios del chico rosando su oído enviaron una sensación eléctrica por su cuerpo. Miraba asustada alrededor ¿Qué tal si alguien escuchaba?
Le gustaba mucho Gerald, le gustaba desde mucho antes que empezaran a salir, aunque jamás tuvo una obsesión con él como la de su amiga por Arnold. Recordaba como el moreno comenzó a acercarse y charlar. Ella aceptó sus atenciones y cumplidos, confirmando poco a poco que el interés era mutuo. Hasta que las salidas, el tiempo compartido y algunos besos a escondidas los llevó naturalmente a un noviazgo.
Estaban por cumplir un año juntos. Guau, un año... y últimamente Gerald tenía más confianza para mencionar esos temas. No era que la estuviera presionando, o al menos ella no lo sentía así, simplemente era honesto respecto a lo que quería y ella lo disfrutaba.
Gerald le sujetó el mentón y la besó suavemente, mientras su otra mano bajaba desde su cintura hacia su pierna, por sobre su falda. El cálido cosquilleo era agradable.
–Eres tan bella–dijo Gerald al dejar de besarla, sujetando su rostro con ambas manos.–. No cambiaría nada de ti
–Ni yo de ti–le sonrió.
Phoebe sentía su corazón agitado. La forma en que él la miraba cuando estaban a solas ya no era dulce, era distinta y provocaba una calidez suave en su interior que crecía a cada segundo. ¿Y qué podía tener de malo sentirse así? En un impulso apartó las manos del chico y se levantó para volver a besarlo, abrazándolo por el cuello.
Gerald la sujetó por la cintura, dejando que ella se acercara. Podía sentirla inclinándose sobre él y poco a poco se dejó caer en la cama. Sus dedos se crisparon en torno a su cuerpo. Ella dejó escapar una risita nerviosa, que él sintió ahogarse en su boca. Disfrutaba la ligera presión de su novia sobre él y al mismo tiempo temía llegar a incomodarla o, peor, asustarla, pero... era difícil resistirse. Deslizó sus manos lentamente por sus caderas y luego hacia sus piernas. Ella se apartó un segundo. Gerald estuvo a punto de disculparse, pero en encontró cierta decisión en la mirada de la chica. Fue solo un instante y ella lo volvió a besar. Entonces subió poco a poco sus manos por debajo su falda.
Rítmicas zancadas subiendo por la escalera los alertaron en ese momento y Phoebe se levantó abruptamente, sentándose en la esquina de la cama, arreglando su cabello y su falda, mirando el suelo. Gerald al mismo tiempo se apartó un poco y volvió a tomar el mando para quitarle la pausa al juego, rogando porque su madre no sospechara nada.
Los pasos se acercaron rápidamente y ambos vieron pasar a Timberly, dando brincos mientras tarareaba una canción de moda con distracción, camino a su propio cuarto.
La pareja intercambió una mirada y sonrojados soltaron una carcajada nerviosa. Phoebe volvió a acercarse, apoyándose en la espalda del chico, para abrazarlo por la cintura, mientras él retomaba su videojuego.
–Tendremos que ser más cuidadosos–Comentó él casualmente.
La chica asintió, apoyando su rostro en su espalda. Gerald sabía que seguía sonrojada.
–¿Te molestó de alguna forma?–Añadió despacio.
–Claro que no–murmuró ella–. Deberíamos repetirlo–Concluyó con una risita.
El chico sonrió. Jugaba distraído y su personaje recibió algo de daño, pero no le importaba. Minutos más tarde su madre los llamó para cenar.
Phoebe lo soltó y él volteó para mirarla. Parecía más tranquila. Le dio un beso en la frente, otro en la nariz y uno en los labios. Ella reía con dulzura.
–Por cierto–dijo ella antes que salieran de la habitación.–. No le cuentes a Arnold lo que te dije sobre Helga
–Yo creo que debería saber
–¿Por qué?
–Después de la boda se la pasó hablando de Pataki ¡Fue con Lila y solo podía hablar de Helga! ¡Está loco! Quería arrancarme los oídos
–¡Bebé!
La chica cerró los ojos y suspiró, frustrada
–Helga ha sido más amable los últimos días, al menos para sus estándares; y aunque no lo admita, sé que mi amigo volvió a ilusionarse
–Que desastre. Ahora que ella intenta olvidarlo, él se obsesiona con ella
–¿Qué puedo decir?–Se encogió de hombros.–. Siempre hay problemas cuando se habla de romance
...~...
Al día siguiente Gerald fue a ver a su amigo después de almorzar con su familia. Estuvieron buena parte de la tarde terminando un proyecto de la escuela y luego vieron una vieja película, compartiendo palomitas, patatas fritas y refresco. Cuando los créditos pasaron ambos se desperezaron.
Mientras Arnold elegía uno de sus discos para escuchar el resto de la tarde, Gerald miró distraído el muro tras el escritorio. Años atrás su amigo había encontrado el diario de su padre y tenía un mapa al final. Pasó todo quinto grado investigando sobre San Lorenzo, pero después de mucho discutir con sus abuelos, ellos le dijeron que era una locura ir a un lugar tan peligroso. Le entregaron toda la información que lograron recopilar tanto en el momento como durante esos años, pero no tenían muchas más pistas que él.
Arnold estuvo decaído un tiempo, lleno de preguntas, fantaseando frecuentemente con escapar y buscar a sus padres. Eventualmente llegó a la conclusión de que no llegaría muy lejos. Su nuevo plan era viajar cuando terminara la escuela. Conseguiría un trabajo de medio tiempo en preparatoria y ahorraría todo el dinero posible. Y aunque solo pudiera comprar el pasaje de ida, ya vería como se las arreglaría allá.
–¡Te va a encantar!– dijo Arnold con entusiasmo, sacando a su mejor amigo de sus recuerdos.
Recostados en el suelo, miraban a través de los cristales como el cielo se oscurecía y las estrellas comenzaban a brillar, distantes y débiles entre las luces de la ciudad.
Las notas del jazz con sus voces profundas llenaban la habitación. Era el nuevo disco de la colección del rubio.
De pronto escucharon que el abuelo Phill tocaba la puerta.
–¿Bajarán a cenar?–Comentó el hombre, abriendo con suavidad.
–En un momento, abuelo–dijo Arnold, levantándose.
–¿Puedo quedarme a dormir, viejo?–Preguntó Gerald.
–¿Aún tienes problemas con Jammie O?
Ahora que su hermano estaba a punto de irse de la casa, su madre estaba más melosa que nunca, intentaba que pasaran cada minuto juntos y al adolescente lo asfixiaba, en especial porque nunca se sintió cercano a su hermano, quien en general solía molestarlo.
–Sí. Y ahórrate la charla de que extrañaré a mi hermano cuando no esté
–Procura avisar. La última vez el abuelo tuvo que dar explicaciones y yo me llevé un regaño
–Está bien. Déjame usar el teléfono antes de cenar
–Claro
...~...
Esa noche, mientras Gerald dormía, Arnold seguía mirando el cielo. Cada vez que cerraba los ojos podía ver a Helga con su vestido de dama de honor. Le hubiera gustado tener la oportunidad de bailar con ella.
Pestañeó pesadamente.
«El color del vestido era perfecto para ella...»
Distinguió su habitación en penumbras.
«Su peinado la hacía ver delicada»
La oscuridad tras sus párpados.
«Sus ojos...»
Un ligero temblor.
«Debió pedirle un baile...»
Otra vez su habitación, borrosa, por apenas un segundo.
«Un solo baile...»
Oscuridad.
...~...
–Oye, cabeza de balón
–¿Helga?
–Muévete
–¿Qué?
El chico estaba frente a ella en un enorme salón. Ella lucía un hermoso vestido y él un traje. Alrededor, parejas anónimas bailaban un vals.
–¿Qué es esto?
–¿Ya lo olvidaste? Doi. Es la boda de Olga, zopenco
–¿La boda de tu hermana?
–Así es, así que ahora muévete
–Yo... yo... lo siento–Intentó hacerse a un lado para dejarla pasar.
–¿Qué haces, tarado?
–Yo...
Antes que lograra explicar algo, ella le tomó las manos, obligándolo a poner una en su cintura y estirándole el otro brazo, entrelazando sus dedos.
–Ahora muévete–Repitió ella.–. Dijiste que bailarías conmigo
–¿Qué? ¿Yo?
–¡Claro! ¡Por eso te pedí que vinieras! Estas cosas son aburridas, al menos esperaba divertirme
Giraban al ritmo de la música, al principio con pasos inseguros, pero en cuanto ella lo miró con enfado, Arnold decidió demostrarle cómo se movía. La sujetó fuerte y con el cambio de música, comenzó a guiarla casi con agresividad.
–¿Qué haces? ¡Ten cuidado!
–Descuida, mi bella amiga... estás en buenas manos
–¿Qué acabas de decir?
–Que estás en buenas manos
–No, eso no
–Dije que... eres bella
Arnold se sintió sonrojar, al tiempo que Helga se soltó, retrocediendo algunos pasos, creando distancia. El chico notó como todo a su alrededor parecía oscurecerse y los sonidos se apagaban.
–No... no lo soy... esta... esta no soy yo, cabeza de balón
–Claro que sí, así luces hermosa...
–Pero no luzco así y lo sabes...
–Pero podrías
–¡No! Yo no soy... no soy esa clase de chica... ¿por qué no lo puedes entender?
–Porque niegas que esta persona pueda existir... y a mí me agrada. Realmente me agradas...
–Pero...
–Y solo intentaba darte un cumplido y ser amable contigo ¿Qué tiene de malo?
Ella miraba el suelo, rascando su brazo.
–No tiene nada de malo que seas amable, cabeza de balón... pero yo... yo no merezco tus cumplidos
–¿De qué hablas, Helga?
–Tú... tú dijiste... que corrompo todo
–Helga, basta...
–Y que soy nociva
–¡Porque lo eres!
–Entonces aléjate de mí
–No puedo
–¿Por qué no?
–¡Porque eres mi amiga!
–Eso no es razón suficiente
–Eres adictiva, Helga. No me puedo imaginar la escuela sin ti... gritas, molestas y mandas a todos... y sin embargo cuando faltas en vez de obtener paz, solo puedo notar tu ausencia. Me volvía loco pensando que no querías saber nada de mí... y yo... yo... espera... ¿por qué me invitaste a la boda?
–Porque necesitaba un compañero de baile
–¡Claro que no!
–¡Claro que sí!
–¿Hay otro motivo?
–¿Acaso crees que es porque todavía siento algo por ti?
–¿Es así? ¿Todavía sientes... algo... por mí?
–Yo...
...~...
Lo despertó el golpe en la puerta y la voz de su abuelo del otro lado que preguntaba si irían a desayunar. Gerald seguía profundamente dormido en el sofá y Arnold apenas podía consigo mismo. Decidió fingir que seguía dormido. Así que cerró los ojos y esperó en silencio.
Su abuelo volvió a tocar y luego de unos minutos sin obtener respuesta, lo escuchó bajar la escalera.
El adolescente rodó en la cama para quedar boca abajo, escondiendo su rostro en la almohada.
¿Por qué de todas las personas de su clase tenía que volver a soñar con Helga? Y además en ese vestido.
Le hubiera gustado acompañarla a ella en lugar de a Lila. No es que estuviera enfadado con Lila, aunque podría estarlo. Su amiga no le dijo que era la boda de Olga Pataki hasta que llegaron, y solo se disculpó con una risita comentando que debió olvidarlo con todo el estrés. Pero bueno, era Lila y no podía enfadarse con ella, en especial porque parecía realmente nerviosa de asistir.
En cuanto vio a Helga deseó acompañarla, en especial después de notar como algunos padrinos la miraban. Sí, con el maquillaje parecía un poco mayor, pero ni de chiste pasaba siquiera por universitaria y ellos claramente estaban graduados o cerca de graduarse, así que no era agradable ver cómo la vigilaban. Parecían animales esperando su oportunidad de atrapar una presa. Lo único que le daba tranquilidad era saber que Helga distaba mucho de ser una avecilla indefensa, así que, si alguno tuvo la osadía de acercarse con segundas intenciones, definitivamente ella le dio pase directo al valle desaliento o al río de la humillación, según la suerte del pobre diablo y del ánimo de la reina del infierno.
Tuvo que aguantar su risita.
Volvió a pensar en su sueño.
No fue casualidad considerarla adictiva. Lo admitiera o no, pensar tanto en Helga le estaba haciendo mal, pero no encontraba la forma evitarlo y en cambio sentía cierta alegría cada vez que ella le daba cualquier muestra de atención.
–Viejo
La voz de su amigo de pronto estaba muy cerca.
–Buenos días, Gerald–dijo el rubio, sin moverse.
–¿Otro mal sueño?
–Algo así–dijo sin levantar su rostro.
–Adivino, Pataki otra vez
Arnold asintió.
–Bueno, amigo. No debería decirte esto, pero al parecer Helga está saliendo con alguien
El rubio se sentó en la cama y miró a su mejor amigo con temor y tristeza.
–¿Estás seguro? ¿Con quién? Digo… es Helga. Espera… si Phoebe te lo dijo… ¿Por qué no podrías decirme?
–Bueno, no sabemos. Al parecer se ve con alguien a la hora de almuerzo. Mi chica está preocupada y no quería que te contara, pero pienso que si está con alguien tal vez puedas superarla...
–Sabes que no intervendría si Helga sale con alguien–Reconoció con tristeza.–, pero no entiendo porque escondería algo así de Phoebe, es su mejor amiga
–Por eso está preocupada
–Tal vez debamos averiguar en qué está metida...
–Amigo, hablamos de Helga Geraldine Pataki
–Pero... ¿Qué tal si sale con alguien de preparatoria? ¿Qué tal si es un chico agresivo?
–Amigo, ella podría extorsionar a un cuarto de la escuela, golpear a otro cuarto y amenazar al resto. No creo que esté involucrada en algo que no pueda manejar
–¿Y si es algo más? ¿Si es alguien que sabe de ella algo que no quiere que se sepa? Helga es muy insegura cuando se trata de sus secretos. Tenemos que ayudarla
–Amigo, esto no va a terminar bien
–Si Phoebe está preocupada, debe ser por algo. Confiemos en su criterio
–Está bien–Gerald rodó los ojos.
–Dile que la ayudaré a investigar
–Hablaré con mi chica
Gerald suspiró, moviendo su cabeza de lado a lado, con las manos en la cintura.
–Vamos, viejo, no quiero perderme los wafles–Añadió.
Notes:
¿Les gusta como van las cosas entre Gerald y Phoebe?
¿Qué piensan que encontrarán los chicos investigando a Helga?
Prox. Capítulo: La chica del relicario de oro
Chapter 14: La chica del relicario de oro
Chapter Text
Al día siguiente Helga terminaba de prepararse para salir cuando Bob golpeó su puerta.
–¡Niña, apresúrate!–gritó–. Tu amiguita de la escuela está aquí
–Ya voy, Bob–dijo rodando los ojos.
Tomó la mochila de su silla y bajó la escalera.
–Buenos días, Helga–La saludó Phoebe de pie junto a la entrada.
–¿Qué hay, Pheebs?
Helga pasó a la cocina y tomó una fruta al azar.
–Ya me voy, Miriam
–Que tengas un buen día, cariño–Respondió su madre terminando de desayunar.
La rubia sacó a Phoebe de la casa y cerró la puerta tras de sí, acomodando su mochila.
–¿Qué haces aquí? Pensé que Gerald pasaba por ti camino a la escuela–dijo.
–Anoche se quedó con Arnold y pensé "hace tiempo que no camino con Helga" y decidí pasar por ti
–Muy considerado de tu parte–Le dio una mordida a la manzana.–. Hablando de tu chico, ¿Ya hicieron planes de aniversario?
–No todavía, pero si hemos pensado quizá tener una cita elegante
–¿Cómo así?
–Bueno, ir a un restaurante bonito, pasear en bote o en uno de los carruajes del parque. Todavía no decidimos bien
–Lo que sea, no lo dejes llegar a tercera base
Phoebe se sonrojó bajando la mirada y Helga comenzó a reír divertida, hasta que su amiga habló.
–¿Crees que eso esté mal?–Preguntó la chica con una voz triste.
–Oh, rayos, Phoebe
Helga volvió a morder su manzana y observó a su amiga unos segundos.
–No lo sé, no sé nada de eso–Se encogió de hombros.–. Solo bromeaba. De las dos tú eres la experta en eso de tener novio...
–Pero...
–Creo que está bien que hagan lo que quieran, si quieren... si ambos quieren. Me entiendes, ¿no?
–Creo que sí
–Entonces cambia esa cara, que no te estoy juzgando–Volvió a morder la manzana y la miró con una sonrisa.– ¿O acaso ustedes...?
–¡No, no, no! ¡Por supuesto que no!–Añadió apresurada y volvió a bajar la mirada, sonrojada.–. Pero lo he pensado
–Las fantasías son inocuas, Pheebs, no le hacen daño a nadie
–No me refiero a eso
–¿Lo has considerado?
–Tal vez
Helga terminó su manzana y lanzó el corazón en un basurero.
–Bueno, Pheebs, si crees estar lista, adelante. Solo te recuerdo que Gerald tendrá que vérselas con la feroz Betsy si me entero de que te ha lastimado de alguna forma
Phoebe ahogó una risita y miró a su amiga un poco más tranquila. Incluso si Helga no era capaz de confiarle todo, sabía que podía contar con ella.
Unos minutos más tarde pasaron por la esquina donde antes solían cruzarse con los chicos. Era demasiado temprano para toparse con ellos, pero de todos modos Helga miró en esa dirección, por si acaso. Su amiga lo notó.
–Oye, Helga
–Dime
–¿Cómo va tu "desintoxicación" de mantecado?
–Bueno, Phoebe, no diré que estoy limpia, pero ciertamente ya no lo necesito
–¿Y has encontrado otro... umh... alimento... que te vuelva loca?
–No lo creo
Helga miró el patio de la escuela. Phoebe puso atención, pero no notó que fijara sus ojos en nadie en particular.
–Es una lástima
–¿Por qué?
–Solo digo que es lindo estar enamorada
–Estuve enamorada, Pheebs, y fue horrible
–De alguien que te corresponde
–Tal vez algún día–Se encogió de hombros.
Pasaron por sus casilleros y entraron al salón.
En cuanto Helga ocupó su puesto, Phoebe dijo haber olvidado algo y que regresaría de inmediato. Entonces salió corriendo justo antes que el timbre sonara.
...~...
Arnold y Gerald esperaban a Phoebe junto a sus casilleros y en cuando la vieron, se escondieron en uno de los armarios de limpieza. La chica compartió información que tenía con el rubio, así como sus sospechas.
–Nada bueno saldrá de esto–Insistió Gerald.
–No tienes que ayudarnos si no quieres–dijo Arnold, con el ceño fruncido.
–Viejo, sabes que los ayudaré, pero no creo que Helga esté en problemas
–Creo que debe haber una razón para que Helga nos esté ocultando cosas–dijo Phoebe, preocupada.
–Yo igual y la razón es que no quiere que nos metamos en sus asuntos
–Incluso si así fuera, no veo razón para que no me diga a mí
–Phoebe tiene un punto–Se involucró Arnold.–. Siempre se han contado todo, ¿no?
–Exacto–dijo la chica, asintiendo–. Y es por eso que me preocupa. Incluso cuando no quiere hablar de algo, inventa algún código para poder contarme cosas sin exponerse, por eso creo que está metida en algo raro
–¿Algo como qué?
–¡No lo sé! ¡Y eso me preocupa!
–Creo que exageran. Casi siempre se las arregla bastante bien
–Tal vez le das demasiado crédito–Comentó Arnold.–. Sí, Helga nos ayudó cuando tuvimos que salvar el vecindario, pero en ese entonces su familia tenía dinero y tecnología que ahora no tiene
–Es cierto–Añadió Phoebe.
–Chicos–Reiteró Gerald, pero notó la mirada decidida en ambos y luego de soltar un suspiro continuó.–. Está bien. La seguiremos y trataremos de averiguar en qué está metida, pero debemos tener cuidado, porque primero, no será sencillo y segundo, se enfadará si nos descubre
–Gracias, bebé–dijo Phoebe.
–Gracias, amigo–dijo el rubio.
–Solo espero que no nos mate–remató el moreno.
Phoebe regresó primero al salón, pidiendo disculpas, mientras los chicos esperaron el descanso para disculparse con el profesor por su ausencia, explicando incómodos que no escucharon el despertador.
Durante ese descanso Helga salió del salón y Phoebe la acompañó hasta las maquinitas para comprar caramelos. No hubo reacciones o palabras que hicieran a la chica de lentes entrar en alerta.
Al siguiente descanso Helga dijo que iría a la biblioteca y fue Arnold quién la siguió, escondiéndose en las vueltas de los pasillos, aunque la chica jamás volteó. Helga caminó entre los estantes, distraída, sacó un par de libros, los hojeó y luego de elegir uno se acercó al mesón de préstamo. Habló un buen rato con el nuevo asistente de la biblioteca, así que Arnold anotó a su primer sospechoso. Cuando regresaron al salón compartió esa información con Gerald.
En esa clase los chicos se escribieron notas entre ellos, consideraron a todo el personal más joven de la escuela. Además del asistente de la biblioteca la lista incluía al nuevo maestro de francés -aunque Helga no tomaba esa clase, muchas chicas decían que era guapo-, al maestro sustituto de deportes, y un nuevo guardia. Después empezaron a pensar en los chicos de las distintas clases, no podía ser nadie de su grado o menor, tampoco la habían visto compartir con los de preparatoria.
A la hora de almuerzo Helga pasó por las máquinas, compró dos bolsas de galletas y se fue a caminar por la escuela. La siguieron por los pasillos, subiendo y bajando las escaleras.
Cuando empezaban a pensar que solo daba vueltas al azar, un chico de último año la saludó y ella se quitó los audífonos. No lograron escuchar qué dijeron, pero ella se encogió de hombros, lo acompañó y entró con él a un salón. Phoebe y Gerald la siguieron con cuidado, pero Arnold se asomó preocupado por la puerta. Fue el moreno quien tuvo el tino de sujetar a su amigo y esconderlo.
Podían ver que Helga hablaba con el chico casi al final del salón. Parecía molesta y seria, hasta que él abrió su mochila, enseñándole el contenido. Le entregó algo que ella guardó en su bolsillo, para luego sacar su billetera y pagar.
–Si necesitas algo más, avísame–Escucharon que comentó el chico.
–Ya veremos–dijo ella–, primero tengo que evaluar la calidad de esto. Estaré en contacto
Los tres amigos se apartaron y se escondieron en la vuelta del pasillo justo a tiempo para evitar que los viera. Por suerte para ellos, Helga tomó otro camino.
–¿Vieron lo que vi yo?–dijo Gerald.
–Esto no puede ser–Comentó Phoebe, asustada.–. No puedo creerlo
–Está metida en algo peor de lo que pensamos–dijo Arnold, preocupado.
–Cuidado, ahí viene–dijo Gerald, viendo salir al chico.
Caminó en la dirección que estaban ellos, pero, como no los conocía, los ignoró y siguió su camino, bajando las escaleras mientras intercambiaba un saludo con alguien que también parecía de último año.
Los tres dejaron escapar un suspiro de alivio.
Entonces Arnold miró el pasillo por donde se había ido Helga.
–La perdimos–dijo.
Corrió siguiendo la dirección que la chica había tomado. Al llegar al final se dio cuenta que pudo bajar, o seguir por los pasillos a la izquierda o la derecha. Cuando Gerald y Phoebe le dieron alcance los tres asintieron en silencio y se separaron. Arnold bajó, mientras sus amigos fueron uno a cada lado.
«En qué demonios te metiste, Helga...»
Bajó la mitad del tramo, buscando a la chica con la mirada. La altura le daba ventaja. La vio en el bebedero, a dos salones de donde él estaba. La siguió con precaución de regreso al salón. Esperó a Phoebe y Gerald en la puerta y les hizo un gesto para indicarles que Helga ya había entrado.
–¿Viste lo que compró?–susurró Phoebe, preocupada.
–No, pero creo que todavía lo tiene en su bolsillo–Respondió Arnold.– ¿Creen que podamos averiguar qué es?
–Tenemos dos clases más
–¿Puedes tratar de sacarlo?
–Lo intentaré
Cuando sonó la campana, el grupo entró al aula y se sentaron en sus puestos.
Durante toda la lección Phoebe intentó una y otra vez acercar su mano al bolsillo de Helga, pero cada vez que lo hacía se ponían nerviosa. Podía escuchar en su cabeza los regaños de su amiga.
–No puedo hacerlo–Admitió derrotada en el descanso
–Tendremos que hacer otro plan
Los tres conversaban junto al escritorio de los maestros, mirando a Helga de reojo, que destacaba algunos de sus apuntes y hacía notas en el borde. La vieron guardar sus lápices.
–Ey, Pheebs –dijo la rubia– ¿Vamos por unos refrescos?
–Cla-Claro–Respondió su amiga.
Helga se levantó y caminó con las manos en los bolsillos de su pantalón caminó hacia la salida.
–Ya voy–dijo la chica de lentes, y se acercó a los chicos para añadir en un susurro–. Necesito que la distraigan para agitar su refresco. Se tendrá que quitar el polerón si se ensucia
–Está bien
–¡Pheebs! ¿Vienes?
La más bajita corrió tras Helga para alcanzarla y las dos apresuraron el paso hasta la máquina de dulces.
–Déjame invitarte–dijo Phoebe.
–Gracias–dijo Helga sin extrañarse.
Arnold y Gerald las seguían de cerca.
–¿Entendieron algo de la última clase?–dijo Gerald.
Helga gruñó sin voltear a verlo.
–¿Qué hay que entender?–dijo –Solo hay que memorizar un montón de fechas y lugares
Phoebe presionó disimuladamente el botón que regresaba las monedas.
–¿Qué pasa con esta máquina?–dijo Helga, golpeándola.
–Lo intentaré otra vez–La chica abrió su monedero.–. Quizá sean las monedas
–¿Y si vamos a la máquina de la cafetería?–dijo Gerald–. Nosotros también queremos algo
–Está bien, vamos Pheebs–Concedió la rubia.
–Los alcanzo–Respondió la chica, que ya había metido las monedas.
Helga se adelantó con los chicos y Phoebe aprovechó para comprar dos sodas.
–Esto es por una buena causa–se dijo, agitando ambas latas– ¡Helga!–Corrió para alcanzarla.– Lo logré
–Sí, que bien–dijo la rubia con indiferencia, mientras recibía la lata–. Volvamos. Se quedan solos chicos
La rubia puso su dedo en la anilla para abrir su refresco. Su amiga la imitó atenta. Si solo Helga resultaba perjudicada, tendrían una discusión, pero si las dos terminaban cubiertas de refresco, entonces era culpa de la máquina.
Arnold y Gerald se observaron entre ellos, apartándose un poco. Sabiendo que esto podía volverse horrible.
Entonces sonó la campana.
–Rayos–masculló Helga, soltando la anilla y dirigiéndose al salón–. Vamos
Los tres la siguieron. Helga ya en su puesto iba a abrir su refresco, bajo la atenta mirada de Phoebe.
–Señorita Pataki–dijo la maestra al entrar al salón.
Helga guardó el refresco en su mochila. Ya iban dos semanas desde que había fastidiado a la maestra y no quería seguir en la mira. Sacó su cuaderno y un lápiz, mostrando disposición para tomar apuntes. Phoebe la imitó y dejó escapar un suspiro.
Antes que la clase terminara, la maestra comentó que Brainy estaba enfermo y pidió que alguien le llevara las tareas del día. Hubo un breve silencio hasta que Curly se levantó.
–¡Yo voy! ¡Yo voy!–gritó con entusiasmo.
El chico se acercó a la maestra dando saltos en el pasillo, tomando las hojas de los deberes y luego dio un giro para regresar a su puesto.
Varios rieron por sus gestos y él hizo una reverencia antes de sentarse.
–El más raro de los raros–Comentó Helga, aburrida.
Sonó la campana y ella guardó sus cosas con lentitud, atenta.
–Oye, fenómeno–dijo cuando Curly pasó a su lado–, dile a tu amigo que se quede en casa, no queremos que traiga sus gérmenes a la escuela
–¡Helga!–Se involucró Arnold.–. No seas así–Volteó para mirar al chico.–. Curly, sólo dile a Brainy que descanse para que se recupere pronto. No tienes por qué entregarle el mensaje de Helga
–Dáselo textual–dijo la rubia amenazándolo con el puño, luego miró a Arnol–. Y tú no te metas donde no te llaman, cabeza de balón
La chica tomó su mochila y se dirigió a la biblioteca para estudiar. Phoebe la acompaño y los chicos se quedaron en la escalera de la entrada, charlando. Una hora más tarde las chicas salieron.
–¿Siguen aquí?–dijo Helga cuando se encontraron con sus amigos.
–¡Por supuesto!–Gerald se acercó a besar a Phoebe.– ¿Vamos a casa, bebé?
–Vamos–dijo Phoebe mirando a su novio, luego volteó a ver a Helga– ¿Tomarás el autobús?
–Caminaré–Acomodó su mochila y giró.–. Hasta mañana
Salió en dirección a la residencia Pataki y los otros tres asintieron en silencio para seguir con su plan. Tal vez vería a su novio en la tarde.
Guardaron la distancia, buscando dónde esconderse, mientras Helga escuchaba música, distraída.
Pasó a la carnicería y luego de hablar con el señor Green, el hombre fue a la parte de atrás y vieron a la chica hablando con el mayor de su clase.
–¿Harold? ¿Es en serio?–dijo Arnold, incómodo.
–No creo que se trate de él–dijo Phoebe ajustando sus gafas.
–Pero tendría sentido con tu teoría, bebé. Harold salía con la Gran Patty, si viera a Helga con él–dijo Gerald, con un escalofrío–volvería a darle una paliza
–Pero Harold no se saltaría una comida por ninguna persona–Observó la chica.–. Y lo he visto en la cafetería con Stinky y Sid sin falta las últimas semanas
Vieron que el señor Green le entregó algunos trozos de carne envueltos en papel y Helga se despedía para seguir su camino. Los tres se escondieron tras los basureros, mientras Helga volvía a acomodar sus audífonos.
Los novios cubrieron sus bocas tratando de no reír muy fuerte. Arnold los miró enfadado, antes de ponerse de pie y seguir a Helga.
–¡Oye, viejo, espéranos!–dijo Gerald, alcanzándolo.
–Esto es serio, chicos. Helga podría estar en problemas
La pareja se miró entre sí y luego a Arnold. Asintieron y caminaron en silencio.
Siguieron a Helga hasta su casa y esperaron por si volvía a salir, pero una hora después quedó claro que no lo haría.
–Se hace tarde–dijo Phoebe–. Debo ir a casa
–Vamos–dijo Gerald.
–Me quedaré un rato más–dijo Arnold.–. Tal vez venga a buscarla
–No–dijo Phoebe–. De las conversaciones que he tenido con sus padres, puedo concluir que no tienen idea de que pueda estar con alguien, así que no debe venir a la casa
–Pero...
–Ve a descansar, viejo, mañana podemos seguir investigando
–Está bien
El rubio subió la vista a la ventana de la chica. La luz estaba encendida. Se preguntaba qué estaría haciendo Helga.
Sintió la mano de su amigo sobre su hombro y la de Phoebe en su brazo. Con tristeza volteó para acompañarlos en el camino de regreso.
...~...
«Helga, basta, casi te delatas»
«Pero ya te has ofrecido antes a llevarle la tarea a otras personas de la clase»
«Sí, pero te emocionaba la idea de ir a verlo»
«Debería ir a verlo, no debe sentirse bien»
«Contrólate, Helga»
Después de terminar los deberes se recostó en la cama a leer una revista con las últimas noticias y entrevistas de Wrestlemania.
Fantaseó con ser una luchadora famosa, golpeando idiotas con sillas, ahorcándolos contra las cuerdas, saltando sobre sus estómagos y al final de una épica pelea se alzaba triunfal sosteniendo un cinturón sobre su cabeza, parada sobre una pila creada por los cuerpos inconscientes de sus adversarios.
Podía imaginar a Lila diciendo que eso parecía peligroso y Phoebe animándola, mientras Gerald le decía que se calmara.
Entre el público, Brainy aplaudía con entusiasmo, sonriéndole.
«Rayos»
Estaba distraída. Tenía que hacer algo al respecto.
Tomó uno de sus cuadernos y dibujó un plano rudimentario de la escuela. Hizo una cruz sobre el auditorio y la cafetería. También tachó la mayoría de los salones. Le quedaba la biblioteca, el gimnasio y los salones de música y arte que usaban los de preparatoria, además de la sala de prensa, pero estaba segura que al menos esa última estaría ocupada.
«¿A dónde podríamos ir?»
Se dio cuenta que una alternativa era seguir a alguna de las chicas populares de preparatoria, definitivamente no todas iban por ahí besándose con sus novios, alguna debía tener un lugar secreto. El asunto era arrebatárselo.
–Mal plan, Helga, eres más lista que eso
«Tal vez podrían dejar de esconderse»
Comenzó a reír con la idea, rodando en su cama.
–Claro que no, se imaginan... Helga G. Pataki...
«Saliendo con un fenómeno»
«Te avergüenzas de él»
«Me avergüenza que vean cómo actúo cuando estoy a solas con él»
«Entonces no actúes así en público»
–Bueno, Helga, lograste meterte en otro dilema
Se levantó y puso en el reproductor de música un disco que no había escuchado antes, acomodó los audífonos y volvió a recostarse, escapando de sus pensamientos.
...~...
El sol despertó a Helga antes que lo hiciera la alarma. Puso a cargar su reproductor de CD's y en cuanto atravesó la puerta, se topó con su mejor amiga que se acercaba a su casa.
–¿De nuevo Johanssen te cambió por Shortman?–Preguntó arqueando un lado de su ceja.
–No–Respondió con una risita y con un gesto de su cabeza indicó hacia el final de la calle.
Helga miró en esa dirección solo para encontrarse con dos chicos sonrientes saludando con la mano.
–Que no se les haga costumbre–dijo rodando los ojos.
Las dos chicas caminaron a cierta distancia de los muchachos hasta llegar a la escuela.
En cuanto entraron al salón Helga sacó el cuaderno de la primera clase que tenían, mirando por encima las notas de la última sesión. A ese profesor le gustaba interrogarlos sobre la clase anterior y ella llevaba todo el año compitiendo con Phoebe para ver quién obtenía más respuestas correctas. En la tapa del cuaderno de su amiga tenían el marcador.
Poco a poco empezó a llegar el resto de la clase, algunos conversando y otros ocupando sus puestos.
–¿Entonces hoy serán las audiciones?–Comentó Sheena.
–¡Sí! Ya pusimos carteles en toda la escuela–Respondió Eugene entusiasmado.–. Y ya preparamos las coreografías
–¡Fantástico!
–Oye, Curly, ¿te sientes bien?
–¿Yo?–El chico estaba recostado en su pupitre.–. Sí
–¿No será que trajiste los gérmenes de tu amigo, fenómeno?–Comentó Helga, volteando a mirarlo con aire despectivo.
–No lo creo. Apenas lo vi. Dejé las notas en el escritorio y le di tu mensaje–Respondió sin moverse de su lugar.
–¿Entonces por qué estás así?–dijo Eugene, preocupado.
–Me quedé hasta tarde practicando nuevos pasos para el baile del segundo acto
–¡LO SABÍA!–Se acercó molesto.–. Ya habíamos discutido esto...
Helga dejó de poner atención, aunque, como toda la clase, percibía que el intercambio entre el pelirrojo y el cuatro ojos se volvía agresivo.
El profesor entró unos diez minutos tarde, disculpándose por el retraso y empezando con la ronda de preguntas. Arnold, Phoebe, Lila, Helga y Nadine respondieron ese día, todos correctamente. Las mejores amigas sumaron cada una un punto.
Durante los descansos, Helga se dedicó a vagar, pero esta vez llevó a su amiga. Parecía que no estaba mirando nada en particular, pero Phoebe estaba segura de que se le escapaba algo.
Antes del almuerzo, la rubia hizo una lista y arrancó el trozo de papel guardándolo en su bolsillo. En cuanto sonó la campana. Se levantó.
–Helga, ¿tampoco almorzarás con nosotros hoy? –dijo Phoebe.
–Emh–Helga pareció reflexionar antes de continuar.–. Te veo en la cafetería, guárdame un puesto en la fila, no tardo mucho
Arnold y Gerald se miraron entre sí. El rubio decidió seguirla, mientras el moreno acompañó a su novia.
Helga fue directo al salón de último año. El chico con el que habló el día anterior estaba ahí. Arnold se quedó escuchando desde la puerta, intentando captar su conversación entre todas las voces.
–¿Vienes por más?–dijo el chico.
–Lo de ayer estuvo bien–dijo con indiferencia, luego sacó un papel– ¿Puedes conseguirme esto?
–Podría, la próxima semana
–¿No puede ser antes?
–Para el viernes, pero cobro extra...
–Está bien, la próxima semana...–Helga sacó su billetera.–. Aquí está el adelanto, como acordamos, la otra mitad cuando lo entregues
–Un placer hacer negocios con usted, señorita Pataki
Helga se dio la vuelta y Arnold apenas se escondió a tiempo, pero ella caminó en la misma dirección por la que él había ido.
El chico miraba alrededor, buscando donde esconderse, pero todo lo que veía era una línea de casilleros y aunque había uno abierto, estaba seguro de que no cabía adentro. Se pegó todo lo posible al muro, esperando que ella siguiera su camino sin voltear a verlo. La chica avanzó, pasando junto a él, hacia la escalera, pero en el último segundo se quedó inmóvil.
–Espera un momento–dijo Helga en voz alta.
Arnold cerró los ojos, imaginando una amenaza si estaba de suerte y quizá un golpe si no, pero nada pasó. Cuando abrió los ojos Helga seguía de pie, mirando en la dirección opuesta a él hacia la escalera que daba hacia la azotea.
Helga siguió su camino hacia la escalera de bajada y Arnold decidió volver por otro camino, intentando llegar antes que ella.
–¿Qué pasó, viejo?–dijo Gerald cuando lo vio llegar, agitado.
–Le... compró... algo... más–dijo, tratando de calmarse.
–Ahí viene –interrumpió Gerald mirando por sobre su amigo.
–¿Qué pasa, cabeza de balón?–dijo la rubia–. Parece que corriste una maratón
–Olvidé mi...billetera...–Fue lo único que a Arnold se le ocurrió.
–¿Hay algo bueno en el menú de hoy?–Lo interrumpió, tomando una bandeja y pasando por delante de él y Gerald, para ubicarse junto a Phoebe.
–Parece ser que hay pollo con verduras y patatas–dijo su amiga–. Y aún queda tapioca de postre
–Quedan los últimos–Sacó uno y estiró su brazo para dejarlo en la bandeja de Arnold.–. Toma, cabeza de balón
–¿Y eso por qué?
–Primero: porque te ves fatal. Segundo: para que no digas que nunca hago nada bueno por ti. Y tercero: porque todavía queda otro para mí–Sonrió y tomó el último postre.
Siguió a Phoebe a una mesa, los chicos iban tras de ellas. Almorzaron hablando de su fin de semana, entre bromas y comentarios. A los tres les pareció que al menos Helga parecía estar ahí y no distraída en su mente.
Cuando terminaron de comer, la rubia dijo que quería estirar las piernas y los demás le ofrecieron compañía que ella no rechazó. Se paró en un bebedero del segundo piso y luego continuaron simplemente dando vueltas sin rumbo.
El resto del día estuvo tranquilo y Helga los invitó a estudiar en la biblioteca al final de las clases, preparándose para el control de matemáticas. Cuando el asistente les pidió retirarse, Helga guardó sus cosas y les pidió esperar afuera, mientras iba a hablar con él. Cuando la chica salió notó que solamente Phoebe la esperaba.
–¿Caminamos a casa?–dijo la más bajita.
–Pensé que irías con Gerald–Contestó la rubia.
–Otra vez está con Arnold
–¿Segura que no son novios?
–¡Helga!–Reclamó con una risita.
–Bueno, Pheebs, aunque me encantaría acompañarte, tengo cosas que hacer. Nos vemos mañana
–Pero...
–¡Pasa temprano por mí!–Añadió, adelantándose para alejarse.
Phoebe suspiró, mientras los chicos se le acercaban. Se habían escondido para ver la reacción de la rubia.
–Al menos no es contra nosotros–dijo Arnold, frustrado.
–Declaro nuestro segundo día de investigación como un fracaso–Bromeó Gerald.
–¿Creen que realmente vaya a casa?
–Podría ver hoy a su novio–dijo Phoebe.
El moreno rodó los ojos.
–En ese caso–Comentó Arnold–preferiría seguirla y asegurarme de que no le pase nada
–Estás mal, viejo–dijo Gerald–. Pero si mi hermosa novia quiere ir, te acompañamos
–Vamos–dijo la chica.
Los tres caminaron rápido hacia la entrada de la escuela y siguieron el camino que generalmente tomaba Helga. La divisaron al final de la siguiente calle. Stinky y Harold caminaban con ella, pero no podían acercarse lo suficiente para escuchar.
–No, definitivamente no es Stinky–Comentó Gerald en cuanto notó que Arnold iba a abrir la boca.–. Y si no nos dice a nosotros, definitivamente no va a verse con su "novio" delante de ellos
Los siguieron hasta los arcades y desde la entrada vieron a la chica comprar varias fichas que repartió con los otros dos, para ponerse a jugar de inmediato.
–Hoy no tendrá una cita–Concluyó Gerald.
–Vamos a casa–dijo Phoebe–. Mañana intentaré hablar con ella otra vez
–Me quedaré un poco más–Decidió Arnold.
–Amigo, necesitas descansar–dijo el moreno–. Mañana podemos investigar qué fue lo que compró
–Pero...
–Gerald tiene razón–Añadió Phoebe–, definitivamente a esta hora debería estar con su novio... ¿y si rompieron?
–¿Tú crees?
–Bueno, ayer le pregunté si le interesaba alguien y dijo que no
–Podría ser, ¿por qué no nos dijiste antes?
–No lo había pensado, lo lamento
–Eso explicaría por qué ha estado así estos días–Agregó Gerald.–. Intenta distraerse
Arnold miró a su amigo, luego a Helga. En efecto, estaba jugando contra Harold y Stinky, destruyéndolos. Imaginaba que era su forma de botar algo de ira y frustración, no era la primera vez que la veía hacer eso. Así que... era posible. Sonrió.
–Vayan a casa, yo... creo que antes iré por un helado
–¿Estarás bien?–dijo Gerald, preocupado.
–Sí, en serio. Quiero pensar algunas cosas.
Arnold se despidió de la pareja y comenzó a caminar hacia Slausen's. Pidió un helado de chocolate. La mesa donde ese día charló con Lila y luego con Helga estaba libre. Se sentó en el mismo lugar, recordando.
–Soy un idiota –dijo–. Debí... debí aclararle lo que escuchó en las montañas
Comió su helado, recordando lo linda que le pareció Helga cuando llegó a animarlo, con o sin intención. Esa conversación fue agradable. Helga a veces era realmente agradable. Sabía que si fuera así con más frecuencia tendría más amigos, sería más cercana al resto ¿Estaría mejor? ¿Sería más feliz? ¿Por qué le costaba tanto no ser una idiota?
Conocía un poco a su familia y sabía que su situación no era la mejor. Algunas veces la escuchó quejarse, pero los últimos años ella comenzó a contenerse e incluso llegó a disculparse las pocas veces que no pudo cerrar la boca frente a él.
Arnold suspiró. Sabía claramente la razón, aunque jamás lo hubieran hablado y aunque agradecía su consideración, lamentaba no ser un apoyo para ella en esos momentos.
Terminó su helado y se fue a casa. Lo primero que tenía que hacer era investigar qué estaba comprando su amiga, porque definitivamente parecía algo malo. Por otro lado, tenía que averiguar si realmente había terminado y volver a acercarse lo suficiente para poder invitarla a salir a una cita.
Chapter 15: Verdad a Medias
Chapter Text
Al día siguiente Phoebe llegó temprano a la casa de su amiga, pero Helga la esperaba sentada en la entrada, esta vez comía una naranja.
–Buenos días, Helga–dijo la chica.
–Hola, Pheebs–La rubia se puso de pie y le ofreció un gajo, que su amiga rechazó.–. Gran elección, no está muy buena –Comió un par de gajos más y luego botó el resto en el primer basurero que encontró.
–¿Qué hiciste ayer?
–Oh, tenía una apuesta pendiente con Harold y Stinky, así que fuimos a los arcades a resolverla
–¿Apuesta sobre qué?
–Cosas–dijo– ¿Y tú qué tal? ¿Pudiste recuperar a tu novio?
–Sí–dijo riendo con dulzura–. Bueno, hablamos por teléfono anoche, casi me quedo dormida escuchando su voz...
–Me asquean–dijo con una sonrisa.
–Lo sé–Dejó escapar otra risita.
–¿Y lograste hacer la tarea de escritura?
–No, de hecho, pensaba pedirte ayuda
–Por supuesto
Otra vez llegaron temprano y entraron directo al salón. Helga dejó su mochila, sacó su cuaderno y se lo entregó a Phoebe, observando la hora en el reloj sobre el pizarrón.
–Ya regreso–dijo la rubia–. Tengo algo que hacer
–Pero la clase...
–Aún quedan quince minutos, puedes copiar mi tarea, entregaré otra cosa
Helga salió a paso rápido a uno de los baños de chica al otro lado de la escuela. Revisó que no hubiera nadie y llenó de papel higiénico uno de los retretes. Luego tiró la cadena y se dirigió a la oficina de mantenimiento, entrando con prisa.
–Alguien hizo un desastre en el baño del primer piso–dijo–. Se está inundando
El hombre con gesto cansado le dio la espalda para tomar una cubeta y un trapero.
–Nunca aprenden–Comentó para sí y luego añadió.–. Gracias, jovencita
La hizo salir del lugar y luego de empujar sus implementos al pasillo, cerró con llave, para dirigirse a la escena del crimen.
Helga caminó en la otra dirección y al doblar la esquina giró un manojo de llaves en su índice derecho.
–Pan comido–murmuró con una sonrisa.
Cerró su puño sujetando las llaves para esconderlas en el bolsillo de su pantalón. Eran cuatro, dos más pequeñas, las otras más grandes. Similares. Caminó hacia el segundo piso, donde se había quedado de pie el día anterior. La escalera tenía un recoveco antes de la puerta, donde fácilmente podría estar una persona de pie sin ser vista desde el pasillo, pero no era suficiente espacio para dos personas, así que era improbable que alguna pareja se ocultara ahí.
«Perfecto»
Subió, miró alrededor, luego la chapa. Sacó las llaves y buscó las que tuvieran el mismo logo. Las pequeñas. La segunda hizo la magia. Entró y notó que desde ese lado no necesitaba llave, solo presionar un botón para bloquear la puerta, lo cual facilitaba el trabajo.
«Genial»
Subió las escaleras con precaución. Era un pasillo mal iluminado por una ventanilla en una segunda puerta, la cual abrió con una de las llaves grandes. El sol golpeó sus ojos, cegándola un segundo. En cuanto recobró la visión miró alrededor y cerró la puerta tras de sí. Rodeó con precaución la salida y observó con atención la azotea. Los módulos de aire acondicionado eran gigantes y hacían un ruido continuo y molesto; los vidrios de los tragaluces reflejaban el sol matutino y un aroma a comida salía de las dos hélices que giraban sobre tubos extractores, con lo cual de inmediato entendió que venían de la cafetería.
Caminó con cuidado, evitando el borde para que nadie fuera a verla desde afuera, al tiempo que se preocupó de no proyectar sombra alguna sobre el tragaluz. Abrió la otra puerta, que estaba sobre el auditorio, y bajó. Esta escalera tenía dos secciones, por lo que daba una vuelta en L. Bien, ese era un lugar aceptable.
Bajó con cuidado. Mismo sistema que en el otro lado. Sonrió. Puso su oído en la puerta durante varios segundos antes de atreverse a abrir. Lo hizo con cuidado. Esa escalera también estaba semi oculta, así que cerró sin hacer ruido, guardó las llaves en su bolsillo y caminó de regreso a su salón. Estaba cerca cuando sonó el timbre y apresuró el paso para no ser regañada.
...~...
El primer descanso Helga se la pasó escribiendo otra tarea de escritura para entregarla la clase que vendría, asegurándose de que Phoebe hubiera copiado bien la que le había dejado más temprano. Al menos no tuvieron la necesidad de seguirla.
Al siguiente descanso todas las chicas del grupo se adelantaron al gimnasio para usar los camerinos y cambiarse para la clase de deporte, que era la última antes de almorzar.
Arnold y Gerald no habían compartido con Phoebe su lista de sospechosos y aunque el rubio quería creer la conclusión del día anterior, se dedicaron a observas las interacciones de Helga con el profesor, que ya sabían que llegaría con ellos hasta el final del semestre.
Helga destacaba en deportes. Era de las mejores de la clase como consecuencia de pasar toda su infancia jugando, compitiendo y practicando cada deporte que los chicos decidían jugar. Así que mientras ejercitaban, el profesor la felicitaba con frecuencia, pero ella parecía no darle importancia. Tampoco parecía que la felicitara más que al resto, de hecho, se enfocaba mucho más en las personas que parecían tener dificultades. Estaban a punto de descartarlo, hasta que la Helga se acercó a hablarle y éste la apartó un poco del grupo.
Los chicos se acercaron lo suficiente para escuchar.
–¿No hay forma de que te convenza de quedarte?–Preguntó el profesor.
–Será solo por esta vez, prometo no volver a hacerlo–dijo ella.
–Está bien, no puedo enfadarme contigo
–Gracias
Helga corrió atravesando el gimnasio para ir a los camarines. Salió unos diez minutos después. Se había bañado y llevaba su ropa habitual en vez de ropa deportiva. Cargó su bolso y, despidiéndose de las chicas, salió del gimnasio. Arnold y Gerald intentaron acercarse a Phoebe, pero el profesor en ese momento ordenó dar diez vueltas más, recordando que todavía quedaba media hora de clases.
Cuando terminaron. Phoebe se cambió rápido y fue al salón, pero las cosas de Helga no estaban. Arnold y Gerald la alcanzaron cuando salía.
–No tengo idea a dónde fue–dijo–, pero debe haber salido de la escuela.
–Bueno, no hay mucho que podamos hacer–dijo Gerald.
–Solo podemos esperar–dijo Phoebe.
–¿Creen que esté saliendo con el profesor de deportes?–dijo Arnold, incapaz de quedarse tranquilo.
–No lo sé
–Pero él quería que se quedara
–A la clase–Puntualizó su amigo.
–Podríamos seguirlo a él
–Es el mejor plan que tenemos–Comentó Phoebe.
–¡Pero tengo hambre!–Intervino Gerald.
–Ustedes vayan a almorzar, yo iré a vigilarlo –dijo Arnold, saliendo del salón.
La pareja se miró entre sí y suspiraron. No querían dejar solo a su amigo, así que fueron a la cafetería para comprar algo para llevar y jugos. Se dirigieron al salón de maestros, cerca del cuál encontraron a Arnold.
–Toma, viejo–dijo Gerald, entregándole un emparedado.
–Gracias–Arnold lo recibió, para de inmediato intercambiar su saludo especial.–. Lo vi entrar hace unos minutos. ¿Creen que podamos acercarnos?
–Podría inventar una excusa–dijo Phoebe–. Déjenmelo a mí
La chica tocó la puerta del salón de maestros, asomándose. Hizo un barrido visual y entró a hablar con la maestra de historia, preguntándole si podía comer con ella y hacerle unas preguntas. La mujer asintió y la invitó a tomar asiento. Desde donde estaba Phoebe podía escuchar a los otros profesores hablando.
–¿Y hoy no almuerzas con tu novia?–Comentó uno de los mayores, molestando al más joven.
–No, ha tenido una semana ocupada con las clases–dijo él con una sonrisa–. Pero la veré esta tarde
–Entonces–dijo la profesora de historia a la estudiante– ¿Qué puedo hacer por ti?
–Es sobre los procesos de revolución que vimos durante la última clase, quería saber si la ciudad estuvo involucrada de alguna forma
–Por supuesto–la mujer comenzó una explicación detallada.
Phoebe asentía, intentando captar pedazos de la otra conversación.
–¿Y cuándo la conoceremos?–dijo una de las maestras en la otra mesa.
–¿Es bonita?–dijo otro de los profesores.
–Es hermosa–Contestó el profesor de deporte con entusiasmo.–, tiene unas pestañas de infarto y su largo cabello dorado–Suspiró.–. Además, es atlética e inteligente
–Deberías traerla a la cena de maestros del próximo mes
–No sé si ella pueda asistir
–Dile que se haga un tiempo–pidió otra maestra.
–¿Y no les molestará que vaya alguien tan joven? Quiero decir, la mayoría de los maestros son viejos
El grupo estalló en una carcajada.
–¡Claro que no! ¡Siempre es bienvenido el espíritu joven!
–¿Te queda claro, Phoebe?–dijo de pronto la maestra de historia.
–Sí, muchas gracias por su tiempo
–De nada, querida
La chica salió del salón de profesores y miró a los chicos asustada, les hizo un gesto para que la siguieran.
–Creo... creo que podría ser él–dijo en un susurro–, pero no estoy segura... dijo algo... sobre su novia... sobre que no ha podido almorzar con ella esta semana... y que era rubia... y que estaba estudiando
–Podría estar en la universidad, él se acaba de graduar–dijo Gerald–, puede ser una coincidencia, tener el cabello rubio no es tan raro–Añadió, rodando los ojos.
–También dijo que se verán esta tarde
–Seguiremos al profesor después de la escuela, tal vez hoy si se vean–dijo Arnold.
–Podemos intentarlo–dijo Phoebe–, pero creo que el profesor sale una hora antes que nosotros
–Me saltaré la última clase
–Tenemos examen de matemáticas, viejo–dijo Gerald.
–Cierto, lo haré rápido
–Amigo, no has hecho un examen rápido en todo el año
–Tendré que hacerlo, Gerald
–Y yo puedo seguir a Helga–Sugirió Phoebe.
Los amigos volvieron a la cafetería y Gerald de todos modos hizo la fila para pedir un almuerzo. Realmente moría de hambre. Mientras lo esperaban, Arnold y Phoebe decidieron que ellos también, así que se unieron a él. Lamentablemente tuvieron que conformarse con las sobras.
...~...
Helga llegó tarde a la siguiente clase y tuvo que disculparse con el maestro, pero la dejaron entrar. Su amiga intentó preguntarle dónde había estado y la chica se excusó con que se había quedado dormida.
Durante la última clase, Helga respondió el examen de matemáticas y salió del salón en tiempo récord, pero dejó sus cosas, por lo que Phoebe sabía que volvería al final de la clase.
La rubia se entretuvo caminando por los pasillos con los audífonos puestos, hasta que divisó al conserje de la tarde. Lo siguió disimuladamente, viendo que limpiaba uno de los salones. Se acercó a éste y cuando iba a cerrar chocó fingiendo distracción, dejando caer las llaves, las que recogió y le entregó.
–Lo siento mucho–dijo la chica, entregando el manojo que había robado esa mañana–. Se le cayó esto.
–Gracias–dijo el hombre–. Así que aquí estaban–comentó para sí–y pensamos que se habían perdido
Helga acomodó sus audífonos y siguió su camino, tratando de regular su pulso, forzándose a respirar de forma normal. Temía que la descubrieran.
Aunque había logrado salir antes de la clase de deportes, terminó volviendo tarde a la escuela. No imaginó que fuera tan difícil encontrar un lugar donde copiar llaves abierto a esa hora. Al menos tenía lo que necesitaba.
Cuando regresó al salón, solo quedaban unas pocas personas dando el examen. Entró a tomar su mochila y luego se acercó a hablar con el profesor, evitando bloquearle la visión hacia los estudiantes que quedaban. Lo último que necesitaba era que la acusaran de facilitarle a sus compañeros el hacer trampa. Le señaló un lote de hojas sobre la mesa y preguntó en un susurro si alguien se había ofrecido.
–Cierto, la tarea para los ausentes–Respondió el profesor en el mismo tono.–. Lo olvidé. ¿Puedes hacerte cargo?
–Con el dolor de mi alma, sí –dijo la chica, guardando las hojas en su mochila y anotando la dirección en un trozo de papel.
–Gracias, señorita Pataki, puede retirarse
–Como sea
Helga salió del salón y vio a Phoebe apoyada en el muro, esperándola, pero de inmediato le dio una excusa sobre ayudar a Miriam con algo y se fue.
...~...
En ese momento los chicos seguían al profesor de deportes, que acaba de salir de la escuela.
–¿Entonces verás a tu novia hoy?– dijo uno de los maestros que almorzó con él.
–Sí, nos veremos cuando terminen sus clases
–Es una chica muy afortunada
–Yo soy el afortunado. Su hermana mayor se casó hace poco. Ella nos presentó. Trabaja en otra escuela de por aquí. Lástima que no pude asistir a la boda, me dijeron que fue un lindo evento
–¿Por qué no fuiste? ¿Se enfadó porque sales con su hermana?
El profesor de deportes dejó escapar una risa.
–Nada de eso. Mi madre estaba en el hospital y me quedé a cuidarla
–Siento escucharlo ¿Ya se encuentra mejor?
–Sí, por suerte todo salió bien
Los chicos se miraban. Arnold sabía que Helga no había ido con nadie a la boda de Olga, pero ¿habría invitado a un hombre de casi la edad de su hermana a la ceremonia? ¿Y Olga sabría sobre esto? ¿Lo aprobaría?
Caminaron detrás de ellos pretendiendo distracción. Los maestros no parecían conscientes de su presencia mientras esperaban el autobús. Tomaron el mismo recorrido que servía para ir a casa de Helga y los chicos se sentaron un poco más adelante que el maestro. Siguieron escuchando su conversación con el otro profesor, que fue el primero en bajar, tras unas seis paradas.
...~...
Al mismo tiempo Phoebe miraba alrededor preocupada. Le perdió la pista a Helga, pero definitivamente no iba a su casa. Aceleró el paso y caminó algunas cuadras, intentando encontrarla, preguntando a los transeúntes por ella, pero en cuanto notó que ya no podría darle alcance, decidió regresar a su hogar y llamó a casa de Gerald. Habló con la señora Johanssen y luego de un amable intercambio en que la madre de su novio la invitó a que los visitara ese fin de semana, la chica le dejó de recado que su novio la llamara en cuanto llegara.
...~...
En el autobús, tras otros quince minutos de viaje, el hombre se puso de pie y los chicos dejaron pasar a otras personas antes de seguirlo, sin perderle la pista.
El hombre llegó a un restaurante elegante que estaba de moda y habló con el anfitrión. Luego de unos minutos lo hicieron pasar.
–¿Qué hacemos?–dijo Arnold–. No podremos entrar
Gerald miró alrededor. Pensó en la posibilidad de hacerse pasar por garzones, había varios adolescentes, entre éstos, pero tanto él como su amigo se veían claramente más jóvenes y el fallo obvio de ese plan era que el maestro podría reconocerlos y, peor, si estaba saliendo realmente con Helga ella definitivamente los reconocería.
Entonces vio a una chica un poco mayor que ellos atendiendo la sección al aire libre. Se acercó a ella.
–¡Oye, muñeca!–dijo Gerald, parado junto al cerco exterior–. Oye...
–¿Me hablas a mí?–Contestó la chica, terminando de limpiar una mesa.
–¿Hay alguna forma en que podamos entrar? Veras, el patán que le rompió el corazón a mi hermana entró aquí y quiero saber si intentará volver con ella...
–Oh, lamento escucharlo–La chica pareció reflexionar–, pero no sé cómo ayudarte, lo siento mucho
–¿Y si te doy...–Sacó su billetera.–20 dólares?
–Lo lamento, podría perder mi trabajo–Siguió limpiando otras mesas y colocando cubiertos.
–Mi pobre hermana, tan ingenua... le ha perdonado tanto–Comentaba el chico.–. Quisiera poder hacer algo por ella en lugar de solo ver cómo se pierde los mejores años de su vida por un idiota...
–¿Cómo es ese hombre?
–Alto, atlético, cabello castaño. Lleva un chaleco azul...
La chica miró disimuladamente al interior del lugar.
–Creo que lo he visto antes–dijo la chica.
–¿En serio?
–Bueno, él siempre viene con una joven de cabello rubio, es un poco más alta que tú... sin contar tu peinado, claro–Rio.–. Dudo que sea tu hermana
–¡Amigo! ¡Te lo dije!–Sujetó a Arnold y lo acercó.–¡Ahora está saliendo con tu hermana!
–¡Maldito!–dijo Arnold, fingiendo molestia.
–Oh... –La chica los miró con cierta tristeza–¿Están seguros de que es él?
–Nuestras hermanas eran mejores amigas hasta que él apareció–Gerald siguió la historia.
–¡Qué lástima! Parece tan amable–La muchacha miró al interior del local y luego a los chicos.–. Si quieren esperar, pueden hacerlo ahí–Les indicó un local al frente.–. Desde la mesa de la esquina pueden ver la entrada y puedo hacerles un gesto desde aquí
–Gracias–El chico le dejó los 20 dólares entre dos varillas de la cerca.–. Por las molestias
Gerald y Arnold fueron a sentarse al local que les indicó, donde cada uno pidió una hamburguesa mientras esperaban.
–¿Cómo supiste que funcionaría?–Comentó Arnold.
–Siempre funciona, a las chicas les encanta el drama–dijo Gerald–. Y no hay nada más dramático que un corazón roto y un giro de telenovelas
–Eres un genio
–Me debes veinte dólares
Arnold sacó el dinero y se lo entregó. Luego hicieron su saludo especial y se concentraron en vigilar la entrada. Unos quince minutos más tarde llegó la primera chica rubia entre toda la gente que se acercó a la puerta. Ella habló con el anfitrión y la hicieron pasar al interior del local. Unos minutos después la mesera les hizo señas, mientras retiraba los platos de algunos comensales.
Los chicos se acercaron, la vieron entrar y salir un par de veces, llevando pedidos, hasta que volvió para limpiar las mesas que había desocupado.
–¿Vieron a la chica del vestido gris? –preguntó la mesera.
–Sí
–¿Es ella tu hermana?–Preguntó a Arnold, realmente preocupada.
–No, no lo es–Miró a Gerald.–, pero se parece bastante, entiendo que te hayas confundido, gracias por intentar avisarme, amigo
–No hay de qué–Le guiñó un ojo a la chica.–. Gracias, muñeca, que tengas un buen turno
–Suerte, chicos... y lamento lo de tu hermana
–Tal vez algún día encuentre a alguien decente
Se alejaron de regreso a la parada de autobús, que por suerte pasó casi de inmediato para llevarlos de regreso a casa.
–Eso descarta a uno de los sospechosos. ¿Quién nos queda?–dijo Gerald.
–Está el chico de último año y el asistente de la biblioteca
–No creo que el chico de último año está saliendo con ella
–Tenemos que averiguar que vende. Podemos comprarle
–Nos meteremos en problemas
–Lo sé
...~...
Helga sabía que Phoebe la había seguido y se preguntaba por qué, así que hizo todo lo posible para perderla. Ya hablarían de eso al día siguiente, pero no se le había pasado que ella y los chicos actuaron raro esos días y que vigilaban todo lo que hacía. ¿Ahora qué había hecho para preocuparlos? Estaba intentando actuar normal, dentro de los estándares de ella, claro, pero normal, al fin y al cabo.
Cuando estuvo segura de haber perdido a su amiga, pasó a una dulcería y compró unas cosas, luego revisó las notas en su cuaderno y preguntando a distintas personas dio con la dirección. Sabía en qué barrio vivía Brainy, pero jamás había ido a su casa.
Una vez que encontró la numeración se paró frente a la puerta, tomó aire y tocó el timbre. Segundos más tarde abrió la puerta la madre del chico.
–Buenas tardes–dijo la chica–. Soy Helga, ¿Cómo está Brainy?
–Oh... eres tú... –La mujer pareció consternada.–. Ya está un poco mejor
–Le traje la tarea ¿puedo pasar?
–¿Estás segura que quieres pasar?–La mujer miró hacia el interior incómoda.
–No es necesario–Helga abrió su mochila y sacó la carpeta con la tarea y su cuaderno de matemáticas.–. Le dejaré mis apuntes
–¿Helga?–dijo Brainy, saliendo de su habitación– ¿Qué haces aquí?
–Te traje la tarea
El chico se acercó.
–No hacía falta. Gracias –dijo.
Recibió las cosas y la miró. Estaba nervioso, en parte porque sabía que con la gripe no estaba en sus mejores condiciones y en parte por la presencia de su madre.
–¿Quieres pasar?
–Si no te molesta
El chico la invitó a la sala.
–Mamá, ¿podrías dejarnos solos un momento?–pidió él.
–Claro, estaré en la cocina–dijo ella.
Brainy miró a su novia, también parecía nerviosa.
–Te traje algo–Helga sacó una bolsa de dulces de su mochila.–. Son de miel y limón, para que te sientas mejor
El chico recibió los dulces y los dejó a un lado para abrazarla con cariño y ella le correspondió, acariciándole la espalda.
–Te extrañé–Comentó el chico.–. No supe cómo avisarte el fin de semana que no podía ir. Estaba muy enfermo
–Está bien, Brainy, en algún punto me di cuenta que no llegarías y me fui a casa–Se apartó y le dio un beso en la frente.–. Creo que aún tienes fiebre, deberías volver a la cama. ¿Quieres ayuda con la tarea?
El chico negó y volvió a abrazarla. Estuvo preocupado todos esos días pensando que Helga se enfadaría por haberla dejado plantada sin explicación, pero ahí estaba, preocupada, hasta había conseguido una excusa para obtener su dirección y visitarlo. ¿Cómo podía ser ella tan maravillosa?
–¿Curly te dio mi mensaje? –preguntó.
El chico asintió.
–Lo decía en serio, tienes que recuperarte antes de volver a la escuela ¿entendido?
Volvió a asentir.
–Vendré a verte el viernes
Brainy la abrazó como si temiera que fuera a desvanecerse en cualquier momento. Ella lo permitió.
–Debo irme –comentó un rato después.
–Gracias por venir, Helga
Ella dudó un segundo. Luego decidió que de todos modos ya se estaba exponiendo, así que le sujetó el rostro con sus manos y le dio un cálido beso, para luego apoyar su frente en la de él.
–Nos vemos el viernes, tonto–dijo, tomando sus cosas, dirigiéndose a la puerta–. Despídeme de tu madre
–Sí
–Y oye
–¿umh?
–Ya encontré otro lugar. Te mostraré cuando regreses
La chica se fue, con una sensación extraña. Estaba incómoda, sí, porque no sabía cómo actuar con la madre de su novio , pero estaba contenta por haber visto al chico. Era reconfortante. Y al mismo tiempo pensaba en la reacción de ella cuando la vio "eres tú". ¿Brainy le había hablado de ella? ¿Sus padres sabían que estaban saliendo? ¿Qué tanto sabían de su relación? ¿Y sabrían del acoso de todos esos años? ¿Era una reacción de molestia? ¿sorpresa? ¿incomodidad?
Resolvería eso luego. Un conflicto a la vez, le había enseñado Bliss y el más próximo era la vigilancia de sus amigos.
Chapter 16: Cacería
Chapter Text
A la mañana siguiente Helga le dejó a su amiga una nota en la puerta para que no se molestara en tocar si acaso iba por ella. Sabía que sus padres ni llegarían a notar el papel.
Al llegar a la escuela, fue a dar vueltas con una sospecha en mente: el tablero con las llaves estaba subdividido en áreas y horarios, entonces las escaleras a la azotea las limpiaban durante las mañanas, lo confirmó al ver bajar a uno de los conserjes por la escalera que estaba sobre el auditorio.
Todavía faltaban treinta minutos para que empezaran las clases y no había muchos estudiantes. El lugar era tétrico así de vacío.
Dio vueltas por los pasillos, haciendo notas mentales de otras cosas, como desde dónde eran visibles las puertas a la azotea, qué campo visual tenía, por donde debía pasar y por donde no. Los salones, los lugares, los tiempos. Nada se le iba a escapar. Incluso salió al patio para determinar qué tan lejos del edificio debía estar alguien para verla en la azotea: definitivamente no dentro de los terrenos de la escuela si se mantenía al centro al cruzar de una puerta a otra.
Entró al salón en cuanto sonó el timbre que daba inicio a las clases.
–Buenos días, Helga–dijo su amiga cuando se sentó junto a ella–. Vi tu nota. ¿Dónde estabas?
–Por ahí–Respondió sacando su cuaderno con aire indiferente.– ¿Qué tal tu mañana, Pheebs?
–Todo tranquilo
En ese momento entró la maestra y casi de inmediato comenzó a dictar la clase.
La rubia no conversó más con su amiga, concentrada en mantener su vista al frente. En más de una ocasión notó que Arnold volteaba a verla disimuladamente y ¿sonreía?
«¿Qué demonios le pasa?»
«Estúpido cabeza de balón»
Gerald y él mantenían una conversación en un cuaderno, pero desde su posición no lograba ver nada.
En cuanto terminó la clase, quiso poner algo a prueba. Ya sabía que el salón de artes estaría desocupado y abierto para la próxima clase. Caminó hacia allá, y cuando dio la última vuelta, corrió para entrar rápido y esconderse tras la puerta, dejándola abierta.
–No la veo–Escuchó decir a Phoebe.
–Debe estar por aquí–dijo el cabeza de balón.
Helga notó que sus voces se acercaban.
–Tal vez entró a algún salón–dijo su amiga.
Los pasos se separaron y de pronto Helga vio la sombra de Arnold proyectándose en el suelo. La chica contuvo la respiración. Sentía acelerado el pulso. Mirándolo con cuidado a través de la rendija, esperando que las luces apagadas fueran suficientes para que no la notara.
Arnold miró alrededor, dándole la espalda a la chica. Luego salió del salón.
–Tal vez deberíamos dejar esto –se escuchó la voz de Gerald, claramente cansado.
–La buscaré en el baño –dijo Pheebs.
Helga estaba furiosa, pero quería averiguar más, así que ahogó el impulso de confrontarlos apretando los puños y cerrando los ojos.
–Tampoco está ahí –dijo Phoebe.
–Volvamos al salón, ya casi acaba este descanso, tendrá que volver–dijo Gerald.
Los tres se alejaron y la rubia no pudo escuchar mucho más.
Era cierto que la estaban vigilando y que al menos el novio de su amiga ya estaba aburrido de esto, lo que significaba que no estaba paranoica el lunes cuando le pareció que alguien la seguía. También confirmó que cuando vio a Arnold pegado al muro, con los ojos cerrados, como un niño que cree que no lo puedes ver si no te ve, no fue casualidad. Lamentó no haberle gritado en ese momento y haber acabado todo, pero ya lo haría.
Helga esperó que el timbre generara movimiento y aprovechó la multitud para salir sin ser vista, solo en caso que hubieran decidido quedarse en ese pasillo. Subió a la azotea y bajó por el otro lado. Ninguno pudo esconder la sorpresa en sus rostros cuando la vieron acercarse y ella simplemente entró al salón como si no hubiera notado nada.
Al siguiente descanso decidió no hacer nada. Aún estaba pensando cómo confrontarlos, porque si no jugaba bien sus cartas, no le dirían por qué hacían eso. Durante la última clase de la mañana vio que Arnold y Gerald se escribían notas en un cuaderno, así que pensó que tal vez podría averiguar algo si lo leía. Si se movía rápido podía tomarlo. La pregunta era ¿en qué momento?
–Ey, Pheebs, vamos a almorzar, tengo hambre–dijo en cuanto sonó el timbre.
–Sí, vamos–Comentó la chica.
Las dos se levantaron y caminaron hacia la puerta del salón. Helga vio de reojo que Arnold guardaba el cuaderno en su mochila, antes que él y su amigo las siguieran a la cafetería.
Hicieron la fila para elegir su comida. Helga, fingiendo decidir qué quería, dejó pasar a los chicos antes que ella, cuando llenaron sus bandejas, regresó la suya a la pila.
–No me apetece nada–Tomó un postre y salió al patio mientras lo comía. Los demás la siguieron y una vez que se sentaron a comer, acabó su postre y se levantó.
–Iré a dormir–dijo–. Pheebs, ¿podrías devolver esto por mí?–Añadió, dejándole el tazón a su amiga. Eso fue solo para molestar a Gerald, lo que claramente resultó por la mirada asesina que le dedicó el moreno.–. Por favor–Agregó arrastrando las letras y se largó tras el asentimiento de su amiga.
Se dirigió al auditorio, entró y vio a un grupo ensayando. Saludó a los chicos y caminó al fondo, para quedarse de pie junto a la puerta de emergencia, en la oscuridad. Arnold entró poco después y Helga salió de inmediato, cerrando con cuidado, mientras escuchaba que el rubio preguntaba por ella y alguien le decía que estaba ahí hacía un momento.
Regresó al salón y abrió la mochila del chico, sacando el cuaderno. Decidió esconderlo bajo su chaqueta y subir a la azotea, asegurándose de que nadie la viera. Una vez allí se sentó con las piernas cruzadas y comenzó a leer.
Una lista de sospechosos con varios nombres tachados, excepto dos. Una lista de posibilidades, pero ¿de qué? Las conversaciones eran crípticas, punto que debía reconocerles. Bueno, tenía evidencia y una sospecha que necesitaba callar, porque, debía admitirlo, era ridículo, pero si lo creían en serio, quedaba claro que no la conocían lo suficiente.
Decidió que los confrontaría en el último descanso. No le importaba lo que fuera a pasar. No le importaba nada ni un carajo. Pero si quería que todo saliera a su favor, debía conservar la calma, disimular y, en especial, mantener oculto y en su poder ese cuaderno.
«Pan comido»
Durante la clase Arnold ya dejaba entrever sus nervios por haber perdido las notas. La miró varias veces con angustia y ella podía disfrutar eso, pero evitaba mirarlo y trataba de no sonreír. Tenía el cuaderno tras ella, pegado a su piel, enganchado en la cintura de su pantalón, cubierto por su polera y polerón. En cuanto sonó el timbre se puso de pie y con las manos en la espalda pasó junto a un desesperado chico que seguía revolviendo sus cosas.
En cuanto salió del salón, se apoyó de espaldas contra el muro para tener las manos libres y acomodar sus audífonos. Luego retomó su posición y caminó manteniendo las manos atrás. Iba tranquila. Fue al segundo piso y luego de atravesar la escuela bajó por la otra escalera, caminó hasta el primer pasillo, giró en la esquina y se detuvo apoyando su espalda en la pared, esperando.
Comenzó a susurrar para sí:
–Nueve, ocho...
Se quitó los audífonos colgándolos en su cuello.
–Siete, seis, cinco, cuatro...
Sacó el cuaderno de entre su ropa.
–Tres...
Preparó sus puños.
–Dos...
Determinó por las pisadas que Arnold iba adelante y se paró firme mirando al pasillo.
–Uno...
Vio asomar el rostro del cabeza de balón y lo sujetó por la camisa antes que pudiera reaccionar, empujándolo contra el muro con suficiente fuerza para asustarlo.
–¿Me buscabas–dijo, con el ceño fruncido–, Arnoldo?
En ese momento escucharon los pasos de Phoebe y Gerald que frenaron a su costado. Su amiga ahogó un grito, y el chico, incluso sin verlo, Helga estaba segura que había puesto las manos en la cintura, negando con la cabeza, cuando escuchó su característico "umh umh umh".
–Helga, yo solo...–Comenzó Arnold, sin saber qué inventar.
–Sólo venías caminando–dijo Helga, con tono enfadada–casualmente por el pasillo más alejado de nuestro salón, sin razón alguna, justo detrás de mí
La chica levantó el cuaderno hasta la altura de los ojos del rubio. El pánico que se dibujó en sus ojos era delicioso.
–¿Sospechosos de qué?–Quiso saber.
–Nada–Arnold evadió su mirada.
–Y una mierda... –Sin soltarlo, volteó para mirar a Phoebe.– ¿Me dirás qué pasa?
–Yo... lo siento –dijo la chica de lentes, mirando el suelo.
Helga arqueó un lado de su ceja.
–¿Eso es todo?–Continuó la rubia, luego miró a Gerald, quien también evadió su mirada.– ¿Sospechosos de qué? ¿Qué tienen que ver estos idiotas conmigo?–Soltó a Arnold, para abrir el cuaderno, presionando el anillado contra el pecho del chico.– ¿Piensan decir algo o tengo que adivinar?
–Pensamos... –Comenzó Phoebe.–. Esto es mi culpa, Helga. Sé que estás saliendo con alguien...
–Elabora–dijo volteando hacia ella.
–No estabas almorzando con nosotros hace semanas
–Te dije que iba a dormir
–Cada vez que te llamaba a casa... tus padres me decían que no estabas y luego tú me decías que estuviste en casa
–Entiendo
–Y siempre estás ocupada los findes de semana
Helga cerró el cuaderno en la cara de Arnold con un golpe violento que asustó al chico. Lo soltó, pero estaba tan cerca de él, que le impedía moverse.
–¿Entonces estos son mis posibles pretendientes?– Soltó una carcajada despectiva.
–Es que... –Intentó decir Phoebe.
–Si salgo o no con alguien, no es asunto suyo
–Pero...
–Pero nada
–Helga–Gerald se aclaró la garganta.–. Aunque estoy de acuerdo contigo, Phoebe se preocupó. Era extraño que le ocultaras algo tan importante. Pensaron que estabas metida en algo
–¿Algo como qué?
–Bueno, que tal vez salías con un maestro–Admitió Phoebe.
–Pero que asco, ¡Esos tipos son ancianos!–dijo–. No soy tan idiota como para hacer eso
La cara de Gerald era de "se los dije", lo que hizo que Helga se sintiera un poco respaldada.
–Entonces... ¿por qué no me lo habías dicho?–Quiso saber la chica.
–Porque no quiero, Pheebs, no es algo de lo que quiera hablar, ni contigo, ni con nadie. Pero si te deja más tranquila, acertaste, estoy viendo a alguien y estudia en esta escuela. Es todo lo que te pienso decir
–¿Entonces si es ese chico de último año?–dijo Arnold, intentando tomar valor.
–¿Quién? ¿Steve?–Helga rio.–. Claro que no
–Entonces él...
–¿Qué creen que vieron de eso?
Sus amigos se miraron entre sí.
–Nosotros... –dijo Phoebe–te vimos comprarle...
–Creemos... –Intervino Gerald–que le estás comprando drogas
–¿Yo? ¿En serio?–Levantó su ceja de un lado y luego sonrió. Iba a torturarlos un poco.
–Bueno, ciertamente no es algo legal. Acompáñenme mañana, les mostraré de qué se trata. Y ahora déjenme en paz, porque la única que se salvará de la feroz Betsy es Phoebe.
Helga dejó caer el cuaderno al suelo y con paso rápido regresó al salón. Tomó su mochila y se fue. No quería quedarse a la última clase. Estaba molesta, furiosa, pero estaba segura de que eso bastaría para deshacerse de ellos y se sentía orgullosa por controlarse, porque lo único que quería era golpearlos. A Arnold especialmente y a Gerald un poco, solo por no haberlos detenido a tiempo, claramente era él quien actuaba como la voz de la razón.
–Estúpidos–dijo, mientras caminaba.
...~...
Su amiga la llamó a casa esa noche, pero en cuanto tomó el auricular le dijo que hablarían mañana en la escuela y colgó ignorando sus ruegos. Sabía que quería disculparse, pero no estaba segura de cómo se sentía con ella.
Estaba molesta, porque involucrara a los chicos, por no tener el valor de hablarle directamente sobre sus teorías, pero también sentía culpa. Phoebe siempre apoyó sus locuras, le pesaba no contarle sobre Brainy, pero una parte de ella seguía avergonzada y al mismo tiempo no lo quería compartir. Tener un secreto que no la hacía sentir con miedo o angustia, tener alguien con quien sentirse segura, era toda una anomalía en su vida.
Chapter 17: ¿Venganza o perdón?
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Al día siguiente la rubia llegó molesta a la escuela y se dejó caer en su puesto.
–Helga... –Comenzó Phoebe.
–Ahora no–dijo la chica, sin quitarse los audífonos.
Los sonidos estridentes en su cabeza, eran lo único que la contenían.
Durante la clase, apenas levantó el rostro. Era consciente de que su actitud mantenía en una especie de alerta al resto de la clase. Mejor así.
Cuando sonó el timbre del descanso se puso de pie, con las manos en los bolsillos.
–Sígueme–Casi le ladró a Phoebe.
Al llegar a la puerta volteó para ver a los chicos.
–¿Tengo que enviarles un telegrama o qué?–Añadió frunciendo el ceño.–. Muévanse
Gerald la siguió solo por acompañar a Phoebe. Arnold no sabía cómo disculparse, así que fue tras ellos con incomodidad. Los llevó directo al salón de último año de preparatoria.
–Pataki, ¡qué tal! Oye, todavía no tengo tu encargo... –dijo el chico.
–Lo sé. Te traje nuevos clientes, están interesados en ver tu mercancía–Contestó ella, mirándolos de reojo.
Caminaron hasta el fondo del lugar, pasando nerviosos los pupitres, evadiendo las miradas inquisitivas de los mayores.
–¡Hola chicos! Vengan a ver–dijo el muchacho con entusiasmo.
Phoebe tomó la mano de Gerald y se acercó asustada. Si realmente eran drogas, estarían en problemas. Arnold los siguió por inercia.
–Pueden revisar tranquilos, avísenme si algo es de su interés–Añadió el chico, abriendo un bolso.
Una enorme variedad de discos con etiquetas de mala calidad y algunos escritos con marcador permanente. Eso era, música, como dijo Helga, no precisamente legal.
–Oh... –Phoebe pareció relajarse.
–Bueno ¿Qué están buscando?–dijo el chico y luego comenzó a mencionar estilos y bandas.
Por las molestias, tanto Arnold como Gerald le compraron un disco cada uno.
–Gracias, Steve–dijo Helga–. Entonces ¿el lunes?
–Sí, el lunes te paso tus copias–dijo el chico.
–Hasta entonces–Se despidió la chica, dirigiéndose a la salida del salón.
Sus amigos la siguieron en silencio hasta el final de otro pasillo, donde Helga se aseguró de que no hubiera más gente antes de confrontarlos.
–¿Contentos?–dijo, con furia contenida.
–Yo... –Comenzó a decir Phoebe–lamento...
–No me importa–Interrumpió.
–¡Helga!–Intentó regañarla Gerald.
–¡No! ¡Ya basta! Desconfían tanto de mí, que en lugar de preguntar directamente qué me pasaba, hicieron ese loco plan para vigilarme. Y, noticias, soy la reina de los planes locos, así que, les podría dar una lista de todo lo que hicieron mal. Ah, y Arnoldo, la próxima vez que espíes a alguien, procura tener los ojos bien abiertos, porque no todos son tan misericordiosos como yo
–¿A qué te refieres?–El chico la miró asustado.– ¿T-tú... me viste?
–Por supuesto que te vi, parecías un cachorro asustado–Medio sonrió con desprecio.–. Y no, Pheebs, no te mentí. No he encontrado nada que me vuelva tan loca como el mantecado, pero estoy tratando de probar–Al ver la sonrisa del moreno entendió cómo podía sonar lo que acababa de decir.–. Y no, Gerald–Agregó–, esto no es una metáfora sobre que me gusten las chicas
–¡No he dicho nada!–Se defendió el aludido.
–Recuerdo lo que conversamos en las montañas, Geraldo, no soy idiota. Ahora dejen de seguirme, quiero estar sola
Ajustó sus audífonos, les dio la espalda y caminó sin rumbo específico. Cuando dio la vuelta en otro pasillo Arnold la alcanzó.
–Helga, lo siento–dijo intentando tomarla del brazo, pero ella se soltó con un gesto brusco, al tiempo que volteaba a verlo y ponía sus audífonos en su cuello.
–No, no lo sientes–Se cruzó de brazos, mirándolo hacia abajo, lo cual, con la altura extra que tenía no era difícil.–. En tu estúpida cabeza de balón crees que haces lo correcto al involucrarte en la vida de otras personas, como si pudieras arreglar mágicamente los problemas de todos, pero la verdad es, Arnoldo, que mis problemas están más allá de tus capacidades, no puedes arreglarme y no quiero que lo hagas. Déjame en paz
–Pero...
–Pero nada
La chica volteó para irse.
–Helga, espera... –Insistió Arnold.
–Ya tuviste suficientes advertencias
Se hizo tronar los dedos y sin pensarlo regresó sobre sus pasos, golpeando a Arnold en la cara, no de forma que pudiera lastimarlo seriamente, al menos físicamente, pero sí lo suficiente para que doliera, tanto en su rostro como en el orgullo.
Arnold se quedó en el suelo, con una mirada de sorpresa, mientras su mano cubría su mejilla.
Helga ajustó otra vez sus audífonos, le dio play al disco y caminó por el pasillo con las manos en los bolsillos, directo al salón. Cuando llegó tomó sus cosas y fue a sentarse al puesto aún vacío de Brainy, lejos de sus amigos, detalle que el resto de sus compañeros comentó por lo bajo según pudo notar.
Phoebe entró intentando ahogar los pucheros y Gerald se sentó con ella para contenerla. Arnold entró al salón cubriendo su rostro y mirando el suelo, pero en cuanto se sentó el golpe en su mejilla fue evidente.
–¿Qué te pasó, Arnold?–dijo Sid, acercándose.
–Nada–Respondió el chico.
–Pero, Arnold–Se involucró Stinky–. Parece que te hubieran golpeado
–¿Eso es cierto?–dijo Lila– ¿Alguien te lastimó?
–No es eso–dijo el chico, no quería meter a Helga en problemas–. Solo me caí
–Te caíste en mi puño–dijo Helga desde atrás y todo el grupo volteo a verla–. Sí, campirana, fui yo
Incluso si la suspendían o la castigaban, no era importante.
–¡Eso está mal, Helga!–La regañó Lila.
–Pregúntale que hizo para merecerlo ¿O crees que sigo repartiendo golpes gratuitamente?
–De ti, Helga–Comenzó a decir Harold.
–¿Quieres arriesgarte a hacerme enfadar?–Levantó su ceja.–Porque ya estoy bastante molesta
–No puedo creerlo–Comentó Rhonda.
–¡Ya basta!–dijo Arnold–Sí, me lo merecía–La miró.–. Tú, ganas, Helga, te dejaré en paz
–Al fin
Ella levantó los brazos como si alabara un milagro, luego los puso tras su cabeza, con suficiencia.
–Arnold, no tienes por qué defenderla–dijo Lila.
–Sí, todos sabemos cómo es Helga–Añadió Sid.
–Bueno–Intervino Gerald.–, aunque no me agrada lo que hizo, creo que Helga tuvo sus razones
El silencio fue unánime. Si el moreno no defendía a Arnold, realmente hizo algo que merecía la reacción de Helga. ¿Qué podría haber sido? Era Arnold, ¿podía hacer algo malo?
En ese instante el profesor entró al salón y la mayoría se regresó a sus puestos, murmurando.
–¡Por dios, Shortman! ¿Qué te pasó?–dijo.
–Me caí–Repitió.–. Simplemente caí mal–Enfatizó, mirando alrededor.
–Ve a la enfermería a que te pongan hielo
–Está bien–El chico se levantó.
–Profesor, ¿puedo acompañarlo?–dijo Lila, levantando la mano.
–Que amable de su parte, señorita Sawyer. Sí, acompáñelo
Lila se puso de pie y siguió a Arnold fuera del salón.
–Bueno, chicos, ¿En dónde nos quedamos en la última clase?
El hombre sacó el libro y comenzó la lección.
...~...
En cuanto Arnold y Lila se alejaron del salón lo suficiente, la chica no pudo guardar silencio.
–No creo que hayas hecho algo tan malo como para merecer un golpe... nadie debería ser golpeado–dijo ella.
–No importa, Lila
–¿Puedo saber qué ocurrió?
–Preferiría no hablar de eso
–Comprendo
Siguieron su camino en silencio y cuando llegaron a la enfermería, la tía de Sheena recibió a los chicos y revisó a Arnold. Le pasó una bolsa de hielo envuelta en un paño para bajar la hinchazón, preguntando sobre el accidente. En cuanto él lo explicó la mujer lo miró con sospecha.
–Tu historia tiene sentido solo si caíste sobre un puño, así que...
–Si le digo la verdad, la persona que lo hizo se meterá en problemas y fue mi culpa
–¿Te metiste en su camino mientras boxeaba?
–No
–Entonces NO es tu culpa–La mujer tomó una silla y se sentó frente a él.–. Escucha, Arnold, si una persona te lastima, es su culpa. Sé que eres un buen chico e intentas ser considerado con los demás, pero proteger a un abusador no está bien. ¿Entiendes?
–Pero yo...
–Lila, ¿sabes quién lo hizo?
–Cielos, yo...–Miró a Arnold, quien la miraba con un ruego. La chica cerró los ojos.–. Lo sé, toda la clase lo sabe–Miró a la enfermera–, porque confesó haberlo hecho, así que tarde o temprano se va a enterar igual–Miró a su amigo.–. Lo siento, Arnold, pero tengo que hacer lo correcto
–Lo entiendo, Lila, pero no tienes que hacerlo, se enfadará contigo–El chico miró a la enfermera.–. Fue Helga Pataki, pero me lo busqué...
–Arnold, no
–Sí. En verdad fue mi culpa. Llevo un tiempo molestándola...–Cerró los ojos–, más bien hostigándola... y ella ya me había dicho varias veces que la dejara en paz y no hice caso
–¿Eso es cierto?–dijo Lila.
–Sí, desde que volvimos del receso de invierno que me pidió que dejara de meterme en sus asuntos y yo he seguido haciéndolo una y otra vez, creo que simplemente llegó a su límite...
–Pero es Helga
–¡Lo sé!–Miró a la enfermera.–. Sé que está mal y que no es forma de resolver las cosas, pero fui yo quien lo provocó. Por favor, no quiero meterla en problemas
–Está bien, pero si se repite, reportaré los dos incidentes y quedará en su historial–Miró a Lila.–. Y si él no quiere venir, me vienes a contar ¿entendido?
–Sí–Respondieron ambos.
...~...
En clase, Helga se mantuvo al fondo del salón, solo haciendo caso al maestro. Las miradas de miedo, duda y curiosidad se alternaban y podía sentirlas sobre ella. El día iba a ser eterno así, pero al menos tenía su música y su mente para escapar.
Arnold regresó con la mejilla menos hinchada y tras él entró Lila, que la miró con molestia, a lo que Helga solo levantó un lado de su ceja. Estaba segura de que la habían delatado; entre los dos había una eterna competencia de quién era más bueno, puro y santo.
«Estúpida campirana»
A penas sonó el timbre, Phoebe salió sin siquiera mirarla. Helga sabía que tenía que hablar con ella, pero no quería hacerlo, no así, estaba demasiado enfadad y solo la lastimaría más.
Frustrada, ajustó sus audífonos y se recostó en la silla, pegando el respaldo a la pared, jugando a hacer equilibrio.
Gerald le dirigió una mirada asesina a la rubia antes de seguir a Phoebe, pero regresó unos minutos más tarde y habló con Sheena, quien de inmediato salió el salón. Luego el chico fue a sentarse junto a Arnold, poniéndole la mano en el hombro.
Cuando sonó la campana, vio a Phoebe entrar rodeada por Sheena, Rhonda y Nadine, las tres la miraron con molestia, pero Helga sabía que eran solo suposiciones, porque su amiga no habría dicho nada. Aun así, saber que ella era la culpable de esos ojos hinchados dolía.
Al almuerzo Helga no soportó más las miradas y murmullos. Salió del salón para esconderse a la azotea. Abrió la puerta que daba al techo solo para que entrara algo de aire. La bloqueó con su mochila y se sentó a la sombra de la escalera. El calor comenzaba a insinuar el verano, junto con las vacaciones que se aproximaban. Otro verano ¿Qué haría ese verano?
...~...
–¿Cómo estás, Phoebe?–Quiso saber el rubio, cuando se sentaron a almorzar.
–Mejor que esta mañana–Sonrió con tristeza.–. Gracias por preguntar. ¿Y qué hay de ti?–Miró su rostro.–. Se ve menos hinchado
–Todavía duele un poco
–Amigo, creo que no te pegó ni con la mitad de su fuerza–Comentó Gerald examinando el rostro de su amigo–. No debiste seguirla, la hiciste enfadar
–Lo sé–dijo el chico.
–Déjala en paz
–Eso haré–Suspiró mirando su bandeja.–. Al final todas nuestras sospechas fueron equivocadas
–No todas, viejo. En verdad empezó a salir con alguien
–Pero no era ninguno de los tipos que pensamos...
–Solo nos queda descartar al resto de los chicos de preparatoria, por suerte no debemos investigar a las chicas
–Bueno, Helga lo descartó–Comentó Phoebe.–. Aunque si era una buena razón para que fuera un secreto
–¿En serio pensaste que salía con una chica?– dijo Arnold, jugando distraído con su comida mientras miraba a su amigo.
–Sí–Contestó Gerald comiendo un poco de su almuerzo.– ¿Qué tendría de malo?
–Nada, pero ¿por qué? Digo, es Helga
Gerald lo miró y luego estalló en una carcajada.
–Por lo que pasó con Valentina–Ae encogió de hombros.
–¿Valentina? ¿Qué tiene que ver ella?
–Por favor, como si no te hubiera dado celos todo lo que ella consiguió acercarse a Helga en menos de una semana
–¿Celos?–Miró su comida solo por mirar algo.–. Oh...
Parecía que hubiera caído en cuenta de algo. La pareja intercambió una mirada de mutua comprensión antes de reír. Arnold los miró y también dejó escapar una risa. Por alguna razón todo se volvió más tranquilo y cómodo.
...~...
Al volver a clases Phoebe seguía con una mezcla de sentimientos. Aunque Helga consideraba que no le había mentido, era solo un tecnicismo y lo importante era que no había confiado en ella y se preguntaba por qué.
Sabía que su amiga no iba a escucharla y no iba a forzarla, pero tampoco quería quedarse con todo eso dentro. Durante la clase, eligió con cuidado cómo explicarle todo lo que pensaba y lo escribió en la última hoja de su cuaderno.
Miró su escrito y reflexionó un momento. Si tanto su sospecha como la de Gerald estaban equivocada, la otra opción era que saliera con alguien que le avergonzara, así que la alternativa que quedaba era... que fuera uno de los fenómenos... y de todos ellos... ¿Cómo pudo ser tan tonta? La miró un segundo y Helga encontró su mirada. ¡Claro! Si estaba en lo correcto, entonces tenía que ser él... y si era así... todo cobraba sentido. Las ausencias de su amiga, sus desapariciones, que justamente esa semana no se vieran.
–Y antes que termine la clase–dijo el profesor– ¿Quién puede llevarle la tarea a Brainy?
–Yo iré–dijo Helga casi de inmediato. Poniéndose de pie para ir a recoger la carpeta.
–Es muy amable de tu parte, Helga–dijo el profesor–. Te lo agradezco
–Como sea
Regresó a su puesto con la misma apatía de siempre.
Phoebe entonces no dudo de su conclusión. Hizo una última nota en su carta, arrancó la hoja del cuaderno y la dobló, lista para entregarla. En cuanto sonó el timbre se levantó de un salto para atajar a Helga y pasarle la carta.
–Puedes leerlo cuando estés lista, no te insistiré hasta que quieras hablar conmigo. Solo, por favor, recíbelo–le dijo, mirando el suelo mientras estiraba el papel delante de ella.
Helga no se movió durante unos segundos, mientras la mayoría de la clase salía a prisa, porque, Cristo, era viernes, todos querían irse. De pronto solo quedaban ellas y Gerald. Aunque sabía que Arnold estaba afuera.
–Danos dos minutos, Gerald
–Ni loco
–Por favor
–No
–Ok–Se encogió de hombros–. Esto será incómodo
Tomó la carta, abrazando a Phoebe.
–Eres mi mejor amiga–le dijo al oído–y siempre he podido contar contigo. Quería decirte cuando estuviera lista, todavía no lo estoy, pero estoy segura que ya lo sabes, porque eres la persona más inteligente de esta ciudad y nadie me conoce como tú. Solo, por favor, no digas nada. Y Phoebe... lo siento... en serio lo siento
Se apartó y pasó junto a ella, despidiéndose de Gerald con un gesto y al salir evitó mirar a Arnold.
La asiática dentro del salón estaba paralizada y al borde de las lágrimas. En cuanto la vio tan alterada, Gerald se dirigió a la puerta.
–Maldición, Pataki–dijo cerrando los puños, dispuesto a confrontarla, pero Phoebe lo sujetó.
–No hizo nada malo–dijo la chica, derramando lágrimas.
–¡¿Cómo no?! ¡Mira cómo estás! ¿Qué te dijo?
–Nada malo... lo prometo... Gerald... yo... yo me equivoqué
–¿Cómo es que se sale con la suya? Golpea a Arnold, te hace llorar y de algún modo ella es la víctima ¡Vaya mierda!
–¡No lo entiendes, Gerald! Helga... –Un sollozo ahogó su voz antes que pudiera continuar.–. Helga se disculpó... ella nunca se disculpa... a menos que sea algo importante
–¿Por eso estás llorando?
Phoebe asintió.
–Su disculpa me pone muy contenta–Sonrió con sinceridad, sin dejar de derramar lágrimas.
Gerald la observó y luego movió la cabeza de lado a lado.
–Sabes que esto está mal, ¿no?–le dijo el chico a su novia.
–¿Qué quieres decir?
–Tenemos mucho de qué hablar sobre amistades sanas, bebé, pero me alegra que se haya disculpado contigo–Se calmó y le limpió los ojos con un gesto dulce, para luego darle un beso cálido.–. Vamos por helado ¿sí?
–Me parece bien
Gerald se asomó al pasillo.
–Hermano ¿quieres ir por un helado?
–Preferiría otra cosa. No quiero ir a Slausen's hoy–dijo el chico.
–¿Bebé?–dijo el chico, mirando a su novia.
–Sí, vamos a cualquier otro lado, este día fue intenso–Luego miró a Arnold.–. Siento haberte involucrado en esto–dijo la chica.
–Es mi culpa... como dije, Helga ya me había advertido que dejara de meterme en su vida
Salieron de la escuela, intentando decidir a dónde ir a comer.
...~...
Cuando Helga llegó a casa de Brainy, estaba más tranquila, incluso contenta. Ahora que conocía el camino, le tomó menos tiempo que la última vez. Tocó la puerta y esta vez fue él quien la recibió, besándola mientras la abrazaba.
–Hola, tonto–dijo ella en un susurro, cuando él se apartó–. Parece que te sientes mejor
El chico asintió, rozándole la nariz con la de él.
–¿Quieres salir?–dijo él.
Esta vez fue Helga quien asintió.
–Pero antes–dijo, tomando su mochila para sacar la tarea y pasársela.
–Gracias
El chico se apartó para llevar las hojas en su habitación y al regresar le entregó su cuaderno de matemáticas, el cual la chica guardó de inmediato.
–Mamá, papá, voy a salir–Informó.
–Está bien–dijo su padre–. Vuelve antes de media noche
–Sí–dijo cerrando la puerta, tomando la mano de la chica, para comenzar a caminar.
–¿O qué? ¿Después de las doce se pierde el hechizo?–Bromeó ella.– ¿Te conviertes en un ratón? ¿un perro?
–O en un hombre lobo–dijo él en broma, levantando las cejas.
–¿Eso no debería ser en luna llena?
–¿Y qué luna hay hoy?
Helga se quedó pensando.
–Rayos, me atrapaste –dijo con una risita–, no lo sé ¿Entonces te volverás un animal salvaje?
–Tal vez
–Tendré que domesticarte
Ella lo abrazó, apoyando sus antebrazos en los hombros del chico, mientras él la sujetaba por la cintura. Helga le acarició la nuca y acercó sus labios lentamente, pero sin llegar a besarlo, solo quedándose ahí, dejando que suaves roces se alternaran con su respiración.
–Te extrañé, tonto–dijo la chica.
–Y yo a ti–respondió él, sin dejar de mirar sus ojos.
Helga le acarició un lado del cuello, para luego delinear su mentón y su oreja. De pronto el chico le sujetó la mano con la que lo acariciaba con más firmeza de la que era necesaria, lo que le provocó un cálido cosquilleo a la chica. Luego él besó su muñeca, rasgando suavemente su piel con sus dientes, para después besar su palma varias veces y cada uno de sus dedos. Con suavidad cambió la forma en que tomaba su mano, para besarla en el dorso, de forma gentil, para luego sujetarla fuertemente por la cintura y besar sus labios con intensidad, un beso largo y lento que poco a poco la ahogaba.
Cuando él apartó su boca, ella apenas podía mirarlo a los ojos.
–¿Q-qué pasó con el tímido fenómeno?–dijo Helga, jugando– ¿Y quién eres tú?
–Soy el mismo fenómeno, pero feliz de poder tenerte en mis brazos
–Ok, esto ya es muy cursi
Helga intentó alejarse, pero él la sujetó con fuerza y la volvió a besar.
–Bueno... uno más–dijo ella cuando él la soltó, siendo quien lo besaba esta vez, para luego apartarse–. Deberíamos ir a otro lugar... seguimos en tu calle... ¿no te incomoda que... tus padres... nos vean?
El chico negó, pero decidió caminar tomando su mano.
–¿Tus padres saben que salimos?
Brainy asintió.
–¿Lo sabían... antes que viniera?
Negó.
–Oh... lo siento
–Está bien
–Oye
–¿Sí?
–¿Alguna vez le hablaste a tu madre de mí?
–No lo creo ¿por qué?
–Cuando vine el otro día... me pareció que ella sabía de mí
–No quiero hablar de eso –Miró el cielo, pensativo.–, pero te lo enseñaré algún día
–Está bien–Helga sonrió un poco nerviosa.–. Entonces ¿a dónde quieres ir?
–¿Podría ser a nuestro lugar?
–Puede ser, pero es viernes... y me di cuenta que nunca tuvimos una cita... excepto el baile después de la boda, si eso cuenta... ¿quieres ir al cine?
–¿En serio?
–Sí, vamos... hay una nueva película de terror que quiero ver
–Está bien–Sonrió.
Caminaron de la mano hasta que llegaron a un sector más concurrido. Se soltaron, pensando que podrían encontrarse con alguien de la escuela. Llegaron al lugar sin contratiempo, Helga compró las entradas y se puso a la fila para comprar dulces y soda.
Disfrutaron la película, compartiendo palomitas, riendo de los malos efectos especiales y odiando los ruidos estridentes y gritos tras silencios que intentaban provocar un terror artificial. En otras palabras, una pésima película, pero lo pasaron bien. Brainy de vez en cuando se atrevió a tomar su mano y se dieron uno que otro beso.
Fue ella quien acompañó al chico de regreso a casa, argumentando que aún debía cuidarse. A Brainy le costó aceptar al principio, pero solo por costumbre, porque ¿Qué podía pasarle a ella camino a casa? Después de todo era Helga G. Pataki.
Acordaron verse en "su lugar" a la hora de siempre, los dos días siguientes.
...~...
Al llegar a casa ella cenó con sus padres, más por el esfuerzo que había puesto Miriam que por el hambre. Celebraban que Bob tenía un nuevo trabajo y estaba de mejor humor. La chica se preguntó si esta vez duraría.
Ya a solas en su habitación decidió leer el mensaje de su amiga. Se sentó a su escritorio, encendió la lámpara y desdobló la hoja con una sensación que le oprimía el pecho.
»Querida Helga,
Sé que estás molesta conmigo y probablemente no querrás aceptar mis disculpas, pero en verdad lo siento y mucho.
Siempre me he preocupado por ti y he tratado de ayudarte, pensaba que me confiabas todos tus secretos, pero olvidé que era tu derecho conservarlos si querías.
Desde lo que pasó en las montañas has estado orbitando el grupo de forma irregular, a veces parecías estar bien y otras terriblemente mal. Y cuando estás mal, haces locuras, lo he visto muchas veces para no pensar lo peor.
Realmente me asusté imaginando que podías estar en problemas. Sé que debí hablar contigo sobre lo que pensaba y que fue un error involucrar a los chicos.
Lamento que no resultaran las cosas con Arnold. Siempre soñé con ver ese final feliz.
Espero que con quien sea que hayas decidido estar, te quiera como eres, te cuide y te haga sonreír.
Prometo ser paciente y espero que puedas perdonarme pronto.
Sin importar lo que pase, no olvides que puedes contar conmigo si llegas a necesitarlo.
Con cariño
Phoebe.
Pd. Creo que adiviné tu secreto. Es B, ¿cierto?«
–Estúpida Phoebe –dijo Helga.
Decidió escribirle de vuelta.
»Querida Phoebe,
Siento ser una idiota.
Gracias por ser mi amiga...
...«
–Muy bien, Helga, tu peor escrito en años
Arrugó la hoja para lanzarla a la basura. Miró el papel en blanco. Ya no estaba molesta con su amiga. ¿Qué le podía responder?
Cerró los ojos un momento, estirando sus brazos mientras se echaba hacia atrás en la silla. Respiró profundo y lo volvió a intentar.
»Querida Phoebe,
Gracias por tu carta. Aprecio mucho que seas mi amiga y aguantes mis locuras.
Lamento haber traicionado tu confianza escondiendo algo así de la única persona que debí saber que lo entendería. Realmente no merezco tu amistad.
Agradezco que te hayas preocupado tanto como para pedirle ayuda a tu chico. Sé que Gerald te quiere mucho y haría lo que fuera por ti, me agrada que incluso sabiendo lo peligrosa que puedo llegar a ser se haya arriesgado, tiene mi respeto. Y respecto a Arnoldo, bueno, ellos siempre andan juntos, era inevitable que terminara involucrado también.
Me apena un poco entender que, a pesar de todo lo que creí avanzar con la doctora Bliss, aún soy una persona inaccesible y difícil, incluso para ti, que eres con quien mejor me llevo. Intentaré trabajar...
«
«No, quita "Intentaré", debería decir...»
»
...trabajar-é en ello.
¿Perdonas a tu loca amiga por callarse sus secretos más profundos por miedo?
Con cariño, Helga
Pd. Eres, como siempre, una genio.«
«Esto está mejor»
Sacó su cuaderno de matemática para guardar la nota ahí. Entonces encontró una hoja suelta doblada a la mitad, tenía su nombre por fuera, dentro un poema. Lo leyó, sonrió y lo guardó en el mismo libro donde había guardado la rosa, ahora seca. Era dulce y extraño que alguien escribiera sobre ella y no al revés. Debía agradecerle a Brainy por eso.
Notes:
¿Cómo creen que escribe Brainy?
Ya casi termina este año escolar para nuestros protagonistas ;DPróximo episodio: El valor de tu amistad
Chapter 18: El valor de tu amistad
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El lunes Helga llegó temprano a la escuela y regresó a su puesto habitual. Cuando su amiga llegó con Gerald, le pidió que la acompañara un momento y fueron al baño de chicas. Le entregó a Phoebe su carta, quien la leyó con atención y la guardó de inmediato.
–Helga... gracias–dijo Phoebe y la miró un segundo– ¿Puedo abrazar...te?
Cuando terminó de decirlo, su amiga estaba apretándola con fuerza.
–En verdad lo siento–murmuró Helga.
–Está bien–dijo Phoebe–. Yo también lo siento. No volveré a espiarte
–Y yo no volveré a esconderte algo así. Y bueno–Se apartó y miró el suelo.–, no necesito explicarte por qué no me atreví a decírtelo
–¡Pero ahora tienes que contarme todo!
–Está bien – dijo riendo –. Después de clases, en tu casa ¿sí?
–¡Claro que sí!
Phoebe volvió a abrazarla.
Al regresar al salón, Gerald las miraba preocupado, hasta que su novia le sonrió y él entendió que se habían arreglado. No sabía si estar tranquilo o molesto por eso.
Las chicas compartieron los descansos e incluso fueron juntas a buscar los discos que Steve quemó.
...~...
Helga le había dicho a Brainy en donde encontrarse a la hora de almuerzo, así que luego de ir por unas galletas de las maquinitas, se encaminó al lugar. Lo saludó con un gesto indiferente y luego de verificar que nadie los notaría, subió ella primero y lo esperó tras la puerta. Minutos después, él la siguió, Helga lo hizo pasar y de inmediato presionó el botón de la cerradura para que nadie más fuera a entrar. Abrazó al chico y lo besó con intensidad. Estaba segura que hacer cosas a escondidas era parte de lo que disfrutaba de eso.
Subió con él a la azotea y lo llevó hasta la otra puerta, la que tenía la escalera doble. Ahí dejó la puerta que daba a la azotea abierta, bloqueándola con su mochila y se sentaron a charlar a la sombra. Ella estaba unos peldaños más abajo, entre las piernas del chico y él jugaba con su cabello.
–¿Ya te sientes mejor?–Preguntó Brainy, preocupado.
–Sí–Helga sonrió.–. Ayer me la pasé en cama y Miriam me preparó algunas cosas que sabían horrible, pero parece que funcionó
–Increíble
–Tal vez tuve suerte –dijo la chica con una risita–. O tal vez tus defensas son del asco
Brainy recordó como tuvo que obligarla a regresar a casa apenas llegó al parque el sábado. Ella evidentemente estaba mal. Le dijo que no se le ocurriera salir al día siguiente y ella prometió cuidarse, pero el domingo de todos modos él fue al parque y esperó un rato, por si a su novia se le ocurría hacer una tontería.
«Novia...»
–Me alegra que hayas sido obediente–dijo con una sonrisa.
–No te emociones, no se repetirá–contestó ella, girándose un poco para mirarlo con una mezcla de molestia y orgullo.
Brainy sonrió y la besó. Cuando se apartaron él volvió a jugar con su cabello.
–Creo que debo actualizarte sobre la semana pasada
–¿Qué ocurrió?
–Fue del asco, peeeeero tengo una buena noticia... creo...
Helga procedió a contarle en detalle la situación con su grupo de amigos.
–Debió ser incómodo
–Ya pasó lo peor. Entonces... –Añadió, dudando un segundo.– Phoebe ya lo sabe. Me refiero a que sabe que tú y yo salimos. Y los chicos saben que salgo con alguien
–¿Estás bien con eso?– dijo él.
–¿Lo estás tú?
Brainy asintió.
–Creo que es justo si quieres decirle a alguien–Continuó Helga.
–Te molestaría
–Un poco
«Mucho»
–No hace falta–Enredaba los cabellos de la chica entre sus dedos y luego los dejaba caer, observando como los espirales se desarmaban.–. Además, mis padres saben y los tuyos no
–¿Estás bien así?
El chico asintió otra vez.
–Gracias
La sonrisa de Helga era algo que él atesoraba. La notó más relajada y tranquila. Para otras personas el descanso que ofrecía la proximidad de las vacaciones podría ser una razón suficiente, pero él sabía que el panorama de pasar más tiempo en casa no era lo mejor para ella. Esa expresión en su rostro tenía otra causa, más interna. Ocultarle el secreto a su amiga no estuvo bien, ahora parecía liberada de un tormento. A Brainy le gustaba conocer esos detalles.
–Helga...–dijo él, pensativo.
–¿Sí?
–¿Qué harás este verano?
–No lo sé. Tal vez me arrastren una semana a la playa y tal vez vaya a casa de Phoebe unos días. ¿Y tú?
–Umh... cosas... –Evadió su mirada.
Ella se apartó para mirarlo de frente.
–Dime
Brainy jugaba nervioso con sus dedos.
–¿Saldrás de la ciudad?
Negó.
–¿Tienes algún plan?
Negó otra vez.
–¿Quieres que hagamos planes?
Asintió.
Helga se acercó y le dio un beso en la comisura de los labios.
–Claro que sí, tonto–Sonrió.–. Después de todo... estamos saliendo. ¿Tienes algo en mente?
Asintió otra vez.
–¿Quieres contarme ahora?
Negó.
–Está bien, cuéntame cuando quieras. Te diré de los planes del clan Pataki cuando los conozca
La chica se levantó, sacudiendo su pantalón. Le entregó al chico las copias de las llaves que había hecho.
–Las pequeñas son de las puertas que dan al pasillo, las grandes de las puertas de la azotea. Las doradas son de este lado, las plateadas del otro. Tú baja por aquí, yo bajaré por allá. Nos vemos en la tarde, en nuestro lugar del parque ¿sí?
Brainy asintió, tomando las llaves y guardándolas en su bolsillo. Helga le dio un último beso y subió a la azotea para caminar hasta el otro lado de la escuela.
El chico la observó desde la puerta hasta que la vio entrar y luego bajó también. Otro plan loco. Le agradaba.
El timbre sonó cuando cerraba la puerta y él regresó primero al salón, la chica llegó apenas segundos antes que la maestra y se sentó en su puesto charlando con Phoebe. La asiática volteó a mirar a Brainy y le sonrió antes de poner su atención al frente. Entonces era verdad que Phoebe sabía. Le animó un poco confirmarlo.
...~...
Las semanas que quedaban fueron bastante relajadas para la mayoría. Entregando las últimas tareas, ya sin exámenes, emocionados por los planes de vacaciones y por lo que significaba pasar a preparatoria. Incluso la «estúpida obra» que Eugene y Curly prepararon no estuvo tan mal (y los libró de una tarde de clases, lo que la mayoría agradecía).
El último día, Rhonda pidió a las chicas de la clase si podían darle unos minutos y le dijo a Gerald, que fue el último de los chicos en salir, que cerrara la puerta.
–Tengo que contarles algo–dijo Rhonda.
–¿Qué pasa, princesa?–dijo Helga, que solo quería irse.
–Me trasladaré a una escuela privada
Nadine casi de inmediato comenzó a llorar.
–Cielos... –Lila la miró con preocupación– ¿Por qué?
–Mis padres quieren que tenga otras... oportunidades
–Espero que sea un lugar agradable–dijo Sheena.
–Tendrás muchos desafíos académicos–comentó Phoebe.
–¡Llegarás a imponer estilo!–La animó Lila.
–No quieres irte, ¿cierto?–dijo Helga, poniendo su mano en el hombro de Rhonda.
La alta chica del cabello negro la miró. Los sollozos de Nadine eran lo único que interrumpía el silencio que las demás hicieron.
–No quiero irme–Admitió Rhonda, bajando la mirada.
–Eso apesta, pero supongo que tus padres no te dejaron opción. Te irá bien, sabrás arreglártelas.
–Gracias, Helga
–¡No quiero que te vayas!–Nadine no resistió más y la abrazó, llorando escandalosamente.
–Ya, ya, aún podremos vernos los fines de semana
–Pero no será lo mismo sin ti
–Tranquila, Nadine–Lila le acarició la espalda.–. Nosotras cuidaremos de ti, ¿cierto chicas?
Todas las demás asintieron, excepto Helga.
–La escuela está un poco lejos, así que no creo que podamos vernos después de clases, pero no quiero perder el contacto con ninguna de ustedes–Miró a Helga, que rodaba los ojos.–. Eso te incluye, Pataki
–Me siento honrada con tu real consideración–Añadió con sarcasmo.
–Como sea–Rhonda volvió su atención a las demás.–. Mis padres me dejaron hacer una fiesta de despedida. Están todas invitadas. Habrá botanas, música y juegos. Pueden quedarse toda la noche y habrá un almuerzo especial al día siguiente. ¿Qué dicen?
–¡Claro!–Fue el coro general.
–También invitaré a Patty, si no les molesta
–Claro que no es molestia – dijo Lila.
–¿Helga?
–¿Por qué me molestaría? –respondió la aludida, confundida.
–Porque una vez casi te mata
–Me lo busqué–Se encogió de hombros.–. Ya estamos bien
Rhonda sacó de su bolsillo varias tarjetas.
–Esta es la invitación, para que no olviden la fecha. No tienen que llevar nada, solo quiero verlas ahí... yo... –Empezó a ahogar sus palabras y sus ojos se anegaron.–¡Las voy a extrañar!
Dejó escapar su llanto, abrazando a Nadine y el resto de las chicas la acompañó en un abrazo grupal, al que Phoebe tuvo que arrastrar a Helga, que sentía que ese era un escándalo innecesario y en consecuencia no tuvo la iniciativa de unirse al grupo. Rhonda no vivía tan lejos, podían seguir viéndola. No era que se fuera a otro país o algo parecido.
Cuando Rhonda y Nadine se calmaron un poco más, Lila les ofreció pañuelos desechables y todas aseguraron que irían a la fiesta, incluso Helga. Lo que Rhonda agradeció con una sonrisa sincera. Luego de eso se despidieron y salieron del salón, deseándose lindas vacaciones unas a otras.
–¿Están bien?–dijo Gerald, preocupado–. Las escuché llorar–le murmuró a Phoebe cuando la mayoría se retiró.
–Sí, todo bien, solo un momento de catarsis femenina colectiva–La chica le sonrió y luego miró a su amiga.– ¿Verdad, Helga?
–Sí, algo así
–Parece que a ti no te afectó
–Ni lo de catarsis, ni lo de colectivo–Se encogió de hombros.
–Clásico
–¿Caminamos a casa?– dijo Phoebe.
–Sí, vamos–dijo Helga, luego miró a Arnold que estaba apoyado en un muro.– ¿Vienes, cabeza de balón?
El chico levantó la mirada.
–Sí –dijo con una sonrisa triste.
El grupo se dirigió a la salida y Helga vio que Brainy seguía en uno de los pasillos, sacando las últimas cosas de su casillero.
–Olvidé algo.–dijo–¿Me esperan afuera?
–Está bien, pero no tardes–dijo Gerald.
Phoebe había notado a Brainy, así que le sonrió y tomando a cada chico por un brazo, los arrastró a la salida.
–¿No les encanta que estemos de vacaciones? ¡Tiempo libre! ¡Tengo tanto por leer!
–¡El mejor día del año!–dijo Gerald, entusiasmado.
–Sí–Añadió Arnold, mirando hacia atrás, viendo desaparecer a la rubia por un pasillo.
...~...
Con cuidado Helga se acercó a su novio.
–Ey – dijo, mirando alrededor.
Brainy le sonrió, terminando de guardar sus cosas en su mochila.
–¿Ya vas a casa?–dijo él.
–Sí ¿Y tú?
–Tengo cosas que hacer
Helga sostenía los tirantes de su mochila, nerviosa. Volvió a mirar en todas direcciones, pero no quedaba nadie en la escuela. Se acercó y le dio un beso en los labios.
–Nos vemos en la tarde–dijo al apartarse.
Brainy asintió. Ella se dio la vuelta y se alejó con paso seguro, mientras él se quedó mirándola. Le parecía hermosa.
...~...
La chica se detuvo justo antes de salir, respirando profundamente para calmarse.
–Ok, Helga, nadie te vio–se dijo.
Atravesó la puerta y divisó a sus amigos. Phoebe volvió a sonreírle y Helga asintió como respuesta.
–En marcha–dijo.
–¿Entonces qué harán estas vacaciones? –dijo Phoebe.
Cada uno comentó sobre lo que quería hacer y lo que sus familias planearon, Phoebe y Gerald con entusiasmo, Arnold con resignación y Helga con algo de apatía.
En el camino Helga decidió que ya estaba harta de la actitud de Arnold. Se acercó a Phoebe.
–Johanssen, préstame a tu novia un momento–dijo, sujetándola del brazo.
–¿Se puede saber para qué?
–Cosas de chicas–dijo, sacándole la lengua.
Phoebe reía mientras soltaba a su novio y se adelantaban media cuadra.
–¿Qué pasa, Helga?–dijo.
–¿Puedes... –Comenzó a susurrar en su oído.– darme una excusa para quedarme a solas con... –Dirigió una rápida mirada hacia atrás, sin voltear del todo.– ya sabes? Solo unos minutos. Quiero arreglar algo
–¿Segura?
–Sí
Helga y ella se detuvieron y la más alta se apartó.
–Toda tuya–dijo, haciendo una teatral reverencia a Gerald.
–¿Qué tanto secreteaban?–Preguntó Gerald.
–Nada que sea de incumbencia
–¿Bebé?
–Lo que Helga dijo–respondió Phoebe con una risita.
–Chicas–dijo Gerald, rodando los ojos.
Cuando pasaron por Slausen's Phoebe jaló el brazo de su novio.
–Compremos helado–dijo con entusiasmo.
Los otros tres miraron el local.
–Me parece bien–Comentó Helga, encogiéndose de hombros.
–Hay demasiada gente–dijo Gerald.
–Podemos pedir para llevar. Podemos sentarnos en el parque–Insistió Phoebe mirando a Gerald con ternura.–. Por favor, bebé
–Está bien–Aceptó él, resignado. No podía resistirse a esa mirada.
–Vamos–dijo Arnold.
–Mejor esperen aquí, cuatro manos son suficientes–dijo Phoebe–. Helga, ¿qué sabor quieres?
–Chocolate–Respondió la chica, pasándole a su amiga un par de billetes.–. Con crema y una cereza arriba
–¿Arnold?
–Lo mismo estará bien–dijo el chico, también entregando algo de dinero.
–Vamos
Phoebe arrastró a Gerald dentro del local y se perdieron en la multitud de gente que hacía fila para comprar. Los rubios se miraron con incomodidad. Helga buscó un lugar a la sombra donde esperar y con un gesto se lo señaló al chico para que la acompañara. Una vez allí se apoyó contra el muro, con las manos en los bolsillos.
–¿Cómo está tu mejilla?–preguntó ella.
–Ya está bien–dijo.
Ambos miraron el suelo. Helga tomó aire un par de veces, pero no pudo decir nada hasta el tercer intent.
–Lo siento–Su voz sonaba sincera.–. No debí hacer eso, pero me sacaste de quicio
–Yo soy quien debiera disculparse. Me lo advertiste más de una vez... solo... no pensé...
–¿Qué fuera capaz de golpearte?
–Me tomó por sorpresa que realmente lo hicieras
–Lo siento, trataré de no repetirlo
–Trataré de no hostigarte
Los dos suspiraron, mirando a la distancia.
–Quería disculparme por todo, en realidad–Continuó el chico.–. No debí hacerlo, pero no pude evitarlo. Me importas mucho más de lo que piensas–La miró a los ojos.–y quiero que estés bien
Helga pestañeó perpleja. Y Arnold pudo ver por un segundo esos gestos que tenía antes que se distanciaran, fue solo un instante.
–¿Tú no habrías hecho algo loco o estúpido por alguien que te... importa?–Añadió él, bajando la mirada.
«Si solo supieras, tonto cabeza de balón»
–Como dije, soy la reina de los planes locos–Contestó Helga con una sonrisa.–, así que aprecio el esfuerzo
–Gracias
Arnold dudó un momento y luego la miró otra vez.
–Helga
–¿Sí?
–¿Podemos volver a ser amigos?
–Supongo que sí–Le sonrió.–. Podemos volver a ser amigos, pero no vuelvas a meterte en mis asuntos
–¡Gracias, Helga!–Arnold la abrazó en un impulso y ella se congeló.
Ese abrazo causó un leve cortocircuito en todo su ser, pero retomó la compostura de inmediato. No quería... NO debía... NO podía sentirse así.
–¡Ey!–dijo empujándolo– ¿Quién dijo que podías tocarme?
–Lo lamento–Se apartó.–. Creo que me dejé llevar–Añadió rascando su nuca, avergonzado.
Se quedaron mirando los autos pasar, mientras sus amigos compraban.
Phoebe y Gerald vieron todo desde el interior del local y se sonrieron mutuamente. Incluso si sus mejores amigos no estaban juntos, para ellos era importante que se llevaran bien.
Con los helados en su poder, salieron y caminaron hasta el parque para comer lo poco que aún les quedaba bajo la sombra de un árbol, donde se quedaron conversando el resto de la tarde.
–Bueno, chicos–dijo Helga poniéndose de pie–, hora de irme
–¿Te acompañamos a casa?–dijo Arnold.
–No. Tengo una cita–Les dedicó un guiño y se retiró.
Los tres que se quedaron se miraron entre sí.
–Phoebe... –Comentó Arnold.– ¿En verdad tiene una cita?
–Sí, es cierto
–¿Sabes quién es?
–Así es
–¿Y está bien?
–Sí, está bien
–Gracias
Arnold sonrió con tristeza, pero le daba tranquilidad. Si Phoebe aprobaba a esa persona, entonces él no iba a cuestionar más. Si Helga quería o no decirlo, era su problema y él debía aceptar hacerse a un lado.
Era su amiga y eso significaba que debía confiar en ella.
Helga Pataki era su amiga.
Y eso de alguna forma debía ser suficiente.
Notes:
Capítulo cortito este fin de semana.
¿Cuáles piensan que serán los planes de Brainy? (Lo sabrán en tres capítulos más)
Próximo episodio: Noche de chicas
Se viene la fiesta en la casa de Rhonda...
Chapter 19: Noche de chicas
Notes:
TW: Adolescentes consumiendo alcohol; insinuaciones sobre temas sexuales
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(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Ese verano Helga decidió no pensar tanto las cosas, disfrutar un poco el descanso de las clases compartiendo el tiempo con sus amigos y, en especial, dejar de darle vueltas a ese abrazo de Arnold.
Las dos semanas antes de la fiesta de Rhonda pasó algunas tardes en casa de Brainy. Los padres del chico la saludaban un poco menos incómodos cada vez. Se quedaban en la sala viendo alguna película o jugando cartas mientras conversaban y comían helado o pizza.
También se reunía con la mayoría de la clase. Iban a los arcades, jugaban baseball en el parque Gerald -que ahora compartían con un grupo de primaria, con el que a veces competían-, iban a la piscina o simplemente pasaban las tardes en el parque, charlando y riendo.
Algunos iban a la casa del árbol. En general era un grupo más reducido, compuesto por Arnold, Gerald, Phoebe, Helga, Harold, Stinky y Sid. A veces Arnold los invitaba a su casa la azotea de la casa de huéspedes. Este último panorama Helga lo evitaba como a la peste.
Una tarde, cuando Phoebe iba de camino a ver a los demás, se encontró con Lila y la invitó a la casa del árbol. Notó que a Helga no parecía incomodarle tanto su presencia como antes, así que luego de hablarlo con su mejor amiga, decidió incluir a Lila en algunos de sus planes. Así las tres chicas comenzaron a pasar tiempo en su casa. Se quedaban en la terraza o en su habitación, bebiendo limonadas y escuchando música, mientras compartían anécdotas o hablaban sobre cómo imaginaban que sería la preparatoria.
Helga no se dio cuenta de cómo, pero Lila se volvió cada vez más tolerable.
...~...
El día previo a la fiesta de Rhonda, Helga fue a cenar con Phoebe. Charlaron un rato con sus padres y luego la pareja las dejó solas cuando la chica de lentes dijo que ella y su amiga ordenarían la cocina. Lo que Helga aceptó con una mezcla de molestia y resignación.
–¿Mañana nos vamos juntas?–dijo Phoebe mientras lavaba los últimos platos.
–Sí, claro. ¿Paso por ti a las seis?–dijo Helga, secando algunos cubiertos con indiferencia.
–¿No quieres que pase por ti?
–No estaré en casa
–¿Y dónde estarás?
–Emh... por ahí... ya sabes... –Evadió su mirada, sonrojándose.
–¿Con Brainy?
Helga asintió.
–Guau. Realmente pasas mucho tiempo con él
–Es mejor que estar encerrada–Se encogió de hombros.
–¿Y tus padres no sospechan?
–Ni siquiera estoy segura que sepan cuando estoy o no en casa–Rodó los ojos.–. Cambiando de tema, después del almuerzo con la princesa, iré a ver a Olga ¿me acompañas?
–Yo... emh...
–¡Por favor! No quiero ir, pero hace tiempo que no nos vemos y si no lo hago ahora, estará todo el verano molestando. Solo es ir a saludar y regresaremos para las seis
–Es que tengo planes
–Rayos
–Pero podrías invitar a alguna de las chicas
–Claro, podría ir con Lila–dijo con una expresión de asco.
–Es una buena idea–Respondió Phoebe sin ponerle atención, mientras terminaba de limpiar el lavaplatos.
–Era sarcasmo
Phoebe la miró y dejó escapar una risita inocente.
–Bueno, Helga, realmente no es una mala idea, es decir, parecen llevarse mejor y a tu hermana le agrada
La rubia se cruzó de brazos y Phoebe comprendió que no tenía sentido insistir, así que preparó algo más de limonada para invitar a su amiga a su habitación, cambiando el tema.
...~...
Al día siguiente, después de pasar la tarde con Helga, Brainy la acompañó hasta la casa de Phoebe. Era más temprano de la hora en que habitualmente se despedían. No iban de la mano, pero caminaban juntos y ella le hablaba. Al llegar a la casa de la familia Heyerdahl, el chico se despidió con un beso rápido y comenzó a alejarse cuando Helga llamó a la puerta.
Phoebe salió casi al instante, seguida de Gerald.
–Hola–Saludó Helga, un poco incómoda por la presencia del novio de su amiga.
–¿Todavía te sigue ese fenómeno?–dijo el moreno, mirando al chico.
Phoebe intentó hacerlo bajar la voz, pero Brainy debió haber escuchado.
–No–dijo Helga. Bajó la mirada, cerró los ojos y tomó una decisión.–. No me estaba siguiendo, me estaba acompañando
–¿Por qué te juntarías con...? Oh...–Gerald unió las piezas en un segundo.
–Helga–dijo Phoebe–. Lo siento... no pensé que vendrías con él...
–Tranquila–dijo la rubia, luego miró a Gerald.–. Ni una palabra de esto, ¿me oíste?
–Fuerte y claro, Pataki–Dejó escapar una risa–. Solo que de todo el mundo... quién iba a decir que ibas a caer con él. Vaya, realmente cada tonto tiene su premio
–Ok, es suficiente. No vuelvas a decirle así, o te las verás con Betsy y los cinco vengadores
–uuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuy, Helga defendiendo a su novio
–¡Gerald!–dijo Phoebe en un tono acusador.
–Está bien, está bien–Contestó riendo y luego miró a la rubia.–. Lo siento, Helga, es que esto es oro... ¿en qué otro momento de la vida tendré la oportunidad de burlarme así?
La chica apretó los dientes con una expresión amenazante.
–No lo haré más, lo prometo–Insistió el chico.
–Más te vale–dijo ella todavía con el ceño fruncido–. Y que ni se te ocurra ir por ahí contándolo...
–Prometo no decir ni una palabra
–¡Ni siquiera a Arnold!
–En especial a Arnold–dijo haciendo con su índice una equis sobre su pecho.
–Y si no...–Levantó el puño justo frente a su cara.
–Sí, lo sé–dijo Gerald, apartando con indiferencia el puño de Helga.–. Bueno, bebé–Miró a su novia–, me marcho.–Le dijo un beso a la chica.–. Disfruten la fiesta de Rhonda
–Gracias, así lo haremos–Respondió Phoebe.
–Piérdete, Geraldo–dijo Helga, con los brazos cruzados.
En cuanto el chico se fue, Helga se cubrió el rostro con las manos.
–Rayos–masculló.
–Lo lamento mucho–dijo su amiga, mientras tomaba su saco de dormir y cerraba la puerta.
Las dos comenzaron a alejarse de la casa de Phoebe.
–No es tu culpa–Comentó Helga.–. No quería... arg, ¿Sabes qué? No debería importarme. Tarde o temprano alguien nos iba a descubrir
–¿En serio no estás molesta?
–¡Claro que lo estoy! Pero ¿Qué ganaría? Tu novio ya lo sabe y él aprecia suficiente su relación contigo, sus extremidades y su vida como para hablar. Si tú confías en él, yo confío en él
–Veo que estás mejorando
–Lo intento–Se encogió de hombros.–. Oye, y ya que estamos hablando de Gerald ¿Qué pasó en su cita de aniversario? Pensé que me actualizarías ayer
–¡Claro que no! Si mis padres escucharan...
–¿Acaso hay detalles picantes?
–¡HELGA!
La más bajita de las dos se sonrojó hasta las orejas y su amiga soltó una carcajada.
–Lo siento, Pheebs, no quería incomodarte
–Si querías
–Un poco
–¡Helga!
–En fin, es una lástima que tuvieran que posponerlo
–Oh, para nada, Gerald realmente quería llevarme a ese restaurante y fue todo un desafío conseguir una reserva
–¿Y cómo estuvo?
–Fue encantador. Primero fuimos al parque para ver el amanecer en el lago. Hicimos un picnic y comimos galletas y bebimos té helado. Luego paseamos un rato, más tarde fuimos al centro a ese restaurante tan bonito, tiene hermosas esculturas en la entrada y hay música en vivo. Incluso hizo que tocaran mi canción favorita cuando llegaba el postre
–Suena lindo. Te felicito
–Gracias
–¿Y luego?
–¿Luego qué?
–No sé... ya sabes–Giró su mano en el aire.– ¿Pasó algo? ¿Fueron a su casa? ¿A la tuya?
–¡Helga!–Phoebe se sonrojó.
–Solo bromeo, Pheebs, no tienes que contarme si no quieres
–Es que... si quiero... –Escondió su rostro entre sus manos.–, pero... es vergonzoso...
–¿Quieres que intente adivinar?
–¡No! Solo me harás pensar en cosas que ni siquiera han pasado
–¿Por qué crees eso?
–Bueno... tú... –Se sonrojó.
–¿Qué?
–Hablas con tanta seguridad de esto que creo que... tú... tal vez sepas más que yo sobre eso... ahora que...
–¿Crees que... he hecho más qué tú?
–¿Lo has hecho?
–Ni de chiste
Ambas rieron.
–Aún me incomoda un poco el contacto físico repentino–Admitió Helga.–. Así que solo nos abrazamos y nos besamos... a veces toma mi mano de la nada y eso aún me pone mal
–Es un avance–dijo la chica con una risita–. Bueno –Gerald y yo... fuimos a su casa y sus padres no estaban... y bueno...–Le hizo un gesto para que se acercara y le susurró al oído.–, las cosas se pusieron un poco intensas. Estamos evaluando pasar a tercera base... –Se apartó.–, pero aún no llegamos ahí... bueno... lo intentamos... pero llegó su hermano a casa–Añadió avergonzada.
–Guau, Phoebe... felicidades, supongo
–Gracias
–¿Y qué tal es?
–¿A qué te refieres?
–¿Es agradable? Digo, lo que han hecho...
–Lo es–Volvió a sonrojarse.– ¿A-Alguna vez has... besado hasta sentir que te quedas sin aliento?
–Algo así... supongo–Recordó un par de besos intensos.
–De esos besos... que desesperan... y ahogan... y no quieres que terminen... y luego es como si sus manos tuvieran electricidad... y marcaran mi piel...
–Guau...
–¡Perdón, hablé demasiado!–La chica escondió su rostro otra vez.
–No, Phoebe... eso es... poético... y lindo... guau... no sé... no sé si alguna vez me sienta así...
–Pensaba que él te gustaba
–Me gusta, pero de una forma... distinta... a como me gustaba... ya sabes. No es que me moleste o me incomode, pero no sé si quiero tanto. No ahora, al menos–Se encogió de hombros.
Cuando llegaron a la casa de Rhonda, aunque todavía era temprano, Nadine ya estaba ahí. También había otra chica, de gran altura y cuerpo ancho y musculoso.
–¿Qué hay, Patty?–dijo Helga, acercándose a saludar.
–¡Hola chicas!–Contestó con entusiasmo–. Pueden dejar sus cosas en la habitación de Rhonda. ¿Les puedo traer algo? Hay jugos, bebidas y snacks
–¡Patty!–dijo Rhonda–. Eres mi invitada, no te preocupes. Yo lo hago...
–No me molesta para nada
–¿Ustedes desde cuando son tan amigas?–Intervino Helga, intrigada.
–Oh, es una historia graciosa–Comentó Rhonda.–. Dame un minuto
Mientras Helga y Phoebe iban a la habitación de su amiga para dejar sus sacos de dormir, Rhonda fue por algo de beber para las recién llegadas y una bandeja de queso y canapés. Luego procedió a contarles de su paso por la Academia de Modales, dándole espacio a Patty para que comentara su propia experiencia.
–Descubrí que Patty es una chica muy sensible y amable y yo una frívola y superficial–Concluyó Rhonda.
–Pero has cambiado mucho–dijo la mayor, entusiasmada–. Y mamá ama que vayas a tejer con nosotros
Rhonda le cubrió la boca.
–No lo digas en voz alta, mis padres no saben que hago eso, se avergonzarían...
–Pero...
–Yo sé que no tiene nada de malo, pero mis padres creen que ahora que entraré a preparatoria debo cambiar mis círculos
–¡¿Qué?!–dijeron todas a la vez.
–Shiii, bajen la voz–Con sus manos hizo un gesto para que se acerquen y comenzó a susurrar.–. Una de las razones por las que me cambiaron de escuela, es especialmente por los chicos–Suspiró.–. Dicen que a esta edad se vuelven tontos y se descontrolan. No quieren que me exponga a eso. Me enviarán a una academia de señoritas
–Que horrible–Comentó Helga.
–Por eso solo pude invitarlas a ustedes a la fiesta. Me hubiera gustado invitar a toda la clase–Empezó a hacer un puchero.
Patty le pasó un brazo por sobre los hombros, consolándola.
–Ya, ya–dijo.–. Podemos hacer otra despedida antes que empiecen las clases, quizá en el parque ¿te parece bien?
–Eso sería agradable
–Rhonda... –Phoebe la apartó del grupo.–. Hasta donde sé la única academia privada de señoritas es... un... internado
–Sí...
–Pero le prometiste a Nadine verse los fines de semana
–Puedo salir semana por medio... ya lo hablamos, no te preocupes
–Está bien
En ese momento alguien más llamó a la entrada.
–¡Sheena! ¡Lila! ¡Gracias por venir, chicas!–dijo Rhonda al abrir la puerta–. Pueden sacar bebida y hay cosas para comer en la mesa.
–Hola a todas–dijo Sheena, acercándose al grupo, las demás le respondieron con un simple hola grupal.
–Ahora que estamos todas ¡Que empiece la fiesta!–dijo Rhonda, subiendo el volumen de la música.
Algunas empezaron a bailar. Helga intentó quedarse en el sillón, pero Phoebe la arrastró a bailar con ella. Solo hacían tonterías, moviéndose de un lado a otro, nada en especial, pero al rato estaban todas riendo.
Durante la tarde jugaron al limbo, a equilibrar un huevo en una cuchara sosteniéndola por la boca, a ponerle la cola al burro, saltar la cuerda, incluso Helga, Patty y Rhonda hicieron una pequeña competencia de vencidas, que ganó Patty, aunque con bastante resistencia de Helga.
–Te has vuelto más fuerte–dijo la mayor con una sonrisa.
–No tanto como tú–Respondió la rubia.
–Porque llevo años compitiendo–Aclaró con orgullo.
–Y yo no pude con ninguna–Se involucró Rhonda sentada en el suelo, agotada.
–Oye, pero participaste, no como estas cobardes... –dijo Helga, mirando al resto.
–No somos cobardes. No a todo el mundo le gusta la violencia–dijo Sheena.
–Y ciertamente yo no podría competir así–Añadió Phoebe.
–Por favor, ni que estuviéramos luchando, solo son vencidas
–Bueno, si lo pones así–dijo Lila–, me gustaría intentarlo
–Muy bien, campirana–Helga se acomodó en posición, mirándola desafiante.
La pelirroja se ubicó frente a ella acercando su mano.
–¿Está bien así? Nunca he hecho esto
Patty se acercó y le ayudó a acomodar el codo, luego ajustó la mano para que tomara bien la de Helga y la mano libre la apoyó en la mesa.
–Cierra el puño... bien...
También la empujó, para que la cadera de Lila quedara pegada a la pata de la mesa.
–No puedes levantar el codo. Si sientes tensión en la muñeca es que lo estás haciendo mal
–Ey, Patty–Helga le indicó con los ojos unos pequeños cojines sobre el sillón.
–Buena idea
Patty los tomó y colocó uno al lado donde podría caer la mano de Lila.
–¿Y Helga?–Se quejó Lila.
–Estoy acostumbrada–Respondió la rubia.
–Pero tendrás ventaja
–Patty
–Voy–dijo la mayor.
–Te tienes fe, campirana–dijo Helga con una expresión burlona.
–Si yo no lo hago, ¿Quién lo haría?
–Me das asco
–Lo sé–Sonrió con dulzura.
Mientras Nadine y Rhonda afirmaban los cojines al borde de la mesa, Patty sujetó las manos de las contrincantes.
–Muñecas rectas. Sin trampa. No se vale hablar, morder, escupir, ni llorar. Si alguna quiere rendirse, debe dejar a la otra ganar
Las contrincantes asintieron mirándose a los ojos.
–¿Están listas?
Otra vez asintieron.
–¡Ya!–Concluyó, levantando la mano.
Helga intentó empujar la mano de Lila sin tanta fuerza, lo que le costó perder un par de centímetros al percatarse que su oponente no era precisamente débil. Resistió con una ligera desventaja, evaluando a la pelirroja, que empujaba concentrada. Claramente estaba utilizando bastante fuerza, pero ignoraba si toda.
–¡Vamos Lila!–dijo Sheena.
–¡Tú puedes, Helga!–Gritó Phoebe.
La pelirroja había cerrado los ojos. Se estaba esforzando. A Helga le pareció gracioso, entones se puso seria y Patty supo de inmediato cual sería el resultado. La tensión en los músculos de las piernas, espalda, hombro y brazos de Helga se notó de inmediato. Entonces en un segundo todo el juego cambió y la mano de Lila terminó contra el cojín.
–Buen intento, campirana, engañosamente fuerte, pero no tanto
–Oh... realmente pensé que podía ganar
–¿Quieres intentar con la otra mano?
–Bueno
Las chicas volvieron a posicionarse. Helga le hizo un gesto a Patty para que volviera a ayudar a Lila. Luego les dio la partida. Esta vez Helga la venció en un instante.
–Mejor suerte para la próxima–dijo la rubia.
Phoebe sonreía satisfecha, orgullosa de su amiga.
–Gracias–dijo Lila.
–Al menos no eres una cobarde, lo respeto–Le ofreció la mano como una forma de tregua y Lila la estrechó emocionada.
–Definitivamente Helga es la mejor de nuestra generación–Comentó Rhonda.
–Aunque debo admitir que Lila es bastante fuerte–dijo Helga para luego mirar a la pelirroja–. No me lo esperaba
–Bueno, el ballet no es solo verse bonita, a veces hay que levantar a otras personas, generalmente los chicos nos levantan, pero de vez en cuando también tengo que ayudar a mis compañeras... así que he tenido que fortalecerme
–Guau... y yo que pensaba que eran tonterías fifís–dijo rodando los ojos.
–Puedes ir a practicar un día si quieres, solo para que tengas la experiencia
–¿Yo? ¿Ballet?–Bufó riendo, jugando con el cuello de su camiseta.– ¿Te imaginas?
–Es para que te quites todos esos prejuicios–Lila la miró con los ojos entrecerrados.–. A menos que temas que pueda gustarte
El resto de las chicas rieron.
–No podría imaginar a Helga bailando–dijo Nadine.
–Ni yo–Añadió Sheena.
Ya pasaban de las once de la noche, así que Rhonda las invitó a su habitación. Todas se pusieron pijama, aunque Helga, Nadine y Patty decidieron usar ropa deportiva.
–¡Solo dime que no nos pintaremos las uñas ni esas cosas!–Rogó Helga.
–No tienes que hacerlo si no quieres–dijo Rhonda–. Veremos una película... ¿Destino Final? ¿Screams?
Las chicas no llegaron a acuerdo, así que decidieron ver primero una y luego la otra.
Mientras Sheena, Nadine y Rhonda se pintaban las uñas, Patty le cepillaba el cabello a Phoebe. Lila se sentó abrazando sus piernas.
Helga notó que la pelirroja cubría sus ojos cada vez que salía algo perturbador en escena. Después de vigilarla algunos minutos, decidió servir dos vasos de jugo y se sentó junto a ella, ofreciéndole uno.
–Gracias–dijo Lila, mirándola confundida.
–Creo que no estás disfrutando esto, ¿me equivoco?–murmuró.
–Yo no diría eso–Miró a las demás.–, pero... esto no es lo mío–admitió.
–No tienes que ver la película si no quieres
–Pero no sé qué más hacer... no quiero pintarme las uñas... ni peinarme... ni ayudarlas... hoy no me siento muy bien
–No te pedí que me contaras tu vida–Helga rodó los ojos, luego miró a las demás–. Salgamos
Rhonda las vio levantarse.
–¿Están bien?
–Sí –dijo Helga–, solo quiero un poco de aire, estoy algo mareada con el olor del pintauñas
–Iré para asegurarme de que esté bien–dijo Lila
–Bueno, dejen la ventana y la puerta abierta para que se ventile
Salieron al balcón de la casa. Helga dejó su vaso en la ancha baranda y luego se apoyó, cruzando los brazos.
–¿No te molesta perderte la película?–Quiso saber Lila.
–Ya las vi–Contestó aburrida.–. Las dos
–Oh...
Una brisa suave agitó el cabello de ambas y Lila se abrazó a sí misma, temblando. Entonces Helga, con un suspiro se quitó su sudadera y se lo entregó.
–¿Qué hay de ti?–dijo la pelirroja, dudando.
–No tengo frío. Tómalo de una vez, no tengo toda la noche–Respondió sin mirarla.
Lila asintió y obedeciendo.
–Relájate–Añadió Helga.–, no pienso tirarte por el borde ni nada, eso ya pasó
–¿Por qué estás siendo amable conmigo?
–No lo soy. Yo... quería preguntarte algo hace tiempo–dijo, rascando su brazo.
–Dime
–¿Es cierto que Olga te pidió ser su dama de honor?
–Le pedí a Olga que no te lo dijera, así que ¿Cómo lo sabes?
–Estaba escondida en el baño y las escuché hablar. Fue incómodo verte en la boda de MI hermana... y que te tratara mejor que a mí...
–Cielos, Helga. Entiendo que eso pudo ser desagradable
–No me digas
–¿Puedo contarte un secreto?
–Supongo
–Lo del ensayo no era cierto
–¿Qué ensayo?
–El de ballet. No quise llegar temprano, porque no quería ser dama de honor
–¿Por qué?
–Porque sé que no te llevas bien con tu hermana y mi presencia solo habría arruinado el momento–Lila dio un largo suspiro.–. Helga, me agrada Olga, realmente me agrada, y es una persona importante en mi vida, pero tengo mis límites y aunque me encanta pretender que somos hermanas, no podría ocupar tu luga
–¿Entonces lo hiciste por mí?
–Así es
–Que considerada
–Sé que no te agrado–dijo con cierta tristeza–y que somos muy distintas, pero tú en verdad me agradas
–¿Por qué? La única vez que te traté bien te manipulé con ese ridículo plan
–Si escuchaste lo que le dije a Olga, también escuchaste lo que dije de ti–Le sonrió.–. Admiro tu forma de ser. Yo no podría ser como tú, me aterra la idea de hacer sentir mal a otras personas, así que en vez de ser directa y decirle a Olga que no consideraba apropiado ser su dama de honor, inventé una excusa para no poder serlo. Tú eres directa, tienes el respeto de la gente, te haces escuchar y dices lo que piensas
–Sabes bien que no digo todo lo que pienso, quiero decir, tú sabes... mi secreto
«El secreto que juraste guardar»
–Eso es distinto... admitir lo que sientes por alguien es difícil, muchas veces siquiera entenderlo o incluso aceptarlo es difícil. Pero confrontar a otras personas, alejarlos cuando me incomodan, es algo que no podría hacer, no de forma tan evidente
–¿Nunca te enojas?
–No
–Eso es horrible
–Pero estar enojada siempre también lo es
–No estoy enojada siempre–Siguió la luz de un auto que pasaba a un par de calles. A esa hora ya no había mucho movimiento en la ciudad.–. Solía estarlo y he aprendido que no es sano. Pero me gusta que creas que es así. Tengo mi reputación y estoy acostumbrada a eso. Supongo que para ti es lo mismo. Tienes esta imagen de señorita perfecta...
–¿Así me ves?
–TODOS–Enfatizó–te ven así
–Pero no es fácil... sonreír siempre, portarse bien, hacer lo correcto, tratar de cumplir con las expectativas
–Sí, a nadie le toca fácil–Se encogió de hombros.–, pero empezaremos la preparatoria–Le sonrió.– ¿No quieres intentar dejar de fingir? Tal vez... cometer algún error, ya sabes, meter la pata. Solo eres joven una vez... y si no lo haces ahora... será peor...
–Jamás podría...
–Deberías ver a Olga–Interrumpió.
–¿Qué pasó con ella?
–No lo creerías, pero cuando estaba sola era solo dudas, estrés y ansiedad. Está tan acostumbrada a hacer todo perfecto, que al más mínimo error actúa como si se acabara el mundo. No entiende que las cosas seguirán bien y todos seguiremos en pie aunque se equivoque. No pasará nada si un día no se siente capaz o si responde que está cansada. No se da el privilegio de ser una persona, ella tiene que ser un ángel. No te hagas ese daño. Si bajas las expectativas ahora, cuando llegues a ese momento podrás hacer todo bien sin querer golpear tu cabeza contra el muro. Créeme, la vi haciéndolo
–No lo habría imaginado de ella
–Nunca le digas que te conté esto. Que siga creyendo que es perfecta a tus ojos
–Me gustaría saber cómo está. No la he visto desde la boda
–Tampoco yo
–¿La extrañas?
–No, pero a veces pienso en ella y me pregunto si estará bien. A veces la llamo, otras veces no, supongo que es parecido a extrañarla, pero no diría que quiero que vuelva a casa o que quiera pasar tiempo con ella
–Entiendo
Suspiraron, mirando otro auto que pasaba.
–También quería saber–Continuó Helga.– ...de todos los chicos que conocemos... ¿Por qué demonios tenías que invitar a Arnoldo?
–Bueno... en parte fue accidental. Me encontré con él en el centro comercial y me acompañó a comprar el vestido... y él... bueno... me dijo que lo estabas evitando y pensé... que tal vez si se vieran ahí...
Lila no continuó, así que Helga tuvo que presionar.
–¿Qué?– exigió la rubia.
–Que tal vez el ambiente... la ropa... verte arreglada...
–¿Qué? ¿Esperabas que la magia de una boda haría que tras bailar un vals declararíamos nuestro eterno amor?
–Bueno... algo así
–¡La realidad no funciona así!
–L-lo sé, Helga. Luego comprendió que eso estuvo mal
–Sí, fue una pésima idea
–Lo siento, Helga
Se hizo un largo silencio que la rubia aprovechó para beber lo que quedaba de su bebida.
–No vuelvas a intentar algo así–Añadió molesta.
–Oh, no, no lo haría, en serio
Helga medio sonrió.
–Oh... Helga–Comentó Lila al verla de mejor humor.–. Si no te molesta, también hay algo que he querido preguntarte
–Dispara
–En verdad ¿por qué fue que golpeaste a Arnold?
–¿Por qué te importa?
–Bueno, él dijo que te estaba acosando
–Yo no le llamaría acosar, porque tengo otros estándares, pero si tanto quieres saber, se estaba inmiscuyendo en mis asuntos
–Estuvo mal que lo golpearas
–¿Acaso piensas regañarme? Tú eres quien mejor sabe lo insistente que puede ser cuando se le mete algo en esa estúpida cabeza de balón
Lila la vio cruzar los brazos y exhalar un suspiro de frustración.
–Tienes razón. Y aunque creo que estuvo mal, admiro que tuvieras el valor de defenderte. Yo no sé qué podría hacer si me pasara algo así
–Bueno, si alguna vez necesitas quitarte a alguien de encima, puedes decirme y le daré una paliza
–¿Harías eso por mí?
–Siempre estoy dispuesta a golpear gente y para eso estamos las amigas, supongo–dijo Helga encogiéndose de hombros. Luego se apartó.–. Regresemos adentro
Era una orden y a la vez una forma de darle la espalda. Lila acaba de darse cuenta que la había llamado "amiga". Sonrió.
La siguió, un poco más tranquila y en cuanto entraron le regresó la sudadera, aunque Helga decidió que no lo necesitaba, por lo que lo guardó con su saco de dormir. Entonces Lila le preguntó a Patty si podía cepillar su cabello mientras terminaban de ver la película y Helga dejó que Phoebe y Sheena le hicieran las uñas de los pies, con distintos colores. Un desastre.
Cuando terminó la primera película, Rhonda apagó el televisor.
–¿Qué dicen si vemos otra cosa? Para cambiar un poco el ambiente–dijo.
–No me digas que te asustó la película–dijo Helga.
–Lo dice la que salió en medio de ésta
–Encantada te concedo ese punto, si no fuera porque ya la vi y puedo describir en detalle cada muerte ¿quieres que empiece?
–Helga–dijo Phoebe, en tono de ruego.
–Bueno, entonces ¿Qué quieren hacer?–dijo Sheena.
–¿Qué dicen de un juego de verdad o reto?–Sugirió Nadine.
–¡Eso!–dijo Rhonda –¿Qué dicen?
–Claro–dijo Patty.
–¿Por qué no?–Comentó Phoebe – ¿Helga?
–Estoy dentro–Respondió su amiga.
–¡Sí!–dijo Sheena.
–Podría ser divertido–dijo Lila, entusiasmada.
–En ese caso ¿quieren hacer una tontería conmigo?–Preguntó Rhonda, emocionada.
–¿De qué se trata, princesa?–dijo Helga.
–Nadine, por favor
La chica se metió bajo la cama de su amiga y sacó una caja de zapatos. Dentro había dos botellas de licor.
–¿No son muy jóvenes para esto?–dijo Patty.
–No es para embriagarnos–dijo Rhonda– ¿Les parece que quien no cumpla un reto o sea descubierta mintiendo... debe tomar un trago?
–Creo que es mucho–Insistió–. Y yo no bebo
–¡Vamos!
–No me vas a convencer, pero tampoco las voy a detener... puedo cuidarlas si se sienten mal... si alguna se embriaga el juego se acaba
–¡Por queeeeeeeeeee!
–Porque soy la mayor y eso me hace responsable por ustedes
–Creo que es justo–Se involucró Phoebe.–. No me entusiasma la idea de embriagarnos, así que trataré de cumplir con las reglas del juego, pero me gusta el desafío
–Por mí está bien–dijo Helga–. No creo que encuentren un reto que no pueda cumplir
–¿Sheena? ¿Lila?–Preguntó Rhonda.
–Cielos... yo... nunca he bebido–dijo la pelirroja.
–¿Qué te asusta, campirana? Tampoco es que tengas que tomarte la botella completa–dijo Helga y luego miró a Rhonda–Ningún reto puede implicar beber–Impuso como regla.
–Sí, tienes razón–Admitió Rhonda.
–Bueno, puede ser divertido–dijo Lila, pensativa.
–Yo tampoco quiero beber...–dijo Sheena– Y prefiero ayudar a Patty a cuidar a las demás... esto me pone un poco nerviosa
–¿Entonces somos Helga, Phoebe, Lila, Nadine y yo?–dijo Rhonda.
–¡Sí!–dijo Phoebe–Creo que puede ser divertido mientras ninguna salga lastimada... y me gustaría que todas jugáramos, aunque Patty y Sheena no vayan a beber, por favor
–¡Sí! ¡Jueguen!–dijo Rhonda– ¡Por favooooooooor!
Patty sonrió.
–De acuerdo
–Está bien–dijo Sheena.
Las chicas se sentaron en círculo, mientras Nadine ponía algo de música y Rhonda iba por cinco de los vasos más pequeños que había en la casa. Una vez que todas estuvieron juntas, el círculo quedó así: Nadine, a su izquierda Rhonda, junto a ella Patty, Phoebe, Helga, Lila y Sheena.
–Entonces las reglas son–dijo Rhonda–: no se puede elegir lo mismo dos veces seguidas–Miró a Helga.–. Así que tendrás que responder preguntas y no podrás escapar haciendo solo retos
–Rayos–dijo la chica.
–Si alguien falla un reto o se le descubre mintiendo, tendrá que beber... Patty y Sheena, ustedes tendrán que girar 20 veces como castigo
Sheena y Patty se miraron y asintieron entre risas.
–Para el resto –Continuó la anfitriona– ¿La mitad les parece bien?–Enseñó un vaso diminuto.
–Eso es como la medida de una tapa, ¿no?–Estimó Phoebe.
–Veamos
La dueña de casa abrió una botella, llenó una tapa y luego pasó el licor al vaso.
–Que buen cálculo–Sonrió.–. Espera, tengo una idea
Tomó uno de los pintauñas y con cuidado marcó la línea del alcohol.
–Listo, así será lo mismo para todas
Tomó los otros cuatro vasos y repitiendo la medida de la tapa los sirvió y marcó, entregándole uno a cada una de las que aceptaron beber.
–¿Están listas?–dijo Nadine.
–Empecemos–dijo Helga, con su actitud competitiva de siempre.
–Una última cosa–dijo Rhonda–. Dejemos que el azar haga lo suyo–Se levantó y de un juego de monopolio tomó un dado.
–Como soy la anfitriona, por supuesto que yo empezaré. Luego tiraré el dado. El número que salga será la cantidad de personas que se mueva hacia la izquierda. ¿Les parece bien?
–Sí/Claro–dijeron las chicas a coro, asintiendo y mirándose entre ellas.
–Entonces elijo verdad–dijo Rhonda.
Las demás se miraron entre sí.
–Ok, una fácil ¿Te gustó salir con Curly?–Preguntó Sheena.
–¡FUE HORRIBLE!–Casi chilló.– No me hagan recordarlo
Todas rieron mientras Rhonda tiraba el dado. Salió un cinco, así que le tocó a Sheena.
–Elijo reto–dijo la más alta del grupo.
Las demás se agruparon al centro comentando opciones.
–¡Baila la macarena!–dijo Nadine.
–¡Solo si alguien canta la canción!–dijo Sheena.
–Ok, la próxima persona que elija reto ya sabe qué le toca.
Sheena tiró el dado. Un cuatro. Phoebe.
–¡Reto!–Se levantó y de inmediato comenzó a cantar la canción, mientras Sheena bailaba. Las demás aplaudían entretenidas.
–Ya es suficiente–dijo Rhonda entre risas–. Están a salvo
Phoebe tiró el dado. Dos. Lila.
–Elijo verdad–dijo la pelirroja.
–¿Todavía estás enamorada de Arnie?–dijo Rhonda.
–Oh, no, cielos. Eso fue hace mucho tiempo–Respondió, y lanzó el dado.–. Nadine
–Reto–Fue la decisión.
El resto del grupo se miró entre sí, otro breve concilio.
–¡Párate de cabeza!–dijo Patty.
–Oh... claro... ¿Puede ser contra el muro?
–Supongo que sí... pero tendrás que aguantar treinta segundos así
–Lo intentaré
Nadine hizo el amague y al segundo intento logró apoyar bien sus manos y levantar las piernas, pero a los veintiún segundos se dejó caer, con ayuda de Patty, quien estaba evitando que se lastimara.
–Estuvo bien–le dijo la mayor.
–Gracias–Respondió Nadine antes de ir a sentarse.–. Bien, aquí voy–Tomó el vaso, respiró profundo y luego lo bebió de golpe.–¡Auch, quema!–dijo con una expresión de asco.
Las demás rieron, mientras la chica lanzaba el dado.
–Verdad–dijo Helga–. Y salgamos rápido de esto
Se miraron entre sí.
–¿Te gusta alguien?–dijo Sheena.
Ok, si decía que no, incluso si Lila no estaba actualizada, ella, Patty y Phoebe podían decir que mentía y si decía que sí, la siguiente pregunta sería quién, pero por esa segunda opción estaba dispuesta a beber, no por ambas.
–Sí–dijo Helga
Las demás miraron a Phoebe y ella asintió.
–Ok, pasa a la siguiente–Ordenó Rhonda.
Helga tiró el dado.
–Princesa, te toca reto
–No puede ser–dijo Rhonda.
–¿Tienes tu cuerda de saltar a mano?–dijo Helga.
–Creo que sí
–Vamos al balcón. Tendrás que dar cien saltos sin parar
–Me vengaré por esto, Pataki
–Lo que digas, Lloyd
Rhonda buscó la cuerda y todas salieron. Rhonda comenzó a dar saltos, lento, pero seguro, iba sumando, hasta que en los 78 tropezó.
–Fallaste–dijo Helga con una risa malévola.
Todas volvieron adentro y Phoebe le pidió a Helga su polerón.
–Acepto el castigo–dijo Rhonda, bebiendo de inmediato–. Esto es horrible ¿De quién fue la idea de beber?
–Tuya–dijo Phoebe con una risita.
Rhonda tiró el dado y miró a Patty.
–Verdad–dijo la mayor.
–¿Por qué terminaste con Harold?
–¿Quién dice que terminamos?–Respondió con seguridad.
–Pensamos que ustedes... –Las demás, excepto Helga, se miraron entre sí con sorpresa.
–Al final de la escuela casi no los vimos juntos... pensamos que...
–Oh, no, no hemos terminado, simplemente nos tomamos un tiempo, por la escuela, volvimos a salir al comienzo de las vacaciones–sonrió.
–¿Eso cuenta como verdad?–dijo Nadine.
–Yo creo que sí–dijo Lila.
–También yo–dijo Rhonda.
–Estoy de acuerdo–Añadió Phoebe
–Sí, igual yo–dijo Helga.
–Gracias–Patty reía, divertida.
Lanzó el dado. Esta vez salió Phoebe.
–Bueno, me toca verdad–dijo la chica.
–¿Hasta dónde has llegado con Gerald? –Preguntó de inmediato Nadine.
–¿Qué quieres decir?–Consultó la chica, ajustando sus lentes.
–¡Ya sabes! ¿Cuánto llevan juntos? ¿Un año? Me imagino... que algo habrán hecho a estas alturas
Phoebe miró el suelo y se sonrojó. Helga sabía que evaluaba beber.
–Bueno... hemos... –Se cubrió el rostro con las manos– Solo hemos llegado a segunda base...
–Uuuuuuuuuuuuy–dijeron a coro Rhonda y Nadine.
–¿Qué significa eso?–Preguntó Lila.
–Yo tampoco sé qué es–dijo Sheena.
Patty las miraba con una sonrisa de suficiencia. Esos dos años de diferencia parecían ser enormes en ese momento.
–Bueno, significa que se han tocado por sobre la ropa... o que hubo acción bajo la ropa, de la cintura para arriba–Rxplicó.
Phoebe se dejó caer de espaldas escondiéndose tras una almohada y ahogando un gritito. Las demás la miraron, entre risas nerviosas.
–¿Y qué tal es?–Quiso saber Nadine.
–Creo que tendrás que esperar un par de rondas para preguntar eso–dijo Helga, luego se recostó en el suelo, junto a su amiga–. Phoebe, ¿estás bien?
La chica negó apenas apartando la almohada.
–Solo tienen curiosidad... y quizá un poco de celos...
Su amiga la miró y moduló "¿en serio lo crees?"
–Chicas ¿Qué dicen?–dijo mirando a las demás.
–Realmente es curiosidad–dijo Nadine–. Lamento si te incomodó... yo igual quisiera tener novio–Admitió.
–No es tan divertido si no estás con la persona correcta–dijo Patty.
–Tampoco es divertido cuando las cosas acaban–Añadió Lila, con cierta tristeza.
–¿Ves?–dijo Helga–. No es terrible, ven...
Phoebe se sentó, todavía abrazando la almohada, mirando el suelo, aún sonrojada. Tiró el dado y esta vez le tocó a Helga.
–Que venga ese reto–dijo sonriendo.
–¡Da tú esos cien saltos!–dijo Rhonda.
–¡Claro!–dijo la chica.
Se levantó, tomó la cuerda y se dirigió al balcón, seguida por las demás. Helga comenzó a saltar cantando en su mente "La Tablita", mientras las chicas contaban los saltos. Repitió la canción una y otra vez hasta llegar a los cien saltos, miró a Rhonda con una sonrisa y siguió hasta los ciento veinte
–Creo que ya probé que podía–dijo Helga.
–Bueno, técnicamente perdiste, porque el reto era hacer 100 saltos–dijo Rhonda, con soberbia.
–¡Pero hice más que eso!
–Dije que dieras cien saltos. Ni más ni menos–Sonrió– ¿Qué dice el resto?
–Eran cien–La respaldó Nadine.
–Bueno, dio más que eso–dijo Phoebe.
–Pero es cierto que Rhonda dijo cien, no dijo más de cien–dijo Sheena
–Oh, bueno, yo creo que Helga si cumplió el reto–Añadió Lila.
–Yo creo que el reto decía claramente cien–Sentenció Patty
–Ah, rayos
Volvieron adentro y cuando todas se sentaron, Helga bebió el vaso frente a ella. Su rostro era un poema a la repugnancia.
–¿Contentas?–dijo mirando a Rhonda y Nadine.
Ambas asintieron, entre risas.
Helga tiró el dado y esta vez salió Nadine.
–Me toca verdad –dijo– ¿Qué quieren saber?
Se miraron. Fue Sheena quien preguntó.
–¿Hay algún chico que te guste?–dijo– Quiero decir, si tanto quieres un novio... quizá...
–Oh... –Nadine miró a Rhonda y luego miró el suelo–. Hay varios chicos que me agradan... y quizá si alguno se interesara, podríamos tener unas citas, pero no me gusta nadie en especial
Las demás miraron a Rhonda, si mentía le tocaría beber otra vez.
–Lanza el dado, amiga–dijo Rhonda.
Esta vez volvió a caer en Helga.
–Este juego está trucado–Se quejó la rubia.–. Y estoy segura de qué es lo que quieren preguntar y prefiero morir antes que revelar esa información
Sheena, Nadine, Patty y Rhonda intercambiaron mirada y comprendieron de inmediato que todas querían saber lo mismo.
–¿Quién te gusta?–dijo Patty.
–Como dije, prefiero morir–dijo Helga, tomando la botella para rellenar el vaso y beber de inmediato.
Todas rieron.
–Típico de Helga–dijo Rhonda– ¡Debiste decirlo! No saldrá de aquí
–Ya bebí, princesa–dijo lanzando el dado.
Esta vez le tocó a Patty.
–Bueno, el reto para Patty es...–Las chicas se miraron, si la retaban a algo físico, como a Helga, seguramente lo haría bien.
–¡Que cante algo de Ronnie Matthews!–dijo Phoebe.
–¿Todavía te gusta ese baboso?–dijo Helga.
–Bueno, sus canciones siguen siendo buenas–Se encogió de hombros.
–Está bien–dijo Patty– ¡Pero lo haré con la próxima persona a quien le toque un reto!
–Hecho–dijo Rhonda.
Patty tiró el dado. Esta vez salió Nadine, quien se puso de pie y comenzó a cantar, junto con Patty, mientras las dos hacían la coreografía de una de las últimas canciones del artista.
Cuando se sentaron, entre risas, Nadine tiró el dado. Le tocó a Lila.
–Creo que deberé hacer un reto–dijo la chica.
–Aguanta un minuto sin reír mientras te hacemos cosquillas–dijo Rhonda.
–¡Eso no es justo! ¡Es mucho tiempo!
–Treinta segundos
–Lo intentaré
–Bien, quítate los calcetines–dijo Helga, mientras Rhonda le alcanzaba una pluma que sacó de su almohada.
Lila obedeció y se sentó en la cama, mientras Nadine y Patty le sujetaban los pies, para que Helga y Rhonda pudieran hacerle cosquillas.
–Yo tomaré el tiempo –dijo Phoebe–. Preparadas... listas... ¡Ya!... 29... 28...
Lila se retorcía, sujetando las sábanas y tratando de no reír, apretando los dientes, pero cuando quedaban 5 segundos, no aguantó más y estalló en risas.
–Resististe bastante–dijo Sheena.
–Pero no lo suficiente–Helga le acercó el vaso y Lila cerró los ojos antes de beber.
–¡Esto es asqueroso! Nunca más beberé en mi vida–dijo, sacando la lengua.
Todas rieron otra vez, volviendo a sus puestos.
Siguieron jugando algunos minutos, hasta que todas las que aceptaron beber llegaron al menos al quinto trago (Nadine bebió ocho y Helga seis, solo porque insistían en saber quién le gustaba).
Patty y Sheena decidieron que era suficiente. Mientras la más alta fue a lavar y guardar los vasos, acompañada de Rhonda, Patty hizo beber agua a cada una de las otras chicas.
–Creo que es hora de dormir–dijo la anfitriona cuando regresó.
Ella y Nadine compartían la cama. Las demás se distribuyeron con sus sacos de dormir, acomodándose en el suelo se la habitación, sobre algunas frazadas.
–¿Cómo te sientes?–murmuró Phoebe, mirando a Helga.
–No tan mal–dijo, cerrando su saco–¿y tú?
–Con dolor de estómago–Cerró los ojos.
–¿Qué hay de ti, campirana?–Helga volteó a verla, mientras Lila terminaba de acomodarse en su saco de dormir.
–Rara–dijo entre risitas–. El alcohol sabe horrible, pero se siente extraño estar ebria–Volvió a reír.
Phoebe y Helga también rieron.
–Niñas, duerman–dijo Patty–. Es por su bien
–Sí, mamá–dijo Helga, en tono burlesco, cubriendo su rostro con el gorro del saco.
–Buenas noches–dijo Rhonda.
–Buenos días–contestó Sheena–. Son las cinco de la mañana
–¡Aún no amanece! Es de noche–dijo Rhonda–. Podemos dormir hasta las once
–¡Gracias a dios!–dijo Helga con sarcasmo– Descansen–Miró a Phoebe y moduló en silencio "buenas noches"
–Buenas noches–Susurró su amiga, quitándose los lentes para dejarlos sobre una mesita.
Sheena y Patty se rieron en silencio. Apagaron la luz y fueron las últimas en acostarse.
Notes:
NOTAS:
Sí, sé que Helga estuvo en Ballet ;)
La próxima semana viene actualización doble:
- Confraternidad
- Bajo la luz de la luna
Chapter 20: Confraternidad
Chapter Text
Lila despertó con el calor matutino. Estaba un poco mareada. Intentó sentarse, pero de inmediato desistió. Le dolía la cabeza y tenía el estómago revuelto. Odió esa sensación. Giró a su izquierda y se encontró con Helga. Algo en su amiga -seguía procesando eso- tranquila, dormida, respirando con calma, le transmitía paz. Se quedó varios minutos admirando sus pestañas, nunca antes se había fijado en lo largas que eran. Y ahora que al parecer había empezado a cuidar su cabello se veía sedoso, aunque tenía algunas puntas partidas y a veces tenía algo de friz, supuso que no sabía qué productos eran los más adecuados.
–Ay no–dijo Nadine–. Mi cabeza
–No hables tan fuerte–dijo Rhonda.
–Y eso pasa con el alcohol–dijo Patty con un tono que indicaba "se los dije"
–Beban–dijo Sheena, que se había acercado con una botella de agua para cada una.
Helga despertó en ese momento y Lila se sentó de golpe, abrazando sus piernas.
–Cielos... tengo náuseas–dijo la pelirroja– ¿Esto es normal?
Patty la ayudó a ponerse de pie y la acompañó al baño.
Helga rodó para ver a su mejor amiga.
–¿Cómo estás, Pheebs?
–Ciertamente no en mis mejores condiciones–dijo la chica sin siquiera abrir los ojos–. Nunca volveré a beber
Sheena también les acercó agua.
–Gracias–dijo Helga, sentándose con cuidado.
Después de ver como reaccionó Lila con el movimiento brusco, pensó que era buena idea tomárselo con calma, aún así bebió casi toda la botella de inmediato, mientras Phoebe bebía pequeños sorbos sin moverse de su lugar.
Helga abrió el saco de dormir, porque el calor era demasiado. Estaba completamente empapada en sudor y apestaba.
–Oye, princesa ¿Puedo tomar una ducha?
–En cuanto Lila desocupe el baño–dijo Rhonda.
–Tendrás que esperar–dijo Nadine, poniéndose de pie–, porque yo también... –Contuvo una arcada.
–Oh no–Sheena se acercó a ella para ayudarla a levantarse.
–Vayan al baño de invitados–dijo Rhonda.
Las chicas salieron de la habitación y Rhonda se dejó caer en la cama.
–Esa fue una idea estúpida. Recuérdenmelo la próxima vez que lo sugiera
–Anotado–dijo Phoebe.
–Beber es estúpido–dijo Helga–. Aunque fuera de eso, fue una gran fiesta
–¿Entonces estamos de acuerdo en que ninguna de nosotras volverá a beber hasta la graduación?–dijo Rhonda.
–Me gustaría ver eso–dijo Patty de pie en la puerta del baño–. La mayoría de la gente no aguanta tanto
–¡Pero si se siente fatal!
–Bueno, chica, espero que recuerdes eso la próxima vez que te estés divirtiendo y te ofrezcan alcohol
–Oh, lo recordaré... –Cerró los ojos y se cubrió hasta arriba– ¡¿Por qué el sol brilla tanto?!–Se quejó bajo las tapas.
–Traeré más agua–dijo Patty, saliendo de la habitación.
Lila se asomó unos segundos después.
–Rhonda... ¿podrías... prestarme algo de ropa?
–Claro, ¿quieres ducharte?
–Si fuera posible
–Saca una toalla del armario en el baño, te llevaré algo que ponerte... –La chica se levantó con esfuerzo, sujetando su cabeza.–. Demonios
–Espera, te ayudaré–dijo Helga, poniéndose de pie lentamente.
La rubia no se sentía tan mal, aunque le dolía un poco la cabeza.
Abrió el armario de Rhonda y miró la enorme cantidad de prendas.
–Cualquiera de tus vestidos le quedará bien–Comentó.– ¿Cuál le llevo?
–Hay uno celeste a la derecha–Indicó Rhonda con una mano, mientras con la otra se sujetaba la cabeza.
Helga repasó un par de veces la sección, intentando distinguir entre las muchas telas, hasta que dio con una azul claro. Lo sacó y se lo enseñó.
–¿Este?
–Sí–Rhonda intentó asentir, pero eso solo empeoró su dolor de cabeza, obligándola a cerrar los ojos y sujetarla entre sus manos.
Helga se acercó al baño y tocó la puerta.
–Pasa–dijo Lila desde adentro.
Estaba arrodillada junto al retrete, con una rápida cola de caballo y su vestido se había manchado.
–Oh, rayos–dijo Helga, acercándose– ¿Necesitas ayuda?
–¿Cómo es que tú estás bien?
–Tal vez porque trago comida como camionero–Se encogió de hombros.–. O porque bebí más agua que ustedes antes de dormir
«Definitivamente no por mi genética... ¿o tal vez sí?»
La ayudó a levantarse. Lila desabotonó su vestido, mientras Helga sacaba una toalla del armario y se la alcanzaba.
–Estaré en la puerta. Grita si necesitas ayuda–dijo la rubia.
–Espera, Helga ¿Puedes... quedarte? No me siento bien
–Como sea–Le dio la espalda cruzando los brazos.
Lila terminó de desvestirse y se metió a la ducha, jugó un poco con la llave hasta regular la temperatura.
Helga estaba incómoda. No quería quedarse sin hacer nada. Recogió el vestido y comenzó a limpiarlo con papel higiénico para quitar un poco del vómito. Luego le puso algo de jabón, abrió el agua fría del lavamanos y comenzó a restregar. Recordó que no era la primera vez que hacía algo así y sintió un dejo de ira creciendo en su pecho. Intentó calmarse. Miriam ya no era esa persona y definitivamente Lila no sería esa clase de persona.
Cuando escuchó que el agua dejaba de correr Helga le dio la espalda a la ducha otra vez. La pelirroja tomó la toalla y se secó y vistó detrás de la cortina. Al salir notó lo que Helga había hecho.
–Gracias–dijo, tomando su vestido húmedo.
La rubia se encogió de hombros y la ayudó a regresar a la habitación. Lila se sentó en la cama, junto a Rhonda y Phoebe. Patty le pasó una botella con agua a la pelirroja, quien le sonrió como respuesta y bebió lentamente.
–Tomaré un baño–Anunció Helga.–. A menos que una de ustedes necesite ir con urgencia...
–Yo–dijo Phoebe, levantándose de golpe. Pésima idea.
Helga la sujetó y la ayudó a llegar, quedándose afuera, pero junto a la puerta, por si la necesitaba.
Después de lavar sus manos y su rostro, Phoebe se sintió un poco mejor y salió del baño con una expresión más calmada y compuesta.
–¿Princesa?–preguntó Helga.
–No quiero moverme–dijo Rhonda.
–Te van a regañar–dijo Patty.–. Bebe más agua... bien... y luego tomarás un baño
–Sí, mamá–dijo con un tono familiar para todas.
Helga desde el baño se rio despacio de que repitiera su broma, mientras se desvestía para meterse a la ducha. Agradeció que Rhonda tuviera un baño en su cuarto, era cómodo.
Sacó una toalla del armario y abrió el agua helada para despertar. En cuanto se sintió mejor, cerró el agua, se secó, envolvió su cabello en la toalla y se vistió para reunirse con las demás.
Nadine y Sheena ya habían regresado. Las chicas tomaron turnos para ducharse y estar un poco más presentables a la hora de la comida.
La sirvienta tocó la puerta.
–Señorita Lloyd–Llamó.
–¿Sí?
–Dicen sus padres que la esperan a usted y sus amigas en el comedor en quince minutos
–¡Gracias!–Rhonda abrió la puerta.– ¿Podría hacerme un favor?
–¿Sí, mi pequeña?–dijo la mujer, con afecto.
–Mis amigas necesitan esta ropa lavada y seca antes de irse ¿podría?
–No hay problema–La mujer recibió la ropa de Lila y Nadine.–. Estará para después de la comida... supongo que jugando derramaron sus bebidas–Le guiñó el ojo.
–Sí, exactamente–dijo Rhonda–. Gracias
La mujer se retiró. Nadine usaba un conjunto de su amiga, una falda a cuadros color crema y una blusa roja.
–¿Entonces esa será nuestra excusa?–dijo Lila.
–Sí, estábamos jugando y sin querer dieron vuelta sus bebidas–dijo Rhonda– ¿Estamos todas de acuerdo?
–Sí–dijo Helga.
En general ya todas se veían un poco mejor. Podían atribuir el mal estado a que se durmieron a las cinco de la mañana y ninguna de ellas era precisamente el tipo de chica fiestera, así que tenía algo para reforzar la historia de la ropa. Sumado a "no acostumbramos dormir en el suelo", parecía una buena coartada.
La comida con los padres de Rhonda estuvo tranquila. Por fortuna no preguntaron nada, ya sea que no les importaba o que no querían saber, pero las adolescentes agradecieron la omisión.
El banquete fue variado y cada una pudo elegir qué comer. Durante el postre los adultos agradecieron la amistad que tenían con su hija, diciendo que esperaban que encontrara al menos una o dos personas tan agradables como ellas en su nueva escuela.
Luego de comer, volvieron a la habitación de Rhonda, dispuestas a guardar los sacos de dormir, pero se encontraron con un lugar ordenado y la ropa de Nadine y Lila sobre la cama.
Las chicas se cambiaron. Nadine dijo que se quedaría el resto del fin de semana con su amiga, mientras las demás se despedían.
Una vez fuera de la casa, Patty y Sheena se alejaron de inmediato para dirigirse a la parada de autobús.
–¿Irás a ver a Olga?–dijo Phoebe a la rubia.
–Sí–Se encogió de hombros.
–Helga–Con un movimiento de sus ojos apuntó a la pelirroja.
La rubia dio un largo suspiro y luego volteó.
–Lila ¿quieres acompañarme?
–Oh, cielos... –Respondió, sorprendida–. Yo... no me siento capaz...
–¿Estás segura? Es una oferta única, tal vez no vuelva a visitarla hasta navidad, o nunca, si de mi depende–dijo con una sonrisa torcida.
–Está bien, vamos–Respondió con entusiasmo– ¿Y tú qué harás Phoebe?
–Tomaré el autobús a casa, necesito ropa limpia, tengo una cita más tarde–Sonrió.
Helga olió su camiseta y se encogió de hombros. Iba a ver a su hermana, no al papa. ¿Qué importaba si su ropa olía un poco a sudor?
–Nos sirve el mismo autobús–dijo, acompañando a Phoebe a la parada.
Las tres subieron charlando entretenidas. Cuando Phoebe bajó, entre las dos restantes se instaló un incómodo silencio.
Helga miraba por la ventana, pendiente de las calles. No estaba segura de cómo llegar a la casa de su hermana y solo había ido una vez con su madre, en el auto, cuando su hermana estaba de Luna de miel y le llevaron las últimas cosas que quedaban en la residencia Pataki.
Mientras Lila intentaba hacer conversación, la rubia le respondía monosílabos.
Cuando bajaron, Helga estaba un poco desorientada hasta que reconoció un almacén.
–Es por acá–dijo.
–Gracias por invitarme, Helga...–dijo Lila de pronto–, pero... ¿estás segura de que no te molesta mi presencia?
–Claro que no, te veo todos los días en la escuela, ya soy inmune–Respondió.
–Oh...
Lila no supo qué más decir.
–Era una broma–La rubia la miró.–. No te detesto, así que cambia esa cara
–¿Lo dices en serio?
–Sí, simplemente no somos compatibles–Se encogió de hombros.–. Somos dos polos opuestos, princesa... tú eres toda delicadeza, buenos modales y amabilidad, yo soy rudeza, groserías y sarcasmo
Lila dejó escapar una risa cubriendo sus labios.
–Te queda bien el cabello suelto–dijo luego de un rato.
–Gracias... y a ti te queda bien la coleta que tenías cuando entré al baño
–Oh, eso... lo hizo Patty para que no ensuciara mi cabello.
–Te viene–Se encogió de hombros otra vez.–. Y espero que nadie se entere que estoy siendo amable contigo
–No me atrevería–Volvió a reír.
Caminaron un poco más en silencio, pero menos incómodas.
–Aquí es
Helga tocó el timbre y unos minutos después salió Olga a recibirlas, contenta.
–¡Hermanas!–dijo abriendo la puerta– ¡Que grata sorpresa!
Las abrazó a ambas, Lila le correspondió, mientras Helga se tensó, tratando de resistir el impulso de apartarla.
La señora Miller las invitó adentro y les enseñó la casa. Era un espacio más que suficiente para la pareja: Una linda cocina, un comedor, una sala, la habitación principal, otra de invitados y una más pequeña que ocupaban como oficina. El patio era lindo y tenía un árbol. Olga les ofreció jugo y se sentaron las tres afuera, a la sombra. Conversaron sobre cómo iban las cosas. Olga y Lila hablaron bastante, mientras Helga medio escuchaba, recordando constantemente por qué no las soportaba y haciendo uso de toda su fuerza de voluntad y sus años de terapia para no salir corriendo. Intentó involucrarse un poco en la conversación, pero estaba claro que ella no encajaba ahí ni a la fuerza.
Después de un rato decidió ir al baño y se tomó más tiempo del necesario para calmarse y regresar intentando mantener una postura afable. Falló miserablemente apenas quince minutos después. Pero por suerte para ese momento llegó el señor Miller, quien fue a saludar a las chicas. Olga lo invitó a sentarse con ellas y el hombre aceptó, sacando una cerveza del refrigerador. Helga notó un claro parecido con algunos gestos de Bob y sintió un poco de repulsión instintiva.
El hombre les contó con entusiasmo anécdotas de cuando estaba en la universidad, con comentarios de Olga del tipo "¿No es maravilloso?" y "Tengo tanta suerte de haber encontrado a un hombre así"; y otros de Lila en plan "¡Guau! Ni siquiera sabía que eso existía". Helga hizo su mejor esfuerzo por no vomitar. A eso de las cinco treinta dijo que debían irse.
–Gracias por la visita, hermanitas–dijo Olga, entusiasmada.–. Pueden venir cuando quieran
–Sí, claro–dijo Helga, con las manos en los bolsillos, encogiéndose de hombros.
–Muchas gracias por recibirme sin aviso–dijo Lila–. Fue un placer visitarlos–. Le hizo un gesto amistoso al esposo de Olga, que él respondió con un asentimiento.–y estaré encantada de volver con Helga en otra oportunidad, ¿verdad, Helga?–Le dio un suave codazo.
–Claro, claro, como sea–Respondió la aludida.
Olga comenzó a llorar.
–Me hace muy feliz ver que por fin se llevan bien–Las abrazó.
–No es para tanto, Olga, cálmate
–Es que yo...
–Helga, tu hermana está emocionada, está bien–Lila abrazó a Olga y le dio palmaditas en la espalda.–. Sabemos que es importante para ti, así que lo estamos intentando llevarnos bien. A pesar de nuestras diferencias, las dos te queremos
–Aunque me cueste admitirlo, tiene razón–dijo Helga, mirando en otra dirección.
Tanto Lila como Olga sonrieron. Se despidieron y las dos jóvenes se alejaron, de regreso a la parada del autobús.
–Gracias de nuevo, Helga – dijo Lila.
–Ni lo menciones... en serio... NUNCA lo menciones–dijo Helga.
–Claro–Lila cubrió sus labios mientras reía.
Helga cruzó los brazos en el respaldo del asiento delante de ellas, que estaba vacío y luego apoyó su cabeza, mirando a su amiga. Ella y Lila hablaron de los planes para el resto de las vacaciones. Se levantó en cuanto pasaron por el parque Tina.
–Esta es mi parada, campirana–dijo.
–Que te vaya bien, Helga
La miró extrañada unos segundos. Sabía que la rubia no vivía por ahí, pero no quiso preguntar.
–Que llegues bien–Añadió, con una media sonrisa.
En cuanto Helga bajó, Lila sintió una extraña soledad. No era un sentimiento común. Quizá era porque había pasado casi 24 horas seguidas con sus amigas y eso no era habitual. También porque era raro que pasara tanto tiempo con Helga sin que fuera una especie de trato retorcido. Aunque en cierto modo Helga la utilizó para no estar a solas con su hermana, así que seguía en la misma categoría de instrumentalización. Suspiró y trató de no darle muchas vueltas, conformándose con la idea de al fin ser amiga de Helga G. Pataki.
Chapter 21: Bajo la luz de la luna
Notes:
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Un par de días después, de alguna forma Bob se las arregló para llevar a su familia de vacaciones a la playa por casi una semana. Olga y su esposo también llegaron a quedarse con ellos. Fueron días horribles para la menor de las hermanas, pero resistió gracias a su reproductor de música, sus lecturas y algunos paseos solitarios.
El mismo sábado que regresaron a casa, se reunión con Brainy en el parque, un poco más tarde de lo habitual.
–¿Qué tal tu día de la independencia?–Preguntó la chica, sentándose en la banca.
–Lo de siempre–dijo él, tomándole la mano– ¿Y el tuyo?
Ella le dio un beso fugaz y volteó al frente, mirando el vacío.
–Las celebraciones Pataki jamás son lo mejor, no para mí
–Lo lamento
–No esperaba mucho–Se encogió de hombros.
–Oye... ¿podemos hacer algo mañana?
–¿Algo como qué?
–Es una sorpresa, pero ¿te quedarías una noche conmigo?
–Respeto el valor que debiste reunir para preguntar algo así–dijo con seriedad–. Y más vale que valga la pena
El chico sintió, emocionado.
–Así será–dijo, besándola con afecto.
–¿Debo vestirme de alguna forma? Dime por favor que no será algo formal, sabes que lo odio
Brainy la observó: zapatillas, pantalón de mezclilla, polera. Simple.
–Así como estás ahora estará bien. Lleva una chaqueta.
–Bueno... –Lo miró con sospecha, tratando de adivinar a dónde la llevaría.
Al día siguiente, Helga dijo a sus padres que dormiría donde Phoebe y le avisó a su amiga, aunque tampoco esperaba que ellos se aseguraran. Después de almuerzo tomó su mochila con algunas cosas y a su ropa habitual añadió un polerón para la tarde. En cuanto llegó al lugar de siempre, vio que él también llevaba una mochila. Lo saludó con un beso, mientras él la abrazaba.
–¿Entonces a dónde vamos?
Brainy se puso de pie y la invitó a caminar. Ella lo siguió a una parada de autobús, tomaron el tercero que pasó y se sentaron al final, en un silencio agradable. Helga contemplaba el camino, mientras el chico la miraba a ella.
Bajaron cerca del lago, mucho antes del área del muelle. Ella nunca había ido ahí, pero él parecía estar cómodo siguiendo una ruta entre los árboles, fuera del camino regular. Tras unos veinte minutos de caminata, llegaron a un claro y moviendo algunas ramas bastante tupidas que parecían formar un arbusto, Brainy le reveló que tenía instalada una carpa, cerca de un círculo de piedras que rodeaba un conjunto de ramas, junto al cual algunos muñones de tronco servían de asiento.
–¿Armaste todo esto?
El chico asintió.
–Lo hice esta mañana. Quería... acampar contigo...–dijo él.
–No es de mis cosas favoritas, pero no lo odio–Sonrió– . Entonces ¿Qué hacemos?
–Pensaba que podíamos ver el atardecer sentados junto al lago
–En marcha
Desde el campamento la orilla del lago no estaba a más de cinco minutos de caminata. En cuanto encontraron un buen lugar, el chico sacó de su mochila una manta que estiró en el suelo, una caja con emparedados y dos bebidas.
Se sentaron compartiendo la comida y durante las horas que siguieron observaron el paisaje, charlando.
De vez en cuando pasaba algún bote con pescadores aficionados, familias, abuelos, padres, hijos; personas practicando remo, por la orilla algunos niños con sus flotadores, seguidos de cerca por sus padres, una que otra pareja caminando a la orilla. Por suerte para la rubia, nadie conocido.
A medida que oscurecía, las personas iban abandonando el lago y sus alrededores. En otro sector alejado notaron más gente por las risas y las fogatas que se distinguían por sus tonos anaranjados y su brillo irregular. Hacia el muelle se escuchaba el bullicio de gente a la distancia y los motores de los botes que se estaban por guardar.
Poco a poco se fueron quedando solos en la oscuridad. Helga se recostó a ver las estrellas, cruzando sus brazos tras su cabeza. Brainy se recostó junto a ella, boca arriba, mirándola de reojo.
–Gracias–dijo de pronto la chica–por hacer estos planes, yo... no soy muy buena en esto... solo te he invitado a hacer cosas que me gustan y ya
–Está bien, me gusta hacer esas cosas contigo
Brainy le tomó la mano, entrelazando sus dedos, ella lo dejó, concentrada en la infinidad del espacio...
«Luces parpadeantes»
«Cada destello que existió y seguiría existiendo al final de la vida...»
«Astros quizá extinguidos eones atrás»
«A distancias tan inconmensurables para el frágil intelecto humano, que se medían en travesías fotónicas anuales...»
«Y la luz desvanecida en el vacío infinito de la nada...»
El chico había volteado a mirarla. Perdida en sus pensamientos, pasaron minutos antes que notara que él jugaba con su cabello. Lo miró un momento, tratando de reconocerlo, pero antes que volviera a la realidad, Brainy la estaba besando, abrazándola. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, correspondiendo los labios conocidos y dejándose abrazar.
Ella se apartó cuando las manos del chico bajaron por su espalda hasta sus caderas y rozaron su piel en el borde de la ropa. Lo observó unos segundos, en sus ojos solo veía afecto. Helga odiaba no sentir con él esa misma intensidad que le transmitía con cada gesto y contacto, se esforzaba por no serle indiferente, pero en ese instante solo quería huir.
–¿Sabes hacer una fogata?–Preguntó de pronto.
Brainy asintió.
–Pero no hace frío, no creo que haga falta... –Comenzó a explicar.
–Si que hará falta–dijo ella, sentándose y comenzando a quitarse la ropa.
Brainy se quedó en shock, cuando vio caer la polera de la chica a su lado, al tiempo que Helga se quitaba las zapatillas de un par de patadas. Luego la observó desabrochando su pantalón y cómo lo deslizaba por sus piernas. Era la primera vez que la veía en ropa interior. Tragó sonoramente, pero ella lo ignoró.
–Suena genial la idea de nadar de noche–dijo ella sin mirarlo.
Se puso de pie para correr al lago y Brainy solo atinó a quitarse los lentes y la ropa para seguirla.
Helga se metió al agua y en cuando llegó a un punto más profundo, comenzó a avanzar con habilidad. Miriam le enseñó a nadar en un intento de reconectar con ella. De los pocos logros de su madre antes de casarse, haber sido nadadora olímpica estaba en la lista de cosas que respetaba. Además, como Helga siempre fue atlética y competitiva, nadar fue solo otro de los tantos desafíos deportivo que tomó como algo personal.
Avanzó bastante en el agua, alejándose de la orilla, pero no del chico, quien, para su sorpresa, parecía capaz de llevarle el ritmo.
Se quedó flotando, esperándolo, hasta que él la alcanzó y se detuvo frente ella. Helga sonrió, mientras él le tomaba una mano.
–Eres rápida
–Lo sé
–¿Hasta dónde quieres llegar?
–No lo sé... ¿y tú?
El chico miró alrededor, cruzar el lago era arriesgado a esa hora. En la zona legalmente habilitada para camping varias personas nadaban y también cerca del muelle, pero ellos estaban prácticamente al otro lado.
–Creo que aquí está bien...
–Cobarde
Helga se soltó y continuó su nado hacia al interior del lago, entonces él le dio alcance.
El chico la sujetó y la besó en los labios. El agua le dio un sabor extraño a ese beso, diferente, pero no era incómodo. Helga se apartó, jugando y él la siguió, divertido. Sin aviso ella se hundió, para nadar bajo el agua, él intentó buscarla, pero en la oscuridad era difícil. La chica apareció a su izquierda, a unos cinco metros, tomó aire y volvió a hundirse. Brainy giraba la cabeza intentando percibir dónde estaba, hasta que algo jaló su pie y lo hundió. Cuando salió del agua, tosiendo un poco, Helga se reía.
–Realmente te asusté–dijo ella entre carcajadas.
Brainy la miró con el ceño fruncido y se lanzó sobre ella, arrastrándola bajo el agua con él.
–¡Ey!–dijo la chica cuando salieron, escupiendo agua.
–Estamos a mano–Respondió Brainy, con seguridad.–. Volvamos
Ella otra vez vio esa decisión en su mirada y eso logró alterar el ritmo de sus latidos.
«Rayos»
Helga se soltó y volvió a alejarse, seguida de cerca por el chico, parecía querer vigilarla.
¿Qué era lo más peligroso que podía tener ese lago? Un pez gigante, que en algún momento empezaron a decir que se comía a los niños, pero ellos ya no eran niños, así que el hipotético pez no se los podría comer, aunque lo intentara. Le causó gracia la idea.
–Quiero nadar un poco más–dijo ella.
–Está bien, pero sin alejarnos de la orilla
–Perfecto
Nadaron de un lado a otro, tratando de mantenerse cerca, lo que para Helga resultó un reto porque todo lo que quería era volver a esa oscuridad que ofrecía la profundidad del lago, pero entendía que era estúpido sin que él se lo dijera.
Cuando se cansó, se quedó flotando boca arriba, mirando el cielo, dejándose arrastrar por las suaves olas, mientras la luna que apenas menguaba empezaba a iluminarlo todo. En ese instante se llenó de serenidad y cerrando los ojos pensó en perderse. Dejó que el agua la engullera, aguantando la respiración, contando los segundos lentamente. Abrió los ojos y distinguió la luz distorsionada. Dejó escapar unas pocas burbujas y siguiéndolas emergió, para encontrarse a centímetros a un chico preocupado. Le sonrió, intentando calmarlo.
–Vamos–dijo ella, reiniciando un rápido nado hacia la orilla.
En el punto en que pudo apoyar sus pies, Helga decidió caminar y cuando el agua le llegó a la cintura, comenzó a estrujar su cabello. Sabía que Brainy iba un poco más atrás de ella, como lo había hecho tantas veces. Lo distinguía por su respiración. El ejercicio lo había agitado, pero era cierto que su asma había mejorado bastante. Se preguntó cuántas veces estuvo cerca de ella sin que lo notara.
Caminó hacia la manta, sacudió un poco sus pies y se puso las zapatillas, luego metió su ropa en la mochila y la tomó por la manilla para regresar al campamento.
El chico solo guardó todas sus cosas en su mochila, la puso a sus hombros y sacudió la manta para luego cubrir a Helga.
–No hace tanto frío–Se quejó ella, intentando quitársela.
Su novio la sujetó. Sabía que no hacía frío, pero no era por eso que la cubría. Estaba haciendo un gran esfuerzo para no mirarla demasiado y ella parecía no caer en cuenta.
Tomó sus zapatos y la guio de regreso al campamento abrazándola por los hombros. Dejaron sus mochilas y la chica se sentó en uno de los muñones, sujetando la manta.
Brainy encendió la fogata con algo de esfuerzo, pero en cuanto las chispas se convirtieron en llamas, se apartó para sentarse en otro de los muñones, con un gesto conforme.
–Eres bastante útil, quién lo diría–dijo ella como agradecimiento.
Brainy la observó. La manta seguía cubriendo su espalda, pero estaba abierta adelante y no pudo resistir a echar un vistazo, disfrutando la vista.
En ese momento ella notó que su cabello había humedecido la manta, así que lo movió hacia un lado y volvió a apretarlo, para escurrir el agua que aún quedaba. Cuando notó que no podía hacer mucho más, levantó la vista y encontró los ojos de él, contemplándola y supo a donde se dirigían.
–Date vuelta–Ordenó.
–¿Umh?–Brainy se sonrojó.
–Obedece
El chico lo hizo y sintió que la manta caía sobre su cabeza.
–No vayas a mirar o saludarás a Betsy–Amenazó ella.
Brainy escuchó algo de ruido tras de sí, sabía que se estaba vistiendo.
–Listo–dijo la chica luego de unos minutos.
Apartando la manta, volteó a verla. Llevaba su ropa de antes, abrigándose con la chaqueta. Colgaba su ropa interior en la rama de un árbol.
–Te vas a enfermar si te quedas con eso mojado–dijo ella.
Brainy la miró a los ojos unos segundos.
–Oh, sí... perdón–Añadió ella, girándose, cruzando sus manos en la espalda y mirando el cielo.
El chico tuvo que evitar reírse. También se quitó la ropa mojada para vestirse con el resto. Colgó su ropa interior y la manta en otro árbol, al lado opuesto del campamento.
–Listo–dijo, en el mismo tono que ella.
Helga volvió a girar, para ir a sentarse en su tronco y dejó las zapatillas húmedas cerca de la fogata.
El chico sacó de su mochila un cuchillo para afilar un par de ramas y le ofreció una a la chica, mostrándole una bolsa de malvaviscos. Ella recibió la ramita y sonrió.
Mientras él le contaba sobre su familia, que le gustaba acampar con su papá, aunque solo lo hacían en verano, porque en primavera sus alergias no se lo permitían y que habían encontrado juntos ese claro fuera del camino. Le contó varias anécdotas de esos campamentos.
Helga pinchaba un malvavisco miraba distraída las llamas, el dulce derritiéndose, desviaba sus ojos hacia el cielo, al sentir el aroma quemado se comía el malvavisco y repetía los gestos. Revisaba de vez en cuando cómo iba su cabello, que gracias al fuego comenzaba a secarse.
Las llamas se convertían lentamente en brasas y quedaba menos de la mitad de la bolsa cuando Helga bostezó.
–Lo siento–dijo.
–¿Estás cansada?–dijo él.
–Fue un largo día... y creo que nadar me agotó más de lo que esperaba
–Vamos a dormir
Ella lo miró con algo de preocupación.
–Traje dos sacos–Se apresuró a explicar.
–Veo que valoras tu vida–dijo la chica alzando un lado de su ceja, aunque sonreía.
Apagaron la fogata con tierra y tomando sus mochilas entraron a la carpa. El chico le ofreció uno de los sacos de dormir, que ella abrió con rapidez, mientras él estiraba el otro. Se acomodaron cada uno en su espacio.
–Gracias por quedarte conmigo–dijo Brainy.
–Como sea–dijo ella.
Le dio la espalda con la intención de dormir.
Brainy la observaba, intentando no molestarla y tratando de no pensar demasiado en lo que acababa de pasar, en que estaban solos y en cuánto quería abrazarla. Sabía que a ella no le gustaría. Se conformó con tomar un mechón de su cabello y acercarlo un poco para sentirlo en su rostro.
–Oye, tonto–dijo Helga con voz cansada.
–Lo siento–dijo él, pensando que estaba molesta.
Ella volteó, se acercó y lo besó.
–Puedes tomar mi mano, si quieres–dijo al apartarse.
El chico sonrió y la sujetó con afecto, dándole un beso suave en los dedos, para cerrar los ojos, sintiéndola cerca.
...~...
Cuando Helga despertó, Brainy no estaba en la carpa. Ella se sentó, abriendo el saco de dormir y se estiró tratando de desperezarse. Salió de la carpa y saludó al chico, quién preparaba desayuno. La chica fue por su ropa interior y volvió a entrar.
–Ni se te ocurra espiar–dijo antes de cerrar por completo desde adentro.
Cuando ella salió, él estaba exactamente en la misma posición.
–¿Cómo dormiste?–Preguntó atento al fuego con el que cocinaba unas salchichas.
–No tan mal como esperaba–Helga se estiró.– ¿Y tú?
Después de comer decidieron desarmar el campamento, pasearon por el lago y se fueron poco antes del atardecer.
Al volver a casa, Helga llamó a Phoebe para informarle que estaba bien y coordinar su próximo almuerzo con ella, decidida a ponerla al día sobre esa especie de cita.
Hasta ese punto las vacaciones estaban resultando mucho mejor de lo que esperaba.
Notes:
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Sé que quizá extrañan a Arnold :) Vuelve en el próximo episodio: Bendita ignorancia
Chapter 22: Bendita Ignorancia
Chapter Text
Las primeras semanas de vacaciones, Arnold tuvo una rutina: se levantaba temprano para meditar con la abuela y repasar sus lecciones de karate, luego se reunía con Gerald y bajo la cruel guía de Jamie O, hacían ejercicio y luego salían a practicar baseball. Iban a unirse al equipo de la escuela a como diera lugar.
Luego el hermano de su amigo se marchó de la ciudad y la familia Johanssen aprovechó el viaje de mudanza para tomarse unas vacaciones familiares.
Arnold estaba aburrido en casa y no sabía qué hacer. Además de Gerald, Stinky no estaba en el barrio. Harold ahora trabajaba más días con el señor Green y Sid tenía otra crisis de paranoia de la que el rubio no quería ser parte. Le incomodaba un poco la idea de ser el único que se reunía con las chicas, así que desistió de ir a la casa del árbol. No sabía en qué estaban los demás y aunque pronto atardecería, no quería quedarse en su habitación.
–¡Son mis vacaciones! ¡Puedo hacer lo que quiera!
T omó una chaqueta por si se le hacía tarde y salió a caminar sin rumbo, esperando encontrarse con alguien con quien pasar el rato.
En el Parque Gerald estaba un grupo de primaria jugando. Los conocía desde hacía algunos años, cuando algunos de ellos se reunieron pacientemente a esperar que Arnold y sus amigos terminaran su partido para preguntar si ellos podían usar el campo y luego de algunas conversaciones definieron horarios. Ahora ellos eran quienes más lo aprovechaban. Lo saludaron con entusiasmo y él les devolvió el saludo.
Siguió su camino con las manos en los bolsillos. En la casa del árbol no había nadie, como supuso. Decidió ir a los arcades, pero los encontró cerrados por mantención. En Slausen’s estaban Rhonda y Nadine charlando, pero no quiso molestarlas. Cuando pasó junto al cine decidió ver una película.
Entró de inmediato, a pesar que faltaban quince minutos. Buscó con paciencia un lugar un poco más arriba de la mitad y se sentó a esperar.
La sala no se llenó. Por aquí y por allá era posible ver grupos de asientos vacíos.
Apagaron las luces y mientras las últimas personas buscaban lugar, en la pantalla aparecieron los anuncios. El primero aburrido, el segundo de otra película. El tercero tenía una canción pegajosa...
–Fuera de mi camino – dijo una voz que conocía bien.
Helga Pataki estaba cuatro filas más abajo, buscando un asiento entre quejas.
Alguien la hizo callar y otra persona le gritó que se sentara.
–¡Métete en tus asuntos! – dijo la rubia, amenazando con el puño, para luego dejarse caer en un asiento – ¡Todavía ni empieza!
El chico se inclinó con los brazos cruzados en el asiento delante de él, mirándola, olvidándose por completo de la pantalla.
Aunque ella tuviera novio, estaba seguro que no iba a durar, porque, bueno, era Helga y había que tener una paciencia de santo para soportarla.
¿Y si me siento con ella?
Se enfadará...
Tal vez no...
¿Y si su novio se pone celoso?
Pero no tenía nada de malo. Después de todo dos amigos podían ver una película sin que fuera una cita ¿no?
Intentó juntar valor, respiró profundo. Se levantó.
Tal vez luego
Se arrepintió y volvió a su posición.
La película comenzó en ese momento y se hizo un silencio general en la sala.
Era mejor hablarle casualmente al final, cuando se encendieran las luces. Actuaría sorprendido por encontrarla ahí y le preguntaría qué le pareció la película... y quizá podría invitarla a comer. Sí, eso sonaba mejor.
Unos cinco minutos después vio una silueta familiar acercarse a ella. ¿Brainy todavía la seguía? Una lástima. Vio que el chico se sentaba junto a Helga, no atrás como hubiera esperado. Ella lo miró, tomó las palomitas que él llevaba y las apartó del camino, para sujetarlo agresivamente por el cuello de la camisa...
Arnold supuso que ella golpearía al chico, pero el impacto fue para él: ¿Acaso lo estaba besando?
¿En serio? ¿Brainy? ¿Ese era su misterioso novio? ¿El mismo que años atrás entró en pánico ante la idea de revelarle que era su admirador?
Tiene que ser una broma
Arnold no soportó quedarse ahí, aunque la película apenas llevaba unos minutos en pantalla.
Phoebe no hubiera aprobado nunca a alguien como Brainy. El chico acosaba a Helga desde SIEMPRE. Lo había notado, vigilándola y apareciendo en los lugares más extraños, incluso vio, aunque siempre a cierta distancia, que ella lo agredía cuando respiraba a su espalda.
¿Qué clase de relación enferma era esa?
Frente al espejo del baño, miraba su reflejo. Sus hombros subían y bajaban con una respiración agitada. Le parecía que sus latidos dolían. La furia no dejaba de crecer y era imposible reprimirla.
–Yo no soy así – se dijo – Pero... ¿por qué? Arg... no lo entiendo... ella...
No quería ser esa clase de chico, era patético, pero no sabía cómo evitarlo. Helga lo volvía loco de una forma que no entendía.
Sabía que había hecho idioteces por Lila y que se ilusionó de forma absurda con Ruth, pero con Helga era distinto, se conocían desde siempre y aunque no siempre la notó, no podía negar que la posibilidad de que fueran algo más que amigos se había colado en su mente más de una vez.
Pero Disfrutaba su compañía y no quería arruinar las cosas. Al mismo tiempo temía tanto que ella lo humillara y ridiculizara, que no era capaz de admitirlo ni para sí mismo. Hasta aquel paseo, compartir con ella era agradable y cómodo, a pesar de las bromas y las miradas de fastidio.
Odiaba no haber reunido el valor de aclarar todo después de lo que pasó, pero cuando se dio cuenta de cuánto la lastimaron sus palabras una parte de él sentía que merecía el castigo de su distancia, mientras otra la quería cerca sin importar cuánto doliera para ambos. Pero él no podía decidir por ella.
Idiota
No soportaba verla con Brainy, pero no podía hacer nada. ¿A menos que...? Helga todavía intentaba mantener en secreto ese noviazgo, así que tal vez...
Regresó a la sala y se sentó cerca de ellos, un par de filas más atrás, justo al lado del pasillo. Intentó ver la película, en serio, pero solo captó escenas inconexas. En cuanto los créditos aparecieron, se estiró comentando en un tono exageradamente alto que tenía mucha hambre. De reojo pudo ver como Helga se escondía tras su asiento. Resistió la idea de reírse.
Salió de la sala y pretendió mirar los carteles de las otras películas. Minutos después notó que Helga se asomó con cuidado a la puerta y miró en todas direcciones, pero él aprovechó que pasaron algunas personas para salir de su línea de visión. En cuanto a chica caminó fuera de la sala, Brainy la siguió cabizbajo. Arnold se apresuró y pasó delante de ellos, aunque a una distancia prudente y notó otra vez como Helga le daba la espalda, escondiéndose con la capucha de su polerón.
Caminó hacia la salida, pensando que tal vez podía quedarse afuera y ver a dónde iban. Notó en el reflejo de la entrada que ella había volteado a mirar.
Ponerla incómoda fue gracioso y al menos aliviaba un poco el malestar que sintió antes.
Una vez estuvo fuera se sintió más tranquilo e incluso pudo reír. Pero en cuanto la euforia de la broma terminó, la culpa se apoderó de él. No podía torturarla de ese modo.
Avergonzado, se planteó regresar y disculparse, pero se dio cuenta que eso sólo empeoraría todo.
Ajustó su chaqueta y se alejó.
Caminó en círculos por la ciudad con la esperanza de aclarar sus ideas. No quería pensar en ella. No quería quererla, no quería ilusionarse y en especial no quería estar celoso, pero lo estaba y no sabía cómo manejarlo.
Esa noche, recostado en su cama, miraba el cielo a través del cristal. A pesar de intentar negarlo, quería oler su cabello, tenerla cerca, mirar sus ojos y que ella tomara su mano como lo había hecho en la montaña. Captar una sonrisa de ella hacía saltar su corazón y desde hacía un tiempo si quería besarla y mucho.
Ahora cada vez que cerraba los ojos revivía el instante en que la vio besar a Brainy.
¡¿Por qué él?!
¿Sería diferente si fuera alguien más?
En verdad pude ser yo...
Sin importar con quién estuviera Helga, lo que odiaba era que no lo mirara, que lo evitara. Odiaba que ya no encontraba el atisbo de una sonrisa y esos ojos soñadores que ella intentaba ocultar cuando la sorprendía mirándolo a escondidas. ¿Por cuánto tiempo la ignoró?
–¿Esto es karma? –se preguntó, cubriendo su cabeza con la almohada –¿Por qué no me podía interesar alguien más?
Rodó sobre la cama y cruzó sus brazos bajo su cabeza.
¿Cómo iba a ser que le gustara Helga? ¿Cómo iba a gustarle la persona que se divertía lanzándole bolas de papel mojadas, pintura o comida? ¿La misma chica que lo empujaba y lo insultaba cada vez que podía? Pasó años burlándose de todos, principalmente de él.
No es precisamente amable...
Pero... también recuperó su gorra y solo cuando llegó a casa se dio cuenta que su ropa olía del asco después de abrazarla, así como su gorra y que ella debió buscar en la basura.
¿Cómo supo dónde buscar?
Helga le reveló lo de Summer y lo ayudó a ganar el concurso... y ese beso no había sido del todo horrible...
De hecho, fue...
Arg...
Rodó otra vez.
La chica apareció una y otra vez cuando Lila lo rechazaba y trataba de animarlo, incluso después que él pretendiera que no sabía lo que ella sentía... bueno, con los dos fingiendo que la confesión en la torre jamás ocurrió.
Eso fue lo más loco de ese día...
Notó que Helga pretendió estar enferma para que Phoebe ganara un concurso y luego él se enteró de lo que ese concurso significaba para la rubia. Desde entonces también sospechaba que falló intencionalmente el concurso de deletreo. Tenía un lado dulce, lo sabía y podía verlo en pequeños detalles, pero ella no era dulce...
Cerraba los ojos y la veía. Podía recordarla en muchos instantes, en especial la mirada esperanzada de ella cuando le hizo esa broma del día de los inocentes. Rayos. La culpa. Pero se le merecía. Y ella pudo vengarse.
Y fue divertido que todos terminaran en la piscina...
Otra vez rodó, gruñendo con molestia.
¿Cuántas veces lo había besado Helga?
En la obra...
¿Cómo fue que ella terminó siendo Julieta?
¡Todas las chicas de la clase estaban antes que ella en la lista!
¿Acaso lo hizo a propósito?
¿Cómo?
Quería besarla y que ella volviera a decirle... que lo amaba.
–¡No! Solamente me gusta...
¿Me gusta-gusta...?
–Y la quiero porque es mi amiga
Pero ella dijo que me amaba...
Amar sonaba demasiado importante, incluso en ese momento. Era normal que lo asustara antes y era normal también que ella se retractara.
Rodó en la otra dirección. Cerró los ojos.
En esa ocasión, cuando intentaban salvar el barrio, ella fue maravillosa. Arriesgó mucho y perdió demasiado... por amor a él. Y cuando todo acabó y él en su confusión le ofreció una salida, ella la tomó sin dudarlo, repitiendo una y otra vez lo mismo:
Te odio
Esas palabras... siempre significaron lo contrario.
Y ahora que lo entendía se daba cuenta que llevaba un buen tiempo sin escucharlas. Porque, tenía que asumirlo: Helga Pataki ya no amaba a Arnold.
Al día siguiente bajó a desayunar decidido a pretender que estaba bien. El problema era que no podía engañar a sus abuelos cuando algo le pasaba y esa mañana sus suspiros eran evidentes hasta para el más distraído de los habitantes de la casa.
–¿Qué ocurre, Kimba? –preguntó la abuela mientras cocinaba–¡Cambia esa cara larga!
–Lo siento, abuela – dijo Arnold, preparando la mesa para el desayuno –Es solo que no estoy durmiendo muy bien...
–¿Tienes gases? – dijo Oskar.
–¿Qué?
–Recuerdo que no podía dormir bien porque estaba lleno de gases por las comidas que nos dan–explicó convencido el hombre.
–Entonces no habrá frijoles para ti esta noche – dijo la abuela.
–No es nada de eso – dijo Arnold, decaído, tomando asiento.
–Es la postura – se involucró Ernie – Estás creciendo, el cuerpo hace cosas extrañas
–No tiene que ver con eso – dijo el abuelo, mirando el periódico.
–¿Acaso te acosan fantasmas? –preguntó Oskar –¡Esta casa está embrujada! ¡Deberían bajarnos la renta!
–Ya quisieras –el abuelo entrecerró los ojos mirando al inquilino tacaño.
–No... –Arnold suspiró –solo son pesadillas y ya
–A mí me parece – dijo el abuelo –que tu problema es del corazón, hombre pequeño
–¡ABUELO! –Arnold lo miró con molestia.
–¿Necesitas un trasplante? – dijo el señor Hyunh.
Por más que fuera lo más parecido que tenía a una familia, el adolescente no quería hablar de cómo se sentía delante de todos.
–Nuestro pequeño Arnold está creciendo –añadió la señora Kokoshka tomando asiento junto a su esposo –¿Quieres que una chica te haga caso?
Arnold, mortificado, se hundió en la silla, cubriendo su rostro, mientras asentía.
–Lo mejor para atraer a las chicas es mostrarles lo fuerte que eres – dijo Ernie, flexionando uno de sus brazos, mientras se subía la manga para enseñar sus bíceps.
–¡No! Lo mejor es mostrar tu sensibilidad – dijo el señor Hyunh –¡Dedícale una canción! Las chicas adoran eso
–¡Músculo! –insistió Ernie, mientras se paraba en la silla y subía un pie a la mesa.
–¡Emociones! –el señor Hyunh se levantó para confrontarlo.
–¡Fibra!
–¡Sentimientos!
–¡Fortaleza!
–¡Afecto!
–Te ofrezco un consejo por 5 dólares – dijo el señor Kokoshka.
–¿Cómo crees que vas a dar buenos consejos? –dijeron Ernie y el señor Hyunh a coro.
–Además del abuelo, soy el único aquí que está con su esposa–sonrió.
Todos voltearon a mirar a Suzie.
–No quiero hablar de eso – dijo ella poniendo una mano en su frente como escondiéndose. Tomó un largo respiro y luego miró a Arnold, tocándole suavemente el hombro para llamar su atención –Eres un jovencito guapo y dulce, tarde o temprano alguna chica se fijará en ti – Sonrió. –. Y si la chica que te gusta no está interesada en ti, ella se lo pierde
–Gracias, señora Kokoshka –Arnold miró a sus abuelos. –. No tengo hambre, empezaré a limpiar –añadió, levantándose de la mesa para ir a buscar una escoba.
Oskar robó el plato que la abuela ya le había servido al joven, mientras Ernie y el señor Hyunh seguían discutiendo sobre qué atraía a las chicas.
Los abuelos intercambiaron una mirada y negaron con tristeza. Desde aquel paseo de invierno que Arnold no recuperaba su entusiasmo habitual. Sabían con quién tenía que ver, pero no consiguieron que él les contara lo qué había pasado. Esperaban que el tiempo sanara esa herida, pero ya iban meses y su ánimo no mejoraba. Era serio.
Arnold ordenó el salón y sacudió los muebles, después hizo las compras con el abuelo, quien entre historias de su juventud intentaba darle consuelo o al menos divertirlo. Después de almorzar quedó libre para el resto del día, pero al caer la noche decidió dar vueltas regando las plantas de la casa.
No era extraño que ayuadara en las tareas. Sabía que sus abuelos eran capaces de hacerse cargo, pero cada año era más consciente de cómo envejecían. Disfrutaba el tiempo con ellos y sabía que no sería eterno. Si tenía algo de suerte estarían en su graduación, con un poco más lo verían obtener un título universitario y con mucha seguirían vivos cuando se casara...
Si llegamos solteros a los 25...
¡No! ¡No debería pensar en eso!
Necesitaba tanto distraerse que se ocupó de todo lo que pudo en la casa, incluso se ofreció a ayudar a los inquilinos con arreglos o reparaciones en sus cuartos.
Gerald regresó unos días más tarde solo para encontrar a su mejor amigo agotado. Arnold apenas tenía ánimo para sentarse en la escalera a charlar o invitarlo a su habitación a escuchar música o leer historietas. Le tomó una semana superar las evasivas y conseguir que le contara qué pasaba. Y, para sorpresa de nadie, la respuesta era la misma que los últimos meses: Helga Pataki.
–Amigo, estás mal –le dijo el moreno, en cuanto escuchó todo lo que atormentaba al rubio.
–Lo sé –lo miró –¿Qué puedo hacer?
–Nada, ya sabes que tiene novio y ya sabes que no quiere nada contigo. Ustedes no están destinados y ya
Si llegamos solteros a los 25 deberíamos casarnos
–En algún momento estaba lejos de ser mi primera opción y ahora no dejo de pensar en lo mucho que me hubiera gustado intentarlo
Arnold se dejó caer en la cama con frustración, estirando sus brazos. Las nubes en el cielo le recordaron la silueta de la chica.
Gerald se recostó junto a él, mirando también el cielo, mientras la música se escuchaba. De pronto se sentó y lo miró.
–Hermano, espera ¿has pensado alguna vez que tal vez no te gusta?
–¿Qué quieres decir?
–Tal vez extrañas su atención, tal vez solo quieres que alguien te haga caso como lo hacía ella
Arnold cerró los ojos.
–Piénsalo – continuó su amigo, poniéndose de pie para caminar en círculos–. Helga siempre te molestó, así que de algún modo te hacía sentir importante y con el tiempo te acostumbraste a eso, al punto que, si no era grave, apenas y te incomodaba. Amigo, incluso te vi sonreír con sus burlas
–¿Lo hice?
–Más de una vez
–¿De verdad?
Gerald asintió
–Y si le sumas – continuó – que ella se había confesado, ¡Perfecto! Todo cobra sentido en tu loca cabeza
Arnold se sentó y lo siguió con la mirada, intentando asimilar lo que su amigo decía.
– Y empiezas a darle vueltas a todas las cosas que dijo y todas las bromas que te hizo y tratas de verlas como algo distinto y como ya sabes que siente algo por ti, te cuestionas lo que sientes por ella
–Ajá...
–Y llegas a la conclusión de que tal vez no es tan mala como parece... que incluso... incluso es... no sé, lo que sea que pienses de ella
–Que es linda, inteligente, graciosa, segura...
–No sigas, por favor
–Lo siento
–El punto es que, cuando tienes una idea cuesta que la dejes ir
–Claro
–Luego ella se enfada contigo y decide no molestarte más
–La lastimé, Gerald
–¡Eso es SU culpa! No puedes ir por ahí haciéndole la vida imposible a los demás y esperar que te perdonen todo
–Lo sé, pero de todos modos...
–¡No! Escúchame... ni siquiera lo había pensado hasta ahora, pero tiene sentido. Ella deja de molestarte y sientes que te falta algo, así que lo que te falta es su atención y como no puedes entenderlo, crees que te gusta...
–¿En serio lo crees?
–Bueno, te obsesionaste cuando ella se alejó, así que...
–¿Y qué hay de la conversación que tuvimos en las montañas?
–Hermano, yo pensaba que estabas confundido, lo cual sigue siendo así. Además, es clásico, yo salgo con Phoebe, ella arrastra a Helga y yo te arrastro a ti y terminan pasando mucho tiempo juntos, tarde o temprano ibas a empezar a disfrutarlo, pero... al final del día, sigue siendo Helga
Arnold medio le sonrió, mientras Gerald se sentaba junto a él en la cama.
–Es una buena teoría –insistió Gerald.
–Es lo más claro que he escuchado en semanas...
–¿Y qué harás? – dijo el moreno.
–No tengo idea
–Tendrás que averiguarlo, porque mañana es el picnic de Rhonda
–Lo sé
–Y Helga estará ahí
–Tendré que lidiar con eso de alguna forma, pero tal vez esta nueva perspectiva sea de ayuda
–Dios, viejo...
–Ni una palabra de esto a Phoebe
–Prometido
–Y Gerald
–¿Sí?
–Gracias
–Te cobraré algún día
Toda la clase estaba invitada al picnic que organizó la señorita Lloyd en el parque Tina.
Por suerte para Arnold, Brainy no fue. Ignoraba la razón y tampoco iba a preguntar, pero no era el único ausente, tampoco estaban Lorenzo, Lila, Peapod ni Stinky. Además de la gente de su clase, notó que estaba ahí Patty Smith, ayudando a preparar algunas cosas. Fue a charlar con ella.
–¡Hola, Patty! – dijo con su entusiasmo habitual.
–Hola, Arnold, – respondió ella con una sonrisa – ¿Cómo estás?
Hablaron sobre sus respectivas vacaciones y lo poco que quedaba para volver a la escuela. Sobre sus planes y proyectos, los talleres y clubes a los que querían asistir y las clases que pensaban tomar.
De pronto se escuchó la voz de Helga, que se acercaba charlando entre risas con Phoebe, que iba de la mano de Gerald.
Cuando saludaron a Arnold, Patty notó como la actitud del chico cambiaba por completo.
Miró al grupo y medio sonrió, hasta que notó la indiferencia de la rubia. ¿En serio ya no le gustaba? Guau y ahora el chico parecía perdidamente enamorado, le bastó un segundo para notarlo. Siempre le pareció que a Arnold le agradaba Helga más de lo que admitía y que solo la actitud de la chica mantenía ese enamoramiento a raya, pero parecía que ya había superado esa barrera.
Recordó que en la fiesta de Rhonda Helga bebió por todas las preguntas sobre una posible pareja, así que asumió que salía con alguien y hasta ese momento pensaba que era Arnold, pero si no era él ¿quién había ganado el elusivo corazón de la agresiva rubia? Guau, para competir con el afecto que le tenía al chico, debió hacer algo increíble para conquistarla.
Patty luego se distrajo hablando con otras personas, pero de tanto en tanto se encontraba viendo e imaginando el drama de sus amigos, convencida de que no era asunto suyo, pero con un poco de curiosidad.
Vio que Helga rotaba entre distintos grupos, en lugar de quedarse con Phoebe. No evitaba a Arnold, pero él a ratos la evitaba a ella. Entonces el chico sabía que estaba con alguien. ¿Acaso fue ese el motor de su interés? Clásico.
Cuando Rhonda estuvo segura de que no llegaría más gente, reunió a todo el grupo y les contó que se cambiaría de escuela, admitiendo que los extrañaría.
De pronto Harold se puso a llorar y la abrazó.
–¡Nos dejas por una academia de gente rica! – dijo el corpulento chico.
–No es que yo quiera ir– contestó ella al borde de las lágrimas.
–¡Te voy a extrañar! ¡Buaaaaaa!
–Oh no – murmuró Sid.
Patty notó que varias personas la miraban. Sabía por qué. Decidió no hacer caso.
Cuando lograron calmar a Harold y el chico fue a lavarse la cara, Curly aprovechó para acercarse a Rhonda.
–¿Puedo visitarte en tu nueva escuela? – dijo con una sonrisa.
–¡Ni se te ocurra! – respondió ella con repulsión.
–¡Pero muero por verte en el uniforme de una escuela privada!
–Llamaré a seguridad y te sacarán de ahí
–Valdrá la pena
–Ya basta, fenómeno – le dijo Helga –. Si me entero que la estás molestando, te las verás conmigo
–¿QUÉ? Pero yo....
–Pero nada – miró a su amiga – Rhonda, ya sabes, si llega a aparecer...
–Sí, te avisaré – sonrió con malicia –. Me encantaría ver cómo lo golpeas
El resto de la clase reía, excepto Eugene y Sheena que apartaron a Curly y le decían que debía dejar de molestar Rhonda.
Poco después de eso la mayoría se fue retirando. Patty se quedó a ordenar y limpiar, junto con Nadine y Rhonda.
Cuando su grupo estaba por irse, Arnold decidió ofrecer su ayuda, despidiéndose de los demás para regresar con las chicas.
Terminaron rápido y llevaron la basura a los botes del parque.
–Se los agradezco mucho – dijo Rhonda –. F ue lindo verlos a todos hoy
Compartieron un abrazo grupal. Luego Nadine y Rhonda se despidieron, alejándose tomadas de la mano.
El chico dio un largo suspiro.
–¿Qué pasa, Arnold? – dijo Patty.
–No es nada – dijo el chico, luego la miró – Hace rato quería preguntarte algo, pero es un poco personal y no tienes que responder si no quieres
–Te escucho –respondió invitándolo a caminar hacia la salida.
–¿No te incomodó... lo que pasó con Harold y Rhonda?
–¿Por qué lo haría?
–Quiero decir... ¿no te da celos? La forma en que la abrazó...
–Claro que no
–¿Cómo puede ser? Pensé que Harold y tú estaban saliendo...
–Harold me gusta y lo conozco. Es más sensible de lo que aparenta. Puedo entender que se emocione y sea afectuoso con las personas que le importan, como Rhonda. Harold la quiere... y Rhonda es mi amiga. Yo los quiero a ambos. Creo que son distintas formas de querer
–Eso suena muy maduro
–Bueno, por algo soy mayor que tú
–No toda la gente mayor es madura
–Sí, es cierto –reconoció con una risita –. Ahora te toca a ti
–¿Qué?
–¿Qué pasó con Helga? – dijo de forma directa.
–Nada – contestó mirando el suelo.
–¿En serio?
–Ese es el asunto... no pasó nada... y no puedo hacer que pase algo... y ese es el problema
–Es raro – le sonrió –. Siempre pensé que terminarían juntos
–¿Por qué lo dices?
–Bueno, ustedes hacen buen equipo, cubren sus debilidades – se encogió de hombros –. Creo que podrían potenciarse mucho
–Suena idílico, lástima que no sea real... ella... siempre que paso mucho tiempo con ella siento que no soy yo
–¿Qué quieres decir?
–Cuando estamos juntos... estoy confundido – Arnold dejó de caminar un momento y cerró los ojos –. A veces soy un idiota... y otras un tonto... quiero protegerla... y quiero ayudarla... y ella no quiere nada de eso y me frustra...
–No puedes ser más fuerte, más rudo o más agresivo que Helga, porque ese es su departamento. Si quieres ayudarla, tienes que trabajar con sus debilidades: sus emociones
–¿Cómo puedo hacerlo si nunca comparte nada?
–¿Crees que no lo hace? Entonces no has estado escuchando. Y si no escuchas, entiendo por qué se alejó
–¿Qué significa eso?
–Piénsalo, eres listo...
Llegaron a la salida del parque y se despidieron en la vereda.
Casi llegando a la esquina Arnold vio pasar a Brainy. ¿Acaso se reuniría con Helga? Su compañero de clases le sonrió y Arnold se obligó a devolverle la sonrisa, esperando que no notara nada extraño. No sabía cómo reaccionaría Helga si se daba cuenta que él ya sabía quién era su novio. En cuanto se alejó, sintió la furia crecer dentro de él.
No otra vez
Cruzó la calle y un par de cuadras más allá se topó con Helga.
–¿Qué hay, cabeza de balón? – dijo ella.
Arnold notó que parecía incómoda y el loco impulso fue más fuerte que él.
–Ya se fueron todos del parque ¿olvidaste algo? – dijo.
–No... ¿quién dice que voy para allá?– respondió ella, jugando con el cuello de su polera.
El chico entrecerró los ojos un momento y luego sonrió cínicamente.
–¡Que bien! Porque... vi a Brainy ir en esa dirección y recuerdo que él solía seguirte a todos lados. Tal vez quieras evitarlo
–Gracias por el reporte
–Entonces ¿A dónde vas?
–Eso no es tu problema
–¿Puedo caminar contigo?
–Emh... no...
–¿Vas a ver a tu novio?
–Prometiste no meterte en mis asuntos, cabeza de balón. Agradece que te estoy advirtiendo.
–Tienes razón, lo siento – dijo con una sonrisa de pretendida inocencia –. Bueno, Helga, no te retraso más. Que disfrutes tu cita
–¡Ey! Nunca dije que fuera a una cita
–Lo sé, pero supongo que lo harás –Le sonrió y pasó junto a ella. –. Ah, Helga, una cosa más
–¿Sí? – volteó a verlo con los brazos cruzados, alzando un lado de su ceja con molestia.
–Te ves guapa. Espero que él sepa apreciarlo
El chico siguió caminando sin voltear.
La chica bajó la mirada y apretó los puños un segundo.
Muévete, Helga
No quería discutir, era solo un halago amistoso. No tenía por qué tomarlo como algo más, pero... pero...
Estúpido cabeza de balón
Caminó hasta el final de esa calle y dobló la esquina para apoyarse en el muro, tratando de calmarse. No quería dejar esperando a Brainy, pero no iba a arriesgarse. Su descuido en el cine una semana atrás casi los delata. Así que dio un par de vueltas para asegurarse de no toparse con nadie antes de dirigirse al parque y allí también tomó precauciones antes de encaminarse al lugar donde siempre se reunían.
En cuanto llegó junto al chico, volvió a mirar a todos lados antes de saludarlo.
–¿Pasa algo, Helga? – dijo su novio.
–Oh, nada, solo estoy paranoica – dijo para luego añadir una risita incómoda.
–¿Hay alguna razón?
–No... nada en particular... – rascó su brazo – Sólo me preocupa que alguien se haya quedado por aquí después del picnic de Rhonda
Perfecto, estaba mintiendo. ¿Por qué estaba mintiendo?
Rayos
–Tranquila, lo entiendo... podemos vernos otro día
–¡No! Tengo que superar esto... estaré bien, en serio...
Brainy sonrió y le dio un beso en la mejilla, luego tomó su mano y besó sus dedos. Ella le sonrió y se dejó caer sobre él, que la acurrucó pasando un brazo sobre sus hombros. Ambos cerraron los ojos, atentos al viento que sacudía las hojas en los árboles.
Chapter 23: Aceptación y Hostilidad
Notes:
D: no me había dado cuenta que el capítulo quedó cortado (He tenido problemas con la conexión)
Así que resubido.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
Las vacaciones que quedaban pasaron volando y llegó el que era, según Gerald, el peor día del año.
–¡Pero estamos en preparatoria!–dijo Arnold con su ingenuo entusiasmo, como respuesta a las quejas de su mejor amigo.
–Eso significa–dijo Gerald–que nos quedan cuatro, repito–Estiró su mano frente al rostro de su amigo mostrando cuatro dedos–, CUATRO años de escuela ¡Es terrible!
–Exageras
–¿Qué hay, tontos?–los saludó Helga en la esquina en que normalmente se encontraban. Ella también caminaba con su mejor amiga, en ese punto era una tradición llegar juntas el primer día.
Phoebe besó a su novio y siguieron su camino, tomados de la mano.
Helga hizo un gesto de asco, el cual hizo reír a Arnold, quien, haciendo una exagerada reverencia, la invitó a seguirlos. Helga le devolvió la reverencia.
–Los enanos primero–dijo.
–¡Oye! ¡Crecí este verano!–Se defendió el rubio.
Helga se paró junto a él, bastante cerca.
El chico se sorprendió y contuvo el aliento cerrando los ojos. Sintió la mano de ella sobre su cabeza y al atreverse a mirar notó que ella llevaba la mano hasta el puente de su nariz.
–No lo suficiente para alcanzarme, cabeza de balón–dijo con una sonrisa triunfal.
–Algún día–dijo.
–Suerte con eso
Ambos caminaron hacia la escuela, siguiendo a la pareja. Arnold no dejaba de pensar que tal vez sería otro año en que Helga haría bromas a su costa, lo que lo hizo sonreír.
Durante la primera clase les entregaron la lista de cursos y salones, las clases avanzadas y los distintos clubes a los que se podían unir con las fechas de las respectivas pruebas de ingreso y otros asuntos administrativos.
En medio de las explicaciones alguien tocó la puerta y abrió sin esperar respuesta, interrumpiendo.
–Buenos días–dijo una chica con una voz dulce–. Disculpe la demora, soy nueva en la escuela y no encontraba el salón
–Adelante–dijo el profesor–. Chicos...
Lila se aclaró la garganta mirándolo con enfado.
–Y chicas–Rectificó de inmediato el docente–. Denle la bienvenida a esta nueva estudiante–La miró, seguía en la puerta.–. Pasa–Añadió, invitándola.
Entró al salón una joven delgada, que usaba una falda celeste hasta las rodillas y una blusa blanca. Destacaban lo largo de sus brazos y piernas. Su cabello castaño caía suelto hasta la mitad de su espalda y lucia una mirada cansada.
El profesor revisó la lista.
–¿Edith...?–Preguntó.
–Edith McDougal–Completó la chica.
Gerald, Arnold y Helga se quedaron con la boca abierta. ¡Claro que se parecía a Ruth! ¿Sería su hermana?
–Hola a todos, soy nueva en esta ciudad... espero que nos llevemos bien
–Toma–El profesor le entregó las mismas hojas que a los demás y luego escaneó el salón.–. Ve a sentarte ahí–Le indicó el puesto vacío junto a Nadine, detrás de Lila.
Ambas chicas de inmediato la saludaron presentándose y ofreciéndose a guiarla por la escuela hasta que la conociera bien.
El resto de la hora el profesor se dedicó a organizar el curso. Gerald fue elegido presidente de la clase, Eugene vicepresidente y Sheena como secretaria. Curly se sumó como delegado artístico y Stinky como delegado deportivo.
En cuanto la campana sonó, Helga desapareció del salón.
Sheena, Nadine, Lila, Eugene y Curly de inmediato rodearon a la chica nueva.
–¿De dónde vienes?–dijo el pelirrojo.
–Utah–Respondió la chica.
–¿Por qué te mudaste a Hillwood?–Preguntó Sheena.
–Por el trabajo de mamá–Contestó Edith con una sonrisa, luego miró alrededor.
–¿Te gustan las arañas?–Preguntó Nadine al ver un pin de telarañas en su bolso.
–¡Me encantan!
–¡Tengo una tarántula mascota!
–Me encantaría verla algún día
Cerca de la puerta la voz de Gerald destacó.
–Phoebe y yo iremos a las maquinitas–dijo–, ¿Vienes con nosotros, Arnold?
–En un minuto–Respondió el rubio guardando sus cosas.
–¿Arnold Shortman?–dijo la chica nueva.
Todos se quedaron en silencio y el grupo que rodeaba a Edith volteó a ver al rubio.
–¿Nos conocemos?–dijo él, incómodo.
–Oh, no, para nada... mi prima me habló de ti, tal vez la recuerdes, su nombre es Ruth
–¿Ruth McDougal te habló de mí?–Arnold se sonrojó.
–¡Sí! Dijo que eras el chico más amable de esta clase y que podía pedirte ayuda si lo necesitaba
–Bueno–Intervino Lila–, es cierto lo que dijo, Arnold es realmente amable
–Espero que podamos ser amigos–Añadió la chica nueva.
–Claro–Respondió Arnold con una sonrisa nerviosa.–. Deberíamos almorzar todos juntos hoy–Sugirió.–. Podemos mostrarte parte de la escuela y puedes conocer mejor al grupo
–Me encantaría
– ¿Qué les parece?–El chico miró a los demás.
Se mezclaron a coro las respuestas: Es una buena idea/Estoy de acuerdo/Sí, Sí
–Genial. Nos vemos luego–Agregó Arnold, para luego correr hacia la salida.
Phoebe y Gerald lo esperaba en el pasillo, bromeando al respecto casi de inmediato. Los tres se alejaron del salón, mientras la pareja molestaba un poco al rubio.
Esa mañana el centro de atención fue Edith. Era sociable y parecía interesada en integrarse. Para la hora de almuerzo, la mayoría de la clase se había unido a la propuesta de Arnold y en cuanto sonó la campana, un gran grupo se encaminó a la cafetería.
La chica les habló en general de su ciudad, de su vieja escuela y cómo habían decidido mudarse cerca de su familia, pero también preguntó un poco sobre cada una de las personas con las que interactuó, encontrando con facilidad similitudes en sus pasatiempos e intereses.
Entre los que no almorzaron con el grupo estaban el siempre ocupado Lorenzo, Harold, que almorzaba con Patty; Stinky y Sid, que nadie sabía dónde se habían perdido; Helga y Brainy. Estos últimos decidieron retomar sus encuentros en el auditorio, en parte porque era más cómodo y en parte porque la chica descubrió cómo encender el aire acondicionado sin el control remoto, así que era un lugar fresco en esos días en que el calor todavía se sentía.
...~...
Los primeros días la mayoría de la clase comenzó a dispersarse, tratando de tomar los cursos que le interesaban, a la vez que intentaban mantenerse con sus amigos, aunque seguían coincidiendo la mayoría en algunas clases. Phoebe y Nadine tomaron ciencias avanzadas, Phoebe y Helga, matemáticas, Helga y Brainy literatura. Los demás decidieron enfocarse en otras actividades, como los deportes y las artes.
La siguiente semana fueron las inscripciones y pruebas para los distintos clubes. Phoebe se unió al de debate sin problema, mientras que Curly, Eugene y Sheena se unieron al club de teatro. Lila los acompañó a las audiciones, pero decidió de último momento no participar, porque ya tenía bastante con los ensayos de ballet.
Las pruebas del equipo de baseball fueron el martes después de clases. La mayoría de los que quería unirse eran de primer año y uno o dos chicos de cada uno de los años siguientes.
A la hora indicada, el profesor ingresó al gimnasio y miró alrededor.
–Señorita, no puede acompañar a su novio–dijo.
Nadie respondió. Segundos más tarde varias personas voltearon para ver quién era el baboso que no podía despegarse de su chica. Solo cuando sintió todas las miradas Helga comprendió que se refería a ella.
–¿Me habla a mí?–dijo con una risa despectiva–. No saldría con ninguno de estos idiotas, quiero entrar al equipo
–Lo siento, pero las reglas son las reglas y el equipo es solo de chicos
–¡¿Es broma?! ¡Apuesto que soy mejor que la mayoría de estos pelmazos!
Varios comentarios de protesta y algunos chiflidos molestos se elevaron a coro en ese momento.
–¡Ya cállense!–Continuó ella.–. Si me vieran jugar, sabrían que es cierto
–Lo siento, señorita, solo se probarán los que se hayan inscrito en la lista–dijo el entrenador, levantando una tableta que sostenía una hoja.
–Sí, estoy ahí, la séptima
–¿Hache punto Pataki?
–La misma
–Bueno, jóvenes, no haremos las pruebas hasta que ella se retire. Todo el tiempo perdido se lo pueden agradecer a la señorita Pataki de primer año
Otra vez los gritos y silbidos en su contra.
Al otro extremo del grupo, Harold, Stinky y Sid observaban.
–Pero ¿Qué le pasa? Está bien que juegue con nosotros, pero esto es en serio, no es para una niña como ella –Comentó Harold.
–Helga intentando hacer las cosas a su modo, como siempre–Añadió Stinky.
–Debería aprender a actuar como una niña–dijo Sid.
–Pero si es la niña más fea y poco femenina de nuestra clase–dijo Harold entre risas– ¡Parece más un chico!
–Ya dejen de reírse de ella–Intentó detenerlos el más alto.–. Helga es como es
–Miren, parece que Arnold intenta arreglarlo–Añadió Sid–Esto se va a poner bueno
–Helga... –murmuraba Arnold tomándola por la muñeca–. Tal vez sea mejor que te vayas
–¡¿Qué dices?!
–¡Helga, por favor!–Se sumó Gerald.–. No quiero estar aquí toda la tarde
–¡No puede prohibirme jugar!–Protestó soltándose del agarre de Arnold.
–Nunca dejaría a una niña entrar al equipo–dijo el entrenador–. Son lentas, no golpean bien, no lanzan bien, son hormonales e inestables y se lastiman con facilidad
Arnold y Gerald se miraron entre sí, previendo el desastre.
–¡Escúcheme, maldito cerdo sexista!
–¿Me llamaste cerdo?
«¿En serio eso es lo que le duele del insulto?»
–¡Sí! ¿Y qué?
–Te acabas de ganar una tarde en detención y si no te retiras en este instante, cancelaremos las pruebas
Todos la miraban con molestia.
–Ustedes se lo pierden–dijo la chica tomando sus cosas y saliendo de allí, dando un portazo.
Arnold suspiró aliviado de no tener que lidiar con todo el resto del grupo, porque estuvo a un segundo de pararse entre ella y los demás y lo único que lo detenía era su amigo que en su profunda comprensión de sus locuras lo había sujetado por el brazo antes que lo hiciera.
–Que numerito–Comentó el entrenador.–. Bien, continuemos. Dejen sus cosas en las gradas, vamos a empezar con la tortura–Miró a dos tipos que eran claramente de último año.–. Chicos, todos suyos
...~...
Helga atravesó el patio con molestia y rodeó la escuela.
Realmente quería unirse al equipo y sin esa alternativa, no había nada más que le interesara. El periódico escolar lo descartó porque era a la misma hora que tenía sus sesiones con Bliss y era casi imposible que ella moviera su cita a menos que alguno de sus pacientes aceptara intercambiar, cumpliera la mayoría de edad, se mudara de la ciudad o estirara la pata, así que no dependía de ella, bueno, no si quería mantenerse dentro de parámetros legales, claro.
Se sentó en la entrada. Ella y los chicos prometieron que se reunirían con Phoebe ahí más tarde y aunque no estaba de humor para verlos, no quería fallarle a su amiga.
Buscó en su mochila su reproductor de música y ajustando sus audífonos eligió un disco que escuchar ese día. Iba en la segunda canción, cuando notó una sombra que se detuvo al acercarse.
–¿Helga?–dijo una voz suave tras ella.
–¿Qué hay, campirana?–Contestó sin voltear, quitándose los audífonos.– ¿Por qué sigues en la escuela?
Lila bajó un par de peldaños para pararse delante de ella.
–Estaba por irme–Comentó.–cuando vi al señor Simmons con una enorme pila de papeles y luego de ayudarlo me quedé hablando con él
–Ya veo
–¿Y tú qué haces aquí? ¿No eran hoy las pruebas del equipo de baseball?
–Pues, adivina
Lila la observó. La molestia de Helga era tan evidente, que casi podía imaginar un aura maligna rodeándola, como si fuera una caricatura.
–Ni siquiera te dejaron intentarlo
–Exacto
–Lo lamento, Helga, sé que te entusiasmaba la idea
–¿Qué más da? El entrenador es un idiota–Suspiró.
–¿Quieres que te acompañe a casa?
–No, esperaré a Phoebe... ¿ya te vas?
–Puedo quedarme un rato, si no te molesta mi compañía
–Claro que no–Le sonrió.–. Y dime... ¿tú qué piensas hacer? Escuché que no te inscribiste en teatro
Se quedaron charlando y poco a poco el mal humor de Helga se fue desvaneciendo.
Phoebe llegó a la hora pactada y se unió ellas. Helga de inmediato la actualizó de lo que ocurrió en el gimnasio.
–Pero eso es terriblemente injusto–Comentó Phoebe.
–Claro que lo es–Se unió Lila. Reflexionó un segundo y luego añadió.–. Rhonda y tú juegan bastante bien, apuesto que ella también hubiera intentado
–Habría sido agradable tener a alguien de mi lado–dijo Helga con un suspiro y luego frunció el ceño– ¿Pueden creer que nadie intentó apoyarme?
–¿En serio? ¿Ni siquiera Gerald o Arnold?
–¡Ni siquiera ellos!
–Que decepción–dijo Phoebe.
–La verdad es que tampoco puedo culparlos. Si quieren unirse al equipo, no pueden partir discutiendo con el entrenador o con sus posibles compañeros. Solo hicieron lo que era mejor. Se llama supervivencia–dijo Helga, resignada.
–¿Estás segura? ¿No estás molesta con ellos?
–Aich, ¡Por supuesto que sí! ¡Me hubiera venido bien algo de apoyo! Pero no soy estúpida. Sé cómo funcionan las cosas
En ese momento los chicos aparecieron dando la vuelta al edificio y en cuanto vieron a las chicas guardaron silencio, mirando el suelo, avergonzados.
Las tres mantenían expresiones neutras mientras ellos se acercaban.
–Emh... Helga... lo lamento–Comenzó a decir Arnold.
–Sí–Se unió Gerald.–. Sabemos que eso estuvo mal, pero las reglas son las reglas
–Está bien, chicos–dijo ella–. Me deben una malteada... cada uno
Ellos intercambiaron una mirada y asintieron.
–Creo que es justo–dijo Gerald.
–¿Y?–Continuó Helga.– ¿Quedaron en el equipo?
–Así es–Respondieron los chicos a coro.
–Felicidades ¿Vamos a celebrar?
–¿En serio no estás molesta?–Quiso saber Arnold.
–No tanto y se me pasará con esas malteadas gratis–dijo con una sonrisa burlesca.
–¡Está bien!–dijo Phoebe poniéndose de pie– ¡Vamos por malteadas!
–Bueno–dijo Lila, también levantándose sacudiendo su falda–. Creo que nos vemos mañana
–¿No piensas a acompañarnos?–Preguntó Helga.
–Oh, creí que...
–¿Creíste que te excluiríamos del plan?
Lila asintió.
–Ah, no puedo ser tan cruel–La abrazó por los hombros.–. Y ni siquiera tienes que gastar dinero, ya que me siento generosa, te compartiré de mis malteadas gratis, ¿Qué dices?
–Bueno... yo... –Lila miró a los demás y asintió.–. Estaría encantada de ir con ustedes
–¡Perfecto! –dijo Helga–¡En marcha!
Phoebe tomó la mano de su novio, riendo por el cambio de humor de su mejor amiga.
...~...
La mañana siguiente, Patty fue al salón donde supuso que estaría la mayoría de los de primero de preparatoria antes que empezaran las clases.
–¡Helga! ¿Podemos hablar?–La llamó.
–Claro–La chica la acompañó al pasillo.– ¿Qué pasa, Patty?
–Estoy intentando formar un nuevo club, necesito que tú y tres personas más se inscriban...
–¿De qué? ¿Tejido?–dijo despectiva.
–Sí, tejido, por algo te estoy invitando a ti–Rodó los ojos y le entregó una hoja que Helga leyó con atención.
–¿Quieres hacer un club de boxeo femenino? ¡Estoy dentro!–dijo.
–¿Conoces a alguien más que quiera participar?
–No, pero es simple–Abrió la puerta del salón.–. Chicas, Patty está armando un club de boxeo femenino ¿a alguna le interesa unirse?
Todas se miraron entre sí.
–¿Por qué es solo de chicas?–Preguntó Curly apoyando las manos en su mesa mientras se levantaba.
–Porque yo lo digo–dijo Patty, entrando tras Helga– ¿Algún problema con eso?
–No–El chico se sentó, escondiéndose en su puesto.
–Eso pensé
Helga y Patty intercambiaron una mirada segura y una sonrisa burlesca.
–Bueno, piénsenlo–dijo la rubia, luego volteó a ver a Patty– ¿Preguntaste en los otros salones?
–No aún
–Vamos–La invitó a la salida.–. Pheebs si es que la maestra llega antes que yo ¿podrías decirle que regreso de inmediato?
–Copiado–dijo la chica con una sonrisa.
Helga acompañó a Patty entusiasmada y pasaron a todos los salones de preparatoria.
–Estaremos en la entrada del auditorio en el receso, si alguna tiene curiosidad o quiere hacer preguntas–dijo Patty cuando salían del último salón.
–Bueno, ¿hasta cuándo podemos inscribir gente para que nos den autorización?–dijo Helga.
–Hasta mañana–dijo Patty.
–Estamos contra el tiempo, pero no te preocupes, lo lograremos... por las buenas o por las malas–dijo haciendo sonar sus puños.
–Helga–dijo Patty, cruzando los brazos.
–Está bien, por las buenas
–Nos vemos en el descanso
–Nos vemos
Helga estaba entusiasmada, la idea del club le encantaba y además era solo para chicas, al menos sentía un poco de equilibrio por lo que había pasado la tarde anterior. Aunque debía admitir que hubieran reunido el mínimo de inscripciones requeridas en un instante si fuera mixto.
Regresó al salón y la maestra la regañó por salir sin permiso. Pidió una disculpa con cinismo y se sentó junto a su amiga.
Phoebe notó el buen ánimo de su amiga y temió lo que vendría al descanso, así que se preparó mentalmente para hacerle frente.
–¿Cómo que no te vas a inscribir?–dijo Helga.
–No es lo mío–Argumentó la chica.
–¡Pero Pheebs! Tenemos que llenar los cupos mínimos para que nos autoricen.
–La respuesta es no, Helga, ya tengo bastante en mente como para además sumar otra actividad a mi apretada agenda
Helga cerró los ojos y tomó aire.
–Tienes, razón, Phoebe, lo lamento
La chica ajustó sus lentes. Notaba que su amiga estaba haciendo un esfuerzo.
–Gracias por entender, Helga
–Bueno, chicas, si alguna de ustedes le interesa, Patty y yo estaremos en la entrada del auditorio para contestar preguntas
Helga se dirigió al lugar y cuando llegó, su amiga ya estaba ahí, sentada en la escalera.
–¿Aún nadie?–dijo.
–Nadie–Confirmó la castaña.
–Ya vendrán, no podemos ser las únicas a las que les guste esto
–¿Y si lo somos?
–Rhonda se hubiera unido–Lamentó.
Las dos suspiraron comentando sobre la señorita Lloyd. Si se hubiera unido, tal vez Nadine también lo hubiera hecho. Definitivamente Rhonda se hubiera unido a escondidas de sus padres, pero lo habría hecho y habría tenido problemas cuando hubiera llegado con un ojo morado. Mientras que Patty contaba con apoyo y aunque sus padres no entendían todas sus aficiones, no le habrían cuestionado su interés. Helga por su lado pensaba que podría haber llegado enyesada de pies a cabeza y sus padres no se habrían molestado ni en ayudarla a subir la escalera.
Se quedaron casi todo el descanso esperando. Un par de chicas se acercaron a preguntar, pero dijeron que lo pensarían.
Las únicas dos entusiastas volvieron a sus salones frustradas.
–Rayos–dijo Helga– ¿Habrá una forma de hacer que esto funcione? Es difícil crear un club de la nada–Se rascaba la cabeza con los codos apoyados en la mesa.
–A mí me gustaría unirme–dijo de pronto Lila.
–¿Tú? ¿En serio?–Preguntó Helga y si hubiera mirado alrededor habría sabido que no fue la única sorprendida.
–Bueno... sí... creo que podría ser un buen desafío...
–No tienes que unirte por lástima–dijo Helga.
–Lo digo en serio, quiero intentar algo diferente
–¿Estás segura?
–Sí
–Acompáñame a hablar con Patty en el próximo descanso.
–¡Claro!–La chica se dio vuelta para regresar a su puesto.
Al siguiente receso Phoebe acompañó a Helga y Lila para que se viera más gente. Lo que pareció resultar, porque algunas chicas se acercaron a hacer preguntas, aunque ninguna se quedaba a confirmar.
–¡Hola! ¿Ustedes están creando el club de boxeo femenino? –dijo una chica de piel tostada y cabello castaño ondulado que vestía ropa deportiva ancha.
–Sí–Helga la miró.– ¿Te interesa?
–Claro
–Soy Helga, debemos esperar a Patty, ella tiene la lista. ¿Cómo te llamas?
–Jennifer, estoy en segundo, pero acabo de llegar a esta escuela, me trasladaron de la 117
–Grandioso–Miró a Lila y a Phoebe.–. Solo nos falta una más
Patty llegó minutos más tarde.
–¿Hubo suerte?–Preguntó.
–Lila viene a inscribirse y ella es Jennifer–Indicó a la muchacha con la que había hablado antes.
–Sólo nos faltaría una más–Miró a Phoebe y ella negó con seguridad.
La mayor les sonrió y les explicó sobre el club. Anotó los nombres y clases, pidiéndoles sus firmas.
Estaba por terminar el descanso cuando se les acercó una chica pelirroja, de lentes negros, apenas más alta que Phoebe, quizá por las botas de combate. Lucía medias caladas rotas, una falda negra tableada y una polera de tirantes ajustada con una calavera sobre una camiseta de red, también rota.
–Hola–dijo con seguridad–. Vengo a inscribirme para boxeo.
–¡Genial!–dijo Patty, entusiasmada, sacando la lista.
–No podemos aceptar a chicas de secundaria–Comentó Helga, le pareció que se veía pequeña.
–Estoy en tercero de preparatoria–Respondió la recién llegada.
–Perfecto–Añadió la rubia, incrédula, pero no estaba en posición de cuestionar.
Patty anotó los nombres y clases de todas las chicas y les pidió firmar. Con eso tenían el mínimo para solicitar la formación del club, pero decidieron esperar hasta la mañana siguiente, por si aparecía alguien más.
Dos chicas de último año se inscribieron en el primer descanso de la mañana siguiente, así que al sonar la campana Patty decidió que era momento de hablar con Wartz.
Helga la esperó afuera, paseando de lado a lado, mientras Phoebe y Lila estaban de pie en un costado del pasillo y alternaban mirarla y mirarse entre sí, nerviosas.
Patty salió en silencio, cerrando la puerta con cuidado. Las contempló durante varios segundos con una expresión neutra.
–¡Ya dinos!–Rogó Helga.
–¡Lo logramos!–dijo Patty con una sonrisa.–. Contratarán un instructor en lo que queda de la semana y durante la próxima nos informarán de los horarios disponibles para que podamos coordinar el club
–Felicidades, chicas–dijo Phoebe.
–Me alegro mucho–Añadió Lila.
...~...
Ese mismo día, después de almuerzo les informaron que algunas clases se cancelaban por una reunión de maestros. Helga acababa de encontrar a sus amigos en el pasillo.
–Así que podemos irnos temprano–dijo la chica y se estiró dando un bostezo.
–Sabes que no es necesario que sigas pretendiendo que vas a dormir, ¿cierto, Helga?–comentó Arnold mirándola de reojo, mientras buscaba algo en su casillero.
–¿Quién dice que no duermo, cabeza de balón?
–Pensábamos que a esta hora estabas con tu novio–Comentó Gerald casualmente, sacando un par de libros de su mochila para acomodarlos en el espacio–y que por eso no almuerzas con nosotros
Helga miró alrededor, preocupada, pero eran los únicos ahí.
–Eso no es asunto suyo–dijo, sonrojada, mientras apretaba los puños, mirando el suelo.
Arnold la observó.
«¿Estaba tan cómoda como para quedarse dormida con Brainy?»
«¿Y él se comportaba si ella se dormía?»
«¿O a ella no le importaba si se comportaba o no?»
«¡Basta! ¡No debo pensar eso!»
–Ey, Pheebs–dijo Helga de pronto y su voz sacó a Arnold de sus pensamientos.
–Dime... –Respondió su amiga.
–Ya que estamos libres... –Tomó un largo aliento.–. Odio lo que voy a decir, pero ¿me acompañas al centro comercial?
Eso sorprendió a los tres, que voltearon a mirarla.
–No se imaginen cosas. Necesito un nuevo bolso deportivo. Y tal vez compre guantes de box
–Está bien–dijo Phoebe.
–¿Vienen?–Añadió mirando a los chicos.
–No lo sé, incluso si es eso, suena como ir de compras–dijo Gerald.–. Y eso es cosa de chicas
–¡Vamos! ¡Hay un local con arcades! ¿Qué dices, Johanssen?
–No lo sé
–¿Un par de peleas? ¿O temes perder?
–La única que va a perder eres tú
–Ya veremos
–Parece que vamos con ustedes–dijo Arnold riendo.
Casi media hora más tarde se encontraban en el centro comercial, caminando al azar, buscando una tienda deportiva.
–Oye, Helga, ¿Cómo estuvo la detención?–Recordó de pronto Gerald.– ¿Te quedaste ayer?
–Tuve que hacerlo–Respondió la rubia.–. Fue aburridísimo
–No debiste discutir con el entrenador–dijo Arnold.
–¡Debió dejarme hacer las pruebas! ¡Puedo jugar tan bien como ustedes o mejor!
–Mejor suerte en otra vida, Pataki–dijo Gerald.
–Agradezcan que no le quité el lugar a uno de ustedes
En ese momento notaron una vitrina con bicicletas, mancuernas, cuerdas de saltar, uniformes, y similares. Helga se apresuró a entrar a la tienda, preguntó de inmediato por los bolsos y con la guía de una dependienta buscó alguno que no fuera demasiado costoso. No le importaba el diseño, pero encontró uno rosa en oferta y luego de revisarlo decidió que podía servirle. También preguntó por implementos para boxeo y para su mala suerte no le alcanzaba para nada. Tendría que pedirle dinero a Miriam o a Bob. Maldijo por lo bajo y decidió solo comprar el bolso. Todo eso le tomó apenas cinco minutos, en los que Phoebe acompañó a los chicos a ver bates, guantes y pelotas.
–Ya tengo lo que quería–dijo Helga, acercándose a ellos.
Phoebe la miró y luego vio a los chicos, que comparaban con entusiasmo los artículos de baseball. Las dos chicas rodaron los ojos y se pararon detrás de ellos. Helga empezó a golpear el piso con su pie de forma rítmica, contando cuánto tiempo les tomaba reaccionar.
–Entonces ¿ya decidieron? ¿O van a probar todo eso?–dijo cuando se hartó.
Gerald y Arnold voltearon a verla y con un leve rubor dejaron los implementos donde estaban y caminaron hacia la salida. Las chicas los siguieron, riendo despacio.
Fueron a buscar un lugar donde comer una hamburguesa y en el mismo piso estaban a la vista los juegos de arcade.
–¿Qué dicen? ¿Jugamos unas partidas?
–Pensé que tenías hambre
–Quien pierda invita a quien gane
Gerald revisó su dinero y luego miró los juegos. Había un par en los que sabía que era bueno.
–Estoy dentro–Respondió.
–Perfecto–dijo Helga, para luego mirar a Phoebe y Arnold– ¿Ustedes?
–¿Por qué no?–dijo Phoebe– ¿Hay algo que podamos jugar los cuatro?
–No lo creo, tal vez de a dos
–Juguemos por eliminatoria simple–Sugirió Arnold.
–Está bien. Decidamos los equipos por cara o cruz–dijo Gerald.
Todos sacaron una moneda y la lanzaron al aire, revelándolas al mismo tiempo. En el primer lanzamiento solo Arnold sacó cara, así que quedó fuera esperando quien quedaba aparte. En el siguiente, Gerald quedó contra él y Phoebe contra Helga.
Discutieron rápidamente cuál sería el juego más apropiado. Gerald venció a Arnold. Helga venció a Phoebe. Phoebe venció a Arnold, así que él tendría que invitar a quien resultara ganador entre Gerald y Helga.
Diez minutos más tarde hacían fila en un local de hamburguesas.
–¡No puedo creer que me vencieras en el último segundo!–Se quejó Helga– ¡Pensé que te tenía acorralado!
–¡Fue un buen juego!–dijo Gerald–. Por poco y ganas, pero soy mejor
–Estuvo bastante cerrado, los dos son bastante buenos–Comentó Phoebe.
–Bueno, amigo, lo prometido, ¿qué te invito?–dijo Arnold.
Luego de comer se quedaron charlando en la mesa por un buen rato.
Cuando decidieron irse, las chicas se levantaron para ir al baño, mientras los chicos esperaban cuidando sus cosas.
–¿Dejaste ganar a Phoebe?–Preguntó el moreno.
–Claro que no–dijo Arnold.
–Hermano, adoro a mi chica, pero sé que no es tan buena
–Tal vez... no me pareció correcto que ella invitara
–¿No será que querías invitar a Pataki?–dijo su amigo entrecerrando los ojos.
–¡Claro que no!
–Bromeo, viejo–Gerald sacó su billetera y le entregó el dinero de su comida.
–¿Qué? No
–Recíbelo
–No, todos aceptamos la apuesta
–Si no hubieras perdido, no hubiera dejado a Phoebe invitarme, así que, es justo, toma
Arnold aceptó y guardó el dinero.
–Ni una palabra de esto a las chicas
–Claro que no, viejo
Intercambiaron su saludo especial.
Minutos más tarde Phoebe y Helga volvieron y los cuatro regresaron a su barrio.
Notes:
:D Algunos datitos:
El siguiente episodio se llama Musa.
También: La Shortaki Week me mató.
Reescribí dos capítulos como ocho veces porque no me gustabanPor temas laborales, no habrá más actualizaciones hasta agosto ;)
Pásenlo bonito.
Chapter 24: Musa
Chapter Text
El tiempo que pasaba con Brainy era agradable para Helga. Como cada viernes, compartían un emparedado, un jugo y galletas durante el almuerzo, escondidos en una de las escaleras que llevaba hacia la azotea. Sentada en uno de los peldaños, la chica jugaba con el cabello de su novio. El chico se había sentado un poco más abajo, recostado en sus piernas, con los ojos cerrados. En instantes como esos Helga Pataki podía decir que se sentía bien.
Le contaba Brainy que las cosas en su hogar parecían más estables: Bob todavía odiaba su trabajo, pero estaba ganando dinero; Miriam ahora tenía turnos fijos, así que volvió a encargarse de las tareas de la casa de forma regular; y Olga y su esposo los visitaban fin de semana por medio para una cena familiar. Lo cual no era del todo una molestia.
Pero también estaban todas las cosas de las que ella no hablaba.
Ya se cumplía el mes desde que habían comenzado la preparatoria y desde su puesto en el fondo del salón Brainy solía observar a Helga.
Las cosas entre ella y Phoebe iban de maravilla, se ayudaban con los deberes y compartían algunas risas entre susurros. También parecía llevarse cada vez mejor con Gerald, con quien bromeaba con naturalidad. Y respecto a Arnold, la mayor parte del tiempo tanto él como ella parecían estar en paz. Los cuatro hacían juntos las actividades en clases y habían organizado un grupo de estudio.
Algunos descansos Brainy los pasaba con Curly, Eugene y Sheena. Ellos sabían que sentía algo por Helga, así que no les extrañaba que a veces se distrajera observándola, ignorantes de una realidad que aunque él hubiera contado, nadie le creería.
Cuando su novia no estaba con Phoebe, se reunía con Harold, Stinky y Sid, casi siempre para molestarlos, hacer apuestas tontas y algunas travesuras. De vez en cuando surgía un desafío en los arcades para los fines de semana o las tardes.
En otras ocasiones, Helga pasaba el rato con las chicas de boxeo, se llevaba bien con Jennifer, Patty y Lila. Las vio charlando y riendo en más de una oportunidad y aunque la rubia todavía fingía molestia ante algunas actitudes o comentarios de la pelirroja, Brainy notaba la confianza en sus gestos y el sutil rastro una sonrisa cuando forzaba una mueca para esconderla.
Lo único de lo que Helga se quejaba en serio era de que las clases eran más difíciles de lo que esperaba y de la cantidad de tiempo que estaba dedicando a estudiar, en parte arrastrada por Phoebe, en parte por el orgullo de mantenerse por encima del promedio de la clase.
Eso significó reducir las citas de las tardes a martes y sábados. Al menos los encuentros durante la hora de almuerzo se mantenían, lunes, miércoles y viernes. Los otros días Helga almorzaba con su amiga y los chicos.
Brainy disfrutaba los momentos que Helga le ofrecía. Algunos besos, abrazos y caricias, siempre a escondidas. Estar a solas en alguna escalera, la azotea o el auditorio, saber que nadie iría a interrumpirlos y que podía tenerla para sí hasta que sonara el timbre, era suficiente para él.
Mientras ella jugaba con su cabello, él sentía que todo podía estar bien.
–Oye, fenómeno–dijo la chica de la nada.
–¿umh?–Contestó él, echando su cabeza hacia atrás para mirarla.
–¿Qué haremos este fin de semana?
–¿Qué quieres hacer?
–Siempre me dejas elegir, esta vez elige tú. Solo no volvamos a acampar, no tengo excusas para quedarme fuera
–Ok
El chico se apartó y cerró los ojos para concentrarse. A ella le hizo gracia.
–No tiene que ser elaborado o elegante–dijo Helga cuando él estuvo demasiado tiempo concentrado–. De hecho, por favor, jamás me invites a nada elegante
Brainy asintió varias veces.
–Elige algo que te guste hacer... –Añadió ella.– Podríamos... escuchar tus discos... ¿no estabas haciendo un remix?
–No está listo. Y creo que te aburriría mi música
–Si sobrevivo la escuela, puedo sobrevivir lo que sea
–Es que...
–Solo, quiero hacer algo que sea agradable para ti–Se deslizó un par de peldaños para sentarse junto a él.
Salir con Brainy significaba que él escuchaba todas las tonterías que tenía que decir y era paciente con ella. Todo eso estaba bien, pero era consciente del desequilibrio.
–Siempre haces cosas por mí–Continuó explicando.–. Sé que soy absorbente–Abrazó sus piernas.–o exigente, no estoy segura. Siempre digo lo que quiero hacer o a donde quiero ir y tú solo me acompañas. Pensaba que lo hacías porque estabas de acuerdo, pero últimamente he pensado que tal vez solo me llevas la corriente... y siento que eso está mal
–¿Por qué?
–Phoebe hace cosas como ver deportes que no le interesan, porque sabe que para Gerald es importante, así como él escucha música con ella, aunque no sea de su estilo, por la misma razón. Ellos a veces negocian lo que harán. Tú jamás me dices si algo te molesta
–Umh... es que no me molesta
–No puede ser que nada de lo que yo haga te moleste. Soy yo ¡Cristo!
Brainy sonrió.
–Es que me gustas tú. Me gusta estar contigo. Lo que hagamos está bien
–Pero no es justo
Si alguien más hubiera visto a Helga en ese momento habría dicho que lucía enfadada, pero Brainy sabía que en realidad estaba incómoda.
–¿Podemos al menos intentarlo?–Murmuró ella. Se abrazó a sí misma y bajó un poco más su voz.–. Así no me sentiré culpable
–Umh... sí...
–¿Entonces?
Brainy volvió a cerrar los ojos un momento, luego volteó a verla, acercó su mano para acariciar su mejilla y la besó.
Ella se sorprendió, pero de inmediato respondió ese beso.
Cuando él se apartó inhaló profundamente estirando la espalda.
–Mañana a las tres en mi casa–dijo con seguridad.
–Cuenta con eso–Respondió la chica con una sonrisa.
Brainy la contemplaba, pensando en cuánto adoraba su sonrisa, cuánto la adoraba a ella y en lo afortunado que era de que aceptara salir con él.
–¿Qué acaso tengo algo?–dijo de pronto Helga, fingiendo molestia.
–Umh... no...
–¿Entonces por qué me miras así?
Si ella supiera todo lo que pasaba por su mente.
Brainy solo apartó la mirada con una sonrisa.
–Porque me gustas mucho–Murmuró.
–Lo sé–Respondió con una sonrisa arrogante.
Sonó el timbre.
Helga no quería ir a clases, pero tampoco podía faltar, sabía que Phoebe no la perdonaría. Se levantó, sacudiendo su pantalón y le dio un último beso en la comisura de los labios antes de bajar y salir con precaución.
Brainy se quedó en la oscuridad, suspirando. Se preguntaba si tendría el valor para hacer lo que estaba planeando. Solo de imaginar el rostro de la chica, su mirada, sus reacciones, aumentaba sus latidos y la idea lo ponía nervioso, pero sabía que sus padres no estarían en casa y era una oportunidad que no iba a desperdiciar.
...~...
Helga entró al salón y se sentó en su puesto antes que llegara el profesor. Brainy llegó uno poco después, entre los últimos que entraron antes que empezara la clase. El chico resistió la idea de mirarla y siguió su camino hasta al fondo, para sentarse con Curly.
Durante la clase el profesor asignó grupos para una actividad. Helga terminó trabajando con Lila y Arnold. Gerald con Eugene y Sheena, Brainy con Edith y Peapod.
Cuando sonó la campana, Arnold y Gerald regresaron a sus puestos habituales para guardar los cuadernos en sus pupitres antes de irse a la práctica. Helga y Lila entregaron el trabajo y salieron al pasillo mientras conversaban.
Phoebe venía de la clase avanzada de ciencias y al verlas se acercó a ellas.
–¿Qué tal la clase?–dijo.
–Estuvo bien–dijo Helga, encogiéndose de hombros.
–Cielos, ya se me hizo tarde–Comentó Lila.–. Buen fin de semana, chicas
–También para ti– Respondió Phoebe.
–Adiós–dijo Helga, con un tono indiferente, pero sin quitarle la mirada a la pelirroja hasta que dio la vuelta en una esquina. Entonces volteó hacia Phoebe–¿Qué tal el curso de genios?–Quiso saber.
–Interesante–Comentó su amiga, mirando hacia la puerta, esperando que su novio se acercara.–. Nadine se quedó preguntando mil cosas, así que me adelanté
–¿Sigue en pie nuestra noche de chicas?–Continuó.–. Muero por comer una de tus salsas
–Claro que sí, pero necesito hablar con Gerald antes de irnos
–Lo siento, bebé–dijo el chico que había alcanzado a escucharla en el momento en que él y Arnold salían del salón–. Vamos tarde a la práctica
–Está bien–dijo Phoebe.
–Adiós –dijeron los chicos, alejándose a paso rápido.
La más bajita miró el suelo con aire triste y su amiga no lo dejó pasar.
–Pheebs–Murmuró Helga.
–Dime
–¿Es importante?
–¿Qué cosa?–dijo su amiga.
–Lo que sea que tengas que hablar con... –Movió sus ojos hacia los chicos que se alejaban.
Phoebe asintió.
Helga sujetó su mano, para llevarla consigo y alcanzarlos.
–¡Ey, Geraldo!–Les gritó con su tono de mando. Sabía que no tenía efecto en él, pero fue suficiente para que Arnold se frenara en seco, lo que su amigo imitó.–. Vamos con ustedes
En cuanto salieron de la escuela, Helga soltó a su amiga. Luego sujetó a Arnold del brazo, lo arrastró un par de pasos y le susurró al oído.
–Sígueme el juego
Arnold apenas procesó las palabras antes que ella continuara.
–Necesito tu ayuda con algo que no entendí de la última clase–Añadió Helga.
–S-sí, claro–Respondió el chico.
–Viejo, llegaremos tarde–Reclamó Gerald.
Helga lo miró y agitó su mano con un gesto despectivo.
–Ustedes adelántense–dijo–, los alcanzamos en el parque...
–Pero...
–Aich, te devolveré al cabeza de balón antes de la práctica. Ahora muévanse
Gerald asintió, tomando la mano de su novia con preocupación al notar que algo le pasaba. La pareja parecía iniciar una conversación seria a medida que se alejaba.
–¿Qué ocurre?–Murmuró Arnold.
La chica a su lado se encogió de hombros.
Los dos se quedaron contemplando a sus amigos. Todo estaba bien antes del almuerzo ¿Qué cambió? Bueno, no iban a averiguar mucho quedándose ahí.
–Emh... Helga, creo que ya puedes soltarme–dijo Arnold, fracasando al contener la risa nerviosa.
La chica lo miró y se apartó incómoda.
–No te emociones, cabeza de balón, hice esto por Pheebs
–Lo sé, Helga–Añadió con sus ojos entrecerrados.
Cada uno ajustó el tirante de su propia mochila y siguieron a sus amigos. No hablaron hasta llegar a la esquina de la siguiente calle.
–Y... ¿Cómo vas con boxeo?–Comentó Arnold, intentando llenar el silencio.
–Hasta ahora no ha sido tan divertido como imaginé–Admitió Helga.–. Esperaba estar dando golpes a un saco por horas, pero apenas nos están enseñando cómo movernos adecuadamente... y bueno, tratando de ponernos en forma–Se estiró con pereza.–. Aunque supongo que eso es lo normal... todas somos un poco patéticas, excepto Jenny que solía practicar artes marciales... y Patty... porque, bueno, es Patty
–Apostaría que también lo haces bien
–Supongo que sí... ¿Qué tal las prácticas con el equipo?
–Oh... es agotador. Los de último año dicen que el entrenador rejuvenece con nuestro sufrimiento
–Ja, clásico
Arnold la miró de reojo. Su expresión era tranquila. Sus ojos vagaban entre sus amigos al final de la cuadra y las tiendas cruzando la calle. Iba con las manos en los bolsillos de sus pantalones de mezclilla gastados.
Se preguntó hacía cuánto tiempo no la veía con vestido. Y también hacía cuánto que no usaba nada rosa.
«¿Por qué dejó de usar rosa?»
«Le quedaba bien.»
«Bueno... lo que viste ahora también le queda bien.»
Ella lo descubrió mirándola y se frenó en seco.
–¿Qué?–Casi gruñó, volteando hacia él y cruzando los brazos.– ¿Tengo algo en la cara?
–A veces... pienso... –Intentó responder.
Su corazón comenzó a golpear con fuerza.
«Que te ves guapa.»
«Y lo mucho que extraño verte de rosa.»
«Y aunque ya no uses ese color... creo que te ves guapa.»
¿Cómo iba a decirle algo así?
–A veces pienso–Repitió y luego agregó para salir del paso.–que habría sido bueno que te unieras al equipo
Helga arqueó un lado de su ceja y él supo que no le creía.
–Yo igual–Contestó ella retomando la caminata.–. Pero boxear suena divertido, supongo
Arnold dejó escapar un suspiro. En ese momento supo que presenciaba la misericordia de Helga.
O tal vez ella simplemente no se daba cuenta.
No, Helga era de las personas más listas que conocía.
Ella tenía que notar la frecuencia con la que volteaba a verla y cuando tocaba sus dedos de forma que pareciera accidental cada vez que le pedía o le entregaba algo.
Ninguna chica podía ser tan ingenua y en especial Helga Pataki.
Y pensar que ella elegía no hacerle caso dolía.
Así que tal vez, solo tal vez, Helga no lo notaba.
O tal vez a Helga G. Pataki todavía le gustaba molestarlo un poco y sabía que lo volvía loco que pretendiera no notar su interés.
¿O era, como decía Gerald, que se acostumbró a su atención o pensaba todo eso porque ya no la tenía?
La miró otra vez, recordándose que solo podía hacerlo un par de segundos antes que ella se enfadara y no estaba en posición de volver a tentar a la suerte.
«Helga es mi amiga.»
«Helga tiene novio.»
«Helga sale con Brainy.»
«Helga eligió a Brainy antes que a mí.»
Y aunque se preguntaba que podía tener Brainy que él no... Helga era su amiga y él no era esa clase de chico.
Los dos miraron distraídos a Phoebe y Gerald.
–Helga... –Murmuró Arnold.
–¿umh?
–Sé que no quieres que me meta en tu vida, sólo quiero saber si las cosas con tu novio están bien
–Lo están
–¿Se preocupa por ti?
–Supongo que sí
–¿Te diviertes con él?
–Así es... cabeza de balón, ¿piensas seguir? –Medio alzó su ceja.
–No–Sonrió.–. Me alegra saber que estás bien
–¿De dónde salió todo eso?
–Desde que Gerald sale con Phoebe siempre te has preocupado de que él la trate bien. Creo que puedo preocuparme de la misma forma por ti
Helga se detuvo con una mirada de sorpresa, pero Arnold siguió caminando. Sabía que no podía sostener tanto tiempo una sonrisa falsa y no se atrevía a mirarla.
«¿Qué fue eso?»
«Solo un poco de amabilidad. No tiene nada de malo... ¿cierto?»
–Gracias, cabeza de balón–dijo ella en cuanto le dio alcance.
Los rubios notaron que los tortolitos se daban un dulce y largo beso mientras se despedían en la entrada del parque. Dejaron escapar un suspiro de alivio, luego intercambiaron una mirada y tuvieron que reír en silencio.
Por una fracción de segundo Helga se sintió de la misma forma que cuando estuvieron bajo el pino, temiendo encontrar muérdago sobre sus cabezas. Se obligó a enterrar esa sensación.
Ignoraba que Arnold recordaba exactamente el mismo instante y que solo deseaba volver a esos días en que todo estaba bien entre ellos y era ella quien buscaba excusas para acercarse.
Tras una breve despedida, los chicos corrieron hacia el campo donde practicaban.
Phoebe y Helga intercambiaron una mirada cuando los perdieron de vista.
–¿Vamos a casa, Pheebs?
Su amiga asintió y dirigieron sus pasos hacia la residencia Heyerdahl.
–¿Pudiste resolver tu asunto con Gerald?–Quiso saber la rubia.
–Oh, sí, gracias por tu ayuda–Respondió su amiga con una sonrisa sincera.–. Tuve que cancelar nuestros planes de mañana y no quería decirle eso por teléfono
–Pensé que querías ir a Dinoland
–Estamos llenos de exámenes la próxima semana
–Lo sé, por eso las dos estudiaremos hoy y el domingo con ellos
–Prefiero dedicarme a mis estudios mañana también
Helga miró a su amiga.
–Ok, Pheebs, hemos estudiado sin parar las últimas dos semanas. Una tarde en Dinoland no arruinará tus calificaciones. Aquí pasa algo más
Phoebe miró el suelo.
–Escupe–Insistió Helga.
–A mis padres les preocupa que Gerald me distraiga–Contestó de corrido y sin levantar la vista.
–¿Ahora les importa eso?
–No les importaba tanto en secundaria, pero dicen que ahora debo tomarme las cosas en serio y que si mis calificaciones bajan tendré que terminar con él
–Phoebe, Phoebe, respira–Interrumpió Helga, luego se paró frente a ella y sujetó su mentón para obligarla a levantar la vista.–. Phoebe, eres tú–Se apartó y comenzó a enumerar.–. Eres la mejor estudiante y la más organizada de toda la clase; eres inteligente, tienes buena memoria, aprendes rápido y definitivamente manejas los contenidos si eres capaz de simplificar lo que sabes para ponerlo a nuestro nivel...
Phoebe dejó escapar una risita.
–No me elogies, nunca he tenido que simplificar nada contigo
–Bueno, no conmigo, pero a veces dudo de la capacidad del par de idiotas
–¡Ey!
–Por favor ¡Hasta has ayudado a Stinky con algunas clases! ¿Sabes lo que es eso? ¡Es como poner un auto de la fórmula uno al ritmo de un caracol!
Phoebe volvió a reír, mucho más tranquila y Helga hizo un gesto con sus brazos para invitarla a seguir caminando.
–Imagino que tus padres no quieren que te conviertas en una tonta que olvida sus responsabilidades por estar enamorada–Continuó la rubia girando su mano.–. Entiendo que eso pueda asustarles
–Creí que confiaban en mí
–Confían en ti. No tienen por qué confiar en Gerald
–Pero él no ha hecho nada malo
–No, pero claramente sus prioridades son distintas
Compartieron un suspiro.
–Pheebs, tus calificaciones no han cambiado desde que estás con él. Además, estoy segura que tu novio ha mejorado su promedio, pero no solo él, el cabeza de balón también y estoy segura que los tres habríamos olvidado más de un deber o proyecto si no fuera por ti
–Gracias, Helga–Sonrió con más tranquilidad.–. Aun así, creo que es mejor que aproveche este fin de semana para repasar
–Sé que no puedo obligarte a relajarte. Pero creo que nos irá bien a los cuatro
Caminaron unos segundos en silencio, mientras Phoebe reflexionaba.
–¿Crees que soy muy exigente?–dijo de pronto.
–Un poco, pero está bien–Respondió su amiga, encogiéndose de hombros.
–No quiero agobiarlos con eso
–Dudo que ocurra. Es más fácil estudiar contigo que hacerlo a solas. Además, ese par debe mantenerse sobre el promedio de la clase si quieren seguir en el equipo el próximo año. Así que en cierto modo eres como su as bajo la manga
Las dos rieron.
–¿Lo dices en serio?–Añadió Phoebe cuando se calmó.
–Sí, Pheebs
–Gracias, Helga, eres una buena amiga
–Supongo que es algo más que he aprendido de ti
Mientras Phoebe abría la puerta de la casa, la rubia sonrió y se estiró dando un bostezo.
–¿Entonces hoy hay especial de comida italiana?–Comentó Helga al entrar.
–Afirmativo. Encontré una nueva receta que me gustaría que probaras
–Perfecto
Después de comer estudiaron algunas horas y luego rieron de programas malos hasta que les dio sueño.
...~...
Helga se fue a casa temprano por la mañana. Almorzó con su familia, escuchando sobre la semana de Miriam mientras Bob respondía con gruñidos, hasta que comenzó a interrumpirla con quejas de sobre sus compañeros de trabajo. Dejó la mitad de su comida y salió rumbo a la casa de Brainy.
Cuando el chico la dejó pasar, notó un silencio inusual al interior del lugar. Los padres de Brainy no se veían por ningún lado.
–¿Estamos solos?–Quiso confirmar.
Su novio asintió.
Para ella eso era más una tranquilidad que un problema.
–Bueno, fenómeno, ¿Qué haremos hoy?–dijo abrazándolo por el cuello– ¿Acaso planeaste algo divertido?
Brainy evitó su mirada y ella notó que parecía un poco nervioso, así que se apartó.
–Podemos salir a pasear o algo–dijo Helga rascando su brazo. Comenzaba a sentirse incómoda.
Su novio negó en silencio, la observó un segundo, tomó su mano y la llevó a su habitación.
–Muy audaz de tu parte–Bromeó ella, tratando de recordar que solamente era Brainy.
«Y un chico...»
«Pero... sigue siendo Brainy...»
Era un dormitorio corriente: frente a la entrada una cama, a los pies de ésta un estante, veía la punta de un escritorio tras la puerta, un poco de desorden en el suelo y una cómoda más allá. Nada de eso le parecía extraño. La cama estaba tendida y a través de las cortinas abiertas podía ver la ventana. Había una colección de discos en una de las repisas y un poco más abajo algunas cintas de casete junto a un viejo walkman, el mismo que él llevó al parque el día de la boda y que le había visto usar en la escuela algunas veces.
De pronto él cerró la puerta.
Helga se sobresaltó y volteó dispuesta a confrontarlo, pero él no la miraba a ella, sino que se acercó al escritorio que la chica ahora podía ver: algunos cuadernos y libros de la escuela y la mochila colgando de la silla.
Brainy sujetó los lados de la pizarra de corcho que colgaba sobre el escritorio, la levantó, la giró y volvió a colgarla.
La chica cubrió su boca con sus manos, ahogando la sorpresa.
«¿Qué es...?»
Brainy retrocedió dándole espacio, atento a ella.
Helga obligó su cuerpo a caminar.
«Un paso... dos pasos... tres pasos...»
«Listo.»
«Tienes que estar bromeando»
La imagen la asustaba y conmovía en partes iguales: estaba lleno de fotografías de ella. La mayoría de actividades de la escuela. No era como que hubiera fotos tomadas a escondidas por su ventana ni nada parecido...
«Al menos no a la vista...»
Abarcaba años de su vida, quizá desde primer o segundo grado.
«Oh... no... espera... ¿esta foto es del preescolar?»
Acercó su rostro para observar una foto con atención. Ahí estaban ambos. Luego volvió a mirar las demás.
Era incapaz de definir cómo se sentía. ¿Elogiada? ¿Molesta? ¿Temerosa? ¿Adulada? ¿Emocionada? ¿Turbada? ¿Inquieta? ¿Asombrada?
Una punzada dolorosa se hizo evidente cuando por su mente pasó la certeza de que en ese pequeño espacio había muchas más fotografías de ella de las que sus propios padres tenían en casa.
–Te dije que había una razón por la cual mi madre te reconoció–Comentó el chico.
–Así que era por esto... –Respondió ella.–. Explica su reacción–Añadió, tratando de mantener la calma.
–¿Te molesta?
–No lo sé
Apoyó una mano en el escritorio para inclinarse hacia el mural y ver algunas de las fotografías con mayor atención. No parecían tener un orden especial, así que tuvo que esforzarse por ubicar los recuerdos en la cronología de su propia vida... y claro, era extraño tratar de hacerlo viéndose a sí misma... desde la perspectiva de alguien más.
–Es halagador y aterrador a la vez –Continuó.–, pero... ey, captaron mi mejor ángulo en esta –Indicó una por el centro.–. Y esa –Indicó otra, hacia la esquina superior izquierda– ¡Como odié ese concurso! ¡Y esas son de cuando fui modelo! Eso fue del asco cuando todos empezaron a imitarme. Incluso tienes fotos de cuando hice de Julieta... creo que di una buena actuación ese día... oh y espera ¿de dónde sacaste esta de ballet? –Volteó hacia él con los brazos cruzados y alzando su ceja.
El chico se encogió de hombros.
–Supongo que has guardado el secreto
Brainy asintió con entusiasmo. Ella le dio un par de palmadas en la cabeza y volvió a mirar el mural unos segundos.
–Guau... Brainy, ¿Cuántos años...?
Se encogió de hombros.
–¿Por qué?
Otra vez.
–¿Qué hice... para gustarte... tanto?
La miró. Ella no recordaba y él no lo iba a revelar. Así que volvió a encogerse de hombros.
–Sé que mientes... yo también mentiría si fuera tú
Siguió mirando las fotografías. Podía ver cómo había cambiado hasta ese momento. Incluso había unas fotografías del primer día de preparatoria.
–¿Escuchamos música?–dijo de pronto, sintiéndose agobiada.
–Pensaba en algo distinto
–¿Cómo qué?
El chico abrió un cajón y sacó una carpeta con cientos de hojas
–Los escribí para ti ¿Te gustaría leerlos?
–Supongo que estaría bien
Helga se sentó sobre la cama con las piernas cruzadas y sobre éstas apoyó la carpeta abierta. Brainy se recostó junto a ella. La chica le acarició el cabello con una mano mientras con la otra sostenía la hoja de turno. Estuvieron así un largo rato, mientras ella avanzaba en silencio
–Entiendo por qué te pusieron en el curso avanzado–Comentó de pronto, cerrando la carpeta.–. Esto... es lindo... –Cerró los ojos.–. Olvida eso, volveré a empezar: tus versos son exquisitos, maravillosos, evocativos, intelectuales, sublimes... y me gustan... –Le sonrió.–. Aunque no son mejores que los míos, pero eso ya lo sabes
Brainy asintió.
–¿Esto es lo que te inspiro?
El chico volvió a asentir.
–Gracias... –Cerró los ojos.–. Esto es... mucho, Brainy... y me abruma... pero... supongo que... lo entiendo
Acomodó las hojas con cuidado en la carpeta, pensando en lo mucho que se parecía la forma en que expresaban sus sentimientos más profundos. El chico sabía que ella escribía y sabía sobre quién lo hizo durante años. Y Helga entendía que eso era un arma de doble filo.
–Brainy, ¿podemos hablar en serio?
El chico asintió y se sentó, mirándola con atención.
–Sé que esto es raro, en especial viniendo de mí, pero tu obsesión... no es sana. Lo digo por experiencia
–Lo sé–dijo Brainy, encogiéndose de hombros.–. Sé que no puedo obsesionarme contigo, pero me gustas... y me gusta estar obsesionado contigo
Helga no supo que responder. Era extraño y gratificante. Brainy no le daba miedo, pero eso era porque lo había golpeado toda la vida. ¿Si fuera otra persona haciendo y diciendo eso daría miedo? Tal vez ni siquiera era que se tratara de Brainy, tal vez era porque todo lo que ella hizo fue mucho más allá ¿Ella hubiera asustado a Arnold si le hubiera revelado todo lo que hizo por él?
«Rayos»
No quería pensar en Arnold.
Se acercó a Brainy, para besarlo acariciando su cuello. El chico la abrazó y la arrastró hacia la cama, para recostarse juntos. Ella lo permitió, con una sonrisa con la que intentaba ocultar sus nervios. Se miraban a los ojos. Helga mantuvo sus manos en el cuello de él, mientras Brainy le acariciaba las mejillas.
Volvieron a besarse, esta vez de forma más intensa. Ella sintió el brazo de él pasando por debajo de su cintura, sujetándola con firmeza por la espalda, mientras con la mano libre le acariciaba la oreja y luego el cuello, provocando un suave cosquilleo. El chico la abrazó, pegando su cuerpo al de ella y el aire escapó de sus pulmones cuando su estómago se contrajo de pronto.
Se concentró en la sensación de la lengua de Brainy entrando en su boca, notando apenas como la mano de él se apartaba un momento y luego la sintió acariciando su costado, bajando lentamente por sus costillas y su cintura, hasta el borde de la camiseta, para levantarla un poco, solo un poco y tocar la piel de su espalda. Primero con la yema de sus dedos, luego la mano completa.
Al igual que en el lago, la puso nerviosa. Quizá porque estaban a solas en la cama del chico y eso definitivamente se sentía un poco distinto, pero no estaba segura de qué forma. O quizá porque algo en ella seguía incómoda con tanta cercanía. Se obligó a soportar la incomodidad. Necesitaba quedarse ahí, pensar en él, tratar de entender lo que provocaba y evitar que su mente escapara.
Brainy no dejaba de acariciarla y poco a poco acercaba su cuerpo al de ella.
Latidos intensos...
Tenía que resistir apartarlo.
Un cosquilleo...
Los dedos de él tensándose en su espalda.
Una calidez suave...
La lengua de él en su boca.
De pronto él dejó de besarla y apoyó su frente en la de ella.
–Eres hermosa–dijo.
–Gracias, tonto–Respondió Helga.
«Cálmate...»
El chico le dio varios besos uno tras otro.
–¡Basta!–dijo ella entre risas.
Brainy se apartó y la contempló mientras ella recuperaba el ritmo de su respiración.
–Me encantas–dijo él.
–Lo sé–Fingió seguridad, pero supo que el rubor en sus mejillas la delataba.
El rostro del chico se volvió serio.
–Helga
Otra vez esa mirada decidida que la desarmaba.
–¿Q-qué?–Logró responder ella.
–Te amo
Su cuerpo se congeló.
«Te amo»
Esa declaración se repetían en su cabeza.
¿Por qué le decía eso? Estaba bien con la idea de gustarle. Pero era ella. ¿Quién podría amarla a ella?
«No. No. No.»
Ella no podía ser amada.
Cerró los ojos y se apartó, levantándose de la cama.
–C-creo... que tengo que irme a casa... –dijo.
–Te acompaño
–¡No!
La confusión en la mirada de Brainy no fue suficiente para conmoverla, pero racionalmente sabía que su reacción era exagerada.
–Lo siento–dijo ella, evadiendo su mirada.
Apretó los puños.
–Nos vemos el lunes
Se fue tras decir eso.
«Te amo»
No quería escuchar algo así y mucho menos tenía idea de cómo responder. Entre gustar, gustar-gustar y amar debía haber matices... y ¿Dónde estaba ella exactamente? Brainy le importaba y le agradaba, le gustaba como la trataba, pero no esperaba de él más que una mezcla de obsesión con algo físico, vamos, eran adolescentes, no había más ciencia.
Amar era distinto, era importante y no sabía cómo lidiar con eso.
«Te amo»
El eco se repetía en su mente.
En cuando lo escuchó sus músculos se tensaron con el impulso de golpearlo y huir. Incluso a varias calles seguía sorprendida del autocontrol que tuvo para evitarlo. Pero ya fuera de su vista sus pies obedecieron su instinto y sólo se dio cuenta de lo mucho que había corrido cuando le faltó el aire. Aun así, no se detuvo hasta llegar a casa.
Entró en silencio, esperando que Bob no la oyera. Subió las escaleras de puntillas y se encerró en su habitación. Buscó su reproductor de CDs y la carpeta con discos. Pasó con rapidez los sobres plásticos hasta dar con un nombre imposible de distinguir. Era el disco que contenía más gritos, guitarras eléctricas violentas y una batería de infarto. Se recostó en su cama y ajustando sus audífonos le dio al botón de play y subió el volumen al máximo. Con eso en sus oídos lograba extinguir sus pensamientos.
Funcionó solo por media hora, después el ruido en su mente era más alto.
Rodó para quedar boca abajo, ahogando un grito de frustración en la almohada.
Una y otra vez su cerebro repetía la voz de Brainy diciendo que la amaba.
¿Por qué habría de amarla Brainy? ¿Por qué iba a amarla... alguien?
Entendía que hubiera gente que pudiera tenerle afecto. Más bien lo sabía de hecho.
Phoebe era su mejor amiga y la amistad era un tipo de cariño... y bueno, Gerald y el estúpido cabeza de balón también estaban en la categoría de amigos, aunque no tan cercanos... incluso podía contar a Lila y a Patty si borraba un poco los límites, pero era difícil asegurar que le tuvieran afecto o algo que ella entendiera de esa forma, no todas las amistades tenían que ser importantes, podían ser por conveniencia, por comodidad o costumbre, así que solo contaba a Phoebe.
Y tal vez...
Creo que puedo preocuparme de la misma forma por ti
Sacudió la cabeza.
No, no iba a contar a nadie más que a Phoebe.
¿Y su familia?
Miriam después de todo era su madre, pero la herida en su relación era profunda y ese afecto no era mutuo. Desde la rehabilitación sabía que intentaba acercarse, pero Helga simplemente ya no quería nada de eso. Bob solo amaba los premios, no a ella, lo que le daba cierta satisfacción cuando llegaba a pensar que era lo mismo con Olga, pero en el fondo sabía que no era cierto. Tampoco quería su cariño o siquiera su atención, sabía que para él jamás sería tan buena como su hermana perfecta. Y hablando de ella, sabía que Olga se preocupaba por ella, pero siempre sentía que era más una mascota, no una persona. Su hermana parecía no entenderla y actuaba como si las cosas funcionaran por arte de magia, por el simple hecho de compartir el apellido y la sangre.
Pero el afecto de un chico... su cariño... que un chico la amara... no, eso no era posible.
Podía gustarle... podía atraerle... vamos, hormonas, pero ¿Qué clase de afecto retorcido era ese?
Era ella: gritaba todo el tiempo, trataba mal a todos, hacía lo que se le antojaba. No escuchaba a nadie y vivía como si no hubiera consecuencias, aunque sabía que las había y vaya que las estaba pagando. Ella... alejaba a todos con su indiferencia, violencia y mezquindad. Era imprudente e impulsiva, pero eso la hacía parecer intrépida... y sólo jugaba con la gente...
Corrompe todo a su alrededor
La escena la recordó con tal claridad que creyó sentir el frío de aquella noche en las montañas.
¿Ella jugaba con Brainy?
¿Pasar tanto tiempo con él había corrompido a Brainy?
De algún modo el afecto que él le tenía... era tan enfermizo como el que ella sentía por...
«No... no... no...»
No podía completar esa idea.
Frustrada, golpeó la cama con sus puños y el reproductor de discos rebotó hasta que caer por un costado, dándole un tirón al cable de los audífonos y dejándolos torcidos en su cabeza antes de desconectarse.
–Demonios–Masculló, quitándose el cintillo.
Estiró su mano intentando tomar el reproductor y sus dedos chocaron con la caja.
«No...»
Abrió mucho los ojos. Dejó de respirar y habría jurado que su corazón dejó de latir.
Se dejó caer en la cama, mirando el techo. Necesitaba recordar cómo funcionaban sus pulmones.
«¡No te quiero en mi mente!»
«¡No quiero hacerle eso!»
Apretó mucho los ojos, sintiendo como hiperventilaba.
«Puedo hacer esto»
Negándose a dejar escapar las lágrimas, se deslizó por el costado de la cama hasta el suelo y se recostó de lado, mirando el espacio bajo el somier: Un par de calcetines distintos, un paquete de papitas vacío, un plato sucio...
–Ok, esto debe irse antes que forme vida inteligente...–Se dijo, dejando el plato sobre su velador para recordar llevarlo a la cocina.
Volvió a recostarse en el suelo y miró el resto de las cosas: Una vieja muñeca que había olvidado que tenía, su osito de felpa y, sí, al fondo estaba su reproductor de música, el cual tomó y dejó sobre la cama sin levantarse del suelo y sin apartar la vista de la caja donde había guardado las cosas de Arnold.
No lograba definir qué era lo que le provocaba la existencia de ese cubo de cartón. Lo arrastró hasta ella y acarició los bordes con la yema de sus dedos.
La idea de abrirla y visitar su pasado se volvió tentadora.
Su mano se acercó hasta la orilla de la tapa, se quedó ahí unos segundos.
«No.»
En un acto impulsivo la empujó de vuelta a donde había estado por meses.
Se levantó enojada y miró su escritorio. Un cuaderno cuyas hojas seguían en blanco era lo único que distinguía.
«¿Qué me pasa?»
«Yo... yo no quiero volver a ser esa persona...»
«No puedo vivir obsesionada...»
«Salgo con otro chico...»
«Salgo con Brainy...»
«Y él no espera que sienta lo mismo que él siente por mí...»
«¿Cierto?»
«¿Qué siento... por él?»
«¿Qué es lo que me gusta de él?»
«Lo que siento por Brainy...»
Tomó su reproductor de música, cambió el disco y se recostó otra vez, abrazándose a sí misma.
«No se siente parecido...»
La melodía en sus oídos era triste.
«Disfruto que me bese... y sus caricias... y disfruto su atención... »
La voz femenina murmuraba palabras sobre un corazón roto.
«Pero... pero nada de eso nace de mí...»
El coro era sobre el dolor del amor no correspondido.
«No hay impulso... y mucho menos hay obsesión...»
Un solo de guitarra parecía una respuesta a los lamentos.
«¿Acaso no es bueno NO sentir obsesión por alguien?»
La siguiente canción no era muy distinta.
«Pero... tampoco tengo la necesidad de expresar nada... »
«¿O es que no hay nada que expresar?»
Dejó de escribir largos poemas desde que decidió mantener lejos a Arnold. Incluso si de vez en cuando anotaba un par de versos sueltos o hacía alguna tarea, podía contar eso más como un ejercicio intelectual que como un impulso creativo.
Sacó todo el rosa de su guardarropa. Ya no tenía ningún relicario, ni otra joya que lo reemplazara. Incluso abandonó esas declaraciones a solas donde manifestaba su amor y su odio.
Y era cierto que ser amiga de Arnold funcionaba bien desde que salía con Brainy. Bueno, más o menos, porque el estúpido cabeza de balón a ratos parecía coquetearle y no podía estar segura de que realmente lo hiciera o si era su subconsciente intentando tener esperanzas cuando Arnold solo era «el rey de la amabilidad, paladín de los desprotegidos, líder de los generosos, un estúpido caballero blanco con una - perfecta- cabeza de balón.»
«Entonces... ¿qué siento por Brainy? ¿lo estoy utilizando?»
Salir con Brainy no fue un plan retorcido como salir con Stinky. No aceptó para poner celoso a Arnold, porque la esperanza de que él llegara a sentir algo por ella murió en esa montaña. Pero ¿era un plan en cierto modo? ¿Un plan para olvidar? ¿Para ignorarlo? ¿Para obligarse a no pensar en él porque sentía que tenía que ser leal con la persona con la que estaba? ¿Y qué era la lealtad? ¿Era el no besar a nadie más? ¿No abrazar de la misma forma a nadie más? ¿Era no mirar con interés a alguien más? ¿O era ni siquiera pensar en otra persona? ¿Y ella era desleal por tener que atajar sus pensamientos por...? ¿Era justo esperar que no existiera pensamiento alguno si había pasado casi toda su vida intentando acercarse a él? ¿Era posible sacarlo de su -corazón- mente si sabía que seguiría siendo parte de su vida?
Helga buscó otro disco, buscó una canción en especial y le dio a reproducir en repetición.
Las lágrimas ahogaban sus ideas y siguieron saliendo incluso cuando se quedó sin batería. El sueño llegó poco después.
Chapter 25: Grietas
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El domingo Helga llamó temprano a Phoebe para decirle que no iría a estudiar con ella y los chicos porque estaba "enferma". Lo último que necesitaba era la preocupación de su amiga y la confusión en los ojos del cabeza de balón, o, siendo sincera, siquiera su presencia.
Cuando llegó el lunes a la escuela, se dio cuenta que los exámenes eran la excusa perfecta para estar de mal humor y no tener tiempo o ánimo para hablar con nadie. La mañana fue sencilla. Todos parecían zombis y durante el descanso la mayoría se quedó en el salón repasando de último minuto. Audífonos, música, cuadernos y libros frente a ella aseguraban que nadie la molestaría. Pero tenía que ser realista, vería al tonto al almuerzo, no podía evitarlo todo el día.
«A menos que...»
Decidió no aparecer en el auditorio, ni en la azotea. Sólo se escondió en uno de los baños, como había hecho en la boda, dejando que la música estridente en sus audífonos ahogara otra vez sus pensamientos.
Volvió al salón para el último examen del día, mirando su cuaderno con fingida concentración. Cuando entró el maestro guardó todas sus cosas y dejó a mano un lápiz.
Otro examen que respondió antes que la mayoría y el cual revisó varias veces, intentando matar el tiempo.
En cuanto vio que la señorita perfecta tomaba sus cosas y se levantaba de su puesto para entregarle la hoja de las respuestas al maestro, Helga la imitó y junto con ella se dirigió al gimnasio para el taller de boxeo.
Estaba segura de que el estrés le pasaría la cuenta, pero una vez que comenzó el entrenamiento notó lo maravilloso que era poder canalizar todo eso en el ejercicio. Boxeo era el momento de su semana donde podía concentrarse en su cuerpo, en el movimiento, la fuerza, la forma correcta, desconectando su cabeza de todas las ideas que daban vuelta y en esa ocasión lo necesitaba más que nunca.
...~...
Arnold no dejaba de pensar en Helga. Sabía que no estaba enferma como le había dicho a Phoebe. ¿Qué podía haber pasado? Parecía cansada y alerta a la vez.
–¡Despierta, Shortman!–Escuchó a un chico de último año gritando su nombre.
Miró alrededor y apenas reaccionó a tiempo para correr y atrapar la pelota que iba en su dirección.
La lanzó de regreso y mientras el partido continuaba sacudió su cabeza. Tenía que concentrarse.
El equipo de baseball de la escuela practicaba en el parque los lunes, miércoles y viernes después de clases y los sábados por la mañana. Al comienzo fue duro para los novatos, pero ya estaban más acostumbrados al ritmo.
Gerald destacaba y como resultado fue el único de primer año que formaba parte del plantel principal, mientras los demás estaban de reserva.
El entrenador no daba respiro y era exigente. Todos los chicos terminaban completamente agotados tras la jornada. Algunos se iban directo a casa, otros, como Gerald y Arnold, iban al centro comunitario para usar las duchas.
Los amigos volvieron juntos a la escuela y se despidieron en la escalera. El moreno fue al segundo piso a buscar a su novia al club de debate. Mientras el rubio fue a su casillero por un libro que necesitaba repasar para uno de los exámenes. El hambre lo golpeó en ese lapso. Pasó a la cafería para comprar dulces de una maquinita y terminó saliendo hacia el patio de juegos para caminar a casa.
La puerta del gimnasio estaba abierta. Echó un vistazo. Lila practicaba movimientos al ritmo que les indicaba la voz del instructor. Usaba ropa deportiva y su pelo atado en una coleta. No pudo evitar pensar lo bien que se veía.
La clase finalizó en ese momento. Helga se acercó a la pelirroja y le comentó algo, poniéndole una mano en el hombro. Lila asintió con entusiasmo y ambas se perdieron de su vista cuando se dirigieron a los camarines.
Arnold sonrió y decidió que era momento de ir a casa.
En el camino pensó que Helga podía aprender una o dos cosas de Lila. Siempre creyó que sería una buena influencia para ella. Durante el último verano fue testigo de cómo poco a poco se volvían más cercanas y la forma amistosa en que Helga la molestaba le dejaba en claro que le estaba tomando afecto.
Se alejó tranquilo, pensando también que la rubia parecía estar mejor de lo que él imaginó, tanto de salud como de ánimo.
Y aunque no quería darle vueltas al asunto, ese día vio que Brainy parecía desanimado, en especial después de almuerzo.
«¿Y si terminaron?»
«¿Fue por eso que Helga fingió estar enferma?»
Imaginar a Helga sobrellevando una ruptura era extraño.
No dejaba de darle vueltas a la idea de que Brainy pudo lastimarla de alguna forma y quería estar ahí para consolar y apoyar a su amiga. Aunque sabía que no podía preguntar y tenía que esperar a que fuera ella quien quisiera hablar del tema, lo cual perfectamente podía no ocurrir jamás.
Cayó en cuenta de su frustración mientras miraba las estrellas, recostado en su cama. Se preguntaba si Helga realmente lo consideraba un amigo y si algún día llegaría a confiar en él.
...~...
En su casa e incapaz de dormir, Helga leía sus apuntes sin lograr concentrarse.
«Un día menos, perfecto...»
«¿Qué piensas hacer? ¿Evitarlo el resto de la preparatoria?»
«Siempre puedo fingir mi muerte y escapar de la ciudad ¿no?»
«Suena factible, claro.»
«Rayos.»
...~...
El martes llegó justo para el inicio de la primera clase, pero la maestra no.
Con indiferencia se sentó en su puesto y solo se quitó los audífonos cuando la lección empezó, concentrada con obstinación en la pizarra delante de ella.
–Helga ¿estás bien? – dijo Phoebe, bajito.
–Claro que sí – mintió y su amiga lo supo al instante.
Phoebe escribió una nota:
»¿Es algo de lo que no quieres hablar?«
»Exacto«
«¿Tiene que ver con«
Se quedó pensando, no tenía un nombre clave, porque nunca lo necesitaron, no hablaban mucho al respecto salvo que estuvieran solas.
»¿Tiene que ver con él?«
»-No- Un poco... tiene que ver + conmigo.«
»¿Pasó algo?«
»Hablemos después de almuerzo«
»Tengo miedo.«
La chica de lentes abrió mucho sus ojos y luego tachó todo lo escrito hasta estar segura de que era ilegible.
Helga sabía que el fenómeno no tendría el valor de acercarse en la escuela, pero Phoebe era otro tema. Deseaba no haber respondido o haber mentido, pero confiaba en ella y estaba intentando no ser una idiota.
Bliss la hizo entender que todo lo que pasó con sus amigos antes de las vacaciones -cuando la siguieron en secreto- fue un problema que podía evitar repetir en el futuro y le ayudó a darle perspectiva. Si no ponía de su parte comunicando lo que le pasaba, volverían los malentendidos. Tenía que contar con Phoebe, aunque fuera con ella.
Esa clase fue aburridísima y se le hizo eterna. La maestra explicaba por última vez algunas cosas y trató de responder dudas. La siguiente tuvieron un examen de otra materia.
Helga miraba de reojo a su alrededor entre preguntas. Phoebe respondía rápido y con seguridad, Arnold se rascaba la cabeza de vez en cuando. Gerald daba golpecitos con sus pies, Lila jugaba con sus dedos sobre la mesa, Edith parecía mirar el vacío con indiferencia y Nadine mordisqueaba el lápiz.
Volvió a concentrarse en el papel frente a ella y revisó otro par de preguntas.
Sabía las respuestas, pero iba a alargarlo lo que hiciera falta. No saldría sola del salón. ¿Y si Brainy la seguía y trataba de hablar con ella? Eso descartaba salir con Gerald y/o Phoebe, porque podía pedirles amablemente que les dieran un minuto para hablar.
Así que solo quedaban -Arnold, no Arnold no- Nadine y Lila, de la gente que la soportaba y que ella soportaba lo suficiente para tener una excusa para hablar y con la que el fenómeno no se acercaría. Stinky, Sid y Harold eran aceptables para interactuar, pero tardarían eones en salir de ahí, eso suponiendo que lograran completar el examen a tiempo.
Finalmente, Nadine y Phoebe se levantaron de sus pupitres al mismo tiempo y Helga las imitó, saliendo con ellas.
Para la clase de literatura avanzada simplemente llegó después de la campana, entregó el ensayo de esa semana y pidió permiso para retirarse fingiendo un problema estomacal.
No fue a la enfermería, volvió a un baño y se quedó escondida hasta la hora de almuerzo. Luego buscó a sus amigos en la cafetería y pretendió que todo estaba bien. Pero no pudo ignorar la mirada triste de Brainy y notó que Phoebe tampoco, así que en cuanto terminaron de comer le pidió a su amiga que la acompañara.
Al salir de la cafetería, Helga se aseguró de que Brainy no las siguiera y luego aceleró el paso hasta el auditorio, subieron las escaleras hasta el segundo piso y finalmente se detuvieron frente a la escalera que daba a la azotea.
Volvió a mirar alrededor. Al final de un pasillo había un grupo de chicas charlando distraídas, pero no podrían verlas desaparecer.
–Voy a mostrarte algo que no te va a gustar y necesito que no hagas preguntas y guardes el secreto–dijo Helga.
–Entendido–Respondió su amiga, con entusiasmo infantil.
–Espera un segundo
Subió corriendo y abrió la puerta, haciéndole un gesto para que la siguiera. Tras cerrar, salieron a la azotea y se sentaron a un costado de la puerta, buscado la sombra.
–No haré preguntas, pero esto me parece que traspasa los límites–dijo Phoebe.
–Lo sé
Helga evitó mirarla un largo rato y mascullaba fragmentos de palabras como si no supiera por donde comenzar.
–¿Terminaste con Brainy?–Phoebe quiso saberlo sin rodeos.
–¿Qué?–Helga la miró sorprendida.– ¡No! ¡Claro que no! Espera... ¿por qué lo piensas?
–Estás actuando extraño y lo evitas. También noté que él te mira con tristeza
–Oh no, no he terminado con él. Y tampoco es que quiera eso. Demonios
Cerró los ojos y mordisqueó la segunda meninge de su índice derecho.
–Helga–Phoebe le apartó la mano.–. Por favor, respira y dime desde el principio qué fue lo que pasó
–El sábado fui a casa de Brainy
–Ajá... ya me habías dicho que ibas de vez en cuando
–Sus padres no estaban
–Oh...
–Estuvimos en su habitación
Phoebe se cubrió la boca, quería hacer preguntas, muchas, y, al mismo tiempo, sabía que debía dejar a Helga hablar a su ritmo, o en el mejor de los casos dejaría de hablar y en el peor se enfadaría. Suspiró tratando de armarse de paciencia, mientras miraba el suelo, intentando distraerse. Para su mala suerte, su amiga se quedó largo rato en silencio. Fue tanto que la más bajita no se contuvo.
–¿Pasó algo? ¿Hicieron algo?–dijo rápido, pero su mente fue a otro lugar– ¿Te hizo algo?–Concluyó con preocupación.
–No–Helga dejó escapar una especie de risita despectiva y triste a la vez.–, al menos no del tipo que piensas– Volteó a tiempo para notar como su amiga se sonrojaba.
–Yo no...
–Por favor, Phoebe
–Solo pensé que... tal vez... avanzaron algo...
–Bueno... algo así –Admitió, rascando su brazo.–. Brainy... dijo... –Tomó aire.– dijo que me ama
–Eso es muy lindo–Contestó con tono conmovido y una sonrisa.
–¡Claro que no! ¿Por qué lo haría? Siempre lo he tratado mal, lo golpeaba todo el tiempo, lo empujaba, lo metía en basureros... bueno, él se metía y cuando me asustaba yo lo regresaba. ¡Phoebe! ¿Qué hago?
–¿Qué sientes por él?
–No lo sé, pero no es lo mismo, no es así de intenso, ni es así de importante. Además, yo... lo-lo dejé plantado ayer
–Eso está mal, Helga
–Lo sé
–No puedes esconderte de Brainy como lo hiciste de...
–Ni se te ocurra mencionarlo–Se deslizó por el muro, hasta quedar recostada en el suelo.
Pensaba en cuando se le confesó a Arnold, cuando le dijo que lo amaba.
Incluso sabiendo desde hacía mucho que Brainy estaba interesado en ella, incluso saliendo con él, escucharlo decir algo así fue extraño.
Se dio cuenta que ella pasó años haciendo creer a Arnold que lo odiaba. Y de pronto, de la nada, le confesaba sus más profundos sentimientos.
¡Claro que lo había asustado!
¿Qué clase de persona loca y enferma hace algo así?
Cerró los ojos con fuerza. No era momento de pensar en Arnold.
Phoebe pasó algunos minutos reflexionando.
–Helga, ¿sientes algo por él?–dijo de pronto.
–¿Qué?–Contestó Helga, volviendo de golpe a la realidad.
–¿Qué si sientes algo por Brainy? No tienes porqué amarlo...
–Supongo que sí. Una retorcida atracción
–Por favor, Helga, cualquiera puede decir que el cambio de estilo le hizo un favor... y por lo que pude observar en las clases de deporte, está haciendo ejercicio
–No me lo recuerdes
–¿Qué?
–Nada
–Heeelgaaaa
–Sus brazos son fuertes–Admitió sonrojándose.
Y, maldición, no podía decirlo, pero si lo pensaba bien, en esa ocasión en el lago... había algo en él, algo que lo volvía ¿guapo?
–¿Te gusta que te abrace?–Preguntó Phoebe.
Helga asintió.
–Es un avance
Se quedaron largo rato en silencio, disfrutando la brisa de la tarde.
–Hui cuando dijo lo que sentía–Helga continuó de pronto.
Volvió a sentarse, doblando sus piernas y apoyando sus brazos en sus rodillas, escondiendo su rostro.
–Sé que no estuvo bien–Continuó, ahogando su voz.–. No sé qué decirle
–Solo discúlpate por plantarlo y dile que no te sientes bien con esa clase de muestras de afecto
La rubia volteó y la miró con una expresión neutra. Sonaba fácil. Era horriblemente imposible.
–¿Te importa?–Insistió Phoebe.
–Sí. Brainy es extraño, pero no es una mala persona... y no es un mal novio, al contrario
–Entonces no puedes dejar las cosas así, Helga. No hizo nada malo al decirte lo que siente
–Lo sé–Murmuró.
Estiró su espalda y comenzó a golpear su cabeza contra el muro con aire frustrado.
–Soy una idiota–dijo, deteniéndose.
–Solo a veces y así como yo lo sé, estoy segura que Brainy también lo sabe
Helga ahogó una risita con eso.
–Pheebs
–¿Sí?–Contestó su amiga sin moverse.
–¿Gerald te dice esa clase de cosas?
–¿Qué clase?
–Ya sabes, cursilerías
–Todo el tiempo Se le escapó una alegre risita nerviosa.
–¿Te ha dicho lo que siente por ti?
–Así es. Y yo se lo digo a él
–¿Y cómo se siente?
–¿Qué quieres decir?
Phoebe se apartó de Helga y la observó con preocupación.
–Creía que–Continuó Helga, sin mirarla.–escuchar a alguien que me gusta decir que le gusto... o algo más... debía sentirse bien. Pero cuando Brainy lo dijo, solamente quería golpearlo. ¿Entonces no me gusta? N-no estoy muy segura de lo que siento. Definitivamente no lo detesto, pero tampoco estoy segura si me gusta-gusta. Si salgo con él sin tener una respuesta ¿Eso me convierte en una mala persona?
Phoebe pestañeó varias veces y tomó una larga inhalación.
–Claro que no, Helga, no eres una mala persona, solamente... hay cosas que tienes que aprender
–Pero... ¿no estoy un poco enferma por esto?
Phoebe negó.
–No lo creo–Reafirmó la chica.
–¿Qué estoy haciendo mal?
–Ahora mismo, esconderte de alguien a quien le importas... y mucho
–No me lo recuerdes
Phoebe suspiró.
–¿Co-cómo debería sentirse algo así?–Insistió Helga.
–¿Algo como qué?
–Que alguien te diga algo así de importante
–No puedo decirte cómo debería sentirse–dijo Phoebe–, pero puedo decirte cómo fue para mí
Helga asintió, sin abrir los ojos.
–La primera vez que Gerald dijo algo así, también me puse nerviosa.
La rubia miró a su amiga
–Apenas murmuré una respuesta–Continuó Phoebe.–que él no escuchó y se acercó para que lo repitiera. Sentí que mi corazón iba a explotar. Pero recordé lo dulce y amable que siempre ha sido. El miedo se desvaneció y sentí una intensa alegría al saber que mis sentimientos eran correspondidos
Helga pestañeó atenta. Muy pocas veces había visto a su mejor amiga perdida en una fantasía y con sus ojos brillando por la emoción. Definitivamente fue algo importante y no quería interrumpir.
–Cuando Gerald dice lo que piensa de mí... –Añadió Phoebe.–no es muy diferente a cuando dice cosas buenas de mí, es más amistoso. En cambio, cuando dice lo que siente... es intenso. Como si las palabras fueran terciopelo y acariciaran mi corazón. Como si una ola de calidez me envolviera... es... lindo y me hace sentir bien–Miró el suelo.–. L-lo siento. No sé si esto te sirva de algo
–Sirve bastante, Pheebs–Helga suspiró.–. Gracias
Se sonrieron entre sí y luego cada una se distrajo en sus propios pensamientos. Helga miraba el suelo con un aire triste, mientras Phoebe observaba el cielo.
Podían escuchar el ruido de quienes jugaban en el patio y el murmullo ininteligible de quienes conversaban, colándose una que otra palabra dicha en voz alta y algunas carcajadas grupales. También el sonido de los autos en la calle y la puerta de uno de los autobuses que se detenía cerca.
–Helga–Murmuró Phoebe de pronto.–, tal vez si intentas explicarme lo que sientes por él, se vuelva más claro para ti
–¿Tú crees?
–Bueno, es como cuando estudio algo difícil, si puedo explicarles a ustedes, es porque yo misma lo entiendo
–Eso sirve para la escuela
–¿Tienes una idea mejor?
Helga cerró los ojos y negó.
–No sé por dónde empezar–Admitió.
–¿Por qué aceptaste salir con él?
–Brainy me agrada. De alguna forma–Helga suspiró y volvió a mirar el cielo.–llegué a verlo como un amigo durante el primer año de secundaria... no, espera... creo que ya lo veía un poco como amigo en primaria. Pero después de lo que pasó cuando fuimos a las montañas y quise alejarme de Arnold... también me alejé de ti... y pensé que estaría bien, aunque me sintiera sola, pero nunca me sentí así. Brainy... estaba ahí. Y de pronto se sentía extraño cuando no estaba. Al principio salir con él no cambió mucho nuestra interacción. Sigo sin acostumbrarme a muchas cosas y la mayoría del tiempo simplemente hago lo que quiero y él está ahí, pero se siente bien cuando toma mi mano o cuando me abraza y... es bueno besando...
Phoebe dejó escapar una risita mientras Helga estiraba sus piernas, apoyando sus manos al costado.
–Bueno–Continuó la rubia.–, aprendió a besar bien... o aprendimos a besar bien, no lo sé... ¿Cómo funciona eso?
–Supongo que si sales con alguien con más experiencia puede enseñarte cosas
–¿Sabes cómo suena eso?
–Afirmativo
Las dos dejaron escapar una carcajada.
Cuando se calmaron, la rubia jugo en la loza haciendo círculos con sus dedos. Unos segundos después se escuchó el timbre.
–Ve a clases, no quiero bajar. Puedes abrir sin las llaves
–Me quedaré contigo
Helga la miró.
–Gracias–dijo abrazándose a sí misma
Phoebe se acurrucó junto a ella, apoyando su cabeza en el brazo de su amiga. Se quedaron ahí, en silencio, contemplando las nubes que pasaban. El calor se hacía sentir todavía, aunque algunos árboles empezaban a insinuar el otoño.
...~...
Volvieron al salón poco después del final de la clase. Desde el pasillo las chicas escucharon voces.
–Espera aquí–dijo Phoebe–. Iré por nuestras cosas
–Gracias–Musitó Helga.
Odiaba depender de su amiga, pero en ese momento no quería ver a nadie y la voz de Arnold fue una de las que reconoció.
–¡Phoebe! ¿Qué pasó?–dijo Gerald–. Se perdieron la clase
–No pasó nada–Trató de sonreír mientras guardaba sus cosas.
–¿Helga está bien?–Preguntó Arnold.
La rubia afuera del salón rodó los ojos con desprecio.
–Sí–dijo Phoebe–. Y yo también, gracias por preguntar
–Lo siento–Se disculpó Arnold.
–Bebé, no seas mala–dijo Gerald.
–No lo soy, solo señalo lo evidente–Dio un largo suspiro.–. Nos vemos en la biblioteca en quince minutos–Concluyó Phoebe.
Salió corriendo del salón, para encontrarse con Helga, le pasó su mochila y caminaron rápido hasta uno de los baños de chicas.
–¿Seguía ahí?–Murmuró Helga.
–¿Quién?
–Ya sabes... él...
Su amiga negó.
–Gracias, Pheebs
–¿Entonces no te quedarás a estudiar?
–Creo que esta semana pasaré de eso. Prefiero evitar a Arnold
–¿Por qué?
–¡Por favor! Lo escuchaste. Si cree que me pasa algo, comenzará a hacer preguntas y a presionar. No necesito una discusión con el cabeza de balón
–¿Y qué harás con... ya sabes?
–Todavía no lo decido, pero fue bueno hablar contigo, gracias
–De nada. Sabes que cuentas conmigo
Phoebe la abrazó y Helga le devolvió el abrazo.
Después de despedirse, la rubia fue directo a su casa.
En el camino varias veces pasó por su mente la idea de ir al Parque Tina y aclarar las cosas con Brainy de inmediato, pero había dos problemas: el primero, que no estaba segura de qué le diría y el segundo que Phoebe había plantado una duda ¿Podía ser que él entendiera que estaba terminando con él?
Y si no era así... ¿Brainy terminaría con ella por lo que había hecho? Entró en pánico, escapó de su casa, lo dejó plantado... ahora dos citas seguidas... si podía llamarle citas... o semi-citas o simplemente tiempo juntos.
¿Y cómo se sentiría si Brainy la dejaba? Concluyó que la sola idea la estaba matando, aunque no podía decidir si era por orgullo o porque en verdad le dolía.
«Bueno, Helga... tendrás que enfrentar la realidad.»
«¡Pero el tonto fenómeno jamás me dejaría! Soy Helga G. Pataki.»
«Si estuvieras tan segura, ni siquiera te lo habrías planteado.»
Por la ventana notó que estaba amaneciendo.
Al menos podía pretender que habría pasado la noche estudiando si alguien preguntaba por sus ojeras.
...~...
Se convenció de hablar con Brainy al almuerzo, sea como fuera que resultaran las cosas. Tenía que aceptar que no iba a lograr adivinar sus pensamientos, pero también porque odiaba sentirse como una cobarde.
Durante la última clase de la mañana miraba el reloj, anhelando el timbre y sintiendo como su estómago se apretaba. Quedaban cinco minutos.
–Helga Pataki, diríjase a la oficina del director–Se escuchó por alto parlante.
El anuncio fue tan sorpresivo, que no reaccionó de inmediato.
–Repito, Helga Pataki, diríjase a la oficina del director
Tomó su mochila y movió su cabeza con un gesto negativo cuando Phoebe preguntó qué pasaba.
Hubo un murmullo general y algunas risitas mientras se dirigía a la puerta, pero ella los ignoró con aire altanero.
En el último segundo pudo ver de reojo que Brainy la observaba, pero no podía detenerse en sus ojos tristes.
Caminó rápido por los pasillos y leyó el cartel en el mismo instante en que sonaba el timbre y masas de estudiantes salían de sus salones para buscar algo que comer.
Otras dos chicas esperaban. Sabía que eran de segundo año.
–¿También las llamaron?–Quiso saber Helga.
–Sí–Respondió una de ellas.
–¿Les dijeron por qué?
Ambas negaron.
La puerta se abrió y salió un muchacho, esta vez de tercer año. Dijo un nombre y una de las chicas se levantó y entró al despacho, cerrando la puerta tras de sí.
Helga se sentó en la silla que se había desocupado, cruzándose de brazos. Los minutos pasaron lentamente y comenzaba a desesperarse. Sintió que había sido estúpido desperdiciar la oportunidad de hablar con Brainy el día anterior. Ahora estaba contra el tiempo. ¿Cómo podía tener tanta mala suerte?
La siguiente chica pasó y salió en menos de dos minutos.
–Supongo que tú eres Helga–dijo.
La rubia asintió y entró a la oficina, cerrando la puerta tras de sí.
–Señorita Pataki–La recibió el director.–, tome asiento
–¿Qué pasa, director Wartz?–dijo ella, cruzándose de brazos en una silla que ya conocía– ¿Qué hice ahora?
–¿Hizo algo que amerite que la llame?–dijo él, suspicaz.
–No, a menos que las reglas de la escuela hayan cambiado desde la última vez que estuve aquí
–No, la última revisión del consejo mantuvo las normas tal cual
–¿A qué debo el honor entonces?–Añadió con marcado sarcasmo.
–Señorita, tenemos que hablar sobre lo que hizo el último semestre
–No sé a qué se refiere
Estaba decidida a negarlo todo, fuera lo que fuera, porque había inundado un baño, tomó "prestadas" un par de llaves-cuyas copias estaban en su bolsillo en ese momento-, escribió "Wartz es un idiota" en un muro cuando perdió una apuesta con Stinky y, claro, el incidente de la alarma de incendios y eso era solo lo que podía recordar.
–Está bien–dijo el director–. Supongo que a estas alturas ya no le parece relevante
Con lentitud se dio la vuelta para buscar en un mueble metálico una carpeta con el nombre de la chica, regresó a su silla y ajustó sus lentes, para luego pasar varias hojas y sacar una con las calificaciones.
–Hemos revisado su expediente–Continuó–y su rendimiento fue sobresaliente. La recomendaron para varias actividades, pero notamos que no se inscribió en ninguno de los talleres
–No quise hacerlo, el boxeo está bien
–Creemos que es necesario que elija algo adicional. Tal vez el club de debate
–No
–El de matemáticas
–Paso
–El club de poesía
–¿En serio?–Alzó el lado izquierdo de su ceja.
–Durante años sus trabajos han recibido premios y elogios–dijo pasando por varias minutas de concursos de poesía de la escuela y algunos de la ciudad que Helga ganó, aunque fuera reconocida como "anónimo" en las ceremonias–. Es impresionante
–Supongo que estoy por sobre el resto, pero no por eso entraré a un estúpido club
–Si quiere ingresar a una buena universidad le recomiendo realizar más actividades, como hizo su hermana
–Tal vez no es lo que quiero–Se encogió de hombros.
–Lo dudo–Se sentó.–. Entiendo que puede estar pasando por una fase rebelde, yo también fui joven, ¿sabe?
«Sí, en el cretácico»
Helga lo miró con expresión neutra, esperando que continuara.
–Pero si no empieza a velar por su futuro, se arrepentirá
–Gracias por la preocupación, pero no necesito nada de eso ahora
Wartz ajustó sus anteojos y revisó otra vez la carpeta de Helga.
–El periódico escolar tiene un cupo. Se reúnen los viernes después de clases, puede ir a echarle un vistazo
–No podría... no tendría tiempo... los viernes veo a Bliss
–En su registro indica que ya no es todas las semanas
–Una vez al mes tendría que faltar a la reunión del periódico
–Podemos autorizar una excepción
Helga lo miró. ¿En serio era posible?
–Lo pensaré ¿Puedo irme?
–Esta es la última semana que tiene para decidirlo. Téngalo presente
–Lo haré
–Puede retirarse
Helga salió suspirando y vio el reloj en el pasillo: quedaban menos de quince minutos del almuerzo.
Pasó por la cafetería solo para confirmar que Brainy no estaba ahí, luego corrió hasta el auditorio y tras asegurarse de que nadie la vería, ingresó.
Se apoyó contra la puerta, recuperando el aliento. Le tomó unos segundos acostumbrarse a las penumbras, pero en cuanto lo hizo bajó las escaleras y notó que alguien estaba sentado en el borde del escenario, moviendo los pies y escuchando música. Al acercarse vio cómo se quitaba los audífonos y bajaba de un salto.
–Viniste–dijo Brainy con un tono que pasó de la alegría a la tristeza–. Creí que no querías verme
–Tenía algo que resolver–dijo Helga, sujetándose el brazo y evadiendo su mirada, nerviosa.
Brainy asintió con una sonrisa, le sujetó el mentón y le dio un beso en la frente.
–Me alegra que estés aquí–dijo él.
Helga lo miró con preocupación.
–¿Por qué no te enfadas conmigo?–Casi grito, apartándose de él.
–¿Por qué debería enfadarme?
–¿En verdad no lo sabes?
Brainy negó.
–¡Porque hice algo malo!
El chico todavía la miraba confundido.
–Criminal. No puedes dejar pasar todo lo que hago. Reaccioné mal y no te he hablado desde el sábado ¡Deberías estar furioso! Cristo ¡Enójate!
–Umh... bueno... –Intentó fruncir el ceño, pero su expresión era tan calmada como siempre.
–Eres un tonto–dijo Helga con una risa triste, a punto de llorar.
El chico intentó abrazarla y ella se volvió a apartar.
–Dame... un instante–Tomó aire.–. Brainy, escucha. Yo lo... lo siento... por escapar el sábado–Helga cerró los ojos intentando calmarse.–. No debí hacerlo y no debí evitarte estos días. Sé que eso estuvo mal, pero... no puedes volver a decir algo así
Parecía una amenaza, lo era en cierto modo, pero no quería hacerlo sentir mal ni alejarlo. Al abrir los ojos notó el temor en la mirada de Brainy.
–No tengo problema con gustarte–Continuó.–. Pero eso... lo que dijiste... lo que sientes por mí... es mucho y no sé cómo manejarlo. Entré en pánico... yo... estuve a punto de golpearte y por eso me fui–Trató de explicar.–. No quiero volver a agredirte, no lo mereces. Ya no me estás siguiendo por todos lados y apareciendo detrás de mí de la nada... y eres un buen novio... solo... solo... no estoy lista para algo así. Lo siento... quizá no es lo que esperabas...
El chico que la observaba en silencio, la abrazó en ese momento. Helga ya no sintió el impulso de escapar. Brainy la hacía sentir a salvo.
–Lo siento–dijo él.
–No hiciste nada malo–Murmuró ella.
–No quise asustarte
–Lo sé
Los brazos de Helga finalmente obedecieron. Lo apartó con suavidad, solo un poco, lo suficiente para levantar una de sus manos y limpiar sus ojos. Fue una idiota, claro que Brainy no la dejaría. ¿Y a qué vino todo ese miedo? ¿Realmente era tan importante que el fenómeno la dejara?
–Fuera de ese momento. Lo del sábado fue... interesante... y también... agradable. Todo. Incluso... –Se sonrojó.–incluso lo que ocurrió justo antes de que lo dijeras
Brainy sonrió y le tomó las manos para acariciarlas.
–¿Te gustaron mis poemas?–dijo.
–Me encantaron
–Quiero seguir escribiendo poemas sobre ti. Eres la razón por la que me gusta la poesía
Helga se sonrojó. ¿Cómo podía ser que ella fuera para él lo que Arnold -era- FUE para ella? ¿Eran tan similares? ¿Habría estado equivocada todo ese tiempo mirando en la dirección incorrecta?
–Eso es halagador, supongo–dijo la rubia.
Brainy la besó, acariciándole el rostro. Ella le correspondió el beso, apoyando sus manos en los hombros de él. Sintió como poco a poco ese abrazo se volvía más apretado. Y no pudo evitar pensar que Phoebe tenía razón, el estúpido fenómeno tenía que estar haciendo ejercicio.
Notes:
Próximo episodio: El orden de los factores
Chapter 26: El orden de los factores...
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
–Bueno, Helga... ya estás aquí
La chica avanzó lo que restaba del pasillo hasta el salón donde se reunían los del periódico escolar. Llevaba en sus manos la crítica en la que pensó ese día que fue a probarse el vestido para la boda. Durante el verano lo escribió, repasó y pulió hasta encontrarlo decente. Confiaba en su habilidad.
Tocó la puerta un par de veces y abrió sin esperar respuesta.
–Debes ser la nueva–dijo una chica que se acercaba a recibirla.
Helga la miró. Sabía que era de último año. Su cabello era oscuro y su tez era morena con facciones duras. Algo en su expresión le recordó un poco a Patty.
–Helga Pataki–Se presentó la rubia.
–Soy Gracia Sánchez, estoy a cargo–dijo la chica– ¿Tienes algo que mostrar?
–Por supuesto
Helga le extendió la hoja y la chica echó una mirada rápida por los párrafos. No le dedicó ni dos minutos.
–Estás dentro–dijo, invitándola a pasar.
Helga la siguió al interior de la sala, cerrando la puerta tras de sí.
–Pensé que tendrías que evaluarlo o algo así–dijo Helga.
–Tienes buena ortografía y redacción, estás calificada
–¿Así de simple?
–Es un periódico escolar, no el New York Times
–Entonces ¿Qué hacen?
–Noticias de la escuela y algunas cosas de la ciudad que nos afecten como estudiantes. Cubrimos las competencias de los equipos, publicamos el menú de la cafetería, esas cosas
–Lo sé, he visto el boletín–Rodó los ojos.–. Me refiero a si quieren hacer algo más con esto... investigar algo, descubrir un secreto, tener la última primicia, ya sabes, hacerlo interesante
–Son puntos para tu postulación a la universidad, tómalo o déjalo
Helga la miró con cierta suspicacia.
–Lo tomo–Decidió.
–Bueno, Pataki, bienvenida. Te presentaré con el resto del equipo
Cinco estudiantes se reunían alrededor de un largo mesón. Al fondo del salón alguien más tecleaba tras un computador.
–Fisher, de tercero–Gracia apuntó a una chica, tenía piel tostada, cabello ondulado y mucho maquillaje. Vestía forzando al límite el código de vestimenta para verse sensual.–. Ella se encarga de los consejos románticos y la moda
–Hola–Saludó la chica mascando chicle.
Helga solo alzó su ceja.
–Johnson –Continuó Gracia, indicando a un chico de cabello negro corto y desordenado, tez clara y ojos verdes, que por sus brazos era evidente que pasaba su tiempo libre haciendo pesas –, de último año. Se encargarán de cubrir los deportes
–Bienvenida–dijo él, con una sonrisa, que hizo a Helga rodar los ojos.
–López–Indicó a un joven con ojos oscuros y cabello castaño–, también de último año. Cubre las actividades de los clubs académicos
El chico solo hizo un gesto con la cabeza y siguió trabajando en su cuaderno.
–Williams–Una muchacha delgada, pálida, pecosa y que parecía que se desvanecería en cualquier instante.–, de segundo. Mantiene al tanto el calendario de la escuela y las notas de enfermería
–Hola–dijo sonriendo–. Espero que nos llevemos bien
Helga asintió por cortesía.
–Y Zhang–Un chico con ojos rasgados y piel morena.–, de la misma clase que Williams. Se encarga del menú de la cafetería, los cambios o problemas con las maquinitas y es bueno tomando fotografías
–Halga Pataki, primer año–Se presentó la rubia.
–Te olvidas de mí–Tras la computadora surgió una voz que Helga ya conocía.
–Ah y Andrews
Desde detrás de la computadora se asomó una chica pelirroja para reunirse al resto, tomando asiento junto a la encargada. Su nombre era Siobhan.
–¿También estás aquí, Shoo-ban?–dijo Helga, con cierto desprecio.
–Ya te dije que es Shuh-baun, no shoo-ban–Respondió ella, poniéndose de pie para confrontarla.
Ambas se miraron con enfado, apretando los puños.
Era la misma chica de ropa gótica que se había inscrito en boxeo y que iba en el mismo grado que Patty. A Helga le tomó un tiempo confirmarlo, pero la enana pelirroja efectivamente era menor que ella. Fue una de los cerebritos que adelantaron a sexto grado por el mismo tiempo que intentaron adelantar a Phoebe, pero a diferencia de su amiga, ella se quedó.
Helga no sabía por qué, pero la enana tenía un problema de actitud. Parecía siempre estar enfadada con todo el mundo y respondía con agresividad. Nada de eso hubiera sido su problema, pero ya habían tenido un par de discusiones durante y después de las prácticas.
–Veo que se conocen–Continuó Sánchez con entusiasmo.–. Andrews, se encarga de la edición en general y las críticas
–Gracia, ¿en serio la dejarás entrar?–dijo la pelirroja sentándose junto a Sánchez.
–Sí
–La he visto boxear, es una bruta ¿Siquiera sabe escribir?
–Apostaría que mejor que tú–Respondió Helga.
–Eso está por verse–Siobhan tomó la hoja del ensayo de Helga de las manos de Gracia y la leyó rápidamente.–. Bueno, debo reconocer que sabes usar un diccionario
Antes de ver a Siobhan, la rubia estaba convenciéndose de que bastaba con hacer el mínimo necesario para estar ahí, pero ahora estaba decidida a demostrar que era buena escribiendo y tal vez poner a la enana en su lugar. Tener otra oportunidad de confrontarla no era mala idea y tanto mejor si la niña genio creía tener la ventaja.
–¡Déjala, Andrews!–Intervino María Fisher.
–¿Olvidas que ya no me das órdenes?–La miró con desprecio, luego bajó la hoja golpeándola contra la mesa y miró a Helga.–. Pienso reemplazar a Sánchez en cuanto se gradúe, así que todos deben demostrar que vale la pena que sigan aquí, no pienso arrastrar un grupo de incompetentes
–Como siempre, muy arrogante–dijo Helga sin alterarse–, pero tranquila, creo que todos queremos los puntos curriculares que ganamos aquí... y ¿quién sabe? Tal vez yo también quiera dirigir el periódico
Se miraron desafiantes hasta que Gracia soltó una carcajada.
–Me gusta ese espíritu competitivo. Trabajen en sus noticias, yo decidiré quién se queda a cargo a final de año, aunque Andrews tiene ventaja, ella está aquí hace un año, tendrás que ponerte al corriente, Pataki
–Fuerte y claro–contestó la rubia, arqueando su ceja desafiante.
Helga y Siobhan se miraron con odio hasta que Gracia dio inicio oficial a la reunión de ese día.
Escucharon las instrucciones de la chica y los comentarios de los demás, mientras revisaban lo que cada uno había escrito esa semana. Luego pidió a todos que entregaran sus borradores corregidos a Andrews. La chica entonces regresó al computador y con la ayuda Mike Zhang, corrigió las versiones digitales comparándolos con las notas en papel, mientras Sánchez revisaba los planes para la semana siguiente.
Una vez asignadas las tareas de los demás, la recién llegada preguntó cuál sería su trabajo.
–Ya que eres buena en deportes–dijo Gracia–, ayudarás a Johnson a cubrir las competencias y las actividades de los clubes
–Anotado
La rubia obedeció de mala gana, sentándose junto a él.
Joshua Johnson a primera vista parecía del mismo tipo que Wolfgang, lo que la hizo que Helga se preguntara qué demonios hacía ahí, pero en cuanto hablaron notó que no tenía ni una gota de matón. Con la ayuda del calendario que les facilitó Hellen Williams, Helga anotó en su agenda los días que los distintos clubes deportivos practicaban y cuando se proyectaba que fueran sus partidos o competencias.
–Tienes que asegurarte de tener bien las fechas y hablar con los maestros–Le explicaba el chico con un aire cordial.–. Se nos permite faltar para cubrir algunos partidos, pero trata de no hacerlo cuando tengas evaluaciones...
Helga asintió, poniendo atención. Miraba de reojo a cada uno. Fisher tenía un aire desinteresado y miraba por la ventana mascando chicle. Williams parecía un gatito asustado y de vez en cuando estornudaba despacio. López leía en silencio un libro de filosofía. Sánchez revisaba concentrada algunos periódicos. La enana pelirroja detrás del monitor tecleaba con rapidez y junto a ella, Zhang revisaba las fotografías en una cámara digital.
Cerca de una hora pasó antes que se retiraran.
Helga no quería ir a casa. Salió de la escuela pensando en sus opciones:
Revisó su dinero. Descartó los arcades y cualquier lugar para comer.
Phoebe estaría ocupada.
Arregló las cosas con Brainy, pero la idea de estar en su casa la -asustaba- incomodaba un poco.
Arnoldo y Geraldo debían estar por salir de la práctica, pero parecían tan cansados después del último examen de esa mañana, que estaba segura que serían unos zombis aburridos.
Podía matar el tiempo en la biblioteca de la ciudad.
Buscó la hemeroteca y luego de consultar algunas cosas con la bibliotecaria, con paciencia investigó los periódicos en qué salía información de los equipos deportivos de cada escuela de la ciudad. Pidió una copia de los artículos que le interesaban. Si lo hacía bien conseguiría información suficiente de cada equipo rival, con sus estadísticas, claro, basándose en la información del año anterior. No tenía cómo saber sobre los nuevos integrantes, al menos no de formas convencionales, pero con eso le bastaba para preparar algo interesante ese fin de semana.
No tuvo mucho tiempo antes del cierre de la biblioteca, pero probaría con lo que tenía.
Mientras se dirigía a la salida vio un rostro familiar.
–¿Steve?–dijo, acercándose.
–¡Pataki!–Respondió el chico con entusiasmo.
Charlaron mientras caminaban, el chico tomaba el autobús en una parada que a Helga le quedaba de camino a casa. A la chica le animó saber que él iba con frecuencia a estudiar y que seguía vendiendo discos, así que volvía a tener un proveedor de música, lo cual, francamente, estaba necesitando. Quedó de verlo el lunes siguiente.
La razón por la que Helga postergó el regreso a casa la golpeó como un yunque en cuanto abrió la puerta: los gritos de Bob frente al televisor, viendo quién sabe qué deporte y el olor a cerveza barata y frituras.
La chica sabía que Miriam prefería llegar a dormir que lidiar con todo eso.
Cerró la puerta con molestia.
–¡Ahí estás Miriam! ¡Necesito otra cerveza!–Gritó Bob.
–Soy yo–Gritó Helga.
–Apresúrate, niña ¿Dónde está mi cerveza?
La adolescente rodó los ojos, sacó un par de latas del refrigerador y arrastró los pies hasta la sala.
–Soy Helga–Repitió, al entregárselas.
–Como sea–Contestó el hombre al recibirlas y con un gesto de su mano la espantó para que lo dejara en paz, sin apartar la vista del partido.– ¡QUE INÚTIL! ¡El PEOR JUGADOR DE LA HISTORIA!
Helga rodó los ojos, cruzando los brazos. Pensó en discutir, pero no estaba de ánimo para confrontar a su progenitor por otro de sus fracasos laborales. Debió saber qué ocurriría.
Fue a la cocina por comida y subió a su habitación. Revisó el dinero que tenía ahorrado. Era suficiente para comprar dos discos. Era mejor que nada.
Acomodó sus audífonos, puso uno de sus discos favoritos y mientras comía trabajó en su computadora organizando la información que había obtenido. Se regodeaba en la idea de molestar a la enana pelirroja llegando con un artículo como el que estaba preparando.
Dos golpes en la puerta fueron suficientes para sobresaltarla.
–¡Ya vete a dormir!
Fue lo único que entendió entre los balbuceos de Bob, que algo añadió sobre la factura de electricidad y que nunca tuvo que regañar así a Olga.
«Como si no lo supiera»
Sin responder en voz alta, pero refunfuñando mientras imitaba la voz del hombre, Helga apagó todo y en la oscuridad se preparó para dormir.
Ya en la cama recordó lo que pasó en quinto grado, cuando el desastre financiero golpeó a su familia. Se mudaron a la tienda mientras quién sabe qué pasó con la casa ¿quizá el banco la iba a rematar? Helga nunca se enteró, porque cuando estaba por terminar sexto grado ya la habían recuperado. Pero las cosas habían cambiado.
Usó la misma ropa hasta que no le quedaba o hasta que estuviera rota e irreparable. Pero ella era buena con la costura, así que buscó formas de darle nueva vida: algunos vestidos se volvieron camisetas y cortó varios pantalones. Eso la salvó de las miradas hasta que Rhonda se dio cuenta. Arnold evitó que golpeara a la princesa cuando la convenció de disculparse recordándole cuando su propia familia tuvo problemas. Fue tan gracioso ver a Lloyd forzándose a admitir sus culpas, que Helga no pudo contener la carcajada y la dejó ir.
También aprendió cuánto podían durar los zapatos. Nunca fue fanática de coleccionarlos, pero siempre tuvo más de lo que necesitaba, algunos ni siquiera los sacó de sus cajas. Después que se mudaron los pocos que si conservó los uso hasta romperlos.
Su familia vendió varias cosas para liquidar algunas deudas. Tuvo suerte de que Miriam no le preguntara por las dichosas botas de Nancy Spumoni.
Vendieron también un televisor, un reproductor de VHS, un par de equipos de música y otras cosas. De todo, extrañaba su celular, pero las veces que preguntó si podía tener otro, le dijeron que no era posible.
Helga sabía que su familia nunca se acercó a los ingresos de los Lloyd, pero antes definitivamente tenían lujos.
Recordaba disponer de algo de dinero a su antojo, más que la mayoría de su clase. Solía manipular a Bob para obtener regalos y fondos. Incluso podía bajar a la lavandería de noche a sacar uno o dos billetes olvidados en algún abrigo o pantalón sucio y nadie lo habría notado.
Ahora podía ser que un mes le dieran algo extra de mesada y al siguiente apenas lo suficiente para pagar el almuerzo de la escuela. Almorzar algún snack de las maquinitas era una opción más que válida para reducir un poco sus gastos... y bueno, a veces Brainy la invitaba, así que eso era de ayuda.
Sabía que Miriam se encargaría de mantener las cuentas al día y la despensa llena, pero no siempre tenía tiempo o energía para cocinar, a Helga no se le daba muy bien y Bob definitivamente no lo haría. Llevar almuerzo dejó de ser una opción.
También sabía que su madre le compraría ropa, zapatos o algo para la escuela si lo necesitaba. Pero no le daría dinero extra para salir a los arcades, a comer o permitirse algún capricho, eso debía obtenerlo de Bob. Así que Helga tenía que saber jugar con lo que recibía y en ese momento debía reconocer que había jugado mal. Confió que él se quedaría en ese empleo y que tendría dinero extra a fin de mes y ahora sabía que no.
Olvidó que, cuando se trataba de ella, nunca, bajo ninguna circunstancia, debía contar con los Pataki.
Se durmió rumiando esa idea.
...~...
El lunes por la mañana Arnold estaba frente a su casillero, buscando el cuaderno de la primera clase y deseando que los fines de semana fueran de tres días y así tener más tiempo para dormir.
–Buenos días, querido Arnold–dijo una voz dulce detrás de él.
El chico volteó y se encontró con una sonrisa cansada.
–Hola, Lila–Contestó, cerrando su casillero para caminar hacia el de la chica– ¿Qué tal tu fin de semana?
–Tranquilo–Respondió ella, guardando un par de libretas–. Ayudé a papá con algunas cosas de la casa. ¿Qué tal el tuyo?
En ese instante Phoebe y Gerald aparecieron por el pasillo.
–Estuvo bien, aunque sigo cansado–dijo Arnold.
–¿Tuviste mucho que hacer?–Consultó Lila con genuina preocupación.
–No realmente, de hecho, ayer dormí hasta medio día. Pero el sábado tuvimos entrenamiento doble y ya estaba agotado por todos los exámenes
–¡Es como si cada maestro pensara que no tenemos otras clases!–Se quejó Gerald, acercándose a Arnold para intercambiar su clásico saludo de pulgares.
–Por favor, chicos, no estuvo tan mal, solo tienen que organizar mejor su tiempo–Añadió Phoebe, abriendo su casillero junto al de Lila.–. Buenos días
–Buenos días, Phoebe–dijeron Arnold y Lila a coro.
–Tal vez tengas razón–admitió Arnold.
Dos personas más se acercaron por el pasillo en ese momento.
–¡Hola, chicas!–saludó Lila con una sonrisa al ver a sus amigas.
–Buenos días–Respondió una voz somnolienta, dando un bostezo, cubriendo apenas su boca con su mano, en un gesto entre la torpeza y la dulzura.
–Hola, Edith–dijeron los demás y luego añadieron–Hola, Nadine
–Hola a todos–Contestó la última, con entusiasmo.
–¿Cómo puedes tener tanta energía un lunes?–dijo Gerald, con aire frustrado.
–¡Porque será una semana tranquila!–Respondió la chica, manteniendo su buen ánimo.
–Nadine tiene razón–La apoyó Arnold.
–Optimistas–masculló Gerald rodando los ojos, al tiempo que intentaba recordar la clave de su casillero.
Phoebe se acercó a ayudar a su novio.
–¿Y cómo está Rhonda, querida Nadine?–Quiso saber Lila.
–Está bien–Respondió la chica.–. Pasamos juntas el fin de semana. Fuimos al centro comercial y luego vimos una película
–Tu amiga es muy simpática–Añadió Edith.
–¿También fuiste con ellas?–Preguntó Lila.
–Oh, no. Nos encontramos allá y charlamos un rato
–Fue una suerte que Rhonda saliera antes que entreguen las calificaciones–Comentó Nadine.
–¿Por qué?–Se involucró Arnold, manteniendo su distancia de Gerald, que al parecer estaba siendo regañado por Phoebe.
–Definitivamente no me fue muy bien como mis padres esperan. En cuanto llegue el informe seguramente me encerrarán
–Te estás adelantando. ¿Quién sabe? Tal vez te fue mejor de lo que imaginas
–No lo creo. ¿A ustedes no les pasa eso de ver un examen y saber si les irá bien o mal?
–Cielos, creo que me ha pasado–Admitió Lila.–. Aunque suelen ser los nervios, porque siempre pienso que tendré calificaciones más bajas de las que obtengo al final
Gerald rodó los ojos.
–Nunca lo he pensé–Añadió Arnold.–. Simplemente hago lo que puedo y ya
–En realidad–Intervino Phoebe, ajustando sus lentes.–es posible tener una idea aproximada de las calificaciones que obtendremos en base a la experiencia previa y el dominio de los contenidos. Claro que el rango de error aumenta si dejamos respuestas al azar, pero en otros casos es bastante fácil determinarlo
Todos la miraron perplejos unos segundos.
–Lo que Phoebe dijo–Confirmó Nadine.–. No sé qué me pasa este año, pero no logro concentrarme como antes
–Bueno–dijo Arnold–. Si te cuesta estudiar ¿por qué no te unes a nuestro grupo de estudio?
–¿Tienen un grupo de estudio?
–Sí–Confirmó Phoebe.–. Nos quedamos después de la escuela martes y jueves
–Edith, Lila ¿qué dicen?–Continuó Arnold.– ¿Quieren unirse también? Phoebe es muy buena explicando cosas... y bueno... Helga es estricta, pero nos ayuda bastante con las redacciones y matemáticas. Además, es más divertido estudiar en grupo que hacerlo a solas–Entonces el rubio notó que Gerald carraspeó, mirándolo con desagrado.–. Bueno, es menos aburrido–Corrigió con una sonrisa incómoda.
–Sí, me gusta la idea–dijo Edith mirando a Arnold y pestañeando lentamente.
–Sería agradable–Se sumó Lila, con un aire pensativo.
Fueron al salón conversando algunos detalles, explicándole a las chicas cómo se organizaban.
...~...
–¡Absolutamente no!–dijo Helga, volteando a ver a su amiga.
–Pero Helga–Contestó Phoebe.–, los chicos y yo ya dijimos que sí
Era el descanso después de la primera clase, estaban en el baño de chicas en el extremo de la escuela más distante al que tenían la mayoría de las clases y la más bajita acababa de contarle sobre la conversación de esa mañana, mientras Helga intentaba arreglar el desastre que era su cabello, cuyo enredo empeoró bajo el gorro que había usado para esconderlo. Esa mañana su despertador no había sonado y apenas le dio tiempo para cambiarse ropa y correr a clases.
–Ya dije que no, Pheebs–Continuó.
–¿Por qué no?
–No me agrada la idea y ya
–Por favor, dales una oportunidad ¿qué es lo peor que podría pasar?
–Que terminemos alimentando parásitos
–¡No puedes decirlo en serio! Apenas has compartido con Edith, no sabes cómo es... y Nadine y Lila son buenas estudiantes
Helga no tenía problema con las últimas dos, pero sabía que sonaría como una loca si le decía que no quería cerca a Edith. Llevaba un tiempo vigilándola. Primero porque le pareció oír mal, pero comenzó a ponerle atención y ya había descubierto algunas contradicciones sutiles en sus conversaciones, del tipo que la gente utilizaba para agradar a todo el mundo sin comprometerse. Eso le asqueaba. También notó que se distraía con facilidad en clases y que parecía que ni siquiera le importaba. ¿Para qué se iba a unir ella a un grupo de estudio entonces?
–Ya tomé una decisión. No es una democracia–Concluyó.
Helga regresó al salón molesta, seguida por su amiga que dejaba escapar suspiros de frustración.
Llegaron cuando ya había sonado la campana y al siguiente descanso se separaron para ir a clases en salones distintos, así que no tuvieron otra oportunidad de hablar antes del almuerzo.
...~...
–Helga no puede tomar esa decisión–Se quejó Arnold.
Comían en una de las mesas en el patio de la escuela y Phoebe acababa de contarles sobre la conversación que tuvo con su amiga.
–Bueno, viejo–Añadió Gerald, mirando con asco el almuerzo de ese día, levantando la cuchara todo lo posible hasta que el misterioso guiso se separara–, te acabas de meter en un problema
–¿Por qué?
–Porque tú las invitaste, así que tienes hasta mañana para convencerla–dijo Gerald, al tiempo que apartaba su bandeja–. No querrás defraudar a las nenas–Concluyó alzando las cejas varias veces.
Phoebe cubrió sus labios mientras reía despacio.
–Oh, cállate–dijo Arnold, mirando su comida con el mismo desinterés que su amigo, pero decidido a no morir de hambre.– ¿Por qué Helga siempre tiene que complicar las cosas?–Se quejó.
–No lo sé–dijo la chica–, tal vez solo estaba de mal humor... intentaré preguntarle otra vez más tarde
–Te lo agradezco
...~...
Se suponía que Phoebe hablarían con Helga antes que fueran a Debate y Boxeo, respectivamente, pero el profesor se pasó del tiempo y cuando los dejó ir, todos corrieron a sus respectivos talleres.
En los camerinos, mientras se preparaban para la clase, Lila aprovechó que estaban solas para acercarse a Helga.
–Disculpa–dijo.
–¿Qué pasa, campirana?–Respondió la rubia, ajustando sus zapatillas.
–Quería saber si estás de acuerdo con que Edith, Nadine y yo nos unamos a su grupo de estudio
Helga levantó la vista.
–¿Por qué?–Quiso saber– ¿Phoebe te dijo algo?
–No desde esta mañana. ¿Acaso no te contaron?
Helga reflexionó, atenta a los gestos de su amiga. Por su actitud estaba segura de que Lila no sabía sobre la conversación que tuvo con Phoebe y por tanto no tenía idea de su negativa.
–Algo mencionó–Decidió decir–, pero si los demás ya aceptaron. ¿Por qué me preguntas a mí?
Helga realmente sentía curiosidad.
–No estabas ahí cuando lo hablamos. Eres parte del grupo y tu opinión también importa. Y aunque ahora nos llevemos mejor y me toleras, sé que no soy tu persona favorita, así que no quiero ser una molestia para ti
Helga tuvo que contenerse para no reír. Sí, Lila no era su persona favorita, pero "tolerar" no era precisamente la palabra que ella hubiera elegido.
–Siempre tan considerada–dijo con su tono sarcástico– ¿Por qué no hacen su propio grupo?
–Oh... bueno... Nadine cree que necesita ayuda. Y Arnold realmente alabó tus habilidades de redacción y eso definitivamente es algo que necesito mejorar... y, cielos, creo que sería más fácil estudiar con ustedes que ya tienen un sistema
Helga se puso de pie y se dirigió a la salida, girando uno de sus hombros como pre calentamiento.
–De acuerdo –dijo–, pueden estudiar con nosotros
–¿Lo dices en serio?
La rubia giró el otro hombro y abrió la puerta.
–Con una condición
–Dime
–Sígueme el paso en esta clase
–¡¿Qué?!
–Depende de ti
–¡Pero, Helga!
El instructor las llamó en ese instante.
–¿Aceptas el desafío?–Concluyó con una sonrisa, le dio la espalda y trotó hasta donde estaba el resto del grupo, al otro extremo del gimnasio.
Lila frunció el ceño y corrió para alcanzarla, dispuesta a negociar, pero antes que pudiera decir una palabra, les estaban dando instrucciones, que terminaron con un par de aplausos y un grito de "¡A trotar!" en la grave voz del instructor.
Esa parte era sencilla. El ballet le había dado a la chica resistencia suficiente para moverse por horas, así que no tuvo problemas en mantenerse cerca de Helga. Luego se puso frente a ella para cada sentadilla, salto, flexión, abdominal y plancha. Todo eso era apenas el calentamiento.
Pudo completar apenas las tres series tratando de mantener el ritmo de la rubia. Y cada vez que Pataki le dedicaba una de sus sonrisas despectivas, segura de que no lo lograría, Lila apretaba los dientes, dispuesta a probarle que estaba equivocada.
Después se ordenaron en fila y practicaron algunos movimientos y combinaciones, guiados por el ritmo de un silbato.
Al final de la clase, se separaron en parejas para practicar golpes y defensa, mientras el instructor paseaba corrigiendo a cada grupo.
Patty se dio cuenta que algo pasaba y mientras practicaban intentó hablar con la rubia.
–Oye, Helga–le dijo cuando le tocó defender.
–¿Qué pasa?–Respondió, esquivando un gancho.
–¿Sabes qué le pasa a Lila?–Se movió a su izquierda.
–¿A qué te refieres?–Se agachó y retrocedió.
–Te ha vigilado toda la clase–Dio un golpe directo que Helga detuvo sin problema.
–Le hice una pequeña apuesta–Giró rodeando a Patty.
–¿Sobre qué?–Esta vez ella detuvo un golpe.
–Tonterías–Se encogió de hombros.
–Parece que es serio para ella
–¿Tú crees?
Helga pretendía que no le importaba, pero la observaba de reojo. Lila llevaba un rato con una respiración ruidosa, forzándose a mover su cuerpo y manteniendo los ojos cerrados más tiempo del necesario cuando pestañaba. Era evidente que se estaba sobre exigiendo, pero parecía no querer abandonar.
–Terminó la clase ¡Bien hecho, chicas!–dijo el instructor–. En especial usted, señorita Sawyer, puso mucha energía hoy, la felicito
–Gracias–Logró decir Lila, antes de dejarse caer al suelo, respirando agitada.
Helga se le acercó.
–Guau, realmente te esforzaste–le dijo y no pudo resistirse a darle un par de palmadas en la cabeza, pero Lila la apartó con torpeza.
–No seas... –Inhaló, exhaló y volvió a inhalar antes de continuar–condescendiente...
Lila parecía enfadada y para Helga eso era interesante. Jamás había imaginado que ella pudiera enojarse por algo. ¿Qué era lo que le molestaba? ¿La forma en que le habló? ¿Pensar que había fallado la apuesta?
–¿Por qué es tan importante?
Lila tomó aire y la miró.
–Porque-me-diste-una-oportunidad
Helga exhaló un amague de risa, pero no era despectivo.
Lila la miró confundida y luego con sorpresa cuando Helga se agachó junto a ella, tomó su brazo, lo pasó por sobre su hombro y la sujetó por la cintura.
–¿Q-qué haces?–dijo nerviosa.
–Vamos
La rubia la ayudó a ponerse de pie y sin soltarla la acompañó hasta los camarines. Lila se dejó caer en una banca. Helga se sentó junto a ella y le ofreció una botella de agua, que la pelirroja bebió por completo sin detenerse.
–Gracias– dijo.
–Pueden estudiar con nosotros–Aceptó Helga, sin mirarla.
–Pero no cumplí... no estoy a tu nivel
–Fue suficiente con que aceptaras y respeto que tuvieras el compromiso de seguir hasta el final
Helga le sonrió.
Lila notó que su pulso seguía acelerado.
–Así que–Continuó la rubia–dile a las chicas que mañana nos encontramos en la biblioteca al final de las clases. Y cumplan con su parte, o no dudaré en sacarlas
En ese momento se desocupó una de las duchas y Helga se apartó tomando su bolso para ir a bañarse.
Lila se quedó pensando qué había sido todo eso. Todavía le costaba respirar y era consciente de la sangre en su rostro.
...~...
Después de la práctica de baseball, Gerald regresó a la escuela para ir por su novia.
Arnold estaba demasiado cansado para acompañarlo y se dirigió a casa. Al llegar a una esquina estuvo a punto de producirse uno de sus clásicos choques con Helga, pero de alguna forma los dos lograron detenerse a tiempo, aunque para él fue demasiado cerca y no podía pensar bien, agobiado por la cercanía de la chica, su aroma y la calidez en sus mejillas que le produjo el repentino encuentro.
–¿Qué hay, cabeza de balón?–dijo ella, apartándose un poco, mientras miraba el tránsito con atención.
Arnold de inmediato notó que parecía de buen humor y eso lo animó.
–Hola, Helga, ¿qué tal estuvo la práctica?–Respondió con una sonrisa.
Ella lo pensó unos segundos.
–Diría que interesante–Comentó– ¿Qué tal la tuya?
En ese momento el semáforo cambió y cuando Helga se movió, él la siguió.
–No tan mala como el entrenamiento doble del sábado–Comento el chico.
–¿Por qué tuvieron entrenamiento doble?
–Porque durante la semana más de la mitad se ausentó por los exámenes
–Pero Gerald y tú fueron todos los días ¿me equivoco?
–No. Y no solo nosotros, varios chicos de otras clases también asistieron, pero el entrenador nos dio una larga charla sobre el trabajo en equipo y el compañerismo. Y bueno... todos estábamos obligados a quedarnos
–Supongo que la vida no es justa
–A veces no lo es–dijo sin perder su entusiasmo.–, pero el entrenador compró pizza para todos y comimos en el parque, así que supongo que estuvo bien
–Siempre viendo el lado positivo–murmuró ella rodando los ojos.
–Alguien tiene que hacerlo
Los dos rieron despacio. De pronto Arnold notó que Helga no se dirigía a casa.
–¿A dónde vas?–Quiso saber.
–A la biblioteca–Contestó distraída.
–¿Puedo acompañarte?
–Supongo que ya lo estás haciendo–dijo ella, mirando hacia atrás de reojo, porque se alejaban de la calle de Arnold.
–Oh, cierto...
–Pero sí, puedes ir conmigo, cabeza de balón–dijo ella con una media sonrisa.
Eso le confirmaba al chico que su amiga no iba a una cita. Aunque la teoría que tuvo la semana anterior sobre su rompimiento se desvaneció cuando Helga no apareció para almorzar con ellos el miércoles ni el viernes.
Concluyó que solo estuvo más estresada de lo que quería reconocer con todo ese asunto de los exámenes. ¿Sería por tener que llenar los zapatos de Olga? ¿Sus padres estarían orgullosos de ella? Deseaba que lo estuvieran. Arnold sabía que la inteligencia de Helga era digna de admiración, pero también sabía que los padres de su amiga no eran precisamente atentos con lo que tuviera que ver con ella.
–Ey, Arnoldo, te hice una pregunta–dijo la chica, chasqueando sus dedos delante de su rostro.
–Oh, lo siento... estaba distraído
–Nunca cambiarás–Helga rodó los ojos, pero lo miró con una sonrisa.
–Lo siento ¿Qué me decías?
–Yo... –El tono de su voz se volvió más amable.–sólo preguntaba que cómo están tus abuelos
–Oh, están bien...
Arnold le habló con alegría sobre su familia. Su abuelo sano y fuerte como siempre. Su abuela, enérgica y un poco más caótica de lo regular.
Ella disfrutaba cada vez que él le contaba sobre la excéntrica, pero adorable vida de La Casa de Huéspedes. Siempre le pareció divertido e interesante. Además, el chico parecía contento en esos momentos y verlo sonreír así la llenaba de una calidez que no conocía con nadie más.
Incluso si solo lo veía como amigo.
Le gustaba que fueran amigos.
Los dos jóvenes vieron a Steve sentado en el portal de la biblioteca, esperando. Helga hizo rápido la transacción, disculpándose por tener dinero solo para dos de los tres discos que le encargó, pero el chico le regaló el último "por ser una de sus compradoras más leales" bromeó.
Se despidieron y ella se alejó guardando todo en su mochila.
–Así que siguen haciendo negocios–dijo Arnold cuando estuvieron al final de la calle.
–Es un buen proveedor de artículos ilegales–dijo ella, mirándolo con malicia.
–Supongo que sí–Contestó Arnold con una risita– ¿Y qué compraste?
Helga mencionó los nombres de las bandas y como él no las conocía, ella explicaba a qué otras bandas se parecían, comparando el estilo, las guitarras, las baterías y las voces, hasta que el chico pudo hacerse una idea.
Cuando ella hablaba de cosas que le gustaban, como Wrestlemania, Boxeo o ese tipo de música, parecía genuinamente contenta y tenía un brillo especial en su mirada. Y Arnold disfrutaba esos instantes, hasta que notaba cómo su corazón latía por ella.
Antes de pensarlo ya estaban por llegar a la esquina donde cada uno tomaba su propio camino. El chico contempló el suelo un minuto, notando cómo sus sombras se alargaban.
Reunió el valor y la miró con decisión.
–Helga–dijo–, quería hablar contigo
–¿Sobre qué?
Ella se asustó. No quería decirle nada personal y era consciente de haberlo preocupado con su actitud de la semana anterior.
–Sobre el grupo de estudio–dijo Arnold.
La chica de inmediato se tranquilizó.
–Oh, sí, ya hablé de eso con Phoebe–Contestó con indiferencia.
–Lo sé
–¿Cómo...?
–No puedes decidir por los demás si las chicas se unen o no–Continuó Arnold, con el ceño fruncido.
–Pero...
–Phoebe, Gerald y yo estuvimos de acuerdo en que son bienvenidas–La interrumpió.
–Escucha...
–Pensé que te llevabas mejor con Lila
–Así es...
–Y entiendo que antes le tuvieras celos cuando ella me gustaba y tú... bueno... ya no importa
–¿Crees que es sobre ti?
–¡No! Creo que es sobre Lila, pero ahora que sales con Brainy no debería ser un problema
–¡Alto ahí!–Helga se congeló en el pavimento.– ¿Qué-fue-lo-que-dijiste-camarón?–Añadió, apretando los puños y los dientes.
Solo entonces Arnold cayó en cuenta de que había hablado sin pensar.
–Oh... yo... lo siento
–¡LO SABÍAS! ¿Desde cuándo lo sabes? Voy a matar a Geraldo
–¿Qué? ¿Gerald lo sabe?
–¿No fue él quien te lo dijo? ¿Cómo demonios te enteraste? ¿Quién más lo sabe?
–¿Por qué le dijiste a Gerald y no a mí?
–En primer lugar, Arnoldo–Lo sujetó del cuello de la camisa y levantó su puño.–, eres tú quien me debe explicaciones
–Los vi en el cine durante el verano. Ni siquiera lo he comentado con Gerald, no sabía que él lo sabía
–¡NOS VISTE!
Helga lo soltó, se apartó y se cubrió el rostro con la palma extendida. Estaba frustrada y molesta.
–Y yo esforzándome por ocultarme
–¡Lo siento
–Entonces... en el picnic... –Lo observó.– ¡Tú sabías que iba a verlo! ¡ERES UN...!
–¡Lo lamento! No quería...
–¿No querías qué? ¿Incomodarme? ¿Molestarme? ¿Ponerme paranoica? Porque sí, lo hiciste
–Bien... lo acepto, quería molestarte. Fuiste mala conmigo POR AÑOS, así que por un momento pensé en devolverte un poco de tu propia medicina, pero... pero después...
«Después me di cuenta que estaba celoso de verte con él.»
«Y que quería ser yo quien te besaba.»
«Y que me sentía como un ser humano horrible por haber hecho algo así...»
–¡Eres terrible!–continuó ella.
–Lo siento... en serio, Helga ¡Sabes que no soy así!
–¿Así cómo?
–No me gusta molestar a otro ni hacer bromas pesadas
–¿Qué no? Como si hubiera olvidado cuando me arrojaste a la piscina
–¡Eso fue tu culpa! ¡Te lo merecías!
–Te lo concedo, pero acéptalo, Arnoldo, puedes rebajarte a mi nivel
El chico la observó. Era una de las razones por las que todo era tan complicado con Helga, porque ella de alguna forma ella tenía el poder para arrastrarlo a ese punto.
–Está bien, sí, lo hice. Vi una oportunidad de vengarme y la tomé ¿Y qué? ¿Eso me vuelve mala persona?
–¿Eso piensas de mí?
Los dos se quedaron en silencio.
Arnold deseaba gritar que claro que sabía que ella no era una mala persona, que solo actuaba como si lo fuera y que incluso cuando pretendía serlo a él le... gustaba.
Y admitir algo así parecía ser la peor idea del mundo.
Helga sabía que esas palabras sonaron tan heridas como ella se sentía en ese instante.
«Claro que sí»
«Soy una mala persona»
«Solo juego con la gente, la lastimo...»
–Tienes que guardar el secreto–Ordenó Helga, cansada tanto del silencio entre ellos como del ruido en su cabeza.
–Sabes que lo haré–Contestó él con tristeza.
Logró guardárselo por semanas ¿Por qué fue tan idiota de decirlo en ese momento?
–Jú-ra-lo
–Lo juro–dijo, resignado–. Y prometo no volver a molestarte de ninguna forma. No me gusta ser así. No sé por qué...
«Miento.»
«Sé exactamente lo que pasó»
«Y me odiarás por siempre si lo admito...»
–En serio lo lamento–Continuó Arnold.–. No quería hacerte enfadar. Yo solo... Helga, por favor, perdóname
Ella ni siquiera lo miró.
–Di algo, te lo ruego. Hace un rato estábamos bien. Sé que muchas de las cosas que hago te molestan y que mucho de lo que soy te molesta, pero sabes que jamás haría algo para lastimarte. Eres...
«Eres hermosa...»
«Eres interesante...»
«Eres lo único en mi cabeza...»
–Eres importante para mí
Helga lo miró de reojo.
«¿Qué significa eso?»
«¿Por qué sería importante para ti, tonto cabeza de balón?»
–Claro que no, no tienes que mentir–dijo ella, evadiendo su mirada.
–Helga, te conozco de toda la vida y siempre has sido una persona difícil–Continuó él y la vio fruncir el ceño, lo que lo hizo sonreír.–, pero me agradas. Eres lista, no tienes miedo de decir lo que piensas y admiro tu fortaleza. Pero es como... como si no pudiéramos ser amigos sin que pase algo malo... y siento que de algún modo siempre es mi culpa. Lo arruiné en las montañas, lo arruiné cuando te seguimos y lo acabo de arruinar ahora. Estar cerca de ti...
«Me confunde»
Pero Helga no estaba escuchando. Quería escapar lejos, como aquella vez.
«Cálmate.»
Los latidos dolían.
«Es San Arnoldo, no le dirá nada a nadie, no revelará tu secreto, jamás ha revelado tus secretos y es tan bueno como tú para fingir... han pretendido tantas cosas por años... una más...»
Quería golpearlo.
«¡Que te calmes!»
Cerró los ojos un momento y se abofeteó a sí misma.
Arnold se sobresaltó.
–Ampliaremos el grupo de estudios–dijo la chica, con un aire completamente indiferente.
–Helga... ¿Estás bien?
–Claro que sí
–Pero acabas de...
–Necesitaba ordenar mis ideas, a veces hago eso–Se encogió de hombros evitando su mirada.–. Ahora déjame en paz, soy una persona ocupada
–¿Estás enfadada?
–No. Nos vemos mañana
Helga se alejó para irse a casa.
Arnold se quedó mirándola hasta. ¿En serio no estaba enojada? Imposible.
Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando ella desapareció de su vista.
Descubrió la razón al día siguiente después de clases.
Gerald y él fueron los últimos en llegar a la biblioteca. Las chicas ya estaban ahí. Phoebe le guardó un espacio a su novio, frente a ella estaba Edith, luego Nadine y Lila. Frente a ella Helga y junto a ella un integrante más: Brainy.
–Bueno, chicos–dijo Helga, dedicándole a Arnold una sonrisa triunfal–. Ya que está todo el grupo, ¿empezamos con la tarea de matemáticas?
Notes:
Perdón la demora
La nación de la gripe atacó
Chapter 27: Viejos hábitos
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Arnold intentó concentrarse en la materia que estudiaban ese día.
Ayudó a Edith con la tarea, quien dijo no entender muy bien, así que le explicó paso por paso cómo resolver las ecuaciones.
Pero de reojo notaba los gestos de Helga, su sonrisa segura cuando Phoebe confirmaba lo que decía, la forma en que preguntaba a Gerald, Nadine y Lila por sus respuestas y procesos, como daba golpecitos jugando con el lápiz, su mirada... su voz... su respiración...
Además, Brainy estaba ahí, junto a ella, en silencio, mirándola con devoción cada vez que explicaba algo, asintiendo y corrigiendo las notas en su cuaderno, compartiendo un borrador y un sacapuntas.
Debía reconocer que la venganza que Helga eligió era perfecta. No estaba haciendo absolutamente ningún esfuerzo, pero lo desquiciaba.
Y no podía desquiciarlo, no tenía que ser así, a él no debía importarle.
Al otro lado de la mesa Phoebe se culpaba por no haber predicho que algo pasaba cuando Helga apareció afuera de la sala de debate solo para decirle que había cambiado de opinión. En cuanto Gerald la dejó en su casa, estuvo hasta tarde planificando y organizando la distribución de las tareas y responsabilidades, de tal modo que pudieran apoyarse entre todos, analizando las habilidades y falencias de cada uno. Consideró que esa sesión serviría como una especie de prueba, pero Helga arruinó sus cálculos cuando incluyó a Brainy sin avisar.
Gerald tuvo que resistir la idea de molestar a Pataki. Seguro lo mataría si abría la boca, pero ¿tanto le gustaba el fenómeno para querer pasar con él unos minutos extra? Y con la audacia de haber encontrado una excusa perfecta para estar junto a él en público. Guau. ¿Así de enamorada estaba? ¿Pataki podía tener sentimientos? La sola idea le causaba gracia.
Nadine estaba concentrada y parecía agradecida de estar ahí. Se esforzaba por seguir el ritmo y comparaba lo que escuchaba con las notas en su cuaderno y el libro. Abría los ojos con admiración cada vez que Phoebe le explicaba de forma sencilla y ponía atención cuando era Helga quien le enseñaba alternativas.
Lila sonreía, orgullosa de haber conseguido que Helga aceptara integrarlas al grupo. Además, creía que era muy considerado y amable que incluyeran a Brainy. Sabía que a él no le iba tan bien y se distraía con facilidad, pero era claro que a él le interesaba Helga y eso parecía ser motivación suficiente para concentrarse y estudiar. Incluso era tierno que él se estuviera esforzando sólo por estar cerca de ella. ¿Su amiga sabía de la influencia que podía tener?
Edith miraba a Arnold. Le parecía que estaba un poco nervioso y eso la hacía sonreír. No le importaba que él le explicara mil veces lo mismo, los números no eran su fuerte, pero le gustaba que le estuviera hablando, además, era agradable estar sentada junto a él y compartir un cuaderno como excusa para acercarse un poco más.
Esa sesión terminó un poco más tarde de lo habitual y aunque estaban cansados, estuvo bien.
Helga le dijo al resto que podían irse. Ella tenía que hablar con el bibliotecario para saber si con ese grupo más grande podían seguir ocupando esa mesa o si les podían asignar otro lugar donde de paso no molestaran a otros estudiantes. Phoebe y Gerald sabían que era una excusa para quedarse a solas con Brainy y los dos se aseguraron de que los demás salieran de la escuela.
...~...
Dos días después, la siguiente sesión de estudios también fue tranquila. Esta vez Helga se fue temprano con Phoebe, ya que tenían otros proyectos en los que trabajar.
Al salir de la biblioteca Brainy se despidió de los demás y el resto del grupo caminó hasta la parada del autobús.
–Hermano, ¿planeas hacer algo la próxima semana?–Comentó Gerald.
–¿La próxima semana?–Arnold lo miró, confundido y luego de pensarlo un momento abrió mucho los ojos–. Oh, no lo creo
–Pero viejo, es tu cumpleaños
–Que no, Gerald
–¡Vamos!
–¿No harás una fiesta por tu cumpleaños?–Quiso saber Edith.–. Eso suena un poco triste
–Por lo general hago otras cosas–Admitió el chico.
–Aunque las fiestas en tu casa son divertidas, según recuerdo–Comentó Lila.– ¿No es verdad, Nadine?
–Así es–Confirmó ella.–. Recuerdo cuando le arruinaron la fiesta elegante de Rhonda
Arnold y Gerald rieron.
–¿Por qué hicieron eso?–Consultó Edith.
–Rhonda hizo una tonta lista de gente sosa que no podía ir a su fiesta y prácticamente nos puso a todos ahí... –Explicó Gerald.–. Incluso tuvo la osadía de ponerme ahí, ¡A mí!
Los demás rieron.
–Rhonda estaba enfadada contigo porque le ganaste la presidencia de la clase–Contó Nadine entre risas.
–¿Y la fiesta el verano cuando terminamos la primaria?–dijo Lila–. También lo pasamos bien
–No fue tan divertido cuando Harold intentó atrapar a Abner pensando que podía comérselo–Comentó Arnold frunciendo el ceño.
–¿Y cuál fue su excusa?–Preguntó Gerald.
Lila y Nadine intercambiaron una mirada y respondieron a coro imitando el tono de Harold "Tenía hambre".
Los cinco rieron.
–¿Harold trató de comerse a tu perro?–Preguntó Edith horrorizada.
–Oh, no, no es un perro–Arnold respondió mientras dejaba de reír.–. Abner es un cerdo
–¿Tienes un cerdo de mascota?
–La casa de Arnold es como un zoológico–dijo Nadine, entusiasmada.
–Exageras–dijo el chico.
–No hay tantos animales salvajes–Explicó Gerald.–, y más que un zoológico, parece un manicomio, deberías ver a los inquilinos... cada uno está más loco que el anterior
–¡Gerald!
–¿Inquilinos?–Continuó Edith, tratando de seguir el hilo.
–Vivo en La Casa de Huéspedes. Mis abuelos la administran–Explicó Arnold.
–Suena interesante–Reconoció la chica, volteando hacia él con atención.
–Bueno, a veces lo es, otras veces es un poco agotador–Admitió.
Gerald notó como Edith miraba a su amigo.
–Tal vez podríamos estudiar en tu casa el fin de semana–dijo el moreno.
–Sí, eso me gustaría–Añadió Edith, jugando con su cabello.
–Oh, no puedo. Estaré ocupado estos días–Respondió Arnold, arruinando sin querer el plan de su amigo.–. Pero podría ser en otra ocasión
En ese momento pasó el autobús y las chicas subieron, pero Gerald sujetó a Arnold del hombro y le dijo que caminaran.
–Lo siento nenas, tengo que hablar con mi amigo, asuntos del equipo
Lila y Nadine rieron.
–Nos vemos mañana–dijeron las tres.
–Adiós–dijo Arnold, justo antes que el autobús cerrara las puertas.
Los dos chicos siguieron su camino.
–¿Qué pasa, Gerald?
–Edith–Respondió él y se quedó en silencio como si no hiciera falta decir algo más.
–¿Qué pasa con ella?–dijo Arnold, sin entender.
–Parece agradable
–Lo es
Gerald se frustró.
–Deberías invitarla a salir
–¿Qué? ¿Por qué? Solo somos amigos
–¡NO PUEDE SER! ¿Por qué eres tan despistado?
–¿Qué? ¿Ahora qué hice?
–¡Viejo! La chica acaba de decir que quiere ir a tu casa
–¿Qué? No recuerdo que dijera algo así
–Si lo hizo
–¿En qué momento?
–Cuando dije que estudiemos en tu casa
–Ella solo dijo que eso le gustaría... oh...
Gerald empezó a reír de tan buena gana, que tuvo que sujetarse el estómago.
–¡Basta!–dijo Arnold–. Se mudó hace poco, no debe tener muchos amigos, tal vez solo quiere pasar el rato con nosotros
–Amigo, una chica como ella de seguro no hace planes para estudiar
–¿Qué quieres decir?
–Nada, nada. Solo deberías abrir un poco los ojos. Invítala a salir
–Edith es agradable, pero no me gusta-gusta... y no creo que yo le interese, Gerald
–Apostaría que sí... y puedo probarlo
–¿Qué harás? ¿Preguntarle directamente?
–No, eso no funciona con las chicas
Arnold rodó los ojos.
–¿Entonces cómo?–dijo, arrastrado por la curiosidad.
–En tu fiesta de cumpleaños
–No habrá fiesta
–¡Vamos, viejo! ¡Anímate!
–Gerald... sabes que no suelo sentirme bien en esas fechas
–Amigo, lo sé, pero ¿piensas vivir así toda tu vida?
–¡Claro que no! Pero no soy solo yo ¿Qué hay de mis abuelos? Sé que no lo demuestran, pero una cosa es que no se estén llorando todo el día y otra muy distinta cambiar los recuerdos por una celebración
–¿Alguna vez les has preguntado qué piensan?
–¿Qué?
–Viejo, tal vez no les importe
–¡Gerald! ¡Claro que les importa! ¡Hablamos de mis padres!–Arnold frunció el ceño.
–Ok, eso sonó mal. Lo siento. Lo que quise decir es que tal vez les agrade verte haciendo algo de un adolescente normal por tu propia iniciativa por una vez... y ya si quieres al día siguiente puedes volver a tu rito anual de sufrir en la miseria de tu habitación oscura
Arnold lo miró con los ojos entrecerrados.
–Si decido hacer esa fiesta ¿me ayudarás?
–Tenlo por seguro
Arnold suspiró.
–Prometo pensarlo–dijo.
–Está bien, pero no lo pienses demasiado, no tenemos mucho tiempo
–Mañana tomaré una decisión
–Perfecto, viejo, nos vemos en la escuela
Se despidieron con su clásico saludo de pulgares.
...~...
Al día siguiente Gerald fue a cenar con su amigo y después de comer acompañaron al abuelo a la sala. Arnold le comentó la idea después del tercer codazo de su amigo.
–¡¿Quieres hacer una fiesta de cumpleaños?!–dijo Phil, llevando su mano a su frente– ¡Válgame Dios!
–Abuelo, entenderé si está mal– dijo Arnold, arrepentido.
–¡Pookie! ¡Pookie! ¡Ven! ¿Dónde estás, anciana loca?
Gerald y Arnold se miraron entre sí.
–¿Me llamabas?–dijo la abuela, apareciendo por la ventana, encaramándose con esfuerzo para entrar.
Su esposo se acercó a ayudarla, tomándola por debajo de los brazos para jalarla hacia el interior. Ambos cayeron al suelo entre risas y se levantaron con cuidado, sacudiéndose.
–¿Me buscaba, capitán?–Le recordó Gertie.
–¿Yo te llamé?–Respondió el hombre confundido y su esposa lo miró enfadada.
–Abuelo–dijo Arnold.
–¡Ah, cierto! ¡El hombre pequeño quiere hacer una fiesta de cumpleaños!
–¡Prometo ayudar en todo!–Se involucró Gerald.–. Y trataremos de no molestar a los huéspedes
–No quiero que sea una molestia–dijo Arnold–. No es importante y entenderé si creen que no es buena idea...
–¿Una fiesta de cumpleaños?–dijo la anciana, reflexiva– ¡Será la fiesta más maravillosa que haya tenido esta casa!
Los jóvenes intercambiaron otra mirada.
–¿En verdad puedo hacerlo?–dijo Arnold.
–Hemos esperado años que decidieras tener una fiesta–Contestó el abuelo.–. Sabemos que te pones un poco melancólico... así que no queríamos presionarte
–¿Entonces... puedo invitar a mis amigos?
–¡Por supuesto!–dijo la abuela.
–¡Gracias!
–Invita a toda tu clase
–¿Eso estará bien?
–Cierto, no es correcto. Tendrías que invitar a toda la escuela
–¡Abuela!
–Pero nada de drogas y alcohol, todavía son muy jóvenes para eso–Bromeó Phil, guiñándoles un ojo.
–Abuelo–dijo Arnold con una sonrisa incómoda.
Los chicos subieron a la azotea y con entusiasmo comenzaron a planear la fiesta. Dónde pondrían las mesas, el equipo de música, las luces y cuánta comida y refrescos debían comprar.
...~...
El lunes Arnold anunció sus planes a sus amigos. Invitó a toda la clase a celebrar el domingo, ya que el lunes era festivo podían quedarse hasta tarde. Habló con Nadine para que invitara a Rhonda. También invitó al equipo de baseball, el club de debate por Phoebe y el club de boxeo, por Helga y Lila. Enfatizó que no quería regalos, solo que asistieran, porque quería pasar un buen rato con todos.
La mayoría confirmó con entusiasmo en el momento en que él lo comentó y unas pocas personas dijeron que tenían que pensarlo, pedir permiso a sus padres o querían saber si iría tal o cual persona. Arnold no lo notó de inmediato, pero Gerald sí y lo ayudó a que confirmaran las personas de interés, para asegurar la asistencia de los demás.
...~...
Al día siguiente, durante el almuerzo, Gerald y Arnold no dejaban de comentar y revisar las listas de la fiesta: invitados, comida y música.
Nadine se acercó a ellos, acompañada de Lila y Edith.
–¿Qué hay, chicos?–Los saludó ella.
–Hola–Respondieron todos.
–Solo quería decirles que Rhonda estará encantada de asistir a tu fiesta–Comentó.
–Perfecto–Gerald buscó el nombre de la chica en una lista y dibujó un signo de verificación junto a éste.–. Asumo que ustedes también irán, ¿cierto?–Levantó la vista.
–Por supuesto–dijo Nadine.
–Claro que sí–Confirmó Lila.
–No me lo perdería–Añadió Edith, jugando con su cabello.
Gerald le dio una mirada a Arnold.
–Gracias, chicas–dijo el rubio.
–Bueno, nos vemos más tarde–Concluyó Nadine, marchándose con sus amigas.
–No me lo perdería–dijo Helga, imitando con burla los gestos y la voz de Edith.
Phoebe y Gerald le reían el chiste.
–¡Ey!–dijo Arnold, forzándose a ocultar que le causaba un poco de gracia– ¿Tienes algún problema con Edith?
–Relájate, cabeza de balón–dijo Helga, rodando los ojos–, solo estoy jugando
Arnold pretendió dejarlo pasar, pero algo le incomodaba de todo eso y no sabía qué.
Helga notó que Gerald intentaba distraer a su amigo con más conversaciones sobre la fiesta. Era lindo ver a Arnold entusiasmado de ese modo y una parte de ella quería ir, después de todo era normal ir a los cumpleaños de sus amigos, pero no estaba segura de cómo lo tomaría Brainy.
No se atrevió a preguntarle el día anterior. De hecho, ocupó todo el tiempo que tenían a solas besándolo, abrazándolo, dejando que él volviera a acariciar su cintura y buscar la piel de su espalda. No mucho, no demasiado, lo suficiente para no pensar.
Por un lado, no sabía siquiera si a él le interesaba ir a una fiesta. Y si él no quería asistir, ¿le molestaría que ella fuera? ¿Sería incómodo? Y, por otro lado, era su tonto fenómeno y si durante todo el tiempo que llevaban saliendo no mostró ni un gesto de celos en la escuela ¿lo haría en la fiesta? ¿Esto era diferente?
Se recordaba que él le había dicho que no esperaba que dejara de ser amiga de Arnold, pero eso fue cuando ella todavía lo evitaba como a la plaga. Ahora las cosas eran diferentes. ¿o no?
Odiaba darle tantas vueltas. Sabía que no podía adivinar, que tendría que preguntarle directamente, pero ¿pensaría él... que ella tenía otras intenciones si sacaba el tema?
¿Tenía otras intenciones?
«¡Claro que no!»
Pero ver a Arnold ahí, sonriendo, le causaba felicidad.
Sabía que él nunca querría más que una amistad con ella, así que estaba bien. Ella podía seguir con Brainy y él podía... hacer lo que quisiera.
Excepto que ahora había un nuevo problema: Edith.
Había decidido ignorar su presencia en el grupo de estudio y eso se volvió un dolor de cabeza. Sabía de antemano que la chica era una vaga, se tornaba irritante: no participaba, no ayudaba, no hacía nada, absolutamente nada.
Bueno, no era cierto, había algo que sí hacía: coquetearle a Arnold.
Y rayos, ni siquiera era sutil.
¿Acaso el cabeza de balón no se daba cuenta de cómo ella lo miraba? ¿De cómo cambiaba el tono de su voz cada vez que le hablaba? ¿De cómo intentaba llamar su atención? ¿Esos jueguitos de miradas? ¿Esos pestañeos? ¿Jugar con su cabello?
«¡Por supuesto que no!»
Arnold era tan distraído que jamás notaba nada.
El interés de Edith podría ser un camión a punto de atropellarlo y él no lo vería hasta que le hubiera pasado por encima.
Pero eso no era su problema.
No podía ser su maldito problema.
Helga intentó hacer todo lo posible por no estallar, durante la sesión de estudios de esa tarde Helga llegó al límite de su paciencia.
Edith llevaba media hora mascando chicle sin siquiera mirar su cuaderno -tampoco que hubiera mucho que mirar, porque no tenía ni una sola respuesta- y se limitaba a tomar nota cuando los demás llegaban a una conclusión.
Odiaba a las de su tipo: demasiado buena para estar con ellos, una reina que creía que se le debía algo por el simple hecho de compartir su aire.
Bueno, a Helga no le gustaban las monarquías y deseaba guillotinarla del grupo. Repasando La Revolución Francesa no dejaba de fantasear con la idea, riendo por dentro: María AntoniEdith debía ser decapitada y Arnold Vonn Fersen tal vez se iría al exilio.
¡Pop!
Una suave explosión la sacó de su imaginaria revuelta: Edith inflaba globos de chicle.
¡Pop!
Nadine murmuró la respuesta que había escrito y todos estuvieron de acuerdo.
¡Pop!
Lila leyó la siguiente, pero comentó que no estaba segura.
¡Pop!
Phoebe corrigió un par de datos y leyó la siguiente.
¡Pop!
Arnold comentó que no entendía el orden de algunas cosas.
¡Pop!
Gerald le explicó y luego miró a su novia para confirmar.
¡Pop!
Phoebe asintió.
¡Pop!
Brainy dio una respuesta corta.
¡Pop!
Nadine completó la idea.
¡Pop!
Gerald tenía la respuesta siguiente.
¡Paf!
Helga acababa de golpear la mesa con un libro y todos voltearon a verla.
–Oye, princesa. ¿Qué demonios te crees?–dijo, mirando a Edith.
–¿Me hablas a mí?–Contestó ella, con su mirada cansada de siempre.
–¿A quién más? Se supone que vienes a estudiar y solo te veo ahí mascando chicle
–Déjala en paz, Helga–Intervino Arnold.–. Es nueva en la escuela, todavía se está poniendo al día
–Aunque puedo entender que la presencia de Phoebe y la mía te confunden, cabeza de balón, este no es un instituto para superdotados, es una maldita escuela pública, así que debería ser capaz de seguirnos el ritmo. Ya estoy harta de regalarle la tarea
–¡No es así!
–Bien, entonces que la princesa nos diga las respuestas de las siguientes preguntas
–No las tengo, aún no llego a eso–Respondió Edith sin inmutarse.
–¿Lo ves?
–Acaba de decir que no llegó a eso–La defendió Arnold.–. Es comprensible, todos hemos tenido respuestas en blanco
–Error, cabeza de balón, Phoebe y Lila no han tenido respuestas en blanco. Y lo normal es tener una que otra, no TODAS. Acordamos hacer la tarea para hoy y comparar. Tenemos reglas
–¿Quién te puso a cargo?
–Yo organicé el grupo y yo reservo el espacio cada semana
–Eso puede hacerlo cualquiera
–Pero lo hago yo, así que la princesa puede acatar las reglas o irse de aquí
Nadine y Lila intercambiaron una mirada de incomodidad.
–Claro–dijo Edith, levantándose de su puesto.
–No tienes por qué irte–dijo Arnold, sujetándola por la muñeca con suavidad.
–¿Es broma?–Se quejó Helga.
–Es suficiente, Edith ya entendió
–Pero...
–No hay razón para que se vaya.
–Está ahí sentada sin hacer nada
–Igual que Brainy
Hubo un silencio general. Gerald y Phoebe se miraron con sorpresa y luego miraron al rubio.
–¿Qué fue lo que dijiste, cabeza de balón?–masculló Helga, furiosa.
–Está sentado a tu lado sin hacer nada –Continuó el chico.–. Si Edith se va por eso, él también
–Brainy está estudiando y no nos está copiando
–No me consta
–No se irá
–Tampoco Edith
–Que sí
–No
–Sí
–No
Se miraron furiosos unos cuantos segundos, hasta que Phoebe habló.
–Creo que Helga tiene razón–Señaló.–. Edith, la próxima sesión debes traer las respuestas de la tarea. Si no piensas poner de tu parte, es mejor que no vengas.
Edith asintió.
–Eso no es justo–masculló Arnold.
Entonces Helga tomó el cuaderno de Brainy y le enseñó a Arnold las respuestas, un par de ellas corregidas.
–Helga, son exactamente tus mismas respuestas–Reclamó Arnold.
–Porque son las mismas preguntas–Contestó ella, rodando los ojos.
–Le estás dando la tarea
–¡Claro que no! ¿Por qué haría eso?
–Porque él es...
–Porque... –interrumpió ella, girando su mano, al tiempo que arqueaba su ceja.
¿Era un desafío o un recordatorio?
–Eso pensé–dijo la chica.
Arnold bajó la mirada en silencio, resignado. No podía ganar.
–Adiós–dijo Helga, tomó sus cosas y salió, seguida por Brainy.
Phoebe miraba a Arnold con fastidio.
Gerald notó que su novia temblaba. Con delicadeza le colocó una mano en la rodilla, como forma de apoyarla.
–Edith, eres nuestra amiga y por eso estás aquí–dijo finalmente Nadine–, pero no tienes porqué venir si no quieres estudiar
–Es cierto. Llevas todo este tiempo sin aportar nada. Así que cumple con lo que pidió Phoebe o no vengas el jueves–Añadió Gerald.
–Está bien–dijo Edith, rodando los ojos.
–Creo... creo que deberíamos irnos por hoy–Sugirió Lila.
...~...
Helga caminaba furiosa y Brainy la seguía. Estaban saliendo de la escuela, pero ella seguía mascullando maldiciones contra Edith y Arnold.
–Helga...
El chico tomó su mano y ella se soltó de inmediato, mirando alrededor con terror. Tomó a Brainy por el cuello de la camisa y lo arrastró hasta el auditorio vacío. Cerró la puerta y lo arrinconó contra el muro, furiosa.
–No vuelvas a hacer eso
El chico asintió varias veces.
Ella se apartó y continuó su perorata dando vueltas.
–¿Quién se cree que es? ¿Qué acaso tenemos que darle todo en bandeja? Ser nueva no justifica que sea una inepta. Estúpido cabeza de balón, siempre el caballero blanco, como si ella fuera una dama indefensa... y encima meterse contigo... como si fueras igual de vago que ella...
–Helga, no es necesario que vaya a estudiar con ustedes–La interrumpió Brainy.
La chica se congeló y lo miró.
–Pero...
–No me importa mientras pueda seguir viéndote al almuerzo
–¡Ese no es el problema! El estúpido cabeza de balón estuvo a punto de decirlo delante de todos
–¿Decir qué?
Helga entonces cerró los ojos.
–Arnold sabe que estamos saliendo. Dijo que nos vio en el cine en las vacaciones
–¿Por qué no me lo dijiste?
–Me enteré hace poco
–¿Por qué te molesta que lo sepa?
–No lo sé–Respondió con una mezcla de sinceridad y furia-–, pero casi se le escapa
–Sé que te molesta que todos se enteren... pero hemos salido por meses ¿no sería mejor...?
–No. No quiero que todos se enteren
–¿Tan patético soy?
–No es eso
Brainy la observó mientras Helga se abrazaba a sí misma, evadiendo su mirada. Supo que ella no seguiría esa conversación, así que decidió cambiar el tema.
–No debiste regañar a Edith
–Edith es una sosa. Y no la hubiera regañado si siquiera lo intentara
–¿En verdad te molesta porque está copiando?
–¡Claro que sí! ¡Se roba nuestro trabajo!
–¿No será que te molesta que esté coqueteando con Arnold?
–¿Le está coqueteando? Ja... no lo había notado
–Claro que lo has notado, no es precisamente sutil. Quizá él sea el único que no lo nota
–Porque Arnold es tan despistado que no se daría cuenta, aunque pusieran un letrero de neón gigante delante de su ridícula cabeza de balón
Brainy medio sonrió, la sujetó por el mentón y la besó lentamente. Helga sentía poco a poco cómo se iba calmando.
–¿Sigues enfadada?–Preguntó el chico.
–Depende... ¿tendré otro beso si digo que sí?
Brainy volvió a besarla, abrazándola.
–Lo siento–dijo Helga–. Esto no habría pasado si no te hubiera invitado
–Como dije, prefiero verte al almuerzo... y también por las tardes, en nuestro lugar. Es mucho mejor que estar sentado a tu lado más de una hora sin poder hacer esto–La besó otra vez.
–Cursilerías–dijo con una sonrisa–, pero si es lo que quieres, por mí está bien
Volvieron a besarse, refugiados por las sombras del auditorio vacío.
...~...
En la biblioteca de la escuela, los demás terminaban de guardar sus cosas.
Todos estaban incómodos o molestos con la situación.
Nadine se despidió, saliendo de ahí con Edith, aunque ambas parecían incómodas.
–Cielos, eso estuvo mal, Arnold–murmuró Lila–. Realmente mal
–Sí, viejo, eso estuvo feo–Añadió el moreno.
–Lo que Helga dijo estuvo feo–Se defendió Arnold.
–No, Pataki tiene razón–Continuó.
Phoebe miró a Lila, esperando que se fuera y la pelirroja captó la indirecta.
–Adiós, chicos, nos vemos mañana–dijo, para luego correr y alcanzar a sus amigas.
Arnold tomó su mochila y estaba a punto de irse, así que Phoebe le dio un codazo a su novio.
–¿A dónde vas viejo?–dijo el moreno.
–A casa–Bufó el rubio.
–No tan rápido, tenemos que hablar–dijo Gerald.
–No estoy de humor, Gerald
–Tampoco yo, pero es necesario
–Ya me regañaron, ya entendí que debo dejar que Helga se salga con la suya
Phoebe los miró y suspiró.
–Lo sabes, ¿cierto?–dijo ella, frunciendo el ceño.
–¿Qué cosa?–Arnold la observó.
–Yo me encargo, bebé, puedes irte a casa–Agregó Gerald.
–Está bien–La chica le dio un beso en la mejilla a su novio y luego de despedirse de los chicos, se dirigió a la salida.
Gerald miró alrededor y decidió que podían irse por el patio de la escuela, así que arrastró a su amigo y se dirigieron a La Casa de Huéspedes.
–Sabes porqué Helga invitó a Brainy, ¿cierto?–le dijo mientras caminaban.
–Sé que él es su novio–Admitió.
–¿Pataki te contó?
–No, los descubrí por accidente. La semana pasada discutimos por lo del grupo de estudios, se me escapó y ella pensó que tú me habías contado
–Estoy muerto
–No. Le aclaré que los vi en el cine. Y no te hablé de eso porque pensaba que solo Phoebe lo sabía. Por cierto, gracias por contarme–Concluyó con sarcasmo.
–No tenía por qué decirte eso
–¡Eres mi mejor amigo! ¡Se supone que no tenemos secretos!
–No hay nada de mí que no te haya contado, viejo, pero ese secreto no era mío... y además sabes cómo es Pataki, si te hubiera dicho lo menos que haría conmigo sería atar mi cadáver a una bicicleta y arrastrarme alrededor del patio de la escuela
–Helga no podría hacerte eso
–No me arriesgaré a averiguar si puede–Gerald suspiró, frustrado.–. Viejo, escucha. Tienes que dejar de responder a todo lo que hace. Amigo, ¿Qué fue todo eso con Edith?–dijo Gerald.
–Tenía que defenderla
–No es cierto y sabes tan bien como yo que Pataki tenía razón
–Pudo ser más amable al momento de decirlo
–Tal vez hubiera sido más amable si no estuvieras actuando como un ex novio celoso
–¿Qué?
–Cada vez que ella voltea a explicarle algo a Brainy, tú haces lo mismo con Edith. Si Brainy le pide un borrador, tú le preguntas a Edith si necesita algo. Es muy obvio que algo pasa
–No es mi intención
–Oh, claro que sí
Arnold suspiró.
–Lo siento, Gerald. En serio no lo había pensado
–Y, amigo, prepárate, porque va a estar jodido... acabas de fastidiar a Helga G. Pataki ¿Acaso olvidaste el infierno que te hizo pasar?
–Ha cambiado, ya no hace esas cosas
–No sin una razón y acabas de darle una muy buena para que vuelva a molestarte
–¿Qué tan malo puede ser?
...~...
La mañana siguiente Arnold charlaba con su amigo de camino a su casillero. Notó el extraño ruido cuando iba a abrir la puerta, pero fue demasiado tarde. Todos los libros y cuadernos cayeron sobre él, botándolo al suelo.
Alrededor las miradas de sorpresa se mezclaban con las risas. Al final del pasillo Arnold pudo observar a Helga, de brazos cruzados, con una sonrisa, justo antes que se marchara al salón, conforme.
–Amigo, ¿estás bien –dijo Gerald, ayudándolo a levantarse.
–Sí, estoy bien–Respondió Arnold, resignado.
–Viejo, no quiero ser esa persona, pero...
–No digas nada
–...
–Ni una palabra
Con su rostro serio, Arnold recogió sus cosas y las ordenó, para luego cerrar con cuidado su casillero.
Los dos fueron al salón. Helga ni siquiera ocultó su sonrisa mientras él se acercaba a su puesto.
En cuanto se sentó, sintió algo húmedo y pegajoso en su pantalón. Se puso de pie y con una de sus manos revisó que era.
–¿En serio, Helga?–Volteó a verla, con los ojos entre cerrados.– ¿Goma de mascar?
–No sé de qué hablas
–¿No es muy de primaria para ti? Esperaba algo mejor–Explicó con una sonrisa.
Helga lo miró un segundo ¿Acaso no estaba...? Oh, sí, estaba molesto, furioso.
–Solo es el aperitivo, cabeza de balón
–Muero por llegar al plato fuerte
El chico decidió mirar al frente y poner atención en clases, sin molestarse en quitar la goma de mascar de su pantalón.
Gerald y Phoebe intercambiaron una mirada de resignada comprensión.
El resto de la clase ni siquiera se inmutó, es más, les había parecido extraño que durante los últimos meses Helga no hubiera hecho bromas pesadas a Arnold. Quizá se estaba poniendo al día.
El resto de la mañana fue Helga arrojándole bolas de papel al cabello, haciéndole una zancadilla al primer descanso y llenando de papel picado su mochila durante la siguiente clase.
Arnold creyó que estaría a salvo al almuerzo, pero la rubia de pronto apareció, volteando su bandeja de comida antes de desaparecer de la cafetería, dejándolo sin comer.
Al final del siguiente periodo derramó "accidentalmente" una bebida con hielo en sus pantalones.
–¿En serio?–Respondió Arnold.
–Uy, lo siento... tal vez quieras cambiarte... o pensarán que...
–¿Qué, Helga? ¿Todos pensarán que esto fue mi culpa? Como si nadie hubiera visto que fuiste tú quien me arrojó ese vaso encima
–Uf, no eres divertido
Helga se alejó y Arnold fue al baño con su bolso, para cambiar su ropa por el uniforme del equipo.
El efecto de eso fue que varias personas en el salón voltearon a verlo cuando volvió a sentarse, lo que no le agradó para nada a Helga, así que en cuanto sonó el timbre, tomó su bolso y golpeó a Arnold en la cabeza al retirarse.
–¿No piensas disculparte?–dijo Gerald, extrañado.
–¿Qué más da?–Contestó Arnold, sobando su cabeza.
–Amigo...
–Tarde o temprano va a cansarse
...~...
–Helga – dijo Lila cuando iban entrando al gimnasio.
–No intentes sermonearme–Respondió la rubia con indiferencia.–. Debo recordarle a ese camarón quien manda aquí
–No iba a sermonearte... yo... quería agradecerte por regañar a Edith
–¿Qué tú qué? Pensé que era tu amiga
–Lo es, pero también creo que tienes razón. Ella no está estudiando y yo no sabía cómo decirle
–¡Pues abriendo la boca!
–Sabes que yo no...
–Cobarde
Lila no supo cómo responder.
–¿Por qué tienes tanto miedo de ofender a los demás? Yo lo hago todo el tiempo y, sorpresa, el mundo no está en llamas por eso
–No es tan sencillo
–Demonios, Lila, por favor, ¡No puedes quedarte en silencio cada vez que algo te parece injusto! Eso es ser cobarde
–¿Qué sabes tú? ¡Vas por la vida sin que nada te importe!
–Oh, en eso te equivocas, pero te doy un punto por confrontarme–Le puso una mano en el hombro.–. Bien hecho, vas mejorando
Helga se apartó y se dirigió a los camarines para cambiarse.
–Espera–Lila la alcanzó en cuanto pudo reaccionar.– ¿N-no estás enfadada?
–Tal vez... ¿quieres averiguarlo mientras entrenamos?
–¿Vas a torturarme otra vez?
–Quizás
Helga alzó un lado de su ceja y a Lila le pareció una invitación. La pelirroja dudó un segundo y luego asintió.
Esa clase estuvieron practicando esquivar golpes y Lila decidió arriesgarse practicar con Helga. Poco a poco se les hizo más parecido a un baile que a una pelea y las dos eran buenas llevando el compás, tan buenas, de hecho, que pronto dejaron de seguir el ritmo del instructor y empezaron a moverse por su cuenta, lo que terminó con Lila cerrando los ojos justo antes que Helga la golpeara.
Lo siguiente que sintió fue la mano de Helga sujetando su hombro mientras se acercaba a ella y le susurraba.
–Nunca muestres miedo, campirana
Helga se apartó y la invitó a retomar la práctica. Las dos parecían entretenidas.
...~...
Al día siguiente Arnold abrió su casillero con cuidado, pero nada extraño ocurrió. Pudo ir a clases en paz y como Helga lo ignoró, pensó que había sido suficiente.
La chica pidió un pase para salir al baño y regresó en menos de cinco minutos, sin decir o hacer nada que levantara sus sospechas, así que cuando al siguiente descanso Arnold fue a abrir su casillero, no esperaba que una masa de confeti rosa con purpurina le explotara en la cara, cubriéndolo de pies a cabezas y causando un desastre en el pasillo.
Las risas generales no se hicieron esperar.
–¡Pareces una niñita disfrazada de princesa!–dijo Harold, sujetándose su estómago mientras reía.
–¡Eres una reina de belleza!–Gritó Sid, en el mismo tono.
Gerald, en tanto, sacudía de su cabello lo poco que le llegó a él, mientras miraba a su amigo que se quitaba la purpurina lo mejor que pudo.
–¿Ahora sí piensas hablar con ella?–dijo.
Arnold solo negó y los dos fueron al salón.
Tuvo que soportar las bromas todo el camino, y al entrar las risas del profesor y el resto de la clase.
–¿Estás bien?–Preguntó Edith, acercándose con preocupación.
–Sí, no te preocupes...
–Pero tienes todo tu cabello...
–Rosado. Lo sé. También mi cara, la ropa... y creo que hasta los pulmones... –Bromeó.–. No es tan malo, solo un poco de brillo
El chico se sentó, sin poder ignorar que Helga parecía divertida.
Y el resto de la clase la chica se decidió patear su asiento a intervalos, desconcentrándolo.
Arnold decidió que era demasiado y le pasó una nota a Helga.
»¿Podemos hablar en el descanso?«
Helga leyó y releyó la nota. Ni siquiera sabía por qué estaba tan enojada, pero todavía lo estaba. ¿Le daría una oportunidad? No estaba segura, pero no perdía nada.
En cuanto la clase terminó, Helga tomó sus cosas, porque debía irse a Literatura.
–Tienes tres minutos–dijo en cuanto Arnold la siguió al pasillo.
–¿Podemos hablar a solas?–Rogó el chico.
Helga vio a Brainy adelantarse al salón de la clase avanzada, tomó a Arnold por un brazo y lo arrastró en dirección contraria.
–Ahí va un hombre muerto–Comentó Stinky al verlos y media clase asintió.
...~...
Helga lo llevó afuera de la escuela y lo soltó a un costado del edificio.
–¿Suficientemente a solas para ti?–dijo ella, cruzando los brazos.
Arnold asintió, sin levantar la vista.
–Te escucho
–Helga, lo siento
–Woosh, por arte de magia eso borra tus culpas–dijo ella con sarcasmo.
–¿Por qué estás tan enfadada?
–Casi se te escapa lo de... –Bajó la voz.– el tonto fenómeno
–Pero no lo dije. Me estás castigando por algo que crees que iba a hacer ¿no te parece un poco injusto?
–Te castigo porque no era necesario que defendieras a Edith
–No tenías por qué decirle eso
–Sabes que tengo razón
–Tampoco tenías que tratarla así
La chica dio la vuelta.
–No la hubiera tratado así si te hubieras quedado en silencio
Arnold no pudo defenderse. Apretó los ojos y decidió aceptar la derrota.
–Tienes razón. Lo lamento. ¿Podemos dejar esta guerra?
–¿Ahora? Pero apenas empezaba a divertirme–Se burló.
Arnold levantó la vista con una sonrisa y ella le ofreció la mano.
–Tenemos una tregua, cabeza de balón
Arnold tomó su mano y la sacudió.
–Pero nunca olvides que no puedes enfrentarte a Helga G. Pataki ¿estamos claros?
El chico asintió, en silencio.
Helga se fue a su clase, dejándolo ahí.
Arnold sentía como sus hombros subían y bajaban, mientras su cuerpo temblaba.
Solo pudo dejar escapar una carcajada cuando estuvo seguro que Helga se había alejado lo suficiente.
¿Por qué se sentía tan bien que ella le pusiera atención otra vez?
Definitivamente estaba loco, pero había logrado comprobar algo: incluso si no era de la mejor forma, saber que estaba en los pensamientos de ella, al punto de desquiciarla, al punto de enfadarla, al punto de que le hiciera elaboradas bromas otra vez, se sentía mucho mejor que cuando ella lo ignoraba.
...~...
Esa tarde ni Edith ni Brainy llegaron a la biblioteca a estudiar, pero nadie quiso decir nada al respecto. A esa hora a Arnold todavía tenía brillitos en su cabello, pero había llegado al punto de simplemente bromear al respecto.
Tanto él como Helga parecían menos tensos y pasados los primeros minutos, el resto del grupo dejó de pensar en la discusión.
Al final del día, Nadine y Lila fueron a tomar el autobús y Phoebe y Gerald decidieron tener una cita; así que Arnold le ofreció a Helga acompañarla a casa.
Pasaron por afuera de Slausen's y ambos se quedaron mirando la vitrina un segundo.
Si llegamos solteros a los 25...
Helga miró el reflejo de Arnold y le pareció que estaba triste.
–¿Qué ocurre, cabeza de balón?
–¿Irás a mi cumpleaños?–dijo el chico, confirmando con su tono las sospechas de la chica.
Ella cayó en cuenta de que no había pensado en eso desde la discusión.
–No lo sé, soy una persona ocupada–Respondió con una soberbia tan fingida, que era obvio hasta para él.
–Podrías ir con...–Miró alrededor y no vio a nadie que conociera, pero de todos modos bajó la voz.– Brainy. Después de todo invité a toda la clase
Helga miró alrededor y Arnold la imitó con una sonrisa.
–No hay nadie cerca a quien le pueda importar–dijo él–. Por favor. Me gustaría que fueran. Mientras no se pongan como Phoebe y Gerald
Ambos rieron.
–No es que quiera que toda la clase se entere, cabeza de balón–La sonrisa del chico la animó.–. Prometo que intentaré desocupar mi agenda
–Te lo agradezco, Helga
Notes:
Próximo capítulo:
Un tango y el cielo en su mirada
Chapter 28: Un tango y el cielo en su mirada
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Arnold llegó temprano el viernes por la mañana y fue directo al salón. Poco después llegaron Curly, Eugene y Sheena, Sid, Harold y...
–Brainy ¿tienes unos minutos?–dijo Arnold en cuanto lo vio atravesar el umbral.
El chico de lentes pestañeó un par de veces y asintió, volviendo al pasillo.
Caminaron alejándose de la entrada, hasta una de las escaleras de la escuela.
–Quería disculparme. No debí involucrarte en la discusión del otro día... –Continuó Arnold, evidentemente incómodo.–y si esa es la razón por la que ayer no te quedaste...
–No fue por eso. Ya hablé con Helga. No volveré al grupo de estudio–dijo Brainy.
La mirada de Arnold era de confusión.
–No es tu culpa–Añadió, dispuesto a regresar al salón.
–Espera... emh... –Arnold se rascó la cabeza.–. También quería aclarar que tú y Helga están invitados a la fiesta... solo lo digo porque ninguno de los dos ha confirmado si irá... y en verdad me gustaría que fueran
Brainy asintió y siguió su camino.
Entonces Arnold vio a Patty al final del pasillo y decidió hablar con ella para asegurarse de que todo estuviera bien, porque esa semana no recordaba que hubiera almorzado con Harold y sabía que podía ser incómodo que fuera si había algún problema entre ellos, pero en cuanto Patty lo vio, le comentó con entusiasmo que iría a la fiesta, aunque llegaría un poco más tarde.
Cuando Arnold regresó al salón, Phoebe estaba sentada en su puesto, riendo con Gerald, pero la chica no dudar en regresar a su lugar habitual luego de saludar al rubio. Arnold saludó a su amigo, a Phoebe y a Helga. Los dos muchachos repasaron la lista y se dividieron a las personas pendientes de confirmación.
El resto del día y el siguiente pasaron volando.
...~...
Todos los residentes de La Casa de Huéspedes ayudaron a Arnold con la fiesta.
El señor Hyung y la abuela prepararon comida. Suzie y el señor Potts ayudaron a decorar, el señor Smitt le dejó al chico un tornamesa que el abuelo ayudó a instalar, armando el cableado.
Incluso el señor Kokoshka participó: probó cada variedad de aperitivos, se aseguró de que los refrescos no estuvieran envenenados e incluso subió un par de bandejas a la azotea, misteriosamente vacías. Más tarde se instaló en la puerta para recibir a los invitados. Intentó cobrarles un precio de admisión, por suerte Suzie lo detuvo antes que lograra obtener siquiera un centavo de los adolescentes.
–¡Es mi pago justo por el trabajo de hoy!–Se quejaba Kokoshka, mientras su esposa lo arrastraba de una oreja escaleras arriba, hacia su habitación.
–¡Tú no sabes lo que es trabajar!
Sus voces se perdieron tras un portazo.
Phoebe y Helga presenciaron toda la escena antes de subir a la azotea.
Gerald se acercó a recibirlas y se quedó pasmado por la imagen de su novia: llevaba un lindo vestido, en lugar de su azul habitual, era de un tono carmesí y arregló un poco su cabello con una delicada trenza que formaba un cintillo sobre su cabeza.
–Sin duda la chica más hermosa de este lugar–dijo su novio, tomándole las manos–. Puedes decirle a tu guardaespaldas que se retire
–¿En serio, Johanssen?–Respondió Helga, arqueando su ceja.
–¡Pataki! ¿Eres tú? Tú podrías ser fácilmente el chico más guapo de aquí, después de mí, claro
La rubia rompió a reír, porque ese día estaba vestida de forma bastante casual: zapatillas, pantalones anchos, un cortaviento azul sobre una camiseta sin mangas y un gorro cubriendo su cabeza, con su cabello atado en una coleta baja.
–Eres un imbécil–dijo Helga con una sonrisa que le indicaba al moreno que aceptaba de buena gana la broma.
Hasta que Gerald lo mencionó, en ningún momento pensó que quizá tenía un aspecto un tanto masculino y para su sorpresa, eso no le importó. No sonaba como cuando estaban en cuarto grado y los chicos se burlaron de ella por no ser femenina, todo porque Rhonda la dejó fuera de su "Fiesta de chicas".
Phoebe reía por debajo y golpeó con suavidad el brazo de su novio.
–Vamos, Gerald, no la molestes, sabes que Helga es auténtica y no una copia de las revistas de moda–dijo la chica.
–¿Y entonces tú qué eres?–dijo él con curiosidad.
–Una chica de Kentucky con ascendencia asiática–Contestó con una risita.–. Original a mi manera
–Y completamente hermosa
–Me dan asco–Declaró Helga, haciendo la mueca de vomitar.
La pareja rio, hasta que Gerald decidió incomodar un poco más y abrazar ahí mismo a Phoebe, dándole un beso lento.
–Que esas manos no se vayan de paseo sin permiso, Geraldo–Advirtió la rubia, haciendo reír a su amiga, que se apartó un poco de su novio.–. Phoebe, ya sabes
–Afirmativo–Respondió la chica, con un ligero gesto de asentimiento.–. Te avisaré si necesito que me rescates
–¡Ey!–dijo Gerald, fingiendo molestia– ¿Alguna vez ha sido necesario?
–Nunca se sabe–dijo Helga, encogiéndose de hombros.
Phoebe miraba a Gerald, quién, a pesar de parecer molesto, tenía una media sonrisa.
–Disfruten, tortolitos. Iré por algo de beber–Añadió la rubia, apartándose.
Caminó por la azotea con las manos en los bolsillos.
Aunque vio a Arnold al entrar, no se molestó en ir a saludar, ya que estaba rodeado por los chicos de baseball y no estaba segura de que hubieran olvidado lo que pasó el día de la prueba.
Miró alrededor, distraída. Las luces de colores colgaban de la torre de agua, la antena y de algunos postes que pusieron para la ocasión. Los ventanales que daban a la habitación de Arnold estaban cubiertos con alguna especie de lona y delante de estos instalaron las mesas con comidas y bebestibles.
Sintió una punzada de nostalgia. Desde que Phoebe y Gerald comenzaron a salir, fueron muchas las tardes que los cuatro compartieron ahí, ya sea estudiando o simplemente pasando el tiempo. En especial al comienzo, antes que los padres de Phoebe "aprobaran" que tuviera citas.
Recordó su "cita" con Brainy el día anterior. Ella le comentó que no estaba segura si ir al cumpleaños y el tonto fenómeno le contó sobre la conversación que tuvo con Arnold.
–¿Quieres ir?
–Siento que es lo correcto–Explicó Helga, incómoda.–, es decir... somos amigos y ya que se disculpó con ambos... no veo razón para no ir. Además, se esforzó mucho, así que creo que debe ser importante
–Te veo ahí entones
–¿Estás seguro? Tampoco tienes que ir si no quieres
–Será divertido, llevaré música
–No vayas a llegar muy tarde, tal vez me embriague en el sufrimiento de tu ausencia–Concluyó con aire dramático, haciendo reír a su novio.
Por supuesto que no esperaba alcohol en una fiesta de San Arnoldo, lo que confirmó con una sonrisa mientras elegía entre los sabores de refresco.
Con una lata en su mano fue por comida, encantada con la variedad, así que no perdió tiempo en decidir y simplemente fue probando una a una las opciones.
–Gracias por venir, Helga–dijo Arnold, apareciendo de pronto a su lado.
Si acaso ella se sorprendió, no lo manifestó de forma alguna.
–En un gesto de magnanimidad, he decidido honrarte con mi presencia, cabeza de balón–dijo ella, con una sonrisa torcida–. Parece una buena fiesta, aunque no soy experta
Arnold reía despacio.
Ella volteó, observando a quienes bailaban, incluyendo a Gerald y Phoebe.
La abuela del chico tocaba el piano con entusiasmo.
Algunas personas charlaban en sus grupos de amigos, con algo de beber, de comer o ambas. La mayoría de la clase estaba ahí y apenas eran las ocho.
–Me agrada que estés aquí–Añadió él, claramente nervioso– ¿Te gustaría bailar?
Los latidos se volvieron tan fuertes, que por unos segundos cubrieron los sonidos del ambiente y todo se volvió borroso. En ese instante solo existían ellos dos y la invitación en el aire.
–No estoy de humor–dijo ella, eligiendo de una bandeja de canapés–. Tal vez más tarde
–Está bien–Sonrió.–. Lamento si te molesté, puedes comer y beber cuanto quieras... hay más en la cocina si algo se acaba
–Es bueno saberlo, aunque nada de esto se acerca a los cócteles de camarón de la princesa.
–Imposible competir con eso–Rio Arnold.–. No con mi presupuesto. Pero hice lo mejor que pude
–Fue un buen esfuerzo–dijo ella después de probar un par–. Está delicioso
–Me alegra que te guste
Escucharon que alguien abría la puerta.
–Por cierto–dijo Helga y el chico la miró–. Feliz cumpleaños, cabeza de balón
–Gracias
Ninguno se movió hasta que Lorenzo agitó su mano desde la entrada, saludando a Arnold y mostrándole una caja envuelta que llevaba. El anfitrión se vio obligado a acercarse para recibirlo.
Helga se quedó disfrutando la comida hasta que Lila llegó y, luego de felicitar a Arnold, la pelirroja buscó a Helga y la arrastró hasta donde estaban las chicas de boxeo. Patty contaba algunas anécdotas entre bromas y Jenny parecía distraída mirando a los chicos del equipo. Las dos chicas de último año también estaban ahí, pero se notaba que solo estaban pasando el rato para luego irse a otra fiesta.
Cuando llegaron Edith, Nadine y Rhonda, fueron a saludarlas. Entonces Helga decidió ir a molestar a los tortolitos. Gerald charlaba con Sid y Stinky, mientras Harold bailaba con Patty y en otro lado Sheena, Eugene y Curly hacían una coreografía.
Lila apareció para robarse a Stinky y obligarlo a bailar, aunque a él parecía no molestarle. También vio que Rhonda y Edith aceptaban la invitación de unos chicos del equipo de baseball. Helga tenía la idea de que eran de segundo año. Otro chico del equipo luego sacó a Jenny y uno más a Nadine.
Phoebe volvió a la pista con Gerald y Helga se quedó molestando a Sid.
Notó que la mayoría de las chicas bailaban intentando verse "guapas"-o peor, sensuales-. Le incomodaba demasiado, en especial Rhonda, que parecía un poco cambiada, pero no lo suficiente para ser insoportable, solo de una forma en que a la rubia le generaba "ruido mental"-si acaso eso tenía sentido-, pero no podía explicar bien qué era.
Bueno, todas las chicas excepto Sheena, quien simplemente parecía divertirse sin preocupaciones.
Y Lila no parecía ser consciente. Ella era dulce como siempre y guapa solo por existir.
Después de mirar con atención a la pelirroja, concluyó que era una habilidad que venía por defecto con la adolescencia para las chicas "femeninas, delicadas y perfectas".
La abuela dejó de tocar piano y varias personas, entre ellas Gerald, Sid, Harold, Curly, Sheena y Rhonda se disputaron la programación musical. Eso al menos durante los siguientes treinta minutos, hasta que Brainy llegó. Saludó a Arnold con un apretón de manos, le mostró un disco que traía y sin mediar palabras se acercó al reproductor de música para reproducirlo.
Desde hacía años sabían que le gustaba hacer mezclas, pero en esta ocasión se había lucido. Incluso los que se mantenían un poco al margen se integraron a la pista de baile.
Luego el chico vio el tornamesa y decidió sacar a relucir sus talentos de Dj, lo que pareció no molestar a nadie de los que bailaba.
Helga le llevó una lata de refresco a Brainy y se quedó junto a él charlando de forma casual, pretendiendo estar interesada en la música.
...~...
–¿Y cuál es el plan?–Quiso saber Arnold, en cuanto encontró un momento para hablar a solas con Gerald.
–¿Qué plan?–Contestó su amigo.
–¡Ya sabes! Dijiste que ibas a probar "algo" hoy ¿no?
Gerald lo miró confundido unos cuantos segundos, hasta que la comprensión iluminó su rostro y soltó una carcajada.
–No hay ningún plan, solo quería convencerte de hacer la fiesta
–¿Qué? ¡Me engañaste!
–Funcionó ¿o no?
Arnold entrecerró los ojos.
En ese instante se escuchó un golpe y desde el extremo opuesto a dónde el cumpleañero charlaba con su mejor amigo la voz de Eugene resonó.
–¡Estoy bien!
Sheena y Curly lo ayudaron a levantarse y hubo risas eufóricas.
Al parecer entre giros y piruetas se había tropezado.
–¿En verdad quieres comprobarlo?–dijo Gerald–. Vaya, parece que si te interesa la chica
–¿Qué? ¡No! ¡Quería saber...! ¡Me ganó la curiosidad!
–Amigo, mírala
Gerald lo abrazó por los hombros y los dos voltearon a ver a Edith, que ahora bailaba con Sid.
–¿No crees que es guapa?–Continuó.
–Lo es
–¡Entonces ve y pídele un baile!
–No haré eso
–Bueno, no voy a obligarte, pero si quieres bailar con alguien, tendrás que intentarlo. Las nenas no caen solas
–Gerald, deja de decirlo así
El moreno se alejó de su amigo al notar que Jenny se acercaba.
La chica solo quería felicitarlo por su cumpleaños y agradecerle haber sido tan considerado de invitar a todo el grupo de boxeo solo porque algunas de sus amigas estaban ahí. Arnold y ella charlaron un rato, ya que no habían tenido oportunidad de conocerse. Al rato Stinky se acercó a interrumpir, la invitó a bailar y ella aceptó.
...~...
Helga estaba charlando con Phoebe y Gerald, pero decidió volver con Patty y Lila cuando Arnold se unió al grupo. Luego llegó Jenny junto a ellas, quejándose de la torpeza de Stinky.
Rhonda se sentó a descansar y se pasó un tiempo repitiendo lo mucho que le hubiera encantado unirse al club de boxeo de seguir en la escuela. Luego contó sobre las cosas maravillosas que tenía su instituto, que estaba practicando equitación, de lo bello de sus uniformes, de su último viaje, del próximo viaje; y un montón de cosas finas que a nadie más que a ella le importaban.
Más tarde los habitantes de la casa subieron a la azotea con un pastel. Gerald apagó la música y la abuela se instaló otra vez al piano para para interpretar una canción de cumpleaños que todos cantaron.
Arnold cerró los ojos para pedir su deseo y en cuanto los abrió, su mirada se cruzó con la de Helga.
El tiempo se ralentizó mientras se reconocían entre las llamas estáticas, con un viento frío que dejaron de sentir, respiraciones contenidas y un silencio vacío.
¿El hermoso azul cielo de sus ojos era perceptible para él a esa distancia? ¿O su mente lo convencía de que así era de tanto mirarlos?
¿Ella podía sentir su mirada?
¿Y esa sensación en su pecho, qué era?
Deseó poder contemplar esos ojos sin preocuparse por nada.
El brillo anaranjado de las velas le recordó que estaba en su fiesta.
Sopló con fuerza y el mundo volvió a moverse con normalidad cuando todos aplaudieron. Algunas personas se acercaron a abrazarlo y cuando al fin pudo buscar alrededor, Helga ya no estaba ahí.
La música volvió a ser disputada, esta vez por Curly y Sheena.
...~...
Helga y Brainy habían escapado hacia las escaleras de incendio y se sentaron en la segunda plataforma, apoyando sus espaldas en el muro, tomados de las manos. Ahí se quedaron algunos minutos, hablando en susurros.
–Ya debería irme–dijo el chico.
–Dame unos minutos para despedirme–dijo ella, poniéndose de pie.
Brainy la sujetó por el brazo y ella regresó a su lugar, entonces él la besó lentamente, acariciando su mejilla.
–Te estabas divirtiendo–dijo él cuando se apartaron–. Quédate
–¿Qué hay de ti?
–Vine a verte–Añadió besándole la mano.–y ya lo hice
Helga se lo cuestionó unos segundos. Todavía le costaba asimilar que Brainy fuera así.
–Gracias–Le sonrió.–. Nos vemos el martes
–Hasta entonces, mi hermosa Valkiria–dijo él.
Helga se quedó observándolo mientras él descendía con más habilidad de la que esperaba. ¿En qué momento empezó a salir con el maldito hombre araña?
Una vez en el suelo él se despidió agitando su mano para luego alejarse a paso rápido.
En su camino de regreso a la azotea, Helga se detuvo frente a la pequeña ventana que daba a la habitación de Arnold. No resistió echar un vistazo. Entre las sombras no distinguió nada particular, todo parecía seguir como recordaba.
Una vez arriba asomó su cabeza por el borde y miró con precaución a todos lados antes de terminar de subir. Nadie parecía haber notado su ausencia.
Se acercó otra vez a la mesa de comida y desde ahí observó como estaban las cosas: algunos grupos estaban claramente reducidos y varias personas se despedían. Con la música más lenta, las pocas parejas presentes aprovechaban el momento. Por suerte su mejor amiga seguía ahí, abrazando a Geraldo mientras se balanceaban suavemente.
Helga medio sonrió y se sentó en un rincón con un nuevo refresco en su mano, el cual no logró abrir antes que Lila se le acercara.
–Es una linda noche, ¿no?–Comentó la pelirroja, mirando el cielo.
–Supongo–Respondió Helga.
Cuando levantó su cabeza para beber, la observó de reojo. El ingenuo brillo en sus ojos y su rostro alegre enmarcado por algunos mechones desordenados que no le quedaban nada mal. Usaba una falda y un chaleco ese día. ¿Por qué todo lo que usaba le quedaba bien?
–¿Qué te parece la fiesta del cabeza de balón?–dijo de pronto, solo por hacer conversación.
–Ciertamente ha sido divertido. Y Arnold parece popular, vino mucha gente
En ese momento Edith se acercó al chico del cumpleaños para invitarlo a bailar y las dos lo vieron aceptar algo incómodo o quizá nervioso.
Helga no le pudo quitar los ojos de encima.
–Oh, cielos–dijo Lila al notarlo. Dudó un segundo y luego se convenció que no tenía nada que perder.–¿Bailamos?
Helga se encogió de hombros.
–Pensé que nunca me lo pedirías–Respondió con sarcasmo.
–¿Qué?–Lila la miró confundida.
–Olvídalo–dijo ahogando la risa–. Vamos
Le ofreció la mano y ahí mismo comenzaron a bailar. Ninguna se lo tomó en serio, así que simplemente estaban haciendo movimientos tontos, dando vueltas y riendo.
Eugene entonces logró que sonara un tango que bailó entre juegos con Curly, ya que la diferencia de altura le hacía difícil bailarlo apropiadamente con Sheena.
La rubia lo notó y recordó la broma de Gerald. Arqueó su ceja invitando a Lila. Su amiga asintió sin necesidad de acuerdo y en segundos estaban tan coordinadas como si hubieran preparado una coreografía.
Los sonidos del violín, el contrabajo y el chelo eran acompañados por las notas de piano. Lentos al principio, como una invitación.
La pelirroja se movía con desenvoltura y la rubia la sujetaba con seguridad en cada giro, luego cruzaban sus piernas, se apartaban orbitándose la una a la otra, avanzando y retrocediendo, con gran comodidad, acercando sus rostros como si estuvieran a punto de besarse y llamando la atención de todos los presentes.
La intensidad aumentó y las otras parejas dejaron de bailar para observarlas.
Lila era excelente, sus años de ballet le daban piernas firmes y movimientos gráciles. Helga parecía no querer quedar atrás y mantenía su rol con compostura, sin soltar la mano de la chica y manteniendo su otra mano en su espalda, dejando que se apartara apenas lo necesario para voltear.
Ambas se lucieron y terminaron con una pose con una pierna doblada, otra extendida, los torsos pegados y sus rostros muy cerca, mientras respiraban agitadas.
Ambas rompieron a reír cuando cambió la música, Helga se apartó y le hizo una reverencia teatral, que Lila respondió sujetando su falda e inclinándose con elegancia.
–¿Cuándo practicaron eso?–Preguntó Rhonda.
–Oh, lo cierto es que no lo practicamos, solo se dio–dijo Lila–. Quiero decir, yo tomo clases de baile y he bailado tango
–Ayudé a Olga a practicar para una competencia hace un par de años–dijo Helga, encogiéndose de hombros con las manos en los bolsillos de su chaqueta–. Simplemente recordaba los pasos, pero Lila improvisó... eres buena, campirana
–Gracias
–Que gran coordinación–Comentó Curly con entusiasmo.
–Sí, nos opacaron por completo–dijo Eugene con una risa nerviosa.
–Lo lamento–dijo Lila–, no fue nuestra intención ¿Verdad que tengo razón, Helga?–dijo mirando a la chica.
–Ah, sí, como sea–dijo ella.
–¡Enséñenme a bailar así!–dijo Rhonda.
–¡Yo puedo bailar contigo!–dijo Curly de inmediato.
–¡Eso nunca!–dijo la pelinegra, apartándose de él con desprecio.
Arnold intentaba no ponerles demasiada atención, pero después de verlas, en su interior había una mezcla de sensaciones extrañas que no se veía capaz de ordenar.
Se disculpó con Edith por no haber seguido bailando.
–No hay problema–dijo ella–. Fue divertido
–Podemos bailar la siguiente canción
–En otra ocasión. Ya tengo que irme. Nos vemos en la escuela
La chica fue por Nadine y las dos decidieron irse con Rhonda, que se despidió de Arnold mientras Curly la seguía, intentando convencerla de bailar una canción.
Los demás también se despidieron y solo quedaban los tortolitos, Patty, Helga y Lila.
Gerald y Arnold comenzaron a ordenar las cosas, juntando latas tiradas en el suelo, mientras Abner se ocupaba de los restos de comida.
Helga se acercó a su mejor amiga.
–Phoebe, ¿puedo quedarme en tu casa?
–Oh, Helga... es que... –Sonrojada, desvió su mirada a Gerald, aunque no volteó hacia él del todo.
–Oh, sí, no lo conversamos antes, lo siento–La rubia miró también a los chicos, que bromeaban entre ellos.
Patty se acercó a Arnold en ese momento.
–Ayudaremos a limpiar–dijo –¿Por dónde empiezamos?
–No hace falta–dijo él–. Puedo limpiar mañana, se les hará tarde.
–En verdad no es problema–dijo Lila, luego miró a Helga.–¿Qué dices Helga? ¿Ayudamos a Arnold antes de irnos a casa?
–¿Por qué lo haría?–Respondió ella, cruzándose de brazos.
–Vamos Helga, estoy segura que hacer algo bueno por otras se siente bien
–Empieza a recoger basura–Ordenó Patty, entregándole una bolsa
–Sí, mamá–dijo Helga, rodando los ojos.
Las otras chicas rieron, mientras Arnold y Gerald juntaban la comida que quedó intacta en una bandeja para bajarla a la cocina.
Lila los siguió y regresó con un par de escobillones, pasándole uno a Helga, mientras Phoebe sacudía y doblaba los manteles.
En poco menos de quince minutos la azotea estaba impecable y solo quedaba por desarmar las mesas, lo que harían los residentes al día siguiente.
Los adolescentes se despidieron en la entrada de la casa.
–Gracias por la ayuda–dijo Arnold–. Y gracias por venir
–En verdad fue una buena fiesta, gracias por invitarnos, Arnold–dijo Lila.
–Todo gracias a la insistencia de Gerald
–¿Qué puedo decir?–dijo él con orgullo–. Lo que sea por mi hermano
Los dos compartieron uno de sus saludos de pulgares y se despidieron.
–Que descanses–dijo Phoebe.
–Adiós, amigo–Concluyó Gerald, abrazando a su novia.
–Buenas noches–dijeron Lila y Patty casi a coro.
–Nos vemos en la escuela, cabeza de balón–Se despidió Helga.
Arnold cerró la puerta y en ese momento Abner llegó saltando hasta él. El chico le sonrió.
–¿Hoy duermes conmigo?
El cerdito gruñó como respuesta.
–Bien, vamos
...~...
El grupo se alejó un par de cuadras de la casa de huéspedes y se detuvieron para despedirse de los tortolitos.
Lila y Patty se alejaron un poco mientras Helga hablaba con ellos.
–Tengan cuidado en el camino–dijo y luego bajó su tono mirando a Gerald con una amenaza . Y ya sabes, si me entero que hiciste algo malo, Betsy te saludará de cerca–Reiteró levantando el puño
Phoebe reía con toda la situación.
–Helga, Betsy no me asusta–dijo Gerald con los ojos entrecerrados.
–Entonces la acompañarán los cinco vengadores
–Lo que digas–Rodó los ojos.–. Pero el día que lastime a Phoebe te dejaré usarme de saco de boxeo ¿contenta?
–Suena bien–Se encogió de hombros y luego le ofreció la mano.–. Tenemos un trato
Gerald aceptó tomando su mano, para luego despedirse.
Helga abrazó a su amiga y se alejó para alcanzar a las otras chicas.
–Cielos, es bastante tarde–Comentó Lila levantando la vista.– ¿Podrían acompañarme hasta la entrada de mi casa? Me asusta un poco caminar sola
–¿Por qué? Ahora sabes golpear–dijo Helga elevando sus puños y dando un par de golpes al aire, ejecutando a la perfección las técnicas que habían aprendido esa semana.
–No sé si sería capaz de hacerlo
–Sí, no es fácil–Añadió la mayor.–. Una cosa es en la práctica y otra en la realidad
En el camino, Helga notó que la casa de Patty estaba antes.
–Yo acompañaré a Lila–dijo–Puedes irte, no te preocupes.
–¿Y tú que harás? ¿Te irás sola a casa?–Preguntó la mayor.
–Una de las tres tiene que hacerlo–Se encogió de hombros.
–Está bien. Tengan cuidado–Añadió preocupada.
–Buenas noches, Patty–dijo Lila.
–Vamos, campirana, entre antes lleguemos, mejor–dijo Helga.
Las dos caminaron en silencio las cuadras que faltaban hasta la casa de la pelirroja. No era que no tuvieran nada de qué hablar, es que en ese trayecto el cansancio se apoderó de ambas y solo anhelaban la cálida comodidad de una cama.
–Llegamos–dijo Lila, mirando su casa–. Gracias por acompañarme, Helga
–No hay de qué. Buenas noches–La rubia de inmediato se giró para seguir su camino.
Lila la observó alejarse y miró las calles. Por un momento le parecieron más oscuras y amenazantes de lo habitual.
–¡Helga, espera!–Corrió para alcanzarla, porque la chica caminaba rápido.
–No me digas que me irás a dejar a casa, porque pude ahorrarme buena parte del camino
–Estoy segura de que no sería capaz de volver sola–Admitió–, pero ¿Por qué no te quedas en mi casa?
–¿Por qué lo haría?
–Bueno, es tarde, hace frío... y no quiero pensar que podría pasarte algo
Helga reflexionó por un momento.
–Está bien–Decidió, encogiéndose de hombros.
Las dos regresaron a la casa de la chica. Lila entró con cuidado, seguida de la rubia. De inmediato fue a la habitación de su padre y tocó la puerta.
–Papá, acabo de llegar. Traje una amiga, se quedará a dormir
El hombre le dijo que estaba bien, con una voz en que se notaba que seguía medio dormido. Entonces la chica con el mismo cuidado de antes cerró la puerta.
–¿No le molestará que esté aquí por la mañana?–susurró Helga.
–Para nada
En silencio fueron a la habitación de Lila.
–Todos mis pijamas son vestidos, no creo que te gusten, hace años que no te veo usando uno
–Lo que sea que me quieras prestar está bien
Le entregó una camisola rosa que a Helga le recordó su viejo vestido favorito.
–Puedes cambiarte en el baño–dijo Lila.
–¿Qué importa? Nos cambiamos en los camarines de la escuela todo el tiempo–dijo mientras se desnudaba, tirando su ropa a un rincón antes de ponerse la camisola.
La pelirroja seguía congelada cuando Helga volteó.
–Oye, quién lo diría, tenemos tallas parecidas–Bromeó, girando de lado a lado.
–El rosa siempre ha sido tu color–Comentó Lila con una sonrisa dulce.
Intentó imitar la seguridad de Helga para desvestirse y ponerse pijama delante de ella, pero a su mente llegó lo ocurrido tras la fiesta en casa de Rhonda y su rostro se sintió cálido de pronto.
Volvió a acomodar su ropa y decidió cambiarse en el baño con la excusa de aprovechar para lavarse los dientes.
«Helga está loca.»
No era ni por cerca lo mismo que en los camarines. Incluso en esa instancia, la mayoría usaba conjuntos deportivos que habría sido aceptable ver en público, así que no era como que se desnudaran para cambiarse antes de entrenar.
Y las duchas eran cubículos individuales, así que cada una tenía privacidad.
«No es lo mismo.»
«¿Cómo puede ser que no le importe?»
Después de prepararse para dormir, se miró al espejo. Le gustaban sus pecas y su cabello. Le gustaba el tono de su piel. Sabía que era atractiva para varios chicos de la escuela, pero desde que había salido con Arnie, no había tenido otra relación así. Lo intentó, en serio lo intentó, pero no parecía ser buena en tener citas y no estaba segura del porqué.
Trató de no pensar en eso y de no pensar por qué justo en ese momento se le metió en la cabeza.
Tomó su cepillo de cabello y regresó a la habitación, cargando su ropa.
Helga le preguntó dónde estaba el baño y pasó por la puerta junto a ella.
Lila la vio alejarse y tuvo que recordarse cómo respirar.
Cuando su amiga regresó encontró a Lila sentada en la cama, desarmando con cuidado su peinado. Había apagado la luz principal y dejó encendida la lamparita que estaba sobre la mesita de noche.
–Tomé algo de pasta de dientes y enjuague bucal–dijo la rubia.
–Está bien, Helga–Lila sonrió.– ¿Serías tan amable de cerrar la puerta?
–Oh, claro–La chica obedeció.
–¿Quieres que cepille tu cabello?
–¿Por qué lo harías?
–Porque somos amigas. Tu cabello es lindo y puedo notar que lo has estado cuidando y es mejor desenredarlo antes de ir a dormir
Helga se acercó y se sentó en la orilla de la cama, dándole la espalda. Lila quitó la banda elástica y se la entregó, luego pasó el cepillo suavemente desde las puntas, subiendo poco a poco. El cabello de Helga era suave y parecía más sano que en el verano.
«¿Tal vez se había quemado por el sol?»
«¿El cloro de la piscina?»
«¿Helga iba a la piscina?»
«Huele bien»
«¿Qué champú usa?»
–¿Después quieres que cepille el tuyo?–dijo de pronto Helga, sacándola de sus pensamientos.
–No tienes que hacerlo si no quieres
–¿Sí o no?–dijo, irritada.
–Te lo agradecería
Lila terminó de peinar a la rubia y luego le trenzó el cabello hacia un costado.
–Si lo peinas antes de dormir, se quiebra menos–Comentó, mientras convertía la trenza en un moño sobre la cabeza de la chica, para atarlo con una cinta.
–Gracias por el consejo
–Listo
Helga volteó y le pidió a Lila el cepillo, la pelirroja se lo entregó y le dio la espalda.
–Entonces desde las puntas y voy subiendo ¿no?
–Así es ¿Cómo lo haces tú?
–Parto de arriba y sufro todo el camino, hasta que los nudos se rinden o yo me rindo... usualmente lo último
–Por eso se te quiebra tanto
–En las tonterías que te fijas
–Bueno, me gusta tu cabello
En serio quiso responder eso con una broma, pero la terapia con Bliss hacía efecto. Respiró hondo.
–Gracias–masculló, pero eso solo hizo reír a Lila.
Helga pasó el cepillo con paciencia y cuidado, notando la diferencia en los cuidados y la técnica. Bueno, al parecer acababa de aprender algo práctico.
Cuando terminó le hizo la misma trenza y el mismo moño, pero hacia otro lado y lo ató con una cinta que le entregó la chica.
–Listo, campirana–dijo.
–Gracias, Helga–Sonrió.–. Iré a dormir al sofá. Puedes despertarme si necesitas algo
–Podemos dormir juntas, si quieres, aunque entiendo si te incomoda
–Estoy segura que no me incomodaría ¿A ti te incomoda?
–No–Se encogió de hombros.–. Duermo con Phoebe cuando me quedo en su casa
Ambas se acomodaron en la cama, cada una en un lado.
–Buenas noches, Helga
–Descansa, campirana
Lila sonrió y apagó la luz de su lámpara de noche.
Helga se quedó mirando el techo. Si Lila no le hubiera ofrecido alojamiento, no estaba segura de lo que habría hecho, porque ese día Bob y Miriam discutían antes que ella saliera de casa. Ni siquiera notaron que se iba, pero no sabía que habría pasado si la atrapaban regresando tan tarde.
Ahora que Olga no estaba, se preguntaba qué impedía que se divorciaran, porque claramente ella no. Fácilmente podían hacerlo y solo debía elegir con quién quedarse-quien terminara viviendo más cerca de la escuela-. Pero suponía que, con su espíritu competitivo, Bob no aceptaría un fracaso como ese y, su madre por otro lado, no tenía la energía para llevar a cabo por si sola un proceso así de tedioso.
De pronto notó que Lila volteaba. Tenía los ojos abiertos.
–¿Tampoco puedes dormir?–murmuró Helga.
La chica se quedó en silencio, pero incluso en las penumbras la rubia reconoció que abría los ojos con sorpresa.
–Cielos... yo... no...
–¿Qué pasa, campirana?–Rodó para mirarla.
Lila cerró los ojos con lo que pareció ser miedo.
–No voy a golpearte, lo prometo. Ahora habla
–Solo me preguntaba por qué fue que aceptaste quedarte
No quería contarle de los problemas en su casa, ya había aprendido que era mejor no compartir algunas cosas.
–Solo me pareció buena idea, somos amigas, quedarse en la casa de la otra es de esas cosas que hacen las amigas, ¿no?
–¿De verdad me consideras tu amiga? ¿En serio una amiga y no solo una compañera de clases?
–Sí, en serio–Rodó los ojos.–. Escucha. Respeto que te esfuerces. Eres lista, tienes temas interesantes, siempre tienes anécdotas divertidas y ¿viste la cara que pusieron cuando bailamos? Juraría que casi todos los chicos se morían por ser yo y poder tenerte así de cerca
–O por ser yo y estar así de cerca de ti
–¿Ves lo que digo? Somos un buen equipo–Se reía.–. Provocamos envidia
Lila reía despacio.
–Y te mataré si le dices esto a alguien
–Gracias, Helga–Volteó para quedar boca arriba.–. Intentaré dormir
–Igual yo
La rubia le dio la espalda y jugueteó un rato con el borde de la manta. Notó que la respiración de Lila se calmaba hasta volverse suave y constante. Solo entonces se relajó lo suficiente para dormir también. Ya sería problema de la Helga del futuro averiguar cómo enfrentar la realidad de su hogar.
No logró un descanso profundo. A penas notó la luz de la mañana se levantó con cuidado.
Miró con atención el cuarto de su compañera. La situación parecía haber mejorado desde que la conoció y eso la alegró apenas lo suficiente para aliviar la punzada de culpa que sintió por recordar la forma en que la trató.
Mientras miraba el escritorio desarmó con paciencia la trenza y dejó la cinta junto al cepillo. Se cambió ropa, dobló el pijama y lo puso sobre la silla. Luego tomó uno de los cuadernos de Lila, lo abrió al final y escribió un mensaje:
»Gracias, nos vemos en la escuela.
H.G.P.«
Dejó el cuaderno sobre el pijama para asegurarse que lo viera, revisó que las mantas cubrieran bien a Lila y luego salió con cuidado.
Escapar de casas ajenas no era precisamente nuevo para ella, pero por fortuna la puerta de entrada no tenía llave y fue fácil de cerrar desde afuera sin hacer demasiado ruido.
El frío matutino la estremeció. Cerrando los ojos ajustó el cierre de su chaqueta, luego miró a la distancia y se encaminó.
Recorrió las calles que la separaban de su casa como un fantasma.
A esa hora sus padres debían estar durmiendo.
Abrió la puerta con cuidado y se quitó los zapatos para hacer el menos ruido posible.
Sacó cereal con leche y fue a encerrarse a su habitación, quitándose la gorra, la chaqueta y los zapatos. Se envolvió en las mantas de su cama para comer y luego decidió que todavía tenía tiempo para dormir.
...~...
En el auditorio de la escuela, durante una de sus "citas" de la hora de almuerzo, Helga jugueteaba con el cabello de Brainy, bromeando entre besos y ataques de cosquillas en los que él insistía, por más que ella tomara sus manos y lo apartara.
La chica se estaba divirtiendo a pesar de los regaños que pronunciaba y ante la insistencia de él, pretendió alejarse para escapar, pero Brainy la sujetó abrazándola y la besó lentamente.
La sensación de su boca ahogándola era agradable y cálida.
Cuando se apartó, ella se dio cuenta que quería más.
Sintió la frente de él en la suya.
–Te amo
Parecía que él lo decía casi en un impulso.
–Te dije que no volvieras a decirlo–Respondió ella.
Ahora sí estaba enfadada.
Se apartó un poco, abrazándose a sí misma. Su corazón dolía.
Entendía lo que él sentía, pero no entendía por qué. Brainy fue víctima de su lado más violento, testigo de sus improvisaciones solitarias; la vio hacer tonterías e incluso arriesgarse por otro chico. Y sabía que estaba herida... incluso loca en cierto modo... y con todo eso él la amaba ¿por qué?
Todo en su cerebro le gritaba que debía huir, pero sus pies no respondían.
–¿Qué te asusta?–Preguntó él.
–No estoy asustada–dijo ella.
–Si lo estás
Brainy la sujetó y volvió a besarla. Ella volvió a retroceder, apartándolo, pero él la tomó por los hombros y terminó empujándola contra un muro, atrapándola con todo su cuerpo.
El tonto fenómeno era engañosamente fuerte.
–No puedes mentirme–Susurro él en su oído.
Helga cerró los ojos con fuerza.
Escuchar su voz tan cerca, sentir la humedad de su alieno en su oreja, provocó un ligero temblor en su interior.
–Suéltame
Brainy la sujetó de tal modo que ella estaba inmovilizada.
–¿Qué tiene de malo que alguien pueda amarte?–Continuó él sin apartarse.
–Déjame ir–Volvió a ordenar, pero no se atrevió a abrir los ojos.
–No volverás a escapar
Ahí estaba ese tono seguro que ya conocía.
Sintió los labios del chico sobre su boca, besándola con agresividad.
Su pulso volvió a aumentar.
Dejó de resistir y dejó de luchar.
Había algo en toda esa situación que se sentía bien.
Notó que los brazos del chico dejaron de contenerla y ella lo abrazó, sujetándolo con fuerza. Las manos de él otra vez buscaron el borde de su ropa y se deslizaron lentamente, subiendo por la piel de su espalda, acariciando con desesperación.
Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo mientras los dedos rozaban su columna. Era muy intenso y lo estaba disfrutando.
De pronto él apartó su boca de la de ella y de inmediato comenzó a besar su oreja, luego bajó lentamente por su cuello, dando suaves mordiscos, mientras una de las manos de él seguía firme en su espalda y la otra bajaba por su cintura, hacia su cadera, jugando con el borde de su pantalón.
Helga tomó aliento, echando la cabeza hacia atrás, y abrió los ojos, contemplando el techo del auditorio.
Percibía la calidez de su boca y la humedad de su lengua en la piel que la camiseta dejaba ver.
Logró provocarle suaves quejidos que quiso ahogar cubriendo sus labios con su mano.
Sintió que los dedos que recorrían su espalda se tensaban y los que estaban en su cadera, avanzaron con seguridad por el costado y hacia su pierna.
No quería detenerlo, pero algo...
Otro quejido...
Algo estaba fuera de lugar.
–Espera... no...
Se asustó al escuchar su propia voz.
–Para... –Logró decir, pero estuvo segura de que ese tono no lo convencería.
Intentó soltarse otra vez, pero ya no tenía fuerzas.
Los besos en su cuello parecían quemar.
Intentó callar sus quejidos, pero él tenía que haberse dado cuenta...
La mano en su muslo se apretó y mientras la sujetaba sintió como él acercaba su cuerpo.
Y al atreverse a bajar la mirada descubrió que no era Brainy quien la besaba.
–¡Arnold!
Helga se sentó en la cama, ahogada, asustada y con ganas de mandar todo al demonio. Un llanto intenso y profundo se apoderó de ella.
El chico había vuelto a pasearse por su subconsciente hacía semanas, pero desde lo que había pasado en las montañas, era la primera vez que volvía a fantasear con él.
Incluso mientras dormía, sabía bien que Brainy jamás desafiaría una orden suya y no estaba segura en qué momento de ese loco sueño, pasó de estar con un chico a imaginarse con el otro.
En la oscuridad de sus pensamientos sabía que su amor de siempre no estaba muerto. En su escritorio seguía inmaculado el cuaderno que había elegido para escribir su elegía. Cada vez que lo intentaba, se quedaba sin palabras y una fuerza interior se resistía a bajar el lápiz.
–Estúpido cabeza de balón. Como te odio
Lloraba en silencio, como aquel día después que huyó de la casa de su novio. La idea de arrancarse el corazón volvía a ser tentadora. Además, se sentía culpable. El tonto fenómeno en verdad la amaba y aunque ella intentaba ser una buena novia, jamás podría corresponderle. Era completamente injusto, pero le ayudaba tanto tenerlo cerca que no era capaz de alejarlo. Y sabía lo egoísta que sonaba, pero era Helga G. Pataki. Nadie esperaba que no fuera egoísta.
Notes:
¿Qué les pareció?
- - - - - - -
:D se vienen un par de capítulos más y luego una fiesta de Halloween
Ya tengo los disfraces de varios personajes (Helga, Phoebe, Arnold, Edith, Curly, Rhonda, Lila, Stinky, Patty y Harold)
Acepto sugerencias para los demás...
Gerald tiene su disfraz, pero no me convence...
(Ya hay ángel, hada, demonio, pirata, zombie)
Chapter 29: Caminos
Chapter Text
Los gritos de su padre pusieron a Helga en alerta. Otra estúpida pelea que definitivamente no era asunto suyo. Se sentó en la cama restregándose los ojos, al tiempo que una punzada de hambre invadía. Decidió arriesgarse a buscar algo en la cocina.
–¡Hasta que decidiste levantarte!–Le gritó su padre cuando la escuchó en la escalera.
–Hoy no hay escuela, Bob, seguiría durmiendo si no fuera por ti–Respondió Helga, cansada.
–¡Culpa a tu madre que se empeña en arruinar el almuerzo!–dijo él, pendiente del televisor.
Miriam, en la cocina, terminaba de hablar por teléfono.
–Ordené pizza. Llegará en media hora–Anunció al colgar.
Helga reconoció el olor a quemado y vio las ollas todavía humeando, aunque el fuego estaba apagado. Con un suspiro procedió a llenarlas de agua, mientras los pasos de su madre se movían escaleras arriba y hacia el dormitorio principal.
Miriam estaba agotada otra vez y Bob seguía actuando como si fuera el único que llevaba dinero a esa casa, aunque lo cierto era que en ese momento no estaba ganando absolutamente nada.
La ausencia de Olga se notaba. ¿Cómo hacía ella para calmar a sus padres? ¿Y de dónde sacaba energía para cooperar en las labores de la casa? ¿Se arreglarían las cosas si la llamaba?
«Claro que no... nada podría arreglar este desastre»
Los pasos de Miriam volvieron a bajar.
–Hija
–¿Vas a salir?–La interrumpió Helga.
–Sí
–¿Puedo ir contigo?
La mujer pareció pensarlo un instante.
–Necesito que recibas la pizza, toma–dijo, entregándole varios billetes. Luego susurró.–. Veinte son para ti
–¿Acaso Bob no puede hacerlo?
–Lo siento, hija
La adolescente medio gruñó, pero su madre le dio un abrazo antes de irse. Alguien debía hacerse cargo y esta vez le tocaba a ella. Y, con una mierda, no estaba de humor.
Solo en ese momento reparó en la hora. Una de la tarde. Las casi seis horas de sueño debían ser suficientes para sobrevivir ese día.
Tomó un libro de la sala y su chaqueta, para sentarse afuera, en la entrada, leyendo para no pensar. El repartidor llegó unos veinte minutos más tarde. Después de pagar, Helga entró con la comida. Apartó un par de rebanadas para sí misma y le llevó la caja a Bob, quien seguía concentrado en sus deportes.
–Buen provecho–dijo ella, con desagrado.
–¿Y mi cerveza?
–Ya voy
Helga rodó los ojos y volvió a la cocina para sacar un par de latas del refrigerador, pensando que, por suerte, a Miriam no parecían gustarle los mismos tragos, así que no eran precisamente "tentadoras" para hacerla recaer, pero de todos modos odiaba que el alcohol hubiera vuelto a la casa desde que Olga se fue.
–¡Y trae mi revista de deportes también!
La chica regresó con las latas y miró alrededor. La revista que Bob quería estaba a un par de metros de él. Se la entregó con desprecio, apenas reprimiendo el impulso de lanzársela.
–¡Más cuidado!
–Entonces hazlo tú
–¿Qué falta de respeto es esta, mocosa? ¡Miriam!
–No está
–¿A dónde se fue?
–No lo sé. Estaré estudiando, así que no molestes
–Eso es. Ve arriba y aprende algo
Helga volvió a rodar los ojos. Fue a la cocina para buscar su porción de pizza y un par de botellas de yahoo.
Cada tanto escuchaba a Bob maldecir o alabar a algún jugador.
Sentada en su escritorio se acomodó los audífonos y mientras comía escuchó uno de los discos que compró. Era una banda popular. Algo de un enlace de un parque o algo así. No entendía bien la letra de Steve, pero le gustó la música, buenos ritmos y esas cosas electrónicas lo hacían interesante, además, claro, las letras.
Pensaba que al menos tendría clases al día siguiente y vendrían cuatro días en que saldría de casa temprano y llegaría tarde, por lo que Bob no sería su problema.
...~...
A algunas calles de ahí, en La Casa de Huéspedes, Arnold intentaba hacer su tarea, encerrado en su habitación, pero no dejaba de pensar que no terminó de pedir su deseo de cumpleaños, porque fue justo en ese momento que se quedó observando a Helga. Encontrar sus ojos mirándolo directamente... bueno, estaba por apagar las velas, probablemente todos lo miraban, pero solamente podía verla a ella. La única mirada que sintió fue la suya...
Y en su mente se volvió a colar la idea que no dejaba de repetirse:
Si llegamos solteros a los 25 deberíamos casarnos
«No lo dijo en serio.»
«No pudo decirlo en serio.»
«Solo era una buena amiga intentando animarme.»
«No era una declaración de sus sentimientos.»
«Pero... hicimos una promesa.»
«Y cuando lo dijo... ella todavía sentía algo por mí...»
Levantó la vista.
En su mural tenía algunas fotos del paseo a la montaña. Phoebe imprimió copias para todos. En varias se divertían y era obvio que fueron tomadas sin aviso. En algunas Helga lo miraba con cierto afecto.
¿Por qué tenía que explotar en ese paseo?
Todo el tiempo grita, nos trata mal y cree que puede hacer lo que se le venga en gana.
Helga se había esforzado para ser más amable con todos mientras estuvieron ahí.
Nunca escucha a nadie y no le importan las consecuencias. Siempre está alejando a todos con esa actitud indiferente, violenta y mezquina
Y él tenía que sacar lo que sentía en el peor momento.
Solo tiene mascotas, víctimas o juguetes con los que se divierte de formas retorcidas hasta romperlos. Es nociva y corrompe todo a su alrededor...
Odió no haber tenido el valor de explicarle por qué dijo esas cosas.
En el fondo es una persona preocupada y dulce
«Tal vez si lo hubiera hecho... estaríamos saliendo...»
Alguien inteligente y de buen corazón que hace cosas lindas.
Pero ella ordenó que la dejara en paz y él obedeció.
Es divertida, interesante e incluso...
Solo pudo respetar sus deseos y darle espacio.
Atractiva
Brainy siempre estuvo interesado en ella y aprovechó la oportunidad.
«¿Pero merece estar con ella?»
–¿Qué estoy pensando?
Arnold gruñó, escondiendo su rostro entre sus manos.
«En cuánto me gustaría ser yo quien saliera con ella...»
–Pero ahora se ve feliz y tranquila
«¿Y estará enamorada?»
–Supongo
Se levantó y tomó una de las fotos en que Helga lo miraba, mientras él bromeaba con Gerald.
«¿Acaso sonríe así por Brainy? ¿Hay tanta ilusión en sus ojos cuando lo mira a él?»
En la fiesta la vio hablando con el chico, se veía natural y contenta. Además, aunque intentó no hacerlo, volteó cada vez que la oyó reír y pudo notar que Helga estuvo bromeando y riendo con distintas personas. Siempre tenía una sonrisa distinta a las de las fotos.
Y cuando bailó con Lila, se veían bien las dos, como complementos, como un equipo.
Ustedes hacen buen equipo, cubren sus debilidades. Creo que podrían potenciarse mucho
Helga actuaba con Lila con una comodidad y seguridad que siempre tuvo.
Y otra vez las veía bailando en su mente, tan cerca y con tanta gracia.
–¿Por qué todo es tan complicado? No quiero pensar más en ella
«¿En cuál de las dos?»
Lila le seguía pareciendo hermosa y tenía la ventaja de ser dulce, cortés y carismática, todas las cualidades que Helga pretendía no tener. Pero ya no sentía algo por ella. La amistad era mutua y el punto al que llegaron estaba bien para ambos. Podían charlar y pasar el rato sin que fuera incómodo. Incluso al tratar de forzar la idea, ya no sentía que quisiera besarla, tomar su mano o tener citas con ella.
Y con Helga... con ella todo estuvo bien hasta ese paseo. Bromeaban, hablaban, se buscaban mutuamente. Y tal vez pudieron salir si él no lo hubiera arruinado.
¿Y si Gerald tenía razón y no le gustaba realmente Helga? ¿Si solo se sentía culpable por haberla lastimado y? ¿Si acaso estaba tan acostumbrado a…?
Bueno, después de la discusión que tuvieron estaba seguro de que extrañaba su atención... la extrañaba muchísimo.
«Y sus bromas.»
«Y sus burlas.»
Porque significaba que ella pensaba en él.
«Soy un idiota.»
Enojado, trató de concentrarse en la tarea. Leyó sus apuntes de biología.
«Biología.»
¿Y si lo que dijo Ernie era cierto?
Estás creciendo, el cuerpo hace cosas extrañas
¿Y si solo eran las hormonas? Claramente las de Helga estaban haciendo su trabajo y aunque ella intentaba ocultarlo, algunos cambios en su cuerpo empezaban a ser evidentes al punto que ignorarlos era ridículo... y él se encontró varias veces notándolo con un interés mayor del que hubiera admitido... incluso avergonzándose de sus pensamientos.
Eso tenía que ser.
Podía ser un buen chico y no comportarse como un tonto impulsivo, pero no podía controlar cómo se sentía su cuerpo, eso era biológico, así que no podía evitar sentirse atraído por ella.
Tampoco podía evitar que su mente fuera un caos de confusión cuando pensaba en ella.
Y mucho menos podía evitar perderse en el tono zafiro de sus hermosos ojos, ni podía negar que su cabello era hermoso y quería olerlo todo el tiempo, tampoco se iba a engañar diciendo que no miraba su boca y se repetía que ya la había besado, que ya sabía cómo se sentía... y solo terminaba pensando en lo mucho que quería volverlo a sentir. Tampoco era su culpa la sensación eléctrica que recorrió su cuerpo cuando ella lo sujetó para arrastrarlo lejos del salón... nada de eso era su responsabilidad.
Era su cuerpo reaccionando.
Y podía ser que fantaseara con la idea abrazarla y besarla... de tomar sus manos, de sentirla cerca... incluso...
Pero no haría nada al respecto.
No tenía por qué ser algo más.
Porque Helga salía con Brainy y él iba a respetar eso.
Con esa idea se tranquilizó lo suficiente para concentrarse y seguir estudiando.
Las semanas que vendrían extenderían el horario de práctica de baseball, preparándolos para algunos partidos y sabía que llegaría tan cansado, que apenas tendría ánimo para abrir sus cuadernos. Sabía que debía dejar de pensar tanto en todas las cosas que habrían cambiado si hubiera tenido el valor de hablar con ella.
...~...
Al día siguiente Helga se levantó más temprano de lo habitual y una vez que estuvo lista, se quedó mirando por la ventana. En cuanto divisó a Phoebe, bajó corriendo y la saludó conteniendo su entusiasmo. Intuía que después del otro día, su amiga tendría algo que contarle, pero tampoco la iba a presionar. Se dirigieron hacia la escuela con calma.
–¿Mandarina?–le ofreció la rubia.
–No gracias–Phoebe sujetó la correa de su bolso, nerviosa.
Helga medio sonrió y luego peló la fruta para empezar a desgajarla.
–¿Cómo te fue con la tarea de historia?–Preguntó la rubia solo por conversar de algo.
–No estaba tan difícil, creo que podemos compararlas cuando lleguemos
–¿Y el ensayo de lengua?
–Hice lo que pude, ¿puedes ayudarme a corregirlo en el descanso?
–Sí, podríamos ir a la azotea–La miró de reojo.
–Eso estaría bien–Siguió jugando con la correa de su bolso.
–¿Debo preparar a Betsy y los cinco vengadores?
–Eso no será necesario–Apretó las manos con fuerza y bajó la mirada, sonrojada.
–Bueno, Pheebs, con eso me basta. En serio podemos revisar tu tarea en la azotea, disfrutando de la brisa matutina
Helga terminó de comerse las mandarinas y el resto del camino evitaron hablar. Cuando llegaron a la escuela, Gerald y Arnold estaban sentados en la entrada, charlando y riendo como era habitual. La rubia puso atención, por si acaso, porque una parte de ella decidió permanecer alerta, pero no notó nada que le molestara en los gestos del moreno.
El tiempo en clases se les hizo eterno a ambas chicas. Helga sabía que Phoebe quería hablar y ella quería escuchar, así que las dos miraban ansiosas el reloj sobre la pizarra y golpeteaban sus lápices. Pero en algún momento Helga no aguantó más y fingió un dolor estomacal para que la enviaran a la enfermería y Phoebe se ofreció a acompañarla. Así que la dos tomaron sus cosas y salieron del salón, escapando por los pasillos. El timbre sonó cuando abrieron la puerta que conducía hacia la azotea.
El sol brillaba con fuerza ese día, así que se sentaron en la escalera, dejando la puerta abierta.
–¿Entonces corrijo tu ensayo?–dijo la rubia, arqueando su ceja.
Su amiga asintió y buscó en su mochila.
–Te lo agradecería–dijo cuando le entregó la hoja.
Helga sacó un lápiz de su bolsillo y leyó con rapidez, concentrada, añadiendo pequeñas notas y correcciones aquí y allá.
–Está bastante bien, Pheebs–dijo unos cinco minutos después–. Sustituiría un par de conceptos y eliminaría esto, es redundante–Le explicó mostrándole las notas.–. Todo lo demás, está excelente
–Gracias, Helga
La chica recibió de vuelta su tarea y la guardó en su cuaderno, jugando nerviosa con la tapa.
Helga la miraba con una media sonrisa.
–¿Tercera o cuarta base?–Preguntó de pronto.
Phoebe se paralizó y Helga pudo ver cómo se sonrojaba hasta las orejas, para luego esconder su rostro tras su cuaderno. Se puso de pie y salió a la azotea con cuidado, evitando mirarla. Una vez afuera, se recostó boca arriba, todavía escondiéndose.
–¡NO ESTOY LISTA PARA HABLAR DE ESTO, PERO QUIERO DECÍRTELO!–Ahogó el grito tras el cuaderno.
Su amiga la siguió, cerrando la puerta tras de sí. Se sentó junto a ella, cruzándose de piernas.
–¿Te avergüenza?–preguntó Helga.
Phoebe, detrás de su cuaderno, asintió.
–¿Sirve si nos sentamos espalda con espalda y me lo cuentas mirando el cielo?
Phoebe volvió a asentir. Entonces Helga la ayudó a sentarse y se acomodó detrás de ella y apoyándose contra la espalda de su amiga.
–No te juzgaré y puedes hablar a tu ritmo–Añadió la rubia.
–¿Bliss te enseñó esto?
–Sí–Sonrió.–. Hay cosas de las que me cuesta hablar y me dijo que podía intentarlo así–Le ofreció la mano y Phoebe la tomó.–. Te escucho cuando estés lista y entenderé si no lo estás
La asiática respiró profundo tratando de calmarse. Incluso sabiendo que Helga no la veía, tuvo que cerrar los ojos para ganar algo de tranquilidad.
–El sábado los padres de Gerald fueron a visitar a Jamie-O–Comenzó y luego se detuvo.–. Se llevaron a Timberly. Volvieron hasta ayer en la tarde
Helga apretó su mano con cariño.
–En la fiesta Gerald me contó que discutió con ellos porque esperaban que él también fuera, pero ya sabes como son los chicos, Gerald no iba a perderse el cumpleaños de su mejor amigo
«La excusa perfecta para tener la casa a solas un fin de semana»
Helga lo pensó y no quiso decir nada. Pero su amiga pareció adivinarlo.
–No fue él quien lo planeó. Yo... reflexioné bastante y en algún momento le dije que tal vez podía quedarme con él
Con su mano libre, Phoebe se quitó los lentes y jugó unos segundos con éstos, antes de continuar.
–Llamé a casa y dije que me quedaría contigo... perdón por no avisarte
–No te preocupes, yo tampoco llegué a casa
–¡¿Qué?!–Phoebe volteó a mirarla, acomodando sus lentes con esfuerzo.
–Después hablamos de eso
Phoebe volvió a su posición y apretó la mano de Helga con suavidad. La rubia le acarició la mano con su pulgar.
–Solo iba a dormir con Gerald. No tenía otras intenciones y eso acordamos. A él le hacía ilusión verme dormir y despertar juntos
Helga hizo el esfuerzo de tragarse el "qué cursi".
–Pero con las luces apagadas, besándonos... pasaron cosas... yo... no sé, Helga, no estoy segura... siento que no soy así... que estuvo mal
–¿Por qué?
–Porque no debimos hacer esas cosas
–¿Hizo algo que te hiciera sentir mal?
–No
–¿Hiciste algo que lo hiciera sentir mal?
–No que me haya dicho, al contrario
–Entonces olvídate de las tonterías. Si no hay heridos, no hay nada malo
–Creo que eres la única que lo ve así
–No, solo soy la única que no tiene miedo de decirlo
Hubo un largo silencio y Helga volvió a apretar la mano de su amiga con comprensión.
El timbre sonó, pero ninguna se movió.
–Helga, ¿podemos... saltarnos la clase?
–Sí, a mí no me importa y creo que tú sabes más que el nuevo profesor
–Que mala eres
–Soy realista, Pheebs
Se quedaron contemplando el cielo. Helga se divertía mirando las nubes, tratando de imaginar animales y no personas... no esa persona y su estúpida y perfecta cabeza...
–Gerald fue muy dulce–Añadió Phoebe de pronto.
–¿Por qué no lo sería? Te ama, se nota en la forma en que te mira–Su amiga pudo notar en el cambio de tono que sonreía.–. Lo amenazo solo por hábito, ya sabes, tengo una reputación que cuidar, pero la verdad es que confío en él... y confío en que si él te lastima me pedirás ayuda
–Gracias, Helga
Otro largo silencio.
–Entonces... ¿Qué tal se siente? ¿Hay algo diferente?
–Oh... en realidad... –La chica bajó un poco el todo.–no lo hicimos... no como tal... pero... fue divertido, romántico y cálido pasar una noche con él...
Después de la fiesta, cuando Phoebe y Gerald llegaron a la casa de la familia Johansen, ambos estaban un poco nerviosos. Fueron de inmediato a la habitación del chico.
–¿Quieres tomar un baño antes de dormir?–Le preguntó él.
Phoebe asintió, mirando el suelo.
Gerald le dijo que esperar un momento. Ella escuchó que ordenaba un poco el baño antes de anunciarle que podía ir. Entró con cierta vergüenza.
–Hay algunas toallas limpias aquí... y en la repisa de la ducha hay de todo... creo–dijo él, evitando mirarla.–. Estaré en mi habitación... puedes llamarme si necesitas algo
El chico pasó junto a ella para salir del baño.
Phoebe sentía su corazón latir muy rápido.
Iba a tomar un baño en la casa de su novio.
Estaban solos.
Estarían solos toda la noche.
Observó su reflejo en el espejo y se sonrojó.
¿Ella era la clase de chica que le mentía a sus padres para pasar una noche a solas con su novio?
Siempre creyó que no lo sería.
Y ahora que acababa de hacerlo no se sentía mal por ello. Creyó que debía sentirse mal, pero... no era como ir a un lugar peligroso o estar saliendo con un delincuente que pudiera lastimarla. Era Gerald. Estarían a salvo en esa casa. No estaban haciendo nada malo. ¿Cierto? No estaban bebiendo alcohol, ni consumiendo sustancias extrañas ¡Ni siquiera tomaban café!
No era una chica mala, ni una mala hija, ni una rebelde. Solo... tenía la oportunidad de pasar una noche con su novio y sabía que sus padres no estarían de acuerdo con ello. Quería saber cómo era dormir con la persona que amaba ¿Sería como en las historias románticas, en las canciones, los libros, las películas? Tanta ficción creada en torno a una emoción tan profunda, tantos encuentros y desencuentros... ¿acaso sería así de hermoso? ¿O estaba encandilada por su inexperiencia? ¿Y si la realidad era incómoda? ¿Molesta? ¿o simplemente carente de magia?
¿Y si él intentaba que pasara algo más?
No, eso no iba a pasar. Estaba segura. Gerald no la presionaba, incluso si ella sabía que él quería más. Siempre le repetía que podía esperar, que estuviera segura, que las cosas pasarían cuando se sintiera lista.
Y al verse al espejo supo que no lo estaba. Todo en ella era vergüenza e inseguridad.
No se odiaba, no odiaba la imagen de lo que era. ¿Pero era ella atractiva en verdad? No era alta, ni curvilínea como las modelos de las revistas. Y en su mente podía saber que no tenía que serlo para ser amada, pero no podía evitar sentir que no era lo que se esperaba...
¿Qué esperaba él? ¿Qué pasaría si se decepcionaba? ¿Dejaría de amarla? ¿Gerald miraría a otras chicas?
A él no le costaba coquetear, incluso cuando eran niños siempre fue galante, tenía gestos que fluctuaban entre la cortesía y el cortejo. Y Phoebe sabía que no era así solamente con ella. Pero desde que empezaron a salir, no lo había visto hacer eso con otras chicas y continuó haciéndolo para ella, en especial cuando estaba desanimada, porque siempre conseguía hacerla reír, ya sea reír en serio o una suave risa nerviosa que siempre los llevaba a besarse.
Y estaba locamente enamorada de él, de sus bromas, de sus reflexiones, de su sabiduría en las calles, del tono que usaba para contar historias y en especial del tono que usaba para susurrarle lo mucho que la amaba.
–Gerald–Llamó, un poco ahogada, con duda.
Supo que él no la escucharía y no se sentía capaz de subir la voz. Así que salió del baño y fue a la habitación del chico, que miraba distraído uno de sus cómics.
–¿Qué pasa, bebé?–dijo él al verla entrar– ¿Ya terminaste? Eso fue rápido...
Phoebe negó, y bajó la vista hacia el suelo.
–¿Qué... tienes?–Gerald se acercó a ella, preocupado.
Phoebe susurró algo, pero su voz apenas se distinguía, así que Gerald se acercó un poco más.
–No te escuché bien–dijo él.
Con afecto le dio un beso en la cabeza, acarició su rostro y la invitó a levantar la vista.
–Si no estás cómoda quedándote conmigo puedo llevarte a casa–Añadió.
Ella cerró los ojos y negó.
–¿Entonces qué tienes, bebé?
Phoebe apretó los puños y sintió la calidez en sus mejillas.
–¿Qu-quieres... bañarte conmigo?–Logró decir.
Gerald se sonrojó también, pero sonreía.
–Claro que sí
–...y compartimos la cama... desnudos... –dijo sonrojada.
Después de un largo silencio, Helga decidió hablar.
–Gracias por confiar en mí, Pheebs ¿Hay algo más que quieras decir?
–No, Helga, gracias por escucharme
La rubia volteó para abrazar a su amiga por la espalda.
Phoebe era de los pocos contactos que disfrutaba. Le costó mucho aceptar que quería dar y recibir abrazos. Pero hacía algunos años que, cuando estaban solas, era una de las instancias que aprovechaba para buscar afecto en ella. Se sentía segura con ella y quería que su amiga se sintiera igual, no solo con su agresividad frente al resto, también en su mutua vulnerabilidad cada vez que eran honestas.
–Ahora tú–dijo de pronto la chica, acomodando sus lentes otra vez– ¿Por qué no llegaste a casa? ¿A dónde fuiste?
Helga la soltó y se sentó a su lado, cruzando sus piernas y apoyando sus brazos atrás, estirándose.
–Me quedé a dormir donde la señorita perfecta
–Eso es bueno, Helga. Lila parece ser una buena amiga
–¿No te molesta?
–¿Por qué me molestaría? Es bueno que tengas más amistades, a veces me preocupa que te quedes sola si yo no estoy cerca
–¿Fue por eso que no aceptaste cambiarte de escuela?
–Prometimos no hablar de eso
–Quiero saber
–En parte porque me preocupabas, en parte porque quería quedarme. Tú y Gerald son muy importantes para mí. Puedo ser una nerd en cualquier escuela y puedo ser su novia si no estoy aquí, pero ser tu amiga cada día es una oportunidad única
–Lo dices como si yo valiera la pena... y las dos sabemos que a veces soy del asco
–Eres una buena amiga, Helga–Esta vez fue ella quien la abrazó.–. Y desafiaría a un duelo de esgrima a cualquiera que se atreviera a decir lo contrario
–Serían muchos duelos, tendrías que organizar un torneo
–Tonta
Las dos rompieron a reír. Se quedaron esperando el siguiente descanso para regresar al salón. Le pidieron los apuntes a Sheena.
–Hay un proyecto para la clase del viernes–Mencionó la alta chica.–. Empezamos a trabajar esta clase y como eran las únicas que no estaban, el profesor las asignó juntas...
–Eso significa... –Helga miró a Phoebe.–que tendremos que estudiar esta tarde, ¿no?
–Afirmativo... y también mañana. Puedo esperar a que salgas de boxeo–Consideró Phoebe.
–Está bien–Aceptó Helga.–. Bueno, me marcho. Sheena, te devolveré tu cuaderno después de almuerzo
–Sí, no hay problema.
Helga tomó sus cosas y se marchó a la otra clase. Mirando de reojo a Arnold y el puesto vacío de Brainy.
«Demonios... »
Tendría que cancelar sus planes de esa tarde con su novio.
Al llegar al salón se sentó con él y murmuró que después de estudiar en grupo iría a casa de su amiga para trabajar en el proyecto. El chico asintió, sin mirarla.
Incluso si llevaban varias semanas desde el inicio de las clases, no habían hecho nuevos amigos en esa clase. Al ser los únicos de primer año ahí, siempre se sentaban juntos. Y a Helga eso le parecía bien, de todos modos, los de tercer y cuarto año no les prestaban atención y probablemente ni siquiera sabían mucho de su grupo. En ese salón y por dos periodos a la semana, Helga era simplemente una nerd de las letras, algo que bajo ninguna circunstancia podía permitirse evidenciar en su salón.
...~...
Se vieron en la azotea durante el almuerzo del miércoles, pero a ella no se le escapaba que su novio actuaba extraño, incluso para sus estándares. En vez de su rareza habitual, parecía distraído y algo taciturno, pero de todos modos era afectuoso con ella y cuando le preguntó si pasaba algo solo se encogió de hombros, evitando su mirada.
La rubia no podía culparlo. Aunque sentía cierto afecto por Brainy, él no estaba por sobre sus responsabilidades académicas y aunque ese semestre la estaba agotando, no podía permitirse bajar sus calificaciones.
Por otro lado, su relación seguía causándole cierto pánico. Apenas podía manejar las reacciones de sus amigos cercanos. No podía imaginar cómo serían la situación si acaso se enteraban idiotas como Harold o Sid, las burlas de la princesa Lloyd o cómo la juzgarían Nadine o incluso Lila.
Notó un par de veces que él intentó sacar el tema otra vez, pero ella no era capaz de decirlo en voz alta. Ella, de todo el mundo, habría sido capaz de enfrentarse a todos si la hubieran molestado por salir con él, pero... no quería lidiar con que alguien se burlara de lo que sentía, incluso si no era tan intenso, ni tan profundo.
Y Brainy entendía.
Al menos esa idea fue suficiente para mantener la cordura esos días.
...~...
El sábado ella llegó al parque mucho más temprano de lo habitual y lo esperó en el lugar de siempre.
El chico también llegó antes de lo pactado y por su expresión notó que él se sorprendía de su presencia. Brainy se quedó de pie a un metro de ella, nervioso.
–¿Así que esto es todo?–dijo Helga, cansada del silencio.
El chico evadió su mirada.
–Brainy, no soy idiota y entiendo si quieres terminar conmigo, no soy la mejor novia que existe
El chico dejó escapar un suspiro y se sentó junto a ella. De su bolsillo sacó las copias de las llaves de la azotea. Helga las guardó y ambos miraron a la distancia.
–¿Puedes decirme qué pasó?–Nuevamente ella rompió el silencio tras varios minutos de incomodidad.
–Las últimas semanas, ha sido difícil verte de lejos en la escuela, no poder tomar tu mano o abrazarte. Tenía muchas ganas de besarte en la fiesta
–Lo siento, Brainy–Cerró los ojos, furiosa consigo misma.
Trataba de recordar ese día, ella no tuvo ese impulso, así que la culpa que provocaban sus sueños creció.
–Fue divertido pasar tiempo contigo y poder estar juntos, pero desde el momento en que decidí reunir el valor de invitarte a salir, sabía que esta relación tenía fecha límite
–¿Por qué ahora?
–Volviste a mirarlo como antes
–Yo no...
El chico acercó su mano al rostro de ella, acariciando su mejilla.
–No puedes mentirme–dijo.
Helga sintió un ligero escalofrío con esas palabras. Brainy le sonrió, se acercó y le dio un cálido beso en la frente.
–Te conozco mejor que nadie, llevo años observándote. Aunque no me hayas contado qué pasó, sé que te lastimó y sé que todavía te duele, pero lo amas... y eso no va a desaparecer por estar conmigo. Sé que nunca podría hacerte feliz
–Lo siento, Brainy, nunca fue mi intención utilizarte
–Lo sé, sé que intentaste hacer que esto funcionara–lo dijo con una sonrisa sincera–. Seguirás siendo mi hermosa valquiria, mi primer beso y mi primera novia. Y te seguiré escribiendo poemas, pero ya no podrás leerlos
–Es una verdadera lástima–Medio sonrió con tristeza.–. Tus versos son en verdad sobresalientes
Volvieron a mirar la distancia, mientras él tomaba su mano. Después de un largo rato, Helga respiró profundo.
–Gracias por todo, tonto–dijo.
El chico sonrió.
–Me gustaría que me consideraras un amigo, como antes
–¿Lo dices en serio?
–Sí. Ya dejé de seguirte, así que tendrás que llamarme por teléfono si necesitas hablar o quieres compañía. Podemos venir aquí cuando lo necesites. Este seguirá siendo nuestro lugar
Helga sonrió, mientras él se levantaba.
–Fuiste un buen novio, espero que algún día encuentres con quien ser feliz
El chico volteó y se acercó a ella, dándole un último beso, lento, cálido, apasionado, pero triste.
Cuando se apartaron, Helga notó el dolor en su mirada y se preguntó qué tan difícil fue tomar esa decisión y qué tanto la quería... como para estar dispuesto a dejarla ir, para que fuera feliz.
El problema era que ella no podía ser feliz con Arnold, porque estaba segura que Arnold nunca la amaría.
...~...
No quiso contarle ni siquiera a Phoebe. Así que durante la siguiente semana pasó los almuerzos escondida en la azotea. Leía, estudiaba o escuchaba música. Pretender era parte de sus hábitos, así que ninguno de sus amigos cercanos hizo comentarios al respecto.
Quiso varias veces tomar la palabra del chico y llamarlo para verse y no estar en la residencia Pataki, pero decidió darle algo de tiempo. No era fácil mantener una amistad con una persona por la que se siente algo más y ella era quien mejor lo sabía. Así que se dedicó a vagar sola.
Aprovechó el dinero que le dio Miriam para pasar parte de su tiempo libre en los arcades. Encontrándose un par de veces con el trio de tontos, es decir, Harold, Stinky y Sid. Probó todas las máquinas nuevas y le llamaron la atención unas de baile. Eran perfectas. Además de ayudarle a matar el tiempo, la agotaban lo suficiente para llegar directo a dormir. Y cuando estaba agotada, no soñaba o al menos no recordaba sus sueños al despertar, lo que representaba una enorme ventaja al momento de relacionarse con el estúpido cabeza de balón.
Chapter 30: Confusión
Chapter Text
El fin de semana siguiente el equipo de baseball tendría su primer partido contra otra escuela. La mayoría de los chicos estaban emocionados y nerviosos.
Helga fue a verlo junto con Joshua. Los dos portaban credenciales de "Prensa" que incluía sus nombres, fotografía y el logo de la escuela. Las habían hecho el día anterior entre bromas y las imprimieron solo para ver hasta dónde podían llegar. Helga no podía quejarse del resultado. Buena ubicación.
Entre los asistentes distinguió a Phoebe en un lugar preferencial. Luego miró al lugar donde estaba el equipo, divisando a Arnold junto a Gerald, detrás de ellos Stinky, los tres parecían estar bromeando. Medio sonrió, para luego tomar la cámara y fotografiarlos.
Buscaron una buena ubicación esperaron que empezara el partido. La chica sabía cómo escribía Joshua, lo había leído todo el año pasado. Sus relatos se limitaban a aspectos técnicos. Estaba decidida a ponerle algo de pasión solo por tirar un poco los hilos y también para demostrarle a Siobhan que Helga G. Pataki no era solo buena usando un diccionario.
Una vez que inició el partido, tomó notas rápidas, al tiempo que tomaba fotografías. El juego se intensificó poco a poco. La escuela rival era la 115, tercer lugar el torneo del año anterior, donde la 118 quedó en sexta posición. Así que claramente debían defender su honor. Pero poco a poco la 118 se impuso.
Helga odiaba no estar jugando ahí, pero al mismo tiempo disfrutaba con pasión ver a sus compañeros y amigos pateando el trasero del equipo rival. Tomó un montón de fotografías, mientras Joshua junto a ella solo se dedicaba a ver el juego, pero parecía concentrado. Le llamó la atención que no tomara notas. Tal vez ya que ella estaba ahí se había relajado y pensaba dejarle el trabajo. Decidió que eso lo discutirían más tarde.
Cuando el partido finalizó, el público visitante elevaba gritos de victoria. El equipo celebraba y Phoebe bajó a la cancha para abrazar a Gerald. Helga capturó ese momento. Luego le dijo a Joshua que fueran a tomar fotografías al equipo, así que los dos se acercaron y enseñando sus credenciales, pudieron acceder también a la cancha.
Phoebe la vio acercarse entre otras personas.
–¡Helga! ¡Dijiste que no podías acompañarme porque tenías trabajo que hacer!–Reclamó la chica.
La rubia se acercó y le enseñó la cámara y la credencial.
–En eso estoy–dijo con una sonrisa–. Es mi primer trabajo como parte del periódico escolar
–Pensé que lo habías descartado
–Pues decidí intentarlo–Miró a Gerald.–. Johanssen, como la estrella de partido ¿una foto para la portada?– Levantó la cámara.
El moreno sonrió y posó para la cámara abrazando a Phoebe, la chica sonrió avergonzada.
–No piensas publicar eso, ¿cierto?–dijo la asiática, acomodando sus lentes.
–¿Quién sabe? Si es la mejor fotografía, tal vez sí
–¡Helga!
–Felicidades por ganar su primer partido–dijo Joshua.
Gerald recibió varios abrazos de otros jugadores, hasta que llegó el cabeza de balón.
–Hola chicas–Miró la credencial de Helga.– ¿Te uniste al periódico escolar?
–En efecto
–Espero que esta vez escribas noticias reales
–Por favor, Arnoldo, solo le di al público lo que quería–Levantó la cámara.– ¿Una foto para el recuerdo?
–Está bien–el chico le sonrió y ella capturó la fotografía.
–Buen trabajo, Pataki–dijo el alto y musculoso chico, tras ella.
La chica de inmediato notó la incomodidad.
–Ah, cierto, él es Joshua, de cuarto año–Lo presentó Helga.–. Bueno, ya conoces a Gerald, ellos son Arnold y Phoebe, amigos de mi grado
–Un gusto–dijo él, dándoles la mano, luego miró a Helga–. Pataki, creo que tenemos lo necesario ¿nos vamos?
–Sí, vamos–Miró a sus amigos.–. Disfruten la celebración, nuestro trabajo recién comienza
La rubia se retiró junto al tipo alto y fornido. Definitivamente era la clase de chico que pasaba buena parte de su tiempo en el gimnasio. ¿Por qué estaba en el periódico escolar?
Arnold sacudió la cabeza y decidió volver a la realidad. No era asunto suyo, no lo conocía y definitivamente no podía ser del tipo de Helga... y aunque lo fuera... ella tenía novio... y aunque no lo tuviera, tampoco era asunto suyo, porque la rubia le atraía solo por algo físico-hormonal.
...~...
Joshua y Helga fueron a la escuela y entraron a la sala donde solían reunirse. El chico se sentó en una computadora y la encendió.
–No pienses que te prestaré mis notas–dijo Helga.
–¿Por qué las querría?–Quiso saber Joshua.
–Para escribir lo que sea que vayas a escribir–Respondió la rubia en un tono que implicaba "obviamente".
El chico movió el cuello de lado a lado un par de veces mientras la computadora mostraba el logo. Luego ingresó al sistema operativo, abrió un documento de texto, cruzó sus dedos estirando sus manos, luego las posicionó sobre el teclado y comenzó a escribir a una velocidad sorprendente, mirando la pantalla con concentración.
La chica se quedó pasmada mientras la "hoja" se llenaba con un relato del partido. Escueto, carente de pasión, pero completamente certero y concordante. Detalló lo ocurrido en cada entrada, de inicio a fin, cada jugada, cada carrera, cada falta, todo. Helga un par de veces miró su libreta para corroborar, pero cuando subía la vista ya había al menos tres o cuatro líneas más en la pantalla. Una hoja y media fue suficiente.
–¿Cómo hiciste eso?–Preguntó la chica.
–¿Hacer qué?
–Recordar todo el partido con tanto detalle
–Es mi talento–Sonrió.–. Cuando veo un partido se graba en mi cabeza, cuando tengo que escribir, lo veo como si estuviera en velocidad rápida y anoto todo lo importante
–Increíble–Lo miró.– ¿Qué clase de androide eres? ¿Un experimento de la CIA? ¿Un prototipo de la NASA? ¿Huiste de la KGB?
El chico dejó escapar una carcajada.
–No eres la primera persona que me dice algo así
–Y tu "don" ese, ¿sirve para las clases? Digo, puedes repasar una clase en tu cabeza durante un examen
–Así es como he llegado tan lejos
–Que envidia
–Estoy seguro de que tienes tus talentos
Se apartó de la computadora y le ofreció el espacio.
–Hagamos un trato. Vamos a los partidos, tú tomas fotografías, yo escribo los hechos y tú le pones corazón
–¿Por qué no lo haces tú?
–No sé hacerlo, no se me da bien la narrativa
–¿Y quién dice que yo puedo hacerlo?
–Leí tu ensayo y luego hablé con un par de maestros. Sé que estás en la clase avanzada. Dicen que eres buena
–Eso no debería ser de dominio público–Lo miró arqueando la ceja.
Joshua volvió a hacer un gesto ofreciéndole la silla frente a la computadora.
Helga se sentó y repasó lo que él había escrito. Abrió un segundo documento y procedió a convertir un conjunto de datos en una historia apasionada sobre un enfrentamiento épico entre los dos equipos. Le tomó bastante más tiempo que a él, pero en cuanto estuvo conforme, se lo enseñó. El chico asintió con una sonrisa.
–Admirable
–Lo sé–dijo ella, orgullosa.
Luego revisaron las fotografías. Helga envió al correo de su amiga la que le tomó abrazando a Gerald y luego la borró de la memoria de la cámara. Eligieron algunas del estadio, un par de la cancha durante el partido y otra de la celebración al final.
Cuando terminaron, Joshua le envió todos los archivos a Siobhan y Gracia.
El lunes por la mañana llegarían un poco más temprano para imprimir el periódico, consideraban esencial que tuviera la información del partido.
–Con eso estamos, Pataki–dijo el chico apagando la computadora.
Helga dejó su "credencial" de prensa sobre la mesa y tomó su bolso.
–Nos vemos la próxima semana–dijo ella saliendo de la sala.
Caminó hacia su casa. No quería soportar a Bob, pero había demasiadas tareas hogareñas por hacer y su madre necesitaba descansar.
...~...
El lunes cuando se distribuyeron las copias del periódico escolar, Gerald estaba encantado. En primera plana la foto del equipo rodeándolo y otra foto suya, destacándolo como la estrella del partido.
–¿Ya viste el periódico de esta semana?–dijo al encontrarse con Arnold frente a los casilleros.
–No ¿Qué hay de interesante?
–¡El partido del sábado!–El moreno agitó una hoja delante de su amigo, quien la tomó entusiasmado. Varias de las fotografías eran realmente interesantes.
En letras grandes el encabezado decía "Espectacular regreso de la 118".
En cursiva, después de la bajada, decía Por J y P.
Supuso que el apellido de Joshua debía ser con jota, porque la P tenía que ser por Pataki. ¿Por qué no firmaron con sus nombres?
Luego leyó el artículo tratando de no pensarlo mucho.
–Te hicieron quedar como un héroe–dijo Arnold con sinceridad–. Felicidades
–¡Ganamos nuestro primer partido!
–Sí–El rubio reía incómodo.–. Fue un buen fin de semana
Alguien de otro grado saludó a Gerald y lo felicitó por el juego.
–Gracias–Respondió el chico.
Arnold lo miró con una sonrisa.
–Definitivamente eres la estrella–dijo el rubio solo para molestar.
–¡Ey! Es un trabajo en equipo, no podría hacerlo sin los demás
–Gerald, acepta un poco de crédito, destacaste durante todo el juego, bateaste dos bolas fuera del campo y no fallaste ninguna ocasión
–Sí, creo que estaba en la zona el sábado
–Eso... o querías lucirte delante de Phoebe
–¿Qué puedo decir, viejo? El amor nos lleva a hacer cosas impresionantes
Ambos rieron.
Soy una persona impresionante
Las palabras resonaron en la mente de Arnold.
–Tal vez la próxima vez deberíamos invitar a Edith–Continuó bromeando Gerald, pero su amigo solo rodó los ojos.
Al entrar al salón Curly corrió a felicitarlos por el juego, enseñándoles una copia del periódico.
–Stinky nos contó todo sobre el partido–Comentó Sid entusiasmado.
–¿Ahora Gerald es famoso?– dijo Harold al ver las fotografías–. Estoy confundido
–Es famoso en la escuela–Explicó Nadine con una risita.
–Gerald hizo un home run con las bases llenas–Añadió Stinky.
–Obtuvimos buena ventaja con eso–dijo con orgullo el moreno.
Phoebe se acercó a saludar a su novio. Al mismo tiempo que Edith le preguntaba a Arnold sobre el partido, quien le contó lo que pudo sobre su participación. Hasta que la mirada que le lanzó su amigo logró incomodarlo un poco.
–Hacen una linda pareja, ¿no lo crees?–Comentó Sheena, sentada al fondo del salón.
–¿Quienes? ¿Arnold y Edith?–Contestó Eugene, junto a ella.–. Ahora que lo dices, creo que sí
Helga los escuchó y de forma automática levantó la vista. ¿Por qué tenía que hacerlo?
Sus ojos se encontraron con los del estúpido cabeza de balón por una fracción de segundo y ambos apartaron la mirada de inmediato.
Latidos.
«No... no... no...»
Un cuaderno frente a ella, un lápiz a mano y palabras que se agolpaban en su mente, exigiéndole escapar, repitiéndose como un mantra.
–¿No fue Edith la única que bailó con Arnold en su cumpleaños?–Continuó el pelirrojo.
Helga apretó los dientes. Ella había rechazado bailar con Arnold no porque no le apetecía, sino porque sabía que no podía bailar con él otra vez, no desde ese baile del Día de los inocentes. Sí, ella se lo buscó y él de alguna forma descubrió su mentira y planificó una excelente venganza. Pero además de no querer revivir la incómoda humillación que fue ser arrojada a la piscina, el verdadero problema era que, incluso si durante la fiesta ella todavía salía con Brainy, sabía que no podría manejar estar tan cerca de Arnold, oler su cabello, ver su sonrisa, tomar su mano... o que él sujetara su cintura.
Y no dejaba de torturarse, porque Brainy tenía razón, volvió a verlo como antes, con esa obsesión, con ese anhelo, con esa pasión absurda que no podía ahogar.
–Sí, creo que sí–dijo Sheena, interrumpiendo los pensamientos de Helga–. Aunque pensé que también bailaría con esa chica del club de boxeo...
–¿Cuál?–Quiso saber Eugene.
–Ya sabes, la amiga de Lila...
Helga miró a Lila de reojo y la pelirroja lo notó, devolviéndole la mirada con una sonrisa.
Sheena debían estar hablando de Jenny. Ella también era amiga de Helga, o algo así. Le gustaba hablar con ella y cuando les sobraba algo de tiempo en las prácticas a veces les enseñaba movimientos de judo. Entonces la rubia se dio cuenta que no sabía si realmente eran amigas o si solo se llevaban bien, pero como fuera, una parte de ella agradecía que Jenny no hubiera bailado con Arnold, porque quizá habría sido suficiente para considerarla una enemiga, como alguna vez consideró a Lila o como veía a la ridícula prima de Ruth.
–Iré a verlos la próxima vez que jueguen–Comentó Edith.–. Estaré animándote desde las gradas
La chica pestañeó lento, jugando con su cabello, sin dejar de mirar al chico con una sonrisa.
–Gracias–dijo Arnold, sonrojándose un poco.
Helga apretó el puño al notar el suave rubor en las mejillas del cabeza de balón.
La campana obligó a los estudiantes a ubicarse en sus puestos. La clase empezó y los minutos pasaron lentamente, mientras la rubia seguía batallando con el impulso de plasmar sus sentimientos en versos, tantos aquellos que intentó enterrar, como los nuevos celos que la carcomían.
No debía. No otra vez.
Tomar apuntes coherentes fue un esfuerzo y varias palabras sueltas terminaron tachadas.
Otra mañana eterna, preguntándose como soportaría almorzar con él, pero para su fortuna -y desgracia-, Edith convenció al chico de sentarse con ella y sus amigas.
Helga estaba tan furiosa como agradecida. Al menos los tortolitos junto a ella estaban tan distraídos por su mutua compañía, que ninguno notó o, si acaso lo hicieron, no fue tan importante para comentarlo.
La escena se siguió repitiendo a lo largo del día: Edith buscaba excusas para pasar tiempo con Arnold y él era incapaz de decirle que no. O tal vez simplemente no quería. Lo que significaba que había una posibilidad, por remota que fuera, de que ella le gustara. Y la sola idea volvía loca a Helga.
«No es mi maldito problema»
Se decía lo mismo una y otra vez, incluso en voz alta cuando estaba sola y los pensamientos sobre cómo deshacerse de Edith rondaban su cabeza.
Enviarla a otro país no sonaba tan mal, pero era poco práctico.
Tampoco podía acosarla como había hecho con Lila, ya no tenía a las otras chicas de la clase de su lado como en esa ocasión y si decidía arriesgarse y hacerlo por su cuenta, Arnold se enfadaría con ella.
Todo lo demás rayaba lo ilegal. Enviarla al hospital por un "accidente" incluso sonaba divertido, con una multitud de escenarios aparecían en su cabeza, que iban desde empujarla por alguna escalera hasta delante de un camión.
Sabía lo que Bliss le diría sobre esas fantasías, pero estaba segura de que todo estaría bien mientras no se arriesgara a pasar a la acción, por más tentador que fuera.
...~...
Durante el entrenamiento de esa tarde Helga estaba más distraída que nunca, tanto, que Lila logró golpearla un par de veces mientras practicaban y la rubia ni siquiera se inmutó. Esto no solo extrañó a la pelirroja, sino también a Patty. Las dos chicas, sin acordarlo, decidieron mantenerse pendientes.
–Tenemos que hablar, Helga–dijo cuando fueron a los camarines–. No te vas a escapar de esto
–¿Ahora qué hice?–Contestó la rubia.
–Tú sabrás
–¡Esto no es justo!
–Iré por algo de beber, más vale que sigas aquí cuando regrese.
–Sí, mamá–Contestó Helga, rodando los ojos, para luego ir a cambiarse.
Cuando salió de los camerinos, Patty estaba en la entrada y le ofreció un refresco.
–Así que te botaron ¿no?
Helga abrió mucho los ojos y parpadeó un par de veces.
–No sé de qué hablas, Patty–Contestó nerviosa, aunque aceptó la botella.
–¿Es por eso que estás así?–dijo Lila– ¿Estás saliendo con alguien?
Patty la miró con clara sorpresa.
–¿Qué haces aquí?–le dijo a Lila–. Creí que todas se habían ido
–No fue mi intención espiar... pero me quedé porque estaba preocupada
La rubia solo se encogió de hombros.
–No salgo con nadie–Contestó mirando a la pelirroja.–. Y no es asunto suyo si lo hago o dejo de hacerlo
–Aun así... –Murmuró Lila.–, ciertamente algo te pasa... hace un tiempo...
–Hace al menos un par de semanas–Puntualizó Patty.
Helga rodó los ojos.
–No me importa lo que creas saber, ni cómo llegaste a esa conclusión...
–Estabas saliendo con alguien en el verano. Evitaste todas las preguntas al respecto en la fiesta de Rhonda–Interrumpió la mayor, con aire satisfecho y ante el silencio de Helga, continuó.–. Y no voy a preguntar quién. Terminaron, pero sé que no estarías así si tú le hubieras terminado
Lila la observó.
–Si prefieren hablar a solas... –Murmuró, incómoda.
–Descuida. Sé que puedes guardar secretos–dijo Helga, encogiéndose de hombros–. Patty tiene razón... y no importa con quién salía... solo que me botó. Y ni siquiera estoy enfadada porque lo hiciera, más bien... sorprendida de que no lo hiciera antes... y al mismo tiempo, creí que jamás tendría el valor de hacerlo
–¿Duele?–dijo Patty.
–No lo sé... es... extraño... seguimos siendo amigos... o algo así
Lila la observó. Hacía semanas que Helga y Arnold pasaban de tener una gran tensión entre ellos a estar bien de nuevo. No tenía idea de cómo sacar el tema con ninguno. Suponía que a la rubia todavía en serio le gustaba Arnold y que el problema ciertamente era el coqueteo de Edith, pero si Helga no tenía el valor de invitarlo a salir, el chico era totalmente libre de mirar a alguien más, así que no tenía derecho a enfadarse... a menos...
A menos que hubieran salido en secreto...
La sola idea de imaginarlos saliendo, discutiendo, arreglándose y volviendo a discutir, le causaba tanto gracia como una ligera incomodidad. Ciertamente intuyó que era cuestión de tiempo para que Arnold se fijara en Helga. Ella tenía hermosos ojos, lindas pestañas, un largo cabello dorado, una figura atlética. Era inteligente, divertida y segura. Hacía bromas divertidas y no se dejaba intimidar. Podía ser amable y preocupada si en verdad le importaba. ¿Por qué no habría de gustarle?
Pero entonces recordó la conversación que tuvieron en el balcón. Helga no podía haber salido con Arnold en el verano. No si quería creer que fue sincera con ella y ciertamente necesitaba creerlo. Incluso si Helga seguía siendo un poco cínica con los demás, tenía que confiar en que esa amistad era real cuando estaban solas.
–¿Quieres hablar de eso?–dijo Patty.
–¿Qué eres? ¿Mi terapeuta?–Bromeó la rubia.
–Soy tu amiga–Contestó con seguridad.–. Y supongo que Lila también
–¡Por supuesto que sí!–Añadió la pelirroja con entusiasmo.–. Ciertamente no tienes que decirnos con quien salías, pero podemos escuchar cómo te sientes y ser un apoyo para ti
–No quiero hablar idioteces–Helga rodó los ojos y sonrió.–. Pero gracias por preocuparse... supongo. Y creo que no hace falta decirles que no pueden hablar de esto con nadie
–Claro que no–dijo Patty.
–Mis labios están sellados–dijo Lila con su sonrisa dulce.
Helga suspiró y las tres caminaron juntas, charlando de otras cosas, ya que Helga se negaba a volver a tocar el tema.
En casa, se preguntaba si acaso Phoebe no lo había notado o si simplemente estaba esperando que naciera de ella contarle qué era lo que le pasaba. Escribió una nota, como cuando se pelearon, pero luego de borrar y tachar un montón de borradores, decidió que no era algo que quisiera dejar por escrito. Tendría que encontrar algún momento para decírselo en persona. Bueno, ya lo resolvería, no era precisamente una primicia que fuera a afectar demasiado sus vidas.
...~...
Un par de días más tarde, Nadine le pidió a Arnold unos minutos para hablar antes que él y Gerald se fueran a su práctica.
–Te espero en las maquinitas, viejo–dijo el moreno.
Nadine intentó ser breve. Rhonda quería hacer una fiesta de disfraces con motivo de la Noche de Brujas. Desde el cumpleaños de Arnold le había dicho a todo el mundo que prepararan sus atuendos, pero tenía un gran problema: No logró convencer a sus padres de hacerla en casa, a menos que fuera exclusiva para las chicas de su nueva escuela y tal vez Nadine. Y aunque le gustaba su nueva escuela y se sentía cómoda en ese ambiente, extrañaba a sus amigos, así que le rogó a Nadine por su ayuda y ella recurrió a la única persona que siempre ayudaba a todo el mundo.
–¿Qué Rhonda quiere hacer su fiesta en La Casa de Huéspedes?–dijo Arnold luego de escuchar la historia de la fanática de los insectos.
–Sí, por favor, Arnold–Rogó la chica, juntando las manos.
–No lo sé
–No te lo pediría si no fuera importante, por favor, Arnold, Rhonda y yo contamos contigo
–Está bien, Nadine, preguntaré–Le sonrió con cierta incomodidad.
–Podemos ayudarte a decorar y luego a limpiar–Añadió Lila.
–¡Sí! Te ayudaremos–Se sumó Nadine.– ¿Verdad, Edith?
–Claro, ¿por qué no?–Respondió ella sonriéndole al rubio.
–Bueno, Nadine, te llamaré en la noche, no tenemos mucho tiempo.
–¡Gracias, Arnold!
El chico se despidió y corrió para alcanzar a su amigo. Ambos caminaron rápido hacia el parque.
–¿En qué problema te metiste ahora?–dijo el moreno en cuanto se alejaron.
Arnold supo que no estaba disimulando mucho su hartazgo.
–Rhonda quiere hacer su fiesta en mi casa–Explicó el rubio de inmediato.–. Y no sé si podremos hacerlo
–¿Bromeas? Apuesto que a tus abuelos les encantará la idea
–Lo sé
–¿Entonces por qué el desánimo?
–No sé si quiero ser anfitrión de otra fiesta
–Déjale ese problema a Rhonda, tú solo ofrécele el espacio y que ella se haga cargo
–No podría, es mi casa
–¡Amigo! Ella te está pidiendo un favor, así que tu sólo relájate
–No lo entenderías, Gerald–Suspiró.
–Tienes que dejar de ser tan bueno, Arnold
–¿Qué quieres decir?
–Si no quieres que hagan la fiesta, pudiste decirle que no
–Pero estaban tan entusiasmadas. Además, la mayoría de nuestros amigos ya debe tener su disfraz listo, no quisiera decepcionarlos
–¡Es Rhonda quien los va a decepcionar! Ella le dijo a todo el mundo que haría una fiesta sin siquiera tener dónde hacerla
–Ya no importa, Gerald, ya dije que lo intentaría, ahora depende de mis abuelos
...~...
–Claro que pueden hacer una fiesta–dijo el abuelo durante la cena.
–¡Yo ya tengo un disfraz!–dijo Ernie, para luego llevarse una cucharada de comida a la boca, con la misma cuchara apuntó al adolescente– ¡Y será el mejor de todos!
–¡No otra vez la bola de demolición!–Se quejó el señor Hyunh
–Señor y señora Kokoshka, ¿será mucho problema para ustedes?–dijo el chico.
–¿Darán un premio al mejor disfraz?–Preguntó Oskar.
–No lo sé
–Entonces no me interesa
–No habrá ningún problema, tus amigos son agradables–Añadió Suzie
–Gracias
Una nota del señor Smith llegó a la cocina y la abuela se la entregó al chico:
»Disfruta tu fiesta. No será molestia. Estaré fuera un par de semanas.«
Arnold buscó una cámara y sonrió, para luego volver la atención a su comida.
No era que no quisiera tener una fiesta, es que estaba cansado. Lidiar con la escuela, los entrenamientos, las exigencias, era demasiado. Disfrutaba el baseball, pero sentía que no progresaba al ritmo de los demás y el par de veces que tuvo que hacer flexiones como castigo dejaban claro que no estaba cumpliendo con lo que el entrenador esperaba, aunque no era el único. Y en cuanto a los estudios, en los exámenes no le fue mal, pero pudo irle mejor y eso le frustraba.
Después de cenar, llamó a su amiga desde el teléfono que estaba cerca de la entrada de la casa.
–Hola, Nadine, sí, sí. El sábado pueden llegar después de las cuatro, sí, claro y sí, pueden venir las nuevas amigas de Rhonda, mientras no sea toda la clase. Claro
Colgó con un largo suspiro. Abner lo miraba echado en un peldaño de la escalera. Le gruñó olisqueando su cabello.
–Lo sé, amigo, lo sé
El cerdo le gruñó otra vez.
–Es que no puedo
El cerdito le mordió parte del cabello y le dio un lengüetazo.
–Ya basta, Abner–Sonrió y miró las patas del animal llenas de barro.–. Creo que necesitamos un baño, vamos
Subió la escalera y su mascota lo siguió.
...~...
Las invitaciones a la fiesta corrieron por la clase al día siguiente, al parecer las chicas contaban con que Arnold les diría que sí. Eso por alguna razón lo molestó un poco, pero trató de ignorar ese sentimiento.
Varias personas le comentaron tanto a Nadine como a él que estarían en la fiesta y aunque sonreía, para el almuerzo ya no podía fingir entusiasmo y decidió que no tenía hambre, así que fue a encerrarse a la biblioteca. Ahí se quedó dibujando para distraerse.
Esa tarde, durante la sesión de estudio, le fue imposible ignorar la punzada en su estómago y tuvo que ir a comprar algo de comer.
Helga lo siguió.
Perfecto, lo que le faltaba.
–¿Desde cuándo tan amigo con la señorita Lloyd, cabeza de balón?–Comentó la rubia con cierto desprecio.
–¿Cuál es el problema, Helga?–Decidió responder.– ¿Acaso no puedo hacerle un favor a una amiga?
–Puedes hacer todos los favores que quieras, San Arnoldo, pero no pareces contento por este en particular
–Solo estoy cansado–Miró la máquina expendedora en el pasillo y luego de decidir qué quería, metió las monedas y marcó el número. Una bolsa de patatas fritas cayó casi sin hacer ruido.
Luego observó a la chica comprar un par de chocolates, de los cuales le ofreció uno.
–¿Por qué me das esto?–dijo confundido.
–Como dije, no pareces contento–dijo, sin mirarlo–. Y ya te dije una vez que las cosas dulces te alegran, aunque no quieras
–Gracias
Arnold aceptó la barrita, la abrió y le dio un par de mordiscos, tratando de no pensar en ese día, no de nuevo. ¿Qué demonios le pasaba a Helga? ¿Por qué tenía que recordarle eso? ¿Y si recordaba haberle dicho esas palabras, recordaba también la promesa? ¿No era él el único que todavía lo pensaba de vez en cuándo?
–Oye, Arnold–Musitó ella de pronto.
La observó, parecía querer decirle algo, lucía nerviosa y se rascaba el brazo como la había visto hacerlo otras veces, así que contuvo el aliento atento, esperando, pero en cuanto notó un ligero cambio en el semblante de la chica, supo que se había arrepentido y ahora llovería veneno sobre él, o, con un poco de suerte, solo sería ácido.
–Deberías preocuparte de ti de vez en cuándo
Bien, esto lo sorprendía.
–Los demás no morirán si los dejas un poco de lado–Continuó.
–¿Y quién los ayudaría? ¿Tú?–dijo él, medio en broma, recordando el caos que fue cuando ella dio consejos y él tuvo que terminar arreglando todo.
–Ellos mismos, para variar
El chico la observó. Esa no era la Helga de siempre, pero tampoco era la primera vez que actuaba así.
–Sabes como soy, pero gracias por el consejo
–Es gratis esta vez, disfrútalo, cabeza de balón
Helga se adelantó sin voltear ni un instante. Arnold se quedó atrás pensando de dónde había salido eso. Esa preocupación de su amiga no era nueva, pero se sentía extraña Y al mismo tiempo estaba seguro que ella intentó decirle algo distinto y cambió de parecer en el último momento. ¿Fue por eso que lo había acompañado? Estaba intrigado.
La alcanzó antes de llegar a la biblioteca.
–¿De qué te disfrazarás?–Preguntó con entusiasmo.
–¿Quién dice que me disfrazaré?–Respondió ella.
–¡Por favor! Tu disfraz de la novia fantasma fue grandioso
–Gracias, aunque ahora dudo que me quede
–No quise decir que deberías usarlo otra vez–dijo con una risita–, pero tengo curiosidad. ¿Vas a ir, cierto?
–¿Me estás invitando a la fiesta de Rhonda, cabeza de balón?
–Solo hice una pregunta, Helga, ¿no puedes responder con un sí o un no?
–Tampoco tú, al parecer–Sonrió.–. Pero tal vez vaya, quién sabe, no tengo planes este fin de semana
...~...
El sábado Nadine llamó a Arnold a las tres y treinta para avisarle que ella y Rhonda iban en camino. Lila y Edith también llegarían a ayudar. El chico apenas había llegado de la práctica junto a Gerald, por suerte los dos habían decidido ducharse en el centro comunitario, porque Oskar estaba acaparando el baño en el pasillo de la Casa de Huéspedes.
Dejaron sus bolsos deportivos en la habitación del chico y unos cinco minutos más tardes llegó una camioneta de una empresa de artículos para fiestas.
–¿Arnold Shortman?–Preguntó el conductor.
–Soy yo– dijo el rubio.
–Tenemos varias cajas para usted ¿Dónde quiere que las dejemos?
–En la azotea
–¿Hay ascensor?
–No
–Habrá un recargo por subirlas
–¿De cuánto es?–dijo el chico, buscando su billetera.
–¡Amigo, detente!–Gerald se acercó y le sostuvo el brazo, luego miró al hombre.–. Súmelo a la cuenta
–Pero Gerald
–Si Rhonda quiere su fiesta, que la pague, ella sabrá como arreglárselas
–Pero puede traerle problemas
–Eso no es asunto tuyo, amigo
–Pensé que habías venido para ayudarme
–Y eso hago–Volvió a mirar al hombre.– ¿Cuántas cajas son?
–Siete
–Vamos, creo que podemos subir un par de cajas para que puedan terminar rápido
El hombre de la empresa estaba con un asistente, ellos y los dos amigos bajaron las cosas de la camioneta y las subieron hasta la azotea. No eran tan pesadas, así que los chicos supusieron que la mayoría de los adornos serían de papel o algo así.
Antes de despedirse de los jóvenes, el que parecía el encargado le dejó a Arnold un par de documentos donde detallaban lo que habían entregado, le pidieron firmar y luego se marcharon. Mientras Arnold leía el detalle de los papeles, llegaron las chicas.
–¡Arnold!–Rhonda lo abrazó.– ¡No sabes lo agradecida que estoy de que poder hacer la fiesta en tu casa!
–Ni lo menciones, Rhonda–dijo él.
–¡Gerald! Pensé que llegarías más tarde–dijo la chica.
–A mí también me encanta verte–Respondió él, mirando el vestuario de la chica. Usaba tacones y tenía una manicure recién hecha.
El moreno medio sonrió, sabiendo que había acertado: ella no esperaba hacer ni el más mínimo esfuerzo para su famosa fiesta. Se llevaría una sorpresa, porque él estaba ahí para asegurarse de que Arnold no terminara haciendo todo el trabajo por ella.
–Las decoraciones están arriba–dijo el rubio con entusiasmo.
–Perfecto, vamos, Nadine
Los chicos saludaron a la muchacha que se había quedado en la puerta y los cuatro subieron. En cuanto Rhonda vio la azotea vacía, volteó a mirar a los chicos.
–Dijiste que las decoraciones ya habían llegado–dijo ella.
–Así es, están en esas cajas–Las señaló.
–¿Y qué esperas?
–Tienes tu espacio y tienes tus cosas–dijo Gerald antes que Arnold pudiera abrir la boca–, así que puedes empezar a decorar como quieras, nosotros estaremos estudiando–Sujetó a Arnold del brazo y lo arrastró al interior de la casa, escuchando como Rhonda ahogaba un gruñido de frustración.
En ese momento llegaron Lila y Edith. El abuelo las dejó subir directo a la azotea, así que se encontraron en la escalera.
–¡Buenas tardes, Arnold, Gerald!–dijo la pelirroja entusiasmada.
–Hola Lila–dijo Arnold, con una sonrisa–. Hola, Edith. Rhonda y Nadine están arriba.
–Entonces subiremos
Pasaron junto a los chicos. En cuanto Edith pasó junto al rubio, el chico sintió que ella lo tocaba, provocando un ligero cosquilleo en su mano. Volteó a mirarla, pero ella subió con indiferencia.
–¿Qué pasa, viejo?–Preguntó el moreno.
–No es nada, Gerald, debió ser mi imaginación. Vamos
Fueron a la habitación de Arnold y empezaron a repasar matemáticas.
Todavía tenían ciertas dificultades, porque ¿a quién se le ocurrió echar una sopa de letras en las matemáticas? Pero Gerald sabía que si le hubiera dicho que jugaran videojuegos o escucharan música y se relajaran, su amigo se sentiría culpable y terminaría subiendo de nuevo.
–Debería ir a ver si necesitan algo–dijo de pronto Arnold.
Y ahí estaba otra vez. Gerald rodó los ojos.
–Déjalas, si necesitan algo pedirán ayuda–dijo.
–Pero...
–Pero nada–Golpeó el cuaderno de su amigo repetidas veces con la goma al final del lápiz.–. Resuelve eso, quiero saber si nos da el mismo resultado
El rubio obedeció, con un suspiro y se enfocó en las ecuaciones. Un par de veces volvió a revisar los contenidos de su libro. Todavía no memorizaba las reglas y propiedades de lo que estaba estudiando.
Podían escuchar las voces de las chicas y aunque no sabían de qué hablaban, notaban que Rhonda daba instrucciones. En algún punto comenzaron a reír.
–¿Ves? Todo está bien–dijo Gerald.
–Tenías razón
–Siempre la tengo
A las seis las chicas tocaron la puerta de la habitación de Arnold.
–Hola, chicos–dijo Lila, Edith estaba tras ella y se asomó para mirar el cuarto.
–¿Necesitan ayuda con algo?–Preguntó Arnold.
–No, para nada. Gracias por preguntar–Sonrió.–. Iremos a casa por nuestros disfraces y volveremos a las ocho. La comida debería llegar un poco antes que nosotras ¿pueden recibirla?
–Sí, no hay problema
–Nos vemos más tarde–Miró a Gerald, que seguía concentrado en su cuaderno.–. Oh, y lamento haber interrumpido su sesión de estudio
–Descuida, Lila, ya casi terminamos–dijo Arnold con una sonrisa sincera–. Vamos, las dejaré en la entrada
Salió cerrando la puerta y siguió a las chicas por la escalera. Rhonda y Nadine estaban en el pasillo y los cinco bajaron en fila.
–De nuevo, gracias por prestarnos tu casa–dijo Rhonda. Parecía más tranquila que cuando llegó.– ¡Esta fiesta será perfecta!
–No hay de qué. Estoy ansioso por ver sus disfraces–Comentó Arnold.
–Y deberías, es el mejor disfraz que he tenido en años
–Yo también me esforcé en hacer un buen disfraz–dijo Nadine, luego miró a Edith– ¿Y tú qué te pondrás?
–Es una sorpresa–Contestó Edith, con una sonrisa.
Arnold abrió la puerta.
–Bueno, chicas, nos vemos en unas horas
Las cuatro se fueron y Arnold regresó a su habitación. Gerald estaba tirado en la cama.
–¿Ya se fueron?–Preguntó el moreno.
–Sí, volverán en dos horas
–Tenemos tiempo de sobra
Arnold se sentó junto a él.
–¿No irás por tu disfraz?
–Está en mi bolso deportivo–Gerald sonrió.
–¿Quieres seguir estudiando?
–¡Ni de chiste! Ya estoy harto de esto–El chico cerró el cuaderno y lo guardó en su mochila.–. Solo lo hice para que no fueras a trabajar gratis
–¡Gerald!
–Funcionó
Arnold lo miró con enfado, pero no podía culparlo.
–Entonces, ¿videojuegos?–dijo el rubio.
–¡Perfecto!
Se instalaron frente a la computadora para pasar el rato.
Chapter 31: La fiesta de Rhonda: Desafío, sangre y lágrimas
Notes:
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Chapter Text
–¡Helga! Por favor–Rogó Phoebe por teléfono.
–¡No iré!–dijo la rubia– Y es mi última palabra
–Pero...
–No tengo un disfraz
–¡Vamos, eres tú! Podrías inventar un disfraz en quince minutos y hacerlo interesante
–¡Pero!
–Pasaré por ti en una hora y más vale que estés lista
«Rayos»
Helga miraba la ropa sobre su cama. Sí, tenía un disfraz, pero no quería usarlo. No quería salir, no quería ir. No estaba cómoda. Bastó un minuto a solas con el cabeza de balón y estuvo a punto de contarle que ya no salía con Brainy ¿Por qué? ¿Por qué quería que él lo supiera? Ni siquiera le había dicho a Phoebe.
Pero su amiga tenía razón, ella podía inventar un disfraz en minutos. Además, quizá era un buen momento para aprovechar de hacerle una broma a sus compañeros... ¿por qué no? Perdió el día de los inocentes porque fue en fin de semana y no pudo ir al baile, porque estaba muy ocupada con los preparativos de la boda de Olga, así que... Bien ¿Cuál era el plan de esa noche? No podía arruinar la fiesta de Rhonda, porque la princesa Lloyd la mataría si lo hacías, así que tenía que decirle qué quería hacer o al menos evitar que se viera involucrada.
Mientras le daba los toques finales a su disfraz, se le ocurrió una broma. Fue a la cocina y sacó lo que necesitaría, preparando sus provisiones. En el garaje encontró las otras cosas que necesitaba. Cuando terminó de reunir y preparar su broma le quedaban veinte minutos para arreglarse y disfrazarse. Tomó una ducha rápida y dejó su cabello desordenado cayendo a su derecha y el flequillo cubriéndole el ojo izquierdo. Acomodó su disfraz y los últimos detalles.
– Bien, esto es perfecto–dijo revisando otra vez que todo estuviera en su lugar–. Ya verán
Un plato roto la sacó de sus pensamientos. Los gritos de Bob volvieron a llenar la casa. Suspiró y cerró los ojos, intentando ignorarlo, pero la cantaleta continuaba. Miriam parecía responder de vez en cuando con un tono indiferente al principio, luego complaciente y finalmente temeroso.
Helga tomó su sombrero, su bolso y bajó la escalera con precaución. Logró captar algunas palabras. Algo sobre una mala esposa y la comida recalentada. Algo sobre el trabajo y los horarios. Algo más sobre que debía cumplir con su deber.
Salió para esperar a Phoebe. No era su problema, no quería volverlo su problema y si tan solo se atrevía a preguntar, podía desde perder su oportunidad de salir hasta terminar involucrada en la discusión de alguna forma. No iba a arriesgarse.
Vio a su amiga acercarse y caminó hacia ella.
–Guau, Helga, te ves espectacular–dijo la chica de lentes.
–Y en apenas una hora–Bromeó.
–Helga–dijo Phoebe arrastrando las letras y entrecerrando los ojos.
–Ya tenía preparado el disfraz
–¿Y por qué no ibas a ir?
–No quiero hablar de eso–Interrumpió, la miró de arriba a abajo.– ¿Y tú de qué vas?
La asiática lucía un hermoso vestido que parecía de la época victoriana o algo así, con un peinado como el de la princesa Leia decorado con un cintillo y flores.
–Soy Ada Lovelace–Explicó la chica entusiasmada.–. Fue una mujer inteligente y es considerada la primera programadora de la historia. Tomó el trabajo de Charles Babagge y predijo el funcionamiento de las computadoras cuando ni siquiera existían, creando algoritmos que permitieran cálculos complejos...
–Basta Pheebs, no pedí una clase de historia
–Lo siento, Helga
La rubia la miró.
–Solo bromeo–Le sonrió.–. Cuéntame más
–Bueno, Ada fue la única hija legítima del Poeta Lord Byron
–¿En serio?–La miró con interés, conocía al tipo.– ¿Ella también escribía poesía?
–Sí
–Interesante, una mujer brillante, perfecto para ti
–Gracias–Miró el bolso que Helga cargaba.– ¿Y qué llevas ahí?
–Una sorpresa
–No irás a arruinar la fiesta de Rhonda, ¿no?
–Me vi en la tentación, pero no, me contendré por hoy
–Helga
–Te prometo que no haré nada terrible...
–¡Helga!
–Confía en mí, Pheebs
...~...
Cuando llegaron a la casa de huéspedes, fueron recibidos por sus locos y raros habitantes, todos con disfraces. El abuelo iba de Frankenstein y la abuela de un soldado de la guerra civil. Ernie era un hombre lobo, el señor Hyunh se disfrazó de enfermero y el señor y la señora Kokoshka iban de zombies.
–¡Lindos disfraces!–dijo el abuelo– ¿Caramelos? –Les acercó un tazón rebosante de dulces.
–No, gracias–dijo Phoebe–. Veo que todos se esforzaron mucho
–Gracias, jovencita–dijo Suzie.
–Con su permiso–Añadió la chica.
–Adelante, señoritas–dijo el señor Hyung.–Tengan cuidado con las escaleras
Subieron a la azotea, donde ya estaban Rhonda con sus amigas de la nueva escuela a las que presentó. A Helga le incomodó un poco. El disfraz de Rhonda era de Jessica Rabbit y no había escatimado en maquillaje o relleno. Las otras chicas no se quedaban atrás, sus trajes estaban al límite de haber salido de una tienda para adultos. Sabía que eso pasaría eventualmente, pero se lo esperaba para un par de años más. Mientras Rhonda las presentaba, trató de ser neutral, porque tampoco era su maldito problema.
Helga se alejó del grupo y luego de sacar ponche para ella y Phoebe, se ubicaron en un rincón y comenzaron a mirar al resto de los asistentes.
Harold estaba disfrazado de un competidor de la lucha libre mexicana, con máscara y todo. Patty de She-Hulk, Curly se había pintado rayas de tigre y se paseaba en cuatro patas, dando saltos o actuando como un gato, Eugene tenía un traje de Hércules de Disney, Sheena era una novia zombi, Stinky de esqueleto y Sid vestía de negro, con un crucifijo, una biblia y una estaca.
«Y sigue con la tontería de los vampiros»
La rubia se rio para sus adentros.
Los chicos del equipo de baseball también fueron invitados, pero llegaron pocos, un par tenía disfraces de zombis, otro de hombre lobo y uno de Drácula. Nadine llegó en ese momento con un disfraz interesante: un vestido con un patrón que parecía una telaraña, con un poncho con el mismo efecto y un montón de arañas de plástico -o al menos Helga esperaba que fueran falsas–repartidas por todo el traje.
Pudo contar un Neo de Matrix, un espantapájaros, dos zombis más y otro hombre lobo, pero con chaqueta deportiva roja, que le sonaba de alguna serie o película cuyo nombre no venía a su memoria.
Pero el cabeza de balón no estaba por ningún lado. ¿Por qué? Después de todo era su casa, debía aparecer.
«Cálmate, Helga, ¿para qué quieres verlo? Tú solo pasa un buen rato, espera el mejor momento para hacer tu broma y luego te puedes ir»
Gerald se acercó en ese momento a saludar a Phoebe.
–¡Señorita Lovelace!–le dijo, haciendo una reverencia.
–¿Y tú qué eres?–dijo Helga, arqueando un lado de su ceja.
–Un bardo–dijo él, con propiedad.
A Helga le pareció un traje genérico de feria renacentista, no había absolutamente nada que lo distinguiera, pero era Gerald y como guardián de las leyendas, claramente era un bardo en la vida, solo le faltaba el traje. Entonces notó que en su espalda sobresalía lo que parecía el mástil de un instrumento de cuerda.
–Un par de nerds, perfecto–dijo con una sonrisa torcida.
Phoebe ahogó una risita, mientras Gerald la miraba con molestia.
En ese momento se acercó Arnold sosteniendo dos vasos de refresco.
–Toma, Gerald–Le entregó el vaso y luego miró a la novia de su amigo.– Phoebe, te queda muy bien ese disfraz, pero ¿Quién eres?
La chica le dio la misma explicación que le dio antes a Helga.
–Guau... suena interesante–Arnold le sonrió.– ¿Y Helga no vino contigo?
La chica volteó porque hasta hacía un minuto su amiga...
–¡Estaba aquí!–Miró alrededor.– Oh, allá está, charlando con Patty
Arnold la miró. Helga llevaba el cabello suelto y ondulado, bajo un gorro inclinado y entre el flequillo notó un parche cubriendo su ojo izquierdo. Una chaqueta larga, abierta. Una blusa con vuelos, ajustada a su cintura con un pañuelo, un pantalón azul marino con muchos botones, que se metían dentro de unas botas altas y complementaba todo con dos cinturones cruzados que sujetaban una espada.
–Vaya coincidencia–dijo Gerald, mirando a su amigo quien también tenía un disfraz de pirata.
–Tal vez debería cambiarme–Comentó Arnold, un poco incómodo.
El disfraz de ella era mucho mejor, o quizá solo le parecía mejor porque le quedaba mejor, se veía ruda y seria, incluso a pesar de sonreír. Mientras él debía verse como un niño patético jugando a ser un bucanero.
–No seas tonto, son cosas que pasan
...~...
Helga volteó para mirar a su amiga y ver si era seguro volver con ella, pero se topó con la mirada de un pirata con cabeza de balón. ¿Por qué tenía que pasarle eso? No es que quisiera monopolizar el disfraz de pirata, pero ¿por qué justamente él?
En ese momento una voz dulce llamó su atención.
–¿Helga? Guau, este disfraz es impresionante–Comentó la pelirroja.
La rubia la miró de arriba abajo y le sonrió. Lila lucía un vestido colorido, brillante y ajustado en la cintura y con una falda de varias capas irregulares. De su espalda surgía un par de enormes alas de mariposa.
–Así que un hada–dijo, inclinando el rostro con una media sonrisa.
–¿Te gusta?–Lila tenía las manos cruzadas en la espalda.
–Gira–Ordenó.
–¿Qué?
–Para verte bien
Lila asintió y con elegancia giró, el vestido siguió su movimiento. Helga notó que hubo un momento colectivo de suspiros contenidos, en especial de los hombres presentes. ¿Su amiga sabía que tenía esa clase de poder? ¿Podía explotarlo de algún modo?
–Te ves muy bien... y creo que es perfecto para ti. Una hermosa criatura en apariencia inocente–dijo, luego se acercó a ella y tomando su hombro le susurró al oído–, con una poderosa magia oculta y experta en engaños
Lila sintió un escalofrío. No estaba segura de lo que Helga intentaba decir, pero no le parecía una amenaza, más bien era como si estuviera dándole ánimo y a la vez "autorización", pero ¿para qué?
–Cielos... gracias–Fue lo único que pudo decir, nerviosa.
También llegó Edith, vestida como un ángel, con pequeñas alas en la espalda, un vestido blanco que arriba tenía un corsé y desde la cintura se convertía en una falda suelta hasta medio muslo. Usaba calcetas cortas con vuelos y zapatos de tacón. Sumó a su traje varias joyas doradas y un halo sujeto con un alambre. Era un traje comprado. También llamó la atención.
McDougal fue de inmediato a saludar a Arnold y se quedó hablando con él. Así que Helga se ahorró la excusa para no saludar al rubio de sus sueños .
«No, Helga»
La música sonaba fuerte, varios bailaban y otros charlaban. Los chicos del equipo se acercaron al grupo de Rhonda y hablaban con las chicas de la otra escuela. Phoebe secuestró a Gerald para llevarlo a la pista de baile, donde Eugene, Sheena, Lila y Nadine bailaban. Mientras Curly daba saltos alrededor del grupo, gruñendo y rugiendo, comprometido con el papel.
Patty y Helga charlaron un buen rato, mientras compartían ponche.
Eugene y Sheena se tomaron un descanso como en la décima canción, acercándose a ellas, para tomar refresco.
–¿Ya se cansaron de tanto revolotear?–Preguntó Helga.
–Solo nos tomamos un respiro–dijo Sheena, entregándole un vaso a Eugene, luego sirvió jugo de naranja para ella– ¿Qué traes en esa bolsa, Helga? ¿No estarás planeando arruinar la fiesta?
–Creo que mi reputación precede–Sonrió.–, pero no esta vez. Solo es el botín de mi último saqueo–Abrió la bolsa y les enseñó un montón de monedas
–¿De dónde sacaste eso?
–De la tienda de dulces–dijo con una sonrisa, repartiendo una moneda de chocolate para cada uno de los presentes
–Muchas gracias–dijo Eugene con entusiasmo.
Al ver que todos rodeaban a Helga, Lila se acercó con curiosidad.
–¿Monedas?–dijo con un tono melódico.
–De chocolate ¿Quieres?–Respondió Helga con entusiasmo.
–¡Gracias!–dijo Lila, tomando una moneda con una sonrisa– ¡Este es el mejor tesoro pirata de la historia!
–Definitivamente ganaste el premio al mejor complemento de disfraz–Añadió Sheena.
–Otra victoria a mi lista–Rio Helga.
Stinky se acercó al grupo en ese momento y la rubia le ofreció una moneda.
–Recórcholis, gracias, Helga–dijo él, luego la miró un poco incómodo– ¿Quieres bailar?
–Ya quisieras
–¡Vamos! Es solo un baile
Helga miró de reojo a Harold y Sid, que no dejaban de cuchichear, vigilándolos.
«Claro, es eso»
–Está bien
Se quitó el pesado abrigo, dejándolo sobre una silla y le arrojó la bolsa a Lila
–Cuida mi tesoro, Campanita
–¡Oye!–dijo la pelirroja, sujetando la bolsa.
–Puedes comerte las que quieras como pago–añadió, mientras Stinky la arrastraba a la pista.–¿Recuerdas cómo bailar?–Siguió Helga, mirando al chico.
–Espero que sí ¿y tú?
–Más de lo que me agrada
Stinky era de los pocos chicos más alto que ella –y siendo justos, también era más alto que Rhonda y Sheena-, así que bailar con él era bastante cómodo para Helga. Podía dejar que la guiara, pero era tan tímido, que resultaba más divertido darle órdenes o eso recordaba, pero en cuanto las guitarras sonaron anunciando un rock and roll, el alto granjero comenzó a bailar con soltura y ella comenzó a seguirlo, girando una y otra vez mientras él pasaba su brazo sobre ella. En un momento su sombrero pirata cayó y él lo atrapó en el aire con la mano libre y siguiendo el ritmo del baile lo acomodó sobre su propia cabeza. Helga se estaba divirtiendo mientras Stinky sonreía. Un par de las amigas de Rhonda bailaban con los chicos de baseball... y Edith arrastró a Arnold también, pero Helga decidió ignorarlo y concentrarse en el alto muchacho que la había invitado.
Cuando la música acabó recuperó su sombrero y se apartó, todavía sonriendo. Cuando empezó a sonar otra canción, ella intentó volver con sus amigas, pero Stinky le tomó la mano.
–Ya ganaste la apuesta–dijo Helga, despacio.
–¿Cómo sabes que aposté?–dijo el chico, avergonzado.
–Oh, vamos ¿quién querría bailar conmigo? Soy yo, Stinky, la novata más insoportable, boba y poco femenina de la clase–dijo, imitando la voz de Harold.
–Lo siento, Helga. Aunque yo no pienso eso de ti
–Está bien. ¿Qué apostaron?
–Setenta fichas para los arcades
–Quiero la mitad
–Todavía no las gano
–Pero si ya bailaste conmigo
–La apuesta no era bailar
–¿Y cuál era?
Stinky decidió intentar algo, le ofreció la mano para invitarla otra vez.
–Te lo diré al final de esta canción
Helga, curiosa, aceptó, esta vez era al ritmo del Jazz, pero ninguno de los dos era muy bueno en eso, así que se dedicaron a girar intentando darle algo de sentido a sus movimientos.
–No sé si tú eres un inepto o yo soy muy torpe–Comentó Helga cuando la canción terminaba.
–Lo siento
–Es una broma, Stinko
El chico sonrió.
–¿Y? ¿Cuál era la apuesta? –Quiso saber.
Stinky ajustó el cuello de su traje, nervioso.
–Me retaron a besarte
Helga trató de no mostrarse sorprendida, porque sabía que arruinaría la apuesta si ellos notaban que él le había dicho.
–¿Setenta fichas dijiste?
Asintió.
–Quiero cuarenta
–¿Qué?
Cuando la siguiente canción empezó, Helga lo sujetó, le dio un beso rápido en la comisura de los labios y luego le susurró al oído.
–Cuarenta fichas y diles que me invitaste a salir, nos vemos en los arcades
Helga se apartó, dejando a todos sorprendidos, incluyendo a Phoebe, que la miraba con la boca abierta.
–¿Qué fue eso, Helga?–dijo su pequeña amiga, cuando la rubia se le acercó.
–Oh, nada–dijo ella, quitándole importancia.
Lila le entregó el bolso casi con brusquedad.
–Gracias, Campanita–dijo Helga, extrañada.
–De nada
Se alejó de inmediato para unirse al grupo de Arnold, Edith y Nadine.
–No puedo creer que lo hayas hecho–dijo Harold demasiado fuerte, todos lo escucharon.
–¡Sí! Quién lo diría–Se sumó Sid.
Helga miró alrededor y notó que ella y Phoebe estaban solas. Se quitó el sombrero para agitarlo frente a su rostro. Incluso en esa época del año y al aire libre bailar la agitó bastante. Sacando comida de la mesa, para darle la espalda a los demás, susurró a su amiga.
–Harold y Sid le apostaron setenta fichas de los arcades si me besaba, le pedí cuarenta
–¡Pero Helga! Eso está mal
–¿Por qué?
–Porque lo besaste...
–Por favor, es solo un beso... y una actuación, no es importante
–Pero... ¿Qué hay–Bajó mucho el volumen.–de él?
–¿Quién?
–Ya sabes...
Helga la miró, así que Phoebe se acercó a ella y puso su mano en su mejilla para ocultar sus labios del resto.
Moduló el nombre de Briany, sin que ni un sonido escapara de su boca.
–Ah... eso. Olvidé decirte. Terminamos
–¡¿QUÉ?! ¿Cuándo? ¿Qué pasó?
–No quiero hablar de eso
–Oh, Helga, lo siento tanto
–Descuida, estoy bien, estamos bien, solo no quiero hablar de eso
Phoebe la miró con tristeza, aunque Helga sonreía.
–Estos canapés están deliciosos–dijo– ¿Los probaste?
–Sí–Suspiró.
Luego ambas vieron que Gerald regresaba a la azotea.
–Ve–dijo la rubia.
–Pero Helga...
–Ya te dije que estoy bien, en serio–Sonrió.–. Ve con tu novio
Phoebe asintió y fue donde el chico.
La música seguía y los bailes también. Helga dejó su sombrero sobre su chaqueta, tomó un vaso de refresco y volteó apoyando su espalda en el borde de la azotea, mirando a los demás.
Entonces notó que Curly se acercó al grupo de Rhonda y sus amigas, que reían entre conversaciones, bailando entre ellas.
–Me comeré a esta conejita–dijo cuando pasó junto a Rhonda, lanzando mordiscos al aire.
–¡Aléjate, fenómeno!–dijo la chica.
–Sabes que me quieres–Se acercó a ella, parado en cuatro patas.
–¡Claro que no! –Lo miró con asco.– ¡Ni siquiera te invité!
–Imaginé que mi invitación se había perdido en el correo, sé que no puedes resistir verme
–¡Ya basta! ¡No te soporto!
Helga se acercó.
–¿Necesitas ayuda, princesa?–Preguntó.
–¡Helga! Este rarito...
La rubia se interpuso entre Rhonda y el niño bestia.
–¡Aléjate de ella, fenómeno!–Lo espantó con las manos, como si fuera un perro.
–¡Nunca!
Helga entonces desenvainó su espada de plástico, apuntándolo.
–¡Tu arma no me asusta!–dijo él, amenazando con sus manos como si fueran zarpas.
–¿No? ¿Y qué tal Betsy?
–¡No lo harías!
–Oh, sí lo haré. Deja en paz a Rhonda si quieres seguir en la fiesta o tendré que sacarte a la fuerza
–¡No! Rhonda aún no lo sabe, pero tarde o temprano caerá a mis pies
–¡Eso nunca!–Gritó la chica tras Helga.
Curly volvió intentar acercarse a Rhonda y Helga lo empujó enterrándole la punta de la espada en el pecho.
–Te lo advertí–Amenazó la rubia.
Curly apartó la espada y saltó sobre ella con furia. Entre golpes, cayeron y de pronto ambos estaban rodando por el suelo, intentando mantener el control. Hicieron caer un par de sillas y la gente se apartaba de su camino. Helga logró dominarlo primero sujetándole las manos, luego le puso la espada al cuello, sujetándola por el mango y la hoja.
–Ya basta, fenómeno–dijo.
Estaba demasiado cerca.
Entonces Curly lanzó un zarpazo hacia el rostro de la chica y Helga se apartó, cubriendo su ojo con la mano, dejando escapar un grito de dolor.
Incluso el loco bajo ella se paralizó cuando vio la sangre entre sus dedos y goteando por rostro de la chica. Helga lo miró con una mezcla de furia y temor en su rostro.
–¡Qué me hiciste!
Se levantó con dificultad, apoyando la espada en el suelo, mientras su mano izquierda cubría la mitad de su rostro.
–Yo... no... –Curly miró su mano, las garras de su disfraz estaban manchadas y se quedó temblando, asustado.
–¡Helga!–Gritaron Phoebe y Lila, corriendo a verla.
Varias personas murmuraban, alguien paró la música. La rubia mantuvo a sus amigas a distancia apuntándolas con el mango de la espada.
–No-se-acerquen–Moduló cada sílaba, respirando con dificultad, sus hombros subían y bajaban.
–Pero Helga... –Murmuró Lila.
Con el ojo que no cubría, Helga miró a Curly con ira y apartó su mano de su rostro y su flequillo ocultó el ojo que antes tenía el parche, ahora desgarrado y colgando de su oreja. Contempló la sangre en su palma, que escurría por su brazo. Comenzó a temblar, mientras el líquido rojo bajaba por su mejilla, goteando por su mentón.
–Tú... –dijo– Tú...
Le enseñó un globo ocular, cubierto de sangre y un líquido viscoso y trasparente. Alguien vomitó. Otras personas lloraban, pero la mayoría estaba en shock.
–¡¿QUÉ?! ¡NO!–Gritó Curly, viendo con terror como ella se acercaba.– ¡LO SIENTO!
–¡Helga! Tienes que ir a un hospital–dijo su amiga.
–¡NO!–dijo, furiosa, mirando con desprecio a los demás, con su ojo derecho–. No se me acerquen... –Miró de nuevo a Curly.– ¡Nada lo va a arregla! ¡Vas a pagar, fenómeno!–Caminó hacia él, mientras el chico intentaba alejarse, arrastrándose.
Helga parecía tan alterada, que nadie se atrevió a intervenir. Todos contemplaban con miedo como avanzaba hacia el chico en el suelo, que había chocado con una mesa y ya no tenía dónde retroceder.
–¡Helga, detente!–dijo Arnold.
La rubia sujetó a Curly por el cuello con una sonrisa maniaca. Pasó el "filo" de la espada por su propia mejilla, machándola. Luego la acercó al chico, que temblaba. Le subió los lentes hacia la frente empujándolos con el mango de la espada.
–Ojo–Comenzó a decir, con un tono macabro.– por–Marcó con el borde de su arma una pequeña línea diagonal desde la ceja hasta la mejilla del chico.– ojo–Hizo otra línea en la dirección contraria, dibujando una cruz.–. Diente por diente–Añadió, poniendo la punta de la espada en la boca de Curly.
El chico apretó los labios, temblando.
–Vamos, pruébala–dijo Helga–. Si no lo haces te cortaré la boca–Movió la espada hacia la oreja del chico.–, desde aquí –Bajó suavemente hasta los labios de él, dejando otra línea más tenue.–, hasta aquí
–No lo harías
–Oh, si lo haré, veo que no has aprendido de lo que soy capaz
Seguía respirando agitada, a ratos cerraba con fuerza su ojo derecho, mientras el líquido rojo y viscoso fluía por su mejilla izquierda.
Curly, temblando, abrió la boca y sacó la lengua esperando el sabor metálico de la sangre.
–¿Jarabe de maíz?–dijo, sorprendido.
Todos se quedaron en silencio y abrieron los ojos. Entonces Helga rompió en una carcajada, y luego de apartarse del chico, saboreó su propia mano y apartó el flequillo del rostro.
–Jarabe de maíz y colorante de comida–dijo entre risas, revelando que su ojo izquierdo estaba intacto tras su cabello.
–¡HELGA!–Gritó Phoebe, molesta.
–¿Entonces... estás... bien?–Preguntó Curly detrás de ella.
–Sí, gracias por ser mi víctima, fue perfecto–Se reía la rubia.
–¡No es gracioso, Helga!–dijo Arnold– Realmente pensamos... creímos...
–¿Y de dónde sacaste ese globo ocular?–Interrumpió Eugene, acercándose a ella.
Otros chicos se acercaron a ver, curiosos.
–Corté una pelota de tenis de mesa, usé marcadores, esmalte de uñas transparente para el brillo, gelatina y sangre falsa–dijo ella, con una sonrisa de suficiencia.
Lila se acercó y examinó su rostro, apartándole el flequillo
–¿En serio estás bien?–dijo, todavía preocupada.
–Sí, solo quería darles un susto
–¿Y en verdad no es sangre? Se ve muy real
Helga volvió a pasar su mano izquierda por su mejilla y la acercó hacia el rostro de Lila, estirando su índice.
–Prueba
–Huele dulce–Lila saboreó su dedo.–Sí, es dulce...
–Jarabe de maíz–Repitió Curly con una risa loca.–. No puedo creer que me engañaras... estas garras plásticas no podrían haberte lastimado tanto
–Oh, si podrían, solo soy más rápida... ten más cuidado–dijo Helga, amenazante–. Y no vuelvas a molestar a Rhonda, porque la próxima vez te golpearé en serio
–¡Helga! Eso fue espectacular–dijo Sid.
–Recórcholis–dijo Stinky–. En verdad nos engañaste–Rio nervioso.
–Buena broma–dijo Patty–. Nos asustaste bastante
Helga hizo un par de reverencias.
–Y con eso concluye el show principal–dijo con una sonrisa segura– ¿Qué esperan? Esto es una fiesta, ¡que suene esa música!–Añadió
Lila se ría despacio junto a ella cuando los ritmos electrónicos regresaron a la azotea.
Phoebe se acercó.
–¡Debiste decirme que harías algo así! ¡Casi me matas del susto!–Reclamó.
–Lo siento, Pheebs, no quería arruinar la sorpresa
–La próxima vez avísame
–Lo consideraré–Sonrió.–. Creo que iré a limpiarme
Helga se encaminó hacia la puerta para ir al baño. Los chicos del equipo de baseball la aplaudieron.
–¡Buena broma, Luisa Lane!–Le dijo uno.
–¿Luisa Lane?
–Eres del periódico escolar, ¿no?
–Preferiría en verdad sacarme un ojo antes que tener que ser rescatada por un extraterrestre con esteroides. Grábatelo bien, mi nombre es Helga G. Pataki
La chica se fue, seguida por Lila. Bajaron las escaleras y entraron al baño.
–Te ayudaré, Helga–dijo la pelirroja.
–No es necesario, se manchará tu vestido
–No si tengo cuidado
–No quiero que lo hagas
–Oh...
Lila parecía triste y eso le hizo gracia por medio segundo.
–No es personal, no me gusta que me toquen, pero puedes acompañarme si quieres
Helga se quitó el parche y lo arrojó a la basura. Mojó una toalla y con cuidado limpió su cabello, rostro, cuello, escote y su brazo izquierdo lo mejor que pudo.
–¡Qué lástima!–dijo la pelirroja, mirando la blusa– Quedará manchada. Es bonita
–Era de Olga–Explicó Helga, restándole importancia.
–¿Cómo se te ocurrió esa broma?–Preguntó Lila.
–No lo sé, simplemente llegan a mí–Se encogió de hombros.–. No es Halloween si no asustas a alguien
–Bueno, creo que oficialmente eres la estrella de esta noche
–Lo sé
Lila vio en el espejo la sonrisa de la rubia. Bajó la mirada y con sus manos estiró su falda, sentándose en el borde de la bañera.
–¿Curly no sabía nada de tu broma?
–No
–Pudo lastimarte
–¿Ese fenómeno? Imposible, soy más fuerte y rápida que él
Lila dio un suspiro.
–A veces me gustaría tener tu seguridad, ¿sabes?
–Deberías aprender a reconocer tus virtudes y potenciarlas, en lugar de querer ser como otros
–¿Qué quieres decir?
–Tienes el poder que tienen las chicas de tu tipo: dulce, femenina, sensual
–¿Crees que soy sensual?
–Hermosa como los medios dicen que son las chicas hermosas–Explicó, girando su mano.–. Por eso cuando estamos juntas todo el mundo se queda en silencio, tú tienes la belleza, yo tengo la autoridad. Si quisieras, podrías tener a tus pies a la mayoría de los chicos
–Realmente eso no me interesa
–Lo sé–Se encogió de hombros y volteó, cruzando los brazos y apoyando su espalda en el lavabo.–. Sería molesto que fueras ese tipo
–¿Qué quieres decir?
–Que me agradas con esa ingenuidad y esa alegría tuya, eres como un rayito de sol en una mañana de invierno
Lila se rio despacio.
–Aunque... sé que a veces nos engañas a todos. Así que definitivamente te queda bien ser un hada–Medio le sonrió.– ¿Volvemos arriba?
–Sí
La pelirroja se puso de pie y caminó hacia la puerta pasando junto a ella.
–Y Lila
–Ya sé, ya sé, me golpearás si le digo a alguien que fuiste amable conmigo–comentó con entusiasmo.
–No–Se acercó y con su pulgar le limpió la comisura de los labios.–. Tu labial se corrió
Lila se quedó congelada, mirándola, con los ojos muy abiertos y un ligero rubor.
–Sé que no dirás nada, no necesito amenazarte cada vez que hablamos
Helga salió del baño y Lila se quedó congelada un segundo. Tomó aire, apagó la luz y la siguió de regreso a la fiesta.
...~...
–Arnold, ya relájate–decía Gerald, bromeando.
–No fue gracioso–dijo el chico.
–¡Pero si Helga siempre ha sido así!
–Creo que estás exagerando–Se involucró Phoebe.–. Yo también me asusté, pero debo reconocer que fue una buena broma
–Cuando le pase algo en serio nadie va a reaccionar
–Vamos, Arnold, es Helga, si le pasa algo en serio sabrá arreglárselas–dijo Phoebe–. Siempre lo ha hecho
El rubio suspiró, intentando calmarse. Ni siquiera sabía por qué le molestaba tanto. Cuando vio a Helga herida , sintió un peso enorme en su interior, al tiempo que la imagen de ella, en la nieve, con las manos lastimadas, los ojos hinchados, despeinada, furiosa y asustada, volvió a su memoria y revivió la culpa.
De pronto sonó una canción que él sabía que la pareja amaba.
–Vayan–dijo–. Ya se me pasará, solo estoy nervioso
–¿Estás seguro?–Preguntaron Gerald y Phoebe a coro.
–Sí
–Regresamos enseguida–dijo Phoebe, mientras Gerald tomaba su mano para llevarla a bailar.
El rubio cerró los ojos un momento y se cruzó de brazos. Helga besando a Stinky y Helga luchando con Curly. Demasiado para una sola noche y ambas situaciones le molestaban. Gruñó.
–Te ves alterado, Arnold–dijo de pronto Rhonda.
Arnold abrió los ojos y la miró incómodo.
–Oh, lo siento, no quiero arruinar tu fiesta–respondió.
Había estado tan concentrado que ni siquiera notó sus pasos, a pesar del ruido que generaban los tacones.
–No estás arruinando nada–Comentó ella, con una sonrisa.–. Es una buena fiesta y te agradezco por tu ayuda
–Realmente no hice nada
–Sí, conseguiste un lugar donde pasar un buen rato, sin un lugar no hay fiesta
–Supongo que no–suspiró.
–Y hay que admitir que Helga siempre da buenos espectáculos
–Supongo que sí
Rhonda volteó, sirvió dos vasos y le entregó uno al chico.
–Toma, para que te sientas mejor
–Gracias, Rhonda–Arnold aceptó el vaso y bebió un poco. Era muy dulce.
Las cosas dulces te hacen sentir mejor, aunque no quieras
Arnold se bebió todo el vaso. Rhonda lo observó, lo imitó y volvió a servir.
–Por cierto, buen disfraz–Comentó el chico, recibiendo el nuevo vaso y bebiendo sin pensar.
–Gracias–Giró de lado a lado para lucirlo.– ¿No crees que exageré un poco?
–Bueno, el personaje es un poco "exagerado"–Hizo las comillas con los dedos de su mano libre.- ¿me equivoco?
–No–Rio.–. Gracias. Sentía que... quizá estaba un poco fuera de lugar
–¿A qué te refieres?
–Bueno, Sheena, Helga, Lila, Nadine y Phoebe tienen lindos trajes, pero ninguna de ellas tiene algo... emh... así
–No entiendo lo que quieres decir
–Ay Arnold, siempre tan ingenuo–Sonrió.
–No sé cómo sentirme con ese comentario
–Olvídalo–Le sonrió –. Volveré con mis amigas. De nuevo, gracias por todo, Arnold
Rhonda le dio un beso en la mejilla y regresó con sus amigas de la otra escuela, quienes la recibieron entre risas.
El rubio se quedó confundido, preguntándose qué había sido eso.
–¿Bailamos, Arnold?
La voz se le hizo familiar. Miró a su izquierda.
«Ruth...»
«No, Edith»
– Claro
El chico bebió al seco el segundo vaso que Rhonda le había pasado.
Solo entonces cayó en cuenta de lo que estaba tomando y por qué era tan empalagoso. ¿De dónde había sacado alcohol? ¿Y por qué le dio eso?
«Para que te sientas mejor»
Cerró los ojos un momento y sintió que Edith sujetaba su mano y lo alejaba de la mesa, dándole apenas tiempo para dejar el vaso sobre ésta.
La música sonó fuerte, las luces eran extrañas y la chica bailaba con él, mirándolo a los ojos mientras balanceaba las caderas. La mirada del chico siguió los movimientos de sus manos y bajaron por su traje. Con esa falda sus piernas lucían largas y hermosas.
La chica giró a su alrededor y él intentó seguirle el ritmo, entusiasmado. Reía, mucho más relajado que antes. Rhonda había acertado. De hecho...
«¿Por qué estaba tan preocupado?»
Edith frente a él pestañeó lentamente y le tomó las manos acercándolas a su cintura, abrazándolo para decirle algo al oído.
Gerald y Phoebe también se divertían cerca de ellos y echaban una que otra mirada a Arnold, pero en cuanto escucharon su risa, dejaron de prestarle atención.
Las chicas de la escuela de Rhonda bailaban entre ellas, aunque una se escapó del grupo para bailar con uno de los chicos de baseball. Harold otra vez bailaba con Patty. Sheena bailaba con Curly y Eugene. Lorenzo con Nadine, aunque Peapod se acercó a ellos para pedirle el siguiente baile a la chica.
Sid y Stinky bromeaban jugando con la comida.
...~...
En cuanto Helga y Lila subieron, se acercaron al grupo de amigas de Rhonda.
–¡Esa broma fue una locura!–dijo una de ellas– ¿Dónde compraste las cosas?
–Las hice–Se encogió de hombros.–. Soy muy creativa
Luego miraron a Lila, alabando su disfraz y entre la conversación, comenzó a mostrarles pasos de ballet, que algunas intentaron imitar. Helga entonces volvió a apartarse, mirando a los que bailaban. Sus ojos escapaban hacia Arnold y odiaba la sonrisa tonta que tenía en ese momento.
Vio de reojo que Rhonda se le acercaba.
–Lindo traje, princesa–dijo la rubia.
–Gracias–La miró.–. Hiciste una buena broma, casi nos matas del susto
–Lo único malo de eso, es que significa que el próximo año tendré que hacer algo mejor, o sea, más complejo
–O tal vez no hacer nada, para variar
–¿Y perder mi toque? Olvídalo
Helga se tomó el refresco que tenía y comió un canapé.
–¿Dónde puedo poner una queja?–dijo.
–¿Por qué?
–¡¿Dónde demonios están los cócteles de camarón?!
Rhonda dejó escapar una carcajada sincera.
–No los consideré apropiados para este tipo de celebración
–Me siento estafada
–Bueno, la próxima vez que te invite a algo recordaré que te gustan. Te debo un favor por lo de Curly
Ambas miraron al chico con lentes y cabello negro que volvía a actuar como un gato, dando saltos entre los bailarines.
–Más le vale quedarse lejos–Comentó Helga. Luego miró a su amiga.– ¿Y por qué elegiste ese disfraz?
–¿Crees que no me viene?
–Más bien fue inesperado, aunque–Miró a las amigas de Rhonda.–. Creo que todas están en un plan similar
–Las chicas y yo hicimos una lista y luego sorteamos los disfraces
–Parece que te diviertes con tus nuevas amigas
–Sí, a veces, pero no es lo mismo. Extraño jugar baseball o rugby con ustedes. Allá jugamos hockey sobre pasto... y practicamos equitación. También extraño visitar a Patty y tejer con ella y su madre. Sé que siempre he sido superficial y me gusta recordarle a todo el mundo el dinero que tiene mi familia, lo elegante que soy, pero... –Ahogó un puchero.– pero en esa escuela todo el mundo es así y no lo soporto... ni siquiera me hubiera imaginado lo molesto que era para los demás que yo fuera así todo el tiempo
Rhonda comenzó a llorar y abrazó a Helga. La rubia quedó sorprendida por un momento, pero entonces su olfato la alertó.
–¿Estuviste bebiendo, princesa?–dijo, apartándola, para mirarla a los ojos.
El maquillaje corrido le recordó al dramático llanto de su hermana. Rhonda asintió y volvió a abrazarla. Helga la sacó de ahí, llevándola junto a la puerta, lejos de las miradas de otros.
–Rhonda, estás haciendo un espectáculo, así que mejor cálmate–dijo en un tono firme, pero despacio, para que solo ella lo escuchara.
–Es que...
La rubia rodó los ojos y luego de un buen rato decidió darle unas palmaditas en la espalda.
–Mi familia es horrible ¿por qué mis padres me quieren lejos?–dijo la chica– ¿Por qué me enviaron a esa escuela donde solo hay chicas presumidas?
–Rhonda Wellington Lloyd–La sostuvo por los hombros.– ¡Contrólate!
–Pero...
–¿Y qué si todas tus compañeras son unas estiradas hijitas de papá? Tú eres Rhonda Wellington Lloyd. Y sí, eres la niña rica del vecindario, pero también eres leal, asertiva y graciosa. Sigues siendo nuestra amiga, sigues siendo parte de este barrio y tal vez... piensa si estás dispuesta a hacer un sacrificio por tener lo que quieres... porque si tanto odias esa escuela y quieres volver, siempre puedes hacer que te expulsen
–¿Qué? No... yo no... podría
–Oh, sí, sí podrías... y yo puedo ayudarte...
–¿Harías eso por mí?
–Claro
–Pero ¿por qué?
Helga se encogió de hombros.
–Tal vez sin razón, tal vez porque soy la reina de las bromas, tal vez porque somos amigas–Le sonrió.–. Pero, princesa, no sigas bebiendo... te hará mal y prometiste no volver a hacerlo
–Tú también lo harías si tuvieras que soportar lo que yo soporto
–Oh, no, esa excusa no–Iba a discutir, pero decidió callarse.
Helga sabía que hablar con alguien en estado de intemperancia era una pésima idea y que esa discusión no llevaría a nada. Tal vez otro día.
Miró alrededor, asomándose por un costado. Nadine estaba cerca, le hizo un gesto y la llamó.
–¿Qué pasa, Helga?
–Es Rhonda... –dijo.
–¿Qué le pasó?
–Bebió
–¿Qué?
–Está ébria ¿Puedes llevarla a casa?
–¡No quiero irme a casa!–Discutió Rhonda.
–Y yo no creo que quieras que te vean así
–Vamos, Rhonda–Insistió Nadine.–. Iremos a mi casa
–¡No!–Contestó la pelinegra, haciendo un puchero.
–Sí–Ordenó Helga.–. Irás y lo harás con una enorme sonrisa
–No
Rhonda buscó en el relleno de su ropa, sacó una botella y trató de abrirla.
–Ah, no, eso no–dijo Helga, quitándosela de las manos.
–¡Pero!
–¡Pero nada!–Miró a la otra rubia.–. Nadine
–Sí, déjalo en mis manos–Respondió con tranquilidad, luego abrazó a Rhonda.–. Vamos, Rhonda, iremos al baño, te lavarás la cara, beberás algo de agua, arreglaremos tu maquillaje y te sentirás mejor
Nadine se llevó a su amiga y Helga se quedó mirando el cielo, apoyada en el muro. Trataba de encontrar gracioso todo eso, pero incluso convencida de que los problemas de la princesa eran tonterías, sentía lástima por ella.
Decidió rodear la entrada y dirigirse nuevamente a los bocadillos. En cuanto lo hizo, dejó la botella sobre la mesa y buscó que comer, mientras bebía jugo.
La música seguía sonando fuerte, pero quedaban pocas personas bailando. No veía a Lila, Edith, Phoebe, ni Arnold.
–Ya nos vamos, gracias por todo, espero que el lindo chico pirata se sienta bien pronto
Helga escuchó eso y se puso en alerta. La voz era de una las amigas de Rhonda y solo podían referirse a Arnold. ¿Por qué decían eso?
«No, Helga, él no debería importarte»
Las escuchó reír, cuchicheando entre ellas. Mientras los chicos de baseball les daban cumplidos un poco subidos de tono.
–¡Así que fuiste tú!–Escuchó la acusación de Gerald.
–¿Qué?–Helga volteó y lo miró.
El moreno estaba molesto.
–¡Te pasaste de la raya, Helga!–Continuó.
–¿De qué hablas?–La rubia arqueó la ceja.
–¿Qué le diste a Arnold?
«¿Qué le pasó?»
–Nada–dijo Helga, mirando a Gerald con toda la seriedad que podía–. Ni siquiera me he acercado a él
–¿Y qué hay en esa botella?–Insistió el moreno.
«¿Qué demonios hiciste, princesa?»
–No lo sé –dijo ella, pestañeando lento–. La encontré en el suelo
«Me debes una»
–No te creo–Continuó Gerald.
–¿Qué le pasó a Arnold?
–¡Lo embriagaste!
«Maldición»
–Escúchame, Geraldo, me gusta hacer bromas, pero esto no lo considero gracioso, es una tontería y no le haría eso a nadie
Gerald la miró molesto.
–¿Sabes qué?–Concluyó ella, frustrada.–. No es mi problema si no me crees
Helga levantó los brazos dramáticamente y decidió alejarse. Se quedó apoyada contra el borde de la azotea, pero minutos más tarde notó que Gerald la seguía mirando con enojo. Phoebe apareció en ese momento y se acercó a decirle algo, luego lo vio desaparecer por la escalera.
–Nos vemos, Pheebs–le dijo a su amiga, sin esperar respuesta.
Era buen momento para irse. Terminó su vaso de refresco y se dirigió a la puerta.
Bajó las escaleras y notó que la puerta del baño estaba entreabierta. No era su maldito problema, pero reconoció la voz de Lila.
–Tranquilo, Arnold, pronto te sentirás mejor.
Se acercó y pudo escuchar también a Gerald.
–Es todo–dijo de pronto el chico, furioso–. Pataki no puede salirse siempre con la suya, ya verá
–¿Qué vas a hacer?–dijo Lila.
En ese instante escuchó que desde la azotea algunos chicos de baseball bajaban la escalera.
–Hablar con ella–Continuó Gerald.
–Eso no resultará–dijo Edith.
–En ese caso, ella no es la única que sabe pelear
«Ya quisieras»
–Gerald, espera–dijo Arnold, con dificultad.
Helga sabía que podía delatar a Rhonda, pero eso solo traería más preguntas y probablemente Gerald pensaría que solo lo decía para librarse, en especial porque si ya había mentido antes. ¿Por qué iba a creerle ahora?
No podía volver a la fiesta, ni lograría bajar por las escaleras a tiempo, solo había un lugar donde esconderse.
–Rayos–se dijo Helga, cubriendo su ojo con su palma y arrastrando su mano hasta su mentón.
Subió las escaleras de forma silenciosa y se ocultó tras la puerta, sin cerrarla. Todavía escuchaba parte de la conversación.
–¿Estás seguro que fue ella?–dijo Lila–No creo que...
–¿Entonces qué pasó?–Interrumpió el moreno.– ¿Esa botella apareció mágicamente? Apuesto que la escondió en su abrigo
Una arcada.
–Ya, ya, Arnold–Se escuchó la voz de Edith.
–Va a tener que escucharme–dijo Gerald.
Helga notaba los pasos pesados y furiosos rumbo a la azotea.
Definitivamente no quería pelearse con el novio de su mejor amiga y mejor amigo del cabeza de balón. Si perdía, su reputación sufriría, pero, había que aceptarlo, eso ni iba a pasar. Cuando ganara, porque eso si era realista, todos la mirarían con miedo y probablemente Phoebe se enfadaría, también Arnoldo estaría decepcionado de ella, Patty la regañaría e incluso Lila podía distanciarse y, rayos, le era difícil hacer nuevas amistades. Sin importar el resultado, terminaría perjudicada.
Las luces de la habitación estaban apagadas y se concentró en los sonidos del exterior. Era extraño estar en la habitación de Arnold. Incluso en penumbras podía reconocer la mayoría de los muebles. Respiró profundo y decidió que cuando los demás volvieran a la fiesta simplemente saldría por la puerta. Escuchó las voces de Edith y Lila todavía en el pasillo, aunque no entendió lo que decían. En la azotea Gerald preguntaba por ella. Logró escucharlo apenas.
–Se fue hace un rato–dijo Phoebe, con clara preocupación.
–Maldición, Pataki–dijo Gerald.
Helga trató de mantener la calma. Podía esperar un poco más.
Contempló la habitación, recordando las veces que estuvo ahí. El estúpido cuaderno rosa, el maldito loro, incluso cuando perdió su relicario. Debía escribir su último poema y deshacerse de toda la evidencia. Quemar todo era lo más sensato. Si los arrojaba a la basura arriesgaba la posibilidad de que alguien los encontrara y aunque sonaba absurdo, ese barrio tenía un don particular para los sucesos absurdos e improbables. O tal vez ella solo tenía una suerte rara.
De pronto las voces de Arnold y Gerald se acercaron. Se apartó de la puerta, buscando dónde esconderse.
«¿Otra vez el closet? ¿Qué estúpido deja vu es este?»
Helga se quedó lo más al fondo que pudo.
–¡Estoy bien, Gerald!–Decía el rubio con una voz que dejaba claro que no.
El moreno lo ayudó a llegar hasta la cama, lo sentó, le dio de beber de una botella de agua y luego lo obligó a recostarse.
–Amigo, descansa, yo iré a asegurarme que todos se vayan y volveré a ver cómo sigues
–¡Que estoy bien!–Insistió.– Volveré arriba
–No, la fiesta acabó, todos se irán en unos minutos, quédate aquí
Gerald apagó la luz y cerró la puerta.
Helga pensó que era su oportunidad de escapar.
–¡Abner, vigila la puerta y no dejes que salga!–Escuchó decir a Gerald.
El cerdo gruñó como respuesta.
«Criminal»
Notes:
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Chapter 32: Solo un sueño
Chapter Text
Helga se acercó a la puerta del armario y miró alrededor, nerviosa. Arnold no estaba dormido, pero claramente no estaba del todo consciente. No podía intentar salir antes que Gerald volviera por el estúpido cerdo. La música arriba ya se había detenido y las voces intercambiaban despedidas.
–Helga–dijo Arnold de pronto, con un suspiro.
La rubia se sintió atrapada y se asomó desde el interior, abriendo un poco la puerta.
–Lo siento...–Comenzó a disculparse.
–¡¿Helga?!–dijo él, sentándose de golpe.
Incluso en las penumbras ella pudo notar que casi lo mata de un infarto y que definitivamente ese movimiento abrupto lo había mareado, porque de inmediato sujetó su cabeza entre sus manos.
–No quise asustarte, pensé que me habías visto–dijo la chica.
–¿Qué haces aquí?–dijo él.
–Esconderme, doi
Helga lo observó, había algo extraño en el rubio, además de que evidentemente estaba borracho, claro. Apoyó su hombro en el marco de la puerta del armario, sin salir por completo, con los brazos cruzados.
–¿Por qué dijiste mi nombre?–dijo ella, alzando un lado de su ceja.
–Estaba pensando en ti
–¿Por qué?
–Porque no puedo evitarlo
–¿Qué significa eso?
–Yo también quisiera saberlo–Arnold sonrió con tristeza, dejándose caer en la cama.
Ella se quedó inmóvil durante varios minutos. Cuando pensó que Arnold no iba a levantarse, se acercó a él y notó el mismo aroma que tenía Rhonda.
–Estuviste bebiendo con la princesa–Dedujo, completamente segura.
–¡No! Rhonda me dio algo "para calmarme"–Hizo las comillas en el aire.– y luego me puse a bailar... Edith tiene unas piernas larguísimas... me recuerda a Ruth McDougal
–Sí, será que son familia–Rodó los ojos
–¿Conoces a Ruth?
–De la escuela
Arnold asintió con comprensión.
Ella suspiró, todavía con los brazos cruzados. Arnold volvió a sentarse y le sonrió, invitándola a sentarse junto a él. Helga se encogió de hombros y aceptó.
–Espera...
La miró entrecerrando los ojos y luego acercó sus manos al rostro de ella.
–¿Qué haces, cabeza de balón?–Intentó apartarlo.
–Déjame–dijo frunciendo el ceño.
A Helga le hizo gracia que pusiera esa cara y bajó sus propias manos, dándole libertad.
Arnold jugó un poco con su cabello, acomodándole el flequillo, ladeó la cabeza, contemplándola como si fuera una obra de arte en la que trabajaba, volvió a acomodar su cabello y cuando estuvo conforme sonrió
–Listo
–¿Qué fue eso?
–Así te pareces a Cecile–dijo, con una risita.
–¿Quién es...? Oh
Helga tuvo un mini ataque de pánico. Lo había olvidado y ese día estaba peinada exactamente de la misma forma que cuando terminó esa cita de San Valentín.
Arnold la miró un segundo y luego volvió a recostarse.
–¿Por qué todo da vueltas?–dijo, cerrando los ojos.
La chica lo obligó a bajar un pie de la cama hasta tocar el suelo. Vio la botella que Gerald había dejado. Todavía tenía agua, ayudó a Arnold a beber un poco.
–¿Quieres más?–dijo Helga, preocupada.
–No
–¿Quieres subir a tomar aire?
–No
–¿Qué quieres hacer?
Arnold le sonrió.
–Quiero quedarme aquí
Helga iba a ponerse de pie, pero él tomó su mano.
–No te vayas
Ella se quedó paralizada, mientras él jugaba torpemente con sus dedos.
«¿Qué está pasando? ¿Por qué...?»
«Debería irme»
«Pero es Arnold»
«Y está horriblemente ebrio»
«¿Está bien que lo acompañe?»
«Necesita que alguien lo cuide»
«Pero... es Arnold... el estúpido cabeza de balón, el mismo al que -he amado ...¡NO!- amé por años...»
«Y está siendo ¿agradable?»
«Y críptico»
«No le pasará nada, Helga, debes irte»
Quería irse. Sentía el impulso de huir o al menos encontrar una salida a esa situación.
–No me gustó verte lastimada–dijo él de pronto.
–Solo fue una broma, cabeza de balón, estoy sana y salva
–No me refiero a eso... no me gusta... verte herida, no me gusta verte sufrir... quisiera ayudarte
Arnold se sentó y acercó las manos de Helga a su rostro. Las miró con cuidado, acariciándolas, deteniéndose en las cicatrices. Ella no resistió mucho y apartó su mano con brusquedad.
El chico la miró con tristeza y luego volvió a recostarse con los ojos cerrados, respirando con dificultad.
–¿Qué demonios trajo Rhonda?–Comentó Helga, más para sí que para Arnold, luego recordó que los vasos de la fiesta eran casi de medio litro y definitivamente Arnold no era del tipo que bebía alcohol, pero ¿Cuánto había tomado?
Helga escuchó pasos en la escalera y volvió a esconderse en el armario, metiéndose al fondo entre unos abrigos, rogando que no hubiera arañas. Desde ahí espió con la puerta medio abierta.
–Bueno, amigo–dijo Gerald, encendiendo la luz–. Ya se fueron todos.–Se acercó a él y tomándolo de una mano lo hizo levantarse, para luego pasarle otra botella de agua.
–¿Gerald?–dijo Arnold, confundido.
–Toma–Lo obligó a beber.–. Mañana estarás mejor, duerme
–¡No! Volveré a la fiesta
–La fiesta acabó, viejo. Descansa
–¿Y dónde está Helga?
–Se fue hace rato
–Yo... estaba hablando con ella
–Estabas soñando, viejo
–No, en serio estaba aquí
–Estabas dormido... ¿Además, por qué Helga estaría contigo?
La chica en el armario cubría su boca y contuvo el aliento.
–Ya terminamos de limpiar–Continuó Gerald.–, así que nos vamos. Lila dice que bebas mucha agua
–Gracias, amigo... perdón por dejarte a cargo
–No fue tu culpa, si hay alguien a quien culpar, es a Helga
–¿Qué hizo?
–Ponerle alcohol a tu refresco
–No fue ella
–¿Entonces quién?
–Rhonda
–¿Qué?
–Ella me dio algo... era... dulce...
–¿Por qué Rhonda haría algo así?
–No lo sé... –Se dejó caer en la cama.–. Helga no hizo nada malo
–Está bien–Suspiró.–. Creo que le debo una disculpa
Helga todavía desde el armario tuvo que guardarse el "te lo dije", pero hizo una pequeña celebración, que terminó con un gesto rápido mientras se sacudía una araña de la manga.
–Descansa
Incluso borracho, se despidió de Gerald con su saludo de amigos. El moreno apagó la luz y salió cerrando la puerta.
–No Abner, Arnold necesita dormir, no creo que sea buena idea que lo molestes ahora
El cerdo gruñó con desaprobación.
–Ya dije que no, mañana podrás jugar con él
Helga esperó cinco minutos para salir de su escondite. Podía intentar huir por la escalera de incendios, solo debía pasar por la cama y escalar con cuidado, abrir la ventana y salir.
«Pan comido»
Al acercarse, dispuesta a ejecutar su plan, vio a Arnold recostado, medio dormido, con una respiración pesada.
Lo contempló y decidió que no tenía prisa, de todos modos ¿Qué importaba si llegaba en media hora o en hora y media? Ya se había ganado el regaño de todos modos, suponiendo que les importara, claro.
Se sentó en la cama con cuidado, mirándolo.
Perdió la noción del tiempo. Percibía el parpadeo regular de las luces del equipo de música. También los pasos de los residentes que probablemente se preparaban para dormir, un par de gruñidos del cerdo, la voz del abuelo de Arnold, algunas aves afuera, el lejano motor de un auto y con el pasar de los minutos se hizo el silencio de la madrugada.
No quería regresar a casa, no quería lidiar con Bob y otro de sus fracasos laborales, no quería contemplar el cansancio de Miriam.
En ese momento estaba tranquila y ¿Qué importaba si miraba a Arnold dormir? No era terrible, no tenía ni que enterarse y ella no iba a hacer nada más que mirar. Ya no quería cortarle mechones, ni aspiraba a robarle algún objeto, o siquiera escribirle poemas.
«Oh, amado Arnold, mi dios de cabellos dorados...»
Bueno, si quería volver a escribir.
«Al menos una vez más, una última obra... para acabar al fin con este tormento...»
Cerró los ojos con fuerza, molesta consigo misma.
DEBÍA irse. No tenía ninguna buena razón para seguir ahí, ni siquiera preocuparse de Arnold, él estaba a salvo, no le pasaría nada.
Pero...
«¿Y si volvía a sentirse mal? ¿Si necesita ayuda?»
Además, él le había pedido que se quedara.
El chico rodó y ella se apartó bruscamente. El movimiento lo despertó.
–¿Helga?–dijo, frotándose los ojos– ¿Dónde...?–Miró alrededor.– ¿Por qué estás aquí?
Ella evadió su mirada.
–No quería dejarte solo con lo mal que parecías estar–Admitió.–, pero luces mejor y ya es tarde, así que... –Se encogió de hombros y se puso de pie.
–No puedes ir sola. Te acompaño–dijo él, intentando sentarse, pero todavía se sentía mal y para ella fue evidente.
–No
–Helga
–No pasa nada, no es tan lejos... puedo correr... y estoy aprendiendo a dar mejores golpes ¿lo olvidas?
–Te acompañaré, solo dame unos minutos
–No hace falta. Así como estás, créeme que es más seguro que me vaya sola
–No puedo, Helga, no estaré tranquilo si no me aseguro de que llegues bien
Ella medio sonrió.
–Puedo quedarme aquí–dijo en un impulso de estupidez suprema.
–¿Qué...?
–Olvídalo, no importa
–Puedes quedarte. Lo que no entiendo es por qué quieres quedarte
–No es que quiera, es que no quiero llegar a casa–Se encogió de hombros.
–Entonces soy la opción menos mala
–Supongo
Arnold la observó. ¿Qué estaba pasando en la vida de Helga que él -otra vez- ignoraba?
–Si mis abuelos descubren que estás aquí harán muchas preguntas–dijo.
–Entonces me marcho... –dijo ella.
–¡No!–La sujetó por la muñeca.–. Lo-lo siento.–La soltó de inmediato.–. Quédate, por favor. Pero no pueden enterarse, tendrás que irte a escondidas–dijo el chico.
Helga asintió.
–Puedes dormir en mi cama. Yo dormiré en el sillón–Intentó levantarse.
Helga con calma puso una mano delante del pecho de él, con sus dedos estirado, sin tocarlo.
–Me niego–Moduló con seguridad.
–Pero...
–Puedo dormir en el sillón, estaré bien
–Al menos déjame pasarte un manta–dijo.
Helga asintió y se apartó buscando el interruptor para encender la luz. El chico se levantó, tomó el control sobre una mesita y presionó el botón para hacer aparecer el sillón, luego fue al armario y movió algunas cosas antes de volver junto a Helga.
–Toma–Le pasó una manta y una camisa
–¿Y esto?–dijo mirando el diseño a cuadros tan típico de Arnold.
–La que llevas está manchada y debe seguir pegajosa, pensé que podrías usar otra cosa y, ya sabes, dormir un poco más cómoda
Helga dejó la manta sobre el sillón.
–¿Te importa?–dijo, mirándolo.
–Abre cuando estés lista–dijo el chico.
Arnold salió de su cuarto y, para darle algo de tiempo, fue a lavarse la cara esperando sentirse mejor. También fue a la cocina por más agua, pero solo encontró refresco. De todos modos, abrió una botella la bebió por completo.
Al regresar se sentó en la escalera, esperando. Abner lo observaba con curiosidad, sentado un par de peldaños más abajo. Ninguno hizo ruido.
Helga desató el pañuelo que rodeaba su cintura y desabotonó la blusa. Su brazo y cuello seguían un poco pegajosos, así que tomó la botella de agua y mojó la blusa sucia para volver a limpiarse.
«Mucho mejor»
Miró la camisa y la tomó con cuidado. Por un segundo se ilusionó.
«Oh, Arnold, ¿Qué es esto? Siempre quise tener algo tuyo y ahora... »
«¡Concéntrate! Sólo es prestado y... »
Aspiró el aroma de la ropa.
«Suavizante»
«Claro que te pasó algo limpio ¿Qué esperabas? Doi»
«Aun así... »
Se vistió cerrando los ojos, dejando que la sensación de la tela sobre su piel se marcara en su memoria. Subió su mano hasta el cuello y buscó el primer botón y el ojal correspondiente. Con delicadeza bajó sus dedos por la costura y la cerró desde un poco más arriba de su busto hasta el botón inferior. Se aseguró de estar cómoda.
Abrió con cuidado la puerta, dejando entrar a Arnold, quien la miró de arriba a abajo.
–Te ves hermosa
«¡No digas eso! Idiota»
–Estúpido cabeza de balón sin filtro–Se quejó ella.
El chico no logró ahogar una risita.
Helga lo observó poner seguro a la puerta.
–¿Podrías... voltear?–dijo, con cierto temblor en la voz.
–Sí, claro, claro. No es como que quisiera verte desnudo, cabeza de balón–dijo ella, dándole la espalda.
Miró el techo, tratando de no pensar en que ya lo había visto antes, pero entonces apenas eran niños y una parte de ella se preguntó qué tanto había cambiado en ese tiempo. Sintió el rubor en sus mejillas y cerró los ojos con fuerza, intentando calmarse.
«Basta, mi adolorido y golpeado corazón»
–Listo–dijo el chico.
Ella volteó y el rubio le ofreció una almohada que Helga aceptó. Luego de apagar la luz se sentó en el sillón, mirándolo, mientras él se acomodaba en la cama.
–Gracias por dejar que me quede–Susurró la chica.
–Gracias por preocuparte por mi
–Alguien tiene que hacerlo
El chico se arropó, recostándose.
–Arnold–dijo ella de pronto.
–¿Sí?
–Esto no pasó
–Lo que tú digas, Helga. Buenas noches
–Buenas noches, cabeza de balón
La chica se quitó las botas y revisó el bolsillo izquierdo de su pantalón. Una de las bolsas de "sangre" se había reventado durante el forcejeo y definitivamente no quería dormir con esa sensación pegajosa en su piel. Miró al chico un rato.
–Arnold–Susurró.
Se levantó lentamente y se acercó a él con precaución. El chico dormía profundamente.
Helga regresó junto al sofá, desabrochó el pantalón con cuidado y lo dejó caer al suelo. Tomó la blusa manchada y buscando la parte que había humedecido antes la usó para limpiar desde su cadera hasta su muslo. Luego subió las piernas al sillón y se envolvió en la manta, cubriéndose por completo, apoyando su costado en el respaldo y poniendo la almohada en la parte más alta para descansar su cabeza.
La habitación de Arnold tenía seguro, incluso si alguien iba a verlo, tendría tiempo para esconderse, pero tal vez era mejor idea quedarse despierta.
Tendría que llevarse la camisa de Arnold, porque su blusa no se secaría a tiempo. No estaba segura si hizo eso de forma impulsiva o intencional, pero ya estaba hecho.
«¡Que lástima!»
Ahogó una risita y en eso notó que le dolía un poco el cuerpo por esa pelea con Curly. Sonrió pensando en eso. Fue una suerte que él reaccionara como esperaba, porque su plan original era fingir un accidente y eso habría sido mucho menos impactante. Tal vez debía llevarle dulces como agradecimiento.
«Oh, mierda»
Recordó que su abrigo, su sombrero y su bolso con su "tesoro" quedaron arriba. Qué importaba, ya no los necesitaba y probablemente Gerald los tiró, de todos modos, estaba enfadado con ella y no podía culparlo. Habría reaccionado exactamente la misma forma si a Phoebe le hubiera pasado algo así y ella hubiera visto lo que él vio.
Volvió a mirar a Arnold. El chico respiraba de forma regular y parecía tranquilo. Cerró los ojos un momento, cruzando las piernas sobre el sillón.
«Rayos»
Suspiró, furiosa consigo misma. ¿Qué estaba haciendo ahí? ¿Por qué se había quedado? ¿Por qué no era capaz de irse? Sabía que no le pasaría nada, era Helga G. Pataki, no le asustaban las calles de la ciudad de noche. Pero ese día se resistía a volver y se negaba a pensar en la razón... y a que tal vez eran solo excusas.
Echó la cabeza hacia atrás, mirando el cielo. La noche estaba despejada y las estrellas brillaban más allá de los cristales y las vigas.
Por largo rato contempló el infinito del espacio, dejando su mente divagar en ideas oníricas. Prefería los pensamientos sobre el vacío que volver a crear poesía, al menos en ese momento.
La voz de Arnold la sacó de su trance.
–Demonios–dijo el chico.
–¿Qué pasa, cabeza de balón?
–No me siento bien
–¿Vas a vomitar?
–Creo que sí
Helga se puso de pie y se acercó a él, ofreciéndole una mano.
–Vamos, te acompaño
–No tienes que hacerlo
–Lo sé
Arnold aceptó y con ayuda de la chica se levantó y bajaron la escalera. Sin encender las luces del pasillo caminaron lentamente hacia el baño. Helga cerró la puerta con cuidado, casi sin hacer ruido. Luego se sentó en el suelo helado y le sostuvo el cabello mientras él vomitaba. Podía notar que estaba...
«Mortificado.»
Arnold sabía que era posiblemente el estado más patético en que Helga lo vería. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que ser ella? Estaba seguro de que no lo dejaría en paz en meses. Odiaba haber bebido y lo peor era que ni siquiera era su culpa, él no quería tomar alcohol, de haberlo sabido no habría aceptado lo que Rhonda le dio. Y hablando de eso ¿por qué Rhonda metió alcohol a escondidas en la fiesta? ¿Y por qué creyó que era buena idea darle de beber?
Otra arcada interrumpió sus pensamientos y luego otra.
Sintió las caricias y palmadas de Helga en su espalda, como intentando confortarlo. Era raro. ¿Dónde estaban sus bromas, su desprecio, el asco y la repulsión? Muy por el contrario, ella estaba cuidándolo, preocupada, incluso... ¿afectuosa?
¿Por qué estaba siendo linda con él después de haberlo evitado toda la fiesta? ¿Por qué estaba siendo linda después de pasar todo el año tratando de mantenerlo lejos? ¿Acaso...?
Otra arcada.
Estuvo unos cinco minutos respirando lentamente hasta que notó que su abdomen dejó de contraerse y sintió el estómago liviano otra vez.
Con esfuerzo estiró su brazo para bajar la tapa y descargar el retrete.
–¿Ya estás mejor, cabeza de balón?–dijo ella con suavidad.
–Sí, gracias, Helga–dijo sin atreverse a mirar.
Todavía se sentía avergonzado.
Ella pasó uno de los brazos del chico por sobre su hombro, lo sujetó por la cintura y lo ayudó a ponerse de pie.
–Ya estoy bien–Comentó él.
Se soltó con cuidado y notó que ella se apartaba.
Con esfuerzo se plantó frente el lavamanos. Concentrado en lo que hacía tomó el jabón y restregó sus dedos, luego se mojó el rostro y cepilló sus dientes.
La rubia apoyó su espalda en la puerta, con los brazos cruzados, intentaba no pensar en que él evadía su mirada. ¿Acaso estaba molesto con ella? ¿Qué hizo ahora? Fue una tonta por preocuparse tanto. Era obvio que a él no le agradaba y la había dejado quedarse porque era San Arnoldo, él no sabía decir que no.
–Debes pensar que soy patético–dijo de pronto el chico.
Helga se sorprendió y lo miró con atención.
–¿Por qué dices eso?–dijo ella.
–Por lo que acabas de ver
–Supongo que es normal vomitar después de beber–Añadió, notando que él temblaba.–. Eso no te hace patético
Arnold levantó la mirada y la vio en el espejo. Se veía hermosa, con el cabello desordenado, esa mirada de preocupación, su camisa... cubriéndola hasta los muslos y...
«Sus piernas desnudas»
No podía apartar los ojos del reflejo de la chica y su rostro se estaba volviendo completamente rojo.
–Tomaré un baño–Decidió de pronto.
Ella asintió con comprensión y salió. Arnold escuchó atento. Casi no hizo ruido al subir la escalera. Era buena escabulléndose.
«Como si no lo supiera.»
Tomo una ducha para calmarse, pero otra vez la imagen de ella estaba en su cabeza. Todo eso había sido una mala idea. Que se quedara, que lo acompañara, pasarle la camisa. ¿Por qué demonios se había quitado los pantalones? Esas piernas...
«No debería pensar en ella de ese modo... »
...~...
Helga no era idiota y podía ser que su personalidad fuera un asco y que siguiera siendo la persona más agresiva y temida de la clase, pero estaba segura que Arnold se había sonrojado cuando se dio cuenta de cómo estaba vestida... o de lo poco vestida que estaba. Y sí, ella fue una tonta porque olvidó que estaba sin pantalones y lo acompañó así. Si alguien de la Casa de Huéspedes los hubiera visto habría sacado las conclusiones equivocadas.
Se sentó en el sillón, envolviéndose en la manta de nuevo y sujetando los bordes desde el interior de esa especie de capullo.
Sintió latir en su pecho un dolor cálido que conocía. No quería sentirlo, no quería que le importara, pero era su amigo. Era normal que le importara, pero además... además era Arnold, su rubio cabeza de balón, que inspiró tomos y tomos de poemas, quien la motivó para hacer incontables locuras... el mismo chico que hizo una absurda promesa como una tonta apuesta contra el destino para casarse con ella si llegaban solteros a los 25. Y era también quien meses atrás le rompió el corazón en pedazos... cuando ella entendió que esos años de agresiones la convirtieron en un monstruo a los ojos de él. ¿Y qué esperaba? ¿Un premio de la academia por su actuación?
Perdió la noción del tiempo y de la realidad, mientras su entorno se volvía cada vez más borroso en las penumbras de ese cuarto. Temblando, apretó sus manos en las mantas, asustada, furiosa, confundida. No quería volver a sentirse así, no quería reconocer que todavía lo amaba, ella no podía amarlo más, no estaba bien, era horrible a amar a alguien de esa manera tan obsesiva y era aún peor sabiendo lo que él realmente pensaba ¡Por supuesto que jamás cumplirían esa promesa!
«Helga... »
«¿Qué era eso?»
«Helga... »
«Eso era un nombre»
«Helga... »
«Era SU nombre»
«Helga... »
«¿Arnold?»
–Helga
Cuando ella reaccionó, el chico estaba arrodillado frente a ella, acariciándole las manos y murmurando su nombre.
–¿Qué pasa, Helga?–dijo él, con un tono preocupado, parecía buscar su mirada.
–¿Qué...?
Intentó responder, pero notó en el quiebre de su voz que lloraba. Se soltó del chico para esconder su rostro entre sus manos, subiendo las piernas al sillón, como intentando refugiarse y hacerse pequeña al mismo tiempo.
–Está bien, Helga, puedes llorar si quieres, no le diré a nadie–dijo él, sentándose junto a ella, abrazándola.
Helga lo permitió.
Estaba abrumada.
El dolor que él le provocaba era tanto como el que sanaba. Era lacerante tener esa certeza y era angustiante pensarlo.
El llanto no se detenía.
Estaba molesta con ella, con él, con las decisiones de ese día...
Helga sabía que no debió ir a esa fiesta.
Sintió la calidez con la que él intentaba confortarla.
Desde que soñó que él la besaba en el auditorio, las fantasías con Arnold regresaron con más fuerza que antes, con un toque distinto, como una nueva forma de tentación provocada por sus malditas hormonas de adolescente.
Y estaba furiosa consigo misma, porque sentía algo cálido y ¿lindo? en su ser cuando él la miraba y que era peor cuando él la tocaba.
No me gusta verte herida
Trató de regular su respiración y lo apartó, bajando sus pies al suelo y secando un poco sus ojos, aunque podía sentir cómo se acumulaban más lágrimas.
–¿Todavía me odias?–dijo con una voz que no le era propia, mirándolo con una expresión cargada de angustia.
Arnold se congeló y sólo podía sentir sus propios latidos. ¿Esa era la Helga vulnerable? ¿Asustada?
–Nunca te he odiado–dijo con una sonrisa triste acariciándole el rostro.
–No es cierto, yo lo escuché... en las montañas...
–Incluso si dije todas esas cosas horribles sobre ti, no te odiaba. Tenía miedo
–No quiero asustarte–Comenzó a explicar con prisa.–, no especialmente. Simplemente no quiero a la gente metiéndose en mi vida
–No me refiero a eso–Arnold la miró con afecto, limpiándole el rostro con sus pulgares.–. No me asustas tú, me asusta... –Cerró los ojos un momento y tomó aire antes de mirarla.– lo que me haces sentir
Durante largos segundos se miraron a los ojos.
Los latidos eran fuertes y desgarradores.
Mientras él parecía haber confesado sus pensamientos más profundos, liberado de un peso; ella intentaba entender lo que él acababa de decir, no quería malinterpretarlo, pero tampoco podía quedarse con eso, no era algo concreto, era demasiado ambiguo.
Helga necesitaba una respuesta, escucharlo decir cualquier cosa, explicar algo, lo que fuera. Abrió la boca, dispuesta a exigir información.
–¿Qué-qué quieres decir?–Logró pronunciar.
Arnold la observó. ¿Qué era lo que iba a decirle? ¿Cómo podía explicarle algo que él mismo no lograba entender?
No podía quedarse en silencio.
Latidos.
Estaban tan cerca.
Latidos.
Estaban solos.
Esto no pasó.
Se acercó a ella y besó sus labios, apenas lo suficiente para sentir la presión de su boca antes de darse cuenta de lo que hacía y apartarse.
Por un segundo Helga lo miró sorprendida, con una ligera punzada en el estómago. No quería hacer nada, ni empujarlo, ni corresponder ese beso.
–Esto está mal, Arnold–Logró decir ella.
–Lo siento–El chico la miró con tristeza.–. No volveré a hacerlo
«¿No?»
Helga se lanzó sobre él y lo abrazó por el cuello, besando con anhelo sus labios.
Arnold la sujetó por la cintura, correspondiendo.
Era cálido, suave y húmedo.
El chico sentía que perdía fuerza y comenzaba a marearse, pero no era desagradable, no era como la sensación de mareo del alcohol. Una niebla nubló su pensamiento y todo desapareció, excepto ella, su calidez, su aroma, su boca y la presión de los brazos de ella sobre sus hombros.
Cuando se apartaron para respirar, Arnold sonreía y ella evadía su mirada. Entonces él volvió a besarla, acomodando su cuerpo de tal modo que terminó empujándola contra el sillón.
Ella le respondió, disfrutando de ese contacto. La gentileza con la que la boca de él exploraba la suya, contrastaba con la presión del cuerpo que la aprisionaba.
Así estuvieron varios minutos. Cada vez que uno se apartaba, el otro lo buscaba. Era detestable y agradable a la vez.
–Helga...
El chico intentó dialogar, pero ella volvió a besarlo y él se dejó llevar.
–Helga–Lo intentó otra vez.
–No digas nada–dijo ella–. Esto es un sueño ¿está bien?
–¿Qué?
–Nunca estuve en tu habitación y no nos besamos. Es un sueño. Es la única forma en que me pienso quedar y en la que te voy a dejar seguir...
Arnold se acercó un poco a ella, concentrado en sus labios, desesperado por su aliento. Asintió y volvió a besarla. Quería un poco de ella, solo un poco, nada más que besos y sentirla cerca. Pero estaban solos en su habitación y cada contacto provocaba un cosquilleo cálido que se diseminaba hormigueando por todo su cuerpo. Y mientras disfrutaba esa sensación, parte de su concentración estaba en controlar sus manos, porque moría por acariciar esas piernas desnudas tan cerca de él.
Abrazados, besándose, a ratos deteniéndose para mirarse a los ojos por unos segundos y luego volviéndose a besar.
Era maravilloso.
–Besas bien–dijo él, en tono de broma.
–He tenido algo de práctica–Respondió ella siguiendo el juego.
Arnold se apartó y evadió su mirada. Eso no estaba bien y no le gustaba hacer ese tipo de cosas, pero era Helga, las cosas con ella nunca resultaban bien, siempre eran un poco caóticas, un poco peligrosas, un poco culposas.
«Apenas unas horas atrás había besado a Stinky y ahora... »
–Lo siento, no debí decir eso–dijo ella, bajando la vista.
Arnold sujetó su mentón buscando sus ojos.
–Y yo no debí besarte. No me gusta ser esa clase de chico
–¿Qué clase?
–La clase de chico que no le importa que estés saliendo con alguien
–Si te hace sentir mejor, no estoy saliendo con nadie
–¿Qué?
–Lo que escuchaste
–¿En serio?
–Sí, además, esto es solo un sueño, ¿recuerdas?
–¿De verdad no tienes novio?
–¿Tengo que repetirlo?
–Por favor
–No estoy saliendo con nadie ¿Contento?
Arnold asintió.
–Helga, ¿puedo seguir soñando?
La chica asintió y dejó que él volviera a besarla.
«Rayos»
Ella era consciente de la cercanía, separados por la fina camisa y el delgado pijama del chico. Y aun así parecía que era demasiado. Por suerte para Helga los besos se volvieron cada vez más suaves y tiernos.
En algún momento lo apartó y colocó su dedo índice en la boca de él.
–Pero...
–shhhhhhh–dijo ella.
Arnold parpadeo y luego asintió.
–¿Tienes una toalla?
–Oh... debería haber en el armario
Helga se levantó y fue a buscar, siguiendo las indicaciones que Arnold le daba desde el sillón. Luego regresó y le ayudó a secar su cabello.
–¿Qué haces?–Se quejó.
–Tu cabello sigue mojado–Respondió ella.
–Puedo hacerlo solo
–Aparentemente no. Debiste hacerlo antes de subir
Se quedaron en silencio mientras ella frotaba su cabeza. Cuando terminó, arrojó la toalla al suelo.
–Gracias, Helga
–Esto es un sueño–Repitió ella.
–Un sueño y nada más
Helga sonrió, acurrucándose junto a él.
–Mis ojos están acá arriba–dijo ella con una sonrisa segura.
–Lo siento
La chica tomó la manta y la acomodó lo mejor que pudo para que ambos quedaran cubiertos por ésta.
–¿Todavía te impresionan las piernas de Edith?
–¿Qué?
–Dijiste algo sobre lo largas que eran sus piernas
–No sé de qué hablas
–Por favor, no soy ciega, llegó en minifalda y tacones
–Bueno... son largas
–Y ya que miraste tanto, ¿qué piensas de las mías?
–¡Helga!
Ella sonrió con suficiencia al verlo sonrojar y volvió a acercarse a él, apoyando su codo en el respaldo del sillón y su rostro en su mano. El chico le sujetó el mentón y la besó otra vez, solo un beso.
Luego bostezó y subiendo una pierna, se giró, para mirar a Helga. La abrazó, acomodando su cabeza en el hombro de ella.
–¿Quién dijo que podías hacer eso?
–Estoy soñando–dijo, con una sonrisa.
–Tú ganas
Ella le acarició el cabello mientras él comenzaba a dormirse.
La chica se quedó pensativa, distraída, dejando su mente vagar entre las sensaciones, las ideas y las fantasías.
Horas más tarde, Helga reaccionó con el ruido del pasillo. Los habitantes de la casa de huéspedes peleaban por los turnos en el baño. Se levantó con cuidado, acomodando a Arnold en el sillón y asegurándose de que estuviera bien tapado.
Luego de recuperar sus pantalones, la blusa, botas y pañuelo -que esta vez le sirvió para cubrir parte de su rostro y cuello-, salió por la azotea, para escapar por la escalera de emergencia.
Entró a su casa con precaución. Miriam ya estaba en pie, en el baño, probablemente preparándose para trabajar. Helga tuvo la precaución de robarse una fruta de la cocina como excusa para estar en pie. Se encontraron en la escalera.
La mujer miró a su hija de arriba a abajo.
–Pareces... cansada–Comentó.
–Tuve pesadillas–dijo Helga.
–Trata de dormir entonces. Nos vemos en la tarde
–Como sea.
Helga se encerró en su habitación y luego de quitarse el pantalón se dejó caer sobre la cama, mirando con enfado la manzana que dejó en su velador, sin siquiera probarla.
Chapter 33: Ilusión
Chapter Text
Arnold despertó pasado las once de la mañana. Le pareció extraño estar en el sillón. Pestañeó un par de veces, incómodo por la luz. Tenía recuerdos vagos de la fiesta después de hablar con Rhonda y los dos vasos que tarde se dio cuenta que eran de alcohol.
Imágenes mezcladas, música, baile, luces, disfraces...
Helga en su habitación.
Esto no pasó.
Miró alrededor. ¿Acaso fue un sueño?
Una punzada en su cabeza lo obligó a cerrar los ojos.
Gerald lo ayudó a subir las escaleras y le dio agua. Luego se dejó caer en la cama, se durmió y despertó con nauseas.
Frustrado, apoyó su frente en el respaldo y logró captar algo. Olía como Helga. Un suave rastro de champú y del aroma de su piel. ¿No fue una fantasía?
Se sonrojó mientras llegaban los recuerdos: Helga ayudándolo a llegar al baño, esa incómoda situación... verla en el espejo... los minutos a solas bajo la ducha tratando de sacarse de la cabeza su imagen, encontrarla llorando... intentar calmarla... y...
Besarla.
Y estuvo a punto de decirle... ¿Qué le había dicho?
Me asusta lo que me haces sentir
Otra vez una estupidez que no aclaraba nada.
Nunca estuve en tu habitación y no nos besamos
Entonces ella... quería decir que nada de eso fue real. Esos besos no fueron en serio, no fueron más que otra actuación.
El resto del día fue eterno, pero incluso terminando de ordenar la azotea y haciendo los deberes de la escuela que había ignorado, el chico no podía dejar de pensar una y otra vez en cada detalle, intentando entender, al tiempo que recordaba la sensación de sus labios, la forma en que ella lo abrazó y en especial lo agradable que fue sentir sus dedos en su cabello mientras se dormía...
¿Ella quería besarlo y abrazarlo de esa forma o solo estuvo jugando? ¿Por qué se quedó con él? ¿Qué pasaba en la vida de Helga para que ella hiciera algo así? ¿Hacía eso con frecuencia? ¿Se quedaba en otras casas cuando no quería volver a la suya? ¿En quién confiaba además de Phoebe? ¿Ella hubiera hecho algo si él no se hubiera acercado?
Arnold se dejó caer sobre el escritorio, frustrado. Ninguna de sus preguntas tendría respuesta hasta que hablaran y, conociéndola, ella lo negaría todo.
Esto es solo un sueño.
¿Por qué cada acercamiento que tenían terminaba en eso? ¿En cosas que supuestamente no pasaron? ¿Cuál era el maldito problema con ella?
«¿Cuál es el maldito problema conmigo?»
«Helga»
«Ella es mi problema... »
Otra vez estaba enfadado.
Ella besó a Stinky en la fiesta. Entonces para Helga podía no significar nada. ¿Y sería cierto que terminó con Brainy? ¿O lo dijo solo para que siguieran besándose? ¿Entonces ella si quería besarlo?
¿Cuántas veces se habían besado ya? ¿Alguna de esas ocasiones le importó?
«Claro que sí, ella te amaba»
¿Y ahora? ¿Qué había sido eso? ¿Un juego? ¿Un experimento? ¿Una broma?
«Un sueño.»
No dijo que él estuviera soñando. Dijo que era un sueño, también podía ser que fuera un sueño para ella...
«Entonces... »
Latidos.
«Quizá... »
Latidos.
«Todavía... »
...~...
En la casa Pataki Helga evitaba a su progenitor, ocupándose con las tareas del hogar. Ya habían discutido un par de veces sobre la nula capacidad de Bob para cooperar y alivianar un poco la carga de Miriam, a pesar que desde hacía años ella era un ingreso mucho más estable. El resultado de eso fue que él le quitara su radio, aunque al parecer no había notado que ella tenía el reproductor de discos, así que a la chica no le importó. Ella escuchaba su música, él creía darle una lección; todos contentos.
Sacó la ropa seca, separando en un canasto lo que era suyo y dejó una segunda carga a la lavadora. En ese instante Miriam llegó con un aire cansado, pero le agradeció a su hija con una sonrisa y comenzó a preparar la cena.
La chica subió a su cuarto y antes de cerrar la puerta escuchó como Bob gritaba algo y empezaba así otra discusión.
–Pues no estaríamos en esta situación si no hubieras renunciado–dijo la madre de la chica.
–¡Me faltaron el respeto, Miriam! ¿Entiendes lo que es eso?
Por lo que Helga entendía, en su último empleo no soportó que alguien apenas graduado de la universidad estuviera a cargo de él. No quiso más detalles, aunque su jefe tuviera enormes habilidades, Bob no vería más que a un mocoso al que no le interesaba escuchar. Era exactamente lo que pasaba con ella, no era más que una chiquilla, incluso imaginaba que en la cabeza de su padre ella seguía en primaria.
De entre la ropa limpia sacó la camisa de Arnold y se la puso sobre la camiseta sin mangas que traía. Tenía la temperatura perfecta de los abrazos que él le había dado.
Tomó el cuaderno que guardó para escribir la elegía a su amor, porque ya no podía mantener las hojas en blanco. Respiró profundo y antes de darse cuenta ya había escrito un extenso poema sobre la dulzura de sus labios, la ternura en su mirada, la preocupación en sus gestos y la calidez de su piel. También escribió sobre lo mal que debía sentirse por haber hecho lo que hizo y lo bien que realmente se sentía, porque ¿cómo pudo ser tan ingenua de creer que tendría la capacidad de enterrar ese amor?
Arnold la había besado, él a ella...
¿Por qué? ¿Fue por lástima? ¿Pena? ¿Curiosidad?
Pero en el fondo la respuesta era más simple.
Estuvieron solos en su habitación y ninguno era de piedra. Helga sabía que era algo atractiva, vamos, sus ojos azules y cabello rubio, además de su cuerpo delgado eran un cliché... podía sumar a la ecuación que ella estaba semidesnuda en la habitación de un chico medio borracho. Y, finalmente, ambos eran un par de idiotas que, de alguna forma retorcida, confiaban el uno en el otro.
Odiaba que la hubiera visto llorar tanto como sentir que a él le importaba genuinamente.
Pero era un sueño. Esa fueron las reglas y así quedaría.
Ahora tenía el recuerdo fresco de su cercanía para acompañarla en sus divagaciones y fantasías.
Guardó el cuaderno en un cajón de su escritorio, preparando sus cosas para ir a la escuela al día siguiente.
Mientras lo hacía, recordó que tenía otro asunto que resolver.
Después de darle muchas vueltas, marcó un número desde el teléfono en su habitación, pero nadie contestó en la casa de su amiga. Dio un largo suspiro y comenzó a marcar otro número, pero antes de completarlo, colgó. ¿Qué era exactamente lo que iba a decir?
Miró el teléfono otra vez, apretó los dientes y decidió que era mejor dormir. Saldría temprano al día siguiente.
...~...
Ese lunes Arnold se levantó se preparó para ir a la escuela con una mezcla de anticipación y entusiasmo. Mientras secaba su cabello frente al espejo volvió a pensar en el reflejo de Helga y cómo se veía usando su camisa.
–Cálmate, se supone que fue solo un sueño
Y aunque trataba de convencerse de que debía olvidarlo, una parte de él albergaba la esperanza de que tal vez ella lo había perdonado y que todavía sentía algo por él... o que de alguna forma había vuelto a sentirlo. Y eso por alguna razón era importante.
Debían hablar, incluso si ella no quería.
No estaba seguro de qué le diría, solo sabía que necesitaba verla.
No la encontró de camino a la escuela. Tampoco estaba en el salón. Phoebe y Gerald llegaron juntos unos minutos más tarde, pero la rubia no estaba con ellos. Arnold los saludó, mirando el reloj sobre el pizarrón. Incluso si Helga llegara en ese mismo instante, ya no tenía tiempo de hablar con ella antes de la clase. No importaba, podía hacerlo al descanso.
Sonó la campana, el profesor entró cerrando la puerta y empezó a dictar la lección.
El puesto detrás suyo seguía vacío cuando tomaron asistencia antes que sonara el timbre del descanso.
Trató de no preocuparse. Tal vez se quedó dormida.
«O tal vez se agripó.»
Hizo frío esa noche, Helga bailó y se movió bastante si consideraba la pelea con Curly y luego estuvo algo...
«Desabrigada»
Tuvo que obligarse a no pensar en eso.
Esperó que la mayoría saliera del salón, anotando algunas cosas en su cuaderno con forzada lentitud, mientras Gerald charlaba con Phoebe.
Solo quedaban Lila y Nadine conversando junto a la ventana. Arnold volteó entonces hacia sus amigos y notó a Brainy en el fondo, tenía sus audífonos puestos y parecía distraído con la música.
–Phoebe–Murmuró el rubio.– ¿Sabes algo de Helga?–dijo con una preocupación que no pudo ocultar.
Gerald negó en silencio, con las manos en la cintura.
–Negativo–Respondió la chica, ajustando sus lentes.–. No he hablado con ella desde la fiesta. Planeo visitarla esta tarde
El rubio asintió. Tuvo que ahogar el impulso de ofrecerse a acompañarla. Sería extraño. Esa sensación creciendo en su pecho ¿qué era? ¿Angustia? ¿Preocupación? ¿Tristeza? ¿Decepción? ¿Miedo?
–Amigo, tengo hambre ¿vamos por algo de comer?–dijo el moreno, interrumpiendo su introspección.
–Sí, vamos
–Bebé, ¿vienes?
–Me temo que no. Tengo algunas cosas que terminar–Miró a los chicos.– ¿Podrían traerme un jugo, por favor?
–Entendido–dijo Gerald con entusiasmo.
Los chicos salieron, mientras Phoebe volvió su atención a uno de sus cuadernos. Había contado con que Helga la ayudaría a corregir un trabajo para puntos extra y ahora batallaba con un ensayo que debía entregar antes del almuerzo. Afligida leía y releía los párrafos, golpeando su mesa rítmicamente con la goma de su lápiz.
Lila y Nadine también decidieron ir a otro lugar, entonces Phoebe, creyendo estar sola, se dejó caer en la mesa.
–¡No puedo hacerlo!–Gruñó.
–Umh... disculpa...
La voz grave sonó junto a ella y Phoebe se enderezó para mirar al chico.
–Hola, Brainy–dijo con cierta confusión. Miró de reojo el salón para asegurarse que no hubiera nadie más.–. Helga ya me lo dijo. Lo lamento
–Umh... está bien–Sonrió incómodo.– ¿Necesitas ayuda?–Apuntó la hoja sobre el pupitre.
–Creo que sí, por lo general Helga corrige mis trabajos
–Lo sé–Sonrió.– ¿Puedo verlo?
–Claro... –Le pasó la hoja y el chico le pidió un lápiz, luego se sentó en el puesto de atrás, mirándolo.
La asiática estaba nerviosa. Ignoraba en qué términos se dio el fin de la relación de su amiga con Brainy. Y aunque ella dijo que estaban bien, eso no tenía por qué ser cierto. Por otro lado, sus interacciones con el chico eran mínimas, antes y durante la relación, así que no sabía bien cómo dirigirse a él. Además, él "sabía" que Helga la ayudaba, así que o las observaba mucho o su amiga se lo había contado. Se preguntó qué tanto le contaba Helga a Brainy. ¿Qué tan comunicativa era con él? ¿Sería igual que con ella? ¿Sería de otra forma? No podía concebir que esa relación se limitara a besarse y tomarse la mano, quizá eso podía ser cierto para otras personas, pero no para Helga. Ella era intensa, apasionada, poética. El componente verbal debió existir y no podía limitarse al trato de amenazas e insultos con las que la rubia se manejaba en público.
–Toma
Brainy la sacó de sus reflexiones entregándole la hoja.
–Está bien–Le enseñó donde añadió signos de puntuación.–. Cambia estos párrafos de orden–Le mostró unas flechas.–. Y esta oración es un poco confusa.–Le enseñó el texto que había subrayado casi al final.
Phoebe miró con cuidado las notas en el trabajo.
–Tienes razón, te lo agradezco, Brainy
–De nada–dijo él.
Se puso de pie para volver a su puesto.
–Brainy–Phoebe volvió a mirar la puerta antes de continuar– Ella parecía estar bien contigo y tú parecías feliz. En serio lo lamento
–Umh... gracias. Ahora somos amigos–dijo con una media sonrisa–. Me gusta ser su amigo... y me gustó ser más que su amigo
–¿Puedo preguntarte qué ocurrió? No quiso decirme nada
–Volvió a mirarlo como antes
Phoebe sabía exactamente a quién se refería.
–Lo siento–Murmuró.–. Debe ser difícil
El chico asintió con tristeza, encendió su reproductor de música y se sentó, jugando en un tornamesa imaginario.
Phoebe dio un largo suspiro. Ya lo sospechaba. Arnold seguía oscilando entre el interés y la desconfianza, tarde o temprano tendrían que coincidir, pero las cosas se volverían complicadas y ella y Gerald terminarían en medio de esa tormenta y no sabía si podrían soportarla.
...~...
–¿Qué tal estuvo ese beso?–Comentó Gerald, mientras metía las monedas en la maquinita para comprar un par de dulces.
Arnold se congeló. ¿Cómo lo sabía? No le había contado lo de Helga y ella no podía haberle dicho, ni siquiera había hablado con Phoebe, mucho menos habría confiado en su amigo.
–No estoy seguro... –No se arriesgó.
–¿Estuvo tan mal? ¿No piensas invitar a Edith a salir?
«¿Edith? ¿Qué pasó con Edith?»
Pestañeo.
Estaba bebiendo con Rhonda.
Pestañeo.
Estaba bailando con Edith.
Pestañeo.
Estaba en el baño vomitando.
Pestañeo.
Estaba recostado en su habitación.
–¿Debería?–dijo, tratando de parecer casual.
–Amigo, ¿estás bien?–Le tocó la cabeza.
–¡Basta!–Arnold le apartó la mano y su amigo se rio.
–Pasaste casi toda la fiesta bailando con ella. Pensé que te gustaba... y, amigo, a ella pareces gustarle
–No lo sé
–¡Vamos! No dejabas de decirle lo hermosa que se veía con su disfraz, qué poco tenía de angelical, si sabes a lo que me refiero
–¡Gerald!–dijo con tono de regaño.
–¡Por favor! ¡Habría que estar ciego para no notarlo!
Arnold se sonrojó al recordar lo que Helga le preguntó luego de un comentario similar.
–¿Ves?–Continuó Gerald, interpretando el rubor de su amigo como una confirmación.–. Se besaron-por una canción-entera–Enfatizó cada pausa levantando y extendiendo los brazos.
–Tal vez...–Arnold cerró los ojos.– debería disculparme
–¿Estás loco? Fue ella quien te besó
–¿En serio? No lo recuerdo bien
–Oh, amigo, tendremos que regañar a Rhonda, te perdiste lo mejor de la noche gracias a ella
Arnold pensó que no, que debería agradecerle, porque tuvo una gran experiencia esa noche gracias a lo que hizo, pero no podía decirle a nadie, ni siquiera a Gerald.
«Otro secreto con Helga.»
–Tal vez debería aclararle que estaba ebrio
–Oh, amigo, se lo dejaste claro
–¿Qué?
–Ella y Lila tuvieron que ayudarte a llegar al baño a vomitar. Además... la llamaste Ruth varias veces
Arnold se cubrió el rostro con las manos, con un gruñido de frustración, jurando que jamás volvería a beber en su vida.
–Anímate, viejo, no es algo terrible, son cosas que pasan, quizá se dejaron llevar por el momento
–Sí, nos dejamos llevar
Solo nos dejamos llevar...
–Fue solo un beso–Continuó Gerald.
–Sí, tienes razón, fue solo un beso, no tiene por qué ser importante
Entraron al baño. Después de atender sus asuntos, siguieron charlando mientras lavaban sus manos.
–¿Por qué tan introspectivo, amigo? –dijo Gerald– Ya habías besado antes
–¿Qué?
–A Helga... en la obra, fue bastante largo
Estaba siendo profesional
–Y en la torre también te besó, ¿no? – Gerald lo preguntó levantó las cejas.
Te amo
–No quiero hablar de eso – contestó Arnold.
Quítate, barbie, este es mío
–Y una vez en la playa–Añadió el rubio con tristeza.
–¿Qué?
–¿Recuerdas el concurso de castillos de arena?
Gerald asintió y Arnold le contó sobre Summer, el engaño, el premio y cómo aparecieron en la serie "Nenas de la Bahía" y que ella le dio "respiración boca a boca". Por suerte esa escena fue sacada en edición.
–Realmente audaz–dijo Gerald–. Entiendo por qué te confunde tanto
–Ya cállate
Mientras regresaban al salón, Arnold solo pensaba que su amigo no tenía idea de qué tan confundido lo tenía Helga. Años de ser su víctima y también el centro de su interés, de contemplar su fingida indiferencia y experimentar sus actos desinteresados... o interesados, pero donde en concreto solo ganaba la satisfacción de ayudarlo en secreto, esforzándose por no ser descubierta. Era por lejos la persona de su edad con más recursos que conocía y no estaba hablando de lo material, que sí, lo tuvo, pero era también buena con las palabras, convenciendo a la gente, ideando planes, ingeniándoselas... ella...
«Tengo que dejar de pensar en ella... »
Arnold sintió su corazón acelerado cuando entraron al salón y allí estaba Helga, sentada junto a Phoebe, mientras las dos charlaban y reían. Tuvo que recordarse que tenía que seguir caminando y concentrarse en mover sus pies hacia su puesto. Vio que su amigo se acercaba por el otro pasillo, para entregarle a Phoebe su jugo y darle un beso.
–¡Hola, Helga!–dijo el rubio sin poder ocultar su entusiasmo y su alivio.
–Buenos días Arnoldo, Geraldo–Contestó ella, mirando a cada uno con su indiferencia de siempre.
Arnold iba a preguntar si todo estaba bien, pero mientras reunía el valor sonó el timbre y los que seguían afuera entraron corriendo. Todos tomaron su puesto mirando al frente. La maestra era estricta, entraba menos de un minuto después de la campana, cerraba la puerta tras de sí y echaba a cualquiera que no estuviera listo para su clase. Así que tuvo que aguantarse.
Cuando sonó el siguiente timbre, la maestra se retiró con la misma prolijidad militar con la que entró. Un suspiro de alivio colectivo se oyó en el salón.
Esperando que la mayoría saliera, Arnold quiso aprovechar de hablarle a la rubia, pero Gerald se le adelantó.
–Pataki, ¿tienes un minuto?–dijo, viéndola tomar su bolso.
–Te escucho–dijo ella, levantando el lado izquierdo de su ceja.
–Quería disculparme por haberte acusado de embriagar a mi amigo
–Tal vez no debiste ser un idiota conmigo
–No puedes culparme por reaccionar así, te vi con esa botella
–Sí, estaba ahí
–Pero luego supe que...
–Encontré la botella en el suelo–Interrumpió, segura.–. No sabemos quién la llevó, ni a quienes afectó
–¿Por qué la estás protegiendo?–Quiso saber, Gerald.
Helga miró alrededor, no quedaba nadie más que ellos cuatro en ese momento.
–No es asunto tuyo, tampoco quien lo hizo ni por qué, Geraldo... y te recomiendo que esta conversación termine aquí o tendrás que discutirlo con la vieja Betsy
–¡Helga!–Reclamó Phoebe.
La rubia cerró los ojos y se restregó el puente de la nariz con sus dedos índice y pulgar.
–Mira, no quiero hablar de esto–Comentó un poco más calmada.–, pero prefiero que quede así, no me gustaría que ya imaginas quién tuviera problemas y no tengo porqué explicarte porqué ¿Entendido?
–No puedo creerlo, intento ser amable...
–No–dijo con frialdad–. Te disculpaste, porque es lo correcto, no me estás haciendo un favor. Hacer lo correcto y ser amable no tienen por qué ir de la mano. Acepto tus disculpas y espero que la próxima vez que vayas a acusarme de algo sea con pruebas. Cristo, lo que tengo que aguantar
Rodó los ojos y sujetó con fuerza la correa de su mochila.
–Ya regreso–dijo saliendo del salón.
Phoebe, Gerald y Arnold intercambiaron miradas confusas. ¿Qué acababa de pasar? ¿Por qué? No es que hubieran corrido el rumor, claro, pero definitivamente era raro que Helga estuviera defendiendo a Rhonda.
...~...
–Estúpido cabeza de balón–Masculló, mirando en su casillero.
No soportaba la forma en que él la miró en cuanto entró al salón. ¿Qué era eso exactamente? ¿Interés? ¿alivio?
–Con un demonio–Continuó murmurando.
Me asusta lo que me haces sentir
¿Qué significaba eso?
–Hola, Helga–dijo una voz que la irritaba, justo cuando cerraba su casillero.
–¿Qué quieres, McDougal?–Respondió con desprecio, sin voltear a mirarla.
–Agradecerte–Continuó con una risita.
–¿Y eso por?
–Porque gracias a ti esta angelita consiguió un tesoro del lindo pirata
–¿Qué significa eso?
–Mientras bailaba con él pude–Hizo una pausa y se acercó a Helga para susurrar.– be-sar-lo
Helga agradeció aún darle la espalda, porque le tomó medio segundo controlarse.
–¿Y yo qué tengo que ver?
–Sé que le diste algo de beber... y eso lo relajó un poco...
–Si te gustan con cabeza de balón–Respondió poniendo los ojos en blanco.
–Tal vez
Edith se alejó con una sonrisa traviesa.
–Lo que me faltaba–dijo con molestia.
Enojada caminó en la dirección opuesta, hacia el baño de chicas, para lavar su rostro en un intento de calmarse. Cuando iba salir, la puerta se abrió y los ojos de la pelirroja encontraron los de ella.
–Buenos días, Helga–dijo Lila– ¿Cómo estás?
–Hola, solcito–dijo con una media sonrisa–. Digamos que he tenido días mejores, ¿tú cómo estás?
–Bien, gracias por preguntar–Sonrió con sinceridad.–. Me preocupé por ti
–¿En serio? ¿Por qué?
–Bueno, desapareciste de la fiesta después de discutir con Gerald, según lo que él dijo ¿en verdad obligaste a Arnold a beber alcohol?
–¿Qué crees tú?
–Estoy segura que no es algo propio de ti
Helga sonrió con suficiencia como única respuesta.
–¿Entonces qué pasó?
–Solo encontré una botella en el suelo–Se encogió de hombros.
–También me preocupé porque–Continuó Lila, jugando con sus manos.–faltar a clases tampoco es propio de ti, así que cuando no llegaste al primer periodo pensé que te había pasado algo
–Tuve asuntos que atender
Helga no iba a decirle, pero esa mañana le hizo una visita a la señorita Lloyd y logró sacarla del auto de sus padres con la excusa de necesitar urgentemente algunos consejos de moda y otras cosas de chicas. Por suerte Rhonda fue lo suficientemente lista para seguirle el juego y convencer a sus padres de que estaría bien. Juntas tomaron el autobús hacia el otro lado de la ciudad, porque definitivamente la reportarían si no llegaba a tiempo.
A Helga le preocupaba su estado y hablaron sobre como beber no cambiaba su situación. La rubia admitió que conocía a alguien cercano que tuvo problemas con el alcohol y de lo terrible que era tanto tenerlos como salir de ahí, aunque no tuvo el valor de decirle que se trataba de Miriam. La princesa le pidió llorando que no le contara a los demás, que si sus padres se enteraban no la dejarían salir del internado y Helga prometió guardar el secreto a condición de que se controlara. Rhonda aseguró que así sería.
Helga G. Pataki cumplía sus promesas. Si iba a correrse el rumor de que ella había emborrachado a Arnold, que así fuera, no iba a delatar a Rhonda.
–¿Me perdí de mucho?–Continuó Helga.
–No lo ceo, ¿quieres que te preste mis apuntes?
–Se los pediré a Phoebe más tarde
–Oh, cierto–dijo con tristeza.
–Gracias de todos modos–Intentó sonreír.
–Y Helga... después de la fiesta me llevé tus cosas a casa
–Gracias, ¿puedo ir por mis cosas–Reflexionó un segundo con su dedo en su mentón.–después de la práctica?
–Claro. Aunque me temo que tu tesoro ha disminuido un poco–Añadió con una risita.
–Considéralo un pago por tu ayuda
Lila asintió y Helga dijo que la vería más tarde, entonces regresó al salón.
Después de esa clase acompañó a los demás a la cafetería
–Pensé que estabas ocupada a esta hora–Comentó Gerald cuando lo notó.
–Hace un tiempo que no tengo compromiso alguno durante este horario–dijo ella con tranquilidad.
–Bebé, ¿tú lo sabías?–Preguntó mirando a su novia.
–Positivo–Respondió Phoebe.–. Pero me enteré hace poco
El moreno asintió con comprensión y resistió echarle una mirada a Arnold, pero si lo hubiera hecho, habría notado dos cosas: la ausencia de sorpresa y cómo se esforzaba por esconder una sonrisa.
Mientras hacían fila para llenar sus bandejas, charlaron casualmente de las opciones de ese día y luego fueron a la mesa de siempre, al fondo.
El chico rubio batallaba por mostrarse calmado, mientras las preguntas y recuerdos que daban vueltas en su cabeza lo alteraban tanto como la presencia de la chica. Buscaba escenarios en que tuvieran la oportunidad de estar a solas, pero pronto se dio cuenta que no lo conseguiría.
Gerald hablaba con entusiasmo de su próximo partido, cuando Helga y Phoebe notaron que se les acercaba un grupo de chicas.
–¿Podemos acompañarlos?–dijo Lila con una sonrisa.
Nadine y Edith también estaban ahí.
–Claro–dijo Helga, con tranquilidad, haciéndole un espacio a la pelirroja.
Vio a Edith sentarse junto a Arnold. Phoebe se acercó más a Gerald para hacerle espacio a Nadine. Charlaron casualmente de sus planes para el fin de semana. Era evidente para todos que Edith intentaba llamar la atención de Arnold.
Cuando él se levantó para dejar su bandeja, la chica lo siguió, así que él decidió aprovechar de zanjar el otro tema que le molestaba.
–Escucha, Edith–dijo algo incómodo–. Lamento lo que pasó en la fiesta
–Yo no–dijo ella con una sonrisa.
–Espera, ¿qué?
–Creo que eres lindo
Arnold se sonrojó, no se esperaba que ella fuera tan directa.
–Te lo agradezco–Comenzó a decir rascando su nuca.–. Estaba muy ebrio y la verdad no lo recuerdo
–Lo sé–dijo ella, riendo–. Yo me divertí–Añadió.
–Oh... ¿y no te molesta?–dijo con sorpresa
–Para nada
–Bueno, de todos modos, lo siento
–Oye, no te pongas así–dijo con un tono juguetón–. No estuvo mal
–No es eso, es solo que no quiero que te hagas a la idea equivocada, no quise aprovecharme de ti ni nada parecido
Ella soltó una risa melodiosa.
–Por favor, Arnold. Si soy sincera, diría que yo me aproveché de ti. Además, disfruté besarte. Podemos repetirlo en otra ocasión
Edith regresó con el grupo, dejando a un chico incómodo y estupefacto. Desde el mesón, Gerald miraba a su amigo levantando las cejas y sonriendo, aprobando lo que fuera que hubiera pasado. Arnold se acercó a una máquina para comprar un refresco en un intento de hacer tiempo y calmarse antes de volver a la mesa con los demás.
El resto de las clases Arnold no encontró oportunidad de hablar con Helga y se dijo que lo intentaría después de la práctica, pero cuando llegó al gimnasio, se encontró con que la chica ya se había ido.
...~...
Helga aprovechó la clase de boxeo para botar el estrés. En ese punto estaban atacando sacos. La mayoría lo tomaba con entusiasmo y era divertido. Terminaron temprano y luego acompañó a Lila a casa para recuperar sus cosas.
...~...
La mañana siguiente Helga pudo llevar bastante bien el asunto y aunque Arnold parecía nervioso, ella estaba dispuesta a ganar una medalla olímpica por pretender que no le importaba. Al menos tenía la clase avanzada ese día, lo que significaba que no tendría que esforzarse por un periodo completo.
Se sentó junto a Brainy, como siempre. Phoebe le había contado que él le había ayudado con el ensayo, así que anotó al final de su cuaderno:
»Gracias por lo de Ph33B5«
El chico sonrió y escribió en su propio cuaderno:
»¿Qué tal la fiesta?«
En lugar de pasarse hojas, cada uno escribía lo que quería decir entre los apuntes de la clase y le enseñaba al otro la línea de la respuesta. Habían inventado algunas palabras y reglas simples. Hasta el momento el maestro no los había descubierto o, si es que los veía, debía pensar que se estaban ayudando, a ambos les iba bien en esa clase.
Helga le contó que se había divertido y le preguntó si supo de su broma. Brainy se enteró por el mismo Curly, que, aunque estaba molesto, admiraba su compromiso para hacer algo tan interesante y lamentaba que no se uniera al equipo de teatro, tanto por su actuación como por los efectos especiales.
La chica solo respondió:
»En sus sueños«
La clase terminó antes de lo esperado. La rubia se instaló afuera del salón para almorzar con su amiga, como cada martes.
Cuando entraron a la cafetería Helga sintió alivio al ver que Nadine, Edith y Lila almorzaban con Eugene y Sheena. Al menos no tendría que fingir que no le importaba que McDougal coqueteara con su cabeza de balón.
Apenas se sentaron en la mesa habitual, fue Stinky quien se acercó a saludar,
–Hola chicos–dijo.
–Hola–Respondieron todos con naturalidad.
–Helga... emh...
Arnold de inmediato revivió la punzada incómoda que tuvo cuando vio que el alto esqueleto y la rubia pirata bailaban, sensación que se volvió dolorosa cuando vio que ella lo besaba.
–Dime, granjero–Respondió Helga con indiferencia, prestando más atención a su plato de puré de patatas.
–Emh... –El chico dudó.
–No tengo todo el día
–¿Me acompañas a los arcades?
–Mañana, después de las prácticas
–Mañana entonces–Confirmó con entusiasmo.
–Sí, sí, ahora vete–dijo ella, todavía más atenta a su comida que al chico.
Stinky se alejó de regreso a su mesa, donde Harold y Sid lo recibieron entre risas y bromas. Arnold los miraba de reojo.
–Helga, ¿por qué tienes que ser tan fría?–Le reclamó Phoebe con una risita.
–¿Qué? ¿Qué hice ahora?–dijo la rubia, realmente sorprendida.
–¡Stinky acaba de invitarte a salir!
–Sí, a los arcades, lo escuché–Rodó los ojos
–Vaya, Pataki, ¿acaso vas a romperle el corazón?–dijo Gerald.
–¿De qué hablan?–Miró a Gerald y Phoebe un par de veces.– ¿Ustedes creen que es una cita?
–Ajá–dijo su amiga, con una sonrisa.
–No es una cita. Y borra esa sonrisa de tu cara, Geraldo–Helga frunció el ceño.
–¿No?–El chico alzó una ceja.– ¿Entonces por qué Harold y Sid molestan tanto a Stinky?
–Si tuviera que apostar, es porque son unos idiotas
–Vamos, Helga, tal vez le causaste una impresión después de ese baile
–O tal vez solo quiere ir con alguien que juegue de forma decente, porque sus amigos apestan– Helga se puso de pie.–. Perdí el apetito–Tomó su bandeja.–. Nos vemos en clases
Se levantó y se alejó del grupo.
–Vaya, viejo–Gerald reía dándole palmadas en la espalda a Arnold.–. Nunca pensé que Stinky consiguiera una cita más rápido que tú. ¿Cuándo piensas hacer tu movida con Edith?
–No lo creo, Gerald–dijo Arnold.
...~...
Helga fue al auditorio a dormir un rato. No estaba de humor para nada, en especial para soportar esa mirada indefinida del rubio de sus fantasías.
«Estúpido cabeza de balón, cómo te odio»
Por hábito buscó en su cuello. No tenía el relicario, no iba a sacarlo de su caja, no pensaba hacerlo, se resistía a reabrir todo eso. El nuevo cuaderno estaba a salvo en su casa. ¿Qué más le quedaba?
Se abrazó a sí misma
«Y sin embargo... »
«¡No!»
Apretó los ojos y se dio una bofetada. No iba a retroceder.
...~...
Después de almuerzo, Nadine y Phoebe tomaron sus cosas para ir juntas a las clases avanzadas de ciencias.
En el salón donde estaba la mayoría de los de primer año el profesor alargó un poco la clase gracias a que Harold y Sid no dejaban de molestar a Stinky. En cuanto el profesor decidió que era suficiente, Helga se apresuró en guardar sus cosas y salir. Los chicos la imitaron y caminaron tras ella.
Phoebe ya estaba preocupada cuando su amiga atravesó la puerta de la biblioteca, seguida de Gerald y Arnold. La rubia dejó sus cosas junto a la chica de lentes y se disculpó. Gerald se sentó frente a su novia y le explicó la situación, mientras Helga fue a charlar con el bibliotecario, quien le entregó un par de libros, con los que ella regresó al mesón. Los cuatro estudiaron conversando lo menos posible. No había pasado ni una hora, cuando Helga se disculpó.
– Tengo que irme–dijo arrancando una hoja de su cuaderno–. Estas son mis respuestas de la tarea, me avisan si algo está mal–dijo tomando sus cosas.
–¡Helga, espera!–Arnold iba a ponerse de pie.
Ella echó una mirada al cuaderno del chico.
–Te recomiendo que revises bien, estoy segura que casi la mitad de tus respuestas están malas– dijo, alejándose rápido.
Una vez que salió de la escuela, Helga caminó pateando cualquier pequeño objeto que pillara en el camino. No soportaba la cercanía de Arnold. Pensó que podía fingir, pero era horrible, cada segundo de ese día lo único que quería era volver a besarlo, en especial cada vez que recordaba el momento en que Edith lo siguió para hablar lo que fuera que hablara con él, porque, maldición, él se había sonrojado por lo que fuera que ella hubiera dicho, pero a la vez sabía que se había sonrojado más cuando la vio a través del reflejo y no estaba segura si sentía celos o satisfacción.
No quería irse tan temprano a casa, pero los arcades no eran opción, porque no le quedaba dinero, fue en parte por eso que decidió pedirle las fichas a Stinky y en parte porque quién iba a decir que terminaría pasando una noche a solas con Arnold después de esa fiesta.
Absolutamente nadie lo hubiera creído.
Decidió ir a la biblioteca pública. Decidió recopilar toda la información del equipo de la escuela contra la que jugaría el equipo de baseball en su próximo encuentro: estadísticas, mejores jugadores y sus técnicas.
Ya en casa se hizo un emparedado de pavo y se encerró en su pieza a escribir. Preparó un extenso artículo con la información del equipo rival, especulando sobre posibles estrategias, pero sin detallarlas. Generando una mezcla entre expectativa y predicción.
El equipo de la 118 ese año era bastante decente y Helga todavía lamentaba no poder jugar. Lo único que le quedaba era seguir en boxeo y cubrir las noticias. La mayoría de sus amigos no tenía el tiempo de antaño para reunirse y además el Campo Gerald había pasado a generaciones más jóvenes.
–Debería escribir algo sobre el Campo Gerald–Se dijo Helga.
Procedió a crear una crónica contando cómo el cabeza de balón dio con el espacio, la limpieza que realizaron, como los adultos requisaron el lugar y lo que hicieron para recuperarlo.
No era su trabajo en el periódico y tampoco era realmente relevante, pero decidió guardarlo por si surgía la oportunidad. Tal vez en algún momento estuvieran cortos de noticias y tendrían que rellenar con algo.
En cuanto terminó con eso se preparó para dormir. Apagó las luces, se recostó en la cama y dejó que su mano se deslizara por el costado junto al muro, hasta alcanzar la caja donde había guardado todos los objetos que asociaba a Arnold. Después de esos besos sabía que jamás tendría el valor de deshacerse de todo, tanto de lo material, como de lo inmaterial.
Y al mismo tiempo cerraba los ojos y podía volver a sentir la forma en que el chico la abrazó, la sensación de su piel, su aliento, el ritmo de su respiración. Arnold era demasiado puro y amable. ¿Por qué la había besado? ¿Era acaso que realmente ella le provocaba algo? ¿O fue un acto desesperado para calmarla como el beso que le dio Valentina? ¿Era preocupación lo que había en sus ojos?
«Sí, pero San Arnoldo se preocupa por todos»
Rodó sobre la cama.
–Fue solo un sueño, Helga–Se dijo con voz ahogada.
Chapter 34: ¿Fin del juego?
Chapter Text
Al día siguiente Phoebe pasó por ella y le devolvió la tarea sin ninguna corrección, lo que no extrañó a la rubia.
–¿Dormiste bien?–Preguntó de pronto la más bajita, acomodando sus lentes.
–Me quedé hasta tarde reescribiendo un artículo para el periódico, no me dejaba conforme, ya sabes como soy con eso–dijo Helga, consciente de sus ojos hinchados y cansados.
No iba a admitir la angustia que la mantuvo en vela, ni siquiera con Phoebe, aunque por su mirada intuía que su amiga sospechaba la verdad.
Se reunieron con los chicos en el salón cuando comenzó la clase.
Ignorar a Arnold se hizo complicado. Era obvio que él intentaba acercarse, pero ella no estaba lista para hablar con él.
Se las arregló para evitarlo hasta el almuerzo. Acompañó a sus amigos a la cafetería y antes de comprar su comida vio a una chica de último instalándose en una de las mesas. No perdía nada con intentarlo.
–Tengo algo que hacer, los veo al rato–dijo.
Se acercó a Gracia para comentarle sobre lo que había escrito y la invitó a sentarse, llamando también a Siobhan, que estaba a un par de mesas. Las dos leyeron el trabajo de Helga, sugirieron pequeñas correcciones. Un poco más tarde Joshua las saludó al pasar y Gracia le pidió su opinión. El Chico agregar algunos datos interesantes sobre el equipo rival, con lo que Helga supo que tendría que reescribir buena parte para incluirlos.
Eso le consumió casi todo el almuerzo además de ganarse un par de elogios, así que una doble vitoria para ella.
Compró un emparedado y lo comió de camino al salón. Al final de las clases tomó su bolso y luego de despedirse de sus amigos, se acercó a Lila, para caminar con ella al gimnasio.
Mientras la pelirroja terminaba de ordenar sus cosas, Stinky acercó a la rubia.
–Helga, ¿paso por ti después de la práctica?–dijo él.
–Claro que no, Stinko. Te veo en los arcades–Respondió la chica, con indiferencia.
Lila los miró a ambos mientras acomodaba la correa de su bolso.
–Está bien, ahí estaré–Aseguró el chico.
A unas mesas, Harold y Sid se reían, así que la rubia los miró y levantó su puño como amenaza, obligándolos a callar.
–¿Estás lista, solcito?
Lila asintió.
–Nos vemos luego–Comentó la rubia como despedida a Stinky.
Ambas salieron caminando a prisa.
...~...
Phoebe se despidió de su novio y Arnold en la puerta del salón, para caminar con Nadine, con quien prepararía un proyecto de ciencias.
Los amigos se dirigieron a la salida para ir a entrenar. Stinky pasó junto a ellos de camino, conversando con Harold y Sid.
Arnold por un segundo frunció el ceño.
–Tienes que dejar de hacer eso–dijo el moreno al notarlo.
–¿Qué cosa?–Respondió el rubio.
–Darle importancia
–¿De qué hablas?
–¡Vamos! Toda tu actitud cambió en cuanto Stinky habló con Helga. Viejo, tienes a Edith comiendo de tu mano, aprovéchalo
–Deja de hablar así de Edith–Reclamó, molesto–. Y no puedo simplemente dejarlo... y sabes por que
–Lo estabas llevando bien, hombre, ¿Qué pasó?
El rubio lo miró con una mezcla de pánico y tristeza.
–Nada. Me iré a casa–Decidió.
–Viejo
–No puedo, Gerald, hoy no me siento bien, es todo
El chico dejó a su amigo en el parque y se marchó antes que el entrenador lo viera.
No podía decirle lo que había pasado, mucho menos lo que le hubiera gustado que pasara. Tampoco sabía cómo hablar con Helga, ni cómo reaccionaría. Ese día parecía completamente indiferente a él y también... Stinky la había invitado a salir, entonces... ¿Qué tanto hablaron durante la fiesta? ¿Por qué ella siguió besándolo si al final iba a salir con otro chico? Ella lo abrazó, le acarició el rostro, le sonrió, fue dulce, incluso coqueteó y se preocupó por él en más de una forma...
«Esto es solo un sueño, ¿recuerdas?»
Llegó a casa solo para dejar sus cosas, pero en cuanto su mirada escapó hacia el sillón, no soportó la idea de quedarse en su habitación.
Decidió ir a caminar un rato, tratando de calmarse, dando vueltas al azar, hasta que voces conocidas llamaron su atención.
–No puedo creer que Stinky haya invitado a Helga a una cita–dijo Harold, riendo.
«Entonces si era una cita»
–Supongo que de alguna forma tenía que ganarse ese beso–Comentó Sid entre risitas.–. Incluso una chica como Helga debe tener estándares para aceptar besar a alguien ¿no?
Los dos explotaron en carcajadas.
–No puedo creer que la haya besado por setenta fichas–Añadió Sid.–. Yo hubiera pedido cien y aun así no creo que hubiera sido capaz de hacerlo
–¡Sí! Helga no es nada femenina–Continuó el mayor entre risas.–. Si tuviera que besarla, vomitaría
Suficiente. Arnold no permitiría que se burlaran de ella así. Debía decirle antes que se reunieran.
Se dirigió a la escuela, pero a medio camino se dio cuenta que no llegaría a tiempo y se desvió hacia los arcades, con la esperanza de encontrarla. Cuando llegó ahí, notó que ni ella ni Stinky habían llegado.
Compró algunas fichas para esperar jugando cerca de la entrada.
Stinky apareció unos minutos más tarde, junto a sus amigos. Arnold los observó sin moverse de su lugar.
–¡Si llega te regalo diez fichas más!–dijo Sid.
–Y si no llega tendrás que devolvernos las fichas–Añadió Harold.
–Llegará–Respondió Stinky.
Eso solo generó más caos en la mente del rubio. ¿Por qué estaba tan seguro?
Trató de quedarse cerca, fingiendo que esperaba su turno en una máquina un poco abarrotada.
Helga apareció unos quince minutos más tarde. Y antes que Arnold pudiera acercarse le hizo señas Stinky, que se acercó a ella, mientras Harold y Sid se alejaban.
Arnold la observó. El cabello atado en una coleta alta, una chaqueta morada, sudadera, pantalones de mezclilla y zapatillas. No era la ropa que había usado ese día, así que se tomó la molestia de ir a casa a cambiarse; pero tampoco parecía ropa de cita, al menos no como Arnold la imaginaba que vestiría para una cita.
Cerró los ojos con fuerza y se dio cuenta que desde ahí no podía escucharlos.
Stinky y ella charlaban mirando alrededor, hasta que Helga sonrió, señaló una dirección con su pulgar y le dijo algo. Por su expresión el rubio supuso que era sobre cómo le patearía el trasero. Esa mirada de orgullo y seguridad que solo Helga tenía y que él disfrutaba tanto ver.
«Basta»
Pensó en cómo podía acercarse a ella, apartarla de su "cita" y decirle lo que había escuchado, así que cambió a otras maquinitas, intentando acercarse a un lugar desde donde pudiera vigilarlos.
...~...
Helga estaba concentrada mirando la pantalla, disparándole a los zombis. Por más de veinte minutos ella y Stinky avanzaron por los distintos niveles. Era uno de los juegos favoritos de ambos. Sacaban los bonos y premios, salvando a los civiles y desbloqueando los secretos del juego. De vez en cuando le comentaba al chico que pusiera atención o lo felicitaba por su puntería. El alto muchacho también quería ganar y al mismo tiempo demostraba admiración por la precisión de Helga. Llegaron hasta el pasillo previo al jefe final, pero la dificultad los venció y ambos perdieron casi al mismo tiempo.
–Rayos–dijo Helga.
–Podemos volver a intentar–dijo Stinky.
–No, juguemos algo más–Miró alrededor.
Entre las máquinas notó una de Pac-Man. Un clásico, no su favorito, pero estaba libre.
Fueron allí. Stinky resultó ser mucho mejor que ella. Así que estuvieron ahí mientras el chico pasaba y pasaba niveles, ella lo animaba, distraída, pensando dos cosas: cuál sería la siguiente maquinita y qué demonios hacía el estúpido cabeza de balón ahí. Bueno, tres cosas: ¿por qué la vigilaba como si estuviera... celoso?
Decidió explotar un poco la idea. Así que intencionalmente se apegaba a Stinky para felicitarlo o indicarle con emoción exagerada que estaba a punto de morir.
Lo siguiente que hicieron fue buscar un juego de combate de artes marciales. La máquina con la novedad no tenía un grupo de gente intentando jugar, porque estaba acaparada por alguien que ella conocía bien.
–Wolfgang–dijo la rubia con cierto desprecio.
–¿Qué haces aquí, niñita?–Respondió él, con el mismo tono.
–Esta niñita piensa destruirte–Le enseñó una ficha.–. A menos que tengas miedo
–¡Ja! Nunca podrías vencerme
–Ya veremos
Introdujo la ficha a la máquina y se colocó en los controles junto a él, seleccionando su personaje.
La primera ronda Helga ganó por poco, lo hizo más por evaluar las habilidades de su oponente, que por dificultad. La segunda lo destruyó completamente, sin recibir ni un golpe.
–Al parecer esta niñita si pudo vencerte
–Tuviste suerte–dijo el matón, molesto.
–¿Quieres apostar?–Le enseñó una torre de fichas y las puso sobre el tablero.–. Diez tuyas, diez mías, quien gane se queda las 20. ¿Qué dices?
–Edmund–Chasqueó los dedos y su amigo le entregó las diez fichas que el matón colocó en una torre junto a la de la chica.–. Vas a perder, Pataki
–Mucho ruido, pocas nueces–dijo ella, bajando su mirada para dejar en claro la doble intención.
El muchacho apretó los dientes mientras cada uno metía una ficha y luego seleccionaba su personaje.
Helga ganó el primer combate por poca diferencia. El segundo perdió, por bastante más de lo que le hubiera gustado. Pero el tercero logró mantener a Wolfgang a raya un buen rato. En un momento el chico rompió su defensa y comenzó a bajar su barra de vida con bastante velocidad, pero no logró pasar de la mitad antes que Helga recuperara el control del combate.
Arnold vio como Edmund se acercaba al lado de Helga y movía su mano hacia el tablero. Estaba por involucrarse, pero Stinky se adelantó.
–¿Qué haces?–dijo con seguridad, mirando a Edmund desde arriba.
–Yo... no... nada... –dijo, retrocediendo
En ese momento el combate terminó.
–Carajo–El matón de segundo de preparatoria estiró la mano para recuperar sus fichas.
–Perdiste–dijo Helga, molesta.
–Fuiste muy lenta–Reía el chico.
–Y tú eres patético–Se cruzó de brazos.–. Tienes cinco segundos para entregarme las fichas.–Abrió la palma de su mano derecha.
–¿O qué?
–O hacemos un desafío público para que todos vean cómo te derroto ¿Quieres eso? ¿O prefieres que nuestra contienda quede en secreto entre nosotros cuatro?
El tipo gruñó y luego de mirar a su amigo, le entregó las fichas.
–Solo ganaste porque tu amigo me distrajo–dijo y luego gruñó–. Vámonos, Edmund
–Ya voy... –El chico rodeó la máquina y lo siguió tropezando.
–De todos modos, los videojuegos son para los nerds... y para las niñas feas–Añadió mientras se alejaba.
Helga lo ignoró y haciendo un gesto de invitación, le ofreció a Stinky que pasara hacia los controles disponibles.
–No debiste intervenir–dijo Helga.
–Le habrías roto los dedos–Respondió el alto chico.
–Se lo merecía
Seleccionaron sus personajes y Helga ganó sin problema. Poco a poco otras personas se acercaron a enfrentarla, pero mantuvo su lugar un buen rato. Stinky estaba perplejo por como derrotaba a todos.
–Recórcholis–dijo cuando derrotó a un quinto jugador y un sexto elegía su personaje.–. La máquina apenas llegó hace dos semanas y ya dominas todas las técnicas
–No todas–dijo Helga, seleccionando un traje alternativo–, pero pienso seguir aprendiendo
Arnold decidió intentarlo y se unió a la fila, esperando que ella siguiera ahí cuando fuera su turno. Helga apenas logró vencer a la persona que estaba dos puestos por delante de él, pero la siguiente fue un paseo por el bosque, tanto que Helga le regaló la segunda pelea para que tuvieran una tercera. Era una niña de primaria que estaba aprendiendo a jugar, así que le explicó cómo hacer un par de combinaciones. El chico sintió una cálida ternura cuando la mayor fingió que se había atorado la palanca, dejando a la pequeña dar unos cuantos golpes, hasta que le resultó un ataque especial.
–Hola, Helga–dijo él, con una sonrisa.
Ella lo miró.
–Parece que te encanta que te humille, cabeza de balón–dijo la chica.
–Es un mal hábito–Admitió él, seleccionando a su personaje.–, siempre y cuando seas tú quien lo haga
Helga se sonrojó con esa respuesta. ¿Por qué el estúpido cabeza de balón le estaba coqueteando? ¿LE ESTABA COQUETEANDO?
Round one
Fight
La pelea comenzó y aunque fue él quien dio el primer golpe, Helga rápidamente ganó ventaja y logró eliminar el color en la barra de vida de su contrincante.
La siguiente pelea ella intentó una nueva combinación que quería mejorar, pero eso la hizo perder buena parte de su barra de vida. Cuando le quedaba un tercio de ésta intentó dar vuelta el juego, pero fue demasiado tarde.
El último combate Arnold partió con todo, confiado, generando cadenas de daño con rapidez. La chica mantuvo sus defensas y en algún punto logró romper el ritmo del chico, para rápidamente dar vuelta el juego. Ambas barras de vida estaban bajas, pero Helga tenía un combo especial que no había usado.
En cuanto movió la palanca y presionó los botones, el chico supo que no tenía forma de esquivar o defender, pero podía arriesgarse con un counter.
Un ruido y la oscuridad.
Varias voces infantiles y adolescentes se elevaron preguntando qué había pasado.
–No se muevan, vamos a encender el generador–dijo uno de los adultos que trabajaba ahí
La mano de Arnold se deslizó por los controles y alcanzó la de Helga, sujetándola en la oscuridad. Intentó acercarla a él, pero ella no se movió.
–Hay un corte de energía en el barrio–dijo el propietario–. Cerraremos temprano hoy
Se elevaron gritos de protesta.
–Lo siento, chicos. Los compensaremos–Y luego gritó en otra dirección.– ¡Richard! ¿Cómo vas con el generador?
–¡Ya lo encontré, en un segundo estará funcionando!
Helga logró zafarse de Arnold y se giró hacia Stinky.
–Me voy a casa, granjero–Le dijo.–. Gracias por las fichas, nos vemos en la escuela
Haciendo todo lo posible por ver y con mucho cuidado, Helga se apartó de ellos y se deslizó entre las máquinas hacia la salida.
Afuera las luces de los autos le permitían distinguir un poco más y corrió lejos de ahí, a punto de tener una crisis. Cuando Arnold la sujetó, quiso arrojarse sobre él y besarlo. No tenía idea de por qué él hizo eso, quizá era una forma de asegurarse de que estuviera bien o de darle tranquilidad, pero lo único que hacía era alterarla por completo.
...~...
Entre las máquinas, las luces de emergencia se encendieron con un tono anaranjado.
–Cuando pasen por la puerta, anoten su nombre y les repondremos las fichas – continuó el encargado, dirigiendo a los chicos hacia la salida.
Arnold miraba en todas direcciones, pero Helga ya no estaba por ningún lugar.
–Bueno, amigo, aquí hay diez fichas extra–dijo Sid acercándose a Stinky.
–Cielos, gracias–dijo el alto muchacho al recibirlas.
–Definitivamente ganaste esta apuesta–Comentó Harold.–. Debe ser difícil besar a una niña como Helga
–¿Es cierto lo de la apuesta?–dijo Arnold, con las manos en la cintura y el ceño fruncido.
–Bueno... algo así...–Respondió, Stinky, incómodo.
–¡No pueden hacer eso!
–¡Vamos, Arnold, no seas tan serio!–dijo Sid.– Es Helga, probablemente aceptó venir por los juegos gratis
–¿Qué?
–¡Claro! ¿Quién querría salir con una chica tan fea?–Añadió Harold.– ¡Hasta ella lo sabe!
–¡No digan eso!–dijo molesto– Helga es...
¿Qué iba a decir? ¿Qué le parecía guapa? ¿Qué no era tan desagradable como quería hacer creer a todos? ¿Qué era inteligente y divertida?
–Helga es simpática cuando quiere–dijo Stinky–. Sé que su sentido del humor un poco cruel, y es agresiva, pero es porque la hacemos enfadar
Arnold lo miró con sorpresa. Era la primera vez que escuchaba a alguien de su clase decir algo bueno de la chica, que no fuera Phoebe, claro.
Harold y Sid miraron al alto granjero con la boca abierta.
–¿Te gusta Helga?–dijo Sid.
–¿Estás bien?–Añadió Harold.–. Estamos hablando de Helga Pataki
Arnold sintió una punzada en el estómago al recordar sus conversaciones con Gerald.
–No, ya la superé cuando salí con Gloria–dijo Stinky con naturalidad.
Arnold lo recordó vagamente, era cierto, al alto chico le había gustado Helga y él lo sabía.
–De todos modos–dijo el rubio–, esto estuvo mal, sé que no lo parece, pero ella también tiene sentimientos
–¡No exageres, Arnold!–Respondió Sid.– Helga es como la reina de hielo, ella jamás podría enamorarse de alguien
–Así es... y aunque se enamore de alguien, es tan fea, que nadie le haría caso–dijo Harold entre risas.
–¡Ya basta!–dijeron Stinky y Arnold al mismo tiempo, se miraron entre ellos por un segundo.
–Me largo–dijo Arnold, todavía molesto.
Mientras se alejaba escuchó como los otros tres seguían discutiendo.
Todavía necesitaba verla y aclarar las cosas. Cuando salió miró en todas direcciones, pero ella no estaba por ningún lado. Pensó en alcanzarla camino a su casa, pero en primer lugar no estaba seguro que hubiera ido ahí y en segundo lugar si estaba seguro de que no reaccionaría bien.
...~...
Helga esperó en el parque que el frío la obligara a regresar a casa. La sensación de Arnold ¿confortándola? ¿Cuidándola? ¿Qué había sido todo eso? Era confuso que ahora... claro que las cosas habían cambiado, el estúpido cabeza de balón no podía solo hacerle caso y pretender que todo era un sueño.
Quería volver a besarlo. ¿Qué hubiera pasado si lo hubiera hecho? ¿Qué hubiera pasado si las luces se hubieran encendido y alguien los hubiera visto? Helga G. Pataki tenía una reputación que cuidar y una cosa era darle un beso a un chico en una fiesta, porque, vamos, varias de las chicas en esa fiesta consiguieron un ligue, incluso una de las amigas de Rhonda empezó a salir con uno de los chicos del equipo, eran cosas que pasaban en las fiestas de adolescentes llenos de locas hormonas. Pero besar a Arnold... eso fue diferente, fue íntimo, fue dulce... era una locura que no se podía repetir.
No quería hablar con el estúpido cabeza de balón. Dejaría pasar el tiempo, así sería como aquel beso en la torre corporativa. Eventualmente los dos se acostumbrarían a pensar que no pasó y podrían fingir que todo estaba bien, que no sentían nada el uno por el otro, porque, por como la beso, lo menos que podía imaginar era que el rubio tendría algún tipo de atracción por ella, aunque se repetía que él estaba medio borracho y ella medio desnuda. Bajo esa misma premisa, fue una suerte que ninguno de los dos se atreviera a hacer algo más, porque si él lo hubiera intentado, no estaba segura si siquiera lo hubiera cuestionado...
Pero era su dulce dios de buen corazón, claro que no hubiera hecho algo más. Incluso si ella pudo notar que parecía quererlo ¿Realmente estaría pensando en ella? ¿O se imaginaba a otra persona? Como le escuchó decir a Gerald... que llamó a Edith por el nombre de Ruth. Entonces ¿de qué estaba orgullosa McDougal? Parte de la atención que tenía era por transferencia y la otra parte porque Arnoldo solo sabía ser amable. Si una chica linda se le acerca, no podría rechazarla, había pasado con Lila y con Summer.
Pero a ella la había rechazado. Así que Helga sabía que no era una chica linda, no para los estándares de él.
Y no era la belleza, era la dulzura. Helga carecía de eso la mayor parte del tiempo, pero esa noche lo cuidó, se mostró preocupada, ni siquiera se le pasó por la mente burlarse de él por su estado. Entonces, otra vez, Arnold cayó ante una Helga que no era ella o que más bien no podía ser todo el tiempo.
No quería seguir pensando en eso.
...~...
El día siguiente Arnold decidió cambiar de estrategia y pretender indiferencia. En el último descanso, cuando Phoebe le pidió a Helga ir a las maquinitas por unos dulces, los chicos las acompañaron y eso fue suficiente para que bajara la guardia. Mientras la pareja decidía qué snack quería, la chica rubia se apartó un poco, así que Arnold decidió intentarlo.
–Tengo algo que decirte algo sobre tu cita con Stinky–dijo en un susurro.
Gerald sacudió la cabeza con reprobación. El rubio pensó que lo había escuchado, pero de inmediato su amigo comentó algo sobre que odiaba los refrescos de dieta, que aparentemente eran las únicas disponibles. A lo que Phoebe procedió a darle una explicación de por qué el sabor variaba.
–Eso no fue una cita–Respondió Helga, en el mismo tono.
–¿Qué?
–¿Vamos?–dijo Phoebe.
–Adelántense–dijo la rubia, sacudiendo su mano–. Todavía no sé qué quiero.–dijo mirando la máquina muy concentrada.
–No tenemos prisa–dijo Phoebe.
–Dije que se adelanten – repitió Helga, mirándola de reojo.
Su amiga comprendió y se llevó a Gerald de ahí.
–Harold y Sid le apostaron algunas fichas a Stinky si me besaba y yo le pedí algunas a cambio–dijo moviendo la mano en círculos.
–¿Lo sabías?
–Claro que sí–Lo miró con una sonrisa.–. Adivino como te enteraste. El panzón y el raro no saben mantener la boca cerrada
Arnold asintió.
–Fui a decírtelo–Explicó.–, estaba buscando una oportunidad de estar a solas–Añadió, avergonzado.
Helga se dio cuenta que le había tomado la mano para apartarla y hablar. No era lo que ella fantaseó. Estaba furiosa. Arnold no pensaba en ella. ¿Y qué esperaba?
«Estúpida»
–Escucha, cabeza de balón. Yo le dije que fingiera que era una cita para poder jugar un rato sin que sospecharan de que me regalara las fichas. Siempre que nos topamos juego con ellos –Se encogió de hombros.–. No fue la gran cosa–Cerró los ojos un segundo y decidió añadir.–. Sólo un beso sin importancia
–Pensé que de algún modo podría lastimarte
–No me hagas reír
–Hace poco terminaste con... –Miró en todas direcciones y bajó la voz.– alguien. Es normal que estés algo... vulnerable
–¿En serio?–Arqueó el lado izquierdo de su ceja.– ¿Te parezco una damisela en peligro?
–No quise decir eso
–En primer lugar, nunca te dije cuándo terminamos
–Pero debió ser después de mi cumpleaños
–Y en segundo lugar–Continuó ignorándolo.–, sabes como soy: grosera, ruda y mandona
–Lo sé–Admitió.–, pero también puedes ser dulce y preocupada, Helga. Sigues siendo una chica y sé que eres más que eso
–Ese es tu estúpido problema. Yo no soy más que esto y ciertamente no soy una princesa a la que puedes rescatar, soy el maldito dragón. Y si sigues metiéndote donde no te invitan, te tocarán las llamas
Helga decidió dar la conversación por finalizada y regresar al salón.
Arnold se quedó en el espacio de las maquinitas, cubriendo su rostro con frustración.
Después de esa conversación la incomodidad fue reemplazada por una amarga tristeza que él intentaba disimular. Helga seguía actuando con tanta frialdad e indiferencia como siempre. Ni Gerald y ni Phoebe consiguieron averiguar qué había pasado, así que se apegaron a su decisión de no intervenir. Los cuatro pretendiendo que no pasaba nada.
...~...
Al día siguiente, después de presentar sur redacción final a Gracia, la chica le comentó que ese día debía retirarse temprano.
Casi corrió para llegar a la consulta apenas cinco minutos antes de comenzar su sesión con Bliss.
No tenía ánimo de jugar mientras charlaban, en cambio se recostó en la silla, con las piernas en el respaldo, las manos en su estómago y la cabeza colgando por el borde, mirando a su terapeuta.
–Bob sigue sin trabajo...
Los primeros minutos fueron sobre su familia y sus terribles dinámicas. Luego pasó al tema de su rompimiento y como creía que debía sentirse mal, pero en el fondo le parecía que no sentía nada. La terapeuta la guio con paciencia hacia las emociones que la chica reprimía y cómo había usado esa relación para escapar de la soledad que ella misma estaba generando al intentar sacar a Arnold de su vida.
No pudo contarle lo que pasó.
«Un sueño»
Pero si le comentó que había vuelto a soñar con el rubio y que otra vez le escribía poemas. Bliss sonrió con comprensión mientras intentaba ayudarla a averiguar cómo la hacía sentir y cómo manejar esas emociones.
–También... hay algo que intento entender. Lila ha sido amable conmigo últimamente y bueno, ella y Patty han estado preocupadas por mí
–¿Y qué pasa con eso?
–No sé por qué lo hace. Pensaba que todos me odiaban o temían
–Phoebe no te tiene miedo
–Es porque es mi mejor amiga... y aun así creo que la intimidé en algún momento
–¿Crees que todavía es así?
–No, ya no
–¿Y qué hay de otras personas de tu clase?
–Gerald definitivamente no me tiene miedo, Brainy tampoco, pero no cuenta
– ¿Y los demás?
–Bueno... con las otras chicas no pasamos mucho tiempo juntas. Sé que Sheena y Nadine se asustan cuando grito. Rhonda creo que no me tenía miedo, pero se fue. A Stinky tampoco lo asusto, aunque sus amigos Harold y Sid me tienen miedo, pero eso está bien, porque me la paso amenazándolos. A la mayoría no creo que le importe mi presencia mientras no nos crucemos o mientras no estén en mi camino. No me molesta eso, pero que alguien intente acercarse y pasar tiempo conmigo es... raro...
–Helga, todavía no lidias bien con las relaciones interpersonales. Eres una chica inteligente, artística, apasionada y te muestras segura. A tu edad son cualidades que admirar. Si hay gente intentando acercarse a ti, puedes averiguar poco a poco cómo te hace sentir eso, siempre que no sientas que invadan tu espacio. Es importante que recuerdes que poner límites no es malo, pero no es lo mismo que construir muros...
Helga asintió con comprensión y luego de darle unas vueltas se dio cuenta que la sesión terminaba.
...~...
El sábado la práctica se alargó más de lo necesario y fue agotadora. El entrenador los quería a todos preparados para el próximo partido.
–Shortman, antes de irte, diez vueltas a la cancha–dijo.
–Sí, señor–El chico asintió.
Luego de despedirse de Gerald, comenzó a correr, mientras sus compañeros se retiraban.
Cuando terminó las vueltas se dejó caer en el pasto, respirando agitado.
–Si vuelves a faltar sin justificación, te sacaré del equipo–dijo el entrenador–. Tus compañeros se toman esto en serio y espero que aprendas a respetar eso
–No se repetirá, entrenador–dijo el chico–. Lo prometo
–Confío en que así sea, te esforzaste bastante hoy. Nos vemos el lunes, descansa
Arnold sonrió. El entrenador era duro, sí, pero siempre les daba palabras de aliento. El chico se fue a al centro comunitario para tomar una ducha antes de volver a casa. Todavía quedaban algunos de sus compañeros. Le hicieron bromas por su castigo, las que el respondió con una sonrisa incómoda.
...~...
Ese domingo Helga se la pasó ocupada ayudando a Miriam con las labores de la casa y durmiendo. Necesitaba juntar fuerzas para afrontar los días que se avecinaban. Para su tranquilidad las circunstancias la libraron de pasar demasiado tiempo con Arnold:
El entrenador decidió que los chicos del equipo de baseball almorzarían juntos esos días, para fomentar la unidad y el compañerismo antes del partido. El hombre almorzaba con ellos y no en el salón de maestros.
...~...
Joshua y Helga aparecieron en el partido del miércoles. Era en horario de clases, así que tanto los chicos del equipo, como ellos dos tenían permiso para asistir. Nuevamente llevaron sus "credenciales" de prensa. Zhang le entregó a la chica una nueva cámara y le explicó con detalle cómo usarla para capturar mejores fotografías de la acción. Ella repasaba las recomendaciones en su cabeza mientras iban de camino.
Fue un buen partido, los de la otra escuela estaban bien preparados y el juego fue cerrado, pero otra vez los de la 118 ganaron. Helga notó que Arnold jugó mucho mejor y más concentrado que la última vez. A través del lente de la cámara pudo observarlo un poco más de cerca y disfrutar de sus expresiones. Trató de tomar fotos similares de varios jugadores, pero no pudo evitar que la mayoría fueran de él.
«Lo estás haciendo otra vez»
«¿Qué importa? Luego las borro»
Cuando terminó el partido, felicitaron al equipo y el entrenador les ofreció llevarlos a la escuela en el mismo autobús. Joshua aceptó de inmediato y Helga lo siguió rodando los ojos.
Regresaron celebrando, cantando a coro el himno de la escuela. La chica, sentada al final, miraba por la ventana, aburrida, escuchando música con los audífonos puestos. Veía en el reflejo como los chicos compartían.
Joshua se unió a las celebraciones y ella se fue quedando dormida poco a poco.
–Helga, despierta–dijo Joshua, sujetándole el brazo–. Ya llegamos
La chica abrió los ojos solo para notar que alguien la había cubierto con una chaqueta del equipo. La mayoría ya había bajado.
–¿Quién fue?–dijo ella, estirándose.
–Shortman–Respondió el chico.–. Me pidió que te despertara cuando llegáramos.
–Estúpido cabeza de balón–Masculló.
–Parecía preocupado por ti, te estuvo cuidando casi todo el camino
–¿En serio?–Ella se sonrojó.–. Ok, grandote, vamos
Joshua le ofreció la mano para que se levantara, pero ella lo rechazó. Se quitó la chaqueta y bajaron del bus. Los del equipo se habían ido a la cafetería a celebrar, ellos dos fueron a la sala de prensa para escribir el artículo. Trabajaron durante la siguiente hora hasta terminar, luego seleccionaron las fotos que usarían y Helga procedió a seleccionar todas las demás para eliminarlas de la memoria.
–¿No guardarás las fotos de Shortman?
–No lo cre-Digo, no sé de qué hablas
Joshua la miró con los brazos cruzados y una media sonrisa.
Helga suspiró
–¿Es tan obvio?–dijo, jugando con sus manos.
–¿Qué estás enamorada de él? Un poco–Sonrió.–. Aunque no te culpo, parece dulce y es guapo
–¿Tú dices?
–Sí–Amplió un par de fotos.–, definitivamente es guapo
Helga entonces abrió los ojos enormes.
–¿Acaso tú...?
El chico se encogió de hombros y asintió.
–Inesperado–dijo Helga–. Admito que tienes buen gusto
Rieron.
–¿Por qué me cuentas esto? No somos amigos
–Podríamos serlo, Pataki. Me agradas
–¿Por qué carajos te agrado?
–He pasado bastante tiempo contigo para considerarlo–Sonrió.–. Escribes bien. Te gustan los deportes. Eres ruda –Enumeró.–, inteligente, bromista. No te dejas intimidar por Siobhan
–Ella no da miedo
–Oh, si da miedo. Antes que llegaras, hubo tres personas que intentaron unirse al periódico, pero se retractaron cuando ella les dijo exactamente lo mismo que a ti: que no pensaba arrastrar un grupo de incompetentes
–Solo un incompetente se asustaría por algo así
–Y también creo que tienes buen gusto
Helga sonrió.
–¿Alguna vez has... salido... con alguien?–Quiso saber Helga.
–Intenté salir con chicas, no resultó bien, definitivamente no es lo mío–Suspiró.–. Y en un campamento salí con un chico, pero fue solo un amor de verano–Sonrió.–. Tal vez en la universidad me vaya mejor
Helga dejó escapar una risa.
–Tengo un secreto tuyo y tú uno mío, ¿pacto de silencio?
–¿Y quién dice que es un secreto?
–¿En serio? ¿En esta escuela? ¿En esta ciudad?
–Tú ganas, Pataki, pero no te lo digo por eso
–¿Entonces?
–Porque realmente me agradas y me gusta el tiempo que pasamos juntos, no quería que pensaras que tenía otras intenciones
–Clarísimo
Ella estaba más tranquila. ¿Qué había sido todo eso? ¿Acaso ahora tenía otro amigo? ¿Qué universo paralelo era ese? Helga G. Pataki no era buena haciendo amigos.
Se enfocaron en terminar su trabajo y, tras enviarle el artículo a Gracia, Helga se despidió para ir a boxeo. De camino al gimnasio pasó por la cafetería y buscó a Arnold con la mirada. Le hizo un gesto al chico y en silencio dejó la chaqueta en una silla cerca de la puerta, para escapar sin dirigirle la palabra.
...~...
Mientras celebraban, Gerald vio que Arnold vestía otra vez su chaqueta. ¿No se la había dejado a Pataki? ¿En qué momento ella apareció para regresársela? Al menos no la estaba oliendo o actuando raro, solo se la puso como si nada y luego se reintegró al grupo. Quizá lo estaba pensando demasiado, después de todo, Arnold siempre se preocupaba de todo el mundo.
Observándolo de lejos, notó que su amigo parecía contento celebrando y compartiendo el triunfo del equipo. Se veía mucho más tranquilo y entusiasmado que los últimos días.
Esta vez el moreno no fue la estrella, sino alguien de tercero. Le parecía bien tener un poco menos de atención. Además, Arnold bateó bastante mejor que en último juego, así que también estaba recibiendo algunas felicitaciones.
Fue a buscar algo de comer y se topó con Stinky.
–Buen juego, Gerald–dijo el alto muchacho.
–Gracias, también jugaste bien
–Solo hice lo mejor que pude
–Acepta un poco de crédito, eres de los más rápidos
–Gracias
–¿Puedo preguntarte algo?
–Adelante
–¿Qué tal tu cita con Helga?
–¿Qué cita?
–Ya sabes, la de la semana pasada
Stinky miró alrededor.
–No fue una cita–Se apretó la muñeca, incómodo.–. A veces nos vemos en los arcades. Hay un juego donde solo he llegado al jefe final con ella
–Ya veo ¿Entonces no están saliendo?
–Claro que no. Algún afortunado estará con ella algún día–dijo con tranquilidad.
–Lo dices como si te gustara
–Es linda a su manera, pero no podría amar a alguien que no me correspondiera–Sonrió.
Lo más sorprendente para Gerald era la naturalidad con la que su compañero hablaba, como si se tratara del clima. Ahora que sabía que Stinky no salía con Helga, se preguntaba si le diría Arnold o si seguiría empujándolo hacia Edith. Ella no solo parecía interesada en su amigo, también era guapa, simpática, con un aire de misterio y, claro, se parecía al primer interés de su amigo, según recordaba.
Decidió guardar silencio, después de todo, Arnold y Helga no eran el uno para el otro.
Chapter 35: Latidos
Chapter Text
Después de conversar con Helga sobre la no-cita y la apuesta, Arnold pensaba que sería más fácil seguirle el juego, de nuevo, y pretender que nada pasó entre ellos, otra vez. Pero cuando estaban en el bus y notó que se había dormido, volteó para cubrirla con su chaqueta y en ese momento Joshua dejó las celebraciones y se sentó junto a ella. Charló un poco con él, pero a Arnold le incomodó que el mayor le preguntara por qué no se unía a los demás. El rubio no quería dejarla a solas al fondo del autobús con un chico de último año.
Sabía que ella se enfadaría por haber estado pendiente, en especial después de lo que había dicho sobre no ser una damisela, así que, aunque le pidió a al él que la despertara, no bajó hasta que la vio reaccionar y se alejó del bus solo cuando ella se puso de pie.
Se decía que solo hacía lo correcto, que se hubiera preocupado por cualquier otra chica, en especial si se dormía en un bus lleno de chicos.
Pero una parte de él también se preguntaba si Joshua se interesaba por ella y si acaso Helga le correspondería. Y aunque sabía que no tenía derecho a que eso le importara, no dejaba de incomodarle.
Debía aclarar las cosas con ella, al menos una maldita vez.
Comenzaba a frustrarse por la falta de oportunidades de hablar a solas y no es que Helga se lo estuviera haciendo fácil, pero la diosa Fortuna le sonrió el viernes. Después del almuerzo, Phoebe y Helga iban delante de él y Gerald. Mientras su amigo se quejaba de la comida de ese día, las chicas comentaban sus planes para ese fin de semana. La asiática de pronto se congeló, y volteó a verlos con horror.
–¡Olvidé mi tarea en la cafetería!–dijo antes de correr de regreso.
–Bebé, espera–dijo Gerald, siguiéndola.
Arnold no perdió la oportunidad y sujetó a Helga por un brazo, impidiéndole seguirlos.
La mirada asesina de la chica lo obligó a soltarla en el momento en que notó que ella no pensaba seguir a sus amigos.
–¿Qué pasa, cabeza de balón?–dijo con frialdad.
–¿Podemos hablar un minuto?
Helga miró alrededor. Al final de ese pasillo estaba el salón de música. Perfecto para conversar. Le hizo un gesto con el rostro, él asintió y se dirigieron allí. Arnold entró después, cerrando la puerta tras de sí. La chica fue al mesón del profesor apoyándose de espaldas al costado de éste, con las manos sobre la cubierta, sin llegar a sentarse. El chico se quedó de pie frente al espacio libre del muro donde colgaba el pizarrón, cerca de ella, cruzando los brazos.
–Escupe–dijo la chica, molesta.
–Helga yo... –Comenzó a decir, sin saber cómo continuar.
–Vamos a llegar tarde a clases
–Sobre lo que pasó en Halloween...
–Escuché lo que le dijiste a Gerald–Interrumpió.
–¡Tienes que dejar de escuchar conversaciones a medias!–Reclamó, frunciendo el ceño.
–No escuché a medias esta vez–Continuó, segura.–. Sé que hablaban de Edith. ¿Cómo era? Algo de que fue solo un beso y no tiene por qué ser importante
Sólo un beso sin importancia
«¿Por eso lo dijo así?»
«¿Helga está... herida? ¿O celosa?»
–Si escuchaste todo, sabrías que ni siquiera lo recuerdo
–¡Qué lástima! A ella pareció gustarle
–Helga, basta, estás desviando el tema
–¿En verdad no lo recuerdas?–Insistió.– ¿O es otro de esos casos donde finges no recordar?
–¿Qué quieres decir?
–Nosotros hemos ignorado cosas de mutuo acuerdo
–Estaba muy ebrio cuando Edith me besó
–Excusas
–¡No es una excusa!–La miró con molestia, ella seguía tranquila.–. No recuerdo mucho desde de que empecé a bailar con ella, de pronto estaba en mi habitación y sé que "soñé"–Hizo las comillas con sus dedos, pero tuvo que hacer una pausa antes de continuar.–contigo
–Debió ser una pesadilla–dijo en broma, con una sonrisa despectiva.
–No lo fue, al menos no para mí
Helga lo miró. El chico rascaba su nuca y evadía su mirada.
–Quería disculparme por eso
–¿Disculparte? ¿De qué hablas?
–No dejo de pensar que me aproveché de ti
–¿Qué?
–No estabas bien, necesitabas ayuda. Tenías razón, estuvo mal
El chico bajó la mirada. Ella pestañeó perpleja.
–Arnold, habías bebido, no te sentías bien esa noche–dijo Helga, cambiando a un tono más comprensivo.
–Si es que pasó algo más antes que Gerald se fuera... sí, seguía ebrio. Tengo recuerdos vagos de estar contigo... y no sé si eso pasó o lo soñé
Estaba pensando en ti
¿Por qué?
Porque no puedo evitarlo
–Para tu tranquilidad solo hablamos–Confirmó ella.
Así te pareces a Cecile
–Bueno–Rectificó luego de un segundo.–, tú dijiste un montón de tonterías sin sentido, como cualquier borracho, pero eso fue todo
Arnold asintió, un poco más tranquilo.
–Recuerdo mejor lo que pasó–Continuó, nervioso.– desde que le dije a Gerald que no fuiste tú. Sé que me quedé dormido un momento. Sé que cuando desperté intenté acompañarte a casa y no me dejaste y que luego me dormí otra vez. También recuerdo... que desperté mal y me ayudaste. Y estoy agradecido por eso...
–No fue nada, cabeza de balón–Helga evadió su mirada.
–Y cuando regresé a la habitación y te vi llorando, no me escuchabas. Nunca te había visto así, solo pensaba en que no sabía cómo ayudarte y que tal vez necesitabas un abrazo
Helga cerró el puño. Pero Arnold estaba abstraído con sus recuerdos y no pudo notarlo.
–Y las cosas que dijimos–Continuó.
¿Todavía me odias?
Nunca te he odiado. Me asusta... lo que me haces sentir
–No debí hacerlo–Repitió Arnold.–. Ya habías dicho que no querías irte a casa ¿Qué más ibas a hacer si te besaba?
–Golpearte, por ejemplo
–¿Realmente lo hubieras hecho?
–Claro
–¡Helga!
–No puedo culparte del todo–Miró en otra dirección con un ligero rubor en su rostro.–. Tú me viste, quiero decir... no suelo enseñar tanto
–¿Por qué...?–Trago saliva y se sonrojó al recordarlo.– ¿Por qué estabas... así?
No era eso lo que quería decir, pero la duda lo carcomía y sabía que no tendría oportunidad de tocar el tema.
–No fue intencional –dijo ella, abrazándose a sí misma– ¿De acuerdo? Mi pantalón estaba pegajoso por la sangre falsa... y en tu habitación no hacía frío. No esperaba que me fueras a ver. Pensaba salir temprano... así que supongo que lo siento
–No, Helga–Arnold cerró los ojos y respiró sonoramente un par de veces.–. Lo que hice estuvo mal. Y sé que fue impulsivo de mi parte. Mereces más que eso
–¿Eso? ¿A qué te refieres?
«Es solo algo físico, ella es atractiva ¿y qué? Sigue siendo Helga, ella no... me...»
«Me... gusta... »
Latidos.
«Me gusta Helga»
Arnold se reclinó contra el muro y echó su cabeza hacia atrás, mirando el techo. Cerró los ojos tratando de regular su respiración y su pulso antes de volver a mirarla.
–Lo... siento...–Intentó decir algo más, pero no pudo, había un nudo en su pecho y una punzada en su estómago.
–¿Por qué exactamente? ¿Por lo que pasó en ese "sueño"?–dijo, haciendo las comillas con sus dedos.
El chico asintió.
–Escúchame, Arnoldo. Dijiste que me veía linda–Helga hablaba un poco ahogada.–y los dos somos unos idiotas–Continuó con tristeza.–. Y aunque nos hagamos los tontos, sabes que SOLÍA SENTIR algo por ti...
«¿Por qué le miento?»
«¡Por supuesto que todavía lo amo!»
«¿Acaso no puede verlo?»
«¡Claro que no!»
–¿Qué esperabas que hiciera si el chico que me interesó por años me besaba? ¿Ignorarlo? ¡Por supuesto que quería besarte, tonto! Pero no soy estúpida, sé que no te agrado tanto... apenas lo suficiente para que podamos ser amigos. Solo... mantengamos el acuerdo, cabeza de balón, fue un sueño y ya. Haz conmigo lo mismo que con Edith, déjalo pasar como algo sin importancia, ¿por qué iba a ser distinto? Fue solo un beso, cabeza de balón, nos hemos besado antes y jamás te importó
–No fue solo un beso, lo sabes. Y me importa
«Siempre fue extraño... ¡pero claro que me importaba! ¡Tú me importas!»
–¿Por qué ahora?–Insistió ella, sujetando su brazo, incómoda.–. Han pasado años desde la primera vez que te lo dije...
–Porque tenía miedo... y todavía me asusta lo que me haces sentir
–Sí, sí, ya me quedó claro ¿Serías tan amable de explicar que eso que te hago sentir?
–No logro descifrarlo–Respondió agitado.– ¡Eres un enigma! ¡A ratos...!–Se obligó a bajar el tono y calmarse.–. A ratos eres fría y a ratos cálida, me confundes, no logro predecir cómo vas a reaccionar y al mismo tiempo quiero ver qué pasa contigo. No soporto cuando te distancias, me preocupo cada vez que faltas a la escuela o cuando no sé de ti por algunos días. No logro dejar de pensar en ti hace meses. Y si soy sincero, disfruté besarte, no tienes idea de cuánto...
–¿Qué...?
–Helga...–La miró a los ojos.–. C-creo que me gustas
–No, no te gusto–dijo con seguridad–. Tú lo dijiste, soy molesta, grosera y manipuladora, juego con la gente, la lastimo, ¡soy todo lo contrario a ti! No puedo gustarte
Helga se dirigió a la puerta, dispuesta a irse.
Los latidos de Arnold iban a mil. Acababa de decirle que le gustaba y ella dijo que no podía ser así. La había herido al punto que ella no era capaz de aceptar que él finalmente la veía de la forma que alguna vez quiso. Se sintió como un imbécil.
–Estúpido cabeza de balón, ¿Cómo podría gustarte?–Al pasar junto a él añadió muy despacio.–Te odio
–¿Qué dijiste?–dijo él, sorprendido.
–Dije que te odio ¿Necesitas un aviso por escrito?–Respondió ella.
«Te odio»
–Y no puedo gustarte–Continuó la chica, a punto de abrir la puerta.
–No puedes decidir eso–dijo Arnold, con una seguridad tal que congeló a Helga–. No puedes decidir lo que siento por ti. Ni siquiera YO puedo decidirlo. Helga, acabo de decir que me gustas
La chica volteó a mirarlo.
–Dijiste que CREES que te gusto–Rectificó.
Siendo justos, si le añadía "creo que" antes de "me gustas" ya no sonaba como una confesión.
–Escucha, cabeza de balón, no quieres esto, en serio–Continuó Helga con seguridad.
–¿Por qué no?
–Por qué no me soportas
–Lo que no soporto es cuando intentas alejarme–Arnold juntó valor y se acercó a ella.
Helga lo miró, podía leer la duda en cada uno de sus gestos y casi podía sentir cuánto le costaba juntar el valor, porque ella misma estuvo tantas veces ahí, a punto de confesar sus sentimientos. ¿Era eso lo que él quería hacer?
«No»
«Por supuesto que no... »
«¿Cómo podría?»
–Llevo un tiempo intentando entender–dijo sin mirarla–. Y sé que no he sido claro. Siento celos de quienes se te acercan. Odié verte con Brainy en el cine, odié no ser yo quien te acompañaba y quién te besaba. Y en los arcades mientras intentaba decirte sobre la apuesta, no dejaba de pensar si Stinky y tú se gustaban. No, no es cierto–La miró con una mezcla de enojo y vergüenza.–. No me importa lo que él sienta por ti, quería saber si a ti te gusta
Helga dejó escapar una carcajada.
–Esto es hilarante
–¡Claro que no!
–Es que no lo entiendes
Helga no podía dejar de reír.
–Una vez–Explicó entre risas.–contraté a Stinky para que fingiera ser mi novio y darte celos
–¿Qué hiciste qué?–La miró, pestañeando varias veces.
–Ya lo oíste–Logró calmarse un poco.–. Supongo que tendré que pagarle en barras de chocolate por esto
En ese momento sonó el timbre.
–Debemos irnos–dijo Helga.
Entonces en un impulso Arnold se acercó, la sujetó por un hombro, obligándola a voltear y la besó.
Y aunque ella no lo apartó, tampoco le correspondió.
Eso dolía.
–Helga… ¿Podemos intentarlo?–dijo casi rogando.
–¿Qué cosa?
–Sabes de lo que hablo
–No, nunca sé de lo que hablas, dices cosas ambiguas cómo si esperaras que leyera tu mente
Arnold la miró por un segundo. Siempre esperó que ella comprendiera, porque, Cristo, era una de las personas más listas que conocía, pero si algo tenía que admitir era que ya no se permitía vivir en la esperanza, por ínfima que fuera. Entendió de pronto que ella necesitaba certeza.
–Helga Pataki
Otra vez los malditos latidos.
–Va a llegar un maestro y nos van a descubrir aquí–dijo ella.
–Entonces deja de interrumpir
–Habla
–Sé que no fui claro, porque no estoy seguro de QUÉ es esto, pero no dejo de pensar en ti, hace meses que solo pienso en ti y sé que dijiste que SOLÍAS sentir algo por mí, pero... si eso todavía existe, ¿podemos intentarlo?
«Te odio»
–Estúpido cabeza de balón
Helga salió sin añadir nada y regresó al salón molesta. Phoebe y Gerald ya estaban ahí y la miraron extrañados, pero notaron de inmediato que no estaba de humor.
Arnold llegó unos minutos más tarde, con un rostro abatido. Cuando su amigo iba a preguntar, negó de inmediato, tomando asiento junto a su amigo, mirando a Helga de reojo. La chica lo ignoraba, concentrada en hacer líneas al azar en su cuaderno.
Ella no dejaba de pensar en la forma horrible en que se comportó, pero también en lo molesto que era que Arnold hiciera tantas tonterías por nada.
«Como si no hubieras hecho cosas más locas.»
«Tenía nueve años y estaba obsesionada.»
«¿No te emocionó ni un poco que dijera que le gustas?»
«No, porque no le gusto YO, le gusta lo que cree que escondo, ni siquiera lo que realmente escondo»
Dolía. La certeza dolía. Las circunstancias dolían. Si él lo hubiera dicho antes de ese paseo a las montañas, habría estado toda la tarde dando saltos de camino a casa. Pero las palabras que escuchó seguían ahí y Helga estaba segura de que a Arnold Shortman no le gustaba ella, le gustaba una idea que tenía de ella, una Helga que no existía.
Rayos, sería una tarde eterna.
...~...
Tras la práctica de baseball, Arnold regresó a la escuela y esperó que terminaran la reunión del periódico.
Helga lo vio de pie al final del pasillo, camino a la salida. Pasó toda la tarde evitándolo y ahora no tenía más opción que pasar junto a él. Bueno, podía salir por la ventana, pero mientras evaluaba el riesgo de saltar desde un segundo piso, Gracia cerró con llave y se fue. Respiró lento, cuadró los hombros y caminó.
–¿Qué haces, cabeza de balón?–le dijo en cuanto se acercó.
–¿Puedo acompañarte a casa?–Respondió él.
Helga notó que le tomó bastante valor preguntar eso. La sola idea acunó su adolorido corazón, pero no se lo iba a hacer fácil.
–¿Te parece que estoy perdida?–Comentó arqueando su ceja.
–No, pero me gustaría hablar contigo–Se arriesgó el chico.
–Puedes parlotear todo lo que quieras–Concedió, dirigiéndose fuera de la escuela. Luego añadió.–. No significa que vaya a responder o que siquiera me vaya a importar
Arnold la siguió. Ahora no sabía cómo continuar, ¿por dónde empezar? ¿Qué decir?
Ya se habían alejado un par de cuadras, cuando Helga decidió matar el incómodo silencio y volverlo una incómoda conversación.
–Le gustas a Edith–dijo.
–¿Qué?
–Lo que escuchaste–dijo ella.
–Ella no me gusta
–Sus piernas te encantaron, por lo que recuerdo
–No tanto...–dijo con timidez, bajando más y más el tono–como... las tuyas .
–Que atrevido, cabeza de balón, especialmente porque solo las viste en un sueño–dijo arqueando su ceja.
–Me gustaría que fuera real
–Imposible, Arnoldo
–¿Por qué?
–Porque si fuera real, significa que estuve semidesnuda en tu habitación y no quiero pensar en las implicaciones de eso–Cerró los ojos. Respiró lento. Volvió a mirarlo, enfadada.–. Ya hablamos de esto. Entiendo que estés confundido. No debí quedarme, ni mucho menos así... ni debió pasar nada que te diera locas ideas equivocadas sobre nosotros
El chico se quedó en silencio un momento y cerró los ojos.
–Todavía no respondes lo que te dije al almuerzo ¿Podemos intentarlo?
–¿Intentar qué?–dijo ella.
La chica dio un par de pasos extra antes de notar que Arnold dejó de caminar. Helga miró alrededor. Ya había oscurecido. Volteó para regresar sobre sus pasos, decidida.
–¿Averiguar lo que sea que te pasa conmigo?–dijo ella.
Arnold la contempló, sin poder descifrar la expresión en el rostro de la chica, sin saber exactamente qué le provocaba su cercanía, su atención, su mirada y sus labios.
Helga volvía a besarlo, sujetándolo agresivamente por los hombros. No había ternura, solo violencia, pero poco a poco se volvía más apasionado, y, dios, cosquilleaba, quemaba, ardía. La química entre ellos resultaba tan... ¿Era eso? ¿Solo había sido eso? No podía ser, tenía que haber algo más. Intentó abrazarla.
–Ni te atrevas–dijo ella, apartándose– ¿Cómo te hago sentir, genio?
–¡No lo sé!–dijo Arnold– ¿Puedes dejar de pretender y darme tiempo de procesarlo? Porque en verdad quiero saber
–Eso ya no es mi problema
–Lo haces a propósito
–¿Qué?
–¡Confundirme! Creo que estamos bien, me dejas ver un poco más de lo que escondes y luego te vuelves a distanciar sin explicación. Pareciera que juegas alrededor de una fogata que a ratos te ilumina, pero en cuanto notas que te veo te escondes otra vez. Y me agota, porque siempre que intento alcanzarte... de alguna forma termino entre las llamas
–Estúpido cabeza de balón. No tienes idea... –Cerró los ojos, frustrada.
Arnold le tomó la mano. Ella no reaccionó.
«Demonios»
«¿Qué hacía?»
–Quiero que intentemos tener algo... distinto... –dijo apartándose, pero sin soltarla. Cerró los ojos por un momento demasiado largo, luego la miró.–. Helga, ¿podemos dejar este juego y empezar a salir?
Helga cerró los ojos.
«¿Estoy soñando?»
–Buena broma, cabeza de balón, solo que no me causa gracia
–¡Helga! Lo digo en serio
Ella estaba molesta, pero la mirada del chico era seria, así que respiró lento.
–¿Qué hay de todo lo que dijiste en las montañas?
Arnold la observó, mientras ella rascaba su brazo.
–Sé lo que piensas de mí–Continuó Helga.–. Y duele saber que la persona que siempre ve el lado positivo de todo... me vea como alguien que sólo lastima a los demás
–Lamento haber dicho todas esas cosas. No es... no es lo que realmente pienso de ti. Sé que no eres así, sé que puedes ser dulce y preocupada, como esa noche...
–No esperes que sea así todo el tiempo
–No es lo que quiero–Cerró los ojos.–. Sé que fuiste mala conmigo, me molestabas constantemente y creía que en serio me odiabas, pero ahora entiendo que estabas asustada, porque yo también lo estoy... esto... es confuso...
–¿Qué es esto?
–Tenerte en mi mente todo el tiempo, llegar a la escuela y poder encontrarte de inmediato entre la gente, aunque el pasillo esté atestado; sonreír cada vez que escucho tu voz y buscar tu atención de cualquier forma. Fantasear con la idea de abrazarte... y besarte. Volverme loco cada vez que sueño contigo...
Helga lo miraba con sorpresa.
–¿Cada... vez?
Arnold asintió, avergonzado.
Ella sabía que no se refería a esa noche y la idea la hizo sonrojar.
–¿Estás seguro de que quieres intentar salir conmigo?
–Sí
La chica dio un largo suspiro, cerrando los ojos, luego lo miró, con las manos en su cintura.
–Podemos salir, cabeza de balón–dijo–, pero no esperes demasiado, no tengo los mejores antecedentes en lo que respecta a lidiar contigo
–Lo sé–Le sonrió, tomando sus manos para acariciarlas. Ella se soltó de inmediato.
–No te pongas tan meloso conmigo. Recuerda que te odio
–Lo que digas, Helga–Respondió con una sonrisa enorme.
–Estúpido cabeza de balón–Masculló ella.
Caminaron hacia la casa de la chica. Ninguno de los dos sabía qué más decir o cómo comportarse.
–¿Quieres ir al cine conmigo mañana?–dijo el chico cuando se acercaban a la cuadra donde ella vivía.
–A las siete–dijo ella–. Tú compra las entradas y yo las palomitas y refrescos–Añadió.
–Déjame invitarte–dijo él.
–No–Al ver sus ojos tristes suspiró y añadió.–. No hasta que estés seguro de que te gusto
–Pero...
–Dijiste que lo crees... no me digas que cambiaste de opinión durante la tarde
–Entiendo
–Hasta que lo sepas, esto es solo un experimento y es secreto
–¿Incluso para nuestros amigos?
–¿Quiénes? ¿Los tortolitos?
Arnold asintió.
–Si la cita de mañana va bien, podemos decirles el martes, en el descanso, al mismo tiempo y por separado–Concedió.
–Gracias, Helga
La abrazó en un impulso y ella sintió que se derretía otra vez.
–Y Arnold
–Lo siento, lo siento–El chico se apartó, con una sonrisa nerviosa.
Helga disfrutó su expresión. Era extraño verlo así y que tuviera que ver con ella. La llenaba de calidez.
–Lo que pasó esa noche fue un sueño... y no quiero que volvamos a hablar de eso–dijo– ¿De acuerdo?
–De acuerdo
–Mañana a las siete en el cine Avon–Confirmó ella.
–Está bien–dijo Arnold.
–Hasta mañana, cabeza de balón
–Hasta mañana, Helga
Chapter 36: Palomitas y pizza
Notes:
Yay! Actualización porque es el aniversario de la serie y el cumpleaños de Arnold
Chapter Text
Arnold llegó contento a la Casa de Huéspedes. Tanto, que a todos les extrañó, pero no le dio tiempo a nadie de preguntar. Se robó un emparedado de la cocina y escapó directo a su habitación.
«¿Estaba saliendo con Helga Pataki?»
«¿Le había pedido salir a Helga Pataki?»
«¿Ella había dicho que sí?»
«¡Estaba saliendo con Helga Pataki!»
«¡Iban a tener una cita! ¡En el cine!»
«Mañana, después de...»
Tenía que comer y dormir, porque el entrenamiento del día siguiente sería pesado. Pero ¿Cómo iba a dormir si solo podía pensar en qué usaría? ¿Cómo se vería? ¿Helga se vestiría para la ocasión? Era solo una salida al cine, nada elegante, nada formal. Tenía que calmarse. Era un experimento.
Todo ese tiempo pensando en ella para que al final incluso declararse fuera un problema. ¿Por qué con Helga todo era complicado? ¿Por qué no podía solo agradecer un cumplido o aceptar que estaba enamorado de ella?
«Enamorado»
Arnold se sentó en la cama, abriendo mucho los ojos.
Dijo que creía que le gustaba. Tenía que mantenerse ahí. Helga le podía gustar. Era alta, atlética, divertida, inteligente... era una persona atractiva, pero estar enamorado era diferente, era demasiado. Se dejó caer en la cama cubriendo su rostro.
–¿Helga me gusta-gusta o solo me gusta?
Bueno, a partir de ese día intentaría averiguar qué era exactamente lo que le hacía sentir.
...~...
Cuando Helga entró a su casa sus padres no estaban, así que subió a su habitación. Una hora más tarde su madre la llamó para comer y ella bajó, forzándose a fingir apatía.
Escuchó que Bob le contaba a Miriam que le encantaba su nuevo trabajo. Eso la tranquilizó.
–Espero que esto sea lo que tanto buscas, papá–dijo la chica, suprimiendo el sarcasmo con el que solía tratarlo.
–Siéntate a comer con nosotros–La invitó Miriam.
–N-no tengo hambre
–¿Saliste a comer con tus amigos?
–S-sí, así es, fuimos a comer después de la escuela
–¿Y qué comieron?
–M-mantecado
«¿Mantecado? ¿En serio, Helga? ¿Esa es tu mejor respuesta?»
«Bueno... no es del todo falso... ¿no?»
«¡¿MANTECADO?!»
–Está bien, cariño, pero no puedes alimentarte siempre de comida chatarra
–Lo sé, Miriam–Rodó los ojos.–. Estoy cansada. Buenas noches
Regresó a su cuarto lo más rápido posible. Era un manojo de nervios y sentía su estómago cerrado. Apenas podía respirar.
Tendría una cita con Arnold.
Siendo justos, no era su primera cita. Aunque él jamás la había invitado a una cita real.
Pero, por más que lo adorara, no iba a dejárselo fácil. No porque quisiera torturarlo -«Bueno, un poco no haría daño»-, sino porque ella estaba consciente de lo difícil que era su carácter y no pensaba cambiar, ni siquiera por él. Y sí, Bliss le dijo que poner límites y construir murallas eran cosas distintas, pero su carácter era más como una ventana. Podía verla a través de los cristales y tal vez ella podría dejarlo acercarse un poco más.
Necesitaba mantenerlo en límites que pudiera manejar, porque la ponía nerviosa, en especial con sus impulsivas demostraciones de afecto. No que no le gustaran, le encantaban, pero la volvían loca, la desarmaban y si una cosa no iba a permitirse Helga era perder el control.
Antes de acostarse escribió hojas y hojas de poemas.
Ya iba por la mitad de ese cuaderno. Le daba miedo, pánico, que alguien lo llegara a ver. Porque a pesar de la tristeza que la embargó durante esos días, desde que se besaron tuvo varios sueños con Arnold y sabía que incluso en las metáforas se notaba que sus pensamientos distaban bastante de la inocencia.
–Estúpido cabeza de balón... cómo te odio...
Guardó su cuaderno en un cajón con llave. Luego se metió bajo su cama y sacó aquella caja. La miró con inseguridad y luego la abrió. Ahí estaba todavía todo lo que en su vida había asociado a Arnold. Todas las cosas de su altar que decidió conservar cuando su terapeuta la ayudó a hacer una lista y definieron lo que era aceptable y lo que no. El estúpido vestuario que usó cuando fingió ser Cecile, los volúmenes de poesía, algunas cartas que jamás se atrevió a enviar, el listón rosa que él le regaló por su cumpleaños y sus relicarios. Arriba el último.
Lo sacó con cuidado y buscó en uno de sus cuadernos. Ahí tenía escondida una foto que envió a imprimir desde la sala de prensa, entre varias fotos de los jugadores. Se robó esa en especial, porque la sonrisa ingenua de Arnold le había gustado.
–Oh, mi amado dios de cabellos dorados, tus esmeraldas al fin fijaron en mí su atención... pero mi corazón tiembla herido, temiendo por lo que esperas encontrar tras la dura coraza en la que he escondido mi ser... oh, Arnold... ¿Qué pasará cuando vislumbres los tormentos de mi alma? ¿Contemplarán tus ojos con compasión a la Helga que otros ignoran? ¿Te gustará? ¿La odiarás? ¿Temerás? Solo me queda esperar por la respuesta y disfrutar este tortuoso camino que has elegido para ambos...
...~...
Cuando terminó la práctica, Arnold fue directo a casa en lugar de ir a ducharse al centro comunitario como siempre hacía. Tenía que evitar hablar con Gerald, porque su amigo iba a notar que algo pasaba y no quería mentirle, pero tampoco quería faltar a la promesa que le hizo a Helga.
Apenas pudo comer de la emoción, aunque el ejercicio siempre lo dejaba hambriento. Tomó un baño y pasó un buen rato decidiendo qué ponerse. No quería nada formal, pero tampoco quería que fuera tan casual como su ropa de día a día. Quería mostrarle a Helga que le importaba como lo veía. ¿Cómo lo veía Helga? Quería preguntar tantas cosas, hablar tantas cosas, pero sabía que ella se volvería hermética si la agobiaba. Tenía que contenerse.
Llegó quince minutos antes de la hora acordada. Le hubiera gustado pasar por ella a su casa, pero Helga dijo en el cine. Miraba nervioso la hora en su reloj, revisaba sus zapatillas, ajustaba su chaqueta y su bufanda. Ese día hizo un poco más de frío que el resto de la semana, pero ¿estaría bien? ¿sería exagerado?
–Hola, cabeza de balón–dijo de pronto la chica tras él.
...~...
Helga sintió tanta ansiedad, que llegó al lugar una hora antes. Dio varias vueltas mirando la cartelera, preguntándose qué película le podría gustar a él. Habló con algunos encargados para saber qué recomendaban, pero la mayoría eran adolescentes apáticos que estaban ahí por trabajos de medio tiempo y que poco les interesaba el séptimo arte, aunque, siendo justos, ninguna de las películas que estaba en cartelera en ese momento calificaba como arte.
Se apoyó en un muro cerca de la entrada y se quedó esperando que fueran las siete. Pero vio llegar a Arnold quince minutos antes. El chico se paró cerca de la puerta, en la acera. Volteó mirando hacia los lados, esperándola. Parecía nervioso.
Helga sonrió.
Arnoldo le pareció un poco más peinado de lo habitual, pero algunos mechones seguían desordenados. Usaba una bufanda anaranjada, un cortaviento rojo sobre una camisa a cuadros, pantalones de mezclilla rasgados y las mismas zapatillas que ella.
Decidió no hacerlo esperar.
Arnold volteó para encontrarse con una chica usando converse rojas, pantalones de mezclilla, un suéter rosa a rayas y una campera lavanda. Llevaba un pequeño bolso cruzado. Su largo cabello caía suelto por su espalda y lo apartaba de su rostro con un listón rosa que iba por sobre su cabeza hasta su nuca.
–Guau, Helga–La miró.
–No actúes impresionado–dijo ella–. No es muy distinto a lo que uso siempre
–Me agrada al fin verte usando ese lazo
–Yo... pensé que combinaba, ¿ok?
–Lo que digas, Helga
–Y también te ves bien... –dijo con esfuerzo, mirando en otra dirección, completamente sonrojada.
–Gracias
Arnold no podía ocultar su sonrisa y adoraba verla un poco nerviosa.
–¿Vamos a ver una película o vamos seguir charlando?–dijo ella, fingiendo molestia.
Entraron al cine y luego de un breve intercambio eligieron qué película verían. Mientras Arnold hacía la fila de las entradas, Helga compró las palomitas y los refrescos. Lo esperó en la fila de las salas. El chico la alcanzó ahí. Entraron, buscaron un asiento y mientras se acomodaban, las luces se apagaron. Esperaron compartiendo las palomitas entre risas, hasta que la película empezó.
Ella se preguntaba si Arnold intentaría alguno de esos tontos movimientos que siempre veía hacer a los chicos y que delataban una primera cita. No es que mirara a todo el mundo, pero iba al cine con frecuencia y a veces era tan obvio y repetitivo, que no podía evitar mirar si el pobre infeliz de turno tenía el valor de pasar los brazos por sobre los hombros de su cita.
Mientras tuvieron palomitas, sus manos se encontraron de vez en cuando en el balde. Las primeras veces se miraron, pero luego dejaron de hacerlo. Y hacia la mitad de la película Arnold pareció dejar de prestarle atención.
Pasada la mitad del filme, el estómago del chico decidió que las palomitas no eran suficientes y comenzó a emitir primero ruidos suaves y hacia el final lo que parecía un rugido bestial. Sabía que cuando se apagar el proyector y la sala quedara en silencio Helga iba a saberlo y se burlaría de él.
Ella se preguntó si acaso lo había molestado. Pero luego comprendió que simplemente debía estar reconsiderando sus opciones y seguramente ya había notado que ella no era material de novia. Claro. Otras chicas hubieran hecho un enorme esfuerzo para llegar despampanantes a la primera cita, pero ella no. ¿Siquiera se había maquillado bien? Se puso un labial suave y para los ojos algo de delineador y máscara, pero nada le aseguraba que fuera mucho o muy poco, pero definitivamente debía estar mal. Pasada la primera impresión debía estar arrepentido de haberla invitado. Era ella después de todo.
Cuando la película terminó, se levantaron en silencio y salieron del cine. Apenas eran las nueve, pero ya estaba completamente oscuro.
–Bueno–dijo ella–, creo que... debo irme...–Intentaba contenerse, porque una parte quería gritarle que lo sabía, que no le podía gustar, pero otra parte de ella quería preguntarle qué había hecho mal.
–¿Puedo... acompañarte... a casa?–Arnold se esforzó en cada palabra.
–No hace falta, cabeza de balón
–Quiero hacerlo
–No tienes que fingir conmigo. Yo... entiendo que te hayas arrepentido
–¿De dónde sacaste esa idea?
–Bueno... tú...
Jugaba con sus manos frente a ella ¿Cómo explicarle que, aunque no le gustaban las cursilerías había esperado que él se comportara como los otros tontos enamorados que había visto? Pero, por supuesto, Arnold no estaba enamorado de ella. Era una idiota. ¿Por qué había imaginado que si a él creía que le gustaba la iba a amar como ella lo amaba? Solo una tonta pensaría algo así...
Un rugido del estómago de Arnold interrumpió la lista de insultos que Helga comenzaba a dirigir hacia ella misma en su mente. Notó que él se sonrojaba.
–¿Tienes hambre?–Preguntó, preocupada, mientras todo el caos de su mente se esfumaba.
Arnold le sonrió incómodo y luego de un segundo decidió decir la verdad.
–Estaba tan ansioso que no comí nada después de entrenar... y creo que las palomitas solo abrieron mi apetito. Lo lamento, me puse nervioso y no dejaba de pensar que esto sería vergonzoso... y lo es... por favor dime que me calle
Helga dejó escapar una risa que ahogó de inmediato cuando notó que el rubor en el rostro de Arnold empeoraba y su semblante parecía enojado.
–¿Hamburguesas o pizza?
–¿Qué?
–¿Quieres ir por hamburguesas o pizza?
–Pizza
Helga lo tomó de la mano y lo arrastró hacia un local. Pidió una pizza familiar con dos refrescos y solo al pagar se dio cuenta que había sostenido la mano del chico todo ese tiempo. Decidió concentrarse en las matemáticas del cambio que tenía que recibir y luego de guardarlo en su bolsillo, le indicó a Arnold que fueran a sentarse.
–¿Cuánto te debo?–dijo el chico, sacando su billetera.
–Esta va por mi cuenta, cabeza de balón–dijo Helga, mirando en otra dirección.
–Pero dijiste que dividiríamos los gastos–dijo.
–No, dije que TÚ no podías invitarme–Respondió ella con una sonrisa triunfal.–. Nunca dije que yo no podía hacerlo
–Eso no es justo
–La vida no es justa, cabeza de balón
Entonces Arnold recordó exactamente lo que Helga dijo: "No hasta que lo averigües". ¿Entonces ella sabía cómo se sentía con él? ¿Estaba admitiendo que sentía algo por él? ¿Era lo mismo que antes? ¿Era distinto? ¿O intentaba compensarlo por haberse reído?
–Gracias–dijo, con una sonrisa, obligándose a dejar de pensar demasiado– ¿Qué te pareció la película?
Escuchó a Helga criticar con su humor habitual todos los defectos, evidentes y exagerados, de la película que acaban de ver, mientras analizaba con sarcasmo las actuaciones y la historia. Pero en cada palabra podía notar que ella realmente la disfrutó y solo bromeaba para disminuir la tensión.
De pronto la llamaron para que fuera por su pedido. Ella se puso de pie para regresar en un momento. Puso la caja en la mesa y un refresco a cada lado.
Arnold la observó mientras se sentaba, reunió valor, tomó su refresco y fue a sentarse junto a ella.
–¡Ey! ¿Qué haces?–dijo ella.
–Es por la ciencia–Respondió con una sonrisa.–. Si voy a averiguar qué es esto, tengo que hacer algunas pruebas... ¿no crees?
–¿Q-qué clase de pruebas?–dijo ella, intentando controlar sus nervios.
–Oh, nada complicado, solo pequeñas pruebas. Como... acercarme un poco a ti... y...
–¿Y?–Repitió ella, exasperada.
–¿Me dejas cortar un trozo de pizza para ti?
–Ok... no, basta...–Helga se levantó.–. Frena eso...
–¿Qué? ¿Hice algo malo?
La mirada de tristeza del cabeza de balón la obligó a calmarse.
–No, es solo que esto es... demasiado ¿sí?
Arnold iba a regresar a su puesto, pero ella le puso una mano en el hombro antes de volver a sentarse.
–Puedes quedarte aquí–dijo–. Y puedes cortar la pizza. Pero no puedes dármela... ¿está bien?
Arnold asintió. Podía notar que ella también estaba nerviosa.
Siguieron charlando de la película y luego él le contó sobre la práctica de ese día. Ella lo escuchó encantada.
«Esto es maravilloso, al fin... oh, Arnold... »
«Pronto se dará cuenta de que no soy lo que espera.»
Luchaba por contener esos pensamientos, porque, demonios, podía permitirse disfrutarlo mientras durara, ¿no?
Después de comer parecían más tranquilos, pero se había hecho bastante tarde.
–¿Tomamos un taxi?–dijo el chico, cuando salían de la pizzería.
–No me alcanza–Admitió
–Podemos ir en tren subterráneo
Helga respiró profundo
–Odio las ratas–Murmuró.
–No habrá ratas
–Eso espero
–Vamos
Caminaron hacia la estación.
–Gracias por hoy, Arnoldo
–Gracias a ti, Helga–El chico le sonrió.
–¿Y lograste averiguar algo?–Quiso saber.
–Sé que disfruto pasar tiempo contigo–La miró.– ¿Puedo tomar tu mano?
Ella dudó y luego asintió evadiendo su mirada. Entonces el chico la sujetó con cuidado.
–¿Puedo preguntarte algo?–dijo él, en un murmullo.
–No prometo responder, pero puedes intentarlo, Arnoldo
–No aceptaste salir conmigo por el bien de un experimento–dijo con una risita– ¿Significa... que sientes algo por mí?
–Puedes apostar tu trasero a que sí, cabeza de balón–Medio le sonrió y lo hizo sonrojar.– ¿Qué? No preguntes si no estás preparado para manejar la verdad
–Me encanta cuando eres honesta, aunque sea así
Subieron al vagón y buscaron donde sentarse. Había poca gente a esa hora, nadie que les llamara la atención.
Helga lo miró un momento. No lograba convencerse de que ese día fuera real.
–Por cierto–Se soltó de él para buscar algo en su bolso.–. Traje tu camisa. No pude inventar una buena excusa para dártela en la escuela si es que alguien nos descubría
El chico observó la tela que asomaba del bolso de la chica, luego la miró y tuvo que cerrar los ojos. Podía sentir la sangre calentando su rostro.
–Quédatela, se te ve mejor a ti–dijo cubriendo sus ojos con su antebrazo.
Ella volvió a apretar la ropa dentro de su bolso, lo cerró y evitó mirarlo. También estaba sonrojada.
–Tonto cabeza de balón–dijo. Después de pensarlo un instante lo obligó a apartar el brazo para darle un beso en la mejilla.–. La cuidaré por si un día la quieres de vuelta–dijo con una sonrisa.
El chico asintió y le tomó la mano, acariciándola.
–¿Usarás más ese listón?–dijo él de pronto.
–Supongo que puedo incorporarlo en mi vestuario habitual–Comentó ella.
–Te queda bien–Agregó con una sonrisa.–Y también me gusta... como peinaste tu cabello
Helga tuvo una idea.
–Cuando estabas ebrio jugaste con mi cabello. Dijiste que te recordaba a una tal... Cecile
–¿Qué?
Arnold miró el suelo, avergonzado. Helga lo miró de reojo.
–¿Qué pasa, cabeza de balón? ¿Qué pasó con esa chica?
–No sé quién es Cecile, ni siquiera era su nombre. Hay una Cecile real, era mi amiga por correspondencia, pero no era ella... olvídalo, no importa
–¿Quieres volver a verla?
–No
–No me engañas, Arnoldo
–No lo sé. Quise encontrarla, pero me dejó sin pistas
–¿Y qué harías si ella aparece?
–¿Qué?
–¿Qué harías... si ella aparece y quiere salir contigo? ¿Saldrías con ella también?
–Helga, estoy saliendo contigo, jamás haría algo así
«¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué lo estoy torturando? Ah, esto es divertido... »
–¿Si esa chica aparece y quisieras salir con ella me lo dirías?–dijo Helga.
–¿Qué?
–Lo que oíste
–Helga, fue una cita en cuarto grado... no la conozco, no sé nada de ella...
–¿Fue una buena cita?
Arnold cerró los ojos y asintió.
–Aunque lo arruiné–Añadió.
–¿Por qué?
–No importa... ella... era muy dulce... y por un segundo creí que conectamos... pero si no pudo ser honesta respecto a quien era... tal vez todo eso fue una mentira
–¿Y no hay alguien en tu vida... que tenga tanto miedo de mostrarle a los demás como es en realidad... que siempre se esconde?
Arnold abrió mucho los ojos y notó que Helga acomodaba su cabello y se quitaba la campera. Con el cabello suelto y ese suéter rosa a líneas claro que se parecía. ¿Cómo no se dio cuenta antes?
–¿T-todavía piensas en esa cita?–Añadió Helga, mirando en otra dirección.–. Y-yo la recuerdo con frecuencia...
–¿Eras tú?
Arnold pestañeó varias veces.
–¡Por supuesto que era yo, cabeza de balón! Doi
–Helga... ¿por qué?
–Porque... no sabía... cómo acercarme a ti... así que robé la carta de tu amiga por correspondencia e improvisé todo ese plan
–¿Entonces esta no es nuestra primera cita?
–Supongo que no
–Estás loca, Helga Pataki
–¡Guarda silencio!
Arnold la besó.
–Y me encantas–Añadió él.
Ella se sorprendió. Luego miró alrededor, preocupada. Nadie que los conociera.
–Estúpido, cabeza de balón
–Lo que digas, Helga
Pasaron una estación más.
–Ey...–Murmuró Arnold.
–Dime
–¿Puedo volver a besarte?
Ella asintió, se acercó a él y le dio un beso lento, dejando que poco a poco sus labios se acariciaran.
Arnold dudó un segundo, luego la abrazó, sujetándola por la cintura y la nuca. Volver a sentirla era agradable.
Se apartaron compartiendo una sonrisa. Luego Helga ocultó un bostezo.
–¿Estás cansada?
Ella asintió.
–Día largo–Añadió.
–Puedes dormir, aún quedan quince minutos
Arnold la abrazó, dejando que se acurruque contra él. Ella subió las piernas la asiento y las dobló para estar más cómoda, mientras él la cubría con la campera.
–No hagas nada raro, ¿me oíste?–Advirtió ella, en un tono que era más bien una broma.
–Claro que no, Helga–Arnold le sonrió y luego de darle un beso en la frente añadió.–. Descansa
Con los ojos cerrados podía concentrarse en los latidos de Arnold ¿Eran así de rápidos por ella? El sonido parecía calmarla. El ruido de las ruedas del tren y las luces parpadeantes solo la llevaron a un estado de trance. Estaba agotada y podía dormir en el pecho de Arnold. ¿Qué clase de fantasía era esa?
El chico le acarició el cabello mientras la observaba dormir. De los nervios que tuvo al inicio quedaba cada vez menos. Esa tarde había resultado particularmente agradable y ella en ese momento se veía linda.
El camino se le hizo corto.
–Helga, estamos por llegar–dijo en un susurro, acariciándole el rostro.
–No, mi amor, todavía no–Murmuró ella.
El chico se apartó, sonrojado. Ella no despertó. Ahora quería saber qué estaba soñando.
Acercó su rostro y le susurró al oído.
–Helga, tenemos que bajar del tren
Ella gruñó todavía en sueños, pero ya estaban entrando en la estación, así que la sacudió con cuidado.
–Es nuestra parada–dijo.
–¿A-Arnold?
Ella lo miró confundida y un segundo después se ubicó en la realidad. Cerró los ojos con fuerza y luego se apartó de él, avergonzada. Se puso de pie y salió del tren en cuanto las puertas se abrieron. Arnold la siguió hasta la salida. Allí ella se quedó quieta, mirando el suelo, apretando los puños.
–Dime que no hablé en sueños–dijo ella.
El chico la miró un minuto. Quería decirle que sí, pero luego notó el temblor en sus manos.
–Murmuraste algo que no entendí–Decidió mentir.– ¿Tuviste un mal sueño?
Ella negó y dejó de apretar los puños. Pareció aliviada.
Caminaron a casa de la chica. Esta vez él tomó su mano sin preguntar, pero con cuidado. Ella por un segundo se paralizó y luego siguió caminando como si nada, cerrando sus dedos en torno a los de Arnold.
–Puedes dejarme aquí, cabeza de balón–dijo en la esquina desde la cual podía ver la entrada de su casa.
Arnold sonrió y se acercó para besarla. Ella lo abrazó con cierta ternura.
–Nos vemos el martes–dijo ella.
–Nos vemos, Helga–dijo él, con una sonrisa.
Chapter 37: Voto de Confianza
Chapter Text
Ese martes Helga y Arnold llegaron temprano a la escuela. Ambos tuvieron la misma idea: evitar a sus respectivos mejores amigos, porque, Cristo, sería demasiado obvio.
Sentados en el salón, comentándolo, compartieron una risa apagada. El chico se había pasado al puesto de Phoebe para estar más cerca de su novia. Tenían un cuaderno abierto, con la excusa de estar revisando una tarea de escritura del chico.
Gerald y Phoebe aparecieron unos diez minutos antes que empezara la clase, así que Arnold agradeció a Helga su ayuda, cerró el cuaderno y le dejó libre el espacio a la chica de lentes, quien miró extrañada a los dos rubios. Gerald movió la cabeza de lado a lado. ¿Qué había pasado ese fin de semana? Era como si de pronto todos los malentendidos de los últimos meses se hubieran arreglado.
Antes del descanso, Helga le escribió a Phoebe una nota:
» Tengo algo que contarte. ¿Subimos? «
La chica de lentes sabía que solo haría eso por algo importante, así que asintió como respuesta. En cuanto sonó el timbre ambas tomaron sus chaquetas y se dispusieron a salir.
Gerald iba a acompañarlas, pero una mirada de Phoebe le dio a entender que no era el momento y que mirara a Arnold. El moreno obedeció, su amigo a su lado lucía pensativo.
–Viejo, ¿vamos por unos dulces?–dijo–. Muero de hambre
–Sí, vamos–Contestó Arnold.
Mientras caminaban hacia las maquinitas, el rubio esperaba que ese no hubiera sido el destino de las chicas. Debió ponerse de acuerdo con Helga para no tener ese problema. Pero una vez que llegaron al lugar, no las vio. Suspiró aliviado, pero Gerald de inmediato lo arrastró lejos de ahí, hasta la cafetería. Sacaron algo de las otras maquinitas y luego miraron alrededor. Vacío.
–Ok, amigo, ¿qué pasó este fin de semana?–dijo Gerald.
–Invité a Helga a salir–Murmuró.
–¡¿Qué?!
–Estamos saliendo
Decirlo era extraño.
–Y tuvimos una cita el sábado–dijo Helga, mirando en otra dirección–. Solo fuimos al cine, no es la gran cosa
–¡No me digas que no es la gran cosa! Es lo que has querido toda la vida
La rubia rascó su brazo, incómoda.
–No quiero que sea la gran cosa... no estoy lista, Pheebs. Arnold dijo que le gusto y mi primera reacción fue negarlo
–Pero Helga...
–Si no fuera por su insistencia, lo habría arruinado
La más pequeña notó que su amiga estaba al borde de las lágrimas. Decidió abrazarla.
–Ya, ya, Helga. Al final las cosas resultaron bien, ¿no?
–No puedo creer que lo hayas hecho–Comentó Gerald–¿Y qué hay de Edith?
–¿Qué pasa con ella?
–Por favor, viejo... le gustas a la chica, no deja de coquetearte, Helga la matará
–Tendré que hablar con ella–Suspiró.
–Viejo, ¿estás seguro de que quieres salir con Helga?
–Claro que sí
–La misma que te ha molestado toda la vida
–Lo sé
–Se ha burlado de tu cabello, tu ropa, tu voz, tu forma de ser...
–Ya lo sé, Gerald–Rodó los ojos.
–Amigo, solo espero que sepas en lo que te estás metiendo
–Gerald, lo sé, conozco a Helga desde siempre
–No solo eso. Pataki es complicada, tiene más problemas de los que puedes manejar y no puedes arreglarlo todo ni salvar a todo el mundo
–¡Gerald!
–No me malentiendas–Sonrió con sinceridad.–, pero viejo, tienes un complejo de caballero blanco y ella no es una princesa atrapada en una torre
Arnold sonrió.
–Lo sé, Gerald. Helga es el dragón–dijo.
–Eso parece correcto–Reconoció su amigo, riendo.– ¿Pero no es un poco rudo incluso para ella?
Arnold le contó sobre lo que Helga le había dicho al respecto y ambos rieron.
–Al menos lo tienen claro–Gerald sonrió.–. Amigo, esta mañana se veían muy felices los dos juntos–Le dio unas palmaditas en la espalda.–. Solo espero que sigan así
–Gracias, Gerald
Los cuatro se encontraron de regreso al salón. Arnold notó de inmediato los ojos de Helga. Le preguntó en un susurro si estaba bien. Ella asintió, pero en ese momento llegaron otras personas al salón.
–Métete en tus asuntos, cabeza de balón–dijo, cruzándose de brazos y mirando en otra dirección.
Al chico le tomó un segundo entender que ella no quería a toda la clase murmurando sobre ellos. Asintió.
–Como digas, Helga–dijo, tomando asiento en el momento en que sonaba el timbre.
Con eso, Arnold tenía otro asunto que atender, pero debía hacerlo con discreción. La oportunidad se dio al final del día, cuando iban a reunirse para estudiar. Antes que se fueran, se acercó a sus amigas.
–Edith... –dijo– ¿Tienes unos minutos? Hay algo que me gustaría conversar contigo
–Claro–dijo ella, pestañeando lentamente.
–Los alcanzo en la biblioteca–dijo Arnold.
–Nos vemos mañana, Edith–dijo Lila y se acercó a la puerta, para esperar a Helga junto a Gerald.
La rubia terminó de guardar las cosas y se fue, apretando los dientes. ¿Qué demonios tenía que hablar su cabeza de balón con la sosa de Edith McDougal?
No podía actuar de forma sospechosa. Lila se daría cuenta. Y aunque sabía que no iría contándole a todo el mundo, no estaba lista para que más personas supieran de ellos.
«Rayos... »
Se alejaron por el pasillo y Helga decidió pasar al baño.
–¿Te esperamos?–dijo Gerald.
–No, adelántense, los alcanzo en la biblioteca
Gerald rodó los ojos. Sospechaba lo que estaba pensando Pataki, pero también conocía bien a su amigo, así que decidió no intervenir.
–Vamos, Lila
La pelirroja asintió y siguió al moreno.
Helga esperó que se alejaran y se planteó regresar al salón para espiar.
–¿En verdad vas a desconfiar de él?–Se dijo frente al espejo.– Es Arnold...
«Y está con Edith... »
«No le gusta Edith, dijo que no le gusta Edith... dijo que le gustas tú... »
«¿Qué demonios tiene que hablar con Edith?»
«¿Así quieres empezar algo con él?»
«Es Arnoldo... es la persona más dulce, buena y preocupada... él... »
Cerró los ojos un momento. Por un lado, él se enfadaría si se daba cuenta, por otro, la idea de que estuviera hablando a solas con Edith la estaba volviendo loca.
Comenzó a dar vueltas en el baño, sopesando las posibilidades.
...~...
Edith seguía de pie junto a su pupitre, viendo como Stinky, Sid y Harold eran los últimos en salir.
–¿Qué es lo que querías decirme?–dijo ella en cuanto estuvieron solos.
–Bueno, esto... es un poco incómodo...–Respondió él, tratando de enfocarse.–. No quiero tener malos entendidos... y sobre lo que pasó en la fiesta... no se puede repetir, no está bien
–Pensé que te había gustado... –Comentó confundida.
–Edith, eres agradable y me gusta que seamos amigos, pero... me gusta alguien más... en serio me gusta... y no creo que esté bien que sigas coqueteando conmigo
–¿Entonces te das cuenta de que lo hago?
–La verdad no mucho, Gerald tuvo que decirme
Edith tenía una sonrisa triste.
–Lo entiendo–dijo, acomodando la correa de su bolso en su hombro–. Espero que tu novia no se ponga celosa si seguimos siendo amigos
–No he dicho que esté saliendo con alguien
–Vamos, Arnold, no soy tonta. Si solo te gustara alguien no tendrías que decirme nada. Gracias por ser tan atento–Le sonrió, esta vez de forma genuina.–. Eres encantador, Arnold Shortman. Suerte con tu chica
Edith sujetó con fuerza su bolso y se alejó.
Arnold dejó escapar un suspiro y luego de recuperar la compostura se dirigió a la biblioteca, pero al pasar junto al baño de chicas escuchó una voz familiar. Esperó unos minutos y, como no salía nadie, decidió tocar la puerta.
–Helga, ¿eres tú?–dijo.
–¿A-Arnold?
–¿Estás bien?
–Yo... sí... sí...
La chica dio un largo respiro y salió.
–¿Qué haces aquí?–dijo ella.
–Te escuché hablando sola ¿Estás bien?
–No es asunto tuyo, cabeza de balón
Arnold miró a todos lados.
–Helga–Murmuró.–, lo digo en serio
–Sí, no pasa nada... vamos
–Espera–El chico levantó su mano y le acomodó un mechón de cabello que se había escapado de su peinado.
–¡¿Quién dijo que podías tocarme?!–Respondió ella, apartándole la mano y empezando a caminar.
Arnold sonrió, siguiéndola.
–¿Estás molesta?–dijo.
–No, claro que no ¿Por qué lo estaría?
–No lo sé–Entrecerró los ojos.– ¿Será que estás celosa?
–¿Celosa yo? ¡Ja!
–¿Entonces no te molesta que me haya quedado charlando con Edith?
–Como si me importara McDougal–dijo ella, apretando los dientes.
Arnold sonrió.
–Tenía que aclararle que no me interesa... y que no puede seguir coqueteándome
–¿Qué?–Helga se detuvo.– ¿Por qué hiciste eso?
–Porque no está bien que lo haga...
–¿Entonces le dijiste de nosotros?
–Claro que no... aunque... ella dedujo que salgo con alguien
–Genial, tarugo, ahora tenemos otro problema
–No creo que lo sea. Sé que Edith no te agrada, pero no he visto que se meta en la vida de otras personas
Helga cerró los ojos, haciendo un recuento mental.
–Tienes razón–Admitió.–. Pero no entiendo por qué tenías que hablarle
–Porque no quiero que te enfades con ella... o conmigo
–¿Por qué me enfadaría?–Evadió su mirada.– No es como que le hagas caso
–Helga, te conozco–Añadió entrecerrando los ojos.–. Sé que soy distraído y no suelo notar esas cosas, pero no quiero que ella te incomode
–¿Por qué me incomodaría, cabeza de balón?
–No lo sé, a mí no me agradaría ver que otros chicos te coquetean
–¿En serio?
–Supongo que no
–Bueno, Arnoldo, eso jamás pasará, porque soy Helga G. Pataki
–Helga, sabemos que no soy el único que se ha fijado en ti
–No hablemos de eso
–Lo que digas, Helga
La chica miró a la distancia la puerta de la biblioteca y luego hacia el pasillo. Nadie a la vista.
Se acercó y besó a Arnold. Fue un beso corto, suave y tierno.
–Después de estudiar, camina conmigo a casa, ¿sí?–dijo Helga.
Arnold asintió y ambos se dirigieron a la biblioteca.
...~...
Al día siguiente, tras boxeo, Helga volvió a ingresar a la escuela para dejar algunas cosas en su casillero. Ese día el entrenamiento estuvo duro y se lastimó el hombro, así que no quería cargar nada innecesario.
Con paciencia fue sacando todo, revisando mentalmente si tenía tarea pendiente en las materias del día siguiente. En su bolso solo quedó un cuaderno, un libro y el relicario. Lo sacó con cuidado y lo colocó en su cuello. Miró alrededor: el sol se había ocultado y estaba sola. Abrió su relicario, resistiéndose a recitar las palabras que se agolpaban por escapar de su pecho, porque habría sido incómodo que Brainy apareciera tras de ella como lo hacía antes, en especial después de lo que pasó entre ellos, así que sólo contempló la foto en silencio.
–Estúpido cabeza de balón–dijo con una sonrisa.
–¿Me llamaste?–Respondió la voz del chico cerca de ella.
Helga dio un brinco, asustada, volteando a verlo, batallando por esconder su relicario entre su ropa, para luego cerrar su casillero.
–¿Qué haces aquí?
–Todavía no termino la tarea de ciencias–dijo el chico, abriendo su propio casillero a unos cuántos del de ella, para buscar su cuaderno– ¿Cómo está tu hombro?
–¿Cómo lo sabes?
–Patty
–Supongo que no...
–No dije nada–Se adelantó, cerrando su casillero.–. La vi afuera y le pregunté por la clase. Entre otras cosas, comentó que te lastimaste el hombro y que te vio venir a la escuela todavía, así que tenía la pequeña esperanza de encontrarte–.Le sonrió, acercándose.–. Creo que tuve suerte
Helga miró alrededor, nerviosa, y antes que él reaccionara, se acercó, besándolo. Se había pasado todo el día con ganas de hacerlo. Arnold la abrazó con cuidado, respondiéndole con afecto.
Escucharon unos pasos y se apartaron conteniendo el aliento. Solo era el conserje que pasó de un salón a otro para seguir limpiando, al final de ese mismo pasillo. Intercambiaron una mirada de alivio.
–Te acompaño a casa–dijo el chico.
–No es necesario
–Quiero hacerlo–dijo con una sonrisa y estirando la mano añadió–. Dame tus cosas
–No
–Tu hombro
–Estaré bien
–Helga
–En marcha–Lo dijo acomodando su mochila y su bolso deportivo en el hombro bueno, pero no pudo esconder una mueca de dolor.
–Por favor, Helga–Arnold se paró delante de ella, con una mirada de enfado.–. Si tu hombro se resiente no podrás ir a boxeo por un tiempo
–Está bien–Rodó los ojos y dejó que él la ayudara.
Afuera ya estaba oscuro.
–¿Cómo va tu investigación, cabeza de balón?–Preguntó la chica.– ¿Has averiguado algo nuevo?
–Te extrañé los días que no nos vimos–Admitió, ofreciéndole la mano que ella tomó luego de echar un vistazo alrededor.–. Todavía es raro pensar que estamos saliendo
–¿Raro en qué sentido?–Estaba intentando frenar todas las ideas negativas que tenía.
–No lo sé, Helga. Te conozco desde siempre. Recuerdo cómo solías ser y cómo me hacías sentir. Si volviera atrás y le dijera al Arnold de nueve años que saldría contigo creería que enloquecí
–Si volviera atrás y le dijera a la Helga de nueve años que saldría contigo, me daría los cinco, me pediría todos los detalles y preguntaría con qué te amenacé para conseguirlo
Arnold la miró, curioso.
–¿Desde cuándo... te... gusto?
–Desde preescolar–Admitió.
–¿Qué? ¿Por qué?
–No quiero hablar de eso, Arnoldo, no ahora
El chico entendió la tristeza en la mirada su... novia. Se sonrojó.
–Está bien, Helga, no tienes que contarme si no quieres–Le acarició la mano con su pulgar y ella le dio un apretón como respuesta.–. Tenemos todo el tiempo del mundo...
–¿Por qué tan positivo, cabeza de balón?
–Alguien tiene que serlo
–Como yo lo veo, podrías hartarte de mí mañana
–Eso no va a pasar, Helga
Sonrió, tranquilo.
–Creo que solo tengo que acostumbrarme–Continuó el chico.–a que Helga G. Pataki sea mi novia
Ella enrojeció por completo.
–Si vuelves a decir eso, voy a golpearte–dijo ella, cerrando su puño libre y bajando la mirada.
–¿Acaso me equivoco?
–No, pero no tienes por qué decirlo en voz alta, tonto cabeza de balón
El chico asintió como respuesta.
–Entonces, solo pueden saberlo nuestros amigos
–Solo los tortolitos–Rectificó ella. El concepto de amigos era demasiado amplio.
–Solo Phoebe y Gerald–Corroboró.
–Exacto
–¿Y si alguien más se entera?
–¿Alguien como...?
–Digamos mis abuelos
–¿Les dijiste?
–No, pero no puedo evitarlos toda la vida
–¿Qué quieres decir?
–Me pasé el domingo evitando a Gerald y tuve que inventar excusas para no pasar el Día de los Veteranos con el abuelo, porque no podía dejar de sonreír pensando en ti, pero no quería faltar a la promesa que te hice
Helga lo miró, no había pensado en eso. Claro, ella podía pasar como una sombra por su casa, porque su vida y la de sus progenitores eran existencias aparte, pero Arnold se llevaba bien con su familia.
–Puedes decirle a tu familia, supongo que no harán un carnaval invitando a toda la clase para celebrar
–Espero que no, aunque con la abuela nunca se sabe
–¡Arnold!–Lo miró molesta.
–Lo siento–dijo entre risas–. Si mis abuelos quieren invitarte a casa ¿aceptarías?
–Supongo que sí
El resto del camino hablaron de sus respectivas prácticas. Esta vez el chico la acompañó hasta su casa. Cuando Helga abrió la puerta notó que Bob todavía no llegaba y Miriam estaba en la cocina.
–Puedo dejar tus cosas en tu habitación. Vendré por ti mañana–dijo el chico.
–No tienes que...
–No es una sugerencia–Respondió con seguridad.
Helga suspiró y entraron a la casa.
–Hola, Miriam–dijo asomándose a la cocina.
–Hola, hija–Levantó la mirada–. La cena estará en media hora
–Hola, señora Pataki–dijo Arnold.
–Hola, jovencito–Miró a su hija.
–Es Arnold, ya lo conoces–dijo la chica, rodando los ojos–. Me lastimé el hombro en boxeo y se ofreció a ayudarme con mi bolso mientras me recupero
–Oh, hija ¿estás bien? ¿Es muy grave?
–No, el entrenador dice que me dolerá un par de días
–Gracias por ayudar a Helga, jovencito ¿quieres quedarte a cenar?
–Arnold tiene que irse, mamá
–La verdad me encantaría–dijo él, sonriendo.
Mientras el chico dejaba su bolso deportivo cerca de la entrada, Helga lo miró con deseos de asesinarlo. No quería que su familia supiera que estaba saliendo con alguien, no sabía cómo iban a reaccionar y tampoco quería a su adorado cabeza de balón envuelto en problemas Pataki.
–Vamos, Arnoldo–dijo ella, subiendo la escalera.
El chico la siguió hasta su habitación sin decir nada.
–Tu casa es como la recordaba
–Sí, es una suerte que logramos recuperarla–dijo ella.
El chico dejó las cosas de Helga y su propia mochila junto a la cama de la chica.
Arnold miró el lugar. El cuarto de Helga había cambiado un poco. Posters de sus luchadores favoritos, algunas bandas de rock y punk, muchísimos libros, algunos cuadernos que jamás le vio en la escuela. Bastante organización. Luego la observó, sentada en la cama, mirándolo.
–¿Quieres... adelantar la tarea de ciencia mientras esperamos la cena?
–Puedo hacer la tarea más tarde–dijo.
–Es un poco complicada ¿estás seguro?
–De todos modos, la revisaremos mañana. Ahora tengo otros planes
–¿Cómo cuáles?
Se acercó a ella y le sujetó el mentón.
–Arnold... –Helga se echó hacia atrás, intentando huir– van a descubrirnos
–No lo creo
La besó suavemente, con cariño. Se atrevió a buscar su lengua, sintiendo la cálida humedad, perdiendo el aliento poco a poco. Era extraño tener a Helga en esa posición, generalmente era él quien debía levantar el rostro para alcanzarla.
Ella estaba asustada y al mismo tiempo en el cielo. Arnold la estaba besando en su habitación, en el mismo lugar donde cientos de veces fantaseó con él, donde le escribió y recitó poemas, lloró por su amor y bailó girando hasta caer; pero le aterraba que su madre los viera.
–Cariño, la cena está lista–Gritó Miriam desde la escalera.
Los adolescentes se apartaron, agitados.
–Ya vamos, mamá–Respondió la chica, esforzándose por sonar tan apática como siempre.
Sentía el aire entrando y saliendo de su pecho y la sensación de haberlo besado, otra vez, era como esa noche que fingían olvidar. Lo observó, no solo estaba igual de alterado que ella, parecía hipnotizado.
–Debemos ir–dijo Helga, obligándose a ser racional.
–Sí–dijo él, pero no se movió.
–Arnold
–Tus ojos son hermosos–dijo, sin dejar de mirarla.
Ella se sonrojó un poco. Sabía que tenía lindos ojos para estándares generales. Vamos alguna ventaja que tuviera ser una Pataki.
–Gracias–Murmuró.–. Ahora apártate o tendré que alejarte a la fuerza
El chico obedeció, asintiendo y regresó a la realidad lentamente, comprendiendo lo que hacía y de dónde estaba. Helga se puso de pie y antes de ir al baño dijo que bajaría en un momento.
Arnold tomó su mochila y al bajar la dejó con su bolso deportivo, luego fue a la cocina.
–¿Puedo ayudar en algo, señora Pataki?–dijo, acercándose al lavaplatos para lavar sus manos.
–Que amable de tu parte–Contestó ella. Luego lo observó por un segundo que al chico se le hizo eterno.– ¿Puedes llevar esas cosas a la mesa?–Le indicó varios platos sobre el mesón de la cocina.
–Sí
–¿Y Helga?
–Dijo que venía en un minuto
–Estúpido cabeza de balón–dijo la chica, frente al espejo.
Buscaba cualquier cosa fuera de lugar en ella, detalles que Miriam podría llegar a notar. Nada. Bob con suerte notaría que había una persona extra en la mesa, suponiendo que comiera en la mesa y no viendo la televisión.
Bajó, tratando de estar tranquila, sintiéndose culpable por dejar a Arnold a solas. Pero cuando llegó al comedor, escuchó que él y su madre reían.
–Guau, no puedo creerlo–decía el chico–¿Puedo ver más?
–Por supuesto–dijo Miriam, dando vuelta las páginas.
Helga se congeló. No podía ser, casi no había fotos de ella en la casa, pero sabía que su madre conservaba un álbum con una sola clase de imágenes: humillantes fotografías de bebé.
Entró con los latidos a mil.
–¿Qué hacen?–Trató de contenerse, porque no quería hacer una escena delante de Arnold, luego podría gritarle a Miriam.
–Tú madre me enseñaba fotos de cuando estaba en la universidad
–¿De la universidad?
–Tu amiguito me contó que admiraba lo atlética que eres–Explicó Miriam.–y aunque la competitividad la sacaste de tu padre, tu habilidad definitivamente viene de mi
La chica se tranquilizó de inmediato.
–Claro, Miriam, todos sabemos que eras nadadora olímpica–Contestó la chica girando la mano.– ¿Podemos comer? Muero de hambre
La mujer cerró el álbum y lo dejó en la mesita de la esquina, invitando a los jóvenes a la mesa.
–Tu padre llegará tarde hoy–Comentó Miriam.–. Sus compañeros de trabajo lo invitaron a beber como bienvenida
–Bien por él–Respondió Helga con apatía, luego miró a Arnold.– ¿Todo bien, Arnold-o?
–Sí. Se ve delicioso–Luego miró a la mujer.–. Gracias por la cena, señora Pataki
–Puedes decirme Miriam–dijo. Luego miró a Helga.–. Hija, ¿me pasas la salsa?
Poco a poco el pánico inicial de la chica fue desapareciendo. Podía tener una cena normal y tranquila con su madre y su novio. Era agradable verlos conversar, sabía que Arnold era amable y solía llevarse bien con los adultos a su alrededor, porque a veces era un alma vieja, pero no esperaba nada de eso.
Después de comer el chico se ofreció a ayudar con los platos, lo que la mujer agradeció.
–Nosotros podemos encargarnos de esto–Añadió Helga, juntando los platos en una pila.–. Puedes descansar
–Gracias, hija–La miró con una sonrisa que Helga no notó, pero Arnold sí.
–Deja eso ahí–dijo el chico volviendo su atención a su novia.
–¡No!
–Tu hombro...
–No es para tanto
–¡Helga!
–¿Al menos puedo llevarme los cubiertos, cabeza de balón?
–Sí
Miriam escondió una risita y se fue a ver televisión mientras los chicos ordenaban todo en la cocina.
Arnold de inmediato comenzó a lavar los platos.
–Debiste irte a casa–Murmuró Helga, secando los platos.
–¿Te molesta que esté aquí?–dijo él mirada triste.
Helga cerró los ojos y respiró profundo. Odiaba cuando él la miraba así.
–No, pero no vuelvas a hacerlo. Tenemos suerte de que Bob no esté aquí.
–¿Por qué?
–No quiero decirles... que... –Bajó el volumen todo lo posible.– salimos
–¿Tampoco supieron de...?
Helga negó en silencio.
–Lo siento, no quise
–Gracias por acompañarme, puedes venir mañana o hasta que me sienta mejor, si eso quieres
–Lo haré
–Pero solo puedes llegar hasta la puerta. No me matará subir o bajar la escalera con mis cosas, odio que creas que soy débil
–No usaría esa palabra para describirte, pero no tengo muchas oportunidades de cuidar de ti, así que pienso aprovecharlas
–Baboso
–Sí–Sonrió, entregándole el último plato antes de cerrar el agua.
Helga lo secó y lo dejó en una pila sobre la mesa, luego le arrojó el paño a Arnold.
–¡Oye!
–Sécate las manos y ya que te importa tanto, ayúdame con eso–dijo, indicando los platos secos.
Arnold obedeció y la ayudó a guardar siguiendo sus instrucciones.
–Ya es tarde. ¿Estarás bien?
–Sí, no te preocupes
–¿Y si te pasa algo?
–La abuela me enseñó karate hace unos años, todavía practicamos todas las semanas
–¿Puedes...?–La chica se sonrojó y miró el suelo, bajando la voz hasta casi un susurro.– ¿Puedes llamarme cuando llegues a casa? Por favor...
–Claro
Ambos miraron alrededor. Miriam seguía en la sala. Entonces el chico se acercó a darle un beso de despedida. Se apartaron sosteniendo sus manos. Arnold sonrió, volvió a la entrada y tomó sus cosas.
–Nos vemos mañana–dijo y luego subió la voz–. Adiós, señora Pataki... digo... Miriam
–Adiós–Respondió la mujer desde el salón.
En cuanto él salió por la puerta, Helga intentó huir a su habitación.
–Buenas noches, Miriam
–No tan rápido, jovencita
Helga levantó la mirada.
–¿Qué? Ya hice las cosas de la casa–Se quejó.
Su madre la alcanzó en la escalera.
–Acompáñame–La llevó hacia su habitación.
La chica por lo general no entraba al cuarto de sus padres, no tenían nada que fuera de su interés. Era extraño estar ahí.
Su madre la hizo sentarse en la cama mientras buscaba algo en su tocador.
–Debe estar por aquí... –dijo la mujer, segura– Ah, sí, aquí está–Sacó un tubo de lo que parecía una crema.–. Descúbrete el hombro
–¿Qué es eso?
–Es para el dolor–dijo la mujer.
Helga obedeció y sintió como su madre le aplicaba un gel, haciendo un suave masaje.
–¿Por qué tienes esta cosa?
–La necesito desde que volví al gimnasio, supongo que no lo notaron
Helga cerró los ojos. No había querido comentarlo antes que Bob lo hiciera.
–Claro que sí, hace tres meses–dijo.
–A veces también me excedo, esto ayuda
–Gracias, mamá–dijo la chica, mirando el suelo y jugando con sus dedos, nerviosa.
–Tu amigo dijo que estaba preocupado y que vendría toda la semana
–Así es
–Que amable de su parte
–Arnold es un alma noble, tiene buen corazón... y no puede evitar meterse en la vida de los demás–dijo, fingiendo molestia.
–Parece un buen chico. ¿Están saliendo?
«Cálmate, cálmate.»
–Claro que no–Trató de parecer indiferente.
–No tiene nada de malo, hija, estás en edad de comenzar a tener citas, ya me estaba preocupando
–¿En verdad?
–Que tu padre no se entere, será un secreto entre nosotras
–No es que quiera decirle a Bob, pero ¿por qué?
–Oh, le espantó los novios a Olga hasta la universidad, nadie estaba a la altura de su princesita
–Dudo que yo le importe de la misma forma
–Querida, eso no es verdad
–Miriam, las dos sabemos cómo es
–De todos modos, no corramos riesgos
–Gracias, mamá
–Y otra cosa...
–¿Sí?
–¿Tú... ? ¿Cómo decirlo? Supongo que solo puedo ser directa. ¿Dormiste con él?
–¡¿QUÉ?! ¡Claro que no!–Helga se apartó, evadiendo la mirada de su madre.
«Bueno... sí... ¡Pero no en el sentido en que estás preguntando!»
–No me mientas. La camisa que usabas hace un tiempo... se parece a la que él traía
–La fiesta de Halloween fue en su casa y mi disfraz se manchó... así que me prestó algo para cambiarme, eso es todo... no pasó nada más... ni siquiera estábamos saliendo en ese momento... y bueno... la conservé porque él ya me gustaba
–Te creo. Tal vez debamos tener esa charla
–No, no quiero tener esa charla, Miriam, hay clases sobre eso en la escuela–Helga se cubrió el hombro.–. Gracias por tu ayuda
–Toma–Su madre le entregó el gel.–. Aplícalo por las mañanas y por las noches. Mañana compraré un par más, así que usa lo que necesites
–Gracias
–Descansa, hija
–Sí, sí, como sea, Miriam
Helga se fue con una mezcla de incomodidad y tranquilidad. Sabía que desde que dejó el alcohol su madre hacía esfuerzos por reconectar y que se aferraría a cualquier cosa que le permitiera acercarse a ella, pero no le gustaba. Hizo una nota mental para hablarlo con Bliss.
Mientras se preparaba para dormir, sonó el teléfono y contestó al primer timbre.
–Hola–dijo.
–Soy yo–dijo Arnold– ¿Cómo te sientes?
–Bien, gracias ¿Qué hay de ti? ¿Llegaste bien?
–Sí, llegué sin problemas. Iré a terminar la tarea antes de dormir
–Nos vemos mañana, cabeza de balón.
–Nos vemos, Helga. Descansa
–Hasta mañana
Helga colgó.
–Buenas noches, mi amor–Murmuró para sí.
Llena de dicha dio vueltas en su habitación, dejándose caer sobre la cama.
–¡Auch!
Se golpeó el hombro resentido y tuvo que deslizarse hasta el suelo para poder reincorporarse. El tonto cabeza de balón tenía razón, si no se cuidaba, tendría que dejar el boxeo por un tiempo y eso no le agradaba.
Chapter 38: Conjeturas
Notes:
TW: mención de pérdida // accidente // insinuación de índole sexual
Chapter Text
Helga intentó volver a boxeo el lunes de la semana siguiente, pero el entrenador la envió a una banca y como el miércoles supuso que se repetiría la situación, decidió que bien podía faltar y acompañar a Phoebe al parque para ver practicar al equipo de baseball.
Mientras observaban a los chicos y Phoebe le contaba sobre sus planes de acción de gracias, Helga entendió que se sentía agradecida de que su pequeña amiga no la interrogara sobre Arnold, la relación o cualquier detalle. Solo le preguntaba de vez en cuando si las cosas iban bien y luego ignoraba el tema por completo, por lo que Helga podía respirar tranquila cerca de ella.
Esa tarde los cuatro pasaron a comer unas hamburguesas y aunque trataba de ignorar la idea, notó que Arnold parecía nervioso. Evitó de todas las formas posibles quedarse a solas con ella hasta el final del día, cuando se despidieron de sus amigos. Entonces la chica llegó a la única conclusión obvia y no dudó en adelantar lo inevitable.
–¿Qué pasa, cabeza de balón? ¿Ya decidiste terminar conmigo?–dijo, tratando de ahogar la tristeza.
–¿Qué? ¡No! ¿Por qué piensas eso?–Contestó él, sorprendido.
–Porque parece que quieres decir algo y no sabes cómo hacerlo, uf–rodó los ojos.
–Tienes que dejar de esperar lo peor de todo–Arnold la miró molesto.–. Quería invitarte a pasar la cena de Acción de Gracias con mi familia... aunque la abuela cree que es cuatro de julio, así que es un poco raro y algo incómodo y entendería si no quisieras ir... además, creí que era algo tonto, ya debes tener planes
–Iré, si es lo que quieres. No me fascina la idea de pasarlo con Olga y su matrimonio perfecto, con su casita perfecta, hablando de su trabajo perfecto y de sus perfectos planes con Derek–Hizo un gesto de asco.
–Entonces ¿es un sí?
–¿A qué hora quieres que llegue?
–A las cuatro está bien
–¿Tengo que llevar un disfraz?
–No, pero probablemente te pasarán uno, solo sigue el juego ¿sí?
–Claro
–Y Helga
–¿Sí?
–Gracias
...~...
La cena en casa de Arnold fue divertida, a la chica le gustó salir de lo habitual. Los abuelos y los huéspedes la recibieron sin problema. Le hacía gracia que por más que Arnold la corrigiera, la abuela seguía llamándola Eleanor. Todos ahí sabían que estaban saliendo, pero nadie hizo comentarios incómodos, excepto el extraño señor Kokoshka, que intentó venderle secretos sobre Arnold por un dólar cada uno, hasta que su esposa lo arrastró de una oreja, disculpándose con ella.
La dinámica de esa casa era una locura. Incluso el cerdo mascota del chico parecía involucrado en los juegos, pero a nadie parecía molestarle. Helga disfrutó mucho tener esa oportunidad. Y respecto a la comida, no podía quejarse.
...~...
Cuando el hombro de Helga sanó y pudo volver a entrenar, Gerald sugirió una cita doble en los arcades. Extrañaba competir con Pataki en los videojuegos.
Esa tarde de domingo resultó agradable. Pero también había otros chicos de la escuela, así que los rubios tuvieron que evitar toda muestra de afecto evidente, lo que no impidió que Arnold aprovechara cualquier excusa para acariciar las manos de Helga, o sujetarla por la cintura o los hombros cuando había poco espacio, incluso la abrazó para sacarla del camino cuando un grupo de chicos pasó cerca y la soltó de inmediato antes que pudiera regañarlo, con una sonrisa y disculpándose.
A ella le parecía increíble lo consciente que él estaba de todos sus problemas, miedos y necesidades. ¿No se le hacía agotador? Siempre sonreía, siempre estaba atento, no se enfadaba, ni la criticaba y Helga trataba de ignorar ese tic tac en el fondo de su cabeza, sabiendo que tarde o temprano la bomba explotaría.
...~...
Así pasó un mes desde que empezaron a salir y cada día era más evidente para los demás que algo estaba pasando entre ellos. Helga agradecía que Rhonda no siguiera en la escuela, porque definitivamente ya habría corrido el rumor.
Durante una de las prácticas Lila le comentó un par de veces de que notaba que su relación con Arnold había mejorado, pero no le preguntó más a ella. Con Arnold, en cambio, fue mucho más directa y él asintió en silencio pidiéndole guardar el secreto.
Cuando Patty pudo hablar con ella a solas, directamente dijo que se alegraba de que al fin estuvieran juntos y Helga no pudo negarlo en su cara.
La rubia habló al respecto con Arnold y él le contó que Lila lo había adivinado, así que decidieron que lo harían público al volver del receso de invierno.
–Sé que esto va a molestarte–dijo Helga–, pero cuando Brainy y yo dejamos de salir quedamos en buenos términos... y me gustaría que se enterara por mí–Cerró los ojos frente al espejo.–. Suena patético, Helga, como si le pidieras autorización–Se abofeteó el rostro y abrió los ojos.–. Al carajo, no pasa nada si le digo ¿no?
Sentía que tenía que hacerlo. Pensó en escribirle una nota en clases, pero decidió que era cobarde, así que lo invitó en donde solían verse, el sábado durante la mañana.
Helga llegó después que él, lo que le sorprendió, porque aún faltaban diez minutos para la hora acordada.
–Hola, fenómeno–dijo al acercarse.
Se sentó sobre el respaldo de la banca, junto al chico, que se quitaba los audífonos.
–¿De qué querías hablar?–dijo él, con una sonrisa afectuosa.
–En verdad esperaba que lo hubieras adivinado
–Oh, lo sé, lo noté de inmediato
–¿Es tan obvio?
–Noto todo lo que te pasa
–Ahora suena aterrador
–umh... lo siento
–Es broma
Brainy miró el suelo, jugando con sus pies. Helga sonrió, mirando la distancia.
–¿Salir con él te hace feliz?–dijo de pronto el chico.
–Terriblemente
Hubo un silencio incómodo.
–Umh. Helga... emh... ¿Por qué decidiste contarme?
–Pensamos... decirle a los demás... y dado nuestro historial, pensé que era correcto que lo supieras por mí. No tengo muchos amigos–Se encogió de hombros –. Y pensé que podía contar contigo si necesitaba un consejo algún día
–Gerald es mejor opción
–El cabeza de cepillo no sabe lo que es tener una obsesión con alguien–Suspiró.
–emh... umh... Gracias, Helga
Luego de eso Brainy le ofreció un audífono y se quedaron contemplando el paisaje. Cuando la nieve comenzó a caer Helga acomodó el gorro de su abrigo. Casi media hora más tarde se despidieron.
Ella fue al centro comunitario para encontrarse con Phoebe y esperar a los chicos para salir a almorzar. Hablaron sobre sus planes para las vacaciones y las fiestas. Helga, para variar, no estaba emocionada por hacer nada con su familia y como Phoebe volvería a la montaña con sus padres, Arnold consideró que a Gerald y Helga podían pasar la navidad en su casa.
...~...
Una de las últimas clases antes del receso de Navidad, la maestra les dio tiempo de estudio libre mientras corregía exámenes. La mayoría solo se distraía y charlaba.
–¿Y si adelantamos lo de la sesión de estudio de hoy?–dijo Gerald.
–Puede ser–comentó Phoebe.
–Sí, me parece bien–Añadió Arnold.
Helga revisaba sus apuntes concentrada, pero asintió. Los chicos acomodaron sus sillas, invitando a Nadine y Lila a unirse al grupo, así que las chicas acercaron sus pupitres.
Unos veinte minutos más tarde alguien llamó a la puerta.
–¿Qué hace aquí, señor Johnson?–dijo la maestra, molesta por ser interrumpida.
–Vengo por Pataki, asuntos del periódico escolar–dijo el joven, serio.
–Señorita Pataki–dijo la maestra en voz alta.
–Ya voy–La chica se puso de pie y se acercó a la entrada.
–Lleva tu bolso, esto tomará tiempo–dijo el chico.
–De acuerdo
La rubia regresó a su puesto y tomó su mochila.
–Bueno, chicos, supongo que nos vemos mañana–Respondió ella, luego miró a su amiga.–. Pheebs, ¿puedo pasar a tu casa a revisar la tarea?
–Me temo que ya hice otros planes, Helga
–Puedes pasar a mi casa–dijo Arnold–. El señor Hyunh hará galletas
–Gracias, cabeza de balón, lo consideraré
La chica salió del salón y siguió a Joshua por los pasillos.
–¿Qué pasó?–Quiso saber.
–Oh, nada, siempre hacemos esto
–¿Qué cosa?
–Ya verás–Sonrió misterioso.
La sala de prensa estaba a oscuras cuando llegaron, pero al fondo estaba la luz del computador donde Siobhan trabajaba.
–¿Estamos todos?–Preguntó la chica desde atrás de la pantalla.
–Sí–Comentó Hellen.
Entonces alguien encendió la luz. Sobre la mesa principal se extendían varias bandejas de comida.
–¿Qué es esto?–Preguntó Helga.
–Nuestro banquete anual–dijo Gracia, con una sonrisa.
–¿En serio? ¿Los otros clubes hacen esto?
–No, solo nosotros–Añadió Zhang con orgullo.
–Gracias a que es un encanto con la señora de la cafetería, nos envían toda la comida que quedó del almuerzo de hoy, ya que mañana no hay almuerzo y cerrarán por dos semanas
–Me saqué la lotería–dijo Helga, tomando asiento.
Un par de chicos ponía algo de música en la computadora, no demasiado fuerte.
Joshua se sentó junto a Helga, al otro lado Gracia. Los demás se distribuyeron en la mesa, charlando y compartiendo.
Así se les pasó el resto de la tarde. Al final todos cooperaron para limpiar. Helga, Joshua y Zhang llevaron los platos de regreso a la cocina y ayudaron a lavar. En consecuencia, fueron los últimos en irse de la escuela.
–Bueno–Helga se estiró.–, estuvo genial, solo odio lavar platos
–No fue tan terrible–dijo Joshua.
–Nos vemos el próximo año–dijo Mike Zhang, haciendo señas con la mano para irse corriendo hacia la parada del autobús.
–¿En qué dirección vas, Pataki?–Pregunto Joshua.
–No es asunto tuyo–Respondió la chica por costumbre.
–Solo intento ser amable y acompañarte–dijo.
–¿Por qué?
–Porque es tarde y porque eres una chica
Helga caminaba distraída, mientras el chico la seguía.
–¿Y tú por donde vives?–dijo ella de pronto.
Joshua le dio indicaciones. Era cerca de la Casa de Huéspedes.
«Arnold...»
–Necesito ir a casa para recoger algo y luego iré donde un amigo, es cerca de donde vives, así que si quieres acompañarme... supongo que está bien
–Vamos–Joshua se encogió de hombros.–. No tengo nada mejor que hacer
Al pasar frente a una tienda, Helga se quedó mirando el aviso de las próximas peleas de Wrestlemania. Joshua le preguntó al respecto y terminaron hablando de lo que se transmitió esa semana. Helga cayó en cuenta que seguían a los mismos luchadores y hasta tenían los mismos movimientos favoritos.
Realmente era agradable pasar el rato con él y aunque el tiempo que llevaban compartiendo en el periódico era suficiente para considerarlo un amigo, no estaba segura de contarle sobre su relación con Arnold y al mismo tiempo se preguntaba si debía hacerlo, es decir, el chico había dicho que le parecía atractivo el cabeza de balón. ¿Acaso era su amigo para acercarse a él? ¿O era algo genuino?
Poco antes de llegar a la casa de Helga, un par de chicos de último año saludó a Joshua desde la otra vereda y él les respondió con un gesto. Eso la sacó un poco de sus dudas.
–Puedes dejarme aquí si quieres ir con tus amigos–dijo Helga.
–Está bien, no planeaba ir con ellos
–¿Por qué eres tan amable?
–Ya te dije, me agradas... y eres de las pocas chicas que no me teme
–¿Y por qué temería?
–Ya viste a mis amigos
–Sí, tienen fama de ser unos imbéciles
–Por eso
–Bueno, grandote... tampoco es que yo tenga mucha mejor fama
–Lo sé, Pataki, precisamente por eso creo que ninguna otra chica de la escuela se arriesgaría a ser mi amiga
–Deberías buscarte mejores amigos
–¿En último año? Imposible
Helga rodó los ojos.
Llegaron frente a su portal y la chica se alarmó al ver las luces apagadas.
«Miriam debería estar en casa.»
–Espera aquí, vuelvo en un minuto–dijo.
Abrió la puerta notó un silencio pesado. El televisor en la sala y la radio en la cocina tampoco emitían sonido alguno.
Encendió la luz del pasillo y junto al teléfono vio una nota escrita a prisa con la letra de su madre. Respiró profundo, arrugó la hoja y volvió a salir.
–Gracias por tu compañía, cambio de planes. Tengo que irme–le dijo a Joshua, que seguía en la entrada
–¿Está todo bien?
–No, definitivamente no–Apretó los párpados un segundo.–. Tengo prisa, adiós
Helga corrió rumbo a la parada de autobús. Por suerte le servía el primero que pasó. Miraba las calles tratando de no pensar en nada, obligándose a ahogar la multitud de posibilidades. Revisó la dirección en la nota. Preguntó a una señora mayor cerca de ella. Faltaban dos paradas. Bajó y nuevamente corrió hasta su destino.
Cuando entró al edificio se acercó a la recepción y luego de hacer unas preguntas, se dirigió al lugar donde estaba su familia. En la puerta tomó aire y se preparó para entrar. La escena era más impactante de lo que esperaba.
Olga estaba acostada en la cama, un suero en su brazo, una máquina de monitoreo con pulsaciones estables, pero lentas. El llanto fue tanto, que el único rastro de rímel eran manchas ligeramente grises que se oscurecían hacia su mentón por donde las lágrimas cayeron.
Miriam estaba sentada junto a ella, acariciándole la mano. Bob estaba de pie, acariciándole la cabeza.
–¿Dónde estabas, niña?–dijo Bob–. Tu hermana te necesita–Añadió.
–En la escuela–Respondió Helga con indiferencia, acercándose con cuidado, por el lado opuesto de la cama–. Olga... ¿estás despierta?
–Está sedada–contestó Miriam–. Tuvieron que hacerlo para que descansara. No podía dejar de llorar
–¿Qué pasó?
La madre se limitó a negar.
«¿Dónde está Derek?»
«Es su maldito esposo»
«¿Por qué no está aquí?»
«Lo golpearé por esto...»
Helga sabía que debía calmarse.
Tomó la mano de su hermana, intentando confortarla incluso en su inconciencia. Miró con atención. En los brazos de la chica había moretones. ¿Cómo fue que pasó eso?
La puerta se abrió otra vez y pudieron ver la silueta de Derek en el umbral. Charlaba con un médico. Helga decidió esperar que el profesional se fuera para discutir con él, sorprendida de que Bob no le estuviera gritando.
Se puso de pie y aprovechó que el médico se dirigió a sus padres para echar un vistazo en las hojas que llevaba:
»Paciente: Miller, Olga
Estadociviledadtipodesangreetc
Diagnóstico: Politraumatismo leve por accidente doméstico...
blablabla...
Procedimiento por aborto espontáneo incompleto«
Helga abrió los ojos enormes y entendió la situación de inmediato. No sabía si su hermana planeaba tener hijos tan pronto, pero definitivamente perder un embarazo por un accidente sonaba como algo horrible.
Conociendo a Olga, había planeado anunciar el embarazo en la próxima festividad.
–Gracias, doctor–dijo Derek con aflicción.
El médico le dio la mano a él y Bob, luego hizo un leve gesto con la cabeza a Miriam y a Helga y se retiró.
–Olga estará bien. Probablemente despertará por la mañana–Explicó a los padres.–. Ah, hola, Helga–dijo –. No sabía que habías llegado.
–Vine en cuanto me enteré–Respondió la chica, sin dejar de mirar a su hermana–¿Qué pasó?
–La encontré a los pies de la escalera cuando llegué del trabajo–dijo él y ahogó un puchero –. Ella... estaba embarazada...
El impacto en el rostro de sus padres hizo que a Helga le doliera el pecho.
–Estábamos... emocionados...–Derek tomó aire.–. Queríamos contarles en la comida de Navidad–Escondió su rostro, llorando.
Bob se levantó y le dio unas palmadas en la espalda.
–Son jóvenes, pueden volver a intentarlo–dijo, tratando de mantener la compostura, pero Helga notó que se su mandíbula temblaba. Su primer nieto o nieta, perderlo antes de siquiera saber que podría haber existido.
–La dejarán hospitalizada unos días para observar su evolución–continuó Derek–. Tengo que... desarmar la habitación del bebé... Olga no lo soportará
–Sí iré el sábado a ayudarte con eso–dijo Bob.
–Puedo ir mañana–Se involucró Helga.
–Tienes escuela–dijo Miriam.
–No importa–Apretó la mano de Olga y sintió que ella le apretaba la mano de vuelta –. No pasa nada porque falte un día
–Gracias, cuñada–dijo Derek.
Luego los cuatro se quedaron en silencio alrededor de Olga, hasta que una enfermera les informó que el horario de visitas terminaba.
Derek había llegado en su propio automóvil, un modelo de ese año que compraron vendiendo el viejo auto de Olga y el de él. La familia Pataki se fue en el suyo. El viaje fue silencioso. Helga miraba la ventana, sin dejar de pensar en el estado de su hermana.
Cuando llegaron a casa subió directo a su habitación. Nadie tenía hambre. Sus padres ni siquiera abrieron la boca más que para anunciar que iban a dormir.
Helga se quedó mirando el techo, escuchando un disco de Foo Fighters. Pensó en lo egoísta que fue. El papel que le dejó Miriam seguía arrugado en su bolsillo.
»Olga está en la unidad de cuidados intensivos«
Con el nombre y la dirección del hospital.
Al leerlo, reaccionó rodando los ojos y preguntándose qué estúpido drama tenía ahora su hermana, aunque muy en el fondo la angustia se apoderó de ella.
Olga la quería, incluso si no era mutuo, ni era de la forma en que Helga deseaba que la quisiera, su hermana siempre la quiso. La mayor siempre intentó acercarse y, aunque no pudieran entenderse, reconocía cualidades en ella.
Rodó sobre la cama, boca abajo, ahogando un grito de rabia sobre su almohada.
Olga ¿estaría emocionada por ser madre? Definitivamente le gustaban los niños.
Creo que serías... una gran madre
Helga se preguntó si lo que dijo aquella vez influyó en la prisa por el embarazo. ¿Fue planeado o un descuido? No tenía idea, jamás escuchó los planes de vida de su hermana, ni cómo iban cambiando con el tiempo, mientras no le influyera, era fácil ignorarla. Pero la veía, Helga sabía de la presión que Olga tenía sobre sí misma, de cómo cada falla la derrumbaba, de cómo se exigía a puntos irrisorios, aunque estaba muy por encima de los demás. Tal vez estaba colapsando y ese accidente fue una alarma.
Debía dormir, porque al día siguiente había trabajo que hacer. Se dio cuenta de lo tarde que era y de pronto recordó que había prometido pasar a la casa de Arnold. Ya no podía llamarlo. Cerró los ojos, frustrada. El cabeza de balón entendería, tenía que entender.
Se levantó temprano, porque casi no durmió. Cuando Bob y Miriam bajaron se encontraron con un desayuno simple en la mesa: huevos revueltos, tostadas y café.
–Hija... –Comenzó a decir Miriam.
–Buenos días–dijo la chica, con tono neutro.–. Coman–Ordenó.–. Será un día largo
Se levantó de la mesa lavando su plato y taza, para subir a bañarse.
Los adultos se miraron entre sí. La niña nunca actuaba así, pero la situación de Olga los impactó a los tres de forma distinta, así que no lo cuestionaron. Solo comieron, en silencio, con semblante agotado y ojeras marcadas por la falta de sueño.
Cuando Helga bajó, ordenó la cocina, mientras Miriam terminaba de arreglarse para el trabajo y Bob cargaba algunas herramientas en su auto. Cuando sintió el motor, Helga se asomó a la ventana.
–Un minuto, Bob–dijo.
Miriam bajó la escalera y salió por la puerta principal. Helga la siguió.
–Nos vemos en el hospital–dijo la mujer.
Helga asintió, abrazándola y de pronto su madre pareció más pequeña. Quiso contenerla, por alguna razón.
–Vamos, niña–dijo Bob, pero con un tono que no era despectivo, lo cual fue raro para los tres.
–Sí...
–Miriam, te llevo al trabajo–dijo.
–¿En serio?–dijo la mujer, sorprendida.
–Sí, queda de camino, sube
Las mujeres Pataki se miraron entre sí y ambas subieron al auto.
–Por cierto, hija–dijo Miriam cuando el auto ya estaba en la calle–. Gracias por el desayuno
–Como sea–dijo Helga, mirando por la ventana.
Luego de eso se hizo el silencio. Se despidieron de Miriam y Bob llevó a Helga a la residencia Miller, eran solo diez minutos de viaje.
–Llama a la oficina si saben algo–dijo Bob.
–Sí
–Y procura ir temprano al hospital
–Sí, iré con Derek cuando terminemos de desmontar la habitación
Bob asintió con un gruñido de aprobación. A la chica no se le pasó por alto que estaba conteniendo la tristeza.
–Papá, Olga estará bien, es una Pataki–Intentó consolarlo.
–Lo sé–Medio gruñó el hombre.
Helga bajó del auto y tocó el timbre, mientras Bob descargaba algunas de las herramientas. En cuanto Derek salió, los hombres se dieron un apretón de manos; el mayor señaló las herramientas y luego se despidió para ir a trabajar.
Helga ayudó a su cuñado a llevar las cosas dentro de la casa.
–¿Qué habitación?–dijo ella.
–La que está junto a la nuestra–respondió Derek.
Subieron en silencio. Todavía no montaban la cuna, pero ya estaba ahí y habían pintado con motivos infantiles de animales.
–Bien, esto parece fácil, pintura nueva, guardar los muebles en el garaje y fingir que nada ha pasado–dijo Helga.
–Sí–Corroboró Derek.
–Puedo hacerlo por mi cuenta, entiendo que puede ser difícil para ti
Derek la abrazó.
–Gracias, cuñada
–Sí, sí, no te emociones, esto lo hago por Olga–Lo apartó– ¿Queda pintura?
–En el garaje–Respondió él.
La chica bajó a buscar lo indicado y decidió ponerse manos a la obra. Mientras antes empezara, antes terminaría y pensaba que tal vez podía pasar a la escuela para hablar con Arnold de camino al hospital.
Pero el tono verde pastel no fue suficiente para ocultar los diseños de animalitos, así que habría que pintar varias capas. En la segunda Derek se unió a ayudarla, ahora que estaban borrosos, parecía menos doloroso.
Sorprendentemente a él le gustaba la misma música que a ella, así que se pasaron la mañana repasando las capas, escuchando rock y hablando de sus bandas favoritas.
Cuando estuvieron conformes, ya pasaba de la una. Bueno, su plan falló y el hospital quedaba en dirección contraria a la casa de Arnold. Tendría que esperar hasta más tarde para verlo.
...~...
–No puedo creer que te haya dejado plantado, viejo–dijo Gerald cuando él, su novia y su mejor amigo se dirigían a la salida de la escuela.
–Debió ocurrirle algo–dijo Phoebe–, tampoco suele faltar a clases
–Lo sé, Phoebe–dijo Arnold, con tristeza–, por eso estoy preocupado
–Lo mejor que podemos hacer es ir a su casa
Pasaron junto al grupo de Johnson, que les daba la espalda. Los tres captaron la conversación.
–Escuché que ayer acompañaste a casa a la chica del periódico
–¿Pataki? Ah, sí–Respondió Joshua, incómodo.
–¿Entonces lograste hacer tu movida?–dijo otro.
Arnold, Gerald y Phoebe se congelaron en ese instante, intercambiaron una mirada y contuvieron el aliento, atentos a la charla de los chicos de último año.
–¿Por eso llegaste tarde? ¿Te quedaste con ella en la cama?
–Ya les dije que mi relación con Pataki no es asunto suyo
–Por favor, amigo, sabemos que la chica es ruda, pero alguien grande y fuerte como tú puede domarla–Añadió el primero, flexionando sus músculos.
–Por eso no tienes novia, no puedes hablar de las chicas como si fueran ganado
–Sigues evadiendo la pregunta, Johnson
–Ya dije que no es asunto suyo–Claramente molesto.
–Vamos, pasan mucho tiempo a solas–Insistió un tercer chico.– ¿Nunca han hecho nada? Escuché que solo Sánchez y tú tienen llave de la sala del periódico
–Y dijiste que venías con ella los sábados, cuando no hay nadie más en la escuela
–Definitivamente no vienes porque te apasione el periodismo
Los otros chicos rieron.
Gerald puso su mano en el hombro de Arnold, que acababa de apretar el puño.
–Saben que necesito esos créditos–Intentó explicar Joshua.
–Y apuesto que ella te ayuda con tu trabajo de buena gana
–Son unos idiotas, no saben cómo es
–A mí me parece que te enamoraste, Johnson
–¡Claro que no! Pero si con esto me dejan en paz... ayer no había nadie cuando llegamos a su casa...
Los chicos celebraron dándole palmadas en la espalda.
Phoebe y Gerald se miraron entre sí, luego a Arnold. Helga no podía estar engañándolo, era imposible. Ese chico tenía que estar fanfarroneando. Pero el rostro abatido del rubio cambió de inmediato a la molestia y luego al temor. Pensó en confrontarlo, pero si lo hacía... tendría que revelarle que salían. Helga se enfadaría... y no respondería nada de lo que él necesitaba saber.
–Vámonos–Murmuró Phoebe, revelando en su tono que también estaba molesta e incómoda.
–Estoy de acuerdo–dijo Arnold.
Chapter 39: "Te lo dije"
Chapter Text
Los chicos caminaron a prisa hacia la casa de Helga, intentando no correr.
Arnold no sabía qué iba más rápido, si sus latidos o su mente, dando vuelta en incontables escenarios que intentaba espantar recordándose que conocía a su novia y ella no haría algo así. Pero no conocía a Johnson lo suficiente para descartar lo que él podría hacer. Y aunque Helga era... bueno, Helga G. Pataki, no había que ser un experto para estimar que el chico de último año era más grande y fuerte de lo que ella podía manejar ¿Y si le había hecho algo? ¿Realmente fue con ella a casa? ¿Cómo sabía que estuvo sola? ¿Por qué Helga no lo llamó? ¿Por qué no había ido a la escuela?
Tocaron varias veces, pero no hubo respuesta.
Gerald cargó a Phoebe para que pudiera a asomarse por las ventanas y confirmaron que no parecía haber movimiento al interior.
–Demonios, ¿Dónde podrá estar?
–Arnold, tal vez deberíamos ir a casa y esperar que ella se comunique, estoy segura que debe haber una explicación–dijo Phoebe.
–Estoy preocupado... ¿Dónde está? Sé que sus padres deben estar trabajando, pero ¿y ella? ¿A dónde pudo haber ido?
–Viejo, tienes que calmarte–dijo Gerald.
–Ustedes escucharon lo mismo que yo, ¿Cómo quieren que me calme?–dijo Arnold.
–Realmente no dijo nada claro
–Pasaron la tarde juntos
–En una actividad del periódico
–¡Podría ser una mentira! ¡No vimos a nadie más ayer! Y Helga suele desaparecer cuando... está... asustada
–Amigo, tienes que confiar en ella–Gerald los sujetó por los hombros.
–Confío en ella, pero lo que dijo Joshua... –Cerró los ojos, tomando aire y sintió que su amigo lo soltaba.–. Tienes razón, debe haber una explicación para todo esto–Miró a Phoebe.–. Lo siento si me alteré, no fue mi intención
–Es comprensible, Arnold. Sé que ella te dirá lo que necesitas saber, pero por ahora solo nos queda esperar–Suspiró.–. Se hace tarde y debo ir a casa
–Olvidé tu viaje. Lo lamento. Los dejaré solos–Aceptó, resignado, echando una última mirada a la ventana de la habitación Helga.
Phoebe le dio un codazo a su novio.
–Acompáñanos, viejo–dijo Gerald–. De todos modos, me quedaré contigo esta noche
–Sí, camina con nosotros–Añadió la chica.–. Cuando Helga tiene problemas llama a mi casa. Tal vez mis padres sepan algo
–Gracias–Concluyó el rubio con una sonrisa triste.
La incómoda sensación que anidó en su estómago cuando escuchó a Johnson hablar sobre Helga lo carcomía. Ya había notado que él la trataba con cierto afecto ¿acaso le gustaba? ¿Y era cierto que se veían en la escuela los fines de semana? Cuando Helga se durmió en el autobús y ambos se quedaron junto a ella, a Arnold le parecía que Joshua estaba celoso de que la hubiera tapado con su chaqueta. Pero también los amigos del chico, la forma en que insistían... las palabras se repetían una y otra vez en su mente. Le enfurecía cómo hablaron de ella. Sabía que para muchos chicos presumir de esa clase de cosas era común, pero ¿Cómo podían hablar tan libremente de eso? Como si fuera un juego, como si no fuera... importante... incluso con su mejor amigo no tenía esa clase de conversaciones, porque simplemente le parecía mal, pero no dejaba de pensar si acaso así eran los demás chicos.
Cuando llegaron a la casa de Phoebe, los padres terminaban los preparativos para el viaje. La chica preguntó si Helga había llamado, pero le confirmaron que no. Con cierta preocupación salió para informar a los chicos y despedirse de ellos, antes de cerrar la puerta.
Gerald decidió que podía pasar la tarde con Arnold, sin importar la explicación que Pataki tuviera, mientras no supiera la verdad, no podía dejarlo solo. Sabía bien que si la situación fuera inversa, podría contar con su mejor amigo para ayudarlo a encontrar a su novia.
–Vamos a tu casa, Helga sabe llegar ahí y estoy seguro que se sabe tu número–dijo Gerald.
–Sí...
–¿Qué crees que habrá de almuerzo?
–No lo sé, Gerald, no puedo pensar en comida
–Lo siento
–No te preocupes–suspiró.
...~...
Olga estaba despierta cuando vio entrar a su hermana a la habitación del hospital.
–Hola, calabacita–dijo, desde la cama, sonriendo.
Helga se acercó.
–¿Cómo te sientes?–dijo la menor.
–Adolorida
Helga se rascó el brazo.
–Derek me trajo... está hablando con la enfermera... vendrá pronto–Explicó, evadiendo su mirada.
Olga medio sonrió.
–¿Cómo estás, hermanita?–dijo.
–Tal como me ves–Se encogió de hombros, sentándose junto a ella y tomó su mano.– ¿Quieres contarme qué sucedió?
La mayor negó.
–Agradezco que estés aquí–dijo Olga luego de un breve silencio– ¿Sabes algo de mamá y papá?
–Miriam llegará pronto y Bob vendrá después del trabajo. Ayer se pasaron toda la tarde contigo, tuvieron que echarnos tras el horario de visita.
Olga asintió y las lágrimas comenzaron a escapar. Helga dudó un segundo, pero juntó fuerza y la abrazó.
–No sé cómo decirles... –Logró pronunciar Olga entre sollozos.
–Derek nos contó sobre tu embarazo–dijo Helga, suponiendo que se trataba de eso, sin encontrar forma de suavizar la situación.
Su hermana dejó escapar un gemido ahogado y Helga le dio palmaditas en la espalda.
–Van a superar esto, Olga. Te vas a recuperar y podrán intentarlo otra vez... los médicos dijeron que estarías bien
La menor notó como su hermana trataba de ahogar el llanto.
–¿Cómo fue que tú... te caíste...?
El cuerpo de Olga se tensó un instante.
–He tenido mucho trabajo, estoy cansada y distraída... di un paso en falso y tropecé–Explicó de forma apresurada, casi ensayada.–. Fui muy torpe
Helga asintió, pero otra vez eso que llamaba ruido mental se hizo presente. Su hermana no era "torpe".
Trató de no darle vueltas, tal vez el agotamiento estaba haciendo lo suyo.
–Esto es una señal para empezar a cuidar de ti. Si sigues así, te vas a matar–La regañó Helga.
–Lo siento, hermanita–dijo con suspiró, entre lágrimas.
–¿Por qué te estás disculpando conmigo? Eres tú quien debe cuidarse, tonta
Helga le acercó una caja de pañuelos que había sobre el velador. Olga medio le sonrió entre las últimas lágrimas que caían por su rostro y limpió su nariz sonoramente.
–Gracias
La menor también le ofreció un vaso de agua y luego miró alrededor. Al fondo de la habitación había otra paciente, también con su visita, las otras tres camas tenían las cortinas abiertas mostrando que estaban desocupadas.
–Cuéntame–dijo Olga, tomando la mano de su hermana– ¿Cómo van las cosas en la escuela?
La adolescente habló sobre sus clases, boxeo y el periódico. También la habló de las clases de literatura, de su amistad con Lila y Patty y de cómo destruyó a Gerald y Arnold en los arcades.
Olga parecía un poco más tranquila mientras la escuchaba, incluso riendo de las bromas de su hermana.
Derek llegó unos minutos más tarde. En cuanto Olga lo vio, pareció perder el entusiasmo y de inmediato comenzó a llorar
–Lo siento–Logró murmurar entre lágrimas, temblando.
–Oh, querida, no te preocupes–dijo Derek, abrazándola–. Estaremos bien... superaremos esto...
La menor se sintió un poco incómoda y decidió darle espacio a la pareja.
–Regreso en un minuto, buscaré algo de comer–Anunció antes de salir de la habitación.
Fue directo a la cafetería y vio unas maquinitas. Compró un refresco, pues no se sentía capaz de comer. Odiaba esa sensación.
Luego dio algunas vueltas por el hospital, pero no encontró un teléfono público. Fue a recepción y preguntó si podía hacer un par de llamadas, la mujer le dijo que no se tomara más de cinco minutos. La chica marcó a cada uno de sus padres. Le dijo a Bob que Olga estaba despierta y parecía bien, él confirmó que iría al final del turno. En el trabajo de Miriam le informaron que su madre había terminado su jornada hacía poco menos de media hora.
Colgó con un suspiro. Cuando Miriam llegara, podría irse.
Todavía le quedaba un minuto. Hizo otra llamada.
–¿Hola?–Escuchó la voz del abuelo Phill.
–Hola, señor Shortman–dijo nerviosa–. Habla Helga, ¿está Arnold?
–El hombre pequeño todavía no llega a casa, ¿quieres dejarle un mensaje?
–No, gracias, llamaré más tarde–dijo antes de colgar.
Regresó al cuarto de Olga, Miriam ya estaba ahí abrazando a su hija mayor. Cuando se apartó, le sujetó el rostro.
–Cariño, ¿Cómo te sientes?–dijo.
–Cansada–Contestó Olga con una sonrisa forzada–. Pero los médicos y las enfermeras me han tratado bien
–Si esta noche no presentas complicaciones, mañana por la mañana podrás irte a casa–dijo Derek.
Miriam lo miró un segundo y luego volvió la atención a su hija.
–¿Lo ves, mamá?–Comentó Olga.–. No pasa nada
–El problema–Añadió Derek.–, es que debo trabajar mañana, no podré venir por ti
–Tal vez pueda pedir el día libre–dijo Miriam, preocupada.
–Yo puedo venir por Olga–Se involucró Helga, sabiendo lo difícil que era para Miriam cambiar un turno.
–Pero hija...
–Mañana no hay escuela–Se encogió de hombros–. Puedo venir por Olga y acompañarla a casa, no es la gran cosa
–Gracias, calabacita, pero creo que si me dan el alta puedo ir a casa por mi cuenta, no tienes que preocuparte
–No es problema
–Gracias, cuñada–dijo Derek y luego miró a su esposa–. Amor, tienes que seguir en reposo por lo menos una semana–Añadió, frunciendo el ceño.
–Pero hay tanto que hacer... –Se lamentó Olga.–. Nuestra primera Navidad en casa...
–¿Por qué no pasan la fiesta con nosotros?–Interrumpió Miriam.
–¿En serio?
–Claro, tú solo descansa, hija, tu hermana y yo nos encargaremos de la fiesta
Helga miró a Mirian con enfado.
–No quiero ser una molestia–dijo Olga al notar el ceño fruncido de su hermanita.
Rayos, para Helga significaba tener que cancelar sus planes con Arnold. No quería hacerlo, pero tampoco tenía la energía para lidiar con los gritos de Bob. Y aunque odiaba la idea, sabía que lo correcto era estar con su familia.
–Oh, descuida–dijo con cierto sarcasmo–. No es como que tuviera mejores planes
–Gracias, hermanita, en verdad lo aprecio–dijo Olga tomando su mano.
–Sí, sí, no te emociones
Miriam y Olga intercambiaron una mirada y una sonrisa. Sabían bien cómo era la menor de las chicas y habían aprendido a quererla así.
–Entonces, mañana vendré por ti ¿a qué hora?
–Desde las diez–dijo Derek.
–Estaré aquí a las diez. Ya debo irme
–Te lo agradezco, calabacita
–Sí, sí, como sea
Helga volvió a abrazar a su hermana, incómoda.
–Nos vemos en casa, Miriam
–Hija–dijo la mujer.
–¿Qué?
–Me quedaré hasta que termine la hora de visita, ¿podrías encargarte de la cena?
–¿Tengo qué?
–Por favor
–De acuerdo–Añadió rodando los ojos.
Salió a tomar el autobús que la llevaría de regreso a su querido barrio y cerca de su amado cabeza de balón. Necesitaba mucho, demasiado, la contención que ofrecía su sonrisa. Todavía era temprano, tenía tiempo suficiente para visitarlo antes de ir a casa.
...~...
–¿Helga llamó?–dijo Arnold– ¿Y qué dijo?–Preguntó ansioso mirando a su abuelo.
–No mucho–Contestó Phill–. Dijo que intentaría llamar más tarde
–¿Dijo dónde estaba?
–No lo mencionó–Respondió rascándose la cabeza.
–¿Hace cuánto fue? ¿Llamó alguien más?
–Hará unos diez o quince minutos y no ¿por qué?–dijo el abuelo.
Arnold miró a Gerald. Su amigo asintió. Jamie le enseñó un truco para regresar la última llamada. Los chicos corrieron al teléfono y Gerald utilizó el código. Ambos pegaron sus cabezas al auricular y escucharon atentos, hasta que una voz de secretaria anunció el lugar. Se miraron asustados y colgaron sin decir nada.
–Helga está en el hospital–dijo Arnold–. Tengo que ir a verla
–Amigo, deberías esperar su llamada
–¡Pero Gerald! Tú escuchaste como fanfarroneaba ese idiota ¿Qué tal si...?
–No pensarás que...
–No quiero pensar, Gerald, ¿sabes cómo llegar?
–Sí
–Vamos
Los chicos salieron corriendo de la casa.
...~...
De camino a la Casa de Huéspedes Helga recordó que Phoebe se iría de viaje y decidió pasar despedirse. De todos modos solo le tomaría cinco minutos. El auto de su familia seguía ahí cuando llegó, así que tocó la puerta.
–¡Helga!–gritó su amiga, abrazándola en cuanto la vio– ¿Estás bien?
La chica asintió.
–Sólo venía a desearte un buen viaje–dijo la rubia– ¿Nos vemos después de Navidad?
–Por supuesto–Phoebe miró sobre sus hombros para asegurarse de que sus padres no estaban cerca y añadió en un susurro–. Helga, ¿por qué faltaste a la escuela?
–Olga
–¡Hija! ¿Ya tienes todo listo?–Llamó la madre de Phoebe desde adentro.
–¡Sí, mamá!–Respondió la chica gritando hacia el interior, luego volvió la vista a su amiga– ¿Qué pasó?
–Es un poco delicado de explicar–dijo Helga–, te lo contaré a detalle cuando vuelvas. Olga ya está mejor, pero está en el hospital... ayer corrí a verla... y me pasé la mañana ayudando a su esposo con algo...
–¿Y cómo estás tú?
–A mí no me pasó nada–Se encogió de hombros.–. Ya sabes que mi familia gira en torno a Olga, solo me vi absorbida por el torbellino–Trató de sonreír.
–Entiendo
Los padres de Phoebe salieron en ese momento.
–Que tengan un buen viaje–dijo la rubia con sinceridad.
–Gracias, querida–dijo la madre de Phoebe–. Espero que pases lindas fiestas
–Gracias
Las chicas se abrazaron y Helga se encaminó hacia la Casa de Huéspedes, alejándose con rapidez.
Mientras Phoebe subía al auto la sensación de haber olvidado algo no se le iba y una vez que escuchó el motor cayó en cuenta de que no le dijo a Helga nada de lo que había escuchado de Joshua. Esperaba que pudiera hablar pronto con Arnold y arreglar el malentendido. No tuvo el valor de pedirle a sus padres que cambiaran la dirección para decirle, porque, a diferencia del año anterior, parecían más estresados que emocionados con el viaje.
...~...
Arnold y Gerald no hablaron en todo el camino. El rubio tenía mil ideas en su mente. En cuanto entraron al hospital, fueron a la recepción y preguntaron por el cuarto de Pataki. Antes de revisar el registro la enfermera les preguntó su relación con la paciente.
–Somos de la escuela–Se adelantó Gerald.
Sabía que el padre de Helga no estaba al tanto de Arnold, así qué, si llegaban a informarles de su visita, ese dato no era relevante.
–Lo siento, chicos. Solo familiares–dijo la mujer.
–Entiendo–dijo el rubio, resignado.
–Vamos, amigo
–Pero...
–No hay nada que hacer–Lo sujetó del hombro, no sin antes echar un vistazo a la recepción.–. Tengo un plan–Susurró.– ¿Ves esa impresora detrás de ella? Han salido algunos papeles de ahí. Tarde o temprano vendrá alguien a pedírselos y tendrá que voltear. Solo debemos asomarnos al mesón y buscar el número de cuarto.
–Gerald, eso suena como una pésima idea
–¿Tienes una mejor?
Arnold negó.
...~...
Helga llegó a la casa de huéspedes y fue recibida por la abuela. No vio al abuelo por ninguna parte.
–¡Eleanor! ¿Cómo estás, querida?–dijo, invitándola a pasar.
–Bien–dijo ella con una sonrisa– ¿Se encuentra Arnold?
–Kimba no está aquí–dijo la anciana– ¿Quieres esperarlo?
Helga miró el cielo, todavía podía esperar un poco. ¿Dónde estaría su amado cabeza de balón? Ya debía haber salido de clases. ¿Acaso había ido a los arcades con Gerald? ¿O estarían en el parque? ¿Quizá el equipo de baseball tendría una reunión?
–Sí, gracias
La chica entró y se quitó su abrigo para colgarlo cerca de la entrada.
–¿Tienes hambre?–dijo la abuela.
–Un poco–Contestó la chica.
–Ven a la cocina, te prepararé algo
Comió con calma el emparedado que la abuela puso frente a ella. La anciana se sentó a charlar. Era agradable escucharla, a pesar de sus locuras. Le contaba historias de su juventud como policía. Se preguntaba cuánto de eso sería verdad, porque algunas de las cosas que decía a la chica le sonaban de novelas de misterio que alguna vez leyó.
Los abuelos de Arnold eran todo un espectáculo, pero en el buen sentido. Estaban llenos de anécdotas, conocían a media ciudad, sabían hacer muchas cosas, pero en especial, le dieron a Arnold los cuidados y cariños que lo convirtieron en el alma generosa, amable y preocupada que ella amaba. Sabía que le debía a ellos que su amado rubio fuera tan maravilloso y sentía la alegría llenar su pecho solo por poder pasar tiempo en esa casa. La ternura y alegría con la que la trataban, contrastaba con la indiferente frialdad de la infancia en su propio hogar.
Cuando la abuela de Arnold comenzó a preparar la cena, Helga decidió que no podía seguir esperando.
–Creo que es hora de irme–Anunció.–. Gracias por la comida. Volveré mañana por la tarde
–Puedes venir a comer–dijo la abuela–. Te estaremos esperando, Eleanor
–Gracias, lo haré–Helga sonrió.–. Buenas noches.
Tomó su chaqueta y caminó hacia casa.
...~...
Los chicos seguían cerca de la recepción, esperando la oportunidad. Pero la mujer no desocupaba el mesón. Casi media hora más tarde vieron algo mejor: Bob Pataki acababa de entrar al hospital y sin reparar en ellos se dirigió hacia uno de los pasillos.
Intercambiaron una mirada y asintieron, para luego levantarse de un salto y seguirlo con cuidado, tratando de no ser vistos. Sabían que no podrían entrar al cuarto si Bob estaba ahí, pero al menos podría averiguar el número, ya se las ingeniarían para sacar a la familia de Helga y que Arnold pudiera verla.
Se quedaron cerca, atentos, pero no podían simplemente entrar.
Frente a la puerta había un muro sin puertas ni ventanas, así que se quedaron ahí, intentando no estorbar.
–¿Pudiste verla?–dijo Arnold.
–No, amigo–contestó Gerald.
–¿Qué ala es esta?
–No lo sé, nunca había estado aquí
Escucharon la voz de Bob cerca de la puerta.
–¿Cree que estará bien? Después de lo que pasó...
–Su hija se repondrá pronto, es una joven fuerte, estará bien–Contestó una voz de anciano.–. Debe descansar y alimentarse para recuperarse, pero lo superará. Después de todo, no es la primera ni será la última muchacha que pasa por algo así
Los chicos se apartaron de la puerta para no ser vistos y el médico salió.
–Quédate aquí–dijo Gerald–. Intentaré averiguar algo con él
Siguió al hombre con bata, esquivando a enfermeras, médicos, personal de aseo y pacientes.
Mientras, Arnold se quedó mirando la puerta, tratando de captar las voces al interior, pero no pudo distinguir mucho.
Gerald esquivó con habilidad pacientes, enfermeras y otros médicos, pero en cuanto entró a una oficina, el hombre cerró la puerta tas de sí y el adolescente leyó el apellido y abajo la especialidad: Gineco–Obstetra.
–No puede ser–Masculló.–. Maldición
No quería confirmar la sospecha que su amigo y él callaron antes de salir.
Regresó donde dejó a Arnold y lo vio todavía ansioso.
–¿Lograste averiguar algo?–dijo en cuanto vio a Gerald.
El chico negó.
–¿Hubo más movimiento?–Quiso saber el moreno.
–Nada–Respondió Arnold, abatido.
...~...
Después de revisar la despensa y la nevera, Helga intentó improvisar alguna de las comidas que su hermana intentó enseñarle a hacer durante los últimos años. Pensaba en la tristeza de Olga, sus ojeras y sus manos temblorosas, en como el dolor era tan real que no se comparaba con sus dramáticas exageraciones.
Mientras las ollas se calentaban y el aceite chirriaba, Helga se concentraba en las instrucciones que intentó ignorar. La voz entusiasta de Olga explicando la importancia de cada paso, la forma de cortar las verduras, el tiempo necesario para sellar la carne, las cantidades exactas de cada condimento y sus nombres.
Realmente odiaba eso, pero sabía que Miriam contaba con ella y por alguna razón no quería decepcionarla.
...~...
Los chicos estaban cansados y seguían sin saber cómo ingresar a la sala. Entonces notaron que una enfermera estaba pasando puerta por puerta, anunciando el fin de la hora de visita y se acercaron a esperar que abriera y poder echar un vistazo.
–Todas las visitas deben retirarse en los próximos quince minutos–dijo la mujer.
Arnold y Gerald vieron a la familia Pataki rodeando una cama en donde todavía yacía, con una intravenosa y conectada a un monitor, Olga.
El alivio en ambos fue tal, que tuvieron que contener la sonrisa, fuera lo que fuera, seguía siendo algo terrible, pero al menos no era Helga.
–Vamos a casa, viejo–dijo Gerald.
–Si hubiéramos esperado su llamada, ya sabríamos qué pasó–dijo Arnold, un poco más tranquilo.
–Te lo dije
–Lo sé
–Pareces más tranquilo
–Es bueno saber que no es ella quien está ahí
–Amigo, deberías verte, es como si hubieras recuperado el color de pronto, parecías un fantasma
–Oh, cállate–dijo con una sonrisa.
Su amigo no pudo aguantar una risita, que ocultó con su mano para no molestar a la gente del lugar.
–Y Gerald
–¿Qué pasa, viejo?
–Gracias por estar conmigo. Si hubiera sido ella, no sé cómo hubiera reaccionado
–Tranquilo, hermano–Lo abrazó por los hombros.–, ¿para qué son los amigos?
Salieron del hospital y se dirigieron a la parada del autobús. Ahí estaba el que iba hacia su barrio y aunque corrieron para alcanzarlo, se fue antes que lo lograran, así que tendrían que esperar al menos veinte minutos.
–Lo siento–dijo el rubio mirando a su amigo.
Gerald se encogió de hombros. También él estaba más tranquilo sabiendo que no era Helga quien estaba hospitalizada, después de todo, era la mejor amiga de su novia y, aunque a veces no le gustaba, la rubia se volvió también una parte importante de su vida y, claro, la personalidad de Helga no ayudaba, pero al comprender su amistad con Phoebe y los pocos atisbos de la realidad de su hogar, las piezas comenzaron a encajar. Con todas sus interacciones e intereses en común, pasó de tolerarla a considerarla una amiga.
De pronto se dio cuenta que llevaba un rato reflexionando esas cosas en silencio. Miró a su amigo, parecía abatido. Ese día tuvo demasiadas emociones y ambos estaban agotados.
El rubio por su lado trataba de olvidar lo que había escuchado al salir de la escuela ese día. Sea lo que fuera, tenía que aclarar qué tipo de relación tenía Helga con ese gorila idiota. La idea le volvió a incomodar.
Un bocinazo sacó a los chicos de sus pensamientos. Ambos miraron el auto que se había detenido en la esquina.
–Ustedes son amiguitos de la niña ¿no?–dijo Bob– ¿Quieren un aventón?
Los chicos se miraron y asintiendo corrieron al auto para subir en la parte de atrás.
–Hola, señor y señora Pataki–dijeron a coro.
–¿Qué hacen por aquí tan tarde?–Preguntó la mujer.
Los chicos intercambiaron una mirada.
–Pasamos a la casa de un amigo después de la escuela–Inventó Gerald de inmediato.
–¿Vive por aquí?–dijo Miriam, extrañada.
–Sí, así es–Confirmó Arnold.
–Y perdimos el autobús–Añadió Gerald.
–¿Por qué regresaron tan tarde?–Continuó la mujer.–. Puede ser peligroso
–Estábamos jugando videojuegos... ya sabe, perdimos la noción del tiempo
–Ah, sí, esas cosas–dijo Bob–. No jueguen demasiado, les freirá el cerebro
–Gracias por el consejo, señor
Luego siguieron su camino en silencio hasta que se acercaron al barrio.
–¿Dónde los dejo?
–Podemos caminar desde su casa, señor Pataki–dijo Gerald.
–Tal vez quieran pasar a saludar a Helga–dijo Miriam, sonriéndole a Arnold con complicidad.
–La niña ya debería estar dormida–dijo Bob.
–Oh, no lo creo–dijo Miriam–. Le pedí que nos preparara la cena–Los miró.– ¿Quieren quedarse a cenar?
Arnold miró a Gerald con un ruego y su amigo asintió.
–Si no es molestia, nos encantaría–dijo el moreno, luego miró a Arnold.
–Sí. Aunque tengo que avisar a mis abuelos que llegaremos más tarde–Agregó el rubio.
–¿Tu abuelo? Ah, espera, ya te recuerdo, eres el nieto de Gertrude y Phill
–Así es
–Ese viejo me debe un partido de golf–dijo Bob– ¿Sigue como siempre?
–Está tan en forma como siempre y creo que estará encantado de volver a jugar
–Perfecto–dijo el hombre–. Tengo un nuevo set de palos que quiero estrenar en primavera
...~...
Helga sabía que sus padres estaban por llegar y había terminado la cena lo mejor posible. No era la como las comidas que hacía su hermana y ni siquiera estaba segura de que tuviera buen sabor, pero se podía comer: sopa, patatas con carne, ensalada. Suficiente para esa noche y el día siguiente.
Acababa de apagar la cocina cuando escuchó la puerta.
–Hija, ya estamos en casa–dijo la mujer.
Helga se acercó a la entrada, limpiando sus manos en el delantal y se congeló al ver en la puerta a los chicos.
–Ho-hola–dijo la chica, avergonzada por su aspecto.
El rubio no podía quitarle los ojos de encima, le pareció que se veía hermosa y por un segundo la imaginó mayor, con un anillo en su mano y recibiéndolo después de un largo día de trabajo.
Por suerte para ambos Bob pasó directo a la sala.
–Veré la repetición del fútbol–Indicó el hombre con su voz autoritaria de siempre–. Llévame la cena, niña
–Sí, Bob–dijo Helga, rodando los ojos, mientras se desataba el delantal.
Gerald se aclaró la garganta para hacer reaccionar a su amigo, mientras Miriam sonreía.
–Yo me encargo de tu padre–dijo la mujer, acercándose a la cocina–. Tus amigos se quedarán a cenar
–¿Qué?–dijo Helga.
«No, no, no...»
Pensaba que esa comida estaba horrible y no tenía nada de especial. No quería que Arnold comiera algo así de malo, lo decepcionaría por completo. Pero sabía que no tenía nada que hacer.
«Ah, ¿a quién engaño? Ni que tuviera material de esposa»
«¡Pero si va a comer algo que yo preparé, al menos esperaba que fuera algo único!»
«Demonios»
Miriam sirvió dos platos de comida y fue a comer con su esposo. Solo entonces Helga tuvo el valor de acercarse a los chicos.
–¿Cómo estás, Pataki?–dijo Gerald
Ella miró hacia el pasillo. La televisión ya habría hipnotizado a Bob.
Cuando volvió su vista a los chicos, parecía a punto de llorar.
–Nos tenías preocupados–Añadió el moreno.
–Siento no haber avisado–Murmuró–. Olga... está en el hospital
–Lo sabemos–Admitió Arnold.
–¿Qué? ¿Cómo? ¿Phoebe les dijo?
Gerald negó y le resumió lo que pasó después que llegaron a la Casa de Huéspedes.
Helga asintió.
–Debí decirle algo más a tu abuelo, lo lamento
Los chicos se miraron con preocupación. Incluso en una situación así hubieran esperado el sarcasmo y las burlas, pero Helga parecía realmente afectada y completamente agotada.
En ese momento rugió el estómago de Gerald.
–Ah, sí, la cena–dijo Helga, claramente incómoda–. No suelo cocinar, así que no esperen mucho. Solo les puedo garantizar que no voy a envenenarlos porque comeré lo mismo
–Con el hambre que tengo, cualquier cosa me vendrá bien–Comentó su amigo.
–Vamos, te ayudo con la mesa–Añadió Arnold.
La chica sirvió los platos y los tres se sentaron a comer en la cocina. Helga les contaba en susurros todo lo que había pasado, de cómo encontró la casa vacía el día anterior y sin pensarlo corrió al hospital, que esa mañana había ayudado a Derek con el cuarto... y bueno, el resto de su día.
Gerald no pudo contener el "te dije que debimos esperar", cuando comentó que luego de despedirse de Phoebe pasó a la Casa de Huéspedes. Eso hizo sonreír a la chica.
En tanto seguía el relato, comían con calma. La sopa no tenía un aspecto particular, ni bueno ni malo, pero tenía buen sabor. Y aunque las patatas estaban desabridas, la carne le había quedado espectacular, al menos para los criterios de Gerald. Eso no parecía malo para Helga, porque sabía que la señora Johanssen cocinaba bastante bien. Arnold también confirmó que le había gustado. Solo al escucharlos ella pudo comer tranquila.
Al terminar la cena, Arnold se ofreció a lavar los platos.
–Se les hará tarde, yo puedo hacerlo–dijo la chica.
Entonces Gerald tuvo una idea.
–¿Y si te quedas con nosotros?–dijo.
–¿Qué quieres decir?–Quiso saber Helga.
–Bueeeeeeno... iremos por Phoebe... –Guiñó dos veces.– y "los cuatro" veremos alguna película... digo, de todos modos, íbamos a ver una película... y ya que pasarás la navidad con tu hermana...
Helga miró a los chicos.
–Prometí ir temprano por Olga–dijo.
–Podemos acompañarte–dijo Arnold, pero Gerald carraspeó–. Yo puedo acompañarte, ¿Qué dices?
–Puedo... intentarlo... pero ¿no les molestará? Pensé que tenían algo así como noche de chicos
–Si me permites decirlo–Comenzó Gerald.–, la mayor parte del tiempo te considero otro de los chicos: te gustan los deportes, videojuegos y películas de terror tanto o más que a nosotros
–¿Y no sería... incómodo, Johansen?
–Por favor, Pataki, te la pasaste conmigo y Phoebe los primeros tres meses que salimos solo para que no la regañaran, creo que puedo devolverte la mano
–Regreso en un minuto
La chica fue a la sala para informarle a Miriam de sus planes. Bueno, Bob estaba ahí, pero definitivamente no escuchaba, más atento al juego que a su entorno.
–¡Gerald! ¿Qué haces?–dijo Arnold despacio– ¿Crees que esté bien?
–Amigo, te conozco, si no hablas de lo que pasó con el chico del periódico, te molestará toda la noche y terminaremos analizándolo en lugar de ver la película
–Pero no me parece bien hablar de eso si estás tú
–Viejo, puedo escabullirme y darles un tiempo a solas, no los matará hablar
–¿Y si las cosas salen mal?
–Por la mirada que intercambiaron cuando llegamos, estoy seguro de que esto no terminará mal
–Espero que tengas razón
–Sería la tercera vez hoy
Arnold lo miró con los ojos entrecerrados.
Helga regresó con los platos de la cena de sus padres.
–Todo listo, tendrán que esperar que prepare mis cosas
–Ayudaré con los platos–dijo Gerald–. Ve a preparar tus cosas
Helga no sabía cómo agradecerle todo lo que estaba haciendo. Definitivamente su amiga tenía suerte por tener un novio así. Y ella y el cabeza de balón tenían suerte de tenerlo como amigo.
Chapter 40: Películas
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Unos diez minutos más tarde se pusieron en marcha hacia la Casa de Huéspedes. Al comienzo iban relajados, hasta que Arnold recordó que no había llamado.
–¿Es broma?–dijo Helga–. Tus abuelos deben estar preocupados
–¡Lo sé!–Respondió Arnold, mirando a sus amigos.
–¿Qué dicen de una carrera?–dijo Gerald.
–Estoy dentro–Contestó Helga y, sin esperarlos, comenzó a correr.
Los tres hicieron el camino en menos de cinco minutos. Llegaron casi sin aliento, en especial por el frío.
–Sigues... en forma... Pataki–dijo el moreno, dándole los cinco.
–¿Y qué esperabas? ...soy yo–dijo ella, con orgullo.
Arnold sonrió y abrió la puerta.
–Abuelo, abuela, ya estoy en casa. Gerald y Helga vienen conmigo–dijo.
–¡Eleanor, regresaste!–dijo Gerty con entusiasmo.
–Hola otra vez–dijo la adolescente con una sonrisa incómoda.
–Mañana tendremos una larga conversación, hombre pequeño–Amenazó Phill.–. Pero ¿Qué hacen en la puerta? Pasen, deben tener frío.
Los adolescentes sacudieron sus zapatos y entraron, quitándose los abrigos. Los tres seguían agitados.
–¿Acaso estuvieron corriendo?–Añadió el anciano, preocupado.
–Sí–Respondieron a coro.
–Válgame Dios, estos jóvenes. Hay chocolate caliente
–Gracias, Phill–dijo Gerald.
–¿Cuántas veces tengo que decirte que no me llames Phill?
El chico reía despacio, siguiendo a sus amigos a la cocina.
–Bueno, ya es tarde y ustedes saben dónde está todo en esta casa–dijo el anciano–. Así que buenas noches
–Buenas noches, abuelo y abuela
–Buenas noches, niños–La anciana les sonrió.–. Me alegra que estén aquí acompañando a Kimba–Añadió mirando a Gerald y Helga.
–Gracias por su hospitalidad–dijo Gerald.
–Buenas noches, señor y señora Shortman–Contestó Helga.
Gerald notó que los residentes de la casa tampoco estaban en pie y mientras tomaban chocolate, decidió que era el momento.
–Voy al baño, ya regreso–dijo, poniéndose de pie.
En cuanto su amigo salió de la cocina, Helga miró a Arnold. Tenía la intención de besarlo, pero él claramente no quería lo mismo.
–¿Qué pasa, cabeza de balón?
–Hay algo–Comenzó, rascando su nuca.–que quisiera preguntar
–Escupe–dijo ella.
–¿Realmente consideras a Johnson un amigo? Ya sabes, el del periódico
–¿Joshua?–Ella lo observó.–. Somos amigos... ¿por qué? ¿No será que te da celos?–Lo dijo en broma, pero no le tomó ni un instante creer que había acertado.– ¿Es en serio?
–Espera–Arnold tomó aire.–. Antes que te enfades...
–Oh, créeme que ya estoy enfadada–dijo, cruzando los brazos.
Arnold suspiró.
–Hoy estuvo hablando con sus amigos, sobre hacer una movida y dando a entender que ustedes tienen algo
–¿Qué? Eso es imposible
–¿Por qué?
–Bueno, porque no tenemos "algo", solo somos amigos
–Creo que tendrás que revisar qué clase de amigos tienes
–Escucha, cabeza de balón, la clase de amigos que tenga o deje de tener es problema mío. Si lo que dices es cierto...
–Gerald y Phoebe también lo escucharon
–Lo que sea, tengo que aclararlo con él. No me gusta que esté difundiendo rumores así
Helga bajó la mirada, reflexiva.
–Creo entender por qué lo hizo–Murmuró para sí.
–¿Qué quieres decir?
–No es algo de lo que vaya a hablar contigo, Arnoldo, no es un asunto mío y ciertamente no es un asunto tuyo. Solo puedo asegurarte que estoy lejos de ser su interés amoroso y mucho más lejos de interesarme en él. Y si tengo que mandarlo al demonio por lo que dijo, lo haré–Cerró los ojos.–, pero lo que me enfada en este momento es que pensaste lo peor de mí, ¿no eres tú el que siempre ve el lado positivo de las cosas?
Arnold negó.
–Lo siento, Helga, pero no dudaba de ti–dijo–. Realmente estaba asustado. Ayer te esperé hasta tarde y hoy no fuiste la escuela. Nadie sabía de ti, ni los maestros, ni Phoebe. Cuando lo escuchamos, temí que te hubiera lastimado...
–¿Lastimarme? ¿Joshua? Imposible
–Helga, sé que eres fuerte, pero dijo que cuando llegaron a tu casa no había nadie y me pregunté cómo lo sabría... y si acaso te hizo algo... y con tu llamada del hospital
–Por cierto ¿cómo supieron eso?
–Gerald conoce un truco para devolver los llamados...
«Criminal»
–¿Y pasaste toda la tarde... preocupado... por mí?–Incluso terminar de decirlo le tomó trabajo, porque no podía creerlo.
Arnold asintió.
–Sé que odias que piense que eres débil y sabes que no lo creo, pero incluso tu fuerza y su habilidad tienen límites, Helga. Por favor, no te enfades
–¿Entonces Joshua no te da celos?
–No lo sé... solo sé que la idea de que él te hubiera lastimado...
–Escucha, cabeza de balón–Lo interrumpió–, no tengo idea de si ya has hecho suficientes pruebas para saber qué demonios te hago sentir, pero yo te amo, así que lo último que se me pasaría por la cabeza sería engañarte
–Lo sé, pero dijiste que habías contratado a Stinky para darme celos
–En primer lugar, eso fue en cuarto grado, en segundo lugar, quería llamar tu atención y que te dieras cuenta de que te gusto. Digo, tenía la esperanza de que verme con alguien más te hiciera querer estar conmigo
–Eso suena infantil
–Lo saqué de una película, ¡por supuesto que es infantil! Doi
Arnold no pudo contener una risita.
Ella lo miró: toda la tensión se esfumó de su cuerpo. Sus ojos se encontraron y ella se permitió perderse unos segundos en el maravilloso tono verde.
–Helga–dijo él minutos más tarde, sacándola del trance.
–¿Sí...mmm...?
La chica apenas logró cerrar la boca antes que se escapara un "mi amor"
–¿Puede esto dejar de ser un experimento?
–¿Tienes un resultado?
–Me gustas–dijo él, acariciando su mano–. Me gustas-gustas... y mucho, Helga Pataki
Ella se sonrojó. Esa sí era una declaración.
El chico puso de pie para acercarse y besarla con cariño, abrazándola. Helga le correspondió, rodeándolo con sus brazos por la espalda.
–Por cierto–Arnold la miró un minuto.– ¿No te molesta que sea más bajo que tú?
–¿De qué hablas?
–Bueno... a la mayoría de las chicas prefieren tener novios más altos y una de las cosas que dijo el amigo de Johnson fue que necesitabas un tipo como él
Helga ahogó una risa.
–Podría preguntarte algo parecido–dijo cuando se calmó– ¿No te molesta que sea más alta que tú?
–¿Bromeas? Es más Helga para abrazar
Ella se sonrojó con ese comentario.
–¿Entonces tu eres un novio de bolsillo?
–¡Ey!
–Ven acá, tonto cabeza de balón
Ella lo sujetó por el cuello y volvieron a besarse.
–¡Espera!
–¿Qué?
–¡Me dijiste novio!
Helga se sonrojó por completo y abrió mucho los ojos.
–No te acostumbres–dijo, apartando la mirada.
–Dilo de nuevo
–No
–Por favor
–Que no
–Helga... por favor... por mí...
Ella apretó los dientes un segundo y luego lo miró con malicia.
–Eres un novio de bolsillo
–No me agrada
–Un novio portátil
–¡Helga!
–Un novio hombre pequeño
–¡Basta!
–Tú lo pediste, ahora aguántate
El chico la miró con enfado fingido y luego le dio varios besos en el rostro, antes de volver a besarla, mientras ella reía.
De pronto notaron un "umh umh umh" y se apartaron, incómodos y sonrojados.
Gerald estaba de pie en el marco de la puerta, con las manos en la cintura, moviendo la cabeza de lado a lado con una sonrisa.
–Veo que su charla terminó bien–dijo.
–¡Lo hiciste a propósito!–dijo Helga–. Debí saberlo
–Sí, me extraña que no lo hubieras averiguado antes, sueles estar un paso por delante
–Bueno, me faltaba información para eso. Dime ¿Es cierto lo que escucharon?
–Sí y puedo repetirte cada palabra
–Adelante
Después de escuchar los detalles, Helga cerró los puños un momento.
–Creo que Joshua tendrá una visita de la feroz Betsy–dijo.
–¿Estás segura?–Intervino Gerald.–. Es un musculito, no saldrás limpia de eso
–Me he enfrentado a Wolfgang un par de veces. Y sí, termino lastimada, pero él siempre queda peor. Además, estoy mejorando mi técnica. Gracias por contarme, chicos y gracias por no intervenir, este asunto quiero arreglarlo por mi cuenta–Se estiró.–. Cambiando de tema ¿Qué película veremos?
Arnold fue a su habitación por unas cuantas mantas. Ahora que estaba Helga, consideró que era mejor que vieran la película en la sala, junto a la chimenea.
Los tres se instalaron en el sofá. Gerald a un lado, Helga y Arnold al otro, ella abrazándolo, mientras él se recostaba en ella.
El moreno los notaba cómodos y le parecía que la forma en que intercambiaban uno que otro beso era adorable. Le recordaba sus primeras citas con Phoebe y aunque la extrañaba y deseaba que estuviera allí, sabía que podía soportarlo.
La pareja se durmió antes que terminara la película. Gerald no los culpaba, fue un día largo.
Cuando los créditos aparecieron, decidió despertarlos para que fueran a dormir.
–Puedo quedarme en el sillón–dijo Helga de inmediato.
–Olvídalo, este lugar se congela–dijo Gerald, mientras su amigo apagaba el fuego.
–Vamos a mi habitación–dijo el rubio–. El abuelo nos dejó un catre, así que hay espacio suficiente para los tres
Helga tomó su bolso y los siguió escaleras arriba. Era extraño volver a la habitación de Arnold después de lo que había pasado la última vez que estuvo ahí.
«Fue un sueño, Helga, tú lo dijiste, solo un sueño.»
Pasó al baño para lavar sus dientes y ponerse el pijama, que en realidad era un conjunto deportivo con mangas largas, porque no estaba lista para que Arnold la viera en pijama... otra vez. Cuando salió, los chicos la esperaban.
–¿Acaso piensan que me voy a perder?–dijo, molesta.
–Claro que no, Pataki–dijo Gerald y le hizo un gesto a su amigo, que entró al baño pasando junto a Helga y de inmediato cerró la puerta–. Solo hacemos fila por si aparece alguno de los inquilinos
La chica se apoyó en el muro, junto a Gerald, cruzando los brazos.
–Gracias por tu ayuda–Murmuró.
–Ni lo menciones
–Gracias por creer en mí
–Eres la mejor amiga de Phoebe, confío en su criterio. Y también he llegado a conocerte un poco
–Y gracias por preocuparte por mí
–¡Por supuesto que nos preocupamos por ti! Eres nuestra amiga
Helga sonrió con tristeza.
Arnold salió del baño vistiendo un pijama celeste. Gerald entonces entró.
–Adelántense–dijo antes de cerrar la puerta.
Los rubios se miraron y decidieron hacerle caso, pasaron en silencio por el pasillo para no molestar a los residentes de la casa.
–¿Recuerdas el final de la película?–Preguntó Arnold cuando estuvieron en su cuarto.
–No ¿y tú?
–Tampoco–Reía divertido.
–Somos terribles
–Creo que Gerald nos lo tendrá que contar
–Si Pheebs hubiera estado aquí, apuesto que también se habrían dormido
–¿Tú crees?
–Supongo. Fue agradable estar abrazados así
–Helga...
El chico la observó un momento antes de reunir el valor.
–¿Quieres... dormir... conmigo?
–Ni loca
–¿Qué? ¿Por qué no?
Ella se acercó tanto que lo obligó a sentarse en la cama, luego se inclinó hacia él y lo abrazó por el cuello para besarlo de una forma dulce y apasionada. Fue un beso corto, que sin embargo los dejó a ambos sin aliento. Ella apartó su rostro, sonrojada y agitada.
El cálido cosquilleo que recorrió su cuerpo por esos pocos segundos que Helga estuvo así de cerca le bastaron para entender. Había una diferencia enorme entre la forma en que se abrazaron en la sala y ese beso, a solas, en la habitación. Supo de inmediato cuál de las dos sensaciones era más probable si compartían la cama. Pero... ¿no sería diferente cuando su amigo subiera? ¿O acaso bastaría con escucharlo roncar para que dejara de importarles su presencia?
–¿Ahora lo entiendes?–dijo ella, bajando la mirada.
El chico siguió sus ojos. ¿En qué momento sus manos la sujetaron por la cintura? ¿Cuándo se colaron por el borde de su ropa?
Avergonzado, la soltó de inmediato, apartándose un poco.
–L-lo siento–Logró decir, evadiendo su mirada.
Helga tomó una de las almohadas de la cama del chico y la arrojó sobre el sillón, sentándose. Observaba como el chico buscaba mantas extra en su armario.
«No debí hacer eso»
«¡Te invita a dormir con él y dices que no!»
«¿Quién eres y qué hiciste con Helga?»
«¡No estoy lista para esto!»
«¡Te invitó a dormir! Maldición, es Arnold, ¡Claro que no quiso decir nada más!»
«Pero... ¿realmente no se da cuenta...? Sus manos acariciándome, apretándome contra su cuerpo, la cálida electricidad que provoca el contacto de sus dedos en mi piel... »
«Y si me recuesto en su cama... ¿Qué sería de mí, embriagada con su aroma? Oh, Arnold, si tan solo supieras que muero por besarte y que descubras los secretos de mi ser mientras recorres cada detalle de mi feminidad... »
«Basta, Helga, tienes que calmarte...»
Gerald tocó dos veces antes de entrar, esperando no interrumpir nada, pero le sorprendió que Arnold le dijera de inmediato que pasara.
Al cerrar la puerta tras de sí vio a Helga instalándose en el sillón, mientras su amigo ponía algunas mantas sobre el catre.
–¿Pasó algo?–dijo, confundido.
–No sé de qué hablas, Geraldo–dijo Helga–. Buenas noches, chicos–Se recostó en el sillón, abrazando la almohada.
El moreno miró a su amigo con un gesto interrogante.
–Todo está bien–dijo Arnold con una sonrisa–. Vamos a dormir–Luego miró a Helga.– ¿A qué hora tienes que estar en el hospital?
–A las diez
–¿Está bien si salimos a las nueve?
–Sí
–Hay que levantarnos a las ocho–Añadió ajustando su alarma.
–A las ocho suena bien–dijo la chica–. Gracias
–Gerald–dijo Arnold.
–No madrugaré un día libre, viejo
–Puedes quedarte a dormir, volveré para almorzar
–Volveremos, cabeza de balón–Se involucró la chica.–, tu abuela me invitó
–Supongo que a esa hora estarás en pie–Añadió Arnold mirando a su amigo.
–Sí–dijo Gerald, bostezando–. Buenas noches
–Buenas noches, Gerald. Buenas noches, Helga–dijo Arnold antes de apagar la luz.
...~...
La alarma despertó a Arnold, pero no a los otros dos. Decidió ir a bañarse y lavar sus dientes antes de despertar a su linda novia. Sonrió frente al espejo repitiendo esa idea. Cuando regresó buscó en su closet y se vistió con la puerta entreabierta. Luego se acercó a ella. Seguía dormida, con la respiración tranquila.
–Helga–Murmuró.
La chica seguía sin despertar.
–Helga, tienes que levantarte–Repitió.
Ella rodó, cubriéndose con la manta.
–Cinco minutos más, mi amor–dijo entre sueños.
«Otra vez»
Arnold se sonrojó. ¿Estaba soñando con él? ¿Helga siempre hablaba en sueños? ¿Alguien más sabía de eso? Definitivamente ella sí.
Una vez que logró calmarse, miró su reloj. Tenían unos cuarenta minutos para salir, esperaba que fueran suficiente. Volvió a intentarlo, esta vez tomando su mano y besando su mejilla.
–Helga–le dijo al oído–. Vamos a llegar tarde
–¿A dónde?–dijo ella, abriendo los ojos un poco, todavía dormida.
Un segundo después lo apartó, asustada.
–¡Qué haces aquí cabeza de balón!–Luego miró el lugar.–. Oh... cierto
Se sentó, estirándose y notó que Johanssen seguía dormido.
–Tiene el sueño pesado–dijo Arnold tras seguir su mirada.
–¿Qué hora es?
–Casi las ocho y veinticinco–dijo el chico.
–Me daré prisa
–Puedes tomar un baño, toma–Le entregó una toalla.–. Iré preparar desayuno, así que ve a la cocina cuando termines–dijo, antes de darle un beso en la frente.
Ella se sonrojó. Ni en sus más locas fantasías esperaba que Arnold le hiciera desayuno en ese punto de su relación.
En la ducha recordó que, inspirada por la película, tuvo uno de esos sueños donde estaban juntos: eran detectives investigando una serie de crímenes que terminaban teniendo un origen paranormal y al enfrentarse a un peligro mortal, admitían su mutuo amor, entonces ella encontraba una forma de escapar con vida, salvándolo y ganándose su devoción.
Luego recordó la tontería que había hecho antes de dormir.
–Debe creer que estoy loca–se dijo, mientras se vestía–. No puedo creer que haya hecho algo así. Pataki, tienes que controlarte–Concluyó frente al espejo.
Se peinó como solía hacerlo de niña. Ahora que su cabello era más largo, las dos coletas caían sobre sus hombros, hasta su cintura.
Una vez que estuvo lista tomó su ropa sucia, la hizo una bola, la metió dentro de su bolso y bajó a la cocina. El olor a huevos y tostadas le abrió el apetito.
–¿Necesitas ayuda?–dijo, solo por imitarlo.
–Está casi listo, toma siento–Respondió sin mirarla.
Helga no pensó en insistir.
Arnold sirvió el desayuno y puso un plato delante de ella y otro en el puesto de al lado, apagó todo, sirvió algo de jugo de naranja y se sentó.
–Gracias–dijo ella, mirando el plato–. Solo le falta tocino para ser perfecto–Comentó sin pensar
Arnold de inmediato cambió su mirada.
–Dejé de comer tocino... ya sabes... Abner–Explicó, incómodo.
–Lo siento, no lo pensé–Lo miró.– ¡Por favor! Sabes que no lo diría en serio. Y esto se ve bastante bien, en verdad, mejor que mi cena
–Gracias–Se esforzó por sonreír.–. Tenemos diez minutos
El chico comenzó a comer con una mirada abatida. Ella no podía dejar de mirarlo.
–Arnold–dijo arrepentida–. En serio lo siento, no quise...
–Está bien, Helga, lo sé, es solo que no me gusta pensar que si Abner no viviera conmigo habría terminado en un plato hace tiempo
–Entiendo
La chica había perdido el apetito solo por la idea de hacer sentir mal a su amado cabeza de balón, pero decidió que tenía que comer lo que él tanto se esmeró en preparar.
–Sabes que no es necesario que vayas, ¿cierto?
–Helga
–Adivino–Interrumpió–. Quieres hacerlo
–Exacto
–Solo un tonto sacrificaría la posibilidad de dormir hasta tarde por una chica, en especial por mi
–No es un sacrificio si puedo pasar más tiempo contigo–Sonrió.
–Baboso
–Sí–Confirmó él con una risita.
Con el cambio de ánimo de Arnold, el cuerpo de la chica decidió que era buena idea comer.
Ordenaron la cocina con rapidez y salieron hacia la parada del autobús. Hacía frío, una capa blanca cubría la ciudad y podían sentir como la nieve se hundía bajo sus pies.
–¿Dormiste bien?–Preguntó Arnold.
Helga asintió, incapaz de hablar.
–¿Pasaste frío?
Ella movió la cabeza de lado a lado, concentrada en la fresca capa blanca que cubría el suelo.
–¿Estás nerviosa? Olga estará feliz de verte–dijo.
–No es eso–Murmuró, mientras observaba el tránsito. Estaban cerca de la parada del autobús, pero no lograba divisarlo.–. Respecto a lo de anoche... creo que me excedí
–¿Te refieres a ese beso en mi habitación?
Ella asintió.
–No me molestó que lo hicieras–Admitió el chico, sonrojándose.–. Si soy sincero, sería todo lo contrario–Miró el suelo, reprimiéndose por lo que acababa de decir.
Ella de reojo notó el rubor en el rostro de su amado.
–Lamento si te incomodé–Continuó él–. No sé en qué momento... no intentaba aprovecharme... es solo que cuando estamos cerca... lo siento...
–¿En verdad te gusto... así?
Arnold asintió.
–Aunque creo que no estoy listo para averiguar cómo se siente... digamos... tenerte tan cerca que quisiera perder el control–Medio sonrió.
Helga asintió. Ella tampoco, pero decirlo en voz alta le parecía imposible.
El autobús pasó unos cinco minutos después. Hicieron el camino en silencio. Helga se sentó junto a la ventana, apoyando su codo en el borde y su rostro sobre su mano. Arnold, junto a ella, le tomó la otra mano y jugaba con sus dedos enguantados.
No era un silencio incómodo, más bien uno de aquellos donde no había nada importante que decir.
Llegaron con tiempo de sobra, pero por el frío entraron casi de inmediato al hospital.
El chico esperó en la recepción, para darle a su novia un poco de espacio. Ella regresó unos veinte minutos más tarde con su hermana, quien le sonrió como saludo. Parecía apagada y agotada. Eso le causó cierta preocupación, recordaba a Olga como una joven mujer llena de energía.
Tomaron un taxi hasta la residencia Miller. En cuanto entraron a la casa, Olga se sentó en el sillón con un gesto de agotamiento.
–Gracias, chicos, creo que estaré bien, pueden irse
Los jóvenes intercambiaron una mirada y decidieron que se quedarían.
–Miriam vendrá a almorzar contigo, ¿no?–dijo Helga.
–Sí
–Cocinaremos y nos iremos en cuanto llegue–dijo Arnold.
–No hace falta, puedo hacerlo
–Acabas de salir del hospital–La regañó Helga.–. Vas a descansar, no es una sugerencia
Arnold sonrió.
–Debo hacer algunas compras
–Yo puedo ir–Se ofreció el chico.
Olga iba a replicar, pero vio a su hermana de brazos cruzados alzando el lado izquierdo de su ceja.
–Gracias–dijo.
Buscó en su bolso y le entregó unos cuántos billetes. También buscó una libreta y un lápiz, para dictarle la lista.
–Debería ser suficiente
–Entiendo. ¿Hacia dónde debería ir? No conozco muy bien estas calles
Olga le explicó cómo llegar a un almacén en ese barrio, Arnold repitió las instrucciones y asintió antes de salir.
–Es un buen chico–dijo la mayor cuando él salió–. Espero que sepas conservarlo
–¿De qué hablas? Soy una Pataki, debería agradecer poder estar conmigo–Apartó la mirada con orgullo.
Eso hizo reír a Olga y la menor notó que era la primera vez que parecía genuinamente feliz en esos días.
–Hermanita–dijo de pronto– ¿No fue Arnold quien acompañó a Lila a mi boda?
–Sí, ¿Qué con eso?–La menor puso los ojos en blanco, mientras cruzaba sus brazos.
–Pensé que ellos hacían una linda pareja
Helga recordó con dolor la sensación que tuvo ese día.
–Pero ahora que los veo juntos–Continuó la mayor.–, sé que estaba equivocada. La forma en que te mira es tan dulce
–¿Quieres que te prepare un té?–dijo, intentando escapar.
–Me encantaría, hermanita
Cuando Arnold regresó, Helga le sirvió también un tazón de té. Afuera hacía frío. Los tres fueron a la cocina. Olga se sentó apoyando su tazón en la cubierta de la isla, al lado opuesto que los jóvenes ocuparían. Entre los tres decidieron el menú y la mayor les dio instrucciones, pero el chico demostró manejarse bastante bien con las técnicas básicas de cocina, a diferencia de Helga, pero la chica se esforzaba.
–Estará listo en veinte minutos–dijo Arnold.
–Estoy muy agradecida por su ayuda–Sonrió.–. Tomaré un baño antes que llegue mamá ¿Podrían esperar aquí?
–Claro–dijo Arnold.
Cuando Olga se fue, Helga se dejó caer en una silla, abatida.
–Definitivamente odio cocinar–Admitió.
–¿Siempre lo has odiado?–Quiso saber el chico.
–Me gustaba hacer galletas, pero creo que me gustaba más comerlas–Lo observó.–. Quién diría que el cabeza de balón parecería un chef
–Solo hago lo que he aprendido. La abuela y el señor Hyung me han enseñado algunas cosas
Helga sonrió y luego se dejó caer sobre el mesón, cruzando sus brazos y apoyando su cabeza como si fuera a dormir.
Arnold se sentó junto a ella y la imitó, mirándola.
–Hola–dijo con una risita.
–¿Qué hay, cabeza, de balón?–Respondió ella.
–Te ves linda
–Cállate
–Sé que no es la situación ideal, pero me gusta esta parte de ti
–¿Cuál? ¿La que está agotada tratando de sobrevivir otro huracán Pataki?
Arnold se levantó y le ofreció una mano, que ella tomó mientras se sentaba, entonces él se acercó y le dio un beso en los labios, acunando su rostro con la mano libre.
–La parte de ti que decidió ser fuerte para su familia, a pesar de que siempre dices que los detestas
–No te confundas, Arnoldo, los detesto–Evadió su mirada y se soltó de su mano.–, pero sigue siendo mi familia. Y Olga, no importa si se apellida Miller o Pataki, sigue siendo mi hermana y eso cuenta de algo, tú lo dijiste
–¿Yo? Oh... –Arnold recordaba vagamente haberle comentado a Helga algo al respecto.– ¿Sólo te importa porque lo dije?
–Me encantaría decir que sí, pero solo me ayudaste a aclarar un conflicto moral–Volvió a recostarse como antes, esta vez sobre un brazo, dejando libre la mano más cercana a Arnold, con la que le tiró la manga de la camisa.
El chico se acomodó otra vez sobre la mesa, también dejando libre una mano, con la que tomó la de ella, jugando con sus dedos.
–Soy cínica–dijo ella de pronto–. Siempre he preferido esconderme
–¿De qué tienes miedo?
–De todo
–¿Incluso de mí?
–En especial de ti
–¿Qué hice... para que me temas?
–Temo que un día te des cuenta de que estás saliendo conmigo
–¿En serio?
–Despierta, Arnoldo, la mayoría de los chicos preferirían huir de mí
Arnold frunció el ceño.
–Helga, ¿no crees que de verdad puedas gustarme?
–He fantaseado con eso desde que puedo recordar... y siempre he temido que no sea real
–Es real, Helga
–Eres un tonto
Arnold volvió a fruncir el ceño, pero no estaba molesto.
–Helga, si eres cínica, ¿cómo sé que ahora eres sincera?
–No lo sé, tú dime
El chico cerró los ojos un momento.
–Eres cínica cuando haces creer a todos que tienes las cosas bajo control, pero en el fondo tienes miedo, ¿no?
–Bingo
Arnold volvió a reír.
–Me gusta esta Helga que es sincera sin ser sarcástica
–No te acostumbres. Estoy cansada–Pestañeó lento. Lo soltó y acercó su mano al rostro del chico.–. Gracias por estar conmigo
El chico la imitó otra vez acercando su mano al rostro de ella, apartando su cabello para acomodarlo tras su oreja, provocándole un cosquilleo al rozar su lóbulo, lo que la hizo cerrar los ojos con fuerza.
–Cuidar de ti y acompañarte venía con el papel de novio–Se acercó a besarla.–. Además, quiero estar contigo–Añadió.–. Realmente me gusta cada parte de tu vida que me dejas ver, incluso... si no son las mejores, son importantes, porque me ayuda a conocerte y entenderte mejor
Helga sintió que algo dentro de ella se rompía, pero no algo malo, como si hubiera derrumbado una pared y después de mucho tiempo en las sombras pudiera ver la luz.
«Estúpido cabeza de balón»
De pronto él estaba sosteniéndole el mentón y besándola con cariño. Se quedaron así, compartiendo el aliento.
En la mente de Helga las palabras se repetían y la mirada dulce de Arnold parecía sanar una herida que ni siquiera había notado que tenía. Odiaba lo que vendría, no quería volver a llorar delante de él, pero sentía las lágrimas ahogándola, tratando de derramarse. No podía contenerlo más.
Una de las ollas se rebalsó y ambos volvieron su atención a la cocina.
El chico se levantó para limpiar, mientras ella le daba la espalda, secando rápidamente sus ojos.
Arnold limpió todo antes que Olga bajara.
En cuanto Miriam llegó, los jóvenes se despidieron y regresaron a la Casa de Huéspedes.
Gerald apenas se había levantado y todavía parecía somnoliento. Esa tarde vieron otras películas, pero los tres estaban tan agotados que la tarde de cine terminó convertida en una siesta grupal en el sofá a mitad de la tercera.
Más tarde los chicos acompañaron a Helga a casa y acordaron que se reunirían después de navidad, cuando Phoebe regresara.
Notes:
Hoy hace un año que empecé a escribir este fanfic (comencé a publicarlo después) y quería agradecer a quienes me han acompañado :3
A mis amigues que leyeron el borrador y me han pedido que les cuente el final (sin éxito)
Y a ustedes que leen, dejan kudos y comentarios, sepan que mantienen la motivación en alto.
Chapter 41: Revelaciones
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Durante la fiesta de Navidad Arnold y Gerald compartieron con los residentes de la Casa de Huéspedes. Helga, por su lado, mantuvo su palabra de pasar la fiesta con su familia, se comportó especialmente atenta con Olga, aunque sin cambiar su particular humor y forma de responder con todo el resto de la familia.
Phoebe regresó de la montaña un día después y los cuatro se reunieron para una cita doble y un rápido intercambio de regalos, además de compartir lo que habían recibido. Tanto Phoebe como a Gerald recibieron como regalo un teléfono celular de sus respectivas familias, así que pasaron parte de la tarde enseñándoselos a sus amigos. Al final de ese día cada pareja tomó un camino distinto.
Los rubios acordaron que por ser su primera navidad juntos harían algo significativo sin dinero: tarjetas. Prometieron no leerlas hasta llegar a casa. Helga escribió un poema sobre como él era su ángel de la conciencia, iluminando el mundo con su bondad. Arnold hizo un dibujo de ella, con alas de ángel y trató de expresar lo bien que se sentía salir con ella. No lo admitirían, pero cada uno hizo llorar al otro.
...~...
El día siguiente, Phoebe invitó a su mejor amiga a pasar el día en su casa. Helga llegó puntual y hambrienta. Disfrutaron una merienda en la habitación, mientras la rubia le detallaba a su amiga cómo terminó ese caótico último día de clases, de cómo se quedó con los chicos esa noche y que Arnold la acompañó a ver a Olga.
–Así que tu familia ya lo sabe–dijo Phoebe.
–Bob no–Explicó Helga con indiferencia.–. Miriam dijo que era mejor que no lo supiera
–¿Por qué?
–Al parecer no dejó a Olga tener novio en la escuela–Miró en otra dirección, rascando su brazo.–. Supongo que por eso salió con tantos chicos distintos en la universidad
–¿Crees que se enfadará si se entera que sales con alguien?
–No lo sé, quizá ni siquiera le importe–Helga se encogió de hombros.
–¿En serio lo crees? Aunque no sea el mejor padre, sigues siendo su hija
–Soy la hija que no puede presumir, Pheebs, la mitad del tiempo ni siquiera recuerda mi nombre
–Lo sé, lo siento mucho, solo creí...
–Ah, no importa–Helga observó el semblante triste de su amiga.–Cambia esa cara. Mejor háblame de tu paseo a la montaña... ¿Qué hiciste? No me digas que solo te dedicaste a leer
A Phoebe se le escapó una risita.
–Claro que no. Esta vez tomé clases de ski con mis padres. También hicimos más actividades familiares. Intentamos participar en el concurso de esculturas, pero no quedaban cupos, así que solo fuimos como espectadores... y también... emh... no sé si debiera decir esto
–Escupe
–Los hermanos estaban ahí... esos chicos... del año pasado
–¿Valentina y José?
–¿Recuerdas sus nombres?
–¿Qué puedo decir? Tengo buena memoria
Phoebe asintió.
–Ellos pasaron algo de tiempo conmigo y con mi familia, fueron muy amables y hasta nos consiguieron algunos descuentos
–Típico...–dijo Helga, como si fuera una característica obvia de los gemelos.
Pero luego Phoebe evadió su mirada y guardó silencio.
–¿Qué pasó?–Quiso saber su amiga, pero casi al instante se arrepintió.
–Helga, hay algo de lo que tenemos que hablar
El corazón de la rubia se aceleró con angustia. No le había dicho a su mejor amiga lo que pasó con Valentina. No había pensado en eso desde hacía un tiempo, pero ¿Y si Valentina le había contado? ¿Qué pensaría su amiga al respecto? No es como que quisiera haber tenido algo con Vale, pero si Phoebe preguntara ¿sería capaz de mentir y decir que ese beso estuvo horrible? Porque en el fondo sabía que no lo estuvo ¿Podría mirarla a los ojos y jurar qué no lo había recordado ni una sola vez? Porque lo hizo algunas cuantas veces. Y aunque no iba a admitirlo jamás, las palabras de esa chica le dieron algo de valor, en especial cuando apenas podía soportar la existencia de Arnold. Y aunque ahora ya nada de eso importaba, ¿se enfadaría Phoebe por no haberle dicho lo que pasó? Y si lo hacía ¿sería la falta de confianza? ¿o le molestaría por otras razones?
–¿De qué quieres hablar?–Logró articular, cuando pudo controlar el caos en su cabeza.
–Valentina... ella... fue muy insistente en preguntar por ti
–¿Qué? ¿Por qué preguntaría por mí?
–Bueno, lamentó que no hubieras ido
–¿Dijo algo más?
–No mucho, pero hizo muchas preguntas. Quería saber cómo estabas, qué estabas haciendo, si seguías en la misma escuela y si seguías enamorada del mismo idiota... y yo me enfadé y le dije que estabas saliendo con él
–¿Qué?
–Lo siento, Helga, no pude soportarlo mucho, parecía que lo único que le importaba era hablar de ti y cuando insultó a Arnold reaccioné mal. Lo siento
Helga rompió a reír, sintiéndose liberada.
–Está bien, Pheebs, no es problema
–¿Estás segura? Sé que no querías que se enteraran otras personas
–Sí, pero el cabeza de balón y yo ya decidimos que el resto de la clase se puede enterar. Además... no es como que Valentina conozca a alguien más de la escuela como para correr el rumor o algo parecido... así que no te preocupes
–Gracias, Helga
–No, Pheebs, gracias a ti por ser honesta conmigo
Cuando su amiga le sonrió con entusiasmo, la rubia bajó su mirada, concentrada en el plato, sabiendo lo hipócrita que eran esas palabras, pero realmente era algo que no tenía por qué tener importancia, fue solo un beso y no era como si quisiera volver a verla y repetir la experiencia, solo que incluso con lo dolida que estaba, ese beso le dio a entender algo en lo que jamás pensó antes, algo que no estaba segura de qué era, pero que en ese momento no tenía por qué confrontar. Después de todo, en ese momento la única persona a quien quería tener cerca, abrazar y besar era a Arnold.
...~...
Un par de días antes que volvieran las clases, Miriam llegó a casa temprano y vio que su hija menor practicaba sus movimientos de boxeo en la sala.
–¿Qué hay, Miriam?–dijo la chica, sin detenerse–. Lamento el desorden, ordenaré cuando termine
Había empujado varios de los muebles hasta los muros para tener espacio suficiente para moverse.
–¿Por qué no me acompañas al gimnasio?–Sugirió la mujer.
–¿Qué? ¿En serio puedo ir?–Respondió Helga, emocionada, frenando al fin su práctica para mirar a su madre–¿Y eso cuánto va a costar?
–Puedes ir gratis si vas conmigo
–Perfecto
–Ordenemos la sala y vamos ahora mismo
Helga conocía el gimnasio al que asistía su madre. Le emocionaba la idea de tener a su disposición máquinas, pesas y, en especial, un espacio dedicado al boxeo. Una vez allá la registraron como acompañante, le indicaron dónde estaba todo y a quiénes pedir ayuda. Mientras su madre iba a sus clases de baile, ella decidió probar algunas máquinas con ayuda de uno de los instructores. Era difícil al principio, pero pensó que podía llegar a gustarle.
Cuando ya estuvo más segura y se sintió capaz de seguir por su cuenta, el entrenador la dejó y ella empezó a rotar entre las máquinas que le había enseñado. Luego preguntó si podía practicar con uno de los sacos y luego de ir por sus guantes, se dedicó a dar golpes repitiendo los ejercicios de las últimas clases.
Media hora pasó antes que una voz familiar la interrumpiera.
–Ese fue un gran gancho
–¿Qué haces aquí, Johnson?–dijo ella, sin dejar de dar golpes al saco.
–Vengo casi a diario
–Entonces la suerte siempre estuvo a mi favor–Se detuvo y lo miró con el ceño fruncido.–. Precísamente quería hablar contigo
–¿Sobre qué?
–Deberías saber sobre qué–dijo quitándose los guantes mientras se acercaba–. Oí que–Lo sujetó por el cuello de la camiseta.–estabas presumiendo que salías conmigo
–Sabes que yo no...
–Oh, sé que no podrías tener menos interés en alguien como yo–Lo soltó con desprecio.–, pero hay gente que no lo sabe, en especial mis amigos... y mi novio
–Espera... ¿estás saliendo con alguien?
–Eso no es asunto tuyo
–Lo siento, Pataki
–No tienes idea del problema que provocaste
–Lo lamento. No fue mi intención
–Debería matarte por lo que hiciste
–Yo... supongo que les contaste sobre mí...
–Esa sería la salida fácil y todo eso–Giró su mano en círculos.–, pero, así como me gusta mantener a todos fuera de mis asuntos, prefiero mantenerme fuera de los asuntos de otros
–Gracias
–No, nada de gracias, tenemos que resolver esto
–Puedo... decir que me rechazaste
–Eso no funcionará
Helga restregó su ceja con sus dedos medio y pulgar.
–Vamos, hija–dijo Miriam apareciendo en ese momento–. Oh, hola, jovencito
–Buenas tardes–dijo Joshua, volteando a mirar–. Espere ¿usted es la madre de Helga?
–Así es–Respondió con una sonrisa.–. Gracias por ayudarme con las máquinas el otro día
–Para eso estamos
–¡Un segundo!–Helga los miró a ambos.– ¿Se conocen?
–Suele ayudarme con las máquinas cuando los entrenadores están ocupados–dijo Miriam– ¿Es amigo tuyo, hija?
–Joshua y yo trabajamos en el periódico de la escuela
–Que pequeño es el mundo–dijo la mujer con una risa.
–Sí, claro
«Más bien esta ciudad es pequeña»
–Señora Pataki–dijo el chico–, si me permite decirlo, podría ser la hermana de Helga
–Que encantador–Contestó la mujer con una risita.–, claro que no, pero te lo agradezco
–Lo digo en serio, parece que está en sus treinta...
–Oh, ya basta. Bueno, niños, iré a tomar un baño–Miró a su hija.– ¿Vamos?
–Practicaré un poco más hasta que regreses
–Claro, hija. Adiós, jovencito
–Adiós
La mujer hizo un gesto con su mano y se alejó de los jóvenes.
–Helga, en verdad lo lamento–Joshua de inmediato retomó la conversación.
–Si mis amigos escucharon bien, sé que todo lo que dijiste fue ambiguo y sé por qué lo hiciste–Se quedó mirando en la dirección de los camerinos.–. Creo que tengo un plan, solo necesito que me sigas el juego cuando volvamos a clases
–Espera, ¿qué?
–Si te digo ahora no funcionará, te prometo que resultará bien y que no pienso exponerte ¿puedes confiar en mí?
–¿Por qué quieres ayudarme? Cualquiera en tu lugar ya me habría destruido.
–Porque soy Helga G. Pataki. Si algo entiendo es cuánto duele guardar un secreto por años y lo mucho que asusta que alguien pueda descubrirlo, en especial las personas equivocadas. Entiendo lo que es temer que te juzguen y se burlen, Entiendo lo aterrador que es sentir que una parte inherente de ti puede ser usada en tu contra
–Definitivamente eres mucho mejor que yo con las palabras–Sonrió.– ¿Entonces me disculpas?
–No, lo que hiciste estuvo mal, me causaste problemas
–¿Qué puedo hacer para compensarte?
–Tendré que pensarlo, pero que sepas que sigo enfadada. Y agradece que no recibiste una visita de la vieja Betsy
–¿La vieja Betsy?
–Mis puños–Los levantó a la altura de su rostro.–. Betsy y los cinco vengadores
Helga entonces se apartó, volvió a acomodar sus guantes y siguió golpeando el saco, sin contener su fuerza, durante los siguientes quince minutos, hasta que su madre pasó por ella.
...~...
Arnold y Helga acordaron que harían pública su relación durante el almuerzo del primer día. El chico creía que era un buen plazo en caso de que la chica se arrepintiera durante la mañana, aunque sabía que su linda novia estaba cansada de mirar a todos lados cada vez que se le acercaba.
Pero primero debían aclarar el asunto con Joshua.
A la rubia no le costó tanto averiguar en qué salón tenía clases el chico y en cuanto sonó la campana del almuerzo, fueron juntos allí.
–Oye, Johnson–dijo Helga, asomándose a la puerta.
–¡Te busca tu novia!–dijo uno de sus amigos al fondo.
–Ya te dije que no es mi novia–Replicó Joshua, levantándose nervioso.
–¿Y por qué viene por ti?
–¡Métete en tus asuntos!–Le gruñó Helga.– O tendrás que vértelas con mis puños–Añadió, sabiendo que no entenderían el nombre.
–Que miedo... tiemblo... –Respondió el chico, burlándose.
–¡No la molestes!–dijo Joshua, incómodo, acercándose a la puerta– ¿A qué debo la visita, Pataki?
–Creo que nos debes–Indicó a Arnold con un movimiento de cabeza.–una explicación
–Sh-Shortman...–Miró alternativamente a la chica y al chico frente a él.– ¿Ustedes están...?
–Vamos, grandote–Lo tomó por la chaqueta con un gesto agresivo y lo sacó de ahí.
Fueron al patio de la escuela, a un costado del gimnasio. Era un lugar visible desde el salón en de la clase de Joshua. A la chica le bastó una mirada para confirmar que varias personas se asomaron a la ventana para averiguar qué pasaba.
«Perfecto»
–Arnoldo–dijo Helga–, tu versión
–El último día antes del receso te escuché hablar con tus amigos, insinuando que podría haber pasado algo con Helga–dijo, molesto.
Joshua alternó su mirada entre los rubios.
–Lo admito, dije tonterías, pero sólo fanfarroneaba. Sabes que no me interesas, Pataki
–Lo sé, pero hiciste pasar un mal rato a mi novio y eso no te lo pienso perdonar
Un "oh" ahogado se escuchó entre algunas risitas y también un "te lo dije".
–¿Qué puedo hacer?
–Tendrás que decirle tu secreto a Arnold–dijo ella.
El temor en el rostro de Joshua era justo lo que necesitaba para que todo resultara bien.
–Pero dijiste...
–Sé lo que dije
–Pero yo...
–Demonios–Miró a Arnold.–. Johnson pensaba que Miriam era mi hermana y trataba de acercarse a ella, por eso me acompañó a casa
–¿Tu madre?–Arnold pestañeó.
Otra vez murmullos desde el salón de último año.
–Bueno–Continuó el menor de los chicos–, admito que se ve bastante joven para su edad. Pero ¿Por qué la conoce?
–Del gimnasio–Helga miró a Joshua.–. Lo siento, grandote, sé que prometí no decirle a nadie que te gustaban las mujeres mayores, pero al menos lo dije delante de ti, supongo que no cuenta como un rumor
Johnson estaba al mismo tiempo sorprendido y aliviado.
–Siento la confusión, Shortman. Helga no es mi tipo. Solo me agrada y es probablemente de las personas más listas que conozco
–Sí, todos sabemos que soy una genio, pero por lo que escuché de tus amigos, no hay mucha competencia–Interrumpió girando la mano y dando una rápida mirada hacia arriba. Notó varias siluetas escondiéndose.–. Espero que hayas perdido las esperanzas con mi madre, si vuelves a coquetearle Bob te romperá el cuello, pero no antes de que yo te rompa las piernas
–Das miedo, Pataki
–Es parte de mi encanto
Helga entonces volvió a sujetar a Joshua y se alejaron lo suficiente para que el resto de la conversación quedara entre ellos tres.
–Entonces... ¿podemos olvidar este asunto?–dijo el mayor
–Depende–Respondió la chica, mirando a su novio– ¿Arnold?
–No quiero volver a saber que tú o tus amigos hablen de esa forma–dijo él, en serio enfadado–. Incluso si Helga no saliera con conmigo, la forma en que se refirieron a ella fue horrible
–Lo sé–Cerró los ojos.–. Y en verdad lo siento, no debí...
–¿Cómo puedes hablar así de alguien a quién consideras tu amiga?
–¿Nunca has hecho algo estúpido solo por encajar?
Arnold lo observó. Realmente parecía arrepentido por lo que había dicho.
–Pataki, siempre he sido honesto sobre lo que pienso de ti, pero también sabes cómo son... ellos no me dejarían en paz...
–Ese es tu problema–Interrumpió Helga.–. Si tus amigos son idiotas, deberías cambiar de amigos
–No es tan sencillo
–Creo que lo entiendo–Intervino el rubio y luego miró a la chica.–. Helga, ¿confías en que no lo volverá a hacer?
–Confío en que le tema lo suficiente a la vieja Betsy–dijo ella, levantando su puño.
–Después de verte practicar, definitivamente no quiero recibir un golpe tuyo–dijo Joshua, serio.
–Entonces deja de actuar como idiota–Añadió Arnold.
–De nuevo, lamento haber causado problemas
–Como sea, vete–dijo Helga–. Hoy me siento generosa
El chico se alejó con un aire un poco avergonzado.
La pareja intercambió una sonrisa incómoda y con una reverencia exagerada ella lo invitó a la cafetería.
–Helga–Murmuró el chico.–, pudiste decirme, lo habría entendido
–Como dije, Arnoldo, los intereses de otras personas no son asunto mío–Miró alrededor cuando atravesaron la puerta.–, pero hay algo que sí lo es–Lo miró con precaución.– ¿Todavía quieres que los demás se enteren de lo nuestro?
–¡Sí! ¿Le contamos a nuestros amigos?–dijo con entusiasmo.
–Pensaba en algo más drástico
–¿Cómo qué?
Helga se acercó a él y lo sujetó por el cuello de la camisa
–Como esto–dijo antes de besarlo.
Arnold se sorprendió por un segundo, luego la abrazó.
El silencio se extendió en las mesas donde estaban sus amigos y conocidos, a medida que lo iban notando y entre codazos y murmullos, varios volcaban su atención a la pareja.
–¿Arnold está besando a Helga?–dijo Harold, dejando caer su cuchara.
–Recórcholis–dijo Stinky–. Me alegro por ellos
–Oh, cielos–dijo Lila con una sonrisa triste, mirando de reojo a Edith, quien tomó su bandeja y se marchó casi de inmediato.
De una y otra mesa, la pareja escuchaba sus nombres y apodos.
–Sí, sí, estoy saliendo con el cabeza de balón y quién tenga un problema con eso se las verá con la vieja Betsy–Miró alrededor.–. Ahora vuelvan a sus asuntos–Agregó sacudiendo las manos.–, se acabó el espectáculo
Tomó a Arnold de la muñeca y lo arrastró hasta la fila para sacar sus almuerzos.
–Eso fue inesperado–dijo Arnold en un susurro, sintiendo como le ardían las orejas.
–Eso nos ahorrará tiempo y explicaciones–dijo Helga, tratando de mantenerse seria.
Ahora que eran el centro de atención, estaba molesta, pero sabía que al final del día ya habría algo más interesante de qué hablar y era mejor aguantar un día que vivir paranoica otra vez.
Cuando fueron a sentarse con Phoebe y Gerald, ya bastante gente había dejado de prestarles atención. Unos pocos, como los chicos de baseball, algunas chicas de otros años y los idiotas de Harold y Sid, seguían comentando.
–Bueno, Pataki–dijo Gerald–, reconozco que eso fue audaz
–No puedo creer que hayas hecho algo así–Añadió Phoebe.
Arnold estaba en silencio, concentrado en su comida. Helga comenzó a sentir la culpa clavando en su cuerpo.
–¿Estás enfadado, cabeza de balón?–Le preguntó en un susurro.
–No es eso–Miraba su plato de comida.–. Me hubiera gustado conocer tu plan de antemano
–Lo siento
–Está bien, Helga, ya pasó–Sonrió, se acercó a ella y le dio un beso en los labios.–. Ahora puedo hacer esto cuando quiera
–¡Oye!
–Tendrás que vivir con las consecuencias de tus actos, Pataki–dijo Gerald.
Helga fingió enfado, mientras los otros tres compartían una risa. Pronto cambiaron el tema, planificando algunas actividades y otras cosas para esa semana.
Casi al final del almuerzo, Phoebe recibió un mensaje de texto en su celular, lo leyó sorprendida y se lo enseñó a su amiga:
»From Rhonda:
¿Es cierto que Helga empezó a salir con Arnold?
–¿Puedo contestar?–Preguntó la rubia.
–Supongo que no es un problema–dijo Phoebe, entregándole el equipo.
Entonces Helga escribió:
»From You:
¿Algún problema con eso, princesa?
Envió el mensaje y le regresó el teléfono a su amiga.
–¡Helga!–Reclamó Phoebe.
–Sabrá que fui yo
El teléfono empezó a sonar con un timbre que parecía música de viejos videojuegos, pero con la melodía de una canción de Ronnie Matthews. Helga vio el apellido Lloyd y le quitó el aparato a su amiga para contestar.
–¿Tan aburrida es tu escuela que necesitas los chismes de la plebe?–dijo Helga en lugar de un hola.
–¡¿Entonces es verdad?!–dijo Rhonda al otro lado de la línea.
Sonaba sorprendida, pero también hablaba despacio y se notaba un eco.
–¿Quién te lo dijo?–Indagó Helga.
–No revelaré mis fuentes
–Bueno, si tienes que saberlo, es oficial, Lloyd
–¡Tienes que contarme todos los detalles!
–No, no lo haré, pero saluda a los demás–Cambió la posición del aparato para que sus amigos en la mesa pudieran escuchar.
–Hola
–Hola, Rhonda ¿Cómo estás?–dijo Phoebe.
–Este internado es de lo más aburrido–Se escuchó la voz desde el equipo.
–No estás ahí para divertirte, es por tu educación–Comentó la chica de lentes, un poco molesta.
–Lo sé, lo sé, intento aprovecharlo
–Más vale que lo hagas, Lloyd–Se involucró Gerald.–. Sigo enfadado contigo y ya sabes por qué
–¡No es justo! Fue un error
–Lo sé, Rhonda, yo no estoy enfadado–dijo Arnold.
–¡Arnold! ¿Entonces es cierto que Helga y tú están saliendo?
–Así es–dijo él, rascando su nuca con una sonrisa nerviosa.
–Tal vez mi predictor de origami no estaba del todo equivocado
Arnold y Helga se miraron abriendo mucho los ojos, sintiendo cada uno como la sangre subía a su rostro.
–Ya tienes tu información, princesa, deja de esconderte en el baño y ve a clases
–¿Cómo sabes que...?
–No revelaré mis fuentes–dijo imitando su tono, lo que hizo reír a los demás–. Adiós
Helga colgó y le devolvió el teléfono a Phoebe.
–Estúpida princesa–gruñó, todavía sonrojada.
Phoebe y Gerald intercambiaron una mirada cómplice. Cada uno sabía sobre los sueños que sus respectivos mejores amigos tuvieron tras el evento del predictor de Rhonda y suponían que esa era la razón detrás de su vergüenza.
Pero lo que los rubios tenían algo más en mente: Un día de verano, dos copas de helado, una conversación grata y las palabras de ese día.
Si llegamos solteros a los 25 deberíamos casarnos
Notes:
Aviso que aunque no tomaré un mes libre, tendré asuntos que atender y puede que no actualice de forma regular durante noviembre :3
Chapter 42: Todos tenemos secretos
Chapter Text
Esa semana pasó más rápido de lo que Helga esperaba. De camino a la sala de prensa, ya estaba de mal humor, pero por suerte tenía la excusa de Bliss para no quedarse hasta el final.
Al entrar notó que la mayoría se distraía con sus propios asuntos, pero Joshua charlaba con Gracia y ambos parecían muy concentrados.
¿En serio? ¿Sánchez no podía estar charlando con Mike o Hellen? Incluso hubiera preferido a María... o, maldición, a Siobhan.
Resignada se acercó para entregar el borrador que había preparado.
–Hola, Pataki–dijo Gracia.
–Hola–Respondió la rubia con indiferencia–. Ya hablamos de esto, pero hoy no puedo quedarme
–Lo sé, por eso estaba hablando con Johnson sobre sus próximos trabajos
Helga ignoró a Joshua, molesta.
–No tenemos mucho que hacer con el receso de las competencias
–Exacto–Confirmó la mayor.–. Pero en este periodo se abre el segundo llamado para algunos equipos, así que es buen momento para hacerles algo de publicidad
–¿Qué pretendes?
–Tendrán que averiguar en cada equipo de la escuela si están reclutando, el perfil que buscan y esas cosas. Las pruebas serán a fin de mes, así que tienen la próxima semana
«Perfecto, tarea extra»
–No necesitas que dos personas vayan con cada equipo–dijo Helga, rodando los ojos.
–Tiene razón–Se involucró el chico.–. Podemos dividirnos las entrevistas, así terminaremos antes
–Está bien–dijo Gracia–. No importa cómo, pero el departamento de deportes de la escuela quiere cobertura total, destacar los aspectos positivos del trabajo en equipo, el espíritu deportivo, la identidad y esas cosas
–Entiendo...–Helga miró la lista de los capitanes de cada equipo y reconoció un par de nombres que detestaba.–. Johnson, tú cubre los de preparatoria, yo iré por los de secundaria y los de primaria
–¿Crees que sea necesario?–dijo el chico.
–Dijeron cobertura total–Se encogió de hombros.–. Si vamos a hacer esto, hagámoslo bien
–¡Eso es lo que esperaba!–Añadió Sánchez, con entusiasmo.– Sabía que era buena idea aceptarte en el periódico
–Sí, sí, no te emociones, lo hago por los puntos extra, pero aun así nadie dirá que Helga G. Pataki es mediocre
–Toma–Gracia arrancó una hoja de su cuaderno y se la alcanzó a Helga.–. Los horarios y lugar de entrenamiento de los equipos de primaria y secundaria. También hay una lista de preguntas generales, por si quieres trabajar con eso–Añadió, revisando su cuaderno
–Puedo hacerlo, lo haré bien, son solo entrevistas, ¿no?
–Está bien, Pataki, confiaré en ti. Puedes irte
Helga guardó la hoja en su mochila y salió del salón. Mientras cerraba la puerta escuchó a Siobhan quejándose con Gracia. Algo sobre que le daba demasiada libertad y que no merecía esa confianza. Que al final resultaría en trabajo extra para ella.
Se alejó pensando que no lo sería. Había notado las diferencias de estilo entre lo que Johnson escribía y lo que se publicó antes que ella llegara. Definitivamente alguien lo pulía y eso era trabajo extra para Siobhan, pero desde que Helga comenzó a redactar la sección de deportes, apenas y tenía una que otra corrección de puntuación. No permitiría que la enana pelirroja pusiera en duda algo que ella misma reconocía como su mejor habilidad. No por nada llevaba toda la vida escribiendo.
Estaba decidida a hacer un trabajo excelente y cerrarle la boca.
Caminó a prisa hasta la parada del autobús y pudo relajarse una vez que estuvo de camino a la terapia mensual.
...~...
El equipo de baseball durante esa semana estuvo en el centro comunitario, realizando ejercicios de acondicionamiento general. El hombre estaba seguro que la mayoría de los chicos no se tomaban el deporte de forma seria y que las dos semanas de receso las dedicaron a comer y jugar videojuegos, sin preocuparse por entrenar, así que debía recordarles el nivel que esperaba de ellos.
Al final del entrenamiento, Gerald y Arnold se dirigieron a la salida despidiéndose de los demás, tratando de bromear entre el agotamiento para darse el ánimo de caminar a casa, pero en cuanto salieron vieron una silueta familiar, que sujetaba su bolso con aire nervioso.
–Arnold... ¿tienes un minuto?–dijo la chica, con voz dulce.
–Emh... debo irme a casa, amigo–dijo Gerald, de inmediato.
–Sí, claro... –Aceptó Arnold.–. Nos vemos mañana
Intercambiaron su saludo de pulgares y el moreno se alejó.
–Edith ¿Qué pasó? ¿Estás bien?–Quiso saber el rubio.
La chica frente a él asintió, evitando su mirada.
–¿Podemos caminar?–Musitó ella.
–Claro
Arnold acompañó a su amiga en dirección a la parada donde se detenía el autobús que él sabía que le servía. Edith vivía lejos y el chico le preguntó alguna vez porqué decidió asistir a esa escuela. La respuesta era simple: cuando ella y su madre se mudaron a la ciudad, el plan original era vivir en la casa de su prima durante algunos meses, pero su madre pronto encontró un lugar cerca de su trabajo que podía permitirse pagar y se mudaron. Las clases ya habían comenzado y la chica no quería cambiarse otra vez. Le agradaba la escuela y estaba haciendo amigos, así que ella prefirió quedarse.
Mientras caminaban, el rubio le contó sobre lo agotadora que fue la práctica esa semana, reconociendo que el entrenador tenía razón al exigirles. Solo los chicos de último año habían mantenido el ritmo, probablemente porque ya conocían los hábitos del hombre.
Edith sonreía evadiendo su mirada. Apretaba con fuerza la correa de su bolso y de vez en cuando abría la boca como intentando decir algo de lo que se arrepentía en el último segundo. Cuando vio la parada al final de la esquina se dio cuenta de que no podía seguir postergándolo.
–¿En verdad Helga es tu novia?–Murmuró.
–Sí–Arnold la observó.–, es cierto. Lo de la cafetería fue la forma que eligió de hacerlo público. Lamento si te incomodó, tal vez... tal vez debí decírtelo
Edith negó.
–No hay razón para que me lo dijeras antes que a los demás, Arnold, me agradas y somos amigos, pero sé que no soy especial para ti–Sonrió con tristeza, mirando a la distancia.–, pero en verdad me gustas
–Oh... lo siento
–Me gustas, Arnold, no estoy enamorada de ti, no nos conocemos tanto... puedes gustarme y podemos ser amigos. No es un problema, al menos no para mí. ¿Lo es para ti?
Arnold la observó. Estaba confundido. ¿Qué era lo que Edith intentaba decirle?
–Creo que no...–Respondió el chico.
Ella guardó silencio, mirando el suelo mientras seguía su camino hacia la parada.
–¿Por qué Helga?–Murmuró unos minutos después.
–¿Qué quieres decir?–Quiso saber el chico.
–¿Por qué te gusta ella?
–Oh... es difícil de explicar, no es algo reciente, solo fuimos capaces de hablarlo hace poco, pero creo que nos gustamos hace años
–No sé cómo era ella antes, pero todo lo que he visto es que te trata mal, se burla de ti, te agrede y molesta. Las bromas que te hizo sólo porque me defendiste...
–Eso no fue...
Arnold guardó silencio. Decirle que Helga no se había enfadado porque la defendiera, sino porque estuvo a punto de decir delante de todos lo de Brainy, era contarle un secreto a Edith.
–Eso... fue un asunto diferente, defenderte fue solo la gota que derramó el vaso y yo me lo busqué
–¿Así es siempre?
Arnold reflexionó un segundo.
–No–dijo finalemente–. No todo el tiempo. La conozco de toda la vida. Le gusta fingir que detesta a todo el mundo y que nada le importa, pero en el fondo es amable y comprensiva, también es muy lista y y sensible. Sé bien que es complicada, pero creo que eso también me agrada
Edith dejó escapar una risita.
–Lila dijo algo parecido
–¿Lila?
–Después que Helga te besó delante de todos, Lila y yo conversamos un rato, sé que a ella también le agrada Helga
Edith miró a Arnold y luego suspiró. Quería ser su amiga, quería entenderlo y apoyarlo, aceptaba que él no correspondía lo que sentía y creía que podía soportarlo. Pero él le encantaba en una forma que nunca antes sintió. Era guapo, altruista, inteligente, alegre, entusiasta y una de las personas más amables que había conocido. Por eso sabía que no podía decirle que Lila la encontró en el baño, llorando, porque él se sentiría culpable y se disculparía por algo que no tuvo nada de malo. Apretó los dientes y se maldijo por dentro. Nunca creyó que alguna vez lloraría al ver a alguien que le gustaba besando a otra chica.
–Me preocupa que alguien tan amable como tú cayera por una persona como ella. Deberías estar con alguien a quien le importes, que se preocupe realmente por ti, no una persona que se aproveche de tu bondad para salirse con la suya
Arnold frunció el ceño.
–Edith, es mi novia de quien estamos hablando. Por favor, no vuelvas a decir algo así
–Lo siento–El semblante de la chica era de arrepentimiento.
–Sé que Helga no es la persona favorita de la mayoría de la clase, pero te aseguro que es buena en el fondo, solo es un poco difícil de llevar, pero si llegaras a conocerla, podrías encontrar muchas cosas maravillosas en ella
La chica le sonrió con cierta lástima.
–Me gustaría creerte, Arnold, pero no tenemos la misma perspectiva. Solo espero que no te lastime y si lo hace, recuerda que sigo siendo tu amiga, puedes hablar conmigo ¿sí?
Arnold asintió.
–Sé que no le agrado–Continuó la chica.–y por eso creo que es mejor que me mantenga lejos de ti en la escuela
–No creo que sea necesario
–No me gusta causar problemas–Explicó–. Sólo espero que seas feliz con ella
Arnold la contempló con ojos muy abiertos. Lo que Edith decía sonaba muy maduro, sincero y, en cierto modo, algo triste. Se sentía ligeramente culpable. Si no hubiera bebido no la habría besado en esa fiesta y tal vez ella no se sentiría así... pero si no hubiera bebido, Helga no se habría quedado con él esa noche... no habría ocurrido nada de ese sueño que le dio el valor y el impulso suficientes para decirle cómo se sentía.
Sabía que ambos hechos estaban encadenados por su error.
–Mi autobús ya viene–dijo ella, con una sonrisa.
El chico asintió, viendo como el bus estaba a una calle de ellos, detenido por un semáforo en rojo.
–Tal vez suene egoísta–Agregó ella.–, pero me siento más tranquila ahora que te dije esto. Gracias por acompañarme
–Gracias a ti–dijo Arnold y ella lo miró confundida, pero él no lo notó antes de continuar.– ¿Sabes? Realmente creo que eres una persona agradable y en verdad pienso que si Helga y tú se conocieran más podrían llevarse bien
Edith medio sonrió.
–Nos vemos en la escuela–dijo, volteando para subir al bus.
Cuando el bus partió, él siguió su camino a casa. Edith lo observaba.
–¿Te hubiera gustado yo si te tratara como ella lo hace?–Se preguntó mirándolo.
...~...
Al día siguiente, Gerald y Arnold terminaron tan cansados con el entrenamiento, que decidieron llamar a sus respectivas novias y cancelar la cita de esa tarde, pero el domingo Helga se dio cuenta que extrañaba a su novio y como terminó temprano los deberes de la casa, decidió llamarlo.
–Lo siento, Helga, hoy no puedo salir. Estoy atorado con la tarea
–¿Cuál?
–No importa
–Importa, Shortman–dijo casi en un gruñido.
–La de escritura–Admitió el chico–. Todavía no la acabo
–¿Por qué no me pediste ayuda?
–No quería molestarte, ni siquiera estamos en la misma clase
–Sabes que es mi especialidad. Puedo estar allá en quince minutos ¿te parece bien?
–¡Pero!
–¿Vas a desperdiciar la oportunidad de verme y recibir mi ayuda, cabeza de balón?
Arnold rio al otro lado de la línea. Eso hizo sonreír a la chica.
–Claro que no ¿Puede ser en media hora? Necesito ordenar un poco si vienes
–Está bien, en media hora
–Y Helga
–¿Sí?
Hubo un largo silencio.
–Gracias
Ella colgó y Arnold corrió a su habitación, cerrando la puerta.
Cuando terminó de ordenar tenía cinco minutos para tomar un baño, lo hizo de todos modos y supo que ella había llegado mientras se vestía. No quería dejarla esperando mucho tiempo, así que salió del baño con el cabello estilando y fue a buscarla a la entrada.
–Hola–dijo la chica, mirándolo inquisitiva.
–Hola, Helga–Arnold le dio un beso tímido.–. Vamos–La tomó de la mano y arrastrándola escaleras arriba.
Ella se congeló. ¿Por qué? ¿No iban a estudiar en el salón? ¿O en el comedor? Eso era terrible, horrible, no estaba lista para estar a solas con él ahí otra vez.
«¿Y si pasaba algo?»
«¿Y si sus abuelos lo regañaban?»
«¿Y si...?»
«Cristo»
Cuando Helga reaccionó, ya estaban entrando a la habitación del chico. Tragó saliva, sujetando la correa de su bolso con su mano libre.
Arnold la llevó hasta su escritorio y le ofreció una silla. Ella colgó su bolso en el respaldo antes de sentarse. Arnold se sentó junto a ella.
–¿No nos regañarán?–Preguntó ella en voz baja.
–¿Qué quieres decir?–dijo él, levantando la vista hacia ella–. Oh... yo... lo siento... no creí...–Se sonrojó por completo.–. Siempre que viene Gerald estudiamos en mi habitación... no pensé... que podía ser incómodo... lo lamento...
En ese momento se oyeron unos golpes en la puerta, a pesar de que estaba abierta.
–¿Puedo pasar?–Escucharon decir al abuelo.
Arnold respiró hondo y miró a Helga, ella asintió.
–Adelante, abuelo–dijo el chico.
De inmediato el hombre se dejó ver.
–Hola señorita–Saludó.–. Les traje galletas y algo de jugo–dijo, acercándose con una bandeja que dejó en el escritorio.
–Gracias, señor Shortman–contestó Helga.
–Por favor, dime abuelo, ya eres como de la familia–dijo el anciano con una risa.
–¡Abuelo!–dijo Arnold, incómodo, luego miró a Helga–. No es necesario que le digas así
–Abuelo–Repitió Helga en un murmullo.–. Suena... extraño... ¿puedo decirle Abuelo Phill?
–Supongo que eso está bien–dijo el anciano, rascándose el mentón para luego mirarla con una sonrisa–. Los dejo estudiar–Guiñó un ojo antes de salir.
Arnold, incómodo, se cubrió el rostro con las manos. Mientras Helga reprimía el impulso de molestarlo.
–Tu familia es agradable–Comentó la chica, mirando las galletas.
–Gracias–La observó, parecía triste.– ¿Pasa algo malo?
Ella negó sin decir nada, pero tampoco apartó la vista de la comida. Arnold la conocía bien, no era que tuviera hambre, ni tampoco que le desagradara lo que veía.
–Vamos, Helga, algo pasa
–Que no, Arnoldo
–Sabes que puedes confiar en mí
Ella volteó a verlo, parecía preocupado.
–Aich, está bien, te lo diré, pero jura que no hablaremos más de esto
Arnold asintió.
–N-No puedo recordar cuándo fue la última vez que mis padres hicieron algo así... o siquiera si lo hicieron
–¿Qué cosa?
–Llevarme algo de comer mientras estudiaba
El chico la observó y le tomó un momento comprender.
–¿Por eso prefieres estudiar en la escuela?
–Prefiero estar en cualquier lugar que no sea esa casa
–Pensaba que las cosas habían mejorado
–No me malentiendas. Miriam ha cambiado y sé que lo intenta, pero es frustrante. Vivo esperando que en cualquier momento recaiga y las cosas vuelvan a ser como antes. Y Bob simplemente es Bob. Nunca seré como Olga, así que no le importo mientras no lo moleste
–Lo siento–Cerró los ojos con aire reflexivo, luego la miró.–. Eres bienvenida aquí cuando quieras, podemos venir después de la escuela y puedo hablar con el abuelo para que te llevemos a casa en el auto si se hace tarde
–No es necesario, cabeza de balón–Le sonrió.–. Pero gracias–Lo sujetó del cuello de la camisa.–. Y si le dices a alguien que me viste así, usarás tu lengua como corbata ¿entendido?
El chico asintió, luego le sonrió con dulzura, le sujetó el rostro y la besó.
Cuando se apartaron, se miraron a los ojos por un largo respiro.
–Tu tarea–dijo ella de pronto.
–¿Qué?
–Vine a ayudarte con tu tarea–Explicó ella.
–Cierto
Arnold le enseñó lo que había hecho.
–Ve a secarte el cabello mientras lo reviso–Ordenó la chica.
El chico asintió, obediente. Antes de salir de su habitación la vio concentrada apoyando la goma del lápiz bajo su labio. Otra vez tuvo uno de esos momentos donde ella le parecía distinta y maravillosa. Podía imaginarla en un futuro hipotético en el que seguían juntos. En su cabeza ella parecía concentrada como preparando un trabajo para la universidad.
Su corazón golpeó rápido y tuvo que recordarse que debía secarse el cabello.
Cuando volvió, ella le explicó poco a poco como mejorar su redacción. Mientras él escribía, ella se distraía mirando alrededor. En una pizarra de corcho Arnold tenía algunas fotos del grupo, otras de sus citas, algunas fotos de la familia y habitantes de la Casa de Huéspedes y también de dos adultos que Helga no conocía, pero que tenían un aire familiar. En una de éstas sostenían un bebé con cabeza de balón.
–Oh, por dios... son tus padres–dijo en un susurro y de inmediato cubrió su boca y miró al chico.
Arnold estaba absorto reescribiendo un párrafo.
Ella volvió a mirar el tablero con más atención, había algunas fotografías, un mapa y un folleto de una agencia de viajes con destino a San Lorenzo. ¿Era ahí dónde se fueron sus padres? ¿Qué había pasado con ellos? ¿Por qué no habían vuelto? ¿Acaso...? ¿Habían muerto? ¿Qué sabía de los padres de Arnold? Ella pasaba todo el tiempo quejándose de los suyos y ¿y acaso él...? Se sintió como una persona horrible.
Cerró sus puños, tratando de pensar en algo. Gerald debía saber.
Lo observó otra vez, aún concentrado. Terminó la tarea, la revisó y se la entregó para que ella revisara. Ella leyó en silencio, mientras él miraba nervioso.
–Bastante mejor, creo que te podría ir bien. Hay algo sobre tu estilo que no sé si le agrade a la maestra, pero si lo cambiamos mucho, creerá que me copiaste
–Gracias–la abrazó.
Helga se derritió por un segundo.
–Sí, sí, como sea–dijo, luego de reponerse.
–Todavía es temprano ¿quieres ver una película?
–Suena como un plan, cabeza de balón
El chico buscó en una repisa algunas películas en DVD y otras en VHS, leyendo los títulos, pero Helga no quería ver ninguna de esas.
–¿Vamos a rentar algo?
–Está bien–dijo ella, encogiéndose de hombros.
Salieron con tranquilidad. Helga ajustó su bufanda y dejó que su novio sujetara su mano. Se dijo a sí misma que atesoraría cada uno de esos recuerdos, mientras se perdía en la cálida fantasía de sentir que al fin el chico que siempre amó correspondía sus sentimientos.
Chapter 43: Idiotas
Notes:
:D Día de doble actualización, así que asegúrate de leer el episodio anterior
Chapter Text
Ya habían regresado a las clases regulares, pero como tenían varios proyectos por terminar y habían prometido destinar para ello el fin de semana, el grupo de estudio decidió relajarse.
El último jueves de enero, durante el segundo descanso, Phoebe charlaba con Nadine y Lila sobre una de sus bandas favoritas. Helga, aburrida con la conversación, comenzó a escuchar lo que decían al otro lado del salón.
–¡Y entonces hice fium...–dijo Harold lanzando un puñetazo al aire–y pam.!–Añadió dando una patada– ¡Y gané!
–¡Recórcholis!–Comentó Stinky.–. Pensar que eras el peor de nosotros y fuiste el primero en terminarlo
–¿Harold terminando un juego?–Se involucró Helga volteando hacia ellos–. Eso tengo que verlo ¿Cuándo vamos?
–Arnold, ¿Qué día pueden ir?–Comentó Sid casualmente.
–Realmente no tengo tiempo por ahora–dijo el chico–. La abuela ha estado enferma, así que debo ayudar en La Casa de Huéspedes
–Pero yo estoy libre–dijo Helga–¿Esta tarde?
–No lo sé–masculló Sid, ahora incómodo– ¿Arnold estás de acuerdo?
–¿Qué quieren decir?–dijo el chico, confundido.
–¡Hey! ¿En serio creen que tengo que pedirle permiso a mi novio para salir con quien quiera cuando quiera?
–N-no queremos problemas–Se explicó Sid, nervioso, agitando sus manos frente a él.
–Pues ya los tienen, idiotas–dijo levantándose, mientras se subía las mangas y apretaba los puños.
–Helga, por favor, tranquilízate–dijo Arnold, parándose junto a ella y tomándola por el brazo.
La chica lo miró un segundo, luego los miró, furiosa.
–¡Helga!–Repitió Arnold.
–Tienen suerte–Bufó la chica, regresando a su puesto.–. Esta tarde les patearé el trasero en los arcades, como siempre
Los tres amigos intercambiaron una mirada de alivio.
–Odio que hagas eso–Murmuró Arnold.
–¿Qué cosa?–dijo Helga, en el mismo tono.
–Actuar así, no tienes por qué ser agresiva con todos todo el tiempo
–Así soy, Arnoldo, siempre he sido así... y esos tres me sacan de quicio
–Pero te diviertes con ellos, por algo quieres ir
–Me divierte humillarlos–Corrigió.
–Helga
–¿Qué?
–Admítelo
–Ok, lo admito, me divierto con ellos–Rodó los ojos.
Arnold sonrió, le dio un beso en la mejilla y la vio sonrojarse poco a poco.
–¡Ey!
–Hermosa
–¡Cállate!–dijo, frunciendo el ceño y escondiéndose tras su cuaderno.
Escuchó a los otros tres riendo y volteó a dedicarles una amenaza pasando su pulgar por su cuello, lo que los hizo callar.
Phoebe y Gerald se sonrieron. Era lindo finalmente ver a sus mejores amigos actuando como una pareja.
...~...
Esa tarde, Gerald decidió que también quería ir a los arcades, así que preguntó si podía unirse, con lo que Helga y los demás estuvieron de acuerdo. Phoebe y Arnold se despidieron y tomaron el autobús para sus respectivos hogares.
En el arcade, Helga comprobó que ciertamente Harold había mejorado bastante en el juego que mencionaba y lo vio llegar casi al último contrincante. Impresionada, lo retó a un uno a uno, solo para confirmar que, aunque la puso en aprietos, no había mejorado tanto como para vencerla.
–¡NOOOOOOOOOOOO!–Harold se dejó caer al suelo dramáticamente.
–Guau, Helga, sigues siendo la maestra de este juego–Comentó Stinky– ¿Vamos por unos zombis?
–Vamos, granjero–dijo la chica, sacudiéndose las manos.
Helga y Stinky se dedicaron a apuntar y disparar, mientras los demás miraban como jugaban. Hacían buen equipo y prácticamente conocían el juego de memoria. Gerald entendió por qué Stinky la había invitado meses atrás, ella mataba con precisión y cubría las falencias del chico, que de todos modos no era precisamente malo, pero entre los dos, lograban puntuaciones perfectas o casi perfectas.
Luego rotaron entre otros juegos, desafiándose entre sí. Helga invitó a Gerald a jugar en las máquinas de baile, lo que resultó en dos empates y una derrota para ella.
–Buen ritmo–dijo, agitada, cuando terminaron.
–Por supuesto–dijo Gerald, le ofreció la mano y ella le respondió.
Sin pensarlo terminaron replicando el saludo que el moreno y el rubio compartían.
–Oh, lo siento, fue... instintivo–dijo la chica.
–Lo mismo para mí–Rio Gerald, nervioso.– ¿Qué sigue?–Se alejó hacia los demás, disimulando.
En algún momento la chica se quedó sin fichas y decidió comprar más, mientras los demás competían en un juego de carreras. Cuando regresó, se paró detrás de ellos sin que ninguno notara que había regresado.
–Hacía tiempo que no venías al arcade–Ccomentó Sid, mirando al moreno.
–El amor, viejo–Respondió Gerald–. Prefiero pasar el tiempo con mi chica
–Ah, sí, el amor cambia a la gente–dijo Stinky.
–Incluso a Helga–Chilló Harold, luego agregó.–. Creo que se ha ablandado
Helga cruzó sus brazos y masculló una maldición.
–¿Por qué lo dices?–preguntó Gerald– Yo la veo igual
–Tal vez estás acostumbrado a esa parte de ella, porque es la mejor amiga de Phoebe–dijo Sid–, pero verla sonreír es raro y últimamente lo hace mucho
–Y no una sonrisa que da miedo–Continuó Harold.–. Es como... una sonrisa de niña
–Es porque es una niña–dijo Gerald, rodando los ojos, para luego acelerar en el juego, dejando a los demás atrás–. Última vuelta. Van a perder
–No si logro alcanzarte–dijo Stinky–. Y lo que Harold quiere decir es que, desde que está con Arnold, Helga parece más una chica y menos un muchacho
Helga arqueó su ceja.
Los chicos se concentraron y dejaron de hablar durante el último tramo de la carrera. Stinky estaba por alcanzar a Gerald, pero el moreno pasó la meta antes que lo hiciera.
–Se los dije–Se apartó de los controles con orgullo.
–Estuve tan cerca–Lamentó Stinky.
–Realmente me alegar que hayas venido–Añadió Sid–. No me gustaría tener problemas con Arnold
–¿Qué quieres decir?–dijo el moreno.
–Oh, ya sabes. Debe ser incómodo para él que su novia salga con otros chicos, supongo que te pidió que vinieras para quedarse tranquilo
–¿Es eso, Johansen?–dijo Helga, molesta.
–¿Qué? ¡Claro que no!–Se apresuró a decir Gerald.
–¿En verdad creen que necesito que alguien me vigile?
–No queremos que Arnold se enfade porque su chica esté con nosotros–Recalcó Sid.
–A quién deberían tenerle miedo es a mí–gritó ella, apretando el puño, molesta, pero la escena de esa mañana se repitió en su mente.– Jódanse.–Dio media vuelta y se fue.
–¿Qué pasó?–dijo Harold.
–Que ellos te expliquen–dijo Gerald.
El chico se fue corriendo para alcanzar a Helga. La encontró a unos pasos de la salida.
–¡Oye, Pataki!–Le gritó para detenerla.
–¡Déjame en paz!–dijo con un gesto despectivo de su mano, sin dejar de caminar.
–¿Por qué les haces caso?
–¿En serio viniste a “cuidarme”?–Hizo las comillas con sus dedos.– ¿Arnold te pidió...?
–Arnold no me pidió venir–Interrumpió.–, ni vine a hacerle un favor
–¿Entonces por qué viniste?
–Quería jugar
–Entonces vuelve ahí y déjame en paz
–¡No!
–¿No?
–¡No quiero tener malentendidos contigo!
Helga cerró los ojos y respiró tratando de calmarse.
–¿Cuál es su estúpido problema?–Gruñó.– Siempre he jugado con ellos, ¿por qué ahora es diferente?
–Porque ahora te ven como una chica
–¡Soy una chica!
–Pero en su cabeza no lo eras, eras solo alguien más del grupo. Ahora te ven más como una chica y en especial como la chica de un amigo. Mira, hay ciertos códigos entre los chicos, supongo que también los hay entre ustedes
–Algo así–dijo pensando en las reglas no escritas que había tenido que aprender y que tuvo que decidir cuándo podía ignorar y cuando no.
–Por eso le preguntaron a Arnold, en lugar de invitarte directamente. Ahora estás con alguien y no pueden pasar por sobre él y entiendo que eso te incomode, es una estupidez, a mí no me gustaría estar en esa posición
–Y no lo estás, Geraldo–Volvió a respirar fuerte.–. Mira, lo entiendo, pero no quita que esté molesta... y si me entero que Arnold te envió
–Te repito que no lo hizo, el chico confía en ti
–No, no lo hace...–Se abrazó a sí misma, con una expresión triste.–. Cuando ocurrió lo de Joshua...
–Cuando ocurrió lo de Johnson el problema no era que desconfiara de ti–Corrigió antes que ella continuara–, temimos que él te hubiera lastimado. Rayos. Ya hablamos de esto ¿lo tengo que repetir?
Helga lo miró.
–¿Es verdad?
–Te lo aseguro
–Gracias, Geraldo–Cerró los ojos.–. Vuelve ahí, yo, creo que necesito pensar
–No es lo mismo sin ti, eres la única con la que es divertido competir. Vamos. Creo que Sid necesita que le recuerdes por qué eres la reina de los juegos de lucha
–Exageras
–¿Bromeas? Hasta la clase de mi hermana llegó el rumor de cómo derrotaste a Wolfgang
–¿Qué? ¿Lo sabías?
–Claro que lo sé, el idiota tuvo que faltar una semana a la escuela porque se burlaban de él
Ella suspiró y luego asintió, regresando con él.
Los tres chicos estaban en unas maquinitas casi al fondo. Sin dudarlo, la rubia retó a Sid a jugar contra ella. Cuando le ganó, le ofreció una revancha, esta vez lo hizo polvo, ganando dos peleas perfectas, pero en lugar de celebrar tomó a Sid por el cuello.
–Que te quede claro, renacuajo, que Helga G. Pataki no necesita permiso de nadie para hacer lo que quiera cuando quiera ¿Entendido?
Sid asintió, asustado.
–Si vuelves a insinuar que Arnoldo o cualquier persona tiene poder sobre mí, recibirás una visita de la vieja Betsy
–Helga, lo sentimos–dijo Stinky.
–¿Qué? Yo no hice nada–dijo Harold.
Helga le puso la mano en el hombro y le dio unas palmaditas.
–Lo sé, grandote–Luego miró a Stinky.–. Espero que no se repita
Sid asintió con tanta fuerza que se le cayó su gorra, haciendo reír a todos, lo que relajó el ambiente.
Mientras intentaban decidir qué más jugar, Stinky miró a los chicos y luego a su amiga.
–Necesito más fichas, ¿me acompañarías, Helga?– dijo.
–Vamos–Contestó ella, siguiéndolo.
Cuando se alejaron del resto Stinky decidió hablarle.
–No sé si te lo dijo, pero Arnold nos regañó cuando supo lo de la apuesta. Ya sabes, cuando nos besamos
–Estuve ahí, lo recuerdo–Rodó los ojos.
–Creo que por eso Sid intenta ser cuidadoso. ¿Ustedes ya estaban saliendo?
–No, ¿por qué?
–Era muy claro que estaba molesto
–Creo que solo estaba enfadado porque pensó que me estabas manipulando. Ya sabes cómo es Arnoldo, siempre intentando hacer lo correcto–Se encogió de hombros.
–Es que parecía... celoso
En ese momento llegaron frente al mostrador, así que Stinky pidió sus fichas.
–Lo que me recuerda–Helga sacó un billete y para comprar una barra de chocolate y dársela al chico.
–Recórcholis, gracias–La miró.– ¿Por qué Arnold actuaría celoso si no estaban saliendo?
–La gente es complicada, Stinko–dijo Helga con una sonrisa–, pero te lo agradezco
–¿Por qué? No entiendo lo que hice
–Contarme esto–Sonrió.–. Vamos
Estuvieron jugando hasta el cierre del local. Helga dijo que tenía hambre, Harold y Gerald estuvieron de acuerdo en ir por unas hamburguesas, mientras los otros dos chicos se despidieron. Harold devoró su hamburguesa y luego dijo que debía irse para cenar con sus padres. Helga y Gerald terminaron de comer y salieron con calma.
–Johansen, ¿puedo caminar contigo?–dijo ella en cuanto estuvieron afuera.
–Supongo que sí–La miró confundido–¿Quieres hablar de algo?
–Tú... ¿Qué tanto confía Arnold en ti?
–Mi amigo y yo nos confiamos todo, supongo que como Phoebe y tú
–Tratamos–dijo Helga, con un largo suspiro–. Yo... tengo curiosidad... ¿qué sabes...? ¿Qué se sabe de los padres de Arnold?
–Tal vez deberías preguntarle a él
–No puedo–Cerró los ojos.–. Mira, no pretendamos que no sabes que solía espiarlo
–Ajá
–En una de esas ocasiones escuché que te contó que sus padres se habían ido... ¿por qué no volvieron?
–Oh. No lo sabemos. Sus padres desaparecieron
–¿En San Lorenzo?
–¿Cómo sabes...?
–Solo... ¿podrías contarme lo que sabes? Por favor
–No lo sé, Helga... ¿por qué no le preguntas a él?
–Solo... no puedo... no sé... no sé cómo preguntarle y no sé cómo tocar el tema
–¿Y por qué te importa?
–Porque me importa ¿sí? Solo... intento entender... algo–Sujetó su brazo de forma incómoda.–. Por favor
–¿Tienes tiempo?
–Todo el que haga falta
Siguieron caminando, pero Gerald se desvió hacia el parque, allí se sentaron y él le contó todo lo que su amigo le había dicho al respecto, de cómo se obsesionó una vez que encontró el mapa y lo que sabía acerca del contenido del diario.
–Pero, ¿cómo puede ser que su avión haya desaparecido? ¿No hubo reportes de accidentes? ¿Se perdió en el mar? ¿Nunca supieron si llegaron con los ojos verdes?
–No lo sabemos. Arnold intentó contactar al amigo de sus padres, también sus abuelos, pero nunca hubo respuesta
–¿Qué tal si... tuvieron un accidente que los invalidara? En un país así tal vez no tendrían cómo volver
–Los abuelos pidieron ayuda al gobierno y a otros médicos de la organización, pero nadie vio nada, nadie supo nada
–¿Y Arnold quiere ir...? ¿Realmente espera encontrarlos?
–No tengo que decirte cómo es
–La persona más optimista del mundo
–Exacto
–Pero... nadie puede ser tan ingenuo
–Nunca lo escucharás decirlo en voz alta, pero él conoce las probabilidades
–Si sigue con su plan es porque tiene una esperanza
–No lo sé, hermana, Arnold... tal vez solo quiere respuestas, sin importar si no le gustan
–Un cierre
–Claro
Caminaron fuera del parque y Gerald se ofreció a acompañarla a casa.
–Gracias, Geraldo
–No vayas a decirle
–Claro que no le diré
Le ofreció la mano en plan de sellar el trato, pero Gerald otra vez le respondió con el saludo que hacía con su amigo, el cual la chica imitó a la perfección. Ambos se miraron y rompieron a reír.
–Eres buena–dijo el chico.
–Años de verlo, supongo–dijo Helga y notó la sospecha en la mirada de Gerald–. Ok, ok, también lo imitaba a veces
–Estás loca
–¿Y apenas te das cuenta?
Gerald rompió a reír.
–Nos vemos en la escuela
–Hasta mañana, Johansen
Chapter 44: Miedo y Calidez
Notes:
Ok ok triple actualización (por si llegaron aquí, subí los episodios 43 y 44 hace un rato)
Chapter Text
Todo partió tras una jornada de estudio en la biblioteca. De camino a la salida Arnold notó que estaban prácticamente solos. Tomó la mano de su novia y cuando vio a sus amigos doblar una esquina, la sujetó con fuerza, la empujó con cuidado contra un muro, escondiéndola de los demás en caso que alguien regresara y la besó con desesperación. Se había disculpado, pero la sonrisa en el rostro de ella significaba dos cosas: la primera era que no le molestaba y la segunda, sospechaba que había iniciado una guerra.
Lo confirmó al día siguiente. En el descanso ella lo alejó de los demás con la excusa de ir a las maquinitas, y de camino ella lo empujó dentro de un armario de limpieza, cerró la puerta y lo besó con la misma intensidad con la que él lo hizo el día anterior, sujetándolo por las muñecas, obligándolo a mantener los brazos a su costado. Luego lo soltó y se fue sin dejarlo responder. El chico primero pensó que estaba enfadada por alguna razón que no comprendía, pero al verla en la sala ella le sonrió de la misma forma que el día anterior.
Unos días más tarde Helga le enseñó a Arnold el truco con el que entraba al auditorio y comenzaron a esconderse ahí en los descansos. A solas los besos que comenzaban dulces, se tornaban más intensos y ambos sabían que estaban borrando lentamente los límites.
Así, de alguna forma se las arreglaban al menos una vez al día para esconderse en algún rincón de la escuela. Y no se conformaron con compartir su aliento. Sus labios comenzaron a buscar la piel en sus cuellos y orejas, mientras sus manos se colaban por los bordes de la ropa, solo un poco, lo suficiente para sentirse, al tiempo que los dedos se crispaban y rasguñaban. Ambos disfrutar los cosquilleos que eso provocaba.
Así fue como un día en que estaban escondidos en el auditorio, ella lo empujó sobre una silla, pero él la sujetó con fuerza por la cintura, haciéndola caer sobre él. Sin perder un segundo, el chico besó su cuello, mientras con una mano la sujetaba por la nuca, jugueteando con su cabello. Ella, agitada, pasó de besar a mordisquear con suavidad la oreja del chico, provocando que él cerrara su mano en un gesto involuntario, jalando un poco los cabellos que había enredados en sus dedos. Ella intentó en vano ahogar el quejido que subió por su garganta, luego lo miró, asustada y su cuerpo se tensó. El chico la soltó de inmediato, preocupado.
–L-lo siento–dijo Arnold– ¿Te lastimé?
Helga se apartó y se fue sin ninguna explicación. Cuando logró ponerse de pie y seguirla, ya había perdido su rastro.
...~...
«No, no, no, no»
Helga se escondía en uno de los cubículos en el baño, sentada sobre el estanque como otras veces. Se abrazaba a sí misma cerrando los ojos, repasando las sensaciones que Arnold le provocó minutos atrás. Sabía que no debió huir así, pero no supo qué más hacer. Era difícil resistirse y al mismo tiempo, tenía miedo de seguir avanzando. Había llevado ese juego demasiado lejos, ¿Qué pensaría Arnold de ella? ¿Solo lo hacía por darle en el gusto? No podía concebir que su dulce y adorado cabeza de balón se entregara con la misma absurda pasión que ella. Sabía que eran jóvenes, sabía que llevaban poco tiempo saliendo y no tenía idea si era el momento de que pasara algo más, no le parecía adecuado y, al mismo tiempo, lo ansiaba. Pero ¿Qué iba a pensar él? ¿Se enfadaría? ¿Le parecía inapropiado?
Cuando él la sujetó así, ella notó que no fue intencional, pero deseó que lo hubiera sido y estuvo a punto de decirle un millón de locas ideas que pasaban por su cabeza. Pero incluso si creía que no había nada de malo en querer algo así y le había dicho a su amiga que esas cosas estaban bien, Phoebe y Gerald llevaban más de un año juntos cuando tuvieron esa conversación, mientras ella y Arnold apenas unos meses. Eso tenía que importar de algún modo ¿no?
–¿Helga? ¿Estás aquí?
Era la voz de su mejor amiga, pero la rubia no reaccionó de inmediato, hasta que escuchó que alguien abría las puertas de los distintos cubículos.
–¿Helga?–Repitió.
–Aquí estoy, Pheebs–dijo la chica.
–¿Qué pasó?
–¿No puedo estar tranquila en el baño durante el descanso?
–Claro que sí, pero el descanso terminó hace quince minutos
–¿Qué?
Abstraída en sus ideas, la rubia no había escuchado el timbre. Trató de calmarse, pero no quería salir del cubículo. Escuchó pasos hacia la salida y luego el ruido del seguro de la puerta principal.
–Estamos solas–Anunció su amiga.– ¿Piensas salir o tendré que pasar por debajo de la puerta y sacarte a la fuerza?
A Helga le hizo reír que tomara esa actitud, así que se levantó y quitó el seguro del cubículo para abrir despacio la puerta.
–No me di cuenta–dijo.
–¿Qué fue lo que pasó?
–No es... no pasó nada...–Evadía su mirada, así que estaba volviéndose una pésima mentirosa.
–Helga, por favor, sabes que puedes decirme
La rubia se apoyó contra el muro al fondo del baño, nerviosa.
–No puedo–dijo–. Ni siquiera estoy segura de qué me pasa, solo sé... que no puedo con esto
–¿De qué hablas?
–El mantecado, tenerlo a mi alcance es más de lo que puedo manejar
–¿Qué? ¿Qué pasó? ¿Acaso... hizo algo malo?
–¿Bromeas? Nunca sería capaz de hacer algo malo
–No necesariamente algo realmente malo, solo algo que se sienta mal para ti
–Está bien, viniste aquí en su nombre, ¿qué fue lo que te dijo?
–Que cree que te lastimó o te asustó, que huiste y que no pudo alcanzarte para aclarar lo que había pasado y está preocupado porque no volviste a clases
–Arnold no hizo nada malo, soy yo, Pheebs, estoy desquiciada–Se apoyó contra los fríos azulejos que decoraban el fondo del baño.
–¿Por qué lo dices, Helga?
–Creerás que soy una hipócrita. No, corrige eso, SOY una hipócrita–Apretó los puños y apretó los dientes un segundo.–Hace tiempo te dije que... no tenía nada de malo querer o hacer cosas si nadie salía lastimado, pero estaba a solas con él y... todo se volvió demasiado intenso. Entré en pánico–Cerró los ojos y tomó aire.–. Siempre he estado enamorada de él, Pheebs y siempre he querido que me vea de la misma forma... pero no imaginé que yo le pudiera gustar así
–¿Te refieres a...?
Helga cerró los ojos.
–Estoy desquiciada, lo incito a hacer cosas... y no sé si es bueno o malo, Pheebs, apenas llevamos unos meses saliendo
–Helga, ¿qué más da? Se conocen de toda la vida y además... siempre has querido estar con él... ¿por qué te acobardas ahora?
–No quiero que piense que si vamos demasiado rápido es porque ya tengo experiencia o algo así...
–Incluso si fuera cierto, eso no debería importar, Helga
–Lo sé, lo sé, en mi cabeza lo sé, pero... es Arnold... Cristo. Siempre ha sido demasiado bueno
–Pero es humano, Helga
–Es tierno, bondadoso, preocupado–Continuó sin escucharla.
–¡Helga! Tienes que aterrizarlo, por tu bien
–¿Qué?
–Arnold es humano, puede sentir cosas como cualquiera de nosotros y ciertamente por la forma en que te mira está claro que le provocas algo. Le gustas en más de una forma y ahora que están juntos es normal, por favor, tienes que ser realista, Helga. Tienes que aprender a lidiar con el chico de carne y hueso... el que no puede sacarte los ojos de encima, el que parece que se derrite con todo lo que le dices... el mismo que has estado besando y que te corresponde, Helga. Si hubieras asustado a Arnold, él ya te habría detenido. Sé que cuando lo veías desde lejos podías ponerlo en un altar, pero ahora es diferente
–No puedo hacerlo–dijo, temblando y tratando de retroceder, mientras lágrimas escapaban de sus ojos.
Helga solo pudo sentir como su estómago se apretaba y su garganta se cerraba. ¿Por qué su amiga eligió justamente esas palabras? Algo en su interior se removió y si bien racionalmente sabía que Phoebe tenía razón, la parte de ella que había adorado a Arnold como un dios no sabía cómo manejar la cercanía que ahora tenían... y la corrupción de la que ella se sentía culpable. El chico bueno, noble y puro, ¿cómo podría ser capaz de tener los mismos locos impulsos que ella?
Phoebe se acercó a ella y la sujetó por los hombros.
–¡Reacciona!–dijo sacudiéndola.
Su rubia amiga seguía en crisis.
–Lo siento por esto–dijo para luego levantar la mano y darle una bofetada.
Helga pestañeó, llevando instintivamente su mano a su mejilla.
–Gracias, Pheebs, lo necesitaba–respondió más calmada.
Su amiga jamás la había golpeado con demasiada fuerza, pero siempre era efectivo
–Hablaré con él al almuerzo–Añadió.
–De hecho... ¿todavía tienes las llaves de la azotea?
–Sí–Helga buscó en su bolsillo y confirmó que las tenía en su bolsillo, como siempre.
–Puedo enviarle un mensaje a Gerald para que le diga a Arnold que vaya y hablen ahora mismo–dijo la chica mostrándole su celular–. Si quieres, claro
–¿Crees que esté bien hacerlo?
–De todas formas ya no te dejarán entrar a clases–dijo con una risita–. Y creo que Arnold se volverá loco si no hablan pronto
–¿Y qué le digo?
–Lo que me acabas de decir, Helga, tienes que ser honesta con él... y si las cosas van muy rápido, si no te sientes cómoda, tienen que bajar el ritmo
Phoebe escribió en su teléfono:
»From you:
Dile a A que vaya al pasillo sobre le auditorio. H estará ahí en 5 minutos
Se lo enseñó a su amiga y Helga asintió. Phoebe presionó el botón para enviar. Ni diez segundos después llegó la respuesta:
»From Bebé:
Va en camino
Las chicas intercambiaron una mirada.
Helga volvió a mojar su rostro para calmarse, se secó bien, arregló su cabello y su ropa. Tomó aire y decidió salir.
–Gracias
–Tienes tres minutos
Helga asintió y salió corriendo. Estaba en el baño del primer piso, el más cercano al auditorio. En cada vuelta asomó su cabeza con cuidado, esperando no toparse con el director Wartz o algún maestro. Tuvo suerte y llegó hasta el segundo piso sin problemas. Caminó hacia la escalera que llevaba a la azotea y subió los peldaños abrió la puerta sin entrar y guardó la llave, quedándose fuera de vista. Cerró los ojos, atenta a los sonidos alrededor. Llegaban desde lejos las voces apagadas de los maestros dictando lecciones y una que otra voz juvenil. A veces unas risas seguidas de un regaño, hasta que se acercó el sonido de zapatillas sobre las baldosas y el ritmo apresurado de pasos que ya conocía, hasta que frenaron cerca.
–¿Helga?–Murmuró el chico.
–Estoy aquí, cabeza de balón
El chico siguió su voz y la vio en la escalera.
–Ven–dijo ella, abriendo la puerta para pasar de inmediato al pasillo tras ésta.
Arnold la siguió tratando de mantener la calma. Atravesó el portal y subió unos pasos. Apenas logró notar su semblante triste cuando ella cerró con pestillo, dejándolos a oscuras. Rozó el brazo de Helga, pero ella se apartó de un brinco. Entonces confirmó lo que temía: se había excedido, la había asustado. Notó que ella subió algunos peldaños, el sonido de una llave y la luz del exterior iluminaron el lugar.
–Hace demasiado frío para subir a la azotea–dijo Helga, mientras regresaba bajando algunos peldaños–. Solo abrí para que no estemos a oscuras
Arnold la contemplo. A contraluz parecía una efigie divina, pálida, triste. Ella le evadía la mirada y aunque él moría por abrazarla, dudó en acercarse.
–Helga, no quise lastimarte–dijo–. No quería asustarte. Lo siento
–Tonto cabeza de balón–dijo ella, mordiendo su labio, nerviosa.
Todavía no se atrevía a mirarlo. Cruzó los brazos y apoyó su hombro contra el muro.
–Podemos arreglar esto–Continuó el chico.
–¿Puedes callarte? Intento decir algo... y no es fácil
Pasaron muchas ideas por la mente de Arnold, pero no quería darle tiempo a ninguna de quedarse. Intentaba con todas sus fuerzas confiar en su «amada» novia.
Un latido intenso llegó con ese concepto.
Era muy pronto ¿Lo era? No podía haber pasado de en serio gustarle a amarla así de rápido. Analizarlo sería su próxima tortura. Sabía que Helga se distanciaría si le decía algo remotamente parecido, y se protegería levantando nuevas barreras que sería agotador sortear. Y aunque ella decía a veces que estaba enamorada de él, en parte creía que era más bien una proyección de su enamoramiento infantil, que no podía ser algo tan serio. Pero lo que él comenzaba a sentir...
–Rayos, no puedo hacer esto–dijo de pronto ella, frustrada.
Estaba molesta. Realmente enfadada. Arnold no sabía qué hacer. Quería escucharla gritar, regañarlo, culparlo, maldecirlo y amenazarlo, incluso prefería que lo golpeara, pero no ese silencio frustrante, como si buscara la forma sencilla de...
–Helga–Cerró los ojos y juntó valor para decirlo–¿Acaso quieres que terminemos?
–¡Claro que no!–dijo ella a prisa, mirándolo con temor– ¿Tú... quieres...?–Ni siquiera pudo decirlo.
Arnold negó con tristeza y ella sintió que volvía a respirar.
–Estoy preocupado por ti–dijo el chico–. Te fuiste sin decir nada. ¿Te hice daño de alguna forma?
Ella negó.
–¿Te asustó algo de lo que hice?
–Por supuesto que no, Arnoldo. Aunque... tal vez debería decir que al menos no me asustó lo que crees–Le sonrió, aunque mirada seguía triste. Intentó sostenerle la mirada. Falló. Apretó los puños intentando recuperar valor.–. Me aterra que puedas pensar cosas malas de mi por las cosas que estamos haciendo
–No pienso nada malo de ti
–No mientas
–Lo digo en serio
Ella maldijo por lo bajo. Arnold no entendió qué dijo, pero lo supo por el tono.
–Desclasifiquemos temporalmente esa noche de Halloween–Helga tragó saliva antes de continuar.–. Cuando dije que tenía práctica besando, el cambio de expresión en tus ojos casi me mata
–No era... no era porque supieras besar. Pensé... me dio tristeza pensar que lo estabas engañando conmigo
–Incluso para mí hacer algo así es horrible–Admitió Helga.–. Intenté contarte antes de la fiesta... ya sabes, que habíamos terminado... no me preguntes por qué, pero iba a decírtelo... y después me dije que no era importante... y no lo hice... ni siquiera Phoebe lo sabía
Frustrada se sentó en uno de los peldaños, todavía apoyando su espalda en el muro. Arnold no dejaba de observarla, recostado en el muro junto a la puerta, con las manos en los bolsillos. Ella le echó un vistazo de reojo.
«Es tan guapo que es criminal»
«Helga, contrólate»
«Pero desde sus zapatillas, hasta su cabello, todo en él es perfecto»
«¿Qué acabas de hablar con Phoebe? Deja de idolatrarlo»
«¿Cómo puedo dejar de idolatrarlo si se ve así? Todo en él es divino, su cabello, su rostro, hasta sus ojos... tristes...»
«Arnold está triste...»
«Y es mi culpa...»
–Lo siento–dijo Helga–. No debí irme así–Dobló una pierna para apoyar uno de sus codos y sujetar su frente y sien con sus dedos pulgar, índice y corazón.–. No sé cómo reaccionar cuando me siento así
–¿De qué hablas, Helga?
–Me gusta–Cerró los ojos y echó su cabeza hacia atrás, contra la muralla.–lo que me haces sentir... cuando estamos besándonos a escondidas... pero es demasiado y no sé qué hacer. Y no quiero que creas que he hecho mucho más que eso antes...
–No pienso eso, Helga–Arnold le sonrió con alivio, algo en su actitud le provocaba ternura.– ¿Fue por eso que huiste?
Ella asintió, sin abrir los ojos
–¿Sigue desclasificada la noche de Halloween?
Ella volvió a asentir.
–Espera, antes de eso... ¿sabes que me gustas?
–Sí
–¿Sabes que creo que eres linda?
–¿Lo crees en verdad?–Ella volteó hacia él y Arnold percibió el peso de sus inseguridades reflejado en el temor de su mirada.–. Digo, sé que estamos juntos y que si te causara rechazo no sería así
–Eres linda... hermosa, de hecho
–Estás loco
–Puede ser–Se acercó un peldaño con las manos en la espalda.–. Eres guapa, Helga. Y aunque sé que no lo piensas, eres atractiva
–¿Cómo voy a ser...?
–Lo eres y punto–Interrumpió sonriendo.
–Tonto cabeza de balón, te odio–dijo, mirando en la dirección opuesta a él.
Cada vez que ella repetía que lo odiaba, una sensación cálida crecía en su pecho. Tomó valor para subir otro peldaño.
–Volviendo a esa noche, después de la fiesta, después de todo lo que pasó, mientras te besaba... moría por acariciar tus piernas...
–¿Qué tú qué?
–No tienes idea de cuánto me costó resistirlo... no eres la única que disfruta esos momentos en que estamos besándonos a escondidas. Me vuelves loco, Helga
Ella volteó a verlo, impresionada por lo que acababa de escuchar. No podía ser cierto, pero sus ojos le decían que sí.
Arnold estaba seguro de que sus latidos eran tan fuertes que ella podía escucharlos, pero le sostuvo la mirada con toda la tranquilidad que pudo fingir, a pesar de estar completamente avergonzado.
–¿También te gusta... cuando estamos... así?–Logró decir ella, nerviosa.
–¿Así... cómo?–Lo dijo solo por molestarla, con una sonrisa juguetona.
–Sabes de lo que hablo–Bufó, incómoda.
Arnold subió un pie al siguiente peldaño y se inclinó hacia ella, con las manos en los bolsillos. La vio sonrojar y eso lo hizo sonreír.
–Sí, lo sé, Helga. Y sí, también me gusta... y me asusta en partes iguales–Con la mirada señaló el espacio libre en el peldaño inmediatamente bajo ella– ¿Puedo?
–Es un país libre
El chico se sentó, apoyando su espalda en ella. La chica no se resistió y lo abrazó por el cuello, apoyando su cabeza en la de él.
–Entonces–Continuó el chico, disfrutando la calidez y la calma que daba su cercanía.– ¿No te molestó lo que hice?
–No, pero no lo repitas... al menos por ahora
–Sabes que no fue intencional, ¿cierto?
–Lo sospechaba
–¿Sabes que nunca haría nada con la intención de lastimarte?
–Lo sé, cabeza de balón
Arnold sujetó con ambas manos el brazo con el que ella lo abrazaba.
–Por favor, no vuelvas a dejarme así–Rogó.
La angustia que le transmitió fue suficiente para que ella cambiara de posición y también pasara su otro brazo alrededor de su cuello, colocando sus piernas a los costados de él, recargándose en su espalda, con la frente en su cabeza.
–Prometo no volver a escapar de ti, cabeza de balón–Murmuró ella y sintió que él apretaba sus brazos con una mezcla de afecto y miedo.
Se quedaron así unos minutos. Sonó el timbre de la escuela, el pasillo se llenó de ruido de estudiantes que charlaban.
–Tal vez deberíamos ir a almorzar–dijo el chico.
–En verdad no tengo hambre ¿Y tú?
–Tampoco
Arnold con un gesto le dio a entender que lo soltara. Pasó junto a ella para cerrar la puerta y volvió a sentarse, esta vez detrás de Helga, para rodearla con afecto protector. Ella dejó que lo hiciera, cruzando los brazos sobre su vientre, abrazándose a sí misma y recostándose en él. Su mente todavía jugaba con mil ideas que no se atrevía a sacar.
Se quedaron el silencio, sin apenas moverse, hasta que otro timbre anunció el fin del almuerzo.
–Arnold... vamos a perder otra clase–dijo Helga.
–No me importa ¿y a ti?–Respondió él.
–No si es para estar contigo
Se quedaron así largo rato, sin que ninguno de los dos se atreviera a apartarse.
–Hueles bien–dijo Arnold de pronto.
–Tengo un bálsamo excelente–Respondió ella.
El chico la apretó un poco más como respuesta.
–Me gustaría quedarme así–dijo él.
–Tenemos que irnos, cabeza de balón. Los tortolitos deben estar preocupados
Arnold asintió y la soltó despacio, como si temiera que fuera a desvanecerse.
–Vamos–Añadió resignado.
–Ten cuidado al bajar y espera a que abra para salir. Hay que ser precavidos
–¿Vienes aquí seguido?
–A veces llevo a Phoebe a la azotea para conversar en privado. Pensaba traerte cuando el clima fuera más agradable
–¿Y cómo es que tienes llaves?
–Las tomé prestadas y las copié. No quieres más detalles, mientras menos sepas mejor
–Entendido
Bajaron lentamente apoyados contra el muro. Cuando Helga llegó a la puerta puso su oído contra ésta. Nada. Dejó salir a Arnold, luego presionó el botón del seguro y salió detrás de él, cerrando la puerta con prisa.
Regresaron al salón, donde Phoebe y Gerald los esperaban.
–¿Todo bien?–dijo la asiática en cuanto los vio.
–Sí–dijo Arnold–. Perdón por las molestias
–Vamos a la biblioteca, tienen bastantes apuntes que copiar–dijo Gerald.
Los rubios asintieron, tomaron sus cosas y siguieron a sus amigos.
Chapter 45: Un corazón... ¿puro?
Chapter Text
La mañana de San Valentín Arnold esperó a Helga en la esquina de su calle con una flor y un chocolate. Ella lo molestó por ser tan juntos, pero luego de unas risas, caminaron juntos a la escuela. Ella le tenía un regalo que había escondido en su casillero días atrás: Un cuaderno con fotografías de algunas citas y un poema acompañando cada una. Al chico le encantó y estuvo leyéndolo con detención antes que empezaran las clases.
Helga permaneció sentada a su lado, mirando en otra dirección, nerviosa, atormentada por sus inseguridades.
«¿Y si le parecen aburridos mis poemas?»
«¿Creerá que el regalo es muy tonto?»
«¿No es demasiado narcisista?»
«Pero los poemas son sobre él... »
«¿Reconocerá los cursis, humillantes y vergonzosos poemas que el profesor Simon alguna vez leyó, aunque sin mencionar nunca quién los creó?»
«¿O acaso fueron irrelevantes para su alma?»
«¿Su letra y su estilo cambiaron los suficiente para que no le recuerden el pequeño cuaderno rosa...?»
«¿Lo conserva todavía?»
«¿Lo recuerda?»
«¿Lo lee?»
Phoebe y Gerald no llegaron tan temprano al salón, aunque si habían llegado temprano a la escuela. Al ver a los rubios juntos intercambiaron una sonrisa y se acercaron a darles los buenos días. Helga no se movió, solo le hizo un gesto a Gerald para que por ese día cambiaran de lugar. Al moreno no podría molestarle menos pasar las clases junto a su novia, así que dio la vuelta y pasó junto a Arnold, intercambiando su saludo especial con él. Entonces la rubia se fijó en su amiga.
–Pheebs, acompáñame–dijo, tomándola de la muñeca–. Volvemos de inmediato
La sacó de ahí y la más pequeña la siguió sin resistencia, pero confundida.
–¿Qué pasa, Helga?
–Shhhh... date prisa
Llegaron al baño de chicas más cercano, Helga se aseguró de que estuvieran solas y apoyó su espalda en la puerta para que nadie fuera a entrar.
–Helga, me estás asustando–dijo Phoebe, ajustando sus lentes.
–Mira–Le indicó el espejo.
Su amiga revisó su reflejo con atención. Algunos mechones se escapaban de su peinado, su blusa estaba mal abotonada, la arregló de inmediato, con rapidez y eficiencia. Al hacerlo notó que su suéter estaba al revés, así que tuvo que quitárselo, voltearlo y volvérselo a poner. Finalmente bajó la mirada hacia su falda, el cierre estaba a un costado, pero debía ir atrás.
Mientras se acomodaba, poco a poco el rubor en sus mejillas iba aumentando.
–Por favor no digas nada–Murmuró bajando la mirada.
–¿Fue divertido?–Contestó la rubia con una sonrisa.
–Demasiado–Admitió con una risita.
–Gerald tiene una marca de labial en el cuello de su camisa
–¡Ay no! Le diré que la limpie...
–Que se la quede–Interrumpió con una sonrisa.–, así sabrán que tiene dueña
–¡Helga!
La rubia soltó una carcajada.
–Dudo que le importe–Añadió, observando a su amiga de arriba abajo, luego le dio un pulgar arriba.–. Vamos
Helga volteó, abriendo la puerta. Todo eso les tomó menos de dos minutos, pero todo el tiempo le preocupó que alguien intentara entrar.
–Gracias, Helga
–Para qué estamos las amigas–Respondió encogiéndose de hombros.
Cuando regresaron, Gerald estaba molestando a un sonrojado Arnold.
–¿Qué pasó?–dijeron las chicas a coro.
–¡Nada!–Se apresuró Arnold.
–¿Nada? Amigo...–Comenzó Gerald, luego miró a Helga.–. Pataki, no puedo creer que hayas hecho algo así de cursi
El rubor del rostro de la chica no era claro si se trataba de ira o vergüenza.
–¿Qué hiciste, cabeza de balón?
–¡No hice nada!–Sus ojos contenían temor y una disculpa.–. Gerald me pidió un cuaderno...
–Y saqué tu regalo de su mochila por error–Explicó el moreno, todavía riendo.
–Bueno, Geraldo, más vale que olvides lo que viste, si no quieres... –Comenzó a amenazar alzando su puño.
Phoebe le puso la mano en el hombro a su amiga.
–Yo me encargo–dijo con calma, luego se acercó a su novio, lo sujetó por la parte de atrás del cuello de la camisa y le susurró algo al oído, que hizo cambiar su rostro de la burla al temor.
–Pataki, me disculpo, no he visto nada–dijo el chico de forma mecánica.
Helga arqueó su ceja y su amiga le dedicó una sonrisa que le dejaba claro que todo estaba bajo control.
–Más te vale–Respondió, antes de sentarse, todavía sonrojada.
Arnold vio de reojo como su novia apoyaba el codo en la mesa y su rostro en su mano, ignorándolo. Pero por debajo de la mesa arrastró su pie hasta encontrar el de él, lo que lo tranquilizó.
Un par de minutos después sonó la campana y pronto empezaron las clases. En general fueron interrumpidas por una que otra visita de estudiantes de distintos grados para dar alguna declaración espontánea -varias a Lila, algunas a Edith, incluso una para Nadine- y los profesores lo permitían entre sonrisas cómplices. Casi toda la escuela creía estar en una comedia romántica, lo que para Helga era demasiado. Cuando no soportó más, arrastró a Arnold a la azotea después de almorzar, allí se quedaron de pie, apoyados contra un muro, mirando las nubes con sus dedos entrelazados o besándose hasta quedarse sin aliento, para luego volver a observar la distancia.
Cuando terminó la última clase, el grupo de amigos salió de la escuela y se despidieron en la parada del autobús. Phoebe y Gerald se dirigieron al centro, a una cita, mientras Arnold y Helga caminaron paseando por el barrio. A ella no se le pasó que el chico parecía nervioso, pero se resistió a averiguar la razón.
–Se hace tarde–Comentó ella de pronto.
–Lo sé, vamos–Respondió él.
Ella lo acompañó a la Casa de Huéspedes y subieron directo a la azotea. Una vez salieron, caminaron hasta el borde del edificio y tomados de la mano contemplaron la puesta de sol.
–Helga, s-sé que no querías algo demasiado cursi–murmuró Arnold– ¿Esto está bien?
–Es perfecto–Respondió ella, apretando su mano.–. Gracias, cabeza de balón
El chico la observó, perdiéndose en sus ojos, abrumado por su presencia y su cercanía. Tiró suavemente la mano de la chica hacia él, acercándola lo suficiente para besarla con dulzura. Ella le correspondió, abrazándolo por el cuello con su mano libre, mientras él la sujetaba por la cintura.
Al apartarse, el chico soltó su mano, para acariciarle el rostro mientras la abrazaba, apoyando su frente en la de ella, cerrando los ojos.
–Helga... hay algo... algo que quiero decirte... –Comentó nervioso.
–Te escucho
Su corazón latía rápido y la sangre subió a su rostro.
El chico abrió la boca varias veces sin poder decir nada.
Helga intentó alejarse, pero él la sujetó.
–Espera–Rogó.–. Es... complicado... y quizá no te agrade lo que diré...
–¿Es muy malo?
–No... no es malo... pero eres tú...
–¿Qué pasó? ¿Qué hice?
–Te prometo que no es nada malo... solo... –Le dio un beso rápido en los labios, lo que de alguna forma los tranquilizó a ambos–. Helga...
Arnold dudó otro segundo, entonces tomó una de las manos de la chica y la llevó a su pecho. Ella podía sentir sus latidos.
«¿Miedo? ¿Nervios?»
–Por favor no te enfades–dijo.
–Intent-Prometo–Corrigió–no hacerlo
–Helga... te amo
–No digas tonterías–Respondió de inmediato, sin siquiera detenerse a procesarlo.
–No son tonterías–Arnold frunció el ceño.
Ella se soltó, apoyando su espalda en el muro que bordeaba la azotea, con los codos sobre éste.
–Gracias–Sonrió, mirando el suelo.–. Yo también te amo–Añadió.–y lo sabes...
Arnold se sonrojó. Ella lo decía con una mezcla de seguridad y convicción que él ya conocía, pero con una tranquilidad que era nueva.
–Te amo desde hace mucho tiempo, muchísimo–Continuó la chica.–y que salgamos es todo un milagro después de los años que pasé molestándote, por eso... pensé que era una tontería. Lo lamento
–Está bien, Helga... lo entiendo
Arnold se acercó para besarla, pero ella levantó la mirada y lo apartó.
–Espera un segundo ¿Por qué creíste que me enfadaría?–Quiso saber.
–Porque eres Helga G. Pataki–dijo él, rascando su cabeza.
Ella ahogó una risa, pero él pudo leer el orgullo que se dibujaba en su rostro.
–Es bueno que lo sepas, cabeza de balón–Echó un vistazo por sobre su hombro, tratando de distraerse con un camión que pasaba lentamente. Luego miró el cielo.–. Debo irme a casa
–Te acompaño
–No es necesario
–Quiero...
–Lo sé, siempre quieres–Sonrió.–, pero necesito calmarme antes de llegar a casa y contigo cerca es un poco difícil
–¿Qué quieres decir?
–Estoy esforzándome por contener la euforia que provoca que me digas algo así... porque no quiero hacer el ridículo
Arnold la observó con curiosidad.
–Algún día tendrás que explicarme eso–dijo.
–Tal vez–Sonrió misteriosa.
Se despidieron en la puerta y Helga se alejó con las manos en los bolsillos.
«Dijo que está enamorado de mí»
«Oh, amado Arnold, tu corazón galopando por mí es lo más maravilloso del mundo»
«¡Me ama!»
Una vez que se alejó lo suficiente, comenzó a dar saltos y vueltas, amparada en la oscuridad de los callejones por los que cortaba hacia su casa. Sacó de entre su ropa el relicario y observó la fotografía.
–Oh, amado mío, cada día estoy más cerca de tu corazón. ¿Llegará el momento en que sientas por mí lo mismo que yo escondí por años?
Sonrió a la imagen, antes de guardarla y concentrarse en respirar, para no parecer una loca cuando llegara a casa y caminó tranquila la cuadra que quedaba. En cuanto entró, escuchó a sus padres charlando alegremente en la cocina. Eso se le hizo extraño y tuvo que averiguar qué pasaba.
–Hola, mamá. Hola, Bob–dijo la chica.
–Hola, hija–dijo su madre– ¿Qué tal tu día?
–No me quejo–Sacó una manzana y la examinó.– ¿Hay buenas noticias?
–Oh, claro que sí–Sonrió.–. Tu padre ganó un premio
–¡El mejor vendedor del distrito! ¿Lo oíste, niña?–dijo el hombre con orgullo.
–Felicidades, Bob
–Y parte del premio son unas vacaciones para dos personas–dijo su madre con una risita–, así que tu padre y yo nos iremos este viernes por la tarde y volveremos el domingo en la noche
–Ya veo
–Te quedarás con Olga–Anunció Bob.
–¿Es necesario?–Los miró.–. Puedo cuidarme sola
–Hija...–Comenzó Miriam, nerviosa.
–Estaré bien
Los adultos intercambiaron una mirada.
–Sí, pasa algo, llama a tu hermana–Concedió Miriam.
–Lo haré
–Y no hagas fiestas–Añadió el hombre.
–¿Realmente creen que soy la clase de persona que haría una fiesta secreta de película adolescente?
Sus padres se miraron con seriedad y luego rompieron a reír.
–Es cierto–dijo su padre, sin parar de reír.–. Ni siquiera tienes suficientes amigos, ni eres popular como lo era tu hermana
Helga rodó los ojos.
–La niña puede quedarse, es solo un fin de semana–Concluyó.
–Te dejaré las compras hechas–Añadió Miriam.
–Genial
–Y algo más...
Helga miró a su madre. Oh, no, no iba a mencionar a Arnold, ahora, ¿cierto? Prometió que sería un secreto entre ellas.
–No podrás ir al gimnasio–dijo la mujer–. Así que, si vas a entrenar en casa, no exageres. Puedes volver a lesionarte y no quiero tener esa charla contigo, jovencita
Helga asintió y luego de un segundo abrió mucho los ojos al comprender lo que su madre realmente quería decir.
–Gracias, Miriam, seré consciente–Guardó una manzana en su bolso.–. Iré a dormir, buenas noches
Subió las escaleras con apatía, entró a su habitación y cerró la puerta con cuidado. Se dejó caer en la cama y, mirando el techo, deslizó su mano hacia la caja donde estaban las cosas. Estaba abierta desde que sacó el lazo que él le dio en su cumpleaños para usarlo esa primera cita con Arnold. No pudo resistir echar un vistazo a sus antiguos poemas, sentarse por horas, recordando la sensación de amarlo en silencio, en sueños, en fantasías... y ahora... ahora que podía tenerlo, tocarlo, besarlo, abrazarlo... ahora que todo era real, no había dejado de escribir... y soñar.
–Espera
Se sentó en la cama.
–Estaré sola todo el fin de semana
Miró alrededor.
–Tal vez...
Se levantó y comenzó a caminar en círculos.
–Miriam sabe que salgo con Arnold... y si se entera que lo invité a casa, tendremos una conversación incómoda. No debería, ellos confían en que me portaré bien
Dio varias vueltas en silencio y luego se sentó otra vez, sacando la manzana de su bolso. La giró entre sus manos, solo por hacer algo, sin prestarle atención.
–¿Qué debería hacer?–Lanzó la fruta al aire y la recibió con la otra mano.–. Por un lado, tengo esta invaluable oportunidad de probar que soy digna de la confianza de mis padres, por otro–Repitió el gesto.–, quién sabe cuándo volveré a estar sola en casa por tanto tiempo
Se dejó caer en su cama mirando el techo y estiró los brazos y las manos.
–¡Esto es complicado!–se dijo, apretando los ojos con fuerza.
Escuchaba a sus padres hablando con entusiasmo, probablemente haciendo planes para aprovechar al máximo sus días fuera. ¿Cuándo habría sido la última vez que pudieron disfrutar algo así? Helga suponía que al menos para su luna de miel debieron ir a algún lugar lindo, pero ella no podía recordar si es que alguna vez le contaron al respecto.
Rodó sobre la cama, apoyándose en los codos, con sus manos delante de ella.
–La confianza de mis padres...–Miró hacia un lado.–. Una tarde a solas con Arnold–Miró hacia el otro.
La fruta que había soltado rodó y estaba a punto de caer. Helga se levantó para sujetarla, pero el brusco movimiento fue suficiente para que terminara desapareciendo por el borde de la cama.
–Rayos
Metió la mano por el costado, pero no la encontraba. Resignada, movió la caja donde tenía las cosas para poder ver mejor. De alguna forma la fruta había caído dentro de la caja.
Al abrirla sacó algunas de las fotografías y las contempló con una sonrisa.
–No hay comparación. Es la única oportunidad que tengo para hacer esto
Se dejó caer en su cama, boca abajo, mirando la fruta, hasta que se quedó dormida.
Chapter 46: Cercanía
Chapter Text
La mañana siguiente Arnold bajaba a desayunar aún en pijama y bostezando, cuando una risa estrepitosa terminó de despertarlo. Con cuidado se asomó a la cocina solo para confirmar sus sospechas. Corrió escaleras arriba y le compró a Kokoshka por 5 dólares su turno en el baño.
Mientras secaba su cabello frente al espejo, se preguntaba qué hacía Helga tan temprano en su casa... ¿o tal vez no era tan temprano?
Afirmando la toalla corrió hasta su habitación y cerró la puerta tras de sí, dejando escapar un suspiro de alivio al ver su reloj.
Con calma buscó ropa para ese día, preparó su bolso deportivo y se aseguró de tener todo en su mochila. Luego se sentó en la cama un instante y volvió a mirar alrededor, repasando mentalmente todas las cosas que hacía cada mañana y su horario de ese día.
–Todo en orden–se dijo, tomando aliento para animarse a bajar.
Al apoyar las manos en el colchón, las esquina de un objeto golpeó suavemente sus dedos. Bajo la almohada asomaba el regalo de Helga. Se había dormido leyendo los poemas y mirando las fotografías. No estaba seguro en qué momento lo dejó ahí, pero le alegraba confirmar que no lo había dañado.
Lo tomó y con cuidado lo ubicó en la repisa, entre sus libros, junto a un viejo cuadernito rosa que había encontrado años atrás. No quería llevarlo a la escuela y arriesgarse a que alguien más lo viera. Definitivamente ella lo mataría si eso pasaba.
–Te tardaste, cabeza de balón–Se quejó Helga cuando él finalmente apareció en la cocina.
–Buenos días–Respondió él, tratando de disimular sus nervios con una sonrisa.– ¿Q-qué haces aquí?
–¿No deberías estar agradecido por mi presencia, cabeza de balón?
–Bueno, sí... pero...
–¿Acaso no puedo pasar por ti camino a la escuela?–Interrumpió ella, con aire serio–. Criminal
–S-supongo que sí–Aceptó él.
–Ven a desayunar, vaquero–Intervino Gertie, dejando un plato en el puesto junto a Helga.
–Tienes suerte de que tu abuela cocine tan bien–Continuó molestando la chica.–, o no te habría esperado
–Hubiera estado listo más temprano si me hubieras avisado que vendrías–Respondió él, entrecerrando los ojos.
–Fue una decisión de último minuto
Arnold medio sonrió.
–¿Tanto me extrañaste que no podías esperar a verme en la escuela?– dijo, fingiendo ser la persona más segura del planeta.
Helga se sonrojó.
–¿Qué? ¡Claro que no! Sólo tomé otro camino y...
–¿En serio?–La interrumpió y le sonrió.– Porque yo si te extrañaba
Eso solo consiguió que ella se sonrojara aún más.
–E-esperaré afuera, cabeza de balón, así que apresúrate–dijo, tomando su bolso para escapar de ahí.
Mientras sus abuelos intercambiaban una sonrisa de mutua comprensión, Arnold reía despacio. Dejó su plato a medio comer y le dio el resto a Abner. Luego corrió a cepillar sus dientes otra vez antes de salir. Moría por besar a la chica.
En cuanto salió, ella se puso de pie.
–Vamos–Ordenó con un gruñido.
–Espera–Contestó Arnold.
–¿Ahora qué?–dijo ella, volteando y arqueando su ceja con enfado.
Arnold la sujetó por los hombros y le dio un beso suave.
Helga, sonrojada, apenas pudo reaccionar. Luego de unos segundos se apartó y sacudió su cabeza
–Vamos, o llegaremos tarde–dijo.
–Lo que tú digas, Helga–Contestó él con una enorme sonrisa.
Caminó junto a ella y le ofreció tomar su mano. Ella aceptó, todavía nerviosa y mirando alrededor con precaución. El chico tenía asumido que ese hábito no se le quitaría pronto.
–¿Tomamos el autobús?–Sugirió él.
–Me gustaría caminar
–Claro
Arnold intentaba ser paciente. Sabía que debía haber una razón para que Helga hubiera ido por él, pero también entendía que presionarla podía arruinar las cosas muy rápido, así que trató de distraerla un poco.
–Por cierto, ya nos entregaron la redacción con la que me ayudaste–dijo.
–Ajá–Contestó ella, sin mirarlo.
–Y me fue mejor que la última vez
–De nada
–Gracias, Helga–dijo con una risita–. Tenías razón, a la maestra no le gustó mucho mi estilo, pero dijo que se notaba que había mejorado algunos aspectos importantes.
–Siempre tengo razón, cabeza de balón–Añadió ella con un tono arrogante.
–Es una suerte que la mejor escritora de mi clase sea mi novia
Helga dejó de caminar, cerró los ojos y le apretó la mano. Arnold volteó a verla.
–¿Dije... algo malo?–Preguntó.
Ella negó, tratando de respirar.
El chico casi podía sentir su angustia ¿Pasó algo? ¿Tuvo problemas con sus padres?
–Helga, ¿estás bien?
–Arnold... yo...
Tomó un último respiro y levantó la vista hacia el cielo.
–¿T-te molestaría si vuelvo a ir por ti antes de la escuela?–Agregó, mientras con su mano libre jugaba con su bufanda.
–Claro que no–dijo el chico y luego de pensarlo añadió–. Y puedes pasar a desayunar cuando quieras
–Gracias
Siguieron su camino, pero Arnold no dejaba de pensar que ella lucía más nerviosa de lo habitual y eso lo intrigaba.
–¿Eso es todo lo que querías decirme?–Intentó averiguar.
Helga negó, concentrada en el camino frente a sus pies.
–¿Problemas en casa?
–No precisamente
«Más bien todo lo contrario... »
«¡Vamos, Helga! ¿Por qué te acobardas?»
«Tal vez... »
–¿Le pasó algo a tu hermana?
–Nada nuevo
–Sabes que puedes contarme lo que sea... ¿te sientes mal?
–¡Ya basta!
–Lo siento
Helga medio sonrió, suspirando frustrada.
–¿Lo que quieres decirme es la razón pasaste por mí?–Quiso saber el chico.
–No. Sí. Más bien... vine por ti porque... había algo que quería decirte–Intentó sonreír, pero terminó bajando la mirada.–, pero no puedo... no ahora... no estoy lista
–¿Debería preocuparme?
Helga lo observó. La ternura y ansiedad en los hermosos ojos verdes de su amado era tanto una dolorosa herida como dulce ambrosía para su alma.
–No... no... es... solo... arg... olvídalo. No es importante
Lo soltó y retomó el camino a paso rápido con su actitud de enfado fingido.
Arnold sonrió, ya estaba acostumbrado a ese acto.
–Lo que tú digas, Helga–dijo antes de darle alcance.
...~...
Durante la mañana Helga estuvo distraída. Pensaba hablar con Phoebe durante el almuerzo, pero durante el segundo periodo decidió que eso la estaba volviendo loca y le pidió a su amiga que la acompañara con la excusa de hablar con uno de los maestros por una duda con un examen, a lo que su mejor amiga accedió.
Arnold y Gerald se quedaron en el salón charlando con otros de sus amigos, pero Arnold decidió que necesitaba un refresco. Volvió justo cuando sonó la campana.
Helga y Phoebe entraron unos minutos después y tomaron asiento en sus lugares habituales.
Durante el almuerzo, esperando en la fila para llenar sus bandejas, Arnold notó que Helga seguía evitándolo. Trató de no pensar demasiado. Era su novia, la amaba, confiaba en ella, tenía que ser paciente.
Al final de ese día Helga le pidió a su novio que le diera unos minutos antes de ir a la práctica.
–Arnoldo... esto... no es muy habitual y no soy buena cocinera, así que no prometo nada, pero ¿quieres comer conmigo mañana?
–¿Mañana? ¿En tu casa?–Arnold tragó en seco.
–Sí, ¿Dónde más cocinaría?
–¿Es-estás segura?
–Sí, cabeza de balón, estoy segura–Ella rodó los ojos.
El chico asintió.
–Es importante. No cambies de opinión ¿sí?
–No lo haré, Helga
Ella miró el salón. La mayoría de sus compañeros se habían marchado. Sabía que Gerald esperaba, aunque, claro, tenía a Phoebe para hacerle compañía y, por qué no, distraerlo.
–Y Arnold–Añadió.
–¿Sí?
–Te amo
Ella le dio un beso y se fue casi corriendo. Arnold se quedó mirándola con el corazón a mil.
–También te amo–murmuró para sí, antes de tomar sus cosas.
Sacudió su cabeza y salió del salón, pensando que debía concentrarse o el entrenador lo mandaría a correr diez vueltas extra como castigo.
...~...
Tras la práctica el rubio tuvo que hablar con su mejor amigo.
–¿Qué pasa, viejo? Pareces nervioso–dijo Gerald.
–Helga
–Para variar–Puso los ojos en blanco.
–Necesito... consejos
–¿Para?
–Me invitó a su casa
–Oh, ¿entonces piensa presentarte oficialmente como su novio ante el Gran Bob? Felicidades, supongo, es un gran paso
–Me gustaría pensar que es eso, pero... el asunto es, Gerald, que la escuché hablando con Phoebe y sé que sus padres no van a estar este fin de semana
Los ojos del moreno se volvieron gigantes un segundo.
–¿Crees que...?–Le dio un codazo y arqueó las cejas varias veces.–. Oh, viejo, ustedes no pierden el tiempo
–¡Gerald! ¿Qué hago? ¿Y si algo sale mal? ¡Ayúdame!
–Amigo, me encantaría darte un consejo, pero si soy honesto no puedo
–¡Pero llevas casi dos años saliendo con Phoebe!
–Lo sé–Suspiró.–. Es solo... han pasado cosas, tú me entiendes... pero no esas cosas
Arnold bajó la mirada y medio sonrió.
–¿Crees que es demasiado pronto?–Preguntó el rubio.
–No lo sé, viejo–Le dio palmadas en la espalda.–. Pero si es lo que Helga quiere, dudo que vayas a poner resistencia–Se rio.
Arnold cubrió su rostro con sus manos, en una mezcla de vergüenza y frustración.
–¡Ya basta, Gerald!–dijo a su amigo que no dejaba de reír.
–Viejo, exageras. Es Helga... sé que está loca por ti, pero sigue siendo una chica, ¿no?
–¿Eso que significa?
–Que puede que parezca impulsiva y todo, pero... sigue siendo algo importante y tú le gustas en serio, así que... tal vez si le dices que vayan con calma...
–No sé si podemos tomarnos las cosas con calma
–¿Qué quieres decir?
Arnold tomó aire y miró alrededor.
–Solo te digo esto porque confío en ti
–Lo sé, viejo, nada de esto a Phoebe
Hicieron su saludo especial.
–Es extraño–Comentó Arnold, cerrando los ojos con fuerza, sintiéndose incómodo por lo que iba a decir.–. Cuando estamos a solas... y nos dejamos llevar, parece no molestarle. Cada vez que trato de disculparme, ella solo sonríe, como si fuera lo que espera
–Amigo, te pegó fuerte–Movió la cabeza de lado a lado.–. Solo ve y que pase lo que tenga que pasar. Tienes que disfrutar el camino, viejo y ver a dónde te lleva
Arnold soltó una mezcla de gruñido y risa incómoda, mientras se despedían para ir cada uno a su casa.
...~...
En tanto, Helga caminaba a casa de su mejor amiga. Seguía ansiosa y tenía mucho que hablar con ella todavía.
Después de cenar y notar que la rubia apenas pudo con medio plato, Phoebe la arrastró a su habitación. La dejó dar vueltas por varios minutos, atenta cada vez que abría la boca y frustrada al notar como la cerraba sin decir nada, arrepentida de lo que iba a decir.
–¡Ya basta Helga!–dijo Phoebe luego de quince minutos– ¡Me vas a volver loca! ¡Si vas a decir algo, dilo ya!
La rubia sujetó su brazo, incómoda, tratando de ordenar sus ideas.
–Helga, ya sé que tus padres no estarán el fin de semana... y ya me dijiste lo que piensas hacer... ¿Qué pasó? ¿Acaso no lo invitaste?
–Lo hice... cuando terminaron las clases
–¿Entonces?
–Ahora es real. No sé si pueda con esto
La más alta se dejó caer en la cama de su amiga.
–Helga... ¿estás segura? Todavía puedes cambiar de planes
–Es mi única oportunidad
–No tienes que presionarte
–Lo sé, es solo siento que es importante...
–Es importante, Helga
La rubia rodó sobre la cama, acurrucada, dándole la espalda a su amiga. Phoebe le acarició la cabeza, jugando con su cabello, aguardando en paciente silencio.
–Solo quisiera... –Murmuró Helga.–tener conmigo mi viejo listo para darme algo de valor
–¿Tu viejo listón? ¿El que siempre usabas?
–Sí
–¿Qué tenía de especial?
–Gracias a ese listón Arnold llegó a notarme...
–¿Qué quieres decir?
Helga se sentó y tomó aire.
–Nunca te conté... cómo fue que me enamoré de él
Phoebe reflexionó.
–En efecto, nunca me has dado los detalles del inicio de tu obsesión por el mantecado
La más alta dejó escapar una risita triste, agradeciendo en el fondo el fondo que su amiga intentara alivianar el ambiente.
–Ni siquiera debe recordarlo, pero yo he vivido aferrada a ese momento por años–Subió los pies a la cama y retrocedió hasta apoyarse en el muro, abrazando sus piernas.–. Fue el primer día de preescolar... –Comenzó a narrar, con la mirada perdida.–. Mis padres... no me hacían caso, celebraban otro éxito de Olga... ninguno me ayudó a prepararme, ni me llevaron, pero yo sabía que tenía que ir. La escuela era donde Olga ganaba todos esos premios. Creía que si hacía las cosas que ella hacía les agradaría...
–Por eso... por eso leías todos esos libros avanzados–Murmuró Phoebe.–estabas tratando de imitarla...
–Sí
Helga medio sonrió, apoyando sus manos en la cama, levantando la vista al techo. Phoebe buscó su mano para confortarla y se sentó junto a ella, apoyando su cabeza en el brazo de su amiga.
–Ese día llovía. Llegué empapada y cubierta de lodo... no tengo idea... cómo fue que llegué a la escuela, nadie me prestaba atención, era una niña, estaba sola, en un día de lluvia y absolutamente a nadie le importo... hasta que apareció él... y me protegió...
–Helga, éramos niños
–Y él ya era tan amable como siempre ha sido–Sonrió a pesar que algunas lágrimas escapaban de sus ojos.–. Me cubrió con su paraguas y dijo que le gustaba mi listón, porque era rosa, como mi ropa...
Phoebe abrió mucho los ojos, juntando las piezas y al mismo tiempo imaginando ese instante.
–Siempre pensé en ese listón como mi conexión con Arnold–Continuó la rubia–. Fue la primera persona en verme y ser amable conmigo, el primero en preocuparse y hacer algo que no era su obligación, ni su responsabilidad. Y sé que es estúpido...
–No lo es, Helga–Acotó con aire comprensivo.
–Todavía no lo entendía, ni siquiera podía darle un nombre, pero era el único sentimiento cálido que había conocido. L-lo convertí en mi razón para sobrevivir
–Helga, eso es muy lindo
–Es una locura, Pheebs
–En cierto modo, pero tiene sentido... y es tan... romántico
–¿Romántico? ¡Estaba cubierta de lodo! Doy gracias de que no lo recuerde
–¿Cómo lo sabes?
–¡Nadie recordaría algo así!
–A menos que fuera importante... y Helga... Arnold... jamás se rindió contigo, ¿no creerás que...?
–No, basta, Pheebs, Arnold es una persona amable que siempre ve el lado positivo de todo, esa es la única razón por la que me soportó por años
Phoebe dejó salir una risita. Esa sí era su amiga de siempre.
–Helga... hay algo... hay algo que debo decirte–Añadió luego de calmarse.
–¿Qué estoy loca? Lo sé
–No–Rodó los ojos.–. Sabía que tu listón era muy importante. Muchas veces te vi doblarlo con cuidado y recordaba que dejabas de usarlo cada vez que pelabas con Arnold. Pensé que tal vez él te lo había regalado o algo así
–Bueno, ahora tengo un listón que él me dio, ignorando el valor que el otro tenía... y que por mi estupidez ya no existe
–Helga... es lo que trato de decirte. Ese listón si existe
–¿Qué?
Phoebe se levantó de la cama y fue a su armario, sacó una caja pequeña y volvió a la cama junto a su amiga, sentándose frente a ella. Levantó la tapa y buscó. Entre fotos de ellas dos, de la chica con su novio y de los cuatro, entradas al cine, eventos deportivos y conciertos; tapas de botellas y otras tonterías, había una bolsa de tela, que Phoebe abrió con cuidado y sacó un gastado listón rosa.
Helga la miraba estupefacta. ¿Eso era real? Sus ojos iban del listón al rostro su amiga y de nuevo al listón.
–¿C-cómo?–Logró pronunciar.
–Se lo pedí a Valentina después que le dijiste que lo botara–Explicó.–. Lo lavé y lo guardé, no sabía si algún día lo querrías de vuelta
No se atrevió a tomarlo. Estaba asustada. El daño en ese listón le recordaba su reacción y las dolorosas palabras que escuchó de su amado. Y, por más que quisiera ignorar ambas cosas, seguían en el fondo de su pecho, frenando cada instante en que creía que estallaría de felicidad, recordándole que ella corrompía todo a su alrededor. Pero, estaba intentando en serio no hacerlo ¿podía ser que ella hubiera cambiado lo suficiente para merecer el amor de Arnold?
Acercó su mano temblorosa, pero en cuanto sus dedos tocaron la tela, la familiaridad en la textura revivió muchos recuerdos. El material era distinto al su nuevo listón, aunque el tono era parecido, así como el grosor y largo.
Estuvo segura de haberlo perdido para siempre y ahora lo tenía entre sus manos.
Levantó la vista, a punto de romper en llanto y abrazó a Phoebe, dejando escapar la confusa mezcla de emociones que la desbordaba.
Su amiga la abrazó, dándole comprensivas caricias en la espalda.
–Ya, ya, Helga...–Murmuró Phoebe cuando notó que Helga se calmaba.–. Está bien
–No sé cómo agradecerte–Balbuceó.
–No hay nada que agradecer, solo me preocupé por ti como tú te preocupas por mí
Pasaron varios minutos así, abrazadas. La más bajita sabía que su amiga necesitaba comprensión y al mismo tiempo daba gracias al cielo por la terapia que había recibido, quizá justo a tiempo, porque recordaba las locuras que hizo y siempre se preguntó de cuántas locuras no fue parte o ni siquiera se enteró.
Unos minutos más tarde, Helga logró controlarse y aceptó que era momento de irse. No le fascinaba la idea, pero tenía que despedirse de sus padres antes que tomaran esas mini vacaciones.
–Gracias, Pheebs, ahora estoy mucho más tranquila
–Entonces, ¿estás segura?
–Lo estoy, Pheebs. No puedo seguir posponiendo esto
–Si crees que estás lista
–No lo estoy, quizá nunca lo esté, pero... es la única oportunidad que voy a tener. Mis padres no suelen estar fuera de casa tanto tiempo... yo solo... espero que todo salga bien
–También yo
–Y Phoebe
–¿Sí?
–Esta conversación nunca ocurrió
–Olvidando
–Gracias
Chapter 47: "... entre nosotros"
Chapter Text
Después de la práctica, Arnold se despidió de sus amigos y fue directo a casa para tomar una ducha rápida y cambiarse ropa. Estaba nervioso, sí, pero también le gustaba la idea de pasar la tarde con Helga, sin importar qué pasara.
Y aunque trataba de no anticiparse a lo que fuera que su novia hubiera planeado, su mente regresaba a los recuerdos de cada ocasión en que estuvieron besándose a solas, los latidos, la respiración, la suavidad de su piel, el sabor de sus labios... y la forma en que lo miraba cada vez que se atrevía a decir que lo amaba.
Movió la cabeza de lado a lado, intentando espantar las ideas y fantasías: ella dijo que lo invitaba almorzar y eso era todo lo que él debía saber.
...~...
Helga decidió que podía ignorar por un día el desastre de la cocina. Apenas pudo dormir, entre las expectativas y la ansiedad. Pasó casi toda la mañana ordenando y preparando cada detalle en su habitación, luego intentó cocinar y cuando notó la hora, apenas tenía tiempo para darse un baño y elegir algo que ponerse.
Mientras cepillaba su cabello, se dijo a sí misma que algo casual estaba bien, no quería poner nervioso a Arnold con algo fuera de lo común, ni, debía admitirlo, avergonzarse vistiendo algo incómodo. Debía ser ella misma, sin máscaras, sin más juegos, sin trampas, al menos ese día, al menos para él.
–Oh, Arnold–Comenzó a decir, dando vueltas por la habitación.–. Si supieras la dicha que causa el simple hecho de que aceptaras mi invitación. Si tan solo supieras, oh, ingenuo, la verdad detrás de mis palabras. Si pudieras ver, amado mío, aquello que quiero enseñarte, a ti y solo a ti, mi virtuoso ángel, mi ser adorado... ¿Y acaso estará bien? ¿Será el momento?
Se detuvo, sentándose en la cama, contemplando el viejo listón sobre su almohada. Ya no podía usarlo, pero lo quería cerca ese día.
–¿Qué pensarás de mí, oh, mi cielo? ¿Tendré el valor...? ¿Y me aceptarás tal cual soy? ¿O seré acaso objeto de burla y desprecio? No... tú... jamás serías capaz de lastimarme...
Pero una punzada dolorosa se instaló en su pecho ante el recuerdo de aquel atardecer en las montañas.
«Pero él... no era su intención... »
–Las cosas han cambiado–se dijo–. Sé que Arnold será dulce y sincero. Y si acaso llega a pensar que estoy loca, que sepa entonces cuánto desvarío por el amor que me provoca... Hey... eso se oye bien... lo anotaré...
Se acercó a su escritorio para sentarse a escribir, añadiendo algunos versos más.
El timbre la sobresaltó y dejó caer su lápiz.
–Ya está aquí–se dijo, nerviosa, cerrando torpemente el cuaderno, apretándolo contra ella.
Miró alrededor. Perfecto, todo seguía en orden.
Se asomó a la ventana.
–Bajo en un minuto–dijo, al confirmar que era Arnold quien estaba en la entrada.
El chico le sonrió antes que ella se escondiera otra vez.
–Bien, Helga, ya repasaste esto, solo aférrate al plan
Dejó el cuaderno sobre el escritorio y bajó, tomando largos y profundos respiros. Se detuvo frente a la puerta y abrió.
–Hola, Helga
–¿Qué tal estuvo la práctica?–Intentó parecer casual mientras se hacía a un lado para dejarlo ingresar.
–Todo bien, pronto jugaremos algunos partidos, así que el entrenador nos quiere a todos en forma–Contestó el chico, atento al silencio de la casa.
–Debes estar cansado–Comentó, cerrando la puerta y mirando el suelo, nerviosa.
–No realmente–Arnold miró alrededor, confirmando que estaban solos y de pronto recordó que no se suponía que lo supiera.– ¿D-dónde están tus padres?
–Por ahí–dijo ella, encogiéndose de hombros.–. No te preocupes por ellos, hoy no serán un problema...
–Lo que tú digas, Helga
La observó. Lucía linda con esa actitud nerviosa que intentaba ocultar. ¿Cómo podía ser tan adorable?. Se acercó a ella.
–¿Entonces... estaremos solos?
Helga asintió y Arnold dio otro paso.
–¿Q-qué haces?–dijo la chica al notarlo.
–Nada... –Contestó él con una sonrisa traviesa.
Helga retrocedió hasta sentir la puerta en su espalda.
–A-Arnold... –Logró decir.
El chico se acercó más, llevó una mano hasta el mentón de ella y mientras la sujetaba la besó lentamente, aprisionándola contra la puerta.
Helga sintió un escalofrío recorrer su cuerpo cuando él la tomó por la cintura y la abrazó con fuerza.
Se preguntaba cómo era posible que un beso se sintiera así de bien. Sus labios húmedos, su aliento cálido, su lengua presionando la de ella. El aroma de su piel y su cabello recién lavado, sus dedos firmes en su espalda, como si no fuera a dejarla escapar, como si en verdad temiera que hubiera alguna razón en el mundo por la cual ella no quisiera estar ahí, así, disfrutando ese momento.
La mano del chico en su mentón bajó cuidadosamente por su cuello y un quejido suave se ahogó en sus bocas cuando sus dedos se deslizaron bajo la tela, acariciándole el hombro.
Ella lo abrazó, acercándolo más contra sí misma. Sabía que estaba perdiendo la razón, que era una locura, pero se sentía muy bien para detenerse.
Algo parecido al vértigo se apoderó de Helga cuando sintió que la mano que él tenía en su espalda buscaba el borde de su ropa y luego de un acercamiento tímido, rasguñó suavemente su piel, mientras extendía los dedos.
Su respiración se aceleró y era incapaz de apartarse. No quería detenerlo, no podía pensar en nada.
Arnold llevó la mano desde el hombro de su novia de regreso hacia el cuello de ella y con suavidad subió por su rostro, hasta acariciar su mejilla, luego siguió un poco más atrás, arriba, para juguetear con su lóbulo, delineando con cautela cada detalle de su oreja. Finalmente continuó su camino hacia la nuca, dejando que el cabello de la chica se enredara entre sus dedos, al mismo tiempo que tensaba la mano en la espalda de ella.
La sensación de tenerla así de cerca y cómo ella correspondía sus gestos, estar a solas, notar cómo aumentaba su pulso, el cálido rubor en sus mejillas, los ligeros saltos al exhalar cada vez que intentaba, en vano, ahogar los quejidos que claramente le avergonzaban y que ella no tenía idea lo mucho que él disfrutaba escuchar y en especial saber que era el causante. ¿En qué momento fue que cayó rendido ante ella, el azul de sus ojos, lo suave de su cabello, la tibieza de su piel, la electricidad en sus labios y la dulzura de su aliento?
Dejó de besarla y ella lo observó, con su respiración todavía agitada. Tenía una mezcla de temor y anhelo en su mirada. Arnold la contempló, deseando conservar para siempre ese instante. De alguna forma le pareció hermosa.
–¿Q-quieres... acompañarme... a mi habitación?–dijo ella.
Arnold asintió, sonrojándose. ¿En serio esto estaba pasando?
–Sólo... dame un minuto... –dijo ella.
El chico volvió a asentir, apartándose con lentitud, como si temiera que al soltarla se perdería el hechizo.
Helga reunió valor y pasó junto a él hacia la escalera.
–Espera aquí–Ordenó, evitándolo y subió sin esperar respuesta.
Arnold no pudo mirarla y cuando escuchó que cerraba una puerta, apoyó su frente en el muro con frustración.
–¿Qué estoy haciendo?–Se dijo en tono de regaño.–. No debería... ella... ella es... demasiado...
Helga, apoyada contra la puerta del baño, no era capaz de levantar la vista. Temía lo que podría encontrar en su reflejo y que eso le quitara el valor para continuar.
Se acercó al lavamanos y dejó correr el agua para mojar su rostro en un intento por tranquilizarse.
–Estúpido cabeza de balón–Masculló apretando los dientes.
No esperaba bajo ninguna circunstancia que esa fuera la reacción de Arnold al saber que estaban solos. Creyó que él le ofrecería salir o preguntaría si estaba bien que estuviera ahí, pero el idiota decidió besarla de esa forma... tan... tan...
Se recordó que ya habían hablado de eso, pero todavía le costaba aceptar que Arnold realmente estuviera enamorado de ella... y que ella le gustara... de esa forma... tan...
–¡Deja de darle vueltas!–se dijo, mirando enfadad su propia imagen– ¡Tienes un plan! ¡Es la mejor oportunidad que tendrás hasta quién sabe cuándo! Arnold ya está aquí... debes aprovechar el tiempo
Volteó y dio un largo respiro.
–Muy bien, Helga, no eres una cobarde–Se recordó con decisión.
Salió del baño y bajó las escaleras, encontrado al chico sentado en los últimos peldaños.
–Lamento la demora–dijo como disculpa.
–Oh, está bien–Contestó Arnold con una sonrisa nerviosa, mientras se ponía de pie, sacudiendo su pantalón.
–Entones–dijo ella–, ¿todavía quieres acompañarme?
Arnold abrió mucho los ojos y asintió.
–Espera...
–¿Qué pasa?
–Antes... –Tomó aire–. Antes de que subamos, jura que todo lo que pase quedará entre nosotros
Arnold tragó saliva, nervioso.
–Claro... –Aceptó.
–Jú-ra-lo
–Lo juro
–¡Eso no! Tienes que hacerlo bien. Jura que todo esto quedará entre nosotros dos
–Juro que todo lo que pase quedará entre tú y yo, Helga
–Será nuestro secreto
–Está bien
–¡Repítelo!
–Será nuestro secreto–dijo, pero no pudo evitar que eso le provocara una risa nerviosa.
–¡Y si me llego a enterar que alguien sabe al respecto... te arrancaré la cabeza y tu cuerpo será comida para los gusanos!–Añadió, levantando su puño.
–Lo que digas, Helga–Concluyó Arnold, sin poder contener una carcajada.
–¿Qué? ¿Acaso no crees que esto es serio?–Reclamó ella, enfadada, levantando un lado de su ceja.
Arnold movió la cabeza de lado a lado.
–No... no es eso–Intentó explicar, tratando de calmarse.–. Es sólo que... es divertido cuando intentas amenazarme como antes...
–¿TE PARECE DIVERTIDO? Ya verás–Añadió, tomándolo por la ropa.
Arnold solo la miró, con una sonrisa segura.
–¿Qué vas a hacer, Helga? ¿Piensas golpearme?
Ella apretó los dientes.
Entonces Arnold subió su mano para apartar la de ella sin esfuerzo. Luego la llevó hasta sus labios y besó cada dedo, notando como ella cambiaba su expresión de enfado a confusión. Luego la sujetó por los hombros, besándola otra vez.
–Me hubiera gustado saber hace mucho tiempo lo sencillo y divertido que esto–dijo él, seguro.
–¿E-esto? ¿Q-qué es esto?
–Besarte para que no estés enfadada–dijo con una risita
–Tonto cabeza de balón–dijo ella, evadiendo su mirada. Intentó voltear, pero él la sostuvo con fuerza.
–Suéltame
–No
–¿Qué vas a hacer?
–Nada... –dijo él y le dio un beso rápido, sin dejar de sonreír.
–¡Ey!
–¿Qué?–Volvió a besarla.
–¡Lo estás disfrutando!
–Tal vez... –Un beso más.
–¡Oye!
–¿Qué?–Otro beso.
–¡Basta!
–No–Y otro más.
Helga ahora tenía una expresión de confusa diversión en su rostro ruborizado, así que el chico decidió continuar dándole varios besos en todo su rostro: la comisura de los labios, la nariz, el mentón, incluso su frente y otra vez en los labios.
–Está bien, ¡Basta! ¡Tú ganas! No estoy enfadada–Admitió entre risitas.– ¿Contento?–Añadió, cuando él se apartó.
Arnold asintió.
–Que no se te haga costumbre
Esto hizo que el chico soltara una sola carcajada.
–Como tú digas, Helga–Respondió, entrecerrando los ojos.
Ella volteó para ir escaleras arriba. Entonces su corazón se aceleró otra vez, mientras contemplaba la puerta cerrada de su habitación. ¿Realmente iba a hacerlo? Era una locura ¿Y qué pasaba si Arnold se molestaba? No... no... no, él no se molestaría. Además, ya estaba ahí.
El chico la observó y notó que su corazón volvía a acelerarse. Ya no podía arrepentirse, no iba a echarse para atrás. Tenía que estar tranquilo. Sabía que algo así podía pasar si llegaba a salir en serio con alguien, incluso se había preguntado muchas veces cómo sería, pero si un par de años atrás alguien le hubiera dicho que sería con Helga G. Pataki, se habría enfadado. Y en ese momento le parecía que simplemente era lo correcto.
Ella giró el pestillo para abrir la puerta de su habitación. Arnold escuchó el sonido mientras lo giraba, con su corazón latiendo fuerte, atento a cada movimiento de ella, hasta que el timbre los sobresaltó.
Intercambiaron una mirada nerviosa.
–Aguarda–dijo ella antes de bajar.
A Arnold le tomó unos segundos darse cuenta de que no podían ser los padres de la chica, pues ellos no necesitarían tocar. No puso atención, pero notó que Helga hablaba con alguien antes de cerrar la puerta.
–¿Está todo bien?–Preguntó él, bajando la escalera.
–Sí, sí. No te preocupes–Contestó ella.
–¿Necesitas... ayuda?
–No
Arnold bajó de todos modos y siguió el ruido hasta la cocina, donde Helga movía cosas con prisa, intentando hacer espacio para dos cajas de pizza.
Cuando lo logró y levantó la vista, se encontró con sus verdes ojos sobre ella. Otra vez sintió la furia creciendo dentro.
–Te dije que no te preocuparas–Masculló, apretando los puños.
–Lo siento... ¿pasó algo?–Quiso saber él.
Ella negó.
–¿Tus padres dejaron este desorden antes de salir? Puedo ayudarte...
Helga negó otra vez.
–Es mi culpa–Murmuró afligida.–. Intenté... cocinar... pero... no es lo mío y nada de lo que hice me pareció bueno. Por eso... por eso pedí pizza
Arnold volvió a mirar alrededor. Varias de las cosas que estaban a la vista eran utensilios sucios, ollas y diversas bolsas abiertas.
–Helga, no hace falta que cocines para mí
–Lo sé, pero quería hacerlo y fracasé... y no quiero que pienses que soy una inútil
Arnold se acercó y le sujetó las manos con ternura.
–No eres una inútil y nunca pensaría algo así de una persona como tú–Explicó.–. Eres inteligente y lista, sabes hacer muchas cosas y siempre estás intentando hacer otras. La próxima vez podemos cocinar algo juntos, si eso está bien para ti, claro
Helga asintió, con una media sonrisa. Esa gentil ternura de Arnold era una de las tantas razones por las que lo amaba. Y aun así odiaba que sus palabras bastaran para que sintiera la presión en la garganta que precede al llanto.
Cerró los párpados con fuerza.
–Gracias, cabeza de balón...
Ella lo observó.
–¿Deberíamos comer ahora?–dijo él.
–En un minuto... la pizza no irá a ningún lado
–Pero se enfriará
–No importa–dijo ella–. Volvamos arriba, cabeza de balón. Si no hago esto ahora, no sé cuánto me tome volver a reunir el valor...
Arnold tragó saliva.
–¿H-hacer... que?–Quiso saber.
Ella solo le sonrió de forma misteriosa y lo empujó fuera de la cocina, escaleras arriba. Entraron a la habitación. Cortinas cerradas y luces apagadas.
Arnold apenas pudo vislumbrar la cama antes de que ella cerrara la puerta tras de sí. Notó que Helga se quedó inmóvil. Volteó intentando verla, pero todavía no se acostumbraba a las penumbras.
–¿R-recuerdas...?–Murmuró ella y su voz lo paralizó.– ¿En cuarto grado... cuando encontraste un cuaderno con poemas sobre ti?
–Sí–dijo sin dudar, porque ese cuaderno seguía en su repisa y estaba justo al lado del álbum que ella le dio.
–¿Recuerdas... que te quité una hoja?
–La primera del día–dijo, imitando el tono que ella usó en esa ocasión, mientras rascaba su cabeza, recordando la sensación de la bola húmeda golpeándolo.–. Era el último poema...
Notó que Helga lo rodeaba. Podía distinguir su silueta.
–"Hache es por el hueco que hay en mi alma."–Comenzó a recitar.–"E es por Esperar el día para verte. Ele es por la Larga espera del primer beso, Ge es por el geranio de tu boca encendida y... A es por Arnold..."
–¿Cómo puedes recordarlo–dijo él–si apenas tuviste tiem...po...? ¿TÚ LO ESCRIBISTE?
–Bingo–dijo ella, con un tono de seguridad que Arnold supo que era fingida en cuando ella tomó su mano y notó que temblaba.
Helga lo llevó hasta la entrada de su armario, que tenía abierta la puerta. Buscó en el interior con la precisión de un hábito y al apretar un interruptor luces de colores iluminaron el fondo del lugar.
Arnold pudo ver de reojo que sobre la cama de la chica había varios libros, pero no era eso lo que ella le quería enseñar. La vio entrar al armario y apartar la ropa, para revelar la fuente de luz. Al fondo, varias fotografías de él y algunas hojas con la letra de Helga adornaban el muro.
–¿Qué es esto?–Quiso saber.
–Yo... te dije cuando empezamos a salir que te amo desde preescolar–Musitó ella–. Solía escribirte poesía. No, espera... eso es mentira... lo cierto es que todavía te escribo poemas, todo el tiempo. Intenté dejar de hacerlo, intenté dejar de amarte muchas veces, la última fue después de lo que pasó en las montañas, pero no pude, nunca pude. Todos esos cuadernos–Miró su cama de reojo.–son sobre ti... sobre tus ojos, tu cabello, tu sonrisa, tu mirada... tus labios...
–Helga ¿y las fotos?
–Algunas... las tomé a escondidas, otras se las pedí a Phoebe, de los paseos en las que acompañamos a los tortolitos... las demás, creo que es obvio
–¿Qué es todo esto?
–No es nada, cabeza de balón, es lo que queda. Perdí algunos de mis cuadernos... en un momento en que creí que no eran más que desvaríos de una tonta, indigna de amarte... así que los reemplacé con nuevos poemas... y... las fotos... las fotos son el reemplazo de tu altar
–¿Altar...?
–Solía tener un altar... en mi armario, de tu perfecta cabeza con forma de balón... construí varias estatuas de ti... y les hablaba como si fuera tú... y hasta solía rezarle...
–¿Rezarle?
–Sí, no en serio... no tan en serio, más... más como una idea. Imaginaba que te hablaba y confesaba todo lo que sentía. Le contaba mis dilemas, imaginando tus respuestas. Y también... tengo un relicario conmigo... –Lo sacó de su ropa.–. He tenido varios. Este es el último. Cada cierto tiempo cambio la fotografía por una más reciente. La que tiene ahora–Lo abrió, enseñándoselo.–la tomé en un partido, el mismo día que me dormí en el bus y me dejaste tu chaqueta...
Arnold lo tomó, mirando la fotografía.
Helga volvió a alejarse, para abrir las cortinas de su habitación, dejando entrar la luz. El chico volteó y pudo ver muchísimos cuadernos, algunos más viejos, con hojas que se notaban amarillas.
–H-Helga... –dijo, nervioso–. ¿Esto... es una clase de broma?
Ella negó, rascando su brazo y sonriendo incómoda.
–Esto... es... –Continuó él, acercándose a la cama.– ¿Puedo... leerlos?
Ella asintió.
El chico tomó nervioso uno de los cuadernos y pasó las páginas, leyendo por encima su nombre una y otra vez, su descripción y las locas fantasías de Helga.
–Espera...
La observó, volvió a mirar los cuadernos y luego el armario. Era una locura. Su cabeza daba vueltas y estaba tan mareado que tuvo que sentarse abruptamente.
Helga se asustó y se acercó a él, preocupada, pero Arnold extendió su mano hacia ella, para detenerla. Eso la congeló. ¿Acaso...? ¿Acaso estaba enfadado? ¿Le temía? ¿La odiaba?
Sintió como el mundo se rompía en mil pedazos. Claro que todo eso estaba mal, claro que estaba enferma, claro que jamás... nadie, ni siquiera él, entendería... una obsesión así.
Arnold había apoyado su otra mano en la almohada de la chica, encontrando el viejo listón. Se preguntó... porqué estaba así de dañado... qué había pasado. ¿Acaso...?
–Helga–Murmuró.
–Dime–dijo ella, reuniendo toda la fuerza que tenía para no quebrarse.
–¿No habías perdido este listón... en la montaña?–dijo él, enseñándoselo–. Creí... creí que...
–Ese listón... lo usé para atar un ramo... con una carta... en la que te declaraba mi amor... –Contó, con la voz quebrada.–. Tenía... –Tuvo que apretar los puños.–hice un plan con Phoebe para que saliéramos de la cabaña... y luego íbamos a separarnos... y pensaba llevarte a donde escondí la carta. Pero cuando te escuché... regresé y rompí todo y luego hui. Valentina me había mostrado el lugar perfecto para declararme... y por eso ella lo encontró... intentó devolvérmelo, pero no lo quería... Phoebe... Phoebe se lo pidió y lo guardó todo este tiempo... y me lo entregó... cuando... cuando le dije que ese listón fue la razón... por la que me hablaste...
Arnold notó que Helga temblaba. Apretó el listón con cariño y se levantó para acercarse a ella.
–Era tu listón favorito
–Tú lo volviste mi listón favorito... tú volviste el rosa mi color favorito... tú... me viste... y dijiste... dijiste que te gustaba...
–Porque tu moño era rosa... como tu ropa–Completó él.
Helga asintió, sin levantar la vista, luego cayó en cuenta de algo y abrió mucho los ojos.
–¿L-lo recuerdas?–Murmuró.
Arnold sonrió, tomando su mano.
–Recuerdo... a esa niña empapada por la lluvia en la entrada del preescolar... la misma niña a la que le quitaron sus galletas
Helga dejó escapar unas lágrimas, con una sonrisa.
–¿Y todo este tiempo yo te gusté?–dijo él, limpiándole los ojos con cariño– ¿Por qué?
–Me notaste... fuiste amable... tú... le diste calidez... a una vida miserable...
–Helga... eso... eso no está bien
–¡Lo sé!
Ella se apartó, dándole la espalda.
–Trabajo en eso... voy a terapia... he... he dejado algunas cosas, he tratado que otras se vuelvan más normales, de que esto no sea tan loco e intenso... pero... pero nunca pude dejar de amarte, Arnold...
El chico la abrazó con fuerza, intentando contenerla.
–Gracias–dijo.
–¿Qué? ¿Por qué?
–Por dejarme conocer esta parte de ti
–¿No estás... enfadado?
–No...
–¿No te asusta?
Arnold la hizo voltear y tomó sus manos.
–Si soy sincero, sí, asusta un poco, pero siempre supe que no eras solo una chica agresiva–Le besó los dedos y luego llevó su mano a la mejilla de ella.–. Siempre noté que había en ti mucho más de lo que enseñabas y mientras más te conozco... con lo que me has contado y lo que me has dejado ver... muchas cosas comienzan a tener sentido. Tus bromas, tus agresiones, tus reacciones, la forma en que te apartabas de todos hablando sola...cada vez que intentabas esconder algo bajo tu ropa... era... era el relicario ¿no?
Ella asintió.
–Helga
–¿Sí?
–¿Podrías leerme tus poemas?
Ella se sonrojó, abriendo mucho los ojos y luego asintió, avergonzada.
Hicieron un espacio para acomodarse en la cama, con Arnold abrazando a Helga por la espalda y ella sentada entre sus piernas. Tardaron unos minutos en decidir por donde partir, hasta que él optó por tomar cualquier libro y abrirlo en una hoja al azar.
Al principio Helga murmuró los poemas con timidez, pero a medida que avanzaba, tomó más y más confianza, mientras él la abrazaba, apoyando su frente en la nuca de ella, cerrando los ojos, disfrutando de la vibración y el tono en su voz, sonriendo y sonrojándose con las palabras que ella había elegido para describirlo.
Luego de algunos poemas, ella tomó otro cuaderno, pero nuevamente fue él quien eligió cómo abrirlo. Y aunque la duda la congeló un segundo, antes que Arnold pudiera decir algo, la chica recitó casi de memoria. Las mejillas de ambos se encendieron con la apasionada descripción de sus fantasías y Arnold sólo pudo apretarla con fuerza cuando ella se detuvo, avergonzada.
–Tal vez... no debí leer esto... –Susurró Helga, apenada.
–Me gustó oírlo–Admitió él, sin soltarla, sin apartarse ni un milímetro.–. Me gusta... saber... que también... has pensado en esto...
–¿T-también? ¿Cómo que también? ¿Acaso tú...?
Arnold asintió y ella percibió el movimiento de su cabeza pegada en su espalda. Quiso voltear, pero él volvió a apretarla.
–Quiero escuchar otro... –Pidió con voz temblorosa.– por favor...
–¿No tienes hambre?
Arnold negó.
–La pizza ya debe estar fría–Añadió ella.
–No importa
–Arnold...
Ella dejó el librito a un lado y llevó sus manos hasta las de él, pidiéndole en un gesto suave que la soltara. Arnold se apartó y ella volteó lo suficiente para poder ver su rostro sonrojado. Acercó su mano y sujetó su mentón para besarlo.
–Estoy locamente enamorada de ti, cabeza de balón–dijo con una sonrisa–, pero tengo hambre y hay pizza en la cocina
Arnold soltó una risita.
–Podemos tomar un descanso para comer... –Contestó él.–, pero no pienses que te vas a escapar de esto... tendrás que leerme todos tus poemas
–¿Todos?–Se apartó.– ¿Estás loco? ¡Deben ser miles!–Señaló los cuadernos.
Arnold volvió a reír.
–Tenemos tiempo–dijo y luego le dio un beso suave.
Ella tomó su mano y lo obligó a seguirla a la cocina. Decidieron comer la pizza viendo la televisión en la sala.
–En serio... ¿no estás enfadado por esto?–Murmuró ella de pronto. No había prestado atención al programa frente a ella, carcomida por las dudas.
–¿Por qué me enfadaría?–Respondió él, mirándola.
–¿No te parece una locura?
–Es una locura, Helga... pero también es admirable que hayas dedicado tanto tiempo a esto. Ahora entiendo por qué eres tan buena escribiendo... debes... debes ser una especie de genio de las letras
–¡Claro que no! Solamente es un pasatiempo
Arnold sonreía, observándola, mientras ella pretendía que no estaba completamente avergonzada y a la vez orgullosa con ese elogio. Si tan solo supiera lo hermosa que se veía en ese instante...
Pasaron el resto de la tarde en la habitación de la chica. Ella le enseñó unos cuantos poemas más, pero poco a poco, ambos se distraían con cada beso que él le daba en el cuello, apretando su cuerpo entre sus brazos.
El sol comenzó a ocultarse y los tonos anaranjados dieron paso a las penumbras. Helga apenas podía ver las letras, así que dejó el cuaderno a un lado, volteó y lo empujó sobre la cama, besándolo.
Arnold no puso ningún tipo de resistencia. Sentía el peso del cuerpo de ella sobre él y la sensación le causaba un intenso cosquilleo que recorría su espalda, para volverse una punzada eléctrica en su columna.
–Creo que ya es tarde, cabeza de balón–dijo ella, jugueteando con su cabello.–. Pronto oscurecerá...
Arnold la observó, pensando mil cosas a la vez, cuadrando planes en su cabeza, hasta que decidió que valía la pena arriesgarse y hacer una pregunta.
–¿Puedo quedarme contigo esta noche?
...~...
Notas:
Este y el próximo capítulo originalmente eran uno solo, pero ya ven que habría quedado larguísimo.
¿Qué les ha parecido hasta ahora? ¿Les gustó ? Es uno de los que más me ha costado escribir... creo que tuvo como 8 versiones, porque hice un montón de escenarios de la reacción de Arnold a los poemas y el altar y su respuesta alteraba los acontecimientos futuros... pero en fin, espero que lo hayan disfrutado.
Chapter 48: Piel
Chapter Text
Helga pestañeó varias veces. Un cosquilleo nervioso quemaba la palma de sus manos, subió por sus brazos y completó el camino hasta su pecho, donde sus latidos se convertían en un zumbido.
En ese instante el sol terminó de ponerse y las luces en la calle se encendían.
–¿En serio... quieres... quedarte?–Logró pronunciarlo apenas, mientras el rubor se extendía por sus mejillas, aunque oculta por las penumbras.
Arnold se sonrojó y evadió su mirada, para luego asentir, apretando los dientes, demasiado consciente del golpeteo en su pecho.
Ella se apartó y caminó hacia la puerta, mascullando para sí palabras que su novio no logró entender.
–L-lo siento. No debí pedir algo así–dijo con rapidez Arnold, nervioso.–. Está bien si no quieres...
–Me gustaría que te quedaras, cabeza de balón–Ella volteó a contestar con la misma urgencia, luego volvió a darle la espalda, rascando su brazo.–, solo no entiendo por qué querrías
–Disfruto estar contigo
–¿Por qué?
–Porque eres interesante, lista, agradable... y porque te amo
Ella abrió mucho los ojos y notó que él se acercaba. Apenada, tuvo que darle la espalda.
–¿Estás bien?–dijo él.
–¿Puedes...?–Tomó aire.– ¿Puedes volver a decirlo?
–¿Qué?
–Que lo repitas
–Te amo
–¿En serio?
–Te Amo, Helga–Añadió, jalando con suavidad la mano de la chica, esperando que ella se decidiera a voltear.
Ella apretó los ojos con fuerza antes de girarse a verlo.
–Dilo otra vez –Pidió, mirando el suelo.
–Te Amo, Helga Pataki–Concedió él, sujetándole el mentón para besarla.
Ella sonrió.
–También te amo, tonto cabeza de balón
–¡Ey!
Ella se apartó y encendió la luz.
–Puedes quedarte–Accedió.–. Mis padres no llegarán hasta mañana en la noche...
Arnold pudo notar lo nerviosa que ella estaba, a pesar de intentar fingir tranquilidad. Sonrió un poco más tranquilo.
–¿Quieres cenar?–dijo Helga de pronto, todavía evadiendo su mirada.
–Sí, suena bien–Contestó él con entusiasmo.–. De hecho, creo que tengo algo de hambre
–Sí, yo igual...
Volvieron a comer frente al televisor, distraídos, disfrutando de las últimas rebanadas de pizza y unas gaseosas entre risas.
–Si todavía piensas quedarte, creo que debo ordenar un poco la habitación–dijo Helga poniéndose de pie en cuanto el programa terminó.
–Puedo ayudarte
–No, no, no, no, no–dijo ella, agitando sus manos delante de él.–. No hace falta, quédate aquí
–Está bien
Arnold escuchó cómo ella subía los peldaños y decidió que podía llevar las cajas de pizza a la cocina con la intención de dejarlas en la basura. Una vez ahí, se dijo que podía ordenar un poco y pasó los siguientes quince minutos intentando adivinar dónde guardaban cada cosa y limpiando a medida que lograba desocupar.
–¿Qué haces?–dijo la chica al descubrirlo.
–Sólo quería ayudar–Contestó él, en tono de disculpa.
–Rayos, eres incorregible
Helga comenzó a lavar las ollas, bandejas, cubiertos y platos que había ensuciado en sus experimentos. Luego Arnold le ayudó a secar y guardar todo.
–Listo–dijo ella, con las manos en su cintura– ¿Contento?
–¿No te parece que así será más fácil desayunar mañana?–dijo él.
Ella se sonrojó otra vez. Lo odiaba. Arnold en serio iba a quedarse con ella... y estaba pensando en desayunar juntos... otra vez. Era más de lo que su corazón podía soportar y tuvo que abofetearse a sí misma.
–Helga...
–Era necesario, cabeza de balón
Luego de eso Arnold llamó a casa para avisar que se quedaría fuera, pero colgó antes que el abuelo le pidiera explicaciones.
–Tenemos que trabajar en eso–Comentó Helga.
–¿En qué?
–En tus excusas y mentiras, te falta práctica
–No quiero mentirle a mi abuelo
–¿Entonces por qué no dijiste la verdad?
–Porque sé que no me permitirán quedarme
–¿Y vas a afrontar las consecuencias?
Arnold asintió.
–¿Por qué? No vale la pena, ¿sabes?
–Eso puedo decidirlo por mi cuenta, Helga Pataki
Ella sonrió, satisfecha.
Cuando regresaron a la habitación, los tomos de poemas habían desaparecido y la puerta del closet estaba cerrada.
Helga se sentó en la cama, mirando el suelo.
–¿Cuál es el plan?–Murmuró.
Arnold se encogió de hombros.
–No hay plan... –Admitió.
Ella medio sonrió.
Entonces él tomó su mano y la invitó a ponerse de pie para luego besarla, abrazándola con afecto y ternura, disfrutando de poder tenerla entre sus brazos.
Helga correspondió el beso notando cómo sus latidos se incrementaban. Los gestos de él eran dulces, cálidos, pero ella quería más. Lo rodeó lentamente con sus brazos. Dudó un segundo y luego sujetó al chico por la espalda, acercando sus manos hacia los hombros, y se dejó caer en la cama, llevándolo con ella.
Arnold apenas logró reaccionar para apoyar uno de sus brazos al costado de la chica y evitar aplastarla con el peso de su cuerpo. La observó y ella sonreía de una forma que él supo que planeaba algo.
Ella disfrutó por un instante la mirada de confusa preocupación en los ojos de su amado y su desordenado cabello rubio cayendo sobre ella, tan cerca, que le hacía coquillas. Lo soltó para llevar sus manos hacia su rostro, pero cuando él intentó apartarse, Helga lo sujetó por el cuello de la camisa y volvió a besarlo de forma casi agresiva.
La lengua de su novia acariciando la suya con violencia, la forma en que lo sujetaba, era como si tuviera todo el control, a pesar de sus posiciones en ese momento. Podía sentir el cuerpo de ella bajo el suyo y el latente impulso de recorrer su piel. Y, rayos, perderse en esa sensación era tentador.
Estaban solos... nadie interrumpiría... entonces... ¿entonces...? ¿Era esto parte del plan de Helga? ¿O estaba improvisando porque él preguntó si podía quedarse? ¿Se sentía... ? ¿Se sentía presionada por las circunstancias? ¿Era...? ¿Era realmente lo que ella quería? ¿O solo estaba cumpliendo el papel? ¿Qué papel...?
Logró reunir la voluntad para dejar de besarla, apoyando su frente en la de ella, con los ojos cerrados. Respiraba agitado, intentando recuperar el aliento.
–¿P-pasa... algo malo?–Musitó Helga.
Su voz era suave en ese momento. Le gustaba tanto cuando ella bajaba todas sus defensas y le mostraba sus inseguridades, era tan diferente a la Helga que todos los demás conocían, era...
–Sólo quiero asegurarme de que todo esté bien–dijo él, sin abrir los ojos.
–¿A qué te refieres?
–Helga, sabes a qué me refiero...
Un descuido y sus labios se rozaron. Un cálido hormigueo recorrió sus bocas y ambos sabían que sólo se detendría si se besaban, pero ninguno lo hizo. Era una tortura exquisita.
–No sé... si tú... –Admitió Arnold.–. Quiero decir, quiero asegurarme de que estás segura... de lo que puede pasar si me quedo...
–¿De qué hablas, cabeza de balón?–dijo ella.
Su pretendida inocencia no engañó al chico y confirmó su sospecha al abrir los ojos y notar una sonrisa traviesa en sus hipnóticos labios.
Volvió a besarla, esta vez para distraerla y poder liberarse. En cuanto sintió que el agarre de sus dedos se relajaba, se apartó, sujetándole las manos para que no pudiera volver a jalar de su ropa.
Ella lo observó, divertida, en especial por la seriedad que él intentaba forzar.
–¿Podemos hablar un momento?
–Tengo ideas más interesantes para aprovechar el tiempo–Contestó ella, entrecerrando los ojos.
–¡Helga!
Arnold sintió el calor en su rostro y sus orejas. La soltó y caminó hacia el otro extremo de la habitación, dándole la espalda.
Ella, sentada en la cama, lo miraba con una sonrisa segura.
El chico apoyó las manos en el escritorio de su novia y pensó en cuántas veces estuvo ahí antes, eran muy pocas, casi ninguna. Incluso cuando sus mejores amigos empezaron a salir y los cuatro estudiaban juntos, Helga siempre evitaba que fueran a su casa y usualmente estudiaba en la escuela o con Phoebe. Pero tenía un escritorio que se notaba gastado. Entonces vio que algunas partes estaban rayadas con algo filoso, intentando borrar el nombre de Olga. En un rincón estaban las iniciales de su novia, con su bonita caligrafía.
Sentía una mezcla de molestia e incomodidad.
No podía entender cómo era que sus padres... no, no solamente ellos. Arnold sabía que todos a su alrededor, excepto quizá Phoebe, ignoraban lo maravillosa que era Helga, lo inteligente, lo mordaz y lo apasionada que podía llegar a ser. Pero ella elegía esconder todo con pretendida indiferencia y un muro de agresividad. Era tan hermética, que le tomó años llegar a conocerla. Y en cuanto lo hizo, fue inevitable comenzar a adorar cada aspecto de la chica, amarla tanto... de tantas formas... que no sabía cómo expresarlo correctamente.
Helga ya no estaba entretenida, de hecho, había comenzado a molestarse. ¿Qué demonios le pasaba? No era como si sobraran oportunidades como esa. ¿Qué acaso estaba molesto por lo que hizo? Rayos, eran novios, podían tener momentos así ¿no? ¿O era por lo que había dicho?
Ni siquiera estaba segura. Estaba furiosa e incómoda. Quería golpearlo, lo odiaba... y, sin embargo, parecía tan dulce e introspectivo en ese momento.
«Basta»
Abrió la puerta de la habitación, sacando al chico de sus pensamientos.
–Puedes irte a casa, cabeza de balón–dijo ella, antes de salir.
Arnold tardó unos segundos en reaccionar, pero cuando lo hizo la siguió.
–Helga, espera...
Ella apretó los dientes y entró al baño, cerrando la puerta tras de sí.
Tras encender la luz se dejó caer al suelo, abrazándose a sí misma, intentando no llorar.
Escuchó dos golpes suaves al otro lado.
–Helga... ¿estás bien?
–Sí, vete
–Pero...
–Sólo vete. No tienes... –Apretó sus manos con fuerza, enterrando sus uñas en la piel de sus brazos.– no tienes que quedarte conmigo si no quieres
–Helga, ya dije que quiero quedarme contigo
Silencio.
Lágrimas buscando escapar.
La chica cubrió su boca, intentando ahogar los sollozos.
Consiguió controlarse.
–Helga, ¿podemos hablar?–dijo él desde el otro lado.
Ella tomó aire, se puso de pie, apretó los puños y miró su reflejo con decisión. Abrió la puerta, dispuesta a discutir lo que fuera que él quisiera decir, pero el abrazo que él le dio la tomó por sorpresa.
–Quiero quedarme contigo–Repitió él.
Ella asintió.
–Pero no tiene que pasar nada... si no quieres
–¿Qué quieres decir?
–Helga, solo quiero estar contigo, no... no tenemos que hacer nada en especial... el solo hecho de dormir a tu lado ya es suficiente...
–¿Entonces... no quieres que nosotros... ?
Arnold se apartó y la invitó a regresar a la habitación.
Helga apagó la luz del baño y cerró la puerta tras de sí, siguiéndolo.
–¿Podrías ser más claro?–dijo ella, sentándose en la cama, todavía algo molesta–. Pensé que tú querías... ya sabes...
Arnold sonrió, nervioso y con un gesto preguntó si podía sentarse a su lado. Helga se encogió de hombros y él se sentó. Rascó su nuca, nervioso, y dejó escapar un suspiro antes de hablar.
–Helga, solo quiero estar seguro de que quieres hacer esto
–¡Claro que quiero, doi!
Arnold rio, divertido.
–No me refiero a si solo quieres... también... si estás segura... de que quieres hacer esto... ahora...
–¿Tienes una mejor opción? ¿O pretendes agendar un día?
–Heeeeeeeeelgaaaaaaa–El chico frunció el ceño, en serio molesto.
–Lo siento–Masculló ella. Tomó aire, medio sonrió y trató de controlarse antes de continuar–. Pero dime, ¿acaso te dejarán solo en la casa de huéspedes para las vacaciones de primavera?
Arnold volvió a reír.
–Helga, lo entiendo, pero quisiera que fuera agradable para ambos... ya sabes...
–¿Y qué tiene esto de malo?
–Nada... sólo quería asegurarme de que estés bien... que es lo que quieres...
Ella volteó, apoyando una rodilla en la cama. Lo sujetó por el cuello de la ropa y presionó su nariz contra la de él.
–Escucha con atención y asimila esto en tu tonta cabeza de balón–dijo ella, amenazante.
Arnold levantó una ceja.
–No hay nada en el mundo que quiera más que estar contigo–Concluyó la chica.
Helga volvió a besarlo, botándolo sobre la cama. Arnold dejó que ella se apoyara en su pecho, disfrutando la humedad y calidez de su aliento. Sin pensarlo volvió a acariciar su espalda por debajo de la ropa, rasguñando suavemente, siguiendo su columna. Notó que ella se estremecía y antes que intentara apartarse, la sujetó por la nuca y empujó toda su lengua en la boca de ella.
Subió un poco por su espalda, arrastrando la tela. Las manos de ella bajaron a su cintura y subieron un poco su suéter, lo suficiente para que la piel de sus estómagos se encontrara.
Calidez.
Cosquilleo.
Ella se apartó un segundo, con una mirada vidriosa que él no resistió. Levantó su mentón para besarle el cuello, bajando lentamente hasta el borde de la ropa y Helga lo permitió, intentando en vano ahogar los quejidos que quemaban subiendo desde su vientre para ir a estallar en su garganta.
Arnold la sujetó con cuidado y se ladeó para que ambos estuvieran recostados sobre la cama. Volvió a besarla, abrazándola, mientras con su brazo libre recorría su costado, jugueteando con el borde su pantalón. Con suavidad apretó su cadera, acercándola a él.
Ella lo contempló, nerviosa, disfrutando a la vez el rubor en el rostro del chico y la decisión en su mirada.
Antes que pudiera decir algo, él volvió a besarla, empujándola sobre la cama, no del todo, pero lo suficiente para que ella pudiera sentir su piel expuesta y parte del peso de su cuerpo.
Helga no lograba hilar ideas en su cabeza, cada frase que hubiera recitado, cada verso que hubiera escrito, todo se mezcló caóticamente y sólo quedaban fragmentos viscerales, palabras sueltas, que se hundían y desaparecían en un cálido infierno de intensas sensaciones que la engullía por completo.
Solo había un concepto claro en su mente, como una única luz y guía en la tempestad: Arnold.
Perdida en el ensueño de esa fantasía, le permitió a él explorar libremente, apenas consciente de como las manos del chico aflojaban su ropa, de forma lenta, pero progresiva, como esperando tras cada movimiento alguna reacción negativa de su parte. Si tan solo supiera, si imaginara...
La boca de él volvió a ahogarla. Cristo, era tan intenso, tan impetuoso y a la vez tan afectuoso y delicado.
–Helga
Escuchó que él la llamaba, pero se sentía aturdida, distante, perdida.
Un bostezo escapó de su boca.
–Helga...
Arnold la miró con preocupación y de pronto cayó en cuenta ¿Cuánto tiempo le tomó preparar todo lo que había hecho? ¿Acaso había dormido la noche anterior? Lucía cansada, más de lo habitual.
–Helga–Murmuró por tercera vez.
–¿Sí, mi amor?–Contestó ella, sin abrir los ojos.
Arnold medio sonrió. Ella no solía llamarlo así.
–Vamos a dormir
–Lo que tú digas...
–Espera un momento
El chico le quitó los zapatos a su novia y también se quitó los suyos. La ayudó a meterse bajo las colchas, apagó la luz y se acurrucó junto a ella, abrazándola.
–Buenas noches, Helga–dijo, dándole un beso en la frente.
Ella se acomodó en su pecho, ya medio dormida y él acarició su cabello, esperando con sosiego ser pronto arrastrado al mundo de los sueños.
...~...
Helga despertó con la luz apenas iluminando su cuarto. No estaba segura en qué momento se durmió, pero había soñado con su amado cabeza de balón, su mirada perdida en ella, sus labios buscándola con anhelo, sus manos explorando su cuerpo con urgencia y curiosidad...
Un ronquido la hizo reaccionar y entonces se dio cuenta: Arnold la abrazaba, todavía dormido.
«Esto... ¿qué...?»
Notó con una mezcla de alivio y decepción que ambos conservaban su ropa del día anterior. ¿Realmente... estaba tan agotada que...?
Lo miró, sonrojada. ¿Había arruinado esa noche? ¿Estaría enfadado con ella? ¿Decepcionado?
«No, no, no, no»
Inmóvil, intentando no despertarlo, trató de frenar sus ideas. Arnold podría haberse marchado o podría haber dormido en el sillón de la sala si se hubiera molestado ¿no?
Otro ronquido la hizo levantar la vista.
Le gustaba contemplarlo.
Le gustaba que él estuviera ahí... dormido... en su cama...
Y se preguntaba qué pasaría cuando despertara...
Con cuidado movió su mano hasta la cadera de él, buscando el borde de su suéter y lentamente arrastró sus dedos hacia el estómago del chico. Se sentía bien, era cálido. Subió otro poco, intentando no despertarlo, disfrutando poder acariciarlo. Posó su mano en su pecho, atenta al ritmo de su respiración y sus latidos.
Percibió un leve temblor en sus párpados. Contuvo el aliento ¿Acaso estaba despertando?
No abrió los ojos y ella se relajó, exhalando con lentitud.
De pronto sintió que él la abrazaba con fuerza, deslizando una de sus manos bajo su ropa, hasta la mitad de su espalda.
–¿No es un poco injusto que hagas eso mientras duermo?–dijo él, besándole la frente.
–No sé de qué hablas, cabeza de balón–Contestó ella, con una sonrisa.–. Yo te veo bastante despierto
Arnold sonrió y rasguñó suavemente el costado de su novia, siguiendo la forma de sus costillas.
Contempló su cabello desordenado y los mechones entre los que lograba percibir el azul de unos ojos que lo miraban expectantes.
–¿Quieres... seguir con... lo que empezamos anoche?–Preguntó él.
Ella asintió, mordiendo su labio.
El chico la abrazó otra vez, aspirando el olor de su piel, embriagado.
El sonido de las llaves y la puerta de la casa los hizo apartarse, mirándose con los ojos muy abiertos.
–¡Hermanita bebé! ¡Sorpresa!
–¡¿Olga?!–Helga no tuvo reparo en maldecir internamente por todos los antepasados que podía recordar y los que no también.
Escucharon pasos en la escalera y ambos se levantaron de la cama. Helga miró alrededor, abrió el closet y empujó a Arnold dentro. En una mirada rápida vio también los zapatos del chico, así que los tomó, los arrojó dentro del closet y cerró a tiempo para escuchar cómo su hermana movía la manija de la puerta.
–¿Qué rayos haces aquí?–dijo, la menor, molesta.
–¡Hermanita!–Olga se acercó a abrazarla, pero Helga la empujó de inmediato.
–¡No! ¡Déjame!
Vio a la mayor haciendo un puchero, pero no le importaba, estaba furiosa.
–Responde–Exigió Helga.– ¿Qué estás haciendo aquí?
–Ya que mamá y papá están fuera, pensé que sería la ocasión perfecta para tener un día de hermanas, solas tú y yo
Helga apretó los dientes.
–No–dijo.
–¡Vamos, será divertido!–Insistió con alegría.–. Traje todo para hacer un día de spa en casa y...
–Que no, Olga, tengo tarea por hacer
–Puedo ayudarte, ¿olvidas que fui la mejor de mi clase?
–Cada año desde tercer grado–Recitó exhausta, cruzando los brazos.– ¿Cómo olvidarlo? Bob no deja de repetirlo–Añadió, rodando los ojos.
–Vamos, busquemos algo cómodo para que te cambies y preparemos un día de relajo, solas tú y yo–Repitió, acercándose al closet.
Helga abrió mucho los ojos.
–Olga, espera... –Intentó que el pánico no se notara en su voz.
–¿Qué pasa, hermanita?
–Yo... ya que estás aquí... ¿por qué no salimos a desayunar? Nunca salimos juntas
–¿L-lo dices en serio?–La abrazó, apretándola mucho.
–Sí, de hecho... ¿por qué no vamos por Lila y salimos las tres?
Olga se apartó.
–¿Estás bien?
–Sí, sí... ¿por qué no vas por Lila mientras yo tomo un baño... y me preparo para salir? Ella es madrugadora, de seguro la encontrarás despierta
–¡Sí! ¡Esto será maravilloso! Las tres juntas compartiendo como hermanas
–Sí, Olga... lo que sea... ¿entonces?
–Regresaré en unos minutos, espero que estés lista
–Sí, lo estaré, pero apresúrate, antes de que Lila haga otros planes
Olga bajó, entusiasmada y salió de la casa. Helga esperó junto a la ventana a que encendiera el auto y diera la vuelta en la siguiente calle. Solo entonces abrió la puerta del closet.
Arnold la miró con una sonrisa incómoda y ambos rompieron a reír.
–Eso estuvo cerca–dijo el chico.
–Sí... estúpida Olga
Arnold le dio un beso en la mejilla.
–Creo que me iré antes de que regrese–dijo.
–Sí, es buena idea. Lo siento
El chico sonrió.
–Nos vemos mañana en la escuela
–Nos vemos mañana, cabeza de balón
Chapter 49: Espinas
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Ese lunes Arnold llegó a clases junto a Gerald y Phoebe. La chica llamó a su mejor amiga por teléfono, pero al parecer se había dormido y le pidió a los demás que no la esperaran.
Helga entró al salón apenas a tiempo. Lucía molesta, escondida bajo la capucha de su sudadera. Aunque notó el saludo de Lila, le contestó con una indiferencia que impidió a la pelirroja abandonar su puesto. Al llegar a su lugar, Helga colgó su bolso en el respaldo de su silla y se dejó caer en ésta, cruzó los brazos sobre la mesa y escondió su rostro.
Arnold volteó para hablar con su novia, ella gruñó, sin levantar la mirada, pero liberó una de sus manos, moviendo sus dedos hasta que el chico captó el mensaje y los sujetó, apretándolos con afecto.
Phoebe y Gerald intercambiaron una mirada con una risita silenciosa, para luego continuar la conversación como si nada hubiera pasado.
Al descanso, Helga comentó con apatía que quería estar sola, ajustó la capucha de su cangurera, acomodó sus audífonos y se alejó con las manos en sus bolsillos.
Su novio la observó con preocupación mientras salía del salón. Su abatimiento era tan evidente que Harold le preguntó entre burlas que había hecho para hacer enfadar a Helga.
–Guarda silencio, no es asunto tuyo–dijo Gerald–. Y Helga siempre está de mal humor–Añadió y luego cambió el tono para regresar la atención a su amigo.–. Vamos por algo a las maquinitas, viejo, tengo hambre
–Sí, vamos–Aceptó Arnold.
Phoebe se quedó en el salón, revisando detalles de una tarea de ciencias con Nadine. Así que el moreno no perdió el tiempo y arrastró a su mejor amigo hacia la cafetería. De camino a las maquinitas, Gerald preguntó si había pasado algo con Helga para que actuara así.
El rubio reflexionó un momento antes de responder.
–La verdad no sé qué le pasa–Admitió Arnold.–. Luego hablaré con ella
–¿Entonces no crees que tenga un problema contigo?–Quiso asegurarse el moreno.
–Claro que no. Todo estaba bien cuando me fui de su casa ayer por la mañana...
Arnold se arrepintió en el instante en que completó esa frase.
–¿Ayer?–Exclamó Gerald y luego bajó la voz– Entones... ¡Te quedaste con ella!–Agregó, dándole golpecitos con el codo.–. Supongo que tuvieron una buena "cita" el sábado
Arnold sonrió.
–Sí, así fue
–¿Qué tal estuvo?
–Fue agradable
–Y...
–¿Y...? –Repitió Anrold, sin entender a qué se refería.
–¡Vamos viejo! Esperaba verlos a los dos radiantes, incluso había preparado una broma...
Arnold de súbito recordó la conversación que tuvo con su amigo el viernes y se sonrojó.
–¡No es lo que piensas!
–¿Entonces? ¿Qué pasó? ¿Te obligó a ver las luchas hasta el aburrimiento?
Arnold soltó una carcajada.
–Claro que no... sólo fue un buen día... y comimos pizza
–Ajá...
Gerald miró a su amigo con los ojos entrecerrados mientras el rubio sacaba los dulces que había comprado de la máquina.
–¿Qué?–dijo Arnold, cuando lo notó.
–Creí que confiabas en mí
–Gerald, no pasó nada, Helga no me invitó a su casa para eso...
–¿Eso?–dijo una voz conocida tras ellos–¿A qué te refieres...?–La rubia los miró.–¿Pensaste que te invité para...–Bajó la voz.–acostarnos?
La mirada culposa de Arnold le dejó en claro que sí.
–Vete–La rubia le ordenó a Gerald.
–No–Se resistió el chico.
–Sí. Te vas. AHORA
–Vete, Gerald–dijo Arnold, resignado a su destino.–. Nos vemos en el salón
–¿Estás seguro, viejo?
Su amigo asintió.
–No lo mates, Pataki–dijo Gerald, antes de alejarse.
La rubia miró alrededor, molesta.
–Helga, espera... –dijo Arnold.
Ella lo sujetó por el brazo y lo arrastró por los pasillos de la escuela hasta la entrada de emergencia del auditorio. Abrió, entraron, cerró y miró alrededor, asegurándose de que no hubiera alguien que pudiera escucharlos. Entonces lo soltó.
–¿Es en serio, cabeza de balón?–dijo, molesta.
–Helga, no es lo que crees... el viernes te escuché hablando con Phoebe, sobre el viaje de tus padres y luego me invitaste a tu casa...
–¿Acaso algo de eso significa que nosotros... ?–Lo sujetó el cuello de la chaqueta.
–Fue una suposición–Interrumpió él.
–¿Y alardeaste con Johanssen por una suposición?–Lo soltó bruscamente, empujándolo contra el muro.
Arnold cerró los ojos al sentir el golpe.
–No alardeaba con él–Intentó explicar.–. Solo le pedí consejos...
–¿Qué clase de consejos? Maldición, Arnold. No puedo creer que... –Furiosa, volteó, dándole la espalda y levantó los brazos dramáticamente.– ¡Soy una tonta!–Cubrió su cara con su palma, arrastrando su mano hacia abajo.–. Yo intenté abrirte mi corazón, desnudar mi alma... y tú... tú solo pensabas en mi cuerpo... como cualquier chico
Entonces la comprensión llegó de golpe: Arnold no era ese dios que ella adoraba, ni esa estatua, ni ese ideal puro y santo que idolatraba. No, Arnold era como cualquier chico y la idea la devastó. Si perdía a su dios, a su fantasía, a su amado cabeza de balón, ¿Qué le quedaba?
Había pensado que todo lo que pasó entre ellos fue porque ella lo arrastró, que ella provocó, otra vez... cosas que no esperaba que él quisiera. Que él... que él fuera con esa intención era diferente.
Volteó. Incluso en las penumbras era evidente la molestia en esos ojos verdes que tanto amaba.
–¿Qué pasa, Arnoldo? ¿Estás decepcionado de no haber podido llegar a cuarta base? ¿Pensabas presumirlo en la práctica de hoy?
El chico frunció el ceño.
–Helga, ¿puedes calmarte?
–¡¿Calmarme?! Estoy calmada, agradece que no te estoy desmembrando. No puedo creerlo... no lo esperaba de ti...
–¡Ya basta!
Arnold la sujetó por los brazos. Necesitaba que ella lo mirara a los ojos y entendiera algo de una vez por todas. Respiró hondo y la miró con seriedad, tratando de usar una voz tranquila, pero firme.
–¿Estás escuchando lo que dices?
–¡Claro que sí! ¡Sale de mi boca!
–Helga, hablo en serio–Recalcó, manteniendo el tono.
Ella intentó forcejear para soltarse, pero él no la dejó.
–Me conoces mejor que nadie, a veces hasta creo que mejor que yo mismo. ¿Puedes tomarte un segundo para reflexionar detenidamente si en verdad piensas que soy la clase de chico que haría algo así? ¿De verdad crees que iría por ahí presumiendo de haber logrado algo contigo? ¿O con cualquier otra chica?
Ella seguía mirándolo con enfado, pero poco a poco su semblante se relajó, hasta que bajó la mirada, evitándolo.
–No... pero...
–Helga, escucha. Hablé con Gerald porque estaba nervioso y no sabía a quién más pedirle consejo. No sabía que esperar de tu invitación y... temía decepcionarte
–¿Decepcionarme?
Arnold asintió, soltándola. Se dejó caer en el suelo, con la espalda contra el muro. Helga lo observó un segundo, antes de decidir sentarse junto a él.
–Todavía... temo decepcionarte... Helga, sé que me amas, sé que lo que sientes por mí es intenso... y a veces me pregunto si realmente lo merezco, si soy la persona que crees amar o si tarde o temprano te darás cuenta de que no soy como imaginas
Ella apretó los puños. Era exactamente lo que estaba pasando y a la vez... sabía que había estado equivocada, pero no sabía cómo explicarlo.
–Me gustas-gustas–Continuó él, incapaz de mirarla.–, mucho. En el tiempo que hemos estado saliendo he llegado a ver cosas que ni me imaginaba que podías esconder, eres maravillosa, inteligente, sensible, preocupada, cálida y completamente hermosa. Es divertido pasar tiempo contigo, dentro y fuera de la escuela. Si tu plan hubiera sido pasar la tarde haciendo la tarea, habría sido genial sólo por el hecho de estar contigo... todo lo demás... todo lo que pasó... todo lo que me enseñaste... fue mucho más de lo que esperaba... y amé cada minuto que estuvimos juntos este fin de semana
–¿H-hablas en serio?
Arnold volvió a asentir.
–Entiendo que te incomode que hable de esto con alguien más... de hecho tal vez no debí hacerlo, pero no es lo que pensaste... y duele que creas algo así de mí
Helga lo observó. La mirada triste y perdida de Arnold le partía el alma.
–Lo siento–Murmuró ella, mordiéndose el labio.–. Creo que entré en pánico
–¿Por qué?
–No lo sé–Se cruzó de brazos.
–Helga... llegaste de mal humor esta mañana ¿Qué pasó?
–Olga... estuvo horas y horas hablando... sobre... eso... –Cerró los ojos con fuerza y se cubrió los oídos con las manos.–¡Odio cuando se mete en mi cabeza!
–Toma tu tiempo–dijo él, colocando su mano en el hombro de la chica.
Helga asintió y respiró hondo.
–Salimos con Lila, pero por la tarde Olga volvió conmigo a casa–Helga bajó sus manos y volvió a abrazarse a sí misma.–Mientras esperaba que Bob y Miriam llegaran, habló sin parar. Le preocupaba que me dejaran tanto tiempo sola. No podía creer que Miriam hiciera algo así sabiendo que salgo... contigo... bueno, no especialmente porque salga contigo–Miró a Arnold y luego rodó los ojos.–. Parloteó hasta el cansancio sobre cómo todos los chicos quieren lo mismo a esta edad y que debo desconfiar... y todo eso–Bajó la mirada.–. Fue irritante. Y cada vez que replicaba que tú no eras así, que no eres como los demás, ella insistía, diciendo que debía cuidarme especialmente de los chicos dulces y preocupados, que duele mucho más cuando no te lo esperas. Yo... caí en su juego, como una tonta. Y pasé la noche con pesadillas en que te burlabas de mí delante de todos. L-lo lamento. No debí dudar de ti
Arnold sonrió y le ofreció una mano. Ella lo miró, dudó un instante y luego entrelazó sus dedos con los de él.
–Lo siento–Repitió.–. Estaba molesta
Arnold besó sus dedos.
–Tu hermana se preocupa por ti–dijo él con una media sonrisa–. Y aunque no me agrada que piense eso de mí, supongo que yo estaría igual de preocupado si estuviera en su lugar. Eres su hermana pequeña. Incluso si no te agrada, creo que es su forma de cuidarte
–Aich, ya lo sé–Medio gruñó, haciendo reír a Arnold.
Ella también dejó escapar una risita ahogada y un poco más tranquila decidió cambiar la conversación.
–¿C-cómo te fue a ti?–dijo, rascando su nuca con su mano libre, nerviosa.
–Oh... bueno... estoy castigado hasta el próximo mes
–¿Qué significa eso?
–Que iré de la casa a la escuela y de la escuela a casa, cada día después de clases o del entrenamiento... y que no podremos vernos los fines de semana
–Lo siento
–Yo no–Aseguró con una sonrisa.
–Pero...
–Sabía que algo así podía pasar. Disfruté quedarme contigo... y entiendo que se hayan preocupado, de hecho, creo que no me fue tan mal...
–¿Tú crees?
–Dos semanas pasarán rápido. Y creo que lo peor es que tuve que soportar una charla... incómoda...
–¿En serio?
–Sí
Ambos rieron.
–¿Sigues enfadada?
–Claro que no, cabeza de balón... lo siento
–Está bien, Helga. Sé que fue un mal entendido
Ella sonrió, con una sensación de cálida tranquilidad en su pecho.
–Y Helga...
–¿Sí?
–Gracias de nuevo por dejarme conocer más de ti...
Arnold la abrazó, besándola. Helga correspondió, aferrándose a él. Esas últimas veinticuatro horas habían sido un caos absoluto en su cabeza y tenerlo cerca, sentirlo real, hablar con él, apaciguó su alma lo suficiente para regresarle la calma.
–Por cierto, Helga
–¿Sí?
–¿Te sientes enferma o algo así?
–No... ¿por qué?
–Porque sigues con la capucha
–Ah... eso... promete que no te burlarás
–Lo prometo–dijo él, dándole un beso en la mejilla.
Ella bajó el cierre y se quitó la capucha con cuidado.
Su cabello lucía voluminoso y lleno de ondas.
–Olga hizo como un millón de trenzas y aunque las desarmé, no logré lavarme el pelo esta mañana... odio que mi cabello se vea así...
Arnold la observó.
–Te ves linda
–¡Claro que no! Intenté arreglarlo antes de toparme con ustedes, pero no resultó muy bien... lo detesto
–No pensé que a Helga Pataki le importara su cabello
–¿Qué? ¡Claro que no! ¡Pero me veo ridícula!
–No es cierto
–Si lo es
–¿Estás llamando ridícula a mi novia?
Arnold la miraba con una sonrisa y los ojos entrecerrados.
–Yo...
Helga dudó en cómo contestar.
–¿Acaso no sabes que mi novia... –Continuó él, abrazándola.–es una chica hermosa?
Helga lo miró.
–Es guapa...
–B-basta
–Es preciosa
La besó con suavidad, apretándola entre sus brazos con afecto.
La campana sonó en ese momento.
–Creo que debemos ir a clases–dijo ella, sin abrir los ojos, mientras Arnold mordía suavemente sus labios.
–Luego–Continuó, besándola.
–Arnold...
–Podemos llegar tarde
–No, no podemos
–¡Cierto!–El chico se apartó y le ofreció una mano para levantarse. Helga volvió a acomodar la capucha para esconder su cabello y ambos casi corrieron al salón. Por suerte llegaron antes que cerraran la puerta.
Phoebe y Gerald no ocultaron la mirada tranquila cuando los vieron juntos y mucho más cómodos que antes y al almuerzo Helga se disculpó con Gerald, aunque de mala gana, pero fue suficiente para él.
...~...
Al final del día, Lila esperó a Helga para ir juntas a boxeo. En cuanto se despidieron de Phoebe y quedaron a solas, Lila decidió que era seguro hablar.
–¿Ya estás mejor?–preguntó.
–¿A qué te refieres?–Contestó Helga.
–Bueno... esta mañana parecía que te sentías mal... y ayer no parecías muy contenta...
–Sí, no tiene nada que ver con Olga y su aparición repentina–Explicó rodando los ojos.
–Aunque no haya sido tu idea, me agradó salir con ustedes
–Oh, sí, eso sí fue mi idea, prefiero saltar de un puente que pasar un día a solas con Olga en el centro comercial
–¿Por qué? Parecía divertirse...
–Ella sí... yo... uf ¿realmente crees que disfruto estar ahí?
–No te quejaste cuando nos invitó un buffet
–¡Era un buffet libre! ¿Quién se quejaría de eso?
Lila reía, cubriendo su boca con su mano.
–Gracias por acompañarnos–dijo la rubia, rascando su brazo y evitando su mirada.
–Fue un placer–Respondió Lila, sonriendo.
Cuando llegaron a los camarines, Helga esperó que todas terminaran para cambiarse, pero Lila no se iba.
–¿Qué pasa?–dijo la rubia– ¿Quieres ver cómo me quito la ropa?–Añadió arqueando su ceja.
Lila se sonrojó y evadió su mirada, molesta.
–¡Claro que no! ¡Solo te estaba esperando!–Se levantó, dispuesta a irse.
Helga le cortó el paso.
–Solo bromeaba, solcito–dijo.–No te enfades
Lila levantó la vista. Odiaba esa incomodidad cosquilleante en su estómago y odiaba como cada detalle de su rostro la desarmaba. La línea de su quijada, esa media sonrisa segura, la forma de su nariz, esos ojos de zafiro y esos mechones rubios... ¿ondulados?
–¿Qué le pasó a tu cabello?–dijo, acercando su mano al mechón que escapaba por el costado del rostro de su amiga.
Helga se apartó, pero Lila logró tomarlo antes que lo hiciera y sintió las suaves fibras deslizándose entre sus dedos.
La rubia dejó escapar un gruñido de frustración y se quitó la capucha.
Lila observó su largo cabello esta vez ondulado, con patrones de pequeñas trenzas desarmadas. Claro, eso es algo que Olga hubiera hecho. Pero...
–No alcancé a lavarme el cabello esta mañana–dijo Helga, avergonzada–. Odio como se ve
Lila pensó que no lo odiaba. Le quedaba hermoso, le daba suavidad a su rostro. Pero guardó silencio. Aunque le gustaba el gesto avergonzado de su amiga, no soportaba la incómoda tristeza en su mirada.
–Puedo peinarte–dijo Lila, volteando para ir a su bolso y buscar su cepillo.
–No hace falta, solo haré una dona y ya veré como arreglarlo en casa–la rechazó Helga.
Su amiga la miró seria y solo le hizo un gesto para que se sentara.
La rubia dejó escapar un suspiro de frustración y obedeció, dándole la espalda, mientras cruzaba sus piernas sobre la banca.
Lila se sentó tras ella, sacó un frasco de su bolso, aplicó un poco del contenido en sus manos y luego de esparcirlo con paciencia a lo largo del cabello de su amiga, comenzó a cepillar con cuidado, desde las puntas, alisando poco a poco las ondas. Luego hizo una trenza gruesa y suelta, la convirtió en una dona y la ató con cuidado con una de sus propias ligas.
–Listo–dijo, observando su trabajo con orgullo.
Helga se levantó para verse al espejo. Se veía mucho mejor.
–Gracias–dijo en un tono apenas audible, apretando los dientes.
–Ahora cámbiate o llegarás tarde–dijo Lila, guardando sus cosas.
Helga la sujetó por la muñeca y la pelirroja volteó.
–N-no vayas a decirle a nadie... –Pidió Helga.
Lila la miró con una sonrisa.
–Sabes que no diría nada, no necesitas pedirlo...
En cuanto Helga la soltó, corrió a la salida. Cerró la puerta tras de sí, apoyándose en esta, sujetando con su otra mano la muñeca que Helga había tomado. La sensación de sus dedos sobre su piel era como una marca de fuego. Su corazón palpitaba a mil por hora y sentía las piernas temblando. ¿Qué era eso? ¿Por qué... sintió tanta dicha por peinar a una amiga? No era la primera vez que lo hacía y no era la primera amiga a la que ayudaba... pero... pero de algún modo... era diferente...
«¡Todo por su estúpida broma!»
Notes:
Feliz 2024
Espero que este año les traiga lindos fanfics, muchos kudos y cositas bonitas en su vida
Gracias a quienes me han acompañado y a la gente que ha ido llegando
Lo paso muy bien con sus comentarios <3
Chapter 50: Rectificar
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
El equipo de baseball tuvo un partido el fin de semana siguiente. Arnold jugó con gran entusiasmo, ganando algunos puntos. Estaba contento y disfrutó del juego, pero al final, cuando todos celebraban la victoria, estaba molesto por la presencia de Johnson.
Y no, no era solo que estuviera ahí, era que cuando miró hacia las gradas buscando a su novia, la encontró riendo con él. ¿Acaso Helga ya se había olvidado de la tontería que hizo?
Intentó no hacer mucho caso a esas sensaciones. Joshua se había disculpado y no parecía mostrar interés en Helga. Los saludaba a ambos cuando estaban con más gente y jamás los interrumpía si los veía a solas, a pesar de que el chico en varias ocasiones cruzó su mirada con él. También notó como hacía callar a sus amigos y los regañaba cuando hacían comentarios subidos de tono sobre distintas chicas o incluso maestras de la escuela. Podía ser un progreso, ¿no?
De todos modos, era incómodo verlos juntos y divirtiéndose. Lo peor era que ni siquiera tuvo tiempo para hablar con Helga. Seguía castigado y en cuanto terminó el partido, su abuelo lo apresuró para ir a casa.
Lo que el rubio ignoraba era que, además de las reuniones en el periódico, Helga y Joshua se topaban en el gimnasio, cuando la chica acompañaba a su madre. En más de una ocasión volvieron a conversar y poco a poco él volvió a acercarse a ella. El chico la hacía reír con sus bromas, pero además respetaba su espacio y si Helga estaba de mal humor o simplemente no quería hablarle, la dejaba en paz sin hacerla sentir culpable.
La chica se despidió de Arnold agitando su mano y él le respondió con una sonrisa triste. Decepcionada, se dirigió al resto del equipo para tomar fotos para el periódico. Joshua le ofreció ir a la escuela para terminar el escrito ese mismo día, pero ella le dijo que se lo enviara por correo para revisarlo más tarde, dando una excusa para desaparecer. No poder siquiera felicitar a su novio antes que se marchara a casa arruinó todo su ánimo.
...~...
La semana siguiente pareció una eternidad para Helga. Cada noche marcaba una cruz en su calendario, contando los días para volver a salir. Extrañaba pasar tiempo con Arnold fuera de la escuela, pero al menos lo veía entre clases.
Y como él ni siquiera podía quedarse a estudiar con el grupo, al final de las sesiones la rubia caminaba con Lila, acompañándola a casa o al estudio de ballet.
Era divertido ponerla nerviosa por tonterías y la pelirroja parecía jamás enfadarse con ella. Además, siempre fue interesante y aunque Helga no lo admitiría jamás, extrañaba el ballet y disfrutaba lo que su amiga le contaba de las clases. Incluso se quedó en una ocasión a verla ensayar. Odiaba que fuera tan estúpidamente buena.
...~...
–Ya terminó–se dijo Helga, mirando el nuevo mes antes de salir rumbo a la escuela.
Pero ese día no podía ir por su novio al final del día, porque tenía su sesión con Bliss. Así que se despidieron cuando terminaron las clases. Arnold se marchó con Gerald y ella se dirigió a la sala del periódico a dejar su escrito de esa semana. Intercambió algunas apreciaciones con Gracia y luego se fue.
Mientras se alejaba por el pasillo, escuchó la puerta abrirse y cerrarse, luego los pasos a carrera hacia ella.
–Pataki, ¿tienes un minuto?–dijo Joshua, alcanzándola.
Ella no lo miró.
–¿Qué quieres, Johnson? Soy una persona ocupada–Contestó, sin dejar de caminar.
–Buuuuuuueeeeeno–dijo él, buscando en su bolsillo hasta encontrar algo–, tengo entradas para las luchas
–Felicidades
–Me preguntaba si querrías ir
–¿Acaso me estás invitando a salir?–dijo con sarcasmo, deteniéndose antes de bajar la escalera, miró alrededor, ya no quedaba nadie en la escuela–. Te recuerdo que NO soy un chico
Joshua sonrió incómodo.
–Son un regalo, para que vayas con Shortman
Helga arqueó su ceja y levantó la vista. Aunque Joshua le sacaba casi dos cabezas de altura, parecía mucho menos intimidante que ella
–¿Por qué?
–Mencionaste que necesitabas ideas de citas... y te debo un favor
–A mí tal vez, pero no por eso tienes que involucrar a mi novio
–Pero quiero compensarlo
–¿Por...?
–Creo que él sigue molesto conmigo
–¿Por qué lo dices?
–No es muy sutil cuando algo le incomoda y frunce el ceño cada vez que me ve
–Ah, sí, es un libro abierto
–Pero incluso enfadado es lindo
–Tienes que dejar de mirarlo, sale conmigo, ¿sabes?–Helga entrecerró los ojos y luego añadió.–. Así que intentas comprar su perdón
–¿Crees que funcione?
–Lo dudo–Suspiró.–. Pero veré qué puedo hacer
–Lo siento, no soy bueno con esto. No sé cómo arreglar las cosas
Helga suspiró.
–Repito, el chico sale conmigo
–Es más bien por ti, me gustaría volver a hablar con tranquilidad en la escuela, pero cada vez que nos encontramos, todo se siente... tenso... no me agrada
–¿Por qué tanto esfuerzo por una amistad tan mediocre?
–¿Qué quieres decir?
–Solo soy yo, no soy precisamente la primera elección de nadie–dijo, encogiéndose de hombros.
–No te considero mediocre, ni a tu amistad y, además, nunca antes tuve una amiga. Asusto a las chicas
–Con tus amigos, cualquiera se asustaría
–Tú no
–Soy una Pataki, se necesita más que músculos para asustarme–Le dedicó una sonrisa burlona y le regresó las entradas.–. Te diré algo, lo pensaré
–No lo pienses mucho, son para el domingo–dijo él, rechazando con un gesto.
–Sé leer–Rodó los ojos, mientras sacaba de su bolso un lápiz y una libreta.–. Anota tu número, te llamaré mañana en caso que decida no asistir
–Son tuyas
–Escucha, Johnson, sé lo costosas que pueden ser y odio sentirme en deuda. Si te llamo mañana tendrás tiempo de invitar a alguien más
–Está bien
El chico obedeció y anotó rápido. Helga repitió el número para asegurarse de que entendía bien los dígitos, ya que la caligrafía de Joshua era horrible. Corrigió la anotación más abajo, dejó como marcapáginas las entradas y guardó la libreta.
–Hablamos mañana, grandote–dijo ella, para luego bajar los peldaños casi a saltos.
Joshua regresó a la sala del periódico, mientras Helga corría fuera de la escuela para alcanzar el bus que la acercaría a la consulta.
...~...
Bliss podía notar que su paciente intentaba distraerla. Las quejas sobre su familia no eran nuevas, pero la mujer escuchaba atenta, hasta que comento que Olga interrumpió...
–¿Qué interrumpió, Helga?–dijo Bliss cuando la chica guardó silencio más tiempo del habitual.
–Interrumpió... mi descanso... sí, mi descanso–Contestó Helga, evitando su mirada.– ¡¿Quién madruga un domingo?! ¡Está loca!
La terapeuta dejó su libreta a un lado, apoyando sus manos a los costados de la silla, con una postura relajada.
–¿Entonces qué pasó?
–Fue por Lila y nos llevó al centro comercial y luego a comer. Y por la tarde me peinó con un millón de trenzas
–¿Te incomodó que Lila estuviera ahí?
Helga negó.
–De hecho... fui yo quien sugirió que fuera por Lila
–Entonces hizo algo que le pediste
La chica asintió.
–¿Cuál es el problema?–Indagó Bliss.
Helga cerró los ojos y tomó aire, jugando con sus dedos.
–Arnold estaba conmigo cuando Olga llegó
–¿Y tu hermana no lo incluyó en la salida?
Helga volvió a negar, mordiendo su labio por dentro.
–¿Fue un día de chicas?
La adolescente tensó sus dedos sobre el sofá.
–La verdad... –Tomó aire otra vez, luego rascó su brazo.– Olga no se enteró de que Arnold estaba conmigo
Bliss la miró unos segundos que a la joven se le hicieron eternos. ¿La juzgaba acaso? ¿Se enfadaría? Solo podía leer preocupación en su mirada.
–¿Quieres explicarme qué pasó?–dijo la mujer.
Helga asintió lentamente. Otra vez cerró los ojos tomando aire y se puso de pie, dando vueltas por la consulta, hasta que se paró frente a la ventana.
–Bob y Miriam salieron ese fin de semana... invité a Arnold a casa... y él se quedó a dormir–Admitió y casi de inmediato volteó, para luego añadir–. No pasó nada... quiero decir... nosotros no...
Podía sentir la sangre subiendo por su rostro y el cosquilleo nervioso quemando sus manos y brazos. Frustrada, volvió al sillón y se recostó mientras cubría su rostro.
–Helga, está bien, puedes tomarte tu tiempo. Recuerda que estoy aquí para ayudarte y todo lo que hablemos quedará entre nosotras–dijo la mujer, en tono conciliador.
–Lo sé–dijo la chica, sin moverse.
–¿Quieres tomar un descanso? Hay refrescos
–¿Tiene Yahoo?–Murmuró, sentándose otra vez.
–Creo que sí
Bliss buscó en su mini bar y sacó dos botellas, las que destapó antes de ofrecerle una a la chica y beber ella misma la otra.
Helga tomó un par de sorbos antes de continuar.
–No esperaba que Arnold se quedara conmigo–dijo, mirando el suelo mientras jugaba con la botella.–En San Valentín él... dijo que me ama. Y cuando llegué a casa, me enteré del paseo de Bob y Mirian. Entonces pensé que... si Arnold al fin era capaz de amarme, tal vez... tal vez entendería... y aceptaría... mis secretos...
–¿Qué quieres decir?
–Quería enseñarle mis poemas... incluso reconstruí el altar...
–¿En serio?
–Solo las fotos... y las luces... no me dio tiempo de hacer nuevas esculturas
Ambas rieron.
–¿Y cómo reaccionó Arnold?
Helga se levantó y mientras daba vueltas le contó sobre la conversación que tuvieron y cómo pasaron la tarde, abrazados, mientras ella leía.
–Y cuando anocheció–Añadió bajando el tono mientras volvía al sillón.–, Arnold preguntó si podía dormir conmigo. Y aunque no pasó nada... mentiría si dijera que no quería que pasara y creo... creo que él también... y por la mañana llegó Olga–Rodó los ojos y caminó de vuelta hacia el sofá, dejándose caer con un gruñido, mientras murmuraba.–. Estúpida Olga
Bliss sonrió.
–Ahora entiendo porque estás tan enfadada, Helga–Explicó con una sonrisa.–. Y agradezco que confíes en mí para hablar de esto
–¿En quién confiaré si no? ¿Miriam? Por lo que sé, tanto Olga como yo podríamos ser producto de algún descuido. No me fío de ella y claramente no podría hablar de esto con Bob
Bliss tomó notas.
–Entonces ¿Qué pasó cuando llegó tu hermana?
La chica rascó su brazo otra vez.
–Bueno...
Le describió la situación, haciendo reír a Bliss. Luego la chica se dejó caer de espaldas sobre el sofá de la consulta, mientras le contaba de "charla" que le dio su hermana sobre los chicos y lo que eso provocó.
Pasaron algunos minutos analizando porqué a Helga le incomodaban los intentos de Olga de protegerla, trabajando varios puntos de vista.
Luego la terapeuta preguntó si había pasado algo bueno el último mes, además de la declaración de amor de Arnold, claro.
La chica volvió a acercarse a la ventana. Habló del tiempo que pasaba con Lila y de lo agradable que era tener otra amiga. Y luego mencionó a Joshua y las entradas para la pelea del domingo.
–Así que Joshua te regaló un par de entradas para que fueras a un evento con Arnold, suena como si realmente se preocupara por ti–Resumió Bliss.
–Supongo que sí
–¿Y cuál sería el problema?
–En verdad... –Miró a Bliss.–no creo que Arnold quiera ir, a él no le gustan esas cosas... preferiría ir con Johnson, pero... pero creo que Arnold se pondrá incómodo si lo hago y no quiero mentirle al respecto... y realmente quiero ir...
Bliss asintió, observando a la chica.
–¿Y por qué no van los tres?
–¿Qué?
–Podrían ir los tres. Así Arnold y Joshua tendrían la oportunidad de conocerse mejor
–Pero Arnold odia las luchas, no estará de buen humor
Bliss reflexionó un momento.
–Entonces vayan a un lugar que le agrade a Arnold después de las luchas
–¿Un lugar que le agrade? ¿Algo como qué?
–¿Qué cosas le gustan?
–El baseball, los arcades...
–¿Y algún lugar donde puedan conversar? Tal vez un parque... o una cafetería
«Slausen's»
Si llegamos solteros a los 25...
«¡No! Slausen's no...»
–No puedo pensar en nada–La chica se dejó caer en el sillón, frustrada.
–Entonces pregúntale a dónde le gustaría ir
–¿Cree que funcione?
–¿Qué es lo peor que podría pasar? Dudo que Arnold inicie una pelea con Joshua... y no creo que Joshua quiera lastimar a Arnold y perder tu amistad, parece que realmente lo está intentando
Helga se sentó y observó a Bliss.
–Tiene razón–dijo con una sonrisa–. Gracias
...~...
Después de la sesión y mucho más calmada, de camino a casa, se desvió para hacer una llamada rápida desde un teléfono público.
–¿Diga?–Escuchó la voz de una mujer al otro lado de la línea.
–Hola, ¿está Joshua? Dígale que es Helga, del periódico escolar
–Sí, un segundo
Escuchó como llamaban al chico y luego se ponía al teléfono.
–Hola, Helga, creí que llamarías mañana
–¿Puedes conseguir otra entrada?
–¿Qué?
–¿Sí o no?
–Supongo que sí, pero ¿por qué?
–Porque si quieres arreglar las cosas con Arnold, tendrás que hablar con él
–¿Qué?
–Iremos los tres ¿te queda claro?
–Sí
–Te llamaré mañana para confirmar los detalles, adiós
Colgó un poco más tranquila, pero se dio cuenta que tenía que contarle a Arnold y eso volvió a incomodarla. ¿Qué haría si él decía que no? ¿Podía regalarle las entradas a Harold y Patty? Bueno, era el mejor plan de reserva que podía pensar.
Siguió su camino, dispuesta a salir rápido de ese problema.
Parada frente al portal de La Casa de Huéspedes los nervios apretaron su estómago. Desde que él se quedó a dormir con ella, no volvió a ir allí, temiendo la reacción de sus abuelos. No esperaba que fueran a regañarla seriamente, pero temía que la juzgaran, que le prohibieran entrar o, lo que era peor, que intentaran aleccionarla al respecto. Así que cuando tocó la puerta no sabía que esperar, pero ya estaba ahí, resignada a lo que fuera.
La puerta se abrió y ella dio un paso al costado dejando pasar varios animales, incluyendo a Abner, quien regresó para lamer su mano y luego se apresuró a alcanzar a los demás.
Helga se limpiaba en su chaqueta cuando la puerta se terminó de abrir y apareció el abuelo de Arnold.
–Hola, jovencita–dijo con naturalidad.
–Hola... a-abuelo Phill–Contestó ella.– ¿Está Arnold? Quisiera... hablar con él
–Claro
–Puedo esperar aquí si hace falta–Añadió con prisa.
–Hace algo de frío, pasa–dijo el anciano, apartándose.
–Gracias
Helga miraba el suelo, tratando de controlarse, repitiendo en su mente una disculpa que había ensayado muchas veces.
–El hombre pequeño está en su habitación, puedes subir a verlo
Ella abrió mucho los ojos, mirándolo.
–¿Es-está bien que suba?
–Claro, mientras no cierren la puerta–dijo él, guiñándole un ojo.
–Gr-gracias
La chica subió la escalera, apretando entre sus manos el tirante de su bolso.
¿No iban a regañarla? ¿No estaba mal que fuera a la habitación de su novio después de lo que había pasado? ¿Acaso no estaban enfadados con ella?
Cuando tocó la puerta, escuchó algo de ruido antes que Arnold abriera.
–¿Helga? ¿Qué haces aquí?–dijo él, sorprendido.
–¿Qué hay, cabeza de balón?–Respondió ella, todavía nerviosa.
El chico miró hacia atrás y luego a su novia.
–¿No piensas invitarme a pasar?–Agregó la chica, arqueando su ceja.
–Yo... emh...
–¿Qué? ¿Acaso tienes otra chica escondida ahí?–Fingió enfado.
–¡Helga! Sabes que yo no...
–Solo bromeo, Arnoldo–Interrumpió.–, si tu habitación está desordenada, te aseguro que no será peor que la mía, ¿puedo pasar? Quiero hablar contigo
El chico suspiró y volteó caminando al interior de su habitación. Helga lo siguió, mirando alrededor con desinterés. El bolso deportivo del chico estaba abierto a los pies de la cama, la que tenía las sábanas y el cobertor arrugados en un rincón. Un par de bolsas de frituras adornaban el suelo. La mochila de Arnold colgaba de la silla frente a su escritorio y algunos cuadernos estaban sobre la silla. Lo vio quitar una pila de ropa del sillón y la invitó a sentarse.
–Debiste avisar que pensabas venir... –dijo el chico, mientras llevaba la ropa a la cama.
Ella se sentó, siguiéndolo con la mirada.
–Pensaba ordenar mañana... –Siguió diciendo él, en tono de disculpa.
–¿En serio crees que me importa?–Respondió ella.
Arnold volteó a verla. Tenía los brazos cruzados y un lado de su ceja arqueado.
Con otro suspiro fue a sentarse junto a ella.
–¿Qué pasa, Helga?
Ella buscó en su bolso y sacó los dos boletos, enseñándoselos.
–¿Y esto?–Arnold leyó y luego la miró.
–Ya acabó tu castigo
Arnold asintió.
–Sabes que esto no es realmente lo mío, pero si quieres ir, te acompaño–dijo.
–El asunto, Arnoldo, es que Joshua nos invitó
–¿Por qué?
–Porque somos amigos–Explicó, encogiéndose de hombros.
Arnold cerró los ojos un momento.
–Si no quieres ir, puedo devolverlas–dijo ella, guardándolas en su bolso.
–Pero...
–Lo veré en la tele. Bob paga el cable–Masculló.
–Es tu luchador favorito ¿no?
–¿Cómo lo sabes?
–Vi el nombre en un poster en tu habitación
–Qué observador–Le sonrió y vio cómo se sonrojaba.
–Helga, no es solo la pelea. ¿Por qué sigues siendo amiga de Johnson después de lo que hizo?
–No lo sé, me agrada y ya. Sé que fue un idiota y que sigues enfadado por lo que hizo...
–No estoy enfadado–Interrumpió.–, pero la forma en que habló me hizo pensar cosas horribles... no solo... –Se contuvo, dio un largo respiro y la miró con seriedad.–. Olvídalo, no importa. Si quieres darle una oportunidad de probar que puede ser un buen amigo, lo entiendo... y si quieres que lo conozca, por mí está bien, ¿Qué es lo peor que puede pasar? Digo, yo soy amigo de Lila y aunque sabes lo que pasó ni siquiera te he escuchado quejarte
–Supongo que es diferente, porque Lila también es mi amiga–Se encogió de hombros.–. Y gracias, cabeza de balón–Añadió mientras guardaba las entradas.
El chico asintió con entusiasmo, apretó su mano con cariño y la besó.
Ella correspondió con cariño, recordando a ratos esa noche después de la fiesta. Helga muchas veces se preguntó hasta donde habrían llegado si hubieran tenido el valor...
Pasos en la escalera. Ambos se apartaron de un brinco y con aire avergonzado. Helga miraba el suelo, mientras Arnold vigilaba la puerta.
–Chicos, ¿puedo pasar?–dijo el abuelo.
–Sí, adelante–Contestó Arnold.
–La cena estará lista en unos minutos–Anunció.
–Gracias, abuelo
–¿Te quedarás a comer, jovencita?
–Yo... emh... ¿puedo?–dijo Helga, mirando a Arnold.
–Por supuesto que sí–Contestó el abuelo, rascándose la barbilla.–. No veo porque no podrías
–Gracias–dijo Helga, más tranquila–. Me encantaría
–Los esperamos abajo en cinco minutos
–Está bien–dijeron los jóvenes a coro.
Intercambiaron una mirada incómoda, antes de soltar una risita.
–Pensé... que tus abuelos estarían enfadados conmigo–dijo Helga.
–¿Por qué?
Ella cerró los ojos intentando ordenar sus ideas.
–No estoy segura–Admitió.–. Siento... que soy una mala influencia para ti. Ya sabes, eres San Arnoldo
–Helga... no hicimos nada malo... y... no hubiera sido malo–Apretó los ojos, sabiendo que se sonrojaba.
Ella intentó ahogar la risa, pero no pudo.
–Eres un tonto ¿lo sabes?
–¡Ey!
Helga lo miró con una sonrisa segura, así que Arnold se levantó.
–Vamos a comer
Ella asintió, dejando su bolso en el sillón antes de seguirlo escaleras abajo.
La comida fue tranquila y poco a poco la chica perdió la incomodidad inicial al notar que nadie haría comentarios desagradables sobre lo que pasó. La única mención al respecto fue cuando estaban por salir y escuchó al abuelo decirle al chico que no tenía permiso para dormir afuera, haciendo sonrojar a los jóvenes, mientras Arnold cerraba tras de sí para acompañarla a casa.
En el camino de regrese, mirando el suelo y con las manos en los bolsillos, Arnold intentaba que la idea no lo incomodara, pero no dejaba de darle vueltas. Podía entender que Helga y Joshua fueran cordiales por el bien de su trabajo en el periódico escolar, pero no entendía el interés que él tenía en ella y le seguía incomodando la discusión sobre el supuesto enamoramiento con la madre de Helga, porque... algo en todo eso le parecía una excusa y de las malas.
Pero al día siguiente esa sensación se había desvanecido. Tenía que confiar en la honestidad de Helga y no podía culparla si alguien más se interesaba por ella, después de todo, él tenía una lista interminable de cosas que adoraba de ella, definitivamente debía aceptar que alguien más podía voltear a ver ¿no?
Luego de la práctica, Helga fue por él para una cita de cine y helado, que finalmente le permitió invitar, lo que para él contó como un triunfo.
...~...
El domingo se reunieron con Joshua afuera de la arena, unos quince minutos antes que comenzara el evento. Mientras los dos fanáticos disfrutaban la pelea, Arnold se dedicó a observarlos. Entendió por qué se llevaban bien y le gustó ver a Helga divirtiéndose y gritando, llena de energía. Incluso terminó riendo cada vez que ella vociferaba insultos que iban subiendo de tono. Esa parte de ella era nueva, no que fuera agresiva, sino, fanática de algo. Supo que también amaba verla así.
Más tarde él los arrastró a un lugar donde tocaban jazz en vivo. El mayor pidió café y los más jóvenes chocolate; también una enorme orden de galletas para compartir. Pasada la incomodidad inicial, los chicos pudieron conversar con naturalidad.
Arnold notó que Joshua no era un idiota como Wolfgang, y aunque le recordaba muchísimo a él por su contextura, definitivamente su personalidad era mucho más amistosa. No actuaba con la arrogancia que hubiera esperado de alguien como él.
En un momento que Helga se disculpó para ir al baño, aprovecharon de hablar sobre el gran elefante blanco en la habitación.
–Entonces, Joshua, ¿por qué haces todo esto? ¿No será que te gusta Helga?–dijo, con sospecha.
–No, claro que no... ya sabes el malentendido fue sobre su madre
–¿Puede ser honesto? Sé que eso no es cierto. Siempre que nos ves pareces... nervioso...
El mayor observó en silencio unos segundos, luego dio un largo suspiro.
–Es la única amiga que he tenido. Es la única chica a la que no parezco intimidar y de las pocas personas que sabe lo que soy y parece no molestarle
–¿Qué eres?
–Homosexual
Arnold hizo lo posible por no dejar caer su mandíbula.
–¿Qué? ¿Por qué no me lo dijo? Yo... yo habría entendido...
–Le pedí guardar el secreto–Jugó con su taza y bebió un sorbo.–. Y lo hizo. Helga es una buena persona y es amable, aunque finja que no. Estoy seguro de que lo sabes
Arnold asintió despacio, luego miró las galletas.
–Que no te extrañe que haya gente que la quiera en su vida, es interesante y lista
–¿Seguro que no te gusta?
–Si puedo seguir siendo sincero, desde el primer partido me fijé un poco en ti, ella lo sabe, es solo otro gusto que compartimos. Creo que por eso me pongo nervioso...
Arnold ahogó un gesto de sorpresa. Pero, claro, eso... de algún modo parecía hacer sentido.
–¿Gracias? Supongo. No sé qué decir–Respondió rascando su nuca.
–Nada, estás con ella... y no creo...
–Definitivamente me gustan las chicas–Añadió con rapidez.
–Y a mí definitivamente me gustan los chicos, si sirve de algo–Se encogió de hombros.
Arnold guardó silencio unos segundos, jugando con su taza.
–Joshua, agradezco la sinceridad–Cerró los ojos un momento.–. Helga tiene pocos amigos, intimida bastante a la mayoría de la gente, por eso acepté venir y conocerte. Creo que le importas... solo, en verdad, deja de fingir ser un idiota, ¿realmente tus amigos valen la pena?
–No es tan simple. Las etiquetas tienen peso y yo estoy entre los musculitos y ya–Se encogió de hombros.–. La mayoría de la gente no se molestaría en conocerme más, por suerte solo quedan unos meses. Quiero empezar de cero en la universidad
–Te deseo suerte entonces
–Gracias
–Y... gracias por confiar en mí
–Confío en Pataki y en su criterio. Si estás con ella, sé que puedes guardar secretos
Arnold se sonrojó, un poco avergonzado y un poco molesto consigo mismo.
–¿Y qué piensas estudiar?–quiso saber, no solo por hacer conversación, sino porque de pronto todas sus interacciones con Joshua comenzaron a tener sentido y ahora realmente le parecía una persona agradable.
El chico estaba en plena explicación sobre sus intereses, cuando Helga regresó y se detuvo cerca de ellos, escuchándolos hablar con entusiasmo. Se sentó junto a su novio, tomando su mano por debajo de la mesa.
–¿De qué me perdí?–dijo.
Más tarde Arnold la acompañó a casa.
–Fue una buena idea–dijo el chico cuando se despedían–. Gracias, Helga
–Gracias a ti, cabeza de balón–Sonrió y le dio un beso en la frente.
Arnold la observaba cautivado, mientras le acomodaba mechón de cabello.
–¿Sabes? Incluso cuando estabas emocionada gritando groserías a los luchadores, no dejaba de pensar que lucías hermosa
–¡¿Qué?! ¿Acaso estás loco? Criminal
Ella lo miraba sorprendida, abriendo mucho los ojos. Estaba segura que se había sonrojado tanto que su rostro debía ser un semáforo de alto.
–Olvídalo–Arnold bajó la mirada, igualmente avergonzado.
Ella se sonrojó y se apartó con una sonrisa.
–Te veo en la escuela, cabeza de balón
Notes:
Ante todo, mil disculpas por no actualizar la semana pasada, la vida se puso cuesta arriba o(_ _)o gomenasorry
Pensaba actualizar dos capítulos ayer, pero tuve que rescatar a una damisela en peligro
Así que en compensación, serán tres capítulos y un anuncio más, disfruten...
Chapter 51: En la residencia Lloyd
Chapter Text
–¿Y qué planes tienen para las vacaciones de primavera?–Quiso saber Lila.
–Bueno, creo que es buen momento para comenzar a preparar los últimos exámenes del año–dijo Phoebe, ajustando sus lentes.
Arnold y Gerald intercambiaron una mirada abatida, seguros de que serían arrastrados a maratónicas jornadas de estudio.
–No lo sé, Pheebs–dijo Helga–. Tal vez podamos descansar
Los chicos la miraron esperanzados.
–Pero Helga, es fácil perder el ritmo con tantos días libres. Diversos estudios indican la importancia de la constancia para mantener la mente trabajando de forma adecuada...
Entraban al salón en ese momento y Nadine corrió hacia ellos, saludando entusiasmada, sin saber que interrumpía a Phoebe.
–¡Chicos! ¡Me alegra que llegaran!–dijo.
Les entregó uno a uno tarjetas en papel grueso con textura, decoradas con un elegante diseño enmarcado en dibujos que simulaban cintas en color dorado. En el centro se podía leer en letra cursiva.
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¡La mayor fiesta del año!
La señorita Rhonda Wellington se complace en anunciar su gran fiesta anual a realizarse en la residencia Lloyd.
Si has recibido esta invitación de manos de mi colaboradora, felicidades, tu nombre está en la exclusiva lista de invitados.
...
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Luego detallaba la fecha, el horario y un código de vestuario.
Cuando terminaron de leer, miraron hacia el suelo: Curly había seguido a Nadine y estaba de rodillas, rogándole.
–¡POR FAVOR!–decía entre sollozos–¡NECESITO ASISTIR! ¡NO HE VISTO A RHONDA EN MESES! ¡ES MI ÚNICA OPORTUNIDAD!
–No–dijo Nadine, seria–. Rhonda dijo que tú no estás invitado
–¡Pero...!
–Supérala, fenómeno–dijo Helga, pasando junto a él para ir a su puesto.
Lila, en cambio, puso una mano en el hombro al chico.
–Curly, no está bien que actúes así. Sé que en serio te gusta-gusta Rhonda, pero ella ya ni siquiera asiste a esta escuela y jamás te ha correspondido. No puedes seguir insistiendo. ¿Quién sabe si por estar obsesionado con ella te estás perdiendo la oportunidad de salir con alguna persona maravillosa que espera por ti?
–Gra... –Ahogó un sollozo.– Gracias, Lila–dijo, limpiando su rostro.
En cuando la pelirroja le sonrió, el chico de lentes se levantó y con un brusco movimiento le arrebató el papel de las manos.
–¡Tengo una invitación! ¡Tengo una invitación!–Cantó, dando saltos hacia su asiento.
–Oh... cielos... –dijo Lila, luego miró a Nadine y añadió–. L-lo siento tanto
En ese momento Helga se levantó, cortándole el paso a Curly y estiró su mano.
–Voy a contar hasta tres–dijo la rubia.
–¡NO TE LA DARÉ! ¡ES MÍA!–Gritó el chico.
–Uno–Helga arqueó la ceja.
–¡VENGAN TODOS!–Gritó Harold hacia el pasillo.– ¡HELGA ESTÁ A PUNTO DE GOLPEAR A CURLY!
–Recórcholis–dijo Stinky, mientras varios estudiantes se empujaban en la puerta.
–Dos–dijo la rubia.
–Helga, no importa... no es necesario–dijo Lila, intentando calmar la situación.
–¡No me la quitarás!–Gritó Curly, retrocediendo medio paso y alejando de la chica la mano que sujetaba la invitación.
–Entonces saluda a Betsy–dijo Helga, subiendo las mangas de su ropa.
En ese instante Arnold se acercó a Curly desde atrás y tomó la tarjeta.
–¡¿Qué?!–Gritó Curly, mirando como Arnold le regresaba la invitación a Lila.
–Agradece que te salvó la vida–Masculló Helga, amenazándolo con el puño muy cerca del rostro.
–Helga, ya basta–dijo Arnold. Su novia gruñó, dejándose caer en su asiento. El rubio miró a su compañero de clases–. Curly, no puedes tomar cosas que no son tuyas, ya no estamos en primaria...
–¡Pero...!
–Pero nada, viejo–Se sumó Gerald.–. Rhonda no te quiere en su fiesta y es propiedad privada, si te presentas, podrías terminar en la cárcel
–Pero...
–Ya vete–dijo Helga, agitando su mano con desprecio–, o te golpearé por estorbar
Sheena se acercó para tomar a Curly por los hombros y llevarlo de regreso a su puesto, donde se sentó resignado, gimoteando de vez en cuando.
...~...
A lo largo del día las invitaciones se hicieron llegar a los chicos más populares de los equipos de americano, baseball y baloncesto. También algunas chicas del equipo de animadoras y a algunas personas populares de los distintos grados con quienes Rhonda compartió en algún momento.
En cada rincón de la escuela el único tema era la fiesta de la princesa. A la hora de almuerzo Helga estaba harta. Le sugirió a Arnold que se saltaran la comida y lo arrastró hasta el auditorio.
–¿No estás emocionada por ir?–dijo él, con claro entusiasmo.
–¡Una palabra más sobre la fiesta de Rhonda y te mato!–Gruñó Helga.
–L-lo siento... es solo que pensé...
–Iré... iremos... fin del asunto. Odio cuando todo el mundo habla de una sola cosa, me vuelve loca. ¿Acaso no pueden cambiar el tema?
Cruzó los brazos y se dejó caer en uno de los asientos. Arnold se acercó.
–¿Estás enfadada?
–No, Arnoldo, simplemente estoy harta. Rhonda ni siquiera va en esta escuela y se las arregló para ser el centro de atención
El chico no pudo aguantar una risita.
–¿Acaso tienes envidia?
–¿Qué? ¡Claro que no!–Arnold entrecerró los ojos, así que Helga continuó:– Solo preferiría no tener que pensar demasiado en eso
–¿Por qué?
–Leíste su estúpido código de vestuario. Nada de lo que tengo sirve para su estúpida fiesta... no pienso pedirle algo prestado a Olga y dudo que Bob o Miriam me den dinero para comprar algo
–Helga, no es tan importante. Apuesto que Rhonda no se molestará si no vas vestida como ella dice
–¿Acaso olvidaste cómo es la princesa Lloyd? Si voy con algo fuera de lugar hará de mí el foco de sus burlas
–Pues... ¿por qué no vamos los dos con algo que no esté en su código de vestimenta?
–¿Qué?
–Si va a burlarse de ti, también tendrá que burlarse de mí
–Pero...
–Además, si no nos deja entrar, al menos estaremos juntos... y podemos hacer algo más...
–¿Lo dices en serio?
–Helga, no me importa de quién sea la fiesta, sólo quiero ir contigo y que podamos divertirnos
El chico se acercó, sujetó su mentón y le dio un beso en la nariz y otro en los labios.
–¿Qué dices?–Murmuró el chico, acariciando su mejilla.
–L-lo pensaré–Contestó ella, perdida en su mirada.
Anhelaba que él volviera a besarla y Arnold la complació.
Su boca sobre la de ella se sintió cálida, húmeda y suave.
Lo sujetó por el cuello de la camisa, acercándolo hacia ella y sin pensar demasiado, las manos de la chica terminaron sujetándolo por la espalda y deslizándose bajo la ropa.
Parecía no molestarle. No podía molestarle ¿cierto? Si le molestara, podría apartarse, bastaría con que lo hiciera. En cambio, la besó con más intensidad, aprisionándola contra la silla con su cuerpo y jugando con el cabello en su nuca.
Sus latidos se aceleraron. Su respiración quemaba y todo se sentía bien.
Arnold se apartó un segundo, apoyando su frente en la de ella, luego besó su oreja y bajó poco a poco por su cuello.
Una de las manos del chico se deslizó hasta su cadera, sujetándola con fuerza.
Helga tomó aliento, mirando el techo y tuvo una fuerte sensación de deja vú en el mismo instante que un suave quejido subió quemando su pecho y garganta.
Perdió la fuerza en las manos y el aliento del chico provocaba cosquillas en su piel.
–Arnold, espera–Logró decir, apartándolo.
El chico la miró, agitado, sonrojado.
–L-lo siento–dijo ella de inmediato.
«Esta vez... es real...»
«Ya no es un sueño...»
¿Cómo podía explicarle? ¿Valía le pena?
Sonó el timbre.
–Vamos a clases–dijo Arnold, ofreciéndole una mano.
Helga asintió, tomando aire, nerviosa.
Antes de salir, el chico la abrazó con ternura.
–Lamento si te incomodé–dijo en su oído, con un claro arrepentimiento.
–No es eso, cabeza de balón
–Pero...
–Olvídalo, ¿sí?
...~...
Lamentablemente para Helga, el resto de la semana el tema de conversación no cambió.
Afortunadamente para Arnold cada día la solución de su novia fue llevarlo a la azotea o al auditorio y aunque llegaban charlando de algún programa de televisión o burlándose de algún maestro, a los minutos volvía a repetirse la situación del primer día.
Estar así de cerca lo volvía loco y era irresistible hacerla temblar y ponerla nerviosa de ese modo. El cambio en su mirada, el rubor en sus mejillas, la suavidad de su piel...
Antes no habría imaginado lo intenso que podía ser amar a alguien de ese modo. Todo lo que tenía que ver con sus emociones ya había logrado entenderlo. Desde el momento en que aceptó que le gustaba en serio, todo pareció ordenarse dentro de él. Pero eso... todo lo físico, toda la atracción, todavía era confuso y difícil de manejar. Nunca esperó que pudiera sentirse tan bien... y en especial con Helga Pataki. Tanto lo disfrutaba que en un par de ocasiones ignoró deliberadamente el timbre con tal de quedarse cerca de ella.
El problema era que sin importar que ella lo permitiera, Arnold seguía cuestionando en su mente si acaso estaba bien... si acaso ella estaba bien. Y sabía que incluso si preguntaba no obtendría respuestas, así que simplemente continuaba, atento a todos sus gestos... o bueno, todo lo atento que podía estar al mismo tiempo que se perdía en cada una de las sensaciones que la cercanía de su novia le provocaba.
...~...
Llegó el día de la fiesta, el sábado justo al empezar las vacaciones de primavera.
Helga acordó pasar por Arnold por la tarde, pero dado que Olga y su esposo llamaron para anunciar que irían a comer, la chica escapó temprano y fue directo a La Casa de Huéspedes.
–¿Qué haces aquí?–dijo Arnold, cuando abrió la puerta.
–No quiero estar en la comida Miller-Pataki–Explicó la chica.
Arnold la dejó pasar.
–¿Quieres comer con nosotros?–dijo el chico.
–No, gracias. Estoy haciendo espacio para la comida elegante de la princesa–dijo la chica, dándole unas palmadas a su estómago con orgullo.
–¿Estás segura? Todavía faltan algunas horas
–Claro que sí, cabeza de balón
–Si quieres puedes quedarte en mi cuarto, puedo prestarte la computadora... o...
–No te preocupes. Tomaré una siesta, si no te molesta
–Está bien, Helga, solo te advierto que a Abner le gusta dormir en mi cama
–Sí, sí, lo que sea...
La chica saludó a los abuelos y los inquilinos y luego fue a la habitación de su novio. Sin pensarlo, se dejó caer sobre la cama, aspirando el aroma de la almohada, para luego quitarse los zapatos y envolverse en una manta.
Era extraño lo cómoda que se sentía cada vez que lo visitaba, lo que era casi a diario desde que había terminado el castigo. No siempre se escondía en el cuarto de su novio, porque en esa casa la recibían bien: bromeaban con ella y ella bromeaba con los inquilinos y los abuelos sin problema. Era extraño ser aceptada con tanta naturalidad entre los adultos.
En el comedor Arnold recibió un par de comentarios y bromas, del tono en que, si seguían así, la chica terminaría por mudarse ahí.
–Apuesto que sería mejor inquilina que tú, Kokoshka–dijo el señor Potts.
–Al menos pagaría a tiempo–Añadió Hyunh.
–No creo que Helga quiera conseguir un trabajo–dijo Arnold.
–Podría trabajar aquí–Bromeó Phill.–. Galletita, sería bueno tener manos extra en la cocina, ¿no te parece?
–Claro que sí, capitán–Respondió la abuela.
El adolescente miró a su abuelo con cierta ilusión.
–Solo estaba bromeando, hombre pequeño–dijo, riendo, para luego toser.
Arnold se sonrojó y las risas de todos le hicieron perder el apetito. Todavía no se preparaba para la fiesta, así que con esa excusa dejó a un lado la comida, se levantó de la mesa y subió a su habitación.
Helga estaba acurrucada en su cama y realmente se había quedado dormida. Se sentó en el suelo, mirándola unos segundos. Parecía muy tranquila y dulce así.
Ya en varias ocasiones había fantaseado con la idea de dormir con ella otra vez, despertar juntos y contemplarla a salvo. La idea de acurrucarse con ella era tentadora.
Negó cerrando los ojos con fuerza. Fue hasta su armario, buscó la ropa que usaría y fue al baño para tomar una ducha y arreglarse.
Cuando estuvo listo, fue a despertar a su novia. Ella por unos segundos no reaccionó, así que Arnold la abrazó, llenando su rostro de besos.
–Despierta, dormilona–decía entre risas.
–¡Más vale que me sueltes si quieres vivir!–Se quejó ella, pero sin hacer nada por apartarlo.
Arnold negó, con una risita y siguió besándola.
–¿Entonces quieres morir?–dijo la chica, con una sonrisa macabra y su ceja arqueada.
–Si es mi última mirada y mis brazos te estrechan por última vez y puedo sellar con un beso el pacto de la muerte...
Helga se congeló un segundo y luego lo empujó con fuerza.
–¡Eres un tonto!–dijo, completamente sonrojada– ¿Por qué demonios recuerdas esa tonta obra?
–Tú también la recuerdas
–¡Claro que sí! Doi
Arnold no dejaba de reír, notando lo nerviosa que lo había puesto.
Logró ponerse de pie y le ofreció una mano para ayudarla, pero la chica se negó.
–Vamos–dijo, dirigiéndose hacia la puerta.
–Pero... la fiesta es hasta dos horas
–¿Y qué?–Contestó, mirándolo. De alguna forma ya parecía más calmada–. Hace buen clima, podríamos caminar, ¿no?
Arnold se encogió de hombros y aceptó.
Se despidieron de la familia del chico y salieron a dar vueltas por el barrio.
Pasaron a una tienda por un par de refrescos para el camino y luego dieron vueltas aleatorias por el barrio, hasta que pasaron frente a un enorme árbol.
–El viejo Pete–Comentó Arnold, deteniéndose a mirarlo.
–No he subido a la casa desde el último verano. Creo que le hicieron algunas mejoras–Agregó, elevando la vista.– ¿Qué te parece si entramos?
–Está bien
Arnold esperó a que Helga subiera la escalera y luego la siguió.
El lugar parecía bien cuidado todavía y ambos lo notaron con dulces sonrisas.
Subieron al segundo piso y luego al tercero, mirando cada detalle de la casa, recordando tardes de juegos, historias y esa noche de protesta.
–Pensar que Bob casi lo derrumba para construir otra de sus estúpidas tiendas–observó Helga.
–Pero logramos salvarlo–dijo con una sonrisa.
–Tuvimos suerte de que tu abuela nos ayudara en esa ocasión–Murmuró Helga.
–Sí, es gracioso pensar todas las cosas que ha hecho...
–Siempre haciendo locuras por lo que considera correcto–Helga sonrió.–. Es admirable que siga así a su edad
–Sí, lo es
Se sentaron un rato, bebiendo sus refrescos, entre anécdotas y besos robados. Distraídos, no notaron como el cielo se oscurecía, hasta que la lluvia comenzó a caer.
–Oh, rayos... –dijo el chico–. Llegaremos empapados a la fiesta de Rhonda si esto sigue así
–Podemos esperar, no hay apuro–dijo Helga.
–¿Estás segura? Se nos hará tarde
–Debe faltar más de una hora... y podemos llegar tarde
–Si tú lo dices
Ambos cerraron los ojos un instante, disfrutando de la tranquilidad.
Luego Helga lo miró. El chico parecía distraído con el sonido de la lluvia. Se levantó y se dirigió hasta la ventana, observando la iluminación en las casas a su alrededor. Abajo, algunas personas corrían intentando escapar del agua y de vez en cuando un automóvil salpicaba la acera.
Arnold abrió los ojos, observando su silueta recortada contra la luz del exterior. Antes que su mente se llenara de comparaciones poéticas, notó que ella temblaba. Buscó alrededor y se levantó en silencio.
Ella reaccionó cuando él la abrazó por la espalda, cubriéndola con una manta.
–¿Qué haces?–dijo ella.
–Tienes frio, ¿no?–dijo él.
Helga sonrió agradecida y siguió mirando por la ventana. El aroma a tierra húmeda inundaba el lugar.
–Oye, Arnold–dijo ella de pronto.
–¿Sí?
Volteó a mirarlo con una sonrisa dulce y apoyó sus brazos en los hombros del chico, besándolo.
–Si vamos a esperar aquí–dijo la chica, rozando sus labios–, podríamos aprovechar el tiempo
Arnold la abrazó con fuerza y la besó con afecto.
Afuera la lluvia seguía cayendo con intensidad.
...~...
–¿Crees que vendrán?–dijo Phoebe, preocupada, mirando la hora en su teléfono.
–No te preocupes, bebé, seguro que llegarán en cualquier momento
Detrás de la pareja, pasó Rhonda charlando con Nadine con aire angustiado: Los invitados que podían conducir o que sus padres podían llevar, llegaron sin problemas, pero la mayoría de sus amigos del barrio no tenían sus permisos, así que varias personas avisaron que llegarían más tarde o que simplemente no irían, gracias a la repentina lluvia.
«¡Esta mañana el cielo lucía maravilloso! ¿Qué pasó?»
Rhonda, molesta, daba vueltas por la casa, confirmando la lista de invitados, quienes habían llegado y quienes cancelaron.
«Demonios, ¿acaso nada puede salir bien?»
Mientras revisaba los bocadillos, sonó el timbre y la chica se dirigió a la entrada, solo para encontrarse con dos de sus invitados completamente empapados.
–¿Qué demonios les pasa?–dijo Rhonda– ¿Acaso caminaron bajo la lluvia?
–Más bien la lluvia nos pilló de camino–Se excusó Arnold.
–¿Crees que podrías prestarnos algo de ropa?–dijo Helga.
–¿Tú? ¿Vistiendo algo mío?
–Sí, sí, luego puedes desinfectarlo–dijo Helga, incómoda.
Pero la mirada de Rhonda había cambiado por completo.
–¿NO LO ENTIENDES?–Chilló emocionada.– ¡Siempre he querido elegir tu vestuario! Todo el mundo sabe que mi gusto es exquisito, incluso podría conseguir que te vieras elegante
Helga rodó los ojos, mientras Arnold sonreía incómodo.
–Ja, como si eso fuera posible–Contestó la rubia.
–Solo les prestaré ropa con la condición de que me dejes peinarte y maquillarte–dijo Rhonda, entrecerrando los ojos.
–Ni lo sueñes
–¡POR FAVOR!
–¡No!
–¿Peinarte y pintar tus uñas?
–No
–Heeeeeeelga–dijo Arnold.
La chica miró a su novio.
–Aich, de acuerdo, puedes peinarme y–Miró alrededor.– Lila puede pintarme las uñas ¿te parece bien?
–¡Sí!
Los chicos estaban a punto de entrar cuando la dueña de casa los detuvo.
–Esperen–Rhonda se asomó para indicar el camino–. Den la vuelta y entren por la parte de atrás de la casa
–¿Ahora somos servidumbre?–dijo Helga, cruzando sus brazos.
–Si mojan toda la alfombra mis padres me matarán
–Tiene sentido–Comentó Arnold, encogiéndose de hombros, mientras Helga le lanzaba una mirada asesina.
–Vayan a la cocina y esperen ahí–Añadió Rhonda.
La pareja obedeció.
–Parece que salió todo bien–dijo Arnold.
–Para ti tal vez–Se quejó Helga, estrujando su cabello sobre el lavaplatos.–. No eres tú quien se convertirá en la muñeca humana de la princesa Lloyd
–Vamos, Helga, Rhonda no es tan mala, seguramente elegirá algo que te quede bien
–Dirás algo que me haga ver como una dama estirada y elegante
–¿Y qué tiene de malo? Será solo mientras se seca tu ropa
–Quizá no lo entiendas, pero estoy segura que ella no me dejará olvidarlo
Escucharon la voz de Rhonda acercándose.
–Bueno, chicos–dijo al atravesar la puerta–. Aquí tienen toallas y pantuflas. Y una bata para cada uno. Pueden usar el baño que está en este lado de la casa para que no se topen con los demás invitados. Helga, cuando estés lista, puedes ir a mi habitación para ayudarte con tu cabello
–Está bien
–Y Arnold, puedes usar esto, mi padre no lo usa hace tiempo, tal vez te quede bien
–Gracias Rhonda–dijo el chico.
Desde el salón, Nadine llamó a Rhonda.
–Los dejo–dijo la chica.
Los rubios oyeron los pasos alejándose, se miraron y luego miraron hacia la puerta del baño que Rhonda señaló, dándose cuenta de que estaban prácticamente a solas en ese sector de la casa.
–¿Crees que se enfade...?–Comenzó la chica, con una sonrisa traviesa.
–No se enterará si nos damos prisa
Helga ahogó una risa.
–Quien diría que San Arnoldo caería tan bajo
–Es culpa tuya, Helga Pataki
Ambos rieron.
...~...
Unos quince minutos más tarde Helga tocó la puerta de la habitación de Rhonda.
Lila y Nadine estaban ahí, buscando barniz para uñas de distintos colores, decidiendo cuál combinaba mejor con cada uno de los tres vestidos que Rhonda eligió.
Helga arqueó su ceja al observar la variedad. Odiaba cada cosa, absolutamente.
–No me harás probarme todo eso–dijo, cruzando sus brazos.
–¡Vamos, Helga!–dijo Rhonda–. Será divertido
–No–Sentenció.
Lila miró a sus amigas y luego las prendas en la cama.
–Creo que ese vestido lavanda le quedaría bien a Helga–dijo, señalándolo.
–Pero no estoy segura si viene con su tono de piel–Alegó, Rhonda.
–Es similar al que usó en la boda de Olga, te aseguro que ese tono le queda perfecto–Añadió con una sonrisa.
–Lila tiene razón–Admitió Helga.–. El color es parecido al que usé ese día...
–Está bien, este será–se resignó Rhonda, entregándoselo.
Helga entró al baño de la habitación de Rhonda para quitarse la bata y vestirse. Lloyd le había entregado con un conjunto de ropa interior nueva, que definitivamente no era algo que Helga hubiera comprado, pero dada la similitud entre sus cuerpos, le quedaba bien.
Salió vestida, todavía usando pantuflas.
–Ahora unos zapatos–dijo Rhonda, buscando entre sus cosas.
–Te mataré si me pasas tacones
–Claro que no. Usar tacones requiere de práctica que tú claramente no tienes. Además, la diferencia de altura entre tú y tu novio sería más obvia si usas tacones y eso es de muy mal gusto–Helga rodó los ojos.–. También creo con ese vestido y con el peinado que te haré te verás tan guapa que seguro Arnold querrá bailar...
–Espera... ¿Por qué piensas eso?–Interrumpió Helga, incómoda.
–¡Vamos! No me digas que olvidaste el baile del día de los inocentes–Continuó Rhonda, arrojando cajas y cajas por el suelo.–. Aunque se veían divinos bailando juntos, nunca te perdonaré los crímenes contra la moda que cometiste ese día. Desde el corte y la tela hasta el color y tus zapatos, todo era HORRIBLE
–Rhonda–murmuró Nadine, intentando que se moderara.
–¡Aquí están!
Sacó de una caja un par de zapatos bajos, con punta redonda, de color púrpura.
–Creo que con un par de medias... sí... tengo unas por aquí–Rhonda volvió a buscar, sacando ropa de varios cajones, hasta que encontró una caja delgada y se las entregó.
–Definitivamente tienes demasiada ropa–Comentó Helga, sacando las medias de su envoltorio y mirando que eran de un tono similar a su piel.
–Cuando usas uniforme a diario, no hay muchas oportunidades para lucir todos estos hermosos conjuntos–Se quejó Rhonda con aire dramático.
Helga intercambió una mirada con Lila y rodó los ojos otra vez, haciendo sonreír a la pelirroja. Se sentó en la cama para acomodar las medias y los zapatos, luego se puso de pie.
–Te ves hermosa–dijo Lila, mientras Helga medio giraba intentando verse a sí misma.
–No, no, no–dijo Rhonda–. Todavía falta el peinado–Se acercó con una lata de laca, un cepillo y varios pinches. Sentó a Helga en una silla, jugando con su cabello, mientras Lila le pintaba las uñas de un lindo rosa.
En cuanto estuvo lista, la obligaron a cerrar los ojos y la ayudaron a caminar frente al espejo.
–Bien, Helga, ya puedes mirar–dijo Rhonda.
Lo primero que la rubia distinguió fue la imagen de la princesa parada junto a ella con un aire de satisfacción, luego pudo enfocarse en su propio reflejo.
El cabello no era del todo un desastre, otra vez ondas, cargado hacia un costado. Era soportable. También debía admitir que Lila tenía razón y ese color le quedaba bastante bien, pero además el corte del vestido le favorecía.
–¿Tu ropa quedó en el baño?–dijo Rhonda.
–Emh... sí–Contestó Helga, contemplando todavía su imagen.
Lila, junto a ella, parecía contenta de verla así.
–Le diré a uno de los sirvientes que ponga tu ropa y la de Arnold en un ciclo de lavado y secado rápido... y por el amor de dios, les pediré un taxi si la lluvia sigue, pero no vuelvan a hacer una estupidez así. Sé que mis fiestas son las mejores, pero no vale la pena que se enfermen por venir
Tanto a Helga como a Lila se miraron, extrañadas por la preocupación de Rhonda, pero cada una concluyó que no querría que se corriera el rumor de que los asistentes a su fiesta pasaron las vacaciones de primavera con una gripe. Incluso Helga imaginó a Rhonda diciendo "eso habría sido de muy mal gusto".
En cuanto las cuatro chicas bajaron, se encontraron con los demás invitados charlando en el salón principal
–Perfecto, comida–dijo Helga, sintiendo por primera vez en el día el ruido en su estómago.
Vio a Phoebe de camino a la mesa y le hizo un gesto al tiempo que pasaba hacia la mesa de los bocadillos. Su mejor amiga la alcanzó allí.
–Helga ¿estás bien?–Quiso saber la más bajita.
–Sí, claro, ¿por qué no lo estaría?–Respondió la rubia, tratando de no parecer nerviosa.
–Arnold dijo que llegaron empapados. Me alegro de que Rhonda les prestara algo de ropa
–Aunque creo que yo salí beneficiada–dijo, mirando de reojo hacia donde estaban los chicos.
La ropa del padre de Rhonda le quedaba un poco grande a su novio, así que se veía gracioso. Aunque Gerald estaba intentando ayudarlo, doblando aquí y allá.
Phoebe ahogó una risita y volteó para tomar un par de vasos de refresco. Helga la imitó y la siguió hacia donde estaban los chicos.
–¿Qué hay, Pataki?–dijo Gerald, recibiendo el vaso que le ofrecía su novia.
–Hola, Johanssen–Contestó ella, entregándole uno de los vasos a Arnold y bebiendo del otro.
–¿Qué les pasó? ¿Por qué llegaron tan tarde?–Quiso saber, preocupado.
–No llegamos tan tarde
–Amiga–Insistió el chico.–, Jamie O nos trajo en su auto
–¿Qué hace tu hermano de vuelta en Hillwood? ¿Acaso ya fracasó? ¿Extrañaba a tu mami?
–¡Helga!–La regañaron Arnold y Phoebe.
Gerald solo la miró con rostro serio.
–No cambies el tema, nena. Llamé a la casa de Arnold cuando empezó la lluvia. Phill dijo que habían salido una hora antes...
–Oh... eso–Arnold miró a Helga, nervioso.
–Salimos a caminar y nos distrajimos–dijo Helga, tomando un sorbo de su vaso.
–¿Haciendo qué?
–Ya sabes, tonterías que hacen las parejas
Arnold miró a Helga y sintió como el rubor subía por su cuerpo, calentando su cuello, sus mejillas y sus orejas.
La chica giró su mano, restándole importancia.
–La lluvia nos atrapó a mitad de camino–Explicó.–, así que esperamos un rato a ver si pasaba. Cuando notamos que no sería así, decidimos caminar y Arnoldo creyó que era buena idea besarnos bajo la lluvia y por eso terminamos todos empapados–Rodó los ojos.–. Demasiado cursi, si me lo preguntas
Gerald miró de reojo a su amigo, quien mantenía el vaso frente a su rostro, bebiendo pequeños tragos, sin detenerse a respirar.
–Te vas a ahogar, viejo–dijo Gerald.
Arnold bajó el vaso, por suerte el rubor se había ido. Pero en cuanto cruzó sus ojos con la furiosa mirada de Helga, se dio cuenta de que debía escapar.
–Creo que iré por algo de comer–dijo, nervioso.
–Perfecto, vuelve con una bandeja de canapés–Ordenó su novia.
–Vamos, amigo–dijo Gerald, abrazándolo por los hombros y sacándolo de ahí.
En ese momento algunas chicas de la escuela de Rhonda se acercaron a saludar a Phoebe y Helga, alabando el vestuario de ambas.
–Viejo, ¿Qué pasó en verdad?–dijo Gerald.
–Es lo que Helga dijo–Contestó Arnold.
–¿Estás seguro?
–Sí
–¿Y por qué estás tan nervioso?
Arnold tragó sonoramente un trozo de queso sin siquiera masticar. Volteó ligeramente hacia donde estaban las chicas. Lila y Patty habían llegado a charlar con ellas y Helga sonreía.
–Se ve hermosa así–dijo, absorto.
–Supongo que sí, es poco habitual–dijo Gerald–. Rhonda tiene un don para las transformaciones
Una broma pesada y una risa estrepitosa y tosca llenaron el lugar, haciendo voltear a varias personas.
–Pero ahí debería romperse la ilusión, amigo. Sé que es tu novia, pero es Helga Pataki de la que estamos hablando
Arnold medio sonrió, porque esa risa no le molestaba, su actitud violenta no le molestaba, tampoco su uniceja, ni sus descuidos. No le incomodaba que algunos días tuviera una mirada cansada, ni que comiera más que otras chicas. No estaba seguro de cuántos pequeños detalles de la vida de Helga se grabaron en su memoria, pero adoraba cada uno. Su caligrafía, su rapidez mental, sus comentarios ácidos, sus puños, sus manos, sus dedos largos terminados en las uñas que había sentido en su piel... su actitud, sus palabras, el sonido de su voz... los quejidos que ahogaba cuando estaban a solas y la besaba, el sabor de su piel, el rubor en sus mejillas... la forma en que había dicho su nombre esa tarde...
Salió del trance cuando Harold, Stinky y Sid llegaron a la fiesta, directo al banquete, comentando con emoción cada plato que reconocían y también los que no, pero el mayor de ellos se ganó un regaño de Patty.
Gerald y Arnold regresaron con las chicas.
...~...
Después de algunas horas, Rhonda le avisó a Arnold que su ropa estaba seca.
–Gracias, le diré a Helga–dijo el chico.
–¡Espera!–Murmuró ella, sujetándolo por la muñeca.
–¿Qué?
–Te pasaste horas sentado
–Bueno, la ropa de tu padre me queda algo suelta–dijo él, incómodo.
–Lo sé... pero... Helga no se viste así muchas veces... ve a cambiarte y sácala a bailar
–¿Qué? Pero...
–¿Acaso vas a perder la oportunidad?
El chico le agradeció la ayuda y fue a cambiarse. Tal como habló con Helga, su ropa no cumplía el código que Rhonda impuso, pero en ese punto a nadie le importaría.
Al regresar, buscó a su novia, la encontró compartiendo pequeños emparedados con Lila.
Se acercó seguro y estiró su mano hacia su chica, invitándola.
Ella aceptó, riendo, disculpándose con Lila, para dejarse arrastrar hacia el lugar donde los demás bailaban.
Un tango sonó y ambos rieron nerviosos.
–¿Ahora si estoy en buenas manos?–dijo ella.
–Claro que sí–Respondió él.
Helga estaba dispuesta a dejarse guiar. Después de todo, Rhonda no podía tener una piscina bajo el piso de su sala... ¿no?
Tres canciones más tardes, ambos seguían divirtiéndose, pero entonces Gerald recibió una llamada y se acercó a interrumpir.
–Amigo, Jamie O puede recogernos en quince minutos ¿quieren que los llevemos?–dijo.
–No llueve–dijo Helga, mirando por la ventana y notando las estrellas–. Podemos caminar
–Pero es tarde... –Admitió Arnold.
–Aich, está bien–Helga se apartó y buscó a Rhonda.–. Princesa... ¿puedo cambiarme en tu habitación?
–Sí. Iré por tu ropa, te alcanzo allí
Helga subió y entró al cuarto, jugando nerviosa con su cabello. Unos segundos después entró Rhonda y le entregó su ropa.
–Gracias–dijo la rubia, esperando que Rhonda se marchara.
La chica se cambió rápido. No recordaba mucho del hermano de Gerald, pero por lo que Phoebe le había contado, no estaría de muy buen humor si lo hacían esperar.
En cuanto salió de la habitación, notó que la dueña de casa estaba esperándola.
–¿Qué pasa, princesa?
–Espera un minuto, no te vayas a ir
–Tengo prisa, ¿sabes?
–Un minuto, cuéntalo si quieres
–Aich, está bien
Helga rodó los ojos y vio como Rhonda regresaba a la habitación y envolvía en una bolsa de tela la ropa que le había pasado para meterla en una caja junto a los zapatos.
Luego la vio acercándose a ella.
–¿Qué? ¿Quieres que lo tiré en el camino?–dijo la rubia, alzando un lado de su ceja.
–Te lo regalo. Se te veía mejor de lo que se me podría ver a mí, esos definitivamente no son mis colores
–¿Estás... segura?–Helga no sabía nada de ropa, pero parecía costoso.–. Sabes que no tendré donde usarlo
–Haré más fiestas
–¿Bromeas? Si uso el mismo vestido dos veces en tus fiestas hablarás de mí toda la noche y sé que no serán precisamente sobre cómo combina con mi tono de piel
Las dos rieron.
–Pero... acepto tu regalo, gracias–dijo Helga.
Rhonda asintió, saliendo y cerrando la puerta tras de sí.
Helga fue hacia la entrada, donde Phoebe, Gerald y Arnold esperaban.
–Tuvo un contratiempo, llegará en cinco minutos–Anunció Gerald.
Helga cruzó los brazos y se dejó caer contra el muro.
Cuando Jamie O llegó, cada adolescente puso dos dólares para gasolina, pero eso no impidió que se quejara todo el camino diciendo que no era su chofer particular, mientras dejaba primero a las chicas y luego a Arnold, antes de conducir a casa con su hermano.
Chapter 52: La casa del árbol
Notes:
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Chapter Text
Arnold, miraba el cielo estrellado a través de los cristales de su habitación. No podía dormir. Esa noche todo en su cabeza era un caos.
Se preguntaba si Helga estaría bien, si acaso seguiría despierta, cómo se sentiría y si por alguna casualidad estaría pensando en él.
Te he amado toda mi maldita vida...
Las palabras que ella le confió seguían dando vueltas en su mente y los recuerdos en la casa de Rhonda se mezclaban con el tiempo que estuvo a solas con Helga en la casa del árbol. Todo era un remolino intenso de emociones y sensaciones. Cada segundo, cada instante y cada detalle de ese día: el momento en que ella llegó a su casa, despertarla para ir a la fiesta, esperar que la lluvia acabara, los besos, las gotas de agua mojando su cabello, besarla bajo la lluvia, su sonrisa, sus bromas, y volver a besarla mientras el agua tibia de la ducha caía sobre ellos.
El sonido de la lluvia era cada vez más intenso, pero mantenían la esperanza de que las nubes se irían. Después de todo, el cielo lucía despejado cuando salieron de La Casa de Huéspedes.
En una de las casas cercanas alguien encendió una radio y se escuchó el mismo tango que habían bailado años atrás.
–¿Bailarás conmigo en la fiesta de hoy?–dijo él.
–Supongo que sí... –Contestó Helga, mirándolo con ¿curiosidad?
–Promételo
–Tal vez... lo pensaré...
Tenía que sacárselo del pecho.
–La última vez que te lo pedí... –Arnold dudó un segundo, pero decidió continuar. – te fuiste sin bailar conmigo
–¿En serio? ¿Cuándo...?
–En mi cumpleaños
–Yo... lo olvidé... lo siento
Helga evadió su mirada. Parecía un poco triste.
–Lamento si te traje malos recuerdos–dijo él, acariciando su mejilla.
–No es eso, cabeza de balón
La chica se mordió el labio, luego se apartó, dándole la espalda.
–Bailaste con Edith–dijo ella.
–Sólo me divertía, sabes que somos amigos... no... no lo hice para incomodarte...
–Lo sé
Helga se apoyó en una de las ventanas.
–¿En verdad querías bailar conmigo?–dijo la chica.
–Sí
–¿Tanto... como para recordarlo todavía?
Arnold se acercó a abrazarla.
–Tanto, como para pedirte que hoy bailes conmigo
–Bailemos entonces
Ella volteó, sujetándole las manos.
Arnold asintió, cerró los ojos, abrazándola y comenzaron a bailar con la música que entraba por la ventana.
Cuando la melodía cambió, Helga se quitó su chaqueta. Lucía acalorada.
Arnold la imitó.
Otro baile, un tango otra vez.
Pasos.
Cercanía.
Cosquilleó en sus labios.
Respiración agitada.
Besarse otra vez.
Olvidar los pasos.
Olvidarse del mundo.
Estar a solas.
Adentro ellos dos y su aliento compartido.
Afuera la lluvia y la oscuridad que poco a poco envolvía la ciudad.
Arnold la abrazó y ella lo empujó lentamente hasta que llegaron contra al muro.
Las manos de su novia deslizándose bajo su ropa, delineando su cuerpo, rasguñando con suavidad su piel, provocándole un cálido cosquilleo.
Dejaron que poco a poco la intensidad subiera y sin darse cuenta estaban en el suelo: Sentía el muro en su espalda, los tablones bajo su cuerpo y el peso de Helga sentada a horcajadas sobre él. Besos lentos y profundos.
Sus manos tantearon bajo la ropa de ella y subieron con delicadeza por su espalda, apretándola con afecto contra su cuerpo. En ese momento notó que ella podía haber sentido la presión en su pantalón y la soltó, avergonzado.
–¿Qué pasa, cabeza de balón?–dijo ella, con un tono de preocupación.
No podía apartar la vista de sus labios entreabiertos. Moría por volver a besarla.
–Lo siento, no quiero incomodarte
–¿De qué hablas? No me incomodas
–Helga, por favor
–¿Lo dices por...?–Ella bajó la mirada y él solo cerró los ojos y asintió, completamente mortificado.
La presión del cuerpo de su novia sobre él...
–Te diré algo, cabeza de balón–Susurró ella en su oído, con su aliento humedeciendo su oreja.–. Te he amado toda mi maldita vida. Si hay alguien con quien lo haría es contigo... pero... –Ella apartó la mirada. Sus manos temblaban contra él. – pero eres tú y si dices que está mal, que es muy pronto, que es demasiado, que somos muy jóvenes, yo... yo entenderé... siempre has sido más sensato... aceptaré tu palabra
–Helga...
¿Cómo podía esperar que fuera él quien tomara esa decisión? Ahí, así, tan cerca.
La actitud nerviosa con la que ella evadía su mirada, el brillo en sus ojos, sus labios manchados por restos de labial que él había saboreado, la forma en que sus hombros subían con la respiración agitada, como se estremecía ligeramente cada vez que la provocaba y los ruiditos que dejaba escapar. Sabía que ella intentaba reprimirse... tanto como él...
–No tienes idea de lo mucho que quiero sentirte cerca... –Admitió sin pensar.
–¿Qué?
Arnold la abrazó, sujetándola con firmeza por la espalda y colocando con cuidado la otra mano en su cintura, besando su cuello con suavidad.
–No te imaginas... –Le susurró, sin dejar de besarla.– cuánto quiero...
Dio un largo respiro, se apartó de ella y sujetó su mentón mirándola a los ojos.
–No sé si esto está bien, si es muy pronto o si somos demasiado jóvenes, Helga. No tengo la respuesta. Solo sé que me vuelve loco la idea de pasar juntos por esto...
Volvió a besarla y esta vez cuando la abrazó, quería asegurarse de que ella sintiera lo que provocaba su cercanía, su aliento, su piel, su aroma, sus besos, sus quejidos...
Contemplarla era mejor de lo que imaginó.
Se sentía extasiado por el torbellino divino que ardía como el mismísimo infierno. Helga era tentación, castigo y recompensa.
La aprisionaba entre sus manos, embriagado con el aroma de su cuerpo. Todo era demasiado para sus sentidos y sin embargo solo podía pensar que quería más.
Helga se esforzaba por ahogar los quejidos que subían por su pecho, pero él notaba cómo su cuerpo temblaba, respondiendo a sus caricias.
Besar, lamer, morder... recorriendo cada centímetro visible de su piel.
Ella de pronto lo abrazó con fuerza, escondiendo su rostro, al tiempo que se estremecía.
Arnold percibió la fría corriente de aire y tomó su chaqueta para cubrirla. Aunque disfrutaba contemplar sus hombros desnudos, lo más importante era que ella estuviera cómoda.
La apartó con delicadeza para poder mirar su rostro. Sonrió. Verla nerviosa se estaba volviendo adictivo.
La besó en los labios con ternura, acariciando su mejilla.
–Eres hermosa
Ella abrió mucho los ojos y él no pudo evitar sonreír.
–¿Estás segura de esto?
La chica asintió lentamente.
–Helga. No tengo idea de cómo hacer esto. Si algo te molesta... si algo no se siente bien, no te lo guardes, por favor...
–Yo...
–Me mortifica la idea de lastimarte y no enterarme porque eliges guardártelo. Quiero que esto sea agradable para los dos
Ella asintió
–Promete que me lo dirás
–Lo prometo
–Promete que si sientes que algo está mal me lo dirás en el momento
–Yo... lo prometo
La duda en su respuesta confirmó su sospecha: ella había pensado en decirle "luego".
–Y Helga...
–¿Sí?
–Esto no es un sueño
–No es un sueño–Repitió ella.
Arnold sonrió con seguridad. Tomó un mechón de su cabello y de forma juguetona siguió el camino que marcaba, rozando con sus dedos su oreja, luego su cuello, su hombro y clavícula... hasta llegar a las costillas y hacerle cosquillas en la cintura.
La besó lentamente, empujando su lengua, buscando ahogarse y perderse, mientras ella apretaba su cuerpo contra él.
Poco a poco, nerviosos, conociendo detalles antes ocultos.
Un poco más cerca... y otro poco más...
Se congelaron un instante, pero les bastó una mirada para saber que todo estaría bien.
Ignorar el crujir de la madera y el sonido de la lluvia.
Más besos, caricias, cosquilleo, quejidos...
Calidez.
La voz de Helga repitiendo su nombre una y otra vez...
Arnold, Arnold, Arnold
El despertador sonó y el chico reaccionó apenas, mirando alrededor, preguntándose en qué momento se había dormido. Por un segundo pensó en lo que había soñado, para darse cuenta un instante después de las consecuencias de ese sueño.
–Demonios
Se escondió bajo las mantas, incómodo y avergonzado por la apremiante necesidad de su cuerpo.
Pasados unos minutos de calma se preguntó si su novia estaría despierta y si acaso había dormido bien.
...~...
Helga se negaba a salir de la cama tanto como a dormir, a pesar de no haber descansado en toda la noche.
«¿En qué estaba pensando?»
«¿Acaso soy idiota?»
«¡Claramente todo fue una mala idea!»
«¿Las cosas ahora cambiarían?»
Rodó, escondiendo su rostro, ahogando un gruñido.
Cuando Rhonda los dejó a solas, aprovechó la excusa para insinuarle a Arnold que tomaran una ducha juntos.
«¡Era una tontería! Pero él...»
«Estúpido cabeza de balón»
La forma en que él la abrazó, besándola...
Cómo acarició su cuerpo, enjabonando con suavidad...
Los latidos acelerados en su pecho...
El cariño en su mirada...
El rubor en sus mejillas...
Los besos con los que exploró su piel...
Y cómo la ayudó a secarse antes de dejarla ir...
El tono con que repitió que la amaba...
No soportaba la idea de haber estado tan cerca.
El solo recuerdo la volvía loca.
Y sí, fue divertido y emocionante, pero ¿Qué hubiera pasado si los hubieran atrapado?
«Pudieron atraparnos...»
Rhonda de seguro habría tenido un jugoso chisme que difundir.
No podía ser tan descuidada.
Pero era Arnold, ¿Qué iba a hacer? Ella sólo bromeaba y él le siguió el juego sin dudar.
«Por Cristo»
Realmente era una mala influencia.
Además...
No quería pensar en ese baile en la casa del árbol, ni en todo lo que pasó después de bailar con él.
Su respiración.
Sus labios.
La complicidad en su mirada.
Las manos de él sujetando las suyas, apretándose con fuerza y al mismo tiempo intentando no hacerle daño.
El ardor que quemaba su pecho con cada exhalación.
Y si cerraba los ojos, podía sentir el camino que los labios del chico marcaron en su cuerpo, los suaves mordiscos, su ardiente aliento, la presión de sus dedos, los agradables rasguños, todo...
Y sabía que cada detalle se le quedaría grabado.
¿Y cómo miraría a Arnold a los ojos sin sentir que todo su ser se vuelve a quemar?
¿Cómo soportaría ver su cabello durante las clases, sentada detrás de él, fantaseando con sentir los mechones haciéndole cosquillas otra vez?
¿Qué pasaría ahora cada vez que estuvieran a solas?
Sintió su estómago apretarse.
Su pulso acelerado.
El calor en su rostro.
El temblor en sus piernas.
«Demonios»
No debió bailar con él.
Nunca debió bailar con él.
«Y sin embargo... »
En cada gesto ella podía notar su preocupación, su interés, su afecto... su... amor...
Te amo
En la forma en que tomó su relicario, mirándolo con cuidado.
En cómo la cubrió con su chaqueta.
En la delicadeza con la que la abrazó.
En la dulzura de su mirada...
Incluso si él moría de ganas por sentirla, no apresuró nada.
Incluso si a cada latido ella podía intuir su urgencia, él lo tomó con calma.
«¡Estúpido cabeza de balón!»
Se acurrucó en posición fetal, angustiada.
«¡Te odio!»
«¡Te odio!»
«¡Te odio!»
«¡Te odio!»
«¡Te odio!»
«¡Te odio!»
«¡Te odio!»
«¡Te odio!»
–Te... odio... –Murmuró entre sollozos.
No sabía bien porque lloraba.
Y repetir que lo odiaba era más fácil que admitir lo mucho que moría por amarlo otra vez.
...~...
Esa tarde Helga se encontró caminando, vagando sin rumbo fijo por las calles, hasta que terminó por visitar la casa del árbol. No quiso llamar a Arnold, ni ir por él. No estaba pensando claramente. Seguía atormentada por un montón de ideas locas y los recuerdo del día anterior. Pero al llegar al lugar, sus adorados ojos verdes le devolvieron la mirada.
–Helga... ¿Qué haces aquí?–dijo Arnold.
–¿Qué haces TÚ aquí, cabeza de balón?–Contestó ella con un tono de enfado que solo podía lograr gracias a años de práctica. En su interior estaba encantada de verlo y aterrada de cometer algún error.
–Bueno... yo... quería llamarte, pero no quería molestar. Estaba pensando en ti... salí a caminar y terminé aquí...
El chico sonrió incómodo.
Helga lo observó arqueando su ceja.
–Que coincidencia
–¿Qué?
Helga se sentó junto a la ventana, abrazando sus piernas.
–¿Quieres estar sola?–dijo él.
Ella negó.
–¿Quieres... hablar?
Volvió a negar.
–¿Puedo sentarme junto a ti?
Ella asintió.
Arnold, nervioso, se acercó para acomodarse a su lado.
Dando un largo suspiro, Helga dejó caer su mano hasta encontrar la del chico, quien la apretó suavemente.
–Siento si lo de ayer te incomodó... –dijo Arnold, con prisa.–no quise... no quiero que te sientas mal... no sé si estuvo bien... No sé si fui demasiado impulsivo... no tiene por qué repetirse...
–Cállate
Arnold la miró. Ella ahogaba una risita.
–Si crees que me obligaste a hacer algo, es que no me conoces–dijo, burlona.
–Lo siento
–Y si te sigues disculpando, esta conversación la tendrás con Betsy y los cinco vengadores ¿entendido?
Arnold rio esta vez.
–Entendido–dijo, con aire más tranquilo–. Entonces... ¿no estás enfadada?
Ella buscó en su bolsillo y sacó una pequeña cajita que le entregó.
–¿Crees que hubiera conseguido esto si estuviera enfadada?
Arnold miró la caja, atónito, luego a la chica y otra vez la caja.
–¿Eso significa...?
–Todavía es temprano, cabeza de balón, pueden descubrirnos... pero... podemos esperar hasta anochezca, ¿no te parece?
Arnold asintió, para luego besarla, abrazándola con afecto.
En ese momento ella entendió que sin importar lo que ocurriera, mientras hubiera latidos en su pecho, sangre corriendo por sus venas y pudiera exhalar su aliento, Helga G. Pataki no podría dejar de amar a Arnold Shortman.
Notes:
Y con esto concluye la segunda parte de la historia
Y no, no se crean que esto va a terminar aquí.
Volveremos en febrero con más actualizaciones.
pd. Gracias por los comentarios, los kudos y por compartir. Sé que leer trabajos en proceso puede ser frustrante
Chapter 53: Slausen’s
Notes:
:3 aquí empieza la tercera parte de esta aventura.
Gracias por acompañarme y por seguir aquí.
(See the end of the chapter for more notes.)
Chapter Text
–¿Qué tal estuvieron sus vacaciones?
Lila lo preguntó después de la sesión de estudio, mientras el grupo salía de la biblioteca.
–Acompañé a Rhonda al centro comercial–Comentó Nadine con entusiasmo.–, también fuimos al parque de diversiones con algunas chicas de su instituto. ¿Qué hay de ti, Lila?
–Bueno, papá pidió algunos días libres y visitamos a la familia–Contestó ella con alegría.
–Eso se oye bien–dijo Gerald y luego agregó con un aire frustrado–. Qué suerte
Nadine y Lila intercambiaron una mirada confusa.
–Parece que no te divertiste mucho–le dijo Nadine.
–¡Fue horrible!–Dejó escapar Gerald.–. Mamá me obligó a quedarme en casa para cuidar a Tim y tuve que soportar a mi hermano en cada comida
–¿Jamie-O te sigue molestando?–dijo Arnold frunciendo el ceño–. Creí que habría madurado
–¡Es mucho peor, viejo! No sé qué le pasó ¡Parecía otra persona!–dijo y luego comenzó a contar con los dedos–. Cada mañana se hizo cargo de los quehaceres, le pidió a mamá que le enseñara a cocinar los platillos que extrañaba, se ofreció a hacer algunas reparaciones de la casa, ahorrándole algunos gastos a papa ¡Incluso ayudó a Timberly con sus deberes!
–Guau, suena impresionante–dijo Lila–. Parece una persona en verdad agradable
–¡Exacto! Jamás ha sido así. Si me lo preguntan, ese no era mi hermano
–Apuesto que es un extraterrestre usando su piel–Bromeó Helga con una sonrisa macabra.–. O peor–Añadió como si contara una historia de terror.–: fue poseído por el espíritu de la hija perfecta, Ol-ga
Nadine y Lila rieron de buena gana, mientras Gerald rodó los ojos.
–Al menos ya se fue–Concluyó el chico.
–Tal vez estar solo le ha hecho reconsiderar su actitud–dijo Arnold con entusiasmo– ¿Quién sabe?
El moreno soltó un gruñido.
–¿Y tú qué hiciste, Phoebe?–Preguntó Nadine, por cambiar de tema.
–Bueno, organicé mis vacaciones para poder repasar cada materia y preparar los próximos exámenes, a la vez que consideré tiempo para tener algunas citas con Gerald–Explicó concentrada. Un segundo después reconsideró lo que dijo y bajó la mirada, mientras su rostro se ruborizaba ligeramente.
–Lo único bueno de mis vacaciones–dijo el chico, abrazando a su novia, para darle un tierno beso en la frente.
Nadine y Lila otra vez compartieron una risita, mientras Helga hacía una cara de asco, a la que Arnold respondió con una mirada de reprobación.
–Aunque mi cronograma sufrió algunos contratiempos–Continuó la chica, acomodando sus lentes–. Tuve que preparar un día intensivo para estudiar con Helga. Con algo más de tiempo habría podido abarcar los contenidos en mayor profundidad y todavía no entiendo qué te mantuvo tan ocupada
–Tuve varias cosas que hacer–dijo la rubia, evitando la mirada de todos.
–¿Acaso saliste de la ciudad?–dijo Lila.
–No–Contestó de forma mecánica.
–¿Visitaste a Olga?
–Claro que no. Te llevaré como escudo cuando tenga que verla
–¿Eso es una invitación?
–Es una advertencia
Lila sonrió.
–¿Y qué hay de ti, amigo?–Comentó Gerald mirando a Arnold.
–Ya sabes, estuve ocupado ayudando a mis abuelos con la limpieza de primavera y algunas reparaciones en La Casa de Huéspedes–Contestó con una sonrisa incómoda.
–Pero supongo que habrán tenido alguna cita en estos días–dijo Lila mirando a Helga–. Sería muy triste si no fue el caso, con lo lindo que estuvieron los últimos días, en verdad daban ganas de disfrutar el aire libre...
–Emh... –Arnold miró su novia, pero ella no le devolvió la mirada.
–Claro, eso hacen las parejas, campirana–dijo Helga–, pero no te preocupes, no los atormentaré con los cursis detalles
Entonces Phoebe cambió el tema hacia un proyecto que debían preparar, proponiendo algunos temas con entusiasmo.
Aunque Helga lo ocultaba mucho mejor que su novio, ambos estaban nerviosos. Mentir a sus amigos no era de sus cosas favoritas.
Lo cierto fue que durante las vacaciones Helga estuvo pendiente de los horarios de sus padres como nunca antes en la vida. Calculó con precisión cuántos minutos tendría la casa para ella " sola" , invitando a Arnold a visitarla un par de ocasiones. Aunque para no levantar sospechas con los abuelos, el chico efectivamente pasaba las mañanas ayudando. Y sabiendo que no tendrían la oportunidad en La Casa de Huéspedes, al caer la noche repitieron los encuentros en la casa del árbol.
Además, aunque ahora les causara risa, ninguno quería compartir con sus amigos el incidente del tipo que apuntó una linterna amenazando con llamar a la policía, mientras ellos se escondían, rogando no ser vistos. Después de eso sabían que no podían arriesgarse.
La conversación sobre el proyecto continuó hasta la parada del autobús, donde se separaron.
...~...
Esa noche, Helga miraba el techo de su habitación, escuchando música a todo el volumen que sus audífonos permitían, intentando ignorar a su cerebro.
¿Hay algo que te gustaría para tu cumpleaños?
Tres personas le preguntaron lo mismo. Que Phoebe lo hiciera era lo normal y de Arnold era esperable dadas las circunstancias; Lila fue lo novedoso y algo incómodo, pero no más. La respuesta para los tres fue la misma: "No he pensado en eso".
Otra mentira.
No esperaba nada en especial. Su familia no organizaría una fiesta, jamás tuvo una decente que pudiera recordar. Quizá aprovecharon de celebrar su cumpleaños con algún logro de Olga llevándolas a algún parque de diversiones o esos absurdos paseos familiares a alguna cadena de comida rápida, pero nada de eso era una fiesta de cumpleaños como tal y la chica estaba cansada de tener que buscar una excusa cada año.
Era agotador.
No le molestaba salir con Phoebe y sabía que Arnold le haría un regalo. Tal vez podían tener una cita doble y bueno, sumar a Lila y tal vez a Nadine, eso sería suficiente, después de todo...
Rodó sobre la cama.
«Después de todo es solo otro día en el calendario»
Cerró los ojos.
Claro que a sus padres no les importaba. ¿Quién querría recordar la fecha en que te sentenciaron a un error por el que deberías responder por 18 años?
«Bueno... queda menos...»
Se acurrucó, queriendo volverse pequeña.
«Es solo un día sin relevancia...»
Apretó el puño.
Y no debería doler la certeza de que lo olvidarían.
A solas, con los gritos, las baterías violentas y las guitarras estridentes en sus oídos, podía ignorar la opresión en su pecho y el nudo en su garganta.
...~...
Sus amigos la saludaron en clases, incluso Rhonda le envió un mensaje a través del celular de Phoebe. Y durante la tarde Helga decidió que le gustaría comer un helado después de la escuela, así que fue con el grupo de estudio a Slausen's.
No hicieron un gran escándalo, tampoco cantaron, sabían que ella odiaría atraer la atención, pero al hacer el pedido le comentaron al dueño sobre la ocasión y él les dejó una botella de sirope de chocolate cuando les entregó la enorme bandeja de banana split tamaño gigante para la cumpleañera y las malteadas y helados regulares de los demás.
–¿En serio vas a comer todo eso?–dijo Lila, abriendo mucho los ojos.
–¡Por supuesto que sí!–dijo Helga, tomando su cuchara.
–Creo que es demasiada azúcar–Comentó Phoebe, preocupada.–. Puede dañarte, Helga
–¡No seas aguafiestas, Pheebs!
Nadine, Arnold y Gerald rieron.
–Tómalo con calma, Helga–dijo Arnold.
–Sí, sí–dijo ella, hundiendo la cuchara el helado y llevándola a su boca.
Por la media hora siguiente, el grupo reía entre conversaciones, mientras Helga devoraba con calma la enorme copa frente a ella.
–Ya empieza a derretirse–dijo Nadine, mirando los colores que se mezclaban en el fondo.
–Rayos, no consideré eso–dijo la rubia.
–¿Estás lista para que te ayudemos?–dijo Arnold, con una sonrisa.
Helga bufó.
–De acuerdo–Accedió.
Los demás tomaron sus cucharas y entre todos terminaron el helado, añadiendo generosas porciones de sirope chocolate, hasta acabar el contenido de la bandeja.
El tintinear de las cucharas y un suspiro de alivio general indicó que era todo.
–Guau, estaba delicioso–Comentó Nadine.
–No entiendo cómo puedes comer tanto–Agregó Lila, mirando a Helga.
–Práctica.–Contestó la chica con una sonrisa.–. La comida en casa Phoebe es excelente, cada vez que me invita, tengo que aprovechar para llenarme
En ese instante Gerald miró a Arnold de reojo, el rubio asintió.
–Bueno, chicas, ¿Qué dicen si vamos a casa?–dijo el moreno.
–Sí, ya se está haciendo tarde–Comentó Nadine.
–Como sea–dijo Helga, apoyando las manos en la mesa para levantarse, pero Arnold la sujetó por la chaqueta y cuando ella volteó a verlo, notó el ruego en sus ojos.
Los demás se despidieron de la pareja, dejándolos a solas.
–¿Qué pasa, cabeza de balón?–dijo ella, con una sonrisa de suficiencia– ¿Tanto te mueres por estar a solas conmigo?
El chico sonrió.
–Tal vez–Respondió misterioso.
Su novia no estaba preparada para eso y todavía sorprendida lo observó mientras él rebuscaba en su mochila.
–Toma–Le dijo el chico, entregándole una cajita rectangular del tamaño de un libro.
–¿Qué... es?–dijo ella, tomándolo. Por el peso podía descartar que fuera papel. Era ligero y había algo suelto dentro.
–Feliz cumpleaños–Añadió él con una sonrisa tímida.
La chica abrió la caja con cuidado. Dentro había dos cosas. En la parte superior, entre un papel delgado de color rosa, vio una cadena bañada en oro con un pequeño dije con forma de corazón y un grabado: Je T'aime. Lo otro era un disco compacto en una carátula transparente. Escrito con marcador y en la letra de Arnold decía "Para Helga" con un corazón al costado.
–Sé que no nos gusta la misma clase de música–Comenzó a explicar el chico, casi como una disculpa.–, pero las canciones que quemé en ese disco me hacen pensar en ti
–¿Por qué?–Murmuró ella de forma automática, sin dejar de mirar ambos regalos en su lugar, incapaz de decidir cuál tomar.
–Las escucho cada noche... cuando te extraño–Admitió él, rascando su cabeza, avergonzado.
La chica abrió su mochila para buscar su reproductor de música.
–¿Qué haces?–dijo Arnold.
–Quiero escucharlo–dijo ella.
–Espera–El tono alertó a la chica, quien levantó la vista hacia él.–. Realmente... –Continuó, nervioso.– p-preferiría que lo escuches cuando estés a solas. Si te disgusta la música, prefiero no enterarme
–¿Por qué me disgustaría? Es lo que te a ti te gusta... y lo elegiste para mí...
–Sé que te gustan cosas distintas
–Pero...
–Por favor
–Está bien–Concedió ella con un suspiro.
Bajó la vista y levantó la cadena con cuidado, hasta que el dije colgó a la altura de sus ojos, girando con lentitud.
–¿Por qué en francés?
–Porque fue divertido que fingieras ser Cecile. Y porque... dicen que es el idioma del amor, ¿no?
–Tonterías
–¡Ey!
–Es hermosa. Arnold... no debiste
–No es nada
–Debió... costarte mucho–dijo ella con cierta preocupación y culpa.
–No fue problema, siempre ahorro parte de mi mesada... y gano algo de dinero cuando hago reparaciones extra en la casa–Explicó él.
–No deberías gastar tu dinero en mí
Arnold notó el aire sombrío ella. Era como si estuviera ausente, triste y resignada a la vez. Quería traerla de vuelta, a ese instante, a ese momento especial.
–Helga–Murmuró.
–¿umh?
Sujetó su brazo con suavidad, haciéndola voltear, al tiempo que bajaba la mano que sostenía el dije para que no se interpusiera entre ellos. La miró a los ojos un instante, tomó aire y apoyó su frente cariñosamente en la de ella, mientras sujetaba su mentón.
–Feliz cumpleaños, mi amor–dijo, justo antes de besarla.
Ella respondió con calma, atrapada en ese beso.
Arnold podía saborear el chocolate mezclado con el ya conocido sabor de su boca. Disfrutaba el cambio de presión en su respiración.
Helga se acercó un poco más y él pudo sentir la lengua de ella luchando por entrar, no quiso dejarla de inmediato, sólo porque disfrutaba la contienda, pero terminó por ceder, ahogándose en la profundidad de ese beso.
Asfixiados el uno con el otro, tuvieron que tomarse un momento para recuperar su respiración.
Se miraron a los ojos y el chico notó que ella parecía mucho más alegre y tranquila.
–Gracias, cabeza de balón–dijo Helga con una sonrisa.
Se quedaron así, sonriéndose mutuamente, tratando de regular la intensidad de su pulso.
–Helga...
–Dime
–¿Recuerdas ese día que intentaste animarme... y dijiste en broma que si llegábamos solteros a los 25 debíamos casarnos?
Ella se sonrojó.
–¿L-lo recuerdas?–Murmuró.
Arnold asintió.
–En ese momento... –Continuó él.– creí... creí que era una locura, pero... si soy sincero... desde hace un tiempo... a veces pienso... que no suena mal
Helga abrió mucho los ojos. Mil ideas pasaban por su cabeza: ¿Qué quería decir? ¿De qué estaba hablando? ¿Acaso...? ¿Acaso era tan idiota...?
–¿Ya terminaron?–Interrumpió un adolescente de quizá último año de preparatoria, lleno de granos y con aire abatido.
La pareja se sobresaltó y miró alrededor. Apenas quedaban clientes y otro chico trapeaba al fondo del local.
–¿Puedo llevarme eso?–Añadió el joven, señalando la bandeja, las copas y vasos.
–Sí, sí, ya nos vamos–dijo Arnold con prisa.
En cuanto el muchacho se fue, Helga regresó el colgante a su cajita, para guardar todo en su bolso.
Salieron en silencio, todavía avergonzados por lo sucedido. Cuando llegaron a la esquina de la siguiente calle, intercambiaron una mirada, para luego soltar una carcajada.
–Qué manera de matar el momento, ¿no?–dijo ella.
–Solo hace su trabajo–Contestó su novio con una sonrisa incómoda.
–Sí, pero de todos modos pudo esperar
–Vamos, Helga, debió estar cansado, es el final del día, tal vez ni siquiera lo notó
–Oh, claro que notó, nadie puede ser tan torpe
–Bueno, ¿y qué harás? ¿Quejarte?
–Tal vez haga que lo despidan
Arnold se detuvo y a ella le tomó unos segundos notarlo.
–Oh, vamos, cabeza de balón ¿crees que hablaba en serio? Solo estaba bromeando
El chico la miró unos segundos y luego sonrió.
–Algo como eso no vale mi tiempo–Añadió ella.
–¡Helga!
El chico la observó con los ojos entrecerrados, pero ella hizo caso omiso y siguió caminando.
–Entonces... –Murmuró ella, rascando su brazo.– recuerdas lo que prometimos. Creí... creí que lo habías olvidado
Arnold miró el suelo.
–Recuerdo... lo mal que me sentía... y lo bien que me hizo sentir tu broma
–No estaba bromeando–Añadió Helga.
–Pensé que...
–Llevo mucho tiempo enamorada de ti, ¿piensas que jamás he imaginado cómo sería nuestra vida? Si puedo... –Se detuvo, cerrando los ojos y tomando aire.– si puedo ser sincera, la idea de casarme contigo siempre me pareció un sueño maravilloso–Lo miró y frunció el ceño, levantando un puño al tiempo que lo tomaba del cuello de la camisa.–. Y si le dices a alguien sobre esto...
–Usaré mi lengua de corbata, me comeré mis zapatos y veré de cerca a Betsy y los cinco vengadores–Recitó Arnold con los ojos entrecerrados y una sonrisa segura–. Lo sé, Helga, lo sé
–Más te vale–dijo ella, soltándolo y sacudiendo sus manos.
–Tal vez suene como una locura–dijo él–, pero a veces he pensado en eso
–¿En qué?
–Casarme... contigo...
Helga puso las manos en su cintura y sonrió.
–Bueno, cabeza de balón, supongo que es lo normal, soy tu novia ahora, pero estás loco si me estás pidiendo matrimonio. ¡Ni siquiera hemos terminado la escuela!
–No quise decir eso
–¿No?–Arqueó su ceja.– ¿Entonces...?
–No lo sé... sólo... lo recordé–Tomó aire, evadiendo su mirada.–. Siempre que paso por Slaucen's recuerdo lo que dijiste ese día... y sólo quería saber... si fue importante para ti. Incluso... incluso si no sentía lo mismo en ese momento, tu compañía me ayudó mucho y lo agradezco
–No hay de qué, cabeza de balón. Supongo que sin importar lo mucho que disfrutaba saber que la señorita perfecta no te correspondía, no me gustaba verte sufrir por ella
–Gracias
–Era patético, ¿sabes?
–¡Ey!
–Y bueno... tú siempre te preocupas por los demás, así que supongo que yo debo preocuparme por ti
–Gracias, Helga–dijo con una sonrisa.
...~...
Tras terminar los deberes de la casa y confirmar sin sorpresa que sus padres omitieron por completo la fecha, Helga se encerró en su habitación, se dejó caer en su cama y con cuidado sacó el disco de su cajita plástica, para colocarlo en su reproductor de música.
Luego tomó la cadena y jugó con ella unos segundos, leyendo en el dije una y otra vez
«Je T'aime»
«Je T'aime»
«Je T'aime»
Feliz cumpleaños, mi amor
Se sentó abriendo mucho los ojos.
«¿Me dijo mi amor?»
«¿Es en serio?»
«¿ME DIJO MI AMOR?»
«Eso... es un apodo de novios... ¿no?»
«Rayos... estúpido cabeza de balón»
«¿Por qué tiene que ser tan cursi?»
Dijiste en broma que si llegábamos solteros a los 25 debíamos casarnos
«¡Lo recuerda!»
En ese momento... creí que era una locura
«¡Por supuesto que lo es!»
pero... a veces pienso... que no suena mal
«¿Piensas en casarte conmigo?»
«¿En verdad... piensas... en casarte conmigo?»
La música suave se reproducía en los audífonos que ahora colgaban de su cuello, pero ella lograba distinguir la voz magistral de Dino Spumoni. El chico tenía razón, no era la clase de música que escuchaba, pero saber que esas palabras de amor lo hacían pensar en ella volvía esa canción ¿agradable?
Rodó sobre la cama y sin querer volteó la caja. Al levantarla notó que bajo la carátula del disco había una nota:
» Para mi linda novia
De Arnold «
La abrió con cuidado.
» Mi amada Helga,
Espero que cuando veas esto hayas tenido un lindo cumpleaños.
Sé que cada año te hago un regalo, pero esta vez es diferente.
Pensé en muchas cosas que pudieran gustarte, pero también quería darte algo especial, algo que tuviera algún significado y ya que tú eres buena con la poesía y yo un desastre, tal vez podría encontrar otra forma de llegar a conmoverte, como lo has hecho tú conmigo.
Por eso te pido que escuches cada una de estas canciones con el corazón y que sepas que siempre pienso en ti, que recuerdo con detalle de cada momento contigo, que disfruto tu compañía y que a pesar de lo extraño que fue al principio, estoy realmente feliz de poder salir contigo.
Nos vemos en la escuela.
Tuyo,
Arnold.«
–¿Mío?–Abrazó la hoja dejándose caer de espaldas.–¡Dijo que era mío! ¡Y hoy me dijo mi amor! Y se tomó el tiempo de elegir y grabar para mí 12 pistas de música... que le hacen pensar en mí, que le recuerdan a mí... ¡Esto es fantástico!
Reía, rodando en su cama, sin soltar la hoja.
Un par de golpes en la puerta la interrumpieron.
–¡Olga! ¡Ya deja de hacer escándalo! ¡Es tarde!
–Sí, Bob–Contestó ella, rodando los ojos.
Apagó las luces y se recostó, escuchando con atención la música, grabando en su memoria cada nota y cada palabra.
Notes:
Disculpen la tardanza
:c la vida se puso cuesta arriba, pero ya volvimos a la programación habitual ;)
Chapter 54: Tensión
Chapter Text
–¿Entonces? ¿Están seguros de que quieren hacer esto?–Preguntó Helga, mirando alrededor.
Harold, Stinky y Sid se miraron entre sí y asintieron.
–Está bien, les compartiré mi enorme sabiduría para planificar la mejor broma del Día de los Inocentes
–¡Genial!–dijo Harold.
–Pero... hay un precio
–Recórcholis–Comentó Stinky.–. No creo que tenga dinero suficiente
–Descuida, no es eso lo que quiero. Yo los ayudo con su broma y ustedes me ayudan con la mía
–¡Pero pensé que trabajaríamos como equipo!–dijo Sid.
–Chicos, chicos, chicos–dijo Helga, negando con el rostro–. Esa es la gran diferencia entre ustedes y yo. ¿Creen que preparo mis bromas de último minuto? Claro que no. Elijo a mis víctimas en otoño, observo sus rutinas, lo que comen, las clases en las que están, sus horarios, me aseguro de cuáles son sus casilleros y estudio cada detalle. Tengo planeado cada uno de mis pasos para esa semana, pero si puedo distribuir el trabajo, será mucho más fácil salirme con la mía
–Eso suena muy complicado–Añadió el más alto de los chicos.
–Tranquilo, Stink-o, les daré las instrucciones por escrito. Ahora ¿a quién piensan molestar? ¿A los de secundaria? ¿Alguna venganza contra Wolfgang?
–Nada de eso–dijo con orgullo y luego miró a sus amigos.
–Este año los inocentes serán los maestros
–Veo que aspiran a algo grande. Me agrada. ¿Tenemos un trato, caballeros?–dijo Helga, ofreciéndoles la mano.
Los chicos volvieron a intercambiar miradas. Stinky fue el primero en moverse, estrechando su mano. Luego Sid y finalmente Harold.
–Espero que esto sea bueno–dijo Harold–. Y que no nos metamos en problemas
–Descuida, grandote, si siguen mis instrucciones, nadie sabrá quien los golpeó
–¡Pero yo no quiero golpear a nadie!
Helga rodó los ojos.
–Es figurativo, soquete
–¿Figura...que?
–Olvídalo–Rodó los ojos.–. Reunámonos en el parque después de la práctica de baseball
–¿Y Arnold no se enfadará?–dijo Sid.
–Ustedes sí que son idiotas–dijo, cruzando los brazos y arqueando su ceja.–. Es mi furia la que deben temer
–Sí, señora–Contestó Harold, tragando en seco.
–Y ahora, campesino–Añadió mirando a Stinky.– ¿Qué me dices de dispararle a algunos monstruos?
–¡Claro!
Se dirigieron juntos a la máquina en la que solían jugar, seguidos de Harold y Sid.
Ese día, en la escuela, habían aprovechado el momento en que Helga se despedía de Arnold, para invitarla a los arcades. Una vez allí, le explicaron que querían su ayuda y cuando ella quiso saber porque era necesario ir hasta ahí para hablar, le dijeron que entre los tres llegaron a la conclusión de que levantarían sospechas si los veían planeando en la escuela. Helga estaba sorprendida de que pudieran compartir suficientes neuronas para logran una idea medianamente inteligente. Además, contar con esbirros que ejecutaran sus planes era excelente, porque era cierto lo que había dicho, eligió a sus víctimas antes de la fiesta de Noche de brujas... y había una en especial a la que quería molestar sin levantar sospechas, porque podía ser que Mcdougal mantuviera su distancia con su amado cabeza de balón, pero eso no la sacaba de la mira de Helga G. Pataki.
...~...
Cuando llegó a casa, decidió que podía reorganizar su plan para que los chicos hicieran todo el trabajo sucio por ella. No podía enfocarse en Edith, porque tarde o temprano su novio sabría que ella estaba detrás de todo eso, así que tenía algunas pequeñas bromas planeadas para Lila, Nadine, Sheena, Curly, Eugene, el trío de idiotas, Brainy e incluso Gerald, Phoebe y hasta Arnold. Nada era grave o humillante, sólo tonterías para incomodar, algo que les recordara quién era la reina de las bromas. Incluso si jugaba bien sus cartas, podía hacerse pasar por víctima de alguna tontería, como una pequeña bomba de confeti en su casillero.
También hizo una lista de los docentes y las clases que dictaban. La mayoría estaría en el salón de maestros durante el almuerzo, así que esa sería definitivamente el mejor momento para atacar. Decidió que era mejor que ese fuera el gran final, o todas las bromas de la semana pasarían a segundo plano. Debía hablar con los chicos y organizar cada detalle de tal modo que nadie supiera que ninguno de ellos estaba involucrado.
Ese panorama fue suficiente para sacar a Helga de la monotonía. Aprovechando el interés académico de su amiga, convenció a Phoebe de ir juntas al salón de maestros para preguntar por posibles proyectos de puntos extra y así pudo estudiar en detalle la distribución del espacio, los objetos a disposición y los asientos de cada departamento. También evaluó qué cosas podrían hacer a los maestros sin cruzar ningún límite legal. Visitó algunas tiendas en su tiempo libre para hacer un presupuesto mental y finalmente definió y determinó las tareas que realizaría cada uno, en un cronograma que tenía un pequeño margen de error en caso que alguno de los idiotas no cumpliera su misión.
Estuvo tan entretenida con eso, que el viernes llegó volando. Al menos el sábado almorzaría en La Casa de Huéspedes y planeaba pasar la tarde con Arnold y eso era perfecto para relajarse antes de ponerse a trabajar.
Al entrar a casa, notó muchísima actividad en el comedor. Conversaciones y movimiento.
–¿Eres tú, Helga?–dijo Miriam desde arriba.
–Sí, ya llegué
–¡Oh no!–Escuchó la voz de Olga.
–¿Qué demonios pasa?–Quiso saber la menor, viendo cómo su hermana se acercaba, agitada.
–¡Hermanita bebé! Llegas temprano–dijo.
–Siempre llego a esta hora–Contestó, cruzando los brazos y alzando una ceja.
–Ah, lo siento, es que no está listo... yo... ah ya sé–Comenzó a buscar en su bolso.–. Mamá ¿puedes venir un minuto?
Miriam bajó la escalera.
–¿Qué pasa?–dijo la mujer, con aire cansado.
–¿Podrían ir a la tienda? Olvidé algunas cosas... toma–Le entregó algo de efectivo y comenzó a listar lo que necesitaba.
–¿Es en serio?–Se quejó la menor
–Sí, por favor, es importante–dijo Olga.
Helga la miró con sospecha. ¿Olga olvidando algo importante? Claramente era una mentira.
–Iré si puedo quedarme con el cambio–dijo.
Olga la observó y medio sonrió, sacando un billete más de su bolso.
–Y una propina–Añadió entusiasmada.
–Es un placer hacer negocios–Helga tomó el gastado billete de manos de su hermana y lo puso en su bolsillo, mientras daba la vuelta y salía con Miriam.–¿Qué está pasando?–Preguntó cuando estuvieron afuera.
–Olga no quiso explicar nada–dijo la mujer, pensativa–, pero confía en tu hermana, parece contenta, seguro es algo bueno–Añadió sonriendo.
–Tal vez volverá a Alaska–Masculló riendo entre dientes.
–Espero que no, eso sería terrible–dijo la mujer con tristeza.
–Por favor, claro que no volverá a Alaska–Rodó los ojos.
Bob ya estaba allí cuando Helga y su madre regresaron. Su voz estridente y las risas que compartía con Derek fue lo primero que la adolescente notó al ingresar a la casa.
Olga llegó corriendo a recibirlas.
–Aquí está lo que pediste–dijo Helga, extendiéndole una bolsa.
–Perfecto, gracias, gracias–Contestó Olga, sin apenas mirarla.
Helga notó que sonreía, pero otra vez las ojeras marcadas en su rostro le daban un aire cansado.
–Cariño, todo está listo–dijo Derek, asomándose al pasillo–Oh, hola, Helga
–Hola–Contestó ella rodando los ojos.
–¿Está todo en orden?–Preguntó Olga, mirando a su esposo.
–Claro que sí
–Perfecto, vamos
Miriam se adelantó hacia el comedor y Olga tomó a su hermana por los hombros para llevarla casi frente a la mesa.
Al ingresar, Helga contempló el lugar decorado. Guirnaldas de colores adornaban el techo, globos enmarcaban las ventanas y puertas. Un mantel fino cubría la mesa sobre la que se distribuían bandejas con canapés y frutas, además de vaso, jarras con jugo y algunas botellas de cerveza. Al centro una enorme torta de chocolate, con glaseado rosa y celeste con la palabra "Felicidades".
«¿Acaso... lo... recordaron?»
Helga miró todo con una mezcla de preocupación e interés. Era claro que esto era trabajo de Olga y le había tomado bastante tiempo prepararlo.
Mientras la señora Miller verificaba con su esposo que todo estaba listo, la menor notó que los hombres ya habían destapado cada uno una cerveza que ya tenían a medio beber.
–Bueno–Comenzó Olga, mirando alrededor.–. Mi... Nuestra querida familia... me alegra mucho que me permitieran hacer esto–dijo emocionada.
Mientras hablaba, Derek terminó su cerveza y Bob de inmediato destapó otra y se la acercó.
–Toma–dijo.
–Gracias–Contestó el más joven.
–¿Puedo probar eso?–Bromeó Helga.
Sus padres la miraron.
–¿Por qué no?–dijo Bob, encogiéndose de hombros.
Derek, que estaba más cerca, le entregó la botella abierta a Helga y esperó que su suegro destapara otra.
La chica no esperaba eso y por un segundo se preguntó si realmente quería beber, luego se dijo que no pasaba nada por probar.
–Pero no vayas a excederte–Advirtió Bob.–. Solo te lo permito porque es una ocasión especial
–Gracias, Bob–dijo Helga todavía extrañada, tratando de entender qué significaba todo eso.
Sentía que todo lo que pasaba no era más que una simulación de los Pataki.
–Miriam, ¿Todo bien?–Comentó Bob.
–Sí–dijo ella, mirando su vaso con jugo.
–Perfecto
Bob miró a su esposa, luego a su yerno y finalmente a sus hijas.
–Por favor, continua–dijo el hombre, mirando a Olga.
–Sí–Contestó nerviosa. Tomó aire.–. Sé que esto es un poco exagerado, pero me pareció que, dado que era una ocasión especial, valía la pena hacer algo fuera de lo común
–No era necesario–dijo Helga.
–Oh, claro que sí, tontita, esto es muy importante–Continuó.–. Sé que el último año les hice pasar muchos malos ratos por estas fechas, con los ajustes de la boda, las invitaciones y todas esas cosas, en especial a ti, hermanita, sé lo mucho que odiaste las pruebas de vestido, pero estoy muy agradecida de que al final todo resultara bien...
Olga buscó en su bolso y miró a su familia.
–Y Derek y yo queríamos estar aquí, porque una ocasión así de especial debe ser compartida
–Hermanita bebé–dijo, acercándose a ella–. Cierra los ojos un segundo
–No
–Por favor–Rogó.
–De acuerdo
Helga obedeció. Luego notó como su hermana le sujetaba las manos y le entregaba una hoja... con una textura extraña, casi plástica ¿una fotografía?
–Puedes abrirlos–Anunció Olga.
La menor lo hizo y al comienzo no pudo reconocer lo que veía. Parecía una fotografía, sí, pero eran más bien manchas blancas sobre un fondo negro que dejaba ver al otro lado.
Entonces Miriam se acercó a ella y tuvo que ahogar un grito de emoción, mientras miraba a Bob, quien, curioso, se acercó también.
–¿Esto... es?–Logró pronunciar Helga, levantando apenas la vista hacia su hermana que sonreía con orgullo. Luego la volvió a bajar y leyó los datos en la parte inferior de la fotografía.
Bob observó la imagen con la misma expresión que Helga. Le tomó algunos cuantos segundo entender lo que veía, atontado por el alcohol. Pero en cuanto lo hizo, levantó la vista hacia su hija mayor.
–¿Estás... embarazada?–Logró decir Helga, todavía sorprendida.
–Así es–Respondió Olga, con tono alegre.–. Esta semana fue la primera ecografía... y–Miró a Derek, quien se acercó para sujetarla por los hombros en un gesto protector.–estamos muy contentos de poder contarles esto–Concluyó.
Miriam y Bob esquivaron a Helga para abrazar a la joven pareja, felicitándolos con entusiasmo.
Al siguiente segundo Bob llevó a Olga hasta una silla, obligándola a sentarse por su seguridad y Miriam fue a la sala por algunos viejos libros sobre cuidados prenatales y guías para padres primerizos que les entregó hablando entusiasmada.
Helga observó todo como si contemplara una película. Ella no estaba ahí, su existencia había desaparecido. En una mano tenía la ecografía, en la otra la botella de cerveza.
Bob felicitó a Derek dándole golpecitos en la espalda y le comentó entre bromas que debía cuidar de Olga, recordando con risas los antojos que tuvo Miriam en su embarazo, claro el primero, el único que recordaba.
La menor de las chicas se preguntó si podría romper la botella... si se lastimaría al hacerlo... y si acaso eso sería suficiente para recuperar el control de su cuerpo.
«¡Corre!»
«¡Sal de aquí!»
«Mis piernas... ¿Por qué... no obedecen?»
¿Estaba respirando? ¿Estaba parpadeando?
Todo en ese momento se sentía tan lejano.
¿Por qué se había permitido emocionarse?
Ellos jamás lo recordaban, ni siquiera Olga, ¿qué le hizo pensar que esta vez sería diferente?
–Felicidades, Olga y Derek–dijo, mientras dejaba la botella sobre la mesa sin siquiera probarla–. Si me disculpan, tengo mucha tarea por hacer, así que estaré en mi habitación. Buenas noches
–¡Espera!–Gritó Olga, sujetándola por la muñeca.
–¿Qué?–dijo Helga, alzando su ceja.
–Al menos llévate un trozo de pastel
La chica rodó los ojos y esperó que Miriam cortara una porción. La recibió, volvió a despedirse con frialdad, subió las escaleras y cerró la puerta, tratando de ahogar las conversaciones entusiastas y las risas de la familia de Olga.
Luego de dejar el pastel en su escritorio, se arrojó en la cama y encendió el reproductor de música con un disco pesado. Lidiaba con la decepción y la rabia consigo misma.
Sin importar cómo, Olga siempre encontraría la forma de acaparar la atención. Incluso cuando había dejado de ser una Pataki.
Y al mismo tiempo Helga se sentía egoísta y algo culpable. Su hermana había perdido un bebé. Debió ser físicamente doloroso y emocionalmente angustiante. Estuvo muy triste y debió estar asustada. Ahora parecía tan contenta, tan entusiasta y llena de vida, de... esperanza.
No era justo que se enfadara con ella
¿Pero por qué tenía que hacer una fiesta esa semana?
¿Por qué decidieron anunciarlo en ese lugar?
Si Olga y Derek hubieran organizado algo en su propia casa, Helga no habría dejado que ningún tipo de ilusión cruzara su mente.
–Estúpida Olga–Murmuró, apretando los puños.–. Quizá seas la hija perfecta, la estudiante perfecta, la trabajadora perfecta y la esposa perfecta... pero eres la peor hermana...
Rodó en la cama y saltó algunas canciones hasta un tema que le gustaba. Apenas emitiendo sonido, comenzó a modular las palabras, imitando los gestos de los gritos.
Bob todavía no le devolvía la vieja radio y comenzaba a sospechar que había olvidado que se la había confiscado. Probablemente estaría en la cochera, juntando polvo. Aunque si la tuviera ahí, poner música fuerte en ese momento no parecía para nada un movimiento inteligente. No, definitivamente no lo era, pero era tan tentador interrumpir ese instante...
Un golpe en la puerta la sobresaltó. La chica se levantó de la cama, quitándose los audífonos.
–¿Qué quieres, Bob?
Hubo un silencio breve, en el que Helga observó la puerta con la ceja arqueada y las manos en su cintura.
–Helga, soy Derek, ¿podemos hablar un minuto?
«¿Qué demonios?»
La chica se acercó con precaución y abrió un poco la puerta.
–¿Qué?–dijo, sin ocultar su enfado.
–Sólo quería felicitarte, ya que esta semana fue tu cumpleaños...
Helga en su sorpresa dejó que la puerta se abriera.
–¿Tú... lo... recordaste?–No sabía si era bueno o malo.– ¡¿Lo recordaste y no dijiste nada?!
–¿Nada? Espera... ¿Por qué tendría...? ¿Olvidaron tu cumpleaños?
–¡Por supuesto que lo olvidaron! Nadie en esta familia recordaría algo así
–¿Estás enfadada? No creí que fueras tan infantil
–Oh, ¡Claro que lo estoy! Creí... creí que por una vez habían recordado... incluso Olga lo olvidó.
–Pensé que ella había hablado contigo. Esta semana pasó horas al teléfono...
–Te aseguro que ninguna de esas llamadas incluyó felicitaciones para mí
–Helga, lo siento. Ya veo por qué estás tan molesta. Debe ser confuso llegar a casa y que haya una celebración así
–¿Por qué decidieron anunciarlo aquí? ¿No sería mejor en su casa?
–Estamos remodelando, así que no hay mucho espacio
–¿Y en casa de tus padres?
–Se encuentran fuera de la ciudad, regresarán el próximo mes, pero ya sabes como es Olga, no quería esperar
–Ajá
–De verdad creí que tus padres ya habían celebrado tu cumpleaños, no quise hacerte enfadar
–Si llegaste a pensar eso, es que no tienes idea de cómo funciona esta familia–dijo, molesta–. Gracias por venir a saludar, ahora déjame en paz
–Espera–dijo con un suspiro–. Creo que debo empezar otra vez–Sacó una pequeña caja de su bolsillo.–. Feliz cumpleaños, Helga
Ella lo miró con desconfianza. Titubeó antes de tomar el regalo.
–Bueno–Se sujetó el brazo, incómoda.–. Gracias, supongo
–Sé que a veces las cosas no están muy bien con tus padres, así que recuerda que eres bienvenida a nuestra casa si necesitas un respiro
–Gr-gracias, cuñado
–Tal vez quieras empezar la tarea–Añadió él, mirando de reojo el escritorio.
–Sí, como sea. Adiós
Helga cerró la puerta sin azotarla, lo que en cierto modo debía considerar un logro.
Se acostó en su cama para abrir el regalo.
Era el nuevo disco de una de las bandas que escucharon cuando pintaron el cuarto. ¿Por qué el idiota lo recordaba?
Bueno, ese momento era igual de bueno que cualquiera para escucharlo. Rasgó el plástico con cuidado, cambió el disco en el reproductor de música, cerró la tapa con cuidado y le dio play, mientras sacaba el cuadernillo y leía con atención las letras de las canciones.
...~...
Al día siguiente, Helga estaba recostada en la cama de su novio, mientras él terminaba de ayudar en la cocina. La chica todavía estaba molesta, aunque lo disimuló bastante bien durante la comida.
Pero estaba segura de que Arnold lo había notado, así que sabía que le debía una explicación y al mismo tiempo no quería dársela. ¿Qué iba a decir? ¿Qué estaba enojada porque fue una tonta que creyó que por una maldita vez en su vida su familia no estaría girando en torno a Olga?
«Doi, claro que no»
Pero también sabía que él intentaría entender qué le pasaba y ella terminaría más enfadada solo por su insistencia, así que se estaba quedando sin opciones y sin tiempo.
Tal vez podía inventar una excusa para huir, pero en cuanto lo pensó los pasos en la escalera le dieron unos segundos parar prepararse. Tomó aire y apretó los puños, incómoda.
–Ya terminé con los quehaceres–Anunció Arnold.– ¿Quieres salir a caminar?
–Está bien–dijo ella, sentándose en la cama para abrochar sus zapatos.
Lo que fuera que le permitiera posponer la incómoda conversación le venía bien.
Arnold la siguió escaleras abajo y comenzaron a vagar, sin apenas intercambiar palabras, hasta detenerse en el puente, mirando el agua.
–¿Quieres decirme qué te pasa?–dijo el chico.
–No realmente–Admitió ella, con aire cansado.
–¿Prefieres que nos veamos otro día?
–¿Acaso estás loco? La sola idea de volver a casa es horrible
Arnold dejó escapar un suspiro.
–Helga, ¿qué pasó?
–Solo otra de las tormentas Pataki
–Sé que tu familia no es maravillosa... pero ¿realmente son tan malos?
–No te imaginas
–Bueno, sé que tu padre es algo frío, pero parece preocuparse por ustedes
–A Bob solo le preocupan los premios
–Y tu madre hizo un gran trabajo al rehabilitarse
–Bien por ella
–Tu hermana te adora
–Olga solo adora la idea de tener una hermana menor, no importa si soy yo o Li-la... de hecho creo que realmente preferiría a Lila
–Eso es porque nunca lo intentas, tal vez si trataras de entenderla...
–¿Tratar de entenderla? ¿Estás demente?
–Sé que odias que actúe como si fuera perfecta, pero ¿alguna vez has intentado ponerte en su lugar?
–¿Qué? ¿Recibir los cumplidos de Bob? ¿Ser la alegría de Miriam?
–Entender lo mucho que se esfuerza. Tener una buena actitud, ser amable y obtener calificaciones perfectas todo el tiempo no debe ser fácil
–No me digas–Rodó los ojos.
–La universidad tampoco debió ser sencilla
–Claro, la señorita tenía demasiados pretendientes para poder decidir qué hacer con su futuro–Se dio vuelta, apoyando su espalda en la baranda, cruzando los brazos.
–Helga, ¿por qué actúas así? ¿Qué pasó?
La chica evitó su mirada.
–Olga... –Murmuró.– Olga está embarazada
–¿En serio? Guau... me alegro mucho, debió ser muy difícil volver a intentarlo después de... lo que ocurrió
Helga apretó los dientes.
–¿Por qué te molesta?–dijo Arnold, frunciendo el ceño– ¡Deberías estar feliz por ella! Helga, ni siquiera tú puedes ser así
Ella lo miró. Realmente estaba enfadado. ¿Acaso no lo entendía? ¿Por qué? ¡Claro que estaba feliz por su hermana! ¿Arnold realmente pensaba que ella era esa clase de persona?
«Criminal»
–Tal vez si deberíamos vernos otro día–Admitió Helga.
No estaba de humor para aguantarlo.
–¡No puedo creerlo!
–¡Déjame en paz!
–Tal vez si solo vieras más allá de ti misma
–No te atrevas
–¡Ni siquiera lo intentas!
–¡Claro que no! ¿Por qué lo haría? En esa casa yo no existo
–¿Sabes? No es precisamente sencillo llevarse bien con otros, pero al menos deberías apreciar el hecho de que tienes una familia
–¡¿Tú qué sabes?!
Helga se congeló en ese instante. No quiso decir eso. No quería decir eso. Rayos, la frialdad en la mirada de Arnold, la furia, el dolor. No quiso herirlo, pero la ira se apoderaba de ella, tensando su cuerpo y ahogando sus pensamientos.
–Arnold... lo siento...
–No, Helga
–No quise...
–Nos vemos en la escuela
El chico volteó para alejarse.
–Espera...
–No. Ahora soy yo quien necesita estar solo
Ella apretó los puños. Perfecto. Su arranque arruinó lo único bueno que tenía ese fin de semana.
–Entiendo–dijo ella.–. Te veré en la escuela
Notes:
pd. Acepto nombres para el bebé.
pd2: les adelanto que Helga será la tía favorita
Chapter 55: Inocentes
Chapter Text
El lunes por la mañana los gritos y risas se podían escuchar en cualquier parte de la escuela. Cada clase tenía a alguien que, al igual que Helga, tenía su reputación como bromista, aunque después del incidente en cuarto grado, nadie quiso meterse con ella... y ella bajó un poco la intensidad con Arnold, distribuyendo su necesidad de molestar entre varias personas.
Helga supo que sus bromas estaban en marcha en cuanto escuchó la estrepitosa risa de Gerald, mientras Arnold escupía algunos papeles que habían entrado a su boca cuando abrió su casillero.
–Al menos esta vez no es brillantina rosa–decía el moreno entre risas.
Un poco más allá, Edith abría su casillero para recibir la misma sorpresa, pero reaccionó asustada. Nadine la ayudó a limpiarse.
Arnold miró alrededor y vio que en ese momento su novia llegaba a la escuela.
–¡Helga!–dijo, acercándose a ella.
–¿Qué?–Respondió con indiferencia, deteniéndose frente a su propio casillero.
–¿Esto es tu responsabilidad?–Preguntó señalando el confeti en su cabello y luego a Edith.
–En primer lugar, Arnold, acabo de llegar y créeme que ni siquiera hoy haría el esfuerzo de madrugar
–Pero...
–Y en segundo lugar–Interrumpió, sin mirarlo.–, aunque me hubiera encantado ser la primera en hacerte caer, no, no fui yo
–¡Pero ya me hiciste esto una vez!
–Exacto. Ya lo hice y ahora no es divertido
–¿Segura?
–¡Por favor, cabeza de balón! Hacer esas estúpidas bombas de confeti es tan sencillo que cualquier idiota podría hacerlo–Concluyó, abriendo su casillero.
En ese instante el sonido elástico de una goma fue el preludio para el montón de papel picado que saltó hacia su rostro.
–¡Quién fue el idiota!–dijo, mirando alrededor, levantando su puño.
Varias personas reían, pero en cuanto amenazó, desviaron la mirada.
Arnold la observó sorprendido, pero aún con sospecha.
–Está bien–Admitió él–. No fuiste tú
Helga se sacudió los trocitos de papel de su cabello y ropa.
–No me digas, genio–Masculló con molestia.
Gerald vio llegar a su novia y entre risas le contó lo que acababa de ocurrir.
Mientras Phoebe también reía, la rubia rodó los ojos, cerrando su casillero de golpe.
–¿Podemos hablar antes que empiecen las clases?–dijo Arnold.
–Supongo que sí–Contestó ella, mirando alrededor.
–En privado
–Rayos
No estaba segura si el chico seguía enfadado y tampoco estaba segura de querer hablar. De hecho, no podía decidir si ella misma estaba enfadada, en buena parte sabía que sí, porque su fin de semana no fue precisamente bueno y en especial porque sabía que era su culpa.
Tratando de fingir indiferencia hizo un gesto a sus amigos y se alejó por el pasillo, esperando que Arnold la siguiera.
Luego de comprobar que el conserje se encontraba limpiando las oficinas, decidió que podían ir a la azotea.
Por algunos segundos evitaron mirarse, cada uno concentrado en el cielo, las baldosas o el ruido de los extractores. Ambos sabían que la campana sonaría pronto.
–Si piensas decir algo, hazlo ahora, cabeza de balón–dijo Helga.
El chico cerró los ojos con fuerza.
–¿Sigues... enfadado?–Agregó ella.
Arnold negó, pero ella notó que estaba tenso.
–Yo... –Comenzó a decir ella.–en verdad no quise...
–Pero lo hiciste–El chico la miró con el ceño fruncido.
–¡Lo sé! Pero, hoooooola, sabías que era una idiota mucho antes de que empezáramos a salir
–Eso no significa que debas serlo conmigo, Helga, creí... creí que lo habías superado
–En tus sueños
–Esto no es gracioso
Ella rodó los ojos, cruzándose de brazos.
–Helga, escucha. No puedo ayudarte si no me dices qué demonios te pasa–dijo Arnold.
–¿Y quién demonios dice que tienes que ayudarme? Maldición, Arnoldo, no siempre necesito ayuda, ya te lo dije, deja de meterte donde no te llaman
–¡Eres mi novia! ¡Me importas!
–¿Y eso qué?–Ella lo miró y acercó mucho su rostro.–. No significa que tengas que meter tu nariz en todo, ¿sabes?–Añadió, presionando su índice en el pecho del chico.
El semblante de Arnold aún mostraba molestia. Ambos respiraban entre dientes, mirándose a los ojos.
–Al menos deberías disculparte–dijo él, apartando la mirada.
No soportaba verla. Se odiaba. ¿Cómo podía ser así? Incluso enfadado como estaba, durante unos segundos sólo podía pensar en besarla. ¿Por qué se sentía así? ¿Acaso estaba tan enamorado que una parte de él quería omitir por completo lo que había pasado? Si lo hacía ella se saldría con la suya. Necesitaba ser firme. Sabía que Helga podía ser terca, de hecho, probablemente era la persona más terca que conocía.
Ella lo observó unos segundos y rascando su brazo dio un largo suspiro.
–Escucha, Arnoldo–Murmuró.–, sé que fui una idiota, estaba enfadada y no quería hablar de eso ¿sí? Tampoco quise decir eso... simplemente se me salió
–Duele... –dijo él, apretando los puños, con la mirada clavada en el suelo. Notó que Helga dejó de apretar los puños y comenzó a rascar su brazo.–. Sé que mis padres no están, sé que me abandonaron, no tienes que recordármelo
La campana que daba inicio a las clases sonó en ese momento.
Helga apretó los dientes y los puños.
–En verdad creo que tienes suerte–dijo ella.
Arnold alzó la vista, sorprendido.
–No tener padres–Continuó ella.–, es mejor que tener padres idiotas, ¿sabes?
–Helga, retráctate
–No–Ella lo miró enfadada.– ¿De qué sirve tener una familia que no se preocupa por ti? Al menos tus abuelos te quieren, te tratan bien...
–Tus padres no pueden ser tan malos...
–Despierta, Arnoldo, has visto a Miriam reformada y apenas has interactuado con Bob y sabes que es más idiota que yo. No tienes idea de lo que fue crecer en esa casa
–Eso no te da derecho a decir algo así
–¡Lo siento! ¿Sí? No estaba pensando...
Helga estaba incómoda y una parte de ella sólo quería escapar de ahí. Le dolía el pecho y apenas podía hablar. No quería que él la viera llorar otra vez. Era patético.
–Y entiendo que estés enfadado, pero eso es lo que pienso–Añadió.–. Y si no vas a disculparme, tal vez sea momento de ir a clases, porqué no sé qué más decir
Arnold dio un largo suspiro y cerró los ojos apoyando su espalda contra el muro.
–¿Por qué tienes que actuar así?–dijo sin mirarla.
–¿Qué quieres decir?
–Escucha. No estoy enfadado–Aclaró.–, pero creo que merezco más que esto
–Rayos, cabeza de balón, ya dije que lo siento ¿Qué más quieres que haga?
Arnold la miró con frialdad y ella pudo sentir cómo su corazón dejaba de latir y el mundo se quedaba en silencio.
–Quiero que confíes en mí
Latidos. Sonido. Aire.
–¿Qué quieres decir?
–Cuando te pasa algo y no dices nada, no sé cómo lidiar contigo, no sé cómo ayudarte
–Maldición, Arnoldo, te repito que no tienes que ayudar a todo el mundo
–Es solo que no te entiendo ¿Por qué molesta que Olga esté embarazada?
Helga apretó los dientes, evadiendo su mirada.
–Yo en tu lugar habría estado feliz
–¡Claro que no!–Explotó ella.–. Estoy asustada ¿Crees que no me preocupé cuando supe lo que le ocurrió? No me imagino lo difícil que debe ser para ella intentarlo otra vez... y creo que es una locura. Y aunque sonríe, me aterra lo cansada que se ve. Pero es Olga, la maldita hija perfecta, la hermana perfecta, la esposa perfecta, por supuesto que también querrá ser la madre perfecta. Y tal vez sólo está cansada porque debe ser horrible despertar con nauseas cada maldito día, pero también pienso si acaso tendrá pesadillas con la pérdida. ¿Podrá mantener su trabajo? ¿El seguro médico cubrirá los gastos? NADA de eso es mi problema y no dejo de pensarlo. Ni siquiera he hablado con ella a solas, no sé si puedo hablarle a solas. Pero si ella es feliz con esto, no haré nada para arruinarlo, ni siquiera cuestionar sus decisiones... y si tengo que tragarme todas esas dudas lo haré... pero me vuelven loca...
Arnold la observó con sorpresa, para luego abrazarla.
–Lo siento... –dijo él.
Entonces ella sintió que se quebraba otro poco.
–Es Olga, es mi hermana, siempre lo será, pero... la odio. Odio que sea tan... ella
–¿Qué hizo para hacerte enfadar?
–El viernes cuando llegué a casa ella había decorado el comedor–Cerró los ojos.–. P-parecía una fiesta sorpresa... y yo... yo creí...
Arnold se apartó y vio las lágrimas cayendo por su rostro.
–Tu familia... otra vez... olvidó tu cumpleaños
Aunque no era una pregunta Helga asintió.
–¿Estás enfadada por eso?
–No, no espero nada de ellos... pero... Olga... siempre dice lo mucho que le importo, pero al final... no es cierto
La chica se soltó, dándole la espalda y limpiando su rostro.
–Helga... ¿querías una fiesta?
–No quiero una fiesta–dijo incómoda, abrazándose a sí misma–, ni ningún tipo de celebración, no quiero absolutamente nada con mi familia. Pero cuando entré y vi el pastel y la decoración creí... por un segundo... olvídalo
Arnold tomó su mano.
–Por un segundo creíste que lo recordaron... y te gustó la idea de que pensaran en ti ¿no?
Helga cerró los ojos y asintió.
–Lo siento–Repitió él.–. Sé... sé que no eres egoísta
–Claro que lo soy, Arnoldo. Me encerré en mi habitación en lugar de quedarme celebrando
–Helga, tienes derecho a sentirte mal, ahora entiendo todo
Arnold la abrazó, intentando contenerla y pensando si había algo que pudiera hacer para hacer sentir mejor a su novia.
–Y sé que no debí desquitarme contigo, pero tienes que dejar de ser tan insistente–dijo ella.
Arnold dio un largo respiro. Tal vez Helga tenía razón.
...~...
Perdieron esa clase, aunque Phoebe los ayudó a ponerse al día con los contenidos y Gerald con los acontecimientos. Al parecer alguien le hizo creer a Curly que Rhonda iría a la escuela porque lo extrañaba, así que el chico tenía un ramo de flores y lucía su mejor atuendo para recibirla. Fue Nadine quien rompió su ilusión, recordándole que era el Día de los Inocentes, lo que provocó que el chico rompiera en llanto, postergando el inicio de la clase hasta que lo enviaron fuera del salón.
Algunas bromas menores como tachuelas en algunos asientos, falsas declaraciones, goma de mascar picante o que manchaba la lengua, serpientes o arañas de goma en los cajones de los maestros, lo que molestó a varios, aunque nadie se hizo responsable.
Lo bueno de haber discutido con Arnold es que Helga aprovechó la excusa de no sentirse bien y así pasar los descansos a solas, excepto el almuerzo. Vagaba por la escuela, haciendo algunas bromas a quienes sabía que no se enfadarían y tratando de mantener el buen ánimo.
Decidió que el martes podía molestar un poco a McDougal. Llenó su pupitre de cucarachas plásticas y el resultado fue hacerla gritar durante la siguiente clase. Al final del día puso una gran cantidad de sal por la rendija de su casillero, lo que pudo observar al día siguiente. Aunque Arnold descubrió que fue ella y la obligó a disculparse. Lo que hizo de mala gana y Edith aceptó con su apatía de siempre, aunque le agradeció al chico su consideración con un sutil coqueteo que hizo enfadar a Helga el resto de la mañana.
Por la tarde fue el turno de Lila. Cuando Helga le ofreció una flor que lanzaba agua no esperaba para nada la melodiosa risa de la pelirroja.
–¿Qué acaso estás demente?–dijo la rubia, levantando un lado de su ceja.
–Claro que no–Fue la respuessta.–. Realmente es divertido y estaba ansiosa por averiguar si habías preparado algo para mí
Helga sintió un ligero salto en sus latidos con eso.
–Entonces si estás demente–Añadió, entrecerrando los ojos.
–Para nada–Negó, calmándose.–. Me agrada que seamos tan cercanas como para que te sientas cómoda haciéndome una broma
–Ajá
Helga le dio la espalda.
–Vamos, o llegaremos tarde a la práctica de hoy–dijo, afirmando el tirante de su bolso.
...~...
Quedaban solo dos días más, pero ya estaba agotada.
Helga sabía que sería una semana larga cuando les explicó a los chicos el plan final. Para trabajar con ellos puso tres condiciones:
1.- Cada uno actuaría por su cuenta dentro del plazo acordado.
2.- No habría conversaciones sobre el tema en la escuela.
3.- Cada quien salvaba su propio pellejo.
Todas las instrucciones las entregó impresas y los idiotas estuvieron de acuerdo, pero le pidieron que ella hiciera la parte más arriesgada: ingresar al salón de maestros.
Bueno, era una broma que valdría la pena y los demás harían todo el resto del trabajo, así que pensó que ¿por qué no?
El viernes todo marchaba como habían planeado.
El asunto era vaciar el salón y la mejor forma era una que ya conocía: activar la alarma de incendios.
El lugar más seguro para iniciar un incendio era la cafetería, ese era trabajo de Sid.
Harold debía pretender comprar comida para vigilar el lugar y Stinky estaría afuera.
Helga vigilaba el salón de maestros desde el extremo del pasillo, con sus audífonos puestos y fingiendo escuchar música.
Cuando el caos se desató, se metió al salón más cercano y esperó que la gente se alejara.
Claro que los maestros revisaron que todo el mundo saliera, así que tuvo que esconderse bajo el escritorio, pero logró pasar desapercibida.
Los pasos se alejaron.
Conversaciones preocupadas en el exterior.
Silencio en los pasillos.
Corrió hasta el salón de maestros. Sabía que no tenía mucho tiempo.
Con todo listo, se dirigió a la salida. Cuando la regañaron, por la demora, dijo que estaba en el baño y no escuchó las alarmas por la música, así que le confiscaron los audífonos. Era un sacrificio que podía aceptar y que había considerado entre sus planes.
Perdieron una clase, pero se permitió el ingreso a la hora de almuerzo. La cafetería todavía olía ligeramente a humo, tenía todas las ventanas y puertas abiertas y el área donde se inició el fuego estaba trapeada y con señales de piso húmedo.
Si todo iba según lo planeado, el caos comenzaría pronto, pero sólo podría corroborar los resultados al volver a clases.
Y así fue, en cuanto regresaron al salón, la maestra tenía manchas de varios colores en su ropa y cabello. Miraba a cada estudiante con sospecha.
Helga no fue la única que ahogó la risa al verla, pero nada la delató.
–¡La maestra está cubierta de pintura!–Gritó Harold, apuntándola, pero esto era parte de su tontería habitual.
–Recórcholis–dijo Stinky.
–¿Se encuentra bien?–Preguntó Sheena, con preocupación genuina.
Los demás trataban de contener la risa o simplemente parecían asustados al verla así.
En otros salones, las risas y burlas de los estudiantes, se mezclaban con los regaños de los maestros.
–Esta es una situación seria–dijo la maestra cerrando la puerta cuando el último entró al salón–. Si nadie se hace responsable por lo ocurrido, todos estarán en detención la próxima semana
–Esto es absurdo–dijo Gerald, poniéndose de pie.
–Joven Johanssen, ¿quiere acaso admitir su responsabilidad en el acto?
–No–dijo el chico, volviendo a su asiento.
La maestra se paseó por el salón, mirando a todos y cada uno de sus estudiantes.
–Bueno, tienen lo que queda del día para que el responsable lo admita, de lo contrario la próxima semana todos los estudiantes de preparatoria estarán castigados.
Después de eso, la maestra decidió no hacer la clase, sólo los obligó a sentarse en silencio, sin permitirles sacar sus cuadernos, lápices ni nada. Mirando al frente, sin hablar.
La situación poco a poco los volvía locos. Se escuchaba el arrastrar de pies en el suelo, el golpeteo de uñas en las mesas, alguien hizo sonar sus nudillos, Eugene tuvo una pequeña crisis de estornudos. Brainy se balanceaba en su silla, al fondo. Helga observó como McDougal jugaba con su cabello.
La campana sonó y al salir al pasillo Helga notó una mezcla de desánimo con incertidumbre. Comentarios sobre lo injusto que era que todos fueran castigados por la broma de alguien más se mezclaban a gente de distintos salones comentando con entusiasmo sobre las reacciones de cada maestro.
–Helga, no fuiste tú, ¿cierto?–Preguntó Arnold con ingenuidad.
–Claro que no, cabeza de balón–dijo ella.
–¿Quién pudo ser?–Comentó Phoebe.
–Sea quien fuera, se meterá en grandes problemas si le atrapan–Añadió Wolfgang pasando junto a ellos.–. Aunque supongo que ninguno de ustedes es tan valiente como para hacer algo así
–¿Y tú sí?–Contestó Helga, cruzando los brazos y arqueando su ceja.
–Soy valiente, pero no tan tonto
–Claro, claro–La chica agitó su mano.–. Ya vete
–¿O qué, Pataki?
Apretó el puño y lo miró con desprecio, mientras él se inclinó amenazante.
–¡Ey, Pataki!–Saludó Joshua desde el final del pasillo, acercándose.
Wolfgang lo miró y apretó los dientes. Detestaba a Johnson y sabía que no podía ganarle, así que chasqueó los dedos y le indicó a Edmund que lo siguiera.
–Hola, chicos–dijo Joshua con una sonrisa.
–¿Qué tal, grandote?–Respondió Helga.
–Hola–dijo Arnold.
–Me alegra encontrarlos. Gracia dijo que tenemos una reunión importante–Comentó.
–¡Pero aún quedan quince minutos!–Se quejó Helga.
–Ya lo sé, pero órdenes de arriba
–Está bien–Helga miró a sus amigos.–. Supongo que debo irme–dijo.
–Nos vemos mañana–dijo Arnold, besando su mejilla.
–Nos vemos, cabeza de balón. Pheebs, Gerald–Contestó ella.
La chica se dirigió al salón del periódico con su amigo, quien le comentó entusiasmado la situación en su clase con la broma a los maestros.
Helga escuchó tratando de balancear su entusiasmo con su fingida indiferencia, sabía que cualquier extremo sería sospechoso.
Llegaron casi al mismo tiempo que los demás. En el lugar además de Gracia, estaba Wartz.
–Jóvenes, me alegra que estén aquí–Saludó el hombre, mirándolos a todos con aire serio.
–¿Qué es esto?–dijo María.
–Ya que nadie ha confesado la broma–dijo Gracia.
–El terrible ataque, querrá decir–Corrigió Wartz.
–El terrible ataque hacia los maestros–Continuó, aunque con tono apático.–el director Wartz nos ha pedido publicar un número especial con toda la información que tenemos del caso y una recompensa para cualquier pista que lleve al culpable
–¡¿Qué?!–dijeron varios.
–Criminal, esto es ridículo, es solo una estúpida broma–Se quejó Helga.
–No lo es, señorita Pataki–dijo Wartz y comenzó a pasearse por el salón con las manos en la espalda y aire solemne–. Algún estudiante traspasó el sagrado recinto que es el salón de maestros y perpetró un ataque premeditado causando daños irreparables a algunas prendas, cabellos y peluquines...
Helga rodó los ojos.
–No descansaremos hasta hallar a los culpables–Sentenció dejando caer su puño derecho sobre su palma izquierda.
–Así que... –dijo Gracia–tendremos que modificar todas las secciones del periódico...
–Lo que significa trabajo extra–Se quejó Siobhan.
–Sí, pero si trabajamos en equipo, tal vez salgamos una hora más tarde
–Perfecto, señorita Sánchez, lo dejo en sus manos
El director se fue, silbando por el pasillo
Helga se sentó en el lugar de siempre, sacando su cuaderno y uno de sus lápices, mientras Gracia daba más detalles. Definitivamente sería una larga jornada.F
Chapter 56: Sospecha
Notes:
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Chapter Text
Joshua acompañó a Helga a casa, hablando sin parar sobre quién podría ser responsable de la broma a los maestros. El chico consideraba que los de último año tenían muy poco que perder, pero descartando a los que participaban en equipos deportivos y que por lo mismo no querían manchas en su historial, quedaban personas tranquilas. Luego el chico mencionó a los bromistas de cada clase, bajando grado por grado.
–De hecho, me sorprende que no seas tú–Concluyó, mirándola.
Helga sintió el pánico crecer. ¿Podía confiar lo suficiente en Joshua para que no la delatara? Bueno, ella seguía teniendo algo a favor, en especial desde que su relación con el cabeza de balón ya no era un secreto, mientras que el asunto de Joshua seguía en las sombras.
«¿A quién engaño?»
No podía caer tan bajo como para usar algo así.
–Me hubiera gustado pensar antes en eso–Comentó, encogiéndose de hombros.–. Quiero decir, ¿Quién elegiría a los maestros? Aunque alguien capaz de montar algo así sin testigos, también podría robar copias de los exámenes... de hecho suena como un buen negocio y si me preguntas, eso me parece más interesante
Joshua rio.
–Debieron entrar durante la alarma de incendio–Añadió el chico.
«Bien pensado.»
–¿Por qué crees eso?–Continuó Helga, forzando a consciencia cada paso y cada palabra.
–¿En qué otro momento pudo quedar vacío el salón de maestros?
–¿Durante las clases?
–Casi siempre hay algún maestro libre en el salón. Además, si se sospecha de los estudiantes que salieron de cada salón durante las clases, no necesitarían nuestra ayuda
–Claro...
Helga miró a la distancia y decidió jugar otra carta.
–¿Y si fue un maestro?
–¿Qué?
–¿Qué tal si alguien se dejó llevar por las bromas de la semana?
–Eso suena infantil
–Sé que suena extraño, pero algunos adultos jamás maduran
–Perdería su empleo
–¡Exacto! Y por eso no va a admitirlo, en cambio un estudiante arriesga ¿qué? ¿Un par de semanas de detención?
–¿Crees que alguien sería capaz?
–No lo sé, pero no lo descarto
Joshua asintió, evaluando esa posibilidad con aire serio.
Eso fue suficiente para calmar a Helga. Estaba segura de que podía jugar bien su mano para mantenerse fuera de problemas.
...~...
–¡Te vencí!–Gritó Gerald con entusiasmo, dejando a un lado el mando y alzando sus brazos como celebración.
–Cinco de nueve–dijo Arnold, sin apartar la vista de la pantalla.
–Amigo, es la cuarta vez consecutiva, ya ríndete–Se inclinó a buscar entre sus discos.–. Podemos jugar algo más.
El rubio se dejó caer en la cama con frustración, mirando el techo.
–Está bien, viejo, escupe ¿Qué demonios pasa?
–Es Helga
Gerald rodó los ojos.
–Qué sorpresa–dijo, en un tono sarcástico.
–Sé que llevo semanas solo hablando de ella...
–¿Semanas?–Interrumpió–. Hermano, llevas años hablando de ella
–¿Años?
–Olvídalo–Gerald apagó la consola y puso el canal musical en la televisión.– ¿Cuál es el problema ahora?
–Que no me deja ayudarla
–¿Es en serio?
–¿Qué?
–Amigo, estás hablando de Helga G. Pataki ¿Esperas que sólo por salir contigo cambie sus viejos hábitos? Ni siquiera dejó a un lado la tradición de hacerte bromas esta semana
–Eso... ni siquiera me molesta
–Estás enfermo, viejo
–Oh, cállate–Arnold le arrojó una almohada.
Gerald la bloqueó con las manos, riendo.
–¿Entonces qué pasó?
–Bueno...
El rubio se sentó, mirando el suelo. Gerald supo que era serio.
–Ella dijo... algo hiriente...
–No es una novedad
–Sobre mis padres
–Auch. Eso si fue un golpe bajo ¿Piensas terminar con ella?
Arnold abrió mucho los ojos. Ni siquiera lo había considerado, pero ahora que Gerald lo mencionaba...
–¡Claro que no!–dijo luego de un breve silencio.
–Vaya, viejo... sí que estás enamorado
El rubio volvió a rodar los ojos y medio sonrió, aunque seguía preocupado.
–Helga dijo que lo sentía, pero no deja de molestarme que en cierto modo... –Cerró los ojos–. No, olvídalo
–Ya empezaste...
Arnold dio un largo suspiro.
–En cierto modo terminé sintiéndome culpable por presionarla a hablar sobre lo que pasaba
–¿Lo hiciste?
–C-creo que sí, pero... eso no es razón para que reaccione así
–Amigo, sabes que si acorralas a Pataki, saca las garras
–¿Entonces crees que es mi culpa?
–Lo que creo es que ella no sabe pedir ayuda y tú no sabes quedarte a un lado. Los dos tienen un problema
–¿Crees que tengo un problema?
Gerald se encogió de hombros.
–Amigo, sales con Helga G. Pataki ¡Claro que creo que tienes un problema!
–¡Gerald!
–¡Ey! Fue tu decisión y es asunto tuyo, pero si me lo preguntas, la mayoría de la gente cree que habría que estar un poco mal de la cabeza para salir con ella, en especial después de todo lo que te hizo
–Pero ella ha cambiado
–¿Lo ha hecho realmente?
Arnold cerró los ojos, tratando de reflexionar.
–Tal vez... y qué hay de... pero...
Gerald se sentó junto a su amigo, abrazándolo por los hombros.
–Escucha, viejo. Tu chica me agrada, es buena amiga, no solo con Phoebe, también conmigo, Lila y hasta con Rhonda, lo cual, si me lo preguntas, es raro. Pero he aprendido que no puedo acercarme a ella si no quiere y que a veces es mejor apartarme de su camino. Creo que deberías hacer lo mismo
–¿Crees que debería dejarla?
–No quise decir eso–Esta vez fue Gerald quien suspiró, frustrado.
–Arnold, que Helga sea tu novia no cambia el hecho de que siempre hará las cosas a su modo
–Pero...
–Pero nada, viejo... tienes que aceptarlo. Ni siquiera tu amor puede convertirla en una princesa
Arnold asintió. Se sentía un poco mejor después de aguantar esa semana en silencio, aunque una parte de él seguía molesto. Pero no iba a resolver nada si seguía hablando con Gerald con el asunto.
–¿Qué opinas de una revancha?–dijo, tomando el mando.
–Elige el juego, puedo vencerte en lo que sea–Contestó el moreno con una sonrisa.
–¿Ah sí?
...~...
En tanto Helga estaba en su habitación, adelantando la tarea de escritura. Debían presentar un poema y quería, para variar, destacar.
Un suave golpe en la puerta la interrumpió.
–¿Hija?
La chica volteó para responder.
–¿Qué quieres, Miriam?
–Baja a cenar con nosotros
–No tengo hambre
–Por favor
–Estoy estudiando
–Señorita, baja a comer con nosotros–Ordenó Bob y casi de inmediato añadió.–. P-por favor
«¿Qué demonios?»
Era extraño. A Bob no solía importarle comer en familia, en especial cuando llegaba cansado y sólo quería sentarse frente al televisor, sin mencionar que pidiera algo de buena forma.
–Voy en un minuto–dijo, entre la preocupación y la apatía.
Tal vez Olga estaba de visita con una nueva tontería. Esperaba que fuera una tontería y no otra mala noticia. Aunque no había escuchado el teléfono ni la puerta, pero tampoco estaba poniendo atención.
Anotó algunas ideas vagas sobre lo que pensaba escribir y cerró el cuaderno sobre su escritorio.
Bajó la escalera con molestia. Tal vez si tenía algo de hambre. Bueno, desde hacía un par de años que no podía quejarse de la comida de Miriam.
Entró al comedor y notó que, en efecto, Olga estaba de visita. Otra vez había pastel en la mesa y unas cuantas cajas de pizza.
–¿Y esto?–Logró decir.
«¿Acaso Olga ganó un premio en su estúpido trabajo?»
–Hija–dijo Miriam con cierta tristeza, luego miró a su esposo.
–Niña... emh... –Bob intentó continuar, rascando su nuca.
–¡Calabacita!–Olga se acercó a abrazarla con los ojos llorosos.– Lamentamos haber olvidado tu cumpleaños
–Sí eso... –Confirmó el hombre, evitando su mirada.
–¿Qué?–dijo Helga, sorprendida, mientras intentaba soltarse de su hermana, quien no dejaba de sollozar.
–Así que pensamos en esta celebración tardía. Solo nosotros cuatro–dijo Miriam.
–¿Es broma?–Añadió, todavía confundida.
–Tu madre compró un pastel y pizza, te gusta la pizza, ¿no?–dijo Bob, forzando una sonrisa incómoda.
–Claro, Bob–Contestó la chica.
«¿A quién no le gusta la pizza?»
–Aunque si quieres puedes llamar a tus amigos... –dijo su madre.
–¡No! Digo... no hace falta–Concluyó, incapaz de entender.
–¿Qué esperas?–Añadió Olga.– Ven a apagar tus velas
Helga asintió y se acercó a la mesa, mientras Olga sacaba con entusiasmo gorros de cumpleaños para todos, dejando para su hermana una corona rosa.
–¡Ya basta! No tengo cinco años–dijo la menor, apartándola.
–¡Vamos! ¡Será divertido!–Insistió su hermana
–¡Que no!
–¡Por favor!
–Olvídalo
Miriam ahogó una risita al ver a sus hijas, mientras encendía las velas.
Finalmente Olga consiguió que Helga usara la corona.
Al rato Olga volvió a acaparar la conversación, pero a Helga no le molestaba. El pastel estaba delicioso y la pizza era... bueno, pizza, era difícil arruinar una pizza, ¿no?
Y aunque toda la situación era absolutamente surrealista, ella trató de no cuestionarlo.
Derek recogió a Olga cerca de las nueve, sin tomarse el tiempo de entrar a saludar. Luego la casa volvió a la configuración acostumbrada.
–Volveré a mi habitación–dijo Helga, estirándose–. Gracias por... la cena... de cumpleaños...
–No hay de qué, hija–Contestó Miriam con una sonrisa y luego le dio un codazo a Bob, que todavía comía.
–Ah... sí, sí... –dijo el hombre, como si despertara de un trance.–. Tu madre y yo pensamos que, ahora que las cosas han mejorado, puedes volver a tener uno de estos aparatos–dijo, entregándole una caja sin envoltorio, pero con una cinta.
Helga la tomó. Era un nuevo teléfono celular.
–Guau... gracias–dijo con una sonrisa genuina.
–Tienes que cuidarlo–Añadió el hombre.
–Lo haré. Gracias... Mi... digo mamá... Gracias... Bob
Helga subió a su habitación. Sacó todo del empaque y luego de encenderlo y revisar cómo funcionaba, buscó la libreta con los números de sus amigos. Ingresó de inmediato el contacto de Phoebe.
»From you:
Hola, Ph33bs. Adivina. Mis padres me regalaron un teléfono.
Luego se preguntó que otro número podía anotar. El teléfono de la Casa de Huéspedes, lo conocía de memoria, pero no estaba de más que apareciera el nombre de Arnold en sus contactos. Claro también incluyó el número de su propia casa, el de uso personal de Miriam, el de su trabajo y el trabajo de Bob. También el de Olga, por si ocurría alguna emergencia y bueno, el de Derek.
Entonces su teléfono sonó.
»From Ph33b:
¿Helga? ¡Me alegro mucho! Ya guardé el contacto. ¿Quieres hablar?
Se dio cuenta que no preguntó cómo funcionaba el plan y esos detalles.
»From You:
En otro momento.
No todos en la escuela tenían celulares, pero la mayoría tenía en casa un teléfono fijo, así que Helga se pasó la siguiente hora transcribiendo cada uno de los números de sus compañeros de clase, las chicas de boxeo y los de la gente del periódico. Pensó en llamar a Arnold, pero por un lado sabía que esa noche la pasaría con Johanssen y, por otro, lo vería para almorzar después de la práctica, así que podía contarle cuando se encontraran.
En cuanto terminó con eso, recordó la tarea que había dejado a medias, pero con un bostezo decidió que podía terminarla el domingo.
Al pararse frente al espejo del baño se dio cuenta que seguía con la corona y se la quitó con un gesto brusco, pero al ver el cartón medio arrugado y sus manos llenas de brillantina, sintió un poco de tristeza.
–Estúpida Olga–Murmuró para sí.
...~...
Al día siguiente ella y Phoebe esperaban a los chicos en el centro comercial. En cuanto se encontraron, ellos hablaron sobre los cambios en el entrenamiento.
–Estuvo terrible–Se quejó Gerald.
–Sí, debemos estar preparados para enfrentar a los campeones de la temporada anterior–Comentó Arnold con entusiasmo.
–¡PERO ESTO ES TORTURA!
Las chicas rieron.
Tras pedir la comida y encontrar una mesa, Helga les enseñó su celular.
–¡Guau!–dijo Gerald– ¿Ese no es un modelo nuevo?
–Supongo que sí–Contestó Helga, mirando a Phoebe.
–En efecto, parece ser el que salió hace un mes–Explicó la chica, ajustando sus lentes.
–Así que tus ruegos al fin dieron frutos–dijo Gerald.
–Bueno, supongo que se sintieron mal por olvidar mi cumpleaños–dijo Helga, encogiéndose de hombros–. Pero miren...
Revisaron las funciones y juegos que traía el teléfono: carreras de autos, un juego de una serpiente que crecía cada vez que alcanzaba un nuevo cuadrito y una imitación de Space Invaders. Todo en puntos negros, sobre una pantalla verde.
Phoebe sonreía entusiasmada, Gerald disfrutaba la comida y Arnold no podía dejar de mirar a su novia con afecto, aunque se obligaba a dar uno que otro mordisco a su hamburguesa cada vez que su amigo se lo recordaba.
Más tarde fueron a los arcades para continuar la cita.
Para fortuna de Helga, el trío de idiotas estaba ahí.
En cuanto Arnold se alejó para comprar más fichas, ella se acercó a Stinky, Harold y Sid.
–Hola Helga–dijo Stinky con entusiasmo– ¿Vienes a matar algunos zombis?
–Hoy no, granjero, estoy en una cita
Sid miró alrededor.
–¿Y Arnold?
–Fue por fichas–dijo ella.
–Aaaaaah–dijeron los dos a coro.
Harold estaba distraído comiendo un helado.
–Lo de ayer resultó bien–Comentó– ¿Vieron la ropa de la maestra?
Helga lo sujetó del cuello.
–Nuevas reglas–dijo y luego lo soltó–. Ni una palabra sobre el tema. Ustedes no saben nada, yo no sé nada
–Pero...
–Escuchen. Wartz cree que puede atraparnos
–¿Qué?–Contestaron los tres a la vez.
–Bueno, no es tan sencillo. Parte de su trabajo era plantar evidencia falsa para despistarlos...y mordió el anzuelo. Pero en el periódico escolar del lunes se anunciará una investigación... y una recompensa...
–¡Estamos perdidos!–Gritó Harold, alzando las manos dramáticamente.
Helga le dio una bofetada.
–Contrólate, grandote
–Sí, señora–Contestó con un puchero.
–No tienen nada real, así que manténganse fuera del radar
Los tres asintieron.
Helga vio que Arnold se acercaba.
–Entonces en dos semanas, ustedes contra mí... decidiremos quién es el mejor–Concluyó Helga subiendo bastante la voz.
Harold la miró confundido. A Sid y Stinky les tomó unos segundos entender.
–Ah, sí... sí–dijo el más bajito–. Estaremos listos en dos semanas
–Vaya, Helga, es muy considerado de tu parte darnos tiempo para practicar–Agregó Stinky.
–Sí, sí, lo que sea. Nos vemos
Volteó y caminó hacia su novio.
–¿Algún problema?–dijo él.
–¿Qué? ¿P-por qué lo dices?–Contestó ella, jugando con el cuello de su camisa.
–Golpeaste a Harold–Añadió mirando por el costado de ella, mientras los otros dos lo llevaban en la dirección contraria.
–Ah, eso... se lo merecía... se estaba descontrolando
–Helga
–No es nada de qué preocuparse, cabeza de balón, solo un reto pendiente para decidir quién es mejor en los juegos de lucha
–¿En serio? ¿Y por qué lo golpeaste?
–Debía bajar al grandote de su nube. Cree que por vencer a esos dos tiene oportunidad contra mí
Arnold rio.
–Lo que digas, Helga... ¿volvemos con Gerald y Phoebe?
La chica asintió.
...~...
Al salir de los arcades, el cielo estaba teñido de tonos anaranjados. El grupo se separó; Gerald caminó con Phoebe a casa, mientras Helga y Arnold decidieron que, ya que habían pasado algunos días, podían volver a arriesgarse con la casa del árbol.
Subieron entre risitas, bloquearon la puerta por si acaso y se recostaron, mirando a través de la ventana las hojas que bailaban con el viento.
En silencio, Arnold sujetaba su mano, acaricíándola con el pulgar, hasta que Helga no resistió más y rodó para abrazar a su novio, besando su cuello y sin perder el tiempo, deslizó sus dedos por debajo de su ropa.
El chico la abrazó con fuerza y siguió su iniciativa, recorriendo con afecto y ternura los detalles de su piel, apretando el cuerpo de la chica contra él, con anhelo y sin el miedo que antes tenía.
El aire en sus pulmones quemaba y el fuego parecía bajar por su vientre en cada latido. Ahogarse en su aliento era maravilloso. Había extrañado esa intensa cercanía.
Helga dejó de besarlo un segundo, que él aprovechó para levantar su ropa, recostarla y besar desde su cuello hasta su ombligo.
La chica cubrió su boca, tratando de ahogar su voz.
«Rayos»
Esa sensación cosquilleando en su piel, hirviendo su sangre, aumentando sus latidos.
Incluso si tenían momentos a solas en la escuela, ninguno tuvo el valor de hacerlo ahí. En cambio, en ese lugar de algún modo se sentía... seguro, pero también especial.
Cuando él besó su vientre, ella sintió el temblor que agitaba su cuerpo y mordió su muñeca para controlarse.
Sentía cómo él le soltaba la ropa, acariciando y besando la piel que iba revelando.
«Demonios»
¿Por qué era tan cuidadoso? ¿Por qué era tan afectuoso?
Era... exquisito...
Arnold se esforzaba por mantener la calma y aunque moría por abrazarla y sentirla estremeciéndose, no quería apresurar el encuentro.
Había tenido tiempo de buscar una o dos cosas en sitios de consejos en internet. Quería asegurarse de que siempre que estuvieran juntos ella lo disfrutara, así que hacía todo lo posible por hacerla sentir bien.
Pero mientras la besaba, no soportó más y soltó su propio pantalón.
Helga lo observó de reojo por el brusco gesto y con una sonrisa segura lo abrazó, susurrando en su oído las fantasías que se sentía capaz de revelar.
El chico, sonrojado, asintió.
No llamaron la atención de los vecinos o al menos en esta ocasión ningún idiota gritó amenazas mientras apuntaba con una linterna. Lo comentaron entre sonrisas cómplices mientras se vestían.
Ninguno quería ir a casa, así que se quedaron un rato más, acurrucados, disfrutando esa noche primaveral.
El chico volvió a hablar sobre la práctica y los próximos partidos.
–Debe ser emocionante ahora que empieza el torneo–Comentó la chica con cierta tristeza.
–Sí, supongo que sí–Admitió Arnold–. Los juegos amistosos fueron divertidos, pero esto es diferente
Helga suspiró.
–Espero que podamos jugar algunos partidos este verano–dijo, mirando la distancia.
–¿Todavía estás molesta... por no entrar al equipo?
–¿Qué? ¡Claro que no!–Mintió.
–Heeeeeeelgaaaa
–Está bien, un poco–Admitió.–. Aunque ustedes se lo pierden
–Los entrenamientos son bastante serios
–Uf, ya lo sé, Arnoldo, ¿crees que no lo soportaría?
–Tal vez–dijo entrecerrando los ojos.
–¿Qué? ¿Es en serio?
Arnold dejó escapar una risita.
–Solo bromeo, Helga. Eres la mejor deportista de la clase–dijo, besando su mano.
–Más vale que no lo olvides, cabeza de balón
Entonces el teléfono de Helga emitió el ruido de un mensaje. Era solo un aviso de la compañía, pero la chica vio la hora.
–Rayos, es tarde. Debo irme
–Vamos, te acompaño a casa
A poco de llegar, el chico decidió preguntar algo.
–Así que ¿cómo estuvo la fiesta con tu familia?–dijo Arnold, curioso.
–Oh, todo bien. Comimos pastel y pizza
–¿Hablaste con Olga?
Helga negó.
–Tal vez en otra ocasión. De todos modos, se las arregló para hablar la mitad del tiempo sobre su embarazo. Parecía contenta
Arnold la observó, el semblante de Helga parecía tranquilo.
–Ya veo–dijo el chico.
Luego de algunos pasos en silencio, se detuvo y tomó sus manos.
–Me alegra que tuvieras una fiesta de cumpleaños con tu familia
...~...
Al día siguiente Helga acompañó a Miriam al gimnasio. Mientras la mujer bailaba, la chica intentaba averiguar sin éxito cómo utilizar una nueva máquina, así que decidió ir por otra cosa. Joshua apareció puntual una media hora más tarde, así que en cuanto notó que él tomaba un descanso, fue a pedirle ayuda. Su amigo le explicó los ajustes de la máquina, los músculos que trabajaba y cómo estimar el peso que podía mover.
La chica tomaba nota mental de todo mientras él corregía su postura y movimientos, hasta que ella se acostumbró.
–Hola, jovencito–dijo Miriam, acercándose a ellos.
–Hola, señora Pataki–Contestó Joshua con una sonrisa.
–Ya estoy lista ¿vamos a casa?–dijo la mujer.
–Está bien–Concedió Helga.–. Nos vemos en la escuela–Añadió, sin mirar a Joshua, mientras recogía sus cosas.
–Nos vemos–Contestó el chico, regresando a su propio entrenamiento.
Antes de llegar al auto, Helga ya sabía que su madre estaba incómoda, pero no sabía por qué.
–Miriam, dime qué demonios pasa–dijo, la chica, cruzándose de brazos.
–Oh... hija... es que...
–¿Qué?
–No sé si está bien que pases tanto tiempo con ese chico
–¿Hablas de Joshua?
–Sí
–¿Por qué?
–Tu novio podría ponerse celoso
–Claro que no
–¿Segura? Tu amigo es de último año, además de ser alto y atlético...
–Escucha, Miriam, sé que Arnold parece un camarón, pero no por eso se pondrá celoso de Johnson
–No lo sé, hija, los chicos a esta edad pueden ser inseguros. Además, tu novio es tan dulce y amable, es un buen chico...
–Aich, ya lo sé, Miriam, por eso salgo con él
–Solo digo que no deberías arriesgarte a que se aleje por algo así
–Arnold no...
«No... haría algo así ¿cierto?»
Hubo un largo silencio.
–Lo siento, hija–dijo la mujer, con cierta melancolía.
Helga respiró lento, cerrando los ojos.
–Está bien, Miriam, sé que te preocupas por mí, pero no tienes que hacerlo, sé cuidarme. Johnson no es una amenaza para Arnold, en primer lugar, porque no es mi tipo y en segundo lugar porque yo no soy su tipo
–¿Estás segura? Se ve alegre hablando contigo
–Estoy segura, Miriam. Y siempre he tenido amigOs, me llevo bien con los chicos, así que no veo el problema. ¿Podemos cambiar el tema?–Cruzó los brazos.
–Lo siento, lo siento
Helga miró por la ventana el resto del camino. ¿Por qué se preocupaba de eso ahora? Sabía que ella salía con Arnold desde hacía tiempo. Si iba a sospechar algo ¿por qué no lo hizo antes? No era la primera vez que le pedía ayuda con alguna máquina cuando los instructores desaparecían de la sala, además, siempre charlaban un rato. ¿Qué era diferente?
Cerró los ojos un momento, medio quedándose dormida, recordando la cita del día anterior.
De pronto abrió los ojos.
No le había dicho ni siquiera a Phoebe sobre la fiesta de cumpleaños con sus padres.
–Miriam
–Dime... hija...
–¿Cómo fue que...?–Dudó.
«¿Cómo fue que recordaron mi cumpleaños?»
Quería la respuesta, pero sabía lo que eso podía desencadenar y sentía la incómoda presión de la furia creciendo dentro de ella. Ya fuera con sospechas o certezas, esa sensación se alimentaría hasta explotar. De pronto comprendió que no era con Miriam con quien debía hablar.
...~...
Cuando llegó a la escuela al día siguiente, esperó a Arnold frente a su casillero. El chico iba a saludarla con una cálida sonrisa, pero notó la molestia en la mirada de su novia apenas unos segundos antes que ella lo tomara por el cuello de la camisa para empujarlo furiosa contra los casilleros.
–Tú le dijiste a Miriam que habían olvidado mi cumpleaños, ¿no es así?
Notes:
Próximo capítulo "Responsable"
Chapter 57: Responsable
Chapter Text
Arnold la miró, intentando entender qué estaba pasando. Las palabras entraron lentamente en su cerebro todavía adormilado.
–¿Qué...?–dijo, confundido.
–Fuiste tú ¿Sí o no?–Exigió Helga, frunciendo el ceño.
Arnold miró alrededor de reojo. Todos los presentes parecían pendientes de la discusión. A él le incomodaba, a ella parecía no importarle o simplemente estaba tan furiosa que no era capaz de notarlo.
–Helga... ¿Q-qué tiene de malo?–dijo, sujetando la mano de la chica, intentando hacer que lo soltara.
Ella reafirmó el agarre y volvió a empujarlo, apretando sus nudillos contra las clavículas del chico. La dolorosa punzada lo obligó a cerrar los ojos.
–¡Maldición, cabeza de balón!–dijo ella, dejando de lastimarlo, pero sin apartarse–¿Cuándo aprenderás a no meterte en mi vida?
–Creí que disfrutarías un poco de atención de tu familia... ¿no fue una buena cena? ¿No te gustó?
–No lo entiendes
Helga lo soltó, sin levantar la vista. Sujetó en cambio la correa de su bolso y se apartó.
–Explícame
–Eres un... –Gruñó ella.
Arnold percibió la furia en la gélida mirada de Helga, pero lo único que le importó fueron las lágrimas que se insinuaban, inundando esos ojos de zafiro que tanto amaba. En el instante en que lo notó, ella lo apartó hacia un lado, haciéndolo caer y se alejó a prisa por el pasillo, embistiendo a cualquiera que no se quitara de su camino.
Algunas personas de otras clases murmuraban.
Eugene se acercó a él, ofreciéndole ayuda.
–Vaya, Arnold ¿estás bien?–dijo.
–Sí, Eugene, gracias–Contestó mientras se levantaba, para luego sacudirse con aire frustrado–. Creo... creo que debería ir por ella
–¿Estás seguro? ¡Te matará!
–No lo creo...
–Parecía muy enfadada
–Helga siempre está enfadada–lo dijo en el mismo tono que solía usar su mejor amigo, consciente de que solo buscaba una excusa.
Phoebe y Gerald llegaron a la escuela en ese instante. Notaron el aire abatido de Arnold casi de inmediato.
–Amigo ¿te encuentras bien?–dijo Gerald, preocupado.
–Sí, sí, tranquilo–Contestó el rubio, abriendo su casillero.
Eugene jugaba nervioso con sus dedos, evitando la mirada de los recién llegados.
Phoebe miró de reojo a su alrededor. Definitivamente algo había pasado. Intercambió una mirada con su novio y él miró al pelirrojo.
–Eugene, ¿Qué haces aquí? Creí que tu casillero estaba por allá–dijo Gerald, indicando con un gesto de la cabeza hacia el otro lado del pasillo.
–Bueno... –Contestó el chico.–iba hacia allá hasta que Helga empujó a Arnold...
–¿Qué hizo qué?
Arnold cerró su casillero de un golpe.
–No pasó nada–dijo molesto y luego de dar un respiro miró a Eugene–. Por favor, no hablemos de esto
El moreno rodó los ojos.
–Lo que digas, viejo
Se dirigieron al salón y se ubicaron en sus puestos de siempre, mientras Phoebe repasaba los contenidos del examen.
A Arnold no le sorprendió que Helga se presentara en el último minuto y evitara su mirada al sentarse, tampoco que ante el saludo de Phoebe, fingiera naturalidad, ni que desviara el tema al examen que debían dar cuando su amiga preguntó si estaba bien.
Gerald estaba a punto de voltear y confrontarla cuando la puerta se cerró y una voz firme comenzó a dar instrucciones. Las hojas corrieron por los puestos y la maestra indicó que podían comenzar.
Arnold anotó su nombre y luego de leer un par de líneas supo que no lograría concentrarse. Le tomó gran esfuerzo, porque todo lo que había en su cabeza era la mirada de Helga antes de alejarse. Cerraba los ojos, apretaba el lápiz en su mano y por algunos segundos lograba enfocarse en lo que sabía. La mayoría de las respuestas las conocía gracias a las sesiones de estudio y lograba responder dos o tres antes de volver a perderse. Todo dentro de él decía que debía disculparse, aunque no estaba seguro de por qué.
En cuanto Helga se puso de pie para entregar su hoja y salir del salón se planteó dejar su examen a medias y seguirla.
«No»
No iba a ser ese chico. Su novia no iría lejos y en algún momento del día podrían hablar.
...~...
En el baño, Helga alternaba entre mirar su reflejo y su teléfono.
Una parte de ella deseaba arrojarlo lejos.
Odiaba que la respuesta de Arnold solo confirmara su sospecha. En cada repaso que hizo de aquel día estaba segura de que jamás mencionó la fiesta antes que su novio preguntara. No se lo dijo él, a Phoebe, ni a Gerald. Sólo habló de su teléfono, porque, rayos, había deseado tanto volver a tener uno...
No que no apreciara la fiesta, o que la pizza no fuera buena idea, pero...
Pero el estúpido cabeza de balón no podía mantenerse fuera de sus asuntos. ¿Por qué tenía que tener esa absurda manía de querer solucionar todo?
No quería la compasión de nadie... en especial...
De él quería afecto, interés, preocupación incluso, pero no que le tuviera lástima...
Arnold de todas las personas...
Por su familia... de todos sus problemas...
Ya no sentía la presión de las lágrimas acumulándose. Tampoco el frío odio con el que lo había confrontado.
Tal vez... no debió ser tan impulsiva.
Tal vez... simplemente debió pedirle que no volviera a hacerlo...
Tal vez debía aceptar... que Arnold tenía buenas intenciones...
Rayos... sabía que tenía buenas intenciones.
Y tal vez no era tan malo que le recordara a su familia que ella existía...
Aunque... dolía...
Sentía el pecho apretado y una sensación en las manos parecido a ese instante justo antes de conectar un golpe.
No le importaba que lo hubieran olvidado, era mejor que esa sensación... pero tal vez...
«Tal vez... »
–Buenos días, Helga–La melodiosa voz de Lila la sacó del trance.
–Hola, solcito–Contestó la rubia con pretendida indiferencia.
–¿Cómo te fue en el examen?
–Oh, ya sabes, con lo exigente que es Pheebs, esto fue solo un paseo por el parque
–¿Guau? ¿Contestaste todo?–Añadió, mientras mojaba sus manos para luego acomodar su cabello, más atenta a su reflejo que a su amiga.
–Por supuesto–Confirmó, cruzando los brazos con suficiencia.
–Es que saliste tan pronto que pensé que simplemente dejaste el examen a medias
–¿Yo? Pff Claro que no
–Estoy segura que contestaste realmente rápido–Corroboró, ladeando su rostro para mirarla.
–¿Y-y cómo te fue a ti?–dijo, incómoda.
Había algo en la forma en que Lila la miraba que simplemente no era como antes. No se sentía juzgada, más bien era una especie de interés genuino y ¿Cómo demonios se suponía que respondiera a eso?
«Cálmate»
–Nadine y yo estuvimos repasando el fin de semana, así que ciertamente estaba más preparada que la última vez–Contestó la pelirroja.
–Que bien, te felicito–dijo, poniendo una mano en el hombro de Lila.
Luego pasó junto a ella para salir del baño.
–Helga, espera un segundo–dijo la pelirroja a su espalda.
–Dime–dijo la rubia, sin voltear.
–¿Estás... bien?
Latidos. Estaba segura que Lila todavía no llegaba cuando confrontó a Arnold, pero... pero tal vez estaba tan furiosa que no la vio.
–Claro, ¿por qué no lo estaría?
–Bueno... –En el reflejo Helga pudo ver que bajaba la mirada y estiraba nerviosa la falda de su vestido.–. No me gusta involucrarme en esto, pero últimamente he notado que pareces algo más molesta de lo habitual...
–Ah, sí, debe ser el periodo y esas cosas–dijo, rodando la mano.
–Tendrás que disculparme, Helga, pero no creo que sea eso
–¿Ajá?–Añadió arqueando su ceja.
–Solo quiero decir que si tienes problemas, puedes hablar conmigo
La rubia cerró los ojos, apoyando su mano en la puerta para asegurarse de que nadie fuera a entrar en ese momento. Podía sentir una mezcla de furia y desprecio creciendo dentro de ella y lo último que necesitaba era más testigos de otra discusión, como si no bastara con el escándalo de esa mañana y por el cuál sabía que tarde o temprano tendría que responder.
–¡Ja! ¿Qué te hace pensar que de todas las personas te elegiré a ti para contarte mis problemas?
En ese instante Helga podría haber sido el retrato de la arrogancia en el diccionario. Cuerpo firme, mirada en alto, voz segura y despectiva. Sin embargo sabía que su máscara se caería en el instante en que volteara. Tenía que evadir su mirada. Maldición, incluso su reflejo.
–Eso hacen las amigas. Y no pude evitar notar que cuando llegaste al salón no saludaste a Arnold...
–¿Qué con eso?
–Bueno... Arnold también es mi amigo y no dudo del afecto que se tienen, pero sé lo agotador que es cuando él se vuelve insistente... y tú siempre te guardas todo... creo que lo que intento decir es que estoy realmente preocupada por ti...
Helga apretó el puño.
–Métete en tus asuntos, señorita perfecta
Abrió la puerta y salió sin añadir nada más.
«¿Quién demonios se cree?»
«Como si tuviera que recordarme todo lo que pasó... »
«Como si hubiera olvidado lo horrible que fue todo el tiempo que Arnold solo tuvo ojos para ella... »
«Todo porque es guapa y lista y agradable... »
Caminó hacia el patio de la escuela, para esconderse tras el gimnasio.
«Estúpida Lila»
«Estúpidos todos»
Lejos de las miradas, sacó su relicario y contempló la fotografía de su amado, con una mezcla de amargura, amor y desprecio.
–¿Por qué no puedes simplemente mantener la boca cerrada?
Regresó al salón para la siguiente clase, pero cuando entró, todo era una locura. Gente charlando entre sí como si acabaran de anunciar que estaba en la escuela el hijo perdido de alguna maldita celebridad de moda o el próximo heredero de la corona, o, ya que estaban, ambos a la vez.
–¿Entonces ya tienen sospechosos de la broma que le hicieron a los maestros?–decía Sheena desde el fondo del salón.
–Así parece–dijo Eugene, repasando su copia del periódico escolar.
–Debe ser mentira–dijo Curly, mirando por encima del hombro de su amigo.
–¡Helga! ¿Sabes de qué se trata todo esto?–dijo Phoebe, enseñándole la nota del periódico.
La rubia leyó rápidamente todo. Era casi lo mismo que habían acordado publicar el viernes; el cronograma de ese día, los maestros afectados, y otras cosas, pero además añadieron un aviso en letras enormes que ocupaba media plana:
AVISO PARA NUESTROS ESTUDIANTES:
Tenemos pruebas de quién fue el responsable y si no se entrega al final de esta semana, su castigo será la expulsión.
Si eres amigo del responsable y quieres evitar que lo expulsen, puedes delatarlo de forma anónima y consideraremos otro castigo.
Atte. Director Wartz.
–Ah, sí, Wartz pidió un número especial del periódico–Contestó Helga, encogiéndose de hombros y regresándole a Phoebe la copia.
–¿Es cierto que ya saben quien lo hizo?–dijo Sheena, con aire esperanzado.
–¡Es imposible!–Gritó Curly.– ¿No lo ven? ¡Ninguno de ustedes lo ve! ¡No pueden comprender la genialidad detrás de este crimen!–Concluyó, con una risa macabra.
–¿Acaso fuiste tú?–dijo Nadine, con las manos en su cintura.
–¿Qué? Por supuesto que no, pero a diferencia de ustedes, puedo entender una obra maestra
–Lo dices como si hablaras de arte–Murmuró Eugene.
–Y parece ser el único lo suficientemente loco–Añadió Nadine.
–Yo creo que Helga pudo hacerlo–Interrumpió Edith, desde su puesto, mirando al frente, jugando con su cabello.
–¿Qué?–dijo la rubia, volteando hacia, arqueando su ceja.
–De toda la clase, es la única tan infantil como para considerar gracioso algo así, pero al mismo tiempo lo bastante lista para ejecutarlo ¿no lo creen?
–¿Qué fue lo que dijiste?–Masculló, apretando los dientes.
–Esto es solo una broma, ¿no es verdad, Edith?–dijo, Lila, nerviosa.
–No–Contestó la aludida, imperturbable.
La rubia apretó los puños, dispuesta a pelear
–Helga, espera–Arnold se interpuso en su camino.
La observó un segundo y notó que no soportaba mirarla a los ojos, pero tampoco pensaba permitir que su novia fuera acusada así. Le dio la espalda para confrontar a su amiga.
–Edith, retráctate
–¿Por qué? Dije que podría ser, no que sepa con certeza que fue ella quien lo hizo
Hubo un silencio en el que todos contuvieron el aliento.
–Además es un alago, ¿no? Sé que es demasiado lista para hacer algo tan tonto y arriesgarse a la expulsión, pero la creo capaz de hacer algo así de elaborado...
–Pero acabas de acusar a Helga...
–¿Tengo que repetirlo? Si hay una autora intelectual puede ser alguien a la altura de ella–Miró a Helga con frialdad.– ¿No estás de acuerdo?
–Escucha, McDougal, aunque no me agradas, debo aceptar que puedes reconocer mi grandeza... y no, esto no es una confesión, ¿capisci?
Edith asintió, pero en el fondo seguía molesta. Apenas presenció el final de la discusión entre la rubia y Arnold y sinceramente no podía entender como podía tratarlo tan mal, ni cómo él lo permitía, así que, cansada, decidió aprovechar la oportunidad para lanzar un golpe, por muy leve que sea. Arnold estaba soportado demasiado.
Sabía que no era correcto involucrarse en la relación de alguien más, pero cualquier cosa servía para romper el hechizo bajo el que estaba su amigo.
Helga se dejó caer en su pupitre, incómoda, haciendo un esfuerzo enorme por no mirar a Arnold, aunque notando que él también la evitaba.
–¿Entonces es cierto que ya saben quién fue?–dijo Stinky desde su esquina del salón, con un ligero temblor en su voz– ¿Los del periódico lo saben?
–Claro que no, campirano–Gruñó Helga, sin voltear a mirarlo.–. Al menos Wartz no nos dijo a todos. Si sospecha de alguien debe haberle dicho a Sánchez y a su mascota
Estaba segura de que no tenían nada precisamente porque si alguien manejaba esa información era Siobhan y la enana no habría perdido la oportunidad de destruirla.
–Es una lástima que nadie se haga responsable... –Agregó Sheena.
–¿Por qué?–Preguntó Eugene.
–Oí que suspenderán todos los clubes que no estén compitiendo
–En ese caso solo quedarán activos los equipos de baseball, fútbol americano y debate–dijo Lila.
–Y las porristas, supongo–Complementó Nadine.
–Supongo que sí
–Sí, ya nos informaron que si esto no se resuelve esta semana también se suspenderá la obra escolar–Se lamentó Eugene.
–No importa–dijo Curly–. No merecen nuestro talento... y para los pocos que lo aprecian–Subió a su silla, apoyando un pie sobre su pupitre y alzando una mano dramáticamente.–, el próximo año haremos la obra más maravillosa y espectacular que esta escuela haya visto jamás
–¡Sí!–Contestó el pelirrojo con mirada alegre.– ¡Tienes razón!
–Thaddeus Gammelthorpe–dijo una maestra asomándose al salón–. Baje de ahí, puede accidentarse
–Sí... –dijo el chico, bajando la mirada, mientras los demás se ubicaban en sus puestos.
La clase comenzó con la maestra dando explicaciones y anotando los conceptos difíciles en el pizarrón, mientras la mayoría de los estudiantes tomaba notas.
Helga miraba a Arnold.
«Tonto cabeza de balón. ¿Qué demonios estás pensando? ¿Tanto es tu amor por mí que a pesar de lo que hice esta mañana decides defenderme? No es que necesite que alguien me defienda... y mucho menos de la... »
Volteó y de forma inconsciente moduló el nombre con burla.
«Señorita McDougal... »
Nadie lo notó.
Volvió a mirar a Arnold.
«Realmente... se preocupa por mí... tal vez... »
«Tal vez... »
Gerald notó que el lápiz de Arnold se detuvo y observó a su amigo de reojo. Parecía concentrado en algo, con una actitud diferente a la de esa mañana. Demonios, conocía esa mirada y sabía exactamente lo que diría cuando abriera la boca.
–Gerald... –Murmuró, sin mirarlo.
–No–Contestó el moreno de inmediato.
–¡Ni siquiera he dicho nada!–Se quejó Arnold.
La maestra volteó y les hizo un gesto de silencio, lanzando una mirada general. Al parecer no estaba segura de quién había interrumpido. Carraspeó y volteó para continuar escribiendo en el pizarrón.
–Sé lo que estás pensando, viejo–Continuó Gerald en voz baja.–. Y no creo que sea buena idea...
–¡Pero Gerald! No es justo que todos paguen por lo que una persona hizo
–Amigo... no tenemos pistas, no sabemos nada...
–Sabemos que el director Wartz sospecha de alguien... podríamos hablar con él, entrevistar a los sospechosos y comparar sus versiones...
–Amigo... estás loco, no cuentes conmigo
–Gerald...
–No
–Por favor...
–No
–Seríamos héroes...
Helga vio el trato sellarse con aquel saludo especial.
«Criminal... »
Se las arregló para evitar a sus amigos hasta el final del día, cuando el profesor leyó la lista de quienes tenían autorización para ir a sus clubes. Los demás se quedarían castigados, mirando el frente, sin poder estudiar, leer, escuchar música, ni hacer absolutamente nada.
Era una maldita tortura.
Sería una larga semana.
Chapter 58: Descuido
Chapter Text
El martes las quejas se empezaban a escuchar. Quedarse en castigo no era agradable para nadie y varios pensaban que los maestros exageraban. Era solo una estúpida broma.
Para el almuerzo se dieron nuevas pistas.
Que lo siguieran manejando como si hubiera sido un solo individuo le daba a Helga la tranquilidad necesaria para seguir evadiendo el tema. Además, tenía demasiado en la cabeza para preocuparse por una tontería. Tomó sus precauciones, no tenía por qué caer.
...~...
Phoebe, por su lado, estaba preocupada por la tensión en su grupo. Su mejor amiga se las estaba arreglando para no pasar tiempo con ellos, desviaba las conversaciones y apenas miraba a Arnold. Así que al final de la detención se las arregló para caminar con ella a solas y confrontarla.
Le comentó de cosas académicas como siempre lo hacía, asegurándose de que se alejaran de todos sus conocidos. Entonces decidió hablar.
–Helga, ¿acaso terminaste con Arnold?–dijo de la nada.
Sabía que sólo podía obtener respuestas así. Tantear terreno con ella era una pérdida de tiempo.
–No sé de qué hablas, Pheebs
La mirada fija de Helga no decía nada, pero la tranquilidad con la que mantuvo sus pasos le indicaba a la chica de lentes que la respuesta era negativa.
Asintió y retomó el ritmo para no quedarse atrás.
–Entonces dime que pasa–Pidió.
–No pasa nada, Pheebs
–¡Por favor! Lo has evitado desde ayer, miras hacia otro lado cuando habla en clases y esta mañana apenas lo saludaste
–Imaginas cosas
–Helga, puedes usar eso con el resto, pero no le faltes el respeto a nuestros años de amistad ni a mi intelecto. Si te digo veo algo es porque está pasando algo
Phoebe ajustó sus lentes mientras miraba a su amiga, pero segura de fruncir el ceño.
La rubia bajó la mirada y se topó con el rostro preocupado con un enfado fingido. Tuvo que contener la risa.
Pheebs tenía razón. Por años fue su única amiga, la única que la soportó y quien mejor la conocía... pero también quien más se preocupaba por ella.
–Arnold solo me hizo enfadar y ya
–¿Te... hizo... enfadar? ¿Lo has evitado solo porque te hizo enfadar?
Helga miró el cielo.
–Exacto
–¡Aich! ¡Patrañas!
La rubia miró a su amiga con sorpresa. Ahora si estaba enfadada.
–¡Tú no te escondes! ¡Tú no le temes a nada! ¡En especial a Arnold! ¡¿Qué demonios pasa?!
Helga sujetó su estómago mientras reía.
–¡Ey!–Reclamó Phoebe.
–¡Lo siento!–dijo su amiga sin parar de reír–. Ahora entiendo por qué nunca tienes problemas con Gerald, con esa cara que pones es imposible continuar una discusión
–¡Helga! ¡Hablo en serio!
La rubia se esforzó por controlarse
–Lo siento, Pheebs–Tomó un largo respiro.–. Simplemente no quiero cerca al cabeza de balón por un rato...
–¡Pero es Arnold!
–Criminal... ya lo sé–Rodó los ojos y siguió caminando.–. Es cierto que me hizo enfadar, pero además...
Se detuvo, reflexionando un segundo, pero era Phoebe... ¿podía confiar en ella?
–Está demasiado interesado en descubrir la verdad respecto a la estúpida broma a los maestros y no pienso seguirle el juego. Arnoldo tiene que aprender a mantener su nariz fuera de los asuntos ajenos
Phoebe abrió mucho los ojos.
–¿Entonces sabes quién lo hizo?–dijo entusiasmada.
–Tengo una idea de quién pudo ser
–¿En serio? ¿Cómo lo sabes?
–Por mi gran capacidad de deducción
–Ajá... –Entrecerró los ojos.
–Está bien, los del periódico sabemos más de lo que se ha publicado y aunque uní algunas pistas, no tengo pruebas...
–¿Y eso cuándo te ha detenido? Dime de quién sospechas
–Umh. No, dejémoslo así...
–Pero...
–Si te digo, puede que Gerald se las arregle para sacarte información
–¡Sabes que sé guardar secretos!
–Tal vez tenga sus métodos...
–¿Sus... métodos?
–Claro... ya sabes, como en esas películas de espías donde una chica linda intenta seducir al agente, solo que al revés
La mirada de Helga hizo que Phoebe se sonrojara por completo.
–Entonces... ¿Cómo van las cosas entre ustedes?
–Bueno...
Cambiar el tema sirvió y Helga anotó mentalmente un punto más a sus victorias.
...~...
La mañana siguiente Arnold estaba esperándola afuera de su casa.
Helga tomó aire y se esforzó por parecer casual.
Demonios, esperaba poder evitarlo un par de días más, pero...-«rayos»-... su cabello se veía bien, su mirada era de preocupación y su sonrisa era dulce, aunque su postura era de fingido descuido. Y, por Cristo, usaba la misma camisa que el día de la fiesta en la casa de Rhonda...
«¡No es el momento, Helga! ¡Contrólate!»
Pasó junto a él.
–Hola–dijo con indiferencia.
Y ya estaba extrañando besarlo.
–Helga... ¿podemos caminar juntos a la escuela?
Ella se encogió de hombros.
–Supongo que sí, es un país libre
Arnold tomó aire.
–¿Puedes... dejar esa actitud? ¿Por favor?–dijo.
–No sé de qué hablas... –Contestó ella.
–¿Sigues enfadada porque le dije a tu familia... lo de tu cumpleaños?
La chica apretó los puños y cerró los ojos.
–Sabes que lo hice por ti–Continuó.
–Lo sé, Arnoldo
–No pensé que te enfadarías
–Te equivocaste
–Helga...
–Escucha, cabeza de balón, no quiero hablar de eso. Finjamos que nunca pasó, tú no hiciste nada y jamás en la vida volverás a hacer algo así. Y yo... no fui una idiota ¿sí?
Arnold asintió.
–Entonces... –Acercó su mano a la de ella.
Helga se detuvo y lo miró.
–¿Puedo... besar a mi novia?
Ella asintió y él sujetó su mentón, dándole un beso en la comisura de los labios.
–Deja de sonreír–Se quejó ella cuando se apartaron.
–No–Contestó él, con entusiasmo.
Arnold habló sobre los rivales para el partido que tendrían en ese fin de semana, pero antes que se acercaran más a la escuela decidió cambiar el tema.
–Helga, ahora que estamos bien, también quería hablar a solas contigo porque necesito tu ayuda
–¿Con qué? ¿Otra tarea de redacción?–dijo, aunque sabía hacia dónde iría esto.
–No exactamente. Verás... Gerald y yo estamos investigando...
–Quien hizo la broma a los maestros–Interrumpió.–, ya lo sé. No tengo idea quién fue... y mataré a Phoebe...
–¿Phoebe?
–¿Ella no les dijo...?
–No he hablado con Phoebe desde la última clase de ayer
–¿Entonces para qué me necesitas?
–Solo... quería pedirte que me ayudaras a analizar las pistas ¿Tú y Phoebe también están investigando?
–Yo y mi gran bocota–Rodó los ojos.–. No, no estamos investigando. No sé quién lo hizo
–Ajá... –Arnold la observó con sospecha.
–Ok, ok, tengo mis sospechas...
–¡Podríamos investigar juntos!
–¿Por qué? No es mi problema
–¡Pero nos están dejando a todos en detención!
–¿Y?
–Creí que eso te molestaba
–Escucha, cabeza de balón, lo último que me interesa es llegar temprano a casa, así que en verdad no me importa
–Pero ¿Qué hay de boxeo?
–Puedo practicar en el gimnasio–Se encogió de hombros.
–Si descubrimos quién fue seríamos héroes
Helga mantuvo el rostro serio.
–No–Contestó.
–Pero los demás dejarían de verte con temor
–¡Claro que no! Criminal–Rodó los ojos.–. Arnold, ¿con quién crees que estás hablando?
–Con mi linda novia–Sonrió de forma infantil.
–Oh, no, eso no funcionará...
–¡Pero es cierto!
La chica se cruzó de brazos.
–¿Recuerdas qué hice la última vez que te ayudé con uno de tus locos y heroicos planes?
Arnold frunció el ceño, concentrado.
–Me ayudaste a salvar el vecindario...
–Ajá...
–Eso fue impresionante
–Lo sé, ya establecimos que soy una persona impresionante, cabeza de balón, pero ese no es el punto... –Giró su mano, invitándolo a continuar la idea.
–Y... te escondiste tras un sintetizador de voz... una gabardina y un sombrero...
–Bingo
–Pero...
–Arnoldo, tal vez tú tengas esos locos estándares de heroísmo y virtud, pero yo no. Yo soy Helga G. Pataki. Soy desconsiderada, egoísta y mandona
–No lo eres
–¡Claro que sí!
–Pero también eres dulce, afectuosa y lista
–No me digas...
–Lo que quiero decir... es que a veces me gustaría que los demás pudieran ver que eres más que una brabucona
–Pues yo no
Arnold dio un largo suspiro.
–Por favor
–Que no
Arnold cerró los ojos y dio una larga respiración.
–Helga
–¿Qué?
–¿Y si me ayudas de forma anónima?
Ella lo observó. Bien... tal vez podía desviar la investigación lo suficiente. Sonaba como un buen plan.
...~...
Bajo las miradas de reproche de Gerald que Helga ignoró con habilidad olímpica, ella y los chicos pasaron el almuerzo revisando las pruebas que tenían y las entrevistas que habían logrado con los sospechosos de Wartz. Estaba complacida de que hubieran mordido el anzuelo.
–Su atención, por favor–La voz del director se escuchó en toda la escuela a través del sistema de anuncios.– ¿Está encendida esta cosa?
Los golpecitos en el micrófono provocaron un pitido. La mayoría de los estudiantes cubrió sus orejas, algunos apretaron los ojos y otros se encogieron, apretando los dientes.
–Lo siento–Continuó.–. En una reunión de último minuto hemos decidido que quien entregue al culpable del terrible ataque a los maestros podrá cambiar una... –Se escucharon varias voces de fondo.–digo dos, exacto, dos de sus calificaciones. Repito. Quien entregue al culpable podrá cambiar dos de sus calificaciones, sin preguntas. Tienen hasta el viernes. Eso es todo
Otro pitido breve se escuchó. El silencio se mantuvo algunos segundos y luego comenzaron los comentarios entre cada grupo de estudiantes.
–Esto no puede ser bueno–Murmuró Phoebe.
...~...
El resto de ese día fue extraño. Los estudiantes se miraban entre sí de reojo y los grupos de amigos murmuraban, vigilantes.
Durante las clases que quedaban los estudiantes pedían permiso para salir un momento y corrían a la oficina para delatar a alguien que no les agradara. Los que aspiraban a mejores calificaciones y los que estaban cerca de reprobar competían por entregar a cualquiera.
Al siguiente descanso, se hizo un nuevo anuncio.
–Para que validemos la mejora de calificaciones tendrán que acusar a alguien con pruebas
Al terminar el castigo de ese día, Helga decidió que, ya que no tendría boxeo, podía ir a los arcades a pasar el rato. Pasó por algunos juegos de lucha y un par de rondas de esas ridículas máquinas de baile antes de decidir que ya era tarde.
...~...
Al día siguiente, después del primer descanso, las bocinas chirriaron otra vez.
–Buenos días, estudiantes, habla el director Wartz...
Helga rodó los ojos.
–Les informamos que ya tenemos al culpable...
Miradas confundida y exclamaciones de preguntas y quejas se mezclaron.
–Así que a partir de hoy se levanta el castigo para todos los demás. Es todo
Otro chirrido.
–Bueno, jóvenes... –dijo la maestra, empezando la clase.
Arnold volteó para hablar con Helga.
–¿Quién crees haya sido?–Murmuró–. No fue la comadreja, ni Edmund, tampoco las chicas de último año...
Su novia lo observó.
–No sé–Contestó, seria.
–Pero estábamos tan cerca...
–Arnold...
–¡Tal vez sea otra denuncia falsa!
–Arnold
–Y...
–Arnold–Dijo realmente enfadad y apuntando al frente.
–Joven Shortman–dijo la maestra, con tono severo.
El chico volteó, observando nervioso hacia el frente del salón.
–Entiendo que la señorita Pataki sea su novia–dijo la maestra con un tono más calmado–y que le pueda parecer más interesante hablar con ella que prestarme atención, pero están en clases y lo único que les pido es algo de respeto
–L-lo siento–dijo el chico–. No fue mi intención...
–Uf... estos jóvenes. Lo dejaré pasar por esta vez, porque no hay nada más hermoso que el amor juvenil... –Añadió con un aire soñador.
Las risas de sus compañeros hicieron sonrojar a Arnold y enfadar a Helga, quien se dedicó el resto de la clase a desquitarse arrojándole trocitos de papel al cabello.
En cuanto la campana sonó. Arnold se levantó para disculparse apropiadamente. La maestra aceptó con una sonrisa y una advertencia.
La mujer acababa de comprometerse, así que cada vez que podía hablaba sobre lo hermoso que era el amor, lo maravilloso que era encontrar a una persona ideal y cualquier cosa que le sirviera de excusa para poner su propia relación como ejemplo. No desaprovechó la oportunidad.
Mientras los demás salían, Helga se quedó en su asiento, recostada en el respaldo, de brazos cruzados y con mirada de enfado.
La maestra terminó su historia y se despidió con entusiasmo. Entonces Arnold regresó a su puesto y le sonrió de forma incómoda a su novia.
–No vuelvas a hacer eso–dijo Helga.
–¿Qué cosa?
–Distraerte en clases
–Pero...
–No era importante
–¿A quién atraparon?
–Si ya atraparon a alguien, que sepas o no quién fue, no cambia nada
–Pero...
–Acéptalo, Arnoldo, se acabó
La chica tomó sus cosas y se dirigió al salón de literatura avanzada.
–Nos vemos para almorzar–Añadió antes de salir con prisa.
...~...
Arnold seguía desanimado, moviendo su comida con distracción mientras suspiraba. Gerald intentó hablar con él sin suerte, así que Helga le hizo un sutil gesto a su amiga y Phoebe le pidió a su novio que la acompañara a la biblioteca.
La rubia lo observó unos segundos, luego se sentó junto a Arnold y le entregó el pudín de tapioca.
–Come–Ordenó.
El chico la miró, luego al postre.
–Pero es tu favorito–dijo él, volteando incrédulo a la chica.
–Come antes que me arrepienta–Gruñó ella.
El chico volvió la vista hacia su bandeja, luego a Helga, luego a la cuchara que le ofrecía. Dio un largo suspiro y aceptó.
–Gracias–dijo con una sonrisa.
Ella lo observó comer un par de cucharadas, pero pronto Arnold volvió a perderse en su mente.
–Ok, ¿Cuál es el problema?–dijo la chica.
–Ay algo... raro... –Contestó él, hundiendo su cuchara en el pudín.
–¿Raro?
–Todos saben que atraparon a Sid y que él confesó
La chica giró su mano invitándolo a continuar. Arnold dio otro bocado para luego seguir.
–Pero no creo que Sid sea capaz de hacer algo así. Digo, sé que le gusta hacer bromas, pero esto es... mucho trabajo. Conseguir pintura, colarse al salón de maestros, preparar todos esos dispositivos explosivos, no suena como algo que haría Sid
–¿Bromeas? Sabes que el chico puede obsesionarse con algo, tal vez solo se le fue de las manos
–No lo creo, cuando algo le obsesiona actúa... distinto
–¿Cómo?
–Paranoico
–¿Y qué más piensas, Sherlock?
Arnold la miró con los ojos entrecerrados unos segundos. Luego volvió su atención a la comida. El pudín abrió su apetito.
–Sid no tardó demasiado en salir de la escuela cuando sonó la alarma de incendios. Definitivamente no tuvo el tiempo para montar la broma
–¿Entonces quién piensas que fue?
–No lo sé
–Volvimos al principio–Helga puso los ojos en blanco.
–Alguien lo está inculpando–Agregó.
–¿Por qué piensas eso?
–Bueno, ¿Qué tal si Wolfgang lo convenció de confesar para cambiar esas dos calificaciones?
–Wolfgang no tiene ninguna esperanza de salvarse. Escuché al maestro de ciencias quejarse de lo terrible que será tenerlo de nuevo el próximo año... y el de matemáticas dijo que compartía su sufrimiento
–¿Y qué hay de Ludwig?
–Está de nuevo en la correccional
Arnold se quedó pensando.
–¿Por qué no puedes simplemente dejarlo?–dijo ella.
–¡Porque sé que no fue él!
–¿Por qué estás tan seguro?
–¡Porque necesitas al menos tres personas para...!
Helga medio sonrió.
–¡No lo hizo solo!–dijo el chico, mirando a su novia.
–¿Eso piensas?–Contestó ella.
–¡Tú ya lo sabías!
Ella se encogió de hombros.
–¿Por qué no me lo dijiste?
–Es obvio que una broma así requiere el trabajo de varias personas
–¡Helga!
–¿Qué?
–Si Sid no trabajó solo... Harold y Stinky deben saber algo
–No me digas
–¡Tengo que hablar con ellos!
Se levantó, pero ella de inmediato lo sujetó del hombro y lo regresó a su asiento.
–Escucha, Arnoldo. Se acabó. Alguien debió entregar a Sid y él ya confesó. Wartz nos dejará en paz y todo volverá a la normalidad
–No todo. Sid recibirá un castigo
–Por algo que confesó. Hola. El chico aceptó el trato
–Pero si alguien trabajó con él y la culpa se distribuye entre varias personas... tal vez sea más leve...
–O podría ser peor... ¿siquiera sabes qué castigo tendrá?
Arnold abrió la boca, pero no pudo responder.
–Eso pensé–Contestó Helga.
La campana sonó.
–Vamos a clases–Ordenó ella.
Su novio asintió, siguiéndola, aunque su semblante todavía era serio.
...~...
Esa tarde, Phoebe los convenció de quedarse a estudiar en la biblioteca como siempre. Y aunque todos ansiaban irse temprano, terminaron por aceptar. Cuando se iban, se encontraron con Sid trapeando uno de los pasillos, mientras el director Wartz le daba una charla a la que el chico respondía con monosílabos lacónicos.
...~...
Ni la práctica de esa tarde, ni el partido del sábado por la mañana despejaron la cabeza de Arnold. Además, su equipo perdió y Helga se fue con Joshua para escribir el estúpido artículo para el periódico, así que ni siquiera podía pasar el trago amargo compartiendo con su novia.
Solo, en su habitación, repasaba las pistas, las entrevistas y todo lo que sabía.
Si Stinky y Harold también estaban involucrados, ¿Por qué dejaban que Sid cargara toda la culpa? ¿No debían ayudarlo? ¿No se sentían mal?
...~...
Helga llegó durante la tarde y luego de saludar a los abuelos, se dirigió a la habitación de su novio.
–Veo que sigues obsesionado–dijo ella al entrar, viéndolo caminar de un lado a otro.
–Lo siento... simplemente no me convence... –Insistió él.
Ella se acercó, cerrando la puerta tras de sí.
–¿Qué haces?–dijo.
–Creo que necesitas relajarte–dijo ella, parándose muy cerca de él.
Arnold retrocedió, mientras ella se acercaba, mirándolo a los ojos.
–¿Cómo?–Quiso saber.
–Umh... tengo algunas ideas... –Admitió ella.
Lo sujetó del cuello, besándolo con una mezcla de ira y afecto. Mientras su mano libre recorría el borde de su pantalón, rasguñando su piel con suavidad.
Ya no estaba enfadada por lo que había pasado, pero ¿Qué tan idiota tenía que ser para seguir hablando del tema teniéndola de visita?
Además, rayos. ¿Cómo podía ser tan ciego y listo a la vez? Tuvo suerte de que Sid estuviera dispuesto a asumir la responsabilidad, porque con algo más de tiempo temía que él habría descubierto la verdad.
Arnold se perdió en la sensación de los labios de su novia apretándose contra los suyos. No tenía idea de cómo pudo soportar un par de días sin ella. Le encantaban sus besos, la suavidad de su piel, el aroma de su cabello... y el cálido cosquilleo que le provocaban las caricias...
Se apartaron de un salto cuando notaron pasos en la escalera.
Helga tomó un libro al azar y se aseguró de no ser la idiota que lo sostenía al revés, mientras se sentaba a los pies de la cama y el chico apenas logró tomar su mochila y sentarse en el suelo, junto a ella.
–Gracias por tu ayuda con el ensayo–dijo Arnold, justo antes que dos golpecitos sonaran en la puerta–Pase–Añadió en un tono más alto.
–No hay de qué–dijo la chica y levantó la vista.
–La cena estará en un rato–dijo el abuelo con una mirada perspicaz. Y aunque Arnold parecía nervioso, la chiquilla ni siquiera se inmutó y siguió leyendo el libro que tenía en sus manos– ¿Comerán con nosotros?
–¿Tienes hambre, Helga?–dijo Arnold con una sonrisa.
–No realmente–Contestó ella, siguiendo la lectura. Se encogió de hombros, volteando una página.
–Creo que eso es un no, gracias abuelo
–Está bien. Hay suficiente por si cambian de opinión–Concluyó, apartándose de la puerta para regresar escaleras abajo. Pero se detuvo por un segundo–. Hombre pequeño...
–¿Sí?
Su abuelo solo lo miró.
–Oh... sí... lo siento... lo siento...
Phil sonrió y volteó para seguir su camino.
–Estos jóvenes... siempre tan distraídos... –Murmuró primero con unas risas apagadas que se ahogaron en un acceso de tos.
Los dos dejaron escapar un suspiro.
–Creo que... podríamos salir... –dijo Arnold.
–¿A dónde?
–Hace tiempo que no vamos... al cine...
–Bien, vamos–Ella se encogió de hombros, regresando el libro al lugar de dónde lo tomó.
...~...
Cuando terminó la película decidieron que podían volver temprano y tal vez hacer una parada en la casa del árbol.
–Espera aquí, cabeza de balón–dijo la chica, mirando alrededor–. Creo que no fue buena idea comprar una soda extra-extra grande
El chico rio divertido.
–Te espero–le dijo.
Ella se alejó por el pasillo y él miró distraído alrededor.
–Gracias por invitarme, chicos–dijo una voz familiar.
Arnold volteó y confirmó que se trataba de Sid. Stinky y Harold estaban con él.
–Es lo menos que podemos hacer–dijo Stinky.
–Pero tendrás que comprar tus propias palomitas, estas son mías–Aclaró Harold, abrazando el balde gigante sobre el mesón.
–¡Hola chicos!–dijo Arnold.
–¿Qué hay?–Contestó Sid.
–Así que... ¿Qué tal el castigo?–Quiso saber, sin rodeos.
–No está tan mal–Admitió, encogiéndose de hombros.
–Y lo mejor... es que podremos cambiar una calificación cada uno–Añadió Harold, para luego beber de su soda.
–¿Una cada uno?–Preguntó Arnold.
–Sí–Explicó Stinky, levantando la vista con un aire de concentración.–. Como delatamos a Sid juntos, Harold y yo podemos cambiar una calificación cada uno... lo cual está muy bien... necesito ayuda con la clase de historia
–Y yo con matemáticas. Tantos números y letras me confunden–dijo el mayor.
–Pero... ¿no se sienten mal por eso?–Continuó el rubio.– ¿Ni por el castigo que sufrimos todos los demás?
Los otros tres intercambiaron miradas.
–No–Respondieron Stinky y Sid a coro, mientras Harold levantaba los hombros.
–De hecho, resultó mejor de lo que esperábamos–dijo Stinky.
–¿Mejor?–Quiso saber Arnold.
–Nunca pensamos que los maestros se enfadarían tanto...
–Sí, además, fue divertido–Añadió Harold, luego volteó hacia el mesón de los dulces.– ¡Ey! Te dije que quería más mantequilla... –Colocó el balde sobre el mesón y sujetó por la camisa al pobre diablo que estaba de turno–Llé-na-lo–Ordenó.
El chico al otro lado se apartó y obedeció con indiferencia.
–Solo pudimos hacer algo así gracias a la estra... estatre... estara... el plan de Helga–Continuó Harold, vigilando la máquina tras el mesón.
–¿Helga?–Repitió Arnold, con un tono de clara sorpresa.
Stinky y Sid se miraron entre sí, nerviosos. Harold, pendiente de la mantequilla, continuó.
–Sí, le pedimos ayuda y ella organizó todo... y también nos ayudó a resolverlo... tu novia es una genio
Le entregaron el balde de palomitas y sus ojos brillaron con entusiasmo.
–Oh, cielos, miren la hora–dijo Sid mirando su muñeca que no tenía un reloj– ¡Vamos a perdernos la película!
–¡Sí, vamos!–Lo apoyó Stinky, mientras empujaban a Harold hacia las salas.
Arnold hizo lo posible por contener la furia que sentía mientras esperaba a su novia. Ella pareció no notar nada cuando salieron rumbo a la parada del autobús, pero su capacidad de fingir era limitada.
–Creo que necesito caminar–dijo el chico.
–¿Estás loco?–Respondió Helga.– ¡Nos tomará casi una hora!
–Puedes tomar el autobús, yo caminaré–Añadió él.
–¿Qué? ¿Por qué?
–¡Sólo vete!
Helga se asustó, pero la gente a su alrededor volteó hacia ellos y las miradas la incomodaron.
–¿Qué demonios te pasa?–Quiso saber la chica.
Arnold apretó los dientes y luego la miró.
–¿Pensabas decírmelo?–Preguntó.
–¿Decirte qué?
–¡Que tú planeaste todo!
–No sé de qué estás hablando
–Acabo de hablar con Harold, Stinky y Sid
–Demonios... esos idiotas... –Gruñó, comprendiendo.
–¡Lo supiste todo el tiempo! ¡Tú estabas detrás de esto!
–Sí ¿y?
–¡Pudiste evitarnos a todos el castigo!
–¿Y darle a Wartz una excusa para darme otra de sus aburridas charlas sobre mi futuro? Olvídalo
–¡Sid está pagando solo!
–Eso fue SU decisión
–¡No es justo!
–¿Por qué te importa?
–Porque no es correcto
–¿Y qué?
–Que deberías hacer lo correcto
–En tus sueños
Ella sonrió con frialdad.
–Helga, vamos. Sé que no me dijiste sobre la broma porque te hubiera detenido, pero pudiste decirme después...
–¿Y qué? ¿Me habrías delatado?
–¡Por supuesto que no! Eso tampoco me haría mejor que tú
–Entonces es eso, te crees mejor que yo
–¿Qué? ¡No! Pero deberías hacer lo correcto
–¿Por qué piensas que me importa? ¿Por qué crees que eso es lo correcto?
–¡Porque no es justo que otras personas paguen por lo que hiciste! ¡No es justo que solo uno de ustedes asuma la culpa!
–¡Despierta, Arnoldo! La vida no es justa y esto NO es asunto tuyo. Tienes que aprender a no meterte donde no te llaman
–Helga, me decepcionas
La chica pudo sentir como si el mundo comenzara a derrumbarse.
–¿Qué?–Logró decir.
–Esperaba más de ti
Otra vez esa sensación, pero no pensaba permitirlo.
–¿Esperabas qué?
–Que fueras la persona que veo que puedes ser
–¡Eso es tu maldito problema!
–¿Qué?
–Soy Helga G. Pataki, NO SOY una buena persona, NO SOY agradable, ni me preocupo por los demás, no intento hacer las cosas bien, ni salvar a nadie. Solo soy como soy. Rayos... cabeza de balón... te traté mal por años ¿Cómo no lo ves?
Arnold apretó los puños y luego de cerrar los ojos, levantó la mirada hacia ella, cargado de furia.
–¡Claro que lo veo!–Gritó.– Lo vi por tanto tiempo que me tomó años entender que de verdad sentías algo por mí y que tus confesiones no eran otra de tus absurdas tonterías para molestarme. Fuiste desconsiderada, hiriente, abusiva, irracional, odiosa, detestable, antipática, grosera y exasperante hasta el punto en que algunos días deseaba no volverme a cruzar en tu camino jamás y ¿sabes qué? Nunca escuché una disculpa de tu parte
Ella lo observó en silencio, mientras él respiraba agitado.
–¡Sé que eres egoísta!–Continuó– No tienes idea de cuántas veces me han cuestionado que esté contigo después de todo lo que me hiciste. Qué si acaso lo he olvidado o si tengo algún problema y quizá lo tengo, puedo aceptar eso. ¿Quién en su sano juicio extrañaría tanto la atención de una persona como para que hasta sus burlas sean importantes? Sinceramente no tengo idea por qué me vuelves loco...
–Si no tienes idea... –dijo ella, aunque una voz en su cabeza le ordenaba callarse– ¿Por qué estás conmigo?
Arnold abrió mucho los ojos, notando como ella evadía su mirada y cubría su boca. Pero incluso en el arrepentimiento que podía leer en sus ojos, Arnold seguía herido y molesto.
–Tienes razón, Helga... ¿por qué?
Chapter 59: Bucle
Chapter Text
–Es algo que deberías poder responder–Se quejó Helga.
El chico la observó, sin decir nada. En su cabeza solo se repetía lo que acababa de decir.
–Olvídalo. Nos vemos en la escuela, cabeza de balón
En el momento en que Helga le dio la espalda Arnold sintió que debía alcanzarla, pero una sensación incómoda pareció anclarlo al piso. Intentó gritar que lo esperara, pero las palabras se atoraban en su pecho. Ni siquiera se sentía capaz de pronunciar su nombre, mientras se daba cuenta de que la estaba perdiendo.
Helga se esforzaba por no mirar atrás y ansiaba que él la alcanzara, pero cuando llegó el autobús ya había perdido la esperanza.
«Soy una idiota... »
–Si regreso y le digo...
«¡Claro que no voy a disculparme!»
«Aunque podría mentir... »
–¡Claro, perfecto! Para que se enfade por mentirle
«Rayos... »
–Tonto cabeza de balón
...~...
Arnold dio un largo paseo antes de ir a casa y cuando llegó fue directo a su habitación, encendió el estéreo y se dejó caer en su cama con el corazón apretado y una extraña sensación de vacío dentro de sí.
–Debería llamarla... –Se dijo.
No se atrevía a hacerlo. Ella molesta era una cosa, pero enfadada, realmente enfadada, era algo de temer.
¡Sé que eres egoísta!
Cuando dijo eso, pudo ver como ella se encogía un poco, apenas, como si la hubiera lastimado.
No tienes idea...
Y no tenía por qué saber. Se había dicho que no importaba lo que los demás pensaran, mientras ellos estuvieran bien. Pero ¿lo estaban?
Rodó, frustrado, escondiendo su rostro en la almohada.
...si acaso tengo algún problema
«Tengo un problema... »
«Tengo UN problema.»
«Helga es un problema.»
¿O el problema era él?
...no tengo idea... por qué me vuelves loco...
Pero lo cierto era que lo sabía. El problema era decirlo sin que sonara extraño.
«Demonios»
Rodó otra vez, mirando la oscuridad de su habitación.
Le encantaba ella, en demasiados niveles y en muchos aspectos. Disfrutaba ver su cabello, el aroma cuando acababa de lavarlo y la sensación de enredarlo entre sus dedos. Le gustaban sus ojos, en especial cuando estaban a solas y lo miraba con afecto. Amaba su voz, la forma en que hablaba de algunas cosas o el tono cuando le explicaba cosas... y en especial el tono melodioso de cuando leyó algunos de sus poemas. Y sus besos... le encantaban sus labios, su textura... su sabor. Le gustaba cuando sonreía nerviosa... le gustaba tomar su mano, la sensación de su piel, la forma en que lo abrazaba... le gustaban tantos detalles que observó en todo ese tiempo, que no podía estar seguro si todo eso era normal o solo estaba obsesionado.
«Obsesión... »
Ella... lo idolatraba ¿por qué? Parecía excesivo, incluso después de que se lo explicara. Desde que le había dicho todo se había preguntado algunas veces si eso calificaba como acoso. Además, fueron años. ¿Qué más hizo y no se atrevió a decirle? A ratos era aterradora... nociva y manipuladora...
Volteó otra vez, mirando el cielo.
Aunque sabía que Helga no era una mala persona... sabía que era capaz de hacer cosas malas... terribles. Como si no importaran las consecuencias. Y muchas veces...
«Se arriesgó... »
En especial por cosas buenas. Ayudó con el carro alegórico y también con el árbol y a salvar el barrio...
–Pero todo eso... tuvo que ver... conmigo. ¿Todo eso lo hizo por mí?
Se sentó en la cama, como si hubiera comprendido algo de pronto.
¿Acaso no había hecho un montón de planes locos solo para intentar llamar su atención? ¿Cómo podía saber que toda esa relación no era más que el resultado de un montón de planes para hacerlo caer...? Ser amable, luego distante, preocuparse por él justo cuando lo necesitaba, ser su amiga... oh, dios... incluso Phoebe y Gerald, ¿acaso ella los empujó de algún modo a pasar tiempo juntos?
Trataba de recordar si hubo alguna intervención en particular, pero eran tantos años, tantos momentos, que se volvía difícil ordenarlos y verlos ante esta nueva perspectiva.
...~...
Helga daba vueltas por su habitación, tratando de mantenerse en silencio, incapaz de dormir, atormentada por sus ideas.
Miraba la caja que había permanecido bajo su cama, ahora abierta, exponiendo sus secretos. Algunas cosas permanecieron fuera desde que le había enseñado sus poemas a Arnold, pero no se atrevía a tener todo a la vista, mucho menos desde que decidió aprovechar cualquier oportunidad para invitarlo ahí.
Y aunque quería pensar en lo que habían compartido; en los besos, las caricias y las promesas, seguía furiosa.
Revisó las fotografías que tenían del tiempo saliendo juntos, los absurdos souvenirs de sus citas, las tarjetas e incluso las notas que intercambiaron en clases y que ella decidió guardar. Quería aferrarse a eso con desesperación, pero al repasar esa tarde volvía a temblar.
«¿Quién demonios se cree?»
«No tiene... no tiene idea...»
«¿Por qué se sigue metiendo en cosas que no le incumben?»
Se sentó en la cama, quitándose el listón que Arnold le había dado un año atrás y que desde que empezaron a salir procuraba llevar en cada cita, aunque fuera escondido. Lo apretó y luego lo metió en el cajón de su mesita de noche, lejos de su vista.
...no tengo idea... por qué me vuelves loco...
–¡Lo vuelvo loco! ¡Lo desquicio!
Se dejó caer envolviéndose en el cobertor y entonces sintió el relicario contra su piel.
Estaba segura que de alguna forma lo había arruinado todo.
Arnold no sabía por qué la amaba...
¿Realmente la amaba?
Ella podía pasar horas y horas hablando de cada aspecto de él que encontraba maravilloso... incluso de cómo le gustaban las pequeñas cosas que no eran perfectas en él... pero él no pudo decir nada. Ni una palabra...
Y tal vez era porque él no la veía de la misma forma... y si era así... ¿Qué iba a pasar? ¿Acaso él iba a darse cuenta de que no sentía nada por ella? ¿Sería que su relación no era más que una loca montaña rusa de hormonas adolescentes? Claro que San Arnoldo jamás buscaría a una chica solo por eso, era un romántico, un soñador, ¡por supuesto que confundiría la atracción con interés genuino! Y si llegaba a entenderlo... la dejaría... y si la dejaba... ¿por qué molestarse en volver a la escuela siquiera? ¿En comer? ¿En respirar? Si la razón de su existencia la despreciaba no había caso en existir.
«¡Estúpido cabeza de balón!»
«Te... odio... »
Rodó otra vez en su cama.
Incluso si él no era capaz de tomar la decisión, ella sabía exactamente lo que vendría, era obvio. El triste vacío en su mirada... la inmovilidad, la inseguridad...
Arnold se estaba planteando terminar con ella. Estaba segura. Y en cuanto se cruzó la idea en su cabeza tuvo que huir como una cobarde.
«Rayos»
Volvió a rodar en la cama y sacó el relicario para mirar la fotografía unos minutos. Luego encendió su teléfono.
No podía llamarlo tan tarde, aunque lo pensó varias veces. ¿Con qué excusa? ¿Qué era tan urgente que no podía esperar a la mañana?
Nos vemos en la escuela
¿Por qué demonios había dicho eso?
Ese domingo sería una tortura.
Volvió a mirar la hora. Apenas había pasado un minuto.
Deseaba tanto que la pantalla de su teléfono brillara y los puntitos formaran "Cabeza de balón"
...~...
Ese lunes Arnold se planteó pasar por su novia antes de clases, pero ella había dicho "en la escuela". Se enfadaría si lo veía ahí. Además, todavía no estaba seguro de qué le diría. Por un lado, en verdad creía que ella había actuado mal y que muchas de las cosas que hizo las últimas semanas estaban mal; y por otro, temía que si dejaba escapar la más ligera insinuación respecto a porqué estaba con ella, todas las cosas que cruzaban por su cabeza se desbordarían sin control, en un caos confuso que solo la haría enfadar más.
Así que la esperó por donde pasaba normalmente, pensando encontrarla "casualmente" en el camino, pero se hacía tarde y no podía perderse la primera clase.
Para su mala suerte ella sí.
Ni siquiera Phoebe sabía de ella y sus intentos de comunicarse no daban frutos.
...~...
Esa mañana las nubes parecían apresurarse a escapar, así que el cielo lucía distinto cada vez que Helga levantaba la vista del cuaderno donde destilaba parte de su molestia e inseguridad.
Esa mañana le costó trabajo salir de la cama y todo su cuerpo parecía anticipar lo horrible de ese día.
No pensaba entrar a media clase, así que se quedó en la biblioteca de la escuela, mirando con distracción a través de una ventana, tratando de no pensar demasiado.
El teléfono en su bolsillo vibró con cada mensaje que seguramente eran de su mejor amiga.
Podía imaginar la escena. Phoebe y Arnold preocupados porque no estaba ahí; mientras Gerald otra vez rodaba los ojos, cansado de su actitud.
La campana del descanso sonó y ella recogió las cosas para ir al salón, reuniendo el valor para enfrentar lo que fuera que siguiera.
Al acercarse escuchó la risa de Arnold, pero también otra voz que detestaba.
–McDougal–Masculló entre dientes.
En cuanto tuvo vista hacia el salón, confirmó que su novio charlaba con Edith. Estaban casi solos, excepto por Eugene y Sheena que algo compartían junto a la ventana.
«¿Por qué demonios su cabeza de balón estaba con McDougal?»
«¿Acaso él consideraba que ya habían terminado?»
Sacudió la cabeza y se marchó dando pisotones. Ni siquiera escuchó a Stinky.
–Buenos días, Helga
La voz de Stinky sonó en el pasillo y el nombre de su novia alertó a Arnold.
–Edith, hablemos de esto más tarde... –dijo con prisa–. Tengo algo importante que hacer
–Está bien–Aceptó ella con tranquilidad.
Arnold salió del salón y miró alrededor. Helga no estaba cerca, pero...
–Stinky, ¿viste a Helga?–Preguntó con prisa.
–Claro que la vi, estaba muy enfadada, ni siquiera me respondió–Explicó el alto muchacho.
–¿Hacia dónde se fue?–dijo, ahora irritado.
–Por allá... –Indicó con su índice y extendió su brazo.
–Gracias
Arnold se apresuró. Si Helga estaba enfada era probable que hubiera ido a dos lugares, pero solo uno quedaba en esa dirección.
...~...
En la oscuridad del auditorio la chica daba vueltas.
–¿Cree que puede hacer lo que quiera?–decía, ahora sin moderar su tono– ¿Acaso piensa que por que me marché así puede ir y coquetearle a cualquiera? ¿Y qué tiene de interesante la sosa, aburrida y tonta–Hizo una cara de asco.–Edith McDougal? Estúpido cabeza de balón...
La puerta de emergencias se abrió y ella se congeló con la espalda contra el muro.
–Helga... ¿estás aquí?–dijo Arnold, entrando al lugar.
El tono en su voz era de preocupación. ¿Cómo pudo ser tan tonta? ¿Cómo pudo poner en duda...?
«TE ODIO»
–¿Qué quieres, cabeza de balón?–Respondió con su frialdad habitual.
La puerta se cerró y pudo ver la silueta del chico que parecía buscarla.
Su cuerpo estaba tenso y la idea de que él estuviera pasando un buen rato charlando con McDougal sin siquiera preocuparse por su ausencia le incomodaba y la enfurecía.
–Helga... ¿por qué llegaste tarde? ¿Te pasó algo?
–No estaba de ánimo para estar en clases–dijo ella.
–No sueles ser así
–No es asunto tuyo
–Sabes que lo es. Yo... lo siento si te incomodé...
–Sí, como sea
–Tenía razones para estar enfadado, pero...
–Pero nada, cabeza de balón. Supongo que no me extrañaste
–¿De qué hablas?
–Te escuché conversando con McDougal
Arnold se acercó, frustrado.
–Helga, en primer lugar, no puedes evitar que hable con otras personas solo porque salgo contigo y, en segundo lugar, era algo importante
–¿Ah sí?
–¡Sí!
El chico tomó aire, cerrando los ojos un segundo, para volver a mirarla.
–Tienes que dejar de actuar así–dijo.
–No estoy actuando de ninguna forma en particular–Contestó Helga, cruzando sus brazos.
–¡Claro que sí! Sé que no te agrada Edith, pero es mi amiga y ella, al igual que toda la clase, sabe que salimos e incluso si no lo supiera, no tienes razones para reaccionar de esta forma
La chica apretó los dientes. La sola idea le había incomodado tanto que había huido antes de escuchar cualquier cosa. No tenía nada que decir.
–Helga, escucha, sé que nuestra última cita no terminó muy bien...
–Fue un desastre–Murmuró ella.
–Y he pensado varias cosas desde entonces...
El pulso de Helga se elevó en un segundo. No se sentía capaz de soportar que sus peores temores se hicieran realidad.
–No puedo responder claramente porqué estoy contigo... –Continuó él.
–No importa–Se le escapó.
–Pero...
–Yo sé lo que siento por ti, cabeza de balón y sé que he sido una idiota, pero después de todo este tiempo tú deberías saberlo también...
–Helga, escucha...
–No quiero escuchar. Pretendes que cambie, pretendes que actúe como tú, pero no soy tú. Te lo dije desde mucho antes, no soy la maldita princesa... y sí... encontraste el fuego y dejaste que te quemara, pero no dejaré de ser lo que soy. Si no soy lo que creías, si no te gusto-gusto–Rodó los ojos.–, entonces no deberíamos seguir juntos...
–Espera...
–¡No!–dijo–. No cambiarás a Helga G. Pataki. Te odio, cabeza de balón. Terminamos
Se alejó sin esperar respuesta. Dejando a un impactado chico solo y confundido en el auditorio.
...~...
No podía soportarlo. No era Arnold, era ella, siempre fue ella. Arnold podía seguir siendo el mismo idiota perfecto de siempre, pero nada sobre la faz de la tierra haría que Helga G. Pataki comenzara a ser una chica amable, dulce y bien portada. Primero muerta.
Al demonio con lo que él creía que era correcto.
Al demonio con él.
...~...
Arnold se quedó en el auditorio todo lo que quedaba del descanso. ¿En serio esto acababa de pasar? ¿De verdad Helga había terminado con él?
Con el sonido del timbre se obligó a reaccionar. Solo tenía que ir a su pupitre, sentarse y concentrarse en la pizarra. Helga se sentaría detrás de él, como siempre, no tenía por qué mirarla.
Al llegar al salón buscó su puesto, se instaló y sacó un cuaderno, un lápiz y se preparó mentalmente para la clase, pero a su alrededor había un gran silencio y cuando levantó la vista notó miradas de preocupación.
–¿Qué pasó?–dijo.
–Lo lamento mucho, Arnold–Comentó Lila, acercándose.
El rubio notó sus ojos tristes, luego miró a Gerald y a Phoebe.
–Helga... –Comenzó a decir Phoebe.
–Ya nos dijo que terminaron–Completó Gerald.
El puesto de su EX novia seguía vacío. ¿En serio se tomó la molestia de decirles para luego desaparecer? ¿Por qué tenía que ser tan dramática? ¿Por qué no podía sentarse a hablar como una persona normal? ¿Por qué era ella la ofendida si fue ella quien decidió mentirle y él pasó el resto de ese fin de semana pensando miles de cosas?
Estaba furioso.
–Al demonio con Helga–Masculló, con molestia.–. Estoy harto de su drama–Añadió tomando asiento.
Todo el grupo pareció ahogar una exclamación de sorpresa.
–Pero...
Phoebe intentó decir algo, hasta que Gerald le hizo un gesto dándole a entender que no serviría de nada.
El profesor entró al salón notando la tensión.
–¿Todo está bien?–dijo– ¿Qué ha pasado?
–Helga acaba de terminar con Arnold–dijo Stinky.
–Oh, cállate–dijo Arnold–. No hay razón para que sea una noticia, ¿en serio alguien pensó que esto duraría? Todo el mundo sabe cómo es ella, como ha sido siempre... fui un idiota en pensar que había cambiado
–Arnold–dijo Gerald.
–¡¿Qué?!
–Si es tan importante, pueden continuar hablando de eso en detención–dijo el profesor.
–Bien–Concluyó el chico, cerrando su cuaderno–. Envíeme a detención, no me importa
Luego tomó sus cosas y salió del salón.
Y sí, estaba haciendo exactamente lo mismo que ella: un drama. Pero estaba harto. ¿Por qué ella seguía enfadada? ¿Y por qué le molestaba tanto que hablara con Edith? Con un demonio, era solo su amiga y además estaban en la misma clase. ¿Qué quería que hiciera? ¿Qué dijera que se había equivocado al confrontarla después que ella le mintió? Helga esperaba que siempre fuera comprensivo y aceptara cada uno de sus comportamientos, pero era esperar demasiado de él, no podía siempre ser bueno, noble, perfecto, mientras ella podía ser la antipática chica que siempre había sido. No tenía idea de la clase de cosas que él podía llegar a pensar.
Ella tenía razón cuando dijo que los dos eran idiotas.
Dando vueltas por la escuela notó que no quería topársela por accidente. A la mierda también con la detención. Simplemente se iría a casa. Si eso le ganaba un castigo o una semana de detención, que así fuera.
Si vuelves a faltar sin justificación te sacaré del equipo
–No, no de nuevo–se dijo–. No puedo caer tan bajo, no puedo–Apretó los dientes, furioso.–. Bien, me quedaré... no puedo perder otra práctica por ella
Tomó aire, lento, molesto, agotado.
Pensó en volver a hablar con Helga.
–No, no, no... no voy a caer en su juego ¡Ya basta!–Se dijo entre dientes.
Caminó hasta el patio de la escuela y se sentó detrás del gimnasio. Trató de pensar en qué había pasado. Menos de una semana antes todo estaba bien y ella era la persona más maravillosa.
–Una mentira–Se dijo, furioso.
Su sonrisa parecía genuina y dulce y sus ojos brillaban al verlo
Intentó conocer a la verdadera Helga y sólo halló lo mismo de siempre: la misma que lo molestó por años, la que inventó miles de trampas, la que se ganó que él la cegara, claro, eso no fue intencional, pero merecía una broma pesada; y luego sí se ganó que la arrojara a la piscina. Ella siempre hacía eso, lo presionaba hasta romperlo y entonces lo hacía pagar. Una y otra vez. Ya no iba a permitirlo más.
–Arg...
Los latidos dolían.
Cerró los ojos.
Te amo, cabeza de balón
Somos unos idiotas
Así soy, Arnoldo, siempre he sido así
...me aterra que puedas pensar cosas malas de mi
Estás loco
No digas tonterías
Siempre tengo razón, cabeza de balón
–No siempre...
A-Arnold...
Jura que todo lo que pase quedará entre nosotros
¿R-recuerdas... cuando encontraste un cuaderno con poemas sobre ti?
"Hache es por el hueco que hay en mi alma"
Tú lo volviste mi listón favorito...
tú volviste el rosa mi color favorito...
¿En serio... quieres... quedarte?
¿Puedes volver a decirlo?
...no tienes que quedarte conmigo si no quieres
¿Sí, mi amor?
No sé de qué hablas, cabeza de balón
Estoy calmada, agradece que no te estoy desmembrando
¿Decepcionarme?
Arnold, espera
¿Por qué demonios recuerdas esa tonta obra?
podríamos aprovechar el tiempo
Bailaste con Edith...
Te he amado toda mi maldita vida
toda mi maldita vida
TODA mi maldita vida.
siempre has sido más sensato... aceptaré tu palabra
No es un sueño
¿Ahora si estoy en buenas manos?
Si crees que me obligaste a hacer algo, es que no me conoces
Es lo que te a ti te gusta... y lo elegiste para mí...
Oh, vamos, cabeza de balón ¿crees que hablaba en serio?
No estaba bromeando
la idea de casarme contigo siempre me pareció un sueño maravilloso
¡Déjame en paz!
¡¿Tú qué sabes?!
¿Sigues... enfadado?
sabías que era una idiota mucho antes de que empezáramos a salir
¡Lo siento! ¿Sí? No estaba pensando...
No estaba pensando...
NO estaba pensando...
no quiero absolutamente nada con mi familia
Fuiste tú ¿Sí o no?
No lo entiendes
finjamos que nunca pasó
... jamás en la vida volverás a hacer algo así...
tal vez tu tengas esos locos estándares de heroísmo y virtud
Acéptalo, Arnoldo... se acabó
En tus sueños
¿Cómo no lo ves?
¿Por qué estás conmigo?
Te odio. Te odio. Te odio
–No, Helga, yo te odio
Y entonces, solo entonces, pudo sentir las lágrimas quemando su piel. El llanto arrastró la rabia fuera de su cuerpo y solo podía pensar en los momentos en que se colaba en su mente la idea de amarla. Y la amaba con una locura absoluta, la amaba incluso sabiendo que era una persona complicada, sabiendo que estaba herida, sabiendo lo cínica que era y lo mucho que le costaba mostrarse vulnerable, amaba que confiara en él y amaba también que intentara hacer todo a su modo.
–Lo arruiné–se dijo.
Creía entender las cosas que ella no logró decir.
Pero Helga ya había tomado una decisión y él sabía que cuando hacía eso, no había nada que hacer. Sin importar cuánto le doliera o cuanto quisiera volver las cosas atrás, sin importar cómo intentara disculparse, él ya sabía lo que venía: Helga alejándose de él, apartándolo de su vida, manteniéndolo al margen, herida, dolida, furiosa, agresiva. Tenía que dejarla en paz, porque de lo contrario volverían a discutir y no podía soportar más de eso.
Bueno, iba a hacer lo que ella quería. Esperar en resignado silencio, ya sea que lo perdonara y pudieran volver a acercarse o que definitivamente se distanciara de él.
Todavía quedaban unos quince minutos antes del final de la clase cuando logró respirar sin la incómoda presión en su pecho.
Fue al baño a lavar su rostro y regresó al salón para disculparse con el profesor. Sabía que había estado mal. Aceptó la detención los días que no tenía práctica y prometió no repetir algo así.
El profesor le dio unas palmadas en la espalda, intentando confortarlo, pero el adolescente sólo sentía el vacío doloroso del quiebre.
...~...
Esa mañana Helga se quedó en la azotea, rumiando el conflicto y asumiendo lo que había hecho.
Algo en ella tenía que estar mal, ¡Claro que estaba mal!
«Estúpido cabeza de balón»
Si él no hubiera aparecido en su vida ni siquiera tendría consciencia del bien y el mal... él era lo único bueno que había en su existencia... y lo estaba haciendo a un lado, porque no podía cambiar lo que era.
Podía admirarlo de lejos, amarlo de lejos, indigna de su atención.
Terminar era la única opción.
Ni siquiera sintió hambre, pero sabía que no podía perder las clases de la tarde y tendría que encontrar la forma de soportarlo.
–Soy Helga G. Pataki, puedo hacer esto
Al llegar al salón, su amiga seguía ahí. Arnold parecía indiferente, pero en cuanto la notó evitó su mirada. Eso dolía.
«Vamos, Helga, muévete.»
–Mírenla, tan tranquila–Murmuró Sid desde el fondo.–. Definitivamente es la reina de hielo
–Pobre Arnold–Añadió Stinky.–. Debe ser difícil estar ahí, fingiendo que nada te duele
–Fría y dura, como si no tuviera corazón–Comentó Curly.
Antes de sentarse, Helga lo miró como si fuera a asesinarlo y el chico se encogió en su puesto.
El profesor entró unos segundos después y llamó a Phoebe adelante. Intercambiaron algunas palabras y la chica regresó por sus cosas y salió.
«Demonios... ¿justo ahora?»
Esa tarde pareció más larga de lo que podía soportar. Hacía rayas al azar en los bordes de su cuaderno y rellenaba las formas con puntitos o líneas solo por concentrarse en algo y resistir la idea de levantar la vista.
Al terminar el día estaba dispuesta a salir rápido de ahí, pero en cuanto tomó su bolso, vio a Edith de pie junto a Arnold y no soportaba la incómoda idea de pasar junto a ellos.
–Entonces ¿crees que podamos vernos el viernes?–dijo ella.
«¿Era en serio? ¿Ni siquiera iba a esperar un día? ¿Tal era su descaro?»
Notó que Arnold daba una respiración larga y luego volteó.
–Helga... –Comenzó a hablar, pero de inmediato bajó la mirada.
–¿Qué?–Gruñó ella.
El chico iba a abrir la boca, pero no fue capaz.
Ella se encogió de hombros.
–Tengo práctica y creo que tú también–dijo, tomando su mochila–. Así que escupe, no tengo todo el día
–¿Puedes ir a casa de Arnold el viernes?–dijo Edith, sin rodeos.
«¿Qué demonios?»
–No lo creo... –Contestó.
–Es el único día que podemos reunirnos para hacer el proyecto–Añadió Edith.
–¿Proyecto?
–Sí, esta mañana nos asignaron un proyecto y estamos en el mismo grupo
–No
–Sí
–¿Es broma? ¿No deberías trabajar con Nadine y Lila?–Se quejó, arqueando la ceja.
–Los grupos fueron asignados al azar y aunque lo intentamos, no nos permitieron hacer cambios
–Demonios
–Helga, por favor–Intervino Arnold.–. Sólo es un proyecto y ya, no será mucho tiempo si preparamos todo de antemano y solo lo organizamos el viernes. Entiendo que esto sea complicado...
–Guarda silencio–Ordenó.
–Supongo–Añadió Edith con un tono despectivo.–, que puedes manejar algo así, ¿no?
–Por supuesto que sí–Contestó la rubia, desafiante.
–¿Entonces el viernes en la casa de Arnold?
–Sí, sí, como sea
Salió del salón y vio que Lila la esperaba. Caminaron hacia el gimnasio.
–Helga, en verdad lamento lo que pasó–Comentó la pelirroja.–creí que funcionaría
–Es absurdo–Masculló.
–¿Estás bien?
–Claro que no, pero... tendré que lidiar con esto–Agregó mirando el suelo.
–¿Puedo preguntar qué fue lo que ocurrió?
–Lo que iba a pasar tarde o temprano, princesa, lo arruiné–Sentenció Helga.
–¿Qué?
Helga miró alrededor. Ya casi todos se habían ido. Cerró los ojos con fuerza, temblando.
Alrededor de ellas el pasillo se oscurecía a medida que el sol se ocultaba.
Lila volteó y notó que Helga lloraba. En un impulso la abrazó y la rubia se dejó caer contra el muro, incapaz de sostener su cuerpo.
–Yo hice la broma... la de los maestros–Murmuró Helga.–y le mentí respecto a lo que sabía
–¿Qué?
–N-no hay forma en que Arnold vuelva a confiar en mí–Continuó entre pucheros.
–¿No puedes disculparte?
Helga negó, intentando limpiarse los ojos.
–No es solo eso. No puedo ser la persona que él quiere que sea... solo soy yo...
–¿Piensas que Arnold quiere cambiarte?
Helga asintió.
–Si no me quiere por quien soy...–Murmuró.–no... no vale la pena...
–Tranquila, Helga–Le hizo cariño en la cabeza.–. Ciertamente Arnold tampoco es perfecto, tiene sus defectos...
–¿Y qué?
–No me parece justo que insista en cambiar tu forma de ser. A veces puede ser muy insistente. Sé que tampoco eres la persona favorita del resto, pero... no creo que eso esté mal, me agradas así como eres y lamento que él no pueda ver todas las cosas buenas sobre ti
–Gracias–Murmuró.
Helga limpió por última vez su rostro y Lila pudo ver fría decisión en su mirada.
–Vamos, solcito, necesito golpear un saco hasta romperlo
Chapter 60: Las mejores personas están completamente locas
Chapter Text
Los días que siguieron tanto Arnold como Helga fingían que todo estaba bien. Si alguien que los conociera preguntaba si era cierto, se encogían de hombros, decían que era natural o rodaban los ojos y seguían su camino. Ninguno quiso explayarse sobre el rompimiento, ni siquiera con sus mejores amigos.
Helga parecía un poco más estable. Pasaba algunos descansos sola, escribiendo, estudiando o escuchando música; y otros con Phoebe o Lila y los almuerzos con "el trío de idiotas". Las ojeras que se habían marcado en sus ojos el último fin de semana se habían desvanecido para el miércoles y su -mal- humor regresó a ser el de siempre.
Pero para Arnold no estaba resultando sencillo. Le costaba dormir y soñaba que de algún modo ella desaparecía de su vida y se volvía loco intentando encontrarla. Despertaba sudando frio y asustado, preocupado por ella, hasta que recordaba la conversación en el auditorio.
No entendía como Helga podía volver a tratarlo como si nada hubiera pasado entre ellos, pero sabía que era una maestra en pretender. Se pasó tanto tiempo haciéndole creer que lo odiaba, que debía ser natural actuar como si fuera indiferente, pero una parte de él no dejaba de pensar cómo se sentiría a solas. ¿Lo extrañaría? ¿Pensaría en él? ¿Estaría triste? Porque él sí, y mucho más de lo que quería aceptar.
Así que ese día a mitad de semana fue demasiado y decidió que intentaría almorzar con Edith, Lila y Nadine, en lugar de hacerlo con sus amigos. Al explicarle su plan a Gerald, él le aseguró que no era un problema y que él y Phoebe acompañarían a Helga.
La sonrisa triste del rubio fue suficiente para que su mejor amigo confirmara que esa era una de sus preocupaciones.
Tras hacer la fila para llenar sus bandejas, los chicos se despidieron y se dirigieron a distintas mesas.
Arnold dio un gran suspiro y se encaminó hacia Lila, Nadine y Edith.
–Hola, chicas ¿puedo sentarme con ustedes?–Preguntó.
–Claro que sí–Contestó Edith, dando palmaditas al espacio junto a ella.
El chico aceptó el lugar y se acomodó dejando su bandeja en la mesa.
–¿Cómo está ese corazón roto?–Añadió ella.
–Mejor... supongo... –Admitió él, incómodo.
–Estoy segura de que con el tiempo te sentirás mejor–dijo Lila–. Estas cosas pasan, ¿no?
–Supongo que sí
Los tres miraron de reojo a la mesa de Helga, que amenazaba a Curly con el puño en el aire.
–¿Por qué es tan agresiva? ¿Acaso se cree un chico?–Comentó Edith con cierto desprecio.
Arnold trató de responder, pero no pudo hacerlo.
–Helga siempre se ha peleado con los chicos cuando la molestan–dijo Nadine antes que él hablara.
–No sería necesario si supiera controlar su carácter–Añadió Edith.
–¿Qué quieres decir?–dijo Arnold, tratando de concentrarse en la comida y no volver a mirar a su ex novia.
–Oh, bueno... –Explicó Edith. Hizo una pausa, como si estuviera ensayando la respuesta y luego dijo–. En general la molestan porque les divierten sus reacciones. Si no respondiera, la dejarían en paz en poco tiempo
–Supongo que tienes razón
–Mientras más pienses en ella, más difícil será seguir adelante
–No puedo evitarlo
–Puedes almorzar con nosotras cuando quieras–dijo Nadine–. He oído que es bueno poner algo de distancia cuando terminas una relación
–Ciertamente debe ayudar–Agregó Lila.
–Gracias, chicas
Edith le sonrió, acariciando su brazo para confortarlo. El chico le sonrió de vuelta con tristeza.
–Cambiando de tema, ¿me dirás por qué es que no podemos hacer el proyecto el fin de semana?–dijo la chica.
–Oh, cierto. No te he contado mucho de mi familia. A mi abuelo le encanta acampar...
...~...
Desde la mesa donde Helga almorzaba con Phoebe y Gerald, los tres contemplaban los gestos coquetos de Edith y la súbita mirada de desprecio que lanzó hacia Helga.
–¿Pueden creer el descaro?–Comentó Helga.
–Siendo justos–dijo Gerald–, tú te metiste entre ellos
–¿Qué yo qué?
–¡Bebé!–Se involucró Phoebe.
–¡Pero si es cierto!–Se defendió el chico.
Helga cruzó los brazos y alzó un lado de su ceja.
–Elabora–Exigió.
–No lo tomes a mal, Pataki–Continuó el moreno.–. Toda la clase sabía que a Edith le gustaba Arnold
–Pero eso no significa que yo me metiera en medio. NO estaban saliendo
–Si hubieras dejado en paz a mi amigo, apuesto que hubieran salido
–¿Tú crees? Pero que mal gusto tiene el cabeza de balón
–Salió contigo
–Touché
Phoebe ahogó una risita.
–Bueno–Añadió Helga.–, que haga lo que quiera, ya no es mi problema
–¿En verdad estarás tranquila si Arnold sale con ella?–dijo Phoebe– ¿Recuerdas lo que pasó con Ruth?
–¡Pheebs!
Gerald las miró.
–¿Qué pasó con Ruth?
–¡Nada!–Respondieron ellas a coro.
–Ajá... –Gerald apoyó su brazo sobre la mesa arqueando una ceja.
–Bueno... –Helga evitó su mirada.
–Por favor, han pasado años desde que Ruth se cambió de escuela y, que yo sepa, no tuvo ningún accidente ni ha muerto. Creo que si hicieron algo pueden contarme, ¿no?
–Supongo–Concedió Helga.–, pero tienes que guardar el secreto–Agregó apuntándolo con la cuchara.
–No pudo ser tan grave
–Solo fueron tonterías–Explicó Phoebe, concentrada en recordar.–. Durante el Festival de Queso Helga y yo estuvimos interviniendo cada intento de Arnold de acercarse a Ruth, aunque en ese tiempo pensé que era solo para molestar...
–Bueno, también fue por eso–Admitió Helga con incomodidad.–. Y de todos modos eso terminó en ustedes teniendo un paseo en el túnel del amor, así que de nada
Gerald dejó escapar una carcajada.
–Fue un buen paseo, pero hemos tenido otros mejores desde entonces–Comentó Gerald arqueando las cejas las cejas de forma sugerente.
Phoebe se sonrojó.
–Ya contrólense, tortolitos, me harán vomitar
Phoebe volvió a reír. De algún modo Helga parecía de mejor humor, a pesar de sus bromas descaradas y su desprecio por todos.
La risa de Gerald llamó la atención de Arnold y una parte de él sintió tranquilidad al notar que Helga parecía más tranquila y relajada sin él ahí. Tal vez sería mejor para ambos si cambiaba un poco de grupo. Aunque esos últimos días las bromas y burlas de la chica eran las de siempre, no se le escapó que ella evitaba que se quedaran a solas, también se congelaba por un instante cuando se cruzaban sus miradas y ella apretaba los puños cada vez que estaban forzados a interactuar. E incluso cuando le entregó un lápiz y sus dedos se tocaron, ella apartó la mano como si el solo contacto la hubiera lastimado.
Y aun así, no quería alejarse del todo de ella. La idea de que volviera a aislarse de sus amigos, como lo hizo cuando volvieron de la montaña, le aterraba. No quería verla herida otra vez. Así que agradecía que se mantuviera cerca y fingiera que no era tan malo, aunque sabía que ese sentimiento que compartieron no desaparecía pronto.
...~...
El viernes al final de las clases Helga tomó sus cosas para salir del salón.
–¿Entonces nos reunimos después de tu práctica, cabeza de balón?–dijo con frialdad.
Arnold miró de reojo a Edith y tomó aire antes de dirigirse a ella.
–De hecho–Empezó a explicar.–, pedí autorización para no ir a la práctica de hoy, así que Edith y yo iremos directo a mi casa para adelantar algunas cosas. Puedes ir en cuanto termines lo del periódico
Helga asintió sin inmutarse.
–Nos vemos–dijo, saliendo del salón.
Caminó a toda prisa y en cuanto se alejó lo suficiente su puño dio contra un muro. Estaba frustrada. Arnold y Edith pasarían al menos una hora a solas, tal vez más. ¿Acaso no podían quedarse a estudiar en la maldita biblioteca?
«Basta, Helga. NO ES TU PROBLEMA»
Respiró con furia, tratando de recuperar la compostura. Ella decidió dejarlo. ELLA estaba harta de cómo él intentaba que fuera diferente, tenía que recordar eso, porque era la única forma en que mantendría la cordura. Tenía que soportar.
Además, Arnold era una buena persona. No haría algo tan tonto como comenzar a salir con Edith solo para olvidarla -«O incomodarla»-. ¿Cierto? Mucho menos en tan poco tiempo. Demonios, no es que hubiera una regla al respecto, pero definitivamente no haría esa estupidez. Incluso si a Edith no le importara.
Y claro que a Edith no le importaba, maldición, la chica era atrevida y no se iba con rodeos. No había perdido oportunidad en decirle y recordarle a Arnold que estaba interesada antes que comenzaran a salir, definitivamente iba a hacerlo otra vez. De todos modos, no había salido con nadie ni se supo que pretendiera a ningún otro chico en ese tiempo, así que ¿Qué impedía que se lanzara sobre él?
Además, era la prima de Ruth, por supuesto que Arnold la consideraba atractiva. Y aunque no quisiera empezar algo serio, Helga sabía bien que el chico podía caer fácilmente en los encantos femeninos.
Entró a la sala del club mascullando trozos de palabras y de forma mecánica se dejó caer en una de las sillas, ante las miradas atónitas del resto.
–¡Hola, Pataki!–dijo Joshua.
Eso bastó para sacarla del trance. Sacudió la cabeza y miró al chico.
–¿Qué hay, Johnson?
–¿Está todo bien?
–Sí, sólo estaba distraída en algo
La chica miró alrededor. Las últimas dos personas entraron y casi de inmediato comenzaron la reunión. Trataba de retener los puntos importantes que Gracia mencionaba y tomar nota de lo que debía hacer.
Cuarenta y cinco minutos más tarde estaba acomodando la correa de su bolso sobre su hombro.
Joshua charlaba entusiasmado con los otros chicos.
–Ey, grandote–dijo Helga.
–Dime, Pataki
–¿Me haces un favor?
...~...
Arnold dio un suspiro antes de dirigirse a la puerta. Sabía que Helga llegaría alrededor de esa hora, pero no se esperaba para nada que Joshua estuviera con ella.
–Hola–dijo, desconcertado.
Helga miró de reojo a Joshua.
–Supongo que no te molesta la compañía extra, cabeza de balón
–Emh... no, pero...
–Tenemos que terminar de revisar algunas cosas del periódico después de esto–Explicó Joshua.
–Sí, así que no estaremos aquí mucho tiempo–Añadió la chica.
–Entiendo, pasen–dijo, apartándose de la puerta–. Edith está en la sala–Agregó apresurado.
Lo bueno de conocer tan bien la Casa de Huéspedes, era que Helga podía dejar sus pies hicieran el trabajo por su cuenta, mientras se esforzaba por no lanzarse sobre la chica para arrancarle la cabeza. Bueno, eso y que Joshua dijo que se lo impediría si lo intentaba, así que tenía doble garantía de que no cometería un homicidio.
–Pueden tomar asiento–dijo Arnold indicando un par de sillones libres.
–¿De qué me perdí?–dijo Helga, mientras sacaba algunos papeles de su bolso.
–Bueno, Arnold y yo–Comentó Edith.–ya organizamos la información que tenemos. Solo falta la parte que acordaste traer
Helga le ofreció el folio con cierta agresividad. Arnold frunció el ceño.
«Perfecto.»
Joshua en tanto dejó su mochila en el suelo y ocupó el sillón más alejado de la mesita de centro. Miró alrededor, curioso. Había pasado muchas veces por afuera de esa casa y de vez en cuando vio entrar o salir un montón de animales. Se preguntaban dónde podían estar.
Los tres más jóvenes intercambiaron sus ideas sobre el proyecto. Arnold le enseñó un cuaderno a Helga.
–Esto es lo que hicimos mientras no estabas–dijo, mirando de reojo a Joshua, que parecía ignorarlos.
Helga asintió y leyó rápidamente. Anotaron algunas correcciones en los bordes de las hojas y ella hizo una que otra observación en cuanto a la redacción de los otros dos. Arnold la miraba con cierto enfado cada vez que se excedía con los comentarios, pero a Edith parecía no importarle nada. ¿Por qué demonios no se defendía? ¿Es que no le interesaba? Se preguntó si McDougal era realmente incompetente o si su percepción estaba distorsionada gracias a ser hermana de Olga y amiga de Phoebe. Como fuera, tampoco era que su trabajo fuera para reprobar, sino que simplemente no estaba a su nivel.
Les tomó casi media hora completar la revisión.
–Creo que es todo, cabeza de balón–dijo Helga–. Debo irme, tengo bastante trabajo por hacer–Concluyó mientras se levantaba.–. Vamos, grandote–le dijo a Joshua.
El chico se puso de pie y en ese instante el ruido de unas patitas a carrera se hizo cada vez más fuerte.
–¡Cerdito!–Gritó el mayor con entusiasmo al ver al animal.
Abner se acercó olisqueando. En cuanto Joshua intento tomarlo, Arnold trató de impedirlo.
–No le agrada todo el mundo–Advirtió.
Pero el animalito se dejó cargar sin gruñir y mientras era levantado sin problema, seguía olisqueando al chico.
–Eres un lindo cerdito–dijo el mayor jugueteando con él.
Mientras Edith escondía una risita burlesca, Helga rodó los ojos y guardó sus cosas y acomodó su bolso.
–Vamos, Johnson, no tengo todo el día–dijo.
–¡Dame un minuto, Pataki!–Contestó el chico–. Solo estoy jugando con el lindo cerdito
–Se llama Abner–dijo Arnold.
–Abner–Repitió Joshua.
El animal dio un gruñido entusiasta como respuesta.
Helga rodó los ojos.
–¿Acaso piensas comértelo?–dijo con malicia.
–¡HELGA!–La regañó Arnold y por respuesta ella le enseñó la lengua.
–¡Jamás haría algo así!–Interrumpió Joshua.–. Me encantan los animales–Lo bajó al suelo con cuidado.
Abner dio saltitos y levantó las patas delanteras hacia el chico, como si quisiera que lo levantaran otra vez. El muchacho le dio unas palmaditas en la cabeza y el cerdito cambió su atención hacia Arnold.
–No podría comerme a un amigo–Comentó Joshua sin quitarle la vista de encima.
–Abner no es tu amigo–dijo Helga, girando su mano. Luego vio el odio en la mirada de Arnold.–. No te ofendas, cabeza de balón, solo quiero decir que acaban de conocerse. Cristo
–Todos los animales son amigos–dijo Joshua–. No podría comérmelos
–¿No comes carne?–dijo Arnold con curiosidad.
–¿Tú sí?
–Bueno... –Era algo que se cuestionaba de vez en cuando, ¿Qué diferencia había entre Abner y otros cerdos? ¿Y entre un cerdo y un gato, un perro o un conejo?–. Es algo que me he planteado, pero la abuela dice que me faltará músculo
Joshua soltó una carcajada. Miró a Edith de reojo y luego a Arnold.
–¿Te parece que me faltan músculos?–dijo, flexionando los brazos.
Helga se cubrió el rostro con la palma de la mano.
–Ya vámonos, Joshua–dijo, frustrada.
–Sí, ya voy, Pataki–Sonrió.–. Investígalo, se puede vivir de plantas
El mayor hizo un gesto de despedida a Edith, tomó su mochila y se dirigió a la salida, donde Helga esperaba de brazos cruzados.
–Un gusto verte otra vez, Shortman–dijo–. Si te interesa, podemos hablar de esto en otra ocasión
–Gracias–dijo Arnold, con una mezcla de molestia e incomodidad, para luego cerrar la puerta.
Sabía que no tenía ninguna razón para estar realmente enojado. Joshua le había contado su secreto y sabía que no le gustaba Helga. Además, Helga ya no era su novia, así que, aunque fuera mentira lo de Joshua...
«No es mi maldito problema»
Abner se quedó oliendo la puerta unos segundos y luego regresó al salón detrás de Arnold.
–Traidor–dijo el chico, mirando a su amigo.
El cerdo lo miró y se acercó a él, buscando afecto.
–Mamá dice que mucha gente enferma cuando dejan de comer carne–Comentó Edith.
–¿De verdad?–Preguntó él.
Abner buscó atención de la chica y ella acercó su índice a la nariz del cerdito, presionando con cuidado.
–Booop–dijo con una risita distraída. Luego miró a Arnold–. Sí, si quieres puedes visitarme un día y hablar con ella al respecto
–¿No sería un problema?
–Supongo que no
Abner se fue y Arnold volvió a mirar los apuntes.
–Debe ser difícil ver a tu ex novia con alguien más–Comentó Edith, revisando algunas de las notas.–. Pero es lindo que seas tan considerado con ella, en especial porque no creo que lo merezca
–Sé que es complicada...
–Tienes que dejar de defenderla. No me agrada y ya, pero eso no debería importarte, Arnold. Lo que yo piense de ella no cambia que tuvieron algo. Y que tuvieran algo no cambió lo que siento por ti
Arnold se sonrojó.
–Edith... yo...
–No digas nada–Ella bajó la mirada, también sonrojada.–. Sigo creyendo que eres lindo y demasiado amable para tu propio bien, pero acabas de terminar con ella y es obvio que necesitas una amiga y no una novia. Y aunque quisieras una novia, no quiero ser su reemplazo... eso nunca termina bien
–Lo siento
–No has hecho nada, Arnold... yo... creo que hablé demasiado. Lo siento
Los dos dieron un suspiro.
–¿Cómo puedes decir esa clase de cosas con naturalidad?–dijo Arnold–. A mí me cuesta trabajo expresar lo que siento
–No lo sé–Edith le sonrió–. Solo soy así
Los dos volvieron a mirar los apuntes.
–Creo que terminamos el proyecto–Añadió Edith.–. Puedo hacer las correcciones y llevar todo el lunes
–Suena bien. Te lo agradezco, Edith
–No hay de qué
La chica guardó las cosas en su bolso y se levantó.
–Nos vemos el lunes–dijo ella.
–Vamos, te acompaño a la parada del autobús–dijo el chico.
–Es muy amable de tu parte, Arnold, pero creo que necesito estar sola–Se despidió con una sonrisa dulce.
...~...
Joshua acompañó a Helga hasta su casa.
–Gracias por quedarte–dijo ella de pronto–. No quería estar a solas con ellos
–Es comprensible. Esa chica... parece que te odiaba
–¿McDougal? Definitivamente
–¿Acaso le gusta Shortman?
–Obviamente–Contestó rodando los ojos. Luego lo miró con decisión.–Hablando de Arnold, ¿Qué fue todo eso? ¿Hacer esas poses? ¿Enseñarle tus músculos? ¿Así coquetean los del gimnasio?
–¿Crees que le coqueteaba?
–¿Sí o no?
Joshua se encogió de hombros.
–Dudo que te haga caso–Decidió ella.
–También yo. Pero esa chica al menos disfrutó el espectáculo
–¿Entonces lo hiciste por molestar?
–Un poco de esto, un poco de aquello...
Helga dejó escapar una risa.
–Gracias
...~...
Arnold regresó a casa preguntándose si podría evadir a todo el mundo para ir a su habitación a empacar.
El abuelo había decidido que ese fin de semana sería el campamento de la Casa de Huéspedes. Desde la planificación un par de semanas atrás le había dicho a Arnold que podía invitar a la chica uniceja y el chico todavía no le contaba a su familia que ya no estaban juntos.
Terminó de hacer su bolso cuando el abuelo tocó su puerta.
–¿Cómo estás, hombre pequeño?–dijo con una sonrisa.
–Hola, abuelo. Creo que tengo todo para salir temprano mañana–dijo, luego listó lo que había empacado.
–Perfecto–dijo– ¿Y qué hay de tu novia? ¿Tendremos que pasar por ella?
Arnold bajó la mirada triste y trató de ser firme. No podría usar la misma indiferencia con la que lo decía en la escuela, eso no engañaba a su abuelo. Y no quería engañarlo, solo quería que entendiera que no era algo que estaba dispuesto a discutir.
–Helga y yo terminamos–dijo.
–¡Válgame Dios!–Contestó Phil, llevando las manos a su rostro en un gesto de sorpresa.
–No es la gran cosa, abuelo
–¿Estás seguro que quieres ir de campamento?
–Sí, necesito distraerme
–Está bien, hombre pequeño. Te dejaré descansar por ahora
–Gracias, abuelo
...~...
Desde el momento en que sonó la alarma, Arnold hizo todo lo posible para mantenerse ocupado. Bajó temprano, preparó desayuno para todos, luego ayudó a cargar los bolsos y el equipo en el auto y en el camino se dedicó a repasar las normas de seguridad y las enseñanzas de su abuelo. Al llegar ayudó a descargar y montar las carpas de todos, juntó rocas y varas para hacer una fogata e incluso encontró algunas bayas comestibles.
Los adultos a su alrededor parecían preocupados, pero el chico ignoró sus miradas, concentrado en las actividades, pero en cuanto todos estuvieron instalados, Phill lo invitó a caminar con él.
–Hombre pequeño, vinimos a descansar. No es necesario que hagas tantas cosas
–No me molesta–dijo el chico.
–Disfruta la naturaleza. La vida es una sola y demasiado corta para que te estés amargando por la chica de la uniceja
–Helga no podría amargarme menos, abuelo
–Que extraño–dijo con una mirada de sospecha–. A mí me parece que sí
–Lo mejor que pudo hacer fue terminarme, somos nocivos el uno con el otro
–¿Cómo podrías ser nocivo? Eres el chico más amable de tu clase y tienes cinco medallas que lo prueban
–Sin importar que lo sea, con ella… con ella siempre siento que soy una mala persona. Me vuelve loco
–Eso no suena tan mal
–Me refiero a que me hace enfadar, me irrita, me manipula y le sigo el juego, aunque lo sepa, solo por ver dónde termina. Otras veces ni siquiera me doy cuenta de cómo me miente a la cara, de cómo hace cosas sólo para reírse de mí. Todo lo que pasa alrededor de ella se vuelve... una locura...
–Suena a qué te gusta
–Suena a qué me desquicia
–La locura no es tan mala, hombre pequeño
El abuelo volteó hacia el campamento y vio a su esposa con afecto.
Arnold se dio cuenta que lo que acaba de decir podía ser hiriente para ellos.
Su abuela había estado un poco loca desde que recordaba y muchas veces era incoherente, pero tenía mucha energía y un extraño don para juzgar a la gente. Y por alguna razón Helga se llevaba bien con ella, a pesar que la chica la trataba de "vieja loca", la forma en que lo decía era en cierto modo afectuosa y ella aceptó que la llamara Eleanor, cuando siempre le recordaba a todo el mundo que ella era Helga G. Pataki.
Otra vez los latidos eran dolorosos.
–No importa lo que piense, ella decidió terminarme
–¿Te dijo por qué?
–Algo así, pero... no me parece justo
–Bueno, tu amiguita siempre ha sido una chica herida. Tal vez necesita tiempo para sanar algunas cosas
–¡Y yo quería ayudarla! ¡No entiendo qué hice mal!
–Umh...–Phil lo observó y luego miró alrededor.–. Algunas personas son como animales salvajes, puedes tratar de cuidarlos, pero si sienten que están acorralados, intentarán alejarse, incluso morderán tu mano… y al final del día no puedes ayudar a alguien que no quiere ayuda, hombre pequeño
–Eso tiene sentido, abuelo. Gracias.–Se relajó un poco.–¿Crees que podamos ir a pescar más tarde?
–Si queremos pescar el almuerzo debemos partir ahora
–Vamos
–Pookie, iremos a pescar, quedas a cargo del campamento
–A la orden, capitán–Respondió la mujer, ajustando su chaqueta militar y su gorra de pirata.
Arnold dejó escapar una risa alegre y siguió a su abuelo. Pasaron el resto de la tarde compartiendo anécdotas entre susurros, agarrando algunos pocos peces.
Volvieron al campamento y estuvieron tranquilos hasta que prendieron la fogata de la noche. Entonces la abuela comenzó a actuar más extraño de lo normal, subiendo a los árboles y haciendo ruidos de animales.
–Abuelo, una pregunta sincera–Murmuró el chico.
–Dime, hombre pequeño–Contestó el anciano.
–Sin ofender… ¿jamás te ha importado que la abuela sea así?
–¿Qué quieres decir, hombre pequeño?
–¿A veces no quisieras haberte casado con alguien más… normal?
–¿Bromeas? Desde que estamos juntos jamás ha faltado la diversión. Para mí tu abuela es la mujer más fabulosa que ha existido. Y sí, está un poco más loca desde hace unos años, pero es mi esposa, así que en cierto modo firmé por esto–dijo entre risas.
–¡Abuelo! Esto es en serio
–Lo digo en serio, hombre pequeño. Con ella no existe el aburrimiento. Podíamos entrenar como dos bestias salvajes en nuestra juventud. Ella me he acompañado en más situaciones de las que puedo recordar. Pasamos juntos por la dicha de tener una familia y la angustia que fue no saber de tus padres. Juntos te criamos. No podría imaginar una mejor compañera de vida...
–Abuelo… ¿y cómo fue que ustedes… empezaron a salir?
–No fue sencillo–dijo rascando su mentón mientras miraba hacia arriba–. Conocí a tu abuela en la escuela… ¿recuerdas que te hablé alguna vez de la chica que me molestaba? Pensaba que ella me odiaba, pero resultó que se metía conmigo porque estaba enamorada de mí y le avergonzaba admitirlo. Intentamos salir varias veces, pero nuestra primera cita real fue en ese concierto de Dino Spumoni, en el Teatro Circular. Ella bailaba como una diosa y yo era un torpe joven dispuesto a todo para hacerla feliz. Resultó ser una persona maravillosa
En ese momento la abuela bajó del árbol y se sentó junto a ellos, frente a la fogata.
–Los espías no se acercarán esta noche, informé a todos nuestros agentes en el área para que estén atentos–Comentó con seguridad.
–Te lo agradezco, galletita–dijo el abuelo tomando su mano.
Arnold sonrió. Tal vez si dejaba pasar el tiempo y Helga sanaba de sus heridas, podían volver a intentarlo. Por alguna razón esa esperanza lo tranquilizó.
Por primera vez en esos días tuvo un sueño con ella donde no sentía la angustia de perderla. Bajo las estrellas, en la montaña, le prometía esperar a que ella estuviera lista.
Chapter 61: El tiempo lo sana todo, ¿no?
Chapter Text
Caer en la tristeza no era una opción aceptable para Helga G. Pataki. No iba a ser la chica patética llorando encerrada en su habitación, mirando esas absurdas películas románticas, ni escuchando música deprimente. Claro que no, Olga había hecho suficiente drama por varias generaciones de esa familia.
Pero la furia, eso era otra cosa y encendía su sangre como nada. Así que las siguientes semanas descargó su frustración en cada entrenamiento de boxeo, sin excepción, en especial los domingos cuando acompañaba a Miriam al gimnasio.
Moviéndose con rapidez y golpeando con fuerza, maldecía a Edith, odiándola por algo que todavía no hacía, pero que sabía que tarde o temprano haría. Podía ver su cara, su estúpida sonrisa de fingida inocencia, la forma en que jugaba con su cabello cada vez que le hablaba a Arnold y la maldita cortesía con la que él la trataba. También odiaba que Lila estuviera siempre preocupada por ella, sus saludos alegres, con esa forma única en que cerraba los ojos y ladeaba la cabeza. Detestaba las bromas de Gerald, aunque entendía que solo intentaba mantener las cosas en paz. Y apretaba los puños cada vez que Phoebe intentaba distraerla, ya sea con asuntos académicos o con charlas mundanas.
Pero más que nada odiaba a Arnold. El estúpido cabeza de balón intentaba demostrar que era mejor que el resto, tratando de darle espacio al mismo tiempo que no quería alejarse de ella, porque era su amiga. De hecho, no podía asegurar si odiaba más que todavía quisiera serlo o que almorzara con Lila, Edith y Nadine, con la excusa de "no incomodarla". ¿Acaso no se daba cuenta de que eso era muchísimo peor? Verlo ahí, comiendo, charlando, riendo, con McDougal le revolvía el estómago.
«Estúpido cabeza de balón y tu estúpida visión ideal del mundo y tu absurdo interés por el bien de todos los demás. ¿Cuál es tu maldito problema?»
El saco frente a ella apenas se movía, pero las cadenas que lo sostenían al techo y al suelo se tensaban ruidosamente con cada golpe de la chica, golpes que lograban borrar por instantes los rostros de las personas que detestaba y que imaginaba frente a ella, rostros que sin pudiera evitar, tarde o temprano se tornaban en el de ella, porque sabía que todo era su culpa, pero por nada del mundo pensaba cambiar quién era, ni siquiera por él.
...~...
Al otro lado del gimnasio, en el salón de actividades, la música terminó y entre los asistentes se escucharon risas, aplausos entusiastas y felicitaciones. Miriam agradeció a su compañero de baile y luego se acercó a un grupo de mujeres de su edad, que organizaban una salida para la tarde del martes.
Luego de despedirse de sus amigas y del instructor, se dirigió a los camarines. Al pasar junto a su hija y le informó que iría a las duchas. Helga, como siempre, le dijo que la esperaría ahí y que tomaría un baño en casa.
Regresó unos veinte minutos después, acercándose al área donde Helga siempre practicaba.
–¿Ya vieron a la rubia de los domingos? Parece que sigue enfadada–Comentó un joven.
Miriam se frenó en seco y miró al muchacho, parecía universitario y miraba atento a su hija, demasiado atento.
–Definitivamente–Contestó el amigo del chico, levantando la vista, mientras elevaba una mancuerna.
Un tercer chico dejó en el suelo una barra con enormes discos, causando un gran ruido y una vibración que hizo tambalear el piso bajo los pies de Miriam. Levantó su botella y bebió un gran sorbo.
–Apuesto que la dejó su novio
–¿En serio lo creen? Tal vez pueda invitarla a salir...
–Ya habrá tiempo, chicos–dijo el de la barra–. Ahora no parece buen momento
–Sí–Respondió el primero que había hablado.
Miriam observó a su hija unos segundos más, con aire de preocupación. Abrumada por varias ideas, se acercó a ella. La chica detuvo su práctica y sin prestarle atención se quitó los guantes, tomó su bolso y caminó con ella hacia el estacionamiento.
En cuanto la mujer desbloqueó el auto, Helga se subió al asiento de copiloto, ajustó el cinturón y se cruzó de brazos, mirando al frente con el ceño fruncido, como siempre. No se quejó cuando Miriam encendió la radio, ni cuando tarareó una canción dando golpecitos con sus dedos en el volante. Y apenas gruñó cuando se detuvo frente a una tienda de conveniencia.
–No tardo–Aseguró Miriam.
Otro gruñido.
Quince minutos más tarde, mientras acomodaba las bolsas en la parte de atrás, notó que la chica jugaba en su celular. Los cinco minutos que restaron de camino, ninguna habló, pero la mujer miraba a su hija de reojo, incapaz de encontrar las palabras para iniciar una conversación.
Llegaron a casa y ambas bajaron del auto.
–¿Necesitas ayuda con eso?–dijo Helga, mirando las bolsas.
–No te preocupes, ve adentro
–Seguro
Helga se encogió de hombros y tomó su bolso. Tras subir las escaleras arrojó sus cosas a su habitación y de camino al baño escuchó a Bob llamando a Miriam. Cerró la puerta resistiendo el deseo de azotarla. Seguía de su habitual mal humor, pero ahora además le dolía el cuerpo y tenía un hambre de los mil demonios.
Parada frente a su armario, Helga buscó algo que vestir, con una toalla envolviendo su cabello y una bata abrigando su cuerpo, escuchó un automóvil y luego la voz de Olga. Rodó los ojos. Justo lo que necesitaba, otra absurda tarde familiar.
Tras vestirse se dejó caer en la cama, preguntándose si podía pretender estar dormida, o, mejor aún, dormir realmente. Pero el ruido en su estómago ya se había convertido en un dolor punzante, que la obligó a encogerse.
Otra vez escuchó la voz de su hermana, la puerta principal y un automóvil alejándose. Pasos en la escalera y un par de golpes suaves en su puerta.
–Hija, ¿puedo pasar?
La chica se levantó con apatía y abrió la puerta.
–¿Qué quieres, Miriam?
–¿Puedes acompañarme un momento?
Helga miró a la mujer, parecía contrariada, pero sabía que no había hecho nada para meterse en problemas, así que sabía que no iba a regañarla.
–Claro–Se encogió de hombros y la siguió a la sala.
El televisor estaba encendido y sobre una mesita plegable que Bob solía ocupar con comida chatarra, había dos enormes baldes de mantecado.
–¿Qué demonios, Miriam? ¿Por qué compraste esto?–dijo la chica.
–Oh, no es nada. Le dije a tu hermana que viniera por tu padre y pensé que podíamos tener una tarde de madre e hija–dijo con una sonrisa dulce, mientras se sentaba.
Helga suspiró, molesta.
–Tengo tarea que hacer
Era su excusa de siempre, sí, pero era la que mejor funcionaba.
–Oh, vamos, no creo que eso sea un problema. Eres muy inteligente, de seguro podrás hacerla más tarde
–Aich...
–Por favor
Helga tomó aire y asintió.
–Está bien, Miriam, pero que no se te haga costumbre
Las dos se instalaron en el sofá, frente a la enorme pantalla plana que por lo general mostraba los partidos. Pero la televisión por cable tenía muchos canales que Bob no aprovechaba.
Miriam revisaba la revista con la programación, pasando la mirada por las columnas, avanzaba algunas páginas y volvía a revisar.
–Umh... oh, sí, esta película... oh no, no, no, no, no, tal vez esta otra... sí... oh, pero ya va a la mitad... y qué tal–Repitió el gesto varias veces, lo que Helga estimó que fueron unos cinco minutos.–. Tal vez algo... no...
La chica se había acomodado, subiendo los pies al sofá, haciéndose pequeña en un rincón.
–Sólo elige algo, Miriam, de todos modos no creo que encuentres una película que nos guste a ambas
–oh, cielos, hija...
La chica arqueó su ceja con un claro gesto de molestia, así que Miriam leyó un par de títulos más y buscó el canal. La película apenas había comenzado, así que no se estaban perdiendo de mucho.
La mujer le alcanzó uno de los envases de helado y una cuchara, mientras ella tomó otro y lo abrió dispuesta a comer.
En la televisión mostraban una de esas tontas comedias románticas donde todo parecía salirle mal a la protagonista. Helga supuso que al final terminaría aceptando que amaba al idiota que era su amigo desde el comienzo y que apreciaba todas sus falencias y habría alguna absurda revelación sobre cómo eso era amor verdadero. Debía haber cientos de películas iguales.
Rodó los ojos en prácticamente cada escena. Pero al mirar de reojo, Miriam parecía disfrutar. Y un par de veces sonrió con dulzura e incluso estuvo a punto de derramar lágrimas, así que decidió que podía morderse la lengua y soportar esa tortura. Tal vez luego podrían ver las luchas o hablar de algo interesante. Su madre tenía historias de juventud que bien valía la pena oír y aunque ya las conociera todas, le gustaba escucharlas, en especial después de aquel incómodo viaje años atrás, tal vez porque era de las pocas veces que la recordaba sobria antes de su rehabilitación.
Cuando la película terminó, notó que Miriam limpiaba el borde de sus ojos, mientras sonreía emocionada.
–¿No te parece hermoso?–dijo la mujer.
–Por favor, Miriam, son todos unos idiotas–Se quejó la chica.
–Oh, vamos, son la clase de historias que dan alegría y esperanza... además de sanar los corazones... cuando están rotos
Helga la miró con sospecha, volviendo a arquear su ceja.
–Ok, Miriam, ¿de qué se trata todo esto?–Exigió saber.
–Bueno... te has quedado en casa los últimos fines de semana–dijo–. Y has pasado toda la semana encerrada en tu habitación...
–He tenido mucho que estudiar
–Por lo general estudias con tus amigos
–¿Y qué? Todos estamos ocupados, es normal
–¿Pasó algo con ese chico? ¿Arnold?
Helga alzó las manos con un gruñido de frustración y luego cruzó los brazos, hundiéndose lo más posible en los cojines.
–No quiero hablar de eso–dijo, con el ceño fruncido.
–Oh, hija... lo siento mucho... parecía un buen chico...
–Es un buen chico... ese es el maldito problema... odio que sea un buen chico
Miriam observó a su hija con un gesto de confusión en su mirada.
–¿Entonces de esto se trata?–Continuó Helga– ¿Crees que soy una de esas patéticas chicas que se quedará viendo películas románticas, comiendo helado y llorando por semanas? Se ve que no me conoces
La adolescente se arrepintió en el momento exacto en que dijo las últimas palabras. Ver la tristeza en los ojos de su madre era extrañamente doloroso.
–No es eso, hija–Miriam intentó sonreír.–. Solo pensé, que tal vez podría servir, pero creo que tienes razón. Fue tonto de mi parte
–¿Qué?
–Debí saberlo, te pareces más a tu padre, te enfadas y prefieres estar sola. Por un momento pensé que esto podría ayudar
–¿Y de dónde sacaste la genial idea?
–Servía con tu hermana. Ella podía ver películas una tras otra y escuchar canciones sobre la traición y el dolor, llorando por horas y horas... y luego se reponía y volvía a ser la maravillosa chica de siempre...
–Creí que Bob nunca la dejó tener novio
–Eso no significa que jamás se enamorara... o que no la traicionaran
Helga bajó sus piernas y se sentó erguida, esto si sonaba interesante. ¿Olga sufriendo? Inesperado.
–¿Qué pasó?–Quiso saber.– Digo... suena terrible... ¿Quién la traicionó? ¿Y cómo terminó eso? ¿Bob mató a alguien?
–Oh, no, no, no, no, no, no, no, hija. La traicionaron chicas que creyó que eran sus amigas
–¿Chicas?
Miriam asintió.
–Envidiaban que fuera tan lista, hermosa y talentosa–Explicó mirando con distracción los trofeos que seguían adornando la sala.–. Recuerdo que estaba enamorada del presidente de otra clase. Aunque nunca salieron oficialmente, pasaban bastante tiempo juntos e incluso él la trajo a casa un par de ocasiones. Hasta que una de sus amigas se enteró de lo que tu hermana sentía y se acercó al chico, dijo cosas horribles sobre Olga, haciendo que él se alejara de tu hermana y luego esa chica comenzó a salir con él. Así que tu hermana perdió una amiga al mismo tiempo que creyó que jamás volvería a enamorarse...
–Ya veo...
Por alguna razón este drama no sorprendía para nada a Helga, sonaba algo posible en la vida de su hermana.
–Y también tuvo un novio... a escondidas de tu padre...
–¿Qué?
–No le digas a Bob
–¡Claro que no! ¡Cuéntame!
–Estaba en su último año y salía con un chico del equipo de fútbol americano...
–Ajá... ajá... ¿y qué pasó?
–Bueno, tu hermana pensaba que era perfecto, era agradable, simpático, le regalaba cosas, la invitaba a salir... pero un día lo escuchó presumiendo sobre cómo pensaba terminar con ella después del baile...
–¡Qué idiota!–Helga apretó los puños.
–Sí, por suerte ya había decidido que quería ir a una universidad fuera del estado y terminó con él al día siguiente de escuchar las cosas que él decía. Recuerdo lo defraudada que estaba, preguntándome todo el tiempo por qué los chicos son horribles. No quiso salir de su habitación en días
–¿Y qué más hizo? ¿Se vengó del idiota?
–¿Olga? Oh, no, claro que no... no que yo sepa
–Pero que aburrido–dijo, mientras se dejaba caer contra el respaldo del sofá, cruzando los brazos.
–Bueno, ya sabes cómo es, ella no podría causar problemas
–¿Ni siquiera en su último año? Quiero decir, nadie la habría culpado... y en ese punto ¿Qué iban a hacer? ¿Expulsar a su estudiante estrella?
–Supongo que ella no lo veía así
–Si hubiera sido yo... –Helga frunció el ceño haciendo sonar sus nudillos.
–Sí, tú eres distinta, no sé por qué pensé que esto sería buena idea
La mujer suspiró. Algo en su semblante parecía abatido.
–Está bien, Miriam, aprecio que lo hayas intentado... la próxima vez llévame a una jaula de bateo, golpearé bolas hasta que no me quede odio dentro
Ambas rieron.
–Intentaré recordarlo, hija
Helga entonces tomó la revista y encontró otra película de su agrado que empezaría unos treinta minutos más tarde.
–¿Qué tal si vemos esto?
–Oh, pero tendré que preparar la cena en medio de la película–dijo Miriam.
–¿Y si pedimos pizza?
–Pero...
–Por favor–Rogó Helga.
La mujer asintió con una sonrisa.
La pizza llegó mientras comenzaba la película y las dos disfrutaron un filme de terror tan malo que terminaron riendo a carcajadas, con las dos señalando cada efecto mal ejecutado, muerte poco convincente o demasiado exagerada y los pésimos diálogos.
Mientras pasaban los créditos, Helga volvió a acurrucarse en el sofá.
–Arnold... –Murmuró de pronto.
Miriam la observó, sin decir nada, mientras su hija parecía reunir valor.
–Arnold no terminó conmigo–dijo.
La mujer siguió sin decir nada.
–Yo lo dejé–Susurró, dio un suspiro y continuó.–. Nunca seré lo que él espera de mí... y no lo soporto. Soy como soy, él ya me conoce ¿por qué creyó que sería diferente?
–¿Qué quieres decir?
–Incluso ustedes saben que nunca seré como Olga. No soy cordial, ni amable, ni delicada... no soy una princesita...
–¿Y él quería que lo fueras?
–Creo... que esperaba que intentara serlo por él
Miriam medio sonrió y volvió a poner atención a la pantalla.
–Hija, si ese chico no te quiere como eres, tal vez no es el chico para ti
Helga medio sonrió.
–Tal vez yo no soy la chica para él...
–¿Y eso tiene algo de malo? Tal vez haya un chico ahí afuera que te aprecie en serio ¿Qué me dices del chico del gimnasio?
–¿Joshua? Olvídalo. Ya hablamos de esto, no soy su tipo. Los otros chicos que se interesan por mí son los fenómenos y perdedores
–¿Y qué tiene eso de malo?
–¿Lo dices en serio? Rayos, Miriam...
La mujer ahogó una carcajada tras sus manos.
–¿Qué?–Helga cruzó los brazos, arqueando su ceja.
–Lo entenderás cuando seas mayor–dijo la mujer.
–Oh, no, no me vengas con eso
–Hija, sé que la escuela parece ser el mundo ahora, pero te aseguro que cuando salgas de ahí, te darás cuenta de lo absurdo que es todo eso. Las categorías de popularidad y esas cosas no importan de nada en el mundo real
–Ajá... gracias por el consejo, Miriam, pero por los próximos años sigo atrapada en esa realidad, así que...
–Lo siento, tienes razón–dijo todavía sonriendo–. Pero ya queda menos para las vacaciones y cuando dejes de verlo por unos días notarás que nada de esto es tan malo como lo ves ahora
–¿En serio lo crees?
–Sí, hija, te prometo que será así... –Tomó su mano.–. Y si todavía te sientes mal en unas semanas, solo me dices y reservaré una tarde para ir contigo a esas jaulas de bateo ¿está bien?
Helga asintió, abrazando a su madre.
–Gracias, Miriam...
–Sólo necesitas tiempo, hija, porque ya sabes lo que dicen, el tiempo...
–El tiempo–Interrumpió.–lo sana todo, ¿no?
Chapter 62: Perder o ganar...
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Miriam tenía razón.
La sesión con Bliss no hizo las cosas más fáciles, pero sí más claras. La mujer le repitió a Helga que todavía era joven y le quedaban muchas experiencias por vivir, que podía conocer más personas, salir con alguien diferente a Arnold, alguien que no fuera una obsesión, tal vez. Pero eso solo hizo reír a la chica.
Con el pasar de los días, el asunto dejó de ser tema entre sus compañeros de escuela. Arnold y Helga mantenían una distancia cordial. Retomaron las jornadas de estudio de los martes y jueves, pero de todos modos cada uno seguía necesitando su propio espacio, así que Arnold seguía pasando algunos almuerzos con Edith, Lila y Nadine. Y como Helga no quería monopolizar a los tortolitos, los otros días ella escapaba a la azotea o al auditorio, donde nuevamente Eugene y Curly ponían en marcha una obra, pero esta vez ella estaba ahí para señalar sus errores.
Helga acompañaba a Lila a casa después de Boxeo, iba a los arcades y jugaba con los tres idiotas e incluso volvió a reunirse con Brainy en el parque, en especial cuando quería charlar y regresar tarde a casa. No soportaría otro intento de Miriam por ayudarla, ni la incomodidad de su padre que parecía notar que algo no andaba bien.
Por suerte, las vacaciones de verano se asomaban a la vuelta de la esquina, justo a tiempo para evitar que sucumbiera a la locura. Las conversaciones académicas desaparecieron y todos estaban contando sus planes con ansias, aunque Helga no ponía atención a ninguno de ellos.
...~...
En esos últimos días, tras uno de los almuerzo que Arnold pasó con las chicas, él se quedó atrás con Lila, mientras Nadine y Edith charlaban sobre arácnidos y un paseo al museo de entomología.
–Lila ¿tienes un minuto?–Quiso saber.
–Por supuesto, querido Arnold, dime ¿Cómo puedo ayudarte?–dijo la pelirroja.
–¿Crees que haya alguna forma en que pueda olvidarme de ella?
–¿Te refieres a Helga?
–Sí
–Pues... podrías intentar salir con otras chicas
–No me siento preparado para eso, creo que estaría mal, quiero decir, sería como utilizar a alguien para olvidarme de ella, ¿no?
–Entonces puedes intentar mantenerte ocupado
–Queda una semana de clases y sinceramente ya me estoy volviendo loco sin nada que estudiar. No sé en qué ocuparé mi mente cuando estemos libres
Lila colocó su índice junto a su boca y elevó la mirada en un gesto pensativo.
–¿Por qué no hablas con Sheena?–dijo de pronto– Mencionó algo sobre unirse a un programa de voluntariado durante el verano
–¿Qué tipo de voluntariado?
–Bueno, no puse mucha atención, pero era sobre ayudar a las personas sin hogar en otras ciudades cerca de aquí, es un programa que dura casi todo el verano...
–Suena bien, aunque creo que tendría que hablar con mis abuelos
–No pierdes nada con intentarlo
–Es cierto. Gracias, Lila
–Para qué estamos las amigas–Contestó ella con una sonrisa dulce.
–Y hay algo más...
–Dime
–Promete que no le dirás a nadie
–Mis labios están sellados
–Y si me voy... mientras esté lejos... te pido que cuides de Helga por mí, ¿sí?
–Claro que lo haré
–Gracias, Lila
Fue así como el rubio tomó la decisión. Durante el siguiente descanso habló con Sheena, al llegar a casa lo comentó con sus abuelos y por la noche llenó todos los papeles necesarios para ir. La mañana siguiente faltó a la escuela para presentar los documentos, y aunque estaba fuera de plazo, lo aceptaron debido a que estaban escasos de voluntarios.
El chico disfrutó esos últimos días de clases evitando a Helga, compartiendo con Gerald, el grupo de las chicas, o incluso con Sheena, quien parecía sumamente entusiasmada. También había convencido a Eugene de ir, así que al menos habría gente conocida con quien pasar el tiempo y eso lo animaba.
...~...
Helga no sabía si presentarse a la última reunión del periódico. Era un momento que había esperado todo el año. No solo la despedida de los que estaban el último año, también porque anunciarían quién quedaría a cargo.
El problema era que la enana pelirroja había sido una competidora dura. Así que no tenía certeza alguna sobre si podría ganar el puesto y en ese punto no estaba segura de si acaso le importaba. Pero en cuanto se detuvo frente a la puerta sintió su corazón latir con fuerza. No quería parecer preocupada, así que tomó aire un par de veces y al acercar su mano a la perilla dio un pequeño salto al escuchar que Johnson gritaba su apellido desde las escaleras.
Ella volteó para saludarlo, tratando de parecer indiferente. ¿Qué demonios importaba el estúpido club?
Tuvo la respuesta cuando abrió la puerta. Vio la mirada segura de Siobhan, sentada a la mesa, junto a Sánchez, mientras los demás acomodaban lo que era un pequeño banquete.
«¿Acaso cree que lo tiene en la bolsa?»
–Ya llegaron–dijo Gracia al ver a Joshua detrás de Helga.
Los dos entraron y se acomodaron en el lugar.
–Como saben, ya publicamos nuestro último número, así que los felicito a todos por continuar con este ejemplar trabajo hasta el final–Comenzó Sánchez con su discurso.
Agradeció con energía cada sección del periódico, enseñando el mejor artículo de cada uno como muestra de reconocimiento. Luego les ofreció un brindis con refresco y terminó con el anuncio que había tenido a Helga expectante.
–Como sabrán, este es mi último año y como estoy a cargo los maestros me han permitido elegir a quién continuará dirigiendo el periódico escolar... he pensado esto mucho tiempo, analizando no solo sus trabajos, también su comportamiento, su capacidad de organización, disposición, potencial de liderazgo y habilidades de comunicación verbal y paraverbal, por lo que he podido llegar a una conclusión clara...
Helga entendió de inmediato lo que ese discurso significaba, pero aun así hasta el último instante deseó estar errada en sus conclusiones.
–El periódico escolar quedará a cargo de Siobhan. Felicidades
Las manos de Helga se movieron automáticamente, mientras todos aplaudían y felicitaban a la enana. ¿Qué más iba a hacer? ¿Quejarse de que fuera injusto? ¿Ofrecerle un combate por el lugar? Como si algo fuera a cambiar.
Otra ronda de brindis y poco a poco los demás comenzaron a retirarse. Helga tomó sus cosas para marcharse, siguiendo a Joshua.
–Pataki, ¿tienes unos minutos?–dijo Gracia.
–Sí... –Respondió la rubia mirando a Johnson.
–Te espero en la entrada–dijo el chico, siendo el último en salir, cerrando la puerta tras de sí.
–¿Qué pasa?–dijo Helga.
–Me gusta como escribes, espero que sigas aquí el próximo año–Comentó Gracia.
–No lo sé
–Harás falta
–Vamos al grano, hermana, ¿Qué hizo la enana para superarme?
–Tenía un año de ventaja, Pataki
–¿Quieres decir que ganó por antigüedad? ¡Eso no es justo!
Gracia negó, con una sonrisa.
–Te equivocas, tenía un año de experiencia, que es algo que podrías necesitar. Tal vez puedas volver a intentarlo
–Tal vez pueda dejar el periódico
–¿Y qué harás? ¿Unirte al club de poesía? Eso no va contigo
Helga apretó los dientes.
–¡¿Tú qué sabes?!
–Sé que lo has tenido difícil tras terminar con tu novio
–Eso ya no es un tema
–Y que necesitas un lugar donde él no esté. Quédate aquí, conoce a otras personas. Antes que llegaras, Joshua jamás tuvo una amiga, lo conozco desde la primaria, sé que no es mala persona, pero se junta con idiotas...
–¿Y qué? Johnson tampoco estará aquí el próximo año
–No, pero sé que tampoco se te hace fácil conocer gente, ¿Quién sabe? Podrías encontrar lo que buscas si sigues aquí
–¿Lo que busco?
–Solo, no dejes de hacer algo que disfrutas porque no obtuviste el resultado que querías la primera vez. Tal vez en un año todo será diferente
Gracia le puso la mano en el hombro como despedida y salió del salón.
Helga la observó y sacudió la cabeza para alcanzar a Johnson y caminar a casa hablando sobre el próximo evento de luchas al que ambos planeaban asistir.
...~...
Ese primer fin de semana de vacaciones, los chicos de secundaria organizaron un partido de baseball contra los de preparatoria en el campo Gerald. Los más jóvenes querían enseñar a los mayores que habían aprovechado el lugar que les dejaron para entrenar. Así que los amigos del barrio se reunieron para jugar como en los viejos tiempos. Fue una larga mañana, entre ánimos, gritos, bateos y carreras. El grupo mayor resultó ganador.
Arnold disfrutó ver a Helga participando como antes, con su actitud competitiva de siempre, gritando órdenes, concentrada y jugando con gran destreza. También le alegró el entusiasmo con el que celebró la victoria, compartiendo con Lila, Nadine e incluso con Rhonda.
Supo que podía irse tranquilo con la idea de que ella estaría bien. Esa noche terminó los preparativos para partir temprano a la mañana siguiente.
Esa misma tarde, Helga bebía el té en la habitación de su mejor amiga.
–¿En serio te irás todo el verano, Pheebs?–dijo la rubia, evadiendo su mirada.
–Sí, siento tener que dejarte sola, intenté que fueras con nosotros, pero no es posible–dijo con tristeza su amiga.
–Gracias por intentarlo–Helga sonrió.–. Disfruta a tu familia
–Gracias, Helga. Te llamaré en cuanto pueda
–Podemos hablar por mensajería, no creo que tus abuelos quieran pagar la larga distancia desde Japón
–Lo sé–Admitió con una risita.–, pero estaré algunas semanas en Kentucky, con la familia de mamá–Sonrió.–. Será maravilloso
–Nos veremos cuando regreses–dijo, Helga, despidiéndose.
–Nos vemos, Helga. Ten un buen verano
...~...
Un par de días más tarde, mientras el sol caía, la rubia se encontraba aburrida, recostada sobre el césped, cerca de donde solían entrenar los que iban al parque.
–Hola, Pataki–dijo una voz familiar mientras los pasos se acercaban.
–¿Qué hay, Johanssen?–Respondió ella, viendo como el chico se sentaba junto a ella.– ¿Por qué no estás con el cabeza de balón?
–¿No lo supiste? Se fue de la ciudad
–¿En serio? ¿A dónde? ¿Timbuktú?
–Claro que no–Contestó riendo.–. Se unió a uno de esos programas para ayudar gente... ya sabes, el que mencionó Sheena
–Ah, claro, típico de San Arnoldo
Suspiraron, mirando las nubes.
–Varios de nuestros amigos salieron de la ciudad este año–dijo Helga–. Creo que ni siquiera logramos armar un equipo de baloncesto
–Veamos, si recuerdo bien, Stinky salió con sus abuelos, pero regresará en dos semanas. Sid está en su casa, pero se irá el fin de semana. Harold fue con el señor Green a una feria de carnes, así que no volverá hasta agosto. Nadine...
Gerald continuó enumerando a sus compañeros de clase.
–¿Cómo te enteras de todo eso?
–Soy el guardián de las historias y todos creen que la suya es interesante
–Es un buen punto–Se sentó.–¿Vamos a Slausen's?
–No tengo dinero, papá dice que si quiero algo debo conseguir un trabajo de medio tiempo
–Yo invito esta vez, cabelludo, muero de calor
–Vamos
Una vez en el lugar y superada la larga fila, regresaron al parque, comiendo cada cuál su helado favorito.
–Entonces–dijo Helga–, si lo que dijiste es correcto, en dos semanas seremos suficientes para un partido de baseball... ¿Qué tal si nos reunimos a jugar?
–¿Cómo antes?
–¿Por qué no? Sinceramente lo extraño
–Sí, yo igual. Me encanta el equipo, pero no es lo mismo que jugar solo por diversión
–Me hubiera gustado entrar al equipo
–Lo hubieras hecho bien, lástima que ni te dejaron hacer las pruebas
Comentaron lo idiota que fue el entrenador y compartieron un momento de mutua comprensión.
–Aunque creo que he perdido algo de habilidad–Concluyó Helga.– ¿Me ayudarías a entrenar?
Gerald terminó su helado.
–Si quieres, pero tal vez debería cobrarte, ya sabes, necesito hacer algo de dinero
–Si realmente quieres un trabajo, puedo conseguirte uno como asistente de Miriam
–¿Lo dices en serio?
–Sí
–Perfecto, te ayudaré, pero quiero ese trabajo primero
–Dalo por hecho
Helga le ofreció la mano y Gerald la apretó, sellando el trato.
...~...
Esa noche la chica habló con Miriam y la mujer con gusto contrató a Gerald para un trabajo administrativo de medio tiempo, luego de hablar con los padres del chico. Así que Helga y Gerald pasaban las mañanas en la oficina de Miriam ordenando papeles, timbrando cosas y ordenando documentos que no entendían. Y algunas tardes, después de almorzar, iban al parque, donde Gerald sometió a Helga al mismo entrenamiento que les daban en el equipo. Al principio fue difícil, pero dos semanas más tarde la chica comenzó a tomar ritmo.
Cada noche, después de cenar, Helga hablaba con su Phoebe por casi una hora. Y aunque le parecía poco, en cuanto descubrió que luego de eso llamaba a Gerald, decidió reducir su tiempo con su amiga, en especial porque Johanssen sin descanso era un pésimo compañero de trabajo y un peor entrenador.
...~...
A medida que sus amigos regresaban a la ciudad, los convencieron de reunirse a jugar martes y domingo, hasta que llegó Rhonda y surgió otra fiesta de chicas. Esta vez Helga no estaba de humor para quedarse en su casa toda la noche, pero fue a pasar un rato por la tarde y la ayudó con algunos preparativos mientras esperaban a las demás. La rubia intentó convencer a su amiga de unirse.
–¿Jugar con ustedes? Me encantaría–dijo Rhonda–, pero si mis padres me descubren, me encerrarán para siempre
–Bueno, princesa ¿y por qué no te disfrazas?
–¿Qué?
–Eres buena con el maquillaje, ¿no?
–Sabes que soy la mejor
–Podrías disfrazarte para ir a jugar
–Oh...
–¿Sí o no?
–Es una locura
–Lo sé
–Estoy dentro, hermana
–¡Esa es la Rhonda que conozco!
Ambas sonrieron.
–Entonces debemos ir al centro comercial–dijo Helga, enumerando–, comprar una peluca, algo de ropa barata y con un poco de maquillaje para tu disfraz
–¿Irías al centro comercial conmigo?
La emoción en el tono de Rhonda, hizo que Helga se planteara retroceder, pero era parte de su plan.
–No te emociones, no iremos de compras a probarnos cientos de prendas ridículas. El plan es entrar, elegir algo de liquidación y salir, todo en menos de media hora o te abandonaré
–Entendido
Pero Rhonda no podía contener la alegría y cada tanto ahogaba suaves chillidos de felicidad.
–¿Todavía te emociona? ¿Es en serio?–Se quejó Helga.
–¡Me dejarás llevarte al centro comercial!
–Para comprar algo para ti
–Una victoria es una victoria... y siendo tú, lo considero una grande
–Demonios, Lloyd
–¿Qué? La próxima vez podré convencerte de que vayamos por algo en serio divino
–En tus sueños, princesa
En ese instante llegaron algunas invitadas y la rubia decidió dejar esa conversación para otro momento. En cuanto reconoció la voz de Lila, agradeció que estuviera ahí, porque no soportaba a las chicas de la escuela de Rhonda.
La presencia de la pelirroja fue suficiente para alegrar su tarde. Y, para su sorpresa, en cuanto anunció que se marcharía, Lila dijo que se iría con ella, así que sin dudarlo la acompañó a casa y ya que no tenía que trabajar a la mañana siguiente, se quedó a pasar la noche con ella.
...~...
El verano terminó más rápido de lo esperado: Phoebe regresó una semana antes que comenzaran las clases, así que Helga y Gerald se reunieron con ella en Slausen's. La chica de lentes les detalló con entusiasmo el mes que pasó en Japón con sus abuelos. Aprendió mucho sobre su historia familiar y la historia local, visitó gran variedad de lugares y tenía un montón de anécdotas. Ellos apenas comentaron de cómo pasaron trabajando todo el verano y Helga mencionó que pasó bastante tiempo con Lila y de vez en cuando con Rhonda.
–Helga ¿en serio? ¿Rhonda y tú?–dijo Phoebe.
–No nos llevamos tan mal–Rodó los ojos.–. Además, por más que se haga la princesa, tiene un lado rudo y eso me agrada
–¿De verdad?
–Sí, de hecho–Miró la hora en su teléfono.–. Quedé de verla esta tarde, así que ya debo irme
–¿Qué? Pero si apenas...
–Ya nos pondremos al día en otra ocasión, disfruten su tarde, tortolitos–Les guiñó el ojo y se alejó.
La rubia se dirigió hacia el parque. Allí se reunió con Lila y caminaron hacia el punto de encuentro con Rhonda, aunque para su sorpresa Nadine y Sheena también estaban ahí.
–¡Chicas! ¡Por aquí!–Gritó Nadine agitando sus brazos.
Helga medio sonrió cuando se sentaron en la manta de picnic que Rhonda había preparado.
Poco después también se les unió Paty, llevando una canasta con algunas cosas extra.
Las seis compartieron anécdotas de sus vacaciones. Cuando Nadine preguntó, Helga mencionó que solo había estado trabajando con Miriam y que realmente no tenía nada importante que contar, para luego seguir escuchando a las demás con cierta indiferencia. Nunca fue la clase de persona que le interesaran los detalles de la vida de los demás.
–Y entre los voluntarios estaba esta chica pecosa... creo que se llamaba Marie o algo así... al parecer Arnold decidió quedarse una semana más para estar con ella antes que se fuera a Escocia...
El silencio fue absoluto, mientras las demás miraban a Helga.
–Oh... lo siento... no quise decir que fueran novios o algo... –Añadió Sheena.
Helga se encogió de hombros.
–Tranquila, el cabeza de balón es libre de hacer lo que quiera
–Helga–Murmuró Lila.–, ¿estás bien?
–Claro que sí, solcito
Nadine, Rhonda y Paty intercambiaron una mirada.
–Helga, sabemos que puede ser incómodo–dijo Nadine.
–Está bien, ¿sí? Terminamos hace meses, ya era hora de que me superara
–Pero...
–Chicas–dijo Lila–, si Helga dice que está bien, está bien ¿no lo creen?
Las demás asintieron, mirándose entre sí.
–Y dinos, Nadine–Continuó la pelirroja.–, ¿aprendiste a surfear?
Mientras la chica contaba sobre los días que pasó en la playa, Helga, a pesar de la furia que la hacía temblar, agradeció en silencio la mano de Lila sujetando la suya con afecto, intentando reconfortarla en un gesto cariñoso que quedaba oculto a las demás por la posición en que estaban sentadas.
Notes:
Siguiente episodio: El chico nuevo
Chapter 63: El chico nuevo
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Chapter Text
Al subir al viejo packard, Arnold comenzó a sentirse en casa.
–¿Qué tal tu verano, hombre pequeño?–dijo el abuelo.
–¡Fue fantástico!–Contestó el chico.– Nos asignaron en grupos, cada uno con distintas tareas, cada semana nos rotaban y había que hacer algo diferente, pero todo fue genial. Preparamos comida y ayudamos a abastecer algunos albergues, también...
El chico narró con entusiasmo cada detalle que pudo recordar de su experiencia, mientras Phil conducía con una sonrisa en su rostro.
Al entrar a la casa, Abner corrió a sus brazos, lamiendo su rostro. La abuela y los residentes le dieron la bienvenida con calidez y en el comedor lo esperaba un banquete.
–¿Cómo estás, Arnold? ¿Te lastimaste?–dijo Oskar, acercándose a él, tomándolo por la muñeca para examinar su brazo.
–No... claro que no–Respondió el chico con incomodidad y mirando confundido a su abuelo, quien solo encogió los hombros.
–¡Te lo dije!–Gritó el señor Potts desde la escalera.
–¿No te pasó nada en el viaje? ¿Alguna enfermedad? ¿Te picaron los mosquitos? ¿Chinches?–Insistió Oskar.
–No, nada de eso. Nos quedamos en lugares bastante limpios–Explicó Arnold, todavía extrañado.
–¡El muchacho volvió en una pieza, Kokoshka!–Potts bajó los escalones que le faltaban saltando de dos en dos y se acercó a ellos–. Tendrás que pagar...
–¿Cómo iba a saber que dormirían en lugares decentes y no en pocilgas?–Contestó Kokoshka.– De haberlo sabido, no habría apostado
–¿Apostaron... que me lastimaría?–dijo el chico, frunciendo el ceño.
–Oh, no, Arnold, claro que no–dijo Potts–. Siempre supe que estarías bien. Este imbécil empezó a enumerar todas las cosas que podían salir mal... –Añadió, señalando a Oskar con su pulgar.
–LALALALALALALALA–Gritaba el señor Kokoshka, tapándose los oídos–. No oigo, no oigo... LALALALALALALALALALA–continuó, subiendo el tono, mientras se alejaba hacia la puerta.
En cuanto la abrió, una horda de animales salió con él. Pott corrió hasta la entrada y levantando el puño lo amenazó.
–¡Tendrás que regresar tarde o temprano, Kokoshka! ¡Sé dónde vives!
Arnold dejó caer su cabeza, intentando ahogar la risa. Sí, definitivamente estaba de vuelta a su loca vida en su loco hogar.
–Lo siento, Arnold–dijo Suzie–. Sabes cómo es Oskar
–Sí, está bien–dijo el chico.
–Bienvenido a casa–Añadió ella, abrazándolo.
–Gracias ¿de qué me perdí?
–¿Pueden ponerse al día en la mesa?–Se quejó Hyung–¡Tengo hambre!
–Sí, claro–dijo Arnold, asintiendo mientras se encaminaba al que solía ser su lugar.
Bromearon y rieron con las historias sobre ese verano y al terminar la comida los residentes se retiraron, dejando solos a los abuelos con su nieto.
–Gracias por todo esto–dijo el chico.
–Es lo menos que podemos hacer–Explicó el abuelo, luego lo miró.–. Aunque creí que volverías la semana pasada, ¿Qué pasó?
Arnold abrió la boca para responder, mientras sentía que sus mejillas se sonrojaban.
–Sólo quería aprovechar el tiempo–dijo el chico– ¿Estuvo mal?
–Por supuesto no
–Hay que vivir la juventud cada día–Declaró Gertie.
Phil miró a su esposa y ella le sonrió de vuelta.
–Antes que lo olvide–dijo el anciano, buscando en uno de los cajones–. Reunimos algo de dinero y te compramos uno de esos teléfonos portátiles–Añadió, ofreciéndole una caja.
Arnold la recibió y luego miró a sus abuelos.
–¿En serio? Guau... yo... gracias... creo... creo que podría pagarlo si consigo un trabajo de medio tiempo
–Claro que no–Continuó el abuelo.
–Pero...
–Es importante que tengas cómo comunicarte cuando estés por ahí. Sólo promete que lo cuidarás
Arnold asintió.
–Y ve a descansar, no querrás perderte el primer día de escuela
–¡Sí! Buenas noches, abuelo. Buenas noches, abuela
–Buenas noches, querido–dijo la mujer.
–Que descanses, hombre pequeño–Añadió Phil.
En su habitación, revisó el equipo, leyendo a medias las instrucciones, hasta que logró encenderlo y comenzó a configurarlo, agregando los números de teléfono que tenía en un cuaderno.
Primero anotó el de su mejor amigo y de inmediato le escribió un mensaje:
From you:
Hola, Gerald! Soy Arnold. Ya estoy en casa
Mis Abuelos me compraron un teléfono
Agregó varios números más a sus contactos: el de la Casa de Huéspedes, también el número de Rhonda, Nadine, Lorenzo, Phoebe, el teléfono de la casa de Lila y también el de Edith, algunos de los chicos del equipo de baseball...
El nombre de Helga no estaba en la lista. Conocía de memoria el número de su casa y también el de su celular. ¿Era correcto agregar su número a la lista?
Se recostó, mirando el techo. No había querido pensar en Helga.
Esas semanas fuera no pudo hacer llamadas largas, pues varias personas estaban en la misma situación que él y dependían del teléfono del hostal para comunicarse con sus familias. Tampoco podía llamar a diario, así que intentó darle prioridad a llamar a sus abuelos. Luego estaba Gerald, pero las jornadas terminaban tarde y su amigo estaba trabajando por las mañanas, así que muchas veces simplemente no lo llamó para no molestarlo. En suma, no tuvo noticias de Helga en todo ese tiempo.
Dio un largo suspiro. Miró la pantalla y escribió el nombre de su ex novia. Seguía siendo su amiga y le seguía importando. Pero debía confiar que Lila y Phoebe estuvieron con ella. Debía estar bien. Si algo hubiera estado mal, alguien le habría dicho ¿no? ¿Y qué hubiera pasado entonces? ¿Habría dejado todo para volver...?
Cerró los ojos.
Helga lo dejó, ella decidió que no valía la pena y hasta unas horas atrás estaba seguro de que no volvería a pensar en ella... de esa forma. Pero lo cierto es que quería saber ¿Helga habría conocido a alguien? ¿Habría comenzado a salir con algún chico? ¿Tal vez Joshua descubrió que podían gustarle las chicas también? ¿Tal vez...?
Se levantó de la cama y fue a tomar un baño.
Lejos de Hillwood estuvo bien. Sin soñar con ella y sin pensar demasiado en ella. Durante las últimas semanas Helga era solo otra chica de su clase y de su barrio. Pero en cuanto se quedó a solas en su habitación, parecía que el maldito hechizo que ella puso sobre él recobraba fuerzas.
¿Helga habría hecho algo así? Tenía muchas cosas de él... ¿sería capaz de hacer esa clase de tonterías?
Movió la cabeza de lado a lado, en un gesto entre la negación y un intento de sacudir las ideas fuera de su mente. Puras tonterías.
Tal vez Marie tenía razón. No era que Helga hubiera hecho algo especial o un "mumbo-jumbo místico–raro", era... lo que significaba... todas las cosas que pasaron entre ellos, todos los instantes que compartieron y que él parecía idealizar.
Tampoco era buena idea pensar en Marie.
Al regresar a su habitación, tenía un mensaje en su teléfono.
From Gerald:
Genial! Paso por ti mañana
...~...
Gerald llegó temprano al día siguiente. Arnold apenas terminó su jugo y comió algo de cereal antes de salir, dejando entrar a la manada de animales. Saludó a su amigo intercambiando su clásico saludo de pulgares y se dirigieron a la escuela.
–¿Desde cuándo eres tan madrugador?–dijo el rubio.
–Pasé madrugando todo el verano–Se quejó Gerald.–. Viejo, trabajar es horrible. Esto ni siquiera se siente como el peor día del año
Arnold rio.
–Vamos, no pudo ser tan malo
–Lo fue, viejo, tenía que estar listo cada mañana y eran horas y horas de apilar papeles y más papeles que ordenar, organizar, timbrar... no quiero volver ahí
–¿Al menos te pagaron bien?
–Supongo que sí. Era solo medio tiempo, pero logré ahorrar algo de dinero y también prepararle una sorpresa de bienvenida a Phoebe
–¿Estuvo mucho tiempo fuera?
–¿No te lo dije? Pasó todas las vacaciones con su familia. Regresó apenas la semana pasada
–Oh... no lo sabía. Debiste extrañarla
–Sí, pero supongo que a veces es bueno extrañar a alguien
–¿Qué quieres decir?
–Bueno, pensé mucho en ella mientras no estaba y en cómo han ido las cosas entre nosotros. Y era agradable recibir sus correos electrónicos cada día. Parecía estar pasándolo bien. Y aunque me hubiera gustado estar con ella, me sentía feliz cada vez que me contaba algo y parecía entusiasmada
–Suena... muy lindo... –dijo con una sonrisa triste.
–Oh, lo siento, viejo–Contestó al notar el gesto de su amigo.
–Está bien, Gerald, no has dicho nada malo. Solo me preguntaba cómo sería... extrañar a alguien así
–Imagino que tú no tuviste tiempo de extrañar a nadie
–No tenía mucho tiempo para pensar en nadie con tanto trabajo que hacer
–Sí, trabajo, claro
–¿Qué?
–¡Vamos, viejo!–Le dio golpecitos con el codo.– Supe que conquiste a una chica... ¿un amor de verano acaso?
–¡¿Qué?! ¿Quién... quién dijo eso?
–A Sheena se le escapó frente a Helga y Lila estaba ahí, así que Lila le contó a Phoebe... y ella me contó a mí
–¿En serio? ¿Quién más lo sabe?
–Apuesto que toda la clase, porque Rhonda también estaba ahí
–Tienes que estar bromeando–Cubrió su rostro con sus manos.
–¿Y? ¿Es cierto?
–No lo llamaría una conquista. Solo... pasó...
–Viejo, te quedaste una semana más por ella ¿no es cierto?
–¡Claro que no!
Gerald soltó una carcajada al ver sonrojar a su amigo.
–¡Oh, vamos! Cuéntame de ella
–Gerald
–¿Acaso ya no confías en mí?
Arnold medio sonrió.
–Su nombre es Marie...
En ese momento llegaban a la última esquina que debían cruzar para entrar a la escuela y Arnold, distraído, estuvo a punto de chocar con alguien, pero se detuvo a milímetros.
–Oh, lo siento–dijo, levantando la vista al tiempo que retrocedía un paso.
–No hay problema, amigo–Contestó un chico un poco más alto que él.
–Termina de contarme luego–dijo Gerald, arrastrando a Arnold.
El chico asintió, mientras lo seguía, pero al mismo tiempo tenía una extraña sensación, como si faltara algo.
En el pasillo se encontraron con Phoebe, quien estaba frente a su casillero. Arnold echó un vistazo rápido alrededor. Helga no se veía por ningún lado.
–Buenos días, bebé–dijo Gerald, besando a su novia.
–Hola, bebé–Contestó ella y miró al chico rubio.–. Hola, Arnold ¿cómo estás?
–Hola, Phoebe. Estoy bien ¿Qué tal tus vacaciones?
–¡Fueron grandiosas!
Buscaron los salones donde tendrían clases mientras Phoebe le contaba emocionada sobre su viaje. Al mitad del pasillo se detuvieron frente a una puerta y los tres miraron sus horarios.
–Bueno, amigo, creo que nos vemos al descanso–dijo Gerald.
Arnold asintió y mientras la campana sonaba, vio a sus amigos entrar a un salón. Luego caminó hasta la siguiente puerta y buscó un lugar vacío para sentarse. En esa clase estaban Harold, Stinky y Sid, al fondo, riendo con alguna tontería.
–Buenos días, Arnold–dijo una voz femenina tras él.
–Hola, Lila–Contestó él con una sonrisa.
La chica se sentó junto a él y comentaron casualmente lo que cada quién hizo durante el verano. Luego llegó Edith, quien tomó asiento tras Lila, saludándola a ella y a Arnold.
El chico volteó en su asiento para hablar con ella y aprovechó de echar otro vistazo. No tenía idea de qué clases tomaría Helga, pero definitivamente habría estado ahí de haberla tomado.
Tenía que dejar de pensar en ella.
Pero no la había visto en todo el verano y no tenía idea de cómo se sentiría si volvía a verla. Tampoco sabía qué había hecho. ¿Tendría un nuevo corte de cabello? ¿Ropa nueva? ¿Saldría con alguien?
«Basta»
El maestro entró y saludó a la clase en general. Repartió el programa de estudios para que lo revisaran y luego de responder algunas dudas y listar sus reglas, comenzó a impartir la clase.
Así pasaron un par de clases. Para su tranquilidad vio a Helga con Phoebe y Gerald en el almuerzo, bromeando como siempre, con esa mueca en su cara cuando imitaba a alguien, probablemente algún maestro de alguna clase de esa mañana.
Se acercó al grupo y saludó dejando la bandeja sobre la mesa.
–Bienvenido, cabeza de balón–dijo Helga– ¿Ya te beatificaron por tus buenas obras?
–No, solo fue un calentamiento–Respondió el chico entrecerrando los ojos.– ¿Qué tal tus vacaciones?
–Ah, solo trabajo y más trabajo... fue horrible
–¿También estuviste trabajando? ¿Dónde?
Helga miró a Gerald, medio arqueando su ceja.
–Oh, lo siento, viejo–dijo el moreno–. Creí que te lo había dicho
–¿Decirme qué?–Arnold miró a su mejor amigo y a su ex novia.
–Miriam nos contrató como asistentes–Explicó Helga–. No fue el mejor trabajo del mundo, muchos papeles, los cortes con papel duelen, ¿sabes? Y mucho mumbo–jumbo legal–Agregó girando su mano, mientras rodaba los ojos.–. Pero Miriam nos llevaba cada mañana... así que nos ahorró el transporte
–Sí, eso fue una ventaja–Concedió Gerald.
–Suena como que tuvieron mucho que hacer
–Torres y torres de documentos, algunos con tanto polvo, que era imposible leerlos
–Así es–Continuó Helga.–. Al parecer la persona que estaba encargada de eso tenía problemas–Hizo un gesto como de beber.–y estaban esperando que se jubilara... pero llevaba años sin hacer su trabajo, así que todo era un desastre
–Ya veo... –Contestó Arnold.
Más tarde, cuando se separaron para ir a sus clases, Phoebe y Helga fueron a un salón, mientras Gerald y Arnold fueron a otro.
–Amigo, antes que esto se vuelva incómodo necesito saber si estás molesto porque olvidé decirlo–Preguntó Gerald en cuanto se alejaron de las chicas.
–¿Qué cosa?–dijo Arnold, confundido.
–Que estuve trabajando con ella
–Oh, no me molesta. Más bien creo que me deja más tranquilo
–¿Por qué?
–Bueno, no sabía que Phoebe estuvo fuera todo el verano y me preguntaba si Helga tendría alguien con quién pasar el tiempo, ya sabes que no le gusta estar en casa, pero me alegra saber que pasó algo de tiempo contigo, aunque fuera trabajando
–Viejo, tienes que dejar de preocuparte por ella, puede cuidarse sola
–Lo sé, Gerald, es solo que... a pesar de lo que pasó, creo que me sigue importando. De alguna forma... quiero decir, ya no me gusta–gusta, pero... no lo sé
–Está bien, amigo, las cosas pueden ser extrañas
–Supongo que sí
Gerald le dio un par de palmadas en la espalda, intentando darle ánimo. Arnold le sonrió incómodo.
Entraron al salón en el momento en que sonaba la campana y aunque el profesor empezó de inmediato, alargó la clase en el descanso debido a algunas interrupciones. Así que apenas tuvieron tiempo de ir al salón de la última clase.
–¿Y... me dirás qué pasó con Marie?–dijo Gerald cuando estaban llegando.
–Oh, bueno... realmente lo de Marie fue algo del momento, ya sabes...
–¿Del momento? Arnold, siempre que te gusta una chica se vuelve como una película en tu cabeza...
–No esta vez
–Ajá–Contestó entrecerrando los ojos.
En esa clase también estaban Harold, Stinky y Sid, al parecer los tres se habían apuntado a lo mismo, porque iban juntos a todos lados. El salón estaba casi lleno y los pocos puestos vacíos estaban cerca de ellos, así que Arnold y Gerald fueron a sentarse justo delante del trío de amigos.
–Buenas tardes, Arnold, Gerald–dijo Stinky con entusiasmo.
–Hola, chicos–Contestó el rubio.
–¿Qué hay?–Añadió Gerald.
–Arnold, ¿es cierto lo que dijo Rhonda?–Preguntó Sid, al grano.
–¿Qué dijo Rhonda ahora?–Contestó Arnold, rodando los ojos.
–Que tienes una novia que es una actriz europea que vino a hacer caridad...
–También dijo que tenía ojos enormes y un cabello muy largo–Añadió Stinky.
–Y que es una diosa de la televisión en su país
Arnold y Gerald rompieron a reír.
–No deberían creerle a Rhonda–Comentó el moreno.
–Sí, definitivamente Marie no es actriz, pero si es de Europa, de Escocia
–¿Entonces sí conseguiste novia?–dijo Harold, impresionado, en un tono bastante fuerte.
En ese momento la maestra entró al salón y exigió orden con aire severo. Repartió los programas de estudio y una evaluación.
–Júntense en grupos de a tres para responder, tienen hasta el final de la clase
Gerald y Arnold intercambiaron una mirada. Les faltaba alguien más. Arnold buscó alrededor y vio a un chico que no conocía, aunque se le hizo familiar de algún modo. Parecía que no tenía grupo.
–Ey–dijo Arnold–, hola... emh...
El chico volteó a verlo, con una expresión indiferente, tal vez prefería trabajar solo.
–¿Qué?–Casi escupió la palabra.
Arnold tragó saliva y juntó valor.
–¿Quieres trabajar con nosotros?
El muchacho miró alrededor, luego a la maestra y finalmente a Arnold. Asintió y tomó su silla para acercarse a ellos.
–Soy Mike, dijo ¿y ustedes?
–Él es mi amigo, Gerald–dijo el rubio, indicando–y yo soy Arnold
–Ah, el chico torpe de esta mañana
Arnold entonces se dio cuenta que era el muchacho con el que se había disculpado. Claro, no le había prestado demasiada atención porque no lo conocía. Era un poco más alto que él, de cabello castaño oscuro. Usaba un par de aros en la oreja izquierda y llevaba una sudadera con capucha.
–¿Eres nuevo en la escuela?–preguntó.
–En la ciudad–dijo.
–¿De dónde vienes?
–De...
–Recuerden que tienen un tiempo límite para contestar–dijo la maestra, mirando de reojo al salón, en especial a un grupo de chicas al otro lado, que habían estado conversando entre risitas.
–Creo que debemos concentrarnos en la tarea–dijo Gerald.
–Sí, lo siento–dijo Arnold con una sonrisa incómoda.
Mike asintió y los tres comenzaron a responder. Tampoco importaba, era solo una tonta evaluación menor.
Estaban a punto de terminar cuando escucharon a Sid.
–Ey, chicos, chicos... ey... –Susurró varias veces antes que le hicieran caso.
–¿Qué quieres?–dijo Gerald.
–¿Qué respondieron en la quince? ¿Y la once?
Mike lo observó con los ojos entrecerrados.
–¿Acaso entre ustedes tres no comparten dos neuronas funcionales?
Gerald ahogó la risa. Arnold pensó que era gracioso, pero estaba acostumbrado a no reír, así que miró a Mike a punto de regañarlo, pero antes que abriera la boca, notó que estaba terminando de copiar la respuesta en una hoja y se la entregaba a Sid con discreción, mirando de reojo a la maestra.
Bueno, tal vez Mike no era tan malo.
Pasaron unos minutos más hasta que Sid volvió a interrumpirlos.
–Ey... chicos... ey... –Susurró otra vez.
–¿Ahora qué?–dijo Gerald, un poco molesto.
–¿Y la pregunta doce?
–Sid, no podemos darles todas las respuestas–Se involucró Arnold.
–Por favor... solo esta...
–No–dijo Arnold.
–Prometo no volver a molestar
–Está bien–Arnold rodó los ojos para luego leer su trabajo y susurrarlo a Sid.
–Gracias, amigo, te debo una
La clase terminó y la maestra dijo que saldrían en orden, indicando uno a uno los grupos para que le entregaran las respuestas. Cuando solo quedaban los grupos de los chicos, cerró la puerta.
–Jóvenes–dijo con voz severa–. Creí haber sido clara con las instrucciones
Cinco de ellos intercambiaron una mirada de preocupación. Mike estaba de brazos cruzados, mirándola, esperando.
–Los grupos eran de a tres personas, no de seis–dijo.
–¿Qué? Pero nosotros no... –Comenzó a quejarse Arnold.
Pero no pudo continuar. Era cierto que SU grupo no hizo trampa, pero el de sus amigos...
–No les pedimos ninguna respuesta–dijo Mike, sin contemplaciones.
–No me importa–dijo la mujer–. En mi clase se siguen las instrucciones. Así que los seis se quedarán castigados y pensarán en lo qué han hecho
–¿Qué?–dijo Arnold. Al mismo tiempo que los chicos sentados al fondo se deslizaban hacia el suelo en sus sillas, quejándose.
–No puede ser–dijo Gerald sacando su teléfono para escribirle a Phoebe, pero antes de hacerlo miró a la maestra– ¿Puedo avisarle a mi novia que saldré más tarde?–dijo, enseñándole el celular.
–Puede, joven–Concedió ella.
–Gracias
Mike regresó a su puesto original, con aire resignado y cruzando los brazos se dejó caer sobre la mesa, escondiéndose en su capucha.
–Llamaré a alguien para que los vigile–dijo la maestra, acercándose a la puerta–. Si se van, les restaré un punto a su calificación final–Agregó antes de salir.
En cuanto el sonido de los tacones se perdió en la distancia, Mike se levantó.
–Espera–dijo Arnold–¿A dónde vas?
–Me largo de aquí–dijo.
–Pero te restarán un punto de la clase
–¿Algo en mí te hace pensar que soy una especie de nerd a quién le interesan sus calificaciones?
–No lo sé... trato... de no juzgar a la gente por como luce–Contestó Arnold con sinceridad.
–¿Y qué importa? Es solo un punto–Añadió.
–Pero te meterás en problemas
–Ya estamos en problemas y ni siquiera es por nuestra culpa–Miró a Sid como si pudiera asesinarlo con la mirada y el chico se escondió detrás de Harold.
–Técnicamente si lo es, sabías que no era correcto darle las respuestas y lo hiciste
–¿Qué?
–Y yo también... en realidad Gerald, Harold y Stinky no hicieron nada–Concluyó Arnold.
–¿Y qué harás? ¿Decirle a la maestra que fue tu culpa?
–Así es, es lo correcto
La maestra abrió la puerta y entró con otro profesor más joven.
–El maestro Williams se hará cargo. Irán al salón de detención–Anunció.
–Espere–dijo Arnold. Miró a los demás y luego a la maestra.–. Sid, Mike y yo fuimos los responsables, los demás no tienen nada que ver
La maestra evaluó a cada chico.
–Es cierto–dijo Sid–. Yo les pedí las respuestas...
Mike los miró con aire de enfado y guardó silencio.
–Los seis están castigados–Reiteró la mujer.–. Debo ir a otra clase, quedan a cargo de Williams–Sentenció, dando media vuelta y saliendo del salón.
Arnold suspiró, abatido.
–Tomen sus cosas y síganme al salón de castigos–Ordenó el maestro.
Los seis obedecieron con pesadez. Era el primer día de clases y estaban castigados. ¿A quién le pasaba eso?
–Definitivamente el peor día del año–dijo Gerald.
Notes:
Próximo episodio: Marie
pd: Gracias a mi amiga que eligió el nombre de Mike :3 no sé si me dejas poner tu nombre aquí xD
Chapter 64: Marie
Chapter Text
El salón de detención estaba vacío, excepto por ellos seis. Era obvio. ¿Quién demonios se ganaba un castigo el primer día de clases?
El joven profesor cerró la puerta y se sentó al frente.
–Estarán aquí una hora–Explicó con monotonía.–. No me importa lo que hagan, mientras no molesten. Tengo trabajo que hacer–Concluyó, sacando algunas carpetas de su maletín. Tomó asiento y comenzó a calificar evaluaciones.
Mike se dejó caer en una de las sillas del fondo y acomodó sus audífonos, ignorando al resto.
Los demás se sentaron también al final del salón, junto a las ventanas.
–Lo siento mucho, chicos–dijo Sid.
–Ese examen estaba muy difícil–Añadió Harold, sujetándose la cabeza.
–Había muchas cosas que no recordaba–Admitió Stinky.
–De verdad lamento que los castigaran por mi culpa–Insistió Sid.
–Ya no importa–dijo Gerald, cruzando los pies sobre una mesa, mientras se balanceaba en la silla, con las manos en la nuca.–. Ninguno de nosotros sabía que la maestra sería tan estricta, ni que tendría tan buen oído
–Es cierto–dijo Arnold–. No imaginé que fuera así. Además, solo es una hora. Salimos más tarde cuando nos quedamos estudiando
–¿Ustedes se quedan estudiando?–dijo Stinky.
–Sí Gerald y yo tenemos un grupo de estudio con Phoebe, Lila, Nadine y... Helga–Explicó.–. Tal vez podrían estudiar con nosotros
El trío de amigos intercambió una mirada.
–Gracias por la invitación–dijo Stinky.
–Pero estudiar es aburrido... –Agregó Harold, notando a través de la ventana que la mayoría de los estudiantes abandonaba la escuela.
–Además... Helga nos da un poco de miedo–Admitió Sid.
Mike apenas pudo ahogar una risa burlesca, llamando la atención de los demás.
–¿Qué es tan gracioso?–dijo Arnold.
El nuevo lo miró con una sonrisa.
–¿Le tienen miedo a una chica? ¿Es en serio?–Contestó, quitándose los audífonos y acomodando su flequillo.
–Así que estabas escuchando–dijo Arnold, entrecerrando los ojos.
–Se agotaron las baterías–Explicó, guardando sus cosas.
–Seguro no has conocido a Helga–dijo Sid–. Es aterradora
–Ni que fuera un monstruo
Gerald rodó los ojos.
–Háblenme de ella ¿Es guapa?
Gerald miró a Arnold, quien bajó la mirada.
–Es la niña más aterradora y menos femenina de la escuela–dijo Harold–. Todos hemos sido víctimas de sus bromas, en especial Arnold. Es mandona, siempre nos amenaza con sus puños, a veces incluso nos golpea y cuando se enfada, da miedo
–Debe ser fuerte–dijo medio sonriendo.
–¿Acaso te gustan las chicas fuertes?–Consultó Sid.
Mike observó a los demás uno a uno, hasta detenerse en Arnold.
–No–Contestó.
–¿Y qué tipo de chicas te gustan?–Insistió Sid.
El chico nuevo pestañeó lento, luego miró por la ventana y lo pensó un instante.
–No diría que tengo un tipo en particular–dijo con indiferencia.
–Apuesto que nunca has tenido novia–dijo Harold, riendo con sus amigos, mientras Gerald giraba los ojos.
–Chicos, eso es descortés–dijo Arnold– y no tiene nada de malo que no haya tenido novia... digo, si fuera cierto–Añadió.
–Umh... la verdad es que nunca he tenido novia–Aclaró Mike, sentándose sobre una mesa.–, pero podría decir que me he divertido saliendo con un par de personas–Subió una de sus piernas a una silla, apoyó su codo en la rodilla y su mentón sobre su mano, inclinándose hacia ellos con aire soberbio.– y he tenido una que otra conquista y algo de acción, sin que pase a algo serio ¿Y qué hay de ustedes?
–Gerald sale con Phoebe–dijo Sid.
–Ah, sí, la chica lista de ciencias, gran chica–Comentó Mike.
Gerald medio sonrió.
–Y Harold sale con la Gran Patty–dijo Sid y recibió un puñetazo de su amigo– digo, Patty...
–Patty es linda–dijo Harold– y lista... y considerada... está en el equipo de boxeo
–Entonces a ti si te gustan las chicas fuertes–dijo Mike.
–Creo que sí. Nunca he pensado en eso, las niñas son complicadas...
Todos los demás rieron.
El profesor desde adelante carraspeó, mirándolos con molestia como advertencia antes de volver a sus papeles.
–Lo sentimos–dijo Arnold.
Guardaron silencio un momento.
–Yo creo que me gustan las chicas que saben lo que quieren–Se involucró Stinky.–. Y que sepan preparar pudín de limón
Arnold, Gerald y Mike se cubrieron la boca mientras reían.
–¿Y cuál es tu tipo, Arnold?–Quiso saber Sid.–¿Nos hablarás de tu novia europea?
–¿Novia europea?–dijo Mike levantando la ceja de su ojo visible.
–Oh, no, Marie no es mi novia–dijo Arnold–. Solo es una amiga que conocí durante el programa de voluntariado en el que participé en el verano–Explicó.
–Pero ¿Cómo era?–Insistió Sid.–¿Tienes una foto?
–No, no tengo una foto. Pero podría decir que es dulce, inteligente y graciosa... sabe tocar guitarra clásica y parecía realmente feliz de poder ayudar a otras personas
–Suena muy distinta a Helga–dijo Stinky.
–Sí. A todos nos pareció raro que salieras con ella. No parece para nada tu tipo–Añadió Sid.
–Chicos–Se involucró Gerald, tratando de hacerlos callar.
–Sí, Marie no se parece en nada a Helga, es más como Lila–Concedió Arnold.
–Rhonda dijo que saliste con ella–dijo Harold.
–Ya dije que no deberían creerle todo a Rhonda–Se quejó Arnold, luego sonrió.–. Y no salimos... al menos no tuvimos tiempo de tener citas serias ni nada de eso... solo fue una especie de romance de verano
Harold, Stinky y Sid intercambiaron miradas. Gerald miró a Mike de reojo, que parecía algo serio. Luego miró a su amigo.
–¿Entonces si eran como novios?–Preguntó Sid.
–No... más bien amigos con beneficios... aunque exclusivos–Contestó Arnold
–Amigo–dijo Gerald–, no tienes que darles explicaciones
–¿Y besaba bien? ¿Se tomaban de la mano?–Insistió Sid.
–Ey, ya basta
–Pero queremos saber–Se quejó Harold.
–Debes dejar de pasar tiempo con Rhonda
–Supongo que Marie si besaba bien. Cumplió 17 hace poco y tuvo un par de novios antes, así que tenía práctica–dijo Arnold con una sonrisa distraída–. Aunque no quiero hablar más de ella. Solo quiero que dejen los rumores. Pasé mucho tiempo con Marie y tuvimos... química, supongo... no fue algo serio, solo intentamos disfrutar el tiempo que pasamos juntos
–¿Y qué tanto avanzaste con ella?–Insistió Sid, curioso.
–¿Qué?–dijo Arnold, sin entender.
–¿Con cuál avanzaste más? ¿Con Helga o con Marie?
–No sé de qué hablan... –dijo Arnold, pero el rubor en sus mejillas lo delataba.
–Saliste por bastante tiempo con Helga ¿Pasó algo? Cuéntanos
Gerald rodó los ojos.
–Apuesto que Helga apenas lo dejaba besarla–dijo Harold, riendo.
–¿Y quién querría besarla?–Añadió Sid entre risas.
–Chicos, basta–Insistió el moreno, notando como Mike se levantaba de su puesto y rodeaba al grupo.
–¿Y Marie qué más hacía?–Insistió Sid.
–No voy a hablar de eso–Repitió Arnold, enfadado.
–Pero...
–Guarden silencio–Ordenó Mike, de pie frente a ellos.–. Dicen que un caballero no tiene memoria–Añadió, abrazando a Arnold por los hombros– ¿No es así?–Concluyó, dedicándole una sonrisa amistosa.
–Así es. Si pasó o no algo, eso queda entre ella y yo–dijo Arnold con firmeza.
Mike le dio un par de palmadas en la espalda y miró con enfado a los otros chicos, que intentaron molestar a Gerald con el mismo tema, pero la respuesta que obtuvieron fue el silencio acompañado por una mirada de enfado del moreno, que Arnold y Mike respaldaron.
Luego de eso los chicos molestaron a Harold, pero él dijo que Patty le dijo que no podía decirles nada.
Arnold se distrajo mirando por la ventana. Si Phoebe esperaba a Gerald, Helga estaría con ella. Todavía una parte de él luchaba contra la idea de ser amigos, porque durante el almuerzo apenas había resistido la idea de tomar su mano... y abrazarla.
Además, hablar de Marie lo obligó a pensar en ella otra vez. Es decir, apenas habían pasado dos días desde que se despidieron y no estaba seguro de extrañarla en serio. Las cosas con ella fueron distintas. Ella era comprensiva y alegre. Su voz era suave y su risa parecían campanillas. Tocaba guitarra y Arnold, que había llevado su armónica, la acompañaba a improvisar canciones cuando tenían algo de tiempo libre... y gracias a eso, terminaron pasando juntos casi cada día... compartiendo detalles de sus vidas y sus proyectos a futuro. Era solo una amiga hasta esa noche en que se besaron en la escalera del hostal, justo antes de dirigirse cada quien a sus cuartos. No pudo reaccionar antes que ella desapareciera por el pasillo. No durmió pensando en lo ocurrido.
Pedirle disculpas al día siguiente solo la hizo reír.
–¿A quién quieres olvidar?–dijo ella.
Parecía leer su mente. Ella estaba igual. Por eso salió de su país. Quería olvidar a alguien que le rompió el corazón. Admitió que no tenía problema con coquetear, mientras no fuera algo serio. Arnold se ofendió por eso y estuvo enfadado el resto del día, pero al observarla con atención, notó que no era así con nadie más y él quiso saber por qué.
–Porque me gustas
–Pero...
–Somos desconocidos compartiendo un verano... incluso si llegamos a sentir algo más... ¿qué futuro habría? Yo me iré a mi país y sería tonto que me siguieras... o que yo me quedara. No sé si el próximo año regresaré... y si pasara, nada garantiza que quedemos en el mismo grupo, así que... ¿por qué complicarse?
–¿Por qué actúas tan madura?
–Podrías preguntarte lo mismo
–Supongo que no quiero lastimarte... la sola idea se siente mal...
–Tampoco yo... ¿qué dices? ¿Amigos?
–Pero... me gustas...
–Y tú a mí...
–¿Quieres... que seamos... algo más?
–¿Algo...? ¿Exclusivos?
Arnold lo pensó un instante.
–Sí... – Contestó.
–Claro. ¿Crees que sería capaz de ir por ahí besándome con todos?
–¿Y por qué conmigo sí?
–Porque me gustas y ya–dijo Marie con una sonrisa inocente.
El ruido que hizo el maestro al cerrar su carpeta regresó a Arnold al salón. Lo vio guardando sus cosas.
–Terminó el castigo–Anunció.
Todos salieron de inmediato y caminaron juntos hacia la entrada, donde Phoebe los esperaba sentada al borde de la escalinata.
–Tengo que correr–dijo Harold–. El señor Green se enfadará conmigo–Agregó, intentando alcanzar el autobús.
–¿Cómo fue que lograron castigarlos el primer día?–dijo Phoebe, en tono de reprimenda.
–Lo siento, bebé–dijo Gerald–. Sid nos metió en problemas
–Lo siento, Phoebe–dijo el chico.
–Bueno, Arnold y yo también tuvimos la culpa–Se involucró Mike.–. Lamento si te quitamos tiempo
Phoebe lo miró con enfado.
Stinky y Sid se despidieron para ir por unas hamburguesas.
–¿Helga no se quedó contigo?–Comentó Arnold, casi sin pensar.
A la chica le tomó unos segundos responder.
–Oh, no... Helga se fue temprano–Explicó.
–Caminemos a casa–dijo Gerald.
–Sí, vamos
–Nos vemos mañana–dijo Mike, dirigiéndose sus pasos hacia la parada del autobús.
Los demás siguieron su camino.
–Chicos, los alcanzo en un minuto–dijo Arnold a la pareja.
Regresó sobre sus pasos a la parada del autobús.
–¡Mike, espera!–dijo Arnold.
El chico se detuvo, pero no volteó.
–¿Qué quieres?–Contestó, pendiente del tráfico.
–Q-quería agradecerte por la ayuda de antes
–Ah, no fue nada
–No tenías por qué hacerlo, así que lo agradezco
–De nuevo. No fue nada y te estaban incomodando, sólo imaginé que te iría bien algo de apoyo–Explicó, encogiéndose de hombros–. Ese es mi autobús–Volteó y le sonrió.–. Nos vemos mañana
Arnold asintió y con una sonrisa se despidió. En la siguiente esquina, alcanzó a sus amigos.
...~...
A lo largo de esa semana Arnold notó que no tenía ni una sola clase con Helga, lo cual no terminaba de decidir si era bueno o malo. Los almuerzos era el único tiempo que compartía con ella, pero poco a poco lograba manejar estar cerca de ella.
También aprovechó las clases que tenía con Mike para conocerlo un poco más. Era simpático y algo sarcástico; y aunque le gustaba burlarse de los demás, parecía que a nadie le molestaba.
El viernes, por ser la primera semana de clases, salieron temprano.
–¿Tienen planes?–Consultó Arnold con entusiasmo.
–Nada para hoy–dijo Gerald– ¿Tienes alguna idea en mente, amigo?
–Podríamos ir a mi casa a jugar videojuegos
–Suena bien–Añadió su amigo, guardando sus cosas.
–¿Quieres ir, Mike?–dijo Arnold con entusiasmo.
Gerald miró a su novia.
–¿Puedo ir con ustedes?–dijo Phoebe.
–Creí que no te gustaban los videojuegos–dijo Arnold, extrañado.
–Depende del juego–Contestó con una sonrisa.
Mike los observó.
–¿Irás?–Insistió Arnold.
–Supongo que puedo ir un par de horas
–¿Podría ir con ustedes?–Se involucró Lila.
Arnold la miró con la misma curiosidad que a Phoebe.
–Sí, claro... –dijo extrañado, pero manteniendo su sonrisa.
En el camino Arnold notó que Lila y Mike se quedaron rezagados, distraídos en la conversación. La chica reía de casi cada tontería que él decía. Parecían llevarse bastante bien, de una forma natural y eso por alguna razón le incomodaba.
Gerald también se percató de ello y de la actitud del rubio.
–¿Todo bien, amigo?–Quiso saber.
–¿Ah? Sí, claro–Mintió Arnold.
Su amigo entrecerró los ojos y echó un vistazo hacia atrás.
–¿Crees que a Lila le guste Mike?–Insinuó.
–¿Qué? ¿Por... qué? Apenas se conocen...
–Viejo... en los últimos años Lila jamás ha intentado pasar tiempo con nosotros. Generalmente Helga o tú la invitaban, pero nunca por su propia iniciativa. ¿Y ahora que invitas a Mike a casa, de pronto quiere pasar el rato?
–No lo había pensado–Admitió el rubio.
Phoebe ahogó una risita.
Arnold observó a Lila y Mike en el reflejo de una tienda. Lila jugaba con su cabello. La forma en que actuaba le recordó a cuando Arnie se quedó un mes con él. Tal vez era eso. No estaba celoso por ella, solo le recordaba lo incómodo de esa situación... porque, bueno, lo que pasó con Arnie y Lila... y Helga... "ayudándolo"... todo eso fue... extraño e incómodo.
Tal vez era mejor ignorarlo.
Al abrir la puerta de la Casa de Huéspedes, varios animales corrieron a la calle. Abner iba adelante, pero regresó, olisqueó a Mike e intentó llamar su atención.
–Creo que le agradas–dijo Lila, con una risita.
El chico miraba hacia el suelo, incómodo.
–Vete–Murmuraba.
–Abner, déjalo en paz–dijo Arnold, acercándose a tomar al cerdito, pero el animal dio media vuelta y corrió para alcanzar al resto de la manada.
–¿Tienes un criadero o qué?–Comentó Mike.
–Oh, no... claro que no. Abner es mi mascota. Los otros animales son de la casa, realmente no tengo idea de dónde salió ni la mitad de ellos... aunque supongo que los trajo mi abuela
Los jóvenes subieron a la habitación de Arnold y el chico encendió su computadora.
–Preparé algunos emparedados–dijo el anfitrión– ¿Quieren algo de beber?
–Lo que sea está bien, viejo–Contestó Gerald.
–Si no es mucha molestia, me gustaría algo de jugo–dijo Lila.
–Lo mismo para mí–dijo Phoebe.
–Sí. ¿Mike?
–Cualquier refresco estaría bien–dijo el chico, mirando distraído el librero de Arnold.
–¿Te gusta leer? Puedes revisar los libros si quieres–Echó un vistazo de abajo hacia arriba y añadió rápidamente.–. Excepto en la repisa de arriba
–¿Qué hay ahí?–Comentó mirándolo con una sonrisa pícara.– ¿Acaso escondes tu colección de revistas para adultos?
Arnold tardó unos segundos en entender y se sonrojó.
–E-n verdad, no creo que Arnold tenga esa clase de revistas–dijo Lila, incómoda, como si tratara de convencerse que Arnold no era así.
–¡Claro que no las tengo!–Contestó el chico.– Esa repisa... tiene algunas cosas que me regaló Hel... mi ex novia–Añadió, sonrojado.
–¿Y todavía lo guardas? ¡Qué cursi!–dijo Mike entre risas.
Arnold salió de la habitación a prisa, concentrado en cada uno de sus pasos, tratando de contener el dolor que se acumulaba en su garganta.
–Ey... Shortman...
La voz de Mike no bastó para detenerlo. Lo ignoró, bajando un par de peldaños de la escalera principal. Mike lo sujetó por el hombro y en cuanto volteó para soltarse, el más alto pudo notar un par de lágrimas que Arnold de inmediato limpió.
–No... quise... –dijo Mike–. Lo siento, creí... creí que si habías salido con alguien más era porque ya habrías olvidado a la chica
–No funciona así–Contestó.
–En serio lo siento
–No lo creo
–Es verdad... rayos... yo... no sé cómo llevarme bien con los demás sin hacer bromas... trataré de controlarme. No sabía que era un tema complicado para ti. En serio no fue mi intención hacerte sentir mal...
Arnold asintió.
–Lo entiendo... –Fingió aceptarlo con una sensación extraña. Su corazón latía con fuerza.–. Iré a la cocina. Puedes volver arriba
Volteó para seguir su camino.
–Iré contigo. Necesitarás ayuda
La voz de Mike obligó a Arnold a considerar las palabras un momento. Asintió.
–Gracias... –Murmuró, sin voltear, obligándose a continuar, demasiado consciente de los pasos que lo seguían. Sabía que no era buena idea quedarse a solas con su mente recordando a Helga.
Se calmó una vez que comenzó a cortar las verduras, mientras Mike revisaba las opciones disponibles para beber. Luego el chico nuevo tomó el pan para armar los emparedados.
–No lo diré delante de los demás, pero... creo que es lindo que guardes lo que ella te dio–dijo.
Arnold se detuvo un momento y respiró hondo, cerrando los ojos.
–La verdad es que terminamos poco antes que acabaran las clases... y me pasé todas las vacaciones fuera, intentando no pensar en ella–Admitió.–. No he tenido tiempo de considerar si quiero conservarlo... no sé cómo me sentiré si vuelvo a tener en mis manos las cosas que me recuerdan nuestra relación. Helga...
–Parece importante para ti... –Interrumpió Mike, con incomodidad.–. Y puedo entender eso–Agregó, mientras armaba algunos emparedados.–. No tienes porqué darme explicaciones
–Gracias–Arnold tomó aire y continuó cortando algunas verduras, luego miró la bandeja donde Mike acumulaba los emparedados.–. Deja un par sin jamón ni queso–Pidió.–. No como carne...
–Creí que solo las chicas hacían dietas–Bromeó con una sonrisa torcida.
–Ja-ja, muy gracioso–dijo Arnold con seriedad.–. Decidí dejar de comer animales...
–¿Y eso por... ? Si se puede saber, claro
–No lo sé, no me parece correcto
–¡Pero son deliciosos!
–¿Y qué? No tiene que ver con eso... simplemente... no creo que esté bien
–Tú te lo pierdes–dijo Mike, encogiéndose de hombros.
Terminaron la pirámide de emparedados y regresaron a la habitación en el momento en que Gerald explicaba a las chicas cómo funcionaban los controles. Para eso seleccionó uno de los juegos de plataforma que sería menos violento.
–¿Qué dicen si jugamos pasando el mando al perder una vida o terminar un nivel?–dijo Gerald cuando los vio llegar.
Mike se sentó en el sillón comiendo uno de los emparedados.
–Me parece bien–dijo Lila, acercándose para comer un emparedado, mientras Arnold le entregaba una botella.
–Supongo que es justo–Comentó Mike.
Phoebe y Gerald fueron los primeros en jugar, luego los demás se sumaron. Así pasaron un par de horas, charlando, atentos a la pantalla, ganando y perdiendo vidas, gritando con emoción, conteniendo el aliento en las batallas contra jefes y celebrando cada avance.
Lila fue la primera en retirarse.
–Creo que no estoy hecha para esto–Admitió.
–Solo necesitas practicar–dijo Mike–. No eres tan mala, apuesto que en una o dos semanas podrías vencernos
–¿En serio lo crees?–dijo con ilusión.
Gerald rodó los ojos.
–Supongo que sí–Continuó el chico nuevo.–. Apuesto que no tienes videojuegos en casa
–No realmente... tal vez... debería conseguir alguno. Es divertido
–Es divertido jugar con amigos. Encerrarse a jugar videojuegos a solas es para perdedores
–¡Ey!–dijo Gerald.
–¡¿Qué?! ¿Te ofendí?
–Ciertamente–Se involucró Phoebe.–. Una persona que deja de lado su vida por jugar suena como un perdedor. Aunque no creo que sea un problema que sea solo un pasatiempo, ¿no es verdad?
–Exactamente, tú me entiendes–Concedió Mike.
Se escucharon pasos subiendo la escalera y un par de golpes en la puerta, a pesar de estar abierta
–Buenas tardes, chicos, señoritas–dijo Phil.
–Hola, señor Shortman–Respondieron Phoebe y Lila.
–¿Qué hay, Phil?–dijo Gerald.
–¡Que no me llames Phil!–Contestó el anciano, exasperado. Luego reparó en el desconocido.
–Oh, abuelo, él es Mike, es nuevo en la escuela–dijo Arnold–. Mike, te presento a mi abuelo
–Un gusto, señor–dijo el chico.
El abuelo le ofreció la mano para estrecharla.
–Qué curioso–Comentó.
–¿Qué?–dijo Mike, incómodo.
–Tus manos son muy delgadas, pero firmes...
–Eso... ah... sí, es de familia–dijo, soltándose.
El abuelo se quedó mirando al muchacho con atención.
–¿Pasó algo, abuelo?–dijo Arnold– ¿A qué viniste?
–Ah, cierto... –El hombre volteó a ver a su nieto y luego de pensarlo unos segundos sacó del bolsillo de su pantalón un sobre.–. Recibiste una carta, hombre pequeño
–¿Una carta?–El chico ladeó la cabeza.
–Parece ser de una admiradora–Añadió riendo.
–¡Abuelo!
El hombre le entregó el sobre y el adolescente finalmente pudo ver de qué se trataba.
–Es de Marie. No creí que me escribiría tan pronto
–¿Es tu novia de Escocia?–Insinuó Lila.
Arnold rodó los ojos y guardó la carta.
–Marie es una amiga, Lila
–Un noviazgo por correspondencia no tiene nada de malo, querido Arnold, incluso suena romántico
–Que no es eso
–Creo... que ya es tarde–Interrumpió Mike.–. Debo ir a casa
Lila se levantó casi de un salto y fue a tomar su bolso.
–Es cierto, yo igual debería irme–dijo– ¿Puedo caminar contigo?
–C-claro–Contestó Mike.
Phoebe y Gerald intercambiaron una mirada.
–Yo también debo irme–dijo Phoebe.
–Supongo que puedo acompañarlas a casa–dijo Mike.
–Ciertamente eso me agradaría–Admitió Lila, apretando las manos en la correa de su bolso.
–Gracias por invitarme–dijo Mike, mirando a Arnold–. Lo pasé bien
–Gracias por venir–Contestó el rubio, luego miró a Lila y también a Phoebe.–. M-me refiero a todos... fue agradable pasar un rato con ustedes
–Sí, yo también lo disfruté–dijo Lila.
Después de despedirse de los demás, los amigos jugaron un par de horas más y Gerald se fue poco antes de media noche, cuando su madre llamó para regañarlo.
Tras ordenar su habitación, Arnold se dejó caer en la cama y miró el sobre, preguntándose qué podía decir.
Aunque ambos tenían correo electrónico, les pareció que intercambiar cartas era algo más interesante, así que él le dio su dirección, sin esperar mucho.
El contenido de la carta era amistoso. Marie le contaba que había llegado bien a su país y que esperaba que todo estuviera bien en casa y en su escuela. También le comentó que se había cambiado de escuela para no ver a su ex novio y que el nuevo lugar era agradable. Arnold leyó todo con una sonrisa y le escribió la respuesta de inmediato, contándole sobre esa primera semana en la que había hecho un nuevo amigo.
Chapter 65: Flor imperial de corazones
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
En el baño de chicas del segundo piso, Edith observó su reflejo con atención, arregló su cabello, repasó sus pestañas y retocó el brillo rosa de sus labios. Llegaba temprano a la escuela cada mañana solo por eso. Y aunque salía preparada de casa, estaba convencida de que el viaje arruinaba su esfuerzo. Por ningún motivo quería ser vista desarreglada por sus compañeros.
«En especial por Arnold»
Dejó escapar un suspiro cuando esa idea cruzó su mente.
Se pasó las vacaciones intentando convencerse de que no le podía gustar tanto. Aprovechó el tiempo con sus amigas y familia, acompañó a su prima a la piscina en varias ocasiones e incluso disfrutó la atención que le dieron algunos chicos, segura de que era señal de que podía dejar de pensar él, pero los primeros días de clases se encontró registrando cada detalle del chico: el timbre de su voz, el tono ligeramente tostado de su piel, su cabello un poco más largo, sus hombros apenas más anchos de lo que recordaba, las ya desvanecidas y casi imperceptibles heridas en sus manos por el trabajo que estuvieron realizando, su risa y hasta el aroma de su colonia. Entendió que nada servía para sacárselo de la cabeza.
Pero tenía a alguien que le ayudaría.
Empezando esa segunda semana entró al salón de la primera clase y se sentó a esperar, jugando con su celular, hasta que reconoció las voces de Arnold y Lila acercándose desde el pasillo. Los observó de reojo mientras entraban y con un gesto le indicó a su amiga su intención.
La pelirroja apenas asintió y, sin dejar la conversación, guio con sutileza a Arnold para que ocupara el puesto junto a su Edith. Los recién llegados saludaron con una sonrisa alegre, mientras ella guardaba su teléfono.
–Buenos días–Contestó ella, jugueteando con su cabello.
En ese instante Edith pudo ver a Helga pasando por afuera del salón hacia su clase, por suerte Arnold le daba la espalda a la puerta.
Era obvio que las cosas entre Arnold y su ex novia seguían tensas. Cada almuerzo lo vio esforzándose por sonreír a una chica que era demasiado egoísta y desconsiderada como para notar su dolor. Y aunque ella misma reía conversando con Nadine, Lila y un par de chicas populares de último año, su atención se desviaba hacia el dueño de sus suspiros.
Como no le interesaba en especial la escuela o sus calificaciones, intentó tomar las mismas secciones que Arnold, con la esperanza de compartir algo de tiempo con él. Luego supo sobre la chica europea, eso podía ser un impedimento. Sumado a que el carisma del chico lo mantenía rodeado de gente. Nunca le faltaba con quién charlar o caminar entre clases. Y para colmo, "adoptó" a ese chico nuevo.
Mike no parecía la gran cosa, de cabello castaño, delgado, pálido. Quizá lo único interesante eran sus ojos de un azul oscuro -bueno, su ojo visible, pues el flequillo le cubría la mitad de la cara-. Toda su ropa era en colores aburridos como gris y negro, demasiado grande, como si intentara disimular la delgadez que insinuaban su cuello y sus manos. Aparentaba ser solitario como única personalidad, aunque jamás se negaba a las invitaciones de Arnold, así que definitivamente quería tener amigos. Era fácil imaginar que en su antigua escuela debió ser un perdedor y aprovechó el cambio para reinventarse esta pseudo personalidad misteriosa. También notó que parecía nervioso cuando Lila estaba cerca, así que quizá su amiga era de su tipo y como no quería perder tiempo, le dio algo de motivación para que ella siguiera el juego. Gerald tenía a Phoebe, Mike tendría a Lila y ella podría quedarse cerca de Arnold.
El fin de semana su amiga le contó lo que hicieron el viernes y confirmó que Marie no era razón de preocupación. Edith lamentó haber regresado temprano a casa. Era un error que no pensaba repetir y decidió que a partir de esa semana caminaría con Arnold después de clases. Tomaría el autobús en una parada cercana a la casa del chico, en lugar de hacerlo en la que estaba más cerca de la escuela. ¿Llegaría a casa unos veinte minutos más tarde por eso? Tal vez más, pero estaba dispuesta a hacerlo.
...~...
Arnold dejó escapar un suspiro de alivio al finalizar la última clase del día. Desde que entró al salón estuvo esperando una reprimenda, una lección moral o cualquier comentario de parte de la maestra, pero ella solo se dedicó a hacer su trabajo. En cuanto la campana sonó, tomó sus cosas y se dirigió a la puerta, conversando con Gerald y Mike.
Edith se acercó a ellos, preguntando si se perdió mucho al no haber asistido a la primera clase, así que mientras iban a la salida, Arnold le explicó lo que había ocurrido.
–¿Se metieron en problemas?–Preguntó la chica, mirando a Mike de reojo.
–Sí–Contestó él.–, pero ya cumplimos nuestra condena según la ley y ahora somos ciudadanos de bien
Arnold y Gerald rieron.
Pasaron por el pasillo en que estaban los casilleros, donde Phoebe guardaba algunas cosas. Lila y Nadine la acompañaban.
Gerald se acercó a abrazar a su novia con afecto, mientras las otras dos chicas se unieron al grupo y unos minutos más tarde los siete salían de la escuela.
–Ey, viejo ¿estás libre esta semana?–Comentó Gerald de pronto.
–Sí, claro–Respondió el rubio.
–Vamos a los arcades uno de estos días
–Suena bien
–¿Y por qué no vamos hoy?–Comentó Phoebe.
Todos voltearon a mirarla.
–¿Estás segura, bebé?–Contestó su novio.
–En efecto. Sé con certeza que no tenemos tarea para mañana y no cuento con suficiente material para adelantar las clases de esta semana, así que no veo el inconveniente
–¡Genial! ¡Vamos entonces!
Arnold supo que necesitaba compañía para no convertirse en el mal tercio de esa situación. Miró alrededor. A las chicas no les interesaban tanto los juegos, pero quizá a Mike sí. El chico iba poco más adelante, charlando con Nadine y Lila.
–¿Irán con nosotros?–dijo el rubio.–. Solo será una hora más o menos–Aclaró.
–Supongo que puedo acompañarlos–Contestó Mike, rascando su nuca.
–A mí me gustaría probar–Intervino Edith.–. Lila dijo que se divirtieron el viernes, ¿me enseñarías a jugar?–Añadió, mirando a Arnold.
–Claro, supongo que puedo–dijo el rubio, aunque estaba sorprendido.
Edith le dio una ligera mirada a Lila.
–Yo también voy–dijo ella, sujetando el brazo de Mike con entusiasmo–. Dijiste que podría vencerlos si practicaba un par de semanas
–Supongo que depende del juego, pero creo que puedo enseñarte algunos de mis trucos
–En ese caso, me gustaría ir también–Se integró Nadine.–. Ha pasado un tiempo desde la última vez que fui
Así el grupo cambió la dirección. Querían aprovechar que los maestros todavía no se ponían serios con la carga académica. Nadine comentó qué además todos estarían más ocupados a partir de la siguiente semana, cuando empezaran las pruebas e inscripciones para los distintos clubes.
–¿Piensan unirse a algún equipo?–Preguntó Lila.
–A las porristas–dijo Edith– ¿Ustedes?
–Quiero formar un club de entomología–Explicó Nadine.
–Eso ciertamente es fascinante–Observó Phoebe.
–¿Te gustaría unirte?
–No lo creo. Seguiré en debate. Y tal vez me una a algún club de poesía o al de matemáticas
–Nosotros seguiremos con el equipo de baseball, ¿verdad, viejo?–dijo Gerald.
–Así es–Contestó Arnold y luego miró a Lila.– ¿Te quedarás en el grupo de boxeo?
–Ciertamente–Contestó la pelirroja con entusiasmo.
–¿Y tú, Mike? ¿Piensas unirte a algún equipo?
–Teatro–dijo el chico nuevo con seriedad.
Todos voltearon a mirarlo.
–Solo bromeo. Quiero unirme al equipo de baseball–Explicó.
–¿Jugabas en tu otra escuela?–dijo Arnold con claro entusiasmo.
–No he jugado en un buen equipo en los últimos años–Admitió.–, pero me he estado preparando, quizá no sea el mejor, pero no pienso ser el más patético de los que intente entrar
–El entrenador es duro, pero quizá puedas lograrlo. Tal vez... podamos practicar esta semana ¿Qué te parece?
Mike miró a los chicos.
–No lo sé–dijo, apretando los dientes.
–¡Vamos! Será divertido–Insistió Arnold–. Y nos servirá como preparación para retomar los entrenamientos
–Viejo... –Gerald intentó disuadirlo.
–Aunque entiendo... si tienes otras cosas que hacer–Añadió Arnold, con un aire decepcionado.
–Supongo que puedo probar–Contestó Mike.
–Genial, entonces mañana después de clases–Concluyó el rubio con entusiasmo.
Gerald movió la cabeza de lado a lado, con un sonido de umh, umh, umh, hasta que Phoebe apretó su mano. Nadie del grupo pareció notarlo.
La sala de arcades tenía un par de máquinas nuevas. Gerald no dudó en probarlas, mientras los demás lo animaban. Nadine encontró un viejo juego de capturar insectos, al cual le dedicó algunas de sus fichas. Luego hicieron un torneo rápido por juegos de pelea, donde Arnold perdió contra su mejor amigo, así que Gerald y Mike se disputaron la victoria.
En eso Edith le pidió a Arnold que le enseñara como jugar un colorido juego de plataforma con unos pequeños dinosaurios que arrojaban burbujas que estaba justo frente a donde los demás jugaban. Luego de mirarlos un rato, a Nadine se le hizo interesante y cuando Arnold le dijo a Edith que ya lo estaba manejando, tomó el lugar del chico en la partida.
En tanto el público del juego de peleas creció y varias personas de la escuela se habían reunido.
–Parece que eres bueno–dijo Sid, notando como Mike ponía a Gerald en aprietos.
–Ja, podría vencerlo con los ojos cerrados–Se jactó Wolfgang.
–No lo sé,–dijo Stinky, distraído–, Mike podría competir con Helga y ella ya te venció...
–Deberíamos invitarla la próxima vez–Murmuró Arnold.
–Umh... ahora que lo dicen, no he visto mucho a Helga en la escuela–Comentó Nadine, más pendiente de sus acciones en el juego que de lo que decía.
Gerald perdió y Mike desafió a los recién llegados.
Arnold aprovechó para apartar a Lila del grupo.
–¿Sabes si le pasa algo a Helga?–Murmuró el chico.
–Ciertamente no me ha dicho nada–Admitió la chica, pensativa.–. La he visto en algunas clases... supongo que está indecisa y está probando distintas secciones, no lo sé. ¿Has hablado con ella?
–Solamente en la cafetería. No la he visto mucho, pero creí que simplemente tomamos clases distintas
–No creo que sea posible que no tengan ni una clase en común
–¿Piensas que... me está evitando?
Lila reflexionó.
–No lo creo. Eso no suena como algo que ella haría. ¿Por qué no le preguntas mañana?
–Lo intentaré, pero siendo ella, lo más probable es que no me diga nada
–Sí, en verdad no te dirá nada–Lila suspiró.–. Ahora que lo pienso, me parece que ha estado algo cansada. La he visto con los ojos algo irritados. Tal vez no ha comido ni dormido bien últimamente
–¿Crees que tenga problemas en casa?
–Es posible... tú sabes mejor que yo cómo es su vida
Arnold dio un largo suspiro.
–¿Puedes intentar averiguar qué le pasa? Por favor
–¿Y si le preguntas a Phoebe? Ella debe saber algo
–No me dirá nada que Helga no le permita decirme
Lila asintió.
–Entonces ciertamente intentaré averiguar qué pasa, Arnold–dijo, decidida.
–Gracias, Lila, te debo una
Stinky y Sid se quejaban de que eran sus últimas fichas y que tendrían que irse a casa. Wolfgang hacía un rato que se había alejado, derrotado y humillado. Mike celebró su victoria y miró de reojo a los que acaban de reintegrarse al grupo.
Edith perdió todas sus vidas y se acercó a Arnold, comentando lo divertido que fue, mirando de reojo a su amiga. Lila al instante se acercó a Mike, felicitándolo y pidiéndole que le enseñara a jugar así.
Aunque Mike sabía que la pelirroja no puso atención, decidió matar el tempo con ella y se instalaron en una vieja máquina cuyo juego ya no era muy popular y mientras le explicaba, la dejaba probar movimientos.
Los demás siguieron alternando juegos, algunos en pareja, otros en grupo y uno que otro individual. Gerald notó que Arnold estaba distraído, apenas contestando a Edith.
Cuando la mayoría del grupo terminaba una partida en un juego de carreras de motocicletas, Nadine fue por Lila para ir a casa. Edith supo que también era hora de irse. Le agradeció a Arnold por su ayuda y las tres se despidieron del grupo, mientras Mike se reunió con los demás.
–Ya es tarde–Comentó Phoebe.
–Vamos, bebé, te acompaño a casa–dijo Gerald.
El chico nuevo revisó sus bolsillos. Tenía algunas fichas por gastar.
–Terminaré lo que me queda antes de irme–Comentó.
–Entonces me quedaré contigo–dijo Arnold de inmediato.
Phoebe y Gerald se miraron.
–Nena, ¿me das un momento con mi amigo?–dijo él.
–Claro–Contestó la chica con una sonrisa, acercándose a Mike, que comenzaba una partida de un juego de disparos que parecía de la segunda guerra mundial.
Gerald apartó a Arnold, abrazándolo por los hombros, mientras miraba el entorno.
–Viejo–Murmuró.
–¿Qué?
–Piensa bien lo que estás haciendo. Es obvio para mí, porque te conozco, pero si sigues así, pronto será obvio para todos
El rubio lo miró sin comprender.
–¿Q-qué... quieres decir?
Gerald suspiró.
–No te has dado cuenta, ¿cierto?
–¿Darme cuenta de qué?
El moreno volvió a echar un vistazo alrededor. No era el lugar.
–Hablemos mañana de esto
Arnold asintió.
–Y por favor, ve a casa temprano, mañana pasaré por ti a primera hora
–Sí
Se despidieron con su saludo "secreto" de pulgares. Phoebe le indicó a Mike que se iba, para luego alcanzar a Gerald camino a la salida.
Arnold regresó junto a su nuevo amigo y colocó una ficha en la misma máquina para controlar el segundo jugador.
Estuvieron ahí unos veinte minutos más, hasta que ambos se quedaron sin fichas.
–Listo. Hora de ir a casa–dijo Mike, estirándose.
–Caminaré contigo
Salieron del ruidoso lugar para toparse con el atardecer en las calles.
Arnold contempló los tonos en las nubes, yendo hacia la parada del autobús.
–Tengo hambre–Comentó Mike casualmente.
–¿Qué quieres comer?–dijo Arnold de inmediato– ¿Ya conoces bien la ciudad? Si quieres puedo mostrarte un lugar
–No tienes que acompañarme
–Quiero hacerlo
El más alto de los chicos ahogó una risa.
–En ese caso, muero por una hamburguesa triple–Añadió con malicia.
–Creo que sé dónde llevarte
Arnold le indicó que debían cruzar la calle.
–¿Te has adaptado bien a la escuela?–Quiso saber.
–Supongo que sí
–Me alegro
Mike miraba alrededor, con una sensación que no podía definir apretando su pecho, aunque sabía que era por la amabilidad de Arnold ¿o era por su sonrisa? Para su fortuna, el local estaba al final de la siguiente callé y casi no había fila, así que no tenía porqué seguir pensando en eso. Ordenó una hamburguesa gigante... y al notar que Arnold no pidió nada, sumó dos vasos de refresco y patatas fritas.
Luego de esperar unos minutos por el pedido, el chico nuevo tomó la bandeja y siguió al rubio hasta al fondo del local. Se sentaron y de inmediato le ofreció una de los vasos y colocó en medio la bandeja de patatas fritas.
–Esto se ve bien–dijo Mike, al desenvolver la hamburguesa.
–Sí, son las mejores–Admitió Arnold.
–¿En serio no las extrañas? Dale un mordisco–Añadió, empujando la bandeja hacia él.–, prometo no llamar a la policía
–No, gracias–Contestó el rubio, entrecerrando los ojos.
–Más para mí. Aunque podemos compartir las patatas... ¿no?
–Pero...
–Apuesto que también tienes hambre
–Si soy sincero, sí, un poco
–¿Y por qué no pediste nada?
–No lo sé. Solo miraba el menú y todo tiene carne. No quise molestar
–Eres un tonto–Concluyó, dándole un par de mordiscos a su hamburguesa.
Arnold medio sonrió.
–¿Y... cómo está tu novia europea?–Bromeó Mike.
Arnold suspiró.
–Marie está bien, pero no es mi novia...
–Vamos, la chica vuelve a su país y lo primero que hace es escribirte...
–Solo somos amigos–Interrumpió.– ¿Sabes? Chicos y chicas pueden ser amigos...
–¿Incluso después que pase algo más?
–Claro
–Así como tú y tu ex novia de la escuela, ¿no?
Arnold abrió la boca, pero de inmediato la cerró.
Su amigo lo observó sin dejar de comer, pero sabía que fue un golpe bajo.
–Helga... –Comenzó a explicar Arnold de pronto, cerrando los ojos. Luego miró las patatas con nostalgia y creó un pozo de kétchup en un rincón.–. Es compli... no, no es eso. Las cosas con Helga son diferentes. No sé cómo hacer que funcione–Admitió.–. Hemos sido amigos por mucho tiempo y me preocupa, pero no quiero involucrarme tanto como para incomodarla... ni tampoco quiero alejarme tanto que sienta que no fue importante
–¿Y por qué no se lo dices?
–Porque no sé cómo hablar con ella
–Así como hablas ahora conmigo, abres la boca y dices cosas–Arnold vio que Mike rodaba el ojo que era visible.
El rubio soltó una risita.
–¿Qué es tan gracioso?
–A veces... me recuerdas un poco a ella
–¿Dices que me parezco a esa chica? Entonces si debe ser guapa
–Sí, es guapa–Admitió.–. Aunque no me refería eso. A los dos les gusta bromear y son buenos con los videojuegos. Ella también es buena escribiendo, diría que la mejor de la escuela
–¿Y por qué crees que yo también...?
–Vi tu redacción en la clase de historia
–¿Acaso me estás vigilando?
–Tal vez
Ambos se quedaron en silencio, mirándose a los ojos un momento, hasta que Mike rompió a reír.
–Sí, claro–dijo.
Arnold entonces se dio cuenta de lo que acababa de decir.
–Era broma–Se disculpó.
–Lo sé
–No creas...
–Tranquilo
–Pero...
–Está bien, en serio. No veo razón para que me moleste. Incluso podría decir que me halaga
Arnold tragó en seco, para luego bajar la mirada y beber algo de su refresco. ¿Qué era todo eso? Su corazón estaba acelerado. Era la primera vez que hablaba tan abiertamente de lo que le pasaba con Helga. Mike tenía una seguridad que lo tranquilizaba, como si pudiera sincerarse sin miedo. Pero remató con algo tonto solo por seguirle el juego y ahora se sentía fuera de lugar. ¿Y por qué eso lo ponía tan nervioso? No, no estaba incómodo... era algo diferente. Pasar tiempo con él era divertido, pero... pero ¿le ponía demasiada atención? Es decir, era cierto que apenas leyó uno o dos párrafos cuando pasaron la tarea que acababa de mencionar, pero algo algo hizo que se le grabara en la cabeza...
–¿Te vas a comer eso?
La voz de Mike regresó a Arnold a la realidad. Miró la bandeja y asintió, tomando la caja de papas fritas.
–Puedo comerlas en el camino–dijo–, creo que debería irme
–Si tú lo dices–Contestó el chico, levantándose.
Se despidieron en la parada del autobús y Arnold casi corrió a casa, para encerrarse en su habitación, apenas saludando a su familia. Gerald dijo que pasaría por él, era mejor dormir.
...~...
Se levantó temprano para esperar a su amigo, pero mientras evitaba el desayuno (y las preguntas que sus abuelos harían inevitablemente dado lo alterado que estaba) recibió un mensaje:
From Gerald:
Lo siento, viejo. Nos vemos en la escuela
Bien, no era problema, podría hablar con Gerald más tarde. Así que mejor salió rumbo a la escuela.
Excepto que ese día estuvieron bastante ocupados.
Durante el almuerzo, se preguntó si podía decirle a Helga lo que había comentado a Mike, pero no fue capaz de hacerlo. Una parte de él quería evitar los conflictos y temía que ella fuera a burlarse. Sabía que eso dolería e ignoraba si podría fingir que no.
Ya cuando iban a clases notó que Mike no llegó a la cafetería y se preguntó si estaba comiendo en la escuela. Por lo que había gastado el día anterior, supuso que no le faltaba dinero, pero tal vez usó el dinero de la semana solo para jugar...
Aunque en verdad no sabía nada de la situación de su nuevo amigo. ¿Vivía con sus padres? ¿Era hijo único como él o tendría hermanos? Y si los tuviera, ¿Sería el mayor, el del medio, como Gerald, o el menor, como Helga? ¿O algo más? ¿Su familia tendría problemas? ¿Sus padres estarían juntos o separados? ¿Siquiera estarían en su vida? ¿Sería que lo consentirían o lo ignorarían en casa? ¿Era del tipo que perdía el tiempo como quería o tenía deberes?
Sabía que era bueno en los estudios, las clases que tuvo con él lo vio responder sin dudar preguntas que eran un poco difíciles, aunque solo lo hacía cuando los maestros se lo exigían y nunca por iniciativa. Tampoco daba más información de la necesaria, como lo hacían Phoebe o Nadine si algo era de su interés.
Un par de veces vio que hablaba con Lila justo antes de empezar una de las dos clases en que estaban los tres, pero fuera de eso, le parecía que siempre estaba solo, escuchando música.
Pensar todo eso le impidió concentrarse durante la última clase y ni siquiera se dio cuenta cuando acabó.
–Amigo, es hora de irnos–dijo Gerald.
–En un minuto–dijo Arnold, guardando sus cosas.
Al salir del salón, sus amigas estaban ahí.
–¿Ya van a casa?–dijo Edith– ¿Caminamos juntos?
–Oh, no precisamente–dijo Arnold, frenando sus pasos–. Hoy iremos a practicar
–¿Dónde? ¿Podemos ir?
Gerald las observó.
–Lo siento, cosas de chicos, en otra ocasión–dijo, empujando a Arnold por los hombros, más para salvar a su amigo que porque realmente le importara.
–Lo siento, chicas, otro día–Confirmó Arnold.
Se dirigieron a prisa al patio de la escuela. Al mirar alrededor, Arnold suspiró aliviado.
–Todavía no llega–dijo para sí.
–¿En serio te preocupaba hacerlo esperar?–dijo Gerald– Oh, vamos, no le pasará nada si nos espera cinco minutos
–Supongo que sería descortés–Contestó encogiéndose de hombros.
Gerald movió la cabeza de lado a lado, bufando.
–Viejo, tenemos que hablar
–¿Qué pasa?
–Es sobre esto, tu actitud y Mike...
–¿Qué pasa con él?
Gerald negó, miró alrededor y tomó aire.
–Hermano...
–Gerald... me estás asustando ¿Qué pasa con Mike? ¿Qué es lo que tienes que decirme?
–Que me retrasaría un poco–dijo el chico, apareciendo detrás de Arnold–. Era eso, ¿verdad, Johansen?
Gerald notó la fría y amenazante mirada del chico.
–Sí, olvidé decirte–Explicó, incómodo.
–Oh, no importa. Ya estamos todos aquí–dijo Arnold, entusiasmado–. Vamos, debemos aprovechar el tiempo
Se dirigieron al parque Gerald. Allí dejaron sus cosas en un rincón y luego de un breve calentamiento, replicaron uno de los entrenamientos, desde los ejercicios hasta el juego. Era obvio que Mike no solo era bueno en baseball, también estaba en excelente forma. Los tres se divirtieron jugando un rato, practicando lanzamientos y bateos hasta que el cielo se tornó naranja.
–Creo que te irá bien en las pruebas–Dijo Arnold, admirado
En ese instante descansaban sentados en el pasto.
–Eso espero–dijo Mike, agitado.
Miró de reojo a Gerald y luego a Arnold.
–Tengo sed–Comentó casualmente.–. Muero por una soda
–Iré por algo de beber–dijo el rubio– ¿Alguna preferencia?
–Cualquier cosa estará bien–dijo Mike.
–¿Y tú, Gerald?
–Jugo... por favor–dijo, resoplando.
En cuanto el chico se alejó de ellos, Mike miró a al moreno.
–Entonces, ¿Qué ibas a decirle a Arnold?–dijo– ¿Pensabas contarle mi secreto?
–No es eso
–¡Ni lo pienses! Confié en ti, no lo arruines
–No es por eso. Los dos sabemos lo que está pasando... y no está bien
–¿Acaso es mi culpa?
–Escucha, no me importa lo que hagas, pero no juegues con mi amigo
–¡No estoy jugando con él! Rayos...
–¿Y qué crees que pasará?
–Yo...
–¿Crees que solo lo dejará pasar? Se le va a meter en la cabeza y lo volverá loco. Te lo advierto
Mike apoyó su frente en su brazo, ocultando sus ojos mientras sonreía.
–Ya me lo advertiste, es tu mejor amigo y sé que habrá consecuencias si lo lastimo, pero, lo creas o no, también me importa, así que lo que menos quiero es que sufra por esto
–Entonces ponle un límite
–¿Crees que para mí es más fácil?
Gerald iba a responder, pero en ese momento apareció Arnold con una sonrisa que se desvaneció al notar la tensión.
–¿Están bien?–Preguntó el rubio, ofreciéndole a cada uno una botella.
Mike se puso de pie, tomando un refresco de limón.
–Te lo pagaré mañana–dijo–. Tengo que irme
Tomó sus cosas y caminó hacia la acera.
–Gracias por la práctica. Realmente extrañaba jugar–dijo con una sonrisa triste antes de alejarse.
–Mike, espera–Arnold iba a seguirlo, pero Gerald lo sujetó por la muñeca.
El rubio volteó a ver a su amigo.
–¿Qué demonios pasó, Gerald?–Reclamó– ¿Qué fue lo que le dijiste?
–Viejo, cálmate–dijo, invitándolo a tomar asiento.
Arnold cerró los ojos con fuerza, tomó aire un par de veces y se dejó caer en el suelo.
–¿Qué pasó?–Insistió, irritado, pero intentando con todas sus fuerzas recordarse que Gerald era su mejor amigo.
–¿Recuerdas lo que dije ayer?
–¿Ayer?
–Quizá no lo veas, pero... creo que estás reemplazando a Helga con Mike
–¿Qué?
–Viejo, piénsalo un momento
–Yo... no...
–¡Amigo!
Arnold miró a la distancia, recordando la conversación que tuvieron a solas.
–Confía en mí, no quieres esto–Añadió Gerald, al notarlo perdido.
Arnold reflexionó en silencio, mirando la botella en su mano.
–¿Sería tan malo si fuera así?–dijo de pronto– ¿Piensas que eso está mal?
–Viejo, no es eso lo que quise decir. En serio. Solo confía en mí en esta ocasión
–¿Por qué? ¿Qué sabes que yo no sepa?
Gerald evitó su mirada.
–¿Es en serio, Gerald?
Arnold se apartó, tomó por sus cosas y se fue a casa sin despedirse.
...~...
En su habitación, rumiaba las conversaciones con Gerald y Mike.
Mike... no podía ser un reemplazo de Helga. Era un chico... no era como Helga... aunque Helga muchas veces actuaba como un chico... así que... y ya había dicho que se parecían un poco... el mismo humor, altura similar, una actitud segura y arrogante... ¿entonces...?
¿Y a Gerald ni siquiera le extrañaba? Es decir, era la primera vez que se sentía así... y que actuaba así... por un chico ¿Y su mejor amigo ni siquiera le preguntaba si había algo que quisiera contarle? ¿Acaso antes... actuó de forma similar por alguien?
Cerró los ojos tratando de descubrirlo, pero no podía recordarlo.
Después de casi una hora dando vueltas en su habitación, tomó su teléfono y buscó el número de Gerald en la agenda. Se cuestionó si acaso podía marcarle. La pantalla se apagó y volvió a encenderla dos veces antes de decidir qué escribir:
From You:
Lamento lo de antes. ¿Podemos hablar?
Presionó enviar y arrojó el teléfono sobre la cama para seguir dando vueltas, pero ni treinta segundos después sonó una notificación y la pantalla se encendió con un mensaje bajo el nombre de su amigo:
From Gerald:
Voy
«¿Qué? Solo quería hablar por teléfono.»
«Rayos. ¿Ahora qué?»
No se sentía cómodo con su visita después de haber actuado como un imbécil y tampoco se sentía cómodo hablando sobre eso. De hecho, ni siquiera estaba seguro de qué diría. Podía darle la razón o dejar que él hablara, pero... que Gerald dijera lo que veía ¿ayudaría a entender lo que estaba pasando? No tenía la más mínima idea.
Miró su teléfono. Ya habían pasado casi quince minutos desde que su amigo respondió, llegaría en cualquier momento.
Se dejó caer en la cama boca abajo, odiándose primero por su actitud y luego por haberle escrito.
Dos golpes y la voz de su amigo.
–Soy yo, viejo ¿puedo pasar?
Arnold se levantó casi de un salto y abrió la puerta, sujetando a Gerald por un brazo para prácticamente arrojarlo dentro de la habitación, cerrando de inmediato la puerta.
–Gerald, lo siento–Comenzó a explicar frenéticamente–. No quise actuar así. No sé... no entiendo... esto es confuso... nunca... –Caminaba por la habitación, aunque atento a la actitud de su amigo.
El moreno medio sonrió, con las manos en su cadera y una mirada comprensiva, negó.
–Umh... umh... umh... amigo, necesitas calmarte
–Pero...
–Hermano, esto no es tan malo como crees. En primer lugar, acepto tus disculpas. Fuiste un idiota
–¡Lo sé! Lo lamento
–Está bien, viejo–Le ofreció la mano como gesto de paz, lo que inevitablemente llevó a su clásico juego de pulgares. Luego se apartó para sentarse en la cama.–. En segundo lugar, entiendo que te alteraras. No sueles ser la persona más racional cuando te gusta-gusta alguien
–¿Tú crees que me gusta-gusta–Arnold tragó saliva.– Mike?
–Eso es algo que debe averiguar tú, viejo... pero si me preguntas a mí, diría que sí
Arnold cubrió su rostro con sus manos.
–Esto no puede estar pasando–dijo, dejándose caer en la cama.
Su amigo soltó una carcajada.
–¡No es gracioso, Gerald!
–Viejo, en serio tienes que relajarte
Arnold se sentó, apoyando sus codos en sus rodillas, mirando el suelo.
–¿Por qué ni siquiera lo cuestionas?–dijo– ¿Ya habías pensado que podría gustarme... un chico?
Gerald se sentó junto a él y se encogió de hombros.
–No es eso, viejo, solo no creo que sea importante
–¿Qué quieres decir?
–Quiero decir, sigues siendo Arnold... eres mi mejor amigo y eso es lo que me importa. Para mí nunca será un problema quién te guste-guste, mientras no sea mi chica o yo. Supongo que así es como lo veo
Arnold medio sonrió.
–Gracias, Gerald
El rubio sintió un par de palmadas reconfortantes en su espalda.
–No estoy seguro de cómo manejar esto–Añadió.
–Amigo, sobre eso. Toma tu tiempo y trata de no ser tan evidente. Apenas empezamos las clases y ya se corrió un rumor sobre ti, no querrás otro
–¿Y por qué eso importaría? Acabas de decir que...
–Una cosa es que a mí no me importe. No puedo decir lo mismo del resto de nuestra clase, ni mucho menos de los matones de la escuela. No querrás ser el blanco de Wolfgang y sus amigos
Arnold suspiró, cerrando los ojos.
–Tienes razón–Musitó.
Gerald se encogió de hombros.
–Solo no te precipites. Incluso si en serio te gusta-gusta, apenas estás conociendo a Mike... ¿puedes tratar de tomarlo con calma?
–Supongo que sí–Medio sonrió.–. Gracias, Gerald
–No hay de qué
El moreno se puso de pie, estirándose.
–Tengo que volver a casa. Timberly necesita que la ayude con su tarea y si me retraso, mamá en serio va a matarme
–Ve, Gerald. Y... gracias
Notes:
No contaban con mi amor por el BL muajajajajajajajajajaja
Chapter 66: Full
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Antes del intercambio en los arcades, Lila ya había notado algo extraño en Helga y aunque en serio se esforzara por encontrar un minuto para hablarle a solas, tenía dos grandes inconvenientes. El primero era que su amiga parecía más ocupada y escurridiza de habitual, lo que significaba que, si de por sí ya no quería hablar sobre lo que le pasaba, cualquier insinuación por parte de Lila era suficiente para que diera excusas y desapareciera a la vuelta del pasillo. El segundo, era que, por más que le tuviera un afecto especial a Helga, no era la única amiga que le importaba.
Pasó todo el martes buscando alguna oportunidad y al final del día decidió hacer un último intento, pero en cuanto se levantó de su asiento Edith tomó su brazo y la arrastró hacia el frente, pidiéndole que la acompañara. Al recorrer el salón con la mirada, notó que Helga ya se había ido, así que, con su alegre sonrisa de siempre, acompañó a Edith y Nadine hasta el final del pasillo, donde Gerald y Arnold debían estar por salir. Esa era una de las pocas materias a las que su amiga no logró cambiarse, aunque Lila la convenció de que estaba bien que Arnold tuviera una que otra clase para “extrañarla”.
En cuanto los chicos se asomaron al pasillo, Edith se les acercó.
–¿Ya van a casa? – dijo –¿Caminamos juntos?
–Oh, no precisamente – le contestó Arnold.
Lila podía notar su incomodidad.
–Hoy iremos a practicar
Claro, le había dicho algo sobre eso a Mike ¿no?
–¿Dónde? ¿Podemos ir? – insistió Edith.
–Lo siento – contestó Gerald, empujando a su mejor amigo por los hombros –, cosas de chicos, en otra ocasión
–Lo siento, chicas, otro día – dijo Arnold, agitando su mano como despedida.
Al voltear hacia Edith, Lila notó la molestia en su mirada.
–¿Entonces... quieren hacer algo? – murmuró.
–Mamá me regañó por llegar tarde ayer – contestó Nadine –, así que debo ir directo a casa lo que queda de esta semana
–Que mal, lo lamento
–Olvidé avisarle, así que es mi culpa... y supongo que está bien, es solo una semana
–Sí, es cierto
–Además, todavía tengo que escribir la solicitud para el club de entomología y creo que haré algunos carteles
–¡Es una buena idea!
–Vamos a casa entonces. Tomaré el autobús afuera de la escuela – dijo Edith, con aire resignado.
De camino a la salida, se cruzaron con algunos maestros que hablaban entusiasmados. Lila al verlos tuvo una idea.
–Chicas, recordé que tengo algo que hacer. Nos vemos mañana – comentó, regresando sobre sus pasos.
Al llegar a la esquina se escondió tras el muro, esperando que sus amigas se fueran sin ella. Pasados unos minutos se asomó para confirmar que ya no estaban y solo entonces siguió su camino hacia la oficina del director.
En el camino vio a Mike dirigiéndose a la salida que daba al patio de la escuela, pero no le prestó más atención. En ese momento su prioridad era otra.
Tocó la puerta de la oficina de Wartz, pero no para hablar con él, sino con su secretaria. Con su dulce inocencia la convenció de que estaba preocupada por una amiga, así que la mujer le permitió confirmar en qué clases estaba Helga. Luego fue al salón de maestros y corroboró con ellos que no estaba asistiendo a todas las clases. Al compararlo con las materias que Arnold tenía, comprendió que la idea de su amigo no estaba del todo mal. ¿Helga realmente lo estaba evitando?
Ciertamente Helga había ido a la escuela todos los días, así debía estar escondiéndose en algún lugar durante algunos periodos. Sabía que Phoebe no la dejaría saltar clases, así que no debía estar enterada de la situación. Eso, o algo más grave pasaba con Helga.
Bueno, si no podía hablar con ella en la escuela, tal vez podría hacerlo fuera de la escuela.
Caminó hasta su casa, pero no parecía haber nadie. Esperó algunos minutos, sin suerte. Salió mucho antes que ella, ya debía estar ahí ¿Dónde más pudo ir? No podía estar con Phoebe, pues ella mencionó algo sobre una comida familiar. No la había visto hablar con Patty en la escuela y definitivamente no había ido con Gerald y Arnold a la práctica.
Ya el atardecer era evidente y supo que debía ir a casa. Caminó un par de calles hacia la parada del autobús y unos diez minutos más tarde abordó el bus. Para su suerte encontró algunos asientos libres. En cuanto se instaló se quedó mirando a través de la ventana y reconoció a Mike. Parecía cansado y un poco desalineado.
–Vaya – se dijo – ... no tenía idea de que viviera por aquí
Cerró los ojos y negó para sacudir esos pensamientos. Ahora lo importante era qué le pasaba a Helga. Sabía que su amiga no podría evitarla por siempre, así que, le gustara o no, había decidido que hablaría con ella al día siguiente.
Estaba realmente preocupada y decidida a ayudarla, pero sabía que su amiga no aceptaría todo fácilmente, así que tenía que jugar de la misma forma en que jugaba ella. La dejaría en paz durante el día, limitando sus interacciones a responder el saludo, una que otra cosa sobre alguna clase que estuvieran y un lacónico “nos vemos luego”. Eso tenía que bastar para que bajara la guardia.
Sabía que compartían la última clase y esa era su oportunidad. Llegó temprano al salón, sentándose en los puestos de en frente. Helga pasó hacia el fondo, conversando entusiasmada con Gerald.
Ellos dos parecían llevarse muy bien últimamente, bueno... trabajaron juntos todo el verano, así que para ese punto debía ser normal, la alternativa hubiera sido que terminaran odiándose a muerte.
Con un gesto delicado cubrió sus labios con su mano, apagando el sonido de su risa. No podía imaginar a la pobre Phoebe lidiando con que su novio y su mejor amiga no se toleraran.
Durante la clase miró el reloj con atención y preparó sus cosas para levantarse en cuanto sonara la campana. Sin perder un segundo se dirigió hasta el puesto de su amiga, que ordenaba con calma sus cosas.
–Helga... ¿puedes... caminar conmigo? Quisiera tu ayuda con algo... – dijo.
La rubia arqueó su ceja y se encogió de hombros.
–Supongo que sí – contestó.
Lila medio sonrió al notar la ligera calidez que le dio esa pequeña victoria. Su amiga no la estaba evitando especialmente a ella, no tenía nada en contra de ella.
–Entonces nos vemos mañana – dijo Gerald, despidiéndose de ambas.
–Recuérdale a Pheebs que iré a su casa más tarde – acotó Helga, para luego dirigirse a la salida.
Lila la siguió por los pasillos.
–Tengo algo de hambre, vamos a las maquinitas – dijo Helga.
–O podríamos ir por una pizza – sugirió Lila.
–No tengo mucho dinero – admitió.
–Yo invito
–No es para tanto, con algo de las maquinitas está bien...
Lila la sujetó por la muñeca, impidiéndole continuar en esa dirección. Entonces su amiga volteó para encontrarla nerviosa, mirando alrededor de reojo.
–Está bien – dijo, Helga –. Vámonos
Lila sonrió aliviada, soltándola. Pero de camino a la salida seguía pendiente de su entorno.
–Si esperas ver a Mike – comentó Helga cuando llegaban a la puerta principal –, te informo que hoy se fue temprano
Lila abrió mucho los ojos.
–Yo... no... quiero decir... él... no... – intentó explicar, evadiendo su mirada.
–Está bien – añadió, riendo –. Vamos
Lila intentó superar la incomodidad hablando sobre la última clase, lo difícil que le parecían algunas explicaciones de la maestra y de que tal vez necesitaría su ayuda para estudiar.
–Sí, como sea – comentó Helga, entrando a una tienda de conveniencias.
Pasearon entre los estantes, tomando y descartando distintas opciones. Helga le preguntaba que opinaba de cada cosa, pero las regresaba al estante sin dejarla responder, hasta que encontró algo que si le apetecía. Luego de pagar, caminaron hacia un parque.
–Dime algo, solcito – comentó de pronto Helga, mirando con atención la fritura que acababa de sacar de la bolsa –, ¿por qué le coqueteas a ese tonto?
–¿Quién? – contestó Lila, confundida.
–Ya sabes, ese chico nuevo, Mike
–Yo no...
–Quizá solo imagino cosas – añadió Helga, con una sonrisa torcida.
La pelirroja bajó la mirada, dejó caer sus manos y entrelazó sus dedos, apretándolos.
–¿En serio te gusta ese imbécil? – añadió Helga.
–Bueno... yo... verás... es que Mike... es...
Lila no pudo añadir más y cerró los ojos con fuerza. Esto no habría pasado si hubiera tenido el valor de hablar primero. ¿Phoebe y Gerald le habrían contado a Helga como actuaba con Mike? Era... ciertamente era obvio, no lo estaba disimulando, pero... no esperaba que llegara a oídos de ella. ¿Cómo podía explicarle... sin...?
La carcajada de su amiga la obligó a mirarla y su actitud solo la confundió más.
–Escúchame, solcito, no te ilusiones con él, no te conviene – sentenció Helga, ofreciéndole la bolsa de snacks.
Lila los rechazó levantando sus manos.
–¿Por qué lo dices? – preguntó con curiosidad genuina.
La rubia sacó un montón de frituras y se las echó a la boca, masticando con molestia, mientras parecía pensar una explicación.
–No es lo que aparenta – concluyó.
–¿A qué te refieres?
Helga levantó la bolsa para dejar caer las migajas en su boca y luego la arrugó para arrojarla a un basurero.
–Llámalo corazonada – explicó, encogiéndose de hombros.
–Entiendo – contestó con un suspiro.
–Ahora que aclaramos eso – dijo Helga – ¿cuál es la verdadera razón por la que querías hablar conmigo? ¿Hay algún problema?
–¿P-problema?
–Sí. Dado mi historial, dudo que quieras consejos para conquistar chicos, así que... – explicó, girando su mano.
Lila sonrió y asintió, en un intento de darse valor.
–Escupe, no tengo todo el día – insistió la rubia.
–¿Hay alguna razón para que estés faltando a clases?
–He ido a la escuela cada día – aseguró Helga.
–Eso lo sé, pero... lo cierto es que no has ido a todas tus clases... en especial aquellas en las que está Arnold ¿Lo estás evitando?
–Ajá... ¿y qué con eso?
Lila se detuvo. No podía creerlo.
–¿En serio? ¿Lo estás haciendo a propósito?
–Claro
–¿Por qué? Eso... no suena como algo que harías... ¿te asusta... lidiar con Arnold?
Helga volvió a reír.
–Claro que no – contestó.
–¿Entonces...?
–Es... – Helga rascó su brazo, mirando el suelo –... es que no lo soporto. Cada vez que me ve, tengo ganas de estrangularlo. Le prometí a Pheebs que almorzaría con ella todos los días, pero es toda la tolerancia que tengo...
–¿En serio lo odias tanto?
–¡Por supuesto! ¿Por qué tiene que estar tan incómodo? Solo soy yo. Demonios. Aunque él sabía lo que sentía por él, fuimos amigos por años sin que eso le afectara ¿Por qué las cosas no pueden ser como antes y ya?
Lila la observó. Helga parecía triste, pero necesitaba un pequeño golpe de realidad.
–Vaya – dijo, inclinando el rostro –, para ser tan lista eres realmente ignorante cuando se trata de los sentimientos de los demás, ¿no?
Helga la amenazó con su puño, pero incluso cuando sujetó el cuello de su vestido, no logró borrar la segura sonrisa de Lila.
–Elabora – exigió, soltándola y estirando su ropa.
Lila tomó ese gesto como una disculpa.
–Arnold podía estar cerca de ti, porque, aunque se lo hubieras dicho, tu forma de actuar le hizo pensar que no era serio. Ahora es diferente, conoce lo profundos que son tus sentimientos por él y además... lo cierto es que él todavía tiene sentimientos por ti
–¡Claro que no!
–¿Por qué crees que no, Helga?
–Criminal – rodó los ojos –. Consiguió novia en cuanto tuvo la oportunidad
–Ay, Helga... ¿no lo entiendes?
–¿Qué?
–Dicen que un clavo saca otro clavo
–¿Significa... que salió con alguien... para olvidar lo que sentía... por mí?
Helga se detuvo y tragó en seco.
–Si yo fuera él, también lo habría intentado ¿No harías tú algo así?
Claro que había hecho algo así y los resultados no fueron precisamente los mejores.
–¡Que estupidez!
–No es estúpido, cada persona tiene formas distintas de lidiar con sus sentimientos. De hecho, todo lo del voluntariado lo hizo para estar lejos e intentar olvidar lo que sentía por ti
–Entonces... no está incómodo porque sepa que yo todavía...
–¿Todavía...? – intentó empujar la confesión, aunque sabía que no la obtendría.
–Olvídalo
–Deberías hablar con él, pero...
Lila por un momento se cuestionó si podía o no decirle eso.
–Pienso que Arnold en verdad sigue sintiendo algo por ti y le duele que ya no estén juntos
–Estúpido cabeza de balón – dijo entre dientes, más para sí, que para su amiga.
Caminaron en silencio alejándose un par de calles del parque, hasta que Lila decidió que quería necesitaba saber algo.
–Helga, si todavía te gusta-gusta ¿Has pensado que tal vez puedas volver con Arnold?
–No. No funcionaría
La seguridad en la voz de Helga era impactante. Entonces era algo que había evaluado antes.
–¿Por qué? – quiso confirmar.
Su amiga dejó escapar un suspiro antes de contestar.
–La Helga que él dijo amar... no existe
–¿Por qué? Apenas han pasado unos meses, no creo que tantas cosas hayan cambiado
Su amiga medio sonrió.
–Arnold ama a la Helga que cree que puedo ser
–Pero cuando estaban juntos... podía ver una chispa entre ustedes
–Escucha. Sé que gustan algunas cosas de mí, no soy idiota, le atraigo, quiero decir... besarnos y eso estaba bien, pero... – explicó – lo que soy en el fondo, la forma en que actúo, él... espera que cambie... y eso no va a pasar. Helga G. Pataki nunca será una chica amable, que ayude a los demás, ni que se sacrifique por el resto, soy lo que soy... soy grosera, necia, egoísta y maleducada, y es una lástima que él no pueda apreciarlo
Lila medio sonrió.
–Helga, entonces... ¿hasta cuándo piensas faltar a clases?
–Supongo que, hasta el viernes, quiero decir, todavía la mayoría está moviéndose de sección, así que a nadie le importa si voy o no
–Entiendo
–Y solo para que estemos claras, no puedes contarle ni una palabra de lo que hablamos hoy, ¿entendido?
–Por supuesto – sonrió.
–Vamos, te acompaño a casa – dijo Helga, acercándose a un cruce.
–Creí que irías con Phoebe
–Iré más tarde, no te preocupes
–¿Y no tendrás problemas por llegar tarde a casa?
–No
–Hablando de eso ¿Todo está bien en tu casa? Lo siento – corrigió con prisa –, no tienes que responder, sé que no te gusta hablar de eso
Incluso antes de terminar la pregunta, Lila notó lo estúpido que era intentar saber algo así, pero para su sorpresa, su amiga reía.
–Tranquila. La casa Pataki está todo lo bien que puede estar. El embarazo de Olga va sin problemas, lo cual es un alivio. Miriam sigue sobria, conserva su trabajo, va al gimnasio y tiene amigas. Bob no odia su empleo, hace buenas ventas y puede permitirse pagar el cable para ver sus partidos, lo que significa que puedo ver las luchas. Y yo... bueno... no quiero pretender que encajo en toda esa locura, así que me las he arreglado para salir temprano y llegar a dormir ¿Eso responde tu pregunta?
–Sí. Gracias
La calidez que produjo que Helga respondiera con sinceridad fue suficiente para alegrar a Lila.
Lamentó el momento en que tuvo que despedirse de ella.
Al día siguiente Lila encontró a Arnold durante el segundo periodo. Le dijo que no se preocupara por Helga, que tenía algunas cosas que resolver, pero nada realmente serio. El chico le respondió con un abrazo, agradeciéndole por su ayuda. Ella sonrió pensando que técnicamente no estaba mintiendo ni faltando a su palabra, ¿no?
Para el almuerzo se reunió con sus amigas en la cafetería, pero Edith le pidió a Nadine que les guardara su lugar y sujetó a Lila, llevándola con ella.
Los largos dedos de la chica se enterraron en el brazo de Lila, mientras la arrastraba hacia el segundo piso, hasta uno de los baños de chicas. La soltó cuando entraron, mientras se aseguraba que nadie más estuviera ahí. Luego bloqueó la puerta, para que nadie fuera a interrumpir.
–¿Qué es lo que pasa, Edith? – quiso saber Lila, aunque tenía sus sospechas.
–Ayer... – murmuró su amiga –... me dijeron que te fuiste a casa con Helga
–Así es. Supe que Mike se fue temprano, así que supongo que para ti no fue problema caminar con Arnold, Gerald y Phoebe
–Claro – Edith acomodó su cabello mirando su reflejo antes de continuar–. Supongo que no le dijiste nada sobre mí
–No hablamos de ti
–¿Estás segura?
–Ciertamente. Sabes que yo no le diría algo sobre ti y si me hubiera dicho algo sobre sobre ti, lo recordaría
–Me parece bien. Entiendes que no quiero que se involucre
–Te aseguro que no se involucrará
Edith asintió, luego cruzó los brazos.
–¿Y qué tanto has estado hablando con Arnold?
–¿A qué te refieres?
–El otro día, en los arcades... y esta mañana... los vi
Lila trató de recordar. Rayos, le había dado la espalda a la puerta, así que, si Edith pasó por ahí, no la vio... y claro que debió pasar, siempre pasaba por los salones donde estaba Arnold. Lo olvidó por completo.
–Te aseguro que Arnold y yo solo somos amigos, si eso te preocupa
–¡Eso lo sé! Pero... no estarás ayudando a Helga a volver con él ¿no?
–Claro que no
–¿Entonces Arnold te está pidiendo ayuda para volver con ella o algo así?
–Edith, no debería decirte esto, pero te aseguro que ninguno de los dos intenta volver
–¿Segura-segura?
–Absolutamente. No creo que Helga sea un problema para ti si intentas salir con Arnold
Edith la observó como si pudiera determinar a simple vista si confiar o no en ella.
–Espero que recuerdes que prometiste ayudarme – la miró entrecerrando los ojos –. Sabes que habría consecuencias si digo lo que averigüé la última vez que estuve en tu casa
–Lo sé, Edith. También prometimos no hablar de eso en la escuela. No voy a traicionarte, pero tampoco dejaré de ser amiga de Arnold ni de Helga. Tienes que confiar en mí
–Confío en ti – le sonrió, tomando su mano –, pero Lila, tienes que entender, no me agrada que pases tiempo con ella, me preocupa
–No veo la razón
–Helga sabe cómo manipularte y tú se lo permites
–Eso no es cierto
–Lila, lo digo por tu bien – Edith la miró con afecto y dio un largo suspiro. – Si ella se entera, no sé qué sería capaz de hacer
–No... no creo que haga algo malo. Helga no haría algo así
Edith dio un suspiro y se encogió de hombros.
–No te engañes, ya viste como actuó el año pasado, haciéndose la tonta por semanas hasta que consiguió a Arnold, no confío en ella
–Pero yo sí
–Ese es tu problema, yo solo quiero protegerte ¿está bien? – le dio un par de palmadas en la cabeza.
Lila bajó la mirada.
–Bueno, ya que aclaramos este mal entendido, ¿vamos a comer? Muero de hambre
Al levantar la vista, Lila notó que Edith sonreía con naturalidad. Así que asintió y la acompañó de regreso a la cafetería.
Cuando se instalaron a comer, saludando a sus nuevas amigas, las dos notaron que Helga no estaba en la mesa del grupo de Arnold. Sin embargo, moverse de su lugar no era opción. Las chicas populares de último año eran amigas de Ruth y fue gracias a eso que las aceptaron con ellas. Les agradaba la apariencia de Lila y Edith, ellas encajaban ahí, pero veían a Nadine como un bicho raro, pero había sido amiga de Rhonda, quien todas recordaban por su estilo, así que la aceptaban como una especie de mascota. Las tres sabían que permanecer en ese grupo no sería una tarea fácil.
La risa de Helga llamó la atención de Lila.
Estaba a un par de mesas, hablando con Siobhan y otros chicos que el año anterior habían conformado el periódico escolar y aprovechaban esa comida para una pequeña reunión previa a la semana de inscripciones a los clubes.
A Lila le pareció bien que Helga se estuviera divirtiendo con ellos. Eso bastaba para hacerla sonreír. Desde que comenzaron las clases que no la veía así.
Edith carraspeó, llamando su atención y obligándola a regresar su atención a su propia mesa.
Cuando terminó de comer y se levantó, Helga ya se había ido.
Durante la siguiente clase, Edith la acompañó al salón, para ver a Arnold, que también estaría ahí. Las dos hablaron con el chico, hasta que sonó el timbre y Edith se despidió. Lila y Arnold siguieron charlando, de pie junto a la ventana. Minutos más tarde llegó Mike, que parecía haber corrido. Cuando el rubio le hizo señas, dejó su mochila en el puesto junto al de Arnold, saludando a Lila con una sonrisa al acercarse.
–¡Que raro! La maestra no ha llegado – comentó Arnold, pero Mike lo sujetó, tapándole la boca.
–¡No digas eso! – dijo el chico, mientras Arnold se retorcía para soltarse.
–¿Por qué? – quiso saber Lila, notando que su amigo se sonrojaba. ¿Acaso...?
–Porque de alguna forma eso funciona como una maldición, ahora la maestra llegará... y...
–Disculpen el retraso – dijo la maestra, ingresando al salón, cargando una carpeta de la que asomaban las esquinas de algunos papeles.
Mike soltó al rubio.
–¿Ves? – dijo, extendiendo los brazos hacia el frente del salón.
Lila se apartó para buscar un puesto vacío, ya que los que estaban cerca de los chicos se habían ocupado.
–Por cierto, ¿pasó algo ayer? No te vi en la escuela – comentó Arnold.
–Ah, sí... tuve algunas cosas que hacer... así que no vine a clases – contestó Mike, revisando sus bolsillos–. Toma, por el refresco del martes – añadió, ofreciéndole unas monedas
–No hace falta
–Dije que te pagaría, acéptalo
Lila se sentó en su lugar, rumiando ideas. Algo... algo estaba mal, pero no estaba segura de qué.
La clase comenzó y aunque intentó ignorar esa incomodidad. ¿Era por Mike?
No es lo que aparenta
No, no era sobre eso. Pero era algo más que dijo Helga. Sobre Mike... ¿hablaron sobre Mike? No, no hablaron de él, hablaron de la clase y de Arnold... apenas lo mencionó, excepto para decirle que no le convenía.
El pizarrón mostraba algunos datos, no sabía qué era, pero trató de copiarlos. La voz de la maestra se perdía. La voz de alguien más en la clase contestando una pregunta. La maestra confirmando para continuar la clase, el golpeteo de la tiza y la voz de la mujer.
Otra vez las palabras de Helga, su risa, la mirada triste cuando le explicó todo...
Helga... en verdad seguía enamorada de él. ¿No?
¿Pero dijo algo más sobre Mike?
hoy se fue temprano
Así que uno de los dos estaba mintiendo. Pero ¿por qué Helga le mentiría sobre Mike? Pudo decir que no había ido y ya o que no lo había visto, pero dijo que ya se había ido.
No serviría de nada que le preguntara a Mike delante de los demás, porque no había forma que él supiera lo que dijo Helga, así que lo negaría.
¿Había una relación entre Helga y Mike? ¿Por qué ella dijo con tanta seguridad que no le convenía? ¿Qué era lo que Helga sabía sobre él?
Rompió la punta de su lápiz y la chica junto a ella le ofreció un sacapuntas. Lila lo aceptó, todavía absorta en sus ideas, agradeció en un susurro y luego siguió tomando apuntes, mirando a Mike de reojo. Ahora que lo pensaba, había algo sospechoso en él, su postura, sus gestos, su forma de sentarse, todo... todo eso tenía algo que no lograba descifrar, pero que no cuadraba.
¿Qué sabía de Mike? ¿Qué sabía cualquiera de Mike? Nada que no fueran sus bromas o su habilidad. Bueno, tenía manos firmes y delgadas, usaba ropa ancha y le gustaba escuchar música. ¿Dónde vivía? Por lo que creyó ver, cerca de Helga, pero ¿y si iba a visitarla? ¿Se conocían de algún lado? Y ¿Dónde vivió antes? ¿En qué escuela estuvo? ¿Quiénes eran sus padres? ¿Con quién vivía? ¿Tenía más amigos en otras clases? ¿Tan siquiera había dicho su apellido alguna vez? Era bueno evadiendo las preguntas o desviando conversaciones.
Al final de la clase Lila salió de inmediato, llegó hasta el final del pasillo y desde ahí vigiló la puerta hasta que Mike y Arnold salieron. Con cautela los siguió hasta que se reunieron con Gerald y Phoebe, luego el chico nuevo se despidió y deshizo parte de su camino. Lila creyó que iría a su casillero... ¿Dónde estaba su casillero? No tenía idea. Lo siguió hasta que se sentó en una de las escaleras, acomodó sus audífonos y comenzó a tararear algo, dando golpecitos con sus dedos en sus rodillas.
El timbre sonó y él no se movió. Lila no sabía si ir a clases o seguir vigilándolo, pero si no decidía pronto, iba a descubrirla.
El pasillo quedo vacío. Mike guardó lentamente sus audífonos y Lila se pegó al muro cuando él se puso de pie. Lo escuchó caminar, alejándose y lo siguió con cautela, imitando el ritmo de sus pasos sin dificultad. El sonido de una puerta abierta, pasos al interior, la puerta cerrada. Se acercó en puntillas hasta estar frente a ésta.
Contempló las posibilidades ¿Sería buena idea seguirlo? ¿Cuáles eran las opciones? ¿Y si se reunía con alguien ahí? ¿Qué iba a pasar si había más gente?
Pegó su oído a la puerta, pero no escuchó voces. Notó pasos, pero no logró alejarse a tiempo y perdió el equilibrio cuando la puerta se abrió hacia adentro.
A pesar de la mirada sorprendida, Mike la sujetó por los hombros evitando que cayera al suelo.
Pareció que no le costó esfuerzo alguno ayudarla a reincorporarse. Ella intentó apartarse, asustada, pero Mike la llevó al interior, arrinconándola contra el muro.
–No se supone que estés aquí – masculló mientras cerraba el pestillo.
Ella sintió el cuerpo del chico aplastándola, mientras le cubría la boca con fuerza. Cerró los ojos y recordó que Arnold no pudo librarse y solo estaban jugando, entonces comprendió que ella no tendría oportunidad.
–Tienes que calmarte – exigió Mike.
Ella negó, forcejeando y él carraspeó.
–Lila, tranquilízate – insistió en un susurro, tan cerca de su oído, que ella pudo sentir su aliento.
La pelirroja asintió lentamente, abriendo sus ojos con confusión.
–No hay clases en los salones cercanos, así que nadie va a escuchar nada que salga de aquí – añadió él, sonriendo.
Notes:
Próximo capítulo: El As bajo la manga
Chapter 67: El As bajo la manga
Chapter Text
–Está bien, amigo, vamos a dar una vuelta
Arnold se disculpó con los demás, apartó su plato y se levantó para buscar el arnés de paseo de Abner. De reojo notó que Oskar aprovechaba que la abuela le daba la espalda para robar su plato. Bueno, tampoco era que fuera a comer más tarde, ese fin de semana parecía que no tenía apetito.
El frescor de la noche lo ayudó a calmar sus pensamientos. El cerdito caminaba y daba saltos delante de él, deteniéndose a olisquear por aquí y por allá, mientras Arnold reía con los tirones que daba de vez en cuando. Con una sonrisa agradeció que esa tarde estuviera tan inquieto. Necesitaba tanto la caminata como algunos minutos de soledad.
Ese fin de semana se lo había pasado ayudando a los abuelos con algunas tareas en casa para evitar pensar que, para su mala suerte, ninguno de sus amigos estaba disponible: Gerald y Phoebe tenían citas planeadas, Nadine vería a Rhonda, la familia de Edith estaba de visita, Lila dijo que no se sentía bien, Helga seguía manteniendo su distancia, además, tampoco era que él pensara que salir a solas con ella fuera una gran idea... y... Mike...
–¡Ey, Mike! Si tienes tiempo, podríamos ir a algún lugar este fin de semana – le dijo Arnold cuando salían de la escuela el viernes –. Tal vez hacer una última práctica antes de la prueba... o puedo mostrarte algún lugar interesante de Hillwood
Su amigo lo pensó unos segundos.
–Saldré de la ciudad... con mi familia – contestó –. Lo siento, tal vez en otra ocasión – añadió, encogiéndose de hombros.
No quería admitir que estaba decepcionado y tampoco era fácil lidiar con la intranquilidad. No estaba seguro si Mike realmente tenía algo que hacer o solo inventó una excusa para no verlo.
Pudo decir que no, no tiene razones para mentir...
Tal vez debió proponer alguna actividad al grupo y no solo a su amigo, pero en ese caso Lila tal vez iría... y bueno, ese día pasaba algo extraño: cada vez que Mike la miraba, Lila bajaba la mirada, como si estuviera nerviosa...
¿Pasó algo entre ellos?
Lila era una chica...
Arnold rio al imaginar la voz de Helga diciendo “ No me digas, Sherlock ” en tono de regaño.
No tenía idea si a Mike le gustaban las chicas como ella, pero Lila era bonita y, si Mike prefería estar con una chica, no sería una mala opción...
¿No?
Pero Mike y Lila no habían estado a solas. O eso pensó, hasta que escuchó a Nadine hablando con Lila sobre una clase que perdió, justo el mismo periodo en que Mike no llegó al salón... así que tal vez hablaron... y tal vez Lila se le adelantó y ahora ellos... ellos podían tener algo...
¡Basta!
Sacudió la cabeza. Mike no correspondía ese coqueteo y tal vez Lila solo estaba siendo amable y él lo veía peor de lo que era. La ausencia de ambos podía ser coincidencia. Además, Gerald le dijo que tomara las cosas con calma...
Aunque de verdad le hubiera gustado verlo
¿Por qué demonios se sentía así? Cada interacción con Mike se grabó en su mente y se reproducía aleatoriamente en su cabeza una y otra vez, obligándolo a revivir cada sensación, cada idea, cada salto en sus latidos...
Un fuerte tirón de la correa lo obligó a regresar a la realidad.
–¡Abner, detente!
El animal lanzó varios gruñidos, intentando correr, mientras el chico lo sujetaba con firmeza, hasta que un chasquido indicó que el material se había roto y en un movimiento brusco el cerdito se liberó.
Arnold corrió tras él, gritando su nombre. Las personas saltaban al costado, quitándose del camino, asustadas por los gruñidos del animal, algunas volteaban alertadas por el chico que intentaba atraparlo, incluso un par de tipos intentaron ayudarlo, pero Abner los esquivó con habilidad, luego cruzó una calle. Arnold lo siguió, los neumáticos chirriaron contra el pavimento, escuchó algunas las bocinas y gritos. Se disculpó sin voltear y siguió corriendo, lo vio girar una esquina y en los segundos que le tomó llegar hasta ahí, su amigo desapareció.
Se detuvo, mirando alrededor, respirando agitado.
–¡Aaaaaaabneeeeeeeeeeer! – gritó un par de veces, caminando a prisa.
Un automóvil pasó en dirección contraria, cegándolo por un instante.
–¡Aaaaaaabneeeeeeeeeeer! – repitió, con toda la fuerza que pudo.
Arnold miró con enfado hacia la dirección desde donde alguien le gritó que se callara, pero no pudo distinguir a nadie.
Un par de gruñidos llamaron su atención y lo hicieron acelerar sus pasos. Abner chillaba, mientras una voz conocida intentaba calmarlo. El chico reconoció a quien cargaba a su amigo caminando desde el patio.
–¿Joshua? – dijo Arnold.
–Creo que este es tu cerdito– contestó el alto muchacho, con una sonrisa –. Te ves cansado ¿quieres pasar un momento y refrescarte?
Arnold asintió, siguiéndolo hacia el patio, para entrar a la casa por la parte de atrás. Joshua cerró la puerta, dejó al animal en el suelo y se sacudió las manos, antes de revisar el refrigerador.
–No tenía idea que vivías en el barrio – comentó el menor, tomando asiento, mientras Joshua le ofrecía una botella de agua –. Gracias – añadió, todavía agitado.
Abner daba vueltas por la cocina, mientras dos gatos lo observaban desde arriba de los muebles.
Joshua se sentó junto a Arnold y hablaron primero sobre las vacaciones de verano, luego el menor mencionó las materias que tomó y con qué maestros, así que Joshua le dio un par de consejos para lidiar con un par de ellos. También le contó que no logró ingresar a la universidad, así que estaba trabajando medio tiempo y encargándose de la casa.
En eso, Abner se acercó a Joshua, gruñendo y golpeándole la pierna con el hocico, hasta el que muchacho lo cargó otra vez. Los gatos saltaron a la mesa y se acercaron a oler al recién llegado, con una actitud precavida. No dejaron que Arnold los acariciara, pero al escapar de él, fueron a oler al cerdito.
–No puedo creer que haya escapado para venir aquí. Parece que en verdad le agradas – admitió el rubio, incómodo.
–Solo siguió su instinto – explicó Joshua.
–¿Su instinto?
–Te mostraré
El mayor dejó al cerdito en el suelo, dándole algunas palmaditas en la cabeza. Luego llevó a Arnold al patio, donde había un par de enormes cajas de madera.
–Llegó cuando terminaba de preparar la mezcla para el abono – explicó, levantando la tapa de una de éstas.
Arnold reconoció el intenso olor a tierra y humedad, mezclado con el hedor de restos de frutas y verduras.
Tras explicarle un poco sobre el tema y mostrarle un pequeño invernadero con las siembras que tenía en casa, regresaron a la cocina, donde los gatos de Joshua jugaban con la cola del cerdito.
–¿Lo sacaste con eso? – dijo el mayor, indicando el arnés que Arnold había dejado sobre la mesa.
–Oh, sí, creo que tendré que comprar otro
Ambos observaron que se había cortado por el desgaste.
–Tengo uno que te puedo prestar– añadió Joshua, mientras buscaba en algunos cajones al fondo de la cocina –. Era de mi perro
–¿Era...? Significa que...
–El ciclo de la vida
Arnold miraba al cerdito que ahora perseguía a los gatos, jugando.
–Aquí está – dijo el chico, para regresar junto a Arnold, entregándole el arnés.
–¿Estás seguro? Debe ser... algo... importante
–No te preocupes, regrésamelo cuando le compres otro ¿de acuerdo?
–¿En verdad vas a confiar en mí con algo así?
–Claro ¿por qué no? Ya he confiado en ti antes
Arnold tragó en seco, comprendiendo algo de pronto.
–Joshua... ¿puedo hacerte una pregunta? – dijo, jugando nervioso con la botella, ahora vacía.
–Supongo que sí
Arnold intentó ganar tiempo y ordenar sus ideas. Se sentía culpable y algo nervioso, pero... no tenía nada que perder.
–¿Cómo fue que supiste... que tipo de personas... te gustan?
Aunque no vio a nadie, Arnold no estaba seguro si los padres de Joshua estaban en casa, si acaso lo sabían, ni mucho menos qué podían pensar, pero si el chico escondía mucho de sí en la escuela, nada indicaba que tuviera aceptación en su hogar.
El mayor lo observó. Helga nunca le explicó las razones por las que terminó con Arnold, pero la vio descargar su ira contra un saco en demasiadas oportunidades ¿Acaso sería por eso?
–Si quieres saberlo, imagino que es porque te está llamando la atención alguien que no esperabas, ¿no?
Arnold asintió. Luego recordó que Joshua prácticamente se le había declarado. Demonios, esto... debía ser incómodo.
–Lo siento – agregó apresurado –. No quise ser impertinente y entiendo si no quieres responder
El mayor lo miró.
–Si le sigues dando vueltas, tal vez ya tienes la respuesta... y no quieres admitirlo porque te asusta
–¿No hay una forma de estar seguro?
–Para mí siempre ha sido claro. Lo difícil fue intentar hacer lo que otros esperaban de mí
–Pero siempre me han gustado chicas ¿eso puede cambiar?
–No sé
Arnold dejó caer su rostro sobre la mesa, frustrado.
–Pero creo que me he sentido como tú – añadió Joshua.
–¿Cómo?
–Cuando me gusta alguien es... incómodo y extraño. Pienso demasiado en esa persona. Verle o escuchar su voz ilumina mi día, aunque sienta miedo y no sepa si esa persona siente lo mismo... solo quiero disfrutar cada segundo. Pero también es una tortura guardarme todo ¿Es diferente cuando en serio te gusta una chica?
Arnold cerró los ojos. No era muy distinto a como se sintió cuando se resistía a aceptar que le gustaba Helga y al mismo tiempo no sabía si ella sentía algo por él.
Hablaron un rato hasta que Arnold dijo que debía irse y Joshua lo acompañó a la entrada principal de la casa.
–Gracias por la charla... y el arnés para Abner – dijo Arnold –. Te lo regresaré pronto
–Ven cuando quieras. Y... Arnold... no soy quién para decirte que te arriesgues, pero si hubiera tenido un amigo como Gerald, creo que habría intentado que las cosas fueran diferentes. Piénsalo – dijo Joshua, antes de cerrar la puerta.
La mayoría de los clubes deportivos tendrían las pruebas para sus nuevos miembros los primeros días de esa semana, así que el lunes por la mañana muchas personas estaban eufóricas, entre la emoción y los nervios. Los novatos de ese año parecían realmente entusiastas, mientras que los de los últimos años ya preparaban las bienvenidas, en algunos casos reales y en otros, las bromas y torturas.
De camino a la cafetería, Arnold oyó las risas de Wolfgang, Ludwig y sus amigos, que seguramente estaban tramando algo para torturar a quienes quisieran unirse al equipo de fútbol americano. De hecho, era una de las razones por las que varios de su grupo descartaron ese equipo. Los problemas con los idiotas ya no eran tan frecuentes, pero definitivamente no terminarían hasta que los mayores se fueran de la escuela. Seguían siendo más altos y macizos que el promedio de los chicos, además de tener esa actitud pendenciera. Pero Arnold podía reconocer que jugaban bien, se complementaban y habían ganado un par de copas para la escuela, así que el entrenador los salvaba de los problemas, lo que permitió que el equipo se convirtiera en su reino, donde solo aceptaban personas como ellos.
Olvidó eso de inmediato al reunirse con Phoebe y Gerald en la cafetería. Ese día había pudín de tapioca, lo que mejoró de inmediato su humor. Helga llegó unos minutos después, mientras la pareja hablaba sobre su cita en un parque de diversiones.
Arnold notó que Helga parecía un poco apática, incluso para ser ella, pero seguía sin saber cómo hablarle. Quería, en serio, que volviera a confiar en él, que volvieran a ser amigos, de todos modos, seguían en la misma escuela, tendrían al menos una clase juntos hasta graduarse y si la relación de Phoebe y Gerald continuaba, seguirían compartiendo los almuerzos y algunos descansos. Pero era Helga y aunque podía admitir que había avanzado un montón, la comunicación vulnerable y honesta parecía que jamás sería una de sus virtudes.
–¿Qué? – dijo la chica de pronto – ¿Tengo algo en la cara?
La ceja arqueada y una mirada de desprecio.
–Sólo pensaba que pareces desanimada – comentó Arnold – ¿Estás bien?
–Doi, claro que sí, simplemente estoy agotada
–¿Por qué?
–¿Esto es una auditoría o qué?
Arnold entrecerró los ojos.
–Olvidé que odias que se preocupen por ti
–Exacto, cabeza de balón, odio que se metan en mis asuntos
–Sólo hice una pregunta
–Que si respondo llevará inevitablemente a que empieces a buscar formas de ayudarme, no, gracias, estamos bien así
Phoebe y Gerald ahogaron una risita y al notarlo, Arnold medio sonrió al entender que Helga no estaba enfadada ni molesta con él. Eso era bueno.
–¿El club de boxeo hará pruebas también? – preguntó por cambiar de tema.
–No lo creo. Mientras no compitamos, no hay razón para seleccionar a las integrantes– explicó Helga –. Además, creo que la mayoría solo quiere tener algo con qué defenderse... no sé si lo consideren realmente un club deportivo
–Oh, entiendo ¿Y no has pensado unirte a otro club?
–No realmente ¿por qué?
–Bueno, Lila dijo que quería unirse a las porristas
–Ah, eso... supongo que viene con ella, pero tengo cosas más interesantes que hacer
–¿Cómo qué?
–Cosas – la chica terminó su comida y miró a su amiga – Ey, Pheebs, ¿ya decidiste que otro club de nerds vas a favorecer con tu intelecto superior?
–Negativo – contestó la chica, ajustando sus lentes –. Sigo evaluando las ventajas y desventajas de éstos. Tomaré una decisión en función de los antecedentes académicos de los nuevos integrantes
–Bueno, donde sea que decidas inscribirte, de seguro serás la mejor
–Gracias, haré el intento
Quedaba poco para que sonara la campana y el grupo se levantó para dejar sus bandejas junto a la basura y dirigirse a sus clases.
La campana sonó, así que Phoebe y Gerald se apresuraron para ir a clases. Arnold iba a seguirles el paso, pero alguien lo sujetó por la manga de la camisa. Al voltear vio a Helga, aunque evitaba mirarlo.
–¿Qué pasa? – quiso saber.
–Solo para que lo sepas... estoy tratando de hacer algo absolutamente estúpido – dijo, luego lo soltó.
Arnold cruzó los brazos, esperando que continuara.
–¿Y? – exigió.
–Y... es por eso que estoy agotada... y te prometo que no tengo la intención de lastimar a nadie...
–Helga ¿Qué planeas hacer?
–Nada que tenga que ver contigo ¿de acuerdo? Sólo quería que lo supieras
Le dio la espalda, alejándose con rapidez.
¿Qué había sido todo eso? ¿Qué intentaba hacer?
El chico sabía que era lo mejor que podía obtener de ella, así que dejando escapar un suspiro regresó sobre sus pasos para llegar a su salón, esperando no ser regañado.
Helga podía hacer lo que quisiera, ya nada de eso era su problema. Ahora tenía algo más importante en lo que pensar, porque por la práctica que tuvieron con Mike sabía que el chico quedaría en el equipo y esa sería su excusa para invitarlo a celebrar y tal vez lograría reunir el valor para hablar con él sobre la confusión que le provocaba.
Como segundo al mando del equipo, Gerald era parte del comité que evaluaba a los postulantes al equipo. Llegó al gimnasio unos veinte minutos antes que comenzaran las pruebas. Phoebe lo acompañó, ayudándolo a preparar las fichas de puntuación, las hojas numeradas y el listado.
El capitán, que estaba en último año, llegó poco después y los ayudó con el papeleo. A medida que llegaban los postulantes, verificaban su inscripción y entregaban los números.
La mayoría de los que quería integrarse eran de primer año, pero había otros chicos de segundo y tercero, algunos nuevos y otros que lo volvían a intentar, claramente mejor preparados.
El entrenador hizo sonar su silbato, indicando que no podía ingresar nadie más. Miró de reojo a la muchacha junto a su jugador estrella. La chiquilla había ido a cada partido el año anterior y sabía que era novia de Gerald. Bajita, nerd, lentes, definitivamente no era una distracción para sus chicos, podía quedarse. Estaba ayudando y debía reconocer que era inteligente de parte del chico estar con alguien que le ayudara con su promedio.
Dio un discurso sobre las exigencias del equipo, sobre cómo debían mantener cierto nivel, sus calificaciones y el mínimo de prácticas semanales, incluso para periodos de exámenes. Tras esto, un par de chicos se levantaron para irse. Luego el hombre dio paso a Gerald, que estaba designado para dirigir la prueba.
–Ahora que ya saben que hacer – dijo el joven –. Comienzan las pruebas... todos de pie y a correr diez minutos
El grupo obedeció, aunque se oyeron algunas quejas.
Los siguientes cuarenta minutos los chicos del equipo que estaban en último año tomarían nota de cada uno de los participantes, identificados con un número en papel colgado a su ropa con un alfiler. Luego de una rutina de calentamiento y acondicionamiento general, realizaron otros ejercicios, carreras y lanzamientos de bolas. Luego, en el patio, practicaron bateos.
El profesor daba algunas vueltas, revisando la posición y forma de los aspirantes, indicándole a los chicos qué anotaran ciertas cosas.
Al final regresaron al interior del gimnasio y la mayoría se dejó caer al suelo, respirando agitados.
El entrenador deliberó con los integrantes del equipo y tras unos diez minutos, comenzaron los anuncios.
–Pongan atención – vociferó –. Daremos los resultados, no interrumpan. Los que no han quedado deben esperar a que termine para retirarse
Luego un chico de último año comenzó a leer los resultados por orden de inscripción a la prueba
–Número uno, ausente, número dos, fuera, número tres, dentro, número cuatro, dentro, número cinco, dentro...
Arnold levantó los pulgares felicitando a Mike. Tenía el número cuatro.
–... números seis, siete y ocho – continuó la lectura –, fuera, números nueve, diez, once, dentro, doce, dentro, trece, ausente, catorce, dentro, quince y dieciséis, fuera, diecisiete y dieciocho, dentro... diecinueve...
Cuando los anuncios terminaron, todos se levantaron. Los chicos que no quedaron se retiraron de inmediato.
Mike le sonrió a Arnold, quitándose la gorra.
En su mirada había orgullo, pero también algo de tristeza.
El rubio entonces se preguntó si acaso sus ojos siempre fueron de ese hermoso azul... claro.
Los que habían quedado se felicitaban entre sí o recibían felicitaciones de sus amigos en el equipo. Mike sin embargo se acercó al entrenador.
–¿Qué quieres, cuatro? – dijo el hombre.
–Significa que pasé las pruebas
–Sí ¿acaso estás sordo?
–No, solo quiero corregir un pequeño error – añadió –. Creo que mi número está manchado – dijo, pasando su mano por la hoja –. No tengo el cuatro, tengo... el uno
–Es irrelevante, ya eres parte del equipo
–¿Y puedo saber cómo están asignados los puntajes?
–Normalmente no – explicó un chico.
–Entre los mejores cinco– interrumpió Gerald.
–Es decir que soy del veinte porciento superior de los veinticinco aspirantes que intentaron ingresar este año
–Correcto
Mike tomó su bolso y sacó una toalla húmeda que usó para limpiar su rostro. Luego quitó con cuidado las horquillas que sujetaban su cabello.
Arnold sentía una punzada incómoda en su estómago cuando notó que el cabello castaño se trataba de una peluca. La sangre le hervía mientras apretaba el puño.
Los largos dedos apartaron la malla que mantenía en su lugar el largo cabello rubio y luego de acomodar su flequillo alzó la mirada con arrogancia.
–Y usted decía que una chica jamás podría entrar – dijo Helga, mirando al entrenador con una sonrisa de satisfacción.
Chapter 68: Las cartas sobre la mesa
Chapter Text
El hombre, rojo de ira, se puso de pie, exigiéndole a Helga salir del gimnasio.
–¿Por qué?–dijo ella– ¿Acaso no hice la misma prueba que todos los demás? ¿Acaso no fui mejor que la mayoría aquí?
–¡No puedes dar el examen disfrazada de chico!
–Ni que la peluca tuviera esteroides–Contestó, girando los ojos.–. Usted lo dijo, estoy en el equipo
–¡NUNCA!
–Helga tiene derecho a ser parte del equipo–Se involucró Phoebe, poniéndose de pie.
El hombre volteó. ¿Qué clase de conspiración era esta?
–El reglamento escolar no tiene nada que lo prohíba–Continuó la chica de lentes–, tampoco el reglamento del equipo. La norma que impide que ella se una es arbitraria, impuesta por usted–Concluyó.
–No podrá competir–dijo el profesor.
–También revisamos el reglamento del torneo escolar. Y no hay nada que impida la participación de equipos mixtos–explicó, entregándole una copia del libro, abierto donde indicaban las notas adhesivas y señalando la sección destacada que refería a la conformación de éstos.
–Pero...
–Podemos llevar esto a la junta escolar–Remató.
–O podemos resolverlo aquí y ahora–dijo Helga– ¿Qué, dicen ustedes?–Añadió, mirando alrededor.– ¿Creen que disfrazarme me dio ventaja?
Los demás aspirantes se miraron entre sí, comentando.
–Hiciste la misma prueba y pasaste. Yo digo que deberías estar en el equipo–dijo uno.
–¡Sí! ¡Así es!–dijo otro.
–¡Déjela quedarse! Es buena lanzando–Añadió uno de los de último año.
Y luego más y más chicos confirmaron la decisión.
El entrenador hizo sonar el silbato.
–¡TODOS FUERA DEL GIMNASIO! ¡QUIEN NO SE RETIRE EN ESTE INSTANTE, QUEDARÁ FUERA DEL EQUIPO, NO ME IMPORTA QUIEN SEA!
Los jóvenes salieron en grupo, sin prisa y aunque varios comentaban y le daban palmadas de felicitación, Helga notó que Arnold había desaparecido en medio de la discusión. Debía estar en verdad enfadado, lo notó en el instante en que soltó su cabello, pero en ese momento había algo más importante que hacer. Phoebe y Gerald estaban con ella y parecían conformes con lo conseguido. Un par de chicos bromearon por lo loco de su plan y algunos de último año le dieron la bienvenida al equipo.
–Ignora a ese idiota, no puede quedarse sin jugadores–Aseguró el capitán.
–Gracias–dijo la chica.
–Tenías razón, Johanssen–Agregó el muchacho.
–¿Acaso le contaste?–dijo Helga, molesta–. Se suponía que NADIE debía saber del plan.
–Helga, nena, tranquilízate–Contestó el moreno.–. Sólo le dije que sabía de algunos aspirantes que sorprenderían a todos–Explicó con seguridad.
–Más te vale
El capitán se despidió y los amigos decidieron irse a casa. A pesar de los ánimos, sabían que tendrían problemas al día siguiente y querían guardar energía, en especial Helga.
...~...
Arnold no sabía a dónde ir. Llegar a casa no era opción y tuvo que escapar, porque no estaba en condiciones de hablar con Helga ni Gerald. Maldición. Estaba seguro que Gerald lo sabía. Estaba en serio enfadado con ambos... y, por dios, Lila... parecía que a Lila le gustaba Mike... ¿Qué iba a pasar cuando se enterara de que era Helga?
La llamó a casa y esperó que alguien contestara.
–¿Diga?–Sonó la voz su amiga al otro lado de la línea.
–Hola, Lila, soy Arnold
Hubo un silencio incómodo. El chico no sabía cómo continuar.
–¿Qué pasa?–dijo ella, con aire preocupado.
–Necesito hablar contigo
–Te escucho
–Es importante, no quiero hablar por teléfono ¿puedo ir a verte ahora?
Otro silencio.
–Si en verdad es así de serio, puedes venir
–Gracias, Lila. Nos vemos
Arnold colgó para correr y alcanzar el autobús que lo llevaba cerca de la casa de su amiga. Tomó aire, todavía sin saber qué hacer, y tocó la puerta un par de veces.
Ella abrió casi de inmediato, como si hubiera estado esperando. Lo notó agitado y nervioso.
–¿Estás bien? ¿Qué pasó?–dijo ella, asustada.
–No. No me pasó nada. Es... –Contestó Arnold, sin saber qué decir.– es sobre Mike... y sobre Helga... es... difícil de explicar
El chico bajó la mirada.
–¿Mike...? ¿Helga...? Arnold, no entiendo
–Helga ha estado fingiendo ser Mike, Mike no existe–Explicó.
–¿Qué?
–Todo fue un tonto truco para unirse al equipo de baseball
Lila cubrió sus labios con una mirada de sorpresa.
–No puedo creer... –Masculló.– Mike... Helga... espera ¿Lo logró?
–¿Qué?
–¿Pasó la prueba del equipo?
–Sí, pero... ¿No estás molesta? Pensé... que Mike...
–Mike en verdad me agrada–Interrumpió Lila, bajando la mirada un segundo.–, pero si resultó ser Helga todo este tiempo, eso lo explica, quiero decir, me agrada Helga, así que tiene sentido... y suena como una locura, pero ella siempre ha hecho locuras
–Pensé que estarías enfadada
–¿Cómo tú?
–Sí
–¿Por qué estás enfadado, querido Arnold?
–¡Porque nos mintió! ¡Nos engañó! ¡Engañó a todo el mundo! ¡¿Cómo pudo ser tan egoísta?! Ella dejó que creyera...
Arnold se detuvo. Nada de esto tenía sentido y decirle algo así a Lila no cambiaba las cosas.
–¿Qué cosa, Arnold?–dijo ella, con un aire de preocupación.
–Olvídalo, no... no lo entenderías. Creí que sí, pero...
–No puedo entenderlo si no me lo dices
Arnold la observó.
–Lo siento, Lila... fue mi error, no debí venir aquí, solo no sé con quién hablar. Gerald estaba metido en esto y estoy enfadado con él y con Helga... y no quiero hablar con mis abuelos... sólo pensé...
–Arnold... en serio lo lamento, pero creo... creo que debes irte...
Lila cerró la puerta esperó hasta que los pasos de su amigo se alejaron. Angustiada se dejó caer al suelo, recordando el día que había decidido seguir a Mike.
–Lila, tranquilízate
La pelirroja asintió lentamente, abriendo sus ojos con confusión. Esa no era la voz de Mike...
–No hay clases en los salones cercanos, así que nadie va a escuchar nada que salga de aquí. Ahora explícame ¿por qué demonios me estabas siguiendo, solcito?
La pelirroja cubrió su boca con sus manos, sorprendida, incapaz de contenerse.
–Espera...¿por qué lloras? No me digas que en serio te gustaba...
La confusión en los ojos que la observaban solo creció con la risita de Lila, que movía su rostro de lado a lado.
–Me alegra que al final resultaras ser tú. Nunca me interesó Mike
–Entonces ¿por qué demonios le coqueteabas?
Lila limpió sus ojos y luego de echar un vistazo a su reflejo notó lo avergonzada que estaba. ¿Cómo explicarle a su amiga todo sin ser una traidora? Le dio la espalda al espejo, jugando nerviosa con sus manos.
–Edith me pidió que te distrajera, quiero decir, que apartara un poco a Mike, para pasar más tiempo con Arnold
–Ya veo
–¿Estás... enfadada?
La rubia se encogió de hombros.
–Eso no explica porque me seguiste hasta aquí
–Ayer... dijiste que Mike se había ido temprano, pero hoy le dijiste a Arnold que faltaste... bueno, que Mike faltó a la escuela
–Es... cierto. Me sorprende que lo recordaras, no pensé que fuera importante–Se encogió de hombros
Ambas sonrieron en ese momento, luego Lila bajó la mirada, nerviosa.
–No sé tú, pero creo que ya no llegué a esta clase–Comentó la rubia, quitándose las lentillas con cuidado.
–Supongo que sí
Helga sacó una a una las horquillas de la peluca, para guardarla y soltar su cabello. Luego lavó su rostro, eliminando el maquillaje.
–Helga, ¿por qué te has estado haciendo pasar por alguien más? ¿Esto tiene que ver con Arnold?
La rubia tomó aire y le explicó su plan para dar las pruebas para el equipo.
–Al principio solo iba a pasearme por ahí en algunos descansos y saludar a algunas personas, pero el primer día odié lo incómodo que estaba Arnold conmigo... con Helga... así que me disfracé para no molestarlo. Pero el estúpido cabeza de balón me habló y siendo Mike estar con él... volvió a ser agradable... y solo quería sentirme así un poco más. Sé que va a enfadarse cuando lo sepa
–¿Y por qué no le dices sobre tu plan?
–¡Porque es San Arnoldo! Habría hecho una loca campaña para que las chicas podamos entrar al equipo y probablemente el entrenador lo habría expulsado
–O tal vez habrían formado un equipo de chicas
–Eso arruinaría mi plan de restregarle en la cara que las chicas podemos superar la misma prueba que los chicos
Lila notó que Helga sacó un peine y estirando la mano le ofreció ayuda. Por algunos minutos se quedaron así, sin más palabras, mientras se concentraba en deshacer los nudos con cuidado y sin tirar su cabello.
–Dime algo, solcito–dijo Helga de pronto–, ¿por qué le sigues el juego a Edith?
La pelirroja suspiró, sin dejar lo que hacía.
–Ella encontró algo en mi diario
–¿Leyó tu diario?–Interrumpió–. Tiene que ser una broma
–Prometió no contar...
–Hasta yo sé que eso está mal–Volvió a interrumpir.
Lila temblaba, mientras las lágrimas borraban su vista. Dejó el peine a un lado y escondió su rostro entre sus manos. Casi al instante los brazos de Helga la rodearon con calidez, dándole palmaditas en la espalda.
–Ya, ya. Tranquila. Edith cayó bajo. Incluso si no me agrada, realmente creí que era tu amiga
–¡Lo es!
–Sonará hipócrita viniendo de mí, pero no creo que esté bien que te esté chantajeando
Lila medio rio. Helga entonces la soltó y le secó el rostro con cuidado, haciéndola sonrojar.
–Escucha, solcito. Lo que pase con Edith es asunto tuyo, pero respecto a esto no sabes nada, así que cuando explote tendrás que fingir que esto no pasó ¿está claro?
Lila asintió.
Después de la visita de Arnold, rasgó una a una las hojas de su diario, recordando esa conversación con Helga. Imaginó que podía mantener en secreto, pero no podía arriesgarse a que nadie más lo averiguara.
...~...
Arnold regresó a pie, todavía intentando calmarse. Antes de llegar a casa recibió un mensaje de su mejor amigo y aceptó reunirse con él en el parque Gerald, el cual acababa de pasar. Regresó sobre sus pasos y se prometió que estaría tranquilo, pero en cuanto lo vio acercarse, la ira volvió a crecer.
–Lo sabías ¿cierto?–dijo.
–¿Qué Mike era Helga? Sí–Admitió Gerald.
–¡Debiste decirme y sabes bien por qué!
–Amigo, estaba bajo amenaza
–¡Creí que Helga no te asustaba!
–Oh... no ella... Phoebe
–¿Qué?
–Las chicas... llegaron a la conclusión de que tú no podías enterarte o arruinarías el plan
–¿Por qué?
–Viejo, no lo sé, cosas de chicas
–¿Por qué? Rayos... ¡Sabías que estaba confundido! ¡Sabías que... Mike... que Helga...!
–Escucha, viejo, te gustaba creyendo que era un chico, pero, acéptalo, Helga ni siquiera se esforzó en pretender... solo actuó como actúa siempre
–¡No es justo! Gerald, ella y tú, jugaron conmigo, me dejaron creer... toda esta basura. ¡TODO! Lo que dijiste
–Lo que dije... lo dije en serio
–Todo lo que dijiste... ¡NO TIENES IDEA DE CÓMO ME HE SENTIDO! ¡No te imaginas...! Incluso... ¡¿SABES LO CONFUSO QUE ES ESTO?! Pero ya elegiste qué es lo que te importa. Creí que eras mi amigo
Arnold se marchó.
¿Cuándo fue la última vez que en serio se enfadó con Gerald? No quería escuchar nada de él, no después de toda esa mierda sobre la aceptación. ¿Qué carajos era eso? ¿Por qué no le dijo que dejara la tontería y ya? Eso debió hacer. No, ni siquiera eso, desde el primer momento debió decirle que ese misterioso chico nuevo que le agradaba tanto era su ex novia, por quién sufrió por semanas.
La oscuridad que inundaba su habitación y el silencio en la casa lo hicieron consciente de lo tarde que era y cómo el enfado se había diluido.
Ya más calmado repasaba la conversación con Lila. Ella en serio se había preocupado por Helga, a pesar de lo confusa de la situación. ¿Y él qué hizo? Huir. Era un cobarde.
Pero al pensar en ella sabía que seguía enfadado.
Solo para que lo sepas... estoy tratando de hacer algo absolutamente estúpido
y te prometo que no tengo la intención de lastimar a nadie...
Sólo quería que lo supieras
Así que de eso se trataba.
...~...
La mañana siguiente, Helga llegó temprano, con la intención de hablar con el cabeza de balón, pero no lo vio en ningún lado antes de la clase. Mirando el pizarrón, la rubia se aburría, tomando apuntes de forma mecánica, con su mente en mil ideas. Además, notaba las miradas de reojo, los susurros, los comentarios. Sí, la noticia se había corrido. Perfecto.
No encontró a Arnold en el descanso y Gerald le dijo que habían discutido. Definitivamente eso estaba empeorando. Y para completar el panorama, durante el último periodo antes del almuerzo pasó lo que temía.
–Helga Pataki, diríjase a la oficina del director–Se escuchó por los parlantes.–. Helga Pataki, diríjase a la oficina del director
La chica tomó sus cosas y se levantó en silencio, con una mirada fría y segura, sabiendo que todos los ojos estaban sobre ella.
Caminó con la frente en alto por los pasillos abandonados de la escuela.
Phoebe estaba afuera de la oficina. La rubia le sonrió con seguridad, sabiendo que estaba ahí para apoyarla si las cosas se ponían difíciles. Entró al despacho de Wartz cerrando la puerta tras de sí. Esperaba ver al entrenador, que gruñó al verla entrar, pero no al profesor Simmons y mucho menos con una orgullosa sonrisa.
–Señorita Pataki, ¿estoy en lo correcto?–dijo Wartz, mirándola por sobre el expediente que revisaba.
La adolescente cerró la puerta y tomó asiento, cruzándose de brazos.
–Dígame, director Wartz
–Tenemos un reporte sobre su situación
–Helga, queremos hablar contigo sobre lo que pasó estas semanas–dijo Simmons–. Sabemos que has estado asistiendo a algunas clases pretendiendo ser un chico. Y queremos saber si hay algo que quieras contarnos al respecto
La chica miró a su viejo maestro.
–Sólo fingí ser un chico para que me dejara hacer la prueba
–¡Las chicas no pueden estar en el equipo!–Interrumpió el entrenador.
–Eso tendrá que hablarlo con mi abogada–dijo Helga, sin siquiera mirarlo.
El hombre volvió a enrojecer de ira.
–¿No era mejor pedirle que te permitiera hacer la prueba?–Quiso mediar Simmons.
–El año pasado ni siquiera me dejó intentarlo, en cuanto me vio, me echó del gimnasio
–¿Es eso cierto?–dijo Wartz.
–¿Van a ponerse en mi contra?–Se quejó el entrenador.
–Helga, entonces ¿todo esto fue porque querías jugar en el equipo?–dijo Simmons.
–Claro, ¿por qué más?–dijo la chica.
Simmons miró al director y luego al entrenador.
–Si Helga demostró que está al mismo nivel que otros jugadores, debería estar en el equipo
–¡Eso es lo que he intentado decir!–Se quejó la chica.
–¡No lo permitiré!–dijo el entrenador, golpeando el escritorio con su puño.
–Entrenador Myers–dijo Wartz–. El consejo estudiantil ya presentó un requerimiento. Han revisado el reglamento y no encuentran ninguna razón para que no juegue. No me agrada decirlo, pero debemos aceptar que los tiempos han cambiado
–¿Qué? No pienso entrenar a una niña
–Descuide, como dicen los chicos de mi clase, soy la chica menos femenina de la escuela, así que será el último de sus problemas
El entrenador se fue, casi azotando la puerta.
–¿Está contento, Simmons?–dijo el director.
–Sí, cada uno de nuestros estudiantes es especial en su propia forma y quiero que desarrollen su potencial haciendo lo que disfrutan–Contestó el hombre con una sonrisa.
Helga no pudo reprimir una risita burlona, casi había olvidado lo patético que sonaba y sin embargo extrañaba sus clases.
–Gracias, maestro Simmons–dijo Helga.
¿Cómo no se le pasó por la cabeza pedirle ayuda al único docentes de esa miserable escuela lo suficientemente dedicado como para realmente arriesgarse a ayudarla? Se sentía ligeramente culpable.
–Director, ¿puedo tener una breve charla con mi ex estudiante?–dijo el profesor.
–Sí, claro, estaré afuera
Helga lo miró intrigada.
«¿Ahora qué?»
–¿Cómo has estado?–dijo el profesor.
–Como siempre, ya sabe... no es como que muchas cosas cambien en la vida Pataki
–Supe que las cosas con Arnold no terminaron muy bien
–¿Quién es? ¿El doctor corazón?
–Helga, ¿hay algo de lo que te gustaría hablar? Me refiero a que entiendo lo que tiene que ver con tu intento de ingresar al equipo, pero... cuando discutimos sobre el tema en el salón de maestros, varios indicaron que has asistido a clases con el nombre de Mike... ¿es esta... una nueva identidad?
La chica entonces abrió los ojos.
–No
–¿Estás segura?
–Escuche, sé que se preocupar por todos y en especial por las personas que creen que lo necesitan, pero no es nada de eso. Sé que se me fue un poco de las manos y quizá no era necesario que fuera a clases así... eso... no fue por mí... eso fue porque... yo... no quería incomodar a Arnold
–¿Por qué?
–Me odia... y si no lo hacía, ahora lo hace. Desde que rompimos... ¿Acaso nunca volveremos a ser amigos? Lo extraño, bromear con él, decir tonterías... detesto la forma en que me mira, como cuida sus palabras conmigo, como si me fuera a lastimar si hace algo equivocado ¿de verdad cree que soy tan débil? Puedo soportar mucho más de lo que imagina... y sé que soy una chica, no me molesta ser una chica, pero... pero él parecía estar mejor conmigo siendo un chico
Simmons abrazó a la adolescente que por un segundo volvió a ser esa niña que escribía poemas, que firmaba como "anónimo" aunque escribía su nombre en la esquina; en las que declaraba de mil formas distintas el profundo amor que sentía por su compañero de clases. Podía ver lo sola y triste que se debía sentir imaginando que perdía a una persona tan importante.
–Helga, sé que será difícil, pero tienes que hablar con Arnold ¿está bien?
Ella asintió.
–Y sabes que si necesitas hablar de cualquier cosa puedes buscarme
–Gracias
–Perfecto, ahora seca esas lágrimas y ve con Phoebe, debe estar preocupada
La chica medio sonrió y al salir del despacho de Wartz sólo le levantó el pulgar a su amiga, quien no necesitó más detalles para entender el resultado de la reunión, aunque ya lo había deducido cuando vio salir al entrenador tan enfadado que ni siquiera la notó.
Ambas creyeron que el asunto quedaría ahí, pero un grupo de chicas de distintos grados se reunió para exigir la oportunidad de ingresar al equipo. Si una podía entrar, las demás también y en una cadena de eventos, el entrenador terminó por renunciar a la escuela esa semana. Así que, de forma temporal, el capitán del equipo y Gerald quedaron a cargo de la prueba para las chicas, mientras la escuela buscaba un nuevo entrenador.
...~...
Durante esos días, Arnold evitaba a sus amigos, pasaba el tiempo a solas o con el grupo de Harold, Stinky y Sid. Hablar con Lila o Edith se sentía fuera de lugar.
Pero lo bueno de la soledad fue que pudo reflexionar. El miércoles habló con Gerald y ambos se disculparon. Arnold no quería explicaciones sobre los retorcidos detalles de la situación, sólo quería recuperar a su mejor amigo y no volver a hablar jamás en la vida de lo que había pasado, pero Helga... a Helga no la quería cerca, porque, demonios, todo era demasiado confuso. Pero el jueves por la noche se dijo que, si no podía verla, tal vez podía escribirle.
Tomó su teléfono y revisó la agenda, llegó hasta el número de Helga y escribió un mensaje:
From You:
Felicidades por entrar al equipo
Miró la hora antes de enviarlo. Era tarde. Bueno, no pasaba nada.
Se paró sobre su cama y saco un par de libretas de la repisa más alta.
Esa día le habían regresado una de las tareas que hizo con Helga fingiendo ser Mike y él la arrugó metiéndola al fondo de la mochila. Buscó el papel y al revisar notó que la letra de estaba ligeramente alterada, pero se sentía familiar, debió ser por eso que llamó su atención.
Y Gerald tenía razón, Helga no se esforzó en ser otra persona, simplemente a nadie le pareció extraño un chico así.
Con un dolor en el pecho le daba vuelta a las conversaciones que tuvo con él... ella... pensando que era alguien más.
¿Fue eso manipulación de Helga? ¿O acaso...?
Su teléfono vibró, la pantalla se iluminó y bajo el nombre de la chica apareció un mensaje.
From Helga:
Gracias, cab3za d3 bal0n
Medio sonrió. ¿Acaso... había posibilidad de volver a estar juntos? ¿y era eso lo que en verdad quería?
...~...
Helga respondió a prisa y cuando se dio cuenta de lo que hacía arrojó su teléfono sobre la almohada. ¿En qué estaba pensando? Pudo pretender estar dormida, pero... pero... él le había escrito por primera vez. Phoebe ya le había comentado que Arnold tenía un teléfono celular, así que tomó dos precauciones: la primera fue que "Mike no tenía uno" y la segunda fue guardar su número como "Cabello de Maíz", sabiendo que su nombre la volvería loca.
Creyó estar preparada para recibir un mensaje o llamada del chico... bueno, para colgarle en ese último caso, pero no. En cuanto regresó a su habitación después de un largo baño y vio la pantalla encendida simplemente escribió una respuesta, entusiasmada por el hecho de que la estuviera felicitando.
Escuchando música y mirando el techo recordó cómo gestó todo ese ridículo plan esa tarde de vacaciones en que se reunió con Gerald.
–... en dos semanas seremos suficientes para un equipo de baseball... ¿Qué tal si nos reunimos a jugar?
–¿Cómo antes?
–¿Por qué no? Sinceramente lo extraño
–Sí, yo igual. Me encanta el equipo, pero no es lo mismo que jugar por diversión
–Me hubiera gustado entrar al equipo
–Lo hubieras hecho bien, lástima que ni te dejaron hacer las pruebas. Apuesto que ni notaría la diferencia si te disfrazaras de chico
Hubo un momento de comprensión silenciosa y entonces ambos se miraron.
–¡Gerald! ¡Eres un genio!
–¿Lo soy?
–¡Claro! Me disfrazaré de chico y haré las pruebas, no importa si no me deja entrar al equipo, si logro pasarlas, habré demostrado que las chicas podemos jugar tan bien como los chicos
–Bueno, si quieres pasar las pruebas, tendrás que entrenar. Arnold y yo nos preparamos casi todo el verano, así que...
–Está bien, señor estrella del equipo, tenemos un plan de verano. Aunque creo que he perdido algo de habilidad ¿me ayudarás?
Cuando le sugirió a Rhonda disfrazarse para jugar con ellos, no fue por casualidad. Le insinuó que con su altura y delgadez podía pasar fácilmente como chico, pero la princesa le explicó que no era tan sencillo, pues los rostros tienden a ser distintos y que necesitaría algo de maquillaje para cambiar su aspecto. Así que Helga usó otra carnada.
Suena difícil, no creo que puedas hacerlo
Y, tal como esperaba, Rhonda le demostró que, como la genio del maquillaje que era, sí podía y Helga tomó nota mental de cómo usaba las sombras para alterar ligeramente sus facciones. También aprendió cómo usar esas mallas para el cabello, las horquillas y como fijar todo en su lugar con spray. Practicó un par de veces en casa y buscó algo de ropa para ese día. Algo cómodo, pero que ocultara su cuerpo. La ropa de la juventud de Bob hizo el truco. También tomó una de sus colonias y en las horas que estaba sola practicó una voz, eso no fue tan difícil, ya que siempre fue buena imitando a otros, pero debía ser consistente.
Cuando Phoebe regresó, y Helga y Gerald le contaron sobre el plan, la chica de lentes destacó una pequeña falla. Las pruebas eran dos semanas después de comenzar las clases, así que tanto los profesores como otros estudiantes podrían decir que nadie había visto a este chico que aparecía de la nada. Tal vez era mejor que lo vieran por la escuela uno que otro día.
Eso complicaba las cosas. Significaba ir un día sí y otro no vistiendo así, pero tampoco podía pasar por clases al azar. Sabía que había dos o tres maestros que se obsesionaban con la asistencia desde el primer día, pero si lograba hacer la jugada, valdría la pena.
Fue el comentario de Sheena el que la llevó a cambiar de planes. La idea de que Arnold tuviera otra novia la incomodaba demasiado, pero siendo el chico que era, definitivamente intentaría llevar las cosas en paz. Lo quería lejos, así que llegó el primer día pretendiendo ser Mike. Quiso matarlo cuando casi chocan esa mañana y le tomó todo su autocontrol responder como si no hubiera importado. Uf, hablando de tradiciones.
Casi de inmediato le encargó a Phoebe averiguar el horario de Arnold. Su amiga lo hizo en un instante y le envió un mensaje con la lista de las clases. Perfecto, solo la última ese día, así que durante el primer periodo se cambió ropa y cuando la regañaron por el atraso, pretendió haber olvidado qué salón era y ya. El almuerzo ese primer día fue una tortura y concluyó que era mejor que Arnold no viera a Helga por unos días, pero, como le dijo a Simmons y a Lila, no le tomó mucho darse cuenta lo fácil que era para su querido cabeza de balón interactuar con Mike... y por Cristo, ¿era tan malo desear tener un poco de felicidad, incluso si era de mentira?
Chapter 69: La Mano Ganadora
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
From You:
Retr4ctat3
From Princ3s4:
No sé de qué hablas
From You:
Lo sabes bien, pr1nce5a
From Princ3s4:
No tengo nada de qué retractarme. Sé que soy tu gran inspiración
Helga apagó el teléfono y lo guardó en su bolsillo.
Nadine le había dicho a todo el mundo que Rhonda ayudó a Helga con su plan para dar la prueba del equipo de baseball, de cómo la asesoró para elegir el vestuario, a buscar una peluca y de cómo le explicó los trucos para maquillarse y verse como un chico. Y aunque técnicamente estaba en lo cierto, Helga odiaba que se estuviera llevando el crédito por una idea que jamás fue suya.
–Creo que es mejor que la ignores–dijo Phoebe, al ver a su mejor amiga mascullando fragmentos de maldiciones mientras guardaba su teléfono.
–¿Cómo puede ser que ni siquiera estudie aquí y de algún modo encuentre forma de participar en lo que ocurre en esta escuela? Debería ser ilegal–Se quejó la rubia.
–Acéptalo–Comentó Gerald.–. Le encanta ser el centro del mundo
–Además, no creo que sea tan importante de quién fue la idea–Observó Phoebe.–, al final fuiste tú quien la ejecutó y lo hiciste excelente
Los tres estaban llegando a la cafetería y desde la dirección opuesta vieron que Curly se acercaba.
–Parece que demasiado bien–Gruñó Helga, frunciendo el ceño, preparándose para lo que venía.
–¡Helga! ¡Por favor! ¡Te lo ruego!–Pidió el chico de lentes, arrodillándose frente a ella.– Tienes que unirte al club de teatro, con tu talento y habilidad podríamos montar obras espectaculares
Los tres amigos rodaron los ojos y entraron a la cafetería. En ese punto Helga ya ni siquiera quería responderle al loco ese.
Mientras hacían la fila, miraba alrededor distraída.
–¡Tengo muchísima hambre! Pediré doble porción y si no me la dan, tendrán que darme su comida–dijo Harold, amenazando a sus amigos.
–Estoy seguro que si lo pides de forma amable, te darán algo extra–dijo Arnold.
«¿Todavía se la pasa el trío de tontos?»
Tenía una mirada cansada que se convirtió en molestia en cuanto se cruzó con la de Helga.
«¿Qué demonios?»
Ella volteó hacia sus amigos justo para ver que Phoebe y Gerald comenzaban a llenar sus bandejas.
–Recordé que tengo que entregar una tarea extra por las clases a las que no asistí–dijo–. Nos vemos luego
Sin esperar respuesta, salió de la fila y escapó hacia el patio. Apoyándose contra el muro encendió su teléfono y escribió un mensaje rápido. Lo envió y guardó el maldito aparato antes de hacer otra estupidez, decidiendo que tomar una siesta en el auditorio no sonaba mal.
...~...
Arnold notó la ligera vibración en el bolsillo de su camisa mientras decidía qué comer.
From Helga:
Te cedo a los tortolitos
Miró alrededor. Gerald y Phoebe se instalaban en la mesa de siempre y no había rastro de Helga.
Sin pensarlo dos veces, se disculpó con los chicos y se reunió con la pareja. Ni siquiera había notado cuánto extrañaba estar con ellos, hasta que llevaba un rato ahí. Para su suerte ese fue un almuerzo tranquilo.
Creía que con los días dejaría ir toda la locura de esa situación, pero la sola presencia de Helga bastaba para alterarlo. Y quería en serio hablar con ella, pero sabía que eso no iba a terminar bien. Helga G. Pataki nunca escuchaba a nadie, ¿por qué iba a ser diferente esta vez? Conociéndola, ni siquiera debía importarle lo que él pensaba, ni lo confuso que fue todo eso, ni... ni lo extraño que era darse cuenta que creyó enamorarse de alguien como ella... al punto, que no le importaba quien pareciera ser y eso era algo que no lo dejaba tranquilo.
Y fue por todo eso que al verla en la práctica de esa tarde no pudo más que volver a enfadarse. Además ¿por qué recibía tanta atención? De alguna forma era magnética para el grupo de chicas que se unió tras ella, muchas de las cuales estaban realmente entusiasmadas y varios chicos la miraban con cierto interés, que, por los comentarios, Arnold sabía que no era por sus lanzamientos ni por como bateaba. Además, se sentían extrañamente solo, pues, Isaac, el capitán del equipo, le asignó a Gerald encargarse de poner en forma a todos los nuevos integrantes, ya que había ayudado a Helga, creía que tenía madera para eso, mientras él se encargaba del entrenamiento de quienes ya jugaban desde antes.
Y era extraño ver que Helga y Gerald se llevaban tan bien. No que eso fuera malo, pero sentía que muchas cosas cambiaron durante el verano y él no fue parte de nada de eso. No era parte de los planes ni de la vida de Helga y eso también dolía.
Cuando llegó a casa, encontró otra carta de Marie en la mesita de la entrada. Se preparó un emparedado y subió a su habitación para leer mientras comía. Ella parecía adaptarse bien a su nueva escuela, tenía nuevas amigas, le sugirieron tomar una clase avanzada en algo que le parecía entretenido y había visitado a unos parientes en la campiña. En general el tono era alegre. También le decía que se alegraba de que tuviera un nuevo amigo, refiriéndose a Mike, así que con una espina dolorosa Arnold procedió a responderle, contándole lo que había pasado, quién resultó ser Mike en realidad, cómo Gerald también estaba involucrado y lo molesto que estaba por el engaño, aunque se guardó para sí mismo los sentimientos más profundos y confusos.
...~...
El lunes siguiente, al final de las clases, Helga trató de no pensar en lo incómodo que era seguir siendo ignorada por Arnold. ¿Qué se creía? Decidió apresurarse al gimnasio, un poco de boxeo le iría bien para botar algo de su molestia.
De camino encontró a Lila, que sacaba cosas de su casillero. En un vistazo rápido alrededor antes de hablarle.
–Ey–dijo Helga.
–Hola–Musitó Lila, mirando alrededor, asustada.
–¿Tu "amiga" sigue chantajeándote?
Lila negó.
–Ya no tiene razones–Admitió con un suspiro.
Helga se encogió de hombros, mientras su amiga cerraba su casillero y parecía tomar valor para decir algo.
–¿Vamos a la práctica?–Sugirió Lila.
La rubia notó que había cambiado de parecer. Bueno, no era su problema.
–Sí, vamos
...~...
Siobhan escuchó a Helga antes de verla entrar, charlaba entusiasmada con Lila. ¿Tenía que ser tan escandalosa?
Al verla llegar, el entrenador se acercó para felicitarla por su ingreso al equipo de baseball y su loco plan.
–Armaste un gran revuelo–dijo, levantando un pulgar.
«Claro, un revuelo... un caos y un millón de problemas, eso es lo que causó.»
Siobhan estaba al tanto del caos que era el departamento de administración gracias a la renuncia del entrenador Myers. Decidió que era más importante poner atención a lo que decía el grupo. Las nuevas integrantes escuchaban con ilusión lo que Patty y Jenny contaban sobre las clases. Helga se les unió, demostrando algunos movimientos con Jenny, mientras Lila se sentaba en las gradas, mirándolas con entusiasmo. Las más pequeñas rieron con las tonterías de Helga. Siobhan rodó los ojos. Simplemente era gracioso por como lo contaba, no era la gran cosa.
El silbato las hizo voltear hacia el entrenador.
–Chicas, sean bienvenidas. Es muy agradable ver rostros conocidos y muchos rostros nuevos. Estoy muy contento de que hayan decidido unirse a este club–dijo el hombre–. Aquí no solo vendrán a fortalecerse, también mejorarán sus reflejos, adquirirán confianza y respeto por ustedes mismas y por los demás. En este lugar no importa con qué nivel comiencen, lo importante es el esfuerzo que hagan durante los próximos meses para mejorar poco a poco. Es importante que no se exijan más de lo necesario–Miró a Helga.–. Una lesión puede ser grave si no se cuida...
La rubia rodó los ojos, pero tenía una sonrisa torcida.
«Cínica»
El entrenador comentó varias cosas más, incluyendo que si tenían amigas que quisieran unirse, todavía podían hacerlo.
–Además, tengo un anuncio especial. Las chicas que empezaron el año pasado podrán participar en un torneo...
–¿En serio?–dijeron varias chicas, algunas entusiasmadas, otras incrédulas.
Siobhan volteó ligeramente al notar que Helga murmuraba y vio una sonrisa entusiasta.
–Para que puedan participar deben asistir a todas las clases, a menos que tengan un permiso médico que les permita ausentarse–Comenzó a explicar.
La sonrisa de Helga desapareció.
–Disculpe–dijo Lila, con timidez–. Ya que los miércoles entrenaré con las porristas... me preguntaba...
–¿Podremos participar?–Interrumpió Helga, molestar por la duda en la voz de su amiga.
–Lo siento, chicas. Aunque me gustaría, si no asisten a todas las clases, no podré asegurarme que tengan el nivel para participar
–¡Puedo entrenar por mi cuenta!–dijo Helga.
–Lo siento, esa fue la condición que pidió la escuela para que participen. Solo personas que ya hayan sido parte del club y que tengan un entrenamiento supervisado
–Pero...
–Para las demás–La voz del hombre se impuso sobre los murmullos que se apagaron al instante.–esto no debería ser un problema, a menos que alguien más necesite un permiso para asistir de forma parcial
Helga gruñía, frustrada. Lila suspiró con el mismo aire.
Luego de eso, el entrenador las envío a correr alrededor del gimnasio para calentar. Esa semana harían el mismo entrenamiento de acondicionamiento general, la siguiente separaría al grupo entre avanzadas y novatas, sólo porque no confiaba que ninguna de ellas hubiera entrenado durante las vacaciones.
Cuando la clase terminó, Helga seguía molesta y mientras guardaba sus cosas, no dejó de quejarse al respecto.
–Bueno–dijo Patty–. Tal vez debas decidir cuáles son tus prioridades
–¡Claro que no! ¿Por qué no podría estar en los dos clubes?–Añadió la rubia.
–Ya escuchaste, tienen que supervisar nuestro entrenamiento
–¡Pero no es justo! Sabes que me esforcé el año pasado...
–Todas nos esforzamos, Helga–dijo Lila–. Yo también lamento no poder competir, en verdad me gustaría intentarlo, pero también me gustaría hacer algo diferente... por eso me uní a las porristas. No quiero dejar ninguna de las dos cosas, así que solo queda aceptarlo
La mayoría terminó de guardar sus cosas y fueron saliendo una a una.
–Oye, enana–dijo Helga, al ver a Siobhan lista.
–¿Qué quieres?–contestó ella, molesta.
–Me retiraré del periódico
–No puedes irte–Contestó la enana pelirroja.
–Lamento decepcionarte, Sho-baun–Seguía disfrutando cambiar su nombre solo porque la chiquilla siempre fruncía el ceño.–. Pero, no tendré tiempo para el periódico, sólo quería decírtelo a la cara en lugar de enviar una patética carta o lo que sea–Concluyó girando su mano.
–¿Es tan difícil que hagas más cosas?–Contestó la muchacha, arqueando una ceja.
–Solo valoro mi tiempo libre, enana
–¿Qué dirá el director?
–Lo que quieren es que haga una actividad y haré dos. Y aunque a Wartz o al estúpido cuerpo docente les moleste, eso no es asunto tuyo
Helga tomó su bolso y se dirigió a la puerta dándole la espalda. Sabía que su renuncia causaría problemas, porque nadie nuevo intentó unirse, pero de verdad quería jugar en el equipo y sólo le permitían faltar a una práctica semanal por otro club, no a dos. Tal vez el grado siguiente podría retomar el periódico, cuando la enana se hubiera graduado, después de todo, no eran precisamente amigas, ni siquiera se llevaban bien, así que lo que fuera a pasar con el periódico al mando de ella, no podía importarle menos.
De camino a casa pasó por el parque donde practicaban baseball. Ya habían acabado y la mayoría salía del centro comunitario. Se preguntó si Arnold seguía allí, pero al instante sintió el frío vacío que la congelaba cada vez que cruzaban miradas. No tenía idea de cómo disculparse con él, o si él quería una disculpa. Porque, demonios, ¿Cómo iba a explicarle que fue divertido tener su amistad de nuevo? Sonaba... egoísta. Y sí, rayos, era ella, pero... odiaba que él tuviera razón.
Frunció el ceño, imaginando las respuestas del chico y siguió su camino.
En casa, Miriam, que había salido temprano del trabajo, la convenció de tener una cena familiar. Eso no fue tan buena idea, pues Bob estaba de pésimo humor. Tenía un colega nuevo que al parecer era un inepto, no entendía nada de ventas y se la pasaba escuchando música con esos malditos aparatos portátiles, ignorando a todo el mundo. Lo peor era que Bob tenía el trabajo de entrenarlo. ¿Cómo pensaban que iba a hacer eso? Ni siquiera le pagarían extra para compensar las comisiones que perdía mientras le enseñaba cómo hacer su trabajo.
Helga dejó de escuchar después de eso. Bob siempre sería Bob, era estúpido creer que algún día cambiaría. En cuanto acabó su comida se retiró de la mesa y se preparó para dormir.
Buscó su reproductor de música y también su teléfono. En la parte superior de la pantalla un ícono que imitaba un sobre apareció. Al abrir los mensajes, rodó los ojos. ¿Por qué demonios...?
From A:
Te vi llegar despu3s del entrenamiento ¿Todo bien?
From You:
Si. Fui a boxeo
Buscó uno de sus discos favoritos y lo reprodujo con un volumen moderado. Todavía podía escuchar las quejas de Bob y las respuestas lacónicas de Miriam. Se acababa de meter en la cama cuando la pantalla su teléfono volvió encenderse.
From A:
¿Puedes estar en dos clubes?
From You:
M1rame
From A:
No sabía que la escuela lo permitía
Y es el mismo horario
From You:
Se puede. Hora de dormir
From A:
Buenas noches, Helga
From You:
Buenas noches, cabeza de bal0n
No tenía idea de porqué le seguía contestando, tampoco por qué él le hablaba, pero desde ese primer mensaje felicitándola, se volvió una rutina. Cada maldita noche sabía que él le escribiría y aunque pasara todo el día jurando que esta vez no respondería, terminaban intercambiando algunos mensajes.
Lo único que le daba cierta tranquilidad era que, sin excepción, Arnold era el primero en escribir, pero se preguntaba cómo se sentiría si un día no lo hacía. ¿Y qué demonios era esto? ¿Una amistad por mensajes de texto? ¿Era esa la única forma en que podían llevarse bien ahora?
Daba igual. Era mejor que nada.
...~...
Esa semana pasó rápido. Las clases se tornaron más serias, lo que puso a Phoebe en modalidad académica completa, es decir, si eras parte de sus círculos, ya era hora de organizar un cronograma de estudio que permitiera optimizar las horas libres. El problema es que ahora la mayoría estaba en clases diferentes, así que la chica se pasó algunas horas organizando todo de la mejor forma posible para que pudieran tener un grupo para las pocas clases comunes y determinar qué era mejor estudiar y con quién. El verdadero obstáculo seguía siendo la confrontación silenciosa entre Arnold y Helga. Desde la prueba para el equipo que no se dirigían la palabra y no tenía idea de cómo hacer para mantener a la mayoría del grupo sin dejar fuera a uno de los dos.
Frustrada, se preguntó si ya era momento de intervenir, así que convenció a Gerald de darle una mano. El viernes después de la práctica sería el momento.
Pero mientras la chica esperaba que la práctica acabara notó otra cara conocida. La chica del periódico escolar estaba ahí. ¿No se suponía que tenían la reunión de su club a esa hora?
No lo pensó demasiado, hasta que la práctica terminó y mientras el equipo se dirigía a los camerinos, Siobhan se acercó a Helga, intercambió unas palabras con ella y la rubia la siguió, alejándose del grupo.
A Phoebe no le quedó opción. Sacó su teléfono y le envió un mensaje a Gerald para cancelar el plan.
Al levantar la vista, ya las había perdido.
...~...
Helga siguió a la enana de regreso a la escuela.
–¿Qué demonios necesitas hablar conmigo que no puede ser en el parque?
–Tengo algo que mostrarte–Insistió ella por tercera vez.–. Así que guarda silencio
Helga fue con ella hasta la sala del periódico.
–No hay forma en que me convenzas de regresar–dijo Helga.
–Siéntate–Ordenó la menor, encendiendo la luz y entregándole una hoja.
–¿Qué es esto?
–Quieres participar en el torneo de boxeo, ¿sí o no?
–Sabes que sí
–Esta es tu oportunidad
Helga leyó la hoja, era una solicitud para cambiar las clases del día miércoles al jueves. Estaban detallados los motivos y requería la firma de al menos diez de las chicas. Tenía nueve. Faltaba la de Helga.
–¿Por qué?–Exigió la rubia.
–Te quiero en el periódico
–Consigue a alguien más que escriba de deportes
–Ya lo hice, no te quiero en deportes
De un archivador sacó varias hojas que Helga reconoció casi al instante.
–Me pasé todo el curso anterior editando y diagramando el periódico, sé cómo escribe cada uno de nosotros. Volviste interesante la sección de deportes, pero lo que realmente me impresiona son los artículos extra que le entregaste a Sánchez–Explicó, colocándolos frente a ella.–. El que era sobre la historia del barrio, de cuando casi lo demuelen...
–Ah, sí, eso fue culpa de Bob
–¿Quién?
–Mi progenitor
–Por eso estabas tan bien informada
–No realmente, tengo mis métodos
–También lo que escribiste sobre el Parque Gerald
–¿Qué con eso?
–Quiero... que el diario de la escuela hable sobre el barrio, sobre esta ciudad
–¿Por qué? Gracia lo dijo, esto no es el New York Times, es solo un periódico escolar
–Porque tengo la oportunidad de hacer algo diferente, sé que puedo hacer algo diferente y sé que tú quieres escribir algo diferente o no habrías hecho nada de esto
Helga miró sus trabajos y una extraña nostalgia se coló por su ser.
–No podré asistir a las reuniones–Recalcó.
–No necesito que lo hagas, sólo quiero que escribas sobre lo que pasa más allá de los límites de la escuela. No me importa de qué, siempre que sea interesante
Helga la miró. Era la primera vez que notaba una especie de chispa en sus ojos. Parecía que se tomaba muy en serio el miserable cargo que le asignaron.
Bajó la vista a los papeles, reconsiderando. ¿Por qué demonios la enana hacía algo así? Parecía demasiado esfuerzo ¿Pero acaso importaban las razones? Le estaba ofreciendo una oportunidad única.
Echó una mirada a los nombres. ¿Realmente firmaron porque querían o solo le hacían un favor?
–¿Crees que te escuchen? Sería necesario que alguien de excelentes calificaciones y un historial impecable pida algo así–Comentó.
–¿Con quién crees que hablas?–Contestó la enana, con un aire de orgullo.
Cierto, era la enana que adelantaron varios grados. Si había alguien capaz de competir académicamente con Phoebe, era ella.
–¿Firmarás?–Insistió.– No tengo todo el día
Helga se resistía.
–No entiendo por qué haces esto
–Necesito tu habilidad en el periódico
Helga medio sonrió.
–Tú ganas–dijo, buscando un lápiz en su bolso.
–Perfecto–La chica casi le arrebató la hoja de las manos.–Sí que eres difícil–Añadió.–. Con lo contenta que parecía Sawyer diciendo lo mucho que le alegraba la oportunidad y lo feliz que te pondrías cuando lo supieras, creí que ni lo cuestionarías
Era cierto, Lila también quería participar en el torneo.
–Bueno, enana, ¿eso es todo?
–Quiero un artículo la próxima semana–dijo.
–Veré que puedo hacer
–Y también necesito reclutar dos personas más
–Eso no es asunto mío
–Acabo de ayudarte
–No te pedí ayuda
–¿Por favor?
–Está bien, lo intentaré, pero no soy la persona más sociable de la escuela. Aunque si le das un espacio para hablar de insectos, creo que Nadine estaría encantada de escribir un artículo semanal
–¿Nadine? ¿La chica que quería formar el club de entomología?
–La misma
–Lo consideraré, tal vez una sección sobre naturaleza–Reflexionó
–Eso es todo lo que tendrás de mí, ahora, si no te molesta, quiero ir a casa y darme un baño, apesto–Concluyó tomando su bolso para salir de ahí.
Notes:
Fin del arco de la partida de póker
Chapter 70: Mensaje no entregado...
Chapter Text
–Ahora que las clases de boxeo se mueven para el jueves–decía Phoebe, revisando su calendario–, los martes podemos hacer un grupo de estudios con Lila y Helga; y los jueves con Arnold, entonces–La chica siguió comparando las clases de sus amigos con sus notas, hizo un par de correcciones y corroboró.–, creo que podemos enfocarnos en estas materias estos días–Le entregó a Gerald una hoja con dos listados, uno para cada día.
El chico leyó la hoja, luego miró los horarios del grupo de estudio, que Phoebe había codificado con colores y luego volvió a mirar la hoja de los listados.
–¿Cuándo fue la última vez que te dije lo mucho que me impresiona tu inteligencia?–Comentó él, sonriendo.
–Lo repites con frecuencia, pero gracias por reconocer mi esfuerzo–Contestó ella, seria.–. Realmente el mayor problema no tiene que ver con los horarios...
–Sí, ya lo sé, esos dos... siguen sin cruzar palabra–dijo, rodando los ojos–. Aunque podemos volver a intentarlo mañana después de la práctica
–Supongo que sí–Aceptó Phoebe y luego le indicó a su novio con la mirada que debían cambiar el tema.
–¿Qué hay, chicos?–Saludó Arnold, acercándose a ellos con su bandeja de comida.
Helga otra vez se había excusado, así que Phoebe la obligó a comprar al menos un emparedado antes que desapareciera. Sabía que no era coincidencia que en esas ocasiones Arnold almorzara con ellos ¿Acaso tendrían una especie de acuerdo?
–Acabo de terminar de organizar los horarios del grupo de estudio–dijo casualmente Phoebe, enseñándole la hoja.
–Oh, eso... –Contestó Arnold, desanimado.
Llevaba algunos días pensando que no quería seguir en el grupo, porque no sabía cómo resultarían las cosas con Helga, pero al revisar los horarios, notó que en las que coincidía con ella, Phoebe las asignó para el jueves.
–Entonces, ¿empezarán hoy?–Consultó.
–Correcto–Confirmó Phoebe.–. Ya reservé un espacio en la biblioteca
–Gracias, debió ser mucho trabajo tratar de coordinar todo
–No fue nada–dijo ella con una sonrisa.
Arnold sabía que Helga no volvería a la cafetería, así que no tenía por qué preocuparse de su presencia. El último mensaje que recibió de ella decía "tu turno".
El miércoles y jueves Helga volvió a cederle a sus amigos, aunque en ambas ocasiones la vio en la cafetería con la chica del periódico. Sabía que seguían buscando gente para eso, así que charlaban con algunas personas intentando convencerles de unirse.
Cuando estaba con esa chica, Helga parecía seria, pero no molesta. Cuando hablaba con Lila, Phoebe o Gerald, reía, a veces con sarcasmo, otras genuinamente. En las prácticas parecía concentrada, pero disfrutaba el juego... y saber que ella podía seguir así de tranquila después de todo lo que hizo era... incómodo.
Le dio varias vueltas durante la tarde y de camino a la biblioteca tomó una decisión.
From You:
Hablemos + tarde
Sabía que ella probablemente lo leería al final de boxeo, así que cuando encontró a sus amigos, tomó asiento y guardó su teléfono en su bolsillo, para concentrarse en las explicaciones y comentarios de Phoebe sobre la tarea de historia, comparando sus anotaciones y corrigiendo algunos datos.
En algún momento ella se levantó y fue por un par de libros como referencia. Así que él aprovechó de mirar su teléfono, fingiendo ver la hora. Ni un mensaje nuevo.
Phoebe regresó, cargando dos enormes tomos forrados en cuero cuyo peso estremeció el mesón. Tomó uno, lo abrió buscando el índice, luego saltó varias páginas y cuando encontró el título, repasó con rapidez los párrafos, moviendo su dedo sobre el papel, avanzando de un lado a otro. Dejó a un lado el primer libro y repitió los pasos con el segundo. Cuando encontró lo que necesitaba acercó los dos libros y comparó mirando a uno y otro.
Mientras observaba eso, Arnold movía su pierna bajo la mesa. Escuchaba las manecillas del enorme reloj que estaba en la parte más alta del muro detrás del bibliotecario, oía el rasgar de los lápices de quienes tomaban notas en otras mesas, el sonido de alguien volteando una hoja, un bostezo, el cierre de un estuche o una mochila, las uñas de alguien golpeando rítmicamente sobre la mesa, un borrador, una hoja arrancada de una libreta, más sonido de lápices...
La voz de su amiga leyendo un párrafo le regresó la concentración. Otra vez estaban comparando notas en sus cuadernos y luego lo que ella encontraba en los libros. Les explicó como anotar de dónde sacaron la información, porque eso difería ligeramente de lo que vieron en clases.
–Pero confío en que el profesor entenderá que solo quisimos verificar algunos datos–Concluyó Phoebe.
Terminaron eso y repasaron los apuntes de otra materia. Les habían comentado que a esa maestra le gustaba hacer exámenes sorpresa, así que preferían estar preparados.
Antes de ir a casa, Arnold insistió en ir por algo a las maquinitas de la cafetería, aunque solo era una excusa para salir por el patio de la escuela y pasar por afuera del gimnasio. Como pensaba. La práctica del club de boxeo había terminado y solo estaba el conserje terminando de limpiar.
...~...
Helga se despidió de Lila en la entrada del estudio de ballet. La pelirroja le había estado contando una anécdota con mucho entusiasmo cuando salieron de los camarines, así que simplemente la acompañó sin pensarlo demasiado. Además, sin importar lo que dijera ese estúpido mensaje de Arnoldo, ¿Qué clase respuesta esperaba?
En cuanto estuvo a solas revisó el dichoso aparato. No había nada nuevo y ya se estaba haciendo tarde. De seguro el cabeza de balón se había ido a casa. Además, no había una hora ni un lugar, así que no era como si lo hubiera dejado plantado. ¿No?
Guardó su teléfono y tomó un autobús a casa.
En cuanto cruzó la puerta, escuchó los gruñidos de Bob, que comía frente al televisor. Al asomarse a la sala notó que su equipo iba ganando, así que su mal humor era por el trabajo. En la cocina encontró a Miriam, que ordenaba mientras hablaba consigo misma, con aire preocupado.
La adolescente rodó los ojos, saludó con desgano y fue directo al refrigerador. Mientras decidía qué comer, charló un rato con su madre. Luego de escoger una lata de refresco, subió a su habitación, volcó su mochila sobre la cama, tomó un par de cuadernos, su reproductor de música y se sentó en su escritorio escuchando un nuevo disco mientras terminaba los deberes pendientes y corregía la redacción que había prometido para el periódico.
Era casi media noche cuando terminó. Preparó lo que debía llevar a la escuela al día siguiente, despejó la cama y tomando su celular, se recostó mirando la pantalla. Navegó con calma hasta el menú que revisaba cada noche. A la derecha del nombre de contacto, aparecían unas miniaturas de un número 3 y un ícono que recordaba un sobre cerrado.
From A:
Contesta
From A:
Por favor
From A:
Est4s bien?
El último era de una hora atrás.
La chica dejó el teléfono sobre su escritorio, conectado al cargador y se preparó para dormir. Al regresar apagó la luz y se acostó tapándose hasta la cabeza.
–Tonto cabeza de balón
...~...
Arnold dibujaba mientras escuchaba música. Era lo único que pudo hacer para no mirar obsesivamente su teléfono. Había pasado de estar molesto a preocupado, imaginando mil posibilidades. Pero también confiaba en que, si realmente hubiera pasado algo grave, Phoebe se hubiera enterado y de alguna forma ella se lo habría hecho saber. Así que oscilaba entre tres ideas: La primera, Helga lo estaba ignorando; la segunda, su teléfono se apagó; y la tercera, estuvo demasiado ocupada para responder.
Estaba terminando el último boceto que se dijo que haría, cuando su pantalla se encendió. Abrió el mensaje
From Helga:
No es asunto tuyo
Frunció el ceño, pero casi de inmediato sonrió.
Tomó el control para apagar las luces y la radio y mientras se acomodaba, otro mensaje apareció.
From Helga:
Recuerdas como entrar al auditorio?
From You:
Si
From Helga:
15 minutos antes de las clases
From You:
Como quieras. Nos vemos. Descansa
From Helga:
Lo mismo
Arnold sabía que era lo mejor que podría obtener. Adelantó la alarma y se dispuso a dormir.
...~...
Al llegar a la escuela, Helga se deslizó con precaución hacia el pasillo que conectaba el edificio principal con el auditorio. Abrió con cuidado y cerró la puerta tras de sí. Sacó su teléfono, quedaba casi media hora para que comenzaran las clases, pero después de los mensajes que intercambiaron apenas pudo dormir y en cuanto sonó su alarma decidió que era mejor salir de la cama y enfrentar lo que fuera que iba a pasar. Con esa ventaja esperaba tener algunos minutos para recuperar la compostura y con suerte armar un contraataque.
–Llegas temprano
Dio un brinco, apartándose del origen de la voz, buscando alrededor mientras apretaba los tirantes de su mochila.
El chico encendió su teléfono y una tenue luz indicó que se encontraba sentado en la primera fila. No era suficiente para iluminar su rostro.
–¿Qué demonios haces sentado en la oscuridad, cabeza de balón?–Se quejó ella.– ¡Casi me matas del susto!
–Tú elegiste el lugar y la hora–Contestó él, con frialdad.
–Todavía es temprano ¿Hace cuánto estás aquí?
–Unos diez minutos. Es difícil dormir cuando tienes demasiado en qué pensar ¿no crees?
Helga dejó caer su mochila al suelo y apoyó su espalda contra el muro, cruzando los brazos, mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad.
–¿De qué demonios quieres hablar?–dijo, con tono agresivo.
–No podemos seguir evitándonos–Explicó el chico.
–¿Por qué no?
–No funciona
–A mí me funciona bien
–Helga, te saltas los almuerzos con Phoebe, ¿siquiera estás comiendo bien?
–Eso no es tu problema
–Tienes razón, pero no significa que no me importe
–Si lo que te preocupa es eso, ya lo solucionamos. Compro algo más para comer y ya. Algo que no necesite una bandeja. Lila me guarda sus postres
Notó la silueta de Arnold caminando hacia ella.
–Si mis hábitos de alimentación es lo que querías discutir, ya tienes tu respuesta. Me largo
Ella volteó hacia la puerta, dispuesta a salir, pero Arnold la sujetó por la muñeca y con un gesto brusco la obligó a voltear.
La chica tragó en seco, impactada por esa demostración de violencia, al tiempo que todo en ella era consciente de lo cerca que estaban.
–Helga, necesito respuestas ¿por qué lo hiciste?
–Tendrás que ser más específico–dijo, soltándose.
–Fingir ser alguien más
–Para entrar al equipo de baseball, doi
–¿Por qué no me lo dijiste?
–Porque ibas a arruinar mi plan
–Debiste decirme
–Ni loca
–No debiste involucrar a Gerald
–Daño colateral
Otra vez esa sensación de ira quemando.
–¿Eso es todo?–dijo ella.
El chico cerró los ojos. En ese punto ella era capaz de percibir que movía su cabeza de lado.
–¿Por qué me sigues sacando de tu vida?–Reclamó él.
–Porque quieres arreglar cosas que están fuera de tu alcance, Arnoldo, partiendo por mí
–No quiero cambiarte, no quiero que seas diferente, me agradas como eres
–Por favor, no mientas
–No miento. Lo que odio es que no seas honesta conmigo. Maldición, Helga. Puedo enfadarme y puedo creer que no haces las cosas bien, porque muchas veces tomas decisiones egoístas solo por diversión, pero NUNCA te he obligado a hacer las cosas a mi modo, sólo intento que veas que hay alternativas. Sé que eres terca, obstinada y orgullosa, pero también eres lista y comprensiva. Hay personas que genuinamente te importan, sé que Phoebe te importa, sé que Lila te importa, sé que Gerald te importa, incluso he visto que, por más mal que hables de ellos, tu familia te importa... y hasta a veces creo que yo te importo
–¡Claro que me importas, zopenco! Pero odio que quieras ayudarme y protegerme todo el tiempo, como si fuera frágil o débil
–No tengo idea de dónde sacaste esa idea, porque jamás he dicho que lo seas
–¡Entonces deja de actuar como si fuera a romperme!
–¿Cuándo he hecho algo así?
–Cuando volvimos a la escuela. Elegías tus palabras con cuidado, como si no pudiera manejar la verdad. Por favor, todo el mundo supo lo de Marie. Felicidades por superarme así de fácil
–¡Ey!
–Lo digo en serio, me parece perfecto
Ella se apartó.
–Debiste decirme que eras Mike–Insistió Arnold.–. Te hubiera seguido el juego, al menos habría sabido... que eras tú–Arnold miró en otra dirección.–. Pudiste confiar en mí
Apretó los puños, frustrado. El silencio entre ellos era pesado.
–Confío en ti–dijo Helga, enfadada–, confío en que eres un metiche dispuesto a ayudar a todo el mundo, y por eso sé que habrías sido capaz de arriesgar tu lugar en el equipo por ayudarme con mi estúpido plan
Helga cruzó los brazos y lo miró en silencio.
–Yo... no... habría...
–Acéptalo, Arnoldo. Este plan no funcionaba contigo involucrado, habrías insistido en que tomáramos el camino correcto, reunir firmas, buscar apoyo, hablar con Wartz
–¡Eso debiste hacer!
–¿Y perder la satisfacción de ganarle al entrenador en su propio juego? Olvídalo
–¿En serio lo hiciste por eso?
–Es una de las razones
–¡Eso está mal!
–Y por eso eres un santurrón
–¡Deja de decir eso!
–Saaaaaaaan–Se acercó hacia él.
–Helga
–Tuuuuuu–Inclinó su rostro.
–¡Basta!
–Rón–Concluyó, empujando su nariz suavemente con su índice.
Arnold se apartó, frunció el ceño y ella tuvo que cubrir su boca para ahogar la risa al notarlo.
–¡Por eso detesto hablar contigo!–Gruño Arnold, haciéndola callar.– ¿Te parece divertido seguir riéndote de mí? Madura
–¡Ey!
–No era necesario que Mike se acercara a mi para tu plan
–Fuiste tú quien se acercó a Mike, cabeza de balón
–¡Y tú lo permitiste!
Ella abrió la boca para responder.
–¿Por qué pretendiste ser mi amigo?–Continuó él antes que Helga pudiera decir nada.
–¡No pretendí nada! Extraño que seamos amigos... ¿sí? Quería que fuéramos amigos, pero era incómodo. Por eso seguí actuando como Mike, por eso acepté practicar contigo, por eso fui a tu casa y a los arcades, porque siendo Mike no tenías que preocuparte de lastimarme
–¡Te dije que quería seguir siendo tu amigo!
–¡Claro que no!
–Se lo dije a Mike sin saber que eras tú, así que no actúes como si no supieras de qué hablo
Helga cerró los ojos y bajó su rostro.
–¿Por qué... dejaste...?–dijo Arnold, luego se apartó.
–¿Por qué dejé qué...?
–Lo hiciste a propósito
–No sé de qué hablas
–¡Claro que lo sabes! Sé que lo sabes, eres tú, Helga, sé que sabes a qué me refiero
–Lo creas o no, todavía no puedo leer tu mente, cabeza de balón, aunque parece que quieres que realmente me enfoque en ello
Arnold se apoyó contra el muro, con las manos en los bolsillos.
–¿Por qué siempre juegas conmigo?–Masculló.
–¿Jugar...?
–Sabías... que Mike... me gustaba... ¿no es así?
Helga lo imitó y bajó la mirada.
–Algo así–Admitió.
–¡¿Qué pensabas conseguir?! ¿Humillarme? ¿Confundirme? Felicidades, lograste ambas cosas
–Espera ¿qué?
–¿Pensabas burlarte de mí delante de toda la escuela?
–¡Claro que no!
–¿Entonces qué?
–¡Somos idiotas! ¡Te lo he dicho mil veces!
–Eso no responde nada
Helga se apartó del muro y se paró frente a él.
–Escucha bien, cabeza de balón, somos I-DIO-TAS. Tú y yo, no te estoy atacando, al menos no ahora
–Sigues sin explicar nada–Contestó él, acercándose un poco a ella, tanto, que sus narices casi se tocan.
Tras unos segundos, ambos se apartaron y Helga le dio la espalda, caminando por el espacio entre los asientos y el escenario, pero el chico la siguió.
–Hormonas, feromonas y esas cosas biológicas–dijo Helga, girando su mano–. Tú no me reconociste, pero tu cuerpo sí... y por eso pensaste que Mike te gustaba, pero, Mike solo era yo, así que era un idiota, igual que yo... ¿contento?
–No... entiendo...
–Criminal. Somos adolescentes, así funciona. Desear a alguien no significa que te importe... simplemente es química
–¿Dices que todo lo que tuvimos fue solo eso? ¿Reacciones químicas? ¿En serio?
–¡No! Digo que lo que creíste sentir por Mike era química. Además... sólo alguien como tú podría interesarse en una persona así
–¿Qué quieres decir?
–No es algo malo. Lo que quiero decir... es que... te atraía Mike porque era yo... y creíste que gustaba... y si realmente lo creíste... si lo pensaste, si te preocupó tanto, es porque así eres tú...
–¿Qué?
–Solo pienso... no, quita eso... –Apretó los dientes y cerró los ojos antes de continuar.– Sé con certeza que eres una buena persona... y que por eso... si alguien te gusta, en serio te gusta, para ti el mayor problema no sería que fuera un chico o una chica, más bien el problema sería si esa persona también siente algo por ti...
Por un momento la furia en Arnold se desvaneció. ¿Helga le estaba diciendo lo que creía que estaba diciendo? ¿Lo consideraba una buena persona? ¿A él? ¿Y ese era su criterio?
–¡No tienes idea...!
Esta vez fue él quien le dio la espalda, frustrado.
–No tienes idea de lo que provocaste. No tengo idea por qué Gerald te encubrió, no sé si volveré a confiar en él como antes. No sé si puedo confiar en mí como antes. ¿Te dijo Joshua que hablé con él?
–¿Qué? No... ¿en qué momento...?
–¡Eso no importa! Yo... –Arnold retrocedió.–estaba confundido y al mismo tiempo... Helga... detesto que me hayas puesto en esta posición y no quiero entenderlo... pero –Cerró los ojos y tomó aire.–. Pero tampoco quiero que las cosas sigan así. Cada vez que te veo, me duele pensar en cómo jugaste conmigo, con Lila... con todos...
–Lo siento
–Eso no lo arregla
–Lo sé. Pero en serio lo siento
Arnold regresó, furioso.
–No puedes arreglar esto con una disculpa–Casi gruñó.
Ella podía sentir la furia del chico, segura de que explotaría, molesto. ¿Gritaría? ¿Golpearía el muro? ¿El suelo? No imaginaba a San Arnoldo agrediéndola, pero incluso si llegaba a hacerlo, estaba preparada, porque él merecía desquitarse al menos una vez.
Chapter 71: El receptor no está en el área de cobertura
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Un paso... dos... tres... demasiado cerca...
Percibía su aliento agitado y la tensión en su cuerpo.
El fuerte ruido del timbre congeló a Arnold un instante, luego notó la actitud defensiva de Helga, sus puños apretados, la mirada fija. Se apartó de ella, bajando el rostro, preguntándose hasta dónde habría llegado sin interrupciones.
–Sé que no crees que me importa–Murmuró Helga.–y no sé cómo probarlo, pero... ¿no soy yo con quién hablas cada noche?
Arnold asintió, apartándose dos pasos.
–Podemos... volver a comer juntos... con los tortolitos... –Continuó ella, relajando su cuerpo.
–Suena bien–Contestó él
–Y... podemos caminar a casa después de las prácticas
–Eso me gustaría–Admitió–. Y sobre los mensajes...
–Puedes seguir escribiendo, prometo contestar ¿te parece justo?
–Supongo que sí
El chico buscaba el bolso que dejó en una de las sillas, iluminando con la linterna de su teléfono.
Ella tomó su mochila del suelo y se acercó a la puerta.
–Ve a clases–Ordenó al abrir.
–Tú primero–dijo Arnold.
–Como quieras
Helga salió y el sonido de la puerta lo obligó a contemplar el solitario vacío de su interior.
Confirmar que ella fue consciente lo volvía un poco más macabro.
...~...
Esa noche, Arnold no dejaba de pensar de cómo la campana de la escuela fue su salvación. La de ambos. Demonios. Todavía le hubiera gustado...
«¿Entonces Helga tiene razón?»
Cuando regresó furioso hacia ella estaba tan cerca, que pudo notar cómo arqueaba su ceja.
–¿Y bien?
Se acercó y ella retrocedió un paso, dos... tres... hasta que el muro la detuvo y él siguió avanzando. Ella levantó las manos para empujarlo, pero él las apartó, entrelazando sus dedos, conteniéndola con el peso de su cuerpo, al tiempo que la besaba.
Sus labios se sentían suaves y dulces, su lengua húmeda apenas resistía que él empujara con la suya. Quería ahogarla, inundarla de él, acariciar su piel, recorrerla... era...irresistible.
Helga intentó soltarse y él apartó su boca.
–No tienes idea–Susurró en su oído.–de cuánto extrañaba besarte
Apretó los dedos con los de ella y la sintió estremecerse. Notó de reojo como cerraba su boca, pero no era suficiente para ahogar el quejido.
Sonrió.
–Parece–Volvió a susurrar.–, que también me extrañabas
Esta vez fue ella quien medio sonrió.
–Te lo dije, locas hormonas...
Soltó sus manos con suavidad, disfrutando el roce de su piel, pero no se apartó. Todavía respirando en su oído, llevó una mano hasta el otro lado de su rostro y jugó con su cabello, acomodándolo tras su oreja. Luego deslizó las puntas de sus dedos por su lóbulo y bajó suavemente por su cuello. Mientras su otra mano estaba en su cintura, sujetándola con firmeza.
–¿Todavía quieres alejarme, Helga G. Pataki?–dijo.
Ella tembló, cerrando los ojos.
–Somos idiotas–Concedió ella, sonriendo, mientras lo abrazaba por el cuello, para besarlo de la misma forma en que él la había besado.
Su corazón latía con fuerza, apenas lograba pensar. Sus labios habían bajado lentamente por su cuello y sus manos apartaron la ropa mientras él marcaba su piel con cientos de besos mientras ella acariciaba sus hombros y luego su cabeza, deslizando sus dedos por su cuello, recorriendo su columna con suavidad, haciéndolo estremecer... ella lo provocaba... y él disfrutaba provocarla...
Apartó las manos de la chica mientras besaba su vientre y deslizaba sus manos para quitarle más ropa...
Ella comenzó a repetir su nombre...
–Arnold...
Arnold, Arnold, Arnold...
Nunca creyó que odiaría tanto su despertador... ni que esa estúpida discusión con Helga se le quedara tan grabada en la cabeza.
Tras solucionar el problema causado por ese sueño, fue a tomar un baño.
Hormonas... adolescencia. También creyó que solo era eso... pero ¿por qué demonios tenía que soñar con ella? ¿Y cómo se suponía que la viera en el entrenamiento sin pensar en esa fantasía?
Aunque debía admitir que pensó en besarla más de una vez mientras discutían ¿Por qué demonios quería besarla? Se suponía que estaba enfadado con ella.
No, más bien estaba frustrado.
Bueno, era solo un estúpido sueño, no era como si realmente importara. Debía poder manejarlo.
Al menos ella practicaba con el grupo de novatos.
Pero el retorno a casa después de la práctica fue suficiente para que él recordara la frustrante sensación al despertar. ¿Por qué esa chica tenía que colarse así en su cabeza?
¿Cómo se suponía que mantuviera el acuerdo?
...~...
Así pasaron algunas semanas. Los mensajes por las noches continuaron, también los almuerzos, aunque Helga se las arreglaba para cambiar de grupo algunos días. No volvieron a hablar a solas. De alguna forma eso estaba bien, porque Arnold dudaba de poder contenerse otra vez.
...~...
Al final de la práctica del viernes, Isaac dijo que los nuevos integrantes debían retirarse, pero los demás debían quedarse para discutir algunas cosas importantes.
El capitán esperó con paciencia que todos se fueran, despidiéndose de cada persona. Cuando miró a los demás, repasó en su mente sus rostros y nombres. Sí, todos habían estado en el equipo durante la temporada anterior.
–Bueno, chicos, gracias por su disposición. Sé que están agotados y que deben querer ir a casa, pero tenemos un enorme problema–Comenzó y tomó un respiro antes de continuar.–. Tenemos hasta el martes para conseguir un nuevo entrenador
Los chicos intercambiaron miradas y expresiones de asombro, murmurando entre ellos.
–¿La escuela piensa eliminar el equipo?–dijo alguien de cuarto.
Isaac negó.
–Podemos seguir entrenando, pero sin un adulto que se haga cargo de nosotros, no podemos participar en el torneo escolar de este año.
–¡No puede ser!–Se quejó uno.
–Pero es mi última oportunidad para que quedemos entre los mejores–dijo alguien más.
–Todavía podemos encontrar un entrenador–Comentó otro, poniendo su mano en el hombro de su amigo.
–No hay suficiente tiempo–Recalcó alguien de tercero–. La escuela no ha podido encontrar a alguien en semanas...
–Todo por el capricho de unas locas–Murmuró alguien más del mismo grado.
Arnold lo miró con furia.
–Repite eso–Exigió, a punto de levantarse, pero Gerald lo sujetó por el hombro.
–Su amiga esa, Pataki... hizo renunciar al entrenador por un capricho. La escuela tiene reglas por algo, no puede pasarlas por alto–Explicó otro chico, con una mirada despectiva.
Los dos chicos de tercero detestaban a Gerald y Arnold desde que estaban en quinto grado, por su ridículo plan para huir del destino en el día de la basura. Les dieron demasiado trabajo.
–Eso no fue culpa de Helga–Acotó Stinky.
–Cierto–Lo apoyó Gerald.–. Que las chicas no jugaran no era una regla de la escuela, eso ya quedó claro. Ni Helga ni las otras chicas que se unieron al equipo son responsables de que el entrenador fuera un imbécil
–Pero no tendríamos este problema si no fuera por ella–Insistió el primer chico de tercero.
–Sí, las chicas siempre son un problema–dijo su amigo.
–Nunca hubo razones para impedirles jugar–Repitió Gerald.
–¿Acaso estás orgulloso de lo que hizo tu amiga?
–¡Claro!
Varios se unieron a la discusión, algunos afirmando que nunca debieron dejarla unirse, otros que no era justo culparla. Algunos comenzaron a ponerse de pie, dispuestos a pelear, hasta que Isaac hizo sonar un silbato.
–Aunque aprecio el debate, esto ya se salió de las manos–dijo con seguridad–. Estamos en un aprieto. No sirve de nada culpar a las chicas, incluso si llegara a creer que tienen razón, expulsarlas ahora no solucionaría el problema. Johanssen, tú la ayudaste a ingresar, así que ¿crees que puedas encargarte de esto?
–¿Qué? ¿Cómo?
–No me importa cómo lo hagas, pero tienes hasta el martes para conseguir un entrenador
–Gerald lo hará–Aseguró Arnold.
–Cuento con eso–Isaac miró al resto.–. Pueden estar de acuerdo o no con la integración de las chicas, pero si me entero que algunos de ustedes las molesta, hostiga o hacen cualquier cosa que sea considerada una amenaza, no dudaré en sacarlos del equipo
Varias personas intercambiaron miradas, preguntándose unos a otros.
–¿Vas a sacrificar el equipo por unas niñitas?
–Voy a priorizar el bienestar y el potencial del equipo. Aquí no necesitamos matones ni estrellas, sino jugadores capaces de cooperar con los demás–Aclaró.–. Son libres. Nos vemos mañana
Los chicos se retiraron el silencio, mientras Gerald miraba con frustración y enfado a Arnold.
–Viejo–dijo, cuando los demás se fueron–, no sé por dónde empezar... además... si nos hacemos cargo de esto, significa que estaremos ocupados todo el fin de semana
–Te ayudaré–Contestó su amigo con entusiasmo.–. Podemos hacerlo. Tal vez el entrenador Wittenberg o su esposa sepan de alguien que quiera entrenarnos... ¿o qué me dices de algún amigo de tu hermano?
–Amigo, a veces olvido lo ridículamente optimista que eres
Con una sonrisa intercambiaron su saludo de pulgares y decidieron que ambos se quedarían en casa de Gerald para trazar un plan.
Antes de dormir, anotaron los nombres de todas las personas que conocían y que tal vez podrían ayudarle, los lugares donde podían encontrarles y la ruta más óptima para visitarles. Luego confirmaron la alarma y apagaron la luz. Incluso en esas circunstancias, Isaac no los perdonaría faltar a la práctica del sábado. Y aunque las reglas del antiguo entrenador eran en su mayoría arbitraria, algunas cosas se mantenían, como el castigo al final de la práctica: diez vueltas a la cancha por ausencia en una práctica previa y una vuelta por cada minuto que llegaran tarde.
Gerald estaba por quedarse dormido, pero un tenue brillo lo obligó a reaccionar. Al abrir los ojos vio que su amigo escribía un mensaje en su teléfono. Minutos más tarde, la pantalla volvió a encenderse y pudo ver a Arnold sonreír.
–¿Con quién hablas tan tarde?–Preguntó, con un bostezo.– ¿La chica europea?
Arnold se asustó y el teléfono cayó sobre su rostro, haciendo reír a su amigo.
–No es importante–Explicó.
–Quien no sea importante, debería saber que tienes la sonrisa más tonta del mundo
Gerald rodó sobre la cama, para darle la espalda.
–Si no despiertas temprano, te dejaré aquí–Añadió con otro bostezo.
Arnold volvió a leer el último mensaje.
From Helga:
Nos vemos. Descansa
Tras el entrenamiento, los chicos volvieron a casa de Gerald para dejar sus cosas, tomar un baño y salir en búsqueda de su nuevo entrenador.
Esa tarde la señora Wittemberg estaba en casa de su ya no sabían si era esposo o ex esposo. Le contaron a ella sobre su problema y la mujer con gusto les dio los nombres y teléfonos de algunas personas que conocía. Ni ella ni el señor Wittemberg tenían tiempo para eso, este año le tocaba a él viajar con Tucker. Desde que lo becaron en una escuela privada y se volvió el mejor jugador de la liga juvenil de básquetbol, sus padres se turnaban para acompañarlo.
Luego de eso los chicos visitaron y llamaron a cada una de las personas, pero no tuvieron suerte.
Volvieron agotados a casa de Gerald. Por suerte la señora Johanssen los esperaba con una cena maravillosa, que fue suficiente para restaurar el entusiasmo de Arnold.
–Todavía tenemos todo el día de mañana–dijo, cuando subieron al cuarto de su amigo.
–No lo sé, viejo–Admitió Gerald, frustrado.
–No podemos rendirnos. Todavía hay unas cuántas personas con las que podemos hablar
–Amigo, empiezo a creer que esto no es tan buena idea. Todavía no termino la tarea para el lunes y mantener las calificaciones además de ser una regla del equipo, es una regla de mi relación
–¿Phoebe te exige calificaciones?–Esto era una sorpresa.
–Sus padres. No les gusta la idea de que salga con alguien que no esté a su nivel. Si mis promedios bajan, ella tendrá problemas
–Si necesitas estudiar, yo puedo seguir con esto
–Es mucho trabajo para que lo hagas tu solo
Arnold reflexionó un momento.
–Tienes razón, pero sé de alguien que me ayudará
El chico sacó su teléfono y escribió un mensaje de texto.
...~...
En su casa, Helga daba vueltas por su habitación.
–No hay forma de que me convenza de perder mi domingo recorriendo la ciudad...
–No puedo creer que me hayas convencido de esto–Se quejó Helga, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
Ella y Arnold estaban afuera de la iglesia, esperando que terminara la ceremonia de ese día para hablar con una de las personas que Tish había sugerido.
«¿Por qué demonios acepté acompañarlo?»
«Rayos.»
Otra vez mala suerte. Pero esta persona les dio la dirección de alguien más, a media hora en autobús.
Gruñendo, Helga siguió a Arnold hasta el hogar de esta persona, que estaba en el gimnasio a unos diez minutos a pie de su casa. Tuvieron que esperar que la persona terminara su entrenamiento para hablarle. Otra negativa.
Arnold sacó la libreta, tachó el nombre y sacando un mapa de la ciudad revisó las direcciones. Bueno, había alguien más por ese sector, así que decidió que era mejor buscar esa calle.
Mientras doblaba el mapa, Helga le quitó la libreta.
–¿Descartaron a todas estas personas?–dijo, revisando los nombres tachados.
–Sí, pero todavía hay opciones
La chica rodó los ojos y caminó junto a él.
–Supongo que al menos me invitarás a comer después de esto–Se quejó.–. Es la compensación mínima por mi tiempo–dijo ella.
–Oh, vamos, Helga, metiste a Gerald en un problema, lo mínimo que puedes hacer es ayudarnos
Ella rodó los ojos.
–Como sea, ¿podemos comer después de esto?
–Sí, pero todavía nos quedan seis calles
Helga dejó escapar un largo suspiro.
A pesar del entusiasmo de Arnold, obtuvieron otra negativa.
Buscaron un lugar de comida rápida por el sector, un local de emparedados donde podían elegir desde el pan hasta las salsas, así que Arnold pidió uno con vegetales y Helga pidió una promoción que incluía todo lo delicioso del menú.
Cuando el chico iba a pagar, ella se adelantó.
–Por separado–dijo, poniendo su dinero sobre el mostrador.
El cajero asintió y le entregó su bandeja. Arnold pagó lo suyo y la siguió.
–¿Estás enfadada?–Preguntó al sentarse.
–No
–Me pediste que te invitara
–Cambié de opinión y solo te estoy ayudando porque le debo una a Johanssen... y porque no quiero que el equipo se quede sin torneo... y Phoebe se enfadará si no hago nada ¿Está claro?
Arnold asintió, con una sonrisa que hizo que Helga perdiera la concentración y su enfado se esfumara. Demonios, había olvidado que podía verse así. Evadió su mirada y decidió concentrarse en la comida.
Para su fortuna él no lo notó. Revisaba los datos de contacto. Solo quedaban tres personas en la lista. Esperaba tener suerte.
Después de comer, tomaron un autobús, caminaron algunas calles, preguntaron por direcciones y cuando encontraron a la persona obtuvieron otra negativa.
Más calles, tocaron la puerta, pero la persona se había ido a otro estado hacía poco.
Quedaba solo la última opción. Cuando llegaron les dijo que lo lamentaba, pero acababa de aceptar un trabajo similar en otra escuela más cercana a su residencia.
Viajaron en autobús de regreso a su barrio. Helga sabía que Arnold estaba especialmente desanimado por el silencio que guardaba entre suspiros. Detestaba verlo así, pero ella misma no tenía idea de a quién más podían recurrir.
–Acéptalo, cabeza de balón, es una causa perdida–dijo la chica.
–Lo dices como si no fuera tu problema–dijo el, molesto.
–No quiero decir eso. Es solo que, si la escuela no pudo encontrar a alguien, no sé qué les hizo pensar que ustedes podrían hacerlo
–Terminamos metidos en este problema por defenderte
–¿Qué tengo que ver yo en esto?
–Cuando Isaac nos contó lo que pasaba, algunos chicos te culparon por la situación
–Ahora resulta que es mi culpa
–¡Claro que no! Pero si es un problema para el equipo, es un problema para ti, es lo que significa ser parte de un equipo, porque, te agrade o no, no importa qué tan buena seas por ti misma, el juego de los demás también determina qué tan lejos lleguemos. Así que, aunque no sea tu culpa, si vamos a arreglar esto, agradecería que tuvieras mejor disposición
Helga se quedó sorprendida unos segundos y ambos fijaron la vista al frente por unas cuantas calles.
–Yo... lamento estar causando tantos problemas–dijo ella de pronto, rascando su brazo.
–Ya dije que no es tu culpa–Corrigió Arnold.
–Pero mis acciones están causando un problema enorme para Gerald... y para ti... y para todos en el equipo. Si no lo solucionamos... de seguro los de tercero se las arreglarán para hacernos la vida imposible, en especial a ustedes
–Nunca dije nada sobre ellos
–Si las miradas mataran, ayer habría muerto. Además, no hay que ser un genio para ver que se comportan como imbéciles. ¿Olvidas quién reportó cada uno de sus partidos? Vi como los trataban en el bus y en los juegos. Siempre actúan como si fueran mejores que el resto... apostaría sin dudar que fueron ellos los que me culparon
Arnold asintió.
–Si tan solo supiéramos de alguien que amara el baseball lo suficiente para aceptar este trabajo mal pagado en una escuela pública–Se quejó Helga.
–Sí
–Alguien que no le importara perder sus tardes y las mañanas de los sábados
–Sí...
Arnold cruzó los brazos sobre el respaldo del asiento vacío delante de él, apoyando su rostro. Pero casi de inmediato se irguió, miró alrededor y tocó el timbre para bajar del autobús.
–¿Qué demonios? ¡Todavía faltan dos paradas!–dijo Helga.
–¡Helga, tienes razón!–dijo, corriendo hacia el frente de bus.
–¡Claro que tengo razón!
–Además de eso...
La chica lo siguió sin comprender.
–Alguien que ame el baseball y que no le importe tomar este empleo mal pagado
Ambos bajaron del bus y mientras el vehículo se alejaba el chico miró alrededor, caminando de regreso.
–¿A dónde vamos?–dijo Helga.
–Ya verás
Ella lo siguió, intrigada, pero a la vez encantada con el espíritu renovado del chico. Fue casi al final de la calle que notó hacia dónde iban.
–Tienes que estar bromeando–Masculló.
Arnold decidió ignorarla. Lidiar con la negatividad de Helga no era algo que quisiera hacer en ese momento.
Entró al local y le preguntó a la cajera por el dueño. Ella llamó al hombre por teléfono y le dijo a Arnold que saldría de la oficina de inmediato.
Unos minutos más tarde estaban sentados en una mesa al fondo del local. El chico le explicaba la situación del equipo y la escuela y el hombre escuchaba atento, asintiendo, serio. Helga también se involucró, mencionando sobre las estadísticas del equipo y su rendimiento en las últimas temporadas.
–¿Entonces? ¿Qué opinas, Mickey?–dijo el chico.
El hombre reflexionó un segundo, miró las caras de los chicos y luego echó un vistazo a su local. El baseball era lo que más había disfrutado en toda la vida, pero ya habían pasado varios años desde su retiro. ¿Sería capaz de entrenar a un grupo de adolescentes?
Observó la chispa en la mirada de Arnold.
–Creo que este lugar se ha estancado un poco–Contestó el hombre, rascando su mentón.–, tal vez sea momento de que contrate a alguien que se haga cargo y retome las cosas que amo
–¿Eso es un sí?–Quiso saber el chico.
–Tendré que ver algunos detalles con la administración de la escuela, pero por mi parte, tengo toda la disposición para entrenar a su equipo
Los chicos prometieron hablar con el director a primera hora y coordinar una reunión. Luego de un apretón de manos, salieron de ahí.
–Felicidades, cabeza de balón, lo lograste
–Lo logramos
En su entusiasmo, Arnold la abrazó.
–¡Ey! ¡Ey! No te emociones–dijo ella, apartándolo.
–L-lo siento–dijo, sonrojado–. Gracias por tu ayuda, Helga. Si no fuera por ti...
–Si no fuera por mí, no habrían tenido este problema en primer lugar, así que no intentes darme crédito
–Pero fue gracias a ti que...
–Oh, no, yo no te dije nada sobre ese jugador retirado, eso fue idea tuya, cabeza de balón
El chico asintió.
Estaba anocheciendo y Arnold todavía necesitaba recoger sus cosas de la casa de su amigo y lavar su ropa. Al menos la tarea que tanto complicó a Gerald era de una clase en la que Arnold no estaba.
–¿Vamos a casa?–dijo Helga.
–Debo ir por mis cosas a la casa de Gerald... y contarle la noticia–Contestó Arnold.
–Sí, como sea, no tienes que contarme tu vida. En marcha entonces
–¿Irás conmigo?
–Ey, dijiste que también era asunto mío
El chico medio sonrió y se dirigieron a casa de Gerald. Fue inesperado encontrar a Phoebe allí, ayudando a su novio con la tarea. O con lecciones privadas, insinuó Helga, haciéndolos sonrojar.
Los rubios contaron los detalles de lo ocurrido ese día y Gerald no pudo evitar una risa maniaca. Era una solución tan evidente que no tenía idea de cómo lo pasaron por alto.
Arnold y Helga se despidieron de la pareja y caminaron hasta La Casa de Huéspedes.
–Gracias por tu ayuda–dijo de nuevo.
–No hay de qué, cabeza de balón–Contestó Helga–, solo tenía que ayudarte, es todo
Arnold la observó.
«¿Sería una locura...?»
–A esto me refería cuando dije que extrañaba tu amistad–Continuó ella.–. Me alegra que sigamos hablando... y... sé que sigues enfadado porque fingí ser Mike, pero cuando hablaste con Mike, es decir, conmigo, dijiste que podías ser amigo de alguien, aunque hubiera pasado algo. Elegí creerte, no hagas que me arrepienta
–Gracias, Helga–Respondió él, forzando una sonrisa.
–Nos vemos mañana–dijo ella, para luego voltear y seguir camino a su casa.
Arnold la observó hasta que dobló la calle. Con un suspiro entró a casa y antes de bajar a la lavandería, escribió un mensaje que no se atrevió a enviar.
Chapter 72: Compañía
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Durante el entrenamiento del miércoles Isaac le comentó al equipo que lo habían logrado y que contarían con un nuevo entrenador a partir del sábado. Agradeció y felicito a Gerald y Arnold por su esfuerzo y compromiso.
–Y me gustaría anunciar que de entre los novatos las siguientes personas pasarán a integrar al grupo principal: Thomas...
Los aplausos para el chico no se hicieron esperar, mientras un par de amigos suyos los felicitaba.
–Y también a Helga y Elisa–continuó Isaac.
Esta vez la reacción fue dividida, las chicas, los nuevos y unos pocos de los que ya estaban en el equipo, las felicitaron, pero varios de los chicos mayores guardaron silencio y las miraron con desprecio, en particular los muchachos de tercer año.
–Con esos terminamos los anuncios de hoy, ahora, a entrenar–Indicó Isaac y esperó que todos se levantaran para trotar y fue el último en ponerse en marcha para poder vigilar al resto.
Luego que se dividieron en grupos, el mismo supervisó de cerca el entrenamiento de Tomas, Elisa y Helga. Esperaba que mejoraran su técnica lo suficiente para participar en los partidos amistosos. Por sugerencia de Elisa, llegaron al acuerdo de quedarse media hora más en cada entrenamiento a partir de ese momento.
Y ante esta situación Arnold entendió que ya no tenía excusas para caminar con Helga a casa, porque esperarla quizá sería demasiado, quizá le incomodaría, quizá...
Quizás el caos se iría algún día si simplemente dejaba de pensarlo. Así que simplemente se marchó a casa charlando con su amigo.
...~...
El sábado el entrenador Kaline tomó el mando y reorganizaron los entrenamientos, con la ayuda de Isaac y Gerald. Resultó ser menos duro que el antiguo entrenador y se apoyaba bastante en la información que el capitán le entregaba, pero era claro que quería explotar el potencial de cada persona en el equipo y se tomaba el tiempo para evaluar las habilidades de cada quien. Comentó que mantendría las medidas disciplinares para las ausencias y retrasos, así como implementaría algunas si era necesario, en caso que hubiera conflictos, pues notó casi en un instante que había cierta animosidad entre algunos chicos y las chicas del equipo. Bueno, se aseguraría que nada de eso escalara mientras él estuviera a cargo. Y bastó con que lo mencionara para que Arnold sintiera que en lugar de ser una última opción, no lograron encontrar a alguien más porque era precisamente a él a quien necesitaban para ese puesto.
...~...
Los días que siguieron pasaron volando para Arnold. Llenos de incómodos momentos en los que intentaba recordar las palabras de Helga y al mismo tiempo se forzaba a ignorar los sueños o pesadillas cada vez que se quedaba a solas con ella, convencido de que las cosas estarían bien con el tiempo, la rutina y las obligaciones que lo consumían.
Escribirle a Marie ayudaba. Ella le seguía contestando cada semana. A Ella le pareció gracioso todo el asunto del disfraz, aunque también entendía el enfado de Arnold por la mentira. Para él era agradable tener una amiga que no lo juzgara y que pudiera aconsejarlo en cierto modo.
...~...
Un lunes, después de boxeo, Helga quería algo de su casillero y Lila estaba tan entusiasmada charlando con ella, que simplemente la siguió de regreso a la escuela. La rubia disfrutaba la sonrisa de su amiga cada vez que estaba lejos de Edith, le parecía que era una persona diferente, más segura, entusiasta y sincera, así que lo último que quería hacer era interrumpirla.
–Te acompaño a casa–Ofreció Helga.
–Vaya...–Lila sonrió.– ¿Lo dices en serio?
–Sí, ¿por qué no?–Se encogió de hombros.–. Sígueme contando sobre tus clases de ballet...
Se pusieron en marcha, mientras la pelirroja explicaba lo interesante que le parecía la nueva coreografía que estaban practicando para su próxima presentación, también le comentó lo difícil que eran algunos movimientos, pero estaba segura que si se esforzaba lo suficiente llegaría a dominarlos.
–Lo lamento–dijo Lila de pronto–. Debe ser aburrido para ti...
Helga ahogó una risita.
–Al contrario... es divertido... y algo nostálgico
–¿Nostálgico?
Helga miró en todas direcciones. Estaban llegando a casa de Lila y no había nadie que conociera cerca.
–¿Quieres saber un secreto?–dijo, con una media sonrisa.
Lila asintió con entusiasmo.
–¿De qué se trata, Helga?–Contestó.
–Jura que no le dirás a nadie
Lila cubrió sus labios con su mano soltando una risita dulce.
–Por supuesto–Añadió, haciendo una pequeña cruz sobre su corazón.
–Yo... –Helga volvió a mirar alrededor y se acercó mucho a ella, sujetando su hombro para susurrar en su oído.–solía practicar ballet
Lila se apartó, sorprendida.
–¿Tú? ¿En serio?–dijo.
–Sí–Se encogió de hombros, restándole importancia.–. Así que es divertido escucharte, me recuerda porqué me gustaba tanto
–Me alegra saber que no te molesto–dijo Lila con una sonrisa de alivio.
Helga tuvo que mirar en otra dirección, porque ese gesto le pareció demasiado dulce.
–¿B-bromeas?–dijo la rubia, jugando con el tirante de su bolso– ¿Crees que siquiera te escucharía si así fuera?
–Es cierto–Concedió con una risita–. Creí que simplemente eras amable
–Olvídalo, Helga G. Pataki no hace esa clase de tonterías, si algo no tolero es la hipocresía
Lila dejó escapar una risita.
–En verdad me sorprende saber que practicabas ballet
–Y era buena–Admitió la rubia con orgullo.–. Probablemente es la única cosa que he hecho mucho mejor que Olga
Lila contempló como ese aire seguro se desvanecía para dar paso a una mirada de desaliento. Estaba segura que podía pensar en al menos diez cosas en las que Helga ciertamente era mejor que Olga, pero no tenía idea de cómo reaccionaría si se lo decía y tampoco estaba segura de que contaran, porque la mayoría eran cosas "poco femeninas" que Olga probablemente no haría.
–¿Puedo saber por qué lo dejaste?–Fue todo lo que pudo decir.
–Miriam olvidaba recogerme y tal vez era lo mejor. En ese tiempo siempre estaba demasiado ebria para conducir y las clases terminaban tarde. Bob odiaba ir por mí después del trabajo. Olvidaron el recital, aunque no es la gran cosa, sabía que pasaría... y luego ya no había dinero para las clases, pero está bien, porque ya no quería volver–dijo, encogiéndose de hombros, intentando ignorar la tristeza que había en su voz. Al notar la preocupación en el rostro de Lila, añadió–. Pero eso fue hace mucho, no es importante
Justo en ese momento podían ver la puerta de la casa de Lila.
–Bueno, solcito, llegamos a destino
–Gracias por tu compañía
–Nos vemos mañana–Se giró, dispuesta a seguir su camino.
–¡Helga, espera!–dijo Lila en lo que claramente fue un impulso.
La rubia volteó, con las manos en los bolsillos y arqueando una ceja.
–¿Q-quieres... quedarte a cenar?–Logró completar Lila, evadiendo su mirada.–. Podemos avanzar la tarea... y...
–Está bien–dijo Helga, encogiéndose de hombros.
Cualquier excusa era buena. Helga sabía que llegar a casa significaría escuchar a Bob gruñir órdenes y quejas, lo que podía llevar a alguna discusión si ella tenía el estúpido impulso de responder. Sospechaba que las horas extra de Miriam también tenían más relación con eso que con el dinero. Porque cada discusión entre sus progenitores era simplemente... absurda.
Al entrar a la casa, todo estaba en silencio. Helga notó que el padre de su amiga todavía no llegaba. Se instalaron a estudiar en la mesa de la cocina. Lila le ofreció algo de té y galletas y las dos comieron intercambiando respuestas y apuntes durante la siguiente hora.
El sonido de la puerta principal interrumpió el estudio.
–Hija, ya estoy en casa–dijo el hombre desde la entrada.
–¡Hola, papá!–Contestó Lila de forma casi automática, concentrada en copiar un texto.
Al asomarse a la cocina, el hombre intentó disimular la preocupación en su rostro en cuanto vio que su hija no estaba sola.
–Buenas tardes, señorita–Saludó agachando suavemente la cabeza.
–Buenas tardes, señor Sawyer–Contestó Helga.
–Papá, ¿cenaste fuera?–dijo Lila preocupada.
–Oh, no, no. Calentaré algo y las dejaré tranquilas para que sigan con lo suyo
–No te preocupes, papá, ya terminamos ¿No es cierto, Helga?
–Sí, acabamos de completar la tarea–Confirmó.
Las chicas dejaron sus bolsos en el dormitorio de Lila y luego prepararon la mesa, mientras el padre de Lila recalentaba la cena en una olla.
Después de preguntarle al hombre sobre su día en el trabajo, Lila habló con emoción sobre las clases de boxeo y cómo esperaba ser una de las que participara en el torneo. Su padre escuchaba atento, con una sonrisa y hacía preguntas que demostraban que estaba al tanto y le interesaba la vida de su hija.
Helga sintió un poco de envidia. El único padre presente en la vida de Lila valía más que los dos que ella tenía. Intentó ahogar esa idea. Sabía que no era justo. Después de todo, en muchas ocasiones Lila y su padre pasaron por malas situaciones y parecía que el universo equilibraba las cosas dándoles un poco de felicidad en la mutua compañía. Pero bajo esa misma lógica, se preguntaba que crimen pagaba ella o si acaso era solo la víctima de las decisiones de sus padres.
Apartó esas ideas concentrándose en la sopa frente a ella y la risa de su amiga, que de vez en cuando le pedía que añadiera algún dato a la conversación, lo que hizo con gusto.
Al terminar de comer, Lila le pidió que la esperara mientras lavaba los platos.
–Puedo ayudarte con eso–dijo Helga, siguiéndola a la cocina.
Las dos se apresuraron en limpiar todo y ordenar, aunque siguieron charlando. Luego Lila revisó la nevera, apunto algunas cosas en una hoja de papel pegada en la puerta y dio un vistazo rápido a todo el lugar.
–Listo–Anunció.
–Gracias, niñas. Iré a descansar–dijo el hombre, dirigiéndose hacia su habitación–. No se queden en pie hasta tarde
–No se preocupe. Ya me voy a casa–Comentó Helga.
–Creí que te quedarías, jovencita, es peligroso que salgas tan tarde
Helga observó a su amiga, luego al padre de la chica. Había paseado por las calles mucho más tarde con bastante frecuencia.
–Quédate a dormir–Sugirió Lila.–. Podemos ir juntas a la escuela mañana
Helga tomó aire y asintió.
–Debo llamar a casa
Fue al cuarto de Lila para buscar su teléfono en su bolso. Observó la pantalla y marcó el número de memoria. Primer timbre, segundo timbre, tercer timbre, cuarto timbre, quinto timbre... al fin contestó.
–Hola Miriam, sí, lo sé, por eso llamé. Me quedaré afuera esta noche. Sí, con mi amiga. Está bien. Sí. Buenas noches
Cortó la llamada. Vio el mensaje de Arnold. Contestó con un "ok" y guardó su teléfono.
Volvió a la cocina para buscar a Lila, pero su amiga ya no estaba ahí.
–Entiendo, papá. No tienes que preocuparte por mí. Ve a ver a la abuela
–Pero hija... –Insistió él.
–Estaré bien, puedo cuidarme sola, ya estoy grande... solo serán unos días...
Helga regresó sobre sus pasos, se sentó en la cama y esperó hasta que su amiga entró a la habitación.
–Lamento la demora–dijo la pelirroja, cerrando la puerta.
–¿Le pasó algo a tu abuela?–Murmuró Helga.
–¿Lo escuchaste?
–No todo, no fue mi intención...
–Está un poco enferma. Papá está preocupado y quiere ir a verla, pero no le gusta la idea de que esté sola en casa
A la rubia le tomó unos segundos decidirlo.
–¿Y si me quedo contigo?–Sugirió.
Lila abrió mucho los ojos.
–¿Harías eso por mí?
Helga se encogió de hombros.
–Lo que sea por no escuchar a Bob quejarse de su trabajo–Medio bromeó.–. No te estaría haciendo un favor, es un ganar-ganar para ambas ¿Qué dices?
Lila medio sonrió.
–Vuelvo en un minuto–dijo, para salir del cuarto de inmediato.
Helga se dejó caer en la cama.
–¿Qué demonios estoy haciendo?–se dijo y luego miró alrededor.
El dormitorio de Lila estaba ordenado y se preguntó de dónde sacaba tiempo para todo. Ella misma se estaba volviendo loca con tantas actividades y su cuarto era casi siempre un desastre -«Aunque también es un desastre en las vacaciones»-. Todas las cosas parecían tener un lugar, pero tampoco parecía tan estructurado como el cuarto de Phoebe. También en cierto modo elegante, pero no lujoso, como las cosas que tenía Rhonda. Quizá femenino era algo que lo describía mejor. Olía a ropa limpia y no a comida. Probablemente Lila no tenía la mala costumbre de ella de comer en su dormitorio. En un rincón vio algunas cremas y peines, pero hasta su cepillo de cabello estaba limpio... ¿Por qué demonios era tan perfecta?
Lila regresó con un aire más tranquilo.
–Papá dice que está muy agradecido por tu ofrecimiento y mañana mismo pedirá algunos días libres en el trabajo para ir a ver a la abuela, solo si en verdad no es problema para ti acompañarme unos días–dijo.
–Sí, como sea–Contestó la rubia, mientras revisaba su bolso deportivo.–. Aprovecha la oferta–Bromeó.
Lila medio rio.
–En serio lo agradezco, Helga
–No lo menciones
La pelirroja miró su escritorio y suspiró.
–Todavía debo terminar otra tarea–Murmuró, con un tono de disculpa.
–¿Necesitas ayuda?
–No, pero no sería una buena anfitriona si te dejo por tu cuenta
–No te preocupes por mí
Helga sacó su reproductor de música, la libreta donde apuntaba ideas para el periódico y un lápiz. Se quitó las zapatillas para sentarse con las piernas cruzadas en la cama de su amiga.
–¿Ves? No tienes que hacer un espectáculo de circo para divertirme. Estaré aquí mismo cuando termines tu tarea–Explicó justo antes de acomodar sus audífonos en sus oídos.
Lila asintió y se instaló en su escritorio, intentando concentrarse para desocuparse lo antes posible.
Más tarde se prepararon para dormir. Lila le prestó una pijama y logró convencerla de volver a desenredar su cabello. El día había sido largo y agotador para Helga, así que en cuanto su cabeza tocó la almohada, se durmió. Lila no pudo hacer lo mismo. Estaba preocupada por muchísimas cosas.
...~...
La mañana siguiente Arnold esperaba toparse con Helga de camino a la escuela. Le incomodaba que ella no hubiera contestado sus otros mensajes y pensaba que estaba enfadada. No se cruzaron en la esquina de siempre y cuando fue a su casillero, notó que Helga reía charlando con Lila. La imagen borró su preocupación. Sabía que ella no disimulaba su enfado. Tal vez simplemente se durmió después de esa respuesta.
Saludó a las chicas justo después que sonara el timbre y caminaron juntos a la primera clase del día.
...~...
Esa tarde Lila habló con Phoebe, explicándole que no podría quedarse a estudiar. Regresó temprano a casa. Después de ayudar a su padre a preparar la maleta, él le entregó dinero para los gastos y un monto extra por si ocurría alguna emergencia. También le pasó una agenda con los números del pueblo, por si necesitaba comunicarse con él y no lo encontraba en casa de la abuela. Le prometió que si pasaba algo la llamaría a ella o a la escuela para mantenerla informada.
...~...
Después de la jornada de estudio con Nadine, Gerald y Phoebe, Helga fue al gimnasio para esperar a Miriam y en el auto, camino a casa, le comentó sobre la situación de Lila y que ella se había ofrecido a acompañarla. Su madre aceptó que se quedara fuera unos días, sabía que no podría influir en una decisión que su hija ya hubiera tomado. Solo le pidió que llamara cada noche para confirmar que estaba bien y que el domingo volviera a casa para ayudar con las labores domésticas de siempre y pasar algo de tiempo con su padre. Helga aceptó sin negociar. En cuanto llegaron a casa subió a su habitación, metió algunos cuadernos en su mochila, sacó la ropa sucia de su bolso deportivo y guardó algunas prendas extra. Regresó al auto y Miriam condujo hasta la casa de Lila.
–Gracias–dijo Helga al bajar–. Puedes irte–Añadió cerrando la puerta.
–Creo que esperaré–Contestó la mujer con una sonrisa.
La chica se encogió de hombros y caminó hasta la puerta de su amiga. Tocó y en unos segundos la chica apareció en el umbral.
Miriam la reconoció en un instante como la "hermana pequeña" que Olga llevó alguna vez a casa. No tenía idea que era amiga de Helga. Le hizo señas con la mano, así que la chica fue hasta el auto para hablar con ella.
–Buenas tardes, señora Pataki–dijo la niña con una sonrisa dulce.
–Hola, querida–Contestó Miriam.–. Helga me contó que te acompañará algunos días
–Sí, es muy amable de su parte
–Le di algo de dinero para que puedan comprar comida
–No es necesario
–Oh, claro que sí, Helga come demasiado–dijo con una risita.
Lila sonrió incómoda.
–Ten mi número–Agregó Miriam, ofreciéndole una tarjeta.–. Si ocurre algo, por favor, llámame ¿de acuerdo?
–Lo haré–Aseguró, mirando el cartón en sus manos.–. Aunque en verdad creo que podemos arreglarnos entre las dos–Concluyó con aire sincero.
–Confío en que así será–dijo la mujer, luego se asomó a la ventana– ¡Adiós, hija!–Añadió con una sonrisa.
Helga seguía de pie en la puerta de la casa, con los brazos cruzados.
–Adiós, Miriam–Gritó, apenas levantando la mano.
Lila volvió junto a ella y ambas entraron a la casa, escuchando el motor del auto.
–Tu madre es muy amable–Comentó Lila.
–¿Qué te dijo?–Quiso saber la rubia.
–Que podía llamarla si pasaba algo
–Supongo que eso está bien–Añadió Helga, dejando sus cosas junto a la sala.– ¿Tu padre ya se fue?
–Sí, hace casi una hora
Helga le entregó a Lila los apuntes de la sesión de estudio de esa tarde y acomodó sus cosas bajo la cama de su amiga, mientras ella copiaba las notas en su escritorio.
–Puedes usar mi habitación–dijo Lila–. Yo dormiré en el cuarto de papá
–¿Por qué?–dijo Helga, extrañada–. No es problema dormir contigo, hasta traje mi saco de dormir–Añadió, enseñándole un bulto con forma de cilindro.
Lila soltó una risita.
–Las noches están más frías, no creo que debas dormir en el suelo...
–Entonces podemos compartir la cama, no es la gran cosa
–Vaya, ¿en serio quieres dormir conmigo?–dijo bromeando.
Helga medio sonrió.
–Parece que eso es un problema para ti, solcito–Contestó, arqueando su ceja.–. ¿Acaso te pongo nerviosa?
La pelirroja no logró contestar.
–¿O es que ronco demasiado?–dijo Helga, todavía bromeando– ¿O será que tengo mal aliento?
–No, claro que no–dijo Lila.–. Solo pensé... que es lo mismo que te quedes una noche... a que pases varias noches aquí
Helga se encogió de hombros.
–Lo que sea mejor para ti
...~...
El resto de la semana compartieron la casa, las tareas y rutinas. Incluso improvisaron un par de prácticas de boxeo y ballet en el salón. Lila pudo confirmar que Helga parecía divertirse y aunque algunos movimientos eran en verdad complicados, después de intentarlo algunos días, su amiga podía seguir sus coreografías, aunque con esfuerzo. También pidieron pizza el viernes y vieron algunas luchas de Wrestlemania , aunque Lila al principio no entendía muy bien, durante la segunda pelea estaba gritando emocionada a la par de su amiga.
A Helga se le hizo agradable estar fuera de la residencia Pataki por tanto tiempo y llegó a pensar que, si alguna vez podía irse lejos, definitivamente no extrañaría a su familia. Al menos no en un principio.
Se suponía que el padre de su amiga regresaría el domingo, pero el sábado por la noche, Lila parecía un poco angustiada después de la llamada que tuvo con él.
–¿Qué pasó, Solcito?–dijo Helga– ¿La salud de tu abuela empeoró?
Lila negó.
–No es así, pero tampoco mejora–Explicó.–. Papá cree que necesitará otra semana...
–¿Quieres ir a verla?
–No creo que sea buena idea, en este momento sería más una molestia–dijo–. Hay una razón por vine a esta ciudad con papá. Yo pude quedarme con ella si hubiera querido–Jugaba con su cabello, nerviosa.–. A papá le preocupa que me quede sola... y...
–Puedo quedarme algunos días más contigo–Comentó Helga.–. No es realmente un problema
–¿Estás segura?
–¿Para qué estamos las amigas?
Lila casi de inmediato llamó a casa de su abuela para hablar con su padre y dejarlo más tranquilo.
...~...
Así fue como pasaron juntas otra semana. El domingo siguiente el padre de Lila finalmente volvió a la ciudad, así que Helga tuvo que regresar a casa.
Encontró a Bob frente al televisor viendo lo que parecía un partido grabado, mascullando sobre las jugadas y gritando los apellidos de los jugadores como si los regañara. Mientras Miriam, con aire cansado, preparaba la comida, más atenta a la radio que a las ollas que comenzaban a bullir frente a ella y que Helga tuvo que apagar antes que se derramaran. Las disculpas no mejoraron su ánimo y aunque su madre intentó hacer conversación, la adolescente contestó con monosílabos hasta que se cansó y dijo estaría en su habitación.
Tirada en su cama, mirando el techo, confirmó que no había extrañado nada de eso y hasta cierto punto odiaba volver a su vida.
Chapter 73: El proyecto
Notes:
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Chapter Text
–Y eso fue lo que pasó
Ese lunes en que el otoño ya se hacía sentir. Helga pasó por Phoebe de camino a la escuela y luego de confirmar que cerca de ellas no había nadie husmeando, le contó sobre los últimos días.
–Guau, Helga, me impresiona que te quedaras en casa de Lila prácticamente dos semanas–Observó Phoebe, ajustando sus lentes.
–Sí, fue genial estar lejos de Bob, Miriam y sus problemas–Contestó la rubia, encogiéndose de hombros.
Su amiga cubrió sus labios con su mano, ahogando una risita.
–¿Qué?–Se quejó Helga, arqueando su ceja.
–Admítelo, te agrada Lila
–Claro que me agrada, es mi amiga–Rodó los ojos.
–Quiero decir, en serio te agrada. Pasaste muchísimo tiempo con ella sin aburrirte–Comenzó a enumerar extendiendo sus dedos.–, discutir, pelear, enfadarte, amenazarla, chantajearla, extorsionarla...
–Sí, todos saben que no soy la persona más amable–Interrumpió, cruzando los brazos.– ¿Cuál es el punto?
–Estoy orgullosa–dijo con una sonrisa–. Es todo un logro para ti
–No fue gran cosa. La mayor parte del tiempo lo pasamos en la escuela y no tenemos tantas clases juntas... –Añadió, girando la mano.
–Ajá...
–¿Qué?
–Solo creo que es lindo que tengas otra amiga cercana, Helga. En especial porque antes ni la tolerabas
–Bueno, Pheebs, ya sabes como soy. Maduré–dijo rascando su brazo–y que la detestara ni siquiera fue su culpa... además tengo derecho a cambiar de opinión ¿no?
–Claro que sí–Reconoció sin dejar de sonreír.
–Y Lila no está tan mal como pensaba antes–Continuó a prisa.–, digo, es divertida, simpática, interesante, lista y ¿la has visto bailando ballet? Es muy talentosa... para ser la chica perfecta que es, claro...
–Está bien, Helga, no tienes que justificarte conmigo–Contestó todavía riendo.
La rubia entrecerró los ojos.
–Creo que necesitabas tener más amigas y en serio me alegra, mientras no me reemplace como tu mejor amiga–Bromeó.
–¿De qué hablas Pheebs?–Contestó con aire serio.– Eso jamás pasara. No hay nadie en el mundo que pueda ocupar tu lugar
–¿En serio, Helga? Awwwww ¡Qué linda!
La más bajita la abrazó y Helga tuvo que permitirlo, porque, aunque no le molestaba, fue inesperado, pero esto... estaba tomando demasiado.
–¡Ya basta, Pheebs! No es para tanto. Jamás podría reemplazarte–Su amiga la soltó y Helga imitó su gesto para contar.–. Eres una genio, eres buena escuchando, tienes excelentes consejos, nadie cocina como tú y has estado para mí en más ocasiones de las que merezco
–Awwwwww
–Además, sabes demasiado, así que es amistad o muerte
Phoebe rodó los ojos, pero de inmediato las dos compartieron una carcajada, mientras cruzaban la última calle hacia la escuela.
Ese día inició la primera ronda de exámenes, así que en cuanto sonó la campana, cada una se apresuró a su salón.
El ambiente en general era de nervios, frustración y cansancio. Las quejas, suspiros y hasta llantos eran frecuentes en los descansos y hasta en la cafetería se podían ver personas todavía repasando algunas materias.
Era de las pocas ocasiones en que los clubes no podían exigir asistencia a las prácticas, ya que la escuela requería que los estudiantes que participaban en éstos mantuvieran cierto nivel académico, pero eso para Helga sonaba más como un desafío que como una oportunidad y a pesar de estar cansada a media semana, se negó a faltar.
...~...
El miércoles, Isaac le dijo que ya no hacía falta que ella y los otros se quedaran a hacer entrenamiento extra, lo que le permitió retomar las caminatas a casa con Arnold y Gerald.
En cuanto el moreno los dejó, los rubios continuaron las calles que les quedaban en común.
–No sé cómo llegaré viva al sábado–Se quejó ella, sujetando su hombro con su mano, mientras lo giraba.
–Tal vez podrías tomarte el viernes para descansar–Contestó él con preocupación.
–¿Y darles la satisfacción de mi ausencia a los idiotas de tercero? Olvídalo
–Bueno, el sábado habrá entrenamiento doble de todos modos–Explicó el chico, encogiéndose de hombros.
–¿Bromeas? ¿Kaline quiere matarnos?
Arnold reía.
–Claro que no
–Sólo necesito descansar. Uf ¿Por qué demonios a los maestros se les ocurrió juntar todos los exámenes?–dijo, levantando los brazos.
–Creo que es una política de la escuela
–Ya lo sé, cabeza de balón, no tienes que explicarme el mundo
–Lo siento
Ella bufó una risita.
–Por cierto–Añadió el chico.–. Lila me dijo lo que hiciste por ella
–¿Qué con eso?–Contestó, cruzando los brazos.
–Creo que fue muy amable de tu parte
–Claro que no. Simplemente no me apetecía estar en casa
–¿Por qué? ¿Pasó algo?
–Lo de siempre
–¿Problemas con tus padres?
–Bob
El chico asintió. Después de toda la historia que compartían, eso era más que suficiente para que entendiera.
–Incluso si lo hiciste por eso, fue lindo
–¿Por qué lo dices?
–Porque estuviste para Lila cuando necesitaba a alguien y eso la ayudó a mantener el ánimo a pesar de la situación de su familia
–¿Qué puedo decir? A veces puedo ser una gran compañía–dijo, relajándose un poco y encogiéndose de hombros.
Arnold rio con suavidad. Ella lo observó y una sonrisa se dibujó en sus labios por apenas una fracción de segundo, antes que la reprimiera.
–Estoy de acuerdo. Eres una buena compañía, Helga y también eres una buena amiga
El deseo de responder con sarcasmo fue tan fuerte, que sentía que iba a explotar, pero una parte de ella sabía que no debía hacerlo.
–G-gracias–Contestó con esfuerzo, mirando en otra dirección.–. Bueno, ya llegamos a tu casa, mira la hora, es tarde... nos vemos mañana–añadió a prisa y aceleró el paso para alejarse.
En cuanto dobló una esquina, dejó escapar una risa nerviosa.
Que Arnold considerara que ella podía ser una buena amiga, después de todo lo que hizo, de todos los problemas que tuvieron, removió algo en su interior y se sentía... cálido. Era una especie de triunfo, incluso si una voz -muy muy muy muy- en el fondo intentaba decirle que estaba sepultando su oportunidad de arreglar las cosas, pues una parte de ella que hablaba con firmeza y racionalidad le repetía que mató toda posibilidad cuando decidió terminar con él. Evidencia a su favor: Primero, Arnold tuvo un romance de verano y seguía en contacto con la chica... y segundo, incluso si ella era Mike, Arnold mostró interés por alguien más. En cualquier momento él seguiría adelante. Exactamente lo que ella debía hacer.
...~...
Helga rindió el último examen el viernes durante la mañana. La siguiente era la clase avanzada que compartía con Brainy. Aunque ahora ella participaba un poco más y los de tercero y cuarto le prestaban atención, en especial desde que tuvo un breve debate con Siobhan, el cual fue interrumpido por el maestro. Y no era que la situación estuviera escalando, sino que ambas tenían puntos de análisis interesantes y con argumentos sólidos, pero completamente distintos sobre el último libro.
Y desde entonces tenían más conversaciones y menos conflictos con la enana pelirroja, aunque Helga ya estaba aprendiendo que podía hacerla enfadar con facilidad si presionaba los puntos correctos.
En general era durante esa clase que Helga le entregaba su reportaje semanal para el periódico escolar, pero con todo lo de esa semana, todavía tenía correcciones pendientes y esperaba poder hacerlas más tarde.
–Así que pasaré por la sala del periódico antes de ir al entrenamiento–Concluyó su explicación, mientras cada una guardaba sus cosas para ir a la siguiente clase.
–De hecho, me gustaría hablar contigo–dijo Siobhan– ¿Por qué no te quedas a la reunión de hoy?
–Sabes todo lo que hice por entrar al equipo, es mi prioridad
El maestro regresó al salón en ese instante.
–Oh, chicas, que bueno que siguen aquí–dijo.
Ellas intercambiaron una mirada y luego ambas miraron al hombre.
–Olvidé entregarles sus trabajos de puntos extra, ya están calificados–Añadió él, buscando en su maletín, sacó un par de hojas, las miró bien y se las entregó a cada una.
–Señorita Andrews, logró analizar de manera excepcional la obra sugerida más compleja del programa–dijo.
–Gracias
–Y señorita Pataki, su reescritura poética es tan exquisita como profunda, retomó los simbolismos más oscuros de la obra y los llevó a una luz decadente y brillante
–Sí, como sea–Murmuró, rodando los ojos.
–Las felicito. Es un agrado tener estudiantes como ustedes. Buen fin de semana, chicas
El profesor salió del salón, dejándolas solas.
–Bueno, Helga, si cambias de opinión–dijo Siobhan, caminando hacia la puerta–, eres bienvenida
–Lo pensaré–Consintió la rubia.
Se preguntaba qué tanto quería hablar la enana que no pudo decirlo en ese momento.
Demonios, había mordido el anzuelo, ahora tenía curiosidad.
...~...
Más tarde, durante el almuerzo, Helga se reunió con Phoebe, Gerald y Arnold, pero en cuanto llegaron a su mesa, Nadine le preguntó si podía unirse.
–Claro–dijeron los cuatro, acomodando sus bandejas para dejarle algo de espacio.
–Te ves cansada–Comentó Arnold– ¿Estás bien?
–Oh, sí, sí, claro–Contestó Nadine, con una sonrisa falsa.–. Ha sido una semana agotadora ¿no lo creen?
–Con tantos exámenes es normal que estemos agotados–Comentó Phoebe y miró alrededor.–. Incluso teniendo un sistema, no es fácil asistir a cada clase y rendir adecuadamente en todos, en especial para quienes tienden a dejar el estudio para el último minuto...
–Pero al menos ya acabó–Comentó Gerald.–y podemos relajarnos este fin de semana...
–Exacto–Añadió Helga.– ¿Tienen planes para estos días?
–Hay bastante tarea por hacer–dijo Phoebe.
Todos suspiraron y Gerald movió la cabeza de lado a lado.
–Además de eso, Pheebs–Aclaró Helga, rodando los ojos.
Arnold y Gerald intercambiaron una mirada y luego respondieron a coro "Descansar", haciendo reír a las chicas.
–¿Y ustedes?
–Rhonda me invitó a una fiesta con gente de su escuela–dijo Nadine.
–Debe ser una aburrida fiesta de niñas ricas
–¡Helga!–La regañó Phoebe, pero Nadine reía.
–No, déjala, tiene razón–dijo entre risas. Luego dio un gran respiro–. Las fiestas son un poco aburridas, por eso Rhonda siempre me invita. Odia lo monótonas que son, pero todos los chismes de su escuela circulan ahí, además, hay una estudiante extranjera en tercer año y dicen que es interesante... así que todas quieren ser su amiga, aunque Rhonda dice que no sabe qué le ven...
–Seguramente le quita la atención–Comentó Helga, justo antes de echarse un enorme trozo de pan a la boca.
–Es posible–dijo Gerald–. Acéptalo, Nadine, Rhonda jamás ha sabido compartir los reflectores
–Ya lo sé–Contestó–, pero eso no me molesta, así es ella
En ese instante un coro de risitas agudas se escuchó desde la mesa donde las porristas se reunían, seguido de una bandeja metálica rebotando por el suelo. Eugene había tropezado, lanzando su comida por los aires.
La mayoría de las chicas almorzaban juntas los días que practicaban y llevaban su uniforme, así que se veían como una bandada de avecillas cacareando, hasta que una de ellas se levantó de la mesa para acercarse al chico.
–Cielos, Eugene, ¿te lastimaste?–dijo Lila, ayudándolo a levantarse.
–Estoy bien–Contestó el chico–. Gracias, Lila
La chica le ofreció algunas servilletas y le ayudó a limpiar su ropa, que se ensució cuando el chico aterrizó sobre un envase de yogurt
Eugene volvió a agradecerle y salió de la cafetería para cambiarse, mientras ella regresaba a su lugar, sentándose junto a Edith.
Incluso si no pudo escuchar las palabras exactas, Helga notó que una de las chicas de último año regañaba a Lila y como ella bajaba la mirada. Odiaba demasiado que no se defendiera, casi tanto como saber que no ayudaría en nada que fuera ella a defenderla.
Antes de entrar a clases le preguntó si todo estaba bien y solo obtuvo una sonrisa rota y una fingida ignorancia que la hizo enfadar más. ¿No se suponía que Lila era su amiga? ¿No debía confiar en ella? ¿No debía aceptar su ayuda si no podía resolver algo por su cuenta? No todo tenía que ser una actitud cordial, dulce y cortés para agradar y deleitar a los demás. Demonios, de vez en cuando tenía que tener las agallas para confrontar a otros y pensar en ella misma y no en si incomodaba o irritaba a otros...
Entonces recordó que Edith sabía algo sobre Lila que nadie más sabía.
¿Y qué secreto podía ser tan terrible para que estuviera aterrada de que se supiera?
Sin importar lo que fuera, la única certeza de Helga era que ella no era quién para exigirle tener el valor de afrontarla. Sabía lo aterrador y vulnerable que podía sentirse esconder algo que podría destruirte, cambiar cómo te ven los demás, volverte el blanco de las burlas y las bromas o de cualquier tipo de acoso que pudiera escalar sobre eso.
Pero detestaba saber que Lila sufría y que no había a nadie a quién pudiera golpear, extorsionar o amenazar para ayudarla.
...~...
Durante la última clase de la tarde, la maestra les dejó una actividad grupal, así que Helga se dedicó a contestar a medias, mientras corregía su texto para el periódico. Al terminar la clase, alguien más de su grupo fue a entregar las respuestas, mientras ella guardaba sus cosas. Se estiró, bostezando antes de tomar su bolso.
Arnold y Gerald la esperaban afuera del salón y caminaron juntos hacia la salida.
–Viejo, lo digo en serio–decía Gerald–. No puedo creer que casi todos los maestros nos han dejado tarea ¿No les basta con los exámenes? ¡Esto es una tortura!
Helga rodó los ojos.
–Ustedes adelántense a la práctica, yo tengo algo que hacer–dijo, al llegar a la escalera.
Los chicos asintieron y siguieron su camino, mientras ella subía los peldaños. Al avanzar aún seguía escuchando como Gerald maldecía su suerte y la risa de Arnold, hasta que la distancia y los otros ruidos del lugar apagaron su voces.
En cuanto entró a la sala del periódico, saludó a un par de personas y apoyó su bolso en la mesa para buscar su escrito. Se lo alcanzó a Siobhan cuando las últimas personas entraban a la sala.
–Gracias–Contestó la pelirroja y dejó las hojas en su carpeta, para luego mirar al resto, que se instalaba alrededor de la mesa.
–¿Es todo?–dijo Helga.
–¿Qué?
–¿No piensas decirme de qué querías hablar?
–Si tienes curiosidad, tendrás que quedarte
Las dos se miraron a los ojos con aire de fingido enfado.
–Bien–dijo Helga con una media sonrisa, dejándose caer en una silla.
Sacó una libreta y miró a los demás. Nadine charlaba con Helen y Zhang. Un par de chicos de primer año cuyos nombres Helga ni siquiera conocía estaban sentados al otro lado de la mesa, conversando. Hablaron sobre las próximas actividades escolares que debían cubrir, algunas fechas importantes y otras cosas.
Nada de eso era de interés de Helga, Siobhan ya había asignado a algunas personas para las cosas que la escuela le exigía al periódico, así que no tenía que ver con ninguno de los clubes, ni con organizarse para cubrir los eventos deportivos.
Volvió a pensar sobre qué querría hablar con ella. No creía que tuviera problemas con sus escritos. Hasta el momento no tenía quejas y aunque notaba que Andrews se tomaba en serio su trabajo de edición, sus textos apenas tenían cambios menores.
Hasta el momento había publicado algo sobre el Campo Gerald, el Viejo Pete, cómo un par de locos chicos de la escuela detuvieron a toda una industria y declararon un barrio histórico, omitiendo, claro, que tuvieron un informante anónimo; algo sobre un grupo de chicos obteniendo un Récord Guiness y la historia de un par de lugares interesantes.
También Johanssen le contó todos los detalles que conocía de cada leyenda urbana y cuando tenía algo de tiempo investigaba en la biblioteca de la ciudad sobre la información histórica que pudo dar pie a éstas. Estaba preparando algo sobre el cementerio para Halloween y si todo salía bien, sacarían un número especial. Esto era mucho más divertido que escribir sobre los clubes deportivos, Helga estaba contenta y eso significaba que trabajaba a buen ritmo. Así que ¿Qué demonios podía ser?
Apenas unos veinte minutos pasaron cuando Andrews dijo que podían irse, lo que todos obedecieron con rapidez. Nadine se despidió de Helga y cerró la puerta.
Siobhan leyó en silencio el último escrito de la rubia. Era una revisión superficial, pero estaba habituada a leer rápido cuando solo quería enterarse del tema general de algo.
–Impresionante, como siempre–Reconoció, levantando la vista.
–Lo sé, pero dudo que sea eso de lo que querías hablar–dijo Helga, cruzando los brazos y arqueando su ceja.
–Últimamente pareces bastante motivada
–No sé si te refieres al periódico, las clases o a boxeo–Contestó la rubia.
–En las tres cosas–Explicó Andrews.–. Eres lista, Pataki ¿por qué no te incluyeron en el programa para saltar grados?
–Probablemente porque tengo las habilidades sociales de un ladrillo... arrojado al rostro de alguien, claro
A ambas se les escapó una risa apagada.
–¿No te aburren las limitaciones del periódico?–Preguntó Siobhan.
–Todos estamos aquí por puntos curriculares, no nos engañemos
–Pataki, sé que eres capaz de hacer algo más
–¿Qué? ¿Quieres que escriba más cosas para el periódico? Tengo una agenda apretada, ¿sabes? Agradece que sigo aquí...
–De hecho, no quiero que escribas para el periódico
–¿Me estás expulsando?
–Quiero hacer algo distinto, quiero escribir las historias que todos callan... quiero...–Bajó la mirada y su rostro se ensombreció.–hacer caer la jerarquía escolar
–¿Qué significa eso?
–Quiero desenmascarar a los chicos de americano y denunciar cómo su entrenador los protege, quiero escribir sobre los secretos de la ciudad, sobre los casos de acoso y violencia que las escuelas barren bajo la alfombra, del robo de fondos por parte de los administradores, de cómo las recaudaciones solidarias terminan en los bolsillos de padres y maestros sin escrúpulos, de cómo algunos estudiantes sin talento ni dedicación compran su puesto en los clubes con uniformes nuevos o sobornos...
–Suerte con eso, amiga. Wartz te dejará publicar eso cuando los cerdos vuelen. Estarán en dos segundos sobre ti
–No lo harán. No quiero publicar eso en el periódico. Hice un sitio web. No está dentro de los sitios bloqueados en las escuelas ni en la biblioteca pública, además establecí un método de seguridad y claro, jamás accedo como administrador desde aquí o desde ningún lugar donde puedan registrarme
–Impresionante. Parece que tienes todo bajo control, ¿para qué me necesitas?
–Porque te hiciste pasar por un chico por dos semanas sin que nadie se enterara. Si puedes hacer eso, podrías infiltrarte en otros lugares, pasar desapercibida. Tienes una gran habilidad
–¿Y yo qué gano?
El silencio fue la respuesta que Helga necesitaba.
–No tengo ninguna buena razón para hacerlo, suena como demasiado trabajo
La rubia se levantó, tomando sus cosas.
–No le diré a nadie sobre tu proyecto, pero no cuentes conmigo
Notes:
Ok, la vida se puso de cabeza y mi último fanfic resultó en una semi profecía de mi vida, así que soy menos persona y más cafeína de lo habitual, pero aquí estamos de vuelta...
Chapter 74: Reencuentro
Chapter Text
A pesar de llegar tarde, Kaline le permitió a Helga unirse al entrenamiento ese día, luego de enviarla a dar diez vueltas como calentamiento, claro.
Al final de la práctica hicieron una breve reunión en la que les entregaron sus uniformes a los nuevos. Isaac llamó a cada uno por sus nombres y luego el entrenador les comentó que tenía una sorpresa: en lugar del entrenamiento del sábado, los invitaron a un partido amistoso contra una escuela al otro lado de la ciudad.
La emoción y la expectativa fue suficiente para animar a todo el grupo después de la pesada semana.
...~...
En el bus de camino a visitar a sus rivales, Helga intentaba convencerse de que no estaba nerviosa. Elisa parecía mucho más cómoda y confiada que ella, mientras Thomas temblaba como un chihuahua. Bueno, al menos no era tan evidente como él. Intentó distraerse charlando con sus amigos.
–Equipo, atención–dijo Kaline de pronto–. Sean bienvenidos...
Los más jóvenes apoyaron sus manos y rostros en las ventanas. La entrada tenía una placa metálica con el nombre del instituto y un emblema. Al atravesar el estacionamiento, divisaron canchas para distintos deportes y un gimnasio, también algunos edificios donde probablemente tenían las clases regulares, rodeados de árboles, césped y bancas, como si se tratara de un parque. Estacionaron junto a un par de autobuses que parecían modernos y lucían el mismo emblema de la entrada.
Kaline les dio una pequeña charla motivacional, del tipo en que no era importante ganar y que estaban ahí para divertirse y ver cuánto estaban avanzando con el entrenamiento. También les prometió que al final del partido, todos irían a su restaurante a comer juntos.
–Recórcholis–dijo Stinky con entusiasmo–. Un juego y comida gratis. Es el mejor día de mi vida
Su comentario hizo reír a varios a su alrededor, incluyendo a Helga.
–Bueno, campirano–dijo la rubia, apoyando una de sus manos en el hombro del chico–, será incluso mejor si ganamos
Había mucha gente en las gradas para ser un partido amistoso de equipos escolares. Helga supuso que los adultos serían en su mayoría padres y madres, y que las chicas, probablemente hermanas, amigas y novias de los jugadores, ya que la escuela contra la que jugarían era solo de chicos.
El viento otoñal, el calor del sol, la tensión, el aire pesado en las carreras, el sonido de los bates golpeando las bolas, las señales silenciosas entre los jugadores, los gritos y exclamaciones del público. Helga estuvo pendiente de cada detalle, tanto de los rivales como de su propio equipo, gracias al hábito que desarrolló tras pasarse el año reportando, así que cuando Kaline la llamó, Isaac tuvo que repetir su nombre para hacerla reaccionar. En cuanto se unió al partido, la memoria muscular de años jugando con sus amigos tomó control y por un instante todo se sintió como si reviviera las tardes en el barrio, borrando de su mente la existencia del público.
El partido fue bastante cerrado, pero en la última entrada, con un home run de Stinky, la victoria fue para los visitantes. El líder del equipo anfitrión y el entrenador se acercaron a Mikey para felicitarlos e invitarlos a jugar otra vez en el futuro.
Y mientras los ganadores gritaban y celebraban, algunas personas le daban palmaditas en la espalda a los chicos del equipo perdedor. También uno que otro fanático se acercó a saludar a Kaline, pidiéndole fotografías con él y uno que otro autógrafo.
Nadine también estaba ahí, llevaba una cámara que Helga reconoció y levantándola le pidió al equipo reunirse para una fotografía grupal. Escribiría el artículo para el periódico escolar, que Helga corregiría y completaría luego. Rhonda estaba con ella.
–Fue un partido magnífico–Comentó Lloyd, mientras tomaba el borde de la chaqueta de Helga, pasando sus dedos por la costura.
–¡Ey! ¿Qué haces?–Se quejó la rubia, apartándola con un manotazo.
–Como pensé, el uniforme es de una confección decente, aunque económica. Las telas no son las mejores, aunque cumplen su función. El diseño está bien, supongo, aunque si me preguntan, podría mejorar
–Nadie preguntó, princesa. ¿Y a qué viniste?
Gerald y Arnold rodaron los ojos.
–Acompaño a mi mejor amiga, por supuesto–Contestó Rhonda.
–Ajá... ¿y?
–¿Acaso no puedo apoyar al equipo donde juegan mis amigos?
–Es un país libre
–¿Helga?–Interrumpió una voz femenina.
Tenía un acento que ella, Arnold y Gerald reconocieron. Los tres voltearon para encontrar un larguísimo cabello castaño claro con mechones rubios en una trenza y unos ojos verdes preciosos.
–¿Valentina?–Murmuró Helga, incrédula.
–¡Sí eres tú!
La chica la abrazó por el cuello, mientras Helga estaba en shock y no fue capaz de apartarla.
–¿Qué demonios haces aquí?–dijo en cuanto la extranjera la soltó.
–Estoy de intercambio en un instituto cerca de aquí–dijo con una risita, luego miró a los chicos y los saludó moviendo su mano–. Hola Gerald y emh... ¿Armando?
–Arnold–Corrigió el rubio frunciendo el ceño, pero luego miró con enfado a Gerald, que resopló una risa.
–Ah sí, lo siento, mala memoria–Contestó la chica, mordiéndose la lengua en un gesto de disculpa torpe. Luego miró a Helga– ¡Eres increíble! Jugaste muy bien–dijo, tomando sus manos y la apartó un poco del grupo–. En cuanto te vi, le dije a mis amigas que seguro tu equipo ganaría
–¿Tus... amigas?
–¡Sí!
Valentina volteó y señaló a un par de chicas que estaban hablando con uno de los jugadores del equipo anfitrión.
–Jess, la chica alta de cabello rojizo, es hermana de Jamie, el chico del cabello azulado–Explicó.
–Ajá–Comentó Helga.– ¿Y qué hay de tu hermano? ¿También está aquí?
–No, él se quedó en casa, alguien tenía que acompañar a la mamá–Explicó Valentina.–. Y yo necesitaba cambiar de ambiente... saber cómo era la vida sin un mellizo cerca todo el tiempo
Aunque intentaba sonreír, la chica parecía triste. Helga no sabía si podía preguntar o no, porque, claro, no era asunto suyo, pero esa actitud le parecía distinta a como la recordaba.
–Por cierto, me parece genial que tengan un equipo mixto–Añadió Valentina, con su aire alegre.
–Oh, eso... verás...
Helga sonrió orgullosa y le contó del plan que ejecutó para pasar las pruebas, de cómo logró unirse al equipo y del problema que fue conseguir un nuevo entrenador, hasta que Arnold recordó a Kaline. A falta de asombro, tuvo que explicarle quién era.
–Impresionante–Contestó la extranjera cuando la rubia terminó la historia.
–¡VAL!–Gritaron las chicas que había señalado, caminando hacia la salida.– ¡Ya nos vamos!
–Debo irme–Sonrió.–. Fue lindo verte
–Fue una sorpresa–Contestó Helga, rascando su brazo.
Valentina miró a sus amigas y luego a Helga.
–¿Crees que podamos hablar en otra ocasión? Me quedan algunos meses aquí, aunque no puedo salir siempre
–¿Por qué?
–El instituto donde estoy es un internado y solo nos dejan salir fin de semana por medio
A Helga eso le sonó familiar.
–Supongo que puedo hacer espacio en mi agenda, apuesto que puedo enseñarte un par de lugares interesantes
La mirada de Valentina se iluminó.
–¿En serio?
–Claro ¿Tienes dónde anotar? Te daré mi número...
La extranjera buscó su celular en su bolsillo y guardó el contacto de Helga.
–¡VALE! ¡TE DEJAREMOS AQUÍ!–Gritó otra vez la chica que la había llamado.
Abrazó a Helga como despedida y cuando se apartó agitó su mano como un adiós general a los chicos, que las miraban a cierta distancia. Luego volteó y corrió para alcanzar a sus amigas.
La rubia regresó al grupo.
–Parece que tienes una admiradora–Bromeó Gerald.
–Como sea–Contestó Helga, rodando los ojos.– ¿Ya nos vamos? Tengo hambre–Añadió, mirando hacia la salida.
Arnold y Gerald intercambiaron miradas y se encogieron de hombros.
En ese instante Isaac llamó al grupo para que tomaran el bus.
Rhonda y Nadine regresarían a casa por su cuenta, pero los siguieron al estacionamiento, manteniéndose unos pasos atrás, susurrando entre ellas, mientras Rhonda mandaba algunos mensajes en su teléfono.
–¡Chicos! ¡Esperen!–dijo de pronto.
Arnold y Gerald se detuvieron.
–¿Les gustaría ir a una fiesta?
–¿Qué?–Contestaron ambos.
–¡Helga!–Llamó Rhonda.– ¡Sé que escuchaste! ¿Qué dices?
–Claro que te escuché–dijo la rubia, volteando para mirarla con la ceja arqueada y las manos en la cintura– ¿Por qué demonios iría a una fiesta contigo?
–¡Oh, vamos! Será divertido–Luego miró a Gerald.– ¿Creen que Phoebe quiera ir?
–No lo creo. Tenemos bastante tarea y ya sabes cómo es–dijo el chico.
–Oh, vamos, tienen que divertirse de vez en cuando–Insistió.–. Solo será un par de horas
–Lo siento, Rhonda. Ha sido una semana larga y estamos cansados–Explicó Arnold.
–Puedo pagarles el taxi de regreso ¿Qué dicen?
Los chicos se miraron entre sí.
–Envíame un mensaje con la dirección–dijo Helga–. Lo pensaremos–Añadió cuando notó la ilusión en el rostro de Rhonda–. Tenemos que irnos
Fueron los últimos en subir al autobús y se sentaron al final, mientras Isaac chequeaba en una lista para confirmar que todos estuvieran ahí.
En cuanto se dejó caer en su asiento, Helga sacó el teléfono de su bolso y un sonido le indicó que había un nuevo mensaje.
Bajo un contacto guardado como "Princesa", aparecía una dirección. Pero también había un mensaje más.
From Desconocido:
Soy Valentina
La rubia medio sonrió, escribió una respuesta y guardó el número.
–No puedo creer que esa chica te haya encontrado–Comentó Gerald, apoyándose en el respaldo del asiento delante de Helga.
–¿Quién sabe? Tal vez es el destino–Contestó la rubia, con aire indiferente.
–¿Qué tanto hablaron?
–Nada importante, Geraldo
–No parecía así
–¿Celoso? ¿O solo quieres saber si su hermano vino con ella?
–No, gracias
Arnold rodó los ojos mientras dejaba escapar un suspiro, frustrado.
–Amigo, cambia esa cara–dijo Gerald, regresando a su asiento para molestarlo– ¡Acabamos de ganar un partido!
–No tengo ninguna cara–Masculló–. Solo estoy cansado
El moreno soltó una risita.
–Lo que digas, amigo
Helga podía pretender que no lo notaba, pero la incomodidad de Arnold era evidente y su actitud surgió con la presencia de Valentina. ¿Tanto la odiaba? Es decir, sí, cuando estuvieron en las montañas, Vale se dedicó a molestarlo y provocarlo en cada oportunidad, pero no hizo nada que fuera terrible. Lo realmente malo de ese viaje... no fue culpa de Valentina... sino... de ella...
Pero también pensaba que el abrazo de Valentina le recordó esa caminata de regreso a las cabañas. El frío. Las bromas con que intentaba animarla, los caramelos que le dio para ayudarla a recuperar la energía... y esa confesión ridícula y sincera... después de un beso.
...nos trata mal
...cree que puede hacer lo que se le venga en gana.
Un dolor punzante la hizo cerrar los ojos, al tiempo que se mareaba y un sonido agudo en sus oídos ahogó las conversaciones.
Nunca escucha a nadie.
Indiferente
Violenta
Mezquina
Se había prometido olvidar ese día, las heridas, sus reacciones, la nieve bajo sus pies, las heridas que ahora eran cicatrices en sus manos... y en especial las palabras de Arnold en aquella ocasión.
Tiene mascotas, víctimas o juguetes
Es nociva y corrompe todo a su alrededor...
«Demonios...»
–Helga, ¿estás bien?
La chica levantó la mirada. Arnold había volteado y la observaba preocupado.
«Hipócrita»
Pero la pregunta había venido de su lado y de una voz diferente: Isaac.
–Sí, es fatiga–Explicó ella.
–Toma–El chico se sentó junto a ella, ofreciéndole una bebida isotónica y un caramelo.
–Gracias–dijo ella.
También le entregó su chaqueta, convencido de que era una baja de presión o algo así. No se apartó de su lado el resto del camino, preguntando si había desayunado o si tenía problemas de salud.
Helga odiaba ese tipo de atención, pero las preguntas de Isaac la obligaban a pensar en algo que no fueran sus recuerdos.
Ya en el local la perspectiva de una comida bastó para animarla. Se sentó en un extremo de la mesa y Isaac la siguió, pendiente de ella. Incluso Gerald parecía preocupado y se aseguró de no alejarse de ella. Arnold la observaba también, pero Helga sabía que estaba molesto.
«¿Cuál es su maldito problema?»
Estaba a punto de confrontarlo cuando su teléfono sonó en su bolsillo.
–Hola, Pheebs–dijo–. Ah, sí, ya le dijimos que no, pero... ¿Qué?... ¿En serio quieres ir? ¿Por qué?... Entiendo. Estúpida princesa. Sí, sí. Está bien, Pheebs. Nos vemos más tarde
Helga colgó la llamada y miró a los chicos.
–Parece que iremos de fiesta–Explicó–. No sé cómo, pero la princesa convenció a Phoebe, así que ¿están conmigo en esto?
Los chicos intercambiaron una mirada.
–¿Estás segura de que quieres ir? No parecías estar muy bien–dijo Arnold.
Otra vez esa mirada de preocupación.
–¡Claro que estoy bien!–Contestó.–. Solo tenía hambre–Añadió, dándole un mordisco a su perrito caliente.
...~...
Después de la comida, cada quién se fue a casa. Tenían un par de horas para prepararse para la fiesta. Phoebe pasó por Helga para ir juntas a la casa de Rhonda, que estaba esperando con Nadine. Gerald y Arnold llegaron después y los seis tomaron el autobús.
Rhonda les contó entusiasmada sobre la anfitriona de la fiesta, los demás invitados, su grupo de amigas y cómo solían divertirse. También que evitaran a ciertas personas que solían colar alcohol, lo que le valió un par de comentarios de Helga y Arnold.
–Un error lo comete cualquiera–Se excusó Rhonda.–. Además, fue gracias a mí que obtuviste ese beso–Añadió, mirando al chico.
Helga se esforzó por no mirarlo, pero pudo notar por el rabillo del ojo que él volteó a verla.
«Idiota.»
–Es cierto, no habrías besado a Edith si no hubieras estado ebrio–Mencionó Gerald.
«Estúpida Edith»
–Ni siquiera lo recuerdo–dijo el rubio, con un aire más tranquilo–. Y no creo que eso haya estado bien de todos modos
«Estúpido cabeza de balón»
...~...
La casa de la fiesta parecía una mansión. La anfitriona los recibió y Rhonda presentó a sus amigos. En el lugar había algunas chicas que ya conocían, también algunos chicos del equipo contra el que jugaron esa mañana.
Antes que el grupo encontrara la mesa de las botanas, Rhonda arrastró a Phoebe y le presentó a una chica que acababa de llegar. Era la dos veces ganadora del concurso escolar nacional de ciencias. Helga entendió cómo había convencido a su mejor amiga, pero ¿por qué?
La respuesta la obtuvo unos minutos más tarde, cuando Valentina llegó también a la fiesta y en cuanto se acercó a saludar a Helga, Rhonda intervino, presentándose, así que a Helga le tomó un segundo unir las piezas.
Bueno, al parecer había cumplido con su propósito en ese lugar, así que tomó un vaso y fue a pararse a un rincón.
Arnold había visto todo, mientras acompañaba a Gerald, charlando con los chicos del equipo rival sobre el partido. También entendió el porqué de la insistencia de Rhonda y no pudo más que molestarse. Sabía que Helga definitivamente no estaría muy feliz.
Sonaron algunas canciones que Arnold conocía y Gerald le dijo que sacaría a bailar a su novia. El rubio decidió que tal vez podía acompañar a Helga y fue a buscar un par de botellas de refresco. Al voltear, las amigas de Rhonda que habían estado en la fiesta de Halloween del año anterior, se acercaron a hablar con él. Respondió intentando ser amable, con una sonrisa fingida, esforzándose por no alejarlas de manera descortés, pero cuando logró librarse de ellas, su ex novia ya no estaba en dónde la vio por última vez.
Atrás de la casa, Helga y Valentina recorrían el extenso patio, paseando entre hermosos árboles y arbustos cuyas hojas perdían el verdor.
–Tenías razón, tanta gente me tenía de mal humor–Admitió la menor.
–¿Ves? Solo necesitabas un respiro–dijo Valentina.
Ambas sonrieron.
–Dime algo, esa chica, Lloyd, ¿en verdad es tu amiga?
Helga soltó una carcajada.
–Supongo que sí, no lo sé, la conozco desde el preescolar. A veces nos llevamos bien y otras mal
–No suenan muy cercanas
–¿Qué historia intentó venderte?
–Que ella te ayudó con todo el plan para entrar al equipo. También que ella siempre supo que tú y Arnold saldrían, que estaba escrito
Helga ahogó una risita.
–En cuarto grado hizo un estúpido origami con números y colores y otras tonterías, puso los nombres de toda la clase y se dedicó un día entero a armar parejas, supongo que se refería a eso. Y no, ella no sabía de mi plan, ni me ayudó en nada
–¿Y por qué dijo eso?
–Bueno, supongo que quiere acercarte a ti. Apostaría que eres popular en el instituto
–No lo creo
–Oh, vamos, eres graciosa y atrevida, sabes cómo llamar la atención de la gente y además eres estudiante de intercambio, definitivamente eres popular. La elegancia y la popularidad son todo para ella
Las dos rodaron los ojos.
–¿Sabes? El año pasado, cuando tu amiga, ¿Cómo se llama?
–Phoebe
–Ella... mi familia pasó algo de tiempo con la suya cuando fueron a las montañas–Comentó la mayor
–Sí, algo mencionó
–Ella me dijo que estabas saliendo con Arnold
–¿Qué con eso?
–¿Sigues con él?
–Salimos un tiempo. Y luego lo arruiné–Admitió.– ¿Contenta?
–Lo siento. S-sé cómo se siente eso. Bueno, no exactamente
Su voz estaba cargada de melancolía y Helga otra vez notó ese sutil cambio en cómo la recordaba.
–¿Por qué estás aquí? Y no me vengas de nuevo con eso de que querías una vida sin tu hermano–Helga la interrumpió en cuanto notó que abría la boca.–, adoras a tu hermano
Valentina asintió, cerrando los ojos.
–Creí enamorarme de alguien, confié en ella, me confesé y no me correspondió
–Eso pasa siempre
–Ella estaba enamorada de mi hermano
–Auch
–Y él no le correspondió a ella
Helga la miró, esperando que continuara.
–Ella le contó a varias personas que me gustan las chicas. El rumor creció y pronto no podía andar por la escuela sin que la gente murmurara y me apuntara. No hubo violencia física, pero mis amigas se alejaron. Eso dolió. Mamá decidió cambiarnos de escuela, así que tomé la oportunidad de venir hasta aquí
–Hablando de eso, sé que eres impulsiva y no lo tomes a mal, eso me agrada, pero no creo que sea coincidencia
–Por supuesto que no. Tu amiga mencionó esta ciudad, así que la busqué en el listado de intercambios. Creí que me las arreglaría para encontrarte
–¿Tanto me extrañaste?–Bromeó.
–¿Y si digo que sí?
–Absurdo, hablamos por ¿cuánto? ¿Cuatro días?
–¿Y? Solo se es joven una vez, si no hago tonterías ahora ¿en qué otro momento de mi vida podré?
Helga ahogó una risita.
–¿Acaso nunca has creído en el destino?–Añadió Valentina.
–Despierta, Vale, el destino es un asco y no existe el amor como en los cuentos de hadas
–Nunca he leído un cuento de hadas donde dos chicas sean novias
–¿Quién sabe? Tal vez son las historias de las que nadie se atreve a hablar
Las dos rieron.
–No imaginaba–Continuó Valentina.–lo genial que sería volver a verte
–No es la gran cosa, solo soy yo–dijo encogiéndose de hombros.
La mayor rodó los ojos.
–Empieza a hacer frío–Comentó.
Helga levantó la vista, el cielo se había oscurecido, pero no lo había notado.
–Es hora de volver a casa, iré por mis amigos
–Te sigo
Luego de reunir al grupo y cobrarle la palabra a Lloyd. Se despidieron de Nadine, Rhonda, Valentina y un par de personas más antes de lograr salir. A un par de calles lograron detener un taxi que los llevó a casa. Gerald y Phoebe hablaban entusiasmados, mientras Arnold iba en el asiento del copiloto, dando indicaciones.
Luego de dejar a los tortolitos, el taxista se detuvo a algunas calles de donde los chicos vivían.
–¿Qué pasa?–Se quejó Helga.
–Hasta aquí llego con lo que pagaron–Explicó el hombre.
Arnold y ella intercambiaron una mirada.
–Vamos, cabeza de balón, no tengo dinero extra–Contestó Helga, abriendo la puerta.
Caminaron en silencio un rato.
–Recuérdame nunca más ir a una fiesta de niños ricos con Rhonda–Comentó ella de pronto.
–¿Por qué?–Quiso saber el chico.
–Son aburridísimas
–Lo que tu digas Helga
Arnold le contó lo que se había perdido mientras salió y se despidieron en la esquina de la calle donde ella vivía.
...~...
La chica decidió tomar un baño antes de dormir. Al regresar a su habitación vio dos nuevos mensajes en su teléfono.
From Vale:
Gracias por lo de hoy
Que descanses
Chapter 75: Cambio de planes
Chapter Text
Lila fue la primera en llegar a la biblioteca para la sesión de estudio del martes. Esperó a los demás, revisando sus apuntes y mirando de reojo hacia la entrada. Nadine llegó unos minutos más tarde, luego Arnold, y unos segundos después Phoebe...
–Lamento la demora – dijo Gerald, sentándose junto a su novia.
Phoebe abrió su cuaderno y comentó sobre la tarea que iban a revisar.
–¿No vamos a esperar a Helga? – murmuró Lila.
–Hoy no vendrá – explicó Phoebe, ajustando sus lentes.
–Tiene una cita – bromeó Gerald, riendo despacio.
Su novia le dio un codazo suave para hacerlo callar. Arnold rodó los ojos y Lila apenas logró ocultar su sorpresa.
Se preguntó con quién podría salir Helga. Es decir, era segura e inteligente, atlética y divertida. Quizá no era del gusto de todos, pero su personalidad llamaba la atención; claro que ningún chico que quisiera una damisela saldría con ella, pero seguro habría más de alguien a quién podría interesarle.
–Entonces el proceso se desarrolló...
¿Sobre qué hablaba Phoebe? Ah... sí... la última clase, Lila estuvo atenta, conocía los contenidos.
Había escuchado que Isaac se preocupaba bastante por Helga en los entrenamientos y también lo que pasó en el bus después del partido. Fue Stinky quien lo mencionó. A veces él comentaba que se planteaba intentarlo otra vez e invitarla a salir, pero lo intimidaba lo suficiente para temer que las cosas no saldrían bien.
–Oh... lo siento – dijo Lila, mirando su cuaderno –. Esto es lo que anoté
Le explicó al grupo su respuesta y Nadine corroboró la información. Luego Arnold dijo que no entendía por qué y Gerald dio una breve explicación, que Phoebe confirmó.
Lila también sabía por conversaciones con Brainy y Siobhan que un par de chicos de la clase de literatura avanzada solían hablarle a Helga, le prestaban libros y luego le pedían su opinión. Tal vez su cita era con uno de ellos.
–Lila – murmuró Arnold –. Vamos a revisar física
La chica miró su cuaderno de historia sobre la mesa, lo cerró y buscó el de física en su bolso.
–Entonces, lo último que explicó la maestra fue...
La voz de Phoebe se convirtió en un sonido monótono. Lila intentaba poner atención y centrarse al menos en las palabras importantes, pero seguía divagando.
¿Y si era alguien del gimnasio? Aunque Helga le había dicho que con tantos entrenamientos a la semana desistió de ir, pero ¿no había un chico ahí que antes iba a la escuela? ¿Cómo se llamaba? El que escribía sobre deportes con ella. Pasaban bastante tiempo juntos, definitivamente llegó a conocer un poco más de Helga que la mayoría de la gente. ¿O tal vez sería algún chico nuevo del periódico?
Con ayuda de Arnold, logró escribir las ecuaciones e intentó resolverlas. Llegó sin problema a las respuestas que necesitaba, excepto en un ejercicio en verdad difícil, que solo Phoebe logró resolver.
Helga tenía muchas posibilidades, incluso si no le interesaban.
Arnold se quedó con ella en la parada autobús cuando los demás se fueron.
–Lila, ¿Te pasa algo?
–Claro que no, querido Arnold, ¿por qué?
–Pareces distraída, ¿volvió a enfermar tu abuela?
–Oh, no, ella está mucho mejor
–¿Y tu padre?
–Está bien. No tienes de qué preocuparte. Solo tengo muchas cosas en la cabeza
–No estarás nerviosa por el partido de mañana ¿o sí?
–No, claro que no. Será la primera vez que nos presentemos en público, estoy emocionada
–Trata de descansar, entonces. Sé que lo harás excelente
–Gracias, Arnold
El autobús se acercó y Lila se despidió para subir.
Incluso si confiaba en él y sabía que era un buen amigo, temía que no reaccionara bien si le confesaba lo que le pasaba.
Estaba apenada por su distracción de esa tarde y se cuestionaba su actitud. ¿Cómo podía ser que la presencia o ausencia de una persona dictaminara su ánimo? Y ya hacía bastante tiempo que se esforzaba por esconder su sonrisa cada vez que hablaban, pero era consciente de cómo tiraban los músculos de sus mejillas. En los pasillos, el mundo parecía desvanecerse a su alrededor cuando percibía su voz o su risa. Le parecía que el salón estaba muerto en las clases que no compartían y en las que coincidían, incluso si no se sentaban cerca, todo cobraba color.
Y sabía que era algo complicado, por eso no tenía el valor de hablarlo con nadie, de hecho... le tomó bastante tiempo siquiera aceptarlo para sí misma y entonces vino su gran error: Confió en Edith y su "amiga" no dudó en leer su diario en cuanto tuvo la oportunidad.
¿Te imaginas lo que pensarán en la escuela? ¿Sabes lo que te haría si se entera? Te destruiría por completo. No, yo voy a protegerte, pero tienes que ayudarme con Arnold
Supo que nunca debió escribir ese nombre. Todo lo que sentía, lo que imaginaba, sus sueños, podían referirse a cualquier persona y podía quedarse en el aire, pero su nombre era una sentencia.
Lila prometió hacer lo que fuera a cambio de que guardara el secreto y Edith le aseguró que no diría nada, por su propio bien.
Y aunque el plan de Edith fracasó, Lila sabía que tenía razón: si alguien se enteraba, la destruirían.
Al día siguiente, entre clases, escuchó a Gerald molestando a Helga.
–Que no fue una cita – aclaró ella –. Solo fuimos a los arcades y por pizza. Las chicas de su escuela solo saben divertirse gastando el dinero de sus padres en ropa y maquillaje
–Oh, vamos, Pataki – insistió Gerald –. Te ha escrito todos estos días, eso tiene que ser algo
–Que no – Cerró su casillero con demasiada fuerza. –. Fin del asunto. ¿Capisci?
Entonces no era alguien de la escuela ¿Sería algún chico del equipo contra el que jugaron ese fin de semana? Definitivamente debió destacar, no sería extraño que llamara la atención de alguno de los rivales ¿A ella en verdad le interesaba? Bueno, se tomó la molestia de salir, aunque Helga en verdad disfrutaba ir a los arcades y tal vez solo aceptó por eso... como aceptó esa cita con Stinky después de la fiesta de noche de brujas...
¿Para qué engañarse? No había oportunidad, incluso si no saliera con nadie.
Lo mejor era olvidarse de eso, pero por más que quisiera, ese sentimiento volvía a quemar con fuerza, acelerando su pulso y entorpeciendo su mente cada vez que estaban a solas.
Por suerte ese día eso no ocurrió. En serio necesitaba concentrarse en el partido.
No le agradaban los chicos del equipo de americano. Wolfgang lo había convertido en su club personal de matones y por eso nadie se unía a ellos sin invitación. Las porristas asistían a sus partidos para animarlos, porque para eso estaba el equipo de porristas y porque varias de ellas salían con los chicos del equipo.
Fueron las de último año, las amigas de Ruth, quienes convencieron a Edith de que ella y Lila debían unirse.
Para su suerte el ballet le daba agilidad y fuerza, además podía aprender las rutinas con facilidad. Actuar en público, realizar movimientos precisos de manera coordinada, dar grandes saltos o gritar fuerte, nada de eso era un problema.
El problema llegó al día siguiente, cuando un chico del equipo se acercó a saludarla mientras guardaba algunas cosas en su casillero. Era alto, enorme para Lila, de hombros anchos y mirada intimidante.
Ni siquiera estaba segura de cuál era su nombre o si solo lo llamaban por un apodo tonto. Apenas logró soltar un saludo intentando ser cordial, cuando él la interrumpió, asegurando que era su día de suerte, porque la invitaría a salir.
Era en verdad incómodo, terriblemente. Lila no podía creer lo que acababa de decir. No compartían ni una sola clase, no tenían amigos en común, nunca habían hablado antes de eso. ¿Por qué quería invitarla a salir?
–Esto es muy repentino – contestó ella.
Unas risitas al final del pasillo llamaron su atención y aprovechó de mirar de reojo mientras cerraba la puerta de su casillero. El resto del equipo estaba ahí. ¿Era esto una especie de apuesta? ¿O ciertamente estaba tan seguro de que ella aceptaría que llevó a sus amigos para alardear?
–Lo siento, es en verdad halagador, pero tengo que pensarlo y ya se me hace tarde... – comenzó a disculparse.
–Solo di que sí, muñeca – interrumpió otra vez, ahora con una sonrisa engreída, mientras le cortaba el paso y sujetaba su mentón –. Es una gran oportunidad
Lila retrocedió un paso, apartando su rostro.
–No puedo responder así – insistió ella –. Creo que es algo que debo considerar con calma. Y ahora mismo tengo prisa, lo siento
La chica se apartó con gracia y se dirigió con paso firme y seguro. Tendría que tomar un camino más largo, pero no pensaba pasar por donde estaba todo el equipo.
Tras la práctica, Helga la acompañó como lo había estado haciendo las últimas semanas.
Se preguntó si debía decirle lo que pasó, pero ¿Qué importaba? Sabía lo que ella diría: que debía ser firme. Pero era difícil ser tan directa y segura como ella. Además, tal vez ella no lo conocía, pero no podía saber si él la había estado mirando, así que ¿no sería triste que saliera lastimado si ella elegía las palabras equivocadas?
–Te dejo hasta aquí, tengo algo que hacer – dijo Helga.
–Oh, cierto, Gerald dijo que estabas saliendo con alguien – comentó.
–Ese idiota – masculló Helga –. Umh... tal vez se lleven bien, le hablaré de ti a ver qué dice, tal vez pueda invitarte un día. Nos vemos mañana
Lila se despidió. Helga no lo había negado y el frío vértigo que eso le provocó no la abandonó por más intenso que fuera el ensayo.
Esa noche, mientras ordenaba sus cuadernos, el impulso de plasmar en un papel lo que sentía y el nombre de quien se apoderaba de sus pensamientos y fantasías fue más fuerte que su voluntad. No era la primera vez que pasaba y sabía que tampoco sería la última, pero ya no se atrevía a tener un diario y por eso cuando terminaba de escribir, miraba la hoja con temor y furia, la arrugaba entre sus dedos y la rompía para arrojar los pequeños fragmentos a la basura.
Al final de la segunda clase del viernes, Edith caminaba con ella hacia el salón de la siguiente clase.
–Si que eres afortunada – comentaba con entusiasmo.
–Lo siento, Edith, pero no tengo idea de a qué te refieres – contestó Lila.
–Escuché que cierto chico te invitó a salir
–Oh... eso. ¿Quién te lo dijo?
–¿Qué importa? ¿Aceptarás?
–Pero él no me gusta
–¿Qué importa? Es el chico más popular de tercer año, deberías aceptar
–No creo correcto salir con alguien que no me interesa
–Solo son citas, no es una promesa de matrimonio. Van al cine o a comer, le regalas algunos besos y esperas que se canse o encuentre alguien más para que te deje en paz
–Eso no suena apropiado
Edith suspiró frustrada.
–Sabes lo que le parecerá realmente inapropiado a las chicas... así que digo que quizá sea buena idea aprovechar esta oportunidad
–¿Por qué insistes tanto? ¿Tienes algo que ver en esto?
–Claro que no, solo digo que podrías ahorrarte problemas
Edith se despidió de ella, entrando al salón de su clase, mientras Lila seguía un par de puertas más allá. En serio necesitaba evaluar los comentarios de su amiga, porque en cierto modo tenía razón.
Al almuerzo se sentó con las otras porristas, como hacía de vez en cuando. Las chicas charlaban entusiasmadas, aunque Lila no tenía ánimo de involucrarse en las conversaciones. Hablaban de la próxima fiesta, de dónde sería, quiénes irían, y si habría alcohol o algún otro tipo de sustancia. Claro que Edith iba de vez en cuando, asegurando que solo para bailar y pasar el rato, sin consumir nada extraño. Y aunque Lila le creía, no se animaba a participar.
De pronto las chicas del grupo guardaron silencio, mientras los chicos del equipo de americano rodeaban la mesa. Dejaron una especie de pasillo y el mismo chico de la tarde anterior se acercó.
La capitana empujó a Lila, obligándola a ponerse de pie y aunque intentó ganar espacio, quedó prácticamente atrapada entre la mesa y el enorme cuerpo del muchacho, flanqueada por el equipo de animadoras y el equipo de fútbol. Nerviosa, miraba alrededor, buscando ayuda, pero no lograba ver a nadie que le ofreciera refugio, solo un montón de sonrisas que eran más bien amenazantes y burlescas.
–Entonces, Lila Sawyer – comenzó a decir el chico –, supongo que has tenido tiempo de pensar si quieres salir conmigo
–Yo... no...
–Oh, vamos, no me digas que no lo has pensado– interrumpió –. Está bien que quieras hacerte la difícil, eso me agrada, pero seamos realistas, muñeca
Lila volvió a mirar alrededor. Las chicas parecían esperar una respuesta positiva y asentían ligeramente cuando cruzaban miradas. Los chicos parecían todos orgullosos de estar apoyando a su amigo.
–No puedo – murmuró, evadiendo su mirada.
Y aunque no podía ver el resto de la cafetería, estaba en verdad segura que todos habían dejado de comer, atentos a la escena, porque no podía percibir conversaciones o ruido alguno, excepto quizá algunos pasos...
–Lila, si no quieres salir con él, solo dile que no. No tienes que ser amable con estos simios, no entienden las sutilezas
Helga no necesitó gritar para conseguir que los chicos del equipo voltearan a mirarla. Ella estaba acercándose, junto con Arnold y Gerald.
–¡No interrumpas una declaración de amor! – dijo Edith.
–¿Declaración de amor? – dijo Helga con desprecio –. No me hagas reír
–Esto es intimidación y coacción – dijo Arnold –. Solo un cobarde necesitaría a todos sus amigos rodeando a la chica a la que se declara
–¿Qué acabas de decir? – dijo Wolfgang.
–La están presionando – explicó Gerald.
–¿Y a ustedes que les importa?
–Es nuestra amiga – dijeron los tres.
–¿Acaso quieren pelear?
–Estoy dispuesta a hacerlo – contestó Helga de inmediato, apretando los puños y enseñando los dientes.
–Sólo dejen a Lila en paz – dijo Arnold, interponiéndose entre Helga y Wolfgang, pero frunciéndole el ceño al tipo.
–Chicos... – musitó Lila.
–¿Qué esperas? – dijo Helga – Respóndele de una vez para que se largue
–Vamos, preciosa – insistió el chico que había invitado a salir a Lila.
–Lo siento, me gusta-gusta alguien y no quiero salir con otras personas
–¿Qué?
–Dijo que no – aclaró Arnold
–Aunque no me sorprende que tu cerebro de maní no pueda entenderlo – añadió Helga.
–Chicos, chicos ¿Qué está pasando? – intervino el director Wartz.
Phoebe venía con él. Cuando los demás se levantaron de su mesa, corrió fuera de la cafetería para buscar a cualquier adulto que pudiera intervenir y fue el primero que encontró.
Wolfgang le gruñó a Arnold y Helga.
–Vámonos, chicos – ordenó y el equipo se alejó.
–Gracias – musitó Lila.
–¿Quieres sentarte con nosotros lo que queda del almuerzo? – preguntó Gerald.
–Lo agradezco, pero creo que perdí el apetito
Sin mirar a ninguna de las chicas, Lila recogió su bandeja para dejarla junto al basurero y se fue de ahí.
Aunque quería acompañarla, Helga no sabía bien qué decirle. Una parte de ella odió lo que le hicieron y odió cómo todos los demás miraron en silencio. Pero también otra parte de ella se sentía incómoda y no sabía bien por qué.
Al ir a su siguiente clase, Phoebe y Helga escucharon a unas chicas de último año riendo del asunto, burlándose de Lila y lamentando que no aceptara, porque ¿Quién no hubiera aceptado salir con un galán como él? Y era tan romántico que lo pidiera así, delante de toda la escuela, como de película. Además, ¿lo rechazó por algo tan patético como que le gustara otra persona? ¿Acaso estaban en primaria?
Phoebe tuvo que sujetar a Helga por el brazo y negar en silencio, porque la rubia estaba enfadada y a punto de reaccionar, pero ambas sabían que eso no ayudaría.
Lila no llegó a la última clase. Arnold, Gerald y Helga lo notaron con preocupación, pero no lograron averiguar nada. No estaba en la enfermería, ni tampoco en ninguno de los baños de chicas. Los tres concluyeron que probablemente pidió permiso para irse a casa.
Antes de ir a la práctica de baseball, Helga hizo una breve escala en el salón del periódico escolar. Los chicos de primer año estaban ahí.
–Ey, ustedes, liliputienses, fuera – ordenó la rubia –. Solo tomará un minuto, cierren al salir y no dejen entrar a nadie
–¿Qué quieres, Pataki? – preguntó Siobhan.
–Sobre tu propuesta del otro día
La pelirroja miró a los chicos y les hizo un gesto para que salieran.
–Creí que no te interesaba
–Cambié de opinión, aunque necesito saber si las porristas están en tu lista, porque acaban de entrar en la mía
Chapter 76: Excusas
Summary:
Hola! Estuve revisando y editando el fanfic. Hasta el capítulo 75 no hay cambios sustanciales (solo temas de puntuación, ortografía y typos).
Desde el 76 en adelante, reescribí la historia para darle más coherencia a lo que quería contar. Así que mil disculpas. Si sienten que ya leyeron esto, es porque, efectivamente, reescribí tomando el material que ya había subido, pero le di otro sentido, al final hay más detalles.
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
Aunque el sol estaba por ocultarse, Helga no quiso encender la luz de su habitación. Cerró la puerta tras de sí, dejó caer sus bolsos delante de su mesita de noche y se arrojó boca abajo sobre la cama. Todo le dolía.
Por llegar tarde a la práctica debió correr cinco vueltas como castigo. Y aunque pensó que el ejercicio extra la ayudaría a calmarse, la realidad era que seguía furiosa: Odiaba lo que le hicieron a Lila. Odiaba que no pidiera ayuda. Odiaba que Arnold esperó al final de la práctica para caminar con ella a casa y su tonta sonrisa, como si no pasara nada. Y en especial odiaba el sonido de sus tripas y que la cena no estuviera lista...
Miriam no estaba en casa como era lo habitual.
Creyó notar el sonido de su teléfono. No sabía si era un mensaje de la tonta Valentina o del estúpido cabeza de balón, pero el maldito aparato estaba en su bolso deportivo y no pensaba moverse a menos que fuera para comer algo.
Gruñó, molesta.
Bob tampoco estaba, pero agradecía el silencio de su ausencia.
Repasó su conversación con la enana pelirroja. Aunque a ella también le hubiera encantado destruir a las porristas, dijo que lo primero que publicarían sería sobre otra escuela. Si las atacaban en ese momento, considerando lo que acababa de ocurrir, sería una venganza evidente y sería fácil hacer las conexiones. Helga tuvo que aceptar que tenía razón.
Otra vez su maldito teléfono. Sin levantarse, giró su rostro hacia el sonido.
«Tal vez eran Miriam y Bob. ¿Acaso le pasó algo a Olga?»
El recuerdo de su hermana en la sala de hospital, aceleró su pulso.
«No, habrían llamado si fuera importante»
Se estiró con un gruñido, hasta alcanzar la correa de su bolso, lo acercó y abrió el cierre para buscar a tientas hasta dar con el dichoso aparato. El brillo de la pantalla la incomodó un instante antes de que pudiera leer los nombres con desinterés. Los mensajes eran de Phoebe -probablemente algo sobre el proyecto escolar en el que trabajarían al día siguiente-, Arnold y Valentina -la ya habitual charla nocturna-. Ninguno de esos mensajes eran vitales. Podía ignorarlos unas horas. Más abajo aparecía otro nombre y abrió ese mensaje.
From Miriam:
Vamos en camino. Llevamos comida.
Apagó la pantalla y rodó mirando el techo.
–Más vale que sea pizza–dijo, mientras la somnolencia la envolvía.
...~...
El vozarrón de Bob la despertó de golpe. Todavía no estacionaban, pero él hablaba con entusiasmo y Miriam respondía con alegría.
–¿Qué demonios?–dijo Helga, asomándose a la ventana solo para verlos–¿Acaso tienen una nueva luna de miel?
Al bajar a la cocina se topó con el intenso aroma de la comida china.
«Es mejor que nada»
Su madre dejó algunas bolsas en la encimera y la chica se acercó a mirar, intentando elegir algo.
–Se ve que vienen contentos–Comentó con frialdad.
–Acompañamos a tu hermana al hospital–Anunció Bob.
–Un chequeo de rutina–Añadió Miriam.–. El bebé está tan grande... llegará pronto
–¿Y cómo está Olga?–dijo Helga, imaginando a su hermana agotada, con los pies hinchados y haciendo un drama por haber subido de peso.
–Oh, está muy bien–Contestó la mujer, destruyendo las ilusiones de Helga mientras acomodaba un par de cajas de comida en una bandeja–. El médico dice que ha seguido las instrucciones a la perfección y que es una de las madres más sanas que ha visto en sus 30 años de carrera
–Claro, si hubiera un premio por eso ya lo habría ganado–Masculló la chica por lo bajo.
Miriam miró a Bob. Parecía concentrado en elegir algo de beber de la nevera.
–Las amigas de Olga organizaron una fiesta de bebé para este domingo–Comentó Miriam.–. Será una sorpresa para tu hermana. Debemos estar ahí a las once de la mañana
–Envíenle mis saludos–Contestó Helga, pendiente de su comida.
–Irás con nosotros, jovencita–Ordenó Bob.
–¿Tengo qué? Es una estúpida fiesta con regalos estúpidos y juegos estúpidos...
–Irás y serás amable con tu hermana–Exigió, apuntándola con un tenedor.
–Bob, querido, tranquilo–Intervino Miriam con aire conciliador–. Hija, tener un bebé es una experiencia maravillosa, pero también muy pesada. Tu hermana estará feliz de verte. Mañana podemos ir al centro comercial a elegir un regalo... y tal vez...
–Como sea–Interrumpió.–Supongo que puedo liberar espacio en mi agenda
Aunque Miriam sonreía, Bob la miró con enfado.
–Iré a ver la repetición del juego–Anunció el hombre, llevándose una bandeja con su comida y algunas latas de cerveza.
Helga se quedó en la cocina comiendo con su madre, escuchándola hablar sobre el ultrasonido, el hospital, las preparaciones, las cosas que habían comprado para bebé, el cuarto y todo lo que esperaban que viniera. Todo le era absolutamente indiferente, pero fingía poner atención.
–Y bueno, hija, también necesito hablar contigo–dijo Miriam con aire más serio.
–¿Qué hice ahora?–Respondió la chica, sin dejar de comer.
Miriam le sonrió.
–No has hecho nada, querida. Solo tienes que saber que visitaré a tu hermana de vez en cuando, quizá dos o tres días cada semana, después del trabajo
–Ajá...
–Y cuando llegue el bebé me quedaré con ella algunos días
–¿Cuántos días?
–Tal vez cuatro o cinco semanas...
–¿UN MES? Eso significa...
–Tengo que pedirte un favor
–Oh... no, ya tengo suficiente con la escuela y las prácticas
–Necesito que te asegures de tener comida para tu padre y para ti y que la casa no se vuelva un desastre mientras no estoy
–Pero...
–Tu padre ya está al tanto y les dejaré un presupuesto semanal, con la lista de compra y también una lista de labores. Estarán bien, pero no podemos permitirnos que pidan comida chatarra cada día
–Creo que si uso suficientes descuentos...
–Hija–Interrumpió.–, tampoco está bien para la salud de ambos, lo sabes bien
–Como sea
–Puedo dejarte algunas recetas sencillas
–No hace falta, nos las arreglaremos
–Gracias, querida
–Sí, sí, no te emociones. A cambio pediré algo costoso como regalo de navidad
La mujer sonrió observando a su hija guardar en la nevera la comida que quedó y botando las cajas vacías a la basura después de aplastarlas. Miriam sabía que la chica era bastante responsable, así que, aunque a Helga no le gustara la idea, confiaba en podía contar con ella.
...~...
De vuelta en su cuarto, la adolescente volvió a mirar su teléfono. Respondió los mensajes pendientes, lo apagó, giró sobre la cama y volvió a encender la pantalla. Bajó en su lista de contactos, uno a uno. Cuando llegó a Nadine comprendió que debió haber partido en dirección opuesta, pero ya en ese punto solo podía seguir bajando. Miró el apodo que había escrito, sabiendo que su amiga no tenía un celular y que era demasiado tarde para llamar a su casa.***
«Ya debe estar durmiendo»
Rodó sobre la cama abrazando su almohada. Y aunque pudiera llamar. ¿Qué le diría?
Otro mensaje de Arnoldo. Solo contestó "nos vemos mañana", sabiendo que él escribiría un último mensaje. En menos de un minuto llegó el "Buenas noches". Apagó su teléfono y decidió dormir.
...~...
El domingo subió al auto para acompañar a sus padres a casa de su hermana. Se preguntaba si con el bebé las cosas seguirían girando en torno a Olga o si Bob y Miriam volcarían su atención a su primer nieto. Reía, imaginando a su hermana siendo miserable, pero muy consciente de que era solo una fantasía.
Cuando su padre se detuvo en un semáforo y la observó como preguntándose si acaso estaba loca, ella volvió a su seriedad y lo evitó observando alrededor, reconociendo en un instante la calle.
–Bob, déjame aquí–dijo en un impulso.
–Claro que no, señorita–Contestó el hombre, molesto.–. No vas a escapar
–Uf, solo recordé que tengo algo que hacer... de la escuela... luego iré directo a casa de Olga–Explicó.–. Lo prometo
La mujer miró a su esposo, luego el lugar y finalmente a su hija.
–Bob, no es problema–dijo Miriam, luego volteó hacia Helga–. Ten cuidado, hija. Intenta llegar alrededor de medio día ¿de acuerdo?
–Gracias, Miriam
La luz cambió y se detuvieron a un costado. Helga soltó su cinturón y bajó rápido.
–Nos vemos luego–dijo y los vio alejarse por la calle.
Ahora que estaba sola, se preguntaba qué estaba haciendo, pero sus pies conocían ese camino y llegó a su destino antes de que lograra arrepentirse.
No era tan temprano y sabía que podía llamar a la puerta cuando vio la casa que le interesaba y desde el interior escuchó música, interrumpida por un anuncio de la radio.
Tocó un par de veces y esperó. Reconoció los pasos que se acercaban con ligereza antes que abriera la puerta y sintió una enorme incomodidad cuando la sonrisa gentil se borró al verla.
–H-Helga... ¿Qué haces aquí?–Murmuró Lila.
–¿Tienes unos minutos?–Contestó.
Lila bajó la mirada antes de responder.
–¿Por qué viniste?
–Pasaba por aquí y decidí saludar
Lila entrecerró los ojos y frunció el ceño.
–¡Es en serio!–Explicó, incómoda.– Miriam, Bob y yo íbamos de camino a ver a Olga... y...
–¿Olga está bien?–Interrumpió.
–Oh, sí –La miró y tuvo una idea loca.–. De hecho ¿tienes planes para hoy?
–No realmente
–¿Quieres acompañarme a su fiesta de bebé?
Lila la observó.
–Oh... yo... no creo... si Olga no me invitó...
–Olga no sabe, sus amigas lo organizaron...
–Ya veo
–¿Qué dices?
Lila lo pensó un momento.
–Por favor–Insistió–. Necesito ayuda para elegir un regalo–Añadió.
No era mentira, entre las prácticas y pasar la tarde con Phoebe terminando el proyecto de la escuela, Helga no tuvo tiempo de acompañar a Miriam a hacer compras y aunque sabía que su madre de todos modos eligió algo para darle a Olga a su nombre, ella técnicamente no había elegido un regalo.
Lila asintió y le pidió que le diera un momento. Cerró la puerta y regresó unos minutos más tarde con una chaqueta y una pequeña bolsa.
Fueron a una tienda cercana a elegir un par de tarjetas y dos de conjuntos para bebé, para llegar cada una con un regalo similar. Luego tomaron el autobús.
La fiesta ya había empezado, pero como Helga anticipaba, Olga estaba emocionada de ver a Lila ahí y casi de inmediato las arrastró a ambas hacia su grupo de amigas, la mayoría eran un poco mayores, colegas de su trabajo y algunas chicas de la universidad que ambas adolescentes recordaban de la boda. Lila se integró casi de inmediato, mientras Olga les contaba con emoción sobre el programa que las había reunido, compartiendo anécdotas de sus salidas y experiencias.
Helga era ignorada, así que fue a sentarse lejos de las demás. A diferencia de lo que esperaba, su hermana lucía radiante y emocionada con tanta atención. Sí, tenía una panza enorme, pero de espalda nadie habría dicho que estaba embarazada, su cabello brillaba, su piel lucía cuidada y aunque tenía ojeras por la falta de sueño, eso ni siquiera arruinaba su aspecto, solo la hacía parecer más una persona.
En el patio, Derek estaba con sus propios padres y su hermano, Miriam, Bob, algunos amigos y colegas y las parejas de algunas de las chicas. Compartían una parrilla y cervezas.
Helga los vio por la ventana y su cuñado cruzó miradas con ella. Levantó una botella invitándola a salir. Antes de que pudiera negarse, Lila la sujetó y la arrastró hacia el grupo que acababa de decir un juego por equipos.
...~...
Las adolescentes se quedaron un par de horas antes de decidir irse. El señor y la señora Pataki se quedarían un poco más, así que a las chicas les tocó volver por su cuenta.
Cuando Lila se levantó para detener el autobús en su parada, en lugar de despedirse, Helga la siguió para bajar con ella.
–Gracias por la invitación–dijo Lila mientras caminaban.–. Fue divertido y Olga parecía contenta
–Supuse que era algo importante–Contestó Helga, evitando su mirada y rascando su brazo.
–Y agradezco que me acompañes a casa, en serio, no hacía falta
–Necesitaba estirar las piernas–Contestó.–. Y también... hay algo... de lo que quería hablar
Lila la observó. ¿Acaso había hecho algo para incomodarla? ¿Fue obligarla a participar en esos tontos juegos?
–Lamento si hice algo malo–dijo Lila–. Sé que las cosas con tu hermana son complicadas y si te hice sentir mal...
Helga ahogó apenas una carcajada.
–Si soy sincera, esa era la idea. Manejas la atención mucho mejor que yo y eres más interesante para las amigas de Olga–Explicó con una sonrisa, levantando un lado de su ceja.–. No se trata de eso. Es más bien... quería saber... si ya estás mejor después de lo que pasó el otro día... ya sabes...
–Oh, eso. Ya estoy bien–dijo, forzando esa sonrisa que no llegaba a sus ojos.
–Basta de eso. Sé que faltaste a clases
–No me sentía bien. Fui a la enfermería
–Patrañas. No estabas ahí cuando te buscamos
–¿Me buscaron?
–¡Claro!
–Me fui temprano a casa–Admitió como si confesara un delito.
–Debiste decirme-decirnos–Corrigió a prisa.–Nadine, Phoebe, Arnoldo, Gerald y yo somos tus amigos. Pudimos acompañarte a casa y asegurarnos de que llegaras bien
–No creo que hubiera podido esperar hasta el final de sus actividades...
–Habríamos saltado alguna clase o algo
–¿Eso no sería un problema?
–¡Uf! ¡Claro que no!
–L-lo siento
Helga se cubrió el rostro con una mano, con aire frustrado.
–Soy yo quien debe disculparse–Masculló entre dientes.–. No estoy enfadada contigo, solo... estuve preocupada...
–¿Preocupada?
–No me hagas repetirlo–Evitó su mirada.
Lila miraba el suelo.
–También... –Helga intentó calmarse.– deberías saber que las porristas se estuvieron burlando de lo que ocurrió. Phoebe y yo las escuchamos. ¿Realmente quieres seguir con ellas?
Su amiga asintió.
–No estoy ahí por ellas–Explicó–, estoy ahí por que me gustan las coreografías, los gritos y las acrobacias. Y creo que para ellas fue romántico. Supongo que deben decir que estoy loca por rechazar tan buen partido...
–¿Romántico?–Interrumpió Helga.– Fue Horrible. Te arrinconó exigiendo una respuesta
–Debió ser humillante ser rechazado delante de todos
–Lo merecía
–¿No piensas que fui cruel con él?
–Desearía que lo hubieras sido
Lila la miró confundida.
–Escucha, no corresponder las intenciones de alguien más no te hace mala persona. Deberías saberlo
Lila ahogó una risita suave. El sonido hizo resonar algo en el interior de Helga, llenándola de calidez. Sabía que esta vez era sincera.
–Gracias, Helga–dijo cuando logró calmarse.
–¿Para qué estamos las amigas?–dijo, encogiéndose de hombros.– ¿Sabes también que no necesitas inventar excusas tontas como que te gusta alguien más, no?
–Eso no fue una excusa–dijo Lila y de inmediato cubrió su boca con sus manos.
Helga notó lo sonrojada que estaba y aunque la confesión la congeló un instante, sabía que debía mantener el paso.
–Y supongo que ese es el secreto que Edith usa en tu contra–dijo–. Así que no te preocupes, no tienes que darme explicaciones
Se encogió de hombros.
–Aunque yo también me avergonzaría si me gustara el primo del cabeza de balón–Bromeó, lo que fuera por aliviar esa tensión.
Lila rio, negando.
–No lo he visto desde sexto grado. ¿Recuerdas la última vez que visitó a Arnold?
–Desearía que no–Contestó, rodando los ojos.
–Me pregunto si seguirá siento tan encantador como antes. Debe estar tan alto... y guapo...
Helga dejó escapar una risa despectiva.
–¿Encantador? Tienes el peor gusto en chicos de toda la escuela, ¿lo sabías?
Lila volvió a reír.
–Si tú lo dices–Contestó, justo en el instante en que se detenían frente a su casa.–. Gracias por caminar conmigo y por preocuparte por mí
–Sí, como sea. No lo menciones, nunca, a nadie
Otra risita. La despedida fue breve y Helga apresuró el paso, tratando de no pensar en absolutamente nada, porque la paz que obtuvo al saber que Lila estaba bien tuvo un precio que no esperaba.
...~...
Al día siguiente, después de la clase de Boxeo, Lila y Helga se reunieron con Phoebe para ir por los chicos al centro comunitario.
Gerald fue el primero en llegar a la salida.
–¿Dónde rayos está el cabeza de balón?–se quejó Helga, con su actitud de siempre.
–Ya viene–Contestó el moreno.
–Más le vale apresurarse o lo dejaremos aquí
–Helga, no podemos irnos sin él–dijo Lila entre risitas.
–¿Quieres apostar?
–Pero es su cumpleaños
–¿Y qué?–Rodó los ojos.–. No quiero perderme el comienzo de la película por él
–Oh, vamos, Helga–dijo Arnold, quien acababa de integrarse al grupo– ¿Qué sería tan importante?
–¡La primera muerte! Doi
Entre risas y bromas se dirigieron a la parada de autobús.
Arnold, aunque reía con las tonterías de Helga, porque sabía que no se quejaba en serio, intentaba ocultar su falta de entusiasmo y la culpa que ésta la producía. Habría preferido ignorar la fecha, pero la última carta de Marie le preguntaba si estaba emocionado por su cumpleaños y sus planes, eso, sumado a la insistencia de Gerald y Lila y las preguntas de Nadine y Edith, lo hicieron ceder, así que se esforzaba en convencerse de que un poco de distracción no le haría daño.
Además, en serio quería sostener una amistad con Helga y era mucho más fácil cuando había otras personas alrededor.
Porque cuando se quedaban a solas moría por decirle que extrañaba salir con ella, que recordaba sus citas o incluso, en una muestra de absoluta falta de sentido común e instinto de supervivencia; alguna vez había escrito que aún soñaba con ella, todos esos fueron mensajes que jamás llegó a enviar.
Así que mientras todos charlaban, reía y pretendía estar feliz, porque le había prometido que podían ser amigos.
...~...
Nadine, que era la única del grupo que salía temprano de la escuela ese día, los esperaba en la entrada del cine. Agitó su mano para llamar la atención del grupo, pero incluso antes de que lo hiciera, Helga había notado que estaba ahí y no estaba sola: detrás de ella, con aire distraído, había otra chica de la clase que llevaba su ridículo uniforme de porrista.
–¡Hola!–Saludó Arnold.–. Lamento la demora, ¿esperaron mucho?
Lila observó a Helga de reojo: indiferencia.
–No tanto–Respondió Edith.–. Yo llegué hace unos minutos
–Yo llegué hace media hora y ya compré las entradas–añadió Nadine, sacando los tickets de su bolsillo, dejando que cada quien tomara uno.
Al interior se agruparon para elegir dulces y refrescos. Helga se adelantó a la fila de las palomitas, cortándole el paso a Edith, quien rodó los ojos y pasó junto a ella a otra fila para pedir un refresco.
Gerald observó todo y rodó los ojos.
–Bebé, Arnold y yo iremos a apartar los asientos ¿Puedes hacerte cargo?–le dijo a Phoebe, entregándole algunos billetes, pero mirando de reojo a Arnold y luego a Helga.
Su novia siguió su mirada y asintió.
–Organizando
Sin perder un segundo, Phoebe dio instrucciones a las chicas para que cada una llevara algunas cosas, pero de tal modo que todas tuvieran que esperar.
En tanto, Gerald arrastró a Arnold lejos del grupo y luego de que cortaran sus boletos, ya fuera de la vista de las chicas, decidió hablar del elefante en la habitación.
–Te dije que era mala idea–Murmuró Gerald rodeando el cuello de su amigo con su brazo, mientras lo empujaba hacia la sala.
–¿Qué cosa?
–¡Invitar a Edith!
–Es mi amiga, no entiendo cuál es el problema–Contestó Arnold confundido.
–El problema es que ella y Pataki no se soportan
–Querrás decir que Helga no soporta a Edith–Corrigió, entrecerrando los ojos.–. ¿Y qué? Tendrá que lidiar con eso
Gerald movió la cabeza de lado a lado.
–Amigo, ¿realmente quieres pasar tiempo con Edith? ¿O la estás usando para poner celosa a tu ex?
–¡Gerald! Sabes que no haría algo así
–Si tú lo dices
–Además, parecía algo triste cuando le dije que hoy no podía acompañarla por un mantecado
–¡Amigo! Te invitó a una cita
–Claro que no. Además, cuando le dije que veríamos esta película, ella dijo que también pensaba verla, así que por eso la invité
Gerald movió la cabeza con un umh-umh-umh.
–Hermano, esa chica te puso el ojo en el momento en que entró al salón
–Es mi amiga–Insistió Arnold.
–Te recuerdo que Pataki también era tu amiga hasta que dejó de serlo
–Helga todavía es mi amiga
–Sabes a lo que me refiero
–No es lo mismo
–Lo que digas, viejo
...~...
Nadine no parecía cómoda con Edith y a Helga no se le pasó por alto. En lugar de quedarse cerca de ella, eligió sentarse al final de la fila, junto a Lila. Así que quedaron así: Nadine, Lila, Helga, Phoebe, Gerald, Arnold y Edith, que actuaba como una tonta enamorada y el estúpido cabeza de balón ni siquiera se enteraba.
Por suerte, los gritos y las escenas violentas pronto la distrajeron. ¿Qué importaba McDougal? No era su maldito problema.
Un fuerte estruendo hizo saltar a Lila, quien apenas ahogó un grito, encogiéndose en su asiento.
Helga la observó descaradamente, hasta que un suave tirón la hizo bajar la mirada. Lila, todavía absorta en la pantalla, estrujaba nerviosa la tela de su chaqueta.
Si fuera un chico en una cita con ella ese sería el momento perfecto para jugar con sus dedos y pasar su brazo por sobre sus hombros, acercándola, ofreciéndole calma y seguridad.
Se imaginaba sujetando ese cuerpo delgado con firmeza, pero sin ejercer fuerza. Susurraría que estaba ahí, que no había nada que temer. Podía imaginar su sonrisa avergonzada por reaccionar así por una tonta película... y...
Tal vez si fuera un chico...
Bebió su soda ruidosamente para distraerse de esas ideas y Lila se apartó, disculpándose.
«Estúpida y perfecta...»
Ambas volvieron su vista a la pantalla.
Lila había admitido que le gustaba alguien. Y, por la forma en que lo dijo, era serio.
¿Quién sería el idiota? ¿Y qué demonios les impedía salir? ¿Sería alguien de quién se avergonzara? Es decir, ella misma escondió toda su relación con Brainy incluso de su mejor amiga. Pero Lila no era tan horrible persona como ella, así que definitivamente no haría algo así.
¿O sería que temía no ser correspondida? Después de todo era un temor común.
Aunque no podía imaginar que temiera el rechazo. Es decir, hablamos de Lila, bastaría con que lo dijera y cualquiera estaría a sus pies, agradeciendo ser considerado digno de su mirada.
Aunque ella dijo que se sintió mal por el idiota de americano. Así que definitivamente podía ponerse en el lugar de un amor no correspondido. Tal vez un chico demasiado denso para notar su interés...
Aunque hablando de chicos densos...
No, claro que no, no podía ser el estúpido cabeza de balón. En primer lugar, porque había tenido cientos de oportunidades de salir con él y siempre lo rechazó y, en segundo lugar, porque si Edith era capaz de chantajearla, definitivamente también habría sido capaz de destruirla si les gustaba el mismo chico. Porque, tenía que reconocerlo, lo que mejor hacía McDougal era esconder lo lista y manipuladora que podía ser.
Tal vez el idiota tenía novia... y esa sería una línea que su amiga no cruzaría. De los chicos con novia que conocía, definitivamente no era Gerald. Lila no parecía nerviosa con él. Lo mismo podía decir de los chicos de otras clases con quienes hablaba.
¿Y qué tal si era un chico de la clase de ballet? Podía haber más locos como Curly, claro, pero también había otra clase de chicos que le gustaba el ballet... la clase de chicos a los que no le gustaban las chicas ¿no?
«¡Por favor! Eso es un tonto cliché ¿no?»
Ya no le quedaban refresco ni dulces para distraerse. Pero al menos la película tenía suficientes tripas y sangre para divertirla.
...~...
Al salir del cine, Arnold charlaba con Edith, pero notó que Helga iba al final, respondiendo monosílabos a la conversación del resto. Normalmente en ese punto estaría destruyendo la película o alabando alguna de las escenas especialmente violentas. Su silencio era... incómodo. ¿Estaba enfadada por que él invitó a Edith sin preguntar? ¿Gerald tenía razón? ¿O pasaba algo más? Lo que fuera, no quería incomodarla y no sabía cómo abordarlo.
–¿Qué les parece si vamos a comer?–dijo Edith.
–Sí, tengo hambre–Admitió Gerald.
–Suena bien–Añadió Arnold.
Las chicas que restaban intercambiaban miradas, pero antes de decidir, Helga recibió una llamada.
–¿Qué hay, Miriam?... Sí... sí... pero... Uf... de acuerdo ¿Eso es todo? Adiós–Colgó con aire molesto.
–¿Está todo bien?–Quiso saber Arnold.– ¿Se trata de Olga? ¿Le pasó algo?
–No–Contestó Helga, rodando los ojos.–. Miriam está ayudando a Olga y al parecer no confía en que Bob tenga la capacidad de usar un microondas–Agregó, rodando los ojos.
–¿Tu madre está con tu hermana? ¿Entonces el bebé ya nació?
–No todavía
–Tus padres deben estar emocionados
–Querrás decir babosos
A excepción de Edith, todos los demás rieron.
–Como sea. Debo marcharme
La rubia se despidió con su habitual indiferencia, pero observó que Lila miraba de reojo a Edith.
Camino al autobús mascullaba pateando piedrecillas.
–¿Por qué rayos el tonto cabeza de balón tenía que invitar a McDougal? Sí, es su cumpleaños y sí, ella es su amiga, pero es tan tonto que no ve la clase de amiga que es... además, claro que ella no le interesa en lo más mínimo ser su amiga. Y ni siquiera podría ver lo pésima amiga que es...
Dio la vuelta rumbo a la parada del autobús. Tomar el tren subterráneo sería más rápido, pero la idea de ver a las ratas le daba escalofríos.
–¡Helga, espera!
La voz de Lila bastó para detenerla, pero no volteó. Supo por el sonido de los pasos que iba con alguien más.
–También nos vamos a casa–Explicó Nadine, cuando la alcanzaron.
Por alguna razón eso se sintió como una pequeña victoria. Charlar con ellas y bromear sobre los peores momentos de la película la hizo olvidar todo el caos de su mente.
Helga decidió bajar con Lila. Le gustaba caminar con ella. Así que una vez en la acera ajustó la correa de su bolso y dirigió sus pasos.
–Vamos, te dejaré en casa–dijo.
Su amiga frunció el ceño, siguiéndola.
–Si piensas que esa película me asustó...
Helga soltó una carcajada.
–Sé que te asustaste –dijo.–. A cualquiera le sobresalta un estruendo repentino. Eso no te hace cobarde, ¿sabes?
Lila bajó la mirada jugando con sus manos.
–Pero no hago esto por ti–Añadió Helga, encogiéndose de hombros.–. No me fascina la idea de llegar a casa a escuchar las quejas de Bob sobre su estúpido trabajo... o, si tengo suerte, como le grita a los jugadores mientras ve la retransmisión de un partido
Lila asintió y siguieron su camino.
–Bueno, Solcito, ya estás sana y salva en casa
–Gracias–Contestó con una risita.
–Nos vemos en la escuela
–Sí
A Helga le tomó unos segundos volver a acomodar sus cosas y seguir su camino. No sabía bien porqué, pero hubiera preferido quedarse con ella, como otras veces.
...~...
Después de cenar, ya en su habitación, revisó sus mensajes.
From TCdB:
¿Todo bien en casa?
From You:
Lo usual. ¿Qué tal la cena?
From TCdB:
La pizza estuvo bien.
...~...
Arnold, preparándose para dormir, imaginó a Helga rodando los ojos cuando recibió la respuesta a su último mensaje:
From Helga:
Que suerte que McDougal lo haya sugerido
From You:
¿Celosa?
Lo envió antes de pensarlo y de inmediato escribió que era broma, pero en el mismo instante en que lo envió, llegó la respuesta y su mensaje quedó después.
From Helga:
Ya quisieras
From You:
jajaja solo bromeo.
From Helga:
Muy gracioso. Buenas noches.
From You:
Buenas noches, Helga
Arnold apagó las luces y se arropó para dormir, pero una última notificación encendió la pantalla de su teléfono y lo hizo sonreír:
From Helga:
Por cierto, feliz cumpleaños, Tonto Cabeza de Balón
Notes:
Primero que todo, disculpen la demora y la desaparición. Los siguientes cinco capítulos ya los había escrito hace más de un año, pero realmente los odiaba. Entre que perdí algunas notas (las cuales logré recuperar hace un mes con magia arcana, sangre de unicornio y las esferas del dragón) y que estuve bastante tiempo en modo de supervivencia, me desconecté mucho de la escritura y al revisarlos para retomar entendí que no estaban avanzando nada la historia. Mil disculpas por eso. Ahora está mejor estructurado.
Segundo:
***Sobre el teléfono, a principios de los 2000 casi no había celulares touch ni smarphones y había que presionar botones para navegar en el menú.
Trataré de volver al ritmo de actualización semanal ;)
Chapter 77: Recuerdos
Notes:
¡Gracias por la paciencia!
Les recuerdo que hasta el capítulo 75 el fanfic está tal cual como lo dejé en el 2024. Desde ahí en adelante he cambiado los hechos ;)pd: Les traigo pánico.
Chapter Text
Por las siguientes tres semanas Helga no tuvo tiempo libre. El bebé de Olga nació el último domingo de octubre, pero para entonces Miriam ya estaba prácticamente instalada en casa de los Millers, así que la rutina de la adolescente era marcharse al final de sus entrenamientos, apenas tomándose el tiempo de cambiarse la ropa sudada; pasaba a alguna tienda por alguna de las cosas de la lista, un día cocinaba el doble de lo necesario y así el siguiente podía ordenar o limpiar algún espacio de la casa antes que Bob llegara. Le dejaba a él una bandeja de comida y ella se llevaba lo suyo a su habitación. Cenaba haciendo los deberes y revisaba las notas que Phoebe le dio para preparar cada examen, luego sacrificaba algunos minutos de descanso para trabajar en el material que le entregó la enana pelirroja, revisando la información, etiquetando todo con códigos de colores.
Realmente era algo grande y sentía cierto orgullo de que Siobhan la hubiera elegido para ayudarla en esto, pero el trabajo se tornó complejo en un área que no esperaba. La investigación era sobre un caso de acoso que ocurrió en otra escuela. La situación se volvió tan grave, que la única opción que le quedó a la familia del chico fue mudarse a otro estado.
Leyendo los detalles de la denuncia, la forma en que todo empezó y cómo fue escalando, era consciente de lo cerca que estuvo de convertirse en alguien tan terrible como los matones que acosaron a ese pobre diablo. Los detalles eran escabrosos y la idea la hacía hiperventilar, obligándola a tomar una pausa. Llegó a tener pesadillas en las que lastimaba a alguno de sus amigos y despertaba angustiada, obligándose a recordar que eso no ocurrió. Si hubiera sido tan horrible, Phoebe se habría alejado, Arnold y Gerald la habrían odiado y ni siquiera se habría acercado a Nadine, Paty y en especial Lila. ¿Se habría convertido en alguien terrible si Bliss no la hubiera encontrado? No tenía cómo saberlo y era imposible contener su imaginación mientras dormía.
Sabía que Siobhan había cambiado los nombres de las personas y las instituciones por privacidad. Quería enfocar el reportaje en la falta de medidas disciplinarias y educativas tanto de la escuela como del distrito; también necesitaban hablar sobre la incapacidad o inhabilidad de los maestros de tomar acción y la complicidad que algunos tuvieron en el encubrimiento por parte de la administración, en especial para proteger a sus deportistas estrella. Necesitaban destacar la falta de protocolos adecuados y cómo los procesos eran largos y reiterativos, volviéndose un calvario para las víctimas.
Y mientras más información revisaba, Helga se preguntaba cómo hizo la enana para obtener todos esos datos, los informes, las denuncias. ¿Conocía a alguna de las personas involucradas en el caso? ¿O acaso su familia trabajaba en el juzgado o la policía? ¿O era una genio que había hackeado los sistemas? Como fuera, decidió que era mejor mantenerse en su lado bueno, porque recursos no le faltaban.
...~...
En la clase de literatura avanzada del miércoles le entregó una memoria usb con la redacción final. Lo dejó en su mesa de paso, sin siquiera mirarla y ella lo guardó en un instante. Luego Helga se sentó, como siempre, junto a Brainy.
Estaba visiblemente agotada y en cuanto el profesor dio la espalda a los estudiantes para anotar algunas cosas en la pizarra, el chico le señaló algo en su propio cuaderno.
»¿Estás bien?«
Todavía charlaba con él a través de su ridículo y efectivo sistema de notas mezcladas con apuntes. Le contestó que solo había trasnochado, lo cual era cierto. Y él le recordó que podían charlar si lo necesitaba.
»Gracias«
A ratos sentía culpa por no atreverse a ser su amiga en público, porque, vamos, el chico era divertido si tenías tiempo de escuchar y además era un buen amigo.
Lamentablemente Brainy no era el único preocupado por ella.
–¿Helga, te encuentras bien?
Fue a la hora de almuerzo, mientras terminaba de guardar cosas, cuando Phoebe se acercó, que simplemente tuvo que admitir la derrota.
Helga apoyó su frente contra la puerta del casillero que acababa de cerrar antes de contestar.
–No–Admitió, dándole la espalda para dirigirse a a cafetería.
–¿Qué tienes?–Insistió su mejor amiga, siguiéndola.
La rubia dio un largo suspiro.
–Solo me duele la cabeza, Pheebs, no te preocupes–Contestó consciente de la alarma en la voz de su amiga.–. No he dormido bien
–¿Pasó algo?–quiso saber.
–S-solo la semana de exámenes, no todos somos unos genios como tú
–Helga, sabes que mis calificaciones se basan en un cronograma de estudios estricto...
–Solo bromeaba, Pheebs, sé que te ganas cada puntaje perfecto en base al trabajo duro y esas cosas–dijo girando la mano.
–Lo siento. Volviendo a tu situación, si te sientes mal, tal vez debas ir a la enfermería
La idea no sonaba mal.
–Iré–Decidió, frenando su andar.–, pero promete que no le dirás a nadie
–Entendido. Pasaré a verte antes de ir a clases
–Prefiero que no lo hagas
–Entonces promete que me enviarás un mensaje si necesitas algo
Helga asintió y separaron sus caminos.
Arnold y Gerald ya estaban en la mesa de siempre cuando Phoebe, Nadine y Lila se sentaron con ellos.
El rubio saludó con entusiasmo y trató de seguir la conversación, pero miraba alrededor. Edith estaba con las otras porristas y le sonrió, saludando, a lo que Arnold contestó con una sonrisa. Luego ella volteó para seguir hablando con una de sus amigas, así que él continuó su búsqueda. En la mesa de Harold, Stinky y Sid estaban también Paty y Jenny. Sheena compartía una mesa con Brainy, Eugene y Curly... bueno, era obvio que Helga no se sentaría con ellos. Luego Iggy y Peapod estaban en otra mesa con algunas chicas de otro grupo. La encargada del periódico comía a solas y parecía que estudiaba algo. Las otras chicas de boxeo y baseball estaban cada cual con personas de sus propias clases... aunque pensándolo bien, Helga no solía tratarlas fuera de sus respectivas actividades.
Phoebe parecía tranquila, así que aunque moría por preguntar si sabía por qué no estaba almorzando con ellos, decidió guardar silencio y concentrarse en su comida.
Lila no pasó por alto como los ojos de su amigo repasaron la cafetería mesa por mesa y estaba segura de que compartían la misma duda y preocupación.
–¡Hola chicos!–dijo Lorenzo, interrumpiendo los pensamientos de Arnold y Lila.
Todo el grupo volcó su atención hacia él y lo que les contaba.
...~...
Para la clase de la tarde Helga ya se sentía mejor y apareció como si nada, aunque moría de hambre. Al salir de la escuela todo lo que consiguió fue una barrita de cereal de las maquinitas. Eso tendría que ser suficiente.
Se unió a la práctica justo a tiempo para evitar el castigo del entrenador, pero no la charla con el cabeza de balón.
–Helga, ¿te pasó algo? No te vi en la cafetería–le susurró Arnold.
–No es asunto tuyo–Contestó ella.
–Lo siento, pero... prometiste comer con nosotros y sé... sé que si no llegaste... debió pasar algo...
El entrenador los envió a trotar. Helga se adelantó y Arnold la siguió.
–No ahora–dijo ella.
Junto a ellos pasaron los de tercero, uno de ellos empujó a Helga, apenas para moverla a un lado, los otros dos solo se burlaron.
Los ignoró, de todos modos ellos seguían en la lista, justo después del equipo de animadoras, no pensaba desperdiciar energía. Sin embargo supo que Arnold no lo dejaría pasar al ver su ceño fruncido.
–Ni lo intentes–dijo ella–. No necesito que un camarón me defienda
Se alejó para trotar junto a otras chicas.
Arnold estaba frustrado, pero no podía hacer mucho.
Luego del calentamiento los agruparon para practicar. En ese momento la risa de Helga hizo voltear a varias personas y Arnold vio como Stinky se rascaba la cabeza y reía también. Las otras personas cerca compartían una risita, aunque menos escandalosa. Todo el show removió algo en Arnold, pero intentaba ignorarlos. Molesto, les dio la espalda.
Pasaron unos minutos lanzando, pero durante su turno y mientras enfocaba la vista, Helga comenzó a desvanecerse.
Lo siguiente que supo fue que estaba sentada en una banca. Isaac la sujetaba y le ofrecía agua, mientras el entrenador medía su pulso. Las otras chicas y algunos de sus amigos estaban a su alrededor, esperando que reaccionara.
–Ya reaccionó–dijo Stinky.
–¿Te encuentras mejor, Helga?–preguntó Isaac.
La rubia bajó la mirada y asintió. Esto era patético.
–Regresen a practicar–Ordenó el entrenador, luego miró al moreno–. Johanssen, encárgate
–Todos de regreso a entrenar–gritó Gerald, haciendo un gesto hacia los demás.
Algunos obedecieron a prisa, otros con cierta reticencia. Gerald volvió a mirar a Helga.
–Mejor descansa–le dijo. Y le dio un apretón en el hombro a Arnold antes de alejarse.
El rubio se quedó ahí, sin dejar de mirar a su ex novia.
–Bebe esto–Le dijo Isaac a la chica, pero ella negó, apartándolo.
–Puedo quedarme a cuidar a Helga–Se ofreció Arnold, sin pensar.
Ella lo miró enfadada.
«¿Cuidar?»
–Ve a lanzar, cabeza de balón–Ordenó.
–Pero...
–Estaré bien
–No es cierto. Podrías estar enferma...
–No tengo nada. Simplemente no comí
–¿Por qué no comiste?–dijeron Isaac y Arnold al mismo tiempo.
–No es asunto suyo
–Shortman, regresa a la práctica–dijo el entrenador.–. Ahora–Agregó al ver que no obedecía.
El rubio asintió y volteó lentamente para luego correr y unirse a los demás.
–Por otro lado, señorita Pataki, es la segunda vez que te pasa algo así mientras estoy cerca. ¿Hay algo que deba saber?–dijo el entrenador– ¿Esto ha pasado en otras ocasiones? ¿Tienes algún problema de salud del que no nos hayas hablado? ¿Tu familia tiene problemas para alimentarse? ¿O estás pasando por una de esas fases de dieta que hacen algunas chicas? Cualquiera sea el caso, la escuela necesita saberlo para poder ayudarte
Lo directo del entrenador la hizo soltar una carcajada, que extrañó tanto al hombre como al capitán.
–¿Te volviste loca?–dijo Isaac, recriminándola.
–Dame eso–dijo la chica, indicando la botella que antes no quiso.
El chico obedeció, todavía confundido.
–Ha sido un mes complicado–Explicó luego de refrescarse–. Miri... digo, mi madre no ha estado en casa. Está ayudando a mi hermana con su bebé–Explicó.–. Y con los exámenes estudié hasta tarde. Me salté el almuerzo para ir a dormir. Eso es todo. Lo que ocurrió después del partido también fue por agotamiento–Mintió.–. Intentaré volver a ordenar mi horario, lo prometo
El entrenador reflexionó unos segundos.
–Entiendo–dijo Kaline–, de todos modos quedará en mi reporte. Si ocurre una tercera vez quedarás suspendida del equipo hasta que una evaluación médica y psiquiátrica indique que puedes volver a entrenar
–¡No puede suspenderme! ¡No tiene idea de lo que hice para entrar en el equipo!–Se quejó la chica, apretando los puños.
–Todos tienen el mismo derecho a estar aquí–Explicó Kaline sin perder la calma.– y la misma responsabilidad. La salud de cada uno de ustedes es más importante que los partidos o las competencias
–¡Esto no es justo!
–Si fuera otra persona en tu situación le diría exactamente lo mismo. Eres buena jugadora, por eso no me gustaría tener que suspenderte–El entrenador puso la mano en su hombro.–. Confío en que harás lo correcto si de verdad quieres seguir aquí. Solo cumplo con mi deber al informarte. Sé que lo entiendes
Helga apretó los dientes y asintió. Era cierto, Kaline no la estaba regañando ni tratando mal. Además podía ver que estaba genuinamente preocupado, pero era tan raro que un adulto se interesara en su bienestar que solo supo reaccionar así.
–Ahora... ¿debería llamar a tus padres para que venga por ti? ¿O debo llevarte a la escuela?–dijo el hombre, rascando su cabeza.
–Entrenador, puedo llevar a Helga a casa–Contestó Isaac.
–No es necesario–dijo la chica.
–Es mejor que vayas a casa, comas algo y descanses–Concedió Kaline–. Vi a algunos de mis compañeros más jóvenes lesionarse por el sobreesfuerzo y eso llegó a arruinar algunas grandes promesas. Entrenar, alimentarse y descansar son igualmente importantes–Insistió.–. Espero verte lista y llena de energía para la práctica del viernes
Helga asintió, todavía molesta e incómoda. Odiaba ese tipo de atención.
El entrenador regresó con el resto del grupo.
–Ven, vamos por tus cosas–dijo Isaac, ofreciéndole una mano.
Ella lo rechazó de un manotazo y se levantó orgullosa. Isaac no cambió su actitud y la siguió hacia el centro comunitario.
–Vuelve a la práctica–Exigió la chica.
–No–Contestó el chico.
–No somos amigos, no tienes que hacer esto, ¿sabes?
–Precisamente, por eso lo hago
–¿Qué?
–No quieres a tus amigos cerca, no sé por qué y no me importa, pero como capitán tengo el deber de cuidar a mi equipo
Helga se detuvo, cruzó los brazos y lo miró levantando un lado de su ceja.
–¿En serio?
Isaac asintió.
–Además, tengo un auto y mi licencia. Es viejo y eso, pero puedo llevarte a casa y regresar a entrenar
Helga medio sonrió.
–¿Usarás cualquier excusa para conducir o querías que supiera que tienes un auto?
Al chico le tomó unos segundos entender la pregunta.
–Lo primero es cierto. También intento cumplir mi deber con el equipo–Se encogió de hombros.–. No tengo intenciones contigo. Y si sirve de algo, tengo novia
Ella asintió ahogando una risa.
–Perfecto, vamos–Contestó la rubia.
La chica entró a los camerinos por su bolso y al salir Isaac ya la esperaba, llaves en mano.
Tal como dijo, la dejó en casa, le recordó que debía comer bien y descansar y se marchó de inmediato.
Bueno, no era un mal tipo después de todo. Pero ahora que estaba a solas se sentía miserable. Seguro los idiotas de tercer año no la dejarían en paz.
–Bueno, Helga, oficialmente eres patética, felicidades–se dijo.
No quería cocinar, así que sacó una de esas bandejas de comida congelada y la metió al horno. Bob había comprado unas cuantas de "emergencia".
Comió en su dormitorio y se acostó para dormir un poco.
Despertó desorientada. Miró la hora en su teléfono. Casi las diez de la noche.
El dichoso aparato vibró con un nuevo mensaje. Pero al abrir el menú de inmediato respondió uno de su mejor amiga, de casi una hora después de terminadas las prácticas.
From Pheebs:
Helga, llámame en cuanto puedas. No importa la hora. Gerald me contó todo
La chica obedeció y llamó a su amiga.
–Hola... Pheebs... yo...
–Helga, Lo siento tanto
–No hiciste nada
–Debí llevarte algo de comer... yo...
–Phoebe, esto no es tu culpa, fui descuidada
–Pero sabía que estabas mal y...
–Phoebe, tranquila. Fue MI descuido. No volverá a ocurrir. Además Isaac me trajo a casa en su auto y...
–¿Isaac?
El tono de Phoebe hizo que Helga dejara de hablar y ambas se quedaron en silencio unos segundos.
–¿El capitán?–Musitó Phoebe– ¿Por qué él? ¿Será que...?
–Deja de imaginar cosas–Interrumpió, sabiendo a dónde iba.
–Pero él siempre habla bien de ti y apoyó tu entrada al equipo
–Bateo mejor que la mitad de los idiotas del equipo. Solo es un buen capitán y ya. Me trajo en su auto para ahorrar tiempo
–¡Te llevó en su auto!
–Apostaría que es el único del equipo que tiene uno. No es como que tuviera opciones
–Me alegra saber que hay más personas ahí que se preocupan por ti
–Supongo. Lamento haberte asustado
–Solo... trata de cuidar más de ti misma. Si necesitas ayuda, sabes que puedes contar conmigo ¿está bien?
–Gracias, Pheebs
Helga se sentó y abrió los otros mensajes. Uno de Valentina, confirmando que ese fin de semana no podría salir, pero que esperaba verla el siguiente y contándole algunas cosas de la escuela. Aunque ella le hablaba a diario, no esperaba que siempre respondiera y eso de algún modo era agradable.
Finalmente miró los mensajes de Arnoldo. Los evitó sabiendo lo que vendría y tuvo razón.
El primero era justo al final de la práctica:
From TCdB:
¿Estás bien? ¿Dónde estás?
El siguiente de unos cinco minutos después.
From TCdB:
Supe que Isaac te llevó a casa. Puedo ir a verte ¿Necesitas que compre algo? ¿comida o medicamentos?
Luego los mensajes eran de casi media hora más tarde.
From TCdB:
Acabo de llegar a casa. Todavía puedo ir a la tienda y llevarte algo
Y el último llegó mientras hablaba con su amiga.
From TCdB:
¿Helga, estás bien? Por favor contesta
La chica gruñó y se dejó caer sobre la cama. Le tomó unos segundos rodar y contestar.
...~...
From Helga:
Sigo viva, para tu desgracia. Nos vemos en la escuela
Era lo más cercano que tendría a una respuesta positiva. Bastó para que decidiera que podía salir de su habitación y bajara a comer tranquilo. Lo evitó pensando que tal vez ella aceptaría algo de ayuda y tendría que salir en cualquier momento.
¿Por qué rechazaba su ayuda y aceptaba la de Isaac?
...~...
Gracias al descanso extra Helga volvió a la escuela como si nada. Quedaban un par de exámenes por dar y tenía que mantener su rutina en cuanto a la casa, porque sabía que Bob no le perdonaría comidas congeladas dos días seguidos, incluso si ella dejó un mensaje de que no la molestara porque estaría estudiando, solo para no despertarse con golpes en la puerta.
Pero de todos los días, los jueves eran los que más odiaba. Extrañaba acompañar a Lila a sus clases de Ballet después de boxeo. Y aunque ella entendía, detestaba la decepción en su mirada, a pesar de la sonrisa comprensiva en sus labios.
¿Y cómo no? Eran los únicos momentos lejos de la vigilancia de Edith en que Lila podía ser genuina, reír con naturalidad y brillar como solía hacerlo. Y Helga se preguntaba como nadie más podía notar cómo se apagaba en su presencia. ¿Acaso eran idiotas?
En serio extrañaba esas caminatas.
Y mientras esa noche pensaba si había otra forma de volver a pasar más tiempo con ella... recibió un mensaje de Rhonda.
From Princesa:
Irás a la fiesta de Lorenzo? Va a ser divino. No suele invitar gente a su casa
«¿Lorenzo?»
Bueno, era probable que no estuviera invitada, de todos modos, sonaba a algo para gente sofisticada. Aunque ahora que lo pensaba, se había pasado la semana diciendo "Ahora no", cada vez que él se acercaba a decirle algo.
Entonces recibió otro mensaje. Era de un número no registrado:
From Desconocido:
¡Hola Helga! Soy Lorenzo, Rhonda me dio tu número. Invité a toda la clase a una fiesta de Halloween el sábado en mi casa. Necesito que confirmes, porque un auto de la familia(...)
«¿Auto de la familia? Limusinas, querrás decir»
Rodó los ojos y volvió al mensaje:
(...)recogerá a los invitados y también los llevará a casa. Además necesito saber si tienes alguna alergia o...
Leyó el mensaje un par de veces. Luego agregó el número del chico a sus contactos mientras pensaba que definitivamente vivía en otro mundo.
From You:
Tengo práctica el sábado
From Lorenzo:
Lo sé. Te daré más detalles en la escuela
...~...
Helga dio un lento respiro mirándose al espejo. Cabello atado en una coleta, chamarra morada, camiseta de una banda, pantalones de mezclilla y botas de combate. Era suficiente para esa tonta fiesta. Lorenzo dijo que el ambiente y la comida sería de Halloween, pero que por las prisas prefería que no fuera de disfraces.
Sabía que Lila iría... es decir, Nadine, Phoebe, Gerald, Arnold, Stinky, Sid, Iggy, Sheena, Eugene y Peapod también... pero se seguía repitiendo que Lila estaría hí.
Y la rubia aceptó ir cuando supo que Edith estaría en una de sus tontas fiestas con sus tontas amigas de último año. Sabía que podría divertirse sin preocuparse de la forma en que contralaba a los demás a su alrededor, porque después de pensarlo un rato había llegado a la conclusión de que eso era lo que hacía con su actitud de fingida inocencia, convencía a los demás de hacer lo que ella quería y les hacía creer que no había tenido nada que ver en esas decisiones.
Volvió a revisar su imagen y se planteó que tal vez algunos aretes le quedarían geniales, pero ¿quién querría el dolor de hacerse perforaciones?
Bajó la escalera y le dijo a Bob que volvería tarde, a lo que el hombre respondió con un gruñido, sin dejar de prestar atención a la televisión.
Se reunió con los demás en la entrada principal de la escuela, llegando unos diez minutos antes de la hora que Lorenzo indicó. Solo faltaban Phoebe, que había salido con sus padres, así que ellos la llevarían más tarde directo a la "casa" de la fiesta; y Stinky, quien apareció luciendo un traje con una corbata de moño.
–¿Por qué te vistes así?–le dijo Helga, cruzando los brazos.
–Creí que iríamos a una fiesta en la mansión de Lorenzo–Explicó, rascando su cabeza.
–No por eso tienes que vestirte como si fueras a una boda
–¡Pero es una mansión!–Continuó, sin comprender la lógica de Helga.
La rubia solo rodó los ojos. Burlarse de Stinky era demasiado fácil. Echó un vistazo alrededor. Arnold y Gerald charlaban entusiasmados, por otro lado, Iggy, Eugene, Sheena y Peapod hablaban de alguna serie de moda en la televisión, mientras Nadine y Lila escuchaban las historias de Sid, uno de los pocos que conocía el hogar de Lorenzo.
En todos esos años, el chico fue una presencia esporádica en el grupo, siempre en clases extras, actividades fuera la escuela y proyectos que probablemente ninguno de sus compañeros entendía. Pero era agradable y de vez en cuando se unía para un partido amistoso de alguno de los deportes que todos jugaban a medias, o se sumaba a una visita grupal a los arcades... y bueno, solía comprar fichas para compartir, así que Helga no podía quejarse.
Una enorme limusina se detuvo frente al grupo justo a la hora acordada. Todos observaban con asombro, excepto Sid.
El chofer bajó, rodeó el automóvil y saludó con un movimiento de cabeza que el grupo respondió de forma automática. Luego abrió la puerta de atrás y Lorenzo se asomó.
–¡Entren chicos! Me alegra que decidieran asistir–dijo, para luego regresar al interior, seguido por el grupo.
El espacio era enorme y todos se acomodaron sin problemas. Lorenzo les ofreció agua mineral y pidió al chofer música animada, pero no estridente. Así que terminaron con algo así como música de centro comercial en época festiva.
El chico les repitió lo contento que estaba con que hubieran aceptado y aseguró que se divertirían.
–¿Y qué mosca te picó para que hicieras una fiesta?–dijo Helga de pronto– ¿No que te la pasas ocupado?
Arnold y Lila la miraron, dejándole en claro que había sido descortés, pero Lorenzo no pareció entenderlo de la misma forma.
–Mi terapeuta sugirió que realizara más actividades típicas de adolescente, como ir al cine, salir con alguien o asistir a fiestas–Explicó con una sonrisa incómoda.–. Pero puedo ver las películas que quiera en casa y ya que no quiero salir con nadie en especial, esta es la opción que me quedaba, así que pensé que la mejor forma de tener la experiencia de una fiesta era hacerla yo mismo
–¿Te han dicho que eres raro?
Y aunque él solo parecía confundido, la mirada de los santurrones la hizo rodar los ojos.
–Lorenzo, sabemos que tienes muchas responsabilidades y agradecemos que te tomes el tiempo de compartir con nosotros–dijo Arnold.
–Y ciertamente es muy considerado que hayas invitado a toda la clase–Añadió Lila.
–Gracias–Contestó el anfitrión con una sonrisa genuina.
Helga se dejó caer contra el respaldo cruzando los brazos, ignorando la charla de los demás, hasta que el silencio repentino la obligó a levantar a vista. Todos observaban a través de las ventanas y pronto supo por qué. En serio era una maldita mansión. Siempre pensó que Sid exageraba.
Atravesaron el portal y cuando la limusina se detuvo frente a la entrada de una enorme construcción un sirviente los esperaba para abrir la puerta. Saludó con una reverencia al "Amo Lorenzo" y a "Al joven Sid" y luego al resto del grupo como "Los invitados del amo Lorenzo".
Helga tuvo que aguantar la risa. No decidía si era más hilarante el trato o la evidente incomodidad de todos los demás.
Al interior la temperatura era agradable y la mayoría se quitó sus chaquetas. Uno de los empleados de la casa las recogió una a una para llevarlos a otra habitación, lo que todos aceptaron en silencio, con sorpresa, incomodidad o satisfacción. Los invitados siguieron al anfitrión hacia un enorme salón con una gran chimenea que simulaba tener fuego. Al fondo, varias mesas con comida y bebestibles. En un rincón había varios sofás y sillones para sentarse, en el opuesto una máquina de pinball, junto a una repisa que tenía un equipo de sonido con una enorme selección de discos. Y al centro espacio suficiente por si todos querían bailar como locos.
–¡Bienvenidos a mi fiesta! – Anunció Lorenzo entusiasmado –. Hay comida y bebida abundante para todos, fue elegida cuidadosamente tras analizar las estadísticas nacionales de los productos más populares entre los jóvenes de nuestra edad. Los baños se encuentran saliendo del salón por esa puerta–Indicó una de las tres, la más lejana desde la entrada por la que habían llegado –a mano izquierda. La fiesta puede extenderse hasta las 22 horas, momento en el cual serán llevados a sus hogares en el auto familiar.
Varios intercambiaron una mirada de asombro. Helga, de brazos cruzados, arqueó su ceja.
–Les agradezco a todos por asistir –Continuó el chico.–. Espero puedan disfrutar, siéntanse como en casa –Concluyó, Luego encendió un equipo de música y dejó que Sid eligiera algo para animar el ambiente.
Algunos minutos más tarde un sirviente abría la puerta, dejando pasar a un trio de chicas.
–La señorita Rhonda Wellington Lloyd–Anunció el empleado.–y sus amigas. La señorita Agnes Du Pont y la señorita Dominique Bettencourt
Lorenzo se acercó a recibirlas. Agnes tenía un largo cabello rubio platinado, era delgada y alta, mientras Dominique era bajita, de aire delicado, pálida y de cabello rojizo, corto y ondulado.
–¡Pero que encantador! –dijo Rhonda, mirando alrededor, fijando su mirada en cada elemento decorativo o arquitectónico, como si calculara el valor de cada artículo con solo observar– ¿Verdad chicas?
Sus amigas asintieron con aire cínico.
–En serio, Lorenzo –Continuó Rhonda.–. Me parece divino que nos invitaras. Ven, deja que te presente a mis amigas –Añadió, tomándolo por la muñeca para acercarlo más al grupo y luego señalar a cada una de las chicas y finalmente a él.
Helga volvió a ahogar una risita, pero ante la mirada de reprimenda del cabeza de balón decidió escapar buscando comida y allí se le unió Lila, que se separaba de Nadine ahora que Rhonda entraba en escena, lo cual, pensándolo bien, era obvio que pasaría.
–Creo... –dijo Lila– que es en serio un lugar es muy agradable... y Lorenzo se esforzó tanto ¿No te parece?
–Sus sirvientes, querrás decir–Corrigió Helga, mientras miraba las alternativas culinarias. Muchos snacks horneados con formas de calabazas con rostros, esqueletos, bichos, fantasmas y otros monstruos, pero decidió evitar unos que al olerlos supo que eran chicharrones, por si acaso.
–Bueno, incluso si no hizo todo el mismo, se tomó el tiempo de elegir cada detalle–Apreció la chica, admirando la comida.
–Sí, como sea
La pelirroja la observó unos minutos, intentando reunir el valor de decir algo, pero en cuanto abrió la boca...
–¡Allí estás, Lila!– gritó Rhonda y se acercó para tomarla de la mano y arrastrarla donde sus amigas, alabando sobre los suaves y agraciados movimientos que podía hacer gracias a las clases de ballet y lo mona que se veía con su elección de vestuario, lo que Agnes y Dominique fingían apreciar, aunque las tres hicieron comentarios condescendientes de la calidad de la tela, incomodándola.
Helga escuchó todo, aplastando una galleta en su mano. ¿Por qué la princesa tenía que actuar así?
Al otro lado del salón Sid jugaba nervioso con su gorra, mirando a las amigas de Rhonda, mientras Stinky ensaya un saludo antes de acercarse.
En la pista Eugene y Sheena bailaban sin preocuparse por los demás, mientras Peapod charlaba en un rincón con Iggy.
Nadine acababa de regresar desde el pasillo en dónde estaban los baños y se reunió con Rhonda.
Lorenzo, Gerald y Arnold aparecieron junto a Helga, riendo de alguna tontería.
–¿Q-qué te parece la comida?– dijo el anfitrión.
–Como diría la princesa –Contestó, para luego imitar a Rhonda–, es un deleite
Eso hizo reír a los chicos otra vez
–No debiste molestarte, pero diría que los emparedados están divinos–Continuó.
–Elegí personalmente cada aperitivo, asegurándome de tener opciones variadas y saludables... aquello –Indicó una bandeja con canapés con caras de monstruos decorados con aceitunas como ojos– tiene solo ingredientes de origen vegetal ya que Arnold mencionó algo al respecto
–Te agradezco la consideración–dijo el chico, dispuesto a probarlos.
Lorenzo luego explicó las elecciones de bebestibles y Gerald le siguió el juego a Helga haciendo observaciones rebuscadas.
–Espero que no les moleste que no consiguiera alcohol. He sabido que es popular en las fiestas, pero no creí que fuera apropiado...
Helga y Arnold intercambiaron una mirada.
–N-no es problema–dijo Arnold
–Exacto –Se sumó Helga.–¿Q-quién sería tan idiota de embriagarse y perderse la diversión?
Los rubios evadían sus miradas con incomodidad.
Nuevamente la puerta principal se abrió y un empleado anunció la llegada de "La señorita Phoebe Heyerdahl" antes de retirarse, cerrando tras de sí. La chica se unió al grupo, saludando a su mejor amiga con entusiasmo.
–¿Te costó mucho llegar?–Preguntó Lorenzo.
–Para nada, mis padre es un gran conductor, conoce la ciudad de memoria–Explicó Phoebe y luego miró la mesa.– ¿Tú hiciste todo eso? Es increíble
–Bueno... yo lo elegí, fue preparado por mi nutricionista... y el chef de la familia
–¡Está genial!
Gerald entonces le ofreció a su novia una botella de jugo de granada y la invitó a bailar.
Música, baile, risas, bromas, juegos. La fiesta no carecía de nada. Lorenzo realmente se había esforzado en buscar todo lo que pudiera generar un buen ambiente y aunque al comienzo se notaba pendiente de cada detalle, con los minutos comenzó a relajarse. Las amigas de Rhonda se divertían charlando y coqueteando con los chicos, incluso con Stinky y Sid, aunque era evidente que ellos no les interesaban en serio.
Arnold, Lila y Helga se quedaron cerca de la mesa de comida y bebían mientras charlaban tonterías, observando a quienes seguían en la pista.
De pronto Stinky apareció junto a ellos y se rascaba el cuello nervioso.
–¿Qué quieres?–Le gruñó Helga cuando pasó casi un minuto sin que él dijera nada.
Arnold entrecerró los ojos mientras Stinky tragaba en seco. Luego el alto chico tomó aire y abrió la boca.
–Señorita Lila –dijo nervioso– ¿le gustaría bailar?
La chica dejó su vaso en la mesa y aceptó, mencionando que le encantaba esa canción.
Helga no les quitaba la mirada de encima y Arnold notó con incomodidad que la mano de ella se tensaba, deformando el vaso que sostenía.
–¿También quieres bailara?–Preguntó él.
–¿Yo?–Bufó ella.– Claro que no
–¿Estás segura? Porque... parece que preferirías estar ahí
Helga pestañeó un par de veces y entonces se volvió consciente de lo que hacía.
–¿Ah? Claro que no. Solo pensaba que podría improvisar una broma a costa de Stinky... –dijo con toda la seriedad que pudo. Y bueno, no era del todo una mentira, aunque una broma no era precisamente lo que tenía en mente.
–¿Sabes? Podemos... bailar... si quieres
–No, gracias
–Solo es un baile... como amigos
–Ya dije que no
–¿Por qué?
Helga lo miró enfadada. ¿En serio no lo entendía?
Entonces Rhonda se acercó a ellos.
–¿Qué hacen tan solos?–Comentó.– ¿Acaso recuerdan el pasado?
El chico miró a su ex de reojo, pero ella lo ignoraba. Su atención había vuelto al baile de Stinky y Lila.
–Claro que no, Rhonda–Respondió Arnold, incómodo y decidió desviar la conversación.– ¿Qué ha sido de ti? ¿Cómo te ha ido?
–Oh, yo estoy bastante bien–dijo, mientras le indicaba que le acercara un vaso–. Ya sabes, las clases y esas cosas aburridas van como siempre... y bueno, el instituto es claramente más apto para gente como yo... sabes de qué hablo, ¿no?
Arnold, todavía incómodo, le entregó lo que ella pedía y asintió, ignorando por completo de qué hablaba.
–¿No extrañas la vieja escuela?–dijo el chico.
–Claro que no
–Mentirosa–Escupió Helga, sin voltear a mirar.–. No dijiste lo mismo hace un año
–Ha pasado un año
–Y puedo oler el alcohol en tu aliento
–¿Qué? Yo...
–¡Rhonda!–Se quejó Arnold– ¿Otra vez?
–Apuesto que extrañas las tonterías de Harold–dijo Helga y continuó sin piedad–, pasar tiempo con Paty, hacer locos proyectos con Nadine, incluso la obsesiva atención de Curly... y estoy segura hubieras deseado venir sin esas dos a esta fiesta y poder ser tu misma
–Yo... ¡cl-claro que no! Todavía veo a Nadine... y... a veces salgo con Paty... y... Agnes y Dominique son mis amigas
–¡Helga!–Reclamó Arnold.–. ¿Por qué tienes que ser tan hiriente?
Helga bufó con burla.
–Mereces un premio de la academia por tu actuación–Soltó la rubia.–. Pero sé que no estarías bebiendo si estuvieras bien. Solo procuren no repetir la estupidez del año pasado, esta vez no pienso involucrarme
La música cambió y Helga dejó su vaso en la mesa para dirigirse a la pista.
Arnold todavía procesaba lo que la chica acababa de decir mientras la observaba. Llegó a hablar con Stinky.
Recordó lo que había pasado en la fiesta de Halloween en su casa, de cómo ella lo evitó... de cómo besó al chico por lo que después supo que era una apuesta, recordó... demasiado... incluyendo aquella confesión hacía casi un año de cómo lo contrató para ser un novio falso con la intención de darle celos. Últimamente los veía junto seguido, ¿acaso Helga intentaba probar algo?
Y mientras intentaba seguirle el hilo a Rhonda, pensaba que no debía preocuparse. Ser amigos estaba bien. Y si ella decidía salir o *salir* con Stinky, no era un problema del que él se haría cargo.
Sí, definitivamente no era asunto suyo.
Sin embargo se alegró cuando vio Stinky asentir y alejarse. El alto muchacho se dirigió con torpeza a Dominique, mientras Helga invitaba a bailar a Lila. La pelirroja pareció sorprendida, pero de inmediato una sonrisa suave se dibujó en su rostro y aceptó.
Solo entonces Arnold pudo regresar su atención a su amiga junto a él. Ella se quejaba, molesta.
–Rhonda, no le hagas caso–dijo, tratando de retomar las cosas.–. Sabes cómo es... y...
–Tiene razón–Admitió.–. Detesto ese instituto, pero me he adaptado a cómo funciona. Las chicas vinieron conmigo porque querían ver como era una fiesta de plebeyos ¿puedes creerlo?
–Suena como algo que tú harías–Contestó, entrecerrando los ojos.
–Por favor, Arnold, esa yo ya no existe, he aprendido ¿sabes?
–Ajá...
Rhonda dio un suspiro.
–De veras lo siento por... lo del año pasado
–Rhonda, no importa
–Al menos debí decirte qué era...
–Está bien, ya pasó. Pero... –El chico buscó sobre la mesa y le ofreció una botella de agua importada.– tal vez sea mejor que bebas esto y te deshagas del alcohol que te queda... ¿te queda?
La chica asintió
–Dámelo, lo tiraré en el lavabo
Rhonda buscó entre su ropa y le entregó una botella pequeña.
–Ahora bebe esto ¿Está bien? Sólo por precaución...
Ella aceptó y bebió con calma el contenido. Cuando iba por media botella Arnold dijo que regresaría en un instante y salió hacia los baños para botar lo que había.
A solas, frente al espejo, repasó lo que dijo Helga, sabía que no era solo una advertencia para Rhonda, era también para él. Vio el líquido deslizarse hacia la cañería, dejando ir hasta la última gota antes de que le ganara el impulso de probar si era cierto que no se involucraría.
Cuando regresó Eugene y Sheena bailaban con entusiasmo y habilidad, pero todo parecía un juego. Stinky intentaba impresionar a Agnes, Iggy de alguna forma había conseguido hacer reír a Dominique. Phoebe y Gerald se divertían en su propio mundo. Nadine bailaba con Lorenzo, aunque ambos parecían torpes. Helga y Lila, bailando como si hubieran pasado ensayando las últimas semanas. Y Rhonda hablaba con distintas personas.
Cuando terminaba la siguiente canción la mayoría se retiraba de la pista, así que Gerald puso algo lento para bailar con su chica, lo que Dominique aprovechó para bailar abrazando a Iggy.
Los demás se reunieron en el área de los sillones. Arnoldo se acercó curioso.
–Gracias a todos–dijo Rhonda miró a Agnes con complicidad–. Lorenzo, sé que esto no estaba en tus planes, pero para que sea una verdadera fiesta debemos tener juegos
–Pero tengo juegos–dijo señalando la máquina de pinball a un rincón y mencionando los que ya habían jugado.
–No esa clase de juegos... juegos de fiestas... ya sabes... un poco más interesantes. Haremos un círculo y jugaremos con esto–Enseñó la botella vacía.–... supongo que lo entienden–Concluyó.
–¿Es en serio?–dijo Helga, mirándola desde atrás de un sillón?–¿No te parece algo cliché?
–¿Tienes otra propuesta?
–Preferiría combates a muerte... doi...
Varias personas rodaron los ojos.
–O... podríamos contar historias de terror–Añadió Lila, más en serio.
–Qué aburridos–Se quejó Agnes.
–Son solo besos–Continuó Rhonda.–. Y la persona que se niegue a besar tendrá que hacer un reto ¿conformes?
Dominique arrastró a Iggy al grupo y asintió entusiasmada.
–Vagmos a jugag–dijo con un acento forzado.
–¿Qué dices, Helga? ¿Te unes? ¿O tienes miedo?–Insistió Rhonda.
La rubia resopló con una sonrisa torcida.
–Tendrás que ser creativa con los castigos, porque no pienso besar a ninguno de los idiotas que hay aquí...
–Que yo sepa ya has besado a dos
–HOY no pienso besar a ninguno de los idiotas que hay aquí–Rectificó.
La canción terminó y Gerald bajó el volumen de la música al ver a su novia dar un bostezo. Se acomodaron cerca del grupo, en el sillón más pequeño. Phoebe se sentó en sus piernas, abrazándolo por el cuello, acurrucada en su pecho.
Rhonda y sus amigas organizaron al resto en un círculo, alternando chicas y chicos.
–Al ser la fiesta de Lorenzo, el será el primero en girar la botella... –dijo Rhonda.
El chico aceptó un poco nervioso. La botella dio varios giros y se detuvo lentamente hasta apuntar a Lila. El chico la miró, incapaz de reaccionar, como a la mayoría, Lila le parecía muy linda y al mismo tiempo no quería hacer algo que la ofendiera. Fue ella quien se acercó y le dio un suave beso en la mejilla.
–¡Eso no vale!–Se quejó Agnes.
–¿Por qué no?–Contestó Lila, regresando a su puesto–. Nadie dijo que tipo de besos debían ser–Añadió con seguridad
–¡Eg ogvio!–Dijo Dominique.
–Técnicamente Lila tiene razón–dijo Phoebe, sin moverse de su posición. Dio otro bostezo antes de continuar.–. Sugiero que especifiquen las reglas
–Las amigas de Rhonda se miraron entre sí.
–¿Qué? ¿Tienen 10 años?–dijo Agnes–. Todo el mundo conoce el juego
–Sí, sabemos cómo va el juego–Admitió Helga, luego le guiñó un ojo a Lila.–. Sólo es divertido torcer las reglas– Concluyó con una sonrisa, como si el plan hubiera sido de ella.–. No es nuestra culpa que Rhonda no fuera clara
La aludida gruñó, frustrada.
–Está bien–Aceptó–. De ahora en adelante los besos son en la boca–dijo.
Lila giró la botella y se detuvo en Sid. El chico levantó la vista con ilusión.
–Oh, lo siento–dijo ella– ¿Cuál sería mi castigo?
Rhonda cambió la música a una radio al azar y a Lila le tocó improvisar un baile con lo primero que encontraron.
Cuando regresaron a sus puestos, Sid le susurraba a la botella.
–Dame suerte–le decía, abrazándola.
Helga miró a Rhonda arqueando su ceja y luego a Sid, como quejándose, pero Rhonda se hizo la indiferente.
Cuando Sid giró, la botella se detuvo en Agnes y ella sin dudarlo lo sujetó por el mentón, besándolo. Luego se apartó, tomó la botella y la giró, mientras el chico seguía impactado.
Esta vez apuntó a Eugene y él no logró decir que quería un reto antes de ser besado. Luego dijo que haría un reto y tras cantar desafinado, giró la botella para elegir a la siguiente persona. Esta vez fue el turno de Nadine, quién giró la botella de inmediato. Esta se detuvo entre Agnes e Iggy. Nadine sin pensarlo mucho le dio un beso al chico y cuando él giró la botella, esta vez Dominique fue la elegida. Ella le dio un lento beso y luego miró alrededor.
–Así es como se juega–Explicó y giró.
El siguiente fue Sid, quien también recibió un beso bastante largo. Cuando él volvió a girar la botella, apuntó a Helga.
La miró con algo de temor, pero ella se encogió de hombros, lista para hacer cualquier reto absurdo. Rhonda deliberó unos segundos con sus amigas y Lorenzo.
–Tendrás que comer un plato de nachos con salsa extra picante–Anunció la princesa.
–Iré por la salsa–dijo el anfitrión, levantándose para salir del salón a prisa.
–Pan comido–Contestó Helga.
–En menos de dos minutos–Añadió.
–Como sea–Helga se estiró un poco, luego se levantó, miró alrededor y se dirigió a la puerta del baño.–. Ya regreso
–Oh, no, no escaparás–dijo Rhonda, siguiéndola.
Sid se dejó caer contra la base del sofá, suspirando con una mezcla de alivio y decepción. Estaba disfrutando el juego, aunque temía que Helga fuera a golpearlo.
–Ya me había hecho a la idea de besarla–Murmuró para sí.
Lila, junto a él, volteó a mirarlo, con asombro. Arnold, al otro lado de la chica, también escuchó.
–¿En serio?–Contestó el rubio, acercándose para susurrar.–. Creí que no harías algo así por menos de 100 fichas–Le recordó.
Estaba molesto por la hipocresía. Todavía escuchaba de vez en cuando que Harold y Sid se burlaban de lo poco atractiva que era Helga cuando Stinky hablaba bien de ella.
Sid iba a responder, pero el enfado en el rostro de Arnold lo hizo apartar la mirada.
Lila presenció todo sintiéndose invisible. No entendía de qué hablaban, pero sabía que algo había pasado.
Rhonda y Helga regresaron.
–No puedo creer que desconfíes tanto de mí–Se quejaba la rubia.
Lorenzo todavía no regresaba, así que ella volvió a su puesto y giró la botella para continuar el juego. Para su sorpresa, se detuvo en Lila.
En el instante en que sus ojos se encontraron, Helga sintió que su corazón se detenía un instante, para luego acelerarse hasta volverse un fuerte pitido en sus oídos.
–Puedes elegir entre Sid y Arnold–Anunció Rhonda, pero su voz parecía lejana.
A Helga le tomó unos segundos obligarse a respirar y regresar a ese instante.
–¿Y por qué no Lila?
Oyó que escapaba de su boca, pero no era como si ella lo hubiera dicho, era como ver una película donde alguien que se oía como ella lo había dicho. Eso... eso no podía estar pasando.
La sorpresa fue colectiva y audible. Luego todos contenían el aliento.
Sin tener pleno control de sí misma, Helga pasó con cuidado por sobre la botella y se acercó a Lila, contemplando la forma nerviosa en que sus labios temblaban y sus mejillas se llenaban de color, sin embargo no la oía pronunciar rechazo o queja alguna. Cuando se acercó lo suficiente levantó la mano para sujetar su hombro, pero en el último segundo su cambió de trayectoria y tomó el rostro de Arnold para besarlo, aunque con desgano. Se apartó en cuanto supo que había cumplido y regresó a su puesto sin mirar atrás.
–Solo bromeaba–Explicó Helga con una risa despectiva.–. Y no pienso dejar que me tortures dos veces–Añadió.–. Mejor diablo conocido...
Lorenzo regresó con la salsa picante y un plato de nachos. Se unió al grupo sin notar la incomodidad en el ambiente. Rhonda con torpeza vertió la salsa y le entregó el plato a Helga. Iggy enseñó su reloj y buscó el cronómetro. Contó 3, 2, 1. La rubia comió sin quejarse por el picante en cada bocado, aunque sus ojos lagrimeaban y su rostro enrojecía a cada segundo.
Todos estaban pendientes del reto, pero Arnold se había apartado parar buscar zumo de limón. Regresó junto a Helga con dos vasos listos para entregárselos cuando terminara el plato, porque estaba seguro que cumpliría el reto. Un minuto y 48 segundos fue el tiempo que hizo. Entre aplausos, la chica bebió lo que él le ofreció y logró calmarse lo suficiente para seguir el juego.
Como técnicamente la botella apuntó a Lila, a ella le asignaron girarla. Esta se detuvo en Lorenzo.
–Esta vez tendrá que ser en serio–dijo él.
Ella asintió. Ambos se acercaron al centro y ella le dio un incómodo beso en los labios y regresó a su puesto.
Helga se levantó del lugar.
–Ya me aburrí–Anunció.
Eugene y Sheena también se retiraron del juego.
Entonces el chico giró la botella y esta se detuvo en sí mismo.
–¿Y qué pasa ahora?–dijo–¿La giro otra vez?
Eran las amigas de Rhonda quienes estaban a sus costados. Ellas intercambiaron una mirada y asintieron. Dominique se acercó a besarlo y en cuanto lo soltó, Agnes estaba lista para repetir el premio.
Arnold también se levantó, incómodo. Notó que Helga había salido del salón por la puerta por la que ingresaron y decidió seguirla.
Las amigas de Rhonda hicieron un breve juego de piedra, papel o tijera para decidir quién giraba la botella y Agnes terminó besando a Peapod.
Helga caminó hasta el final del pasillo y dio la vuelta. Ahí se escondió y apoyó su espalda contra el muro.
–¿En qué demonios pensaba? ¡Eso fue una estupidez! ¿Acaso estoy loca?–Se decía, nerviosa.– ¿Quién en su sano juicio actúa así?
Incómoda mordisqueaba su índice.
–¿Por qué tengo que ser así? ¡Arg! Esto es... ¿Por qué demonios?
–¿Helga? ¿Estás ahí?
La voz de Arnold la paralizó.
–¿Qué demonios quieres, cabeza de balón?
La voz fue suficiente para guiarlo y el chico apareció por por el costado.
–¿Estás... bien?–dijo él, rascando su brazo.
–¿Quién pregunta?
–¿Por qué siempre tienes que actuar así?
–¡Porque es obvio que no! Abre los ojos
–Yo... lo siento. Podrías... podrías no haberme besado
–Eso no importa, ya pasó
–¿No es por eso... que estás... así?
–No todo gira en torno a ti, ¿sabes?
–Quiero decir... tenemos historia, Helga. Y si eso te incomoda...
–Que no tienes nada que ver con esto, ahora déjame en paz
Arnold dio un suspiro y juntó valor.
–A mí me gustó... pensé que quizá...
–¿Quizá qué? ¿Acaso crees que podemos convertir besarnos a escondidas en nuestra propia tradición de fiestas de Halloween? Olvídalo
–No quise decir eso...
Esta vez fue ella quien tomó un respiro.
–Déjame en paz ¿quieres?
–Lo que tú digas, Helga
El chico regresó al interior y se dirigió a la mesa para buscar algo de beber y distraerse. Se sentía como un tonto. ¡Claro que Helga no lo besó por que quería! No debió esperar... no debió sentir nada. ¿Pero cómo se supone que sean amigos así? ¿Acaso a ella no se le aceleró el pulso? ¿No sintió la misma electricidad que lo quemaba a él? ¿No disfrutó... volver a...?
Stinky giró la botella, ésta se detuvo frente a Lila. Ella lo besó, pero luego la chica eligió otro castigo y tuvo que beber tres botellas de refresco en un minuto. Giró para asignar al siguiente participante y se retiró también del juego.
Lila notó que Arnold buscaba algo de comer y lo alcanzó en la mesa de los bocadillos. Miró alrededor para asegurarse de que nadie los hubiera seguido.
–Pareces molesto–dijo sin rodeos, pero en tono de susurro.
–¿A qué te refieres?–Intentó disimular el rubio.
–Por lo que le dijiste a Sid
Arnold frunció el ceño.
–El año pasado, Sid y Harold le apostaron a Stinky algunas fichas en los arcades... para que besara a Helga. Me enteré cuando los escuché burlarse de ella, dijeron... cosas desagradables... y Sid mencionó una apuesta mucho más alta para tan solo considerarlo... es por eso... que me enfadé. Siempre se está burlando de Helga y hoy parecía decepcionado de que no lo besara
–Supongo que se metió en el juego. ¿Acaso te incomoda que ella pudiera gustarle... a alguien?
Arnold negó con lentitud.
Helga había regresado y se dejó caer en un sillón. Ambos la observaron.
–En serio intento ser su amigo–Murmuró Arnold.–. No sé en qué estoy fallando
–Tal vez... debas seguir adelante
–¿Qué significa eso?
–¿Has pensado en salir con alguien más?
–Pero...
–Aunque ya no salgan, sigues actuando como cuando eran novios, pendiente de ella, buscándola en la multitud. Si yo lo noto, ella seguro lo hace...
Lila regresó al grupo y se sentó junto a Sheena, compartiendo con ella algunas galletas, mientras Eugene bailaba y cantaba el último éxito de una de esas bandas de chicos que eran populares.
Unos cuantos besos y castigos más el juego terminó. Se hacía tarde y las amigas de Rhonda fueron las primeras en retirarse, pero como ella dormiría en casa de Nadine, se quedó con el grupo. Las chicas del instituto iban al lado opuesto de la ciudad, así que era mejor separar el grupo en dos viajes.
–El auto volverá en quince minutos–Anunció Lorenzo cuando regresó después de despedirlas.
Iggy, Stinky y Sid jugaban en el pinball. El anfitrión se les unió. Con ayuda de Arnold, Gerald recuperó su chaqueta y cubría con ésta a Phoebe, quién dormía profundamente. Peapod bailaba con Nadine y Sheena volvió a sus coreografías con Eugene, aunque no subieron el volumen de la música para no molestar.
Rhonda reía de cómo se desarrolló el juego y Helga, aburrida, se alejó para buscar algo de beber.
–Entonces Lila–Comentó Rhonda de la nada– ¿es cierto que rechazaste a un chico de tercero?
–Oh... eso... –Contestó la chica, jugando con la tela de su falda.
–Me dijeron que es un bombón–Insistió– ¿Qué ocurrió? ¿Te pusiste nerviosa?
Lila negó, mirando el suelo.
–¿O estás saliendo con alguien en secreto?
Lila volvió a negar.
–Ya déjala en paz–Intervino Helga.–. No estuviste ahí. No fue divertido ni romántico, más bien fue aterrador
–Oh, vamos, salir con un chico de americano habría sido un gran movimiento, después de todo ella está en el equipo de animadoras, ¿te la imaginas como reina del baile de primavera?
–Chicas–dijo Lila, de forma apenas audible.
–Aterriza, princesa–dijo Helga–, no todo el mundo vive pendiente de tonterías
–¡Pero la preparatoria es para vivir experiencias!–Insistió Rhonda.– ¡Toda chica sueña con ser reina!
–Tonterías
–Tal vez tú no, pero toda chica normal...
–¿Qué quieres decir?
Rhonda y Helga se miraban con enfado.
–Chicas, basta–Exigió Lila.
–Recuerdo que la Señorita Lila dijo que le gustaba alguien–Se involucró Stinky, rascando su nuca, todavía pendiente del juego de Pinball, pero claramente escuchando la conversación.
–Oh, calla, Stinko–dijo Helga.
–¿Qué? ¿De quién se trata?–Insistió Rhonda– ¿Es guapo? ¿De qué grado es? ¿O está en la universidad?
Helga rodó los ojos y carraspeó.
–¿Qué? ¿Quiero saber? La última cita que le recuerdo es el raro primo de Arnold–Rhonda miró a rubio.–. Sin ofender.
Arnold entrecerraba los ojos.
–Entonces–Continuó– ¿En serio te gusta alguien?
–Sí–Lila asintió, con la mirada baja.–. Aunque sé bien que no podría sentir lo mismo por mí
–¿Te rechazó? ¿Quién fue el idiota?
Lila negó.
–¿Entonces qué pasó? Apostaría que cualquier chico estaría encantado de salir contigo
–Conozco a las personas con las que ha salido. No soy su tipo, para nada. Pero incluso así, no quiero salir con alguien que no me guste ¿Cómo podría? ¿No sería triste? Supongo que tarde o temprano simplemente dejaré ir este enamoramiento y conoceré a alguien más
Un empleado entró anunciando que el auto estaba afuera. El mismo se adelantó y esperó a los jóvenes en la puerta para entregar los abrigos.
Una vez el auto estuvo en marcha Phoebe casi de inmediato volvió a dormirse. Pero también lo hicieron Sheena y Eugene, después de todo, fueron los que más aprovecharon la pista de baile. Los demás hablaban bajito para no despertarles y uno a uno fueron descendiendo.
Lila jugaba con sus manos, mirando por la ventana, incómoda. Arnold, Helga y Nadine se aseguraron de que Rhonda quedara lo más lejos posible de ella, para que dejara de interrogarla.
Uno a uno cada adolescente llegó a su casa.
Helga miró por la ventana con distracción hasta que reconoció su calle apenas unos segundos antes que el motor se detuviera. Se despidió con desgano y agradeció el viaje antes de cerrar la puerta.
Notó las luces apagadas y decidió entrar en silencio.
Algo dentro de ella dolía.
Chapter 78: Epifanía
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La maestra de la última clase del lunes no llegaba y el grupo ya comenzaba a bromear sobre que era mejor aprovechar y salir temprano.
–Deberían guardar silencio–Masculló Helga desde su puesto.
Arnold, la miró.
–Pero... tal vez nos dejen ir...
–¡Que te calles! ¿Recuerdas lo que pasó la últi...ma... vez?
A la chica le costó terminar la frase solo porque Arnold se sonrojó como un idiota. ¿Acaso pensó en lo que hizo fingiendo ser Mike? ¡No se refería a eso! ¡Claro que no se refería a eso!
–Es solo una superstición–Contestó él con una sonrisa nerviosa, rascando su nuca.–. Aunque... imagino que sería gracioso tener una especie de súper poder así... digo, hacer que alguien aparezca de la nada solo porque mencionas que crees que ya no llegará
–Un súper poder inútil–Continuó ella.
–No si sabes usarlo
Arnold decidió mirar por la ventana, incapaz de seguir la conversación. Si su mejor amigo hubiera estado ahí, habría rodado los ojos con desaprobación, pero Gerald tuvo que asistir a una reunión con otros representantes de las clases, así que no tenía quién lo rescatara. Para su suerte, en ese instante un maestro entró al salón para informar que podían retirarse, indicando que la maestra que correspondía a ese horario estaba atendiendo una emergencia familiar.
La mayoría de la gente prácticamente escapó del salón, como si hubieran esperado ese momento. Sin embargo Helga y Arnold tenían sus respectivas prácticas, así que en teoría tenían una hora libre.
La chica no se movió, esperando con paciencia que los demás abandonaran el salón. Sabía que él esperaría.
–No sé qué estás pensando–dijo, sin siquiera mirar a Arnold–, pero lo que sea, tienes que detenerte
El chico la observó confundido.
–¿De qué hablas?–Logró pronunciar.
–Tu actitud en la fiesta... esa reacción tuya ahora... no me agrada
Entonces él dio un largo suspiro.
–Lo siento–Se disculpó incluso si sabía que no había hecho algo terrible.–. Sabes que me agradas y que me importas...
«...y sigo creyendo que eres linda...»
–Así que–Intentó continuar.–lamento haber reaccionado así. Dejamos en claro que solo somos amigos y... que podemos estar bien. Sé que el beso fue solo parte del juego...
–Guarda silencio
–Pero fue por eso me preocupé, Helga. No quiero que haya confusiones ni problemas por un mal entendido y solo quería estar seguro de que estabas bien
–Como sea
Ella se levantó cargando su bolso.
–Pero ya que hablamos de la fiesta–Añadió el chico y ella se congeló–hay algo que pensado
–¿Qué cosa?–Se obligó a sostenerle la mirada.
–¿Por qué...?–Tomó aire.– ¿Por qué estás molestando a Lila?
–¿Molestarla?
–Quiero decir, sé que bromeabas sobre besarla, pero ¿notaste su reacción? No creo que esté bien que juegues así con ella
–Por favor, ella sabía que era una tontería
–No me lo parece. Creo que la asustaste
–¿Asustarla? ¿Yo?
–Quiero decir, ¿no te asustaba Valentina cuando te molestaba así?
Helga evadió su mirada. No, Valentina no le asustaba precisamente.
–Solo, procura no molestarla–Insistió Arnold.–. Lila es agradable y creo que ha sido una buena amiga contigo, sería una lástima que se alejara por algo así ¿no crees?
Helga tomó aire mientras pestañeaba lento. Era cierto. Durante la fiesta hacer esa tontería fue casi un impulso irresistible ¿Por qué? ¿Tanto disfrutaba molestar a los demás...? ¿En serio creyó que hacer algo así no tendría consecuencias?
–Como sea–dijo–. Voy a la cafetería, quiero más pudín de tapioca
Al chico le tomó unos segundo seguirla. Claramente no quería hablar del tema y él sabía que no podía exigirle continuar.
–¿En verdad crees que quede algo a esta hora?–Comentó, siguiéndola.
–¿No que tú eres el optimista?
Arnold sonrió y asintió. La sonrisa de Helga por solo pensar en comer su postre favorito era algo que valía la pena para él.
Trataron de mantener la voz baja mientras caminaban por la escuela, lo último que querían era un regaño por interrumpir las clases.
Tuvieron suerte y aunque ya estaban retirando la comida que quedaba, la amable anciana de la cafetería les permitió sacar los últimos tres pudines y un par de cucharas desechables.
Sin pensarlo mucho salieron de ahí hacia el patio y se sentaron en una de las mesas, a pesar del frío viento que recorría el lugar, arrastrando las últimas hojas que habían caído.
–Tenías razón–dijo Arnold, mientras abría un pote.
–Siempre tengo razón...y también conté la cantidad de pudines que quedaban antes de ir a clases y las personas en la fila
Arnold medio sonrió.
–Por un momento creí que estabas siendo optimista, pero veo que ya lo tenías planeado
–No podría tener tanta fe... no soy como tú, necesito cierta seguridad
Arnold asintió.
–¿Pero por qué contaste? No es como que pudieras pasar después de clases
–Si hay poca gente en la fila pido uno de todos modos
Arnold entonces se dio cuenta que había visto eso un par de veces, aunque jamás lo había analizado.
–Pero hoy–Continuó Helga su explicación, comiendo con entusiasmo–había demasiadas personas y sabía que no me dejarían, de todos modos estimé que sobrarían postres
–Así que comes postre doble cuando hay pudín de tapioca
–Triple, Lila me guarda el suyo ¿recuerdas?
Durante la práctica de boxeo el entrenador al fin anunció cómo organizaría el sistema de puntos para decidir a las tres chicas que participarían en el torneo escolar y eso generó entusiasmo, pero durante las rotaciones para practicar combates, Helga no logró concentrarse al enfrentar a Lila Sawyer.
Las palabras de Arnold la hicieron pensar en lo incómodo que debió ser para ella y que esa falta de reacción solo podía significar que estaba paralizada de miedo. ¿Cómo no? Era algo... diferente y al final del día no tenía idea de la postura de Lila respecto a ese asunto... tampoco era como si estuviera encuestando a todo el mundo para saber qué creían, pero era cierto que no podía asumir nada.
Al final de la práctica, Siobhan le dijo que necesitaban hablar sobre el periódico y Helga se marchó con ella, agradecida de tener una excusa, aunque más tarde lamentó la mirada triste de su amiga. Le hubiera gustado siquiera acompañarla a la parada del autobús, ya que no le daba el tiempo de caminar con ella a casa. Pero esto era importante. Cada vez quedaba menos del tiempo que Miriam pasaría con Olga y sabía que lo que planeaban contra las animadoras podría sumar más caminatas con su amiga... y, rayos, de alguna forma lo ansiaba.
La enana pelirroja ya había organizado la información, con notas adhesivas de colores, nombres y códigos. Denunciarían a las porristas y al equipo de americano. Sus actos estaban tan entrelazados, que era imposible hacerlo por separado.
Desde un comienzo sabía que para dejar a Lila libre de problemas y evitar sospechas, lo mejor era dejar fuera a las chicas que entraron ese año. Lo bueno era que a Siobhan también le agradaba Lila lo suficiente para tener esa consideración y ni siquiera necesitaron negociarlo.
Lo malo era que significaba que Edith tampoco se vería manchada. Y aunque hubiera querido que fuera de otro modo, Helga debía admitir que no tenía absolutamente nada para ensuciar a McDougal. Era tan sosa que nadie en su antigua escuela la odiaba -apenas y la recordaban-. Tampoco había cosas turbias en su familia y no guardaba secreto alguno que valiera la pena exponer. Era tan aburrida como su aburrida prima.
Así que aunque el reportaje no destruiría a Edith, haría lo suficiente para sacudir a la reina de su trono.
Esa semana comenzaron a preparar las fotografías y escanear los documentos con toda la evidencia: robo de fondos, estafas y acoso escolar. Era bastante trabajo, pero a ese ritmo podrían tenerlo listo para la siguiente semana.
Helga tomó eso como un plazo límite y durante los días siguientes dedicó cada instante libre a completar y revisar cada detalle, cada fragmento de información, esforzándose por mantener un tono neutro e informativo, ahogando conscientemente el deseo de derramar su odio, en especial los días que veía a Lila otra vez en la mesa de las animadoras, silenciosa, ausente y falsa. ¿Cómo podían llamarse sus amigas si no disfrutaban de su verdadera sonrisa?
...~...
Después de la práctica del sábado, al salir del centro comunitario, Gerald se despidió de Arnold, para tomar la mano de Phoebe y caminar con ella hacia el parque.
Helga los notó al llegar a la puerta y aunque apenas los vio de espalda, supo que era una cita especial, porque Phoebe se preocupó de su vestuario y peinado más de lo usual.
Sonrió al acercarse y Arnold la vio.
–Creo que hoy seremos solo nosotros–dijo el chico.– ¿Te acompaño a casa?
–Lo siento, cabeza de balón, hoy no voy a casa–Contestó la chica, encogiéndose de hombros.
–¿Por qué? ¿Tienes planes?
–Tal vez. Aunque estoy de buen humor, así que podemos caminar hasta la parada del autobús–Bromeó.
Arnold asintió, siguiéndola.
–¿Visitarás a tu hermana? ¿Cómo está el bebé?
–Criminal–Bufó y luego continuó con indiferencia.–. En primer lugar, no me interesa...
–¿Acaso no te emociona ser tía?–Interrumpió.
–Claro que no
–No lo entiendo, si yo tuviera hermanos...
–No empieces–Le cortó.–. Olga está bien, el bebé está bien, su matrimonio es tan perfecto como puede ser y mis padres babean cada vez que hablan de su nieto. Habrá una fiesta oficial la próxima semana y amaría perdérmela, pero iré. No lo detesto, es decir, es un bebé, no le veo el chiste. Esperaré enseñarle algunas groserías cuando tenga edad para hablar
–¡Helga!
–¿Qué? Es mi deber como tía
Arnold ahogó una risita.
–Lo que tú digas, Helga. Entonces ¿Cuáles son tus planes para hoy?
–¿Para qué quieres saber?
–Solo trato de hacer conversación
–¿Será que te preocupa que tenga una cita?–dijo por molestar.
Al chico le tomó un segundo controlar su expresión de sorpresa, pero Helga no notó enfado.
–¡C-claro que no!–Logró contestar.– Quiero decir, siempre dices que es un país libre... No es asunto mío... ¿Aunque es alguien que conozco? ¿Te trata bien? ¿O es su primera cita? ¿Es Isaac? ¿Stinky? ¿O un chico del periódico?
La risa estrepitosa de Helga lo hizo callar. Molestarlo seguía siendo uno de sus hábitos favoritos y no pensaba dejar pasar la oportunidad, pero su crueldad ahora tenía límites.
–Bromeaba. Solo saldré con Lila–Explicó.
Arnold se mostró aliviado.
–Bueno, espero que se diviertan–dijo.
Helga miró hacia la distancia. El autobús estaba cerca. El chico se despidió de su amiga y esperó que ella subiera antes de alejarse.
Helga se sentó casi al final del bus.
–Estúpido cabeza de balón–Masculló.–. Tan entrometido. Aunque ya dejó claro que se preocupa por mí. Tan torpe, tan ingenuo. Helga G. Pataki no necesita de nadie que la cuide...
En ese instante una respiración fuerte la alertó. Volteó y notó que en los asientos justo detrás de ella estaba recostado Brainy.
«¿Es en serio?»
–¿Qué demonios haces aquí?–Se quejó, arqueando su ceja.
El chico se sentó y, como antes, solo se encogió de hombros con un sonido de "umh?". Luego miró alrededor y se levantó para bajar en la siguiente parada.
Helga se quedó perpleja hasta que el bus continuó su camino, maldiciendo al estúpido Déjà vu.
En cuanto bajó caminó con decisión. Al tocar la puerta unos pasos pesados le adelantaron quién abriría.
–Hola, señor Sawyer ¿ya llegó Lila?
–Acaba de llegar. Está ocupada–Contestó el padre de su amiga, apartándose de la puerta–. Puedes esperarla en su cuarto
–Gracias
La chica siguió el camino que ya conocía y dejó su bolso en el suelo, sentándose junto a éste. Cruzó la piernas, apoyando su espalda en el marco del la cama. Sujetó su hombro izquierdo y lo giró con lentitud. Le dolía por el empujón que le dio uno de los idiotas de tercer año. Apretó los dientes, pensando que al menos Kaline lo amonestó por eso.
Miró su teléfono, revisando los últimos mensajes, luego lo guardó y miró alrededor.
Las cosas de Lila siempre estaban tan ordenadas, que parecía el anaquel de una tienda. Todo en un lugar, sin polvo, sin caos.
Con distracción sacó de su bolso una libreta y una pluma. Describió el aroma floral y limpio de la habitación, la forma en que el sol entraba por la ventana y los espacios que iluminaba. Añadió una nota sobre como el orden escondía las inseguridades que ella lograba vislumbrar y en cómo incluso en su ausencia, todo en esa habitación exhalaba su esencia.
Se detuvo un instante, mirando sus anotaciones. Tachó un par de palabras para corregirlas. Volvió a leer y levantó su pluma hacia su rostro, apoyando el botón en su mejilla, pero tras el clic un dolor intenso se lanzó como un rayo desde su hombro hasta la punta de sus dedos. Su mano se abrió y la dichosa pluma cayó, rebotando hasta terminar debajo del escritorio. Helga apretó los dientes, esperando que el dolor pasara. Cuando logró moverse masculló quejas mientras se estiraba para buscar a tientas.
Los pasos afuera la alertaron y forzó un último estirón, sujetando la pluma y un trozo de papel que guardó a prisa. Lo último que quería era que Lila preguntaba qué escribía. Sacó su teléfono para encenderlo y fingir distracción justo antes que su amiga entrara.
La manilla girando, el chirrido de las bisagras, pasos suaves, una expresión ahogada de sorpresa, Lila tartamudeando su nombre.
Al voltear ligeramente notó las sandalias, luego levantó la vista, subiendo por la bata hasta llegar a su rostro y se miraron en silencio unos segundos.
–T-te espero afuera–dijo la rubia, tomando su bolso para salir de ahí.
Lila asintió, dejándola pasar y cuando escuchó que su amiga cerraba la puerta Helga se dejó caer en el sillón notando que el padre de su amiga no estaba por ningún lado.
...~...
Lila contaba sus latidos mientras seguía congelada con la espalda contra la puerta. El grito salió silencioso, mientras apretaba los ojos y escondía su rostro entre sus manos. La sangre quemaba sus mejillas y sus orejas parecían pulsar.
Repasó sus errores. Apenas unos minutos atrás seguía en la ducha. Su padre tocó la puerta para avisar que saldría un momento y dijo algo más que no escuchó. Lila contestó que no era problema. Sabía que Helga llegaría pronto y tenía prisa, así que terminó de enjuagar su cabello, cerró la llave, apenas acomodó su bata y tomó una toalla con la que pensaba envolver su cabello para secarlo un poco mientras se vestía. No imaginó encontrar a su amiga en su habitación.
En todos esos días su mente regresaba a ese instante en la fiesta en que Helga pretendió querer besarla, en cómo no pensó en negarse ni por un instante, en cómo no podía más que esperarla, en qué habría pasado si hubiera tenido el valor de moverse hacia ella. Esa semana fue una tortura y solo buscaba evitarla tanto como quería verla.
Aceptó acompañarla en cuanto Helga mencionó que tendría algo de tiempo libre, porque sabía que su amiga necesitaba distracciones del estrés que era su hogar. Así que sacudió sus miedos y se apresuró en prepararse para salir.
Tenía la ropa elegida desde el día anterior, también un par de opciones de zapatos.
–No fue nada–Murmuraba para sí mientras secaba y peinaba su cabello.
Frustrada, presionó la toalla contra su rostro, buscando que le frio la apaciguara, luego se maquilló de forma simple y finalmente ajustó sus zapatos, pero cuando ya no le quedaba nada por hacer, tuvo que tomar aire y obligarse a salir, rogando que el rubor se hubiera desvanecido lo suficiente, porque fue incapaz de volver a mirarse al espejo. Temía encontrar demasiado o muy poco, temía dudar de sus elección para esa tarde, temía que su cerebro inventara una excusa para seguir ahí.
Su padre ya estaba de regreso y charlaba casualmente con Helga mientras ordenaba las compras que acababa de hacer.
–Lamento la demora–dijo Lila, jugando con sus manos y estirando su falda.
Helga sin siquiera mirarla se encogió de hombros.
–¿Ya nos vamos?–dijo, revisando la hora en su teléfono.
–Sí–Contestó Lila y luego miró a su padre.–. Regresaré para la cena
–¡Diviértanse!–dijo el hombre como despedida.
De camino, Helga le preguntó sobre las clases de ballet y la obra que estaban ensayando. Luego le contó sobre las prácticas de ese día, de cómo Stinky bateaba cada vez mejor y que Gerald había humillado a los de tercero en una carrera.
–Aunque nunca dejarán de ser idiotas–Concluyó, girando su hombro y apretando los dientes.
Lila preguntó luego por Olga y el bebé, así que Helga le contó lo que sabía, aunque todavía no iba a verle. Intentaba seguir el hilo, pero estaba incómoda. Se sentía torpe y fuera de lugar. En cambio Helga apenas y reaccionó. ¿Por qué no le importaba? Ni siquiera había dudado en cambiarse delante de ella cuando se quedó ahí por primera vez, tampoco le había importado cuando la ayudó después de la pijamada de Rhonda, pero ahora era... distinto.
Le dolía esa indiferencia. ¿Cómo podía no ser nada?
Además, Helga no dejaba de mirar su teléfono y al preguntar supo que se reunirían con alguien más. Una parte de ella detestó eso, aunque otra sabía ciertamente que eso era normal, después de todo, podían reunirse con más amigos. ¿Tal vez con Arnold? ¿Phoebe? ¿Gerald? Sabía que no era con Nadine, ya que ese día saldría con Rhonda.
Esperaron en la entrada de los arcades y Helga miró alrededor, para luego sacar su teléfono. Estaba escribiendo un mensaje cuando alguien gritó su nombre.
Lila pudo ver a una guapa chica saludando con alegría. Era un poco más alta que Helga. Su cabello castaño tenía mechones dorados y era larguísimo, incluso si lo llevaba trenzado. Sus ojos tenían un hermoso tono verde claro y su rostro se iluminaba con una sonrisa preciosa. La vio abrazar a Helga como saludo y le extrañó que su amiga no actuara incómoda, aunque no le respondió. Luego volteó hacia ella y también la saludó con un abrazo amistoso.
–Tú debes ser Lila–dijo la chica al apartarse, sujetándole las manos y mirándola de arriba a abajo–. Soy Valentina, encantada de conocerte
–Hola–Respondió la pelirroja, notando por su acento que no era de la ciudad o siquiera del país. Estaba impresionada por esa energía.
Helga ahogó una risita.
–Te dije que le hablaría de ti–Le recordó.
–¿Perdona?–Contestó Lila, confundida.
–¿Recuerdas que Gerald me estuvo molestando? Bueno, es con...–la indicó con sus ojos.
–¿Qué? ¿C-con ella? ¿Por qué?
–Porque es un idiota
Valentina notó un suave rubor en el rostro de Lila.
–¿Entonces vamos a jugar o qué?–dijo Helga, intentado cambiar de tema.
–Me gustaría comer algo antes–dijo la mayor.
Pronto estuvieron sentadas en un local de hamburguesas, compartiendo patatas fritas.
Lila escuchó atenta lo que Valentina contaba sobre su intercambio. También le comentó cómo había conocido a Helga, Phoebe, Gerald y Arnold hacía casi dos años. A la pelirroja le parecía increíble que se hubieran encontrado en el partido, casi como cosa del destino y ciertamente no pudo evitar mencionarlo, así que Valentina le explicó lo mismo que le había dicho a Helga sobre intentar una locura al buscar una escuela en esa ciudad. Luego le habló sobre su familia y Lila podía percibir cierta tristeza. Sabía que era duro estar lejos de quienes conoces y la gente que amas.
No se dio cuenta de cómo cambió la conversación y Valentina le preguntaba con verdadero interés sobre las clases de ballet y el equipo de porristas. También se mostró impresionada de que estuviera en boxeo con Helga, porque definitivamente no parecía del tipo de chica que haría esa clase de deportes.
En esa hora notó que Helga y Valentina se llevaban mucho mejor de lo que su amiga se llevaba con muchas personas. También comprendió porqué la molestaba Gerald. Valentina no dejaba de hacer bromas que rayaban el coqueteo y Helga no solo no se enfadaba, sino que de vez en cuando le seguía el juego, para terminar ambas riendo.
No le gustaba eso...
No le gustaba... no tener algo como eso... aunque si lo pensaba... Helga... había hecho eso con ella alguna vez ¿se llevarían igual si ella hubiera tenido la audacia de seguirle el juego? ¿Fue por la influencia de Valentina que hizo ese comentario sobre besarla en la fiesta?
De vuelta en los arcades, alternaron entre distintas máquinas. El lugar era mucho más ruidoso y se dificultó seguir hablando, pero las risas se escuchaban por sobre los efectos de sonido y la música de los distintos juegos que solo era posible apreciar bien cuando estabas justo en frente.
Pasaron por distintas máquinas, turnándose para jugar de una o dos y aunque no eran el fuerte de Lila, se estaba divirtiendo. Hasta que recordó cómo le había pedido ayuda a Mike antes de saber que era Helga y tuvo que apartarse un momento, tratando de calmarse.
«¿Hasta donde habría empujado el coqueteo con Mike si Edith hubiera presionado lo suficiente?»
«¿Helga lo hubiera permitido por mantener su fachada?»
Su amiga seguía siendo buenísima en los juegos de combate, así que cuando las venció a ambas, un chico algo mayor de inmediato metió una moneda para competir con ella.
Valentina supo que ganaría en cuanto terminó la primera ronda, así que se acercó a Lila.
–¿Estás bien?–Quiso saber.
La pelirroja asintió.
–¿Quieres jugar algo distinto?
–Yo... la verdad no lo sé. No suelo venir aquí
–¿En serio? ¿Prefieres que vayamos a otro lado?
Lila negó.
–A Helga le gusta pasar tiempo aquí–Comentó.–. Y no es que no lo disfrute, pero lo cierto es que no soy muy buena
–No tienes que ser buena para divertirte
–¡Toma eso, idiota!–Gritó Helga.
–Aunque... claro, ganar es parte de la diversión
–Así veo–Admitió Lila y ambas rieron.
Helga volteó para celebrar con sus amigas dándole los cinco y luego de que derrotó a un tercer tipo decidieron intentar en otros juegos. Probaron varias opciones y Lila resultó ser bastante buena en aquellos de conducción.
También lograron conseguir un turno en las máquinas de baile. Aunque al comienzo Lila no las entendía, pronto aprendió la lógica de cómo funcionaban después de ver a Valentina.
Realmente se estaba divirtiendo y como tenía un buen sentido del ritmo y gran coordinación, estaba sacando puntuaciones en verdad muy buenas.
Entre quienes esperaban la máquina y curiosos, una multitud se reunió, admirando sus habilidades.
Helga perdió y Valentina tomó el relevo para que Lila pudiera completar su sesión.
Logró desbloquear una canción especialmente difícil y ambas chicas lograron superarla, pero la habilidad de Lila destacó por mucho. Los aplausos la hicieron regresar su atención al entorno y, avergonzada, decidió que era suficiente y bajó de la máquina. Valentina la abrazó con fuerza para felicitarla y al apartarse la tomó por la cintura y levantándola del suelo.
–G-gracias–dijo Lila, nerviosa, mientras apoyaba sus manos en los hombros de Valentina, esperando que la bajara.
Con sus pies en el suelo miró alrededor y Helga le hizo un pulgar arriba sonriendo. Stinky se había acercado a hablar con ella, así que Lila y Valentina los siguieron hasta el juego de los zombies. Tras unos 20 minutos estaban enfrentando al último jefe y lo vencieron casi sin recibir daño. La rubia dejó HGP en el listado de puntuaciones más altas, mientras el chico escribió SP. Lila vio como esas siglas aparecían varias veces en el listado de 50 mejores puntuaciones, tanto para dobles como individuales, lo que explicaba la hazaña.
Esas fueron las últimas fichas, así que las chicas se despidieron de Stinky y salieron del lugar. El atardecer se insinuaba.
–Todavía tengo una hora antes de regresar al internado–Comentó Valentina, mirando su teléfono.–¿Hay algo que podamos hacer?
–Debo regresar a casa. Le prometí a papá que cenaría con él–Explicó Lila.
La acompañaron a la parada del autobús, pero Helga decidió quedarse un poco más y llevó a Valentina a una cafetería cerca de ahí.
–Gracias por lo de hoy–dijo de pronto Valentina.
–Como sea–contestó Helga, mirando como llegaban sus pedidos.
–Es bueno tener una amiga con la que pueda ser yo–Añadió Valentina cuando volvieron a quedar a solas. Estaban en una de las últimas mesas al fondo del local, lejos de la caja y la barra.
–No deberías tener amistades con las que no puedas ser tú, ¿sabes? Eso es hipócrita–Contestó Helga. Bebió un poco de café y luego de hacer una expresión de asco le puso tanta azúcar como creyó que era legalmente posible.
–Mis amigas... –dijo, mirando cómo Helga revolvía su café.– sabían casi todo de mí... excepto un detalle... y eso bastó para que me dieran la espalda
–Entonces no eran tus amigas
–No las conoces
–No necesito conocerla para saberlo. Una verdadera amiga sabe guardar secretos, incluso si le asustan o le incomodan
Valentina sonrió con tristeza
–Lo peor de todo no fueron los rumores o que me molestaran, lo peor fue sentirme completamente sola. Hubiera sido más fácil con una amiga como tú en mi escuela...
–Me tienes aquí. No es mucho, pero es algo
Valentina la abrazó, pero esta vez Helga la apartó.
–No te pongas melosa
Entre risitas, Val bebió un poco de su café.
–¿Invitarás a Lila la próxima vez?–dijo, jugando con el borde de su vaso.
–Tal vez–Contestó volviendo a revolver su café, había puesto demasiada azúcar y se acumulaba al fondo.
–Me gustaría volver a verla. Es agradable
–La chica más agradable de toda la escuela
–Y sus pecas son lindas
–Si tú lo dices
–Y su risa es tan dulce
Helga rodó los ojos.
–Aunque... –Continuó Valentina–, supongo que estoy lejos de estar en sus pensamientos, excepto como un inconveniente
–¿Qué quieres decir?
La mayor entrecerró los ojos, observándola, luego sonrió.
–Oh, nada, tal vez solo una idea...
–Como sea...
–Aunque... creo que podrías gustarle
Helga medio escupió su café.
–¿ACASO ESTÁS LOCA? ¡Claro que no!
–Oh, bueno, para nada parecía celosa cuando nos encontramos
–Ya basta
Valentina soltó una risita.
–Y tú tampoco parecías muy contenta cuando la abracé
–Cállate
–Sí, deben ser ideas mías
Valentina bebió otro poco de su café, disfrutando de la incomodidad con la que Helga miraba en cualquier dirección con tal de evitarla.
Pagaron sus bebidas y salieron a buscar el autobús. Helga se aseguró que su amiga tomara el correcto antes de ir a la parada donde esperó el suyo. Llegó a los pocos minutos y se sentó a mitad del bus, pero antes revisó todos los asientos alrededor. Con Briany nunca se sabía y no quería repetir la escena de esa mañana.
Frustrada, cubrió su rostro con sus manos. La tonta Valentina había deslizado en su cabeza una idea que intentaba bloquear. En especial después de lo que había ocurrido esa tarde.
«¡Patrañas! ¿A quién engaño?»
Era algo que había pensado muchas veces antes... incluso antes de la broma de la fiesta.
«Sin embargo...»
Lila era tan hermosa que era tonto negarlo y tenía un montón de cualidades que hacían que la atención girara hacia ella. Era algo que se decía desde... ¡Siempre! Incluso o especialmente cuando estaba enfadada con ella cada vez que Arnold perdía la cabeza.
Siempre le puso demasiada atención, pero era fácil pensar que tenía que ver con el interés que le daba el chico dueño de sus pensamientos. ¿Y acaso no era cierto?
Y como si no fuera suficiente, Lila era la clase de chica a quienes la adolescencia solo las hacía brillar más. Su cabello más largo y sedoso, aunque, claro, Helga ahora sabía que había dedicación y cuidado ahí. Su piel siempre iluminada de una forma que no podía explicar, esos ojos llenos de vida, alegría e inteligencia... y una sonrisa que traía a media preparatoria a sus pies... incluso si ella no lo sabía.
En su mente se repitió el instante en que la escuchó pronunciar su nombre, de forma torpe e incómoda, nerviosa.
Y lo primero que había notado cuando entró a la habitación era lo ridículamente atractiva que lucía, apenas envuelta una bata que casi caía por su brazo, revelando un hombro pálido. Su cabello estilando suelto y desordenado, con gotas que se deslizaban lentamente por su cuello. Y el aroma intenso del jabón y el champú, ahogándola.
Y mientras una voz entusiasta al fondo de su cabeza la empujaba a bromear y quedarse ahí, fingiendo que nada pasaba solo para poder mirarla de reojo, otra parte más racional la obligó a salir, porque la valoraba y respetaba lo suficiente para darle privacidad. Y porque las palabras de Arnold sobre asustarla no la habían abandonado en toda la semana. Lo último que quería era alejarla siendo... rara.
Escribirse mensajes con Valentina -aunque escribió tres borradores por cada uno que realmente envió- fue suficiente distracción en el camino hasta que lograron reunirse con ella y jamás admitiría lo agradecida que estaba de que fuera tan puntual.
–Tonta Lila y su tonta dulzura, si no fueras tan estúpidamente perfecta... cómo te desprecio...
Ya en casa fue directo a su habitación, dispuesta a dormir. Tenía sesión temprano con Bliss y ya que había cancelado la del mes anterior, esta no pensaba perdérsela.
...~...
Después de felicitarla por como llevaba la amistad con Arnold y escucharla quejarse de la atención girando de nuevo en torno a Olga y el bebé, de lo desagradable que había sido hacerse cargo de muchas cosas porque Bob era casi inútil, de lo mucho que disfrutaba sus actividades deportivas y lo bien que iba en las clases, cuando su confiable terapeuta preguntó si había algo más de lo que quisiera hablar, Helga se dejó caer en la silla y asintió.
–Creo que le gusto a alguien... –Murmuró, jugando con sus pies.
–¿Y cómo te hace sentir eso?
–No lo sé
–¿Qué es lo que quieres hablar respecto a eso?
–El asunto es que Vale me lo hizo ver y ahora no puedo dejar de pensarlo ¿sí?
–¿Por qué?
–Porque llevo un tiempo... ignorando lo que me dijo. Y tal vez... tal vez es porque... no lo sé...
Bliss solo la observó, inmóvil.
–Es muy amable y dulce, pero eso es parte de su personalidad, no algo que haga por mí. Pero de todos modos me gusta cuando es amable y dulce conmigo. Y tal vez he hecho algunas bromas... y la forma en que se sonroja, la forma en que me mira a ratos, la forma en que a veces me evita y rayos... ni siquiera es algo nuevo... y ahora me siento terrible... ¿por qué no lo noté antes?
–¿Qué quieres decir?
–¿Acaso yo provoqué esto?
Helga no le había contado sobre Mike ni todo el caos que eso causó y no quería explicarlo ahora, pero tal vez...
–Estuve fingiendo ser alguien diferente y, bueno, tuvimos algo así como un coqueteo... creo que eso causó toda la confusión. No soy... la clase de persona que debería gustarle
–Helga, no puedes controlar cómo otras personas se sienten respecto a ti
La adolescente mantenía la mirada en el suelo, rascando el sillón y apretando los dientes.
–Ella no debería fijarse en mí
Bliss la observó un instante.
–¿Te incomoda que se trate de una chica?
Helga negó.
–No. Digo, no es el primera vez que le gusto a una chica. Lo que detesto es que creo que le hago daño. No sé si está bien que sea su amiga. ¿Debería alejarme de ella?
–Helga, escucha... ¿ella te ha dicho algo al respecto?
La chica negó.
–Entonces–Continuó Bliss– tal vez deberías aclarar todo esto con ella antes de tomar una decisión. ¿No lo crees? Tal vez solo sea demasiado amistosa y no estás acostumbrada a eso. Y si ella en verdad siente algo diferente por ti ¿te alejarías de ella? Piensa ¿temes perder su amistad?
–No lo sé
De vuelta en casa todavía intentaba convencerse de que todo lo que Valentina creyó ver no era más que un mal entendido a causa del incidente de la bata, como decidió registrarlo en una parte aislada de su mente. Después de todo, había visto a una de las chicas más atractivas de la escuela en una situación poco común, porque, vamos, Lila era de las chicas que se las arreglaba para cambiarse en privado en los cubículos de las duchas después de la clase de deporte o las prácticas de boxeo, así que no era como que la hubiera visto así en otra ocasión. Era normal estar un poco incómodas después de algo así ¿no?
Pero recordaba cómo le había coqueteado cuando se vestía como Mike... incluso después de saber que todo fue una actuación... era agradable tener esa clase de atención de ella, realmente llegó a disfrutarlo y creyó que en parte era porque había conseguido de Lila lo que Arnold nunca logró obtener y también un cierto orgullo, porque su disfraz era así de convincente. Una parte de ella estaba enfadada por saber que todo eso no fue más que parte de un tonto plan de Edith y al mismo tiempo detestaba que en verdad disfrutó tener a Lila así de cerca.
Y no era la primera vez que pensaba... o lo imaginaba... o fantaseaba con eso, al punto en que se sentía obligada a escribir lo que sentía, como si dejarlo en papel la distanciara de todo eso.
Buscó la libreta y la pluma en su bolso. Encontró el papel que tomó del cuarto de su amiga sin querer. Lo abrió con cuidado. Estaba arrugado y por el tamaño definitivamente era un trozo de una hoja más grande rasgada en muchos pedazos. Lamentó que no fuera un deber de la escuela, algunas fechas de historia, una lista, definiciones, ecuaciones o cualquier cosa. La letra era rápida y el trazo marcado se sentía al otro lado, era distinta a la cuidada, redonda y suave caligrafía que usaba en la escuela. La línea de arriba estaba cortada, pero era posible entenderla, luego había tres más.
Se sentía como una intrusa mirando ese trozo de papel, pero su cerebro comenzó a completar los detalles. La H de su nombre estaba cortada a la mitad, pero solo podía decir Helga. Antes de darse cuenta lo había extendido sobre su libreta para completar lo que creía entender:
»[d]ecir lo que sien[to]
espinas clavada[s]
me confunde t[anto?/ambién?]
[H]elga me odiar[ía/á]«
Debía ser el trozo de una página arrancada de su diario. Agradeció tener el festivo del día de lo veteranos para no tener que verla y al mismo tiempo ansiaba la llegada de las clases para cruzarse con ella.
Volvió a leer el papelito antes de cerrar su libreta y decidir dejarla escondida en lo más alto de su repisa.
Estaba furiosa consigo misma.
No tenía idea de qué significaba, pero Lila tenía razón en algo. Hacía un tiempo que rondaba por su mente la idea de odiarla.
«Y sin embargo...»
Chapter 79: Conflicto
Notes:
Capítulo largo ;) disfruten y no olviden tomar awita
Chapter Text
Helga puso más atención a cada cosas que Lila hacía y decía. Lo que era un esfuerzo colosal cuando se encontraba disfrutando de su presencia y hasta imaginando frases y miradas que sabía que no eran más que fantasías. Exasperada, sacudía su cabeza y mascullaba para sí "concéntrate".
Incluso en su ausencia la torturaba.
Esa semana, en medio de una clase dejó caer su cabeza sobre el su pupitre, negando para sí misma y tratando de frenar ese latido acelerado en su pecho.
–Señorita Pataki
La voz del profesor la obligó a levantar la mirada. Amenazó con el puño a quienes se reían a su alrededor.
–Deje las tonterías y ponga atención al ejercicio...
Helga miró el pizarrón, bajó la mirada a sus notas y luego volvió a mirar al frente. Había anotado todo de forma mecánica y no tenía idea sobre que iba la clase, pero ya podría pedirle ayuda a Phoebe.
Trató de seguir con sus apuntes, pero terminó con pequeñas anotaciones en los bordes de la página y antes de darse cuenta había compuesto un poema... sobre la constelación en su rostro... y perderse en el atardecer de sus cabellos...
De inmediato lo tachó hasta hacerlo ilegible, en un arrebato que le valió otro regaño.
Agradeció que Lila no estuviera en esa clase. De solo imaginar su mirada preocupada sus latidos se alteraban.
Tenía que dejar de pensar en ella...
El jueves decidió aumentar la apuesta y acompañarla a ballet. La luz en su mirada y la alegría en su voz le dejaban claro que disfrutaba la idea, pero tal vez era porque amaba hablar de ballet y a Helga le encantaba escucharla.
Se quedó con ella hasta que la profesora indicó que empezarían los ensayos, atenta a cada interacción que tenía con otras personas. Podía descartar que cualquiera de la clase le gustaba a su amiga.
Ya en casa listaba la evidencia a favor y en contra, haciendo notas que tachaba y reescribía hasta el final del papel y luego lo lanzaba al aire, lo arrugaba o lo rompía, para volver a empezar.
No se convencía de que Valentina tuviera razón, ni tampoco de que estuviera equivocada. Y en suma, las palabras de Arnold la atormentaban y el riesgo de perder la amistad de Lila era paralizante.
Porque... vamos... a ese punto Helga ya había admitido que estar (o no) con Lila no se sentía como estar (o no) con sus otras amigas.
Es decir, antes Lila era solo una amiga y era normal que le importara. Después de todo, también se preocupaba por Phoebe incluso antes de ir a terapia, cuando podía decirse que tenía la empatía de un ladrillo. Incluso entonces cuando veía a su mejor amiga pasando un mal rato no guardaba silencio. Pero ya desde hacía un tiempo estar con Lila se sentía distinto a su relación con Pheebs, Nadine, Rhonda e incluso Valentina. Y aunque sabía con certeza que le gustaba a Valentina, por alguna razón el que no fuera mutuo no afectaba el como se llevaban. Mientras la sola idea de quizá-tal-vez-por-alguna-loca-razón-tener-la-posibilidad-de gustarle a Lila aceleraba su pulso y se colaba en sus ensoñaciones... hasta que el terror tornaba todo en pesadillas en las que su amiga se alejaba de ella, dejando de hablarle o incluso la ridiculizaba. La idea de incomodarla o lastimarla de algún modo era terrible.
Tampoco quería que este nuevo sentimiento manchara de algún modo los recuerdos su amistad. En serio detestaba la idea de que Lila llegara a pensar que lo que había pasado antes entre ellas no era sincero, porque lo era, al menos todo lo sincero que podía ser para Helga.
Y si pensaba en eso... era consciente de que siempre le puso demasiada atención. Y sí, en un principio fue por envidia, porque Lila era tan dulce, amable, inteligente, cortés y bonita, que no le tomó esfuerzo alguno acaparar la atención de toda la clase. Y cada vez que recordaba lo que le hicieron-y que ella lideró-, el arrepentimiento contraía su estómago y le quitaba el aire unos segundos. Ahora entendía que Lila solo intentaba encajar en su nueva escuela y hacer amigos. Era la novedad ¡por supuesto que llamaría la atención!
Tenía que agradecer que Lila fuera tan amable de haberlas perdonado... y tan considerada y resiliente para dejar atrás aquel ataque... y bueno... todo lo demás que le hizo solo por celos.
«¡Demonios!»
Recordaba como su estúpida inseguridad la empujó hacia Arnold y como el tiempo que pasaron juntos hizo que el chico desarrollara sentimientos por alguien a quién hasta ese momento solo veía como una chica más de la clase.
Y ahora que la conocía mejor, sabía que, si hubiera visto lo que había escrito originalmente, Lila habría intentado ayudar para que estuvieran juntos.
La habría odiado tanto por eso...
Pero no odio en serio, no como odiaba la actitud de Bob o los viejos hábitos de Miriam o la perfección de Olga... más bien... de la forma en que odió a Arnold...
Tal vez... podían seguir siendo amigas. El único esfuerzo que requería era ahogar sus sentimientos en el fondo de su ser, algo en lo que en ese punto debía considerarse experta, pero si Valentina tenía razón, Lila no lo estaba pasando mucho mejor que ella.
Y ahora que admitía para sí lo que sentía, bastaba con un instante juntas, una risita, una mirada, para saber que era imposible continuar así.
Pero no quería arriesgarse.
Tenía que reunir suficientes datos...
...~...
Y mientras ella se ocupaba en eso, el distrito escolar todavía lidiaba con las consecuencias de la primera investigación publicada en la web de la enana pelirroja. Las escuelas del sector se vieron obligadas a evaluar y corregir protocolos de acción, realizando múltiples reuniones entre los administradores y los representantes de los maestros, padres y, entre los más afectados, los representantes del consejo estudiantil.
–No puedo creer que deba ir a otra reunión–Se quejaba Gerald mientras guardaba sus cosas.–¡Es sábado! ¡Estoy agotado! Esto debería ser ilegal
Solo le permitían llegar más tarde por la práctica, pero debía darse prisa.
–Vamos, te acompaño–dijo Arnold, intentando darle ánimo.– ¿Qué tan malo puede ser?
–No lo imaginas, pero agradezco el apoyo
El moreno dio un largo suspiro.
Ambos tomaron sus bolsos y se despidieron de los demás para dirigirse a la salida del centro comunitario. En ese instante varias risas salían del camerino de las chicas y Arnold volteó al escuchar a Helga bromeando con las demás. Parecía de buen humor y la idea de acompañarla a casa hizo que se arrepintiera de lo que acababa de ofrecerle a Gerald.
–Hermano, creo que no podrás ir conmigo–dijo de pronto su amigo, dándole golpecitos con el codo.
–¿Q-qué quieres decir?–El rubio sintió su pecho apretado, creyendo que algo lo delataba, pero luego miró hacia donde su amigo indicaba, notando a Edith apoyada en el muro junto a la puerta principal.
Gerald lo llevó hasta ella, la saludó, se despidió de ambos y se alejó antes de que su amigo decidiera hacer la estupidez de mantener su palabra.
«Me debes una»
–¿Q-qué haces aquí?–dijo Arnold.
La chica dejó escapar una risita coqueta.
–¿No es obvio?–Respondió, pestañeando lentamente.– Quería hablar contigo
En ese instante el grupo donde iba Helga pasó junto a ellos. La rubia miró a Edith con indiferencia y siguió su camino sin decir nada, aunque cuando McDougal no podía verla le hizo un gesto de despedida a Arnold. Los demás dijeron "nos vemos" o "adiós" mientras se iban y uno de los chicos le arqueó las cejas como "aprobando" a Edith, quien sonreía de forma cordial a quienes la miraban.
–¿Oh...? ¿En serio? ¿Sobre qué?
–Es... importante ¿Podemos ir a otro lugar?
Arnold asintió.
–¿A dónde quieres ir?–Le contestó.
–Tengo un lugar en mente... ¿tienes tiempo?
Arnold lo pensó un segundo: ¿Tarea? Nada difícil ¿Algún proyecto? No ¿Exámenes? Tampoco ¿Algún arreglo pendiente en casa? Ninguno que supiera.
–Vamos–dijo con una sonrisa.
Tomaron un autobús. En el camino ella preguntó sobre la práctica y las clases en las que no compartían. El chico le contestó con su entusiasmo habitual sobre los distintos temas. Entonces ella decidió que podía aprovecharse un poco de la sinceridad de Arnold.
–¿Hay alguna novedad sobre tu amiga Marie?–dijo Edith.
–Oh, Marie está muy bien–Explicó él.–. Parecía contenta en la última carta que me envió. Hizo nuevos amigos, ha ido a varias fiestas y comenzó a salir con un chico del equipo de rugby...
–¿Y eso no te da... celos?–dijo Edith, con aire de estar impresionada.
–¿Por qué lo haría?–Contestó Arnold, rascando su nuca.
–Bueno, saliste con ella...
–Supongo que ayuda que desde un principio sabía que sería temporal. Creo que ambos nos sentíamos solos... ya sabes, las rupturas y esas cosas. Esa especie de romance de verano nos ayudó a ambos
Edith sonrió con dulzura.
–Suena muy maduro–le dijo.
–Gracias, creo
Pausaron la conversación para bajar del autobús.
–Y dime–Añadió Edith empezando a caminar– ¿Todavía te sientes solo?
Arnold negó, siguiéndola.
–Creo que ya estoy bien–dijo él.
–¿Incluso... después que Helga te besara en la fiesta?
Arnold guardó silencio, reflexionando al respecto.
–Sí, incluso después de eso. Los dos aceptamos las reglas del juego
–¿Y no piensas a veces en volver con ella?
Arnold negó.
–Claro que no. Estamos bien como amigos
–Me alegro por ti–Edith miró alrededor.–. Es por aquí–Añadió.–. Creo que es sorprendente que puedas llevarte bien con las personas con las que saliste...
–Sí... bueno... también me llevo bien con Lila, aunque no estoy seguro si realmente salimos...
–¿Lila?
–Bueno... ella me gustaba en cuarto grado, pero nunca me correspondió, lo cual es gracioso, porque ella parecía interesada en mí y luego... ya no
–No lo sabía
–Oh, no creo que fuera importante para ella... –Admitió con su orgullo un poco herido.–. Y... bueno, ella salió luego con Arnie
–¿Quién es Arnie?
–Mi primo
–¿En serio salió con tu primo?
–Sí. Arnie... es raro, pero supongo que tenía algo que le gustó a Lila
Doblaron por una calle y siguieron casi hasta la siguiente esquina hasta detenerse frente a un local.
–¿Qué es este lugar?–dijo Arnold.
–Comida de la India
–Pero...
–Tienen varios platillos sin carne–Añadió Edith, tomándolo de la mano para arrastrarlo al interior del lugar.–. Yo invito
Preguntaron varios detalles antes de hacer su pedido y al llegar los platillos el chico los contempló con curiosidad, impresionado por los distintos aromas y la variedad de colores y texturas. Probó algo con entusiasmo y a ella se le escapó una risita que lo avergonzó.
–Y dime–Comentó él de pronto, apenas levantando la vista, sintiéndose algo infantil– ¿D-de qué querías hablar?
Edith pestañeó un par de veces y luego de un segundo de confusión dejó escapar otra risita.
–De nada en particular –Admitió.–, pero siempre que te invito a algún lugar tienes una excusa, así que te traje con otra...
El tenedor del chico se detuvo un instante a medio camino entre el plato y su boca, luego lo bajó con un suspiro.
–Lo siento, Edith, no ha sido mi intención. No intento evitarte, solo que cada vez que sugerías algo que hacer realmente tenía planes... y... –Comenzó a excusarse.
Ella volvió a reír y él decidió guardar silencio.
–Encontré este lugar hace un par de semanas–Explicó ella luego de calmarse.–y pensé que tal vez te gustaría. Cerca de la escuela no hay muchas alternativas
–Gracias. No debiste molestarte
–No fue molestia, Arnold. Me importas y, aunque no estoy de acuerdo, creo que debo respetar tus decisiones
El chico sonrió y siguió comiendo. Los condimentos eran bastante fuertes y algo picantes, pero poco a poco fueron acostumbrándose a eso. Entre risas compartieron sus apreciaciones.
–También es la primera vez que como algo así–Comentó de pronto Edith.
Eso generó una suave calidez en el pecho del chico. Era agradable que una persona hiciera cosas nuevas y distintas solo por acompañarlo.
Edith pidió la cuenta y aunque Arnold ofreció pagar a medias, solo logró convencerla de que le permitiera invitar otro refresco y un sabroso, aunque extraño, postre de zanahoria con almendras, cuyo nombre ninguno logró pronunciar bien.
Antes de salir, el chico se acercó a la caja para pagar por lo último que ordenaron.
–Aquí está su cambio–Respondió la mujer entregándole algunas monedas.–. Espero que hayan disfrutado su cita
–Nosotros... –El chico intentó decir que no era una cita, pero Edith lo sujetó del brazo y lo interrumpió.
–¡Gracias! ¡Fue perfecto!–dijo ella, alzando la voz mientras sonreía y lo arrastró fuera del lugar.
–Edith... eso... nosotros no... –Insistió Arnold cuando estaban en la calle.
–Lo sé–Contestó ella, con la mirada en el suelo.– Pero no siempre tienes que aclarar todo con todo el mundo, la cajera solo intentaba ser amable, es su trabajo. Un simple gracias era suficiente
Arnold estuvo a punto de replicar, pero no logró encontrar palabras que no sonaran desagradables.
–Lo siento–dijo luego de unos segundos–. Tienes razón. Solo...–Respiró hondo–no quiero malentendidos
–No hay malentendidos. No tienes que estar a la defensiva conmigo. Sé que no fue una cita. No soy tan tonta
–No dije...
–Aunque admito que me hubiera gustado que lo fuera–Dejó escapar, sonrojada.
Arnold se detuvo y la miró. Sus latidos se aceleraron y un ligero cosquilleo entumeció la palma de sus manos.
–¿Q-qué acabas de decir?–Logró decir.
–Olvídalo–Ella volteó a sonreír cerrando los ojos con fuerza y luego volvió a mirar al frente–. Gracias por tu compañía. Ya... ya debo irme–Añadió a prisa, para luego correr hacia la parada del autobús.
Arnold sabía que iban en direcciones distintas y que además ella viajaría más distancia que él y aun así corrió intentando alcanzar el autobús. Subió justo a tiempo, pagó su viaje y avanzo por el pasillo mirando alrededor hasta encontrarla. Se sentó junto a ella convenciéndose de que su pulso acelerado tenía que ver con esa carrera.
–¿Q-qué haces aquí?–dijo Edith.
–¿No es obvio?–Respondió Arnold con una sonrisa.– Quería hablar contigo
Ella bajó la mirada, sonrojada, pero asintió con entusiasmo.
–En primer lugar, en verdad agradezco que te tomaras el tiempo de encontrar un lugar así. Y también quería agradecerte por ser tan paciente conmigo–dijo el chico, mirando al frente y jugando con sus pies.
–No es nada–Contestó Edith.–. Creo que lo mereces
–¿Qué quieres decir con eso?
Ella apretó los puños con decisión, lista para hacer una locura.
Arnold había cerrado los ojos por reflejo, pero al abrirlos notó el rostro sonrojado de Edith que se apartaba tras ese breve beso. Ella jugaba nerviosa con su cabello, mirando el suelo.
–L-lo sien...
Intentó disculparse, pero él sujetó su rostro con suavidad y la hizo voltear para besarla de vuelta. Un beso cálido, lento, intencionado.
Edith le correspondió, apoyando sus manos temblorosas en los hombros del chico, pero poco a poco pareció calmarse.
La forma en que Edith besaba era dulce, agradable. Arnold sentía que sus labios lo invitaban a continuar sin prisa. La presión de sus dedos era suave y delicada. Tras algunos segundos él apartó su rostro y la soltó lentamente, acariciándole la mejilla y tomando una de sus manos.
–Esto no lo convierte en una cita... –dijo él.
Ella asintió, bajando la mirada con aire triste.
–Lo que quiero decir–Continuó.– es que la próxima vez podemos tener una cita real... si quieres salir conmigo
La mirada de Edith se iluminó mientras asentía, sonrojada, evadiendo todavía su mirada.
Arnold acarició la mano que había sujetado, mientras se acomodaba en su asiento. Le sonrió y luego echó un vistazo alrededor. Algunos pasajeros los miraban molestos. Se encogió en su lugar, compartiendo una risita silenciosa con la chica, que acababa de notar lo mismo.
Dejó a Edith en la puerta de su casa.
En el viaje de regreso Arnold se preguntó si realmente le gustaba tanto o simplemente fue un impulso tonto. Decidió que ambas, pero recordó el consejo de Lila sobre seguir adelante y eso lo tranquilizaba.
Edith era muy linda con él, fue tolerante con todas las tonterías de Helga y al mismo tiempo sabía que no se dejaba intimidar por ella. Además, parecía que en verdad estaba contenta cada vez que estaban juntos. Pensar en alguien apreciando tanto su presencia encendía algo cálido en su interior. Y podía admitir que Edith era atractiva, y aunque esa no era una razón que él considerada relevante por si sola para salir con alguien, no podía negar que había algo en ella que en verdad hacía agradable el solo hecho de observarla.
Y aunque llevaba un año en la escuela, seguía guardando mucho, compartiendo muy poco y una parte de él tenía curiosidad de qué más podría descubrir. De algún modo sentía que salir con Edith podía valer la pena. Incluso si sabía que no estaba enamorado de ella, no descartaba la posibilidad de que pudiera llegar a sentir algo así si conocía más de ella.
Bajó del autobús como si estuviera flotando y caminó a casa con paso torpe, recordando los besos en el autobús, las risitas nerviosas cuando no supieron seguir charlando y también otro beso más largo y lento que ella le dio como despedida.
...~...
Mientras la tarde de Helga no había salido muy bien...
Tras la práctica pensaba que al menos se distraería camino a casa charlando con Arnoldo, pero la estúpida de McDougal estaba ahí, jugando con su cabello como una tonta y pretendiendo mirar su celular mientras lanzaba esas miraditas de fingida inocencia que, para su desgracia, si engañaban a varios, así que simplemente se despidió de él y se dirigió a casa todo lo rápido que le permitió su cuerpo, forzándose a ignorar el dolor de la práctica.
Bob prometió esperarla para ir juntos a la fiesta de Olga. No era una gran fiesta, estaría la familia de Derek, la familia Pataki y algunos amigos cercanos de cada uno... ¿y para qué? ¿Ver un bebé durmiendo y llorando?
Al menos el anciano parecía de buen humor, ya que intentó en más de una ocasión preguntarle por la escuela y baseball. Bueno, sabía que estaba en el equipo de baseball, así que decidió llamarlo un avance. Aunque pronto se quedaron sin mucho de qué hablar y a mitad de camino ya se habían rendido y encendieron la radio.
Al llegar fue Derek quien salió a recibirlos. Vio como él y Bob intercambiaban un abrazo de esos con sonoras palmadas en la espalda y luego lo vio entrar a casa. Helga en cambio saludó incómoda. No sabía bien cuál era el protocolo para estas situaciones.
–Eh... Felicidades por ser padre–dijo.
–Gracias, cuñada–Contestó él con una sonrisa, abrazándola, pero la soltó de inmediato y se hizo a un lado.
–Pasa a ver a Olga, está en la sala de estar–dijo Derek.
Ella se adelantó al interior de la casa. Se paró en seco un instante mientras sus ojos se acostumbraban al cambio de luz.
Derek se detuvo detrás de ella, sujetándola por los hombros. El repentino contacto le dio escalofríos.
–Ve con tu hermana–Insistió en un susurro, luego la soltó para dirigirse a Bob y llevarlo a la puerta de atrás. El anciano lo siguió de buena gana, probablemente atraído por el olor de la parrilla.
Helga Esperó unos segundos hasta que el choque de botellas le confirmó que compartían unas cervezas. Perfecto, le tocaría volver en autobús.
Olga ni siquiera había volteado. Estaba sentada en un sofá, de espaldas a la entradas. Al acercarse Helga notó un bultito envuelto en paños.
–Hola–dijo Helga, manteniendo la voz baja.
–Hola calabacita–Contestó su hermana en el mismo tono–. Me alegra que vinieras
–Ey, es un gran hito en la familia Pataki, no pensaba perdérmelo–lo dijo con una risa nerviosa.
Olga asintió con una sonrisa cansada y sus ojeras se hicieron evidentes. Ser madre definitivamente debía ser algo difícil.
La adolescente se sentó junto a su hermana, sin saber qué decir o hacer.
–Mira, está despertando–Murmuró Olga de pronto.
El bulto entre sus brazos se movió un poco. Abrió la boca un par de veces y sus deditos temblaron. Sus párpados apenas se levantaron, revelando ojitos claros, del mismo color que los de su madre. No enfocaban nada en particular.
–Conoce a Oliver Robert Miller–dijo Olga–. Oliver, ella es tu tía, Helga
El bebé hizo algo parecido a un bostezo y volvió a cerrar los ojos, apretando sus manitos.
Bueno, tal vez no era tan feo después de todo.
–¿Y eso hace? ¿Duerme todo el día?
–Pues claro, calabacita, eso hacen los bebés, duermen, comen, lloran...
–Y apestan–Bromeó.
–Bueno, sí, apestan... pero no es su culpa
–Doi, claro que no
Las dos rieron.
–¿Quieres cargarlo un momento?–dijo Olga.
–Olvídalo
–Oh, vamos, sé que puedes hacerlo, apenas y pasa los tres kilos
–¿Y si se cae?
–Confío que no lo dejarás caer
–¿Y si lo lastimo?
–Helga, no lo lastimarás
–¿Y sí...?
–Deja de darme excusas, solo inténtalo, ya verás que no pasa nada
La menor asintió, tragando saliva, mientras Olga le entregaba el bultito, acomodándolo entre sus brazos y contra su hombro. Era en serio pequeño y liviano.
–¿Ves? No fue tan difícil–dijo Olga, con una sonrisa orgullosa.
Helga miraba de reojo al bebé, tratando de no caer en pánico, porque, demonios, parecía tan frágil que cualquier cosa podría lastimarlo: un movimiento brusco, una sacudida, apretarlo demasiado fuerte...
Le regresó el bebé a su hermana.
–Iré por algo de bebé, digo, beber–Explicó, levantándose con toda la calma que pudo fingir– ¿Quieres algo?
–Agua–dijo Olga, mirando extasiada a su criatura.
–Agua será
–Gracias, hermanita
Helga le entregó una botella a su hermana y regresó a la cocina donde Miriam preparaba algún postre. Se dejó caer en una silla intentando entender qué fue todo eso. Sabía que tenía una imaginación activa, pero eran demasiados escenarios catastróficos en muy poco tiempo.
Miriam hablaba del bebé emocionada.
–No entiendo cuál es la gracia–Interrumpió Helga–. Olga parece cansada, necesita de tu ayuda tanto que te quedarás con ella
–Ay, hija, sé que puede ser raro a tu edad, pero cuando encuentres al hombre correcto, te cases y quiera tener una familia, lo entenderás
Helga ahogó una risita despectiva.
–Supongo que sí–Mintió, no quería tener esa conversación.
No se imaginaba saliendo con otro chico nunca más en la vida. La mejor oportunidad que tuvo la desperdició y casi lo arruinó con sus locuras. Mucho menos podía imaginar volver a amar a alguien como para querer casarse y formar una familia. Eso no estaba en el futuro de Helga G. Pataki.
Después de comer se excusó con tener mucha tarea y se fue a casa temprano, aunque Derek insistió en acompañarla a la parada del autobús.
–Puedo cuidarme sola–dijo ella cuando salían.
–Lo sé–Contestó Derek cerrando la puerta.–. Sólo quería tomar aire
–¿Qué? ¿Demasiada gente en tu humilde hogar?–Masculló ella, burlona.
Derek no respondió. Abrió el portón y la invitó a salir. Le preguntó a Helga si había oído el nuevo disco de cierta banda y ella dijo con indiferencia que no, mirando el camino.
No detestaba a Derek, pero tampoco le agradaba tanto como para charlar con él como si fueran cercanos, incluso si él no la trataba como una niña pequeña -y eso era mejor de cómo la trataba su propia familia-, no llegaba a relajarse cerca de él.
Por suerte vio el autobús acercarse cuando aún estaba a unos cuantos metros de la parada y se despidió para correr y alcanzarlo.
Estaba tan cansada, pensando mil cosas, que al mirar por la ventana ya había pasado su parada y tuvo que bajar en la siguiente.
Aceleró el paso y al llegar a la esquina casi choca de frente con Arnold.
Se miraron un segundo y luego ambos rompieron a reír de forma incómoda.
–¿Cómo estás?–dijo él.
–He tenido días peores–Contestó ella.– ¿Y tú?
–Todo bien... ¿Te acompaño a casa?
Helga asintió, pero no pasó por alto que él todavía llevaba su bolso de deportes, así que, por la razón que fuera, apenas iba de vuelta a casa. Bueno... tal vez McDougal no era tan tonta después de todo.
–¿Cómo está tu hermana? ¿Ya le enseñaste malas palabras a tu sobrino?–Preguntó él, sacándola de sus reflexiones.
–Por supuesto, en tres idiomas distintos
–Ajá
–Es el hijo de Olga, tiene que ser un genio, diría que en un mes podrá recitar de memoria la Odisea y resolver ecuaciones diferenciales
–Y tal vez aprender programación–Le siguió el juego.–, dicen que eso es el futuro
–¡Sí! ¡Y estudiará en la escuela de negocios!
Ambos soltaron una carcajada.
–E-es muy pequeño–dijo Helga de pronto, mirando el suelo.–. Quiero decir... sé que es un bebé y que es normal que sea pequeño, pero... es tan indefenso y... frágil
Arnold la observó, incapaz de interrumpir, deseando oír más.
–Yo... creo que debo mantenerme lejos
–¿Por qué?
–Olga me hizo cargarlo y yo solo imaginaba en todas las cosas malas que podían pasar. Eso... eso no puede estar bien... ¿soy... una mala persona por eso?
Arnold dejó de caminar y la observó.
–¿Helga, pensabas en lastimarlo?
Ella abrió mucho los ojos.
–¡Claro que no! Pensaba... pensaba en todas las cosas malas... que podrían pasarle a un bebé tan pequeño... que no tiene cómo defenderse...
–Helga...
–¿Crees que estoy loca?
–Helga...
–¿Crees que podría lastimarlo si me descuido?
–Helga...
–Tal vez... tal vez... solo...
Arnold se paró frente a ella, la sujetó por los hombros y la sacudió un poco.
–¡Helga! Escúchate
Ella parpadeó un par de veces antes de enfocar su mirada en él. Sus ojos estaban al borde de las lágrimas.
–¡No eres una mala persona!–dijo él– Solo... pensabas de forma negativa, es todo. Y supongo que, dada tu experiencia, tiene sentido. Quiero decir, tus padres te descuidaron mucho. Tal vez proyectaste tus miedos ¿no crees?
–¿Mis miedos?
–O tus heridas
–¿Eso crees?
Arnold asintió y Helga cerró los ojos, inhalando hasta llenar sus pulmones. Luego miró a Arnold.
–¿Podrías...?–dijo ella, con su aire indiferente de siempre.
Solo entonces Arnold la soltó.
–Oh, lo siento... tenía que detenerte
–G-gracias, supongo–dijo ella.–. Y... finjamos que esto no pasó
–Está bien
–Pero... en serio me alegra que estuvieras aquí
–No hay de qué
–Bueno, Arnoldo, nos vemos el lunes
Estaban en una esquina desde a cual cada uno debía tomar una dirección distinta para llegar a su propio hogar y aunque Helga sabía que Arnold la hubiera acompañado a casa sin problema, no tenía la energía para eso.
–Nos vemos–Contestó él, con aire resignado–. Cuídate, Helga
Entró a un hogar silencioso y solitario y creyó que podría relajarse, pero resultó ser una tortura. Sin nada en qué ocuparse, sus pensamientos regresaron al dilema de Lila.
La tarde se le hizo eterna, pero ya entrada la noche decidió que debía dormir y se obligó a ignorar el hecho de que no había recibido mensaje alguno de Arnoldo.
...~...
El rumor de que Edith estaba saliendo con Arnold llegó a Helga durante la mañana del lunes. Escuchas de pasillo, gente comentando y mirándola como si ella fuera a explotar. Se limitó a rodar los ojos y bufar incómoda.
Creyó que era una tontería de las porristas. No se cruzó esa mañana con Arnold, hasta la hora de almuerzo, cuando los vio juntos en la cafetería. No era precisamente nuevo que él comiera en la mesa de Edith, Lila y Nadine, pero había algo distinto en como Edith lo trataba ¿Podía ser cierto? Aunque no se besaron o siquiera se tomaron de la mano...
«No es mi maldito problema»
No le importaba que Arnold saliera con Edith. Detestaba que él no hubiera sido capaz de decírselo.
Y por más que quisiera mandar todo al demonio y salir de ahí, no podía. Siobhan le advirtió que el siguiente artículo estaba programado para aparecer en línea durante el horario de almuerzo y si llegaban a sospechar de alguna de ellas, necesitaban testigos de que estuvieron ahí. Después de todo la mayoría de la gente no tenía idea que se podía configurar la publicación automática...
Intentó, en serio, mantener su actitud neutra, pero incluso la mirada que le dio Lila contenía cierta ¿compasión? ¿lástima?
«¡Increíble!»
De alguna forma soportó hasta que Pheebs y Gerald decidieron terminar la tortura y sacarla de ahí. Salió tan rápido, que ni siquiera notó a Stinky apenas esquivando su empujón por estar en su camino.
Tomó un desvío a los baños. Necesitaba agua fría.
Al salir, dispuesta a ir a la última clase aunque significara soportar la cara del tonto cabeza de balón, se topó con las risas burlescas de un grupo de idiotas.
«Perfecto. Lo que me faltaba»
El equipo de americano.
Ya tenían una presa con la cual jugar. Si pasaba en silencio ni siquiera voltearían a mirar. Se preguntó que habría hecho el pobre diablo al que rodeaban, pero sabía que bastaba con estar en el lugar y momento equivocados.
Wolfgang jamás necesitó razones parar burlarse de los demás o intimidar a alguien. Disfrutaba hacer temblar a otros y obligarlos a rogar piedad.
Por eso Helga sabía que ella no le divertía. Hacía años que lo confrontaba y si bien él nunca tuvo reparo en golpearla, con el tiempo se aburrió, sin contar las veces que ella fue más rápida y precisa, claro. Ella no le mostraba temor ni respeto. Sabía que con las palabras podía ser peor que él sin siquiera esforzarse, porque, admitámoslo, el chico no era precisamente una lumbrera. Pero una cosa era humillarlo a él y al patético molusco que podría llamar su mejor amigo-o un mero esbirro-y otra muy distinta era provocar a todo un grupo de gorilas en esteroides.
Y ese último era un error que Helga G. Pataki juró no cometer...
...~...
Lila no encontró a Helga antes de la práctica de boxeo. Arnold le dijo que no llegó a la clase y ella simplemente se marchó.
Acababa de saludar al entrenador cuando una de las porristas, de tercer año, apareció ahí.
–Reunión de emergencia–Fue toda su explicación, así que Lila se disculpó y la siguió hasta un salón del segundo piso en el edificio principal de la escuela.
Algunas chicas parecían tan perdidas como ella, otras lucían molestas. Una paseaba de un lado a otro, mascullando palabras sueltas. Edith estaba al fondo, mirando por la ventana, así que Lila fue a sentarse junto a ella.
–¿Sabes qué ocurrió? –Susurró.
McDougal se encogió de hombros sin siquiera mirarla.
La entrenadora llegó minutos más tarde, dio un vistazo, contando rápidamente a las chicas; y regresó al pasillo a esperar. Cuando aparecieron las últimas les gritó que se dieran prisa y cuando entraron, las siguió, cerrando la puerta con fuerza. Caminó hacia el frente, llevando una carpeta gruesa que le entregó a la capitana y luego volvió a mirar a todo el salón. Dio un largo suspiro y se restregó las sienes con los dedos índice y corazón.
–Chicas, tomen asiento. Ahora–Ordenó.
La obediencia fue inmediata. Las que estaban de pie buscaron el sitio más cercano y las que ya estaban más relajadas en sus sillas miraron al frente, espalda recta, atentas.
La entrenadora era estricta y firme, pero no solían verla enfadada.
–Señoritas–Comenzó a explicar, mientras la capitana revisaba el contenido en la carpeta, levantando la vista de vez en cuando hacia sus compañeras.–. Debido a acusaciones graves contra algunas de las chicas aquí presentes y todo equipo de fútbol americano, ambos equipos suspenderán sus prácticas de esta semana
Lila miró alrededor. Sorpresa, enfado y... ¿culpa?
–¿Qué acusaciones?–Preguntó una chica menuda de primer año.
–El director Wartz y algunos maestros recibimos un correo electrónico detallando actividades sospechosas–Contestó la mujer.–. No sabemos de dónde ni cómo obtuvieron la información. Durante el almuerzo se hizo una reunión de emergencia entre los comités deportivos, para verificar qué estudiantes estaban involucrados. Algunas personas pertenecen a otros clubes y se ha suspendido su participación individual, pero en estos dos equipos prácticamente todos están involucrados. La información también ha sido publicada en un sitio web...
–¡No pueden hacer eso!–Comentó una chica de último año.
–Quien lo hizo, sabe lo que hace. El logo de la escuela y sus rostros están difuminados en cada fotografía. El nombre de la escuela y los de las personas fueron cambiados.
La capitana dio un respiro pesado y se puso de pie.
–Algunas porristas y algunos chicos del equipo, han hecho recaudaciones falsas a nombre de la escuela–dijo.
Lila pudo notar como varias evitaban su mirada.
–Utilizaron el nombre y los símbolos de la escuela–Siguió, mirando la carpeta y luego a algunas personas–y no hubo rendición de ese dinero...
–¿Cómo saben que es cierto?–Interrumpió la misma chica que había ido por Lila–. Muchas personas matarían por estar en este equipo, pero solo las más guapas estamos aquí, es normal que nos envidien. Puede ser un rumor que se salió de control
–¡Muchas de aquí tenemos enemigas!–Apoyó otra de su misma clase.
–¡Hay que atrapar a la chismosa!–Añadió una de último año.
Lila rodó los ojos. Imaginó que Helga habría comentado algo sobre su falta de cerebro. Solo mantuvo la compostura porque reír en ese momento no era lo más apropiado.
–Además, hay otras acusaciones–Continuó la capitana.–. Las imágenes muestran a algunas de las chicas robando en tiendas
–¿Robando?–dijo alguien, con sorpresa– ¡Debe ser un montaje de esos de computadora!
–Y también–Siguió–algunas acusaciones graves de acoso a otros estudiantes
–Es por eso que necesitamos investigarlo–Aclaró la entrenadora.–. De ser cierto, varias de ustedes resultarán expulsadas del equipo y posiblemente de la escuela
Voces confusas se mezclaron con amenazas, quejas y súplicas. La capitana le dio una mirada a la entrenadora y ella tocó el silbato, recuperando el orden en un instante.
–No hace falta explicarles que esto es confidencial–dijo la entrenadora–. Todas entregarán sus uniformes mañana durante la mañana. Ya no podrán usarlos dentro o fuera de la escuela. Las prácticas se suspenden hasta aclarar el asunto, pero no ocupen los horarios de entrenamiento, puede que tengamos más reuniones. Las chicas que ingresaron este año pueden retirarse.
Lila, Edith y tres chicas más tomaron sus cosas y se marcharon en silencio. Al salir de la escuela Lila creyó ver a la madre de Helga caminando hacia un auto estacionado cruzando la calle, seguida de una figura encapuchada que claramente era su amiga, podría reconocer esos pasos y esa sudadera donde fuera. ¿Por qué su madre estaba ahí? ¿Le habría pasado algo a Olga? ¿O al bebé? ¿O al padre de su amiga? ¿Podía visitarla y hablar con ella? ¿O era mejor llamarla?
Caminó con Edith hasta la parada del autobús. El suyo pasó primero y se despidieron. Se sentó en el primer lugar libre que encontró. Lo mejor que podía hacer era ir a casa y esperara que Helga en serio confiara en ella...
...~...
La mañana siguiente, al entrar a la escuela encontró a Edith que charlaba con Arnold, mientras él ordenaba algunas cosas en su casillero. Se veía una sutil sonrisa en ella.
–Buenos días–Los saludó.–. Ciertamente hacen una linda pareja
–Gracias, Lila–dijo Arnold, rascando su nuca.
Edith dio un ligero asentimiento.
–Buenos días–dijo.
–¿Te parece si vamos de inmediato a entregar nuestros uniformes? –Añadió Lila.
Por una fracción de segundo la mirada de Edith fue de reproche.
–¿Cambiarán los uniformes? –Preguntó Arnold.
–Oh... veo que no te ha contado
Su amigo la miró confundido.
–Los revisarán por un problema de fabricación–Explicó Edith y luego miró a Lila para continuar.–. Podemos ir más tarde
–Ya veo–dijo el chico con una sonrisa ingenua.
–Me parece bien–dijo Lila.
Pero apretó los dientes en cuanto ellos cambiaron la conversación ¿Por qué no contarle la verdad? Eran novios y eso debía significar algo. Además, se trataba de Arnold ¡Claro que no le contaría a todo el mundo! Y tarde o temprano todos se iban a enterar, ¿no era mejor que lo supiera de ella?
Pero... no era su decisión lo que Edith quisiera o no compartir con Arnold. Y sería verdaderamente hipócrita de su parte, porque ella no era totalmente sincera con sus amigos, en especial con él.
Nadine se acercó a saludar, rompiendo la tensión. Y pocos segundos después llegaron Gerald y Phoebe. Esa primera clase era en salones contiguos. Ya casi al llegar, escucharon a Sheena lamentándose
–Pobre Eugene... estará varios días en el hospital... –decía–. Debió ser un accidente terrible...
–Eso no fue un accidente–dijo Curly, con aire siniestro.– ¡Helga lo golpeó!
Lila tuvo que contener la sorpresa en su mirada.
«¿Acaso por eso su madre estuvo en la escuela ayer?»
«Pero ¿por qué Helga...?»
–Helga no haría algo así –La defendió Phoebe.
Curly volteó sorprendido.
Arnold también quería decirlo, pero sabía que incomodaría a Edith si defendía a su exnovia. Además, Helga no necesitaba que nadie la defendiera, en especial él. Lo que no entendía era el silencio de Lila.
–¿Ah no? –dijo Curly– Como si no lo hubiera hecho antes
–Sabes que Helga ya no actúa como antes–Insistió en defenderla Phoebe.
–Ayer cuando salió del comedor parecía enfadada–Apuntó Stinky, rascando su mentón.
–Sí, casi te golpea –Añadió Sid.
–Helga siempre ha sido bruta –dijo Harold–. Tal vez solo empujó a Eugene y con su mala suerte él se lastimó más de lo que cualquier otra persona lo hubiera hecho
Todos miraron a Harold. Era raro que dijera algo con sentido.
–¡Les digo que lo golpeó!–Insistió Curly.
–¿Cómo lo sabes?–Preguntó Lila.
–Ayer vi la ambulancia que se llevó a Eugene... y cuando fui a preguntarle a la enfermera que había pasado, vi al director Wartz llevarse a Helga a su oficina, regañándola por iniciar una pelea... es claro que fue ella...
–Eso no puede ser...–dijo Phoebe
Con prisa sacó su teléfono y marcó el número de su mejor amiga, mientras todo el grupo escuchaba con atención el tono de marcado.
–¿Qué hay, Pheebs? –La voz de Helga parecía somnolienta al otro lado de la línea.
–¿Acabas de despertar? ¿No vendrás a la escuela?–dijo Phoebe a prisa.
La campana sonó en ese instante.
–Ah... sobre eso...–Bostezó y pareció estirarse del otro lado.–. No iré a la escuela en un par de días
–¿Estás enferma? ¿Necesitas que te lleve los deberes?
–¡Claro que no! Hablemos más tarde, ¿sí?
–Está bien, Helga. Adiós
La chica de lentes cortó la llamada y miraba el suelo, pensando las posibilidades.
–¡Se los dije! –Gritó Curly, con aire triunfal.– Helga está suspendida
–Como Harold dijo–Apuntó Gerald, abrazando a su temblorosa novia por los hombros, con aire protector.–, Eugene siempre ha tenido accidentes–Notó como Phoebe se calmaba.–. Si Helga lo golpeó, alguien debió ver la pelea, pero mientras no haya testigos, tendremos que esperar que Eugene y Helga vuelvan a clases para saber qué pasó en realidad
–¡Les digo que fue ella!–Insistió.
–Ya basta, Curly–dijo Arnold y lo miró con frialdad.–. Ya tienes historial por acusaciones falsas, ¿olvidas el incidente de la mantequilla de maní y la alarma de incendios?
–¡Eso fue diferente! ¡Merecía justicia!
–Quisiste inculpar a Eugene de una falta grave solo porque dañó un lápiz
–¡Mordisqueó y destruyó mi mejor lápiz! ¿Sabes lo que es eso?
–Siempre exageras todo, Curly–dijo Gerald, apoyando a su amigo–y querías a Helga en el grupo de teatro, pero ella comenzó a ignorarte, todos sabemos que odias que hagan eso
–¡Que estoy diciendo la verdad!
–No podemos tomar una postura sin pruebas–Aseguró Arnold.–. Si Helga realmente golpeó a Eugene, ni siquiera lo negará, conociéndola lo contará como si fuera una anécdota irrelevante. Pero hasta que ninguno de los dos regrese, es mejor que no hablemos del tema
–¿Y qué pasa si ella lo golpeó?
–La escuela tiene sanciones para eso
–Como la suspensión
–Hay otras razones por las que Helga podría estar en casa–dijo Phoebe–. Arnold tiene razón. No tenemos claridad de lo que ocurrió
–¡Me llaman loco!–Curly soltó una carcajada.– ¡Ya verán que tengo razón!
Mientras el chico reía, distraído, el grupo se dispersó a sus respectivos salones, siguiendo a los maestros que acababan de entrar, hasta que él fue el último en el pasillo.
–¡Tadeo! –Lo regañó la maestra, sosteniendo la puerta.– ¿Nos hará el favor de entrar a clases o tendré que reportarlo?
Curly corrió al interior y buscó su lugar al final del salón, mientras algunas personas reían despacio.
En lugar de tomar el asiento junto a Arnold, Edith se sentó con Nadine, obligando a Lila a tomar el puesto al lado del chico. Estaba ofuscada y lo ignoraba deliberadamente.
Lila y Arnold intercambiaron una mirada de resignación. A él le tocaría lidiar con eso.
La clase se hizo eterna para el chico, quien cada tanto volvía a mirar a Edith. Por cada cosa que imaginaba que podía pasar por la mente de Edith, se obligaba a buscar una respuesta, pero eran muchas posibilidades.
Al sonar la campana, Arnold se levantó de inmediato para evitar que la chica escapara, pero para su sorpresa ella ordenaba con una lenta calma cada una de sus cosas. No lo miraba, claro, pero no parecía alterada. Y ante esa imagen, él no sabía qué esperar.
Nadine y Lila se despidieron para apresurarse a su clase siguiente, al otro lado de la escuela.
El chico esperó con paciencia que el salón se vaciara, mientras su novia parecía concentrada.
–Edith... ¿estás... enfadada? –dijo Arnold.
La chica dio un suspiro, cerrando su bolso con cuidado. Intentó hablar, pero no pudo.
–Por favor, dime ¿qué pasa?–Insistió Arnold.
Ella dudó un segundo.
–Yo también vi que subieron a Eugene a una ambulancia. Debió ser grave
–Sí, él siempre ha tenido mala suerte–Contestó Arnold, confundido.
–¿Y si es cierto? –Murmuró ella.
–¿Qué cosa?
Edith sujetó la correa de su bolso con fuerza.
–¿Y si es cierto–Explicó–que Helga lo golpeó? ¿Qué harás entonces? ¿La seguirás defendiendo?
Arnold apretó lo dientes.
–No se trata de defenderla ciegamente–dijo él–, solo no creo correcto acusarla en base a suposiciones
–No mientas
El chico apartó la mirada. ¿Edith tenía razón?
–Ya la has justificado antes–Continuó ella.– y lo entendía cuando era tu novia, pero ¿hasta cuándo piensas seguir así? ¿Acaso... esperas volver con ella?
Arnold entonces comprendió lo que pasaba por la mente de Edith.
–Te equivocas. Esto no tiene que ver con ella. Defendería a cualquiera que fuera acusado sin pruebas. Lo he hecho antes y lo volvería a hacer. Sé que te incomoda por lo que tuve con ella, pero no quiero...
Ella retrocedió un paso, todavía evitándolo. Arnold suspiró.
–Edith, escucha–dijo él, extendiendo ambas manos hacia su novia, esperando que aceptara. Ella dudó un segundo, pero las tomó y levantó la vista. Solo entonces él continuó.–. Salgo contigo. Eres TÚ quien me gusta. Has sido paciente y aunque me dijiste más de una vez lo que sentías, aprecio que me dieras tiempo... a pesar de que intenté no darte esperanzas...
Ella abrió mucho sus ojos.
–¿Sales conmigo por lástima?–Musitó, como si acabara de comprender algo.
Arnold soltó una risita. Le causaba ternura.
–No haría algo así. Lo que intento decir es que eres una persona perseverante, amable y sincera. Me gusta que seas así, son aspectos de ti que valoro. No quise incomodarte al defenderla, pero te prometo que esto no es sobre Helga
–¿Y si realmente lo hizo? ¿Seguirás dejando pasar las cosas que hace? ¿No crees que deberías alejarte de ella?
Arnold cerró los ojos y notó que Edith estaba a punto de apartar sus manos, pero él la sujetó con afecto y volvió a observarla.
–Si en verdad hizo algo así, quisiera saber por qué antes de tomar una decisión
Ya tuviste suficientes advertencias
–Helga ha golpeado a otras personas antes y aunque no es la forma de resolver las cosas, solo la he visto hacerlo cuando está acorralada...
«Excepto con Brainy... pero supongo que eso era algo de ellos»
–No sabemos qué le ocurrió a Eugene–Continuó– y no creo que Helga ni nadie tenga razones para golpearlo... él es... inofensivo, supongo... por eso... creo que esto debe ser un mal entendido
Edith se soltó, pero no se apartó.
–¿Por qué confías tanto en ella?
–Porque ha estado para mí más veces de las que puedo recordar y sé que por su actitud mucha gente no la conoce. Creo que lo menos que puedo hacer es darle el beneficio de la duda ¿no crees?
La chica evitaba su mirada, molesta.
–¿Algún día seré la mitad de importante para ti?
Arnold la abrazó.
–También te defendería, Edith, sin importar que cosas horribles digan de ti, hablaría contigo y querría saber tu versión de la historia. Más que con cualquiera, porque en eso tienes razón, si tengo que elegir un bando, siempre estaré del lado de mi novia. Si estamos saliendo, no es solo porque crea que eres guapa. Confío en ti
–¿En serio?
–Y necesito que confíes en mí, que entiendas que no lo hago porque sea Helga, lo hago porque es lo correcto
Edith pestañeó lento, dio un largo respiro y asintió.
–Perderemos todo el descanso y necesito ir a mi casillero... ¿vamos?
–¿Podemos perder otro minuto? –dijo él, sin soltarla.
Ella pestañeó un par de veces, hasta que Arnold la besó.
La tensión abandonó el cuerpo de la chica y él notó que ella parecía derretirse lentamente. Algo en toda esa conversación volvía todo más real, porque antes de eso no se habría imaginado que Edith tuviera esa clase de inseguridades y al mismo tiempo... ni siquiera podía culparla, porque era cierto que él justificaba a su ex novia mucho más de lo que era necesario.
Los malos hábitos eran difíciles de romper, pero... era momento de hacer un esfuerzo.
Chapter 80: Pasto seco
Notes:
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Chapter Text
Tras el escándalo de Curly, algunas personas que conocían a Helga transmitieron el rumor y, como suele ocurrir, cada vez que alguien lo repetía agregaba algún detalle. A la hora de almuerzo algunos pensaban que ella le rompió las piernas, aunque la razón se seguía debatiendo: apostaba a una confesión rechazada de cualquier parte, aunque había otro rumor corriendo en torno a Eugene y sus intereses. Algunas personas insistían en que Helga simplemente era violenta, odiaba ver a su exnovio con una nueva chica y se desquitó con Eugene, quien simplemente estaba ahí gracias a su mala suerte. Los más moderados apostaban a un simple accidente que comenzó con un simple empujón y, en una cadena absurda de eventos desafortunados, terminó con Eugene en el hospital.
Y a pesar de la conversación con Arnold, Edith seguía rumiando la situación. Estaba segura de que Helga sí lastimó a Eugene, aunque le parecía absurdo lo de haberle roto las piernas. Tal vez un ojo morado, una nariz rota y algunos dientes menos...
¿Cómo era posible que nadie más viera que ella era perfectamente capaz de lastimar a otros? Ya la había visto molestar a Arnold antes, tal vez simplemente cambió su objetivo.
«Aunque estuvo molestando a Arnold poco antes de salir con él»
«¿Acaso le gusta? ¿Pero Eugene?»
«¿No estaba este rumor sobre que le gustaban los chicos?»
«Como sea»
Y aunque dudaba que Helga tuviera siquiera algo parecido a estar bien, ese lunes parecía peor de lo habitual y Edith odiaba que siempre estuviera enfadada. No tenía derecho. Sus calificaciones eran más que decentes, sus amigos claramente confiaban en ella, podía pagar los almuerzos de la escuela, incluso gastar en los arcades de vez en cuando, estaba en los equipos que quería y la chica del periódico le dio facilidades, así que ¿Cuál era su problema? Incluso si las cosas en casa no fueran bien, tenía ropa decente, no parecía que fuera maltratada, porque jamás la vio escondiendo moretones, ni tampoco llegaba sucia, así que no le cortaban los servicios. Su vida no podía ser tan terrible.
Los amigos de Helga trataron de hacer control de daños, pero lo cierto es que nadie sabía exactamente qué pasó y lo que los demás sabían de ella tenía relación con su agresividad. Además de las amenazas constantes y que hiciera a Arnold su víctima preferente por años, ¿Cuántas veces la vieron abofetear a Harold? Y las peleas que tuvo con Wolfgang ¿Quién en su sano juicio se enfrenta a un gorila como Wolfgang? ¿Y quién más que una chica desequilibrada fingiría por semanas ser un chico solo para entrar a un equipo deportivo? ¿Y no era la que le compraba contrabando a un chico de último año cuando ella todavía estaba en secundaria? ¿Eso qué era? Seguro drogas. Siempre hacían las transacciones a escondidas ¿Y no se juntaba con ese matón del periódico? La habían visto en el gimnasio con él, desahogando su ira contra un saco de boxeo y alguien escuchó del primo de un amigo que la vio partir ese saco a la mitad...
Pero todo eso no trascendió más allá de la gente que alguna vez había temido a Helga y su mal humor, porque otro rumor mucho más interesante tomó fuerza a lo largo de la mañana.
Phoebe se enteró en la clase de ciencias, mientras trabajaban en el salón de informática. Alguien cerca de ella ahogó una expresión de sorpresa y luego le dio un codazo a su amiga. Ambas leyeron y un correo electrónico comenzó a circular entre los estudiantes y en menos de tres minutos todos los que estaban en el salón habían dejado la tarea a un lado para leer el artículo.
Cuando la maestra los regañó, fue la misma Phoebe quien le enseñó lo que estaba distrayendo a todos: A pesar de la censura en las fotografías y de que se usaron solo iniciales falsas y el nombre de una institución inventada, era posible distinguir los colores del uniforme de porristas de la escuela y a sus novios, la mayoría del equipo de americano. Con un poco de paciencia buscando detalles, se podía concluir a quién se refería cada acusación.
Unos minutos antes de que sonara la campana alguien imprimió algunas copias y de pronto era de lo que todos hablaban.
Arnold se enteró al siguiente descanso y casi al instante llamó a Edith a su celular.
–¿Sí?–Contestó ella con su tono apático de siempre.
–¿Dónde estás?–Preguntó él.
–El profesor acaba de terminar la clase, iré a mi casillero...
–No lo hagas. Quédate ahí. Voy por ti
–Pero...
–Llegaré en menos de un minuto
El chico colgó y corrió por el pasillo hasta el salón donde estaba su novia y entró esquivando a los estudiantes que salían de ahí.
–¿Estás bien?–dijo el rubio, mientras intentaba recuperar el aliento por la improvisada carrera.
–Claro ¿pasó algo?
–En internet hay una publicación sobre el equipo de americano y el equipo de animadoras... –Intentó explicar, dio una larga inhalación.– hay acusaciones graves...
–¿En serio?–dijo, ladeando la cabeza, con aire confundido– ¿Hay algo sobre mí?
Arnold negó.
–Creo que no–Admitió–. Simplemente o quiero que estés sola... me preocupa que te molesten...
–Muchas gracias–Edith sonrió dirigiéndose hacia la puerta del salón.
Arnold la siguió mientras rascaba su nuca con una sonrisa incómoda.
–Vamos a la próxima clase–dijo ella.
–Sí
Arnold miraba alrededor, esperando hostilidad y la encontró. Lo último que quería era que Edith pasara un mal rato por algo de lo que no era responsable.
Se reunieron con Lila en el salón donde compartían clase y Arnold también le preguntó si estaba bien después de que se difundiera la denuncia en internet.
–¿A qué te refieres?–Quiso saber la pelirroja.
Arnold le explicó de qué se trataba, pero Lila lo interrumpió.
–Ah, eso...
La tranquilidad de Lila le impactó.
–Creí que estarías más preocupada–dijo.–. O al menos un poco más incómoda
–Bueno–dijo Lila mirando a Edith y notando la tensión en sus gestos supo que no podía admitir cómo se enteraron.–. Oí que las chicas denunciadas son en su mayoría de último año. No son realmente mis amigas, no veo porqué me importaría
El chico asintió sin entender del todo. Lila solía ser empática con los demás. Incluso si no eran cercanas, creyó que le preocuparía el equipo. Además, sabía que le gustaba practicar con ellas ¿cómo podía ser que no le importara?
From Rhonda:
¿Es cierto lo del equipo de animadoras? ¡Qué escándalo! Parece que no tienen clase, si me lo preguntas
Phoebe apagó la pantalla de su teléfono rodando los ojos. Helga se lo hubiera quitado para escribir "Nadie te preguntó, Lloyd".
No tenía idea de cómo Rhonda se enteró, porque Nadine estuvo con ella toda la mañana y no la vio sacar su teléfono ni una sola vez.
–No puedo creer que alguien se diera el trabajo de recopilar tanta información–Comentó Gerald mientras comía.–. Aunque creo que a muchas personas les sobran motivos para odiar a ambos equipos–Concluyó.
Phoebe asintió, mirando pensativa un punto en el vacío mientras jugaba con la albóndiga en su plato.
Quien quiera que hubiera publicado la información, definitivamente odiaba las estúpidas jerarquías de la escuela. Si comparaba el artículo anterior, podía percibir ese patrón en común, pero en definitiva había más de una persona involucrada, porque podía reconocer al menos tres estilos de escritura. Era alguien con los conocimientos y recursos para sostener un sitio web y no les interesaba la fama. Ni siquiera un seudónimo se atribuía las publicaciones, que solo quedaban a nombre de equipo del sitio.
Se preguntaba cómo se enteraban de todo y de qué forma accedía a información que normalmente sería confidencial. Pensaba en alguien con habilidades en informática. Porque incluso si era un grupo de adolescentes, era difícil que tuvieran muchos de los datos, en especial los registros policiales. Pero tampoco imaginaba a un adulto preocupado por las cosas que pasaban en las escuelas del distrito.
Al mismo tiempo Phoebe estaba segura de que no podía hablar demasiado o las sospechas caerían sobre ella.
Decidió que era mejor no tratar de dilucidar este misterio, de todos modos el sitio no estaba dedicado a acosar o perseguir estudiantes de la escuela, simplemente estaban denunciando cómo, otra vez, un grupo de personas que por alguna razón le daban buena imagen a la escuela se saltaba las normas por actos que para la mayoría significarían la expulsión o al menos una suspensión extensa.
Estaba perdida en esas ideas cuando Arnold llegó a la mesa, junto a Edith y Lila.
–¿Podemos sentarnos aquí?–Murmuró Lila.
–Claro–dijo Gerald, acercándose un poco más a su novia para dejarles espacio.
Solo entonces Phoebe levantó la vista para observar el resto de la cafería.
Ninguno de los chicos del equipo de americano estaba por ahí. Aunque generalmente ellos devoraban enormes porciones de comida entre risas escandalosas y comentarios desagradables. También faltaba la mayoría de las porristas, aunque las que tenían otras amistades en sus clases se refugiaban en sus grupos y pasaban algo más desapercibidas ahora que no vestían el uniforme.
También notó que Nadine no se movió y parecía tensa.
–¿Cómo están?–dijo, aunque su mirada se dirigió solo a Lila.
–Ciertamente esta mañana ha sido extraña–Respondió la pelirroja.–. O más bien diría que incómoda
–Concuerdo–Añadió Edith con indiferencia.–. Pero tendremos tiempo libre sin las prácticas–Continuó intentando sonar positiva, aunque su aire era de frustración.
–Por lo menos no inventaron nada para involucrarlas–Comentó Gerald.
–Creo que lo vienen investigando hace un par de años, no había nada reciente–Explicó Phoebe.–. Y las de último año son las que tienen más acusaciones...
Volvió a echar un vistazo alrededor. Algunas personas miraban hacia Lila y Edith con aire sospechoso o curioso. De una mesa escucharon algo como "¿Y tienen el descaro de comer aquí como si nada?" aunque nadie las confrontó directamente.
–¿Creen que esto afecte a los otros equipos?–dijo Arnold.
–¿A qué te refieres, viejo?–Quiso aclarar Gerald.
–Bueno, siempre hay gente que, digamos, no hacen las cosas de forma correcta en la vida, personas que hacen trampa... ya sabes–Se encogió de hombros.–. Lo que intento decir es que quien hizo esto mostró una gran dedicación... ¿Qué tal si ha estado vigilando a todos los demás?
–Si esa persona cree que hace lo correcto... –Agregó Nadine, siguiendo su idea.
–No lo creo–dijo Edith, casi como un bostezo.–. Las animadoras son populares y mucha gente las envidia. Dictan lo que está de moda vestir, la música que se escucha y hacen fiestas exclusivas. Han roto corazones al rechazar declaraciones y hay chicos que han dejado a sus novias por la posibilidad de salir con alguna de ellas. No es tan descabellado pensar que algún loco debe haber entre tanta gente que han lastimado ¿no?
–Lo dices como si estuvieras libre de esto–Acusó Nadine.
–Lo estoy, apenas me uní este año
–Creí que eran tus amigas
–Lo son, pero no sabía de las cosas que habían hecho y eso no es mi responsabilidad
–¿Y piensas seguir llamándolas tus amigas después de lo que hicieron?
–Seguro. Todo esto se olvidará en un par de semanas y las cosas volverán a la normalidad
–¿En serio crees eso?–dijo Lila.
–Claro. Además, todo el mundo puede cometer errores... ¿no creen–puso su mano sobre la de Arnold–que todo el mundo merece una segunda oportunidad? ¿Por qué alguien debería ser condenado por su pasado? Como dijo Phoebe, nada es reciente, tal vez aprendieron la lección ¿no?
La mesa se quedó en silencio.
Phoebe miró a Gerald y él miraba a su mejor amigo.
–Sí, todos podemos aprender de nuestros errores–dijo de pronto Arnold.
La respuesta incomodó a Phoebe. Algunas acusaciones eran sobre acosar a estudiantes, en especial chicas que las animadoras consideraban poco agraciadas, pero inteligentes. Fingían ayudarlas, ofrecerles un cambio de imagen, hacerlas pasar por sus amigas y se aprovechaban de ellas para que hicieran los trabajos de la escuela
«Lo siento, tenía compromisos, sabes que es importante...»
«De todos modos es mejor que lo hagas tú, eres lista, a mí me cuestan esas cosas»
«Pero con todo lo que te he ayudado ¿no me puedes hacer este favor?»
«Te di mi accesorio favorito, eso es prueba de nuestra amistad, ¿no quieres que seamos amigas?»
Phoebe había pasado por eso cuando saltó a sexto grado. Fueron días horribles en los que aguantó en silencio mientras asimilaba que la estaban utilizando, porque una parte de ella se negaba a aceptarlo. Era agradable ser notada por chicas tan populares y sentir que podía estar al mismo nivel que ella, pero también era tan natural para ellas manipular a otros, que incluso parecía que no tuvieran malas intenciones. Eran chicas guapas, estaban a la moda, eran populares y como muchas querían ser parte de su grupo, estaban acostumbradas a obtener lo que quisieran solo por ser ellas, el mundo para ellas simplemente funcionaba así.
Y eso sin considerar las acusaciones sobre delitos menores y actividades que eran al menos cuestionables.
–Supongo que si se arrepienten y enmiendan sus errores–dijo Lila, intentando mediar la situación.–. Quiero decir, no basta con aceptar los errores, hay que hacerse cargo de reparar o pagar por el daño hecho ¿no?
–No puedes simplemente "reparar" a una persona–Se involucró Nadine.–. Y las disculpas son vacías si son para evitar las consecuencias. No digo que no puedan cambiar, pero sin importar lo que hagan luego, sabemos que en algún momento actuaron mal... y lastimaron a otros...
–A mí no me han hecho nada–Las defendió Edith, claramente enfadada.–. Ni las he visto hacer nada de lo que se les acusa
Arnold bajó la mirada, confundido. El mismo solo escuchó algunas cosas y no había leído todo lo que publicaron en el sitio, así que tenía una noción vaga de lo que decía. Pensaba leerlo con calma después de la escuela. Había ido por Edith en cuanto supo y pensaba que ella tampoco sabía bien de qué se hablaba.
–Supongo que puedes verlo así–Concedió Phoebe, sin ánimos para discutir, pero apretando los dientes.
Gerald vio que tomaba su bandeja con demasiada fuerza, así que de inmediato tomó la propia.
–Tengo que corregir una tarea antes de la próxima clase, nos vemos luego–dijo la chica de lentes antes de levantarse.
–Iré contigo, bebé–dijo Gerald, pero no se le pasó por alto que algo le pasaba a su amigo.
Casi de inmediato Nadine dijo que tenía que irse, sin dar excusas. Lila decidió acompañarla. Arnold y Edith terminaron de comer y luego caminaron hasta el pasillo de la siguiente clase.
–Edith–murmuró Arnold al ver que el grupo se reunía al final del pasillo.–, necesito... hay algo que necesito saber
–Dime–Contestó ella, jugando con su cabello mientras mascaba un chicle de menta.
–Sabías lo que había en el artículo antes que te lo dijera, ¿no es cierto?
Ella se quedó inmóvil un momento y su expresión cambió con lentitud, de la apatía que era su expresión neutral a una mirada atenta cargada de sorpresa y finalmente a la vergüenza que la hizo bajar el rostro.
–Yo... –Masculló, nerviosa.
–¿En qué momento te enteraste? ¿Por qué fingiste que no sabías nada?
Ella apretó la correa de su bolso como esa mañana, mientras jugaba con uno de sus pies, moviéndolo de lado a lado apoyando con fuerza el tacón en el suelo.
–Ayer tuvimos una reunión de emergencia–Admitió.–. La entrenadora nos contó y se suspendieron las prácticas hasta tomar medidas
–Debiste decirme...
–Era confidencial
–Pudiste decirme cuando dejó de serlo...
–No quería que lo supieras
–¿Por qué? Si no hiciste nada...
–Soy parte del equipo–Musitó ella.–. Algunas son amigas de Ruth, lo sabes ¿cierto?
Arnold asintió.
–También son mis amigas, me han tratado bien, me recibieron en su grupo. En serio no creo que sean malas personas, solo... hicieron tonterías, tal vez por adrenalina, tal vez por moda, algún tonto desafío o incluso por los chicos, no lo sé...
–Edith, esto no es sobre ellas...
–Pero...
–Lo del arreglo del uniforme también fue una mentira
Ella lo miró un segundo solo para confirmar la seguridad en su mirada. Asintió, cerrando los ojos.
–Lo siento–dijo, con una voz quebrada. Su cuerpo temblaba.
Le había costado tanto conseguir un poco de la atención de Arnold, apenas comenzaban a salir y ya lo había arruinado.
La sola idea de que él se enfadar con ella la asustaba. ¿Cómo podía ser tan patética de perderlo así de rápido? ¿Tendría compasión si lloraba?
Su corazón dolía con cada latido, mientras anticipaba el regaño y la ruptura.
No quería volver a llorar por él. ¿Podía esconderse en el baño y salir de la escuela en mitad de la clase? No quería que la vieran con los ojos enrojecidos que sabría que vendrían, incluso si sabía que su maquillaje soportaría el llanto.
Luchaba por controlarse mientras sentía su cuerpo temblar. Arnold le gustaba en serio, le había gustado por meses, había aguantado resignada esperando que terminara con Helga, le había dado tiempo después de eso, trató de ser comprensiva. Rechazó a varios chicos porque solo quería salir con él. Pero no tenía idea de cómo compensar lo que acababa de hacer.
Su respiración se hizo pesada y parecía que no lograba reunir suficiente aire en sus pulmones.
–Edith–dijo Arnold, tomando su mentón para obligarla a mirar sus ojos.
Esos hermosos ojos verdes en los que solo encontró preocupación y afecto.
–Edith–Repitió él.–. Respira lentamente... así...
Ella lo imitó casi de forma inconsciente, como si su cuerpo respondiera a la instrucción. Inhalar profundamente, aguantar unos segundos, exhalar lentamente, volver a inhalar... lo repitieron por casi un minuto hasta que su cuerpo dejó de temblar y entonces Arnold le ofreció las manos como había hecho esa mañana y ella dudó un instante antes de tomarlas, pero cuando lo logró, la calidez y el afecto terminaron de calmar el resto de su ser.
–Necesito que confíes en mí–dijo él.–, no solo con las cosas que hago o digo, también que confíes en que puedes contar conmigo, que sepas que puedes decirme lo que ocurre y que sabré guardar un secreto si me lo pides... por favor...
Ella asintió solo una vez y apartó la mirada.
–Lo siento–Repitió.
–Lo sé–Arnold sonrió y le acarició el rostro. El timbre sonó en ese momento.–. Sé que te asusta y puede que hayas tenido malas experiencias con otros chicos...
–No he tenido mucha experiencia con otros chicos... –Aclaró ella y luego se sonrojó.
A Arnold le tomó unos segundos entender porqué reaccionaba así y cuando lo hizo también se sonrojó.
–No quise decir eso... me refería a...
Ambos miraban en otra dirección, evitándose. Arnold tomó aire.
–Tal vez has conocido a alguien que se enfada por cosas pequeñas–Intentó explicar.–y que reacciona de forma agresiva, llegando a gritar o amenazar a otras personas o romper cosas. Yo... no soy esa clase de chico ¿está bien? No quiero... que me vuelvas a mentir... si hay algo de lo que no puedas o no quieras hablar, me gustaría que dijeras eso en lugar de inventar algo ¿sí?
Ella asintió, todavía avergonzada.
–¿Vamos a clases?
Edith asintió, girando y abrazando su brazo para caminar junto a él hacia el salón.
–Creí que que esto terminaría–Admitió ella casi en un susurro.
Arnold se giró hacia ella, con su mano libre le sujetó el mentón y le dio un beso en la frente y otro en los labios.
–Decidí salir contigo porque en serio me gustas... así que no pienses que te dejaré por una tontería. Tú lo dijiste, todos cometemos errores
Edith sonrió genuinamente y la alegría que cosquilleaba en su interior solo se hizo más grande a lo largo de la clase en la que miraba distraída a su lindo y dulce Arnold.
...~...
Al otro extremo de la escuela, Phoebe no estaba disfrutando mucho la última clase. Algunas personas que la conocían desde primaria la trataban con condescendencia después de oír, de Curly, sobre Helga, cuya ausencia en ese punto se atribuía a que había ido a la correccional; mientras que la de Eugene, a que estaba hospitalizado y en riesgo vital y sin posibilidad de recibir visitas.
Incluso alguien le dio unas palmaditas en el hombro, alegrándose de que tuviera oportunidad de librarse de ella, tal vez buscar nuevos amigos, alguien que no la tenga bajo amenaza.
Y, por su lado, Gerald se estaba frustrando cada vez que tenían que explicar que nada de eso era cierto y que Helga no era tan terrible como la estaban pintando. Al punto que al final del día ya no daba explicaciones, solo ordenaba a la gente cerrar la boca.
Cuando terminaron las clases, Phoebe, agotada del asunto, decidió cancelar la sesión de estudios. Lila ofreció dar aviso en la biblioteca y Nadine la acompañó. Gerald le envió un mensaje a Arnold, quien, suponían, se había distraído con Edith y por eso aún no llegaban al punto de reunión: los casilleros.
Mientras tanto, su novia marcó a su mejor amiga.
–Pheebs–Contestó la fría voz de Helga al otro lado de la línea.
–¿Cómo sigues?–dijo Phoebe, tratando de mantener la compostura–. Pensaba llevarte los deberes
–No es buen momento
Gerald se acercó al teléfono.
–Pataki, necesitamos hablar
–¿Qué pasó, Johanssen?
–Todo el mundo cree que enviaste a Eugene al hospital
Helga bufó.
–¿Todo el mundo? ¿También ustedes?
–¡Por supuesto que no!
Gerald y Phoebe ni siquiera necesitaron mirarse para contestar a coro. Escucharon la carcajada de Helga al otro lado de la línea, la cual fue interrumpida por un ruido de caída, un "¡Auch!" y un golpe seco.
–¡Helga! ¿Estás bien?–dijo Phoebe, preocupada.
–Sí... sí... sólo... se me cayó el teléfono–Bajó el volumen, pero sus amigos notaron que intentaba ahogar expresiones de dolor.–. Eugene si fue al hospital, pero no fue mi culpa–Explicó con más calma.
–¿Y qué hay de ti?–Insistió Pheebs.
–Volveré a la escuela en un par de días... o eso espero...
–¿Qué tienes? ¿Estás enferma?
–Nada de eso. No te preocupes. Ya olvídense de mí y vayan a la biblioteca
–Cancelé la sesión–Admitió Phoebe con cierta culpa.
El silencio del otro lado se alargó demasiado.
–Debió ser un mal día–dijo Helga.–. Agradezco que me informen, pero los rumores solo son eso... y no me importan...
–Pero Helga...
–Pheebs, soy yo, ¡Por supuesto que todos creerán que fue mi culpa! Y...–La oyeron tomar aire.–y creo que tal vez sea mejor así
Gerald movió la cabeza de lado a lado
–Ni digas tonterías, Pataki–La regañó–. ¿Cómo podría ser mejor?
–No soy yo quien debe decidir eso
–Pero...
–Vayan a casa, descansen y no me defiendan, no vale la pena
–¡Helga!
–Hablamos luego, adiós
Phoebe seguía mirando el teléfono mientras el tono de desconexión sonaba un par de veces. Lo guardó con molestia y sintió el brazo de su novio rodeando sus hombros, guiándola hacia la salida de la escuela.
...~...
–¡Fue horrible!–Comentaba Sid, con su tono exagerado.
Lila lo escuchó incluso antes de entrar. El trío de amigos estaba al fondo del salón donde sería la primera clase del miércoles.
–¿Están seguros?–decía Harold más bien como si se quejara.
–¡Te lo juro, amigo!–Insistió Sid.–¡La mitad del equipo de Americano estaba ahí?
Lila tomó un asiento lejos de ellos, pero atenta a toda la conversación.
–Ni siquiera pudimos jugar–Explicó Stinky.–. Llegaron temprano a los arcades y acapararon los mejores juegos
–Si hubiera estado ahí–Añadió Harold con aire de amenaza. De reojo Lila vio que golpeaba su puño en la palma contraria.
–Oh, no amigo, eran demasiados–Aclaró el alto chico dándole palmaditas en el hombro.
–¡Y tienen dos semanas libres!–Continuó Sid, levantando sus brazos y separándolos con aire exagerado–¡Dos semanas! ¿Puedes creerlo?
–¿Por qué? ¿Acaso están de vacaciones?–dijo Harold, rascando su sien, confundido.
–Oí que todo el equipo fue suspendido–Comentó Sheena, cerca de ellos, estaba sentada en el puesto del fondo, normalmente Eugene habría estado con ella a esa hora. Curly siempre entraba al salón justo antes que los maestros.
–¿Suspendidos? ¡Yo también quiero dos semanas sin escuela!–Se quejó Harold.– ¡Eso no es justo!
–Debe ser por lo que salió en ese sitio–dijo Sheena–. Casi todo el equipo estaba metido en eso...
–¿Te imaginas lo que podríamos hacer en una semana sin escuela?–Comentó Sid, mirando el techo con aire soñador.
En su puesto, Lila estaba pensativa. Había notado la ausencia del equipo, pero no tenía sentido que los suspendieran por lo del sitio. Habrían suspendido a las animadoras también. Ella había leído el resto de los detalles en la web y las acusaciones no eran más graves y el entrenador del equipo era tan idiota como ellos, seguro los habría defendido con que los chicos siempre serán chicos y que eran solo tonterías de adolescentes.
–¿En serio irás al centro comercial?–dijo Lila mientras Edith le explicaba sus planes. Eran las únicas en el salón y esperaban a Arnold, quien insistía en acompañarlas, aunque ahora que la mayoría sabía lo que pasaba, estaban descartadas entre las denunciadas en el sitio.
–¡Claro! Todas iremos a distraernos un rato–le dijo Edith.
Después de que se difundiera la información y ahora que casi toda la preparatoria había leído sobre las acusaciones, la entrenadora solicitó a la dirección que les dieran autorización para salir de la escuela si se sentían incómodas. Fue salón por salón informando a cada chica y durante el descanso algunas decidieron organizar un día de compras y avisaron a través de mensaje de texto en sus teléfonos. Lila era la única del equipo que no tenía su propio celular, así que fue Edith quien le contó.
–¿De verdad no piensas ir?–Insistió Edith.
–En verdad ahora mismo no tengo dinero–Explicó Lila y luego sonrió.–. Intentaré ir la próxima vez
–Tú te lo pierdes
Las voces de Arnold y Gerald se oían desde el pasillo y las chicas se acercaron a la puerta.
Edith de inmediato besó a Arnold y luego de explicarle lo que pasaba, la acompañaron hasta la salida de la escuela, donde se reunió con las otras chicas del equipo para marcharse juntas de ahí.
–Al menos parecen tranquilas–dijo Arnold mientras regresaban hacia el interior de la escuela.
–Yo también lo estaría si pudiera simplemente irme de aquí sin consecuencias–Comentó Gerald medio en broma.
Arnold solo rodó los ojos.
–¿Crees que estarás bien, Lila? Eres la única de las animadoras que se quedó–dijo el rubio, tratando de ignorar la incomodidad del comentario de su mejor amigo.
–Sí, no pasa nada. Además, no quiero perder clases–Explicó Lila.
–De todos modos te acompañaré hasta el salón–dijo Arnold.
–Puedo cuidarme sola, en serio, no es necesario
–Quiero hacerlo y solo quiero estar cerca si llegas a necesitar apoyo
–Gracias
Pasaron por el salón donde los chicos tenían clases y Gerald se despidió de Lila entrando de inmediato para reservar dos lugares. Era una clase que solía llenarse y sentarse al final apestaba.
–Lila... ¿puedo preguntarte algo?–dijo Arnold mientras se alejaban.
–¿De qué se trata, querido Arnold?–contestó la chica, distraída.
–¿Por qué no me dijiste que Edith y tú ya sabían lo que pasaba?
La chica reflexionó un segundo.
–No creí correcto decirte. Supongo que ella tenía sus razones para no contarte algunas cosas y no quise intervenir–Admitió.– ¿Estuvo mal?
Arnold suspiró.
–Lila, somos amigos
–Lo sé, Arnold–Ella suspiró.–. Pero así como Edith guarda mis secretos, yo guardo los suyos
«Aunque yo no tengo opción...»
–No era mi responsabilidad–Continuó Lila.–decidir cuándo decirte las cosas, pero supongo que ya lo aclaraste con ella... ¿me equivoco?
Arnold negó.
–Quiero confiar en ti, Lila, saber que serás honesta conmigo
Ella dio un suspiro. Si en verdad fuera honesta con él temía que su mundo se pusiera de cabeza.
–No puedo intervenir entre ustedes, pero si algo así vuelve a pasar, lo único que puedo ofrecerte es que hablaré con ella para que sea sincera contigo, pero así como ella tiene sus razones, yo tengo las mías para seguirle el juego
–¿Por qué?
–Eso es algo que no puedo decirte, querido Arnold. Lo siento mucho
–Entiendo
Aunque dijo eso, Lila podía leer la decepción en sus ojos y supo que perdía su confianza.
–Si logro... resolver ese asunto... te lo diré, pero por el momento, no puedo–dijo, intentando sonar segura.
–Sabes que puedes contar conmigo si necesitas ayuda... –dijo el chico con aire preocupado.
–Lo sé. Y te la hubiera pedido si creyera que puedes ayudarme, pero... no con esto ¿sí?
–¿Es un asunto de chicas?
Lila medio río.
–Podría decirse que sí
Arnold sonrió.
–Está bien, Lila. Gracias... por ser tan buena amiga
Arnold regresó sobre sus pasos para entrar al salón donde Gerald había entrado.
Lila solo pensaba en lo pésima amiga que estaba siendo al seguirle el juego a Edith solo para asegurarse de que su secreto estuviera a salvo. Traicionar la confianza de Arnold y de Helga era algo que apenas podía soportar, pero el miedo era más fuerte.
Incluso si no estaba de acuerdo con Edith sobre que Helga hubiera lastimado a Eugene, sabía lo hiriente y maliciosa que podía llegar a ser y lo violenta que era cuando se sentía amenazada. Y amarla en silencio dolía menos que la sola perspectiva de volverse su víctima. Sus sentimientos podían quedar entre ella y el cuaderno cuyas hojas iba arrancando y rompiendo en pedazos cada vez que necesitaba derramar sobre papel el caos que la carcomía por dentro.
...~...
Esa semana acabó con los rumores flotando. Ni Helga ni Eugene regresaron a clases. El equipo de americano seguía suspendido, mientras otros chicos de tercer año de preparatoria seguían en clases, pero no podían participar en las prácticas de sus equipos. Arnold y Gerald disfrutaron un poco de eso, ya que los idiotas que siempre molestaban a Helga estaban entre los castigados. Ellos habían salido con chicas del equipo de animadoras hacía un tiempo y estaban involucrados en algunas de las recaudaciones falsas. En cuanto a las chicas del equipo, algunas apenas asistían a la escuela a una que otra clase, pero la mayoría decidió tomar el permiso que les otorgó la entrenadora como unas vacaciones.
Lila era la excepción, ella seguía en sus clases de forma regular y, luego de aquella salida al centro comercial, Edith no faltó otra vez. Ahora que salía con Arnold, disfrutaba un poco más estar en clases sentada junto a él, lo acompañaba a las prácticas, se quedaba observando, sin interrumpir y luego él la dejaba en la parada del autobús.
Fue hasta el lunes que, tras entrar al salón de la última clase antes del almuerzo, una que compartía con Edith, quien probablemente seguía coqueteando con Arnold junto a los casilleros, escuchó una voz aguda que reconoció de inmediato.
–Gracias por preocuparse, pero estoy bien–dijo.
Lila se acercó con precaución, sin saber qué esperar y aunque lo vio lastimado, no pudo evitar sentir cierta tranquilidad al notar que no era ni la mitad de grave que todo el mundo decía.
–Buenos días, Eugene ¿ya te sientes mejor?–dijo Lila con su dulzura de siempre.
–¡Buenos días, Lila!–contestó el pelirrojo con una sonrisa.
Un par de raspones en su rostro estaban sanando y un vendaje envolvía su mano izquierda hasta la mitad del antebrazo.
–¡Creímos que estarías meses en el hospital!–dijo Harold, comiendo un emparedado.
–Y que volverías en silla de ruedas–Agregó Stinky.
–¿Silla de ruedas?–dijo Eugene, con aire confundido–. No fue para tanto
–¿Tus piernas ya sanaron?–Preguntó Sid, incrédulo, inclinándose para mirar las piernas del chico sentado en su silla.–. Creímos que estaban rotas en pedazos
Eugene apartó la silla, se levantó y movió primero la pierna izquierda, luego la derecha, como si intentara bailar Tap, hasta que perdió el equilibrio y cayó de vuelta en su silla, por suerte.
–¡Estoy bien!–dijo con su entusiasmo habitual.
Quienes lo rodeaban dejaron escapar una carcajada grupal.
En ese instante Sheena llegó corriendo y apartó a los demás para agacharse y abrazar a Eugene con afecto, casi llorando.
–Pensé en ti todos estos días, esperando que sanaras–dijo con voz de sollozo, apretándolo con fuerza.
–Gracias, Sheena... pero necesito respirar
–Lo siento
La chica lo soltó apenas lo suficiente para que dejara de quejarse.
–¿Seguro que puedes volver a la escuela?
–Sí, esta mañana el médico dijo que estaba bien y que podía regresar
El maestro entró en ese momento y el grupo se vio obligado a dispersarse, aunque le dio la bienvenida a Eugene.
Edith entró justo antes que cerraran la puerta y se sentó junto a Lila. Notó a Eugene y le dedicó una sonrisa antes de fingir que ponía atención. Notaba la alegría de Lila y sabía que no tenía que ver con el bienestar de su compañero de clase, sino porque él podría aclarar la situación.
Helga también había regresado a la escuela esa mañana, pero no compartía la primera clase con ninguno de sus amigos y que las personas murmuraban a su alrededor la estaba volviendo loca y antes de darse cuenta se había escondido en el auditorio, donde decidió tomar una siesta que casi le hizo perderse el almuerzo. Cuando despertó le quedaban unos diez minutos para comer, así que corrió a la cafería, consciente del ruido de sus tripas.
Agradeció haber elegido para ese día vestir una de sus grandes sudaderas con capucha que usó cuando fingió ser Mike, porque al menos podía esconderse para pasar un poco desapercibida, aunque lamentó no haber inventado otro personaje para un día como ese.
Solo quería conseguir un emparedado y tal vez un par de postres, pero mientras estaba en la fila, en una mesa se armó un escándalo y alguien mencionó su nombre y al voltear su capucha cayó y algunas personas la reconocieron.
Después de enterarse del regreso de Eugene, Curly llegó corriendo al salón y lo acompañó a la cafetería actuando como un loco guardaespaldas, adelantándose a cada esquina, anunciando que el camino estaba despejado, lo que extraño a Eugene.
Ya en el comedor se sentaron en su mesa habitual. Mientras comían, Brainy se les unió con su respiración pesada, mirando a Curly fríamente, hasta hacerlo explotar.
–¡Ya dime qué quieres!–Gritó, desesperado.
–Debes aclarar algo–Exigió Brainy.
Eugene los miró a ambos confundidos y luego volteó hacia Sheena, quien dio un largo suspiro.
–Curly vio la ambulancia que te llevó al hospital
–¿En serio?–Contestó Eugene, sin entender por qué eso era un problema.–. me desmayé por el dolor, así que ni siquiera recuerdo una ambulancia...
–Dijo que Helga te había lastimado–Añadió Brainy.
Eugene estaba sorprendido.
–¡Por supuesto que no! ¡Helga me ayudó!–Gritó Eugene.
Fue en ese momento que algunas personas la vieron en la fila de la cafería.
–¿Qué? ¿Entonces por qué el director Wartz la llevó a la oficina?–dijo Curly.
–No lo sé.–Respondió Eugene, claramente esforzándose en hacer memoria.–. Recuerdo que dijo que no necesitaba ir al hospital, pero estaba muy lastimada, seguro lo necesitaba. Deben haber llamado a sus padres...
Helga intentó irse de ahí, pero Phoebe la había visto y se acercó a ella, tomó su mano y la arrastró hasta donde estaba el grupo.
–Curly, le debes una disculpa a mi amiga–Exigió Phoebe, frunciendo el ceño.
–¡¿Entonces quién golpeó a Eugene?!–Insistió Curly.
–Helga me protegió de los chicos de tercero–Murmuró Eugene.
–¿Otra vez?–dijo Sheena, colocando su mano en el hombro de su amigo.
Eugene bajó la mirada y asintió. No quería explicar más, pero su amiga sabía que eso había pasado antes y también porqué.
–Helga no me golpeó–Repitió Eugene.–. Ella me protegió de los de tercero
–¿En serio eso fue lo que pasó?–dijo Phoebe, ignorando porqué su amiga se negó a contarle eso.
–Solo gané tiempo hasta que llegaran los maestros–Admitió Helga.–. No fue realmente una pelea, nadie podría con tantos idiotas juntos.
Las miradas de Brainy y Phoebe se clavaron sobre Curly.
–Discúlpate con Helga–Exigió Brainy.
–Estoy esperando–dijo Helga, con los brazos cruzados.
Desde otras mesas las personas habían volteado, curiosas.
–Wolfgang golpeó a una chica–Comentó alguien.
–¡Por favor! Pataki apenas cuenta como una–Respondió otra persona.
–Aunque actúe de forma ruda, Helga sigue siendo una chica–La defendió Stinky.
Gerald, Lila y Nadine se habían acercado también a la mesa donde todo ocurría. Arnold estaba sentado junto a Edith y cuando él se iba a levantar, ella le tomó el brazo con fuerza. El chico la observó, ella negó y Arnold no tuvo más remedio que quedarse ahí.
–Le debes una disculpa a Pataki–dijo Gerald.
–¡Era lo único que tenía sentido! ¿Cómo iba a saber que los de tercero estaban involucrados?–Chilló Curly, golpeando la mesa con los puños.
–Y por eso siempre te rechazamos del periódico–dijo Siobhan, sentada en la mesa siguiente, comiendo tranquila.–Eres creativo y algo trastornado–Añadió la chica, mirando su tenedor con interés.–, pero tus historias no sirven. Sacas conclusiones con poca información y una vez que te haces a una idea no te importa la evidencia
Algunos voltearon a verla.
–Aunque Pataki no sea la persona favorita de la escuela–Continuó–, trabaja para mí y es buena. Merece una disculpa
–¿Y bien?–Exigió Helga.
Curly la observó, tragó en seco, apretó los dientes.
–Lo siento–Masculló sin mirarla
–Más fuerte
–¡Lo siento!
–¿Por qué?
–¡Por difundir un rumor!
–Suficiente. Se acabó el espectáculo–dijo Helga con seguridad, agitando las manos para dispersar a la gente. Algunos curiosos volvieron la atención a su comida.
–Que bueno que esto se aclaró–dijo Phoebe, más tranquila.
–Como sea–dijo Helga. Luego rascó su brazo, nerviosa, mientras miraba a Eugene.–. Me alegra que ya estés bien
–¿Y tú cómo estás?–dijo el chico.
–He estado peor–Se encogió de hombros.
–¡Te ausentaste toda la semana!–dijo Phoebe.
–¿Toda la semana?–Eugene abrió mucho los ojos.–. No esperaba... creí que no te habían lastimado tanto... lo siento... si no fuera tan descuidado...
–Guarda silencio–Interrumpió Helga.–. No es tu culpa que sean unos idiotas. Además, me sirve de práctica para el torneo de boxeo–Añadió con orgullo.
Gerald sonrió al ver que su amiga estaba bien y que eso tranquilizaba finalmente a su novia, quien había pasado tensa toda la semana.
Phoebe, Gerald, Nadine y Lila acompañaron a Helga charlando casualmente, quien regresó a la fila de la cafería y pidió algo de comer. Como habían escuchado lo que pasó, le dieron doble postre de tapioca ese día.
En el salón de la siguiente clase Lila le dijo que la buscaría para ir juntas a boxeo y Phoebe exigió que caminaran juntas a casa más tarde.
Aunque Johanssen estaba ahí, Helga no quería hablar con nadie. Sabía que Arnold intentaría charlar con su aire de preocupación de siempre y al mismo tiempo estaba enfadada con él. No le había escrito ningún mensaje en todos esos días, pero ¿por qué lo haría ahora que salía con Edith? De seguro tenía otras cosas en mente...
El chico entró al salón apenas antes que la maestra. Se sentó junto a Gerald y puso atención a toda la clase sin intentar charlar, pero la chica notaba como de vez en cuando volteaba hacia ella, así que, como otras veces, en cuanto terminó la clase simplemente guardó sus cosas y esperó. Esta vez Gerald se quedó con ellos.
–Escuché que te peleaste con Wolfgang–dijo Arnold.–. Eso debió ser complicado
–Nada que no pueda manejar–Contestó Helga con altanería.
–Pataki, salvaste a Eugene, te volverás una heroína–Bromeó Gerald.
–¡No es para tanto! Alguien tenía que hacerles frente
–Helga–dijo Arnold–, lo que hiciste fue peligroso
–¿Piensas regañarme?
–No, pero si Eugene y tú terminaron tan mal como para ausentarse varios días, definitivamente fue demasiado para ti... debiste pedir ayuda
–Lo hice–dijo ella.–. Jenny y otra chica de su clase estaban cerca y las envié a buscar a los maestros, pero no podía quedarme de brazos cruzados esperando, ¡lo habrían convertido en papilla antes de que alguien llegara!
–Eso fue peligroso y arriesgado, pero... también creo que fue valiente y desinteresado. Sé que a veces puedes ser así cuando alguien en verdad te importa, pero Eugene y tú no son amigos, entonces ¿por qué lo hiciste?
Notes:
Siguiente episodio: Razones

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