Work Text:
Con tardes como esas, Leone no sabía lo que era tener buenos días. De hecho y para colmo, todos estaban en casa. Es decir, no tenía manera de escaparse de la mirada inquisitiva que podía caerle encima si se daban cuenta. Leone Abbacchio estaba convencido de que un día lo atraparían. Un día lo verían con los labios mordidos y la mirada puesta en la cintura de Giorno Giovanna.
Su intención era diferente a la que los demás podían pensar (hasta lo que él mismo pensaba) porque las pupilas se le iban a todas las partes del cuerpo. Era como si se hubiera interesado en todo lo que tenía consigo, como si pudiera ver con todo lo que cargaba. Apretó la quijada. Giorno Giovanna sabía llevar la elegancia, la vestía junto con la presunción de un pasado y un futuro igual de brillante que su mirada espesa. Quizás por eso lo detestaba tanto: Parecía que nunca hubiera perdido la dignidad.
Leone en cambio, conocía el sabor de la deshonra. Se vio a sí mismo otra vez con una botella vacía en la mano y la otra limpiándose las lágrimas,rodeado de basura, el cuerpo hecho un recuerdo de lo que había sido después de perder tantas cosas. Era una imagen que despreciaba. Al menos Bruno supo verle la desesperanza, al menos lo sacó de esa miseria.
Ese esa su punto. ¿De qué era digno él si no era de lo que los demás le daban? Leone bebió de su copa de vino. Jamás despreciaría el cariño que su Capo amablemente le entregó; pero si venía de alguien más entonces se mostraba reacio. No podía decir que Giorno Giovanna le había mostrado “cariño”, pero sí atención y eso era suficiente para tenerlo al borde de los nervios. No sabía cómo registrarlo. (Quizás nada más no podía hacerlo, quizás era tan poca cosa comparado con él que era mejor atribuirlo a la falta de sus capacidades) Era mejor tenerlo al márgen para no involucrarse a algo de lo que no podría salir nunca. Era riesgoso. Giorno tenía una presencia envolvente, intoxicante, como si la vida le debiera algo solo por existir.
Era casi como Bruno. No. ¿En qué estaba pensando? Qué ridiculez.
—Abbacchio.
Le llegó la voz de golpe, arrancándolo de la prisión de su cabeza. De pie a un lado de la silla, Giorno esperó su reconocimiento pero no le dio ese gusto. Escupió las palabras.
—¿Qué quieres?
—¿Podemos hablar?
Leone alzó una ceja. El resto de los miembros del equipo seguían hablando entre ellos y no les prestaron atención. Aún así, Leone no estaba cómodo con la idea de un Giorno insistente en platicar de lo que seguramente eran nimiedades. El rubio no hizo ninguna expresión con su rostro.
—¿Tiene que ser aquí?
—Puede ser en tu oficina.
Leone chasqueó los dientes, el muchacho tenía muchas agallas para siquiera sugerir un lugar que no le pertenecía.
—¿Es sobre alguna misión?
—No.
—Entonces no me importa.
Pero en lugar de marcharse, como lo harían todos, Giorno fue agachando el cuerpo. Leone lo miró de reojo, el traje abierto del pecho hizo un espacio en donde le podría notar el contorno de los pechos. Lo peor era que relajó la voz, extendió ese hilo de compasión que aprendió de Bruno. Leone se tensó.
—¿Podemos hablar, Abbacchio?
Dios no por favor, todo menos esos ojos.
La mejor idea era ignorarlo, pero mientras más lo hiciera más llamaría la atención de los demás. Tuvo que voltear, aunque con el ruego de que Giorno tuviera algo de sentido común para mantenerse alejado. No lo fue así. Le plantó los ojos con lo peor que podía darle: algo parecido a una lástima embustera, una tristeza enlazada con misericordia y amabilidad que de Giorno; se sintió como un golpe en el abdomen. Obligó a Leone a levantarse de la silla con la ira en la punta de los dientes.
—No. Me. Mires. Así.— Advirtió, cada letra pronunciada con el mismo calor sobre la lengua. Esperaba que el rubor debajo de las mejillas fuera molestia y no vergüenza. Que fuera todo menos eso. Que Giorno no lo note, por piedad.
—Lo lamento.— El rubio se enderezó sin cuestionar las reacciones de su superior. La voz no le cambió en tono y ayudó a que los pocos que notaron que la tensión se elevó de su lado de la sala, se disiparía pronto. Paciente y con la mente puesta en el instante, ladeó la cabeza. —Si no es un buen momento, supongo que puede esperar.
Leone se cruzó de brazos, ahora menos molesto que antes. El mocoso quizás había planeado todo esto pero en privado, quizás la situación podría girar a su favor.
—Cinco minutos.—
Caminó hacia la oficina sin voltear a ver si lo seguía, la imagen de ese pecho cristalizada en la memoria. Se mordió el interior de las mejillas, más le valía recobrar el poco control que le quedaba.
xxx
Sonrió con burla cuando vio que Giorno cerró la puerta detrás de él. Quería privacidad, entonces la conversación sería corta. Menos mal. Entrecerró los ojos. El jovencito se quedó parado en medio de la oficina. La posición perfecta para que Leone percibiera mejor el perfume que usaba. Cedro. Flores. Lo sabía porque en cada movimiento se le desprendía de los cabellos, nacía de su nuca, como si brotara de su piel. Leone no quiso imaginar a qué sabría su sudor.
No, Leone. ¿Qué te pasa...?
—Sé que no aprecias mi presencia en el grupo.— Leone no se había terminado de sentar para que hablara. Giorno no perdía el tiempo. Hasta sabía construír eufemismos para soltar las verdades sin temor alguno. Podían ser los nervios, pero Leone no podía leer nada de eso en ese rostro apagado, en perfecta sintonía con el silencio que lo rodeaba.
—Quería decirte que estoy dispuesto a hacer que cambies de opinión.
Leone pasó saliva para humedecerse la garganta. Pensó en lo que fuera, rápido. Cualquier otra cosa ayudaría a cambiar el tono acalorado y ferviente que nació en su cabeza. En este mundo, esas palabras no se toman a la ligera y sabía que Giorno estaba consciente de esto. Aún así, no podía decirlo solo porque sí. Tenía que saber la consecuencia de sus actos. Tenía que saber. El humo se marcharía, eventualmente. Por ahora, le quedaba seguir hablando. Lo intentó.
—¿Porqué estás tan preocupado de lo que piense de ti?
—Todos te admiran, yo también.
Giorno contestó casi de inmediato. Dejó pasar unos segundos apenas, bien contados. Leone supo que llevaba mucho tiempo masticando esta respuesta.
—Ya tienes la aprobación de Bruno, no tienes que probarle nada a nadie más. Concéntrate en hacer bien tu trabajo.
—¿Está mal que quiera llevarme mejor contigo, Abbacchio?— La pregunta sonó casi a un permiso, una petición escondida. La voz se le hizo más tierna y sumisa, más limpia. Leone se llevó la mano a la boca. Quería esconder cómo se estaba mordiendo los labios. Giorno tomó aire cuando terminó de acercarse y, con una mano relativamente cerca del descansa brazos del sillón donde estaba sentado Leone, sacó una última frase que se soltó sobre el superior como una flecha helada.
—Lo que sea, Abbacchio.
El calor del cuerpo de Giorno, intenso, sirvió para que Leone se levantara del sillón. Al hacerlo, la yema de los dedos se frotó contra el dorso desnudo de aquella mano curiosa y buscó el aire de la dignidad que estaba del otro lado de la habitación. Allá no estaba viciado del aroma a bosque del perfume de Giorno, allá podría pensar mejor. Le dio la espalda y unió el aire en el pecho. Hubiera preferido el silencio, pero necesitaba responderle de todas maneras.
—Te escuché.
No volteó hasta que reconoció el sonido de la puerta cerrándose. No supo cuánto tiempo pasó antes de eso pero Giorno se quedó ahí, mirándolo. Lo supo por el calor que se quedaba debajo los ojos, un ardor extraño que se posa solo en las cosas que quiere. Cruzado de brazos, buscó el asilo del alcohol. Había sido su refugio antes y, aunque ahora tenía a Bruno y a toda la pandilla, para la ansiedad que lo consumía; el adormecimiento de las emociones era la mejor opción.
Leone se terminó la botella con la comezón de un tacto furtivo y la enervante sensación de que Giorno le había visto algo más en el rubor.
xxx
Alrededor, la casa se sintió eterna como estirada en pasillos y esquinas. No la reconocía del todo, pero olía a lo mismo. A lo lejos, las praderas y camposantos dormían a la luz de un sol morado. Brillante, el tono amarillo vibraba contra las paredes de aquella habitación. Estaba en casa, ¿verdad? Era la casa, su casa, una casa. Estaba ahí, vivo y despierto parado encima de una cama que se sintió igual de extraña. Lo más raro de todo era que Giorno estaba ahí y estaba tan cerca que le quemó la piel de las piernas.
Gemía lento, como a suspiros.
Abbacchio apretó la mandíbula cuando lo observó temblar como lo hacen las flores cuando llega el invierno y se acercó. ¿Ese joven desnudo era él? Sí, no había nada por asegurar. Dentro lo sabía, la respuesta estuvo siempre clara desde que abrió los ojos. El cabello dorado era el mismo, el perfil también, hasta la curva de su cintura era la que recordaba haber analizado cuando lo veía en la sala. El muchacho estiró el cuello con lentitud, así como lo hace un animal cuando pide agua. ¿Qué hacía Giorno en esa cama, con esa disposición y esperanza de que lo tocaran?
Leone llegó desde atrás y lo tomó de la barbilla. Giorno tembló. Lo hizo casi por instinto, como si le reconociera las manos. Leone sintió que su emoción lo traicionaba cuando se ladeó para verle la cara.
Qué grandes estaban sus ojos.
Giorno guardaba el agua en ellos como una laguna que estaba por derramarse y en la profundidad y abundancia del color de su iris había una plegaria guardada. Giorno no solo estaba ahí porque sí. Lo estaba esperando.
No quieres saber lo bueno que eres para mí , me tienes miedo .
Escuchó la voz de Giorno. Rebotó en todas partes, en los muebles y en la superficie de la piel. Los labios del muchacho no se movieron pero las paredes regurgitaron el mismo gemido que escuchó cuando llegó. Leone atesoró la sensación caliente que le provocaba el cuerpo de Giorno. Bajó la mano extendida hasta el pecho y la voz sonó más vaporosa.
Tampoco quieres saber lo bueno que soy para ti. No quieres escucharlo porque sabes que sientes lo mismo que yo.
Quien sea que hablaba le conocía más cosas de las que estaba dispuesto a compartir, entonces se preguntó si aquella voz era en realidad una proyección nacida dentro de sí mismo para exponer una verdad que le daba mucho miedo reconocer. Aclaró su garganta con un camino de saliva, aceptándola sin decir ninguna palabra y de pronto, estaba igual de desnudo que el muchacho. Era una desnudez que siempre había estado ahí, solamente esperando a que aceptara su verdad. Cuando se acercó más a Giorno, lo sintió reaccionar. Quizás a él también le había pasado lo mismo.
El muchacho venció la espalda cuando le tocaron la cintura. La piel caliente del rubio tembló bajo aquellos dedos fríos. Tenía la piel lista, cubierta de un rubor espectral, casi transparente. Una risa nerviosa se formó en el rostro de Abbacchio. ¿Lo quería? No había ninguna duda. Giorno estaba desnudo de todo, hasta de voluntad. Aquella absoluta devoción, esa disposición urgente y dadivosa terminó por convencerlo de que allanaría su cuerpo hasta que le rogara que se detuviera.
El primer beso fue un arrebato, porque buscó dejarlo sin aire. El segundo fue una exigencia. Leone lo quería deshecho, con la saliva colgando de su boca lo más pronto posible. Chocaron sus dientes un par de veces, Leone procuró que no se moviera de lugar, obligándolo a que abriera más la quijada para que no se ahogara. Disfrutó escucharlo quejarse, para cuando terminara con él, seguramente extrañaría ese dolor de cuello.
Lamió el lóbulo de la oreja de Giorno y aunque sabía que a este punto estaba de más decirlo, lo hizo. —Gimes muy bien, Giorno Giovanna.— Susurró, con el vapor de la emoción en la punta de la lengua. Lo mencionaba para juntar ardor en la entrepierna del joven que se llenaba de sangre con cada sílaba que partía de su boca. El contacto tibio lo acabaría por disminuir a pedazos de lo que era, una existencia deshecha a voluntades ajenas. Casi lo lograba. Estaba privado de toda dignidad, con el pecho abierto y las manos paralizadas a sus lados. Ver a Giorno desmoronarse gracias a él, era lo mejor que le había pasado en semanas.
—Me gustaría que pudieras verte.— Continuó, ahora acariciándole las piernas, cerca de los glúteos. La erección de Giorno estaba tensa, desde el hombro podía ver en ángulo cómo se levantaba. Casi equiparaba su propio deseo, presionándose contra la espalda de Giorno. Movió las caderas, el joven respondió con un grito.
—Gimes como si quisieras que te montaran. ¿Eso quieres?
Leone no quería estimularlo directamente todavía. Así como lo tocaba, lo hacía al margen de sus puntos erógenos, como delineándolos apenas para hacerle saber que tenía control de su placer. Con un dedo, le rodeó los pezones y usó la uña para golpearle el capullo lleno de sangre. El joven reaccionó como quería que lo hiciera, con otro regalo hecho voz. Leone jamás pensó que la carne de otra persona podía ser tan trémula.
—Dilo, Giorno.
—...Q...quiero... — Pasó saliva, los dedos de Abbacchio le prohibían decir todas las letras. Se tragaba las eses y vomitó las vocales cuando tocó su erección por primera vez. El superior lo envolvió de golpe y azotó contra la carne de su estómago. Tomó aire y por la mordida que Leone le dió en el hombro, le dijo que no sería muy paciente. Quería escucharlo ya.
—…-cerlo...— Balbuceó. —Quie...ro… hacerlo.
— ¿Hacerlo? — Leone entrecerró los ojos, acostó la cabeza en el hombro herido de Giorno y suspiró entre el trapecio del cuello y la espalda. Dejó de masturbarlo. Eso no era suficiente y se lo hizo saber a Giorno, necesitaba ganarse esas manos.
—¿A qué te refieres? Usualmente hablas mucho. Giovanna. Explícalo mejor. Usa todos los dientes.— Él usó bien los suyos, mordiéndole justo donde le había clavado la quijada, hiriendo más la piel previamente abusada. Lo haría llorar. Lo haría acabar con sus marcas irreversibles sobre la carne, lo haría recordar lo que podía hacerle. —Convénceme.
No tuvo que insistir más para que lo obedeciera. Lo sabía, pero aún así usó toda la fuerza de la boca para que lo hiciera. Giorno estaba tan estimulado que era necesitaba el empuje más efímero, el suspiro más endeble para soltar la lengua. Leone quería los pedazos de Giorno se quedarían sobre esa cama, irreconocibles, para que nunca pudiera armarse de nuevo. Para que siempre que lo viera estuviera vulnerable y dispuesto a obedecerlo.
—Te quiero...a ti.— Giorno dijo, sin aire. Sintió entre la piel cómo el rostro de Leone se estiraba en una sonrisa y finalmente, recibió el muy necesitado estímulo que necesitaba. Empezó muy lento, acaricándolo apenas con la yema de los dedos. Aunque era mejor que nada, Leone estaba invitándolo a que continuara y los ojos de Giorno soltaron las primeras lágrimas.
—Abbacchio...te quiero...dentro.
Leone partió los labios con la lengua y otra vez, movió las caderas para que Giorno sintiera su erección en la espalda. Lo tomó del cuello, levantó la cabeza y pegó la boca a esa oreja mientras lo masturbaba.
—¿Quién dice que mereces más que esto? Esto debería de ser suficiente para ti.
Desesperado, Giorno se quejó con el pecho, los ojos perdidos en humo de lujuria se filtraron entre las pestañas y fuera de sí, se movió en la mano de quien lo dominaba, urgido por la fricción que buscaba. Entonces, Leone se detuvo para sostener la cabeza del miembro de Giorno con firmeza. Lo hizo con más fuerza de la que necesitaba, mucha más y reconoció el dolor en el rostro del muchacho cuando abrió la boca. Leone le giró el cuello para besarlo otra vez, un tercer beso cubierto en ira.
—Te vas a mover cuando yo te diga o no lo vas a hacer en absoluto.
La advertencia fue tomada al corazón pero no lo soltó. En la cama, goteó el sudor y las gotas de pre-semen del cuerpo extasiado del muchacho. Giorno habló en ruidos, palabras destrozadas por el dolor cuando Leone le mordió el cuello otra vez.
— Sei la mia puttana, Giorno Giovanna. Capito?
Giorno gimió cuando Leone lo encontró en un cuarto beso mucho más gentil, humedecido por la lengua y complementado por una atención enfocada en la base de su miembro, como si se estuviera disculpando. Pronto lo soltó, despegándose de su cuerpo con la misma rapidez con la que llegó y dejó a Giorno sin aire, con frío y con el cuerpo marcado. Se desplomó en la cama, pero aún tuvo energías para levantar el rostro al escuchar la voz de su amante.
—Ven acá.
Leone estaba sentado en medio de la cama infinita y Giorno se arrastró a él hasta después de que escuchara la indicación. Le ardieron las pupilas. Leone encontró un placer que no conocía gracias a la sumisión que Giorno le mostró sin cuestionársela. Le puso las manos en las piernas y fueron subiendo hasta el vientre para acariciar las orillas de la circunferencia orgullosa y húmeda. Levantó los ojos y Leone halló en el fondo de sus pupilas un vacío gustoso de ser repleto por alguien más. Por algo lo esperaba. No le dijo nada para que Giorno empezara. La cubrió de saliva a lenguetazos y con ambas manos le acariciaba los testículos y el estómago. Cada vez que el respirar de Giorno espeso y caliente le tocaba la piel, el temblor de un primitivo deseo le agitaba los dedos. Los enredó en el cuero cabelludo del muchacho y lo guió para que la tragara.
—Te ves tan bien así, conmigo adentro…
Acarició las mejillas de Giorno y le sintió la dureza palpitar entre la lengua y los dientes. Sin embargo, a mitad de esa entrega, Leone procuró mirarlo con más atención. Giorno subía y bajaba sin vergüenza, desprendido de sí mismo, con la expresión más desenvuelta de quien vive por placer. Aún así, aunque sabía que ningún tipo de orgullo le quedaba encima y que lo dobló por pura voluntad, aquella dignidad vomitiva aún estaba en el fondo del iris, cerca del blanco de los ojos, atrás en la punta de la memoria. Se la quitaría a golpes si tenía que hacerlo.
Leone lo tomó de los cabellos por instinto y lo presionó contra su erección. Giorno abrió la boca y la dejó entrar sin quejarse. En esta posición, Leone empezó a mover las caderas sin consideración por el sonido de agua burbujeando en la parte de atrás de su garganta. Chasqueó los dientes e hizo fuerza con el puño. Giorno gimió, Leone lo hizo también.
—Me alegra ver que tu boca sirve para otra cosa que no sea para hablar.
Se concentró en durar todo lo que podía, pensó en todo lo que estaba atrás de él, lo que encontró en el fondo de la botella que bebió antes de dormir. No lo niegues, has querido esto desde que me viste. Leone casi se ahogaba con su propia saliva así como Giorno lo hacía con su miembro. Qué frustrante era encarar las verdades descarapeladas de intención. Así también quería a Bruno, así también lo necesitaba… así también quería que lo quisiera. Pero yo te quiero, Leone. Yo te quiero. La voz empató con los dedos largos del muchacho. Le buscaron otra vez el estómago para delinear sus abdominales. Leone no quiso gemir así, pero lo hizo. Yo te quiero, Leone.
—Gior...— Atoró el nombre entre los dientes. No diría ese nombre. No diría ese nombre así . El puño lleno de cabellos dorados se soltó, ahora Giorno voluntariamente se ahogó con su erección. La tragó para llevarla hasta el final de la garganta, la boca golpeó contra la base, subió y bajó, lloró entre la negrura de una lujuria que no termina y encaró otra vez el rostro de Leone. Él pudo reflejarse en la sinceridad de Giorno y qué fácil era ver cómo el control se le iba de las manos. Giorno no lo perdió; se lo entregó. Chasqueó los dientes. No buscaría colgarse de un futuro que no le correspondía, no quería estar con el Hijo de la Fortuna misma, porque no lo merecía. Leone Abbacchio no merecía nada.
Desesperado, tomó a Giorno con las dos manos y presionó más fuerte. Ahora la garganta del rubio se abrió para recibirlo de lleno. Leone lo sintió venir.
—No lo tragues, ¿me escuchaste?— Giorno se quejó por la indicación, pero obedeció. Casi tan pronto como lo dijo, Leone acabó en la boca del muchacho con ímpetu. Lo miró desde arriba, con una luz divina rebotando de la piel cubierta de sudor de Giorno. No lo olvidaría nunca.
Se enderezó con la gloria que viene después del orgasmo todavía sobre los ojos y levantó a Giorno, empujándole la espalda hacia la cama. Con la boca llena, Giorno volvió a quejarse. Buscó indicaciones con la mirada y aquella vulnerabilidad puesta sobre Leone hizo que la sangre llenara su miembro de nuevo. Giorno era muy hermoso, con el cabello deshecho y el sudor resplandeciente. Acostado en la cama, era igual a como se ven los dioses griegos.
Leone acercó su mano hecha plato a los labios de Giorno.
—Abre la boca.
Giorno lo hizo y soltó la semilla en una sola línea continua, procurando que no corriera nada por la barbilla. Cuando terminó, aprovechó para lamer los dedos de Leone y con esa disposición, abrió las piernas. Leone sonrió. El muchacho no era nada tonto.
Con ese explícito permiso, el superior agachó el cuerpo y con su propia emoción como lubricante, buscó la entrada de Giorno donde metió un dedo con facilidad. Robó aire cuando vio al rubio estremecerse. Toda la sangre le palpitó abajo de la piel y podía escucharla, podía verla. Los ojos amarillos y morados de Leone se encendieron solo de pensar que esto no lo había visto nadie nunca.
—¿Cómo quieres que lo haga, Giorno?— Creó espacio para que más de ese lubricante entrara a Giorno. En cuestión de nada podría meter un segundo dedo. Quizás tres. —¿Fuerte?— Emuló el sentimiento, arqueándolos para buscar el punto de placer del muchacho. Él se retorcía, divagaba con palabras rotas. Era como si quisiera decirlo todo pero no supiera cómo. Era el problema de tener la lengua atada al paladar, al servicio del placer del otro. Leone bajó la velocidad, convirtiéndola en un empujón apenas. —¿O prefieres que sea lento? ¿profundo?— Hizo eso mismo, llevó el segundo dedo hasta los nudillos. El miembro de Giorno soltó algo, pero no era su clímax. Aún estaba endurecido, listo. Leone sonrió.
—¿Qué es lo que quieres?
Contra todo pronóstico, Giorno levantó la barbilla y habló con una obscenidad sin precedentes.
—Leone, fammelo sentire dentro.
Poseído por la necesidad de complacerlo, Leone se posicionó en medio de aquel cuerpo enjuto y lo besó una vez más. Este beso fue diferente al resto porque ambos tenían los ojos medios abiertos, no se querían perder de las reacciones del otro mucho menos cuando la erección de Leone ya estaba presionando al recto preparado de Giorno.
Todo lo demás llegó a golpes y a pedazos. En cuanto Leone entró de lleno al muchacho y Giorno se acostumbró al tamaño, acometió sin piedad. Se balanceó con los dos brazos a sus lados y entró en ángulo. Las piernas del rubio se mantuvieron en su espalda ancha y cada que gemía, Leone se lo hacía más fuerte.
El mundo se derritió atrás de ellos. Leone nunca se había enfrentado a un instante más angelical que ese, con Giorno abandonado en un placer nuevo. Lo emocionaba sentirse tan suyo, tan en sintonía. No lo merecía, pero al menos tampoco lo estaba decepcionando. Lamió la barbilla del rubio para quitarle la saliva y lo besó otra vez. Le mordió los labios. Hasta ahora que lo veía de cerca, entre espasmos, notó que tenía el rostro cubierto de manchas moradas. A Giorno le iba bien el morado.
Giorno acarició el cabello de Leone con cierta insistencia, quería decirle algo pero los gemidos ocupaban tanto su boca que le era imposible conjugar o construir oraciones decentes. Por suerte, Leone lo comprendió de inmediato. Era su erección, el muchacho se había ganado un orgasmo igual de placentero que el que él le arrancó con la lengua. Se separó de Giorno para cambiar de posición. Así como cuando lo encontró, se puso la espalda al pecho, empezó a masturbarlo y con la otra mano hizo presencia en el cuello mientras lo penetraba. Giorno perdió la cabeza.
—Más te vale que digas mi nombre, Giorno Giovanna.— Dijo Leone con un apetito desconocido pero intenso. Ocupó el cuello del muchacho mientras terminaba de masturbarlo y así como lo indicó, Giorno terminó en un grito absolutamente tremebundo titulado bajo su primer nombre. Leone le sintió el cuerpo derretirse, completamente vencido ante el cansancio y la gloria de un orgasmo que, a juzgar por esos espasmos, todavía seguía.
Se acostó con él, separándose con lentitud y cuidado. Giorno estaba absorto por los efectos de un placer que no terminaba. Todo el cuerpo se fue apagando el color y así fue como Leone supo que hizo bien. Tocó el rostro del muchacho con cierta melancolía y antes de siquiera acercarse a besarlo, la presencia de una segunda persona llenó la habitación.
—Eso estuvo muy bien, ¿verdad?— Leone tensó todo el cuerpo cuando el par de manos lo envolvieron. Su primera reacción fue voltear para soltarse de quien sea que estaba tocándolo, pero no lo hizo. Los dedos de la voz corpórea le acaricaron el pecho. Pronto se dio cuenta, por el aroma de la piel, que se trataba de Giorno Giovanna.
—Lo disfrutamos mucho, pero tienes que dejarlo descansar.— Le dijo y besó el cuello de Leone que no estaba tapado por su cabello. Fueron besos muy suaves, hechos con los labios nada más. Entonces, abrió la boca y soltó la lengua, rodeándole un pedazo de carne para levantar la sangre y atraparla de la forma que quería. Leone guardó un susurro.
—¿Qué vas a hacerme?— Tenía muchas preguntas en mente, pero por alguna razón, esa fue la primera que salió de su boca. Como si lo que estuviera haciendo ese Giorno ahí fuera culpa de la inevitabilidad de sus pensamientos. Giorno le sonrió con una sinceridad nueva y besó con mucho cariño la piel que conectaba su oído con la quijada.
—Lo que tú quieras.— Suspiró y con eso, la entrepierna de Leone le recordó que todavía no encontraba el sosiego pero a pesar de tener el deseo de satisfacerse, su primera reacción fue buscar el miembro de Giorno. Quizás lo hizo en un afán de retomar el control o quizás era un ademán genuino de darle placer. Fuera lo que fuera, Giorno reaccionó con un simple empujón. Luego, sus dedos encontraron los pezones de Leone. Empezó a acariciarlos con la yema primero, luego, entre dos dedos. Leone se mordió la lengua.
—No lo malinterpretes, Leone.— Dijo Giorno, otra vez en su oído. —Hoy se trata sobre ti. Tengo muchas cosas que quiero hacerte.
Giorno bajó hasta tocarle la entrepierna. La tomó con firmeza y, atento, hizo caso a las necesidades de su deseo. Leone, por su cuenta, no quiso hablar. Estaba concentrándose en las manos de Giorno, en la presión de sus falanges delgados y los movimientos oscilatorios que le suministraba de poco en poco. Conjugado con los besos en el cuello hechos mordidas, Giorno le estaba diciendo algo y Leone estaba comenzando a entender. No podía verlo a la cara, pero recordó el esplendor del verde musgo de esos ojos. Recordó la profundidad, aquella raíz que reproduce el espíritu de alguien dadivoso como él. Era cariño, ese cariño que urgaba su espíritu desde que lo conoció. Leone no conocía una atención parecida y que él se la diera sin engaño, con la ternura de un jardinero que quiere ver una planta crecer, lo hizo sentir como basura.
—Eres tan bueno, Leone.— Pero las palabras de Giorno cortaron con cualquier pensamiento que no tuviera que ver con él, con su voz. Ahora solo estaba él. —Me encanta tu tamaño, me encantas tú...mira lo duro que estás.— Pasó saliva. No sabía que los elogios lo podían emocionar así, pero la voz melosa de Giorno lo llevaron al borde del término. Abrió la boca, como si esperara un beso, pero no lo obtuvo. Cuando tomó ritmo al cariño del rubio, el muchacho de pronto lo soltó.
Esto confundió a Leone, por decir poco. Se giró para encontrarse a Giorno derramando lubricante entre sus dedos, andaba con una sonrisa puesta que no le había visto nunca. Lustroso, igual a las estrellas en las noches de verano. —Eres tan bueno, ¿serás paciente por mí?— Giorno seseó y con las rodillas, se acercó a donde estaba para pegar los pechos. —Te voy a premiar bien si lo haces.— Le besó la barbilla. Leone buscó sus labios. Por lo que veía, estas eran capas del muchacho. Capas y capas de actitudes y verdades escondidas de la vista de todos y que solo ahí, en esa cama y en esa intimidad; podían ver. Antes de decirle algo, Leone sintió que los dedos de Giorno llegaron a su entrada. Quiso taparse la boca para evitar los gemidos pero Giorno se lo evitó con un movimiento de garra. Lo colgó a su voluntad, Leone de pronto había perdido todo control.
—Suenas increíble, Leone. Me gusta cómo sueltas la lengua.— Lo hizo de nuevo. El hombre repitió el gemido otra vez, cabalgándolo en muchos otros mientras Giorno trabajaba con el espacio donde encontró casa. Giraba los dedos, los frotaba contra la pared de sus entrañas y forzó la yema en un punto en particular. Cuando vio que Leone curveó la espalda, retiró los dedos de ahí.
—Quién diría que te gustarían tanto mis dedos...
El hombre balbuceó. No le salieron palabras por la frustración que se anidó en esos ojos bicolores cubiertos de lágrimas. Así humedecía el deseo, así llenaba de uno las heridas del mundo: con los dedos de quien te llama.
—¿Mm? ¿Qué pasa, Leone?
—Por f...— Mordió su lengua. No tenía control, pero tampoco decencia. Quería ocultar el rostro, no mostrarle la vergüenza de sus expresiones pero Giorno querría verlas. Necesitaba de su presencia. Tanto gozo, el camino a la gloria se debe de obtener de mano de los dos. Vencido, contuvo sus gemidos entrecortados, no lo logró.
—Por favor...Más fuerte.
—¿No me prometiste que serías paciente?
Giorno sonrió. Introdujo más los dedos en una promesa de alcanzar el punto de gloria, pero no lo hizo. Se quedó justo antes de llegar a él, tentándolo con la posibilidad de que llegaría. Eso fue suficiente para desprenderle a Leone los quejidos más deliciosos y acuosos que pudieron partir de esos labios cubiertos en saliva. Leone mismo no sabía que era capaz de rogar así, sin orgullo, todo tirado a la basura, todo entregado al rubio. No lo quería de otra manera.
—Por favor… ya no puedo más.
—Sí puedes, aguanta un poco más, Leone. Aguanta un poco más y te daré todo lo que quieres.
Amordazado a lo que le quedaba de su orgullo, Leone se mordió la mejilla y se concentró para durar lo que Giorno quería que durara. La satisfacción que se quedó con él, amontonada e impaciente se sintió como fuego dentro de su propia erección. El rubio le besó el cuello, los hombros. Lo cubrió de marcas de amor y Leone se sintió así: lleno. Qué extraño era el amor, presentándose en la incomodidad de la verdad.
Giorno cumplió con lo que le prometió. Volvió a posicionar los dedos en donde el cuerpo se le rompía y lo que un par de besos no hicieron, un susurro sí lo hizo.
Leone cabalgó el orgasmo más intenso que había sentido jamás entre los besos de Giorno. Bebieron el uno del otro, entre la lengua, el sudor y los espacios que claman las presencias de los amantes que nunca tienen suficiente.
xxx
Leone despertó sin sábanas sobre el cuerpo. Tenía calor. Abrió un ojo y vio la urgencia de su miembro erecto con una dureza extraña. Gimió y se enderezó en la cama para cuidar aquella espeluznante muestra de su deseo. Recordó su sueño, también recordó la botella de vino que se bebió sin mesura. Bruno se lo dijo mil veces, que al cuidar de uno mismo, también podía cuidar a los demás pero esa era la gran diferencia entre ellos dos. Leone Abbacchio no tenía concepto del cuidado propio porque se odiaba con una profundidad insondable, más grande que los abismos que abarcan los corazones de los hombres.
Masticó la tensión, frustrado. Lo que había soñado no tenía justificación pero lo peor era haberse despertado con una amargura en forma de lágrimas. La decepción de no despertar con Giorno a su lado era peor que la humillación de haberle seguido el juego. Sonrió sin ánimos y se levantó para entrar al baño. Terminaría con su particular pesadilla ahí mismo, encargándose de lo que él se provocó al permitirse fantasear con un adolescente de ojos cristal.
La vida que él proyectaba no era algo a lo que él siquiera podía acercarse jamás.
Leone Abbacchio tomó un baño frío. Más tarde, ni él creería cuando Giorno Giovanna no lo pudiera ver a los ojos por una vergüenza que no podía ubicar. No lo sabía ninguno de los dos, pero cuando hay suficiente deseo; los sueños se contagian.

BabyeWings Sun 04 Aug 2019 06:17AM UTC
Comment Actions
mercyescribe Sun 04 Aug 2019 09:22AM UTC
Comment Actions
anon uwu (Guest) Mon 05 Aug 2019 04:04AM UTC
Comment Actions
mercyescribe Mon 05 Aug 2019 02:32PM UTC
Comment Actions
EsquirolEspacial Fri 09 Aug 2019 02:01AM UTC
Comment Actions
mercyescribe Fri 09 Aug 2019 08:42AM UTC
Comment Actions
Stormcursed Mon 03 Feb 2020 05:23PM UTC
Comment Actions
mercyescribe Mon 03 Feb 2020 10:09PM UTC
Comment Actions
cry_for_absolution Wed 28 Jun 2023 09:46AM UTC
Comment Actions