Chapter Text
Su matrimonio fue su rumbo. Después de la batalla de Sendai dónde Saitou Hajime oficialmente moriría, Saitou no tenía mucho qué hacer. Su destino fue el Shinsengumi y llevar a cabo la erradicación del mal. Sus valores con la nueva era seguían intactos, pero luchar solo era algo que no valía demasiado para llegar a algo. Saitou conocía bien sus fortalezas, pero especialmente sus limitaciones. Un hombre solo y sin el respaldo de nadie no haría mayor cambio que en su entorno y pelear solo contra un gobierno no era sensato. El Shinsengumi tuvo un papel importante en Japón debido a su organización: todos estaban unidos bajo un mismo destino. Ahora, a Saitou todo lo que le quedaba era el clan Aizu y su esposa Tokio.
Matsudaira-sama, el jefe del clan fue quien auspicio la boda y le permitió tener la vida que ahora llevaba. Fujita era el apellido de la madre de Tokio, así que al casarse, decidió que ambos lo tuvieran para empezar una nueva vida.
—Fujita Goro, ese será tu nombre ahora —le dijo en su boda— y Fujita Tokio será el tuyo. Podrán empezar una nueva vida sin los fantasmas del pasado.
Su bendición fue esa. Quería que Tokio, su preciada hija adoptiva tuviera una vida cómoda luego de vivir tanta violencia. Aunque ella no era una guerrera exactamente, siempre estuvo involucrada gracias al clan. Ahora, al fin podría ser feliz y vivir tranquilos, con preocupaciones mundanas propias de la nueva era.
No contento con eso, Matsudaira-sama les regaló una pequeña empresa textil para que no quedarán desamparados. Saitou no tenía trabajo ahora que era un rounin, aunque no renunciaba a su espada, debía adaptarse a la nueva vida. Y Matsudaira-sama siempre se caracterizó por mantener el clan bien. No iba a ser menos con ellos ahora.
Vivirían en Kioto, Tokio ya había decidido eso y Saitou estuvo de acuerdo con ella. Solo faltaba alguien más:
—¿Segura que no quieres venir con nosotros, abuela? —preguntó mientras le preparaba el té a la mujer.
La abuela de Tokio, Jitsuko, era ciega, aunque eso nunca fue un impedimento para que ella hiciera nada. Por el contrario, nadie podía decir que Jitsuko dependía de alguien o era una inválida por estar ciega. En más de una ocasión, les había mostrado que era más que capaz de no necesitar a nadie. Todavía cosía y remendaba la ropa con la precisión de una costurera profesional y solía dar vueltas por la casa sin preocuparse por nada. Aun así, a Tokio le sabía mal irse sin ella. Desde que sus padres murieron, ella era todo lo que tenía e incluso, cuando fueron acogidas por el clan, seguía ocupando un lugar prioritario en su vida. Saitou sabía eso, conocía a su esposa, sabiendo que iba a ser difícil dejar aquel lugar.
—Estaré bien aquí, Tokio —respondió Jitsuko.
—Creo que Tokio se sentiría feliz de que esté con nosotros —intervino Saitou sentándose a su lado.
—Jovencito —lo llamó la anciana poniendo una mano en la rodilla de él—, encárgate de darme muchos nietos.
—¡Abuela! —exclamó Tokio sonrojada mientras Saitou sonreía a ojos cerrados.
—Ya estás en edad de ser madre —la regañó señalando a su nieta con el dedo índice mientras sonreía—. Quiero que la próxima vez que vengan, sea con muchos niños. No los recibiré por menos —dijo seria la anciana—. Tokio, ve por té.
A su nieta no le quedó más remedio que ir por la tetera, dejándola sola con Saitou.
—¿Segura que no quiere acompañarnos? Tokio se sentirá más tranquila.
Jitsuko sonrió plácida mientras negaba con la cabeza.
—Tokio estará bien. Es una mujer fuerte —dijo ella acomodando las mangas del kimono sobre su regazo—. Le hará bien alejarse del clan y empezar una vida sencilla, como una mujer normal. Ha tenido una vida dura para ser una Takagi.
Saitou sólo se limitó a asentir. Sabía que Tokio venía de una familia acomodada y tras la guerra en Hokkaido, sus padres murieron. Fue gracias a Matsudaira-sama que ella y su abuela pudieron continuar sin quedar desamparadas tras la muerte de la cabeza de la familia.
—Además, estoy vieja. No me adaptaré a otro cambio —le contó.
El clan se mudó hacia apenas un par de años a Tonan. La ceguera de Jitsuko no parecía un problema hasta que tenía que conocer todo de nuevo y aprender a moverse una vez más por la casa. Y el clan no era exactamente pequeño, no. Vivían todos ahí y aunque cabía la posibilidad de que algunos se fueran tal como Tokio y Saitou, la mayoría iba a quedar ahí hasta que su muerte.
Saitou escuchó las inquietudes de la mujer. La comprendía, aunque sabía que su esposa iba a extrañar a su abuela, pensó que podía ser lo mejor.
—Traje té y mochi de fresas. Chie acaba de terminar de prepararlos —dijo Tokio entrando a la habitación. Sirvió el té y la comida y no se volvió a hablar de temas más complejos entre ellos.
Al día siguiente partirían, así que probablemente fuera el último té que compartiera con su abuela en mucho tiempo.
******
Tokio terminó de empacar todo lo que iban a llevar. Muchas cosas habían cambiado en poco tiempo. Con el triunfo de los imperialistas y el comienzo de la nueva era, todo tardó un poco en acomodarse, pero parecía que los tiempos de paz iban a llegar para quedarse. Se sentía bastante feliz de no tener que preocuparse más por los combates, aunque sabía que con su esposo era algo totalmente diferente.
Acomodó su habitación y fue a buscar a Saitou.
—Hajime, ¿Estás aquí? —preguntó sin abrir la puerta y al entrar, vio el cabello de su esposo esparcido con el suelo— ¡Hajime! —exclamó sorprendida al ver que se lo había cortado.
—¿No me veo bien? —sonrió divertido al ver la expresión de su esposa y ella, respiró tranquila y se acercó, arrodillándose tras él y tomando la navaja en sus manos.
—Si me pedias ayudas, lo habría hecho.
—Quería que disfrutaras más tiempo con tu abuela.
Ella emparejó el corte. Aún se le hacía extraño ver ese cambio en su esposo, pero no le quedaba mal, fue solo la sorpresa inicial de ver un cambio tan grande en él.
—Está bien, no es como si no fuera a verla nunca más. Aunque voy a extrañarla. A todos —dijo ella con una sonrisa llena de tristeza—. No pensé que fueras a cortar tu cabello. Es importante para un samurai —terminó de corregir los desniveles en la nuca mientras hablaba.
—Ya no soy un samurai —respondió el con calma.
—¿Estás seguro de tomar esa decisión?
Ella sabía que con Saitou no hablaba de algo tan simple como dejar de pertenecer al Shinsengumi o no, era más complejo. Con él siempre habló de ideales y de su verdadero medio de justicia, lo que casualmente, iba bien con los Shinsengumi. Se animó a preguntar qué es lo que haría ahora y con la misma parsimonia de siempre, respondió que lo verían luego. Por el momento, atenderían la empresa juntos.
Él, un guerrero excepcional entre los Shinsengumi, siempre fue un lobo de Mibu y aunque la situación cambiara, su título cambiara con ello, había algo en su corazón que nunca cambiaría ni con el cambio de era ni con una vida tranquila.
Notes:
¡Hola, hola, gente linda! ¿Cómo están? Espero que de maravillas. Tengo nuevo fic de Saitou y esta vez, sus inicios en la policía y su final como Shinsengumi. Saitou es un hueso duro de roer, así que no será tan fácil ser un perro del gobierno, pero por ahí irá.
El primer capítulo -serán cortos, al menos, tres tengo bien planeados-. También quiero terminarlo antes de fin de mes para participar en la cadena del Club de lectura, así que tendrán actualizaciones seguidas y si mis tiempos lo permiten, un dibujo por capítulo. Crucen los dedos.
Espero disfruten este capítulo.
¡Un abrazo!
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Saitou insistió en alquilar un carruaje, incluso, Matsudaira-sama quiso convencer a Tokio de ello, sin embargo, no hubo cambio en la mujer. Le gustaba caminar y creían que siendo el primer viaje que harían como marido y mujer, iba a ser un bonito recuerdo ahora que no tenían que preocuparse por las guerras y las emboscadas de los enemigos. Al menos, hasta salir de Tonan, quería recorrer ese camino por última vez ya que pasaría largo tiempo antes de que regresaran a visitar el clan.
—No disfruto mucho andar en carruaje —le confesó en cuanto se despidieron de todos y se alejaron de la casa—. Suelen sentarme mal los viajes largos y la paso mal gran parte del tiempo ¿no te sucede?
—Hasta que te acostumbras —le respondió él con calma. Si bien, Saitou nunca fue de los que sintiera malestar de forma regular, sabía que era algo común de andar en carruaje, sobre todo en el bosque donde el camino era mucho más irregular y el coche se mecía sin precisión de un lado a otro—. ¿Aprendiste a montar?
—¡Sí! —respondió entusiasta—. Mi abuela me enseñó hace tiempo, aunque no he vuelto a montar desde entonces.
—Será un buen momento de ponerte a prueba —dijo él con una sonrisa y los ojos cerrados. Tokio se sintió extraña y se sonrojó ante tal declaración.
La solución de Saitou para hacer el viaje más corto era conseguir al menos un caballo y así, su mujer no tendría que pasar tanto tiempo a la intemperie. A Saitou no le importaba dormir en el suelo o acampar, sin embargo, prefería que ella no tuviera que hacerlo. Al salir de Tonan, cruzarían el bosque y tendrían al menos, tres noches al calor de una fogata.
Desviaron el camino. Él aseguró conocer donde podrían conseguir un caballo, lo que les llevaría un par de horas de caminata.
A lo lejos, vieron una granja y un campo dónde había varios caballos pastando. Árboles frutales y una huerta que se extendía por la parte trasera de la casa.
Al acercarse hasta la puerta, vieron a una mujer que saludaron amablemente. Tokio no conocía todos los detalles de la vida de su esposo, sí la mayoría. Aun así, fue grato y sorprendente verlo hablar de manera tan cercana con aquellas personas, como si las conociera desde hacía mucho tiempo.
Saitou, quién por mucho tiempo no había tenido un sitio estable al cual regresar, había parado en muchas ocasiones ahí, incluso, cuando tuvo algún trabajo de espía.
Consiguieron un caballo para hacer el resto del camino. Saitou, ayudó a su esposa a subir al caballo y luego, subió tras ella, dándole las riendas a Tokio.
—Tú…
Apenas mencionó una palabra, Saitou golpeó el costado del caballo con el talón y éste comenzó a hace run trote rápido. Él la sostuvo de la cintura al ver que su cuerpo cayó contra la crin del caballo mientras sostenía las riendas, nerviosa.
—Creo que sí estás fuera de forma —se burló de ella tomando las riendas y logrando estabilizar el andar del animal.
Ella hizo morros y él sólo se rio al ver la expresión en su rostro, prometiéndole ser más paciente mientras se acostumbraba a cabalgar una vez más.
—Hajime…
—Deberías empezar a llamarme Goro —le recordó él cubriendo la espalda de su esposa con su abrigo. La noche se iba haciendo más oscura y densa y con ello, la temperatura bajaba de manera considerable.
—Pero es tu nombre… y has tenido que dejar tanto —dijo con un halo de tristeza. Saitou sonrió y la acomodó contra su pecho.
—Me he casado contigo.
Tokio se sonrojó y agradeció estar en aquella postura para que no la viera con el rostro rojo de la vergüenza, ¡Hasta le hacía calor ya! Sobrándole el abrigo. Él no dejó de sonreír como si estuviera disfrutando su reacción. Lo diría una y mil veces: quien había salido ganando con su matrimonio fue él.
—Entonces… —Tokio se mordió el labio y alzó la vista—, te llamaré así cuando estemos solos. ¿Puedo?
Saitou lo permitió. Ella podía hacer lo que quisiera, incluso, si quería conservar su nombre en la intimidad, no le importaba.
Hajime fue su primer nombre, el que llevó de niño y luego olvidó por la guerra y la dura vida que tuvo. Un niño que quería ser samurai sin ningún apoyo… hasta que consiguió un patrocinador y con él, su primera de tantas identidades. Por supuesto, nada fue gratis para él y siempre tuvo que pagar cualquier favor hecho. Con el tiempo, los nombres fueron tan solo palabras que servían temporalmente. Pero al entrar en el Shinsengumi, por alguna razón, volvió a usar su primer nombre y un apellido al azar. Ya no recordaba si lo había escuchado antes o si era de alguna de sus tantas víctimas, pero lo tomó como propio. No tenía cariño al nombre, pero atesoraba lo que había vivido con él no solo con el Shinsengumi, también con el clan Aizu. De no ser por ellos, no estaría cabalgando con su esposa dirigiéndose hacia un nuevo sitio que llamaría hogar por segunda vez en su vida.
—Podemos acampar por aquí —dijo Saitou haciendo que el caballo se detuviera. Él bajó primero y antes de que su esposa hiciera lo mismo, vio unas sombras moverse entre la espesura del bosque.
Tras un gesto de Saitou, ella lo esperó sin pronunciar palabras mientras él se alejaba por un momento a inspeccionar. Si eran simples viajeros, no importaría, pero él temía que fueran bandidos y no iba a permitirse estar entre ellos. Saitou ese movía con la intención de ser visto y así, deducir sus intenciones. Era hábil para detectar a sus enemigos, como el lobo de Mibu que era.
Se quedó quieto en cuanto vio a una persona acercarse a él, pero de refilón, vio a otros dos, uno que iba por su espalda. Y entonces, supo que era una trampa y que tal como pensaban, eran hombres sin oficio ni beneficio.
—¿Sabías que portar una espada es ilegal?
Saitou se rio y cerró los ojos, sin cambiar su expresión calmada. Ellos también violaban la nueva ley del gobierno. Pero poco importaba cuando tenías un enfrentamiento como ese.
—Sólo los idiotas obedecen al gobierno —respondió él manteniendo el tono calmo de su voz, sin perder de vista los movimientos del contrario. y en cuanto empuñó el mango de la espada, abrió los ojos e hizo lo propio con la suya, desenvainando y cortando de un solo movimiento la cabeza de su rival—. Cuando peleas, el más rápido es el que se lleva la victoria —dijo mirando el cuerpo que salpicaba sangre al caer. Un ruido sordo del cadáver se escuchó en la tranquilidad del bosque y al ver que su cómplice había sido ejecutado de una manera tan sencilla, atacaron en pareja, lo que no hizo ninguna diferencia para Saitou, quién pudo esquivar sus ataques antes de que sus espadas lo alcanzaran. Y ahora, que estaban de espaldas, atacó a traición, atravesando el pecho de uno de ellos y al girar su espada, el sonido de sus costillas rompiéndose retumbó en sus oídos.
El hombre vomitó sangre antes de dar su ultima bocanada de aire y caer al suelo. Mientras, su compañero veía aterrado la escena. No tenía fuerzas ni animó para atacar, temblaba y un gemido de terror salía de sus labios. Logró que su cuerpo reaccionara y retrocediera un par de pasos, sin embargo, el hecho de querer huir no era suficiente como para escapar de Saitou.
—No creas que una escoria como tú saldrá vivo de aquí —sonrió y sacudió la sangre de su espada, haciendo la postura de su gatotsu mientras lo veía correr. Saitou se sintió como un depredador a punto de cazar a su presa, una que no valdría mucho más que el calentamiento que le dieron esa noche.
Una vez acabó con él, limpió su espada y la guardó en su vaina.
—¡Hajime! —escuchó a su esposa llamarlo y habló para que lo encontrara más a prisa.
Tokio vio los cuerpos sin vida en el suelo y enseguida, examinó con la mirada a Saitou.
—¿Te encuentras bien?
—No ha sido nada —respondió y se acercó a ella, volviendo a montar a caballo, asegurando que sólo los bandidos salieron perdiendo en su batalla, si es que podía considerarlo de esa manera.
Tokio no dijo nada más al respecto, tampoco se inmutó al ver los cuerpos desmembrados en el suelo. La guerra le había dado cierta inmunidad a los cadáveres. Verlos a diario solía ser algo común, incluso, cuando estuvieron colgados en el clan durante seis meses, pudriéndose. El dolor de ver a sus amigos en esa situación fue duro, pero con el tiempo, se acostumbró a ello. Al igual que Saitou se había acostumbrado a que su espada arrebatara la vida de los demás buscando la paz.
Ambos estaban un poco rotos por las guerras y por como la muerte fue haciéndose un lugar en su vida. Más, ahora sólo esperaban que su futuro fuera más tranquilo y al fin, disfrutaran de un poco de paz.
Notes:
¡Hola, hola, gente linda! ¿Cómo están? Juro que quería hacer de éste un capítulo tranquilito, donde los dos tuvieran un viaje sin inconvenientes, pero esto de mostrar ese lado de Saitou que mata sin culpa y cómo ella también se ha acostumbrado a esos escenarios es algo que me pudo y tenía que meterlo sí o sí por aquí.
Espero que les haya gustado que de paso, no me fumé tanto con las muertes como otras veces xD
¡Un abrazo!
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La casa era bonita y muy espaciosa. Fue fácil adaptarse a la vida tranquila de Aizu y a su gente. Aunque a veces llegaban noticias que en Nagato y en Tokio, especialmente, en su bahía, todavía existían los grupos rebeldes y un intento de restaurar el Shogunato. La pareja sabía que esos intentos a menos de ser mayores en número y de estar mejor organizados, sólo iban a quedar en meros intentos. Sin embargo, sumaban un poco más al caos que significaba el cambio que la era Meiji imponía.
Aizu no era alcanzado por el conflicto, pero sí por sus consecuencias, especialmente, por aquellos que huían buscando una vida pacífica o escapaban para no ser alcanzados por el enemigo. Era un territorio donde los civiles imperaban en su mayoría y pocos samuráis quedaban, por lo que era el sitio perfecto para vivir más cómodo mientras había tantos tumultos en otros distritos.
—Hajime, ¿estarás bien así? —dijo al ver que iba a salir con su espada. La prohibición de portar cualquier arma seguía vigente y ahora, con la policía puesta por el gobierno, las restricciones eran más constantes y aunque ella sabía que su esposo podía defenderse bien de todo, simplemente, quería que evitara algún problema.
—No puedo dejar mi espada.
—No te pido que la dejes, sólo que seas prudente —advirtió ella antes de que él sonriera y prometiera no actuar de manera impulsiva si veía a un perro del gobierno en su camino.
Él se había adaptado de manera sorprendente a una vida común y corriente. Aún entrenaba a diario, sin embargo, ya no había más combates por los que luchar. Más, no podía dejar su espada de lado, así como así. Saitou era un guerrero de corazón y olvidar su pasado tan fácilmente no era lo suyo, aunque su flexibilidad para adoptar nuevos hábitos era fascinante. Algunos, ya los había adquirido mucho antes incluso, cuando compartió su primera vivienda con los Shinsengumi. sólo que ahora vivía con su esposa, sin el ruido de tanta gente a su alrededor. Incluso, parecía llevar muy bien un trabajo mundano como el de la fábrica textil. Realmente, no era lo suyo, pero era su forma de mantenerse ocupado. Eventualmente pensó incluso, en buscar algo más afín a él, pero no encontraba algo que fuera capaz de llenar ese hueco. Así que por ahora, estaba bien seguir con ello.
Llegar a casa era una de las costumbres que más disfrutaba. En esa ocasión, Tokio estaba cocinando y mientras él anunciaba su llegada, ella salía a recibirlo rápido antes de volver a la cocina con el almuerzo casi listo.
Al servir la comida, Tokio siempre iniciaba las conversaciones. Saitou disfrutaba escuchar hablar a su esposa, aunque no era precisamente un buen conversador, se adaptaba a ella y siempre oía con atención todo lo que le contaba.
—Hoy hablé con Sato-san y me dijo que hay un ladrón por los alrededores. Avisaron a la policía, pero no ha habido ningún anuncio de que lo hayan capturado —le contó con un suspiro agarrando el vaso de té y dándole un sorbo.
—¿Hace cuánto? —preguntó él. Confiar en la policía no parecía ser una buena opción, especialmente cuando apenas estaban formando los cuarteles en Aizu. Poca gente capacitada y mucho jovencito se veía entre las filas, lo que realmente, no era garantía de nada desde el punto de vista de Saitou.
—Sato-san dijo que tres vecinas y un anciano fueron atacados por él, así que debe ser como una semana —dijo preocupada y él notó ese cambio en su expresión, interesándose en ello. Era raro ver a su esposa de esa manera.
—¿Tienes miedo?
—¿Miedo? ¡Claro que no! Sólo pienso que de haber estado ahí, le habría dado su merecido —exclamó molesta. En una de las ocasiones, ella salió de compras y sucedió no mucho después de eso— se le pasarían las ganas de hacer algo así de nuevo —y molesta, dio un bocado al arroz.
—No intentes nada estando desarmada —le recordó Saitou.
Tokio sabía bien eso. Ahora que no podía portar armas, su naginata era inútil y sólo estaba guardada en una de las habitaciones de la casa, más, ella aún creía que podría hacerle frente. Quizá, no llegaría a matarlo sin su arma, pero bien que podría defenderse si algo así ocurría.
La comida transcurrió bastante animada y tras quedarse en el jardín un rato, Tokio se dispuso a salir a ver a una de las vecinas para llevarle una de sus plantas. Así, Saitou tenía pensado dar un paseo, aunque con otras intenciones.
Ambos salieron juntos y tomaron caminos diferentes. Él, acompañó a Tokio hasta asegurarse de que llegara bien y luego, siguió tras su objetivo. No era la primera vez que lo hacía, sólo que Saitou no solía vanagloriarse de eso y así, mantenía la zona libre de criminales gracias a sus paseos en solitario, incluso, en sus idas y vueltas a la fábrica.
No se consideraba un justiciero, más allá de que era su modo de hacer justicia para quienes rompían con la paz del día a día, Saitou siempre se vio a sí mismo como un asesino y nunca intentó ocultarlo. Marcharse de sangre propia o ajena fue gran parte de su vida y aún ahora que intentaba amoldarse a una vida cotidiana y mundana, seguía tiñendo su espada de sangre, aún contra las prohibiciones.
Ese día, llegó a tarde a casa por cumplir con un trabajo que nadie le pedía, pero que él hacía: mantener limpio su hogar.
Anunció su llegada y fue a buscar a su esposa, quien salía del baño secando su cabello.
—Hajime, ¡qué bueno regresaste! ¿Quieres cenar? Acabo de salir del baño, así que el agua está caliente ¿prefieres dejar la cena para después? —preguntó entusiasta sin darle tiempo a responder a la primera pregunta.
Él siempre esperaba y sonreía. Asintió y prefirió tomar un baño primero. Ella, fue a calentar la cena una vez más y luego, se dirigió a su habitación buscando con qué atar su cabello.
Saitou se llegó a la habitación tras el baño y vio a su esposa trenzado su cabello sobre el futon. La luz de la lámpara de la esquina le daba una vista maravillosa de ella. Cerró la puerta tras de él, olvidándose de la cena y se acercó a Tokio sentándose frente a ella en el futon y acarició su mejilla con la yema de los dedos. Sus manos callosas no debían sentirse bien, pero ella nunca se quejó de sus caricias, tal y como ahora, solía cerrar los ojos y apretar su mejilla contra su palma y luego, le daba un beso.
Aunque en esta ocasión, ella se estiró rodeándolo por el cuello y besándolo en los labios. Él rodeó su cintura, agarrándola y estirando sus piernas al lado de ella. Su esposa lo besó de manera apasionada, con el deseo floreciendo en sus labios y en la punta de sus dedos que recorrían su piel sin tabues. Saitou se recostó con ella encima, con cuidado. Siempre se volvía extremadamente cauteloso cuando se trataba de ella. Tantos años en el campo de batalla y matando a diestra y siniestra lo hacían ser mucho más consciente de lo que eran capaces aquellas manos.
Ella se acomodó encima de él. Besó su cuello y desató el lazo de la yukata. Era interesante ver a Tokio tomando la iniciativa. Era algo que no solía suceder, normalmente, él era quien daba el primer paso y solía llevar el control, pero en esta ocasión, sucedió al revés y era realmente excitante verla a ella estando encima suyo. Saitou sonrió y se dejó llevar.
Tokio recorrió sus brazos bien marcados y su pecho cuando sintieron un golpe en la puerta.
—Déjalos —dijo él con una mano sobre la espalda de ella.
—¿Y si es algo importante? —dijo preocupada. Podría ser del clan, no imaginaba quien más podría buscarlos cuando sólo ellos conocían su ubicación e identidad.
—¿Qué es más importante ahora?
Saitou besó el cuello de su esposa y un gemido quedo salió de sus labios. Pero los golpes en la puerta no cesaron.
—Iré a ver y continuaremos luego.
Ella se quiso poner de pie y Saitou la sujetó de la mano.
—Hajime, no seas infantil.
—Lo que quiero hacer con mi esposa es todo menos infantil —se quejó él frustrado y sólo recibió un beso de ella con la promesa de regresar pronto.
Tokio abrió la puerta y se encontró con un policía. Le pareció extraño que llegara en la noche y más a su casa, pero preguntó.
—Buenas noches. ¿Puedo ayudarlo?
—Buenas noches. Busco a Saitou Hajime-san —dijo el policía haciendo una reverencia a Tokio y vio detrás de ella a Saitou, quien ya se había acomodado la yukata.
—Saitou-san.
—Soy Fujita Goro —respondió frunciendo el ceño, molesto de ver a un policía en la puerta y mucho más al ver que pudieron encontrar su casa.
Tokio no volteó a verlo, pero por el tono de su esposo, sabía lo irritado que estaba.
—Fujita-san —dijo el policía con un ligero temblor en la voz—. Quisiera hablar…
—No tengo nada de qué hablar —respondió seco—. Vamos, Tokio.
Ella hizo una reverencia y Saitou cerró la puerta, dirigiéndose a la habitación.
—¿No deberías escuchar lo que tiene para decirte? —le reclamó su esposa deteniéndolo en el pasillo.
—¿Por qué debería? No es como que algo del gobierno pueda ser bueno —bufó torciendo el labio. Ella suspiró mientras lo seguía a la habitación. Parecía que su buen humor se esfumó en un santiamén con esa visita.
—Podría ser algo importante.
—¿Qué puede ser tan importante como para buscarme? —preguntó sentándose en el futon. Tokio se puso de rodillas a su lado.
—No lo sé, pero deberías escucharlo antes de echarlo. Tú siempre has sabido analizar todo conociendo lo que piensa y hace el enemigo. Por eso siempre fuiste un excelente espía.
Saitou hizo un mohín de desagrado cuando ella habló dándole dónde le dolía: el ego. En más de una ocasión él actuó para conseguir información. Boticario, vendedor, vagabundo, entre tantos otros. Era su don y su maldición, agarrándola especialmente cuando era su mujer cuando le recordaba eso. Aún molesto, terminó agarrándola de la cintura y atrayéndola a él.
—¿Me vas a hacer ceder?
Ella sonrió saboreando el triunfo. No era algo que le fascinara a él, pero tenía razón en que no los había escuchado y si algo solía caracterizarlo era su capacidad de ser buen oyente y analizar todas las posibilidades. Pero estaba ante sus enemigos. Quizá la batalla en el campo había terminado, pero como samurái que era, sabía que una batalla no solo se libraba con espadas, aunque estás fueran las que definieran el resultado, los movimientos que las precedían eran tan importantes como la batalla en sí misma.
Saitou le dio un beso corriendo el escote de la yukata.
—Dejemos de hablar de eso y vamos a lo importante.
No quería seguir pensando en cosas desagradables cuando estaba con su esposa, menos con la vista que tenía en esos momentos. La recostó suavemente en el futon y la besó, desatando el obi de su esposa, continuando lo que habían interrumpido, mientras ella se encogía por el aliento caliente que golpeaba su cuello, Saitou la abrazó como si no fuera a permitir ningún espacio entre los dos.
La ropa pronto desapareció y sus cuerpos se tocaban piel con piel. Tokio gimió al sentir el cuerpo duro y caliente de su esposo contra ella mientras continuaba sus caricias más intensas que antes, llenando de atenciones sus senos con su boca mientras que su mano callosa se hacía camino entre sus muslos.
—Hajime… —susurró rodeando la espalda de su esposo y acariciando sus fuertes músculos mientras la lengua húmeda de él frotaba la punta de sus pezones y le proporcionaba un emocionante placer que atravesaba todo su cuerpo.
—Todavía no —respondió él con una sonrisa, levantando la vista para encontrarse con los ojos azules de ella que derramaban su deseo. Pero era muy pronto. Las manos que no conocían tabúes aún se deleitaban explorando los pliegues de su entrepierna y escuchando los gemidos ahogados de placer que ella emitía una y otra vez, pronunciando su nombre de manera ansiosa.
Así continuo hasta que el cuerpo de ella tembló debajo suyo y cubrió su boca mientras cerraba los ojos.
—No cubras tu boca —dijo él quitando las manos de sus labios para besarla una vez más mientras se acomodaba entre sus piernas y entraba en ella, sintiendo que todo su cuerpo lo envolvía.
Tokio rodeó su cuello cuando él empezó a moverse. Saitou envolvió su brazo alrededor de la cintura de su esposa, levantando levemente su cuerpo y haciendo más profundas las penetraciones. Sus ojos pardos se clavaban en ella y la miraban de manera más profunda e intima con un gesto lascivo y excitante.
Sólo el choque de sus cuerpos y sus respiraciones agitadas cortaban el silencio y de vez en cuando, un beso los interrumpía. Así, hasta que Tokio sintió los músculos abdominales de él rozar su suave piel y tras una áspera respiración en su nuca, Saitou la abrazó, llegando a la cima. Ella tembló y tardó un momento en que la sensación electrizante de placer adictivo aminoraron en su cuerpo. Él, se mantuvo encima de ella un momento antes de acomodarse a su lado en el futon y abrazar a su esposa.
Se cubrieron con la manta, Tokio acomodó la cabeza en su amplio pecho y él apretó su talle con su brazo, manteniéndola cerca suyo.
Pronto, intoxicados por el placer del sexo y del calor del cuerpo ajeno, ambos cayeron rendidos a un plácido sueño.
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Lo que menos le gustaba era el papeleo. La empresa textil necesitaba de muchos controles y él ayudaba a Tokio en lo que podía. Saitou había hecho informes y llevado la contabilidad tanto en el Shinsengumi cómo en el clan, sin embargo, nunca a ese nivel. Tampoco conocía demasiado bien el rubro textil, así que estaba decidido a aprender mientras ayudaba a Tokio. Ella entendía más de la empresa, de hilos y telas y su funcionamiento. Antes, había hecho lo mismo por su cuenta, sin embargo, ahora Saitou estaba a su lado y él, al estar sin trabajo, tenía que dedicarse a algo.
Hacía un par de días, fueron a ver la empresa y ella quedó fascinada. Para él estaba bien, pero nada más allá de eso. De telas, hilos y producciones entendía poco y nada y si quería trabajar de manera activa en ello, debía aprender. No era un problema para Saitou, aprendía rápido y podía hacer trabajo repetitivo sin cansarse, aunque no era su favorito. Era un hombre de acción por lo que nunca le sentó bien simplemente, llenar formas.
Encendió un cigarrillo mientras leía, ignorando los golpes en la puerta, pero tras cansarse del molesto ruido, salió a ver encontrándose con el mismo policía de la noche anterior.
—¡Fujita-san! —pronunció feliz el hombre, pero recibió una fuerte negativa de él.
—Largo —fue todo lo que dijo antes de cerrar la puerta. Sabía que si Tokio se enteraba, lo regañaría, pero él contaba con la excusa de que estaba trabajando y no podía permitirse interrupciones, mucho menos, del gobierno.
Saitou no quería tener nada qué ver con el gobierno. Aún cuando ellos habían sido los que salieron victoriosos, tener el poder no garantizaba que obraran bien. De sólo pensar en todo lo que había sucedido y en lo reciente que era, menos ganas tenía.
La muerte del capitán Kondou y de Hijikata podrían haberse evitado. Si Kondou no se hubiese rendido, el gobierno no lo habría capturado y obligado a cometer sepukku en público. Eso fue el primer golpe mortal al Shinsengumi.
Al haber sido expulsados de Kioto y perdido a Okita por su enfermedad y el traslado, no quedaba mucho más. El capitán Harada y el capitán Nagakura decidieron traicionar al Shinsengumi y fue Hijikata quien los ejecutó por el bien de la organización. Para entonces, unos pocos miembros quedaban esperando la batalla de Boshin dónde Hijikata hallaría su muerte.
Saitou estaba en Tonan, dónde llevó a Okita a pasar sus últimos días, los que no fueron muchos por lo delicado que estaba de salud. La tuberculosis estaba en su fase terminal y el viaje había sido el que terminó de desgastar su salud por completo. Tres días más vivió al llegar al clan. Shinpachi desapareció después de darle entierro. Y él no tuvo más noticias de los otros miembros.
Muchos murieron en la batalla de Boshin y pocos lograron escapar sin pelear.
Un rumor se había corrido en la batalla de Sendai que decía, Saitou Hajime estaba muerto junto con Toudou, Itou y Matsubara al salir heridos en la batalla. Kondou lo creyó oportuno en su momento y no se encargó de desmentirlo, sino de extender el rumor para usar a sus cuatro mejores hombres como factor sorpresa. Lo cierto es que el momento nunca llegó y simplemente, les sirvió a los cuatro para cubrir sus identidades más fácilmente al disolverse el Shinsengumi.
Saitou disipó todas esas ideas de su cabeza. No había quizá posibles, sólo realidades que no cambiaría más. Así que volvió a su trabajo hasta que su esposa regresara a la casa.
Notes:
¡Hola, hola, gente linda! ¿Cómo están? Yo estoy más que feliz porque al fin publiqué este capítulo y es uno de los que más me ha gustado escribir xD amo poner a Saitou en situaciones así, que se incómode y de paso, tenga una vida un poquito más normal, que detrás de esa fachada de tipo regio y cool, es sólo un hombre -y convengamos que se casó antes que todos, así que algo más debía haber hecho ewe-.
Ya sólo queda un capítulo que será el que concluya todo y de fin a Saitou como un hombre ordinario... al menos, una parte de él ;)
Espero lo hayan disfrutado.
¡Un abrazo!
Chapter Text
Tokio terminaba de hacer las compras para el almuerzo. El plato favorito de su esposo era el soba. No entendía por qué, pero de todas las comidas que podía pedirle, siempre que tenía oportunidad sólo insistía en esa sencilla sopa de fideos. Solía discutir con él por esa misma razón, más, a él no le importaba y sólo reafirmaba su gusto por el soba. Así, ella compró todo para prepararlo. Volvía a casa cuando vio a un hombre alto y de bigote en la puerta, junto a un policía.
—¿Puedo ayudarlos? —se detuvo ella pensando que su esposo estaba haciendo otra rabieta.
El hombre se quitó el sombrero y saludó a Tokio con una reverencia que el policía imitó.
—Buenas tardes. Quisiéramos tener una charla con Fujita Goro —Ookubo sonrió y habló de manera amable con ella.
Tokio reconoció al policía que había llegado noches atrás a la casa, pero a Ookubo recién lo conocía en persona. Si bien, había escuchado mucho al respecto por su labor en el gobierno, nunca imaginó tenerlo en la puerta de su casa.
Ookubo era considerado junto a Saigou y Kidou, cómo los hombres más influyentes de la restauración. Ookubo era un estadista, letrado y con buenas ideas, realistas. Poco a poco se estaba haciendo no sólo de una gran reputación, ganaba más poder entre sus propios colegas. De momento, había ganado toda las fuerzas policiales y por eso, él mismo era quien hacía sus visitas, casa por casa para forjar la nación que Japón se merecía.
Al estar cerrados por tanto tiempo, Ookubo sabía que Japón no era competencia contra el mundo, por eso, debía forjar los cimientos para ser una potencia. Lo primero, era su gente.
Él fue el que hizo el decreto de prohibir espadas, abolir el sistema de clases y abolir la discriminación oficial contra los burakumin que hasta ese entonces, eran los parias de la sociedad.
Y aún era el inicio.
Tokio hizo pasar a ambos a la casa.
—Cariño, ya volví.
—Bienvenida —dijo Saitou y se encontró con las visitas y todo su buen humor se esfumó cuál llama que apaga el viento.
—Antes de que digas nada, escúchalos —y le dedicó una espléndida sonrisa—. Haré té.
Con rapidez, dejó a su esposo con los invitados y no le quedó más remedio que llevarlos a una de las habitaciones. Quitó los archivos que estaba leyendo con anterioridad y los guardó todos, invitando a los dos a sentarse.
—Su esposa es muy agradable —dijo Ookubo.
—A diferencia…
Saitou los miró con desagrado. Un imperialista y un policía en su casa. Si alguien le hubiese dicho eso antes, se habría reído. La nueva era traía demasiados cambios y él no estaba seguro de estar bien con todos ellos, mucho menos, con éste en particular.
—Saitou-san —lo llamó Ookubo después del silencio. Saitou no tenía intención de empezar conversación, así que fue él quien tomaba las tiendas.
—Fujita Goro —insistió en su nuevo nombre—. Ese es mi nombre y agradecería que lo utilizara.
El policía estaba tenso, sin embargo, Ookubo sonrió. A él le había costado hacer eso la primera vez, sin embargo, se estaba acostumbrando.
Japón dejó de ser ese país lleno de divisiones y con facciones enemigas. Para ser el país que soñaba, debían estar todos del mismo lado. Él era consciente de ello y por eso mismo, había dejado su propio orgullo para contactar a los que antes fueron sus enemigos.
Mientras, Tokio llegó con el té, un poco decepcionada al no escucharlos hablar. Sirvió a todos y estaba dispuesta a dejarlos solos, pero su esposo la detuvo.
—Quédate.
—Fujita-san… —el policía intervino algo nervioso y los ojos afilados de Saitou se centraron en él haciéndolo temblar. Entendía que el policía no siquiera tenía un pasado en la guerra, probablemente, entró por sus buenas intenciones sin saber cómo lidiar con el mundo real.
—Mi esposa es la única razón por la que están aquí.
—Está bien —respondió Ookubo haciéndole un gesto a su subordinado de que no continuara.
Tokio se sentó al lado de Saitou y lo miró de soslayo. Él seguía estoico manteniendo el porte ante sus invitados.
—Iré al grano.
—Lo agradezco —dijo Saitou sonriendo.
Ookubo se tomó su tiempo para contar su plan y como conseguirlo. Reclutar a antiguos guerreros del Bakumatsu y darle privilegios para entrar en la política era lo que él les ofrecía. Así, una vida segura. Muchos habían terminado de vagabundos, escondiéndose o intentando reconstruir una vida que nunca tuvieron. Para la mayoría, era extraño. Tener que dejar su vida por completo para adaptarse a los nuevos tiempos era mucho, Ookubo bien lo sabía y estar solo podía complicar más todo.
No veía eso en Saitou quien hasta se casó y empezó una nueva vida sin complicaciones. Aún así, lo quería entre sus filas. Destacado miembro de los Shinsengumi no iba a dejar pasar la oportunidad de reclutarlo.
—Quisiera que trabajara con nosotros.
Saitou iba a decir algo, pero sintió la mano de su esposa en su rodilla y se contigo de hablar todavía.
—Necesitamos políticos…
—No me interesa —dijo él antes de que terminara de hablar. Un cargo burocrático… prefería seguir haciendo la contabilidad de la empresa antes que tener charlas cómo estás largas y tediosas con gente que no soportaba.
—Entonces, la policía —continuó Ookubo con su plan B. Lo cierto es que muchos optaron por dejar su espada en pos de una nueva era, pero veía que Saitou era un hueso duro de roer y que no cedería tan fácilmente como él lo pensó. Aunque Ookubo no estaba enfadado, le gustaba esa determinación. De tenerlo en sus filas, alguien con los principios de Saitou y su valía iban a favorecer mucho la nueva era—. Estoy a cargo de toda la policía de Japón, cómo saben. Sai… Fujita-san destacó en el pasado con su habilidad con la espada. Tendrías el permiso de portar tu espada.
Y al decir eso, una sonrisa sincera se vio en el rostro de Saitou.
Escuchó con atención lo que Ookubo tenía para decirle, sin interrumpirlo una vez. Habló de sus habilidades como espía y espadachín, pero Saitou no intervino en ningún momento para confirmar o rechazar nada, hasta que llegó el momento de la propuesta.
Saitou conocía todos los pros y los contras de ello. Sabía a lo que se arriesgaba y lo que significaba trabajar con sus enemigos.
—Lo pensaré —sonrió y dio un sorbo al té sin obtener una reacción positiva de sus invitados.
—¿Podría ser una pronta respuesta? —preguntó Ookubo ansioso.
—¿Qué tan pronto?
—Para el viernes.
Saitou guardó silencio. Eran tres días para rechazar o aceptar la propuesta de Ookubo, no había más. En sí, era algo bastante sencillo de meditar, sin embargo, quería pensarlo bien, especialmente, porque no quería que volvieran a molestarlo si daba una respuesta muy pronto.
Sin más, se despidieron de ellos y quedó sólo con su esposa, hablando de ello.
—¿Qué piensas al respecto? —preguntó Saitou al ver a Tokio frente a él.
—Creo que si no va en contra de tus principios, podría ser una buena oportunidad.
Saitou no supo cómo sentirse con ello. Tokio era demasiado comprensiva para su propio bien. No era una mujer que le imponía a lo tonto ni lo restringía, no, parecía tener la palabra exacta para llevarlo adelante. Y hasta lo hubiese esperado para que fuera una decisión más fácil de tomar.
Sus ideales eran sencillos: exterminar el mal de raíz. Para ello, tanto el Shinsengumi como ahora el gobierno podrían servirle. Así, dejaría de centrarse sólo en un área pequeña como su barrio y podría pensar a lo grande. Aunque también estaba el hecho de que debía trabajar con los antiguos imperialistas. Muchos de ellos sus enemigos, otros lo suficientemente cobardes como para mandar a otros a luchar e incluso, corruptos.
Saitou suspiró y ella sonrió.
—Iré a preparar el soba —tarareó dejando a su esposo solo para que pensara al respecto. No era una decisión sencilla y afectaría a su futuro y su vida el cómo lo tomara.
******
El día acordado no tardó en llegar y una nueva visita de Ookubo se realizó en su casa. Nunca se imaginó que iba a tener a un Ishin shishi dos veces en su casa, mucho menos, que estaba a punto de hacer ello.
Saitou lo meditó mucho. Aunque al principio pensó en declinar la oferta, pensó que podría ser lo mejor para él. El Shinsengumi había muerto, sin embargo, él seguía en pie, vivo y luchando por mantener ese ideal del “aku soku zan[1]”. Los cimientos de la nueva era estaban a punto de ser construidos y serían lo más puros que pudieran ser. Saitou se lo había propuesto y lo cumpliría aún si se volvía un perro del gobierno.
Tomó el traje occidental que le dejarían días más tarde y con eso, dejaría de usar su hakama y haori, como una muestra más de que la era donde había nacido y vivido estaba un poco más lejana.
—Te ves tan guapo con tu nuevo traje —le dijo su esposa en cuanto acabó de cambiarse.
Él hizo un gesto incómodo. Era demasiado diferente de la ropa tradicional japonesa, pero al menos, podía llevar su espada japonesa.
—Me iré ahora —dijo colocándose la gorra del uniforme. El azul le quedaba bien y Tokio no dejaría de remarcárselo.
Su primer día en la policía, sería el comienzo de los viajes una vez más. Saitou estaba destinado a ser nómade, sin importar a qué se dedicara. Su primera misión en Nagato reprimirían a los rebeldes, erradicaría todo indicio de una nueva revuelta y seguiría con su principio de traer la paz a cambio de erradicar el mal, aunque él fuera lo único que quedara porque un asesino nunca cambia.
[1] El mal debe morir
Notes:
¡Hola, hola, gente linda! ¿Cómo están? Y sí, hemos llegado al capítulo final de este fic. La verdad, me divertí muchísimo escribiendo sobre tantas cosas de la vida de Saitou, especialmente, haciendo hincapié en su vida cotidiana. Y es que han mostrado tan poco en el anime y en el manga que me frustra un poco, porque es de los que menos esperas que tenga momentos normales como todo el mundo -mucho más siendo el único que se ha casado en el anime (lo de Kaoru y Kenshin al final no cuenta (?)-.
Finalmente, creo que Saitou a pesar de todo el conflicto que tuvieron anteriormente el Shinsengumi y los Ishin Shishi -y cualquier otro grupo rebelde de la época-, habrían sido saldadas por su ideal. Saitou es muy fiel a sus creencias, sin importar el bando en el que esté y creo que eso fue lo que lo motivó a aceptar y esperó, haberlo reflejado bien.
Espero que les haya gustado. No va a ser el último fic de Saitou que aún tengo muchas tramas pendientes con él, así que esperen la próxima historia ;)
¡Un abrazo!

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