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El manzano

Summary:

Harry regresa a Hogwarts en su séptimo año dispuesto a cambiar el estado de la escuela. Una historia de romance, traición, iniciativa y proezas. Traducción autorizada de Philo. SNARRY

Notes:

Chapter 1: Un encuentro inesperado

Chapter Text

Bueno chicos, regreso con nueva historia. Esta vez es una traducción de Philo, “The Apple Tree” y es bastante larga, tiene 44 capítulos, así que tenemos para rato jajaja.

 

Título: The Apple Tree

Autor: Philo

Resumen: Harry regresa a Hogwarts en su séptimo año dispuesto a cambiar el estado de la escuela. Una historia de romance, traición, iniciativa y proezas. Traducción autorizada de Philo. SNARRY

La historia original la podéis encontrar aquí:

https://ao3-rd-18.onrender.com/works/4241040/chapters/9595593

Parejas: Harry Potter/Severus Snape, Hermione Granger/Neville Longbottom/Draco Malfoy, Vincent Crabbe/Gregory Goyle

Advertencia: angustia, drama, violencia, mención de violación (no es una violación como tal, sino un hechizo que la imita; lo indicaré previamente en el capítulo, y si alguien se lo quiere saltar, solo tiene que decírmelo y le explicaré lo más importante para el transcurso de la historia).

Disclaimer y notas del autor: Esta historia está basada en los personajes y situaciones creadas y pertenecientes a JK Rowling y a varios editores como Bloomsbury Books, Scholastic Books y Raincoat Books, y a Warner Bros., Inc. No se pretende ganar dinero con ella ni infringir derechos de autor. Mis agradecimientos a JKR por deleitarnos con su obra.

 

 

 

CAPÍTULO 1: Un encuentro inesperado

 

Harry se deslizó dentro del Caldero Chorreante y se apoyó contra la pared mientras la puerta se cerraba con un golpe sordo a su lado. Los aromas familiares del mundo mágico lo envolvieron mientras sus ojos se adaptaban a la tenue luz. Saboreó el intenso y cálido olor del tabaco mágico, el fuerte y amargo aroma de la vieja cerveza derramada, la fragancia de los cuerpos de los magos, sus perfumes naturales sin camuflar con productos químicos, sino acentuados con hierbas y especias… Apoyó una pierna despreocupadamente contra la pared, ajustando la bolsa de deporte en su hombro mientras realizaba un escaneo mágico sobre la multitud. Había adquirido esa habilidad recientemente, y se aseguraba de usarla en cada oportunidad que tenía; por una parte, porque le gustaba, y por otra parte, porque se había vuelto más cauteloso y le gustaba saber si había algún peligro presente.

 

Percibió los niveles de poder mágico de los distintos magos y brujas presentes, deslizando sus sentidos rápidamente sobre la muchedumbre. La mayoría tenían un nivel bajo de poder, algunos nivel medio -ahora que sus ojos se habían ajustado, notó que Blaise Zabini tenía un buen nivel de poder- y continuó escaneando a lo largo de los reservados que se alineaban en las paredes traseras metódicamente, de izquierda a derecha.

 

¡Espera!

 

Deslizó los ojos y desplegó los sentidos nuevamente. Interesante. Localizó un hechizo de no-me-notes* a través del tercer reservado. Mesa que tenía una buena vista de la puerta, por cierto. Se apartó con cuidado, abriéndose paso con calma hacia la barra. Esperó pacientemente a que le atendieran, ya que el personal se estaba ocupando tan rápido y con tanta alegría como podía de las entusiastas demandas de la multitud. Apoyó una cadera contra la barra de madera, girándose mientras esperaba para mirar con indiferencia hacia el reservado que había llamado su atención, profundizando su análisis. Detectó a una sola persona, con un hechizo de ocultamiento, y una magia increíblemente poderosa, también camuflada. Sintió cómo su estómago se contraía y la adrenalina comenzaba a bombear por sus venas.

 

—¡Señor Johnson! —Tom, el tabernero, le sonreía mientras limpiaba rápidamente un vaso listo para llenarlo—. Lamento haberle hecho esperar.

 

—No pasa nada, Tom —sonrió Harry—. Estás hasta arriba, por lo que veo.

 

—Bueno, los niños vuelven a Hogwarts mañana. Muchas familias dejan para el último día el venir a comprar los materiales. Aprovechan para dar un paseo realmente.

 

Harry asintió.

 

Tom hizo un mohín.

 

>>En realidad, tengo que pedirle un favor.

 

Harry arqueó una ceja, mostrando curiosidad.

 

Tom hizo un gesto hacia una pareja de ancianos sentados en una pequeña mesa no lejos de la barra, que acababan de terminar su cena.

 

—Los viejos Bernard y Mathilda Franks. Ya han pasado tantas décadas desde que tuvieron algo que ver con Hogwarts que no se les pasó por la cabeza pensar que podríamos estar un poco ocupados esta semana —resopló.

 

—¿No quedan habitaciones en la taberna? —murmuró Harry.

 

—Bueno, sí que hay, pero la cosa es que la Sra. Franks no será capaz de subir más de un tramo de escaleras…

 

—¿Quieres que le lance un hechizo de levitación? —masculló el joven.

 

—No, no. Ya se lo ofrecí; a mí no me causan ningún problema, pero ella insiste en que la ponen enferma y que su estómago se encuentra demasiado delicado a su edad…

 

—Quieres mi habitación.

 

—Tengo otra en el tercer piso que puede usar —respondió Tom apresuradamente—, ya que es usted joven y está en forma. Es más barata…

 

—Me parece bien —sonrió Harry.

 

—Pero es una individual, sin embargo, y tiene baño compartido —explicó el cantinero con sentimiento de culpa.

 

—Tom, está bien —lo tranquilizó el joven—. ¿Quieres que vaya a hablar con ellos?

 

—¿Lo haría? Les dije que tendría que preguntarle, que no les podía garantizar…

 

—No hay problema. Pero a cambio, dime, ¿quién está acaparando el tercer reservado para él solo en la parte de atrás?

 

—¿Qué? —Tom miró a la pared del fondo—. ¡Oh, Severus Snape! ¡Había olvidado que estaba allí! Se ha lanzado un no-me-notes, ¿verdad? ¡Vaya cara! ¡En mi pub! ¡Y ocupando todo ese sitio él solo cuando tengo a tanta gente aquí! Y apenas ha pedido nada en toda la tarde.

 

Harry sonrió. Tan pronto como supo el nombre, pudo ver al hombre. Estaba sentado allí con la cabeza metida en un libro y un vaso de pinta vacío frente a él.

 

—Voy a sentarme con él en un minuto. ¿Qué está bebiendo?

 

—La mejor ale. **

 

—Entonces ponme dos de esas, Tom. ¿Ha comido ya?

 

—¿Va a invitarle a cenar? —cuestionó el tabernero, escandalizado.

 

—Odio comer solo delante de alguien. ¿Tu esposa ha preparado la empanada de carne y queso Stilton*** hoy? —preguntó Harry con esperanza.

 

—Ella siempre se asegura de tenerla lista cuando usted reserva aquí —dijo Tom con una sonrisa—. ¿Dos, entonces?

 

—Por favor.

 

Harry se acercó a la pareja de ancianos. Mathilda Franks era la persona más pequeña y arrugada que había visto en su vida. Tenía el cabello blanco y muy limpio recogido en un moño apretado en la parte posterior de la cabeza, ojos oscuros y penetrantes, y una boca remilgada que estaba frotando con una servilleta. El joven se puso de cuclillas a su lado, quedando a la altura de sus ojos.

 

—¿Señora Franks? Soy Alex Johnson. —Harry le dedicó una sonrisa amistosa y le tendió la mano.

 

Ella lo observó con ojos pequeños y brillantes.

 

—¿Señor Johnson?

 

El que formuló la pregunta fue Bernard, con una voz jadeante. Probablemente el hombre tuviera incluso más problemas con las escaleras que su esposa. Tal vez por eso estaba tan preocupada, pensó Harry.

 

>> ¿Es sobre su habitación?

 

—No, es vuestra —le aseguró Harry, levantándose y volviéndose hacia el pequeño mago, bastante regordete, con ojos llorosos y una gorra de rayas bastante encantadora en su cabeza. A Dumbledore le gustaría esa gorra, pensó Harry mientras se reía internamente.

 

—¿De verdad que no le importa? —preguntó Bernard Franks ansiosamente.

 

—De verdad. De hecho, me está haciendo un favor. Tom me ha ofrecido una habitación más barata. ¡No sabía que tenía habitaciones más baratas! ¡Me aseguraré de pedir otra igual la próxima vez! ¡No sabía que me había estado estafando todo este tiempo! —Harry echó una ojeada hacia la barra con una sonrisa para ver si Tom estaba escuchando, lo cual estaba haciendo.

 

—¡Solo abro el tercer piso cuando se llena todo, señor Johnson! —negó la acusación.

 

Harry le sonrió. Tom vertió dos pintas en la barra.

 

>>La cena tardará un poco. Vamos con retraso —refunfuñó.

 

Harry rio.

 

Tom se rindió y le devolvió la sonrisa tímidamente.

 

>>No es broma.

 

El joven asintió y se volvió de nuevo hacia la señora Franks, que todavía no había dicho ni una palabra.

 

—Si hay algo más que pueda hacer por usted… —comenzó cortésmente, para ser interrumpido por la vieja bruja.

 

—Todo saldrá lo mejor posible —dijo, con voz entrecortada, como si hubiera tomado una decisión.

 

—¿Perdone? —cuestionó Harry, arqueando las cejas.

 

La Sra. Franks miró fijamente al chico y dijo secamente:

 

—Gracias por la habitación, joven.

 

Harry la observó por unos instantes.

 

—De nada —respondió, y se levantó. Sabía cuándo su presencia ya no era requerida.

 

Ajustándose la bolsa de deporte sobre su hombro, Harry recogió los vasos de cerveza de la barra y los llevó con cuidado hacia la mesa de Snape.

 

—Espero que no le importe que me una a usted —saludó alegremente—, pero no hay más asientos disponibles. El lugar está abarrotado. —Y dobló las rodillas para deslizar la cerveza sobre la mesa, evitando que su bolsa la empujara mientras lo hacía.

 

Snape levantó la vista de su libro y lo observó con su mirada de furia distintiva, pero Harry pudo sentir su curiosidad por saber cómo el joven había sido capaz de verlo a través de su hechizo de no-me-notes e invadir su privacidad de todas formas. Sus ojos recorrieron la habitación, confirmando que todas las demás mesas estaban ocupadas.

 

—Es una taberna —respondió brevemente—; puedes sentarte donde quieras. —Y volvió a hundir la cabeza en su libro.

 

Harry colocó su bolsa sobre el banco y se sentó al lado de ella. Sacó su varita y le dio a su vaso un golpe rápido, enfriando la cerveza, para luego tomar un trago antes de suspirar de placer. La cerveza de mantequilla podría calentarte hasta los dedos de los pies, pero en una noche calurosa una cerveza helada era un placer. Muy poco británico, por supuesto, pero la había enfriado hasta alcanzar una temperatura perfecta donde aún conservaba los sabores maduros y amargos. Era consciente de que Snape lo había estado observando desde el momento en que había sacado su varita; de hecho, el profesor tenía la suya propia en la mano que quedaba bajo el libro que estaba leyendo, pero Harry se había propuesto usar movimientos lentos que mostraran claramente no ser amenazantes.

 

Miró hacia el hombre, encontrándose con sus ojos.

 

—¿Quieres que enfríe la tuya también? —preguntó, empujando el segundo vaso sobre la mesa en dirección a Snape.

 

Los ojos negros se entrecerraron.

 

—No acepto bebidas de desconocidos —respondió en voz baja y cortante.

 

—Es la mejor ale; le pregunté a Tom qué estabas bebiendo —explicó Harry.

 

—¿Y por qué harías eso? —inquirió Snape con su voz más sedosa.

 

El joven sintió un hormigueo recorrer su columna y resistió el impulso de temblar.

 

—Porque iba a venir a molestarte.

 

Snape lo miró como si fuera un espécimen de uno de los frascos de vidrio que cubrían las estanterías de su despacho. Harry sintió la frialdad de esa mirada acariciar su piel, y esta vez no pudo contener el estremecimiento que le recorrió los músculos. Inclinó la cabeza hacia atrás y tomó otro trago largo de cerveza, permitiéndose estremecerse aún más cuando el líquido frío se deslizó por la parte posterior de su garganta, y esperando que Snape pensara que el primer temblor había sido producido por la misma razón. Apartó el vaso de sus labios justo a tiempo para darse cuenta de que el ojinegro estaba observando el movimiento de su nuez mientras tragaba. Se estremeció de nuevo.

 

>>Está más buena fría en una noche como esta —ofreció—. ¿Seguro que no la quieres probar?

 

Snape volvió sus ojos al libro.

 

—A la velocidad con la que bebes, estoy seguro de que acabarás con la segunda en muy poco tiempo —dijo, con un deje de censura en su voz.

 

Harry tuvo que reprimir su instintivo deseo de responder. En realidad, Snape tenía razón aún sin saberlo. Harry ya se había tomado un par de pintas con sus compañeros de trabajo antes de abandonar Brighton y aparecer en el Callejón Diagon, y necesitaba reducir la velocidad; la cerveza mágica era mucho más fuerte que la muggle. Recorrió con su dedo el costado del vaso, formando una línea libre de agua condensada, e introdujo ese mismo dedo en su boca; le encantaba despejar caminos en el cristal de los vasos fríos. Acto seguido, miró a Snape y se dio cuenta de que el hombre lo estaba observando de nuevo, y pensó que quizá lo que estaba haciendo no era demasiado educado, pero el hombre bajó su cabeza como si nada hubiera pasado. 

 

Harry se preguntó por qué el ojinegro no había aceptado la cerveza; no sabía que era Harry el que se la estaba ofreciendo y su vaso estaba vacío. La mayoría de la gente aceptaría una pinta gratis sin pensarlo siquiera.  

 

De repente, la respuesta llegó a su cerebro como una epifanía.

 

Miró fijamente a Snape unos instantes y después desvió la mirada, echando un vistazo sin prestar mucha atención al bar lleno de humo. ¡Pues claro que Snape no iba a aceptar la bebida! Era un maestro de Pociones: debía conocer todas las sustancias y pociones que el alcohol podía enmascarar, especialmente la cerveza, ya que su sabor amargo podía disimular una gran cantidad de plantas y venenos. Y había mucha gente que lo odiaba; personas de ambos bandos, e incluso antiguos alumnos que disfrutarían la oportunidad de deslizar en su bebida algo que le hiciera pasar vergüenza, aunque no fuera letal. Snape jamás aceptaría nada de ningún extraño; probablemente nunca podría hacerlo, independientemente de cuál fuera el resultado de la guerra, ya que siempre habría personas que representarían una amenaza para él, que buscaran venganza. El pensar en todo esto estremeció a Harry; durante los últimos dos años se había divertido saliendo de fiesta y bebiendo en pubs con sus amigos y compañeros de trabajo, y el darse cuenta de las restricciones y la soledad de la vida de Snape lo golpeó como una bludger.

 

Volvió a mirar al ojinegro, pero ahora como un hombre, por primera vez en su vida. Sus ojos vagaron sobre él, fijándose en su piel cetrina, las delgadas mejillas y la sombra oscura en su mentón.  Su cabello era muy lacio y fino, y no parecía grasiento, pero, ¡su estilo era tan poco favorecedor! Le quedaría muchísimo mejor si se lo recogiera en una coleta o se lo cortara.

 

—Tampoco me acuesto con desconocidos —dijo Snape sin despegar la cabeza de su libro.

 

Harry, que acababa de tomar un trago de cerveza, lo roció sobre la mesa.

 

—¡Lo has hecho a propósito! —jadeó, intentando recuperar el aliento.

 

—¿El qué? ¿decirte que no estoy disponible? —se burló el mayor.

—¡Escoger el momento oportuno para lograr el máximo efecto! —Harry estaba asombrado de que Snape hubiera pensado que estaba intentando ligar con él.

 

—Es un arte —respondió el mayor con aire de suficiencia.

 

Harry lo miró fijamente. ¿Snape estaba bromeando? ¿Y además había pensado que estaba interesado en él? ¿Acaso el hombre solía atraer ese tipo de atención? Sus ojos comenzaron a vagar de nuevo sobre el ojinegro, centrando ahora su atención en las delicadas manos y sus largos dedos mientras pasaba una página. Intentó recordar cómo era el cuerpo de Snape, pero jamás lo había visto sin su túnica, y todo en lo que podía pensar era en su capa arremolinándose cada vez que pasaba por los pasillos o entraba en clase, de una forma imponente. El hombre tenía Presencia, con P mayúscula, pero, ¿cómo era su complexión? Bien, era alto y delgado, pero Harry nunca había pensado mucho en eso. Observó los hombros y el pecho de Snape.   

 

>>Sigo sin estar disponible —murmuró el ojinegro sin dejar de mirar la página.

 

Harry se sonrojó. La idea de que alguien pudiera considerar a Snape como un posible compañero sexual lo había abrumado tanto que no había podido evitar fijarse en él. ¿Y Snape era gay?

 

—Lo siento —se disculpó, e inmediatamente agregó—: yo tampoco me acuesto con extraños. Prefiero saber dónde han estado.

 

Los ojos de Snape se despegaron de su libro en cuanto oyó lo que Harry había dicho. Entonces, solo estaba tratando de ser ofensivo, no se ha dado cuenta de que soy gay, pensó el ojiverde.

 

Pero inmediatamente, para desconcierto de Harry, el hombre lo examinó de arriba abajo.

 

Descaradamente.

 

Harry sintió sus mejillas enrojecer e intentó que su mano no temblara mientras llevaba el vaso a su boca y bebía un sorbo de cerveza para evitar mirar al ojinegro. ¡Snape! ¡recorriéndolo con sus ojos! ¡Joder!

 

—¿Te estás volviendo tímido ahora? —preguntó el hombre. Dios mío, Snape se está burlando de mí.

 

Harry soltó su vaso y miró directamente al otro hombre, que seguía observándolo evaluadoramente. El corazón del joven latía desbocado y sentía cómo el calor recorría su cuerpo, saliendo por sus poros. Snape apartó su mirada de forma despectiva, volviéndose a sumergir en su libro. El ojiverde sacó un par de revistas de uno de los bolsillos laterales de su bolsa sin dejar de temblar, y acto seguido, decidió quitarse la sudadera, ya que el sudor no cesaba de correr por su espalda. Intentó ponerse de pie, pero como el banco le impedía colocar sus dos piernas rectas, se vio obligado a maniobrar hasta apoyar una de sus rodillas sobre el asiento.

 

Agarró el borde inferior de la sudadera y tiró de ella hacia arriba, pero, desafortunadamente, la tela se pegó a la camiseta que llevaba debajo y sintió como ambas prendas se levantaban. Se sentía ridículo con la cabeza atrapada dentro de la sudadera y su abdomen completamente al aire, por lo que aguantó la respiración y expandió su pecho para intentar sacar la maldita prenda, pero entonces notó que sus holgados pantalones se deslizaban por sus caderas. Maldiciéndose a sí mismo, se quitó la sudadera y la camiseta, y volvió a ponerse ésta última rápidamente. Snape volvía a examinar su cuerpo de forma descarada y el joven sintió cómo el calor le subía al rostro. Harry se subió los vaqueros, deseando haber invertido en un cinturón; o al menos en ropa interior.  

 

—Sigo sin estar interesado —comentó Snape—. Ha sido el peor striptease que he visto nunca.

 

—¿Y has visto muchos? —gruñó Harry en respuesta, rojo como una remolacha.

 

—Ninguno con esa falta de profesionalidad, eso te lo aseguro.

 

—No pienso comprarme más sudaderas —refunfuñó el chico, completamente avergonzado. Había hecho el ridículo, y además había quedado con la cabeza completamente cubierta, sin ser capaz de poder ver lo que sucedía a su alrededor, algo completamente peligroso.

 

Snape se rio, asombrando a Harry, quien parpadeó varias veces y le devolvió una pequeña sonrisa.

 

—Bonito tatuaje, por cierto —dijo el pocionista, centrando su atención una vez más en su libro.

 

¡Mierda! ¿Tanto se le habían bajado los pantalones?

 

—Gracias —respondió Harry intentando aparentar indiferencia.

 

El ojiverde agarró la revista de Quidditch que había comprado a un vendedor antes de entrar en la taberna y guardó la otra que había sacado sin querer; era una publicación periódica que había adquirido porque su amiga Hermione había conseguido publicar un artículo en ella. Para ello había usado un “nom de plume” ****, ya que suponía que los pensamientos de una estudiante hija de muggles no iban a ser muy respetados. Se habían divertido muchísimo escogiendo su nombre en la Sala Común de Gryffindor a altas horas de la noche, hasta que finalmente se decantaron por “Herbert Greystoke”, del que Harry se había sentido inmensamente orgulloso. Habían escogido ese pseudónimo tras descartar otras opciones mucho más graciosas porque éste contaba con las iniciales de Hermione, y además le daba un toque de persona mayor aburrida y respetable. Harry estaba muy complacido por haber sido capaz de entender el artículo, pero sabía que eso se debía principalmente a que su amiga había estado leyendo extractos de sus libros de investigación y discutiendo la materia con ellos durante meses. Le pareció interesante descubrir que también había un artículo escrito por Snape, pero éste era un refinamiento muy complejo de algún trabajo anterior, en el que se hacía referencia a una prolija serie de artículos anteriormente mencionados. El resto de publicaciones le parecían demasiado extensas e increíblemente aburridas, y se preguntaba si el artículo claro y conciso de Hermione sería aclamado por suponer un alivio para los lectores o si sería rechazado por no ser lo suficientemente aburrido.

 

—¡Señor Johnson! —exclamó la tabernera de forma alegre, mientras deslizaba dos humeantes platos frente a Harry y Snape, respectivamente—. ¿Cómo se encuentra?

 

—Bien, gracias, Sra. Tom, ¿y usted? —respondió Harry levantándose para saludar. Cuando la conoció, el ojiverde la llamó Sra. Tom debido a que no conocía su nombre, ni el apellido de su marido. Había tenido la esperanza de que el matrimonio se lo aclarara, pero ambos parecieron conformes con “Sra. Tom”, por lo que el chico lo seguía empleando.

 

—¡Vamos, cariño, siéntate y empieza a comer! No sabía que conocía al profesor Snape —añadió, alternando su mirada entre ambos hombres.

 

—Solo estamos compartiendo la mesa. Está esto bastante lleno hoy —sonrió Harry.

 

—Ah sí, es por el regreso a Hogwarts —comentó la tabernera—. ¿Es por eso por lo que está aquí, profesor? —preguntó al ojinegro.

 

—Tenía que resolver algunos asuntos —respondió Snape de forma evasiva—. Creo que ha habido un error, señora. Yo no he pedido nada para cenar.

 

—No, querido, ya lo sé. Tom me ha dicho que el amable señor Johnson la ha pedido para usted, ¿puede creerlo? Es mi plato especial, a él le encanta —comentó la tabernera inclinándose hacia Snape con complicidad, y asintiendo en dirección a Harry—. ¿Eras alumno suyo, querido? —le preguntó al joven—. Querías retribuir a uno de tus profesores, ¿eh? Vaya, también eres muy educado. —La mujer sonrió y se alejó apresuradamente, sin esperar respuesta.

 

Harry miró a Snape.

 

—No comas si no quieres —dijo en voz baja—, aunque la empanada de carne y queso Stilton de la Sra. Tom está deliciosa. Además, no me he movido de aquí, así que no he podido envenenarla.

 

—¿Por qué crees que alguien querría envenenarme? —preguntó el ojinegro.

 

¡Oh! ¡Terreno peligroso!

 

—Bueno, eres un maestro de pociones, así que creo que estarás siempre alerta. Además, lo esperaba después de lo de la cerveza —añadió Harry.

 

—¿Cómo sabes que soy un maestro de pociones? —inquirió Snape, sin tocar sus cubiertos, como ya había hecho su acompañante—. Estoy bastante seguro de que no eres uno de mis exalumnos, tengo muy buena memoria para las caras.

 

Bueno, realmente no era un ex alumno.

 

—Tu foto aparece en “Pociones Prácticas” —respondió Harry, señalando la revista que sobresalía de su bolsa.

 

Snape lo miró con sorpresa.

 

—¿Estás interesado en Pociones? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y cautela reflejada en su voz.

 

—Me temo que no he sido capaz de entender la mayoría de los artículos —admitió Harry—. El tuyo parecía basarse en tantos artículos anteriores que me perdí un poco.

 

Snape resopló, y miró fijamente a su acompañante de nuevo. Acto seguido, deslizo un marcapáginas en su libro antes de dejarlo sobre la mesa, y cogió su cuchillo y su tenedor.

 

Harry se sintió absurdamente complacido.

 

—Dios, esto está delicioso —gimió el joven tras dar unos bocados a su empanada. La señora Tom cocinaba bien, pero este plato en especial era de otro mundo. El chico comía sin parar, saboreando la salsa y el Stilton derretido sobre su lengua.

 

Snape lo miró y sonrió.

 

—Completamente de acuerdo. Nunca había probado esto y me pregunto cómo no lo había descubierto antes.

 

Harry se sentía como si se hubiera marchado a otro planeta. ¡Snape le estaba sonriendo de nuevo! En seis años nunca había visto sonreír al hombre, lo cual era algo atroz si se detenía a analizarlo. Dumbledore sonreía. El profesor Flitwick siempre se estaba riendo entre dientes por algo en la mesa de profesores, aunque nunca llegaran a escuchar la causa. Era común ver a Madame Hooch sonriendo emocionada en el campo de Quidditch, e incluso a veces soltaba una carcajada con algunos de los chistes groseros que los jugadores soltaban en los vestuarios. Incluso Madame Pomfrey se reía un poco cuando no se tenía que preocupar por ninguno de sus pacientes. Pero Snape no. Snape siempre parecía estar amargado. Bueno, tampoco es que haya tenido muchas razones para reír en su vida, ¿no? Harry se preguntaba cómo sería capaz de lidiar el hombre con el miedo constante que debía suponer dedicarse al espionaje; Harry se sentiría incapaz de ocupar el puesto del profesor, viviendo cada día con el temor a ser descubierto, y sin saber si regresaría vivo o ileso cada vez que fuera convocado. Tener que hacer cualquier cosa repugnante que se le pasara por la cabeza a Voldemort.

 

Le gustaba ver a Snape sonreír. Harry se preguntaba dónde habría quedado todo su odio por ese hombre. En realidad, se había disipado durante el año anterior, y ahora que lo estaba conociendo como un hombre, y no como el cruel torturador que había sido en su pasado, estaba listo para comenzar con una pizarra limpia. Aquí no estaba el odiado Harry Potter, y era interesante ver cómo se comportaba el ojinegro frente a un extraño. Al menos hasta ahora había sido bastante interesante.  

 

Snape terminó todo lo que había en su plato y se recostó en su asiento con elegancia y el estómago completamente lleno. Su acompañante limpió los restos de salsa con su pan, sin estar dispuesto a desperdiciar ni un ápice de la suculenta comida.

 

—Gracias —murmuró el profesor.

 

Harry sonrió.

 

—Me alegro de que te haya gustado. Odio comer solo delante de alguien. Te hace ser demasiado consciente de ti mismo.

 

Snape lo miró, y sin hacer ningún comentario apartó su plato a un lado y volvió a sumergirse en su libro. En ese instante apareció una joven que recogió la mesa y dijo con complicidad:

 

—La señora Tom quiere que le diga que ha hecho pudín de caramelo.

 

—¡Oh Dios! ¡Sí, por favor! Con helado —exclamó, mirando a Snape, quien le devolvía la mirada con indulgencia—. Tienes que probarlo. Es orgásmico.

 

La chica rio y el ojinegro levantó una ceja.

 

—¿Cómo dices?

 

—Lo siento, he estado viviendo demasiado tiempo rodeado de muggles. Es una expresión que usan ellos —se disculpó el joven—. Pero bastante apropiada —añadió.

 

—En efecto —respondió el profesor—. Sin embargo, voy a renunciar al placer.

 

—¿No te gustan los orgasmos públicos? —preguntó Harry, con las palabras abandonando su boca de manera involuntaria. ¿De verdad le he dicho eso a Snape?

 

Harry se disculpó con la chica, y ésta se alejó conteniendo una risita.

 

—Lo siento —dijo el joven a Snape—. Pero te estás perdiendo una experiencia celestial.

 

—Quizás prefiero mantener mi cuerpo en forma para placeres más terrenales —soltó el profesor con un tono tan suave antes de hundir la cabeza de nuevo en su libro que Harry no llegó a comprender el significado de la frase, pero en cuanto lo hizo se aterrorizó al descubrir que su polla se había sacudido con interés. Bueno, Snape tenía una voz pecaminosa; no sabía cómo no se había percatado de ello en todos esos años. Y era más pecaminosa aun cuando decía cosas de esa índole.

 

—No me creo que tengas que cuidar lo que comes. Estás bastante delgado —contestó Harry, pensando que la respuesta había sido lo bastante discreta, hasta que se dio cuenta de que había recorrido al ojinegro con la mirada descaradamente, algo que no comprendía, ya que siempre había visto el cuerpo del hombre similar a una columna delgada. Pero ahora que se había dedicado a observar la parte de su torso que quedaba expuesta sobre la mesa, el joven se sorprendió al darse cuenta de que en realidad Snape tenía mayor anchura de hombros de lo que había pensado anteriormente.   

 

El hombre se levantó y Harry se preguntó si lo habría ofendido de alguna forma y se marchaba.  

 

—Voy a por algo de beber. Te ofrecería una cerveza, ya que has pagado mi cena, pero todavía tienes una en la mano —indicó Snape, señalando el vaso que aún estaba intacto en la mesa—. ¿Un whisky de fuego?

 

—No, no hace falta —murmuró Harry, cogiendo su cerveza—. Salud. —Observó al hombre mientras se dirigía hacia la barra, pero volvió a mirar rápidamente a la mesa al darse cuenta de que estaba intentando descifrar la figura de Snape a través de su túnica. Echó un vistazo al libro que el ojinegro había abandonado sobre la mesa y casi se ahogó de la risa al comprobar que era uno de los textos que Hermione había citado en su artículo como muy oscuro. ¡Se moría de impaciencia por contárselo!

 

Unos instantes después, llegó su pudin, humeando, con el abundante caramelo reluciendo en su parte superior y varias bolas de helado derritiéndose a un lado. Harry se inclinó sobre el postre y respiró profundamente, embriagándose con el aroma, y logrando que su boca comenzara a salivar.

 

Snape se giró para mirar a su compañero de mesa mientras esperaba a que le sirvieran su cerveza en la barra, y observó el olfateo del hombre junto con la apreciación por su plato. Tras eso, lo vio llevar la cuchara de forma cuidadosa a su boca, deslizando los labios sobre ella, e inclinando la cabeza hacia atrás con los ojos casi cerrados, saboreando el pudin. Su acompañante estaba perdido en un mundo propio formado simplemente por ese postre y el placer que sentía al comerlo, y Snape, para su sorpresa, sintió que cierta parte de su anatomía comenzaba a endurecerse. El hombre se veía tan sensual oliendo, saboreando, mirando… Para alguien para quien los sentidos eran una parte increíblemente importante de su trabajo, ya que el tono exacto de una poción suponía la diferencia entre el éxito o la agonía, y debía verificar los ingredientes empleando la vista, el olfato y el tacto, sabía lo raro que era ver esos rasgos en otra persona. La mayoría parecían contemplar el mundo a medias tintas, por decirlo de alguna forma; solo veían matices pastel, en lugar de la gama completa de magentas, carmesí, esmalte y verdín. Snape recogió su bebida y volvió a su asiento.

 

—No pienso renunciar a esta experiencia por nadie —gruñó Harry—. Ponte a leer y no me mires. Esto es demasiado placentero cómo para distraerme hablando. —El chico introdujo otra cucharada lentamente en su boca, cerrando los ojos para concentrarse solo en el sabor del postre.

 

El ojinegro lo observó fijamente. Los gestos eran demasiado sensuales. Quizá no fueran del todo sexuales, pero sí provocativos.

 

—Es como ver a alguien masturbarse —comentó Snape con voz grave, completamente fascinado.

 

—Oh, Dios. No añadas tu voz, o me correré. —Harry estaba sobrecargado de sensualidad, concentrado en el sabor del pudín, su textura húmeda y grumosa, el contraste del postre caliente junto con el frío helado, y el olor dulce. Y ahora, el ronroneo de Snape.

 

—¿Estás duro? —Preguntó el ojinegro con curiosidad. ¿Podía alguien ponerse duro con un pudín?

 

—Ahora sí —respondió Harry tragando saliva; la pregunta de Snape se había dirigido directamente a su ingle. Abrió los ojos, sacando la cuchara de su boca.

 

>>¿Seguro que no quieres probar?

 

El profesor miró al joven, quién tenía la boca ligeramente abierta, las pupilas dilatadas y las mejillas enrojecidas, y se obligó a no moverse para no revelar el malestar que se intuía en su entrepierna.  

 

—Ya te he dicho que no —susurró, pero sus ojos se desviaron a esa boca.

 

Harry parpadeó, dándose cuenta de que su subconsciente se estaba imponiendo más de lo debido.

 

—Me refería al pudín —aclaró, sonrojándose.

 

Snape miró el cuenco a medio comer, con el marrón y el blanco mezclándose mientras se derretía el helado.

 

—No me gusta lo dulce —comentó el ojinegro—. Prefiero los sabores amargos y salados.

 

¡Estaba insinuándose! Harry notó como su erección crecía aún más, si es eso era posible. De su cabeza empezaron a emerger pensamientos de Snape probándolo, algo que lo impactó. Era impactante porque en su imaginación estaban Snape y él, y carne desnuda, y piel sudada, y en lugar de asquearse por esas imágenes, se encontraba sumamente excitado.

 

Se sintió incapaz de seguir comiendo, y dejó caer la cuchara sobre el bol con un ruido seco, sin mirar al ojinegro. La tensión que se había generado entre ambos era embriagadora, a la par que extraña, agradable e incorrecta.

 

El joven se removió en su asiento y apoyó la espalda contra la pared, sacando de nuevo su revista y colocando una pierna sobre el banco, tras limpiar su calzado con un hechizo. No sabía cómo enfrentar la situación; no tenía la intención de acostarse con Snape, y el hombre además había negado estar interesado, pero ese último comentario y el tono de la conversación…

 

—Te pido disculpas —dijo el hombre en voz baja, logrando que Harry levantara la cabeza para mirarlo fijamente.

 

>>El último comentario ha estado fuera de lugar —continuó el profesor—. Lamento haberte incomodado. Nunca había visto a nadie disfrutar tanto de la comida y he dejado que mi lengua se soltara.

 

Harry tragó saliva de nuevo. No pienses en la lengua de Snape...

 

—Perdóname a mí también, no debería haber comenzado diciendo lo de que el postre era orgásmico. No pasa nada, olvidémoslo y cambiemos de tema. En el artículo de Herbert Greystoke, no creo que Noble sea la mejor referencia. Creo que Hudson tiene mayor relevancia.   

 

Los ojos de Snape se iluminaron y, para sorpresa de Harry, pasaron la siguiente media hora de forma pacífica, discutiendo en profundidad sobre el artículo y sus repercusiones. Harry disfrutó realmente de la conversación; en clase de Pociones nunca cuestionaban ni debatían sobre nada de esa forma, y le fascinó averiguar los argumentos y los patrones de pensamiento del profesor. En última instancia, el ojinegro le preguntó sobre otro de los artículos que aparecían en la revista, uno que Harry había encontrado inmensamente aburrido. El joven lo expresó de esa forma, logrando que Snape se riera y se mostrara de acuerdo. Ambos tomaron un café durante la conversación y, tras darse cuenta de que se había hecho demasiado tarde y que el pub estaba casi vacío, decidieron que era hora de poner fin a la discusión, aunque no sin cierta reticencia.

 

Snape se levantó.

 

—He disfrutado esta noche, señor Johnson. Gracias por la cena —agradeció el profesor, con un tono cálido y suave que sorprendió a su acompañante.  

 

—Alex —lo corrigió Harry—. Mi nombre es Alex. Y yo también me lo he pasado bien. Algo sorprendente, ya que hasta hace poco no creía que las pociones pudieran ser interesantes.  

 

Snape rio de nuevo.

 

—Quizás deberías haber prestado más atención en la escuela, Alex.

 

Harry sonrió.

 

—Quizás.

 

El joven se levantó también y se encaminó hacia la barra.

 

>>Voy a pedirle a Tom mi llave. He cambiado mi habitación con la de una pareja de ancianos y Tom me ha dado una en la tercera planta. Acabo de descubrir que había una tercera planta.

 

—Entonces usaré el baño antes de que subas —dijo Snape.

 

Harry arqueó una ceja inquisitivamente.

 

>>Tom me ha dado una habitación en la misma planta, ya que le pedí no estar cerca de ningún alumno. Solo hay un baño.

 

—Bien, gracias —respondió Harry, esforzándose por no pensar en Snape dentro del mismo baño que él iba a usar. En Snape desnudo en la ducha, más concretamente. Se giró rápidamente, retomando su camino hacia la barra, intentando borrar las imágenes de su cerebro, y el ojinegro se marchó, sorprendido.

 

Una vez en posesión de la llave, Harry subió a la tercera planta. La habitación era simple, pero acogedora, con una estrecha cama individual en un lateral. Se recostó sobre ella, esperando que el profesor saliera del baño. Cuando pasó un tiempo sin escuchar movimiento fuera, cogió su toalla y caminó por le pasillo, justo cuando Snape estaba saliendo del baño.

 

Una oleada de vapor escapó a través de la puerta. El cabello del ojinegro estaba húmedo, y el chico podía oler la fragancia embriagante de bálsamo de limón, y algo que no podía distinguir. Snape llevaba un pijama de seda negro bajo una bata. Ambos hombres se detuvieron uno frente al otro, y la tensión sexual cobró vida más rápidamente que una maldición en una reunión de mortífagos. El instante en el que estuvieron mirándose pareció al mismo tiempo eterno y demasiado corto, hasta que fue roto por Snape.

 

—Siento haber tardado tanto. —Y se marchó a su habitación sin esperar respuesta.

 

Harry se encerró en el baño, se apoyó contra el lavabo y respiró profundamente varias veces.

 

 

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Harry saltó de la cama, agarrando su varita y con su cuerpo en una postura defensiva. Su corazón martilleaba en su pecho, pero aún no había averiguado la causa por la que se había despertado. Comprobó rápidamente que el peligro no se encontraba dentro de su habitación y se dio cuenta de que el responsable de su desvelo había sido un ruido muy fuerte en otra parte de la taberna. Consultó su reloj de pulsera muggle y vio que eran las dos de la mañana. Se puso los jeans, caminó descalzo hacia la puerta y la abrió silenciosamente, mirando hacia fuera. El pasillo estaba vació, por lo que salió, lanzando antes varios hechizos de protección sobre su cuarto con un breve movimiento de mano. Se dirigió sigilosamente hacia las escaleras, dándose la vuelta rápidamente cuando oyó la puerta de Snape abriéndose. Sus ojos se fijaron en el mayor, quien llevaba la varita preparada al igual que él, la parte superior del pijama completamente abierta y también iba descalzo; el cabello oscuro lo llevaba recogido en una elegante trenza. Tras un reconocimiento mutuo, Harry continuó su camino de manera silenciosa, con el ojinegro pisándole los talones; le gustaba sentir la presencia del hombre tras su espalda.

 

Ambos bajaron de puntillas por el borde de la escalera, escuchando gritos que quedaban amortiguados por la gruesa puerta de pino al pie de la misma. El joven se deslizó silenciosamente hacia ella y giró la perilla con cuidado, pero Snape agarró su hombro, reteniéndolo. Harry intentó contener el escalofrío que surcó su cuerpo al sentir el toque de la cálida mano sobre su piel desnuda. Esperó en silencio, escuchando a través de la pequeña franja que había quedado abierta, consciente del calor que emanaba el profesor sobre su espalda.

 

Pronto, sus hombros comenzaron a temblar por la risa contenida. Giró la cabeza para mirar a Snape por encima del hombro, y comprobó que el rostro del ojinegro también se mostraba divertido.

 

Al parecer, Blaise Zabini se había colado en la habitación de una chica, y sus movimientos habían provocado que la cama se rompiera. El ruido había alertado a los padres de la chica y se había producido un verdadero alboroto. Los padres estaban gritando, la chica graznando, la voz de Blaise apenas se oía y Tom lanzaba hechizos para arreglar la cama con verdadero disgusto.

 

Harry cerró la puerta con cuidado, con una gran sonrisa en su rostro, y al girarse casi enterró su nariz en el vello del pecho de Severus Snape. 

 

Inhaló profundamente.

 

El aroma de Snape era maravilloso.

 

El mayor comenzó a respirar profundamente, y el movimiento acercó su pecho al de Harry. La tensión sexual volvió a dispararse entre ellos instantáneamente. El joven anhelaba frotar su rostro sobre ese torso, sentirlo contra sus labios, recorrerlo con su lengua…

 

Giró la cabeza hacia un lado con rapidez, y su nariz rozó accidentalmente un pezón. Snape retrocedió, subiendo un escalón. Harry no podía moverse, ya que la puerta se lo impedía. Miró el rostro del ojinegro, pero era imposible distinguir su expresión con la poca luz que había.

 

El mayor se dio la vuelta y subió las escaleras, y al llegar arriba se detuvo y lo observó fijamente, pero el chico no era capaz de desentrañar el significado de esa mirada.

 

El ojinegro se marchó, y Harry deslizó su mano sobre sus pantalones para ajustárselos, respirando profundamente. Dejando escapar el aire lentamente, tuvo que admitir que Snape estaba bastante bueno. No recordaba haber tenido una reacción similar por nadie antes.

 

Subió las escaleras lentamente hasta llegar al pasillo donde se encontraba su cuarto.

 

Y entonces se percató de que la puerta de Snape estaba entreabierta.

 

 

*”notice-me-not spell”. No he encontrado referencias a él en español. Creo que su función es que la gente no perciba que estás ahí, de una forma similar a como ocurre con el Caldero Chorreante; los muggles pasan la vista de un local a otro sin fijar su atención en él.

** Ale es un tipo de cerveza.

*** “Steak and Stilton pie” Os adjunto una foto para que veáis lo que es https://www.google.es/search?q=steak+and+stilton+pie&client=ms-opera-mobile&channel=new&espv=1&prmd=sivn&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=2ahUKEwiDz4G4mq3tAhUQa8AKHdV6Bf4Q_AUoAnoECAMQAg#imgrc=fqqXZLbB27qFtM

**** “Nom de plume” es pseudónimo en francés.

 

Bueno chicos, y hasta aquí el primer capítulo. La verdad es que de momento es la historia que más me está costando traducir, por el vocabulario y la cantidad de expresiones que desconozco. Espero que os esté gustando. ¡¡Besos!!

Chapter 2: Una buena noche

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Harry dio varios pasos de manera vacilante mientras miraba fijamente la puerta de la habitación de Snape; había estado cerrada cuando salió para investigar el lugar del que provenía el ruido que lo había despertado, por lo que, si ahora estaba abierta, era porque el ojinegro la había dejado así deliberadamente.

 

Era una invitación.

 

Y era fácil de ignorar si así lo deseaba.

 

¿Pero lo deseaba?

 

Su polla le dio una respuesta clara a la pregunta.

 

Toda su sangre se había dirigido hacia el sur y tenía la boca seca.

 

Intentó analizar todas las razones por las que no debería entrar en esa habitación, pero antes de darse cuenta ya estaba de pie delante de la puerta. 

 

Respiró profundamente y entró.

 

Nada más poner un pie en la sala, sintió cómo era empujado contra la pared, mientras la puerta se cerraba de golpe, y Severus Snape le besaba como si la vida se le fuera en ello.

 

Harry ya no pudo ser consciente de nada más que de músculos firmes, piel, el aroma del champú del profesor, la lengua de Snape, y la pared contra la que el ojinegro lo tenía aprisionado, y calor, calor, calor.

 

En algún momento, Snape separó su boca de la del joven, pero sin retirar su cuerpo.  

 

La habitación estaba iluminada por una sola vela que ardía junto a la cama, por lo que el rostro del mayor era un paisaje de sombras y líneas nítidas. Un espejo que se encontraba instalado sobre la pared lograba reflejar la suficiente luz como para dar vida a las profundidades negras que eran los ojos del hombre.

 

El corazón de Harry latía desbocado.

A pesar de encontrarse con Snape, su profesor, y un hombre con el que hasta ese mismo día solo había mantenido una relación que se podría describir como antagónica, había sido el beso más apasionado y caliente que jamás le habían dado.

 

Los ojos de Harry se posaron sobre la boca del ojinegro, e inconscientemente humedeció sus labios con su lengua y presionó la parte inferior de su cuerpo contra el del mayor.

 

—No me follo a desconocidos —le recordó Snape.

 

—Lo sé —se mostró de acuerdo Harry, completamente aturdido. Miró a los ojos del pocionista fijamente, y después volvió a centrarse en su boca. Se sentía incapaz de pensar o razonar nada en ese instante.

 

Snape soltó una carcajada y deslizó lentamente una mano por el pecho de Harry, abriendo sus dedos hasta abarcar los dos pezones del joven, para continuar descendiendo sobre los tersos músculos del abdomen hasta engancharse en la parte superior de los pantalones del chico.

 

—Supongo que estás dispuesto a explorar las otras opciones, ¿no? —masculló el ojinegro.

 

La voz grave y seductora acarició las terminaciones nerviosas de Harry; nunca se había sentido tan a merced de otra persona, tan dispuesto a aceptar todas sus sugerencias. El darse cuenta de este hecho lo hizo sentir incómodo, y sintió una fuerte necesidad de lograr hacer que Snape perdiera el control de la misma forma.

 

—Mmmm. —Fue lo único que pudo responder el joven, inclinándose hacia delante. Su estatura más baja le permitió alcanzar uno de los pezones del ojinegro, atrapándolo entre sus dientes y dando un firme tirón. Sintió que Snape se ponía rígido, pero no cesó su agarre, mientras deslizaba una mano por el costado del pocionista, por debajo de su camisa, hasta alcanzar el otro pezón del hombre con el pulgar, pero no se detuvo ahí, sino que continuó su recorrido hacia la espalda de Snape, empujándolo firmemente contra él, mientras su boca y lengua suavizaban el dolor del mordisco dado al pezón.

 

El ojinegro emitió un gruñido gutural increíblemente erótico, y deslizó las manos por los costados del joven, haciéndolo temblar mientras lo alejaba de la pared y agarraba su trasero firmemente, pegando el cuerpo de Harry a su erección.

 

El chico gimió, con su boca abandonando el pezón del mayor y subiendo hacia su cuello, enterrando su cara en la garganta del ojinegro.

 

Las manos de Snape descendieron hacia la pretina de los vaqueros de Harry y se retiró un poco del cuerpo del joven, mirándolo mientras bajaba su cremallera. El estómago de Harry se contrajo y sus labios buscaron los del mayor mientras colocaba sus brazos sobre los hombros del hombre. La mano de Snape se introdujo en los pantalones del joven, y éste jadeó contra su boca cuando sintió los dedos fríos curvarse alrededor de su longitud. No pudo evitar empujar sus caderas contra la mano del mayor, y Snape rio, soltando su agarre, descendiendo sus dedos para explorar los testículos de Harry.

 

La presión de la mano del pocionista provocó que los pantalones del joven cedieran y comenzaran a deslizarse por sus piernas. El chico intentó sacar un pie, pero tropezó, y con una sonrisa avergonzada, empujó a Snape, abriéndose espacio para poder quitarse los vaqueros.

 

Snape se quedó inmóvil, con los brazos cruzados sobre su pecho, mirando al joven, quién se quitó sus pantalones y los arrojó a un lado, para luego enderezarse, desnudo y necesitado, atrapado entre la timidez y el deseo de decir “Este soy yo: o lo tomas o lo dejas”.

 

—Hermoso —susurró Snape, dejando a Harry impactado.

 

—¿Qué...?

 

—Vamos —respondió el ojinegro, dando un paso adelante—, seguro que no soy el primer amante que admira tus atributos.

 

Harry se sonrojó, sorprendiéndose de lo complacido que se sentía por haber recibido un elogio por parte de un hombre generalmente adusto. Pero claro, este Snape no era el Snape que había conocido anteriormente. Hasta ese mismo día no había tenido ningún indicio de que este Snape existiera; un Snape sensual y depredador, completamente sexual.

 

Las manos de Harry se dirigieron hacia la parte de arriba desabrochada del pijama del ojinegro, dispuesto a retirarla.

 

—No —se negó el mayor, retirándose del cuerpo del joven para quedar fuera de su alcance, algo que volvió a sorprender a Harry. Snape se quitó sus propios pantalones del pijama para distraer a su acompañante de su anterior acción.

 

Harry no pudo evitar que se le hiciera la boca agua al contemplar a su profesor. Tragó, y sus labios se abrieron levemente mientras se arrodillaba; quizá no era bueno con las palabras, pero podía mostrarle a Snape lo impresionado que estaba de otra forma. Miró al ojinegro buscando su aprobación antes de rodear con su mano la base de la erección del hombre y acercar su boca dispuesto a saborearla.

 

—¿Todo bien? —preguntó al ver que Snape no le había dirigido ninguna palabra; los ojos del hombre tenían las pupilas dilatadas, pero Harry podía sentir que transmitían algo, aunque no estaba seguro de qué—. Seguro que no soy el primer amante que admira tus atributos —añadió, repitiendo las palabras del mayor.

 

Snape rio, empujando sus caderas hacia delante con el movimiento de su carcajada, hecho que Harry no desperdició, estirando su lengua para saborear la piel que estaba frente a él.

 

Durante los siguientes minutos, Harry estuvo tan absorto en la estupenda tarea que estaba realizando, que su mente quedó completamente en blanco, con un cúmulo de sensaciones surcando su cerebro. Le dolía la mandíbula, pero sentía que merecía la pena solo por el placer, el sabor, los pequeños movimientos de las caderas de Severus que demostraban cuánto lo estaba disfrutando…

 

—Creo que deberíamos irnos a la cama —sugirió Snape con voz ronca poco tiempo después.

 

Harry se retiró lentamente, atrapando una última gota con su lengua mientras la giraba alrededor de la punta del miembro del ojinegro, con intenso placer.

 

>>Te debe de doler la mandíbula. Y las rodillas —añadió el pocionista como aclaración.

 

El joven le sonrió, sorprendido por su consideración.

 

—Vale la pena —respondió sonriendo, pero sus rodillas crujieron cuando se levantó del suelo. Snape rio de nuevo y le tendió la mano.

 

Acostado en la cama, con Snape a su lado, mirándolo como si fuera un festín, Harry se sintió tan hermoso como el ojinegro le había afirmado, aunque en su interior sabía que en realidad no lo era. Snape lo hacía sentir vivo, como si cada nervio de su cuerpo estuviera alerta, vibrando con tensión y sensible a cada movimiento de aire.

 

Snape pasó la siguiente hora haciendo sentir a Harry como nunca antes lo había hecho; jugó con sus sentidos, con toques ligeros y delicados, respiraciones fantasmales, roce de uñas, firmes presiones y la punta de su húmeda lengua, hasta que el joven se sintió tan agitado, tan sobrecargado de sensaciones y completamente excitado, que fue consciente de que además de que jamás sería capaz de mirar al ojinegro de la misma manera, él mismo había demostrado ser más de lo que jamás habría pensado. Snape le había dado licencia para deleitarse con su sensualidad, lo había alentado, y le había permitido tocar y ser tocado, comprendiendo que Harry, como él mismo, obtenía placer con eso.  

 

Tras compartir varios orgasmos, ambos cayeron rendidos, sin preguntas incómodas, como si el joven debía irse o quedarse, que enturbiaran el placer.

 

Se despertaron en mitad de la noche y se sumergieron de nuevo en la exploración y la pasión, lánguidamente, atrapados por el calor de la cama y los aromas de ambos mezclándose, antes de volver a dormirse agotados.

 

 

 

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Cuando Harry se despertó de nuevo, la luz ya se colaba a través de las cortinas grisáceas. El pecho de Snape estaba presionado contra su espalda, y la parte superior del pijama del hombre rozaba su cadera, mientras su brazo rodeaba el cuerpo del joven. Harry podía notar la cálida respiración regular del hombre dormido sobre su cuello; se sentía extrañamente protegido, y en su rostro se instauró una sonrisa de felicidad. Se pegó más al hombre, adormilado, hasta que su vejiga lo obligó a soltarse de los brazos de Snape y dirigirse al baño.

 

Cuando se alivió, se encaminó por el pasillo hasta detenerse en su propia habitación, pero inmediatamente se planteó si Snape esperaría que se marchara así, y decidió regresar a la habitación del hombre.

 

Cuando entró, el ojinegro se encontraba recostado contra las almohadas, con una mano detrás de la cabeza, y la otra bajo la sábana, que colgaba de sus caderas. Su pecho y los firmes músculos de su abdomen quedaban visibles a través de su camisa del pijama abierta, y Harry sintió cómo su deseo crecía rápidamente.

 

La mano derecha de Snape se movió de forma inconfundible mientras permanecía acostado en la cama, mirando fijamente a Harry. El chico se quitó los pantalones rápidamente y se reunió en la cama con el hombre en segundos.  

 

—No tenemos mucho tiempo. —Fue todo lo que dijo Snape.

 

—No —asintió Harry, pero ya había extendido su mano lentamente sobre el abdomen del mayor, sintiendo las pequeñas contracciones de los músculos—. Eres jodidamente atractivo —susurró con voz ronca, mientras bajaba su cabeza para deslizar sus labios sobre ese firme vientre, provocando sensaciones increíbles en la sensible piel.

 

—Me vas a dejar marcas por todo el cuerpo —resopló Snape, protestando por el roce de la incipiente barba de su acompañante.

 

—¿Tienes quejas? —preguntó Harry, frotando deliberadamente su mentón con más fuerza contra el abdomen del profesor; cuando se quedaba en su piso, prefería usar una cuchilla muggle para afeitarse en lugar de emplear los métodos mágicos, aunque éstos fueran más duraderos.  

 

La sacudida de la polla de Snape y la repentina tensión en la mano que la rodeaba le indicó al chico que el hombre lo estaba disfrutando, por lo que continuó frotando mientras levantaba la sábana y la retiraba a los pies de la cama. Era sumamente erótico ver los largos dedos de Snape curvándose alrededor de su propia erección.

 

Tras dar un último tirón, el ojinegro apartó su mano de su miembro, dejando libre acceso a Harry, a quién le hubiera encantado pasar mucho tiempo venerando de nuevo esa dureza, pero los minutos pasaba rápidamente, y la luz se filtraba con mayor intensidad a través de las cortinas. Además, aun le dolía la mandíbula debido a toda la actividad realizada la noche anterior, aunque eso no suponía un problema. Simplemente no tenía tiempo para detenerse a juguetear, por lo que introdujo la longitud por completo en su boca y después la sacó, succionando con fuerza, mientras Snape soltaba un gemido provocado en parte por el repentino movimiento.  

 

Las manos de Harry recorrían los fuertes muslos del hombre, ligeramente recubiertos de vello, mientras engullía su miembro. Su propia erección dio un tirón cuando el ojinegro abrió las piernas, como una muda invitación, una muda petición increíblemente erótica que aceptó sin dudar, introduciendo sus dedos en la boca junto a la polla de Snape, cubriéndolos de saliva antes de retirarlos y deslizarlos sobre el escroto del hombre, dejando un húmedo rastro sobre la suave piel hasta alcanzar su entrada.    

 

Harry podía sentir el placer del hombre a través de los empujes de sus caderas, y la tensión, y se propuso lograr que Snape lo recordara, que recordara todo lo que había ocurrido entre ellos.

 

Unos minutos más tarde, el profesor estaba besando al joven, saboreando su propio semen en la boca del menor, mientras conseguía que éste se corriera con movimiento firmes y uniformes de su mano. Las manos de Harry, colocadas sobre la espalda de Snape, agarraron fuertemente la camisa del pijama del mayor, y se alejó del beso, jadeando en el cuello del hombre mientras culminaba su liberación.  

 

Permanecieron en la misma postura mientras el joven recuperaba el aliento, hasta que la alarma mágica del profesor comenzó a sonar de repente, anunciando que era la hora de levantarse. Snape se acercó a ella y la apuntó con la varita, silenciándola, antes de volver a su anterior posición y agitar la varita sobre ambos; Harry pudo sentir el cosquilleo provocado por el hechizo de limpieza. Sabía que era una forma de ahorrar tiempo, pero no pudo evitar decepcionarse un poco, ya que cuando se corría sobre su pecho, le gustaba permanecer así hasta notar un ligero picor.

 

El joven suspiró, rodando sobre su espalda.

 

—Tienes que irte —dijo, más como una afirmación que como una pregunta.

 

—Sí —respondió Snape mirándolo fijamente, antes de salir de la cama—. ¿Te importa si uso el baño primero? —preguntó.

 

—¿Vas a viajar en el Expreso de Hogwarts?

 

—¿Cómo lo sabes? —inquirió el ojinegro, con un tono casual que contradecía la tensión reprimida que emanaba de él.

 

—¡Este lugar está lleno de niños que van a coger el tren! —exclamó Harry sonriendo—. Sacaste la pajita más corta y te tocó escoltarlos, ¿verdad? —comentó riendo entre dientes.

 

—Algo así —respondió Snape inclinando la cabeza. Cuando terminó de ponerse los pantalones del pijama, miró al joven fijamente.

 

—Oh, lo siento —se disculpó Harry mientras salía de la cama y se ponía sus vaqueros, abrochándolos con cuidado—. Me gustaría volver a verte —dijo con firmeza.

 

Snape lo miró con rostro inexpresivo.

 

—No creo que sea una buena idea —respondió tras una pausa demasiado larga.

 

Harry lo contempló, ladeando su cabeza. Quizá Snape no calificara el sexo. De hecho, no creía que lo hiciera, pero podía afirmar con seguridad que lo había disfrutado tanto como él; más que disfrutado, incluso. Lo que habían hecho había sido explosivo y extraordinario; aunque Harry había tenido más de una aventura de una sola noche e, incluso una relación duradera, ninguna de ellas podía compararse con lo que había vivido esa misma noche.

 

Incluso a pesar de haber amado a Derek; no había estado precisamente enamorado, pero aun así…

 

No pensaba darse por vencido fácilmente. Se había sentido en completa sintonía con Snape; el hombre era increíblemente sensual, generoso y desinhibido; era demasiado bueno para convertirse en un encuentro de una sola noche.

 

Intentó ver la situación desde el punto de vista de Snape, y de repente se sintió muy estúpido. ¿Cómo había podido ser tan idiota? Miró a Snape, quien todavía llevaba puesta la camisa de seda del pijama. Harry había pensado desde un principio que el hombre se había negado a quitársela para ocultar las cicatrices que había podido notar en su espalda, pero se percató repentinamente de que ese no era el verdadero motivo. Snape tenía algo peor que esconder.

 

La Marca Tenebrosa en su brazo.

 

—No tengo tiempo para relaciones —continuó Snape con tranquilidad—. Sabes que estoy muy comprometido con la docencia y la investigación… 

 

Harry se acercó a él.

 

—Entiendo que la vida escolar debe mantenerte muy ocupado —comentó el joven en voz baja—. Hace un año compré una casa en Hogsmeade —prosiguió, observando cómo los ojos del profesor se ensanchaban—. No es muy grande, pero es silenciosa y discreta. Podríamos relajarnos, sin interrupciones. Yo también estoy mucho tiempo fuera, pero creo que lo que hicimos anoche fue demasiado bueno como para ignorarlo. ¡Fue jodidamente excitante, Severus! ¡Tienes que admitirlo!

 

Snape lo miró con sus ojos oscuros e insondables, arqueando los labios.

 

—Estuvo bien —reconoció.

 

—¡Bastardo! —exclamó Harry sonriendo—. Bueno, tal vez disfruté más que tú, entonces. Pero aun así me gustaría tener la oportunidad de repetirlo más veces. Iré al “Tufted Duck” * en Hogsmeade los próximos tres fines de semana. Estaré por allí los viernes por la noche, entre las siete y las nueve y media. Siéntete libre de unirte a mí cuando quieras.

 

Snape no respondió, y Harry caminó hacia la puerta evitando por todos los medios que sus hombros se hundieran. Antes de abandonar la habitación, giró su cabeza, mirando al ojinegro.

 

>>Gracias. Eres increíble, ¿lo sabes? —Y se marchó.

 

 

 

*No he encontrado referencias de ningún tipo en ninguna parte, así que creo que es un pub inventado por el autor. Significaría “porrón moñudo”, que es una especie de ave, que podéis ver aquí: https://www.google.es/search?q=porron+mo%C3%B1udo&client=ms-opera-mobile&channel=new&espv=1&prmd=isvn&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=2ahUKEwj5pJb48IPvAhWNoBQKHWQuCdEQ_AUoAXoECBMQAQ&biw=479&bih=299&dpr=2

 

 

 

Notes:

Se que he tardado muchísimo en publicar un capítulo tan corto, pero no sé cómo se me han acumulado tantas cosas por hacer en una semana. Lo siento chicos, prometo compensaros y publicar muchísimo antes el siguiente capítulo, aunque invierta mi tiempo traduciendo en clases jajajajaj. ¡Besos!

 

Chapter 3: Rindiendo cuentas

Chapter Text

Harry se dirigió después de la cena al despacho del director para la esperada confrontación.

 

Había estado preparándose para este momento durante bastante tiempo; siempre volvía nervioso a Hogwarts tras los períodos de vacaciones, temiendo que llegara ese instante, y a pesar de haber ensayado tantas veces lo que quería decir, se había visto obligado a realizar un gran esfuerzo para mantener su cuerpo bajo control. Redujo un poco su velocidad, intentando mover los pies al compás de los latidos de su corazón, dejando que el golpeteo limpiara su mente y usándolo como una forma de meditación, como le había enseñado Andy. Respiró lenta y regularmente, volviéndose consciente del silencio que reinaba en los pasillos, roto únicamente por el eco de sus pasos. Olfateó el aroma único del castillo, a piedra antigua, betún y pinturas al óleo, sintiéndose como en casa.   

 

En cuanto estuvo calmado, se centró en todo lo que quería decir y dejar en claro. Y debo mantener la mente abierta, se instruyó a sí mismo, evaluar y decidir en qué momento decir las cosas, y formular las preguntas correctas.

 

Cuando llegó frente a la gárgola, pronunció la contraseña que McGonagall le había ofrecido tras la comida, y subió tranquilamente las escaleras hacia el despacho del director. No le sorprendió ver a la profesora sentada en un sillón frente al fuego bebiendo té, mientras Dumbledore le pasaba una taza a Snape, quién se hallaba reclinado contra la pared.

 

—¡Harry! ¿Te apetece un té? ¿Con leche y azúcar? —ofreció Dumbledore sonriendo y agitando la tetera.

 

—Con leche y sin azúcar. Gracias, señor —accedió Harry, agarrando la taza y tomando asiento en la silla que el director le señaló.

 

Harry se recostó sobre su asiento y cruzó una pierna sobre la otra, consciente de que una postura relajada y segura se reflejaría en las actitudes de los demás sobre él, lo que le permitiría poseer un mayor control. Bebió un sorbo de té y esperó a que el director hablara.

 

—Estoy seguro de que no te sorprende que tengamos algunas preguntas que realizarte, Harry —comenzó Dumbledore alegremente.

 

—Está bien, señor. A mí también me gustaría preguntarle algunas cosas —respondió el ojiverde con tono cortés.

 

Los ojos de Dumbledore se entrecerraron con sorpresa.

 

—Responderé todo lo que pueda, por supuesto. —El anciano sonrió—. ¿Quieres empezar tú entonces, Harry?

 

—No, después de usted, señor —respondió el joven.

 

—Muy bien, ¿te importaría decirnos dónde estuviste la semana pasada? —inquirió Dumbledore, sin rodeos.

 

Harry bebió un sorbo de su té antes de mirar al director.

 

—¿Puedo preguntar por qué la última semana es de tanto interés para usted, director? —preguntó con calma.

 

—No estaba en la casa de sus parientes —espetó Snape—. Lugar en el que hemos perdido una gran cantidad de tiempo y esfuerzo colocando barreras para su protección.

 

Harry lo miró. Era increíble pensar… ¡Ahora no!

 

El ojiverde tomó otro sorbo de té. El silencio se prolongó durante unos instantes hasta que la profesora McGonagall se volvió hacia su alumno.

 

—Potter, sabemos que la vida puede volverse un poco aburrida para usted en Privet Drive, pero…

 

—¿De verdad, profesora? —preguntó Harry suavemente, inclinándose levemente hacia su profesora de Transformaciones—. Eso es… interesante. ¿Qué sabe sobre mi vida en Privet Drive?

 

Minerva McGonagall lo miró con confusión.

 

—Lo siento Potter, no entiendo a qué se refiere.

 

—Solo le estoy haciendo una pregunta. ¿Qué sabe sobre mi vida en Prive Drive?

 

Minerva lanzó una mirada perpleja a sus dos compañeros, viendo el mismo sentimiento de incomprensión en sus caras.

 

>>Creo recordar que ningún mago ni bruja adulto ha visitado Privet Drive desde la noche en que me dejaron en la puerta de la casa de mi tía la noche en que mis padres murieron. Solo el verano en el que el Sr. Wesley pasó a recogerme, antes de mi cuarto curso. ¿Me equivoco? —cuestionó el chico.

 

—Sus parientes no son muy amantes de las brujas y los magos… —comenzó McGonagall, pero Harry interrumpió.

 

—No, no lo son, ¿verdad? —susurró en tono peligroso.

 

Hubo un momento de silencio.

 

Harry contuvo su ira y prosiguió en voz baja.

 

—Verá, encuentro eso difícil de entender. Llevarme allí la noche en que murieron mis padres… sí, eso era comprensible. No comprobar, nunca, que todo iba bien, a pesar de que sabíais que a los Dursley no les gusta la magia… eso lo encuentro más que incomprensible.

 

—La Señora Figg… —comenzó Dumbledore.

 

—No entró en la casa ni una sola vez —terminó Harry.

 

—¿De verdad, Potter, está intentando convertir todo esto en una triste historia sobre maltrato? ¡Por favor! —se burló Snape.

 

Harry miró al hombre cuya polla había estado en su boca esa mañana. Le entraron ganas de reír por lo extraña que era la vida.

 

—En realidad, exceptuando a Voldemort, estoy bastante feliz con mi vida privada actualmente —respondió el ojiverde—, pero me preocupa el posible maltrato que puedan sufrir otras personas.

 

—Muy Gryffindor por su parte —murmuró Snape, ganándose una mala mirada de la profesora McGonagall.

 

—Director, ¿sabe cuántos huérfanos hay en la escuela ahora mismo? —inquirió Harry, cambiando ligeramente de táctica.

 

—¿Se puede saber en qué diablos le concierne eso a usted? —gruñó Snape.

 

Harry se esforzó por contener su mal humor.

 

—No estoy pidiendo nombres, solo el número aproximado. Seguro que una buena cantidad de estudiantes han quedado huérfanos por el asunto de Voldemort.

 

—¿Preocupado por los hijos de los pequeños mártires, Potter?

 

—Supongo que en su Casa también existirán niños huérfanos, hijos de mortífagos que contrariaron a Voldemort, profesor. —Harry miró directamente a Snape—. Y estoy igual de preocupado por ellos. Solo me gustaría saber si este es el tipo de seguimiento que se sigue normalmente para todos los huérfanos, porque si lo es, no es muy bueno.

 

Los profesores se miraron entre ellos y contemplaron a Harry como si fuera un niño que no entendía nada sobre la vida.

 

—Potter, la mayoría de los huérfanos de brujas y magos son acogidos por sus familias. No hay necesidad ni tiempo para realizarles un seguimiento… —apuntó la profesora McGonagall con condescendencia.

 

—Profesora, la gente espera que arriesgue mi vida por salvar el mundo mágico. Aunque gane, indudablemente habrá mucho dolor involucrado en el camino, ya que Voldemort le tiene un cariño especial a la maldición Cruciatus. Necesito que valga la pena luchar por este mundo.  

 

—¡Potter, su deseo de ser el héroe mimado es realmente vergonzoso! Se queja de que el mundo mágico no lo consintió lo suficiente, pero después ignora sus esfuerzos por mantenerlo a salvo —exclamó Snape, apoyándose contra el respaldo de una silla, clavando sus dedos con fuerzas en ella, mientras sus ojos oscuros reflejaban auténtico desprecio.

 

—Los “esfuerzos por mantenerme a salvo” fueron lamentables —espetó Harry—, y solo para asegurarse de que el hombre que se supone que debe salvar el mundo mágico no estire la pata antes de que esté listo. Dígame, ¿los hechizos de protección le aseguraron que estaba en Privet Drive cuando llamó Remus Lupin?

 

Snape y McGonagall miraron al profesor Dumbledore.

 

—Lo hicieron, Harry —respondió, preguntándose a dónde lo querría conducir el chico.

 

—Entonces, ¿por qué Lupin no exigió verme?

 

—Asumimos que tal vez tus parientes te habían castigado en tu habitación por mal comportamiento y no te permitían recibir visitas.

 

—Ah. Por supuesto, todos esperaríais que me comportara mal. Así que solo empezasteis a preocuparos cuando parecía que mi fuerza vital se estaba agotando —objetó, observando la cara de las tres personas que lo acompañaban en aquel despacho, cada una de ellas intentando no mostrar ninguna expresión en su rostro—. Si me hubiera estado muriendo dos días antes de que esto ocurriera, no hubiera sido vuestra responsabilidad en absoluto, ¿cierto?

 

—¡Potter, está siendo completamente ridículo! —se burló Snape—. ¡Deje de ser tan melodramático! ¿Por qué demonios deberíamos haber pensado que podría resultar herido dentro de su propia casa?

 

—¡Porque es la jodida verdad! —respondió Harry bruscamente.

 

Se hizo el silencio en la sala por unos instantes.

 

—Señor Potter… —terció Minerva McGonagall en voz baja, levemente temblorosa—. ¿Nos está diciendo que sus parientes abusaron de usted?  

 

El chico pudo sentir la feroz intensidad de tres pares de ojos clavados sobre él.

 

—Lo que estoy diciendo es que no teníais forma de saberlo y, francamente, tampoco os importaba averiguarlo.

 

Volvió a reinar el silencio en el despacho.

 

Harry inspiró lentamente para tranquilizarse.

 

—Mi principal preocupación es evitar que otros niños se vean en la misma situación. Sé que no es vuestra responsabilidad cuidar de los niños antes de que ingresen en Hogwarts, pero el mundo mágico debe asegurarse de que alguien se encargue de ellos. Y debería existir también una forma de supervisar que todo vaya bien una vez que sean estudiantes de este colegio.

 

—Entonces está admitiendo que abusaron de usted. —La voz de Snape ya había perdido el tono de burla, pero Harry seguía enfadado porque el hombre no estaba comprendiendo lo que quería decir.  

 

—No, profesor Snape, no es eso lo que quiero decir. Lo que me pasó a mí es irrelevante…

 

El ojinegro soltó un resoplido y Harry lo fulminó con la mirada.

 

—Está bien, usted ha preguntado. No abusaron de mí; probablemente me pegaron más veces que a la mayoría de los niños, y pasaba hambre en muchas ocasiones. La mayoría de la gente probablemente creerían que mis condiciones de vida eran inaceptables, pero no estoy molesto por…

 

—La casa parecía apropiada, Harry. Además, tus parientes no son pobres… —comentó Dumbledore, desconcertado.

 

El ojiverde suspiró; No iban a pasar esto por alto.  

 

—¿Alguna vez ha estado dentro de una casa muggle, señor? —le preguntó al director.

 

Dumbledore se mostró distraído.

 

—No, creo que no —respondió lentamente.

 

El chico asintió.

 

—Las casas muggles no son como las mágicas. Las habitaciones no se expanden para adaptarse a los deseos de los ocupantes. ¿No le pareció en lo más mínimo extraño, señor, que mi carta de Hogwarts estuviera dirigida a la alacena bajo la escalera?

 

Los tres pares de ojos intercambiaron miradas antes de volver a centrarse en el joven.

 

Harry echó un rápido vistazo a la habitación y apuntó su varita hacia un trozo de pared en blanco cerca de la chimenea. Tras agitarla, apareció una pequeña puerta, de aproximadamente metro y veinte de alto, y sesenta centímetros de ancho*, con un pestillo en su parte exterior.

 

>>Mi habitación —dijo Harry—, hasta que recibí mi carta de Hogwarts. Podéis echar un vistazo.

 

Todos se dirigieron hacia la puertecita.

 

>>Tendréis que entrar uno por uno —añadió Harry, con diversión en su voz, antes de ponerse de pie y mantener la puerta abierta para la profesora McGonagall, quien agachó la cabeza y entró. El ojiverde cerró la puerta.

 

—¡Esta oscuro! —Se escuchó su voz amortiguada.

 

—Sí.

 

—¡Ay! ¡Me he golpeado la cabeza! 

 

—Lo siento, profesor. Hay que tener cuidado con las escaleras, solo puede ponerse derecha junto a la puerta.  

 

—¡Pero no puedo ver la puerta!

 

—Claro que puede. Busque la línea de luz debajo de ella.

 

—Pero Potter, ¿dónde está el interruptor de la luz? ¡Los muggles tienen electricidad!

 

—Por lo general, no se me permitía tener una bombilla —explicó Harry en voz baja—. La electricidad cuesta dinero.

 

Snape y Dumbledore contemplaron al ojiverde, quien evitó el contacto visual y dio un paso adelante para abrir la puerta. McGonagall permaneció dentro durante unos instantes, observando la habitación, antes de salir y encaminarse de nuevo hacia su asiento, rozando levemente el brazo de Harry con su mano mientras pasaba, sin mirarlo. El joven se sintió extrañamente conmovido.

 

Dumbledore simplemente se reclinó junto a la puerta, mirando hacia el interior del cuarto mientras giraba el pestillo.

 

—¿Solo está por fuera, Harry? —preguntó suavemente.

 

El chico asintió.

 

Snape prácticamente tuvo que gatear para entrar en la habitación, y Harry intentó no mirar su trasero mientras lo hacía. El hombre cerró la puerta, y el ojiverde pudo escuchar el crujir de la cama cuando Snape se sentó sobre ella. Por un momento pensó que de alguna forma extraña era bastante íntimo que el profesor se encontrara sobre la cama en la que había pasado su infancia. Sabía que su nariz debía estar captando los aromas que inundaban el espacio cerrado; el olor a sábanas sin lavar, sudor, calcetines y orina, así como el agradable aroma del betún de zapatos, que guardaba en un estante situado detrás de la puerta.   

 

Snape dio un golpe en la puerta y Harry la abrió. Tras eso, tomó una rápida decisión y, agitando su varita de nuevo, la pequeña puerta fue sustituida por otra de mayor tamaño.

 

—Esta se convirtió en mi nueva habitación cuando llegó mi primera carta de Hogwarts. Mis tíos se asustaron y decidieron que me mudara al segundo dormitorio de Dudley.  

 

Harry mantuvo la puerta abierta mientras los otros tres entraban, siguiéndolos instantáneamente. Snape se quedó observando todos los candados colocados en la puerta mientras pasaba. Los profesores se apiñaron en la pequeña sala, contemplando los escasos muebles y los barrotes de la ventana. Harry se agachó y levantó una de las tablas del suelo.

 

—Aquí escondía mi varita y todos mis objetos preciados. Todo lo demás lo tenía que guardar en mi baúl y no se me permitía tener acceso a ello.

 

—Al menos tenía un gato como compañía —comentó la profesora McGonagall al ver la gatera en la puerta, intentando que su voz sonara alegre.

 

—No, eso era para dejarme pan y agua. Me encerraban aquí durante semanas, aunque me dejaban salir fuera para hacer trabajos en la casa.  

 

El silencio en el lugar se volvió muy denso. Harry abandonó la habitación y se sentó de nuevo en el despacho.

 

En silencio, Dumbledore conjuró más té y lo sirvió.

 

—Debe odiarlos. Y a nosotros, también —susurró la profesora McGonagall.

 

—Los odiaba —convino Harry—, hasta que tuve una conversación sincera con mi tía al comienzo de las vacaciones de verano el año pasado, justo después de la muerte de Sirius. Ahí pude darme cuenta de lo injusto que había sido todo para ellos —explicó, sin poder evitar el tono reprobatorio en su voz.

 

—¿Siente pena por ellos? —preguntó el profesor Snape con incredulidad.

 

—Sí —asintió Harry, volviéndose inmediatamente hacia el profesor Dumbledore—. Señor, necesito que me garantice algo.

 

—¿Una garantía, Harry? ¿De qué? —cuestionó el director con sorpresa.

 

—Necesito que me asegure que, independientemente de lo que os cuente ahora, mantendrá su compromiso de pagar las tasas escolares de Dudley. Es su último curso.

 

Dumbledore miró con seriedad al joven que se encontraba sentado frente a él, sintiendo que su comprensión de la realidad estaba distorsionándose y que tenía problemas para volver a restablecerla. Sin embargo, fue capaz de responder con su tono habitual.

 

—Está bien, Harry.

 

—Gracias, señor. —El ojiverde dejó escapar un suspiro de alivio, ya que había logrado uno de sus objetivos.

 

—Debe tenerle mucho cariño a su primo, Sr. Potter —comentó la profesora McGonagall con voz cálida.

 

Harry rio.

 

—Lamento decepcionarla, profesora, pero me temo que no puedo soportar a Dudley. Sin embargo, llegué a un acuerdo con mi tía.

 

—¿Le importaría explicar eso? —terció Snape.

 

El joven miró al hombre de cabello oscuro, quién ahora estaba sentado en una de las sillas, con su espalda muy recta y una taza acunada con aparente indiferencia entre sus dedos, y no pudo evitar pensar que se veía increíblemente sexy. El ojiverde sintió un movimiento inapropiado en su ingle. ¡Contrólate!, pensó, mientras giraba su cabeza para mirar de nuevo al director.

 

—Primero necesito hacerle una pregunta o dos, señor.

 

—¡Dispara! —exclamó el mago mayor sonriendo, sintiéndose fortalecido tras haber ingerido un buen sorbo de té muy cargado y dulce.

 

—La primera es personal —comenzó Harry, e hizo una pausa con tono de disculpa.

 

—La responderé si puedo hacerlo —respondió el anciano.

 

—Gracias, señor. ¿Ha tenido hijos?

 

La sorpresa iluminó los rostros de los tres magos mayores.

 

—No, no he tenido, pero como sabrás, he estado involucrado con niños durante la mayor parte de mi vida.

 

—Sí, señor, pero no es exactamente lo mismo, ¿verdad?

 

Dumbledore lo miró inquisitivamente.

 

Harry suspiró.

 

>>En realidad, me siento un poco aliviado, ya que eso supone que sus acciones se debieron al completo desconocimiento, y no a la maldad.

 

El ojiverde pudo sentir la conmoción que se extendió tras esa declaración, pero era importante para él aclarar ese punto.

 

—¿Maldad? ¿Hacia ti? ¿Por qué creías eso, Harry? —preguntó Dumbledore con sorpresa.

 

—No tengo idea, señor. Solo he considerado todas las posibles razones de sus acciones.

 

—Simplemente, dejarte con tus parientes me pareció lo más apropiado. Así te mantendría lejos de la adulación del mundo mágico…

 

—¿No se le pasó por la cabeza que dejarme a cargo de una familia muggle que detesta absolutamente la magia y que considera que los magos son monstruos, e intentaban quitarme la magia a golpes, podría hacerme creer que Voldemort tenía razón?

 

La tensión que se instauró en el ambiente podía cortarse con un cuchillo. ¿Qué esperaban?, pensó Harry.  

 

—¿Y a qué conclusión llegó, señor Potter? —preguntó Snape con tono sedoso.

 

—Antes de venir a Hogwarts no tuve ninguna buena experiencia con el mundo muggle —comenzó Harry—. Aunque, por otro lado, no todos los encuentros que he tenido con magos han sido cálidos y agradables —añadió, con ligera diversión en su voz—. Por fortuna, conocí primero a Hagrid, y más tarde a los Weasley, ya que, francamente, si no hubiera sido así, jamás hubiera conocido la bondad o el significado de tener una familia. Y, por suerte, en el último año he conocido a algunos muggles maravillosos, así que creo que ahora poseo una percepción más equilibrada del mundo.  

 

—¡Entonces ha sido lo mejor para todos, Harry! —exclamó Dumbledore cogiendo una rebanada de pastel.

 

—Quizá le gustaría ir a decirle eso mismo a mi tía, señor —objetó Harry con tono crítico.

 

—¿Disculpa? —inquirió Dumbledore, mordiendo un trozo de glaseado.  

 

—Digo que quizá le gustaría ir a decirle eso mismo a mi tía, señor.

 

—No entiendo qué quieres decir, Harry.

 

—Ya veo que no. Como dije antes, comprendo la decisión inicial de llevarme a la casa de mi tía, ya que fue tomada apresuradamente y con el impacto de la muerte de mis padres. Pero usted sabía que ellos no me querrían, ¿no es así? De lo contrario, hubiera llamado a la puerta y le habría contado que su hermana estaba muerta. ¿Qué clase de persona deja a un bebé en una puerta, con una sola carta cobarde?

 

Snape siseó. ¡Potter había llamado cobarde a Dumbledore! Pero la profesora McGonagall estaba sentada, completamente inmóvil; ella también había estado allí, y estaba sumida en las profundidades de su propia culpabilidad.

 

>>Me cuesta creer que no hiciera ningún esfuerzo por averiguar nada sobre ellos, o sobre mí, más tarde. ¿Sabía que los Dursley nunca quisieron tener hijos?

 

El director se limitó a observarlo, sin comentar nada.  

 

>>¿Sabía que, tras la llegada inesperada de Dudley, mi tía sufrió una severa depresión postparto? ¿Sabía que acababa de superarla y lo estaba compensando malcriando a Dudley? ¿Tiene idea de lo difícil que puede resultar criar a dos niños pequeños? ¡Tengo amigos con hijos pequeños y son agotadores después de un par de horas! ¿No se le ocurrió siquiera preguntarle a la Sra. Weasley? ¡Piense en Fred y George antes de que existiera la posibilidad de rebatir con ellos!

 

Harry pudo comprobar que con lo último que había dicho todos los que se encontraban en el despacho habían comprendido lo que quería decir al ver sus caras de terror.

 

>>Petunia no fue capaz lidiar con ello. Ella no quería lidiar con ello, ¿y por qué tenía que hacerlo? ¿Le ofreció alguna ayuda? ¿Algún respiro? Tenían un niño que no querían, siempre en medio. Un niño que los aterrorizaba porque comenzó a desarrollar habilidades mágicas y suponía una amenaza para su mundo. ¿Podían hablar con alguien de ello? ¿Alguien les informó sobre cómo podían mantenerlo bajo control? Vivían con miedo de que pudiera hacer algo terrible, y podría haber sucedido, de hecho.  Cometió un gran error al obligarlos a pasar por todo eso. Ellos nunca tuvieron la oportunidad de ser una simple familia; incluso aunque era necesario que me quedara allí, podría haberles ofrecido algún descanso. Seguro que podría haber encontrado a alguien que me acogiera durante alguna semana o, al menos, algún fin de semana. No es de extrañar que odien a los magos.

 

Harry dejó su taza sobre la mesa y se pasó las manos por el cabello desordenado. Quería que comprendieran lo que habían hecho.

 

La profesora McGonagall miró al ojiverde después de unos instantes.

 

—¿Nos ha dicho que llegó a un acuerdo con su tía, señor Potter?

 

Harry le sonrió brevemente.

 

—Sí.

 

—¿Para ayudar en la casa?

 

Harry soltó una risa irónica.

 

—¡Eso fue probablemente lo que más le costó renunciar a mi tía! Las únicas formas con las que pudieron lidiar conmigo fueron usándome o ignorándome. Aprendí a hacer las tareas del hogar desde que era un niño, y no me quejo de ello porque, cuando me fui a vivir solo, cuidarme fue pan comido. Cuando no estaba haciendo tareas domésticas, tenía que quitarme de en medio, marchándome de la casa, o encerrándome en mi alacena o en mi dormitorio, dependiendo de su estado de ánimo. No quiero decir que todo lo que hicieron fuera malo, pero no deseo que nadie más tenga que pasar por algo así. No si puedo hacer algo al respecto.

 

—¿Y nos estás pidiendo que te ayudemos? Solo quedan dos días de vacaciones, puedes quedarte en Hogwarts… —comenzó Dumbledore.

 

—¡No, gracias! —contestó Harry riendo—. Me encantaba quedarme aquí en navidad y Pascua, pero ahora no lo necesito. Gracias de todas formas, profesor.

 

—Entonces, ¿quieres quedarte con los Dursley? Volviste a su casa la pasada navidad, y en Pascua también, ¿no es así? —preguntó Dumbledore, un poco confuso.

 

—Oh, no me quedé en la casa de los Dursley.

 

—¿Disculpa?

 

—No he vuelto con los Dursley desde que tuve esa conversación con mi tía Petunia.

 

—¿Qué está diciendo, Potter? —se mofó Snape.

 

—Eso es lo que quería decir antes. Las protecciones son una basura, y lo siento por el vocabulario, pero es la verdad.

 

—¡Potter, realmente…! —comenzó Snape, siendo interrumpido inmediatamente por el chico.

 

—Profesor Dumbledore, ¿qué le está indicando sus protecciones ahora? Esas que le dicen si estoy con los Dursley.

 

Los ojos del director se agudizaron, y se giró para mirar un pequeño objeto de vidrio colocado en un estante alto, detrás de su silla.  

 

Snape ya había apuntado con su varita a Harry antes de que el anciano se hubiera dado la vuelta, y la mantuvo allí mientras la profesora McGonagall se situaba frente al chico, desplazando la varita sobre él lentamente.  

 

El ojiverde permaneció recostado cómodamente sobre su silla, observando.

 

—¡Regresso! —exclamó McGonagall, realizando un movimiento de muñeca.

 

No sucedió nada.

 

Soy Harry Potter —indicó el joven, sonriendo a la tensa mujer.

 

—No es posible confundir al detector con multijugos —objetó Snape con autoridad.

 

—Oh, lo sé, señor —respondió Harry sonriendo, mientras se acomodaba aún más sobre su silla y volvía a cruzar sus piernas, jugando levemente con el nudoso hueso de su rodilla.

 

—Nadie puede entrar en la casa usando mechones de mi cabello o uñas. Esa era una precaución sensata, pero fácil de resolver. Simplemente se requiere que una parte viva de mí se encuentre en la casa.

 

Un silencio intenso y expectante se extendió de nuevo por el despacho.

 

—¿Le importaría explicarnos eso? —inquirió Snape, logrando que, a pesar de su curiosidad, sonara como una petición aburrida.

 

—Los espermatozoides pueden vivir varios días si se mantienen a la temperatura adecuada —expuso Harry con tono animado.

 

Snape parpadeó varias veces, y el ojiverde tuvo que aguantarse la risa.

 

—Señor Potter —terció la profesora McGonagall, irguiéndose, mientras sus suaves mejillas se tenían de rosa—, ¡¿está diciéndonos que le envió muestras de semen a su tía?!

 

—¡Ha dado en el clavo, profesora! —respondió Harry sonriendo.

 

Para el secreto deleite de Harry, la boca de Snape se abrió durante un instante, antes de cerrarse de golpe y mirar al chico intensamente con sus ojos negros. Acto seguido, se giró y caminó en dirección a la chimenea, dando una patada a un tronco que había quedado suelo, introduciéndolo en el fuego.   

 

—Le ha estado enviando a su tía muestras de... de... —La profesora McGonagall parecía ser incapaz de repetir la temida palabra.

 

—Ella no sabía lo que eran —espetó Harry suavemente—. A no ser que abriera los paquetes, algo que pudo haber hecho, pero eso no es mi culpa.

 

Harry se inclinó hacia adelante y cogió la tetera.

 

—¿Puedo? —le preguntó a Dumbledore, antes de llenar su taza, añadir leche y beber un sorbo.

 

Snape se giró para mirar al chico, quién se encontraba sentado con las piernas abiertas y la taza acunada contra su abdomen, y se horrorizó cuando en su cerebro se instauró la imagen de Potter, recostado desnudo, completamente libertino, y con sus manos envolviendo su propio pene, en lugar de la taza, proporcionando dicha muestra. El ojinegro volvió a mirar al fuego rápidamente, aterrorizado por la agitación que cruzó su cuerpo. ¡Nunca había tenido fantasías sexuales por ninguno de sus estudiantes! ¡Jamás! ¡Era algo vil y asqueroso! Supuso que todo se debía a que su libido estaba por las nubes después de la noche (y también la mañana) que había pasado con Alex. En un principio, no había tenido la intención de aceptar la invitación de Alex sobre reunirse con él de nuevo, pero tal vez necesitara replanteárselo. Era mucho mejor aceptar esa propuesta que tener pensamientos inapropiados sobre uno de sus alumnos. ¡Y más si este alumno era Harry Potter! ¡Merlín, estaba enfermo! Había odiado al chico durante años, pero lo veía sentado en esa silla, convertido en todo un hombre y… ¡Joder! 

 

Dumbledore tosió para captar la atención del ojiverde.

 

—Entonces, ¿le enviaste una muestra esta mañana? —preguntó el anciano.

 

—Sí, intuía que íbamos a tener esta charla —afirmó Harry.

 

—¿Y nos vas a contar dónde has estado pasando todas las vacaciones? ¿Las de este verano? ¿Las de Pascua? ¿Navidad? ¿Las del último verano? —inquirió Dumbledore, intentando averiguar durante cuánto tiempo los había conseguido evadir Harry.

 

—He estado viviendo en Brighton —respondió el joven.

 

Snape se giró de nuevo para observar al chico.  

 

—Mejorando su bronceado, por lo que veo —gruñó.

 

—Trabajando —espetó Harry suavemente.

 

—¿Trabajando? —preguntó Dumbledore—. ¿Dónde? ¿Por qué?

 

—En una obra. De ahí el broceado. Aunque fue muy agradable también pasar tiempo en el mar este verano, profesor. Y ganar dinero para pagar el alquiler, por supuesto.

 

—¿Se da cuenta del peligro al que se ha expuesto? —inquirió la profesora McGonagall, tras recobrar el aliento—. Potter…

 

—Estoy vivo, ¿no? Más fuerte, más en forma y más saludable de lo que nunca hubiera estado con los Dursley —objetó con dureza—. Y durante todo ese tiempo usaba un glamour, obviamente —añadió, logrando bajar los humos de la profesora y captar su interés al mismo tiempo.

 

—¿Un glamour? No podría haber mantenido el glamour durante todo el verano…

 

La mujer interrumpió sus palabras por la mirada fulminante que le lanzó el chico, pero prosiguió con su diatriba.

 

>>Es extremadamente agotador para un mago mantener el hechizo de glamour. Drena mucho los poderes —replicó a la defensiva—. Se lo quitaba al llegar a casa, me imagino.

 

—No —respondió Harry pacientemente—. Vivía con varios muggles, uno de ellos trabajaba conmigo. Y tiene razón, fue un poco agotador mantenerlo durante el verano pasado, pero como también estaba cansado por todo el trabajo físico que realizaba, tampoco notaba mucho la diferencia. Así que, este verano ya estaba acostumbrado. Además, creo que es bueno que aprenda a lidiar con una pérdida constante de energía. De todas formas, el glamour era solo para la cabeza, el cuerpo seguía siendo el mío.

 

—¿Podrías enseñárnoslo, Harry? —preguntó el director.

 

El ojiverde negó con la cabeza; después de lo que había ocurrido la noche anterior, era imposible revelar su identidad. Pero también existía otra razón por la que no quería hacerlo. Cuando heredó todos los bienes de Sirius, decidió comprar una pequeña casa en Hogsmeade. Solo había estado en ella unas pocas veces, pero la había adquirido como Alex, y no tenía intención de revelar que Harry Potter poseía una casa en el pueblo. Era su escondite, y la podría usar mucho más si era capaz de persuadir a Severus de continuar con su relación.  

 

—Preferiría no hacerlo, por el momento, señor. He estado viviendo bajo un nombre y una apariencia falsa desde hace un poco más de un año, sin que me capturaran ni hirieran, y he tenido la oportunidad de aprender mucho.  

 

—¿Has vivido únicamente en el mundo muggle?

 

Harry volvió a negar con la cabeza.

 

—No. La mayor parte del tiempo sí, pero también he estado en el callejón Diagon y en Hogsmeade sin ningún problema…

 

—¿Es consciente de lo fácil que es para un mago experimentado detectar los hechizos, Potter? —intervino Snape—. ¡No puedo creer que haya sido tan imprudente! Bueno, me corrijo. ¿Qué más se podía esperar de alguien que ha convertido el desprecio por las normas en todo un arte?...

 

Harry contempló al profesor intensamente mientras soltaba su diatriba y, lentamente, pasó una mano por su propio rostro.

 

Snape se detuvo abruptamente, ya que cuando el joven terminó su movimiento, ya no era Harry Potter quién lo estaba mirando, sino él mismo. Con una semejanza asombrosa.

 

La profesora McGonagall jadeó.

 

—Por favor, comprobad si sois capaces de detectar que esto es un glamour —propuso Harry. Su voz sonaba extraña saliendo por la boca de Snape, y tanto Dumbledore como McGonagall alternaban su mirada del rostro falso al auténtico. Acto seguido, los tres magos mayores dieron un paso adelante y comenzaron a lanzar hechizos reveladores sobre el joven.

 

—¿Es sólido? —preguntó el chico.

 

—¿Cómo diablos lo ha hecho? —gruñó el pocionista cuando los hechizos no revelaron nada—. ¿Y cómo diablos podemos saber que la cara de Potter no es un glamour también?

 

Harry miró a Dumbledore.

 

—¿Tiene el Mapa del Merodeador en su poder, señor?

 

Dumbledore contempló al joven con severidad, antes de dirigirse hacia un armario y sacar el familiar pergamino. A Harry no le sorprendió que el anciano supiera cómo utilizarlo. El mapa los mostró a todos, y en el punto que se encontraba el ojiverde, la etiqueta mostraba claramente “Harry Potter”. Para sorpresa del chico, ninguno de los profesores hizo comentario alguno sobre el mapa.  

 

Como profesora de transformaciones, McGonagall parecía fascinada con el glamour de Harry.

 

—¿Cómo lo ha hecho, Sr. Potter? —inquirió, aunque su tono sonaba más curioso y menos exigente que el de Snape—. No ha dicho nada ni ha usado su varita —murmuró.

 

—La magia corporal, cuando es usada sobre el propio cuerpo, no lo necesita —explicó Harry tranquilamente—. En realidad es un glamour un poco modificado, ya que un glamour lo que hace es convencer a las personas que te miran de que lo que están viendo es real, por eso es tan agotador, ya que la magia tiene que estar funcionando todo el tiempo. Al principio intenté hacerlo de esa forma, pero cuando me detuve a pensarlo, encontré una forma mucho más simple. Solo tienes que comunicarle a tu cuerpo cómo quieres que cambie tu apariencia —explicó el ojiverde, mientras asentía, dando permiso a la profesora para que acariciara su mejilla con los dedos.

 

Snape sintió una extraña perturbación al ver a McGonagall acariciando el que, a todos los efectos, era su rostro. Aunque también era el del chico, y tuvo que luchar contra la urgencia de sentirlo también entre sus dedos.

 

>>¿Quiere comprobarlo, profesor? ¿Quiere comprobar si realmente se parece a la cara que se afeita por las mañanas? —preguntó Harry con tono burlón.

 

Snape se enderezó.

 

—Solo por el bien de la ciencia y todo eso.

 

El ojinegro no fue capaz de resistirse. Además, el chico jamás podría adivinar o que estaba sintiendo. Antes de darse cuenta, sus pies se habían dirigido hacia la silla en la que el joven se encontraba sentado y se había colocado entre las piernas de Potter. El chico se puso de pie, lo que hizo que el profesor retrocediera bruscamente, malhumorado. Sin embargo, ver que Potter conservaba aún su estatura habitual, llegando solo hasta la altura de su barbilla, lo alivió un poco. Extendió la mano hacia adelante, y acarició la línea de la mandíbula del chico; siempre desarrollaba una sombra de barba si no usaba su propia poción depilatoria, y esa mañana se había afeitado con un hechizo porque no llevaba dicha poción encima. Apartó la mano de la cara del joven y la llevó hacia su propia mandíbula, maravillándose de la similitud, aunque no tenía la intención de decírselo al chico. Además, quedó pasmado al notar que también olía como él.   

 

Harry se estremeció al sentir los dedos de Snape recorriendo su mandíbula, y tuvo que resistir el deseo de cerrar los ojos e inclinarse hacia su toque. Cuando el ojinegro retiró la mano y la llevó hacia su propio rostro para comparar, el joven tocó con su mano la cara del pocionista, con la excusa de comprobar si lo había hecho bien.

 

Snape retrocedió cuando notó el roce de los dedos de Potter, rompiendo el contacto. Sus años de entrenamiento para ocultar sus reacciones impidieron que la brusca inhalación y los acelerados latidos de su corazón mostraran algo más que aversión.

 

—Supongo que es una falsificación aceptable —comentó el profesor, arrastrando las palabras.

 

—¡Severus! ¡Es tu doble! —exclamó McGonagall—. ¡Este es un concepto mágico realmente interesante! Parece ser más un tipo de transformación que un encantamiento, ¿no es así, señor Potter? —cuestionó con tono animado, dejando claro que una nueva rama de trabajo se estaba abriendo frente a sus ojos.

 

—Sí, eso creo —asintió el ojiverde, sonriéndole, antes de pasar la mano sobre su cara y volver a ser Harry Potter.

 

—Y no necesitas la varita para hacerlo —musitó Dumbledore, mientras el chico se sentaba de nuevo.

 

—Bueno, eso fue algo que descubrí por casualidad —comentó Harry, sonrojándose.

 

Dumbledore ladeó la cabeza, con una sonrisa asomando en sus labios.

 

—¿Estabas intentando evadir al ministerio, Harry?

 

—Bueno, sí que lo estaba cuando comencé a probarlo —convino el ojiverde—, ya que en aquel momento aún era menor de edad. Es curioso como algo que empiezas a hacer por una razón acaba convirtiéndose en lo mejor al final —añadió, sonriendo.

 

—¿Qué fue lo que le hizo darse cuenta de que podía hacer magia sin varita, sin ser detectado por el ministerio? —preguntó la profesora McGonagall.

 

—Bueno, en aquel momento estaba pensando en algo más que en magia corporal —respondió el chico.

 

Snape arqueó una ceja, y Harry le devolvió la sonrisa. 

 

—¡Nada por el estilo, profesor! Me refiero a que estaba pensando en chicas.

 

—Eso es algo bastante habitual para ese tipo de magia —comentó Snape con una sonrisa socarrona.

 

—¡Severus! —exclamó McGonagall, con sus labios temblando.

 

—Ah, eso no habría surtido ningún efecto sobre mí —dejó caer Harry casualmente—. En realidad, estaba pensando en los hechizos para el cabello y en ese tipo de cosas que las chicas usan todo el tiempo. Ya sabéis a lo que me refiero, encantamientos para mantenerlo bajo control, o cambiarlo de estilo y color, y comencé a plantearme cómo podían mantener esos mismos hechizos durante las vacaciones, y ahí fue cuando comencé a pensar en la magia corporal, y en el hecho de que se puede realizar cualquier cosa sobre tu propio cuerpo sin que sea detectado. Creo que la mayoría de la gente puede hacer cambios en su propio cuerpo sin usar la varita, ya que se necesita muy poca magia cuando lo haces con voluntad, pero creo que simplemente no se dan cuenta y utilizan sus varitas de forma automática.

 

Los tres magos mayores miraron al joven asombrados. Incluso Snape estaba sorprendido por la profunda comprensión de la magia que parecía poseer el chico. Y parecía haberlo averiguado todo por casualidad. ¡La típica suerte de Potter!

 

—Bueno, esta charla ha sido muy interesante —terció Dumbledore jovialmente—, y creo que por fin tenemos las respuestas a todas nuestras preguntas. No puedo decir que esté feliz de que te marcharas sin decirnos nada y nos engañaras, Harry —agregó, mirando el detector que seguía parpadeando sobre el estante, para, acto seguido, cogerlo y convertirlo en un trozo opaco de vidrio púrpura con un movimiento de su varita, colocándolo sobre una de las pilas de pergamino que se encontraban sobre su escritorio—. ¿Eres consciente de que tus… muestras podrían haber caído en las manos equivocadas? ¿De que un seguidor de las artes oscuras podría haberles dado algún uso… enfermizo? —inquirió mirando fijamente a Harry, quién comenzó a sentirse tenso por el comentario de “decepción”.

 

—Era un riesgo bastante aceptable, bajo mi punto de vista —respondió el ojiverde, enfatizando sus últimas palabras—. Enviaba los paquetes con Hedwig, y mi tía me mandaba de vuelta las viejas muestras para que yo las desechara. No le agradaba tocar a mi lechuza, pero intercambiar un paquete una vez al día era un pequeño precio a pagar a cambio de deshacerse de mí y tener cubierta las cuotas escolares de Dudley. En un principio, me preocupó que resultara extraño que yo nunca saliera de casa, por lo que me planteé pedirle a mi tía Petunia que metiera los paquetes en su bolso cada vez que fuera de compras.  

 

La profesora McGonagall se atragantó, y Harry le sonrió.

 

>>Sí, al final yo también llegué a la conclusión de que sería algo un poco perturbador —convino el chico—, y, en teoría, la casa tenía protecciones. Sería menos llamativo dejar la muestra allí, ya que nadie sabría lo que estaban buscando. Y, al fin y al cabo, nadie se dio cuenta de que yo nunca había salido de la casa. Jamás —añadió Harry, incapaz de ocultar el rastro de amargura en su voz. Cuando se recompuso, miró a Dumbledore—. Ahora ya sabe todo lo que quería saber, aunque probablemente desearía no hacerlo. Necesito que me asegure que se pondrá en marcha algún medio para la protección de otros magos huérfanos. ¿Irá al ministerio, o debo hacerlo yo?

 

Snape no podía reconocer a ese joven que estaba frente a él. Ya no era ningún niño; de alguna forma se había convertido en algo más que un joven. Parecía irradiar confianza y poder, y la capacidad de manejarlo. Y Dumbledore también era capaz de sentirlo.  

 

—Me alegra que nos hayas concienciado sobre estos asuntos, Harry, y lamento todo lo que has tenido que pasar, aunque sé que una disculpa no es suficiente. Me pondré en contacto con el ministerio.

 

El ojiverde asintió.

 

—Me gustaría que me informara sobre su progreso —dijo el chico. Como si fuera completamente lógico esperar que el mago más poderoso del mundo le informe, pensó Snape con amargura, sorprendiéndose aún más cuando el director accedió a su petición con calma.

 

—En cuanto sepa algo.

 

—Gracias. Y si es posible —continuó Harry, ahora de pie frente al escritorio de Dumbledore—, me gustaría hablar con usted sobre otro asunto más adelante. ¿Podría recibirme el jueves por la noche?

 

—Puedo hablar contigo ahora, Harry —propuso el director con curiosidad, lanzando una mirada a los otros dos profesores, indicándoles que se marcharan.

 

—No, gracias. Necesito prepararme primero —respondió el joven con firmeza.

 

Dumbledore miró al chico con intensidad.  

 

—¿Quedamos el jueves a las nueve, entonces? —sugirió el anciano.

 

Harry asintió.

 

—Gracias.

 

El ojiverde se giró, y sus ojos se detuvieron unos instantes sobre Snape, antes de dirigirlos hacia la profesora McGonagall.

 

>>Buenas noches, profesores.

 

—Buenas noches, Sr. Potter —respondió su Jefa de Casa con tono cálido.   

 

Snape permaneció en silencio.

 

Harry se encaminó hacia la salida, pero cuando colocó su mano sobre el pomo de la puerta, se dio la vuelta de repente, mirando directamente a Severus.   

 

—Profesor Snape, discúlpeme por hacerle perder parte de sus vacaciones buscándome.

 

Y salió de la habitación sin esperar respuesta, dejando a los tres profesores intercambiando miradas en silencio.

 

—¿Whisky de fuego? —ofreció Dumbledore, sacando una botella del armario situado detrás de él.

 

 

 

 

*4 pies y 2 pies, respectivamente. Lo he pasado a nuestro sistema métrico para que sea más comprensible, ya que, por lo menos yo, de pies no tengo ni idea jajajaj.

Chapter 4: La estupefacción de Dumbledore

Chapter Text

Tras unos días bastante ajetreados, Harry al fin había recopilado toda la información necesaria y había tomado las decisiones adecuadas. Eran bastante controvertidas, por lo que había pensado mucho en ellas.

 

En ese momento se encontraba en su habitación (al ser un estudiante de séptimo año, le habían asignado una propia, al igual que al resto de sus compañeros), eligiendo cuidadosamente la ropa para asistir a su reunión con el director, ya que la túnica escolar no le parecía adecuada. Tras mucho deliberar, escogió una túnica verde oscura de lana fina, que había comprado durante el verano. Era neutra, pero elegante; idónea, o al menos eso esperaba.

 

Cuando acabó, respiró hondo y pensó en el pequeño espacio existente tras una pequeña mesa auxiliar en el despacho de Dumbledore. Se había fijado en ella durante su reunión con los tres profesores, y, como el espacio era tan pequeño, sería poco probable que el director se encontrara allí en ese momento; una despartición frente a Dumbledore no provocaría el efecto que deseaba.

 

Se concentró en ese punto, y, tras unos instantes, mientras esperaba que sus ojos se adaptaran a la tenue luz del despacho, comprobó complacido que había logrado acceder a éste sin problemas.

 

Saludó al director con voz calmada, a pesar de que el anciano se había levantado de forma abrupta de su asiento, preocupado porque sus barreras hubieran sido violadas.

 

—Buenas noches, profesor.

 

Dumbledore lo miró con asombro, antes de ocultar su sorpresa.

 

—Harry. Justo a tiempo. Siéntate.

 

El chico abandonó el espacio en el que se había aparecido y se sentó en la silla situada frente al escritorio del director. Se preguntó si Dumbledore ignoraría su método de llegada, pero, tras pensarlo durante unos instantes, llegó a la conclusión de que el hombre jamás pasaría algo así por alto. Cuando sintió que Dumbledore estaba revisando sus protecciones, no pudo evitar sonreír. 

 

—Están intactas, señor.

 

El anciano lo miró con dureza.

 

—Y, sin embargo, estás sentado en mi despacho, tras haberte aparecido dentro del castillo. En la habitación que se encuentra más fuertemente custodiada, de hecho.

 

—Lo siento, señor —respondió Harry con descaro—, pero quería mostrarle que hablaba en serio.

 

—En efecto. ¿Puedo saber sobre qué?

 

—Me gustaría dar una clase, señor.

 

Dumbledore parpadeó varias veces.

 

—¿Deseas cambiar de clase? No veo ningún problema…

 

—No señor. Me gustaría impartir una clase. No me refiero a “enseñar”, más bien sería una experiencia de mutuo aprendizaje. Y solo con unos pocos estudiantes. Seis, para ser exactos.

 

—¿No sería como otro ED, entonces?

 

—No, aunque creo que lo que tengo en mente es esencial si queremos derrotar a Voldemort —comentó Harry en tono animado.

 

Dumbledore parpadeó de nuevo.

 

—Creo que será mejor que lo expliques —dijo el director, juntando los dedos.

 

—¿La parte de derrotar a Voldemort o la de las lecciones, señor?

 

Dumbledore rio y se relajó en su silla.

 

—Lo que prefieras primero, Harry.

 

El ojiverde le devolvió una pequeña sonrisa.

 

—Comenzaré con la parte de las lecciones. Como seguramente sabe, profesor, mis notas nunca han sido particularmente brillantes —comenzó, mirando a Dumbledore, esperando que éste se mostrara de acuerdo.

 

—La mayoría de los años has estado bastante ocupado —respondió el director.

 

Los labios de Harry se crisparon.

 

—Sí, pero, por otro lado, siempre me ha parecido bastante extraño que haya sido capaz de arreglármelas para sobrevivir a Voldemort tantas veces, a pesar de ser solo un mago promedio. Sé que recibí mucha ayuda, ¡Gracias a Dios! —añadió el chico con sincero agradecimiento.

 

Dumbledore lo miró de forma alentadora.

 

>>El verano pasado pasé mucho tiempo preguntándome cómo había logrado hacerlo, incluso con toda esa ayuda. No podía deberse solo a la suerte. Y entonces llegué a una conclusión; y, trabajando en base a ella, pude comprobar que tenía razón.

 

—¿Y cuál fue esa conclusión?

 

—No respondo a cómo se enseña la magia aquí, señor. Sí, he aprendido algo, pero cuando realmente lo he necesitado, no he pensado en nada de lo que me habían enseñado aquí. Me gusta llamar a mi magia, “magia de necesidad” —explicó tranquilamente el ojiverde—, ya que siempre he podido aprovecharla cuando me ha hecho falta. Y eso me hizo plantearme cómo lo hacía, por lo que el curso pasado pasé la mayor parte de mis clases pensando en formas de realizar cualquier hechizo, transformación, o lo que sea que estuviéramos aprendiendo en ese momento, de una manera más cómoda para mí —terminó Harry, golpeando su puño contra su pecho.

 

Dumbledore observó al joven con interés.

 

—¿Y has tenido éxito haciendo las cosas... a tu manera?

 

—Sí. Por lo que he podido ver, la magia aquí se vuelve demasiado complicada. Todo se reduce a varitas, libros, palabras y movimientos, pero profesor... la magia está ahí. —Harry se inclinó hacia delante, con los ojos brillando—. Está dentro de nosotros, y a nuestro alrededor, esperando ser llamada. Es algo... maravilloso. No me refiero a que sea fácil, pero solo tienes que sentirla, y no asustarte al hacerlo, y... —agregó mirando fijamente a Dumbledore—, usted sabe todo esto, porque usted también lo siente.  

 

En el rostro del director se reflejó un atisbo de sonrisa, aunque su mirada mostraba conmoción y algo de incredulidad.

 

—Sí que lo siento —convino el hombre—, aunque tal vez no con tanta intensidad como tú, Harry, y, desde luego, no a tu edad. Cuéntame, ¿cómo te has aparecido aquí?

 

—Bueno, me he podido aparecer en el castillo, e incluso transportarme dentro de él, desde hace un año, aproximadamente.

 

—¿Cómo se te ocurrió la idea?

 

—El pasado verano aprendí a aparecerme, y cuando regresé a la escuela, comencé a preguntarme qué era lo que había en el castillo que hacía imposible la aparición en él. Quería sentir las protecciones. Y cuando me concentré en ellas, e intenté vencerlas, pude sentirlas, y una vez lo consigues, es fácil encontrar la forma de traspasarlas.

 

—¿Cómo? —preguntó Dumbledore bruscamente—. ¿Encontraste puntos débiles en ellas?

 

—No, las he revisado todas a fondo y están bien —respondió Harry con tono calmado, causando otra conmoción sobre el director; revisar las protecciones era una actividad que realizaban anualmente, y se requerían los esfuerzos combinados de Minerva, Filius, Pomona, Severus y él mismo, durante casi todo un día y una noche, drenándolos casi por completo.

 

—¿Entonces, cómo lo haces? —inquirió, intentando por todos sus medios que su voz no titubeara.

 

Harry lo miró con un poco de desconcierto.

 

—Es difícil de explicar, en realidad. Yo... las siento. Y ellas pueden sentir mi magia. Y así soy capaz de mostrar mis intenciones, dejar en claro que no pretendo hacer nada malo.

 

—¿Las protecciones pueden valorar eso? —preguntó Dumbledore con sorpresa.

 

Harry arqueó las cejas.

 

—Sí. ¿No lo sabía?

 

Albus negó con la cabeza.

 

—Nunca había pensado que tuvieran... voluntad.

 

—¡Oh, sí que la tienen! Y poseen tantos tipos de magias distintos, pertenecientes a tantos años, y todas ellas entrelazadas, ¡Es maravilloso! No es exactamente un “ser animado”, pero el castillo, en cierta forma, posee algún tipo de “vida”, diferente a lo que nosotros nos referimos como “vida”, por supuesto, pero es distinto a una roca o piedra que encontremos en la playa. Sería una especie de vida “diseñada”, similar a.… un cuadro, incluso uno muggle; la pintura y el lienzo por sí solo no significan nada, pero cuándo está terminado, cobra sentido... y “vida”, e Inspira de distintas formas a quienes lo miran. Cada persona le encuentra un significado distinto, y éste va más allá de la pintura o los elementos que lo componen.

 

>>Hogwarts es algo por el estilo, pero mucho más, porque muchas personas han contribuido a su construcción y mantenimiento durante muchísimo tiempo, con amor y atención. Y con magia, lo que le aporta más cualidades que a, digamos, la Torre de Londres, por poner un ejemplo. Por eso el castillo “responde” un poco por sí mismo. Solo hay que fijarse en las traviesas escaleras que cambian de lugar, o las ventanas que reflejan paisajes que se encuentran en la otra punta de Hogwarts. —El ojiverde hizo una pausa, mirando a Dumbledore, esperando que el hombre comprendiera todo lo que le estaba diciendo. ¡Seguro que lo entiende!—. Y él puede sentir que me encanta estar aquí, y de alguna forma “sabe” que no voy a hacerle daño, sino que, por el contrario, lo protegeré. Por eso, no retira las protecciones, pero sí que me permite encontrar una vía para atravesarlas. ¿Podría darme una taza de té, señor? Creo que se me va a quedar la boca seca intentando explicarlo todo —terminó el joven, enrojeciendo un poco.  

 

—Quizás prefieras convocarlo tú —ofreció el director con curiosidad.

 

—No me gustaría usurpar su autoridad en su propio despacho, señor —se negó Harry con tranquilidad.

 

El anciano rio entre dientes, mientras agitaba su varita, haciendo aparecer una bandeja. Acto seguido, sirvió té para los dos.

 

Unos cuantos sorbos más tarde, Dumbledore continuó con su interrogatorio.

 

—Ahora, cuéntame más sobre tus clases.

 

—Claro, señor. Como estaba diciendo, no respondo tan rápido al enfoque con el que se enseña la magia aquí, aunque no lo discuto, ya que sé que se adapta al 95% de los estudiantes. No estoy criticando el modelo en absoluto —añadió con tono serio —pero no podemos permitir que se desperdicie el potencial mágico. Y ese es otro asunto del que me gustaría hablar.

 

—¿Sí?

 

—Puedo ver los niveles de poder que poseen las personas. Los niveles de poder mágico.

 

—¿Como un aura? —preguntó Dumbledore con curiosidad.

 

—No, nada tan bonito. Puedo “sentirlos”; y puedo saber si están infrautilizados. He hecho una especie de reconocimiento en la escuela, y me he topado con algunas personas que están desperdiciando tanto su potencial mágico que no he podido parar de preguntarme si estarían fracasando en sus estudios, como yo, de forma totalmente innecesaria. Y eso me hizo pensar en impartir una clase de magia compensatoria.

 

—¿Magia compensatoria? —Los labios de Dumbledore se crisparon, al pensar en que un mago con el poder de Harry mencionara que necesitaba magia correctiva.

 

El ojiverde rio.

 

—Sí, señor. Aunque podríamos llamarla como usted quiera, por supuesto. Hay bastantes personas, pero a pesar de haber dirigido el ED, sé que realmente no estoy lo suficientemente capacitado para la enseñanza, por lo que he pensado que sería una tontería intentar abarcar a tantas personas, y he decidido no elegir a nadie por debajo del séptimo curso.

 

—Eso es muy sensato por tu parte. Entonces, ¿quién está en tu lista, Harry?

 

—Puede que le resulte un poco controvertida. Necesito que me aconseje sobre un par de personas —comentó el joven con nerviosismo.

 

—Está bien, dispara. No es necesario mencionar que está conversación es completamente confidencial —añadió el director, en tono de disculpa.

 

Harry sonrió y asintió.

 

—Por supuesto —afirmó el chico mientras pasaba sus manos por sus muslos—. Bueno, en primer lugar, Neville Longbottom.

 

Dumbledore suspiró.

 

—Bien, no es ninguna sorpresa, en realidad. Entre tú y yo, Harry, siempre he creído que podía hacerlo un poco mejor.  

 

El ojiverde resopló.

 

—Solo hay tres magos en esta escuela más poderosos que él, señor. Incluyendo el personal docente —añadió Harry.

 

—¿Qué?

 

—Es muy poderoso —explicó el joven—, pero solo usa la parte de su poder relacionada con la Herbología. Necesitamos... necesito ayudarlo.

 

—¿Estás seguro?

 

—Sí.

 

—¿Puedes hacer una clasificación de los niveles de poder?

 

—Sí.

 

—¿Podrías explicarlo más detalladamente?

 

—Neville tiene los mismos niveles de poder que la profesora McGonagall, el profesor Flitwick y Hermione.

 

—Cielo santo. ¿Es la señorita Granger la siguiente en tu lista?

 

—No. La enseñanza que se imparte aquí le funciona muy bien a Hermione, no necesita mis clases. De todas formas, cuando vuelva a la escuela, me gustaría pedirle que se una a un proyecto que tengo en mente.

 

Dumbledore no podía creer que el joven que se encontraba frente a él fuera el mismo estudiante rebelde que había sido dos años atrás. O aquel chico tímido e inseguro.

 

—¿Quién más, entonces?

 

—Me gustaría preguntarle algo sobre Eloise Migden. Su nivel de poder es muy elevado, y no usa gran parte de él, pero no sé cómo son sus notas. ¿Se habla de ella como una alumna particularmente extraordinaria?

 

—No, es una alumna promedio. Sus notas no son bastante buenas, de hecho.

 

—Bien, entonces es imprescindible que la incluya. ¿Y qué hay de Padma Patil y Ernie McMillan?

 

—Igual que Eloise Migden.

 

—Bien. Entonces, si ellos quieren, también están incluidos. El siguiente es Draco Malfoy.

 

Dumbledore se recostó sobre su asiento.

 

—Draco Malfoy saca muy buenas notas —comentó el director.

 

—Podría hacerlo mejor. Es tan poderoso como Neville.

 

—Lo hace casi tan bien como Hermione.

 

—Lo necesita. Puedo sentirlo.

 

Dumbledore miró a Harry.

 

—Sabes lo que es su padre.

 

—Sí, y me lo he cuestionado bastante. Podría excluirlo del grupo; él nunca se enteraría, y además odiará que yo le “enseñe”. Pero no es un mortífago aún, y creo que no se le puede negar a nadie la oportunidad de aprender. La educación es algo que debe estar a disposición de todos, para que la gente puede tomar sus propias decisiones.

 

Dumbledore miró a Harry con orgullo.

 

—Aplaudo tu determinación, Harry, pero los riesgos…

 

—Me encargaré de eso yo mismo. Pondré protecciones para evitar que alguien externo pueda obtener información sobre el tipo de conocimiento que estoy impartiendo a los miembros del grupo. Y, aunque no puedo evitar que cada uno use los conocimientos que voy a ofrecerles de la forma que quieran, voy a hacer todo lo posible para que comprendan que el resto de opciones son estúpidas.

 

Hubo una larga pausa en la que ninguno de los dos habló.

 

—Muy bien, Harry.

 

El ojiverde dejó escapar un largo suspiro. Había estado preocupado porque no sabía cómo iba a reaccionar Dumbledore, por lo que sintió alivio cuando éste aceptó. Él también preferiría no enseñar a Malfoy, pero lo veía injusto.

 

—La última persona en mi lista es el profesor Snape.

 

La mano de Dumbledore que sujetaba la taza tembló ligeramente, derramándose un poco de té sobre ella.

 

>>Lo siento —dijo Harry en tono de disculpa.

 

—¿El profesor Snape?

 

—Sí. Es tan poderoso como usted —explicó el ojiverde.

 

El director permaneció en silencio por unos instantes.

 

—Harry, ¿no estarás equivocado? Tu detección podría...

 

—No me equivoco —respondió el joven, negando con la cabeza—, y si cree que elegiría tener a Draco Malfoy o Snape en mi clase sin motivo, significaría que piensa que ya he perdido la cabeza.  

 

Dumbledore se echó a reír.

 

—¡Harry, no creo que el profesor Snape acceda a acudir a tu clase! Es un maestro de pociones y...

 

—Está usando sólo un fragmento de todo su potencial —objetó el ojiverde—, el resto lo tiene bien guardado, desperdiciándolo por completo. Es doloroso pensarlo.

 

—Lo estás diciendo en serio.

 

—Sí. Permítame que lo incluya en mis lecciones, y deje que haga yo el resto. Es su elección, pero de verdad espero que acepte.

 

—No te decepciones si él…

 

—Sí que me decepcionaré. No solo lo necesitamos, sino que también está desperdiciando su poder de manera vergonzosa. Pero todo depende de él. Tengo que lograr que se interese tanto por las clases como para anular su odio hacia mí...

 

—Él no te odia…

 

Harry rio.

 

—¡Profesor, no lo intente! Soy consciente de que me ha salvado la vida en incontables ocasiones, pero nadie puede decir que disfrutó haciéndolo.

 

Dumbledore le guiñó un ojo a Harry, y volvió a acomodarse en su asiento.

 

—Bueno, ahora que has dejado en claro a quiénes vas a dar clase, creo que ahora debemos hablar sobre qué es lo que vas a impartir antes de que pueda aprobar esta idea, aunque valdría la pena solo por ver la cara del profesor Snape cuando se lo cuente. ¿Has pensado en tu plan de estudios?

 

—Algo. Mi principal objetivo es enseñarles a todos a manejar la magia sin varita. Y, además de eso, realizaré mucho trabajo individual con cada uno de ellos. Necesito que Eloise, Padma y Ernie encuentren el campo en el que destacan, ya que, una vez que lo logren, espero que el resto fluya con facilidad. Por el contrario, necesito que Neville y el profesor Snape amplíen su rango, para encontrar otras áreas en las que también sobresalgan.

 

—¿No crees que especializarse en una sea algo bueno? —cuestionó Dumbledore con interés.

 

—Oh, sí, y a fin de cuentas, es algo inevitable. Pero Neville y Snape lo han hecho excluyendo todos los demás campos. Creo que, además de tener un enfoque más desarrollado, les gustará comprobar que el poder y las habilidades que adquieran se traducirán en beneficios dentro de sus áreas favoritas.  

 

—El profesor Snape no solo es bueno en pociones como ya sabrás, Harry.  

 

¡Pues claro que lo sé! Aunque no creo que Dumbledore y yo estemos pensando en lo mismo.

 

—Lo sé, señor. Sé que posee un amplio conocimiento de las Artes Oscuras, y quizá ese podría ser uno de los motivos por los que no está usando todo su potencial. Ha probado demasiado el poder de la Magia Oscura y tal vez no quiera ser atraído por ella. No lo sé. Pero en realidad, creo que lo que pasa es que no es consciente de sus capacidades. ¡Y también necesita mostrar un poco más de respeto por ese lado de la magia que él denomina “movimientos tontos de varita”! Quizá, cuando se dé cuenta de que su varita no será necesaria, no se opondrá tanto. O, mejor dicho, cuando aprenda a apreciar la diferencia real entre la magia sin varita y la magia reforzada con varita.

 

Dumbledore contempló al joven, sintiendo que sus percepciones sobre él volvían a cambiar. Sabía que esa noche se había convertido en una de las más importantes de su larga vida, ya que no era habitual que alguien llegara, se sentara y discutiera conceptos tan profundos como si se trataran de meras estrategias de Quidditch.

 

—Creo que es hora de que me muestres de lo que eres capaz —dijo el anciano tras unos instantes.

 

Harry ya se había imaginado que el hombre le haría una petición de ese estilo.

 

—¿Qué le gustaría que hiciera?

 

—Creo que un duelo de magos podría ser interesante, ¿no? —propuso Dumbledore, arqueando una ceja.

 

Harry sonrió.

 

—¡Podría ser divertido!

 

Dumbledore reconsideró la situación una vez más. No conocía a ningún otro mago vivo, a excepción de Voldemort, al que le gustaría batirse en duelo de forma voluntaria con él. ¿Se habría dado cuenta el joven de a lo que se iba a enfrentar?

 

—Sin restricciones, exceptuando las Imperdonables, por supuesto.

 

—Estoy seguro de que me derrotará, señor, pero estoy encantado de tener la oportunidad de intentarlo. ¿Dónde le gustaría hacerlo? No quiero volver a destrozar su despacho —preguntó el joven con timidez.

 

Dumbledore pensó rápidamente en todas las salas vacías de las que disponía el castillo.  

 

—Hay un aula vacía en el tercer piso que es bastante grande...

 

—¿Puede imaginarla? —preguntó el joven.

 

El anciano asintió.

 

—Por supuesto —respondió, con curiosidad por conocer el motivo de la pregunta.

 

Harry rodeó el escritorio, colocándose al lado del director.

 

—Nos apareceré allí, entonces, si le parece bien.

 

Dumbledore sonrió, intentando por todos los medios de no mostrar de nuevo su estupefacción.

 

—Qué buena idea.

 

Harry entrelazó sus brazos con los del anciano, y al momento siguiente aparecieron en el salón de clases.

 

—¡Ha funcionado! —exclamó el ojiverde con satisfacción.

 

—¿Por qué estás sorprendido? —inquirió Dumbledore asombrado.

 

—Bueno, nunca había aparecido a nadie conmigo, ni tampoco lo había hecho sin conocer la ubicación, pero no había ninguna razón para que no funcionara, ya que el castillo tiene obligación de aceptar que usted traspase las protecciones, así que...  

 

—¡Merlín! ¡Es demasiado fácil confiar en ti, mi muchacho!

 

—¡Y no hay ningún problema, señor! —respondió Harry riendo.

 

 

 

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Tres horas y diecisiete minutos más tarde, Dumbledore admitió su derrota. Harry cogió la varita que el hombre le tendió por unos instantes como muestra de ello, para acto seguido devolvérsela, sonriendo ampliamente.

 

—¡Ha sido brillante! —exclamó el ojiverde, extendiendo su mano para ayudar al anciano a levantarse del suelo—. ¡Ay! —exclamó cuando el hombre apretó las ampollas que la recubrían—. ¡Ese ha sido un gran maleficio! ¿Quién hubiera pensado que los forúnculos podrían distraer tanto?

 

Dumbledore sonrió.

 

—Creo que a los dos nos vendría bien las atenciones de Madame Pomfrey —ofreció el anciano.

 

Harry lo miró con preocupación.

 

—¿Nos aparezco directamente en la enfermería?

 

Dumbledore negó con la cabeza.

 

—En mi despacho, si no te importa Harry. Desde allí podemos llamar a Poppy por Flu. Podría ser un motivo de preocupación si se extendiera el rumor de que el director ha tenido que acudir a la enfermería por cualquier motivo.

 

—¿Qué hechizo ha sido? —preguntó el chico con inquietud—. Lamento haber…

 

—¡Ni lo menciones, mi querido muchacho! Tenías que hacerlo. De hecho, me impresionó que decidieras lanzarlo.

 

—Bueno, sentí que me había dado permiso cuando me rompió el brazo —murmuró el ojiverde.

 

—¡En efecto, Harry!

 

El chico rodeó con su brazo sano al director y, en tan solo un instante, aparecieron en el despacho. Harry ayudó al anciano a sentarse en un sillón junto al fuego y llamó a la enfermera, quien respondió en menos de dos minutos, con su ropa de dormir puesta.

 

—¡Siento molestarte, Poppy! —comenzó Dumbledore desde su asiento—, pero, ¿te importaría ayudarnos?

 

—¡Albus! —exclamó Madame Pomfrey, atravesando directamente la chimenea, entrando en el despacho—. ¿Qué os ha pasado? —preguntó, dirigiendo su mirada desde los forúnculos que cubrían el rostro de Harry, hasta su brazo roto que caía sin gracia, y de éste hacia el rostro pálido del director.

 

—¡Solo nos hemos divertido con un duelo! —contestó Albus sonriendo—. Pero no nos negaríamos a que nos asistieras.

 

—¿Os habéis divertido con un duelo? ¡Son las dos de la mañana, Albus!

 

—Nos entusiasmamos, Poppy, querida —respondió el anciano en tono de disculpa.

 

La enfermera comenzó a agitar su varita sobre el cuerpo del director.  

 

—¿Qué es esto? Tu frecuencia cardíaca es completamente…

 

—Ah, creo que eso se debe probablemente al maleficio que provoca taquicardia —terció Harry avergonzado.

 

—¿Le lanzaste un maleficio para provocar taquicardia al director? ¡Harry, estoy muy decepcionada! —gruñó Madame Pomfrey—. ¿Y qué es esto? ¡Tu espinilla está rota, Albus!

 

—Ah, sí. Me he golpeado contra el borde de un escritorio —respondió alegremente—. ¡Y no culpes a Harry por el maleficio, Poppy! ¡Tiene un brazo roto y está recubierto de furúnculos!

 

La enfermera se acercó al joven para comprobar su estado.

 

—Y un hechizo que revuelve el estómago, por lo que puedo sentir —gruñó la mujer, apretando sus labios.

 

—Ah, creo que es solo una reacción —contestó el chico—. Ese hechizo conseguí esquivarlo.

 

—Volveré en un minuto con algunas pociones. ¡Siéntate, Harry! Y no os mováis.  

 

La enfermera se introdujo en el fuego y desapareció.

 

—Gracias, señor —dijo Harry en voz baja.

 

—No, gracias a ti, mi querido muchacho. ¡Ya ni me acuerdo de cuándo fue la última vez que me divertí tanto! Pero creo que en algunos momentos estabas jugando conmigo, ¿no?

 

El ojiverde se mordió el labio antes de responder.

 

—No, señor. No estaba jugando con usted, solo estaba... aprendiendo. ¡Se le ocurrían cosas verdaderamente ingeniosas! Nunca se me hubieran pasado por la cabeza la mitad de los hechizos que me lanzó.

 

Dumbledore rio y tomó la mano del chico suavemente, sin apretar.

 

Poppy regresó al despacho, sacudiéndose las cenizas, y frunció el ceño al ver al joven aún de pie.

 

—Te dije que te sentaras, Harry —espetó la enfermera.

 

El ojiverde se sonrojó.

 

—No puedo, Poppy.

 

La mujer alzó las cejas mientras entregaba un pequeño vial al director.

 

>>Los forúnculos —explicó Harry.

 

—¿Los tienes por todas partes?

 

El chico asintió.

 

>>¿Cuánto tiempo llevas con ellos?

 

Harry miró a Dumbledore.

 

—Fue uno de los primeros hechizos que lanzó, ¿cierto? —preguntó el ojiverde, recibiendo un asentimiento del director como respuesta—. Pues casi tres horas.

 

—¡Oh, querido! Bueno, te quedan dos opciones Harry. Ya es demasiado tarde para hacerlos desaparecer con un contrahechizo, así que puedes esperar que desaparezcan solos, o puedo lanzarte un hechizo para que exploten todos durante la próxima hora. Es bastante doloroso y desagradable, pero puedo suministrarte una poción para el dolor que te aliviará poco a poco. Además, tu piel quedará perfecta, ya que elimina todas las marcas.

 

—Será mejor que escoja la segunda opción, entonces —gimió el chico—. ¡Dios, mi nueva túnica va a quedar echa un desastre!

 

Poppy rio.

 

—Nada que un buen hechizo de limpieza...

 

—Sí, pero no podré evitar recordar que ha estado llena de pus por todas partes —dijo Harry, haciendo una mueca.

 

—¿Por qué no te quedas en la enfermería? Te puedo dar una bata para que te cambies.

 

—No creo que pueda acostarme en la cama, Poppy.

 

La medibruja soltó una carcajada.

 

—Ya me lo imaginaba, Harry, pero puedes deambular por la enfermería igual que en otro lugar. El director necesita irse a la cama y voy a quedarme aquí cuidando de él. 

 

—Eso podría hacerlo yo.

 

—No hasta que hayas estudiado siete años de medimagia —negó Pomfrey con firmeza—. Y ahora, déjame curarte el brazo.

 

Varios minutos después, tanto Harry como Dumbledore volvían a tener sus huesos intactos, y Poppy los dejó solos mientras se dirigía hacia la habitación del director para prepararlo todo. Dumbledore miró intensamente a su joven acompañante durante unos instantes.  

 

—Harry, creo que podría ser una buena idea que fueras a ver a Ollivander para adquirir otra varita —sugirió el anciano con voz calmada.

 

El ojiverde alzó la mirada de forma brusca.

 

—Ya lo he hecho.

 

Harry pudo ver como los ojos de Dumbledore se dirigieron de manera instantánea a su varita, mientras su hombros se hundían levemente.

 

>>Mi otra varita la uso con mi otra identidad —explicó en tono suave—. Mi otro “yo” tiene una casa en Hogsmeade —añadió el ojiverde, indicando el paradero de la varita, y decidiendo mencionar su otra residencia, después de todo.

 

—¿De qué está hecha tu otra varita?

 

Harry miró detenidamente al director.

 

—Fawkes me dio otra pluma la Navidad pasada —respondió el chico en tono de disculpa.

 

—¿Así como así?

 

—No. Se la pedí —admitió Harry—. Sabía que necesitaría una nueva varita para que nadie pudiera reconocerme cuando estaba usando mi otra identidad. Además, siempre he tenido el deseo de elaborar la mía propia.

 

El ojiverde podía ver la ansiedad contenida que se reflejaba en el rostro del director.

 

—¿Y? —preguntó el anciano, instándolo a continuar.

 

—Tuve bastantes problemas —explicó Harry—. En mi casa de Hogsmeade hay un manzano, y me pareció apropiado usarlo para ello, pero no encontraba la manera de hacerlo correctamente. Entonces, cuando pasó el invierno y llegó la primavera, el árbol comenzó a florecer, y la madera se volvió preciosa y flexible, pero aún así, era incapaz de hacer la varita. Así que, al final decidí llevar la pluma y un trozo de madera al señor Ollivander, y pedirle que me la fabricara.

 

—Ah.

 

Harry hizo una pausa larga deliberadamente, sabiendo lo que Dumbledore estaba buscando que le contara, aunque quizá aún no conociera la magnitud de todo el asunto.

 

—Me propuso que intentara hacerla yo mismo.

 

El ojiverde pudo ver cómo el director se quedaba sin aliento al darse cuenta de lo que implicaba su respuesta.

 

—¿Y lo lograste?

 

—Sí.

 

Dumbledore se enderezó sobre su asiento, respirando con dificultad.

 

—¿Lo sabes desde Pascua?

 

—Sí.

 

—¿Y por qué no has dicho nada?

 

—No significa nada. La magia es un continuo, tanto para muggles como squibs, brujas y magos. La magia es solo un regalo...

 

Pero Dumbledore lo interrumpió, levantándose de su silla y poniéndose de rodillas.

 

>>¡NO! —exclamó Harry.

 

Poppy volvió al despacho apresuradamente al oír el grito del joven.

 

—¡Albus! ¿Qué está ocurriendo?

 

Dumbledore la ignoró e inclinó la cabeza hacia Harry, cruzando sus puños sobre su pecho.  

 

La enfermera alternó su mirada de uno a otro con perplejidad.

 

—¿Harry? —susurró la mujer, con voz temblorosa.

 

—¡Por favor, levántese, profesor! —instó el ojiverde—. ¡No quiero que haga esto! ¡No es correcto!

 

Albus alzó la cabeza, aunque permaneció arrodillado en el suelo.

 

—No me niegues este placer, Hechicero. Ya había perdido la esperanza de conocer a alguno. *

 

Poppy jadeó al escuchar las palabras del director, y cayó de rodillas sobre el suelo, adoptando la misma postura que Dumbledore.

 

—¡Por favor! ¡Levantaos! —gimió el joven—. ¡No quiero que hagáis esto! ¡La magia no es así!

 

Pomfrey y Albus continuaron contemplándolo, y Harry buscó desesperadamente la forma correcta de lidiar con la situación.

 

De repente, cambió su tono de súplica por uno de autoridad, y se dirigió al mago y la bruja que continuaban de rodillas.

 

—Como Hechicero, os pido que os levantéis.

 

Ambos obedecieron con los ojos muy abiertos, y Harry sintió cómo su corazón retumbaba en su pecho con fuerza; realmente, a pesar de que el señor Ollivander había hecho la misma reverencia frente a él meses atrás, no había aceptado que era un Hechicero, ni había significado nada para él hasta ese momento. Ni siquiera se había atrevido a leer nada sobre el tema, ya que sentía que el mero hecho de buscarlo en un libro podría atraer la atención sobre su persona.

 

>>Como Hechicero —continuó, suavizando su voz—, os pido que no me tratéis como un ser especial, solo como alguien que posee un poco más de poder en ese continuo que es la magia. No quiero que la gente se arrodille ante mí —imploró, con tono desesperado.

 

—¿No tenemos derecho de celebrarlo? ¿de ofrecer nuestra lealtad? —preguntó el director con voz calmada.

 

Harry lo miró atónito.

 

—No voy a pedir ningún tipo de lealtad —respondió con voz temblorosa— pero si me gustaría pedirle dos cosas.

 

Albus lo observó con interés, y Poppy con admiración.

 

—Le pido que comprenda que poseo un entendimiento un poco distinto de la magia, y que tenga en cuenta todo lo que digo, aunque algunas veces pueda parecer un poco extraño. Y también le pido que no deje de darme consejos, ya que todo es nuevo para mí, y solo tengo diecisiete años. Necesito asesoramiento, y confío plenamente en usted. Y esto va para ti también, Poppy.  

 

La mujer asintió, mientras se secaba algunas lágrimas que resbalaban por sus ojos, lo que provocó que Harry se sonrojara, y acariciara levemente el brazo de la enfermera.  

 

—Claro, Harry —respondió Dumbledore a la petición del chico.

 

—Gracias —sonrió el chico.

 

Dumbledore le devolvió la sonrisa y, acto seguido, volvió a ponerse serio.

 

—¿Por qué no quieres que nadie más lo sepa?

 

—No creo que sea asunto de nadie más —contestó el ojiverde con firmeza.

 

—¿Ni siquiera de la Orden? —inquirió el anciano.

 

—Creo que le está dando demasiada importancia —respondió Harry—. No quiero que esto se filtre y llegue a los oídos de Voldemort. Creo que la sorpresa puede darnos una gran ventaja, ya que sospecho que Voldemort querrá acabar conmigo mientras aún este en Hogwarts, mientras aún sea un “niño”. Tenemos que acabar con esto este año. Voy a acabar con él.

 

Dumbledore sintió cómo desaparecía un gran peso de sus hombros. Harry Potter estaba de su lado; a pesar de su enfado a principios de esa semana, de su decepción, y del trato que había recibido por parte de los muggles, Harry Potter estaba de su lado. Y era un Hechicero; el primer Hechicero inglés nacido en, al menos, doscientos años. Merlín, ¡aún había esperanza!

 

 

* A ver cómo puedo explicar esto para que se entienda jajaja. En esta historia se distingue entre “wizard” y “mage”. Ambas palabras significan “mago” en español, pero hay un matiz entre ellas en esta historia. Le pregunté al autor qué sería un “mage”, que es lo que es Harry, y os dejo su respuesta literal. “En esta historia, un “mage” (yo lo he traducido como “hechicero”) es alguien que posee un inmenso poder debido a una conexión y comprensión innata del mundo. Pueden acceder a esa magia sin el empleo de hechizos, en los que la mayoría de magos y brujas comunes deben apoyarse para usar su magia. Es un tipo de comprensión de la magia; no solo de la que se encuentra dentro de ellos mismos, sino también en el mundo que los rodea”.

En definitiva, un “mage” sería como un mago que posee una gran cantidad de poder innata y una comprensión del mundo que los “wizards” no poseen.  Creo que en español, un hechicero también podría adquirir el matiz de ser más poderoso que un mago, por eso he decidido traducirlo así, además de para distinguir las dos palabras.

Espero que haya quedado claro, y no os haya liado más jajaja. Si no es así, no duden en preguntarme.

Chapter 5: El bosque

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Harry se encontraba sentado sobre el borde de uno de los pupitres de un aula abandonada del cuarto piso, practicando sus técnicas de meditación.

 

Había dormido poco; al final, había decidido aceptar la propuesta de Pomfrey y se había puesto una bata de la enfermería, pero en lugar de quedarse allí, decidió pasar la noche deambulando por la habitación de Dumbledore, hablando con el director. En algún momento de la noche, los furúnculos habían estallado, manchando su bata de pus aceitoso, y la ducha que se había dado después se convirtió en una de las más agradables y bienvenidas que había experimentado nunca; el olor putrefacto de los furúnculos era insoportable, y además apestaba también a sudor seco, consecuencia de su duelo contra Dumbledore. Su cabello se encontraba en la misma situación que el resto de su cuerpo, y limpiarlo había sido repugnante.  Tuvo que admitir que sintió un inmenso alivio cuando, al despertar, descubrió que su piel se había curado completamente y que no quedaba ninguna marca sobre ella, tal como le había indicado Poppy. Al Niño-Que-Vivió también se le permite un poco de vanidad, ¿no?

 

Había acordado junto con Dumbledore que enviarían una lechuza durante el desayuno a cada uno de los potenciales miembros para sus lecciones. El mensaje solo mencionaba que sus presencias eran requeridas en un aula del cuarto piso a las cinco de esa misma tarde.

 

Harry había pasado gran parte del día pensando en cómo enfrentar la situación. Podría haber comenzado las clases más tarde y así tener más tiempo para prepararlas, pero quería poner ya todo en marcha, y además trabajaba mejor bajo presión.

 

Neville Longbottom abrió la puerta y sonrió con sorpresa cuando vio allí a su amigo.

 

—¡Hola Harry! ¿También has recibido una nota? ¿De qué va todo esto? ¿Quién más tiene que venir?

 

El ojiverde le sonrió, pero no respondió. Acto seguido, entraron Ernie McMillan y Eloise Migden. Tras intercambiar saludos, ambos repitieron el interrogatorio de Neville.

 

—¿De qué va todo esto, entonces? —cuestionó Eloise, intentando averiguar el motivo por el que se encontraban todos allí.

 

—Nosotros tampoco lo sabemos —respondió Neville, sin consultar a Harry, justo en el instante en el que Padma Patil se asomaba por la puerta.

 

—¡Lo siento, llego tarde! Me entretuve prestándole un libro a Parvati. ¿Qué ha ocurrido? No nos hemos podido meter ya en ningún lío, ¿verdad? —preguntó la chica, mientras dejaba su mochila junto a un pupitre.

 

—Si Potter está aquí, está claro que estar metidos en problemas es una opción —terció Draco Malfoy, quien se encontraba recargado contra la puerta, observando al variopinto grupo que se agolpaba en la sala.

 

—Dicho de otra forma, tú tampoco tienes ni idea —respondió Padma.

 

El rubio entrecerró sus ojos, pero entró en el aula con paso tranquilo y se apoyó contra la mesa del profesor.

 

—Creo que he recibido la nota por error —comentó tras unos instantes, con su clásico arrastrar de palabras—. No puedo imaginar ninguna razón por la que deba estar compartiendo espacio con un grupo de perdedores.

 

Hubo un inevitable estallido de indignación tras las palabras del Slytherin, pero Harry solo crispó sus labios, algo que Draco notó.

 

>>¿Te estás riendo de mí, Potter? —inquirió el rubio con tono peligroso.

 

—Jamás se me pasaría por la cabeza, Malfoy —respondió el ojiverde con una sonrisa.

 

Los ojos de Draco se entrecerraron de nuevo.

 

—¿Sabes por qué estamos aquí? —preguntó acusadoramente.

 

—Sí —respondió Harry, provocando que todos los que se encontraban en la sala se giraran y lo miraran fijamente.

 

—¡Harry! —Exclamó Neville—. ¡Suéltalo, entonces!

 

—Espera un momento, aún no estamos todos.

 

En ese mismo instante, el profesor Snape entró por la puerta, y todos se volvieron hacia él.

 

—¡Profesor! —exclamó Draco con una sonrisa—. ¿Ha organizado algún club extra al que estamos apuntados? —cuestionó, ignorando deliberadamente a Harry.

 

Los ojos de Snape recorrieron la habitación, con el ceño fruncido.

 

—No tengo ni idea de por qué estamos todos aquí, Draco —respondió, con un tono que sugería que para él el asunto era completamente insignificante—. Recibí una lechuza durante el desayuno. Sin duda, el director nos hará saber lo que quiere de nosotros a su debido tiempo.

 

—En realidad —interrumpió Harry con voz calmada—, estáis aquí para recibir una clase de magia compensatoria.

 

—¿Disculpe? —Snape se enderezó—. El director no me ha pedido que enseñe tal cosa, aunque Merlín sabe que la mayoría de ustedes lo necesitarían —se burló, mirando lentamente a todos los estudiantes que se encontraban en el aula.

 

Harry tosió levemente, y cerró la puerta con un pequeño estallido de magia.

 

—Estuve hablando con el profesor Dumbledore anoche, y me dio permiso para impartir esta clase.

 

La sala quedó sumida en un profundo silencio, hasta que Snape se enderezó aún más y arremolinándose en su capa, comenzó a caminar hacia la puerta.

 

Harry no podía permitir que Severus se pusiera en ridículo por no ser capaz de abrirla, así que, en un abrir y cerrar de ojos, se materializó al otro lado del aula y se apoyó contra la puerta, provocando un jadeo generalizado de asombro.

 

—Sí, puedo aparecerme en Hogwarts. Y he cerrado y lanzado protecciones a la puerta para que nadie pueda irse hasta que haya explicado todo. Si después de escucharme, alguien no quiere permanecer en la clase, es libre de marcharse. Es vuestra elección.

 

—¿Estás diciendo que piensas mantenernos encerrados? —inquirió Draco, sacando su varita y apuntando con ella a Harry.

 

Un segundo después, la varita del rubio cruzaba volando la habitación y aterrizaba en la mano del ojiverde, seguida instantáneamente por todas las demás que había en la sala.  

 

Hubo otra serie de jadeos generalizados; todos se habían percatado de que Harry había sido capaz de desamarlos, sin usar su propia varita y sin decir ni una sola palabra. Además, el chico se había aparecido dentro de Hogwarts. Se hizo el silencio mientras Harry agrupaba las varitas, colocaba la suya propia entre las demás y las levitó hasta el techo.

 

Snape agarró una silla de detrás de uno de los pupitres que se encontraban en la primera fila y se sentó de forma elegante.

 

—Quizá cuando se aburra de alardear, Sr. Potter, podría explicarnos de que va todo esto —dijo con tono ofensivo, pasando por alto la pérdida de su varita y aparentando tener el control total de la situación.

 

Harry asintió mirando fijamente al hombre; no iba a permitir que Snape lo pusiera nervioso. En realidad, estaba bastante impresionado por la actitud fría que estaba mostrando Severus, ya que por dentro debía estar furioso.

 

—Las varitas permanecerán ahí hasta el final —comenzó el ojiverde con voz calmada—, para evitar cualquier… accidente. Estáis aquí —continuó—, porque todos sois brujas y magos extraordinariamente poderosos...

 

—¡Sí, claro! ¿Y Longbottom? —resopló Malfoy, intentando dirigir su propio bochorno hacia otro objetivo.  

 

La cara de Neville adquirió un tono rojo brillante, y bajó la cabeza, completamente avergonzado.

 

—... Y porque no estáis usando todo vuestro potencial, debido a que el tipo de educación que se imparte en Hogwarts no satisface todas vuestras necesidades —continuó Harry, ignorando la interrupción.

 

—Habla por ti, Potter —se mofó Draco—. Mis notas son excelentes.

 

—Algunos de vosotros sobresalís en una materia —prosiguió Harry, mirando a Neville, quién alzó la cabeza como si hubiera podido sentir que los ojos de su amigo se posaban sobre él, y, acto seguido, a Snape —, mientras que algunos de vosotros sentís que no sois buenos en nada. Pero, os puedo asegurar que no estaríais aquí si ese fuera el caso —agregó, mirando al resto.  

 

—¿Y cómo ha llegado a la conclusión de que usted tiene la capacidad de decidir eso, profesor Potter? —Preguntó Snape con voz sedosa.

 

Malfoy soltó una risita.

 

—Seguro que todos sabéis que yo solo he sido un estudiante promedio —explicó Harry, ignorando los fuertes resoplidos de Malfoy y Snape—. Pero, a pesar de todo, de alguna manera, he sido capaz de arreglármelas para no morir en varios enfrentamientos con el mago más temido de nuestra época.

 

El aula quedó sumida en un silencio total.

 

>>Y muchas veces me pregunte el por qué, hasta que descubrí que existen otras formas de abordar la magia, y me encantaría compartirlas con vosotros. Creo que todos podríais obtener algún beneficio.

 

—¿En serio? ¿Y qué crees que podrías enseñarnos, Potter? —inquirió Malfoy en tono burlesco.

 

—Lo primero que me gustaría que aprendierais, Draco, es magia sin varita. Si supierais hacerla, no os sentiríais inseguros ante una situación de este tipo. Es relajante saber que eres capaz de salir de un aprieto sin necesitar nada más que un poco de concentración y autocontrol. 

 

Harry pudo sentir cómo aumentaba el interés entre los presentes. La magia sin varita era considerada un área que escapaba de la capacidad de la mayoría de los magos y brujas, pero resultaba bastante obvio que el ojiverde podía realizarla sin problema.

 

—¿De verdad podrías enseñarnos eso, Harry? —preguntó Neville con timidez.  

 

Harry le sonrió.

 

—Estoy seguro de que todos sois capaces de conseguirlo —asintió el joven—. Solo debéis abordarlo de una forma un tanto distinta.

 

—¿Qué quieres decir? —cuestionó Padma.

 

Harry cambió de posición para poder mirar a todos los presentes

 

—Bueno, la magia normalmente se toma del entorno, y la varita se usa como un canal para extraerla y poder usarla. Sin embargo, la magia sin varita se toma del interior de uno mismo, por eso solo merece la pena para los magos y las brujas más poderosos, ya que, el resto de las personas, aunque consigan realizarla, quedan bastante drenadas. 

 

Harry pudo comprobar cómo el interés crecía de nuevo entre todos los que se encontraban en el aula, incluido el de Malfoy. La expresión de Snape era indescifrable, pero al menos no parecía querer marcharse, algo que motivó al ojiverde.   

 

—¿Y qué más pretendes enseñarnos? —preguntó Ernie McMillan con curiosidad.

 

—No os voy a enseñar lo mismo a todos —respondió Harry—. Esta clase será fundamentalmente práctica. No voy a pedir que realicéis ensayos ni trabajos escritos, a no ser que sea totalmente necesario. Cada semana habrá una lección, a menos que surja algún imprevisto, y os mandaré tareas distintas a cada uno. Me gustaría ampliar los diferentes campos de magia de todos. Con esto no quiero decir que vaya a ignorar las habilidades específicas de aquellos que ya saben cuál es su principal materia de interés, pero creo que descubrir otras áreas os ayudará en vuestro propio campo.

 

—Entonces, ¿el profesor Snape está aquí para ayudarte con la parte de las pociones? —preguntó Eloise.

 

Harry respiró hondo, preguntándose si habría una explosión tras lo que pensaba explicar.

 

—Espero aprender cosas de todos vosotros. No pretendo impartir una enseñanza unidireccional; yo también quiero aprender cosas, y espero que me ayudéis. Pero Severus es un alumno de esta clase, al igual que los demás, por lo que también está aquí para recibir lecciones.

 

Se hizo el silencio en la sala, y Harry no estaba seguro de si se debía a haber usado el nombre de pila del profesor o porque había explicado que éste iba a ser alumno suyo. Todos esperaban que el pocionista expresara su indignación, pero, sin embargo, fue Draco el que saltó.  

 

—Potter, no sé si recuerdas que el profesor Snape es un maestro de pociones —comentó el rubio con tono intimidante.

 

—Soy plenamente consciente de que el profesor Snape es uno de los cinco mejores maestros de pociones del mundo —asintió Harry, sorprendiendo al resto de estudiantes, incluido al propio Snape—, pero solo está usando una pequeña parte de su magia en este momento, y es un desperdicio.

 

Todos los ojos se dirigieron al mayor.

 

—No creo que se haga una idea de la cantidad de magia que se requiere para elaborar una buena poción, Potter —objetó el ojinegro con rabia.

 

—Mucha, me imagino —respondió Harry—, pero, por lo que yo sé, tu magia es igual a la del segundo mago más poderoso del mundo, y no la estás usando.

 

Esta declaración fue seguida por un silencio absoluto y una serie de miradas de sorpresa.

 

—¿Se ha vuelto completamente loco, Potter, o todo esto es un intento de congraciarse con...?

 

—Tienes el mismo nivel de poder que Dumbledore —le interrumpió Harry con firmeza.

 

—¡Tonterías!

 

—Puedo sentir los niveles de poder de la gente —explicó el ojiverde—. Ese es el motivo por el que os pedí que vinierais a esta clase.

 

—Potter, ¿por qué demonios quieres enseñarme? —cuestionó Draco Malfoy, dejando entrever por primera vez desconcierto en su voz—. Nos odiamos desde el primer año.

 

Harry asintió.

 

—Sí, pero, ¿qué tiene que ver eso?

 

El rostro de Draco mostraba estupefacción.

 

—Potter, yo no te daría ni la hora. Mucho menos te ofrecería algo que pueda beneficiarte.

 

—Menos mal que no somos iguales, ¿no? —respondió Harry sonriendo alegremente, para, acto seguido, mirar a todos los que se encontraban en el aula—. Voy a confesaros una cosa.

 

Vio a Malfoy sentarse, aún sorprendido.

 

>>Todos sabéis que tengo que luchar contra Voldemort —comenzó, ignorando el siseo que emitieron los demás al mencionar ese nombre—. En lo que a mí respecta, cuanta más gente se oponga a él, mejor. Y si son poderosos, aún mejor. Yo también necesito aprender cosas, y puedo hacerlo con vosotros. Soy consciente —añadió, mirándolos a la cara— de que no todo el mundo tiene las mismas ideas políticas que yo; hay gente que tiene puntos de vista opuestos al mío, o prefieren mantenerse al margen. No creáis que no he estado pensado largo y tendido sobre este asunto, y sé que os puede parecer una locura dar un arma a tu enemigo—continuó el ojiverde evitando mirar a Malfoy, para no marcarlo como enemigo potencial, y a Snape, para proteger su tapadera—, pero creo que todo el mundo tiene derecho a recibir la mejor educación posible, y no creo que tenga el derecho de negársela a nadie. También tengo la esperanza —agregó—, de que una vez que os deis cuenta del alcance de vuestros poderes, os sintáis reacios a entregárselos de forma directa a un mago de nivel inferior para que haga lo que quiera con ellos.

 

—¿Qué quieres decir? —inquirió Malfoy inclinándose hacia delante, con incredulidad.

 

—Voldemort no es un mago extraordinariamente poderoso por sí mismo —explicó Harry con tono calmado—. Su poder lo obtiene a través de la Marca Tenebrosa, exprimiendo a sus seguidores cuando quiere. Personalmente, no tengo la intención de que alguien cuyas opiniones desprecio se aproveche de mí y me use como un mero medio de transfusión mágica, pero, si alguien apoya completamente sus ideales, tal vez le merezca la pena el sacrificio, por supuesto —añadió Harry de manera intencional, con la esperanza de que el orgullo de Malfoy lo alejara del Señor Oscuro. Tendría que correr el riesgo—. Ah —dejó caer en el último momento—, he tomado medidas para vuestra propia protección. No podréis contar, escribir o informar a nadie sobre ningún tipo de información referente a otra persona que se recopile en esta clase sin su consentimiento. Solo podéis discutir tales asuntos conmigo mismo y con el profesor Dumbledore.

 

El alivio de la mayoría tras estas palabras se hizo evidente.

 

—Bueno, Potter, ¿ya has terminado tu charla? Porque, francamente —comentó Malfoy con desdén—, no has mencionada nada que sea lo suficientemente tentador como para que merezca la pena asistir a esta clase. 

 

—Harry, ¿habría mucho trabajo? —terció Eloise, intentando desviar la atención de la grosería del Slytherin.

 

—Bueno, no será pan comido —respondió el ojiverde, sonriéndole—, pero, básicamente, será un curso práctico. Como ya he dicho, solo pediré que escribáis algo si es verdaderamente importante. Honestamente, no tengo tiempo para corregir ensayos, y, tampoco son relevantes —continuó. Acto seguido, mirando directamente a Malfoy, añadió—: Voy a poner un ejemplo de cómo serán las lecciones y de mi estilo de enseñanza. Colocaos en círculo, por favor —indicó enérgicamente—, y tocad a la persona que se encuentre a vuestro lado. Solo es necesario contacto piel con piel, no hace falta que os agarréis de la mano. Es suficiente con que unáis los dorsos.

 

El ojiverde observó con una sonrisa como todos se colocaban evitando tener que tocar a personas concretas. Neville se interpuso entre Harry y Padma, mientras Malfoy lo hacía entre Padma y Snape.

 

—Bien, ahora me gustaría que cerrarais los ojos y despejarais vuestra mente.

 

Ernie McMillan miró a Harry con asombro y pavor.

 

—¿No pretenderás aparecernos a todos fuera de Hogwarts, verdad Harry?

 

Todos lo miraron, incluido Snape, con los ojos entrecerrados. Todos habían visto al Gryffindor hacer lo imposible: aparecerse de un lado a otro de un aula dentro del castillo, pero no creían que fuera capaz de hacer lo mismo con tantas personas.

 

—¡Ernie, confía en mí! No te provocaré una despartición —prometió el ojiverde.

 

—¡Pero nunca me he aparecido! —gimió Eloise, seguida por varios asentimientos de acuerdo.  

 

—No tienes que hacer nada, yo me voy a encargar de todo —indicó Harry con voz calmada—. De hecho, es mejor así.

 

—Pero no sé cómo despejar mi mente —susurró Padma.

 

—Bueno, eso es fácil. Lo que quiero que hagáis —explicó el ojiverde—, es cerrar los ojos. —Esperó a que todos lo hicieran, incluido Snape, que fue el último en cerrar sus párpados—. Genial, ahora imaginad un pedazo de pergamino —continuó, esperando de nuevo durante unos instantes—. ¿Podéis verlo? —Hubo una oleada de asentimientos—. Es verde —añadió con tono suave—, un verde oscuro, profundo, intenso y aterciopelado. ¿Podéis verlo? —repitió, recibiendo asentimientos de nuevo—. Bien. —Todos notaron un estallido de magia proveniente de Harry.

 

>>Abrid los ojos.

 

A los oídos de Harry comenzaron a llegar jadeos muy satisfactorios mientras los estudiantes contemplaban con asombro el abundante follaje bajo la tenue luz de los árboles. 

 

—¡Joder! —murmuró Ernie.

 

—¿Dónde estamos? —preguntó Padma mirando al ojiverde.

 

Harry miró a Malfoy, quién estaba más pálido de lo normal.  

 

—¿Nos has traído al Bosque Prohibido? —exclamó.

 

El Gryffindor sonrió.

 

—¡Llévanos de vuelta ahora mismo! —espetó el rubio—. ¡Este lugar es jodidamente peligroso!

 

—¡Malfoy, controle su vocabulario! ¡Y usted también, señor McMillan! —vociferó Snape.

 

—Nos vemos en el aula —dijo Harry, y, acto seguido, desapareció.

 

—¡Joder! —gruñó Malfoy, olvidando la anterior reprimenda de Snape—, ¡se ha desaparecido y nos ha dejado aquí tirados!

 

—¡Y sin nuestras varitas! —exclamó Ernie.

 

Se hizo el silencio, y se acercaron unos a otros arrastrando los pies. 

 

—¿Reconoces esta parte del bosque, Draco? —preguntó Snape, buscando confirmación.

 

Malfoy asintió.

 

—Potter y yo estuvimos aquí con Hagrid durante una detención en el primer curso —respondió, sin poder ocultar su miedo.

 

—¿Recuerdas cómo llegar a la salida? —preguntó el profesor bruscamente.

 

Antes de que el profesor acabara de hablar, una criatura salió disparada a través de la maleza, agitando la túnica de Padma con su cola, mientras la chica saltaba y gritaba agarrando a Neville.

 

—¿Qué es eso? ¡No puede ser una rata! ¡Es enorme! —exclamó la chica, mientras Neville rodeaba su cintura con un brazo tembloroso.

 

—Por algo se le llama el Bosque Prohibido, señorita Patil —comentó Snape sarcásticamente.

 

—Una jodida rata es la menor de nuestras preocupaciones —intervino Malfoy.

 

—Tu vocabulario sigue siendo inaceptable, Draco —repitió Snape con calma—. No quiero tener que quitarle puntos a mi propia casa. ¿Te importaría responder a mi pregunta sobre si recuerdas cómo llegar a la salida desde aquí?

 

Harry, quien no se había desaparecido, sino que estaba observando a sus alumnos bajo un hechizo de invisibilidad, quedó maravillado por cómo algo tan trivial como la mención de Snape sobre quitar puntos a las casas, parecía haber tenido un efecto tranquilizante en todos los estudiantes.

 

—Me temo que no tengo ni la más mínima idea, señor —murmuró Malfoy, echando un vistazo a su alrededor.

 

Vieron un camino entre el follaje y se lanzaron a seguirlo como si fueran uno.  

 

—¿Cómo sabe que este es el camino correcto, señor? —preguntó Eloise cuando llevaban unos minutos andando entre los crujidos de la maleza y los extraños gruñidos de una criatura no identificada, que parecía estar siguiéndolos, aunque eran incapaces de verla.

 

—No sé si este es el camino. 

 

—¿Qué? Quiero decir, ¿disculpe, señor?

 

—No tengo ni idea de en qué parte del bosque estamos, señorita Midgen, pero un camino tiende a desembocar en algún lado.

 

—¡Pero nos podríamos estar internando aún más en el bosque!

 

—En efecto. Pero existe la misma probabilidad de que nos saque de aquí.

 

La chica lo miró conmocionada, sintiendo cómo se desvanecían todas sus esperanzas. Snape se dio cuenta y se ablandó un poco.

 

—Nos dirigimos al este, señorita Migden. El bosque está situado al oeste del castillo, por lo tanto, las posibilidades de que estemos avanzando en la dirección correcta son mayores.

 

—Podría haber dicho eso antes —murmuró Neville para sus adentros, mientras se agachaba para mirar una planta que crecía a un lado del sendero.

 

—¿Algo que aportar, señor Longbottom? —inquirió Snape con voz sedosa.

 

Neville alzó la mirada.

 

—Esta es una variante bastante extraña de Leucothoe —comentó el Gryffindor, observando la planta.

 

—Qué interesante —respondió Snape sarcásticamente, mientras sostenía una rama de forma cortés para que Eloise y Padma pasaran—. Estamos en el Bosque Prohibido; aquí probablemente hay especímenes de plantas que ni siquiera los herbólogos más experimentados habrán visto antes —continuó, desestimando el conocimiento de Neville en el área, mientras soltaba la ramita que aún seguía en su mano, golpeando al chico en el abdomen.

 

Continuaron caminando hasta que el repentino gruñido de un depredador desconocido los sobresaltó, haciéndolos pegar un brinco. Harry pudo observar cómo Snape llevaba su mano de forma instintiva al lugar donde normalmente guardaba su varita, y, a pesar del comentario desagradable que había dirigido a Neville, permaneció delante del grupo, guiando a los estudiantes.

 

Tras unos instantes en los que no ocurrió nada, comenzaron a caminar de nuevo. Harry advirtió que Neville continuaba estudiando los arbustos y plantas que encontraba en su camino. Las palabras del chico debían haber surtido algún efecto sobre el pocionista, porque de pronto el hombre se detuvo y dijo:

 

—Huele a moho y humedad. Mantened los ojos bien abiertos por si veis algún hongo, pero que nadie los toque hasta que los haya identificado. Hay variedades que son difíciles de encontrar y muy útiles para determinadas pociones, pero suelen tener propiedades desagradables, así que prestad atención a mi advertencia.  

 

—Solo Snape podría encontrar alguna ventaja de estar en un infierno tan espeluznante como este —le susurró Ernie a Eloise, logrando que Harry sonriera.

 

Varios minutos más tarde, Padma habló.

 

—¿Cómo de grande es este bosque? —se quejó la chica.

 

La Ravenclaw no obtuvo respuesta.

 

—Está oscureciendo —susurró Ernie, un poco más tarde, pero tampoco nadie contestó.

 

De repente, se oyó el ulular de una lechuza, y notaron el viento provocado por sus alas sobre sus cabezas, mientras el ave se abalanzaba sobre un pequeño ratón que se encontraba frente a ellos y se lo llevaba apresado entre sus garras, provocando varias exclamaciones de sorpresa entre el grupo.  

 

—Joder, voy a matar a Potter —gruñó Malfoy, dando un paso adelante, y empujando a Neville mientras lo hacía. El Gryffindor tropezó con la raíz de un árbol y cayó boca abajo entre los arbustos que se encontraban en uno de los lados del camino. El chico levantó la cabeza y, olfateando la planta sobre la que había aterrizado, deslizó las manos por el tallo para observar las flores de color verde pálido.

 

—Es tan desagradable como Snape —murmuró Eloise a Ernie, obteniendo una sonrisa del joven.

 

De pronto, Neville se puso de rodillas, cavando con los dedos en la tierra, y separando las raíces.

 

—¿Qué diablos estás haciendo, Longbottom? —gruñó Malfoy.

 

El Gryffindor lo ignoró, continuando con su tarea.

 

>>Te estás ensuciando las manos —continuó el rubio con aversión—. Me da asco pensar en todo lo que debes tener bajo las uñas.

 

—No tienes por qué preocuparte, niño bonito —escupió Neville—. Jamás pondría mis manos cerca de ti.

 

Se hizo el silencio entre todos los que se encontraban allí.

 

—¿Cómo me has llamado, culo gordo?—siseó Malfoy, incapaz de creer que el torpe chico le hubiera dicho eso, pero lanzando el insulto por si acaso.

 

Neville lo ignoró, lo que provocó que la furia del Slytherin incrementara.

 

—¡Ajá! —exclamó el chico mientras terminaba de introducir su mano en la tierra y, sosteniendo con cuidado la planta, la sacó por completo.

 

Para su sorpresa, Snape se arrodilló junto a él.

 

—¿Y bien?

 

Neville separó lentamente las hebras que conformaban la raíz, examinando cada parte cuidadosamente, antes de mirar al profesor.

 

—No estamos en el Bosque Prohibido, señor —explicó animadamente.

 

—¿Qué? —exclamó Ernie.

 

Harry no pudo contener su sonrisa, aunque no importaba, ya que nadie podía verlo.

 

Neville sacó un pañuelo de su bolsillo, lo enrolló con cuidado alrededor de las raíces y se puso de pie, metiendo la planta debajo de su brazo y sacudiéndose las manos con tranquilidad.

 

—¡Longbottom, habla! —gruñó Malfoy.

 

Neville sonrió y prosiguió con su explicación.

 

—El Leucothoe que encontré antes tenía características demasiado extrañas, por lo que he estado revisando todas las plantas, y no hay suficiente variedad para un bosque tan antiguo. Hay un montón de plantas que se repiten, y al igual que el Leucothoe, poseen propiedades que no les corresponden. El tipo de suelo que hay en este lugar no es el adecuado para las especies que están creciendo aquí...

 

—¡Oh, por el amor de Merlín! —espetó Malfoy.

 

—Incluso el profesor Snape se ha dado cuenta —respondió Neville a la defensiva—. El olor tampoco es el adecuado para las plantas que están creciendo...

 

—¡Ve al jodido grano! ¿Qué pasa con esa planta? —inquirió el rubio.

 

—La cuestión, Malfoy —continuó Neville con tono autoritario pero calmado—, es que la Fritillaria pontica * florece en primavera, no en septiembre. Y tiene forma acampanada. Ésta —añadió, alzando la planta para que quedara a la vista de todos— está floreciendo. Y tiene raíces. Ha sido creada por alguien que ha visto una, pero que realmente no conoce nada sobre esta especie. Alguien, como por ejemplo, Harry.  

 

De pronto, el bosque que los rodeaba se desvaneció, y los alumnos pudieron ver a Harry, sentado sobre un pupitre, balanceando sus piernas, mientras les sonreía.

 

—¡Bien hecho, Neville! —exclamó el ojiverde alegremente.

 

—¿Qué diablos era eso? —preguntó Ernie, echando un vistazo para comprobar que realmente estaba en el salón de clases.

 

—Eso era una... representación —respondió Harry.

 

—Pero tú nos apareciste —exclamó Padma.

 

—No, asumisteis que os estaba apareciendo —replicó el chico con voz calmada.  

 

—¡Pero dijiste que no nos provocarías una despartición! —contraargumentó la Ravenclaw.

 

—Bueno, y no lo hice, ¿verdad? —respondió Harry sonriendo.

 

—Pero… ¿y el bosque? —preguntó Eloise.

 

—No habéis salido del aula —explicó el ojiverde, respondiendo a la pregunta no formulada de la chica.

 

—Pero era real. Podíamos sentirlo. Podíamos olerlo. Y había criaturas...

 

—¿Entraste en nuestras mentes? —inquirió Malfoy ferozmente—. ¡Bastardo! Te basaste en mi recuerdo de aquella detención...

 

—Me basé en MI recuerdo de la detención para ayudarme a reconstruirlo —intervino Harry—, aunque sabía que lo reconocerías. Pero no he entrado en vuestras mentes. Jamás lo haría sin permiso.

 

—Pero parecía tan real... —terció Padma.

 

—Bueno, en cierto modo era real —concordó el Gryffindor—. Todo lo que había era corpóreo. ¿Todavía tienes la planta, Neville?

 

El joven agitó el manojo de flores, que caían con forma de campanas, balanceándose suavemente.

 

—Son corpóreas, pero erradas, ya que, como bien señaló Neville, no conozco suficiente este tipo de plantas para hacerlas bien. Pero aun así, fue suficiente para que os lo creyerais durante un corto periodo de tiempo.

 

—¿Pero cómo lo hiciste? —cuestionó Eloise—. Es imposible que hayas podido transformar todo...

 

—En ese aspecto, creo que haber sido criado por muggles me ha ayudado bastante —respondió Harry, ofreciendo una sonrisa a sus alumnos, que lo miraban con rostros sorprendidos ante su afirmación—. Sentaos, intentaré explicároslo. Ah, he convocado un poco de zumo, por si tenéis sed —añadió, acercando una bandeja repleta de zumo de frutas y pasteles pequeños, y dejándola sobre uno de los pupitres.

 

Loa jóvenes se lanzaron sobre ella, mientras Severus simplemente se sentó, esperando que el ojiverde hablara. Harry estaba seguro de que por dentro se estaba muriendo de curiosidad.

 

—No descubrí que era un mago hasta los once años —comenzó Harry, notando las miradas de desconcierto de todos, a excepción de Neville—, y entonces sentí que se abría un mundo nuevo de posibilidades. ¡La magia era real! Era increíble pero, sin embargo, era cierto. Para los muggles, la magia consiste en realizar cosas que se salen de las reglas de la naturaleza, de las normas del mundo; creer en la magia es creer que puede suceder cualquier cosa que se te pase por la cabeza. Así que podréis imaginar cuál fue mi sorpresa al darme cuenta de que para la comunidad mágica, la magia seguía tantas reglas como el mundo sin ella. Se necesita una varita, a pesar de que las primeras veces que los niños hacen magia, lo hacen de forma espontánea, poderosa, y definitivamente sin varita. También necesitaba aprender las palabras correctas, y la forma apropiada de mover la muñeca, y un montón de cosas más. Es algo que te enseñan y asumes que es así, pero yo he dejado de creer en eso —terminó, tomando un sorbo de su zumo de piña, que había pedido a Dobby para sustituir el habitual de calabaza.

 

—¿Cree que puedes hacer cualquier cosa? —se burló Snape.

 

—No lo sé —respondió el ojiverde con sinceridad—. Creo que ayuda creer en un principio que todo es posible, e ir encontrando las limitaciones sobre la marcha. Eso te hace esforzarte más, aunque con esto no quiero decir que todo sea fácil, o que se pueda hacer sin ningún tipo de conocimientos, eso es algo que Neville acaba de dejar bastante claro.

 

—¿Está sugiriendo que podría arrojar cualquier cosa a un caldero y saldría una poción útil? —inquirió Snape con tono crítico.

 

—No, pero estoy bastante seguro de que la cantidad de magia que le pones te da una flexibilidad mucho mayor que a otros fabricantes, ya que puedes modificar las propiedades de los ingredientes con mayor facilidad. Por eso, a pesar de que las fórmulas de las pociones están escritas y, en teoría, todas deberían quedar igual, la tuya siempre será infinitamente mejor, porque no solo tienes poder, sino que también tienes afinidad en esa área. Probablemente, para los demás pocionistas es difícil crear la misma preparación, ya que lo que funciona para ti, no lo hace para el resto, y eso mejora aún más tu reputación —miró al maestro de pociones para confirmarlo y recibió un pequeño asentimiento en respuesta.

 

Harry sonrió.

 

—Debes haber necesitado mucha magia para hacer todo eso —dijo Padma con cautela—. Y tú tampoco tienes tu varita. ¿Todo lo has hecho con tu magia “interna”?

 

El ojiverde cambió su sonrisa por una expresión seria.  

 

—Eso ha sido un poco estúpido por mi parte —respondió en tono de disculpa—. Hubiera sido mucho más sensato usar la magia “normal”. Si lo hubiera hecho así, probablemente no hubieran existido tantos errores obvios en el entorno, ya que la propia magia se habría basado en la realidad para crear el bosque. Así que esa ha sido una lección importante para mí; hay que saber cuándo usar la varita.

 

Snape se dio cuenta de que el chico no negaba que la ilusión (representación, la había llamado Potter) había sido creada a partir de su propia magia, pero, al igual que había hecho en ocasiones anteriores, dio una respuesta que incluía una reflexión sobre algo completamente distinto. La última semana le había demostrado cuán equivocado había estado con respecto al jodido Niño-Que-Vivió. Quizá el joven simplemente había madurado.

 

No pudo evitar recorrer el cuerpo del ojiverde con sus ojos, notando que, aunque su estatura seguía siendo baja, sus hombros se habían ensanchado, y, aun con la túnica puesta, podían intuirse los músculos de sus muslos flexionándose mientras balanceaba sus piernas de forma despreocupada, sentado sobre el pupitre. Se obligó a deslizar los ojos hacia el rostro del chico, ignorando el inoportuno movimiento que había notado en su ingle, provocado por la visión del muslo del ojiverde. No entendía que le pasaba, él nunca había sentido deseo por ningún alumno. Quizá sí que sería una buena idea volver a ver a Alex, aunque solo fuera para decirle que no podía mantener ninguna relación. Después de acostarse con él de nuevo y comprobar si la pasión que había ardido entre ellos había sido solo algo de una noche.

 

La repentina imagen de Alex arqueándose a su lado, con la luz de las velas reflejándose sobre su piel cubierta de sudor, y su propia mano pálida recorriendo su cuerpo se instauró en su cerebro. Se obligó a volver al presente, cruzando las piernas para ocultar la respuesta de su cuerpo a esas imágenes mentales. ¡Merlín! Cómo había cambiado su vida en solo una semana.   Sentía nervios al pensar en su reunión del día siguiente, y esa sensación también era completamente desconocida para él; en su vida nunca había tenido la oportunidad de anhelar nada.

 

Snape centró su atención en la conversación, notando el oscurecimiento de la piel alrededor de la mandíbula de Potter; sombra de barba. Ya no era un niño, y además era su profesor ahora. Y por mucho que odiara al mocoso, quería aprender. Había visto lo que el chico, hombre, era capaz de hacer sin ningún tipo de esfuerzo, y aunque le costaba creer los disparates que había dicho el joven sobre su poder, si fuera cierto...  Ya era considerado un mago bastante poderoso, y sería una imprudencia por parte de Potter creer que la manera de hacerle formar parte de todo eso era prometerle poder... pero, aun así...

 

—...así que me gustaría que lo pensarais durante el fin de semana. —El ojiverde había continuado hablando mientras Snape se encontraba sumido en sus pensamientos—. Las clases tendrán lugar en esta misma aula, los martes a las ocho de la tarde. El que quiera continuar en el grupo solo tendrá que venir. Si alguien no viene, supondré que no está interesado en ellas, eso es algo que depende completamente de vosotros. Si tenéis alguna pregunta, podéis hablar conmigo o con el profesor Dumbledore en cualquier momento. Solo hay una o dos cosas que me gustaría que quedaran claras. Durante las clases, todos nos llamaremos por nuestros nombres de pila, y no me parece apropiado la etiqueta de “profesor”, ya que yo también estaré aprendiendo. Como todos vamos a colaborar estrechamente durante las lecciones, creo que usar los apellidos puede ser desalentador; el profesor Snape será solo Severus, aunque solo durante las clases, fuera de ellas recuperará su título oficial, por supuesto.

 

>>Por otro lado, nada en estas clases es obligatorio; si en algún momento alguien se siente incómodo con algo que pida que haga, es libre de no hacerlo. Aunque sí que me gustaría que me comentara el por qué más tarde, ya que todo lo que pida lo haré con una razón. También me podéis comentar si se os ocurre alguna idea. Espero que vengáis siempre, a menos que exista una razón realmente importante para no hacerlo. Y esto sería todo, ¡espero veros a todos la semana que viene!

 

El ojiverde extendió la mano, y las varitas que flotaban lentamente por el techo descendieron hacia ella. El chico las agarró y, posteriormente, abrió las manos, enviando cada una de ellas hacia su respectivo dueño. La puerta se abrió con un clic, y todos los que se encontraban en el aula se quedaron quietos, mostrando reticencia a marcharse, hasta que Ernie rompió el silencio.

 

—Gracias, Harry —dijo, antes de dirigirse hacia la puerta seguido por Padma y Eloise, quienes también murmuraron palabras de agradecimiento antes de abandonar la habitación. Malfoy caminó lánguidamente hacia la salida, dando suaves toques con la varita sobre su mano, y, antes de marcharse, giró su cabeza y miró a Harry con expresión inescrutable.

 

—¿Te espero, Harry? —preguntó Neville, mirando con inquietud al profesor Snape.

 

Harry observó a Severus, quien se irguió, con sus ojos negros revelando tan poco como los grises de Malfoy.

 

—Potter —se despidió el pocionista, inclinando su cabeza, y abandonando la sala.

 

Harry sonrió para sus adentros. ¡El hombre tenía tanta presencia!

 

—¡Vámonos! —exclamó el joven, sonriéndole a Neville, mientras cogía su mochila, antes de abandonar el aula acompañado por su amigo.

 

 

 

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Severus recorrió los pasillos hasta llegar a sus habitaciones sumido en sus pensamientos, con la tentación, el enfado y la emoción compitiendo por ocupar un lugar en la vorágine de sentimientos que surcaban su cuerpo, deseando que lo que se le ofrecía lo hubiera hecho alguien distinto a Potter. Además, seguía dudando de que lo que lo ofrecido fuera real. Seguía sin creer en todo lo que decía el ojiverde, pero, aun así, había presenciado magia que iba más allá de lo que alguna vez podría haber imaginado, y ésta además había sido realizada por un joven de diecisiete años, sin varita, y que provocaba en él una respuesta sexual. Quizá era el poder de la magia de Potter lo que provocaba estos impulsos no deseados sobre su persona; ahora al pensar en el chico no podía evitar sentir un hormigueo en la piel, y el estómago lleno de mariposas. Debería estar furioso, por supuesto. ¿Por qué tenía ese chico todo ese poder? ¿Cómo poseía todo ese conocimiento e información? ¡Maldito Harry Potter!

 

Pero, por otro lado, le gustaba aprender. El conocimiento era uno de sus principales placeres en la vida, y disfrutaba el aprendizaje en todas sus formas, ya fuera recolectando información en su labor de espionaje o tratando de encontrar nuevas fórmulas para la elaboración de pociones mediante ensayo y error. Potter había tenido el descaro de sugerir que estaba demasiado centrado en un solo área, e insinuó que, ampliando su base de conocimientos en otros campos, tendría un mayor éxito en la elaboración de pociones. Tuvo que admitir que eso había sido bastante astuto por su parte.

 

Y luego estaba el escandaloso comentario de que él era igual de poderoso que Albus. ¿Qué se le había pasado por la cabeza al idiota para sugerir algo tan absurdo? No era necesario que dijera eso solo para que aceptara estar en el grupo.

 

¡Y pensando en Albus! ¡Maldito bastardo! ¿Cómo se ha atrevido a enviarme a una clase impartida por el mismísimo Harry jodido Potter sin decirme nada?

 

Era consciente de que el anciano lo había hecho porque si le hubiera comentado algo sobre el asunto, él jamás se hubiera presentado en el aula, pero, ¿dónde había quedado el respeto por su amistad?

 

El ojinegro se detuvo frente al retrato de Eric Thimbletwine, uno de los magos más inútiles conocidos por el hombre, que custodiaba sus habitaciones. El hombre había sido un completo inepto durante toda su vida, y su única característica memorable había sido su lealtad, ya que había sido asesinado en 1492 por ocultar a un grupo de magos el lugar en el que se ocultaban sus hermanas. Snape lo valoraba por ello, y nunca había tenido motivos para quejarse de su trabajo, aunque sus intentos de mantener una conversación eran otra cuestión; Thimbletwine era el tipo de persona que podría haber sido el mejor amigo de Longbottom, por lo que murmuró su contraseña, ignorando la pregunta sobre por qué llegaba tarde, entrando en su habitación apresuradamente.  

 

Snape encendió el fuego de la pequeña cocina situada en una de las paredes laterales de sus aposentos mientras llenaba una tetera de agua, para después colocarla sobre las llamas; la magia era muy útil para muchas cosas, pero la elaboración de una taza de té era un arte, y nunca se apresuraba en terminarla. Sacó una taza y un platillo, su tetera marrón oscuro y una jarra de leche y lo coloco todo en una bandeja, mientras continuaba pensando en Albus. Estaba furioso con el hombre; una parte de él quería ir a su despacho, gritarle lo que pensaba de su comportamiento manipulador, y preguntarle en qué demonios estaba pensando para permitir que un estudiante impartiera una clase, y, lo que era aún peor, invirtiera los papeles de profesor/alumno. Pero, en su fuero interno, ya había decidido seguir adelante y descubrir las intenciones del maldito Harry Potter. Además, seguro que si se presentaba en el despacho del director, éste iría directamente al quid de la cuestión y le diría que al final se daría cuenta de que había hecho lo apropiado. El viejo lo conocía demasiado bien; era mejor guardar sus batallas para asuntos más transcendentes.

 

Y seguro que Albus quedaría más confundido si no se presentaba en su despacho a reclamar nada. ¡Que se joda!

 

 

* Aquí os dejo un enlace por si queréis ver cómo es la flor a la que se refiere Neville: https://www.google.com/search?q=Fritillaria+pontica&sxsrf=ALeKk00XHBruHDO9CjV9JJCxtqR60taWVg:1615231436426&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=2ahUKEwje0P3_taHvAhXLTMAKHW_VBSUQ_AUoAXoECA0QAw&biw=667&bih=608#imgrc=rqyL6XlpvRrgNM

 

 

Notes:

Lo siento muchísimo chicos, nunca había tardado tanto en actualizar, pero los estudios me están consumiendo jajaja. El siguiente capítulo ya lo tengo casi listo, espero no tardar tanto como con este. Mil gracias por leer y muchísimos besos!!

Chapter 6: Otro encuentro inesperado

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Harry se encontraba sentado, con un libro sobre la mesa y un vaso en la mano, en el “Tufted Duck”, un bar especializado en vinos, regentado por el hermano mayor de Justin Finch-Fletchley. Era un lugar acogedor, con un ambiente agradable, y a esa hora de la noche (las siete y media) comenzaba a llenarse. Harry había leído detenidamente la carta, que contenía una amplia variedad de cervezas y vinos, tanto muggles como mágicos. Los precios no eran baratos, por lo que el público que solía frecuentar el lugar eran jóvenes sofisticados, atraídos por la amplia variedad de bebidas, aunque también se podían observar parejas mayores disfrutando de la comida. Además, el menú para los que decidían comer más temprano contaba con una rebaja, lo que era una idea bastante inteligente para atraer a la clientela y llenar el lugar desde la hora de apertura.

 

Harry no cesaba de preguntarse si aparecería Severus, aunque se sentía aliviado de no ser la única persona que se encontraba sentada sola en el bar; había visto una bruja y un mago mayores comiendo cada uno en una mesa, además de un par de solterones repartidos por el lugar.

 

Se sentía satisfecho de haber elegido esa taberna para su encuentro; solo había estado allí en una ocasión, y había sido antes de su apertura, cuando Justin lo había invitado junto a otros de sus amigos para que conociera el bar, pero era el tipo de lugar adecuado para reunirse, ya que era acogedor y no estaba lleno de estudiantes, lo que sería ideal para Severus, si es que el hombre decidía aparecer.

 

Por una parte, el joven estaba deseando que el ojinegro decidiera presentarse, aunque por otra, se sentía un tanto incómodo, ahora que lo había visto actuar de nuevo en el “modo profesor”. El hombre no se tomaría bien el engaño, pero no podía revelarle su verdadera identidad bajo ningún concepto. A pesar de su preocupación, no podía marcharse del lugar, ya que había prometido estar allí y pensaba cumplirlo.

 

Harry pasó los siguientes veinte minutos leyendo y bebiendo, sintiendo cómo se relajaban los nudos de su estómago por el alivio al no ver aparecer a Snape, aunque, al mismo tiempo, su pecho parecía contraerse por la decepción. Estaba reflexionando sobre lo curioso que era notar cómo sus emociones podían transferirse a situaciones físicas reales, cuando, de pronto, vio al pocionista abriéndose paso entre las mesas, caminando en su dirección. Harry sintió cómo se aceleraban sus latidos, y la alegría se extendió por su cuerpo, sonriendo al hombre de forma automática.  

 

—Siento llegar tarde —se disculpó Snape, dejándose caer sobre el asiento vacío que quedaba frente al joven.

 

—Mi idea era quedarme hasta un poco más tarde de las nueve, así que llegas temprano en realidad —respondió Harry sonriendo—¿Quieres algo de beber?

 

Tras recibir una respuesta afirmativa por parte de Severus, Harry se encaminó hacia la barra. Cuando regresó, tras deslizar sus bebidas sobre la mesa, escuchó una voz familiar a su espalda.

 

—¡Severus! ¡Qué sorpresa! —exclamó Lucius Malfoy arrastrando las palabras—. No sabía que frecuentabas este lugar.

 

Snape cogió su cerveza y bebió un trago, recostándose sobre su asiento y mirando al rubio por encima del borde del vaso.

 

Lucius arqueó su ceja, y, tras fijar su vista sobre el acompañante del profesor, su labio se curvó en una extraña sonrisa.

 

—Estoy aquí con un amigo —explicó Snape, soltando su bebida, mientras lamía la espuma que había quedado sobre su labio superior y miraba hacia Harry—. Y no, no te lo voy a presentar —añadió con tono conciso tras vislumbrar las intenciones del rubio.

 

Los ojos de Lucius examinaron a Harry descaradamente, asombrando al joven.

 

¿Lucius Malfoy es gay? Tiene que ser bi, al menos. ¡Dios mío, el padre de Draco Malfoy me está mirando con deseo!, pensó el joven, ocultando una sonrisa de diversión que no pudo evitar a pesar de lo irreal de la situación.

 

—Él es mío, Lucius —gruñó Snape con tono firme, mientras extendía su mano sobre la mesa para agarrar la de Harry. El joven curvó sus dedos alrededor de los del profesor casi de forma instintiva, disfrutando del agradable calor de esa mano y sonriendo al ojinegro.

 

Malfoy giró una de las sillas de la mesa más próxima a la de Severus y Harry, sentándose sobre ella a horcajadas con un movimiento elegante, con sus largas piernas separadas y sus brazos descansando contra el respaldo, y sin apartar los ojos del acompañante de Snape en ningún momento.

 

—No sabía que eras tan posesivo, Severus. Es bastante guapo —ronroneó el rubio, admirando a Harry—. ¿Vais a comer aquí? Os acompañaré.

 

El Gryffindor pudo apreciar cómo los labios del profesor se fruncían. Su intención era cenar en ese lugar, pero parecía que Malfoy iba a ser un estorbo, algo que no era novedad.

 

—Lo siento, pero solo vamos a tomarnos algo y nos vamos —dijo Harry rápidamente—. Voy a prepararle la cena a Severus en mi casa.

 

Tanto Snape como Malfoy miraron al joven.

 

>>Me gusta cocinar —añadió Harry.

 

—¿No tienes elfos domésticos?

 

El Gryffindor pudo percibir el tono de burla que Malfoy apenas podía contener.

 

—A mi elfo le encantaría prepararnos algo, pero creo que es mucho más... placentero... satisfacer las necesidades de tu pareja por ti mismo —comentó Harry provocativamente, llevando lentamente la mano de Snape que se encontraba entrelazada con la suya a su boca. Frotó sus labios suavemente contra la punta del dedo índice de Severus, mirándolo fijamente e ignorando a Malfoy deliberadamente. Los ojos de pocionista se oscurecieron, y estiró un dedo, que Harry lamió por uno de sus laterales con su lengua áspera. Acto seguido, el joven metió la yema en su boca, dio un rápido mordisco y deslizó los labios lentamente sobre el dedo mientras lo sacaba de su boca.

 

La excitación casi podía olerse en el ambiente.

 

—¿Qué vas a hacerme? —preguntó Snape, con voz profunda y ronca.

 

—Correrte, espero —susurró Harry, rozando con su pantorrilla la del ojinegro.

 

Malfoy carraspeó, logrando que el joven lo mirara y se sonrojara.

 

>>Un salteado. Y de postre, helado de nueces —respondió girando la cabeza de nuevo hacia Severus, tras sonreír al rubio en forma de disculpa.

 

—Delicioso —comentó Malfoy, con sus ojos vagando sobre el torso de Harry, antes de ponerse en pie—. Será en otra ocasión, entonces —añadió, inclinando la cabeza hacia el joven, para, acto seguido, mirar fijamente a Snape y agregar—: Voy a organizar una partida de cartas en mi casa muy pronto. Tienes que traer a...

 

El rubio se detuvo esperando a que Harry se presentara.

 

—Alex. Alex Johnson —respondió el chico apresuradamente, mientras estrechaba la mano del mayor. Esto puede ser interesante.

 

—Lucius Malfoy. Espero verte pronto, Alex —se despidió el hombre, antes de asentir con una sonrisa de satisfacción en dirección de Snape y alejarse tranquilamente.

 

—Es muy atractivo, pero no quieres conocerlo —gruñó el ojinegro con tono frío.

 

Harry lo miró, observando los labios fruncidos del pocionista.

 

—¿Es tu ex amante? —inquirió el Gryffindor, sin saber cómo se había atrevido a formular la pregunta.

 

Snape resopló, pero no respondió. 

 

>>No sabía que le gustaban los hombres —continuó Harry—. Su esposa es extremadamente atractiva —añadió.

 

—Sí, son una pareja espectacular —concordó el profesor.

 

—¿Pero...?

 

—¿Por qué crees que hay un “pero”?

 

—Intenta ligar con las parejas de otros. Abiertamente. Por supuesto que hay un “pero”.

 

Snape se recostó sobre su asiento y tomó un sorbo de su vaso.

 

—¿Estás interesado entonces?

 

—¿En él? —cuestionó el joven con sorpresa.

 

—No lo has rechazado, precisamente. Y supongo que ha disfrutado tanto el espectáculo como yo. ¿La actuación era para él o para mí? —inquirió el ojinegro con tono hostil.

 

Harry terminó su bebida y, haciendo caso omiso a la pregunta, se levantó de su silla.

 

—Me voy a casa. Voy a hacer la cena, y de postre me comeré el helado. Después, con suerte, te comeré a ti. ¿Vas a venir?

 

Snape sostuvo la mirada al joven, mientras bebía de su vaso a sorbos, hasta dejarlo vacío. Harry sintió cómo su miembro se ponía rígido con solo ver el movimiento de la garganta del profesor.  

 

—Parece que sí me voy a venir* —respondió Snape sonriendo y siguiendo al chico a la salida.

 

 

 

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Severus se sorprendió cuando Alex lo condujo hacia un mercado en lugar de a su casa. Aunque aún había luz, la mayoría de los puestos ya estaban cerrando. El ojinegro no podía apartar la mirada de Harry mientras éste charlaba y reía con el carnicero, engatusándolo para que le sirviera el mejor bistec, y más tarde, con el verdulero, con el objetivo de comprar las verduras que estuvieran en perfectas condiciones.

 

Una vez logrado su cometido, Harry se giró hacia Snape, sonriendo.

 

—Espero que no te importe. Mi plan era invitarte a comer en el bar, pero me negaba a compartirte con Malfoy. No tenía comida en casa, pero con lo que acabo de comprar creo que puedo preparar un salteado decente. Me preocupaba que a estas horas no encontrara nada de calidad, pero parece que no ha sido así.

 

Antes de regresar se detuvieron frente a una bodega, donde Severus insistió en comprar una buena botella de vino tinto.

 

El paseo por el pueblo fue sorprendentemente agradable para ambos, y, antes de darse cuenta, ambos estaban en la pequeña casa de Harry, con Severus abriendo el vino mientras el joven cortaba las verduras.

 

El profesor lo contemplaba con interés. El joven parecía cómodo con el cuchillo entre sus dedos y, aunque los trozos no eran tan uniformes y milimétricos como hubieran sido los suyos, el chico parecía saber lo que estaba haciendo.

 

Siguiendo las instrucciones de Alex, Snape encontró los cubiertos y la vajilla, y procedió a colocarlos sobre la mesa que estaba en el centro de la cocina.

 

—¿Traes a mucha gente aquí?

 

—De momento no —respondió Harry—. ¿Por qué?

 

—Es una mesa demasiado grande para un hombre soltero —comentó Severus.

 

—Sí, pero no tengo comedor. Además, me agrada la idea de tener a muchos amigos sentados alrededor mientras cocino. Es divertido hablar mientras trabajas. Pasé un tiempo en la casa de un amigo y me gustó —contestó Harry, pensando en la cocina de los Weasley.

 

—¿Cuándo te compraste esta casa?

 

—Hace un año, aproximadamente, pero he estado muy ocupado y apenas la he pisado. ¿El vino se puede beber ya? —añadió Harry, cambiando de tema.

 

—Aún no está listo, pero servirá —respondió Snape, sirviéndole una copa.

 

—Me encanta beber mientras cocino —comentó el Gryffindor, sonriendo tímidamente. Durante años había cocinado para los Dursley, generalmente carne con patatas y verduras, un plato simple y poco inspirador, con los ingredientes escogidos por Petunia, pero se alegraba bastante si su tía le permitía probar bocado. Su siguiente experiencia con la cocina fue en la Madriguera, donde la Sra. Weasley normalmente parecía bastante molesta por tener que atender a tanta gente mientras realizaba multitud de tareas al mismo tiempo. No fue hasta que se mudó al piso de Derek cuando descubrió que cocinar podía ser algo relajante y divertido. Derek, y posteriormente Andy, amaban el curry, la comida china y la tailandesa, e introdujeron a Harry en un mundo de delicias culinarias con la misma tranquilidad con la que le habían mostrado otro de placeres más terrenales.  

 

El aroma de la comida era extraordinario, con un toque de jengibre, sin ser excesivo, y un poco de citronela, además del fuerte olor de la carne y de la patata, entre otras cosas. Snape había mostrado indecisión sobre presentarse aquella noche en el bar, y nunca habría imaginado que podría llegar a sentirse tan relajado en su cita.

 

Poco tiempo después de empezar a cocinar, Alex volcó la comida en dos platos y los llevó a la mesa, en la que se encontraba una canasta llena de pan que habían comprado en el mercado y un poco de mantequilla fresca.

 

Ambos se sentaron y comieron en silencio, agradeciendo la ligereza de la comida en contraposición de los copiosos platos que se servían en Hogwarts.

 

Snape se limpió la boca con la servilleta cuando finalizó su cena y procedió a alabar a su acompañante.

 

—Estoy impresionado —comentó, sonriéndole a Alex—. Estaba exquisito, gracias.

 

Harry le devolvió la sonrisa, complacido con la personalidad de un Snape cómodo y relajado; un Snape al que había logrado complacer con la cocina, que era lo más parecido a las pociones que podía realizar con éxito. 

 

—Me alegro —respondió el joven, poniéndose de pie y recogiendo los platos. Snape lo imitó y llevó la cesta con el pan sobrante a la cocina, donde ambos recogieron y ordenaron todo tranquilamente.  

 

>>¿Quieres helado? —ofreció Harry, girándose hacia Severus, no muy seguro de la respuesta del hombre, ya que aún recordaba su comentario sobre su preferencia por los sabores salados. Cuando se dio la vuelta, encontró al profesor situado mucho más cerca de lo esperado, y no pudo evitar deslizar sus ojos hacia la boca del mayor, viendo como su lengua remojaba sus labios. El ambiente calmado que había reinado en la sala todo ese tiempo se volvió de pronto pesado y cálido.  

 

—Le daré una oportunidad —respondió Snape.

 

Harry sacó el envase del congelador con manos temblorosas, y sirvió dos cuencos llenos hasta arriba, antes de girarse hacia el ojinegro. Unos instantes después, sin apenas darse cuenta de lo ocurrido, estaba entre los brazos del mayor, con los labios de Snape sobre los suyos, y su lengua recorriendo el interior de su boca, mientras agarraba los tazones de manera precaria, intentando no volcarlos ante el inminente ataque del pocionista. Snape, al darse cuenta de la situación, se apartó riendo, logrando otra risa en el joven, y tras retirar los cuencos de las manos de Harry y echarlos a un lado, volvió a extender sus brazos con una sonrisa. Harry se arrojó sobre ellos sin dudar, aprovechando sus manos libres para deslizar sus palmas sobre la musculosa espalda de Snape, mientras deslizaba su boca por el cuello del hombre, aspirando su aroma.  

 

El ojinegro ya había logrado sacar la camisa de los pantalones del joven y había procedido a desabotonarla, notando como el corazón de Harry no paraba de martillear contra su pecho.

 

Snape alargó la mano por detrás del chico y cogió una cucharada de helado de uno de los tazones, llevándola a su propia boca frente a los ojos de Harry.

 

—¡Oye! ¡Eso no es justo! —exclamó Harry sonriendo, antes de gemir cuando Severus se inclinó hacia delante y rodeó con su boca helada el pezón del joven—. ¡Oh, dios!

 

Harry no pudo evitar empujar contra Snape, con su erección muriendo por un poco de fricción, y al hacerlo, pudo notar la excitación del ojinegro contra su vientre.

 

Las manos del profesor se deslizaron por su espalda hasta agarrar su trasero y levantarlo. El joven rodeó automáticamente con sus piernas la cintura de Snape, y fue transportado por el hombre hacia la sólida mesa de la cocina, donde lo soltó. Harry se echó hacia atrás con los brazos extendidos y sus piernas abiertas en una postura de sumisión total, mientras el mayor aplastaba su cuerpo y acariciaba su abdomen.

 

—Merlín, podría follarte sobre esta mesa —susurró Severus.

 

Harry deseaba que lo hiciera, e incluso notaba cómo su cuerpo dolía de feroz necesidad, pero se había prometido a sí mismo que no permitiría que Snape lo follara (o viceversa) hasta que el hombre conociera su verdadera identidad. En la bruma de su deseo le parecía una decisión tonta, pero en el fondo sabía que era lo correcto.

 

El chico buscó a tientas su bragueta y bajó la cremallera, notando que la respiración de Snape se hacía más pesada, lo que hizo que su corazón latiera con mayor fuerza. Giró la cara y miró fijamente al hombre a los ojos.

 

—Chúpamela —susurró—. Pon tu fría boca en mi...

 

Sus palabras quedaron interrumpidas cuando sintió como Snape tiraba de sus pantalones hacia abajo con fuerza, con sus ojos brillando. Acto seguido, el mayor procedió a quitarle los zapatos y los calcetines, terminando de bajar sus pantalones junto a su ropa interior, dejando a Harry tumbado sobre la mesa, con la camisa abierta y completamente desnudo de cintura para abajo, sintiéndose jodidamente erótico.

 

Severus comió otra cucharada de helado y su acompañante gimió de anticipación. El ojinegro metió los dedos en el cuenco y los remojó un poco, para luego meterlos en la boca de Harry mientras se abalanzaba sobre la polla del joven, quien se sentía tan excitado que era consciente de que no duraría demasiado tiempo; Severus sabía cómo jugar con él. Harry no cesaba de retorcerse y gemir, disfrutando de cada minuto que pasaba, hasta que su cuerpo se arqueó cuando explotó en un potente orgasmo, con sus manos aferrando con fuerza el cabello de Snape.

 

El chico notó que el mayor se subía a su lado sobre la mesa, y agradeció a Merlín haber comprado un mueble tan resistente. Giró su cabeza hacia el ojinegro, sonriendo, y recibió un profundo beso, que le permitió saborear su propia esencia en la boca del hombre. Mientras se besaban, su mano se deslizó hacia la polla de Snape, complacido al sentir el caliente miembro palpitando de necesidad entre sus dedos. El mayor empujó contra su mano, profundizando aún más el beso, mientras Harry pellizcaba sus pezones. Al Gryffindor le encantaba sentir al profesor jadeando contra su boca, con su cuerpo arqueándose en víspera del inminente orgasmo, y su polla latiendo contra sus dedos.

 

Cuando Snape se corrió, Harry acarició su pecho antes de deslizar su mano hacia la nuca, mientras llevaba su otra mano hacia su propia boca y lamía el semen del ojinegro, para después inclinarse sobre Snape y comer otra cucharada de helado, sonriendo, recibiendo como recompensa una risa del mayor.

 

—¿Café?

 

Severus rio de nuevo mientras asentía, y Harry se sintió satisfecho de haber logrado oír ese sonido que con tan poca frecuencia emitía el hombre. El joven se incorporó, se bajó de la mesa y se colocó los pantalones, omitiendo la ropa interior y los calcetines, con su camisa aun abierta, sintiéndose sexy y alegre mientras preparaba el café.

 

Snape también se levantó, se abrochó los botones de la bragueta dejando el de arriba abierto, al igual que su camisa.

 

—Estás muy sensual —comentó Harry sonriendo, mientras se dirigía con dos tazas al sofá que se encontraba más cercano a la chimenea.

 

—¿Se supone que debo decir lo mismo?

 

—Bastardo —respondió el chico con tono burlón.

 

Los labios de Severus se curvaron en una sonrisa, y ambos se sentaron en el sofá, cada uno en un extremo, mientras se preguntaban qué ocurriría a continuación.

 

—¿Vas a quedarte o tienes que volver? —inquirió Harry tras varios minutos de silencio, y después de haber acabado su segunda taza, que le supo un poco más amarga.

 

El joven pudo observar el inusual destello de emociones que surcó el rostro del ojinegro, y se armó de valor. Ahora es el momento.

 

Snape se inclinó hacia delante, colocando sus codos sobre las rodillas.

 

—Alex, antes de que llegara el jodido Lucius Malfoy, mi intención era decirte que pienso que esto no es una buena idea. Quería explicártelo para que no me esperes las próximas tres semanas.

 

Harry lo miró fijamente.

 

—No mientas —replicó con tono calmado, sorprendiendo a su acompañante, quien alzó una ceja—. Tu intención era echar un último polvo conmigo, o lo que sea, y luego decirme esto.

 

Soltó su discurso sin una pizca de recriminación en su voz, y Snape permaneció en silencio durante unos instantes, antes de asentir con la cabeza.

 

—Tienes razón, pero me temo que no puedo tener una relación contigo, Alex. Mi tiempo es muy limitado y no creo que sea justo para ti que...

 

El ojinegro se detuvo abruptamente cuando Harry sacó su varita del bolsillo y la colocó con cuidado sobre la mesa de café que se encontraba frente a ellos. Snape miró al joven fijamente.

 

—No puedes tener una relación porque... ¿cuántas veces puedes follar con alguien sin quitarte la camisa? —susurró el chico.

 

—¿Qué quieres decir? —inquirió Severus con su tono más mortífero.

 

—Tienes la Marca Tenebrosa en tu brazo —prosiguió Harry—. No quieres acostarte con otro Mortífago porque no quieres involucrarte con nadie que apoye esa filosofía, pero tampoco puedes relacionarte con ninguno de los seguidores de Dumbledore porque estás espiando a Voldemort y necesitas que los mortífagos confíen en ti...

 

Se detuvo de forma abrupta al sentir la varita del profesor clavada contra su cuello.

 

—¿Quién coño eres? ¿Quién te ha enviado? —gruñó, aprisionando el cuerpo de Harry con el suyo.

 

El joven se mantuvo inmóvil.

 

—No me ha enviado nadie...

 

Harry fue interrumpido al sentir cómo el hombre apretaba la varita con más fuerza contra su garganta.

 

—¿Acaso estás diciendo que tu patético intento de seducción en El Caldero Chorreante no era algo planeado?

 

—¡Sí! Quiero decir, ¡no!

 

— Me siento completamente iluminado por esa respuesta —objetó el pocionista con tono mordaz, dejándose caer sobre el borde de la mesa frente al joven, aprisionándolo con sus largas piernas, mientras su varita permanecía alojada contra la yugular del chico.

 

Harry tragó saliva detenidamente, procediendo a explicarse.

 

—Quiero decir que no fue planeado. Y no estaba intentando seducirte...

 

—¡Te desnudaste cinco minutos después de conocerme!

 

—¡Se me enganchó la camiseta!

 

—¿Esperas que me crea eso?

 

—¡Me viste!

 

—Claro que lo hice. Expusiste muy bien la mercancía.

 

—¡Estábamos en un lugar público! ¡Esto es ridículo! Fue un accidente...

 

—No creo en los accidentes.** ¿Quién te ha enviado?

 

—¡Por el amor de Dios! ¿Nunca antes has conocido a un extraño en un bar y te lo has follado? No todo es una conspiración...

 

—Y sin embargo, estás aquí contándome todo tipo de historias sobre mi vida —objetó Snape con tono ácido—Ni se te ocurra negar que sabías quién era yo.

 

—¡Ya sabes que te conocía! ¡Aparecías en esa jodida revista de pociones! Ya habíamos hablado de eso.

 

—El artículo de la revista es completamente irrelevante. Estoy perdiendo la paciencia, así que espero que esta vez me respondas correctamente. ¿Niegas que me conocías por algo más que por ese artículo?

 

Harry suspiró, alzando la mano para frotarse la cara, pero la dejó caer cuando sintió cómo la varita del mayor se hundía aún más contra su cuello. No había pensado lo suficiente en las consecuencias que acarrearía mostrar su conocimiento sobre la Marca Tenebrosa del ojinegro, y notaba cómo su estómago se agitaba. Se sentía un idiota.

 

—Sí, sabía quién eras —admitió al fin, mirando a Severus a los ojos—. Yo también trabajo para Dumbledore, pero no tenía ni idea de que te alojabas en El Caldero Chorreante. Ni de que terminaría teniendo el sexo más ardiente de toda mi vida. ¡Y juro que no quiero hacerte daño! Me encantaría seguir quedando contigo.

 

El pocionista permaneció en silencio durante unos instantes.

 

—Define “trabajo para Dumbledore” —inquirió el ojinegro, ignorando el resto de la explicación.

 

—Soy miembro de la Orden del Fénix.

 

—Podría entregarte a Voldemort ahora mismo —amenazó Snape.

 

—Podrías —concordó Harry.

 

—O podría llevarte frente a Dumbledore.

 

—También.

 

—Ponte los zapatos —ordenó el profesor.

 

El joven terminó de vestirse, preguntándose cómo se desarrollarían los acontecimientos, mientras Severus lo imitaba.

 

Snape guardó las varitas de ambos en su bolsillo y caminó al lado del joven durante todo el trayecto hacia Hogwarts. A Harry el viaje le pareció demasiado largo, y no pudo evitar sentir alivio al entrar en el castillo, resguardándose del aire frío y húmedo que reinaba esa noche, aunque no cesaba de cuestionarse cuál sería la reacción de Dumbledore.

 

Harry percibió que Snape le permitió guiarlo a través del castillo, con el objetivo de comprobar si conocía el camino hacia el despacho del director. El Gryffindor murmuró la contraseña al llegar junto a la gárgola que protegía la entrada del lugar, sorprendiendo al ojinegro cuando ésta se abrió.

 

—¡Severus! ¡Pasa! ¿Te apetece un chocolate caliente? —ofreció el director cuando los dos hombres terminaron de subir las escaleras y entraron por la puerta. El anciano vestía su ropa de dormir, consistente en una bata de terciopelo amarilla mostaza con estrellas púrpuras que dejó a ambos perplejos—. ¡Y vienes con un amigo! ¿Nos vas a presentar?

 

Snape apuntó con su varita a Harry.

 

—Este hombre dice que te conoce, que es un miembro de la Orden del Fénix —gruñó el ojinegro—. ¿Cómo esperabas salirte con la tuya? —preguntó mirando a Alex.

 

—Enséñale mi varita —respondió el chico.

 

Snape lo observó durante unos instantes, antes de entregar la varita al director. El anciano la giró entre sus manos, la olió, y, por último, miró fijamente a Harry.

 

—Madera de manzano —comenzó con voz calmada—. ¿Cuál es su núcleo?

 

Fawkes trinó y voló hasta situarse sobre el hombro del joven, quien lo acarició, para asombro de Snape.

 

—Una de las plumas de Fawkes —respondió Harry, señalando la varita con su cabeza.

 

—Puedo afirmar que este hombre es un miembro de la Orden —dijo Dumbledore.

 

Snape bajó su varita, con desconfianza plasmada en su rostro.

 

—No lo has reconocido. Y yo nunca había oído hablar sobre él ni lo había visto con anterioridad —espetó el ojinegro con incredulidad.

 

—Este no suele ser mi aspecto. Ni es mi nombre real —respondió Harry—. Y rezo a cada deidad superior para que Albus tenga docenas, o cientos de personas como yo, escondidas y realizando tareas para la Orden, porque, de lo contrario, estamos de mierda hasta el cuello.

 

—Desafortunadamente no tenemos cientos de personas así —terció Dumbledore, hundiéndose en su asiento, tras devolver la varita a su dueño—. Sentaos —ordenó, haciendo aparecer una bandeja con una tetera y varias tazas. Entregó la primera a Severus, llena de su té favorito, algo que pudo deducir el hombre por su aroma.

 

Dumbledore bebió lentamente, intentando ganar tiempo, mientras observaba a los dos hombres e intentaba discernir lo que estaba ocurriendo. Al no lograr averiguarlo, decidió preguntar.

 

>>Puedo garantizar que este hombre es de confianza —comenzó, asintiendo con la cabeza en dirección a Alex—. Aunque lo que no entiendo es cómo has llegado a tenerlo bajo custodia.

 

—Tenemos una relación —respondió Harry con tono firme.

 

—Hemos tenido un par de encuentros sexuales —corrigió Snape.

 

Dumbledore alternó su mirada entre ambos, con sus cejas muy juntas.

 

—¿Y por qué tendría que informarte sobre su papel en la Orden para un mero encuentro sexual? —preguntó a Severus con el ceño fruncido.

 

—No puede quitarse la camisa, ¿no es así? —espetó el joven.

 

—¿Qué quieres decir? —cuestionó Dumbledore.

 

—No puede mantener ninguna relación con eso en su brazo, ¿cierto? Iba a terminar con lo nuestro porque no puede quitarse la camisa y dejar que un extraño la vea. ¡Es jodidamente injusto!

 

—¿Y lo que estás haciendo tú sí es justo? —inquirió el director.

 

Harry se estremeció.

 

—Hay algo entre nosotros —respondió el chico en un susurro—. Me gustaría, y espero que a Severus también, continuar con esto y averiguar si puede funcionar. Él está a salvo conmigo.

 

—¿Estás seguro? —objetó Dumbledore con enfado—. No creo que sea una buena idea en absoluto. Tu identidad...

 

—Necesita permanecer en secreto por ahora —interrumpió Harry.

 

—¿No confías en mí? —preguntó Snape con curiosidad.

 

—Sí, lo hago, pero decírtelo en este momento haría peligrar algo más que una relación, y eso no puedo permitírmelo. En cuanto pueda hacerlo, te lo diré —añadió, con súplica en su voz.

 

Dumbledore tomó un sorbo de té, observando la interacción entre ambos.

 

—Albus, Alex tiene razón. Honestamente, el sexo es fantástico, y es poco probable que pueda conseguirlo en otra parte. Además, te complacerá saber que tiene un efecto bastante positivo sobre mi temperamento, así que, si no supone ningún peligro para nadie, ¿cuál es tu objeción?

 

—Seguro que podrías conseguir saciar tus intereses sexuales en otra parte, Severus, aunque lamento no haber tenido en cuenta que aún eres un hombre joven y vigoroso...

 

Harry no pudo evitar resoplar, arrepintiéndose inmediatamente.

 

—Creo que ha usado las palabras apropiadas —murmuró el joven, rememorando su primera noche con Snape.

 

El ojo de Severus tembló ligeramente.

 

—Nuestros encuentros son bastante prácticos...

 

—¡Oh, gracias! —exclamó el joven fingiendo indignación.

 

—Y me gustaría averiguar si puedo disfrutar de algo que vaya más allá del sexo —añadió el pocionista con tono calmado.

 

Una amplia sonrisa apareció en el rostro de Harry sin que éste pudiera detenerla.

 

—Yo también —asintió el chico, girando su cabeza hacia Dumbledore—. Señor, aprecio y comprendo su preocupación, pero haré todo lo que esté en mi mano para no causarle ningún daño, y le revelaré mi identidad tan pronto como pueda.

 

El director podía notar el hormigueo de magia existente entre los dos hombres, y el vivo interés y placer que se intuía entre ambos, pero no podía dejar de pensar en la reacción de Severus cuando se enterara; el hombre se sentiría traicionado.

 

—No puedo aprobar esto —objetó con tono firme—. Ambos saldréis heridos, y no quiero eso para ninguno de los dos, muchachos.

 

Severus miró fijamente al anciano.

 

—¿No quedará comprometido mi papel como espía?

 

—No.

 

—Entonces creo que soy lo suficientemente mayor como para tomar mis propias decisiones, Albus. Gracias por tu preocupación, y acepta nuestras disculpas por despertarte a estas horas.

 

El ojinegro se levantó, seguido de inmediato por Harry. Dumbledore los imitó.

 

—Os deseo lo mejor entonces, hijos míos. Consideración y amabilidad, es lo único que puedo añadir.

 

Harry asintió, percibiendo la magnitud de la preocupación del director.

 

 

 

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Severus y Harry abandonaron el despacho y comenzaron a bajar la escalera móvil que llevaba hacia la salida.

 

—Dumbledore te quiere de verdad —comentó el joven con voz suave.

 

—Ha estado cuidándome durante mucho tiempo.

 

—Quizá... —comenzó Harry, comenzando a cuestionarse lo mencionado por el director, pero fue interrumpido cuando Severus lo empujó contra la pared y lo besó, dejándolo sin aliento.

 

—Debes ser muy valiente —dijo el ojinegro.

 

—¿Qué? —respondió el Gryffindor, con los labios hinchados.

 

—Para trabajar para la Orden disfrazado. Lo que no entiendo es, ¿por qué ahora muestras cobardía? ¿no te parece que esto merezca la pena? —inquirió, empujando su cuerpo contra el de Harry, y levantándolo ligeramente para que sus pollas se frotaran entre sí.

 

Harry estaba complacido de sentir el peso de Snape inmovilizándolo contra la pared. Sintió sus piernas temblar, y no cesaba de gemir mientras se recargaba contra el duro torso de su posible futuro amante.

 

—Claro que vale la pena —jadeó—. Quien me preocupa eres tú.

 

—Puedo cuidarme solo —respondió Snape, deslizando sus labios por el cuello del joven, antes de depositar un fuerte mordisco en la unión con la clavícula. El hombre acarició la marca con su dedo, calmándolo—. Es demasiado tarde para que vuelva contigo a tu casa —añadió con pesar.

 

Harry asintió, mostrándose de acuerdo.

 

—¿Estás libre la semana que viene? Puedo mandarte una lechuza.

 

—Hazlo —convino Snape, besándolo con fuerza una vez más antes de marcharse, dejando a Harry rígido y muerto de deseo, preguntándose cómo podría lograr que a Severus le gustara lo suficiente Harry Potter como para que todo se arreglara cuando le revelara su identidad.

 

 

 

* Juego de palabras entre los significados de “come”, que puede significar venir y correrse. Harry dice “Are you coming?”, a lo que Severus responde “It sounds like I´ll be coming” jugando con el doble sentido en inglés, que se pierde en español (por lo menos en el de España jajaj).

**”Accident” puede traducirse como accidente o casualidad, así que creo que Harry dice que fue un accidente y Severus respondería algo así como que no cree en las casualidades, empleando la palabra “accident” con otro significado, pero como en español creo que no hay ninguna palabra que tenga ambas acepciones, he decidido dejar “accidente”.  

 

 

Notes:

Siento muchísimo haber estado desaparecida estos días, pero he estado hasta arriba de prácticas en el hospital. Tenía el capítulo traducido desde hace tiempo, pero no me gusta subirlo hasta revisarlo y asegurarme de que me gusta completamente cómo ha quedado. Ahora estoy un poco más libre y prometo recuperar mi ritmo. Gracias a todos por leer y muchísimos besos!!

Chapter 7: Amigos (I)

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Las siguientes semanas fueron las más atareadas que Harry había vivido nunca; a la asistencia a sus clases habituales, tuvo que añadir su docencia y la rutina de ejercicios que había decidido comenzar durante las vacaciones, lo que incluía salir a correr todas las mañanas.

 

Por otro lado, estaba su relación con Severus; sus encuentros se habían prolongado también a los miércoles por la noche, además de los viernes o sábados, cuando se quedaban a dormir juntos. El sexo entre ellos era magnífico, y, para Harry, Snape era sin duda el mejor amante de todo el mundo mágico; sensual, fuerte e imperioso. Una mitad de él anhelaba romper su promesa y permitir que Severus lo follara completamente, obteniendo así todo lo que se había negado a sí mismo hasta ahora, pero la otra mitad se conformaba con los orgasmos alucinantes que el hombre le proporcionaba con su boca, su lengua, sus manos y sus dedos.

 

Además, habían descubierto que, sorprendentemente, no solo disfrutaban del sexo y de la compañía del otro, sino que compartían algunas aficiones; Harry había descubierto las maravillas del cine muggle durante su estadía en Brighton, ya que nunca lo habían llevado cuando era un niño y, aunque había visto algunas películas en el televisor de los Dursley, normalmente siempre tenía que dejarlas a medias por alguna demanda de sus parientes, ya fuera preparar té, fregar los platos o cualquier otra tarea mundana. Descubrir la pantalla grande supuso un gran placer en su vida y, tras averiguar que se estrenaba en Edimburgo una película que había estado esperando desde el verano, decidió invitar a Snape, aunque no sin algo de temor. Llevaba dos fines de semana quedando con el hombre, y pensó que si ofrecía alguna opción diferente, no parecería que solo se citaba con él para tener sexo.

 

A pesar de ser mestizo, Snape se había criado casi por completo en el mundo mágico, por lo que nunca había visto ninguna película. La primera vez que Harry lo llevó al cine se sintió cautivado y fascinado, y acosó al joven con preguntas sobre qué era real y qué era ficción, y cómo diablos conseguía la gente volar por los aires sin usar escobas. Aunque Harry no podía responder a todas las preguntas que le planteaba el profesor, sentía que por fin había un tema sobre el que poseía más información que el pocionista, lo que aportaba a su relación una especie de “igualdad” que le gustaba. A partir de entonces, todos los miércoles repetían la experiencia; Harry los aparecía en cualquier cine del país en el que hubiera algún estreno sobre el que hubiera oído hablar y que mereciera la pena, aunque, en realidad, cualquier película valía la pena, ya que las peores conseguían soltar la lengua afilada de Severus y Harry terminaba dolorido de tanto reír. Y siempre tenían una sesión maravillosa de sexo tras cada una de estas citas, aunque no pudieran dormir juntos porque Snape debía regresar a Hogwarts (algo que también compartía con “Alex”, aunque el profesor no lo supiera).

 

Por otro lado, Harry se había sorprendido al descubrir que algunos alumnos habían decidido unirse a él en su recorrido matutino por los terrenos del castillo; al principio, el grupo aumentaba diariamente a medida que se difundía la noticia, aunque después comenzó a disminuir poco a poco cuando dejó de ser novedad, permaneciendo solo un grupo incondicional de brujas y magos con verdadero interés por mejorar su estado físico. Harry incluso había solicitado a Dumbledore la creación de un gimnasio y, para su sorpresa, el director le había concedido el permiso. La mayoría de los componentes de su grupo de enseñanza, e incluso sus compañeros de dormitorio ya lo habían probado. Neville, a pesar de ser el corredor más desgarbado que el ojiverde había visto nunca, resulto ser un as con las pesas.

 

Mira cómo se me están poniendo de fuertes los brazos y las piernas, le había dicho Neville con una sonrisa orgullosa.

 

Incluso Snape había acudido alguna que otra vez al gimnasio, a pesar de no unirse nunca a la carrera matutina. Esto suponía una verdadera tortura para Harry, que se veía obligado a apartar la mirada para no babear.

 

 

 

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Harry se vio obligado a mantener una conversación con Ron y Hermione poco antes del inicio de las clases de magia compensatoria, ya que su amiga había visto ese nombre reflejado en el horario del ojiverde una mañana, cuando lo estaba observando por encima del hombro. El tema fue difícil de abordar al principio, pero, al final, todo transcurrió mucho mejor de lo que había esperado.

 

FLASHBACK

 

—¿Magia compensatoria? No creo que sea un término muy inteligente si estás intentando ocultar lecciones extras con Snape —susurró la chica para evitar ser oída—. No es creíble que necesites recibir clases de magia compensatoria.

 

Harry agarró la mano de la castaña, que aún estaba colocada sobre su hombro, y le dio un ligero apretón.

 

—Quiero hablar contigo y con Ron sobre ese asunto. ¿Podemos reunirnos durante el descanso? —preguntó el moreno.

 

—Por supuesto. Ron, ¿estás libre durante el descanso o tienes que terminar algún ensayo de última hora? —inquirió Hermione con tono serio, ya que su novio solía dejarlo todo para el último minuto.

 

—Tengo una hora libre después del descanso, puedo terminar Encantamientos en esa hora. ¿Dónde quieres que quedemos?

 

Hermione puso los ojos en blanco, aceptando que ya era demasiado tarde para cambiar los hábitos del pelirrojo.

 

—¿En tu habitación? —preguntó Harry mirando directamente a Ron. Sabía que su amigo preferiría terminar sus tareas tumbado sobre su cama en lugar de en la biblioteca.

 

Así que, como habían acordado, cuando terminaron la hora de clases, Harry se dirigió al cuarto de Ron, en el que ya se encontraba su amigo sentado sobre la cama junto con Hermione, comiendo un trozo del pastel de frutas que le había enviado su madre. El pelirrojo le ofreció un pedazo al ojiverde.

 

—Tu madre es una cocinera excelente —murmuró tras dar un bocado a la tarta, disfrutando por unos instantes del sabor—. Bueno, quería hablar sobre las clases de magia compensatoria —continuó el moreno.

 

—Vaya nombre más estúpido —comentó Ron con la boca aun llena—. ¿En que estaría pensando Dumbledore? —preguntó, sonriendo.

 

—Ron, tienes todos lo dientes manchados de pastel —interrumpió Hermione con un mohín.

 

Harry continuó con su explicación mientras su amigo se limpiaba la boca.

 

—En realidad, el nombre estúpido se lo he puesto yo. Yo soy el que la imparte.

 

—¡Oye, eso es genial! —exclamó el pelirrojo—. ¿Cuándo tenemos que ir?

 

—No tenéis que ir —explicó el ojiverde—. Vosotros no necesitáis estas lecciones. Solo hay media docena de alumnos.

 

—Eh, pero me gustaría ir de todas formas. Tiene que ser divertido, ¿no? —continuó Ron.

 

Hermione permaneció en silencio mientras su novio continuaba con el interrogatorio.

 

>>¿Quiénes son los que asisten entonces, Harry?

 

—No puedo decíroslo aún —respondió Harry avergonzado—. Hemos acordado no mencionar nuestros nombres fuera del aula.

 

Ron estaba comenzando a mostrarse agresivo y el moreno no cesaba de preguntarse cómo podría evitar la inminente explosión.

 

—¿Acaso no confías en nosotros?

 

—Claro que confío en vosotros —suspiró Harry—, pero he hecho una promesa, Ron.

 

El aire en la habitación se había vuelto tenso.

 

—¿Qué es lo que estás enseñando, Harry? ¿Por qué esos individuos desconocidos lo necesitan y nosotros no? —preguntó Hermione, rompiendo el silencio que se había instaurado en el lugar.

 

El ojiverde les explicó, al igual que había hecho con Dumbledore, que los métodos de enseñanza en Hogwarts no se adaptaban a todos los estudiantes, y que había algunos que necesitaban un poco de ayuda para alcanzar todo su potencial.

 

Ron se enderezó, reflexionando sobre las palabras de su amigo durante unos instantes.

 

—Hermione no necesita las clases porque es brillante y tiene suficiente con los libros, y yo no las necesito porque no puedo mejorar. Porque soy un mago mediocre.

 

Harry sintió una punzada en el corazón al oír las palabras de su amigo.

 

—Ron... —llamó al pelirrojo, que ya se estaba levantando para marcharse.

 

—No te preocupes, amigo. ¿Crees que no me había dado cuenta?

 

El ojiverde lo agarró del brazo, impidiendo su huida.

 

—Tienes razón. Tienes un nivel medio de poder...

 

Ron intentó apartarse, pero Harry mantuvo su agarre firme.

 

>>Pero la magia no lo es todo, Ron. Para nada, ni siquiera para ganar la guerra.

 

El pelirrojo lo observó con desconfianza, esperando que continuara con su explicación.

 

>>Eres brillante en estrategia, amigo. Tienes una habilidad innata para ello. ¿Sabes lo útil que puede ser eso para la batalla? Por lo que puedo observar, la planificación para esta guerra es una mierda; nos preocupamos más por contraatacar que por tomar la iniciativa. Además, soy demasiado impulsivo, y os he metido a vosotros también en demasiados problemas por ello en el pasado, por eso necesito que me pares los pies y me ayudes a mirar las cosas de otra forma y planificar los movimientos, no solo guiarme por el instinto. Estoy muy agradecido de tenerte a mi lado, independientemente de tu poder, porque sé que gracias a ti estaremos preparados para todo, y tengo un hombre a mi lado en quien puedo confiar. No puedes entrenar para mejorar eso, Ron, pero sin duda es lo más valioso del mundo.

 

Su amigo lo miró por unos instantes antes de asentir. Sus ojos reflejaban calidez, y Harry le dio varias palmaditas en la espalda antes de volverse hacia Hermione, quien los miraba sonriendo.

 

—En realidad, los muggles disponen de acertijos para mejorar la capacidad de estrategia —terció la castaña—. Le pediré a mi madre que me envíe algunos libros. ¡Son divertidos, Ron! Así, cuando Harry esté listo, podrás hacer lo que te pida.

 

—Gracias —respondió Ron, arrojándose de nuevo sobre la cama y buscando un paquete de grageas Bertie Bott en su mesilla de noche—. Voy a buscar también distintas batallas en libros de historia, a ver si puedo encontrar algunos consejos que nos sirvan para esta guerra.

 

Hermione se inclinó y le dio un beso.

 

—Ronald Weasley, te has ganado una recompensa esta noche —comentó la chica sonriendo pícaramente—. ¡No puedo creer que te hayas ofrecido a leerte un libro voluntariamente!

 

—¿Tengo derecho a un polvo por cada uno que me lea? —preguntó el pelirrojo con una sonrisa y su rostro completamente sonrojado. Harry observaba el intercambio con diversión, notando cómo su amigo se tumbaba de lado sobre la cama e intentaba tapar su ingle con una de sus piernas.

 

—Creo que es hora de que me vaya —terció el ojiverde, sonriendo con suficiencia mientras se levantaba y caminaba hacia la puerta.

 

—No tienes que irte —comenzó Hermione, siendo interrumpida por un jadeo de su novio seguido por una risa de Harry.

 

—Ron tiene una hora libre y una erección. Por mucho que me gusten los hombres, no pienso quedarme a ayudar. Y gracias —añadió suavemente mientras Ron hundía la cabeza en la colcha—. ¿Puedo pedirte que hagas algo por mí más tarde, Mione?

 

—No si es algo parecido a lo que voy a hacerle a Ron en un minuto, por mucho que te quiera —respondió la chica sonriendo.

 

Harry cruzó sus brazos sobre su pecho como si estuviera espantando a algún demonio.

 

—¡Aléjate de mí, mujer, solo necesito tu cerebro!

 

Hermione le lanzó una almohada, que el moreno esquivó.

 

Ron miró a su amigo repentinamente, al percatarse de las palabras que acaba de soltar.

 

—¡Oye! ¿Acabas de decir que...?

 

Harry, quien ya había salido de la habitación, se asomó a través del marco de la puerta.

 

—¿Qué me gustan los hombres? ¡Oh, sí! —respondió, cerrando la puerta de golpe. Desde fuera, pudo escuchar a Hermione reprendiendo al pelirrojo.

 

—¡Honestamente, Ron, no puedo creerme que no te hayas dado cuenta!

 

FIN DEL FLASHBACK

 

 

 

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Faltaban pocos días para Halloween, y Harry se encontraba en su habitación, rememorando su primera lección de magia compensatoria. El martes posterior a su reunión inicial, acudió al aula antes de la hora acordada, ansioso por descubrir quién se presentaría. Podía afirmar con seguridad que Neville y Padma acudirían, y tenía bastante confianza en que Ernie y Eloise también lo hicieran. Eran los dos Slytherin lo que más le preocupaban, por lo que sintió un gran alivio cuando vio entrar a Malfoy seguido unos instantes después por Snape.

 

Harry había colocado varios pupitres formando un rectángulo, para que todos pudieran mirarse cuando se sentaran. En el centro había un montón formado por pedazos de papel y algunos bolígrafos. El ojiverde comenzó la clase tan pronto como el último alumno ingresó en el aula.

 

FLASHBACK

 

—Buenas tardes a todos y gracias por venir.

 

Vio cómo los labios de Malfoy se curvaban, pero mantuvo su voz calmada y uniforme.

 

>>La lección de hoy se dividirá en dos partes; primero, comenzaremos con una actividad para recopilar información, y después continuaremos con el inicio del aprendizaje de magia sin varita.

 

El ojiverde pudo sentir el interés de todos por el segundo punto y la incertidumbre sobre el primero.

 

>>Pero antes de comenzar, necesito que seáis conscientes de que seguramente no logréis que os salga todo a la primera, y no debéis desanimaros si alguien lo consigue antes que vosotros. Lo que voy a decir puede sonar bastante repetitivo, pero esto no es una competición. Alguien será el primero en conseguirlo, y otra persona será la última, pero estoy seguro de que al final todos lo lograréis, ¿de acuerdo?

 

El Gryffindor miró uno por uno a sus compañeros, notando el tímido asentimiento de Eloise, la sonrisa de Ernie y la mirada de indecisión en el rostro de Padma.

 

>>Genial, entonces comencemos con la primera tarea. Coged cada uno un bolígrafo y tres trozos de papel. En uno quiero que escribáis aquello que creáis que se os da mejor; no tiene que ser una asignatura necesariamente, también puede ser Quidditch, cocinar, ser un buen amigo... aquello que penséis que es vuestro fuerte. En el segundo trozo quiero que escribáis aquello en lo que creáis que sois una mierda. —Padma soltó una risa tonta y Neville resopló—. Y en el último quiero que escribáis lo que os gustaría estar haciendo dentro de setenta años. Tenéis tres minutos.

 

Harry, al ver que todos permanecían inmóviles y mirándolo atónitos, exclamó:

 

>>¡Vamos! ¡ciento ochenta segundos y bajando!

 

Todos se lanzaron a coger los materiales necesarios a la vez, provocando un leve murmullo ajetreado.

 

—¿Qué diablos es esto? —se burló Malfoy, haciendo girar uno de los bolígrafos entre sus dedos.

 

—Ciento sesenta segundos. Úsalo, Draco. Te lo explicaré después.

 

—¡Pero esto ni siquiera es pergamino!

 

—No, no lo es. Ciento cuarenta segundos.

 

El Slytherin cesó su replica y comenzó a escribir lo solicitado por el ojiverde. Cuando terminó el tiempo concedido, todos habían finalizado la tarea y estaban ordenando los pedazos de papel en una pila frente a cada uno de ellos.

 

—Bien hecho —elogió Harry sonriendo—. Bueno, ¿recordáis que nada de lo que se aprenda en este aula puede transmitirse a ninguna otra persona?

 

Tras comprobar que todos asentían, el ojiverde prosiguió con su explicación.

 

>>Vale, ¿podéis colocar los papeles en el centro?

 

—¿Qué planea hacer con ellos, Sr. Potter? —inquirió Snape, sin soltar los suyos. Para sorpresa de Harry, el hombre había hecho la tarea, y sin demasiada reticencia.

 

—Vamos a leerlos todos...

 

—¡Pero creía que iba a ser secreto! —exclamó Padma.

 

—Padma, ¿piensas que está en mi naturaleza el herir deliberadamente a alguien? —preguntó el ojiverde, recibiendo una negación por parte de la chica—. Confiad en mí. Si alguien no está satisfecho con algo de lo que se haya revelado en este aula, al final de la sesión le pediré a Severus que borre ese recuerdo de las mentes de todos —explicó, mirando a su alrededor—. ¿Estáis de acuerdo?

 

A pesar de la aclaración, aún podía ver duda en los rostros de la mayoría.

 

—Sospecho que puede haber cosas que la gente preferiría que yo no recordara —terció Severus lánguidamente.

 

Harry podía entender la preocupación de los estudiantes, pero decidió continuar su explicación para tratar de convencerlos.

 

—El caso es que Severus es uno de los mejores legeremantes del país, así que creo que es la mejor persona para obliviarnos, ya que, de todas formas, es capaz de entrar en nuestras mentes en cualquier momento y descubrir lo que quiera saber.

 

Harry tuvo que reprimir su risa al ver las miradas aterrorizadas de todos los estudiantes a excepción de Draco. Y de Neville, algo que causó bastante curiosidad al ojiverde.

 

—¿Vas a explicarnos ahora por qué hemos tenido que usar ese papel de mala calidad y esas... cosas? —cuestionó Draco, cambiando de tema.

 

—Esas cosas se llaman bolígrafos.

 

—Son objetos muggles, y esta es una escuela de magia y hechicería. ¿Por qué tenemos que usar esas cosas repugnantes?

 

—¿Han funcionado?

 

—Sí, ¿y?

 

—Los muggles usaban plumas en el pasado, hasta que desarrollaron algo mejor, y lo siguen haciendo. Hay distintos tipos de bolígrafos, y éstos que he traído son tan baratos que las organizaciones benéficas los envían gratis por correo para publicitarse y animar a la gente a que se inscriban. Incluso hay algunos que funcionan bajo el agua.

 

>>La cuestión es que los muggles siguen inventando cosas y mejorando las que ya tienen. Entonces, ¿por qué motivo los magos, teniendo un mayor poder a su disposición, siguen anclados en el pasado y negándose a emplear cosas nuevas? Si hay alguna buena razón para ello que desconozca por no haberme criado entre magos, me gustaría conocerla. Pero si no la hay, ¿por qué no aprovechar los avances de los muggles y mejorarlos agregando nuestra magia? ¿Por qué no usar todo lo que esté a nuestro favor?

 

En el aula se instauró un profundo silencio.

 

>>Está bien, sigamos. ¿Puedes poner lo que has escrito en el centro con los demás papeles, Severus? —pregunto Harry, mirando al ojinegro.

 

Snape colocó sus trozos de papel sobre la pila y, con los labios fruncidos, se recostó sobre su asiento.

 

Harry movió sus manos suavemente sobre el montón y, con una ráfaga, las hojas de papel de elevaron en el aire y cayeron, ordenadas de forma diferente.

 

—¡La letra ha cambiado! —exclamó Ernie contemplando el primer papel de la pila, que ahora parecía haber sido escrito a máquina.

 

El ojiverde sonrió.

 

—Lo he hecho para que no se pueda distinguir a simple vista quién ha escrito cada uno. Ernie, coge el de arriba y léelo.

 

—Dice “Fundar una empresa especializada en plantas”.

 

—Ahora la persona situada a tu izquierda (sí Eloise, tú) tiene que adivinar quién lo ha escrito y a cuál de las tres categorías se refiere. Creo que esta última es obvia —añadió sonriendo.

 

Eloise parpadeó varias veces, antes de responder.

 

—Es de Neville, ¿no? Sus planes de futuro.

 

Neville asintió, con un ligero rubor cubriendo sus mejillas, pero manteniendo la cabeza erguida.

 

—¿Esas son tus aspiraciones en la vida? —bufó Malfoy.

 

—En realidad, las mejores empresas ganan una fortuna —terció Snape con voz calmada—. Es una buena carrera para aquel que sea capaz de proporcionar las plantas más raras que necesiten los pocionistas más exigentes.

 

Todos observaron al profesor en estado de shock, sorprendidos por su defensa.

 

—Gracias, señor —tartamudeó Neville

 

—Solo ha sido una mera observación —respondió Snape con indiferencia.

 

—Y Severus ha regresado —comentó Harry sonriendo suavemente—. Bueno, prosigamos. Eloise, coge otro papel.

 

—“Pociones” —leyó la chica.

 

Todos los ojos se volvieron hacia Snape.

 

—No es el mío —negó el ojinegro

 

—¿No crees que pociones es lo que se te da mejor? —preguntó Draco sorprendido.

 

—Me atrevo a decir que podrás descubrir cuál considero que es mi mejor habilidad durante el transcurso de este estúpido juego —respondió Snape con un deje de aburrimiento—. Supongo que el autor es Long... Neville.

 

—No es mío —objetó el Gryffindor con una mirada feroz, a pesar del sonrojo de sus mejillas.

 

—¿Crees que hay algo que se te da peor que las pociones? —cuestionó Snape con incredulidad.

 

Harry tosió poniendo fin al conflicto.

 

—Lo he escrito yo —dijo Ernie con voz aguda.

 

Snape lo miró fijamente.

 

—Sr. McMillan...

 

—Ernie —lo interrumpió Harry, consiguiendo que el profesor lo fulminara con su mirada.

 

Ernie, a pesar de que no te habría admitido en los EXTASIS de pociones si lo hubieras solicitado, creo que si hubieras asistido a las clases de Gryffindor y Slytherin, te habrías colocado entre los elementos más capacitados.

 

El resto de las personas que se encontraban en el aula dirigieron sus miradas de Snape a Ernie alternativamente. El chico tragó saliva.

 

—Sé que conseguí arreglármelas para obtener unos resultados decentes, pero en realidad pienso que nunca llegué a comprenderlas realmente. Soy capaz de seguir las instrucciones, pero si tuviéramos que crear algo, jamás podría hacerlo —respondió el Hufflepuff mirando con cautela a su profesor.

 

—Pocos son los que pueden. Eso es lo que diferencia a los potenciales maestros —explicó Snape con tono calmado—. Demuestras una inteligencia superior a la de la mayoría solo por habértelo planteado.

 

Ernie tragó saliva con tanta fuerza que incluso Neville se llevó la mano a la garganta como si quisiera aliviar una obstrucción.

 

—Gracias, señor —graznó el Hufflepuff.

 

—Era solo una recomendación. Y creo que deberías intentar usar mi nombre, o Harry comenzará a sisear otra vez.

 

El ojiverde sonrió ante el comentario.

 

—¡Siguiente!

 

—¡”Follar”! —leyó Ernie soltando una risa y girándose hacia Padma, añadió—: ¿Quién crees que es el mejor follando, Padma?

 

—Quizá alguien piensa que es lo que se le da como una mierda —terció Malfoy con su clásico arrastrar de palabras.

 

Todo el mundo rió; incluso los labios de Snape se curvaron un poco.

 

La chica echó un vistazo alrededor de la mesa, con nerviosismo.

 

—¿Malfoy- Draco? En lo que es m-mejor, me refiero, eso es —añadió, sonrojándose y escondiendo su rostro entre las manos.

 

Las risas se transformaron en carcajadas.

 

—¿Por qué, Padma? —preguntó Draco sonriendo con satisfacción—. Estoy conmovido. Por desgracia, jamás se me ocurrió dejar al descubierto una habilidad tan privada. Qué negligente por mi parte.

 

Padma volvió a mirar a sus compañeros, mientras tragaba saliva y se sonrojaba de nuevo.

 

—¿Profes- Sev- Severus?

 

—¿Lo mejor o lo peor, Srta.- Padma? —inquirió el ojinegro con voz sedosa.

 

—¡Lo m-mejor!

 

Las risas volvieron a resonar por toda la sala.

 

—Me temo que te has equivocado de nuevo, pero, sin embargo, ha sido una elección sensata —añadió, provocando otra carcajada generalizada.

 

Todos se miraban los unos a los otros con curiosidad por saber quién sería el autor de ese papel.

 

—Esta bien, lo reconozco —confesó Harry—, lo he escrito yo. Sin embargo, no es ni lo que se me da mejor ni lo que se me da peor. Es lo que espero estar haciendo dentro de setenta años, con frecuencia, y preferiblemente con el hombre exquisito con el que lo he estado haciendo últimamente.

 

Las risas cesaron y todos observaron al ojiverde con asombro.

 

—¿Eres marica, Potter? —se burló Draco.

 

—Sí, pero no te preocupes, no eres mi tipo, Draco.

 

Padma soltó una risita.

 

—¿Continuamos? —preguntó Harry, cambiando de tema.

 

—“Sobrevivir” —leyó Neville, mirando a Draco, que se encontraba justo a su izquierda.

 

—Bueno, tiene que ser de P-Harry, ¿no? Lo que se te da mejor.

 

—O lo que se le da peor—murmuró Snape.

 

—Buena observación —se mostró de acuerdo Neville, sonriendo a Harry—. Te has librado de la muerte un montón de veces por pura suerte.

 

—Sí, pero todavía sigue vivo —interrumpió Ernie—, así que tiene que ser lo que se le da mejor.

 

—Buen razonamiento, pero no lo he escrito yo —dijo el ojiverde.

 

El aula permaneció en silencio durante unos instantes.

 

—Lo considero mi mejor habilidad —confesó Snape, arrastrando las palabras.

 

Continuaron leyendo los papeles hasta que finalizaron con la pila completa, para satisfacción de Harry.

 

—Bien —concluyó el ojiverde—. Ya hemos acabado con la primera parte de la clase, pero antes de pasar a la segunda, quiero que cojáis otro trozo de papel cada uno. Y sin quejas; esto será más rápido. Os doy un minuto para escribir lo que creéis que habéis aprendido con este ejercicio. Todos los comentarios son válidos.

 

Una vez pasado el tiempo indicado por Harry, el chico reorganizó los trozos de papel de la misma forma que en la ocasión anterior.

 

—Padma, ve cogiendo los papeles y leyéndolos uno por uno.

 

—El primero dice... —Hizo una pausa, dudando sobre si decir en voz alta o no las palabras que estaban escritas.

 

—Léelo, Padma. Da igual si es un comentario bueno o malo.

 

—Dice: “He aprendido que Harry Potter es marica” —dijo la chica, mirando al Gryffindor completamente avergonzada.

 

—Bueno, es cierto —respondió Harry con voz calmada—. Continúa.

 

—El siguiente dice: “He aprendido mucho sobre todos” —leyó Padma, mirando al ojiverde de nuevo, que le instó a que prosiguiera con su tarea—. Este dice: “Ha sido sorprendente lo difícil que resultaba averiguar qué era lo que pensaba cada uno sobre sí mismo y cuáles eran los sueños de cada uno”.

 

—Esa es una buena observación —concordó Harry—. No sé si eso manifiesta lo poco que nos conocemos o lo mucho que nos parecemos.

 

—Este dice: “Muy poco”.

 

—Muy bien —respondió el Gryffindor, esperando que ese se tratara del comentario de Snape y que no hubiera ninguna opinión más demoledora escondida en la pila de papeles. Por fortuna, acertó.

 

Tras leer el resto de opiniones, Harry convocó una bandeja llena de zumo de calabaza, chocolate caliente, café y galletas.

 

—Coged lo que queráis; podemos comer y trabajar al mismo tiempo —ofreció. El ojiverde observó complacido cómo Severus se servía un café.

 

>>Bien, y ahora lo que estabais esperando: magia sin varita. Quiero que saquéis vuestras varitas y se la paséis a la persona que se encuentre sentada dos lugares a vuestra izquierda.

 

—¿Disculpa? —inquirió Snape, con su tono más gélido.

 

—Nadie os va a robar la varita, lo único que quiero es que probéis a hacer magia con una distinta a la vuestra.

 

—Harry, cada varita es afín a su dueño —le recordó Neville con suavidad.

 

—Lo sé —respondió el ojiverde—, pero vais a tener que aprender a hacer magia sin una. Resulta extraño al principio, y todos tenéis que vivir esas sensaciones antes de lograrlo. Intentar hacer magia con una varita que no es la vuestra es solo un paso en el camino; conocéis los movimientos, las palabras, y además tenéis un instrumento para conducir la magia, pero no sentiréis lo mismo que con vuestra varita. Intentadlo.

 

A Harry se le había ocurrido esa idea tras recordar lo que había sentido al utilizar por primera vez su segunda varita; había tenido que practicar bastante hasta lograr manejarla apropiadamente, pero, al final, había logrado conectar mejor con ella que con su antigua varita. Con la nueva sentía su magia más poderosa y fuerte, aunque, francamente, prefería no usar ninguna de las dos para la mayor parte de los hechizos.

 

El ojiverde observó cómo sus alumnos intercambiaban sus varitas con reticencia.

 

—Bien. Empezaremos con el querido “Wingardium Leviosa” —indicó Harry sonriendo. La varita de Snape había acabado entre sus manos y, de forma automática, la recorrió con sus dedos. Snape lo miró cómo si ese acto supusiera una afrenta personal—. Lo siento —murmuró.

 

Harry arrojó algunas plumas sobre la mesa y todos intentaron levitarlas instantáneamente, con resultados muy variados.

 

—Intercambiad de nuevo las varitas —exclamó el ojiverde, siendo obedecido de inmediato.

 

>>Cambiad de nuevo —repitió unos minutos más tarde.

 

El Gryffindor observaba con interés al grupo. Snape no lo hacía del todo mal, pero, sin lugar a dudas, las dos chicas eran las que mejores resultados obtenían con las otras varitas. Se preguntó si eso se debía a que ellas eran más empáticas o si, por el contrario, eso no tenía nada que ver. Decidió plantear la cuestión al grupo, y, a pesar de que comprobó que ninguno estaba acostumbrado a que les preguntaran el por qué creían que sucedían las cosas, todos estaban bastante relajados y las ideas fluyeron sin ningún problema.

 

De pronto, la campana que indicaba la hora del toque de queda sonó, y Harry decidió poner fin a la lección.

 

—Bueno, eso ha sido todo por hoy. Tendréis que hacer algo de tarea...

 

—¡Nos dijiste que no habría que hacer ninguna tarea! —protestó Eloise—. ¡Tengo infinidad de cosas que hacer!

 

—No es demasiado —explicó Harry intentando tranquilizar a la chica—. Solo quiero que intentéis arreglárosla sin magia durante dos días.

 

Hubo un bufido generalizado de sorpresa.

 

—Harry...

 

—Ya sé que seguramente la necesitéis, pero quiero que no lo hagáis en las situaciones en las que podáis prescindir de ella. También quiero que durante la semana elaboréis un registro sobre los usos que le dais. No quiero que entréis en detalles, ya que cada uno tiene sus propias razones personales para emplear la magia —añadió, sonriendo—, pero me gustaría que lo dividáis en categorías como, por ejemplo, trabajo escolar, cuidado personal, protección, etc. Pondremos en común los distintos usos la semana que viene, aunque no estarán bajo escrutinio el empleo individual de cada uno, ¿de acuerdo? —Esperó a que todos asintieran—. Está bien. Entonces, nos vemos la próxima semana, a la misma hora y en el mismo lugar. Y gracias a todos por venir.

 

FIN DEL FLASHBACK

 

Notes:

Como el capítulo es demasiado largo, he decidido dividirlo en dos partes para que no haya ningún problema a la hora de subirlo. Muy pronto subo el siguiente, ¡muchas gracias a todos por leer!

Chapter 8: Amigos (II)

Chapter Text

Fue durante la primera visita de Harry a las habitaciones de Severus, poco antes de la mitad del trimestre, cuando Harry vio la invitación de Malfoy.

 

El transcurso de los hechos acontecidos ese día había sido bastante extraño. Para empezar, como Harry había decidido establecer una marcada separación entre sus dos personalidades, en lugar de bajar directamente a los aposentos de Severus, decidió aparecerse en su casa de Hogsmeade, lanzar el glamour sobre su rostro y cambiar su uniforme por una camisa azul marino y unos pantalones vaqueros ajustados, junto con una túnica del mismo tono que la camisa. Cuando terminó, regresó a Hogwarts.

 

Cuando entró en el castillo, se dirigió apresuradamente a las mazmorras, y llamó a la puerta de Snape, quien lo invitó a entrar inmediatamente. A pesar de estar familiarizado con la escuela, no tuvo que fingir curiosidad al ingresar en los aposentos del ojinegro, ya que jamás había pisado ese lugar. Snape sonrió complacido por su llegada y, en lugar de inclinarse para besarlo, acarició su brazo como saludo. Harry encontraba muy entrañable esa contención por parte del hombre, especialmente conociendo lo desenfrenado que podía llegar a ser Severus, algo que esperaba volver a comprobar más tarde.  

 

Cuando Severus lo había invitado a comer a sus aposentos, Harry mostró preocupación por si los elfos domésticos lo reconocían a través de su encantamiento, e incluso pensó ir a hablar con ellos primero, pero, cuando se apareció en la cocina descubrió que había un gran número de criaturas, y, dado que no estaba dispuesto a contarle su secreto a todos, y tampoco sabía si alguno de ellos era el responsable de servir a Severus, o lo hacían de manera arbitraria, cambió de opinión. En lugar de eso, decidió aceptar una taza de chocolate junto con un trozo de pastel y sentarse a charlar con Winky, quién le informó de que Dobby se encontraba lejos del castillo, cumpliendo una misión para el director. Harry pudo comprobar durante su conversación que la elfa se encontraba más animada que en su última visita y que había superado su afición por beber más de lo debido, por lo que el chico encontró su compañía asombrosamente agradable e incluso encontró bastante útiles conocer sus diferentes puntos de vista sobre diversos asuntos para ver las cosas desde diferentes perspectivas y cuestionarse sus propias ideas.

 

Harry decidió visitar las cocinas más a menudo y valorar la contribución de los elfos, ya que, a pesar de poseer una magia tan poderosa (el ojiverde incluso podía notar cómo palpitaba el poder en la sala), eran menospreciados continuamente. A Harry le interesaba averiguar si estarían dispuestos a tener un papel activo en la guerra que se aproximaba o si, por el contrario, se mantendrían neutrales. 

 

De vuelta a los aposentos de Severus, Harry aprovechó para echar una ojeada mientras el hombre le servía una copa; la sala era más baja que la sala común de Gryffindor, con un techo abovedado y arcos de piedra formados por cálidos ladrillos dorados. Las paredes estaban recubiertas por estanterías repletas de libros, aportando viveza a la habitación, y en una de las esquinas de la sala se encontraba situado un gran escritorio, cubierto de multitud de pergaminos, entre los que Harry supuso que se encontrarían las redacciones y ensayos entregadas por los alumnos. La luz era tenue, y provenía de velas colocadas en las paredes, así como de las llamas que titilaban en la chimenea, dando una visión acogedora al lugar. Frente al fuego había un pequeño sofá y un sillón, con aspecto de haber sido muy usados, aunque se encontraban en perfecto estado. Sobre la repisa de la chimenea se encontraba un cuadro pintado al óleo, que representaba un paisaje nevado; cuando Harry se acercó a mirarlo, se encontró con un sobre dirigido a “Severus y Alex” apoyado contra un candelabro. El chico no pudo evitar cogerlo y leer su contenido, mirando fijamente a Severus cuando acabó.

 

—Ha llegado esta mañana. Enviaré nuestras disculpas —explicó Snape, acercando una copa de vino tinto a Harry, quien la aceptó de manera automática y dio un sorbo.

 

—¿Por qué no puedes ir? ¿Estás ocupado? 

 

El ojinegro le dirigió una mirada que no supo interpretar.

 

—Lo mejor es que no te involucres con Malfoy. Sea cual sea la misión que cumples para la Orden, tienes que saber que él solo te traerá problemas.

 

—¡Exacto! —exclamó Harry—. Por eso es mejor que lo vigilemos de cerca. Además, también podemos encontrar otros contactos útiles entre los invitados. 

 

—No eres consciente del peligro… —comenzó Snape, siendo interrumpido por el joven.

 

—No, eres tú el que no entiendes que no estás solo.

 

El pocionista le dirigió una mirada furiosa, y Harry puso una mano sobre su pecho, intentando calmarlo. 

 

—Me refiero a que, si queremos ganar esta guerra, necesitamos realizar un trabajo en conjunto. Tiene que haber muchas personas haciendo pequeñas tareas, no dos o tres con toda la carga sobre sus hombros. Para eso existe la Orden, ¿no? Y ahora tenemos una oportunidad para…

 

—Puedo lidiar con Malfoy… —interrumpió Snape.

 

—No me cabe la menor duda, pero habrá más personas allí, y seguro que organizará más eventos en el futuro. ¿No piensas que es mejor que nos infiltremos dos de nosotros en lugar de uno? —preguntó Harry, sin esperar respuesta y decidiendo cambiar rápidamente de táctica—. ¿Crees que todos los que asistan serán mortífagos? 

 

El chico dejó caer la mano que estaba colocada sobre el pecho del pocionista, pero el ojinegro no se alejó. 

 

—No. Probablemente todos sean simpatizantes del Señor Oscuro, pero Lucius conoce a muchas personas poderosas que prefieren mantenerse apartados, ya que tienen mucho que perder y prefieren ser cautelosos. A Malfoy le gusta rodearse de ellos por si en algún momento necesita contactos que puedan atestiguar que su comportamiento ha sido perfectamente apropiado.

 

—Entonces nuestra asistencia no supondrá un gran peligro, ¿no?

 

Severus hizo girar el vino que llenaba su copa, y tras inhalar levemente su aroma, dio un pequeño sorbo. 

 

—¿Qué pasa? —cuestionó Harry, notando la expresión extraña instaurada en el rostro del mayor.

 

—Prefería mantener nuestra relación lejos de todo eso —comentó Snape en un susurro.

 

El ojiverde sintió cómo una cálida oleada de emoción recorría su cuerpo, y, dando un paso adelante, apoyó su cabeza contra el pecho de Severus. El hombre permaneció inmóvil, pero no lo rechazó. Harry alzó la cabeza, acariciando con sus labios el mentón del ojinegro.

 

—Mmmm… Recién afeitado —murmuró, pegando su cuerpo aún más al del mayor y notando como la respiración de éste se volvía entrecortada.

 

Severus se retiró rápidamente, pero antes de que Harry pudiera emitir una queja por el repentino abandono, el ojinegro soltó su copa, agarrando la del joven para hacer lo mismo, y lanzó al Gryffindor contra sus brazos, comenzando a besarlo ferozmente. 

 

Harry se sentía al borde del desmayo. Rodeó con sus brazos el cuello de Severus, aunque rápidamente los bajó, procediendo a sacar la camisa del hombre de los pantalones, acariciando instantáneamente la espalda de Snape, ansiando tocar su piel y deslizar sus dedos sobre los tensos músculos y las protuberancias a lo largo de la columna del ojinegro. Su entrepierna se clavó contra la del mayor de forma inconsciente, lo que provocó que Severus abandonara su boca y mordiera con fuerza el labio inferior del joven. El dolor repentino, junto con el olor a sangre y el agarre feroz del hombre solo consiguió que la dura polla de Harry se llenara aún más.  

 

—¡Dios! —exclamó el joven, mientras Severus lamía la sangre de forma tosca y descendía su boca por el cuello de Harry hasta llegar a la unión con el hombro, donde dio un fuerte mordisco. Si veinte minutos antes le hubieran preguntado al chico si pensaba que morder era algo erótico, no se habría mostrado muy convencido, pero en ese instante lo único que podía hacer era gemir, abrumado por la intensidad de su excitación—: ¡Dios, Severus, para de hacer eso o me correré!  

 

Snape rugió y se apartó, sacando la camisa del joven de sus pantalones y desabotonándola bruscamente, arrancando algunos botones, para después inclinarse sobre el chico y morder con fuerza uno de sus pezones, al mismo tiempo que pellizcaba el otro. Harry gritó y se corrió, convulsionando levemente mientras el ojinegro lo calmaba con suaves lamidas.  

 

Harry notó cómo del rabillo de sus ojos habían brotado algunas lágrimas.  Se sentía conmocionado, saciado y un poco tembloroso. 

 

Snape lo abrazó con fuerza y besó su boca suavemente. 

 

—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Harry con voz ronca. 

 

—Se le suele llamar orgasmo, Sr. Johnson —murmuró Snape, con su característica voz profunda, provocando para asombro de Harry que su polla se moviera con renovado interés dentro de su húmeda ropa interior—. También conocido como corrida, le petit mort * , eyaculación... 

 

—Sí, sí, lo sé —resopló Harry, retrocediendo un poco para mirar al hombre a los ojos—. Dios, necesito sentarme. Mis piernas ahora mismo son como de gelatina. 

 

Snape rio y condujo a su acompañante en dirección al sofá. Una vez sentado, la mirada de Harry se posó sobre la erección que se intuía en el interior de los pantalones de Snape, mientras se relamía los labios. Severus rio de nuevo ante ese gesto y negó con la cabeza. 

 

—Más tarde.

 

—¿Por qué no ahora? —inquirió el joven, ascendiendo su mano por el muslo del ojinegro. 

 

El profesor lo detuvo instantes antes de llegar a su entrepierna.

 

—A no ser que no te importe tener audiencia, creo que lo mejor será que esperemos. Los elfos domésticos están a punto de traer la cena y me temó que Albus me pidió permiso para acompañarnos. 

 

—¿Albus? ¿Por qué?

 

—No me lo ha dicho. Cuando le mencioné que no acudiría esta noche al Gran Comedor porque te había invitado a cenar me pidió unirse a nosotros. Espero que no te importe. 

 

—Oh, qué emoción —respondió Harry con cierta tristeza.

 

—¡Fantástico! —exclamó el director, atravesando el fuego. 

 

Harry lanzó el hechizo de limpieza más rápido de su vida y, sonrojado, se levantó para saludar al anciano, extendiendo su mano. Severus se había puesto de pie rápidamente y en ese momento estaba colocándose una túnica que había dejado doblada sobre el respaldo de una silla, dándoles la espalda a ambos. Los labios de Harry se crisparon, conteniendo una risa. 

 

>>Me alegra que me hayas invitado, Severus —saludó Dumbledore sonriendo, entregando una botella al pocionista.

 

—Gracias, Albus —respondió Snape sorprendido.

 

El director se agachó, momento que Severus y Harry aprovecharon para mirarse con diversión, pero la expresión del joven rápidamente se convirtió en una de espanto cuando el anciano le entregó un botón. El chico deseó que la tierra se lo tragara cuando recordó su camisa aún desabrochada y hecha jirones; lo solucionó con un rápido hechizo, pero su cara estaba tan roja como el cabello de su amigo Ron. 

 

De pronto, se oyó el ruido de los elfos domésticos al aparecerse, y Snape condujo a ambos hombres hacia su pequeña cocina-comedor sin que el director mencionara ninguna palabra sobre lo ocurrido, para alivio de Harry. 



 

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La mayor parte de la cena transcurrió entre conversaciones inconexas. Harry apenas podía saborear la comida, pero cuando apareció el postre, sus ojos se iluminaron y se le hizo la boca agua. 

 

—Entonces, ¿habéis congeniado, muchachos? —preguntó Dumbledore cuando Harry acababa de introducir una cucharada de mousse de chocolate en su boca. 

 

El chico se atragantó y comenzó a toser, pero declinó la oferta del director cuando éste se ofreció a golpearle la espalda para ayudarlo, lanzando una breve mirada a Severus, quien ya estaba respondiendo a la pregunta.

 

—Quiere acompañarme a la casa de Lucius Malfoy.

 

Bien, buena táctica , pensó el Gryffindor. 

 

Albus miró a Harry.

 

—Estoy seguro de que los encantos de la Mansión Malfoy son un buen aliciente, pero, ¿existe otra razón por la que quieras hacer esa visita?

 

El joven bufó.

 

—Podría vivir sin conocer los encantos de la Mansión Malfoy, pero es una oportunidad de obtener información, y Severus me ha dicho que es poco probable que sea una reunión de mortífagos. 

 

Se preguntaba qué pensaría Dumbledore acerca de su plan; no había tenido intención de contarle sus intenciones, al menos hasta que ya lo hubiera hecho. Dumbledore sabía quién era y lo que era, a diferencia de Severus; quizá el hombre podría mostrarse en desacuerdo con que el Chico-que-Vivió se metiera en la casa de un mortífago, pero, ¿creería que un hechicero sería incapaz de cuidar de sí mismo?

 

—¿Qué tipo de información esperas obtener, si se diera el caso? —preguntó Albus.

 

—Bueno, me he basado en unas ideas que me ha dado un amigo —respondió el Gryffindor, pensando en la sorprendente tarea de investigación que estaba realizando Ron por gusto. 

 

Harry expuso su plan, y tanto Dumbledore como Snape se mostraron bastante impresionados, aunque estuvieron de acuerdo en que valía la pena intentarlo. 

 

La conversación continuó por distintos derroteros, hasta que Albus preguntó a Alex si le gustaba Hogsmeade, lo que derivó en una explicación sobre la localización de su casa y, en consecuencia, sobre su descuidada huerta. Para asombro de Harry, cuando mencionó en broma que necesitaría contratar a alguien para que la arreglara un poco, Snape (¡Snape!) le recomendó a Neville Longbottom, ya que ese mismo día Madame Sprout había estado alabando sus habilidades en la sala de profesores. Dumbledore, quien había parpadeado varias veces con evidente sorpresa, se mostró de acuerdo con la idea y comentó que el Sr. Longbottom no encontraría ninguna objeción por su parte si deseaba trabajar fuera del castillo.  

 

La conversación no se alargó mucho tiempo más, y, tras la partida de Dumbledore (quien había dirigido una mirada severa a Harry, que, aunque el joven no supo muy bien identificar, supuso que era una advertencia de que evitara hacer daño a Severus), Harry y Snape se sentaron juntos de nuevo frente a la chimenea, con la cabeza del Gryffindor sobre el hombro del mayor, y el brazo del ojinegro rodeando al joven. Harry se sentía muy cómodo y relajado en esa postura, así como afortunado. Se inclinó sobre Snape para soltar su taza de café sobre la mesa colocada en uno de los laterales del sofá, quedando tendido sobre el ojinegro, notando el movimiento de los músculos del hombre bajo él. Sus rostros estaban muy cercanos, y Harry acarició suavemente con una de sus manos el mentón del mayor. Los oscuros ojos de Snape se clavaron fijamente en los suyos, incitándolo, y, mientras descendía su cabeza para alcanzar los labios del hombre, podía sentir la tensión acumulada entre ambos. Cuando estaba a punto de atrapar la boca de Severus con sus labios, un fuerte golpe en la puerta los interrumpió. 

 

—¡Joder! —murmuró Snape.

 

Harry se separó del ojinegro. 

 

—¿Es un estudiante? ¿Se irá pronto?

 

El pocionista miró hacia lo que Harry había pensado al principio que era un espejo, colgado en uno de los laterales de la puerta. El artefacto comenzó a mostrar parte del pasillo que se encontraba fuera de las habitaciones y al joven que estaba llamando en ese instante. Era Draco Malfoy.

 

—Tengo que atenderlo —explicó Snape, levantándose del sofá—. El señor Malfoy tiene guardia esta noche. No me molestaría a menos que haya ocurrido algo urgente. 

 

Harry asintió, poniéndose de pie también. 

 

—¿Quieres que te espere en la cocina?

 

Severus reflexionó por unos instantes.

 

—Si no tienes ninguna objeción, no me importaría que te quedaras. El señor Malfoy es el hijo de Lucius, y no supondrá ningún problema que le cuente a su padre que te conoció aquí. 

 

Harry asintió.

 

—No importa, puedo marcharme si es un asunto privado.

 

—Gracias. Lo siento...

 

—No pasa nada —interrumpió el joven, acariciando brevemente el brazo del pocionista antes de que éste se dirigiera hacia la puerta y abriera.

 

—Profesor, lamento molestarlo...

 

—Entre, Sr. Malfoy —respondió el ojinegro. 

 

Draco obedeció inmediatamente, pero se detuvo bruscamente al darse cuenta de que había otro hombre en la habitación. 

 

—Si es un asunto privado me marcho —terció Harry.

 

—Eh... ¡no! —respondió el rubio con dificultad y menos frialdad de la habitual, mientras sus ojos recorrían la habitación, fijándose en la luz tenue, las tazas y las copas, y la vestimenta informal de ambos hombres; la túnica de Snape ni siquiera estaba abrochada, y su camisa tenía los botones superiores abiertos, dejando incluso parte de su vello al descubierto—. No es privado... y lamento mucho la interrupción —añadió, alternando su mirada entre su Jefe de Casa y el hombre desconocido, con un tenue rubor comenzando a cubrir sus pálidas mejillas—. Daventry ha tenido un pequeño accidente. Lo he llevado a la enfermería, pero Madame Pomfrey dice que hay que ponerse en contacto con sus padres, y...

 

—Has hecho bien en venir aquí, Draco —lo interrumpió Snape, asintiendo y girándose hacia Harry.

 

—Me voy —dijo el Gryffindor, caminando hacia la puerta—. ¿Te veré el fin de semana?

 

—Sin duda —respondió el ojinegro, con un tono cálido y profundo que Draco nunca había oído emitir al hombre, y que provocó escalofríos a lo largo de su columna vertebral. 

 

Harry le tendió una mano al rubio antes de abandonar la habitación.

 

—Encantado de conocerle, Sr. Malfoy. Hace poco conocí a su padre. 

 

Mientras Draco estrechaba la mano ofrecida, Snape hizo brevemente las presentaciones, y, una vez finalizadas, Harry se marchó con una sonrisa. 

 

Severus escuchó los detalles del accidente de su alumno, agradeció a Draco y decidió ir a la enfermería a ver al niño antes de contactar a sus padres, ya que parecía un asunto serio pero que no amenazaba a su vida. Parecía que iba a ser una noche ajetreada. 



 

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Draco regresó a su sala común, notando como sus niveles de adrenalina descendían paulatinamente. Esa noche había tenido que enfrentarse a un grave accidente, intentar que los miembros de su Casa no entraran en pánico y además había confirmado que el Jefe de Slytherin era gay. Bueno, en realidad el hombre que lo acompañaba en sus habitaciones podía ser solo un amigo, pero la calidez entre los dos y el ambiente de comodidad e intimidad lo hacían dudar. 

 

A pesar de que había escuchado a su padre hablar sobre las preferencias de Snape por su propio sexo, nunca lo había visto con otro hombre. Tampoco lo había visto nunca comportarse de otra forma que no fuera con severidad; incluso cuando hablaba con los alumnos pertenecientes a su Casa, su postura y ademanes siempre eran rígidos y carentes de emoción. Incluso en las clases de Potter, donde el profesor se convertía en un alumno al igual que ellos, seguía siendo frío. Verlo completamente relajado con alguien... no es que fuera extraño que los profesores tuvieran vidas privadas, todos debían tenerlas, pero Draco no podía evitar mostrarse asombrado con la de Snape. 

 

Lo que había visto en las habitaciones del profesor era la clase de cotilleo que uno se moría por compartir con alguien, pero decidió no hacerlo por dos motivos fundamentalmente: no se le pasaba por la cabeza ninguna persona a la que le apeteciera contárselo, y creía que su relación con su Jefe de Casa podía mejorar si le demostraba que era capaz de guardar para sí los asuntos privados. 

 

No sabía qué pensar de Severus Snape. Ni tampoco de Harry Potter. 

 

Potter había sido su archienemigo durante 6 años, y, sin embargo, le estaba ofreciendo ayuda. Y a Snape también. ¿Acaso no sabía que el pocionista era un mortífago? Incluso si pensaba que ya no lo era (Draco tampoco lo sabía ya con seguridad), debía saber que lo había sido en el pasado y que todavía portaba la Marca Tenebrosa, por lo que Voldemort podía convocarlo en cualquier momento; había visto a su padre ser convocado en numerosas ocasiones, por lo que había podido distinguir varias veces la leve sacudida de Snape al notar su Marca arder. 

 

¿A qué estaba jugando Potter? ¿Realmente era tan ingenuo como para creer que ambos lo apoyarían cuando hubieran adquirido sus poderes por completo?

 

Por otro lado, tampoco estaba seguro de que las clases de Potter pudieran ser efectivas; ¿podía adquirir un mayor nivel de poderes? Sabía que era más poderoso que la mayoría de los magos, y además poseía riqueza, estatus e influencia. Pero, aún así, los poderes que Potter había mostrado el primer día se encontraban tan alejados de sus límites (y de los de cualquier persona conocida), que sería estúpido no explorar las posibilidades, y Draco Malfoy no era idiota. 

 

Tenía que admitir que las lecciones lo habían sorprendido de distintas formas. ¿Quién podría haber imaginado que Neville Longbottom no era un completo zopenco? Sabía que era uno de los alumnos favoritos de la profesora Sprout, pero nunca le había dado mucha importancia a la Herbología, ya que tenían a varios empleados en su mansión para ocuparse de esos trabajos de baja categoría. Pero Neville lo había asombrado al usar ese conocimiento para resolver un enigma; mientras él mismo se había visto paralizado por el terror que le provocaba el Bosque Prohibido, Longbottom había sido capaz de usar su habilidad para hacer deducciones y sacarlos a todos de allí. Por un momento se había preguntado si no habría sido todo una treta ideada por Longbottom y Potter para dejarlos mal a él y a Snape, pero lo había descartado inmediatamente; eso solo podría haber ocurrido si Potter no fuera tan Gryffindor. 

 

Además, si las personas que acudían a la clase de Potter eran realmente los más poderosos del lugar, le convenía relacionarse íntimamente con ellos. 

 

Asimismo, las lecciones habían resultado ser bastante interesantes; Potter poseía una verdadera habilidad para hacer reflexionar a la gente sobre el por qué, el cómo y el para qué.

 

Naturalmente, era uno de los mejores en todo lo que se daba en las clases, exceptuando Herbología y Pociones. Potter le había asignado como tarea explicar algunos principios básicos de pociones a McMillan ( Ernie ) y a él mismo, algo que parecía fácil, aunque fue bastante incómodo cuando tuvo que hacerlo en presencia de Snape (al pocionista lo había emparejado con Padma, y ambos debían lanzar algunos Encantamientos usando cada uno la varita del otro). Le había sorprendido la dificultad que suponía explicar a otra persona algo que entendía de forma innata. Había disfrutado bastante del desafío, aunque se había mostrado contrariado en múltiples ocasiones, ya que quería acudir a esas clases para aumentar sus poderes, no para convertirse en profesor particular para los demás.

 

Además, no veía avances en el empleo de magia sin varita. De hecho, si Potter no la usara todo el tiempo de manera inconsciente y sin apenas esfuerzo, como si fuera una extensión de sí mismo, habría tirado la toalla y no hubiera lo hubiera creído posible. Pero Potter era la prueba viviente de que era factible, y si ese idiota mestizo lo había conseguido no podía rendirse bajo ningún concepto. 



 

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La entrevista con Neville había sido bastante extraña. Su compañero había llegado a su casa de Hogsmeade tras enviarle una lechuza con una carta a nombre de “Alex Johnson”, en la cual le ofrecía trabajar en el mantenimiento de su huerta a cambio de un pequeño salario. 

 

Neville había llamado a la puerta de su casa en Hogsmeade y lo había mirado durante unos instantes en silencio cuando abrió. Harry lo invitó a pasar, pero su amigó se negó, pidiéndole que le mostrara el jardín, que se encontraba en la parte trasera de la casa. En otros tiempos, el lugar habría estado repleto de finas hierbas, pero en la actualidad se hallaba repleto de maleza, enredaderas y todo tipo de plantas invasoras conocidas por el hombre. Harry había realizado suficientes labores de jardinería con los Dursley como para saber las horas de trabajo que habría que dedicarle para que volviera a estar presentable. La única zona que se había molestado en arreglar era la situada al fondo, donde se encontraba el manzano del que había usado su madera para fabricar su nueva varita. 

 

Neville le había preguntado qué quería que hiciera en el lugar, y Harry había tenido que reflexionar durante unos instantes, ya que no había pensado en ello antes.  Tenía claro que no quería un jardín como el de los Dursley, tan elegante y arreglado hasta el punto de llegar a ser enfermizo. 

 

FLASHBACK

 

—Me gustaría que fuera un lugar cómodo para sentarme, donde pueda beber una taza de té y almorzar, o tomar una copa de vino por la noche —respondió Harry—.  Quiero que tenga muchos colores y olores, y algunas plantas que pueda usar para cocinar. Y que no tenga aspecto demasiado meticuloso; quiero que se vea arreglado pero natural, no sé si sabes a qué me refiero —añadió, mirando a su amigo, quién asintió en respuesta. Harry se sintió mal por ocultarle su verdadera identidad, pero jamás se le hubiera ocurrido pedírselo de otra forma, ya que temía que Neville sintiera algún tipo de obligación por su amistad o por las clases adicionales si hubiera revelado su secreto, y Harry no quería que eso ocurriera—. Preferiría que no tocaras las plantas que se encuentran bajo el manzano. Se llena de flores silvestres en primavera, y me parece algo mágico —agregó, en tono de disculpa. 

 

—Entendido —respondió Neville—. ¿Quieres que siembre plantas en otras zonas? Cuando logre eliminar toda la maleza, quedará bastante hueco libre. ¿Te gustaría que plantara algo en concreto?

 

—Eh... no sé. Quizá te gustaría encargarte de eso. Si piensas sembrar algo demasiado caro, me gustaría que me lo consultaras primero. ¿Quieres que te dé dinero por adelantado para comprar cosas?

 

Neville soltó una carcajada.

 

—Voy a intentar cultivar a partir de esquejes y semillas, así que no tienes que preocuparte por el dinero. ¿Te parece bien?

 

—¡Sí, fantástico! Pero tengo que pagarte por tu tiempo, además de por tu trabajo.

 

Ambos acordaron un salario e hicieron el trato. 

 

FIN DEL FLASHBACK

 

Desde ese día, Neville había estado yendo dos veces por semana al lugar, y Harry ya podía notar la mejora. 



 

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Un miércoles, Snape llegó más temprano de lo habitual a la casa de Hogsmeade, encontrándose con Neville, quien aún no se había marchado.

 

—Señor Longbottom —saludó cordialmente.

 

El Gryffindor, que estaba separando un rosal que había quedado enterrado bajo la maleza, se pinchó el dedo por la sorpresa, y sacudió su mano adolorida. 

 

—¡Profesor! —exclamó Neville, lamiendo brevemente la sangre de su dedo—. ¿Me estaba buscando, señor? ¿Hay alguna emergencia? —cuestionó con preocupación.

 

El hombre resopló, y el joven pudo ver cómo los labios de Snape se curvaban con peculiar diversión. 

 

Mientras intentaba averiguar el porqué de la expresión del ojinegro, la puerta se abrió, apareciendo por ella un Alex muy emocionado. 

 

—¡Sev! —lo llamó, sonriendo.

 

—Buenas tardes, Alex —respondió Snape, con tono grave y cálido—. Parece que el señor Longbottom ha encontrado algo de vida debajo de toda la maleza. 

 

Neville alternó su mirada de uno a otro, conmocionado.

 

>>Cierre la boca, Sr. Longbottom —añadió Snape, arrastrando las palabras—. Tiene la lengua de color púrpura. Supongo que ha estado probando alguna tontería de los Weasley.

 

Neville cerró la boca de golpe, pero se las arregló para replicar.

 

—En realidad han sido caramelos de Honeydukes.  

 

—Perdone mi confusión —respondió Snape con aire burlón—. No soy capaz de encontrar la diferencia, de todas formas. 

 

Harry rio y golpeó suavemente el brazo del ojinegro. 

 

—¡No seas tan antipático, Severus! Al fin y al cabo, fuiste tu quién me recomendó a Neville. 

 

Los ojos del chico casi se salieron de sus órbitas al ver la familiaridad con la que trataba Alex a Snape y al oír el comentario del joven.

 

—¿Usted me recomendó? —graznó.

 

—Oí a la Profesora Sprout mencionar que era pasable en Herbología —respondió Snape con indiferencia, sacudiendo una mota de polvo de su manga—. Y pensé que aquí no podría arruinar demasiado.

 

—¡Oye! ¡El jardín está quedando magnífico! —objetó Harry, con una amplia sonrisa.

 

—Por supuesto. Sr. Longbottom, veo que tiene mucho trabajo por delante, así que lo dejaremos tranquilo —se despidió mientras se dirigía hacia el interior de la casa. 

 

—Nos marcharemos en un minuto —explicó Harry a Neville—. Voy a reajustar las barreras para que te reconozcan y puedas traspasarlas sin problema. Siéntete libre de servirte una cerveza de mantequilla de la nevera. 

 

—Gracias —respondió su amigo, aún conmocionado—. ¿Sois...? Eh... lo siento, no es de mi incumbencia —se interrumpió, con un leve sonrojo.

 

—Lo somos —afirmó Harry, esperando que a Severus no le importara que Neville se enterara de que le gustaban los hombres. ¿Por qué tendría que molestarle? 

 

—Está bien —murmuró Neville, dirigiendo su mirada de nuevo hacia el rosal—. Que lo paséis bien, entonces. ¿Vais a algún lugar interesante?

 

Harry tuvo que aguantarse la risa al darse cuenta de los intentos de su amigo por mantener un tono sereno.

 

—Al cine. Nos encanta ver películas. 

 

—Alex —interrumpió Snape, llamando al joven desde la puerta.

 

Harry sonrió a Neville en forma de despedida y siguió al ojinegro al interior de la vivienda, cerrando la puerta tras él. Snape lo empujó inmediatamente contra la encimera de la cocina, besándolo apasionadamente, antes de comenzar a mordisquear el lóbulo de su oreja.

 

—¿Te gusta? —gruñó en el oído del menor.

 

—¿Qué? —respondió Harry, con la mente completamente en blanco, abrumado por el aroma a limón y salvia que desprendía Snape, y por el cálido aliento rozando su piel. Se estremeció al notar el firme cuerpo del mayor aplastándolo, y sintió como su sangre se agolpaba en su entrepierna.

 

—Longbottom. ¿Te parece atractivo? Tan atractivo y sudoroso...

 

—¡¿Neville?! —exclamó Harry con incredulidad, al comprender al fin lo que quería decir Severus—. ¿Qué si me gusta Neville? ¿Te has vuelto loco? ¡Espera! ¿Y a ti?

 

—¡Claro que no! Es solo un niño —se burló Snape, lamiendo el cuello del joven—. Pero has estado pasando mucho tiempo con él, y puedo ver que tiene ciertos atributos...

 

—¡Ni hablar! —respondió Harry riendo, ante la idea de que pudiera gustarle su amigo. Además, había estado seis años durmiendo en el mismo dormitorio que Neville y nunca había notado que el chico mostrara ningún tipo de interés sexual por su mismo género. De repente, se le pasó por la cabeza la idea de que quizá la animosidad entre Snape y su amigo pudiera deberse a una atracción encubierta, y no le gustó nada ese pensamiento, por lo que se apartó del ojinegro, colocando las palmas de sus manos contra el pecho del mayor.  

 

—¡Espera! ¿Lo encuentras atractivo? —increpó.

 

—Tengo ojos, Alex. Es un joven que está en forma, con buenos músculos, un rostro bonito...

 

—¿Y eso te gusta?

 

—Puedo ver su potencial, pero personalmente no me atrae. Es mi alumno...

 

—Eso no tiene nada que ver...

 

—Claro que tiene que ver. Jamás he pensado en mis alumnos en términos sexuales. No es apropiado. 

 

—Acabas de pensar en él en términos sexuales —señaló Harry con brusquedad.

 

Snape lo miró fijamente.

 

—¿Estás celoso?

 

El joven abrió la boca, dispuesto a negarlo, pero cambió de opinión.

 

—Sí. ¿Tengo motivos para estarlo?

 

El pocionista soltó una carcajada y lo abrazó con fuerza, besándolo hasta dejarlo sin aliento. 

 

—Claro que no —susurró contra los labios de Harry—. Contigo me basta. Y si alguna vez tuviera que considerar a algún estudiante como posible conquista, lo cual no haré jamás, no sería el Sr. Longbottom.

 

Snape se arrepintió de su última oración en cuanto la dijo, ya que una imagen repentina de Harry Potter se instauró en su cerebro. Alex tenía razón; había pensado en un alumno en términos sexuales. Con solo recordar sus gestos, el movimiento de sus músculos, su actitud... ¡No! ¡Tengo que dejar de pensar en el maldito chico! Se alegró de haber encontrado a Alex; si su libido iba a dispararse ese año, le gustaba contar con una salida satisfactoria. Y el joven también parecía disfrutarlo. Abrazó con más fuerza a Alex, comenzando a frotarse contra él; el menor gimió, empujándose contra su cuerpo. 

 

—Tenemos que irnos —dijo Harry con pesar.

 

—Mmm... Quizá esta noche pueda quedarme hasta tarde —sugirió Snape, mordisqueando la mandíbula del joven. 

 

—¡Gracias a Merlín! —gimió Harry—. Lo haces a propósito, ¿no? Sabes que ahora voy a estar medio duro toda la noche.

 

—¿Solo medio duro? Debo estar perdiendo mi toque —respondió Snape, con voz profunda, mientras sus dedos recorrían la polla de Harry cubierta por el pantalón.

 

—¡Bastardo! —exclamó el Gryffindor, derritiéndose ante el toque. 

 

Snape se apartó.

 

—En efecto —contestó el ojinegro sonriendo—. ¿Nos vamos?



 

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Esa misma noche, cuando regresó a su cama de Hogwarts completamente saciado, Harry evitó pensar en la reacción de Severus cuando descubriera que había estado saliendo con uno de sus alumnos después de todo. 



 

 

 

 

*Aparece así en el original. La “pequeña muerte” es un término en francés para llamar al estado de consciencia justo después del orgasmo, aunque el término en francés es “la petite mort”, imagino que será un fallo del autor. 

Chapter 9: Una noche en la Mansión Malfoy

Chapter Text

Harry recorría con sus dedos distraídamente el tallo de su copa de vino, admirando el reflejo de la tenue luz del candelabro sobre el vidrio; las suaves llamas lograban que el líquido color rubí centelleara, dándole un aspecto brillante. El joven alzó la mirada y observó a las personas que se encontraban sentadas a su alrededor.

 

A su derecha, presidiendo la mesa, estaba Lucius Malfoy, mientras a su izquierda se sentaba un hombre apellidado Smethlewick. Al lado de este último se encontraba un nombre cuyo nombre era incapaz de recordar. En el asiento opuesto a Malfoy se hallaba emplazado Aramis Purefoy, un tipo bastante apuesto, con una melena de color dorado que hacía juego con sus ojos, del mismo tono. A pesar de su belleza, el bigote y la perilla que ocupaban su cara le daban una apariencia leonina que, en opinión de Harry, empeoraban su aspecto.  

 

Justo al lado de Purefoy, en el asiento más alejado del suyo, se encontraba Severus, vestido con una túnica de suave terciopelo verde botella. La lujosa tela lograba compensar la sencillez de diseño de su atuendo, dotando al hombre de un encanto que maravilló al chico.

 

Los dos últimos asistentes a la reunión eran Felix Catismore, sentado junto a Snape, y Haydn Fell, situado entre Catismore y Malfoy, quedando en frente de Harry. Haydn Fell era un hombre bastante delgado, con porte altivo y una túnica negra de corte impecable; a pesar de sus múltiples intentos por monopolizar la atención del anfitrión, no logró tener éxito, ya que Lucius había aprovechado para coquetear descaradamente con Harry durante toda la cena.

 

La comida había resultado ser una delicia, como no podía ser de otra forma. El lugar desprendía categoría por todos sus rincones, y Harry no pudo evitar sentirse como si estuviera en una de esas casas de la “National Trust” * que había podido ojear en algunos de los suplementos que incluían los periódicos del domingo que compraban los Dursley. En la sala incluso había eco, y cada uno de los asistentes a la reunión contaba con un sirviente situado tras su asiento para satisfacer todos sus caprichos; Harry pensaba que esto era algo bastante exagerado, pero al percatarse de que nadie mencionó ni una sola palabra sobre el tema, asumió que era algo normal en chez ** Malfoy.

 

A pesar de carecer de todos esos lujos, prefería mil veces un almuerzo en la Madriguera.

 

Mientras Fell intentaba una vez más captar la atención de Lucius, Harry se giró para hablar con Smethlewick. Mientras conversaba despreocupadamente con el hombre, sus ojos se desviaron en dirección a Severus, quien lo estaba observando fijamente por encima de su copa. No creerá que estoy disfrutando de las atenciones de Malfoy, ¿no?, se preguntó el joven con preocupación. De pronto, vio como la mirada del ojinegro se dirigía hacia sus dedos, que permanecían sobre el tallo de su copa, y se le ocurrió una idea; lanzó un hechizo sin varita, y, mientras cuestionaba a Smethlewick sobre su opinión del último partido de los Puddlemere contra los Cannons, no cesaba de mirar a Severus por el rabillo del ojo. El Gryffindor observó con diversión cómo su amante llevaba su copa a los labios con una mano temblorosa y trataba de disimular los efectos del encantamiento mientras continuaba su conversación con Catismore.

 

Unos instantes más tarde, Harry movió su mano de nuevo, logrando un estremecimiento de Snape, que miró al joven desde su asiento. El chico deslizó suavemente sus dedos sobre el tallo de su copa, mientras con la otra mano agarraba su cuchara e introducía un poco de trifle *** en su boca, lamiendo con presteza el cubierto.

 

—¡Severus! —exclamó Lucius, regresando a ambos de vuelta a la realidad—. Sé que Alex es un joven muy apuesto, pero intenta contenerte. ¡Parece que te hubieran hechizado!

 

Hubo un coro de risas alrededor de la mesa.

 

—¡Oh, lo está! —respondió Alex riendo entre dientes—. Literalmente. He estado probando algo con él, no puedes culparlo por estar distraído.

 

Severus, quién se encontraba recostado sobre su asiento, frunció levemente el ceño, logrando que Harry comenzara a lamentarse de su chiquillada.

 

—Creía que solo los niños que iban a la escuela encontraban provocadores los juegos eróticos con copas de vino, Severus —comentó Lucius con condescendencia, provocando que la culpabilidad del Gryffindor se acentuara.

 

Mmm, pensó el joven, tengo que ser más precavido con Malfoy, es más observador de lo que pensaba. Por una vez agradeció que el rubio lo encontrara atractivo; quizá podía emplear ese conocimiento a su favor.

 

—Bueno, no era eso precisamente lo que estaba haciendo —objetó Harry con una sonrisa.

 

—Alex... —lo interrumpió el ojinegro con tono de advertencia.

 

El chico miró a su amante.

 

—¿Crees que les gustaría probar, Severus? —preguntó, alzando las cejas.

 

Tras unos instantes de reflexión, el profesor soltó una risa suave.

 

—Como quieras.

 

—Aunque quizá algunos de vosotros, caballeros, al ser heterosexuales, no se muestren de acuerdo con que lo haga —murmuró Harry.

 

Se podía notar la lucha entre la reserva y la enorme curiosidad de la mayoría de los asistentes a la reunión.

 

—No creo que nada de lo que puedas hacer en una mesa pueda cambiar la orientación sexual de nadie, Alex —respondió Lucius con una sonrisa.

 

Hubo otro coro de risas mostrando acuerdo ante la afirmación del rubio.

 

Harry sacó su varita ante la aprobación general y miró a Malfoy, ya que no creía que fuera muy respetuoso usarla sin pedir permiso al anfitrión. Tras el asentimiento del rubio, el joven realizó varios movimientos con su varita, mientras murmuraba algunas palabras ininteligibles, fingiendo que estaba usando el instrumento; no pensaba demostrar que era capaz de hacer magia sin varita.

 

—No siento nada —reclamó Catismore.

 

—Lo notarás. Empieza a comer —respondió Harry.

 

Los hombres continuaron degustando sus postres, sintiéndose engañados, hasta que el chico agarró la cuchara y rozó su copa, instante en el que todos se removieron sobre su asiento. Harry decidió continuar burlándose un poco más de sus acompañantes, por lo que, mientras seguía comiendo con una mano, continuó deslizando los dedos de la otra con indiferencia por el tallo de la copa.

 

Smethlewick jadeó, y Harry continuó con su tarea, observando cómo los hombres no podían apartar la mirada de sus dedos, por lo que aprovechó para sostener la copa con mayor firmeza.

 

—¡Jodido Merlín! —exclamó Fell, sacudiéndose en su asiento.   

 

El joven terminó su postre y detuvo su movimiento, percibiendo cómo aumentaba la tensión en la mesa. Tras lamer lentamente la cuchara, miró a Malfoy.

 

—Esto está buenísimo.

 

Pero cuando el rubio abrió la boca para responder, Harry levantó la copa muy despacio, provocando que Malfoy enmudeciera. Puso sentir las respiraciones contenidas a lo largo de la mesa, y le entraron ganas de reír. Sus ojos se encontraron con los de Severus y, sonriendo, sostuvo la copa con mayor fuerza, notando cómo aumentaba de nuevo la tensión. Cuando solo faltaba un centímetro para que rozara sus labios, los abrió y humedeció con la punta de su lengua el superior, sintiendo todas las miradas sobre él; la tensión podía cortarse con un cuchillo.

 

>>Mejor no —dijo Harry, soltando la copa de nuevo sobre la mesa.

 

—¡Joder! —siseó Purefoy—. ¡A esto es lo que yo llamo una buena fiesta!

 

Esa exclamación rompió el hielo y arrancó una risa de todos los asistentes a la reunión, quienes reajustaron sus túnicas.

 

>>¿Cuánto tiempo te ha estado haciendo esto? —preguntó Purefoy a Snape—. ¡Tienes que tener los huevos de acero!

 

—Merece la pena tener un amante tan creativo —respondió el ojinegro con una sonrisa de satisfacción.

 

Harry movió su varita, fingiendo anular el hechizo con ella, y, cuando terminó, Lucius se giró hacia él, colocando su mano sobre la del joven.  

 

—Un hechizo muy bueno, Alex. Deberías permitirme que te devuelva el favor.

 

Harry abrió los ojos con sorpresa; el hombre ya había sobrepasado el límite del coqueteo y tenía que frenarlo como fuera.

 

—Una oferta muy grata, señor —respondió, usando el título formal para crear distancia entre ellos—, pero con Severus tengo más que suficiente, se lo aseguro.

 

El rubio se recostó sobre su asiento, sorbiendo su vino.

 

—Soy consciente de las habilidades de Severus.

 

Harry sintió cómo se le revolvía el estómago ante la afirmación de Malfoy, aunque no fue ninguna sorpresa, ya lo había intuido.

 

—Todos tenemos un pasado —objetó el chico con tono calmado, esperando no estar equivocado y que esa relación fuera inexistente en la actualidad. Imaginarse a Severus con Malfoy dolía, aunque la sensación no era del todo inesperada. En el fondo, siempre había sabido que lo que existía entre ellos iba más allá del sexo, y ante esa repentina revelación, el joven se detuvo a observar al ojinegro; contempló su fea nariz, la piel pálida, los anchos hombros, las estrechas caderas, y su cuerpo delgado, sin una sola gota de grasa, cubierto de firmes y tensos músculos. ¿Acaso se había enamorado del hombre? ¿Cómo? ¿Cuándo?

 

Severus le devolvió la mirada con ojos inquisitivos, y Harry lo tranquilizó sonriéndole a medias para después girarse hacia Lucius, quien había observado el pequeño intercambio.

 

—¿Celoso? —inquirió el rubio.

 

Harry notó cómo sus cejas se fruncían, por lo que se obligó a relajarse. Malfoy rio ante el gesto.

 

>>No tienes por qué estarlo —añadió Lucius con voz sedosa—. Mis gustos han evolucionado. Por muy bueno que sea en la cama, Severus sigue siendo un bastardo bastante feo. Un día te darás cuenta, Alex, de que puedes estar con alguien igual de hábil en las artes íntimas, pero con un rostro más atractivo que ver cuando despiertes por las mañanas. Cuando eso pase, mi querido Alex, tal vez pueda ayudarte.

 

Harry se acomodó sobre su silla.

 

—Otra oferta generosa —comenzó el joven con tono suave— de uno de los hombres más apuestos de nuestro mundo —añadió, observando la expresión de autosuficiencia de Malfoy mientras el chico examinaba sus rasgos con calma—. Pero me gusta ver la cara de Severus por las mañanas, Lucius —terminó con una sonrisa.

 

En los ojos de Malfoy se reflejó por unos instantes un destello de fastidio, pero enseguida soltó una carcajada.

 

—¡Bien! Parece que Severus tiene suerte de tener una pareja tan leal, me alegro por él.

 

Harry no podía creer semejante descaro por parte del hombre que había intentado por todos sus medios que alejara la atención de su amigo durante las últimas dos horas.

 

>>¡Vamos! —agregó Lucius, poniéndose de pie—. Continuemos la reunión en mi despacho.

 

 

 

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En el despacho había oporto y café, así como una ingente cantidad de pasteles y un montón de cartas sobre una mesa, ya preparadas para comenzar el juego.

 

Harry había preguntado a Severus antes de asistir a la reunión qué solían apostar los magos; había jugado en algunas ocasiones al póquer y juegos similares con sus amigos muggles durante los veranos y creía que podía defenderse, pero no pudo evitar preocuparse al imaginarse lo altas que serían las apuestas en esas fiestas de élite. Para su sorpresa, Severus le había explicado que para los magos sangre pura, la idea de jugar por dinero era indigna, y lo que hacían era registrar las puntuaciones en libros que guardaban generación tras generación.

 

A pesar de la tranquilidad que esa información proporcionó a Harry, el joven no tenía ganas de jugar, y aprovechó la oportunidad para librarse de la partida cuando vio que el hombre cuyo nombre no recordaba se servía un café y se sentaba en un sofá junto al fuego. Harry, tras prometer que jugaría una mano más tarde, agarró una taza y se sentó junto al hombre.

 

—Perdone —se disculpó Harry—, no escuché bien su nombre cuando nos presentaron.

 

—Sebastian Flight —respondió el hombre sonriendo—. Y usted es Alex, ¿no? ¿No le gusta el juego?

 

—No me apetece ahora mismo. Quizá me una más tarde. ¿Usted tampoco está interesado en las cartas?

 

—La verdad es que no. Me paso el día analizando cifras y resultados, y no me apetece hacerlo también por la noche, pero hoy tenía que reunirme con el Sr. Malfoy y me ofreció quedarme a cenar. Como hacía bastante tiempo que no veía a Catismore decidí aceptar.

 

—¿Qué clase de cifras analiza? ¿Es contable?

 

—Corredor de bolsa —respondió Sebastian con un mohín—. Me temo que eso suele matar las ganas de conversar.

 

—En absoluto —respondió Harry, mirando al hombre con renovado interés; podía serle de mucha utilidad—. Perdóneme, espero que no sea de mala educación hablar sobre negocios, pero estaría muy agradecido si pudiera recomendarme a alguien que me ayudara a expandir mis inversiones.

 

Sebastian Flight lo miró con curiosidad.

 

—La mayoría de la gente me pregunta sobre sus inversiones.

 

—Como si a un médico alguien le saca a relucir sus hemorroides en una reunión —comentó Harry sonriendo, logrando arrancar una risa de su acompañante—. Por favor, ignore mi pregunta. ¿Qué opina de que hayan elegido a Longsdale como buscador de Inglaterra?

 

El Sr. Flight tomó un pequeño sorbo de café y miró al joven sobre su taza.

 

—No es necesario cambiar de tema, ha conseguido despertar mi curiosidad. No quiere que actúe en su nombre, pero me pide que le recomiende a otra persona, ¿en qué área está pensando en invertir?

 

Harry se inclinó hacia delante con rostro serio.

 

—¡Oh, no era mi intención ser grosero! Simplemente no soy tan presuntuoso como para pedirle que me asesore o que actúe en mi nombre, ya que es el encargado de manejar los negocios del Sr. Malfoy. Por eso necesito a alguien que se ocupe de lo que por descontado son inversiones mucho más pequeñas.

 

—¿En qué ha estado invirtiendo hasta ahora?

 

—Oh, en casi nada. Solo en una pequeña empresa de la industria del entretenimiento. —Bueno, me parece un buen nombre para el negocio de los gemelos, pensó el joven—. También en una propiedad y en una empresa de construcción muggle. Me gustaría involucrarme en negocios mágicos, pero por lo que he podido observar, aquí no se hace tan abiertamente como en el mundo muggle.

 

—¿No tiene ningún reparo en invertir en negocios muggle? —inquirió Sebastian, dirigiendo un rápido vistazo a Lucius Malfoy.

 

—No tengo ningún reparo en permitir que los muggles ganen dinero para mí —respondió Harry con tono calmado, recostándose sobre el sofá.

 

Sebastian Flight rio entre dientes.

 

—Un punto muy interesante. ¿Cuánto le gustaría invertir?

 

—Bueno, eso depende —respondió el joven con cautela—. Me gustaría jugármelo todo a una carta, no sé si me entiende, especialmente con el… clima político actual. De momento me gustaría comenzar con cien mil galeones, aunque más tarde podría plantearme aumentar esa cantidad, por supuesto.

 

Harry se preguntó si el hombre mordería el anzuelo. Esperaba que sus padres lo perdonaran por gastar toda su herencia, pero creía fervientemente que debía emplear todo su dinero si con ello podía acabar con Voldemort de una vez por todas.

 

—Eso es bastante más de lo que se considera una pequeña inversión —respondió el hombre con cautela—. Y usted es obviamente un hombre sensato —continuó, mientras introducía su mano en el bolsillo y sacaba una tarjeta que ofreció al joven—. Ven a verme. Quizá pueda ayudarle.

 

 

 

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Harry se sentía satisfecho; Ron le había explicado que los muggles solían realizar grandes movimientos de sus inversiones poco tiempo antes de que se desarrollaran los principales conflictos armados, por lo que esperaba que al hacer él lo mismo pudiera poner sobre aviso a las personas adecuadas. Por descontado, sería más probable que lo tuvieran en cuenta si lo consideraban una persona influyente, y eso podía lograrlo gracias a la suma de la que disponía, su presencia en la mansión Malfoy y el interés del rubio por su persona. Ese era el tipo de ventaja que había esperado obtener y por la que había deseado acudir a aquella reunión.

 

El resto de la noche transcurrió en paz, con Malfoy coqueteando con él cada vez que surgía la ocasión. Por un momento se planteó si no serían imaginaciones suyas, pero su instinto le confirmaba que Malfoy se acostaría con él ante la menor oportunidad; podía ver la emoción de la persecución y el afán de conquista en sus ojos. Necesitaba continuar conservando el interés del rubio al mismo tiempo que le dejaba claro que Alex no pensaba deshacerse de Snape por el momento. Además, para ser honesto, se divertía con el tira y afloja existente en todas sus conversaciones. No podía evitar preguntarse por qué Lucius mostraba tanto interés por Alex; el glamour no era especialmente atractivo, ya que, después de todo, no quería llamar la atención.

 

Horas después, una vez finalizada la reunión, Harry se encontraba tumbado sobre su cama de Hogsmeade, sudando y jadeando contra el pecho de Severus, escuchando cómo el corazón de su amante volvía lentamente a latir con normalidad. Independientemente de su aspecto, el ojinegro le había demostrado de manera exhaustiva que lo encontraba deseable.

 

—Eres increíble —susurró el joven, rozando sus labios contra el pecho del mayor, probando el sabor salado producto de los esfuerzos realizados.

 

—No tengo la cara de Malfoy —respondió el pocionista, con cierta tensión en su voz.

 

Harry se enderezó para poder mirar a Snape a los ojos, mientras con sus manos acariciaba el fino cabello del hombre.

 

—No la tienes —se mostró de acuerdo el chico.

 

Severus lo miró, con la tensión creciendo por momentos, para, al final, estallar en una carcajada.

 

—Bastardo.

 

Harry le sonrió.

 

—Sabrías que estoy mintiendo si afirmara lo contrario. Tiene que ser uno de los hombres más guapos del planeta, pero no puedo dejar de percibir una inmensa crueldad bajo toda esa belleza etérea —comentó Harry con un estremecimiento.

 

Snape comenzó a acariciar lentamente su espalda.

 

—Estuviste coqueteando con él toda la noche.

 

—Le dije que me gusta ver tu cara por las mañanas.

 

Severus lo miró fijamente.

 

—¿Y es cierto?

 

—Pues claro, y eso sin mencionar tu pecho, y tus brazos, especialmente cuando me estás abrazando. Y qué decir de tu…

 

—¿También le mencionaste todas esas partes?

 

—No. Ya está familiarizado con todas esas partes, y no quería renovar su interés en ellas.

 

Severus se giró para quedar frente a frente con Harry.

 

—Fue hace mucho tiempo.

 

—¿Nunca te has sentido tentado a volver con él?

 

El ojinegro resopló.

 

—El sexo era bueno, pero Malfoy es incapaz de reconocer ninguna emoción. Bueno, quizá orgullo y rabia, pero nada de lo que alguien desee en la cama.

 

Harry sintió cómo un calor creciente inundaba su pecho y acarició la mano de Severus con suavidad.

 

—Lo que hay entre nosotros sí que te gusta, ¿no? —preguntó con voz calmada, evitando mirar a Snape a los ojos.

 

Severus sostuvo su barbilla y lo obligó a alzar la mirada, mientras acercaba lentamente su boca a la del joven, quién sintió cómo se quedaba sin respiración. Los labios de ojinegro rozaron los suyos de manera erótica.

 

—Claro que sí —respondió, besando a Harry, dejándolo sin aliento.

 

 

 

 

 

*La “National Trust” es una especie de fundación británica para conservar los monumentos y los lugares de interés del país.

 

** “Chez” en francés es literalmente “en casa de”.

 

*** El trifle es un postre típico en inglés.